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Este libro es un análisis histórico sobre cómo el crédito está siendo acercado a los sectores más deprimidos. Nos cuenta

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Este libro es un análisis histórico sobre cómo el crédito está siendo acercado a los sectores más deprimidos. Nos cuenta la historia de la microfinanzas en el Perú, ya que éste es uno de los casos más significativos de su desarrollo. La llamada “Revolución de las MicroFinanzas” ocurrió en muchos países hace tres décadas aproximadamente. En la actualidad un gran número de instituciones de crédito ofrece préstamos, depósitos y otros servicios financieros a millones de hogares pobres. Muchos funcionarios de bancos multinacionales y ONGs tratan de alcanzar los cinturones de pobreza de las ciudades y competir por el negocio de captar a los nuevos inmigrantes. La mayor parte de las instituciones microfinancieras fueron fundadas en el Perú durante los años 80 y los primeros años de los 90. El tiempo y el lugar fueron desfavorables ya que existía alta inflación, terrorismo, colapso económico y un desastre natural extraordinario. Los pobres eran excluidos del sistema financiero porque carecían de documentos de identidad, contabilidad apropiada, propiedades registradas y hasta de la vestimenta y del lenguaje requeridos para captar la atención de los funcionarios de crédito. El economista peruano Hernando de Soto argumentó que la llave para la entrada a los bancos era el registro de las viviendas que los pobres habían autoconstruido, entregando títulos formales que pudieran ser utilizados como garantía; este argumento ganó aceptación internacional, pero al final dicha propuesta resultó ser innecesaria ya que los préstamos se empezaron a otorgar sin garantías físicas y en lugar de formalizar al prestatario, fueron las entidades quienes tuvieron que adaptarse para poder hacer negocios con los pobres. Las prioridades también han variado con el tiempo. Últimamente el objetivo más claro han sido las utilidades. Pero las ONGs, instituciones públicas y altruistas que abrieron las puertas a las microfinanzas de gran escala, tenían como prioridad el desarrollo social y el alivio de la pobreza. Algunos proyectos fueron diseñados con la idea que el crédito haría poco por los pobres si no iba acompañado por comunidades más fuertes: el beneficio real del capital privado era que serviría para crear capital social. Las ONGs enfocadas en temas de género comenzaron también a usar ese vínculo como un instrumento para el empoderamiento de la mujer. Sin embargo, la primera idea desarrollista vinculada al crédito fue la creencia en la magia de una cultura del ahorro. El atraso económico y la alta vulnerabilidad de las familias pobres no era consecuencia de la falta de crédito, sino de una falta de ahorro. En 1964, el apenas nombrado presidente del banco mundial, Robert McNamara lanzó la guerra contra la pobreza mundial, anunciando que el crecimiento económico no llegaba a los pobres y luego anunció que la pobreza mundial sería eliminada alrededor del año 2000. La primera solución del Banco Mundial fue un proyecto integrado de desarrollo rural; en la que trabajaría con gran cantidad de pequeños agricultores en las regiones

más pobres, proporcionando todo lo que hacía falta: caminos, colegios, hospitales, conexiones con los mercados, insumos y crédito. Pero la mayoría de los proyectos fracasaron y fueron apodados “Árboles de Navidad” porque pretendieron colgar de todo sobre sus ramas. Las políticas de los años 70 y 80, terminaron de manera abrupta en julio de 1990 con la elección del presidente Alberto Fujimori. A comienzos de su periodo la política social tuvo prioridad y se enfocó hacia los más pobres. Los fondos estatales fueron canalizados hacia educación pública, proyectos de salud e infraestructura rural, priorizando las provincias más pobres.

En este capítulo nos habla de la persona que le dio el dinamismo a la ola de cooperativas de ahorro y crédito que se produjo a mediados de los años 50 y que finalmente llegó a su pico a mediados de los 70. Dicho sujeto sería el sacerdote de la orden Maryknoll, Daniel McLellan, que regresó a Lima en enero de 1958 para retomar sus labores donde las había dejado antes de enfermarse y proponer la creación de la Oficina Central de Cooperativas Parroquiales. En esos años, McLellan había viajado mucho capacitando, asesorando y animando a los feligreses en todo el país para crear sus propias cooperativas. A poco tiempo de su regreso dio un discurso en la Conferencia Episcopal del Perú, donde mencionó que el Perú debía recurrir a sus “minas más ricas”, haciendo referencia al dinero que la gente pobre escondía debajo de los colchones; explicando que el indio peruano, siendo el 90% de la población en ese entonces, podría incorporarse en la vida económica del país. Otro de sus argumentos era que las cooperativas de ahorro y crédito liberarían a la gente de los usureros; la visión que tenía de estas era que servirían para mejorar el estándar de vida. Entre 1955 y 1962 se crearon al año entre 40 y 50 cooperativas de ahorro y crédito. La primera fue creada en 1942 por los trabajadores en el puerto del Callao, seguidos por otra fundada por los trabajadores textiles en Lima. Hacia 1970, las cooperativas de ahorro y crédito habían captado el 8,4% de los depósitos en el sistema financiero del Perú, cifra que subió a 10,8% en 1975. McLellan contribuyó a ese boom con la creación de tres instituciones: La Oficina Central de Cooperativas Parroquiales, Federación Nacional de Cooperativas de Ahorro y Crédito del Perú(Fenacrep) y la Central de Crédito Cooperativo del Perú(CCC). Una creciente proporción de las nuevas cooperativas no eran católicas, pero la iglesia mantenía una fuerte influencia sobre todo el movimiento a través de la Oficina Central de Cooperaciones Parroquiales. McLellan se había propuesto promover las cooperativas y asociaciones, no solo para créditos sino también para fines de vivienda. Y en 1960 creó las Mutuales que fueron promovidas, financiadas y supervisadas por el Banco de la Vivienda del Perú. Hasta 1970 se habían creado 16 mutuales, la diferencia de estas con las cooperativas de ahorro y crédito era que se encontraban ubicadas en las ciudades más grandes y tenían una clientela de mayores ingresos. En 1970, los depósitos de las mutuales aumentaron hasta representar el 10,6% de los depósitos en el sistema financiero, superando a las cooperativas de ahorro y crédito, cuya participación alcanzaba el 8.4%. La participación de estos dos sistemas financieros creció hasta alcanzar el 19,1% de los depósitos del sistema financiero hacia 1975.

La innovación principal fue el vínculo entre ahorro y acceso al crédito. La razón de la oleada de depósitos en ambas instituciones era la promesa de que se ganaría el derecho a solicitar préstamos. El incentivo de las cooperativas de ahorro y crédito, era que también ofrecían formas de seguro. En el caso de las mutuales, según Alfredo Tapia, ex director general del Banco de la Vivienda, decía que los miembros la percibían como un Pandero. Ahorrar en una mutual aseguraba el futuro acceso a un préstamo para vivienda, solo era cuestión de esperar tu turno. Estas instituciones empezaron a perder participación de mercado, después de que alcanzaron el 19% de los ahorros privados en 1975. Hacia 1994, todas las mutuales desaparecieron y las cooperativas de ahorro y crédito se redujeron al 0,8% del mercado de ahorros.

Los 80 se convirtieron en la década de la exploración cultural relacionada con la actividad económica de pequeña escala. Con la disminución de las mutuales y cooperativas de ahorro y crédito, se produjeron otros esfuerzos cuyo fin era abrir las puertas de las finanzas a los pobres. Otra de las motivaciones de estos esfuerzos fueron la poca capacidad del sistema financiero para alcanzar a la mitad más pobre de la población. Pero lo que más los impulsó fue una nueva visión de los pobres y el concepto de que la pequeña empresa podía ser una solución a la pobreza. En 1968, Robert McNamara, presidente del Banco Mundial, tomó el liderazgo en presionar a favor de un enfoque más directo frente a la reducción de la pobreza. Durante la siguiente década el Banco Mundial buscó formas de llegar más directamente a los pobres, sin tener buenos resultados. Fue recién en 1975 cuando empezó a buscar seriamente posibles proyectos de solución para los pobres urbanos. La pobreza urbana empezó a ser definida como un problema de empleo. En la década de los 70, el Banco Mundial, la OIT y las universidades realizaron muchas investigaciones sobre los vínculos entre inversión, el desempleo y la estructura productiva. Descubriendo que las pequeñas empresas generaban más empleo por dólar de inversión que las grandes firmas. Pero el objetivo no era prestar a los microempresarios más pequeños, sino más bien a propietarios de pequeños talleres de manufacturas y otras actividades que empleen entre 5 a 20 trabajadores. A comienzos de los 80, el sistema financiero no tenía casi nada que ofrecer a la gran mayoría de las familias extremadamente pobres del Perú. Entonces se empezó a desarrollar una línea de investigación en las ciudades y pueblos, centrada en el sector informal. En el Perú, fue llevada por el Prealc de la OIT durante las finales de los años 70 y comienzos de los 80. Así los economistas empezaron a interesarse en la pobreza urbana, especialmente en la microempresa o la empresa informal. El punto de vista que empezó a surgir fue que, si las empresas más pequeñas y la población más pobre eran capaces de ayudarse a sí mismas, valía la pena apoyarlas. Esta conclusión fue una justificación para el crédito, pero no sabían cómo implementar metodologías financieras adecuadas a las características de este sector. Esta tarea fue llevada a cabo por los exploradores que son el tema de este capítulo. El 14 de mayo de 1980, Silva Ruete firmó el Decreto Ley 23039, dando nacimiento a las cajas municipales. En julio de 1981 las autoridades emitieron un decreto que habilitaba al de Silva Ruete para entrar en efecto; y otro en noviembre autorizando la creación de la Caja Municipal de Piura. Hacia 1985 se inauguró una segunda caja y empezó una nueva etapa. Ese año, el gobierno alemán firmó un acuerdo para brindar asistencia técnica y financiera a las cajas municipales del Perú.

El primer paso para convertirse en financiadores de la microempresa parece haberse dado en octubre de 1978, cuando el directorio de la Caja Piura aprobó un conjunto de normas internas para otorgar préstamos sin prendas en oro o plata. La idea era facilitar el acceso al crédito de los grupos de bajos ingresos. Se cambió el protocolo de evaluación de créditos por uno que incluía visitas y conversaciones con el cliente, su familia, posibles proveedores o clientes; así obtenían los indicadores de orden y responsabilidad. Trabajar en las ciudades de provincias era ventajoso porque la gente se conocía mejor en los pueblos. En la mayoría de los casos la garantía más usada fue los avales de terceros. Y durante los años 90, los préstamos se otorgaron sobre la base de las evaluaciones al cliente y su récord de pago.

Webb nos relata sobre una nueva fase, los años 90, en la que los movimientos terroristas y una economía desbocada fueron puestos bajo control. Desde mediados de los 80 hasta 1993, los trabajadores peruanos fueron golpeados por una inflación que devoraba sus ganancias y por una economía que eliminaba los puestos de trabajo. Cuando el presidente Alan García dejó el cargo en julio de 1990, el 44% de los hogares subsistían con un ingreso por debajo de la línea de pobreza La guerra desatada por Sendero Luminoso, obligó a miles de campesinos a emigrar hacia las urbes y fue la causa de que otros 400 mil peruanos dejaran el país en un periodo de 10 años. Las actividades terroristas interrumpieron la agricultura, la minería y la industria; además exigió gastos a la economía en seguridad de US$1.5 mil millones entre 1988 y 1991. Alberto Fujimori asumió la presidencia en 1990 y gobernó a lo largo de toda esa década. Se propuso colocar al Perú en un rumbo diferente, empezando por vencer dos de los más grandes males heredados de gobiernos anteriores: la economía devastada y la guerra de terror de Sendero Luminoso. En su primer mes de mandato, Fujimori lanzó un programa dirigido a reducir drásticamente la inflación. El ataque a la pobreza y la extrema pobreza, especialmente en las regiones de la sierra, fue considerado por Fujimori como una pieza vital en la estrategia de seguridad nacional. Ya que Sendero Luminoso fue fundado en una capital de provincia en la sierra sur del Perú, y logró establecerse rápidamente en las comunidades indígenas pobres de los Andes. En 1991 se creó el Fondo de Compensación y Desarrollo Social (Foncodes) como intento de atacar a la pobreza extrema desde varios frentes, financiado proyectos de infraestructura, programas sociales y el desarrollo de actividades productivas. La economía siguió en recesión hasta 1992, la recuperación empezó en 1993. Hacia marzo de 1993, Fujimori había renegociado los atrasos de la deuda peruana con el Fondo Monetario y el Banco Mundial, poniendo al Perú en buenos términos con los mercados financieros internacionales y recuperando el acceso al crédito exterior. Las cifras macroeconómicas que mostraban esta recuperación escondían la dura realidad de la vida diaria de la mayoría de los peruanos, ya que en 1994 el 49% de la población aún vivía en la pobreza Durante el gobierno de Fujimori, el gasto público en programas para la reducción de la pobreza aumentó de 7.1% del presupuesto a 11.1% en el 2000. A pesar de la recesión de 1990-92 y la crisis financiera de 1998-2000, las cajas municipales de ahorro y crédito progresaron y se expandieron de forma sostenida a lo largo de la década. Estas entidades servían a 95 mil clientes y su crecimiento en este período fue más del 50% anual.

Aparecen nuevas instituciones, como los gremios, el primer gremio de instituciones microfinancieras sin fines de lucro llamado El Consorcio de Organizaciones Privadas de Promoción al Desarrollo de la Micro y Pequeña Empresa (Copeme), fue creado en julio de 1990 como una red de intercambio de información para compartir el aprendizaje de los programas diseñados para ayudar a crecer a las pequeñas empresas. Copeme nació como resultado de la proliferación de instituciones enfocadas en el desarrollo de las pequeñas empresas. Otra asociación gremial fue la Federación Peruana de Cajas Municipales de Ahorro y Crédito (Fepmac). A finales de los 80 un total de 60 instituciones trabajaban con micro y pequeñas empresas, y en 1998, año en el que alcanzaron su pico, contaban con 30 mil clientes. En 1990 entró en escena una nueva entidad microfinanciera y se ubicó en un terreno diferente. Aquiles Lanao y su esposa Lucinda Flores, los fundadores de lo que se convirtió en Finca Perú, siempre pensaron en trabajar con mujeres muy pobres en las áreas rurales. Luego de varios años de crecimiento gradual, los bancos comunales se incorporaron a Finca Perú. Y más adelante esta entidad empezó a trabajar también con mujeres en barrios pobres en las zonas periféricas de Lima. En 1991, la asamblea de Finca Internacional aprobó la afiliación de Finca Perú. Sin embargo, a fines de los años 90 Finca Perú se separó de Finca Internacional debido a las diferencias respecto a las metodologías de crédito y las condiciones de afiliación. La banca comercial entró en el mundo de las microfinanzas cuando el segundo banco comercial más grande del Perú, el Banco Wiese, otorgó préstamos de cerca US$300 a cada uno de los 200 comerciantes que trabajaban en el popular “El Hueco”. Los préstamos eran para financiar el inventario para las ventas durante la campaña navideña. En 1992, seis cámaras de comercio se iniciaron en el mundo de las microfinanzas, esto fue gracias a Manuel Montoya, director ejecutivo de Acción Comunitaria del Perú (ACP), quien propuso al Programa de Pequeños Proyectos del BID la contratación de ACP para la capacitación de las cámaras de comercio en el manejo de programas de microcrédito. Entonces el despegue de las microfinanzas como industria crediticia a nivel masivo empezó en 1992. En ese año se crearon un gran número de instituciones microfinancieras, incluidas redes de entidades prestadoras e instituciones enfocadas en atender áreas rurales y otras dirigidas a clientes mujeres. El sector privado se comprometió activamente con las microfinanzas y las cámaras de comercio crearon sus propios programas de préstamos especializados para pequeñas empresas, aplicando los sistemas que ya se venían usando en las microfinanzas urbanas en el Perú.