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ANDREA CARANDINI HISTORIAS EN LA TIERRA Manual de excavación arqueológica Traducción castellana y prólogo de XAVIER DU

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ANDREA CARANDINI

HISTORIAS EN LA TIERRA Manual de excavación arqueológica

Traducción castellana y prólogo de XAVIER DUPRÉ RAVENTÓS

CRÍTICA GRIJALBO MONDADOR! BARCELONA

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribu­ ción de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos. Título original: STORlE DALLA TERRA

Manuale di scavo archeologico Cubierta: Enrie Satué Ilustración de la cubierta: Templo de los Castores y Maallum, Nápoles. Muestra del Proyecto Eubea en el Musco Nacional de Nápoles. Reconstrucción del Proyecto Eubea (Campi Fiegrei, 1990, y Eubea, 1990). Contracubierta: dibujo de Giancarlo Moscara. Dibujos de GIANCARLO MOSCARA C 1991 y 1996: Giulio Einaudi cditore s.p.a., Turin C 1997 de la traducción castellana para España y América: CR1TICA (Grijalbo Mondadori, S. A.), Aragó, 385, 08013 Barcelona ISBN: 84­7423­764­5 Depósito legal: B. 1.282­1997 lmpreso en España 1997.­HUROPE, S. L, Recared, 2, 08005 Barcelona

PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA La traducción española de Storie dalla terra. Manua/e di scavo archeolo­ gico aparece, aparentemente, con algunos años de retraso ya que la primera

edición italiana vio la luz en 1981. En realidad, el lector se halla frente a la traducción de una nueva edición, de 1991, ampliamente renovada y que con­ llevó no sólo una actualización de sus contenidos, sino el volver a escribir el original, la eliminación de los apéndices finales de la primera edición y la in­ corporación de una serie de nuevos textos del autor.1 También hay que tener en cuenta que la primera versión de esta obra no es desconocida para los ar­ queólogos de nuestro país, más bien al contrario: muchos somos quienes la leímos hace ya bastantes años en su versión original. Pero también es cierto que la riqueza y profundidad de las reflexiones del autor y, especialmente, su perfecto uso de la lengua italiana ­Carandini no utiliza un italiano fácil, sino que hace gala de un dominio extremadamente culto del mismo­ dificultan al lector extranjero que no tenga un óptimo conocimiento del idioma de Dante la comprensión total, en profundidad, de los conceptos en este texto expresados.? A través de las páginas de este libro se da respuesta a todos o casi todos los temas sobre los que el investigador se interroga al afrontar el trabajo de campo y por ello su lectura, necesaria para los estudiantes universitarios, es, en mi opinión, imprescindible para aquellos arqueólogos que no se plantean muchas preguntas, que no dudan, y se convierte en especialmente recomen­ dada para aquellos, por suerte cada vez menos, que ven en la arqueología de campo y en las cuestiones estratigráficas un mero divertimento que, aunque a veces pueda ser útil, poco afecta a los verdaderos problemas de la «Histo­ ria». Este manual, que es fruto de y, al mismo tiempo, incorpora las experien­ cias y los progresos de la arqueología anglosajona, se enriquece gracias a la experiencia personal del autor al que, aparte de otros méritos, hay que reco­ l. Esta segunda edición ha sido publicada recientemente, en un formato más económico, en la colección «Biblioteca Studio» (numero 25) de Einaudi, Turín, 1996. 2. Los errores en el título de este manual (Storia della terra, Storie della tetra en vez de Sto­ rie dalla terra], observados en diversas referencias al mismo en la bibliografía espallola, son una buena prueba de lo dicho.

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nocerle el de haber creado una verdadera escuela que ha revolucionado la arqueología italiana. La simple comparación entre la edición de 1981 y la de 1991 permite observar cómo, durante la década de los ochenta, una parte de la arqueología italiana, aglutinada en torno a Carandini y al departamento de ar­ queología de la Universidad de Siena y más tarde al de la Universidad de Pisa, ha sido capaz de desarrollar muchos de los aspectos metodológicos que, en 1981, habían sido sólo meramente esbozados. A esta labor progresiva, fru­ to de un intenso debate teórico ­aún en curso­­­.3 y de una experimentación constante en el trabajo de campo, hay que sumar algo tan importante como el haber luchado para que la arqueología oficial ­siempre con tendencia al ínmcvilismc­­; incorporase a sus procedimientos los resultados obtenidos por la práctica. Los progresos de la interdisciplinaria escuela de Carandini, quien actualmente es catedrático de la Universidad de Roma «La Sapienza», se reflejan en una rica serie de publicaciones que se hallan incorporadas en la bibliografía final de este volumen.4 En esta ocasión creo que debe desta­ carse, por su carácter de ejemplo de aplicación de los presupuestos expues­ tos por el autor en la primera edición (1981) de Storie dalla cerra, la publica­ ción de sus excavaciones en la villa romana de Setteñnestre.! Sin duda alguna dicha experiencia de trabajo de campo contribuyó a la gestación de la edición (1991) que ahora se traduce al español y cuya aplicación práctica se ha ma­ terializado en las excavaciones realizadas por Carandini y su equipo en la ladera septentrional del Palatino; la inminente publicación de esta nueva ex­ cavación experimental, de gran importancia para el conocimiento de los orí­ genes de Roma, sin duda perfeccionará y completará, desde una óptica me­ todológica, los contenidos de este manual.6 Pero la verdadera aportación de este libro consiste en no ser solamente un manual de excavación arqueológica. El lector se halla frente a un texto 3. Un reciente congreso celebrado en Roma (/ materiali residui nello scavo archeologico, Roma, 16­IU­1996), fue un excelente ejemplo de cómo aquella arqueología italiana que se sien­ te discípula de Carandini, sigue debatiendo acerca de los más diversos aspectos relativos a la comprensión de los procesos de formación de los depósitos estratigráficos, del valor de los ma­ teriales arqueológicos estratificados y de los caminos que deben seguirse para llegar a su co­ rrecta interpretación. La masiva participación de los integrantes de los equipos, italianos y ex­ tranjeros, que excavan en Roma contrastaba con importantes ausencias de un sector del mundo universitario, más interesado en una arqueología que­podríamos definir tradicional. 4. Véanse además las obras recientes de Franco Cambi y Nicola Terrenato, lntroduzione all'archeologia dei paesaggi, «La Nuova Italia Scíentíñca», Roma, 1994, y de Tiziano Mannoni y Enrico Giannicbedda, Archeologio della produzione, «Biblioteca Studio», 36, Einaudi, Tu· rín, 1996. Los autores de este último e interesante libro pertenecen a un instituto de la Univer­ sidad de Génova, significativamente llamado «Instituto de Historia de la Cultura Material de Génova»,

5. Andrea Carandini, ed., Seuefinestre. Una villa schiavistica nell'Etruria romana, Mode­ na, 1985, 2 v. Reflejo de las expectativas despenadas en España por la publicación de esta obra fue el seminario «Estrat�gia i Análisi Estratigráfica en l'Arqueología del anys 80», impanido por Andrea Carandini en la Universidad de Lleida (Estudi General de Lleida) en 1985. 6. Andrea Carandini, ed., Palatium e Sacra Via I, monografía del Bollettino dí Archeoto­ gia, Roma (en prensa).

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que afronta también aspectos tan necesarios como la interpretación de los indicios y la reconstrucción de las diversas historias. Historias cuyos pocos in­ dicios, contenidos en los estratos, tao sólo pueden captarse a partir de una ex­ cavación metodológicamente correcta y de una justa lectura de la secuencia estratigráfica. Carandini ilustra un modo concreto de pensar la arqueología, un modo de reflexionar sobre las cosas y, en la parte final del libro, expone con gran profundidad los fundamentos intelectuales de este nuevo modo de afrontar el estudio de los restos del pasado. La estratigrafía arqueológica y la cultura de los indicios constituyen, para el autor, una unidad," Para comprender en su justa medida el texto de Andrea Carandini, el lector español debe ser consciente de algunas de las muchas diferencias que existen entre el panorama arqueológico italiano y el de nuestro país. Deseo por ello, someramente, ilustrar mi opinión ­por lo tanto, subjetiva­ sobre algunos de los aspectos que distinguen la arqueología española de la italiana. En lo que respecta a la administración del patrimonio arqueológico hay que tener en cuenta que la realidad italiana es, por ahora, muy distinta de la es­ pañola. La competencia exclusiva, de derecho y de hecho, del Ministero per i Beoi Culturali e Ambieotali contrasta claramente con la estructura del lla­ mado Estado de las Autonomías y con la capacidad normativa y ejecutiva de las diecisiete regiones y nacionalidades españolas en materia de cuJtura y, consecuentemente, en el campo de la gestión y protección del patrimonio ar­ queológico. La omnipresencia de las soprintendenze archeologiche, estruc­ turas estatales de ámbito regional adscritas al ministerio,8 tiene defensores y detractores9 pero, sin duda alguna, contrasta con la realidad española por el reconocimiento social, en tanto que autoridad en la materia, de que dispone la figura del soprintendente y, en muchos casos, por su prestigio científico. to Pero, al margen de lo dicho, el elemento más significativo es la existencia de un Estado central que gestiona directamente su patrimonio y que dispone de instrumentos para coordinar aspectos tan ·importantes como el inventario del patrimonio arqueológico (Istituto CentraJe per il Catalogo e la Documenta­ 7. Ilustran esta cuestión los tres ensayos finales ( «Lo ordinario y lo importante» I «Proce­ der hacia atrás•/ «Análisis de lo sumergidos), incorporados en la edición italiana de 1991. 8. En algunas regiones como el Lacio coexisten diversas soprintendenze arqueológicas (Lacio, Etruria Meridional, Roma, Ostia) mientras que en las regiones autónomas (Sicilia, Va­ lle de Aosta ... ) las competencias son regionales. 9. El monopolio casi total que sobre la arqueología de un determinado territorio ejercen ciertos soprintendenti es justamente criticado por aquellos profesionales, muchas veces prove­ nientes de la universidad, que ven como se les niega el acceso a determinados conjuntos de ma­ teriales, cerrados bajo llave incluso durante decenios, o se les impide con falsas excusas interve­ nir en ciertos yacimientos. LO. Si tomamos como ejemplo la ciudad de Roma, veremos que al frente de las soprinten­ denze arqueológicas de la antigua Urbs se encuentran Adriano La Regina (Ministerio) y Euge­ nio La Rocca (Ayuntamiento). La figura equivalente en la estructura administrativa española sería un jefe del Servicio de Arqueología de una Comunidad Autónoma. Salvo pocas ­poquf· simas­ excepciones estos puestos se hallan ocupados por funcionarios con incipientes carreras en el campo de la investigación, en ningún caso catedráticos, y cuyas opiniones tienen poca in· cidencia en la sociedad.

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zione). Este instituto fue el que, en colaboración con el equipo de Carandini, elaboró los diversos tipos de fichas de registro que, desde 1984, utilizan todas las administraciones italianas. En España, el Ministerio de Cultura ­ahora ya englobado en un nuevo Ministerio de Educación y Cultura­ ha dejado desde hace mucho tiempo de ejercer buena parte de las pocas pero necesa­ rias competencias que le reserva la Ley del Patrimonio Histórico Español (Ley 16/1985) y, en el ejemplo concreto del inventario, no existe una verda­ dera colaboración y complementación entre las diversas Comunidades Autó­ nomas para catalogar nuestro patrimonio arqueológico.'! La realidad de la gestión del patrimonio arqueológico hispánico es muy heterogénea y existen grandes diferencias entre los planteamientos y las medidas adoptadas por las diversas comunidades. Destaca en este panorama la labor desarrollada por la Junta de Andalucía ­en mi opinión, la única región española que cuenta desde hace más de diez años con una verdadera política de patrimonio­ a la que Carandini dedica las únicas referencias a nuestro país en este manual.12 Sirva como ejemplo de lo dicho el Programa Especial de Arqueología Urba­ na, promovido por la Junta de Andalucía en colaboración con las universi­ dades de dicha comunidad, para el que se ha diseñado y desarrollado un sis­ tema de documentación específico.P Otro factor de diversidad entre los ambientes arqueológicos italianos y españoles reside en el elevado espíritu crítico y la predisposición al debate de la comunidad científica italiana. Uno de los primeros preceptos que la uni­ versidad de aquel país inculca al estudiante de arqueología es el escepticismo y el espíritu crítico con el que debe analizar todas las noticias que se le trans­ mitan. No basta que un insigne profesor dictamine que la interpretación de un determinado número de indicios sea x: debe demostrarlo.14 Esta situación generalizada es la causa del rico debate científico, a veces exagerado, exis­ tente en Italia y cuyos resultados son altamente positivos para el mundo de 11. Pienso que, sin menoscabar las competencias de las diversas Comunidades Autóno­ mas, el Ministerio deberla promover, como hacía en los años ochenta, foros de discusión enca­ minados a la coordinación de criterios y líneas de actuación. A propósito de los inventarios: A. Jimeno Martínez, J. del Val Recio y J. J. Femández Moreno, eds., Inventarios y cartas arqueo­ lógicas (Soria 1991), Valladolid, 1993; AA.VV., Catalogacián del Patrimonio Histórico, Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, Junta de Andalucía, Sevilla, 1996. Véase también M.A. Que­ rol y B. Martínez, La gestión del Patrimonio Arqueológico en España, Alianza Editorial, Ma­ drid, 1996. 12. Véanse los trabajos de Femando Melina y Femando Contreras en la bibliograña final de este volumen. A propósito de la opinión de Carandini sobre la situación de la arqueología en Andalucía, que en este libro califica de «Paraíso científico e institucional. .... , véase también La laurea non/a t'orcheologo [Tavola rotonda, Roma, 8 maggio 1992), Padus s.c.a., Padua, 1993, es­ pecialmente las intervenciones de A. Carandini (pp. 106­107) y X. Dupré (p. 108). 13. Femando Melina et al., «Un sistema de información arqueológica para Andalucía», en Catalogación del Patrimonio Histórico, Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, Junta de Andalucía, Sevilla, 1996, pp. 76­85. 14. Quien haya tenido la oportunidad de enseñar una excavación a un arqueólogo italiano recordará una serie interminable de preguntas que pueden llegar a sorprender. En realidad no es más que una consecuencia de este, en mi opinión positivo, espíritu critico.

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Ja investigación. De la misma manera que Nino Lamboglia tuvo que sufrir los duros ataques que personajes como Giuseppe Lugli ­el hombre de la técni­ ca edilicia­ hacían al método estratigráfico, Andrea Carandini y los repre­ sentantes de su escuela han sido objeto de críticas por parte de aquellos que creen que la obsesión por la metodología lleva a olvidar los objetivos finales de una intervención arqueológica o por aquellos que dan más valor al cono­ cimiento de las fuentes clásicas que a la utilización de una adecuada meto­ dología en el trabajo de campo. Una correcta lectura de este libro permite observar como Carandini defiende la realización de excavaciones metodoló­ gicamente correctas sin por ello menospreciar, más bien lo contrario, ni a los autores clásicos ni a las otras muchas fuentes de información histórica. A pe­ sar de ello, los detractores de la Uamémosle «cultura material» han llegado a acusar al propio Carandini ­creo que injustamente­ de haber traicionado a Ranuccio Bianchi Bandinelli, el gran maestro de una generación de impor­ tantes arqueólogos italianos ­incluido el propio autor de este libro­. Ca­ randini y su escuela no han despreciado en nada la tradición de estudios so­ bre lo bello de la antigüedad, simplemente los bao complementado con el estudio y el análisis de lo menos bello, de lo cotidiano, incluso de lo sórdido pero igualmente importante para la comprensión del pasado, para la com­ prensión de las historias conservadas en la tierra. Sin embargo, la propensión a la crítica y al debate de nuestros colegas ita­ lianos, tan positiva en ámbitos científicos, se convierte en un factor negativo cuando las discusiones se centran en aspectos de tipo práctico u organizati­ vo. Pongamos un ejemplo. A pesar de lo mucho que ­creo­ se ha discuti­ do al respecto, todavía no se ha encontrado una fórmula para articular unos mecanismos de coordinación entre el mundo de la gestión del patrimonio ar­ queológico, representado por las soprintendenze, y los estamentos universi­ tarios que, a parte de sus tareas docentes, se dedican fundamentalmente a la investigación: la colaboración generalizada entre los profesionales de ambos campos de actividad representaría un avance importante en el buen gobier­ no del extraordinario patrimonio arqueológico italiano. •s Contrasta con esta realidad el poco debate existente en España" y que, en el caso que nos ocupa, explica la escasez de una crítica metodológica o que las sucesivas ediciones italianas de Storie dalla terra no hayan sido objeto de 15. Evidentemente 54! dan algunas excepciones, debidas a la existencia de una buena rela­ ción a nivel persona.!. En la propia ciudad de Roma, por ejemplo, no existe un marco institucio­ nal en el que los representantes (ministeriales y municipales) de la gestión del patrimonio ar­ queológico, de la universidad y del mundo de la investigación puedan debatir conjuntamente los problemas que afectan al patrimonio arqueológico de la capital del Imperio. 16. «Arqritica nace como consecuencia de una reOexión sobre el panorama de las publica­ ciones arqueológicas en España, que advierte dos hechos claros: por un lado, la escasa atención que las revistas especializadas dedican a la recensión ... Por otro lado, la falta de critica en las escasas publicaciones que se consagran a esta parcela tan importante de la divulgación científi­ ca ... Ante el patente vado de la discusión arqueológica española ... •, Editorial de Arqritica, 1, Madrid, 1991. Una buena prueba de lo dicho ha sido el fracaso editorial de Arqritica que no ha superado los 5 años de vida.

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recensiones ­al menos yo las desconozco­ en revistas españolas especiali­ zadas. Tenemos que aceptar que, en el campo de la arqueología clásica y me­ dieval, la escasa bibliografía peninsular sobre aspectos metodológicos gene­ rada a partir de la generalización en el uso del llamado método Harris se limita a la difusión del mismo, sin aportaciones críticas y, mucho menos, me­ todológicas.P El panorama arqueológico hispánico no ha sido ni es especial­ mente rico en trabajos de tipo teórico o metodológico y, si nos referimos con­ cretamente a manuales de excavación, resulta claro que los únicos textos autóctonos que el arqueólogo español ha podido utilizar son la Introducción al estudio de la prehistoria y de la arqueotogia de campo de Martín Almagro y la aportación de Manuel Riu al manual de arqueología medieval de Michel de Bouard. 18 Ambas obras dan su justa importancia a las cuestiones estrati­ gráficas, siguiendo aquella línea que empezó a abrirse camino en nuestra pe­ nínsula en el período de la posguerra partiendo de dos hechos concretos: la apertura en Madrid de una sede del Instituto Arqueológico Alemán (1945) y la participación de Nino Lamboglia en los cursos de Ampurias (1947). Desconozco, aunque seria interesante investigar al respecto, cuáles fue­ ron las repercusiones en España de la publicación en 1954 de la primera edi­ ción de Archaeology from the Earth de sir Mortimer Wheeler, traducido al castellano en 1961. 19 Pero creo no equivocarme al pensar que el llamado mé­ todo Wheeler empezó a difundirse en nuestro país filtrado por la experien­ cia y enriquecido por las aportaciones personales de Nino Lamboglia, a quien Carandini define como poswheeleriano. La presencia de Lamboglia, durante más de veinte años, en Ampurias hizo que dicho yacimiento, por las especiales características de los cursos allí organizados, se convirtiera en el núcleo de irradiación de una nueva preocupación por el valor de los estratos en la excavación arqueológica y, también, por la importancia de los estudios tipológicos cerámicos como instrumento para el mejor conocimiento de la cronología a atribuir a la formación de dichos estratos. Los cursos de Ampu­ rias, nacidos en el momento en que Europa quería olvidar su trágico pasado inmediato y en el que se volvían a poner en marcha los mecanismos de coo­ 17. Víctor M. Femández Mart!nez, Teoría y método dt la arqueología, Editorial Síntesis, Madrid, 1989; Martí Mas Cornellá, «La aplicación del método Harris», en GiseUa RipoU, ed., Ar­ queología, hoy, Madrid, 1992, pp. 61 ss.; Germán Prieto Vázquez, «Sobre el Método Harris de ex­ cavación arqueológica», en Carpetania, pp. 145 ss.; Juan Zozaya, «Aproximación a una metodo­ logía de la arqueología medieval», en Actas del I Congreso de Arqueología Medieval Española (Huesca 1985), Zaragoza, 1986, l, pp. 67 ss. Especialmente interesante el prólogo a Miquel Barceló et al., Arqueología medieval En las afueras del «medievolismo», Critica, Barcelona, 1988, pp. 9 ss. Una situación similar a la española se da también en Portugal: Amilcar Guerra, «Escavar? ... Sim Obrigado! a resposta de Harris», en Almadan, O, Almada, 1982, pp. 8­10; «Alguns aspectos de urna escavacao: método, técnica e registe», en Almadan, 2, Almada, 1984, pp. 8­10; Métodose Téc­ nicas de escava¡;tlo: contrlbuitos para um debate, «Oio/Arqueologia», 2 (en prensa). 18. Martín Almagro Basch, lntroauccián al estudio dt la prehistoria y de la arqueología dt campo, Barcelona, 1960; Michel de Bouard y Manuel Riu, Manual de arqueología medieval De la prospección a fa historia, Barcelona, 1977. 19. Mortimer Wheeler, Arqueología de campo, México, 1961.

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peración cientíñcaj" reunieron en los meses de verano, en un marco medite­ rráneo de excepción, a arqueólogos españoles, italianos, franceses y de otros países. El Istituto Intemazionale di Studi Liguri, organismo desde el que Lamboglia realizaba su intensa labor, fue desde 1947 una de las instituciones organizadoras. Martín Almagro Basch, director del curso de Ampurias junto con Lluís Pericot durante veinte años, rendía homenaje, años más tarde, a la aportación de Lamboglia a dichos cursos y explicaba cómo sus preocupacio­ nes por la estratigrafía y por la tipología hicieron mella en los asistentes a los mismos;21 fruto de ello fue el primer estudio de una estratigrafía ampuritana, publicado por Almagro y Lamboglia.F El propio Lamboglia, a partir de esta experiencia hispánica, realizó otros sondeos estratigráficos en otros yaci­ mientos españoles.P Aquellos cursos ampuritanos estaban plenamente aso­ ciados al concepto de cata estratigráfica y buena muestra de ello era el énfa­ sis que se ponía en las crónicas de los mismos, al indicar el lugar en el que se había hecho la cata y quién había sido el director de la misma.2'1 Recuerdo que cuando asistí por primera vez al curso, en 1973, todavía se mantenía lo que entonces ya era sólo un ritual: el primer día se procedía a la elección de los puntos en los que se abrirían las diversas catas estratigráficas. Lo limita­ do y puntual de las mismas, hacía que los resultados de dichas excavaciones fuesen también limitados y no contribuyesen a un progreso en el conoci­ miento de la evolución de la antigua ciudad. Las características de los cursos, con profesores invitados que impartían sus lecciones teóricas por la tarde y con alumnos de muchas universidades españolas y algunas extranjeras.P pro­ movieron en gran manera que lo que de nuevo se bacía en Ampurias se di­ fundiese rápidamente por todo el territorio peninsular.P 20. Son los mismos años ca los que, en Roma, se crean la Associazionc lnternazionale di Archeologia Classica (1945) y la Unionc Intemazionale degli lstituti di Arcbeologia, Storia e Storia dell'Arte in Roma (1946). Massimo Pallottino, en Speculum Mundi. Roma centro inter­ nazionale di ricerche umanistiche, Roma, 1992, pp. 9­13 y 47­52. 21. Martín Almagro Bascb, «El recuerdo desde España del profesor Nino Lamboglia», Ri­ vista di Studi Liguri, 43, Bordighera, 1977, pp. 17 ss. 22. Martín Almagro Basch y Nino Lamboglia, «La estratigrafía del dccumano A de Am­ purias», Ampurias, XXI, Barcelona, 1959, pp. 1 ss, 23. La excavación estratigráfica realizada por Lamboglia, coa la colaboración de José Sán­ chez Real, en el relleno interno de la muralla republicana de Tarraco, a principios de los años cincuenta, suministró las pruebas definitivas de la plena romanidad del recinto defensivo de aquella ciudad, demostrando la validez de la tesis de Joan Serra Vilaró. Nino Lamboglia, «li pro· blema dellc mura e dellc origini di Tarragona», Miscelánea Arqueolágica, I, Barcelona, 1974, pp. 397 SS. 24. Véase, por ejemplo, «Crónica de los Cursos Internacionales de Prehistoria y Arqueo­ logía en Arnpurias», Miscelánea Arqueológica. 1, Barcelona, 1974, p. KYUJ. 25. En los años sesenta, el propio Andrea Carandini participó como alumno. 26. Un buen ejemplo en Joan Maluqucr, El yacimiento hallstéttico de Cortes dt Navarra. Estudio critico, «Excavaciones en Navarra», 4 y 6, Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1954 y 1958 (en especial el tomo segundo), y Joan Maluqucr, Cita estratigrdfica en ti poblado de «La Pedrera» en Va/lfogona de Balaguer, Urida, «Publicaciones Eventuales», 2, Universidad de Bar­ celona, Barcelona, 1960.

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La instalación en España del Deutsches Archéologisches Institut, con la apertura de una sede en Madrid, creo que no incidió, en los primeros años, en la difusión en nuestro país del valor del análisis estratigráfico. Pero sí es cierto que, en un segundo momento, cuando las excavaciones del Instituto se extendieron por diversas zonas de la península y empezó a publicarse Ma­ drider Mitteilungen (1960), buena parte de la comunidad arqueológica hispá­ nica quiso emular la pulcritud de las excavaciones «de los alemanes», exca­ , vaciones en las que se aplicaba el método Wbeeler y en cuyas publicaciones se podían observar secciones y cortes estratigráficos dibujados con gran ma­ estría. No se trata aquí de hablar de la influencia, claramente positiva, que en la arqueología española ha tenido el Instituto Arqueológico Alemán; deseo solamente destacar que, durante muchos años, sus excavaciones y, especial­ mente, sus publicaciones han sido un modelo a seguir.27 La arqueología clásica española de los años setenta, en lo que a exca­ vaciones arqueológicas se refiere, era, en parte, fruto de estas in.fluencias y continuaba su evolución perfeccionándose en la aplicación del método Whee­ ler/Lamboglia y rellenando los más o menos caóticos diarios de excavación. La arqueología urbana apenas había hecho acto de presencia y, en conse­ cuencia, no se habían producido aquellos cambios que, en otros países, esta­ ban poniendo en cuestión la utilidad del método vigente. La verdad es que poco se ha escrito en España acerca de la introducción y difusión en nuestro país del uso de los nuevos sistemas de registro de datos arqueológicos com­ pletados con la elaboración del diagrama estratigráfico de Harris.P Pero todo parece indicar que, paralelamente a cuanto había ocurrido, años antes, con el método Wbeeler/Lamboglia, introducido en España a través de Ampurias de la mano de un italiano (Nino Lamboglia), fue de nuevo gracias a la expe­ riencia italiana (excavación de Andrea Carandini en Settefinestre) que el método Harris llegó a la península a través de Ampurias, esta vez gracias a un británico (Simon J. Keay) que había participado en la excavación de Set­ tefinestre. Recordando aquellos carteles que bajo la dictadura llenaban las carreteras de la provincia de Girona y que rezaban «Ampurias puerta de griegos y romanos en España» podríamos decir que Ampurias también fue la puerta de entrada de los métodos Wbeeler/Lamboglia y Harris/Carandini en la península ibérica. Para ser exactos, la primera excavación española en la que se utilizaron fichas de registro arqueológico fue la excavación de la villa 27. Una visión de los cincuenta años del Instituto Arqueológico Alemán en España en José María Luzén, «Arqueología alemana en España y Portugal. Una visión retrospectiva», Ma­ drider Mitteitungen, 36, Maguncia, 1995, pp. 1 ss. 28. Véase el prólogo de Emili Junyent a Edward C. Harris, Principios de estratigrafía ar­ queológica, Crítica', Barcelona, 1991, pp. vn ss.; en lo que respecta a Cataluña, véase Isabel O. Trócoli y Rafel Sospedra, eds., Harris Marrix. Sistemes de registre en arqueotogia / Recording Sys­ tems in Archaeology, «Col. El Fil d'Ariadna. Historia», 9, Publicacions de I'Estudi General de Lleida, Lleida, 1992, 2 vols. Mi gratitud por las informaciones facilitadas en relación a esta cues­ tión por Luis Caballero (Madrid), Alberto Lépez (Barcelona), Femando Molina (Granada), Ju­ lio Nüñez (Vitoria), Raquel Vilasa (Coimbra) y Juan Zozaya (Madrid).

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romana de Vilauba en 197929 e inmediatamente en las excavaciones del veci­ no conjunto ampuritano. El mismo año, gracias a la participación del britá­ nico Phi! Banks, Juan Zozaya aplicaba el nuevo método en el yacimiento me­ dieval de Gorrnaz.P Los primeros años de la década de los ochenta, marcan el período en el que una parte de la arqueología española, el sector más dinámico y sensible a los progresos metodológicos, asistió a la aparición de los conceptos de dia­ grama estratigráfico (Harris Macro:) y de excavación en extensión (Open Area) y en el que, especialmente, se vivió una especie de fiebre que, en algu­ nos ambientes arqueológicos, llevaba a una multiplicación de fichas.31 Quien tenía acceso a la ficha tipo de un yacimiento determinado, la copiaba inme­ diatamente, modificándola en su formato, para adaptarla a las necesidades de su excavación. Estos primeros reflejos de la revolución que, en los sistemas de registro arqueológico, se había producido en otros países europeos, estu­ vieron, afortunadamente, acompañados por un proceso serio de implanta­ ción del llamado sistema Harris en una parte significativa de las excavacio­ nes que se realizaban en nuestro país. Aparecieron publicadas las primeras intervenciones en las que se habían utilizado fichas de registro, se habían rea­ lizado diagramas estratigráficos y habían sido planteadas bajo los criterios de la excavación en extensión, siendo pionera en este sentido la publicación de las excavaciones realizadas en 1982 en el conjunto forense de Ampurias, yaci­ miento que había recuperado ya para usos oficiales y científicos su topónimo catalán: Empúries.32 De nuevo esta vez, los ya citados cursos de Ampurias, sirvieron de instrumento de difusión del nuevo método que, al mismo tiem­ po, se difundía también en el centro de la península y que, a partir de expe­ riencias en yacimientos de época medieval, arraigaba en el País Vasco en la segunda mitad de la década de los ochenta.33 Pero esta conversión al «harrisianisrno» adolecía de una falta de refle­ 29. Assumpta Roure, «La primera experiencia amb l'escola anglesa: Vilauba», en Harris Matrix. Sistemes de registre ... , l, pp, 19 ss.; AA.VV., La 11iJ,/a romana de Vilauba (Camós), «S�­ rie MonogrMica», 8, Girona, 1988, pp. 12­13. 30. Phil Banks y Juan Zozaya, «Excavations in tbe Caliphal Fortress of Gormaz (Soria), 1979­1981: a summary», en Papers in lberian archaeology, «B.A.R, lnternatiooal Series», 193, 1984, pp. 674 ss.; Juan Zozaya, «Evolución de un yacimiento: el castillo de Gormaz (Soria)», en André Bazzana, ed., Castrum 3, Guerre, fortification et habita/ dans le monde méditerranéen au moyen 4ge (Madrid, 24­27 novembre 1985), Madrid­Roma, 1988, pp. 173 ss, 31. Una parte del colectivo profesional, desinteresada en los progresos metodológicos apli­ cados al trabajo de campo, sigue todavía pensando que «excavar en extensión» significa afectar grandes superficies de un yacimiento. 32. AA.VV., El Fórum roma d'Empúries, Barcelona, 1984; véase especialmente el aparta­ do dedicado a metodología y al sistema de registro utilizado, pp. 25 ss. 33. Mercedes Urteaga, que había colaborado con el Depanment o/ Urban Archaeology del Museo de Londres, fue quien lo introdujo en Euskadi; generalizándose a partir del Curso de Ar· queolog!a de Intervención (San Sebastián, 1987). Años más tarde (1991), el propio Edward C. Harris participaría en las «Jornadas Internacionales Arqueología de Intervención», celebradas también en San Sebastián: AA.VV., Jornadas Internacionales Arqueologla de lntervencién, Go­ bierno Vasco, Bilbao, 1992, 508 pp.

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xión y de una puesta en común de experiencias. Una primera iniciativa en di­ cho sentido fue la reunión sobre «Nous metodes de registre i análisi de da­ des en arqueologia clássica», celebrada en Tarragona en 1983, que contó con una nutrida participación.>' Años más tarde (1989), un seminario celebrado en Girona, dio como resultado una excelente publicación que, entre otros muchos méritos, incluye una valoración de la aplicación de los nuevos plan­ teamientos en diversos yacimientos peninsulares ­básicamente en Cata­ luña­, un artículo del propio Harris y una prepublicación de la segunda edición, a cargo de Craig Spence, del Site Manual del Departamento de Ar­ queología Urbana del Museo de Londres.P Para finalizar esta mi modesta contribución destinada a aclarar al lector cuál es el contexto en el que debe enmarcarse la publicación en España del libro que tiene en sus manos, deseo detenerme, brevemente, en dos episodios dignos de mención. En 1986, el Ayuntamiento de Tarragona creó el Taller Escota d' Arqueo­ logia {TED'A). Este hecho representó para la arqueología española la pri­ mera experiencia en la que un numeroso e interdisciplinar equipo afrontaba el estudio del pasado de una ciudad ­Tarragona­ a través, básicamente, de intervenciones arqueológicas que, en muchos casos, eran generadas por la propia dinámica de la ciudad. Se creaba pues un primer gran equipo de ar­ queología urbana que, en sus planteamientos y en su organización, recogía la rica experiencia británica y francesa. No pretendo aquí extenderme sobre las características de este centro ­sería difícil en mi caso mantenerme en los lí­ mites de la objetividad­,36 pero deseo destacar que, a lo largo de su corta 34. Esta reunión se organizó de forma improvisada y no ha sido ni será jamás publicada. A este mismo periodo corresponde la aparición de la traducción española de Archeologla e cul­ tura materiale, la primera obra de Carandini traducida a nuestro idioma: Andrea Carandini, Ar­ queologla y cultura material, Mitre, Barcelona, 1984. 35. Isabel G. Trécoli y Rafel Sospedra, eds., Harris Matri.x. Sistemes de registre en arqueo­ logia / Recording Systems in Archaeotogy, «Col. El Fil d'Ariadna. Historia», 9, Publicacions de l'Estudi General de Ueida, Ueida, 1992, 2 vols. Todas las contribuciones a esta reunión se ha­ llan publicadas en catalán y en inglés. Aprovechando su presencia en nuestro país, Edward C. Harris fue entrevistado por Isabel G. Trócoli y Joaquín Ruiz de Arbulo para la Revista de Ar· queologia (109, mayo de 1990, pp. 56­58). 36. A propósito de las características y objetivos del centro, véase Taller Escota d'Arqueo­ logia, 1987­1990, Tarragona, 1990; Xavier Dupré Raveotós, «El Taller Escala d'Arqueologia {TED'A) de Tarragona», en actas de las 1 Iomades sobre la situaciá professional en l'arqueolo­ gia (Barcelona, 1987), CoHegi Oficial de Doctors i Llicenciats en Filosofia i Lletres i en Cien­ cies de Catalunya, Barcelona, 1992, pp. 201 ss.; «La ricerca scientifica come strumento di tutela dei beni archeologici: l'esperienza di Tarragona» (actas del congreso Roma e le capital! europe­ ee dell'orcheotogia; Roma, 12/15.()­1991), en Eutopia, 1.2, Roma, 1992, pp. 43 ss.; «Organlzzazío­ ne dell'archeologia in arnbito urbano: il Taller Escola d'Arqueologia {TED'A) in Tarragona (Spagna)», Ocnus, 2, Universitá degli Studi di Bologna, Bolonia, 1994, pp. 53 ss. Valoraciones criticas en Josep M. Notta «El TED'A i l'arqueologia urbana a Catalunya», Revista d'Arqueolo­ gia de Ponent, 1, Lleida, 1991, pp. 326 ss.; Simon J. Keay, «New light on the colonia Iulia Urbs Triumphalis Tarraco (Tarragona) during tbe late empires, Ioumal o/ Reman Archaeology, 4, Micbigan, 1991, pp. 387 ss.; Carmen Aranegui y Vicente Lerma, «Archéologie urbaine: évolu­ tion recente de la situation en Espagne», Nouvetles de t'Archéotogie, SS, París, 1994, pp. 30 ss.

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aunque fructífera existencia, el TED'A desarrolló un programa exhaustivo de organización del archivo de datos y aplicó una metodología coherente. La experimentación y la reflexión permitieron, también, hacer contribuciones en este último campo.F El segundo episodio digno de mención es el relativo a la aportación es­ pañola a la Uamada «Arqueología de la Arquitectura» o aplicación del mé­ todo estratigráfico a la lectura de paramentos. Esta nueva faceta del análisis arqueológico, desarroUada en Italia a partir de mediados de la década de los ochenta,38 se halla, en la actualidad, en plena fase de expansión. Expansión que se refleja en la aparición de nuevas lineas de investigación (análisis es­ tratigráfico de los alzados, estudio de técnicas constructivas, mensiocrono­ logía, reconstrucción de ciclos productivos ... ) y en la individualización de distintas metodologías para cada una de dichas Líneas.39 La contribución es­ pañola a esta nueva disciplina arqueológica.w que no se ha limitado a la apli­ cación práctica de sus presupuestos, se refleja en trabajos como Leer el documento construido." en el que se puede observar la solidez de plantea­ mientos, la validez metodológica y los excelentes resultados obtenidos por 37. TED'A, «Registro informático y arqueología urbana», en actas del congreso Archeo­ logia e lnformatica (Roma, 3­5 marzo /988), Roma, 1988, pp. 1 ss.; «Arqueología Restaura­ ción», en Conservation­Restauration des biens culturels. Traitement des supports. Travaux inter­ disciplinaires (Paris, 2­4 novembre 1989), París, 1989, pp. 91 ss.; Xavier Dupré Raventós, «La organización de los archivos arqueológicos: la experiencia del TED'A•, en Iruerbentzto Arkeo­ logia. Jornadas Internacionales Arqueologla de Intervención (San Sebastián, diciembre de 1991), Bilbao, 1992, pp. 279 ss.; Joaquín Ruíz de Arbulo, «El registre de dades en l'arqueologia urba­ na: l'experiencia del TED'A,., en Harris Matri». Sistemes de registre ... , l, pp. 41 ss, 38. Véase, en la bibliografía final de este libro, los trabajos de Gian Pietro Brogiolo, T12ia­ no Mannoni y Roberto Parenti, entre otros. 39. Gian Pietro Brogiolo, «Prospcttive per l'archeologia dell'archlteuura», Archeologia dell'Archttettura, 1 (suplemento a Archeologia Medievo/e, XXII) Florencia, 1996, pp. 11 ss. En esta misma monografía véase una interesante contribución de un joven arqueólogo espai'lol: Juan Antonio Quirós, «Produzione di laterizi nella provincia di Pistoia e nalla Toscana medie­ vale e posimedievale», pp. 41 ss. 40. Diversos son los equipos de investigación que se ocupan de esta disciplina: Luis Caba­ llero en el Centro de Estudios Históricos del CSIC (Madrid); Antoni González y Alberto López en el Servei del Patrimoni Arquiiectánic Local (Barcelona) y Agustín Azcarate y Julio Núñez en la Universidad del País Vasco (Vitoria). 41. Luis Caballero y Pablo Latorre, eds., Leer el documento construido, número monográ­ fico de Informes de la Construcción, n.º 435 (enero­febrero), CSIC, Madrid, 1995. A destacar también: Luis Caballero, «El método arqueológico en la comprensión del edificio (sustrato y es­ trucrura)», en Curso de mecánica y tecnología de los edificios antiguos, Colegio Oficial de Ar­ quitectos de Madrid, Madrid, 1987, pp. 13 ss.; Antoni González, «Por una metodología de la in­ tervención en el patrimonio arquitectónico (El monumento como documento y como objeto arquitectónico)», en Monumentos y Proyecto. Jornadas sobre criterios de intervención en el Pa­ trimonio Arquitectánico, Ministerio de Cultura, Madrid, 1987, pp. 37 ss.; Agustín Azcárate, «Aportaciones al debate sobre la arquitectura prerrománica peninsular: la iglesia de San Román de Tobillas (Alava)», Archivo Español de Arqueología, 68, Madrid, 1995, pp. 188 ss.; Alberto López, ed., tnvestigocions arqueologi.ques i hisroriquts al Berguedá (/1). Sant Lloren; de Pedret prop Bagd. Sant Quirie de Pedret, «Quaderns Cienufics i Tecnics», 6, Servei del Patrimoni Ar· quitectónic Local, Barcelona, 1995

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los arqueólogos, y también arquitectos, que en nuestro país dedican sus es­ fuerzos a la comprensión de la evolución histórica de edificios. Estoy convencido que la lectura de Historias en la tierra. Manual de ex­ cavación arqueológica, ayudará a resolver muchas dudas a quienes dedican sus esfuerzos a recuperar el pasado mediante, pero no solo, el trabajo de cam­ po. También servirá para que ­creo haber entendido que este es uno de los objetivos de Andrea Carandini­ los jóvenes arqueólogos y los estudiantes de arqueología asimilen las muchas y magistrales lecciones contenidas en las páginas de este libro que ­el lector se dará cuenta de ello­ es mucho más que un manual de excavación arqueológica. De ellos también se espera que reflexionen sobre los numerosos temas planteados y se cuestionen acerca de importantes problemas como ­por poner un ejemplo­ el hecho que, mien­ tras en cualquier ciencia «seria» los avances metodológicos son inmediata­ mente aplicados o criticados en publicaciones especializadas; en arqueología, ciertos colectivos profesionales pueden permitirse el lujo y la veleidad de no aplicar a sus trabajos los nuevos métodos de investigación sin ni tan siquiera exponer las razones que les han inducido a una tal decisión. Si la publicación de este libro contribuye a mejorar algunas de las situaciones aquí brevemen­ te expuestas, la arqueología española estará en deuda con su autor. Xavier Dupré Raventás

Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma (CSIC) Noviembre de 1996

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PREFACIO Estratigrafía y técnica de excavación Este libro es, en su primera parte, un manual de estratigrafía arqueológi­ ca (el adjetivo es necesario para distinguirla de la geológica, que ha sido su creadora). En él se trata de la filología y del método histórico aplicados al mundo de los objetos. La crítica de las cosas se fundamenta en los principios que permiten la excavación de monumentos sumergidos en la tierra o en el mar, la lectura en profundidad de los que están a la vista y en uso y permite relacionar entre sí las partes cubiertas y las descubiertas de cualquier edifi­ cio, tumba u otro tipo de estructura. Estas páginas no contienen una historia concreta, pero explican cómo se pueden llegar a narrar muchas historias de­ sentrañando el universo material. Los principios de la estratigrafía han sido inventados por una tradición de estudios reciente, principalmente de nuestro siglo, que ha alcanzado su punto culminante en la arqueología británica de la última generación. Adop­ té por primera vez el método de excavación británico en Cartago en 1973 y lo apliqué en Italia en la excavación de Settefinestre desde 1976 (Carandini et al., 1983; Carandini, 1985a). Una primera edición de este manual se publi­ có en 1981 (Carandini, 1981), contemporáneamente a la traducción del de Barker (Barker, 1977) y antes de que se desarrollase en Italia una verdadera «arqueología urbana». Esta segunda edición es una reelaboración completa y una actualización de la anterior, fruto de contaminaciones entre experien­ cias del mundo septentrional y del Mediterráneo (de Italia al África septen­ trional) que ha durado más de quince años (mis experiencias de excavación anteriores, entre la segunda mitad de los años sesenta y los primeros setenta, se guiaban por el método de N. Lamboglia, entonces el mejor que había en Italia pero que ahora debe considerarse superado). Ahora puedo tener en cuenta las primeras experiencias de arqueología urbana en Italia (pp. 23, 30), la edición de la excavación de Settefinestre, que ha permitido comprobar los enunciados originales y que representa a su vez un primer manual en lengua italiana de cómo se puede publicar una excava­ ción, la excavación casi acabada de la vertiente septentrional del Palatino, uno de los lugares estratigráficamente más complejos (siglos vm a.C.­xVI d.C.): en consecuencia, un campo perfecto para una ulterior precisión meto­

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dológica, y, finalmente, los últimos avances de la propia arqueología británi­ ca que sigue todavía en la vanguardia. El lector perdonará las abundantes ci­ tas relativas a nuestro grupo de investigación, por ejemplo a la edición de la excavación de Settefinestre, necesarias por la voluntad de mantenemos en el ámbito de una propuesta orgánica de formas y de procedimientos estratigrá­ ficos. Este manual no incluye una historia de las excavaciones ni de sus mé­ todos, pero sí la exposición de una tradición metodológica, que tiene sus orí­ genes en Gran Bretaña y que está conquistando Francia e Italia. Mientras tanto, el clima cultural ha cambiado en Italia. En 1981 la ar­ queología de campo moderna comenzaba a desarrollarse con dificultades. Hoy, en cambio, se halla oficialmente aceptada (pienso en el sistema de ca­ talogación de los bienes arqueológicos finalmente elaborado por el Instituto central del catálogo) y se difunde cada vez más, elevando notablemente el ni­ vel de estos estudios en las diferentes regiones e incluso en Roma, gracias a los programas de la Sopriotendenza arqueológica estatal, ideados por A. La Regina. Se han iniciado incluso las excavaciones en los Foros imperiales, an­ tes bloqueadas por un enfrentamiento ideológico, ahora menos furibundo (aunque no desvanecido) gracias a una conciencia más difusa de las necesi­ dades urbanísticas de la capital y de la nueva memoria que la actual arqueo­ logía urbana se halla en grado de ofrecer. El libro conserva algunas limitaciones presentes ya en el texto original. Es un manual válido para los hábitats rurales y urbanos y algo menos útil para las estructuras o los restos submarinos (Gianfrotta­Pomey, 1981) y para las necrópolis. Dedica, voluntariamente, mayor atención a los estratos que a los bienes muebles y a los restos paleoecológicos contenidos en aquéllos. Ha sido escrito por un arqueólogo clásico (no por un geoarqueólogo), por lo que es válido para la Antigüedad y también para la protohistoria, la Baja Edad Media y la época moderna, pero es insuficiente para la prehistoria y quizás también para la Alta Edad Media. De hecho, son diferentes las circunstan­ cias en las que la actividad humana es la principal generadora de la estratifi­ cación de aquellas en las que, al contrario, la naturaleza es la que desempe­ ña el papel primordial. En estas últimas el estudio de las sedimentaciones, de las erosiones, de los transportes y de las pedogénesis es esencial. Por otro lado, la ciencia de la historia no podrá jamás reducirse a la ciencia de la tie­ rra. Pondría incluso en guardia a los jóvenes arqueólogos protohistóricos, clásicos y posclásicos contra el peligro de descuidar los estudios tradicionales para dedicarse desmesuradamente a los cambios biogenéticos. Con toda mi admiración por este tipo de estudios, tengo que admitir una limitación: cam­ biaría tres geoarqueólogos por un historiador del arte o de la arquitectura cautivado por la estratigrafía. La primera edición concluía con apéndices, debidos a otros autores, so­ bre materias específicas o afines al tema principal, materias que aquí se han suprimido porque merecen por sí solas un manual: de la topografía, al dibujo, la tipología, la ecología, la geología y la restauración arqueoló­ gicos.

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La exposición de las reglas del juego estratigráfico, acompañada por fi­ guras concebidas por mi y realizadas por G. Moscara, ahora revisadas y am­ pliadas, ofrece una guía lógica a los problemas de la estratificación. Cada guía constituye una traición a la realidad concreta y como cualquier abstrac­ ción de la práctica presupone una tolerancia al menos provisional con la teo­ ría, que se convierte frecuentemente en brújula indispensable para orientar­ se cuando nos hallamos inmersos en el laberinto de las cosas. No he incluido gráficos ilustrativos de estratigrafías reales, para lo que invito a consultar otras publicaciones y, en particular, la edición de la excavación de Settefi­ nestre, que constituye la verdadera ilustración de este manual en lo que res­ pecta a cosas concretas. Para poder extraer excavando el máximo de información y para poder comparar los resultados de diferentes excavaciones se requiere un mínimo común denominador en el método que se usará en el trabajo de campo, por debajo del cual se está fuera del procedimiento útil para la reconstrucción histórica y se entra a formar parte de lo que, hasta hace poco, era el grupo de los destructores de la documentación arqueológica depositada en el territo­ rio, grupo en el que había que incluir no sólo a los excavadores clandestinos, sino también a los propios arqueólogos. Se trata, por lo tanto, de identificar reglas de conducta para aplicar en la excavación, de forma más sistemática o concisa según las circunstancias, para individualizar el mayor número posible de acciones naturales y humanas, de acumulación o de sustracción, intencio­ nadas o casuales. Para ello es necesario analizar tales acciones en el orden inverso a aquel en que se han producido, como ocurre en el juego de los pa­ lillos chinos. Por otro lado, sin reglas no se crea una verdadera comunidad científica, que es la premisa esencial para cualquier avance serio en la inves­ tigación. El talento se muestra cada vez menos enemigo de la norma, espe­ cialmente en un trabajo que es también manual. ¿Quizás no es el excavador un artesano al servicio de la memoria? Estratigrafía y cultura de los indicios

Pero la excavación implica no sólo desmontar sino también remontar, es decir, la construcción de una historia en las tres dimensiones del espacio, lo que no es un hecho exclusivamente instrumental o una cuestión de mera téc­ nica estratigráfica. Por otro lado, cada técnica se relaciona con una cultura particular, con un sistema de pensamiento más amplio. La estratigrafía es además un método científico bastante joven respecto a la tradición humanis­ ta de la arqueología histórico­anticuaria e histórico­artística. Es natural que, en el intento de acreditarse, incluso ante las resistencias de quien la querría subalterna, la estratigrafía vaya en busca de las disciplinas hermanas consoli­ dadas, de su propio contexto ideal. Se trata de parecidos en las formas y de contactos reales que unen los diversos conocimientos indiciarios hijos de la sintomatología médica (Ginzburg, 1979). Por dicha razón, el libro contiene

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en su segunda parte tres ensayos dedicados a argumentos de carácter más general. Se trata también en este caso de reflexiones abstractas, pero que surgen de experiencias de campo y se refieren a cuestiones muy concretas. ¿Cómo reflexionar sobre Longhi o Bianchi Baodinelli describiendo un alma­ cén de la Roma imperial, cómo analizar el método de Sherlock Holrnes en­ trando en las casas de los cónsules de la República y cómo entender el signi­ ficado de las metáforas arqueológicas de Freud entre los lagartos de las fortificaciones palatinas? La narración histórica requiere fluidez más que excursus metodológicos. Pero no siempre conviene renunciar al género me­ todológico, por muy imperfecto que éste sea, convencidos de que «la perfec­ ción del filosofar está en haber superado la forma provisional de la "teoría" abstracta y en pensar la filosofía de los hechos particulares narrando la his­ toria, la historia pensada».' Tras haber expuesto las reglas para el desciframiento del universo de los objetos, ha llegado el momento de encontrar alguna incertidumbre. ¿Qué es la arqueología? Quizás su secreto reside en la superficie que la separa de las otras disciplinas indiciarias, que con ella jamás se habían realmente compa­ rado: desde la historia del arte, a la investigación y al psicoanálisis. El estu­ dio vienés de Freud ­pero no su casa, que estaba en el mismo piso­ se mos­ traba como un gabinete de maravillas arqueológicas clásicas y orientales. El paciente se tumbaba bajo una reproducción del templo de Ramsés II en Abu Simbel, mientras el analista se sentaba en el sillón vigilado por un retrato ro­ mano. En aquellas habitaciones no había ningún objeto medieval o moderno porque allí la cuestión era sumergirse en los tiempos antiguos y omnipresen­ tes de las civilizaciones y de los inconscientes. Aclaradas las relaciones de parentesco entre los diferentes conocimien­ tos indiciarios, se perfilan nuevas colaboraciones culturales que podrían con­ tribuir a recobrar y preservar la materia de nuestro patrimonio cultural. En­ tre estos diversos conocimientos la arqueología, siendo como es curiosa de lo bello y de lo feo, ávida del placer estético y del histórico, representa un puente entre los diferentes mundos del arte, del trabajo y de la naturaleza. Es quizás la disciplina más isomorfa a la vida, en la que el orden y el desor­ den surgen y mueren continuamente, como pasa, por cierto, en la estratifica­ ción. Los hechos y las cosas de la vida, nuestro primer objeto de indagación, son en sí mismos inertes y opacos como las piedras,2 pero mientras que sola­ mente la escritura literaria puede dar un toque final de liviandad, también la reconstrucción histórica, que no es una reproducción, sino una reinvención verosfmil y formal de la realidad, puede aportar ligereza a la gravedad. Allí donde se halla confinada sólo la belleza segmentada de los valores del contexto, como en tantas colecciones de museos, la admiración por lo su­ blime inerte se acompaña frecuentemente con un sentimiento de tristeza. En este querer aislar la belleza y el lujo del tejido polimorfo de la existencia, los italianos han superado a cualquier otro pueblo, con todas las ventajas y tam­ bién las distorsiones que tal inclinación conlleva: «la belleza para mí ha sido

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siempre cosa de italianos y de spaghettanti del espíritu; algo sin nada de alemán. En esta esfera (alemana] la ética prevalece sobre la estética o más exactamente en ella se sopesan dos conceptos, por lo que a lo feo se dedica honor, amor y cuidado».3 Incluso una fealdad o una patología pueden repre­ sentar una verdad. Más allá de la estética de las cosas hay una ética de los contextos. Si el pasado nos parece todavía vivo es también porque el tiempo de la historia puede siempre encarnarse de nuevo en el espacio de las cosas y así retomar alguna forma de existencia terrenal. No se trata tanto dé extraer pensamientos de los objetos, como piensan algunos historiadores sólo litera­ tos. La fábrica de las cosas es de hecho uno de los modos en que los pensa­ mientos y los sentimientos humanos alcanzan autónomamente a expresarse, materializarse y conservarse. Dar prioridad al mundo de lo escrito respecto al de la materia elaborada (Momigliano, 1962) o viceversa, estar abiertos a lo bello y ciegos ante lo feo o al contrario, son unilateralidades que nos quitan lo mejor de la vida, es decir, la compenetrabilidad entre los diferentes len­ guajes que se derivan de nuestras diversas percepciones. Casi todo el pensamiento del siglo XJX, de matriz liberal o marxista, no supo impedirse jerarquizar. Pero la cultura que podemos llamar de la mecá­ nica del es y de los quanta siente y razona de forma diversa, difundida en nuestra cultura, si bien con un retraso de dos generaciones sobre los descu­ brimientos del primer cuarto de siglo (Pais, 1986). Sólo rozando el año 2000 se tiene la sensación de vivir plenamente el espíritu del siglo xx y la nueva perspectiva nos obliga a considerar las obras del ingenio y del esfuerzo bajo una nueva luz. Este libro debe mucho a Riccardo Francovich, Daniele Manacorda, Maura Medri, Emanuele Papi, Nicola Terrenato y a los otros arqueólogos con los que trabajo. No habría nacido nunca sin la curiosidad de Salvatore Settis y de Walter Barberis. A. Julio de 1991

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A Ignacio Matte Blanco y a los excavadores de Roma

ESTRATIGRAFÍA Y TÉCNICA DE LA EXCAVACIÓN El estudio de la antigüedad debe saber hacer hablar a los documentos arqueológicos, desde las estatuas y los arcos de triunfo hasta los más humildes fragmentos ce­ rámicos, su elocuente lenguaje. Y a los jóvenes se les debe enseñar no ya a dirimir con Mommsen la paleoet­ nología como «ciencia de los analfabetos» o a insultar junto con algunos seguidores italianos de Mommsen a los «buscadores de cerámica», sino a integrar el análisis de la tradición con el estudio de las tumbas y de las es­ taciones. GAETANO DE SANCilS

Dado que existen infinitos modos desordenados las cosas irán siempre hacia la confusión. ­ No me veis en realidad sino que veis un montón de información sobre mí. ­ Las cosas pueden entrar en el mundo de la co­ municación sólo por medio de informes. ­ El número de diferencias potenciales en un objeto es infinito. ­ Sólo poquísimas se convierten en diferencias eficaces, en informaciones. ­ La información está concentrada en los contornos. ­ El claroscuro es una cosa óptima, pero los hombres sabios ven los contornos y por esto los trazan. G.

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INTRODUCCIÓN Una conquista moderna

En las culturas campesinas el hombre aparece todavía relativamente uni­ do a la madre tierra. Mira al subsuelo con ingenuo y ancestral respeto pero al mismo tiempo lo profana arrebatándole sus tesoros escondidos. Desde me­ diados del siglo vm a.c., en las ciudades griegas en formación se descubren y se veneran tumbas principescas de época anterior como si fueran de héroes (Berard, 1982). Durante la purificación de Delos en el 426 a.C., lo que conlle­ vó la remoción de todas las tumbas existentes, se descubrió que la mitad de las mismas eran carias por el tipo de armas y por la forma de enterrar, entonces todavía en uso en dicha población anatólica (Tucídides, I.8.1). Al volver a Co­ rinto un siglo después de su destrucción, los romanos saquearon su necrópolis recuperando terracotas y bronces con los que llenaron Roma (Estrabón, VIII.6.23). Desde la época homérica los descubrimientos casuales o la bús­ queda de objetos preciosos han sido las únicas formas de una arqueología em­ brionaria (Manacorda, 1988; Pucci, 1988). Las excavaciones en Miseno y en Sanguigna de Fabrizio del Dongo, en La cartuja de Parma, reflejo de las del propio Stendhal en Italia, todavía forman parte, aunque nos hallemos en la se­ gunda generación del siglo xrx, de esta misma mentalidad. Con el desarrollo de la industrialización y el predominio de la ciudad so­ bre el campo el hombre se aparta de la tierra y puede moverse hacia un libre conocimiento del subsuelo, así como de las cimas montañosas ( el alpinismo es tan joven como la arqueología). Las actividades productivas hieren la tie­ rra cada vez con mayor profundidad y la investigación científica desvela los secretos más impenetrables de las cosas. La sección de un terreno se con­ vierte en imagen habitual y por todas partes emergen los restos de los hom­ bres más antiguos. Solamente a partir de mediados del siglo pasado los pocos milenios de historia que la Biblia avaramente nos concedía se han dilata­ do en un tiempo inabarcable. Algún fanático religioso protesta todavía hoy, como ocurre en Jerusalén, contra la profanación arqueológica de las tumbas de los antepasados, así como en Roma lo hacen los amantes de la belleza, por temor a las heridas infligidas por la excavación al paisaje urbano conservado. Es como el retraerse ante la disección de un cuerpo, las extravagancias del alma o la rareza de los elementos. Al encerrarse en los viejos ritos y recorri­

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dos mentales afloran, en el contexto frenéticamente analítico de nuestra épo­ ca, formas de sentir propias de pasadas y más espontáneas culturas. «Vene­ rar» e «indagar» son formas diversas y rivales de amar la tierra en la que se vive. El arqueólogo estratfgrafo, fruto típico de la modernidad, inspecciona cajones del mundo jamás abiertos, queriendo saber de los muertos más de cuanto ellos supieron o dejaron entender que sabían de su propia vida. Re­ sucitar el pasado, no sólo en su palabra sino también en su apariencia ­«me­ jor una cosa vista que cien relatadas»­, ya no es la perversión de pocos es­ pecialistas sino la tendencia de una época, que mientras aún se esfuerza en seguir al progreso llora siempre con mayor amargura los paraísos que ha per­ dido. La sensación de haber estropeado el mundo, que lo mejor de la vida so­ bre la tierra baya ya pasado, ha desarrollado la capacidad de razonar hacia atrás, refiriéndose a los primeros dolores, a los primeros autores, a los estra­ tos más antiguos de la existencia. En la sociedad en la que los viejos son más numerosos que los jóvenes se desarrolla una atención nueva hacia desencan­ tos y ruinas. La Ciudad Prohibida de Pekín resurge espléndida en la proyec­ ción cinematográfica y el palacio del Louvre, el mayor museo del mundo, no se ha olvidado de excavar ningún detalle del París subyacente, exponiéndo­ lo como museo del mismo museo. He aquí un rasgo típico de esta nuestra época.

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Proceder hacia atrás Una casa debe ser continuamente objeto de mantenimiento si se quiere conservarla, al igual que se sustituyen las células de un organismo, de lo con­ trario inicia su degradación. Las rocas duras y los castillos fortificados tien­ den a convertirse en polvo (hay plantas que saben nutrirse de cal descal­ zando los ladrillos de los muros). Metrópolis enteras duermen ahora bajo campos de trigo. La tierra lo gana todo y es de la tierra que el arqueólogo es­ tratígrafo fundamentalmente se ocupa, como si fuera un campesino de la his­ toria. Mirando haciendas y fábricas con los techos hundidos sobre restos de utensilios él aprende los procedimientos de la ruina, como la vida clara y multiforme tiende naturalmente hacia una única dura oscuridad.(Observar las razones progresivas de un hundimiento no es difícil, porque se trata en cualquier caso de proceder hacia delante, que es la dirección de la vida a la que estamos acostumbrados. Arduo es al contrario seguir el camino inverso, v._ es decir, penetrar en las espigas de trigo para reconstruir en la imaginación { '1' la ciudad destruida subyacente, porque la ruina oblitera y cubre los frag­ mentos de todo lo todavía conservado, de tal modo que el investigador está obligado a descender de forma antinatural, hacia atrás, en lo desconocido) / Pero para utilizar la destrucción a favor de la reconstrucción hay que agudi­ ) zar el ingenio, como quien ha perdido un objeto y debe volver a reconstruir ¡ lajornada en tiempos y lugares invertidos. Por dicho motivo hay que desa­ ( rrollar el arte de la estratigrafía.

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Cuestiones disciplinarias

La arqueología de la excavación se basa en principios peculiares y autó­ nomos que sólo en un segundo momento se relacionan con los otros modos más tradicionales de entender esta disciplina, como el histórico­anticuario y el histórico­artístico. No se puede leer un epígrafe romano sin conocer el la­ tín, ni una obra de arte sin estar familiarizado con las imágenes. De la misma manera no se puede indagar en el subsuelo sin conocer las reglas de la estra­ tigrafía. Esto parece obvio pero mientras que interpretar mal un texto o el estilo de un pliegue desacredita a un investigador, destruir una estratificación todavía no ha creado problemas de conciencia o retrasado la carrera de na­ die. Esta situación deriva del hecho de que tras la idea corriente de interdis­ ciplinariedad se esconden todavía saberes que predominan sobre otros y que las filologías nobles, descubiertas ya en el Renacimiento, quieren continuar mandando sobre las innobles de formación más reciente. Por otro lado, so­ mos cada vez más conscientes de que la calidad de un muro o de una tierra y la naturaleza de una semilla poco tienen que ver directamente con el tradi­ cional método histórico y de que todas las fuentes, sean literarias o estrati­ gráficas, tienen igual dignidad, aunque no igual linaje, porque facilitan datos de género diverso, en el buen uso de los cuales existe un mismo deber. Bajo esta perspectiva las diferentes filologías aparecen como lenguas diversas, que no pueden estar subordinadas las unas a las otras, ni ser unificadas en un úni­ co idioma, pero si comparadas y traducidas las unas en las otras. Las compa­ ( raciones y las versiones son operaciones delicadas en las que hay siempre algo que ganar y también que perder. Preguntas y respuestas

Las preguntas que siempre preceden y acompañan a una excavación ­la tabula rasa es siempre imposible e indeseable­ deberían nacer no sólo del diálogo entre el historiador excavador y las fuentes literarias o arqueoló­ gicas ya conocidas, es decir, ajenas a la investigación de campo, sino también del coloquio directo con las estructuras, el terreno y los objetos de la exca­ vación en curso. Sería necesario por tanto que el estratígrafo supiera silenciar de vez en cuando su elaborada memoria histórica para poder captar las im­ previsibles novedades que cualquier porción de terreno guarda en su inte­ rior. Mucha documentación estratigráfica ha sido destruida desenterrando porque no respondía a las cuestiones planteadas previamente y desde fuera de la excavación. Evidencias más tardías han sido sacrificadas para alcanzar con rapidez aquellas subyacentes, testimonios evidentes han hecho descartar aquellos más recónditos y documentos juzgados más importantes han lleva­ do a la destrucción de otros considerados menospreciables. En la arqueo­ logía del territorio debería, en cambio, interesar cualquier cosa que pudiera encontrarse y sólo una minuciosa programación de la investigación podría

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consentir acelerar la excavación en algunas circunstancias más obvias pa­ ra poder recoger mejor otras más insólitas y Llegar así a conocer a fondo la estratificación, en toda su duración. Toda excavación tiene de hecho una limitación de tiempo y de medios, por lo que debe recuperar el máximo de información posible. Cuanto más amplio sea el espectro de las fuentes to­ madas en consideración a partir de la propia excavación, más amplio el de las cuestiones históricas, mejor se conducirá la investigación y con mayor riqueza aparecerá, al final, la reconstrucción histórico­monumental. No exis­ te una cuestión histórica, por muy fundamental que sea, que pueda justificar el abandono del procedimiento estratigráfico. La fase de contextualización de una excavación en el conjunto más amplio de los conocimientos adquiri­ dos es esencial para una buena reconstrucción científica, pero dicha fase resulta mucho más eficaz cuanto menos ha interferido en la fase que lógica­ mente la precede, la de la comprensión de la estratigrafía. El latín y las len­ guas románicas permiten una mejor comprensión del italiano, solamente a partir del momento en que se ha estudiado su gramática peculiar. De lo con­ trario se comparan confusiones en vez de cosas diversas. La especialización, más que un mal necesario, es el presupuesto de cualquier saber general de tipo moderno. Cuanto más amplio, profundo y sistemático haya sido el aná­ lisis de los detalles, tanto más ardua pero también rica será la construcción de la síntesis capaz de comprenderlos. Preparado para multiplicar las pre­ guntas, el estratígrafo avanzará y rechazará las respuestas a medida que la evidencia las convierta en más o menos plausibles, evitando introducir su propia subjetividad antes de que los datos más objetivos hayan sido comple­ tamente aprovechados. Calidad y cantidad

Si lo escrito y las imágenes no son ya los únicos lugares del valor his­ tórico, entonces resulta claro que no se excava para encontrar estatuas ni papiros, es decir, para colonizar lo subterráneo con nuestros conocimientos inveterados. La excavación enriquece cualitativamente la evidencia, acer­ cándose cada vez más a la vida pretérita. El subsuelo no es sólo una reser­ va de sobresuelo sumergido que sacar a la luz, así como un alma no es sólo un armario que forzar. En la ruina y en la tierra las cosas se degradan en modos particulares, que son distintos de los destinos de los edificios con­ servados todavía en uso. Lo «enterrado» es más bien «lo enterrado». Al descender entre los contextos estratificados la evidencia frágil, latente, in­ coherente y heterogénea se revela de forma sorprendente y más difícil­ mente integrable en nuestros conocimientos habituales de aquello que es ya literaria, artística y anticuariamente conocido. Se trata de saber manejar sustancias pesadas y opacas, que se levantan al plano aéreo del conoci­ miento, con todos los riesgos de empobrecimiento e imprecisión que se co­ rren cuando se quiere traducir un texto o una dimensión, pero también con

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la posibilidad de dar una forma al movimiento casual de la vida, de trans­ formar la tierra en un libro. Construcción, ruina y estratificación

El modo en que la vida se transforma por el abandono y acaba bajo tie­ rra es una de las curiosidades principales del arqueólogo. Las construcciones se hacen de aportaciones y sustracciones de materiales que se suceden pe­ riódicamente en el tiempo interfiriendo las unas en las otras en una misma porción de espacio. Así es la vida en el mundo de los objetos. Las construc­ ciones acaban sepultadas e inmovilizadas en el terreno. Esta es la condición final de las cosas en su muerte. Pero ¿cómo se ha desarrollado la agonía y la descomposición de un edificio? A veces las construcciones acaban bajo tie­ rra momificadas y, por lo tanto, casi intactas, como Pompeya bajo la erup­ ción. Otras veces sufren diversos grados de alteración y de homogeneización, por deterioro físico y alteración de las relaciones espaciales, basta convertir­ se en difícilmente comprensibles o incluso perderse totalmente. Esto ocurre cuando el edificio es abandonado y permanece expuesto a la intemperie, caso en el que se produce la transición de la condición de construcción a la de de­ posición. Erosiones, acumulaciones y transformaciones, debidas a fuerzas na­ turales y humanas, alteran el edificio tal como era en su última fase de vida. Si entramos en una granja, en una fábrica o en una manzana de casas aban­ donadas podremos observar los diversos estadios de esta ruina progresiva. Nada hay más instructivo que conocer estos procedimientos de deterioro en curso por razones de introspección arquitectónica y estratigráfica. Cada rup­ tura es un nuevo punto de vista sobre las peculiaridades secretas de un mo­ numento (Carandini, 1989d). Deberes del excavador

La primera obligación del excavador no es la de contar agradablemente una historia sobre La base de impresiones e indicios dispersos, sino La de es­ tablecer, sobre el fondo del relato en formación y más allá del aparente de­ sorden e impenetrabilidad de la estratificación, la secuencia de las acciones y de las actividades naturales y humanas acumuladas en la estratificación, dentro de unos determinados espacio y tiempo, primero individualmente se­ paradas y después puestas en relación entre sí. Se trata de relaciones de con­ tigüidad entre las unidades que permiten determinar la secuencia cronológi­ ca relativa. Serán después los materiales contenidos en los estratos los que permitirán pasar del tiempo relativo al absoluto. Dos estratos, uno encima del otro, implican que el superior se ha formado después del subyacente y esto es cierto aunque la cerámica contenida en los mismos indique lo contra­ rio. Aclarada y periodizada la secuencia estratigráfica pueden finalmente

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emerger los acontecimientos. El relato secundario deviene entonces prota­ gonista, pero siempre dentro de los ámbitos razonables de la secuencia, que constituye el imprescindible cañamazo. Historias obtenidas apresuradamen­ te de montones de materiales desorganizados en el espacio y en el tiempo constituyen proyecciones sobre aquella pobre evidencia de otras experien­ cias ya conocidas, en busca de una ulterior confirmación. De aquí no provie­ nen historias originales y sinceramente dirigidas hacia la verdad. Cuántas ex­ cavaciones y sus respectivas publicaciones, con unas pobres metodologías topográfica, estratigráfica y tipológica, se han visto sacrificadas a las necesi­ dades repetitivas de los demasiado desenvueltos hacedores de historias. No existen fases preparatorias e instrumentales de la investigación subordinadas a otras más nobles y determinantes, siendo cada fase de la investigación pre­ supuesto de la siguiente. Un excavador analfabeto es tan parcial como un historiador que no sabe leer el mundo de los objetos (léase el pasaje de De Sanctis en el epígrafe). Los riesgos de preparaciones unilaterales y mera­ mente tecoicistas se van multiplicando hoy en día en cada uno de los campos de la investigación científica. Pero no se escapa a la paradoja de la moderni­ dad, por la que cuanto más se estudia una cosa más ignorante uno se con­ vierte en los campos limítrofes, escondiendo las propias carencias detrás de las de los demás. Ya no serán las relaciones jerárquicas, globales o superfi­ ciales, las que reconduzcan la angosta técnica de las disciplinas en el álveo unitario de la cultura histórica, sino más bien el respeto recíproco entre los saberes especializados y la habilidad de convertirlos el uno en el otro en los modos y momentos más apropiados.

Un juego universal En su aspecto más físico la excavación sigue procedimientos válidos para cada lugar y tiempo (lo que muy difícilmente sucede en la investigación his­ tórica tradicional). Las características de una fosa, por las que su corte en los estratos precedentes es siempre anterior a su relleno, son válidas en Roma, en Pekín, bajo los Flavios y bajo los Ming. Por esto la arqueología estrati­ gráfica no ve los yacimientos como una selección de bellos restos, sino como una concatenación continua de acontecimientos en espacios y tiempos deter­ minados, mientras otras ópticas arqueológicas focalizan más bien sobre cul­ turas y lugares concretos. Se crean de este modo la Etruria etrusca, la Mag­ na Grecia griega, etc. (Carandini, 1985b). El desarrollo, reciente en Italia, de la arqueología urbana (pp. 20, 30) ha reforzado el punto de vista de la con­ tinuidad diacrónica, propio de la cultura estratigráfica. El arqueólogo estra­ tígrafo aparece cada vez más como un tipólogo de las intervenciones natu­ rales y humanas en un monumento y una especie de iconógrafo de sus con­ secuencias sobre el terreno. Es un servidor del mundo de las cosas más que del de las disciplinas académicas. Para él es importante identificar, describir y poner en relación estas intervenciones antes de comprenderlas, como los

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exploradores que señalaban en los mapas islas apenas divisadas. Pero el mun­ do de las estructuras y de los objetos es muy variable, sin una anatomía fi­ ja, por lo que es imposible ser especialista de las manufacturas de todas las épocas y de todos los lugares. Esto no significa, gracias a la universalidad del método estratigráfico, que en la excavación de un lugar pluriestratificado el director deba irse sustituyendo en función de las épocas que se encuentren al descender. Es en el laboratorio, contemporánea o posteriormente a la exca­ vación, donde deben confluir las competencias de los diferentes especialistas llamados a intervenir.' Conocemos excavaciones bien dirigidas por estratí­ grafos que no eran especialistas de los contextos explorados. No conocemos, en cambio, excavaciones bien dirigidas por historiadores, historiadores del arte y anticuarios especialistas de aquellos contextos pero ignorantes del mé­ todo estratigráfico. Las peores destrucciones se deben a la presunción inver­ sa. Pienso en el joven H. Hurst que había destacado como un óptimo exca­ vador en Gloucester y había sido sabiamente nombrado director de la misión arqueológica británica en Cartago, aunque no estaba particularmente fami­ liarizado con la cerámica, el arte y la arquitectura norteafricanas. Los gran­ des resultados de su excavación se debieron sin duda a su capacidad de cap­ tar los problemas fundamentales del yacimiento, pero quizás también al parcial desconocimiento de aquellos lugares y de las preguntas de los inves­ tigadores de la tradición poscolonial franco­italiana y a su familiaridad con la arqueología provincial de la Europa septentrional, habituada a buscar forti­ ficaciones, edificios de madera, muros expoliados y otras realidades que muy poco habían interesado a los viejos amantes de aquellas materias (Hurst­ Roskams, 1984). Si hubiese sido un topógrafo de Roma, un etruscólogo o un especialista de historia arcaica habría investigado de forma diversa las ver­ tientes septentrionales del Palatino, condicionado por mis intereses prece­ dentes, mientras que en las condiciones en las que me hallaba pude excavar con mayor ingenuidad aquella colina como si hubiese sido un oppidum cual­ quiera. Fue así como alcancé a encontrar las trazas de lo que me pareció era la fortificación ritual palatina y quizás también las de su pomerium, lo que en los círculos especializados más acreditados resulta todavía de buen gusto cuestionar. Objetividad y subjetividad No debe creerse, no obstante, que la construcción de la secuencia estra­ tigráfica sea una actividad científica completamente objetiva y exacta. La es­ tratigrafía no es la estratificación. El procedimiento de extraer acciones y sus relaciones de una estratificación es, al menos en teoría, interminable, porque un viento más fuerte transporta partículas más pesadas que pueden formar un estrato diferente del anterior, compuesto por partículas similares pero más ligeras, porque un estrato de relleno puede distinguirse según se haya for­ mado utilizando una carretilla o una pala y una palada repleta puede distin­

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guirse de una escasa, y así indefinidamente. Incluso un hecho tan concre­ to como la unidad estratigráfica, es decir, una sola acción de la naturaleza o del hombre, puede convertirse en algo ulterior o diversamente divisible, se­ gún el grado y el tipo de análisis que se haya querido escoger. De hecho, po­ demos individualizar sólo lo que nos parece reconocible y diferente, pero la propia capacidad de reconocer depende de la de saber captar diferencias y de la potencia de los instrumentos que se baya querido adoptar para obser­ var los fenómenos. Excavar con inteligencia significa ser conscientes de esta relatividad, de este abismo que se abre siempre bajo nuestros pies, y al mis­ mo tiempo superar el espanto que provoca escogiendo dónde separar en aquel desorden y dónde impedir continuar separando. El buen excavador permanece siempre perplejo ante las piezas (las unidades estratigráficas) en las que divide el subsuelo. Las percibe como unidades, de lo contrario no las distinguiría y no basaría en ellas su construcción científica, pero al mismo tiempo no se cansa de escrutarlas para comprender el secreto de su forma­ ción, y si descubre diferencias, alternancias, preponderancias y secuencias que le parecen significativas, le asalta la duda: «¿estamos en el mismo estra­ to o ante uno nuevo?». Se halla contradictoriamente empujado a englobar y neutralizar aquellas diferencias divisadas en el estrato considerado y al mis­ mo tiempo tiende a separarlas como algo ajeno, creando así otros estratos. En este vaivén entre divisible e indivisible el arqueólogo reconoce su tor­ mento, sin darse cuenta quizás de que se trata del mismo de cualquier otra disciplina. ¿Los estratos existen y el excavador los reconoce con mayor o me­ nor exactitud, o es el excavador quien inventa sus estratos? Quizás sean cier­ tos ambos puntos de vista. La virtud está en el término medio y en éste está la unidad estratigráfica. «Perplejamente convencidos» y «lentamente apresu­ rados» son los mejores estados de ánimo con los que podemos intentar trans­ formar la opaca estratificación en una clara estratigrafía.

Destrucción y documentación Cada fuente debe ser usada con análogas exigencias pero con distinto grado de rigor, una lectura errónea no daña un texto, ni una mirada falaz des­ gasta una imagen, pero una excavación equivocada o una remoción destru­ yen para siempre la evidencia enterrada. Equivale a quemar las páginas del único ejemplar existente de un libro inmediatamente después de su lectura. ¿Qué quedaría del mismo sin una transcripción o, al menos, un resumen fi­ dedigno? No se puede levantar un estrato, la preparación de un pavimento, una cloaca o un muro sin destruirlos. Sólo revestimientos significativos como mosaicos, frescos y estucos merecen las complicadas y costosas extracciones no destructivas realizadas por los restauradores. Cuanto mejor es el estado de conservación de una fase de un monumento, más difícil se convierte el descender a las fases precedentes subyacentes. No se puede ver una cosa cu­ bierta por otra sin extraerla y, si resulta incoherente, destruirla. La casa de

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Augusto en el Palatino, bien conservada bajo el relJeno del palacio de época de Domiciano, sólo se ha podido excavar muy lentamente y por desgracia to­ davía sabemos poco de lo que se esconde debajo de la misma, por culpa de los importantes trabajos de restauración a los que ha sido sometida y que han absorbido gran parte de los medios disponibles. En la excavación de la ver­ tiente septentrional del Palatino, en cambio, hemos conseguido alcanzar sin mucha dificultad los niveles del siglo vm a.C, y el suelo virgen de aquella co­ lina por el mal estado de conservación de los edificios más tardíos y de su de­ coración, motivado por el incendio neroniano y por las excavaciones de épo­ ca moderna. En dichas condiciones, privilegiadas desde el punto de vista de la estratigrafía y desafortunadas desde el de la restauración, ha sido fácil re­ mover alguna preparación, cloaca y muro, además de los normales estratos de tierra, para llegar a leer hasta el primer capítulo de aquel enclave (Terre­ nato, 1988). La arqueología de excavación aspira a conocer, donde ello es po­ sible, la secuencia estratigráfica total y para un área lo más amplia posible, con el fin de reconstruir la historia de un barrio entero. Pero para leer una estratificación se necesita mucho más tiempo que para leer un libro. Las lo­ sas son más pesadas e impenetrables que las páginas. La excavación es, por lo tanto, un proceso largo y arduo, y sólo la documentación analítica de las unidades estratigráficas y su recomposición en la reconstrucción ideal pue­ den reparar el daño de la destrucción que aquélla inevitablemente conlleva. Así la excavación traduce forzada e irreversiblemente la pesadez de los ma­ teriales y de la tierra en la ligereza de las palabras, de los dibujos y de las fo­ tografías. Por otro lado, sin esta transformación la estratificación sería sólo silencio y oscuridad, existiendo para nosotros solamente en potencia.

Monumentos e indicios Ingenuamente se podría pensar que sólo pueden ser interpretados con un cierto grado de verosimilitud los grandes monumentos y que los frágiles in­ dicios están condenados a la incomprensión. ¿ Qué decir de los restos de mu­ ros aparecidos a lo largo de la vertiente oriental del Foro y que han sido interpretados como la basílica Emilia, mientras la hasta ahora así identifica­ da sería, en cambio, la basílica Pauli? (Steinby, 1988). De la antigüedad queda todo, pero en diversos estados de conservación. Limitarse sólo a interpretar, especialmente en el centro de Roma, los edificios con plantas claras y sig­ nificativos alzados significa seguir las vías de la suerte en vez de las de la to­ pografía. Rechazar la toma en consideración de los pequeños indicios sería como para un detective interesarse solamente por aquellos homicidios de los que se dispusiera casualmente de la película. No se trata de descartar las tra­ zas frágiles, sino de utilizarlas en interpretaciones provisionales, útiles hasta que no se dispone de otras mejores. La vieja arqueología monumental no puede aceptar este relativismo, al no haberse todavía implicado en los cam­ bios de la moderna hermenéutica, por lo que continúa creyendo ingenua­

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mente en la simple objetividad de lo real. Desgraciadamente, los propios mo­ numentos de Roma, entre los menos conocidos y publicados de todo el mun­ do romano, demuestran que la conspicuidad volumétrica no siempre es la causa de los mejores estudios y de las interpretaciones más seguras. Lo que aparece más evidente puede revelarse especialmente oscuro, corno bien en­ tiende Dupin en La carra robada de Poe, tanto mejor escondida cuanto más ampliamente expuesta. Las dificultades de la escasa conservación agudizan el ingenio y obligan a aprovechar cualquier minucia, como sabe hacer el listo mercader, mientras las fastuosas ruinas tienden a relajar a quien las observa, como las rentas enflaquecen al señor, a no ser que se las trate con el mismo rigor aprendido al indagar el más pobre de los indicios. Tampoco se puede distinguir entre indicios significativos e insignificantes, desde el momento que el más insignificante detalle unido a otros puede llegar a constituir un elemento importante (de otra opinión es Giuliani, 1990). Cada gran monu­ mento está siempre formado por un cúmulo de detalles y solamente el reco­ rrido lógico a través de cada uno de ellos puede permitir su comprensión glo­ bal. Ha sido a través de los pequeños y desagradables síntomas de las enfermedades que se ha comprendido el funcionamiento del cuerpo huma­ no, funcionamiento que el hermoso físico del atleta no revela. Es gracias a los pequeiíos lapsus que puede entenderse el funcionamiento del cerebro. El an­ ticuarismo monumental sólo puede ser demasiado prudente o imprudente en demasía. La arqueología estratigráfica puede ser, en cambio, prudentísima y audaz al mismo tiempo, desde el momento en que el abandono de una hipó­ tesis no impide la presentación filológica de un monumento que solamente aquélla sabe plenamente comprender. Ya no hay pues razón de inhibirnos el deseo de historia y la necesidad de interpretación si ponemos a los demás en condición de contradecirnos a través de nuestro propio análisis y si acepta­ mos que nuestras verdades sean en gran parte sólo probables y provisionales (Carandini, 1989b). Regreso a la arquitectura



La verdad es que los arqueólogos, siguiendo las huellas de los historia­ dores del arte (al menos desde Longhi en adelante), han traicionado a la arquitectura. Es bastante raro que en una facultad de letras se enseñe de forma satisfactoria «Dibujo y análisis de monumentos» o «Historia de la ar­ quitectura». A pesar de ello todas las disciplinas arqueológicas en muchas ocasiones se ocupan de edificios antiguos y deben prepararse para poder afrontar los problemas que éstos plantean, a partir de las enseñanzas funda­ mentales de la arqueología clásica y medieval. No se trata de enfatizar ex­ clusivamente el lado técnico o ingeníerístico o de exaltar solamente lo histó­ rico­artístico y cultural. Más bien el problema consiste en combinar del modo más satisfactorio la precisión cuantitativa de las cuatro dimensiones espacio­ temporales con la precisión cualitativa de la investigación histórica.

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Un monumento puede ser tomado legítimamente en consideración des­ de el punto de vista histórico­anticuario, prefiriendo la tradición literaria (textos, inscripciones, monedas) a la lectura analítica de la realidad material. Cada óptica consiste de hecho en privilegiar un aspecto respecto a otro y sólo el ojo de Dios sabe ver cada cosa de forma ilimitada. Por dicho motivo, tam­ bién es respetable tomar en consideración un monumento desde el único punto de vista de su decoración arquitectónica. Mosaicos, pinturas, capiteles, arquitrabes y estucos tienen sus tipologías, su historia interna, que es esencial para comprender la mentalidad de los constructores de aquellos edificios. Lo mismo puede decirse de las técnicas edilicias, a través de las cuales podemos comprender los diversos modos de trabajar de los albañiles antiguos. Estos son los diversos estratos de piel y de músculos del esqueleto arquitectónico, sin los cuales un edificio antiguo no podría existir. Otro punto de vista es el estratigráfico, que identifica las diversas partes de las que se compone una construcción (estratos de tierra y sus correspondientes materiales) para po­ nerlas a todas en relación temporal entre sí. Existe finalmente la óptica que investiga el esqueleto de un monumento, su lógica estructural y su estática. Solamente la toma en consideración conjunta de todos estos puntos de vista, sin considerar aquella en que se está más especializado como la más im­ portante, permite esperar acercarse a la verdad de un monumento. Sería por otro lado deshonesto no reconocer que nuestra arqueología está especial­ mente rezagada en lo que respecta a los dos últimos puntos de vista (el es­ tratigráfico y el estructural), porque el estratigráfico es un conocimiento re­ ciente sin una gran tradición y porque el estructural es un saber tan antiguo como el hombre pero lamentablemente olvidado por culpa del predominio del cemento armado, que ha sustituido a todos los sistemas tradicionales de construir. Para recuperar los conocimientos de un capataz antiguo, mejor que el ingeniero moderno y sus cálculos, sirven documentos y tratados sobre este tema, a partir de época medieval. De nada serviría la experiencia en la obra sin la comprensión estratigráfica, esto es tan cierto que los monumentos de época moderna históricamente comprendidos y publicados se cuentan con los dedos de una mano, aunque no falten arquitectos restauradores e histo­ riadores de la arquitectura que los hayan estudiado. Al mismo tiempo nin­ guna relación estratigráfica, por esencial que sea, es capaz de explicar por qué una construcción permanece en pie o se derrumba. Bienvenidos sean por lo tanto los estudios histórico­anticuarios, iconográficos y tipológicos de cualquier tipo, pero la lectura histórico­estructural de un monumento no puede prescindir de las lógicas estratigráficas ni de las estáticas.2 ¿ Dejar de excavar?

Hay quien piensa, especialmente entre los historiadores del arte, que no se debería excavar más, limitándose a conservar y conocer lo que se halla a la vista. Es como decirle a alguien: «reordena tu memoria y no aprendas

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más». Conservar una biblioteca significa estudiar en ella, reordenarla, incre­ mentarla y no limitarse a quitar el polvo de los estantes. La excavación es la premisa necesaria de cualquier estudio y restauración de lo visible y conoci­ do. Solamente sometiendo un edificio a análisis antes de su conservación, se entiende ya su última fase de vida e inmediatamente afloran, entrelazadas en una misma porción de espacio, sus fases precedentes y las construcciones que lo han precedido en aquel lugar. Mientras en superficie las construcciones aparecen diferenciadas unas de otras, en el subsuelo esto no ocurre y todo está fragmentariamente preservado en un formidable enredo. Por otro lado, un edificio sólo es comprensible si se halla inscrito en la serie de sus períodos de existencia y en el contexto de las otras construcciones que le han precedi­ do y seguido en su mismo espacio. No existe una capa de rebozado o una su­ perficie pavimenta! en la que uno puede legítimamente pararse y decir: «no quiero saber más». La investigación es como una desmalladura que avanza y que no se sabe dónde acabará. Dejar de excavar significaría dejar de conocer la actualidad del mundo material, en sus contextos. ¿Qué sentido tiene para nosotros una ruina entendida acumulativamente y, por lo tanto, superficial­ mente? El objeto que tenemos delante no es jamás uno solo, pues siempre se haJJa compuesto por una pluralidad de cosas conectadas de forma diversa y comprendidas en poco espacio, como los tejidos de un organismo. Tocar un eslabón significa hallarse inmediatamente ante toda la cadena a la que éste pertenece. A no ser que uno se conforme con bellos paisajes, ruinas bordea­ das de acantos y fachadas venerables en una visión encantada que se teme al­ terar. Desgraciadamente las carrozas del grand tour ya han salido todas. La excavación es inevitable por ser uno de los modos de conocimiento de la mo­ dernidad, la cual, si se vive plenamente, hace al encanto amigo del desen­ canto, que el estilo mane de lo prosaico y a la iconografía buena compañera de la anatomía y de la apariencia, entendida con todo lo que esconde. Así, explicación y fantasía alcanzan a convivir por primera vez. Excavación y ahorro

Si se quiere conocer todo hay que excavarlo todo, por lo que cada evi­ dencia resulta devorada por propio deseo de comprenderla. Donde antes había estratigrafía predominaría el vacío incontrastable. Sin embargo, la con­ gruencia y lo placentero de los testimonios no siempre permiten esta des­ trucción impune para el saber. Resulta inútil destruir estructuras si no hay una estratificación importante para inspeccionar, así tomo es absurdo demo­ ler muros cuyas cimentaciones hubieran cortado toda la estratificación. Se trata de escoger, caso por caso, si debe prevalecer la lógica de la excavación (porque lo más importante está debajo) o la de la valorización (porque lo más importante ya ha sido descubierto). Pero el ahorro detrae conocimiento y el conocimiento supone la eliminación del ahorro. En este campo rara­ mente se puede realizar una elección unívoca. El reino del espacio tridimen­

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sional es el del compromiso inevitable, al no poder haber dos cosas en el mis­ mo Jugar y no siendo la materia transparente. Por otro lado, no todas las ex­ cavaciones deberían ser conservadas abiertas. Los sondeos pueden rellenar­ se, los muros repicados para ser analizados pueden ser de nuevo revocados (al menos en los edificios aún en uso) y el resultado de las investigaciones puede ser difundido mediante textos, gráficos, fotografías y maquetas. Los ar­ queólogos frecuentemente tienden a sobrevalorar lo que han encontrado y someten estructuras ínfimas a inútiles y costosas restauraciones, dejando mu­ chas veces importantes restos sin atención ni explicaciones. La protección cognoscitiva (en la que al conocimiento no sigue la conservación material de las estructuras) tiene sus riesgos pero también sus ventajas. Ha permitido a Londres, ciudad en la que se practica ampliamente, el conocimiento sistemá­ tico de casi un tercio de la ciudad antigua, hecho sin paralelo. El frenesí por el palimpsesto tiene tan poco sentido como la fe en la inviolabilidad de los suelos. Era de justicia excavar la Piazza della Signoria de Florencia. Para le­ gitimar una excavación basta sólo la información histórica que mediante ella se obtiene, y no tiene sentido pretender resultados espectaculares desde la óptica histórico­artística. Ha sido también correcta la pretensión de conser­ var en cierta forma visibles los restos por medio de soluciones subterráneas. Ha sido un error, en cambio, prolongar excesivamente las investigaciones, desdeñar el contacto con el público y prever la posibilidad de una visión transparente del subsuelo, porque aquella plaza es un lugar que no puede aceptar acciones comunes y soluciones incongruentes. Al no tratarse de una excavación cualquiera, era necesario establecer acuerdos de cooperación con otras instituciones con competencias diferenciadas para elevar el nivel de la investigación y ampliar tas posibilidades de consenso. Debía haber sido una verdadera «excavación urbana», en el sentido actual del término (p. 30). Al supervalorar el resultado de la intervención arqueológica, sin tomar en cuen­ ta los aspectos estéticos, arquitectónicos y urbanísticos, se corre el riesgo de desencadenar reacciones negativas, que luego resultan difíciles de frenar. Di­ ferente es et caso de los foros imperiales en Roma, excavados sólo en parte (respecto a las propias intenciones de los años treinta) y que esperan salir de sus estrechas fosas para confluir en el amplio paisaje del Capitolio, del Pala­ tino, del Foro romano y del «Paseo arqueológico». Esta es ta única creación de la Roma umbertina verdaderamente bella (Lanciani, 1876­1913), univer­ salmente acogida como una gran conquista a favor del conocimiento y del paisaje arqueológico urbano, que tras esta legitimización debemos completar con coherencia y prudencia en sus presupuestos. Méritos de una generación

Cada generación conoce sus propios méritos, mientras que ta generación precedente tiende a infravalorarlos, sosteniendo que ta siguiente se ha limi­ tado a derribar puertas abiertas. La arqueología no se ha desarrollado gra­

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dualmente, sino en fases, especialmente en países como Italia donde, entre las dos guerras, el trabajo de campo decayó significativamente. Esto ha difi­ cultado la comprensión entre los que se formaron entre los años treinta y los sesenta y los que lo hicieron entre los setenta y los noventa. La primera de estas dos generaciones es la que en Europa ha generalizado el descubri­ miento de la estratigrafía, que se remonta a finales del siglo pasado, y que ha visto en Italia los primeros arqueólogos de campo verdaderamente moder­ nos, como Lamboglia y Bernabó Brea: figuras, junto a pocas más, tan ejem­ plares como aisladas en un mar de escasa competencia. La segunda genera­ ción es la que ha asistido y participado en aquel enorme desarrollo y difusión en todos los sentidos de la disciplina que los más conservadores se obsti­ nan en negar. De oscuro y personal pequeño artesanado, cuyos secretos conocía sola­ mente quien lo practicaba, la arqueología se ha convertido en los últimos de­ cenios en un gran juego universal, con sus reglas y sus conocimientos, sus prácticas y sus teorías, su ciencia y su profesionalidad. Esta maduración no se puede comprender en términos de continuidad, como todo desarrollo huma­ no que pasa por estadios muy diversos: infancia, adolescencia, juventud ... Hoy en día, también en Italia, la arqueología ha madurado gracias a incom­ prensiones y esfuerzos dolorosos. El cambio de mentalidad con la época an­ terior, especialmente en el centro de la península y sobre todo en Roma (en el norte estaba Lamboglia y en el sur Bernabó Brea), era verdaderamente enorme. Para superarlo era necesaria una sacudida. Los jóvenes que han participado en la transformación, penalizados por el aislamiento y el retraso en su carrera, han sido algunas veces intempestivos y presuntuosos (el clima todavía era el del 68), pero han tenido el mérito de traer Europa a Italia en lo que respecta a la arqueología de campo, impor­ tando nuevas técnicas, adaptándolas y replanteándoselas desde el punto de vista cultural. Sus teorías, ideas y conciencias han sido consideradas por los defensores del pasado como pura ideología. Sus escritos sobre la historia de la historiografía arqueológica, los primeros que han arrojado luz sobre la era fascista y la posguerra, han generado escándalo y se han tomado como un ataque a la nación. Las simpatías por la arqueología británica han desperta­ do resentimientos contra la pérfida Albión. Los nuevos descubrimientos han sido considerados como banalidades. Y, sin embargo, aquellos jóvenes no han negado jamás los méritos de la generación precedente, incluso la han va­ lorado en lo posible, para fundar sobre dichos principios las bases de su más moderna arqueología. ¿Qué sentido puede tener un manual de excavación para los que piensan que cada monumento debería ser excavado a su manera? Proliferaban los manuales de excavación más allá de los Alpes. Éramos tan buenos que ni uno solo ha sido escrito por nosotros. Historias en la tierra es, por lo tanto, uno de los muchos resultados de aquella segunda generación, harta del desorden sin genio como norma de investigación. Quiere explicar las razones de dicha ge­ neración, valorizarla y defenderla, porque el ataque en su contra todavía no

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INTRODUCCIÓN

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ha acabado. ¡Qué tranquila debe ser la vida para quien considera que todo es obvio, previsible y dado de una vez por todas! ¿Sabremos nosotros enten­ der las quejas ya existentes de los más jóvenes mejor de cuanto hemos sido capaces de tolerar el descrédito de los mayores? Los jóvenes que nacen mo­ destos nacen ya viejos, porque la potencia creativa del que se embarca por primera vez en la vida no puede dejar de enorgullecer a quien la posee y no irritar a quien se haJla más allá del ocaso. Pero las iras de los adultos hacia los jóvenes, frecuentemente justificadas, no deberían llegar nunca a neutrali­ zar sus méritos. Vengarse de la inteligencia es como castigar la vida. La mo­ destia se aprende con los años.

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HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA

Geología y arqueología La estratigrafía arqueológica, inicialmente y durante un cierto tiempo, se ha servido de los principios de la estratigrafía geológica. Esto ha ocurrido con especial intensidad en aquel centro del poder mundial que era Gran Bretaña en el siglo pasado e incluso en la primera mitad del presente siglo. Siguiendo las huellas de los estudios promovidos por los investigadores de la tierra, es­ pecialmente de Charles Lyell, que en 1830 publicó sus Principies of Geology, aparecía en 1865 Prehistoric Times de J. Lubbock, el primer libro en la línea de la moderna arqueología. Desde la segunda mitad del siglo pasado los ar­ queólogos europeos habían comenzado a fechar los estratos de origen antró­ pico con las manufacturas, así como los geólogos habían fechado, desde el si­ glo xvm, los estratos de origen natural con los fósiles contenidos en los mismos. En Italia este aspecto más científico de la arqueología se desarrolló con retraso. Tras una breve y rápidamente truncada temporada positivista, inspi­ rada en la cultura del otro lado de los Alpes, floreció el idealismo, que no supo valorar adecuadamente, por ejemplo, todo lo que los museos londinen­ ses habían ido recogiendo y sometiendo a tipologías desde época victoriana: desde los objetos naturales a las manufacturas de todo tipo y especie (Ca­ randini, 1979a; Peroni, 1976­1977). Las colecciones de nuestros museos re­ flejan todavía hoy una cultura sustancialmente premoderna. Nuestras revis­ tas científicas, aun siendo meritorias en otros aspectos, tienen una impronta análoga, como por ejemplo el Annuario della Scuola Italiana di Arene, que pone en primer plano los estudios de carácter histórico­científico e histórico­ anticuario y recoge los informes de las excavaciones en la parte final y su­ bordinada a los «Atti». Compárese con el paralelo Annual of the Britisñ School of Athens, en el que los trabajos de campo constituyen el objeto prin­ cipal de la revista (véanse, por ejemplo, las excavaciones ejemplares en la vieja Esmirna: Nicholls, 1958­1959). No es fácil explicar las causas de este retraso en Italia, siendo todavía ra­ ros (por el riesgo que implican para la propia carrera) los estudios sobre la

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HISTORIAS EN LA TlERRA

historia de la historiografía arqueológica contemporánea en lo que respecta a las actividades de campo.1 Téngase en cuenta que el primer congreso na­ cional celebrado en Italia (en Siena) sobre Come l'archeologo opera sul cam­ po. Per un minimo comune denominatore nei metodi de/l'archeologia degli in­ sediamenti fue en 1981, el mismo año en que apareció la primera edición de Storie dalla terra, el primer manual de arqueología estratigráfica escrito por un arqueólogo italiano, por muy extraño que parezca.2 Desde un primer momento las estratificaciones en los yacimientos huma­ nos debieron presentarse más complejas que las producidas por los agentes naturales, al menos por el carácter incoherente y frágil de los estratos acumu­ lados por los hombres respecto a las sólidas sedimentaciones rocosas. Tam­ bién las manufacturas humanas debieron parecer menos constantes y extra­ vagantes respecto a la evolución regular de los vegetales y de los animales, al menos por la ausencia de todo tipo de selección natural y por la presencia de los cambiantes gustos del hombre, que sustituye un objeto más elemental por otro más perfeccionado y otras veces hace lo contrario por amor a la tradición. , A pesar de ello, los arqueólogos se bao dado cuenta con notable retraso que su ciencia era por diversas razones diferente de la de los geólogos (Harris, 1979). Pero aquel mimetismo casi a la letra, con un siglo de retraso, de lo que daneses, norteamericanos e ingleses habían ido descubriendo sobre la historia de la tierra no fue inútil para la arqueología de campo, que conservó un nexo esencial con el paradigma de los indicios. La mejor arqueología de la primera mitad de nuestro siglo pertenece to­ davía a la primera época del saber estratigráfico moderno. Alcanza su vérti­ ce con M. Wheeler (1954) y K. M. Kenyon (1956), cuyos trabajos se concen­ traron entre los años treinta y cincuenta. En los años veinte la excavación podía consistir todavía en desenterrar, como indican los principios metodo­ lógicos de L. Woolley publicados en 1930 y reeditados a principios de los cin­ cuenta con la siguiente y significativa nota del autor: «me he ocupado aquí de principios y éstos cambian poco o nada». Las excavaciones en Oriente esta­ ban especialmente mal dirigidas, funcionaban a base de propinas (baksheesh) y era ya una conquista si el arqueólogo se ocupaba de plantas de edificios además de los objetos muebles (Woolley, 1954). La primera arqueología es­ tratigráfica no nace pues en las ciudades soleadas de Oriente y del Medite­ rráneo, sino en los grises centros fortificados prerromanos de Inglaterra, para ser exportada a todas partes, como ha ocurrido con el método Wheeler, rá­ pidamente divulgado y adoptado a nivel internacional. Marcó una época la excavación en los años treinta de Maiden Castle (Wheeler, 1943). En las sec­ ciones de este Hillfort las unidades estratigráficas aparecen perfectamente definidas y numeradas, incluso para certificar la procedencia de los materia­ les. Esto ocurría por primera vez, es decir, que aquellas secciones marcaron una época y crearon escuela, lo que desgraciadamente no ocurrió con el son­ deo de Boni en el Comicio, a los pies del Capitolio (Boni, 1900). En estas sutilezas de importancia fundamental no pensaba en cambio A. Maiuri (1938), el gran excavador de Pompeya. En sus publicaciones, las es­

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HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA

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tructuras arquitectónicas aparecen, excepto en dos ocasiones (Maiuri, 1973, figuras 28, 56), completamente liberadas de los estratos, por lo que las rela­ ciones entre muros, estratos y materiales se han perdido. Este y otros defec­ tos de la arqueología de excavación italiana y mediterránea explican la des­ confianza sustancial en este ámbito geográfico hacia la estratigrafía, por lo que hasta hace pocos años ha prevalecido la datación de los monumentos a través de las técnicas edilicias (Lugli, 1957) en vez de utilizar los materiales procedentes de los estratos. Dos casos ejemplifican este modo de ver. El pri­ mero es el de G. Lugli, quien a las justas críticas de N. Lamboglia (la polé­ mica había surgido a raíz de la datación del teatro de Ventimiglia) respondía despreciando sin duda el método estratigráfico: «con dos cacharros [Larn­ boglia] hace la historia del monumento» (Lamboglia, 1958; Lugli, 1959).3 El segundo caso es el de P. Romanelli, quien en los años sesenta todavía res­ pondía a R. Meiggs (1960), incluso demasiado airosamente crítico con las la­ bores de excavación en Ostia entre 1938 y 1942, defendiendo que en Ostia las excavaciones estratigráficas no eran posibles o eran mucho menos determi­ nantes que en otros lugares (RomaneUi, 1961). Incluso M. Pallottino (1963) se alineó poco después contra la «sobrevaloración» de la estratigrafía ( él pro­ movió las excavaciones de necrópolis más que las de hábitats). Entre finales de los años cincuenta e inicios de los sesenta la arqueología oficial italiana era contraria o no veía con buenos ojos el nuevo método (Manacorda, 1982b). En tal clima desfavorable se excavaron en Ostia (desde 1966) las Termas del Nuotatore (Carandini­Panclla, 1968­1977). Recuerdo todavía las acusaciones que se nos hicieron (no sólo por parte de los arqueólogos más ancianos) de excesiva minuciosidad y de extrema lentitud en la distinción de estratos y en la clasificación de los materiales. Pero con el paso de los años aquellas pu­ blicaciones se han convertido en puntos de referencia de la arqueología ro­ mana en el Mediterráneo y nadie plantearía ahora las reservas de entonces. La defensa de la cultura estratigráfica fue en aquellos años especialmente di­ fícil, más de lo que los jóvenes puedan imaginar. Este desfase en la arqueología de campo se originó en Italia entre las dos guerras mundiales. Antes la situación era diferente. Piénsese en el Museo Et­ nográfico creado por L. Pigorini en el Collegio Romano (más tarde traslada­ do al Eur por el Ministero dei Beni culturali que, mientras tanto, ocupó el San Michele, la mejor sede para un nuevo museo arqueológico de la ciudad), en el Bullettino di Paletnologia Italiana, en el que desde 1882 aparecían sec­ ciones de yacimientos, en las investigaciones pioneras de P. Orsi y en los in­ formes de excavación de G. Boni y de algunos más publicados en las Notizie degli Scavi de los tres primeros lustros de este siglo (Boni, 1900, 1913) y que se interrumpieron (D'Errico­Pantó, 1985). La imagen de la base de la Co­ lumna Trajana seccionada, con las cimentaciones y los respectivos estratos (Boni, 1907), representa un magnífico prólogo sin continuidad y una acusa­ ción a las destrucciones y remociones de las que después Roma fue escena­ rio preferido. Esta regresión de la arqueología es una realidad que se inicia antes del fascismo (implicando al propio G. Boni, de quien se conocen am­

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HlSTORIAS EN LA TIERRA

plias excavaciones sin publicar y que consistieron en desenterrar restos: Ca­ randini et al., 1986) y se extiende casi hasta nuestros días (condicionando la mentalidad de quienes, tan sólo partidarios de la arqueología histórico­artís­ tica y monumental, todavía rechazan la estratigráfica considerándola como un componente puramente técnico y secundario de esta disciplina). No es una casualidad que la recuperación de la arqueología estratigráfi­ ca tenga lugar en Italia una generación más tarde, discretamente y en una zona marginal de la península, con las excavaciones de N. Lamboglia en Al­ bintimilium (Ventimiglia), en los años 1939­1940, y las de L. Bernabo Brea en las Arene Candide, cerca de Finale Ligure, en los años 1940­1942. Ambos están influenciados por la arqueología de más allá de los Alpes y por la pa­ leontología italiana, especialmente de la escuela florentina, a la que se debe el mérito de la primera excavación sistemática del paleolítico superior italia­ no, publicada por G. A. Blanc en 1920 (Bietti, 1990). La excavación de Ven­ timiglia (Lamboglia, 1950) es la primera de época clásica que puede compe­ tir con las de Wheeler ­si bien Lamboglia nunca siguió dicho método, en realidad se convirtió en un poswheeleriano ante litteram­, y la de las Arene Candide (Bernabo Brea, 1946) es la primera que, con iguales características, se ocupó de nuestra prehistoria menos remota. Estas dos excavaciones ligu­ res, ambas publicadas en Bordighera, dedicaban una especial atención a las secciones, algo natural para aquella época, dibujadas además con criterios gráficos muy parecidos (Lamboglia, 1950, figura 2; Bernabo Brea, 1946, figu­ ra 4). Tan sólo durante la última generación la arqueología estratigráfica ha conseguido emanciparse de la geología y de la paleontología para autodefi­ nirse como una disciplina histórica específica. Esta última revolución ha te­ nido lugar, una vez más, en Inglaterra, donde ya a finales de los cincuenta se comenzaba a superar el método de M. Wheeler y se inventaban nuevos prin­ cipios y prácticas, que se afirmaron a lo largo de los setenta y que todavía son sustancialmente válidos. Pensemos en las excavaciones de S. S. Frere (1971­ 1983) en Verulamium, de B. Cunliffe (1971a, 1971b, 1975­1976) en Fishbour­ ne y en Porchester, de M. Biddle (1975) en Winchester y de P. Barker (1975, 1980) en Wroxeter, sólo por citar los más famosos de aquel afortunado mo­ mento. Entre la segunda mitad de los años setenta y los ochenta los nuevos mé­ todos británicos cruzaron el canal de la Mancha estableciéndose desde el Louvre al Palatino. De las excavaciones en Cartago y en Settefinestre en Etruria se ha hablado ya en el prefacio (p. 1) y otras similares también se po­ drían citar, incluso de época medieval (Francovich, 1986; Francovich­Paren­ ti, 1987). Después llegó la experiencia de las excavaciones urbanas en Italia, decisiva para el progreso de estos estudios en nuestro país.4 En estos últimos años los procedimientos de excavación no hao hecho grandes progresos. Los temas sobre los que la arqueología británica está aho­ ra trabajando se refieren a otros aspectos, como el uso de los ordenadores, la paleoecologfa, la arqueometría y los sistemas de archivo y de publicación, es

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HISTORIA Y PRlNCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA

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Erosión, movimiento, deposición.

decir, la transición del análisis de la secuencia estratigráfica a la síntesis del discurso histórico. El método estratigráfico, entendido en un sentido amplio, es todavía un campo de investigación en expansión y el Museo de Londres aún es un punto de referencia fundamental (Site manual, 1990). Estratificación en general

Todas las formas de estratificación, geológicas o arqueológicas, son el re­ sultado de 1) erosión/destrucción, 2) movimiento/transporte, 3) deposición/ acumulación (figura 1). Pero mientras que la estratificación geológica se debe exclusivamente a fuerzas naturales, la arqueológica es el resultado de fuerzas naturales y humanas, separadas o combinadas entre sí, por lo que erosión, movimiento y deposición se entremezclan con obras de destrucción, transporte y acumulación o construcción (figura 2). El fenómeno de la estra­ tificación tiene siempre, por lo tanto, una doble faz, presuponiendo siempre la ruina del equilibrio anterior y la formación de uno nuevo. Una cabaña im­ plica un corte de leña, un muro de tierra la excavación de unas arcillas y un muro de piedra una cantera (figura 3). En la naturaleza se dan erosiones, abrasiones, desprendimientos y depo­ siciones, aluviones, caídas de detritus, morrenas, dunas y deslizamientos, y to­

2. blanco). FIGURA

Alternancia de estratos de origen natural (con trama) y antrópíco (en

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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Destrucción y construcción.

dos ellos conllevan desplazamientos de materiales. Por dicho motivo, las cir­ cunstancias estratigráficas de los yacimientos ubicados en colinas o en mon­ tafias son diferentes de las de los yacimientos en llanuras sedimentarias, por­ que cambian, por ejemplo, los criterios interpretativos en lo relativo a la deposición de los materiales. El flujo de las aguas superficiales arrastra los materiales hacia abajo y las cerámicas aparecen rodadas (Mannoni, 1970). Se conocen también modificaciones de materiales preexistentes sin que se hayan desplazado, debidas a compresiones, cocciones, perturbaciones bio­ genéticas y metabolismo inducido.! El análisis de una estratificación presu­ pone siempre el análisis de los procesos naturales y/o antrópicos que la han determinado, con el fin de reconocer las condiciones históricas y paleoam­ bientales que han provocado su formación. La formación de una estratificación tiene lugar por ciclos, es decir, a tra­ vés de períodos de actividad y de menor actividad o de pausa. Durante las pausas pueden acaecer muchos fenómenos, pero no procesos de crecimiento de la estratificación. La acción está representada por los estratos, y la pausa por las superficies de los estratos. Dichas superficies son películas intangibles a las que los geólogos han llamado interfacies y representan el período (que puede ser muy corto) de exposición de un estrato, es decir, el lapso de tiem­ po transcurrido entre un estrato formado y uno que comienza a formarse en­ cima del primero, algo así como su vida. Una acción de deposición/acumulación conlleva siempre un estrato (el dato material) y su superficie o interfacies (el dato inmaterial). Generalmen­ te se presta mayor atención al primero que al segundo, pero se trata de un error, porque la reconstrucción histórica debe tener en cuenta las lagunas de

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HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFIA

4. 3 y 5: superpuestos; 2: acción de corte (la separación de 3 implica su re­ numeración); 2: resultado del corte (la separación de 5 implica su renumeración); 2: comienza a llenarse; 2: está rellenado por l. Para la numeración, cf. figuras 55­63. F1GURA

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5. La superficie de 2, aunque frecuentada y, por lo tanto, al menos mínima­ mente alterada o consumida, no muestra sustanciales transformaciones en el curso de su vida, antes de la formación de l. FIGURA

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6. La superficie de 2 ha sido frecuentada y su volumen ha disminuido sensi­ blemente durante su vida, antes de la formación de 1, pero de forma tan uniforme que resulta irreconocible. FIGURA

la documentación estratigráfica e imaginar incluso lo que, habiendo existido, no ha llegado a convertirse en una estratificación positiva. Una acción de erosión/destrucción nunca conlleva un estrato, pero sf una falta de estrato o de estratos (el dato material ha sido desplazado a otro lu­ gar) que podemos denominar interfacies o superficie en sí. La superficie que no presupone un estrato representa la acción de erosión/destrucción y tam­ bién la vida de la superficie misma (figura 4). Por todo ello resulta funda­ mental saber distinguir en cualquier estratificación los estratos de las superfi­ cies de estrato y de las superficies en si. Unas veces el resultado de las acciones de erosión/destrucción y de trans­ formación es tan mínimo o uniforme que no se reconoce fácilmente (Arnol­ dus Huyzenveld­Maetzke, 1988), mientras que otras veces es evidente y sig­ nificativo y debe ser documentado (figuras 5­7). Los estratos, sus superficies y las superficies en sí pueden ser a su vez objeto de acciones de deposi­

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HlSTORlAS EN LA TIERRA

7. La superficie de 6 ha sido frecuentada y su volumen se ha alterado en vida, antes de la formación de 1, por los cortes 4 y 5, perfectamente identificables, posteriormente rellenados por 2 y 3.

FIGURA

8. 5 y 7 han sido cortados por 4, más tarde rellenados por 3; posteriormente se ha efectuado el segundo corte 2, después rellenado por l. F1GURA

9. Diversas cuencas de deposición, naturales y artificiales, contienen distin­ tas estratificaciones ( a y b ).

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10.

Diversas formas de depósito, natural y artificial.

ción/acumulación y de erosión/destrucción (figura 8). Esto puede suceder du­ rante su formación, durante su vida y también después de ella. Los estratos se acumulan en un área determinada que se llama cuenca de deposición, formada normalmente por una depresión natural o artificial y también por un espacio cerrado por muros o terraplenes. Cuencas diferentes presuponen estratigrafías diversas (figura 9). La forma de la deposición de­ pende de los materiales depositados y del tipo de fuerza ejercida por la na­ turaleza o por el hombre al moverlos (figuras 10, 21­23).

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HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA

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11. Superficies de estratos horizontales y verticales.

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Perímetro y relieve de la superficie de un estrato con curvas de nivel aco­

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13. 1 es posterior a 2, a pesar de que los materiales indiquen lo contrario, ya que en este caso deben considerarse materiales residuales procedentes de 4 = 5 y de 6 =7. FIGURA

Para determinar si una realidad estratigráfica concreta es de origen natu­ ral o antrópico hay que tener presente: 1) el tipo de material estratificado; 2) el modo en que ha sido erosionado o excavado; 3) el modo en que ha sido des­ plazado o transportado; 4) el modo en que ha sido depositado o acumulado. Las características principales de un estrato son las siguientes. 1) El es­ trato posee una superficie, que puede ser horizontal, inclinada o vertical (fi­ gura 11). 2) La superficie de un estrato está delimitada por un perímetro y po­ see un relieve que puede representarse con curvas de nivel acotadas (figura 12). 3) Del relieve de la superficie de un estrato, combinado con el de los es­ tratos subyacentes y adyacentes, se obtiene su volumen (figura 68). 4) Todo estrato tiene una propia posición topográfica en las tres dimensiones espa­ ciales. 5) Todo estrato tiene una propia posición estratigráfica, es decir, una propia posición relativa en el tiempo en relación a los otros estratos, posición que se obtiene de las relaciones entre las superficies o las interfacies y no de los materiales en él contenidos (figura 13). 6) Todo estrato tiene una propia

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HISTORlAS EN LA TIERRA

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14. (a) Material residual de otro estrato más antiguo (triángulo); (b) mate­ rial coetáneo a la formación del estrato (círculo); (e) material de intrusión proceden­ te de otro estrato más tardío (rectángulo). FIGURA

15. Secuencia estratigráfica de un muro. Si no se numera y distingue la trin­ chera de fundación 7 de los estratos 4 y 5 que la rellenan, el conjunto resultante pue­ de ser considerado anterior al cimiento 6 (lo que es cierto para 7 pero no para 4 y 5) o posterior (lo que es cierto para 4 y 5 pero no para 7). FtGURA

cronología absoluta, que se establece en función del material datable más moderno contenido en sí mismo y que le es coetáneo, siempre que no se tra­ te de un residuo o de una intrusión (figura 14), y gracias a la cronología ab­ soluta de los estratos que le preceden y le siguen en la sucesión estratigráfi­ ca (pp. 153 ss.). Es justo recordar que los geólogos siempre han reconocido las superficies de los estratos (llamándoles interfacies), mientras que los arqueólogos sólo en los últimos años las han tomado sistemáticamente en consideración (Ha­ rris, 1979). Antes de que esto acaeciera no se podía transformar integral­ mente una estratificación en una secuencia estratigráfica y, por lo tanto, en una estratigrafía (figura 15). Estratos naturales y arurápicos Con el danés Steno, el inglés Smith y los escoceses Hutton y Lyell (1830), que vivieron entre los siglos xvm y XJX, la geología ha adquirido las nociones fundamentales necesarias para establecer las estratigrafías de la tierra: fósiles, estratos, interfacies, relación fósiles­estratos y datación de los estratos con los fósiles (a partir de la evolución de las especies). Las leyes que permiten reconstruir la secuencia de los estratos rocosos depositados

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HISTORIA Y PRINCIPIOS DE LA ESTRATIGRAFÍA

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16. Secciones vistas revelan una continuidad original interrumpida en un se­ gundo momento. FIGURA

2 FIGURA

17.

Una estratigrafía geológica invertida.

en condiciones sedimentarias son las siguientes: 1) ley de la originaria su­ perposición, por la que el estrato más alto es también el más reciente, bajo el presupuesto de que los estratos no hayan sido alterados y se hallen en su forma de yacer original; 2) ley de la originaria horizontalidad, por la que los estratos que se han formado bajo el agua tienen generalmente superficies horizontales; las superficies de estrato inclinadas comportan modificaciones sucesivas de su ubicación primitiva; 3) ley de la originaria continuidad, por la que los estratos no tienen bordes visibles; en el caso de existir se deben a sucesivas acciones de erosión (figura 16); 4) ley de La sucesión [aunlstica, por la que los estratos se fechan en función de los fósiles que contienen; ello conlleva que los estratos desplazados o invertidos se fechan más bien por los fósiles que contienen que por su superposición en la estratificación (figura 17). Al igual que la estratigrafía geológica, la arqueológica se basa en princi­ pios aplicables en cualquier parte, ya que conciernen al aspecto físico de las acciones humanas, y éste sigue a la regularidad de la naturaleza más que a la irrepetibilidad de la historia. Esta es la razón por la que en arqueología es­ tratigráfica las distinciones disciplinarias acaban por revestir un significado relativo. El excavador es un especialista en estratigrafía en sentido general, capaz de actuar en los más diversos contextos, al estar las relaciones estrati­ gráficas determinadas por la contigüidad entre las superficies o interfacies y no por los materiales contenidos en los estratos (figura 13), de forma contra­ ria a lo que ocurre en geología por la ley de la sucesión faunfstica. Esta dife­

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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6 18. Los estratos arqueológicos de tierra no pueden ser invertidos: 1 y 2 son estratos nuevos respecto a 4 = 5 y 6 = 7. F1GuRA

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19. La estratigraCfa de un yacimiento es como una isla en el tigrafía natural.

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de la estra­

rencia entre estratigrafía geológica y arqueológica se debe a la naturaleza in­

coherente de los estratos de tierra que, aunque hayan sido excavados o in­ vertidos, siempre forman nuevos estratos, al margen de la cronología de los materiales en ellos contenidos (figura 18). La historicidad de nuestro sub­ suelo consiste en esta constante posibilidad de que un estrato se transforme en otro y en la actitud humana de crear continuamente estructuras verticales capaces de multiplicar las cuencas de deposición y de infringir la horizontali­ dad de las deposiciones, que es una característica de la estratificación natu­ ral. El comportamiento de los estratos coherentes es cliferente. Se dan casos en los que estratos constructivos pueden transformarse y presentarse como estratos rocosos, como por ejemplo en el derrumbe de estructuras en opus caementicium. Si pensamos en los yacimientos arqueológicos urbanos y rurales, veremos que se presentan como islas estratigráficas humanas en un mar de estratos naturales. En los alrededores o en el fondo de un yacimiento hallamos siem­ pre la estratificación obra de la naturaleza (figura 19). Desde este punto de vista, subrayar la originalidad de los procesos de sedimentación en los yaci­ mientos arqueológicos respecto a los naturales entraña el riesgo de separar aquello que en realidad se muestra de forma continua y, por lo tanto, de ais­ lar el yacimiento arqueológico de su contexto ambiental. Por dicho motivo, algunos especialistas en estratigrafía consideran que la actividad antrópica genera estratificación al igual que cualquier agente sedimentario y geomórfi­ co (Brogiolo­Cremascbi­Gelicbi, 1988; Cremaschi, 1990). Según los diversos

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20. En el estrato natural 1 se hallan contenidas huellas de la presencia hu­ mana: 1.1. y 1.2. (1.1. parece más reciente que 1.2. porque se encuentra a una cota más elevada). FIGURA

puntos de vista la creación de estratificación por parte del hombre se parece o difiere, en mayor o menor grado, de la generada por las fuerzas naturales. Donde la naturaleza prevalece sobre el hombre, como en las excavaciones prehistóricas (por ejemplo en los yacimientos paleolíticos al aire libre), se ha­ lla a nivel de estrato lo que se encuentra a nivel de territorio (sobre las exca­ vaciones del paleolítico, véase Bietti, 1990). Las evidencias de la vida humana aparecen aisladas entre sí, como sumergidas en la uniformidad del estrato na­ tural. Al no poderse establecer relaciones estratigráficas entre estas evidencias aisladas es imposible la reconstrucción de una secuencia estratigráfica en sen­ tido estricto, es decir, basada en las relaciones físicas entre los diversos resul­ tados de las acciones humanas combinados entre sí. La sucesión relativa en el tiempo puede, en dichos casos, solamente obtenerse a partir de la posición tri­ dimensional de dichas evidencias en el contexto del estrato natural. Aunque dicho estrato aparezca homogéneo, al menos a simple vista, se puede haber ido acumulando durante un período de tiempo muy largo y en circunstancias no siempre idénticas. De ello se deduce que las porciones horizontales, artifi­ cialmente establecidas, más altas de dicho estrato son, con toda probabilidad, más modernas que aquellas situadas más abajo. En la condición de una real o aparente incapacidad para distinguir, típica de los grandes fenómenos natura­ les, faltando evidentes relaciones espacio­temporales, la posición tridimensio­ nal de cada una de las evidencias en el contexto del estrato adquiere una importancia fundamental, convirtiéndose en el único débil criterio de discri­ minación en el ámbito de la deposición uniforme de los materiales. En dicho caso las evidencias humanas acaban por convertirse en subconjuntos de la se­ cuencia estratigráfica natural (figuras 20 y 28; Cremaschi, 1990). Incluso en épocas históricas se pueden dar condiciones estratigráficas vagamente análo­ gas, por ejemplo en época alto­medieval, cuando en las antiguas ciudades ya no funcionan las cloacas y los espacios públicos se ven invadidos por estratos de barro que acaban por albergar las míseras cabañas de aquellos que todavía no habían abandonado el yacimiento (Ward Perkins, 1981). Se pueden dar también estratos de ocupación de época protohistórica considerablemente ho­ mogéneos, en los que la distribución de microestructuras (como los hogares) y de materiales acaba por ser más significativa que la distinción de estratos, di­ fícilmente documentables.

Alli donde, en cambio, las acciones humanas se intensifican y entrelazan, superponiéndose y estableciendo sus propias cuencas de deposición, como en las primeras formas de vida concentrada y continua, la estratificación natural

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) HISTORlAS EN LA TIERRA

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FIGURA 21. Con las primeras formas de vida concentrada en un yacimiento prevale­ cen los estratos artificiales sobre los naturales.

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FIGURA 22.

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Formación de estratos naturales.

queda al margen del yacimiento y acaba por jugar un papel subalterno. Des­ de este punto de vista la ciudad se presenta como un conjunto intensamente interrelacionado de acciones humanas que excluye fundamentalmente el predominio de la naturaleza dentro de sus límites. Las estructuras verticales construidas por el hombre (fosos, terraplenes, empalizadas y muros) estable­ cen conjuntos estratigráficos completamente artificiales, fortificados, no sólo contra el enemigo, sino también contra la lluvia y los torrentes (figura 21). Los diferentes modos de actuar de la naturaleza y del hombre pueden comprenderse en términos de energía. La naturaleza emplea normalmente energías bastante más bajas que las usadas por el hombre incluso cuando uti­ liza sólo el pico y la pala. Las precipitaciones, los cursos de agua y los vien­ tos desplazan poco a poco y con poca fuerza partículas mínimas. Así se for­ man los estratos homogéneos de los que se ha hablado (figura 22). Con sus músculos y herramientas el hombre transforma situaciones precedentes, transporta materiales pesados, construye monumentos que, una vez abando­ nados, se hunden formando grandiosas ruinas, e incluso éstas son la expre­ sión de la alta energía atesorada en aquellas construcciones y, por lo tanto, se convierten en monumentos de monumentos (figura 23). Por no hablar de las convulsiones que el hombre llega a producir con sus máquinas y sus artefac­ tos, desde los diques a los rascacielos (figura 24), cuya fuerza es casi similar a la de la naturaleza cuando se desencadena en un cataclismo. La compleji­

HISTORIA Y PR1NC1PIOS DE LA ESTRATIGRAFfA

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Formación de estratos artificiales (en época preindustrial).

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Formación de estratos artificiales (en época industrial).

dad de la estratigrafía arqueológica se debe pues a la concentración de la vida en un lugar determinado y a la capacidad de dividir y de transformar que posee la alta energía que el hombre sabe generar incluso cuando sólo usa sus propias manos. Incluso en los estratos homogéneos producidos por las bajas energías na· turaJes o en otras condiciones particulares antrópicas (acumulaciones lentas en cabañas en las que se vive sin limpiar o renovar) pueden darse cambios, más o menos graduales, debidos a variaciones de energía de los agentes. Fre­ cuentemente, al no alcanzar a captarlos a simple vista, es necesario analizar· los con mayor profundidad para descubrir las variaciones de fuerza que han permitido el transporte seleccionado de partículas más o menos grandes. De tal forma se hace posible articular, a partir de pequeños cambios de energía, lo que en un principio no se podía distinguir. La capacidad de análisis de la visión y, por lo tanto, de la reconstrucción estratigráfica depende de la po­ tencia del ojo indagador. Nos quedamos atónitos cuando indagamos la natu­ raleza al microscopio y descubrimos formas que nunca habríamos sospecha· do. De aquí deriva la necesidad de excavar dichos estratos con evidencias de

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HISTORIAS EN LA TIERRA

vida humana procediendo por finos niveles artificiales y tomando de los mis­ mos muestras de tierra para analizar en el laboratorio. Se piensa siempre en el hombre como productor de instrumentos, obras de arte y arquitecturas. Con menor frecuencia se le considera también como excavador o constructor, creador de cuencas de deposición y acumulador de estratificaciones. Por lo tanto, no sorprende que las unidades estratigráficas por él producidas sean, en muchos aspectos, diferentes de las naturales, espe­ cialmente porque reflejan su complicada forma de proyectar y sus imprevisi­ bles motivaciones. Existe sin duda una relación entre complejidad cultural y productiva. La relativa sencillez de las mánufacturas y de los yacimientos prehistóricos se corresponde perfectamente con un mundo que no escribe y, viceversa, la creación de las obras de arte y de los monumentos refleja fiel­ mente un mundo que sabe escribir. Desde este punto de vista la documenta­ ción escrita se muestra como el complemento natural de la rica producción artesanal y manufacturada de una sociedad de época histórica. La contrapo­ sición entre escritura y materia trabajada no tiene pues ningún sentido, ya que cada una de estas dos fuentes puede expresar mejor lo que la otra a du­ ras penas consigue susurrar. De la misma forma que la mente no sustituye al cuerpo humano, lo escrito no sustituye a lo manufacturado. Estratificaciones y archivos son dos expresiones de una misma faz. Hasta ahora se ha reflexionado bastante poco acerca de los diferentes ti­ pos de estratificación. En las épocas prehistórica y protohistórica e incluso en otras más tardías, como la altomedieval, puede predominar o manifestarse conspicuamente la estratificación de origen natural o de carácter homogé­ neo. En las otras épocas prevalece, en cambio, la estratificación arqueológi­ ca compleja. En la época industrial el desarrollo de la mecanización, de la limpieza urbana y de la protección de los monumentos ha modificado el ca­ rácter de la estratificación, a veces complicándola aún más y a veces simpli­ ficándola basta el extremo. Este Libro trata, sobre todo, de la estratigrafía ar­ queológica de la época preindustrial, cuando acaba el predominio del campo, se establece un antagonismo entre éste y la ciudad y no se ha llegado todavía al dominio incuestionable de ésta (Carandini, 1979b). Se intentará indivi­ dualizar los principios que permiten leer la estratificación creada artesanal­ mente por el hombre. Existen una serie de constantes en su comportamien­ to sobre el terreno que deben conocerse si se quiere afrontar de forma metódica el conocimiento de la tierra y de las materias plasmadas por el hombre. Las reglas de la estratigrafía son, en esta especie de descenso a los infiernos, nuestro único Virgilio.

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2.

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA

ESTRATEGIAS y

Mfaooos

DE EXCAVACIÓN

Prospecciones

Mientras el arqueólogo connaisseur se recrea en encontrar confirma­ ciones y negaciones indagando en múltiples lugares y tejiendo horizontal­ mente su trama de conjeturas, el arqueólogo que quiere trabajar sistemáti­ camente en el campo se comporta de forma diversa. Quiere descender hacia niveles cada vez más detallados para comprender, en el marco de la norma histórica más general o fuera de ella, el aspecto local, individual y concreto de un único contexto que frecuentemente confirma, pero con mayor fre­ cuencia desmiente, las certezas existentes en las grandes síntesis. Las tenden­ cias y las cesuras históricas fundamentales no son ajenas a quien está traba­ jando en algo tan concreto como un yacimiento y su territorio. Éstas se presentan al topógrafo y al estratígrafo de forma mucho más viva y diversifi­ cada que en las fuentes literarias, las cuales, leídas sin una contrastación con los monumentos, difícilmente pueden ser comprobadas y pueden llevar a vi­ siones falaces como, por ejemplo, aquella según la cual el mundo clásico po­ dría ser considerado como algo sustancial.mente unitario, desde Homero a san Agustín (Carandini, 1988a, pp. 323 ss.). Las dinámicas y las crisis históri­ cas adquieren perfiles más difuminados y conjuntos más individuales a me­ dida que uno se acerca a tocar tierra desde el empíreo del mundo escrito con­ siderado en sí mismo. No se trata aquí de enfrentarse a los problemas de la investigación topo­ gráfica, que lógicamente precede a la de la excavación, ya que éstos merecen un manual propio.1 Pero una vez que dicha investigación baya suficiente­ mente avanzado hacia una unidad geomorfológica, que el paisaje agrario o urbano haya sido comprendido en grandes períodos y que los yacimientos se hayan comparado entre sí para dibujar una primera tipología de los yaci­ mientos, se podrá entrar más en el detalle escogiendo al menos una unidad topográfica para cada tipo de yacimiento que sea objeto de excavación. Na­ turalmente, la relación topografía­excavación puede variar. Se puede imagi­

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HISTORIAS EN LA TIERRA

nar un proyecto eminentemente topográfico que prevea también sondeos, o un proyecto eminentemente de excavación que prevea también una investiga­ ción topográfica de la zona circundante. Si no existe la posibilidad de con­ trolar una cierta extensión topográfica los datos obtenidos de la estratificación quedan aislados y sin ninguna posibilidad de generalización. La investiga­ ción topográfica valoriza al máximo una excavación al contextualizarla a ni­ vel territorial y, por lo tanto, multiplicar su relevancia científica. Se puede comparar al topógrafo con el médico, que ausculta al paciente para determi­ nar la enfermedad por medio de los síntomas más diversos, y al excavador con el cirujano, que, a partir de la diagnosis médica, actúa en un determina­ do punto del cuerpo. Pero incluso la labor del médico es cada vez menos sub­ jetiva gracias a la contribución de diversos tipos de análisis­no destructivos, y al topógrafo no le queda otra alternativa que no sea reducir la importancia del olfato en favor de una investigación más precisa. El primer objetivo de la investigación topográfica es el de identificar el mayor número posible de yacimientos y recorridos (o unidades topográficas) para describirlos de forma adecuada, al igual que el primer objetivo del ex­ cavador es el de identificar y documentar el mayor número de unidades es­ tratigráficas. En segundo lugar, el topógrafo debe intentar conectar entre sí las diversas unidades topográficas con el fin de reconstruir conjuntos de ya­ cimientos y de recorridos para cada uno de los períodos históricos, exacta­ mente como el excavador debe agrupar en actividades las simples unidades estratigráficas consecutivas. En tercer lugar, el topógrafo debe hacer planos de paisajes agrarios o urbanos reconstruidos por períodos y por territorios, al igual que el estratígrafo debe elaborar gráficos reconstructivos del monu­ mento o del conjunto arqueológico en función de sus fases y de la configura­ ción de sus estructuras. Si nos limitamos a identificar con precisión yacimientos y unidades estra­ tigráficas compilamos listas de datos útiles sobre todo desde el punto de vista «patrimonial» y de la protección. Si nos contentamos con esbozar síntesis te­ rritoriales y urbanas basándonos en una documentación escasa y parcial, co­ rremos el riesgo de subordinar aquellos pocos datos a preguntas y respuestas preestablecidas, por lo que no disponemos de comprobaciones, negaciones y verdaderos enriquecimientos de los conocimientos previos. Se trataría pues de superar este anticuarismo territorial para llegar a reconstruir históricamente fragmentos de paisajes urbanos y rurales (Carandini, 1989f). Un planteamien­ to correcto presupondría una elección razonada y realista del área en la que se pretende actuar, un análisis formal de la misma que permita establecer series de acontecimientos y sus mutuas relaciones y, finalmente, una síntesis que no fuera arbitraria, sino el resultado de datos concretos y de hipótesis planteadas en contacto con el terreno, considerado éste de forma arqueológicamente sis­ temática y no selectiva. Es necesario escoger de forma responsable los puntos en los que excavar. Deben tenerse en cuenta el tipo y la rareza del yacimiento, 'el estado de con­ servación de la estratificación, su profundidad y complejidad, las caracterís­

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25. Desarrollo diferenciado de los cereales ante la presencia de muros y fo. sos enterrados (Webster, 1964, figura 1). F1GURA

ticas del suelo (un suelo ácido no conserva, por ejemplo, los restos orgáni­ cos). Para medir previamente la potencialidad arqueológica de una estratifi­ cación (el único dato objetivo sobre el que se puede basar una programación de la investigación) y calibrar la estrategia a seguir en la excavación podemos ayudamos con sondeos, trincheras y calicatas, o con análisis no destructivos como el estudio de la documentación iconográfica, gráfica, escrita y relativa a investigaciones anteriores, como la interpretación de las fotografías aéreas, las prospecciones ( con recogida de materiales en la superficie cuadriculada del yacimiento), los cambios en la vegetación debidos a la presencia de es­ tructuras subterráneas (figura 25), la elaboración de plantas con curvas de ni­ vel, las prospecciones geofísicas y los análisis químicos (Carver, 1983, 1986­ 1989; Barker, 1986). Algunos de estos análisis se realizan desde hace años: a principios del siglo xvn, en Richborough, Carnden observaba los cambios en la vegetación (Daniel, 1976). Otros han sido adoptados sólo recientemente, como los experimentados en York (Carver, 1991b; cf. también Clark, 1990). Existe un punto en el que la labor del excavador, la del topógrafo y la del paleoecólogo coinciden materialmente. El primero debería unir la estratifi­ cación artificial con la natural que la rodea. Los segundos deberían recons­ truir la configuración de los terrenos en las diversas épocas históricas: caídas de detritus y aluviones plasman y alteran continuamente el suelo, por lo que sin su estudio no se puede saber si un vacío de yacimientos es real o se debe a que dichos agentes naturales han enterrado o erosionado aquellos hábitats. En dichos casos, se puede recurrir, allí donde termina el yacimiento y co­ mienza el campo circundante, a lo que puede llamarse una trinchera paleoe­ colágica, experimentada en Italia con éxito a los pies de la colina de Settefi­ nestre (Carandini, 1985a, 1 •, pp. 40 ss.). Una excavación mecánica permitió sacar a la luz y documentar allí un perfil de la estratificación del Valle d'O­ ro, en cuyo centro se halla la colina de Settefinestre, útil para comprender los modos y los tiempos de la formación de los terrenos. La excavación manual de un sector de la sección, con la ubicación tridimensional de los materiales ­como debe realizarse en presencia de estratos naturales­, permitió datar su sucesión. Esencial para datar es la presencia de manufacturas en los es­ tratos, por lo que una trinchera de este tipo debe siempre excavarse junto a un yacimiento (figuras 26­28).

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26. Trinchera paleoecológica a los pies de un yacimiento.

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27. Trinchera paleoecológica excavada con máquina y, en parte, a mano.

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28. Trinchera paleoecológica, en parte excavada a mano, con ubicación tri· dimensional de los materiales numerados progresivamente mediante carteles (siste­ ma usado en Settefinestre: Carandini, 1985a, 1 ••, figuras 20­30). FIGURA

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Excavación siguiendo los muros y sus negativas consecuencias.

Forma de la excavación

Se dice que la peor estrategia o forma de una excavación es la de buscar muros y seguir su trazado. A pesar de ello, es lícito hacerlo si las crestas de los mismos sólo están cubiertas por el humus y si este tipo de excavación se limi­ ta a este primer estrato. De lo contrario, el daño es irreparable ya que se pier­ den las unidades estratigráficas y sus relaciones con el propio muro (figura 29). Por desgracia, fotografías de este bárbaro procedimiento se encuentran en las propias Notizie degli Sea vi y son el fruto de una falta total de directrices en di­ cho sentido en Italia. De hecho, en el Ministero dei Beni Culturali hay un Ins­ tituto central del catálogo y un Instituto central para la restauración, pero no existe un instituto para la topografía, la estratigrafía, la arqueometría o la pa­ leoecología, a pesar de que serían necesarios (Carandini, 1986a). Varios son los modos según los cuales el arqueólogo puede plantear su excavación superando el humus: una trinchera larga y estrecha, un sondeo, una serie de sondeos regulares y cuadrangulares (sistema Wheeler) y una gran área (sistema Barker). Las trincheras representan la forma más antigua de excavación: «los obreros cortaban la llanura con una larga trinchera de ocho pies de profun­ didad y lo más estrecha posible» ( excavación en Sanguigna dirigida por Fa­ brizio del Dango en La Cartuja de Parma de Stendhal). Hoy en día, las trin­ cheras sólo se consideran útiles para las estructuras lineales: muros, fosos y calles. Pero incluso en dichos casos los datos obtenidos sólo se refieren a las propias trincheras y son difícilmente generalizables, especialmente en los de­ talles, a todo el recorrido de la estructura hipotética. Poco más allá de la ex­ cavación, la calle podría haber sido ocupada por edificios o pavimentada en forma diversa y las fortificaciones podrían haberse hecho de forma comple­ tamente diferente. Por dicha razón, las estructuras halladas en dos sectores a los pies de la vertiente septentrional del Palatino, interpretadas como muros con fosos (Carandini, 1989a, 1990a, 1990b), merecen ser objeto de ulteriores excavaciones que incrementen o disminuyan el grado de verosimilitud de su



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Excavación en forma de trinchera de una fortificación.

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31. Sondeos preliminares en una villa romana (V), con patio (C), jardines (G), celdas para los esclavos (CS), pocilga (P) y granero (GR). Ejemplo de Settefi­ nestre (Cajandini, 1985a, 1 ­. figura 139). FIGURA

interpretación. Las ventajas de la trinchera consisten en que permiten plan­ tear rápidamente un problema y obtener de inmediato los primeros datos (fi­ gura 30). Los sondeos pueden proporcionar indicaciones útiles en relación a la po­ tencialidad del yacimiento. Situados en función de una estrategia concreta pueden dar respuesta a problemas topográficos fundamentales, tanto a nivel de ciudad como de monumento. En lo que respecta a la ciudad y a su perife­ ria, pueden ofrecer informaciones relativas a la regularidad de la ocupación, a las fortificaciones, a las necrópolis, a los barrios suburbanos, a la centuria­ ción y a los yacimientos rurales (Carandini et al., 1983). En lo que se refiere a un único monumento, los sondeos pueden facilitar datos sobre las relacio­ nes entre las estructuras principales y las técnicas edilicias (figura 31). Tanto los sondeos como las trincheras pueden ser de utilidad en las labores de pro­ tección. Pero cuanto más articulada en sondeos se halla la excavación, más difíciles se convierten los alzados planimétricos, la correlación de las dife­ rentes unidades estratigráficas de los diversos sondeos y la comprensión del yacimiento.

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32. Sondeos cuadrados dispuestos regularmente y separados por testigos (sistema Wheeler). FIGURA

La multiplicación sistemática de sondeos regulares separados por testigos combina la exigencia de no abandonar el sondeo con la de excavar en exten­ sión (figura 32). La idea fue elaborada por Wheeler (1954) y Kenyon (1956). No se trata aquí de explicar este tipo de excavación, bien ilustrada por sus in­ ventores, perfeccionadores y epígonos (Alexander, 1970; Joukowsky, 1980). Si bien representó una etapa fundamental de la arqueología de campo y el inicio de las excavaciones modernas en Europa, en Oriente y en América, este tipo de excavación tiene también sus limitaciones. Dicho método no se utilizó bien ni con gran difusión en Italia, sea porque presuponía una exca­ vación estratigráfica cuidadosa y la perfecta regularidad y verticalidad de los cortes (gran inconveniente para quien está acostumbrado a desenterrar), sea por la difusión del método de N. Larnboglia, que superaba tales geometrías en la intervención limitando la difusión del sistema en Italia, Francia, Espa­ ña e, indirectamente, en el África septentrional. Lamboglia nunca formalizó su método pero suplió dicho vacío con sus cursos en Ventimiglia, Roma y Ampurias, seguidos apasionadamente por los jóvenes de entonces (Carandi­ ni, 1985c). A la luz de las experiencias de excavación más avanzadas de la última generación, desarrolladas en la propia patria de Wheeler, el sistema de multiplicar los sondeos regulares con precisión militar ya no puede con­ siderarse aconsejable. Esto no significa que quien todavía lo practica no pueda llevar a cabo un buen trabajo. Significa solamente que se puede ex­ cavar mejor y con mayor eficacia de otra forma. Tampoco puede conside­ rarse que el método Wheeler represente una fase de formación indispensa­ ble para el arqueólogo militante, de hecho, muchos arqueólogos excavan hoy perfectamente sin haberlo experimentado jamás. Es fácilmente com­ prensible, por otro lado, que el arqueólogo habituado a trabajar bajo la protección de los vecinos cortes del sondeo pueda sentirse perdido en la excavación de grandes áreas abiertas y tenga dificultades para aceptar este nuevo planteamiento (quien escribe ha conocido esta sensación en Cartago). Hagamos una relación de los principales defectos del método Wheeler.

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33. (a) Secciones con testigos preestablecidos que eventualmente pueden quitarse (sistema Wheeler). {bl­3) Sección acumulativa con testigos provisionales y móviles (sistema Barker). F1GuRA

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34. Bajo los testigos se esconden sorpresas incluso cuando, a ambos lados, la estratificación parece regular y sencilJa (crítica al sistema Wheeler). F1GU1tA

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El testigo preestablecido, acabando muchas veces por hallarse en una po­ sición no deseada, puede ser removido con dificultad pero no desplazado, especialmente en el marco de un rígido sistema de sondeos {figura 33), mientras que el sistema de la sección acumulativa (pp. 109 ss.) hace inútil la presencia de testigos y permite desplazar o añadir secciones en cual­ quier punto y momento de la excavación. 2) Los testigos impiden documentar las relaciones estratigráficas existentes en su interior y sólo permiten establecer relaciones hipotéticas entre son­ deo y sondeo, las cuales, de hecho, podrían revelarse erróneas. La exca­ vación de los testigos en una segunda fase es difícil tanto para la identifi­ cación de las unidades estratigráficas y de sus relaciones como para su documentación en planta (figura 34). Conservando los testigos regulares no se llega a construir una secuencia estratigráfica continua para una gran superficie de intervención. 3) Los testigos impiden la visión de conjunto de las unidades estratigráficas en planta y aumentan las dificultades a la hora de distinguirlas y docu­ mentarlas, compartimentando de forma mecánica la excavación. Unos mismos estratos pueden ser separados y numerados varias veces compli­ cando inútilmente lo que en la realidad es bastante sencillo. Muchas rea­ lidades que podrían comprenderse si se tomasen en consideración de forma unitaria, dándoles una ojeada, se quedan sin comprender y fre­ cuentemente se excavan mal. La visión reducida del conjunto hace que sea, por ejemplo, más complicada la comprensión de agujeros de postes alineados o de muros {figura 35). Los hombres normalmente viven sobre superficies y no sobre secciones, por ello son las superficies las que deben

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35. Un mismo estrato o una fila de agujeros para postes separados y par­ cialmente tapados por los testigos resultan más difíciles de comprender (crítica al sis­ tema Wheeler). FIGURA

36. La visión en sección de lo que se ha excavado no corresponde a la visión en planta de lo que hay que excavar (crítica al sistema Wheeler). FIGURA

poder ser examinadas con facilidad, en planimetrías de grandes áreas, como en un laboratorio al aire libre. 4) La visión constante en sección, facilitada por los testigos, es de poca utili­ dad durante la excavación al poder observarse en la pared lo que ya se ha excavado y no lo que todavía hay que excavar y que podría configurarse de forma completamente diversa poco más allá (figura 36). Por otro lado, el diagrama de la secuencia estratigráfica elaborado sobre el terreno per­ mite un control mucho más riguroso y lógico que las visiones selectivas que ofrecen los cortes (pp. 82 ss.). 5) Encerrado en el cuadrado que se le ha asignado, el excavador actúa den­ tro de unos límites artificiales en vez de hacerlo en conformidad con las superficies de las unidades estratigráficas. En función de la velocidad a la que avanza se halla además en situaciones estratigráficas diversas de las de sus vecinos, encerrados en los sondeos contiguos, por lo que resulta di­ fícil conducir la excavación de forma paralela y por fases (figura 37). 6) Cuando a los testigos preestablecidos se añaden los que subyacen en mu­ ros y en cloacas no excavados (figura 38) y que aguantan las obras de pro­ tección (figura 39), la excavación se reduce significativamente, las relacio­ nes estratigráficas se comprenden cada vez menos debido a lasfrecuentes interrupciones y la excavación se paraliza.

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37. Diferentes niveles debidos a distintos ritmos de excavación en cada uno de los sondeos (crítica al sistema Wheeler). FIGURA

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38. (a) Excavación de un muro; (b) excavación de la trinchera de expolio de un muro; (c) muro sin excavar, con el correspondiente testigo para su estabilidad.

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39. Los testigos para sostener los muros se suman a los testigos preestable­ cidos, lo que reduce de forma considerable el espacio de la excavación (crítica al sis­ tema Wheeler). FIGURA



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Cuanto más numerosos son los testigos y su excavación, más se retrasa la investigación y se multiplican las posibilidades de intrusiones, es decir, la caída e incorporación en un estrato más antiguo de materiales provenien­ tes de estratos más tardíos.!

Hasta hace poco el arqueólogo ha deseado rodearse, por exceso de pru­ dencia, de demasiados apoyos (diafragmas y testigos), haciéndose ilusiones de poder volver hacia atrás o de poder prever lo que deberá afrontar al ex­ cavar. Pero la excavación es una operación irrepetible, irreversible y sólo de forma muy limitada previsible, al no existir en un yacimiento arqueológico un lugar físico idéntico a otro. El excavador acaba pues encerrado entre in­ numerables partes no excavadas que le impiden la visión de lo que él temía no poder ver o de lo que debería haber visto para poder actuar coherente­ mente. Más que unos bastones para poder caminar, involuntariamente se ha puesto bastones entre las ruedas. Tras un adecuado aprendizaje en excava­ ciones bien dirigidas, el arqueólogo consigue generalmente llevar a cabo su labor contando con sus propios medios, como cualquier artesano. Quien des­ pués de tal aprendizaje no alcance todavía dichos resultados, será mejor que se abstenga de excavar e investigue en los fondos de los museos, donde se pueden hacer, aún en nuestros días, descubrimientos excepcionales (como el frontón griego reutilizado en el templo de Apolo Sosiano de Roma, brillan­ temente recuperado y reconstruido por E. La Rocca). Desgraciadamente ar­ queólogos no capacitados para la excavación e historiadores y filólogos no arqueólogos se obstinan en promover excavaciones, a pesar de que la máxi­ ma virtud de un científico debería ser la de conocer sus propios límites. Para excavar bien es necesaria una preparación de carácter profesional. En lo que respecta a la forma de la excavación hay que plantearse una estrategia flexible por zonas, que permita conciliar el rigor estratigráfico con la visión amplia de los fenómenos indagados, mediante la cual captar siste­ mas de estructuras y de estratos de tierra lo más complejos y continuos po­ sible. Las grandes remociones de tierra (metropolitanas y coloniales) han destruido un número incalculable de unidades estratigráficas pero, en com­ pensación, han descubierto barrios enteros de ciudades antiguas. La excava­ ción en grandes áreas que aquí se propone quiere conservar de las citadas re­ mociones la idea de que un edificio o un conjunto de edificios se llegan a comprender investigándolos en su totalidad en vez de sondearlos ­por bien que se baga­ parcialmente, pero quiere al mismo tiempo actuar con un con­ trol estratigráfico tan riguroso como el que puede darse, con mayor facilidad, en un sondeo. G. Boni conseguía excavar mediante sondeos estratigráficos, pero cuando se ponía frente a grandes áreas desenterraba y enterraba de nuevo, como hizo en la ladera septentrional del Palatino, lo que obliga a re­ dimensionar su papel de precursor (Carandini et al., 1986). En el fondo, se trata de la gran excavación del siglo pasado, al estilo de Lanciani o al de Pitt­ Rivers, filtrada por la experiencia de los métodos Wheeler y Lamboglia y cul­ minada con la gran excavación abierta, sin testigos, adoptada por los equipos

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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ciente.

4­0. Sondeos arqueológicos más antiguos en un área de excavación más re­

arqueológicos de las principales ciudades británicas y, por lo tanto, con el mé­ todo Barker. Al final de esta evolución metodológica la atención se desplaza desde lo que se ve en los cortes del sondeo (en sección) a lo que se ve en la superficie de la excavación (en planta). Las planimetrías acotadas de cada unidad estratigráfica permiten la reconstrucción de una sección a posteriori en el punto deseado. Además se dispone de las secciones en los cortes (pp. 111 ss.) y de las añadidas o acumulativas (pp. 109 ss.), a las que no se trata de renunciar. Por lo tanto, ya no es necesario concentrar preferentemente la do­ cumentación en las secciones. La forma de la excavación, es decir, el modo de cortar verticalmente el terreno, deja claras evidencias. Muchas excavaciones sucesivas a intervencio­ nes más antiguas han revelado la forma de investigar de sus predecesores. En Roma, y en otras muchas ciudades, el inicio de una excavación consiste siem­ pre en el vaciado de los rellenos debidos a intervenciones precedentes, obra de arqueólogos o de cavadores. Sus cortes verticales deben ser considerados como verdaderas unidades estratigráficas de la nueva zona de excavación. In­ cluso nuestros propios cortes no son más que las unidades más modernas del yacimiento (figura 40). Identificar los cortes de las viejas intervenciones y ex­ cavar los correspondientes niveles de relleno es un modo insólito y eficaz de retomar cuestiones arqueológicas no resueltas y de escribir de forma bastan­ te concreta la historia de las excavaciones, teniendo en cuenta que en los in­ formes publicados los cortes en el terreno no aparecen nunca documentados' (Carandini et al., 1986). En Pompeya, Maiuri hacía sondeos limitados que dan información sobre las fases constructivas anteriores a los inicios de la época imperial, pero que no permiten reconstruir la planta de estos edificios más antiguos. Pero, al contrario que Boni, generalmente aquél ubicaba su es­ trategia de excavación (Maiuri, 1973). Una planta de las unidades estratigrá­ ficas creadas al excavar no debería faltar en ninguna publicación de una ex­ cavación (figuras 40, 41; Carandini, 1985a, 1 ••, figura 6). Al concentrar la atención en los yacimientos no debe olvidarse que el hombre modifica todo el territorio y su paisaje, ocurre solamente que su in­ tervención es a veces más concentrada y profunda (por lo tanto, más fácil de

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... 55

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA

F1GuRA 41. La excavación y los materiales que produce forman las unidades estrati­ gráficas más recientes del lugar (en algunos casos puede ser útil separar la tierra, las piedras, los ladrillos y la tierra ya cribada).

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Identificación y excavación de fosas agrfcolas.

reconocer) y a veces más dispersa y superficial (por lo tanto, más difícil de identificar). No sólo existen yacimientos, acueductos y carreteras, sino tam­ bién pequefios núcleos de habitación, campos, fosos y bosques. Se ha desarro­ llado una arqueología de los campos que prevé la remoción mecánica del te­ rreno superficial siguiendo un único nivel artificial y la documentación del sistema de fosos, que se excavan sólo en parte para fecharlos y relacionarlos entre sí (figura 42). En Inglaterra, con tal finalidad se han aprovechado los tra­ bajos, realizados con palas mecánicas, que preceden a la apertura de nuevas graveras. La necesaria eliminación del humus en varias hectáreas, realizada

56

HISTORIAS EN LA TIERRA

en colaboración con los arqueólogos, ha permitido descubrir amplios tramos de paisajes antiguos, con fosos, carreteras, recintos, casas de campo y pueblos, que a continuación se excavan selectivamente.3 La excavación en grandes áreas se ha revelado también útil para la recuperación de jardines y campos de cultivo (pp. 209 ss.). Se ha ido desarrollando también una arqueología de los bosques, que partiendo del análisis de amplios sectores de la vegetación ac­ tual reconstruye la del pasado: los oleastros, por ejemplo, permiten presu­ poner la existencia de antiguos olivares (Carandini, 1985a, 1 •, pp. 36 ss., figu­ ras 16­17). Procedimiento de la excavación

Más importante que la forma es el método o procedimiento de la exca­ vación. Por procedimiento se entiende el modo de identificar, de definir (con números) y de excavar cada una de las porciones de material coherente (como los muros) o incoherente (como la tierra) que llamamos estratos y de documentar cortes y remociones de estratos (de lo que trataremos seguida­ mente: pp. 77 ss.). Al contrario que la forma, el proceder o procedimiento no deja rastro en el terreno y puede comprenderse solamente a partir de la pu­ blicación. Se puede realizar una labor útil a través de formas de excavación ya superadas, pero no existe una forma de excavación correcta que pueda subsanar los daños derivados de un erróneo proceder en la excavación. En estratos de origen natural y en algún otro caso raro conviene excavar por ni­ veles artificiales o planos, indicando la posición tridimensional de las eviden­ cias de vida o de los materiales (pp. 36 ss. y 45 ss.). Allí donde la homoge­ neidad parece haber cancelado cualquier superficie visible sólo se pueden fijar puntos en el espacio, como hacen los navegantes en alta mar. Un estra­ to de origen antrópico que tenga una gran potencia, al no poder excavarse todo a la vez, se puede dividir en estratos horizontales, lo cual no es necesa­ rio documentar porque se trata de una subdivisión por motivos prácticos. Fuera de dichas excepciones, la excavación arqueológica debe realizarse siempre por estratos y superficies reales, nunca por planos abstractos (una excepción, cf. pp. 74­75, figura 70c), y siguiendo el orden inverso a aquel se­ gún el cual se han formado, como debe hacerse en cualquier tipo de recons­ trucción por indicios. Al tener que reconocer en el terreno realidades diversas como muros, re­ vestimientos arquitectónicos, pavimentos, estratos de tierra y superficies de destrucción, es necesario encontrar un término general que las abarque a to­ das. Los arqueólogos ingleses han llegado a llamarlas contextos, pero el tér­ mino no es el adecuado, desde el momento en que estratos y superficies son las unidades elementales de la excavación, las acciones mínimas identifica­ bles o que se ha querido identificar, por lo que es contradictorio definirlas con un término que significa conjunto, pluralidad de elementos o de accio­ nes. Es aconsejable, por lo tanto, Llamar a aquellas realidades unidades es­

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAF!A

57

tratigráficas, reservando el término «contexto» a aquellos grupos de unidades estratigráficas que constituyen conjuntos de acciones, o las actividades, los grupos de actividades y los acontecimientos, a considerar dentro de determi­ nadas fases y periodos (pp. 139 ss.). Así como muchas veces cada estrato parece ulteriormente divisible en porciones más pequeñas de materia, también la energía o la acción que en él se ha materializado se puede dividir ulteriormente en segmentos más peque­ ños de actos, por lo que podemos imaginar una o más porciones de materia para un solo acto o una porción de materia para uno o más modos de hacer. Un estrato de derrumbe está formado generalmente por un cúmulo de pie­ dras y por la tierra que en un segundo momento se ha infiltrado trans­ formando la composición del propio estrato, pero aunque se trate de dos porciones de material y de dos acciones el arqueólogo las considera conven­ cionalmente como un único estrato y una sola acción (Arnoldus Huyzenveld­ Maetzke, 1988). Existen, por lo tanto, estratos que en su interior son palimp­ sestos cronológicos, espaciales y de comportamiento, pero la construcción arqueológica no puede tomar en cuenta, más allá de un cierto limite, esta ili­ mitada divisibilidad de la materia y de los actos, esta procesualidad sin lí­ mites, debiendo llegar en cualquier caso a definir los «ladrillos» con los que dicha construcción ha sido realizada. Está obligada a reconocer el valor rela­ tivo de la identificación de estas reaJidades, individualización que depende del tipo de información (físico­química, biológica o antropológica) que de di­ chas realidades se espera obtener, por lo que en teoría se pueden imaginar diversos tipos de estratigrafía para una misma estratificación, en función de los intereses del observador (De Guío, 1988). Estas realidades materiales bá­ sicas que no podemos dejar de identificar al separar la tierra son las unida­ des estratigráficas que, de ahora en adelante y por razones de tipo práctico, consideraremos de forma convencional que corresponden a otras tantas uni­ dades del hacer o unidades de acción. Estas son, al mismo tiempo, realida­ des objetivas y resultado de nuestro análisis o clasificación del terreno. Hay quien considera el subsuelo como un universo unitario, que sólo el arqueó­ logo articula en porciones distintas, no jerárquicas y no intersecantes entre sí, cuya suma coincide con todo aquel universo. En dicho caso, las unidades de la estratificación no serían más que las decisiones analíticas del excavador (De Guia, 1988). Pero este es un punto de vista extremo. Al igual que se pue­ de considerar extremista contraponer el concepto relativo de unidad estrati­ gráfica con el de procesualidad en la formación de un estrato. Sean los que sean los progresos en el campo del conocimiento de los secretos que inter­ vienen en la formación de los estratos, la estratigrafía siempre se basará en unidades y a éstas jamás se les podrá dar menos importancia que a las finas multiplicidades que existen en su interior y que parecen contradecirlas, ya que unas presuponen a las otras. Desde el momento en que las unidades estratigráficas y sus superficies mantienen una relación de contigüidad, superpuestas físicamente las unas a las otras, para excavarlas en el orden inverso a aquel en que se han formado

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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43. Si se excava 1 y luego 2 todo va bien. Pero si se excava primero 2, 1 cae sobre 2 mezclándose con él y contaminándolo (a no ser que se apuntale l...). FIGURA

@:,��---�. -, ----� 44. 1, 2 y 4 cubren pero no están cubiertos por otros estratos, por lo que pue­ den ser excavados; luego le toca el turno a 6 y a 7; después a 8 y, finalmente, a 9 (3, 5 y 10 no son excavables porque son interfacies intangibles o superficies en s{). FIGURA

45. Superficies sucias; superficies limpias; superficies distintas (pero que to­ davía no se han relacionado entre sí gracias a las superposiciones físicas). FIGURA

­el único que permite evitar confusiones (figura 43}­ es necesario seguir la siguiente regla: «solamente se pueden excavar las unidades que no se hallan, ni tan sólo parcialmente, "cubiertas" ( desde el punto de vista estratigráfico) por otras unidades estratigráficas» (pp. 120 ss.). Pero mientras es relativa­ mente fácil identificar en sección las unidades que no cubren y que no están cubiertas por otras (figura 44) ­por dicho motivo en el pasado se privilegió este tipo de visión y de documentación­, resulta más difícil hacerlo hori­ zontalmente en planta y cuando se excavan grandes superficies. Esta es una de las mayores dificultades con las que se encuentra uno que está apren­ diendo. Hay que saber distinguir los estratos por su consistencia, su color, su composición y por lo que contienen. Pero estas características sólo pueden ser observadas por un ojo experimentado, tras haber limpiado perfectamen­ te las superficies de los estratos (figura 45) y en las condiciones justas de hu­ medad (en el Mediterráneo nos obstinamos en excavar durante los meses más calurosos por temor a la lluvia, que es la mejor amiga del estratígrafo ). Las superficies de los estratos deben mostrarse de forma clara, como los te­

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DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA

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46. (a) Para identificar las relaciones de superposición física entre los estra­ tos 1 y 2 hay que incidir en planta con la trowel en el límite entre 1 y 2. Entonces se ve que 1 sigue por debajo de 2, que, por lo tanto, lo cubre. (b) Puede ocurrir que se incida de forma errónea, hacia el estrato cubierto. Hay que repetir la operación en la dirección adecuada, que es la inversa. FIGURA

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5 b

47. En la estratificación arqueológica una pieza recuperada a una cota más baja (cuadrado) puede pertenecer a un estrato más reciente que aquel al que perte­ nece una pieza (asterisco) recuperada a una cota superior. La posición tridimensional de los materiales no tiene aquí ningún significado (contrariamente a lo que ocurre en la estratificación natural con vestigios de presencia humana). FIGURA

jidos de una preparación anatómica. Incluso los muros deben descarnarse para purificarlos de la tierra. Tras haber distinguido las superficies de los di­ versos estratos, con la punta de un paletín o trowel (figura 143) hay que es­ tablecer las relaciones entre los estratos a partir de sus superposiciones físi­ cas, determinar su cronología relativa y, finalmente, el orden en que deben ser excavados y comprendidos (figura 46). Para los materiales contenidos en los estratos no es tan importante su po­ sición tridimensional en el seno de los mismos, como la segura adscripción al estrato del que proceden. La excavación por niveles crea, desde este punto de vista, grandes confusiones, al presuponer ­­erróneamente en una excava­ ción arqueológica­ que lo que se halla más abajo es más antiguo que lo que está por encima ­lo que puede ser, en cambio, cierto en una estratificación de origen natural (figura 47).

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HlSTORlAS EN LA TIERRA

Resulta fundamental, a parte de la procedencia de un estrato preciso, la posición tridimensional en el interior del propio estrato de los materiales de construcción, de la decoración arquitectónica y de las esculturas caídas, que no forman un estrato pero han sido englobados en uno: clavos, parhileras, te­ jas, terracotas arquitectónicas, columnas, capiteles, estatuas y otros materia­ les. Su ubicación en el espacio tridimensional no tiene en este caso un valor estratigráfico, sino más bien topográfico, para la reconstrucción del edificio excavado. Lo mismo se puede decir para otros bienes muebles útiles para re­ construir la utilización de los espacios internos de un edificio y, por lo tanto, su función: concentraciones de materiales que disminuyen el grado de ho­ mogeneidad del estrato al que pertenecen o pequeños restos que pasan por alto en las limpiezas domésticas, cuya distribución puede indicar el períme­ tro dentro del cual se han desarrollado ciertas actividades laborales o do­ mésticas (Leroi Gourhan, 1974; para una representación gráfica del proble­ ma a través de ordenador, véase Melina González et al., 1986; cf. también pp. 186 ss. y figuras 153­154). Para documentar la posición de los materiales es necesaria una cuadrícula (p. 102), pero no hace falta ni es aconsejable exca­ var por cuadrículas, por ejemplo de un metro, porque dicho proceder acaba­ ría por dar a la superficie de la excavación el aspecto de un tablero de aje­ drez y la retícula proyectada sobre el suelo dificultaría la visión de los límites irregulares de los diversos estratos. Existen, por otro lado, estratos poco homogéneos hasta el punto de que pueden identificarse a simple vista las diversas fases de su formación. Se tra­ ta de los estratos que no se puede decir que incluyan materiales porque es­ tán exclusivamente formados por materiales, independientemente de que sean grandes o pequeños, como por ejemplo los estratos formados por el de­ rrumbe de bóvedas de mortero de cal o de estucos pintados. Centremos nuestra atención sobre estos últimos, aunque lo que sigue puede ser válido también para otros casos análogos (figura 48). Los estucos pintados que nos interesa restaurar caen por placas que acaban por formar mi­ croestratos en el seno del estrato de derrumbe. Dichos microestratos estable­ cen relaciones estratigráficas entre sí, motivo por el que es posible reconstruir la cronología relativa de su caída. De ahí la necesidad de excavar los conjun­ tos de derrumbe microestratigráficamente. Ante este caso la excavación por niveles o cuadrículas también es perjudicial para la sucesiva restauración de las pinturas. Se debe descubrir la superficie de las placas, documentándolas y excavándolas una tras otra como si se tratara de estratos normales. Trans­ portados sin que se pierdan las conexiones originales entre los fragmentos, restaurados y en algunos casos vueltos a poner en su lugar, estos materiales especiales pueden ser separados del estrato de derrumbe en el que se han haJlado para pasar a formar parte de la unidad estratigráfica de revestimiento a la que en origen pertenecían. Este es un caso de transmigración de materia­ les de un estrato horizontal de derrumbe a uno vertical de revestimiento (fi­ gura 49). En la excavación de Settefinestre, E. Fentress elaboró un método para excavar los estratos de estucos pintados caídos, método por el que, en el

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48. Secuencia del derrumbe de un techo, muros y estucos pintados. De un dibujo de E. Fentress (Carandini­Settis, 1979, panel 44). FIGURA

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49. El estrato 1 contiene conjuntos de estucos pintados caídos y tres mate­ riales cerámicos. Si una vez acabada la excavación los conjuntos se restauran y se co­ locan revistiendo el muro 4, se desplazan de la unidad estratigráfica 1 a la 2, de for­ ma que en la caja del estrato 1 sólo quedan los tres fragmentos cerámicos.

FIGURA

seno del estrato, las placas de estuco se numeran progresivamente y cada pla­ ca (relativamente coherente o incoherente) se subdivide en subplacas corres­ pondientes a las cajas en las que la subplaca se coloca.'

A veces se oye decir que no se ha podido excavar estratigráficamente porque el terreno estaba «alterado», pero la alteración ­sea la que sea­ no justifica jamás el abandono del método estratigráfico, dado que cada una de las acciones de alteración puede ser identificada y constituir a su vez unida­ des estratigráficas. Nada puede, por lo tanto, escapar a las reglas del juego es­

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HJSTORJAS EN LA TIERRA

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50. (a) Excavación analítica (1, 2 y 4 abandono, 3 y 5 roderas, 6 enlosado, 7 massicciata, 8­15 estratos de preparación, 16 abandono, 17­18 tumba); (b) excavación FIGURA

sintética {1 abandono, 2 y 3 roderas, 4 calle enlosada, 5 abandono, 6­7 tumba).

tratigráfico y no hay justificaciones posibles para eludirlo. Las intervenciones a base de cuadrículas o de niveles artificiales confieren la forma de la ele­ gancia estratigráfica a lo que son puras remociones de tierra. Hay que sa­ ber navegar entre los estratos siguiendo las reglas establecidas por las olas de dicho mar. Quien quiera evitar los vaivenes de la barca deberá renunciar al viaje. Excavación experimental, de urgencia y el público

La excavación experimental, en la que se desarrollan las metodologías científicas, sirve de referencia para medir la información que se pierde en las excavaciones realizadas con prisas y ofrece un modelo para recordar cuándo se está obligado a simplificar el procedimiento por motivos de urgencia. Sólo se puede simplificar lo que previamente parece más complejo y se conoce. En teoría la excavación de protección debería facilitar una menor cantidad de información, pero no debería ser una operación diversa desde el punto de vista cualitativo. El problema reside en saber resumir procedimientos modé­ licos consiguiendo, al mismo tiempo, recoger los datos principales de cons­ trucciones, vida, reutilización, expolio, destrucción, abandono, presencia es­ porádica y reocupación de un determinado yacimiento. Es lo contrario que seleccionar sin un criterio, creyendo que lo que se deja de lado sólo son de­ talles inútiles. Muchas veces es precisamente en algunas minucias donde se esconde lo esencial de una estratificación (figura 50). Para enfrentarse a ex­ cavaciones que podríamos llamar de urgencia, el arqueólogo debería ser excepcionalmente experto, lo que difícilmente sucede por culpa de la prepa­

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA

63

ración casi exclusivamente histórico­anticuaria e histórico­artística, en cual­ quier caso preferentemente literaria y poco habituada al territorio y al terre­ no, de los inspectores de las soprintenderue+ debida a la unilateralidad en sentido tradicional de la preparación facilitada por las universidades y a la di­ ficultad que tienen las administraciones responsables de la tutela a colaborar con aquéllas. Sólo un cirujano que sabe realizar una determinada operación en el bien dotado quirófano de un hospital urbano sería capaz de culminar con éxito la misma intervención apresuradamente en una sala de un hospital rural.' En Italia hay una tendencia a hacer sondeos aquí y allá, en función de un difundido espíritu de protección del patrimonio que, aunque sea burocráti­ camente correcto y ventajoso (cada inspector tiene su pequeña excavación, etc.), se ha revelado completamente improductivo. Sin duda sería mucho más útil excavar sólo en dos de cada diez yacimientos, haciendo veloces sondeos en los restantes, que excavar parcialmente los diez, pero ello implicaría que los funcionarios y los universitarios fueran capaces de colaborar entre sí y, posiblemente, unos con otros. La elección de las prioridades debería hallar­ se, en cierto modo, en relación con las cuestiones historiográficas planteadas a nivel internacional y debería realizarse conjuntamente por las soprinten­ denze, las universidades y las regiones (sobre las dificultades en dicho sen­ tido, cf. pp. 163 ss.). Una lista previa de cuestiones científicas no estaría libre de peligros, pero ayudaría a programar y a marginar las intervenciones aisla­ das, ajenas a un proyecto y a un interrogante histórico, que todavía carac­ terizan la situación actual. El único camino posible para aunar protección e investigación es escoger y programar: qué debe excavarse totalmente, qué parcialmente, dónde hacer sondeos, dónde no se debe excavar y qué debe dejarse para futuras excavaciones (p. 65). No existe un Jugar igual a otro. La anatomía de los yacimientos humanos no se repite como la de los animales. Por dicho motivo resulta difícil, pero posible, jerarquizar las intervenciones, porque incluso las particularidades arqueológicas pueden encuadrarse en tipologlas y no faltan repeticiones y si­ metrías arquitectónicas en los edificios que permitan reducir de forma inteli­ gente las intervenciones (figuras 51­53). En el congreso de Siena de 1981 sobre Come l'archeologo opera su/ cam­ po (p. 37), T. Mannoni ilustró el modelo estratégico para las intervenciones de protección utilizado entonces en Liguria por la Soprintendenza, el Instituto de historia de la cultura material y los entes locales. Este modelo se articulaba en tres niveles. En el primer nivel estaba la arqueología de superficie o la excavación de urgencia. Además de la obvia documentación horizontal (prospección, fotoin­ terpretación, etc.), se usaba también la documentación vertical (prospecciones

• Profesionales cuyas competencias corresponden a las que en Espai'la tienen los arqueó­ logos territoriales o provinciales. Véase el Prefacio a la edición española, pp. rx­x, (N. del t.)

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HlSTORlAS EN LA TIERRA

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) 51. Una habitación excavada por cuadros alternos (se obtienen dos seccio­ nes normales entre sí). FIGURA

FIGURA 52. Un conjunto regular puede ser excavado por cuadros, como si se tratase de una sola habitación (figura 51). Ejemplo sacado de la pocilga de Settefinestre (Ca­ randini, 1985a, 1 .. , figura 284).

53. Un complejo simétrico puede excavarse en su mitad, de forma que seco­ nozca al menos una habitación de cada tipo. Ejemplo sacado del peristilo de Settefi­ nestre (Carandini, 1985a, 1 ••, figura 95).

FIGURA

geofísicas, calicatas, remociones de humus, limpiezas, excavaciones de urgen­ cia no estratigráficas, etc.). Un caso interesante a este respecto es el de la Tal­ bot Street de Worcester (Barker, 1977, figuras 44­45), donde a causa de una nueva construcción se excavó mecánicamente una trinchera detrás de la mu­ ralla de la ciudad, trinchera cuya sección se limpió y dibujó caracterizando to­ dos sus estratos por fases (cf. también p. 113; figura i07). En el segundo nivel estaban las excavaciones preventivas, parciales o to­

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA

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FrGuRA 54.

Imagen ideal de una excavación urbana entendida como laboratorio abierto al público {obsérvese la entrada, el recorrido, los paneles explicativos y la sala didáctica). tales, realizadas en puntos amenazados por intervenciones modernas. Para di­ chas excavaciones hay que tener una notable capacidad de previsión. Deben Llevarse a cabo estratigráficamente. Respecto a las excavaciones programadas (véase el nivel sucesivo), éstas tienen la desventaja de que deben realizarse dentro de un plazo determinado. En el tercer nivel se hallaban las excavaciones programadas, para realizar en general en yacimientos abandonados. Son la sede ideal para las excavacio­ nes experimentales. En estas y en otras excavaciones, como en los policlínicos, deberían formarse profesionalmente los jóvenes arqueólogos y ponerse al día los menos jóvenes. En los tres niveles propuestos se observa una interesante variación en la dosificación de investigación y de protección, pero la investigación está pre­ sente en todos ellos.s

Sea cual sea la naturaleza de la excavación, experimental o de urgencia, deben siempre eliminarse los recintos que la bagan impenetrable a la visión exterior. Las excavaciones urbanas, especialmente, deben ser visibles y, en grandes líneas, comprensibles para los transeúntes. Las excavaciones gene­ ran incomodidades, deben ser objeto de consenso más que de debate y no tienen otra finalidad que la de ampliar, profundizar y preservar la memoria colectiva mejorando la vida en la ciudad. En Inglaterra se ha consolidado la costumbre de abrir las excavaciones a los visitantes, de hacerles pagar una entrada (que ayuda a costear las investigaciones), de distribuirles foUetos, de preparar recorridos con paneles explicativos que remiten a números ubica­ dos en la excavación visibles desde lejos, de preparar puntos de audición con grabaciones explicativas de corta duración accionables mediante un botón, de organizar pequeñas exposiciones con audiovisuales y de prever la venta de libros y recuerdos de la excavación (figura 54). Ha comenzado a hacerse tam­ bién en Italia (piénsese, por ejemplo, en los paneles que se han expuesto en

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HISTORlAS EN LA TIERRA

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Roma en diversas excavaciones de la Soprintendenza arqueológica). Pero a dichas actividades debería dar continuidad un museo histórico­topográfico en el que presentar maquetas con las reconstrucciones de las estructuras ar­ quitectónicas, si fuera posible a tamaño natural. Desde esta óptica resulta ejemplar la excavación de Coppergate en York, en un principio visitada por un millón de personas y a la que ha seguido el Viking Centre con la recons­ trucción de una parte de la York vikinga y de su excavación, visitado por casi un millón de personas al año.? El concepto es el de implicar al público en el problema básico de la reconstrucción arqueológica, utilizando incluso me­ dios espectaculares. Pero en Italia se está todavía lejos de todo esto, prevale­ ciendo aún la idea de que los restos materiales antiguos hablan por sí solos y que explicaciones y reconstrucciones son de mal gusto y restan encanto a los originales, lo que no es cierto si las explicaciones se hacen de forma adecua­ da y en la justa medida. Colecciones de ruinas como nuestras áreas arqueo­ lógicas y colecciones de objetos como nuestros museos, no pueden ser, a fi­ nales de este siglo, el único modo de presentar el pasado.

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LAS UNIDADES DE LA EXCAVACIÓN

Identificar acciones y sus relaciones

Pasar de la tierra por excavar a la tierra excavada significa pasar de una realidad en origen inerte, indistinta y desconocida a su representación divi­ dida en partes, relacionada en el espacio y en el tiempo. Las partes son las que consideramos las acciones básicas materialmente reconocibles y recono­ cidas, es decir, las unidades estratigráficas (p. 57). Una acción o una unidad estratigráfica se convierte en interpretable sólo cuando se inserta en el siste­ ma de relaciones que la une a las otras. Dichas relaciones se presentan en un primer momento como relaciones físicas que pueden ser reconducidas sim­ plificándolas y abstrayéndolas en relaciones relativas en el tiempo dentro de una secuencia estratigráfica. En primer lugar vemos el «cubre/cubierto» y só­ lo a continuación comprendemos el «después y el antes» que le siguen. Las relaciones estratigráficas captadas en su aspecto físico son las si­ guientes. 1) Relaciones de contemporaneidad: «igual a» y «se une a» (figuras 55, 56). 2) Relaciones de sucesión en el tiempo: «cubre/cubierto por», «se apoya en/se le apoya», «corta/cortado por», «rellena/rellenado por» (figuras 57­60). 3) Existen finalmente casos de relación inexistente, por la que en au­ sencia de una contigüidad física la relación en el tiempo entre dos acciones puede ser solamente intuida escogiendo a ojo lo más verosímil en función de las oportunidades brindadas por la secuencia estratigráfica (figura 61). En este último caso nos hallamos fuera de las relaciones estratigráficas en sentido estricto y dentro de las relaciones de las llamadas correlaciones in­ terpretativas, relaciones que, bien mirado, pudiendo verse fuertemente con­ dicionadas por las características físicas de las unidades estratigráficas y casi

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DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA

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0=G 55. Relación «igual a» (una fosa ha separado en las unidades 3 y 4 un estra­ to originalmente unitario). F10URA

56. Relación «se une a» (dos muros que forman un ángulo han sido cons­ truidos juntos sin que uno se apoye en el otro). F1ouRA

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0 57. Relación «cubre/ cubierto por» (el estrato 1 cubre parcialmente al 2, por lo que tiene que haberse formado con posterioridad al 2). FIGURA

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o 58. Relación «se apoya en/ se le apoya» (el muro 1 se ha apoyado al 2 in­ mediatamente después de su construcción o en un momento de su vida, por lo que es en cualquier caso más tardío). F1GuRA

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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FIGURA 59. Relación «corta/ cortado por» (la fosa 2 ha cortado los estratos 3 = 4, que, por lo tanto, son anteriores).

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FIGURA 60. Relación «rellena/ rellenado por» ( el estrato 1 ha rellenado la fosa 2, que, por lo tanto, es anterior). o

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F1GuRA 61. Ejemplos de diversas correlaciones entre la unidad 3 y las 2, 4 y 5 en un diagrama estratigráfico.

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FIGURA 62. Faltan relaciones físicas entre los estratos 3 y 4, pero dadas sus caracte­ rísticas de estratos de derrumbe muy similares y apoyándose ambos sobre los pavi­ mentos análogos 5 y 6 y sobre el propio muro 7, se puede suponer una correlación cronológica entre los estratos 3 y 4 y otra entre 5 y 6.

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DE LA ESTRATIFTCACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA

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FIGURA 63. (a) Numeración equivocada. (b) Numeración correcta. La identificación entre las dos partes separadas de una sola unidad original (3 = 4) se reconstruye des­ pués de haberlas numerado, excavado y documentado separadamente, como si se tra­ tase de dos unidades distintas.

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64. Algunos ejemplos de las infinitas relaciones topográficas posibles.

enredadas en una aleatoriedad circunscrita por las relaciones estratigráficas estrictas, pueden incluirse también en las relaciones estratigráficas entendi­ das en un sentido amplio (figura 62; pp. 140 ss.). Ha llegado quizás el momento de aclarar las diferencias existentes entre relaciones estratigráficas y relaciones topográficas. La relación estratigráfica en sentido estricto sólo se da sustancialmente en un caso: el de la sucesión tem­ poral (del tipo «cubre/cubierto por»). La relación de contemporaneidad, en cambio, consiste fundamentalmente en una relación de identidad restablecida entre partes distintas de una sola unidad original, separada después por otras acciones sucesivas (figura 63), por lo que debe considerarse, al igual que en el caso de la relación inexistente, como una relación estratigráfica sui generis. Así pues, mientras la relación estratigráfica estricta es tan sólo una, es de­ cir, «cubre/cubierto por» = «después/antes», las relaciones topográficas son configuraciones espaciales potencialmente infinitas (figura 64). Por dicho motivo al editar una excavación, la documentación de las relaciones estrati­ gráficas puede ser integral o bastante amplia, mientras que la de las relacio­ nes topográficas no puede ser más que el resultado de una drástica selección, aunque responda a una lógica explicativa concreta (pp. 116 ss.).

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H1STOR1AS EN LA TIERRA

En la excavación se establecen relaciones espaciales (topográficas) y temporales (estratigráficas) entre las diferentes partes de materia en las que se han concretado las acciones y de las que queremos reconstruir su configu­ ración espacial y su secuencia cronológica. Una excavación correcta se deno­ mina estratigráfica y no topográfico­estratigráfica, porque una excavación no estratigráfica puede ofrecer también representaciones topográficas, aunque escogidas arbitrariamente fuera de la secuencia cronológica, es decir, sin ha­ ber sido filtradas por las relaciones estratigráficas ­piénsese en los grabados de tema arqueológico de Piranesi o los dibujos de ruinas de la École des Be­ aux Arts, entre finales del siglo XVIII y principios de nuestro siglo­, mientras que una excavación estratigráfica presupone siempre representaciones topo­ gráficas seleccionadas en relación con las necesidades de la reconstrucción científica y, por lo tanto, de las relaciones estratigráficas y de su periodiza­ ción. En síntesis, una excavación no estratigráfica se mueve en tres dimen­ siones, mientras que la estratigráfica lo hace en cuatro dimensiones; es la cuarta dimensión ­el tiempo­ la que especialmente distingue a un tipo de excavación del otro. La arqueología monumental, en cambio, era esencialmente topográfica. Sólo se ocupaba de grandes monumentos relativamente bien conservados, de los que quería recuperar su configuración global o, al menos, la de su fase constructiva «principal» (pp. 18 ss.). No se preocupaba de las acciones indi­ viduales ni de las unidades estratigráficas, como el pintor que abandona los detalles en busca del efecto de conjunto, porque no estaba verdaderamente interesada en captar el desarrollo cronológico, que sólo se puede restablecer correctamente prestando atención a cada momento y dándole una importan­ cia similar a la que cada fotograma tiene en una secuencia cinematográfica. Una película proyectada en una pantalla proporciona una visión continua y nítida de la realidad, precisamente gracias a la fatigosa y aparentemente ob­ sesiva labor de filmar el mínimo movimiento y enfocar todas las cosas, visión cubierta por el efecto realista de la globalidad (algo parecido a lo que ocurre en las vistas de Canaletto). Opuesta es, en cambio, la óptica del impresionis­ ta, sustancialmente antiarqueológica, porque sacrifica los detalles al efecto global, entendido más bien como una sensación. Cada avance en el conocimiento presupone la capacidad del pensamien­ to de dividir el mundo en partes y La de recomponerlo por tipologías y con­ textos, superando en la síntesis la meticulosidad del análisis. El método es­ tratigráfico se parece al modo en que se nos muestra la realidad y al modo en que la mente llega a comprenderla. Su fuerza descriptiva e interpretativa re­ side en su isomorfismo con la vida, sólo que, tratándose de una reconstruc­ ción a posteriori de la existencia, ha perdido la pesadez de la vida adquirien­ do la Ligereza contenida en el arte del relato.

1 DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA

71

Estratos: volúmenes, superficies y tipos La materia objeto de excavación es discontinua, mostrándose unas veces más homogénea y otras más diversificada. Excavar correctamente significa captar los planos regulares e irregulares que separan estas homogeneidades relativas y diversas, como si tuvieran menor resistencia o parcial exfoliación respecto de la compactabilidad de la materia estratificada, para poder sepa­ rarla netamente en partes. No es suficiente distinguir una zona de transición más o menos gruesa entre las varias indivisibilidades, aunque en algún caso también puede darse. Hay que distinguir, sea como sea, un plano de distin­ ción o de cambio principal si se quiere avanzar en la excavación. Las dudas a este respecto son altamente perjudiciales. Las zonas de materia relativa­ mente homogéneas y las zonas de transición constituyen los estratos, y los planos de cambio sus interfacies o superficies. A veces se interviene allí don­ de la separación se muestra implícita y lo que debe hacerse es actuar decidi­ damente y distinguirla. En tal caso, el reconocimiento del plano de distinción es sencillo, como cuando se quiere separar el polvo de la superficie brillante de una mesa. Otras veces el reconocimiento del límite es más complejo, por la presencia de una zona de transición, debida a un cambio general de las ca­ racterísticas de la estratificación que se interpone entre dos homogeneidades relativas, poniéndolas en crisis (figura 65). Sean cuales sean las característi­ cas del límite, debidas a menor intensidad o lentitud en el proceso de acu­ mulación, de corte o de erosión, sea cual sea el tipo de transición, de mayor o menor grosor, y sea cual sea la diferencia entre los estratos en contacto, la excavación no se autodivide y, por lo tanto, es el excavador quien la divide en función de la realidad objetiva y de la información que de ella quiere ob­

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HlSTORIAS EN LA TlERRA #IMOfENEt,A, UIATIYA 'l ES,ACIO r,E TIEMfl

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66. El volumen de un estrato se caracteriza por una relativa homogeneidad

y por la superficie o interfacies de la distinción.

67. Posición estratigráficamente intercambiable (por lo tanto, equivalente) de los materiales de un estrato.

F1GURA

tener (Arnoldus Huyzenvel­Maetzke, 1988; De Guio, 1988). Esto no quiere decir que las divisiones sean siempre subjetivamente arbitrarias. Los estratos aparecen, por lo tanto, desde el punto de vista estratigráfico, como porciones de materia relativamente homogénea e indivisible (figura 66), por lo que componentes como los materiales arqueológicos son equivalentes y su posición se convierte en intercambiable en el seno de aquéllos. La opor­ tunidad de determinar la posición tridimensional de algunos materiales espe­ ciales dentro de un estrato, para comprender mejor la naturaleza del mismo o para reconstruir la arquitectura de un edificio o el uso de sus salas, no se ha­ lla en contradicción con lo dicho, que se refería, más que a la estratigrafía, a la dinámica de la formación de un estrato o a la reconstrucción de un monumen­ to, cuestiones, estas últimas, eminentemente topográficas. El volumen de un estrato puede pues compararse a una bolsa relativamente homogénea, en el sentido de que la posición de los objetos que se hallan en su interior es estra­ tigráficamente equivalente, como la de la calderilla en un portamonedas. El interior de dicha bolsa es, por lo tanto, pobre de espacio y de tiempo signifi­ cativos ( desde el punto de vista estratigráfico), mientras que su interfacies o superficie está constituida por una película plenamente distinguible en el es­ pacio y en el tiempo. Lo que importa no es la disposición de la calderilla en el portamonedas, sino el hecho de que ésta no salga para pasar, quizás, a otro monedero (figura 67). Pero si tomamos en consideración los estratos desde el punto de vista de la geoarqueología, en especial donde prevalecen los proce­ sos naturales (yacimientos paleolíticos al aire libre, estratos de hábitat y de abandono de tipo especial, etc.), en dichos casos incluso la realidad interior del estrato es significativa, ya que puede permitir elaborar un diagnóstico de los procesos de erosión, sedimentación y pedogénesis que la han originado (Cre­ maschi, 1990), pero se trata de un significado que no supera los límites del es­ trato y no los cuestiona, motivo por el que ha sido identificado como tal, ni afecta a las relaciones ni a la secuencia estratigráfica.

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DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFÍA

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e 68. (a) La distinción de los estratos posteriores y la forma del estrato 3 vie­ nen dadas por su interfacies, mientras que su volumen está comprendido entre su in­ terfacies y parte de las de los estratos 4 y 5. (b) La formación del volumen del estra­ to 3 está comprendida entre la superficie del estrato 4 y su propia superficie y ha durado aproximadamente un día (31 de diciembre de 1980). (e) La vida del estrato 3 está comprendida entre su interfacies y la formación del volumen de 2 y ha durado aproximadamente un día (2 de enero de 1981). F1GURA

La capacidad que tiene un estrato de tierra de ser distinguido de aquellos que lo cubren y su propia forma vienen determinadas por la interfacies o su­ perficie, mientras que su volumen se halla comprendido entre dicha superfi­ cie y la de los estratos que éste cubre físicamente (figura 68a). El tiempo de formación de un estrato es posterior a la superficie del estrato más tardío de los que cubre y anterior a su propia superficie (figura 68b). El tiempo de la vida de un estrato es posterior a su superficie y anterior al inicio de la for­ mación del volumen del estrato más antiguo de los que lo cubren físicamen­ te (figura 68c). El estrato puede pues ser considerado como un ser vivo. Se puede hablar de su formación como de una gestación. Un estrato en forma­ ción todavía no ha creado su superficie, que sería como su piel, pero puede ya sufrir malformaciones como ocurre con las patologías en los fetos. Com­ pletada su superficie, et estrato ha culminado su fase prenatal. Después está su vida, más o menos larga y afectada por rebajes y destrucciones. Llega fi­ nalmente la muerte cuando el estrato es cubierto, total o parcialmente, por estratos más modernos, aunque ulteriores daños pueden producirse tras la muerte, durante su sepultura. Dos estratos mezclados entre sí pierden sus superficies originarias para adquirir una nueva, que configura un nuevo es­ trato (figura 69). En la superficie de un estrato de tierra se concentra buena parte de su identidad. Cada estrato de tierra tiene una sola superficie, ta su­ perior, desde el momento en que la inferior coincide con la superior de los estratos que han sido físicamente cubiertos por éste (figura 68a). Podríamos decir que un estrato de tierra horizontal se parece a un lenguado, que vive plano en el fondo del mar, con su piel que se mimetiza con la arena y los dos

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HlSTORlAS EN LA TIERRA

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­·­·­·­· � � 69. Mezclados y desplazados los estratos 1 y 2 pierden sus superficies y, por lo tanto, su identidad y se homogeneizan en el nuevo estrato 3, identificable gracias a su superficie. FIGURA

ojos hacia arriba, mientras su mitad inferior está limitada por una membra­ na clara que no es una verdadera epidermis. La metáfora del «nacimiento, vida y muerte» de un estrato no debe to­ marse, como ya hemos visto, como una verdad absoluta, pues éste puede ser objeto de alteraciones ( aportaciones, remociones, traslados y modificaciones físico­químicas) en cualquier momento sucesivo a una primera aportación de materia y, por lo tanto, incluso durante su formación. Los ciclos de deposi­ ción y de posdeposición no tienen que ser sucesivos en el tiempo y pueden combinarse entre sí: un topo no espera para cavar su madriguera a que un es­ trato haya acabado de formarse, como ocurre frecuentemente en el humus. Desde esta óptica el suelo no debe verse como algo estático, sino como una realidad en continua transformación a causa de los procesos de alteración de posdeposición causados por la fauna, la flora, el hielo/deshielo, los movi­ mientos de materiales en pendientes debidos a la gravedad, la expansión/con­ tracción de las arcillas, los gases del suelo, el viento, los fenómenos artesia­ nos, el crecimiento y rotura de cristales, la resolución y precipitación de sales en el suelo, los fenómenos telúricos, las formas de degradación/cambio del es­ tado físico­químico, la erosión natural, el corte/remoción por parte del hom­ bre y el paso de animales y hombres (De Guío, 1988). Los materiales que aparecen sobre la superficie de un estrato y bajo el vo­ lumen del que se le superpone son, con frecuencia, de difícil interpretación. Se pueden atribuir al estrato superior con la ventaja de no contaminar con mate­ riales posiblemente más tardíos el inferior, como pasa con las intrusiones. También se pueden atribuir a la vida y/o al abandono del estrato inferior y sim­ bolizar, en sí mismos, una especie de unidad estratigráfica sin tierra. A veces los materiales correspondientes a la vida y/o al abandono se superponen y quedan englobados en el nivel superior de un estrato que ha cumplido las fun­ ciones de un pavimento de tierra batida (pp. 186 ss.). En tal caso, lo más pru­ dente sería excavar el estrato en dos niveles, el primero con una limpieza enér­ gica de la parte superior del volumen y el segundo retirando la parte más baja (por lo tanto, no contaminada) del volumen del estrato (figura 70). Este es uno de los casos raros en los que un estrato arqueológico debe ser excavado en dos niveles por motivos que no son meramente prácticos, porque es uno de los po­ cos casos en que dos acciones radicalmente diferentes pueden confundirse en lo que parece una sola unidad estratigráfica, que no se puede dividir en dos es­ tratos por la homogeneidad física de su composición.

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DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAÁA

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70. (a) Las tres piezas dispuestas entre los estratos 1 y 3 pueden atribuirse al volumen del estrato 1 y, también, (b) a la vida y/o abandono del estrato 3 y, en dicho caso, determinan, incluso en ausencia de la tierra, el estrato intermedio 2. (e) Si pie­ zas correspondientes a la vida y/o al abandono del estrato 3 (por lo tanto, originaria­ mente, de un teórico estrato 2) ban sido englobadas por apisonamiento en el nivel su­ perior del estrato 3, este último deberá ser excavado en dos niveles: 3a (que contiene las piezas del estrato teórico 2) y 3b (la parte no contaminada de 3). FIGURA

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71. Tipos de estrato (unidades estratigráficas positivas): (a) horizontal; (b­f) verticales (rellenos unitarios de fosas, montones, terraplenes, empalizadas y muros).

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Hasta ahora hemos hablado de estratos horizontales y concretamente de los que son incoherentes y están formados mayoritariamente por tierra. Pero si un estrato es cualquier acumulación de materia, debemos aceptar también la existencia de estratos más o menos coherentes y, por lo tanto, también más o menos verticales: rellenos unitarios de fosas, montones, terraplenes, empali­ zadas y muros (figura 71). Estos últimos con sus propias características. Cuan­ do se trata de muros, generalmente son compactos como piedras y tienen en los lados bordes expuestos que no interrumpen una original continuidad al ser superficies originales del estrato (figura 11). Su volumen difícilmente pue­ de ser homogéneo dada la distribución diferenciada de sus componentes en­ tre cimentaciones y alzado, núcleo y paramento, adorno, adentellado y pa­ nel, etc.

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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72. (a) Un estrato se deposita en la depresión A; {b) los muros de una casa determinan la cavidad Ben la que se depositan estratos; (e) en las cavidades A y B se depositan otros estratos que modifican su forma; {d) la cavidad B está saturada y queda obliterada por un estrato de la depresión A, que está también casi llena y, por lo tanto, cercana a la obliteración. FlGURA

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1 Cuanto más altos, continuos y compactos son los estratos verticales, en mayor grado tienen la particuJaridad de formar cuencas de depósito estrati­ gráfico (figura 9), al contrario de lo que ocurre con los horizontales que pue­ den modificar u obliterar cuencas de depósito, pero generalmente no forman otras cuencas nuevas (figura 72). Aclaradas las características y la tipología de los estratos, se ve clara la razón por la que hay que separar los depósitos siguiendo su superficie. En ella se concentra, de hecho, su plano de separación de los estratos superiores, su configuración espacial y su tiempo de vida; en dos palabras: su fisonomía y su historia. ResuJta también obvio el motivo por el que hay que evitar cor­ tar o contaminar aquellas bolsas de homogeneidad relativa que son sus volú­ menes. Finalmente, se entiende la diferencia entre excavar y desenterrar, ya que esta última actividad no es más que una caza de objetos aislados de los volúmenes y de las superficies en las que se hallan estratigráficamente archi­ vados, destruidos mediante este absurdo ejercicio venatorio. Podemos excavar el volumen más o menos homogéneo de los estratos dando, de forma subjetiva, mayor o menor importancia a las desigualdades internas de dicha homogeneidad (figura 73), pero no podemos excavar sus superficies. Estas películas intangibles en las que reside gran parte del valor espacio­temporal implícito en la estratificación tan sólo se pueden reconocer y documentar. Se presentan como intersticios a través de los cuales el cono­ cimiento penetra en lo profundo, al igual que las rafees que siguen las dis­ continuidades y las menores resistencias para penetrar en el subsuelo.

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73. La estratificación (a) puede interpretarse de forma más homogénea (b) o menos homogénea, hasta el punto de identificar una distinción (c). flGURA

Superficies en sí

Tenemos tendencia a creer que las piezas en las que desmontamos el sub­ suelo son solamente aquellas bolsadas de relativa indistinción que constitu­ yen los estratos con sus volúmenes y sus superficies. Se trata de un error por­ que conocemos acciones materialmente reconocibles que no son estratos. De hecho, tanto el hombre como la naturaleza, aparte de depositar y acumular, erosionan, gastan, desmontan, expolian y destruyen. La propia excavación es una de estas actividades. Podemos definir estas acciones como negativas, y son tan importantes como las positivas, que reconocemos con mayor facili­ dad. Una empalizada es tan importante como un terraplén. Para el excavador la dificultad reside en el hecho de que cada remoción de material se hace evidente mediante la ausencia del mismo, habiéndose convertido el volumen de estratificación removido en una o más unidades es­ tratigráficas en otro lugar, y lo que ya no está no se puede tocar, excavar ni limpiar pero sí identificar, dibujar y fotografiar. Al limpiar la «superficie» de un estrato se extrae en realidad el nivel inferior del volumen del estrato su­ perior o se raspa ligeramente la capa superior del volumen del estrato infe­ rior, por lo que, en realidad, nunca se limpia una superficie, se pone en evi­ dencia por el contacto correctamente identificado entre los dos volúmenes de dos estratos. Dichas superficies negativas son, por lo tanto, un no ser en cuan­ to a su volumen, una laguna de la estratificación, interfacies o superficies en sí, donde las diferentes superficies ( el «techo» y el «lecho») confluyen en una única superficie de discontinuidad (De Guío, 1988). Estas superficies de unidades estratigráficas negativas deben distinguirse de las superficies de las unidades estratigráficas positivas, de las que ya he­ mos hablado. Estas últimas sirven para distinguir en el espacio y en el tiem­ po los volúmenes de los estratos y constituyen un aspecto de su esencia, dado que mantienen sus mismas relaciones estratigráficas, por lo que no tiene sen­ tido numerar el volumen y la superficie de un estrato, ya que esta última no constituye una verdadera unidad estratigráfica. Las transformaciones sin des­ plazamiento o aportación de materia, debidas a compresión, cocción o qui­ mismo inducido, tampoco modifican la secuencia de la estratigrafía, por lo que resulta absurdo distinguirlas como unidades estratigráficas, aunque sir­ van para comprender la génesis y la historia de los estratos que las han su­ frido (Leonardi, 1982).

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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74. Tipos de superficies en sí (unidades estratigráficas negativas): verticales (a­e) y horizontales (d­e). Si el desgaste o el rebaje de un estrato horizontal (d) es completo y uniforme puede resultar difícil de reconocer {figura 6). FIGURA

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75. Unidades estratigráficas negativas verticales (B, C, O, F) y horizontales (A, E, G) destruyen unidades estratigráficas positivas verticales (B­G) y horizontales {A).

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Las superficies de unidades estratigráficas negativas se hallan en cambio repletas de información propia, tienen una validez en sí mismas, desde el mo­ mento que mantienen relaciones estratigráficas propias, que nada tienen que ver con las de los estratos que las delimitan. Este último tipo de superficies son, por lo tanto, unidades estratigráficas (aunque negativas) a todos los efectos y deben reconocerse, numerarse y documentarse adecuadamente si se quiere reconstruir la secuencia estratigráfica íntegramente. Se puede establecer una tipología de las unidades estratigráficas negati­ vas que, al igual que las positivas, pueden ser verticales y horizontales. Verti­

DE LA ESTRATIFICACIÓN A LA ESTRATIGRAFfA

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La paleta británica, o trowel, y la paleta mediterránea.

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143.

Posibilidades de uso de la trowel (a­d).

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144.

El recogedor.

aquellos estratos duros cuando hay que identificar las superficies de los es­ tratos subyacentes. Resulta adecuada también para limpiar los muros, ya que penetra fácilmente en los intersticios de las piedras. Puede utilizarse con de­ licadeza o con fuerza según la presión que se ejerza sobre la misma. Cogién­ dola por la hoja o utilizándola al revés se incide y se rasca con gran eficacia. Cuando un estrato es muy compacto es conveniente romperlo usando esta herramienta a modo de puñal (figura 143). Excavar con la trowel permite la recolección casi total de los materiales contenidos en el estrato. Es aconsejable utilizar la trowel asociada al recogedor (figura 144), de forma que el movimiento para extraer la tierra y exponer la superficie del nuevo estrato coincida con el transporte de la tierra con el recogedor (figura

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180

HISTORIAS EN LA TIERRA

145. Uso de la alfombrilla para proteger las rodillas y movimiento de la mano con la trowel para llevar la tierra al recogedor, que se vacía después en el cubo.

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146.

Instrumento en forma de gancho (de jardinería) útil para limpiar los

muros.

145). La tierra contenida en el recogedor debe echarse en un cubo y éste, a su vez, debe vaciarse en la carretilla. Para extraer la tierra de los agujeros de postes de pequeñas dimensiones es mejor utilizar cucharas, modificando según las necesidades la inclinación del mango de las mismas. Algunas herramientas de jardinería pueden ser úti­ les para el arqueólogo, al igual que las de cirugía y de odontología lo son para el restaurador. Existe, por ejemplo, una herramienta de jardinería con forma de gancho que es muy útil para limpiar muros piedra a piedra (figura 146). Dicha labor puede completarse limpiando los paramentos con cepillos, cuyo uso en cambio se desaconseja para los estratos de tierra. La estratigrafía se inventó en los países húmedos, en los que por esta cir­ cunstancia la tierra revela mejor su composición y color. En los países cáli­ dos resulta útil rociar con agua al final de cada jornada las superficies de tie­ rra, con un pulverizador. También se pueden tapar los estratos con plásticos para conservar la humedad natural del terreno. Lo ideal sería excluir los me­ ses demasiado calurosos, pero ello no es posible por el miedo mediterráneo a la lluvia. Para evitar accidentes hay que trabajar en paralelo, evitando el uso cruza­ do de las herramientas, especialmente del pico y de la pala. Cuando el que usa el pico se halla en acción, el paleador debe alejarse y viceversa. Una carretilla colocada en el borde de la excavación es peligrosa porque podría caer sobre los excavadores ( el reborde de la carretilla es­cortante). Mejor colocarla a una cierta distancia del corte, especialmente si la excavación es profunda.

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LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA

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147.

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Criba en suspensión.

Recoger, cribar, flotar

A cada tipo de herramienta corresponde un modo más o menos cuida­ doso de recoger los materiales. Ante estratos particularmente importantes (rellenos de trincheras de fundación, estratos de ocupación, estratos quema­ dos, rellenos de fosos, pozos, cloacas, bogares, hornos, letrinas, estercoleros, etc.) conviene examinar la tierra desplazándola con la trowel de un lado al otro de la criba usada como contenedor o incluso tamizarla con una criba de mano. Si la tierra a controlar es mucha o se quiere tamizar más detallada­ mente con agua puede ser útil el uso de una criba en suspensión (figura 147). A veces puede ser necesario tirar materiales como tejas o ladrillos, pero en dicho caso hay que contabilizarlos y conservar muestras de los diversos tipos descartados. Para recoger de forma sistemática restos de moluscos, insectos, pequeños mamíferos, pájaros, peces y semillas es oportuno someter a flotación mues­ tras de los estratos del volumen de un cubo (10­15 litros) que no hayan sido previamente cribadas. El instrumental necesario para la flotación consiste en un bidón metálico (de 1,20 X 0,80 m), agua y cribas. La llegada del agua al bidón se hace a tra­ vés de un agujero practicado a unos 90 cm del suelo y conectado con una pie­ za metálica a un tubo de goma. Un grifo a nivel del fondo del bidón permite el vaciado y la limpieza del contenedor. En el interior, a unos 110 cm del sue­ lo, dos piezas metálicas soldadas a las paredes sostienen una criba del mismo diámetro que el bidón y de mallas anchas (4­5 mm). Su función es la de rete­ ner eventuales materiales inorgánicos (cerámica, vidrio, etc.). El recipiente se llena de agua y el acceso de ésta se regula de manera que el líquido afluya len­ tamente y a una velocidad constante. La tierra a flotar se vierte en una criba colocada en el agua por encima de la anteriormente descrita. Esta segunda cri­ ba está formada por un recipiente de plástico al que se ha sustituido el fondo por una red metálica o de nylon de malla muy tupida (200 micras). La tierra

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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FIGURA 148.

La flotación. (a) Sección del bidón. (b) Funcionamiento.

se vierte en pequeñas cantidades. La segunda criba se sostiene con una mano mientras que con la otra se remueve la tierra para facilitar su filtrado, al final se vierte todo en el agua. Con esta simple operación los materiales orgánicos, cuyo peso específico es menor que el del agua, flotan y ayudados por el conti­ nuo fluir del agua caen en una tercera criba, igual a la segunda, colocada fuera del bidón, bajo la boca de salida del mismo. Los materiales orgánicos recogi­ dos se dejan secar en esta última criba. Entonces se extrae del agua la primera criba de malla ancha y se recuperan los posibles materiales inorgánicos. Pa­ ra concluir la operación se vacía el recipiente para extraer la tierra deposita­ da en el fondo abriendo el grifo correspondiente (figura 148}. Una vez secos, los restos orgánicos se envuelven con materiales que impidan la formación de moho, como tela, papel absorbente o «scottex», y se encierran en bolsas de plástico con la correspondiente etiqueta en la que se indican los datos relati­ vos a la localidad, el año, el área y el estrato (Camaiora, 1981, pp. 299 ss.).

Lista de herramientas

Los instrumentos y herramientas necesarios para la excavación, exclui­ dos los necesarios para la prospección, la restauración y la paleoecología, de los que aquí no se habla, son los siguientes (esta lista puede servir como guía en la preparación de una excavación): 1) Prefabricados y su contenido, techos, cubiertas móviles semicirculares de plástico (tipo invernadero) para excavar bajo la lluvia, aseos de campo, ba­ surero, vallas, cartel y paneles didácticos. 2) Piquetas, maceta, punteros metá­ licos, cordel, clavos de albañil. 3) Hoces, rastrillos, tijeras de podar. 4) Medios mecánicos para excavar. 5) Mazas, picos, azadas, palas triangulares y/o rectan­ gulares. 6) Rodilleras o alfombrillas, alcotanas, trowels, ganchos para limpiar muros, cucharas, recogedores, cubos, pinceles, cepillos y escobillas. 7) Pulveri­ zadores y tubos de plástico para humedecer el terreno. 8) Clavos, etiquetas, ro­ tuladores indelebles. 9) Cribas de mano y/o en suspensión, bidones y cribas

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LA EXCAVACIÓN COMO PRÁCTICA

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para la flotación. 10) Sierras, martillos, tenazas, pinzas, minio, pequeño grupo electrógeno a motor de explosión y utensilios con él relacionados. 11) Bandejas, cajas, bolsas y bolsitas para los materiales, cajas de cerillas para las monedas, etiquetas de plástico y etiquetas para la procedencia de los materiales. 12) Ca­ rruchas, tablones, carretillas, bomba de aire para la rueda de las carretillas, máquinas para el transporte de la tierra, bomba aspirante. 13) Tablas, puntales y cuñas (para labores de protección), cascos y botas. 14) Sacos de arcilla ex­ pandida (Leka) y red de plástico tipo mosquitera para proteger pavimentos y frescos, pequeños bloques de cemento para proteger los límites de la ex­ cavación, argamasa y otros materiales para proteger la parte superior de los muros. 15) Libros para clasificar los materiales, código Munsell, mesas y ta­ buretes, barreños grandes, cepillos, tinta china (blanca y negra), plumas con plumilla, bolsas, bolsitas y cajas, etiquetas adhesivas, rotuladores indelebles, tijeras para papel, cinta adhesiva para paquetes, cordeles, fichas, guantes de goma, grapadora, balanza, plantilla para círculos, pie de rey, lente de 10 au­ mentos. 16) Máquinas fotográficas con un objetivo normal y un gran angular, fotómetro, trípode, películas, escalera de varios tramos, pizarra, tiza, goma elástica, decímetros, medios metros, flechas para el norte (pintadas en blan­ co­rojo). 17) Fichas SAS, fichas de los diversos tipos de UE, de las tablas materiales, de RA, fichas de muestras paleoecológicas, registros varios y con­ tenedores. 18) Mesas, taburetes, maderas para dibujar, cuadrículas, jalones, plomadas, niveles de albañil, niveles de cuerda, niveles ópticos, miras, brúju­ las, cuerdas de albañil, goma elástica de sección circular, cinta adhesiva trans­ parente vegetal, cinta adhesiva de colores vivos, chinchetas, etiquetas para paquetes, clavos de diversas medidas y con gancho para pared, martillos, pin­ tura roja y pincel, cuchillas, pinzas para la ropa, cintas métricas de 20 m, cintas metálicas de 50 m, metros plegables de 2 m, escalírnetros, reglas de 60 cm, escuadras, goniómetros, compases con alargo, papel de lija, lápices, afi­ lalápices, portaminas, minas, gomas, afilaminas, lápices de colores, rotulado­ res indelebles de punta fina y de punta gruesa, plomadas, contenedores, blo­ ques de papel milimetrado, papel miJimetrado en rollo, hojas de papel vegetal o poliéster de diversos tamaños, papel vegetal en rollo de 95 gr, plástico inde­ formable (poliéster) de grosor mediano, plástico en rollo para dibujos direc­ tos, tubo de plástico para el papel y los dibujos de gran formato, carpeta para los dibujos de formato pequeño (Medri, 1981, pp. 335­336).

A veces resulta esencial el uso de palas mecánicas para eliminar humus, estratos naturales relativamente estériles, estratos muy recientes horizontales o que rellenan subterráneos y rellenos de excavaciones arqueológicas prece­ dentes. Nada impide que todo un yacimiento, por ejemplo de las dimensio­ nes de un oppidum, pueda ser liberado del humus, revelando así toda supla­ nimetría y permitiendo plantear de la forma más eficaz la estrategia de la excavación. La labor de la pala excavadora deben seguirla pocos arqueólo­ gos que conozcan el funcionamiento de estas máquinas y los peligros que su uso conlleva. Mientras la pala descarga la tierra en el camión los arqueólo­ gos tienen que limpiar rápidamente las superficies para indicar en qué punto las palas deben poner fin a su trabajo (generalmente a nivel de las crestas de los primeros muros). La pala debe comenzar desde el lado opuesto a aquel

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HISTORIAS EN LA TIERRA

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