Argentina 3

El pánico de 1873 o crisis económica de 1873 es el nombre con el que se conoce a una ola de pánico económico desencadena

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El pánico de 1873 o crisis económica de 1873 es el nombre con el que se conoce a una ola de pánico económico desencadenada en Estados Unidos por la quiebra de la entidad bancaria Jay Cooke and Company, de la ciudad de Filadelfia, el 18 de septiembre de 1873, junto a la previa caída de la Bolsa de Viena el 9 de mayo de 1873. Fue una de las series de crisis económicas que azotaron la vida económica de la última parte del siglo XIX y principios del XX. Supuso el inicio de una dura depresión económica de alcance global, conocida como la Gran Depresión de 1873 (en inglés: Long Depression, literalmente traducida como depresión prolongada), que perduró hasta el año 1879, coincidiendo con el inicio de la Segunda Revolución Industrial. Es la primera de las grandes depresiones o crisis sistémicas del capitalismo.  La agricultura europea sufrió en muchos países la competencia de productos (cereales, lana) más baratos que llegaban desde Ultramar, a bordo de transportes cada vez más baratos.  Marcó el fin del período de supremacía económica británica y del liberalismo, de la expansión basada en el algodón, el carbón, la siderurgia y el ferrocarril.  El descubrimiento y difusión de nuevas fuentes de energía (electricidad y petróleo), nuevas técnicas (motores de combustión, dinamos eléctricas, radio), nuevos sectores industriales (química y electricidad) o nuevas formas de organización de la industria (cárteles o trust) permitieron a algunos países salir de la crisis en mejores condiciones e iniciar una Segunda Revolución Industrial. El imperialismo -la expansión económica y militar de Europa en otros continentes- será otra de las vías para tratar de superar la crisis.  Se quebró el monopolio industrial inglés al aparecer otros países industrializados que competían en el mercado internacional.  El mercado se saturó por la superproducción y la caída de los precios de los productos industriales, provocando un proceso inflacionario.  Surgimiento de Estados Unidos como potencia económica.  La abundancia de máquinas hace caer los costes laborales, agudizándose los conflictos sociales y se desarrolló fuertemente el sindicalismo ante los frecuentes abusos patronales: largas jornadas, trabajo infantil y femenino, condiciones insalubres y paro. El auge del sindicalismo corrige el desequilibrio social del capitalismo y facilita el desarrollo de la Segunda Revolución Industrial.  El gran momento del librecambio –entre las décadas de 1850 a 1870- fue efímero, Esta crisis es una crisis del mercado, que hasta entonces no estaba regulado, y surge el Proteccionismo. Vuelven los privilegios y los monopolios. La colonización agrícola en Santa Fe (1870-1895) Ezequiel Gallo Hacia 1870 una proporción muy significativa de la tierra apta para los cultivos cerealeros se había incorporado a la economía santafesina, que en su mayoría estaba en manos privadas. Asimismo una proporción significativa de las tierras privadas se hallaba en posesión de unos pocos individuos. La región central ofrecía un panorama más diversificado, dada la presencia de algunas colonias agrícolas. Pero en la frontera oeste predominaban también las grandes propiedades. En la región sur menos del 1% del total de propietarios poseían alrededor del 40% de la tierra que estaba en manos privadas. Hacia 1877 los problemas financieros del gobierno provincial lo llevaron a tratar de ubicar desesperadamente tierra pública dentro de la frontera. Los resultados de esta búsqueda fueron

revelados en el informe del Departamento Topográfico de 1879, quedaban solamente 650.558 hectáreas en posesión del fisco santafesino, de las cuales solo 34.500 podían considerarse propiamente como tales. El resto eran tierras en disputa entre el gobierno provincial y propietarios privados, por considerar las autoridades que los particulares no habían cumplido con la obligación de poblar estipulada en los contratos de venta. Es importante señalar que en el informe no se encontraban las tierras que se encontraban en la frontera india. Estas tierras pasaron al dominio provincial entre 1879 y 1882, y, en su gran mayoría, fueron transferidas a propietarios privados. El mapa catastral de 1883 revela la existencia de cuatro zonas: 1. la región del norte, donde predominaban las grandes propiedades; 2. la región del centro y el extremo norte de la región del sur, que mostraban un gran avance de las colonias agrícolas que pasaban a ocupar territorio donde hasta hacia poco predominaban las grandes propiedades; 3. el sur, donde seguían dominando las grandes estancias, aunque de menor extensión que las del norte; 4. la franja este de todas las regiones mencionadas, donde predominaban las estancias medianas y pequeñas. Es decir que hacia 1883 las grandes propiedades seguían predominando en la campaña santafesina. Este viejo predominio había sido reducido entre 1872 y 1883, muchas de las grandes propiedades habían comenzado a dividirse y su lugar iba siendo ocupado por estancias lanares y por colonias agrícolas. Aun en tierras recién incorporadas, las subdivisiones comenzaban a manifestarse. Ni siquiera los grandes latifundios del norte resistieron el proceso de subdivisión, a pesar de que allí la tierra no era apta ni para la cría de ovejas ni para el cultivo de cereales. Este proceso tomó mayor velocidad aun entre 1883 y 1895. Las colonias agrícolas se multiplicaron dramáticamente en el área central y en la zona norte sur. También hicieron su aparición en el resto de la zona sur, de todos modos, en esta área las grandes estancias laneras y ganaderas resistieron más airosamente la “intrusión” agrícola. Sólo la región norte siguió exhibiendo un panorama similar al prevaleciente en la década del setenta. Hacia 1895 las colonias agrícolas habían ocupado extensas zonas antes dedicadas a la ganadería, especialmente en la región sur, en la que había sido el dominio exclusivo de vacunos y lanares, comenzó a observarse una invasión permanente de trabajadores agrícolas. La expansión cerealera en las estancias del sur transcurrió por carriles diferentes de los prevalecientes en la región central. En esta última el cultivo de cereales se realizó principalmente a través de colonias formadas por agricultores propietarios. En el sur, por el contrario, fue la presencia de empresas mixtas que combinaban agricultura y ganadería y donde el cultivo del cereal estuvo a cargo de agricultores arrendatarios (arriendos). El proceso de colonización en Santa Fe La fundación de colonias agrícolas en Santa Fe tuvo lugar bajo distintos criterios organizativos: 1. Algunas colonias fueron fundadas por el gobierno nacional o provincial. En la mayoría de estos casos se vendía tierra a Lo inmigrantes a precios muy bajos. El número de colonias fundadas bajo este sistema fue insignificante, asi como el área que abarcaban las mismas. Varias se fundaron en zonas de la provincia peligrosamente expuestas a las invasiones indias. Algunas de ellas estaban situadas en tierras poco aptas para los cultivos cerealeros. Este sistema de colonización gubernamental resultó costoso e ineficiente, y hacia 1880 había sido abandonado. 2. Durante las primeras etapas de la colonización (décadas del cincuenta y sesenta) la mayoría de las colonias se fundaron bajo el sistema de colonias oficiales que fueron establecidas por empresarios privados bajo control gubernamental, el gobierno provincial vendía al empresario a precios muy bajos y exigía el cumplimiento de algunas obligaciones en cuanto al número de gente que debía ser radicada y a las facilidades que debían otorgárseles. Una vez cumplidas las exigencias el empresario recibía tierras ubicadas generalmente dentro de la colonia. El número

de colonias fundadas bajo este sistema tampoco resultó demasiado significativo, sin embargo, algunas de las más importantes colonias de la provincia se fundaros de esta manera. 3. la enorme mayoría de las colonias existentes hacia 1895 fueron fundadas bajo el sistema de colonización privada. El empresario compraba la tierra al precio de mercado, la subdividía, y vendía al mejor postor. La única intervención oficial consistió en eximir al empresario del pago del impuesto de contribución directa por tres años o por cinco si las tierras se encontraban fuera de la línea de frontera. La extensión impositiva se extendió también a quienes iniciaban actividades industriales o comerciales dentro de la colonia, los cuales no pagaban el impuesto a patentes. 4. Al comienzo de la década del noventa aparecieron las llamadas colonias particulares, la diferencia con el sistema anterior era que no había facilidades impositivas, ni obligaciones para el empresario. El sistema consistía en que el comprador rentaba la tierra a un intermediario que luego la subdividía en lotes que entregaba en arriendo a los colonos. Este intermediario era generalmente un comerciante de la zona. Solamente cuatro de estas colonias se fundaron hasta 1895, pero luego el sistema se volvió muy popular. En el período 1870 1895 el análisis debe centrarse en las colonias privadas y solo marginalmente en las llamadas colonias oficiales. En primer momento la crítica se dirigió contra el gobierno por interferir en una actividad que no le competía. Más tarde, se consideró también que las casas de administración central quitaban fluidez al proceso de colonización debido a que el colono conocía mejor que el administrador lo que era conveniente para su parcela. Es así como la colonización a cargo del gobierno resultó inoperante y costosa, muchas veces porque el desconocimiento del medio llevó a invertir en regiones poco propicias para los cultivos cerealeros. La fundación de docenas de colonias aminoró las problemas de aislamiento, y la existencia de y vasto número de colonos con experiencia conformó una sólida base de donde podían extraer enseñanzas los recién llegados. Es probable que con los cambios acaecidos las casa centrales de administración resultaran algo pesadas ante la notoria velocidad que alcanzó la expansión cerealera a partir de 1880. La marcha del proceso de colonización En la fundación de colonias para el periodo 1856-1895 se destacan seis períodos: 1. un desarrollo lento y escasamente exitoso entre 1856 y 1864. 2. una apreciable recuperación entre 1864 y 1870. 3. una leve caída, tanto en el número de colonos como en la extensión ocupada, entre 1870 y 1877. 4. una brusca caída entre 1877 y 1892. 5. un espectacular boom ente 1880 y 1892 .6. Una nueva caída entre 1892 y 1894. El estallido de la guerra del Paraguay creó un amplio mercado para la producción de las colonias, lo que explica la recuperación del segundo período. Con el fin de la guerra las colonias enfrentaron nuevamente algunos de los viejos problemas, especialmente el alto costo de transporte, a estos se les agregaron otros problemas de distinto origen. La crisis económica internacional golpeó fuertemente a la provincia a partir de 1875. Por otra parte, la langosta no dejó de hacer estragos, especialmente durante la devastadora invasión de 1877. Durante la década del ochenta se observaron cambios espectaculares. Los indios ya habían sido derrotados y cientos de miles de hectáreas habían sido colonizadas, mientras que en las ya asentadas desaparecieron los temores de las invasiones. El boom ferroviario y la inmigración aliviaron los problemas que traían aparejados los altos costos de transporte y la escasez de mano de obra. Al mismo tiempo, una reducción en los costos de navegación acercaba a las colonias a los poderosos mercados europeos. También aparecieron instituciones crediticias que volcaron una parte de sus fondos a la producción agrícola. De este modo Santa Fe comenzó a ser percibida como la nueva tierra para millares de inmigrantes.

Hacia 1892 la situación comenzaba a cambiar. La crisis de 1890 había dislocado algunas de las empresas de colonización, y afectado a los bancos dedicados a financiar la cosecha. El precio internacional del trigo estaba en baja. El gobierno provincia, que afrontaba dificultades financieras, impuso impuesto a la comercialización del trigo. La recuperación fue obstaculizada por una pobre cosecha en 1895 y una gran invasión de langostas en 1896. Sin embargo la reacción fue muy diferente de la muy dramática que caracterizo a la crisis de mediados del setenta, porque la Argentina era ya uno de los más importantes exportadores mundiales de trigo, y la colonización había satisfecho ampliamente las expectativas, entonces los distintos observadores juzgaban la crisis como un evento transitorio que sería superado sin mayores dificultades. Tendencias regionales Para mostrar el avance de la colonización es necesario dividir la provincia en seis regiones. En la región central-norte, constituida por los departamentos de Las Colonias, Castellanos y San Cristóbal, comenzó la colonización agrícola en la segunda mitad de la década del cincuenta y continuo al frente de las demás hasta 1895. El primer departamento en ser colonizado fue Las Colonias, y avanzada la década del setenta comenzó la ocupación de las tierras de castellano, impulsada por empresas y colonos provenientes de Las Colinas. En la década del noventa las tierras de ambos departamentos se hallaban colonizadas. En ese momento comienza un sostenido movimiento en dirección noroeste, hacia las tierras del departamento de San Cristóbal. Mientras que en Las Colonias y Castellanos el cultivo de cereales se hizo en forma exitosa, no ocurrió lo mismo en San Cristóbal, debido a que eran tierras más aptas para la cría de ganado, actividad que bien pronto fue sustituyendo a los cultivos cerealeros. La región sur estaba constituida por los departamentos de San Lorenzo, Caseros, Belgrano y Rosario. El proceso de colonización comenzó alrededor de 1870 bajo el estímulo de la construcción del ferrocarril entre Rosario y Córdoba. Esta región fue la segunda en importancia en la provincia. La gran mayoría de sus tierras había sido dedicada al cultivo de cereales, la expansión cerealera de la región estuvo estrechamente vinculada a la construcción de vías férreas. La región centro-sur estaba constituida por los departamentos de San Jerónimo, Iriondo y San Martín. Las tierras de la zona norte de los departamentos de San Martín e Iriondo se colonizaron en forma parecida a lo observado en la región centro- norte. Por otra parte, el área austral de ambos departamentos fue poblada como continuación de los desarrollos ocurridos en los distritos de la región sur. La excepción fue el departamento de San Jerónimo, este estaba ya ocupado en la época de la dominación española por estanzuelas que abastecían a los pequeños núcleos urbanos (algunas siguieron existiendo). Al mismo tiempo el distrito de Coronda poseía las únicas tierras aptas para la cría de ovejas. Por estas razones San Jerónimo había sido menos afectado por la colonización agrícola. El extremo sur lo formaban los departamentos de General López y Constitución. Fue la última región en ser colonizada, y sólo hacia fines de la década del ochenta el proceso alcanzó dimensiones significativas. El departamento de General López, lejos de las líneas de comunicación y con la mitad de su territorio en manos de los indios, no estaba al comienzo en una situación apropiada para la instalación de colonias agrícolas. Las tierras del departamento de Constitución eran contiguas a los distritos del nordeste de la provincia de Buenos Aires y desde fines de los años cincuenta sus campos fueron ocupados por ovejas provenientes del estado porteño. Algo parecido ocurrió en General López una vez que se desplazaron las tribus indias. Dadas las ventajas de las actividades ganaderas, la expansión solo fue posible con el ferrocarril y las inmigraciones. La producción agrícola se desarrolló en combinación con la ganadería, dando lugar a la aparición de los llamados “cultivos combinados”, caracterizados por la presencia de una significativa mayoría de arrendatarios entre los cultivadores.

En cuanto a la región norte, la mayoría de sus colonias no fueron dedicadas a la producción cerealera. Las actividades predominantes fueron la explotación forestal, la caña de azúcar y la cría de un ganado de baja calidad. En la región nordeste, o región de la costa, los departamentos Garay y San Javier se especializaron en la cría de ganado a partir de los años ochenta y durante el período 1870-4 fue la que registró el mayor número de hectáreas dedicadas a la colonización agrícola, debido a la privilegiada situación geográfica de estas tierras en la época pre ferroviaria, especialmente en tiempos de la guerra del Paraguay. Además por aquellos años se creía que estas eran las tierras más aptas para el cultivo de cereales (luego se demostró que esto era falso) el tendido de la vía férrea aumento el valor de otras zonas. El arrendamiento Entre 1887 y 1895 hubo un aumento en la proporción relativa de arrendatarios, el 51% de los agricultores de la provincia eran arrendatarios o medieros. Existía por lo menos la presencia de dos clases de arrendatarios. Uno de los sistemas de arrendamiento era la medianería o metayer. Alrededor del 15% de los agricultores eran medianeros hacia 1895. En este sistema la tierra se entregaba libre de impuestos y el agricultor arrendatario recibía vivienda, implementos agrícolas y algún ganado. Las semillas, la trilla y el embolsado se compartían entre el propietario y el arrendatario. Este último se hacía cargo de los otros gastos, incluyendo la alimentación y alojamiento de los peones (que podían evitarse empleando familiares). Una variación de este sistema era la tercianaria, sistema bajo el cual todos los gastos, salvo algunos rubros salariales, estaban a cargo del propietario, quien se quedaba con dos tercios del producto final. El arrendamiento, a secas, era el sistema más extendido. El 36% de todos los agricultores pertenecían a esta categoría. Esta clase se dividía en dos: los que pagaban en dinero y los que lo hacían entregando un porcentaje de la cosecha. Este último grupo se acercaba algo a los medieros, con la diferencia de que el porcentaje de la cosecha era más bajo y su libertad de acción mayor, también tenía muchos más gastos a su cargo. La característica común de ambos (los que pagaban en efectivo y en porcentaje) era que el propietario sólo entregaba la tierra, y que todos los gastos estaban a cargo del arrendatario. Las mejoras en la explotación no eran reembolsadas, y en algunos casos se incluía una cláusula que permitía al propietario elegir el lugar donde debía venderse la cosecha y donde se alquilaba la maquinaria agrícola. Las restricciones de este tipo eran más habituales para los arrendatarios que pagaban la renta con un porcentaje de la cosecha. A estas se agregaba una que lo restringía a utilizar sólo un 15% de la tierra arrendada para actividades pastoriles. Este tipo de arriendo estaba ligado a un sistema de rotación llamado cultivos combinados. En este sistema el arrendatario se obligaba a sembrar maíz, trigo y lino (en ese orden) durante los tres años que duraba el contrato. Al finalizar el ciclo debía devolverse el campo sembrado con alfalfa y rotar a otro potrero de la misma propiedad para repetir la operación. Los cultivos combinados hicieron su aparición para responder a la creciente demanda internacional de carne vacuna de alta calidad, que sólo podía ser satisfecha si se mejoraba la baja calidad de los planteles vacunos que ocupaban las estancias de la región. Para logras este propósito era necesario importar sementales de raza, dividir la estancia en más potreros, y, especialmente, mejorar la calidad de las pasturas. Los dos primeros objetivos se consiguieron a través de una gran importación de sementales y de alambre para las subdivisiones. La tercera meta era más difícil de alcanzar, dado el gran insumo de mano de obra que se requería. En los veinte años siguientes más de ocho millones de hectáreas de “pastos duros” fueron convertidas en fértiles praderas. Así Argentina pasó a ser uno de los grandes exportadores mundiales de carne vacuna de alta calidad.

Existían variaciones significativas en la distribución regional de los arriendos, estaba mucho más extendido en le sur de la provincia, región en la cual la agricultura había sido más tardía. Algunas características de los arrendamientos Los aspectos negativos de este sistema, desde el punto de vista económico, donde es percibido como un obstáculo para la innovación tecnológica y desde una perspectiva social se indica que incide en bajos niveles de vida, en malas condiciones de asentamiento y en escasa movilidad social. La emergencia de los arrendamientos estuvo estrechamente vinculada a la expansión ganadera durante el ciclo que se caracterizó por el predominio de los cultivos combinados. El arrendamiento había sido bastamente conocido en las estancias lanares de la región pampeana durante las décadas de sesenta y setenta. Los arriendos no estaban exclusivamente limitados a las estancias lanares. El sistema era conocido en las colonias agrícolas. Muchos de los empresarios se reservaban lotes para venderlos después de que la instalación de las colonias hubiera incidido en un alza del precio de la tierra. En el ínterin, la tierra se ofrecía en arriendo. Lo mismo sucedía en epocas de crisis, donde los compradores eran escasos. Otra fuente de arriendos tuvo orígenes distintos de los mencionados. Desde bastante temprano muchos colonos exitosos que compraban lotes en las nuevas colonias arrendaban su anterior propiedad a inmigrantes recién llegados. El rápido incremento de arrendatarios ha sido atribuido generalmente a la aparición de los cultivos combinados. Con seguridad esta causa fue de singular importancia en el periodo posterior a 1895. En realidad, el aumento verdaderamente espectacular en el área sembrada con alfalfa es Santa Fe sólo tuvo lugar entre 1895 y 1914. Es más apropiado atribuir el crecimiento de los arriendos a otros factores. No hay dudas acerca de la existencia de una tendencia de larga duración hacia el aumento de los arriendos, tendencia que parece haber estado relacionada con la introducción de nueva maquinaria agrícola, lo que hizo más rentable el cultivo de extensiones mayores. Al mismo tiempo, otros factores (especialmente la mayor demanda provocada por el influjo masivo de inmigrantes) incidieron en un aumento del precio de la tierra, con lo cual muchos agricultores encontraron que necesitaban concesiones de mayor extensión cuyo precio por hectárea había aumentado significativamente. Durante la crisis que se inició en 1890, la situación parece haber sido similar a la observada en los años 1876 y 1877. La depresión en el mercado de tierras fue considerable, y avisos ofreciendo largas extensiones de tierra a “precios de crisis” eran muy comunes. La situación se hacía más difícil en el caso de las compañías de tierras de capital extranjero, por la fuerte devaluación experimentada por el peso argentino. Dos métodos se intentaron para sortear el problema. El primero fue vender la tierra a pesos oro, el segundo arrendarla percibiendo en pago una parte de la cosecha. Las ventas en oro tenían poca aceptación en un mercado sumamente temeroso, el segundo parece haber contado con mayor aceptación. La crisis del 90 fue seguida por una caída pronunciada en el precio internacional del trigo y en 1896 por una devastadora invasión de langosta. Los arriendos continuaron su tendencia ascendente, y pasaron a ser una faceta esencial en el panorama rural santafesino. Los trabajadores de Buenos Aires. La experiencia del mercado, 1850-1880 [1992] La historia de los sectores populares de Buenos Aires, y en particular la de su formación a partir de la expansión de la economía capitalista agroexportadora desde mediados del siglo XIX, está poco estudiada. La historiografía de ese siglo, cuya expresión más importante es la obra de Tulio Halperln Donghi, se ha preocupado sobre todo hasta 1880 por el fenómeno del caudillismo; y la lucha política, los enfrentamientos facciosos y los proyectos de la elite para una nación aún desierta, que se cristalizaría con la inserción de la Argentina en el mercado mundial. Los sectores populares, los trabajadores o la afamada clase obrera argentina se asoman -salvo con algunas

excepciones como sería la del trabajo de Ricardo Falcón (1)- recién en aquellos trabajos realizados para el periodo que se abre con la gran inmigración, es decir, de 1880 en adelante (2). En este contexto historiográfico el libro de Hilda Sábato y Luis Alberto Romero aparece incursionando una temática original en un período también original. Es una de las primeras miradas históricas al proceso de formación del mercado capitalista para “[…] analizar cómo se constituyeron la demanda y la oferta de mano de obra en la etapa formativa del mercado, poniendo el acento en las consecuencias que ese proceso fue teniendo para los trabajadores que integrados o no a ese mercado, se relacionaron con él de maneras muy diversas” (3). Es decir, este libro constituye un aporte fundamental para la construcción de una historia social de los sectores populares porque no sólo es un estudio de los rasgos del mercado capitalista bonaerense, sino sobre todo porque intenta capturar la experiencia laboral (o como dicen los autores “la experiencia del mercado”) que tuvieron los trabajadores de la ciudad y del ámbito rural bonaerense en el periodo de transición hacia la consolidación de la economía agroexportadora capitalista (1850-80). Respecto a la primera cuestión, la de la formación del mercado de trabajo, los autores arriban a importantes conclusiones sobre la especificidad del desarrollo capitalista argentino. El primer capítulo sobre la oferta de mano de obra muestra que a diferencia de otros desarrollos capitalistas, ya sean europeos o incluso latinoamericanos, ésta no provino de la proletarización del artesanado o del campesinado vernáculo, sino de la inmigración extranjera y de la incorporación coercitiva y consensual de trabajadores criollos, que sobrevivían hasta ese momento participando ocasionalmente del mercado. El segundo capítulo sobre la demanda, que se estructuró a partir de la expansión capitalista agroexportadora, también marca las diferencias fundamentales entre otros desarrollos del capitalismo y el argentino. Este último se caracterizó por el predominio de un sector agroexportador (productivo y comercial) de demanda estacional y cíclica; un limitado desarrollo artesanal y manufacturero especializado y la persistencia de un sector de trabajadores autónomos o cuentapropistas. En el tercer capítulo los autores concluyen que de la lógica de la demanda y la oferta se conformó un mercado de trabajo de mano de obra ocasional, móvil y no especializada, con algunas diferenciaciones internas por sexo, edad y calificación. El resto del libro recorre las “experiencias de mercado” de los distintos tipos de trabajadores: los ocasionales y asalariados, los no libres, los calificados y los cuentapropistas. A pesar de que el mercado tenía cierta homogeneidad por el predominio de los trabajadores asalariados ocasionales, los autores observan la persistencia de viejas y nuevas formas de explotación laboral no libres y de un importante sector de cuentapropistas o trabajadores autónomos. Un comentario aparte merecen las fuentes utilizadas para la reconstrucción de todo este proceso. Uno de los aspectos más valiosos de esta reconstrucción yace en la utilización de un rico corpus de fuentes provenientes de los archivos judiciales de los Juzgados de Paz de la provincia, de la Policía y de los Tribunales de Comercio que se encuentran en el Archivo General de la Nación. Estos archivos permiten acceder aunque sea limitadamente a la situación laboral de los trabajadores, como, por ejemplo, en el caso de los trabajadores ocasionales que apresados por los Jueces de Paz relatan las vicisitudes de su inestabilidad laboral; o reconstruir las características que tenían los salarios y la forma de pago a partir de los conflictos que dan a luz los Tribunales de Comercio. El gran valor de este libro se encuentra en las múltiples implicancias que tienen sus conclusiones para los debates historiográficos en torno al proceso de formación de la clase obrera argentina, que la literatura ha desarrollado sobre todo para el período posterior (4). Puesto que Sábato y Romero están interesados, como se citó al comienzo de esta reseña, en aprehender las consecuencias que tuvo “la experiencia de este mercado” para los trabajadores, sus conclusiones tienen múltiples derivaciones. Por un lado, su investigación aporta una imagen renovada a la discusión, ya presente desde los primeros trabajos de Gino Germani, sobre las posibilidades de ascenso social que tuvieron los inmigrantes, discusión que forma parte de un debate más amplio que es el del

impacto positivo o negativo que tuvo el crecimiento de la economía agroexportadora sobre los sectores populares. Sábato y Romero recorren un camino mediador entre las posiciones optimistas, que ven que el mercado se conformó con mecanismos aceitados y benefició con altos salarios y movilidad social a los trabajadores (5) y las pesimistas, que prefieren enfatizar los mecanismos coercitivos, la inestabilidad laboral y las malas condiciones materiales de vida de éstos (6). Los autores concluyen que a lo largo de estas dos décadas de expansión económica y de transición hacia la consolidación del mercado capitalista los trabajadores tuvieron importantes posibilidades de ascenso y descenso social. Siempre estuvo abierta la alternativa de llegar a ser cuentapropista, para independizarse laboralmente. Hacia 1880 estas posibilidades se achicaron con el incremento de la oferta de mano de obra y la valorización de la propiedad y el capital. De ahí en más el ascenso social se canalizó hacia otras expectativas: la casa propia y la educación profesional. Por otro lado, la particularidad del mercado que se formó, que tenía una alta demanda de trabajadores ocasionales, no calificados y móviles, le dio rasgos peculiares a la “experiencia obrera”. A partir de esta “experiencia del mercado de trabajo”, con sus fluctuaciones, inestabilidad y baja calificación, se fue conformando una lógica de comportamiento que hacía que los trabajadores se adaptaran flexiblemente a las vicisitudes del mismo para poder sobrevivir. A pesar de que al final del libro se dice que esta experiencia habría cambiado luego de 1880, creándose condiciones de mayor estabilidad laboral, que habrían permitido una mejor identificación y solidaridad de clase entre estos trabajadores, la mano de obra móvil, no calificada y ocasional siguió siendo un componente importante del mercado capitalista agroexportador argentino. Esta conclusión limitaría las posibilidades de construcción de una clase obrera con una identidad social definida, un cotidiano propio y una cultura autónoma durante esos años claves de expansión del capitalismo (7). Los aportes de este estudio no impiden, sin embargo, marcar algunos de los problemas que presentan las estrategias metodológicas y teóricas utilizadas por los autores. El primero salta a la vista ya desde el título, cuando se define que la temática del libro es “la experiencia del mercado” que tuvieron los trabajadores entre 1850 y 1880. La pregunta que se impone es por qué no la experiencia de la producción. Para establecer una distancia con cierta literatura marxista dogmática que insiste en las transformaciones del proceso productivo para explicar el surgimiento de la clase obrera, no es necesario recurrir a categorías diferentes, que recuerdan a las propuestas conceptuales de Anthony Giddens, porque lo que es evidente en el trabajo es que esa experiencia de mercado trae implícita una “experiencia determinada del proceso productivo”. Es la organización del proceso productivo la que estructura un tipo determinado de demanda y ambas suponen una experiencia laboral particular para el trabajador. El problema es que los autores al priorizar un tipo de experiencia pierden de vista a la otra, que es inseparable. El impacto de la experiencia productiva se vislumbra muy implícitamente porque el lector imagina que este mercado inestable con su experiencia laboral fluctuante, no sólo construyó una lógica de participación laboral flexible, sino que no permitió construir una cultura del trabajo, que conllevase por ejemplo ni una valoración del mismo, ni una residencia estable. La segunda reflexión se refiere a la perspectiva metodológica desde la cual Sábato y Romero han reconstruido ese mercado. En esta cuestión el análisis intenta ocupar un punto medio, poco convincente, en la discusión sobre el rol que juegan las “estructuras” y los “hombres” en el cambio social. Las lógicas estructurales de la oferta y de las demandas construidas por la estructura económica parecieran dominar la conformación del mercado y converger, funcionalmente, sin conflicto ni coerción. Los actores principales que lo construyeron aparecen desdibujados o se adaptan “utilitariamente” a las necesidades del mismo. Entre ellos se relativiza el rol del Estado que, sin embargo, pareciera haber sido un actor central en la construcción de la oferta a partir de los mecanismos coercitivos de incorporación de la población criolla y del impulso de la inmigración. Por otro lado, a pesar de que el libro es sobre los trabajadores, su protagonismo no parece ser activo frente a las fuerzas

del mercado. No se vislumbra su respuesta viva, sino que éstos aparecen respondiendo a las necesidades del mercado pragmáticamente y adaptándose sin conflicto. El paradigma de este comportamiento es la caracterización que hacen los autores de estos trabajadores como “buscadores de oportunidades”. Esta falta de profundización de los conflictos sociales conduce a una última reflexión. Los conflictos podrían haber sido un camino de acceso más rico e interesante a una reconstrucción de los sentidos que tuvo esta “experiencia de mercado” desde la cultura del trabajo que traían y que construyeron los inmigrantes y los trabajadores criollos a lo largo de la misma. Para comprender la manera en que cierta experiencia social, en este caso la del mercado (y la laboral), construye nociones o lógicas de comportamiento en los actores, que es parte del objetivo de este trabajo, creemos que se debe partir no sólo de una caracterización de dicha experiencia (que es lo que los autores hacen) sino de una reconstrucción del conjunto de valores sobre la vida, el trabajo, las expectativas, etcétera, que tenían los trabajadores (inmigrantes y criollos). Sólo una perspectiva de este tipo habría hecho completo honor al objetivo del libro, que es el de reconstruir la “experiencia” de los trabajadores. NOTAS. (1) Véase Ricardo Falcón: Los orígenes del movimiento obrero (1857-1899). CEAL, Buenos Aires, 1984. (2) Al respecto existe un conjunto bastante heterogéneo de trabajos. Por un lado, están aquellos referidos al fenómeno inmigratorio, entre ellos los primeros trabajos demográficos y sociológicos sobre la inmigración masiva impulsados por Gino Germani: Política y sociedad en una época de transición: De la sociedad tradicional a la sociedad de masas (Buenos Aires, 1962), y los trabajos publicados en diversas compilaciones: Gino Germani, Jorge Graciarena y Miguel Murmis: La asimilación de los inmigrantes en la sociedad argentina y el fenómeno del regreso de la inmigración reciente (Buenos Aires, 1964); Torcuato Di Tella, Gino Germani y Jorge Graciarena: Argentina, sociedad de masas (Buenos Aires, 1971); y Gustavo Beyhaut et al.: inmigración y desarrollo económico (Buenos Aires, 1961). También existe un conjunto más reciente de trabajos de historia social sobre la integración de los inmigrantes, como los de Mark Szuchman: Mobility and Integration in Urban Argentina: Córdoba in the Liberal Era, University of Texas Press, 1980; John Bailey: “Inmigración y relaciones étnicas: los ingleses en la Argentina”, Desarrollo Económico, nº 72 (1979); “Marriage Patterns and lmmigrant Assimilation in Buenos Aires, 18821923”, HAHR LX, nº 1 (1980), y “Las sociedades de ayuda mutua y el desarrollo de la comunidad italiana en Buenos Aires, 1858-1918”, Desarrollo Económico, N’ 84 (1981); Fernando Devoto y Gianfausto Rosou (comp.): La inmigración italiana en la Argentina (Biblos, Buenos Aires, 1985); Jonathan Brown: “The Bondage of Old Habits in Nineteenth Century Argentina”, LAAR (1986). Por otro lado, están los trabajos sobre la clase obrera argentina y su comportamiento político, que siguen la línea de la tradicional historia del movimiento obrero, como, junto al de Falcón, el de laacov Oved: El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina (Siglo XXI, México, 1978); el de Edgardo Bilsky: La Semana Trágica (CEAL, Buenos Aires, 1984), entre otros, y los referidos a las condiciones materiales de vida y cultura de los sectores populares, como el de Leandro Gutiérrez: “Condiciones de vida material de los sectores populares en Buenos Aires (1880·1914)”, en Revista de Indias, vol. XLI , 163-164, enero-julio 1981; y sobre todo el conjunto de artículos compilados por Diego Armus, Mundo urbano y cultura popular. Estudios de historia social argentina (Sudamericana, Buenos Aires, 1990). (3) Sabato y Romero, Los trabajadores…, pág. 9 (subrayado de la autora). (4) Este debate aparece explícitamente en los Estados de la cuestión de Ricardo Falcón: “Problemas teóricos y metodológicos en la historia del movimiento obrero en Argentina”, en Carlos Zubillaga: Trabajadores y sindicalismo en América Latina. Reflexiones sobre su historia (CLACSO, Buenos Aires, 1989) y de Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero: “Los sectores populares y el movimiento obrero en Argentina: Un estado de la cuestión”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, nº 3, Tercera Serie, primer semestre de 1991. (5) La perspectiva que enfatiza el ascenso social se desarrolló

inicialmente a partir de la obra de Germani. Actualmente el ejemplo más conocido de esta perspectiva es el de Roberto Cortés Conde: El progreso argentino 1880-1914 (Sudamericana, Buenos Aires, 1979). (6) Véanse los trabajos de José Panettieri: Los trabajadores (Jorge Alvarez, Buenos Aires, 1968); Leandro Gutiérrez: “Condiciones materiales de vida de los sectores populares en el Buenos Aires finisecular”, en De historia e historiadores. Homenaje a José Luís Romero (Siglo XXI, México, 1982); y Ofelia Pianetio: “Mercado de trabajo y acción sindical en la Argentina, 1890-1922”, en Desarrollo Económico, nº 94, julio-setiembre de 1984. (7) Me refiero a la imagen sobredimensionada sobre el rol de la clase obrera, como una entidad cohesionada y definida, que construyen los trabajos de Falcón, Bilsky, etcétera. Sobre esta polémica véanse los estados de la cuestión citados en la nota 4.