Ciudad Barroca

Hacía finales del siglo XVI existía una tendencia a la sistematización basado en lo religioso y el objetivo era expresar

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Hacía finales del siglo XVI existía una tendencia a la sistematización basado en lo religioso y el objetivo era expresar a la ciudad católica como centro dominante del mundo exterior. En esta medida, en la ciudad barroca el palacio aislado pierde su individualidad plástica y se convierte en parte de un sistema mayor. Así pues, el espacio entre los edificios adquiere una nueva importancia, como verdadero elemento constitutivo de la totalidad urbana. Igualmente en su traza urbana se organiza partiendo de la extensión en función de “centros focales”, de los cuales siempre uno es dominante. Ya que estos centros representan un momento estático respecto al movimiento horizontal, debían ser definidos por medio de ejes verticales. En otros casos, y con el mismo objetivo, se usaban edificios; las altas cúpulas de las iglesias se prestaban especialmente para dar una dimensión vertical a la extensión horizontal de la ciudad; de esta forma el símbolo eclesiástico se convierte en parte orgánica del sistema urbano. Si bien estos edificios "monumentales" pueden tener un fuerte valor plástico, no están nunca aislados del conjunto. De esta forma, la fachada barroca está en función del espacio urbano que la antecede, y también del edificio al que pertenece. En general, podemos afirmar que la ciudad barroca converge sobre o se irradia desde edificios "monumentales", que representan los valores fundamentales del sistema. Los centros focales de la totalidad urbana pueden ser definidos también en términos puramente espaciales, es decir, como plazas. La plaza, naturalmente, tiene una larga tradición como "corazón" real de la ciudad, pero mientras que habitualmente su función era de naturaleza pública y cívica, la época barroca la convierte en parte del sistema ideológico general. Esto es particularmente evidente en la "place royale" francesa, donde el espacio está simétricamente centrado en la estatua del soberano. (...) La más grande de todas las plazas "ideológicas" es, sin duda, la de San Pedro de Roma... La estructura de la ciudad barroca consiste, por lo tanto, en centros (edificios monumentales y plazas), relacionados por medio de calles rectas y regulares. Los edificios están integrados con el esquema de recorridos definido por las calles, de manera de obtener una nueva integración entre interior y exterior. Una análoga integración se establece entre la ciudad y sus alrededores. (...) Los principales edificios monumentales de la arquitectura barroca eran naturalmente la iglesia y el palacio, ya que representaban los dos poderes principales de la época. De Architettura Barocca, Electa, Milano, 1971. La ciudad barroca es una ciudad de calles y monumentos: las plazas barrocas son bisagras escenográficas de los sistemas circulatorios, o proscenios de monumentos. La renovación de la ciudad en la época barroca sigue dos líneas principales, íntimamente conectadas entre sí. La primera comprende las intervenciones realizadas dentro de la ciudad, sobre todo en el sector vial: apertura de nuevas calles, ejes rectilíneos y prolongación de calles existentes, nuevas plazas colocadas con objetivos escenográficos en el cruce de los ejes circulatorios, o en relación con edificios monumentales. La segunda, las intervenciones realizadas en el exterior de la ciudad, los parques, las villas suburbanas, las grandes avenidas de acceso, las puertas monumentales en las murallas. La ciudad sale por primera vez de sus confines, y se estructura al mismo tiempo internamente, a través del uso de sistemas viales de dimensiones hasta el momento inusitadas. (...) La ciudad se renueva a lo largo de los ejes que corresponden a los recorridos de la aristocracia.

Ofrece una imagen que aísla las partes más cualificadas, y esconde las más míseras y degradadas. La ciudad de los ricos se separa de la ciudad de los pobres. La movilidad territorial y los desplazamientos diplomáticos entre culturas diferentes, hace que los modelos extranjeros adoptados en las capitales, hasta ahora irrelevantes, se impongan como puntos de referencia importantes. Italia exporta un modelo de calles y plazas, la Roma barroca de Sixto V y Carlo Fontana, y los recupera a través de sus aplicaciones en otros países. (...) Las plazas que se construyen pueden responder a cuatro tipo de situaciones: 1) las realizadas en el punto de encuentro de nuevos ejes viales, con operaciones de demolición en la ciudad preexistente; 2) aquellas abiertas para poner en resalto monumentos religiosos y civiles preexistentes, o contemporáneamente a la construcción de nuevos monumentos; 3) aquellas realizadas ex novo en las nuevas ciudades o en la expansión de ciudades existentes; 4) aquellas ya existentes y modificadas por importantes intervenciones de mejoramiento estético. La forma se apoya en complejos procedimientos compositivos, en los que la geometría está en función de la simetría y de valores escenográficos, y el proyecto modifica tanto el sistema planimétrico del espacio abierto como las características arquitectónicas de los edificios que lo rodean, así como las relaciones proporcionales entre la planta y los alzados. El mismo procedimiento compositivo se adopta en las plazas realizadas en las ampliaciones y en reconstrucciones de la ciudad. Por lo tanto, la plaza siempre tiene forma regular y geométricamente definida, cuadrada, rectangular, hexagonal, en semicírculo. La dimensión es variable, aunque relevante, y siempre condicionada por relaciones geométricas; la posición es central, a menudo baricéntrica, retomando siempre modelos ya experimentados en las épocas precedentes. Las intervenciones tendientes a mejorar estéticamente ambientes y plazas ya configuradas en épocas precedentes, tienen raíz en el Renacimiento; sólo que ahora se actúa sobre los detalles, empleando con frecuencia elementos de equipamiento, estatuas, fuentes, a veces existentes en la plaza preexistente. Más complejo resulta el análisis de las funciones. La ciudad barroca es ya compleja: las funciones se especializan en las partes, y aparecen edificios para actividades específicas: hospitales, asilos, universidades, cuarteles. A la ciudad popular se contrapone la de la aristocracia, y la lógica de la organización jerárquica de las funciones reconocible desde la ciudad de la época medioeval, ahora aparece abstracta, a menudo comprometida y confusa, con objetos simbólicos vistosos pero de contenido insignificante. Es como si existiesen dos ciudades: una simple, representada por las funciones elementales pero fundamentales, y otra, la de las superestructuras ligadas al nuevo aparato social. En principio se puede decir que estas plazas nuevas tienen una función ligada con el tránsito; pero la función determinante está relacionada con el objetivo de transformar "estéticamente" la ciudad. __________________________________________ De La Piazza della Città Italiana, en AA.VV., La piazza e la città, Istituto Italiano de Cultura di Parigi, Mondadori. Ed., Milano, Diciembre 1985. Trad. J.Valentino, Arq Esencialmente la arquitectura barroca es una manifestación de los grandes sistemas de los siglos XVII y XVIII, en especial la Iglesia Católica Romana y el sistema político del estado francés centralizado. El propósito del arte barroco era simbolizar al mismo tiempo la rígida

organización del sistema y su poder de persuasión y, en consecuencia, la arquitectura se presenta como una síntesis singular de dinamismo y sistematización. Si bien los edificios barrocos se caracterizan por la vitalidad plástica y la riqueza espacial, un estudio atento revela siempre una organización sistemática subyacente. Persuasión y propaganda solo se tornan significativas en relación con un centro que represente los axiomas básicos del sistema. Los centros religiosos, científicos, económicos y políticos del siglo XVII eran focos de fuerzas radiantes que, vistas desde el centro mismo, no tenían límites espaciales. Por lo tanto, los sistemas de la época poseían un carácter abierto y dinámico y a partir de un punto fijo podía prolongárselos al infinito. En este mundo infinito, «movimiento» y «fuerza» son de importancia primordial. Se comprende entonces cómo los dos aspectos aparentemente contradictorios del fenómeno barroco, sistematicidad y dinamismo; forman una totalidad significativa. La necesidad de pertenecer a un sistema absoluto, y al mismo tiempo más abierto y dinámico, es la actitud esencial de la época barroca. Ya d'Alembert hablaba sobre el "esprit de système" del Siglo XVII. También puede definirse el mundo barroco como un gran «teatro» donde a cada cual se le asigna un papel. Participación presupone imaginación, facultad que se educa por medio del arte, de modo que el arte era de importancia esencial en esa época. Sus imágenes eran un medio de comunicación más directo que la demostración lógica y, por añadidura, accesible al analfabeto. La importancia constitutiva de «espacio» sugerida por el Manierismo se realiza plenamente en la arquitectura barroca. En lugar de una estructura de miembros plásticos, el edificio barroco está constituido por elementos espaciales en interacción, modelados por fuerzas externas e internas. Ya se ha hablado del espacio en relación con la arquitectura renacentista, pero como de un «continuum» uniforme, subdividido por miembros arquitectónicos geométricamente dispuestos. El espacio barroco no puede ser interpretado de este modo. Dice Argan: «La gran novedad es la idea de que el espacio no circunde a la arquitectura, sino que se fenomenice en sus formas». El edificio Las iglesias barrocas pueden considerarse variaciones sobre los tipos básicos de «planta longitudinal centralizada» y de «planta central alargada» desarrollados durante las últimas décadas del siglo XVI. Se manifestó entonces una búsqueda más deliberada de la integración espacial, y la iglesia barroca sirvió como campo de experimentación para el desarrollo de ideas espaciales más avanzadas. Plantas complejas con «células» interdependientes o interpenetrantes, logrando organismos «palpitantes» que dan a las ideas barrocas de extensión y movimiento una nueva interpretación dinámica vital. La cualidad más notoria de la articulación del muro exterior barroco es la supresión de los motivos conflictivos propios de la arquitectura manierista. La «opera di mano» retorna con mayor seguridad sobre una base de almohadillado, pero ahora se caracteriza por un orden colosal dominante. Hacia el centro de la fachada es típico un aumento de la intensidad plástica, relacionando la articulación con los ejes longitudinales primarios de la composición espacial. En la arquitectura religiosa, los problemas de la articulación mural son algo distintos, debido a la organización espacial diferente y al contacto tradicionalmente más íntimo con el entorno. La innovación más destacada fue el «muro ondulado», De Christian Norberg -Schulz, El significado en la arquitectura occidental, Buenos Aires, Ed. Summa, 1979

El barroco se caracteriza por su afán integrador de espacios en un todo unitario, ya sea urbano o paisajístico. En este período surgen los planes reguladores de lo que ha venido en llamarse la ciudad capital. Su regulación se basa en un entramado de grandes vías que se articulan referenciadas a centros significativos, tanto edificios como plazas. Las siete basílicas quedan entrelazadas entre ellas en base a un centro teórico, que se convierte en lugar de encuentro y de partida, verdadero paradigma de la espacialidad barroca. A su vez, las plazas, a veces tan sólo cruce de calles, se individualizan a través de elementos simbólicos, como son los obeliscos y columnas que fueron cristianizada, o cruces. Estos obeliscos no eran sólo elementos de decoración, sino que se convertían en ejes para el cambio de dirección de las calles.

La constante pregunta acerca de si existe un urbanismo barroco americano, conlleva limitaciones que son propias del quehacer historiográfico. Tal como lo señalara Marina Waisman, la inclusión de un hecho histórico en una determinada unidad histórica, o su conexión con sistemas generales en los que pueda ser involucrado, son problemas historiográficos que no tienen que ver, necesariamente, con la existencia misma de esos hechos culturales. Por su parte, Michel Foucault propone, en su Arqueología del saber, liberarse de nociones tales como la continuidad, la tradición, el desarrollo, la evolución, los tipos institucionalizados, las síntesis, o los conjuntos, para abrirnos a diversos tipos de historicidad. WAISMAN, Marina. La estructura histórica del entorno. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1985. PP. 10-11 En este sentido, la materialización de la ciudad americana, a lo largo de los siglos XVI y XVII, poseía en su matriz urbana ciertas características que suponían rasgos que serían incorporados por la ciudad europea barroca, con posterioridad al hecho urbano americano. En cierto modo, un proceso similar es reconocido por Julián Marías, cuando sostiene que España actuó como catalizador de la modernización europea: “Es España el elemento que provoca y acelera el proceso nacionalizador y modernizador del resto de Europa, por eso hablo de función catalizadora. La presencia de España unida, con una monarquía que ejerce todo el poder efectivo, a diferencia de las medievales […] con un ejército enteramente moderno, con un proyecto histórico permanente, que se manifiesta en empresas que van más allá de los asuntos locales, todo ello obliga a los otros países a enfrentarse con una nueva realidad [...] un examen atento mostraría que la presencia de España imprime una visible aceleración a la transformación del resto de Europa, que va pasando de sus formas medievales a las que serán características de la modernidad.” MARIAS, Julián: España Inteligible. Madrid: Alianza Editorial, S.A, 1998, p. 160. Desde esta perspectiva, sería posible presuponer que en términos urbanos España se adelantó a Europa en su praxis americana. Sobre una estructura urbana de base renacentista, calles paralelas que se entrecruzan formando manzanas cuadradas o rectangulares y plazas centrales, los conceptos de centralidad, continuidad y extensión, propios de la ciudad barroca, estuvieron presentes en la génesis misma del espacio urbano americano. Sus espacios públicos, calles y plazas, tuvieron, sin ser barrocos, ciertos rasgos que el Barroco asumiría como propios: la gran escala, el concepto de infinito, el proyecto urbano total, el espacio público como gran escenario de la vida urbana. Si bien estos rasgos, presentes en la génesis de la ciudad americana, se manifiestan como el germen de un nuevo tipo de ciudad, no alcanzaron a conformar la singular síntesis que produciría la ciudad barroca, solo comprensible en los términos de la cultura del siglo XVII. La aparición de la gran escala urbana surgió en la Europa del siglo XVII y fue posible tan sólo como el resultado de los inmensos y centralizados poderes autocráticos: Luis XIV y Luis XV en Versalles, Pedro el Grande en San Petersburgo, los papas en Roma. MORRIS, A.E.J.: Historia de la forma urbana. Barcelona: Editorial Gustavo Gili S.A., 1995, p. 178. Esta circunstancia política y económica posibilitó el comienzo de nuevas experiencias en el control del espacio urbano. El culto a la autoridad monárquica se reflejó en los grandes

escenarios construidos. Sin embargo, hubo una desproporción entre los recursos financieros de las cortes y las obras pretendidas para la ciudad, por lo cual no se percibió aún entonces en ellas un diseño unitario susceptible de una proyección total a gran escala, que sólo fue posible materializar en las resoluciones paisajísticas en las áreas periféricas. BENEVOLO, Leonardo: La captura del infinito. Madrid: Celeste Ediciones, 1994, pp. 45/46 No obstante, el cambio de escala se introdujo en las antiguas ciudades europeas con la aparición de las plazas monumentales: como las plazas reales francesas o las plazas del XVII italiano. En cierto modo esta experiencia había sido anticipada en el siglo XVI con la concreción de las plazas mayores españolas. En América, exceptuando la primera etapa fundacional del área circuncaribe, la gran escala fue parte del proceso urbanizador desde la génesis misma de las ciudades del siglo XVI. Sin lugar a dudas, el tamaño fue uno de los rasgos que más distinguieron a la plaza hispanoamericana respecto de sus antecesoras españolas. El proceso urbano español que llevó de la calle a la plazoleta y de la plazoleta a la plaza real, en América se resolvió mucho más aceleradamente.GUTIÉRREZ, Ramón y Jorge E. HARDOY. “La ciudad hispanoamericana en el siglo XVI” en AAVV. La ciudad Iberoamericana. Actas del Seminario Buenos 1985. Madrid:Centro de Publicaciones MOPU, 1987, p.104. Las plazas americanas tuvieron dimensiones superiores a la de las plazas españolas. Ello forma parte de su condición innovadora y resulta altamente significativo considerando que las plazas mayores americanas fueron el referente inmediato del cambio de escala producido en las plazas mayores españolas. Hasta ese momento no existían en España plazas de ese tamaño. Fue a partir del México de Cortés que las nuevas ciudades y sus plazas adquirieron una escala desconocida hasta ese momento. Por otra parte, Eduardo Tejeira Davis, en su estudio sobre las fundaciones de Pedrarias Dávila, sostiene que Natá fundada en 1522, dos años antes de la fundación de México, presentaba ya un significativo cambio de escala, su plaza es cuatro veces más grande que la de Panamá la Vieja, fundada también por Pedrarias Davila. Natá se instaló sobre un asentamiento prehispánico prospero, de varios miles de habitantes, se dice que el poblado tenía una plaza y una casa grande para el cacique. Las plazas de las fundaciones americanas mantenían una escala más próxima a la de las ciudades españolas. Es aquí donde las preexistencias indígenas cobran mayor fuerza y sentido, ante el viejo debate entre la importancia de las aportaciones europeas frente a los antecedentes autóctonos. Los europeos encontraron, en los asentamientos de las grandes culturas precolombinas, una diferente concepción espacial, que sin duda los impactó. Los indígenas tenían un manejo del espacio abierto en dimensión territorial con grandes conjuntos ceremoniales y extensas áreas de plazas rituales. Es decir que el manejo de la escala monumental estaba ya presente en el urbanismo precortesiano. Un caso excepcional, que permite reconocer la magnitud de estos espacios es el de Huanuco Viejo en el Perú, tal como lo señala Ramón Gutiérrez, cuya plaza prehispánica de notables dimensiones (540 x 370) sirvió para que los españoles instalaran toda una ciudad de doce manzanas. Cuando los conquistadores se enfrentaron con la necesidad de superponer ciudades sobre antiguas trazas indígenas, como México, Cholula o Cusco, se vieron ante la imposibilidad de aprehender y manejar las extremas dimensiones de los espacios abiertos precolombinos, ya

que, por su experiencia urbana, el español concebía espacios en ámbitos cerrados y más abarcables. Frente a ello apeló entonces a la fragmentación de los grandes espacios abiertos indígenas, para darle a sus plazas dimensiones más aprehensibles. No obstante en términos relativos estas nuevas plazas adoptaron una escala desconocida hasta el momento en el viejo continente. Se produjo aquí un quiebre que incorporó en forma definitiva la gran escala en los espacios americanos

Limitadas al control de la Corona española pero asociadas al mundo mercantilista, las ciudades latinoamericanas a partir de la segunda mitad del siglo XVIII hacia ese escenario en el que se desenvolvía una economía libre, prosperaba una sociedad cada vez más abierta más aburguesada y cobraban vigor nuevas ideas sociales y políticas. Poco a poco disminuía la fortaleza del cerco que las mantenía encerradas dentro de las ideas y las formas de vida metrópolis, y el empuje que cobraban nuevas formas económicas que desencadenaba en los puertos y en las capitales actividades nuevas y, nuevas actitudes en quienes las promovían y ejercitaban. El comercio fue la palabra de orden para quienes querían salir de un estancamiento cada vez más anacrónico: parecía como si la riqueza hubiera adquirido una nueva forma a la que había que adherir decididamente si se quería adoptar el camino del progreso. Estas plazas resultaban aún de mayor tamaño que las plazas mayores españolas, como la de Valladolid mandada a trazar por el mismo Rey, algunos años antes. Evidentemente se produjo un proceso integrador donde la cultura externa sintetizó sus propias experiencias y las modificó en contacto con la cultura receptora y además creó alternativas inéditas para problemáticas que no se habían planteado en su propio territorio. FOSTER, George cit en Gutiérrez y Hardoy: “La ciudad hispanoamericana en el siglo XVI”. En La ciudad Iberoamericana. Actas del seminario Buenos Aires 1985. Madrid: CEDEC, 1987, p. 103. El cambio de la espacialidad renacentista a la barroca tuvo un antecedente pre-europeo en las ciudades hispanoamericanas, a causa de la convergencia de una serie de factores espacio temporales que produjeron la adecuación de un modelo fundamentalmente teórico al enfrentarse a una realidad concreta diferente. El contacto con la vastedad del territorio, la relación entre las funciones cuasi rurales del solar como célula del tejido urbano y sin duda, como se ha visto, el contacto con la espacialidad del urbanismo indígena, son probablemente las causas más reconocidas. El siglo XVII se introdujo en Europa con hechos observables que ya no eran simples teorías. Galileo apuntó su telescopio hacia el cielo y el infinito fue indiscutible. El hombre del XVII europeo se encontró entonces solo frente a la inmensidad del espacio circundante, había descubierto el infinito. Ante ello se planteó la necesidad de representarlo físicamente. El desafío fue el de ampliar concretamente, de modo visualmente perceptible, los límites de la perspectiva. “La perspectiva no captura el infinito trata de acercarse a él en una medida que no se conoce antes de la experimentación.” BENEVOLO, Leonardo: La captura del infinito. Op. Cit. Las realizaciones paisajísticas a gran escala del barroco persiguieron el infinito creando espacios abarcables por la vista que tuvieron como límite solo “la capacidad resolutiva del ojo humano”. Pero allí donde el infinito no podía lograrse con estos recursos fue buscado aún mediante la ilusión. La escenografía y los efectos luminosos intentaron transformar los cerrados ámbitos europeos en infinitos. “La escenografía teatral acentúa los aspectos ilusionistas de la perspectiva, la carrera hacia el punto de fuga se acelera con los artificios de un saber evolucionado, para incluir el infinito en el espacio del escenario”. Ello se logró por medio de grandes aparatos escenográficos al aire libre, con decorados pintados o en relieve que acompañaban a la arquitectura y que incluso se colocaron en el fondo de las calles para crear la ilusión de una perspectiva ilimitada. Verdaderos recursos de trompe-l’oeil a escala urbana intentaban acercar la distancia que existe entre fantasía y realidad. Frente a este descubrimiento del infinito científico e intelectual del siglo XVIII, ya a finales del siglo XV, cuando América entró en escena, los límites del mundo conocidos habían sido

superados por el ansia descubridora y dilatadora del mundo que dominaba a los europeos, y particularmente a los españoles. Por otra parte, algunos de los atributos que desde tiempo inmemorial se le reconocen a Dios: la infinitud y la eternidad, estuvieron implicados en paradigmas científicos del siglo XVII y la política absolutista, que tanto incidió en la búsqueda del infinito en el barroco, fueron rasgos que ya formaron parte de la cosmovisión española en tiempos de la colonización americana. El espíritu religioso estuvo presente en la misión evangelizadora de la corona, que representaba de algún modo a la divinidad en el nuevo continente. El catolicismo sustentado en la doctrina del libre albedrío inspiró, junto a otros factores, la política española en Indias. Esta doctrina favorecía la implantación de una determinada estructura urbana, la ciudad abierta con un centro de convergencia, donde se relacionaban fieles y gentiles. Un centro que facilitó el adoctrinamiento de los indios y que hizo de la actividad misional una forma de lo cotidiano. Desde esta concepción la ciudad no podía ser cerrada. El acuerdo entre la iglesia y el estado fue total en este aspecto. A la vez, el modelo urbano americano, como afirma Rojas Mix, se vio favorecido por la política absolutista, imperialista y centralizadora de los Austrias. ROJAS MIX, Miguel: La Plaza Mayor. El urbanismo, instrumento de dominio colonial. Barcelona: Muchnik Editores, 1978, p. 87. Más allá de todo ello, en América, el infinito era una realidad perceptiva y vivencial. El continente americano ofreció al español la experiencia de lo infinito: las altas cumbres, los ríos anchísimos, la vastedad de los territorios vacíos. Una naturaleza sorprendente y única, que sin duda debió impactar fuertemente a los conquistadores y que les permitió conocer un mundo que poseía otra escala. La magnitud de los accidentes geográficos, ríos, lagos, mares, montañas, selvas, así como las enormes distancias que tuvieron que recorrer, condicionó su óptica y sus actitudes. A muchos de ellos el mundo europeo comenzó a parecerles estrecho y monótono. ROMERO, José Luis: Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Buenos Aires: Siglo XXI Argentina Editores S.A., 1976, pp. 46 El infinito era parte de la realidad geográfica americana, como lo era de los grandes espacios monumentales precolombinos que ya presentaban un manejo de la perspectiva de grandes dimensiones. Junto a las fuerzas que sin duda emanaban de un territorio que se presentaba espacialmente inconmensurable, los conquistadores se enfrentaron a culturas indígenas que dominaban el espacio abierto de una manera que les era hasta entonces desconocida. La noción de ciudad abierta al infinito estuvo presente en la idea modélica misma de la cuadrícula americana, como grilla de crecimiento ilimitado hacia todas las direcciones. En contraste con el Renacimiento, que tendía a la permanencia y a la inmovilidad de todas las cosas, el Barroco manifestó, desde sus inicios, un preciso sentido de dirección, que hubo de afectar a los espacios públicos. En el diseño mismo de las ciudades hispanoamericanas estaba ya presente una marcada direccionalidad, dada por una forma abierta, una trama regular de vías rectas que podían en la teoría prolongarse sin límite. Frente a la imagen medieval de la ciudad celeste cristiana o la imagen de las ciudades ideales renacentistas, donde el concepto de ciudad y del mundo es todavía cerrado y limitado, la realidad de la ciudad americana representa una imagen de ciudad abierta, que podía crecer infinitamente, en un mundo infinitamente ilimitado. Este carácter de ciudad abierta se manifiesta también en el hecho de que la mayoría de las ciudades de la América española carecían de murallas. Como señalará Palm, en los diseños americanos las calles “dejan de ser vías de fuerza centrípeta que en su confluencia crean la plaza” para transformarse en “fuerzas centrífugas que irradiaban inexorablemente de la plaza que era su núcleo generador”. PALM, E.W.: Los orígenes del urbanismo imperial en América. México:

Instituto Panamericano de geografía e Historia, 1951, pp.18. Los trazados urbanos en cuadrícula, permiten vincular visualmente lugares distantes de la ciudad y el territorio, posiblemente sin una clara intención de controlar el infinito, que forma parte de una realidad vivencial, no intelectual ni científica. Estas nuevas ciudades, de bajísima densidad y abiertas hacia un territorio sin límites, contrastaban con los apretados trazados de las ciudades medievales europeas. Pese a ello, las calles rectilíneas de las ciudades americanas, como muchas de las proyectadas antes de mediados del siglo XVI en Europa, no pueden considerarse canales de perspectiva longitudinales, debido a que su longitud real no era demasiado prolongada. Por otra parte las calles rectilíneas, no se concretaron en una perspectiva ilimitada, hasta entrado el siglo XVIII, debido a la modesta consistencia de las construcciones perimetrales. El concepto de ciudad abierta también se evidenció en las plazas mayores americanas, en las cuales a diferencia de España donde predominó el esquema claustral o cerrado, triunfó el planteo abierto. Gutiérrez y Hardoy, Op. Cit. pp. 104 En definitiva la noción de infinito, si bien no fue parte de una búsqueda formal intencionada, estaba potencialmente implícita en la estructura urbana del XVI. La ciudad barroca aspiró a ser la expresión de una estructura político-social absolutista, donde la subordinación de las partes a una idea general unificadora resultaba esencial. Dentro de este planteo, la ciudad planificada y diseñada de una sola vez era la ideal. Pese a ello, su materialización ex novo no fue frecuente en la Europa del siglo XVII, pero sí el transformar una ciudad existente en otra barroca. Para lograr esta recualificación, Europa apeló al trazado de calles rectas, a la construcción de plazas regulares y a la creación de nuevos barrios en retícula. La organización urbana estuvo definida por centros –edificios o plazas intercomunicados por calles rectas y regulares, siendo uno de los centros generalmente dominante. Como afirma Norberg Schulz el carácter dinámico y abierto de la ciudad barroca se expresaba también en su estructura interior. Las calles anchas y rectas permitían intenso tránsito de personas y vehículos, de acuerdo con las nuevas necesidades de participación haciendo patente el deseo de sistematización. Los grandes proyectos barrocos de las residencias reales europeas fueron construidos durante el siglo XVIII. Particularmente, en España tuvieron una escala más modesta y fueron introducidos por los reyes Borbones, ya bien entrada la segunda mitad del siglo XVIII. HARDOY, Jorge E. “La forma de las ciudades coloniales”. En DE SOLANO, Francisco (coord.): Estudios sobre la ciudad iberoamericana. Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1983. p. 325. La ciudad española se había ido formando sin estar sujeta a un plan o proyecto general, por lo cual los espacios públicos, calles y plazas, se lograron a partir de remodelaciones y no fueron elementos generadores a priori de la forma urbana En Hispanoamérica el pensar la ciudad en cuanto proyecto unitario, estuvo implícito en el urbanismo colonizador. Desde su origen, las ciudades fueron concebidas y materializadas como un proyecto urbano total. En este aspecto el urbanismo americano se asemeja al urbanismo del siglo XVII en lo conceptual aunque no en lo formal. Las ciudades americanas fueron en su gran mayoría planeadas, fundadas con un plan preconcebido. El modelo fundacional en cuadrícula o el trazado con cierta regularidad adoptado por los españoles en América fue el instrumento básico que permitió dar solución a un problema múltiple, de modo eminéntemente práctico y funcional, en una empresa gigantesca. La sustancia abstracta

del modelo geométrico le confirió además la universalidad que vincula a todos los asentamientos americanos. Su fuerza residió, fundamentalmente, en la simplicidad del diseño así como en la facilidad y la equidad en el reparto de parcelas, condiciones que obligaron a conservar un orden riguroso, que simbolizaba de algún modo la autoridad. En gran parte de las ciudades americanas la trama urbana reticular, las calles rectas y las plazas regulares estuvieron presentes tanto en su morfogénesis como en su desarrollo y crecimientos posteriores. La necesidad de control y dominio de los nuevos territorios conquistados se sustentó en este proceso de búsqueda de regularidad y sistematización que la Corona implementó desde los primeros años. Esto se evidencia en las instrucciones dadas a Pedrarias Dávila en 1513 y reiteradas a Hernán Cortés en 1523 cuando se señalaba la necesidad de imponer un orden en la definición urbana de los nuevos poblados. Dentro de este sistema ideológico y espacial, la plaza mayor fue el centro de la composición y una retícula de calles vinculó los centros secundarios definidos principalmente por los edificios y plazas de las principales órdenes religiosas. En relación con estos focos, la existencia del hombre adquiría pleno significado. La plaza mayor vino dada por una definición urbanística a priori, plaza presuponía ciudad en cuanto proyecto unitario, y resultó indisoluble de su planteo urbano, pese a su localización, a la variedad de sus resoluciones espaciales, a lo cerradas o abiertas que fueran. Nacida antes que la ciudad, la plaza se diseñó previamente como elemento generador de la traza, al contrario de lo que sucedía en Europa donde las plazas fueron operaciones urbanísticas a posteriori sobre un denso tejido urbano ya existente. De un modo similar a la “plaza real” francesa, nuevo elemento urbano creado por la necesidad de transformar Paris en una digna expresión del nuevo sistema vigente durante el siglo XVII, la “plaza mayor” hispanoamericana fue resultado de la necesidad de expresar la estructura económica, política y social centrípeta generada en la América española. Mientras la plaza real fue un espacio urbano centralizado desarrollado alrededor de la estatua del rey, la plaza mayor se desarrolló en torno a la picota o rollo de la justicia, símbolo de la jurisdicción y del orden impartido por los sistemas de poder. ROJAS MIX, Miguel: La Plaza Mayor. El urbanismo, instrumento de dominio colonial Op. Cit., p. 58 La centralidad fue uno de los rasgos dominantes de la ciudad del XVI que fue ratificada por las ordenanzas filipinas de 1573. El barroco abrió un período de propaganda intensiva y multiforme, como resultado de una crisis también multiforme. La propaganda barroca fue “parte de una vasta empresa de dominación, de educación, de edificación, que se apoya en la ciudad, en la arquitectura, en las artes visuales”. CASTEX, Jean: Renacimiento, Barroco y Clasicismo. Madrid: Ediciones Akal S.A., 1994, p. 247 La escena urbana fue configurando un ámbito propicio para el despliegue del poder ligado al desarrollo de los absolutismos. En efecto, el lujo, la fantasía, la ostentación definió el estilo de las grandes ceremonias públicas, que involucraban a la ciudad en su totalidad. La ciudad como un conjunto, una gran escena urbana, con sus plazas, sus calles y su arquitectura, conformaban un sistema unitario, preparado para el espectáculo barroco. Estos acontecimientos iban acompañados de grandes aparatos escenográficos al aire libre, con decorados que se combinaron con la arquitectura misma. Escenografía y arquitectura, realidad e ilusión, participación, espectáculo total, fueron rasgos claves de la fiesta barroca, religiosa y secular a la vez. Este sentido barroco de teatralidad, de espectáculo, de sacralización del espacio urbano, tuvo características especiales en la América española. La ciudad americana estaba en inmejorables condiciones de potenciar los contenidos simbólico-ideológicos del Barroco

GUTIERREZ, Ramón y Cristina ESTERAS: “La vida en la ciudad andaluza y americana de los siglos XVI al XVIII”. Op. Cit. p. 152. América había sido heredera, desde sus orígenes urbanos, de algo que formaba parte de la tradición urbana española y que en las nuevas tierras adquirió renovado sentido. Las fiestas, presentes en la península desde el medioevo, se convirtieron en la España renacentista y barroca en medios importantes para preservar el orden establecido dentro de una sociedad fuertemente estratificada. Toda la sociedad tomaba parte de ellas, pero siempre bajo rigurosas reglamentaciones no escritas, casi rituales, que eran manejadas por las autoridades LÓPEZ CANTOS, Angel: Juegos, Fiestas y diversión en la América española. 1992, p. 19. Esta tradición se trasladó a América, desde temprana época y ya en el siglo XVI es posible encontrar una multiplicidad de fiestas. Con un objetivo similar, el conquistador impuso sus formas de vida incluso en lo lúdico. En las ciudades andaluzas ya desde el siglo XVI, los festejos y regocijos públicos tuvieron como escenario a todo el ámbito de la ciudad. El espectáculo sacro fue el modo de introducir en las masas populares los complejos problemas del dogma. El auge de los carros de representación y la progresiva ocupación del espacio civil por la escenificación religiosa proporcionó un sentido lúdico y sacralizado del espacio urbano. Ello se proyectó a las ciudades americanas, donde se transitó de uno a otro espacio, del mismo modo que se lo hacía en las fiestas andaluzas. Lo lúdico y lo religioso constituyeron una realidad indisoluble que se vio enfatizada por la necesidad de una cristianización efectiva de la masa indígena. Esto implicó adecuar el espacio urbano a formas más próximas a sus modos culturales de apropiación espacial, particularmente en la realización del culto al aire libre. La necesidad de incorporar al indígena generó una coexistencia de formas de expresiones paganas y cristianas. Asimismo es importante destacar que España implantó en América una nueva forma de vida, que llevaba implícita su modo particular de vivir con los demás, a propósito de lo cual Antonio Bonet Correa ha observado que “el español es un ser que vive para los demás y a quien los demás rodean y vigilan” BONET CORREA, Antonio: El urbanismo en España e Hispanoamérica. Madrid: Ediciones Cátedra, 1991, p. 185. De allí que sea parte de su identidad misma el representar la comedia humana en el escenario cotidiano de la vida urbana. Este modo de apropiación de la ciudad se afianzó por el afán de desplegar con esplendor y pompa la nueva posición económica y social que habían adquirido en el nuevo continente. Toda la ciudad se transformó entonces en el escenario donde se expresaba y manifestaba el lugar que cada quien representaba en este nuevo mundo indiano. La ciudad toda, y sus plazas en particular, fueron escenario de juras reales, paseo del estandarte real, ejercicios y revistas militares, juegos de cañas y sortijas, justas, corridas de toros, carreras de caballos, juegos de cañas y alcancías, batallas de moros y cristianos, sortijas, mascaradas, luminarias, fuegos artificiales nocturnos y desfiles de carrozas. Muchas veces se pusieron en escena piezas teatrales, como entremeses, autos sacramentales y comedias. La plaza fue tanto el ámbito de exteriorización del culto, la proyección del interior del templo que sacralizaba el ámbito público, donde se realizaban misas al aire libre, grandes procesiones litúrgicas y penitenciales, presenciadas por verdaderas muchedumbres; así como el ámbito de las fiestas cívicas. Era función fundamental de la plaza mayor el transformarse en espacio lúdico, el lugar de las fiestas y celebraciones, ya sea de carácter sagrado o profano. Había tanto fiestas solemnes como fiestas repentinas. Las fiestas solemnes, de carácter religioso, eran periódicas y se sucedían año tras año. Las fiestas súbitas y repentinas, estaban sujetas a la intervención directa del soberano, y en América delegadas en sus representantes. A falta de su presencia física, se pintaba su retrato. Todo el ceremonial llevaba una fuerte carga propagandística.

Las autoridades indianas ocuparían el lugar del monarca ausente y por ello se rodeaban de un lujo y boato propio de la realeza. Con estas vestimentas presidían procesiones cívicas o religiosas al igual que una corrida de toros o un juego de cañas. Eran acompañados por un séquito formado por el cabildo secular y los oficiales de las tropas regulares, también engalanados y montados a caballo, que recorrían las calles. LOPEZ CANTOS, Angel. Op.Cit., p. 21 Los motivos para las fiestas fueron múltiples, principalmente los vinculados a la familia real como los nacimientos de príncipes, cumpleaños, bodas y bautizos de cualquier miembro de la familia real, así como la entrada de virreyes, festividades religiosas o triunfos militares. En general, los festejos duraban varios días y en ellos se reunía toda la población, españoles, criollos, indios, negros y mulatos. Las fiestas ayudaron a integrar en la vida urbana a la población y sobre todo al indígena. No faltaba tampoco la música y el baile. Las fiestas eran organizadas por los distintos gremios, así mercaderes, herreros, bodegueros y pulperos, pintores, escultores y carpinteros, plateros y sastres, competían entre sí por organizar las mejores fiestas y los mejores decorados. También indios, negros y mulatos organizaban sus propias fiestas. Los tablados de madera, levantados alrededor de la plaza para las fiestas, eran alquilados por el cabildo, desde allí y a modo de graderías podía participarse de los espectáculos desde un lugar privilegiado. También para el mismo fin eran alquilados los balcones que daban a la plaza. Arcos de triunfo de madera y hojas de palma, altares de caña y espejos, tapices en los balcones, bancos y palcos marcaban los usos cívicos o religiosos. Para ocasiones especiales se construía una arquitectura efímera con pórticos iluminados, arcos triunfales y trofeos, tarimas, estrados y doseles, mientras los edificios perimetrales se decoran con sedas, tapices y blasones. La luz constituía un elemento esencial de toda fiesta indiana. Las luminarias se colocaban en los balcones y aleros de templos, edificios públicos y casas privadas. Las fogatas se hacían en las puertas de las viviendas, calles y plazas. Estos elementos llevaban implícitamente unas fuertes connotaciones socioeconómicas. Alumbrar las fachadas de las casas con hachas, antorchas, candiles y sobre todo velas daban a entender a cualquier espectador que estaba ante el domicilio de una familia con “posibles”. Una fogata, por muy viva que fuera, no podía disimular la pobreza de sus moradores. LOPEZ CANTOS, Angel, Op. Cit. Por otra parte, dentro del sistema urbano americano las calles tendieron a ser más anchas permitiendo el paso simultáneo de peatones y jinetes. Particularmente, en México y Lima, ya desde el siglo XVI, el desarrollo del transporte de carruajes requirió calles de mayor ancho. Tal vez la menor escala de otras poblaciones no permitió reflejar en estas fechas tempranas el dinamismo de las calles europeas barrocas. Sin embargo una vez que las ciudades alcanzaron un mayor desarrollo, la trama viaria fue lo suficientemente apta como para emular las escenas de cualquier ciudad europea. En definitiva si algo debió modificarse para barroquizar la ciudad americana no fue intervenir en su estructura urbana, de por sí regular y concebida como un sistema de partes en interacción, sino adecuar su paisaje urbano a los rasgos propios de la época. Conceptos como ordenamiento, control, centralidad estaban presentes en el proyecto urbano americano, un modelo centralizado pero no cerrado. Organizar el espacio, reducirlo a orden y medida y extender sus límites, sin duda algunos de los logros barrocos, fueron parte del modelo americano. El carácter abierto y dinámico, el sentido de infinito, estuvo presente en la ciudad americana Nacida a partir de la plaza como punto fijo, podía extenderse ilimitadamente. Si

bien los trazados iniciales de las nuevas capitales europeas y sobre todo la urbanización sistemática de las colonias americanas del XVIII, copian los esquemas de perspectiva acostumbrados, alejándose de los ejes de simetría; los desarrollos sucesivos abandonan toda limitación de perspectiva, utilizando la cuadrícula originaria como una red extendida hasta el infinito. Este modelo estructural es el único que, nacido del tronco de la cultura barroca, se manifiesta con posibilidades de desarrollo hasta constituir una verdadera alternativa al clasicismo, es decir, hasta producir un nuevo tipo de ciudad de la del Renacimiento. BENEVOLO, Leonardo: Introducción a la Arquitectura. Madrid: Celeste Ediciones, 1992. p. 228. Por otra parte, se ha visto cómo el espacio público fue utilizado desde el siglo XVI en su totalidad en una fiesta cuyos elementos no difieren mucho de lo que luego fue la fiesta barroca. Esta anticipación americana fue quizás resultado de la magnífica conjunción de diversas circunstancias propicias y particularmente de la síntesis entre dos modelos urbanos: el renacentista y el indiano. El contacto con el simbolismo y la espacialidad de estas civilizaciones modificó sustancialmente la cultura española para introducirlos en un camino creativo hasta entonces desconocido. A modo de conclusión creemos que el aporte innovador de la ciudad hispanoamericana fue la incorporación de ciertos rasgos que, por su diversidad de influencias no puede concedérseles un origen unívoco, pero que de alguna manera supusieron una proyectación urbana que en su esencia se adelantó a los conceptos que Europa adoptaría durante el período barroco, quizás por motivos diferentes. Se generó en la América Hispana un modelo urbano de tal originalidad espacio temporal que nos lleva a preguntarnos: ¿no será que Europa, a lo largo de la Edad Moderna, se fue acercando a algo que España había imaginado y comenzado a ensayar primero en América?

El Barroco es consecuencia de la evolución del Renacimiento hacia formas más libres y dinámicas, se considera también como el estilo en el cual se plasma la crisis del Renacimiento. Influyen de manera decisiva en su creación, por una parte, el movimiento religioso de la Contrarreforma, que, como protesta contra el luteranismo procura fomentar la devoción, intensificando el lujo del templo y creando conjuntos lo más efectistas posibles Martín Lutero tradujo la Biblia. Con la imprenta esta versión se reproduce y se pone al alcance del pueblo. La arquitectura Barroca es una manifestación de la Iglesia Católica Romana, y el sistema político del Estado francés centralizado. El Barroco es uno de los estilos que conocieron mejor fortuna en España. En ningún otro país se llega a una riqueza ornamental tan exuberante ni a un distorsionamiento tan radical de las formas. La arquitectura Barroca abarca de forma general desde principios del siglo XVII, hasta mediados del siglo XVIII, en un principio se traslapa con el último periodo renacentista y tiene un comienzo cronológico diverso según la región o el país. Italia continúa durante el Barroco a la cabeza de la arquitectura europea, si bien en este último punto es en Francia donde se producen las obras más representativas. Sus destellos fueron captados simultáneamente en España, el brazo fuerte secular de la milicia eclesiástica. De ahí en adelante, se extendió a todos los países católicos romanos en Europa y a otros países europeos: Alemania, Inglaterra, Portugal, Bélgica, Holanda, Suiza, Austria, Europa Oriental y fue llevado a las órdenes misioneras en América y a las distantes colonias de España y Portugal. La ciudad Barroca Roma es el prototipo de esta unidad fundamental. La ciudad barroca converge hacia edificios monumentales que representan los valores fundamentales del sistema. Los centros focales de la totalidad también pueden definirse en términos puramente espaciales como plazas. La estructura de la ciudad consiste en polos (edificios y plazas monumentales) que están intercomunicados por calles rectas y regulares La ciudad, convertida en capital, cobró así un carácter hegemónico que se vincularía perfectamente a los supuestos y planteamientos políticos y económicos del centralismo absolutista, que se mantuvo en vigor en todos los Estados europeos Reforma (protestantes) • Sostiene la idea de la predestinación. • La vuelta a las raíces • El mundo de Dios es del pueblo de Dios. • Raíz integrada: cultura-religión - líder-pastor. Contrarreforma (católicos) • Se tiene la necesidad de escalar a cualquier precio y demostrar ser hijo de Dios, por el status. • Trabajo-esfuerzo (la sociedad no va a mantener a nadie)

• Estado-terrenal-César. • Religión-cielo-Dios. • Universal, para todo el mundo. • Para qué preocuparse si la existencia está relacionada con la gloria, si está bien con Dios, Él Provee. • Ya hay algo que justifique el aletargamiento, • La pobreza (es parte del ser) • La pobreza es un mérito ante Dios. Aspectos Políticos y Económicos • El Barroco romano estalló como una ofensiva para convencer a la gente, mediante la ilustración pictórica, escultórica y arquitectónica, de la realidad de los milagros, de la existencia del Paraíso, de la comunión de los Santos. Una iglesia barroca es una representación del Paraíso. • De la misma manera que los humanistas del Renacimiento habían acuñado el término “gótico” para designar despectivamente el arte y la arquitectura precedentes, así el término baroque (Barroco) fue ideado por los críticos franceses de mediados del XVIII, para denigrar el arte y la arquitectura del siglo XVII y comienzos del XVIII. • En cierto sentido el Barroco es el arte de la contrarreforma que se halla sobre todo en manos de los jesuitas, quienes adoptan este estilo. Ideología Conclusión: una arquitectura para los sentidos y el impacto emocional El Barroco utiliza varios procedimientos para atraer la atención y resaltar el poder: • El recurso del lujo y la riqueza, por ser emotivamente más eficaz que la austeridad. • La atención a la fachada principal, decorada ahora llamativamente, ya que la fachada es el vínculo de unión con el espacio público, el más genuino lugar de expresión del Barroco. • El desarrollo de los espacios interiores, altamente decorados, ahora tendientes a la grandiosidad. • El acento en el elemento retórico, como arma de propaganda al servicio de la Iglesia o del Estado (en este sentido la arquitectura evolucionará hacia el espectáculo y el ilusionismo) • En la “época Barroca”, la totalidad de los aspectos naturales y humanos fueron tenidos en cuenta. Se entendió que cuerpo y alma eran parte de una totalidad dinámica, y esta experiencia a manudo fue acompañada por un estado de éxtasis. • En la arquitectura y el arte barrocos, la línea divisoria entre la realidad tridimensional y la ilusión mística se va difuminando progresivamente. El Barroco en España por su origen latino refleja un espíritu netamente ornamental, de gran tradición en el país, partiendo de la costumbre plateresca. El proceso de disolución de la pura estructura arquitectónica en meras formas decorativas dio lugar a abusos notables en artistas como los Tomé, Pedro de Ribera y los Churriguera, que otorgaban el protagonismo a las formas no estructurales en perjuicio de su propio soporte. Quienes exageraron, de acuerdo con una tradición y unas constantes castizas, lo ornamental mediante la presencia de lo hispano-árabe, lo gótico hispanoflamenco y lo plateresco. Exageración y exuberancia •Distorsión de los elementos clásicos (Renacimiento) •Dinamismo espacial

•Sobreornamentación •De base religiosa (espiritual) •Reflejo de poder y lujo

Los hermanos José Benito, Alberto y Joaquín de Churriguera, artesanos originarios de Barcelona, combinaron su pericia como arquitectos y artesanos. En sus obras emplearon profusamente un tipo de columna con el fuste contorneado en espiral, comúnmente llamada salomónica, porque se pensaba erróneamente que había sido empleado en el templo de Salomón. Con ella combinaron una densa paleta de figuras, ornamentos y figuras arquitectónicas, sobrepuestos capa a capa, hasta que la función estructural de las partes se desvanecía literalmente entre la profusión de detalles. • El ideal barroco de complejidad visual en los espacios arquitectónicos y en el tratamiento de las superficies, que aspiraban a inducir en el usuario una respuesta emocional, arraigó en España en los siglos XVII y XVIII. En cierto modo suponía el resultado natural de la inclinación hacia la ornamentación de las superficies, heredada de los moros. La manipulación de la luz y la iluminación concentrada son rasgos fundamentales en el diseño de interiores barroco. La características más importantes del Churriguera son: el uso de la columna salomónica y estípite; (fuste en forma de pirámide invertida y capitel vegetal muy desarrollado) los remates en espadaña; los arcos rampantes; la guarnición de sillares en rejas y balcones, dispuestos asimétricamente; el efecto escenográfico; las guirnaldas vegetales como decoración; los óculos circulares recubiertos con marco vegetal; el nicho con esculturas religiosas; los entablamentos y frontones mixtilíneos que poseen un carácter más decorativo que sustentante; los escudos de referencia militar o de guerra; el aspecto ascendente de la decoración; lo más innovador es concentrar la atención del espectador en un solo punto: la fachada, preferentemente su portón central. Arquitectura Religiosa. • Iglesias • Basílicas • Catedrales • Capillas Los edificios de grandes dimensiones suelen derivar del esquema tradicional de la basílica, con naves de tendencia longitudinal y cruciforme, los más pequeños y las capillas se inclinan por soluciones de planta central. El centro fundamental es señalado por una cúpula. Los interiores están animados con atrios y escaleras, plantas complicadas con elipses, semicírculos y óvalos, e inclusive plantas que combinan varios de estos elementos con cuadrados y rectángulos. Edificios Palaciegos, vivienda y Jardines • Palacios • Mansiones • Hoteles • Villas • Jardines • Vivienda En el Barroco se mantiene la antigua división renacentista de la residencia que se plantea en la Toscana del siglo XV, diferenciando el palacio urbano, la residencia campestre y la villa suburbana. Las villas y las casas urbanas difieren en que a los ricos las villas les servían de residencia en verano, y las casas urbanas para defenderse más cómodamente del invierno. Los edificios palaciegos son grandiosos y están rodeados de áreas ajardinadas que denotan la voluntad de unión con la naturaleza, y al mismo tiempo constituyen un medio de aislamiento de la ciudadanía. Las casas para familias humildes eran simples, con el mobiliario sencillo: una silla, un aparador y las camas. En las ciudades muy populosas, se construían casas de varios pisos para aprovechar el espacio, tenían armazón de madera, revestidas de argamasa.

Arquitectura Civil Teatros • Hospicios • Escuelas • Bibliotecas • Edificios de servicios públicos • Monumentos conmemorativos • Plazas La arquitectura privada toca los extremos del refinamiento y del lujo, dejando a la arquitectura civil en un segundo plano. El hotel de los inválidos responde al tipo de arquitectura grande y severa: su imponente efecto surge de una amplia concepción interpretada con sencillez. Encontramos un reflejo de esa nobleza de estilo en la Escuela Militar. En el siglo XVII se empiezan a construir teatros. Soberbias fuentes públicas son construidas en el siglo XVIII. Los primeros estudios razonados de cárceles datan del siglo XVIII. Se construyen faros, caminos, puentes, canales, así como puertas de acceso a ciudades como monumentos conmemorativos. Las grandes ciudades ornamentaban sus calles con grandes plazas. El estilo artístico del XVII y primera mitad del XVIII. Este concepto apareció en la Historia del Arte en el siglo XVIII; sus creadores fueron los teóricos del Neoclasicismo y le dieron un sentido peyorativo, ya que con él aludían a fenómenos artísticos extravagantes y carentes de lógica. La revisión de esta valoración corresponde ya al s.XX, tras la I Guerra Mundial, momento en que una serie de estudios (Weisbach, D´Ors, Focillon) pusieron de manifiesto su carácter coherente y lúcido. • Interpretación del barroco como “arte de la Contrarreforma “, no es válida ya que el Concilio de Trento es anterior (1545-1563) y por que hubo barroco en los países protestantes. • Hoy día, el Barroco se entiende como una “una actitud ante la vida y el arte” condicionada por una serie de cambios históricos (nuevas concepciones filosóficas –racionalismo y empirismo-, renovación del mundo científico –Copérnico-, desmoronamiento del antropocentrismo, triunfo del bsolutismo , desarrollo del capitalismo comercial, etc.) Se trata de un estilo complejo, fruto de una época de crisis. Por una parte es naturalista y clásico, pues arranca del Renacimiento, pero por otra tiene un carácter analítico y sintético muy diferente. Su cuna está en Roma, que será el centro de formación para artistas de todas épocas; desde allí irradiará al resto de Italia y a todo el continente. La variedad de circunstancias socioeconómicas, políticas y religiosas que se dan en esta etapa, origina la coexistencia de diversos círculos culturales y objetivos artísticos. De este modo nacen dos tipos de barroco: • Un barroco cortesano y católico, instrumento de propaganda de la Iglesia contrarreformista y/o del Estado absoluto ( Italia, Francia, España, “Alemania”) Pese a estas grandes diferencias existen impulsos estéticos comunes, fruto de la sensibilidad de la época, que desdeña las reglas y tiende a lo emotivo y desbordante. Es un estilo que expresa el estado de ánimo del hombre del XVII, pesimista, desengañado, realista, con conciencia de sus imperfecciones y del dolor. Características generales: 1. Abandona el principio renacentista de la belleza y armonía; deja las reglas a favor de un naturalismo acusado 2. Se interesa por el dinamismo y el movimiento, tanto real (una pared ondulada, una fuente en la que el agua cae en formas siempre nuevas, etc.), como sugerido (un personaje retratado

durante una acción violenta, un escorzo, etc.) Busca la expresividad, en función tanto del sentido trágico de la vida como de la estética de salvación 3. Tiende a la infinitud y la tensión. Se sabe pequeño, pero el nuevo pensamiento científico y filosófico le da el orgullo de comprender el Universo. 4. Desarrolla un tipo de lenguaje basado en la contradicción, en el contraste (fachadas cóncavas y convexas, grandes escenarios junto a aspectos naturalistas, sentido religioso junto a una intención realista, figuras de procedencia clásica junto a tipos populares, etc.) 5. Busca destruir las barreras entre ilusión y realidad (efectos ilusionistas en la pintura de caballete y en la pintura mural, artificios de perspectiva en la arquitectura, utilización de los espejos, etc.)⇒gusto por lo teatral, por lo escenográfico, por lo fastuoso 1 EL BARROCO 6. Importancia dada a la luz y a los efectos luminosos en la percepción final y en la concepción misma de la obra de arte 7. Tendencia a no respetar los confines de las disciplinas, es decir a mezclar arquitectura, escultura y pintura 8. Tentativa de representar o sugerir el infinito (un camino que se pierde en el horizonte, un fresco simulando una bóveda celeste, un juego de espejos que haga irreconocibles las perspectivas, etc.) 9. Cronológicamente abarca los s.XVII y XVIII, aunque en algunos países (sobre todo en Francia y Alemania) se desarrolló el estilo Rococó, expresión de la burguesía ascendente caracterizado por : • La decoración de “rocaille” (rocalla) • Por una pintura de carácter alegre y festivo • Por la importancia del pequeño palacete urbano (el “Hôtel” parisiense) • Por la importancia de la decoración en los interiores. Arquitectura Religiosa. • Iglesias • Basílicas • Catedrales • Capillas Los edificios de grandes dimensiones suelen derivar del esquema tradicional de la basílica, con naves de tendencia longitudinal y cruciforme, los más pequeños y las capillas se inclinan por soluciones de planta central. El centro fundamental es señalado por una cúpula. Los interiores están animados con atrios y escaleras, plantas complicadas con elipses, semicírculos y óvalos, e inclusive plantas que combinan varios de estos elementos con cuadrados y rectángulo Edificios Palaciegos, vivienda y Jardines • Palacios • Mansiones • Hoteles • Villas • Jardines • Vivienda En el Barroco se mantiene la antigua división renacentista de la residencia que se plantea en la Toscana del siglo XV, diferenciando el palacio urbano, la residencia campestre y la villa suburbana. Las villas y las casas urbanas difieren en que a los ricos las villas les servía de residencia en verano, y las casas urbanas para defenderse más cómodamente del invierno. Los edificios palaciegos son grandiosos y están rodeados de áreas ajardinadas que denotan la voluntad de unión con la naturaleza, y al mismo tiempo constituyen un medio de

aislamiento de la ciudadanía. Las casas para familias humildes eran simples, con el mobiliario sencillo: una silla, un aparador y las camas. En las ciudades muy populosas, se construían casas de varios pisos para aprovechar el espacio, tenían armazón de madera, revestidas de argamasa.

Arquitectura Civil • Teatros • Hospicios • Escuelas • Bibliotecas • Edificios de servicios públicos • Monumentos conmemorativos • Plazas La arquitectura privada toca los extremos del refinamiento y del lujo, dejando a la arquitectura civil en un segundo plano. El hotel de los inválidos responde al tipo de arquitectura grande y severa: su imponente efecto surge de una amplia concepción interpretada con sencillez. Encontramos un reflejo de esa nobleza de estilo en la Escuela Militar. En el siglo XVII se empiezan a construir teatros. Soberbias fuentes públicas son construidas en el siglo XVIII. Los primeros estudios razonados de cárceles datan del siglo XVIII. Se construyen faros, caminos, puentes, canales, así como puertas de acceso a ciudades como monumentos conmemorativos. Las grandes ciudades ornamentaban sus calles con grandes plazas. El barroco se caracteriza por su afán integrador de espacios en un todo unitario, ya sea urbano o paisajístico. ¡Es el comienzo del urbanismo moderno! En este período surgen los planes reguladores de lo que ha venido en llamarse la ciudad capital. Roma es el prototipo de esta ciudad capital su desarrollo urbanístico se había iniciado, de manera efectiva, en tiempos de Julio II, pero su máximo organizador fue Sixto V (15851590), ayudado por el arquitecto Doménico Fontana. Su regulación se basa en un entramado de grandes vías que se articulan referenciadas a centros significativos, tanto edificios como plazas. Las siete basílicas quedan entrelazadas entre ellas en base a un centro teórico que es la basílica de Santa María la Mayor, que se convierte en lugar de encuentro y de partida, verdadero paradigma de la espacialidad barroca. A su vez, las plazas, a veces tan sólo cruce de calles, se individualizan a través de elementos simbólicos, como son los obeliscos y columnas que fueron cristianizadas coronándolas con las estatuas de San Pedro y San Pablo, o cruces. Estos obeliscos no eran sólo elementos de decoración, sino que se convertían en ejes para el cambio de dirección de las calles. En definitiva, la organización de Roma se orientó de Noroeste a Sudeste, teniendo como eje principal la Strada Felice, que fue proyectada desde la plaza de Santa María la Mayor en dirección a la basílica de la Santa Croce in Gerusaleme y a la Plaza del Popolo. La plaza como elemento urbano tiene un significado distinto en Roma o en París. En la primera se integra en un plan amplio, mientras que en la capital francesa se convierte en lo que podríamos llamar un «episodio suelto». La Plaza del Popolo se relaciona a la famosa

tridente que forman las Stradas del Babuino, Corso y Ripetta, vías de acceso a la Roma moderna, con la construcción de las iglesias gemelas de Rainaldi. La solución de Pietro de Cortona en la plaza de Santa María della Pace hace dudar de si estamos ante una obra integrada en un espacio urbanístico o si éste está en función de aquella. La columnata de San Pedro es un espacio de doble significación: potenciador plástico de la fachada de San Pedro y símbolo de la Iglesia. Por último, en lo que a Roma se refiere, la plaza Navona es el ejemplo más significativo de lo que podríamos denominar urbanismo puntual, y que tiene en los ejemplos de Plaza Mayor, Place Royale las manifestaciones más afines. La unitariedad de sus edificios, la singularidad de la fachada de Santa Agnese y las fuentes de Bernini, crean un todo unitario en el que las arquitecturas parecen más superficies continuas que masas individualizadas. Esta singularización es la que define el urbanismo de París, que busca el uniformismo de sus plazas y grandes avenidas. En vez de empezar con un sistema. París experimenta una serie de episodios monumentales. Fue Enrique IV quien primero se planteó la construcción de plazas con un claro sentido mitificador del rey. El monumento se convirtió así en elemento polarizador de todo un espacio. en un factor urbanístico alrededor del cual se organizaba todo un entorno. La plaza Dauphine, la de los Vosges en tiempos de Enrique IV, y la de las Victoires y la de Vendome en el reinado de Luis XIV, resumen los cuatro ejemplos de Place Royale de esquema triangular, rectangular, circular y cuadrangular. No podemos olvidar, en este apartado urbanístico, un hecho importante, en la valoración de la ciudad barroca, cual es la ruptura de las murallas, lo que la convierte en ciudad abierta. París suprimió en tiempos de Luis XIV las fortificaciones, sustituyéndolas por un anillo casi completo de boulevards. El plano ideal de Londres, proyectado por Ch. Wren, pretendía incidir en este carácter abierto. articulando la ciudad en base a grandes vías transversales. i a principal unía la catedral de San Pablo, centro religioso, con el Royal Exchange, centro económico. Se creaban sistemas radiales y una cuadrícula que unía el centro con el sector comercial situado junto al río. El carácter práctico no impedía la realización de grandes perspectivas y la singularización de los nudos de las calles con la construcción de 51 iglesias, verdaderas arquitectura - monumento -. El urbanismo de jardines tiene en el barroco su máximo representante en André le Notre. Iniciado en la planificación paisajística de Vaux-le-Vicomte, tuvo en Versalles y las Tullerías sus máximas posibilidades creativas. Le Notre rompe con el jardín renacentista, de clara organización estática, e introduce un sistema de ejes y diversidad de espacios. Sin embargo, la ordenación es simple. Parte de un eje longitudinal que tiene como final del recorrido la percepción de un espacio infinito. A este eje se subordinó el palacio, en el caso de Versalles, que divide el recorrido separando el mundo urbano del paisaje infinito antes aludido, compuesto de parterres, bosquecillos y naturaleza libre y desordenada. Se introducen ejes transversales y esquemas radiales, con lo que la idea antes aludida de integración y dispersión está presente. Las fuentes, estanques y canales dan variedad al espacio. Es, en definitiva, un urbanismo abierto en contacto con la naturaleza y que busca la integración de las partes en un todo organizado. Pero los sistemas de defensa continuaban siendo esenciales. Sebastián le Preste de Vauban, arquitecto militar francés, proyectó una serie de ingeniosas fortificaciones y ciudades, acordes con la nueva estrategia militar. Su influencia fue capital durante el siglo XVIII, tanto en Francia como en España. Neuf Brisach (1698), ciudad proyectada por Vauban, se convierte así en la excepción dentro de un concepto de ciudad de carácter abierto.

Desde la remodelación de Tenochtitlan, luego de su destrucción por Hernán Cortés en 1521, hasta la inauguración en 1960 del más fabuloso sueño de urbe de que han sido capaces los americanos, la Brasilia de Lucio Costa y Oscar Niemeyer, la ciudad latinoamericana ha venido siendo básicamente un parto de la inteligencia, pues quedó inscrita en un ciclo de la cultura universal en que la ciudad pasó a ser el sueño de un orden y encontró en las tierras del Nuevo Continente el único sitio propició para encarnar. Los propios conquistadores que las fundaron percibieron progresivamente a lo largo del XVI que se habían apartado de la ciudad orgánica medieval en la que habían nacido y crecido para entrar a una nueva distribución del espacio que encuadraba un nuevo modo de vida, el cual ya no era el que habían conocido en sus orígenes peninsulares. Debieron adaptarse dura y gradualmente a un proyecto que, como tal, no escondía su conciencia razonante, no siéndole suficiente organizar a los hombres dentro de un repetido paisaje urbano, pues también requería que fueran enmarcados con destino a un futuro asimismo soñado de manera planificada, en obediencia de las exigencias colonizadoras, administrativas, militares, comerciales, religiosas, que irían imponiéndose con creciente rigidez.

Al cruzar el Atlántico no sólo habían pasado de un continente viejo a uno presuntamente nuevo, sino que habían atravesado el muro del tiempo e ingresado al capitalismo expansivo y ecuménico, todavía cargado del misioneísmo medieval. Aunque preparado por el espíritu renacentista que lo diseña, este modo de la cultura universal que se abre paso en el XVI sólo adquiriría su perfeccionamiento en las monarquías absolutas de los estados nacionales europeos, a cuyo servicio militante se plegaron las Iglesias, concentrando rígidamente la totalidad del poder en una corte, a partir de la cual se disciplinaba jerárquicamente la sociedad. La ciudad fue el más preciado punto de inserción en la realidad de esta configuración cultural y nos deparó un modelo urbano de secular duración: la ciudad barroca. V. J. H. Parry, The Cities of the Conquistadores, London, 1961; Rodolfo Quintero, Antropología de las ciudad" latinoamericanas, Caracas, 1964; James R. Scobie. Argenline: A city and a Nation. New York, Oxford Press, 1971; Urbanization in Latin America: approaches and issues, Garden City, Anchor Book. 1975 (Jorge E. Hardoy, ed.); Las ciudades de América Latina y sus áreas de influencia a trav´s de la Historia, Buenos Aires, SIAP, 1975 (Jorge E. Hardoy. Richard P. Schaedel, ed.); José Luis Romero. Latinoamérica: Las ciudades y las ideas, México, Siglo XXI, 1976; Asentamientos urbanos y organización socioproductiva en la Historia de América Latina, Buenos Aires, SIAP, 1977 (Jorge E. Hardoy. Richard P. Schaedel, ed.) Poco podía hacer este impulso para cambiar las urbes de Europa, por la sabida frustración del idealismo abstracto ante la concreta acumulación del pasado histórico, cuyo empecinamiento material refrena cualquier libre vuelo de la imaginación. En cambio dispuso de una oportunidad única en las tierras vírgenes de un enorme continente, cuyos valores propios fueron ignorados con antropológica ceguera, aplicando el principio de "tabula rasa". Robert Ricard. La "conquelle espiruelle" du Mexique, Paris, Institut d 'Ethnologie, 1933; Silvia Zavala, La filosofía política en la Conquista de América. México, 1947. Tal comportamiento permitía negar ingentes culturas -aunque ellas habrían de pervivir e infiltrarse de solapadas maneras en la cultura impuesta- y comenzar ex-nihilo el edificio de lo que se pensó era mera transposición del pasado, cuando en verdad fue la realización del sueño que comenzaba a soñar una nueva época del mundo. América fue la primera realización material de ese sueño y, su puesto, central en la edificación de la era capitalista. V. Immanuel Wallerstein. The Modern World – System. New York , Academic Press, 1974 - 1980, 2 vols. A pesar del adjetivo con que acompañaron los viejos nombres originarios con que designaron las regiones dominadas (Nueva España, Nueva Galicia, Nueva Granada) lo conquistadores no reprodujeron el modelo de las ciudades de la metrópoli de que habían partido, aunque inicialmente todavía vacilaron y parecieron demorarse en soluciones del pasado. Jorge E. Hardoy, El modelo clásico de la ciudad colonial hispanoamericana. Buenos Aires, Instituto Di Tella, 1968. Gradualmente, inexpertamente, fueron descubriendo la pantalla reductora que filtraba las experiencias viejas ya conocidas, el "stripping down process " con que ha designado George M. Foster es esfuerzo de clarificación, racionalización y sistematización que la misma experiencia colonizadora iba imponiendo, respondiendo ya no a modelos reales, conocidos y vividos, sino a modelos ideales concebidos por la inteligencia, los cuales concluyeron imponiéndose pareja y rutinariamente a la medida de la vastedad de la empresa, de su concepción organizativa sistemática. George M. Foster, Culture and Conquest: America´s Spanish Heritage. New York, Wenner – Gren Foundation for Research, 1960 A través del neoplatonismo que sirvió de cauce cultural al empuje capitalista ibérico, fue recuperado el pensamiento que ya había sido expresado en La República, revivida por el

humanismo renacentista, y aun el pensamiento del casi mítico Hippodamos, padre griego de la ciudad ideal , sobre todo su "confidence that the processes of reason could impose measure and order on every human activity ", aunque, como percibió Lewis Mumford, "his true innovation consisted in realizing that the form of the city was the form of its social order"." Su imposición en los siglos XVI YXVII, en lo que llamamos la edad barroca (que los franceses designan como la época clásica) corresponde a ese momento crucial de la cultura de Occidente en que, como ha visto sagazmente Michel Foucault, las palabras comenzaron a separarse de la cosas y la triádica conjunción de unas y otras a través de la coyuntura cedió al binarismo de la Logique de Port Royal que teorizaría la independencia del orden de los signos. Las ciudades, las sociedades que las habitarán, los letrados que las explicarán, se funden y desarrollan en el mismo tiempo en que el signo "deja de ser una figura del mundo, deja de estar ligado por los lazos sólidos y secretos de la semejanza o de la afinidad a lo que marca", empieza "a significar dentro del interior del conocimiento", y " de él tomará su certidumbre o su probabilidad.

Dentro de ese cauce del saber, gracias a él, surgirán esas ciudades ideales de la inmensa extensión americana. Las regirá una razón ordenadora que se revela en un orden social jerárquico transpuesto a un orden distribuitivo geométrico. No es la sociedad, sino su forma organizada, la que es transpuesta; y no a la ciudad, sino a su forma distributiva. El ejercicio del pensamiento analógico se disciplinaba para que funcionara válidamente entre entidades del mismo género. No vincula, pues, sociedad y ciudad, sino sus respectivas formas, las que son percibidas como equivalentes, permitiendo que leamos la sociedad al leer el plano de una ciudad. Para que esta conversión fuera posible, era indispensable que se transitara a través de un proyecto racional previo, que fue lo que magnificó y a la vez volvió indispensable el orden de los signos, reclamándosele la mayor libertad operativa de que fuera capaz. Al mismo tiempo, tal proyecto exige, para su concepción y ejecución, un punto de máxima concentración del poder que pueda pensarlo y realizarlo. Ese poder es ya visiblemente temporal y humano aunque todavía se enmascara y legitime tras los absolutos celestiales. Es propio del poder que necesite un extraordinario esfuerzo de ideologización para legitimarse; cuando se resquebrajen las máscaras religiosas construirá opulentas ideologías sustitutivas. La fuente máxima de las ideologías procede del esfuerzo de legitimación del poder. La palabra clave de todo este sistema es la palabra orden, ambigua en español como un Dios Jano (el/ la), activamente desarrollada por las tres mayores estructuras institucionalizadas (la Iglesia, el Ejército, la Administración) y de obligado manejo en cualquiera de los sistemas clasificatorios (historia natural, arquitectura, geometría) de conformidad con las definiciones recibidas del término: "Colocación de las cosas en el lugar que les corresponde. Concierto, buena disposición de las cosas entre sí. Regla o modo que se observa para hacer las cosas". Es la palabra obsesiva que utiliza el Rey (su gabinete letrado) en las instrucciones impartidas a Pedrarias Dávila en 1513 par a la conquista de Tierra Firme que, luego de la experiencia antillana de acomodación española al nuevo medio, permitirá la expansiva y violenta conquista y colonización. Si, como era dable esperar (aunque conviene subrayar) las instrucciones colocan a toda la colonización en dependencia absoluta de los intereses de la metropolis, trazando ya la red de instalaciones costeras de las ciudades-puertos que tanto dificultarán la integración nacional llegado el momento de los estados independientes, su séptimo punto fija el sistema rector a que deberán ajustarse las ciudades que hayan de ser fundadas en el continente. Vistas las cosas que para los asientos de los lugares son necesarios, y escogido el sitio más provechoso y en que incurren más de las cosas que para el pueblo son menester, habréis de repartir los solares del lugar para hacer las cosas, y estos han de ser repartidos según las calidades de las personas y sean de comienzo dados por orden; por manera que hechos los solares, el pueblo parezca ordenado, así en el lugar que se dejare para plaza, como el lugar en que hubiere la iglesia, como en el orden que tuvieren las calles; porque en los lugares que de nuevo se hacen dando la orden en el comienzo sin ningún trabajo ni costo quedan ordenados e los otros jamás se ordenan. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización. Madrid, 1864- 1884, t. XXXIX, p. 280.

La traslación del orden social a una realidad física, en el caso de la fundación de las ciudades, implicaba el previo diseño urbanístico mediante los lenguajes simbólicos de la cultura sujetos a concepción racional. Pero a ésta se le exigía que además de componer un diseño, previera un futuro. De hecho el diseño debía ser orientado por el resultado que se habría de obtener en el futuro, según el texto real dice explícitamente. El futuro que aún no existe, que no es sino sueño de la razón, es la perspectiva genética del proyecto. La traslación fue facilitada por el vigoroso desarrollo alcanzado en la época por el sistema más abstracto de que eran capaces aquellos lenguajes: las matemáticas, con su aplicación en la geometría analítica, cuyos métodos habían sido ya extendidos por Descartes a todos los campos del conocimiento humano, por entenderlos los únicos válidos, los únicos seguros e incontaminados. El resultado en América Latina fue el diseño en damero, que reprodujeron (con o sin plano a la vista) las ciudades barrocas y que se prolongó hasta prácticamente nuestros días. Pudo haber sido otra la conformación geométrica, sin que por eso resultara afectada la norma central que regía la translación. De hecho, el modelo frecuente en el pensamiento renacentista, (Giulio Argan. The Renaissance City, George Braziller, 1969) que derivó de la lección de Vitrubio, según lo exponen las obras de Lean Battista Alberti, Jacobo Barozzi Vignola, Antonio Arvelino Filareta, Andrea Pallacio, etc., fue circular y aún más revelador del orden jerárquico que lo inspiraba, pues situaba al poder en el punto central y distribuía a su alrededor, en sucesivos círculos concéntricos, los diversos estratos sociales. Obedecía a los mismos principios reguladores del damero: Unidad, planificación y orden riguroso, que traducían una jerarquía social. Tanto uno como otro modelo no eran sino variaciones de una misma concepción de la razón ordenadora, la que imponía que la planta urbana se diseñara “a cordel y regla” como dicen frecuentemente las instrucciones reales a los conquistadores Tal como observara Foucault, "lo que hace posible el conjunto de la episteme clásica es, desde luego, la relación con un conocimiento del orden". (Giulio Argan. The Renaissance City, George Braziller, 1969, 78). En el caso de las ciudades ese conocimiento' indispensable había introducido el principio del "planning". El Iluminismo se encargaría de robustecerlo, como época confiada en las operaciones racionales que fue, y en los tiempos contemporáneos alcanzaría rígida institucionalización. También promovería suficiente inquietud acerca de sus resultados, como para inaugurar la discusión de sus operaciones y diseños pero, sobre todo, de las filosofías en que se ampara. . Marias Camhis, Planning Theory and Philosophy, London, Tavistock Publications, 1979. De lo anterior se deduce que mucho más importante que la forma damero, que ha motivado amplia discusión, es el principio rector que tras ella funciona y asegura un régimen de transmisiones: de lo alto a lo bajo, de España a América, de la cabeza del poder - a través de la estructura social que él impone - a la conformación física de la ciudad, para que la distribución del espacio urbano asegure y conserve la forma social. Pero aún más importante es el principio postulado en las palabras del Rey: con anterioridad a toda realización, se debe pensar la ciudad, lo que permitiría evitar las irrupciones circunstanciales ajenas a las normas establecidas, entorpeciéndolas o destruyéndolas. El orden debe quedar estatuido antes de que la ciudad exista, para así impedir todo futuro desorden, lo que alude a la peculiar virtud de los signos de permanecer inalterables en el tiempo y seguir rigiendo la cambiante vida de las cosas dentro de rígidos encuadres. Es así que se fijaron las operaciones fundadoras que se fueron repitiendo a través de una extensa geografía y un extenso tiempo. Una ciudad, previamente a su aparición en la realidad, debía existir en una representación simbólica que obviamente solo podían asegurar los signos: las palabras, que traducían la voluntad de edificarla en aplicación de normas y, subsidiariamente, los diagramas gráficos,

que las diseñaban en los planos, aunque, con más frecuencia, en la imagen mental que de esos planos tenían los fundadores, los que podían sufrir correcciones derivadas del lugar o de prácticas inexpertas. Pensar la ciudad competía a esos instrumentos simbólicos que estaban adquiriendo su presta autonomía, la que los adecuarían aún mejor a las funciones que les reclamaba el poder absoluto. Aunque se siguió aplicando un ritual impregnado de magia para asegurar la posesión del suelo, las ordenanzas reclamaron la participación de un script (en cualquiera de sus divergentes expresiones: un escribano, un escribiente o incluido un escritor) para redactar una escritura. A esta se confería la alta misión que se reservó siempre a los escribanos: dar fe, una fe que sólo podía proceder de la palabra escrita, que inició su esplendorosa carrera imperial en el continente. Esta palabra escrita viviría en América Latina como la única valedora, en oposición a la palabra hablada que pertenecía al reino de lo inseguro y lo precario. Más aún, pudo pensarse que el habla procedía de la escritura, en una percepción antisaussuriana. La escritura poseía rigidez y permanencia, un modo autónomo que remedaba la eternidad. Estaba libre de las vicisitudes y metamorfosis de la historia pero, sobre todo, consolidaba el orden por su capacidad para expresarlo rigurosamente en el nivel cultural. Sobre ese primer discurso ordenado, proporcionado por la lengua, se articulaba un segundo que era proporcionado por el diseño gráfico. Éste superaba las virtudes del primero porque era capaz de eludir el plurisemantismo de la palabra y porque, además, proporcionaba conjunta mente la cosa que representaba (la ciudad) y la cosa representada (el diseño) con una maravillosa independencia de la realidad, tal como lo traslucen con orgullo las descripciones epocales. El plano ha sido desde siempre el mejor ejemplo de moderno cultural operativo. Tras su aparencial registro neutro de lo real, inserta el marco ideológico que valora y organiza esa realidad y autoriza toda suerte de operaciones intelectuales a partir de sus proposiciones, propias del modelo reducido. Clifford Geertz cuando busca definir a la ideología como sistema cultural ("Ideology as a Cultural System" en: David E. Apter (ed.) Ideology and Discontent, New York, Free Press, 1964; The lnterpretation Of Culture. New York. Basic Books, 1973). Pero inicialmente así lo estableció la Logique de Port Royal en 1662, cuando debió establecer la diferencia entre " las ideas de las cosas y las ideas de los signos", codificando ya la concepción moderna. También apeló al modelo privilegiado de signos que representan los mapas, los cuadros (y los planos), en los cuales la realidad es absorbida por los signos: Quand on considere un objet en lui-méme et dan s son propre étre, sans porter la vúe de I'esprit ace q u'il peut répresenter, l’ idée qu'on en a est un e idée de chose, comme l’idée de la terre, du soleil. Mais quand on ne regarde un certain objet que comme en représentant un autre, I'idée qu’on en a est une idée de signe, et ce premier objets' appelle signe . C 'est ainsi qu’on regarde d’ordinaire les cartes et les tableaux. Ainsi le signe enferme deux idées, I'une de la chose qui répresente, I'autre de la chose représentée; et sa nature consiste a exciter la seconde par la premiére. Antoine Arnauld y Pierre Nicole. La Logique ou l'art de penser. París, P.U.F., 1965 (Pierre Clair, François Girbal, ed.) 53. Cuando consideramos un objeto en sí mismo y de su propio ser, sin usar la vista el espíritu a lo que puede representar, la idea que tenemos es un mensaje sobre algo así como la

percepción de la tierra, el sol. Pero cuando uno mira un objeto determinado como la representación de otra idea que tenemos es una idea de señal, y este primer objeto se llama señal. Así es como nos fijamos en mapas y tablas ordinarias. Así, el signo encierra dos ideas de una lo que representa, el otro de la cosa representada; y su naturaleza es excitar la segunda por la primera.

Para sostener su argumentación, Arnauld-Nicole deben presuponer una primera opción, que consiste en percibir el objeto en cuanto signo, típica operación intelectiva que no tiene mejor apoyo que los diagramas, los que al tiempo que representan, como no imitan, adquieren una autonomía mayor. En las máximas que extraen, Arnauld-Nicole deben lógicamente concluir que el signo ostenta una perennidad que es ajena a la duración de la cosa. Mientras el signo exista está asegurada su propia permanencia, aunque la cosa que represente pueda haber sido destruida. De este modo queda consagra da la inalterabilidad del universo de los signos, pues ellos no están sometidos al descaecimiento físico y sí sólo a la hermenéutica. L'on peut conclure que la nature du signe consistant aexciter dans les sens par l'idée de la chose figurante celle de la chose figureé, tant que cet effet subsiste, c'est-a-diré tant que cette double idée est excitée, le signe subsiste, quand méme cette chose seroit détruite en sa propre nature. Arnauld y Nicole. La Logique ou l'art de penser. 54. Se puede concluir que la naturaleza del signo que consiste en excitar los sentidos con la idea de lo que se espera en lo figurativo, ya que existe este efecto, que es un grave como esta doble idea es excitada, sigue siendo el signo, cuando este mismo sería destruido por su propia naturaleza. A partir de estas condiciones es posible invertir el proceso: En vez de representar la cosa ya existente mediante signos, estos se encargan de representar el sueño de la cosa, tan ardientemente deseada en esta época de utopías, abriendo el camino a esa futuridad que gobernaría a los tiempos modernos y alcanzaría una apoteosis casi delirante en la contemporaneidad . El sueño de un orden servía para perpetuar el poder y para conservar la estructura socio-económica y cultural que ese poder garantizaba. Y además se imponía a cualquier discurso opositor de ese poder, obligándolo a transitar, previamente, por el sueño de otro orden. De conformidad con estos procedimientos, las ciudades americanas fueron remitidas desde sus orígenes a una doble vida. La correspondiente al orden físico que, por ser sensible, material, está sometido a los vaivenes de construcción y de destrucción, de instauración y de renovación, y, sobre todo, a los impulsos de la invención circunstancial de individuos y grupos según su momento y situación. Por encima de ella, la correspondiente al orden de los signos que actúan en el nivel simbólico, desde antes de cualquier realización, y también durante y después, pues disponen de una inalterabilidad a la que poco conciernen los avatares materiales. Antes de ser una realidad de calles, casas y plazas, las que sólo pueden existir y aun así gradualmente, a lo largo del tiempo histórico, las ciudades emergían ya completas por un parto de la inteligencia en las normas que las teorizaban, en las actas fundacionales que las estatuían, en los planos que las diseñaban idealmente, con esa fatal regularidad que acechaba a los sueños de la razón y que depararía un principio que para Thomas More era motivo de glorificación, cuando decía en su Utopía (1516): "He who knows one of the cities, will know them all, so exactly alike are they, except where the nature of the grounds prevents". “El que conoce una de las ciudades, los conocerá a todos, exactamente iguales son, excepto donde la naturaleza de los terrenos impide”. La mecanicidad de los sueños de la razón queda aquí consignada. De los sueños de los arquitectos (Alberti, Filarete, Vitruvio) o de los utopistas (More, Campanella) poco encarnó en la realidad, pero en cambio fortificó el orden de los signos, su peculiar capacidad rectora, cuando fue asumido por el poder absoluto como el instrumento

adecuado a la conducción jerárquica de imperios desmesurados. Aunque se trató de una circunstancia y epocal forma de cultura, su influencia desbordaría esos límites temporales por algunos rasgos privativos de su funcionamiento: el orden de los signos imprimió su potencialidad sobre lo real, fijando marcas, si no perennes, al menos tan vigorosas como para que todavía hoy subsistan y las encontremos en nuestras ciudades; mas raigalmente, en trance de ver agotado su mensaje, demostró asombrosa capacidad para rearticular uno nuevo , sin por eso abandonar su primacía jerárquica y aun se diría que robusteciéndola en otras circunstancias históricas. Esta potencia, que corresponde a la libertad y futurización de sus operaciones, se complementó con otra simétrica que consistió en la evaporación del pasado: Los siglos XVXVI, lejos de efectuar un re-nacimiento del clasicismo, cumplieron su transportación al universo de las formas. Al incorporarlo al orden de los signos, establecieron el primer y esplendoroso modelo cultural operativo de la modernidad, preanunciando la más vasta transustanciación del pasado que efectuaría el historicismo del XVIII-XIX. La restauración renacentista facilitó la expansión de Europa y fue decuplicada por la restauración del Iluminismo que sentó las bases de la dominación universal. Hablando con simpatía de sus historiadores, Peter Gay establece que aportaron lo suyo a un esfuerzo sistemático general " to secure rational control of the world, reliable knowledge of the past and freedom from the pervasive domination of myth" “Para asegurar el control racional del mundo, el conocimiento confiable del pasado y la libertad de la definición omnipresente del mito”. The Enlightenments an interpretation. The Rise of Modem Paganism, New York, The Norton Library, 1977, p. 36, Cada vez más, historiadores, economistas, filósofos, reconocen la capital incidencia que el descubrimiento y colonización de América tuvo en el desarrollo, no sólo socio-económico sino cultural de Europa, en la formulación de su nueva cultura barroca. Podría decirse que el vasto Imperio fue el campo de experimentación de esa forma cultural. La primera aplicación sistemática del saber barroco, instrumentado por la monarquía absoluta (la Tiara y el Trono reunidos) se hizo en el continente americano, ejercitando sus rígidos principios: abstracción, racionalización, sistematización, oponiéndose a particularidad, imaginación, invención local. De todo el continente, fue en el segmento que mucho más tarde terminaría llamándose Latino, que se intensificó la función prioritaria de los signos, asociados y encubiertos bajo el absoluto llamado Espíritu. Fue una voluntad que desdeñaba las constricciones objetivas de la realidad y asumía un puesto superior y autolegitimado; diseñaba un proyecto pensado al cual debía plegarse la realidad: Tal concepción, no surgió, obviamente, de la necesidad de construir ciudades aunque éstas fueron sus engarces privilegiado, los artificiales enclaves en que su artificioso y autónomo sistema de conocimiento podía funcionar con más eficacia. Las ciudades fueron aplicaciones concretas de un marco general, la cultura barroca, que infiltró la totalidad de la vida social y tuvo culminante expresión en la monarquía española. A esos rasgos deben agregarse las sorprendentes características de la conquista de Tierra Firme, "reperée , explorée et grossiérernent saisie au cours des trois premiéres décennies du XVIe siecle a un rythme insensé, jamais égalé”. Reparado, más o menos explorado e incautada durante las tres primeras décadas del siglo XVI era un ritmo loco, nunca igualado. Pierre Chaunu, L 'Amerique el les Amériques, Paris, Armand Colin, 1964, p. 12. En las antípodas del criterio de una frontier progresiva. Más que una fabulosa conquista, quedo certificado el triunfo de las ciudades sobre un inmenso y desconocido territorio, reiterando la concepción griega que oponía la polis civilizada a la barbarie de los no urbanizados. Sobre la adaptación del ethos urbano griego a

las nuevas condiciones del Nuevo Mundo, el ensayo de Richard Morse, " A Framework for Latin American Urban History" en Urbanization in Latin America: approaches and issues, ed. cit Pero no reconstruía el proceso fundación de las ciudades que había sido la norma europea sino que exactamente lo invertía: en vez de partir del desarrollo agrícola que gradualmente constituía su polo urbano donde se organizaba el mercado y las comunicaciones al exterior, iniciaba con esta urbe, mínima desde luego pero asentada a veces en el valle propicio que disponía de agua, esperando que ella generara el desarrollo agrícola. "J'avoue aussi étre fasciné -ha dicho un historiador- par l'histoire de ces ville américaines qui poussent avant les campagnes, pour le moins en méme temps qu'elles" (También debo estar fascinado, ha dicho un historiador, por la historia de la ciudad estadounidense que crecer ante las campañas, por lo menos en la misma época). Fernand Braudel, Civilisation matérielle, économie et capitalism, XVe – XVIIIe siècle. t. 3. Le temps du monde, Paris, Armand Colin, 1979, p. 343. Se parte de la instauración del poblado, de conformidad con normas preestablecidas y frecuentemente se transforma violentamente a quienes habían sido campesinos en la península en urbanizados, sin conseguir nunca que vuelvan a sus primigenias tareas: serán todos hidalgos, se atribuirán.el don nobiliario, desdeñarán trabajar por sus manos y Simplemente dominarán a los indios que les son encomendado o a los esclavos que compren. Pues el ideal fijado desde los orígenes es el de ser urbanos, por insignificantes que sean los asentamientos que se ocupen, al tiempo que se le encomienda a la ciudad la construcción de su contorno agrícola, explotando sin piedad a la masa esclava para una rápida obtención de riquezas. La ciudad y el nuevorrriquisimo son factores concomitantes, al punto que se verá el despilfarro suntuario desplegado más en los pequeños pueblos (sobre todo los mineros) que en las capitales virreinales se sucederán los edictos reales prohibiendo el uso de coches, de caballos, de vestidos de seda, sin conseguir frenar un apetito que, fijado como modelo a la cabeza de los pueblos por los ricos conquistadores, será imitado arrasadoramente por toda la sociedad hasta los estratos más bajos, tal como lo vio Thomas Gage en su pintoresco libro.