Como el hombre llego a pensar - Sidorov.pdf

m. sídorov C O M O L L E G O EL A H O M B R E P E N S A R enciclopedia popular tomos publicados T a t ia n a Z a j

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m. sídorov

C O M O L L E G O

EL A

H O M B R E P E N S A R

enciclopedia popular tomos publicados T a t ia n a Z a ja ro v a

1

0 . V e s e lo v

2

J . A u g u s t a y Z. B u riá n

3

M.

M ija ilo v

4

0 . P is a r z h e v s k y

5

0 . P is a r z h e v s k y

6

V . B o r is o v y 0 . G o r lo v

7

A le x N o v ik o v

8

1. V e lk in y V . M e z e n t z e v

9

R. C h a d ra b a

10

A , V e b e r y o tro s

11

A le ja n d r o

G a lk in

12

M a rc o s

B a s k in

13

A . M a n u s e v ic h

14

1. N ik o la e v y V . Is ra e lia n

15

M ig u e l

S o rin

16

A . A r z u m a n ia n

17

E, S h t e e r m a n y B . S h a ré v s k a ia

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B . B ijo v s k i

19

M a lin

20

P . O liv a y B . B o re c k y

K.

21

J, B u riá n y J . J a n d a

22

N . P a lg u n o v

23

E. S o sn ovsk i

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J.

Ja n a c e k

N . A n ik e ie v , S .

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L a d is la v V a re !

27

M . S id o r o v

28

E. P lim a k

29

Y , F ia lk o v

30

A . V o lo d in y

V la d í m i r

K e le r

31

S a p á rin a

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A n a t o li S h v a r t s

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E le n a C a t a lin a V . Z e le n in

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B ík o v

y A.

A n d r é ie v a

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M iá s n ik o v

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historia de la tierra ia evolución de la vida el origen del hombre la revolución industrial la conquista de la naturaleza la ciencia al servicio del hombre la vida y el cosmos de la cabeza a los pies la energía y la vida renacimiento y humanismo la clase obrera fascismo, nazismo, falangismo las ciencias sociales en el siglo XX la primera guerra mundial la segunda guerra mundial los fenómenos psíquicos el imperialismo el régimen esclavista ciencia, sociedad y futuro el hambre en el mundo historia de los griegos los romanos y su imperio la prensa y ia opinión pública e! cine la reforma protestante el mundo antiguo el cristianismo, sus orígenes cómo el hombre llegó a pensar las ideas revolucionarias de los siglos XVIII y XIX en el mundo de la química el universo de los físicos la creación y sus misterios el código de la vida la química de la vida guía del corazón y las arterias otros volúmenes en preparación

M.

SID O RO V

COMO EL HOMBRE LLEGO A PENSAR

EDITORIAL

CARTAGO

V■ ;

KSp y .

Libro de edición argentina Hecho el depósito que fija la Ley 11.723 © by Editorial Cartago S. R. L. Buenos Aires, 1967.

LO MÁS VALIOSO ¡El hombre! ¡Qué ser maravilloso! ¡Cuántas veces lo hemos oído decir! Y con frecuencia hemos pensado: ¿qué es el hombre? ¿Cómo es? ¿Cómo puede y debe ser? El hombre posee muchas cualidades extraordinarias que lo enaltecen: belleza y fuerza, valor y bondad, sentido de camaradería y pasión por el trabajo. Pero si se preguntara qué destaca al hombre del mundo que lo rodea, muchos, por cierta, darían una sola respuesta: el raciocinio. Y no se equi­ vocarían. El raciocinio es el don más preciado que posee el hombre. No por casualidad Carlos Linneo, al clasificar los reinos de la naturaleza, asignó un lugar especial al hombre contemporáneo y dio a todo el género humano la denomina­ ción de H om o sapiens (hombre racional). Con su pensamiento y su sensibilidad percibe la belleza; siguiendo los dictados de la razón adquiere fuerza; mediante el pensamiento evalúa a otras personas y educa en sí mismo nobles cualidades; y tomando como guía las ideas progresistas, el hombre lucha por construir una. sociedad más perfecta, luminosa y racional. Dice un antiguo proverbio: “ Cuando Dios quiere castigar

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a un hombre lo priva de la razón” . Tanto significa ésta en la vida del hombre que en el pasado se creía de buena fe que Ia razón es la base de todo lo existente. ¿Es así? ¿Y qué es en realidad la razón? En primer lugar ¿cómo llegó el hombre a tener raciocinio? Hace ya mucho tiempo que el hombre se plantea estas preguntas; por eso iniciamos nuestro relato con

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-'t

UN POCO DE HISTORIA La historia de la filosofía muestra que en el pasado se dieron dos respuestas distintas a la pregunta de cuál es el origen del pensamiento, Primera: el pensamiento, el racio­ cinio, es un dqn de la naturaleza. Ésta ha premiado a su creación suprema, el hombre, con una cualidad especial que lo destaca del mundo animal y lo hace superior a todos los seres vivientes. ' Segunda: el pensamiento, el raciocinio, es lo que distin­ gue al hombre de la naturaleza; tal cualidad es evidentemente sobrenatural y le fue otorgada por una fuerza también so­ brenatural: Dios. La primera respuesta provenía de los filósofos materia­ listas. En la segunda insistían e insisten los defensores del idealismo y de la religión. No vamos, a ocuparnos aquí de la tesis “ el pensamiento nos fue dado por Dios” , ya que es evidente su carácter anticientífico. Procuraremos familiari­ zarnos con una de las teorías materialistas sobre el origen de la conciencia, desarrollada por los filósofos premarxistas. Los materialistas consideran que la conciencia del hom­ bre, sus sensaciones, sus percepciones y su pensamiento son un reflejo del mundo exterior. Las sensaciones son los canales principales por donde penetran en la conciencia las influen­ cias del mundo exterior. Las sensaciones, ante todo, vinculan

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al hombre con la realidad; gracias a ellas éste puede conocer la naturaleza. Sentido, sensación, es en latín sensus, de ahí la denominación de sensualismo. El más destacado represen­ tante del sensualismo materialista fue el filósofo inglés John

Locke. Pero, como ejemplo, examinaremos los puntos de vista de uno de sus discípulos, el filósofo francés Étienne Bonnot de Condillac. En 1754 se publicó su trabajo Tratado de las sensaciones , donde se exponen con claridad las concepciones de los mateEialistas sensualistas. Condillac suponía, muy acertadamente,

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que jinte todo correspondía descubrir cómo se forman el pensamiento y todas las fuerzas espirituales del hombre. Para ello, decía, “ debemos comenzar a observarnos desde las pri­ meras sensaciones que experimentamos; debemos descubrir la^causa de nuestras primeras operaciones mentales, llegar hasta la fuente de nuestras ideas, mostrar su origen y obser­ varlas hasta los límites que nos ha fijado la naturaleza; en uña palabra, como se expresa Bacon, * debemos reconstruir todo el raciocinio humano” . De manera que el problema es claro. ¿Pero cómo puede ser resuelto? A primera vista, parece que lo más sencillo es recurrir a la auto-observación. Pero Condillac señala que eL hombre nada recuerda de los primeros meses y ni siquiera de los primeros años de su vida, es derirTlde la etapa inicial de la formación de su pensamiento, de s u «conciencia. Y entonces, para salvar las dificultades, Condillac sugiere%ecurrir a una original hipótesis: como modelo del proceso de surgimiento del pensamiento nos presenta

la estatua que cobra vida Imaginémonos, dice Condillac, una estatua que, tanto por sus dimensiones como por su estructura interna, sea seme­ jante al hombre. Pero no hay en ella pensamientos, sufri­ mientos ni sensaciones de ninguna clase. Es un modelo muerto de un hombre vivo. Ahora imaginemos que en esa estatua ha surgido algún sentido (Condillac comienza por el olfato). * Francisco Bacon (1561-1626), célebre filósofo materialista inglés que luchó intensamente por la ciencia, por un enfoque mate­ rialista y avanzado de la naturaleza, contra el predominio del es­ colasticismo y la Iglesia.

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¿Cómo percibirá el mundo la estatua cuando posee un solo sentido?, ¿cómo cambiará su representación del mundo si al sentido que ya posee le agregamos gradualmente otros: el oído, la vista, el tacto? Condillac previene especialmente a los lectores que no atribuyan al mundo espiritual de la

estatua que cobra vida ninguna de las formas de pensamiento corrientes en el hombre adulto, pero complejas y que sólo aparecen posteriormente. Ya al plantear el problema se nos revelan los rasgos característicos de la teoría del conocimiento correspondiente al materialismo premarxista. Los materialistas sensualistas imaginaban la conciencia del hombre como una tabla rasa, en la cual la naturaleza va grabando las distintas imágenes. La conciencia o, como se decía generalmente, el alma del hombre, sólo puede percibirlas y combinarlas de distinta manera. La tesis más importante de esta teoría es que la percepción pasiva del mundo exterior basta y sobra para conocer la naturaleza. En cuanto a la capacidad de operar

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con las imágenes ideales, ésta se presuponía dada desde un principio. El alma dispone inmediatamente de los medios indispensables para la actividad mental. Ni siquiera se pre­ guntaban cuál era el origen de esos medios ni cómo se formaban. ¿Cómo imaginaba Condillac el proceso de desarrollo de la conciencia en su hipotética estatua? “ El principio que determina el desarrollo de sus facultades —dice— es muy sencillo: está contenido en las sensaciones mismas; en efecto, como todas las sensaciones son forzosamente agradables o desagradables, la estatua tiene interés en experimentar las primeras y evitar las segundas. Fácil es admitir que este interés resulta suficiente para poner en funcionamiento el raciocinio y la voluntad. El juicio, la reflexión, el deseo, las pasiones, etc., no son más que distintas trasformaciones de las sensaciones” . Al exponer su teoría, Condillac asegura que la mayoría de los sentidos no dan al ser que los posee la posibilidad de juzgar sobre la existencia real de los objetos exteriores. Además del olfato, esto concierne también al oído, la vista y el gusto. Condillac no cuestiona la existencia real de los cuerpos, objetos y fenómenos, pero considera que para tener plena conciencia de que ellos se encuentran fuera del sujeto, los sentidos antes mencionados son insuficientes. “Para obli­ gar a este hombre a pensar que existen los cuerpos —escribe— hacen falta tres cosas: primero, que sus miembros puedan moverse; segundo, que su mano, órgano fundamental del tacto, lo palpe a él y también todo lo que lo rodea; y tercero, que entre las sensaciones que experimenta su mano exista una sensación que necesariamente represente los cuerpos” . Por consiguiente, sólo el tacto nos da testimonio de que los objetos existen fuera de nosotros. Él enseña al hombre a remitir todas sus impresiones al exterior, a reconocer que

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sus sensaciones no son estados internos del organismo, sino resultado de la influencia de los cuerpos exteriores y de sus distintas cualidades sobre los órganos de los sentidos. Por eso Condillac define un cuerpo diciendo que es el conjunto de cualidades que captamos con los órganos de los sentidos cuando percibimos el objeto. Denomina ideas a todas las percepciones referidas al mundo exterior, y las clasifica en sensoriales e intelectuales. Las primeras representan los objetos que percibimos direc­ tamente. Las segundas se fijan en nuestra memoria, y podemos operar con ellas aunque los objetos ya no se en­ cuentren delante de nosotros. Como conclusión formula las , tesis que, a su entender, ya ha demostrado: “ ...tod os nues­ tros conocimientos provienen de los sentidos [ . . . ] . Nuestros conocimientos y pasiones no son más que el resultado de las satisfacciones y los padecimientos que acompañan a las impresiones sensoriales” . Las sensaciones, los sentidos, son el principio y fin del sensualismo de Condillac. El pensa­ miento no da, y por principio tampoco puede dar, nada nuevo en comparación con lo que aportan las sensaciones. El gran mérito de los materialistas de ese período es haber admitido que las sensaciones son la fuente del conocimiento de la naturaleza y que la propia naturaleza constituye la base sobre la cual se desarrollan? el hombre y su pensamiento. Esos materialistas lucharon denodadamente contra la religión ' y la Iglesia, combatiendo la doctrina religiosa de que el hombre debe a Dios el alma y la conciencia. Pero el hombre seguía siendo para ellos un individuo aislado, que solo, por sus propios medios, va conociendo la naturaleza, y que no necesita para lograrlo el concurso de otros individuos, ni operaciones especiales que aseguren el desarrollo de su conocimiento. Basta que abra usted los ojos, se ponga a escu­ char, a palpar y a oler para que conozca el mundo que lo

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rodea; y en contacto con este mundo, al margen de la socie­ dad, se desarrollará en usted la conciencia y el pensamiento. La estatua de Condillac no necesitaba vivir en sociedad con otras estatuas para trasformarse en hombre. Paul Holbach, filósofo francés, enunció un principio en el que está contenida la tesis fundamental de los materialistas premarxistas: “ El hombre es obra de la naturaleza” . Su capacidad de pensar proviene de la naturaleza y bajo la influencia de ésta se desarrolla esa facultad. Por consiguiente, si el hombre no muere en su tierna infancia, si el niño crece, se trasforma en un hombre con todas las peculiaridades y facultades propias del ser humano. Siempre fue así. En todos V*' los tiempos los niños han crecido hasta llegar a ser seres racionales, que piensan y hablan, salvo que algún defecto innato o las secuelas de una enfermedad se lo impidieran. La experiencia diaria demuestra que es así. El lector sin duda habrá notado que esta teoría es abso­ lutamente convencional, que no se aportan datos científicos para fundamentarla. Pero no corresponde culpar a los autores de la hipótesis sobre el origen natural del pensamiento por no haber mencionado en sus trabajos los datos correspondien­ tes, ya que por entonces tales datos simplemente no existían. Como las únicas ciencias que habían alcanzado cierto des­ arrollo eran la matemática y la mecánica, para enunciar teorías acerca de las formas complejas de la actividad psíquica, debía suplirse la insuficiencia de conocimientos positivos sólo con la observación personal y el talento del investigador. De manera que los filósofos materialistas no tenían más recurso que depositar su fe en la omnipotencia de la naturaleza, y esa fe quedaba confirmada, si no en todos los casos, al menos en la gran mayoría de ellos. No obstante, en las argumentaciones sobre el origen y desarrollo puramente naturales del pensamiento, como tam­

bién en las referencias a la experiencia cotidiana que confir­ maría tales argumentos, se omite un aspecto al que aún no hemos prestado atención. Y es el hecho de que, habitualmente, el niño no crece en medio de la naturaleza como tal, sino entre otras personas que le dan de beber, de comer, lo visten, y también le enseñan y lo educan. La simple comparación de niños educados en distintas condiciones y que, debido a ello, difieren notablemente unos de otros en cuanto al grado de desarrollo, nos sugiere la idea de que el medio social y las personas entre las cuales crece y se forma el individuó desempeñan un papel importantísimo en su desarrollo. De aquí surge el siguiente interrogante: ¿en qué medida influyen en la formación del hombre y, más concretamente, en la formación del niño, los factores naturales por un lado y los sociales por otro? Para ponerlo en claro sería ideal poder realizar un experimento, como resultado del cual obtuviéra­ mos un hombre criado en medio de la naturaleza, p e r o ... (y este “ pero” es el quid de la cuestión) sin influencia alguna de otros seres humanos. En apariencia, la condición impuesta por nuestro “ pero” excluye por principio la posibilidad del experimento: un recién nacido abandonado a la naturaleza sin nadie que cuide de él, sobre todo, que lo alimente, pere­ cería sin remedio. Es claro que podemos figurarnos que no lo cuidarán personas, sino fieras. Pero una cosa es el prin­ cipio general y otra el hecho real. Aquí nos parece oportuno relatar al lector la

historia de dos niñas que crecieron en medio de fieras Sucedió en el año 1920. Un grupito de personas viajaba por regiones apartadas de la India, donde las escasas pobla-

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ciones se hallan diseminadas en medio de la jungla. Uno de los -viajeros era un hombre de apellido Singj, misionero y director de un asilo de niños, que visitaba regularmente las aldeas de los distritos correspondientes a su jurisdicción, recogía a los niños desamparados y los llevaba a su asilo, donde, junto con su esposa, los alimentaba y educaba. Cuando se hacían grandes, Singj los ayudaba a ubicarse, a hallar techo y trabajo, y él partía a recoger otros niños desam­ parados. A principios de octubre, Singj y sus compañeros de expedición llegaron a la aldea de Godamur y se hospedaron en la casa de uno de los aldeanos. Al atardecer, el dueño de casa entró corriendo en la habitación y temblando de espanto contó que en la jungla andaban fantasmas. Los habían visto a siete millas de la aldea; tenían cuerpo humano y una cabeza de aspecto horrible y repulsivo. Pidió a Singj que los protegiera de los fantasmas. Singj trató de tranqui­ lizarlo y le prometió averiguar de qué se trataba. Al día siguiente indicó a los habitantes de la aldea que armaran sobre los árboles, cerca del lugar donde habían sido vistos los fantasmas, un amplio tablado de caza. Allí seinstalaron Singj, sus compañeros y uno de los habitantes de la aldea, y comenzaron a observar los alrededores. La morada de los fantasmas era un pequeño montículo, parecido a las viviendas que construyen las termitas (u hormigas blancas), con varias entradas y salidas. Después de una jornada de expectativa, hacia las cinco de la tarde, en una de las entradas de la cueva apareció un lobo adulto. Lo seguía la loba y, en pos de ésta, asomaron dos lobeznos. Luego Singj vio con sus prismáticos cómo salía de la cueva un “ fantasma” , que seguía a los lobeznos caminando en cuatro patas; y en seguida otro “ fantasma” , pero mucho más pequeño que el anterior. Con los prismáticos podía distinguirse perfectamente

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que po sólo el cuerpo, sino también los rasgos del rostro de los “ fantasmas” eran humanos. Y por su estatura debían de ser niños. Había que tomar una decisión. “ Son niños —pensó Singj—. Mi misión es socorrer a todos los desgra­ ciados y desheredados por la fortuna. Debo llevarme estos niños y tratarlos como a todos los demás.” El plan para atrapar a los “fantasmas” era simple: echar a los lobos adultos de su refugio y llevarse a los niños. Singj logró convencer a los aldeanos para que lo ayudaran. Al día siguiente, rodearon el cubil y comenzaron a desmoronarlo con azadones. El lobo fue el primero en saltar afuera y refu­ giarse en la jungla. La loba se lanzó sobre la gente y £úe y^ preciso herirla de un tiro. Luego de ensanchar una de las entradas, algunos hombres pudieron penetrar en el cubil. En el rincón más oscuro yacían acurrucados los dos niños y los dos lobeznos. Los niños fueron llevados a una de las casas de la aldea y ubicados en un rincón, detrás de un sólido tabique de madera, como en una jaula. Localizar y atrapar a los “ fan­ tasmas” había llevado varios días. Singj y sus acompañantes debían seguir viaje con urgencia. Singj encargó a uno de los aldeanos el cuidado de los niños, y partió. Cuando regresó a la aldea varios días después, ésta parecía desierta. Y así era en efecto. Por temor a los “ fantasmas” habían huido todos sus habitantes, inclusive el hombre que debía atender a los niños. Éstos yacían en su rincón, exánimes de hambre y sed. A duras penas Singj logró reponerlos y trasladarlos al asilo. Allí los asearon y les cortaron el cabello. Eran dos niñas. Según le pareció a Singj, una debía de tener alrededor de un año y medio y la otra, quizás ocho. A la menor la llamaron Amala y a la mayor, Kamala. Sólo el misionero y su esposa sabían la procedencia de las niñas. De esta manera, la idea

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abstracta de que un niño pudiera criarse entre fieras se vio concretada en la realidad. < Kamala y Amala eran criaturas humanas. Pero la vida entre los lobos había dejado huellas características en la estructura de sus cuerpos. Así podía apreciarse, principal­ mente, en su forma particular de alimentarse y de caminar. Durante el tiempo que habían vivido con los lobos las niñas se alimentaban regularmente de carne cruda. Sus maxilares,

sobre todo en la mayor de ellas, estaban bastante más des­ arrollados que lo común en niños de su edad; a su vez, los músculos de la masticación también eran muy fuertes. Además, los dientes habían experimentado algunos cambios. Kamala despedazaba con facilidad grandes trozos de carne cruda y fibrosa, y roía los huesos sin recurrir a la ayuda de las manos, hasta dejarlos tan limpios que difícilmente un f adulto podría competir con ella. Para desplazarse, Kamala y Amala usaban dos procedi­ mientos; se arrastraban sobre las rodillas sosteniéndose con las manos o caminaban y corrían a gatas. Les resultaba

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imposible sostenerse erguidas en posición vertical. Las arti4 culaciones de las caderas y rodillas se habían adaptado tanto a la marcha en cuatro patas, que no podían extenderse de pronto para permitir la marcha en posición erguida. Los brazos, fuertes y bien desarrollados, algo más largos que lo habitual, cumplían principalmente la función de extremi­ dades de apoyo y no de prensión, si bien las niñas trepaban con facilidad a los árboles. El musculoso cuello sostenía erguida la cabeza cuando se desplazaban sobre las cuatro extremidades. Pero los rasgos puramente animales del aspecto exterior, producto de la imitación de los lobos, poco nos dicen sobre el grado de desarrollo de la conciencia. Lo que más impre­ sionaba a quienes rodeaban a las criaturas no era precisa­ mente su aspecto, sino su forma de conducirse en general. Cuando se repusieron y se les dio cierta libertad, esas particularidades * no tardaron en ponerse de manifiesto. Kamala y Amala observaban un régimen de vida típicamente crepuscular y nocturno, evitando en forma sistemática la luz y en especial el sol. De día se metían en rincones oscuros y dormían o permanecían sentadas, de cara a la pared, indiferentes a cuanto las rodeaba. Dormían como le hacen los animales, estrechamente apretadas entre sí o atra­ vesadas una sobre la otra. Al caer la tarde, comenzaban a manifestar una notoru actividad. Se levantaban y comenzaban a andar (gateando por supuesto). Cuando tenían hambre, se ponían a olfatea: el aire en el lugar donde se les solía dar el alimento. Ante, de empezar a comer, no dejaban de olfatear la comida y ei agua. Tenían magníficamente desarrollado el olfato, como también el oído. Percibían el olor más sutil a gran distancia. No bebían, en el sentido propio de la palabra, sino que tomaban la leche o el agua de la taza a lengüetadas, paradas

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en cuatro patas. En la misma postura comían también los alimentos sólidas. En los primeros tiempos, antes de que se comenzara a acostumbrarlas a la compañía de otros niños y a enseñarles a hablar, se les había oído un solo tipo de señal sonora. Era inicialmente baja y ronca, y se tornaba luego en un

fuerte aullido, prolongado y penetrante. Al principio, repetían esta señal con regularidad y exactitud, siempre a la misma hora: a las diez de la noche, a la una y a las tres de la mañana. Seguramente estaban llamando a sus educadores: los lobos. Rechazaban con terquedad todo intento de incor­ porarlas a los juegos y entretenimientos de otros niños, sin manifestar interés alguno por lo que hacían los demás ni prestarles atención. Cuando las sacaban al campo, trataban de alejarse de la gente, y a veces retozaban y jugaban entre sí como suelen hacerlo los cachorros. Cierta vez, intentaron huir y, cuando una de las jóvenes del asilo pretendió dete­

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nerlas, ambas se arrojaron sobre ella mordiéndola y arañán­ dola con fuerza. Tras muchos esfuerzos se logró atraparlas entre los matorrales y llevarlas de nuevo a su sitio. En gene­ ral, Amala y Kamala se desplazaban con mucha rapidez, tanto en un lugar despejado-como entre malezas. Manifestaban recelo hacia el agua, les disgustaba sobremanera que las asearan y siempre se resistían a que las lavaran. También rechazaban con violencia todos los intentos de vestirlas. Se arrancaban cuanta ropa les ponían, hasta que la señora Singj tuvo que coserles unas bandas sobre las caderas, de manera que no pudieran librarse de ellas sin cortarlas. Los esposos Singj, que observaban a las niñas en forma casi permanente, no notaron en ellas, durante los primeros meses de su estada en el asilo, indicio alguno de conciencia, de pensamiento o de emoción, en el sentido habitual que tienen estas palabras respecto de seres humanos. Sólo la necesidad de comer les producía inquietud; la comida les proporcionaba evidente satisfacción, pero sólo en tanto saciaban su necesidad. La torpeza, la completa indiferencia hacia todo lo que ocurría de día, y la actividad típicamente animal de noche, eran los rasgos que caracterizaban la conducta de las niñas en los primeros meses de vida entre seres humanos. Esas niñas, si bien dadas a luz por una mujer, no eran criaturas humanas en el sentido cabal de la palabra. Tanto por el tipo de alimentación y de locomoción, como por la índole de su conducta, de su actitud hacia el medio, ahora social y humano, eran hijas de lobos, bestias sin rayo alguno de conciencia humana. Aun los pocos datos concretos que hemos expuesto nos permiten justipreciar la tesis básica de los materialistas premarxistas: “ el hombre es hijo de la naturaleza” . De acuer­ do con las teorías de muchos pensadores progresistas del

pasado, en Amala y Kamala debiéramos hallar seres racio­ nales, quizá con un nivel de desarrollo algo inferior al de los niños que han vivido en el habitual ambiente humano. En realidad, resultó que, por su nivel mental, en modo alguno podía considerárselas como personas, como seres racionales. La naturaleza no las hizo humanas. Nacieron como seres humanos, pero se tornaron bestias. Y frente a un hecho tan elocuente se desmoronan como castillos de arena las teorías aparentemente más lógicas y cautivantes, según las cuales la conciencia jdel hombre es un producto de la natu­ raleza, lo mismo que sus cabellos, dientes, ojos u orejas. Pero continuemos nuestra narración. El objetivo que se habían fijado Singj y su esposa consistía en hacer de las niñas personas cabales. El mayor obstáculo que se les oponía resultó ser el sistema de reflejos, sólidamente formados, en particular en Kamala, durante su vida con los lobos. Desde los primeros días de su ingreso en el asilo, los Singj se entregaron con particular afán a la tarea de habituarlas al lenguaje y al trato humanos: La señora Singj, que cuidaba de las niñas, les hablaba constantemente, si bien en realidad eso fue un monólogo que duró varios años. Cuando se acer­ caba para darles de comer, siempre llamaba a cada una por su nombre, les preguntaba si querían comer y nombraba el alimento que les traía. Como Kamala y Amala rehuían la relación humana y se encerraban en sí -mismas en presencia de la gente, la señora Singj trataba de modificar a toda costa esa actitud. Gradualmente las niñas fueron habituadas al régimen de vida diurno, con el fin de poder organizar mejor su contacto con otros niños. La señora Singj organizaba intencionalmente juegos y actividades con los niños en las habitaciones donde se hallaban Kamala y Amala. Lo único que despertaba un interés constante en estás

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niñas-lobeznos era la comida. Por eso, los esposos Singj tra­ taban de establecer contacto con ellas e ir desarrollando sus facultades humanas, basándose precisamente en ese interés y esa atención hacia la comida. La señora Singj solía traer diversos alimentos a la habitación donde estaban Kamala y Amala. Disponía legumbres, fruta, carne y dulces en la pro­

ximidad de las niñas, quienes, p o r l o general, se hallaban sentadas en un rincón; llamaba a otros niños y hacía que todos ellos, por turno y repetidas veces, nombraran en voz alta y con claridad esos alimentos, señalándolos uno por uno. También procedía así al distribuir los alimentos entre los niños. Si Kamala y Amala demostraban de algún modo que querían recibir una manzana, una banana, un bizcocho, carne, etc., la señora Singj les entregaba lo pedido, acom-

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pañando su acción con palabras. Paulatinamente se logró que las niñas participaran en juegos de este tipo. Sólo nueve meses después de su llegada al asilo, tomaron por sí solas el alimento de manos de la señora Singj, quien lo distribuía sentada en medio de la habitación. Algún tiempo después, Kamala aprendió a indicar con la mano lo que quería que le dieran. A la vez, los Singj trataban de enseñar a las niñas a caminar y a emplear más sus manos. El primer intento, sin embargo, fracasó. Amala y Kamala fueron puestas cerca de un pequeñuelo que todavía gateaba, pero comenzaba ya a pararse sobre sus piececitos: confiaban en que las niñas tratarían de imitarlo y así pasarían en forma gradual del gateo a la marcha erguida. Pero no ocurrió así. Las niñas jugaron algún tiempo con el pequeño, pero de pronto lo asustaron y golpearon. Fue necesario separarlos. Era evidente que el mero contacto con los niños y la simple imitación no darían resultado. Más tarde, los Singj urdieron situaciones en que Kamala se veía forzada a ponerse de pie. Para ayudarla a restructurar los movimientos, la señora Singj le hacía masajes en el cuerpo sistemáticamente, dos veces al día. En esos momentos hablaba a Kamala, le nombraba todas las partes del cuerpo, le hacía diversas preguntas y las contestaba ella misma. Sólo al cabo de trece meses se logró por primera vez obtener de Kamala una silenciosa respuesta a una pregunta formulada con palabras. Ocurrió en una oportunidad en que la señora Singj, una hora antes de la comida, preguntó a Kamala, como solía hacerlo, si quería comer. En respuesta, la niña hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. Gracias a los activos y permanentes esfuerzos de los esposos Singj, destinados a desarrollar las facultades de Kamala y a que entablara contacto con otros niños, al cabo de tres años, por

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su conducta y su nivel de desarrollo, comenzó a parecerse a un niño no mayor de un año y medio. * Al cabo de tres años, Kamala aprendió a entender lo que se le decía, comenzó a aceptar la relación con otros niños y se hizo inseparable de la señora Singj. En una oportunidad en que ésta se fue de viaje (ocurrió en 1924), la niña se negó a comer. El señor Singj se acercó a ella y le dijo: “ ¿Estás esperando a mamá, Kamala?”, Ésta lo miró. “ Se fue de viaje, pero pronto volverá”, continuó el señor Singj. Después de esto Kamala comió todo lo que le ofrecieron. Emitió los primeros sonidos, que significaban “ sí” y “no” , a fines del tercer año de su vida en el asilo.. Luego aprendió un sonido que pronunciaba cuando el agua para lavarse resultaba demasiado caliente. El cuarto significaba “ arroz” y era muy similar a la palabra “ arroz” en bengalí. En el quinto año de vida en el asilo, el vocabulario de Kamala constaba de unas treinta palabras. Singj señala que Kamala muy raras veces nombraba alguna cosa por iniciativa propia. Cuando le preguntaban algo, señalaba lo que quería. Cuando tomaban un objeto distinto al que pedía o no hacían lo que deseaba, la niña volvía a señalar lo que quería o pronunciaba

agí*

* Amala murió, víctima de una disentería, en setiembre de 1921, once meses después de su llegada al asilo. Kamala no se ale­ jaba del cadáver, intentaba sentarla, incorporarla, hacer que jugara, trataba de abrirle los ojos y la tironeaba sin cesar. Cuando logró entender lo que había pasado, rompió en amargo llanto. Fue la pri­ mera vez que lo hizo, evidenciando una emoción humana. La muerte de Amala tuvo una enorme y perjudicial influencia en su desarrollo. Permaneció una semana sin moverse de su rincón, hasta que un día se arrastró hasta donde se hallaban unos cabritos, los colocó sobre sus rodillas y se quedó largo rato sentada con los animalitos que, quizá, eran para ella una compañía y cierto consuelo por la pérdida de Amala. Esta, por lo común, entraba en contacto con la gente sin mayores dificultades, y Kamala la imitaba cuando se convencía de que no existía peligro alguno. Con la muerte de la pequeña, quedó roto ese importante puente entre Kamala y la señora Singj.

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el sonido que tenía para ella el significado de “no” . Y sólo después de mucho insistir nombraba el objeto, aunque a menudo no pronunciaba la palabra completa, sino sólo su sílaba inicial. Enunció espontáneamente su primera frase coherente en enero de 1926, cuando tenía cerca de 16 años, y ya hacía más de cinco que vivía entre personas. Ocurrió en una ocasión en que la señora Singj estuvo ausente bastante tiempo. Cuan­ do regresó y entró en el asilo, Kamala salió a su encuentro corriendo velozmente en cuatro patas (siempre corría sólo de ese modo) y gritando: “ ¡Llegó mamá!” . Luego se puso de pie y, apoyándose en el brazo de la señora Singj, caminó a su lado pronunciando atropelladamente multitud de sonidos, quizá tratando de contarle algo. Pero ni la señora Singj, que era quien mejor la comprendía, pudo entender esos incoherentes balbuceos. Al año siguiente, Kamala hizo evidentes progresos en su desarrollo y en su dominio del habla. Con bastante frecuencia pronunciaba palabras sueltas y frases cortas y sencillas; le gustaba jugar con otros niños, comprendía bien las diversas reglas de los juegos infantiles y reaccionaba con rapidez ante cualquier situación que se creara en tales juegos. Un día, |po r e j erapio ,~j uno de los pequeños cayó, se lastimó y comenzó a sangrar: Kamala fue la primera en correr a la casa, buscó a la señora Singj y la llevó al lugar del accidente. Se fueron formando en Kamala algunas representaciones elementales sobre la cantidad. Lo demuestra el siguiente episodio: cierta vez la señora Singj dio a Kamala un bizcocho, en tanto que a los demás niños les prometió dicha golosina para la hora del té. Entonces Kamala no comió su bizcocho; lo puso sobre la mesa, en el lugar donde se sentaba hatátualmente. Momentos después se reunieron todos para tomar el té. La señora Singj comenzó a repartir los bizcochos, dando

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dos a cada niño. Cuando le llegó el turno a Kamala, ésta sólo tomó uno de los dos bizcochos que le ofrecía y lo colocó al lado del que ya tenía. Así finaliza nuestro relato acerca de la niña que se había criado entre fieras. Kamala falleció de uremia en noviembre de 1929. Pasó nueve años en medio de la sociedad humana y en ese período se convirtió en un ser humano. A juicio de Singj, había alcanzado un nivel de desarrollo intelectual similar al de los niños de cinco o seis años. Los ocho años de vida al margen de la sociedad humana, lejos de impulsar el desarrollo del intelecto en una niña que potencialmente poseía todas las facultades para ello, habían consolidado en Kamala la forma de vida animal, y consti­ tuyeron un fuerte freno para su desarrollo intelectual cuando sus condiciones de vida fueron ya plenamente favorables para la formación de la conciencia humana y del habla. Tal es la principal conclusión que debe extraerse cuando se analiza lo ocurrido con Amala y Kamala. Si retornamos al punto de partida de nuestra argumen­ tación, advertiremos que nos hallamos en una situación difí­ cil. Habíamos rechazado sin vacilaciones la idea teológica acerca del origen divino de la conciencia y del pensamiento del hombre, y aceptado la teoría del origen biológico-natural de la conciencia. Y he aquí que la nave de esa teoría, en la cual nos disponíamos a navegar por el ancho mar del pen­ samiento humano, la nave que parecía sólida, segura y capaz de deslizarse rauda sobre las olas, al impulso de las velas de la imaginación, se ha hecho trizas al chocar con los arre­ cifes de los hechos implacables. Hemos naufragado sin si­ quiera salir del puerto, y quedamos con las manos vacías en el mismo sitio. Empero, la ciencia sabe con precisión que hubo tiempos en que sobre nuestro planeta, no sólo no había seres pensan-

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tes, sino ni siquiera seres vivos de organización más o menos compleja. Ahora, en cambio, lo habitan seres racionales. Los hombres ya han realizado los primeros vuelos al cosmos. Preparan naves para viajes interplanetarios. Sus pensamien­ tos están puestos en las estrellas. Y además, los hombres han creado una ciencia denominada antropología, que mira hacia la profundidad de los siglos, hacia la etapa inicial de la historia humana. Y con la ayuda de esa ciencia podremos esbozar, en rasgos generales, el proceso de formación del hombre racional y describir cómo se inició el camino por el que marcha la humanidad.

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DE LA SELVA A LAS ESTRELLAS En realidad, podemos tomar la selva como punto de partida del proceso en que se formó el hombre y su conciencia. A principios de la década del setenta del siglo pasado se produjo un trascendental acontecimiento científico: la publi­ cación del libro de C. Darwin El origen del hombre y la selección con respecto al sex o (1871). “La conclusión princi­ pal a que nos lleva la presente obra —escribió Darwin-—, y que comparten ahora muchos naturalistas plenamente capaces de formarse un juicio sensato sobre, el problema, consiste en que el hombre proviene de alguna forma de organización inferior. Los fundamentos en que se basa esta conclusión jamás tambalearán, porque la gran semejanza entre el hombre y los animales inferiores en su desarrollo embrionario, así como en innumerables rasgos de formación y estructura —desde los importantes hasta los más insignificantes— , y además los órganos que se conservan en estado rudimentario y las regresiones anormales a que es propenso el hombre, constituyen hechos irrebatibles.” Dicha conclusión era previsible si se tomaban como base las deducciones de Darwin en otra de sus obras: El origen de las especies (1859). Y a pesar de todo, para muchos fue inesperada y resultó una de las teorías más revolucionarias

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de la ciencia del siglo xix. Por la repercusión que tuvo, la hipótesis de Darwin puede ser comparada con la aseveración

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de Copérnico en el sentido de que la tierra no es el centro del universo. La tesis de que el hombre proviene del mono provocó airadas protestas en el conjunto de los creyentes y enconados ataques del clero. Como señaló K. Timiriázev, en el siglo x ix

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la biología llegó a ser el campo de batalla fundamental entre la ciencia y la religión, como en los siglos xvi al xvii lo fue la astronomía. Darwin se convirtió en el blanco de toda clase de acusaciones. Sin embargo, no llegó a contraponérsele ningún argumento científico valedero, y pronto, hasta los adversarios más obstinados del darvinismo tuvieron que re­ signarse a aceptar el hecho de que entre los sectores más cultos de la humanidad esta teoría había arraigado hasta adquirir el carácter de un axioma. Pero más adelante, los científicos que se decidieron a investigar más a fondo este problema encontraron que se trata de algo sumamente complejo y que el material de anatomía comparada existente no daba la posibilidad de esclarecer las etapas mediante las cuales se operó la trasfor­ mación del mono en hombre. Se imponía una búsqueda cien* tífica desde distintos ángulos, una investigación minuciosa y prolongada. El desarrollo de las ciencias geológicas en su conjunto y los vertiginosos progresos de la antropología a fines del siglo xrx y en la primera mitad del x x , nos permiten hoy reproducir, en sus rasgos más generales, el proceso de la transición del mono al hombre. En tiempos muy lejanos, el clima de la tierra era cálido y húmedo. Grandes superficies de los continentes estaban cubiertas de bosques, en los que predominaban las formas termófilas (vegetación de clima cálido). Sin embargo, en el plioceno superior (hace 4 ó 5 millones de años) las con­ diciones climáticas de la tierra experimentaron un cambio sustancial y, en consecuencia, hubo cambios también en la familia de los mamíferos. La proporción de las formas antiguas se reduce de manera vertical, y a principios del pleistoceno (hace alrededor de un millón de años) sólo llega al 16 por ciento en algunas especies. En la misma época se elevan sobre la superficie de la tierra grandiosos sistemas

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/ de montañas, como el Altai y el Tianchan. Los rasgos que caracterizan las condiciones naturales en el plioceno su­ perior son: cambios en el régimen de las aguas y en el de la temperatura, modificaéión de la flo r a ' (vegetación) en amplias extensiones de la tierra firme, aparición de enormes regiones desérticas y secas, intenso y constante enfriamiento de muchas regiones. Cambios tan sustanciales de relieve, clima y vegetación ejercieron una enorme influencia sobre el mundo animal del globo terráqueo. Los bosques termófilos estaban poblados sobre todo por diversas especies de monos. Estos animales estaban bien adaptados para la vida en los árboles. Por el desarrollo general de su actividad nerviosa superior, supe­ raban considerablemente a la mayoría de sus contemporáneos. Pero la súbita reducción de los bosques les creó una situación muy difícil. Nuestros lejanos antepasados, queriéndolo o no, tuvieron que enfrentarse en la práctica con el célebre dilema de Hamlet:

"¿Ser o no ser?" Como decía el famoso poeta ruso Nekrásov: Hay en el mundo un rey; ese rey implacable tiene por nombre “ El Hambre” . El hambre amenazó de muerte a muchos de los habitantes de los espesos bosques. El medio variaba con tal rapidez que la mayoría de las especies agotaban sus posibilidades de adaptación antes de que éstas lograran un resultado positivo. Así se hizo evidente el carácter relativo de las propiedades de adaptación del organismo vivo. El sistema del organismo

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de los primates, estable y de compleja coordinación, como previsto para una vida prolongada, resultó demasiado con­ servador para somecerse a una rápida restructuración. Los monos debían, o bien perecer (como efectivamente ocurrió con la mayoría de ellos), o bien trasladarse a lugares más

favorables (lo que pudieron hacer unos pocos), o b ie n ... “ Disculpe (dirá el lector impaciente), ¿qué otro ‘o bien’ puede haber todavía? ¡No podrá salirse de mono, hablando en len­ guaje figurado, de su pellejo de simio, es decir, trasponer los límites de las leyes biológicas y elevarse de alguna ma­ nera por encima de éstas!” . Pero no tanta prisa con los juicios definitivos, pues tenemos a mano un hecho indiscutible: en la tierra no sólo 35

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existen los monos,{sino) también los hombres. En consecuen­ cia, en cierta época, por efecto de ciertas causas, las leyes puramente biológicas fueron rebasadas y sometidas por otras fuerzas, superiores y más poderosas: las leyes sociales. El hombre es, en efecto, un ser peculiar, cualitativamente dis­ tinto de todos los demás seres vivos. Pero sería erróneo supo­ ner que el hombre surgió simplemente porque una de las

I r >ni res fi 'as e El VisHas d

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íi especies de monos, por efecto de las leyes biológicas, se fue trasformando suave y sigilosamente hasta convertirse en hombre. En la historia real, a que nos referimos, todo resultó mucho más complejo. El hombre surgió de la naturaleza. Pero para llegar a ser hombre en el sentido cabal de la palabra, debió superar a la naturaleza que lo ,había engen­ drado y elevarse por encima de las leyes biológicas. Es oportuno precisar aquí a qué nos referimos cuando hablamos de acción de las leyes biológicas. En realidad, para 36

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nuestros fines es suficiente destacar sólo una circunstancia, importante. Los animales y vegetales se adaptan en general al medio, fundamentalmente de la siguiente forma: cambian ellos mismos de manera que puedan vivir y multiplicarse en unas u otras condiciones. En esos casos se modifica la estruc­ tura de algunas partes del cuerpo, de los diversos órganos y sistemas; cambian las relaciones entre las distintas partes del organismo, los sistemas de reacciones bioquímicas, de herencia, etc. Los individuos y especies que no pueden des­ arrollarse satisfactoriamente en las nuevas circunstancias son eliminados por el mecanismo de la selección natural, en

tanto que los mejor adaptados sobreviven. Tal es la idea^ rectora en la teoría de la evolución de las especies orgánicas, formulada por Darwin ya en 1859. En el dibujo, tomado de un texto de biología, que re­ presenta una reconstrucción reciente de los animales que inicialmente estudió el gran darvinista ruso V. Kovalevski, el lector puede observar cómo fueron cambiando el aspecto exterior y la estructura de las extremidades de los antepasa­ dos del caballo. El animalito que vivía en regiones boscosas o estepario-boscosas se fue convirtiendo en habitante de zonas puramente esteparias y semidesérticas. Su paso a un nuevo tipo de alimento produjo cambios en la dentadura y el estómago. Pero, sobre todo, se modificaron sus extremidades. El caballo se adaptó para desplazarse por el suelo duro, podía escapar de las fieras o en caso de un ataque sorpresivo, 37

defenderse con los cascos. Pero lo principal es que recorría con facilidad grandes distancias en busca de alimentos, podía cubrir cientos de kilómetros para hallar pastizales. Tenemos, pues,[un~ejemplo] de cambios adaptativcs en animales, cuya constitución general era tal que pudieron pasar con relativa facilidad del régimen de vida en lugares selváticos a la vicia en espacios despejados. Y ahora tratemos de representarnos qué aspecto tenía el más remoto antepasado del hombre. Al analizar este pro­ blema, Darwin dice que “el hombre proviene de un cua­ drúpedo cubierto de pelo, provisto de cola y de orejas puntiagudas, y que, muy probablemente, vivía en los árboles y fue habitante del Viejo Mundo. El naturalista dedicado a investigar la estructura de este ser lo clasificaría sin vacilar entre los cuadrumanos, igual que a los antepasados aun más antiguos y comunes a los monos del Viejo y del Nuevo Mundo” . Era un animal fuerte, bastante corpulento y mag­ níficamente adaptado para trepar a los árboles, aunque torpe en el suelo. La reducción de los bosques obligaba al mono a desplazarse cada vez más a menudo por el suelo, a buscarse allí alimentos complementarios, consistentes en pequeños ani­ males terrestres y raíces vegetales. El posterior cambio de clima hizo que los antepasados del hombre habitaran sobre todo en regiones de bosques ralos o carentes de ellos. De esta manera, los monos que antes vivían en los árbo­ les se vieron en la necesidad de dar sus

primeros pasos El dibujo representa un grupo de australopitecos ocu­ pados en la recolección. A pesar de lo convencional de esta 38

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reconstrucción, nos permite imaginarnos el aspecto exterior de los antepasados más próximos del hombre. También el paisaje es convencional; pero su rasgQ fundamental —la ausencia de bosque— ha sido reflejado con toda exactitud. En la etapa anterior, el bosque proveía a los monos de ali­ mentos vegetales y animales. Con la desaparición de los bos­ ques, él sustento llegó a ser el problema número uno. El

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bosque permitía guarecerse del mal tiempo, de la lluvia y del viento. Pero en los lugares despejados,!cuando/ la tempera­ tura era muy baja, el clima desfavorable se tornaba una seria amenaza para la vida. Había que buscar refugio en cavernas u otros reparos naturales. Además, la recolección proporcionaba muy poca comida.fCuandolla manada de monos hallaba un buen refugio, por ejemplo juna caverna cómoda, cerca de un depósito de agua, acababa muy pronto con todas las raíces comestibles y también con los animalitos de la zona, y los alrededores de la vivienda se trasformaban, pode­ mos decir, en “ una zona de hambre” . Por otra parte, las ca39

vernas muy a menudo tenían dueño. El tigre, el león y el enorme oso de las cavernas eran animales muy difundidos durante el pleistoceno. Un cúmulo de circunstancias desfa­ vorables hacía indispensable que los monos se dedicaran a la caza de animales grandes y de rebaños. Esta caza podía proporcionar gran cantidad de alimento sustancioso, cueros que protegían del frío y de la lluvia, y, por fin, mediante la caza era posible apoderarse de alguna caverna adecuada. La caza daba lo principal, lo que todos los seres vivos tratan de conservar: la vida. ¿Pero cómo cazar a los animales gran­ des? Los monos no tenían alas suaves y silenciosas ni dientes finos como agujas, como los murciélagos-vampiros que suc­ cionan la sangre de su víctima. Tampoco tenían patas veloces ni agudos colmillos, como el leopardo, que podía alcanzar a un antílope. El mono no podía entablar una lucha individual con el peludo rinoceronte o el mastodonte. Pero el mono tenía sus ventajas que, en la difícil lucha por la vida, no podía dejar de aprovechar: una capacidad ya desarrollada para manipular objetos y su forma de vida en manada. El manipuleo de diversos objetos se realizaba cada vez más a menudo con las extremidades anteriores, en tanto que quedaba para las posteriores la función de apoyo, con lo que perdían poco a poco los hábitos de aprensión adquiridos durante la vida en los árboles. Los cuadrumanos tomaron el camino de trasformarse en biplanos y bípedos. La insuficiente fuerza en sus órganos naturales y la capacidad para asir y manipular objetos impulsaron a los monos a utilizar esos objetos (piedras, palos y huesos grandes de animales) para obtener alimentos y, en caso de necesidad, para defenderse de sus enemigos. El uso de instrumentos para la caza, hecho que al principio sólo ocurría aisladamente, se fue haciendo sistemático, ya que daba una superioridad indiscutible en la lucha por la existencia. Como lo ha señalado R. Dart en sus 40

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investigaciones, para cazar cinocéfalos (especie de monos) los australopitecos utilizaban como arma grandes huesos de mamíferos, con los que aplicaban golpes a sus adversarios. El examen de los cráneos de cinocéfalos fósiles, hallados junto con los restos de australopitecos, indica que la mayoría de aquéllos (más del 64 por ciento) fueron muertos por golpes recibidos de frente. Si se considera que los cinocéfalos viven en rebaño y son capaces de oponer encarnizada resistencia al enemigo, resulta evidente que sólo podían cazarlos proce­ diendo en forma colectiva y empleando armas. El agrupamiento de los antepasados del hombre en ma­ nada, fue determinado, ante todo, por la necesidad de dedi­ carse a la caza de grandes animales y de rebaños, en la que individuos aislados no podían lograr éxito. Ya no eran la fuerza, habilidad e “ ingenio” de un individuo o de la mayoría de los animales, lo que decidía el resultado de la caza,(sino) la calidad de las armas utilizadas y de la organización de las acciones colectivas. La vida en manada adquiere nuevas características y un nuevo contenido, en relación con la dis­ tribución de funciones entre los distintos miembros de la manada. En las difíciles condiciones de vida que pusieron a los ántepasados del hombre al borde de la extinción, el instinto de rebaño junto con el uso de armas eran lo que garantizaba éxito en la caza y, por lo mismo, la condición que permitía existir a la colectividad de cazadores. A esta altura, ya no resulta difícil, dar el paso siguiente. Es muy lógico que los mejores resultados se obtuvieron con los instrumentos más perfeccionados. Los objetos natu­ rales hallados por los monos no siempre eran apropiados para cazar: resultaban demasiado livianos o pesados, largos o cortos. En la mayoría de los casos necesitaban cierta elabo­ ración; al principio, se limitaban a quebrar o roer el objeto (palo o hueso); más tarde, comenzó a realizarse esto con 41

el empleo de medios complementarios (no dados por la na­ turaleza en forma de órganos naturales), con el empleo de instrumentos. Y así, en pos de los primeros pasos siguieron también

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la La necesidad objetiva de perfeccionar los instrumentos, evidenciada por la extinción de los menos adaptados, hacía

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alg es pie ac indispensable usar un nuevo tipo de instrumentos: los nece­ sarios para elaborar medios de caza. Y aquí llegamos al momento trascendental en la historia del desarrollo de la vida en nuestro planeta; estamos en el límite después del cual comienza la verdadera historia de la formación del hombre. “El primer acto histórico de estos individuos, gracias al cual se diferencian de los animales, no consiste en que piensan^sino) en que comienzan a producir 42

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los medios de vida que les son necesarios” , han escrito Marx

y Engels.

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Es decir, que el índice exacto, objetivo, del momento en que se inicia la historia de la formación del hombre es precisamente la producción de instrumentos para elaborar otros instrumentos (armas de caza).

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El dibujo muestra un instrumento hallado en España, cerca de Madrid, y que corresponde a la primera etapa de la técnica primitiva. Es probable que al ver este grabado

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algún lector exclame: “ ¡Pero si son simples piedras! ¿Acaso es posible denominar producción a la preparación de estas piedras? ¡Es tan fácil encontrarlas en las montañas o junto a cualquier riachuelo!” . Para advertir la diferencia entre una piedra común, reco­ gida en la orilla de un riachuelo y un instrumento de piedra hecho por el hombre, para apreciar cuánta voluntad, pacien­ cia y atención, cuánta inteligencia y destreza (y que nos perdonen estas palabras los científicos severos) se requiere para producir tal instrumento, hagamos un experimento sen­ cillo. Prueben ustedes construir uno de los útiles de caza más usados: la lanza. Pueden tomar como modelo, entre 43

otras, la lanza hallada en 1948, en el pueblito de Leringen, cerca de Werden (Baja Sajonia). En una capa de caliza arcillosa fue descubierto el esque­ leto de un elefante prehistórico con una lanza entre las costillas. Estaba hecha de madera de tejo y medía 2,15 m de largo. Tenía desplazado hacia la parte posterior el centro de gravedad, lo que permite suponer que no era utilizada como arma arrojadiza. El extremo de la lanza había sido afilado y quemado al fuego. Al parecer, el cazador la puso

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e n ' acción cuando se hallaba junto al animal. Aquí cabe recordar, por su similitud, las. descripciones publicadas sobre los procedimientos que algunas tribus africanas utilizan para la caza de elefantes. Los pigmeos del Camerún cazan con una lanza de algo más de 2 metros de longitud, con la punta impregnada en veneno. El cazador se unta con excrementos frescos de elefante, para disimular sus olores humanos. Luego se acerca sigilosamente al elefante. El animal, al no sentir olores extraños, deja que el cazador, arrastrándose, se le 44

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acerque hasta ubicarse directamente paju ou v ie n tr e , y en­ tonces le clava con fuerza la lanza. De manera que el experimento se limita a preparar una lanza con la que se pudiera ir a cazar elefantes. Pero cualquier experimento exige que se tengan en cuenta determinadas condiciones. Y si queremos, aunque fuera en cierto grado, acercarnos a las condiciones en que actuaban los hombres primitivos, tendremos que olvidarnos de que existe la sierra, el hacha, el cuchillo, el cepillo y otros instrumentos de acero o de hierro. Sólo nos quedan los órganos naturales: las manos, los pies y los dientes. Pero para no tener que derribar un arbolito con el procedimiento de que generalmente se valen los castores, es necesario elaborar un instrumento con el que sea posible hacer la lanza indispensable para la caza.

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Para ello se puede recurrir a la llamada hacha chelense. Para fabricarla es preciso hallar una piedra apropiada y trabajarla con otras piedras. El hacha de piedra, en su forma clásica, posee los siguientes elementos:

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1) un borde fino, más o menos afilado, que hace las veces de hoja de cuchillo o de sierra; 2) un pequeño lomo, cómodo para asir durante el tra­ bajo y con el cual se puede romper otras piedras; abe bre ara d con tita iifitos ego ufitir le

3) y, a menudo, también un extremo puntiagudo, útil - para ser empleado como cincel y para hacer agujeros. Durante la realización del trabajo cuente usted el número de operaciones (cada golpe es una operación) que deberá ejecutar para fabricar el hacha de mano. Con ayuda de este instrumento y de finas laminillas de piedra, de borde afilado y cortante, obtenidas al fragmentar piedras voluminosas, o usando valvas, podrá fabricar la lanza. Si la tarea le resulta demasiado difícil y, [ño obstante,] desea usted cumplirla hasta 45

el fin, encontrará instrucciones más precisas en los libros sobre arqueología. . . Por consiguiente, la principal finalidad de los instrumen­ tos de piedra era servir para elaborar los útiles con que nuestros antepasados cazaban grandes animales. Pero al tener presente este aspecto del problema no debemos olvidar otro. Supongamos que la caza del elefante o del oso de las cavernas por un grupo de hombres primitivos haya sido coronada por el éxito. Surgía inmediatamente un nuevo problema: aprovechar todo lo que podía proporcionar dicho animal. Los hombres primitivos vivían en condiciones demasiado duras como para permitirse el lujo de desperdiciar la presa. Sus dientes y manos no eran lo suficientemente fuertes como para cortar un cuero grueso, arrancar los ten­ dones de los potentes músculos, romper los huesos largos que contenían médula o despedazar el cráneo, lleno de sesos. En Una palabra, para todo ello se necesitaban instrumentos auxiliares; sólo teniéndolos podía aprovecharse íntegramente la res. Es evidente que el hacha de mano era muy adecuada para ese fin: el canto afilado podía ser usado a modo de cuchillo para abrir el cuero, seccionar los tendones, etc., el extremo en forma de cincel servía para separar los huesos, etc. Es muy verosímil que el hombre de Neandertal que ven en la ilustración estuviese a punto de despedazar el cuerpo de un mastodonte muerto. Hasta aquí hemos hablado sobre las necesidades de los hombres primitivos y sobre las características de sus instru­ mentos. Pero la producción tiene además otro, aspecto, que afecta al hombre. Las necesidades y las condiciones objetivas de la actividad determinaban el tipo de instrumento y sus propiedades, y, por consiguiente, el carácter de la actividad mediante la cual se realizaba la producción; pero, a su vez, esta actividad planteaba determinadas exigencias al hombre. 46

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Se creó una situación en que el hombre primitivo, fuera ya del control de las leyes biológicas, quedó inmediatamente

subordinado a nuevas exigencias, impuestas, en particular, por el proceso de producción de los instrumentos. Si han intentado realizar el experimento de fabricar la lanza, habrár» 47

advertido, por cierto, que esa tarea está sometida a reglas estrictas, cuya infracción lleva al fracaso. Para producir y utilizar los instrumentos con éxito era indispensable tener las manos libres. Y éstas, a su vez, debían ser bastante fuertes para trabajar la piedra dura. Al propio tiempo, el hombre debía tener desarrollado el sentido de la fuerza del golpe, ya que un golpe demasiado potente habría partido el trozo que elaboraba en fragmentos inútiles, mientros que uno dema­ siado débil no tendría sobre él efecto alguno. La acción de la mano debía combinarse con el trabajo de la vista: para i desprender la parte innecesaria de la piedra que se trabajaba hacía falta un golpe sumamente preciso, de una intensidad apropiada. Experimentos realizados por el científico ruso Semiónov han demostrado que, para algunas operaciones, la precisión en cuanto al lugar del golpe no debe tener un error superior a 1-3 mm. Todo esto elevaba a un nivel superior el análisis de los estímulos internos procedentes de la mano y originaba una coordinación más fina de los movimientos. El instrumento más simple conocido por los antropólo­ gos se remonta a la denominada cultura eolítica, que tuvo su desarrollo en los albores de la edad de piedra. La figura central reproduce es^ instrumento tan sencillo. Los números señalan las distintas aristas logradas por frac­ tura, cada una de las cuales era debida, por lo menos, a un golpe. A la izquierda se presenta la reconstrucción del pro­ ceso que debió emplearse para labrar la piedra, y a la dere­ cha, un esquema de las conexiones nerviosas en el cerebro. La cultura eolítica es una etapa en el desarrollo de las operaciones de trabajo que, muy probablemente, debe consi­ derarse como intermedia entre el uso de objetos naturales como instrumentos para la caza y la elaboración de instru­ mentos para producir medios de producción. El instrumento 4X

representado en la página 40 (hacha de Castilla) corresponde al paleolítico (o período de la piedra tallada). Al mismo período corresponde también el hacha chelense, de la que ya hemos hablado.

En la fig., a la izquierda (señalados con la letra a), apare­ cen las dos piedras que servían como punto de partida para • elaborar instrumentos. Una de ellas servía de percutor, la otra, de m ateria prima para fabricar un hacha. Luego

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(señalado con la letra b) se reconstruye el proceso empleado para tallar la piedra. En el centro vemos el instrumento ya listo, y se indica el mínimo de operaciones necesarias para fabricarlo. A la derecha se da un esquema del cerebro de un pitecántropo, indicándose las conexiones indispensables para ejecutar la serie de actos laborales tendientes a crear el ins49

truniento deseado. Aquí pueden ustedes comparar la canti­ dad de actos que realizaron para fabricar el hacha de mano en nuestro experimento, con la cantidad óptima calculada y verificada experimentalmente por S. Semiónov. Vemos, pues, que un rústico instrumento de piedra no sólo puede testimoniar acerca de las condiciones externas que caracterizaban la vida del hombre primitivo; también nos permite extraer una serie de conclusiones sobre los procesos internos que trascurrían en su cabeza. ______ por ejemPor su naturaleza, los instrumentos de plojlas hachas chelenses, eran de uso individual. Pero el ren­ dimiento de tal instrumento era tan escaso, que no podía, en modo alguno, asegurar la existencia de un individuo. Ese instrumento presuponía su utilización por una colectividad. „ Una de las peculiaridades del instrumento consiste en que su uso y aplicación están ligados indefectiblemente a determinado individuo. La fuerza de las manos, las piernas y los dientes de un individuo sólo puede ser empleada por él mismo, en tanto que el instrurhento puede ser utilizado, en principio, por cualquier miembro de la colectividad. Es claro que éste debe saber hacerlo, es decir, poseer ciertos hábitos, cuya adquisición y trasmisión sólo son posibles en la colecti­ vidad. Y cuanto más adecuadamente se cumplen esas fun­ ciones, tanto mayor capacidad de subsistir adquiere el grupo, responsable de una misión tan importante como es la produc­ ción de instrumentos. De ahí que los instrumentos y su uti­ lización plantearan a los individuos diversas exigencias con ^respecto al funcionamiento de la colectividad. Vimos en páginas anteriores algunos esquemas que repre­ sentan en qué medida creció el trabajo del cerebro debido a la fabricación de instrumentos. Pero, además, debieron prece­ derle otras operaciones y, ante todo, la búsqueda de una pie­ dra adecuada para hacer un hacha. Por consiguiente, en la j

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mente del hombre primitivo debió existir alguna imagen del objeto, que determinaba la meta de sus acciones. En la bús­ queda de piedras apropiadas, el hombre ya no tenía en cuenta sólo las características externas de los objetos,fsínó)también* las propiedades objetivas de éstos, verificaba esas cualidades; jpor ejemplo,) hacía una talla, a modo de prueba, para com­ probar la dureza, fragilidad y otras propiedades de las piedras recogidas. En esa etapa no se orientaban ya simplemente por los rasgos externos del objeto (si era pesado o liviano, grande o pequeño, redondeado o puntiagudo); se incluían en la esfera de acción, y, por lo tanto, en la del interés, las propiedades fundamentales del objeto, cuya investigación constituía el germen del proceso verdaderamente humano del conocimien­ to. Lo mismo ocurría i cuando) el hombre, mediante instru­ mentos de trabajo elaboraba útiles de caza: las cualidades de la madera y del hueso se hacían evidentes al actuar sobre ellos con los instrumentos de trabajo. Dichas propiedades eran fijadas y reflejadas como factores externos especiales, como resultado de una interrelación de los objetos externos, ya que ni el hacha ni el hueso en elaboración era órganos del hombre. Y esas propiedades de los objetos externos también debían grabarse en la mente del hombre, quien las tomaría como punto de apoyo para su posterior actividad. Sobre la base de los hechos establecidos, creemos opor­ tuno comparar ahora la actividad de los, animales con la del hombre primitivo. ¡ Cuandojun animal tiene hambre, se mar­ cha en busca de alimento. Si es un herbívorogbusca los vege­ tales que suele comer, orientándose por algunas característi­ cas externas de los mismos o por las del lugar (vinculadas con él en forma menos directa), que conoce por experiencias anteriores. De modo complejo se forman las relaciones entre los animales carnívoros y los herbívoros. Sin embargo, en todos los casos el conjunto de acciones del animal se orienta 51

directamente hacia el objeto que sirve para satisfacer sus necesidades. Ninguno de los indicios que orientan al animal, como ^poF~ejemplol el olor de un ciervo que huye para un .carnívoro, es objeto de sus actos. Sólo en los primates supe­ riores existen acciones intermedias c&iyo objeto es algo exte­ rior. Investigaciones realizadas con monos antropomorfos han demostrado que éstos utilizan palos y algunos otros objetos para alcanzar el alimento, para inspeccionar algo que no conocen, que son capaces de adaptar las cosas que tienen a mano de manera que les permitan lograr lo que buscan. [ Por ejemplo, un mono puede apilar cajones .para alcanzar una banana que está muy alta {notables experimentos del cientí­ fico ruso Iván Pávlov con los chimpancés Rosa y Rafael), puede limpiar una vara despojándola de las ramitas laterales que le molestan, desprender una •astilla de una tabla para extraer con ella una golosina contenida en un tubo. Y cuando se realizó una serie especial de experimentos, con planteo de situaciones cada vez más complejas, el mono demostró capa­ cidad para hacer un instrumento, con un objeto cuya forma inicial sólo podía producir desorientación. [Por ejemplo,] en los experimentos de G. Jrustov un chimpancé se hizo el palo que necesitaba para empujar la golosina, rompiendo con los dientes un sólido aro de madera, objeto que se le había pro­ porcionado como único material. Esto nos muestra que, en los actos precedentes, el animal debió haberse formado una representación particular acerca de cierto objeto o acto inter­ medio, que si bien no traía aparejada la satisfacción de la necesidad, llevaba, no obstante, al logro del objetivo princi­ pal: alcanzar la golosina. Las actitudes que se observan en el hombre en forma­ ción son esencialmente distintas. Durante el proceso de la caza, se conduce en muchos aspectos como el animal. Pero ocurre que entre la necesidad de alimento, -experimentada

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en forma de hambre, y el proceso de la caza que lleva a satis­ facer esa necesidad, se va interponiendo de manera gradual y creciente una etapa intermedia: la producción de instru­ mentos. Y en esa etapa, el objetivo y el carácter de la activi­ dad no están determinados por las necesidades naturales o por los rasgos exteriores del objeto, aptos para satisfacer aquéllas,(sino) por necesidades sociales y por las propiedades intrínsecas de los objetos que sirven para producir instru­ mentos. La estructura de los actos orientados a satisfacer, la necesidad, enjlos ejemplos mencionados, puede ser represen­ tada en forma esquemática de la siguiente manera: Si se observa este esquema es fácil advertir que el proce­ so que lleva a satisfacer la necesidad de alimentos en el hombre y en los animales es fundamentalmente diferente. Y el rasgo principal que caracteriza la actividad del hombre consiste en que casi todas sus etapas están vinculadas con la producción o con el empleo de instrumentos. Esta circunstancia resulta importante, porqué nos per­ mite contestar a la pregunta que ya hemos formulado, o sea: ¿de qué manera pudieron nuestros lejanos antepasados colo­ carse en cierto modo por encima de las leyes biológicas, adquirir una fuerza que les permitiera liberarse de su inape­ lable dominio? Esa fuerza es precisamente la producción. En efecto, para adaptarse a las condiciones cambiantes, el ani­ mal mismo debía cambiar. Con el surgimiento de la produc­ ción, ya no es la trasformación de los órganos naturales lo que decide la adecuada adaptación al medio£sino que^ésta es determinada cada vez en mayor grado por la modificación y el perfeccionamiento de los “ órganos intermediarios” espe­ cíficos, es decir, de los instrumentos de trabajo. Tenemos aquí una forma de relación con el medio circundante esen­ cialmente distinta, y cuyo desarrollo y perfeccionamiento 53

GRUPO QUE SE INVESTIGA i

OPERACIONES QUE CONDUCEN

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La mayor parte de los animales.

Manejo de instru­ mentos (unión de dos palos).

Animales superiores (primates).

Producción de ins­ trumentos de pro­ ducción (talla del hacha de mano).

54

Producción de instru­ mentos de c a z a (de la lanza) mediante instrumen­

tos.

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A LA SATISFACCION DE LAS NECESIDADES

Orientación por indicios externos.

Orientación por indicios externos.

Orientación por indicios externos.

A p r o p i a c i ó n del objeto mediante los órganos naturales.

Consumo m ed iante' los órganos natura* les.

Apropiación del o b j e t o mediante órganos naturales o ¿Sun instrumentó.

Consumo medi ant e loa órganos natura­ les

¡ A p r o p i a c i ó n del objeto mediante un instrumento.

Consumo con ayuda de t instrumentos.

55

ya no está supeditado a las leyes biológicas, es decir, pura­ mente naturales, sino a otras nuevas: las leyes sociales. De manera que no fueron la naturaleza como tal ni las leyes biológicas por sí mismas .las que determinaron el sur­ gimiento del hombre y de su conciencia, aunque, por supues­ to, sin ellas como base general, los seres racionales no hu­ bieran podido aparecer en absoluto. Los materialistas premarxistas sólo supieron indicar las premisas biológicas del surgimiento del hombre, y aun esto sólo en la medida en que se los permitía el nivel alcanzado por las ciencias natu­ rales en su época. Fueron Marx y Engels quienes descubrie­ ron las leyes que rigen la formación del hombre y de la sociedad humana, aporte sin el cual hubiese sido imposible llegar a la teoría científica de la antropogénesis. En su difundido trabajo El papel del trabajo en la trasformación del mono en hombre (1876), Engels describe en líneas generales el proceso de surgimiento del hombre y de su pensamiento. El cambio esencial en el carácter de la actividad y en la forma de adaptación al medio exterior, inherente al hombre, debía influir, y, en efecto influyó, en el funcionamiento de su sistema nervioso y, en primer término, en la modificación de la actividad nerviosa superior. Con el desarrollo de formas nuevas de la actividad práctica, la orientación en el medio exterior, cumplida mediante las secciones superiores del sis­ tema nervioso central, se hizo muchísimo más complicada. En primer lugar aumentaron considerablemente los tipos de actividad conducentes a satisfacer las necesidades, debido a que surgieron y se perfeccionaron nuevas etapas intermedias vinculadas con la producción y el uso de los instrumentos. Por otra parte, cada una de estas nuevas etapas (producción de instrumentos de producción y producción de útiles para la caza) demandaba, para verse coronada por el éxito, una larga cadena de actos consecutivos, bastante complejos y 56

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coordinados de un modo nuevo, ya que ni siquiera después de realizados eran consolidados por la satisfacción de una necesidad. La nueva forma de cazar y los actos previos que requería, imponían una compleja coordinación de actos entre los miembros de la horda, es decir, que cada uno de ellos debía tener cierta claridad acerca de su propio lugar en la actividad colectiva. El consumo también presuponía una ac­ ción coordinada, tanto al desmembrar la res como al distri­ buir la presa entre los miembros de la horda. En tales circunstancias, el perfeccionamiento de la capa­ cidad de orientación y de todo el régimen de la actividad nerviosa superior, cumplía, en general, la misma función que el cambio de estructura de las extremidades en los antepa­ sados del caballo como resultado de la modificación de sus condiciones de existencia. La ley común a todas las especies biológicas, de acuerdo con la cual el cambio de una función trae aparejado el cambio del órgano correspondiente, tenía plena vigencia en las primeras etapas de la formación del hombre. La nueva forma (social) de adaptación al medio, basada en la producción de instrumentos, exigía determina­ dos cambios biológicos. El aumento de la masa encefálica, sobre todo mediante el desarrollo de la corteza de los grandes hemisferios, era la respuesta más simple a las nuevas exigen­ cias que debía afrontar el sistema nervioso central. La com­ paración entre el cráneo de los monos fósiles y de los hom­ bres primitivos demuestra que tuvo lugar un considerable aumento del volumen del cerebro: de 435-650 cm3 en el mono hasta 800-1225 cm3 en el pitecántropo. No obstante, la adap­ tación de la actividad nerviosa superior a las nuevas condi­ ciones no se realizaba sólo en base a un simple aumento de la cantidad de células nerviosas del cerebro. La selección natural todavía no había dejado de actuar, aunque es cierto que ahora funcionaba junto con otro fac-

.57

tor decisivo: la producción social. La selección natural, si así puede decirse, estaba de parte de la producción, ya que sólo sobrevivían y tenían posibilidad de desarrollarse y afian­ zarse aquellas colectividades de hombres primitivos en las que la producción y la vida social por ella determinada ha­ bían avanzado más. Esto quiere decir, fundamentalmente, que en esas colectividades los individuos habían desarrollado mejor su capacidad de orientación, de acuerdo con las nuevas condiciones en que actuaban. La colectividad basada en la producción, que planteaba grandes exigencias a sus miem­ bros, les creaba, al mismo tiempo, las condiciones adecuadas para satisfacerlas. Aquí creemos necesario decir

algo sobre las señales Un hecho importantísimo en la vida de los hombres pri­ mitivos fue la aparición de un nuevo tipo de señales, que de­ bía su nacimiento a la colectividad de trabajo. Para esclare­ cer los alcances de este fenómeno debemos volver por algún tiempo al reino animal. Desde el punto de vista de la fisiología de la actividad nerviosa superior, cuya investigación desarrolló el célebre sabio ruso Iván Pávlov, todos los objetos y fenómenos del mundo exterior que rodea al animal son considerados como estímulos. Si cualquiera de los agentes (objetos) del ambien­ te exterior influye sobre los órganos sensoriales del animal (actúa como estímulo) y esa influencia es percibida y tras­ mitida al sistema nervioso central actúa como señal. • Algunos agentes del medio exterior tienen un valor di­ recto para la conservación del organismo en el momento en que actúan; otros no poseen tal valorfP o r ejem p lojel fuego 58

aplicado directamente sobre el cuerpo tiene un efecto des­ tructivo, hecho que, desde luego, produce una respuesta in­ mediata en el animal: su reacción puede ser huir. Pero el fuego tiene, además, otras propiedades: alumbra, general­ mente produce humo, fácil de distinguir por su olor a con­ siderable distancia. El aspecto del fuego o el olor a humo por sí mismos no ejercen sobre el organismo acción destruc­

tiva alguna; son, según suele denominárselos, estímulos indi­ ferentes. Aunque no siempre sea asíT Si cualquier propiedad de los objetos exteriores, secundaria por sí misma, acompaña a otra esencial, se convierte en señal anunciadora de la pro­ ximidad de un agente importante para el organismo,) por ejemplo] de un agente alimenticio o destructivo. Si varían las circunstancias, dicho agente puede perder su valor an­ terior, volver a ser secundario, o inclusive tomar un signifi­ cado opuesto. [Por ejemplo, el olor a humo (señal de un

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agente destructivo), puede convertirse en señal de un agente positivo, si el animal siempre es alimentado después que se enciende el fuego. Las señales pueden reunirse en distintas combinaciones y servir así de orientación en medio de las cambiantes condiciones del ambiente. El rasgo característico de las señales consiste en que tienen un valor concreto. Cada una de ellas está vinculada en forma directa con alguna fun­ ción biológica del organismo. El agente del medio exterior no es percibido por el animal como tal, como objeto aislado, que posee cualidades objetivas propias. Para los animales, «* los objetos se presentan sólo como estímulos positivos o indi­ ferentes. De esa manera se forma un sistema de vínculos condicionados que pertenecen sólo al individuo, exactamente de la misma manera que los ojos, las orejas y los dientes. El animal no puede ponerlo a disposición de nadie. En la vida de los hombres primitivos se había ido acu­ mulando una cantidad cada vez mayor de elementos engen­ drados por la producción social, y que era preciso trasmitir a otros. Surgió la necesidad de recurrir a señales que orien­ taran no sólo a cada individuo, sino también a todos los miem- ‘ bros de la colectividad de trabajo. Si analizamos las exigen­ cias planteadas por la sociedad a ese nuevo tipo de señal, podemos enumerar las siguientes: 1. Por su esencia, esta señal debe expresar ciertas rela­ ciones sociales y no las emociones del individuo, ya que ha sido originada por dichas relaciones y su misión es servirlas. 2. La señal debe ser igualmente accesible a los distintos individuos que constituyen la sociedad y tener una significa­ ción válida para todos. 3. Sin embargo, para cumplir las funciones mencionadas en los puntos 1 y 2, la señal debe adoptar inevitablemente alguna forma material; de lo contrario no sería posible tras­ 60

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mitirla a otros miembros de la colectividad, los que, simple­ mente, no la captarían. Al mismo tiempo, si la forma material del objeto (o del acto) y de la señal no se diferenciaran una de otra, la señal no sería tal. En consecuencia, por su forma material, debe diferenciarse del objeto o del acto a los que sirve de señal. 4. Además, por ser un medio de comunicación, la señal debe ser fácil de reproducir por cada uno de los individuos que integran la colectividad. Sólo es posible usar señales para organizar una actividad social, ^cuandoj todos los miem­ bros de la sociedad que intervienen en esa actividad pueden emplearlas. Sólo una señal que poseyera el conjunto de cualidades enumeradas podía servir satisfactoriamente para organizar y desarrollar las relaciones sociales, podía cumplir funciones sociales. Y fue la palabra, el lenguaje articulado, lo que me­ jor respondió a dichas condiciones. Ha llegado el momento de aclarar cómo fueron

las primeras palabras Al parecer, se nos presenta ahora el problema más difícil de cuantos hemos encontrado hasta aquí. El origen del len­ guaje y del habla es, por cierto, un problema complicadísimo, y casi se carece de hechos concretos que permitan formular una hipótesis suficientemente fundamentada. A eso debemos agregar las dificultades vinculadas con las características puramente psicológicas de cada individuo. Ocurre que para el hombre de hoy pensar y hablar son fe­ nómenos habituales y corrientes, y que al abordarlos lo ha­ cemos tomando como punto de referencia el estado actual de 61

dichos fenómenos. Pero tal representación intuitiva puede resultar de escaso valor cuando se trata de investigar el len­ guaje de los remotos antepasados del hombre, que todavía no habían llegado a ser hombres en el sentido cabal de la palabra. Puede afirmarse que el hombre primitivo sólo llegaba a ser hombre en la medida en que actuaba como represen­ tante de la sociedad, como vehículo de las relaciones sociales,. En sus restantes vinculaciones, ya sea dentro de la horda como en la naturaleza que lo rodeaba, seguía siendo un ani­ mal que se valía de todos los recursos de orientación y for­ mas de actividad propias de sus antepasados. Por eso, si se formula la pregunta — que suena un tanto extraña— de para qué necesitaba el hombre primitivo el pensamiento y el len­ guaje, debemos contestar lo siguiente: para desempeñarse en un nuevo campo de actividad, para satisfacer necesidades de tipo social. Si tenemos presente esto, encontraremos sin di­ ficultad la explicación de un hecho al que nos referimos en nuestra historia de las niñas que crecieron entre lobos. Kamala y Amala no sabían hablar, a pesar de que existían en ellas todas las condiciones biológicas para el desarrollo del lenguaje. Sólo carecían de una cosa: de la necesidad social de hacerlo, ya que no existía el medio social. Y bastó esta “ única” cosa para que no se desarrollaran en ellas el lengua­ je y el pensamiento. Por su función social, las primeras palabras debieron ser­ vir como elementos para organizar la actividad de los hom­ bres. Inicialmente eran pocas, y se relacionaban con alguna situación que requería actos colectivos. |Por ejemplo,] para salir de caza se convocaba al grupo con un sonido determi­ nado. Fot supuesto, quien lo profería no hablaba en el sentido corriente de la palabra, no decía: “ Es tiempo de que salga­ mos a cazar” . Simplemente daba la señal, como en un campa­ 62

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mentó se llama a formación, a levantarse o a comer. . . Ese sonido fuerte y penetrante significaba para el hombre primi­ tivo a la vez la finalidad de las acciones conjuntas (obtener

comida), el objeto de las mismasppor ejemplo, la caza de un oso) y los medios con que podía lograrse la finalidad deseada (empleo de palos, lanzas, piedras). Todo ello era designado por la señal. Quizá debemos imaginar las cosas como si un 63

sonido determinado incluyese ya todo un discurso; una “ pa­ labra” era ya habla. En esa “ palabra” , vista desde el ángulo de nuestras nociones actuales, estaban incluidas, en forma un tipo dado de actividad social. La “ palabra” era la genera­ lización de todo un conjunto de representaciones sensoriales simultánea, varias frases, varios enunciados concernientes a vinculadas a una situación. Según el gran lingüista ruso A. Potebniá, en las primeras etapas del desarrollo del pensa­ miento, la palabra sólo puede ser una indicación de una ima­ gen sensorial en la que no hay acción, cualidad ni objeto, tomados por separado, sino todo eso confundido en una uni­ dad indivisible. Los sonidos que hicieron las veces de primeras palabras fueron tomados, tal vez, del arsenal de recursos sonoros con que se comunicaban los monos en su vida en rebaño. Eviden­ temente, esos sonidos debieron experimentar cambios per­ ceptibles, porque cumplían ya una nueva función, y existían a la par con los sonidos anteriores, cuyo papel seguía siendo el mismo. Pero el conjunto de medios sonoros de los monos es bastante exiguo, cada sonido fes utilizado con sentidos muy diversos. No es tan sencillo como parece separar de ese arse­ nal los medios adecuados para un nuevo tipo de vínculos. Cabe pensar que además de emplear y modificar paulatina­ mente los sonidos de que ya disponían, los remotos antepasa­ dos del hombre debieron tratar de adoptar o de “ conquistar” otros, tanto neutrales, tomados de la naturaleza, como los que por distintos motivos se vinculaban con cierta constancia a una situación dada, a alguna forma de actividad social esen­ cialmente importante para la vida de la colectividad. Y hemos empleado en forma deliberada la palabra “ con­ quistar” , por lo siguiente: en esos tiempos remotos, llegar a dominar nuevos sonidos, es decir, señales peculiares para in­ dicar una situación determinada, era un proceso complejo, 64

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difícil y prolongadísimo. Pongamos atención en nosotros mis­ mos y en nuestro interlocutor fcuandot conversamos. Podremos comprobar que las partes que más se mueven al hablar son la lengua, los labios y la mandíbula. Pues bien, en el hombre en formación esas eran justamente, partes de escasa m ovi­ lidad. Las primeras palabras se formaron a partir de sonidos guturales, es decir, de la garganta, en cuya emisión casi no intervenían la lengua, los dientes y los labios. Para aprender nuevos sonidos hacía falta mucho esfuerzo, era preciso co­ locar de manera distinta los propios órganos de la fonación, y, como es lógico, ese proceso no podía ser rápido. Además, no debemos olvidar ni por un momento en qué condiciones surgió el habla. Las condiciones de vida del hom­ bre actual se diferencian sustancialmente de las que rodeaban a esos remotos antepasados nuestros. Vivimos en un ambiente en que reina el lenguaje: hablan todas las personas que nos rodean, en todo momento oímos hablar y nosotros mismos empleamos de continuo el lenguaje. Tan es así que ni siquie­ ra advertimos la influencia que ejerce ese medio, en el cual hablar constituye un fenómeno normal, como no advertimos la presencia del aire que respiramos. Pero ese ambiente es tan importante para el desarrollo del lenguaje y del pensamiento como el aire para la vida. A modo de ejemplo^) menciona­ remos un hecho por todos conocido, lamentablemente, muy generalizado. En las escuelas de la Unión Soviética se estudia por lo común un idioma extranjero durante seis o siete años; no obstante, suele ocurrir que al terminar sus estudios los alumnos no puedan mantener en ese idioma una conversación ni siquiera sobre temas de la vida diaria. Y lo malo es que ello no se debe a que sean perezosos o poco aplicados: la cau­ sa fundamental de esa “ mudez” que aqueja a la inmensa ma­ yoría de los egresados de la escuela media es que carecen de un ambiente en el que se hable el idioma que han aprendido. 65

Puede decirse que sólo se encuentran en tal medio durante las pocas horas de clase destinadas a cumplir el programa de estudio de una lengua extranjera. ¿Y qué sucede si se exclu­ ye a un ser humano del ambiente en que se habla? Pues que no aprenderá a hablar, quedará mudo. Se ha demostrado científicamente que la mudez infantil es, por lo común, re­ sultado de defectos congénitos en los órganos de la audición. La palabra “sordomudo" se ha generalizado porque entre la sordera y la mudez existe una relación directa. Trasladémonos por un instante a la situación en que vi­ vían los pitecántropos o los sinántropos. Aparecerán ante nuestros oios como una manada de individuos mudos. Ape­ nas se esbozaba entre ellos el ambiente de los sonidos. Y, por supuesto, era inevitable que este hecho se reflejara en el ritmo con que avanzaban el lenguaje y el pensamiento. Enfo­ cando así el problema podemos llegar a comprender que, para nuestros remotos antepasados, la asimilación de cada nueva palabra constituía una laboriosa conquista, una verdadera ad­ quisición. Pero una vez lograda, esa conquista impulsaba el desarrollo de la sociedad. Por otra parte, el progreso social no limitaba, sino que intensificaba enormemente la necesidad de comunicarse mediante el habla. Las crecientes necesidades engendradas por las nuevas relaciones que se formaban en el ámbito de la producción se­ guían siendo los factores determinantes del perfeccionamien­ to del lenguaje y el pensamiento. Y la producción, además, originaba otro fenómeno inevitable, el de

la

división del trabajo

No nos hemos referido hasta aquí a un hecho de singular trascendencia en la historia de la sociedad humana. Cuando 66

el hombre primitivo se hallaba en el estadio de sinántropo aprendió a emplear el fuego. Esto modificó de raíz las rela­ ciones dentro de la horda, sobre todo en cuanto a la división del trabajo según el sexo y la edad, circunstancia que se tras­

formó en un factor decisivo para cohesionar la sociedad pri­ mitiva. Es evidente que quienes quedaban a cargo del cuida­ do del fuego, de curtir los cueros y de preparar instrumentos dependían de manera directa del otro sector de la colectivi­ dad, de los que salían a cazar. Y éstos, por su parte,, sólo podían aprovechar íntegramente el producto de la caza y dis67 '

poner de una guarida segura contra las fieras, gracias al es­ fuerzo de quienes permanecían en el lugar de asentamiento. En tales condiciones, la palabra cumplía una función esencial para coordinar la actividad de unos y otros. Esa división del

trabajo hizo que se perfeccionaran los instrumentos y este hecho, a su vez, impuso una notable ampliación del vocabu­ lario de nuestros remotos antepasados. La transición al hombre de Neandertal —ya un hombre, no un hombre-mono como el pitecántropo o el sinántropo— revela un salto dé calidad en la producción de instrumentos: la talla de un trozo de piedra para obtener, por lo común, un 68

tipo único de instrumento es sustituida por una técnica total­ mente nueva. Se aplican nuevos métodos para labrar la pie­ dra y el hueso, y se fabrican utensilios desconocidos hasta entonces. El grabado reproduce las diversas operaciones sucesivas (de izquierda á derecha y de arriba a abajo) que se emplea­ ban para fabricar un cuchillo de piedra con mango de asta. Ya no se trata de un solo tipo de operaciones: junto a la talla aparece la preparación de astillas especiales de pie­ dra, los distintos retoques, la elaboración del mango de hueso cortándolo con el cincel, el pulido del hueso y otros procedimientos especiales. S. Semiónov, autor de esta recons­ trucción, ha calculado que para elaborar ese objeto hacen falta once operaciones independientes y doscientos cinco ac­ tos de trabajo, como mínimo. Por supuesto, qué se excluye toda la labor empleada previamente en fabricar el cincel, el mazo y los demás útiles necesarios para hacer el cuchillo. Interesa subrayar algunas características del proceso de producción del cuchillo. En primer lugar, resulta evidente la diversidad de operaciones. La producción de un instrumento tan complicado demanda un proceso de trabajo dividido en partes, tanto en lo referente al objeto (una piedra grande y redondeada, algunas astillas de piedra, el asta de reno), como en lo que concierne a los instrumentos (diversos retocadores, cincel, mazo, etc.) y los tipos de operaciones empleadas (ta­ lla, golpes, corte, pulido). fSuandoj investigábamos las operaciones de trabajo cuyo protagonista era un hombre-mono, el pitecántropo, podíamos suponer que todos sus actos eran casi instintivos, que sólo orientaba o corregía sus esfuerzos por consideraciones direc­ tas de comodidad, y no por una imagen ideal del instrumento que deseaba obtener. Sin embargo, ya en tal caso era posible actuar por partes. Inclusive cuando la fabricación de un uten 69

silio se basa en operaciones de un solo tipo, el proceso puede interrumpirse en cualquiera de sus etapas, para ser comple­ tado cierto tiempo después. El resultado del trabajo no de­ pende, por lo general, de que un día se talle el lomo, al si­ guiente el extremo puntiagudo y dos días después el borde afilado; el hacha resultante de tal proceso será igual a la fabricada “ de un golpe” . Pero esta forma de actuar no es aplicable, por ejemplo, en la caza. Si hoy se descubre en el bosque un reno y la caza se deja para pasado mañana, segu­ ramente no tendrá éxito. Por el contrario, la producción de un instrumento puede ser interrumpida y continuada después de un intervalo, e inclusive no por el mismo sujeto que co­ menzó el trabajo, (sino) por otro cualquiera que domine el proceso, que esté en condiciones de prever el resultado final, de vincular mentalmente el pasado, el presente y_e1_fiitiirn d ^ objeto: de ver en la piedra el raspador que se desea obte­ ner, o en el palo la futura lanza. Cada etapa de la fabricación del instrumento parece sin­ tetizar y poner al alcance de los demás hombres las facetas de la actividad vital y los resultados logrados por la colecti­ vidad. Pero cada uno de los individuos miembros de esa colectividad sólo podrá valerse de esos resultados si tiene en sujpropia conciencia_determinada representación del instrumento y de su aplicabilidad. Llegamos ásílTdescríbir las con­ diciones en las que debían surgir en el hombre primitivo

los primeros pensamientos Ni la fabricación del cuchillo de piedra, que hemos des­ crito, ni de otros útiles similares, hubiesen podido lograrse si el cerebro del hombre no hubiera evolucionado hasta ser 70

capaz de vincular, mediante la representación del objetivo final, todos los elementos y etapas >ie ese proceso.'P or otra parte, cada etapa se presenta ya co’ mo un fin en sí, y la ope­ ración que se efectúa para logra rlo se hace conciente. Marx Jjfi señaló que el hombre se diferencia del animal en que “ no se limita a hacer cambiar de forana la materia que le brinda }a nat.uraleza£sino q u e zal mismr j> tiempo, realiza en ella r¿u f{n conciente, fin que determ ina como una ley la m od'aij¿ a(j y el carácter de su acción y voluntad” .

al que tiene que s ^ p e ^ a r su

En la etapa anterior. Una palabra bastaba para designar toda una situación, que englobaba tanto \a producción como el empleo de un instru .mentó. Pero aho>a una sola palabra es insuficiente: para qi ae cada operación quedara grabada en la conciencia debía ser designada de una manera peculiar, dado que estaba s' ¿parada de otra en el tiempo, además de que los ejecutore' s directos de las diversas operaciones eran distintos individ* jos. El vínculo entre las etapas del proceso de producción < Jebía reflejarse en la conciencia del hombre como vínculo f ¿ntre las palabras que designaban cada una de esas etapas, a7 jnque al comienzo sólo fuesen dos palabras, ar­ ticuladas en correspondencia con dos operaciones sucesivas. Cabe señala r al respecto que cada palabra no es sólo una se­ ñal que el individuo dirige a los otros miembros del grupo; es ya, par & él mismo un objeto ideal que remplaza al objeto real. La >comparación de dos palabras, de dos objetos ideales es ya ur L acto peculiar de una operación ideal interior. Per o, además, la producción en desarrollo daba lugar a otra ci rcunstancia esencialísima: a que se deslindara la ac­ ción, •¿el objeto en el que recaía esa acción. Esto ya surge cuanr io se trata de producir los instrumentos más simples. Postf ¿riormente se trasforma en necesidad, porque cada ac­ ción de estructura particular (por ejemplo, jel pulido) se 71

Come'' conclusión, enunciare «ios algunas tesis que surgen

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traslada de continuo a distintos objetos de igual naturaleza, e inclusive a objetos dC naturaleza diversa. Esa acción que en forma sistemática se itraslada de un objeto a otro recibe una designación, un n om bre que le es propio, en tanto que la comparación de los objetos \ maculados por esa acción se torna una conexión interna, ment al, dada en la conciencia del

Cuarta (y última) tesis. El desarrollo de la capai hdad de trasladar la acción real a distintos objetos reales, a la par con la existencia de imágenes ideales, permite tambiéi i tras­ ladar la acción a imágenes ideales. Las necesidades obj etivas de la práctica social crean las condiciones para que es a po72

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Tercera tesis. L os objetos ideales que apa recen en la conciencia se entrelazan reflejando el proceso de producción real. Ello permite utilizar la forma más adecuada de trasla­ dar la actividad a otros objetos y trasmitir con la i nayor ra­ pidez a otros la experiencia de producción adquiric la*

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Segunda tesis. El hecho de que en el ¿ oroceso de la acti­ vidad productiva se destaquen objetos intei m edios y de que un mismo acto se traslade a distintos objetos ^ crea Ia necesi­ dad de designarlos con palabras. Así se van A grabando en la conciencia (como objetos ideales), tanto los di versos objetos, como los diferentes tipos de acción.

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P rimera tk sis- E s la propia e. structura de la producción social lo que posibilita la especializ. ación de los instrumentos y de las operaciones, Y también la esAuecialización de los indi­ viduos que fabrican esos instrumento. s y ejecutan esas ope­ raciones. Pero la especialización presup 'one un vínculo entre diversos objetos y operaciones, implica q rue exista conciencia del fin que se persigue y de los medios \ oara lograrlo.

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de lo ya exxouesto-

v , e .

sibilidad se cpilvierta en realidad y llegue a ser una capaci­ dad de uno u otro sujeto. De este modo, nos encontramos frente a un problema de singular importancia: ¿qué significa trasladar la acción a imágenes ideales? Pues eso significa que existe pensamiento.^Porque el pensamiento es la facultad de operar con imá­ genes ideales, relacionándolas unas con otras de modos di­ versos, pero sobre todo en relaciones que concuerden con las

que existen entre los objetos reales. Aquí ya no son las cosas y procesos reales los que aparecen como objeto de la actividadjfsmc^ su reflejo ideal, sus imágenes en la conciencia. Cabe suponer .que al principio era la necesidad de tras­ mitir a otro un pensamiento, de expresar un pedido o una actitud ante los objetos lo que obligaba a utilizar palabras y más aún a formar frases compuestas de dos o tres elemen­ tos. Al parecer, los objetos debían hallarse próximos, a la vista, al alcance de la mano. Y cuanto más frecuente se hacía esa necesidad y se concretaba en frases formadas de dos o 73

tres palabras, más se desarrollaba la capacidad de vincular objetos ideales, y se convertía en un acto de pensamiento independiente. En esas circunstancias, un estímulo externo relativamente pequeño,|por ejemplo,] ver una piel de animal, podía ser suficiente para que el hombre primitivo alejado de sus compañeros de tribu pensara para sí: “ Traer cuchillo, cortar la piel de mamut” . Así surgió el Homo sapiens. Desde el punto de vista histórico, su primer representan­ te fue el llamado hombre de Cro-Magnon, surgido hace apro­ ximadamente cincuenta mil años. En síntesis, los hechos verificados por la ciencia, señalan como causas principales del surgimiento del pensamiento, las tres siguientes: la sociedad, el trabajo y el lenguaje articu­ lado. El pensamiento no se nos antoja ahora una facultad humana especial, independiente, aislada de las condiciones exteriores,pTnc^.una propiedad surgida históricamente, con un desarrollo progresivo, que sirve a la sociedad y que no habría podido existir sin ésta. Quizás en cuanto acabe de leer estas últimas palabras se le ocurra al lector presentar un proyecto tendiente a com ­ pletar el género humano a costa de los monos. Por supuesto, ios macacos, los capuchinos y, sobre todo, los lemúridos no servirán para tal fin. Pero los monos antropomorfos pueden resultar muy adecuados. Si se elige un mono de esta clase cuando aún es pequeño y se lo educa entre hombres, se le enseña a trabajar y se trata persistentemente de formar en él hábitos de lenguaje, puede convertírselo en un ser humano. Demás está decir que se dejarán a un lado pequeñas dife­ rencias de aspecto exterior que la educación no puede borrar. Viene al caso relatar una breve

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historia del mono que creció entre los hombres

■ .... .

Comienza nuestro relato en 1913, año en que la joven psicóloga Nadiezhda Ladíguina inició una investigación sobré este tema con un pequeño chimpancé. Era un macho de un año y medio. Johny (así lo llamaban) fue objeto durante dos años y medio de constantes preocupaciones, pero al cabo de ese período el experimento dejó un saldo riquísimo para evaluar las características y posibilidades psíquicas del mono antropomorfo. Johny gozaba de bastante libertad y en todo



momento se ocupaban de él personas que se esforzaban por desarrollar al máximo cuanto la naturaleza le había dado. Y si se miran los grabados puede parecer que los resultados no fueron pocos. Qué expresivamente conversa, ¿no es verdad? Sin embar­ go, durante los dos años y medio que se trabajó con él no dijo una sola palabra. A l analizar los resultados del experi­ mento, Ladíguina-Kots puntualizó varios hechos que testimo­ nian el fracaso en que terminó la tentativa de aproximar el chimpancé al hombre:, no pudo mejorar su posición en la marcha erecta, ni liberar las manos de su función de apoyo ' 75

al desplazarse; no llegó a emplear muchos sonidos ni reaccionó en lo más mínimo a los ejercicios fonéticos de imitación; no m ejoró en ningún aspecto esencial su habilidad para mani­ pular objetos e instrumentos ni logró salir airoso en los juegos de construcción. Más adelante, la psicóloga realizó análogas observaciones con uno de sus hijos. Cuando confronta las particularidades del desarrollo del ser humano y el chimpancé, anota que el

lenguaje es el rasgo distintivo más notable. “ .. .Las palabras de un niño — escribe— son como los haces luminosos surgidos de un brillante auténtico, que, después de concentrar la luz difusa que lo rodea, la refracta a través de sus aristas, y nos muestra toda una gama de luces deslumbrantes, cuyos res­ plandores, por su intensidad y originalidad, nos permiten evaluar la calidad de la piedra y la finura de su pu lid o. . . En el chimpancé no aparece, no se descubre ese resplandor original, diverso y sutil, en especial el de las fuerzas y facul­ tades psíquicas, intelectuales. “ Si seguimos aplicando esta comparación no nos sentire­ mos impulsados ni siquiera a establecer similitud entre el caudal psíquico e intelectual del chimpancé — con sus mani76

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festaciones borrosas, difusas, grises— y el brillante falso, de un brillo deslumbrante aunque metálico, ni tampoco con el diamante en bruto, sin pulir, que trabajado adecuadamente puede adquirir destellos propios; más bien lo compararíamos con el grafito gris, sin brillo y uniforme.” Ladíguina-Kots extrae de su experiencia la siguiente con­ clusión: los procesos intelectuales de un niño de cuatro años se mostraron cualitativamente superiores, de un nivel de per­ fección incomparablemente más elevado que los de un chim­ pancé de la misma edad. Años después, llegaron a conclusiones similares los espo­ sos Hayes, zoopsicólogos norteamericanos, quienes realizaron el experimento más prolongado de la historia con un chim­ pancé. Estos investigadores criaron en su hogar, durante muchos años a la mona Vicky. Iniciaron su educación cuando tenía apenas unas semanas, y Vicky hasta aprendió a “ha­ blar” : llegó a pronunciar la palabra “ mamá” . Pero sucedía que sólo la decía cuando tenía hambre (ya que el aprendizaje se basó en la asociación con estímulos alimentarios) y, por una banana, no tenía inconveniente en decirla a quien fuese. En consecuencia, los hechos demuestran que el simple contacto con los hombres no puede remplazar al prolongado proceso evolutivo que ha tenido lugar en la historia de la sociedad. Pasamos ahora a hablar

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SOBRE NUESTROS PENSAMIENTOS

En las páginas precedentes nos hemos referido al pro­ ceso histórico que condujo al surgimiento del hombre y de su pensamiento. Pero ocurre que también el pensamiento del hombre contemporáneo, que vive en medio de una sociedad desarrollada, tiene su historia, su proceso de formación: el niño llega a ser un individuo pensante, no nace como tal. Las condiciones de vida de la sociedad, formadas en el proceso histórico, crean nuevos factores' que impulsan el desarrollo del pensamiento y permiten que cada miembro de la sociedad asimile la rica gama de formas del pensamiento que la huma­ nidad ha elaborado. Será de gran utilidad para los fines de este trabajo que conozcamos algo acerca de la ontogénesis (desarrollo individual) del pensamiento. Hasta aquí hemos recurrido a la antropología para expo­ ner la historia del surgimiento del hombre y de su pensa­ miento. Ahora debemos llamar en nuestro auxilio a la psicología. En este último período la psicología soviética ha dedica­ do gran atención a investigar la formación de las actividades mentales. Muchos científicos —entre los que se ha destacado P. Galperin— concentran su labor en este aspecto. Como todo fenómeno de gran complejidad, el pensamien­ to puede ser enfocado en sus distintos aspectos y desde 79

diversos ángulos, en especial como facultad de resolver pro­ blemas, sean cuales fueren: desde los problemas escolares que se proponen a los alumnos de primer grado (“ Veamos, Pedrito, ¿cuánto resulta si a dos agregamos cinco?” ), pasando

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por los problemas prácticos de la vida cotidiana, hasta los de índole científica, como los que surgen ante quienes se ocupan de diseñar nuevos modelos de máquinas o ante los físicos que tratan de desentrañar los secretos del micromundo. Por cierto que el hombre no deja de ser hombre ni pierde la facultad de pensar cuando efectúa uno de esos trabajos que 80

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suelen denominarse mecánicos. Sin mirar, con un movimiento casi automático, el albañil toma con su cuchara la cantidad precisa de mezcla, con la otra mano recoge un ladrillo y lo pone en su lugar mediante movimientos rápidos y seguros. . . Sin embargo, en ese mismo momento sus pensamientos pue­ den estar en algo myy distante. Todos podemos dar ejemplos de situaciones similares. Pero cuando uno se ve ante una tarea nueva, cuando desconoce el tipo de operaciones que debe realizar y su ordenamiento, surge una faceta especial del pensamiento. Inclusive el albañil de nuestro ejemplo, que coloca un ladrillo tras otro mientras piensa en que su hijo acaba de romper otro par de zapatos — ¡hasta cuándo seguirá jugando al fútbol de esa manera!— alguna vez se inició en este trabajo y empuñó por primera vez la cuchara. Entonces se le plantearon no uno, sino varios problemas: cómo tomar la cantidad necesaria de mezcla (¿y cuál era la cantidad necesaria?), cómo trasladarla sobre la cuchara plana y sin rebordes, cómo tomar cada ladrillo y colocarlo en su sitio. Evidentemente, no es posible enumerar los múltiples problemas que se plantean a diario a cada uno de nosotros. Y el hombre no puede subsistir un solo día ni realizar la cosa más insignificante sin percibir distintamente esos pro­ blemas, sin comprenderlos, sin hallar la manera de solucio­ narlos.

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La psicología analiza las funciones psíquicas como formas indispensables de la actividad del sujeto, como el proceso mediante el cual el sujeto resuelve determinados problemas. Pero resolver un problema es, sobre todo, trasformar con una finalidad determinada el material inicial, y ello se logra mediante acciones definidas que primero se efectúan men­ talmente y después se exteriorizan, se trasladan al objeto. La investigación psicológica tiende, precisamente a poner en claro de qué manera las acciones objetivas llegan a ser 81

mentales y cómo se forma, sobre esa base, un nuevo proceso psicológico. Para no hacer demasiado compleja nuestra explicación recurriremos a ejemplos simples y cotidianos, de modo que las circunstancias que puedan velar la esencia del problema queden prácticamente descartadas. Veamos, pues, cómo se forman los procesos mentales retomando el problema que fue propuesto a Pedrito, alumno de primer grado y su respuesta a la pregunta:

¿cuánto es dos más cinco? — iOchó! —exclamó Pedrito. — ¡Qué es eso, Pedrito! —le reprochó la maestra—. Vuel­ ve a pensarlo, ¿cuánto tendremos si a dos le agregamos cinco? — Nueve! —contestó con idéntico entusiasmo el niño. — ¡No, por favor, no! —la maestra miró a Pedrito evi­ dentemente disgustada—. Piénsalo bien, no te apresures. ¡Piensa! Y Pedrito, imitando a su mamá cuando le decía: “ Déja­ me pensar, no me molestes!” , arrugó* el entrecejo y clavó la mirada en el techo. Diez o quince segundos después, mi­ rando a la maestra, le dijo no muy seguro: —Siete. — ¡Por fin! —suspiró aliviada la maestra. Y en tono aleccionador se dirigió al resto de la clase, diciendo — ¡Siem­ pre hay que pensar antes de contestar una pregunta, pensar bien lo que se va a decir! Pedrito se sentó en su banco y nadie advirtió que, como muchos otros niños de la clase, no sabía pensar en forma correcta para resolver problemas de suma. No obstante,

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Pedrito era un niño inteligente. Participaba sin inconve­ nientes en los juegos más diversos, sabía armar con las piezas de su juego de constructor magníficas máquinas, grúas y barcos; captaba con singular perspicacia el estado de ánimo de sus padres y, de acuerdo con eso, resolvía si era opotuno encapricharse un poquito o si debía cumplir al pie de la letra lo que le ordenaban. En esto nunca se equivocaba. Pero en la escuela . . . Antes de que cumpliera siete años, su mamá le había dado unas lecciones previas con el objeto de facilitarle la primera etapa de trabajo en la escuela, en condiciones nuevas y distintas de las que lo habían rodeado en el jardín de infantes. Pedrito aprendió de memoria casi todas las letras del abecedario, y a contar de uno a diez. Esos primeros pasos le resultaron fáciles. Pero después. . . Ya conocemos algo de ese “ después” . Ya antes de ingresar en la escuela Pedrito sabía que dos son más que uno y que tres son más que dos. En la escuela advirtió que es mayor el número para alcanzar el cual hay que contar más. Y contaba rápi­ damente: uno, dos, tres. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis: contaba más tiempo, por lo tanto el número era mayor. Más adelante Pedrito comprendió que cuando decían “ agregar” y le preguntaban cuál era el resultado, había que nombrar un número algo mayor. También suponía, sin tener plena conciencia de ello, que siempre es preciso nombrar un nú­ mero mayor del que aparece en el problema. Los problemas de sumar o de restar eran para Pedrito algo así como el juego “ ¡A que no adivinas qué tengo en la mano!” , con el que se entretenía con sus compañeros en los recreos. Pero mientras que en el juego Pedrito contestaba: “ Una piedra, una hoja, uh botón” , en la clase nombraba los números que conocía. Podía ocurrir que acertara en el primer intento; en ese caso trataba de fijar en su memoria el feliz hallazgo. “ Si a tres agregamos uno, tenemos cuatro” : enseguida logró 83

memorizar esta combinación. Pero muchas veces debía nombrar dos o tres números antes de que su maestra dijera: “ Bien, por fin has pensado y has encontrado la solución” . No obstante, tanto cuando contestaba correctamente como cuando se equivocaba, Pedrito pensaba de la misma manera, o sea que en ambos casos empleaba idéntico procedimiento mental: nombraba cualquiera de los diez números que cono­ cía, tratando de que fuese “ algo m ayor” si era una suma o “ algo m enor” si era una resta. Por otra parte, Pedrito era un alumno atento: no hacía travesuras en clase, escuchaba con atención las explicaciones de la maestra y copiaba con esmero los ejem plos del pizarrón.

Escribía con prolijidad,

su cuaderno no tenía un solo borrón, y la maestra estaba satisfecha de él. Todo iba bien hasta que la maestra tom ó un examen. Pedrito “ resolvió” el primer ejercicio: 3 - f 1 = 4. El segundo lo obligó a meditar: 5 -f-3 — ••• ¿Qué número debía escri­ bir en este caso com o resultado? No sabía elegir por su propia cuenta el número corres­ pondiente. Sólo podía colocar, al azar, algún número, pero era la maestra quien decidiría si estaba bien. Para eso era maestra. Pedrito se hallaba en una situación crítica. De pronto, la maestra dijo: — Para sumar, piensen bien, ¡recuerden cóm o sumábamos con palitos! Y Pedrito recordó cómo lo hacían: a los palitos orde­ nados en fila sobre el pupitre, agregaban otros tomados de un montoncito. Ponían los palitos uno al lado del otro; por lo tanto, ahora también se trataba de poner las cifras una junto a otra.

¡Ya había resuelto el problema!

En fin de

cuentas, aquello era muy simple: escribir prolijamente los números: 84

5 + 3 = 53; 2 + 7 := 27; 6 + 3 = 63; 1 + 8 = 18. Aunque ni sabía cómo leer los números que había escrito com o resultado, Pedrito estaba muy satisfecho y seguro de rio haberse equivocado. Cual no sería su sorpresa cuando v io que su examen no había sido calificado; la maestra no le había puesto nota alguna. Es que por fin se había dado cuenta de que Pedrito no había comprendido los fundamen­ tos de las operaciones aritméticas más sencillas. Pudo con­ vencerse de que ni siquiera se había formado el concepto básico de número como conjunto de unidades, de que no había logrado realizar el proceso mental que responde a lo específico de los números y permite operar con ellos como objetos ideales, de acuerdo con reglas peculiares, determi­ nadas por su naturaleza. Y sucedió eso porque én el tras­ curso de la enseñanza Pedrito no había logrado asil algunos de los eslabones fundamentales, sin los cuales no puede for­ marse una actividad mental plenamente valiosa. Analicemos ' en su forma común esos fundamentales

eslabones de ¡a formación de la actividad mental 1. Galperin denomina primer eslabón y quizá sea éste el más importante, al “ fundamento orientador de la acción” . Para resolver un problema es preciso formularlo, es decir, señalar sus condiciones e indicar el objetivo que debe ser alcanzado. Pero, generalmente, cuando se plantea un problema no se in­ dica qué operaciones deben realizarse, ni cómo efectuarlas para llegar al fin propuesto a partir de los datos conocidos. Por lo común, nada se dice acerca del modo de resolverlo. Sólo cuando se trata de problemas muy complejos, para cuya *®■* *>V.V **

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Pero este hecho es interpretado de distinto modo, ya que la verdad desnuda no es útil en absoluto a los autores de la teo­ ría a que nos referimos. Les resulta mejor presentar esa di­ ferencia de nivel como una diferencia natural (es decir, no vinculada a las condiciones sociales) de inteligencia entre los distintos grupos sociales. Y, en opinión de estos teóricos, la capacidad intelectual, como cualquier otra propiedad natu­ ral, se trasmite por herencia, igual que la forma de la nariz o el color de los ojos. Después recurren a las leyes de la aritmética, a las que ninguna persona juiciosa tendrá nada que oponer. En la sociedad burguesa los trabajadores (o sea, quienes han sido previamente clasificados en la categoría de intelectualmente atrasados) son mayoría respecto de la bur­ guesía y otros sectores privilegiados de la población. Todos los años nacen más hijos de trabajadores que de burgueses. De ahí se deduce que, en la sociedad, la proporción de gente de nivel intelectual elevado disminuye progresivamente, a la par que aumenta el número de los menos inteligentes. La conclusión surge por sí misma: la humanidad marcha hacia la degradación del intelecto. Todas estas amargas predicciones sobre el porvenir de la humanidad reflejan, aunque de manera compleja e indi­ recta, la decadencia y descomposición de la sociedad bur­ guesa. Qué lejano está el tiempo en que la burguesía hizo su violenta aparición en la historia con el lema de ‘ jAbajo el oscúrantismo de la Iglesia!” . “ ¡Viva el reino de la razón!” . Pero en la actualidad, cuando ya se cierra su ciclo vital, y el fin inevitable se presiente, el sistema burgués, que intenta demorar a cualquier precio la hora de su hundimiento, ame­ naza a la humanidad con diversos espectros, entre ellos el fantasma de la degradación del hombre y de su pensamiento. Sin embargo, la experiencia de la historia ofrece testimonios

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ilevantabies de que los pueblos liberados de los males de la sociedad burguesa alcanzan, en plazos históricos muy breves, las cumbres de la civilización moderna y son exponentes de una elevada cultura intelectual. El hombre del futuro será, por sobre todo, un hombre armónicamente desarrollado. No hay duda de que poseerá magníficas dotes físicas. Su intelecto se elevará a un nivel superior. Tendrá la posibilidad de desarrollar plenamente sus aptitudes. El perfeccionamiento de cada individuo será la preocupación esencial de la sociedad del futuro. En páginas anteriores nos hemos referido al pasado, al presente y hasta hemos conversado un poco del futuro del hombre. Nuestra charla con el lector toca a su fin. Para ter­ minar, queremos decir algo de

m difícil pero hermoso camino La vida aparece ante los jóvenes como un camino largo, difícil, cuya meta está muy distante. Y todos los jóvenes se preguntan en algún momento: ¿cómo vivir? ¿por qué cami­ no orientar los pasos? ¿qué objetivos proponerse y cómo lo­ grarlos? Los caminos son muchos, diversas las posibilida­ des, pero la elección es una sola. Y es preciso elegir bien ahora, con la mirada puesta en el futuro, para toda la vida. Eso es difícil, mas no imposible. La vida plantea problemas y exige que sean resueltos. La ciencia suscita problemas que aguardan a nuevos in­ vestigadores. Entre esos problemas figura el del pensamiento, que hallará una solución cabal mediante el esfuerzo manco­ munado de muchos científicos que trabajarán en las distintas

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esferas del saber. Quizás entre los nombres de esos científicos aparezca también el de alguno de ustedes. Quien elija el ca­ mino de la ciencia debe recordar las palabras de Marx: “ En

la ciencia no hay caminos reales, y sólo puede llegar a sus cumbres luminosas el que, sin tem or a la fatiga, trepa por los senderos pedregosos” . D ifícil pero hermoso cam ino. . .

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iNDICt Pag. LO MÁS V ALIOSO

.......................................

UN POCO DE HISTORIA .......................... la estatua que cobra vida . . .................... historia de dos niñas que crecieron en medio de fieras ......................................... DE L A SELVA A LAS ESTRELLAS . . . . “ ¿ser o no ser?” ............................. primeros pasos ............................... los primeros trabajos ................... algo sobre las s e ñ a le s ................................... las primeras p a la b r a s ................................... la división del trabajo ................................. los primeros pensamientos ........... historia del mono que creció entre los hombres ............................... SOBRE NUESTROS PENSAMIENTOS . . . ¿cuánto es dos más cinco? .......................... eslabones en la form ación de la actividad mental ........................................................... niños “ prodigio” se transforman en adul­ tos m e d io c r e s ............................... qué queda cuando se olvida todo lo apren­ dido ................................................................ el signo y el pensamiento ..........................

7 9 11 16 31 34 38 42 58 61 66 70 75 79 82 85 94 98 99

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Pág, formas simples y complejas del pensa­ miento ......... pensamiento y representación.................. el pensamiento y la acción ........................ el pensamiento y la palabra ...............\ .. ¿es posible saltar por encima de la cabeza? el destino de dos inventos ......................... MIRANDO HACIA EL FUTURO ............... sobre los tigres de dientes como sables y los enanos cabezudos .............................. de la degradación del intelecto ............... un difícil pero hermoso c a m in o ...............

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COMO EL HOMBRE LLEGO A PENSAR ¡El hombre! ¡Qué ser maravi­ lloso! ¡Cuántas veces lo hemos oído decir! Y con frecuencia hemos pensado: ¿qué es el hombre? ¿Cómo es? ¿Cómo puede y debe ser? El hombre posee muchas cua­ lidades extraordinarias que lo enaltecen. Con su pensamiento y su sen­ sibilidad percibe la belleza; si­ guiendo los dictados de la ra­ zón adquiere fuerza; median­ te el pensamiento evalúa a otras personas y educa en sí mismo nobles cualidades; y to­ mando como guía las ideas progresistas, el hombre lucha por construir una sociedad más perfecta, luminosa y racional. El raciocinio es el don más

preciado que posee el hombre. No por casualidad Carlos Linneo, al clasificar los reinos de la naturaleza, asignó un lugar especial al hombre contempo­ ráneo y dio a todo el género humano la denominación de

Homo sapiens. En el pasado se creía de bue­ na fe que la razón es la base de todo lo existente. Es así? ¿Y qué es en realidad la razón? En primer lugar ¿có­ mo llegó el hombre a tener ra­ ciocinio? Hace ya mucho tiem­ po que el hombre se plantea estas preguntas; para contes­ tarlas, sugerimos al lector ini­ ciar la lectura de nuestro re-