Cinco Esquinas

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Cinco esquinas, novela número dieciocho de Vargas Llosa María-Elvira Luna-EscuderoAlie Sábado 2 de Abril de 2016

Vargas Llosa ha logrado en su novela Cinco esquinas presentar muy claramente las diferentes clases socioeconómicas que existen en el Perú.

a Vitaliy Sergeyevich Shvetsov “(…) I offer you explanations of yourself, theories about yourself, authentic and surprising news of yourself. I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart; I am trying to bribe you with

uncertainty, with danger, with defeat”. (Borges, Poema II de II English Poems)

Cinco esquinas (2016) es la última novela de Mario Vargas Llosa (1934) y la número dieciocho de su vasta colección, la misma que le valiera el Premio Nobel en 2010. Como suele suceder con las obras de Vargas Llosa, el argumento inquietante y cambiante de la novela, así como la manera tan dinámica en que está narrada, atrapan al lector de comienzo a fin. No es una novela larga ni mucho menos densa; de hecho solamente cuenta con veintidós capítulos cortos, cuyos títulos se asemejan a titulares de periódicos, y 314 páginas de lectura ágil, interesante, y amena. El estilo narrativo de la novela tampoco es complejo en absoluto y aunque coexisten varias historias paralelas no es difícil seguir la trama de ninguna de ellas ni tampoco el hilo unificador. El título de la novela se refiere a un espacio emblemático de Barrios Altos, un vecindario muy venido a menos, en el centro de Lima, al sector donde se interceptan cinco calles y, como luego veremos, también se cruzan y mezclan, al menos, cinco cautivantes historias. A saber: la historia del periodista implacable de la prensa amarilla Rolando Garro, director del pasquín Destapes, la del matrimonio de Chabela y Luciano, la de sus íntimos amigos Marisa y Quique, la historia heroica de la Retaquita, y la del trágico recitador Juan Peineta y su fiel gatito Serafín.

Cinco esquinas nos muestra un mundo de apariencias donde nada es lo que parece y donde no hay personas confiables ni menos todavía con principios. El contexto histórico-político de Cinco esquinas corresponde a los últimos años de la dictadura de Fujimori-Montesinos (1990-2000); es decir, a la última década del siglo XX. Algunas de las acciones ominosas de Sendero Luminoso y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) son mencionadas en la novela como una cortina de terror que sobrecoge a los personajes de diferentes entornos socioeconómicos. De alguna manera, podemos decir que si hay algo que congrega a estos personajes tan disparejos social, racial y económicamente es precisamente el terror, la inseguridad y la violencia generados por Sendero Luminoso y el MRTA, sumados, desde luego, a la respuesta brutal del Estado. La novela Cinco esquinas está dedicada al notable escritor peruano Alonso Cueto (1954), quien también ha escrito relevantes novelas ubicadas en el contexto histórico teñido por la violencia terrorista. Por ejemplo, Grandes miradas (2003), La hora azul (2005), La pasajera (2015). En 1998, Cueto ya había publicado un conjunto de relatos titulado Pálido cielo y el cuento que da nombre al libro fue dedicado, precisamente, a Mario Vargas Llosa. Se trata, sin lugar a dudas, de un relato extraordinario que pinta con pinceladas elegantes de manera muy eficaz y conmovedora los efectos del terrorismo senderista en la vida familiar de los peruanos. El telón de fondo histórico de este hermoso relato es el atentado terrorista perpetrado por Sendero Luminoso en la calle Tarata, en el corazón de Miraflores, en 1992, y donde murieron veinticinco personas y hubo doscientos heridos. La novela empieza con un encuentro social entre amigas íntimas que luego se convierte de casualidad en erótico. Esto ocurre bajo el marco político del toque

de queda impuesto por el gobierno de Fujimori-Montesinos como medida de protección ciudadana contra los ataques terroristas. La carátula de la novela muestra en blanco y negro dos cuerpos femeninos parcialmente desnudos descansando en una cama conyugal. Una de las mujeres lee el periódico El Diario de Lima, que tiene como titular: “En todo el país toque de queda” y la foto del periódico en primer plano corresponde a Barrios Altos, en la zona de Cinco Esquinas. Cuando todo parece indicar que la novela es de corte erótico, siguiendo las mejores líneas de Travesuras de la niña mala(2006), Elogio de la madrastra (1988) y Los cuadernos de don Rigoberto (1997), hay un giro inesperado en la narración y creemos ahora estar frente a una novela política o de denuncia político-social frente a los chantajes, calumnias, intrigas, asesinatos y corrupción generalizada propios de la dictadura Fujimori-Montesinos, una protesta contra el periodismo sensacionalista, la prensa amarilla o, parodiando a Vargas Llosa, “la cultura del espectáculo”. Pero después ocurre un hecho de sangre y sospechamos, entonces, que estamos frente a lo que podría ser una novela policíaca, al mejor estilo de ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986). Cinco esquinas nos muestra un mundo de apariencias donde nada es lo que parece y donde no hay personas confiables ni menos todavía con principios. Hay una excepción, sin embargo; Julieta Leguizamón, apodada la Retaquita, es un personaje femenino inolvidable. De hecho, la Retaquita destaca como uno de los personajes femeninos más interesantes en toda la obra literaria de Vargas Llosa. Julieta Leguizamón es un personaje tan fascinante como la piurana Chunga o la dominicana Urania Cabral, siendo Julieta incluso más valiente que ambas.

El presidente Fujimori (1938), cuya función debería haber sido gobernar honestamente al país, desarrollar la economía, resurgir la agricultura, impulsar la minería, la industria y la educación, organizar el caos de la nación sembrado por los ataques terroristas, preocuparse por la seguridad nacional, ocuparse de la justicia social, tratar de erradicar las enormes diferencias socioeconómicas, etc., sin embargo, se dedicó —ya convertido en dictador— a coordinar la corrupción haciendo caso omiso de los derechos humanos. Su férrea mano derecha era el temido Vladimiro Montesinos (1945), quien en la novela aparece como simplemente “el Doctor”, aludiendo a su profesión de abogado, profesión que, dicho sea de paso, estudió, al menos de acuerdo con la leyenda negra que lo rodea —pues nada se sabe a ciencia cierta sobre esos misteriosos estudios cuyo expediente de notas ha desaparecido—, mientras estaba en la cárcel pagando sus culpas de espionaje en favor de la CIA. Como es sabido, actualmente tanto Alberto Fujimori como Vladimiro Montesinos están encarcelados en Lima por sus deleznables fechorías, sus crímenes de corrupción, abuso de poder, las masacres de la Universidad La Cantuta en 1992, Barrios Altos en 1991, etc., y en general por la violación ilimitada de los derechos humanos. El máximo líder senderista, Abimael Guzmán (1934), arequipeño también como Montesinos, se encuentra así mismo en una cárcel peruana, al igual que uno de los fundadores del MRTA, Víctor Polay Campos (1951).

Mientras Montesinos era el hombre más poderoso y temido del país, decidía, valiéndose del periodismo chicha, de la prensa amarilla, de los periodistas vendidos y sin escrúpulos, qué reputación hundir, qué secretos publicar, qué mentiras difundir, a quiénes destruir y de qué manera. La novela de Vargas Llosa consigna muy bien este aspecto del uso mediático con fines temerarios de parte de Montesinos, especialmente el uso de los pasquines de la prensa amarilla. Es posible que uno de los motivos por los que gran parte de los hechos de la novela ocurre en Barrios Altos sea para subrayar la importancia de este lugar durante la dictadura Fujimori-Montesinos, no solamente el barrio Cinco Esquinas, sino todo la zona en su conjunto. Recordemos que uno de los crímenes más grandes achacados al grupo paramilitar Colina, liderado por Montesinos, había sido precisamente la masacre de Barrios Altos. Es importante también el simbolismo atribuido a Cinco Esquinas y a toda la zona de Barrios Altos como un espacio geográfico no solamente de tragedia histórica sino también de confluencia de muchos destinos; un lugar que conoció mejores épocas, especialmente la quinta Heeren, que de construcción elegante e importante ha quedado convertida en basural donde revolotean gallinazos. La novela Cinco esquinas nos muestra, como suele suceder en muchas otras novelas de Vargas Llosa, un cuadro socioeconómico del Perú. Los personajes pertenecen a diferentes clases sociales y sus luchas, frustraciones, ilusiones, triunfos, fracasos y sueños son distintos. Es como si el barrio Cinco Esquinas fuera un fresco histórico detenido en el tiempo, que nos ofreciera una radiografía del pueblo peruano, es un cruce de caminos donde se juntan “todas las sangres”, prestándonos el título de la novela de José María Arguedas (19111969) de 1964. La Retaquita recuerda con nostalgia no exenta de preocupación que: (…) Su vida había estado día y noche en la cuerda floja: ¿no vivía en Cinco Esquinas, uno de los barrios más violentos de Lima, con asaltos, peleas y palizas por doquier? Muchas veces ella y su jefe habían bromeado sobre lo que arriesgaban con los destapes escandalosos en los que eran expertos. “Algún día nos pegarán un tiro, Retaquita, pero consuélate, seremos dos mártires del periodismo y nos levantarán una estatua”. (Vargas Llosa, 173)

Por ese barrio peligroso caminará la Retaquita con trancos decididos recordando a su padre vendedor ambulante de emoliente; en ese sitio abandonado a su suerte lumpen será encontrado el cadáver del periodista Garro, en la puerta del bingo de Willy el Ruletero, amigo cercano del recitador Juan Peineta; en cada esquina de ese espacio emblemático se multiplicarán los diarios chicha y pululará la delincuencia. En la novela hay dos matrimonios muy amigos de clase alta y uno de ellos será objeto de la extorsión del periodista Garro por unas fotos tomadas en una orgía en Chaclacayo en la que participó sin planearlo, pues en realidad fue llevado allá con engaños. Las íntimas amigas Chabela y Marisa no son solamente las grandes amigas que parecen ser, sino que se han convertido —aparentemente y de una manera abiertamente lúdica— en amantes lésbicas, o por lo menos en “amigas con beneficios”. Sus esposos no están enterados de sus aventuras eróticas al principio. Después, Quique, el extorsionado ingeniero graduado por

el MIT y marido minero de Marisa, no solamente lo sabrá, sino que realizará con su esposa y la mejor amiga de ésta una de sus fantasías sexuales más recurrentes: un ménage à trois. En esta cita de Cinco esquinas ya se vislumbra lo que ocurrirá: —Oye, oye —dijo Quique, con una manerita insinuante—. Al despedirse tú y Chabela poco menos que se besaron en la boca. —¿Te dio celos? —se rio Marisa. Pero al ver que Quique frenaba el auto de golpe, se alarmó—. ¿Por qué frenas? —No me dio celos sino envidia, gringuita —dijo él—- He frenado para besarte. Dame tu boquita, corazón. (Vargas Llosa, 195)

Al final de la novela se insinúa que Luciano, el prestigioso abogado tan serio y santurrón, como parecía, será el cuarto elemento del feliz juego erótico diseñado por su esposa y su íntima amiga. Con la participación de Luciano, este triángulo, acaso isósceles, promete dar un salto geométrico transformándose —si buscamos como los griegos la armonía y la perfección simétricas— en cuadrado, o quizás será simplemente un adusto rectángulo.

Luego de leer en la novela la descripción tan detallada y gráfica de esos encuentros eróticos de las amigas Marisa y Chabela, cabe preguntarnos: ¿y a dónde conduce este juego aventurero? Los dos matrimonios amigos representan a la clase socioeconómica más alta, protegida o acaso temida por la dictadura Fujimori-Montesinos debido a su poderío económico, influencias sociales y conexiones transnacionales. Los efectos del terrorismo son vividos con temor por esta clase social pudiente que busca proteger sus intereses y cuantioso capital. Están atemorizados por los secuestros, las extorsiones y la violencia generalizada, pero de una manera más bien egoísta, vinculada con su clase social exclusivamente. Estas parejas amigas representan a una minoría social privilegiada y divorciada de las necesidades de su país, ajena a su historia sufrida y cambiante. En este contexto de preocupación de clase, la rubia Marisa y la morena Chabela se refugian en su juego erótico surgido de pura casualidad, como se inventan los juegos, a raíz de las incomodidades que la medida del toque de queda les ocasiona. Luego de leer en la novela la descripción tan detallada y gráfica de esos encuentros eróticos de las amigas Marisa y Chabela, cabe preguntarnos: ¿y a dónde conduce este juego aventurero?, ¿qué les aporta a ellas en tanto seres humanos?, ¿es simple hedonismo, pura diversión por el prurito de divertirse nada más?, ¿cómo es posible que una experiencia tan fundamental y gratificante como el sexo, máxime en un contexto donde ya existe el afecto puesto que son grandes amigas, no deje ninguna huella en sus vidas, ni tampoco, aparentemente, en sus relaciones conyugales? En ninguna instancia parecen dudar de su sexualidad, por ejemplo. ¿Es que acaso todo es una farsa; la amistad, el matrimonio que tienen, la atracción que debió surgir entre ellas, la calidez de sus encuentros eróticos?

Al parecer se trata, sin duda, de un verdadero juego, porque estos encuentros lésbicos no cuestionan pues en absoluto sus sendas relaciones conyugales, ni tampoco la profunda amistad que existe entre ellas. Es decir, el devaneo sexual que comenzó de manera casual y lúdica entre Marisa y Chabela no se transforma nunca en amor y ni siquiera en pasión a pesar de que el juego ya tiene más de tres años. Es un juego detenido en el tiempo cuya única regla es la de no tener reglas, excepto la de aparentar que nada sucede. Es simple y llanamente un escape no sólo a la situación de pánico generalizado creada por las acciones terroristas y la tremenda respuesta institucional, sino al terrible vacío de sus existencias tan adineradas como inútiles y frívolas. Rolando Garro, el avinagrado periodista, director y dueño de la revista sensacionalista Destapes, es un representante de la clase social baja que a punta de esfuerzo se supera económicamente, al menos hasta donde la falta de relaciones sociales influyentes se lo permite. Lamentablemente este periodista, que tenía talento para escribir y encontrar escándalos, no tiene principios y sólo encuentra soluciones fáciles en el chantaje y la extorsión. Rolando Garro se vendió al Doctor que aparece en la novela, que como sabemos corresponde al personaje histórico Montesinos. Es interesante que el nombre de Vladimiro Montesinos no surja nunca en la novela; es el innombrable, pero sus huellas nocivas están diseminadas en todo el territorio peruano. Montesinos operaba desde las sombras, pero todo el mundo sabía bien que él movía los hilos decisivos de la dictadura de Fujimori. El recitador Juan Peineta es, sin duda, un personaje conmovedor que ama a su esposa Atanasia, a quien lamentablemente pierde trágicamente. Peineta realmente disfruta de la poesía y le fascina recitar. Pero, al parecer, en su mundo sórdido no hay espacio para la poesía; es decir, la poesía es un lujo cuando hay que sobrevivir de cualquier manera. Es enternecedora la manera como Peineta trata a su compañero felino, el fiel Serafín. Inmerso en la soledad, sin Atanasia, sin poesía, sin trabajo, deambulando por los comedores populares para alimentarse de la caridad cristiana, solamente Serafín logrará, a través de la ternura, devolverle a Juan Peineta su condición de ser humano. (…) El animalito se convirtió en su compañero y amigo (…). Raro animalito, Serafín. Juan Peineta nunca había sabido adivinar si el gatito lo quería o si le era indiferente. Tal vez lo quería a la manera de los gatos, es decir, sin la menor efusión de sentimientos. (Vargas Llosa, 65)

De todos los personajes el más cautivante, como se ha mencionado en líneas previas, es la valiente Julieta Leguizamón, alias la Retaquita. Ella no solamente es audaz sino que también tiene principios. Como persona agradecida que es, la Retaquita guarda buenos recuerdos de su padre: (…) Había sido bueno con su única hija; por lo menos, se había preocupado de que terminara el colegio, para que en el futuro, le decía, no tuviera una vida tan fregada como la que había tenido él por ser un analfabeto. No saber leer ni escribir lo enfurecía. El día más feliz de su vida fue aquella tarde en que su única hija le mostró el carnet de periodista que Rolando Garro le consiguió luego de contratarla como reportera de su revista. (Vargas Llosa, 90)

La Retaquita estaba profundamente enamorada de su jefe, el periodista Rolando Garro:

Pobrecito. El mundo se le quedaba vacío sin Rolando Garro. Su jefe. Su maestro. Su inspirador. Su única familia. Te has quedado sola, Retaquita. Su amor secreto también. Pero, eso no lo sabía nadie, sólo ella, y lo guardaba muy en el fondo de su corazón. Nunca le había dejado sospechar siquiera que estaba enamorada de él. (Vargas Llosa, 173)

La Retaquita sabía que no tenía posibilidades románticas con él, y muy digna y estoicamente guardaba su inmenso amor para ella misma. Esto no era óbice, desde luego, para que ella actuara siempre mostrándole lealtad a Garro, incluso una vez muerto. De hecho, la Retaquita se jugó la vida por salvar la reputación de su jefe, incluso cuando él ya no estaba en el mundo para agradecérselo. Ella merece estar vinculada a esos versos insuperables de Borges copiados en el epígrafe. “(…) I can give you my loneliness, my darkness, the hunger of my heart (…)”. Si comparamos el amor genuino y valiente de la Retaquita con el amor que existe en el matrimonio de Quique y Marisa, o de Luciano y Chabela, ¡cuánto más profundo y arrebatador resulta ese amor unilateral, auténtico y sin la menor esperanza de reciprocidad de la Retaquita por Rolando Garro! Vargas Llosa ha logrado en su novela Cinco esquinas presentar muy claramente las diferentes clases socioeconómicas que existen en el Perú, señalar la frivolidad de la clase social más alta, denunciar muy bien la injusticia social y los abusos de la prensa amarilla, la corrupción de la dictadura FujimoriMontesinos, crear un personaje inolvidable como la Retaquita, entretener e informar a sus lectores con una historia de suspenso escrita de manera ágil y dinámica. Como en casi todas las novelas de Vargas Llosa, muchos aspectos de la vida están muy bien representados: la política, las clases sociales, la prensa amarilla, la violencia, la corrupción del gobierno, la angustia existencial, las frustraciones de la vida cotidiana, los ataques terroristas, el amor, el sexo, el erotismo, la muerte, la falta de esperanza, etc. Estamos seguros de que de la ingeniosa e incomparable pluma de Vargas Llosa disfrutaremos de más novelas y obras de teatro que nos llenarán de satisfacción y admiración, y de las cuales siempre aprenderemos muchísimo sobre nuestra condición humana.

Una nueva novela de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) resulta necesariamente un acontecimiento de mercado, en tanto que es una nueva-novela-de un Premio Nobel, figura esencial del boom, presencia mediática intensiva, etc. Desde un punto de vista literario, si recordamos que es una nueva-novela-de un narrador al que tanto hemos admirado, aproximarse a ella tiene el interés de situarla en el mapa de su producción: cabe preguntarse si el peruano, que cumple ochenta años en 2016, ha desarrollado algo que quepa considerar como “estilo tardío”, o al menos calibrar qué papel jugará esta pieza en el dibujo total de su trayectoria. Finalmente, a una nueva-novela-de Mario Vargas Llosa también cabría, si se quisiera, abordarla como Eloy Fernández Porta reclamaba a la crítica española hacer las cosas en su ya lejano Afterpop, es decir: analizando su consistencia propia y específica, y no su condición de nueva-novela-de. Son, en fin, tres aproximaciones posibles a la existencia de esta Cinco esquinasque acaba de aparecer entre nosotros, y la primera admite pocas dudas: he aquí un libro que no puede omitirse en las páginas de Cultura. La segunda y la tercera formas de lectura, cada una a su modo, arrojan en cambio un resultado similar: Cinco esquinas es una novela mediana, eficaz pero no memorable. Claro que poner nota sólo es la parte más tosca de la tarea crítica; intentemos añadir algo. El propio autor, en la contraportada del libro, resume muy bien los aspectos más evidentes de Cinco esquinas: su trama arranca con una escena lésbica inesperada entre dos amigas de la alta sociedad limeña, allá en los años de Fujimori; luego, se convierte en una novela de chantaje con trasfondo político y voluntad de crítica al periodismo amarillo y a las alcantarillas del estado peruano, que discurren por un trazado sorprendentemente similar a las del terrorismo y la mafia; hay un escándalo sexual que afecta a un ingeniero prestigioso, un asesinato, el rostro siniestro del Poder; y finalmente, una relativa redención del oficio del periodismo. Y esos son los tonos que van alternándose: el erótico, centrado sobre todo en la relación secreta pero muy festiva que desarrollan dos mujeres descritas como bellezas; y el sociopolítico, camuflado levemente de thriller. Y aunque queden lejos las novelas ‘totales' más ambiciosas de Vargas Llosa, su estrategia narrativa sigue aspirando a mostrar una realidad social lo más amplia posible, de la alta burguesía a los caídos en desgracia por culpa de las muy variadas formas de la injusticia, aquí entendida como el resultado de la corrupción masiva, individual o sistémica; o a combinar varias líneas de acción y hasta ensayar una polifonía de voces en el capítulo XX. Hay varias cosas innegables: una es que Cinco esquinas se lee con ligereza agradablemente lúdica, si no comercial. Otra, que los contornos de su lectura crítica de la realidad son tirando a obvios (por ejemplo: que la prensa amarilla es un asco lo saben hasta sus consumidores, y es una de esas afirmaciones que, expresada como se hace aquí, sólo puede generar un consenso insustancial). Y otra, que Mario Vargas Llosa ha sido uno de los arquitectos más dotados de la narrativa de las últimas cinco décadas, una virtud que el tiempo puede diluir pero no arrasar: reducida en sus proporciones, esta novela sigue siendo un ejemplo de buena estructura y sentido del ritmo. En cambio, no creo que logre dibujar personajes realmente interesantes: tenemos un periodista grasiento como Rolando Garro; otra periodista inquieta llamada Julieta Leguizamón y apodada la Retaquita; unas “niñas malas” llamadas Chabela y Marisa; un viejo recitador de poemas que malvendió su arte y luego cayó en desgracia, de nombre Juan Peineta (muy intencionadamente, se indica que tiene “setenta y nueve años”, la edad del autor); o el célebre y siniestro Doctor que ejerce de mano derecha de Fujimori, remedo de Vladimiro Montesinos. Ni ellos, ni el ingeniero Enrique Cárdenas o el abogado Luciano Casasbellas llegan a constituirse plenamente como criaturas vivas, pero tampoco lo hacen como

portadores de ideas fuertes o al menos figuras paródicas del todo eficaces. La aproximación a la sexualidad femenina sigue aspirando al juego desprejuiciado que fueron otros pasajes de la obra de Vargas, pero el lector tiene serias dudas sobre el interés que puedan presentar esos pasajes de erotismo plastificado(“aturdida por la excitación y el placer” es un ejemplo al azar de las numerosas fórmulas extrapolables de Nobel a bestseller mainstream que vamos encontrando aquí) y me temo que más cargados de juicios previos de lo que desearían aparentar. Hay una cita fabulosa de Historia de un deicidio, ese gran ensayo de Vargas Llosa: toda novela es “un asesinato simbólico de la realidad”. Cinco esquinasrevalida esa concepción del género, puesto que de algún modo constituye una venganza de la ficción contra Fujimori y su acción ejecutiva, una versión alternativa de la realidad aunque básicamente compatible con ella. La coherencia del libro con la trayectoria anterior del narrador es impecable, sólo que languideciente. Antes nos preguntábamos por la posibilidad de un “estilo tardío” en el libro, pero el resultado no es tanto eso como un debilitamiento estilístico, una pérdida de precisión: los peruanismos suenan genéricos, el detallismo desenfocado, las “sabrosas carcajadas” a cliché... Tampoco la penetración de sus ideas es particularmente brillante, y menos todavía cuando roza el didactismo acerca del buen o el mal periodismo, las miserias del poder o el uso de la violencia. Si, pese a ello, la lectura logra interesar, es gracias a la solidez ya apuntada de la estructura, pero sobre todo a la vocación narrativa del autor, que sigue divirtiéndose con su propuesta y exhibe una energía todavía evidente, más fértil en el reverso irónico y paródico que en el anverso solemne. Por establecer dos comparaciones con autores extraordinarios y generacionalmente cercanos a él, leída desde la obra del propio Vargas Llosa, Cinco esquinas se parece menos a La infancia de Jesús de Coetzee (desafío desconcertante al canon, propio o colectivo, en el que lo de menos es si constituye un éxito) que a La humillación de Roth (síntesis o reiteración del propio canon, según enjuicie cada lector, pero en todo caso no un salto sin red). Aunque tampoco, porque si algo no hace el autor en este libro, bajo ningún concepto, es despedirse consciente o inconscientemente de la escritura, ni digamos de la vida. Aquí no hay rastro de registro testamentario. Es decir, insistamos: no hay rastro de estilo tardío. Y leída como novela desgajada de la sombra del autor peruano y sus antecedentes, Cinco esquinas es entretenida, ágil, no muy matizada pero casi nunca del todo irrelevante. No es un libro importante, y sólo en los últimos años el Méndez Guédez de Los maletines le sacaba a la Venezuela chavista un partido que aquí no llegamos a obtener del Perú de Fujimori; pero sí es solvente, y a falta de descubrirnos nada sobre la historia criminal del Perú o las infamias del cotilleo impreso, logra algunos pasajes no exentos de gracia y mala lechelegítima contra esos fenómenos. Es la novela de un autor de técnica sólida y talento para contar una historia, que resulta que es Mario Vargas Llosa, Premio Nobel, centro del canon narrativo en lengua española.