Aristocracia Guerrera en Homero

Aristocracia guerrera en Homero (basada en Aquiles). José S. Lasso de Vega comienza el capítulo “Ética homérica” diciend

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Aristocracia guerrera en Homero (basada en Aquiles). José S. Lasso de Vega comienza el capítulo “Ética homérica” diciendo: “‘Aρετή y αγαθός son los dos términos que designan en Homero las cualidades humanas más altamente estimadas”. Estos términos se corresponden con una sociedad guerrera que aparece en la Ilíada y que tiene un conjunto de valores y una ética propia. El término αγαθός significa noble, valiente o hábil y es aplicado al guerrero capacitado que, en tiempo de guerra, obtiene el éxito y, en tiempos de paz, goza de las ventajas sociales relacionadas a su condición. No se necesitan de otras cualidades éticas para adquirir este atributo; en este sentido en el canto XXIV verso 44 se afirma que “… Aquiles ha perdido toda piedad y no tiene ningún respeto”, en defensa del cuerpo de Héctor, Apolo condena la conducta de Aquiles pero no le niega su calidad de αγαθός, por lo que en el verso 53, dice: “¡Cuidad que nosotros nos indignemos con él, por noble que sea, pues su furor ya no ultraja más que arcilla inerte!”. Por otro lado, αρετή es el atributo propio de la nobleza y tiene un sentido de perfección y de excelencia relacionado con el heroísmo guerrero. Los griegos valoraban a los hombres por sus aptitudes, en este sentido es que comprendían por areté una fuerza y una capacidad diferenciadoras respecto del hombre ordinario; el cual, por lo tanto, no tiene areté. De esta manera, siendo que se basa en la diferencia de valor espiritual y corporal de los individuos, en el canto II la aparición de Tersites, el hombre más indigno llegado al pie de Troya, contrasta con la caracterización homérica de la αρετή guerrera. Se lo describe como un hombre del pueblo, que no sobresale ni en el combate ni en la asamblea, y dado que se niega a la lucha, Tersites no posee la αρετή necesaria y se ubica por debajo del αγαθός, incluso en el verso 220 se dice que “era el más odioso sobre todo para Aquiles y para Ulises”. Ambos términos, cuya significación estaba relacionada con la nobleza y la bravura militar, conllevan un sentido ético vinculado con el ideal del hombre guerrero, para el cual regían determinadas normas de conducta ajenas al común de los individuos. El hombre homérico exhibe su valor en la guerra, función en la que necesariamente ha de tener éxito para conservar su condición. Werner Jaeger en el capítulo “Nobleza y areté” señala que “los griegos consideraron siempre la destreza y la fuerza sobresalientes como el supuesto evidente de toda posición dominante” y por lo tanto “señorío y areté se hallaban inseparablemente unidos”. En este sentido, Aquiles, siendo el mejor de los Aqueos, encarna esta nobleza guerrera en su máxima expresión. Dado que fue educado para “descollar siempre y sobresalir por encima de los demás”, Aquiles es el representante por excelencia del ideal del aristócrata guerrero que aparece en Homero. Se lo caracteriza desde el comienzo como un rudo guerrero, el más grande de los héroes Aqueos capaz de imponer constante miedo entre los troyanos. La grandeza de Aquiles se refleja en la admiración de los hombres y en el amor de las divinidades, ya que los dioses más poderosos se muestran interesados en su destino. La condición de αγαθός implica el honor y la gloria como móviles de acción. Aquiles posee un alto sentido del deber como αγαθός. La entrega al ideal guerrero, donde es preferible vivir un año solo por un fin noble, que una larga vida por nada, aparece como un interés fundamental en los héroes Homéricos. El destino en Aquiles se ve desde el canto I en el que, implorándole a su madre, Tetis, que intervenga en la compensación de su honor, se muestra con pleno conocimiento de su efímera vida. Jaeger señala que “en cierto modo es posible afirmar que la areté heroica se perfecciona sólo con la muerte física del héroe”. Esta afirmación está basada en la resolución de los grandes héroes hacia el esfuerzo, la lucha y la muerte para alcanzar el premio de una gloria perdurable. Aquiles, en el canto IX verso 412, presenta las dos posibilidades de su destino diciendo: “si sigo aquí luchando en torno de la ciudad de los troyanos, se acabó para mí el regreso,

pero tendré gloria inconsumible; en cambio, si llego a mi casa, a mi tierra patria, se acabó para mí la noble gloria, pero mi vida será duradera y no la alcanzaría nada pronto el término que es la muerte”. Existe una elección consciente del tipo de vida por parte de la aristocracia guerrera y esto marca el destino de Aquiles, el cual continúa en la batalla y mata a Héctor aun sabiendo que al hacerlo se inclinaba hacia una muerte joven. Además, Aquiles posee el orgullo que proviene de progenitores ilustres. El noble homérico tiene una ascendencia que remonta a los dioses; Aquiles es hijo de Tetis y por lo tanto pertenece a la casta de Zeus, esto le da un estatus especial. En el canto XXIV verso 54 se señala que la honra de Aquiles es mayor que la del mejor de los troyanos; Hera, en defensa de Aquiles y oponiéndose a Apolo, dice que la diferencia radica en que Héctor era mortal y se amamantó del pecho de una mujer, mientras que Aquiles es vástago de una diosa que ella misma crío, mimó y entrego como esposa para Peleo. Este estatus hace que sólo Aquiles puede utilizar armas costosas y eficaces acordes a su posición; sus corceles son inmortales, su armadura es fabricada por el propio Hefesto y su lanza, la cual sólo él es capaz de blandir, procurada por Quirón. A su vez posee el conocimiento de que esta posición solo puede ser conservada mediante las virtudes por las cuales ha sido conquistada. De manera que siempre hay una lucha para aspirar al premio de la areté. La lucha y la victoria son los factores determinantes para alcanzar la virtud. En este sentido es que se puede entender la importancia que le adjudica Aquiles a ser él quien mate a Héctor y vengue la muerte de Patroclo, en el canto XXII Verso 205 se dice: “el divino Aquiles hacía a las huestes señas con la cabeza y les prohibía disparar amargos dardos a Héctor, para evitar que otro acertara y se alzara con la gloria, y él llegara tarde”. Su esfuerzo y su vida entera es una lucha incesante para la supremacía entre sus pares. No significa simplemente el vencimiento físico del adversario, sino el mantenimiento de la areté conquistada. Dentro de esta sociedad, donde lo que importan son los resultados, el éxito o el fracaso son los criterios decisivos de la areté guerrera. Aquiles es el único que logra dar muerte a Héctor, el mejor de los troyanos, alzándose con la gloria para él y para los Aqueos. Además de las características acordes al ideal del noble heroico, donde resalta por su valor y su capacidad de soldado, Aquiles demuestra un carácter ético específico que lo hace diferenciarse y que excede aquel ideal. Sus excesos temperamentales, su tristeza y su inmenso dolor por la muerte de Patroclo son rasgos que lo hacen sobrepasar el prototipo de guerrero. En el canto XXIV, el encuentro con Príamo establece una diferencia respecto a las normas éticas establecidas. En la búsqueda de la excelencia bélica todo está permitido contra el oponente, en este sentido Lasso de Vega señala que “al enemigo vencido, visto siempre como enemigo personal, se le trata sin piedad”. Los dioses, ante el ensañamiento contra el cadáver de Héctor, deciden intervenir e incitan a Aquiles hacia el abandono de su venganza; la actitud de este, quien no por imposición sino por un acto libre decide devolver el cadáver, muestra un nuevo sentido ético. Príamo ingresa al campamento Aqueo y logra conmover a Aquiles, quien rompe en llanto por Patroclo y por Peleo, ya que es consciente de que no está en su destino el regresar a su hogar y volver a verlo. El final de la Ilíada muestra llantos y lamentaciones de ambos bandos, la ira y el dolor pasa a ser admiración mutua, Aquiles rompe con el típico rasgo guerrero y por propia voluntad entrega el cadáver de su enemigo. De esta manera es que Aquiles aparece como un héroe al que es apropiado llamarlo el más terrorífico de todos los hombres (I, 146), monstruoso Aquiles (XXI, 527), saqueador de ciudades (XXI, 550) pero también glorioso Aquiles (XX, 439), magnánimo (XX, 498), semejante a los dioses (XXIV, 486). Vinculada con la areté se hallaba el honor, que funcionaba como medio al que aspirar para asegurar el valor propio. Para el hombre homérico el reconocimiento por parte de sus semejantes era fundamental. En este sentido, Jaeger señala que “los héroes

se trataban entre sí con constante respeto y honra” y que “en ello descansaba su orden social entero”. Aquiles, siendo el más grande héroe, demanda de un honor acorde a su posición y por lo tanto aspira al elogio y la aprobación. La negación del honor significaba la negación de la areté y en este sentido es que se comprende que su μηνις, su ofensa de honor, dure desde el canto I hasta el canto XIX, terminando con la reconciliación con Agamenón y la incorporación al combate luego de enterarse de la muerte de Patroclo. Esta μηνις no viene de un individualismo caprichoso, está justificada. El motivo de su indignación contra los Aqueos y su negativa a prestarles auxilio se explica desde el sentimiento del honor ofendido a causa de una trasgresión. Aquiles aspiraba a un honor consecuente con su grandeza como héroe, el ultraje que comete Agamenón en el canto I desemboca en determinar quién merece mayor honra: Agamenón, como soberano de hombres, o Aquiles, como el mejor guerrero. Aquiles le reclama a Agamenón su ingratitud, dado que la mayor parte de la impetuosa batalla son sus manos las que la soportan y, sin embargo, siempre recibe una recompensa menor que la del Atrida Agamenón, el cual no participa tan activamente. No darle satisfacción al mejor de los Aqueos, negarle su importancia en el combate, es afirmar que debe darse más honores a quien reina sobre un número mayor que a quien es más fuerte entre los hombres e igual a los dioses. Aquiles considera esto una desvergüenza y no concibe, como lo señala en el canto IX verso 319, que reciban la misma honra tanto el cobarde como el valeroso y, por lo tanto, en el verso 374 sentencia que no volverá a la asamblea ni a la batalla ya que Agamenón, al romper esta norma social, que implica una recompensa acorde a la talla del guerrero, lo ha engañado y ofendido. Tanto Lasso de Vega como Jaeger coinciden con que esta aristocracia guerrera cumple un rol pedagógico en la cultura griega, ya que por medio de la creación de un tipo ideal se logra influir en la formación del hombre. El ennoblecimiento tanto de los héroes aqueos y troyanos como de los ideales éticos crea ejemplares heroicos de universal validez. La cultura aristocrática que se levanta por sobre la masa popular se basa en el nacimiento de un ideal definido de hombre superior, al cual aspira el común de la gente. En el concepto de areté se funda el carácter aristocrático de la sociedad homérica, la cual estaba basada en la habilidad y el valor viril. Se puede afirmar que este sistema de valores, donde el afán de distinguirse y la aspiración al honor era el camino que conducía a los hombres hacia lo ideal, proveía a la sociedad y al αγαθός de un código a seguir para sus mutuas relaciones. De esta manera la Ilíada presenta a un hombre cuyo ambiente específico es el campo de batalla y que posee un sistema social y moral firme en función de una areté basada en el éxito visible y concreto. Aquiles se presenta como el máximo exponente de este hombre presentado por Homero.