269 - Pintura Barroca en Francia

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Pintura Barroca en Francia (1600-1750) G. de la Tour: Magdalena penitente. Metropolitan Museum, Nueva York. En la pintura barroca francesa se pueden distinguir tres etapas claramente diferenciadas que vendrían a coincidir con cambios políticos que tuvieron lugar en la Francia Barroca. Así la primera mitad del siglo XVII coincidiría con el reinado de Enrique IV de Francia y el de Luis XIII (éste último muerto en 1643). Desde el punto de vista político Francia paulatinamente va alejando los fantasmas de las guerras religiosas entre católicos y hugonotes, y a medida que se refuerza la autoridad real (en especial, gracias a la figura del Cardenal Richelieu), va tomando posiciones hegemónicas en el concierto continental en detrimento de la otra gran monarquía católica de aquel periodo: España. Tras la muerte de Luis XIII le sucederá su hijo, de tierna edad, que tiene que soportar un periodo convulso durante la Regencia, pero que primero apoyado en el Cardenal Mazarino, y luego en su sentido de la autoridad y de la Majestad se convertirá en uno de los personajes claves del Barroco europeo. Me refiero a Luis XIV, el autodenominado Rey Sol. Finalmente existe una tercera etapa, desde el fallecimiento de Luis XIV (1714) y el advenimiento de Luis XV quien gobernaría hasta bien entrado el siglo. Es el periodo de esplendor de lo que hemos denominado estética Rococó. Cada uno de estos periodos en el campo de la pintura tendrá una serie de características. Así el primer estilo que domina al país vecino será el Naturalismo de origen italiano. Un Naturalismo que tiene como punto de referencia esencial el universo pictórico de Caravaggio y de sus seguidores romanos. La pintura francesa se caracteriza por la fuerte vinculación con los modelos italianos, entre otras razones porque entre el grupo de pintores relevantes de la Francia de la época muchos de ellos se forman y trabajan antes de regresar en Roma y en Italia en general. Así pintores como Valentín de

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Boulogne, Incola Tournier, Simón Vouet, y algunos más estuvieron formándose e incluso trabajando en Italia. Si a ello añadimos la llegada de obras procedentes del país transalpino a las diferentes provincias y regiones galas, obtenemos una explicación de la fuerza con la que entró el estilo. Así hubo otros maestros que atraídos por el Naturalismo, al no viajar a Italia, lo interpretaron y le dieron una nueva fisonomía en las tierras francesas. Me estoy refiriendo a un grupo de artistas originales como los hermanos Le Nain, que adaptan el credo naturalista a la representación de la vida cotidiana de los campesinos de Lorena, con un realismo que más bien parece holandés que mediterráneo; también destaca en Lorena la interesante figura de Georges de la Tour, artista fascinado por la luz tenebrista de la que consigue extraer asombrosos efectos espaciales casi fotográficos. Suele representar figuras aisladas o grupos de personajes no muy numerosos, donde puede recrearse con la construcción de las figuras aisladas con un potente foco de luz dirigida, generalmente artificial, una vela, la mayor parte delas veces. Es proverbial su sentido de la profundidad mística de sus composiciones religiosas, como por ejemplo, sus San Jerónimos, sus Magdalenas penitentes o sus ancianos músicos ciegos. También podemos destacar al recientemente reconocido Trophime Bigot, quien trabajó fundamentalmente en la región de Burdeos. La llegada al trono del nuevo monarca Luis XIV impulsó un nuevo estilo en Francia. A él y a sus ministros debemos la creación de la primera Academia de Bellas Artes donde se imponía una formación definida basada en el estudio de los vaciados de estatuas clásicas y en el dibujo del natural de modelos en posturas más o menos inspiradas en dichas estatuas. También se eligió como ejemplos para imitar a los italianos del Renacimiento Pleno, en especial, Miguel Ángel y Rafael, ideales de perfección de la época por su visión idealizada de la realidad, su composición y su dibujo y claroscuro.

Izquierda: Nicolás Poussin: Et in Arcadia Ego. Louvre, París; derecha: Claudio Lorena: Embarque de Santa Paula. Prado, Madrid

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De este modo, llega a Francia con verdadera fuerza la segunda corriente estética que dominaba Italia en la primera mitad del siglo XVII. Concretamente lo que hemos venido denominando como Clasicismo. Curiosamente los dos artistas más sobresalientes de esta corriente si bien de origen francés no vivieron en Francia sino en Roma, donde desarrollaron su actividad artística, por otra parte muy vinculada a París debido al numeroso grupo de mecenas franceses que les rodearon. Ambos son Nicolás Poussin y Claudio Lorena. El primero se especializó en lienzos de formato pequeño con escenas inspiradas en la mitología, en la historia clásica o sencillamente composiciones alegóricas inspiradas en el pensamiento antiguo. Resultan de grato colorido y siempre dominadas por la admiración profunda por Rafael. Al final de su vida se dedicó fundamentalmente al paisaje idealizado. Entre sus composiciones podemos destacar Et in Arcadia Ego (Louvre, París), reflexión sobre la muerte en clave estoica en un lugar paradisíaco, o El Parnaso (Prado, Madrid), alegoría sobre la inspiración poética de las musas y del dios Apolo sobre la actividad creadora. El segundo destacó sobremanera por sus paisajes idealizados dominados por vegetaciones sugeridas por la poesía bucólica, por ruinas de edificios de corte clásico, templos perdidos entre colinas de una Arcadia imaginaria, todo ello bañado por una luz de atardecer o de amanecer que imprimía una personalidad melancólica a sus vistas. Sus personajes son pequeñas figuras que pueblan sus panorámicas prácticamente reducidos a meros elementos decorativos. Algunos los consideran con acierto como el padre del paisaje romántico, o subjetivo. Una buena colección de sus vistas la podemos contemplar en el Prado, encargadas por el rey Felipe IV. La muerte de Luis XIV supuso cambios dignos de mencionarse en la pintura francesa. Frente al Clasicismo académico que dominó la segunda mitad del siglo XVII, surge ya en pleno siglo XVIII una pintura que técnica y formalmente se vincula al Barroco Pleno, tanto italiano como flamenco (Rubens) a la que se ha venido en llamar Rococó. La diferencia no está en el uso de una pincelada suelta, composiciones dinámicas o paisajes con atmósferas evanescentes, de ensoñación. La diferencia estriba en los temas y en los formatos. Prefieren escenas basadas en temas cotidianos, de fiestas de cortesanos o con temas entresacados de la vida de la sociedad acomodada o más humilde la Francia de entonces. Son muy características las denominadas escenas galantes, en francés “fêtes galantes”, en las que un grupo de personajes baila, cantan o danzan en jardines más propios de la evocación nostálgica que de la realidad. También fueron frecuentes las escenas con moralina, o de interiores burgueses, o llenas de picardía y sensualidad. Es una vívida representación de la sociedad del Antiguo Régimen tal y como gustaba de verse representada y obviando a la inmensa mayoría de la población francesa: el proletariado urbano y el campesinado. También existió un grupo de pintores de vistas urbanas, sobre todo de París, y de paisajistas que siguen el estilo de Lorena. De entre estos maestros destacan JeanAntoine Watteau, especialista en la Fêtes galantes como su obra maestra el

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Embarque a Citerea , Jean-Baptiste-Simeon Chardin, especializado en escenas de interior de la burguesía, Jean-Honore Fragonard o François Boucher, pintores que definieron el género con una fuerte carga de sensualidad y erotismo. En este periodo se inventa el pastel como técnica, usada fundamentalmente para el retrato, y en este género destacaron Quentin de la Tour y el suizo Jean-Etienne Liotard. Jean-Antoine Watteau: Escena galante en un jardín. Dulwich Picture Gallery, Londres.