Antologia filosofica argentina del siglo XX.pdf

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AUTORES DE LOS ESTUDIOS DE ESTA SELECCIóN JUAN

ADOLFO

V AZQUEZ

ALEJANDRO

KORN

JOSÉ INGENIEROS ALBERTO

ROUGES

SAÚL T ABORDA CORIOLANO

ALBERINI

FRANCISCO

ROMERO

CARLOS ASTRADA NIMIO

DE ANQUfN

LUIS JUAN MIGUEL

GUERRERO

ÁNGEL

ÁNGEL

VIRASORO

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COLECCIÓN

ENSAYOS

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Juan Adolfo Vázquez

Antología filosófica argentina del siglo XX

EUDEBA

Editorial

Universitaria

de Buenos .Aires

Esta edición ha sido corregida por ~l autor

@ 1965 Editorial Universitaria. de Buenos Aires - Viamonte 640 Fundada por la Universidad de Buenos Aires

Hecho el depósito de ley IMPRESO

EN

LA

ARGENTINA

- PRINTED

IN

ARGENTINA

.

Las civilizaciones jóvenes que actúan en el' . escenario de una civilización más vieja no producen nada nuevo durante largo tiempo, por muy bien dotados que estén sus representantes. KEYSERLING

PRÓLOGO

Este v-olumen tiene por objeto presentar una muestra de la obra escrita por pensadores argentinos en 10 que va del siglo xx. Empresa erizada de dificutades, porque si bien los autores más conocidos entran holgadamente, los otros plantean una elección embarazosa cuando comienza a acabarse el espacio prefijado. Sobre este punto nunca habrá completo acuerdo. Los autores aquí representados nacieron entre 1860 y 1910. 'Era necesario establecer algún límite temporal, y esas fechas me parecieron las más adecuadas. Desde luego, la' última podría ser más tardía; pero en la extensión disponible no creí conveniente ocuparme de los pensadores de menos de cincuenta años, cuya obra será objeto de otra selección. Así mismo debe' tenerse en cuenta que siendo ésta una compilación de textos de pensadores qu~ en su may-or parte aún viven, no debe considerarse la selección como un juicio definitivo acerca de los filósofos argentinos contemporáneos. No solo la ulterior producción intelectual de .los incluidos merecerá nue-

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PRóLOGO vas apreciaciones: también algunos de los nacidos antes de 1910 no incluidos en esta edición podrían ser representados en otra. Para evitar en lo posible la mera yuxtaposición de fragmentos, he dado preferencia al opúsculo completo -ensayo b~'eve, ponencia a congresoo, en el caso de obras mayores, a partes sustanciales suficientemente explícitas. Este criterio presenta algunos inconvenientes: inclina a saltear páginas valiosas cuyos contextos no se prestan a los fines de la compilación e induce a J,recog~r trabajos ,íntegros que necesariamente restan lugar a otras posibles inclusiones. Pero sus ventajas en orden a la comprensión de los materiales recogidos son evidentes. He tratado de que las selecciones expresen por lo menos algunos de los aspectós más significativos de la obra filosófica de. los autores representados. Para ello he contado en muchos casos con el inestimable asesoramiento de los autores mismos. Por supuesto, la responsabilidad de la selección final es cosa mía. No me hago ilusiones de haber acertado siempre. Es más: aun reproduciendo uno o dos ensayos completos de un pensador, si éste posee una obra cuantitativa y cualitativamente considerable, la selección desconocerá por fuerza gran parte de una realidad intelectual y literaria rica y compleja. Este problema se agclVa si los trabajos importantes del autor marcan etapas de una línea evolutiva. También en este caso he tratado de hacerle justicia; aun a riesgo de exceder la medida. Quizás algún lector encuentre esta antología demasiado libresca y profesora!. Hasta cierto punto tendrá razón; pero es porque, salvo excepción, los pensadores argentinos que han escrito .algo de valor en este siglo y dentro de la tradición académica occidental estuvieron o están en la Universidad. Esto no significa que no haya auténticos pensadores fuera de los claustros universitarios. Por el contrario, a los hombres de letras, sociólogos, pensadores políticos, educadores y religiosos que han dejado entrever alguna concepción inédita del mundo y de la vida, por lo menos en su matiz regional, habrá que tomarlos en cuenta en primer término cuando se busque exponentes e intérpretes de la incipiente conciencia nacional. Esta vez solo lo hemos hecho con 'un pensador del interior argentino que

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• PROLOGO

anudaba a la fibra teórica europea su sensibilidad para los problemas del terruño, a los que aplicó lo mejor de su saber. Aun así quedan sin representar varios aspectos del pensamiento universitario argentino. Desde el principio excluí todo estudio histórico para acoger solo trabajos sistemáticos. T ampoco se hallará aquí nada de filosofía del derecho, de filosofía de la ciencia o, menos aún, de lógica matemática. No me pareció aceptable tomar más heteróclita la obra añadiendo una gran disparidad temática a la diversidad de estilo de los autores. Aparte de mi incompetencia para juzgar en muchos campos especiales de la filosofía. U na selección de textos, por más completos y autónomos que sean, requiere alguna información sobre sus autores, máxime si va dirigida a un público que no tiene por qué estar familiarizado con ellos. Por esta razón he precedido los textos de una breve nota bibliográfica sobre cada autor, con unas líneas finales sobre lo que me parece ser la orientación esencial de su pensamiento. .El análisis y la fundada valoración de sus obras escapan al plan de este libro. Con respecto a la Introducción, admito que mis análisis y reflexiones sobre la £i!osofía y la cultura en la Argentina chocan con algunas opiniones bastante difundidas. Son temas hasta ahora tratados con más pasión que inteligencia, para cuya madura interpretación faltan estudios históricos y sociológicos que proporcionen una base adecuada. Espero que mi opinión sincera sea corregida por quienes tengan mayor competencia que yo. y en cuanto a las indicaciones sobre las vicisitudes de la filosofía en las universidades argentinas del siglo xx, ni que decir tiene que no pretenden ser una historia propiamente dicha, y mucho menos una crónica completa de autores, obras y hechos importantes. Pero una conclusión me parece desprenderse de ese relato: si a pesar de tantas peripecias aún quedan en la Argentina personas que, pudiendo hacer' otras cosas más halagadoras, se empeñan en ser profesores de Filosofía en las universidades, .y no 10 hacen tan mal, ello significa que existe en este país un considerable estamento intelectual cuyo destino compromete a la cristalización de una cultura nacional.

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• PRÓLOGO Finalmente, quiero agradecer a todos aquellos que por su atención en las bibliotecas de la Universidad Nacional Autónoma de México, de El Colegio de ,México y dd Instituto Nacional de Antropología e Historia, así como dél Instituto de Filosofía de la Universidad Nacional de Cuyo y de la Biblioteca Mayor de la Universidad Nacional de Córdoba, facilitaron la consulta de libros, revistas y folletos utilizados en la preparación de este libro. Agradezco también a las distintas personas merced a cuya diligencia pude obtener curricula y otros materiales difícilmente accesibles, en particular a quienes me enviaron por vía aérea desde la Argentina obras que no hallaba en México., Al Dr. Antonio Castro Leal) director de los cursos temporales, y al Dr. Francisco Larroyo, director de la Facultad de Filosofía y Letras, ambos de la Universidad Nacional Autónoma de México, mi reconocimiento por sus estímulos para iniciar y concluir, respectivamente, esta antología. Enero de 1963 JUAN

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ADOLFO

V ÁzQUEZ

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INTRODUCCIÓN

LA FILOSOFíA ARGENTINA

"Me imagino la sonrisa del lector ante el epígrafe. ¿Desde cuándo tenemos filosofía argentina? ¿Acaso tenemos filósofos?" "N o hemos llegado a crear ningún sistema filosófico original. Ahora, en el mismo momento en que casi todos hemos abandonado el positivismo, somos tan tributarios de Europa, tan poco originales en filosofía, como cuando escribía José Ingenieros." Por ello podemos preguntar: "¿Existe una filosofía argentina? ... No tenemos tradición filosófica ... Apenas empezamos a salir de la colonia en el sentido espiritual del término. Lo que se ha hecho en los últimos años no es sino, en general, una manera de trasplantar el pensamiento europeo". Pero "si renunciamos a '-esa vanidad nacional de que hemos padecido muchas veces, y atendemos a las condiciones reales de la nación y a lo que legítimamente podemos exigirle, el curso de nuestra evolución filosófica y su estado actual deben ser juzgados satisfactorios. Una potente creación original en esta línea es el fruto de una tradición muchas "Vecessecular o de la rara genialidad de un pueblo, y se presenta como el 'privilegio de cuatro o cinco países en todo el mundo; puerilidad insigne sería querer estimar en parangón con ellos 10 hecho hasta aquí. Tenidas en cuenta nuestra situación histórica y nues,tra densidad cultural, lo realizado hasta ahora y lo sensatamente previsibl~ tienen que contentarnos y nos garantizan la capacidad de ti mente argentina para afrontar con decoro este orden de problemas".

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ANTOLOGtA

FILOSÓFICA

ARGENTINA

DEL SIGLO

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Estos cuatro textos 1 muestran que la preocupación acerca de la posibilidad y realidad de una filosofía nacional Í10 ha sido ajena a la meditación de pensadores argentinos del siglo xx. No vamos a seguirlos en sus reflexiones, no siempre coincidentes entre sí o con nuestra manera de ver. Pero trataremos de esclarecer en qué sentido puede hablarse de "filosofía argentina", y más precisamente, en qué sentido utilizamos esa expresión en esta obra. El Romanticismo y Hegel nos enseñaron a ver la historia universal como el desarrollo de esencias nacionales portadoras del espíritu de los pueblos, y la filosofía -conciencia histórica de la culturacomo expresión racional de las ideas fundamentales de la nacionalidad cuya máxima institución es el Estado, organismo jurídico que representa políticamente la sustancia popular en un determinado ámbito geográfico de soberanía. Si trasladamos este esquema al extremo meridional de América del Sur desde el T rópicode Capricornio y al este de los Andes, y estudiamos la vida social y cultural de los grupos humanos que han habitado ese territorio en los últimos tiempos, resultará algo difícil ajustar. sin violencia en los marcos románticos el cuadro histórico vivido sobre la faz de la Tierra que hoy se llama República Argentina .. Si la filosofía de la historia nacida del Romanticismo pudiera aplicarse natura~mente a la evolución argentina hoy habría un pueblo con una unidad y continuidad históricas comprobables, portador de una cultura peculiar y distinta de la de los otros pueblos, reflejada en una filosofía. nacional expresiva de las. modalidades vigentes en sus diferentes regiones y, por tanto, al mismo tiempo que aspirante a la va-

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d Ver ALEJANDRO KORN, "Filosofía argentina", 1927, reproducido en Obras, Universidad de La Plata, t. III, 1940, p. 259 Y en otras ediciones más recientes; CARLOS ALBERTO ERRO. "Situación de la filosofía", La N ación, Buenos Aires 1Q de enero de 1939, 3i¡!. sección, p. 2; CORIOLANO ALBERINI, "Génesis y evolución del pensamiento filosófico argentino", C¡¡ademos de Filosofía, Buenos Aires, fascículo VII, nros. 10-11-12, 1953-54, Y reproducido como "Prólogo de la obra de LUIS FARRÉ, Cincuenta años de filosofía en Argentina, Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1958; FRANCISCO ROMERO, "Ciento cincuenta años de filosofía en la Argentina", La Nación (edición especial del Sesquicentenario), 22 de mayo de 1960, p. 27. 1

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---..----------------------,-------------LA FILOSOFIA

ARGENTINA

lidez universal, apartadora de características propias, inconfundibles. Quizás algún lector pregunte sorprendido: "¿ y no es así? ¿No existe acaso una historia argentina que muestra la unidad de ese pueblo a través de los tiempos, señala los rasgos autóctonos y ofrece aportaciones valiosas a la civilización? ¿No son los pensadores argentinos, por ventura, los representantes intelectuales de esa sociedad nacional? ¿No es entonces su filosofía auténtica expresión -la auténtica expresiónde la filosofía

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argentina?" . Para contestar adecuadamente a este orden de preguntas es nece~ario distinguir sin pasión varios planos de la realidad que suelen confundirse. Ante todo una aclaración terminológica. Al hablar de "historia", "nación", "pueblo", "cultura", "pensamiento", "filosofía", y similares, utilizamos términos españoles cargados de connotaciones europeas, especialmente arraigadas en la filosofía alemana del siglo XIX, que las cinceló en función de una. experiencia histórica muy diferente de la americana y, sobre todo, de la argentina. No complicaremos aún más nuestra tarea proponiéndonos, aparte de la que tenemos entre manos, la de averiguar en qué sentido corresponde hablar de "fi:osofía americana".2 Bastará recordar algunos hechos que nos permiten comprender por qué nos cuesta admitir que actualmente existe una filosofía argentina como expresión nacional del espíritu del pueblo, con lo cual no negamos, desde luego, que en otros países se dé el fenómeno de las fi:osofías nacionales, o que sea posible y deseab~e que en la Argentina a:guna vez ocurra semejante cosa. La composición étnica de la Argentina y su estructura social diferencian a la república platense no solo de las sociedades nacionales históricas multiseculares de Europa sino también de la mayor parte de las naciones y comunidades americanas. En Estados Unidos la población indígena fue prácticamente exterminada, y los primeros colonizadores ingleses echaron las bases Sobre el problema de la "filosofía americana" véase FRANCISCO La filosofía americana. S1~ razón y SH stnrazón de ser, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1950; especialmente el primer capítulo. 2

LARROYO,

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FILOS6FICA

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de una nación que,aI romper sus vínculos de dependencia con respecto a Inglaterra, tenía ya un plan político nacional que fue imponiendo al resto del ten-itorio -en gran parte desierto- y que le permitió asimilar a los inmigrantes de acuerdo con una concepción americana de la vida que, a pesar de todas las diferencias locales, obedece en el fondo al paradigma original de los patricios de Nueva Inglaterra. . . En muchas repúblicas latinoamericanas subsiste una considerable base demográfica indígena pura, mezclada principalmente con la población mlonial española, ló que ha permitido hablar de "Indoamérica". No importa que algunos países incluyan comunidades nativas apenas tocadas por la civilización occidental (pensemos en algunas tribus amazónicas); lo importante es que la mayoría de las repúblicas latinoamericanas tienen como tronco y colurpna vertebral de su historia. una población predominantemente autóctona, y que para definir o ca,racterizar su esencia nacional pueden recurrir, si no a factores de sangre que llevarían a un racismo científicamente insostenible y moralmente condenable, sí a ingredientes culturales que en algunos casos se remontan a grandes civilizaciones clásicas prehispánicas y en otros a grupos indígenas o negros, o a ambos, que desde hace siglos hacen sentir su presencia y dan a la civilización de origen ibérico un sello particular.y distintivo en casi cada uno de los pueblos latinoamericanos. Nada de esto corresponde mayormente a la situación de la Argentina, donde la población y la cultura indígena siempre fueron escasas, la población negra ha desaparecido y, sobre todo, donde la mayoría hispánica y criolla desde comienzos de este siglo viene siendo superada por nuevas olas inmigratorias de Italia, España, Europa Central y otras partes del Globo. No cabe duda de que si no puede aplicarse a los países de América el concepto de "pensamiento" qué se aplica por ejemploa la historia de la filosofía en Francia o Alemania, siempre hay una base demográfica de unidad multisecular que da sentido a la búsqueda de una esencia histórica, y por tanto a un pensamiento, aunque solo sea desde el punto de vista sociológico. Pero ni siquiera. esto podemos suponer en la Argentina

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• LA FILOSOFJA

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donde la irrupción inmigratoria posterior a 1-860 crea en el siglo xx, y cada vez más a medida que se avanza en él, un factor nuevo, dominante en todas las estructuras importantes de la vida nacional. Detengámonos por un momento en la recordación de algunos datos. En 1864, la Argentina totaliza alrededor de 1.800.000 habitantes, de los cuales un 15 % es extranjero; treintiún años después, en 18g5, llega a casi 4.000.000, con un 25 % de extranjeros; y menos de veinte años más tarde, en 1914, alcanza a 8.000.oQO, con un 30 % de extranjeros~ El crecimiento de la población se debe evidentemente en su mayor medida al fomento de la inmigración, que se traduce en un mayor porcentaje de europeos. En 1930, la proporción de extranjeros superaba todavía el 30 % Y si en la década siguiente baja a alrededor del 25 %, en cambio, de 1870 a 1930 los inmigrantes engendran a su vez millones de argentinos nativos, que desde el punto de vista de la sociología de la cultura, de la historia nacional y de sus repercusiones en una historia del pensamiento configuran una situación peculiar. En efecto, las grandes presidencias argentinas que sucedieron a la caída de Rosas y que se inician en 1853 con Urquiza coinciden en su preocupación por aumentar la población del país mediante la atracción de corrientes inmigratorias europeas, al mismo tiempo que por liberar más amplias zonas para la agricultura y la ganadería, amenazadas por las correrías de los. aborígenes. Pero las sucesivas series inmigratorias no encontraron al país suficientemente organizado y dispuesto a darles, por una parte, todos los instrumentos necesarios para la colonización ni, cosa más grave ::¡ún, los ~uadros educativos que alentasen en ellos y en sus hijos una cabal asimilación de los ideales que, habían promovido primero la independencia nacional y luego la organización constitucional. En consecuencia, los inmigrantes que superaron la nostalgia de la patria y acaso los fracasos de ciertas esperanzas de pronto triunfo económico, se convirtieron en una masa sin tradición viva ni proyectos inspiradores con bastante fuerza para insertarse colectivamente en el desarrollo nacional, arraigando en las tradiciones

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argentinas del siglo XIX. En su mayor parte se quedaron en Buenos Aires o en sus alrededores, como ]0 prueban las siguientes cifras: en 1890, la Capital Federal tiene 530,000 habitantes, de los cuales son extranjeros 300.000; en 1898 en la provincia de Santa Fe sobre una población de 23°.000 habitanté's, 110,000 son italianos. Una proporción muy grande de este torrente inmigratorio, al no canalizarse hacia las fuentes de producción, buscó el ascenso social en el comercio y aspiró sobre todo a que sus hijos pasaran a formar pa.rte de la clase media, en ]0 posible mediJnte la obtención de un título universitario. Así es que, en vísperas de la Primera Guerra Mundial, el 38 de la población urbana argentina, 'que. es la mayoría del país, pertenece a la clase media. Por otra parte, el porcentaje de población urbana en general acrece en lógico detrimento de la población rural: si en 1870 llegaba a casi tres cuartas partes de la población .total, a fines de siglo es inferior a dos tercios y en 1914 no llega a la mitad. Nos hemos detenido en estos datos porque creemos que son significativos para comprender la estructura social peculiar de la Argentina, y que por tanto condicionan esencialmente 10 que hayamos de entender por "filosofía argentina". Adelantando algunas conclusiones, podríamos afirmar que uno de los mayores problemas de la. Argentina, de todo punto de vista, y por tan to también para la constitución de un pensamiento que pueda merecer el nombre de "nacional", es la asimilación de las masas inmigratorias que hasta hace poco seguían afluyendo en cantidad considerab~e y, sobre todo, de integrar orgánicamente a los hombres "nuevos", hijos o aun nietos de inmigrantes que todavía no han podido encontrar un paisaje espiritual constructivo que les permita superar la psicología y la moral de un individualismo puesto a todo trance al mejoramiento de su propio status social sin consideración de las necesidades generales del país. Por esta causa, cuando queremos interpretar el pensamiento argentino en función de las categorías históriqs labradas en el siglo XIX, nosehcontramos sin apoyo para comprender la mayor parte de los fenómenos históricos que se vienen sucediendo desde hace cien años. Ni siquiera las mejores mentes del siglo XIX previeron el surgimiento de esta nueva realidad heterogénea, .que

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LA FILOSOFiA

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iba cobrando creciente peso político al par que la conducción real del país escapaba de las manos tanto a las antiguas familias terratenientes como a los pensadores y estadistas representantes del conservadorismo liberal que de una manera u otra trataron de orientar la vida y la educación argentina entre 1860 y 1910.

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La expresión "cultura argentina" plantea problemas análogos a la de "filosofía argentina". Pero si existe la "filosofía argentina" en el sentido de pensadores y obras que actúan en el territorio argentino, del mismo modo puede hablarse de "cultura argentina" como abreviatura del conjunto de bienes espirituales de que participan los habitantes del territorio argentino, sin presuponer ni excluir la originalidad nacional. La cultura argentina del siglo xx manifiesta diferentes relieves según las perspectivas en que se la enfoque. Una visión ~tnográfica distingue diversas zonas que por su tradición folklórica representan otras tantas regiones de la cultura tradicional. Augusto Cortazar señala los siguientes ámbitos: jujeño (Jujuy), selvático (norte de Salta, Formosa, Chaco, Misiones), litoral (Corrientes, Entre Ríos), central (sur de Salta, T ucumán, Córdoba y Santa fe menos sus extremos meridionales), pampeano (sur de Córdoba y de Santa Fe; Buenos Aires, La Pampa), cuyano (Mendoza, San Ju'an, San Luis), noroccidental (La Rioja, Catamarca, oeste de Salta), patagónico (Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz, Tierra del Fuego). Aunque de las mitologías provenientes del ámbito selvático y de algún otro podría intentarse la reconstrucción de una concepción del mundo propia de los aborígenes, y aunque sería interesante especular acerca de una: resurrección de formas literarias que, por influencia de la historia comparada de las religiones, diera lugar a creaciones metafísicas autóctonas, ta~es reflexiones escapán a nuestra tarea actual. Reconocemos aquellas zonas de cultura regional, pero hasta ahora no tenemos noticia de que haya influido en la formación de la filosofía argentina. Con la llegada de los primeros españoles a tierras argentinas

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• ANTOLOG1A

FILOSóFICA ARGENTINA

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hubo influencias de doctrinas filosóficas europeas que se pusieron en evidencia en la organización práctica de la vida civil, militar y eclesiástica del país, desde la Conquista, y tuvo expresión sistemática en la enseñanza que comenzó con las primeras insti~ tudones coloniales. La docencia filosófica de esa época correspon~ de, lógicamente, a las doctrinas vigentes en España durante los siglos XVII. Y XVIII. Si con un esfuerzo de imaginación tratamos de revivir el espíritu de aquellos tiempos quizá comprendamos que, dadas las circunstancias, resulta ,absurdo lamentar que durante la época colonial no se enseñara en el actual territorio argentino la filosofía de autores que apenas alcanzaron difusión en las universidades europeas hasta mucho tiempo después de su muerte, sobre todo fuera de sus respectivos países. Por la misma razón no hay que exagerar el espíritu progresista de los catedráticos coloniales. Algo análogo ha ocurrido después de la Colonia. Cada etapa de la historia política nacional -revolución e independencia, anarquía, caudillismo y tiranía, presidencias constitucionales, golpes de Estado- han tenido correlatos ideológicos que merecen el nombre de "filosofía política" aunque en muchos casos constituyen posiciones declaradamente enemigas de la filosofía en sentido teórico estricto y, por tanto, fueron no solo enemigos de la filosofía tradicional sino también de las corrientes modernas del pensamiento europeo. En este plano la filosofía argentina .es solo un capítulo de lo que suele llamarse historia de las ideas, de las valoraciones y creencias reflejadas en el periodismo y la literatura, la economía y la jurisprudencia, enseñada implícita o explícitamente más bien en colegios secundarios o seminarios que a través del libro de meditación rigurosa o de la cátedra que hace revivir los grandes textos clásicos porque logra repensados. La Argentina contemporánea revela una' heteróclita distribución de habitantes: densa en la zona del Gran Buenos Aires, cada vez más rala a medida que se aleja del litoral -porque el paisaje normal del interior argen1!.:noes el desierto-, y nos permite establecer, aparte de las distribuciones ideológicas y de nivel económico, tres clases de mentalidad cultural que expresan otros

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• LA FILOSOFJA ARGENTINA

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tantos ideales de vida: la del Gran Buenos Aires, la de las ciudades del interior, y la del campo. La cultura de Buenos Aires es reflejo inmediato de 10 mejor y de 10 peor de los grandes centros de la civilización occidental. Las pequeñas pero antiguas capitales de provincia, poco conmovidas por la industrialización, conservan todavía algunas tradiciones del pasado hispánico y en pequeña medida articulan y reorganizan con técnicas modernas lo que la etnografía recogió como culturas regionales del ámbito circunvecino. Las antiguas ciudades que han crecido notablemente a raíz de la afluencia inmigratoria e industrializadora extranjera, importan de Buenos Aires, o aun directamente de Europa y de Estados Unidos, las modas y usos que convierten en supervivencia y superstición las formas de pensamiento y de vida tradicionales .. Las ciudades nuevas, surgidas en torno de una piedra fundamental por razones administrativas, o al borde de un balneario con casino, oacompañ'ando el desarrollo de alguna gran industria, se limitan a imitar el "puerto europeo más próximo a la Argentina". Y el campo argentino, cuando no ha sido siempre desierto, es principalmente sitio ar'queo16gico abandonado o lugar de colonización extranjera posterior a 1860. Las regiones de mayor interés etnográfico tienen escasa densidad humana en comparaci6n con el litoral europeizado. Salvo centros excepcionales, cada poblado es más bien agente difusor de civilización exógena que guardián de tradiciones nativas o hispanocriollas. En síntesis: en la cultura argentina predomina el elemento europeo y atlántico moderno. Su mejor representante es Buenos Aires, de donde se vierte sobre el resto del país. Pero existen también movimientos de oposición a esta cor,riente cosmopolita y extranjerizan te, que asume diversas formas de nacionalismo y estimula el cultivo del folklore regional que a veces pretende adquirir significaci6n simbólica nacional y es utilizado por las ideologías políticas. De éstas hay tres formas principales: a) el nacionalismo que interpreta la esencia de la Argentina sobre la base de la sociedad hispanocriolla de la Colonia y que pretende construir el Estado nacional combinando una concepción cat6lica de la vida con los principios de un gobierno autoritario de extrema derecha; b) el

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nacionalismo que hace hincapié en la Argentina del siglo XIX -la línea de 1\I1ayo a Caserosy piensa que la reorganización política de la Argentina debe salvar los ideales del liberalismo ético hasta donde sea compatible con la estructura del moderno Estado socialista; e) -el nacionalismo socialista y obrerista, anticató:ico y antúberal, afín en muchos puntos al marxismo, pero mucho más sentimental y localista que éste. . Estas ideologías contemporáneas corresponden en muchos puntos a concepciones que representan la mentalidad de la Cclonia, de la Reorganización nacional y de la Revolución actual, respectivamente; y desde el punto de vista de las clases sociales representan a minorías oligárquicas que reaccionan contra los resultados de la política liberal de sus abue:os, a los herederos políticos de éstos -parte fundamental de la clase media argentinay a los obreros y campesinos tocados por el odio de clases. Pero no hay que olvidar que en la medida en que estos fenómenos son más bien de orden ideológico que vital, no alteran la condición de desarraigo compartida en mayor o menor grado por todos ellos, que los priva de una auténtica base sustantiva de cultura nacional. Si dejamos a ún lado el nacionalismo folklórico -que puede aliarse a cualquier otro, pero que también es compatible con elementos culturales, importados porque tanto es motivo de contemplación estética como artificio de propaganda polí tica105 demás nacionalismos encarnan sin duda la "filosofía política" argentina. Pero como aun sus más entusiastas representantes piensan y viven según modelos europeos y norteamericanos, en ]a Argentina los nacionalismos casi nunCa pasan de ser meras actitudes excogitadas en contradicción con la forma de vida realmente vivida. Las diversas formas del nacionalismo argentino pretenden levantar una parte de la realidad históncosocial contra el resto del país, pero cada levantamiento se basa en ideas nacidas fuera de la Argentina -generalmente en Europa-. Sus corifeos y secuaces viven pendientes de usos y fórmulas adventicistas. . Sus gustos e ideales prácticos se parecen entre sí a los asumidos por desembozados extranjerizantes mucho más de lo que haría sospechar la discrepancia de sus filosofías.

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~xagerando diríamos que }as dis;~ntas modalida~es"en pugna recogIdas con el nombre comun de cultura argentma son solo distintos aspectos de la clúura europea que luchan en tierra argentina para imponer su idiosincrasia. Pero no hay que ir tan lejos. Lo mismo cabría decir de la cultura europea si se le aplicara el corrosivo análisis histórico viciado por el afán de reducción. El error reside en afirmar que la cultura es solo o nada más que la suma de sus elementos. Una estructura es más que la adición de sus ingredientes. Admitamos, pues, que la cultura argentina está lejos de haber alcanzado la nitidez del perfil formal propio y distintivo de las comunidades que integran el mosaico europeo: pero que, con todo, resiste la comparación o, por lo menos, hacia ella conducen los empeños de sus mejores voluntades. Si hacemos abstracción de la filosofía implícita en las culturas regiona~es autóctonas de la Argentina y en las diversas ideologías po:Íticas nacionales, queda todavía como forma integrante de la cultura argentina el pensamiento teórico de origen europeo que se difunde a partir de principos del siglo xx sobre todo desde las cátedras de la enseñanza superior. Este pensamiento asume dos formas princip;:¡~es. Una, que se considera heredera y continuadora de la enseñanza filosófica universitaria vigente en la época colonial, venida a menos con la decadencia de la escolástica moderna, casi desaparecida por obra de las persecuciones y desórdenes políticos del siglo XIX, pero nunca del todo aniquilada. Otra, que representa a las diversás tendencias de la fi~osofía moderna, que los organizadores de la Argentina -positivistas de escuela o, más a menudo, por coincidencia coetáneaconsideraban innecesario estudiar formalmente o enseñar siquiera para combatir a la escolástica, que reputaban definitivamente superada, conformándose con ejecutar la acción dictada por una moral políti