CORAZON DESHARRAPADO CAPITULOS 1 A 28

C1 Dieciocho meses atrás»»»» [M] Begoña Sánchez Gijalba no pasaba desapercibida, no señor. Una esbelta figura que denota

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C1 Dieciocho meses atrás»»»» [M] Begoña Sánchez Gijalba no pasaba desapercibida, no señor. Una esbelta figura que denotaba muchas horas de gym y un personal trainer; un cabello delicadamente peinado y sedoso hablaban de un cuidado especial en el salón de belleza; su suave maquillaje que acentuaba sus facciones con sencillez, aunque hubiera tenido que pasar previamente por varias sesiones de cirugía correctiva hasta lograr esa perfección; no menos importante e impactante era un vestuario sobrio pero elegante que le otorgaba la clase y jerarquía que imponía su apellido y su linaje. La heredera de unas de las fortunas más importantes de España y CEO de una de las principales empresas de embalajes que proveía a innumerables industrias ibéricas, se sabía atractiva y era todo lo pija que se suponía podía ser. Macarena la observaba desde su rincón, una copa de whisky en la mano. Esa tarde había estado en SG Packaging para firmar un nuevo contrato en nombre de su pequeña empresa de diseño gráfico Fernández y Ríos S.L. Para su sorpresa, la mismísima CEO había dejado dicho en la sección Proveedores que subiera al onceavo piso a su despacho personal. Su Pyme había diseñado logos y etiquetas de algunos productos, como tantas otras empresas con las que SG trabajaba, le llamaba la atención que la citara. En el despacho de la Sánchez Gijalba la había recibido su secretaria. – Señora Fernández, va a tener que disculpar a la señora Sánchez Gijalba, la llamaron urgente del Polígono Camino de Cobeña en Ajalvir, por un problema serio en una de nuestras fábricas. Me ha dejado esta nota para usted. – le entregaba un sobre. “Estimada Macarena, quisiera conversar con usted algunos temas de mutuo interés, me debo retirar a una reunión urgente. La espero esta noche a las 22 horas en la recepción que daremos para anunciar un importante acuerdo comercial con el gobierno de Turquía que nos abre la oportunidad a muchísimos negocios en ese país de los cuales su empresa se puede beneficiar” Terminaba con la dirección de la recepción y una tarjeta firmada por la empresaria para que pudiera ingresar. Había analizado con Ana, su amiga y socia, qué significaba, por qué la citaba a ella habiendo tantas empresas de envergadura que podrían cumplir mejor con los contratos que se abrirían a partir de un acuerdo de tamañas proporciones. – ¿Ya la conocías? – No recuerdo haberla visto personalmente. No frecuento los lugares que ella, no sé de dónde me podría conocer ella a mí. Es muy extraño. – ¿Sabes lo que se rumorea por ahí? – No leo mucho las revistas del corazón, Ana. – sonreía, sabía que su amiga las devoraba, siempre estaba enterada de lo último de lo último. – Que ha tenido un romance con una actriz, aunque no dieron el nombre de la chica. – ¿La Sánchez Gijalba? – extrañada. Ana asentía. – Y antes con una periodista. – Pero si está casada con un ...

– El casamiento con ese corredor de autos, pura fachada. Ella por su lado, él por el suyo. – Me suena a cuento Ana. Además, si fuera lesbiana, ¿cuál sería el problema? Las cosas han cambiado bastante. – Eso en nuestro ambiente, en el de ella, habría que verlo. Y su familia es bien chupacirios Maca. Un camarero le ofrecía una bandeja con canapés y mientras miraba cuál coger, la tal Begoña se acercaba adónde ella estaba. – Yo que tú cojo el de cangrejo, no me fío de ese paté de foi. Levantó la vista y le sonrió, era ciertamente una atractiva mujer. – Gracias. – le hacía caso y tomaba el de cangrejo, observaba que su anfitriona cogía otro y no se retiraba. – Me alegra que hayas podido venir, quería presentarte a unos empresarios turcos con los que vamos a trabajar en Estambul, luego tú verás de hacerles llegar el material necesario para que conozcan tus servicios. – Te agradezco la oportunidad para nuestra pequeña empresa. – Ya hablaremos de agradecimientos y demás. – la cogía del brazo sin quitar sus ojos de los de Maca y delicadamente le indicaba hacia dónde ir. Mientras caminaban hacia un grupo de hombres que hablaban entre sí, le iba comentando quién era quién, sin soltar su brazo. A esa altura de la situación Maca tenía claro el objetivo de esta mujer para con ella, como se lo había advertido Ana esa misma tarde. – Después que saliste en esa entrevista a emprendedoras diciendo que eras lesbiana, tuviste varias invitaciones inesperadas, ¿no? Maca asentía con un leve movimiento de su cabeza. – Creo que por ahí vienen los tiros Maca. No niego que es una oportunidad inmejorable de expandir la empresa y obtener contratos nuevos, en estos momentos no nos vendría mal. Pero creo que tienes que pensar que eso puede llegar a tener un costo. ¿Estás dispuesta a pagarlo? ¿Le vas a contar esto a tu mujer?

C2 Dieciocho meses atrás»»»» [E] Hospital 12 de Octubre. Urgencias. La ambulancia del SAMUR llegaba con la prisa de siempre y algo más. No era sólo una mujer golpeada por un “macho cabrío” maltratador, había un embarazo casi a término, con vida en peligro del feto y de la madre por los golpes recibidos. – ¿Qué tenemos? – preguntaba el médico a cargo de la recepción en la guardia. – Mujer de treinta y dos años, recibió golpiza con un embarazo de treinta y cuatro semanas de gestación, latido fetal parámetro normal pero hay pérdida de líquido amniótico y en la ambulancia han comenzado contracciones cada 5 minutos, sin dilatación. – ¡La pucha! ¡Quién es el bruto que hizo esto? – el médico no podía ocultar su indignación mientras trataba de escuchar los latidos de la parturienta auscultando su pecho. – ¡Un hijo de puta conchudo de mierda! – contestaba una voz de mujer a sus espaldas, que no sonaba a española y tampoco era un taco “normal” de los españoles; el médico, un tal Héctor, no pudo menos que girarse a mirar a una que sonaba como una “compatriota”. No le prestó más atención porque la urgencia del caso ameritaba atenderla enseguida, la mujer en la camilla estaba con los ojos cerrados. – ¿Está inconsciente? – le preguntaba el tal Héctor al médico del SAMUR. – No. – Señora, ¿me escucha? – Sí doctor. – contestaba la mujer sin abrir los ojos – No le haga caso a Isa, siempre exagera todo. – rumiaba. – ¡Exagero un carajo, boluda! ¡Te fajó y casi te lo mata al pibe! ¡¡¿Qué mierda necesitás para darte cuenta que es un maltratador que hay que mandar en cana?!! “Confirmado”, dijo para sí Héctor. “Porteña, ¡y de ley!” sonriendo para sus adentros. Isabel, la porteña – argentina – que acompañaba a Esther García, no pudo entrar al paritorio. Se tuvo que contentar con comerse los codos y dar vueltas y más vueltas afuera por más de dos horas. Hasta que apareció el “churro” – guapo – médico de la guardia a avisarle que habían tenido que hacerle cesárea y que había nacido un niño, de 3,250 kilos, rozagante y sin problemas y que la madre estaba bien. Aunque tanto el niño – en incubadora por precaución porque faltaban semanas de gestación – como la madre – por los golpes recibidos y el parto en sí mismo – quedarían en observación varios días. Esther estaba agotada y dolorida. No por la cesárea sino por los golpes. Le dolían en el cuerpo y más que nada en el alma. Nunca hubiera esperado que Sebastián Alerce, su pareja, llegara a ser un maltratador. Había sido su novio del Instituto y luego se habían separado, cada cual por su lado, para reencontrarse de casualidad cuando Esther había entrado a trabajar como administrativa en la empresa familiar de los Alerce. Habían reiniciado su relación sentimental entonces. Había tenido algunos gestos autoritarios, pero no habían pasado de palabras fuertes. Isabel, su amiga del barrio y luego compañera de trabajo en la empresa, la venía alertando de que el tipo la menospreciaba ante otra gente, la desvalorizaba siempre y eso era maltrato psicológico. No le había dado mucha importancia a la opinión de Isabel, pero desde que se habían ido a vivir juntos un año antes, las cosas habían ido escalando a mayores, llegando a esta segunda vez que la golpeaba, la primera había sido poco antes de que se confirmara que estaba embarazada. En ese momento Isa le había pedido que hiciera la denuncia, de nuevo no le había hecho caso. Entreabrió los ojos cuando notó su caricia.

– Pregunté si se podía y me dijeron que sí. Te traje unos Danone de esos que a vos te gustan. – se los mostraba. – ¡Isaaaa! – esa amiga era la ternura y el cariño personificados. – Pasé a ver al enano en la incubadora, ¡no sabés qué pibe más churro pariste gayega! Ese va a bajar calzones o braguetas a diestra y siniestra. – Jaja... aysss.... – Ah, no te podés reír por los puntos en la panza. Con cuidado te voy a subir la cama para que te quedés sentada y te comás el postrecito. – comenzaba a accionar la palanca para subir el respaldo. – Isa, ¿qué haría yo sin tí? – No digas boludeces que no es la hora de los boleros. ¿Estás cómoda? – Esther asentía mientras terminaba de ubicarse – Tenés que comerte esto y ponerte fuerte así vamos al nido ése y lo ves al enano NN en la incubadora. – ¿NN? – Sin nombre, todavía no le pusiste nombre. – abría el pote del postre y sacaba una cucharada que le daba a Esther en la boca. – ¡Uy, verdad! – tragaba y sonreía. – Aunque yo tengo uno que es la pera de España y el dulce de leche de Argentina. – A ver, ¿qué nombre? – comía una nueva cucharada que le daba su amiga. – Joan Manuel, como el Nano Serrat y me meo toda cada vez que lo tenga en brazos. – suspiraba. – Jaja... aysss Sí, sería Joan Manuel, porque Isa lo había elegido y porque le gustaba ese nombre. – Hablé con doña Encarna, casi le agarra un patatús cuando le contaba. – ¿Le dijiste de los golpes? – tragaba asustada. – No, che, soy boluda pero no pa tanto. Cuando le dije que había nacido el nieto más churro de todo el universo, tu vieja no se lo esperaba ahora. La convencí de que viniera mañana, voy a maquillarte bien, no se te va a notar el morado en el ojo. – Gracias, Isa. – emocionada, caían unas lágrimas por su mejilla mientras seguía comiendo las cucharadas de postre que le daba su amiga. – Gracias las pelotas Esther. ¿Qué vas a hacer con el conchudo de mierda? – Apenas salga de aquí, voy a presentar la denuncia... No la dejaba terminar. – Podés hacerlo aquí, ya le pregunté al médico que te atendió. – ¿Al de los ojos celestes? – Dulce de leche, chiche bombón de ojos color cielo y … ¡porteño!, justo pa mí. – ¡Noooo! – Sip, cafecito dentro de un rato en la cafetería del 12 de Octubre y en un mes, violín en bolsa, jejeje.

C3 Dieciocho meses atrás»»»» [M] 4 a.m. Se asomó a la habitación y entre las sombras notó que Claudia dormía plácidamente, no se había quedado despierta a esperar su llegada como en otras épocas. No recordaba cuándo había sido la última recepción o fiesta “por negocios” a la que había concurrido, con la crisis económica en España su negocio había caído como tantos otros, no habían celebraciones ni presentaciones a las que ir, habían tenido que despedir varios empleados y tanto Ana como ella se habían convertido en recepcionistas, administrativas, contables, diseñadoras, lo que fuera necesario cuando se requiriera. “Tiempo de vacas flacas” decía Ana, “hay que arremangarse Maca, a ver si salimos de esta o tenemos que cerrar y engrosar la cola del paro”. Se metió en el baño y se quedó un rato mirándose al espejo. Todavía tenía el cabello húmedo de la ducha rápida que se había pegado en la mansión de Begoña. – Y no te sientes culpable. – dijo en voz baja a la imagen en el espejo – Para nada. Era la primera vez que le metía los cuernos a su mujer. ¿Claudia se los habría metido alguna vez? No lo creía, no le iba algo así. Aunque nunca se hubiera imaginado que a ella misma se le diera hacer algo así a su pareja. – Yo que pensaba que luego te sentías miserable. – le decía a “la otra” frente a ella. Después de la primera presentación de empresarios turcos podría haberse retirado tranquilamente de la recepción. Tenía sus tarjetas, forma de contactarse, ¿por qué se había quedado? Quizás por las miradas que cada tanto Begoña Sánchez Gijalba le echaba desde cualquier parte del salón donde estuviera; se cruzaron varias veces y varias veces se sonrieron una a la otra. Quizás porque sentía que la mujer la estaba desafiando, “ahí tienes la puerta, vete si quieres” parecía decirle mientras clavaba sus pupilas en las de Maca. Quizás porque la hacía sentir deseada y hacía tiempo no sentía eso de parte de su mujer. Quizás por ese roce de mano que inadvertidamente la anfitriona le dio cuando pasó a su lado. Quizás porque era una tía muy guapa y le gustaba, sí, le gustaba y ese roce había tensado todas las partes del cuerpo que se tensan cuando tienes deseo de sexo con alguien. Quizás porque hacía mucho tiempo que no sentía ese deseo, ¿cuánto tiempo?, había perdido la cuenta. ¿Por qué no se había retirado tampoco cuando el salón comenzaba a vaciarse? Las tres copas que había bebido sin duda habían desinhibido todos sus sentidos. Sentía que se estaba poniendo un poco cachonda cada vez que cruzaba miradas con la anfitriona. Hacia las doce de la noche fue a servirse una nueva copa de whisky en la barra del bar y sintió su mano en la espalda mientras el barman llenaba la copa. – Vamos a tomarla en otro lado. – se dio vuelta y se encontró con su mismo deseo en los ojos de esa mujer. – ¿Y los invitados? – Mi secretaria y el vicepresidente de la empresa se ocupan. – Vale. – hizo un ademán con su mano señalando hacia adelante esperando que la mujer le indicara el camino. – Tienes clase, me gusta. – sonriente, Begoña Sánchez Gijalba se adelantaba mientras murmuraba estas palabras. Una de las puertas del salón daba a un vestíbulo con varias puertas. Fue hacia una que era de una especie de pequeño apartamento con recibidor, kitchenette, baño y un dormitorio.

– ¿Whisky o champaña? – iba hacia una especie de barra desayunadora y pasaba hacia el otro lado, donde estaba la nevera y la cocina. – Whisky, es lo que he estado tomando toda la noche. – Vale. – ponía dos vasos sobre la barra y destapaba la botella del Macallan – ¿Hielo? – No, gracias. – se sentaba en uno de los taburetes frente a la barra. – ¿Has quedado en contacto con los empresarios? – le daba su copa y la miraba sonriente. – Sí. – cogía la copa y no le rehuía a la mirada. – Luego... en otro momento … te voy a dar algunos consejos sobre cómo negociar con esta gente. – Gracias. – Por ti. – levantaba la copa sin despegar un segundo los ojos de Maca. – Por ti. – Maca la imitaba, chocaban las copas. Sin duda la desinhibición se había apoderado de Macarena Fernández quién parecía recordar sus mejores virtudes de conquistadora de otras épocas, las mismas virtudes que habían hecho caer a más de una niña y que habían seducido y enamorado a Claudia. Bajó la copa, la dejó sobre el mostrador y rápidamente pasó hacia el otro lado del desayunador. No le había dado tiempo a Begoña Sánchez Gijalba para que fuera ella la que tomara la iniciativa y a la mujer que le gustó que fuera su “invitada” la que se lanzara. Maca se puso detrás de ella y con su mano derecha la tomó de la cintura mientras su mano izquierda corría el cabello del cuello de la anfitriona y sus labios dejaban un húmedo reguero de besos cortos que hicieron lanzar un gemido a la mujer. El brazo izquierdo se cruzó por el otro lado y con las dos manos sobre el abdomen de la mujer la apoyó contra su cuerpo con firmeza mientras seguía besando su cuello y la otra seguía gimiendo su satisfacción. A partir de ahí, liberadas las compuertas del deseo, siguió con el ritual de caricias y besos hasta darla vuelta y ponerla frente a ella y abrir su boca con sus labios y devorarse sus morros con delicadeza pero a la vez enérgicamente. Lo que siguió fue lo de siempre. Desnudarla de a poco, acariciarla siempre, besarla una y otra vez hasta caer en la cama de la habitación y hacerle el amor hasta vaciar su cuerpo del enorme deseo que la llenaba. Begoña Sánchez Gijalba era una diosa sin duda, mucho había invertido esta CEO en mantener un cuerpo en esas condiciones y ahora Macarena Fernández lo disfrutaba sin cortapisa. Nublada su mente por los vahos del whisky y liberada de cualquier atadura moral, gimió su desahogo pasional con el orgasmo que subía por su cuerpo. – Me encantas. – repetía entre gemidos y caricias Begoña Sánchez Gijalba. Antes de quedarse dormida le indicó que si quería irse antes del amanecer su chofer estaba esperando en el garage para llevarla, que luego se contactaría con ella para conversar. – ¿Ahora qué Maca? – le decía a su otro yo reflejado en el espejo – ¿Ahora qué?

C4 Dieciocho meses atrás»»»» [E] Difícil engañar a doña Encarna. Enseguida notó el maquillaje y sumó uno más uno. Dejó que su hija y su amiga desplegaran su mentira del adelanto del parto y antes de ir a ver al “churro Joan Manuel” se los dijo. – No nací ayer, por si no os habéis enterado. ¿Te golpeó e hizo adelantar el parto? – de brazos cruzados y en pose de sargento – Aunque te maquilles, alcanzo a percibir el morado. Esther muda y blanca de semblante, a pesar del maquillaje. Isa, con los ojos abiertos como dos lunas llenas. – Vale, es lo que pensaba. Siempre me pareció un cabrón ese Sebastián. – al no responderle ninguna de las dos – ¿Lo has denunciado? ¿Has pedido la orden de alejamiento? – Sí mamá. – respondía Esther tímidamente mirándola a los ojos. – Bien. Te mudas a mi casa. Y ese tío no se acerca a ti o al niño o a Isabel como que me llamo Encarna. Vamos Isa. – se dirigía hacia la puerta de la habitación dando por terminada la charla. – Sí, sí. Esther, yo de grande quiero ser como ella. – decía por lo bajo a Esther y salía detrás de doña Encarna. La abogada del servicio jurídico de atención a las víctimas de violencia de género fue al hospital avisada por la policía. La joven letrada la asesoró sobre qué hacer de ahí en más; presentaría la denuncia correspondiente en el juzgado, al que luego tendría que concurrir Esther cuando tuviera el alta médica. Al tercer día de estadía en el hospital, tres de los primos de Esther acompañaron a Isabel a la casa del tal Sebastián y mudaron las cosas de ésta, acompañados por un notario que dejó constancia de lo que se llevaban y de lo que quedaba en la casa, sugerencia de la abogada para cubrir posibles denuncias de hurto del maltratador. “El cabrón” – al decir de doña Encarna – no se apareció por el hospital, alertado por su familia de que lo buscaba la policía y de la orden que habían dejado en el domicilio de sus padres. Tenía que pasar a declarar ante el juzgado que intervenía, cosa que probablemente haría cuando el abogado pijo que habría contratado su familia le dijera que lo hiciera. Esther inscribiría al pequeño Joan Manuel como García, hijo suyo sin declarar quién era el padre. “Que se presente él exigiendo sus derechos, así va a tener que dar la cara y poner el dinero de la manutención” decía enérgica doña Encarna el día que finalmente dejaban el Hospital 12 de Octubre, una semana después del nacimiento del pequeño. Esther se sentía protegida y cuidada por su madre y por toda su familia; primos y tíos se habían turnado para quedarse noche y día en la puerta de su habitación en el hospital, por si aparecía “el cabrón”; tías y primas se habían aparecido con regalos para el “churri” además de dinero – más dinero del que necesitaba – que iban depositando en una cuenta que habían abierto a nombre de Esther. Con las hormonas alteradas por el parto reciente y ahora amamantando a su bebé, se angustiaba y lloraba más de la cuenta y ahí la tenía a Isa para llenarla de cariño y abrazos y contenerla. Pero sabía que tendría que enfrentarse, tarde o temprano, con “el cabrón” y especialmente con su adinerada familia. Un primer aviso de lo que vendría lo tuvo cuando Isabel fue despedida de su empleo en la empresa de los Alerce; no le había dicho nada a Esther, pero su semblante cuando leía un sms la había denunciado. Esther sabía que algo pasaba y en un descuido de su amiga, cogió su

móvil y lo revisó. – ¿Cuándo me lo ibas a decir? – la recibió con cara de culo, mostrándole el móvil, cuando la otra regresaba de la cafetería del hospital, adonde había ido a charlar con el médico ése, Héctor. – ¡La pucha! ¡Yo buscándolo por todos lados y me lo había dejado acá! – intentaba pensar rápido en alguna excusa. – Como tú dices, no es la hora de los boleros. ¡Te han despedido! ¡Por mí! – ¡Vos, tranqui eh! – se acercaba y trataba de abrazarla, la otra con gruesos lagrimones cayendo por su rostro – A ver si se te corta la leche y el Juanma se nos muere cagado de hambre. – No seas tonta. – Isa siempre lograba arrancarle una sonrisa con sus ocurrencias – Isa, ¿qué vas a hacer? – aceptaba su abrazo y escondía su rostro en el hombro de su amiga. – Buscar otro laburo, mientras tanto cobraré el paro y te ayudaré con el Juanma y me mearé hasta el hartazgo de tener al Nano entre mis brazos. – la abrazaba y la apretaba fuerte. – Es un tipo jodido don Manuel Alerce. – lloriqueaba. – Siempre lo supimos Esther, si el hijo salió así por algo es. Los Alerce son bastante mierda, como patrones, como suegros y como personas. El segundo aviso lo descubriría pronto, al inicio del mes siguiente, cuando en su cuenta bancaria no depositaron su salario y fue necesario que la abogada que llevaba el caso de su agresión hiciera una presentación en el juzgado. Recién ahí apareció el dinero, casi a mitad de mes. – Esther, lo más probable es que esta gente siga haciendo esto cada vez que tengan que pagarte; el mes que viene tendremos que hacer una nueva presentación. Y no descartaría que te despidan apenas acabe tu baja por maternidad. – la alertaba Carmen, la letrada. El primer mes de Juan Manuel García fue pasando entre cambio de pañales, aprendiendo a amamantarlo, aprendiendo a escuchar sus lloros y a tratar de identificar qué significaba cada uno, disfrutando de un niño tranquilo y como decía Isabel, “un churro más guapo que el Darín”. Con el auxilio de Isa – en el paro, sin ganas de buscar trabajo por un tiempo y mudada a la casa de Encarna también para ahorrarse el alquiler – y su madre, se le iba haciendo fácil eso de ser “mamá primeriza”. Y cuando le venían esas ganas enormes de llorar, la angustia por su fracaso sentimental, ahí las tenía a esas dos para auparla. Fue para el tercer mes de vida de JuanMa que llegó la munición gruesa de la familia Alerce.

C5 Doce meses atrás»»»» [M] Ese “¿Ahora qué Maca?” se fue contestando solo, por la fuerza de la rutina o mejor dicho, por la combinación de la rutina de siempre con Claudia y la pasión arrebatadora que despertaba esa “novedad” llamada Begoña Sánchez Gijalba. Claudia era enfermera en la guardia de emergencias del Hospital La Paz. Dos veces por semana cumplía un turno de 24 horas. Eran dos días enteros que Macarena Fernández disponía de total libertad personal. Esos fueron los momentos que “ocupó” la tal Begoña, con encuentros en este o aquel de los varios pisos que la empresaria poseía en Madrid y más de una vez con viajes en su jet privado a algún resort en la costa mediterránea. Maca alucinaba por la facilidad con que mentía descaradamente a su mujer sobre sus actividades. Ana, que estaba al tanto de sus fechorías, estaba preocupada. – ¿Te has pillado por esta tía? – ¡Para nada! – respondía con seguridad – Es algo distinto, es … un desfogue, ¡eso! – mientras miraba el resumen que les había enviado el banco mostrando el nuevo estatus de “pyme en ascenso” a partir de los negocios con los clientes turcos. – Para un desfogue, llevas demasiado tiempo saliendo con ella Maca, más de cuatro meses. – Por ahora lo necesito, Ana. El único tema de conversación con Claudia es si la temperatura basal ha subido o ha bajado, si se chutó tal hormona o si le van a hacer una nueva ecografía intrauterina para ver el estado de su mioma. Ni qué hablar de sexo desde hace meses, gracias si se acuerda de darme un beso. – bufaba mientras guardaba el resumen en su correspondiente archivador. – La decisión de tener un hijo fue de las dos, no sólo de Claudia. – le recordaba algo mosqueada su amiga. – Vale. Yo soy estéril, quedamos en que ella lo intentaba. Pero llevamos más de dos años y a pesar de las cirugías y los tratamientos, no queda preñada. Hora de desistir, no podemos seguir obsesionadas, existe la adopción. – su tono denotaba angustia y desencanto, los ojos inyectados de lágrimas. – Vale, pero lo hablas con ella, no te buscas un desahogo por ahí. – Ana moderaba su tono de crítica notando el estado emocional de su amiga. – ¿No crees que se lo he sugerido? – respondía irónica. – No, Maca, me refiero a que hables lo que esa obsesión le está causando a tu pareja, o por lo menos a ti. No es justo para con Claudia que lo resuelvas de esta manera, a sus espaldas. No se lo merece. Maca la miraba muy seria, sin decir palabra. – Claudia es una tía legal, como lo eras tú hasta hace poco. – Maca meneaba su cabeza harta de tanta moralina – No te olvides que yo tengo algo de experiencia en estas cosas, ¿necesito recordarte lo que le hice a Pepe? – Ana había tenido un affaire sentimental con un amigo y cuando su pareja de entonces se enteró, la dejó y estuvo llorando por los rincones durante largo tiempo, desde entonces no había tenido relación que durara más de algunas salidas – Si Claudia se llega a enterar, conociéndola, va a hacer lo mismo que Pepe, te va a dejar Maca. Si la quieres, si te importa tu relación con ella, corta esto ya mismo antes que sea demasiado tarde. “Ni puto caso” se decía para sí misma. Continuó como si nada. Hasta que el test de embarazo de todos los meses dio ¡al fin! positivo y su mundo se puso patas para arriba. Patas para arriba porque Claudia era una campanilla feliz que le sonreía como hacía mucho no lo

hacía y le contagiaba esa inmensa alegría. Patas para arriba porque se comenzó a ilusionar con ese bebé que ambas habían querido para formar una familia, habían pensado no en uno sino en dos o tres hijos, tales eran sus planes años atrás. Patas para arriba porque “la pasión arrebatadora” fue desapareciendo como por arte de magia y no tenía deseos de encontrarse con la Sánchez Gijalba y cada vez que estaba libre de trabajo se lo pasaba cerca de su mujer, preguntándole cómo se sentía, yendo al hospital a ver si estaba bien o si necesitaba algo. Como el ave Fénix había resurgido la vieja ilusión de dos años antes cuando hicieron la primera consulta, en este caso para ella, a ver si podían hacerse una inseminación artificial para quedar embarazadas. Después de muchísimos meses de “abstinencia total” Maca volvió a hacer el amor con Claudia, quitado el chaleco de fuerza de la obsesión y la desilusión que constreñía la pasión y el amor. – ¿Has hablado con Begoña? – Ana notaba su cara de preocupación. – Hasta ahora la he evitado, he puesto excusas. – No creo que puedas hacerlo por mucho tiempo. – Ajá. – asentía – Mi temor es que reaccione mal y perdamos los negocios Ana. – Si es así, que así sea. Maca, no vas a seguir acostándote con ella para que la empresa siga creciendo, ¡por favor! – meneaba los brazos exageradamente. – Es una tía algo vengativa. Ana enarcaba las cejas. – La he visto, la he escuchado con otra gente. – ¡Joder! ¡Con quién te has estado acostando! – Ana, ¡por favor! ¿Qué tiene que ver? No era una relación, era... – Ya, sexo kármico, ¡qué va! – Vale, no voy a discutirlo. Lo hice, ya está, ahora tengo que ir a decirle que no va más. El próximo turno de guardia de Claudia fue el día señalado. Se fue a encontrar con ella en uno de sus pisos, en este caso, en la Gran Vía. Después del saludo tradicional la tal Begoña enseguida notó que no había la “calidez” de otros encuentros. – ¿Te pasa algo? – mientras servía una copa del whisky que sabía le gustaba a su amante. – Sí. Verás, algo ha sucedido. No le mencionó el embarazo de su mujer. Sólo que se había dado cuenta que no podía seguir engañándola, que la quería demasiado y que creía conveniente cortar estos encuentros con ella. La otra la escuchaba muy seria pero calmada, bebiendo su copa como si nada. Cuando terminó su discurso, esperaba su reacción. – Vale. Tú misma. – le señalaba la puerta de salida, sin gesto alguno en su rostro. Maca estaba un poco tocada por esa reacción, no la esperaba, no sabía cómo actuar de ahí en más. Se levantó para ir a saludarla y la otra le dijo que no lo hiciera con un movimiento leve de su cabeza y le volvió a señalar la puerta. Maca tomó su abrigo y su bolso y se retiró sin mirar atrás. No alcanzó a escuchar lo que la mujer decía entre dientes. “A mí nadie me deja sin pagarlo muy caro” y se bebía de un saque su vaso de whisky.

C6 Quince meses atrás»»»» [E] Fue para el tercer mes de vida de JuanMa que llegó la munición gruesa de la familia Alerce. Un lunes le llegó el aviso del despido, que no por esperado no dejaba de ser preocupante. – Bueh, otra más en el paro. No te preocupes che, estoy aprendiendo a hacer molotovs, uno de estos días paso por Alerce SL y les muestro qué tal me salen. – bromeaba Isa con el JuanMa en brazos, meciéndose como experta “madraza”. La indemnización que le ofrecían era sustancialmente mayor a lo que le correspondía por lo que Carmen le sugirió aceptarla, caso contrario irían a un juicio y tardaría en cobrarla, descartado estaba que la volvieran a reingresar en su puesto y a esa altura de la situación Esther no tenía muchas ganas de volver a trabajar con los Alerce. Al día siguiente, martes, otro aviso. En este caso de una compañía de cobros, intimando el pago de cinco cuotas de la hipoteca de la casa de la madre de Esther, caso contrario se procedería al desahucio. Doña Encarna no cabía en su asombro, tenía todos los papeles en regla, había abonado todas las cuotas. Esther miraba los comprobantes y parecían en orden. Llamó al banco y ahí le avisaron que la hipoteca en cuestión había sido comprada por un fondo de inversión. “Debe haber recibido la notificación del cambio de titularidad, tiene que hablar con ellos, nosotros no tenemos nada que ver ahora” le decía la empleada por teléfono, pero entre los papeles no había notificación alguna. Llamó entonces a su abogada Carmen para preguntarle qué podía hacer. – En el estudio donde trabajo hay letrados que se ocupan de esos temas, déjame ver, ¿vale? Mientras tanto, envíame fotocopia de los pagos y de la intimación que habéis recibido. Ni qué decir que doña Encarna estaba al borde de un ataque de nervios. Esther más que preocupada e Isabel con una idea fija. – Esto es rarísimo. Jmmm. Me juego que los hache de pe de los Alerce tienen algo que ver. Hay que meterles una molotov, si no, no paran, son unos conchudos de mierda. – Isa lo decía mientras acunaba al JuanMa, le besaba la cabecita y comenzaba a cantarle una canción del Nano Serrat; doña Encarna y Esther se miraban, les parecía increíble que una persona que fuera tan guerrera y radical en sus opiniones fuera capaz de tanta ternura y cariño con JuanMa y con ellas mismas. Con la preocupación instalada mientras Carmen averiguaba, el terreno estaba “abonado” para la aparición al quinto día del “mensajero” de los Alerce. El abogado de Sebastián Alerce pidió una entrevista con Esther García vía telefónica. Lo recibieron no sólo Esther, sino Isabel y doña Encarna, acompañadas por la abogada Carmen Pérez Cuesta, que hacía mucho más que lo que su “guardia de género” indicaba, de hecho, se había convertido en la abogada personal de Esther para todos sus asuntos y en “una amiga de fierro” al decir de Isa. El abogado fue invitado a pasar a la amplia sala y sentarse a la larga mesa; miraba a las cuatro mujeres frente a él – una de ellas, Isa, con el bebé en brazos – y carraspeaba incómodo unos segundos, hasta que se decidía a largar su cometido mientras sacaba una carpeta de su portafolios. – Suponía que esta cita iba a ser con la señora Esther García. – Lo que quiera hablar conmigo, lo habla delante de ellas, son de mi confianza y en el caso de

Carmen, es mi abogada. – señalando a la letrada. – Vale. – levantaba la vista y notaba la mirada de la joven letrada fija en él – Mi cliente, el señor Sebastián Alerce me ha encargado le haga llegar la siguiente propuesta con referencia al litigio que mantiene con la señora García. – Ningún litigo, señor letrado. – la abogada Carmen – Su cliente está imputado por lesiones agravadas a la señora García y a su hijo Joan Manuel García. – Señora letrada, no estamos en el juzgado, creo que se entiende de lo que hablo. – No estamos en el juzgado, pero hablemos claro señor letrado. Aquí no hay ningún litigio, hay un imputado por una acción criminal, su cliente. – ¡Grande Carmen! – decía en voz baja Isa mientras seguía meciéndose en la silla con el dormido JuanMa. – Bien. Abreviemos esto. – resoplaba incómodo – Esta es la escritura de la hipoteca de esta casa, si se retira la denuncia, la firma propietaria de la hipoteca la dará por cancelada y la señora Encarna Uriburu no deberá nada, se firmará una escritura de cancelación de la hipoteca y será propietaria legal de la finca. Las tres mujeres abrían los ojos asombradas, la única que no se mosqueaba era Isa porque parecía haber anticipado la que se venía. – Bueno don letrado chupasangre, mañana le contestamos. Ahora, vuelva a su cueva de vampiros y déjenos charlar sobre lo que vamos a hacer con todo esto y de paso le damos de morfar a este churro divino. – estampaba un besazo en la mejilla del bebé, que ni se daba por enterado, seguía durmiendo tranquilamente en sus brazos – Ah, tenga cuidado a la salida, este barrio es peligroso, muchos en el paro y dicen por ahí que les meten molotovs a los cochazos como el suyo, pa vengarse de los ricachones, ¿vió?

7. Doce meses atrás»»»» [M] “A mí nadie me deja sin pagarlo muy caro” había rumiado Begoña Sánchez Gijalba. Pero la venganza no vendría por el lado de los negocios, como había temido Maca. Las semanas siguientes se olvidó por completo de Begoña Sánchez Gijalba. Estuvo al lado de Claudia en las siguientes revisiones médicas, cuidaba de su dieta, de que durmiera tranquila y bien, de todo lo que tenía que ver con su mujer y su futuro hijo. A veces charlaban qué sería, si un niño o un niña. – ¿Tú qué prefieres? – le preguntaba Claudia, tiradas las dos en la cama, Maca acariciando su tripa que apenas mostraba su embarazo. – Jmmm.... Sabes que no tengo preferencia. – Vale. Yo tampoco, peeeeeero... – la miraba sonriente, mientras tomaba su mano sobre su tripa. – Niño, son más fáciles de criar, son los putos amos del mundo. – ¡Maacaaaa! – escandalizada. – Bueno, no lo vamos a criar como puto amo del mundo, pero no lo niegues, en este mundo es más fácil criar un varón que una niña. Venga, ¡qué vamos a hacer con tanto rosa y Barbie dando vuelta! ¡Yo no quiero eso! – Jajaja. – reía divertida Claudia, sabía de los temores de su mujer sobre cómo criar una niña en un mundo patriarcal y donde las mujeres eran “rosas” al servicio del disfrute de los “celestes”. Esas charlas terminaban siempre amándose y retozando en la cama, casi sin darse cuenta había vuelto esa vieja pasión que las había atado de pies y manos años antes, cuando se habían conocido y comenzado a salir. Sin ellas saberlo, un viejo axioma popular “el que las hace, las paga” sobrevolaba sus vidas en la forma de venganza personal de un personaje con mucho poder. Dos meses y medio de embarazo de Claudia, esa tarde Maca llegaba a casa cansada de una larga jornada de diseño de propuestas de logos para un cliente de Estambul, más entrevistas a varios posibles empleados a contratar para el trabajo de diagramación en la empresa. Claudia la esperaba sentada en el salón, sobre la mesa había varias fotografías. – Hola. ¡Qué raro tú aquí! Te hacía en tu clase de pilates. ¿No vas a seguir yendo a pilates? – He recibido un sobre con esto. – señalaba las fotos sobre la mesa. – ¿Fotos? – se acercaba después de colgar su chaqueta en el perchero al costado de la entrada del piso, dejaba su bolso sobre una de las sillas. – Nunca me hubiera esperado esto de ti. – lo decía con voz entrecortada por el llanto que comenzaba a aflorar. – Cariño, ¿qué... qué... ? – un agudo aguijón se clavaba en el esternón de Maca mientras se acercaba. – Cariño, nada Maca. Has estado saliendo con esta mujer mucho tiempo. – señalaba las fotos. – Claudia, no … no era nada para mí. Fue en un momento que … Yo te quieroooo... – se dejaba caer sobre la silla más cercana a su mujer, estirando una mano para intentar coger la de ella, no podía decir una frase entera, la angustia le atenazaba las cuerdas vocales. – ¡No te atrevas a tocarme! – lanzaba un chillido casi histérica Claudia – Yo buscando nuestro hijo y tú metiéndome los cuernos, mintiéndome descaradamente. – lloraba ahora desconsoladamente, sus mejillas bañadas por las lágrimas. – Claudia, por favor, fue un error, perdóname, no quise... – Maca intentaba vanamente acercarse a ella, disculparse. – Me voy a casa de mi hermana, mandaré a buscar mis cosas. – se ponía de pie, llorando, hipando.

– Claudia, ¡por favor! – intentaba cogerla de la mano. – No lo intentes, no quiero que me toques ni que me busques, ¡me das ascooo! – le gritaba llorando e hipando desconsolada. Esa palabra, “asco”, sonó estruendosamente en sus neuronas. Sus ojos captaron en ese momento las imágenes de las fotos. No eran fotos de ella con la tal Begoña en un bar o encontrándose, eran escenas de sexo explícito, casi de una película porno. Las cogió y miró una por una, eran más de una docena, de distintos encuentros. Ella misma sentía ese “asco” de Claudia. – ¡¡Coñooo!! Esa “facilidad” de mentir descaradamente, eso que había resultado tan sencillo y que no había costado “nada”, ahora le provocaba el mismo “asco” que le daba a su mujer, a esa que era la madre de su futuro hijo o hija, a esa que seguía queriendo muchísimo, a esa a la que había engañado sin miramientos. La vio acercarse cargando un bolso, el rostro demudado de angustia y lloro. – Claudia, por favor, déjame explicarte. – se puso de pie y fue a su lado. – No quiero escucharte, no me toques. – levantó la mano en actitud defensiva, sin detenerse. – Dame una oportunidad, por favooor. – rogó inútilmente, viéndola abrir la puerta y salir.

C8 Quince meses atrás»»»» [E] Era una oportunidad única, sin duda. Cancelar la hipoteca de la cual faltaba pagar poco menos de la mitad era una gran oferta. Doña Encarna negaba enfáticamente con la cabeza, Esther la miraba a Carmen sin saber qué decir y como era de esperarse, la que siempre tenía algo que decir lo dijo. – Bueno, vamos a poner al JuanMa en su cuna, ya no lo necesitamos para impresionar al hache de pe, nos traemos unas tapas pa amenizar la charla y unos vinos para pensar con claridad. – se paraba y se iba con el crío. – Esta Isabel supera todo lo que he visto en locuras personales adorables. – decía sonriente la letrada mirándola irse. – ¡Tiene cada ocurrencia! – comentaba Esther meneando la cabeza. – Voy a preparar unas tapas, pero que lo sepas Esther, ¡ni se te ocurra quitar la denuncia contra el joputa! – la alertaba doña Encarna levantando el dedo índice. – Carmen – murmuraba para que su madre no la escuchara mientras ésta iba hacia la cocina – yo quiero denunciarlo y que vaya en chirona, pero... – Te entiendo. – le contestaba en el mismo tono la letrada – Es una propuesta para tentar a cualquiera. – Yo digo que sí. – hacía su entrada Isa con unas copas y una botella de vino – Aunque vos no lo acuses, hay una denuncia que hizo el hospital. – se sentaba y ponía las copas delante de cada una – Me lo dijo mi cuchi cuchi. – Carmen la miraba sin entender a qué se refería – Mi cuchi cuchi es Héctor, el médico de la guardia. – le aclaraba – El hospital tiene la obligación de denunciar los casos de maltrato y más si ese maltrato ha resultado en riesgo de vida, como fue el caso del JuanMa, que se salvó por un pelín. – comenzaba a abrir la botella con el descorchador. – Vale. Pero a lo que el abogado se refería es no sólo a que Esther retire su denuncia, sino que cuando sea llamada a declarar, niegue que Alerce la haya golpeado. – le aclaraba Carmen. – Bueno, que diga que no se acuerda – Isabel no se daba por vencida – y yo declaro que sí le pegó. – comenzaba a servir el vino. – Isabel, tú no estabas en la casa cuando me golpeó. – le recordaba Esther. – ¿Y? ¿Me vas a desmentir? – ¡¿Serías capaz de mentirle al juez?! – ¡Al Juez, a Dios y al Diablo, yo le miento a quien sea! – Carmen estallaba en una estruendosa carcajada. – ¿Por qué las risas? – preguntaba Encarna que traía una gran fuente con tapas variadas. Doña Encarna se negaba rotundamente a cambiar la declaración. Esther quería denunciar a Sebastián y que recibiera su castigo, pero la posibilidad de asegurar el techo de su madre la hacía dudar mucho. – Carmen, ¿qué va a pasar ahora que el banco no es más el dueño de la hipoteca? ¿Pueden cambiar los términos del acuerdo? – inquiría Esther. – No. Fue una amenaza lo del desahucio, creo que preparando el ambiente para este ofrecimiento. Mi compañero de despacho estaba haciendo el escrito para enviar al fondo de inversiones éste y al banco que vendió la hipoteca, tendrían que haberos notificado en tiempo y forma y no lo han hecho. Lo que sí Encarna, no se atrase un día en las cuotas porque van a tratar de perjudicarla. – ¿Dónde tengo que pagar ahora? Porque antes iba al banco y no sé dónde queda esta empresa. – Eso lo vamos a saber cuando le contesten. – Entonces, ¿no aceptamos la propuesta? – Isa, apenada. – No. ¡Y no se discute más! – Encarna. Cuando Carmen llamó al abogado para darle la respuesta, éste volvió a insistir en que lo pensaran, que iba a ser lo más conveniente y así acababan de una vez con todo el tema y se olvidaban de los

Alerce. – ¿Me parece a mí o sonó a una amenaza? – le preguntaba Esther. – No creo que intenten nada, Esther. – le contestó Carmen – He estado presente en las conversaciones y si quisieran... – Vale. Es una amenaza. – deducía preocupada Esther. Los días iban pasando sin novedad sobre los Alerce. Joan Manuel iba creciendo sano y vital, comenzaba la etapa de reconocer a quienes lo cuidaban y empezar a regalar sonrisas, las tres mujeres pendientes de él y sus monerías. Para Esther, ese bebé era el bálsamo a todas sus penas que guardaba con candado en el corazón; por ese niño, por su madre y esa amiga querida, iba superando esos candados, esas penas, esos pesares e iba saliendo a flote. A punto de cumplir sus cuatro meses de edad, Esther lo cargaba en la mochila porta bebé mientras Isa caminaba detrás con el bolso con pañales, biberón, cambiador y demás etcéteras; tenían la cita con la pediatra del hospital para su control y para ver las nuevas dosis de vacunas que deberían chutarle. Estaban en la zona del parking donde Isabel había estacionado el coche. Era una mañana bastante fresca y el cielo estaba encapotado, amenazaba largarse a llover en cualquier momento. Con ese clima y a una hora bastante temprana había poca gente en el parking. – Espero que no se largue a llover cuando salgamos. – comentaba Isa poniéndose a la altura de Esther – ¿Tiene bien puesto el gorrito? A ver si se nos resfría. – Está todo cubierto Isa, míralo, apenas le queda la nariz al aire. – sonreía Esther mientras se giraba para que su amiga viera lo cubierto que estaba el niño. Ninguna de las dos prestaba atención al auto que se acercaba a ellas hasta que lo tenían enfrente, se detenía y se abría la puerta del conductor. – ¡¡Joder!! – Esther identificaba a Sebastián cuando el tipo terminaba de salir del auto, mientras del lado del acompañante emergía el padre de éste. – ¡¡El conchudo de mierda!! – Isabel, que instintivamente metía mano dentro del bolsillo de su pantalón. – ¡¡Ahora no te escapas, puta!! – el tal Sebastián, acercándose amenazadoramente hacia Esther – ¡¡Ya vas a ver quién coño manda aquí!!

9. Doce meses atrás»»»» [M] Ana recibía la misma contestación que Maca, el buzón de voz. Le dejaba el tercer mensaje a Claudia, aunque sabía que era inútil. – ¿Lo mismo? – preguntaba Maca, su cara desfigurada por el llanto de horas y horas, una taza de café entre sus manos, sentada en uno de los sillones de la sala. Ana asentía. – Voy a intentar hablar con su hermana, a ver si entra en razones. – A mí me dijo que iba a pasar mañana al mediodía a retirar las cosas de Claudia, que no quería encontrarme ni hablar nada conmigo. – Vale. – esperaba que atendieran del otro lado y cuando escuchaba la voz de María, levantaba la mano para que Maca no hablara – Hola María, soy Ana Ríos... sí, la socia de Maca, quería ver si nos podíamos encontrar a charlar... vale, entiendo, pero creo que … no María, yo creo que … vale, entiendo pero … vale, vale... sí, claro … – Maca la miraba expectante – Vale, tú misma. – guardaba el móvil – No quiere saber nada con nadie que tenga que ver contigo, no te perdona lo que le has hecho a Claudia. – ¡¡Coñooo!! – volvía a tener un ataque descontrolado de lloro. – Venga, tranquilízate. – se apuraba a ir a su lado en el sillón y tratar de abrazarla – Es todo muy reciente, en unos días te va a dar la posibilidad de hablar con ella, Maca. – ¿Has visto las fotos? ¿Me volverías a hablar después de esas fotos? – aceptaba el abrazo de su amiga mientras lloraba desconsolada. – Espera unos días. – repetía sin convicción, una cosa era saber que te metían los cuernos, otra era ver a tu mujer follando con su amante en forma tan descarnada, evidentemente la Sánchez Gijalba se había vengado en una forma impecable y terrorífica. Ana logró convencerla de que se fuera a su casa y dejara que la hermana de Claudia retirara las cosas sin encontrársela. Una noche de perros sin pegar ojo, no aceptó tomar un sedante ni siquiera un analgésico para el dolor de cabeza que la atenazaba. Al día siguiente continuó llamando al celular de Claudia y siempre el mismo buzón de voz, lo mismo le sucedía a Ana. Dos días después era el turno de guardia de Claudia en el hospital. Ana la acompañó a tratar de hablar con ella. Pero la jefa de enfermeras le informó brevemente que había solicitado la excedencia voluntaria por interés particular y que le había sido concedida. – Pero... así, de pronto ¡¿y ya se la dieron?! – Maca cuestionaba el procedimiento a la jefa de enfermeras. – Maca. – le llamaba la atención Ana, no era cuestión de andar ventilando las cuestiones personales frente a la jefa directa de Claudia. – Claudia me la solicitó personalmente a mí – la jefa la miraba con dureza y enfatizaba esta última palabra – explicando claramente el por qué. Yo misma firmé la aceptación y la jefatura del hospital acuerda conmigo. No creo que tenga que darte explicaciones justamente a ti. Y ahora, estoy muy ocupada, no creo que haya nada más que hablar. Durante los siguientes días Maca no pudo ir a trabajar, no tenía fuerzas para hacerlo. Seguía con los llamados al móvil de Claudia, luego intentó con varios amigos en común, algunos no sabían lo que había sucedido, otros estaban enterados y se negaban a darle datos de su mujer, tomando decidido partido por ella. Rogó, pidió, imploró, lloró, pero nada, nadie soltaba prenda. Se presentó finalmente en la casa de la hermana y el marido de ésta le pidió que se fuera o llamaría a la policía, no le iban a decir nada y no querían verla más.

A la semana del episodio con las fotos no tenía idea dónde estaba su mujer y comenzaba a temer que no sabría más de ella o de ese hijo o hija que llevaba en su tripa. Ana la encontró en un estado tan calamitoso que decidió llamar a un amigo psiquiatra y comentarle el caso; ante los síntomas de abatimiento pronunciado, falta de sueño, no asearse ni cambiarse y apenas probar bocado, el galeno concurrió al domicilio de Maca y a pesar de la negativa inicial de ésta, logró convencerla de hablar y finalmente le prescribió antidepresivos, indicándole a Ana que tratara de quedarse alguien con ella, por lo menos hasta que saliera del pozo anímico en el que estaba. Quince días después, entre la medicación y el cuidado de Ana y otros amigos que se sumaron, fue recuperándose. – Ana, ¿conoces alguna abogada de familia a quien consultar? – estaban desayunando en la cocina antes de que Ana se fuera a la empresa, Maca seguía sin ir a trabajar. – Le puedo a preguntar a Jaime. ¿Por qué? – Quiero saber qué puedo hacer para encontrar a Claudia y saber de mi hijo o hija. – No entiendo Maca. Falta para que nazca el bebé. – Claudia y yo no estamos casadas, quiero saber si puede desaparecer así y no dejarme ver al niño cuando nazca, inscribirlo como su hijo y no como hijo nuestro. – ¡Hostia! ¡No se me había ocurrido! – Me llama mucho la atención esta desaparición. Que no quiera hablarme, que no quiera perdonarme, lo entiendo, bueno, quisiera que me diera la oportunidad de explicarle... Vale, no me lo va a permitir. Pero... ese niño iba a ser nuestro hijo o hija y parece que no quiere que sea así. Ana la miraba con pena. Comenzaba a encontrar una explicación lógica a tanto misterio de parte de Claudia. – ¿Qué crees tú?

C10 Quince meses atrás»»»» [E] – ¡¡Ahora no te escapas, puta!! – el tal Sebastián, acercándose amenazadoramente hacia Esther – ¡¡Ya vas a ver quién coño manda aquí!! Instintivamente Esther cubrió al niño con ambos brazos, mientras Isabel sacaba un spray de su bolsillo y rociaba los ojos del tal Sebastián. – ¡¡Mieeerda!! – gritaba Sebastián, refregándose los ojos que le ardían como la puta madre. – ¡¡Andá al auto, yo me ocupo de este hijo de puta!! – le gritaba a Esther dándole las llaves del coche mientras el “cabrón” se tapaba los ojos. Ni lerda ni perezosa Esther le hacía caso a Isabel y se dirigía corriendo hacia el auto. – ¡¡Trabá la puertas y llamá a la policía!! – lanzándole el bolso al padre de Sebastián que se acercaba a ella presuroso, con tan buena puntería que se lo daba en la jeta y lo hacía trastabillar y caer hacia atrás, mientras su hijo seguía maldiciendo y refregándose los ojos – ¡Vení boludito, vení a pelear si sos macho! – lo desafiaba a la par que miraba hacia el auto viendo si Esther se había metido dentro. Una vez que la vio adentro y con las puertas cerradas comenzó a gritar pidiendo auxilio. – ¡¡Socorro!! ¡¡Me quieren violaaaaaar!! – repetía y alzaba los brazos a la par que iba caminando hacia atrás, hacia donde estaba el auto; Esther mientras tanto tocaba la bocina. Entre los gritos de Isa y los bocinazos de Esther lograron llamar la atención de los guardias que estaban frente a la entrada de Emergencias, que comenzaron a acercarse. Ante tal situación, el padre del tal Sebastián cogió a su hijo de un brazo y lo hizo meter en el auto, tomando él el puesto de conductor y saliendo a toda velocidad del parking, mientras el “cabrón” seguía refregándose los ojos. Una hora y media después estaban sentadas en la cafetería del hospital, JuanMa en brazos de la “heroína” y durmiendo tranquilo después de haber berreado a todo pulmón cuando la pediatra le sacara los pañales y lo revisara desnudo. – ¿Ves Héctor? Ahora está pancho y feliz, yo no sé por qué los desnudan en esas camillas frías. ¡Pobechito mi bombonchito! Esther la observaba besar a su hijo y al tal Héctor acariciarle la cabecita mientras miraba embobado a Isabel. A ella todavía le temblaban las piernas por el susto y su amiga como si nada. – Acabo de hablar con su señoría. – llegaba Carmen y se sentaba al lado de Esther y no podía menos que sonreír al ver a los otros dos con el crío – Iban a emitir la orden de captura de Alerce. – Lo van a encontrar y todo, ja ja , no me hagan reír. – decía la “heroína”. – Vale. – meneaba la cabeza la letrada, era lo menos que se esperaba que dijera Isabel – Esther, te van a dar un aparato para que lo presiones y avise de inmediato a la comisaría si aparece tu ex pareja, ¿vale? – Seee, lo van a parar con un botón antipánico al conchudo de mierda. ¡Un balazo en las bolas hay que darle! – ¿quién otra que Isa? Carmen a punto de lanzar una carcajada, trataba de contenerse sonriendo.

– Carmen, entiendo lo de ese aparato, pero estoy preocupada, después de esto tengo miedo de salir de casa, ¿me entiendes? Carmen asentía. – Mañana voy al juzgado a pedir custodia policial hasta que lo pongan entre rejas. La jueza que nos ha tocado es una persona muy sensible y especialista en cuestiones de género, creo que no va a haber problemas. – ¿Cómo voy a vivir así Carmen? – apretaba la mano de su abogada, angustiada y llorosa – Casi hubiera sido mejor firmar lo que pedía. – Esther, sé que es duro, no es nada fácil. Pero si hubieras firmado igual hubiera hecho esto, así actúan estos tipos, no entienden de razones ni de leyes. – ¡Entienden de tiros en las bolas! – agregaba Isa mientras seguía acariciando a JuanMa. Carmen nuevamente a punto de largar la carcajada. – Llevará un tiempo de andar con cuatro ojos, mirar a todos lados, hasta que lo capturen, ya verás. Mientras tanto, tienes una guardiana súper efectiva – miraba hacia Isa – que anda bien provista de gas pimienta para protegerte. – trataba de quitar hierro a la situación. – ¿Gas pimienta? – preguntaba Esther. – ¿Eh? ¡Qué gas pimienta ni Gas Natural Fenosa! ¡Un frasquito de perfume rellenado con lavandina! Yo sabía que en cualquier momento se nos aparecía el conchudo de mierda, esos tipos son jodidos. Esther y Carmen la miraban sin entender mucho de qué hablaba. – ¡Le metiste lavandina en los ojos! – Héctor, el médico, tocándose instintivamente los ojos. – ¡Claro! ¿Qué le iba a meter? ¿Detergente? Lavandina, sé que te hace llorar como la puta madre. – ¿Qué es lavandina? – preguntaba al fin Carmen. – Lejía. – decía Héctor, asombrado. – ¡Jodeer! – decían Esther y Carmen al unísono. – Yo que ustedes le digo a la poli que busquen en las guardias oftalmológicas. – sugería Héctor a Carmen – Si no se quedó ciego, por ahí le anda.

11. Seis meses atrás»»»» [M] Seis meses sin noticia alguna de Claudia. Había desaparecido de la faz de la tierra. La abogada que habían consultado, Carmen Pérez Cuesta, le había confirmado que como no estaban casadas, no había posibilidad de reportar su desaparición y pedir su búsqueda por su hija o hijo por nacer. Nada la unía a ese hijo o hija; no tenía lazos biológicos, no tenía lazos legales, aunque sí sentía que tenía lazos sentimentales, más allá de la putada que hubiera hecho a la madre biológica de ese niño o niña. Su hijo o hija habría nacido o estaría a nacer. ¿Sería varón o niña? ¿Cómo estaría Claudia? ¿Habría sido parto natural o cesárea? Preguntas que una y otra vez se hacía, especialmente por las noches, le costaba dormir y había tenido que aceptar tomar unos somníferos que le recetara el psiquiatra amigo de Ana. La letrada le había sugerido los servicios de un detective, pero la búsqueda había sido infructuosa; con la fecha de parto cercana, el detective había sugerido iniciar un rastreo de la posible internación de Claudia Castro en hospitales y clínicas en el estado español. Se había vuelto taciturna y meditabunda. Apenas salía, se enclaustraba en su casa sin compartir tiempo con amigos o con la misma Ana. La culpa la carcomía y la pérdida de su pareja Claudia y de esa familia que tanto había deseado había sido un golpe terrible para Macarena Fernández. Su salud había comenzado a flaquear. Primero fueron mareos, pero no les dio importancia. Luego un desmayo en el baño de la empresa, que encendieron las alarmas de Ana. Al día siguiente no apareció por la oficina. Ana no la ubicaba por teléfono y terminó yendo a su casa, para encontrarla tirada en la cama, inconsciente. Llamada urgente al Samur y llevada a Emergencias del Hospital 12 de Octubre, donde le hicieron una batería de exámenes que concluyeron en diagnóstico de hipotensión y anemia, por lo cual la transfundieron inmediatamente como medida extrema, quedando internada un par de días para ver el origen y qué tipo de anemia era. Fue una advertencia que tomó en cuenta, especialmente porque tenía a su amiga Ana pegada a sus talones una vez que salió de Emergencias. Siguió con ese estado general de tristeza que no podía evitar, pero comenzó a comer mejor y a ocuparse más de los negocios de la empresa. Trataba de darse ánimos pensando en la nueva investigación del detective, quizás por ese lado lograra ubicar a su ex mujer. – Ha llegado esta invitación para una recepción en la embajada española en Estambul. – Ana se la entregaba. – Jmm. Fletan un charter para los empresarios que quieran ir. ¿Quién organiza esto? – daba vuelta la tarjeta y no encontraba nada – ¡Qué raro! No dice quiénes organizan esto. – Pero está dirigida a nosotras, bueno, a ti en particular. – señalaba su nombre en el encabezado. – ¿Te parece que vayamos Ana? – dudaba. – El cincuenta por ciento de nuestros clientes hoy día están en Estambul, sería importante. Quizás se puedan hacer contactos nuevos. – ¿Por qué no vas tú? No me apetece mucho ir. – Te vendría bien Maca, no conoces Estambul, dicen que es una ciudad espectacular. – No sé, no sé. Finalmente accedió a ir; el charter salía sábado por la mañana y regresaba el domingo por la tarde, Ana la convenció de quedarse un par de días en Estambul y aprovechar para visitarla, su amiga tenía la esperanza de que eso la hiciera olvidarse un poco de todo lo que la agobiaba en Madrid. Hacía más de media hora que el avión había despegado de Barajas, iba a hacer una escala en El Prat para recoger a empresarios catalanes que tenían negocios en Turquía. El asiento a su lado estaba

vacío, había aprovechado el tiempo de vuelo para retomar la lectura en su ebook de El Guardián Invisible que hacía poco había comenzado. La azafata la interrumpía. – ¿Le apetece alguna bebida? – señalaba el carrito con bebidas alcohólicas y gaseosas. – ¿Puede ser café? – Creo que un Macallan estaría mejor. Por favor, sírvanos dos. La mujer se sentaba en el otro asiento ante el asombro de Maca. – Me alegra que hayas aceptado la invitación. Tenía muchas ganas de volverte a ver, Maca. Estás muchísimo más delgada aunque tan guapa como siempre.

C12 Seis meses atrás»»»» [E] El primer cumpleaños de Joan Manuel. Desde el incidente en el parking del Hospital 12 de Octubre no habían vuelto a saber de Sebastián Alerce o de su familia. Tampoco había sido detenido, seguía libre y con la posibilidad de aparecerse en cualquier momento en la vida de ese niño precioso y de su madre, más allá de la custodia policial, el botón antipánico o los espray con lejía de Isabel. Joan Manuel se había convertido en un niño que encantaba a todos. Feliz, sonriente, sociable, a todos hacía sonrisas y a todos cautivaba con sus modos, tranquilo, dulce, juguetón, ¡cómo no serlo! Si tenía a tres mujeres a sus pies, dispuestas a darle el mundo si fuera necesario, pero sobre todo, tres mujeres con toda la paciencia, cariñosas, amables, tranquilas, dispuestas siempre a jugar con él, ¡qué más puede pedir un bebé! La fiesta de cumpleaños reunió a los de siempre – Esther, la abu Encarna, la tía Isa, la letrada y ahora amiga Carmen, más familia de Esther. JuanMa daba sus primeros pasos cogido de la mano de de Esther o de Isa, todavía no se había largado solo. En su cumple, ahí andaba Isabel llevándolo de un lado a otro, haciendo las monerías de siempre. – Venga, déjamelo a mí, que Carmen quiere hablar algo contigo. – Esther la relevaba de la tarea. – ¿Qué quiere hablar? – ¡Qué sé yo! No me ha dicho, anda, ve, que en un ratito soplamos las velas del pastel. – ¡Ufa! ¡Ya vengo mi lechoncito arrabalero! – Esther meneaba la cabeza, ¡vaya a saber lo que quería decir eso! Carmen sonreía viéndola llegar, apreciaba mucho a Isa y siempre le causaban gracias sus gestos y sus comentarios. – Isa, tengo una clienta que tiene una empresa de diagramación. Anda buscando personal, ¿te interesa? – No tengo calificación en eso, Carmen. Te soy honesta, meto dedo, pero no sé mucho. Lo mío es todo intuitivo, me equivoco y aprendo. – Vale. Voy a hablar con ellas y les digo lo que me comentas. – ¿Ellas? ¿Son minas? – ¿Minas? – Mujeres. – Ah, sí. Dos chicas. – ¡Grande Paaa! Carmen la miraba extrañada. – Quiero decir, me parece muy bien. Estoy podrida de los tipos, todos a ver cuál la tiene más larga. – Carmen seguía sin entender, aunque creía saber que se refería a algún problema con ese Héctor, con el cual había estado saliendo un tiempo y habían terminado poco tiempo atrás. – Isa, a veces no te termino de entender cuando hablas. ¿Te interesa que hable con ellas por el trabajo? – ¡Claro Carmencita, estoy sin un sope y somos dos sin laburo! ¡Doña Encarna nos banca a las dos más el JuanMa! ¡Pobre Carmen, andá a entender a esta porteña! Esther la observaba peinarse y despeinarse, maquillarse y desmaquillarse preparándose para la entrevista ese mediodía. ¿Qué hubiera sido de ella sin esa amiga que se brindaba totalmente por ella

y por su hijo? – Ven aquí. Yo te peino y te maquillo. – le decía sonriente. – ¡Ufaaa! Esto de estar en el paro tanto tiempo es lo que tiene, te desacostumbrás a lo que es vestirte pa laburar o pa figurar. – Tranquila, Isa. Carmen te dijo que dabas el perfil de lo que buscaban. – comenzaba a cepillar su cabello. – Perfil de lo que buscaban, ¿qué les habrá dicho? Porque no sé un carajo de diagramación, Esther. – Le diagramaste el libro a Ana Laura, quedó muy bien. – Ana Laura era una vecina de la casa de la madre de Esther. – Libro, libro. Era un cuentito de cincuenta páginas que ella quería publicar. – Cincuenta, cien o lo que sea, lo hiciste. – terminaba de peinar su cabello – Ahora te maquillo, ¿te gusta así? – Ta bien. – sonreía al mirarse en el espejo – Esther, quiero un laburo que me deje tiempo para el Nano. – ¡Ayss, llamarlo Nano! ¡Joan Manuel se llama! – fingía enojo Esther. – ¡Eso! El Nano, pero no Serrat, ¡El Nano García! La llevó en el coche de Isa, que ahora usaban las dos; había tenido que vender el propio para aportar algo a las finanzas de la casa. Con JuanMa sentado en la silla para bebés en la parte trasera, se quedaría a esperar que Isa volviera de su entrevista en la empresa de diagramación que quedaba cerca del Hospital 12 de Octubre, que le hacía recordar a Esther la última aparición del maltratador Sebastián. – Mejor te vas a casa con el enano. – No. Te esperamos. ¿Cuánto puedes tardar? Una hora, hora y media. JuanMa se va a quedar dormido apenas te vayas, está comido, cambiado y cansado de tanto andar. – Esther le sonreía – JuanMa dile chau a Isa con la manito. – hacía la morisqueta y el niño respondía con su manito, derritiendo literalmente a la aspirante a empleada. – Cuando vuelva, ¡te morfo a besos! – le devolvía el “chau” con su mano, ¿cuántas millones de veces lo habían practicado con el enano! La esperaba en el parking, con las puertas trabadas, se había acostumbrado a extremar las medidas de seguridad cuando salía de casa, que eran pocas veces. Desde el incidente con su ex pareja, salía poco y nada y cuando lo hacía, siempre acompañada, nunca sola. A eso se había tenido que adaptar, muy a su pesar. Pero si eso significaba seguridad para ella y especialmente seguridad para su hijo, lo hacía. Estaba leyendo su lector de ebook; el libro era El Guardián Invisible de la trilogía del Baztan de Mercedes Redondo, un libro que la incitaba a leer más y más. JuanMa estaba dormido en su silleta de auto, atrás, tal cual lo había anticipado. No prestaba mucha atención a lo que sucedía afuera ni tenía mucha noción del tiempo que había pasado desde que Isa se hubiera ido. Tan absorta estaba en el libro. Hasta que escuchó un golpe fuerte en la ventanilla del auto de su lado y se sobresaltó.

C13 Seis meses atrás»»»» [M] – Carmen decía que no tenías mucha experiencia, pero por lo que veo has usado muchos programas de diagramación y retoque fotográfico. – Ana leía el CV que Isabel le había entregado. – Pero no soy experta, no los uso seguido, cada muerte de obispo. – se sinceraba Isa. – Vale. – dejaba el CV a un costado y la miraba sonriente – ¿Cuáles son tus pretensiones? – Trabajar. – decía casi asombrada por la pregunta que le hacía su futura jefa. – Ya. – esa chica era simpática, sin duda – Me refiero a salario. – Ahh. Y... ni idea. Hacéla fácil, ¿cuánto pagan? Si me parece una miseria, te lo digo. – Vale. – trataba de no sonreír por la gracia que le hacía la respuesta – Estamos ofreciendo un salario inicial de mil euros, luego se vería de incrementarlo de acuerdo al rendimiento, digamos que a los tres meses hacemos una evaluación y … – Me echan de una patada en el culo. – Jajaja. – no pudo evitar la risa – No creo, no creo, según Carmen eres muy buena trabajadora. – Carmen es... La entrada como una tromba de Macarena la interrumpía. – ¡Maca! ¿Qué haces aquí? ¡Te hacía volando hacia Estambul! – Me bajé en El Prat y tomé un vuelo de regreso a Madrid, ¡la joputa de Begoña había organizado todo y me abordó en el avión! – decía con un enojo padre, dejando a un costado la maleta que traía; ahí se daba cuenta que alguien desconocido estaba con Ana – Disculpe señorita, no quise interrumpir su reunión, disculpe mi grosería, buenos días. – muy amable, intentando sonreír a pesar del cabreo padre que traía, algo que a Isabel le cayó muy bien, aunque notó que algo grave le pasaba a esa mujer que su entrevistadora llamaba Maca – Voy a mi oficina, después hablamos Ana. Hasta ahora señorita y de nuevo, disculpe mi interrupción y mis palabrotas. – Está todo bien, buenos días. – se animaba Isa a contestarle y le sonreía con calidez. – Esa que ha entrado tan intempestivamente es mi socia, Macarena Fernández, ha tenido un percance importante, sabrás disculpar. – se excusaba Ana. – Se nota que tuvo un problema grave, sí. Pero es educada. Dos veces se disculpó y no necesitaba hacerlo si es la jefaza. – Sí, lo es. – Ana esbozaba una sonrisa, esta chica Isabel le gustaba, era de sonrisa fácil a la vez que parecía muy honesta – Volvamos a lo que estábamos, ¿vale? Unos quince minutos después Ana entraba a la oficina de Macarena. – Lo siento Ana, no quise ser grosera frente a la chica que entrevistabas. – bebía un sorbo de café con su rostro demudado de rabia – ¿Qué tal la chica? – Un amor de persona, como dijo Carmen. – se iba a servir café de la cafetera – La he contratado, comienza mañana, tenemos demasiado trabajo atrasado. – Vale. – ¿Te abordó en el vuelo? – se sentaba frente a ella con su taza. – Casi llegando a El Prat. – asentía – Como si no hubiera hecho lo que hizo, no me podía creer lo caradura que es. – le seguía comentando el encuentro, cómo se había sentado a su lado e iniciado conversación. – Es una mujer que no tiene límite moral alguno Maca, se sabe dueña de todo y que nadie la contradice. ¿Qué le dijiste? – Que no quería saber nada con ella y que era una mierda. – ¡Bien! – ¿Tú crees que se dio por aludida? ¡Me dijo que ya se me iba a pasar la bronca y que me daría cuenta que dejarla era un error! – hacía un gesto ampuloso con sus manos. – ¿Y eso qué quiere decir?

Maca arrugaba los hombros y la miraba sin decir nada. – Parece que tiene la idea fija contigo. ¿Crees que se habrá pillado por ti? – Ana, Begoña no se pilla por nadie, está enamorada de sí misma. – meneaba la cabeza – No le gusta perder, no le gusta que nadie le lleve la contraria. – Vale. Esperemos que no te siga persiguiendo. Maca la miraba en silencio. – ¿Tú crees que va a seguir insistiendo? – No sé Ana, la verdad, no sé. Espero que desaparezca. Lo único que me faltaba en esta mierda de vida es que me acose esa joputa. – bajaba el rostro apesadumbrada.

C14 Seis meses atrás»»»» [E] – ¡¡Ayyyy!! – se llevaba la mano al pecho asustada. – ¡Ey! – golpeaba el cristal del lado del conductor – ¿Me abrís o no? – ¡Qué susto me has dado! – bajando el cristal del auto – ¿Por qué me golpeas por este lado? – Porque hace un siglo que estoy golpeando la ventanilla del otro lado y vos ni bola. – le contestaba Isabel, con los brazos en jarra apoyadas sus manos en la cintura. – Exagerada. Venga, entra al auto de una vez. – accionaba la apertura de la puerta. – ¿Cómo está mi lechoncito arrabalero? – se metía en el auto por el otro lado, cerraba y se trepaba hacia atrás para mirar al niño que seguía muy cómodo durmiendo en la silleta y acariciaba una de sus manitos. – Ponte el cinturón, así puedo salir. – Sí, ya me lo pongo. – se sentaba bien y comenzaba a acomodar el cinturón mientras Esther encendía el auto. – Venga, cuenta. ¿Cómo te ha ido en la entrevista? – Mañana empiezo. – ¡Hostia! ¡Qué bien! – Miserable el sueldo, mil euros, con el IRPF me quedan chirolas. – ¿Chirolas? – Monedas, bah. – ¡Mira que eres exagerada eh! En Alerce no llegaste a ganar eso y si hubieras seguido no creo que te hubieran aumentado. – Seee. – rumiaba mientras miraba hacia la nada afuera. – ¿Qué te pasa? ¿No te gusta el lugar? – El lugar está bueno. – suspiraba. – ¿No te gustó tu jefa? – Se ve buena persona. – ¡¿Entonces qué te pasa?! – exclamaba mientras frenaba para detenerse en el semáforo. – ¡¡Lo voy a extrañar al Nanoooo!! – comenzaba a lloriquear. – ¡Ay! Venga, que vamos a venir a almorzar contigo – aprovechaba la detención para girarse y tirar de ella para darle un abrazo – traigo la canasta con la comida y lo hacemos en el coche o en el parque, así no se te hace tan pesado el día. Y luego te vamos a venir a buscar, ¿vale? – le dejaba un beso en la mejilla. – ¡¡Vas a hacer eso por mí!! – la otra, puchereando emocionada – ¡Arrancá que tenés luz verde y el de atrás ya te está mandando a la mierda! – Por ti, – sonreía y arrancaba, Isabel era siempre igual y salía con una de las de ella en los momentos menos esperado – por el nene que te va a extrañar, por mí que también te voy a extrañar, tontita. Isabel parecía tranquilizarse y comenzaba a sonreír y contar. – La que me entrevistó, una tal Ana, linda, unos cinco años más que vos y yo, con una cara de güena que mata. – ¡Bien! – Y la otra, la que entró puteando a una tal Begoña... – ¿Eh? ¿Entró puteando? ¿Diciendo tacos? – ¡Má que tacos! ¡Flor de puteada! Casi a mi estilo, salvo que enseguida se dio cuenta que yo estaba ahí y se disculpó, ¡dos veces se disculpó! – ¡Ah! ¡Don de gentes! – Mirá, no sé si eso es don de gentes o no, lo que sé es que ¡esa es un minón que debe hacer roncha donde va! – eufórica. – Isa, porfa, traduce. ¿Qué has dicho?

– Que es guapa a cagarse y que debe tener un ejército de tipos que babean por ella. – Vale. – sonreía – Entonces te cayó bien. – Vos sabés que yo veo a alguien y enseguida sé qué número calza. – Esther asentía, acostumbrada a esos dichos típicos de Isabel, debía reconocer que poca o ninguna vez se había equivocado sobre la primera impresión que le causaba una persona, entre tantos, la había acertado el día que le presentó a Sebastián, su ex pareja, el padre de su hijo Joan Manuel, el maltratador que la mandó al hospital y puso en riesgo el nacimiento de su niño. – Y según tú, ¿cómo es? – Aparte de minón … – ante el “jmm” de Esther se corregía – aparte de guapa y buena persona, tiene el corazón desharrapado. – ¡¡¡¿Queeeeeé?!! – Desharrapado, hecho harapos, un corazón harapiento, andrajoso. – ¡Hostia! ¡Que no te pido que seas la RAE y me des todas las definiciones! Con haber dicho corazón roto, te entendía. – Es más que roto Esther, es como si se lo hubieran tajeado en tiritas. – Vale. ¡¡¿Y cómo diablos sabes tú eso con sólo mirarla un par de minutos?!! – ¡Psss! – aspiraba fuerte y señalaba su nariz, indicando que lo percibía por un sentido muy agudo del olfato. – ¡¡Coñoooo!!

C15 Dos meses atrás»»»» [M] – ¿Tú lo hubieras hecho? – No sé, quizás sí, dejar todo atrás, iniciar una nueva vida. – miraba sus manos, la cabeza gacha, como tantas otras veces, como casi siempre en las sesiones, Carlos esperaba que en algún momento levantara cabeza, en el consultorio, en su vida. – O sea que justificas que Claudia haya desaparecido así, sin decir palabra, llevándose al hijo o hija que iba a ser de ambas, apoderándose de él o ella. – intentaba provocarla, a ver si cambiaba su actitud, esta era la cuarta sesión y seguía casi igual que cuando su amigo el psiquiatra Vidal Campos la había derivado. – No se apoderó de nada, era el niño por el que tanto luchó, yo la engañé, no hice nada, la dejé sola, la traicioné, no era mi hijo. – Pero lo sientes tu hijo. Arrugaba los hombros. – Eso me dijiste en la primera sesión.. Unos segundos de silencio. – Ahora ya no sé, ya no sé. Carlos se tomaba un par de segundos para pensar. No estaba avanzando con su estrategia, no lograba penetrar el caparazón que Maca había construido cuidadosamente para aislarse del mundo exterior. – Te pregunté en la primera sesión si todavía la seguías queriendo, me dijiste que no sabías. ¿Lo sabes ahora? Negaba con la cabeza gacha. – Entonces, si justificas que haya querido desaparecer sin decir palabra, si no sabes si la quieres o no, ¿por qué la sigues buscando? Maca levantaba el rostro y lo miraba, Carlos suspiraba esperanzado de poder avanzar en la sesión. – No la busco más. – Me habías hablado de esa agencia de detectives nueva que te habían recomendado, que ibas a … – No la busco más... – lo interrumpía – porque si la encontrara no sabría qué decirle ni qué hacer. – los ojos que estaban fijos ahora en los de Carlos comenzaban a enrojecerse súbitamente – Yo también hubiera tratado de no verme más, de no saber nada más conmigo, con esta mierda de persona que soy. – Maca, creo que te estás castigando en exceso y tienes una valoración de ti misma demasiado negativa. Engañaste a tu mujer en un momento muy delicado y se enteró de la peor forma posible, pero de ahí a considerarte una mierda de persona en todo aspecto hay una gran diferencia. Si ante cada error grave que cometemos reaccionáramos así, no hay posibilidad de cambio alguno o redención posible. Y no me refiero a redención desde el punto de vista religioso en el más allá, después de la muerte. Sino a una segunda oportunidad. – ¿Y tú crees que yo puedo cambiar algo, redimirme de esto? Porque yo creo que no. Cuando terminó la sesión, Carlos hizo un urgente llamado a su amigo psiquiatra. La evolución de su paciente era hacia una fuerte depresión con algunos signos preocupantes, como su desvalorización

constante y su apatía ante la vida. No alcanzaban solo las sesiones de terapia, sería necesario – en su opinión – medicarla nuevamente. Normalmente, después de las sesiones de terapia, Maca se iba a pasear por El Retiro, a divagar entre la arboleda y estar a su bola, pensando miles de cosas, a veces recordando los tiempos en los que habían paseado por ahí con su chica. Hoy se había decidido a tomar el metro, hacer combinaciones y volver rápido a la empresa, no sólo había demasiado trabajo para hacer sino que con el invierno casi instalado el frío se hacía sentir y sobre todo, unos negros nubarrones anticipaban una lluvia inminente. Se bajó en la estación San Fermín y caminó por la avenida Andalucía en dirección a avenida de Los Rosales; la oficina de la empresa quedaba en un edificio frente al IES Enrique Tierno Galván. Estaba llegando al local cuando un coche parado en el parking de enfrente le llamó la atención. Adentro su empleada Isabel con otra mujer y un niño y su otro empleado Nacho en la puerta diciéndoles algo, ¿qué estarían haciendo? Se quedó observándolos unos minutos. Se encontró a su socia sentada frente a su portátil, en la oficina que ahora compartían, la contratación de Isabel más a sus dos anteriores empleados, Felipe y Nacho, había implicado la redistribución del espacio y habían tenido que disponer de una de las oficinas privadas para colocar los computadores y pantallas que tuvieron que comprar por el trabajo que se había incrementado. – Oye, ¿sabes qué hace Isabel en ese auto? – dejaba su bolso sobre su escritorio y se acercaba a la ventana a fisgonear. – No sé qué hace, en todo caso es su hora de almuerzo Maca. – ese comentario hacía que Maca mirara su reloj, no se había percatado de que ya era hora de almorzar – ¿Hoy no has ido a El Retiro? – No, está por llover. – seguía mirando por la ventana, le llamaba la atención el niño, que hacía todo tipo de monerías en respuesta a todo tipo de monerías que Isabel y Nacho le hacían – ¿Isabel tiene pareja? – Ni idea Maca, no hago preguntas de ese tipo en las entrevistas. No me meto en la vida privada de nuestros empleados, tú tampoco solías hacerlo. – Vale, pero tú hablas más con ella, quizás te hubiera comentado. – sonreía a la par que veía sonreír al niño – Está con ella una mujer. – Será su hermana, no sé Maca. – respuesta autómata de Ana que seguía muy interesada en el trabajo que estaba haciendo en el ordenador. – O su pareja. Esto último sí llamaba la atención de Ana y levantaba el rostro de la pantalla para mirar hacia donde estaba Maca. – Si es su pareja, te diré que es guapa. Y tiene una sonrisa muy bonita, de ésas que son un arco iris después de la lluvia.

C16 Dos meses atrás»»»» [E] Como todos los almuerzos desde que Isabel había comenzado a trabajar en Fernández y Ríos SL cuatro meses atrás, estaban en el parking frente al local. Al principio comían alguna vez en los jardines del IES que estaba frente a la oficina, habían pedido permiso y se los habían permitido. Pero desde hacía más de una semana el frío comenzaba a apretar entonces se quedaban adentro del auto, más con la lluvia en ciernes que anticipaban los negros nubarrones en el horizonte. Esther la miraba a Isa darle una cucharada del postre favorito a su hijo. El “Nano” – como Isa lo había apodado y ya era llamado así por todos en su familia – estaba muy feliz y hacía carantoñas celebrando las carantoñas que la otra le hacía. ¡Quién iba a decir unos meses antes que estuviera almorzando en el parking en un auto! – Allá, en mi país, esto de traer el almuerzo en un tupper es el pan de todos los días. En el parque, en la cocina de la empresa, donde sea, te llevás la comida preparada o te comprás un sanguchito y lo comés de parado. Para sentarte a comer en algún restaurante o bolichito tenés que ganar muy bien y ser mileurista no es ganar bien, apenas pagás las cosas de la casa. Sí, Isa venía de la crisis del 2001 en su país y educada en eso, le era fácil acostumbrarse al paro y a comer en un auto o en el parque, a la par que se las ingeniaba para que el dinero alcanzara para todo y siempre tenía sus cien euros para depositar todos los meses en la cuenta del Nano, “para cuando tenga que estudiar, que lo más importante es que pueda ir a la universidad”. A veces se preguntaba por qué había tenido tanta suerte conociendo a esa Isa, que era lo mejor que le había pasado en mucho tiempo, por fuera de su JoanMa. Cada vez que se sentía desfallecer de angustia por lo que le había pasado, cada vez que se sentía una mierda como persona, ahí estaba Isa para hacerla sentir mejor, para escucharla, para auparla. – Esther, ¿te conté lo último de mi jefa dos? Aaaaam... - cucharada en la boca del enano. – Jefa dos es... – La modelo. – Ah, Maca, vale, alguna vez hazme una foto así la conozco, a la otra, Ana, sí le has sacado fotos. – Se me retoba cada vez que le quiero hacer una selfie. – ¿Eh? ¿Se te qué ...? – Te cuento. – no le daba bola al pedido de aclaración de Esther – Ya te dije que era liviana, ¿no? – Sí. – Agrego. Liviana, estuvo mucho tiempo en pareja con un bomboncito llamado Claudia, le metió los cuernos, la otra estaba embarazada y la dejó plantada. – ¡Nooooo! – impactada por la historia. – Según Nacho la sigue buscando hace casi un año, con detectives y todo, el pibe debe haber nacido y la otra se evaporó como un suspiro, por eso está tan hecha mierda. ¿Te acordás lo de corazón desaharrapado? ¡No me equivoqué! – ¿Desapareció así como así? – Así como así no Esther, parece que mi jefa dos fue una buena hija de puta y la mina con la que le metía los cuernos le mandó a esa Claudia unas fotos del affaire, unas fotos que las mirabas y te daba ganas de acuchillarla. La tal Claudia la mandó a la concha de su madre, como yo la hubiera mandado, aunque creo que también le hubiera puesto una molotov, jeje. – dicho todo esto mientras le hacía caritas al buenazo de JuanMa y le metía una tras otra las cucharadas del postre que al enano le encantaba. – A ver Isa, yo entiendo la bronca de la chica y todo lo demás, pero desaparecer y no decir esto se acabó, opino esto o lo otro, eres una mierda de persona y al niño lo crío yo, si lo quieres ver esto o lo otro, no sé, no me parece bien. Lo peor es la incertidumbre, no saber a ciencia cierta qué pasó,

porque no puedes dar un cierre al problema. Isa la miraba, comenzaba a entender el razonamiento de Esther, en parte, era lo que le pasaba a ella misma con ese hijo de puta de Sebastián, no podía terminar la historia, siempre estaba la posibilidad de que reapareciera. – No lo había pensado así, sólo me imaginaba la bronca que la tipa tendría por el engaño. – Yo entiendo la bronca. Pero... no sé, no saber qué pasa con la persona con la que has compartido tanto te deja en ascuas, sin poder cerrar algo que ya terminó, es como si quedaras enganchada a eso y no pudieras seguir adelante, es casi como estar muerta pero sin poder enterrarte. – ¡La pucha Esther! ¡No me imaginé que te pasara eso! – la miraba con pena con la cucharada de postre en el aire y el Nano con la boca abierta esperando que llegara. Un golpe en el cristal de la puerta del conductor las interrumpía. Era Nacho, uno de los compañeros de Isa en la empresa. – ¡Nacho! ¿Qué hacés aquí? – Hola. ¡Traje unos chuches para JuanMa! ¡Nanoooo! ¡Holaaaaaa! – le hacía carantoñas, movía los brazos como un payaso y le mostraba la bolsa con chuches al niño, Esther sonreía viendo la cara de tonto de ese Nacho y la cara de tonta de Isa ante el gesto de su compañero de trabajo para con su sobrino del alma. Sin duda, ese Nacho estaba loquito por Isa y la otra, a pesar que decía que “no, tiene seis años menos que yo, es un pendex, no pasa nada”, estaba derretida por la actitud del muchacho hacia el hijo de Esther, su sobrino adorado. En ese momento, mientras su hijo, Isabel y ese Nacho protagonizaban esa escena tan bonita, Esther notaba a una mujer que le llamaba la atención. No sólo porque estaba parada en la entrada de la empresa donde trabajaba Isabel y observaba todo lo que pasaba en el auto con suma atención sino porque le parecía casi conocida y no solo conocida, sino una hermosa mujer que tenía en sus ojos un halo de tristeza profunda que le impactaba. – Isa, Isa. – le tocaba el hombro a su amiga. – ¿Qué? – Esa mujer, que nos mira tanto, ¿la conoces? – la señalaba con un dedo. – Uy, mi jefa dos, ¡esa es Esther! – ¡Joder Isa! ¡Qué guapa es! – sonreía sin saber muy bien por qué.

C17 Dos meses atrás, unos días atrás»»»» [M] Siguió fisgoneando cada tanto, tratando de no llamar la atención de Ana con su actitud. No sabía bien por qué lo hacía. ¿Por el niño? ¿Por ese “arco iris” en la sonrisa de esa mujer? Cuando Isabel volvió de su hora de almuerzo ella se encerró a trabajar como siempre. En general, la que tenía más relación con los empleados y distribuía el trabajo era Ana; desde la desaparición de Claudia, Maca se había vuelto taciturna, rehuía del contacto con otras personas y se había enclaustrado entre sus muros interiores, se llevaba bien en soledad con su ordenador y las tareas, no quería nada más. Pero hoy estaba intrigada, así que esperó a que Ana fuera a hacer los trámites bancarios, como todos los días, para ir hasta el puesto de trabajo de Isabel. – Isabel, disculpe. Isa levantaba la vista de su pantalla, algo anonada porque era raro que Maca le hablara salvo el saludo diario. – Dígame Macarena. – Eh... no pude dejar de notar que estaba almorzando en el parking, en el auto. – ¿Y? – respuesta muy al estilo de Isabel, como diciendo “¡qué carajo le importa a esta dónde almuerzo!” – Que... ahora que viene el invierno y los días fríos, pensaba... – se quedaba muda, con las manos metidas en el bolsillo de su pantalón, como si no supiera cómo seguir el tema. – ¿Qué pensaba? – la ayudaba Isa maquinando mentalmente qué le pasaría a esta mujer. – Vale. Que... bueno, acá tenemos una cocina amplia que puede usar para tomar su almuerzo. – Ahhh. – poniendo cara de “recién me entero” mientras sus neuronas gritaban “¡chocolate por la noticia!”. – Puede usarla con su pareja y su hijo. – ¡¿Mi qué?! – asombrada. – La chica que estaba con usted, el niño, en el auto, en el parking. – balbuceaba. – ¡Ahhh! No es mi pareja, es mi amiga y Juan Manuel es mi sobrino. – Vale. – ya tenía toda la información que pretendía – Pues si vienen a almorzar alguna vez, puede decirles que pasen a la cocina y estarán mejor. – Vienen todos los días. – se apresuraba a aclarar. – Pues... todos los días, vale. – sin otra palabra, se daba vuelta y volvía a su escondrijo, dejando a Isabel con los ojos afarolados de asombro. Dicho y hecho, desde el día siguiente Esther y el Nano entraban a la empresa, saludaban cordialmente a Ana, a Nacho y a Felipe y se iban con Isabel a tomar la comida en la cocina de la empresa, que era cómoda y amplia y sobre todo , calentita para el invierno. Macarena no apareció ni ese día ni los días siguientes, no quería incomodar, pero fisgoneaba cuando entraban y cuando se iban, protegida tras la puerta de la oficina que compartía con Ana. – ¿Por qué no sales a saludarla? Estás siempre espiando desde aquí. – la interpelaba su amiga y socia. – No corresponde. – Venga Maca, porque entables relación con Isabel y su amiga y la saludes, no pasa nada. – No, no. – se escudaba en hacerse la burra y ponerse a trabajar con su ordenador. Su terapeuta, Carlos, había tomado nota del interés de Maca en la amiga de su empleada y su niño; por primera vez en mucho tiempo salía del cascarón al mundo y surgía algo que le interesaba.

– ¿Te llama la atención el niño? – Se ve guay, simpático, sonriente. – Te imaginas así al hijo de Claudia. – No, Carlos, ya te he dicho que he dejado de buscar a ese niño o niña y no me lo imagino de ninguna manera. Me gusta la sonrisa de este enano, se ve un niño feliz, muy lleno de amor. – ¿Por qué no te acercas si te apetece? – No corresponde. – ¿No corresponde que tengas relación con tus empleados? ¿Por eso? – No, no. Es que... no corresponde. – A ver, por qué... – Déjalo, ¿vale? – respuesta de tan mal modo que Carlos decidió que era mejor dejar el tema por ahora. ¿Era la medicación nueva que le había indicado que estaba haciendo efecto? ¿Era la aparición de esa mujer que no acertaba a describir aunque sí lo hacía con el crío? ¿Qué había pasado para ese click en la situación de Macarena en las últimas semanas? Carlos no podía dar un diagnóstico definitivo, aunque sí de una mejora evidente, hablaba más en las sesiones, a veces tenía respuestas como ésta última pero se notaba un avance que era cualitativo. Ese miércoles en particular llovía torrencialmente hacia la hora del almuerzo. Maca estaba parada frente a la ventana, de nuevo atenta al parking, algo que Ana notaba. – Te preguntas si vendrán. – metía el dedo en la llaga, como si nada, mientras ordenaba los papeles que debería presentar en el banco por un nuevo cobro de honorarios provenientes de Estambul. – ¿Quiénes? – haciéndose la que no sabía de qué hablaba. – La amiga de Isabel con el niño. Se llama Esther y el crío Nano. – ¿Nano? No es un nombre. – sabía de sobra que lo llamaban así, también sabía que la amiga de Isabel – la de la sonrisa “arco iris” – se llamaba Esther, sus “antenas” habían estado paradas y atentas aunque nadie lo notara tras su coraza de acero. – Isabel lo llama así, me hace gracia, el Nano García lo llama y el otro se muere de risa. – ¿Sí? – con ternura, que Ana notaba en el timbre de su voz. – Simpático el chaval. – Parece. – un suspiro que Ana no sabía cómo interpretar. Ana decidió no seguir la conversación y se giró a mirarla. La veía genuinamente interesada en la llegada de la amiga de Isabel y su hijo. ¿Estaría viendo ese niño como el niño o niña de Claudia? Las edades eran distintas, pero quién sabe, lo que había vivido su amiga con la “desaparición” de su mujer embarazada era muy fuerte. – Maca, ¿por qué no …? – ¡¡Llegaron!! ¡¡Ahí están!! – la interrumpía alegre Macarena, haciendo que Ana suspirara profundamente, creía entender que algo pasaba en el alma de su amiga y no sabía si era bueno, viniendo de dónde venía.

C18 Dos meses atrás, unos días atŕas»»»» [E] Cuando Isabel vino con la novedad de que la “jefa dos” le había sugerido usar la cocina de la empresa para almorzar, en un primer momento pensó “una tía sensible” pero luego se lo pensó mejor, visto lo visto en su experiencia con la familia de su ex maltratador.. – ¿Por qué? – Por qué, ¿qué? – Tanta generosidad. – Esther, generosidad, las pelotas. Yo puedo usar la cocina si quiero, a veces Nacho la usa y también Felipe. – Vale, pero te la ha ofrecido a ti. ¿Por qué? – ¿Porque estamos comiendo en la calle dos minas con un bebé en pleno invierno? – lógica material impecable e indiscutible – Esther, cualquier persona con un mínimo de sensibilidad te diría, “che vení y morfá acá” y esta sensible es, ya te conté algunas cosas. Esther la miraba seria sin decir palabra. – No sé si contándote lo de los cuernos no te predispuse en contra. No habla mucho, no sale mucho de la covacha... – ¡¿Eh?! – Covacha, cuchitril... el lugar donde se esconde... la oficina donde trabaja. – ¡Ah! – Bueno, a lo que iba, no sale mucho, no habla mucho. Se mandó una flor de cagada con esa Claudia pero yo siento acá – se señalaba el pecho – que no es una tipa jodida, al contrario, me parece que tiene un corazón de oro. Esther la miraba expectante. – ¿A qué le tenés miedo Esther? – se daba cuenta de los temores que escondía su amiga con esas preguntas. – No sé, desde lo de Sebastián y los Alerce, desconfío de todo el mundo. – meneaba la cabeza y bajaba la vista. – No te hagás drama, probamos a ver qué tal, si se mete en la cocina cuando estamos y te molesta, nos quedamos a comer en el auto, ¿vale? Al día siguiente, llegó al parking y le hizo un toque a su amiga para que saliera a buscarlos. Entró con cierto resquemor, pero se encontró con las sonrisas radiantes de Nacho y el otro compañero de Isabel, un tal Felipe y ahí mismo Isabel le presentó a la “jefa uno”, Ana, que le pareció una mujer encantadora a la que Juan Manuel enseguida le regaló sonrisas y mohines. La cocina era amplia y cómoda y tenía todas las comodidades para calentar las viandas, además de un refrigerador. Rápidamente se acomodaron y tomaron el almuerzo confortablemente, sin intromisiones, salvo desde ya Nacho que sabiendo que “el Nano” iba a venir a almorzar de ahí en más no tuvo mejor idea que traerle un correpasillos que había sido de uno de sus sobrinos y que estaba todavía en la casa de su madre, donde desde ya el “soltero treintañero y mileurista” vivía. Macarena no apareció ni ese día ni los días siguientes, no quería incomodar, pero fisgoneaba cuando entraban y cuando se iban, protegida tras la puerta de la oficina que compartía con Ana. Algo que más de una vez Esther notó y al final le comentó a su amiga. – ¿Por qué no vendrá a saludar como tu jefa uno? La he visto abrir un poco la puerta para vernos... – ¡¿Nos chusmea?! – se asombraba Isabel mientras sacaba las viandas de la cesta en la que ponían

los tuppers, mientras el Nano se subía al correpasillos ayudado por Nacho. – ¡¡¿Eh?!! – Si nos espía, si … cotillea, eso, cotillea. – le aclaraba Isabel. – Creo que sí, el otro día me giré a mirar y enseguida cerró la puerta. – Eso se llama cola de paja. – ¡¿Quéeee?!! – pobre Esther, perdida como perro en cancha de bochas. – Se debe morir de ganas de venir a chusmear y saludar … – ponía cara de “sherlock holmes” mientras Esther hacía el esfuerzo de traducir sus palabras a español básico – pero no viene porque tiene culpas, cola de paja Esther, sabe que todos sabemos que es una depredadora que no tuvo empacho en cornear a su jermu preñada todo por un polvo famélico. Esther decidió no intentar más interpretar lo que decía, la miró a Isabel con cara de “¡ah, es eso!” y meneando la cabeza volvió a descargar tuppers de la cesta para calentar el almuerzo. Ese miércoles en particular llovía torrencialmente hacia la hora del almuerzo. El viejo coche de Isabel no quiso arrancar y Esther decidió tomarse un taxi con el nene y la cesta del almuerzo, era preferible gastarse el dinerillo del viaje a dejarla sola a Isabel, que sabía la estaba esperando. Isabel le había mandado un whatsapp conminándola a quedarse en casa, demasiada lluvia y no quería gastar un euro de más. Pero casi llegando le avisó que ahí estaban, que saliera a buscarlos con un paraguas. Ahí estaba con su fiel ladero, Nacho, que llevaba un enorme paraguas y esa sonrisa feliz que le gustaba tanto a su amiga, al final el muchacho “6-años-menor-es-un-pendex” se había ganado un lugarcito en el cuore de la porteña, a fuerza de bondad, cariño “Nanero” y según había deducido Esther, una muy buena estrategia para conquistar a su amiga. – ¡Estás rechiflada, gayega! ¡Se está cayendo el cielo y vos venirte para acá! – rapapolvo isabelino mientras le tiraba los brazos al Nano, que ni lerdo ni perezoso se iba con tu “tita-del-alma”. – ¡Holaaaa! ¡Gracias Nacho! – por el otro paraguas que el muchacho le acercaba, mientras protegía con el “grandote” a su chica y al Nano y se acordaba de la cesta y le hacía un gesto tosco a Esther para que se la diera. Estaba a un tris de decirle algo a su amiga mientras entraban a la oficina cuando, ¡oh sorpresa!, se la encontraba de frente a la “jefa dos”, que había salido de su “cuchitril” – como lo llamaba Isabel – con dos enormes toallones colgando de uno de sus brazos. Detrás, con cara de asombro mayúsculo, la jefa “uno”, como siguiéndole los pasos a ésta. – Por favor, tomen esto, séquense, no vayan a coger un constipado. – le decía a Esther con cara de enorme preocupación. Isabel estaba a punto de “¡caerme de culo, Esther, que no me lo esperaba!” y se dio vuelta ipso facto a mirarla, mientras Nacho cerraba solícito el gran paraguas y se aprestaba a pedirle a Esther que le diera el otro para cerrarlo también, que era “mala suerte” eso de andar con paraguas abiertos bajo techo. Esther se quedó un segundo en silencio y luego, vaya uno a saber por qué, sacó una de esas sonrisas que siempre tenía guardadas en la galera, esas que eran “un arco iris después de la lluvia” – comentario de Macarena – y la miró a los ojos a la “desharrapada” – nuevo mote que la porteña le había dedicado a su jefa 2. – Muchas gracias. Nano y yo se lo agradecemos.

C19 Ahora. [M/E] Fue un “click” para Macarena que esa otra mujer la recibiera de tan buen talante. Porque después de lo de su mujer, había estado enclaustrada en sus culpas y miedos, culpa de haberla herido, miedo irracional a enfrentarse al resto del mundo y ver en los ojos de otros reprobación y condena por sus acciones. ¿Qué le atraía de esa tal Esther? No lo sabía. Era guapa, sin duda, pero bastante distinta a sus ligues de siempre,que Claudia expresaba más claramente. O la misma Begoña, que era su versión “lujosa” y “desprejuiciada” de su gusto tradicional en chicas. – Te he visto ahí afuera. ¿Qué intentas? – Ana no le perdonaba una, estaba muy atenta a sus cambios de humor y se temía un problema con una de sus empleadas, una persona que apreciaba mucho y que era de lo mejorcito que podrían haber encontrado por ese salario y condiciones de trabajo. Se tomaba un par de segundos para mirarla con cara de “¡de qué coño hablas!” para terminar cediendo a su pregunta, después de todo, si había alguien a quien no podía esconder nada de ella misma era a su amiga de toda la vida. – Nada, Ana. Le alcancé las toallas porque se han mojado, un poco de cortesía. – ¡No me vengas con memeces! Conozco tus caras cuando una mujer te atrae. – No, no es eso. – bajaba el rostro con culpabilidad – No sé por qué esa chica y su hijo me despiertan tanta ternura. – murmuraba sin levantar la vista del suelo. – Mira Maca, Isabel es una empleada que no quiero perder. No necesito indicarle nada, basta con darle las tareas y siempre tiene ideas geniales y todo de buen talante. No vamos a conseguir otra que trabaje tan bien por tan poco dinero. – bufaba molesta. – No te entiendo Ana. – Maca, visiblemente confundida por lo que decía su amiga – ¿Por qué me dices eso? – Porque esa chica y su hijo son muy importantes para Isabel y si tú te metes en medio y causas algún inconveniente … – la señalaba acusadora con su dedo índice, sin medir sus palabras, tan temerosa estaba que la actitud de Maca pudiera molestar a Isabel y su amiga – yo no quiero que … – de pronto caía en la cuenta que estaba hostigando a Macarena sin razón alguna, se quedaba en silencio ante la cara de espanto de Maca. – No te preocupes, no volveré a salir cuando estén ellos. – se enseriaba y lo decía visiblemente herida en su interior. – Maca, no me malentiendas, no te digo que... Maca levantaba su mano indicándole que no siguiera hablando y se iba rápidamente a encerrarse en su “cuchitril” y a guarecerse dentro de sus muros interiores. De ahí en más Ana no volvió a tocar el tema, tampoco Maca aunque su amiga la miraba con aprehensión, sabía que la había lastimado gratuitamente. No volvió a aparecer en los próximos días, lo que llamó la atención de Esther. – Isa, ¿le ha pasado algo a tu jefa dos? – estaban preparando el baño de Nano, que estaba jugando con su abuela en la sala. – No. ¿Por qué? – pendiente de la temperatura del agua en la bañera donde meterían al Nano. – No sé, después del otro día no ha vuelto a aparecer. – doblaba la toalla para secar al niño. – Metida en su cuchitril. – seguía tomando la temperatura del agua, ahora con su codo. – Eso lo sé, lo que no entiendo es por qué. – dejaba de doblar la toalla y la miraba a su amiga.

– ¿Por qué qué? – ni pelota real a lo que Esther le decía, el baño del Nano era más importante que nada. Esther se daba cuenta que estaba “en otra”. No continuaba comentando nada, la observaba mientras maquinaba mentalmente qué pasaría con esa mujer, le había impactado la enorme tristeza de sus ojazos y también lo guapa que era, para qué nos vamos a engañar. Lo que Isabel no sabía, lo que nadie en su alrededor sabía era que más de una vez Esther se había sentido atraída por alguna mujer. Una había sido una compañera de estudios en el Instituto, otra había sido una compañera de trabajo en la empresa antes de Alerce S.L. No había pasado nada; se lo había prohibido a ella misma, se lo había negado, se lo había castrado porque no quería ser distinta a todas las demás, porque no quería ser señalada como “bollera” como tantas veces había escuchado el asco de su familia refiriéndose a tal o cual mujer, porque tenía temor que su misma madre la negara y la atacara, aunque doña Encarna García nunca había dado señales de tal actitud homofóbica. Su vida desde el ataque de su ex pareja y el nacimiento de Nano había girado en torno al mocoso. No le molestaba, había estado pendiente de cada cuestión alrededor de su hijo y también del temor a la aparición de su ex Sebastián Alerce. Pero sin saber muy bien por qué, con el crecimiento de Nano y su desarrollo como un jovencito guapo y jovial, alegre y feliz, comenzaban a aflorar sus propias necesidades. Su soledad personal, a pesar de tener a Isabel y su madre a su lado. La necesidad de valerse por sí misma, siempre había trabajado y se había mantenido a sí misma, ahora dependía de su madre y de Isabel y era una situación que le provocaba constantes contradicciones. Y aunque escondido entre miles de percepciones sentimentales, más de una vez se había preguntado de qué servía ser tan “como los demás quieren” y “cumplir lo que se espera” si al final había terminado golpeada y abusada por un macho cabrío y totalmente infeliz sentimental y personalmente. Todo un cúmulo de situaciones que se presentaban ante sus ojos como algo a resolver. A la vez que la aparición de esa guapa mujer había despertado millones de hormonas cuidadosamente adormiladas en su más profundo ser bajo siete llaves. – ¡Qué guapa es! ¡Y qué pena tiene dentro! – pensaba mientras se cepillaba los dientes y se miraba al espejo en el baño – ¿Por qué se esconderá ahora? – suspiraba. Más tarde, metiéndose en la cama, esa mujer tan guapa y enigmática volvía a envolverla en sus pensamientos. – Si mañana no aparece, tengo que hacer algo. Me gustaría hablar más con ella, conocerla, no sé, Isabel tenía razón, tiene toda la apariencia de una mujer con un corazón enorme y generoso. ¿Por qué la habrá engañado a su mujer? ¿Cómo llevará ahora su desaparición? ¿Querrá hablar conmigo? Esa noche, en su sueños más profundos aparecería esta Macarena que tanto la había impactado. No recordaría todo lo que había soñado, aunque cuando a eso de las 4 a.m. se despertara sobresaltada y jadeante, con una sensación de bienestar y gozo que no terminaba de entender, le fue fácil sumar uno más uno y ponerle nombre al sueño: “Macarena”.

C20 Dorando la píldora Los próximos días tampoco apareció Macarena. Esther miraba y miraba hacia la oficina que ocupaba a ver si la “pescaba” fisgoneando, pero no encontró nunca la puerta entornada ni tampoco la vio asomarse. Ese fin de semana le preguntó a Isabel mientras hacían la compra semanal en el Mercadona, el enano en casa con su abu. – ¿Tu jefa dos no está yendo a trabajar? – No, parece que se fue a visitar a la familia. – ¡Ahhh! El suspiro y el “ahhh” largo y enigmático de Esther llamaron la atención de Isabel. – ¿Por qué? – mientras metía varios cartones de leche en el carrito. – Isa, esa leche no, hay otra más económica que... – le decía Esther. – No, me dijo Nacho que le dé leche gayega. – ¿Eh? – no entendía nada, o en todo caso, si fuera por ella, le compraba la Pascual, que era la que siempre se tomaba en su casa. – Mirá, Nacho es gayego y sus viejos tienen un tambo, me dijo que Galicia produce la mejor leche del estado. – Isa, ¿qué tiene que ver? La leche es leche. – Seeeee. Pero busquemos una gayega. – Ah, porque Nacho lo dice. – ¡Claro! Empezaba a entender y se sonreía. Le gustaba ese Nacho pero más que nada le gustaba que Isa se estuviera interesando por alguien, que empezara a pensar en su propia vida amorosa y no sólo en “el Nano García”. Unos metros después, ya en las góndolas de cereales, galletas, panes envasados y afines, volvió con el tema de “la jefa dos”. – La familia de tu jefa ¿de dónde es? Me pareció notarle algún acento, pero no alcancé a identificarlo. – mirando unas barritas de cereal. – ¡Ah, de acentos no entiendo nada! A los únicos que alcanzo a diferenciarlos cuando hablan es a los andaluces, de ahí en más, todos sé igual . – la porteñaza, en su idioma natal donde los españoles son todos “gayegos”. – ¿No sabés de dónde es ella? – Jmmm. Ni idea. Sé que hace mucho vive acá en Madrid, así que... Che, esta avena Hacendado, ¿es buena para el enano? Yo la única que conozco es la Quaker, pero acá no la veo. – Sí, está bien. – sonreía mirándola a Isabel haciendo ingentes esfuerzos para leer la letra pequeña del envase. Terminaron la compra con uno u otro comentario, mientras estaban en la fila de la caja Isabel recordó su pregunta que había quedado sin respuesta. – ¿Por qué estás tan preguntona con mi jefa dos? – ¡¡¿Yooo?!! – la otra, artistaza del cuplé. – Sí, andás preguntando dónde está, de dónde es la familia, esto o lo otro, y no sólo hoy, hace varios

días que andás preguntona. – Te pregunto porque hace poco la conocí y de pronto, puffff – hacía un gesto de “evaporación” con ambas manos – desapareció como por encanto, nada más que por eso. ¿Cómo dices tú? Mmmm. Chusmear, eso, chusmear un poco, nada más. – sacaba de la galera un flor de discurso, que la otra se “tragaba” de una, Esther sabía que Isabel era aguda para notar cambios en la gente y preguntas no comunes, así que hacía rato se había preparado la excusa “perfecta” para sus preguntas. La semana siguiente estuvo pendiente de los movimientos de la puerta “entornada”, hasta que el miércoles, – “¡por fin!” se diría a sí misma – la vio de soslayo, adentro de su oficina. Alcanzó a notar sus ojos tristes y sus ojeras pronunciadas. Anduvo pendiente toda la comida y no sabía si preguntarle o no a Isabel. Cuando notó que la “jefa uno” se iba – probablemente al banco, era el horario acostumbrado – se jugó por una estratagema que hacía rato había pergeñado. Puso al Nano en su correpasillos mientras Isabel le pelaba una manzana, sabía que el enano iba a salir a explorar el resto del hall y las oficinas, ya varias veces lo habían “atajado” cuando se había escapado hacia allí. Dicho y hecho, hacia allí salió raudo el Nano García. Y Esther García esperaba, rogaba, que la “jefa dos” lo estuviera fisgoneando y se lanzara a evitar algún golpe inesperado o problema grave cuando viera que nadie cuidaba del niño, Esther suplicaba al “hacedor mayor del cielo” que Isabel siguiera pelando la manzana y no se “avivara” de la rauda partida de su Nano. Dicho y hecho, por segunda vez. La “jefa dos” salió enseguida del “cuchitril” para “atajar” al Nano y evitar algún inconveniente, accidente, tropezón, caída o lo que fuera que se imaginara que iba a pasar porque el niño de casi veinte meses anduviera dando vueltas en su correpasillos, Esther sabía a ciencia cierta que nada extraño sucedería, que lo más que podría pasar es que el pibe se cansara de darle y darle a las patas y al correpasillos, cosas de madres, te sabés todo después de dos o tres veces de cagarte en las patas del susto. – ¡¡Bien!! – dijo para sus adentros Esther García, alias “la que nadie sabe que le gustan las niñas” y se preparó para salir hacia allí y encarar a la “wapaza” de la “jefa dos”. – ¡¡El Nano!! – gritó a viva voz la porteña, dándose cuenta de que el Nano había escapado de su control y que ella, muy boluda es verdad, se había entusiasmado pelando la manzana y se había olvidado de su sobrino. Para todo esto, la tal “jefa dos”, alias la Macarena “infiel”, lo había cazado, lo había sacado del correpasillos, lo había levantado en brazos, le hacía carantoñas y el muy vivo del Nano le estaba regalando sus mejores mohines, le hacía caricias y sonrisas, ¡qué pibe por Deus!, parece que sabía que esa “mina” le gustaba a su “vieja”. – ¡Uh! Se escapó. – la Esthercita se acercaba a donde estaban los dos, feliz de que la “jefa dos” fuera tan “dulce de leche” con su niño y de que “su niño” fuera un “encantador” de aquéllos. – No hay problema, aquí lo tenemos al jovencito intrépido investigador. ¿No es verdad,cariño? – beso de la ahora-sonriente-Macarena al chaval en la cabeza, el chaval que le responde con una sonrisa, un mohín y mete su cabeza en el hombro de la “jefa dos” – ¡este pibe es un celestino de aquéllos! De lejos, Isabel estaba primero angustiada porque el niño se había escapado, luego tranquila al ver que nada había pasado, luego “con el ceño fruncido” porque no entendía lo que sus ojos comenzaban a notar, hasta que al final sus neuronas empezaron a entender, con lo cual sus ojos se achinaban y agrandaban todo al mismo tiempo. – ¡La concha de la madre que los parió! – típico taco porteño o puteada o como lo quieran llamar – ¡La Esthercita la mira a mi jefa con ojos de carnero degoyado! ¡Le gusta mi jefa! ¡Y la otra la mira con cara de boluda atómica! ¡Le gusta la Esthercita! – todo en segundo y medio, hasta le alcanzó el

tiempo para ponderar a su Nano – Este es un vivo bárbaro. ¡Le dora la píldora a todo el mundo! Nota de la escritora: Dorar la píldora: tiene varios significados. Uno es cuando se trata de endulzar una situación para que una noticia no sea tan mala. Pero también se dice cuando alguien se propone convencer a alguna persona para que haga o deje de hacer algo; ṕara esto tiene que utilizar frases convincentes y por eso se dice "primero le doro la píldora y luego le dejo mi propuesta”.

C21 ¿Y ahora qué? Mientras “ojo de águila” Isa intentaba dilucidar qué pasaba con las miradas de esas dos – su amiga y su “jefa dos” – entraba Nacho, que había ido hasta el súper a comprar un postre para el Nano. – ¡Mira lo que te he traído! – le mostraba el pote de Petitdino y el Nano, que era un goloso de aquéllos, hacía el ademán de lanzarse a por él, por lo cual Macarena tuvo que bajarlo al suelo para que fuera a por su postre. Esther sonreía, Macarena sonreía, ambas dos “endulzadas” ¿por el niño? – Tu hijo es un guapetón. – la “jefa dos” a Esther, con su mejor voz terciopelo y sonrisa seductora. – Sí, es muy sociable. – la otra, que no sabía qué contestar a tal comentario, una porque generalmente las mamis tratan de no parecer babosas con respecto a sus hijos – aunque lo sean – y dos porque la sonrisa de la wapetona “jefa dos” la estaba dejando “rebolú” . – Guapo como la madre, ¿la madre es tan sociable como el Nano? – uy, artillería pesada de la tal Macarena, como si de pronto todo su abatimiento, pesadumbre y depresión se hubieran evaporado por efecto de una nube de sonrisas-sol de la tal Esther. – Pues... – sonrojada un poco Esther, ¡qué ataque frontal!, no se lo esperaba, bajaba el rostro sonriendo. – Generalmente, los niños son como las mamis, ¿no? – agregaba la “jefa dos”, queriendo continuar la conversación y si fuera posible desplegar sus mejores dotes “conquistadoras”, parece que con esa mujer frente a ella la tal Macarena sentía el llamado urgente de …. ¡sus hormonas! Isabel a la distancia no terminaba de “pescar” qué hablaban esas dos y ya la carcomía su natural “chusmerío innato”, así que hacia donde estaban fue, mientras el Nano gritaba “mash am ene”, que vendría a ser algo así como que quería que le abrieran el Petidino ése que tenía en la mano para comérselo, mientras Nacho estaba refeliz de que el pendejo estuviera refeliz con el postre que le había traído. – Esther, hay que darle el postre al Nano. – Isa con cara de pocos amigos, ¡que digo de pocos amigos! ¡cara casi de velatorio!, mirando agudamente a su “jefa dos”, intentando ver las intenciones ocultas de la “depredadora”, ex “mujer de buen corazón” según su propia definición. – ¡Ah, sí! – Esther, caída del catre, que se recuperaba del embelesamiento de la sonrisa Maquística, que no era envolvente y un sol como la suya, sino que tenía otras propiedades más relacionadas a hormonas, progesterona, calenturona y otras endorfinas. Macarena sonreía, se daba cuenta que era el momento de retirarse – sus neuronas decían “ya basta por hoy” – y se iba hacia la oficina o cuchitril, no sin antes saludar con un besote al Nano que le hacía un mohín como siempre y la dejaba con sonrisa tierna, le decía un “hasta luego” a Esther no sin antes clavarle una pupila en su pupila – o por lo menos Esther lo sintió así en su propia pupila y en su propia osamenta – y si te he visto no me acuerdo, no volvió a aparecer, se metió en la “Macacueva” y cuando Esther se fue a su casa más tarde no llegó a captar ni un mísero ojo de la susodicha espiando. Isabel no tocó “el tema” de vuelta a la cocina de la oficina; Nacho andaba “revoloteando” alrededor del Nano y no era cuestión de hablar un tema tan “sensible” en presencia del muchacho. Esa noche, cuando volvió al hogar, después de los juegos con su sobrino, más el baño tradicional de cada noche, Isabel esperó a que terminara la jornada habitual de darle la comida al crío, cenar ellas tres, comentar esto o lo otro, esperar que doña Encarna se fuera a dormir para al fin, en la tradicional copita que se tomaban todas las noches mientras miraban algún programa de TV, en este caso algún programa periodístico porque se venían las elecciones de la Comunidad y se venían devorando todas las declaraciones, aunque el voto de Esther estaba más que decidido en un sentido Manuelístico, ¡qué otro voto se podía esperar teniendo a “molotov” Isabel al lado!

Estaban viendo “El Hormiguero”. – Nacho me invitó a ir al cine. – Isa, lanzándose a la piscina con una idea en mente. – ¡No me habías dicho nada! – Esther , a punto de escupir el mojito que estaba degustando. – Fue después que te fueras, por eso te lo digo ahora. – la otra, sin inmutarse y tomándose otro sorbo de su mojito. – ¡¡Ahh!! Supongo que le dijiste que sí. – Esther, entusiasmada. – Le dije que le contestaba mañana. – ¡¡¿Eh?!! ¡¡¿Por qué?!! ¡¡Si te te gusta!! – Porque tengo la cabeza metida en otra cuestión. Esther fruncía el ceño y la miraba inquisidora. – Te vi hoy con mi jefa dos. Ella te miraba queriéndote morfar a chupones y vos la mirabas parecido. – ¡¡¿Quéeeee?!! – no terminaba de entender todo lo que le decía en su porteñísimo español pero “captaba” la esencia del comentario, o dicho en otras palabras, “la brujita” Isa había pescado al vuelo. – Mirá Esther, no me importa que te guste mi jefa dos, ya te dije, es buena mina, aunque vaya a saber uno por qué se le dio por meterle los cuernos a su jermu, me gustaría saber qué pasaba entre ellas dos, esas cosas siempre tienen un por qué, salvo que, claro, una de las dos sea siempre una infiel de aquéllas, cosa que no me creo de mi jefa dos. – divagaba mientras se sorbía unos cuantos tragos de mojito, con lo cual su copa quedaba vacía y la miraba con angustia – Me sirvo otro. Esther tenía pintado el asombro en los ojos; Isabel nunca terminaba de asombrarla lo suficiente; ¿qué era toda esa declaración sobre la tal Macarena?, pero no se atrevía a decir esta boca es mía. – Bueno. – volvía Isabel con otro mojito en su copa – ¿Qué te pasa con Macarena? ¿Te gusta la mina? – un sorbo y la miraba a los ojos. Esther, como respuesta, sólo bajaba la vista a su copa que no había terminado. – ¡Ahhh! ¡Ya entiendo! – esta Isabel no necesita palabras, observa actitudes, gestos y ya tiene todo claro – Bueno. Hoy ya establecieron contacto. ¿Ahora qué?

C22. Todo más claro que agua de manantial. Si hubiera sido por Esther, “esperar y ver”. Si hubiera sido por Maca, “esperar, y esperar, y esperar, y esperar”. Pero había una “Isa” en el medio, algo así como, “pon una Isa en tu vida y todo cambiará”. La chica venía de otras latitudes donde las cosas son más “movilizadas” o “quilomberas” en su forma de hablar y entonces no se andaba con tantos bemoles a la hora de “definir los tantos”. Pero digamos las cosas claras: no es que en ese país sudamericano de donde venía Isa todo fuera tan “claro” y “directo”, ¡noooo! ¡Pa qué! ¡Si eran los reyes del “chamuyo” y postergar las cosas pa las calendas griegas! Solo que esta vez, nuestra Isa, una porteña trasplantada a Madrid-España después de la debacle del 2001 en su benemérito país, había aprendido tanto y en tan poco tiempo que todo lo resolvía en un pis pas. O sea, no le endilguemos el mérito a los beneméritos habitantes de dicho país como si fuera una cualidad personal intrínseca, era simplemente esta chica que estaba repodrida de toda dilación y decía, “se va todo al carajo como el 2001 y … “ Pa eso sirven las grandes crisis, pa aprender, ¿o no? Después de la declaración sin palabras de Esther, Isa se puso a pensar. “¿Qué hago con estas dos??”. Gran pregunta. Primera respuesta. Arrinconar a su jefa dos y ver qué intenciones macabras-ocultas-o simplemente sexuales tenía esta mujer con su amiga. Al otro día, a primera hora, ahí fue nuestra Isa. – Macarena. – Parada frente a ella, con los brazos cruzados, cara de culo. – Isabel, sí. – la otra, con cara de güenita. – Esther es buena, tiene un hijo, si quiere joderla, no la voy a dejar. ¡Chupáte esa! Diría cualquiera. – Isabel, no la entiendo. ¿Por qué me dice eso? – la otra con cara de boluda atómica y la verdad no lo estaba actuando, no entendía un carajo. – Mire, yo sé que usted no es jodida, bueno, creo que no es jodida, pero lo que pasó ayer entre usted y mi amiga y su hijo me indican claramente que a usted le mueve más de una hormona, así que vamos a hablar a calzón quitado. ¡No la joda o la acuchillo! Dedo señalando, cara de te morfo y te lleno de mordiscos y la Maca ésta que no se creía lo que le estaba pasando, para todo esto aparecía la jefa uno que escuchaba y observaba y no entendía o mejor dicho entendía que su socia Maca, jefa dos, se había metido con la tal Esther a pesar que ella le había dicho que no lo hiciera porque no quería perder a la que ahora la amenazaba con acuchillarla. – ¡¡Macaaaa!! – ¡¿¿Queee?!! – le respondía la jefa dos a la jefa uno, qué meresunda, ¡¡a qué viene ese “Macaaaa” si la jefa uno no sabe lo que ha pasado con la jefa dos y ya la está atacando!! – ¿¿Qué has hechooooooooooo?? – ¿¿¿¿¿Yoooo???? ¡¡¡Naaadaaaaaaaaaaaaa!!! Y la puta, era verdad, no había hecho nada. – ¡¡Isabel te acusa!! – ¿¿Ehhhhh!?? Para esto Isabel, asombrada, se preguntaba. – ¿Yo la acuso? ¿Eh? ¿De qué?

– ¡Te dije que no quería perder a Isabel! – jefa uno le decía a jefa dos. Isabel decía para sí misma. - ¿Perderme a mí? ¿Quién? ¿Por qué? – ¿Qué le dije yo a Isabel? – le decía Maca a su amiga y jefa una de todos, alias Ana. – ¡A Isabel no! ¡A Esther! – decía la jefa uno, tratando de clarificar el bolonqui. – ¡No le dije nada a Esther! – decía la jefa dos, alias Maca, tratando de clarificar el bolonqui. Ahí algo comenzaba a entender Isabel. – No le dijo nada malo a Esther. – aclaraba Isabel a su jefa uno mirando con ojos chinescos a su jefa dos. – ¿Ves? – decia la jefa dos. – No te hagas la santa mujer. – la jefa uno. A esta altura Isabel tenía tal quiilombo en la cabeza, entre la jefa uno y la jefa dos y lo que una decía y lo que la otra contestaba, que ya ni sabía por dónde había empezado la cuestión. Así que, fiel a su estilo, decidió clarificar las cosas. - Tengo un bolonqui que no me entiendo yo misma. A ver... – miraba a una , miraba a la otra, las dos mirándola a ella con cara de “yo qué sé” – Macarena... bueh... Maca... a usted le gusta mi amiga Esther. Pero … ¿le gusta bien, con buenas intenciones o sólo para fifársela y chau pinela! ¡Jaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Querías clarificar? Ahí tenés a la porteña que te deja todo más claro que agua de manantial!

C23. ¿Aceptás conocerla más y mejor? – ¡¡¿Que hiciste qué?!!! – Esther, con el móvil en la oreja, conduciendo y hablando – cosa que no se debe hacer y está penalizada por la ley, suerte que no se encontró ningún policía en el camino – y atrás, en la sillita el Nano, imitando a su madre con un “¡quéee!” y la palabra que siempre repetía, “¡no, no, no!” con el dedo índice de su manito derecha en alto, amonestando al amigo invisible o vaya uno a saber a quién. – Isa, ¡sólo cruzamos tres palabras! ¡¿Dé dónde sacaste ese supuesto romance?! – la otra le contestaba en breves y contundentes palabras “tus ojos, tus hormonas, sus ojos, sus hormonas” – Claro, ahora descubres todo eso de dos miradas y las hormonas, ¡¿qué?! ¡¿las hueles?! – respuesta de la otra que no se hizo esperar, “feromonas, se huelen” – Mira, estoy conduciendo, no puedo contestarte lo que te mereces, tengo miedo de chocar, cuando llegue hablamos y en serio, ¡¡me vas a escuchaaaaar!! Para esto el Nano agregaba la negación con la cabeza y el “¡¡no,no!!” más enérgico y su dedo increpador amenazaba al invisible ése al que le hablaba. Esto es lo que logran estas dos, que un niño de un año y medio se exprese así. – ¡me lo morfo a besos! Cuando Esther llegó al parking frente a las oficinas donde trabajaba Isabel, ésta ya la esperaba ansiosa, caminando de un lado a otro. Apenas estacionó, la otra se metió por la puerta del acompañante. Besos y achuchones al Nano desde el asiento delantero y “a los bifes”. Esther con una cara de culo que asustaba a cualquiera, desde ya a nuestra Isabel no le hacía ni cosquillas. – ¿Has terminado con el niño? ¡¡Me quieres explicar lo que has hecho!! – sargento de caballería García ordenaba. – Le pregunté sus intenciones para con vos, simple. No iba a dejar que te jodieran la vida de nuevo. Vos sos medio caída del catre y atraés karmas negativos. – ¡¡¿Eh?!! – ¡pobre Esther! ¡ésa no se la esperaba! – Mirá – cómodamente sentada en el asiento del acompañante, lista a dar una clase magistral de karmas y caídas del catre en idioma porteño, ¡desde ya! – la Maca ésta no es mala gente, pero vaya uno a saber, con la guachada que hizo y la guachada que recibió a cambio, la gente se pira. – Esther trataba de entender qué le decía su amiga poniendo tales caras que el Nano, atrás, se reía como si fuera un juego – Así que clarifiqué los tantos – argentina, ¿qué otra que hacer una imagen futbolera, como si el mundo fuera una pelota – y ahora te lo puedo decir sin duda. ¡Dale pa' lante! La tipa está lista para un gol de media cancha. – sonreía y le acariciaba el brazo a su amiga, que por supuesto, como era de esperar, no entendía ni media palabra. – Isabel, ¡¡por favor!! Habla en español. – Imposible, gayega. Soy porteña, hablo castellano, de español, lo único que uso es ese vale, que me resulta más simpático que el okei. Esther, conociendo de años a su amiga más amiga y más querida, la que había estado siempre a su lado, en las buenas y especialmente en las malas, cogió aire, contó mentalmente hasta un millón quinientos cuarenta y cinco mil y le dijo. – Vale. – suspiro – Creo entender que hablaste con Macarena. – Sactísimo. La jefa dos, alias Maca, la churra que baja bombachas con la mirada. – ¡¿Eh?! – se arrepintió de asombrarse al ver a Isabel lista a explicarle – Vale, deja, deja. Luego en casa me explicarás. Ahora necesito respuestas rápidas porque es la hora del almuerzo del Nano y no sé si nos quedamos o nos vamos. – ¡Joder tía! ¡Te quedas! – en castizo idioma contestaba la porteña, hasta imitando el acento madrileño.

– ¡¿Eh?! – pobre Esther, o no entiende un “joraca” o entiende tan bien que no se lo cree. – ¡Te imito, hombre! – ¡pssss!, esta Isabel se nos ha vuelto una madrileña cualquiera. – Cuando quiero, ¿viste qué bien me sale el gayego autóctono? Esther la miraba anonadada, incrédula, ya ni sé cómo describir la cara de nuestra Esther con las cosas que le hacía y decía su amiga. – Esthercita, entrá como siempre, ya aclaramos todo con la jefa dos. Ella te quiere bien, bueno, eso entiendo de lo que le dijo a la jefa uno, que temía que yo me fuera porque la jefa dos te quisiera meter en su cama y fifarte con alma y vida. ¡Jajaja! ¡Qué bolonqui armé Esthercita! ¡La jefa uno no quiere perderme como empleada! Después, más tranqui, hablemos a ver si le puedo sacar unos cientos de euros más, que bastante poco me pagan por lo que hago. Vale. Me gusta ese vale, okei no, mejor vale. Después en casa lo hablamos tranqui. Ahora, lo importante. La mandíbula de Esther estaba por llegar al piso y se babeaba incrédula con la boca abierta. – Entonces, la jefa dos dijo muy tranqui. – intentaba imitar la voz aterciopelada de su jefa dos – “Esther es muy bonita, me encanta y su hijo también. He sido todo lo amable posible, nada más. Aquí Isabel dice que percibe que me gusta Esther. Jmmm. Puede ser. Quizás. Tiene una sonrisa muy especial y es muy dulce y tierna. Pero quiero que quede claro que no he hecho nada más que ser amable y cálida.” Ahora los ojos de Esther eran dos lunas llenas cayendo sobre el mediterráneo. Isabel, impasible, seguía su relato – ¿Y más adelante? le pregunté yo mientras mi jefa uno la miraba con ojos asesinos. ¡¡A qué no adivinas lo que me dijo!! Esther largó un suspiro de hastío o vaya a saber de qué. – Vale. No lo adivinás. Dijo – vuelta a imitar la voz aterciopelada y con cierto toque sensual de su jefa dos – “No sé. Si ella aceptara conocerme mejor, no sé. A mí me gustaría conocerla más y mejor.” Esther tenía los ojos encendidos de asombro. – Bueno, la pelota está picando en tu campo, ¡waaaaaaaaaapa! ¿Qué vas a decirle? ¿Aceptás conocerla más y mejor? – Isabel, cuándo no imitando acento español, en este caso canario, tanto le gustaba esa Rosana que la imitaba siempre que podía.

C24. ¿Puedo hablar con usted? – Bueno, la pelota está picando en tu campo, ¡waaaaaaaaaapa! ¿Qué vas a decirle? ¿Aceptás conocerla más y mejor? – Isabel, cuándo no imitando acento español, en este caso canario, tanto le gustaba esa Rosana que la imitaba siempre que podía. ¿Qué se le puede contestar a esa pregunta? Esther divagaba mentalmente entre mandarla a la mierda por metomentodo, comérsela a besos por cuidar de ella así y a la vez se le armaba un cacao mental con lo que la “jefa dos” había contestado. ¿Le gustaba esa Maca? Desde ya que sí, pero saber ahora a ciencia cierta – gracias al desparpajo e irreverencia de su amiga – que Macarena gustaba de ella significaba, tal como lo había dicho Isa, que era ella la que tenía que enfrentar la situación, la otra ya le había dado su opinión a Isabel. – ¡¡¿Yyyy?!! – Isabel, ansiosa. – ¿Y qué? – haciéndose la boluda atómica, mientras se sacaba el cinturón y se aprestaba a iniciar el paripé habitual de coger al niño, sacar la canasta con las viandas, etc. etc. – No te hagas la boluda, ¿querés o no conocerla más y mejor? – haciendo aspavientos con las manos. – Jmmm, no sé, me lo pensaré. – sacando al Nano de su sillita trasera. – ¡Dale, que yo me chupo el dedo! ¡No me digas! – con un “jaaaah” a flor de gesto que era por demás elocuente de su incredulidad sobre “tener que pensárselo”. – Isa... – le daba el niño para que su amiga lo cogiera y ella se disponía a llevar los trastos y cerrar el coche – Voy a entrar en tu oficina como si nada de esto hubiera pasado, no sé qué decir, cómo actuar, a ver si me entiendes, has armado un lío terrible de la nada y has dado vuelta la tranquilidad de mi vida sin ninguna razón. – ¡Claro! ¡Porque es hora que te toque un alegrón en la vida! ¡Y me gusta esta Maca para vos! – ¿Me has preguntado algo a mí? – medio retorcida de bronca, con cara de “te voy a dar una colleja pa que no te metas más en mis cosas amorosas” – No. Tú sola has decidido que me gusta una mujer que resulta ser tu jefa, tú sola has decidido liarme con ella, tú sola has decidido ir a hablar y hacerle entender que a mí me interesa, a ver cómo te lo digo. ¡¡¿Quién coño te dio tantos derechos y atribuciones con mi vida, eh?!! – roja de bronca. Isabel la miró un par de segundos en silencio, pensativa, esa bronca no se la esperaba, mientras acariciaba la espalda del Nano. Al fin le contestó. – ¡¡Qué buena actriz, casi me lo creo!! – sonrisa Colgate – ¡Estás cagada en las patas porque no sabés qué hacer cuando entres! Jajajaja. Esther, con los ojos afarolados. ¡Esta se las sabía todas! Isabel la dejó parada frente al coche con la canasta en una de sus manos y se fue cantándole al Nano que le respondía con un “tu.tu.tu” a la canción que la otra le había enseñado, una que los “gayegos” no conocían pero que ella había cantado miles de veces cuando era pequeña y que le traía los buenos recuerdos de sus padres y su gran amor por ella. – Vamos de paseo... – cantaba Isabel. – Tu.tu.tu … -contestaba el Nano. – En un auto feo... – Tu.tu.tu... – Pero no me importa... – Tu.tu.tu...

– Porque llevo torta... – Tu.tu.tu... Cuando entró Esther a la oficina, tragando saliva y suspirando fuerte para darse ánimos, ya estaba la “jefa dos” haciéndole carantoñas a su hijo y el otro haciéndole mohines, sin duda ese hijo respondía más al estilo Isabelino que al de ella misma, sabía cómo conquistar a todo el mundo. – Buenos días. – saludó a media voz, dispuesta a seguir con paso rápido hacia la cocina con los ojos gachos. – ¡Hola Esther! – voz de terciopelo azul, adornada con graves tonos sexys que se colaron por entre las hormonas y feromonas de Esther causando un estallido inmediato de sus partes pudendas; sí, era la “jefa dos”, expectante ante la respuesta de la amiga de su empleada. – Sí, jmmm. – rumió Esthercita, vista gacha, más rápido aún si fuera posible para esconderse en la cocina de la invasión hormonal que la sacudía desde la punta del pelo a la punta de los pies. Ni qué decir que tres segundos después entraba como una tromba de agua la porteña Isa, sin el Nano que convenientemente había dejado en brazos de la “jefa dos” para que la terminara de poner a punto de caramelo. – ¡¡Boluda!! ¡¡¿Qué hacés?!! – se frenó cuando vio la cara de nervios consumiendo a su amiga, angustia brotando en la piel, susto padre corriendo por sus venas, cagazo infernal en una palabra – ¡¡Uy dio!! – Isa, por favor, ¡¡¿qué le contesto?!! ¡¡¿Qué le digo?!! ¡¡¿Qué hago?!! – ¡¡Te gusta mucho!! – chocolate por la noticia, Isabel. – ¡¡Uhhh!! – un suspiro largo seguía a ese “uhhh”, los ojos se desorbitaban y se le encendían las mejillas. – Bueno, creí que tenías un poco más de experiencia en transar. – ¡¡¿Eh?!! – pobre Esther, tanta angustia y desesperación y la otra le habla en porteñísimo chino básico. – ¡En levantarte un tipo, una mina, lo que te piace, che! – otra vez la cara de “hablá en español que no te entiendo” – Vale, que no sabés cómo liar con una mujer. – Con nadie Isabel, que con Sebastián fue él quien me invitó y con algún que otro noviete lo mismo. – ¿Y con una mujer nunca... nunca...? – la miraba con cara de “me entendés ¿no?” – Me gustó alguna que otra chica en mi juventud, pero siempre me lo prohibí pensar, me lo negué, así que si con los hombres nunca fui para adelante, imagina con una mujer. – se retorcía las manos, estrujándolas hasta dejarlas color rojo punzó, los ojos se le aguaban de angustia sin fin. – Jmmm. – pensativa la Isa, ¡qué estaría maquinando! – Vale, yo me encargo. Sin decir más se iba cerrando la puerta de la cocina y dejándola a Esther en un estado de miedo terrorífico por lo que su amiga podría llegar a hacer y decir, pero no atinaba a moverse de donde estaba, paralizada por el pánico. Un par de minutos, segundos o siglos después entraba Macarena, la “jefa dos”, con una sonrisa “baja-bragas” que desarmaba a la más valiente y unos ojos de esos que te chupan la estamina del cuerpo como si fueran tentáculos de pulpo succionadores de vida interior. – Disculpe Esther... – decía asomándose – ¿puedo hablar con usted? A esta altura las neuronas de Esther estaban por colapsar, no sabemos si por el miedo a lo que Isa habría dicho y hecho o por esos ojos-sonrisa-cuerpazo que le calentaban el ragú, el alma y el más allá.

C25. Una Irene Larra motorizada. – Disculpe Esther... – decía asomándose – ¿puedo hablar con usted? – Sí, por supuesto. – se escuchaba a sí misma decirlo con mucha seguridad y hasta adivinaba que había puesto su mejor sonrisa. La “jefa dos” pasaba entraba, cerraba la puerta y ahí se daba cuenta Esther que también estaba nerviosa, porque hacía lo mismo que ella con las manos, se las restregaba tipo retorcer un trapo y las tenía igual de rojo punzó que las suyas. – Me dijo Isabel que usted es muy tímida y retraída – Esther trataba de contener su alivio porque lo de Isabel parecía no ser una de sus típicas burradas – y espero no haberla ofendido con mi propuesta de hablar más y conocernos un poco mejor – “o sea era una propuesta hecha y derecha” pensaba Esther – Yo a veces soy un poco... jmmm – parecía no tener a mano un adjetivo que describiera como era – no sé, a veces no mido mis palabras y que no todas las mujeres tienen interés en conocer a otra mujer, especialmente si es lesbiana. Ahí Esther se apresuraba a aclarar. – No Macarena, ¡por favor!, no me ofendió para nada, al contrario. “¿Al contrario?” gritaron felices las neuronas de Maca y trató de evitar la sonrisa que le salía del alma, pero infructuoso esfuerzo, se le escapó y ahí estaban las dos sonrisa va , sonrisa viene, tipo dos adolescentes boludas que no saben cómo destrabar una situación amorosa en ciernes y no se atreven a ningún avance por temor a que la otra se espante de miedo. – Me encantaría charlar más con usted. – se lanzó a la piscina Esther, esa tal Maca la atraía muchísimo. – Vale, entonces creo que nos podemos tutear. – la otra con chiribitas resplandecientes en los ojos. – ¡Claro! – Y no soy Macarena, soy Maca. – ¡uy dio!, voz terciopelo azul, ¡está totalmente lanzada esta mujer! – Vale, Maca. – sonrisa al estilo Esther. – Entonces... – un segundo de silencio, como para atraer un poco más la atención de su interlocutora, esta mujer no sabía que ya la había atraído hasta el infinito – no sé, ¿tomamos un café mañana? Digo, fuera de aquí, en algún lugar donde podamos charlar tranquilas. – Sí, podría ser. Tengo que ver con mi madre si se puede quedar con el Nano. – ¿Te dejo mi celular y me avisas en qué horario podrías? – Vale. – Eh, ¿ tienes preferencia por algún lugar? ¿Cerca de tu casa, por el Nano? – No, no, como mucho no salgo, te dejo a ti que elijas el lugar. – Vale. Creo que hay una cafetería que te va a encantar. Con un “hasta luego” se despidieron las dos, el corazón cálido y latiendo a mil por hora en ambos casos. Apenas era tomar un café y charlar, pero intuían las dos que podía ser el inicio de algo bonito, ya fuera amistad aunque ambas pensaban que mejor fuera “algo más que amistad”. ¿Quién entró como un huracán, cargando al Nano? Obvia respuesta. – ¡¡¿Qué le dijiste que salió dando saltitos de alegría?!! – Nano la miraba y movía la cabeza asintiendo, única forma de decir “sí” que tenía el enano, todo lo demás era “no, no, no”. – ¿Dando saltitos de alegría? – extrañada que hubiera saltado como una colegiala.

– Una forma de decir, Esther. Le brillaban los ojos y caminaba alegre, ¡hasta me guiñó un ojo antes de meterse en el cuchitril! – No le dije gran cosa, Isa. Que aceptaba tomar un café con ella. Ven Nano, vamos a comer tu pollo con patatas. – abría los brazos y el Nano se lanzaba hacia ellos, ¡pobre pibe!, con todo este paripé no le habían dado su almuerzo y estaba famélico. – ¡Ah, no! ¡No me vas a dejar en ascuas! Esther la miraba y suspiraba mientras iba con el nene hasta la silla donde lo sentaban todos los días de semana para almorzar en la cocina. – ¡¡Palabra por palabra me contás que hablaron!! ¡Qué paciencia, Esther! Le tuvo que contar hasta lo de las manos estrujadas, todo le sonsacó su amiga. Antes de retirarse a casa, Maca abrió la puerta de su despacho – ¿la estaba esperando y espiando?, porque el sincronismo fue casi perfecto – y se apresuraba a darle una tarjeta con el número de su celular y se despedía con un beso al Nano – que el enano le devolvía con su manito y soplando su besito, cosas de Isabel que le enseñaba esas payasadas que hacen que cualquiera que se encontrara con el niño y le hiciera eso, literalmente, ¡se derretía! Cosa que por supuesto pasó con Maca. El día siguiente era sábado, Isabel no trabajaba así que ella se encargaría del Nano, no querían involucrar a doña “preguntona” Encarna. Esther la llamó a la “jefa dos” y le avisó que estaría libre de cuatro a ocho de la noche – idea de Isabel, esos horarios le parecían perfectos para iniciar ligues, a las ocho de la noche ya estaba casi oscuro y daba para despedidas más “fogosas”. – Las cosas que se te ocurren. – le decía Esther mientras empezaba la delicada tarea de ver qué se ponía, hacía tanto tiempo que no salía a pasear, ni qué hablar de tener una cita con alguien. – Yo sé lo que te digo. A ver... veamos el vestuario que tenés. ¡Uy dio! No me había dado cuenta que vestís medio vejestorio. – Isa, esa es la ropa de mi madre que no tiene lugar donde meter y la puso en mi ropero. Lo mío es esto. – ¿Esto nada más? ¡Ah, no! ¡La semana que viene vamos de compras! Esther cerraba los ojos y meneaba la cabeza. – Lo que quieras, Isa. Ahora, ¿de esto, qué me pongo? Isabel tenía cara de desesperación ante el panorama, cuando sonaba el móvil de Esther. – Hola... – miraba el número pero no le salía el nombre y no lo reconocía – ¡Ah, Maca! Es que no agendé aún tu número y no me salía quién llama, dime. …. ¡Ah!... – cara de terror y la otra haciendo señales indio-sioux – Vale, me vestiré entonces como tú dices... – cara de pena inmensa de Esther – No, no, chupa de cuero no, veré que …. – “¡Chupa de cuero!” se encendían las alarmas mentales de Isabel y empezaba a entender aunque no se lo creía, había visto a la Cayetana en una moto para una producción fotográfica y se decía, “¿puede ser?” – Vale, tú tienes una, vale, te espero – cara de Esther era “¡salvame!” – ¡¡Tiene moto!! ¡¡Qué guay!! ¡¡Una Irene Larra pero más churra todavía!! – quién otra que Isabel saltando de alegría.

C26. Yo creo que te va a gustar Finalmente, vaqueros y jersey, vestimenta simple que jamás pasa de moda y que era lo que más le convenía para subirse a una moto, de acuerdo a la experta en modas motoqueras Isabel. Maca traería la chupa de cuero y la discusión fue entonces que Isabel quería sacarle una foto a Esther vestida con la chupa y la otra que no, que había que aparentar que no era nada extraordinario, todo normal. ¿Calzado? Unas botas de cuero que siempre están en cualquier fondo de armario para el invierno. - ¡Estás guapísima , Esther! - su madre, sosteniendo al Nano, al verla cambiada, maquillada y peinada con el cabello suelto, siempre andaba con el cabello recogido por el apuro para hacer esto o lo otro y más que nada por la comodidad para atender a su hijo. - ¿Te parece? - Esther, no terminaba de creerlo, mirándose en el largo espejo del hall de entrada. - ¿Tienes una cita con alguien? - doña preguntona, ahora sí era difícil esconderlo - ¿Algún muchacho que conozca? Ojos estherísticos de socorro mirando alarmada a Isabel. - No Encarna, salida en grupo con las chicas del Instituto, yo no la acompaño porque me duele el estómago y la cabeza, creo que lo que almorzamos hoy me cayó mal.- rápida para el invento la chica - Me vendría bien una de esas tisanas que siempre preparas, a ver si se me pasa. - ¡Habérmelo dicho antes! - caía doña Encarna en el bulo de Isabel - Venga, coge al niño que te preparo una tisana para la panza. - ¡Venga con la tita Nano! – el otro se lanzaba a sus brazos. Sonaba el móvil de Esther, en eso habían quedado, Macarena le daba un toque cuando estuviera en el portal. - ¡Ay! - Esther, con el cagazo típico de la primera cita y por si fuera poco, ¡con una mujer! - Bueno, bajemos entonces. Nano, vamos a tirarle besitos a la mami y a la Maca, derretila bien derretida que entre vos y la churra de tu vieja, hoy se mea encima. - ¡Isabel! - la llamaba al orden la otra, temía algún comentario por el estilo cuando estuvieran en el portal, frente a su “jefa dos”. Escena cayetaner en el portal. Gran moto BMW estacionada en la vereda, apoyada en estilo “casual” pero “mirá que sexy estoy” esperando a Esther, la “jefa dos” que tenía – “sí, sí, siiiiiií” gritaban mentalmente las neuronas felices de Isa – pantalón de cuero bien ajustado y chupa de cuero negro, cabello suelto y maquillaje suave que resaltaba todas sus facciones para “calentura in extremis” de nuestra Esther. En una de sus manos, un casco reglamentario, en el otro brazo, colgando, una chupa de cuero que sería para Esther. Inversión de la visión, ahora desde la moto hacia el portal, viendo a Esther abrir la puerta y detrás a Isabel con el Nano en brazos. Esther con vaqueros ajustados y un jersey celeste, ambos dos bastante ajustados resaltaban un hermoso físico que se complementaba con un rostro precioso, unos ojazos chispeantes y ese cabello cayendo en cascada; y esa sonrisa, “¡joder!, ¡cómo me gustas Esther!” se ponía “calenchu” nuestra #cayetaner_en_moto_BMW. – ¡Hola! – abandonaba su postura en la moto, que digamos de paso no tenía nada de “natural”, sino que era cuidadosamente estudiada para impactar “niñas” y se acercaba a la puerta del portal – Esta es la chupa para usar en la moto, espero que te guste. – ¡Hola! – y dale con esa sonrisa que a la otra la embrujaba literalmente – Vale, espero que me quepa. – la tomaba, se quitaba el bolso que llevaba en bandolera y se lo entregaba a Isabel.

Para esto el Nano empezaba con sus mohines especiales, practicados horas y horas con Isabel y le tiraba besitos y sonrisas a Maca y la otra se derretía. – Venga, cariño. ¡Qué divino que eres! ¿Me lo prestas Isabel? – Todo tuyo Maca. Esther, ¿te ayudo? – después de entregarle el niño a su jefa, con el bolso en la mano y mirando a Esther ponerse la chupa y lanzando grititos mentales “¡sí, sí, sí, le queda pintada!”. – No, yo puedo. ¿Qué tal me veo? Maca la miraba y gesto inconsciente, que desde ya nuestra Isa pescaba al vuelo, se mordía el labio inferior y luego le decía. – Te queda muy bien, estás preciosa. – ¿Sí? Las dos se quedaban mirándose, acariciándose con los ojos y para esto Isabel calculaba cuánto tardarían esas dos en comerse los morros. – Bueno, Nano, venga con la tía Isabel que mami y Maca se tienen que ir. – Claro. – Maca le daba un beso al nene y se lo entregaba a su empleada, el “forringui” – calificativo que usualmente usaba Isabel para referirse a la cualidad intrínseca del Nano García para conquistar con mohines y besos a la gente alrededor de él – se despedía con la manito diciendo chau y a renglón seguido empezaba a tirarle besos; lo dicho, un “forringui” de cuidado y bien entrenado – Tu hijo me trae loca, Esther. – Ni te digo a mí. Esto... Maca, no estoy acostumbrada a andar en moto. – No te preocupes, voy a ir despacio y no voy a hacer ninguna maniobra rara, ¿vale? Te subes y te coges de mi cintura, vas segura. Aquí tengo otro casco para ti. – sacaba un casco de repuesto que llevaba en el maletero adosado a la parte de atrás de la moto. – Quiero... jmmm... decirte que en realidad... jmmm... nunca me he subido a una moto. – O sea, es tu primera vez... en una moto. – sonreía mientras se subía a la moto, quitaba el pie de apoyo y se iba colocando su casco. – Esta Maca caza todo al vuelo, ya dedujo que también es su primera vez con una chica, jajaja. Esto es mejor que Orange, lástima no ser mosquito para ver cuando se liberen de las boludeces y transen, ahhhh, ¡estas dos son fuego puro! – Isabel se mecía acunando al Nano, que no lo necesitaba, pero era su costumbre. – Venga, súbete y colócate el casco. – sonreía y la miraba embobada. – Vale. – iba hasta el Nano, le daba un beso y hacía lo mismo con su amiga que le susurraba en la oreja “dale sin asco, la tenés lista para morfártela”, ¡pobre Esther! ¡andá a entender a la porteña! , aunque suponía qué le había dicho, conociéndola a su amiga. Se subía a la moto, se colocaba el casco bajo la atenta mirada de Maca y se cogía de su cintura. – ¡Lista! Tú decides adónde vamos. – Yo creo que … te va a gustar. – Maca, con voz bolero de Chavela Vargas.

C27. Primera cita de reconocimiento. Le gustaba la sensación nueva de viajar en moto, aunque lo que evidentemente le gustaba más era viajar pegada espalda por medio, cogida de su cintura. Cada vez que la moto se detenía en un semáforo Maca se giraba, levantaba la visera de su casco y le preguntaba qué tal iba. Sólo le mostraba el pulgar de su mano derecha, indicándole que todo bien. No levantaba su visera para contestarle, no quería que notara su gran placer y disfrute de ese viaje poco antes inverosímil para ella. No tardaron mucho en llegar, a pesar que no iban a alta velocidad. Un viaje en moto era mucho más rápido que en auto, elucubraba Esther. Se colaba entre las filas de autos, no había atascos, no pensaba que fuera tan gustoso ese medio de transporte. Calle de Ruiz 11, un rincón del barrio de Malasaña “absolutamente encantador” pensaba Esther mientras se quitaba el casco y miraba hacia los costados. – Espero que te guste esta zona. – le decía Maca, ya desprovista de su casco, su melena al viento, mientras ponía el seguro a su moto. – ¡Me encanta! – exclamaba sincera, con cierto retintín. – Me alegro. – satisfecha la otra de haber acertado con la elección. – Hay un bar de tapas por aquí, se llama La Musa, está en Malasaña, ¡a Isa le encanta! – sonreía con su estilo particular. – Lo conozco y jmmm... sí, creo que es muy del estilo de Isabel. – ¿Y cuál es ese estilo? – preguntaba pícara Esther. – Jmm... creativo, ese es su estilo. Esther la miraba divertida, era una buena definición. – ¿No es así tu amiga? – Muy, pero MUY creativa. – le guiñaba un ojo y ese gesto le encantaba a la diseñadora. – Venga, entremos. – después de guardar el casco de Esther en el maletero trasero de la moto. Entraban al Café de Ruiz, un lugar con encanto especial de un bar con decoración vintage muy siglo XX y que tenía esa rara virtud de trasladarte al pasado cercano madrileño. La atmósfera íntima y agradable rápidamente atrapaba a Esther. – Vamos a aquella mesa, en ese rincón. – le señalaba un lugar apartado de la entrada, cercano a la barra y a la puerta que abría a otro salón de la cafetería. – Vale. Se sentaban y Maca disfrutaba la cara de fascinación con el lugar que mostraba Esther. Le encantaba que no escondiera su placer por estar ahí, en ese rincón tan querido por ella, donde había pasado tantas horas de charla con amigos o apenas un café a solas divagando mentalmente mientras sonaban las melodías suaves que ponían como música de fondo. – Esta música es ideal para la charla, ¿no? – ¿Te gusta el jazz Esther? – inquiría Maca. – Bastante, aunque me parece algo lejano escuchar jazz. – se quitaba la chupa de cuero y la colgaba en la parte trasera de su silla, después de observar a Maca hacer lo mismo, aunque más que notar la quita de la chupa de la “jefa dos” había posado sus ojos en cierto atributo delantero de la diseñadora que le habían “capturado” los ojos. – ¿Por qué? – Desde que nació Joan Manuel apenas he tenido tiempo libre y antes... bueno, antes tampoco. –

suspiraba sin aclarar nada. – Me resulta raro que no lo llames Nano. – ¡Ah, esta Isabel ha logrado que nadie reconozca el nombre de mi hijo! – Hermoso nombre, Joan Manuel. ¿Se llama así el padre? – iba directo a la pregunta que la intrigaba, el padre de ese niño y la relación que esa mujer que le gustaba horrores tenía con ese hombre. Esther caía en la trampa dialéctica de la “jefa dos” sin notarlo. – No, no. El padre de Nano... – dudaba un instante – bueno, el hombre que puso su parte para que se gestara mi hijo – decía con seriedad y tristeza insoslayable, algo que Maca notaba enseguida. – Oye, que no quiero que te angusties, ¿vale? No pretendía con mi pregunta... – estiraba la mano para coger la de Esther que reposaba sobre la mesa, gesto que a Esther le parecía muy tierno y le provocaba un temblor en todo el cuerpo, aunque no de ternura precisamente. – No, no tiene que ver con tu pregunta, es que... todo con Sebastián ha sido muy duro. La camarera las interrumpía preguntando qué iban a tomar, mientras comenzaba a sonar I don't know why cantada por Norah Jones y el rostro de Esther parecía comenzar a flotar con los ojos cerrados y sus labios murmurando la canción. Maca soltaba su mano e iba a preguntarle qué le apetecía pedir y ante la visión de la cara de Esther le decía a la camarera que enseguida la llamaría para hacer el pedido. En un momento, hacia la mitad de la canción Esther abría los ojos y se encontraba con el bello rostro de su partenaire mirándola embelesada. – Uy, lo siento, seguro me puse a cantar sin darme cuenta, es que esta canción me transporta a otro mundo. – Me dí cuenta, sí. – sonreía pícara – Una mujer muy interesante Norah Jones. – ¡¿La conoces?! – Tuve la oportunidad de ir a uno de sus conciertos en Estados Unidos, en Nueva Orléans. – ¡¡Te gusta!! – encantada de coincidir musicalmente. – En realidad, en ese momento acompañaba a una chica americana que era fanática suya y … – ¿Un ligue tuyo quizás? – en tono conspirativo. – Pues, sí, en ese momento estaba haciendo un curso en una universidad de allí y bueno, era joven y … – ¡¡Y guapaaa!! – lo exclamaba sin darse cuenta de lo que realmente estaba diciendo. – Gracias. – una asombrada Maca, no pensaba que Esther fuera una versión minimalista de Isabel, aunque su sinceridad la derretía totalmente – Vale... que … jmmm... Oye – un poco perturbada por ese “guapa” y lo mucho que le había gustado recibirlo de los labios de la mujer que cada vez más la atrapaba – la camarera está esperando nuestro pedido. ¿Qué te apetece? – Un capuccino. – contestaba firme y segura Esther. – ¿Algo dulce para acompañar? – le guiñaba el ojo Maca, había notado en la oficina, en sus “espiadas” a la cocina y por comentarios de Isabel, que Esther era amante de los postres – ¡Tienen una selva negra que te mueres! – asentía con la cabeza, reafirmando su comentario. – ¿Selva negra? ¡¡Nunca la he probado!! – Te la recomiendo yo, venga. ¡Marche una selva negra con un capuccino para Esther! – sonriente, levantando la mano para llamar la atención de la camarera.

Diálogos tontos y casuales en una primera cita, en un bar romántico y pequeño de Malasaña, ideal para estas cosas de charlar y empezar a conocerse, con música suave que sin saberlo Maca había acertado sobre los gustos de Esther. ¿Mejor comienzo? Imposible. Aunque quedaba mucho por contar sobre ésta, su primera e importante cita de “reconocimiento” y … ¿algo más?

C28. Primera cita de reconocimiento [2a parte] Si hay algo que te pone de buen humor es el chocolate, especialmente si eres una golosa increíble como nuestra Esther, ¡ni qué hablar con la selva negra de toneladas de chocolate y nata entre capas de masa hojaldrada ! Maca notaba el placer gustativo evidente en sus ojos y gestos y se felicitaba mentalmente por haber comenzado con el pie derecho esa cita. Ella a su vez degustaba lentamente su porción y esperaba para comenzar algún diálogo, quería saber más de esa mujer tan guapa y agradable que tenía frente a ella. – Disculpa que no hable, es que … ¡esto es sensacional! – tres cuartas partes de la porción descansando en su estómago. – Veo que te gusta mucho, sí. – sonreía tierna ante esa confesión inocente de niña pequeña. – ¡Venga! Tú apenas la has probado y yo ya me la he comido casi toda. – Puedes seguir con mi parte si quieres, no soy de mucho comer dulce. – ¡No me tientes! ¡No me tientes! – le contestaba Esther cruzando el índice y el dedo corazón con sus manos y haciendo una cruz, como en la exclamación “vade retro, satanás”. Maca reía alegre y sincera. – Tienes una hermosa risa, creo que es la primera vez que te escucho reír así. – Probablemente, hace mucho que no reía. – bajaba la vista, entristecida ahora por el asalto a la memoria de sus recientes metidas de pata. – ¡Buenas estamos! – negaba Esther con la cabeza – Tú y yo no hacemos un par. – soltaba la cuchara con la cual cortaba los trozos del postre y estiraba la mano para acariciar suavemente la de Maca, tratando de calmar su tristeza; Maca sentía la electricidad subir desde sus dedos y viajar por su cuerpo como una dulce caricia. – Verdad. – levantaba la vista y ensayaba una sonrisa, deseaba con el corazón que Esther no quitara su mano, se sentía bien así. Esos pequeños gestos de las dos, más el clima íntimo y cálido del lugar, predispusieron el ambiente para las confesiones más personales. – Voy a tratar de emparejar la situación. – decía Esther y Maca no entendía a qué se refería – Te soy honesta, conozco algo de lo que te ha pasado y te pone tan triste de pronto, aunque más me gustaría que tú me lo contaras. – Gracias por tu honestidad, supongo que Isa te habrá comentado lo que se dice en la oficina. – Esther asentía – Y en base a lo que has escuchado, ¿qué opinas de mí? Esther sacaba la mano que había acariciado la mano de Maca y ésta sentía un vacío enorme abriéndose paso por los poros de la piel. ¿Notó Esther esto? Porque enseguida de hacer un “espera” con esa mano, la volvió a su posición original y la otra se convirtió en gelatina humana al sentir el roce nuevamente. – Antes de eso, te cuento de mí, que nombré a Sebastián y no conoces la situación. Sebastián era mi pareja, es el padre de Joan Manuel aunque no lo declaré como tal en la partida de nacimiento del enano. Figuro yo sola como progenitora y como mi madre conocía gente en el registro civil, no me pidieron el certificado de donación de esperma. Faltaban algunas semanas de gestación cuando me dio una paliza terrible y gracias a Isa que intervino se pudo salvar mi hijo. – ¡Coño! ¡Joputa! – estallaba indignada Maca y ahora era ella la que tomaba esa mano sobre la suya, como si ese gesto sirviera como bálsamo al corazón de esa mujer frente a ella. Esther le fue contando su relación con Sebastián y la familia de éste, dueños de la empresa donde ella e Isabel trabajaban, no abundó en detalles escabrosos – que los había – ni en sus quebraderos de cabeza y sus largas noches de insomnio y llorera. Apenas los duros hechos para terminar en el

parking y la valiente actitud de Isabel enfrentando al maltratador y lanzándole lejía a los ojos, lo que hizo que Maca estallara en una carcajada estruendosa. – ¡¡Bravo por Isa!! ¡¡Nunca se me hubiera ocurrido!! ¡¡Qué idea genial!! ¡¡Dime que lo dejó cegata al joputa!! Esther sonreía viendo la alegría de Maca. – No sabemos. No ha vuelto a aparecer. Y espero que no aparezca nunca, tiene orden de captura además de la consabida orden de alejamiento. Pero has visto tú las noticias, la cantidad de mujeres que mueren a manos de sus parejas maltratadoras. – meneaba la cabeza ahora seria, con el miedo a flor de piel y la tristeza a punto de retornar a sus ojos. – Esther, supongo que Isa debe haber puesto al resto de sus compañeros en alerta por si aparece. Y súmame a mí y a Ana, ¡no voy a permitir que ese joputa se te acerque! Esther la miraba con chiribitas en los ojos. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso lo que se le cruzaba por la mente y le empezaba a calentar el corazón más que cálidamente? Seguían las dos con la mano tomada y eso era el incentivo para los “ratoncitos” mentales de ambas dos. – Ahora dime. – Maca estaba muy interesada en saber la opinión de esta chica sobre lo que había hecho – ¿Qué opinas tú de los cuernos que le metí a mi mujer? “Duro, muy duro el calificativo consigo misma”, pensó Esther. Esa mujer frente a ella estaba sufriendo mucho por lo que había hecho, se seguía castigando aunque había pasado bastante tiempo, no se había equivocado en su valoración inicial de la “jefa dos”. – Partiendo de lo que conozco, que no sé si todo fue tan así y que no sé qué pasaba entre tú y tu chica.... – Eramos pareja Esther y habíamos decidido tener un hijo. – la interrumpía tirándose más mierda encima, si eso era posible – No tengo excusa alguna para lo que hice. – ¿Sigo con lo que yo opino o quieres que te diga que eres una mierda de persona? – sonreía pícara y ahora era Esther la que apretaba la mano de Maca. ¿Cómo se tomó Maca esta última declaración de la chica frente a ella? Digamos que como una melodía suave, inesperada, una caricia al corazón que le dibujó una enorme sonrisa en los labios y chiribitas en los ojos.