CONSTRUCCIÓN EN CALDEA, ASIRIA Y BABILONIA

LA CONSTRUCCIÓN EN CALDEA, ASIRIA Y BABILONIA. En la pequeña área definida por los ríos Tigris y Eufrates se desarrolló

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LA CONSTRUCCIÓN EN CALDEA, ASIRIA Y BABILONIA.

En la pequeña área definida por los ríos Tigris y Eufrates se desarrolló, desde el inicio del IIIer milenio a.C., una construcción en ladrillo de un grado tecnológico que puede calificarse de sofisticado. En muchas ocasiones hemos leído que los pueblos que orientaron su construcción hacia el ladrillo fueron aquellos que no encontraron en su entorno materiales más inmediatos, tales como la piedra o la madera. Es posible que los primeros investigadores y arqueólogos, impresionados por las enormes masas de ladrillo de los Ziggurats y de otras construcciones mesopotámicas, encontraran una justificación inmediata del uso del ladrillo en la ausencia, a primera vista, de piedra y en la falta de bosques que les proporcionara madera de calidad o de adecuada capacidad estructural. Este uso del ladrillo secado al sol, por carencia de piedra y de madera, sigue repitiéndose en muchos textos actuales, sin mayor argumentación, mientras podemos comprobar que el enorme Ziggurat de Assur, la gran montaña asiria de ladrillos, descansaba sobre varias hiladas de grandes sillares de piedra caliza local bien escuadrados y que toda la ciudad se afincaba al pie de una leve colina de la misma piedra. Si admitimos que este momento, anterior incluso al cuarto milenio, constituye el origen más temprano de las civilizaciones, podremos comprender fácilmente que los medios de extracción de la piedra, la disposición de las herramientas capaces de manipularla y el transporte de la misma, así como la organización necesaria para ello, precisaban momentos tecnológicos más desarrollados. Otro tanto podríamos decir de la manipulación, nada inmediata, de la madera. Aún tenemos un ejemplo más cercano en el que comprobamos como la tradición constructiva se define por uno u otro material en base a parámetros menos inmediatos, pues tampoco fue la piedra el material más apreciado por los etruscos, a pesar de que en sus tholos monumentales la tallaran para labrar el mobiliario de sus tumbas excavadas. No obstante, podemos decir que para la arquitectura de los vivos estos fueron verdaderos amantes del arco de medio punto y maestros de la construcción de ladrillo, a pesar de que la inagotable cantera de caliza (Carrara) estaba a dos pasos de su asentamiento, en la Toscana italiana. Por otro lado, con poco que nos adentremos en el estudio de este pueblo veremos que el sumerio entendió que los elementos fundamentales de la riqueza natural de la Baja Mesopotamia estaban en el limo aluvial, en el betún y en el junco. Las creencias religiosas del sumerio estaban, desde el origen, vinculadas a la montaña. Así veremos como la construcción de sus primitivos y diminutos templos, debían emplazarse en la cima de una plataforma. Para ello, articular una gran masa arcillosa de cierta representatividad debía presentarse como inmediata y, por esta misma razón, no debe sorprendernos que el molde de fabricar ladrillos, junto con el azadón para labrar la tierra y la rueda se tengan como los primeros inventos del pueblo sumerio y que aparezcan así en las primeras tablillas votivas. Está constatado que el ladrillo, secado al sol, fue inventado por los sumerios con anterioridad al periodo arcaico, predinástico. Otro tanto podríamos argumentar para hacer comprender el valor del barro argamasado, en la obtención del hábitat, elemento fundamental para la estabilidad de la primitiva vivienda de junco del sumerio del Delta. Así, la primitiva tradición constructiva se fue consolidando en base al adobe y su evolución tecnológica

debió girar en torno a la mejora y perfección de calidad de la pieza prismática. Las estelas relivarias nos muestran, reiteradamente, al rey como constructor, seguido de sus obreros, portando las herramientas del albañil y la cesta de los ladrillos. De entre estas estelas hemos de destacar la afamada Estela de Ur-namu, realizada en piedra caliza de 4'5 m. de altura, en la que en el cuartel segundo se presenta Ur-namu como rey constructor, con la piqueta al hombro haciendo libaciones ante la divinidad lunar (Nannar) que le ofrece la vara de medir y la cuerda enrollada del arquitecto, simbolizando su deseo de que el rey construya un templo. En los pasajes siguientes el monarca aparece llevando al hombro las herramientas del constructor y la cesta de los ladrillos, mientras unos trabajadores suben por las escalas llevando el mortero a otros que colocan los ladrillos. Consolidada así la tecnología del ladrillo (adobe), que resolvía el arco e incluso la bóveda de las conducciones hidráulicas, es posible que fuera la propia tradición constructiva la que no diera paso al uso de la piedra, por la dificultad de trabajarla y acarrearla más que por ausencia de ella. No obstante, la piedra y la madera, que como hemos dicho requerían otros medios de trabajos y de especialización, estuvieron presente desde los períodos más arcaicos en la cultura mesopotámica, desde muy temprano las puertas de las casas fueron de madera. En el Museo de Bagdad podemos ver, entre otras piezas, la estela de Warca, mostrando los arqueros en la caza del león, labrada en granito y abundantes cuencos, ricamente decorados, labrados en piedra arenisca. Más tarde, cuando la tecnología entendió a la piedra como material resistente a las deformaciones del suelo y adecuada para combatir la humedad del subsuelo y el deterioro del pie del muro, ésta, pasó primero a la cimentación y después a los zócalos de los edificios. Los museos alemanes, franceses, británicos y desde luego los estadounidenses están llenos de ricos bajorrelieves, labrados tanto en piedra caliza como en diorita o en precioso alabastro, procedentes de las distintas etapas mesopotámicas, no faltando en ninguno de ellos, un par de las enormes placas de caliza gris, mostrando los potentes toros alados de cinco patas que protegían los zócalos y enmarcaban las puertas de los palacios asirios. Todo lo anterior, viene a confirmarnos que no fue la piedra el primer material que se utilizó en la edificación, al menos en la arquitectura doméstica, y que las razones del uso de un determinado material depende tanto de sus posibilidades de trabajabilidad como de su proximidad al lugar de asentamiento.

PERIODOS HISTÓRICOS DE LA CONSTRUCCIÓN MESOPOTÁMICA.

Los sumerios, eran de origen no semita, de creencia politeísta y temerosos grandes supersticiones. Proce- dían de más allá de los Montes Zagros y ocuparon inicialmente algunos islotes de la Baja Mesopotamia, desde donde, al margen de las gentes semitas que mantenían asentamientos menos sedentarios, generaron los distintos reinos sumerios.Para este trabajo, encaminado a estudiar la actividad edificatoria, sus formas constructivas, materiales empleados y tecnología desarrollada, entenderemos como extensión de tan vasto período, el tiempo que media desde la mitad del cuarto milenio a.C. hasta el año 538 a.C., momento en que los persas ocuparon Babilonia, quedando así cerrado el Período Neobabilónico. No obstante, nosotros completaremos el capítulo con algunas referencias e incursiones en la construcción persa, que aunque le dedicaremos un capitulo posterior, haremos aquí una mínima síntesis para que puedan verse sus claros vínculos de continuidad, pues fue

ésta, una clara recuperación de las tradicionales y formas edificatorias más puras de la vieja construcción mesopotámica. "Cuando las aguas del gran diluvio descendieron, sobre ellas, se vio la enorme masa de ladrillos desechos en las que se observaban inscripciones que identificaban el Ziggurat de la ciudad de Kish..." El Libro de los Reyes pone así de manifiesto que para el año 2400 a.C. la montaña artificial y escalonada, de enorme masa de ladrillos secados al sol, templo observatorio, era el monumento religioso más característico de las ciudades sumerias. En fechas relativamente reciente una misión conjunta de los museos de Oxford y Chicago, han datado que los primeros niveles de estas construcciones datan de 3500 años a.C., primeras dinastías de Kish y Ereck, tiempos de Guilgamés. La Historia General considera el estudio de Mesopotamia fraccionando el tiempo anteriormente señalado en un amplio número de etapas. Para nuestro trabajo, sin pérdida de rigor, lo entenderemos, a efectos de hacer referencias a ellos, dividido en los siguientes períodos: Período previo a la escritura, sumerio arcaico o de Al' Ubaid (3.500-3.000 a.C.), en el que el ladrillo secado al sol "adobe" ya era un viejo invento y durante el cual, los focos de desarrollo de la construcción se localizaron en la vieja Eridú, al Sur de Ur, en Erech (Warka) en la orilla izquierda del Eúfrates y al N. de Ur, en Al' Ubaid cerca de Ur, y en Tepe Gawra en la margen izquierda del Tigris cerca de la posterior Nínive. Período de las primeras dinastías sumerias, del ladrillo plano-convexo o de Ur ( 3.000-2.340 a.C.), en el que parece nacer el concepto de cimentación como parte fuerte que ha de tener presente las agresiones del suelo y de su humedad. Construcciones de este período muestran por primera vez bloques de piedra, toscamente labrados. Período Acadio ( 2.340-2.160 a.C.) en el que los acadios, gentes de origen semita procedentes de Siria, se afinca en Kish y Lagash, adoptando de buen grado la civilización y tradición constructiva, de manera que, en esta materia, no hemos encontrado innovaciones significativas. Periodo Neo-sumerio, más conocido como de la tercera dinastía de Ur. (2.250-2.025 a.C.) y que, aunque las innovaciones artísticas se centran en Gudea, mecenas de Lagash y en Larsa, nosotros lo reseñamos porque en este tiempo se levantó el Ziggurat de Ur. A partir de este momento y hasta el final del tiempo considerado para nuestro estudio, se hace necesario distinguir entre las dinastías babilonias o del sur de Mesopotamia, y las asirias, o del norte. En el Periodo Babilónico (2.100-1.250 a.C.) serán objeto de nuestros estudio, el reinado de Hammurabí y algunas referencias a la dinastía casita, bajo la cual se construyó el Ziggurat de Enlil, de 70 m. de altura, en DurKurigalzu, la actual Aqar Quf, emplazada a mitad de camino entre Samarra y Babilonia y en la parte en que el Tigris se acerca más al Eúfrates. Aún hoy podemos ver como se levanta airosa la enorme masas de ladrillo cuya forma erosionada se asemeja a una roca estratificada. En el Período Neo-babilónico (1250-539 a.C.) reseñaremos la construcción del Ziggurat de Babilonia que se tiene como la Torre de Babel y el magnífico desarrollo de la técnica del vidriado del ladrillo, que podemos observar en los toros y leones de la Puerta del Ishtar y en los muros del Salón del trono del Palacio de Nabucodonosor II. En el Norte, el Viejo Período Asirio (1.650-1.000 a.C.) contemporáneo con el tiempo de Hammurabí y con los trabajos de Mari, muestra, en materia edificatoria, una total dependencia de Babilonia y un enorme aprecio del ziggurat, que incluso ganó en altura. No obstante, durante este período nace la técnica del uso de la piedra en losas para revestir los zócalos de los palacios y otros edificios seculares. El Período Asirio Tardío, (1.000-539 a.C.) se caracteriza por la edificación de sobrios e importantes palacios dotados de potentes zócalos de piedras y el nacimiento de nuevas ciudades, como Nimrud levantada por Assur-nasirpal sobre la margen izquierda del Tigris al norte de la capital, Assur. Desde el punto de vista de la construcción, la más importante fue Korsabad, fundada el año 706 a.C. por Sargón II al, pie de la cara oeste de la Cordillera de Jebel Maklub, a unos 10 Km. al norte de Nínive, lugar al que el monarca trasladó su residencia y donde murió al poco tiempo. Este período se prolongó hasta la dominación de los medos.

EXPANSIÓN DE LA CONSTRUCCIÓN MESOPOTÁMICA.

Después del Diluvio, con la tercera dinastía de Ur, esta ciudad debió manifestarse como la más importante del Delta. Ur, lugar del Patriarca Abraham, se dotó de fuertes murallas de ladrillo sin cochura, de un ancho, en su pie, de 25 m. y al menos 8 m. de altura, creyéndose que sobre ella aún se levantaba un segundo muro de menores dimensiones. Para el año 2.250 a.C. bajo una floreciente prosperidad surgió la tercera dinastía cuyo príncipe Ur-Namú, el rey constructor, fue siempre representado llevando en sus hombros los útiles de albañil y la cesta de los ladrillos. Bajo su gobierno se levantó el conocido Ziggurat, cuya fama, quizás se deba sólo a su mejor conservación en relación sus homólogos; al menos ello ha sido lo que lo ha consagrado como documento clave en la investigación histórica de la Vieja Mesopotamia. Con Hammurabí (1.792-1.750 a.C.), el imperio asirio se extendió por el Este hasta el Eslam (Persia) con Choga Zanbil y Susa; por el Norte se prolongó hasta los lagos Urmía y Van. Por el Oeste llevó su frontera hasta el borde del Desierto de Siria, hasta Ain Dara cerca de la actual Alepo. El mayor dominio territorial se logró con Nabucodonosor II (600 a.C.) que llevó la frontera Oeste hasta Egipto y a la costa mediterránea. También incorporó, al imperio asirio-neobabilónico, la zona sur de Anatolia. Estos dos momentos Neo-sumerio y Asirio-babilónico coinciden con la mayor actividad constructiva en Mesopotamia.No obstante, la construcción en ladrillo como fuente de inspiración sumeria y su tradición o técnica constructiva había encontrado ya una gran expansión colonial, sobrepasando ampliamente sus fronteras, no sólo en la parte oriental del continente asiático, sino que para el año 3.000 a.C. la construcción en ladrillo era práctica habitual en Egipto. Los Persas, a quiénes se deben los edificios más refinados de tradición mesopotámica, fueron verdaderos colonizadores de esta forma de construir, imponiendo el ladrillo desde el hoy Afganistán, por el Este; hasta Jordania y Siria por el Oeste, donde la construcción pétrea, de ejecutoria romana, se había aceptado con verdadera sumisión. El Imperio Persa en su etapa final (período sasánida) se extendió desde Irán hasta Arabia, Egipto y Omán y, en materia de la construcción en ladrillo, constituyó, sin duda, la fuente de inspiración de la primera arquitectura islámica. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DE LA CONSTRUCCIÓN MESOPOTÁMICA. Gente de la montaña, de carácter sedentario y afincado en débiles asentamientos en suelos en los que la sequía se alternaba con fuertes lluvias, el sumerio tenía que mirar al cielo y esperar de él sus parabienes. Así trató de estar a bien con el sol, con la luna, con el viento y con el agua, que procedía de las montañas. Por este motivo, no debe sorprendernos su religiosidad politeísta ni que en las ciudades se levantaran distintos templos dedicados a distintas deidades. Así, es el templo el primer edificio con una estructura sólida. El templo de los períodos previos a la escritura fue pequeño, de una sola habitación de planta rectangular, de apenas 5x4 m2., con entrada por uno de sus costados mayores y con un pequeño nicho en el muro que cerraba uno de sus costados menores. En éste lugar debía colocarse una pequeña estatuilla, estela o referencia a la divinidad a la cual se dedicaba la

construcción. Frente a este lugar, que pronto debió transformarse en altar, y en la mitad anterior de la única estancia, se emplazaba una placa de arcilla perforada en el centro, para las ofrendas. No obstante, estos primitivos y pequeños santuarios mostraron ya tres características que no se perderían nunca, el altar, la tabla de las ofrendas y el muro de ladrillos secados al sol, dotado de pilastras o retranqueos exteriores. Las excavaciones han venido a confirmar que cada templo se edificaba sobre uno anterior, para garantizar la aceptación divina del lugar y que cada constructor se esforzaba en localizar las fundaciones primitivas. Así Nabonides último rey de Babilonia, cavó dieciocho codos bajo el suelo del templo de Sippar para hallar los cimientos que había construido Naram-sin, que debió reinar diecisiete siglos antes. Las capas o niveles arqueológicos se definen por la aparición de actuaciones o construcciones superpuestas, realizadas en tiempos distintos, claramente diferenciados por el tipo de material o por la interrupción de la continuidad vertical de los elementos. Su definición y datación corresponden a personas muy cualificadas y expertas, y requieren documentos irrefutables. Son elementos fundamentales para dicha definición los pavimentos, las cimentaciones, y ajuares propios de épocas diferenciadas y claramente datadas. Estas capas arqueológicas se numeran por su antigüedad u orden ascendente. Así en las construcciones de Kish se han definidos al menos tres capas arqueológicas por el hallazgo de tres pavimentos que se distancian, el nivel 1 del nivel 2, unos 50 cm.; y el nivel 2 del nivel 3, o más emergente, unos 70 cm. 

LA CONSTRUCCIÓN DEL TEMPLO Y DEL ZIGGURAT.

En la vieja Eridu, en la bíblica Erech (Warka), en Tepe Gawra, al Norte de Mesopotamia, y sobretodo en Khafaje, en la margen izquierda del Tigris, al Norte de la que sería Babilonia, donde las excavaciones han dejado bien definido desde los niveles más primitivos hasta los más tardíos, ha podido verse como desde este período predinástico, tanto en el Sur como en el Norte del país, el muro fue tomando un ligero talud, ganando en espesor y que los contrafuerte o apilastrados constituyeron una constante que obedeció más a una razón compositiva o decorativa que a una respuesta mecánica, a pesar de que en el primitivo templo de Anu en Warka pudiera tener alguna justificación de tipo mecánico. Estas pilastras o rehundidos, con su luz y sus sombras trataban de establecer un ritmo capaz de romper la monotonía del plano neutro del muro cerámico. En relación con la planta del templo, el espacio rectangular del santuario de Eridu del período de Al' Ubaid fue enriqueciendo su programa dotándose de habitaciones en los costados mayores y de escaleras que conducían a la cubierta del templo. Las esquinas del edificio se orientaron coincidiendo con los puntos cardinales y el altar se mantuvo en el costado menor orientado a Noroeste. En Khafaje, durante las primeras dinastías sumerias debieron levantarse otros templos, entre los que cabe señalar el extrañamente denominado, por los arqueólogos, como templo oval y cuya planta, atendiendo a la tipología propia de aquellos primeros templos, respondía a un rectángulo de 24x12 m2. fuertemente contrafuerteado con amplias pilastras que se manifestaban como torres al sobrepasar la cubierta. El templo se emplazaba sobre una plataforma de más de 2,00 m. de altura, también

rectangular, 30x25 m2. y también contrafuerteada, a la que se accedía por una importante escalera perpendicular al lado mayor y que pudo inspirar a Ur-Namú al pensar en la construcción del Ziggurat de Ur. Una doble muralla oval definía el témenos o recinto sagrado de 140x80 m2. en cuyo patio, rectangular, se emplazaba el templo. Es posible que la muy reproducida imagen de la potente reconstrucción de Hamilton D. Darby, sea no sólo la causa del calificativo del templo, sino que ha resultado ser el distintivo, dudoso y equivocado, del templo de las primeras dinastías, a pesar de que el templo de Al' Ubaid, construido después del diluvio por Anipalá, rey de Ur, para honrar a Ninkursag, diosa de la maternidad, se alzara sobre una plataforma con cerca oval. El cambio más espectacular se introduce en el templo de Warka (Erech) en el que la plataforma de Eridu se transforma en una montaña artificial (tell) que aquí alcanzaba ya veintitrés codos y medio, unos 13 m. de altura y que se dotaba de retranqueos. El sumerio estaba obligado a dar casa a dios, pero el enorme esfuerzo de construir una montaña cerámica sólo puede entenderse si se comprende que su erección constituía una plegaria de poder sobrenatural, que la montaña era un concepto religioso asociado a la lluvia, fuente vida, y que el esfuerzo era la comunicación divina con Ninhursag, Señora. de la montaña. El templo se emplazó en lo más alto de la montaña y la cella era el sanctasanctórum. El templo, rodeado de pequeñas habitaciones emplazadas en sus costados mayores, mantuvo la cella rectangular en el centro de la construcción. La puerta que, en ocasiones, se había abierto en todos sus costados, salvo en el del altar, se fue asentando en el costado Noreste de manera que el asistente al culto giraba a su derecha para mirar al altar, aunque, como ocurre en Khafaje, en este costado se fueran adosando sucesivos patios. Durante las primeras dinastías, el templo mantiene el mismo carácter pero, en relación con la construcción, el hecho mas característico es la aparición del ladrillo plano-convexo en el que una de sus tablas, caras mayores, aparecía plana en tanto que la opuesta presentaba un abultamiento con profundos surcos creados por los dedos del operario. Volveremos más tarde a considerar el uso de esta singular pieza prismática. En el período acadio, en el que Sargón I fundó la que sería la legendaria Babilonia, toda la construcción asumió la tradición sumeria sin cambios significativos. En Babilonia, a pesar de que Sargón I ofreció a su hija para servicio del dios Sin de Ur, el dios honrado fue Marduk y en favor de él se levantaron los santuarios y monumentos, entre los que se encontraba la bíblica Torre de Babel. En Erech, Nabucodonosor reedificó un viejo templo sumerio manteniendo sus muro dotados de retranqueos y flanqueando sus puertas de parejas de torres, lo cual constituyó otras de las características propias y fundamentales de la construcción mesopotámica. Aunque no todos los templos se construyeran sobre un Ziggurat durante el Periodo Neo-sumerio, si fue este hecho el que caracterizó a la etapa de la Tercera Dinastía de Ur. Durante el período asirio se experimentó mucho con el templo, asociándolo al palacio. No obstante, el ziggurat gozó de un especial atractivo, creciendo incluso en altura. En Assur se levantó un doble templo con acceso desde la terraza del palacio y dotado de dos ziggurats; un templo estaba dedicado al dios sol y otro al dios lunar. El templo dedicado a Ishtar en la misma ciudad se constituía por un pequeño recinto cuadrado con una alcoba para la diosa del cielo y un altar para los sacrificios; lamentablemente de todos los monumentos de esta etapa, templos y palacios, no queda más que algunas de sus cimentaciones. Durante toda la etapa mesopotámica el templo se cubrió mediante sistemas adintelados, usando, para ello, troncos de palmeras y terraza de barro cuajado sobre un tejido o lecho de palmas y mimbre . La cubrición con bóveda, que forma parte de la construcción mesopotámica más domestica, llega a su verdadero desarrollo en su etapa más tardía, alcanzando verdadera maestría con la construcción persa-

sasánida. Aunque es a Gudea, rey de Lagash, a quien, en materia de arte, siguiendo las iniciativas artísticas acadias, corresponde el titulo de gran mecenas del periodo Neo-sumerio, fue Ur-Namú, rey de la III dinastía de Ur, hombre de gran carisma y que hemos calificado, por su enorme actividad constructiva, como "constructor", quien, consciente de la importancia que habían alcanzado los reinos acadios, decide agrupar los reinos sumerios del sur, bajo el rey de Ur. Ur-Namú, hacia el año 2.050 a.C. a la vez que construía la muralla de Ur, emprendió la construcción del Ziggurat para situar, en lo más alto, el templo de Sin, dios lunar de la vieja Mesopotamia. El Ziggurat de Ur se levantó sobre una construcción más antigua, orientando sus esquinas en coincidencia con los puntos cardinales. Se levantó una primera plataforma rectangular de casi 65x43 m2. de base y de una altura próxima a 20 m., totalmente maciza y aparejada de ladrillos secados al sol de 24x10x5 cm3., aunque dispuso una capa o pared exterior, a modo de encofrado o forro de casi tres metros de espesor de ladrillos cocidos de 32x22x6 cm3.. Para el mejor secado de las distintas togadas de ladrillos, se dejaban pequeños conductos lineales y horizontales, logrados por ausencia de material, que asomaban al paramento exterior a modo mechinales. Era costumbre que el primer ladrillo, hecho con un molde sagrado, se depositara en la base del monumento, en el ángulo que miraba a oriente, con el fin de aplacar al genio del suelo que iba a estar siempre condenado a soportar el peso del edificio y así se supone que un ladrillo, vaciado en un molde de oro, se colocó en el indicado lugar de este basamento. Esta primera plataforma se levantó con paramentos exteriores con un ligero talud, unos 8 grados respecto a dirección cenital, y contrafuerteado por amplias pilastras, a imagen de los muros del primitivo santuario de Al-Ubaid, situado en las afueras de Ur. El costado mayor, opuesto al de las tres escaleras monumentales, disponía de diez de dichas pilastras, distintas unas de otras y cuyo ancho medio es de 8 sogas, unos 2,50 m., distanciándose unas de otras, entre una vez y media o dos veces el ancho de las pilastras (entre 4 o 5 m.). Estas franjas verticales se adelantaban del plano general, una profundidad de un pie o soga (unos 30 cm.). El monumento se levantó disponiendo de tres escaleras de 100 escalones cada una, con un ancho o longitud de peldaño de ocho ladrillos, 2,50 m., colocados asentando su tabla a la huella, y una altura de peldaño de 16 cm. compuesto por dos gruesos de ladrillos y sus correspondientes tortas de mortero. Para el año 1915 el ziggurat de Ur era una montaña cerámica y por sus escaleras erosionadas subieron los caballos de las tropas inglesas. En 1918 se iniciaron las excavaciones y restauraciones, en una misión conjunta entre el Museo Británico y la Universidad americana de Pennsylvania.

Las escaleras se disponían de manera que dos de ellas se acostaban sobre el muro mayor orientado a Sudeste y la tercera acometía perpendicularmente al mismo muro, en su punto medio, de manera que el conjunto de estas tres largas escaleras proporcionó al monumento una enorme y equilibrada simetría. Las tres escalera confluían en un rellano situado por detrás de la puerta que, resuelta mediante un arco de medio punto y flanqueada por torres gemelas, constituía un pabellón a modo propíleo. Aún se prolongaba, la escalera frontal, hasta alcanzar una terraza intermedia de la segunda plataforma. Superada la mitad de la altura de las escaleras, en sus rincones de confluencia se adelantaban dos potentes bastiones coronados con terrazas que debieron ser ajardinadas y servían para el descanso, a mitad de camino, de las personas que subían al monumento para llevar a cabo alguna boda o para los desfiles que en honor a Sin, tenían lugar dos veces al año. Sobre este potente basamento se elevaba una segunda plataforma que, aunque su estado de erosión hace difícil su definición, se estima que debía disponer una superficie próxima a 38 x 27 m2. y una altura cercana a los 5 m.. Esta segunda plataforma se abría en cuatro cuarteles para dar paso a otras tantas escaleras exteriores que, en cada una de sus costado, daban acceso a la terraza en la que, finalmente, se elevaba el santuario de Sin, dios lunar. La capilla o santuario estaba revestida y encalada en color azul y la plataforma superior se pintaba de color escarlata. En las excavaciones citadas se encontró, insertada en el paramento, la estela a la que ya hemos hecho referencia y en la que aparece Ur-Namú recibiendo ordenes de Sin para que construyese el templo, y puede verse como le hace entrega de la escuadra, de la vara de medir y del cordel de lino para el replanteo. Nabónido, el ultimo rey de Babilonia que gobernó hacia el año 550 a.C. y que debió restaurar el Ziggurat de Ur, colocó unos cilindros con inscripciones, en las esquinas de la base del mismo, donde puede leerse que el monumento fue construido por Ur-Namú y su hijo Dungí, añadiendo que sólo él, Nabónido, le dio el toque final que le llevó a la perfección. El templo, situado en la parte más alta, disponía de una sala central donde se celebraban las bodas y donde, una virgen sumeria, era sacrificada o consagrada a dios. El Ziggurat de Ur es la construcción mejor conservada de la arquitectura Neo-Sumeria. Aún podemos observar la magnitud de sus plataformas y la de sus retranqueos o vaciados verticales que, como contrafuertes, no se justifican estructuralmente y sí, desde lo decorativo, en el contraste de luz y sombra, dando mayor realce al paramento. Se especula con que estos vaciados pueden tener origen en los conjuntos de troncos alojados y sostenedores de vigas de viejas construcciones, adosados a los muros de barro de la edificación de tapial, los cuales, pudieron desaparecer dejando dichos huecos. Esto parece poco fundamentado, y no impondría la perfecta simetría y dimensión de los magníficos vaciados. En estas plataformas, en las que su construcción se fundamentó en base al ladrillo secado al sol, sin

cochura, (adobe) se sabe que muy pronto, se usaron ladrillos cocidos en horno . Ello quiere decir que desde muy temprano la industria ladrillera alcanzó un lugar preponderante en la sociedad sumeria. La técnica de la arcilla cocida siempre estuvo reservada, en la antigüedad más temprana, a vasos y estatuillas. Como resumen recordemos que el Ziggurat de Ur no fue ni el primero ni el último de estos templos observatorios. Al menos sabemos que las devastadoras lluvias de diluvio no lograron borra la huella del viejo Ziggurat de la ciudad de Kish y que los acadios, que nunca fueron visto como gente extranjera, asumieron todas las costumbres y toda la tradición constructiva sumeria, incluso su religión politeísta y la forma de sus santuarios, de manera que Sargón I, rey fundador de Babilonia, que había ofrecido a su hija al servicio de Sin dios de Ur, decidió levantar un monumento dedicado a Marduk, dios de Babilonia que se tiene, desde tiempos de Herodoto, por la mítica y bíblica "Torre de Babel" o "Ziggurat de E-Temen-Anki". Herodoto, de quien se asegura que nunca viajó a Babilonia, definió acertadamente el lugar donde debió levantarse esta torre, pero se cree que, una vez más, cae en exageraciones cuando la describe con ocho pisos. Algunas tablillas votivas del tiempo de Gudea describen a la Torre de Babel (ziggurat del dios Marduk, dentro del conjunto nacional de Babilonia), mostrando tres pisos; una primera plataforma de base cuadrada de 100 m. de lado y 35 m. de altura; otra, segunda, de 80 m. de lado del cuadrado de su base y 20 m. de altura y una tercera, también cúbica, sobre la que se situaba el santuario, de 65 m. de lado en la base y 7,00 m. de altura. Las diversas reconstrucciones que se han hecho, vienen a coincidir en anteponerle un conjunto de tres escaleras en la forma en que se disponen en el Ziggurat de Ur, proporcionándole una potente simetría. Koldewey, que se mantuvo ajeno al saqueo, la dibujó con sólo dos pisos. Este arqueólogo alemán, verdadera autoridad en esta ciencia de excavar en el pasado, dedicó buena parte de su vida a sus trabajos en Babilonia y será uno de los pocos arqueólogos antiguos al que, desde aquí, rendimos homenaje. Como ya habíamos adelantado, durante el período asirio el ziggurat tuvo un especial atractivo, creció en altura, mantiene las tres escaleras suben, generalmente desde el patio, hasta la primera plataforma y, desde aquí, la subida a la cima mediante una rampa helicoidal continua, protegida por un ligero almenado, se hace más restringida, casi privada y peligrosa. En esta etapa, el ziggurat, como todos los edificios de este período, se eleva sobre una cimentación en base a varias hiladas de grandes bloques de piedra caliza, bien escuadrados. En el período asirio temprano, el Ziggurat aparece junto al templo, incluso adosado a él. Así lo podemos ver en Mari y en el templo de Qars Tukuli-Nimurta, en Assur, en el que el ziggurat y el templo estaban unidos por la cella, y es posible que la cubierta del templo estuviera conectada mediante un puente con el primer nivel del ziggurat . También en Assur, la primitiva capital asiria, fundada por Sargón I, el templo de Sin-Shamash dispuso de dos ziggurats unidos a dos santuarios de un mismo templo, y como hemos dicho, uno estaba dedicado al sol y el otro, a la luna. No obstante, para el período asirio tardío el ziggaurat vuelve a aparecer, como en Ur y Erech; es decir, separado del templo. El gran ziggurat de Assur, "la enorme montaña de ladrillos", de base cuadrada de 30x30 m2., emerge aislado, orientando sus vértices según los puntos cardinales y rodeado de una cerca, como inaccesible, con escaleras adosadas al paramento, sin protecciones. Sargón II fundó, el año 706 a.C., Korsaba una pequeña ciudad situada sobre la margen izquierda del Tigris, al píe de la cara Oeste de la cordillera Jebel Maklub y al Noreste de Nínive. Dos años antes de morir,

de manera inesperada, trasladó allí su residencia, cuando sólo se habían edificado algunos edificios públicos que aún estaban por acabarse. Su recinto amurallado encerró una extensión de 270 Ha., un cuadrado de 1,65 Km. de lado. En él, se abrían dos puertas en cada lado, salvo en el muro Noroeste que sólo dispuso una. Sobre este mismo muro se levantó la ciudadela, también amurallada, con un bastión que se adelantaba a la alineación de la muralla. Desde todos los confines se divisaba el lujoso ziggurat de la ciudadela de Korsaba, que se constituía por una hélice continua, que mostraba, en sus siete plantas, un perfecto y elegantísimo almenado, igualmente continuo, para la protección del usuario de las cómodas rampas. Además de los ya muy citados, de Ur, de Choga Zanbil, de Kish, de Babilonia, de Enlil, de Assur y de Korsaba, muchos otros ziggurat que permanecen en espera de ser excavados, fueron construidos en Mesopotamia. Volviendo a los comienzos de este primer milenio a.C., cuando David conquistó Jerusalén tratando de unir las 12 tribus de Israel bajo el símbolo del Arca de la Alianza, debió plantearse la necesidad de construir un templo, cuyas obras llevaría a cabo, hacia el año 966 a.C. su hijo, Salomón. En el centro de una amplia plataforma, en el lugar en el que hoy se levanta la Cúpula de la Roca, se levantó el pequeño templo, de apenas 20 x 10 codos , dentro de u temeno dotado de un conjunto de murallas concéntricas . El edificio se construyó con una fábrica fenicia muy sobria y característica; una argamasa pétrea reforzada con encadenados de grandes tablones de madera y sillares muy bien escuadrados en las esquinas que otorgaban al conjunto una enorme robustez, además de refinada belleza. El año 587 a.C. Nabucodonosor Rey de Babilonia arremetió contra Jerusalén reduciendo a ceniza tanto el templo como buena parte de la ciudad. Pero cuando Ciro conquistó Babilonia, cincuenta años más tarde, autorizó la marcha de los judíos a Jerusalén con el fin de reconstruir el ya legendario templo que Salomón construyó para Yahvé. Estas obras de reconstrucción se llevaron a cabo con posterioridad al año 520 a.C., ya bajo el reinado de Darío, hijo de Ciro. En esta reconstrucción el edificio triplicó sus dimensiones y el año 445 a.C. Atajerjes rey aqueménida inicia la amplia reconstrucción de Jerusalén. El año 168 a.C. el templo de Salomón fue nuevamente arrasado y saqueado, esta vez por el sirio Antioco III, quinto rey en la dinastía Seléucida. Esta dinastía fue fundada por Seléuco, un oficial de Alejandro Magno, que tras el inesperado desmembramiento del Imperio Macedonio, sintiéndose heredero del mismo, fundó la dinastía Seléucida, que gobernó en Siria y Mesopotamia hasta el año 64 a.C. en que tuvo lugar la invasión romana. No obstante para el año 167 a.C. ya se había instalado en sus ruinas una estatua de Zeus Olímpico, que fue robado por una trupe de mercenarios, que para crear mayor confusión incendiaron el templo. Esto debió poner en marcha una obra de gran envergadura. Herodes el Grande en unos trabajos que ocuparon a más de 1800 obreros durante unos 46 años, reconstruyó el templo y realizó la gran explanada de 14 Ha. y su estoa, "El Haram" de los musulmanes, terminándose esta obra el año 66 de nuestra era. 

LA CONSTRUCCIÓN DE LA CASA, DEL PALACIO Y DE LA CIUDAD.

La vivienda de los primeros sumerios, debió construirse en base al junco y, su tipología, no debía ser muy distinta a la de las cabañas, graneros y almacenes que aún podemos visitar en el Delta. Como puede verse en el dibujo de Hamilton, que muestra el desarrollo de un cilindro metálico, sello cuneiforme expuesto en Oxford, los mazos de carrizos, bien atados, servían para constituir los elementos portantes de una estructura compuesta por sólidos soportes centrales y un conjunto de arcos directores que

sujetaban un cerramiento formado por un cascarón de esteras del mismo material. El lodo aluvial fue recubriendo y consolidando esta estructura, de manera que pronto debieron construirse muros de tapial, a modo de zócalos, sobre los que se alzaron estructuras de carrizos y juncos que resolvían la mitad superior de la choza. En el Norte, muy pronto las casas debieron construirse de adobe, consolidando serios muros que, a imagen del templo, mostraban amplios retranqueos o pilastras exteriores. La tablilla de la vieja Eshnunna, actual Tell Asmar, cerca de la conocida Khafaje, datada como de mitad del tercer milenio a.C., muestra las plantas, probablemente, de dos viviendas adosadas, cuyos muros alcanzan un espesor próximos a un codo, en función del ancho de paso de las puertas y de la distancia que separa los muros paralelos, locales de poco más de 2,00 m. y dispuestos en torno a un espacio rectangular central. Hacia el año 2000 a.C. procedente del desierto de Arabia y de Siria se asientan en Mesopotamia grupos organizados de semitas. Estos, logran aglutinar a otros muchos semitas que, desde 1500 años antes, formaban una considerable población nómada en torno a las poblaciones sumerias. Entre estos últimos se encontraba la familia de Teras, padre de Abraham. De los grupos semitas del norte surge Akad, personaje que ya es narrado en la Biblia, y de las gentes de Akad (acadios) surge el gran Sargón I que como Moise fue sacado de las aguas, llegando a reinar por algo más de 50 años. Sargón I fundó Babilonia sobre una pequeña colonia sumeria e hizo de ella una ciudad sugestiva y atrayente, constituyéndose en la metrópolis de Mesopotamia. Babilonia (Bad-ili) significa Puerta de él o Puerta de dios. De todas formas, Sargón I adoptó de buen grado todas costumbres de la civilización sumeria. En la nueva ciudad las viviendas se agrupaban en grandes y sólidas manzanas, de modo que, desde su trazado inicial, se puede calificar a la trama urbana de la ciudad de Babilonia. como de seria y definida. Se definían altas fachadas, sin más huecos que las puertas. Las puertas exteriores se dotaban con hojas batientes de madera, las cuales disponían de un eje también de madera cuyo extremo superior quedaba suspendido del dintel mediante una argolla. El extremo inferior del eje de la hoja se protegía con una abrazadera o regatón de metal que se alojaba y giraba dentro de un quicio o agujero practicado en una cazoleta de piedra caliza o de diorita, que se cobijaba en una losa mayor del escalón, generalmente cerámica. Estas cazoletas se pulían y se tallaban inscripciones con el nombre del constructor, de rey e incluso el del dios al que se destinaba el edificio; no era extraño que se aprovecharan las cazoletas de construcciones anteriores, ya que la diorita era una piedra importada. Estas inscripciones han permitido datar e identificar muchos edificios. Los muros se levantaban con enorme respeto a la propiedad Las fachadas, con escasas ventanas, muy pequeñas y abiertas en la parte más alta del muro, o sin ellas, pueden calificarse como ciegas. La ausencia de ventanas no debe sorprendernos pues, en el clima local, de fuerte soleamiento diurno y frías noches, la edificación debía defenderse del sol mediante altos muros, desarrollándose alrededor de pequeños patios y actuar, durante el día, como un acumulador de gran inercia térmica para lograr la inversión térmica nocturna, radiación hacia el interior en las frías noches. Se puede decir que entre la casa mesopotámica y el palacio, no existe otra diferencia que el enorme número de estancias que en torno a los patios dispone el palacio, manteniéndose esta misma cualidad en la arquitectura persa, que traslada la casa de los cuatro iwanes a su palacio. Igualmente podremos comprobar esta característica en la construcción doméstica musulmana.

Pero volviendo a la casa rural de la vieja mesopotamia, esta evolucionó hacia la tipología que conocemos actualmente como casa-patio, con un servilismo al palacio o casa principal que disponía de abundantes estancias, a la que, sobre sus medianeras, se adosaban las casas menores de tres o cuatro habitaciones. El conjunto se desarrollaba en una o dos crujías anárquicas, dentro de la limitación de las cortas luces entre muros. Las edificaciones llegaron a tomar una o dos plantas y, en todos los casos, dado el gran espesor que adquiría la cubierta y la necesidad de defender al patio del duro soleamiento estival, las paredes de la construcción doméstica alcanzaba alturas importantes. El momento más fabuloso de la legendaria ciudad de la Torre de Babel y de los jardines colgantes se alcanza durante el reinado de Hammurabi (1792-1750 a.C). Para entonces Asirios y babilonios no escatimaron esfuerzos en el desarrollo y construcción de sus espléndidos palacios. La almena que comenzó coronado las torres que flaqueaban las puertas de las ciudades y de los palacios, pasó de forma general al muro, no perdiéndose ya nunca, y pasando más tarde a la construcción persa y musulmana, y terminó siendo un elemento fundamental de la construcción medieval. Los reyes más significativos del período asirio o que pueden tenerse como mecenas de la construcción, fueron Assuchasirpal II, su hijo Salmaneser II y Sargón II (745-705). En materia de construcción es el momento del uso de la piedra, asociada al concepto de cimentación como parte enterrada de la construcción, fuerte, resistente y capaz de combatir a la humedad del suelo. También es caracteristico de esta etapa la técnica de revestir la parte baja de los muros, de forma que grandes losas de piedras protegieron y adornaron los zócalos de los palacios y otros edificios seculares. Bloques de piedra labrado rudamente se han encontrado en las cimentaciones de este tiempo en Mari y en Al`Ubaid y también, en bóvedas enterradas de algunas construcciones funerarias de Ur. Los palacios asirios son ahora decorados con largos frisos pintados o labrados en relieve, cintas, rememorando las campañas de sus soldados, casi interminables y que llegaron a ser monótonas. A la muerte de Hammurabi (1792 a.C.) las invasiones hititas de Asia Central, y las kassitas de las montañas del Kurdestan, ponen sitio a Babilonia, terminando Mursili I, rey hitita, por saquear la ciudad y haciendo que los sucesores de Hammurabí se replieguen en el Norte. Desaparece así el período babilónico y emerge el período de la Dinastía Kassita de Circa ( 1600-1100 a.C.). Aunque el Código Civil de Babilonia promovido por Hammurabi, en materia de construcción, sólo se refiera a responsabilidades, la importancia que la actividad constructiva debía tener en la sociedad mesopotámica, que debía equipararse a la actividad agrícola y superar a la del pastoreo, queda claramente reflejada en la celebre estela de basalto negro de 2,25 m de altura por 65 cm. de ancho que, para público conocimiento, quedó expuesta en Sippar, desde 1753 a.C. hasta que en 1160 a.C. pasara como botín a Susa, donde fue encontrado el año 1902 de nuestra era y que hoy se expone en el Museo del Louvre. En su articulado se puede leer lo siguiente: "Si un constructor edifico una casa para el señor y la acabó para él, le dará como remuneración dos siclos de plata por sar de casa"

"Si un constructor edificó una casa para el señor, pero no dio solidez a su casa, resultando que la casa por él construida se desplomó, lo cual produjo la muerte del propietario de la casa, este constructor recibirá la muerte". "Si causa de la muerte de un hijo del propietario de la casa, recibirá la muerte el hijo de tal constructor". "Si ha destruido bienes, pagará cuanto destruyó; asimismo, puesto que no dio solidez a la casa que edificó y se desplomó, reconstruirá a sus expensas la casa que desplomó". "Si un constructor edificó una casa para un señor y no llevo a cabo su trabajo adecuadamente, de modo que una pared resultara peligrosa el constructor reforzará la pared a sus expensa". "...........Así, las puertas que dieran a la calle habrán de ser pequeñas, porque "si la puerta es grande la casa será destruida";.....las hojas de las puertas se abrirán hacia dentro, porque "si la puerta abre afuera la mujer de aquella será un tormento para su marido",..... Los umbrales de las puertas que dan a los patios interiores de las viviendas serán más bajos que los de las puertas de la calle, porque "De lo contrario la mujer será superior a su señor". Aunque Babilonia fuera una ciudad sin relevancia hasta Hammurabi y hubiera de esperar al período neobabilónico para lograr su mejor esplendor, de todas las metrópolis de Oriente ninguna ha dejado un

recuerdo tan fantástico como ella. El Eúfrates, con algunos cambios en su curso, siempre dividió a la ciudad diagonalmente. Su trazado urbano quedaba controlado por un cuadrado cuya doble muralla, según Herodoto, disponía de 80 Km., y aunque es obvio que este dato es muy exagerado, aún se trata de una vasta extensión difícil de excavar, masas de formidables ladrillos que, aunque desechos, mantienen planos continuos de aparejos muy bien ordenado. En Babilonia donde toda la construcción era apilastrada, aún encontramos grandes montículos artificiales de ladrillos denunciando la presencia de grandes monumentos que esperan para ser excavados. La vasta extensión de escombros que aún puede verse en el lugar donde estuviera la fantástica Babilonia, da idea de las enormes dimensiones que debió alcanzar la ciudad. De Norte a Sur se veía dividida por el Río Eúfrates. En la parte que se correspondía con la margen izquierda del Río y paralelo a él, a unos 400 m. de su orilla, se trazaba la Vía de las Procesiones de 16 m. de amplitud, que recorriéndola de Norte a Sur y tras penetrar en la ciudad por la bellísima Puerta del Ishtar, se dejaba, a la izquierda, el templo de Nimac y, a la derecha, el Palacio Real, construido con gruesos muros de ladrillos cocidos y tomados con betún en razón en que en esta zona de la ciudad, pegada al río, el terreno era inundable. Por esta margen izquierda del río discurría la bella muralla que separaba la vieja ciudad del ensanche o Ciudad Nueva que se emplazó en la margen derecha. Esta fortificada muralla que enterraba sus cimientos en el río, sirviéndose de él como foso, estaba cuajada de torres cuadradas separadas entre sí, no más de treinta metros. Todas ellas coronadas con almenas dentadas, idénticas a las de los paños de muralla. Hacia el centro de su desarrollo se habría la Puerta del Puente, que comunicaba la parte más noble de la vieja Babilonia con la Ciudad Nueva. Esta puerta, como la del Ishtar, era doble y se aplacaba con ladrillos vidriados, con animales fantásticos, dorados, dispuestos sobre fondo azul. La Puerta del Ishtar, que como ya hemos dicho era la más bella de todas las puertas de la ciudad resolvía su hueco de entrada con arco de medio punto y notoria altura. Se flanqueaba con sendas torres, potentes y almenadas, y toda su superficie mural se revestía con ladrillos vidriados, mostrando una decoración de animales fantásticos en dorado sobre fondo azul brillante. El palacio neobabilónico, que contenía las fábricas reales de artesanía, quedaba, como una ciudadela o alcázar, encerrado en un recinto amurallados, entre la Vía Procesional y el Eufrates, junto a la Puerta del Ishtar. En la parte occidental del palacio, como jardín anexo al mismo, junto al río, se localizaban los fabulosos jardines pensiles o colgantes, que se han tenidos como una de las siete maravillas del mundo. Estos jardines, con espesa arboleda, crecían sobre plataformas emplazadas a unos 15 m. de altura y resueltas sobre bóvedas pétreas que descargaban en gruesos pilares de ladrillos cocidos, cuya sección transversal era mayor que el espacio que quedaba entre ellos. Estos jardines construidos por Nabucodonosor II para disfrute de su esposa, la bella princesa meda Amictis, trataban de imitar la selva montañosa del Fars y de mitigar la añoranza de la reina persa.

Más abajo, dejando atrás unos 120 animales dorados, toros, leones y dragones con cabeza de serpiente, animales sagrados de Marduk, 60 a cada lado de la avenida, reproducidos en ladrillos de 30 cm. de soga y 8 cm. de grosor, abocelados, resuelto en bocel, con suave relieve, y vidriados, se emplazaba en la Vía de las Procesiones, entre esta y la orilla izquierda del Eúfrates, el Témenos de Marduk, con el templo de Bel y el Ziggurat de Babilonia, Torre de Babel, de más 91 m. de altura y de base cuadrada de 91 m. de lado, que ya hemos descrito ampliamente, y que quedaba emplazada en el patio, cuadrado de casi 400 m. de lado, orientando su escalera monumental hacia la dirección Sur. El palacio de Tell Brak, en la cabecera del Valle y Río de Khabbur, es el último construido como pequeña residencia reservada para el rey-dios, después la religión mimaría más al hombre e incluso, a la naturaleza. Esta edificación de 2.200 a.C., algo anterior, en el tiempo, a la construcción del ziggurat de Ur, sitúa su entrada a eje con el patio mayor y dispone de otros tres patios pequeños en torno a los cuales se agrupan las pequeñas habitaciones cubiertas. Antes de que acabara el tercer milenio debió iniciarse la construcción, en la ciudad de Mari (Siria), en la margen derecha del alto Eúfrates, de uno de los más grandes palacios de la Historia Antigua. Contemporáneo con la construcción del gran ziggurat de Ur, el Palacio de Zimri-Lim, rey de Mari, marca el nuevo poder del Oeste semítico y, en materia de construcción, introdujo ciertas renovaciones, aceptando nuevos materiales, algunos traídos desde puntos muy extraños. Levantado para honrar a la diosa local no debió terminarse hasta el año 1.780 a.C. durante el reinado del babilonio Zimri-Lim. Se componía de un enorme y bello complejo de 200 m.x120 m., con más de 260 habitaciones, aún sin ventanas, agrupadas en torno a dos grandes patios y cuatro menores, en una simetría total. Los muros eran revestidos con yeso mezclado con tierra cribada y pintados con motivos de caza y desfiles ceremoniales y siempre, la pintura actuaba como protección del soporte, usándose colores muy brillantes. Durante el corto período asirio, que se inicia hacia el año 1900 a.C. y que terminó con la destrucción de Nínive hacia 650 a.C., se fundaron diversas ciudades-estado. Asiria nace como estado independiente de Ur hacia el año 2000 a.C., cuando ya Babilonia era espléndida y los reinos sumerios eran historia. Assur, la primitiva ciudad de Asiria, se levantó sobre una vieja colonia sumeria asentada en la margen derecha del Tigris desde 3000 a.C. y en la que ya para 2400 a.C. un gobernador de Susa, enviado a esta colonia, construyó un templo para la diosa Istar. En 1900 se fortificó con fuertes murallas, Más tarde, la capital se trasladó a Nínive, unos 160 Km. más al Norte y al otro lado del Tigris. Asurnassipal lI fundó Nimrud (Calah), sobre la margen izquierda del Tigris, a mitad de camino entre Assur y Nínive. Sargon II construyó Dur Saarrukin (Korsabad) la ciudad fortificada en la que murió dejándola inacabada. Del plano de Korsabad sólo se tienen algunos datos del Palacio de la Ciudadela, del Palacio del Príncipe, del trazado de la cerca y, apenas, resto de algunas casas. El trazado urbano debió responder a una cuadrícula de calles ortogonales, aunque, es probable que no se llegaran a construir. Todas las puertas de la ciudad y de la ciudadela, así como las entradas a los edificios públicos

estaban flanqueadas por un par de torres y todas las construcciones se alzaban con muros de fábrica de ladrillo cocidos, dispuestos sobre cimentación pétrea y estaban protegidas por un podium o zócalo de piedra caliza de 150 m. a 1.80 m de altura. De estos palacios se han sacado placas pétreas con toros alados de cinco patas, cabeza humana cubierta y mentón con barbullas, para todos los museos europeos y americanos. De entre los palacios de este período cabe señalar como más importantes: el Palacio Til Bassip, en la actual Fell Amhmar; y el de Khadatu, en la actual Arsllan Tash. Estas grandes placas pétreas de esquinas, con relieves de figura animal, destacando los toros gigantes con cabeza humana, cuerpo potente y dotado de grandes alas, mostraban posturas vigilantes, eran animales fantásticos pero funcionarios de los dioses; cualquiera que pasara cerca de ellos sentía, con respeto, el peso de su mirada. Estos bajorrelieves en placas cuadradas que tomaban dimensiones próximas a los 3,00 m. de lado, se labraban en piedra caliza para enfatizar su presencia, a pesar de dominar el relieve en arcilla vidriada y pintada en colores brillantes. Así, el período Caldeo-Neobabilónico se caracteriza por los grandes palacios, constituyendo espléndidos complejos, ordenados a partir de los patios de ceremonias y también, dotados de fuertes portadas, decoradas con relieves cerámicos, de las que es buena muestra, la Puerta de Isthar sobre la Vía de las Procesiones de Marduk, la más bellas de cuanta por los cuatro costados daban acceso a Babilonia. Sólo nos resta añadir que fue construida por Nabucodonosor II hacia el año 580 a.C., que disponía de 25 m. de altura y que estaba revestida de ladrillos esmaltados y vidriados en tonos azules y decorada con más de 500 figuras de animales fantásticos, en un ligero relieve, propio de los ladrillos abocelado. Como acabamos de ver, desde el año 1.200 a.C. se fundan o nacen, a lo largo del Río Eúfrates, grandes ciudades que rivalizan con Assur y Nínive (Asiria). Las puertas de entradas a las ciudades se flanqueaban con torres cuadradas y almenadas, cuyo paso se resolvía con gran altura y mediante arco de medio punto. La construcción e incluso la propia divinidad se había ido humanizando de manera que, para estas fechas, el palacio era el centro de la edificación. La ciudad, sin perder la forma rectangular de sus edificios, se iba haciendo concéntrica hasta el punto de amurallarse en un contorno circular. Esto quedará notoriamente patente, más tarde, en el Período Parto de la Arquitectura Persa, donde la ciudad toma analogía con el cosmos.

LOS MATERIALES Y LOS ELEMENTOS DE LA CONSTRUCCIÓN MESOPOTÁMICA. El limo arcilloso que el Tigris y el Eúfrates transportaban y derramaban por la baja Mesopotamia hizo que la pieza prismática de arcilla, moldeada en gradilla o molde de madera, secada al sol o, también, cocida en horno, desde muy pronto, se constituyera en el material fundamental, inmediato y más propio de la construcción mesopotámica.

Dada la enorme producción a que se llegó y el alto número de personas que debió ocuparse en esta producción de patrimonio real, se entendió a la materia prima, lodo cerámico de inmejorable calidad, como una gran fuente de riqueza. Así, desde muy pronto el ladrillo y su fabricación, como puede deducirse del celo con el que rey guardaba los ladrillos, reflejado por las continuas referencias en las estela y tablillas votivas, constituyó materia de reconocimiento estatal y, su calidad, tema de estudio y de investigación. Más tarde, durante el período musulmán, Samarra sería uno de los centros de investigación de mayor relevancia en el estudio de la cerámica y de la cerámica vidriada. Es probable que el rey al recibir el mandato del dios al que debía construirle su morada, se planteara el volumen y la producción de ladrillo, la mano de obra que debía reclutar para ello, y opinara sobre la idoneidad de las medidas y tipos de ladrillos y de sus combinaciones en el aparejo. Unos entenderían que debían aceptar los tipos y dimensiones probadas en tanto que otros debieron probar nuevos tamaños y espesores. Así se puede decir que se han encontrado ladrillos de tamaños muy variados. Para cada edificio notable se fijaban las proporciones de los ladrillos y se construían sus moldes que se cuidaban con especial recelo. En la Baja Mesopotamia, en el Período predinástico de Ur los ladrillos, sin cochura, eran cuadrados, con lados próximos a tres palmos y espesor cercano a un palmo. De esta etapa se han encontrado con frecuencia los de 16 16 6 cm3; 18 18 7 cm3; 22 22 9 cm3 y 24 24 10 entre otros. Como propios del Período de Gudea de Lagash fueron los de 30 19 8 cm3; 31 22 8 cm3 y 34 24 10 cm3; entre otros. Propios de Período Neo-sumerio encontramos los ladrillos cocidos de 31,5 31,5 5,5 cm3; de 32 32 6 cm3; de 47 47 7 cm3 y el medio ladrillo de 30 15 6 cm3, entre otros. En la construcción del Palacio de Mari, al comenzar el segundo milenio a.C., se emplearon ladrillos cocidos de 33 33 6 cm3; de 39 39 9 cm3; de 40 22 7 cm3; y de 45 45 11 cm3, entre otros. Los ladrillos cocidos empleados en Babilonia en tiempo de Nabucudonosor, 560 a.C., fueron de 22x13x5 cm3; de 24x22x4,5 cm3; de 28x19x6 cm3; de 30x20x5 cm3; de 31x23x5 cm3;de 32x22x6 cm3 y los vidriados de 31x21x8 cm3, entre otros. El tema podría resumirse diciendo que los ladrillos sumerio, aún encontrando tamaños diversos, se acercaban bastante a las dimensiones de los que nosotros utilizamos actualmente. Se trataban inicialmente de ladrillos secados al sol, adobe, pero que muy pronto se cocieron en horno. Se fabricaron tanto cuadrados como rectangulares, de manera que se moldearon con un largo de soga que superaba en un grueso de junta a los cuatro palmos (30 32 cm.), con un largo de tizón que se acercaba a los tres palmos (20 22 cm.) y un grueso que se acercaba a un palmo (6 8 cm.). Como ya hemos anunciado anteriormente, en el período que hemos denominado como de las primeras dinastías de Ur, anterior al período acadio de Sargón I de Lagash; es decir, hacia el año 2.340 a.C. se fabricó el ladrillo planoconvexo, rectangular, con una cara plana y la otra curva, en panza, sobre la que intencionadamente se dibujaban surcos rehundidos con los dedos. Esta forma que hoy encontramos poco lógica y que tampoco debió convencer del todo a los constructores del momento, ya que no se consolidó o traspasó a otros períodos, se ha justificado como forma que debió entenderse en su

momento como apropiada para la construcción del arco circular. Hoy pensamos que fueron ladrillos que, por razones decorativas, trataron de imitar lajas de piedra, fundamentalmente para aparejar muros. En las montañas del norte de Irák se han encontrado muros, anteriores al Período Acadio, aparejados en espina de pez con lajas pétreas, forma que incluso en la actualidad se siguen haciendo y que ello, nos ha llevado a la duda de si la piedra imita desde entonces a las construcciones de ladrillos planoconvexos, o viceversa. Los magníficos ladrillos "abocelados" con ligero relieves, esmaltados y vidriados, de los animales que adornaron la Vía de las Procesiones y las puertas de Babilonia ponen de manifiesto que la técnica del vidriado de la cerámica era muy antigua en y que en el ladrillo, al menos para el tiempo de la Construcción del Palacio de Mari estaba plenamente desarrollada. Además de en Babilonia, en Samarra, donde hemos comentado el amplio desarrollo que tomo la industria ladrillera, el vidriado de los ladrillos encontró también un centro de investigación; el cual, durante el período musulman se consagró como el foco más refinado de los azulejos dorados de brillo metalico. Desde allí y en el período islámico la técnica pasó a Fusta (El Cairo), a Málaga y a Valencia, y finalmente a Sevilla, donde alcanzó las cotas que todos conocemos, continúa su investigación y donde, el azulejo pintado, mantiene una cierta escuela y regusto. Aunque como venimos diciendo, en la Baja Mesopotamia la piedra, empleada como material de construcción fue escasa, cilindros de la etapa de Lagash describen el uso de la piedra-haluna, que se traía en barco desde el Eúfrates Medio hasta Ur. La piedra-nalu, la diorita, el basalto, incluso ricos alabastros y granitos se trían de las montañas de Mosul, en el Alto Tigris. En Eridú y en las proximidades de Assur habían algunas canteras, también de calizas, halladas y descritas por Woolley. La piedra roja de Meluhha era usada en grandes cantidades. De las minas de las montañas de Kimash se extraía abundante cobre y de las mismas montañas se traía yeso y alabastro. El lapislázuli era importado de Afganistán. La piedra se usaba casi exclusivamente para proteger las partes bajas de los edificios y desde muy temprano, se decoraba con bajo-relieve labrados con buriles metálicos; en este trabajo alcanzaron también verdadera maestría. Para dicha protección se requería una piedra de gran dureza como lo es la diorita, aunque más tarde se buscaran otras piedras más cómodas y se trabajaran a modo de sillar para conformar la hiladas exteriores de las partes bajas de las plataformas. El alabastro yesoso del lugar, era fácil de labrar. De las cabañas de carrizos que hemos descritos anteriormente se pasó a otras realizadas sobre una estructura de madera de palmera, recubierta en principio por una masa de barro y paja y después por tierra apisonada. Los pisos eran de barro apisonado o de ladrillos de derribos y con estos mismos se construían los hogares. Los pavimentos de estas viviendas se superponían, pues a medida que estas débiles chozas de barro se arruinaban se levantaban otras sobre sus restos, que, a su vez, se desmoronaban y volvían a ser reconstruidas. La madera que ofrecía el lugar era pobre y blanda, troncos de palmeras y de algún sauce. La madera de construcción, de calidad, era el cedro que tenía que ser transportada desde el Líbano. Tablas de cedro que debían venir ya trabajadas por sidonios y tirios, componían los techos de algunos templos. En algún caso se han encontrado, madera de haya que debieron servir de pavimento. El ébano era una madera preciosa, reservada para la estatuaria.

Abundaba el betún que fluía de forma natural, que se cogía y transportaba en cubos y se utilizaba como mortero, conociéndose perfectamente sus propiedades. Los ladrillos de las grandes escaleras del Ziggurat de Ur estaban tomados con betún y debajo del pavimento de ladrillos de chozas y viviendas se colocaba una capa de betún. Las puertas de madera giraban sus goznes insertados en quicios labrados en piedra. Dadas las duras condiciones del clima, los muros debían dotarse de gran inercia térmica, esto es, de gran espesor. En general eran de adobe, pues aunque ya se cocían ladrillos, ellos no se usaban para éstos elementos masivos donde, el ladrillo secado al sol e incluso el ladrillo fresco, eran los materiales frecuentes. Como ya hemos señalado, durante el día debían proporcionar sombra al patio y acumular el calor que, en la noche fría, introducirían en la edificación. Es de destacar que no todos los ladrillos pasaban al horno, pero para el período Neo-sumerio, una gran mayoría si se cocían y eran estampillados con el sello del rey para evitar que se utilizaran en construcciones privadas, las cuales debían procurárselos de la fabricación no estatal. También por causa del soleado clima, los muros además de elevarse en exceso, se mantenían ciegos o con diminutas troneras situadas en la parte mas alta del mismo. Salvo contadas construcciones del período neo-sumerio donde, como hemos dicho, se empleo piedra para paliar los problemas de humedad del suelo, la cimentación como estructura excavada no existía. El potente espesor del manto de terreno de aluvión hacía impensable la búsqueda de un firme más sólido, quizá sea esta la causa de las frecuentes demoliciones de antiguas construcciones para colocar sobre ellas a las nuevas edificaciones, y también, la razón de que todos los edificios se eleven sobre fuertes plataformas como base de reparto de las cargas. No obstante el suelo se limpiaba y preparaba para recibir las primeras hilada de obra. No podemos decir que aún no se hubiesen despertados a los problemas del subsuelo, pues, los patios, que se solaban con ladrillos cocidos, disponían de un lecho de betún sobre el que quedaban asentadas las piezas cerámica y actuaba como protección de la humedad telúrica. Recordemos que si algo tenían en abundancia, eran el betún y el barro . El arco de medio punto, elemento que procedía de la construcción más doméstica, era clave para resolver las puertas de paso, incluso las de las estancias más diminutas. La construcción de este elemento que se realizaba sin cimbra, se dominaba, y se aparejaba en la forma estructural más pura, adornados incluso, con finas arquivoltas de ladrillos acostados. Las puertas eran muy altas, ya que a ellas se les encomendaban la misión de ventilar las habitaciones, que seguían desprovistas de ventanas. La columna, que se utilizó realmente poco en Mesopotamia, la encontramos en Warka luciendo decoración rómbica, compuesta por pequeños conos cerámicos. Estas columnas de Warka tomaron un diámetro próximo a los tres metros y se tienen como precursora de las columnas que se dispusieron más tarde en el templo de Ishtar en Mari, donde encontraron un diámetro más lógico, de tan sólo un metro. En este mismo templo de Mari, cinco columnas se alineaban formando un claustro a ambos lados del patio. También, durante las primeras dinastías, 3.000 a.C., el templo de la ciudad de Kish se dotó de gruesas columnas. En cualquier caso la columna tomó esos grandes diámetros debido a que a partir de un tronco de palmera, sauce u otra madera blanda se disponía una gruesa capa de barro y otra de mortero de cal, en el que se incrustaban los conos cerámicos, cocidos en hornos. Otras se acababan con una gruesa capa de yeso cuya adherencia se controlada por un cordel, y se decoraban con pinturas en zig-zag. El muro, o quizás toda la construcción, se realizaba en ladrillo. La madera fue utilizada escasamente

pues, no disponían de ella como para usarlas en refuerzos ni armados de las fábricas, ni siquiera, como para invertirla en cimbras y elementos auxiliares de la construcción y en consecuencia, y acorde con la climatología tuvieron que ingeniárselas para encontrar la forma de cubrir sus construcciones con terrazas de considerable grosor, sobre locales de cortas luces. Como en Egipto debieron utilizar troncos de palmeras con las consiguientes limitaciones de luz o distancia entre los muros. Así, a pesar de que apostaron por la pequeña pieza prismática y en cierto modo por el arco y de la bóveda sin cimbra, la arquitectura mesopotámica ha de definirse como adintelada. Como acabamos de exponer, la cubierta se resolvió mediante azotea, cubierta plana, de gran espesor, aunque se curvaba ligeramente para facilitar la evacuación del agua de lluvia. En la arquitectura domestica, los bordes de la cubierta se redondeaban sin alero y no aparecía ningún remate decorativo; No obstante, como se constituían por dos planos de techumbre y una cámara de aire, se dotaron de una chimenea, muy disimulada, para ventilar dicha cavidad. En general sobre las vigas, troncos de palmeras, de estas humildes viviendas, se tendía un aglomerado de barro fresco con palmas o mimbre. En otras construcciones menos humilde la cubierta plana se dotaba de parapeto o crestería almenada. En edificaciones más pretenciosas las vigas eran de cedro, que no era material local y que, con razón, se tenía como preciosa . Es muy probable que toda ella se trajese de la comarca libanesa, aunque también esto es más propio de la rica construcción Persa, donde además, aparecerá la bóveda, la cúpula y, la columna aqueménida, que será un elemento esbelto, nuevo y fundamental en su arquitectura imperialista. De estos pueblos pioneros de la edificación, se puede decir que la bóveda e incluso la cúpula, son anteriores al arco . El no poder disponer de cimbra hace que la cúpula deba construirse como falsa; es decir, mediante superposición de anillos por hiladas avanzadas, como lo hicieran los micénicos el Tesoro de Atreo, aunque, al parecer, sólo la construyeron de esta forma en la construcción funeraria, siendo más frecuente que la construyeran por tajadas, mediante roscas o arcos acostados, de directriz circular y traza ojival, con la intención de eliminar la gravedad que pudiera recoger la ausente cimbra y la de conducir los empujes de los arcos hacia la directriz de los arranques, quedando los empujes resueltos como solicitaciones internas. De esta bóveda, aún se conservan restos en algunas cloacas asirias y en obras importantes de infraestructura.

LA DECORACIÓN EN LA ARQUITECTURA MESOPOTÁMICA. El palacio es el edificio cuyo interior acapara todo el interés de la decoración. En el Palacio de Mari los muros, revestidos con yeso, se pintaron con motivos de caza y desfiles ceremoniales, usando para ello colores muy brillantes; y es que el cariño por lo plástico estaba, desde muy temprano, arraigado en el pueblo sumerio, lo cual justifica el tratamiento apilastrado de los primitivos muros. La edificación se revestía, tanto interior como exteriormente, enfoscando sus muros con mezcla de yeso y tierra o con mortero de cal, que en esos momentos eran tenidos como similares. Por el exterior toda la edificación domestica se blanqueaba a la cal, en tanto que el interior se pintaban de colores muy vivos y variados. Durante el primer período de Ur (2.600 a.C.) los muros se decoraban con bajo-relieve y las paredes de los locales se trataban con bellas pinturas y frisos de peses. La elegancia y el refinamiento de Babilonia se mantuvo con los neo-babilonios, pero se perdió en la alianza meda. En Warka y Uruk, 4.000 años a.C., algunos edificios y santuarios decoraron sus muros en la forma que hemos descrito al estudiar los revestimientos que recubrieron las grandes columnas del templo de la vieja Erech y, que consistía en una decoración rómbica dando aspecto de un zig-zag aterciopelado

generado por decenas de miles de pequeños conos o agujas cerámicas, cocidas en horno y sumergidas en tintes de colores, rojo, negro y el propio de la arcilla. Estos conos puntiagudos de dos centímetros de diámetro de base y más de doce centímetros de longitud, se encastraban en la gruesa capa de mortero de barro y en la superficial de yeso mostrando su base cuadrada. Al parecer, este tratamiento se utilizó como capa resistente a la humedad y aunque se realizo en contadas ocasiones, puede decirse que es precursor del "opus reticulatum" y del "opus misivum". Ambos, revestimientos romanos. Sin duda el capítulo más brillante de la decoración arquitectónica del período mesopotámico lo constituye la técnica decorativa de los ladrillos esmaltados y vidriados de la etapa neosumeria. Caldeos y babilonios dominaban la terracota esmaltada e incluso, a ellos, se les consideran padres de la mayólica; azulejos de barro cocido de vivos colores vidriados y en la que lograron una calidad excelentes. Se obtenían los azules, amarillos, blancos y negros, en una técnica que no es nada fácil y que, más tarde, a través de la construcción islámica se desarrolló con gran maestría, llegando a ser un atributo clave de la azulejería morisco-andaluza. La decoración persa siguió trabajando el bajorrelieve, que ahora se esculpen en las jambas pétreas de las puertas, toros antropocéfalos y alados, colosales y potentes, fueron esculpidos en piedra caliza de Tastiete y transportados en balsas por el Eufrates hasta los Palacios de Sargón en Assur y Korsabad. Toros de cinco patas avanzando hacia el visitante, de manera que vistos de frente se muestran en total quietud con su potente torso frontal, en tanto que observados desde el lateral se muestran caminando con placida firmeza, manifestando sus cuatro patas. Durante el período persa las representaciones no son tanto de caza como de procesiones de esclavos y guerreros, como pueden verse en las paredes de las escaleras. Las placas labradas parecen denotar un principio de industrialización de la obra de arte. De todas formas, la escultura persa es más elegante y refinada que la heredada de los asirios y se alternan, en los frisos, las procesiones con decoración floral con animales en situaciones nada violentas. En la etapa meda, ya tiempo helénico, se trata ahora de un guerrero en situación de alerta mientras que el toro sagrado se ha concebido como decorativo y se ha subido al capitel de la columna de los pórticos de Persépolis. Desde la etapa aqueménide, se tiene por moda cubrir los pavimentos del palacio con tapices de colores muy brillantes, pasando rápidamente esta práctica también a las paredes mediante auténticas obras de arte, en una costumbre que ya, nunca se perdería y que crearía una industria en torno a alfombras y tapices que, aún hoy, es muy apreciada en todo el mundo. Como en cualquier período histórico, la decoración ha contribuido a la datación de los monumentos y obras de arte; así, palacios asirios y babilónicos han sido datados gracias a inscripciones, decoraciones y referencias labradas en las cazoletas o piedras colocadas debajo del eje de las puertas. En estas piedras, por lo general dioritas, calizas u otras piedras importadas, en las que se alojaba el regatón o extremo del eje de la puerta y que quedaban encajadas en el pavimento de adobe, se grababan fechas y datos referentes al propietario, a su profesión y a su dignidad o categoría social. Para los edificios públicos, se pulían y se tallaban inscripciones con el nombre del rey constructor y el del dios al que se destinaba el edificio. No obstante, esto ha podido ocasionar algunas confusiones ya que no fue nada extraño que se aprovecharan de construcciones anteriores.

EL ENTORNO SOCIAL TECNOLÓGICO

El hecho de que sepamos, con todo lujo de detalle, que fue Imhotep el arquitecto del estado que construyó, para Zoser, la primera gran pirámide en Egipto hacia el año 2.700 a.C., como que conozcamos que, Dédalo fue el arquitecto griego que diseñó el Palacio de Knossos en Creta hacía el año 1.700 a.C. En cambio no tenemos noticias de la autoría del arquitecto o constructor del ziggurat de Ur (2.350 a.C.) así como de cualquier otro edificio notable de esta etapa, como los palacios de Persépolis, la Torre de Babel o el Templo de Jerusalén, nos confirma el anonimato en el que permaneció el arquitecto en la etapa mesopotámica y persa, salvo que admitamos que entre el rey y dios seguían repartiéndose los papeles del constructor, del arquitecto y los del propietario. En Mesopotamia se tenía la certeza de que Dios debía decir como quería su morada. La forma y proporciones que debía tomar el templo tenía que ser comunicada por El, y lo debía hacer a la cabeza visible, es decir, al rey, probablemente mediante un sueño. Por ello, éste era el único que conocía las pretensiones y gustos de los dioses. Aquél, guardaba celosamente las medidas y las proporciones, la capacidad de admitir o rechazar lo ejecutado y a él, se le atribuía la grandeza de la construcción. Verdaderamente era el Rey quien ejercía la arquitectura, él pasaba a ser el ingeniero constructor pues, la responsabilidad de la estabilidad real del edificio, su funcionalidad y su belleza era exigida a él. El código de Hammurabi promulgado en Babilonia hacia el año 1.760 a.C. así lo especificaba. Este documento al que ya hemos hecho referencia y expresado parte de su contenido, es uno de los textos jurídicos más antiguo de la historia. Lo copiaron generaciones de letrados babilonios y de casi todas las nacionalidades posteriores. Es célebre por la severidad de sus máximas, es útil para conocer la mentalidad de aquél pueblo y la importancia que la actividad constructiva llegó a representar. Por él, sabemos que el régimen patriarcal era muy fuerte pues, el marido podía matar a su mujer si cometía adulterio. Una muchacha se compraba para el matrimonio cuando aún tenía diez años. Entre las responsabilidades del constructor no figuiran las derivadas de los daños que pudieran sufrir las hijas o las esposas del propietario como consecuencia de la ruina de la construcción. También por él, sabemos que existía la propiedad y los alquileres y que los esclavos, como en Egipto, tenían derechos reglados. Mientras en la arquitectura mesopotámica se denota, en las rudas construcciones de arcilla, el vasallaje de una mano de obra que fue empleada sin limites y en el más puro anonimato, en el período persa veremos como hasta las piedras de las cimentaciones disponían del sello del obrero que las talló. Se sabe que en este período hasta los picapedreros eran artesanos a sueldo. La maestría de la ejecución de una bóveda persa, solo se puede lograr por el reconocimiento de una mano de obra cualificada y apreciada. La construcción de una bóveda sobre trompas o pechina es siempre una obra genial, que requiere una dirección técnica, a pie de obra, la presencia de un maestro. En la construcción de los palacios sasánidas, se aprecia una jerarquía de técnicos y obreros con cualificación, respeto y sueldo. No es que no existiera la esclavitud, que estaba presente en la sociedad, pero la aplicación inteligente y razonada de los métodos de trabajo que requería la construcción persa, no se logra sin un equipo permanente y por ello, retribuido. No se sabe casi nada del papel del arquitecto persa, que permaneció aún en el anonimato, pero es lógico suponer que, en estas construcciones que precisaban un fino trazado de sus proyectos, el papel del diseñador y del técnico fue mucho más intelectual y participativo de lo que lo había sido en la etapa sumeria.

ALGUNAS CONSIDERACIONES EN TORNO A LA CONSTRUCCIÓN PERSA.

Las continuas discordias entre caldeos, medos y babilonios y las guerras de unos y otros con las poblaciones arameas del norte, hicieron que la población babilónica abriera sus brazos, esperanzados, a la invasión de Ciro, el gran rey persa, aqueménida. Con la caída de Babilonia y la extinción del Imperio Caldeo-Neobabilónico bajo la dominación persa, la cultura y el arte mesopotámico llegó a su fin. No obstante, la edificación o la actividad constructiva que requiere el aprendizaje lento, heredado y vinculado a los modos tradicionales, no cede bruscamente bajo los cambios políticos ni filosóficos, de manera que mantuvo fuertes constantes de transición y como veremos en capítulos posteriores, al estudiar la construcción de la arquitectura persa del período "persaparto", ésta, se vería desbordada por el potente magisterio de la construcción pétrea romana que se desarrolló en Siria y en la costa mediterránea. Del mismo modo, se tendría que esperar hasta el período "persa-sasánida" para que aflorase de nuevo, con todo su vigor, los invariantes de la vieja arquitectura mesopotámica, que recuperados por esta etapa persa tardía, encontrarían su continuidad en la construcción musulmana. Del templo observatorio "cerca del cielo y de la astronomía" de los primeros sumerios, se había pasado al templo palacio, humanización de la divinidad de la festiva Babilonia. Con los persas, la divinidad tenía que palparse y temerse, la religión se orienta hacia el dios del fuego, de forma que el rito sagrado y eterno tomará cuerpo en las torres de fuego. Sin que pueda decirse que el palacio deje de ser, como lo era en Mesopotamia, la casa grande, es este edificio el que establece la rotula de continuidad de la construcción iraní. El palacio persa se acerca a la naturaleza y aunque en la etapa imperialista de Ciro y de Darío, Palacios de Persépolis, se manifestara como signo de grandiosidad, su planta rectangular, ordenada en torno al patio central nunca perdió su referente de la Vieja Mesopotamia. Los pequeños palacios de genial construcción abovedada y muros estriados, sasánida, nos lo dejará bien patente. Si Mesopotamia se constituyó en el foco civilizado que radió su influencia desde Egipto a la India, Persia se nos mostrará receptora y cosmopolita, abierta a las influencias orientales y occidentales y, desde luego, como no podía ser de otra forma, receptora del potente clasicismo de Grecia y Roma. Así, veremos que se adoptan nuevos elementos constructivos, nuevas proporciones e incluso, un nuevo sentir el espacio arquitectónico que, para entonces se mostrará totalmente abierto e integrador de su entorno. El período histórico definido como Arquitectura Persa, pasa por cuatro fases o etapas, cuyas influencias inciden en la forma de construcción. Estas son: Final del Imperio babilonio el año 539, confirmándose el poder de Ciro, quien fue proclamado rey tras derrotar a la alianza medobabilónica, y que extendió su imperio hasta Egipto. La etapa Aqueménida, de influencia griega (330-64 a.C.), y que termina con la muerte de Darío III, a manos de Alejandro Magno "el macedonio", dando paso a la etapa Parta (64 a.C.-225 d.C.) de total influencia romana. Finalmente, el Imperio Persa-Sasánida, que se encargó de la recuperación de los viejos valores y tradición de la construcción mesopotámica (225-641) y que como veremos, junto a la construcción armenia, constituyó una valiosa cantera en la búsqueda de nuevas formas constructivas, originales para la construcción bizantina. Los palacios aqueménida mantuvieron las constantes propias de una arquitectura imperialista, porticada, dotada de columnas pétreas monolíticas de proporciones gigantescas y lejos de los invariantes de una arquitectura doméstica. La piedra era colocada a hueso y sujetada por grapas de hierro que ponen de manifiesto su influencia griega. Los techos

eran de madera, muy lujosos, de grandes vigas de cedros traídas desde el Líbano hasta Susa, de modo que la riqueza constituyó parte del alarde innovador (Sala de las cien columnas). Las bellas y elegantes columnas se levantan sobre un no menos importante podio de más de cuatro metros de alto, que conforma una plataforma pétrea aparejada en seco y cimentada sobre una fundación, igualmente ciclópea en un derroche del uso de la piedra. En estas unidades de obra, el mortero de cal se incorporaba más tarde aglomerando ripios y piedra menores de igualación y, de este modo, se enrasaban los planos finales o de coronación. La columna de piedra caliza procedente de los flancos de los acantilados próximos a Persépolis, en ocasiones de mármol, tomaba aspecto vegetal y alcanzaba la altura equivalente a diez veces su diámetro. El fuste era de 15 codos más 1 pie, la basa tomaba 3 codos más 1 pie y el doble capitel, medía 6 codos más un pie. El codo persa era de 55 cm. y el pie 33 cm. de manera que la dimensión más usada era 1,65 m.; es decir, 3 codos o 5 pies. Dicho fuste se coronaba con una campánula y una corola de loto. En el capitel se dibujaban dos partes, en la inferior y en cada cara se disponían dos rollos superpuestos de papiro que ocasionaban un juego de cuatro volutas. En la parte superior, dos grandes toros simétricos se oponían formando una horquilla que servía para alojar un madero horizontal, el cual, se decoraba, en sus cabezas, con una roseta. Este conjunto, creaba una zapata en cruz para apoyar el cruce de las vigas principales de carga. El juego de este capitel o zapata y la corta luz que presenta la viga fuera de estas ménsulas, es lo que proporciona ese aspecto de arquería que hemos señalado. Las vigas maestras se montaban creando una retícula sobre las que cargaba el entrevigado secundario, originando un techo de gran suntuosidad. La madera más utilizada era de cedro y procedía del Líbano. El edificio se cubría mediante cubierta plana o terraza de gran espesor para proporcionar un entablamento escalonado, acusando el pequeño vuelo que introducían los propios maderos que componían las vigas. No se decoraba excesivamente el friso, que solo mostraba un dentario de pequeños modillones que, sin coincidencia, querían recordar la presencia funcional del entrevigado y que, una vez más, denota la influencia clásica. La coronación del entablamento se remataba con un peto festoneado de almenillas escalonadas, terminadas con reborde y ejecutadas con ladrillos. Durante el Período Parto la piedra se incorpora a la construcción persa como material habitual y tan propio como lo fuera de la construcción romana. Las influencias de Grecia y Roma se fueron consolidando bajo las etapas en que ambos pueblos tuvieron a Persia bajo sus dominios. Buena muestra de ello es, la columna dotada de capitel clásico que fue tomada como fuente griega, así como y la idea del gran hall abovedado, el iwan, que aunque constituyó una recuperación de la casa patio de la construcción más doméstica persa, pudo ser inspirado en la amplitud de la arquitectura de Roma. El muro de grandes masas de ladrillos, dotado de retranqueos a modo estrías verticales, el arco apuntado, la almena asiria y algunas bóvedas, poco atrevidas, construidas por tajadas acostadas de ladrillos para el uso de conducciones de saneamiento u otras construidas por hiladas avanzadas de lajas pétrea para enterramientos, así como el mortero de cal, constituyó el rico legado que el período mesopotámico regaló a la arquitectura persa y, también a la musulmana. No obstante, las verdaderas innovaciones constructivas, tienen lugar en el período Persa-Sasánida con la reafirmación del arco, la bóveda y la cúpula circular sobre trompas, que toman personalidad y connotaciones propias. Aunque no pueda decirse que se introdujeran nuevos avances técnicos, durante el período persa, el ladrillo siguió siendo el material básico de su construcción. Durante el período parto se usaba, en general, el ladrillo sin cochura y solo para zonas muy cuidadas o mecánicamente solicitadas se requería el ladrillo cocido en horno. Las dimensiones y proporciones de la pieza prismática comienzan ya a situarse y fijarse en valores muy próximos a los actuales, el más frecuente, tomaba las dimensiones 33x16x8 cm. El muro era el elemento propio para estas fábricas y se aparejaba con amplias juntas de mortero de cal.

Durante el período sásanida el ladrillo cocido pasó a ser de uso mucho más generalizado, no obstante, la cochura era lenta y costosa. Sólo hay que pensar que ésta, se hacía en pilas, creando lechos de pajas entre los distintos niveles o planos de ladrillos y que para cerrar las pilas había que cubrirlas con ladrillos rotos, restos de otras tandas anteriores. Los muros de ladrillo perdieron, en estas primeras etapas, los encadenados y refuerzos esquineros de madera que fueron introducidos al final del período medo-babilónico y que eran casi obligados en Grecia y Fenicia y que aquí, debieron tenerse como más molestos que beneficiosos. En el Palacio de Firuz-Abad (450 a.C.), los muros presentan fábricas mixtas, los paramentos exteriores están aparejados y, en su núcleo interior, muestran un aglomerado de ripios y trozos de ladrillos con mortero de cal, en la forma más propia de las argamasas romanas. El Segundo Imperio Persa o etapa Sasánida, que termina hacia el año 640 d.C. y que, desde el punto de vista de la construcción arquitectónica, tiene su punto álgido allá por el año 400 d.C., afianza su vocación por el arco, y desarrolla con gran maestría la bóveda de cañón y, sobre todo, la cúpula de directriz semicircular ligeramente peraltada. Con la invención de la trompa, conoide más difícil de proyectar que de construir, tuvieron la habilidad de cubrir el espacio central y sagrado de planta cuadrada mediante la cúpula de perfil elíptico y arranque circular. Se trataba de cubrir espacios de luces de alguna consideración con formas que necesitaran la menor cantidad de cimbras, y pronto supieron que cuanto más se peralte la curva directriz menor sería la luz de apeo de la cimbra. Así, se construyeron las espléndidas cúpulas de los palacios de Sarvistán (350 d.C.), de Firuz-Abad (450) y de Cosroes (530). La construcción sasánida constituyó un momento histórico definitorio para la Historia de la Edificación no podemos pasar sin pararnos en su consideración pues, nacen por primera vez y con bastante rotundidad las bases e incluso los elementos de una arquitectura nueva. La Arquitectura Bizantina nace con Justiniano hacia el año 500 de Nuestra Era; es decir, coincide y enlaza, no sólo en el tiempo, sino que va a tener como fuentes de creatividad a la construcción armenia y a la sasánida, de donde toma sus modos de construcción más geniales y probadas. Egipto, Grecia e incluso Roma habían experimentado la cúpula a partir de artilugios constructivos. Egipto apenas había ensayo el arco de dos dovela. La maravillosa bóveda del Tesoro de Atreo (1.330 a.C.) es una construcción en piedra, de hiladas horizontales avanzadas, y la curvatura se logra mediante el adelantado de los sillares por anillos engatillados. La no menos espléndida y suntuosa cúpula del Panteón de Roma (120 d.C.) se constituye por una artificiosa retícula estructural de pilarillos meridianos que soportan anillos, también de ladrillos, y una plementería aligerada de hormigón en casetones. Estos ejemplos serán ampliamente estudiados en sus correspondientes capítulos, dado que muestran enorme interés en la eliminación de apeos y en la forma de absorber los empujes pero que, en cualquier caso, se apartan de los postulados de la construcción de bóvedas y cúpulas que se aceptaron desde la construcción Sasánida. Otras cúpulas romanas fueron construidas con procedimientos ingeniosos que tampoco pudieron alzarse en patrón o modelo a seguir, tal es el caso de la arruinada cúpula de la Minerva Medica (260 a.C.) levantada mediante gallones de ladrillo y hormigón. Solo les faltó, a los persas, atreverse a resolver el cruce de dos cañones situados en el mismo nivel, lo cual evitaron siempre y por ello, no conocieron ni la bóveda de aristas ni la de rincón de claustro. Estas formas encontraron su perfecta resolución en la última etapa del Imperio Romano. Los edificios de la etapa sasánida se cubrieron mediante cañones ortogonales que no se cruzaban nunca en el mismo nivel, es decir se proyectaron de manera que se encontraban a cotas distintas, tomando, la cúpula o el cañón principal, mayor altura que los menores y evitando el cruce con el anterior. De esta manera, se entestaban sobre los muros contrarrestos de la bóveda mayor y con ello, como hemos dicho, se evitaron la bóveda de aristas o la de rincón de claustro.

Para el final de la etapa de Sargón II (720 a.C.), la construcción del arco se realizaba ya, tanto en Oriente, por los Neo-babilonios, como en Occidente por los etruscos, en la misma forma que hoy lo ejecutamos; es decir, con un aparejo radial o escopetado, o con sillares de caras convergentes y perpendiculares al intradós, incluso disponiendo varias roscas concéntricas. Cuando esto se precisaba solía aparejarse la primera en piedra para labrar y las siguientes en ladrillo. La singularidad radica de la etapa persa (450 d.C.) radica en que al no disponer de madera económica, minimizaron a máximo el uso de la cimbra. Esta solo atendía al tramo último o de clave, pues hasta los 42 , respecto a la horizontal de arranque o salmeres, elevaban los machones de contrarresto de empujes, aparejándolos por tendeles horizontales. Hasta los 56 podían aparejar el arco sin necesidad de cimbra, eso para los arcos y cañones de directriz semicircular y para los elípticos, que eran los más frecuentes, se llegaba hasta los 65 . Con ello, la cimbra reducía su luz a algo menos de la mitad de la luz de arco. La luz libre de las bóvedas y cúpulas monumentales solían ser de 27 codos más 1 pie (15 m.) y las más normales o frecuentes se mantenían entre 5 ú 8 m. (10 ó 15 codos), con lo que una cercha de madera de 5 ú 8 codos (4,5 m.) no era difícil de manipular ni de izar, y con una seriación mínima se convertía en un elemento muy rentable. Esta porción de cimbra quedaba apoyada sobre cuñas, que a modo de ménsula, se introducían en calos practicados en los tramos elaborados y endurecidos. Las cuñas de madera permitían nivelar, calzar y acuñar la cimbra. Los cañones se desarrollaban a partir de arcos fajones o directores, que permitían arbitrar distintas soluciones para completar, sin cimbra, la cubrición del espacio comprendidos entre dos arcos paralelos y próximos. Lo frecuente era cerrar estos espacios mediante tajadas, aparejo de ladrillos tomados por la tabla y colocados a la diagonal, simultaneando el apoyo sobre ambos arcos, para cerrar en el centro del vano y en un punto de la clave. Otra manera que requería menos habilidad pero más ingenio aún, fue la de terminar el arco con sus enjutas enrasadas horizontalmente hasta la altura de la clave y sobre este nivel, levantar pequeños cañoncillos transversales o lo que es lo mismo, perpendiculares al eje del cañón de la nave. Otra singularidad de la construcción abovedada sasánida, es la ausencia de contrafuertes al exterior. Esto será una constante diferenciadora respecto a estilos como el Románico y Gótico que, como sabemos, se caracterizaron por ábsides y muros contrafuertes exteriores para absorber empujes de sus arcos y cubiertas. Aquí, los empujes de la bóveda de cañón se absorben con la creación otros cañones ortogonales o por exedras embebidas en los muros. Como en el Partenón, estos nichos con semicúpulas esféricas centran los empujes del cañón principal hacia el muro y a las columnillas pareadas, creando un conjunto mecánico de inercia muy potente y estable frente al descenso de cargas verticales. Pero todo ello lo veremos con mayor detalle en capítulo posteriores.