Celam - Madre de Dios

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CONSEJO EPISCOPAL LATINOAMERICANO -CELAM-

Nuestra Señora de América -

Mons. Estanislan Karlic Obispo Auxiliar de Córdoba, Argentina hoy Arzobispo de Paraná

MARÍA MADRE DE DIOS

® NUESTRA SEÑORA DE AMERICA Colección Mariológica del V Centenario

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Presentación

El Documento de Puebla en sus números 282-303 dio a la Iglesia de América Latina una síntesis mañana en íntima conexión con el Capítulo VIH de la Constitución LUMEN GENTIUM del Concilio Vaticano II y señaló como una de las características más profundas de la vivencia cristiana de nuestras gentes la devoción mariana. "El pueblo sabe que encuentra a María en la Iglesia Católica. La piedad mariana ha sido, a menudo, el vínculo resistente que ha mantenido fieles a la Iglesia sectores que carecían de atención pastoral adecuada" (D.P. 284).

(g) Consejo Episcopal Latinoamericano — CELAM ISBN -958-625-007-5 - Edición Completa ISBN - 958-625-035-0 - Volumen 4 Primera Edición — 2.000 Ejemplares Bogotá, 1986 Impreso en Colombia — Printed in Colombia

El Secretariado General del CELAM al recibir el encargo de "propiciar la investigación y la creatividad teológica y difundir sus resultados", escogió como el primer tema específico de estudio para este período 1983-1986 el de María, continuando así la línea iniciada con las reflexiones sobre Cristo y la Iglesia y retomando el esfuerzo que llevó a la publicación en 1979 del libro 36 de la Colección CELAM titulado "La Señora Santa María", hoy agotado.

Al diseñar dentro del Plan Global el Programa 1 se pensó primero en una sola publicación que recogiera los trabajos que sobre la Virgen escribirían un grupo de miembros del Equipo de Reflexión Teológico-Pastoral del CELAM en asocio de otros mariólogos del continente; sin embargo, la variedad y la abundancia de la producción mariológica fue tan grande y el interés que se despertó fue tan intenso, que se hizo necesario un nuevo rediseño, el cual integró el Programa dentro de las actividades del Quintó Centenario y reunió bajo el significativo título "Colección Nuestra Señora de América", que ahora se presenta, todos los estudios significativos patrocinados por el CELAM que quieren honrar a la Madre de Dios y Madre nuestra. Los trabajos se han agrupado en tres secciones: una de carácter'bíblico-teológica; otra teológico-pastoral con dimensión latinoamericana y finalmente una tercera dedicada al mensaje teológico de los principales santuarios marianos en América Latina. A nombre del Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM doy las gracias a todos los que han dado su aporte para esta Colección, cuyos primeros volúmenes se publican con ocasión de la visita de Su Santidad Juan Pablo II a la sede del Secretariado General. Que Nuestra Señora de América reciba este filial homenaje y bendiga los esfuerzos realizados por el CELAM.

f Mons. DARÍO CASTRILLON HOYOS Obispo de Pereira Secretario General del CELAM

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Introducción

1.

Actualidad del tema

E n todos los tiempos i m p o r t a mantener viva la devoción a María por el lugar que ocupa, tan cerca de Cristo, en el plan de salvación. H o y se dan motivos especiales para sostener y robustecer la fe mariana. En un m u n d o que exalta la naturaleza humana, y en particular se esfuerza por defender la dignidad de la mujer, es m u y o p o r t u n o destacar a María, hija ella de nuestra

Este trabajo fue preparado por Mons. Estanislao Karlic, en ese momento Obispo Auxiliar de Córdoba, para el Libro La Señora Santa María, No. 36 de la colección Documentos del CELAM, ya agotado, páginas 47a 80. El CELAM al considerar la calidad teológica del trabajo de Mons. Karlic, hoy Arzobispo de Paraná, ha decidido reeditarlo en esta colección Nuestra Señora de América.

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humanidad, llevada por Dios a la dignidad insospechada de Madre de Jesús. Y por contrapartida, en este mundo que celebra embriagado el poder del hombre como fuente de realización humana, la figura humilde de María c o m o esclava del Señor advierte sobre la falsedad del orgullo de la creatura. En este clima de glorificación de lo humano se crean resistencias a comprender la presencia de la obra divina que, para muchos, resta autonomía y méritos a la gestión humana, pues se concibe a Dios como un competidor del hombre. Precisamente por esta razón es conveniente destacar la necesidad de la salvación y su misma presencia. Sólo descubrimos hasta donde llega el amor redentor de Dios cuando conocemos por la fe que el Verbo asume nuestra humanidad desde el seno inmaculado de María Santísima.

La devoción mariana en América Latina es un valor esencial de su identidad cristiana. Es necesario defenderla hoy de las cosmovisiones falsas que la invaden y de las propias infidelidades y deformaciones que a veces surgen. La fe, toda la fe, debe ser siempre realimentada en la lectura y audición atenta de la palabra de Dios, en la reflexión y en la oración.

El misterio de María es tan importante, que su comprensión constituye una de las pruebas decisivas de una correcta comprensión del cristianismo.

2.

La fe, actitud necesaria frente al misterio

La realidad del misterio cristiano se conoce a la luz de la revelación. No basta la razón. A medida que nos internamos en él, aunque en sí mismo sea más luminoso que 8

toda verdad natural, para los pobres ojos de la razón se hace más d i f í c i l su captación. Esto acontece en primer lugar con los misterios de la Santísima Trinidad y de la Encarnación, en el cual se engarza el de María. Su maternidad divina, por lo t a n t o , no puede ser conocida sino por la revelación. Así como conocemos a Jesús sólo por la revelación y la fe que la recibe, así también a María la descubrimos en su riqueza de realidad sólo por la luz nueva y poderosa de la revelación. El acercamiento a María no puede hacerse sino en la docilidad de una fe que ama. Sólo en este clima se ha de entrar al misterio de María. El creyente que ama al Señor que se le ha revelado, y así ama a su Madre, posee una fe viva y sana que lo lleva a profundizar en los misterios. Cuando por su pecado quiebra el amor, sin perder la fe, empieza a oscurecerla. Para que la realidad sobrenatural de Cristo y su Madre aparezca cada vez más luminosa, es preciso acercarse a ella con la humildad y obediencia de la fe que ama, con la calidez del amor de hijo de Dios y de hijo de María. No se ha de ingresar al á m b i t o del misterio sino con esta actitud p r o f u n damente religiosa, y por eso, seriamente inteligente. La defección de esta a c t i t u d , dificulta la captación del misterio.

Hacer, pues, estas reflexiones, exige la actitud de hijos de Dios, y de María, que con devoción se acercan a conocer mejor a su Madre. Por m u y seria y rigurosa que sea la reflexión no puede carecer de interés y de afecto. Y esto la hará más profunda, como el amor de los padres hace más penetrante su c o n o c i m i e n t o de los hijos. Esta actitud es respuesta a Dios que ha t e n i d o la iniciativa. San Juan dice " E n esto consiste el amor, en que El nos amó p r i m e r o " .

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Podemos parafrasear diciendo: " E n esto consiste la fe, en que El nos amó y nos habló p r i m e r o " . Si estamos reflexionando en la fe, es porque Dios nos está haciendo llegar su palabra y. su gracia por Cristo y por María. Es decir, que Cristo antecede con su auxilio sobrenatural nuestra búsqueda, y que María se anticipa con su amor de Madre a nuestra inquisición por su misterio.

CAPITULO I

La Realidad

Importa crear este clima interior en toda reflexión cristiana —no sólo en ésta— para que sea, como decíamos antes, más inteligente y penetrante, al mismo t i e m p o que más vital y gozosa.

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1.

Las Sagradas Escrituras

La verdad del misterio de la maternidad divina sólo se descubre a través del t i e m p o por la revelación que Dios hace de ella. Y Dios la comenzó j u n t o con la revelación de la encarnación del Verbo. A u n q u e sean tan escasos los pasajes ciertamente mariológicos en el A n t i g u o Testamento, sin embargo se debe destacar que la revelación de los orígenes del hombre está marcada con la esperanza del Salvador como "linaje de m u j e r " , y que así toda la marcha de los hombres hacia la salvación queda acompañada con la sombra fecunda de esa mujer que será la madre del Redentor. El pasaje conocido como "el primer Evangelio" anuncia de esta manera a Jesús y María, con palabras atribuidas a Dios mismo: Establezco enemistad entre t í y la mujer, entre su linaje y t u linaje: él te aplastará

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la cabeza y t u le acecharás el calcañar. Génesis 3,15. Este linaje de mujer que aplastará la cabeza del demonio tentador, es Cristo, y su madre es Mana. Esto lo podemos decir a la luz del Nuevo Testamento. C o m o toda profecía, sólo manifiesta su verdad plena en el m o m e n t o de su c u m p l i m i e n t o . Jesucristo, Salvador del mundo que vence al demonio y le arranca su imperio, es el descendiente de mujer que es avizorado por el autor del proto-evangelio. Y María, Madre del Redentor, aparece asociada al Salvador esperado, y acompaña el camino de esa esperanza. Desde los albores de la humanidad que pecó, estuvo trabajando en ella el amor salvífico de Dios que preparaba la redención de los hombres por la venida de su Hijo y por la efusión del Espíritu Santo. Y desde entonces disponía a la humanidad para recibir con conciencia y amor a su Salvador. T o d o Dios preparándose para descender al mundo en pecado. Toda la humanidad disponiéndose para ascender desde el abismo de su caída. T o d o Dios para darse. Toda la creación para recibirlo. Ese m u n d o y esa humanidad, cuando un día sea fecunda de su mismo Salvador, se llamará María. Toda la historia de la salvación, que comienza en el protoevangelio, es, de esta manera, cristiana y mariana, porque está sostenida por la esperanza de Cristo y María. Es preciso señalar o t r o pasaje del A n t i g u o Testament o que profetiza ciertamente a María. Pertenece a Isaías: Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que la doncella ha concebido y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emanuel. (7,14). El Mesías esperado será signo de la obra salvadora de Dios, porque nacerá de una doncella. A u n q u e la palabra hebrea " a l m a h " significa en sí misma, joven, sin referirse

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necesariamente a su virginidad, la condición normal de una joven judía es que sea virgen, y que este significado esté incluido en la palabra. El c o n t e x t o del pasaje exige poner en la joven profetizada, una cualidad que la haga signo extraordinario de la acción divina. Es signo extraordinario el hecho que una mujer joven, conservándose virgen, sea madre. Esto es lo que significa Isaías. Por eso la traducción griega pone " l a virgen ha c o n c e b i d o " . Y San Mateo consagra esta vieja tradición interpretativa j u d í a , al ver en este pasaje la profecía de la concepción virginal de María (1,23). El Señor, para destacar la altura de su don y de su amor, va poniendo signos de su gratuidad. La promesa será sostenida por hijos de estériles: Isaac, de Sara (Gen. 11,30); Jacob, de Rebeca (25,21); José, de Raquel (30,22-23), y será al final realizada por el hijo de una virgen: Jesucristo, hijo de María. La esterilidad de las primeras y la virginidad de la última son signo de la elección gratuita y del poder único del amor divino en la obra de salvación.

En el Nuevo Testamento la figura de María aparece con insistencia y claridad como la Madre de Jesús. Esto es lo que define su persona en el plan de redención. San Marcos, hablando de paso, confiesa que María es madre de Jesús en momentos en que intenta destacar que lo más importante en toda la enseñanza de Jesús es la dimensión espiritual, lo cual vale para la maternidad divina de María: Le dicen (a Jesús): " O y e , t u madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan". El les responde: "¿Quién es m i madre y mis hermanos? " . Y mirando en t o r n o a los que estaban sentados a su alrededor, dice: "Estos son m i madre y mis hermanos. Quién cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi m a d r e " (3,32-35).

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La observación de Jesús señala los niveles de la maternidad de María: su obediencia absoluta a la voluntad del Padre es lo que la hace grande ante Dios y lo que le permite recibir al Verbo. A l someterse en la fe al Verbo, lo recibe como hijo, es constituida madre de El. El aspecto puramente biológico no constituye de ninguna manera lo más digno y lo específico de la maternidad de María, sino el aspecto espiritual y religioso que es la aceptación de los designios de Dios en la fe y el amor. En otra parte de su Evangelio San Marcos presenta a María, a su maternidad, como obstáculo para reconocer a Cristo como Mesías: ¿No es acaso el carpintero, el hijo de María? (6,6) Porque es en realidad d i f í c i l aceptar que un hijo de la tierra como es un carpintero, sea detentor de las condiciones extraordinarias del Mesías esperado. Pero es preciso decir que la afirmación de la dificultad es ya una confesión de la verdad de la maternidad de María. María es la razón por la que Jesús es hijo de nuestra raza y puede ponerse al lado de los carpinteros. San Mateo atiende más ex-profeso a María y enriquece la revelación al señalar la virginidad de su maternidad; "...el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le d i j o : "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (1,20-21). El nacimiento de Cristo está acompañado de un signo formidable de su gratuidad, a saber, la virginidad de María.

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El Señor, que comunica a los hombres el poder de generar, es quien hace milagrosamente fecunda a la doncella virgen, María. Y éste es el signo profetizado por Isaías, recuerda San Mateo, con el interés de mostrar a Jesús como el cumplimiento de las promesas y esperanzas del Antiguo Testamento. San Lucas, el evangelista de María, repite lo que otros dijeron ya en relación al nacimiento virginal. Señalamos algunos pasajes de su Evangelio que contienen aportes importantes. El primero se refiere a la genealogía de Jesús. Tenía Jesús, al comenzar, unos treinta años, y era según se creí^ hijo de José... hijo de Adán, hijo de Dios (3,23.38). Si San Mateo destaca la pertenencia de Jesús a Israel, al llevar la genealogía hasta Abraham, San Lucas amplía la visión y ubica a Jesús como miembro de toda la humanidad, al decir que es hijo de Adán. Con ello coincide con la concepción que tiene San Pablo, su maestro, de Cristo como nuevo Adán. Otro pasaje fundamental es el de la anunciación (1,26-38). María, con la luz de la fe, recibe el mensaje del Ángel, haciendo presente con la sencillez de quien vive según la verdad, lo que para ella aparece como d i f i c u l t a d : El Ángel le d i j o : "...vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús" ... María respondió al Ángel: " ¿ C ó m o será esto, puesto que no conozco varón? " . El Ángel le respondió: " E l Espíritu Santo vendrá sobre t í y el poder del A l t í s i m o te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios"... Dijo María: " H e aquí la esclava del Señor: hágase en m í según t u palabra" (1,31.34-35.38).

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La escena concluye con la aceptación de María, que constituye el m o m e n t o mismo de la encarnación. El Verbo de Dios, que tantas veces había llegado hasta los hombres para traerles su luz, ya acostumbrado a su t r a t o , "se hace carne y puso su morada entre nosotros" (Jn. 1,14). Es el comienzo de la presencia personal de Dios en la naturaleza humana. El H i j o de Dios, desde el seno de María, saldrá a restaurar todas las cosas y a establecerlas en su reino. Isabel, que con la visita de María comienza a recibir los beneficios de la obra redentora, confiesa con gozo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de t u seno; y ¿de dónde a m í que la madre de mi Señor venga a mí? " (1,42-43).

Este aspecto interior de la maternidad de María será destacado con notable relieve en la tradición patrística. San Juan, a quien Jesús le encomendó su madre, presenta a María acompañando al Señor en su obra salvadora. Por María se adelanta un signo de las bodas escatológicas del Cordero con la humanidad, al transformar Cristo milagrosamente el agua en vino (2,3-4); a ella Jesús le entrega a Juan como hijo, a ella, que, como segunda Eva, es madre de los vivientes según la nueva vida de la gracia (19, 25-27). María es la madre del Señor. Esta afirmación que los Evangelios tienen acerca de María, también está explícita en San Pablo cuando escribe a los Gálatas:

Isabel proclama a María como " M a d r e del S e ñ o r " . Es su título m á x i m o , raíz de todos los otros apelativos qUe se le puedan atribuir. María responde con la humildad de quien se sabe hechura de la gracia, usando palabras de la Sagrada Escritura. El Magníficat, que revela tan profundamente la actit u d interior de María, es un tejido de citas bíblicas, en las cuales se destacan dos ¡deas fundamentales: los pobres y humildes son atendidos en sus necesidades frente a los ricos y poderosos; el pueblo de Israel es objeto de la elección de Dios. María es la representante más excelsa del pueblo, t a n t o c o m o pequeña y humilde esclava del Señor, cuanto como objeto de su amor de predilección y c o m o llena de gracia. San Lucas destaca otra vez la importancia absolutamente primaria de lo espiritual cuando consigna la respuesta de Cristo a una mujer c o m ú n que decía: " D i c h o s o el seno que te llevó y los pechos que te criaron! " , pero él dijo: "Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan" (11,27-28).

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A l llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo, nacido de mujer (4,4). Así somos llevados a recordar la ¡dea del Génesis: la salvación ha de venir por una mujer, por el linaje de una mujer. Su llegada a la historia marca la plenitud de los tiempos. En medio de la historia, desde una mujer de nuest r o t i e m p o , Dios Padre hace nacer a su Hijo, para que siendo eterno se haga también de nuestra historia y miembro de la comunidad de esa historia, y se haga cargo de su deuda de pecado, para borrarla por el sacrificio de la cruz. Sólo por la maternidad divina de María se acaba de comprender la encarnación del Verbo en la carne de nuestra historia.

2.

El Concilio de Efeso

La Iglesia, que pasó sus primeros años j u n t o a María, ha conservado la devoción a la Madre del Señor con fidelidad, madurando la riqueza de esta fe en la vida interior y en la/lefensa contra los errores que la han amenazado.

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Un t i e m p o m u y importante para el dogma mañano es el del Concilio de Efeso, que tuvo lugar en el año 4 3 1 y que fue el tercero de los ecuménicos. Con motivo de un problema cristológico, la Iglesia va a enseñar la verdad de la maternidad de Man'a, con una f ó r m u l a que ha quedado en los siglos como rica y preciosa herencia. La escuela teológica de A n t i o q u í a consideraba de tal manera la realidad de las dos naturalezas en Cristo, la divina y la humana, que afirmaba la existencia de dos personas en El. Nestorio, desde el año 428, Obispo de Constantinopla, era uno de los partidarios influyentes de esta manera de concebir a Cristo. Un sacerdote de ese t i e m p o , Anastasio, sostuvo que Man'a no podi'a ser llamada theotokos, Madre de Dios, Madre de Cristo como Dios, sino sólo Madre de Cristo como hombre. Y para esto empleaba la palabra christotokos. Para el nestorianismo, la realidad de una naturaleza humana, exige necesariamente a la persona humana. De suerte que Cristo, por tener verdadera naturaleza humana, tenía también persona humana, además de naturaleza y persona divinas. María había engendrado un hombre, es decir, una persona humana, al cual se había unido el Verbo de Dios. Dicha posición excluye radicalmente la encarnación. El Verbo no habría asumido la naturaleza humana como es propia a las personas humanas, sino que se habría unido a otra persona ya existente. De suerte que no se podría decir con rigor que el Verbo se hizo carne. Hasta se llega a reconocer en la posición nestoriana un mérito de Crist o hombre para llegar a la unión con el Verbo. De esta manera se desconoce la realidad de la encarnación, se destruye la unidad de Cristo en la única persona divina y se niega la total gratuidad de la redención, al aceptar un cierto mérito frente a ella.

cilio de Efeso de 4 3 1 , hace suya la enseñanza de la segunda carta de San Cirilo a Nestorio, y propone una sana doctrina sobre la encarnación del Verbo y sobre la maternidad divina de María. El Verbo asume, dice el Concilio, según su persona, la naturaleza humana en el misterio de la unidad de un solo Cristo e H i j o . En Cristo hay dos naturalezas unidas en la única persona del Verbo. De suerte que, en palabras textuales del C o n c i l i o " . . . no nació primeramente un hombre vulgar, de la santa virgen, y luego descendió sobre él el V e r b o ; sino que unido desde el seno materno, se dice que se sometió a nacimiento carnal, como quien hace suyo el nacimiento de la propia carne... De esta manera (los Santos Padres) no tuvieron inconveniente en llamar madre de Dios a la santa V i r g e n " . En el marco de la encarnación, para defender la profunda realidad de Cristo como Dios y hombre, la Iglesia confiesa que María es Madre de Dios. Lo repite cotidianamente cuando llama a María con ese nombre. H o y se escuchan sentencias sumamente temerarias, que oscurecen la unidad de la persona en Cristo, y así, la realidad de la encarnación. Una forma de sostener la recta fe cristiana en este punto es robustecer la fe en María Madre de Dios.

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En otra ciudad, Alejandría, San Cirilo, su Obispo, encabeza la reacción contra la posición nestoriana. El Con-

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CAPITULO II

Su Comprensión

X La aceptación de la verdad revelada, por parte del creyente entraña ya un cierto conocimiento. Pero, con el espíritu de fe viva que señalábamos al p r i n c i p i o , quisiéramos acercarnos un poco al misterio, para obtener de él una inteligencia mayor y más fructuosa. La humanidad de Cristo ha tenido su origen en María, su madre. Pudo Dios disponer otros caminos. Pero hizo nacer a su Hijo de una mujer, dándole así un origen humano. Verdad que es nacimiento virginal, es decir, altamente milagroso. Pero ello no desvirtúa la realidad de los vínculos de Cristo con María. Dios pudo crear una naturaleza humana toda ella de la nada, para su H i j o . En cambio, lo hizo nacer de mujer, siguiendo el proceso de una generación verdaderamente humana.

1.

Maternidad divina

La generación humana es la producción, por parte de hombres, de otro ser que, en v i r t u d de la misma acción

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generante, participa de igual naturaleza. Varón y mujer constituyen por su unión un único principio causal, del cual procede el nuevo ser humano que es el hijo. El hijo no sólo depende de sus padres, sino que procede de ellos. La generación es un misterio de la creación que tiene su modelo en el misterio mismo de Dios Padre, que engendra eternamente a su Hijo. En la maternidad de María se distingue, por una parte, el milagro de haber concebido virginalmente, contrario a la ley de la generación humana, y por otra parte, la maravilla inmensamente mayor de que el Hijo concebido es el mismo Hijo de Dios. Con referencia a la concepción virginal cabe señalar que María, como dice el Ángel de la A n u n c i a c i ó n , es constituida madre por v i r t u d del A l t í s i m o . Por fuerza del Espír i t u divino, María se convierte en madre del Salvador. La virginidad de María, anunciada por Isaías, aparece calificando la maternidad de María como signo de la irrupción de Dios en el mundo, al llegar la plenitud de los tiempos. El signo y la realidad acabada de Dios presente en el mundo haciéndolo suyo es Cristo mismo. En El Dios se hace hombre. La virginidad de la madre de Jesús, o mejor, la virgen madre, es también, j u n t o a Cristo, y después de E l , signo del poder de Dios que señorea con su amor en la creación que rescata. La historia de salvación, que fue sostenida muchas veces por hijos de madres estériles, hechas fecundas en su m a t r i m o n i o por la fuerza gratuita de Dios, es coronada, en su culminación, por el H i j o de una Virgen. La virginidad de María tiene su primer significado salvífico y espiritual en esto: el Hijo de María es Hijo del Padre, quien en El hace subsistir a la humanidad, constituyéndolo en fuente de la vida nueva de los hombres. María es virgen porque el Padre de su Hijo es Dios. Por eso el significado de la virginidad consagrada de los religiosos, será en primer lugar la 22

pertenencia a Dios exclusivamente, al modo de Jesucristo y de María. Pero lo más maravilloso de esta maternidad consiste en que es divina: María es Madre del Hijo de Dios. María es, con respecto a su hijo, lo que toda madre humana, con la colaboración paterna.es con respecto al suyo, tanto desde el punto de vista biológico como desde el p u n t o de vista espiritual.

a.

Aspecto

biológico

Corresponde señalar la diferencia entre la generación del hombre y la de los otros vivientes. En estas últimas el proceso acaba en el nuevo individuo de la especie, sin una intervención creadora de Dios. En la del hombre, el proceso termina por una presencia creadora de Dios, única en las generaciones creaturales. En efecto, cuando el proceso generante llega a su t é r m i n o , la aparición del nuevo hombre se produce porque Dios acaba el devenir de la materia gestado por la pareja humana, con la creación del alma. El alma es creada de la nada e infundida simultáneamente. Sólo entonces se da el hombre, el nuevo individuo. El cuerpo, que se da por la contribución de padre y madre, se constituye en cuerpo propiamente humano, cuando recibe el alma. El proceso generador, que se da siempre con el auxilio de Diosen y por la realidad operante de la pareja, termina, llega a su término propio cuando Dios solo interviene creando el alma que dará la condición de hombre al nuevo individuo. Este individuo es ya persona humana, desde el m o m e n t o de su concepción. En este aspecto se da la mayor y más profunda diferencia de la maternidad de María. El Hijo de María, siendo perfecto hombre desde su concepción, es decir, de naturaleza humana, no es, sin embargo, persona humana, sino sólo persona divina. Es la segunda persona de la T r i n i d a d , 23

el Verbo. En la unidad misteriosa de la intervención de Dios en la encarnación hay que señalar como dos términos: la naturaleza humana, que Dios acaba de constituir por la creación del alma, y la asunción de esa naturaleza en la persona del Verbo, que ya preexiste... En las otras generaciones humanas, al crear Dios el alma, queda constituida la persona humana, pero en la generación de Jesús por. María, Dios, al constituir la naturaleza humana al crear el alma no le da existencia independiente de persona humana, sino que, desde el m o m e n t o mismo de constituirla, la hace subsistir en la persona divina del Verbo. La realidad humana que procede de María, nunca fue tal, sino asumida por la persona del Hijo. T o d o el proceso maternal acaba en el individuo Jesús, verdadero Dios. María es Madre de Dios.

Como t o d o proceso maternal está t o t a l m e n t e orientado al individuo personal que tendrá existencia propia, la maternidad de María está totalmente referida a Jesús, Jesús es el f r u t o de su espíritu y de su vientre. Importa decir que no hay individuo humano con existencia personal en el seno materno antes de la infusión del alma. Y que en Cristo no hay individuo con existencia personal antes de la infusión del alma, que es simultánea a la asunción por el Verbo. No hubo individuo humano en el seno inmaculado de María sino cuando el Verbo se encarnó. El hijo de María es en persona el Hijo de Dios. María no es madre sino del Hijo de Dios. En el seno de María se ha dado un algo análogo a la procesión eterna de generación divina. El Padre comunica a su Hijo la naturaleza divina con tal perfección, que es numéricamente la misma. María comunica a su hijo la naturaleza humana, al m o d o como lo hacen las madres de los hombres, de suerte que es numéricamente distinta, aunque específicamente idéntica. En verdad, la generación de María, como acción suya, hace que, con el auxilio del Espíritu Santo, el Hijo de Dios nazca en naturaleza humana. 24_

b.

Aspecto psicológico y espiritual

La generación humana tiene un nivel biológico, que es el que hemos considerado. Pero tiene, aún c o m o hecho humano, un nivel psicológico y espiritual. El hombre y la mujer no deben engendrar sólo en v i r t u d de la atracción sensible y de procesos biológicos necesarios. Esto es parte constitutiva de la generación humana, pero no es su totalidad ni lo más propio. Lo específico de la generación como acción humana es lo espiritual. El hombre ha de obrar siempre con conocimiento de la verdad y con libre amor del bien. Con especial razón si se trata de la acción que pone en el mundo a una nueva persona humana.

* La fecundidad por la fe En esto se asemeja la generación humana a la divina en el seno de la Trinidad. El Padre sabe y quiere ser Padre de su H i j o . Eternamente acompaña la generación del H i j o , con sabiduría y amor. María, pues, no podía ser digna Madre de Jesús, sino conociendo, aceptando y amando ese acontecimiento maravilloso. El Ángel le anuncia el p r o y e c t o de Dios de hacerla Madre de su H i j o , y, en la continuidad de su vida anterior de amor, de confianza y de obediencia, acepta la voluntad de Dios con toda la fuerza de quien no vive sino para El. Esta aceptación es el comienzo humano de su maternidad. Fue madre porque por amor creyó y confió, obedeció y acogió el don del Padre, que era su propio Hijo. Como la conciencia y la libertad de los esposos es lo que humanamente desencadena y acompaña el proceso de la generación entre los hombres, en el caso de María, fue su amor obediente y confiado lo que inició su f u n c i ó n maternal. S¡ la encarnación tiene su origen primero en el amor eterno y libérrimo del Padre, tiene también o t r o origen en la tierra, que es el amor humilde, gozoso y total de la pequeña doncella de Nazareth. No es que en María no se dé el proceso biológico humano que tiene 25

lugar en todas las madres, sino que se inicia por el fervor sin medida de su fe y de su caridad. Por este consentimiento María fue madre y contribuy ó a la encarnación redentora desde su comienzo, con la totalidad de su persona, no sólo por la biología de su cuerpo sino por la vida de su espíritu. Concibió primero en su mente que en su cuerpo, en su amor creyente que en su seno inmaculado, según se expresaban los Santos Padres. Por el anuncio del Ángel conoció que iba a ser madre del Hijo del A l t í s i m o , y aceptó libremente serlo, con el fuego místico de su amor acrisolado en la esperanza vivida con su pueblo. El Señor, que la hacía madre, encendió antes el amor en su interior, para que de esa humanidad amante Qaciera la humanidad santa de Jesús. A q u í precisamente se destaca una dimensión formidable del consentimiento de María, su fe. La fe es confesión y aceptación de Dios y su amor salvífico, pero también es confesión y aceptación de la nada de las solas fuerzas del hombre en la obra de la redención. Es reconocer que el hombre de sí, no puede sino pecado y mentira. María, como A b r a h a m , creyó. A b r a h a m , por encima de las imposibilidades humanas, creyó en el poder de Dios, y le fue devuelto su hijo Isaac. María, proclamando la pequenez de la creatura, creyó en las palabras del Ángel. Cuando reconoce a Dios y a su proyecto obedeciendo a su disposición, cuando confiesa que Dios es su Señor y que ella es su esclava y que no tiene otra participación inicial que la de aceptar y recibir el agradecimiento, María es hecha Madre de Jesús, concibiéndolo en sus entrañas purísimas. Es decir, que María fue madre por su fe, confesión del amor gratuito y potente del Señor que salva, y su aceptación gozosa. Es la economía de la salvación que llega a la plen i t u d . En la pequenez de María y en la muerte de Cristo aceptadas como condición propia del hombre, llegará la redención. Como el primer acto del Verbo encarnado fue el de obediencia, que es el amor propio del Hijo que lo sos26

tuvo en toda su obra redentora, el primer acto maternal de María fue también la obediencia de su fe, y el primer acto del cristiano, la raíz de su salvación, es la fe, que se sella en el bautismo. La fe significa afirmar la impotencia humana para la redención, pero mucho más es aceptar y comenzar a vivir sólo de Dios, en la gratuidad de la gracia. Nadie c o m o María comprendió la pequenez humana, porque conoció como nadie la densidad y la grandeza, la generosidad y la libertad del amor benevolente de Dios.

* Consentimiento esponsal Dios suscitó en quien El así amaba, la respuesta digna. La respuesta de María ha sido en el amor y la entrega más pura, y ha sido llamada consentimiento nupcial. A l Verbo que la ha amado primero, le responde con la intensidad de su amor, que acepta su elección y se somete fielmente a su voluntad. María es esposa antes que madre. A m a a Dios como hijo suyo: qué descubrimiento del amor i n f i n i t o de Dios por ella. A m a a su hijo como Dios: qué intensidad inefable del amor de María por Jesús. En este t r a t o í n t i m o entre María y su hijo se encuentra su inmensa grandeza. María ha recibido el poder de dar una naturaleza humana al Verbo, para que fuera redentor. María ingresa así al misterio de la salvación en la forma más profunda, no sólo por la medida en que participa de sus f r u t o s , sino por el modo como contribuye a su realización: es Madre de Jesús, el Salvador. En nombre de la humanidad María acepta el amor esponsal del Verbo, preparado en el A n t i g u o Testamento en el amor al pueblo de Israel. La unión de Dios con la humanidad se verifica en la persona de H i j o , en quien subsisten las dos naturalezas. Como de la unión de los esposos humanos nace el hijo, de la aceptación de María al amor esponsal de Dios, nace en naturaleza humana el H i j o Eterno. 27

Jesús, la máxima unidad de Dios con la humanidad, es culmen y fuente de toda otra u n i ó n , también de la de María, y de la Iglesia que, como María, por el consentimiento inicial de su fs y de su amor, es en verdad esposa del Señor. Tan esposa es la iglesia, que al unirse profundamente con su Señor forma con El un solo cuerpo, su Cuerpo Místico. El consentimiento nupcial de María, hecho en nombre de toda la humanidad, permite no sólo que el Hijo asuma una naturaleza humana singular y así tenga cuerpo, sino que toda la humanidad, precisamente por la unión esponsal de la fe y el amor, se convierta, decíamos, en un solo Cuerpo con su Señor. María da al Verbo no sólo el cuerpo físico desde su corazón y sus entrañas purísimas, sino también el Cuerpo místico, al representar en su consentimiento a la humanidad.

2.

Gestación

María llevó al Hijo de Dios encarnado, por el período y según el modo de las madres de los hombres, en el claust r o santísimo de su seno. O t r o hecho significativo de la humanidad de Jesús y de la unión íntima con su madre. La comunicación vital durante ese lapso, c o n t i n u ó y perfeccionó en lo biológico y en lo espiritual la unión surgida en la concepción virginal. En el interior de María, Jesús crece para la redención. Y crece a expensas de María. Continúa pidiendo a María la humanidad que ha de ofrecer en la cruz y que ha de glorificar en la resurrección. Si cabe en alguna medida hablar de un crecimiento de Jesús como Hijo de María, cabe también decir que María crecía como Madre. De suerte que, pasando los días, se intensificaba su amor hacia su Hijo que era su Señor.

3.

Educación

Para comprender mejor la maternidad de María en su medida humana e histórica, hay que atender al período 28

de los primeros años de Jesús, cuando María hubo de alimentarlo, sostenerlo y educarlo. Todas estas son comunicaciones de vida, y en este sentido, funciones maternales. Si la generación humana está ordenada a la persona del hijo, para que él pueda, en posesión suficiente de sí, desempeñarse en el mundo y en el tiempo, la educación debe ser considerada como prolongación de la paternidad y maternidad humanas. Así pues, la educación por parte de María, fue integrante a su maternidad. La humanidad que María había dado a Jesús en su concepción virginal por el consentimiento de fe y amor, y que había hecho crecer en la gestación por el influjo de su cuerpo y de su espíritu, fue enriquecida por la educación. María hizo que el pequeño Jesús creciera en edad y sabiduría, gracias a sus cuidados y enseñanzas. Ella lo sostuvo en sus brazos cuando Jesús no podía caminar y lo acompañó en sus primeros pasos. Ella lo amamantó cuando Jesús no podía tomar otro alimento. Ella le enseñó a pronunciar las primeras palabras de la tierra, comunicándole su lengua, sus giros, su entonación. Ella le ayudó a configurar sus gestos en el rostro y en el cuerpo. Ella le enseñó las oraciones de Israel y lo sostuvo en sus primeras recitaciones. Ella le transmitió los mandamientos de la Ley, incorporándolo con esto y todo lo anterior a las tradiciones de su pueblo. Jesús seguía recibiendo de María, lo que El mismo con el Padre y el Espíritu habían dado a los nombres. Por María Jesús siguió creciendo como hombre desde nuestra carne y nuestra historia, incorporándose a ellas cada vez más. Por todas sus dimensiones la maternidad divina de María lleva a conocer la verdadera realidad de la encarnación. Que ese niño débil, su Hijo, es su Señor, lo sabe María, y que María es su Madre, lo sabe Jesús. Esa relación inefable de amor constituía el hogar de Nazareth. La reverencia de adoración frente a su Dios, no impide sino que intensifica sus cuidados de madre.

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Pero María, ella también, recibe y vive todo el misterio en la penumbra de la fe. Su mente de creatura, aunque iluminada sobrenaturalmente, no puede comprender toda la profundidad de la vida y de los gestos de su Hijo, que por otra parte tienen tanto de ella. La humanidad de María, ya cargada de misterio porque llena de gracia, se hace infinitamente más misteriosa en Jesús. Por eso María guarda en su corazón, meditándolas, todas las cosas que decían del recién nacido los pastores (Luc. 2,19). Y así las incorporaba a su actitud de humilde adoración, porque no estaba aún en el término de la visión y la gloria, sino en la distancia del camino. Su situación de peregrina exigía la confianza de su fidelidad. Esta es la forma que tiene María de escuchar y descubrir a quien es Dios y no puede ser reducido a nivel humano y creatural. Porque Jesús es Dios, María vive su amor con la exigencia de adoración que la lleva a la entrega más absoluta. Adora el fruto de sus entrañas. Vive así la identificación total con la voluntad de su Hijo. Y por eso mismo es más madre. "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? ... quien hiciere la voluntad de Dios" (Me. 3,33-35). La Virgen la cumplió acabadamente y así fue más madre de Dios.

crecía Jesús delante de Dios cumpliendo los pasos de su obra salvadora y acercándose hacia el calvario. Y así crecía ante los hombres, quienes iban descubriendo en El signos propios del Mesías prometido. En primer lugar crecía ante la fe de María, quien acumulaba hechos y palabras para acrecentar el amor y la adoración por su hijo el Señor (Le. 2,41-52).

Cuando Jesús tenía doce años, María creía que debía continuar ejerciendo su maternidad. Por eso le extraña que Jesús se haya separado de ellos en el camino, y le pide cuentas. La respuesta de Jesús, que El debe estar en las cosas de su Padre, es por una parte, una revelación y una luz, pero por otra, no quita la exigencia de la fe de María. Como toda revelación, profundiza la razón de misterio y de necesidad de la fe. En esa condición de creyente, María continua su función de madre. Jesús le quedará sujeto aún. Pero Jesús ya había revelado algo más de su relación con el templo y la palabra de Dios, y de la distancia que había entre los padres que lo buscaban, María y José, y Aquel a quien El llamaba de modo único "su Padre". Así 30

31

CAPITULO III

Su Significación

X Ya hemos destacado el valor salvífico de la maternidad divina de María en varios de sus aspectos. Queremos subrayar y resumir algunas ideas importantes.

1.

La iniciativa de Dios

La anunciación presenta con toda claridad la iniciativa de Dios en la maternidad de María. Es el Señor quien envía al Ángel, cumpliendo promesas igualmente gratuitas, que se remontan hasta el protoevangelio. La gratuidad libérrima de Dios está en el don mismo, que supera absolutamente toda posibilidad creada. Ella se manifiesta en que Dios inicia el diálogo de su amor con María en la anunciación. Un nuevo y eminente signo de lo mismo es la virginidad de María, que manifiesta el poder de Dios, para iniciar sin concurso de varón el misterio maternal de la esclava del Señor. La iniciativa de üios Salvador significa amor, libertad, gratuidad. María es Madre, porque Dios y su Hijo la ama33

ron con la fuerza de su Espíritu. Y si el amor se ha de medir también por el don, el amor por María Madre tiene la dimensión del Verbo Encarnado. Ella es comprendida en el amor que el Padre tiene por su Hijo. En El ella fue elegida. Y como es libérrima la decisión de la encarnación, lo es la de la maternidad de María. Además supera infinitamente toda fuerza humana: es absurdo pensar que la creatura, de por sí, puede generar una persona divina. María como madre es, pues, f r u t o del amor, la libertad y la gracia. Como Cristo y la Iglesia, menos que Cristo y por El, más que la Iglesia y para ella, María Madre se origina en el amor luminoso de la gracia de Dios y no en un proceso oscuro y de o t r o t i p o . Se sostiene en la libertad de Dios y no en la necesidad de otras leyes, y est o significa, de nuevo, el amor. Su maternidad divina sobrepasa y está como regalada a la condición humana de María, para que ella descubra que es por amor y libertad que fue madre, y que por eso mismo comprenda que su realidad de madre, como la Encarnación, es más densa y estable en la medida en que se fundamenta en el amor y libertad divinos, que son la causa de la existencia creada. Existe con mayor consistencia, es más, lo que más raíz tiene en el amor libre de Dios. Y no hay mayor amor de Dios por una persona creada que aquel que dispensa a su Madre.

María, en cuanto elegida por gracia como Madre del Salvador, es un grito profetico contra todos los orgullosos intentos de redención puramente humana, partan estos de la ciencia, del trabajo o de la técnica, del poder obrero o del dinero, del poder p o l í t i c o o de la fuerza de las armas. Todas estas expresiones de la vida del hombre, que en su medida justa son partes importantes de la convivencia en sociedad, se convierten en falsas cuando se hacen absolutas 34

y excluyentes. Sobre t o d o , cuando pretenden negar la parte que corresponde a Dios en la redención humana. Para sostener con verdad y justicia la participación de la humanidad en su propia redención, nos ayuda e ilumina el consentimiento de María en la A n u n c i a c i ó n . Los hombres, al ser invitados a la salvación, ayudados con el auxilio del Señor que se anticipa con su amor ya operante en la invitación misma, han de responder c o m o María, es decir con la fe que es aceptación despojada de t o d o orgullo, sencilla y gozosa. Desde que creyó y confesó su nada, María fue Madre del Salvador. Desde que el hombre cree y expresa su nada, entra a participar de la salvación y se hace, por y en Cristo, corredentor. En este sentido, el Señor depone al que se cree poderoso y exalta al que es humilde y pobre. María es no sólo figura de la humanidad que recibe la salvación, sino que la humildad de su maternidad ejerce, por Cristo y en Cristo, influencia real en aquellos que con actitud de pequeños y pobres acogen la redención. María canta la iniciativa del amor de Dios y levanta el corazón de los pobres y humildes a la esperanza. La fe es la confesión de radical indigencia —como creaturas— necesitamos de Dios creador —y como pecadores— necesitamos de Dios salvador. Esta pobreza y humildad radical es salvífica, es el comienzo de la salvación, dice el Concilio de Trento. Toda otra pobreza —la pobreza económica, la ignorancia, la marginación social, el despojo p o l í t i c o , en f i n , la falta de poder, hasta la enfermedad y la pobreza extrema de la muerte— deben constituirse por la gracia en disposición y camino a la pobreza salvífica de la fe, por la que se pone toda esperanza en Cristo, y sólo por El, también en la creaturas. María fue quien con más verdad creyó que .ella era pequeña y humilde, y que en ella Dios hizo brillar su amor 35

y poder. Precisamente en esta pobreza radical, se hizo rica de la riqueza que contiene todos los bienes, Cristo Jesús. Y habiendo descubierto que t o d o es don de Dios, conoce mejor las injusticias que cometen los hombres en su distriDución. Los bienes creados son regalos de Dios para que los hombres descubramos su amor primero, y lo reamemos en respuesta. Quien quita con injusticia a los hombres los dones de Dios, y les impide la experiencia del amor divino presente en ellos, les dificulta la respuesta reconocida, que con el auxilio de Dios deben dar.

Los hombres son herencia de Dios unos para otros. Dios nos ha dado en Cristo la herencia de la fraternidad universal. Quien rompe la caridad fraterna por su pecado de mentiras, de agresiones, de lujuria, de marginación, de odio, y les impide que experimenten el amor de Dios que debiera estar presente en él, les d i f i c u l t a y traba su respuesta en la caridad para con los hombres y para con Dios.

El camino hacia Dios es siempre en la conciencia y recepción de su amor. Por eso hay que procurar que los hombres lo descubran por todos los caminos: las cosas y los hombres, su palabra y sus sacramentos. Y siempre hay que recibirlo en la humildad y en la pobreza de la fe viva y confiada. Dios tiene en esta economía pascual el camino regio de la cruz. A todos nos hace participar de ella desde la fe primera, que es ya despojo radical de nuestra vida para entregarla al proyecto del Señor. A todos nos hace participar por todas las otras limitaciones y vicisitudes de la existencia cotidiana: las incapacidades personales, las incomprensiones, las injusticias en los juicios y en el trato etc. Y a todos nos exige el despojo final de la muerte, para que entreguemos confiados en sus manos absolutamente toda nuestra vida. Todo acabará en el t i e m p o para nosotros. La muerte es la posibilidad de la entrega libre y confiada, total y definitiva, madurada por las entregas de 36

fe, esperanza y caridad de la existencia anterior, al Señor que pide la última muestra de amor de sus hijos. A algunos, por especial dilección, los educa y los prepara a esta vida de confianza en El, por una asimilación más cercana a la pobreza exterior de Cristo. Son los pobres en sentido económico y social, los sin poder en la sociedad, los ignorantes, los calumniados, los enfermos. C o m o es injusta la pasión de Cristo, es injusta la de sus miembros. Como es redentora y libre la pasión de Cristo, es redentora y ya es libre la pasión de los hombres de buena voluntad que padecen injustamente los despojos de sus hermanos. Más aún, aunque sea una indigencia producida sin culpa, como muchas enfermedades, en el hombre de fe se hace camino de mayor fe, de libertad y de amor. Creo que importa mucho decir esto en América Latina. Si bien es cierto que la redención es integral, el que cree, espera y ama de verdad en el Señor, ya ha comenzado a participar de la redención y su libertad, aunque las otras circunstancias aún no sean cambiadas. La conciencia de vivir ya la liberación, debe encender el entusiasmo de continuar la redención en todas sus partes y consecuencias, C|On la luz del Evangelio, con el vigor del E s p í r i t u , con el estilo de Cristo, que es la verdad y el amor, la verdad que anuncia y denuncia con claridad, el amor que t o d o lo transforma y que inclina desde lo p r o f u n d o a dar la vida por el enemigo. El pobre y el despojado de poder, en general, en la vida temporal, que ha hecho de su situación una disposición y un instrumento de su fe, se carga de fuerza evangelizadora, como la esclava del Señor, María.

Estas cosas no se suelen decir. Más vale cuando se habla de la injusticia de la pobreza, que se ha de combatir. Creo que hay que completar esa parte esencial de la doctrina, con esta otra también esencial. Sobre t o d o porque en América Latina las muchedumbres pobres debieran experi37

mentar su t r i u n f o a pesar de que los cambios necesarios de su situación se demoren en producirse.

era humano escapaba a su destinación a Cristo. María le ha entregado toda la humanidad, y con ella, toda la creación.

2.

Es una verdad m u y cara a los latinoamericanos: la salvación integral. El hombre debe ser redimido en cuerpo y alma, como individuo y comunidad, de suerte que tam bien las estructuras sociales, en la medida en que sean capaces de ello, deben ser asumidas a la gracia. Y aún el cosmos debe ser preparado por el trabajo y uso de los hombres para la regeneración universal al f i n de los tiempos.

Relación personal de Jesús con su Madre

La relación de Jesús a María como de hijo a madre, es perfectamente humana. Por ser Dios encarnado, desde el comienzo mismo de su existencia humana ha conocido su condición y ha amado con corazón de carne a su Madre. En los años de vida terrena acrecentó el ejercicio de su amor filial, que ha quedado para siempre en la eternidad como verdadero vínculo entre padre e Hijo. La humanidad gloriosa de Jesús conserva por siempre el sello de su origen, María, y se inclina con amor hacia su Madre. La gloria de la resurrección, que es la gloria del amor, es para María la gloria del amor filial de Cristo. Jesucristo ha salvado a su Madre, y sigue glorificándola con amor de hijo. Cuando San Lucas dice en la Anunciación que el Espíritu Santo vendría sobre ella y que la sombra del A l t í s i m o la cubriría (1,35), estaba pensando en el mismo Dios que, significado por la nube, se había puesto sobre el tabernáculo donde estaba el arca con la Ley, Palabra de Dios, y había llenado el t e m p l o salomónico para consagrarlo (2 Cron. 5,13 s.). Para San Lucas, María es como el arca de la alianza y como el t e m p l o en el que habita el Verbo de Dios.

3.

La maternidad divina y misterios conexos a.

La salvación integral

Por la maternidad divina se confiesa desde María, la unidad de persona en Cristo. María ofrece la humanidad a la persona del Verbo, quien, Dios verdadero, asume la na* turaleza humana en el seno de la Virgen. Este dogma constituye una luz formidable para conocer los alcances integrales de la redención: ha sido asumido t o d o lo que es humano, de nuestra humanidad histórica. Nada de lo que 38

De t o d o esto es garantía María como verdadera Madre de Jesús. Ella es la que eligió Dios para-que su Hijo recibiera toda la humanidad. La maternidad de la Iglesia ha de ser hoy, como continuación de la maternidad divina de María, la que entregue al Verbo la totalidad de la humanidad creyente. Esto intenta la Iglesia cuando enseña por su magisterio las verdades fundamentales de los asuntos temporales, cuando por los sacramentos da la gracia necesaria para seguirlas y ponerlas en práctica, y cuando conduce a sus hijos con su consejo-o su mandato. Esto sucede cuando la Iglesia en sus laicos trabaja sobre la creación, constituye nuevas familias, y organiza la sociedad temporal. Esto sucede cuando la Iglesia por sus religiosos acompaña y sostiene a los laicos en el amor del t i e m p o y las creaturas, con el testimonio del amor absoluto a Dios, que ayuda a hacer más puro y más profundo el amor por el m u n d o y su historia. La Iglesia ha de buscar la salvación integral, cumpliendo esta única misión total desde las diferentes vocaciones y carismas de sus miembros.

b.

Otros misterios conexos

Porque es objeto del amor gratuito y libre de Dios, María está llena de sus dones. " L l e n a de gracia" le dice el Ángel. A nadie ama más Dios. A nadie hace más partícipe

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de la vida de Jesús. El Espíritu Santo la inunda, y transforma su naturaleza humana elevándola al trato divino más í n t i m o y más santo de toda la historia, fuera del Cristo con su Padre. María se comunica con su hijo no sólo con la cercanía de madre que lo ha concebido y llevado en su seno, no sólo con la fe que llega a los secretos de Dios, sino con el amor total y fidelísimo de esposa. Porque es madre del Verbo, María es la persona humana más santa que ha existido y existirá. La concepción inmaculada muestra la profundidad del amor y del poder que Dios ejerció en María. El Hijo, que ama primero a su Madre, produce en ella el f r u t o más puro de su redención. La inmaculada concepción es un misterio que exalta la obra salvadora porque muestra hasta dónde llega el amor de Cristo y cuál ha sido la belleza de su obra. Llena de gracia desde su concepción, María amó a su Señor durante toda su vida sin la menor defección. Sin pecado en el origen y sin pecado en el resto de su preciosa existencia. Además, careció de la herencia del pecado que es la concupiscencia. L o cual, como en Cristo, no significó tener menos intensidad en el amor, sino dar mayor soltura y libertad a su entrega. Si toda su conducta es gracia, también es, en María más que en nosotros, una respuesta propia y libre. Por eso María es figura de la Iglesia y realización ejemplar de la historia. Y por eso también es anticipación de la gloria, donde t o d o será amor y obediencia al Señor. Se suele señalar en la vida de María los momentos f u n damentales de su gracia. La santificación inicial, en su concepción inmaculada, que la prepara a cumplir su destino único en la salvación. La encarnación, en que se eleva a asumir lo que es razón de su existencia. La asunción, en que encuentra la culminación de su santidad. Si el amor de Dios la ha hecho siempre "llena de grac i a " según la perfecta medida de los acontecimientos sal40

víficos, es en la asunción donde el Señor derrama sobre María la plenitud de su amor, y donde ella lleva también a plenitud su respuesta. Si el c u m p l i m i e n t o perfecto de la voluntad de Dios en el amor es lo que hizo que el Padre resucitara a Cristo por el Espíritu, el c u m p l i m i e n t o acabado de las disposiciones del Padre por la fe y el amor de María hace comprensible que Cristo la haya asociado a su gloria enseguida. Porque las distancias y las demoras en la resurrección de los muertos se dan sólo donde hubo en alguna medida sobre ellos d o m i n i o del pecado. María, jamás tocada por el pecado, no tuvo que esperar la gloria del amor. Recibió en cuerpo y alma la última plenitud del amor de Dios, para llegar entonces a la última plenitud de su respuesta como hija, como esposa v como Madre.

4.

María, Madre de la Iglesia a.

Nueva Eva

María, por el Ángel, responde al Verbo, que es su Dios, y que ya preexiste. Y lo ama y en su consentimiento lo acepta por Esposo. La de María es una " m a t e r n i d a d esponsal". J u n t o al Verbo Encarnado, que es el nuevo A d á n , María, su esposa, es la nueva Eva, compañera de Cristo en la obra redentora, madre de los que viven la vida nueva de la gracia, al ser ella Madre de Jesús. Por eso es madre de la historia nueva de gracia y redención, que es la verdadera historia de la humanidad.

b.

Gloria de Israel

El Salvador debía nacer del pueblo que Dios se había elegido (cfr. Hech. 15, 13-18; Rom. 15, 8-12). Más concretamente, de la casa de David (2 Sam. 7,12-16; Sal. 89,36 s.; Sal. 132,11). María, por José —tal vez por sí misma— pertenecía a ella. Jesús fue hijo de la esposa de José, y así, por lo menos, era de la casa de David Por medio de María,

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pues, se cumplen las promesas de un Salvador. El Magníficat pone en boca de Man'a una serie de citas bíblicas que muestran a su persona en la corriente de elecciones y bendiciones salvi'ficas de Dios en Israel. Si por la fe de Abraham se comenzó a gestar la marcha de Israel, por la fe de María ese mismo pueblo se encuentra con el cumplimiento de todas las promesas. María es el miembro del antiguo Israel más cercano al nuevo. No sólo, sino que es origen materno, es Madre de Jesús, cabeza y principio del Israel definitivo. De Israel, de María de Israel, nace el Salvador. María es pues, gloria de Israel. La economía del nuevo amor de Dios en Cristo no ha roto la fidelidad a la elección de Israel. María, el miembro más excelso de la Iglesia, nuevo Israel, es también gloria del antiguo. En la obediencia de María, la raza de Abraham escucha a Cristo. En la confianza de María, la carne de Adán se pone otra vez en manos de Dios para que modele el cuerpo de Jesús, que fue de verdad lo que planeaba cuando daba forma al cuerpo de A d á n , según el hermoso pensamiento de Tertuliano. Por María se verifica que la raza pecadora que tiene por padre a A d á n , es a la que asume el Hijo de Dios. Por María se verifica que los creyentes que tienen por padre a Abraham, son los que reciben el c u m p l i m i e n t o de todas las promesas, Jesucristo, el Hijo de Dios. Por lo primero, María ha sido elegida para que lo asumido, y por lo tanto redimido, sea nuestra propia estirpe adamítica. Por lo segundo, María se constituye en la culminación de' la esperanza de una peregrinación de siglos, llena de infidelidades de los hombres, que ella corona con la absoluta fidelidad de su fe y su amor.

c.

Madre de la Iglesia

En toda la economía salvífica rige la ley de la vicaría o representación que un individuo tiene por muchos. A d á n 42

es representante y cabeza de todos los hombres y les transmite su pecado. Cristo, nuevo A d á n , es la nueva cabeza de los hombres en la salvación y les ofrece y comunica la gracia. Según esta ley, María en su acto de fe responde en nombre de toda la humanidad, recibiendo para toda ella la salvación. En María está la humanidad que, por la fe, se constituye como Iglesia. Por eso es t i p o de la Iglesia: en cuanto anuncio de la fe de los creyentes, en cuanto comienzo de la Iglesia en su miembro más excelente. Si en María estaba la fe de la Iglesia, en la Iglesia está la fe de María, porque el Cristo que esa fe hizo nacer, es el que da y sostiene toda otra fe en los creyentes hasta el f i n de los siglos. Y así, por ser Madre de Cristo, es Madre de la Iglesia.

La maternidad de María sobre la Iglesia se ilumina espléndidamente con las palabras de Cristo en la cruz, cuando llega "su h o r a " , la hora suprema de su manifestación y de su acción redentora. En ese momento Jesús dice a su madre " M u j e r , ahí tienes a tu h i j o " . Y luego a Juan su discípulo " A h í tienes a tu m a d r e " (cfr. Jn. 19,25-27). La tradición ha visto en ese m o m e n t o el paso de María a ser efectivamente madre de la Iglesia, que nace del costado de Jesús. El evangelista significa, dice Orígenes, que t o d o discípulo de Cristo, como segundo Cristo, es hijo de María. En nuestro t i e m p o hay exégetas y teólogos que interpretan el extraño apelativo de " m u j e r " que Jesús da a su madre, en conexión con las bodas de Cana y con el protoevangelio donde se profetizó que la redención habría de llegar por "linaje de m u j e r " . Ese momento solemne de la salvación por el hijo de mujer no había llegado en Cana, pero sí llega al t i e m p o de la cruz, que Cristo mismo llama "su h o r a " . Entonces llama a María " m u j e r " , como lo había profetizado el Génesis, y la hace madre de los redimidos. En la cruz Cristo acaba su obra de salvación consumando su obediencia filial en la historia. Por ello es constituido Hijo de Dios en poder ( R o m . 1,4), y puede enviar su Espíritu para que viva su Cuerpo, la Iglesia. De modo semejan43

te, María acaba de ejercer su maternidad cuando en la cruz entrega a su hijo al Padre, acompañando a su hijo hasta la obediencia final. Había sido madre de Cristo físico. A h o r a , cuando desde el costado abierto del Señor comienza a existir la Iglesia, su Cuerpo Místico, María es convertida en madre del Cristo total. Por su compasión j u n t o a la cruz María no accede a nuevas funciones en la redención, sino que termina su maternidad mesiánica. El consentimiento de la anunciación ha abarcado todos los pasos de la gestación del Cristo t o t a l . La relación maternal de María con sus hijos en la Iglesia, se funda y parte de su relación maternal con Cristo. Es semejante al amor del Padre, que nos ama en su H i j o . María es madre de los creyentes, porque Cristo los contiene. Como es eterno el amor de María a su Hijo glorioso, desde la eternidad ama a los miembros de la Iglesia, para que, transitando por el camino de la pascua, lleguen a la resurrección con Cristo. Como se descubre el amor del Padre a nosotros, en su especificidad y en su intensidad, porque nos elige en su Hijo amado, conocemos la propiedad y la hondura de nuestra madre, la Virgen, porque nos ama en Cristo. Somos hijos en el H i j o , para el Padre y para María.

d.

Pueblo de hermanos

María es Madre de Jesús como de primero entre muchos hermanos. Ella nos estrecha en la fraternidad en la medida en que nos encierra en su amor por Cristo, y en la realidad de Cristo Místico. La maternidad de María crea más fuertemente la fraternidad de los cristianos. Como Cristo asumió de María la humanidad y la historia concreta de los hombres, así nosotros debemos asumirnos en Cristo unos a otros, gracias a Cristo y a María, con nuestra historia concreta también, llena de esperanzas y fracasos, de 44

dolores y alegrías, de pecados y perdones. Somos el Pueblo de Dios en marcha desde A b r a h a m , gracias a María. Somos un Pueblo de hermanos. Está bien llamarnos conciudadanos, pero es necesario llegar a sentirnos hermanos. Si la relación más honda a Dios es la de hijos de Dios, la más profunda entre los hombres debe ser la de hermanos. Y esto en Cristo. Hasta formar con El un solo Cuerpo. La concepción de la Iglesia la familia de hijos y de hermanos ha de enriquecer y fortalecer las relaciones humanas dentro y fuera de la Iglesia. Los latinoamericanos nos sentimos hermanados por la fe y por María. Es preciso sacar las consecuencias para toda la vida de fraternidad. Sentirnos responsables por la fe de todos. Y preocuparnos por los asaltos de las falsas creencias y de los malos hábitos. Llevar las relaciones interhumanas al nivel de fraternidad es hacerlas más graves y responsables, a la vez que intentarlas más personales y más universales. La maternidad divina de María las inunda de intensa luz, porque las descubre en Cristo, el primero de los hermanos, presente en todos. La maternidad divina hace de María la más excelente Mujer del Pueblo de Dios, porque la convierte en su miembro más eximio. Y la constituye en Madre del Pueblo de Dios porque es Madre de Jesús. América Latina lo siente así. Y c o m o María es origen de la Iglesia, es origen de América Latina como Pueblo de Dios. En el consentimiento de la Anunciación María aceptó ser Madre de Cristo y del Cristo t o t a l . A l l í comenzó a gestarse América Latina como Pueblo de Dios: en la realidad de Cristo, por el Fiat de María.

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Conclusión

índice

La maternidad divina de Mari'a significa con la mayor fuerza la realidad de la humanidad de Cristo, de suerte que debilitar o desvalorizar la fe en ella es amenazar con oscurecer la verdad de la encarnación.

Introducción Actualidad del tema La fe, actitud necesaria frente al misterio

La maternidad divina de María significa que la humanidad asumida es la que pecó en A d á n , a la que pertenecemos todos, y con cuya herencia de pecado nacemos. De modo que por la maternidad de María se conoce mejor nuestra fraternidad con Cristo, se asegura la comprensión de la redención de la raza condenada, y se sostiene más firmemente la esperanza del perdón y la gracia para todos los hombres. L o redimido es lo asumido, y lo asumido es nuestra raza pecadora. La esperanza corresponde que la tenga precisamente el pecador.

A . L a Realidad Las Sagradas Escrituras El Concilio de Efeso

11 T1 17

B.Su comprensión Maternidad divina a. Aspecto biológico b. Aspecto psicológico y espiritual * La fecundidad por la fe . . . . * Consentimiento esponsal Gestación Educación

21 21 23 25 25 27 28 28

C.Su Significación La iniciativa de Dios Relación personal de Jesús con su Madre

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La maternidad es la mayor participación en la redención, porque ofrece al Salvador la humanidad en culto de obediencia y amor, de suerte que en María, por misericordia de Dios, Jesús es Hijo del Hombre, y así se hace hermano nuestro. 46

7 7 8

3.

4.

La maternidad divina y otros misterios conexos . a. La salvación integral b. Otros misterios conexos Mari'a, Madre de la Iglesia a. Nueva Eva b. Gloría de Israel c. Madre de la Iglesia . d . Pueblo de Hermanos

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Conclusión

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NUESTRA SEÑORA DE AMERICA Colección Mariológica del V Centenario (1)

M A R Í A EN EL N U E V O T E S T A M E N T O P. Salvador Carrillo Alday, M.Sp.S.

(2)

M A R Í A , LA M A D R E DE JESÚS, SEGÚN LOS E V A N G E L I O S Pbro. David Kapkin R.

(3)

MARÍA LA VIRGEN MADRE P. Fernando Velásquez, S.J.

(4)

M A R Í A , M A D R E DE DIOS Monseñor Estanislao Karlic

(5)

LA M A T E R N I D A D ESPIRITUAL DE M A R Í A P. José L. Idígoras, S.J.

(6)

LA DEVOCIÓN A LA I N M A C U L A D A CONCEPCIÓN EN EL PUEBLO L A T I N O A M E R I C A N O . Monseñor Gerardo T. Farrell.

(7)

LA GLORIOSA ASUNCIÓN DE M A R Í A . Monseñor Néstor Giraldo Ramírez.

(8)

DE LA M A R Í A C O N Q U I S T A D O R A A LA M A R Í A L I B E R A D O R A . P. Antonio González Dorado, S.J.

(9)

M A R Í A EN L A HISTORIA DE LA S A L V A C I Ó N EN A M E R I C A L A T I N A . Monseñor Javier Lozano Barragán.

(10) R E L I G I O S I D A D POPULAR M A R I A N A Y CATEQUESIS. Pbro. Alonso Llano Ruíz. (11) M A R Í A EN LA R E F L E X I Ó N DE LA IGLESIA L A T I N O A M E R I C A N A . P. Roberto Caro Mendoza, S.J. (12) M A R Í A , M A E S T R A DE LA FE PARA EL MUNDO DE HOY. P. Roberto Caro Mendoza, S.J. (13) LA V I R G E N SANTA M A R Í A EN EL DOCUMENTO DE PUEBLA. Monseñor José de Jesús Herrera Aceves. (14) S A N T U A R I O DE G U A D A L U P E : LA S A G R A D A CIENCIAS. P. Alfonso Alcalá Alvarado, M.Sp.S.

IMAGEM

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LAS

(15) EL MENSAJE TEOLÓGICO DE G U A D A L U P E . P. Salvador Carrillo, M.Sp.S. (16) EL S A N T U A R I O DE LA A P A R E C I D A Y EL MENSAJE T E O L Ó G I C O . P. Joao Evangelista Martins Terra, S.J. (17) PEREGRINAR A L U J A N . Pbro. Osvaldo D. Santagada. (18) NUESTRA SEÑORA DE CH I QU INQU I R A . P. Leonardo Ramírez Uribe, S.J. (19) OTROS S A N T U A R I O S M A R I A N O S EN A M E R I C A L A T I N A Y SU MENSAJE T E O L Ó G I C O . P. Marcial Parada Cardemil y otros.

Editado por el Centro de Publicaciones del CELAM Calle 78 No. 10-71 - A.A. 5278 - 51086 Impreso Editorial Kimpres Ltda. Bogotá, Noviembre de 1986

(20) NUESTRA SEÑORA DE LA C A R I D A D DEL COBRE. P. José Conrado Rodríguez. (21) NUESTRA SEÑORA DE A L T A G R A C I A Y SU MENSAJE T E O L Ó G I C O . Monseñor Hugo Eduardo Polanco Brito. (22) NUESTRA SEÑORA DE COROMOTO Y SU MENSAJE T E O L Ó G I C O . Monseñor Ornar RPMOS Cordero.