2.0 RETIRO CON LOS SALMOS - SEGUNDO DIA

“RETIRO CON LOS SALMOS” www.tovpil.org 1 CI.RV.6.082020 Retiro con los Salmos, Talleres de Oración y Vida SEGUNDO

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“RETIRO CON LOS SALMOS”

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SEGUNDO DÍA La libertad gloriosa – Salmo 27 (26) Audio 2.1 y 2.1.1 Canto: Espera en el Señor Espera en el Señor, Él te cobija; ¡Sé valiente, sé valiente! Espera en el Señor, Él te conduce, te conduce y te cobija. 1. Tú eres, Señor, mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Eres la defensa de mi vida, nadie me hará temblar. 2. Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superaran mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre. 3. ¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro con espíritu firme. Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre, aleluya. 2.2 Existe en la Biblia una melodía de fondo que viene resonando desde las primeras páginas: el gran amor de Dios por el hombre. www.tovpil.org

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Con palabras fuertes, Él nos dice: “No tengas miedo, yo estoy contigo”. Una verdadera declaración de amor. Moisés, Josué, Gedeón, Samuel, David, y todos los profetas, en los momentos decisivos, al experimentar el peso de la fragilidad frente a la altura de una responsabilidad, escucharon, en diferentes oportunidades y en múltiples formas, estas o semejantes palabras, que les liberaron de temores y les infundieron coraje. Así, por ejemplo, muerto Moisés, Josué tuvo que ponerse al frente del pueblo, en su marcha conquistadora hacia la Tierra Prometida. Josué, sintiéndose indeciso para cruzar el río Jordán, va a orar y el Señor le infunde aliento y esperanza con estas palabras: “...como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. Sé valiente y firme... no tengas miedo ni te acobardes, porque yo estoy contigo a donde quiera que vayas” (Josué 1, 1-9). Esta melodía —la asistencia leal y amorosa de Dios— adquiere una tonalidad todavía más intensa y alta en los profetas, sobre todo en Isaías: “No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre: “eres mío”. De esta certeza del amor de Dios, repetida y confirmada a lo largo de los siglos, San Pablo deduce la siguiente conclusión: “Ante eso, ¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Estoy seguro que, ni la vida, ni la muerte, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios” (Romanos 8, 3139).

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En el Salmo 27 (26) nos encontramos, sobre todo en su primera parte, el sonido de esa melodía inmortal. El salmista entra en escena, lanzando desafíos en todas las direcciones, con expresiones brillantes y llenas de coraje: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?... Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla; si me declaran la guerra, me siento tranquilo. ¿Cómo podemos calificar estos sentimientos del salmista? ¿Libertad, seguridad, gozo, paz, plenitud? ¿No estará aquí el contenido del saludo eterno de Israel: SHALOM? Es un saludo que encierra tales resonancias de vida que no hay manera de traducirlo a otros idiomas. Pero ¿cuál es el fondo, la experiencia que está viviendo el salmista? ¿Cuál es el contenido vital que se agita dentro del Salmo? El contenido vital de este Salmo es: ausencia de miedo. Como hemos dicho, la Biblia repite invariablemente las mismas palabras: “No tengas miedo, yo estoy contigo”. Dios conoce profundamente el corazón de sus criaturas y sabe que la raíz del miedo es la soledad. Por eso al decir “no tengas miedo” añade: “Yo estoy contigo”. Hay pues, una relación de causa a efecto.

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Esta es la explicación radical que yace en el fondo de este Salmo y en no menos de otros 15 Salmos más. Por ser el miedo un sentimiento tan presente en tantos Salmos vale la pena hacer un análisis de las entrañas del fenómeno miedo. 2.3 Canto: Espera en el Señor Espera en el Señor, Él te cobija; ¡Sé valiente, sé valiente! Espera en el Señor, Él te conduce, te conduce y te cobija. 1. Tú eres, Señor, mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Eres la defensa de mi vida, nadie me hará temblar. 2. Señor, mi corazón no es ambicioso ni mis ojos altaneros; no pretendo grandezas que superaran mi capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su madre. 3. ¡Oh Dios! Crea en mí un corazón puro. Renuévame por dentro con espíritu firme. Día tras día te bendeciré y alabaré tu nombre por siempre, aleluya.

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2.4 Como ya dijimos, en el fondo del fenómeno miedo está la soledad. Y, ¿qué es la soledad? La soledad es sentirse desvalido, impotente, limitado, carente de amor y de cuidados. A todos estos sentimientos damos el nombre de Solitariedad. Existen tres circunstancias que dramatizan esta situación o sensación: 1- El factor temperamental: hay personas que nacieron con una predisposición especial a sentirse especialmente desvalidas, temerosas. 2- Hay personas que quedaron con las alas recortadas, enfermas de inseguridad como consecuencia de algún acontecimiento infeliz en su vida. 3- Por otro lado, una alta responsabilidad le hace sentirse al hombre, normalmente, solitario, incierto, inseguro; porque, siempre, el peso de una responsabilidad es el peso de una soledad. Es lo que les sucedió a Moisés, Jeremías y otros profetas. Y en ese momento nace el temor, porque el miedo está constituido fundamentalmente de incertidumbre e inseguridad. Por eso, el miedo sería consustancial al hecho de sentirse hombre, a partir de su radical soledad e indigencia. Tanto a la hora de nacer como a la hora de morir, los dos más grandiosos momentos de nuestra vida, somos soledad e indigencia. El hecho de vivir envuelve, de alguna manera, una cierta amenaza general o peligro.

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El hombre puede desear ardientemente la independencia, y luchar por ella, pero no puede liberarse totalmente de las dependencias. Siempre estará inserto en algún grupo o sistema social; y, mientras esto suceda, siempre existirán algunas formas de dependencia, y, oculto entre sus pliegues, el eventual conflicto que, en cualquier momento, puede estallar. En las entrañas del miedo, frecuentemente, nace, tensa y a la defensiva, la resistencia mental, resistencia a alguna cosa que intuimos como posible peligro o amenaza a nuestra seguridad. Esta resistencia tiene un nombre: angustia. Teóricamente, la angustia es hija del miedo, pero muchas veces no sabemos dónde está la madre y donde está la hija. Por eso, hay una serie de términos que acaban siendo sinónimos de miedo: temor, angustia, ansiedad, pánico... No siempre el miedo tiene una causa objetivamente válida. Por eso, el miedo crea fantasmas, ve sombras, engendra enemigos o los sobredimensiona, se mueve entre suposiciones. Es lo que acontece con el autor de algunos Salmos, como, por ejemplo, el 31 (30) y el 71 (70), entre otros. El miedo no es el enemigo número uno del hombre, sino el enemigo único. El mal de la muerte no es la muerte, sino el miedo de la muerte. El mal del fracaso no es el fracaso, sino el miedo a fracasar. El mal de que no me quieran o me marginen no es el hecho de que esto suceda, sino el miedo a que suceda.

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La conclusión es obvia: removido el miedo, las situaciones negativas y los “enemigos” desaparecen. Entonces, llegamos al punto inicial de esta charla. ¿Por qué, de qué manera, con qué mecanismos la presencia de Dios (yo estoy contigo) acaba con el miedo (no tengas miedo)? La explicación es la siguiente: La presencia de Dios no “ataca” directamente al miedo, sino a la soledad, madre del miedo. Cuando el hombre abre sus espacios interiores a Dios, en la fe y en la oración; cuando siente que sus soledades interiores quedan inundadas por la presencia divina; cuando percibe que su desvalimiento e indigencia radicales quedan contrarrestados por el poder y la riqueza de Dios; cuando experimenta vivamente que ese Señor, que llena de plenitud y da solidez, además de todopoderoso, es también todo cariñoso; que Dios es “su” Dios, el Señor es “su” Padre; y que su Padre lo ama, y lo envuelve, y lo compenetra, y lo acompaña; y que es su fortaleza, su seguridad, su certidumbre, y su liberación..., entonces, díganme, ¿miedo a qué? Como dice el salmista en el versículo 1 de este Salmo: “Si el Señor es mi fuerza y mi salvación, ¿temer, a quién? Si el Señor es la defensa de mi vida, ¿temblar, ante quién?” El miedo ha desaparecido porque la soledad ha quedado poblada de Dios. Y entonces, nos sentimos libres, ligeros y relajados. Y como resultado de todo esto, el ser humano experimenta la sensación sublime y dulcísima del don supremo de la vida que llamamos PAZ, es decir, ausencia de todo mal y presencia de todo Bien, que la Biblia llama Shalom.

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Pero, una vez más y siempre, esta libertad gloriosa presupone una experiencia viva de Dios. Para terminar, insistimos: El Señor será el vencedor de la soledad y liberador de las angustias, en la medida en que sea el Dios viviente en el fondo de mi conciencia. ¡Y así habrá un inmenso SHALOM en nuestras vidas! 2.5 y 2.5.1

Tiempo Fuerte 1) Canto: El Señor es mi Pastor - Salmo 23 (22). El Señor es mi Pastor; nada me habrá de faltar. 1. El Señor es mi Pastor ¿qué me puede faltar? A sus verdes praderas Él me lleva a reposar; me conduce a las fuentes de paz y repara mis fuerzas. 2. Él me guía por el recto camino en su inmensa bondad. Aunque pase por oscuras quebradas ningún mal temeré; me siento seguro, Señor, porque Tú estás conmigo. 3. Tú, Señor, me preparas una mesa frente a mis adversarios; perfumas con aceite mi cabeza www.tovpil.org

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y mi copa rebosa. Tu bondad y lealtad me acompañan a lo largo de mi vida.

2.6 2) Oración: Tú me conoces. Salmo 139 (138). Señor, Tú me sondeas y me conoces: en todo momento estoy ante Ti. Te das cuenta de mis pensamientos. Lo mismo en el trabajo que en el descanso. Sabes muy bien lo que hago, mis costumbres te son familiares: antes de llegar mi palabra a mi lengua, ya, Señor te la sabes toda. Me estrechas detrás y delante, me encubres con tu palma, lo mismo que el aire, así me rodeas Tú. Lo creo, Señor, aunque no pueda entenderlo. ¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? Tú estás aquí y allí, en el extremo del horizonte, en lo alto de la montaña, en lo profundo del mar. No puedo ocultarme a tus ojos, porque no hay oscuridad para Ti. Tu mano no me deja un momento. Cuando quiero buscarte www.tovpil.org

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me esperas ya dentro de mí. Fuiste Tú quien me dio la vida, y me formaste en el seno de mi madre. Desde mucho antes, Tú me conocías, tenías previsto qué iba a ser de mí, habías contado conmigo para tu obra. Hazme sentir tu presencia en cada instante, para que haga lo que es de tu agrado, y tu ilusión sobre mí se vea cumplida.

3) Explicación de la modalidad “Orar con los Salmos”. Los Salmos son oraciones en forma de poemas, y lo fundamental de la Modalidad de “Orar con los Salmos” es hacer serenamente una verdadera oración, usando las palabras del Salmo como vehículo y apoyo. Tomamos un Salmo previamente conocido, mediante el “estudio” personal. De ser posible un Salmo que “hable” de nuestras necesidades del momento. Se comienza leyéndolo despacio, procurando entender el significado de lo leído. Después, hay que dar paso al corazón: se trata de “decir” aquellas palabras o versículos que más nos tocaron, comenzamos a repetirlos varias veces con toda el alma, asumiendo vitalmente lo que pronuncian nuestros labios. En cuanto repetimos las palabras, vamos dejando que nuestra alma se contagie de los sentimientos de admiración, adoración, interioridad y otros de que están impregnados esos versículos. Si, en un momento dado, y con determinado versículo, llegamos a percibir una especial “visitación” divina, paramos ahí mismo, y repetimos incansablemente el versículo, sin preocuparnos de seguir adelante.

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No nos olvidemos de aplicar todo a la vida; esto es: qué me dice Dios a mí con estas palabras, para el momento actual. Para orar comunitariamente se toma un Salmo. Si los participantes están usando Biblias iguales, el Salmo puede ser leído por todo el grupo, cada uno leyendo un versículo; en caso contrario, solo uno o dos de los participantes hacen la lectura, de pie. Durante unos minutos, después de la lectura, cada uno reza en silencio el Salmo como “Lectura Rezada”, y luego, los que lo deseen harán una especie de comentario, en forma de oración, del versículo o los versículos que más le hayan tocado el corazón. Recordando, como lo practicamos ayer, que en la Lectura Rezada se va leyendo muy despacio y sintiendo con toda el alma el significado de cada expresión, identificando la atención y la emoción con el contenido de las frases leídas. Comience a pronunciar la frase que le tocó el corazón, con voz suave, repítala muchas veces, identificándose profundamente con la sustancia de la frase que es el propio Dios. ¿Qué es un comentario en forma de oración? Comentario, en este caso, quiere decir hablar en voz alta en forma de oración sobre lo que me evoca este versículo, o lo que este versículo “me está diciendo”. “En la Oración Comunitaria es preciso que los hermanos se abran simultáneamente ante el Señor y delante de los otros; pero eso ocurrirá cuando los hermanos provengan del “desierto” cargados de experiencia divina de fe y amor” (Ignacio Larrañaga, Muéstrame tu Rostro).

4) Práctica de la Oración Comunitaria. a) Oración: Invocación al Espíritu Santo.

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Invocación al Espíritu Santo Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetras las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero. Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia dale al esfuerzo su mérito;

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salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén. 2.7 b) Salmo 86 (85). Después de leer los versículos en voz alta, el o los participantes rezan el Salmo con una Lectura Rezada silenciosa durante 10 minutos. Pasado este tiempo, apoyados en los versículos que les conmovieron, oran voluntariamente de uno en uno, haciendo su oración en voz alta. Si estás viviendo el Retiro sin acompañantes, también puedes dirigirte al Señor de manera personal, con aquellas palabras que te evocan estos versículos. Salmo 86 (85) 1

«Escúchame, Señor, y respóndeme, pues soy pobre y desamparado; 2 si soy tu fiel, vela por mi vida, salva a tu servidor que en ti confía. 3 Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que a ti clamo todo el día. 4 Regocija el alma de tu siervo, pues a ti, Señor, elevo mi alma. 5 Tú eres, Señor, bueno e indulgente, lleno de amor con los que te invocan. 6 Señor, escucha mi plegaria, pon atención a la voz de mis súplicas. 7 A ti clamo en el día de mi angustia, y tú me responderás. 8 Nadie hay como tú, Señor, entre los dioses y nada que a tus obras se asemeje. 9 Todos los paganos vendrán para adorarte y darán, Señor, gloria a tu nombre. 10 Porque eres grande y haces maravillas, tú solo eres Dios. 11 Tus caminos enséñame, Señor, para que así ande en tu verdad; unifica mi corazón con el temor a tu nombre. 12 Señor, mi Dios, de todo corazón te daré gracias y por siempre a tu nombre daré gloria, 13 por el favor tan grande que me has hecho: pues libraste mi vida del abismo.

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Oh Dios, me echan la culpa los soberbios, una banda de locos busca mi muerte, y son gente que no piensan en ti. 15 Mas tú, Señor, Dios tierno y compasivo, lento para enojarte, lleno de amor y lealtad, 16 vuélvete a mí y ten piedad de mí, otórgale tu fuerza a tu servidor y salva al hijo de tu sierva, 17 y para mi bien haz un milagro. Humillados verán mis enemigos que tú, Señor, me has ayudado y consolado». c) Terminar la Oración Comunitaria con el canto: 2.8 Canto: Toda mi vida te bendeciré (Salmo 63) Toda mi vida te bendeciré Y alzaré las manos invocándote. Aleluya. ¡Oh Dios! Tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma está sedienta de Ti; mi cuerpo tiene ansia de Ti como tierra reseca y agrietada, sin agua. 2.9 d) Para terminar, rezaremos la oración: Te encontré. Me inclino y me postro delante de Tu Majestad. Suavemente escucho tu voz. Te abrazo en la caricia serena del viento. Sacio mi sed en Tu fuente, que brota en mi pecho. Te escucho en el rumor de la brisa en los pinares, y en la leve ondulación de las aguas mansas del lago. Oí Tus palabras en la voz de mi razón. www.tovpil.org

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Me di cuenta de que trabajabas en la tierra de mi alma, a través de las pruebas, y dejabas sembradas semillas de sabiduría. Todos los días regabas lo sembrado, y cuando el sol de Tu gracia despuntó, las semillas germinaron, crecieron y produjeron la semilla de Tu alegría. En un breve instante, las aguas, el infinito azul, las montañas y mi cuerpo, eran transformados por el toque misterioso del silencio en un inmenso espejo, y me vi reflejado en cada cosa. Y cuando, al reencontrarme, me miré a mí mismo constaté que me volvía transparente, en la transparencia ya no me encontré más... te encontré a Ti, solamente a Ti. Amén.

(Oración extraída del libro usado en los Encuentros de Experiencia de Dios – 1976)

El Señor te bendiga y te guarde, te esperamos mañana.

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