Dejemos Hablar Al Viento

Onetti, Juan Carlos: “Dejemos hablar al viento”: Decadencia y muerte de una fantasía inserta en sí misma. Bryan Tite “N

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Onetti, Juan Carlos: “Dejemos hablar al viento”: Decadencia y muerte de una fantasía inserta en sí misma. Bryan Tite

“Novatos innovadores de sueños, metas y mapas. Olvidados tripulantes, vieja tribu de bandidos. Por viajeros... por errantes... Siempre dados por perdidos”. Fernando Cabrera, “Después del muelle” Estos versos del cantautor uruguayo no son casuales: fueron utilizados para concluir el documental elaborado por Pablo Dotta, el cual lleva por título “Jamás leí a Onetti”. En estas frases podrían quedar definidos varios de los personajes que pueblan la producción literaria de este escritor uruguayo; en especial aquellos sujetos que hallamos en la ciudad central de este universo literario: Santa María. Y es en un fragmento de esta producción donde podemos hallar una representación que el autor da de sí mismo: “Si tuviera que elegir un adjetivo que reflejara quien soy yo, quien fui yo, será la indiferencia”. Juan Carlos Onetti nació en Montevideo, Uruguay un primero de julio de 1909. Aunque su apellido remite vagamente a un origen italiano, este tiene, más bien raíces gibraltareñas —un ancestro de Onetti, Pedro O’Nety tuvo que italianizar su apellido por motivos políticos–. Si bien su desempeño académico no fue brillante —abandonó la secundaria—, tuvo una marcada afición hacia los libros. “En todo caso, la imagen que estas primeras pistas trazan de ese Juan Carlos Onetti que a sus trece años deja las aulas escolares es la de un muchacho tímido e introvertido, lector apasionado y estudiante remolón, propenso a aislarse en la fantasía, sin otra vocación perceptible que la de refugiarse en la ensoñación y sin otro designio que sobrellevar la vida lo mejor posible, escapando con frecuencia hacia lo imaginario” (Vargas Llosa, 2008, pág. 39). Al igual que su transcurso por la Academia, su vida marital fue irregular, llegando a contraer matrimonio cuatro veces: María Amalia Onetti en 1930, María Amalia Onetti —hermana de esta— en 1934, Elizabeth María Pekelharing en 1945 y Dorothea Muhr (o Dolly) —su compañera hasta la muerte del escritor— en 1955. Recepción de un dentista, venta de neumáticos, albañilería, venta de boletos en un estadio fueron algunos de los primeros trabajos que debió desempeñar. La década de los años treinta se convirtió en un constante ir y venir entre Buenos Aires y Montevideo para Onetti. Desempeñó el rol de secretario de redacción en el mítico semanario Marcha —por cuyas páginas escribieron destacados personajes de la cultura uruguaya, tales como Mario Benedetti, Eduardo Galeano o Alfredo Zitarrosa— en los comienzos de esta, allá por 1939. Después de esta experiencia empezó a

trabajar para Reuters, permaneciendo en Buenos Aires desde 1941 hasta 1955, año en el que retorna a su ciudad natal. Su vida transcurrió sin mayores sobresaltos —exceptuando un incidente en Bolivia, en el cual ve pasar la muerte muy de cerca, tras salir ileso de un cruce de balas— hasta comienzos de 1974. Tres años atrás, Juan María Bordaberry había sido electo presidente de Uruguay y dos años después de su posesión se había declarado dictador. Marcha había organizado, como lo hacía cada año, el premio de narrativa, en el cual Nelson Marra obtiene el primer premio con el cuento "El guardaespaldas”. Onetti participó como jurado. La dictadura decide encarcelar al escritor de la obra y a los miembros del jurado —Onetti incluido—. Pasó unos meses en la cárcel para ser trasladado posteriormente a un psiquiátrico. Tras una campaña internacional por su liberación, Onetti logra salir de Uruguay y se instala en Madrid, donde falleció en 1994. Las novelas de Onetti son El pozo (1939), Tierra de nadie (1941), Para esta noche (1943), La vida breve (1950), Los adioses (1954), Para una tumba sin nombre (1959), El astillero (1961), Juntacadáveres (1964), La muerte y la niña (1973), Dejemos hablar al viento (1979), Cuando entonces (1987), Cuando ya no importe (1993). Todo ello sin contar con varios cuentos entre los cuales destacan “Bienvenido, Bob”; “El infierno tan temido”; “Jacob y el otro”; “Tan triste como ella”; entre otros. Antes de dar inicio a una descripción tentativa del contexto histórico en el cual “Dejemos hablar al viento” —o cualquiera de sus trabajo literarios, realmente— fue escrito, resulta necesario señalar una verdad sobre su autor: Juan Carlos Onetti mostró una actitud reacia ante la idea de concebir a sus escritos como una alegoría explícita, un reflejo que emana automáticamente de una “realidad”. Imagino a Onetti con su gesto austero esbozando una tenue, casi imperceptible sonrisa ante la tentativa de darle un significado “histórico” a su escritura. Y esta apreciación resulta cierta… hasta determinado punto. “Dejemos hablar al tiempo” no pretende ser un retrato de algún contexto político en particular pero no es, ciertamente, un mundo aislado, abstracto. “Lo cierto es que, sin quererlo ni saberlo, Onetti, mientras escribía sus cuentos y novela, ahondado en lo más profundo de su propio ser y desdeñoso o indiferente a su entorno, se impregnó de un cierto estado de ánimo *…+ y lo transmutó en literatura, de manera figurada, alegórica, dando de este modo *…+ un testimonio invalorable sobre los fracasos y frustraciones del mundo en que vivía” (Vargas Llosa, 2008, pág. 165). Y es que tratar de descifrar el contexto resulta un ejercicio un tanto más difícil de lo que aparenta ser. Podríamos decir casi al instante: “La novela se desarrolla en Santa María, la cual es muy probablemente un intento de reconstruir tanto a Montevideo como a Buenos Aires dentro del mundo de la fantasía onettiana. Muy posiblemente alguna relación con el fatal suceso uruguayo: la dictadura y el exilio del escritor”. No está nada mal, ciertamente; sin embargo, quisiera señalar dos cosas que fragmentan esta tentativa de construcción de un contexto. La primera, el carácter de su producción literaria. “Los fracasos y las frustraciones” dice Vargas Llosa. Agrego: en el mundo concebido por Onetti la mediocridad, el fracaso, la tristeza, la desesperanza, la sordidez y el pesimismo atraviesan como una constante las vidas de los personajes y el mundo en el que están insertados. “*…+ y empezábamos el día despreciando las tareas, reconstruyendo en broma el amor, la amistad, la simpatía, el simulacro de la fe en los hombres, en sus cortas y feroces creencias” (Onetti, Dejemos hablar al

viento, 1979, pág. 16). La obra apenas ha comenzado y ya nos da indicios muy claros del ambiente que la rodea. Estas sensaciones transmitidas, si bien pueden ser más evidentes en determinadas situaciones o contextos históricos, pertenecen a una categoría más universal, razón por la cual se desasen de la necesidad de sujeción a un contexto determinado. Quizás —y solamente quizás— el contexto más profundo que puede intuirse de “Dejemos hablar al viento” sea aquella noción de la decadencia de la próspera nación uruguaya que había legado Batlle Ordóñez. “El impulso reformista de aquellas primeras décadas del siglo, asociado con la prosperidad económica (que el tiempo probaría frágil) derivada de un contexto externo favorable a nuestros intereses y con la configuración de la democracia política posibilitaron el desarrollo de una experiencia que *…+ caló hondo en la autopercepción de los uruguayos. *…+ Bien conocemos todos la historia posterior y dónde vino a terminar aquel sentimiento colectivo” (Caetano, 1992, pág. 66). Es en todo caso, el fracaso de aquella ilusión del Uruguay con su pujante clase media. Un fragmento de “El pozo tal vez sirva para corroborar esta idea: “Pero hay en todo el mundo gente que compone la capa tal vez más numerosa de las sociedades. Se les llama “clase media”, “pequeña burguesía” Todos los vicios de que pueden despojarse las demás clases son recogidos por ella. No hay nada más despreciable, más inútil” (Onetti, El pozo, 1977, pág. 34). Pero al ser este un texto de 1939, Onetti queda convertido en una suerte de profeta (!). La segunda dificultad para esta construcción no es algo; más bien, alguien: Brausen. Nada más ni menos que el fundador de Santa María. En todo caso, un fracasado más. La letra de aquella canción de Cabrera funciona plenamente para describir a este sujeto. Y resulta que basta este nombre para que aquella tentativa inicial de contextualizar a Santa María se vuelva una seria dificultad. La realidad de Brausen es la fuga a través de la ficción, la inserción de la fantasía dentro de la realidad a través de los espacios, inconsistencias que esta va dejando. Santa María es la ficción concebida por Brausen para dicho objetivo. “La vida breve” constituye la génesis de esta ficción inserta en sí misma —Santa María como producto de la fantasía de un personaje literario que termina haciendo de su “realidad” y su “ficción” una sola. De esta forma, el contexto de Santa María sería el contexto de una fantasía de un personaje literario. ¿Curioso, no? En el esfuerzo de arrancar de esta obra sus rasgos específicos —idea central, contextos, personajes, et al—, hallemos más reales, más definitivas a las preguntas: ¿Se puede hablar, acaso, de una historia cronológicamente ordenada, continua? Definitivamente, no. A diferencia de Otras obras de Onetti como “El astillero” o “Juntacadáveres” —estilísticamente, mejor logradas—, la lectura de “Dejemos hablar al viento se vuelve escabrosa, irregular, lo cual guarda relación con la forma de escribir de Onetti (mantenía con la literatura una relación de amantes). Es necesario, no obstante, señalar que la producción literaria de Juan Carlos Onetti no se caracteriza por la vistosidad en las historias narradas o por el exotismo de sus descripciones. Heredero del estilo aquel desarrollado por su gran maestro e influyente figura, William Faulkner, el escritor montevideano caracterizó su prosa. “El estilo de Onetti no es incorrecto, pero sí es inusitado, infrecuente, intricado a veces hasta la tiniebla, a menudo neblinoso y vago, pues nos sume en la incertidumbre sobre aquello que quiere contar hasta que entendemos que lo que quiere contar es esa misma incertidumbre”.

La novela se halla dividida en dos partes. En ambas carecemos de la ilación de una historia ordenada. La primera es un relato en primera persona de Medina, quien en “El Astillero” apareciera como el Comisario de Santa María. Ahora es un proscrito en Lavanda; ha huido tras fracasar en la misión que tenía en su rol de Comisario: capturar o matar al Pibe Manfredo, un contrabandista. Distinto del Comisario que aparece en “El astillero”, aquí lo vemos enfrascado en una serie de trabajos (médico, pintor…) que Frieda logra proporcionarle. Esta mujer se convierte en su protectora y mantiene con ella una relación ambigua, conflictiva y sensual. Sabemos de una vieja relación que tuvo con María. La mujer deja vislumbrar la posibilidad de que Medina sea el padre de Seoane, su hijo, quien, en todo caso, no ha sido reconocido por el Comisario. Conoce a Olga, a quien llamará Gurisa, mujer que se convierte en su compañera en algunos momentos de la novela. Asistimos entonces a uno de los momentos más crudos y más estremecedores que podemos encontrar en esta novela: la aparición de Juanina. Inicialmente confundida con un perro por Medina, esta muchacha cuenta la historia de su embarazo y sus intenciones de matar a la tía para obtener el dinero necesario para abortar. Medina establece un vínculo con ella —no es piedad— y pasa a vivir con él y con Frieda, con quienes se acuesta de manera indistinta en algunas ocasiones. Juanina posa para las pinturas de Medina, el cual, al concluirlas, las vende a Carve-Blanco, un excéntrico rico. Con el dinero obtenido pretende costear el aborto de Juanina, la cual termina revelando con una franqueza increíble que no existió ni tía, ni necesidad de un aborto, ni embarazo siquiera… tras lo cual se marcha en un ómnibus con el dinero obtenido. Como hecho destacado antes del retorno de Medina a Santa María, tenemos el regreso de Larsen, fallecido en las últimas páginas de “El astillero”. Lo podemos encontrar en una situación algo más cómoda que la última vez y con gusanos en la nariz. Medina regresa a Santa María. “Había concluido quién sabe en qué exacto momento inubicable, el absurdo adolescente de la dicha animal y la rebelión. El no a Santa María, a Brausen, al masoquismo de la impuestas responsabilidades” (Onetti, Dejemos hablar al viento, 1979, pág. 120). La ciudad ha caído en una total decadencia. Si en obras anteriores aparecía sombría, en esta luce ruinosa. Allí encuentra a Seoane, sumido en el alcohol. Ha ido allá por Frieda —ella canta ahora en un local, el “Casanova”—, con quien había mantenido relaciones anteriormente. La actitud de Medina hacia Seoane es, inicialmente, hostil —le entrega dinero y lo golpea— pero da paso a la reconciliación entre ambos. Recupera su trabajo de comisario y logra establecer una pacífica relación de convivencia con Seoane. No obstante, algo viene a interrumpir esta calma. Medina pacta con el Colorado para que este cumpla una cierta orden, que no queda del todo clara. Frieda es asesinada y Seoane es detenido como sospechoso del crimen. Ya en la celda, Seoane comete suicidio y se responsabiliza por la muerte de Frieda no sin antes reprochar a Medina, dando a entender una muy posible autoría intelectual del Comisario en el crimen. El título de la obra cobra sentido en el capítulo final, titulado “Por fin el viento”. Santa Rosa, la tormenta, ha llegado a Santa María, y con ella se propaga el fuego iniciado por el Colorado. Medina está en cama con Gurisa mientras Santa María arde en llamas. Medina es uno de los típicos antihéroes que vagan en los trabajos de Onetti, dedicados a “fumar, preferiblemente echados bocarriba en la cama, fumar e inventarse cosas, contar embustes y enamorarse de mujeres sensuales y perdidas, de mujeres pintadas que bebían en

los cafés o de muchachas angélicas cuya perfección y dulzura no podían ser merecidas por nadie” (Muñoz Molina, 2009). A ratos mostrando hosquedad, a ratos dejando entrever nostalgia. Ya sea proclamando que “era necesario meter en la misma bolsa a los católicos, los freudianos, los marxistas y los patriotas. *…+ a cualquiera que tuviese fe” (Onetti, Dejemos hablar al viento, 1979, pág. 18) o recordando, acaso, una mujer perdida: “Ahora era tan suave, triste y lejano como un perfume que hubiera envejecido en un pañuelo. A veces venía, nunca se anunciaba” (Onetti, Dejemos hablar al viento, 1979, pág. 41). Frieda, su protectora, muestra una actitud de total apertura sexual, considerando las relaciones que ha mantenido con Medina, Seoane, Juanina, y otros tantos como aquel “aborto de padres tuberculosas, negruzco y con polleras” (Vale mencionar que este fragmento corresponde a un cuento anterior de Onetti titulado “Justo el 31”, el cual termina siendo insertado como un capítulo más de la novela). Mantiene también una afición al canto, la cual concreta al presentarse en el “Casanova”. De Julián Seoane se puede decir algunas cosas sueltas: desconoce si Medina es su padre, ha mantenido relaciones con Frieda y encuentra refugio en el alcohol —como todos los personajes de la novela— y en la droga. Ya ni siquiera forma parte del mundo de otros personajes juveniles de Onetti, los cuales al menos mantienen cierta inocencia. Además de ellos encontramos a otros personajes que apenas aparecen en ocasiones y que nos remiten —muchos de ellos— a otras obras del autor en un ejercicio caótico de intertextualidad. Quinteros, María Seoane, el padre Bergner —de “Juntacadáveres”—, Olga (o Gurisa), Juanina, Wright, el doctor Díaz Grey —presente en varios de los episodios Sanmarianos—, Larsen —de “El astillero” y “Juntacadáveres”—, el Colorado —pirómano del cuento “La casa en la arena”, Brausen —demiurgo de “La vida breve”—, entre otros… El mundo onettiano encuentra aquí su síntesis —enmarañada, autorreferente— y final. Primero a través de Lavanda, la ciudad que nos recuerda la ausencia de Santa María y finalmente con Santa Rosa y el incendio causado por el Colorado. Muere el ciclo iniciado en “La vida breve” por Brausen. No obstante, Santa María volverá pero con el nombre de Santamaría y varias relaciones de aquel viejo legado volverán con nuevo rostro. Tal vez el fuego no es solamente destrucción sino cambio.

Trabajos citados Caetano, G. (1992). Notas para una revisión historica sobre la cuestión Nacional en el Uruguay. Revista de Historia. Universidad Nacional del Comahue, 59-78. Muñoz Molina, A. (2009). Sueños realizados: invitación a los relatos de Juan Carlos Onetti. En J. C. Onetti, Cuentos Completos (págs. 9-25). Madrid: Alfaguara. Onetti, J. C. (1977). El pozo. Buenos Aires: Calicanto. Onetti, J. C. (1979). Dejemos hablar al viento. Barcelona: Bruguera. Vargas Llosa, M. (2008). El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti. Lima: Alfaguara.