Tercer Dia - Retiro Transfiguracion

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“TRANSFIGURACIÓN” RETIRO

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CI.RV.2.052020

Retiro: Transfiguración, Talleres de Oración y Vida

TERCER DÍA Vacíos de Sí

Oración: Tu voluntad Padre, te nombro piloto de mi nave: levaré anclas cuando des la señal e iremos al puerto que prefieras. Si no soplare el viento, empuñaré los remos. Por donde quieras, a donde gustes, cuando ordenes, ¡Vamos!

Hay dos maneras de realizar el vacío de sí: 1º - Corporal 2º - Espiritual ¿Qué significa vacío corporal? Significa soltar los nervios, soltar los brazos, soltar las piernas, soltar el estómago, y luego ir dentro de sí, soltar los pensamientos, soltar la imaginación, soltar los recuerdos, soltar las emociones. Todo desaparece. ¿Qué queda? La presencia de mí mismo a mí mismo. Yo soy yo mismo. (Silencio). ¡Tú eres mí Dios! Tú eres mi Dios. Repetir muchas veces intercalando silencios.

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Vacío espiritual Lo que llena nuestro interior hoy en día se llama “ego”, o “yo” en sentido negativo. El ego significa amor propio, manía de grandeza, egoísmo enfermizo, avaricia, sed de gloria, todo para mí nada para ti, vanidad exorbitante y otros semejantes, es decir, el ego puede estar dominando todos los sentimientos de la persona, en este caso, es una persona egoísta. Por lo tanto, es preciso que todos estos impulsos, uno por uno, sean neutralizados o muertos para dar paso a impulsos de humildad, paciencia, comprensión, perdón, aceptación etc., a fin de que se establezca el reino del amor en las relaciones humanas. Todo esto se llama también humildad. El “vacío espiritual” es un vaciarse, es decir, estar vacío de sí mismo. Es diferente al anterior porque es un vacío fecundo y solo existe un río que fertiliza este terreno. Este río se llama HUMILDAD y nace de la fuente del ABANDONO A LA VOLUNTAD DE DIOS. Nadie es humilde naturalmente, porque dentro de nosotros existe un “ego” vivo, que siempre está rebelándose y buscando aquello que juzga, es el mejor alimento para sí, esto es, convertir las cosas y las personas en propiedad personal, y hacerlo todo mío y para mí. Para esto tenemos que hacer continuos actos de abandono en las manos del Padre, lo que significa volver a la fuente original para realizar la entrega. Pero ¿entregar qué? Aquel “ego” vivísimo pero autodestructivo, donde se origina el orgullo, el amor propio que alimenta el resentimiento, la vergüenza, la tristeza, el rechazo… aquellas palabras violentas que son siempre hijas del amor propio herido.

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¿Saben cuál es la mejor manera de vencer el amor propio? Haciendo la autocrítica. En la medida en que hacemos la autocrítica disminuimos el amor propio. En fin, abandonar, entregar todas las fuerzas agresivas a Dios. * * * Es a través de toda esta entrega que nos vamos vaciando de nosotros mismos, convirtiéndonos en “pobres de Dios. Y solo la humildad es la que transforma un pobre en “pobre de Dios”. Sin ella un pobre es solamente un pobre. El “pobre de Dios” es aquél que está en las manos de Dios, al que Dios consigue domesticar, aquél que ya no tiene miedo, que ya no trata de escapar, sino que permanece en las manos de Dios. Ese es el manso y humilde. Manso que viene del latín “mansuesco” que significa “domesticado”. Ser domesticado por Dios es lo que pedimos en la oración al Espíritu Santo cuando decimos: “doma el espíritu indómito”. Cuanto mayor es la entrega, mayor el vacío; cuanto más me vacío de mi propio “yo”, mayor es el espacio para que Jesús tome posesión: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. El río de la HUMILDAD se va volviendo cada vez más vigoroso y pleno, capaz de “regar la tierra en sequía” – otro don que, en la oración, imploramos al Espíritu Santo – regar nuestro corazón, esta “tierra” que frecuentemente en la relación con Dios, entra en la rutina, la frialdad, el desconsuelo, la aridez, quitándonos el alimento de la oración, pues es en el continuo diálogo con Dios que aumenta nuestro amor y confianza. Ya nos dice el Señor en Miqueas 6, 8: “Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que el Señor de ti reclama: tan solo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios”. * * *

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Aprovechemos este momento para detenernos y alimentarnos, dialogando con Dios a través de la siguiente oración:

Oración (Libro Transfiguración) Jesús, manso y humilde de corazón, ardientemente te suplico que hagas mi corazón semejante al tuyo. Dame la gracia de ir adquiriendo progresivamente un corazón desprendido y vacío, manso y paciente. Dame la gracia de sentirme bien en el silencio y el anonimato. Líbrame del miedo al ridículo, del temor al fracaso. Aleja de mi corazón la tristeza. Hazme libre, fuerte y alegre. Que nada pueda perturbar mi paz, ni asustarme. Que mi corazón no sienta necesidad de autosatisfacciones y pueda yo dormir todos los días en el lecho de la paz. Revísteme de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza, suavidad y vigor, madurez y serenidad. Y que los que me ven, te vean. Jesús. Amén. * * * * Con otras palabras, lo que es preciso realizar permanentemente es: “día y noche se dedica a cavar profundidades en el vacío de sí mismo, a apagar las llamas de las satisfacciones, a cortar las mil cabezas de la vanidad” (Transfiguración – Capítulo 2 – punto 1)

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a) Desapropiación El primer enemigo que debemos combatir es y será siempre la apropiación. Las personas desean ardientemente ser felices, pero para eso, es imprescindible que los deseos se conviertan en convicciones y las convicciones en decisiones. Las decisiones, a su vez, nos tienen que llevar a reorganizar nuestro modo de vida. Y ahí surge el enemigo – ya que nos adueñamos de nuestra manera de ser, de nuestro modo de vida, pues solemos decir: “Yo soy así, y quién me quiera tiene que aceptarme como soy…” ¡Propietario de mí mismo! Sin embargo, en la medida en que nos damos es que somos más libres, porque todo lo que somos incapaces de dar nos posee. Somos falsos propietarios y esclavos verdaderos. Por esta razón, muchas veces sin darnos cuenta, la persona no consigue dejar de ser egoísta, prepotente, grosera o simplemente indiferente frente a los demás. Nos adueñamos de nuestras ideas y conceptos, volviéndonos inflexibles y radicales. Y así perdemos la libertad interior porque nos volvemos esclavos de nuestras propiedades. Debemos vaciarnos también de nuestros prejuicios y condenas. Vamos a ejemplificar esto, con un caso real: En uno de los primeros Talleres, un tallerista, en el momento del compartir, durante el desierto de la Decimoquinta Sesión, dio el siguiente testimonio: “Cuando yo llegué a la sexta sesión, tomé una decisión: me iba a esforzar por mejorar mi relación con mi esposa.

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Sabía que nuestras desavenencias provenían principalmente por cosas triviales, como, por ejemplo, a que todos los días por la mañana al lavarme los dientes, yo dejaba el tubo de la pasta dental abierto, escurriendo por el lavamanos, y eso la irritaba mucho, decía que yo no le colaboraba con la limpieza de la casa y que incluso le daba más trabajo dejando todo sucio. Decidí entonces, que iba a comenzar por ahí a hacer el cambio, y empecé todos los días a cerrar el tubo de la pasta y dejar bien limpio el lavamanos. Al cabo de tres o cuatro días de estar haciendo esto, una mañana mi esposa llego y me preguntó: “Escucha Francisco, ¿por qué dejaste de lavarte los dientes?” Así es: rotulamos a las personas, como en este caso, por ejemplo, de descuidados y poco higiénicos, y los juzgamos incapaces de cambiar… Vivimos juzgando a las personas y no tenemos tiempo para amarlas. Y mientras tanto Jesús nos dice como debemos ser, dándonos su propio ejemplo: “Ustedes juzgan según la carne: yo no juzgo a nadie” (Juan 8, 15). * * *

b) Decisiones firmes Si nuestras decisiones fuesen firmes, es decir, si nos decidimos a cambiar, a lanzarnos “al mundo secreto e inconsciente de las motivaciones, para rectificar sin cesar las intenciones y para que Dios – Su Gloria e intereses – sea el motivo inicial de toda nuestra actuación” (Transfiguración – Capítulo 2 – punto 2), comenzaremos a ser “rigurosos con nosotros mismos” (Transfiguración – Capítulo 2 – punto 10). Ser rigurosos con nosotros mismos, significa actuar con vigor, fuerza, con exactitud contra nuestras desviaciones espirituales y morales, nuestras debilidades y carencias, en palabras antiguas: “contra nuestros pecados”. Pero al mismo tiempo, siendo comprensivos; ser compresivo consigo www.tovpil.org

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mismo significa aceptar con paz tener limitaciones, saber que queremos mucho y podemos poco, aceptar con paz que hacemos lo que no queremos, y no por eso irritarnos en contra de nosotros mismos. “Si la intención es recta, el acto es puro. Si la intención va enfilada al centro del “yo”, automáticamente el acto queda corrompido, y queda corrompido en la medida en que lo realice para mi provecho, vanidad y satisfacción” (Libro La Rosa y el Fuego). Debemos tener mucha paciencia, esto es, una tranquila perseverancia para comenzar de nuevo, sabiendo que, si no hubiese error, ¿cómo iríamos a aprender a acertar? No se trata, entonces, de ser “riguroso” en el sentido de “severidad y dureza”. No es nada de eso. En la Biblia se nos dice que: “Quién es malo consigo mismo, ¿para quién será bueno? No hay nadie más cruel que aquél que se tortura a sí mismo” (Eclesiástico 14, 5 – 5). En el audio “Por el abandono a la paz”, el padre Ignacio nos dice que “El capítulo primero de la liberación consiste en hacerse amigo de sí mismo”. Es necesario que exista esfuerzo, pasión para cambiar, pero también paz para aceptar las fallas… En el libro “Itinerario hacia Dios” encontramos esta brevísima e intensa oración: “¡Señor, dame la gracia de hacerme amigo de mí mismo!” * * *

c) Conocimiento de sí mismo Conocerse a sí mismo para reconocer las artimañas del nuestro “falso yo”, para poder saber cuándo es el “verdadero yo” el que actúa. ¿Cuáles son las actitudes más comunes del “falso yo”?

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Egoísmo – Primer pecado de Adán y Eva. El egoísta es aquél que es muy sensible consigo mismo e insensible para con los demás. Se sirve de los otros y no sirve a nadie. Está lleno de sí mismo… totalmente lo contrario del vacío de sí mismo. En Job 42, 10 encontramos: “Después que Job oró por sus amigos, Dios le restauró su situación anterior”. Cuando Job salió de sí mismo, “oraba por sus amigos”, se vació; es decir, cuando él dejó de ser el centro de su propio interés y se volvió hacia el otro, Dios lo salvó. Racionalización – Esto es, tratar de encubrir con razones aparentes lo que no se puede justificar. El pueblo lo llama “justificaciones”; es la primera consecuencia del egoísmo; tal como actuaron Adán y Eva. Con justificaciones respondieron las preguntas del Señor: El hombre respondió: “la mujer que pusiste a mi lado me dio de ese fruto, y yo comí”. Dios, el Señor dijo a la mujer: “¿Por qué hiciste eso?” Ella respondió: “La serpiente me engañó y yo comí.” (Génesis 3, 12 y 13) Pecado contra el Espíritu Santo no quiere decir que Dios no perdona – ¡Dios perdona siempre! - y si racionalizamos, no reconocemos nuestros errores y cerramos la puerta a la autocrítica, que es el “primer” don del Espíritu Santo; cerramos la puerta al Espíritu Santo impidiendo su acción en nosotros. Racionalizamos con razones aparentes para faltar a los Tiempos Fuertes: obligaciones domésticas, trabajos en la parroquia, todo el tiempo ocupado con los maridos y los hijos… Recuerden lo que nos dice padre Ignacio: Tiempo existe para todo lo que se quiere, es cuestión de prioridades. Envidia – Es el pecado de Caín. “La envidia es tan fea, tan fea que usa mil disfraces”. La envidia es diferente de la ambición. En la ambición uno quiere tener lo que otro tiene, y en la envidia uno no quiere que el otro tenga. En la envidia,

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actuamos con mala intención; y hasta una verdad, dicha con mala intención supera todas las mentiras que puedan inventar. La envidia es destructiva y mortal. Ella es tan horrible que raramente alguien tiene el coraje de reconocerse envidioso. En verdad, muchas de nuestras fallas se derivan de estas tres: egoísmo, racionalización y envidia. En el libro Transfiguración, padre Ignacio escribe ampliamente sobre este asunto en el Capítulo 2 – punto 10. Estamos tratando de viajar por nuestro interior y el verdadero viaje de descubrimiento interior no consiste en buscar nuevos “paisajes”, sino en tener nuevos ojos: ojos de humildad y comprensión. Como resultado, la humildad y la comprensión nos vuelven más libres y de esta libertad surge el 4° apartado:

d) Disponibilidad Servir al prójimo – Es la consecuencia lógica de la persona que se vacía de sí mismo: estar disponible. Solo los libres pueden estar disponibles para servir. Dios no elige a las personas por lo que son, sino por su disponibilidad. En la Biblia Pablo nos dice que: “Fueron liberados del pecado para estar al servicio del mensaje salvador de Dios” (Romanos 6, 18). Dios nos libera a través de nuestros Tiempos Fuertes, que promueven nuestra conversión personal, para ponernos al “servicio del mensaje salvador de Dios”, sirviendo a los hermanos y no para alienarnos en nuestro bienestar personal. En Marcos 11, 1 – 7 Jesús dice a sus discípulos: “…encontrarán un burrito amarrado… desátenlo y tráiganlo”.

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Así como Jesús hizo con el jumento, lo hace con nosotros: tomando nuestra espiritualidad como instrumento, Él nos libera de nuestros traumas, complejos, temores para que seamos cada vez más libres. Y de esta manera lo llevemos a los hermanos a través de nuestras actitudes, de nuestro servicio y nuestra donación. Pero atención: no actuemos como el burrito de aquella historia: cuenta la leyenda que Jesús al entrar en Jerusalén era aplaudido por el pueblo que gritaba: “¡Aleluya! Hosanna al Hijo de David”. Y el burrito creyendo que los aplausos eran para él, decía: “Gracias, muchas gracias” Algunas veces, al llevar a Jesús a los hermanos, creemos que los elogios son para nosotros y como el burrito de la historia agradecemos… ¡Cuidado! Estemos alertas para no apropiarnos de los elogios. Tenemos que estar totalmente disponibles y abiertos para servir a los hermanos y así construir un mundo mejor. En una frase histórica nos dice Martín Luther King: “Yo creo que los que viven para los demás, algún día conseguirán reconstruir lo que los egoístas destruyeron” Al servir al prójimo, debemos hacerlo no como si fuese un trabajo, sino como un estilo de vida. ¡Es un estilo de vida ser disponible! En cada actitud que tomamos, en cada acontecimiento que vivimos, desapropiados de nosotros mismos, estamos dejando que Dios mismo nos vaya formando a través de los acontecimientos de nuestra propia vida. Encontraremos en Dios todo lo que dejamos por Él. “Al vaciarse de sí mismos, dejaron espacio libre para que, a través de ese vacío, se transparentará la potencia salvadora de Dios”. (Transfiguración – Capítulo 2 – punto 5).

* * *

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Canto: (Oración de San Francisco)

Instrumento de tu Paz Hazme un instrumento de tu Paz; donde haya odio, lleve yo tu amor, donde haya injuria, tu perdón, Señor, donde haya duda, fe en Ti. Maestro, ayúdame a nunca buscar querer ser consolado como consolar; ser comprendido como comprender; ser amado como yo amar. Hazme un instrumento de tu Paz: que lleve tu esperanza por doquier, donde haya oscuridad, lleve tu luz, donde haya pena, tu gozo, Señor. Hazme un instrumento de tu Paz: es perdonando que nos das perdón; es dando a todos que Tú te nos das; muriendo es que volvemos a nacer. ***

Explicación de la Lectura Meditada La Lectura Meditada es una meditación personal que se hace sobre un texto leído, y luego, sí estamos en grupo hacemos la Lectura Meditada Comunitaria. ¿Cuál es la diferencia entre la Meditación Comunitaria y la Oración Comunitaria? www.tovpil.org

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En la Meditación Comunitaria, después de la meditación personal del texto, nosotros compartimos con los hermanos lo que el Señor nos dijo en lo íntimo de nuestros corazones. En la Oración Comunitaria, nosotros hablamos con el Señor delante de los hermanos. La Meditación Personal se hace poniendo en práctica los nueve primeros números, y el número 11, de la Pequeña Pedagogía. Preparación: Es el primer paso en dirección a Dios, porque con el alma vacía, abierta y tranquila, podemos recibir la Palabra del Señor, qué nos llega a través de la lectura bíblica. Lectura escuchada: En este segundo paso procuramos escuchar con atención lo que el Señor está queriéndome decir a mí, personalmente, con las palabras leídas. * * * Detalles prácticos: Son detalles simples, pero muy importantes para nosotros ir aprendiendo sobre la verdadera vida con Dios. Sobre esto, veamos lo que nos aconseja la Pequeña Pedagogía: • Al encontrar aquella expresión que nos conmueve profundamente, en la que sentimos que el Padre está hablando con nosotros, paramos y quedamos saboreando, meditando y reflexionando sobre esa frase. Otra cosa que la Pequeña Pedagogía nos aconseja es subrayar la frase o escribir al margen del texto leído la palabra exacta que define lo que el Señor nos dijo.

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• Y qué consejo maravilloso el de cambiar los nombres propios de la Biblia por el nuestro, sintiendo que el Señor está hablando conmigo, que me está llamando por mí nombre. • Otro punto importante: quedar tranquilo cuando la lectura no nos dice nada. No olvidar que la hora de Dios no es nuestra hora. Tener paciencia con Dios. Esperar por otro día, otro momento... en que quedaremos sorprendidos y encantados con la Presencia y el Amor del Padre. • Tenemos que ser perseverantes, pues la perseverancia ¡trae la victoria! • “Meditar la Palabra gozosamente en el corazón, como María” significa, conservar la Palabra en el corazón, dándole vueltas, meditando sobre sus criterios, creyendo fielmente que es la luz que iluminará nuestros caminos y modificará nuestras actitudes para mejorar. Cuanto más creemos en la Palabra, más la fijamos en nuestros corazones. Conservar la Palabra en el corazón libera en nosotros las mejores emociones, y las vibraciones más positivas. Ellas engendran a Jesús en nosotros... Compromiso de vida: La eficacia de una pedagogía está en su simplicidad, y la simplicidad está a lo largo de todo este mini tratado, que es la Pequeña Pedagogía. Sin embargo, la máxima simplificación de toda esta pedagogía está en la pregunta “¿Qué haría Jesús en mí lugar?” Con esta pregunta, nos cuestionamos interior y profundamente, y aplicamos las respuestas a las situaciones concretas de nuestra vida. Asumimos, por tanto, el compromiso de vivir a luz de la Palabra. Para finalizar, resumiendo, tenemos lo obvio: La Pequeña Pedagogía se utiliza para aprender a meditar y a vivir la Palabra de Dios.

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PEQUEÑA PEDAGOGÍA * Para Meditar y Vivir la Palabra * DISPOSICIÓN PREVIA:

1.

Procura tener el alma vacía, abierta, tranquila, sin ansiedad, serenamente expectante, pues es el Señor el que viene, en su Palabra, a tu encuentro.

2.

Una vez escogido el texto y después de invocar al Espíritu Santo, haz una lectura lenta, muy lenta, con pausas frecuentes, pensando que Dios te está hablando a ti, en este momento, con estas palabras que estás leyendo.

3.

Tiene que ser una lectura desinteresada, sin buscar utilidad alguna, como solución a tus problemas, doctrinas o verdades… el Señor se manifestará libremente según sus designios y proyectos para tu vida. LECTURA ESCUCHADA:

4.

Mientras vas leyendo lentamente, escucha a Dios: es el Señor el que te está hablando de persona a persona. Estas palabras tan antiguas las está pronunciando el Señor en este momento para ti. Escúchalo con una atención receptiva y serena, sin ansiedad alguna.

5.

No pretendas tanto entender intelectualmente lo que estás escuchando; no te esfuerces tanto por averiguar qué significa esta frase, qué quiere decir este versículo sino qué me está queriendo decir el Señor a mí con estas palabras. Si algunas expresiones no « te dicen » mucho, o no las entiendes, no te quedes estancado o ansioso. Pasa adelante con calma y libertad. DETALLES PRÁCTICOS:

6.

Puede suceder que algunas expresiones te conmuevan despertando en ti resonancias profundas y desconocidas. Detente ahí mismo: da vueltas en tu mente y en tu corazón rumiando, ponderando y saboreando esas expresiones. Toma un lápiz y subráyalas, y escribe al margen una palabra o una breve frase que sintetice aquella impresión.

7.

Cuando en la lectura escuchada aparezcan nombres propios como Israel, Jacob, Samuel, Moisés… sustitúyelos por tu propio nombre personal, pensando y sintiendo que el Señor está dirigiéndose a ti con tu propio nombre.

8.

Si la lectura « no te dice » nada, quédate tranquilo y en paz. Podrá suceder que ese mismo pasaje, leído otro día, « te diga » mucho. Por encima de nuestra actividad humana está

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Retiro: Transfiguración, Talleres de Oración y Vida el misterio de la gracia que, por esencia, es imprevisible. La « hora » de Dios no es nuestra hora. En las cosas de Dios es necesario tener mucha paciencia. 9.

No te esfuerces tanto por captar y poseer exactamente el significado doctrinal de la Palabra, sino mas bien procura meditarla gozosamente en el corazón, como María, dándole vueltas en la mente, dejándote inundar por dentro de las vibraciones y emociones que se desprenden de la proximidad de Dios. Y « conserva la Palabra », es decir: que sigan vibrando en tu interior estas resonancias a lo largo del día. SALMOS:

10.

Los salmos no se leen, se rezan. Ten anotados en tu cuaderno los Salmos que más « te dicen », clasificados según diferentes sentimientos como admiración, gratitud, comprensión, alabanza... Esfuérzate por sentir con toda el alma el significado de cada frase, identificando tu atención y emoción con el contenido de las expresiones, expresándolas con el mismo tono interior que sentirían los salmistas. Colócate imaginativamente en el corazón de Jesucristo, y trata de sentir lo que Él sentiría al pronunciar estas mismas palabras. Con la ayuda del Espíritu Santo trata de identificarte con la disposición interior de adoración, asombro y acción de gracias del corazón de Jesús, en el espíritu de los salmos. COMPROMISO DE VIDA:

11.

Procura cuestionar tu vida a la luz de la Palabra, aplicando permanentemente la Palabra escuchada a la situación concreta de tu vida, preguntándote a cada momento « qué me está diciendo Dios » en esta frase para mi vida, en qué sentido los criterios divinos encerrados en esta Palabra interpelan mi modo de pensar y actuar, en qué aspectos debo cambiar, « qué haría Jesús en mi lugar ». En la medida en que tu mente se adapte a la « mente » de Dios, serás discípulo del Señor. Si en cualquier momento de la lectura escuchada tu corazón siente el impulso de orar, déjalo libremente desahogarse con el Señor.

12.

EN RESUMEN:

-

lee la Palabra lentamente saboréala gozosamente medítala cordialmente aplícala diligentemente Que la Palabra sea para ti:

-

lámpara que ilumine tu camino pan que alimente tu alma fuego que encienda el fervor ruta que te conduzca a la salvación latido que aliente tu espíritu vida que nunca se acabará

Ignacio Larrañaga, ofm Cap

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Tiempo Fuerte a) A solas, profundizar con la siguiente explicación de la Lectura meditada según el Libro Encuentro. Lectura Meditada Es necesario escoger un libro cuidadosamente seleccionado, que no disperse, sino que concentre, y de preferencia absoluta la Biblia. Es conveniente tener conocimiento personal sobre ella sabiendo dónde están los temas que a ti te dicen mucho; por ejemplo, sobre la consolación, la esperanza, la paciencia… para escoger aquella materia que tu alma necesita en ese día. También se puede seguir el orden litúrgico, mediante los textos que la liturgia señala para cada día. En principio, no es recomendable el sistema de abrir al azar la Biblia, aunque sí alguna vez. En todo caso, es conveniente saber, antes de iniciar la lectura meditada, qué temas vas a meditar y en qué capítulo de la Biblia. Toma la posición adecuada. Pide la asistencia al Espíritu Santo y sosiégate. Comienza a leer despacio, muy despacio. En cuanto leas trata de entender lo leído: el significado directo de la frase, su contexto, y la intención del autor sagrado. Aquí está la diferencia entre lectura rezada y lectura meditada: en la lectura rezada se asume y se vive lo leído (fundamentalmente es tarea del corazón) y en la lectura meditada, se trata de entender lo leído (actividad intelectual, principalmente, en que se manejan conceptos explicitándolos, aplicándolos, confrontándolos para profundizar en la vida divina, formar criterios de vida, juicios de valor; en suma, una mentalidad cristiana) Sigue leyendo despacio, entendiendo lo que lees.

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Si aparece alguna idea que te llame fuertemente la atención, para ahí mismo; cierra el libro; da muchas vueltas en tu mente a esa idea, ponderándola; aplícala a tu vida; saca conclusiones. Si no sucede esto (o después que sucedió), continúa con una lectura reposada, concentrada, tranquila. Si aparece un párrafo que no entiendes, vuelve atrás; haz una amplia relectura para colocarte en el contexto; y trata de entenderlo en éste. Prosigue leyendo lenta y atentamente. Si en un momento dado se conmueve tu corazón y sientes ganas de alabar, agradecer, suplicar… hazlo libremente. Si no sucede esto, prosigue leyendo lentamente, entendiendo y ponderando lo que lees. Es normal y conveniente que la lectura meditada acabe en oración. Procura, también tú, hacerlo así. Es de desear que la lectura meditada se concretice en criterios prácticos de vida, para ser aplicados en el programa del día. Es de aconsejar absolutamente que durante la meditación se tenga siempre en la mano un libro, sobre todo la Biblia. De otra manera se pierde mucho tiempo. No es necesario leer todo el rato. Santa Teresa durante catorce años, era una nulidad para meditar, si no tenía un libro en la mano. (Libro Encuentro, III Modalidades, No. 2). Apoyándose en la Pequeña Pedagogía (puntos 1 a 9 y 11), y utilizando el Cuaderno Espiritual, hacer Lectura Meditada con los siguientes textos bíblicos:

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❖ ❖

1 corintios. 13, 1-13 Lucas. 6, 12-38

b) Profundizar en la lectura del libro Transfiguración. Lea, subraye aquello que le llame la atención y anote en el Cuaderno Espiritual los propósitos a realizar para cambiar su modo de ser, en relación a lo que leyó.

Transcripción del libro: TRANSFIGURACIÓN.

Capítulo 2 – 1 - Himno a la humildad Si intentáramos sintetizar con una palabra el contenido de este capítulo, inclusive intitularlo, lo haríamos con la palabra humildad. Pero, ¡ay!, estamos ante una moneda devaluada, una palabra que poco o nada dice a nuestros oídos y que, por eso mismo, hoy día está fuera de circulación. Comencemos, pues, desde el primer momento por desentrañar su contenido: El humilde no se avergüenza de sí ni se entristece; no conoce complejos de culpa ni mendiga autocompasión; no se perturba ni encoleriza, y devuelve bien por mal; no se busca a sí mismo, sino que vive vuelto hacia los demás. Es capaz de perdonar y cierra las puertas al rencor. Un día y otro día el humilde aparece www.tovpil.org

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ante todas las miradas vestido de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza, suavidad y vigor, madurez y serenidad. Y, sin posible cambio, habita permanentemente en la morada de la paz; y las aguas de sus lagos interiores nunca son agitadas por las olas de los intereses, ansiedades, pasiones o temores. Las cuerdas de su corazón pulsan al unísono, como melodías favoritas, los verbos desaparecer, desapropiarse, desinstalarse, desinteresarse. Le encanta vivir retirado en la región del silencio y el anonimato. El humilde respeta todo, venera todo; no hay entre sus muros actitudes posesivas ni agresivas. No juzga, no presupone, nunca invade el santuario de las intenciones. Es sensible hasta sentir como suyos los problemas ajenos, y su estilo es de alta cortesía. En suma, es capaz de tratar a los demás con la misma comprensión con que se trata a sí mismo. Día y noche se dedica a cavar sucesivas profundidades en el vacío de sí mismo, a apagar las llamas de las satisfacciones, a cortar las mil cabezas de la vanidad, y por eso siempre duerme en el lecho de la serenidad. *** Para el humilde no existe el ridículo; nunca el temor llama a su puerta; le tienen sin cuidado las opiniones ajenas; nunca la tristeza asoma a su ventana; para él, vivir es soñar. Nada ni desde dentro ni desde fuera logra perturbar la paz del humilde y éste mira el mundo con los ojos limpios. Desprendido de sí y de sus cosas, el humilde se lanza de cabeza en el seno profundo de la libertad. Por eso, una vez vaciado de sí mismo, el humilde

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llega a vivir, libre de todo temor, en la estabilidad emocional de quien está más allá de todo cambio. En suma, se trata de la espiritualidad de los anawin, los pobres y humildes de Dios. Nos hallamos, pues, en el corazón de las Bienaventuranzas, en la cumbre misma del Sermón de la Montaña. El camino de la humildad siempre aterriza en la meta del amor.

Capítulo 2 – 2 Apropiarse Cualquiera de nosotros puede sentir el deseo de poseer algo, de hacerlo suyo, para él. Ese algo puede ser una idea, una persona, un éxito, un cargo, un proyecto, un nombre, la imagen de mí mismo… Los hace suyos en la medida en que los utiliza para su propio provecho o satisfacción. Y así, podemos extender un puente de energías adhesivas enlazando mi persona con ese algo; a este enlazamiento, a este hacerlo mío, llamamos apropiación. Lo peor que puede suceder es que ese algo sea… yo mismo: en tal caso me transformo en propietario de mí mismo. Naturalmente, no se trata de una apropiación jurídica, sino más bien psicológica o afectiva. El ser humano, pues, puede establecer, instintivamente y sin darse cuenta, un vínculo emotivo de posesión, un deseo vivo de hacerlo suyo y para él, una tendencia a asirse a algo con las manos de sus energías mentales y afectivas. Cuando el propietario, adherido emocional y acaparadoramente a un algo, presiente que su apropiación está amenazada o la puede perder, suelta una descarga de energía emocional para la defensa de las propiedades amenazadas; es el temor que, rápidamente, puede tomar, según los casos, la forma de sobresalto, ansiedad, agresividad.

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El temor es guerra; es decir, la propiedad necesita armas que la defiendan, y de la defensiva el propietario salta a la ofensiva y ahí se hacen presentes las armas que defienden las propiedades: rivalidades, partidismos, discordias, agresividad de toda especie. Ello, a su vez, roba al propietario la alegría de vivir. Le roba también la libertad interior porque el propietario queda atrapado y dominado por la misma propiedad: se hace esclavo de su propiedad. Por otra parte, pierde también la visión proporcional de la realidad: minimiza o sobrevalora los acontecimientos, de acuerdo con sus temores o deseos; no puede ver las cosas tal como ellas son, sino a la luz de sus ficciones e intereses. Todo esto le hace vivir perpetuamente ansioso e inseguro. En suma, la apropiación es esclavitud, tristeza y guerra. Está a la vista, por contraste, que solo los humildes y vacíos de sí podrán habitar en el reino de la armonía, de la sabiduría y de la paz. Solo los humildes son libres. Solo los humildes son felices. Un Guía se apropia de su servicio cuando, al aplicar las Sesiones, lo hace (en el secreto de su corazón y seguramente sin darse cuenta) para obtener la adhesión, la estima o simpatía de los Talleristas, buscando sentimientos gratificantes como el elogio, el quedar bien u otros sentimientos como el reconocimiento, el agradecimiento. Y si, al no obtenerlos, el Guía queda triste o frustrado, es señal de que se buscaba a sí mismo, había apropiación. Un responsable (o un Guía) se apropia del cargo cuando en lugar de hacer del cargo un servicio, se sirve del cargo tomándolo como una plataforma para proyectarse a sí mismo, para sentirse importante, para saborear la satisfacción y la gloria que el cargo le reporte. Es señal de que hay apropiación cuando un Responsable no actúa ni permite que los demás actúen, o cuando a los hermanos los hace incondicionales a su persona, dependientes y dominados, organizando sutilmente grupos adictos a su persona para la defensa de sus intereses.

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Cuando entre los Talleristas de una ciudad, o en un Equipo Local o Nacional, surgen y arrastran - a veces por largo tiempo - discordias y partidismos, es señal de que algunos (o todos) se buscan a sí mismos, chocan los intereses personales de los unos contra los de los otros, descuidando la gloria de Dios. Cuando los Responsables, en sus diferentes niveles, agarrados del poder, proceden en relación con sus súbditos con arbitrariedades, decisiones caprichosas e injustas o abusos de poder, es señal de que se buscan a sí mismos, actuando movidos por rastreros motivos egoístas que ni ellos mismos alcanzan a vislumbrar; y sería el colmo si lo hicieran invocando el nombre de Dios. Y nunca faltan quienes se creen víctimas, mendigando autocompasión, y dejándose llevar por complejos de inferioridad o manías persecutorias, enredan, intrigan, forman grupos… Son los buscadores de sí mismos, y probablemente sin darse cuenta de ello. ¿Conclusión? El enemigo fundamental de los Talleres, en todas partes y en todos los tiempos, es y será la apropiación. La condición primaria para que los Talleres lleguen a ser, para siempre, en el seno de la iglesia, un instrumento de feliz evangelización, es que los Guías vayan haciéndose, paso a paso, desapropiados y vacíos de sí, pobres y humildes de corazón. Pero casi nadie se da cuenta de que está metido en el juego de la apropiación, y resulta extremadamente difícil descubrir las motivaciones que yacen bajo la conducta apropiadora, porque siempre y en todo, cada quien cree actuar con recta intención, y por otra parte a los apropiadores les cuesta mucho hacer una verdadera autocrítica porque frecuentemente están ofuscados por la imagen de sí mismos, y necesitados de estima popular. El misterio se consuma en el mundo de las intenciones y motivaciones, un mundo desconocido para uno mismo, y no rara vez cuando uno creía estar actuando limpiamente, los resortes secretos que impulsaban la conducta eran hijos disfrazados del amor propio.

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Como el avestruz esconde la cabeza debajo del ala para no ver al cazador, el amor propio (el yo) se disfraza, se engaña a sí mismo, ocultándose bajo las alas de las razones, que casi siempre son excusas y pretextos para engañar a los demás. Los apropiadores no toman conciencia, no quieren o no pueden tomarla, les cuesta reconocer que están metidos en un juego de intereses camuflados, promovidos por el orgullo de la vida y la imagen inflada de sí mismos. Necesitamos vivir permanentemente en estado de alerta, asomarnos al mundo secreto e inconsciente de las motivaciones, para rectificar sin cesar las intenciones y para que Dios -su gloria e intereses- sea el motivo inicial y final de toda nuestra actuación.

Capítulo 2 – 3 Rezan y no cambian Nunca falta por ahí gente que dice alegremente: “Rezan, pero no cambian”. Dejemos aparte el hecho de que, frecuentemente, los que nunca rezan se defienden a sí mismos atacando a los que rezan. Además, hay que preguntarse que sí, rezando, son así, ¿cómo serían si no rezaran? Nosotros mismos somos testigos, en nuestra propia intimidad, de cuántos esfuerzos necesitamos hacer, de cuántos vencimientos en el silencio del corazón, sin que nadie los note, para percibir alguna mejoría, un leve crecimiento. No se puede decir tan alegremente “rezan y no cambian”. Además, nadie cambia: en el mejor de los casos, mejoramos. Nadie llegará a ser humilde como Jesús: la cuestión es pasar la vida entera haciendo actos de humildad al estilo de Jesús. En todo caso, comencemos por aceptar, por metodología, la hipótesis de que hay quienes rezan y no cambian. Es un hecho: en la historia del espíritu conocimos personas piadosas que, al parecer, hasta el fin de sus días arrastraron sus defectos congénitos de

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personalidad. Dedicaron a Dios muchas horas, pero hasta la muerte permanecieron egoístas, susceptibles, infantiles. Al parecer, no mejoraron. En cambio, el Dios de la Biblia es un Dios que cuestiona y desinstala: nunca deja en paz aunque siempre deja paz. No responde, sino pregunta. No facilita, sino dificulta. No explica, sino complica. A su propio Hijo, en la hora de la Gran Prueba, lo dejó solo y abandonado, luchando cara a cara con la muerte. A sus elegidos los lleva al Desierto, donde los va forjando a fuego lento en el silencio y en la soledad. Siempre hay un Egipto de donde salir, y este Dios va sacando incesantemente al Pueblo y colocándolo en marcha en dirección de una tierra prometida, llena de árboles frutales, que son: humildad, amor, libertad, madurez. Ahora viene la pregunta: ¿qué pasó aquí?, ¿cómo se entiende la contradicción de que estas personas trataron tanto con Dios, cómo no los liberó? Dedicaron tantas horas a Dios, y un Dios que nunca deja en paz, ¿cómo las dejó en paz y sin paz? La respuesta sintética es ésta: estas personas, en lugar de dar culto a Dios, se dieron culto a sí mismas. Aquel dios con quien tanto trataron no era el Otro; era una proyección de sí mismos. No hubo una salida hacia el Otro; el centro de interés estuvo en sí mismos, eran ellos mismos. Parecía que buscaban a Dios; se buscaban a sí mismos. Parecía que servían a Dios; se servían de Dios. Como no salieron de sí mismos, no maduraron. Porque si no hay salida, no hay libertad. Si no hay libertad, no hay amor. Si no hay amor, no hay madurez. Por eso no crecieron.

Capítulo 2 – 9 Es preciso que yo disminuya para que Él crezca En resumen, es esclavo de sí mismo y de sus apropiaciones, y la esclavitud consiste en la idolatría o egolatría: todo su problema está en desplazar al dios-yo y reemplazarlo por el Dios verdadero. La salvación integral consiste www.tovpil.org

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en que Dios sea verdaderamente mi Dios. Para ello tiene que vaciarse de sueños y quimeras que han brotado en torno al ídolo yo y que, al mismo tiempo, lo engendran. Si el primer mandamiento, como hemos dicho, consiste en que Dios sea mi Dios, y el único dios que puede impedir que Dios sea Dios en mí soy yo mismo, el único dios que puede disputar a Dios su reinado sobre el hombre es el hombre mismo, la conclusión se impone: o se retira el uno o se retira el otro, ya que dos señores no pueden gobernar un mismo territorio: “No pueden ustedes servir a dos señores” (Mt 6,24). Así pues, el Reino es una disyuntiva: o Dios o el hombre, entendiendo por hombre aquel ser egolátrico centrado exclusivamente sobre sí mismo. Por este camino llegamos a la siguiente proporcionalidad: cuanto más somos nosotros en nosotros mismos, Dios es menos Dios en nosotros. Esto es: cuando nos colocamos en el centro de nosotros mismos, ocupando todas las zonas de interés, es un territorio ocupado: no hay lugar para Dios ni para el hermano. Y, al contrario: cuanto menos somos nosotros en nosotros mismos, Dios es más Dios en nosotros. Es decir: en la medida en que, con autoanálisis e introspección, golpe a golpe, vamos desmoronando la estatua del yo, desprendiéndonos de las adherencias, despojándonos de las apropiaciones, haciéndonos paulatinamente pobres y humildes como María y Jesús…, entonces tenemos el territorio libre y disponible: el Otro y los otros pueden hacerse presentes en mí. Y por este camino llegamos a otra proporcionalidad francamente sorprendente: el primer mandamiento es análogo y hasta idéntico a la primera Bienaventuranza. Me explico: en el desierto del Sinaí la fórmula de la Alianza sonó, en síntesis, de la siguiente manera: “Israel, no habrá para ti otro dios que Dios” (Ex. 20, 2-4). Con la fuerza salvaje de una fórmula primitiva y desértica, nos entrega la Biblia el secreto final del Reino: que Dios sea Dios en nosotros.

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¿Y qué viene a decirnos la primera Bienaventuranza? Viene a decirnos que Dios es Dios allí donde uno mismo no es dios de sí mismo, allí donde respira un corazón desprendido, vacío de sí, pobre y humilde. Si Jesús dice que el primer mandamiento contiene y agota todo el Sermón de la Montaña y todo el Evangelio del Señor, en definitiva, el misterio total del Reino se mueve sobre dos ejes: el primer mandamiento y la primera Bienaventuranza. De aquí nace la tradición bíblica según la cual Dios es la herencia de los pobres y los pobres son la herencia (territorio) de Dios. Aquí se origina también la tradición según la cual Dios no solo nació de una mujer pobre y humilde de corazón, sino que (DIOS) se encarnó en el seno pobre de una pobre de Dios, porque la virginidad es psíquica y físicamente silencio, soledad, vacío. En suma: Dios se encarnó en el seno silencioso y solitario de una mujer pobre y humilde de corazón. c) Rezar un Padre Nuestro y un Gloria al Padre.

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