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CONFIANZA TOTAL P ARA VIVIR MEJOR

VERÓNICA DE ANDRÉS FLORENCIA ANDRÉS

CONFIANZA TOTAL PARA VIVIR MEJOR

AUTOESTIMA - COACHING - INTELIGENCIA EMOCIONAL - LIDERAZGO - MOTIVACIÓN - NEUROCIENCIAS

Andrés, Verónica de Confianza Total / Verónica de Andrés y Florencia Andrés.- 1ª ed. – Buenos Aires : Planeta, 2011. EBook. ISBN 978-950-49-2716-7 1. Superación Personal. 2. Inteligencia Emocional. I. Andrés, Florencia II. Título

© 2010, Verónica de Andrés y Florencia Andrés Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para el mundo © 2011, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C. Publicado bajo el sello Planeta®

Independencia 1682, (1100) C.A.B.A. www.e d it o ria lp la ne t a .c o m.a r

Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Editorial Planeta Ilustración de cubierta: Goyo Cano Comunicación Diseño de interior: Susana Mingolo Primera edición en formato digital: agosto de 2011

Conversión a formato digital: Ebook Factory www.e b oo kfa c to ry.o rg

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del “Copyright”, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

Inscripción ley 11.723 en trámite ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-2716-7

Para nuestras familias, por habernos inspirado desde siempre confianza total.

I NTRODUCCIÓN Con frecuenci a me preguntan si si empre sentí confi anza en mí … No, no si empre fue así . Los pri meros años de mi vi da fueron muy di fí ci l es. A l os once años perdí a mi padre, a qui en yo adoraba. A l os pocos años fal l eci ó mi madre, y yo, aún menor de edad, sentí a que quedaba sol a en el mundo. El mi edo de esos años dej ó heri das profundas… heri das que en su momento no entendí y que hoy reconozco como mi pri nci pal fuente de conoci mi ento de l o que una persona necesi ta para vi vi r si n mi edo, para superar obstácul os y para conectarse con esa fuerza i nteri or que l l amamos confi anza total . Fue en esos años en l os que convi ví con el dol or que empecé a descubri r mi mi si ón en l a vi da: ayudar a que otras personas pudi eran aprender a confi ar en sí mi smas más al l á de sus ci rcunstanci as y poder ofrecerl es herrami entas y conoci mi entos que ayudaran a mantener vi va esa fuerza i nteri or que todos tenemos… y que a veces ol vi damos. Fui pl asmando esta mi si ón de di sti ntas maneras. En pri mer l ugar, estudi ando e i nvesti gando todo l o que pudi era ayudar a l as personas a ganar confi anza, a quererse y reconocerse, a al canzar grandes resul tados con menos desgaste, a ser más fel i ces. Mi s años de i nvesti gaci ón académi ca en l a Uni versi dad de Oxford Brookes me permi ti eron comprobar de manera i rrefutabl e l o que desde muy j oven habí a senti do a ni vel i ntui ti vo: que, cuando se mej ora l a autoesti ma de una persona, todos sus resul tados en l a vi da se potenci an de

manera exponenci al . Fueron muchos años de sembrar estas semi l l as en l os ambi entes educati vos, donde pude entrenar a profesores en vari as partes del mundo y pude ver tambi én que estas enseñanzas funci onaban de maravi l l as en mi s al umnos uni versi tari os de l a maestrí a de coaching organi zaci onal . Tambi én tuve grandes experi enci as transmi ti endo estas herrami entas a grupos de padres, que veí an l os resul tados en sus hi j os casi de i nmedi ato. Creo que si n buscarl o empecé tambi én a trabaj ar en l as empresas, vi endo cómo estos pri nci pi os y herrami entas tambi én daban al l í resul tados extraordi nari os. Fueron más de vei nte años de vi aj ar por l os ci nco conti nentes, si endo testi go de un fenómeno úni co: todas l as personas con l as que i nteractuaba —desde docentes en Ni geri a hasta i ngeni eros en Sueci a— veí an en este mensaj e al go muy val i oso. Muchas veces, al termi nar un semi nari o me decí an: «¡Qui ero tu l i bro!» Empecé a escri bi r este l i bro hace aproxi madamente di ez años… y l uego l o dej é. Al go en mi i nteri or me decí a que debí a esperar, que todaví a no estaban todas l as experi enci as de vi da necesari as para termi narl o… ¡Hoy me doy cuenta de que durante todo ese ti empo de espera no sól o estaban creci endo l as raí ces de l os textos, si no que Fl orenci a, mi hi j a mayor, tambi én estaba creci endo! Y hoy, con sus j óvenes 30 años y su experi enci a como consul tora, coach, peri odi sta, profesora uni versi tari a y di rectora de proyectos, es l a coautora de este l i bro. Un l i bro que naci ó i nspi rado en nuestra pel í cul a Confianza Total, y que surgi ó con el deseo de l l evar el poder del amor y l a confi anza a cada ri ncón del mundo. Este l i bro es el producto de aprendi zaj es real i zados durante más de 20 años. Los conteni dos de este l i bro son el resul tado de sucesi vas i nvesti gaci ones personal es y tambi én del aprendi zaj e de muchos autores, i nvesti gadores, académi cos, consul tores y expertos en desarrol l o personal , management y neuroci enci as. El obj eti vo pri nci pal de este l i bro es transmi ti r l os pri nci pi os y herrami entas que construyen l a confi anza. Son i deas y prácti cas que ayudan a superar mi edos, a trascender creenci as l i mi tantes, a construi r l a autoesti ma, a usar l as emoci ones con i ntel i genci a, a gui ar l os pensami entos para al canzar metas, a despertar al l í der i nteri or que todos l l evamos potenci al mente dentro de nosotros y a di señar l os sueños. Confianza Total está estructurado en ocho capí tul os nutri dos con teorí a, hal l azgos ci entí fi cos, casos real es y ej erci ci os prácti cos. El l i bro se i ni ci a presentando l os dos paradi gmas que mueven al mundo, el mi edo y el amor, descubri endo l os resul tados de vi vi r en cada paradi gma. El vi aj e conti núa con la expl oraci ón de l a emoci ón que preval ece en l as cri si s, el mi edo, y se bri ndan estrategi as concretas para vencerl o. En el capí tul o tres se desarrol l an dos temas central es: l a confi anza y l a autoesti ma, y se ofrecen l as mej ores herrami entas para desarrol l arl as. En el capí tul o cuatro se expl ora el poder de l as emoci ones desde l as perspecti vas del coaching y l as neuroci enci as y se presentan i deas i nnovadoras para que l as emoci ones nos j ueguen a favor. Hemos organi zado el capí tul o ci nco sobre el poder de l os pensami entos, en él presentamos estrategi as para aprender a usar l a mente con el obj eti vo de crear l o que queremos. En el capí tul o sei s trabaj amos con el poder de l as pal abras que son, j unto con l a escucha efecti va, l as cl aves para una buena comuni caci ón y para al l anar confl i ctos. En el capí tul o si ete nos adentramos en l os terri tori os de l a i ntel i genci a emoci onal y del l i derazgo; al l í se revel an

cuál es son l as habi l i dades que ti enen l os l í deres extraordi nari os y cómo desarrol l arl as para destacarnos en cual qui er contexto. En el capí tul o ocho se bri ndan l os cuatro pri nci pi os fundamental es que son necesari os para hacer real i dad un sueño, y se dan ej empl os de vi da de grandes soñadores que

al canzaron sus metas. P or úl ti mo, en el epí l ogo habl amos de l a fel i ci dad, ese térmi no que, aunque parece i nal canzabl e, está a centí metros de nuestras manos. Desde nuestra mi rada l a fel i ci dad puede empezar a construi rse en el momento en que tomamos l a deci si ón de adueñarnos de nuestra vi da y de reconectarnos con esa fuerza i nteri or a l a que l l amamos «confi anza total ». Es nuestro deseo que todos aquel l os que l ean este l i bro se apropi en de l os conceptos que expl oramos y pongan en prácti ca l as i deas que están escri tas, pues sabemos que funci onan. ¡Hemos si do testi gos de l as transformaci ones más i ncreí bl es! Hemos reci bi do en nuestros cursos a personas que se acercaban con ti mi dez y que termi naron dando exposi ci ones frente a audi enci as, radi antes de confi anza. Hemos vi sto a muj eres que se sentí an desmoti vadas, hasta apáti cas, y que después de poner en prácti ca estos pri nci pi os se reconectaron con el entusi asmo y con nuevos proyectos de vi da. Hemos descubi erto a personas muy tal entosas, a l as que l es fal taba confi anza para i nteractuar con otros, transformarse en l í deres extraordi nari os. Hemos oí do a médi cos presti gi osos deci r: «Jamás pensé que encontrarí a tantos hal l azgos ci entí fi cos en un curso de este ti po y que esto cambi arí a mi manera de vi vi r». Hemos observado cómo empresari os estresados y preocupados l ograban encontrar el equi l i bri o perdi do y descubrí an l a emoci ón de dej ar un l egado. Hemos i nteractuado con padres que casi no se habl aban con sus hi j os y que, de pronto, encontraban l a pal abra j usta, en el momento adecuado. Hemos ayudado a fami l i as que atravesaban momentos de gran fragi l i dad y que, al confi ar en estas técni cas, sal í an de l as cri si s revi tal i zadas. Hemos comprobado que al gunas personas que, a pesar de haber al canzado todas sus metas y senti rse vací as, l ograban encontrar un propósi to superi or que vol ví a a cargar de si gni fi cado y fel i ci dad sus respecti vas vi das. En resumi das cuentas, sabemos que l o que ofrecemos funci ona. P or eso escri bi mos este l i bro y ani mamos al l ector a que l o haga propi o. P orque creemos que reconectarse con esa fuerza i nteri or a l a que l l amamos confi anza total es posi bl e y que sus resul tados son extraordi nari os. Cuando l as personas toman el desafí o de mej orar sus vi das con seri edad y consi stenci a, estos pri nci pi os y herrami entas si empre funci onan. Creemos en esto porque l o hemos experi mentado en l a real i dad, con muchí si mos casos concretos, real es. Este l i bro es mucho más que una teorí a. Es el resul tado de una l arga trayectori a de trabaj o y dedi caci ón. Ahora te i nvi tamos a ti a vi vi rl o tambi én, mej orando tu propi a vi da. ¡Bi enveni do! VERÓNICA DE ANDRÉS

Buenos Air es, mar zo de 2010.

1 LOS DOS PARADIGMAS QUE MUEVEN AL MUNDO

Todos tenemos dos elecciones: estar llenos de miedo o llenos de amor.

A LBERT EINS TEIN

«Estoy pasando por uno de l os peores momentos de mi vi da. Tengo una mezcl a de ansi edad con una fal ta de moti vaci ón total . Hace ti empo que si ento que no soy yo, nada me entusi asma… Ante el mi edo, huyo o me paral i zo. No sé l o que si gni fi ca tener confi anza, hace años que dej é de creer en mí … Qui ero sal i r de todo esto, pero se me hace muy di fí ci l … Creo que el haber hui do de mí mi sma fue l o que desencadenó mi estado actual .» Ésas fueron l as pri meras pal abras que me di j o Nuri a en pri vado, en l a pausa del pri mer dí a de nuestro curso «Confi anza Total para vi vi r mej or». No era una parti ci pante más. Desde el i nstante en que entré en contacto con ese grupo humano, reparé en el l a. Su mi rada perdi da, su cabeza gacha y su negaci ón a habl ar frente a otros hi ci eron que se destacara entre toda l a audi enci a. Su ser emanaba dol or. Un dol or que nos l l evó a mí y a Fl orenci a a preguntarnos: ¿P odremos real mente contri bui r a que Nuri a gane confi anza y vi va mej or? La respuesta l l egarí a casi al fi nal del curso. Sei s semanas después de que Nuri a se presentara como una muj er atrapada en el paradi gma del mi edo, desmoti vada, i ncapaz de establ ecer ví ncul os con l os demás, con una autoesti ma dañada… al go i ncreí bl e sucedi ó. En una de l as acti vi dades fi nal es, ofrecí a l os parti ci pantes que qui en qui si era pasara al escenari o a mostrar un obj eto que representara un «momento de l ogro» en su vi da. Yo no habí a si qui era termi nado de enunci ar l a i nvi taci ón cuando vi que una mano se agi taba con fuerza desde el fondo del audi tori o. Era Nuri a. Se puso de pi e de i nmedi ato y a paso fi rme y deci di do l l egó hasta el escenari o. Cauti vando l a atenci ón de toda l a audi enci a apoyó su obj eto y l entamente l e qui tó el papel protector para revel ar una obra de arte de una bel l eza i mpactante: era una pi ntura de una fl or si l vestre. Ese dí a nos enteramos de que Nuri a era pi ntora, y probabl emente por pri mera vez el l a mi sma advi rti óla bel l eza de su obra, ya que comentó en públ i co: «Esto representa un gran l ogro para mí , es un cuadro que me ani mé a pi ntar estas úl ti mas semanas. Soy arti sta, pero hace años que no me atreví a a tocar mi s pi ncel es, pensé que nunca más…» Y no pudo termi nar de habl ar pues l a audi enci a empezó a apl audi r con tanta fuerza que l a sal a se l l enó de soni dos de cel ebraci ón. Nuri a se quedó de

pi e mi rando a todos, como queri endo guardar ese momento para si empre, y con l ágri mas de emoci ón y una enorme sonri sa decl aró: «Acabo de descubri r qui én soy». Nuri a l ogró transformar sus mi edos a través del poder del amor, y así recuperar una confi anza que creí a perdi da para si empre. Esta transformaci ón no fue i nmedi ata, si no que fue sucedi endo de a poco, a medi da que fueron transcurri endo l os encuentros del curso. Al pri nci pi o no i nteractuaba con nadi e, y l as pocas veces que habl aba su voz era tembl orosa y casi i naudi bl e… Lentamente fue haci endo contacto con l os demás parti ci pantes, y empezó a abri rse suavemente, como una fl or si l vestre, aún temerosa de su entorno. Al descubri r que hay dos fuerzas poderosas que mueven al mundo, el mi edo y el amor, y que todos podemos el egi r cuál queremos que ri j a nuestra vi da; al aprender que todos tenemos una mente poderosa y que el secreto de usarl a correctamente está en l a observaci ón de nuestros pensami entos y en l a

capaci dad de el egi r aquel l os que abren posi bi l i dades; al entender que podemos adueñarnos de nuestras emoci ones en l ugar de que el l as se adueñen de nosotros y que fomentar emoci ones posi ti vas mej ora nuestra sal ud; al descubri r que el opti mi smo y l a al egrí a pueden desarrol l arse; al comprender que l a fel i ci dad no es una meta, si no el corol ari o de vi vi r de una ci erta manera, Nuri a cambi ó: dej ó de ser espectadora y pasó a ser protagoni sta. Sal i ó detrás del tel ón de su ti mi dez, corri ó l as corti nas de par en par y, frente a todos, se ani mó a dar el paso haci a adel ante con l a fi rme convi cci ón de qui en sabe que puede hacerl o pues se si ente segura de que el momento de actuar ha l l egado. Nuestra hora ha l l egado tambi én. Hora de cambi ar de paradi gma, de movernos del mi edo al amor y de descubri r l os cami nos haci a l a confi anza total para vi vi r mej or.

Mil miedos ancestrales obstruyen el camino hacia la felicidad y la libertad. Pero el amor puede conquistar el miedo. BERTRAND RUS S ELL

La confi anza es l o que tenemos —o nos fal ta— cuando l as cosas sal en mal , cuando el pl an fal l a, cuando nuestra barca se sacude en l a tempestad. La confi anza, ese tesoro con el que todos queremos contar para al canzar nuestros sueños, se construye desde el paradi gma del amor y se destruye desde el paradi gma del mi edo. Los dos paradi gmas que expl oraremos en este capí tul o son como l os cri stal es a través de l os cual es mi ramos l a vi da. Cri stal es que ti ñen nuestra percepci ón y nuestra experi enci a, pues real mente, tal como expresó Al bert Ei nstei n, «todos tenemos dos el ecci ones: estar l l enos de mi edo o l l enos de amor».

EL AMOR Y EL MIEDO: UNA ELECCIÓN VITAL Cuando habl amos del amor, nos referi mos a esa energí a vi tal con l a que todos nacemos, a esa fuerza potente que nos conecta con l a vi da y con l os demás, que nos da energí a para cumpl i r nuestras metas. Esa fuerza de expansi ón y creaci ón que nos i mpul sa haci a adel ante i ncl uso cuando l as cosas sal en mal . Cuando habl amos del amor, nos referi mos a cosas muy concretas: habl amos de el egi r l o que pensamos, l o que deci mos y l o que hacemos; de vi vi r una vi da proacti va; de poner l os oj os en l a meta y no en l os obstácul os. Habl amos de perseverar. Habl amos de poner amor en nuestras acci ones, en nuestras i ntenci ones, en nuestro trabaj o, en nuestros ví ncul os. Cuando habl amos del amor, habl amos de sal ud y de vi da. El doctor Geral d Jampol sky, médi co de l a Uni versi dad de Stanford y ganador del premi o a l a excel enci a médi ca otorgado por l a Asoci aci ón Médi ca Ameri cana, afi rma que «después de décadas de experi enci a en l a medi ci na, ahora sabemos que el amor expresado es l a fuerza curati va más poderosa del mundo». P or su

parte, el doctor Jorge Carvaj al , médi co ci ruj ano de l a Uni versi dad de Anti oqui a, expl i ca que un 70% de l as enfermedades del ser humano vi enen del campo de l a conci enci a emoci onal y asegura que el amor es l o que real mente necesi tamos para vi vi r: «El amor, tan traí do y tan l l evado, y tan cal umni ado, es una fuerza renovadora. El amor es magní fi co porque crea cohesi ón. En el amor todo está vi vo, como un rí o que se renueva a sí mi smo. En el amor si empre uno puede renovarse, porque todo l o ordena. En el amor no hay usurpaci ón, no hay despl azami ento, no hay mi edo, no hay resenti mi ento, porque cuando tú te ordenas porque vi ves el amor, cada cosa ocupa su l ugar, y entonces se restaura l a armoní a. Ahora, desde l a perspecti va humana, l o asi mi l amos con l a debi l i dad, pero el amor no es débi l ».

El miedo está siempre dispuesto a ver las cosas peores de lo que son. T ITO LIVIO

Aunque en general se pi ensa l o contrari o, el mi edo no si empre es negati vo. Un héroe, por ej empl o, suel e ser al gui en que ha senti do el dol or y el mi edo, l os ha trascendi do y ha si do transformado. P ero el mi edo tambi én puede l i mi tarnos y converti rse en un obstácul o, en una fuerza destructora que nos ate, nos l i mi te, nos desmoti ve y hasta nos paral i ce. Además, como expl i ca el doctor Carvaj al , «el temor, que es l a ausenci a del amor, es l a gran enfermedad. Cuando el temor se queda congel ado, afecta al ri ñón, a l as gl ándul as suprarrenal es, a l os huesos y a l a energí a vi tal ». Cuanto más ti empo pasamos en el paradi gma del amor, más nos acercamos a l a fel i ci dad. Cuanto más ti empo pasamos en el paradi gma del mi edo, más nos al ej amos de l a fel i ci dad. ¿Cómo saber entonces en qué paradi gma sol emos pasar l a mayor parte de nuestro ti empo? Observando l os resul tados que estamos obteni endo en nuestra vi da y, por sobre todas l as cosas, ¡el i gi endo! El mensaj e de este l i bro es que todos l os dí as podemos deci di r en qué paradi gma queremos vi vi r.

LOS FRUTOS DE CADA PARADIGMA AMO R MIEDO FLEXIBILIDAD RIGIDEZ MOTIVACIÓN DESMOTIVACIÓN OPTIMISMO PESIMISMO EXCELENCIA PERFECCIONISMO ESFUERZO SACRIFICIO PERDÓN RESENTIMIENTO PAZ INTERIOR VIOLENCIA

CONFIANZA

FALTA DE CONFIANZA

Flexibilidad vs. rigidez ¿De qué si rve ser fl exi bl e? En una fuerte tormenta, l o pri mero en caer son l os árbol es más rí gi dos. En cambi o, hay pl antas que se dobl an acompasando l os vi entos fuertes y sobrevi ven por ser más fl exi bl es. La fl exi bi l i dad nos da l a posi bi l i dad de adaptarnos mej or a l os desafí os que nos presenta l a vi da. Al ser fl exi bl es nos podemos sobreponer mej or y más rápi do a l os contrati empos. La fl exi bi l i dad es l a base de l a resi l i enci a, que es l a capaci dad que posee una persona para sal i r fortal eci da de l as adversi dades. La fl exi bi l i dad tambi én nos permi te apreci ar di ferentes puntos de vi sta y nos l i bra de querer tener l a razón en todo. P osi bi l i ta que pri ori cemos l as rel aci ones, al recordar que no hay una sol a verdad, si no di ferentes mi radas y desde al l í hal l ar un punto de encuentro. Entre tu mi rada y l a mí a hay un punto i ntermedi o, donde nos encontraremos. En cambi o, l a ri gi dez nos hace j uzgar con dureza excesi va a l os demás y a nosotros mi smos, nos obstruye l a comprensi ón, nos hace ver l a vi da desde una di mensi ón pequeña, donde l a úni ca verdad que exi ste es l a nuestra. Nos convi erte en dogmáti cos pregonando verdades absol utas, nos acerca a l a arroganci a y nos al ej a de l os demás. La ri gi dez es una expresi ón de fal ta de amor. Un cuerpo fl exi bl e es si nóni mo de j uventud, un cuerpo rí gi do es i ndi caci ón de envej eci mi ento. Lo mi smo sucede con nuestra mente. La ri gi dez mental nos convence de que ya sabemos todo l o que necesi tábamos aprender, en especi al a medi da que vamos avanzando en edad y en experi enci a de vi da. La fl exi bi l i dad mental , en cambi o, suel e estar l i gada a l a apertura haci a nuevos aprendi zaj es. Según reci entes hal l azgos de l as neuroci enci as, esto ti ene un al tí si mo i mpacto en nuestro cerebro. El doctor Gol dberg, neuról ogo de l a Uni versi dad de New York, di rector del Insti tuto de Neuropsi col ogí a y Funci onami ento Cogni ti vo, afi rma que, contrari amente a l o pensado, el cerebro puede mej orar con l a edad. Durante muchos años se consi deró que, a parti r de ci erta edad, l as neuronas ya no se renovaban. Si n embargo, l as úl ti mas i nvesti gaci ones ci entí fi cas demuestran que el cerebro puede regenerarse a través de l a real i zaci ón de nuevos aprendi zaj es que i mpl i quen esfuerzo mental . Esta capaci dad reci be el nombre de «neuropl asti ci dad», que consi ste en model ar el cerebro a través del aprendi zaj e de nuevas acti vi dades —y no sól o tareas ya aprendi das y consol i dadas—. La ci enci a afi rma ahora que l os seres humanos podemos crear nuevas neuronas a l o l argo de toda l a vi da, y preveni r el deteri oro del cerebro a medi da que avanza nuestra edad, al tener una vi da mental i ntensa, es deci r, real i zando nuevos aprendi zaj es que i mpl i quen esfuerzos mental es durante toda l a vi da. El doctor Ri chard Davi dson, doctorado en Investi gaci ón (P h.D) en l a Uni versi dad de Harvard, di rector del Laboratory for Afecti ve Neurosci ence de l a Uni versi dad de Wi sconsi n-Madi son, es uno de l os mayores expertos en el tema de l a neuropl asti ci dad, que es consi derado uno de l os mayores descubri mi entos del si gl o XX. Sus i nvesti gaci ones en l as que uti l i za escaneos cerebral es han demostrado que l as emoci ones como el amor, l a compasi ón y l a fel i ci dad son

habi l i dades que pueden ser aprendi das. Davi dson fue l a pri mera persona en reci bi r el premi o Mani Bhaumi k por su conoci mi ento profundo sobre l a neuropl asti ci dad del cerebro.

Motivación vs. desmotivación ¿Qui én no se ha senti do desmoti vado al guna vez? ¿Qui én no ha teni do esa sensaci ón de desal i ento y fal ta de entusi asmo? La desmoti vaci ón es un área bi en compl ej a con muchas vari abl es pero, i ndudabl emente, nos trae esa fal ta de energí a que di smi nuye nuestra capaci dad para tomar ri esgos o de enfrentar desafí os. El doctor Marti n Sel i gman, creador de l a corri ente más i nnovadora de l a psi col ogí a actual l l amada psi col ogí a posi ti va, asegura que el ni vel de moti vaci ón está di rectamente rel aci onado con el ni vel de expectati vas que una persona ti ene. Si l as expectati vas son al tas, el ni vel de moti vaci ón es al to. A expectati vas baj as, moti vaci ón baj a. La pal abra moti vaci ón provi ene del l atí n motivus (movi mi ento) y el sufi j o ción (acci ón). Lo que muchas veces provoca que una persona no se ponga en movi mi ento o en acci ón para encontrar un nuevo trabaj o, una nueva parej a, un nuevo grupo de ami gos es el mi edo. Mi edo a dej ar de l ado l o conoci do, mi edo a l a i ncerti dumbre, mi edo a no encontrar aquel l o que se busca, mi edo a perder l a i denti dad, mi edo a i ni ci ar al go nuevo y fracasar. Entonces l a persona el i ge permanecer en el mi smo l ugar o si tuaci ón donde ya no es fel i z, pero está cómodo. Según Dani el Gol eman, autor del best sel l er Inteligencia emocional, l o que más moti va a una persona es encontrar una acti vi dad en l a que sus tal entos y habi l i dades estén pl enamente i nvol ucrados, una tarea que mueva a l a persona más al l á de su zona de confort, para que l a desafí e y l a haga fl ui r. Según expl i ca Mi hal y Csi kzentmi hal yi , creador del concepto de «fl ui r» y autor del l i bro Fluir: una psicología de la felicidad, el moti vador más potente que exi ste es l a sensaci ón de fl ui r. Él descri be el «fl ui r» como ese estado en el cual desarrol l amos al guna tarea o acti vi dad y quedamos tan i nvol ucrados, tan absortos en l a tarea, que pareci era que l o hi ci éramos casi si n esfuerzo, y hace que i ncl uso perdamos l a noci ón del ti empo. Encontrar al go que nos permi ta «fl ui r» no ti ene di rectamente que ver con l a tarea en sí mi sma, si no con el estado mental y emoci onal al que esa tarea nos l l eva. P or eso cada persona «fl uye» con acti vi dades muy di ferentes. A un ci ruj ano cardi ovascul ar l o puede hacer fl ui r su acti vi dad cuando l o atrapa el desafí o de l a operaci ón hasta hacerl e perder l a noci ón del ti empo. Aunque haya operado muchas veces, cada i ntervenci ón es un desafí o di ferente que i nvol ucra sus tal entos y l o hace fl ui r. A un escal ador l o atrapa el desafí o de l l egar a l a ci ma, y en su escal ada pondrá todos sus tal entos al servi ci o de sus metas, probabl emente pi erda l a noci ón del ti empo y pueda senti r que fl uye. El fl ui r, asegura el autor, genera «eustrés», haci endo que el cerebro l i bere sustanci as que ayudan a l a concentraci ón, a hacer foco y a generar fasci naci ón. P ara encontrar una fuente de moti vaci ón verdadera y duradera, es necesari o buscarl a en nuestro i nteri or. Estamos más acostumbrados a buscar l a moti vaci ón externa que l a i nterna, pues desde ni ños nos han enseñado con si stemas de premi o y casti go. Esto que puede funci onar para al gunas si tuaci ones, puede converti rse en un probl ema cuando toda nuestra moti vaci ón empi eza a depender de factores externos: de que al gui en nos premi e, de que al gui en nos reconozca, de que nos aumenten el suel do… En cambi o, l a

moti vaci ón i nterna no depende de nadi e más que de uno mi smo. La moti vaci ón extrí nseca —l as metas, l os obj eti vos, l os premi os y casti gos — muchas veces nos hace pensar en térmi nos de obl i gaci ón, de «deber». Y así empezamos a escuchar una voz i nteri or que di ce «tengo que», «debo», «deberí a». Al descubri r en nuestro i nteri or l a moti vaci ón i ntrí nseca — encontrar l a manera de permanecer l a mayor canti dad de ti empo en estado de l i bre «fl ui r»— operamos desde l a el ecci ón, desde el deseo. Y empezamos a pensar: «qui ero», «puedo», «me gustarí a». Es i nteresante ver que nosotros podemos moti varnos o desmoti varnos con nuestra conversaci ón i nterna. Las pal abras ti enen poder, sobre todo l as que nos deci mos a nosotros mi smos. P or eso, para recuperar l a moti vaci ón es muy i mportante ani marse a sol tar l o conoci do, encontrar al go que nos apasi one y prestar atenci ón a nuestro di ál ogo i nterno: usar pal abras que nos ani men.

En lo más profundo del invierno, al fin aprendí que dentro de mí hay un verano invencible. A LBERT CAMUS

Optimismo vs. pesimismo Como di ce Wi nston Churchi l l , el pesi mi sta ve l a di fi cul tad en cada oportuni dad y el opti mi sta ve l a oportuni dad en cada di fi cul tad. Uno de l os mayores frenos para el creci mi ento es el pesi mi smo, pues es una anti ci paci ón negati va del futuro. Es l a sensaci ón de que nada va a i r bi en, de que no tendremos éxi to y de que, si l o tuvi éramos, serí a sól o por casual i dad. El pesi mi smo puede surgi r por mi edo a l a desi l usi ón y puede ser una expresi ón de fal ta de confi anza en uno mi smo y en l os demás. El pesi mi smo es mucho más que una acti tud negati va: nos l l eva a nutri r nuestra mente con i mágenes negati vas y hace que estemos más propensos a que eso que tememos suceda. ¿P or qué? La expl i caci ón vi ene de l a mano de l a neurol ogí a. Nuestro cerebro ti ene un mecani smo i nterno medi ante el cual fi l tra todos l os estí mul os externos que reci be, permi ti endo que al gunos pasen y otros no. P or eso nuestra percepci ón es sel ecti va. Este mecani smo nos permi te perci bi r, con mucha faci l i dad, todo aquel l o que está previ amente cargado en el cerebro. Nuestro cerebro hará todo l o posi bl e por encontrar aquel l o que previ amente habí amos i magi nado. P or eso el pesi mi smo es como un i mán que atrae todo l o necesari o para que nuestros mi edos y fantasmas se confi rmen, a l a vez que rechaza otras posi bi l i dades que exi sten pero que no podemos ver. En sí ntesi s, atraemos aquel l o que i magi namos. El opti mi smo, en cambi o, es l a tendenci a a esperar que el futuro trai ga buenos resul tados. El opti mi sta no es un tonto o un i ngenuo que no ve l as di fi cul tades, si no es aquel que, vi endo l as di fi cul tades, i magi na l a sol uci ón. Y esto es l o que l e permi te perseverar. ¿P uedo acaso aprender a ser opti mi sta? Martí n Sel i gman, que se confi esa «pesi mi sta de naci mi ento», descubri ó a través del estudi o de l as acti tudes de l as personas opti mi stas que el pesi mi smo puede reverti rse, y que podemos aprender a desarrol l ar el opti mi smo. Si qui en se decl ara como un «pesi mi sta

nato» es hoy el referente mundi al más i mportante sobre el opti mi smo, podemos deci r que estos rasgos o tendenci as negati vos que tenemos pueden modi fi carse. El opti mi smo es una acti tud que puede desarrol l arse y que nos permi te di sfrutar de l os desafí os que nos pl antea l a vi da.

Estando siempre dispuestos a ser felices es inevitable no serlo alguna vez. BLAIS E PAS CAL

Excelencia vs. perfeccionismo ¿Qué ti ene de mal o ser perfecci oni sta? Cada vez que apuntamos a l a perfecci ón nos ponemos a nosotros mi smos y a l os demás en un estado de «i nfel i ci dad garanti zada», porque sól o Di os es perfecto. La respuesta del amor no apunta a l a perfecci ón, si no a l a excel enci a. La pri nci pal di ferenci a entre un perfecci oni sta y qui en busca l a excel enci a es su acti tud frente al error. El perfecci oni sta sufre cada vez que comete un error, se si ente mal consi go mi smo, porque toma el error como una señal de fracaso. Entonces sufre. Y l o mi smo pasa cuando al gui en de su entorno se equi voca: l o hace senti r mal . En cambi o, qui en apunta a l a excel enci a se esfuerza por dar l o mej or de sí , pero ti ene una acti tud compl etamente di ferente frente al error, ya que l o ve como un paso necesari o para consegui r l o que qui ere al canzar. Cada vez que se equi voca o al gui en de su entorno comete un error, en l ugar de pensar cómo puede ser que haya pasado eso, se pregunta qué puede aprender.

Esfuerzo vs. sacrificio ¿Hay que sacri fi carse para l ograr cosas en l a vi da? Una persona empi eza a sacri fi carse cuando qui ere dar l o mej or de sí en pos de al go —trabaj o, fami l i a— y en ese cami no de dar, se ol vi da de sí mi smo. Se acuerda de todos l os obj eti vos de trabaj o que ti ene que cumpl i r, se acuerda de sus cl i entes, de sus paci entes, de sus al umnos, de sus hi j os, de sus padres, de su muj er… de todo, pero empi eza a ol vi darse de sí mi smo. Se esfuerza si n l í mi tes, perdi endo el equi l i bri o de su vi da. Y cuando se pi erde el equi l i bri o, al gui en suel e pagar el preci o: l a persona que se sacri fi ca —pagando con su sal ud o su estado de áni mo— y/o qui enes l o rodean. Las personas más procl i ves a caer en el sí ndrome del sacri fi ci o son paradój i camente l as personas más responsabl es. Esta tendenci a suel e surgi r de l a creenci a de que sól o a través del sacri fi ci o se pueden obtener l os resul tados deseados. Y esto genera l o que en l a empresas hoy l l aman «burnout l aboral », que es el estado de agotami ento o fati ga que atravi esan general mente l as personas más comprometi das con el trabaj o, como consecuenci a de un exceso de responsabi l i dades l aboral es y fal ta de equi l i bri o con otras áreas de l a vi da. ¿Y cuál es l a al ternati va frente a l a fi l osofí a del sacri fi ci o? El esfuerzo,

combi nado con etapas de renovaci ón, como expl i ca l a reconoci da consul tora empresari al Anni e McKee. Qui en se esfuerza ti ene metas que al canzar, pero l o hace con equi l i bri o, si n ol vi darse de sí mi smo, recordando que ti ene muchas áreas de l a vi da y que todas son i mportantes. Qui en se sacri fi ca, pi erde el equi l i bri o y dej a de tener ti empo y energí a para ci ertas áreas i mportantes de l a vi da.

Perdón vs. resentimiento La doctora en psi col ogí a Di ane Ci ri nci one sosti ene que el perdón es l a l l ave de l a fel i ci dad, el vehí cul o para cambi ar nuestras percepci ones y dej ar i r nuestros mi edos, j ui ci os y ofensas. En un artí cul o publ i cado en conj unto con el doctor Jampol sky expl i ca que hoy exi ste sufi ci ente evi denci a ci entí fi ca que prueba que cuando no perdonamos y permanecemos enoj ados, podemos afectar nuestra sal ud, nuestro si stema i nmune y hasta cada órgano de nuestro cuerpo. Al gunos de l os sí ntomas fí si cos que pueden estar asoci ados con l a fal ta de perdón son: dol ores de cabeza, dol ores de espal da, úl ceras, depresi ón, cansanci o cróni co, i rri tabi l i dad, i nsomni o y un estado permanente de i nfel i ci dad. «Hay cosas que no puedo perdonar» es una frase que escuchamos muy a menudo… La persona que no perdona se resi ente, condena a otros y vi ve l os desafí os de l a vi da como una amenaza en potenci a. El resenti mi ento es, entre otras cosas, dol or emoci onal no resuel to que nos i mpi de l i mpi ar l a heri da que tenemos. El corazón que perdona no contami na el presente con experi enci as dol orosas no sanadas. P erdonar si gni fi ca dej ar de desear que el pasado sea di ferente. P erdonar y perdonarnos abre l as fronteras de nuestro corazón, nos humani za, nos hace reconocer que no somos perfectos, que nos equi vocamos, que todos necesi tamos del perdón. P erdonar no si gni fi ca val i dar ni estar de acuerdo con el comportami ento de l a otra persona, si no dej ar i r el enoj o. A su vez, el perdón no si gni fi ca permi ti r el abuso. Abri r una puerta a l a reconci l i aci ón, de ni ngún modo si gni fi ca agachar l a cabeza y permi ti r el mal trato. Saber poner l í mi tes con amor es prueba de una personal i dad sana.

El amor lo conquista todo. V IRGILIO

Paz interior vs. violencia Se di ce que l a vi ol enci a es l a expresi ón de necesi dades i nsati sfechas. La vi ol enci a puede ser fí si ca, verbal , acti tudi nal : l a i ndi ferenci a y hasta un si l enci o prol ongado pueden ser tan vi ol entos como un gri to. Cuando estamos con mi edo nos resul ta di fí ci l expresar nuestras necesi dades. Esto genera una vi ol enci a que puede ser di ri gi da haci a uno mi smo —i mpl otamos y podemos enfermarnos— o

haci a otros —expl otamos y resenti mos nuestros ví ncul os. ¿Cómo hacer para tener paz i nteri or en un mundo vi ol ento? Una de l as maneras de tener paz i nteri or es aprender a expresar nuestras necesi dades y nuestras emoci ones de forma no vi ol enta. Tendemos a j uzgar muy rápi damente a l os demás y sol emos equi vocarnos. P ara tener paz i nteri or, es necesari o estar atentos a nuestros j ui ci os, que suel en estar cargados de negati vi dad. P ara tener paz i nteri or es i mportante confi ar y sol tar l a necesi dad de querer control ar a l os demás y a todo l o que me sucede. La paz i nteri or surge del amor y nos permi te fl ui r en cada momento, estar presentes, vi vos y conectados con el ahora. P ara generar paz en l os entornos de vi ol enci a en l os que a veces nos toca vi vi r, recordemos que l a paz empi eza por uno mi smo. Sól o cuando nosotros hayamos al canzado paz i nteri or podremos produci r armoní a a nuestro al rededor.

Tu tarea no es buscar el amor, sino buscar y encontrar dentro de ti todas las barreras que has construido contra él. RUMI

Una anti gua l eyenda cherokee cuenta que una noche, un anci ano y su ni eto se sentaron a conversar sobre l a vi da. El abuel o l e expl i có a su ni eto que en nuestro i nteri or convi ven dos fuerzas, que están en una puj a constante. P ara que su ni eto pudi era comprender esto, l e di j o: «Todos nacemos con dos l obos adentro. Uno de l os l obos ti ene mucho amor, es agradeci do, al egre, compañero, confi ado y tranqui l o. El otro l obo ti ene mi edo, es vi ol ento, es competi ti vo, desconfi ado y resenti do». «¿Y cuál de l os dos l obos gana?», preguntó el ni ño. «Aquel que tú al i mentes», contestó el abuel o.

D EL PARADIGMA DEL MIEDO AL PARADIGMA DEL AMOR ¿Cómo qui eres que sea tu vi da? ¿Cuántas veces habremos pensado, como di ce un tango, «Si soy así , qué voy a hacer»? ¡No! Aunque resul te di fí ci l creerl o, nosotros no somos de una determi nada manera, si no que podemos cambi ar, desaprender l o que nos bl oquea y aprender l o que necesi tamos para vi vi r mej or. Los frutos del mi edo provi enen de fuentes múl ti pl es y vari adas: nuestra hi stori a, nuestra cul tura, nuestra bi ol ogí a y l a manera de narrar nuestra vi da… Más al l á del ori gen, es i mportante saber que estos frutos no son i nmutabl es. La i dea es observar nuestras tendenci as, saber que podemos descartar l o que ya no nos si rve y reempl azarl o por al go nuevo y bueno para nuestra vi da. A mayor ni vel de conci enci a, mayor capaci dad de el ecci ón. Entonces, ¿en qué paradi gma qui eres pasar l a mayor parte de tu vi da?

PRÁCT ICAS

I . L OS BENEFICIOS DEL PERDÓN Cuentan que un al umno fue a ver a su maestro en busca de expl i caci ones concretas con respecto a l a i dea del perdón y del resenti mi ento. —Maestro, no enti endo esos conceptos. Entonces el maestro l e di j o: —Qui ero que a parti r de hoy cargues en tus hombros un saco de patatas. —¿P atatas? —preguntó asombrado el al umno. —Sí , tantas patatas como temas que no hayas perdonado tengas en tu corazón. P or cada tema o persona que si entas resenti mi ento, pon una patata, envuél vel a en un pl ásti co, col ócal e una eti queta con fecha y nombre. El maestro l e di j o que fuera con ese saco a todas partes durante una semana, que de noche l o pusi era adentro de su cama, y que al l evantarse l o cargara en sus hombros, como una mochi l a. A medi da que fue transcurri endo l a semana, l as patatas natural mente se fueron deteri orando, el hedor termi nó si endo i nsoportabl e y el peso tambi én. Incapaz de resi sti r más, el j oven fue a ver nuevamente a su maestro y l e di j o: —No puedo más cargar con este peso. Es i nsoportabl e. Entonces el maestro l e respondi ó: —Eso mi smo sucede cuando no perdonas. Ahora observa tu i nteri or, anal i za tu vi da y tus acti tudes y responde estas preguntas: • ¿Qué te di ce a ti l a hi stori a que acabas de l eer? • P i ensa en l as personas a qui enes tengas al go que perdonar. Imagí nate que por cada una de el l as ti enes una pi edra, y que ese peso va conti go a todas partes… ¿Qui énes son? ¿Cuántas son? Si ti enes asuntos pendi entes conti go mi smo, recuerda i ncl ui rte en l a l i sta. • ¿Cuántas pi edras qui eres segui r cargando en tu mente y en tu corazón? • ¿Hay al gui en a qui en qui si eras pedi rl e perdón? • ¿Qué te gustarí a hacer a parti r de esta toma de conci enci a? Aquí si guen tres preguntas poderosas: – ¿Estás di spuesto a perdonar a al gui en? – ¿Qui eres hacerl o? – ¿Cuándo l o harás?

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VIVIR SIN MIEDO

El amor ahuyenta al miedo y, recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor el miedo expulsa; también a la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad, y sólo queda la desesperación muda; y al final, el miedo llega a expulsar del hombre la humanidad misma. A LDOUS HUXLEY

Las cri si s exi sti eron desde el i ni ci o de l os ti empos y, al dí a de hoy, si guen surgi endo en todos l os contextos. Hay cri si s económi cas, pol í ti cas, soci al es, fami l i ares, l aboral es, profesi onal es, personal es, mundi al es… Con sus posi bl es di ferenci as, l as cri si s ti enen en común que todas i mpl i can un cambi o. Esa dobl e verti ente de l a que habl amos está presente en l o que l a pal abra crisis si gni fi ca en el i di oma chi no: formada por dos caracteres de i gual i mportanci a, uno si gni fi ca pel i gro; el otro, oportuni dad. Muchas veces l as cri si s i mpl i can cambi os que no buscamos vol untari amente, que no el egi rí amos si pudi éramos y que pueden asustarnos o enoj arnos. Las cri si s son l os momentos donde se desatan todos l os mi edos. Momentos de i ncerti dumbre y fragi l i dad en l os que nuestra mente suel e tendernos l as peores trampas y nuestras emoci ones pueden adueñarse de nosotros. ¿Cómo vi vi r si n mi edo en medi o de una debacl e económi ca, un di vorci o, un despi do, una frustraci ón profesi onal , un probl ema fami l i ar o una enfermedad? Tal vez l a respuesta venga de l a mano de Arnol d Toynbee, qui en acuñó l a Teorí a del cambi o y del desafí o, en l a cual sosti ene que un medi o i nestabl e presentará retos que pueden hacer surgi r fuentes de creati vi dad previ amente i nuti l i zadas… ¿De qué depende, entonces, que una cri si s sea un pel i gro o una oportuni dad de creci mi ento? De nuestra i nterpretaci ón de l a si tuaci ón y del ni vel de confi anza con el que enfrentemos l a cri si s. Confi anza: eso es l o que necesi tamos, j ustamente, cuando l os vi entos hacen tambal ear nuestras estructuras.

TIEMPOS DE CRISIS Como ci udadana argenti na me ha tocado atravesar muchos confl i ctos naci onal es. El más reci ente fue, qui zás, uno de l os más graves que recuerdo. El derrumbe económi co, l a democraci a heri da y l a gente gol peando sus cacerol as con furi a son al gunas de l as i mágenes que me vi enen a l a mente cada vez que al gui en me pregunta cómo se vi vi ó l a úl ti ma gran cri si s en mi paí s. Si n embargo, tambi én recuerdo que en medi o de esas ti ni ebl as, cuando l a gente perdí a l os ahorros de toda una vi da si n previ o avi so y el mi edo se esparcí a en l a soci edad cual vi rus, comenzaron a encenderse al gunas l uces. Y se di ce que

cuanto más densa es l a oscuri dad, más fuerte es el i mpacto de una pequeña l uz. Acuerdo con Toynbee en que l as cri si s pueden despertar tal entos que yací an dormi dos… P ues eso fue l o que pasó en l a Argenti na. Hubo qui enes transformaron l a cri si s en una oportuni dad para cambi ar y mej orar. Se j untaron y de cara a l as necesi dades el i gi eron responder con sensi bi l i dad y compromi so. Rápi damente se pusi eron en acci ón para asi sti r no sól o a l a gente que habí a perdi do su trabaj o, si no tambi én su fe.

No me dan miedo las tormentas pues estoy aprendiendo a navegar. LOUIS A MAY A LCOTT

Tuvi mos el honor de ser parte del proyecto P escar, que surgi ó como una de l as respuestas creati vas de ese momento. P escar comenzó en el mundo de l a empresa con el obj eti vo de dar un año más de educaci ón a j óvenes de medi os económi cos muy l i mi tados, para ayudarl os a expandi r sus posi bi l i dades y así crear un si stema de i nserci ón soci al más j usto. Nuestra contri buci ón consi sti ó en bri ndar a l os al umnos un curso i ntensi vo de autoesti ma y recuperaci ón de l a confi anza, para que vol vi eran a creer en sí mi smos. La confi anza es un senti mi ento y una acti tud ante l a vi da, y tambi én es una el ecci ón. Frente a l a di fi cul tad, si empre puedo el egi r i nterpretar l o que sucede como un pel i gro o como un desafí o. P uedo mi rar l o que me sucede como una catástrofe y transformarme en ví cti ma, o puedo el egi r mi rarl o como una oportuni dad de crecer y converti rme en protagoni sta.

Revertir la adversidad Sabemos que hay momentos donde pareci era casi i mposi bl e tener sobre nuestras zozobras una i nterpretaci ón posi ti va… P ero pensemos en casos extremos, en personas que han el egi do dar una respuesta di ferente en medi o de l os momentos de mayor oscuri dad. P ensemos en al gui en como Vi ktor Frankl , el médi co psi qui atra que vi vi ó l a experi enci a dura, extrema, de ser un pri si onero más de l os campos de concentraci ón nazi y de perder a su fami l i a si n poder hacer nada por sal varl os. ¿Cómo hi zo este hombre, que fue despoj ado de todo l o que tení a, que fue humi l l ado y casti gado brutal mente, para emerger de esa cri si s como el portavoz de un mensaj e esperanzador, posi ti vo, para el resto de l a humani dad? Al l eer su testi moni o l a respuesta resul ta evi dente: el i gi ó ver esa si tuaci ón l í mi te como una oportuni dad y no como una desgraci a. En su l i bro El hombre en busca de sentido Frankl cuenta que él observó cómo personas que estaban pasando por l as peores ci rcunstanci as posi bl es, al borde de l a i nani ci ón y de l a pérdi da de l a di gni dad, el egí an comparti r su úl ti mo mendrugo de pan con otros. Esto es prueba evi dente de que nos pueden despoj ar de todo, pero nunca nos qui tarán l a l i bertad de el egi r nuestra i nterpretaci ón frente a l o que nos sucede. Es un concepto que se repi te a l o l argo de toda l a hi stori a.

Epi cteto, el renombrado fi l ósofo greco-romano que vi vi ó en el si gl o I, di j o: «No podemos el egi r nuestras ci rcunstanci as, pero si empre podemos el egi r l a forma en que respondemos ante el l as». Este pri nci pi o l e permi ti ó a él mi smo dej ar de ser un escl avo para transformarse en el maestro del emperador romano Marco Aurel i o. Afi rmamos, entonces, que l a confi anza se construye desde el i nteri or, y que se refl ej a l uego en nuestras acci ones exteri ores. Frente a todo l o que nos sucede, si empre podemos deci di r cómo responder: l as ci rcunstanci as no deberí an determi narnos. Si n embargo, estamos habi tuados a creer que, cuando nos sucede al go negati vo, es l ógi co y casi i nevi tabl e tener una reacci ón negati va. P or eso es muy común escuchar constantemente ci erto ti po de expresi ones: «Iba conduci endo mi coche y el de al l ado me encerró, ¡estoy de pési mo humor!»; «Ll ueve y hoy tení a organi zada una fi esta al ai re l i bre, ¡estoy enoj ada!»; «Mi secretari a renunci ó si n previ o avi so, ¡esto es i ndi gnante!»; «Mi hermano me mi nti ó, ¿cómo no voy a senti rme trai ci onado?» Las creenci as que hemos i nternal i zado parecen habi l i tarnos para reacci onar de manera negati va ante si tuaci ones adversas, como si se tratara de una si mpl e fórmul a matemáti ca o fí si ca: H (hecho) = R (reacci ón) Éste es un model o de estí mul o-respuesta que no si rve para anal i zar el comportami ento humano, pues dej a fuera de l a ecuaci ón el el emento más i mportante: l a capaci dad del hombre de el egi r cómo responder, es deci r, qué pensar y qué senti r frente a cada cosa que l e sucede. ¿Qué tal , entonces, si reformul amos l a ecuaci ón anteri or? H (Hecho) + R (respuesta/interpretación) = R (resul tado) De aquí en más, frente a al gún hecho o si tuaci ón desafi ante que estemos atravesando, preguntémonos qué respuesta/i nterpretaci ón nos vendrí a mej or el egi r, qué respuesta/i nterpretaci ón puede acercarnos más a l a fel i ci dad. ¡Recordemos que l a vi da es un 10% l o que nos sucede y un 90% cómo respondemos frente a el l o!

Uno puede elegir entre refugiarse en lo seguro o avanzar y crecer. El crecer debe ser elegido una y otra vez. El miedo debe ser superado una y otra vez. A BRAHAM MAS LOW

¿Q UÉ NOS PASA CUANDO TENEMOS MIEDO? El mi edo es una de l as emoci ones bási cas que desencadena un mecani smo de supervi venci a para que podamos responder a si tuaci ones adversas rápi damente. Cuando senti mos mi edo, se producen cambi os fi si ol ógi cos de i nmedi ato. Se ci erran todos l os ci rcui tos neuronal es que no sean esenci al es a l a supervi venci a, l a parte pensante del cerebro reduce su acti vi dad y comi

enzan a

funci onar l as respuestas autónomas que no dependen de nuestra vol untad: se di l atan nuestras pupi l as para que podamos ver más; l a sangre fl uye con mucha rapi dez haci a l os múscul os grandes para que podamos hui r o l uchar; el corazón se acel era y bombea sangre a toda vel oci dad para l l evar l as hormonas a l as cél ul as, especi al mente l a adrenal i na y l a noradrenal i na y corti sol , que son l as l l amadas hormonas del estrés. Este mecani smo de supervi venci a es i mportante ya que nos ayuda a responder si estamos frente a un pel i gro real . El probl ema es que muchas veces nuestros mi edos son i magi nari os, y están asoci ados a recuerdos emoci onal es traumáti cos. Si n embargo, aunque sean i l usori os, i gual se produce l a descarga hormonal que, a l a l arga, puede dañar nuestra sal ud: por ej empl o, el exceso de corti sol en el si stema reduce nuestra i nmunol ogí a y hasta puede afectar nuestra memori a; el exceso de adrenal i na puede dej arnos toda una noche en vel a, ya que l as hormonas del estrés tardan horas en reabsorberse. Estas descargas pueden produci rse si mpl emente por una preocupaci ón rel aci onada con el futuro. El doctor Robert Sapol sky, neuról ogo de l a Uni versi dad de Stanford, experto en el tema del estrés, expl i ca que a l os seres humanos nos basta con i magi nar que vamos a vi vi r una mal a experi enci a para real mente pasarl a mal , pues l a descarga de hormonas del estrés en el cuerpo es l a mi sma, tanto si vemos un l eón real o si sól o l o i magi namos. Al ser entrevi stado por Eduardo P unset, el destacado escri tor y peri odi sta ci entí fi co, creador del programa Redes, Sapol sky expresó sobre este tema: «P ara un mamí fero cual qui era, el estrés si gni fi ca que al go está muy centrado en devorarte en l os si gui entes dos mi nutos, o que uno está muy deci di do a comerse a otro en l os próxi mos dos mi nutos, y en este l apso el cuerpo hace exactamente l o que debe hacer: uti l i zar toda l a energí a al macenada para acti var l os múscul os apropi ados, aumentar l a tensi ón arteri al para que l a energí a fl uya más de pri sa, y desacti var todo ti po de proyectos a l argo pl azo. Si te persi gue un l eón, escoges otro dí a para ovul ar, retrasas l a pubertad, ni se te ocurre crecer, ya di geri rás más tarde, pospones l a fabri caci ón de anti cuerpos para l a noche, si todaví a estás vi vo… Se trata de el i mi nar todo l o que no es esenci al . Y, cl aro, el probl ema es que nosotros, como pri mates muy sofi sti cados que somos, podemos i ni ci ar exactamente el mi smo proceso de respuesta al estrés a raí z de un estado psi col ógi co, de un recuerdo, una experi enci a, una emoci ón, pensando en al go que puede ocurri r dentro de trei nta años o que tal vez no ocurra nunca, pero i ni ci amos l a mi sma respuesta al estrés. El meol l o de l a cuesti ón es que desencadenar este proceso durante tres mi nutos para sal var l a vi da es perfecto, pero si l o haces de forma si stemáti ca, por razones psi col ógi cas, aumenta l as posi bi l i dades de enfermar».

ESTRATEGIAS PARA SUPERAR EL MIEDO ¿Cómo podemos acercarnos a l o que queremos en l ugar de uti l i zar nuestro val i oso ti empo en quedar capturados en aquel l o que tememos? Cuando a Mi guel «ngel l e preguntaban cómo hací a para escul pi r sus obras de una manera tan magní fi ca, él decí a que pri mero vi sual i zaba en l a roca l a i magen de l o que querí a l ograr, y l uego sacaba l o que sobraba. Muchas veces el mi edo aparece cuando tenemos que atravesar una cri si s o se nos presenta un desafí o. Si n ser consci entes de el l o, nuestra mente comi enza a proyectar l as i mágenes temi das en l ugar de l as deseadas. En ese i nstante se i ni ci a un autoboi cot i nvol untari o, a ni vel i nconsci ente, con proyecci ones negati vas que socavan nuestra confi anza y hacen que l a prueba a superar sea

mucho más dura. Es verdad que ante l o nuevo podemos asustarnos y vol vernos temerosos, pero tambi én es ci erto que exi sten estrategi as para hacerl e frente a este ti po de emoci ón.

1. El poder de la visualización: imaginar lo que quieres en lugar de lo que temes P ara contrarrestar el mi edo, podemos usar una estrategi a poderosa, l l amada vi sual i zaci ón. ¿Qué es l a vi sual i zaci ón? Es una técni ca que consi ste en entrenar nuestra mente para ver en detal l e i mágenes con l as escenas exactas de aquel l o que queremos l ograr, practi cando con l a mente l os pasos, l os movi mi entos, l as acci ones necesari as para al canzar un obj eti vo. Los atl etas ol í mpi cos fueron l os pri meros en uti l i zar esta técni ca que, como tantos otros descubri mi entos, sucedi ó por casual i dad. Jean Cl aude Ki l l y, vari as veces campeón ol í mpi co, fue un esqui ador muy famoso en l a década del sesenta. En una oportuni dad se l asti mó una pi erna j usto antes de una carrera muy i mportante que l e i mpi di ó practi car en l a pi sta. Si n embargo, l l egó el dí a de l a carrera y, si n entrenami ento fí si co previ o, Ki l l y ganó. Cuando l e preguntaron cómo l o habí a l ogrado, él respondi ó que, como no l e quedaba otra opci ón, l o úni co que hi zo fue vi sual i zar con detal l e cada centí metro de l a baj ada. De esa manera ensayó cada uno de movi mi entos en su mente, una y otra vez… ¡Y ganó l a competenci a! Si bi en l a vi sual i zaci ón suel e asoci arse al deporte, en real i dad se usa en todos l os ámbi tos y puede traer resul tados extraordi nari os no sól o para deporti stas, arti stas o i nventores. Vi sual i zar l a si tuaci ón deseada en l ugar de l a temi da es un excel ente ej erci ci o para hacer antes de tener una conversaci ón di fí ci l con al gui en; previ o a una negoci aci ón; antes de una reuni ón, de un examen, de una competenci a… Antes de cual qui er si tuaci ón que pl antee al gún ti po de desafí o. En una oportuni dad fui convocada por una empresa mul ti naci onal para bri ndar asesorí a. Jorge, el di rector comerci al , me reci bi ó en su despacho con cara de preocupaci ón. Después de habl ar sobre vari os temas que l o angusti aban, l l egamos a l o que se habí a converti do en su mayor desafí o: l a rel aci ón con el di rector regi onal . «Es i nsufri bl e, cada vez que l l ega el momento de tener l a reuni ón mensual con él , me dan dol ores de cabeza. Dos dí as antes de nuestra conversaci ón ya empi ezo a ponerme nervi oso, es l a persona más negati va y agresi va que conozco… Y ya he i ntentado todo, pero si empre es l o mi smo.» Le pedí a Jorge que me contara cómo i magi naba que serí a el próxi mo encuentro. La escena que descri bi ó era coherente con su descri pci ón del di rector regi onal . Entonces l e propuse trabaj ar con al gunas herrami entas, entre el l as, l a vi sual i zaci ón, para cargar en l a mente l as i mágenes de l a si tuaci ón deseada en l ugar de l a temi da. Al pri nci pi o l e resul tó di fí ci l , puesto que sól o l e aparecí an l as i mágenes de l o que no querí a que sucedi era. Fi nal mente empezó a ver en su mente una «pel í cul a» de cómo serí a el encuentro i deal . Se i magi nó entrando en l a sal a de di rectori o sonri ente; proyectó una conversaci ón con caras di stendi das, en un tono de voz cordi al . Empezó a «ver» que l ograba senti rse bi en en presenci a del di rector regi onal y que él tambi én di sfrutaba de su compañí a… Y practi có esta vi sual i zaci ón todos l os dí as, hasta l a noche anteri or a l a si gui ente reuni ón. Cuando me l l amó para contarme cómo l e habí a i do, me

di j o: «Veróni ca, ¡voy a enseñar l o de l a vi sual i zaci ón a todo mi equi po! ¡Fue i mpresi onante, hasta nos reí mos j untos! ¡Todo cambi ó!» Maryl i n Ki ng, otra atl eta ol í mpi ca a qui en conocí personal mente en Fi nl andi a, cuenta l a hi stori a de Li u Chi Kung, un famoso pi ani sta que pasó si ete años en l a cárcel durante l a revol uci ón cul tural chi na, si n posi bi l i dad al guna de tocar el pi ano. Al ser l i berado, se presentó a l a competenci a Tchai kovsky y, para sorpresa de todos, fue uno de l os ganadores. Cuando l e preguntaron cómo habí a l ogrado ganar si no habí a tocado el pi ano en l os úl ti mos si ete años, Li u respondi ó que durante todo el ti empo que estuvo, cada uno de l os dí as, practi có en su mente todos l os temas que al guna vez habí a tocado en su pi ano.

La energía de la imaginación

P ara nuestra mente no exi sten di ferenci as sustanci al es entre al go real y al go i magi nado ví vi damente, por eso l a vi sual i zaci ón correctamente real i zada — con detal l es, i ncl uyendo emoci ones— es tan efecti va. Hoy sabemos que l a vi sual i zaci ón ti ene además su fundamentaci ón neurol ógi ca, en el l l amado SARA (Si stema Acti vador Reti cul ar Ascendente). ¿Qué es el SARA? En l a base de nuestro cerebro, especí fi camente en el tronco cerebral , exi ste una formaci ón neuronal de fi bras que asci ende hasta l as capas superi ores del cerebro l l amada «si stema acti vador reti cul ar ascendente». El SARA ti ene múl ti pl es funci ones; entre el l as, control a nuestra habi l i dad de permanecer despi ertos o dormi r, y l a habi l i dad de prestar atenci ón. Como no podemos prestar atenci ón a todo l o que nos rodea, pues l a mul ti pl i ci dad de estí mul os serí a excesi va, el SARA actúa como un fi l tro que sól o permi te que i ngresen aquel l os estí mul os que, de al guna manera, nos resul tan perti nentes. P or ej empl o, si estamos en una estaci ón de tren donde hay mi l l ones de soni dos, no vamos a perci bi rl os todos, no escucharemos l as mi l es de conversaci ones a nuestro al rededor; pero si de pronto nombran l a sal i da del tren que va a nuestro desti no, en ese momento sí escucharemos esa señal con atenci ón. Esto permi te entender que l o que estamos buscando, anti ci pando o i magi nando es l o que el SARA permi te que l l egue a nuestra percepci ón a través de nuestros senti dos. Si mi mente está centrada en comprar un coche nuevo, es muy posi bl e que, cuando sal ga a l a cal l e, de pronto aparezcan en mi campo vi sual muchos coches de l a marca que estoy buscando. Si nuestra mente está cargada de l as i mágenes del resul tado deseado, es muy posi bl e que l o al cancemos, pues aparecerán a nuestro al rededor muchas posi bi l i dades que no serí an perci bi das de otra forma. Es que todo l o que uno ha estado fantaseando se vuel ve más fáci l de ser real i zado.

Visualiza tu éxito

Una vez vi no a verme un j oven médi co: tení a un desafí o grande por del ante y querí a unas sesi ones de coaching que l o prepararan de l a mej or manera

posi bl e. En tan sól o una semana debí a rendi r un di fí ci l examen de i ngreso a un hospi tal muy sel ecti vo. —¿Cuál es tu mayor mi edo? —fue mi pri mera pregunta. —Si empre fui un buen al umno —confesó—, pero para ser admi ti do en este hospi tal necesi to ser sobresal i ente, y nunca fui sobresal i ente. Se presentarán ci entos de candi datos y, para cal i fi car, esta vez tengo que estar entre l os di ez mej ores. Yo nunca pertenecí a esa categorí a…

—¿P i ensas que te l o mereces? —l e di j e—. Ésta es l a pri mera pregunta en l a que necesi tas concentrarte. Después de pensar unos i nstantes respondi ó: —Sí , creo que me l o merezco. He puesto mucho empeño en mi preparaci ón para este examen. —¿Real mente qui eres esto para ti ? —Sí —afi rmó el j oven médi co. Entonces l e propuse trabaj ar con l a vi sual i zaci ón, para superar su mi edo a no poder estar entre l os di ez mej ores candi datos. Le sugerí que se vi sual i zara a sí mi smo l ogrando l o que él querí a, que vi sual i zara el examen tal como él merecí a que fuera. En sí ntesi s, que pudi era ver en su mente un anti ci po de l o que él querí a que sucedi era. Habl amos tambi én del poder de l as pal abras y de l os pensami entos y de cómo se convi erten en real i dades. Le pregunté qué cl ase de pal abras se estaba di ci endo a sí mi smo, si usaba pal abras que abrí an su corazón y su mente o pal abras que l os cerraban. Las pal abras ti enen poder. Le expl i qué que cada vez que te di ces «yo debo», «yo deberí a», «yo tengo que», te i mpones a ti mi smo una obl i gaci ón, y así tu ni vel de moti vaci ón baj a. En cambi o, si te di ces «yo qui ero», «yo puedo», «yo me l o merezco», te conectas con el deseo, con l as posi bi l i dades, con l as ganas. Fal taba apenas una semana para el examen y éste fue uno de l os ej erci ci os de vi sual i zaci ón con l os que trabaj amos:

Técnica de visualización

Conéctate con tu éxi to. Vi sual í zal o. Ahora ci erra l os oj os y comi enza a centrarte en tu respi raci ón, en el ai re que entra y en el ai re que sal e… Observa cómo al i nhal ar l l evas oxí geno a cada cél ul a de tu cuerpo, y al exhal ar l i beras l as tensi ones… Inhal as paz o l o que tú necesi tes… Exhal as ansi edad, preocupaci ón, l o que tú no necesi tes… Ahora comi enza a vi sual i zar el dí a del examen desde que te l evantas. ¿Cómo qui eres que sea tu despertar? Imagi na que te trasl adas al l ugar del examen. ¿Cómo te si entes? Imagi na con detal l e cómo qui eres que sea ese momento, para el cual te has preparado tanto… Si l as i mágenes que comi enzan a aparecer son negati vas, cancél al as. P uedes trazar una cruz en esa i magen, y comenzar de nuevo, hasta l ograr l a i magen deseada… Comi enza a vi sual i zar el momento mi smo del examen. Obsérvate. Si ves tensi ón, nuevamente cancel a l a i magen, hasta que l ogres ver exactamente y con detal l e l a i magen deseada, que te dé tranqui l i dad y seguri dad. Y ahora comi enza a vi sual i zar el momento donde empi ezas a responder l as preguntas… Imagi na tu confi anza al l eerl as y tu sati sfacci ón al ver que puedes responderl as. Mi ra el cami no que has recorri do para l l egar hasta aquí , recuerda todas l as pruebas que ya has superado para al canzar este momento tan esperado… ¡Mereces vi vi r este momento! Construye l a i magen deseada,

con detal l es, con col ores, en al ta defi ni ci ón… Cada tanto veri fi ca cómo te si entes. Si perci bes i nqui etud, céntrate unos segundos en tu respi raci ón. Inhal o… Exhal o… Me rel aj o… Li bero l o que no necesi to… Sonrí o… Y ahora i magi na el momento en el cual fi nal i zas tu examen y lo entregas. Atravi esas l a puerta del aul a, mi ras haci a atrás y observas ese l ugar, donde has entregado l o mej or de ti . ¿Cómo te si entes? Sal es a l a cal l e. ¿Te gustarí a l l amar a al gui en por tel éfono? ¿A qui én? ¿Qué l e di rí as?

Inhal o… Exhal o… Momento presente… Momento maravi l l oso… El j oven médi co l o hi zo. Vi sual i zó y trabaj ó con el poder de l as pal abras todos l os dí as. P ero hi zo más: no ofreci ó resi stenci a, se entregó. Cuando no te queda nada, cuando no puedes control ar nada de l o que está a tu al rededor, ¡aún te ti enes a ti mi smo! P racti có todos l os dí as: cerraba l os oj os, veí a l as i mágenes, escogí a l as pal abras y desde el fondo de su corazón repetí a: «Me l o merezco». Una semana después me l l amó por tel éfono y me di j o: —Veróni ca, ¡no vas a creer l o que sucedi ó! Fue como si hubi esen preparado todo el examen para mí . Sabí a absol utamente todas l as respuestas. Y no sól o eso, si no que entre ci entos de postul antes, ¡obtuve el pri mer l ugar!

Empieza por hacer lo necesario, luego haz lo posible y de pronto estarás logrando lo imposible. SAN FRANCIS CO DE A S ÍS

2. La desidentificación: «Yo soy yo» «Yo soy yo y estoy bi en» es al go que podemos deci r, aun en medi o de l as cri si s más i ntensas. Muchas veces confundi mos l o que somos con l o que hacemos o tenemos. Es fáci l caer en l a trampa de creer: «Yo soy mi profesi ón», «Yo soy mi casa», «Yo soy mi empresa», «Yo soy este l i bro que estoy escri bi endo». No confundi r nuestro ser con nuestro hacer es muy esperanzador, porque hay momentos en l a vi da en que podemos perder todo l o que tenemos y cambi ar l o que hacemos. Son ésos l os momentos en que podemos darnos cuenta de que «Yo soy yo», no soy mi casa, mi profesi ón o mi puesto de trabaj o. Somos mucho más grandes que l as cosas que poseemos o l os l ogros que al canzamos. Esto es l o que l e enseñamos a Mari ana, que l l egó a nosotros en un momento de cri si s y presi ón, pensando que al haber perdi do casi todo se habí a perdi do a sí mi sma. Mari ana era una j oven de 29 años, natural mente opti mi sta. Si n embargo, l a tarde en que l e anunci aron que el banco habí a hi potecado su casa y que en una semana debí a abandonarl a, si nti ó que el al ma se l e hací a tri zas. Su casa era su l ugar preferi do en el mundo. No era l uj osa, pero para Mari ana tení a una gran ri queza. No era i nmensa, pero al l í estaban todos l os recuerdos de su i nfanci a, de su adol escenci a, de su adul tez. Era l a casa de sus padres, de sus hermanos, de sus ami gos. La casa donde habí a cel ebrado cumpl eaños y navi dades. La casa a l a que si empre l e gustaba vol ver después de un vi aj e y que esa vez tení a que dej ar para si empre. La noche antes de i rse, mi entras termi naba de empacar sus cosas, el mi edo se apoderó de el l a. ¿Qué i ba a ser de su vi da a parti r de ese momento? ¿Qué i ba a ocurri r con sus padres l ej os de esa queri da casa? Nunca tendrí an otro l ugar como ése. Fue entonces que deci di ó hacer al go di ferente. Sabí a que no podí a detener l a hi poteca ni evi tar senti r una gran tri steza por l a si tuaci ón. P ero tambi én recordó que habí a aprendi do al go que podí a servi rl e para que el dol or de l a

despedi da no se transformara en sufri mi ento. Era l a estrategi a del «Yo soy yo», que habí a aprendi do en nuestro semi nari o. Recorri ó cada ri ncón de su casa, por úl ti ma vez, di ci endo en voz al ta: «Yo soy yo. Yo no soy l a casa en l a que crecí . Yo soy yo. Yo soy yo. Yo no soy l a tri steza que si ento hoy. Yo soy yo. Yo soy yo. Yo no soy el dol or de mi s padres. Yo soy yo. Yo soy yo. Yo no soy el enoj o que hoy si enten mi s hermanos. Yo soy yo». P udo perci bi r que, si bi en se sentí a enoj ada, el l a no era el enoj o; que l as emoci ones i ban a cambi ar. P udo ver que estaba tri ste por perder l a casa, pero que el l a, Mari ana, no era l a casa… Que el l a seguí a si endo el l a, más al l á de l as ci rcunstanci as. Con esa conci enci a pudo empezar a secar sus l ágri mas y a i magi nar que al go mej or podí a l l egar a su vi da. Mari ana tomó ai re y suspi ró al i vi ada. Al i gual que Mari ana, a medi da que l ogramos l i berarnos de l as i denti fi caci ones que nos l i mi tan, nos damos permi so para responder a cada momento exi stenci al . Dej amos de creer que «somos» nuestras posesi ones, nuestros l ogros, nuestros rol es, y descubri mos el «Yo soy yo». Nos movemos espi ri tual mente a medi da que sol tamos ese apego a l o que pensamos que somos. Al sol tar, trascendemos nuestro ego, descubri mos nuestro ser… Y nos l i beramos cuando dej amos de creer que todo depende de nosotros.

3. Las tres A: ¡Admítelo, Atiéndelo y Atrévete! Otra estrategi a para atravesar el mi edo consi ste en segui r tres pasos muy fáci l es de recordar: admítelo, atiéndelo, atrévete. La pri mera etapa o el pri mer paso es admitirlo. La nueva ci ma está frente a ti , el nuevo proyecto se presenta, el nuevo desafí o comi enza… Estás en l a etapa de l a i ncerti dumbre. No sabes l o que puede suceder, y eso, l a mayorí a de l as veces, genera mi edo. ¿Cómo me i rá? ¿Tendré éxi to? ¿Les gustará mi i dea? ¿Aprobaré el examen? ¿Me di rá que sí ? En esa etapa, l o i mportante es admi ti r que tenemos mi edo, ya que en l a mente l os mi edos se acreci entan, pero cuando son expresados oral mente, automáti camente di smi nuyen. El segundo paso consi ste en atenderlo. Es el momento de escuchar l o que el mi edo te qui ere deci r. Como di j i mos antes, no todos l os mi edos son negati vos; el «mi edo sano» puede estar anunci ándote que actúes con cautel a, pues hay al gún pel i gro real . El mi edo tambi én puede estar di ci éndote que te prepares adecuadamente para enfrentar el desafí o que ti enes por del ante. Que hagas tus previ si ones de ti empo, que reúnas l os recursos necesari os, que aprendas nuevas habi l i dades o desarrol l es nuevas acti tudes, que te ocupes de l os detal l es. Una vez que has atravesado esta etapa, de al guna manera ya estás preparado para pasar a l a próxi ma, pues ya comi enzas a senti r que el mi edo se va transformando en entusi asmo. El paso número tres consi ste preci samente en atreverse. Esto si gni fi ca comprometerse a real i zarl o. El compromi so se traduce en acci ón. Cuando nos comprometemos, sucede al go muy especi al ; como di ce Goethe, es como si todo el uni verso se pusi era de nuestro l ado, para que podamos al canzar nuestra meta. Hasta que no nos comprometemos, hay vaci l aci ón; exi ste l a posi bi l i dad de retroceder; nos domi na l a i nefecti vi dad. Muchas veces l a ayuda vendrá de l o i nesperado, pero sól o si estamos comprometi dos. Cuando hay dudas, es di fí ci l estar di spuestos a reci bi r. Cuando hay fe y compromi so, tarde o temprano l a ayuda l l ega, pues qui ere deci r que estamos preparados para aceptarl a.

4. La reinterpretación de los fracasos Hoy se habl a mucho de l a i mportanci a de fomentar l a cul tura emprendedora como una sal i da a l a cri si s. Si n embargo, todaví a adverti mos que son pocos l os j óvenes que se ani man a emprender su propi o proyecto; l a mayorí a todaví a prefi ere trabaj ar en una empresa establ eci da. Y aquel l os pocos que l o i ntentan, según i ndi can l as estadí sti cas, suel en abandonar sus proyectos a l os pocos años de haber comenzado. ¿Qué es l o que i mpi de que l os j óvenes se atrevan a ser emprendedores? La respuesta es compl ej a, y puede tener muchos ángul os. Si n embargo, podemos i denti fi car al gunos factores que provi enen del paradi gma del mi edo, como l o es l a acti tud frente al fracaso. La mayorí a de l as personas no se ani man a i nnovar por mi edo a fracasar; y qui enes sí se atreven suel en tener pocas habi l i dades para rei nterpretar y capi tal i zar sus mal l l amados «fracasos». A l os 32 años P aul a pensó que ya era hora de empezar su propi a empresa. Con un tí tul o uni versi tari o en Di recci ón de Empresas y un MBA, pensaba que tení a l as herrami entas necesari as para tener éxi to. Desde un pri nci pi o supo que su emprendi mi ento estarí a l i gado a l a gastronomí a, pues l a coci na l a habí a cauti vado desde pequeña. Después de hacer un pri mer pl an de negoci os, se puso en acci ón. P ara montar l a coci na comerci al pi di ó di nero prestado a sus padres y ami gos más cercanos. En dos meses habí a l ogrado i nstal ar l as máqui nas de coci na en el garaj e de su casa, habí a contratado a dos coci neras y a un j oven para que reparti era l os pedi dos en moto y habí a di señado el l ogo de su empresa y real i zado fol l eterí a y caj as. Empezó a produci r l as tortas para sus pri meros cl i entes que, tal como habí a esti mado, fueron sus veci nos y fami l i ares. P aul a estaba contenta, todos l os dí as reci bí a fel i ci taci ones por l a al tí si ma cal i dad de sus tortas, su presentaci ón, su creati vi dad… Hasta que un dí a reci bi ó una l l amada que no l a dej ó tan contenta: era su contador. Hací a meses que l as cuentas no cerraban y P aul a l o sabí a, pero tení a l a esperanza de que el negoci o mej orara a medi da que aumentaran l as recomendaci ones de boca en boca. P ero ocurri ó todo l o contrari o: en unos meses P aul a habí a quebrado, no tení a di nero para devol ver el préstamo de sus padres y ami gos, y l os i ngresos ya no l e al canzaban ni para pagar l os suel dos de sus empl eados. Se di o cuenta de que necesi taba ayuda. Ll amó a un ex profesor de l a uni versi dad y l e contó l o que estaba pasando. «No qui ero dej ar mori r esta empresa. Tengo vari as personas a cargo, me si ento responsabl e por el l as… Y, además, ¡coci nar me encanta! Nuestras tortas son buení si mas, sól o que l a gente no se entera de que exi sti mos…» El profesor l e di o un consej o y P aul a deci di ó tomarl o: al qui l ar un l ocal ala cal l e, que l as personas pudi eran ver l o que hací a. Sabí a que pasar del garaj e de su casa a un l ocal era un ri esgo, pero estaba di spuesta a tomarl o. Al dí a si gui ente pi di ó un crédi to en el banco y empezó a buscar un l ocal . Fi nal mente encontró uno que l e encantó. Ll amó a su hermana, una di señadora de modas, y l e pi di ó ayuda para decorarl o. Fue tan bueno el trabaj o que l ogró que una

revi sta de gastronomí a l es sol i ci tara sacar un par de fotos a tan bel l o l ocal de tortas. P ara dar respuesta a l as demandas de su ampl i ado negoci o, contrató a al gunas personas más y mej oró l a manera de promoci onar su producto: creó una pági na web y compró espaci os de publ i ci dad en al gunas revi stas de l a zona. Con el entusi asmo renovado, P aul a abri ó l as puertas de su negoci o, pero a pocos meses de empezar se di o cuenta de que, una vez más, l as cuentas no

cerraban. Su empresa habí a creci do, pero tambi én habí an creci do sus deudas. La tarde que habl ó con su contador si nti ó un fuerte dol or en el estómago al tomar conci enci a de l a si tuaci ón. Él l e di j o: «No queda nada que hacer, P aul a. Si no pagamos el crédi to, ti enes que cerrar el l ocal ». Una mezcl a de emoci ones l a i nvadi ó de gol pe: «¿Cómo voy a pagar l o que debo? ¿Qué l es voy a deci r a mi s padres y ami gos?» Entonces sonó su tel éfono cel ul ar: era su hermano. El l a l e contó l o que estaba pasando y él l e di o su opi ni ón: «P aul a, yo sé que te encanta l o que haces y que has puesto l o mej or de ti , pero… ¿no te parece que es hora de poner l os pi es en l a ti erra? No puedes segui r pi di endo di nero prestado. ¿P or qué no buscas trabaj o en una empresa que te pague bi en y dej as de sufri r tanto? Después de todo, para eso te has formado…» P aul a si nti ó una angusti a profunda, mi edo, enoj o, vergüenza… Hasta su hermano, que tanto l a querí a y admi raba, ahora l a veí a como un fracaso. Esa noche no pudo dormi r, ni l a si gui ente, ni l a otra. P asó semanas preocupada, angusti ada… Hasta que deci di ó que era hora de cerrar. Fue al l ocal , abri ó l a puerta con un nudo en l a garganta y habl ó con sus empl eados. Tratando de di straerse de l a angusti a, comenzó a ordenar y a baj ar caj as de su despacho, un pi so arri ba del l ocal . Ya estaba termi nando de vaci ar su l ugar cuando de repente, baj ando l a escal era, perdi ó el equi l i bri o y se cayó. Si n moverse, desde el úl ti mo escal ón, se quedó mi rando a su al rededor, recorri endo con sus oj os cada detal l e del l ocal que con tanto amor habí a armado. Mi ró de reoj o haci a l a coci na y vi o l as manos de Cl ara y de Lui sa, l as coci neras que l a habí an acompañado desde un pri nci pi o; vi o l os fol l etos con el l ogo que el l a mi sma habí a di señado… Y cuando vi o l as tortas frescas aún en l a vi dri era, un pensami ento l a acongoj ó: «Son l as úl ti mas tortas». «¡No!», excl amó en voz al ta. «¡No!», gri tó al borde de l as l ágri mas. De repente se di o cuenta de que seguí a en el suel o, que no se habí a l evantado. Escuchó entonces una voz en su cabeza: «P aul a, esto es sól o un tropi ezo en tu cami no, no es un fracaso». Fue entonces que se preguntó qué otra cosa sabí a hacer además de coci nar, qué otros tal entos tení a, cómo podí a sal var su queri do negoci o… Se acordó entonces de que toda l a vi da l e habí an ponderado su cari sma, si mpatí a y faci l i dad para enseñar a coci nar y, de repente, tuvo una i dea nueva: ¿qué tal si envi aba un demo de una cl ase de coci na a un canal de tel evi si ón? Un ami go de su mari do era productor de un pequeño canal de tel evi si ón. Al dí a si gui ente l o fi l mó y l o l l evó. En una semana l a l l amaron y l a contrataron para conduci r un programa de gastronomí a. En pocos meses P aul a se convi rti ó en una fi gura reconoci da y su l ocal empezó a crecer. Hoy es l a dueña de l a cadena de tortas más i mportantes de su ci udad, conduce un programa de tel evi si ón muy popul ar, ha publ i cado vari os l i bros de coci na y su cadena ti ene franqui ci as a ni vel i nternaci onal . Anal i cemos el caso… ¿Cómo hi zo P aul a para converti r un fracaso en un éxi to? El l a tení a una formaci ón excel ente para di ri gi r empresas, si n embargo, a l a hora de remontar sus pri meros «fracasos», eso no l e si rvi ó de mucha ayuda. Le habí an enseñado a hacer pl anes de negoci os, pero no sabí a que muchas vari abl es no estarí an consi deradas al l í . Le habí an enseñado l a i mportanci a de construi r una marca y una i denti dad, si n embargo el l a di ce que su éxi to no tuvo tanto que ver con su preparaci ón académi ca. En una entrevi sta con l a prensa l e preguntaron cómo habí a hecho para sobreponerse a sus fracasos y sal i r adel ante, y el l a decl aró: «Descubrí que no tuve fracasos: el úni co fracaso habrí a si do no i ntentarl o, o baj ar l os brazos». La capaci dad de rei nterpretar l os reveses fue l o que hi zo que P aul a

pasara de ser dueña de un l ocal al borde de l a qui ebra, a ser l a empresari a

gastronómi ca más reconoci da de su ci udad. ¿Cómo hacer para rei nterpretar el fracaso? Tomando conci enci a de que a veces l os resul tados toman más ti empo del que qui si éramos y que no todo depende de nosotros; aprendi endo a pedi r ayuda —recursos, i deas, apoyo— a l os demás, sabi endo que l os mayores aprendi zaj es ocurren fuera de nuestra zona de confort; teni endo confi anza y convi cci ón en nuestra vi si ón y sosteni endo un di ál ogo i nterno que i nvi te a l a rei nterpretaci ón de l o sucedi do: ¿fue un fracaso o un aprendi zaj e? La hi stori a de P aul a nos si rve para refl exi onar… Si queremos formar emprendedores de verdad, necesi tamos desarrol l ar en nuestras escuel as y uni versi dades programas que i nvol ucren l a educaci ón emoci onal de l os al umnos; que fomenten l a cooperaci ón, l a conci enci a soci al , el compromi so y l a perseveranci a. Necesi tamos mostrarl es a l os j óvenes hi stori as de éxi to de otros emprendedores, que revel en l os supuestos fracasos que debi eron atravesar para fi nal mente tri unfar. Necesi tamos, sobre todas l as cosas, entender que no hay fracasos si no oportuni dades de aprendi zaj e y que, como di j o P aul a, el úni co fracaso es no i ntentarl o.

Dentro de veinte años te sentirás más arrepentido por las cosas que no hiciste, que por las que hiciste. Por tanto suelta los cabos. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa los vientos favorables y despliega tus velas. Explora. Sueña. Descubre. MARK T WAIN

S UPERAR EL MIEDO P ara al canzar nuestras metas y nuestros sueños, tendremos que aprender qué hacer cuando senti mos mi edo. Los senti mi entos de i ncerti dumbre, el temor ante l o desconoci do, acompañan al ser humano desde el i ni ci o de l os ti empos. Si bi en ante l a posi bi l i dad de pel i gro el mi edo es una señal que nos ayuda a prepararnos rápi damente para hui r o l uchar contra una amenaza, hoy en dí a sabemos que l a mayorí a de nuestros mi edos son i magi nari os y crecen con aquel l o que pensamos e i magi namos sobre una si tuaci ón. ¿Cómo hacer, entonces, para no senti r mi edo antes de l anzarnos a un nuevo proyecto personal , un emprendi mi ento empresari al , una nueva rel aci ón amorosa? Vi vi r si n mi edo no se trata de no senti r temores, si no de senti rl os si n permi ti r que nos detengan. Como di ce l a escri tora Susan Jefers, se trata de senti r el mi edo y segui r adel ante, ya que esta emoci ón puede ser una señal de al erta, de cui dado, y tambi én un avi so para prepararnos de l a mej or manera posi bl e. P ara mi ni mi zar l os fantasmas que muchas veces crecen en nuestra mente frente a l a i ncerti dumbre, podemos val ernos de l a técni ca de l a vi sual i zaci ón, que es muy úti l a l a hora de cambi ar l os pensami entos temerosos que nos paral i zan por pensami entos e i mágenes poderosas que nos acercan a nuestras metas. Los mi edos tambi én pueden surgi r frente a l a pérdi da de cosas

preci adas. ¿Qui én soy yo si n mi trabaj o? ¿Qui én soy yo si n mi casa? Recordemos entonces el poder de reconocer que «Yo soy yo». «Yo no soy mi trabaj o, yo no soy mi casa». Recordemos que nuestra esenci a no cambi a por aquel l o que tenemos, por l os rol es que desempeñamos o graci as a l as posesi ones que hayamos ganado. P odemos perder i ncl uso todo l o que tenemos, y segui remos si endo nosotros mi smos. Los mi edos tambi én surgen sobre todo en l os momentos de cri si s, cuando l as cosas sal en mal . Una vez más, no se trata de no senti rl o, si no de senti rl o, admi ti rl o y atenderl o, es deci r, saber qué hacer con ese mi edo. Al tomar conci enci a de que frente a todo l o que nos pasa tenemos l a oportuni dad de el egi r qué pensar y qué senti r, el mi edo empi eza a perder su fuerza.

PRÁCT ICAS

I . L OS SIETE PASOS DE LA VISUALIZACIÓN EFECTIVA 1. Merecer: saber que se puede obtener aquel l o que en forma repeti da se ve. Tener l a di sposi ci ón para crear el cuadro exactamente como l o deseas. 2. P oner l a i ntenci ón: di ri gi r el cuadro/l a i magen, concentrarse en l a mente. Ver l a i magen, sostenerl a. 3. Si n esfuerzo: rel aj arse, no tensarse ni l uchar. Es buena i dea hacer al gún ti po de ej erci ci o de rel aj aci ón pri mero, como respi rar consci entemente. 4. Intensi dad: l l enar l a i magen con tus senti mi entos. P ermi ti rte senti r un profundo deseo por eso que qui eres l l evar a cabo. 5. Ver detal l es: meterse dentro de l a i magen o cuadro y observar el detal l e. Ver l as formas, l as texturas, l os col ores. Crear una i magen de al ta defi ni ci ón. 6. Incl ui r: asegúrate de i ncl ui rte en l a i magen o cuadro. 7. Di sfrutar: senti rte bi en con l o que ves. Expresar grati tud por reci bi rl o. «Sol tar» l a i magen sabi endo que el deseo ya está real i zado.

II . CALMAR NUESTRA MENTE A TRAVÉS DE LA MÚSICA La músi ca es una de l as formas más rápi das de cambi ar el estado de áni mo. P l atón y Ari stótel es ya debatí an sobre el rol de l a músi ca para armoni zar cuerpo y al ma. Incl uso P i tágoras decí a que el ri tmo musi cal armoni zaba el ri tmo mental . Los mí sti cos de l a Indi a y l os chamanes de Rusi a l a usaban para control ar el dol or fí si co. Y, en l a actual i dad, como expl i ca Col i n Rose en Accelerated Learning, l a ci enci a está comprobando l o que durante muchos años

fue una i ntui ci ón: l a músi ca cl ási ca y barroca puede l ograr en sól o unos mi nutos l a concentraci ón mental y l a cal ma fí si ca que se al canza con semanas de prácti cas medi tati vas. La músi ca barroca es i deal para el aprendi zaj e. Lo favorece y acel era. Buscando crear una forma matemáti ca i deal y armóni ca, composi tores barrocos como Al bi noni , Haendel , Vi val di , Corel l i , Tel emann, P achel bel , produj eron l a frecuenci a exacta que armoni za el cerebro para al canzar un estado de «al erta rel aj ado». Resul ta i nteresante consi derar que el obj eti vo de l os composi tores barrocos era crear un estado de áni mo que l i berara a l a mente de l as preocupaci ones mundanas. P or su parte, l a músi ca cl ási ca es muy benéfi ca para nuestro cuerpo y nuestra mente. Numerosas i nvesti gaci ones, como l as de Al fred Tomati s, dan cuenta de l os efectos posi ti vos de l a músi ca de Mozart. Se ha comprobado que l as pul saci ones por mi nuto que ti ene l a músi ca de Mozart cambi an el estado del cerebro haci éndol o más recepti vo. Se di ce que al canza con escuchar 10 mi nutos de su músi ca para produci r un cambi o. La músi ca es una necesi dad de nuestro si stema nervi oso. Es una forma de coordi nar nuestra respi raci ón, el ri tmo de nuestro corazón y nuestras ondas cerebral es. Es una herrami enta poderosa para acel erar l os procesos de aprendi zaj e y para que l o aprendi do permanezca en nuestra memori a de l argo térmi no. La músi ca nos ayuda a espantar nuestros temores y a ahuyentar nuestros mi edos.

3 LA CONFIANZA Y LA AUTOESTIMA

La confianza en uno mismo es el primer secreto del éxito… la esencia del heroísmo. RALPH WALDO EMERS ON

La autoestima es la confianza que no se puede fingir.

NATHANIEL BRANDEN

«Según Stephen R. Covey, entre l os i ndi vi duos, l os equi pos, l as fami l i as, l as organi zaci ones y l as di versas ci vi l i zaci ones del mundo hay al go en común: «Al go que si desaparece acaba con el gobi erno más poderoso, l a empresa con más

éxi to, el l i derazgo más i nfl uyente, l a ami stad más si ncera… En cambi o, si se desarrol l a y aprovecha, ese al go enci erra el potenci al de generar un éxi to y una prosperi dad si n parangón en todos l os ámbi tos de l a vi da. Ese al go es l a confi anza». Los seres humanos nacemos l l enos de confi anza, si n mi edo; por eso, durante l os dos pri meros años de vi da, podemos aprender l as cosas más i mportantes que necesi tamos: ponernos de pi e, nombrar el mundo, rel aci onarnos de formas di versas con l as personas… ¡Hasta aprender a habl ar en ci nco i di omas si n una enseñanza formal ! ¿P or qué ocurre esto? P orque l a confi anza es i nnata, está en nuestro i nteri or desde pequeños y, por l o tanto, es posi bl e recuperarl a cuando l a perdemos, es una cual i dad que si empre puede desarrol l arse. Deci mos que l a confi anza es l a autopi sta que conecta un sueño con una meta y es l a energí a mi sma que nos sosti ene para l l egar a buen térmi no. Es l o que nos manti ene en pi e aun cuando l a si tuaci ón es adversa. Si n confi anza no hay sueños.

L OS BENEFICIOS DE LA CONFIANZA La confi anza no está en rel aci ón di recta con el l ugar donde uno ha naci do ni con l a cul tura a l a que pertenece, tampoco con el ni vel soci oeconómi co. Es una propi edad muy personal , que está estrechamente rel aci onada con l a fel i ci dad. Al gunas i nvesti gaci ones real i zadas reci entemente señal aron a l os daneses como l as personas más fel i ces del mundo; otra i nvesti gaci ón anteri or, i gual mente seri a, habí a i ndi cado que l os ni geri anos eran l os más fel i ces. Entonces, si dos cul turas tan di ferentes en sus creenci as, economí a y educaci ón mostraron í ndi ces el evados de fel i ci dad, podemos deci r que l a confi anza y l a fel i ci dad no son temas cul tural es si no personal es. La confi anza i mpacta en todos l os órdenes de l a vi da, desde nuestra capaci dad para aprender hasta nuestras rel aci ones. Es el ví ncul o más i mportante entre l as personas, tanto si consi deramos a l os mi embros de una fami l i a como a l os de una empresa. Es el motor de un equi po de trabaj o, un el emento cl ave de l a economí a. En l as entrevi stas suel en preguntarme por qué perdemos l a confi anza si , como ya di j i mos, es i nnata. La pérdi da de l a confi anza puede suceder por múl ti pl es factores, entre muchos otros, por experi enci as traumáti cas vi vi das en l a i nfanci a o por reci bi r rei terados comentari os descal i fi cadores de nuestros seres si gni fi cati vos. De adul tos, l o que más socava nuestra confi anza y nos al ej a de esa i magen armoni osa y entregada que éramos al nacer son ci ertas acti tudes que se traducen en hábi tos. Hábi tos que, como di ce el refrán, se convi erten l uego en nuestro desti no. Veamos, como ej empl o, un caso. Marcos estaba conduci endo su coche; l l evaba a Joaquí n, su hi j o menor, a l a escuel a, para l uego segui r vi aj e haci a su despacho. Al mi rar por el espej o retrovi sor y cruzar vari as mi radas con él , se di o cuenta de que hací a ti empo que no hací an una sal i da l os dos sol os. Entonces, antes de dej arl o en l a escuel a, l e preguntó: —Hi j o, ¿qué te parece si esta tarde vamos j untos al zool ógi co? Joaquí n tení a 9 años y era un apasi onado de l os ani mal es, uno de sus paseos preferi dos era i r al zool ógi co. —¡Me encanta l a i dea, papá! —di j o sonri ente. Baj ó del coche y l l egó a l a escuel a con gran entusi asmo. Todo el dí a pasó contando l os mi nutos para que l l egara el momento de real i zar el deseado paseo

con su padre. Al regresar de l a escuel a, dej ó sus cosas con ci erto apuro y se sentó en l a gal erí a de l a puerta a esperar a su papá. Empezaron a pasar l os mi nutos, pero éste no l l egaba. Se di o áni mo recordando que a veces regresaba más tarde de l a ofi ci na. P asaron casi dos horas y empezó a oscurecer. Entonces Joaquí n l o l l amó por tel éfono y l o que escuchó no fue agradabl e: —Estoy en una reuni ón, hi j o, no puedo habl ar ahora… —¡P ero í bamos a i r al zool ógi co, pa! —Sí , hi j o, ya l o sé, pero surgi ó al go urgente. Te prometo que mañana vamos. Al dí a si gui ente al padre l e surgi ó un vi aj e de negoci os, estarí a fuera de l a ci udad por tres dí as. Habl ó con su hi j o y l e di j o: —Hoy tampoco vamos a poder i r, porque tengo que vi aj ar, pero te prometo que el fi n de semana, apenas l l egue, vamos al zool ógi co. Durante el vi aj e Marcos tuvo que resol ver muchos desafí os l aboral es, y al regresar a su ci udad, se ol vi dó de l o que habí a conversado con Joaquí n: l a promesa de i r de paseo j untos. P ero Joaquí n no se ol vi dó… Si mpl emente dej ó de preguntarl e al padre pues ya no creí a en sus promesas. Entre el l os, en ese momento, al go se quebró: l a confi anza. La confi anza entre l as personas se sustenta a parti r del cumpl i mi ento de l as promesas, del soporte de l a i ntegri dad i ndi vi dual y del ni vel de responsabi l i dad con el que se asumen l os ví ncul os.

No hay ningún misterio en cómo se crea la confianza. Es una cuestión de congruencia entre palabras y actos. Una persona dice la verdad. Mantiene sus promesas. Respeta los compromisos. Actúa de acuerdo con los valores que profesa. NATHANIEL BRANDEN

CÓMO AUMENTAR LA CONFIANZA EN LA VIDA DIARIA La confi anza es una el ecci ón que hacemos todos l os dí as a través de nuestras acti tudes, que se traducen en hábi tos. Los hábi tos son esas ruti nas i nternas —mental es y emoci onal es— que se arrai gan con tal vel oci dad y fi rmeza en nosotros, que podrí an parecer rasgos i nmutabl es de nuestra personal i dad. Si n embargo, como hemos teni do el pri vi l egi o de observar en nuestros cursos y semi nari os, no hay l í mi tes de edad para aumentar o recuperar nuestra confi anza. Hemos vi sto que hasta una persona de 89 años puede crear nuevos hábi tos para vi vi r mej or.

El poder de los compromisos: cumplir las promesas

Uno de l os hábi tos más efi caces para aumentar l a confi anza en nosotros mi smos y generar confi anza en qui enes nos rodean es cumpl i r con l as promesas.

¿Qué promesas? En pri mer l ugar, l as que nos hacemos a nosotros mi smos. Fal tar a nuestras promesas es una manera rápi da y efi caz de socavar nuestra confi anza. Al no honrar l os compromi sos que establ ecemos con nosotros mi smos, empezamos tambi én a fal l ar en l as promesas que hacemos a qui enes nos rodean. P or eso, si bi en l a confi anza ti ene mucho que ver con nuestros buenos deseos, eso sól o no al canza. Cri sti na, una parti ci pante de uno de nuestros cursos, se quej aba de sus ki l os de más y de su fal ta de toni ci dad muscul ar. Se prometí a a sí mi sma comenzar una di eta el l unes e i r al gi mnasi o pero, cuando l l egaba l a hora de comer de otra manera y anotarse, ol vi daba su promesa. Si empre aparecí a al go más i mportante que hacer. ¿Cuántas veces, como Cri sti na, nos prometemos cosas que l uego no cumpl i mos? Las i nvesti gaci ones demuestran que muchos de nosotros sol emos fal l ar a nuestras promesas y compromi sos. Al respecto, Covey presenta un estudi o que i ndi ca que sól o un 8% de l as personas cumpl e con sus «resol uci ones de año nuevo». Si bi en el romper estos propósi tos que nos pl anteamos puede parecer al go menor, i ntrascendente, en real i dad no es así . P ara reforzar nuestra confi anza necesi tamos recuperar el val or de nuestra propi a pal abra. Estemos atentos a l as cosas que prometemos hacer, deci r o cambi ar. P restemos atenci ón a l os compromi sos que establ ecemos con l os demás, por más pequeños que sean. Y cuando por al gún moti vo no podamos cumpl i rl os, honremos nuestra pal abra, hagámonos cargo. ¿Cómo? P i di endo di scul pas y, si empre que sea posi bl e, restabl eci endo un nuevo compromi so.

El poder de la responsabilidad: dejar la postura de víctima La responsabi l i dad es nuestra habi l i dad para responder a todo l o que nos sucede. Las personas con responsabi l i dad i nfunden confi anza. Cuando al gui en vi ve, trabaj a y se rel aci ona con l os demás desde una postura de responsabi l i dad, más al l á de su desempeño o de l os resul tados que l ogre, l os demás l e creen y l o respetan. Lo contrari o sucede con qui en vi ve desde l a postura de l a ví cti ma: esas personas que si empre ti enen excusas y expl i caci ones —en l ugar de resul tados— y que suel en atri bui r su i ncumpl i mi ento o i nfel i ci dad a factores externos. «En este paí s no se puede progresar», «En este grupo si empre hacen que me si enta mal », «Mi j efe me pone nervi osa», «El tráfi co me pone de mal humor», son sól o al gunos ej empl os del di scurso de ví cti ma. La postura de l a ví cti ma socava nuestra confi anza y nuestra capaci dad para enfrentar desafí os y resol ver probl emas. Al ser «ví cti mas» de ci rcunstanci as que no podemos cambi ar, nos restamos poder, pues si no somos parte del probl ema, tampoco podemos ser parte de l a sol uci ón. Y si no somos capaces de crear una sol uci ón, podemos perpetuar el probl ema durante años. Cuando di go que «el tránsito me pone de mal humor», me pongo en una posi ci ón de i mpotenci a, pues no hay mucho que uno pueda hacer para cambi ar l as compl i caci ones de vi vi r en una gran ci udad. Si di go si mpl emente que «yo me pongo de mal humor cuando hay mucho tránsi to», me col oco en el rol de protagoni sta de l a si tuaci ón y me vuel vo a ubi car en una postura de poder, como suj eto. Como soy yo qui en se pone de mal humor, puedo el egi r cambi ar ese senti mi ento. Como reconozco ser parte del probl ema, puedo ser parte de l a

sol uci ón.

El poder de la coherencia: buscar la integridad Un buen pri nci pi o para ganar confi anza es deci r sól o l a verdad. Como di ce l a Bi bl i a, «l a verdad os hará l i bres». La menti ra, en cambi o, nos vuel ve i nseguros. En este senti do, Jack Canfi el d cuenta un rel ato muy ej empl i fi cador sobre l a di spari dad de acti tudes de dos padres con respecto a su hi j o. Una hi stori a que mueve a l a refl exi ón y nos i nterroga… Un domi ngo, por l a tarde, Eduardo y Carl a l l evaron a su hi j o a un espectácul o de fuegos arti fi ci al es. Al l l egar a l a bol eterí a, l eyeron un l etrero que decí a: «Menores de 8 años no pagan entrada». Eduardo pagó l as tres entradas y, apenas se al ej aron de l a bol eterí a, su muj er l e di j o: —Eduardo, ¿por qué pagaste tres entradas? Después de todo, Fel i pe acaba de cumpl i r sus 8 años, ¡nadi e se hubi era dado cuenta si no sacabas su entrada! Eduardo mi ró a su pequeño hi j o, y en voz baj a l e di j o a su muj er: —Él sí se hubi era dado cuenta, y eso es l o que i mporta. La i ntegri dad es l a coherenci a entre pensar, deci r y hacer. La i ntegri dad es l a congruenci a entre pal abras y actos. Y empezamos a perder nuestra i ntegri dad desde l a i nfanci a, cuando vemos ej empl os de «menti ras pi adosas».

Cualquiera que no sea cuidadoso de la verdad en los asuntos pequeños no es digno de confianza en los asuntos importantes. A LBERT EINS TEIN

¿Cuándo aprendemos a menti r? Desde que somos ni ños, cuando absorbemos todo como esponj as. Cuando escuchamos a al gui en en casa deci r: «Ati ende el tel éfono y, si es para mí , di que no estoy». Con este ti po de frases y acti tudes empezamos a creer que deci r al gunas menti ras no es tan mal o. Lo que qui zá no adverti mos es que deci r menti ras pi adosas daña nuestra i ntegri dad y tambi én l a i magen que l os demás se hacen de nosotros. ¿P or qué l o hacemos entonces? La mayor parte de l as veces menti mos porque tenemos mi edo. Mi edo a defraudar a otros, mi edo a heri rl os, mi edo a l o que puedan pensar si deci mos nuestra verdad. Menti mos a veces por fal ta de confi anza en nuestro propi o cri teri o, en nuestras opi ni ones, en nuestras deci si ones. La i ntegri dad es un pi l ar fundamental de l a confi anza. Es muy i mportante descartar como recurso l as menti ras, por más pequeñas que sean e i nofensi vas que parezcan.

Atravesar los desafíos La confi anza es l a convi cci ón de que seremos capaces de enfrentar l os retos que nos pl antee l a vi da. En este senti do, es efi caz pensar en l a confi anza como un múscul o que, cuanto más se entrena, más se robustece.

Antoni o fue al umno en uno de nuestros cursos. Se presentó el pri mer dí a di ci éndonos: «A mí no me resul tan cómodos estos temas sobre l as emoci ones, l a autoesti ma… Soy contador, hace años que trabaj o en una mul ti naci onal , si empre trabaj é con números y no me si ento muy cómodo i nteractuando con l a gente… y si l l ego a tener que habl ar en públ i co me da páni co». Mi entras habl aba, di ri gí a su mi rada al suel o y, cuando i ntentábamos hacer contacto vi sual , se rubori zaba. Unas semanas después, como ci erre del curso, l os parti ci pantes tení an que presentar, por equi pos, un producto que resumi era l os conteni dos de l as cl ases. El equi po de Antoni o hi zo una exposi ci ón grupal excel ente. Lo sorprendente fue que ese dí a Antoni o no sól o se ani mó a habl ar frente al públ i co, si no que fue uno de l os oradores más cari smáti cos y cauti vó a l a audi enci a. Antoni o ci ertamente parecí a otra persona, pero no l o era. Era el mi smo, después de haberse ani mado a atravesar l o que para él era un gran desafí o. ¿Cómo hi zo para vencer el mi edo a habl ar en públ i co y a transformar l o que él consi deraba una debi l i dad en una fortal eza? Se val i ó de muchas de l as herrami entas que i remos presentando a l o l argo de este l i bro. Al i gual que Antoni o, cada vez que nosotros nos atrevemos a sal i r de nuestra zona de confort —en eso consi sten l os desafí os—, nos damos un mensaj e muy i mportante a nosotros mi smos: un mensaj e que nos recuerda que somos capaces de enfrentar l a i ncerti dumbre, que somos capaces de i ntentar al go aunque no l o sepamos hacer, que el mi edo a fracasar puede sobrevol ar por nuestra cabeza pero no detenernos. Cada vez que superamos un desafí o, nuestra confi anza crece. Esa confi anza renovada se traduce en nuevas formas de pensar y de actuar en todos l os ámbi tos de l a vi da.

Reconocer los logros Una de l as maneras de tener más confi anza en l a vi da di ari a es empezar a darnos cuenta de l as cosas que hacemos bi en. En general , sol emos dar por sentado nuestros l ogros y nos dedi camos especi al mente a observar y cri ti car l o que hacemos mal . Un ej erci ci o que suel o proponer es tener un regi stro de l os l ogros. En nuestros semi nari os muchas veces pedi mos a l os parti ci pantes que escri ban l os 100 l ogros de su vi da. «¿Ci en l ogros? ¡Me cuesta pensar en 10!» es l a respuesta masi va que reci bi mos… Después de un rato comi enzan a aparecer aquel l os l ogros de l a vi da que, por ser i nterpretados como obvi os, nunca catal ogamos como éxi tos personal es. Entonces, pensando y pensando, l a l i sta de 100 se compl eta fáci l mente; y cuando fi nal mente l eemos nuestros 100 l ogros de pri nci pi o a fi n, causa un gran i mpacto en nuestra confi anza, sobre todo en momentos di fí ci l es, que es cuando más l a necesi tamos. Qui zás otra de l as cosas más fáci l es sea l a de construi r un ri ncón de l ogros: un l ugar en donde puedas poner tu regi stro de éxi tos: fotos de momentos de al egrí a, un di pl oma, un premi o, una medal l a, una carta de al gui en, una fel i ci taci ón por escri to… Lo que sea que te recuerde tus tri unfos, tus momentos de fel i ci dad y de cel ebraci ón, cual qui er cosa que te recuerde tu l uz. P orque tendemos a ver nuestras partes oscuras y a ol vi dar nuestras zonas de espl endor. Ésta es una prácti ca muy buena para hacer en nuestro l ugar de trabaj o, para moti varnos. Tambi én es una acti vi dad que recomi endo en mi s cursos para padres, pues es una manera muy efecti va y duradera de aumentar l a confi anza y l a autoesti ma de nuestros hi j os.

L A AUTOESTIMA: EL CIMIENTO DE LA CONFIANZA Según Henry Davi d Thoreau, «l o que una persona pi ensa de sí mi sma es l o que determi na o i ndi ca su desti no». En mi experi enci a como coach, muchas veces he vi sto que hay personas a l as que l es enseñamos l as prácti cas para fortal ecer l a confi anza que ponen toda su buena vol untad y sus ganas en l l evarl as adel ante, si n embargo, al cabo de un ti empo, vuel ven a sus vi ej os hábi tos. Tambi én he vi sto personas que l ograron fortal ecer su confi anza, pero que no se si enten fel i ces consi go mi smas. Cuando eso ocurre, es el momento de trabaj ar con l a autoesti ma, el ci mi ento de l a verdadera confi anza. Mi ami go y col ega Nathani el Branden, uno de l as mayores autori dades en este tema, expl i ca que l a autoesti ma ti ene que ver con senti rnos competentes, consci entes de nuestra efi caci a, es deci r: poseedores de una confi anza muy profunda, que va más al l á de cuánto sabemos, cuánto poseemos o cuánto hemos l ogrado. Branden asegura que l a autoesti ma es una confi anza que no se puede fi ngi r. El doctor Davi d Myers de l a Uni versi dad de Mi chi gan l l evó adel ante una gran revi si ón de i nvesti gaci ones rel aci onadas con l a autoesti ma, y arri bó a l a concl usi ón de que el i ndi cador que anti ci pa con mayor seguri dad el ni vel de sati sfacci ón de l a vi da de una persona es su ni vel de sati sfacci ón consi go mi sma. Y Lui s Roj as Marcos, reconoci do psi qui atra español , afi rma que entre el 75 y el 85 por ci ento de l os hombres y muj eres encuestados sobre el tema, en estudi os real i zados en di ferentes cul turas, marcó el í tem «tener una buena opi ni ón de uno mi smo» como el componente más i mportante para senti r fel i ci dad. Según sus observaci ones, a l a hora de averi guar si una persona es di chosa, no ayuda conocer su estado ci vi l , su ni vel de i ngresos, si es bel l a o si ti ene tí tul o uni versi tari o. La mej or pi sta para saber si es fel i z es descubri r «en qué medi da goza de una al ta, sal udabl e y constructi va autoval oraci ón de sí mi sma».

La imagen de sí: es lo que la persona ve cuando se mira a sí misma. ROBERT BURNS

¿Por qué es tan importante la autoestima? Descubrí el poder de l a autoesti ma hace más de 20 años, cuando real i cé mi pri mera i nvesti gaci ón al respecto en el ámbi to de l a educaci ón. La i ntui ci ón me decí a que trabaj ar sobre l a i magen de uno mi smo podí a tener un i mpacto muy grande en di ferentes aspectos de l a vi da. Lo que no i magi né era cuán contundentes serí an l os resul tados. La hi pótesi s con l a que i ni ci é el proyecto de i nvesti gaci ón era que trabaj ando sobre l a autoesti ma de al umnos se podí an generar resul tados académi cos extraordi nari os en poco ti empo. El proyecto, al que l l amé «Me gusta ser qui en soy», consi sti ó en desarrol l ar acti vi dades que fomentaran l a autoesti ma de l os ni ños durante 3 horas semanal es por espaci o de 10 semanas. Trabaj amos todos l os frutos del

paradi gma del amor menci onados en el capí tul o uno, a través de acti vi dades que fomentaban l a aceptaci ón, el descubri mi ento de l os tal entos, el poder del amor, l a cooperaci ón, el ser úni co. P ara dar val i dez académi ca a mi i nvesti gaci ón, me vi casi obl i gada a medi r ri gurosamente l o que yo si empre presentí a ni vel vi sceral : que el apreci o por nuestro ser podí a marcar l a di ferenci a. Al anal i zar el «antes y después» de cada al umno, observamos que l os resul tados eran si mpl emente extraordi nari os: todos habí an aumentado su rendi mi ento académi co de manera exponenci al . Si n embargo, no fue eso l o que más me sorprendi ó. Lo que j amás ol vi daré fue l o que sucedi ó con el que se presentó desde el pri mer dí a como el ni ño más desafi ante de l a cl ase… Emi l i o tení a ocho años, oj os vi vaces y cabel l o negro. Sól o necesi tó unos pocos años de escuel a para obtener el pri mer puesto en mal a conducta. Su desempeño académi co era muy pobre y, además, era rechazado por sus compañeros y temi do por sus maestros. Estaba catal ogado como «el camorrero de l a cl ase». Graci as a su autoesti ma hecha añi cos, Emi l i o se converti rí a, si n saberl o, en uno de mi s grandes maestros. Uno de l os métodos uti l i zados para eval uar el i mpacto del proyecto fueron di buj os: se l es pi di ó a l os chi cos que se di buj asen a sí mi smos al comi enzo y al fi nal de l a i nvesti gaci ón y que escri bi esen un comentari o sobre su persona. En su di buj o i ni ci al , que mostramos en nuestra pel í cul a Confianza Total, Emi l i o se di buj ó compl etamente tapado, con una máscara, casco, guantes, su cuerpo baj o el agua y si n col ores. El comentari o que escri bi ó sobre su persona fue: «Estoy en el mar». Menos de 3 meses después, me estremecí al ver su di buj o fi nal : esta vez tení a l a cara descubi erta y sonri ente, l os oj os vi vaces, ropa de col ores y l os brazos abi ertos… Han pasado vei nte años de ese momento y aún recuerdo l as l ágri mas corri endo por mi rostro al l eer l a frase que Emi l i o escri bi ó sobre su persona al fi nal del proyecto: «Descubrí que soy normal , aprendí que soy úni co». Desde ese entonces l a autoesti ma se convi rti ó en un tema que ha ocupado mi mente y mi corazón. Un tema que transmi tí a ni ños, a j óvenes y a adul tos. Un tema que me l l evó de l as aul as a l as empresas y de l a Argenti na a l os ci nco conti nentes. Un tema que he puesto en prácti ca no sól o en mi trabaj o, si no tambi én en mi hogar. Una moti vaci ón que l i teral mente ha cambi ado mi vi da. La autoesti ma, ese senti mi ento de val oraci ón que hacemos sobre nosotros mi smos, i mpacta en todos l os órdenes de nuestra vi da. Determi na l a persona que el egi mos como parej a, l a carrera que estudi amos, el trabaj o que consegui mos, l os ami gos que frecuentamos, l os proyectos que emprendemos. Cuando mi ramos haci a nuestro i nteri or, todos tenemos una i magen parti cul ar de nosotros mi smos. La autoesti ma es, preci samente, cómo nos senti mos con respecto a esa i magen.

INDICADORES DEL TIPO DE AUTOESTIMA QUE TENEMOS AUT O EST IMA ALT A AUT O EST IMA BAJA SIENTE PAZ INTERIOR. A NTICIPA RES ULTADOS NEGATIVOS .

ES TABLECE METAS PROFES IONALES Y PERS

ONALES REALIS TAS .

ENTABLA RELACIONES ARMONIOS AS . DES ARROLLA LA AMIS TAD. SE EXPRES A CREATIVAMENTE.

PROPONE OBJETIVOS NO REALIS TAS . ES TABLECE RELACIONES COMPETITIVAS . T IENDE A COMPARARS E CON OTROS . A CUS A A OTROS

.

A CEPTA TODOS LOS S ENTIMIENTOS . NO DICE LO QUE S IENTE. SE TORNA MÁS TOLERANTE Y COMPRENS IVO. HACE QUE LOS DEMÁS S E S IENTAN CULPABLES .

ES OPTIMIS TA.

ES PES IMIS

TA.

¿Cómo puedo hacer para construir o reforzar mi autoestima? Nuestra autoesti ma comi enza el dí a en que deci di mos aceptarnos tal cual somos, cuando el egi mos ser nosotros mi smos con el propósi to de tomar nuestra vi da en nuestras manos. Construi r nuestra autoesti ma es nada más, y nada menos, que abarcar y aceptar todos nuestros aspectos —nuestra l uz y nuestra sombra—; por eso reforzamos nuestra autoesti ma el dí a que empezamos a reconocer y usar nuestros tal entos. Como di ce l a escri tora Mari anne Wi l l i amson en su l i bro Un regreso al amor, «nuestro mi edo más profundo no es que seamos i nadecuados. Nuestro mi edo más profundo es que somos poderosos, más al l á de toda medi da. Es nuestra l uz, no nuestra oscuri dad, l o que nos asusta. Nos preguntamos: ¿qui én soy yo para ser bri l l ante, fantásti co, i ntel i gente, fabul oso? En real i dad, ¿qui én eres tú para no serl o?» Vi rgi ni a Sati r, l a gran pi onera estadouni dense de l as terapi as fami l i ares, cuenta que una vez l l egó a su consul tori o, en busca de guí a, una j oven de 15 años. La adol escenci a es una edad de cri si s y turbul enci a que suel e veni r acompañada de confusi ón y angusti a. Es l a edad del cambi o, de l as metamorfosi s i mportantes; en real i dad, una de l as tantas de l a vi da… Esta j oven se acercó a Vi rgi ni a con una pregunta ambi ci osa: «¿Cómo puedo prepararme para vi vi r una vi da con pl eni tud, si yo no sé qui én soy?» Y en respuesta, Vi rgi ni a Sati r escri bi ó un texto que pasó a ser embl emáti co y que se conoce como Mi declaración de autoestima. Es i nteresante detenerse en al gunas frases central es de este gran mani fi esto, que se i ni ci a con una l í nea poderosa: Yo soy yo. En todo el mundo no hay nadie exactamente igual a mí. En esta frase, Sati r toca l a esenci a de l a autoesti ma; ofrece el concepto de que somos seres úni cos, i rrepeti bl es, que el mol de en el cual fui mos creados se rompi ó el dí a en que naci mos, pues nunca j amás podrá repl i carse nuestra persona. Este concepto de l a si ngul ari dad l o cambi a todo… Cuando entendemos que nunca exi sti ó y nunca habrá de exi sti r nadi e i gual a mí , dej o de compararme con l os demás, dej o de querer ser otra, y estoy l i sta para emprender l a verdadera aventura: descubri r qui én soy yo. Como soy dueña de mi persona, puedo conocerme íntimamente. Al hacerlo, puedo amarme y querer todas mis partes. Entonces puedo hacer que todo en mí trabaje para mi bien. Aquí Sati r nos revel a l a i mportanci a de hacernos responsabl es de nuestra vi da y de conocernos en profundi dad. Es una i nvi taci ón a mi rarnos si n mi edo en el espej o, a descubri r nuestras l uces y sombras, nuestros tal entos y áreas de mej ora. A la hora de un examen de conciencia, respecto de lo que he dicho y hecho,

de lo que he pensado y sentido, algunas cosas resultarán inadecuadas. Pero puedo descartar lo inapropiado, conservar lo bueno e inventar algo nuevo que supla lo descartado. La i dea de poder descartar l o que no nos si rve más y reempl azarl o por al go bueno es muy al entadora, está total mente en l í nea con l o que hemos

menci onado antes acerca de l a posi bi l i dad de transformaci ón que tenemos todos, de nuestra capaci dad de modi fi car hábi tos y tendenci as que ya no nos si rvan, para i ncorporar en su l ugar aquel l as acti tudes de vi da que nos enri quezcan. Sé que hay aspectos míos que me confunden y otros aspectos que no conozco. Pero si soy cariñosa y buena conmigo, puedo buscar con valentía y esperanza soluciones a los enigmas y formas de saber más acerca de mí. El secreto de poder experi mentar esta metamorfosi s, que nos l l eva a construi r nuestra autoesti ma, esa confi anza auténti ca que no se puede fi ngi r, es preci samente tratarnos a nosotros mi smos con cari ño.

Síntesis de los principios importantes para construir la autoestima • • • • • • •

Adueñarnos de nuestra vi da: senti rnos responsabl es. Saber que somos seres úni cos e i rrepeti bl es: dej ar de compararnos. Reconocer nuestros tal entos y usarl os. Identi fi car nuestras áreas de mej ora. Observarnos: conservar l o bueno y descartar l o i napropi ado. Inventar al go nuevo que supl a l o descartado. Tratarnos con cari ño, si empre.

La imagen de uno mismo: el amor empieza contigo La i magen de sí es l a representaci ón i nterna que nos hacemos de nosotros mi smos, l a que defi ne cómo nos vemos y cómo pensamos que nos ven l os demás. Branden señal a que a l as personas l es resul ta muy di fí ci l actuar más al l á de l a vi si ón profunda que ti enen acerca de qui énes son el l as mi smas, como si nuestro i nconsci ente necesi tara confi rmar constantemente l a i magen que tenemos de nosotros. En este senti do, recuerdo el caso de Lucí a. En un semi nari o para aumentar l a confi anza nos contaba que al observar su vi da advertí a que su mayor obstácul o estaba en el área de formar parej a: se veí a atascada en rel aci ones amorosas que no l e hací an bi en. El l a decí a: «Cuando me qui eren, yo no l os qui ero; y cuando l os qui ero, no me qui eren. ¡Si empre me engancho con suj etos compl i cados!» Es evi dente que Lucí a tení a una i magen de sí como muj er bastante desval ori zada, y esto l a l l evaba, una y otra vez, a confi rmar di cha i magen a través de experi enci as dol orosas. Las personas que ti enen una i magen de sí muy empobreci da son propensas a i nvol ucrarse en rel aci ones compl ej as que, con seguri dad, l es produci rán i nfel i ci dad, como por ej empl o enamorarse de seres que seguramente l as harán sufri r. Cuando se encuentran con personas que l as tratan bi en, que l as apreci an, que l as qui eren, que l es dan amor, i nconsci entemente comi enzan a hacer todo l o posi bl e —y l o i mposi bl e— para estropear l a rel aci ón, para que se l os rechace. Se convi erten en sus propi os saboteadores. Y esto es vál i do para todas l as áreas de l a vi da.

Si bi en exi ste una autoesti ma gl obal , l a resul tante de una eval uaci ón general de l a i magen de uno mi smo en di ferentes aspectos de l a exi stenci a — espi ri tual i dad, rel aci ones humanas, estudi os y carrera, fi nanzas, deportes y sal ud, aspecto fí si co—, l o que va a i mpactar en mi autoesti ma son aquel l as áreas que para mí sean i mportantes. Es deci r, si yo tengo una i magen de mí pobre como deporti sta pero el deporte no me resul ta al go i mportante, esto no va a afectar demasi ado mi autoesti ma gl obal . En cambi o, si para mí el ser una buena madre es al go val i oso, tener una i magen negati va de mí mi sma como madre sí va afectar mi autoesti ma gl obal .

La mirada y las palabras de los otros Seguramente hay aspectos de nosotros mi smos con l os que no estamos conformes, otros que queremos mej orar, y esto es parte de l a construcci ón de l a autoesti ma. Es i mportante empezar a pensar en qué áreas están nuestras fortal ezas, y en qué otras surgen nuestras necesi dades de mej orar. Aún no hay un método que sea total mente obj eti vo de eval uar l a autoesti ma, pues, como di ce el psi qui atra Roj as Marcos, no hay un i nstrumento de medi ci ón como l o hay para medi r l a temperatura corporal o para determi nar el azúcar en sangre. ¿De qué depende que l a i magen de sí sea negati va o posi ti va? En gran medi da, de l as experi enci as vi vi das. Como ya señal amos, nacemos l l enos de confi anza, si n mi edo, y con di sposi ci ón para real i zar cual qui er aprendi zaj e. Si n embargo, a medi da que crecemos, podemos comenzar a reci bi r comentari os negati vos acerca de nosotros mi smos: «Qué tonto que eres»; «Eres un i núti l , dej a que l o hago yo»; «No eres bueno para l os números»; «No ti enes oí do para l os i di omas»; «Eres un i di ota»; «¿P or qué eres tan mal o?»; «No si rves para nada». Los descubri mi entos de una i nvesti gaci ón de l a que i nforma Jack Canfi el d demostraron que l os ni ños reci ben, como térmi no promedi o, 460 comentari os negati vos o crí ti cos al dí a y sol amente 75 posi ti vos. Estos comentari os, por l o general , provi enen pri mero de l os padres; l uego, al i ni ci arse l a escol ari dad, de l os maestros, y fi nal mente de l os pares en l a adol escenci a: l os tres espej os en l os cual es nos mi ramos en l a i nfanci a y en l a j uventud para i r formando l a i magen de qui énes somos.

Cada segundo que vivimos es un momento nuevo y único del universo, un momento que nunca volverá a ser de nuevo. Y ¿qué les enseñamos a nuestros niños? Les enseñamos que dos más dos es cuatro, y que París es la capital de Francia. ¿Cuándo les enseñaremos también lo que son? Debemos decirles a cada uno de ellos: ¿Sabes lo que eres? Eres una maravilla. Eres único. En todos los años que han pasado, nunca ha habido un niño como tú. Tus piernas, tus brazos, tus inteligentes dedos, la manera en la que te mueves. Puede ser que te conviertas en un Shakespeare, Miguel «ngel o Beethoven. Tienes la capacidad para todo. Sí, eres una maravilla. Y cuando crezcas, ¿puedes entonces hacer daño a otro que sea como tú, una maravilla? Debes trabajar, todos debemos trabajar, para hacer que el mundo sea digno de sus niños. PABLO CAS ALS

Las frases repeti das con i nsi stenci a por aquel l as personas que son si gni fi cati vas en l a vi da de un ni ño o de un j oven ayudarán a model ar l a representaci ón i nterna que ti ene de sí . Como veremos en profundi dad en otro capí tul o, l as pal abras no son i nocentes ni se l as l l eva el vi ento. Si l os comentari os de l os padres son mayormente descal i fi cadores, el ni ño comenzará a i nternal i zar que es al gui en que no ti ene val or. En cambi o, si l as pal abras son de al i ento y moti vaci ón, el ni ño senti rá y creerá que es val i oso y merecedor de amor. Y como expl i camos antes, esta i magen i nterna es uno de l os mayores determi nantes de l a confi anza duradera, del éxi to y de l a fel i ci dad.

El caso de «la barra brava»

Hace muchos años, cuando mi foco de trabaj o era pri nci pal mente el mundo de l a educaci ón, me l l amaron para que di era un tal l er sobre autoesti ma para adol escentes de una escuel a secundari a. El grupo de l a mañana habí a si do muy bueno, chi cos entre doce y catorce años muy atentos e i nteresados en el tema. P or l a tarde, vení a otro grupo, con chi cos un poco mayores, entre qui nce y di eci si ete años. Me habí an adverti do que éstos serí an mucho más di fí ci l es que l os pri meros, que entre el l os habí a un grupo i mposi bl e, al que l l amaban «l a barra brava», como se suel e denomi nar a l os fanáti cos pesados, agresi vos, de l os equi pos de fútbol en Argenti na. Ini ci amos l a conferenci a si n probl emas. Yo me preguntaba dónde estaban l os chi cos di fí ci l es, hasta que de pronto, unos qui nce mi nutos después del comi enzo, se abri ó l a puerta e hi zo su i rrupci ón el grupo consi derado por todos como tan probl emáti co . Entraron en fi l a i ndi a, mi rándome de reoj o y con una sonri si ta socarrona di buj ada en l os l abi os. Se sentaron atrás de todo, por supuesto, en un ángul o del sal ón que estaba al ej ado de mí . Ensegui da el ai re se enrareci ó y l os demás chi cos comenzaron a i nqui etarse, como si supi eran que ya nada i ba a ser i gual . En efecto, a parti r de ese momento no pude conti nuar con l a charl a: cada vez que yo i ntentaba deci r una pal abra, l as ri sas de «l a barra brava» tapaban mi voz. Eso ocurri ó rei teradas veces, hasta que abandoné el l ugar i ni ci al y fui cami nando al centro del sal ón. Cerré l os oj os como buscando i nspi raci ón, y pregunté en voz muy al ta, sorpresi vamente: —¿Al guna vez l es han di cho: «Eres un i núti l », «Eres un i di ota», «No si rves para nada»? Casi al i nstante se l evantaron todas l as manos de l os i ntegrantes de «l a barra brava». Los mi ré y l e i ndi qué a uno de el l os que habl ara… Entonces él me respondi ó: —Todos l os dí as, nos di cen eso y mucho más… Nos di cen que somos unos i nfradotados. Que somos basura. En ese momento se hi zo un si l enci o profundo. Tomé ai re, l os mi ré a l os oj os, y l es di j e que preci samente esos comentari os eran l os que marcaban l a i magen que el l os tení an de sí mi smos, y que esa representaci ón i nterna de sí determi naba su comportami ento presente, que seguramente no l es estaba

j ugando a favor. Los vi asenti r. Tambi én l es di j e que eso se podí a reverti r. A parti r de al l í hi ci mos contacto. P erci bi eron que l o que l es i ba a deci r era auténti co y no sól o al go teóri co, y que l es podí a servi r tanto a sus compañeros como a el l os mi smos. Cl aro está que al termi nar l a charl a, l os que más me sorprendi eron con su sí ntesi s fueron l os de «l a barra brava». P usi eron por escri to un pedi do a sus maestros y a sus padres: «P or favor, ¡no nos di gan más

que somos basura! Trátennos con cari ño». Al dí a si gui ente, en el marco de un semi nari o, tuve que habl arl es a l os padres de esos chi cos, que l l egaron desconcertados, casi enoj ados conmi go. Creí an que yo l es habí a dado a sus hi j os un moti vo más para al entar su rebel dí a, y ahora el l os pasaban de ser ví cti mas a vi cti mari os… Lo pri mero que l es expl i qué es que estoy convenci da de que l a mayorí a de l os padres queremos l o mej or para nuestros hi j os y que nos guí an l as mej ores i ntenci ones. Si n embargo, eso no es sufi ci ente para no caer en graves errores; l os padres nos equi vocamos, y muchas veces repeti mos fal tas que fueron cometi das por nuestros propi os padres. Esto suel e suceder cuando hay presi ón y, en ese estado, se nos di sparan reacci ones en automáti co. P ero l a gran noti ci a es que una vez que conocemos este mecani smo podemos modi fi carl o, comenzar a observar aquel l o que deci mos, descartar l o que no sea apropi ado, y reempl azarl o por al go que sí resul te adecuado. P ara eso l a regl a de oro es separar el hecho de l a persona. Termi namos ese semi nari o con emoci ón y agradeci mi ento mutuo por el i ntercambi o y aprendi zaj e conj unto.

Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo, eres un verdadero sabio. A NTOINE DE SAINT-EXUPÉRY

A veces no somos consci entes del poder que ti enen l as pal abras, de l o contrari o creo que no se di rí an l as barbari dades que a veces se di cen en l a i nti mi dad de l a fami l i a. El sa P unset, en su l i bro Brújula para navegantes emocionales, propone un ej erci ci o que me parece muy i nteresante, creado por el especi al i sta en educaci ón emoci onal Mauri ce J. El í as, y que se l l ama «La prueba del veci no». Consi ste en ver cuántos dí as podemos resi sti r habl ando en casa, i magi nando que está con nosotros un veci no. De esta forma podemos empezar a ser consci entes de l as cosas que deci mos, al repri mi r aquel l as pal abras que j amás pronunci arí amos frente a al gui en aj eno a l a fami l i a. P ara expl i car este ej erci ci o El sa P unset remi te a El í as: «¿Es usted capaz de comportarse con sus hi j os y su parej a durante un dí a como si un veci no l o estuvi ese escuchando todo el ti empo? ¿No deci r nada a su hi j o o parej a que el veci no no pudi era escuchar? Muchos padres me confi esan que es muy di fí ci l . Y yo l es di go que cuando consi gan hacerl o durante todo un dí a, ti enen que i ntentar hacerl o durante un dí a a l a semana. Las personas necesi tan este dí a semanal para encontrar equi l i bri o emoci onal , para que l es habl emos de manera respetuosa y cari ñosa, si n esos pequeños i nsul tos y pal abras de desal i ento que uti l i zamos a di ari o». Si no cui damos nuestras pal abras, podemos dañar l a i magen de sí mi smo de al gui en a qui en queremos mucho, ya sea nuestros hi j os, nuestros al umnos o nuestros ami gos… Como hemos di cho, esa i magen se puede reparar, ¡pero cuánto mej or serí a no tener que hacerl o! Cuando di go esto en nuestros semi nari os, muchas veces me preguntan qué hacer entonces cuando necesi tamos señal ar un comportami ento que es i napropi ado. Y mi respuesta es que tenemos que separar el hecho de qui en l o hace. El hecho puede ser equi vocado y hasta al tamente perj udi ci al , pero no qui en l o comete, que puede ser una persona val i osa. En térmi nos prácti cos y para dar un

ej empl o, advi rtamos l a di ferenci a que exi ste entre deci rl e a un hi j o adol escente: «Tu cuarto está desordenado», en vez de «Eres un desordenado». Si todos l os dí as l e di go que es desordenado, sól o voy a consegui r más de l o mi smo, porque refuerzo aquel l o a l o que l e presto atenci ón. Este pri nci pi o se al i nea con una regl a para construi r una i magen posi ti va en l os ni ños, formul ada por el Hai m Gi nott, profesor de psi col ogí a de l a Uni versi dad de Nueva York, que di ce que, en l ugar de cri ti car o al abar al ni ño como persona, nos centremos en su acci onar. No hay que deci rl es que son mal os, si no que han hecho al go que está mal ; tampoco deci rl es que son unos geni os, si no que han hecho al go geni al . Esto es vál i do en todos l os ámbi tos, no sól o en l a fami l i a. Cuando trabaj amos con ej ecuti vos, l es i ndi camos que aquel l o a l o que más l e presten atenci ón es l o que más se acrecentará. Si se centran en l os errores de su equi po y además al remarcarl os no separan el hecho de l a persona, pues es posi bl e que dañen l a autoesti ma de l os i ntegrantes de su equi po y, además, probabl emente consi gan reforzar aquel l o que qui eren corregi r. La regl a es que aquel l o a l o que l e prestamos más atenci ón crece, se mul ti pl i ca.

Usamos máscaras para protegernos Val e l a pena expl orar al gunas de l as consecuenci as de una i magen de sí l asti mada. Cuando l a i magen de uno mi smo está dañada, es posi bl e que al crecer empecemos a ocul tarl a baj o máscaras que usamos para protegernos. A nadi e l e gusta andar por l a vi da mostrando l as heri das que nos ocasi ona el pensar que no somos l o sufi ci entemente buenos, que no tenemos val or, que no merecemos ser amados. Las máscaras pueden tomar formas muy di versas: desde l a modesti a más extrema hasta l a pedanterí a más escandal osa. Ambas conductas, aunque opuestas en su expresi ón, son posi bl es i ndi cadores de baj a autoesti ma. A l o l argo de l os años en que me he dedi cado a i nvesti gar acerca de l a autoesti ma, he encontrado personas que me di cen: «Mi s empl eados, mi s hi j os, mi s compañeros de trabaj o ti enen demasi ada autoesti ma. ¡Son unos arrogantes!» Es i mportante destacar que, aunque l a máscara del «Sr. P erfecto» o del «Todopoderoso» —arrogantes, j actanci osos, prepotentes— no sean a pri mera vi sta i ndi cadores de una baj a autoesti ma, si n embargo l o son. Cuando l as personas adoptan ese comportami ento, están necesi tando ayuda. P or otra parte, es i mposi bl e tener demasiada autoestima. La autoesti ma es como l a sal ud: nadi e puede deci r que ti ene demasi ada y, cuando l a ti ene, hay que cui darl a y atesorarl a.

Síndromes del «todopoderoso» y del «barril sin fondo» Mark l o tení a todo o casi todo… Di nero, muj eres, poder, j uventud y una muscul atura trabaj ada durante años en el gi mnasi o. Cuando l o vi por pri mera vez, pensé que era fí si co-cul turi sta. P ero no, l a atenci ón desmesurada

a su cuerpo era sól o una i ndi caci ón más de sus obsesi ones. A l os 29 años decí a que aquel l o que tení a l o habí a consegui do a base de trabaj o, aunque todos sabí an que su fortuna era producto de una herenci a. Cuando Mark l l egaba a un l ugar,

baj aba de su coche i mportado úl ti mo model o, y ensegui da se producí a un enorme revuel o, como si l l egara una superestrel l a: l a gente vi vaba su nombre, querí a tocarl o como si se tratara de un héroe. Habí a consegui do su fama graci as a su cari sma y tambi én a su di nero. Estaba en l os di versos medi os de comuni caci ón a di ari o, exhi bi endo su l uj osa mansi ón en Cal i forni a, sus vi aj es exóti cos y sus conqui stas amorosas. Se presentaba al mundo como un tri unfador, y l o era. ¿O no? Un dí a, observando este fenómeno, tuve una conversaci ón con Franci sco, un j oven cl i ente, que empezó a raí z de un comentari o suyo: «Este Mark sí que ti ene l a vi da resuel ta… ¡Ti ene todo! ¡Debe ser muy fel i z!» Si n poder afi rmar real mente l o que Mark vi ví a o sentí a, l e propuse a Franci sco que se i magi nara cómo se senti rí a Mark a l a hora de apoyar l a cabeza en l a al mohada, cuando ya nadi e l o veí a, cuando no habí a i magen que cui dar, ni gente a qui en i mpresi onar. Le di j e que hi ci era por un i nstante el ej erci ci o de pensar cómo se senti rí a si él fuera consi derado casi como un di os o un héroe, si n haber hecho nada verdaderamente trascendente. Le habl é del «sí ndrome del todopoderoso», una expresi ón que acuñé para darl e col or a l a charl a; l e expl i qué que es l a conducta que despl i egan al gunas personas que están muy heri das y que, como necesi tan ocul tar sus heri das, se ponen l a máscara del Sr. P erfecto o del todopoderoso, para di si mul ar. Si n embargo, debaj o de esa conducta obsesi va, suel e al oj arse mucho rencor, muchas heri das, mucho desamor. Le habl é tambi én de otro sí ndrome, que tambi én acuñé para segui r captando su atenci ón: el «sí ndrome del barri l si n fondo», que es el que se experi menta cuando el vací o i nteri or es tan grande que exi ge permanentemente ser l l enado con al go, acumul ando posesi ones, haci endo proezas, trabaj ando si n cesar, teni endo éxi tos… P ero como pasa con l as drogas, esos l ogros nunca al canzan. Nada es sufi ci ente, porque el barri l no ti ene fondo. Todo va a parar a un saco roto. La que suel e estar rota, en real i dad, es l a i magen de uno mi smo, y en tanto no l a reparemos, todo l o que hagamos no servi rá de mucho… Después de l a charl a l e pregunté a Franci sco si de verdad creí a que Mark era fel i z, y él me contestó: «No l o sé, pero creo que no me gustarí a vi vi r su vi da».

L A AUTOESTIMA: UN TEMA APASIONANTE En Los seis pilares de la autoestima, Nathani el Branden escri bi ó: «La autoesti ma es confi ar en nuestra habi l i dad para pensar, confi ar en nuestra habi l i dad para enfrentar l os desafí os bási cos de l a vi da y confi ar en nuestro derecho a tener éxi to y ser fel i z. Senti rse di gno, merecedor, con derecho a expresar nuestras necesi dades y deseos, al canzar nuestros val ores y di sfrutar de l os frutos del esfuerzo». Al l í se acerca a l a esenci a de l a autoesti ma al destacar l a necesi dad de confi ar en uno mi smo y consi derar que uno es merecedor de l a fel i ci dad. ¿P ero cómo vamos a al canzar l a fel i ci dad si senti mos que no tenemos derecho a el l a? Branden se ocupa de compl etar l a i dea: «Autoesti ma verdadera es l o que senti mos por nosotros mi smos cuando todo anda mal ». Mi queri do ami go y col ega Jack Canfi el d, que es otro de l os grandes referentes del tema autoesti ma, autor de l a cél ebre seri e Chocolate caliente para el alma (Chicken Soup for the Soul), di ce que, cuando nuestra autoesti ma es al ta, nos senti mos capaces y di gnos de ser amados. Al atravesar momentos di fí ci l es podremos caer, aprender y comenzar de nuevo, en l ugar de detenernos o, peor

aún, ni si qui era i ntentarl o. Robert Reasoner, uno de mi s grandes maestros, fundador del Consej o Internaci onal de Autoesti ma del que soy parte, y pi onero del movi mi ento de l a autoesti ma en l a educaci ón en l os Estados Uni dos, nos advi erte sobre l os pel i gros de l i mi tar el concepto de autoesti ma a l a i dea de senti rse bi en con uno mi smo. Él afi rma que «l os programas y esfuerzos que se l i mi ten a hacer que sus estudi antes se si entan bi en tendrán efectos poco duraderos, porque no l l egarán a fortal ecer l as fuentes i nternas de l a autoesti ma, vi ncul adas con el senti do de l a i ntegri dad, l a responsabi l i dad y el l ogro. Sól o al abordar estos aspectos del desarrol l o humano se puede construi r l a verdadera autoesti ma». Cabe agregar que l a autoesti ma a l a que nos estamos refi ri endo no ti ene nada que ver con senti mi entos narci si stas ni egocéntri cos; muy por el contrari o, como expl i caremos más adel ante, consi deramos estos aspectos como señal es de baj a autoesti ma. P ero antes de ahondar un poco más en el tema, cabe hacer una acl araci ón. Muchos me si guen preguntando, y con bastante frecuenci a, si esta cuesti ón de l a autoesti ma es al go nuevo; si es una moda, una consecuenci a de l a new age o de al guna otra cosa. ¿Ti ene acaso fundamentos teóri cos y antecedentes? ¿P ara qué si rve? P ara responder a estas preguntas, hagamos un recorri do del concepto de autoesti ma a través del ti empo.

Entre el ser real y el ser ideal P odrí amos deci r que el concepto de autoesti ma se remonta a ti empos tan l ej anos como el si gl o V a.C., ya que l a frase de Sócrates «conócete a ti mi smo» aparece en l a ci udad de Del fos grabada en el frente del templ o de Apol o. Esta frase remi te a l a i dea de que suel e haber una brecha entre l o que somos, l o que queremos ser y l o que creemos ser. Resul ta muy i nteresante descubri r el concepto del «ser», esenci a de l a autoesti ma, que fuera expl orado y redefi ni do en 1890 por Wi l l i am James, el padre de l a psi col ogí a estadouni dense. Durante si gl os este concepto fue uno de l os pi l ares de l a fi l osofí a, hasta que James reconstruyó el concepto desde l a perspecti va de l a psi col ogí a. Con cl ari dad meri di ana, James expl i có que nuestra autoesti ma equi val e a l a di stanci a que exi ste entre aquel l o que queremos ser (el i deal ) y l o que creemos ser (l a i magen que tenemos de nosotros mi smos). Lo que senti mos con respecto a esa di stanci a determi na nuestra autoesti ma. Di stanci a va a exi sti r si empre, pero si l l ega a ser un abi smo, estamos en probl emas con nuestra autoesti ma. P ara remedi arl o, según James, podemos hacer dos cosas: ubi car al «ser i deal » en una medi da más real i sta, es deci r, baj ar el i deal que nos proponemos al canzar y, si mul táneamente, trabaj ar para desarrol l ar nuestras habi l i dades de manera que podamos el evar l a i magen que tenemos de nosotros mi smos. Cuando l a di screpanci a entre nuestra i magen y nuestro i deal es muy grande, es posi bl e que acuñemos senti mi entos de resenti mi ento haci a nosotros mi smos y envi di a haci a l os demás. Un di cho popul ar resume una i ntel i gente sol uci ón: «Cuando el pasto del veci no nos parece más verde, ferti l i cemos el nuestro». Avanzando en el ti empo, l l egamos a l a teorí a del espej o, postul ada

por Cool ey en 1902, que expl i ca que l as personas construi mos l a i magen que tenemos de nosotros mi smos como resul tado del refl ej o que reci bi mos de nuestro entorno. Como ya señal amos anteri ormente, a través de l as i nteracci ones con l os seres si gni fi cati vos, desde pequeños vamos recogi endo

i nformaci ón con respecto a nuestro propi o val or. Si l a i magen que se refl ej a es pobre y negati va, el ni ño se verá desval ori zado y actuará en consecuenci a con esa i magen en su vi da futura. Hoy sabemos que l a autoesti ma i mpacta en nuestra moti vaci ón. Es di fí ci l entender l a autoesti ma si no l a rel aci onamos con este aspecto. Según el conoci do psi cól ogo Abraham Masl ow, tanto l os ni ños como l os adul tos se comportan de maneras que son congruentes con su vi si ón de sí mi smos. Esto es de cruci al i mportanci a, ya que l a moti vaci ón para crecer y aprender está en franca rel aci ón con nuestra autoesti ma. En su teorí a de l a di námi ca general de l a moti vaci ón Masl ow j erarqui za ci nco necesi dades bási cas que representan l a fuerza moti vadora detrás del comportami ento: Las necesi dades fi si ol ógi cas bási cas: casa, comi da y abri go. La necesi dad de seguri dad: senti r protecci ón. La necesi dad de pertenenci a: senti rse aceptado. La necesi dad de autoesti ma: senti r confi anza en uno mi smo. La necesi dad de superaci ón: senti rse real i zado. Masl ow expl i có que l a cúspi de de su pi rámi de —l a real i zaci ón— no puede l ograrse a menos que l as otras necesi dades hayan si do medi anamente al canzadas.

La importancia mismos

de

valorarnos

a

nosotros

En 1967 Stanl ey Coopersmi th, psi cól ogo y pi onero de l as i nvesti gaci ones académi cas sobre l a autoesti ma, l a defi ni ó en térmi nos de «eval uaci ón». Según Coopersmi th, nuestra autoesti ma depende de cómo nos eval uamos a nosotros mi smos y a nuestras caracterí sti cas. Este j ui ci o de val or personal l o expresamos a través de l as acti tudes que tenemos con nosotros mi smos y con l os otros. Coopersmi th desarrol l ó una l i sta de posi bl es «señal es de al erta» de baj a autoesti ma: Ti mi dez excesi va. P rovocaci ón constante. Incapaci dad para l a toma de deci si ones. Anti ci paci ón del fracaso. Renuenci a a expresar opi ni ones. Arroganci a.

De todos los juicios que hacemos a lo largo de la vida, ninguno es tan relevante como el que hacemos sobre nosotros mismos, porque este juicio es el motor de nuestra existencia. NATHANIEL BRANDEN

Cómo di scuti r que senti rse aceptado es una de l as necesi dades soci al es más i mportantes? En l a década de 1960, Carl Rogers, psi cól ogo fundador de l a corri ente humaní sti ca del aprendi zaj e, i ntroduj o el concepto trí pti co del ser: el i deal , el perci bi do y el real . Rogers afi rmó que l a interpretación que hacemos cuando ni ños de l as experi enci as que nos presenta l a vi da determi na nuestro ni vel de autoesti ma. Según este enfoque l l amado «fenomenol ógi co», es nuestra i nterpretaci ón de l os hechos que nos acontecen l a que determi na nuestras emoci ones y no l os hechos en sí mi smos. Rogers tambi én hace referenci a a l as necesi dades de l a persona, desde l as bási cas —comi da y abri go— hasta l as soci al es, y consi dera que l a necesi dad soci al más i mportante es l a de senti rse aceptado. Ésta es l a pri nci pal fuerza soci al i zadora que actúa sobre el comportami ento. La necesi dad de ser aceptado y val orado con frecuenci a se descui da en hogares, aul as y organi zaci ones; es más, muchas veces se i gnora total mente en pos de l a l l amada «di sci pl i na» o «excel enci a». Lamentabl emente tendemos a señal ar el comportami ento negati vo de nuestros hi j os, al umnos, col egas y hasta ami gos, si n darnos cuenta de que al hacerl o estamos reforzando j ustamente el comportami ento que queremos cambi ar. Como expl i ca el doctor Davi d Burns, «l a pregunta más i mportante que uno confronta en su vi da es: ¿Cuál es l a fuente de l a autoesti ma genui na? […] Los l ogros pueden traerl e sati sfacci ón, pero no fel i ci dad esenci al . La autoesti ma basada en l os l ogros es una pseudoesti ma, ¡no es autoesti ma genui na! Mi gran canti dad de paci entes exi tosos pero depri mi dos son una prueba fehaci ente. Tampoco puede uno afi rmar su senti do de val oraci ón en su apari enci a, tal ento, fama o fortuna. Mari l yn Monroe, y una mul ti tud de sui ci das hermosos, tal entosos, famosos y ri cos son testi gos de esta dura verdad. Tampoco el amor, l a aprobaci ón, l a ami stad o una gran capaci dad para establ ecer rel aci ones humanas profundas agregan nada al val or que uno se asi gna… En úl ti ma i nstanci a sól o el propi o senti do de val or determi na cómo se si ente una persona».

EL CAMINO HACIA LA CONFIANZA Y LA AUTOESTIMA P ara afi anzar l a confi anza en nosotros mi smos y el evar nuestra autoesti ma, es propi ci o: • Observar nuestras acti tudes y hábi tos para cul ti var sól o l os que nos ayuden a construi r l a mej or versi ón de nosotros mi smos. • Cumpl i r l as promesas. • Hacernos responsabl es de nuestros actos y pal abras. • Ser coherentes. • Reconocer nuestros l ogros. La autoesti ma es l a base de l a confi anza. Si n un verdadero apreci o por nosotros mi smos no se puede construi r una confi anza duradera. Los comentari os de l os seres si gni fi cati vos en l a formaci ón de l a i magen de uno mi smo son fundamental es en l a construcci ón de nuestra autoesti ma, el l os i nci den di rectamente en l a val oraci ón que hacemos de nosotros mi smos. Cuando l a autoesti ma no es verdadera, l a confi anza no es genui na. P odemos presentarnos al mundo usando máscaras, pero estas posturas de aparente omni potenci a no resi sten el paso del ti empo ni l as presi ones. Es

deci r, l a autoesti ma es esa confi anza que no se puede fi ngi r, sobre todo cuando nos quedamos a sol as con nosotros mi smos. P ara comenzar a construi r l a autoesti ma, l o mej or es tratarnos con cari ño, aceptar l os retos de l a vi da y saber que podemos descartar aquel l o que no nos si rva para reempl azarl o por al go nuevo que sea bueno para nuestra vi da.

PRÁCT ICAS

I . P ARA REFLEXIONAR ACERCA DE TU AUTOESTIMA: ¿TE GUSTA QUIÉN ERES? Estas preguntas están ori entadas a ayudarte a i denti fi car l as áreas en l as que puedes trabaj ar para tener l a mej or autoesti ma posi bl e. Como hemos vi sto en el capí tul o, l a i magen que tenemos de nosotros mi smos es l a cl ave para tener una autoesti ma sal udabl e. P or eso expl oraremos a través de preguntas di ferentes áreas y aspectos de l a vi da, para que puedas comprender mej or dónde estás en este momento y, sobre todo, para que tomes conci enci a de dónde qui eres y puedes estar si te l o propones. A sol as conti go mi smo, pregúntate: 1. ¿Soy consci ente de mi s fortal ezas y debi l i dades? 2. ¿Me pongo metas profesi onal es y personal es que sean responsabl es, especí fi cas, medi bl es y al canzabl es? 3. Cuando tengo éxi to, ¿l o atri buyo a mi acci onar y l o cel ebro? ¿O l o atri buyo a l a suerte y l o doy por sentado? 4. ¿Establ ezco rel aci ones armoni osas con l as personas? En general , ¿l a gente qui ere estar cerca de mí ? 5. ¿Desarrol l o verdaderos l azos de ami stad? ¿O por l o general son transacci ones? 6. ¿Me expreso con creati vi dad? ¿O i ntento ser como otra persona? 7. ¿Tengo el hábi to de expresar mi grati tud y reconoci mi ento genui nos? 8. ¿Me muestro tol erante y comprensi vo? ¿O hago que otros se si entan cul pabl es? 9. ¿Si ento admi raci ón por l a gente que ti ene éxi to? ¿O cel os y envi di a? 10. ¿P uedo expresar mi s necesi dades y deseos y al mi smo ti empo mostrar respeto por l as necesi dades y deseos de l os otros? 11. ¿P uedo establ ecer l í mi tes con fi rmeza y con amor?

12. ¿Me si ento responsabl e de l o que sucede en mi vi da? ¿O hago responsabl es a l os otros? 13. General mente, ¿tengo una acti tud opti mi sta frente a l as di fi cul tades? ¿O mi acti tud suel e ser pesi mi sta? 14. P or l o general , ¿muestro si gnos de paz i nteri or? ¿O es mi vi da una l ucha constante?

II . CÓMO AUMENTAR LA CONFIANZA Y LA MOTIVACIÓN

DE NUESTROS HIJOS EN RELACIÓN CON SUS ESTUDIOS Ésta es una de l as grandes preocupaci ones de todos l os padres, y una pregunta frecuente en nuestros semi nari os. La confi anza y l a moti vaci ón de l os ni ños respecto a sus estudi os dependerán en gran medi da del ambi ente en el que crezcan. Si l os padres son cari ñosos y comprensi vos y al mi smo ti empo saben marcar l os l í mi tes con cl ari dad, señal ando l a conducta deseada en l ugar de l a no esperada; si se l es proponen obj eti vos real i stas y al mi smo ti empo l es ofrecen el apoyo necesari o para al canzarl os; si l os padres fomentan en el ni ño un senti do de responsabi l i dad y al mi smo ti empo l o ayudan a consol i dar una i magen posi ti va de sí mi smo, destacando sus l ogros y señal ando con amor sus espaci os de mej ora, estoy segura de que ese ni ño tendrá ganas de aprender todo l o que sea necesari o, pues confi ará en que l o l ogrará. Más aún, sabrá que, aunque hoy no l o l ogre, en caso que hoy tenga un revés, que no apruebe el examen, mañana l o podrá remontar. Y sabrá, fundamental mente, que el amor de sus padres no depende de su éxi to ni de su fracaso. Como si empre di go en nuestros semi nari os, ¡dí ganl es a sus hi j os que l os aman, y que su amor no depende de una nota y no se puede perder! ¡Esto sí que genera confi anza!

Actitudes para aumentar la confianza de tu hijo: • Trátal o como a una persona i mportante, pues l o es. • Ayúdal o a senti rse bi en consi go mi smo, que pueda ver sus fortal ezas y tal entos. ¡Crea un ri ncón de l ogros desde el pri mer dí a! • Dal e más apoyo que casti gos. • Anti cí pal e qué ti po de comportami ento esperas de él en rel aci ón con sus estudi os. • Sé consi stente en tu manera de apl i car regl as, establ ece l í mi tes con amor. • Di l e que confí as en él , así él podrá confi ar en sí mi smo.

• Muestra amor y aceptaci ón: evi ta hacer comparaci ones. P arece al go obvi o, si n embargo, l a experi enci a muestra que no l o es. • Concede ti empo a tu hi j o: muestra i nterés por sus l ogros así como por sus desafí os y preocupaci ones. • Ayúdal o a establ ecer metas al canzabl es y prepárate para ser testi go de su progreso. • Ayúdal o a i denti fi car aspectos que qui era mej orar: prepárate para darl es contenci ón. • Expande l os i ntereses y tal entos de tu hi j o dándol e nuevas y enri quecedoras experi enci as. • Dal e feedback sobre el progreso que veas que está real i zando. • Di l e, desde el pri mer dí a, que l os errores son parte del proceso de aprendi zaj e. ¿Qué aprendí ? es si empre l a pregunta después de un error. • Y, qui zá l o más i mportante de todo, por sobre todas l as cosas: cul ti va una acti tud de cel ebraci ón y de reconoci mi ento. Recuerda que aquel l o a l o que prestamos atenci ón aumenta.

4 EL PODER DE LAS EMOCIONES COACHING Y NEUROCIENCIAS

Cada día reconocemos, con mayor precisión, los estragos que en la salud del hombre causan los estados emocionales y singularmente esa emoción terrible de nuestro tiempo: la impaciencia, la prisa desordenada de llegar, que a todos nos agita y que aniquila tantas inteligencias y tantos corazones. GREGORIO MARAÑÓN

Las emoci ones, energí a y sustento de nuestro acci onar no si empre han teni do buena prensa. Desde P l atón en adel ante, fueron consi deradas como un si gno de i nmadurez, caóti cas, di fí ci l es de cambi ar, pel i grosas… En defi ni ti va, un obstácul o para l a efecti vi dad. Si n embargo, l as reci entes i nvesti gaci ones de la

medi ci na, de l as neuroci enci as y hasta de l as más presti gi osas escuel as de negoci os de Harvard y Yal e, nos ofrecen una mi rada compl etamente opuesta. Nos expl i can que l as emoci ones son i ntegral es al razonami ento, a l a resol uci ón de probl emas, a l a toma de deci si ones y, si n duda al guna, son aquel l o que refuerza o destruye nuestra sal ud.

L A NUEVA MEDICINA DE LAS EMOCIONES Un experi mento ci entí fi co real i zado en l os Estados Uni dos, conoci do como «Nun’s Study», demuestra que expresar emoci ones posi ti vas al arga l a vi da. Con el fi n de saber más acerca del envej eci mi ento y de l a enfermedad de Al zhei mer, el doctor Davi d Snowdown, de l a Uni versi dad de Kentucky, durante qui nce años l l evó a cabo una i nvesti gaci ón sobre 678 rel i gi osas estadouni denses cuyas edades i ban desde l os 75 a l os 103 años. Las monj as del Col egi o de Notre Dame aceptaron ser eval uadas anual mente en sus funci ones cogni ti vas y fí si cas, y permi ti eron que l os i nvesti gadores anal i zaran sus genes, sus muestras de sangre, y hasta l os ensayos autobi ográfi cos que escri bi eron cuando tení an 20 años. El estudi o revel ó que l as monj as que tení an más habi l i dad l i ngüí sti ca — es deci r, qui enes habí an cul ti vado más el hábi to de l eer y escri bi r— eran menos procl i ves a contraer el mal de Al zhei mer. Y en rel aci ón al envej eci mi ento, el descubri mi ento fue más asombroso aún: aquel l as monj as que eran más opti mi stas desde su j uventud resul taron ser l as más l ongevas. Un i nforme publ i cado en el Journal of Personality and Social Psychology afi rma que l as monj as que expresaron más emoci ones posi ti vas en sus autobi ografí as o di ari os personal es vi vi eron si gni fi cati vamente más —en al gunos casos, di ez años más— que aquel l as que expresaron menos emoci ones posi ti vas. «No pi enses mal , no hagas el mal , no escuches el mal », escri bi ó en su di ari o l a hermana Esther Boor, de 106 años, qui en además confi esa: «A veces me si ento como si tuvi era 150, pero me hi ce a l a i dea de que no i ba a rendi rme». El testi moni o de Esther confi rma que si empre tuvo una acti tud opti mi sta frente a l a vi da. El doctor Snowdown cree que l a espi ri tual i dad de l as monj as y su trabaj o en comuni dad tambi én han col aborado en su l ongevi dad. Como asegura una de el l as: «El amor a otra gente, el cui dado, ser buenos con otras personas, es al go que todos podemos hacer». El médi co psi qui atra Davi d Servan-Schrei ber expl i ca cómo l as emoci ones afectan el funci onami ento de nuestro corazón. Sus i nvesti gaci ones revel an que «son l as emoci ones negati vas como l a cól era, l a ansi edad, l a tri steza e i ncl uso l as preocupaci ones banal es l as que más hacen caer l a frecuenci a cardí aca, y si embran el caos en nuestra fi si ol ogí a». Frustrado al ver l a l i mi tada respuesta que l os psi cofármacos tení an en sus paci entes con estrés, ansi edad y depresi ón,

se vol có con resul tados extraordi nari os haci a l o que él l l amó «l a medi ci na de l as emoci ones». En su l i bro sobre este tema presenta estudi os ci entí fi cos que han demostrado que l as emoci ones que más favorecen el funci onami ento armóni co del corazón son l as emoci ones posi ti vas como l a grati tud, l a al egrí a y, sobre todo, el amor.

El amor es lo único que crece cuando se reparte.

A NTOINE SAINT-EXUPÉRY

El amor es una necesidad biológica Servan-Schrei ber cuenta dos casos que demuestran cómo el amor repara l as funci ones vi tal es del organi smo. El pri mero da cuenta de l o sucedi do en una uni dad de neonatol ogí a de l os Estados Uni dos. En ese entonces se habí a i nventado l o que se consi deraba l a sol uci ón mi l agrosa para l os bebés que nací an prematuros: l as i ncubadoras. Estos huevos transparentes emul aban l as condi ci ones del vi entre materno y corrí an con l a ventaj a de tener l as condi ci ones perfectas para el desarrol l o de l os pequeños bebés: humedad, temperatura y esteri l i zaci ón total . Las frági l es cri aturas que nací an demasi ado temprano del vi entre materno eran ubi cadas en estas i ncubadoras perfectamente esteri l i zadas. Si n embargo, l os bebés no crecí an, sal vo en una uni dad de neonatol ogí a en l a que pasaba al go para l o cual l os médi cos no tení an expl i caci ón: dentro de l as mi smas i ncubadoras en l as cual es l os otros bebés no evol uci onaban, estos bebés sí se desarrol l aban fuertes y sanos. Después de mucho anal i zar l as condi ci ones médi cas, se dedi caron a hacer una i nvesti gaci ón entre el personal de esa uni dad de neonatol ogí a. Fi nal mente di eron con l o que dej ó a todos sorprendi dos: l a enfermera que l os cui daba por l a noche era una j oven con poca experi enci a, que confesó que cuando l os pequeños l l oraban desconsol ados durante l a noche, a el l a se l e estruj aba el corazón y, a pesar de l os enormes l etreros de «NO TOCAR» que cada i ncubadora tení a, el l a acari ci aba sus frági l es cuerpi tos hasta que dej aban de l l orar. Al ver que se cal maban y que nada mal o sucedí a, si gui ó haci éndol o… y así si gui ó curándol os. En l a Uni versi dad de Duke tambi én se conduj o un experi mento muy revel ador con ratones reci én naci dos. Los dos grupos de ratones vi ví an en i gual es condi ci ones ambi ental es, con l a úni ca di ferenci a de que un grupo reci bí a, además, contacto fí si co. Las cél ul as de l os ratones que no l o reci bí an se negaban a desarrol l arse. Todas. En el otro grupo, que era acari ci ado por un pi ncel húmedo que emul aba l a l engua de l a mamá de l os ratones, se reanudaba de i nmedi ato l a producci ón de enzi mas y el creci mi ento. La concl usi ón a l a que se arri bó fue que si n contacto emoci onal no hay creci mi ento. Es deci r, si n amor, l a vi da es i mposi bl e.

L A INTELIGENCIA DE LAS EMOCIONES Hoy tenemos evi denci a de que l a moti vaci ón y el comportami ento obedecen mayormente a factores emoci onal es, y que el manej o i ntel i gente de l as emoci ones parece ser el mej or pronósti co de éxi to en todo l o que real i cemos. Ahora bi en, ¿qué son l as emoci ones? Son respuestas i nnatas y bi ol ógi cas a l os estí mul os ambi ental es; l as emoci ones sanas son respuestas adecuadas a l as ci rcunstanci as de l a vi da. Son tambi én uni versal es, ya que todos l os seres humanos tenemos l as mi smas emoci ones bási cas. Esta afi rmaci ón se basa en l a i nvesti gaci ón real i zada por el doctor P aul Ekman, consi derado por sus col egas como el Darwi n del si gl o XX, qui en es el pi onero en el estudi o de l as emoci ones y del l enguaj e de l os gestos. Ekman descubri ó que en todas l as cul turas hay

ci ertas emoci ones bási cas, mani festadas por todos de l a mi sma manera a través de l as mi smas expresi ones faci al es. Dentro de esta categorí a están l a al egrí a (comi suras de l os l abi os para arri ba, mej i l l as que se el evan), tri steza (comi suras de l os l abi os para abaj o, caen l os párpados superi ores), enoj o (mi rada fi j a, entrecej o frunci do, tendenci a a apretar l os di entes), sorpresa (cej as arqueadas, l a mandí bul a suel e caer), mi edo (pupi l as di l atadas, párpados superi ores el evados, l abi os esti rados haci a atrás), aversi ón (nari z frunci da, oj os entrecerrados). Di chos gestos son señal es que l es permi ten a l os demás saber cómo nos senti mos. Qui ere deci r que l as emoci ones, desde l a bi ol ogí a, ti enen su funci ón. Las emoci ones son el gran motor de nuestro acci onar: e-moti on si gni fi ca «energí a en acci ón». A cada emoci ón l e corresponde una expresi ón y una acci ón adecuada. Si consi dero que perdí al go o a al gui en val i oso para mí , senti ré tri steza y esa emoci ón acti vará mi necesi dad de reparar heri das o vi vi r un duel o. Si l ogré al go que ansi aba, probabl emente senti ré al egrí a y tendré ganas de agradecer y cel ebrar. Los autores no se ponen de acuerdo de manera unáni me en defi ni r cuál es l a di ferenci a entre emoci ón y senti mi ento. P odrí amos deci r que hay al gunas di ferenci as bási cas —mi entras que l as emoci ones son bi ol ógi cas, en l os senti mi entos i ntervi ene l a i nterpretaci ón— pero, a efectos de este l i bro, usaremos ambos térmi nos en forma i ndi sti nta.

L A ERA DEL CEREBRO La l l amada «era del cerebro», surgi da reci entemente, en l os fi nal es del si gl o xx, nos permi ti ó acceder, graci as a nuevos métodos y tecnol ogí as i nnovadoras como l a tomografí a axi al computada (TAC), l a resonanci a magnéti ca nucl ear (RMN) y l a tomografí a de emi si ón de posi trones (TEP ), a conoci mi entos más preci sos sobre l a estructura y el funci onami ento del cerebro de l os seres vi vos. Antes de tener a nuestra di sposi ci ón estas tecnol ogí as, sól o podí an estudi arse cerebros si n vi da y, qui zá por eso, se creí a que l as emoci ones no eran tan i mportantes como el pensami ento. Es más, se l as consi deraba un obstácul o para el pensami ento efi caz. Las nuevas camadas de neuroci entí fi cos, equi pados con l os actual es productos tecnol ógi cos, revel aron mi steri os de l a mente que eran i naccesi bl es hasta hace poco ti empo atrás. Hoy sabemos que dentro del cerebro hay una sofi sti cada red de nervi os que conectan el si ti o del pensami ento (l os l óbul os prefrontal es y l a neocorteza) con el si ti o de l as emoci ones (l a amí gdal a, que se encuentra dentro del si stema l í mbi co, en el cerebro medi o). Joseph Le Doux, el presti gi oso neuroci entí fi co del Center for Neural Sci ence de l a Uni versi dad de Nueva York, fue el pri mero en descubri r el rol fundamental de l a amí gdal a en cuesti ones emoci onal es: es consi derada uno de l os más i mportantes depósi tos de memori a emoci onal . Dani el Gol eman, autor del cél ebre l i bro Inteligencia emocional, con qui en trabaj é en el año 2005 en l a Cumbre de Intel i genci a Emoci onal en Hol anda, cuenta el caso de un j oven al que, en una operaci ón cerebral , l e exti rparon l a amí gdal a de su cerebro para control ar l os ataques de epi l epsi a. Sus ataques fueron control ados, sus facul tades mental es quedaron i ntactas y hasta mej oró su coefi ci ente i ntel ectual , pero perdi ó todo i nterés por l as personas: al perder su memori a emoci onal no podí a reconocer ni a su propi a madre. Esta condi ci ón es l l amada «ceguera afecti va». Este caso muestra desde l a neuroanatomí a que l as emoci ones ti enen un papel fundamental en l a vi da.

L AS EMOCIONES SON CLAVE EN LA TOMA DE DECISIONES Hoy tambi én sabemos que si n emoci ón no hay deci si ón: el neuról ogo Antoni o Damasi o, ganador del P remi o P rí nci pe de Asturi as en Ci enci as 2005, demostró que l as emoci ones son i mpresci ndi bl es para l a toma de deci si ones. Uno de l os casos paradi gmáti cos que l e tocó protagoni zar fue el de El l i ot, un abogado de una gran corporaci ón que fue a verl o tras haber si do someti do a una operaci ón en su cerebro. Los médi cos habí an detectado que El l i ot tení a un tumor j usto detrás de su frente, y en una exi tosa operaci ón habí an l ogrado exti rparl o por compl eto. Le habí an di cho que su vi da ya no corrí a pel i gro. Si n embargo, empezaron a sucederl e cosas extrañas y qui enes l o conocí an afi rmaban que El l i ot no era el de antes, su personal i dad habí a cambi ado por compl eto. Tanto se transformó, que no pudo mantener su trabaj o en l a empresa, ni su matri moni o de años, ni su propi a casa. A pesar de tener sus facul tades i ntel ectual es tan agudas como si empre, El l i ot parecí a i ncapaz de establ ecer pri ori dades en su vi da y de usar el ti empo de manera efi caz. Como estaba perdi endo todo a gran vel oci dad, deci di ó i r a ver al presti gi oso neuról ogo en busca de una expl i caci ón. Al l l egar a su consul tori o rel ató l o que l e habí a sucedi do tras l a exti rpaci ón del tumor. El doctor Damasi o se si nti ó profundamente conmovi do, mucho más que el propi o El l i ot. De hecho, El l i ot parecí a no estar conmovi do en absol uto, contaba l os hechos como si l os hubi ese vi sto en una pel í cul a. El doctor Damasi o empezó a sospechar que l a operaci ón no habí a si do tan exi tosa como parecí a. Notó que el bri l l ante abogado tení a efecti vamente sus facul tades mental es i ntactas, pero que estaba compl etamente desconectado de sus emoci ones. El neuról ogo tení a l a fi rme sospecha de que l os médi cos habí an extraí do al go más que el tumor de su cabeza. En efecto, habí an cortado acci dental mente l as conexi ones entre el cerebro emoci onal (donde está l a amí gdal a) y l a parte pensante de l a neocorteza. Si n esta conexi ón entre el cerebro emoci onal y el raci onal , El l i ot podí a eval uar todas l as al ternati vas posi bl es de una deci si ón, pero no podí a deci di rse por ni nguna ya que todas l as opci ones l e parecí an neutras. El neuról ogo confi rmó su sospecha cuando l e pi di ó a El l i ot que l e di j era cuándo querí a que fuese su próxi ma vi si ta al consul tori o: el paci ente habl ó de todas l as fechas y horari os posi bl es, eval uó pros y contras de cada una, pero no pudo tomar una deci si ón ya que no sentí a preferenci a por ni nguna. En opi ni ón del doctor Damasi o, ese razonami ento tan desapasi onado era l a raí z de todos l os probl emas de El l i ot. Es deci r, si n emoci ones no hay preferenci as, y si n preferenci as no hay deci si ones.

Cómo tomar las decisiones más importantes de nuestra vida A l a mayorí a de nosotros no nos han cortado l as conexi ones entre l a parte emoci onal y l a raci onal de nuestro cerebro, si n embargo muchas veces ol vi damos el papel preponderante que ti enen nuestras emoci ones a l a hora de tomar deci si ones. ¿Cuántas veces i ntentamos, en pos de l a «obj eti vi dad», desarrol l ar razonami entos y tomar deci si ones desapasi onadas? Dej ar l as

emoci ones afuera de l a ecuaci ón nos puede hacer tomar deci si ones pensadas pero no senti das. La ci enci a hoy demuestra que ésta no es l a más i ntel i gente de l as opci ones. A l a hora de deci di r, l o i mportante es tener en cuenta l os datos que tenemos de l a real i dad y a l a vez prestar atenci ón a dos aspectos muy i mportantes: cómo nos senti mos con respecto a esa si tuaci ón/deci si ón y cuál es nuestra sensaci ón más vi sceral , tambi én l l amada i ntui ci ón. Según Gol eman, l a presenci a de esta i mpresi ón profunda nos da cl ari dad y seguri dad para avanzar haci a una determi nada acci ón o renunci ar a el l a. «La l l ave que favorece l a toma de deci si ones es permanecer en contacto con nuestras propi as emoci ones», asegura el di vul gador ci entí fi co. Qui enes hacen publ i ci dad saben el peso que l as emoci ones ti enen en el proceso de toma de deci si ón de l os cl i entes. Los especi al i stas en marketi ng saben que para vender un producto o servi ci o no al canza con mostrar l as ventaj as del mi smo (parte raci onal ), si no que ti enen que apel ar a l a parte emoci onal ya que, para poder deci di rnos por l a compra, l a i nformaci ón ti ene que haber entrado por l os dos canal es: el raci onal y el emoci onal . Además, aquel l o que entra por l a ví a de l a emoci ón se i nstal a en nuestra memori a de l argo térmi no. Como tan bel l amente l o expresara l a poeta afroameri cana Maya Angel ou, «l as personas podrán ol vi dar l o que l es di j i mos, podrán ol vi dar l o que l es hi ci mos… pero j amás ol vi darán cómo l as hi ci mos senti r». En nuestros semi nari os suel o preguntar qué estaban haci endo el 11 de septi embre de 2001 para demostrar cómo aquel l o que entra por l a emoci ón no se ol vi da. P or eso tambi én es que l as emoci ones son tan i mportantes: dej an huel l as i mborrabl es en nosotros y en l os otros. El doctor Antoni o Damasi o asegura que «l os senti mi entos desempeñan un papel fundamental para navegar a través de l a i ncesante corri ente de l as deci si ones personal es que l a vi da nos obl i ga a tomar. Es ci erto que l os senti mi entos muy i ntensos pueden crear estragos en el razonami ento, pero tambi én l o es que l a fal ta de conci enci a de l os senti mi entos puede ser absol utamente desastrosa, especi al mente en aquel l os casos en l os que tenemos que sopesar cui dadosamente deci si ones de l as que, en gran medi da, depende nuestro futuro: l a carrera que estudi aremos, l a necesi dad de mantener un trabaj o establ e o de arri esgarnos a cambi arl o por otro más i nteresante, con qui én casarnos, dónde vi vi r, qué apartamento al qui l ar, qué casa comprar, etcétera. Éstas son deci si ones que no pueden tomarse excl usi vamente con l a razón, si no que tambi én requi eren del concurso de l as sensaci ones vi sceral es y de l a sabi durí a emoci onal acumul ada por l a experi enci a pasada. La l ógi ca formal por sí sol a no si rve para deci di r con qui én casarnos, en qui én confi ar o qué trabaj o desempeñar porque, en esos domi ni os, l a razón carente de senti mi entos es ci ega».

ATENCIÓN: LAS EMOCIONES SON CONTAGIOSAS Hoy estamos frente a un nuevo paradi gma que nos pl antea l a necesari a compl ementari edad entre emoci ón y cogni ci ón. P eter Sal ovey, decano de l a Uni versi dad de Yal e y creador del constructo «i ntel i genci a emoci onal », con qui en tambi én trabaj é en l a Cumbre Mundi al de Intel i genci a Emoci onal en Hol anda, di ce que una persona con i ntel i genci a emoci onal es al gui en que perci be l a emoci ón en sí mi sma y en l os otros, usa l a emoci ón para faci l i tar el pensami ento y l a acci ón, comprende l a i nformaci ón emoci onal y regul a l as emoci ones para promover el entendi mi ento y el creci mi ento.

Según el Harvard Busi ness Revi ew, l a i ntel i genci a emoci onal es dos veces más i mportante que l as destrezas técni cas o el coefi ci ente i ntel ectual para determi nar el desempeño de l a al ta gerenci a. P or su parte, Dani el Gol eman asegura que l as personas son contratadas por sus habi l i dades técni cas y despedi das por su fal ta de habi l i dades emoci onal es. Aquí aparece l a di mensi ón soci al de l as emoci ones: no sól o se trata de perci bi r, comprender y regul ar nuestras emoci ones, si no l as de l os demás. Y podemos hacerl o pues nuestro cerebro está di señado para ser regul ado no sól o i nternamente si no externamente: es el l l amado «ci rcui to abi erto del si stema l í mbi co», un ci rcui to cerebral que está preparado para emi ti r nuestras emoci ones y captar l as de qui enes nos rodean. ¡P or eso l as emoci ones se contagi an! Y l a más contagi osa es l a al egrí a y su expresi ón más estri dente: l a ri sa. ¿Será por eso que se di ce que l a ri sa es l a di stanci a más corta entre dos personas? Este ci rcui to abi erto de nuestro cerebro, como expl i can l os autores de El líder resonante crea más, «está tan i ntegrado en nuestro funci onami ento que opera de manera i nconsci ente. La i nvesti gaci ón ci entí fi ca real i zada a este respecto moni toreando respuestas fi si ol ógi cas como el ri tmo cardí aco, por ej empl o, de dos personas que se hal l an i nmersas en una conversaci ón cordi al ha puesto de rel i eve l a exi stenci a de este ti po de si ncroni zaci ón emoci onal . Al comi enzo de una determi nada i nteracci ón, l os ri tmos corporal es de l os i mpl i cados son di ferentes, pero al cabo de unos qui nce mi nutos, acaban si ncroni zándose, un fenómeno que ha si do denomi nado mirroring», o contagi o emoci onal .

El contagio emocional: la comunicación entre las amígdalas

McKee, Boyatzi s y Gol eman presentan i nvesti gaci ones con datos aún más sorprendentes acerca de este fenómeno de contagi o emoci onal . Aseguran que sucede tanto en ci rcunstanci as agradabl es como en l as confl i cti vas, que es i nevi tabl e y que ocurre aun cuando nadi e di ga ni una sol a pal abra. P or ej empl o, en una ofi ci na, l as personas que trabaj an j untas captan y comparten i nevi tabl emente l os senti mi entos y estados de áni mo —posi ti vos o negati vos— de qui enes l os rodean. A mayor uni ón en el grupo, mayor contagi o emoci onal se produce. Qui enes más contagi an a l os demás son l as personas emoci onal mente más expresi vas y l os l í deres, aun cuando, como di j i mos, no di gan ni una sol a pal abra. «¿En seri o l as emoci ones se contagi an i rremedi abl emente? ¿Y ahora yo qué hago? ¡Tengo un j efe que es terri bl emente mal humorado!», me di j o al gui en en uno de nuestros semi nari os, cuando expl i camos el fenómeno del contagi o emoci onal . Esta i nformaci ón que vi ene de l a mano de l a neurol ogí a no es para al armarnos y al ej arnos de l as personas, si no para tomar conci enci a de que nosotros podemos contagi ar emoci ones posi ti vas a l os demás. Matí as era uno de mi s cl i entes de coaching ej ecuti vo. Como CEO de su propi a empresa, tení a muchos vi aj es de negoci os. Acababa de vol ver de uno especi al mente i mportante para él , para el cual habí amos estado trabaj ando j untos. Recuerdo que se fue l l eno de entusi asmo. A su regreso, se contactó conmi go y me di j o: —Me fue muy bi en en el vi aj e, cerramos buenos negoci os, pero termi né extenuado… Real mente estoy muy cansado… Es que convi vi r vari os dí as con Carl os es agotador. Carl os, su mano derecha en l a empresa, era di ez años mayor que él y tení a mucha experi enci a; de hecho habí a si do uno de l os fundadores j unto con el padre de Matí as. Carl os era muy trabaj ador, muy comprometi do… y muy negati vo. Entre l as descri pci ones que Matí as hací a de él , una de el l as fue: —Su acti tud es muy negati va, su vi si ón del futuro es si empre pesi mi sta y se frustra tanto frente a l as di fi cul tades que me mata estar con él vari os dí as… Yo,

que soy natural mente opti mi sta y posi ti vo, cuando estoy con él me torno bastante negati vo tambi én y no sé cómo evi tarl o… P or más que i ntento no engancharme con su negati vi dad, no puedo. Le expl i qué entonces que esto no se trataba de una cuesti ón de vol untad: no podí a evi tar contagi arse de l a negati vi dad de Carl os con sól o proponérsel o, pues era a ni vel cerebral l o que estaba ocurri endo. Trabaj amos sobre el contagi o emoci onal y quedó sorprendi do al conocer este fenómeno. —¿Entonces yo tengo que trabaj ar más sobre mi s emoci ones para contagi ársel as a él ? —me comentó de i nmedi ato. —Exacto —l e respondí . Así pusi mos en marcha una nueva estrategi a: preparar a Matí as para que él pudi era transmi ti rl e emoci ones posi ti vas a Carl os. Trabaj ó en redobl ar su al egrí a y entusi asmo. Al conocer que l a persona que más contagi a es qui en más expresa sus emoci ones, buscó maneras de expresar esa al egrí a y entusi asmo renovados. Los resul tados fueron extraordi nari os, y fue tal su sorpresa con el descubri mi ento, que deci di ó enseñarl e sobre el contagi o emoci onal a Carl os. Además l e di j o: —Mi coach tambi én me enseñó que l a acti tud negati va ti ene un i mpacto muy fuerte sobre nuestro rendi mi ento: nos anul a l a creati vi dad, no nos ayuda en l os negoci os. De hecho nos puede hacer perder di nero… ¡Y enci ma afecta nuestra sal ud! Vemos entonces cuán i mportante es trabaj ar sobre nuestras emoci ones para poder contagi arl as posi ti vamente a l os demás. Tomemos conci enci a de cómo nos senti mos antes de i r a una reuni ón, antes de dar una cl ase, antes de habl ar con nuestro equi po de trabaj o, antes de sentarnos a l a mesa con nuestra fami l i a, sabi endo que vamos a contagi ar a l os demás nuestra emoci ón.

«L LORA TODO LO QUE QUIERAS»: EL PELIGRO DE REPRIMIR LAS EMOCIONES

¿Qué l es deci mos a l os ni ños pequeños cuando se l asti man? «Ya está, ya pasó, ya no duel e más…» ¿Qué sucede cuando, casi i nsti nti vamente, l e deci mos l o mi smo a al gui en que está si nti endo l as mal l l amadas «emoci ones negati vas», como el enoj o, l a tri steza, l a angusti a? «No te pongas mal , no te enoj es, no te preocupes…» ¿Qui én no ha si do consolado por al gui en que nos ha di cho «no l l ores más»? Si n saberl o y buscando el efecto contrari o, l e estamos haci endo un gran daño a l a persona al i nvi tarl a a que enci erre sus emoci ones en su cuerpo y negándol e l a posi bi l i dad de que l as exprese. Estas emoci ones encapsul adas pueden converti rse en estados de áni mo negati vos que son mucho más di fí ci l es de entender que l as emoci ones en sí mi smas. Tambi én pueden l l egar a enfermarnos. La doctora Candece P ert, neurobi ól oga experta en bi oquí mi ca del cerebro, postul ada al P remi o Nobel de Medi ci na, en una entrevi sta que l e real i zara Odi l e Rodrí guez de l a Fuente, expl i ca que l as emoci ones repri mi das son perj udi ci al es para l a sal ud, pues l as emoci ones ri gen todos l os si stemas del organi smo. «Las vál vul as del corazón, l os esfí nteres del aparato di gesti vo que se abren y ci erran, l a propi a di gesti ón, todo está regi do por l as mol écul as de l a emoci ón, que ti enen una acci ón fí si ca. Si repri mi mos l a expresi ón de l as emoci ones, tambi én repri mi mos nuestras funci ones orgáni cas, l o que a l a l arga produce

enfermedades o mal estar, ya que se trata de una parte i ntrí nseca del funci onami ento de nuestro cuerpo. P or tanto, al no l i berarl a de forma natural , esa energí a se acumul a y repercute sobre el estado fí si co… Se produce un atasco y l as cosas no funci onan. Es un bl oqueo fí si co provocado por un bl oqueo energéti co.» Cuando l e preguntaron cómo podemos aprender a l i berarl as y a tener una rel aci ón más sal udabl e con el l as, P ert respondi ó que «este aprendi zaj e empi eza en l a i nfanci a, que debemos enseñar a nuestros hi j os a aceptar y comprender sus di ferentes emoci ones. De este modo se si enten cómodos con el l as y, cuando se hacen mayores, l as uti l i zan de otro modo, como i ndi cadores, en l ugar de guardársel as. Se preguntan: “¿por qué me si ento así ? Esta emoci ón me debe estar i ndi cando al go”. Creo que es i mportante aprenderl o desde l a i nfanci a, y tambi én que exi sta una cul tura que l o permi ta».

Conocer el amor de los que amamos es el fuego que alimenta la vida. PABLO NERUDA

¿PARA QUÉ SIRVE CADA EMOCIÓN? Las emoci ones pueden ser nuestra brúj ul a y gui arnos para tomar deci si ones adecuadas, que conj uguen l o raci onal con l o emoci onal . Cuando l as emoci ones j uegan a nuestro favor, no sól o col aboran para que tomemos l as mej ores deci si ones, si no tambi én nos conducen a l as mej ores acci ones. Así , l a emoci ón de l a tri steza nos i nvi ta a l a qui etud, al reposo. La emoci ón del enoj o puede esti mul arnos a tener una conversaci ón necesari a. La emoci ón de l a al egrí a nos i mpul sa a l a cel ebraci ón. Di j i mos que l as emoci ones son respuestas natural es al acontecer de l a vi da… ¿Y esas respuestas son si empre sanas? No. Las emoci ones dej an de ser sanas cuando se apoderan de nosotros: cuando l as magni fi camos y tambi én cuando l as i gnoramos; es deci r, cuando no l as escuchamos. Tambi én cuando fal ta el compromi so con l a acci ón, l as emoci ones pueden transformarse en estados de áni mo negati vos: así l a tri steza puede transformarse en pesi mi smo, el enoj o en resenti mi ento, l a al egrí a en estoi ci smo, el aburri mi ento en apatí a. Todas l as emoci ones que senti mos vi enen a nuestra vi da con un propósi to especí fi co. Como di j i mos anteri ormente, emoci ón («e-moti on») si gni fi ca energí a en movi mi ento. Cada una de l as emoci ones, tanto l as negati vas como l as posi ti vas, nos i nducen a una acci ón concreta. Cuando respondemos a este i mpul so, reci bi mos un benefi ci o. Asi mi smo, como expl i ca el destacado médi co psi qui atra Davi d Vi scott, cuando no respondemos a esa acci ón concreta a l a que nos l l ama cada emoci ón, pagamos un costo que va creando una deuda emoci onal en nuestro i nteri or. «El pesar nos envej ece prematuramente. Cuando estás en deuda emoci onal , eres pesi mi sta con respecto al futuro, y aun en tus años de pl eni tud ansí as vol ver al pasado para remedi ar l as carenci as de amor y oportuni dad que sufri ste. A veces ansí as más atenci ón, pasar más ti empo con al gui en que ya no está, tener l a oportuni dad de habl ar francamente y desprenderte de tu carga emoci onal », asegura Vi scott.

Como expl i ca Fred Kofman en Metamanagement, todas l as emoci ones surgen del ej e pl acer-dol or y no hay emoci ones buenas o mal as. Sol emos categori zarl as como posi ti vas o negati vas porque l os seres humanos, como él expl i ca, tenemos un natural apego haci a el pl acer y senti mos rechazo por el dol or. Si n embargo, l as emoci ones surgi das del dol or —como el enoj o, l a tri steza, el mi edo, l a cul pa y el aburri mi ento— tambi én nos aportan un mensaj e i mportante y nos i ndi can un curso de acci ón especí fi co. Además, al desconectarnos de l as emoci ones que provi enen del dol or, si mul táneamente nos desconectamos de l as emoci ones que provi enen del pl acer, pues ambas actúan j untas, en un sol o bl oque: al cerrarnos o al ej arnos de emoci ones que nos causan dol or, tambi én nos estamos negando a vi vi r l as emoci ones pl acenteras con i ntensi dad. Anal i zaremos ahora, como l o hace Kofman, al gunas de l as emoci ones bási cas con l as que sol emos convi vi r todos l os dí as, para comprender cuándo y por qué surge esa emoci ón, a qué acci ón concreta me está i nvi tando, qué benefi ci o reci bo cuando real i zo esa acci ón y qué costo pago al no hacerl a.

La alegría: el tiempo de la celebración ¿Qué es l a al egrí a? Es l a emoci ón que senti mos cuando nos sucede al go posi ti vo, cuando ocurre al go que esperábamos o cuando sabemos que al go bueno vendrá para nosotros. ¿A qué acci ón nos i nvi ta? La al egrí a nos i nvi ta a l a cel ebraci ón. En nuestra experi enci a profesi onal , muchas veces nos hemos encontrado con equi pos que, después de l ograr al go muy buscado y senti r al egrí a por el l o, no se daban el espaci o para cel ebrar. Tal vez creemos que no hace fal ta detenerse a cel ebrar cuando ocurre al go bueno, porque pensamos que es una pérdi da de ti empo, o porque ya estamos mi rando l a próxi ma meta a al canzar. Si n embargo, el momento de cel ebraci ón es tan i mportante como el de consegui r metas. Cel ebrar no i mpl i ca necesari amente hacer una gran fi esta ni dedi car muchos recursos. Se puede cel ebrar de maneras muy si mpl es. ¿Cuál es el benefi ci o de responder a l a al egrí a? Al cel ebrar aumentamos nuestro ni vel de di sfrute, y tambi én aumenta nuestra moti vaci ón para proponernos nuevas metas. La cel ebraci ón esti mul a y une a l os equi pos. ¿Cuál es el costo de no responder? Cuando no nos permi ti mos cel ebrar, podemos vol vernos estoi cos o i nsensi bl es y empezar a vi vi r nuestras experi enci as con menos i ntensi dad. Y si somos parte de un equi po de trabaj o, l a fal ta de cel ebraci ón puede traer desmoti vaci ón general i zada.

La tristeza: heridas

una

señal

para

cerrar

¿Qué es l a tri steza? Nos senti mos tri stes cuando sucede al go mal o, cuando perdemos al go que val oramos o a al gui en que queremos. ¿A qué acci ón nos i nvi ta? La tri steza surge en nuestra vi da para recordarnos que es momento de cerrar una heri da, de hacer un duel o. La tri steza nos guí a i ncl uso fí si camente, para atravesar el dol or, pues esta emoci ón genera una di smi nuci ón de nuestra energí a y hace más l ento nuestro metabol i smo. Nos da un mensaj e bi en concreto: «Éste no es momento de redobl ar l os esfuerzos, de trabaj ar más duro, o de buscar cosas para mantenernos desconectados de l o que

senti mos». Con frecuenci a, por ese rechazo i nsti nti vo que tenemos al dol or, cuando vemos a al gui en tri ste l e deci mos: «No te pongas tri ste, ya pasó». Esto es muy pel i groso. ¿Cuál es el benefi ci o de responder a l a tri steza? Cuando nos permi ti mos el espaci o para el duel o, para l a qui etud, para el reposo, para estar tri stes y cerrar heri das, podemos aceptar y asumi r l a pérdi da de ese obj eto, si tuaci ón o ser queri do y, de a poco —dependi endo de l a magni tud de l a pérdi da—, podemos i r recuperando nuestra paz i nteri or. Esto, además, nos da mucha confi anza a futuro, pues sabemos que nuestro equi l i bri o no depende de que todo l o que val oramos permanezca con nosotros para si empre. Confi amos en nuestra capaci dad para asumi r pérdi das y cerrar heri das. ¿Cuál es el costo de no responder? Cuando evi tamos conectarnos con l a tri steza, por mi edo a senti r el dol or, repri mi mos nuestro amor ya que, como expl i ca Kofman, l a tri steza es l a expresi ón del amor frente a una pérdi da. Al cerrar nuestro corazón para no senti r tri steza, empezamos a cerrarnos a todas l as demás emoci ones y podemos vol vernos estoi cos: no senti r i ntensa al egrí a ni i ntensa tri steza frente a nada… Y esto puede ser, i ncl uso, un cami no haci a l a depresi ón.

El miedo: una emoción que nos invita a prepararnos ¿Qué es el mi edo? Es l a emoci ón que senti mos cuando pensamos que al go mal o nos puede suceder, cuando anti ci pamos que podemos perder al go o a al gui en que apreci amos o cuando pensamos que no podremos obtener al go deseado. El mi edo puede ser real o i magi nari o, tal como l o di j i mos en el capí tul o de l os mi edos. Cuando funci ona como una emoci ón sana, nos i nvi ta a prepararnos. P or ej empl o, puede surgi r al tener que presentarnos para una entrevi sta de trabaj o, ya que seremos someti dos a un examen; o cuando nuestros hi j os adol escentes empi ezan a sal i r de noche. ¿A qué acci ón nos i nvi ta? El mi edo nos i nvi ta a prepararnos, a usar nuestra energí a para proteger aquel l o que val oramos o que queremos l ograr. Nos i mpul sa a cui dar l o que queremos, a tomar precauci ones. ¿Cuál es el benefi ci o por responder? Imagí nate que ti enes que i r a esa entrevi sta de trabaj o que tanto has deseado. El mi edo que puedes senti r es una i ndi caci ón para que te prepares de l a mej or manera posi bl e, que organi ces tu CV con esmero, que i magi nes l as posi bl es preguntas que te harán, que el i j as con cui dado l a ropa que usarás, que vi sual i ces l a entrevi sta tal como qui eres que suceda. El mi edo está presente sól o para i ndi carte que te prepares para ese momento que tanto esperabas. Si se trata del mi edo que si enten l os padres ante l as sal i das nocturnas de sus hi j os, esto puede ser el motor para tener una excel ente conversaci ón con el l os, establ ecer normas y pautas consensuadas, desti nadas a proteger l a vi da. Recordemos que el mi edo que ha si do atendi do reduce l as posi bi l i dades de que l o temi do suceda. ¿Cuál es el costo por no responder? Si tenemos mi edo de que al go se pi erda o se dañe y no l o escuchamos, es deci r, si no nos preparamos, seguramente caeremos en un estado de ansi edad o parál i si s. En l ugar de usar el mi edo como guí a, dej amos que el mi edo se apodere de nosotros. El no responder al mi edo nos dej a i ndefensos, con un senti mi ento de i mpotenci a y de ví cti mas de l o que sucede. Como di j i mos vari as veces a l o l argo del l i bro, recordemos que si bi en no podemos cambi ar l as ci rcunstanci as —por ej empl o que exi sta l a i nseguri dad

en l a cal l e—, si empre podemos responder a el l o —tomar medi das precautori as: habl ar con nuestro hi j o acerca de l os pel i gros y modos de cui darse—, y defi ni ti vamente, esto i mpactará en el resul tado.

El entusiasmo: el impulso hacia los objetivos ¿Qué es el entusi asmo? Nos senti mos entusi asmados cuando anti ci pamos que al go bueno nos va a suceder. P or ej empl o, si anti ci pamos que podemos consegui r ese puesto que tanto deseamos. Entonces, cuando nos mandan el mai l confi rmando l a entrevi sta de trabaj o, aunque todaví a no sabemos cuál será el resul tado ni podemos afi rmar que seremos sel ecci onados, i gual mente ya nos senti mos entusi asmados porque vi sl umbramos l a posi bi l i dad de que así suceda. ¿A qué acci ón nos i nvi ta? El entusi asmo preci samente nos l l ena de fuerza para que nos esmeremos para al canzar ese obj eti vo que tanto deseamos, por ej empl o, consegui r que al gui en experi mentado nos dé al gunos consej os para i r mej or preparados a l a entrevi sta o para hacer una i nvesti gaci ón sobre el área de trabaj o de l a empresa que nos ha ci tado. ¿Cuál es el benefi ci o por responder? Al esforzarnos nos ponemos en una posi ci ón muy buena para al canzar nuestros obj eti vos, l o cual nos da tranqui l i dad de conci enci a al saber que hi ci mos todo l o posi bl e para que sucedi era l o que buscábamos. ¿Cuál es el costo por no responder? Si estamos si nti endo entusi asmo y no respondemos con acci ones concretas, es posi bl e que comencemos a senti rnos ansi osos o con una sensaci ón de descontrol , que nos hará senti rnos a merced de l os avatares de l a vi da, sobre l os cual es no tenemos i nj erenci a al guna. La fal ta de respuesta puede hacer que nos apeguemos a un resul tado sobre el que no tenemos control .

El aburrimiento: el puntapié para la innovación ¿Qué es el aburri mi ento? Nos senti mos aburri dos cuando l o que está sucedi endo no nos i nteresa, cuando no nos parece val i oso o cuando no encontramos l a forma de parti ci par. El aburri mi ento es el senti mi ento que nos i nvade cuando nos fal ta di versi ón o moti vaci ón. ¿A qué acci ón nos i nvi ta? El aburri mi ento es l a i ndi caci ón de que tenemos que hacer al go nuevo, buscar al ternati vas. Si por ej empl o me estoy l evantando todas l as mañanas y si ento esa sensaci ón de apatí a, de desi nterés, qui zá sea hora de darme un ti empo para aprender al go nuevo: un deporte, tocar un i nstrumento, un i di oma, etcétera. Es el momento de traer al go di ferente a mi vi da. ¿Cuál es el benefi ci o por responder? Cuando buscamos hacer al go para modi fi car ese senti mi ento de i nsati sfacci ón, podemos recuperar al go tan preci ado como el i nterés por l a vi da. ¿Cuál es el costo por no responder? Si no respondemos, podemos caer en estados de áni mo negati vos como el hastí o y l a apatí a, y hasta senti r una profunda desconexi ón con l a vi da.

La culpa: un llamado al perdón ¿Qué es l a cul pa? Senti mos cul pa cuando creemos haber traspasado un propi o l í mi te, cuando hi ci mos al go que pensamos que está mal o que va en contra de nuestros val ores. Nos senti mos cul pabl es cuando fal tamos a nuestras propi as promesas, un tema que hemos tratado en el capí tul o sobre l a confi anza. ¿A qué acci ón nos i nvi ta? La cul pa vi ene a nuestra vi da para avi sarnos que es hora de pedi r di scul pas. P uede que nos l l eve a pedi r perdón a otros, en el caso de haber afectado a terceros, o a nosotros mi smos. Di s-cul pa: ¡di suel ve l a cul pa! Es i mportante recordar que para que una di scul pa sea efecti va necesi ta, además del pedi do de perdón, una acci ón reparatori a. Es deci r, no al canza con sól o deci r: «P erdón, no fue mi i ntenci ón». Una di scul pa efecti va y compl eta consi ste en expresar: «P erdón, no fue mi i ntenci ón… ¿Cómo puedo repararl o?» Si me si ento cul pabl e porque me habí a prometi do empezar a i r al gi mnasi o y no l o hi ce, puedo perdonarme y establ ecer un nuevo compromi so conmi go mi smo. ¿Cuál es el benefi ci o de responder? P edi r perdón y perdonarse a uno mi smo ayuda a cerrar l a heri da causada por el l í mi te que aun, si n querer, transgredi mos. Ya habl amos sobre l a i mportanci a de l a coherenci a. P edi r perdón y perdonarse a uno mi smo es una manera de recuperar l a i ntegri dad, de vol ver a l a coherenci a entre nuestras promesas y nuestros actos. Además, l a capaci dad de pedi r di scul pas nos ayuda a ganar confi anza, al di smi nui r nuestro mi edo a cometer errores, pues sabemos que, aun si nos equi vocamos, tenemos maneras de reparar el posi bl e daño que causemos… ¿Cuál es el costo de no responder? Cuando no tomamos acci ón al senti r cul pa, podemos caer en el estado de áni mo de remordi mi ento y tambi én desarrol l ar una acti tud pesi mi sta haci a nosotros mi smos.

El enojo: una invitación a restaurar límites vulnerados ¿Qué es el enoj o? Es una emoci ón que surge cuando creemos que sucedi ó al go que no deberí a haber sucedi do o cuando al gui en hi zo al go que no tendrí a que haber hecho, transgredi endo l í mi tes i mportantes para uno. ¿A qué acci ón nos i nvi ta? El enoj o puede i nvi tarnos pri nci pal mente a tres acci ones: recl amar, aceptar y/o perdonar. Si senti mos enoj o porque al gui en traspasó un l í mi te si gni fi cati vo para nosotros, ese enoj o nos está i nvi tando a hacer un recl amo. El recl amo es una forma de pedi r una reparaci ón frente al daño causado y tambi én de generar aprendi zaj es para que no vuel va a suceder. El enoj o puede estar i nvi tándonos a tener una conversaci ón di fí ci l pero i mportante con al gui en. Y aquí debemos acl arar que recl amar no es reprochar. La di ferenci a está en l a i ntenci ón: el recl amo busca que se repare al go dañado, el reproche busca que l a otra persona se si enta cul pabl e de l o que hi zo. «¿Cómo hago para hacerl e un recl amo a al gui en que ya no está?», me preguntó una vez una parti ci pante de nuestros cursos, haci endo al usi ón a un fami l i ar fal l eci do con el que tení a un enoj o no expresado. En esas si tuaci ones, el enoj o nos está i nvi tando a trabaj ar l a aceptaci ón y el perdón. ¿Cuál es el benefi ci o de responder? Son muchos l os benefi ci os. Al hacer un recl amo, uno muestra respeto por uno mi smo, por sus val ores y sus l í mi tes. P or eso recl amar es una manera de construi r nuestra autoesti ma. A su vez, al hacer un recl amo podemos abri r l a posi bi l i dad de que se repare l o dañado y evi tar que

eso que nos enoj ó se repi ta en el futuro. Y aunque ni nguna de estas dos cosas suceda, tendremos l a tranqui l i dad de saber que hemos hecho todo l o posi bl e por respetar nuestros val ores, pri ori dades y l í mi tes. Una vez más, esto construye nuestra confi anza. La aceptaci ón y el perdón tambi én ayudan a cerrar heri das y a evi tar una deuda emoci onal i nterna. ¿Cuál es el costo de no responder al enoj o? El enoj o no expresado puede deri var en resenti mi ento, rencor y en una pérdi da de confi anza, pues empezamos a tenerl e mi edo a l as si tuaci ones en l as que al gui en traspasa un l í mi te i mportante para nosotros, ya que no sabemos cómo manej ar este ti po de si tuaci ones. Así podemos reacci onar de manera negati va ante cual qui er di fi cul tad que surj a, al ternando entre expl otar de i ra (hi ri endo a otros) o, de manera sumi sa, guardando todo el enoj o en nuestro i nteri or (dañando nuestra autoesti ma y nuestra sal ud).

Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enojarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo. A RIS TÓTELES

La gratitud: la necesidad de ser agradecidos ¿Qué es l a grati tud? «La grati tud no es sól o l a mayor de l as vi rtudes, si no l a madre de todas l as demás», di j o Ci cerón. La grati tud es cul ti var l a acti tud de estar atento a l as pequeñas cosas buenas que pueden pasar desaperci bi das para nosotros. Es no dar nada ni a nadi e por sentado. Como deci mos en nuestra pel í cul a Confianza Total, reconocer a todas l as personas que hacen al go por ti es notar l os detal l es, pues se di ce que en el l os está Di os. Senti mos grati tud, una sensaci ón de el evaci ón, cuando al gui en hi zo al go bueno por nosotros, especi al mente cuando supera un poco nuestras expectati vas. ¿A qué acci ón nos i nvi ta l a grati tud? La grati tud i nvi ta al agradeci mi ento, al reconoci mi ento. En pal abras de Mei ster Eckhart: «Si l a úni ca pl egari a que di ces en tu vi da es graci as, será sufi ci ente». ¿Cuál es el costo por no responder? Cuando no agradecemos l o que reci bi mos de l os otros, es probabl e que nos quedemos con una sensaci ón de deuda pendi ente y, paradój i camente, senti r ci erto resenti mi ento haci a esa persona. A su vez, cuando no nos detenemos a agradecer o reconocer a otros, generamos en el l os ci erto resenti mi ento haci a nosotros. ¿Cuál es el benefi ci o de responder? El agradeci mi ento produce un cambi o energéti co casi i nstantáneo en nosotros, por eso en nuestros semi nari os sugeri mos l a prácti ca de l l evar adel ante un di ari o de grati tud. Es i mpresi onante l o que ocurre en l as personas: empi ezan a val orar todo l o bueno que ti enen a su al rededor, y hasta de manera menos consci ente comi enzan a buscar en su dí a a dí a l os moti vos para estar agradeci das. La grati tud es una emoci ón que puede hacernos pasar del paradi gma del mi edo al paradi gma del amor en cuesti ón de segundos.

¿CÓMO FUNCIONAN LAS EMOCIONES EN NUESTRO CEREBRO? En condi ci ones normal es, nuestro cerebro está preparado para reci bi r estí mul os externos a través de l os senti dos. Estos estí mul os son reci bi dos por el tál amo —l a estaci ón de di stri buci ón nervi osa—, al go así como «el secretari o» del cerebro, que l l eva l a i nformaci ón por dos ví as pri nci pal es: una ví a, l a más l arga, va a l a parte pensante del cerebro; y l a otra, l a más corta, va a l a parte emoci onal . El cami no haci a l a parte pensante es más l argo que el cami no haci a l a parte emoci onal . Como menci onamos anteri ormente, dentro de l a parte emoci onal está l a amí gdal a, esa pequeña estructura con forma de al mendra al oj ada en l a parte medi a del cerebro. «No hace mucho ti empo que l a ci enci a ha descubi erto el papel esenci al desempeñado por l a amí gdal a cuando l os senti mi entos i mpul si vos desbordan l a razón. Una de l as funci ones de l a amí gdal a consi ste en escudri ñar l as percepci ones en busca de al guna cl ase de amenaza. De este modo, l a amí gdal a se convi erte en un i mportante vi gí a de l a vi da mental , una especi e de centinela psicológico que afronta toda situación, toda percepci ón, consi derando una sol a cuesti ón, l a más pri mi ti va de todas: «¿Es al go que odi o? ¿Que me pueda heri r? ¿A l o que temo?», asegura Gol eman. Si el estí mul o es vi vi do como una amenaza, l a amí gdal a di spara una al arma. Entonces el cerebro ci erra todos sus ci rcui tos neuronal es no necesari os para l a supervi venci a. ¿P or qué? P orque este si stema de al arma es l o que nos permi te tener una reacci ón rápi da y efi caz frente al pel i gro. P or ej empl o, si de pronto un perro ataca a nuestro pequeño hi j o, necesi tamos de esa al arma para concentrar toda l a energí a en el refl ej o de hui r o l uchar. En ese momento no podemos pensar, necesi tamos actuar rápi do para hacer frente al pel i gro. Joseph LeDoux, uno de l os ci entí fi cos más i mportantes de l a neurobi ol ogí a del mi edo, afi rma que, desde el punto de vi sta de l a supervi venci a, es mej or responder a eventos potenci al mente pel i grosos como si fuesen real es, que no tener l a capaci dad de responder. Hasta aquí l as emoci ones si guen si endo nuestras al i adas… ¿P ero qué sucede cuando l a amí gdal a enci ende l a al arma y no está el feroz perro atacando a nuestro ni ño? ¿P or qué puede di spararse l a señal de pel i gro aun frente a al go que no es tan terri bl e?

EL SECUESTRO EMOCIONAL: SER REHENES DE NUESTRAS PROPIAS EMOCIONES

Li n era dueño de un supermercado. Él y su fami l i a se habí an dedi cado gran parte de su vi da a hacerl o crecer. Tení an un cari ño especi al por ese l ugar, que por otra parte estaba j usto detrás de su casa. Desafortunadamente, en el úl ti mo ti empo habí an si do ví cti mas de vari os robos y l a pol i cí a parecí a no prestar demasi ada atenci ón a sus recl amos. Li n se deci di ó a reforzar l as medi das de seguri dad por su cuenta: puso un si stema de al arma nuevo, cambi ó l as rej as e i nstal ó cámaras de seguri dad. La noche del 23 de di ci embre, en l a ví spera de l a Nochebuena, cuando Li n se di sponí a a acostarse, escuchó rui dos extraños en el supermercado. Al asomarse por su ventana pudo ver a al gui en movi éndose con gran vel oci dad adentro del l ocal . Casi en ropa i nteri or y corri endo desesperado por l as escal eras, Li n sal i ó a defender su negoci o. Abri ó l a puerta y, en fracci ón de segundos, di sparó a quemarropa contra el del i ncuente, a qui en mató en el acto. Movi do por el i mpul so no se di o cuenta de que se trataba de su queri do hermano y soci o, que habí a entrado tarde a reforzar mercaderí a para l o que esti maba serí a el dí a con mayor venta del año. La amí gdal a, como di j i mos, vi gi l a l os estí mul os para ver si son amenazantes o no, en base a experi enci as pasadas. Entonces, un estí mul o externo puede hacer que se acti ve l a memori a emoci onal al oj ada en l a amí gdal a y, aun frente a l o que para al gunas personas serí a al go fáci l de procesar emoci onal mente, para otras di spara l a al arma. Es entonces cuando l as emoci ones nos j uegan en contra y nos i mpul san a reacci onar de un modo del cual

l uego, casi i nvari abl emente, nos arrepenti mos. En fracci ones de segundos, l as emoci ones nos i nvaden, se adueñan de nosotros, nos toman de rehén. Gol eman l l ama a estas si tuaci ones, en l as que se nos di spara l a al arma aun frente a al go que no amenaza nuestra vi da, «secuestro emoci onal ». En esos momentos dej amos de pensar, se nos di l atan l as pupi l as, el corazón nos gal opa en el pecho, aparece el sudor en nuestras manos, el rostro se nos pone pál i do de mi edo o roj o de furi a, l a sangre fl uye a l os múscul os de nuestras extremi dades y segregamos dosi s masi vas de adrenal i na y noradrenal i na. En cuesti ón de segundos todo nuestro organi smo se ha preparado para sal i r corri endo o dar batal l a… En esas ci rcunstanci as no podemos pensar. En ese i nstante somos rehenes de nuestras emoci ones, que gri tan a vi va voz: ¡pel i gro!

Normal mente, cuando entra un estí mul o a través de nuestros senti dos, l a i nformaci ón pasa al tál amo, una regi ón pri mi ti va del cerebro, donde se traduce neurol ógi camente, y l a mayor parte de el l a va después a l a corteza cerebral , donde funci ona nuestra parte l ógi ca y raci onal . Es l a corteza qui en se encarga de tomar l a deci si ón ante el estí mul o sensori al . Si n embargo, no toda l a i nformaci ón si gue en forma di recta del tál amo a l a corteza. Una parte más pequeña de l a i nformaci ón pasa di recto del tál amo al centro emoci onal , l o que permi te que tomemos una deci si ón i nstantánea e i nsti nti va antes de que nuestra parte raci onal l ogre procesar l a i nformaci ón. Esta rel aci ón i nstantánea y automáti ca entre el tál amo y l os centros emoci onal es es l a que ori gi na el «secuestro emoci onal » o «estal l i do emoci onal », y el resul tado es que actuamos antes de pensar, a veces para benefi ci o nuestro y otras para perj ui ci o.

La última jugada del mejor jugador

Los amantes del fútbol recordarán aquel parti do donde el astro francés Zi nedi ne Zi dane, uno de l os j ugadores más correctos, perdi ó l a cabeza. Ese hombre que estaba a punto de ganarse el Bal ón de Oro, premi o al mej or j ugador del mundo, ese dí a hi zo su peor papel ón. Al fi nal del parti do, l e apl i có un cabezazo al i tal i ano Marco Materazzi , l o cual l e causó su expul si ón en l a fi nal del Mundi al de Al emani a, el dí a que j ugaba su úl ti mo parti do como profesi onal . ¿Cómo pudo ser que Zi zou, como l o l l aman sus fans, haya perdi do toda l a compostura y l a cordura, cometi endo semej ante agresi ón contra el i tal i ano? La reacci ón de Zi dane no se adecuaba ni a su personal i dad, ni a sus costumbres y, mucho menos, a ese momento. ¿Qué pudo haberl o sacado de sus casi l l as para que embi sti era como un toro al i tal i ano? El desconci erto del mundo entero, que estaba mi rando l a fi nal , fue tan grande como el del propi o Zi dane. Ni él mi smo podí a entender ese gesto que l e arrebató l a gl ori a de su úl ti mo parti do. Tardó unos dí as en dar una expl i caci ón, y fi namente di j o, con su acostumbrada mesura, que el i tal i ano l o habí a i nsul tado con pal abras muy duras. Y no di j o más: deci di ó no revel ar l a frase de l a ofensa. Sól o expresó que eran cosas muy personal es, referi das a l a madre y a l a hermana… «Lo escuchas una vez, e i ntentas i rte. Es l o que hago, porque yo en real i dad me voy. Lo escuchas dos veces, y l uego l a tercera vez…» Y l a tercera fue l a venci da: perdi ó el control . No pudo pensar, sól o pudo reacci onar. La emoci ón l e ganó a l a razón. A l a provocaci ón vi ol enta respondi ó con un gol pe vi ol ento. Al mej or del parti do, el peor casti go: l o expul saron de l a cancha. Zi zou respondi ó vi ol entamente tras un «secuestro emoci onal ». Ante l a tercera provocaci ón, el j ugador francés expl otó. La amí gdal a, el centi nel a emoci onal del cerebro, di sparó l a al arma, i ndi có a todos l os ci rcui tos neuronal es l a i nformaci ón de pel i gro y amenaza grave… y el cabezazo fue i rrefrenabl e. Aunque Zi dane públ i camente no se haya decl arado arrepenti do, seguramente hubi era preferi do hacer otra cosa, ¡pues ese cabezazo l e costó muy caro! En el dí a desti nado a su consagraci ón, Zi zou fue expul sado, sal i ó de l a cancha, cabi zbaj o, sol o y venci do. No pudo mi rar a su públ i co ni despedi rse, ni ser parte de l a gran ovaci ón que merecí a. Nuestro cerebro es supersensi bl e y, si perci be una amenaza, reacci ona para protegernos. Es l a respuesta de supervi venci a que puede tomar tres formas: hui r, l uchar o paral i zar. Dependi endo de cada persona, hay muchas si tuaci ones que pueden hacer que l a amí gdal a se ponga en al erta y dé i ni ci o a un secuestro emoci onal . En resumi das cuentas, cual qui er si tuaci ón en l a que otra persona qui era —consci ente o i nconsci entemente— control arme, puede hacer que yo entre en secuestro emoci onal . Desde conductas que me hagan avergonzarme o senti rme humi l l ado y/o desacredi tado, hasta cosas más suti l es como una mi rada de desaprobaci ón, una opi ni ón expresada como verdad o un pedi do hecho en forma de orden pueden ser i nterpretados como una amenaza por nuestra amí gdal a. La amí gdal a tambi én es un reservori o de memori a emoci onal , con l o cual dependi endo de l as experi enci as pasadas de cada persona, habrá di ferentes estí mul os que puedan desencadenar el fenómeno del secuestro emoci onal . P or ej empl o, si una persona se ha senti do muy j uzgada por sus seres si gni fi cati vos en l a i nfanci a, tenderá a perci bi r comentari os sobre su persona que no sean cl aramente posi ti vos como descal i fi cadores y esto puede l l egar a desencadenar un secuestro emoci onal .

Escuchar y desactivar las alarmas ¿Qué pasa cuando senti mos o i ntui mos que estamos ante el umbral de esos momentos donde el otro o uno mi smo podemos estal l ar? ¿Cómo reacci onamos frente a aquel l o que aparentemente se i mpone como un i nstante de ri esgo? P ara entender mej or de qué estamos habl ando, detengámonos un poco más en ese pequeño, pero i mportantí si mo, l ugar de nuestro cerebro l l amado «amí gdal a». ¿Qué si tuaci ones pueden ser perci bi das como amenazantes por l a amí gdal a? Veamos al gunas posi bl es ci rcunstanci as y detonantes: • Casi toda i nteracci ón donde una persona está i ntentando «querer control ar» a l a otra. • «Querer control ar» a otra persona se podrí a traduci r en cual qui er conducta, gesto, pal abra que van desde dar órdenes hasta mi rar con desaprobaci ón a al gui en, avergonzar, humi l l ar, cul par, j uzgar, desacredi tar, deni grar. • «Yo qui ero tener l a razón», entonces tú estás equi vocado. P rocuro que te si entas menos, para fortal ecer mi posi ci ón. Es el momento en el cual l a otra persona puede reacci onar en «modo supervi venci a», y l a si tuaci ón, agravarse. Seamos consci entes de que, cuando l e habl amos de manera agresi va a al gui en, podemos hacer que se di spare l a al arma de su amí gdal a, que qui zá tenga al oj ado en su memori a emoci onal a un padre vi ol ento que gri taba y amenazaba a esa persona en su i nfanci a. Cuando mi ramos con desaprobaci ón a al gui en, podemos acti varl e recuerdos dol orosos rel aci onados con su baj a autoesti ma. Cuando destacamos enfáti camente un error que al gui en ha cometi do, podemos acti var l a al arma del recuerdo de una escol ari dad traumáti ca. Cuando usamos gri tos y pal abras amenazantes, aun bi en i ntenci onadamente para «esti mul ar» a nuestros al umnos, col aboradores, hi j os, ¡tengamos cui dado! P odemos estar acti vando l a al arma que produce un secuestro emoci onal si n darnos cuenta. P aradój i camente, en muchos casos, nuestras buenas i ntenci ones deri van en mal os resul tados. Ahora pueden comprender por qué, antes de tener este ti po de conoci mi ento acerca del funci onami ento del cerebro, usar el mi edo era consi derado una buena estrategi a para di sci pl i nar, al i near, esti mul ar, educar.

Adueñarnos de nuestras emociones en 6 segundos ¿Qué hacer con nosotros mi smos cuando estamos por caer baj o el efecto de un secuestro emoci onal ? ¿Cómo mantener l a cal ma cuando se desconecta l a computadora j usto cuando estábamos por termi nar un trabaj o? ¿Cómo refrenar el estal l i do cuando el conductor de al l ado nos enci erra obl i gándonos a una mani obra brusca? ¿Cómo hacer para que l a emoci ón no l e gane a l a razón cuando al gui en ofende a uno de nuestros seres queri dos? El ci cl o de l a emoci ón vi ol enta-respuesta vi ol enta tarda 6 segundos en desacti varse. Entonces, apenas si ento una emoci ón vi ol enta o muy negati va, hay vari as cosas que puedo hacer para no responder i mpul si vamente.

En pri mer l ugar, puedo preguntarme qué si ento en ese momento. Al buscar l a respuesta a esta pregunta, necesari amente conectamos l a parte pensante del cerebro y, al hacerl o, ya hemos i nterrumpi do el «secuestro emoci onal ». P uedo buscar ponerl e un nombre a l a emoci ón. P uedo usar un recurso muy úti l que si empre tenemos al al cance nuestro: l a respi raci ón. Inhal o y exhal o… Cuando i nhal amos, i magi nemos que respi ramos una emoci ón que nos haga senti r bi en, surgi da del amor: cal ma, paz, tranqui l i dad. Y cuando exhal amos, pensemos que l i beramos emoci ones que provi enen del mi edo: ansi edad, cel os, angusti a. Si estoy tri ste, puedo i nhal ar al egrí a; si estoy cansada, puedo i nhal ar entusi asmo; si me si ento i nsegura, puedo i nhal ar confi anza. Con este senci l l o ej erci ci o comprobaremos qué rápi do podemos cambi ar nuestras emoci ones, y qué senci l l o puede ser i mpedi r que el l as se adueñen de nosotros. En esos 6 segundos podemos hacer vari as cosas más. La sabi durí a popul ar habl a de «contar hasta 10». Entonces, antes de mandar ese correo el ectróni co cargado de enoj o, de pegar un gri to, de gol pear l a puerta con furi a, de i nsul tar a al gui en, de l asti mar verbal y emoci onal mente a un ser queri do, hagamos «l a pausa de l os sei s segundos». Mi col ega Joshua Freeman, de l a organi zaci ón Si x Seconds, expl i ca que si queremos crear una pausa, podemos i ntentar usar l a parte anal í ti ca de nuestro cerebro —el córtex— durante 6 segundos. El córtex trabaj a con el l enguaj e, l os números y otros pensami entos compl ej os. P ara l ograr una pausa efecti va, hay que hacer que el córtex se concentre en una de l as tareas que i mpl i quen usar el pensami ento. De este modo, l a emoci ón vi ol enta ya no puede ganarl e a l a razón, y así rompemos el cí rcul o vi ci oso de emoci ón vi ol enta-reacci ón vi ol enta. Otras estrategi as mental es que recomi enda l a organi zaci ón Si x Seconds para cuando l as emoci ones vi ol entas i ntentan tomarnos de rehén son: pensar en 6 capi tal es del mundo, nombrar 6 ti pos de pl antas, contar hasta 6 en un i di oma que estemos aprendi endo… Lo más i mportante es detenernos. Detenernos, pensar y el egi r. 1. Detenernos. Si una persona te está i ncrepando, di l e de habl ar en otro momento. La vi ol enci a genera vi ol enci a; por eso, si puedes, detente. Respi ra hondo vari as veces. 2. P ensar. P ara vol ver a recuperar tu equi l i bri o, pi ensa en al guna otra cosa; por ej empl o, al go por l o que puedas senti r grati tud. P uede estar i ncl uso rel aci onada con l a persona que ocasi onó el secuestro emoci onal o con otra. La grati tud nos restaura y nos devuel ve l a paz. 3. El egi r. ¿Qué serí a l o mej or para resol ver esta si tuaci ón? ¿Qué pensami entos pueden ayudarte? ¿Qué pal abras pueden abri rte cami nos? ¿Qué acci ones pueden encami narte a hal l ar una sol uci ón? El i ge aquel l o que te serene.

Ver lo bueno en el otro

Una de mi s estrategi as preferi das es l a de i denti fi car 6 cosas buenas de l a otra persona. Éste es un desafí o mental , un esfuerzo consci ente que me gusta poner en prácti ca para armoni zar cual qui er si tuaci ón de tensi ón con otros. Frente a un cl i ente que vi ene cargado de emoci ones negati vas, puedo pensar: «Qué l i ndos zapatos ti ene, qué bri l l ante es su pel o, qué el egante es su manera de cami nar…» ¿Es fáci l ?

Ni fáci l ni di fí ci l , es un desafí o y requi ere de prácti ca para vol verse natural y espontáneo. Hace poco fui con mi equi po a una reuni ón de trabaj o a una empresa de renombre. Al l l egar, l a persona que nos reci bi ó, que ya nos conocí a pues nos habí amos reuni do en otras oportuni dades, tení a una cara poco ami stosa. Desde el i ni ci o de l a reuni ón, todo l o que decí a vení a cargado de negati vi dad. Mi s pri meros pensami entos fueron: «¿Qué l e pasa? ¿Cómo vamos a tener una reuni ón de trabaj o con este cl i ma? No hay derecho a hacerme veni r para reci bi rme con esta acti tud. ¡Estamos perdi endo el ti empo!» Cuando pude tomar conci enci a de mi s pensami entos y de cómo me estaban haci endo senti r cada vez peor, usé l a técni ca de «buscar y ver l o bueno en el otro». Empecé a observar a esta persona rastreando al go bueno en el l a… ¡Y l o encontré! Tení a un nuevo corte de pel o que real mente l e quedaba muy bi en. «Di scul pa que cambi e de tema… ¡Me encanta tu nuevo corte de pel o!», excl amé en el medi o de l a reuni ón. En ese caso, l a transformaci ón fue i nmedi ata: l a cara poco ami stosa desapareci ó y en su l ugar vi su sonri sa por pri mera vez desde que entramos a l a sal a de reuni ón. Su tono de voz cambi ó y su predi sposi ci ón fue otra. Al go que si empre di go y remarco es que esto de «buscar y ver l o bueno en el otro» no es una técni ca pensada para mani pul ar a l os demás. Si nuestro comentari o no es verdadero, si es una menti ra, por más «pequeña» o «pi adosa» que sea —ya habl amos de l a i nefi caci a del recurso de l as menti ras—, no si rve. Esto sól o funci ona cuando hacemos un esfuerzo genui no por encontrar al go bueno en l a otra persona. Y muchas veces ni si qui era hace fal ta verbal i zarl o, pues aquel l o que pensamos transci ende l as pal abras. Aun si n habl ar, l o transmi ti mos. Si aquel l o que i denti fi camos como «bueno» no es genui no y es sól o un arti l ugi o para l l egar al otro, no val e. Y además es pel i groso.

Hoy seré dueño de mis emociones. Si me siento deprimido, cantaré. Si me siento triste, reiré. Si me siento enfermo, redoblaré mi trabajo. Si siento miedo, me lanzaré adelante. OG MANDINO

CÓMO CAMBIAR LOS ESTADOS DE ÁNIMO NEGATIVOS Empecemos por establ ecer l a di ferenci a entre una emoci ón y un estado de áni mo. La emoci ón es l a resul tante de una causa concreta: naci ó mi hi j a, estoy fel i z. El estado de áni mo no está rel aci onado con el acontecer de al go especí fi co: me si ento angusti ada y no puedo especi fi car el porqué. Fred Kofman usa una metáfora muy cl ara: di ce que l as emoci ones son como un rí o que fl uye y cambi a según l o que va sucedi endo en l a vi da; es agua en movi mi ento que se transforma, se evapora, se convi erte en nubes. En cambi o el estado de áni mo es como el agua que se encuentra deteni da en un estanque: se pudre porque no ti ene sal i da. Cuando al go nos sucede —por ej empl o, tu soci o l l ega tarde a casi todas l as reuni ones—, puedes senti r enoj o, una emoci ón que te i nvi ta a tener una conversaci ón donde puedas real i zar un recl amo efecti vo. Si

no l o haces y prefi eres embotel l ar tu enoj o, es muy probabl e que se convi erta en resenti mi ento. Como puede observarse en el si gui ente cuadro, l os pri nci pal es estados de áni mo negati vos deri van de emoci ones no teni das en cuenta, repri mi das o mal encausadas: EST ADO S DE ÁNIMO NEG AT IVO S PES IMIS MO

O RIG EN

MELANCOLÍA

T RIS TEZA NO ATENDIDA

DEPRES IÓN A NS IEDAD A NGUS TIA DES ES PERANZA RES ENTIMIENTO

MIEDO NO ATENDIDO

RENCOR DES PRECIO IRACUNDIA REMORDIMIENTO

DES INTERÉS , APATÍA, DES CONEXIÓN

ENOJO NO ATENDIDO CULPA NO ATENDIDA A BURRIMIENTO NO ATENDIDO

P ara modi fi car l os estados de áni mo es necesari o detectar pri mero l a raí z emoci onal que subyace baj o l a emoci ón no expresada. En segundo l ugar, es i mportante poder descubri r el bl oqueo emoci onal . P uede estar rel aci onado con un momento traumáti co de l a vi da o con formas aprendi das en l a cul tura fami l i ar. Al gunas preguntas para ayudar a produci r el desbl oqueo pueden ser: ¿Desde cuándo te si entes así ? ¿Cómo se vi ví a esta emoci ón en tu fami l i a? ¿Qué haces o no haces para permanecer en este estado de áni mo? ¿Qué benefi ci os obti enes al estar así ? ¿Qué costos pagas al permanecer así ? En tercer l ugar, una vez que l a emoci ón que subyace debaj o del estado de áni mo es desbl oqueada, es fundamental ponerse en acci ón. Los estados de áni mo negati vos son, por l o general , el resul tado de una fal ta de compromi so con l a acci ón y de usar el pensami ento de forma di storsi onada.

El caso de Pablo Este di ál ogo fue el i ni ci o del trabaj o de coaching que Fl orenci a hi zo con P abl o, un j oven de 28 años, que l l egó a nosotros di ci endo que hací a más de 10 años que se sentí a cansado, desconectado de l a vi da… —¿Cómo te si entes l a mayor parte de tu ti empo? —empezó por preguntar Fl orenci a. —Cansado, nada me i nteresa demasi ado… —fue l a respuesta desganada de P abl o. —¿Te si entes como aburri do? —Sí , mi vi da hace rato que es un aburri mi ento. —¿Hace cuánto que estás aburri do? —Qué sé yo… Hace mucho ti empo… —¿P uedes recordar qué fue l o úl ti mo que hi ci ste que te generó entusi asmo?

—En el col egi o, hi ci mos un vi aj e de fi n de año a l a Antárti da y yo fui el de l a i dea —contestó P abl o después de pensar unos i nstantes. —¿Y después qué pasó? —Y nada… l o que me pasa es que nada me i nteresa demasi ado. —P abl o, ¿recuerdas cómo se vi ví a el aburri mi ento en tu fami l i a? —¡Como al go normal ! Mi fami l i a si empre fue aburri da… Mi padre ti ene mucho poder y di nero, pero l a di versi ón no está bi en vi sta en casa. La austeri dad fue y es l a norma. Cual qui er cosa entreteni da es una pérdi da de ti empo para él … Hasta l os deportes. El vi aj e de egresados fue una excepci ón. Yo me moti vé mucho porque fui uno de l os organi zadores. P ero estoy habl ando de al go que pasó hace vari os años… ¿Esto ti ene al go que ver con l o que me pasa hoy? Fl orenci a fue trabaj ando, en sucesi vos encuentros con P abl o, para produci r el desbl oqueo de esa emoci ón. Cuando l e preguntó qué benefi ci os obtení a al permanecer aburri do, al pri nci pi o P abl o no entendi ó l a pregunta y repreguntó: —¿Benefi ci os? ¡Ni nguno! P ero l uego fue comprendi endo que, graci as a su i nacci ón, por ej empl o obtení a el benefi ci o de l a comodi dad, de no tener que exponerse a al go nuevo, de enfrentarse con l o desconoci do. P abl o se reconoci ó como al gui en «cómodo»; entre otras cuesti ones, hací a unos cuantos años que estaba trabaj ando en l a empresa de su padre. No l e gustaba demasi ado pero reconoci ó que estaba cómodo ahí . Entonces Fl orenci a l e comentó que l o cómodo, si es demasi ado prol ongado, termi na si endo i ncómodo. Habl aron de cómo l os seres humanos necesi tamos de l os desafí os para crecer, de cuánto necesi tamos el estí mul o para usar bi en el cerebro, de que necesi tamos atravesar retos para aumentar nuestra confi anza… Lo i nvi tó a recordar cómo se habí a senti do aquel l a vez que habí a organi zado ese vi aj e de egresados, que estuvo casi total mente a su cargo. Entonces él empezó a conectarse con ese senti mi ento de entusi asmo y de orgul l o que si nti ó a l o l argo de aquel proyecto… Después de esa observaci ón, Fl orenci a l e preguntó: —P abl o, ¿cómo te gustarí a senti rte en l ugar de aburri do o desi nteresado? —Como en aquel momento, cuando era el l í der de ese proyecto —di j o él —. Recuerdo que todo me i nteresaba… Me despertaba todos l os dí as con ganas, con entusi asmo y poní a mucha dedi caci ón en cada detal l e, al go que ahora j amás hago… Cl aro, es que eso real mente me i nteresaba. —¿Y qué otras cosas te despi ertan i nterés? —l e preguntó Fl orenci a. —Bueno, al go que me encanta son l os ani mal es. Las pocas veces que me entretengo es cuando mi ro documental es de ani mal es o cuando l eo sobre el l os… —¿Al guna vez pensaste en hacer al go rel aci onado con l os ani mal es? — si gui ó ani mándol o Fl orenci a. —Sí , de chi co decí a que querí a ser veteri nari o… Juntos si gui eron expl orando sus i ntereses, hasta que P abl o concl uyó di ci endo: —Me doy cuenta de que mi pasi ón son l os ani mal es. Tal vez mi padre tenga razón, serí a más seguro trabaj ar con él en su empresa, pero eso no me entusi asma. Los ani mal es me encantan, así que voy a averi guar más sobre veteri nari a, qui zá sea hora de deci di rme por empezar l a carrera con l a que

soñaba de chi co. P abl o sal i ó del encuentro con un bri l l o en l os oj os que hací a vari os años no tení a…

L A INTELIGENCIA DE NUESTRAS EMOCIONES El gran desafí o que enci erran nuestras emoci ones es poder captar todo aquel l o que nos transmi ten. Ante el l as, resul ta muy úti l preguntarnos no sól o cómo me si ento, si no qué me está enseñando eso que si ento, para actuar de acuerdo con l a i nvi taci ón que nos ofrece cada una. Tambi én pueden vol verse nuestras enemi gas cuando l as magni fi camos o, por el contrari o, cuando l as i gnoramos. Las emoci ones, que durante si gl os fueron si nóni mo de confusi ón y mal estar, hoy son reconoci das por su al tí si mo i mpacto en nuestra vi da. La ci enci a ha comprobado que el amor es una necesi dad bi ol ógi ca que todos tenemos, que expresar emoci ones posi ti vas puede extender nuestra vi da y que tenemos el cerebro di señado para contagi ar nuestras emoci ones a qui enes nos rodean. P ero a veces l as emoci ones nos toman por asal to y nos conducen a caer en secuestros emoci onal es. Cuando eso ocurre, si nos detenemos aunque sól o sea 6 segundos, podemos frenar a ti empo el estal l i do. Las emoci ones son, en esenci a, el puente entre nuestra mente y nuestro cuerpo, l as responsabl es de nuestra sal ud. Son i ntegral es al razonami ento y a l a resol uci ón de probl emas, son un si stema refi nado de guí a para l a acci ón y un el emento cl ave en l a toma de deci si ones. Al escucharl as y usarl as adecuadamente, l ograremos adueñarnos de el l as para vi vi r mej or.

PRÁCT ICAS

I . L OS CINCO PASOS DE FRED KOFMAN PARA TRABAJAR MIS EMOCIONES

⊗P ASO 1: AUTOCONCIENCIA Ser testi go de mí y de mi emoci ón. ¿Qué si ento? ⊗P ASO 2: AUTOACEP TACIî N Aceptar si n j uzgar l a emoci ón. Acepto l o que si ento. ⊗P ASO 3: AUTORREGULACIî N Control ar l os i mpul sos, demorar l a sati sfacci ón. P ausa, respi ro, el i j o. ⊗P ASO 4: AUTOAN«LISIS Observo mi s pensami entos y pal abras. ¿Cuál es l a hi stori a que me cuento detrás de l a emoci ón? ¿Cuál es son l os hechos? ⊗P ASO 5: EXP RESIî N Expresar. ¿Cómo puedo expresar l o que me pasa con i ntegri dad, de acuerdo con

mi s val ores y con efecti vi dad?

II . L OS CINCO PASOS PARA AYUDAR A TRABAJAR LAS EMOCIONES DE LOS OTROS

⊗P ASO 1: RECONOCER (empatí a) ¿Qué si ente el otro? Descubri r l o que si ente el otro usando l a empatí a y l a observaci ón. Evi tar l as concl usi ones apresuradas, l a l ectura de l a mente (creer saber l o que el otro pi ensa o si ente). ⊗P ASO 2: ACEP TAR (compasi ón) Acepto l o que si ente l a otra persona si n j uzgar ni contradeci r l o que si ente. Usar l a compasi ón. Evi tar deci r «No estés tri ste», «No te pongas mal ». ⊗P ASO 3: INFLUIR (contenci ón y regul aci ón) Crear un cl i ma de i nfl uenci a que propi ci e l a apertura, con resonanci a empáti ca. Ayudo a que el otro pueda regul ar sus emoci ones y se si enta conteni do. Que haga una pausa, que respi re, etcétera. ⊗P ASO 4: INDAGAR (raci onal i dad) Formul ar preguntas para entender de dónde provi ene l a emoci ón. Ayudo a que el otro vea l a raci onal i dad de sus pensami entos ¿Cuál es l a hi stori a que te cuentas detrás de l a que vi ve tu emoci ón? ⊗P ASO 5: ESCUCHAR Estar presente para poder escuchar l as respuestas a l as preguntas, con l a i ntenci ón de descubri r l as necesi dades e i ntereses del otro, a fi n de gui ar el acci onar haci a buen puerto. ¿Qué necesi tas para senti rte sati sfecho?

III . EL DIARIO DE GRATITUD Te i nvi tamos a i naugurar un cuaderno muy especi al en el que di ari amente regi stres al menos 5 moti vos o sucesos para estar agradeci do. Tambi én puedes detal l ar si tu senti mi ento de grati tud está di ri gi do a al guna persona en especi al . Copi a en l a pri mera hoj a este poema y, cada vez que te di spongas a dej ar por escri to tus grati tudes, l éel o para moti varte a hacerl o: Hay personas que nos hacen sentir valiosos, respetados. Personas que recuerdan todo lo que hacemos bien. Personas que nos dan su amor libre de imposiciones. Personas que cantan nuestra canción cuando hemos olvidado la letra. Personas que nos quieren cuando ya no nos queremos más. Personas que nos perdonan, aun cuando nosotros no nos perdonamos. Personas que creen en nosotros, mucho más de lo que nosotros creemos… ¿Quiénes son esas personas en tu vida?

5 EL PODER DE LOS PENSAMIENTOS USAR LA MENTE PARA CREAR LO QUE QUEREMOS

Cuida tus pensamientos, se convierten en palabras. Cuida tus palabras, se convierten en acciones. Cuida tus acciones, se convierten en costumbres. Cuida tus costumbres, se convierten en tu destino. ANTIGUO PROVERBIO

Tenemos una mente bri l l ante y muy poderosa, pero l a mayor parte del ti empo, l amentabl emente, no sabemos usarl a. Como vi mos en el capí tul o anteri or, muchos de nuestros estados de áni mo negati vos surgen por l a fal ta de compromi so con l a acci ón a l a que l a emoci ón nos convoca, y tambi én debi do a l a di storsi ón de nuestros pensami entos. Una de l as formas más efi ci entes de erosi onar l a confi anza en nosotros mi smos es darl e crédi to a nuestros propi os pensami entos negati vos, que a su vez ori gi nan o refuerzan senti mi entos negati vos, por l o que se crea un cí rcul o de retroal i mentaci ón negati vo. El doctor Davi d Burns, reconoci do psi cól ogo cogni ti vo, habl a del ci cl o l etárgi co donde se entrel azan l os pensami entos autodestructi vos, j unto con l as emoci ones y l as acci ones autodestructi vas. Si pi enso que no si rvo para nada, me senti ré desmoti vado y tri ste, y real i zaré acci ones tal es como no i r al trabaj o o no hacer nada que me haga bi en. Si me si ento aburri da y no me pongo en campaña para sal i r de ese senti mi ento, puedo comenzar a pensar que no tengo energí a, que no soy creati va, y a real i zar acci ones que acompañen este ci cl o: me quedo en casa y no hago nada por cambi ar. Si como i nadecuadamente, es posi bl e que me si enta cul pabl e por no cui dar mi cuerpo, y que esto haga que tenga pensami entos negati vos: «Nunca voy a cambi ar» o «Estoy horri bl e». Vemos entonces que l os pensami entos, l as emoci ones y l as acci ones están i nterconectados.

TENEMOS UNA MENTE PODEROSA, ¡APRENDAMOS A USARLA!

¿Sabí as que el número de neuronas que tenemos es si mi l ar a l as estrel l as

que hay en l a Ví a Láctea? ¡Ci en mi l mi l l ones de neuronas y ci en tri l l ones de conexi ones en paral el o! Imagí nate cuántos pensami entos podemos produci r por dí a… ¡Más de 50.000 pensami entos di ari os! Sorprendente, ¿verdad? P ero eso no es todo: el 80 por ci ento son acerca de nosotros mi smos… ¡y l a mayorí a son negati vos! Tras estos datos, evi temos entrar en páni co, porque al tomar conci enci a de semej ante i nformaci ón podremos produci r modi fi caci ones: al i gual que un rí o que fl uye, si nos adueñamos de nuestros pensami entos, aprenderemos a fl ui r con nuestras emoci ones. Un anti guo proverbi o chi no di ce que no podemos evi tar que l os páj aros de l a tri steza vuel en sobre nosotros, pero podemos evi tar que hagan un ni do en nuestra cabeza. Entonces i nvi rtamos l os porcentaj es y propongámonos que el 80 por ci ento de nuestros pensami entos sean posi ti vos y sól o el 20 por ci ento negati vos… Este cambi o de perspecti va es muy al entador y nos permi te vi vi r mucho mej or, apreci ando l o que ya tenemos y centrándonos en l o bueno, en l o que queremos, en l o que deseamos. Así nos senti remos creati vos, fl ui rán l as i deas, abundarán l os proyectos. Es l a l l amada «Cul tura de l a Abundanci a», un concepto muy i nteresante, que va más al l á de tener di nero o de l os éxi tos ci rcunstanci al es. Abundanci a que puede comprender bi enes materi al es, pero no sól o eso, si no tambi én abundanci a de i deas, de ami stades, de proyectos, de dí as al egres. Es un concepto l i gado a l a convi cci ón de que el uni verso es i nfi ni to y, como tal , nuestras posi bi l i dades tambi én l o son. En cambi o, si permi ti mos que l as aves negras hagan un ni do en nuestra cabeza, si dej amos que nuestros pensami entos autodestructi vos y di storsi onados se adueñen de nosotros, vi vi remos en l a l l amada «Cul tura del Défi ci t», con pensami entos de escasez y pobreza. Y aquel l o en l o que nos centramos… ¡crece!

El mayor descubrimiento de esta generación es que los seres humanos pueden cambiar su vida modificando sus actitudes mentales. A LBERT SCHWEITZER

CÓMO ADUEÑARNOS DE NUESTROS PENSAMIENTOS La respuesta es muy senci l l a: observándol os, aprendi endo a aqui etar l a mente, y a l i mpi arl a, como cuando l i mpi amos el fi l tro de l a pi sci na o del ai re acondi ci onado. P ara que nuestra mente, esa herrami enta poderosa, funci one bi en, es necesari o aprender a domi narl a como a un cabal l o de carrera. ¿Cómo hacerl o? Despertando al testi go de mi s pensami entos, que mira sin juzgar tanto l o que pi enso como l o que si ento, si n permi ti r que el mi edo se apodere de mí . Observo para detener o desechar mi s pensami entos extremi stas, de todo o nada; mi s general i zaci ones de si empre o nunca; mi tendenci a al tremendi smo o l a exageraci ón ante un obstácul o. Observo si estoy descal i fi cando al go posi ti vo o si estoy enfocada en el pequeño detal l e que no sal i ó de acuerdo con mi pl an, en l ugar de mi rar todo l o bueno que sí sucedi ó. Estoy atenta a l a trampa de creer que sé l o que el otro está pensando o a l a tendenci a de estar l eyendo en l a mente del otro al go negati vo acerca de mí . P resto atenci ón a l as muchas veces que di go: «debo, deberí a, tengo que», en

l ugar de deci r: «qui ero, puedo, el i j o». P erci bo cuando comi enzo a j uzgar duramente a l os demás o a mí mi sma, poni endo eti quetas, buscando cul pabl es o si nti éndome ví cti ma de todo l o que sucede… Estos pensami entos negati vos son uno de l os moti vos de mayor sufri mi ento y confl i cto emoci onal . Nos ofrecen una vi si ón oscura de nosotros mi smos y del mundo que nos rodea. ¡Todos son producto del mi edo! Y el amor me i ndi ca otro cami no, me di ce que, al observar estos pensami entos, puedo detenerl os y desecharl os. Al gunas si mpl es preguntas pueden gui arnos a desechar pensami entos noci vos: • • • •

¿Este pensami ento surge del paradi gma del mi edo o del amor? ¿Me si rve o no me si rve? ¿Abre puertas o l as ci erra? ¿Me hace senti r bi en o mal ?

L OS PENSAMIENTOS NOS HACEN TRAMPA: LAS DISTORSIONES COGNITIVAS

Sí , nos hacen trampas en l as que sol emos caer muy a menudo si n darnos cuenta. Los psi cól ogos cogni ti vos l as l l aman «di storsi ones cogni ti vas». La psi col ogí a cogni ti va se basa en l a i dea de que l os patrones de pensami ento afectan l as emoci ones y l a conducta. Al bert El l i s fue el pri mero en enumerar l as pri nci pal es di storsi ones, que l uego fueron ampl i adas por Aaron Beck y Davi d Burns. Ya señal amos que l as emoci ones son respuestas sanas a l as ci rcunstanci as de l a vi da. Tambi én di j i mos que hay momentos donde l as emoci ones dej an de ser sanas: cuando no l as escuchamos y se convi erten en estados de áni mo negati vos, y tambi én cuando l as magni fi camos. ¿Cómo l o hacemos? A través de nuestros pensami entos, que nos hacen creer que todo l o que suponemos es real . Este ti po de especul aci ones ti ñen nuestra real i dad e i mpactan en nuestra vi da a través de resul tados que, en verdad, estábamos muy l ej os de desear. En el si gui ente cuadro pueden observarse l as correspondenci as que exi sten entre l os pensami entos obturadores que se i nstal an en nuestra mente — verbal i zados a veces a través de frases tí pi cas, que todos sol emos repeti r casi i nconsci entemente— y el senti do que l os sustenta. Ofrecemos, además, para faci l i tar l a comprensi ón y una posi bl e sal i da, al gunas expresi ones con l as cual es susti tui rl os: T rampa/Dist o rsió n

Signif icado Expresió n dist o rsio nada Para re gular las e mocione s

Expresió n po sible

IRRE SP O NSA BILI DAD D ES CARG AR EN O TRO

hay que hace rs e cargo de lo que s e s ie nte , s in culpar a pe rs onas o circun s tancia s.

P ERS O NALI Z AR La mad re A de la S U culpa . As M umir I la re R s R E pons S abilid P ad O de N algo ne S gativ A o s B I in L fund I ame D ntos A . D E S I N D E B I D A S

CO NFU SIÓ N S

EN

TIMIEN TO S P OR P EN S AMIEN TO S

Us o incorr e cto de l ve rbo s e ntir. Se produ ce al de cir «s ie nto… »en ve z de «pie ns o». ¡Y los pe ns amie ntos s on más fácile s de cambi ar que las e mocio ne s !

T u s p a l a b r a s m e h a c e n e n o j a r Po r mi cu lp a ell a no es tá tr ab aj an do m ej or Es mi re sp on sa bil id ad qu e ell a pr og re se . D eb o se r un a m al a m ad

re.

Siento que lo que estoy diciend o no les interes a… Siento que no me escuch an.

M e si en to en oj ad o cu an do m e in te rr u m pe s. Ella es resp ons able de sus resu ltad os. Mi rol es aco mpa ñarl a y esti mul ar su auto nom ía par a el crec imie nto. Pien so que este tem a no les inter esa, me sien to preo cupa do. Pien so que no me escu

ch an, me sie nto fru str ado .

P ENS AMI ENT OS TO DO O NA DA E X T R E M I S M O

G E N E R A L I Z A C I Ó N E X C E S I V A S

O

BREG EN ERALI ZACI ÓN

FIL T RO ME NT AL

Eval uació n de circu ns tanci as e n té rmin os e xtre mos , «bla nco o ne gro» . Pre dis pos ició n a dar por se ntad o que ,si algo de s agr ada ble s uce de , ocur rirá s ie mpr e. Pre dis pos ició n a e le gir un de talle ne gati vo, con ce ntrá ndo se en é l.

¡ N o a p r o b é e l e x a m e n ! ¡ F r a c a s o t o t a l! Nu nca voy a con seg uir par eja. Nad ie que rrá sali r con mig o. Me que dar é sol o tod a la vid a…

Es ta ve z no ap ro bé el ex am en … He ap ro ba do otr os, así qu e bu sc ar é un a nu ev a op ort uni da d. Ella me dijo que hoy no pue de, en uno s días vue lvo a invit arla … Tal vez ca mbi e dep are cer …o invi to a otra .

La fiest a que orga nicé estu vo ¡La bien, fiest pero a las que torta orga s

nicé estu vo

est upe nda

! Las tort

as

S

Como una gota de tinta

ES G

O

MAG NIFIC AC IÓ N Y MINIMIZ AC IÓ N T REMEN D IS MO

DESC ALIFIC AR LO P O SIT IVO LA ALQ U IMIA AL

REVÉS

C O NC LUSIO NES AP RESURADAS

china e n un vas o de agua, todo s e vue lve ne gativo. Exage rar los propios te more s y proble mas , s obre dime ns ionandola s ituación y minimiz andolas cualidade s propias . S e s gar la s ituación. Te nde ncia a no tomare n cue nta lo bue no, trans formándolo e n ne gativo. Incapacidad de apre ciar lo bue no que s uce de o lo valios o que los otros ve n e n é l/e lla. Le ctura de l pe ns amie nto (te nde ncia a conoce r lo que e l otro pie ns a opue de lle gar a pe ns ar) o profe cía ne gativa (cre e r s abe r lo que s uce de rá). Te nde ncia a tomar las

FALS AS

P ERCEP CIO N ES EXTRAS EN S O RIALES

RAZ O NAMIENT O EMO C IO NAL FALS AS

CERTEZAS

ENUNC IAC IO NES «DEBERÍA» FILO S O FÍA D EL ER

RO T ULAR

D EBER S

todo.

un detalle.

Asumo que me equivoqué. ¡He cometido un error!¡No Sé que tengo lacapacidad de lo puedo creer! ¡Mi hacerlas correcciones para reputación está arruinada! minimizar las consecuencias.

Me dijeron que hiceun gran trabajo, pero no me lo creo, ¡Muchas gracias!¿Qué fue lo seguro que me lo dicen para que más tegustó? quedar bien y nada más…

No me volvió a llamar, seguro que está enojado conmigo. Me va a ir mal.

Es posible que tenga otras prioridades, lo llamaré nuevamente la semana que viene.Ya mismo me pongo a trabajar para que todo salga bien. Volar me da miedo sin

embargo no hay evidencias Me da mucho miedo volar en propias e mocione s como de que sea más peligroso e vide ncia para avión, volar es peligroso. viajar en coche, además así, fundame ntar las opinione s llego más rápido. . No debería ser tan Quiero comenzar a desorganizado… Debería organizar mi agenda. Puedo Te nde ncia a pe ns ar e n tener mejor manejo del té rminos de obligacione s separar dos horas por tiempo y hacer más , e n lugar de pos ibilidade semana para ir al gimnasio. s. ejercicio. Encas illars e y e ncas illarlas a los de más , limitando pos ibilidade s de me jora.

ETIQ U

llegaron tarde y eso arruinó llegaron tarde, pero fue sólo

Soy un desastre.

Hoy jugué mal.

ETAS

CÓMO IMPACTAN LOS PENSAMIENTOS EN NUESTRA SALUD

Nuestro cerebro responde de i nmedi ato ante l os estí mul os emoci onal es. Hoy sabemos ci entí fi camente que cada uno de nuestros pensami entos produce l a descarga de una sustanci a quí mi ca que i nfl uye en cómo nos senti mos. En pal abras más preci sas: l os pensami entos hacen que secretemos sustanci as quí mi cas l l amadas neuropépti dos, que dej an su huel l a en nuestra fi si ol ogí a de forma i nstantánea. Hay sustanci as quí mi cas para cada estado emoci onal . Son l as endorfi nas, l a serotoni na, l a dopami na, l a adrenal i na y el corti sol , entre otras. Y cada vez que tenemos un pensami ento, nuestro hi potál amo, l a farmaci a del cerebro, l i bera i nmedi atamente ese neuropépti do (sustanci a quí mi ca) al torrente sanguí neo. Teni endo en cuenta que cada cél ul a de nuestro cuerpo ti ene mi l es

de receptores abi ertos a tal es neuropépti dos, eso expl i ca por qué l os pensami entos y l as emoci ones afectan nuestro cuerpo. P or eso, si pi enso bi en, me si ento bi en. Si pi enso mal , me si ento mal .

La ya ci tada neurobi ól oga doctora Candace P ert expl i ca: «La mayorí a de l os psi cól ogos tratan l a mente como separada del cuerpo, un fenómeno con apenas conexi ón con el cuerpo fí si co. Inversamente, l os médi cos tratan al cuerpo como desvi ncul ado de l a mente y l as emoci ones. P ero el cuerpo y l a mente no están separados y no podemos tratar ni entender a uno si n el otro. Investi gaci ones ci entí fi cas están demostrando que el cuerpo puede y debe ser curado a través de l a mente, y l a mente puede y debe ser curada a través del cuerpo». Exi ste al go que el l a l l ama «l a i ntel i genci a del cuerpo y de l a mente», que es un si stema que puede mantenernos sanos y l i bres de enfermedades. La doctora P ert asegura que «l o que pensamos ti ene una enorme i nfl uenci a sobre nuestra sal ud. La mente, l as i deas y l as emoci ones afectan a nuestras mol écul as, a nuestra sal ud fí si ca, mucho más de l o que se creí a». Expl i ca que l os neuropépti dos, que el l a l l ama l as mol écul as de l a emoci ón, vi aj an por el cuerpo y encaj an en l os receptores de l as cél ul as, tal como una l l ave encaj arí a en su cerradura. De esta forma l os pensami entos y l as emoci ones control an cada si stema de nuestro cuerpo, i ncl uyendo el si stema i nmuni tari o. En l a membrana de cada una de l as cél ul as bl ancas que defi enden al cuerpo de todos l os ataques de vi rus, bacteri as, parási tos, y hasta el cáncer — es deci r, de toda enfermedad— hay un punto concreto de carga que reci be l os neuropépti dos. Esto qui ere deci r que cargar a nuestras cél ul as bl ancas de negati vi dad —por ej empl o, a través de nuestros pensami entos di storsi onados — serí a al go así como anul arl as o matarl as. Los aportes de P ert son de gran val or para l a psi coneuroi nmunol ogí a, una nueva rama de l a medi ci na que está revol uci onando l a manera de entender l a sal ud y l a enfermedad. La psi coneuroi nmunol ogí a i mpl i ca l a comuni caci ón entre mente y cuerpo y l a i mportanci a de l os pensami entos y emoci ones entre esas dos partes, habi tual mente tratadas por separado. Si n embargo, esto no si empre fue entendi do así . P ert afi rma: «Durante mucho ti empo, el concepto de medi ci na psi cosomáti ca no se tomó muy en seri o, y hasta se l o ri di cul i zó…»

Tu mente será como tus pensamientos habituales, pues el alma se tiñe del color de tus pensamientos. MARCO A URELIO

Sin amor la vida es imposible Como todos l os casos de este l i bro, el de Yol anda es un testi moni o real . A di ferenci a de todos l os demás, éste es el úni co que conserva l a i denti dad de l a persona, pues el l a nos di o l a expresa autori zaci ón para publ i carl o con su nombre y apel l i do. ¡Graci as, Yol anda! La conocí hace ti empo, durante un curso que el l a hi zo conmi go en España, un año y medi o antes de que se pusi era a practi car con su arco y se si nti era preparada para competi r, l o que l a l l evó a ganar pri mero en l a categorí a de muj eres y l uego en l a de hombres, ante el asombro de todos. Tras vari os meses de no comuni carnos, un dí a reci bí el pri mer correo el ectróni co de Yol anda Navarro, donde me contaba que l e habí an di agnosti cado un cáncer en l os huesos. Me decí a, además, en ese mensaj e: «Te escri bo para contarte que ahora

enti endo para qué necesi té aprender sobre el amor y l a confi anza». Desde su pri mera comuni caci ón supe que Yol anda se converti rí a en una de mi s grandes maestras. Y así fue. De el l a aprendí y aprendo que l a vi da es un desafí o constante. Que, según sus propi as pal abras, l o más i mportante es el afán de cada dí a; que de todos l os aprendi zaj es ni nguno es más val i oso que aprender de uno mi smo, de l as propi as fortal ezas, mi edos y debi l i dades. Los desafí os hacen que nuestra confi anza crezca pues nos mueven por fuera de nuestra zona conoci da, de nuestro l ugar cómodo y seguro. Yol anda l o sabe bi en: el l a entrena su confi anza, como si fuera un múscul o, todos l os dí as, al atravesar sus mi edos. Su ti ro al arco l a vuel ve más sabi a… «Las fl echas fal l i das nos dan l a experi enci a y l as certeras l a fel i ci dad, y ambas son necesari as. A veces l l evamos mucho ti empo experi mentando l a dureza de aprender de nuestros errores pero, si perseveramos, nos hacemos fuertes y fl orecemos.» Yol anda me recuerda el si gni fi cado y l a trascendenci a del dol or; me asegura que l os dí as de l l uvi a son necesari os para val orar l a l uz del sol , y que l a l l uvi a nos trae el creci mi ento, l a abundanci a y l a sal ud. Con el l a vol ví a descubri r el si gni fi cado del «Yo soy yo». En uno de sus correos el ectróni cos reci entes escri bi ó: «Cl aro que me cuesta con l as arti cul aci ones y l os huesos… pero yo no soy mi esqueleto. Mi vol untad de asumi r retos me hace fel i z». Tal vez el reto más di fí ci l para Yol anda, más aún que su dol or fí si co, sea el de control ar su mente, esa herrami enta poderosa, ese cabal l o pura sangre que, si está asustado, se puede desbocar. Yol anda me contó que un dí a estaba en l a sal a de qui mi oterapi a observando y escuchando otras conversaci ones, y l o que preval ecí a en todas era el mi edo, por supuesto. Al gui en di j o: «No se puede parar l a mente», a l o que Yol anda respondi ó: «Es verdad, pero podemos l l enarl a de cosas buenas, de al go que nos si rva». A su vez tambi én expresa que segui r l os tratami entos para curarse, tal como l e recomendó Marí a, su oncól oga, es a veces como baj ar a l os i nfi ernos… P or eso, Yol anda sabe que necesi ta al go más, eso que no entra en l as i ndi caci ones médi cas ortodoxas: «P ara eso me ayudan mucho mi s pensami entos, l as vi sual i zaci ones, l a conci enci a del presente, respi rar, l l enarme de l a fel i ci dad de l a bel l eza de l o coti di ano, mi perra, cui dar mi cuerpo, l as semi l l as de l i no y, sobre todo y por enci ma de todo, el amor de l os que me rodean. Si n ese afecto no podrí a dar un paso y si n el amor que si ento por l os demás no ti ene senti do vi vi r con sufri mi ento». Yol anda apuesta a que su curaci ón no se agota con l a qui mi oterapi a, si no que i mpl i ca su vol untad y l a presenci a de Di os. El l a evi ta quej arse y sól o uti l i za el l enguaj e para expresar sus pensami entos: «A sol as con mi mari do he podi do l l orar y he pedi do en voz al ta ayuda al ci el o para no tener mi edo, para no perder l a esperanza… y entonces tú en Argenti na escri bí as pal abras que me di cen que Di os no me abandona, que

ti ene sus ti empos y que mi vi da está l l ena de amor. Increí bl e. Ahora Antoni o está tocando su gui tarra a mi l ado y yo estoy l l ena de confi anza. Se fue el mi edo. El amor que necesi to para al i mentar mi al ma me vi ene de a tonel adas de tantos ángel es que bombardean el ci el o, y l as casual i dades son como l as huel l as de Di os a mi l ado. Qué al egrí a saber que Di os está con nosotras». Entonces l e pregunto qué hace cuando ti ene mi edo y el l a me responde con senci l l ez: «Aprendo que, cuando tengo mi edo, l o venzo pensando que tengo todas l as posi bi l i dades del ante de mí . Si hay una de sal varme, es mí a». Cuando l a conocí en aquel curso en Sevi l l a, de i nmedi ato sentí con el l a una gran conexi ón. Se destacaba del resto por su i nterés, su mi rada bri l l ante, sus i deas i nspi radoras. Recuerdo que l e di j e que pensaba que estaba desti nada a ser una gran l í der. No me equi voqué. Yol anda es l í der de su mente: aprende todos l os dí as a l i mpi arl a. Es l í der de sus emoci ones: sabe ponerse en si ntoní a

posi ti va, agradeci endo a di ari o. Es l í der de su vi da: sabe que puede contri bui r a su curaci ón. Es l í der de su al ma: si ente que cuenta con Di os. Y es una l í der que contagi a i nspi raci ón a todos l os que, de al guna forma, estemos pasando por momentos de afl i cci ón. La enfermedad de Yol anda hoy se ha estabi l i zado, contra todos l os pronósti cos y l as estadí sti cas. Su madre está muy fel i z por eso. Yol anda ti ene proyectos, ha empezado a tocar el pi ano, al go que soñaba hacer desde chi ca. Su padre se l o ha regal ado para el Dí a de Reyes. ¡Qué buen regal o! «Tengo que tener ci nco años para aprender a tocar el Conci erto de Rachmani nof», di ce sonri ente mi entras practi ca. Si gue con su desafí o del arco y fl echa; y mi di éndose contra l as deporti stas de el i te, acaba de obtener una medal l a en el campeonato naci onal de España. Yol anda cel ebra l a vi da y enseña a pensar bi en, me recuerda que l a vi da es para todos un mi l agro de cada dí a.

GUIAR NUESTROS PENSAMIENTOS: CÓMO EVITAR LAS PREOCUPACIONES

P ara modi fi car nuestra acti tud mental necesi tamos aprender el arte de domi nar nuestros pensami entos. En su l i bro El dominio: una tecnología para la excelencia, Ti m P i erri ng observa que en el campo de l a mente todos l os pensami entos, ya sean posi ti vos o negati vos, se magni fi can; así que, en esenci a, nada puede ser tan mal o o tan bueno. Esto ocurre porque todos l os pensami entos, al hacer su transi ci ón haci a l a expresi ón, se reducen en i ntensi dad. P or l o tanto, no hay necesi dad de darl e demasi ado crédi to a l os pensami entos negati vos, pero debemos poner mucha energí a en l os pensami entos posi ti vos para evi tar que se desvanezcan. A nuestra mente l e gustan l os eni gmas. Le gusta responder preguntas y ésta es una capaci dad fabul osa… Recordemos, a su vez, que no todo puede resol verse a ni vel mental . A veces l a mej or sol uci ón a un probl ema puede surgi r cuando l o dej amos descansar.

No revises ningún problema de manera constante en tu mente. Deja descansar el problema y quizá se resuelva por sí sólo; tampoco lo dejes abandonado por tanto tiempo que pierdas el criterio. En cambio, usa esos momentos en los que dejas descansar el problema para ir hacia ese lugar calmo en tu interior. Al alinearte con tu alma, podrás pensar correctamente y si tus pensamientos y acciones se han descarrilado, pueden ser realineados. PARAMAHANS A Y OGANANDA

El Apocalipsis en nuestra mente Una cl ara mani festaci ón de l a negati vi dad es l a preocupaci ón: l os seres humanos somos especi al i stas en i magi nar escenari os futuros negati vos y en preocuparnos por el l os. Nos preocupan l os probl emas del mundo, nos preocupan

nuestras rel aci ones personal es, nos preocupa el di nero, nos preocupa nuestro desempeño en el trabaj o, nos preocupa l o que otros pensarán de nosotros, nos preocupan nuestros hi j os, nos preocupan nuestros padres, nos preocupa el pasado, nos preocupa el futuro… En el i nstante en que empezamos a preocuparnos desencadenamos el mecani smo ocul to y corrosi vo del estrés, tal como si esa si tuaci ón que i magi namos ya estuvi ese sucedi endo. En l ugar de senti r estrés por al go que sucede en este momento, como hacen l os ani mal es, acti vamos el mecani smo del estrés con sól o preocuparnos por si tuaci ones que aún no han sucedi do. Y a di ferenci a de l os ani mal es, una vez que el mecani smo del estrés está en marcha, no sabemos cómo detenerl o. Si nuestra mente está ocupada úni camente por preocupaci ones, se va a cargar de negati vi dad. Si pensamos en térmi nos de al egrí as y posi bi l i dades, nuestra mente l as creará. Atraemos aquel l o que pensamos y, como vi mos al referi rnos a l a vi sual i zaci ón, l a mente perci be con más faci l i dad aquel l o que previ amente i magi nó.

A los seres humanos les basta con imaginar que lo van a pasar mal, para pasarlo mal y desencadenar impactos idénticos a los provocados por una amenaza real. EDUARD PUNS ET

Juan aprendió a dominar su mente El poder de l os pensami entos es un tema que con frecuenci a trato en mi s sesi ones de coaching ej ecuti vo. En una de di chas sesi ones, uno de mi s cl i entes —Juan, que es arqui tecto— me narró con detal l e l o que l e habí a sucedi do el dí a anteri or. Fue muy i nteresante ver cómo habí a podi do usar el poder del pensami ento a su favor: —Estaba en mi estudi o a punto de i rme a casa, eran l as 8 de l a noche y hací a 10 horas que estaba trabaj ando. Cuando estaba termi nando de acomodar mi escri tori o sonó el tel éfono. Era un contrati sta que me l l amaba para deci rme que necesi taba 6 ki l os de pasti na para col ocar azul ej os. Respi ré y pensé: «El negoci o donde venden l a pasti na aún está abi erto, no es tan l ej os, tengo mi auto y puedo l l egar en 15 mi nutos, puedo i r escuchando l a radi o mi entras tanto». Fui al comerci o y en 10 mi nutos sol uci oné el probl ema. Li sto. Me fui a dormi r contento. —Muy bi en —di j e yo. —Sí , pero l o i nteresante no es l o que sucedi ó, si no l o que hubi ese sucedi do poco ti empo atrás —agregó él —. Antes de saber que yo podí a observar y el egi r mi s pensami entos, es deci r, en pi l oto automáti co, yo hubi era reacci onado así : hubi era pensado: «¡No me puede l l amar a l as 8 de l a noche para pedi rme pasti na, no hay derecho! A esta hora seguro que l l ego el negoci o está cerrado, qué desconsi derado. ¡Si empre l a mi sma hi stori a! ¿Cómo se l e ocurre l l amarme a úl ti ma hora del dí a? Además, con este cal or… ¡estoy agotado!» Entonces no hubi era i do a comprar l a pasti na y me hubi era i do a mi casa de mal humor; al dí a si gui ente hubi era teni do que despertarme más temprano para i r a comprarl a,

esperar en fi l a porque en ese horari o van todos a comprar, y fi nal mente hubi era vuel to al estudi o y l e hubi era arroj ado l a pasti na en l a mesa al contrati sta. No me cuesta nada i magi nar cuál hubi ese si do el resul tado fi nal : muy probabl emente el contrati sta hubi era col ocado l os azul ej os con poca dedi caci ón, torci dos. —¿Y qué sucedi ó en l ugar de eso? —l e pregunté. —En verdad, l o que sucedi ó fue que l l egué al estudi o temprano, con l a pasti na ya comprada del dí a anteri or, de buen humor y el egí dársel a al contrati sta con una sonri sa. Le di j e: «Te pi do por favor que l a próxi ma vez me avi ses un poco más temprano». Y él me contestó: «P or supuesto, arqui tecto». El arqui tecto tení a dos cami nos: dar ri enda suel ta a l os pensami entos negati vos o el egi r l os pensami entos posi ti vos a conci enci a. Como resul tado de nuestro programa de coaching, Juan conocí a el efecto que l os pensami entos ti enen sobre l as emoci ones, l a sal ud, el entorno y l a efecti vi dad. Sabí a que l os pensami entos crecen y se magni fi can en nuestra cabeza, que el al i vi o temporari o de una descarga de pensami entos negati vos se paga demasi ado caro. Conocí a el mecani smo según el cual una mol esti a i ni ci al pronto se convi erte en enoj o, el enoj o en furi a y el cansanci o fi nal del dí a se transforma en agotami ento. Y que cada pensami ento ti ene un i mpacto di recto en l a fi si ol ogí a, que cada cél ul a del cuerpo l o reci be. Era consci ente de que, si daba ri enda suel ta a su enoj o —l o que hubi ese hecho en pi l oto automáti co—, sufri rí a un aumento i nmedi ato de l a adrenal i na y l a noradrenal i na —l as hormonas del estrés— y que l os efectos en su propi o cuerpo serí an casi i dénti cos a l os que se produci rí an si hubi ese vi sto a un l eón en medi o de l a sel va. Acostumbrado a trabaj ar de manera muy acti va, Juan sabí a que ci ertas dosi s de adrenal i na y noradrenal i na son necesari as para l a acci ón, pero tambi én sabí a ahora que, si se estresaba más de l a cuenta, el exceso de adrenal i na quedarí a en su cuerpo durante muchas horas; cuanto mayor adrenal i na secretara, mayor l a canti dad de horas que ci rcul arí a en su si stema, y esa carga de adrenal i na l e i mpedi rí a conci l i ar el sueño aun vari as horas después del i nci dente. Él tení a conoci mi ento de que l a costumbre de dar ri enda suel ta a l os pensami entos negati vos puede tener consecuenci as mucho más drásti cas que una noche de i nsomni o: es posi bl e que afecte l a memori a y l a capaci dad de aprendi zaj e severamente, ya que el estrés prol ongado i nhi be l as cél ul as cerebral es del hi pocampo, que j uega a su vez un papel i mportante en l a memori a y en el aprendi zaj e. Juan tambi én sabí a que sus pensami entos afectan l a i nmunol ogí a: a mayor canti dad de pensami entos negati vos, menor canti dad de defensas produce el cuerpo, ya que el exceso de corti sol , otra hormona del estrés, di smi nuye l os gl óbul os bl ancos encargados de atacar l as enfermedades. Era consci ente de que l os pensami entos negati vos aumentan el ni vel de estrés y que el estrés prol ongado puede l l evarnos a envej ecer prematuramente y a dupl i car el ri esgo

de enfermedades cardi ovascul ares. Las sesi ones de coaching ej ecuti vo l e habí an dado al arqui tecto todas l as herrami entas para pensar en posi ti vo. Al tener en cl aro cómo l os pensami entos negati vos repercuten en nuestros estados de áni mo y en el de l as personas más cercanas a nosotros, su i nmunol ogí a, su memori a y su aprendi zaj e, no l e resul tó di fí ci l cambi ar su costumbre arrai gada, casi l e resul tó natural «pensar bi en». Juan sabí a que al el egi r «pensar bi en» no sól o preservaba su sal ud, su estado de áni mo y su memori a a l argo pl azo, si no tambi én su trabaj o: —Cuando fui a ver cómo habí a quedado l a obra, l os azul ej os estaban perfectamente col ocados, si n l a más mí ni ma desvi aci ón —me contó sonri ente al fi nal de l a sesi ón.

Cuando, al i gual que Juan, descubri mos que podemos observar nuestra mente y detener el pi l oto automáti co que suel e l l evarnos haci a l os pensami entos negati vos, se produce una gran l i beraci ón.

Cómo detener el piloto automático Hay un modo muy efecti vo de hacerl e stop a nuestra mente: observando nuestros pensami entos, si n j uzgarl os. En El poder del ahora Eckhart Tol l e di ce que podemos comenzar a hacer esto ya mi smo. P odemos empezar escuchando l a voz en nuestra cabeza tan a menudo como sea posi bl e, prestando especi al atenci ón a l os pensami entos recurrentes y a l os pensami entos automáti cos negati vos. Se trata de «observar al pensador»: escuchar l a voz en nuestra cabeza y estar al l í como un testi go que observa y no j uzga. En cuanto j uzgamos nuestros pensami entos, otra vez caemos en l a trampa de l os pensami entos automáti cos negati vos. P odemos darnos cuenta porque «al l í está l a voz otra vez… y aquí estoy yo escuchándol a». En el i nstante en que podemos observar nuestros pensami entos, nos despegamos de nuestra mente y el l a dej a de ser nuestra «dueña». Eckhart Tol l e sugi ere que, para l i berarnos de l a i nfel i ci dad que nuestra mente puede produci r frente a una si tuaci ón que nos frustra, enoj a o angusti a, podemos el egi r desprendernos de l a negati vi dad. Consci entemente podemos el egi r di si par l a negati vi dad que l a mente crea al rededor de determi nada si tuaci ón, teni endo presente que l a negati vi dad nunca es una forma ópti ma de manej arl a. La negati vi dad, aun cuando no l o mani festemos de manera expl í ci ta, no queda sól o en nosotros: el otro l a perci be y el ambi ente, i nevi tabl emente, se contami na de el l a. Cuando somos consci entes de l o i núti l y pel i groso del pensami ento negati vo, desprenderse de él , tal como l o hi zo el arqui tecto Juan, se vuel ve al go tan l ógi co y natural como el deseo de descargar de nuestros hombros una mochi l a repl eta de pi edras y expl osi vos. Lo s pensamient o s po sit ivo s af ect an po sit ivament e el cuerpo Nos sent imos Más relajados Más alert as Más cent rados Liberamos endorfinas Fort alecemos el sist ema inmunológico Lo s pensamient o s negat ivo s generan reaccio nes negat ivas El corazón lat e más rápido La presión art erial sube La respiración se acelera Los músculos se t ensan Liberamos adrenalina, noradrenalina y cort isol Se afect a el sist ema inmunológico

EL DISCURSO DE LA QUEJA Teresa se quej aba si empre, el dí a entero. Se quej aba de su mari do, de sus

hi j os, de su suegra, del trabaj o. De todo, o casi todo. Cuando l l egó a nuestro curso, nos di mos cuenta de que el l amento era su al i mento coti di ano: «No aguanto más. El ambi ente de trabaj o es i nsoportabl e. ¡No sé de qué autoesti ma me habl an! ¡Si a mí nunca me reconocen nada! Ni en el trabaj o ni en casa. Los chi cos me ti enen de fel pudo. Mi j efe tambi én, me expl ota. Yo sé que deberí a i rme de este trabaj o, pero tengo muchas cuentas que pagar. Y a mi mari do no l e i mporta nada, sól o el fútbol . Bueno, el otro dí a me traj o un ramo de fl ores, pero por obl i gaci ón. ¡Era mi cumpl eaños, y seguro que l e costó más barato que comprar otra cosa!» Cuando l e preguntamos a Teresa cómo se sentí a l a mayor parte del ti empo, nos di j o que de mal humor. «Yo sé que me estoy quej ando todo el dí a, me l o di cen todos… P ero es l o úni co que puedo hacer, ¡al menos así me descargo!» El l a era consci ente de su acti tud, pero no l e poní a freno a eso ni buscaba otros canal es más sanos y creati vos para expresarse. Su caso nos di o l a oportuni dad de trabaj ar con el l a, y con el resto del grupo, el tema de l a quej a.

¿Has observado alguna vez que la gente casi siempre se queja a alguien equivocado, a personas que no pueden hacer nada sobre su motivo de queja? Van al trabajo y se quejan de su pareja; llegan a la casa y se quejan a su pareja de la gente del trabajo. ¿Por qué? Porque es más fácil, menos arriesgado. Para pedir un cambio de actitud hay que tener valor. JACK CANFIELD

La quej a es una expresi ón de i mpotenci a que puede darnos un al i vi o momentáneo pero, en real i dad, no cambi a nada. Suel e al i mentarse de pensami entos di storsi onados, como por ej empl o: «En mi trabaj o si empre soy l a úl ti ma en i rme [general i zaci ón]. Mi j efe es un desgraci ado [rotul ar]… Me di j eron que el i nforme l o hi ce muy bi en pero no me l o creo, me l o di cen porque no me pueden pagar más [descal i fi caci ón]…» Expresi ón evi dente de negati vi dad, l a quej a nos col oca, de i nmedi ato, en l a posi ci ón de l a ví cti ma, de qui en nada puede hacer al respecto. P ara dej ar de quej arnos es fundamental senti rnos 100% responsabl es de nuestra exi stenci a, tal como vi mos en el capí tul o de l a autoesti ma. En pal abras de Vi rgi ni a Sati r, esto si gni fi ca adueñarnos de nuestra vi da. Tol l e sugi ere que, en l ugar de quej arnos, podemos: 1. Ll evar adel ante una acci ón di ferente de l a que vení amos haci endo. 2. Dej ar/abandonar l a si tuaci ón o persona que se ha vuel to i ntol erabl e. 3. Muchas veces l a segunda opci ón no es una opci ón: no podemos ni queremos abandonar nuestro hogar o nuestro trabaj o. Entonces, ¿qué hacer? Aceptarl o compl etamente. ¿Qué si gni fi ca l a aceptaci ón total ? Dej ar de l ado l a negati vi dad y deci di r, a conci enci a, no quej arnos más.

No culpes a nadie, nunca te quejes de nada ni de nadie, porque fundamentalmente tú has hecho tu vida. PABLO NERUDA

CUANDO LOS PENSAMIENTOS POSITIVOS NO SON SUFICIENTE

Mantener de modo constante l a acti tud de pensar bi en y observar con conci enci a l as trampas en l as que caemos a menudo son herrami entas muy poderosas, pero se vuel ven frági l es si fal ta el i ngredi ente del autorreconoci mi ento, muy l i gado a l a autoesti ma. «Hace años que estoy trabaj ando sobre l os pensami entos posi ti vos y vi sual i zando l a si tuaci ón que qui ero, pero nada cambi a… En mí esto no funci ona», me di j o al gui en una vez, durante uno de nuestros semi nari os. P ara generar verdaderos resul tados, entonces, necesi tamos de l os tres i ngredi entes trabaj ados al uní sono: pensami entos, emoci ones y autorreconoci mi ento. P ara al canzar al go deseado, l o pri mero es trabaj ar sobre l os pensami entos. La pri mera pregunta a responder es: ¿Qué qui ero? Esto podrí a parecer una obvi edad, si n embargo, desde mi experi enci a como consul tora y coach, puedo afi rmar que no l o es. Las personas suel en tener una i magen cl ara de l o que no qui eren: «No qui ero trabaj ar i ncansabl emente por un suel do magro», «No qui ero perder el contacto con mi s hi j os», «No qui ero segui r vi vi endo en este l ugar»… Si n embargo, al preguntarl es qué es l o que de verdad qui eren que suceda, l a respuesta no suel e ser tan fl ui da. P or eso, en pri mer l ugar, es i mportante trabaj ar desde el pensami ento para defi ni r con cl ari dad qué qui ero. Luego es i mportante añadi r el componente emoci onal . A veces pensamos mucho en al go, tenemos defi ni dos l os detal l es de l o que deseamos, pero no l o conectamos con l a emoci ón. Es sól o una i dea, un pensami ento desprovi sto de emoci ón. «Desde el punto de vi sta neurol ógi co, l o que i mpul sa haci a un obj eti vo depende de l a capaci dad de recordar l o sati sfecho que se estará al l ograrl o», expl i can McKee, Boyatzi s y Gol eman. ¿P or qué puede suceder que, aun usando nuestros pensami entos para defi ni r en detal l e l o que queremos, y nuestras emoci ones para conectarnos con l a al egrí a que senti remos al l ograrl o, el pl an fal l e? P orque puede estar fal tando el i ngredi ente menos evi dente: el senti rnos capaces de l ograrl o y merecedores de ese éxi to. P or eso, al proponernos obj eti vos, metas, sueños, recordemos usar el poder de nuestros pensami entos y emoci ones, y tambi én preguntarnos: ¿Me l o merezco? ¿Merezco tener una vi da equi l i brada? ¿Merezco tener un nuevo trabaj o? ¿Merezco tener éxi to en mi s proyectos? ¿Creo de verdad que me l o merezco? Si l a respuesta es «No, no me l o merezco», entonces fal ta todaví a un poco de acci ón. Como veremos más adel ante, l a pal abra sati sfacci ón si gni fi ca «sufi ci ente acci ón». P ara que l as vi sual i zaci ones, l os pensami entos y l as emoci ones nos ayuden a consegui r obj eti vos, ti ene que haber trabaj o de nuestra parte. Si l a respuesta a esta pregunta es «Sí , me l o merezco», ¡fantásti co! Ya estás en cami no de cumpl i r tus deseos. P ero a veces l a respuesta es «No l o sé», «No sé si merezco tener éxi to y fel i ci dad en mi vi da». Entonces es momento de reconocerte: i r haci a atrás y

recordar dónde comenzaste. Vuél vete haci a atrás y mi ra el cami no que has recorri do, repasa todos l os obstácul os que debi ste superar, consi dera l a canti dad de ti empo que has i nverti do en el proyecto, en l a rel aci ón, en tu sueño… Y no sól o eso. Observa tambi én l os val ores que has honrado para l l egar adonde estás hoy. Y pregúntate nuevamente: «¿Me l o merezco?»

USAR EL PENSAMIENTO PARA CREAR UN PROYECTO DE VIDA

Cuando Li l i ana l l egó a nuestro curso Autoesti ma y Moti vaci ón, estaba pasando por un momento di fí ci l en su vi da. Después de vei nte años de matri moni o, su mari do se habí a enamorado de otra persona. Con l a separaci ón, Li l i ana perdi ó al go más que a su parej a: se di stanci ó de su núcl eo de ami gos y su hi j o mayor deci di ó i r a vi vi r con el padre. Fue en el módul o en que trabaj amos con l as di ferentes áreas de l a vi da — trabaj o, fami l i a, sal ud, ti empo l i bre, fi nanzas, espi ri tual i dad, etcétera — que el l a se di o cuenta de que, si bi en estaba sati sfecha con sus l ogros en di versos aspectos, habí a al go que l e fal taba. Era una empresari a exi tosa, hábi l para l as fi nanzas, deporti sta, sana, y cul ti vaba su espi ri tual i dad. Si n embargo, desde l a separaci ón sentí a que su confi anza en el l a como muj er se habí a desmoronado. Su meta era encontrar una nueva parej a. Veamos parte de uno de nuestros i ntercambi os: —Yo sé qué es l o que qui ero, pero no l o puedo consegui r —me di j o. —¿Qué es l o que qui eres? —Qui ero encontrar a un hombre que sea compañero, no como mi ex mari do. —¿Qué si gni fi ca que sea compañero? —Que me escuche y que l e guste conversar conmi go durante horas — respondi ó después de pensar unos i nstantes. —¿Qué más te gustarí a en tu nueva parej a? —Bueno… Si empre me resul taron atracti vas l as personas de otros paí ses. Me gustarí a que fuese extranj ero. Así fue como empezamos a trabaj ar en el pri mer paso para al canzar cual qui er meta: defi ni r con el mayor ni vel de detal l e posi bl e aquel l o que queremos. Al usar nuestros pensami entos para defi ni r l a meta, empezamos a acti var el ya menci onado SARA. Como expl i ca Jack Canfi el d, el SARA acti va l a parte subconsci ente de l a mente que permi te que veamos posi bi l i dades que estaban antes al l í y que no l as veí amos. De forma si mi l ar a una computadora pero mucho más potente, el cerebro ti ene una funci ón de búsqueda de l a i nformaci ón que actúa como un fi l tro que nos permi te captar l o que más nos i nteresa. En un momento l e di j e a Li l i ana: —Estamos programados para detectar aquel l o con que nos i denti fi camos. Y sól o perci bi mos l o que encaj a con nuestros si stemas de creenci as, l o cual puede el evar tu ni vel de moti vaci ón ya que de pronto encontrarás nuevas oportuni dades que te l l evarán a hacer cosas que antes no hubi eras hecho… Al go i mportante tambi én es prestar atenci ón a l os pensami entos que tenemos sobre nosotros mi smos al conectarnos con esa meta. En coaching deci mos que l as pal abras crean real i dades. Si n embargo, l o que antecede a l a pal abra es el pensami ento, por ende el pensami ento tambi én crea real i dades. P or eso es fundamental revi sar a conci enci a nuestro di ál ogo i nterno. Si l os

pensami entos que tenemos nos están l i mi tando, di fí ci l mente podremos al canzar nuestro obj eti vo. Con Li l i ana habl amos mucho acerca de l as creenci as l i mi tantes que tenemos y l e sugerí que hi ci era al gunos ej erci ci os que expl i camos al fi nal de este capí tul o. Así el l a pudo descubri r que, al conectarse con su meta de encontrar una nueva parej a, surgí an en su mente creenci as l i mi tantes. Recuerdo al gunas de el l as: «A mi edad no voy a consegui r una buena parej a», «Mi hi j o nunca va a aprobar una nueva parej a que yo tenga», «Ini ci ar un romance no es compati bl e con mi s obl i gaci ones de trabaj o».

Si crees que estás descalificado, lo estás. Tienes que pensar alto para subir. Tienes que estar seguro de ti mismo antes de poder ganar. En las batallas de la vida no siempre triunfa el más fuerte o el más veloz sino más bien el que gana es el que piensa que ganará. WALTER D. WINTLE

Después de pensar en detal l e aquel l o que queremos, es i mportante agregarl e el componente emoci onal , ya que cuando al go entra en l a mente con emoci ón, se fi j a, no se ol vi da. Se di ce que recordar es vol ver a pasar por el corazón… Entonces Li l i ana nos preguntó cómo hací a para agregarl e emoci ón a sus pensami entos. Y mi respuesta fue que se puede agregar a través de músi ca que nos i nspi re, de soni dos que nos den al egrí a, de aromas que nos agraden… Hay que crear una verdadera pel í cul a en nuestra mente. Cuanto más real l o podamos hacer y más pasi ón l e añadamos, mej or será el resul tado. Li l i ana nos decí a que a el l a l e costaba i magi nar l o que querí a, vi sual i zarl o. Le expl i camos entonces l o que podí a hacer para traduci r todos esos pensami entos y emoci ones a i mágenes, creando por ej empl o un tabl ero de l a vi si ón. En este tabl ero se pueden poner i mágenes de revi stas, pal abras que nos i nspi ren o que veamos en l os peri ódi cos, fotos propi as… Si nuestra meta es hacer un vi aj e a P arí s, podemos poner una i magen de l a torre Ei fel e i ncl ui r en el l a una foto nuestra. Si l a meta es tener un coche nuevo, podemos poner fotos de ese coche. Cuando l a NASA se puso l a meta de l l evar al hombre a l a Luna, tení an una foto gi gante de l a superfi ci e l unar cubri endo toda l a pared, de pi so a techo, de l a sal a de trabaj o. Todos tení an presente el obj eti vo a ni vel consci ente y subconsci ente. Lograron que el hombre l l egara a l a Luna dos años antes de l o pl ani fi cado. P ensar en i mágenes es poderoso, como hemos expl i cado en l a secci ón de vi sual i zaci ón. Hay psi cól ogos que aseguran que una hora de vi sual i zaci ón equi val e a si ete horas de esfuerzo. No hace fal ta hacerl o durante una hora, con unos mi nutos di ari os puede ser sufi ci ente. Le contamos a Li l i ana sobre nuestra propi a experi enci a, cuando empezamos a soñar con hacer l a pel í cul a Confianza Total. Uno de nuestros obj eti vos era presentarl a en España, donde yo habí a trabaj ado durante muchos años y paí s al que l e tengo un especi al cari ño. Empezamos a usar nuestros pensami entos para crear a ni vel mental l as i mágenes que querí amos. Al poco ti empo de termi nar l a pel í cul a nos l l egó una propuesta para l anzarl a en España a ni vel naci onal , con entrevi stas en radi o, revi stas y tel evi si ón, y nuestra pel í cul a l l egó a l os grandes comerci os. Efecti vamente, creamos l o que i magi namos.

P or úl ti mo, l e recordamos a Li l i ana l o i mportante de afi rmar nuestros pensami entos. Esto es vál i do para cual qui er meta que nos propongamos. Se trata de dedi car un momento al dí a para revi sar l os obj eti vos y así i nundar l a mente a ni vel subconsci ente con pal abras de afi rmaci ón de l o que queremos l ograr. A l os pocos meses de termi nar ese curso de Confi anza Total , reci bí un correo el ectróni co de Li l i ana. Nos contaba, rebosante de fel i ci dad, sobre su nueva real i dad: «Conocí al amor de mi vi da de una manera que j amás hubi era i magi nado: a través de Internet. Se l l ama Carl os, es de Méxi co, y l o que más di sfrutamos son nuestras l argas conversaci ones… No puedo dej ar de sorprenderme al mi rar mi tabl ero de l a vi si ón, l as afi rmaci ones y l os pensami entos que tuve durante estos úl ti mos meses… pues Carl os es exactamente l o que i magi né».

EL BUEN USO DE LA MENTE Los pensami entos ti enen poder, entonces aprendamos a usar nuestra mente para crear l o que queremos. El pri mer paso para aprender a usarl a es tomar conci enci a de l a canti dad de pensami entos que tenemos por dí a, para adueñarnos de el l os medi ante l a observaci ón y posteri or el ecci ón sól o de aquel l os que nos hagan bi en. Descartemos l os demás, para no caer en l as trampas que suel en tendernos y recordando que cada vez que pensamos al go secretamos sustanci as quí mi cas que i mpactan de manera di recta en cómo nos senti mos. Cuando tomamos conci enci a de que podemos gui ar nuestros pensami entos, acti vamos nuestra mente. Evi temos l as anti ci paci ones negati vas del futuro, l as preocupaci ones y l as quej as, que tanto daño producen en nuestra sal ud y en nuestro estado de áni mo. En vez de quedar entrampados en l os pensami entos negati vos, i nti mi dantes, usemos nuestra mente como pi sta de despegue de un buen proyecto de vi da, pl asmando nuestros pensami entos en i mágenes y afi rmaci ones concretas y prestando atenci ón a nuestro di ál ogo i nterno y a nuestras creenci as l i mi tantes. Si nos converti mos en l os úni cos pi l otos de esa nave que es nuestra mente, ¡nuestros pensami entos pueden converti rse en nuestros al i ados, para ayudarnos a vi vi r mej or!

PRÁCT ICAS

I . L OS TRES PASOS PARA DISOLVER LAS CREENCIAS LIMITANTES

P ara cambi ar un pensami ento que está en nuestro subconsci ente y que nos l i mi ta en l a vi da, nada mej or que crear un pensami ento que nos entusi asme y nos l l ene de energí a. Es posi bl e que di sol vamos nuestras creenci as l i mi tantes si gui endo un senci l l o método de tres pasos. P ero recuerda: l a cl ave para que esto real mente funci one es pensar que te l o mereces. 1. Escri be tu creenci a l i mi tante, por ej empl o: «Las posesi ones materi al es

nos al ej an de nuestra espi ri tual i dad. El di nero nos corrompe, nos vuel ve superfi ci al es». 2. Desafí a esa creenci a. Cuanto más cl ari dad l e pongas, mej or. P or ej empl o, puedes pensar: «El di nero no es ni bueno ni mal o, si no l o que yo hago con el di nero.» «El di nero es l a base de l a ayuda soci al .» «Con di nero puedo acompañar l os sueños de mi s hi j os.» «Con di nero puedo i rme de vacaci ones fel i z, y es al go que mi fami l i a y yo nos merecemos.» «El di nero usado con amor puede crear abundanci a, para mí , para l os que me rodean y aun para gente que no conozco.» «Mi espi ri tual i dad no depende del di nero, ni de tenerl o ni de no tenerl o.» 3. Crear una decl araci ón que tenga l a fuerza como para dar vuel ta l a creenci a. Las creenci as l i mi tantes son poderosas, pero no nacemos con el l as. P or lo tanto, pueden ser di suel tas. Si n embargo, es i mportante saber que como son poderosas, tendremos que encontrar una decl araci ón o afi rmaci ón que se contraponga con l a sufi ci ente fuerza como para di sol verl a, y es necesari o repeti rl a vari as veces por dí a, al menos durante 30 dí as, que es el ti empo necesari o para crear un nuevo hábi to. Al gunas afi rmaci ones que pueden servi r en este caso son: «El di nero vi ene a mí para que l o use para mi bi en y el de qui enes me rodean.» «El di nero l l ega a mí de l ugares i nesperados.» «Yo puedo crear prosperi dad en mi vi da.» «Mi s i nversi ones son rentabl es.» «Tengo todo el di nero que necesi to para mí .» «Con mi di nero puedo ayudar a muchos.»

II . L OS NUEVE PASOS PARA CREAR AFIRMACIONES EFECTIVAS

1. Comi enza con l a frase «Yo soy o yo estoy». Son l as dos frases más poderosas para i mpactar en el subconsci ente. La mente l o i nterpreta como una orden, y l o ej ecuta como tal . 2. Usa el ti empo presente: descri be l o que qui eres como si ya l o hubi eras al canzado. 3. Di l o en posi ti vo: afi rma l o que qui eres. Tu mente está preparada para entender l o que qui eres y no l o que no qui eres. Si di ces «No qui ero ser pobre», l a mente regi stra «ser pobre». 4. Crea una frase breve, para que puedas repeti rl a en tu mente con faci l i dad. 5. Crea una frase especí fi ca pues, si es vaga, l a mente no l a enti ende. 6. Incl uye verbos que denoten acci ón: si n acci ón no hay resul tados. 7. Incl uye al menos una emoci ón poderosa.

8. Haz l as afi rmaci ones para ti , y no para l os demás. 9. Fi nal i za tu afi rmaci ón agregando l o si gui ente: «o al go mej or». Ej empl o: «Yo estoy di sfrutando de mi s mereci das vacaci ones en Hawai i , con mi fami l i a… o al go mej or». Yo estoy: l a frase poderosa. Disfrutando: el verbo en acci ón y l a emoci ón. Merecidas vacaciones: l a creenci a que afi rma que l o merezco. En Hawaii, con mi familia: l o especí fi co. O algo mejor : si empre puede haber al go mej or que l o que he i magi nado.

6 EL PODER DE LAS PALABRAS LA CLAVE DE LA COMUNICACIÓN EFECTIVA

La impecabilidad de la palabra puede conducirte a la libertad personal, al éxito inmenso y a la abundancia, puede disolver todo miedo y transformarlo en alegría y amor. MIGUEL RUIZ

P i ensa por un i nstante en tu fami l i a, en tu equi po de trabaj o, en tus ami gos… ¿Confí an en tu pal abra? La pal abra cumpl e un rol fundamental desde el ori gen de l os ti empos. Qui zá por eso, cuando en l a anti güedad al gui en decí a «me di o su pal abra», eso era sufi ci ente como garantí a de consumaci ón. Remontándonos a l a Bi bl i a, en el i ni ci o del Génesi s l eemos que en el pri nci pi o fue el Verbo, y que Di os di j o «haya l uz» y hubo l uz. Si n embargo, como postul a Rafael Echeverrí a, durante si gl os l os seres humanos hemos vi vi do con muy poca conci enci a sobre el poder de l a pal abra, por segui r l a l ógi ca pl anteada por Descartes —«pi enso l uego exi sto»—, que vení a ya de l a anti gua Greci a. Como bi en l o expl i ca Echeverrí a, durante vei nti ci nco si gl os l a tradi ci ón destacó a l a razón como el el emento di sti nti vo del ser humano.

Así hi ci mos de l a razón un di os y empezamos a buscar respuestas a l as preguntas fundamental es de l a vi da, hasta convencernos de que exi stí a una respuesta

correcta para cada buena pregunta pl anteada. Una l ógi ca que entendí a el l enguaj e como meramente descri pti vo: el mundo es de una determi nada manera, y el l enguaj e se l i mi ta a descri bi rl o. Y fui mos aun más l ej os, hasta convencernos de que cada persona es de una determi nada manera, ti ene una forma de ser i nmutabl e y, a través de l a razón, podemos conocer su manera de ser. Aunque esa l ógi ca de pensami ento si gue l atente en nuestra vi da di ari a, está naci endo una nueva concepci ón. El nuevo paradi gma, sobre el que se fundamenta el coaching, postul a que l os seres humanos no somos de determi nada manera, si no que estamos siendo, y que si empre podemos cambi ar. La nueva vi si ón sosti ene tambi én que el l enguaj e, l ej os de ser un mero i nstrumento pasi vo que se l i mi ta a descri bi r al mundo, en verdad, puede crearl o. «Al postul ar que el l enguaj e es generati vo, estamos sosteni endo que el l enguaj e es acci ón… A través del l enguaj e no sól o habl amos de l as cosas, si no que al teramos el curso espontáneo de l os aconteci mi entos: hacemos que l as cosas ocurran. P or ej empl o, al proponerl e al go a al gui en o al deci rl e “sí ”, “no”, “basta”, i nterveni mos en el curso de l os aconteci mi entos. Basta pensar en l as i nfi ni tas oportuni dades en l as que una persona, un grupo y un paí s cambi aron de di recci ón porque al gui en di j o l o que di j o», expl i ca Echeverrí a.

ANTES DEL LENGUAJE NO HABÍA NADA P ara Hel en Kel l er, ci ega y sordomuda a causa de una enfermedad que contraj o a l os di eci nueve meses, su vi da parecí a estar predesti nada al si l enci o y al ai sl ami ento. Así fue hasta que conoci ó a su maestra Anne Sul l i van, que se encontró con una ni ña que, además de no ver, ni oí r, ni habl ar, era bastante mi mada y capri chosa. Al pri nci pi o sus enseñanzas fueron i nfructuosas, hasta que una tarde de verano Anne l l evó a Hel en hasta una bomba de agua. Mi entras puso una de sus manos baj o el agua fresca, del etreó en l a otra pal ma l a pal abra agua vari as veces. En ese momento se produj o el mi l agro: Hel en de pronto comprendi ó l o que esa pal abra querí a deci r; entendi ó que esas l etras nombraban el agua y que el l a podí a evocar l a sensaci ón del agua en su mano, evocando l a pal abra. Durante el regreso a casa, agotó a su maestra pi di éndol e saber todas l as pal abras… Anne escri bi ó en su i nforme: «Hel en ha aprendi do que cada cosa ti ene un nombre y que el al fabeto manual es l a cl ave para conocer todo l o que qui era». A parti r de ese dí a, el progreso de Hel en fue i mparabl e. Todo l o que querí a saber l o aprendí a. Lo que si gui ó fue entender que l a pal abra no sól o se usa para nombrar l as cosas que tambi én se pueden tocar, si no para dar cuenta del mundo abstracto: «Un dí a traj e un puñado de vi ol etas a mi profesora Anne. El l a trató de besarme, pero l a rechacé, pues no querí a que nadi e me besase excepto mi madre. Anne me rodeó con el brazo y del etreó en mi mano “yo te amo, Hel en”. Yo pregunté: “¿Qué es amor?” El l a apuntó con su dedo a mi corazón y di j o: “Está aquí ”. Eso me asombró, pues hasta entonces creí a que sól o tení an nombre l as cosas que se podí an tocar». Hel en decí a que, antes de tener pal abras, el l a se sentí a como un fantasma, un no ser. Después del l enguaj e apareci ó todo: aprendi ó vari os i di omas, i ncl uyendo l atí n y gri ego; escri bi ó catorce l i bros; se convi rti ó en l a pri mera muj er sordomuda y ci ega en graduarse en una uni versi dad, y l o hi zo con honores. Y hasta vi aj ó por el mundo dando conferenci as para ayudar a l os

di scapaci tados.

Cuando aprendí el significado del yo y del mí, me enteré de que yo era algo y comencé a pensar. HELEN KELLER

L AS PALABRAS TIENEN PODER El l enguaj e crea real i dades. A través de l o que deci mos y de cómo l o deci mos; por aquel l o que cal l amos, por l o que opi namos y por l as i ntenci ones que subyacen a nuestras pal abras, podemos crear una real i dad para nosotros y para qui enes nos rodean. Hay pal abras que abren posi bi l i dades y pal abras que l as ci erran, hay conversaci ones creati vas y otras destructi vas, tambi én hay decl araci ones que pueden cambi ar el mundo. Nuestras pal abras pueden crear confi anza o desconfi anza… Aunque no seamos pl enamente consci entes de el l o, muchos segui mos con patrones de pensami ento y una vi si ón del ser y del l enguaj e de l a época cartesi ana. P or eso muchas veces creemos que exi ste una sol a verdad frente a l os aconteci mi entos, que l as cosas son de determi nada manera y que cada ser humano es de una forma i nmutabl e. Entonces resul ta vi tal aprender nuevas habi l i dades y desaprender ci ertas formas muy arrai gadas, así como cuesti onar l o aprendi do, para renovar nuestra mi rada sobre l o que ya sabemos. Como asegura Al vi n Tofl er, «l os anal fabetos del futuro no serán l os que no sepan l eer y escri bi r, si no l os que no sepan aprender, desaprender y reaprender». Y a propósi to del uso que hacemos de l as pal abras, cuenta l a l eyenda que un maestro zen reci bi ó en su casa a un presti gi oso profesor uni versi tari o que fue a su encuentro para aprender sobre el cami no zen. Mi entras conversaban, el maestro l e ofreci ó un té al vi si tante y comenzó a l l enar su taza. En un aparente gesto de di stracci ón, conversaba y mi raba al profesor mi entras vertí a el l í qui do, de manera que, una vez que l a taza estuvo col mada, si gui ó si rvi éndol e té hasta rebal sarl a y empezar a vol carse el l í qui do por el pl ato, por l a mesa… hasta derramarse en el pi so. Aun así no se detuvo. El vi si tante l o mi ró confundi do y l e di j o: «Maestro, l a taza está l l ena, ¡no cabe ni una gota más!» El maestro l o mi ró sonri ente y l e respondi ó: «Al i gual que esta taza, usted está l l eno de sus opi ni ones… ¿Cómo podrí a yo mostrarl e al go sobre el cami no zen si no ti ene más l ugar en su taza?»

La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha. MONTAIGNE

L OS CINCO PRINCIPIOS PARA ACTIVAR EL PODER DE LAS PALABRAS

Usamos l as pal abras todos l os dí as, de manera oral y escri ta. Mantenemos conversaci ones, escri bi mos correos el ectróni cos, negoci amos, debati mos, preguntamos, respondemos… Si n embargo, muchas veces habl amos si n ser pl enamente consci entes del efecto que l as pal abras ti enen en nosotros y en l os otros. Don Mi guel Rui z, médi co ci ruj ano, heredero de l a sabi durí a tol teca, en su l i bro Los Cuatro Acuerdos transmi te val i osas enseñanzas acerca del uso de l a pal abra. Sus sugerenci as son que seamos i mpecabl es con nuestras pal abras, que no hagamos suposi ci ones, que no tomemos nada de manera personal y que hagamos si empre l o máxi mo que podamos. Aquí ofrecemos ci nco pri nci pi os para acti var el poder de l as pal abras, potenci ando l as conversaci ones que tenemos en todos l os contextos: 1. 2. 3. 4. 5.

Crear confi anza con pal abras í ntegras. Dar y reci bi r opi ni ones con sabi durí a. Evi tar l as concl usi ones apresuradas. Entregar l o mej or de uno mi smo, con al egrí a y fl exi bi l i dad. Acti var el poder del reconoci mi ento.

Crear confianza con palabras íntegras La i mpecabi l i dad está rel aci onada con l a i ntegri dad. Como ya señal amos, l a i ntegri dad genera confi anza. Se trata de que nuestras pal abras estén al i neadas con nuestros pensami entos y con nuestras i ntenci ones, y de deci r sól o aquel l o en l o que de verdad creemos; de el i mi nar l as menti ras, pues l a menti ra erosi ona nuestra autoesti ma y l a i magen que l os demás se hacen de nosotros, y tambi én nos qui ta energí a mantener l a verdad ocul ta o fi ngi r, porque eso desgasta. Tomando conci enci a de que nuestras pal abras ti enen poder y pueden generar i ncl usi ón o separaci ón, l a i mpecabi l i dad tambi én i mpl i ca dej ar de l ado l as habl adurí as. A veces puede resul tar un desafí o apartarse de l os rumores y de l as pal abras que provi enen del paradi gma del mi edo… En este senti do, hay un rel ato muy revel ador, que sol emos contar cuando encaramos este tema. Un j oven di scí pul o l l egó a l a casa de su maestro, un sabi o fi l ósofo, y l e di j o: —Vengo a deci rte al go i mportante, que no puedo cal l ar, pues un ami go estuvo habl ando de ti con mal evol enci a… —¡Espera! —l o i nterrumpi ó el fi l ósofo—. ¿Hi ci ste pasar por l as tres rej as lo que vas a contarme? —¿Las tres rej as? —preguntó el di scí pul o. —Sí . La pri mera es l a verdad. ¿Estás seguro de que l o que qui eres contarme es absol utamente ci erto? —No. Lo oí comentar a unos veci nos… —Al menos l o habrás hecho pasar por l a segunda rej a, l a bondad. Eso que deseas deci rme, ¿es bueno para al gui en? —No, en real i dad no. Al contrari o… —La úl ti ma rej a es l a necesi dad. ¿Es necesari o hacerme saber esto que tanto te i nqui eta? —A deci r verdad, no.

—Entonces —di j o el sabi o con una sonri sa franca—, si no es verdad, ni es bueno, ni es necesari o, sepul témosl o en el ol vi do.

Dar y recibir opiniones con sabiduría Las opi ni ones o l os j ui ci os pueden ser una fuente de gran sufri mi ento. Acostumbrados a confundi r hechos con j ui ci os, sol emos expresar nuestras opi ni ones como si fuesen descri pci ones de l a real i dad, dando por sentado que l os demás ven l o mi smo que nosotros y anul ando l a posi bi l i dad de que opi nen di ferente. De l a mi sma manera, a veces tomamos por i rrefutabl es l as opi ni ones que otras personas dan sobre nosotros. Cuando escuchemos un comentari o de al gui en que nos hi ere, pensemos si se trata de un hecho o de una opi ni ón. Si es un hecho, revi semos si hay al go en nuestra manera de actuar que es facti bl e de ser corregi do, ya que puede ser un feedback vál i do que nos puede ayudar a cambi ar. Si es una opi ni ón, l o pri mero que podemos recordar es que l os j ui ci os habl an mucho más de l a persona que l os emi te que de qui en l os reci be. A su vez, hay al gunas opi ni ones que son vál i das y pueden ayudarnos a crecer. No podemos evi tar que l os demás opi nen sobre nosotros. Lo que sí podemos evi tar es que esas opi ni ones se encarnen en nuestro ser hasta l asti marnos o convencernos de que, en efecto, eso somos. Es i mportante hacer, en ese momento, un trabaj o i nterno para recordar que tenemos un val or i ntrí nseco que no depende de l o que l os demás opi nen de nosotros. Una de l as técni cas que enseñamos en nuestros cursos es que, frente a l a opi ni ón desfavorabl e o mal i ntenci onada de otra persona, repi tamos i nternamente: «Si n i mportar l o que pi enses de mí o me di gas, yo si go si endo una persona val i osa». A su vez, cui demos nosotros nuestras pal abras al emi ti r j ui ci os. Como expl i ca Echeverrí a, a di ferenci a de un hecho, una opi ni ón no puede ser verdadera o fal sa, si no fundada o i nfundada. Y de acuerdo con l a i ntenci ón con l a que se di ce, tambi én puede ser constructi va o destructi va. Aprender a expresar una opi ni ón como tal , en l ugar de verbal i zarl a como si fuera un hecho, es una habi l i dad cl ave para una comuni caci ón efecti va, ya que l as opi ni ones personal es di chas como verdades generan tensi ón, no dan l ugar al entendi mi ento y producen ri gi dez en qui en escucha. Si al gui en di ce: «Este lugar no sirve para tener una reuni ón», no dej a abi erta l a posi bi l i dad de que otro pi ense di ferente, está dando su opi ni ón como una verdad i rrefutabl e, l o cual genera un natural rechazo en qui en l o escucha, en especi al si l a otra persona pi ensa di sti nto. En cambi o, si di ce: «Desde mi punto de vista, este l ugar no es el más adecuado para tener una reuni ón», está expresando l a mi sma i dea, pero se está adueñando de su opi ni ón si n i mpedi r que otro mani fi este una di ferente, l o cual contri buye a establ ecer una mej or comuni caci ón. Expresar opi ni ones como hechos, además, suel e generar en el otro una reacci ón defensi va, que puede ori entar l a conversaci ón haci a demostrar qui én ti ene l a razón. P ara evi tar eso, al canza con agregar, antes de emi ti r cual qui er opi ni ón: «Yo creo que…», «Yo opi no que…», «Yo pi enso que…», «Desde mi punto de vi sta…» Este modo de expresarse armoni za el di ál ogo. Es i nteresante, en este senti do, recordar el i ni ci o de l a carrera artí sti ca de Fred Astai re. Tras su pri mera audi ci ón, el di rector de MGM escri bi ó un i nforme que decí a: «No sabe cantar. No sabe actuar. Apenas sabe bai l ar un poco». Si n embargo, Astai re hi zo que su propi a voz y su convi cci ón fuesen más fuertes que ese demol edor j ui ci o: después de ese comentari o que podrí a haber desal entado a muchos, fue consi derado unáni memente como el mej or bai l arí n del si gl o XX y

una de l as personal i dades artí sti cas más i nfl uyentes de l os musi cal es de ci ne y de tel evi si ón. ¿Qué hubi era pasado si Fred Astai re tomaba esa opi ni ón como un hecho? ¿Qué nos pasa a nosotros cuando tomamos l a opi ni ón que otros ti enen sobre nosotros, nuestras habi l i dades, tal ento o trabaj o como un hecho? Hay otra hi stori a muy el ocuente, cuyos protagoni stas son dos empl eados de una fábri ca de zapati l l as que vi aj an a una regi ón del «fri ca para abri r nuevos mercados. A su regreso, uno de el l os comenta: —Imposi bl e, no es un mercado para nosotros, al l í nadi e usa zapati l l as, l a gente anda descal za, así que nunca comprarán zapati l l as. P ero el segundo opi na: —Es l a mej or oportuni dad de negoci os que he vi sto en mi vi da: nadi e ti ene zapati l l as… ¡Todos van a querer comprar zapati l l as! Ambos fueron al mi smo l ugar y observaron l o mi smo. Si n embargo, emi ti eron j ui ci os di ametral mente opuestos. ¿Qui én tení a razón? No l o sabemos. P ero, ¿cuál de l os dos j ui ci os abrí a, en verdad, nuevas posi bi l i dades? Frente al mi smo hecho, l as personas pueden tener di ferentes i nterpretaci ones y opi ni ones. El secreto está en el egi r aquel l as que abren posi bi l i dades y descartar l as que nos ci erran l os cami nos.

Cuando hables, procura que tus palabras sean mejores que el silencio. Proverbio indio

Evitar las conclusiones apresuradas Como vi mos en el capí tul o anteri or, muchas veces l os pensami entos nos ti enden trampas. Una de el l as es l a de «l ectura de l a mente», esa tendenci a a creer que sabemos l o que l as otras personas pi ensan y si enten. Son suposi ci ones que tomamos como verdades y que ti ñen nuestras percepci ones y nuestras acci ones. No hacer suposi ci ones tambi én i mpl i ca habl ar con cl ari dad, si n rodeos; no dar por obvi o que l os demás entendi eron aquel l o que di j i mos, pues habl ar y escuchar son dos fenómenos compl etamente di ferentes. En una de mi s sesi ones de coaching, un cl i ente me presentó l a si gui ente si tuaci ón: di j o que no estaba muy contento con l os resul tados de su equi po. Le pregunté si l es habí a mani festado a todos su di sconformi dad con l os resul tados y me di j o que sí , que i ncl uso l o habí a hecho por escri to. Le pedí entonces que me envi ara l os mensaj es que habí a entre él y su equi po como para tener más el ementos de anál i si s. Al l eer l os correos el ectróni cos que él l e habí a envi ado, me costó comprender cuál era el probl ema, no pude ver cl aramente qué l es habí a queri do deci r. Noté que cuando él l es señal aba al go para mej orar, revestí a l os hechos de muchas pal abras i nnecesari as, suavi zaba con eufemi smos l as cosas con l as que no estaba de acuerdo y daba tantas vuel tas al asunto que, al l l egar al fi nal del mensaj e, yo quedaba tan confundi da, que tení a que empezar a l eer nuevamente. En el si gui ente encuentro de coaching sostuvi mos este di ál ogo: —Dani el , ¿qué fue concretamente l o que te di sgustó? —Estoy desconforme con l a forma en que están tratando a l os nuevos cl i entes. Veo que ponen dedi caci ón y cui dado en l os detal l es con l os cl i entes de

si empre, pero que a l os nuevos casi no l es dan i mportanci a —respondi ó. —¿P or qué no se l os di j i ste con cl ari dad? —P orque tuve mi edo de ofenderl os. Yo sé que ponen un gran empeño en el trabaj o que real i zan y no qui se que pensaran que no me doy cuenta de eso. Además, me parece que es obvi o que hay que tratar bi en a l os nuevos cl i entes, es al go que yo l es transmi to si empre. Habl ar con cl ari dad si gni fi ca no dar cosas por sentadas ni suponer que el otro ya sabe cuál es son nuestros estándares de trabaj o. Habl ar cl aro no es andar con rodeos y eufemi smos, escondi endo nuestros deseos detrás de mi l vel os. Habl ar con cl ari dad no es deci r pocas pal abras fuera de contexto, hi ri entes o despi adadas. Habl ar cl aro es no confundi r a l a persona con l a acci ón; deci r «Eres un descuidado con l os cl i entes nuevos» no es l o mi smo que deci r «No estás cuidando a l os cl i entes nuevos». P orque l a acci ón de descui dar se puede cambi ar fáci l mente, pero acusar de «ser» a una persona descui dada toca l a esenci a del otro, l o rotul a de esa manera y l o l asti ma.

No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. Efesios 4:29

Entregar lo mejor de uno mismo con alegría y flexibilidad Este pri nci pi o es una i nvi taci ón a entregar, en todas l as ci rcunstanci as de l a vi da, l o mej or que tengamos, evi tando mostrarnos duros con nosotros mi smos y con l os demás. Nos vol vemos rí gi dos cuando nos aferramos a nuestras opi ni ones, i ntentando tener l a razón. Nos mostramos duros cuando tomamos l os errores como si gnos de fracaso. Nos vol vemos i ntol erantes cuando confundi mos l a excel enci a con l a perfecci ón. P odemos ser excel entes con l a pal abra, dar l o mej or de nosotros mi smos cada vez que expresamos una opi ni ón y preguntarnos, antes de habl ar, si aquel l o que vamos a deci r es para al go bueno, necesari o, y si es verdadero.

Activar el poder del reconocimiento Las pal abras de reconoci mi ento ti enen un i mpacto al tamente posi ti vo en l as personas; si n embargo, muchas veces desconocemos cuán poderoso es detenerse a reconocer a l os demás. El reconoci mi ento efecti vo del que estamos habl ando va más al l á del di nero, que tambi én es i mportante; es una expresi ón auténti ca de agradeci mi ento por una l abor bi en real i zada. Jack Canfi el d en Los principios del éxito cuenta que para saber qué es l o que moti va a l os empl eados, una empresa de asesorami ento empresari al real i za, todos l os años, un estudi o entre 200 empresas. Les dan a l os empl eados una l i sta con 10 puntos —entre l os cual es

está el buen suel do y el reconoci mi ento—, y se l es pi de que puntúen de 1 a 10 qué es l o más i mportante para el l os, l o que más l os moti va a trabaj ar. La mi sma l i sta se l es entrega a l os gerentes y a l os di rectores de l as empresas, pi di éndol es que puntúen, según su opi ni ón, qué es l o que creen que más moti va a sus empl eados a trabaj ar al l í . Si bi en l os resul tados varí an de año a año, hay al go que si empre permanece i gual : l o que l os empl eados el i gen como pri mer factor de moti vaci ón. Uno di rí a que l os empl eados pondrí an el buen suel do en pri mer l ugar. Si n embargo, l os empl eados si empre ponen el reconoci mi ento en pri mer l ugar, mi entras que di recti vos y j efes l o col ocan en octavo puesto. Los tres pri meros puntos pri vi l egi ados por l os empl eados son de ti po acti tudi nal , ¡y no ti enen costo al guno! EMPLEADO S 1. Reco no cimient o . 2. Inclusión en las cuest iones de la empresa. 3. Act it ud comprensiva. 4. Seguridad laboral. 5. Buen sueldo. 6. Trabajo int eresant e. 7. Oport unidades de promoción. 8. Lealt ad de la dirección. 9. Buenas condiciones de t rabajo. 10. Trat o considerado.

JEFES Y DIRECT IVO S 1. Buen sueldo. 2. Seguridad laboral. 3. Oport unidades de promoción. 4. Buenas condiciones de t rabajo. 5. Trabajo int eresant e. 6. Lealt ad de la dirección. 7. Trat o considerado. 8. Reco no cimient o . 9. Act it ud comprensiva. 10. Inclusiones en las cuest iones de la empresa.

El reconoci mi ento es al go que todos l os seres humanos necesi tamos. Es una manera de ayudarnos a recordar qui énes somos y una de l as mej ores formas de construi r nuestra confi anza. Es tambi én una forma de estrechar ví ncul os con l as personas que nos rodean —en nuestro ambi ente de trabaj o, en nuestra fami l i a, en nuestro cí rcul o de ami stades—. Cuando el reconoci mi ento es genui no, puede tener efectos sorprendentes y puede transformar l a vi da de qui en l o da y de qui en l o reci be. He teni do el pri vi l egi o de presenci ar momentos de verdadera transformaci ón en nuestros semi nari os, cuando trabaj amos sobre el reconoci mi ento. En una acti vi dad que l l amamos «l a acti tud de l a grati tud», he escuchado a vari as personas deci r en voz al ta: «Hace años que no me detení a a pensar en l o mucho que tengo para agradecerl e y reconocerl e a mi mari do», «¡Nunca consi deré l o i mportante que esto podí a ser y l o bi en que me harí a senti r!»

EL RECONOCIMIENTO EFECTIVO P odrí amos deci r que a Fel i pe l a vi da l e habí a dado pocas oportuni dades de éxi to. Naci do en un medi o de baj os recursos donde l a mayorí a de l os adol escentes no compl eta l a escuel a secundari a, en un paí s donde l a educaci ón superi or es una opci ón cada vez más reduci da y donde l a fal ta de trabaj o es moneda corri ente, a l os 18 años el futuro de Fel i pe era de di fí ci l pronósti co. P ero él era di ferente. No sól o habí a compl etado l a escuel a secundari a, si no que además l o habí a hecho con muy buenas cal i fi caci ones. De manera que cuando l a vi da, que a veces se nos antoj a i nj usta, l e ofreci era una oportuni dad, Fel i pe

estaba preparado para no dej arl a pasar. Ci erto dí a se presentaron en su casa unas personas que pertenecí an al programa P escar, cuya mi si ón consi stí a en reuni r a j óvenes bri l l antes de 17 y 18 años, proveni entes de medi os de muy escasos recursos. El programa l e ofrecí a un año de formaci ón adi ci onal , de manera gratui ta, que l e permi ti era i nserci ón l aboral y prosecuci ón de estudi os uni versi tari os. Le bri ndarí an herrami entas prácti cas y técni cas acerca del know-how de una empresa, pues son empresas l as que l l evan adel ante l a capaci taci ón durante nueve meses. ¡Nueve meses! En nueve meses se desarrol l a una vi da, se forma un ser humano. Tuvi mos el pri vi l egi o de col aborar en este programa de desarrol l o soci al . Nuestra tarea consi stí a en darl e un perfi l a l os aspectos humanos de l a formaci ón: autoesti ma, moti vaci ón y aprendi zaj e efecti vo. El pri mer dí a de nuestra i ntervenci ón trabaj amos sobre el que serí a nuestro ej e: nada más y nada menos que l a confi anza. Desde al l í edi fi camos l os cuatro pi l ares de l a autoesti ma: • Cómo construi r seguri dad: l a i mportanci a de l as regl as de j uego. • Cómo construi r i denti dad: conocer nuestros tal entos y nuestros espaci os de aprendi zaj e. • Cómo construi r pertenenci a: saber cómo actuar como parte de un equi po. • Cómo construi r l os senti dos de propósi to y de competenci a: establ ecer metas y obj eti vos, ¡y cel ebrarl os! Como parte de l a construcci ón del senti do de pertenenci a, l es propusi mos a l os j óvenes una acti vi dad de reconoci mi ento efecti vo, una experi enci a que l es i ba a abri r l a mente y el corazón y que l os pondrí a en contacto con l o mej or de sí mi smos. Fel i pe se ofreci ó como vol untari o para ser rey por un día. Le pedi mos que nos esperase fuera del reci nto. Mi entras tanto, si n que él se enterara, vol camos una l l uvi a de i deas sobre l as cual i dades posi ti vas de Fel i pe. Al cabo de unos mi nutos, l o i nvi tamos a regresar a l a sal a. Una formaci ón en cí rcul o l o esperaba para reci bi rl o con honores de rey. No fal taron l a músi ca ni l a capa ni l a corona. La maestra de ceremoni as —Fl orenci a— l e expl i có que él era nuestro rey y que querí amos honrarl o, reconoci endo l as cosas buenas que veí amos en él . Uno a uno, sus ami gos y compañeros l e fueron di ci endo, con pal abras breves pero auténti cas, todo l o posi ti vo que veí an en él … Y no sól o se l o di j eron, si no que l e di eron una hoj a en donde estaba el reconoci mi ento por escri to: «Eres muy sol i dari o», «Si empre ayudas a l os demás», «Eres muy responsabl e», «Si empre sonrí es»… Mi entras Fel i pe l eí a, todos l os presentes empezamos a ver que su cara se transformaba como qui en acaba de hacer un gran descubri mi ento. Al cabo de unos mi nutos, l evantó su vi sta del di pl oma y con l a emoci ón apretando su garganta di j o: «¿Cómo puedo agradecerl es? Ustedes no saben l o que esto si gni fi ca para mí … Nunca nadi e me habí a di cho todo esto bueno de mí . Voy a l l evar este papel a mi casa, se l o voy a mostrar a mi s padres. ¡Lo voy a guardar para si empre!» Estamos seguras de que Fel i pe y el resto de sus compañeros recordarán por si empre aquel dí a. Como suel e señal arse, podrán ol vi dar l o que l es di j eron, pero si empre recordarán cómo l os hi ci eron senti r. De eso se trata el poder del reconoci mi ento efecti vo.

Puedo vivir durante dos meses de un buen reconocimiento.

MARK T WAIN

El reconoci mi ento es poderoso: energi za tanto al que l o expresa como al que l o reci be. Nos compl eta: hay cosas que no sabemos de nosotros mi smos, a menos que al gui en nos l o di ga. El reconoci mi ento nos equi l i bra: como estamos acostumbrados a centrarnos en l o mal o, l o bueno l o damos por sentado. Un buen reconoci mi ento es un gesto de grati tud muy val orado. Como di j o Gertrude Stei n, a nadi e l e si rve de mucho l a grati tud si l enci osa. Si n embargo, no sol emos reconocernos a nosotros mi smos. Desde que empezamos a formar parte del si stema educati vo, hay un énfasi s mucho mayor en destacar l os errores que l os aci ertos. ¿Será por eso que tambi én nos cuesta reconocer a l os demás?

¿Por qué no reconocemos a los demás? Unos años atrás, el edi tor en j efe de l a revi sta Fortune se sol azaba en deci r que j amás habí a que reconocer a nadi e. Cuando l e preguntaron por qué no, contestó: «La gente que es buena sabe que es buena. No necesi tan escucharl o». Si n embargo, en el l i bro The Carrot Principle, l os consul tores Adri an Gosti ck y Chester El ton expl i can que l a gente trabaj a con mucho más entusi asmo con un j efe apreci ati vo. Ci tan el estudi o que se real i zó a 200.000 ej ecuti vos durante un perí odo de di ez años, y se encontró que l as empresas que fomentan l a cul tura del reconoci mi ento y el agradeci mi ento ti enen gananci as muy superi ores a l as que no l o practi can. Evi dentemente, l as personas sí necesi tan escucharl o. Entonces… ¿por qué no reconocemos como corresponde a l os demás? • P orque no nos reconocemos a nosotros mi smos. «¿Reconocernos? ¿Qué es eso?» Como vi mos en el capí tul o de l os pensami entos, una de l as mayores necesi dades humanas es l a de autorreconoci mi ento; si no l o tenemos, se convi erte en uno de l os grandes obstácul os para senti rnos merecedores de al canzar nuestras metas. Y, por supuesto, puede afectar el modo en el que reconocemos a l os demás. • P or l a creenci a errónea de que, si reconocemos a l as personas, van a vanagl ori arse. «Si l e di go todo l o bueno que es, me va a pedi r un aumento de suel do.» • P or no saber cómo hacerl o. A veces se pi ensa que es al go muy compl i cado o que puede l l evar mucho ti empo, y entonces, baj o ese pretexto, no l o hacen. Si n embargo, puede marcar una enorme di ferenci a una breve nota manuscri ta que si mpl emente di ga: «Fel i ci taci ones por tu desempeño en l a reuni ón que mantuvi ste con el cl i ente» o una l l amada tel efóni ca a una ami ga para deci rl e: «Graci as por i nvi tarnos a comer anoche, l a comi da fue exqui si ta y nos hi ci ste pasar un muy l i ndo momento». • P or creer que no es al go muy i mportante o necesari o y que, de todas maneras, l a otra persona ya l o sabe.

¿Cuáles son las claves del reconocimiento

efectivo? Hay qui enes, aun con buena i ntenci ón, no l ogran que su reconoci mi ento sea efecti vo. Un «graci as por todo» o «buen trabaj o» puede no ser sufi ci ente. P ara que el reconoci mi ento tenga efecto, debe cumpl i r ci ertos requi si tos: • Ti ene que ser mereci do, es deci r, verdadero; no i nventado ni exagerado; ni para quedar bi en, ni para mani pul ar. • Ti ene que ser i nmedi ato, l o más cercano posi bl e al hecho que l o moti va, y centrado en l a acci ón, en l o que l a persona hi zo: «Este informe es una maravi l l a» en l ugar de «Tú eres una maravi l l a». • Indi vi dual . Aunque sea un trabaj o en equi po, es i mportante habl arl e a cada una de l as personas, l l amarl as por su nombre. • Especí fi co, que descri ba qué es l o que moti va el reconoci mi ento; se debe señal ar hechos, conductas o acti vi dades puntual es. • Sosteni do: no basta con hacerl o una vez al año, si no todas l as veces que sean posi bl es. • Espontáneo: expresar l a admi raci ón con l a mayor natural i dad, si n mi edo, si n vergüenza, con emoci ón. «Lo que hi ci ste si gni fi có mucho para mí .»

CONVERSACIONES EFECTIVAS Si n duda, una buena conversaci ón depende tanto del que habl a (el emi sor) como del que escucha (el receptor). Una buena comuni caci ón deri va del buen desarrol l o de l as habi l i dades de habl ar y de escuchar que tengan ambos. Comencemos por l a escucha, que suel e ser l a habi l i dad menos trabaj ada. A menos que tengamos una di scapaci dad, qui enes podemos oí r bi en sol emos pensar que eso nos habi l i ta para escuchar a l os otros de manera ópti ma. Y esto no si empre es así …

La escucha efectiva ¿Qué es l a escucha? A di ferenci a del oír, que es un acto bi ol ógi co, escuchar es un acto i nterpretati vo. Il ustremos l a di ferenci a. En compañí a de al gui en, por un i nstante, ci erren l os oj os y presten atenci ón a l os soni dos ambi ental es. Luego abran l os oj os y escrí banl os en un papel , y comparen l as respecti vas notas. Con seguri dad verán que, aunque no hayan oí do exactamente l os mi smos soni dos, l a mayorí a sí serán l os mi smos. Ahora l es propongo que escuchen un di ál ogo en l a radi o o en l a tel evi si ón, y l uego pongan por escri to l as pri nci pal es cosas que se di j eron. Verán que, en este caso, hay muchas más di ferenci as de opi ni ón. «Eso no se di j o», «Yo eso no l o escuché», «Yo escuché otra cosa». ¿P or qué sucede esta di spari dad? P orque el escuchar es un acto donde i ntervi ene l a i nterpretaci ón, escuchamos l o que, de al guna manera, estamos predi spuestos a escuchar, y esto es personal . Saberl o nos si rve para darnos cuenta, como di j i mos al i ni ci o, de que escuchar es más que oí r, y escuchar es una habi l i dad que necesi ta y merece ser desarrol l ada. En nuestros semi nari os sol emos hacer un ej erci ci o que consi ste en escuchar a otra persona habl ar

durante un mi nuto, si n i nterrumpi r, si n opi nar, si n hacer otra cosa, j ustamente, que escuchar. ¡Suel e ser un enorme desafí o para casi todos! ¿Qué hace fal ta para tener una buena escucha? En pri mer l ugar hace fal ta tener una buena predi sposi ci ón, una apertura fí si ca, mental y emoci onal . Los expertos en comuni caci ón señal an que tener una di stanci a equi val ente al l argo de un brazo serí a l o más favorabl e. Tambi én aseguran que l a apertura mental se puede l ograr manteni endo una postura corporal abi erta, es deci r, evi tar tener l os brazos o l as pi ernas cruzadas. Y en l o posi bl e estar en un l ugar que favorezca l a conversaci ón. Tambi én hace fal ta tener una acti tud de respeto mutuo para reconocer y aceptar l as di ferenci as. Rafael Echeverrí a expl i ca que una de l as grandes di fi cul tades de l a escucha es que damos por sentado que l o que escuchamos es l o que se di j o, y suponemos que l o que deci mos es l o que l as personas van a escuchar. Lo que hace fal ta entonces es tener en cl aro, desde el i ni ci o, que l a escucha no termi na en el acto de oí r, si no que a eso se agrega l a i nterpretaci ón personal , ori gen de muchas de nuestras di ferenci as y mal os entendi dos. Detengámonos en al gunos otros factores que favorecen l a escucha: • Hacer preguntas, formul ar preguntas sobre l o di cho: «¿Qué qui ere deci r que será un año di fí ci l ? ¿Me podrí as dar un ej empl o?» • Veri fi car con preguntas para entender mej or, para acl arar supuestos: «¿Lo que has di cho qui ere deci r que…?» «¿Lo que estoy escuchando i mpl i ca que…?» • Observar l os mensaj es verbal es y l os no verbal es, estar atento tanto a l as pal abras como a l a acti tud corporal de l a otra persona. El l enguaj e de l os gestos puede deci r más que l as pal abras. • Escuchar con empatí a, poder ponerse en el l ugar del otro, para comprender mej or su punto de vi sta. • Escuchar con paci enci a. Hay personas que tardan más que otras en el aborar sus pensami entos y expresarl os en forma oral . Darl es ti empo, evi tar compl etar l a frase por el otro. • Ir al encuentro con ganas de aprender del otro y evi tar cual qui er pensami ento descal i fi cador. • Evi tar pensar que ya sabemos todo l o que el otro nos va a deci r. ¡En verdad no l o sabemos! • Y, de i gual manera, evi tar estar ensayando mental mente l a conversaci ón que tendremos, l as respuestas posi bl es, pues eso nos al ej a del l a persona y nos i mpi de vi vi r ese momento con pl eni tud. Tal vez, una de l as cosas que más ayude a l a escucha efecti va sea i r al encuentro sabi endo que es un momento úni co, que no se repeti rá. Estar presentes, conectados, i nteresados en l o que el otro ti ene para deci rme. Como di j o Marti n Buber, «pese a todas l as si mi l i tudes, cada si tuaci ón de l a vi da es como el reci én naci do, ti ene un nuevo rostro que no habí a apareci do ni vol verá a aparecer j amás. Exi ge, pues, una manera de actuar que no puede preverse de antemano». La escucha, como todas l as habi l i dades de l as que estamos habl ando en este l i bro, requi ere de una i ntenci ón auténti ca para generar confi anza. Escuchar a otros no es si mpl emente permanecer en si l enci o, si no poder vol ver sobre l o que l a otra persona di j o, y tomar acci ones que refl ej en que hemos escuchado de verdad. Esto construye l a confi anza. Cuando, por el contrari o, perci bi mos que al gui en pareci era estar escuchándonos pero no l o está, l a confi anza cae. Recuerdo el caso de un cl i ente que di l i gentemente habí a aprendi do todas l as técni cas de l a escucha efecti va: sabí a l a i mportanci a de hacer si l enci o

cuando su i nterl ocutor habl aba, de no i nterrumpi r, y de retomar parte de sus pal abras transformándol as en preguntas. Usaba l as técni cas porque a corto pl azo l e daban muy buenos resul tados con su equi po de trabaj o, pero no habí a hecho un cambi o genui no en su i nteri or. Un ej empl o de esto eran sus sesi ones de feedback, en l as que ani maba a sus col aboradores a que l e di eran i deas para mej orar su manera de trabaj ar. Las personas se sentí an escuchadas, pero por poco ti empo, pues pronto notaban que aun cuando en rei teradas ocasi ones vari os de el l os señal aban al go para cambi ar, esta persona termi naba haci endo l o que si empre habí a hecho: su vol untad. Y aunque parecí a que l os escuchaba, en real i dad era una estrategi a para que el l os si nti eran que parti ci paban en l a toma de deci si ones, pero l a regl a no di cha era: «Ustedes den su opi ni ón, yo l os escucho, pero i gual voy a hacer todo l o que ya tení a en mente». En su equi po empezó a i nstal arse una sensaci ón de pérdi da de ti empo en estas sesi ones y, sobre todo, empezaron a perder l a confi anza en él . Cuando l as técni cas no van acompañadas de un i nterés genui no por l os demás, en al gún momento l a máscara cae, el decorado se desarma. La postura que no se sosti ene en el ti empo y, en general , l as si tuaci ones desafi antes hacen afl orar l as verdaderas i ntenci ones. En defi ni ti va, es i núti l usar nuevas técni cas si n hacer cambi os i nteri ores de conci enci a, porque esto va en detri mento de l a confi anza que l os demás si enten haci a nosotros y, al fi nal del dí a, de l a i magen que tenemos de nosotros mi smos.

Conversaciones difíciles: los siete pasos Como el otro el emento i mportante de l a comuni caci ón es el receptor, l o que a veces más nos cuesta es prepararnos para una conversaci ón di fí ci l . Desde el coaching se ofrece una sol uci ón bastante prácti ca para atravesar con el vi ento a favor ese ti po de experi enci as, a l as que l l amamos «conversaci ones mul ti ni vel ». • P ri mer paso Senti r empatí a, ponerse en el l ugar del otro pensando en uno mi smo. ¿En qué oportuni dad hi ce yo al go pareci do? ¿Cómo me sentí ? ¿Qué me despi erta esa emoci ón? Esto nos ayuda a i nterrumpi r esa cadena de j ui ci os automáti cos que sol emos tener, en especi al cuando estamos enoj ados con al gui en. Tambi én nos ayuda a i magi nar qué nos gustarí a que nos di j eran a nosotros si fuésemos el receptor de ese mensaj e. • Segundo paso P oner a nuestro i nterl ocutor en contexto, antes de empezar a habl ar puntual mente de aquel l o que nos mol esta, enoj a, preocupa. Esto i mpl i ca expresarl e a l a otra persona l o que nos mueve a habl arl e. P or ej empl o, deci rl e: «Qui ero conversar conti go sobre un tema que me preocupa. P ara mí l a empresa es muy i mportante y l a i magen que damos a l os cl i entes tambi én, y por sobre todo, me i mporta nuestra rel aci ón de trabaj o aquí en l a ofi ci na y qui ero cui darl a. Mi i ntenci ón es conversar para que podamos mej orar». A su vez, puedo preguntarme qué qui ero l ograr con esa conversaci ón, cómo me qui ero senti r, cuál es el mej or momento y l ugar para tenerl a. • Tercer paso Empezar l a conversaci ón señal ando hechos, y no opi ni ones. Las

opi ni ones, en especi al cuando i ndi can al go negati vo o mej orabl e, pueden cerrar a l a otra persona, ponerl a a l a defensi va. P or eso, es i mportante comenzar haci endo observaci ones concretas. El propósi to es devol verl e a l a otra persona una foto i nstantánea de su acci onar, desprovi sta de toda adj eti vaci ón i nnecesari a. En l ugar de deci r: «Eres un i mpuntual » o «Si empre l l egas tarde», expresar: «Observo que en l a úl ti ma semana has l l egado tarde cuatro veces». • Cuarto paso Una vez que se ofreci eron l os hechos que sustentan nuestra apreci aci ón, expresar nuestras opi ni ones: «Cuando yo observo que l l egas tarde, pi enso que estás comprometi endo l a tarea, pues hay cl i entes que l l aman por tel éfono temprano y no hay qui en l os ati enda». • Qui nto paso Expresar tambi én nuestras emoci ones: «Cuando eso sucede, me enoj o». • Sexto paso Exponer cl aramente cuál es nuestro deseo: «Lo que qui ero que suceda es que l os cl i entes confí en en nosotros, que sepan que l os vamos a atender, y además que tú y yo podamos usar nuestra energí a creati va para atraer más cl i entes, en l ugar de tener estas escaramuzas». • Sépti mo paso Hacer el pedi do que se deri va de nuestra observaci ón de l os hechos, nuestra opi ni ón y nuestro deseo de cambi o: «P or eso te pi do que nos pongamos de acuerdo con respecto al horari o» o «¿Es posi bl e para ti l l egar todos l os dí as a l as ocho trei nta o prefi eres que pongamos el horari o de atenci ón al públ i co a parti r de l as nueve, y compensamos esa medi a hora a l a sal i da?» A parti r del ej empl o presentado en «l os si ete pasos» anteri ores, veamos cómo organi zarí amos nuestras pal abras para tratar de sol uci onar ese confl i cto. ¿Cómo podrí amos, entonces pl antearl e a l a otra persona nuestro di sgusto, opi ni ón y vol untad de resol uci ón? Qui ero habl ar conti go de un tema i mportante para mí , mi i ntenci ón es que podamos segui r mej orando y hay al go puntual que he observado úl ti mamente y que puede ayudarnos como equi po. Cuando observo que en l a úl ti ma semana has l l egado cuatro veces tarde a l a ofi ci na, pi enso que se está perj udi cando l a rel aci ón con l os cl i entes y l a nuestra tambi én, y me si ento enoj ado. Lo que yo qui ero que suceda es que l os cl i entes confí en en nosotros y se si entan respetados, entonces te pi do que, si es posi bl e, l l egues a l as 8.30 como tení amos acordado o, si prefi eres, que cambi emos el horari o de atenci ón al públ i co para l as nueve, y l uego compensamos esa medi a hora a l a sal i da. Este proceso puede parecer l argo pero, en real i dad, es senci l l o; son unas pocas pal abras que, si están bi en di chas y dentro de un correcto contexto, es bastante probabl e que den buen resul tado.

El efecto de las palabras P or más mi núscul as o poco i mportantes que parezcan ci ertas pal abras, si n embargo hay al gunas que abren mej ores posi bi l i dades de conexi ón con nuestro receptor y otras pal abras que l a entorpecen o di rectamente l a ci erran. Es el caso de recurri r a dos térmi nos que connotan posi ci ones muy di ferentes por parte de qui en habl a: «pero» e «y». La pal abra «pero» i ntroduce una oposi ci ón, una adversi dad, abre una crí ti ca o restri cci ón. En cambi o, el térmi no «y» convoca a l a uni ón, a l a coexi stenci a de i deas, a l a i ncl usi ón. Observemos l a di ferenci a entre expresar: «Este trabaj o es muy bueno pero estarí a mej or si l e agregas l a bi bl i ografí a», a deci r «Este trabaj o es muy bueno y estarí a mej or si l e agregas l a bi bl i ografí a». ¡El efecto del «pero» es poco conoci do, pero muy negati vo! Al deci r «pero», de ci erta manera, i nval i damos l o anteri or. P odemos hacer l a mi sma sugerenci a u observaci ón uti l i zando «y», si n i nval i dar l o posi ti vo que hemos expresado. A mi s cl i entes de coaching ej ecuti vo l es sugi ero que, desde el pri mer dí a, tengan una l i breti ta donde puedan hacer una marca cada vez que se encuentran di ci endo «pero». A ese regi stro l o l l amamos el perómetro. Se sorprenden mucho al observar l a canti dad de veces que l o uti l i zan. Tambi én es mej or evi tar el uso de pal abras que denoten obl i gaci ón: «Tú deberías hacer más ej erci ci o». Es mucho más efecti vo para qui en escucha que l e di gamos: «Tú puedes hacer más ej erci ci o». Hace unos años trabaj aba como asesora de una organi zaci ón y observé que el di recti vo no conseguí a l os resul tados que querí a. Casi si empre, después de una conversaci ón de feedback con sus col aboradores, se sentí a frustrado. Al observar al gunas de sus i nteracci ones noté que l as pal abras que con más frecuenci a usaba eran: «deberí as», «tendrí as que…», etcétera. Además, él hací a propuestas usando un l enguaj e negati vo: «¿No se te ocurri ó hacer…?», «¿Y por qué no tratas de…?» Entonces l e señal é que l as pal abras que denotan obl i gaci ón no abren posi bi l i dades. De i gual manera, es preferi bl e evi tar l as frases categóri cas como: «Esto es i mposi bl e». Di gamos en su l ugar: «Busquemos al ternati vas». Otro térmi no que podrí amos i r descartando de nuestro archi vo de frases es «tratar» y todos sus deri vados, pues denota duda y fal ta de compromi so. En l ugar de deci r: «Voy a tratar de l l egar temprano», es más aserti vo proponer: «Haré todo l o que esté a mi al cance por l l egar temprano». Es úti l recordar que el l enguaj e está cargado de subj eti vi dad y, por lo tanto, depende de nuestras i nterpretaci ones, ya sea que se trate de emi ti r o reci bi r un mensaj e. Deci r, por ej empl o: «Lo que yo entendí que tú di ces es…», en l ugar de «Lo que tú has di cho es…» seguramente va a aportarl e mucha más fl ui dez a l a conversaci ón. En l as frases que uti l i cemos hagámonos cargo de l o que senti mos, desde una postura de responsabi l i dad total : «Lo que a mí me pasa con l o que tú di ces es…», en l ugar de «Lo que tú has di cho me hace senti r de tal manera».

La diferencia entre la palabra adecuada y la casi correcta es la misma que entre el rayo y la luciérnaga. MARK T WAIN

S ABER USAR LAS PALABRAS Las pal abras ti enen poder y, probabl emente, mucho más del que sospechamos. Saber usarl as i mpl i ca un compromi so con nosotros mi smos y con l os demás. Ser í ntegros al usar l a pal abra es l a base de l a confi anza. No tomar l as cosas personal mente es comprender que l as opi ni ones no son verdades absol utas y, en general , habl an más del que l as emi te que del que l as reci be. La pal abra es efecti va cuando es di cha con cl ari dad, si n rodeos, para evi tar l os supuestos que dan tanto l ugar a confusi ones. Usar l as pal abras con genti l eza es tan i mportante con l os demás como con nosotros mi smos, especi al mente cuando estamos haci endo un gran esfuerzo para dar l o mej or de nosotros. Las pal abras pueden ser l a mej or recompensa cuando son usadas para ofrecer un reconoci mi ento efecti vo. Tanto l a pal abra como l a escucha son l os dos extremos de una comuni caci ón efecti va.

PRÁCT ICAS

I . ALGO BUENO Y ALGO NUEVO Cuando l l egue el momento de dar i ni ci o a una reuni ón o acti vi dad grupal — ya sea de trabaj o con el equi po, una comi da fami l i ar o una cl ase—, recomendamos esta prácti ca, que puede ser desarrol l ada en todos l os contextos —fami l i a, educaci ón, empresas—. Sól o toma unos mi nutos, es muy fáci l de real i zar y l os resul tados habl an por sí sol os. Crear un cl i ma emoci onal posi ti vo a través de l as pal abras i nvi ta a l as personas a abri rse más, a ser más creati vas y a tener ví ncul os más armóni cos. • La acti vi dad consi ste en empezar l a reuni ón con una ronda de «al go bueno y al go nuevo». P or turno, cada uno de l os presentes compl eta l a si gui ente frase: «Al go bueno y al go nuevo que me pasó en l a úl ti ma semana es…» • Mi entras uno habl a, l os demás escuchan y, una vez que termi na de habl ar, si n que l os demás agreguen ni comenten nada, habl a l a si gui ente persona. • Así cada persona comparte «al go bueno y al go nuevo» en pocos segundos y en unos pocos mi nutos todos l os presentes habrán l ogrado usar el poder de l as pal abras. Habrán escuchado l as buenas noti ci as de l os demás y, casi si n proponérsel o, habrán creado el mej or cl i ma para dar comi enzo a l a reuni ón de trabaj o, l a comi da fami l i ar o l a cl ase.

7 INTELIGENCIA EMOCIONAL Y LIDERAZGO EXTRAORDINARIO

Los auténticos líderes no se distinguen por su talento innato o su dominio técnico, sino por su capacidad de inspirar en otros energía, pasión y entusiasmo. Y estos sentimientos se extienden rápidamente en los equipos de trabajo estimulando a los demás. GOLEMAN, BOYATZIS , MCKEE

«Li derazgo» es una pal abra muy usada, a veces desde una vi si ón al go estrecha, l i mi tada a defi ni r l a acti vi dad de di recti vos de empresas, fi guras pol í ti cas o capi tanes de equi pos deporti vos. En real i dad, todos podemos ser l í deres: desde nuestro rol de padres, empresari os, educadores, arti stas, pol í ti cos y, por sobre todas l as cosas, de nuestra propi a vi da. De eso se trata el l i derazgo extraordi nari o, de movi l i zar l o mej or de nosotros mi smos y de l os demás despertando a nuestro l í der i nteri or.

D ESPERTAR AL LÍDER INTERIOR Ri cardo era un mi l i tar presti gi oso de al to rango. Habí a dedi cado su vi da a l i derar equi pos de trabaj o para tareas ri esgosas y sentí a pasi ón por su profesi ón. Recuerdo que al verl o por pri mera vez me l l amó l a atenci ón el respeto que emanaba su persona, y tambi én su seri edad. Ll egó a nuestro curso buscando herrami entas para moti var a sus col aboradores. Lo que no i magi naba era l o que sucederí a cerca del fi nal del curso, durante una acti vi dad que l l amamos «Honrando al l í der que hay en ti ». Cuando l l egó su momento de habl ar, se puso de pi e con su acostumbrado apl omo para descri bi r su obj eto de l ogro. Imagi né que traerí a al guna de l as tantas medal l as y condecoraci ones que habí a reci bi do en su trayectori a. Si n embargo, empezó su rel ato con l as manos vací as, y nos contó: —Uno de mi s momentos de mayor sati sfacci ón personal fue cuando j unto con al gunos de mi s col aboradores deci di mos i r a rescatar l os cuerpos de unos expl oradores que habí an caí do en una gri eta de más de 120 metros de profundi dad en l a Antárti da. P ara hacerl o, atravesamos ki l ómetros de terreno congel ado y si n ci vi l i zaci ón. La travesí a duró vari os dí as… De noche dormí amos sobre l a ni eve, en carpas de l as que no podí amos sal i r, porque l os vi entos huracanados, l i teral mente, nos hací an vol ar. Cuando l l egamos a l a gri eta, nos asomamos y no podí amos ver el fondo, parecí a un aguj ero negro i nfi ni to…

A esa al tura del rel ato vari os nos preguntábamos qué habrí a movi do a Ri cardo a arri esgar su vi da para recuperar l os cuerpos ya si n vi da de personas que no conocí a. Entonces tomó del bol si l l o su obj eto: era una carta de una ni ña de 8 años. Cuando l a comparti ó con nosotros, entendi mos de dónde habí an sacado esa fuerza i nteri or que l os l l evó a dar l o mej or de el l os: «Señor Ri cardo, graci as por haberme traí do a mi queri do papá para que yo me pudi era despedi r. Mi mamá, mi s hermanos y yo j amás ol vi daremos l o que usted hi zo por nuestra fami l i a». El mi l i tar de al to rango que habí a l l egado al curso di ci endo: «Yo creo que no tengo emoci ones, o que l as he sepul tado baj o años de dureza y ai sl ami ento» nos conduj o a todos al borde de l as l ágri mas. En un momento comentó sobre el curso: «Vi ne a buscar técni cas para moti var a mi equi po y me l l evo una sól i da confi anza en mí mi smo y el descubri mi ento de un poder que desconocí a: el de l i derar usando l a i ntel i genci a de l as emoci ones». Ri cardo se comportaba como un auténti co l í der: no porque l os demás l o si gui eran obedi entemente, si no porque habí a l ogrado que otras personas di eran l o mej or de sí mi smas, movi dos todos por una mi sma causa. El l i derazgo extraordi nari o, tambi én l l amado «resonante» —un concepto acuñado por McKee, Boyatzi s y Gol eman—, se asi enta sobre l as competenci as de l a i ntel i genci a emoci onal y ti ene su fundamento en l as i nformaci ones proporci onadas por l as más reci entes i nvesti gaci ones de l a neurol ogí a y de l as escuel as de negoci os. Hoy se sabe que l os mej ores l í deres, l os extraordi nari os, se destacan del resto no por sus habi l i dades técni cas, si no por su capaci dad de encauzar l as emoci ones haci a un rango posi ti vo, l o cual genera resonanci a, y por el i mpul so que l es transmi ten a l as personas de su equi po para que den l o mej or de sí mi smas. Como di cen l os autores, el l i derazgo resonante o extraordi nari o no está l i mi tado al mundo de l as empresas.

Sabemos demasiado y sentimos muy poco. Al menos, sentimos muy poco de esas emociones creativas de las que surge una buena vida. BERTRAND RUS S ELL

Desde nuestra mi rada, un l í der es más que una persona que vi ve l a vi da desde una postura de responsabi l i dad: un l í der es al gui en que ti ene poder. «P oder», una pal abra que genera controversi as porque, al i gual que «l i derazgo», sol emos tener una perspecti va sesgada sobre su si gni fi cado. Como expl i ca Thi ch Nhat Hanh, monj e budi sta, orador del Foro Económi co en Davos, nomi nado al P remi o Nobel de l a P az por Marti n Luther Ki ng, creemos que el poder no sól o i mpl i ca éxi to profesi onal y económi co, fama, fuerza fí si ca, control pol í ti co o domi ni o mi l i tar. Aquí nos referi mos a otro ti po de poder, uno más grande: el poder i nteri or, el poder de transformaci ón que todos tenemos para ser pl enamente fel i ces. Hanh asegura que, aunque no seamos del todo consci entes, «casi todos nosotros buscamos estar en posi ci ones de poder porque creemos que el poder nos dará aquel l o que más deseamos: l i bertad y fel i ci dad… Desear poder, fama y ri queza no es al go mal o, pero deberí amos saber que si buscamos estas cosas es porque deseamos ser fel i ces. Si somos ri cos y poderosos pero no somos fel i ces,

¿qué senti do ti ene ser ri co y poderoso?» Si trabaj amos para dar l o mej or a nuestra fami l i a, pero l uego no tenemos ti empo para di sfrutar de esa casa más grande que fi nal mente l ogramos comprar; si cumpl i r con metas y obj eti vos, en pos de progresar, nos dej a si n ti empo para cul ti var nuestro espí ri tu; si al conversar con un hi j o tenemos una conversaci ón i nterna que gi ra en torno a nuestras preocupaci ones fi nanci eras, ¿de qué fel i ci dad estamos habl ando? P ara acercarnos a l a médul a de este tema, deberí amos poder responder l a si gui ente pregunta: ¿es posi bl e al canzar grandes l ogros profesi onal es, poder económi co y, a l a vez, fel i ci dad? Thi ch Nhat Hanh sosti ene que sí , que se puede «tener éxi to profesi onal , tener poder mundano y ser fel i z al mi smo ti empo». Al pensar en esta afi rmaci ón nos preguntamos: ¿conocemos a al gún l í der que haya podi do conj ugar éxi to, poder, espi ri tual i dad y fel i ci dad? ¡Cl aro! De i nmedi ato Fl orenci a pensó en su abuel o. La vi da de Rubén Andrés nos recuerda que es posi bl e l ograr ese equi l i bri o. Un hombre que l ogró el éxi to económi co, el poder terrenal y l a el evaci ón espi ri tual . Un empresari o reconoci do que tuvo ti empo para amar a su esposa durante más de 60 años, para acompañar a sus hi j os en cada momento de sus vi das, para l l evar a sus ni etos a conocer el mundo y para ser un fi el servi dor de Di os. Un hombre movi do por el amor, que i nvi rti ó en l os negoci os y tambi én en l a ami stad. Que aprendi ó a trabaj ar y a di sfrutar. Que supo cómo crear ri quezas, si n ol vi dar que el verdadero tesoro es un espí ri tu pl eno. Que comprendi ó cómo organi zar negoci os sól i dos, si n ol vi dar que l a mayor fortal eza resi de en nuestra rel aci ón con Di os. Un abuel o que habl a poco y enseña mucho: «No se cansen nunca de hacer el bi en», l es repi te a sus ni etos. Un amante de l a natural eza que, j unto a su muj er Del i a, hace que mi l es de ni ños pobres conozcan el mar y a su Creador. Una persona exi tosa y auténti ca, conoci do por sus obras y, fundamental mente, reconoci do por el amor que puso en cada una de el l as. Un hombre que ha cami nado 90 años con l os pi es en l a ti erra y l a mi rada en el Ci el o y que, a su paso, emana esa paz i nteri or que sól o ti enen qui enes han vi vi do l a vi da dando l o mej or de sí , en cada tramo de un cami no el egi do con el corazón.

Alegría y amor son las alas de las grandes empresas.

GOETHE

L AS PREMISAS FALSAS DEL LIDERAZGO Descubrí l a teorí a del l i derazgo resonante en l a ya menci onada Cumbre de IE de Hol anda, en 2005, que reuni ó a una audi enci a de personas de 39 paí ses. Entre l os cuatro oradores pri nci pal es estaban l a doctora Anni e McKee, experta en consul torí a empresari al , y el doctor P eter Sal ovey, decano de l a Uni versi dad de Yal e. Dani el Gol eman, doctor en psi col ogí a cl í ni ca de l a Uni versi dad de Harvard y autor del l i bro Inteligencia emocional, fue i nvi tado a dar l a conferenci a de apertura, y yo tuve el honor de dar l a conferenci a de ci erre. Todas l as ponenci as me resul taron i nteresantes, y l a que más me i mpactó fue l a de «l as tres premi sas fal sas del l i derazgo», me movi l i zó mucho porque mostró, desde una perspecti va refrendada por reci entes hal l azgos de l as

neuroci enci as y por l as escuel as de negoci os de mayor renombre mundi al , cuesti ones que tení an una apl i caci ón di recta en mi vi da di ari a y en l a de mi s cl i entes, ami gos y fami l i ares.

Primera premisa falsa: «Las emociones no importan» El anti guo paradi gma del l i derazgo sostení a que l as emoci ones no eran i mportantes. Se pensaba, i ncl uso, que podí an ser pel i grosas y, como ya señal amos en el capí tul o correspondi ente, que expresarl as era producto de l a i nmadurez. P or eso l os buenos l í deres eran qui enes podí an dej ar l as emoci ones de l ado. Un paradi gma que todaví a exi ste en muchas organi zaci ones… Si n embargo, en l a actual i dad hay datos de l a ci enci a que afi rman un hecho i rrefutabl e: l as emoci ones no sól o son i mportantes, ¡si no que son contagi osas! Esto, que qui zás antes se sabí a a ni vel i ntui ti vo, hoy está expl i cado por l a i nvesti gaci ón ci entí fi ca: el centro emoci onal de nuestro cerebro está di señado como un «bucl e abi erto», para regul ar y ser regul ado por l as emoci ones de qui enes nos rodean. Así l o expl i can Boyatzi s, Gol eman y McKee: «Mi entras que l os si stemas cerrados como el ci rcul atori o, por ej empl o, son autorregul ados e i ndependi entes del si stema ci rcul atori o de l as personas que nos rodean, l os si stemas abi ertos se hal l an en gran medi da condi ci onados externamente». Somos seres soci al es, creados para convi vi r con otras personas, y el di seño de nuestro cerebro l o demuestra. ¿Será por eso que en l a anti güedad uno de l os peores casti gos que podí a reci bi r un hombre era ser condenado al desti erro? Nuestro cerebro, como ya hemos vi sto, emi te ondas que contagi an a otros nuestras emoci ones, aun si n que di gamos una sol a pal abra. Esto es al go tan arrai gado en nosotros que funci ona de manera i nconsci ente. Todos contagi amos emoci ones. Cuanto más i ntensas son, más rápi do se contagi an, y está demostrado que qui enes más contagi an sus emoci ones son l os l í deres, pues son l as personas a l as que l os demás mi ran constantemente, a qui enes se acude en caso de desafí o y de toma de deci si ones. «En pocas pal abras, el estado emoci onal y l as acci ones de l os l í deres i nfl uyen muy di rectamente en el modo en que se si enten l os empl eados y, en consecuenci a, determi nan su rendi mi ento. El modo, por tanto, en que el l í der gesti ona sus estados de áni mo no es una cuesti ón estri ctamente pri vada, puesto que su i nfl uenci a di recta en el estado de áni mo de sus subordi nados l o convi erte en un factor esenci al del funci onami ento de una empresa», expl i can l os autores de El líder resonante crea más. Esta i nformaci ón no pretende ser una señal de al arma para que empecemos a temerl es a l as personas con l as que convi vi mos o trabaj amos. P or el contrari o, es para tomar conci enci a de que cada uno puede contagi ar a otros l as emoci ones que qui era. Uno puede converti rse en l í der de l os demás, aun si n ser el l í der ofi ci al , y encauzar l as emoci ones haci a un rango posi ti vo. El qui ebre pol í ti co, económi co y soci al que se produj o en l a Argenti na durante 2001 —consi derado como «l a gran depresi ón argenti na»— hi zo que en dos semanas el paí s tuvi era ci nco presi dentes sucesi vos, que el paí s se decl arara en defaul t y que muchas personas perdi eran l os ahorros de toda una vi da. El estado de áni mo general i zado era de enoj o, tri steza y desesperaci ón. No se habl aba de otra cosa que no fuera de l a cri si s, del mi edo y de l a fal ta de confi anza en que l a si tuaci ón fuera a cambi ar… Hasta que en medi o de l a angusti a naci onal al gui en se ani mó a encender una l uz. Se di ce que, cuanto más

densa es l a oscuri dad, mayor es el i mpacto de una vel a, y así fue cómo el cantautor Di ego Torres, desde un l ugar de empatí a, se puso en acci ón para hacer l o que nadi e creí a posi bl e: dar opti mi smo a l os argenti nos. Recordemos que el opti mi sta no es un ser i ngenuo que no enti ende l a di mensi ón de una cri si s, si no aquel que, de cara a l a oscuri dad, se i magi na l a l uz al fi nal del túnel y empi eza a cami nar haci a al l í . Di ego Torres i nterpretó el tema Color esperanza, una canci ón que pronto se converti rí a en el «hi mno» cantado en todas l as escuel as, hospi tal es, uni versi dades del paí s. Fue coreada masi vamente en mani festaci ones a favor de l a paz en di ferentes partes del mundo, en l a l ucha anti terrori sta en Col ombi a, contra l a guerra en Irak en España. Fue l a canci ón desi gnada para el ci erre de una conferenci a i nternaci onal de economi stas en el Saratoga Insti tute. Cuando Di ego Torres l a entonó ante Juan P abl o II y l a mul ti tud de fi el es, el P apa di j o que era un «hi mno por l a paz». El equi po argenti no de rugby Los P umas reempl azó l a Marcha de San Lorenzo, l a canci ón que usaban para moti varse antes de l os parti dos, por ésta, a l a que el l os l l amaron «el hi mno a l a autoesti ma». Color esperanza no cambi ó l a real i dad pol í ti ca ni económi ca del paí s, y no era el rol de Di ego Torres hacerl o pues él no es una fi gura pol í ti ca. Si n embargo, desde su l ugar de cantante, hi zo todo l o que estaba a su al cance por generar resonanci a, es deci r, por encauzar l as emoci ones de un paí s haci a un rango emoci onal posi ti vo. Y l o l ogró con creces. Él el i gi ó responder a l a cri si s con i ni ci ati va, adaptabi l i dad, empatí a, i nfl uenci a y con acti tud de servi ci o.

Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón. MARGUERITE Y OURCENAR

¿Qué pasa cuando nosotros, desde nuestro rol , l ogramos responder así a l os momentos di fí ci l es? Si , por ej empl o, en medi o de una si tuaci ón de mi edo y de preocupaci ón, un padre de fami l i a se si enta a comer con sus hi j os y sól o habl a de l o mal que está todo, de l o negro que ve el futuro; si se muestra rí gi do y pesi mi sta y expresa pensami entos extremi stas, sus hi j os pronto aprenderán que ésa es l a manera de encarar una cri si s: con negati vi dad y pensami entos catastrófi cos. En cambi o, si l os hi j os ven que su respuesta ante una cri si s está gui ada por l a adaptabi l i dad y fl exi bi l i dad; si perci ben que aun en medi o de l a tormenta su padre puede tener confi anza en su habi l i dad para sal i r a fl ote, si observan que a pesar de l as preocupaci ones puede gesti onar el confl i cto con creati vi dad, enfocándose más en l as posi bl es sol uci ones que en el probl ema, esos ni ños aprenderán una manera muy di ferente de hacer frente a l os confl i ctos que l es presente l a vi da.

Segunda premisa falsa: «Ser inteligente alcanza»

Antes de ver si se trata de una premi sa fal sa, veamos a qué nos estamos refi ri endo cuando habl amos de l a i ntel i genci a. ¿Cuántas veces deci mos: «Este chi co es tan i ntel i gente»? ¿Qui én no ha caí do en l a trampa de pensar que l a i ntel i genci a es un rasgo de l a personal i dad que l es ha tocado en suerte sól o a al gunas personas di chosas y pri vi l egi adas? P ues bi en, en l a década del ochenta, el i nvesti gador Howard Gardner, de l a Uni versi dad de Harvard, desterró el concepto de l a i ntel i genci a asoci ado a l a destreza que uno pueda demostrar con l os números o con l as pal abras. Qui en no era bueno en estos campos antes era consi derado poco i ntel i gente. Tras años de i nvesti gaci ón con su equi po, Gardner defi ni ó l a i ntel i genci a en térmi nos de habi l i dades; todas son i mportantes de acuerdo con l a tarea que se qui era l l evar adel ante: l a i ntel i genci a musi cal , corporal -ci nestési ca, espaci al , natural i sta, l ógi comatemáti ca, l i ngüí sti ca, i nterpersonal e i ntrapersonal . Entonces ya no podemos deci r que al gui en es i ntel i gente o no, si no que estamos obl i gados a preci sar en qué campo es i ntel i gente. Tambi én sabemos que en el compl ej o mundo moderno hay i ntel i genci as que son necesari as en casi todos l os campos: ya no al canza con tener el knowhow del tema especí fi co, hoy l as organi zaci ones necesi tan gente que sepa cooperar y trabaj ar en equi po, que demuestre fl exi bi l i dad y apertura a l a i nnovaci ón. Estas habi l i dades forman parte de dos de l as i ntel i genci as i denti fi cadas por Howard Gardner: l a i ntel i genci a i nterpersonal —comprender a l os demás y rel aci onarse con el otro— y l a i ntrapersonal , que está más rel aci onada con estar en contacto con uno mi smo. Estas dos i ntel i genci as forman l a base de otro concepto: el de l a i ntel i genci a emoci onal .

¿Qué es la inteligencia emocional?

Es l a capaci dad de razonar con l as emoci ones, de comprender l a i nformaci ón emoci onal propi a y l a de l os demás, de usar l as emoci ones a nuestro favor. Según datos de Harvard, hoy sabemos que el coci ente i ntel ectual sól o expl i ca un 25 por ci ento del éxi to l aboral , el restante 75 por ci ento está di rectamente rel aci onado con factores de l a i ntel i genci a emoci onal . Son l as capaci dades acti tudi nal es l as que hoy defi nen el éxi to o el fracaso de una persona. Lo que necesi tan l as empresas es gente con capaci dad de comuni caci ón y de autocontrol y automoti vaci ón, con adaptabi l i dad para sortear obstácul os, con una buena di sposi ci ón de trabaj o en equi po, con una cl ara tendenci a a l a resol uci ón de confl i ctos, con l i derazgo i nspi rado. Todo esto si n descontar, por supuesto, l as habi l i dades más i ntel ectual es de manej o de números, de l ectura y escri tura. Si n embargo, todaví a hay muchos prej ui ci os con respecto al tema, que provi enen, en verdad, de l a i gnoranci a encerrada en al gunos mi tos.

No se puede poseer mayor gobierno que el de uno mismo. LEONARDO DA V INCI

Mitos de la inteligencia emocional

Uno de l os más conoci dos mi tos es el que di ce que tener i ntel i genci a emoci onal es ser sól o amabl e, y que en l os trabaj os se necesi ta gente que pueda ser dura. En verdad, l a i ntel i genci a emoci onal no ti ene que ver con ser cordi al o con compl acer a l os demás, si no con l a adecuada gesti ón de l os confl i ctos, con l a moti vaci ón al l ogro, con l a conci enci a de l o que l a organi zaci ón necesi ta. Otro de l os errores comunes es creer que tener i ntel i genci a emoci onal si gni fi ca dar ri enda suel ta a l as emoci ones; muy por el contrari o, i mpl i ca tener un sal udabl e autocontrol emoci onal . Saber usar l as emoci ones a favor y no en contra y regul ar l as emoci ones para expresarl as adecuadamente es l a esenci a de l a i ntel i genci a emoci onal . Tambi én se cree que l as muj eres son emoci onal mente más competentes. Lo que sucede es que l a soci edad occi dental l es ha permi ti do a l as muj eres expresar sus emoci ones con más faci l i dad, pero esto no qui ere deci r que tengan una mayor i ntel i genci a emoci onal que l os hombres, ya que vari as i nvesti gaci ones han demostrado que, en promedi o, éstos demuestran tener más confi anza en sí mi smos y más opti mi smo. Las muj eres ti enen mayor capaci dad para demostrar empatí a y más faci l i dad para rel aci onarse soci al mente; si n embargo, haci endo un anál i si s estadí sti co de todos l os componentes de l a i ntel i genci a emoci onal , no se han encontrado di ferenci as que j usti fi quen deci r que l a IE está más desarrol l ada en uno de l os dos grupos. Tal vez exi sta ci erto prej ui ci o en l os hombres en trabaj ar su i ntel i genci a emoci onal debi do al mi to que di ce que es un terreno pri mordi al mente femeni no, pero esto cambi a cuando l os hombres enti enden que, al desarrol l ar sus capaci dades emoci onal es, aumentan sus posi bi l i dades de éxi to y de tener una vi da más equi l i brada. Un dato que i mpacta a l os varones es saber que l a i ntel i genci a emoci onal es l a base —del 85 al 90 por ci ento— de l as di ferenci as exi stentes entre l os l í deres sobresal i entes y l os si mpl emente normal es. Otro de l os errores comunes es creer que l a i ntel i genci a emoci onal es al go i nnato o que es el pri vi l egi o de al gunos que tuvi eron l a suerte de vi vi r en una fami l i a o una cul tura donde se expresaban l as emoci ones y que, por l o tanto, qui enes careci eron de el l o ya no ti enen esperanza de adqui ri rl a. En real i dad, l a i ntel i genci a emoci onal no sól o puede desarrol l arse a l o l argo de l a vi da, si no que se ha comprobado que puede crecer a medi da que transcurren l os años. P or l o tanto, no es una capaci dad i nnata, si no que es mayormente aprendi da.

Aprender a desarrollar la inteligencia emocional

P eter Sal ovey expl i ca que l a i ntel i genci a emoci onal es l o que nos permi te perci bi r y expresar una emoci ón, usar l a emoci ón para gui ar nuestro pensami ento, comprender l a i nformaci ón que nos dan l as emoci ones y aprender a regul arl as para promover el creci mi ento y l a comprensi ón. En l a década del noventa, el concepto de i ntel i genci a emoci onal hi zo expl osi ón en el mundo y fue especi al mente bi en reci bi do en el campo del management, porque se comprobó que es cl ave para el l i derazgo. Veamos el model o de Dani el Gol eman, que resul ta muy prácti co a l a hora de querer desarrol l ar l a i ntel i genci a emoci onal . Consi ste en dos grandes di mensi ones: l a personal y l a soci al . Dentro de l a di mensi ón personal presenta dos grandes áreas: una rel aci onada con l o que observamos a ni vel emoci onal en nosotros mi smos, y otra que ti ene que ver con aquel l o que hacemos a ni vel emoci onal a parti r de l o que senti mos. La l l amada «autoconci enci a» es el área de l o que vemos, en el domi ni o personal . Se rel aci ona con l a conci enci a y val oraci ón de uno mi smo, con l a confi anza en uno mi smo. Ésta es l a puerta de

entrada para el desarrol l o de l a i ntel i genci a emoci onal : si n autoconci enci a no puede haber desarrol l o emoci onal . Conti nuando con el domi ni o personal , desde l a perspecti va de l o que hacemos a ni vel emoci onal , l l egamos al «área de autogesti ón», que no es si no cómo usamos l as emoci ones para gui arnos y conduci rnos en l a vi da. Dentro de l a autogesti ón, encontramos habi l i dades como el autocontrol emoci onal , l a transparenci a, l a adaptabi l i dad, l a moti vaci ón al l ogro, l a i ni ci ati va, el opti mi smo. Como di j i mos antes, todas estas habi l i dades son muy necesari as tanto para el trabaj o como para l a vi da. DO MINIO PERSO NAL Aut o co nciencia Conciencia de uno mismo Valoración de uno mismo Confianza en uno mismo Aut o gest ió n Aut ocont rol Transparencia Adapt abilidad Mot ivación al logro Iniciat iva Opt imismo

—«conci enci a soci al »— y l o que hacemos a ni vel emoci onal con y por l os demás —l a gesti ón de l as rel aci ones—. Dentro de l a conci enci a soci al está l a empatí a, que es consi derada l a más i mportante de todas l as habi l i dades de l a i ntel i genci a emoci onal y que consi ste en l a capaci dad de ponerse en el l ugar del otroGol eman di sti ngue dos áreas en el domi ni o soci al : aquel l o que observamos en rel aci ón con l o que si enten l os demás, en l a pi el del otro; l a conci enci a de l a organi zaci ón, que nos permi te entender l o que una i nsti tuci ón necesi ta, y el servi ci o, una habi l i dad que se traduce en una acti tud que marca una enorme di ferenci a en l a vi da de l as personas y de l as organi zaci ones. P or úl ti mo, dentro del domi ni o soci al , se encuentra el área de l a gesti ón de l as rel aci ones. Ésta es el área más cl aramente conectada con el rol del l i derazgo resonante o extraordi nari o, ya que comprende l as habi l i dades que ti enen que ver con l a i nspi raci ón, l a i nfl uenci a, el desarrol l o de l os demás, l a canal i zaci ón de cambi o, l a gesti ón de l os confl i ctos, y l a creaci ón de ví ncul os cooperati vos para formar buenos equi pos de trabaj o. Si n embargo, es un área a l a que no se puede acceder a menos que l as otras estén desarrol l adas. DO MINIO PERSO NAL

DO MINIO SO CIAL

Aut o co ncie ncia C o n ci e n ci a d e u n o m is m o V al or ac ió n d e u n o m is m o C o nf ia n z a e n u n o m is m o Aut o gest ió n Aut ocont rol Trans pare ncia Adap t abilid ad Mot ivació n al logro Inicia t iva Opt imis mo

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O PRAH WINFREY: UNA LÍDER EXTRAORDINARIA Es l a muj er más poderosa de l os Estados Uni dos, l a empresari a número uno. Su fortuna supera l os 1.300 mi l l ones de dól ares. Ti ene un programa de tel evi si ón hace más de vei nte años en el ai re —The Oprah Winfrey Show—, una revi sta de ampl í si ma di stri buci ón —O—, una compañí a productora — Harpo Entertai nment Group— y un canal de cabl e —Oxygen medi a. Es l a rei na de un i mperi o mul ti medi a. Al ser l a voz más i nfl uyente de l a opi ni ón públ i ca de su paí s, cuando el l a recomi enda un l i bro, de i nmedi ato se convi erte en un best sel l er, por esa razón su programa es l a meca de l os autores. Oprah Wi nfrey habl a a l as cámaras y establ ece una rel aci ón personal con cada uno de sus espectadores: son más de qui nce mi l l ones di ari os. Si el l a rí e, su públ i co l o festej a; si l l ora, se emoci onan. Hay al go que emana de el l a que no se reduce a l a actuaci ón. Su secreto parece estar en l a conexi ón que ti ene consi go mi sma y con su públ i co, con el cual establ ece un di ál ogo si n máscaras. Si n embargo, su vi da no fue si empre así . Su hi stori a es de l as más tri stes. El l a mi sma ha contado frente a l as cámaras cómo fue su i nfanci a. Naci ó en 1954 y fue tan pobre que sus vesti dos eran de bol sas de papas. No ocul ta que a l os nueve años sufri ó abusos sexual es por parte de fami l i ares, que a l os 12 estuvo encerrada en un correcci onal y que a l os 14 tuvo un bebé que muri ó a l os pocos dí as. Este i ni ci o dramáti co que marcó sus pri meros años parece no haber si do un obstácul o para su desarrol l o, todo l o contrari o. Oprah sabí a l o que sentí a y usó su tri steza e i nsati sfacci ón para i magi nar para sí mi sma una vi da mej or. Aunque no si empre estuvo en contacto con sus emoci ones, hoy reconoce que l os peores errores de su vi da l os hi zo cuando se al ej ó de sí mi sma: «La mayorí a de l os errores que he cometi do en mi vi da estuvi eron rel aci onados con tratar de compl acer a l os demás», afi rma. Oprah reconoce que l o que l e sal vó l a vi da fue su amor por l a l ectura, que seguramente comenzó de l a mano de su abuel a, qui en l e l eí a l a Bi bl i a. Desde su programa promueve con fervor l a l ectura, y el l a si gue si endo una ávi da l ectora. Oprah contagi a val ores. Su moti vaci ón para al canzar metas es i nspi raci ón para qui enes l a admi ran; su ej empl o crea una resonanci a que l os ani ma a tener un rendi mi ento superi or, al go nada común en un programa de tel evi si ón. En pocos años, superando muchos obstácul os, Oprah se convi rti ó en una cel ebri dad cuyo secreto es, preci samente, no mostrarse como una cel ebri dad, si no como una persona que ti ene l os mi smos probl emas que tenemos todos. Oprah no es el i cono de l a perfecci ón ni se presenta como tal , muestra sus errores y heri das y comparte con el públ i co sus aprendi zaj es. Se destaca por su empatí a: su poder de conexi ón l e da al as a su mensaj e, cuando nos di ce que real mente podemos di señar nuestra vi da y l i berarnos si nos hacemos responsabl es. El l a i rradi a opti mi smo y tambi én sabe que nadi e que hace al go i mportante l o real i za sol o pues todos necesi tamos del otro. Oprah si rve a l a comuni dad afroameri cana, a l a que dona mi l l ones de dól ares, y hace unos años se embarcó con al ma y vi da en el proyecto de fundar una academi a de l i derazgo para ni ñas en Sudáfri ca, para generar un cambi o verdadero y duradero en esa ti erra que si ente como si fuera propi a, un sueño que comparte con Nel son Mandel a, a qui en ama y admi ra como a un padre. Y cuando el l a muestra sus heri das, l o hace para que otros puedan ani marse a transformar su dol or en sabi durí a.

T ercera premisa falsa: «Los líderes deben ser fuertes» Cuando enunci o esta premi sa en l os semi nari os, suel o ver caras de desconci erto entre l os parti ci pantes. «¿Fal sa? Esa premi sa no es fal sa… ¡Es verdad que l os l í deres deben ser fuertes para resi sti r presi ones! ¡Todos l os l í deres reci ben constantemente presi ones!» Sí , l a acti vi dad de l i derazgo i mpl i ca hacer frente a presi ones y a si tuaci ones de cri si s, es ci erto. El probl ema está en que muchos l í deres —y recordemos que cuando nos referi mos a l í deres estamos habl ando de personas que se mueven en todos l os contextos: una empresa, una fami l i a, un equi po deporti vo— manej an estas si tuaci ones poni endo dosi s muy al tas de energí a en l a tarea, dando todo de su parte y esto l os puede l l evar a perder el equi l i bri o y a caer en l o que McKee l l ama «el sí ndrome del sacri fi ci o». Son l os mej ores l í deres, preci samente, l os más propensos a caer en este sí ndrome —l os mej ores di rectores de empresas, l os mej ores padres, l os mej ores ami gos— pues son personas comprometi das, que toman muy en seri o sus responsabi l i dades; son qui enes más se preocupan, más se esfuerzan; qui enes qui eren dar l o mej or de sí mi smos si n darse cuenta de que l o están haci endo si n l í mi tes y a costa de su i ntegri dad fí si ca y emoci onal . Al dar todo de el l os están acti vando una bomba i nterna: el estrés. Los l í deres que vi ven estresados ti enen presi ón arteri al ascendente y son mucho más propensos a tener ataques cardí acos; suel en fabri car dosi s demasi ado al tas de adrenal i na, noradrenal i na y corti sol —l as «hormonas del estrés»—, que reducen su i nmunol ogí a; padecen probl emas para dormi r y, además, envej ecen más rápi do. Estar estresados tambi én hace que su ni vel de i ntel i genci a emoci onal baj e, especi al mente su autoconci enci a y su empatí a. Ri chard Boyatzi s, doctor en psi col ogí a por l a Uni versi dad de Harvard y profesor de conducta organi zaci onal de l a Case Western Reserve Uni versi ty, di ce que «en condi ci ones de cri si s tenemos estrés agudo, l o que supone subi das y baj adas hormonal es que afectan el procesami ento cogni ti vo. El estrés cróni co o agudo hace que l a persona pi erda acceso a l a mayorí a de sus ci rcui tos neuronal es, dej ando de experi mentar neurogénesi s, que es l a generaci ón de nuevo tej i do neuronal como adul to. Esto se deti ene cuando se está en condi ci ones de estrés. La capaci dad de estar abi erto cambi a. La vi si ón peri féri ca, que normal mente es de 180 a 270 grados, l l ega a 30 grados. Lo mi smo se ve en l a apertura a l as emoci ones o a l as i deas. Cuando uno empi eza a encerrarse, dej a de estar abi erto a l os cambi os que se producen en l os cl i entes, l os empl eados». En sí ntesi s, cuando una persona se sacri fi ca y pi erde el equi l i bri o en su vi da, al gui en paga el costo: el l os mi smos —su sal ud, su estado de áni mo— y/o qui enes l os rodean pues pueden empezar a senti r ci erto resenti mi ento haci a l os demás: «Yo me sacri fi co… ¿y nadi e se da cuenta?» ¿Y entonces cómo hace uno para cumpl i r de manera adecuada con sus obl i gaci ones, sus metas, sus obj eti vos? ¿Cómo puede uno ser exi toso si n sacri fi carse? La al ternati va frente al sacri fi ci o es el esfuerzo. ¿Cuál es l a di ferenci a entre sacri fi carse y esforzarse? La eti mol ogí a de l as pal abras ya sugi ere una gran di ferenci a. La pal abra sacri fi ci o remi te a muerte, a entregar l a vi da por al go. En cambi o, l a pal abra esfuerzo si gni fi ca, según el Di cci onari o de l a Real Academi a Español a, «el empl eo enérgi co del vi gor, acti vi dad del áni mo para consegui r al go venci endo di fi cul tades». Asoci o el térmi no «esfuerzo» con l a expresi ón «es fuerza». Nosotros habl amos de cambi ar el sacri fi ci o apesadumbrado por el «esfuerzo al egre», que nace de conectar l a energí a que l e

pongo a al go con el propósi to que me mueve a hacerl o. Al tener en mente aquel l o que me i mpul sa a actuar —mi s sueños— puedo dar cada paso con al egrí a.

CÓMO CORTAR CON EL SÍNDROME DEL SACRIFICIO El sí ndrome del sacri fi ci o se i nterrumpe con una renovaci ón verdadera que i nvol ucre al cuerpo, a l a mente y al espí ri tu; tomando con seri edad esos momentos de renovaci ón y pl ani fi cándol os con l a mi sma seri edad con que organi zamos otros compromi sos. Cada vez más l as empresas exi tosas conocen l os benefi ci os de i ncl ui r ci cl os de renovaci ón di ari a dentro de sus esquemas de trabaj o. Son casos como el de Googl e, que permi te que l os empl eados vayan a trabaj ar acompañados de sus perros y en cuyas ofi ci nas se ha recreado el espí ri tu de un campus uni versi tari o con espaci os de esparci mi ento, mesas de pi ng pong, j ardi nes, sal as de masaj es, cl ases de yoga y pi l ates, pel uquerí a y un bufet de comi das ri cas y sal udabl es. Lo mi smo ocurre con el proyecto de Yvon Choui nard, fundador de l a empresa P atagoni a, que defi ne su fi l osofí a empresari al con una sol a frase: «P ermi ti r que mi gente vaya a surfear». Amante de l os deportes y habi éndose i nvol ucrado casi si n proponérsel o en una carrera empresari al , Choui nard conserva al dí a de hoy un al to grado de empatí a con sus empl eados y se preocupa genui namente por su bi enestar: sabe que todos l os que trabaj an al l í aman el deporte y por eso permi te que vayan a hacer surf cuando l as ol as son grandes, y no sól o cuando han termi nado con todas sus obl i gaci ones l aboral es. P atagoni a, empresa de facturaci ón mi l l onari a, fue una de l as pri meras en tener una guarderí a para ni ños, pues Choui nard querí a que sus empl eadas pudi eran segui r cerca de sus hi j os durante l as horas de trabaj o. El vi ej o paradi gma del management l i gaba l a producti vi dad con el cl i ente: pri mero fue l a atenci ón al cl i ente, l uego se habl ó de l a sati sfacci ón del cl i ente, hasta l l egar a l a fi del i dad al cl i ente como l o más i mportante. Hoy, producto de l os hal l azgos ci entí fi cos, se sabe que con l a sati sfacci ón del cl i ente no al canza. El nuevo paradi gma pi de vol ver a l as raí ces: l a producti vi dad empi eza con l a sati sfacci ón y l a fi del i dad de l as personas que i ntegran l a empresa; es deci r, con l a cal i dad de vi da que l as personas experi mentan en su puesto de trabaj o. Una gran porci ón de esa cal i dad de vi da se expl i ca con l o ya vi sto acerca del reconoci mi ento. De acuerdo con l o publ i cado en Harvard Business Review, «según l a reci ente i nvesti gaci ón, el grado de sati sfacci ón —y en consecuenci a, l a cal i dad de la vi da l aboral — depende fundamental mente de l as emoci ones que l as personas experi menten en sus puestos de trabaj o. En este senti do, el porcentaj e de ti empo durante el cual l os trabaj adores experi mentan emoci ones posi ti vas consti tuye uno de l os mej ores i ndi cadores del grado de sati sfacci ón l aboral ». Cuando l as personas que conforman una empresa se si enten queri das y val oradas, esto repercute en el cl i ente y en l os resul tados: «Un aumento del 1% en el cl i ma l aboral va acompañado de un aumento del 2% en l os i ngresos», afi rman l os i nvesti gadores. La renovaci ón i nvi ta al equi l i bri o. Recordemos que l a vi da ti ene di ferentes áreas —trabaj o, carrera, fami l i a, parej a, sal ud, deporte, ami gos, creci mi ento personal , nuevos aprendi zaj es, espi ri tual i dad, servi ci o, fi nanzas, ti empo l i bre— y que todas son i mportantes. Si dedi co demasi ado ti empo y energí a a una o dos de esas áreas, otras quedarán descui dadas y al l í se produci rá el desequi l i bri o.

Y, como decí amos, si empre que hay desequi l i bri o, al gui en paga el costo. El l í der que no se da permi so para vi vi r con equi l i bri o, que no se permi te hacer l as pausas necesari as, se va a hacer mal a sí mi smo y a su equi po. P ueden vol verse i rri tabl es y demandantes hasta converti rse en l í deres tóxi cos. El l í der extraordi nari o ti ene conci enci a de l o i mportante que es buscar su propi a armoní a. Su renovaci ón emoci onal es fundamental . Cuando en nuestros cursos habl amos de l a renovaci ón, sol emos mostrar una i magen de una azafata con una máscara de oxí geno y l es deci mos a l os parti ci pantes que recuerden el mensaj e que se l es da a l os padres al subi r al avi ón: «En caso de emergenci a, pri mero col óquese l a máscara usted y l uego col óquel a a su hi j o». Si yo no me cui do a mí mi smo, no podré cui dar a nadi e. Como deci mos en nuestra pel í cul a Confianza Total, «El amor empi eza por mí ». Sostener espaci os de renovaci ón es mostrar amor por nosotros mi smos. P or eso es i mportante darnos permi so para nuestro restabl eci mi ento fí si co, mental , emoci onal y espi ri tual . El probl ema está en que muchas veces nos da cul pa dedi car ti empo o recursos para nosotros mi smos, qui zá porque nos han educado para creer que todo l o que no es trabaj o es una pérdi da de ti empo. Y sól o nos permi ti mos una renovaci ón cuando un médi co nos da una sentenci a: «Empi ece a hacer acti vi dad fí si ca de manera regul ar o va a tener un ataque al corazón». P ara evi tar el «estrés del poder» del rol del l i derazgo en cual qui er contexto, l os l í deres deben aprender a gesti onar el ci cl o sacri fi ci o-renovaci ón con equi l i bri o. Un pri mer paso es tomar conci enci a del daño que se hacen a sí mi smos y a su entorno. Tomar conci enci a de l a i mportanci a de cui dar nuestro cuerpo, de comprender nuestras emoci ones y de cul ti var nuestra espi ri tual i dad: todas formas de renovarnos. Luego, establ ecer un compromi so de renovaci ón personal con una prácti ca di ari a: todos l os dí as tener un momento para renovar nuestro cuerpo y nuestra mente de al guna manera; renovarnos a ni vel emoci onal y espi ri tual . Tres conceptos i mportantes rel aci onados con l a renovaci ón son: l a conci enci a, l a esperanza y l a compasi ón. La conci enci a ti ene que ver con estar presentes y conectados con l o que nos ocurre, con el autoconoci mi ento. Y Thi ch Nhat Hanh, en el l i bro El arte del poder, di ce al respecto: «Cuando vi vi mos si n ser consci entes, nuestra vi da con frecuenci a se asemej a a un tren fuera de control . Esto es especi al mente ci erto en l o que se refi ere a nuestra vi da profesi onal . Si nuestro trabaj o nos consume, no podemos dej ar de correr. Cuando sufri mos en nuestra vi da personal , tambi én hay sufri mi ento en nuestra vi da profesi onal . Y cuando sufri mos en nuestra vi da profesi onal tambi én hay sufri mi ento en nuestra vi da personal . Vol úmenes de trabaj os enormes, pl azos de entrega poco real i stas, condi ci ones de trabaj o di fí ci l es, estrés constante, mi edo a que nos despi dan; todas estas cosas pueden generar sufri mi ento en el trabaj o, y este sufri mi ento se exti ende l uego a l os demás ámbi tos de nuestra vi da. Y al parecer, nadi e puede ayudarnos. P ero esto no ti ene por qué ser así . Si cul ti vamos nuestro poder espi ri tual auténti co y vi vi mos con atenci ón pl ena nuestras i nteracci ones coti di anas, podemos cambi ar por compl eto l a cal i dad de nuestro trabaj o y de nuestra vi da l aboral ».

Tenemos que ser el cambio que queremos ver en el mundo. MAHATMA GANDHI

La esperanza es crear una i magen de un futuro posi bl e y mej or. Ese cambi o se funda en una acti tud: el opti mi smo. Boyatzi s asegura que l as personas cambi an si descubren el poder del opti mi smo y de l a esperanza, l a posi bi l i dad de cui dar a otro. Afi rma que «hoy más que nunca necesi tamos l í deres capaces de crear esperanza, de si ntoni zar con l os demás». Y l a compasi ón puede defi ni rse como una experi enci a de cui dado y cari ño que empi eza tambi én con uno mi smo y se traduce en l a empatí a, el verdadero deseo de comprender l a experi enci a del otro.

N O TODO LO QUE BRILLA ES ORO Los l í deres emoci onal mente i ntel i gentes son l os que mej or moti van e i nspi ran a l os i ntegrantes de su equi po, l os que obti enen l os mej ores benefi ci os para sí y para su entorno. Si n embargo, para l l egar a ser un verdadero l í der extraordi nari o, no sól o es necesari o tener bi en estudi adas l as habi l i dades que conforman el model o de i ntel i genci a emoci onal , si no que hace fal ta un deseo genui no que surj a desde el i nteri or. Ser un l í der extraordi nari o no es l o mi smo que ser al gui en cari smáti co. Este ti po de l i derazgo ti ene que ver con l a i ntegri dad, l a coherenci a, l a autenti ci dad. Se trata de estar atento a l as propi as emoci ones sabi endo que son contagi osas y, a l a vez, mostrarse genui namente i nteresado en l as emoci ones de l os demás para gui arl as al mej or desti no. Cuando l a i ntenci ón que subyace al aprender estas técni cas es mani pul ar a l os otros para que si mpl emente ri ndan más, esto se perci be pues l as máscaras no resi sten el paso del ti empo ni l as presi ones. Cuando l as cosas no sal en de acuerdo con el pl an trazado, si el l í der no es auténti co, da l ugar al mani pul ador o al demagogo. Como el oro genui no, el verdadero l i derazgo es i nal terabl e. Si real mente qui eres ser un l í der extraordi nari o, ti enes que bucear en tu i nteri or, descubri r cuál es son tus i ntenci ones y tus moti vaci ones profundas. Si qui eres generar l a empatí a genui na, de verdad ti enes que ponerte en l a pi el del otro; si qui eres desarrol l ar tu transparenci a, ti enes que deci r l a verdad si empre; si qui eres expandi r tu opti mi smo, ti enes que ser capaz de i magi nar una verdadera sal i da cuando l as cosas sal en mal . Descubre qué es l o que guí a tu acci onar. Sól o tú puedes saber qué es l o que está adentro de tu corazón. Métete al l í y obsérvate. ¿Qué ves?

PRÁCT ICAS

I . L A TEORÍA DE LAS INTELIGENCIAS MÚLTIPLES No hay una sol a manera de ser i ntel i gente. Howard Gardner expl i ca que hay di versos ti pos de i ntel i genci a para resol ver di sti ntos ti pos de probl emas, y que todas son i mportantes. Hasta l a fecha, Gardner y su equi po del P royecto Zero de l a Uni versi dad de Harvard han i denti fi cado ocho ti pos:

• Intel i genci a l ógi co-matemáti ca: remi te a l as destrezas que ti enen l os ci entí fi cos. Se uti l i za para resol ver probl emas de l ógi ca y matemáti cas. La cul tura occi dental ha vi sto esta i ntel i genci a como si nóni mo de l a inteligencia, en conj unto con l a l i ngüí sti ca. • Intel i genci a l i ngüí sti ca: ha si do pri vi l egi ada por el mundo occi dental , j unto con l a l ógi co-matemáti ca. Es l a que ti enen l os escri tores, l os poetas, l os buenos redactores. • Intel i genci a espaci al : es l a i ntel i genci a que ti enen l os mari neros, pi l otos, i ngeni eros, ci ruj anos, escul tores, arqui tectos, decoradores y di señadores. • Intel i genci a musi cal : di sponen de el l a sobre todo l os cantantes, composi tores y músi cos. • Intel i genci a corporal -ci nestési ca: es l a capaci dad de uti l i zar el propi o cuerpo para real i zar acti vi dades o resol ver probl emas. Es l a i ntel i genci a de l os deporti stas, artesanos, ci ruj anos y bai l ari nes. • Intel i genci a i ntrapersonal : permi te entenderse a sí mi smo y a l os demás y conectarse con uno mi smo a ni vel profundo. Está presente, en especi al , en l os buenos profesores o terapeutas. • Intel i genci a i nterpersonal : es aquel l a que está rel aci onada con l a capaci dad de comprender a otras personas y trabaj ar con el l as desde l a empatí a. Está muy presente en l os buenos pol í ti cos, profesores, psi cól ogos y l í deres. • Intel i genci a natural i sta: se pone en acci ón cuando se observa y estudi a l a natural eza, especi al mente a través del trabaj o de l os bi ól ogos.

II . D ESARROLLAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Aquí ofrecemos nuestra guí a de preguntas para cada una de l as di eci ocho competenci as que conforman el model o de i ntel i genci a emoci onal , organi zadas a parti r de cuatro bl oques. Autoconci enci a • Conci enci a de uno mi smo: ¿P uedo observar e i denti fi car/nombrar mi s emoci ones a medi da que se suceden? • Val oraci ón de uno mi smo: ¿Cuánto conozco sobre mi s fortal ezas y áreas de mej ora? • Confi anza en uno mi smo: ¿Cuánto confí o en mí y en mi s capaci dades? Autogesti ón • Autocontrol emoci onal : ¿P uedo regul ar mi s emoci ones e i mpul sos confl i cti vos para obtener un resul tado posi ti vo? • Transparenci a: ¿Cuán cl aro/transparente soy sobre l o que si ento y pi enso? • Adaptabi l i dad: ¿Soy fl exi bl e para afrontar cambi os y superar obstácul os? • Moti vaci ón al l ogro: ¿Cuánto me comprometo y me moti vo haci a l a excel enci a? • Ini ci ati va en general : ¿Me pongo en acci ón con pronti tud? • Opti mi smo: ¿Suel o ver el l ado posi ti vo de l as cosas?

Conci enci a soci al • Empatí a: ¿P uedo comprender l as emoci ones, el punto de vi sta de l os demás y me i ntereso en l as cosas que l es preocupan? Es deci r, ¿suel o ponerme en su l ugar fáci l mente? • Conci enci a de l a organi zaci ón: ¿Estoy atento a cómo funci onan l as cosas adentro de l a empresa/organi zaci ón? (l as corri entes, l as tendenci as, l as necesi dades, l as redes en l a toma de deci si ones). • Servi ci o: ¿La mayor parte de l as veces soy capaz de reconocer y sati sfacer l as necesi dades de l as personas que trabaj an conmi go y l as de mi s cl i entes? Gesti ón de l as rel aci ones • Li derazgo i nspi rado: ¿P uedo bri ndar una vi si ón cl ara y al tamente moti vadora e i nspi radora? • Infl uenci a: ¿Uti l i zo un ampl i o repertori o de técni cas de moti vaci ón? • Desarrol l o de l os demás: ¿P uedo dar feedback y reconoci mi ento? • Catal i zador de cambi o: ¿P uedo al entar y encauzar el cambi o? • Gesti ón de confl i ctos: ¿Sé negoci ar y resol ver desacuerdos? • Crear ví ncul os: ¿Cul ti vo y mantengo una red de rel aci ones? • Trabaj o en equi po: ¿Cul ti vo l as rel aci ones cooperati vas y al i ento el trabaj o en equi po?

8 EL PODER DE LOS SUEÑOS

Acercaos al borde, les dijo. Tenemos miedo, respondieron. Acercaos al borde, les dijo. Ellos se acercaron, él los empujó… Y ellos volaron. GUILLAUME A POLLINAIRE

Los sueños pueden cambi ar el desti no de una persona, de una organi zaci ón y hasta de una naci ón. A l os trei nta y ci nco años Marti n Luther Ki ng pronunci ó su gran di scurso «Yo tengo un sueño». Cuando en su paí s l os negros casi no tení an derechos, l es quemaban sus casas y sus i gl esi as, no podí an i r a l as mi smas escuel as que l os bl ancos y ni si qui era subi r al mi smo autobús, frente a 200.000 personas él testi moni ó: «Sueño que un dí a, en l as roj as col i nas de Georgi a, l os hi j os de l os anti guos escl avos y l os hi j os de l os anti guos dueños de escl avos se puedan sentar j untos a l a mesa de l a hermandad. Sueño que un dí a esta naci ón

se l evantará y vi vi rá el verdadero si gni fi cado de su credo, que todos l os hombres son i gual es. Sueño que mi s hi j os vi vi rán en un paí s donde no serán j uzgados por el col or de su pi el si no por l os rasgos de su personal i dad». Si bi en es ci erto que él no l l egó a ver real i zado su sueño, que en ese momento parecí a i mposi bl e, ¡su deseo se cumpl i ó!

TODA META EMPIEZA SIENDO UN SUEÑO Tener un sueño es una manera de expandi rnos, es una oportuni dad de descubri r no sól o qui énes somos, si no qui énes podemos l l egar a ser. Di cen que l os sueños l l egan a nosotros en un tamaño a veces demasi ado grande, para que podamos crecer dentro de el l os… Eso fue l o que nos pasó a mí y a mi equi po cuando nos propusi mos hacer l a pel í cul a Confianza Total. Como sol í amos hacer al i ni ci o de cada año, en una de l as reuni ones de trabaj o nos preguntamos qué era l o que real mente querí amos l ograr más al l á de l os cursos y semi nari os. Y así surgi ó l a i dea, el sueño: l l evar el mensaj e de l a confi anza y el poder del amor a cada ri ncón del mundo. ¿Cómo hacer para que real mente pudi era l l egar a todas partes? La respuesta fue: «¡Hagamos una pel í cul a en DVD!» Una respuesta al go i nsól i ta para nosotros, ya que no vení amos del campo de l a producci ón de pel í cul as, no tení amos el know-how de cómo hacerl a, ni experi enci a previ a, ni conoci mi entos técni cos… ¡Y así son l os sueños, a veces parecen i nsól i tos al pri nci pi o! P ero, evi dentemente, al go resonó con mucha fuerza en nosotros. No tení amos casi nada de todo l o que se requerí a formal mente para real i zar una pel í cul a, pero contábamos con al go muy i mportante: sabí amos cómo construi r l a confi anza en nosotros y en nuestro equi po, cómo vencer l os mi edos y superar l os obstácul os, cómo usar el poder de l os pensami entos y de l as emoci ones para acercarnos a nuestros sueños. Sabí amos que, como di ce Stravi nsky, para crear se necesi ta de una fuerza di námi ca y que no hay fuerza más potente que el amor. Y así fue como ese sueño al go i nsól i to y «demasi ado grande» se transformó en una pel í cul a que l l egó a 30 paí ses del mundo. Un sueño hecho real i dad, a través del cual todos l os dí as reci bi mos correos el ectróni cos de personas de todas l as edades, contextos y cul turas. Un sueño que fue ganando al as propi as, que nos hi zo vi aj ar por vari os paí ses. Un sueño hecho pel í cul a, que hoy está tocando el al ma de muchas personas y que di o l ugar, además, a l a creaci ón de este l i bro.

S ACAR LO POSITIVO DE LO NEGATIVO «Este momento l o soñé mi l veces», di j o cuando l e entregaron uno de sus pri meros premi os mundi al es. Los peri odi stas querí an saber si se sentí a sorprendi do por ese éxi to, ya que al i ni ci o de su carrera no se vi sl umbraba que fuera a tri unfar de esa manera. Habí a naci do con unas dotes i ncreí bl es para patear el bal ón, pero tambi én con un probl ema grave en el cartí l ago de creci mi ento, que hi zo que, a pesar de su gran habi l i dad, l e negaran l a posi bi l i dad de i ngresar a l as di vi si ones i nferi ores del Cl ub Atl éti co Ri ver P l ate, de Argenti na. Si n embargo, su sueño fue más fuerte que su i mpedi mento fí si co;

su padre consi gui ó l a ayuda de unos fami l i ares que l o apoyaron para i ni ci ar un tratami ento. «La P ul ga» —así l o l l amaban por su baj a estatura— se fue entonces a España con su fami l i a. En una prueba en el Cl ub Barcel ona, y con sól o 13 años, desl umbró a todos por su habi l i dad extraordi nari a. El DT no dudó ni un i nstante y fi rmó su pri mer contrato en una si mból i ca servi l l eta. Desde aquel momento su destreza creci ó si n l í mi te, y hoy «l a P ul ga» es consi derado el j ugador de fútbol más grande del mundo. Él asegura que su éxi to se debe, j ustamente, a su al tura, porque eso l e posi bi l i tó j ugar con el bal ón por abaj o. P ara deci rl o con sus pal abras: «¡A veces al go mal o se puede transformar en al go bueno!» ¿Qué fue l o que l o sostuvo a Li onel Messi para persegui r su sueño? Seguramente el amor de su fami l i a; por supuesto, su pasi ón por el fútbol y, si n duda, esa confi anza i nteri or que, cuando di sponemos de el l a, nos permi te atravesar cual qui er reto. Si n confi anza no hay sueños, y si n sueños no hay éxi tos… Y esta confi anza no l a edi fi can l os tri unfos en sí mi smos, si no ci ertas prácti cas i nternas que hacen que se vuel van posi bl es. ¿Cómo converti r un sueño en real i dad? ¿Basta con fantasear despi erto para que l o que deseamos tanto ocurra? ¿Todo empi eza y termi na en l a vi sual i zaci ón? ¿O necesi tamos de otros «i ngredi entes» para l l egar a buen puerto? Todas estas preguntas pueden ser respondi das a parti r de l as experi enci as concretas de muchas personas que han atravesado con éxi to sus grandes y pequeñas empresas y de un conj unto de estrategi as que, puestas en acci ón, contri buyen a concretar nuestros sueños. Nos gustarí a comparti r cuatro pri nci pi os que a todo el equi po de Confi dence Ti me P roducti ons nos gui aron y sostuvi eron en este cami no y que tambi én han si do usados por l os grandes soñadores de todos l os ti empos: tener un sueño, cul ti var l a confi anza en uno mi smo, ponerse en acci ón y perseverar.

Hasta que no nos comprometemos hay vacilación, la posibilidad de retroceder, inefectividad. En lo concerniente a todos los actos de iniciativa (y creación) hay una verdad elemental cuya ignorancia mata incontables ideas y espléndidos planes: que en el momento en que nos comprometemos definitivamente, la Providencia da el paso también. Todo tipo de cosas ocurren para ayudarnos que de otra manera nunca hubieran ocurrido. Una corriente de eventos surgidos de la decisión genera a nuestro favor toda clase de incidentes y encuentros imprevistos y asistencia material que ningún hombre podría haber soñado jamás que vendría en su ayuda. ¡Aquello que puedes hacer o sueñas que puedes hacer, comiénzalo! La audacia tiene genio, poder y magia. GOETHE

P RIMER PRINCIPIO: TENER UN SUEÑO

Uno de l os pri nci pi os fundamental es para el éxi to es saber l o que queremos. Cuando habl amos de tener un sueño, estamos haci endo referenci a a defi ni rl o, centrándonos en posi ti vo, descri bi endo l o que queremos con detal l e, evi tando deci r l o que no queremos. P uedes empezar por preguntarte qué te hace fel i z, qué te apasi ona, qué te hace senti r vi vo, en qué te destacas. P ensemos

que en el i ni ci o de todo gran l ogro hubo pri mero un deseo, una i ntenci ón. Y una acti tud: l a de ser total mente responsabl e de nuestra vi da, l o cual i mpl i ca no quej arse de l o que no hemos l ogrado o no ha sal i do como hubi ésemos queri do, ni tampoco cul par a otros por nuestros resul tados. En esta etapa es úti l segui r l as huel l as que al gunos grandes soñadores nos han l egado.

La estrategia de Walt Disney: las tres salas Wal t Di sney, que en vari as ocasi ones quebró en l os negoci os antes de tri unfar, fue uno de l os grandes soñadores de todos l os ti empos. Fue él qui en di j o: «Si puedes soñarl o, puedes l ograrl o». Tambi én dej ó al gunas cl aves para hacer real i dad l os sueños y para transformar nuestros proyectos en éxi tos. Su fórmul a i mbati bl e era: «Todo l o que necesi tas son tres sal as: l a sal a para soñar, l a sal a para actuar y l a sal a para eval uar». La sal a para soñar era el l ugar donde él trabaj aba sobre sus pensami entos y sus emoci ones, para que desde su mente y su corazón empezara a brotar l a fuerza para l l evar adel ante su sueño. P ara l ograrl o poní a i mágenes de sus futuros proyectos en l as paredes, hací a maquetas, y l l enaba l a sal a de obj etos que l e hi ci eran senti r emoci ones posi ti vas. En esa pri mera sal a, según Wal t Di sney, «hay que soñar a l o grande». La sal a para soñar ti ene una regl a, l a más i mportante de todas: nunca cri ti ques tu sueño. Una de l as cosas que mantuvo vi vo nuestro sueño al real i zar l a pel í cul a Confianza total fue tener una acti tud de apertura mental posi ti va durante todo el ti empo de su gestaci ón, especi al mente en l a pri mera etapa. Cuando uno empi eza a del i near un sueño no corresponde cri ti car l as i deas, pensar en todo l o que puede sal i r mal o querer tener cl aro cuál va a ser cada uno de l os pasos a dar, si no que es el momento de i r del i neando el sueño, para contagi ar de entusi asmo a aquel l as personas que van a converti rse en nuestro equi po. ¿Qué soñarí as hoy tú si supi eras que no vas a fracasar? La segunda, l a sal a para l a acci ón, remi te al l ugar donde Wal t Di sney pl ani fi caba cada detal l e, y determi naba l os pasos que serí an necesari os para que el sueño se hi ci era real i dad. Cuanto más ambi ci oso es el sueño, más pasos tendremos que dar. Eso es ci erto, pero en l ugar de contar l os pasos — eso puede asustarnos y hacernos retroceder—, te sugi ero que pongas l os oj os en l a meta todo el ti empo, y te i magi nes cómo te senti rás al al canzarl a. Eso te ayudará a comprometerte, a darte i mpul so, a organi zar tus ti empos, a empezar a conectar tu sueño con l a real i dad. La etapa si gui ente es l a sal a para l a eval uaci ón, necesari a para observar y apreci ar el cami no que hemos recorri do. Es el l ugar apropi ado, que surge en el momento oportuno, en el cual debemos preguntarnos cómo segui remos adel ante, qué haremos para mej orar nuestro proyecto, cómo l o opti mi zaremos para que real mente resul te exi toso. No se trata de buscar l a perfecci ón, si no l a excel enci a; de procurar al guna mej ora que represente más sati sfacci ón con menor desgaste. Es el momento de pedi r feedback, pues hay cosas que no vemos a menos que otro nos l as muestre, si n ol vi dar que sól o se tratará de una opi ni ón. P or eso, tomemos de l o que nos comenten sól o l o que nos si rva. El feedback es convocar l a mi rada del otro para mati zar y agregar otro punto de vi sta, de ni nguna manera es «l a verdad».

El secreto de mi éxito puede resumirse en cuatro c: curiosidad, constancia, coraje y confianza. De todas, la más importante es la confianza. WALT DIS NEY

Toda estrategi a ti ene sus secretos, esos «consej os úti l es» para que funci onen con l a menor canti dad de contrati empos. ¿Cuál es en este caso? A menudo, cuando tenemos un sueño, pasamos muy de pri sa de l a pri mera sal a, l a de soñar, a l a tercera, l a sal a para eval uar… ¿Y qué ocurre entonces, cuál es el resul tado? ¡Cri ti camos el sueño casi antes de que haya naci do! Ésa es una forma perfecta de matar un sueño. P or eso mi smo… ¡No descartemos ni nguna etapa!

Que la opinión de los otros no te detenga Monty Roberts tení a una pasi ón: l os cabal l os. Y un deseo ocul to: aprender a adi estrarl os si n usar l a vi ol enci a. Él sentí a en su propi o cuerpo el dol or cada vez que su padre usaba el l áti go en l a doma, una técni ca que de vez en cuando tambi én practi caba con él con el propósi to de casti garl o. Monty encontraba refugi o en l a observaci ón de l a natural eza: pasaba horas enteras mi rando cómo l a yegua di sci pl i naba a sus potri l l os y veí a que j amás l o hací a rudamente. Un dí a l a maestra l e propuso a él y al resto de l a cl ase que descri bi eran en una hoj a l o que l es gustarí a hacer cuando fueran grandes. Esa tarde Monty vol vi ó a su casa muy entusi asmado, querí a hacer ensegui da esa tarea. Estuvo escri bi endo durante unas cuantas horas, dando cuenta con preci si ón de su sueño. Leyó vari as veces su texto hasta que l o dej ó conforme: habí a puesto todos l os detal l es. Descri bi ó que tendrí a 62 hectáreas, que ése serí a el l ugar donde cri arí a cabal l os de raza y que l o harí a con métodos no vi ol entos… ¡Ya tení a su sueño l i sto! Entonces guardó l a hoj a y se fue a dormi r fel i z. Al dí a si gui ente, en l a escuel a, l e presentó su sueño a su maestra. Cuando el l a l o l eyó, se l o devol vi ó y l e di j o: —Monty, ti enes que cambi ar este sueño, pues no es real i sta. Tu padre es pobre, vi ves en una caravana y tú nunca l l egarás a amasar tamaña fortuna… Si no cambi as tu escri to, tendré que apl azarte. Monty mi ró l a hoj a donde habí a pi ntado su sueño y si nti ó que el corazón se l e estruj aba con l a sol a i dea de cambi ar una coma. Entonces mi ró fi j amente a su maestra, y l e di j o con absol uta convi cci ón: —Señora, conserve usted el apl azo… Yo conservo mi sueño. Con el correr del ti empo, Monty Roberts se hi zo muy famoso y adqui ri ó el apodo de «el hombre que escucha a l os cabal l os», pues i nventó una técni ca para domarl os de un modo mucho más humano. ¡Y escri bi ó un l i bro que se transformó en best sel l er! Hoy es consi derado como l a persona más presti gi osa en doma no tradi ci onal y pasa sus dí as en Cal i forni a, en su campo de 62 hectáreas, donde crí a cabal l os de raza. Vi ve en un l ugar exactamente i gual al que descri bi ó cuando l a maestra l e preguntó cuál era su sueño.

Diseñar un sueño

Tanto l a hi stori a de Li onel Messi como l a de Monty Roberts nos si rven para comprender que hay dos grandes secretos en l a pri mera etapa que pueden mantener nuestros sueños vi vos o matarl os antes de ponernos en acci ón. Los l l amamos respecti vamente «l os guardi anes» y «l os l adrones de sueños». Empecemos por este úl ti mo. El gran l adrón de sueños en esta pri mera etapa se esconde tras una pregunta: ¿cómo voy a l ograrl o? Y en real i dad l a pri mera gran cuesti ón no es ésa, si no qué quiero lograr. Como l o hi zo Monty, que puso dedi caci ón en defi ni r su sueño, si n preguntarse cómo i ba a concretarl o. Querer saber desde el pri nci pi o cuál es serán l os recursos puede l l enarnos de negati vi dad y paral i zarnos. Si en el momento de defi ni r el sueño con mi equi po nos hubi éramos preguntado cómo í bamos a hacer nuestra pel í cul a, posi bl emente no l a hubi éramos hecho nunca… Nos hubi era i nvadi do l a negati vi dad y el desal i ento, ya que l o úni co que sí sabí amos era en qué consi stí a nuestro deseo. Cuando comenzamos a soñar, nos enfrentamos a l o i nci erto, a l o desconoci do. Muchas veces empezamos a senti rnos i nqui etos y queremos saber qué va a pasar al fi nal , necesi tamos anti ci par cómo será todo el recorri do y control ar cada uno de l os resul tados de antemano. Y l a verdad es que no es necesari o ver l a escal era compl eta para subi r el pri mer pel daño. P odemos cami nar con confi anza, abi ertos a l as oportuni dades, sabi endo que un vi aj e de mi l mi l l as empi eza con un pri mer paso. El guardi án de sueños en esta pri mera etapa nos señal a que tenemos que cami nar con confi anza, que cada movi mi ento nos conduci rá haci a el próxi mo. ¡Recordemos que l a Gran Mural l a Chi na fue construi da col ocando un l adri l l o por vez!

Cuando te pones en marcha para lograr tus metas y sueños, debes darte cuenta de que no todas tus acciones serán perfectas. Cometer errores y evaluar lo que sucede son partes del proceso de lograr, finalmente, lo que te propones. JACK CANFIELD

S EGUNDO PRINCIPIO: TENER CONFIANZA EN UNO MISMO ¿Cuántas veces dudamos de nosotros mi smos y pensamos que no vamos a poder, que nos resul tará demasi ado di fí ci l ? Como vi mos en el capí tul o sobre l a autoesti ma, sol emos perder nuestra confi anza por l a i magen desl uci da que tenemos de nosotros mi smos, por experi enci as dol orosas del pasado, por haber i nternal i zado comentari os negati vos de nuestros seres si gni fi cati vos o por otras razones. Si n embargo, como hemos expl i cado a l o l argo del l i bro, l a confi anza es al go con l o que todos nacemos, es i ntrí nseca a nuestra natural eza, por l o tanto podemos recuperarl a y así l o hacemos cada vez que atravesamos un reto. Creer en uno mi smo es una el ecci ón y una acti tud de vi da que se traduce, entre otras cosas, en sepul tar el «no puedo».

Podemos hacer mucho más de lo que nos imaginamos Aquel 15 de septi embre del 1987 fue un dí a que permanecerá para si empre en su memori a. Fue el egi do para cantar frente a Juan P abl o II: el i gi ó el tema Never be the Same, acompañado por su gui tarra. Los acordes de Tony no son si mpl es mel odí as, son magi a pura: l e sal en del al ma. Y l a gran maravi l l a es que l os produce con l os dedos de l os pi es, ya que Tony no ti ene brazos. Cuando su madre estaba embarazada, tomó por i ndi caci ón médi ca un medi camento — tal i domi de— para cal mar l as náuseas, pero l os efectos secundari os fueron muy graves. Tony naci ó si n brazos, i gual que otros bebés de esa época. Creci ó soportando l as burl as de otros ni ños que se reí an de él y l uego l e costó mucho formar parej a, porque l as muj eres no se sentí an atraí das por él . P ero hubo al go muy i nspi rador en su vi da: observar cómo su padre tocaba l a gui tarra, l o que l e despertó el deseo profundo de hacer l o mi smo. El dí a que su padre l o i nvi tó a hacer músi ca con él , Tony no l e di j o que no podí a. Se sentó a su l ado y empezó a tocar l as cuerdas con l os dedos de sus pi es. ¡Y aprendi ó a i nterpretar todo l o que se propuso! Deci di ó creer en sí mi smo todos l os dí as. Cada uno de sus actos es l a prueba i rrefutabl e de que se puede l ograr aquel l o que uno desea fervi entemente. Él afi rma: «Cuando usted crea que al go que qui ere hacer es i mposi bl e, mí rese l as manos, y pi ense que todo se puede». Y desde que di o el pri mer paso para superar el i mpedi mento de no tener brazos, su carrera no se detuvo j amás. Además Tony se casó y formó una hermosa fami l i a. Ti ene dos hi j as adopti vas y vi aj a por el mundo ani mando a otros a darse cuenta de que creer en uno mi smo es, por sobre todas l as cosas, una acti tud de vi da.

Si escuchas una voz en tu interior que te dice que no puedes pintar, pinta. ¡Y esa voz se acallará! V INCENT V AN GOGH

No te autolimites Nathani el Branden nos habl a de l a i mportanci a de l a prácti ca de vi vi r con determi naci ón, que es l o opuesto a vi vi r a l a deri va. Cuando el egi mos creer en nosotros mi smos, nos adueñamos de nuestra vi da, y al go maravi l l oso sucede: dej amos de vi vi r dependi endo de l os demás o de l as ci rcunstanci as, y empezamos a confi ar en nosotros mi smos. Durante l a real i zaci ón de nuestra pel í cul a Confianza total, creer en nosotros fue l a cl ave del éxi to. El pensar que podí amos l ograrl o, más al l á de que al pri nci pi o no sabí amos cómo hacerl o, fue l a fuerza que nos permi ti ó real i zar todos l os aprendi zaj es que fueron necesari os. Tuvi mos que estar atentos a que ni nguna creenci a l i mi tante se i nterpusi era en l a real i zaci ón de nuestro sueño. El poder no está en saber hacer todo l o que nos proponemos, si no en tener l a confi anza que nos permi ti rá aprender a real i zarl o. Recordemos que, aun l i mi tado por l a pobreza, l a sol edad y hasta l a enfermedad mental , Van Gogh pi ntó en menos de di ez años noveci entas obras maestras que abri eron nuevos cami nos en l a hi stori a del arte. Vi vi ó l a mayor

parte de su vi da al entado por el amor de su hermano Theo, que si empre se i nteresó en sus sueños. Cuando Theo l e preguntó cómo hací a para pi ntar así , él l e respondi ó: «Yo sueño mi s cuadros y l uego pi nto mi s sueños».

La importancia de rodearse de buena compañía Es fundamental el egi r l a compañí a de l as personas que nos acompañarán en nuestro sueño, col aborando con nosotros o al entándonos. Rodearnos de personas moti vadoras que nos i mpul sen, que crean en nosotros, es parte de afi anzar nuestra confi anza. Di cen que termi namos convi rti éndonos en el refl ej o de l as ci nco personas con l as que pasamos más ti empo. Si nos rodeamos de personas desmoti vadoras o hi percrí ti cas, de l as que suel en hacer comentari os negati vos, es muy di fí ci l mantener l a confi anza. Cuando i ni ci emos nuestro sueño, cuando l o compartamos con otros, el i j amos con qui én hacerl o pues gran parte del resul tado dependerá de esta el ecci ón. En sí ntesi s, para tener confi anza en nosotros mi smos y atravesar l os desafí os, podemos usar dos guardi anes de sueños: sepul tar l os «no puedo» — y otras creenci as l i mi tantes— y tambi én el egi r l a compañí a que nos rodea, pues l as personas posi ti vas nos permi ten mantener un enfoque posi ti vo, y eso es l o que necesi tamos para pasar a l a acci ón.

Aléjate de la gente que trata de empequeñecer tus ambiciones. La gente pequeña siempre hace eso, pero la gente realmente grande te hace sentir que tú también puedes ser grande. MARK T WAIN

TERCER PRINCIPIO: PONERSE EN ACCIÓN A veces sucede que contamos con l o esenci al para cumpl i r con l os dos pri meros pri nci pi os —tenemos un sueño y senti mos l a confi anza como para l l evarl o adel ante— y, si n embargo, no nos ponemos en acci ón. ¿Qué puede estar frenando el avance para hacer real i dad nuestro sueño? Observemos el conteni do de esta conversaci ón, que se i ni ci ó con el l l amado de al gui en con qui en habí amos estado trabaj ando para destrabar aquel l os puntos que no l e permi tí an produci r ci ertos cambi os y concretar sus sueños: —¡Te l l amo porque estoy fel i z! Después de nuestra úl ti ma conversaci ón he refl exi onado mucho, ¡y fi nal mente sé l o que qui ero hacer! Me quedé pensando en esas preguntas que me hi ci ste: cuál es son mi s puntos fuertes, qué es l o que real mente me apasi ona hacer, qué me gustarí a hacer aunque no me pagaran por hacerl o… ¡Hace una semana que casi no puedo dormi r soñando con l os detal l es! —me contó muy entusi asmada Al ej andra. —¡Qué bueno! ¿De qué se trata? —l e pregunté. —Voy a combi nar mi s dos grandes pasi ones: l os vi aj es y l a fotografí a. ¡Y ya sé cómo hacer para vi vi r de el l o! Recuerdo que me di j i ste que a veces nos

l i mi tamos en nuestros sueños por mi edo a creer que de eso no se puede vi vi r… ¡P ues, ya l o tengo! —¡Me al egra tanto escucharl o! Cuéntame l os detal l es… —Qui ero crear una revi sta de turi smo, con excel ente fotografí a y hacerl a a un preci o accesi bl e, a di ferenci a de l as que hay en el mercado… —¡Qué bi en! ¿Y confí as en tus habi l i dades para hacerl o? —¡Sí ! Sé que soy muy buena fotógrafa y vi aj ar me apasi ona, además tengo muchos contactos con hotel es que querrán hacer publ i ci dad en l a revi sta, y tengo una ami ga que trabaj a en un peri ódi co, así que el l a podrí a asesorarme con l a parte de l a escri tura… ¡Sí , tengo confi anza en que esto es posi bl e y que yo puedo l l evarl o adel ante! —¡Excel ente!, eso es muy i mportante… ¿Y cuál será tu pri mer paso? —Y… mi pri mer paso será habl ar con l a j efa de redacci ón que te comentaba, y l uego con l os contactos de l os hotel es. —¿Cuándo vas a hacerl o? —Ahora no es el mej or momento… Estamos cerca de Navi dad, prefi ero esperar a que pasen l as fi estas. —Ah, cl aro… Bueno, cuéntame después de l as fi estas qué tal te fue. P asaron dos meses y no tuve noti ci as, hasta que vol vi mos a comuni carnos. —¿Cómo vi ene el proyecto de l a revi sta? —di j e para moti var l a charl a. —Bi en, ahí anda… Si guen ocurri éndoseme muchas i deas, muy buenas por ci erto. —¿Y cómo te fue con l os hotel es y l a peri odi sta? ¿Los l l amaste? ¿Te reuni ste? —Bueno, en real i dad no, todaví a no… ¿Sabes l o que pasa? Me di cuenta de que tengo que tener el proyecto más armado antes de i r a verl os. Y no tengo tarj etas personal es, deberí a encargar unas… Tampoco se me ocurri ó el nombre de l a revi sta… P refi ero esperar un poco a tener l as cosas más ordenadas, me parece mej or. ¿P uedes i magi nar el fi nal de l a hi stori a? ¿Crees que l a revi sta de turi smo se hi zo real i dad? ¡Cl aro que no! Al ej andra tení a un sueño bi en defi ni do, que l a l l enaba de entusi asmo, pues combi naba dos de sus grandes pasi ones; tambi én tení a confi anza en sí mi sma, pero l e fal taba convi cci ón para pasar a l a acci ón. A menudo l os sueños no se materi al i zan por eso mi smo: por no hacer l a l l amada que hace fal ta, por no redactar l a propuesta, por esperar a que estén todas l as condi ci ones dadas, por aguardar que se reacti ve l a economí a, por el egi r el mej or momento, por no tener sufi ci ente di nero… ¡Si empre se trata de esperar y de postergar! P onerse en acci ón es dej ar de esperar, dej ar de l ado todas l as expl i caci ones y excusas. En nuestros cursos y semi nari os si empre deci mos que uno puede tener expl i caci ones y excusas o resul tados. Lo que no se puede es tener ambos. Y es i nteresante ver que, si uno se pone a buscar expl i caci ones, si empre l as encuentra. Las excusas son una trampa que nos ti ende nuestra mente, que nos convence de que aquel l o que soñamos hacer no es posi bl e, que está fuera de nuestra área de i nfl uenci a y que, en defi ni ti va, depende de otros. Stephen Covey expl i ca que una gran canti dad de personas —el 70 por ci ento según una i nvesti gaci ón real i zada en organi zaci ones— suel e cul par a otros cuando l as cosas van mal . «P or l o tanto, asumi r l a responsabi l i dad supondrá nadar contracorri ente», di ce el autor. Muchas veces escucho a personas explicar el abandono de su sueño por culpa de sus hábi tos: «Qui ero tener una buena fi gura y di sfrutar de l a i magen que me devuel va el espej o, pero con todas l as comi das de negoci os que tengo

no

puedo, porque estoy demasi ado acostumbrado a comer cosas con grasa… Es mi cuerpo el que me l as pi de». Cuando l es pregunto a l as personas qué l es i mpi de real mente tener l a fi gura que sueñan, suel en responder: «Es que comer en exceso es un hábi to muy arrai gado en mí ». Una respuesta que si gue si endo una expl i caci ón, pero no un resul tado. Y a veces son expl i caci ones muy vál i das… ¡pero i núti l es! La mej or forma de desarrai gar un hábi to es reempl azándol o por uno nuevo. Se di ce que toma 30 dí as i nstal ar un nuevo hábi to. Si desde una postura de responsabi l i dad puedes observarte —si n j uzgarte— y detectar l a expl i caci ón o excusa que te está al ej ando de tu sueño, puedes el egi r reempl azar ese hábi to que no te si rve por uno mej or. Hemos habl ado mucho sobre l os mi edos, de l a confi anza y de l a autoesti ma… Cuando aquel l o que nos deti ene a l a hora de ponernos en acci ón es el mi edo, es momento de cal l arl o entrando en acci ón. «Qui ero pedi rl e a mi j efe un aumento de suel do, creo que me l o merezco, pero me da mi edo.» ¡Entonces si ente el mi edo y pí desel o i gual ! Trabaj a con tus pensami entos, con tu di ál ogo i nterno, uti l i za el poder de l as pal abras, vi sual i za l a conversaci ón tal y como qui eres que resul te… ¡y l uego hazl o! De nada servi rá todo el trabaj o i nteri or previ o si , a l a hora de pasar a l a acci ón, te deti enes. Cuando l o que nos frena es l a necesi dad de que aquel l o que vamos a hacer sea perfecto, podemos recordar l o que ya hemos habl ado en el pri mer capí tul o sobre l a di ferenci a entre el perfecci oni smo y l a excel enci a. Como deci mos en nuestra pel í cul a: «Sueña en grande, y comi enza por l o pequeño». No dej es de ponerte en acci ón por no poder dar el gran paso o hacer el gran cambi o. Empi eza haci endo aquel l o que esté a tu al cance y al go que si empre ti enes a tu al cance es l a posi bi l i dad de pedi r.

Saber pedir Cuando con mi equi po de Confi dence Ti me P roducti ons deci di mos hacer l a pel í cul a Confianza Total, nuestra capaci dad para pedi r ayuda fue fundamental , sobre todo en el i ni ci o de nuestro proyecto. «¿Cómo se l es ocurri ó soñar con al go así si ustedes no sabí an cómo hacer un fi l m ni un vi deo?», nos han preguntado en rei teradas ocasi ones. Es verdad… No sabí amos cómo hacerl o, pero sí sabí amos cómo pedi r ayuda a qui enes conocí an del tema. P or eso una de nuestras pri meras deci si ones fue l a de recurri r a un queri do ami go, con gran experi enci a en producci ones, para pedi rl e consej os sobre qué pasos dar para hacerl a. Fue graci as a él que conoci mos a qui enes se encargarí an del rodaj e y l a postproducci ón de nuestro fi l m. Cuando te ani mas a pedi r ayuda, te empi ezas a dar cuenta de l a canti dad de gente que está di spuesta a ayudarte… Jack Canfi el d asegura que pedi r es uno de l os pri nci pi os más i mportantes para tener éxi to; si n embargo, mucha gente no l o pone en prácti ca. «¿P or qué se ti ene tanto mi edo a pedi r? Se ti ene mi edo de muchas cosas: a parecer desesperado, i nsensato o tonto. P ero l a mayorí a sobre todo ti ene mi edo a experi mentar un rechazo. Teme oí r l a pal abra no. Lo tri ste es que estas personas en real i dad se están rechazando a el l as mi smas por adel antado», expl i ca Canfi el d. Hacer un sueño real i dad —grande o pequeño, de í ndol e personal o empresari al — i mpl i ca hacer peti ci ones. P edi r ayuda, consej o, di nero, asesorami ento, ti empo… Al gunos de l os pasos más i mportantes que Mark Hansen y Jack Canfi el d expl i can para hacer peti ci ones efecti vas son:

1. P i de como si esperaras consegui rl o: pi de con confi anza. Cuando l e pedi mos al go a al gui en, pero en nuestro i nteri or tenemos mi edo a que nos di ga que no, esto se transmi te. Recuerda el ya expl i cado fenómeno neurol ógi co del contagi o emoci onal . 2. P i de sabi endo que puedes consegui rl o: recuerda l o que di j i mos sobre l a i mportanci a de l as expectati vas posi ti vas, y sobre el funci onami ento del SARA. 3. P i de a qui en te pueda ayudar: pi ensa en personas que hayan real i zado al go pareci do a l o que sueñas con hacer. Recuerda tambi én l o que di j i mos en el paso anteri or sobre l as personas moti vadoras y l as hi percrí ti cas. ¡P i de a qui en tenga una acti tud mental de apertura! 4. P i de con cl ari dad y preci si ón: es muy i mportante ser especí fi co, poder deci r exactamente l o que queremos, si n rodeos. 5. P i de repeti damente: ¡no te des por venci do cuando al gui en te di ce que no! Hay una estadí sti ca revel adora: el 94 por ci ento de l os vendedores dej an de l l amar después de l a cuarta l l amada… ¡Y el 60 por ci ento de l as ventas se concreta j usto después de l a cuarta l l amada! ¿Qué sucede cuando hemos real i zado muchas acci ones y aún no vemos l os resul tados? A veces qui si éramos que l os resul tados apareci eran más rápi do y empezamos a preguntarnos por qué todaví a no consi go l o que tanto estoy buscando, por qué no encontré a l a parej a de mi s sueños, cuándo voy a tener mi proyecto funci onando, por qué otros l o l ograron y yo todaví a no, cuándo va a cambi ar mi suerte, cuándo vamos a empezar a ganar di nero… El éxi to no es i nmedi ato. Muchas veces detrás de l o que parece al go repenti no, hay años de trabaj o.

CUARTO PRINCIPIO: PERSEVERAR En l a Chi na hay un árbol que crece muy rápi do: 5 centí metros por hora, 32 metros por mes. P odrí a deci rse que es el árbol con el creci mi ento más rápi do del mundo… o el más l ento, porque su cul ti vador tarda aproxi madamente si ete l argos años en ver l os resul tados de su trabaj o. Durante esos años el agri cul tor l o ri ega una y otra vez, l o abona con paci enci a, y no se observa ni nguna señal a pri mera vi sta. Absol utamente nada. Hasta que un dí a, de pronto, aparece a vi sl umbrarse el árbol , que crece a una vel oci dad verti gi nosa. ¿Qué estaba sucedi endo esos si ete años en que parecí a que nada sucedí a? Ése era el ti empo que necesi taba el árbol para hacer crecer sus raí ces, para que, cuando apareci era en l a superfi ci e, tuvi era el sustento necesari o para crecer fi rme. El bambú j aponés nos recuerda que a veces hay sueños que requi eren más ti empo del que nos i magi namos para dar sus frutos, pero que sól o el que persevera l os verá.

Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia, sólo será cuestión de tiempo recoger sus frutos. T HOMAS CARLYLE

Al perseverar ponemos en j uego al go más que nuestra vol untad. Y eso se observa parti cul armente cuando l os obstácul os que aparecen en el proceso de l l evar a cabo un proyecto son demasi ados. ¿Qué hacer entonces? ¿De dónde sacar l a fuerza cuando l os resul tados no aparecen y l as pi edras en el cami no se mul ti pl i can? ¿Cómo mantener l a confi anza cuando después de años de trabaj o el bambú aún no se asoma? Ése es el momento de conectar el sueño con un propósi to superi or. P uedes descubri r el propósi to superi or al preguntarte cómo puede tu sueño converti rse en un acto de servi ci o haci a otros, qué l es aportarás a l os demás al l ograrl o. A veces creemos que el propósi to superi or es sól o para ci ertas profesi ones y que está l i mi tado a ci ertos rol es —maestros, médi cos, rel i gi osos— pero, en verdad, todos podemos hacer que nuestros sueños y proyectos termi nen si endo benefi ci osos para otras personas. En mayo de 1946 dos ami gos se reuni eron con el obj eti vo de crear una empresa de productos tecnol ógi cos de pri mera cal i dad, un sueño que además tení a un obj eti vo superi or: contri bui r a l a reconstrucci ón económi ca de su paí s, Japón. Ya en ese año habl aban de cosas que al dí a de hoy son i nnovadoras: querí an que el ambi ente de trabaj o fuese di verti do y di námi co y que sus empl eados si nti eran sati sfacci ón y pl acer al trabaj ar al l í . Se ani maron a soñar en grande y a poner obj eti vos a muy l argo pl azo: de este sueño surgi ó SONY, una empresa naci da con un propósi to superi or. Y tambi én con confi anza total : a poco de nacer, un epi sodi o pondrí a a prueba cuánto creí an en sí mi smos. En l os i ni ci os de esta empresa, cuando todaví a era una fi rma chi ca y casi desconoci da, Bul ova —una organi zaci ón mucho más grande por entonces — l es encargó l a producci ón de 100.000 radi os a transi stores, l o cual seguramente habrá si do una gran noti ci a para el l os. Si n embargo, deci di eron rechazar esa gran orden de compra. ¿P or qué? P orque Bul ova l es poní a, como condi ci ón de compra, que l as radi os l l evaran el nombre de su empresa, y no el de SONY. Al conocer esto, Aki o Mori ta rechazó l a compra con el si gui ente argumento: «Dentro de 50 años, l e prometo que nuestro nombre será tan famoso como el de su empresa».

¿Qué hacer cuando alguien nos dice que no? Cuando pedi mos ayuda para concretar nuestros sueños y l a respuesta es negati va por múl ti pl es y posi bl es razones —porque no hay presupuesto, porque no hay i nterés o porque hay otras pri ori dades y necesi dades— convi ene recordar que l a hi stori a está l l ena de ej empl os de personas que fueron rechazadas y que de todos modos supi eron perseverar. Graham Bel l , el ci entí fi co e i nventor escocés, tení a el sueño de crear un aparato que permi ti era oí r a l os sordos, seguramente moti vado por un propósi to superi or: ayudar a su madre y a su hermana, que eran sordas. Cuando l e ofreci ó al Western Uni on Bank l a venta de l a patente por 100.000 dól ares, l e contestaron: «¿Y qui én va a estar i nteresado en este j uguete?» Dos años después el banco ofreci ó 24 mi l l ones por l a patente, pero Bel l ya no estaba i nteresado en venderl a.

Nunca andes por el camino trazado, pues te conducirá únicamente hacia donde los otros fueron. GRAHAM BELL

H ACIENDO REALIDAD NUESTROS SUEÑOS Todo comi enza con l a fuerza de una vi si ón, con descubri r aquel l o que te hace senti r vi vo, fel i z, apasi onado. Todo empi eza en el i nstante en que deci des poner detal l e y col or a aquel l o que más anhel as consegui r. P ara l ograr excel entes resul tados, es fundamental que tengas confi anza en ti , que tengas l a convi cci ón de que puedes al canzar tus sueños. Recuerda que i ncl uso de experi enci as no tan gratas, y hasta de i mpedi mentos extremos, puede surgi r al go bueno, y que en real i dad el úni co fracaso es deci r: «No puedo». Recuerda tambi én que l a pal abra sati sfacci ón si gni fi ca «sufi ci ente acci ón» y que ani marse a pedi r puede ser uno de tus mej ores al i ados para hacer real i dad tus sueños. No ol vi des que en tu cami no tal vez haya obstácul os. Si eso ocurre, no desesperes. No abandones tu meta. No te des nunca por venci do… Recuerda que a veces, cuando pareci era que nada da sus frutos, debaj o de l a ti erra que con tanto amor has cul ti vado están forj ándose l as raí ces de un bambú que, cuando asome, crecerá y crecerá si n que nada l o detenga. Y podrá ser para ti el árbol más bel l o del mundo, porque habrá creci do de l a semi l l a que tú mi smo sembraste y abonaste.

PRÁCT ICAS

I . CÓMO DISEÑAR UN SUEÑO Antes de dar i ni ci o a esta prácti ca, el i ge un l ugar donde te si entas cómodo y donde no vayas a tener i nterrupci ones. Si pones una músi ca de fondo, eso puede contri bui r a crear un cl i ma auspi ci oso, va a predi sponerte favorabl emente. La músi ca barroca —Haendel , Vi val di , Corel l i — o al guna composi ci ón de Mozart son i deal es para acompañar este momento. Lo que vamos a hacer ahora es un vi aj e al i nteri or de ti mi smo, en busca de un sueño… Concéntrate por unos i nstantes en tu respi raci ón, en el ai re que entra y en el ai re que sal e de tu cuerpo. Inhal a y exhal a con conci enci a, para aqui etar l a mente y centrarl a en el momento presente. Ahora te i nvi to a que el i j as un área de tu vi da en l a que qui eras tener un sueño, que tenga que ver con el ti empo l i bre y l a recreaci ón, l as fi nanzas, el servi ci o a l a comuni dad, l a espi ri tual i dad, l as rel aci ones fami l i ares o ami stosas, l a carrera o el trabaj o, l a sal ud y l os deportes, al gún ti po de aprendi zaj e… Céntrate en esa área que qui eras cul ti var con l a guí a que te proveen estas preguntas: • ¿Qué te gustarí a l ograr, crear, tener? • ¿P uedes i magi narl o?

• • • •

¿P uedes verl o? ¿Con qui én te gustarí a real i zar tu sueño? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿P uedes verte l ográndol o? ¿Estás en el cuadro que proyectas? ¿Cómo te si entes al i magi narl o?

P royecta l as i mágenes de l o deseado en tu mente, con todos l os detal l es posi bl es, como si estuvi eras pi ntando un cuadro. Agrégal e col ores, soni dos, sensaci ones… Crea en tu mente una i magen cruzada por todas l as sensaci ones posi bl es y déj ate i nundar por l as emoci ones que se producen al proyectar esas i mágenes. Si no puedes profundi zar l a vi sual i zaci ón, puedes ponerl e pal abras a tu sueño: descrí bel o. Imagí nal o como si ya l o estuvi eras vi vi endo, y concéntrate en el senti mi ento que experi mentas al al canzar tu sueño. Recuerda segui r i nhal ando y exhal ando con conci enci a, para l ograr una mayor concentraci ón. Cuando hayas l ogrado una i magen cl ara de l o que qui eres o una descri pci ón l o más exacta posi bl e de tu sueño, puedes concl ui r este ej erci ci o expresando agradeci mi ento haci a ti por dar ese pri mer paso tan i mportante, sabi endo que si el sueño está bi en defi ni do, es muy probabl e que l o al cances. Ya has dado el pri mero paso… ¡ahora adel ante!

EPÍLOGO ¿S E PUEDE APRENDER A SER FELIZ?

Los datos son contundentes: l as personas que son más fel i ces vi ven más años, son l as más producti vas y establ ecen l as mej ores rel aci ones soci al es. Entonces sí ahora, por fi n, l a fel i ci dad es un tema que i nteresa a l os académi cos. ¿De qué depende l a fel i ci dad? Esta pregunta que se formul aron l a fi l osofí a y l a rel i gi ón desde si empre fue reci entemente anal i zada por l os ci entí fi cos de l a presti gi osa i nsti tuci ón Royal Soci ety of Arts de Gran Bretaña, l a cuna de l a i nvesti gaci ón ci entí fi ca, l o cual sorprendi ó a toda su comuni dad por ser un tema no habi tual en sus conferenci as. Organi zaron un semi nari o de dos dí as al que l l amaron La ciencia del bienestar. En ese encuentro estaba el doctor Sel i gman, el famoso psi cól ogo posi ti vi sta de l a Uni versi dad de P ennsyl vani a, que postul ó al go muy i nteresante, y total mente en l í nea con l o que hemos desarrol l ado en nuestro l i bro. P ara referi rse a l a fel i ci dad señal ó tres ni vel es: l a vi da pl acentera, l a buena vi da yla vi da con senti do. El pri mer escal ón de l a fel i ci dad, al que l l amó «l a vi da pl acentera», depende de l os pl aceres y de aprender a di sfrutarl os, por ej empl o comparti éndol os con l os demás. Es una etapa en l a que l a fel i ci dad tambi én ti ene que ver con obtener bi enes, l ogros concretos y otros factores externos a uno mi smo. P or l o tanto, ésta es una fel i ci dad poco duradera, pues según

expl i ca Sel i gman, «l a fel i ci dad ori gi nada en el pl acer termi na con él y se pi erde

baj o l as ol as del deveni r». En el segundo ni vel , al que Sel i gman denomi na «l a buena vi da», l a fel i ci dad se defi ne en térmi nos de l a sati sfacci ón que obtenemos al usar nuestros tal entos y dones. Ésta es una fel i ci dad que dura mucho más que l a anteri or, pues ti ene que ver con descubri r qui énes somos de verdad. Está rel aci onada con l a i dea de eudaimonia de Ari stótel es —pl eni tud del ser—, y se produce cuando descubri mos nuestros tal entos y l os usamos l a mayor canti dad de ti empo posi bl e, así podemos fl ui r. El tercer ni vel , al que Sel i gman l l ama «l a vi da con senti do», se refi ere a la fel i ci dad trascendente, que se obti ene al vi vi r con un propósi to superi or, que redunda en una acti tud de servi ci o; al poner nuestras vi rtudes y tal entos al servi ci o de al guna causa que sea más grande que nosotros mi smos. El autor expl i ca que «de esta manera dotas de senti do a toda tu vi da», y promete que «si al canzamos l a vi da con senti do y l a buena vi da con un toque de vi da pl acentera, podemos darnos por hechos». Desde esta concepci ón, l a fel i ci dad ti ene que ver con l os val ores que el egi mos para nuestra vi da y no está di rectamente rel aci onada con l os bi enes o l ogros que podamos acumul ar. Eduardo P unset afi rma en su l i bro El viaje a la felicidad que «el aumento de l os ni vel es de i nfel i ci dad en el mundo de hoy se expl i carí a por una i nversi ón excesi va en l os bi enes materi al es, en detri mento de val ores de manteni mi ento más i ntangi bl es». Y ampl í a esta i dea al deci r que l a soci edad moderna ha i nverti do demasi ado en obj etos y muy poco en cuesti ones menos tangi bl es, como son l as acti tudes y l os val ores que nos permi tan vi vi r con fel i ci dad. ¡Qué gran tema el de l a fel i ci dad! ¿Será por eso que l os sabi os de todos l os ti empos l o han abordado, y que muchas veces se nos presentó sól o como patri moni o de l os i l umi nados? Desde nuestra perspecti va, l a fel i ci dad es al go que todos podemos al canzar en el momento en que tomamos conci enci a de que podemos parti ci par acti vamente en el di seño de nuestra vi da. Que podemos deshacernos de l os resabi os cartesi anos que nos l l evan a pensar, equi vocadamente, que nosotros «somos» de determi nada manera. Que podemos dej ar de ser ví cti mas de ci rcunstanci as, para ser protagoni stas de l a vi da. Que podemos dej ar de ver l as buenas oportuni dades como aquel l o que l e sucede a otros y que l a fel i ci dad empi eza cuando empezamos a querernos, a darnos cuenta de que podemos cambi ar esos patrones de conducta que no nos gustan y reempl azarl os por otros nuevos. Que para hacerl o es bueno aprender y desaprender l o que haga fal ta, cuantas veces sea necesari o. La fel i ci dad es una el ecci ón de cada dí a, que empi eza cuando deci di mos ver l o bueno y, a l a vez, i magi narl o. Cuenta l a l eyenda que el rey P i gmal i ón escul pi ó

l a estatua de una muj er y, al comprobar cuán bel l a era, deseó fervi entemente que cobrara vi da. El deseo i nundó su corazón y su mente hasta convencerse de que aquel l o que tanto anhel aba podí a cumpl i rse. Fi nal mente un dí a, al amanecer, descubri ó que Gal atea, l a muj er soñada, habí a cobrado vi da. ¡Su deseo se habí a hecho real i dad! De eso se trata el efecto P i gmal i ón: de creer que nuestras i deas y sueños pueden cumpl i rse. Y a eso nos i nvi ta Confianza Total: a no dudar. No dudar de nosotros mi smos. Se trata de saber que podemos equi vocarnos y que, cada vez que caemos, nos podemos poner de pi e. No dudar, una l ecci ón de confi anza total que nos enseñó Jesús cuando l e di j o a P edro, «ven a mí ». P edro creyó y cami nó sobre l as aguas. De pronto, l a fuerza de l as ol as del mar sobre el que estaba cami nando l o hi ci eron dudar. Y en el i nstante en el que dudó, se cayó. Cuando l as ol as peguen contra nuestra barca, y se sacuda con fuerza, no dudemos. P odemos sal i r adel ante. No dudemos de l a vi da, detrás de sus tormentas, están

l os arco i ri s. No dudemos de Di os, ti ene un pl an perfecto del que somos parte. Seamos l os pri meros en poder perci bi r todo l o bueno que hay en nosotros, y l uego l o harán l as demás personas. Seamos l os pri meros en i magi nar todo l o bueno que podemos real i zar, y l uego vendrán l os aj ustes, l os cambi os. Tal vez aparecerán después de l a búsqueda y del esfuerzo, otras veces vendrán casi i nesperadamente, pero si empre que estemos abi ertos a perci bi r l o bueno, a i magi narl o y a desearl o con todo el corazón. Empecemos por mostrarl e a nuestros oj os l o que queremos ver. No nos autol i mi temos y recordemos que l os éxi tos por sí sol os no traen fel i ci dad. Los l ogros y l os éxi tos pueden l l evarnos a l a fel i ci dad sól o si estamos contentos con nosotros mi smos. Si al canzamos el éxi to pero segui mos si nti endo un vací o, no estamos si endo fel i ces. Tomar conci enci a real de que nosotros podemos parti ci par en el di seño de nuestra vi da es l a cl ave de l a transformaci ón. Adueñarnos de nuestros dí as para col marl os de fel i ci dad. Cuando el cami no se l l ene de obstácul os y de probl emas, confi emos en nosotros mi smos y en nuestras capaci dades. Cuando a nuestro al rededor todo sea negro, recordemos que nuestro opti mi smo y entusi asmo pueden i l umi nar nuestro cami no. Cuando tengamos mi edo y cai gamos en l a desesperaci ón y pensemos que el amor es para otros, recordemos que el amor está en nuestro i nteri or. El amor empi eza por l a forma en l a que nos tratamos a nosotros mi smos. La fel i ci dad ti ene que ver con el egi r vi vi r cada dí a con conci enci a, pl eni tud y amor. Desde esta conci enci a podemos aprender a ver el mi l agro de estar vi vos hoy. La fel i ci dad no es una meta a al canzar, si no el resul tado de vi vi r de una ci erta manera: con confi anza. No i mporta cuántas capas de mi edo l a recubran, cuando comenzamos a atravesar l os desafí os que nos presenta l a vi da, si nos dej amos gui ar por el amor, el mi edo se desvanece y l a confi anza resurge. Nuestra vi da es nuestra, nadi e l a puede vi vi r por nosotros. P ara vi vi r con fel i ci dad, hoy sabemos que podemos despertar al l í der que hay en nosotros y transformarnos en nuestro mej or consej ero. P odemos gui ar nuestros pensami entos, escuchar nuestras emoci ones y acuñar un sueño que permi ta que usemos todos nuestros tal entos, para permi ti rnos trascender.

Cree en las mariposas. Si ellas pueden volar 1.000 millas, piensa en lo que tú puedes hacer. Estás vivo: celebra cada instante. Descubre lo que el mundo necesita, aquello que tú crees con todo tu corazón. Un servicio que verdaderamente haces bien y que te encanta. Haz eso. ¡Zambúllete! SAMI SUNCHILD

La fel i ci dad no es al go que al canzaremos al gún dí a, cuando termi nemos

de aprender a usar estas herrami entas y l as apl i quemos, o cuando hagamos real i dad todas nuestras metas, si no que es al go que podemos i ni ci ar ya mi smo, al termi nar de l eer este l i bro, al saber que es posi bl e vi vi r una vi da si n mi edos, con confi anza total , desde el paradi gma del amor. De nada si rven l os conoci mi entos, l os descubri mi entos ci entí fi cos, l as hi stori as de vi da, l os aportes del coaching y del aprendi zaj e efecti vo que hemos presentado si no funci onan como l l aves para que vi vamos mej or y seamos más fel i ces. P or eso, no desperdi ci emos ni un mi nuto más de nuestra vi da. ¡Comencemos a vi vi r mej or

hoy mi smo!

CONFIANZA TOTAL Aun en momentos de oscuri dad puedo ser yo mi smo. Aun cuando l as cosas sal en mal , puedo encontrar una oportuni dad en cada di fi cul tad. P uedo ser yo mi smo, aun cuando estoy heri do. Mi s heri das me si rven para comprender que todos necesi tamos amor. Ya no tengo mi edo al fracaso. P uedo caerme, l evantarme y vol ver a empezar. Soy fl exi bl e. P uedo cambi ar. Soy un aprendi z. No tengo que ser perfecto. Estoy aquí para aprender. Val oro todos mi s esfuerzos. Uso mi s tal entos. Merezco tener éxi to. P uedo responder a l o que me sucede. El i j o mi s pal abras, mi s pensami entos, mi s acci ones, mi s senti mi entos. No dej o que el mi edo i nterfi era. Me ani mo a soñar en grande. ¿Imposi bl e? ¡Yo soy posi bl e! Todo es posi bl e. Nací con mucha confi anza. Si l a voz del mi edo me di ce:

«No puedes hacerl o…» ¡Lo haré de todos modos! El i j o navegar l ej os del puerto seguro y encontrar mi propi o cami no. Mi i magi naci ón me l l eva a nuevos mundos… P uedo expl orar, puedo descubri r, puedo crear. Soy un ser agradeci do. No doy por sentado

ni a l as personas ni a l as cosas. «Graci as» es mi pl egari a di ari a. P uedo aportar al go al mundo. P uedo dej ar un l egado. P uedo ser yo mi smo. No estoy perdi do… En momentos de i ncerti dumbre, busco l a fe. No estoy sol o… En momentos de tri steza, encuentro esperanza. No estoy asustado… En momentos de mi edo… El i j o el amor. VERÓNICA DE ANDRÉS

Y

F LORENCIA ANDRÉS

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6 El poder de las palabras Canfi el d, Jack: Los principios del éxito, Méxi co, Océano, 2005. Echeverrí a, Rafael : Ontología del lenguaje, Buenos Ai res, Grani ca, 2008. El ton, Chester y Adri an R. Gosti ck: The carrot principle: How the best managers use recognition to engage their employees, retain talent, and drive performance, Estados Uni dos, Free P ress, 2007. P enn, Arthur: The miracle worker, Estados Uni dos, Uni ted Arti sts, 1962. Rui z, Mi guel : Los cuatro acuerdos, Barcel ona, Urano, 2002.

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8 El poder de los sueños Branden, Nathani el : Los seis pilares de la autoestima, Barcel ona, P ai dós, 2003. Canfi el d, Jack y Mark V. Hansen: The Aladdin Factor, Estados Uni dos, Berkel ey Trade, 1995. Canfi el d, Jack: Los principios del éxito, Méxi co, Océano, 2005. Di l ts, Robert: Strategies of Genius, Vol ume One, MET a P ubl i cati ons, 1995. Roberts, Monty: El hombre que escucha a los caballos, Madri d, Tutor, 2005.

AGRADECIMIENTOS

Queremos agradecer a Edi tori al P l aneta por haber confi ado en nosotras; a Ri cardo Sabanes, qui en fue uno de l os pri meros en i magi nar el l i bro; a Ignaci o Iraol a por haberl e dado curso, y a Graci el a Gl i emmo, nuestra edi tora, por su mi rada posi ti va, por habernos dado tantas sugerenci as val i osas y, sobre todo, por habernos ani mado a escri bi r. Yo, Veróni ca, qui ero agradecer a mi fami l i a. En pri mer l ugar a mi mari do, Héctor, por ser el vi ento que i mpul sa mi s sueños y me ani ma, desde si empre, a navegar l ej os del puerto seguro… A mi s hi j os, que son mi mayor fuente de orgul l o y fel i ci dad: Sol , Agustí n y Fl orenci a, graci as por darme tanto amor y tanta confi anza, graci as por ser el al i ento de todos mi s proyectos. Sol , graci as por tu apoyo constante, por tu i nterés en todo l o que hago y por tu asesorami ento con l os datos médi cos. Agustí n, graci as por ser tan bueno y comprenderme durante l a real i zaci ón de este l i bro, y por l eer parte de este manuscri to con tanto amor. Y Fl orenci a, graci as i nfi ni tas a ti , por ser l a i nspi radora y moti vadora de tantos proyectos que nos unen, graci as por i mpul sarme a vol ar más al to, y por acompañarme en este vuel o si endo l a magní fi ca coautora de este l i bro, que es el resul tado de un trabaj o en equi po. P or eso qui ero agradecer especi al mente a Lucas, mi hi j o pol í ti co, por ser parte fundamental de nuestro equi po. Graci as, Lucas, por tu mi rada posi ti va y tambi én aguda al l eer tantas veces estas pági nas y sugeri r excel entes cambi os y correcci ones. Y, por sobre todas l as cosas, graci as por tu sabi durí a: ti enes eso que tantos buscan. Qui ero agradecer a mi s padres, Di ego y Norma, porque me di eron l a vi da, porque yo sé que me amaron y si empre me ani maron a superarme. A mi s padres pol í ti cos Del i a y Rubén, porque tambi én me han apoyado si empre. A Carucha y Ni no, por haber si do mi s tutores, movi dos sol amente por el amor, cuando perdí a mi s padres. A todos mi s ami gos y fami l i ares; a mi pri ma Marí a Martí nez Vi l á por su amor, y a todos l os que me qui eren. No qui ero correr el ri esgo de ol vi dar a al guno (¡ya me ha pasado otras veces!), por eso prefi ero nombrar a mi ami ga de toda l a vi da, Marcel a Reni eri , que de al guna manera representa a todos l os ami gos que se al egran con mi s aci ertos y me apoyan con su amor cuando atravi eso desafí os. Graci as, Marcel a, por tu ami stad i ncondi ci onal , que perdura en el ti empo. Tambi én qui ero agradecer a mi col ega y ami ga Jane Arnol d, con qui en he escri to el l i bro Seeds of Confidence, que bri nda herrami entas a l os educadores, para trabaj ar l a confi anza. Jane, graci as por tu apoyo de si empre. Y a mi s col egas del SEAL del mundo entero por tantas experi enci as enri quecedoras a l o l argo de tantos años. Qui ero agradecer a mi s maestros, a todos l os que me formaron con amor; cada uno ha dej ado una huel l a i ndel ebl e en mi corazón. Con especi al cari ño recuerdo a mi tutora de tesi s de Oxford Brookes Uni versi ty, Barbara Lal l j ee. Tambi én qui ero agradecer a Jack Canfi el d, a Nathani el Branden y a Bob Reasoner, que son mi s grandes maestros —y hoy ami gos— en el tema de l a autoesti ma. A Grethe Hooper Hansen, otra gran ami ga y maestra, por haberme ayudado a creer en mí , por haberme di cho hace muchos años que yo estaba desti nada a hacer grandes cosas. Aún no estoy segura de eso, si n embargo sí creo que este l i bro hará grandes transformaci ones en l a vi da de l as personas. Qui ero agradecer a mi s al umnos, cl i entes y parti ci pantes de cursos y semi nari os de tantas partes del mundo; a l os de Al emani a, Estados Uni dos, Fi nl andi a, Greci a, Hol anda, Ingl aterra, Israel , Ni geri a, Nueva Zel anda, Sueci a y, en especi al , a l os de Argenti na, mi queri do paí s, y a l os de España, paí s al que

amo como si fuera propi o… ¡Seguramente al l í están l as raí ces de mi s ancestros dándome fuerza! La canti dad de al umnos que han pasado por mi s cursos en mi s vei nte años de experi enci a es muy grande, y ci ertamente no podrí a nombrarl os a todos… He aprendi do con vosotros mucho más de l o que puedo enseñar; en especi al graci as a Yol anda Navarro, una al umna sevi l l ana que hoy es mi maestra de vi da. Y qui ero agradecer a Di os, por estar tan presente en mi vi da, y por hacerme senti r que si empre puedo confi ar en Él . Yo, Fl orenci a, en pri mer l ugar agradezco a mi mari do, Lucas P al mero, por ser mi compañero de vi da y de sueños. Graci as por ser un pi l ar de confi anza en cada uno de nuestros proyectos y por i nspi rarme si empre a dar l o mej or de mí . Graci as por enseñarme que se puede soñar en grande, que l o que no se sabe se puede aprender y que l a fel i ci dad está si empre al l í , al al cance de l a mano. Graci as a mi padre Héctor Andrés, por ser una guí a tan nobl e en mi vi da y por acompañarme en todos mi s pasos desde hace más de 30 años… Graci as por hacer tanto por mí y por nuestro equi po en Confi dence Ti me P roducti ons. Graci as a mi madre y gran maestra Veróni ca, por haberme ani mado desde si empre a descubri r y a usar mi s tal entos. Graci as por i nvi tarme a escri bi r este l i bro, por darme un espaci o tan i mportante en l os cursos y semi nari os, por enseñarme a enseñar en l a uni versi dad, por haber aceptado el desafí o de hacer una pel í cul a y sobre todo… por l ograr una total coherenci a entre l o que enseña y l o que es, y por poner tanto amor y conci enci a en su vi da y en su trabaj o. Graci as tambi én a mi s hermanos menores, Sol y Agustí n Andrés. Sol , graci as por apoyar si empre nuestro trabaj o: ¡es un l uj o contar con l a asesorí a de una médi ca tan i ntel i gente! Agustí n, graci as por l eer con i nterés nuestro manuscri to: ¡desde tu mi rada de fl amante di rector de empresas, tus aportes fueron muy i mportantes! Tengo l a bendi ci ón de tener una fami l i a muy grande y qui ero agradecerl es a todos: a mi s abuel os, a mi s tí os, a mi s pri mos y tambi én a l os P al mero, mi queri da fami l i a pol í ti ca, por acompañar nuestros proyectos con al egrí a. A mi s ami gas del al ma Magal í Musmanno y Megan Greene, graci as por creer en mí desde si empre y por estar tan presentes desde el i ni ci o de Confi dence Ti me P roducti ons. Un especi al agradeci mi ento a mi s al umnos de l a maestrí a en l a uni versi dad y a mi s cl i entes del P rograma de Coachi ng P ersonal , por deposi tar tanta confi anza en mí y por i nspi rarme a aprender cada dí a más. Graci as tambi én a l os parti ci pantes de nuestros cursos y semi nari os, es apasi onante comparti r esos espaci os de aprendi zaj e con personas tan i nteresantes. A Móni ca Boysen, Ana Garcí a, Adi rsa López y Móni ca Mc Cormi ck por organi zar con tanto cari ño al gunos de nuestros cursos en Buenos Ai res. Habrán vi sto que en este l i bro habl amos de l a i mportanci a de saber rodearse de personas i nspi radoras y comprometi das para hacer un sueño real i dad… Queremos agradecer al equi po con el que hi ci mos l a pel í cul a Confianza Total, que di o ori gen a este l i bro. Graci as por comprometerse tanto en l a producci ón de esta pel í cul a, por el resul tado fi nal y, sobre todo, ¡por l a al egrí a del proceso! Un reconoci mi ento especi al a nuestra edi tora Rosari o Turi na y a Gustavo Boni fetto, nuestro asesor y ami go, por vi vi r este sueño como propi o. Tambi én a todos l os que abri eron puertas para que nuestra pel í cul a en DVD l l egara a más de 30 paí ses. Senti mos especi al grati tud por Xavi er Catafal Rul l y su equi po, por l a gran l abor real i zada en España. Queremos agradecer tambi én a l as personas que todos l os dí as, desde di ferentes l ugares del mundo, nos escri ben a nuestra pági na web con agradeci mi entos, preguntas y comentari os… Aunque no tengamos ti empo de

responder a todos, si empre nos dan al egrí a sus pal abras, ¡graci as! Fi nal mente, queremos dar graci as a Di os por su i ncuesti onabl e presenci a, guí a y sostén en cada uno de nuestros dí as.

ACERCA DE LAS AUTORAS

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VERÓNICA DE ANDRÉS es educadora, coach, conferenci sta, autora y especi al i sta en creci mi ento personal y moti vaci ón. Se graduó como Master en Educaci ón con Di sti nci ón en l a Uni versi dad de Oxford Brookes de Ingl aterra. Durante l os úl ti mos vei nte años se ha dedi cado al estudi o y a l a i nvesti gaci ón de l a moti vaci ón, l a autoesti ma y el aprendi zaj e efecti vo. Es di scí pul a di recta de Jack Canfi el d, y se ha presentado j unto a él en vari os escenari os i nternaci onal es. En el campo de l a autoesti ma y l a moti vaci ón, ha reci bi do formaci ón de Nathani el Branden, autor de Los seis pilares de la autoestima, y de Bob Reasoner, fundador del Consej o Internaci onal de Autoesti ma, del que el l a es mi embro ej ecuti vo en l a actual i dad. Veróni ca de Andrés ha dado semi nari os en i ngl és, español y francés a numerosas empresas e i nsti tuci ones educati vas de pri mer ni vel en l os ci nco conti nentes: Améri ca, Europa, Ori ente Medi o, Oceaní a y «fri ca. Es profesora uni versi tari a en l a maestrí a en coaching organi zaci onal , ti tul ar de l a cátedra Management del Contexto Emoci onal de l a Uni versi dad del Sal vador y tambi én ha dado formaci ones en l as si gui entes uni versi dades: Uni versi dad de Hel si nki (Fi nl andi a), Uni versi dad de Huel va (España), Uni versi dad de Jerusal én (Israel ), Uni versi dad de l as Isl as Bal eares (España), Uni versi dad de Sevi l l a (España), Uni versi dad del Comahue (Argenti na), Uni versi dad P abl o de Ol avi de (España). Asi mi smo, ha dado formaci ones en l os si gui entes paí ses: Al emani a, Austral i a, España, Estados Uni dos, Fi nl andi a, Greci a, Hol anda, Israel , Ni geri a, Nueva Zel anda, Rei no Uni do, Sueci a. Como conferenci sta «key-note» en congresos i nternaci onal es fue una de l as

oradoras pri nci pal es de l a cumbre mundi al de Intel i genci a Emoci onal , presentada j unto a Dani el Gol eman, autor de Inteligencia emocional, P eter Sal ovey, decano de l a Uni versi dad de Yal e, y Anni e McKee, autora de Liderazgo Resonante. En 2006, reci bi ó l a condecoraci ón de Dama de Graci a de l a Orden de San Juan de Mal ta, por «el méri to de su trabaj o destacado, en educaci ón de l a conci enci a, en una escal a gl obal ». Ti ene l as si gui entes publ i caci ones: Andrés, V., «Sel f-esteem or the metamorphosi s of butterfl i es», en Arnol d J. (ed.), Affect in Language Learning, Cambri dge Uni versi ty P ress, 1999; Andrés, V., «La autoesti ma en el aul a o l a metamorfosi s de l as mari posas», en Arnol d, J., La dimensión afectiva en el aprendizaje de idiomas, Madri d, Cambri dge Uni versi ty P ress, 2000; Andrés V., «Sel f-esteem and l anguage l earni ng: breaki ng the i ce», en F. Rubi o (qv), Newcastl e, Cambri dge Schol ars P ubl i shi ng, 2007; Andrés, V. y Arnol d, J., Seeds of Confidence, Austri a, Hel bl i ng Languages, 2009. En l a actual i dad es di rectora de Confi dence Ti me. Junto con su equi po bri nda semi nari os sobre autoesti ma, moti vaci ón, coaching, aprendi zaj e efecti vo, i ntel i genci a emoci onal , manej o del estrés, neuroci enci as y l i derazgo, que al i entan a l as personas a vi vi r mej or. La versati l i dad de Veróni ca de Andrés como conferenci sta atrae a un públ i co muy vari ado a sus semi nari os i ncl uyendo empresari os, coachs, padres y, por sobre todo, personas de todas l as edades y contextos que qui eren vi vi r mej or. Junto a Lucas P al mero y Fl orenci a Andrés, Veróni ca ha creado, y protagoni zado, l a pel í cul a de desarrol l o personal Confianza Total, di sponi bl e en DVD. Además, Veróni ca y Fl orenci a han creado un excl usi vo P rograma de Coaching P ersonal , l l amado Confianza Total para el Éxito, que bri ndan a di stanci a.

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F LORENCIA ANDRÉS ha real i zado una maestrí a uni versi tari a en coaching y dos tí tul os de grado, obteni dos con honores, en Ci enci a P ol í ti ca y P eri odi smo. Obtuvo sus l i cenci aturas en Argenti na y Estados Uni dos. Trabaj ó en consul torí a de empresas y actual mente es una de l as l í deres de Confi dence Ti me, bri ndando cursos j unto con Veróni ca de Andrés. Fl orenci a es profesora uni versi tari a en l a maestrí a en coaching, escri tora, coach y conferenci sta —en i ngl és y español — y l e apasi ona ser parte de proyectos desafi antes. Fue una de l as di rectoras de l a pel í cul a Confianza Total. Naci ó en

1980, está casada con Lucas P al mero y es l a hi j a mayor de Veróni ca de Andrés.

En l a actual i dad, Veróni ca de Andrés y Fl orenci a Andrés dedi can gran parte de su ti empo a sus acti vi dades dentro de Confi dence Ti me, una organi zaci ón creada para bri ndar productos y servi ci os que enri quezcan l a vi da de l as personas en todas partes del mundo.

P ara más i nformaci ón sobre l as autoras: www. confi anz a-t ot al . com conf i anz a-t ot al . bl ogs pot . com i nf o@confi dence-ti me.com

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alcanzar t us sueño s" JACK CANFIELD aut o r de grandes éxit o s edit o riales, co mo Una taza de chocolate caliente para el alma CONFIANZA T OT AL, la película pro t ago nizada po r Veró nica de Andrés y dirigida po r Flo rencia Andrés y Lucas Palmero , aho ra en DVD Dispo nible en:

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España Av. Di agonal , 662-664 08034 Barcel ona (España) Tel .: (34) 93 492 80 00 Fax: (34) 93 492 85 65 Mai l : i nf o@pl anetai nt.com www. pl anet a. es P aseo Recol etos, 4, 3.ª pl anta 28001 Madri d (España) Tel .: (34) 91 423 03 00 Fax: (34) 91 423 03 25 M ai l : i nfo@pl anet ai nt . com www. pl anet a. es Argent ina Av. Independenci a, 1682 1100 C.A.B.A. Argenti na Tel .: (5411) 4124 91 00 Fax: (5411) 4124 91 90 M ai l : i nfo@epl anet a. com. ar www. edi t ori al pl anet a. com. ar Brasil Av. Franci sco Matarazzo, 1500, 3.º andar, Conj . 32 Edi fi ci o New York 05001-100 São P aul o (Brasi l ) Tel .: (5511) 3087 88 88 Fax: (5511) 3087 88 90 M ai l : vent as @edi t orapl anet a. com. br www. edi t orapl anet a. com. br Chile Av. 11 de septi embre, 2353, pi so 16 Torre San Ramón, P rovi denci a Santi ago (Chi l e) Tel .: Gerenci a (562) 652 29 43

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www. pl anet a. cl Co lo mbia Cal l e 73, 7-60, pi sos 7 al 11 Bogotá, D.C. (Col ombi a) Tel .: (571) 607 99 97 Fax: (571) 607 99 76 M ai l : i nfo@pl anet a. com. co www. edi t ori al pl anet a. com. co Ecuado r Whymper, N27166, y Franci sco de Orel l ana Qui to (Ecuador) Tel .: (5932) 290 89 99 Fax: (5932) 250 72 34 M ai l : pl anet a@acces . net . ec México Masari k 111, pi so 2.º Col oni a Chapul tepec Moral es Del egaci ón Mi guel Hi dal go 11560 Méxi co, D.F. (Méxi co) Tel .: (52) 55 3000 62 00 Fax: (52) 55 5002 91 54 M ai l : i nfo@pl anet a. com. mx www. edi t ori al pl anet a. com. mx www. pl anet a. com. mx Perú Av. Santa Cruz, 244 San Isi dro, Li ma (P erú) Tel .: (511) 440 98 98 Fax: (511) 422 46 50 M ai l : rros al es @epl anet a. com. pe Po rt ugal P l aneta Manuscri to Rua do Loreto, 16-1.º Frte. 1200-242 Li sboa (P ortugal ) Tel .: (351) 21 370 43061 Fax: (351) 21 370 43061 Uruguay Cuarei m, 1647 11100 Montevi deo (Uruguay) Tel .: (5982) 901 40 26 Fax: (5982) 902 25 50 M ai l : i nfo@pl anet a. com. uy www. edi t ori al pl anet a. com. uy Venezuela Fi nal Av. Li bertador con cal l e Al ameda, Edi fi ci o Exa, pi so 3.º, of. 301

El Rosal Chacao, Caracas (Venezuel a) Tel .: (58212) 952 35 33 Fax: (58212) 953 05 29 M ai l : i nfo@pl anet a. com. ve www. edi t ori al pl anet a. com. ve Planeta es un sello editorial del Grupo Planeta www.e d it o ria lp la ne t a .c o m.a r