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HISTORIA

■^MVNDO

A ntïgvo ORIENTE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

8. 9. 10. 11.

12. 13.

A. Caballos-J. M. Serrano, Sumer y A kkad. J. Urruela, Egipto: Epoca Tinita e Im perio Antiguo. C. G. Wagner, Babilonia. J . Urruelaj Egipto durante el Im perio Medio. P. Sáez, Los hititas. F. Presedo, Egipto durante el Im perio N uevo. J. Alvar, Los Pueblos d el Mar y otros m ovimientos de pueblos a fin es d el I I milenio. C. G. Wagner, Asiría y su imperio. C. G. Wagner, Los fenicios. J. M. Blázquez, Los hebreos. F. Presedo, Egipto: Tercer Pe­ ríodo Interm edio y Epoca Saita. F. Presedo, J . M. Serrano, La religión egipcia. J. Alvar, Los persas.

GRECIA 14. 15. 16. 17. 18.

19. 20. 21.

22. 23. 24.

J. C. Bermejo, El mundo del Egeo en el I I milenio. A. Lozano, L a E dad Oscura. J . C. Bermejo, El mito griego y sus interpretaciones. A. Lozano, L a colonización griega. J. J . Sayas, Las ciudades de J o nia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R. López Melero, El estado es­ partano hasta la época clásica. R. López Melero, L a fo rm a ­ ción de la dem ocracia atenien­ se , I. El estado aristocrático. R. López Melero, L a fo rm a ­ ción de la dem ocracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D. Plácido, Cultura y religión en la Grecia arcaica. M. Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D. Plácido, L a Pente conte da.

Esta historia, obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas, pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez, ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos, mapas, ilustraciones, cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor, de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto. 25.

J. Fernández Nieto, L a guerra del Peloponeso. 26. J. Fernández Nieto, Grecia en la prim era m itad del s. IV. 27. D. Plácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. Fernández Nieto, V. Alon­ so, Las condidones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J . Fernández Nieto, El mun­ do griego y Filipo de Mace­ donia. 30. M. A. Rabanal, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I : El Egipto de los Lágidas. 32. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I I : Los Seleúcidas. 33. A. Lozano, Asia Menor h e­ lenística. 34. M. A. Rabanal, Las m onar­ quías helenísticas. I I I : Grecia y Macedonia. 35. A. Piñero, L a civilizadón h e­ lenística.

ROMA 36. 37. 38. 39. 40. 41.

42.

43.

J. Martínez-Pinna, El pueblo etrusco. J. Martínez-Pinna, L a Roma primitiva. S. Montero, J. Martínez-Pin­ na, E l dualismo patricio-ple­ beyo. S. Montero, J . Martínez-Pinna, L a conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, El período de las pri­ meras guerras púnicas. F. Marco, L a expansión de Rom a p or el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J . F. Rodríguez Neila, Los Gracos y el com ienzo de las guerras aviles. M.a L. Sánchez León, Revuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

44.

45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52.

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56. 57. 58. 59.

60. 61. 62.

63. 64.

65.

C. González Román, La R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. Roldán, Institudones p o ­ líticas de la República romana. S. Montero, L a religión rom a­ na antigua. J . Mangas, Augusto. J . Mangas, F. J. Lomas, Los Julio-C laudios y la crisis del 68. F. J . Lomas, Los Flavios. G. Chic, L a dinastía de los Antoninos. U. Espinosa, Los Severos. J . Fernández Ubiña, El Im pe­ rio Rom ano bajo la anarquía militar. J . Muñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el Alto Imperio. J . M. Blázquez, Agricultura y m inería rom anas durante el Alto Imperio. J . M. Blázquez, Artesanado y comercio durante el Alto Im ­ perio. J. Mangas-R. Cid, El paganis­ mo durante el Alto Im peño. J. M. Santero, F. Gaseó, El cristianismo primitivo. G. Bravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del Im ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. L a conversión d el Im ­ perio. R . Sanz, El paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, L a época de los Va­ lentiniano s y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evoludón del Im perio Rom ano de Orien­ te hasta Justiniano. G. Bravo, El colonato bajoim perial. G. Bravo, Revueltas internas y penetraciones bárbaras en el Imperio. A. Giménez de Garnica, L a desintegración del Im perio Ro­ mano de O cddente.

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Director de la obra: Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)

Diseño y maqueta: Pedro Arjona

«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S. A., 1 988 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels.: 656 56 1 1 - 656 49 11 Depósito legal: M. 32.882-1988 ISBN: 84-7600-274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600-273-4 (Tomoi7) Impreso en GREFOL, S. A. " Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Pinted in Spain

LA COLONIZACION GRIEGA Arminda Lozano

Indice

In tro d u c c ió n ...................................................................................................................

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I. C ausas generales del m ovim iento c o lo n iz a d o r ..............................................

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1. C ausas políticas ..................................................................................................... 2. C ausas e c o n ó m ic a s................................................................................................ 3. O tras c a u s a s ............................................................................................................

8 10 13

II. C aracterísticas de las colonias g r ie g a s ............................................................

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1. 2. 3. 4.

T e rm in o lo g ía ............................................................................................................ A ctos fu n d a c io n a le s .............................................................................................. R elaciones m e tró p o li-c o lo n ia ............................................................................ R elaciones con indígenas ...................................................................................

14 14 17 19

III. O leadas c o lo n iz a d o ra s .......................................................................................

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1. P rim era fase (m ediados del siglo v m -m ed iad o s del siglo v il) ................ 2. Segunda fase (m ediados del siglo vil-m ediados siglo v i) .......................

22 23

IV. Zonas de expansión ............................................................................................

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1. Sur de Italia y S ic ilia ............................................................................................ 2. G alia y O ccidente m ed iterrán eo ......................... ........................................... 3. C osta septentrional del M ed iterrán eo hasta el M ar N e g r o ..................... 4. Z on a de los E s tr e c h o s ........................................................................................ 5. N o rte de A frica ....................................................................................................

29 43 48 51 57

C uadros cronológicos .................................................................................................

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B ib lio g ra fía .....................................................................................................................

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La colonización griega

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Introducción

P asada la llam ada « D ark A ge» o si­ glos oscuros de la H isto ria G riega se ab re un nuevo p erío d o , la ép oca a r­ caica para el que contam os con una m ayor inform ación, a p o rta d a ta n to p or la historiografía griega com o por la investigación arqueológica. La co n ­ frontación en tre am bas fu en tes de d a ­ tos no siem pre es fácil o posible, m as resulta necesaria au n q u e de ella se d e riv e n co n fre c u e n c ia c o n tr a d ic ­ c io n e s q u e d ificu ltan o b te n e r u n a panorám ica todo lo clara que sería de desear. D e cuantos procesos históricos tuvieron lugar en el transcurso de la época arcaica uno de ellos tiene in d u ­ d ablem en te el p apel estelar: el m ovi­ m iento colonizador. La colonización griega com o tal, no ha de c o n sid erar­ se ciertam en te privativa de este p e río ­ do (cf. ap artad o : O lcd ad as colo n iza­ d o ras), p ero fue a p artir del siglo V III cu an d o dicho m o v im ien to alcanzó proporcio n es tan insospechadas que puede hablarse del M e d ite rrá n e o co­ mo un m ar helénico — al igual que el

P o n to E uxino o M ar N egro— pues los griegos, en efecto, estuvieron p re ­ sentes a todo lo largo de sus costas, de E ste a O este y de N o rte a Sur, si bien con d iferente in ten sid ad según las zonas. D esd e la persp ectiv a histórica que hoy tenem os resulta v e rd a d e ra ­ m en te adm irable, so rp re n d e n te , có­ m o un m undo tan individualizado p o ­ líticam ente, que hab ía atrav esad o por un p erío do de cam bios profundos efectuados en m edio de un acusado declive económ ico respecto al m undo m icénico, fue capaz de sacar adelante una em presa de tales dim ensiones y tan c a rg ad a de co n secuencias. El agente de este im p o n en te m ovim iento fue la polis, la unidad política griega que em ergió tras los siglos oscuros, a cuya definitiva conform ación y fija­ ción de rasgos esenciales contribuiría la m ism a colonización. Taza ática con representación de una batalla (Segunda mitad del siglo VI a.C.) Museo de Corinto

Akal Historia del Mundo Antiguo

I. Causas generales del movimiento colonizador

M e to d o ló g ic a m e n te , h a re m o s u n a ag ru p ació n trip a rtita de ellas con o b je to de a te n d e r a la m ayor p a rte de los casos atestiguados: 1. Políticas. 2. E conóm icas. 3. F actores de o tra índole. N atu ralm en te, esta división no quiere en absoluto decir que tales causas sean en tre sí excluyentes — co­ m o verem os suelen ap arecer e n tre ­ cruzadas— , ni tam poco que se p re ­ senten en todas los m o m en to s del fe­ nóm eno colonizador con la m ism a fuerza.

1. Causas políticas R esulta im posible tra z a r el d esarrollo de la colonización griega sin an tes e n ­ trev er, aunque sea b rev em en te, la d i­ nám ica política actu an te en la p o lis en los m om entos previos al inicio de este m ovim iento centrífugo de los griegos de época arcaica. E s ello lo que ju sti­ fica este ap artad o de causas políticas de la colonización. Los regím enes aristocráticos y po sterio rm en te oligárquicos q ue im ­ p erab an en las poleis griegas al co­ m ienzo de la época arcaica, con ten ían en sí m ism os el germ en del descon­ te n to , que m ás tard e d eg en eraría en

u na auténtica crisis social que habría de sacudir en el siglo siguiente, de una m an era p rácticam en te generalizada, al m undo griego. E ste d escontento estaba fu n d a­ m en tad o en la situación de injusti­ cia provocada p o r el desigual re p a r­ to de la riqueza cuyo elem en to básico en este m om ento era la tierra . La m ayor p arte de ésta se en co n trab a efectivam ente co n cen trad a en pocas m an o s, siendo así que la m ayoría de la población debía co n ten tarse para subsistir con p eq u eñ o s lotes. A esta situación hay que agregar, adem ás, otros hechos que con trib u y ero n al progresivo d eterio ro general: en p ri­ m er lugar, el au m en to dem ográfico que se d ejó sentir p o r todas p artes del m undo griego ya a finales de la E dad O scura; en segundo lugar, la propia escasez de tierras — o stenochoría si q u erem o s utilizar el térm ino griego p reciso — in h eren te a la difícil o ro g ra ­ fía con que la natu raleza d o tó al solar griego y, por últim o, la desaparición de la antigua solidaridad del clan p ri­ m itivo con el cese de las redistrib u cio ­ nes periódicas de tie rra com unal. A sí pues, nos en co n tram o s ante una población creciente que debía ali­ m en tarse con el p ro d u cto de tierras escasas y poco p ro ductivas, pues las m ás fructíferas y de m ayor extensión habían sido acap arad as por unas p o ­

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La colonización griega

cas fam ilias, en cuyas m anos, adem ás, estab an los reso rtes del p o d e r político y religioso. T estigo excepcional de es­ ta situación es H esíodo cuya o b ra L o s trabajos y los días constituye p a ra n o ­ sotros u n a fu en te de inform ación in­ sustituible sobre los m odos de vida del cam pesinado griego, p u es, a u n ­ que referid a a B eocia y el A tica p u ed e hacerse extensiva a las dem ás regio­ nes griegas. Su descripción, m ás o m e­ nos m etafó rica, de la situación del d é­ bil respecto al p o d ero so , de la im p o ­ tencia de aquél fren te a éste es v e rd a ­ d e ra m en te aleccionadora. A la p ar, se perm ite d ar algunos consejos p ara evitar un d eterio ro del p a n o ra m a so­ cial que estaba d escribiendo. A sí, la reducción del nú m ero de hijos que obviaría el em p eq u eñ ecim ien to de las pro p ied ad es p uesto q u e, según las norm as vigentes en to n ces, los hijos hered ab a n a p artes iguales los bienes patern o s. E llo im plicaba que las fam i­ lias con im posibilidad de am pliar sus re c u rso s te rrito ria le s — in d u d a b le ­ m ente la práctica to talid ad del cam ­ pesinado fuera de los g randes p ro p ie ­ tarios— en el transcurso de un p a r de generaciones verían sus cam pos tan reducidos que apenas h arían posible una vida de subsistencia. U n a m ala cosecha, unos años de m ay o r sequía o cualquiera de las adversidades n o rm a ­ les en la ag ricultura, to rn a ría n la si­ tuación insostenible. Su salida no era o tra que el e n d eu d am ien to p e ro , al no ser posible la devolución de los préstam o s p o r la m ism a escasez que había provocado la contracción de deu d as, el d eu d o r y su fam ilia caían irrem isiblem ente en p o d e r del ac re e ­ do r en calidad de esclavos. E sta reali­ dad — la m iseria y d esesperación del cam pesinado— ap arece descrita con en o rm e fuerza — e n tre o tro s— en los versos de Solón y en los pasajes co­ rresp o n d ien tes a este p erío d o de la A th en a io n Politeia aristotélica. E ste proceso, ya p resen te al co­ m ienzo de la época arcaica, se agravó p au latin am en te hasta d esem b o car en

una situación de conflictividad aguda, d eterm in an te del desen cad en am ien to en el seno de m últiples ciudades grie­ gas de un cam bio en su sistem a políti­ co. A p areció, en principio, la figura del árb itro o del legislador y final­ m ente la del tirano. D icha evolución política se vio favorecida p o r otros factores no m en ­ cionados hasta ah o ra, pero que co ad ­ yuvaron decididam ente a ella. A sí, po r ejem plo, el m ilitar. T odavía en el siglo VIII la gu erra estab a b asad a en el com bate regular, en el g u errero que en carro , al principio, y después a ca­ ballo, debía so p o rtar p a ra su p ro tec­ ción un pesado eq u ip o básicam ente defensivo. E ste m éto d o conllevaba unas connotaciones socioeconóm icas d eterm in ad as, a sab er la existencia de una aristocracia ciu d ad an a, uno de cuyos privilegios consistía p recisa­ m en te en la defensa de la ciudad, al dictar que ú n icam en te sus m iem ­ bros ten ían la p o te stad de em p u ñ ar las arm as. Sin em bargo, en el p rim er cuarto del siglo VIII se registran ya — a ju z ­ gar p o r testim onios ex traídos de pin­ turas vasculares corintias y a ten ie n ­ ses— cam bios en el arm am en to y por ende en la táctica m ilitar. H ace su aparición, así, el ejército de hoplitas, que en el transcurso de unas cuantas décadas se generalizaría en el m undo griego. Su equipo es ya bien distinto, m ucho m ás ligero y con m ayor ca­ p a c id a d o fensiva. Se re q u e ría una form ació n en línea c e rra d a , d onde lo individual q u ed a b a sacrificado en aras de lo colectivo, d o n d e el indivi­ duo era im p o rtan te no aisladam ente c o n s id e r a d o sin o co m o p a r te del co n ju n to . D e este aspecto in teresa aquí no ta n to el p unto de vista m ilitar cuanto el cam bio sociológico que ap arejó . El ejército hoplítico req u ería un núm ero grande de soldados en tren ad o s para luchar d en tro de esta form ación, ca­ paces adem ás de financiarse su propio eq u ip o , aspecto éste a que estaban

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obligados. Y un núm ero tan conside­ rable de com batientes tan sólo podía extraerse de entre el cam pesinado. E s así, por tanto, que sobre los cam pesi­ nos libres pasó a descansar el peso de la guerra ya en los albores del siglo v il. El hoplita pasó a te n e r una p arte decisiva en la responsabilidad ofensi­ vo-defensiva de la polis de la que se había m antenido fo rzosam ente m argi­ nado por los poderosos. E ste cam bio en la situación m ilitar de la ciu d ad a­ nía no podía efectuarse sin c o n tra p a r­ tidas de los oligarcas. Los hoplitas, en efecto, presionaron para q ue se les h i­ ciera partícipes tam bién de la actu a­ ción política.

2. Causas económicas Como acabam os de exp o n er, la p ro ­ blemática económ ica de los griegos de la época arcaica está tan im bricada en la realidad política que am bas cuestiones no p u ed en d eslin d arse. Queda claro, no o b sta n te , q ue el mayor problem a lo constituía la stenochoria, la falta de tierras p ara dar trabajo y alim ento a una población en expansión. Fue la im posibilidad de e n co n ­ trar soluciones — bien p o rq u e p e rju ­ dicaban los intereses de los propios oligarcas dirigentes o por condicio­ nantes de carácter geográfico— p o r lo que se recurrió a las fundaciones co­ loniales. Se preten d ía con ello paliar esta angustiosa escasez de tierras aptas para la agricultura, evitando a la p ar una agudización de la cuestión social y política concom itante a ella. Parece, pues, in contestable que fue la cuestión agraria la d esen cad e­ nante del m ovim iento colonial. Las zonas de expansión elegidas — en prin­ cipio el Sur de Italia y Sicilia— y los lugares en que se asen taro n consti­ tuyen — como irem os viendo en cada caso— una confirm ación indiscutible de este hecho. Por lo dem ás, el fen ó m en o colo­

Akal Historia del Mundo Antiguo

nizad o r, que llevó a los griegos a todo lo largo y ancho de las costas m ed ite­ rrá n e a s, tam poco se realizó de golpe, sino que conoció diversas etapas. D e n tro del p eríodo arcaico griego son fu n d am en talm en te dos, abarcando la p rim era los propios com ienzos de di­ cho m o vim iento, poco antes de m e­ diado el siglo VIII, y la segunda, a p a r­ tir de m ediados del siglo siguiente. In te re sa aquí esta notación para ju stificar la introducción de o tro fac­ to r considerado com o básico en la co­ lonización griega: el com ercio. Sobre el p apel d esem peñado por éste com o d esen cad en an te del envío de colonias se ha especulado m ucho. Sin e m b a r­ go, y sin ánim o de obviar la discu­ sión, creo que ella es hasta cierto p u n to inútil. B asta considerar que es­ te espectacular m ovim iento coloniza­ d o r no constituye un b loque m onolíti­ co ni en cuanto a cronología o p ro p ó ­ sitos, ni m ucho m enos en cuanto a resultad o s. Y que por lo m ism o, d e n tro de unas directrices gen erales, siem pre tienen cabida casos que no se a ju stan exactam ente a ellas. P or lo dem ás, sólo el paso del tiem po iría intro d u ciendo objetivos nuevos a la vista ya de unas perspectivas más re a ­ les, derivadas de una inform ación m ás exacta de las posibilidades ofreci­ das p o r los nuevos territo rio s. Y tal es, en efecto, lo que sucedió en mi opin ió n , con el com ercio. E n los prim eros m om entos del m ovim iento colonizador parece inve­ rosím il considerar el com ercio com o un factor ya actuante en él. Ni los escritores griegos m encionan nada al resp ecto , ni es plausible que así fuera a la vista del nivel o del estado de la econom ía de la polis en esa época. El com ercio en las propias ciuda­ des a com ienzos de la época arcaica era, en efecto, prácticam en te inexis­ te n te , es decir, no había una p ro d u c­ ción con excedentes ni, p o r tan to , una pu esta en el m ercado de éstos, o b jetiv o elem ental de las actividades que p u ed en d enom inarse p ro p ia m en ­

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La colonización griega

Anfora ática (finales del siglo VI a.C.) Orvieto

te com erciales. La p an o rám ica que los poem as hom éricos, adem ás de H esíodo , nos ofrecen es m uy o tra. En p rin cip io , los únicos c o m e rc ia n tes aludidos com o tales son los fenicios. El dem iourgos o artesan o griego, se lim itaba a ab astecer las necesidades p ropias de su vecindario y de los n o ­ bles, d e n tro de una econom ía fam iliar que p ro p en d e a ser autosuficiente. A sí, p o r ejem p lo , el p ro p io U lises se nos presen ta en la O disea com o un perso n aje capaz de h acer to d o tipo de

cosas, aun las m ás dispares, d e n tro de esta situación de econom ía cerrada que m utatis m utandis era la vigente en el m om ento en que se p ro d u jo el envío de las prim eras colonias. El paso del tiem po m odificó con más o m enos rapidez dicho estado de cosas. T am poco aquí p odem os gene­ ralizar, puesto que no todas las ciu­ dades evolucionaron en el m ism o sen­ tido. P ero, en cu alq u ier caso, poleis com o C o rin to , A te n a s, e tc ., avanza­ ron en el desarrollo de las actividades

12 artesanales — en buen a p a rte en m a ­ nos de extran jero s— h asta lograr esos excedentes «industriales» q u e, u nidos a los agrícolas, vino y aceite so b re to ­ d o , constituyeron el objetivo de un com ercio organizado. A ello co a d y u ­ vó decididam ente la intro d u cció n de la m o neda en el siglo Vil, cuestión de en o rm e im portancia p ero que no p o ­ d em os aquí analizar.

Conviene, no obstante, hacer al­ guna precisión más en este apartado. Lo dicho anteriorm ente no implica que el mundo griego desconociera el comercio en térm inos absolutos. Ello no podía ser así por cuanto la necesi­ dad de aportar desde fuera m aterias prim as estuvo siempre presente en un ám bito carente de ellas. Una vez pasados los trastornos ocasionados por la desaparición del m undo micénico, debidos a los flujos y reflujos de población que afectaron a la práctica totalidad del O riente m e­ diterráneo, la nueva situación em ergi­ da tras ellos se fue asentando, conso­ lidando, en las diferentes regiones griegas al finalizar dicho proceso, cuya duración fue ciertam ente pro­ longada. Esta normalización conllevó una reactivación de comunicaciones con aquellas zonas familiares desde antaño, el Egeo oriental, sólo que ahora con m ayor justificación pues la costa occidental de la península anatólica, a consecuencia de las migracio­ nes acaecidas en la E dad O scura, es­ taba, asimismo, poblada por griegos. No obstante, las necesarias m ate­ rias primas eran accesibles a través especialm ente de uno de esos encla­ ves llamados por Polanyi y su escuela port o f trade o «puerto comercial», utilizado precisam ente para servir de interm ediario entre ámbitos políticoculturales diferenciados. De estos puestos avanzados, el más interesante para los griegos era el de Al-M ina, al N orte de la desem bocadura del Oróntes, en la costa siria, dedicado, al pa­ recer de m anera exclusiva, al com er­ cio entre el Egeo y Siria. Dicho esta­

Akal Historia del Mundo Antiguo

blecim iento estuvo en activo d u ra n te p a rte al m enos del segundo m ilenio a. J. C., como han dem ostrado las exca­ vaciones de Sir L eo n ard W oolley. E n él concurren las características que definen este tipo de enclaves, siendo una de las más notables la de su n eu ­ tralidad. Se req u ería com o prem isa indispensable, que el abastecim iento de productos fuera co n tin u o , sin que ningún conflicto p u d iera suspenderlo. Puesto que allí afluían m ercancías procedentes de tierras lejan as, los m ercaderes tenían que te n e r seguri­ dad absoluta de p o d er darles salida, es decir, era insoslayable un co m pro­ miso p o r parte de los pod eres p o líti­ cos actuantes en la zona de resp e tar dichos establecim ientos. Dice textualm ente R . B. B evere (Comercio y m ercado en los im perios antiguos, p. 101) a propósito de AlM ina: «El grado tan alto de especiali­ zación era, a veces, p a rte de una o r­ ganización todavía más com pleja que com prendía a un p equeño estado ve­ cino con funciones de m ed iad o r en tre los im perios lejanos y el p u e rto de co­ mercio. E sta debió ser la relación e n ­ tre el reino de A lalakh y A l-M ina». T odo puerto de com ercio estaba teóricam ente bajo un a determ in ad a potencia política, p ero, ta n to ésta co­ mo sus enem igos, resp etab an el lugar. W oolley, el excavador tanto de Al-Mina como de A lalakh, en co n tró p ru e ­ bas de la ocupación y adm inistración hititas en esta últim a qu e, p o r el con­ tra rio , faltan co m pletam ente en la prim era. A l-M ina, adem ás, según d e­ m ostración arqueológica, no sufrió asedios ni ocupaciones en el segun­ do m ilenio cuando hititas y egipcios disputaban el control de esa zona. V olviendo, pues, al p unto que nos ocupa sobre la incidencia del co­ mercio en las causas de la coloniza­ ción nos confirm am os en la necesidad de dar una respuesta negativa. No o bstante, tras producirse los prim eros establecim ientos, las posibi­ lidades de intercam bio debieron adi­

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vinarse p ro n to . E ste, p o r lo dem ás, no pudo alcanzar altas cotas, sino que su volum en sería el d ictado p o r una econom ía p re m o n e ta ria basada to d a ­ vía en el tru eq u e. D e b e c o n sid erarse, m ás bien, q ue se dio el proceso inverso. Es d e ­ cir, el asentam iento de núcleos grie­ gos en te rrito rio s ultram arin o s abrió perspectivas nuevas, m ercados inex­ plorados hasta entonces. Las colonias ubicadas en tierras p ró sp eras, feraces a g ríc o la m e n te , p ro d u je ro n p ro n to aquellos prod u cto s necesarios a los griegos continentales de las m e tró p o ­ lis, a la sazón alim entos, sobre todo g rano, p ara pagar los cuales se re q u e ­ ría la entreg a de o tras m ercancías, pu esto que tal era el m ecanism o e n ­ tonces vigente. E llo, a su vez, consti­ tuiría un acicate que estim ularía la producción artesanal de m an u factu ­ ras, en un volum en cada vez m ayor. A la p a r surgiría la necesidad de n u e ­ vas fundaciones, co n siderando ya no tan to la tierra cuanto la estrateg ia de los em plazam ientos, con condiciones favorables adem ás p ara la navega­ ción, de acuerdo con las m aterias p ri­ m as a ex plotar y com ercializar. Se tra ta , por tan to , de una con­ catenación de hechos cuyas etap as no podem o s seguir de m anera detallada sino tan sólo a p re h e n d e r sus rasgos generales m ás sobresalientes.

3. Otras causas A u n q u e las causas principales de la colonización ya han q u ed ad o exp u es­ tas, conviene aducir alguna o tra de las que las fuentes nos m encionan por m ás que lo hagam os un poco a título anecdótico , conscientes de que se tra ­ ta de algo m arginal, no de una cau sa­ lidad auténtica y estricta. A sí, por ejem p lo , el deseo de aventuras. U no de los p oetas arcaicos grie­ gos m ás adm irados, A rquíloco, tom ó p a rte activa en la colonización de la isla de T asos — en el E geo se p te n trio ­

nal, frente a T racia— , p o r p arte de P aros. E n sus p o em as, nos pone de m anifiesto el gusto p o r una vida aven­ tu re ra que a una d eterm in ad a edad puede despertarse en el hom bre. Tal im­ pulso basta p ara justificar la partici­ pación en una em p resa colonizadora, si bien no tan to p a ra hacerla surgir. Igualm ente, cabe hablar de cau­ sas políticas de signo distinto del ex­ p u esto en el ap artad o 1. A sí, la o p re ­ sión de algunos regím enes políticos aristocráticos — com o la llevada a ca­ bo p o r los B aquíadas de C o rinto o los P entélidas de É feso— pudo d eterm i­ n ar, en algunos casos, el en ro lam ien ­ to en las tareas colonizadoras, aunque tam poco es ésta una explicación del n acim iento de la em presa en sí. P odem os tam bién, p o r últim o, referirn o s a hechos p u n tuales. A sí, la presión persa sobre F ocea que d e te r­ m inaría la huida m asiva de sus h ab i­ tan tes hacia C órcega o la fundación de T a re n to por los hijos ilegítim os de las esp artan as, habidos d u ran te la au ­ sencia de los ciudadanos ocasionada p o r la prim era guerra m esenia. Las fuentes nos hablan tam bién de otras causas, com o la que forzó a los calcidios a enviar a una décim a p a rte de su población a R egion, en el sur de Italia, o la leyenda según la cual, a consecuencia de la m u erte de un jo ­ ven, A rchias debió p a rtir de C orinto p ara fun dar C orcira y Siracusa. C laro está que, en ocasiones, son sólo eso, leyendas que, forjadas p o ste rio rm en ­ te, no reflejan las circunstancias re a ­ les que ro d earo n la fundación de d e ­ term inadas colonias.

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II. Características de las colonias griegas

1. Terminología

2. Actos fundacionales

E l térm ino específico utilizado por los griegos para designar una colonia es el de apoikia. Rasgo esencial de la a p o ikia es su condición de polis —com o su metrópoli fundadora— , un estad o desarrollado en todos sus ele­ m en to s esenciales que representan una form a de vida griega, trasplanta­ do a regiones bárbaras o no griegas. Lógicam ente, la apoikia conllevaba un traslado efectivo de población des­ de la m etrópoli a la colonia, es decir, existía una auténtica emigración. A dem ás de apoikia existen otros térm ino s que no son ya, sin em bargo, equivalentes, puesto que tienen un co n ten id o semántico distinto. Así, kleruquía y emporion. E l prim ero de ellos hace referen­ cia a una clase especial de colonias atenien ses, desarrollada en la época clásica, cuyos objetivos eran bien di­ fe re n tes a los perseguidos con las apoikias. D ebido a ello, su status ju rí­ dico y el de sus habitantes son total­ m en te distintos del disfrutado por apoikias y apoilcoi. En cuanto al se­ g u n d o , emporion, hace referencia a puesto s de intercambio cómercial, co­ m o N aúcratis, por ejemplo, cuyas ca­ racterísticas difieren, asimismo, de los o tro s dos tipos mencionados.

La decisión de im plantar un a apoikia en un territorio ex tran jero , cuales­ quiera que fuera su causa o causas, com portaba el nom bram iento de un director de expedición, oikistés —e n ­ cargado de ejecutar en el nuevo asen­ ta m ie n to cuantas disposiciones se consideraran necesarias para o rd en a r el nuevo núcleo— y del reclutam iento de los futuros colonos. E stos lo serían a petición propia, p ero tam bién hubo casos en que a falta de voluntarios, se recurrió a hacerlo com pulsivam ente, com o nos ilustra el caso de la fu n d a­ ción de Cirene. D e todos m odos, nuestra inform ación sobre los distin­ tos elem entos es sum am ente incom ­ pleta, cuando no inexistente, en e sp e­ cial para los prim eros tiem pos. El acto fundacional disfrutaba de un carácter esencialm ente religioso. D esde la m etrópoli se había llevado el fuego sagrado que debía inaugurar la nueva ciudad — acto este cum pli­ m entado por el oikistés— , y que esta ­ ría d e p o sita d o en el P rytaneion. Igualm ente, se introducían los dioses patrios (theoi poliouchoi), bajo cuya protección se ponía oficialm ente la colonia. La oscuridad docum ental en to r­ no a la figura del oikistés es casi

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to ta l, sobre todo p ara el com ienzo de la actividad colonial. Sabem os q ue, tras su m u erte, recibía h onores reli­ giosos en calidad de h éro e fu n d ad o r, pero desconocem os, rep ito , en qué consistía su m isión, cuál era su a u té n ­ tico p a p e l. P o r lo q u e p o d e m o s ap re h e n d e r de las noticias de los his­ toriad o res sobre d eterm in ad as ciuda­ des, el oikistés p erten ecía, en g eneral, a alguna de las fam ilias m ás ilustres de la m etrópoli. Ignoram os, asim is­ m o, el m ecanism o seguido en la d e ­ signación, si v o luntaria p o r p a rte del in teresad o , o si im puesta p o r el E sta ­ do o su p ropia fam ilia. E n cualquier caso, es lógico pen sar q u e, al m enos en el com ienzo, fuera el oikistés el verd ad ero recto r de la apoikia con unos pod eres cuasi absolutos hasta que se organizara la vida política en la nueva ciudad, d o tán d o se de cu an ­ to s o rg a n ism o s y m a g istra d o s se creyera conveniente. Ignoram os tam b ién si los m agis­ trados coloniales eran designados al principio p o r la m etrópoli o p o r el oi­ kistés consultando a los h ab itan tes o p or qué sistem a. E n las mism as circunstancias es­ tam os a la hora de dilucidar en qué m edida la polis fu n d ad o ra dictaba norm as concretas y precisas para o r­ ganizar la colonia. C iertam en te en épocas tardías sabem os de la existen­ cia de decretos fundacionales, cuyo contenid o reflejab a todo ese tipo de estipulaciones de carácter o rg an izati­ vo. C onservam os, en efecto, las n o r­ m as fu n d a c io n a le s de E p id a m n o (Tuc. 1,27), H eraclea (Tue. III, 92/3), T urios (D iod. X II, 10), así com o los decretos em anados para B rea y N a u ­ pacto y el docum ento relativo a Corcira, M elania o N igra (Syll 933 1.9 ss. y n. 12). P ero nada de esto se refiere a la época de los com ienzos de la co­ lonización, pues son todos m uy p o ste­ riores, cuando este sistem a estaba am pliam ente experim en tad o . Parece lógico su p o n er que difícil­ m ente se p odrían dictar norm as fijas

y m inuciosas cuando existía un abso­ luto desconocim iento de los lugares y gentes en tre los que se iban a asentar. Q uizá se dieran al oikistés unas direc­ trices generales susceptibles de m odi­ ficarse según las circunstancias, acor­ dándosele a aquél, en todo caso, una capacidad de m aniobra y una am pli­ tud de p oderes m uy considerables, p o r un período indeterm inado. T ales p oderes era n , desde luego, m uy grandes aún en época clásica, co­ m o sabem os por la fundación a te n ien ­ se de B rea, en T racia, en el siglo V. Su oikistés, D em oclides, estaba en car­ gado sobre todo de co n tro lar el esta­ blecim iento de colonos, ayudado por 30 geonom os, para las tareas de con­ feccionar los lotes de tierra , y de 10 apoikistai, encargados de distribuir­ los. A la p ar, introduciría y pondría en m archa las instituciones con que debía regirse la ciudad, p ero , finaliza­ do todo ello, D em oclides debía vol­ ver a A tenas. El caso de T urios es sim ilar y tam bién su oikistés, L am ­ p ó n , tenía la obligación de regresar a la m etrópoli. Ignoram os, sin em b arg o , si los oikistai de la época arcaica tenían el m ism o d eb er de reg resar, una vez cum plida su m isión, o si se les dejaba m ayor am plitud de perm an en cia, in­ cluso vitalicia. E sta in certidum bre se extiende a aspectos tan im portantes com o la distribución de la tie rra , có­ m o se confeccionaban los lotes, qué extensión tenían, de qué form a se dis­ trib u ían , etc., m ecanism os que se nos ocultan en gran m edida, incluso en el pro p io m undo de las ciudades en los albores de la época arcaica. E n los siglos V y V I, sin em bargo, el princi­ pio aplicado era el de igualdad. (Plat. Ley. V. 745 C): la venta u lterio r de los lotes asignados originalm ente no estaba perm itida en épocas antiguas, según confirm an A ristóteles {Polit. 1319 A 10 ss.) y P latón ( Ley V 740 B ss.; 741 C). T am poco estaba perm iti­ do el regreso de los colonos a la m e­ tró p o li, sólo posible cuando se h u bie­

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ra dejad o algún «enlace» u «hom bre pu ente» , com o un hijo o un h erm ano

(IG. IX 1, 334 1.6 ss.). E n realidad, la m ism a estru ctu ra política de las ciudades de aquel tiem ­ po , especialm ente en el siglo V III, no es ap ta para suponer en ella tal cap a­ cidad de dirigism o, m áxim e ten ien d o en cuenta la inexistencia de ex p erien ­ cias previas. Sólo an d ando el tiem p o , cuando las poleis h u b ieran consegui­ do ellas mismas un m ayor grado de m adurez y solidez políticas y tras ad­ quirir conocim ientos m ás p rofundos de las tierras a colonizar, estarían en condiciones de in ten tar d etallar un plan de actuación ante la eventual planificación de una apoikia. L a evo­ lución política de las m etrópolis sería, po r tan to , la encargada de ir dictando

la introducción de nuevos aspectos, de m atizaciones que en un prim er m o m en to eran im posibles de prever. R esu lta, pues, anacrónico trasp o n er situaciones conocidas de los siglos V y IV a los anteriores. Es im pensable que la polis de la prim era m itad del siglo V IH tuviera capacidad p a ra ello. Se suele decir con frecuencia (H e rm a n n , B erve, etc.) que el envío de u n a colonia iba p reced id o de una consulta a los oráculos y, especial­ m en te, al A polo D élfico (o al de Dídim a en el caso de M ileto y o tras p o ­ leis m inorasiáticas). E l prim er testi­ m onio fiable de ello es el efectuado p o r D o ñ e o (H eród. V , 42) a finales del siglo V I. La autenticidad histórica de o tro s, cuya existencia dan cuenta las fuentes, han sido puestos en duda

Kylix de Laconia (550 a.C.) Biblioteca Nacional, París

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p o r la crítica m o d ern a, rechazados en base a argum entos filológicos. Y a E . M eyer (G eschichte des A ltertum s, III, p. 413) afirm aba que tales oráculos h ab ían sido confeccionados en su m ayoría en o rden al destino p o sterio r de las colonias. D e tod as m aneras parece in v ero ­ símil que tales consultas previas se efectu aran en los m om entos iniciales del m ovim iento pues sólo cuando el sacerdocio del A p o lo D élfico se con­ solidó, p udo aspirar a p o d er an im ar o desaconsejar una empresa. Con el tiem ­ po, en efecto, irían reuniendo gran can­ tid ad de conocim ientos geográficos, utilizados p ara d ar indicaciones p reci­ sas a los futuros colonos q ue acudían a D elfos, p ero esto sólo sería posible en etap as avanzadas de la colonización.

3. Relaciones metrópoli-colonia C ondiciones básicas de la polis m adre p ara prom over una colonia eran la autonom ía y au tarq u ía. T ales ca ra c te ­ rísticas, m ás la ind ep en d en cia de la m e tró p o li, d efinen asim ism o a la apoikia. Se tra ta , pues, de un estad o to ta lm e n te nuevo e in d e p e n d ie n te cuya autoafirm ación se realiza en un m edio ex tran jero . Precisam ente p o r este carácter de la apoikia com o la fundación n u e ­ va de una polis in d ep en d ien te, los co­ lonos — apoikoi— p erd ían el d erecho de ciudadanía en su ciudad o riginaria, pasando a disfrutar tan sólo del d e ri­ vado de la ciudad recién fundada. P recisam ente en ello reside la dife­ rencia esencial en tre estas colonias a r­ caicas griegas y o tras form as p o ste rio ­ res de colonización, cuales fu ero n , p o r ejem p lo , d en tro del m undo grie­ go, las cleruquías, d esarrolladas p o r A te n as com o m edio de am pliar su es­ fera de influencia a la p ar política y económ ica. E n este sistem a, los clerucos atenienses no p erd ían su c iu d ad a­ nía originaria al trasladarse a las cle­

ruquías. Lo m ism o cabe decir de otras form as de colonización llevadas a cabo p or pueblos distintos, com o los fenicios o incluso los rom anos. T am poco en estos casos los partici­ pan tes en tales em presas estab an obli­ gados a ab an d o n ar su calidad de m iem bros de la com unidad en la que nacieron. E n esas circunstancias, la colonia no podía ser considerada co­ m o patria de sus po b lad o res, m ientras que las fundaciones coloniales de la época arcaica griega sí constituyeron la p atria —patris— de sus habitantes. N o o b stan te la indep en d en cia política de la apoikia, ésta constituía u n a fuente de gloria — u na «cuestión de prestigio», no de p o d e r— para su m etrópoli (Tue. I, 34). Existen algu­ nas contadísim as excepciones a esta regla general. A sí, las fundaciones tard ías de la tiranía corintia efectua­ das com o m edio de am pliar y fo rtale­ cer su esfera de influencia personal, don d e p odría hablarse de la existen­ cia de un «vasallaje» político de las colonias respecto a la m etrópoli o los asentam ientos establecidos por M as­ salia d en tro de su ám bito de influen­ cia. A este m ism o pro p ó sito se ha ci­ tad o con frecuencia el caso de Sínope y sus colonias. E stas constituirían, en opinión de algunos, ejem plos de d e­ pen dencia política respecto a su m e­ tró p o li, Sínope, p orque le pagaban unos trib utos, si bien atestiguados so­ lam ente en el siglo IV, cuando Jen o ­ fonte supo de ellos (A n á b . V, 5). T a­ les ap ortaciones d eben enten d erse co­ mo respuesta al usufructo de la tierra colonial, cuya pro p ied ad d e ten tab a en últim o térm ino la m etrópoli. No o b stan te, en el caso de Sínope, no p a­ rece que revelara una dependencia estrictam ente política respecto a ésta, sino que se tra tab a de com unidades au tó n o m as e indep en d ien tes a todos los dem ás efectos (cf. F. G eschnitrer, A bhàngige Orte, p. 97). A sí pues, la relación norm al metró p o li-apoikia era, com o rep e tid a­ m ente ponen de m anifiesto nuestras

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fuentes, de índole moral (cf. Plat. Leyes VI 754 A .B ; Polib. XII 9, 3; H erod. III, 19; VII, 51; Tue. I, 38), com parada con frecuencia, a la exis­ ten te entre padres e hijos. La viola­ ción de este principio de respeto y aprecio de la metrópoli era objeto de un desprecio y vituperio generaliza­ dos (cf. H erod. V II, 51; V III, 22; Tue. V, 106, 1). La causa de la separación fáctica en tre metrópoli y colonia hay que buscarla no tanto en las dificultades inherentes a los viajes marítimos de la época — que imposibilitarían una p ar­ ticipación activa de la m etrópoli en la vida de la apoikia, tendente a su con­ trol— , cuando en el tradicional e in­ veterado individualismo político, con­ sustancial a la polis, que había evita­ do así, de m anera consciente, en la m etrópoli un dominio efectivo sobre la colonia. Por otra parte, cabe apun­ tar ahora una cuestión que será deba­ tida más tarde, a saber, que no todas las apoikias fueron el resultado de una em presa organizada por el E sta­ do sino que tam bién ocupó en la colo­ nización un lugar nada desdeñable la iniciativa privada. D entro de estos vínculos morales existentes entre Estado fundador y colonia se inserta el aspecto religioso que ya hemos m encionado más arri­ ba. La colonia tenía en su Prytaneion el fuego sagrado, traído por los apoikoi, estaba bajo la advocación de los dioses estatales m etropolitanos y enviaba delegados especiales y ofrendas a su polis originaria con oca­ sión de las fiestas m ayores de esta ciudad. Puesto que se trataba de una relación recíproca, la m etrópoli hacía lo propio con la colonia, a cuyos en­ viados para participar en las solemni­ dades religiosas se les reservaban de ordinario localidades especiales. Este puesto de honor otorgado a los dioses patrios no excluía en absoluto el que en la colonia pudieran desarrollarse otros cultos, surgidos las más de las veces de una adopción bajo formas

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griegas de antiguas divinidades autóc­ tonas, cuyos rasgos p rese n taran con­ notaciones similares a las deten tad as por deidades griegas. C uando una apoikia p retendía fundar a su vez una colonia — hecho frecuente entre las apoikias griegas— , se acostum braba a solicitar a la m e­ trópoli el envío de un oikistés para dirigir la nueva empresa (Tue. I, 24, 2). Igualm ente, constituye una ex­ presión de la existencia de estos lazos inm ateriales el hecho de que las colo­ nias pudieran esperar ayuda de sus m etrópolis en caso de necesidad, h e­ cho éste invocado cuando la ocasión lo requería (así el caso de Siracusa que cuatro siglos después de su fun­ dación pidió auxilio a C orinto, esgri­ m iendo el argum ento de ser colonia corintia). Ello, sin em bargo, no im pli­ caba que cada vez que una colonia entraba en conflicto con otra ciudad c poder político, interviniera la m etró ­ poli. N um erosísim os ejem plos confir­ m an, por el contrario, que las colo­ nias, como polis independientes que eran, dilucidaban ellas solas sus p ro ­ blem as. Las m etrópolis, en definitiva, tenían sus propias dificultades y esta ­ ban lo suficientem ente distantes com o para p rep arar expediciones m ilitares u ltra m a rin as fre cu e n tes. H ay que aducir, adem ás, que colonia y m e tró ­ poli no tenían necesariam ente los mismos amigos y enem igos, por lo cual la política exterior de una y otra no siem pre era coincidente. Los vínculos en tre m etrópoli y colonia se extendían asimismo a otros campos. U no de los más significativos es el institucional. N orm alm ente, y como era lógico en la dinámica de las fundaciones co­ loniales, la apoikia solía ad o p tar las instituciones políticas vigentes en su m etrópoli. A unque tam poco sabem os cómo se efectuaba su im plantación, es, en todo caso, natural que se re­ produjeran en el nuevo asentam iento las prácticas con las que estaban fam i­ liarizados los propios colonos. No

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o b stan te, las instituciones coloniales no tenían que ser idénticas en todos y cada uno de sus aspectos a las m e tro ­ politanas. Las condiciones sociales y am bientales de la colonia diferían de las de su m etrópoli y era a esta reali­ d ad nueva a la q ue hom b res e in stitu ­ ciones debían a d ap tarse. P o r e je m ­ plo, la m onarquía im p lan tad a en T a ­ re n to , la única colonia de E sp arta en la M agna G recia, no com p artía el ras­ go, a su vez anóm alo en el m undo griego, de una m on arq u ía dúplice, es decir, que el p o d er lo d e te n ta ra n dos reyes en vez de uno solo, com o era lo habitual. A sí, la taren tin a era una m on arq u ía individual pero m onarquía al fin, la m ism a institución q ue la de su m etrópoli. Y el efo rad o , in stitu ­ ción típicam ente esp artan a, era ta m ­ bién conocido en T aren to puesto que fue im plantado en H eraclea, colonia taren tin a. A sim ism o, las innovaciones polí­ ticas que ap arecieron en las colonias en co n trab an eco no sólo en el ám bi­ to m etro p o litan o , sino en el m undo griego en general. E n este sentido, el caso que suele aducirse norm alm en te es el de los legisladores, figura de tem p ran a aparición en las colonias. Las leyes de Z alenco de L ocros (en la M agna G recia) o C arondas de C atan a (en Sicilia) fueron im itadas p o r los griegos del continente. E stas influencias se en m arcan d e n tro de la corriente cultural e sta ­ blecida en tre el ám bito griego y el íta ­ lo-siciliano, una vez iniciada la coloni­ zación. Las colonias, en efecto, p ro ­ longaron en su suelo aspectos com o la escritura o la lengua, vehículos cu ltu ­ rales básicos y no podía ser de o tro modo. Los colonos siguieron escribien­ do y hablando com o lo hacían en sus ciu d ad es de o rig e n , p e rp e tu á n d o se en tre sus d escendientes tales hábitos. P uede decirse en resu m en , que las relaciones en tre m etrópoli y colo­ nia fueron n orm alm ente buenas, flo­ recientes y en riquecedoras. La colo­ nia siguió en cierta m edida las pautas

de la m etrópoli corresp o n d ien te pero d en tro de un m arco de enorm e lib e r­ tad , donde el nuevo ám bito geográfi­ co, económ ico y sociológico de la co­ lonia fue decisivo en el u lterio r desa­ rrollo de ésta. A sí, su característica básica de independencia se dem ostró eficaz, pues la liberaba de todo cons­ tr e ñ im ie n to , d e já n d o la a b ie rta a cuantas influencias beneficiarían su crecim iento y fortalecim iento. D e ahí la distinta evolución de unas y otras.

4. Relaciones con indígenas La p rim era puntualización que d e b e ­ m os form ular es la necesidad de evi­ tar las generalizaciones, pues las si­ tuaciones que se p re sen ta ro n a los co­ lonizadores griegos en territo rio s tan diferenciados com o los afectados por el m ovim iento colonizador griego, fuero n variopintas. P ara ello, basta co nsiderar las zonas afectadas por él en la época arcaica, a lo largo de sus dos fases: M agna G recia, Sicilia, N o r­ te del E geo, M ar N egro y M e d iterrá ­ neo occidental. Me parece, por ta n to , m ás o p o r­ tuno ir estudiándolas conform e se vayan viendo los efectos colonizado­ res en cada una de ellas. D igam os, ah o ra, no ob stan te, que la postura ad o p tad a por los diferentes pueblos indígenas ante la presencia griega — condicionada a su vez por la distinta cohesión interna y fortaleza num éri­ ca, política, económ ica y cultural de los diferentes grupos tribales— , fue el factor decisivo: si p resen tab an resis­ tencia hubieron de som eterlos por la fuerza — con consecuencias asimismo distintas, pues o se retirab an hacia el in terio r o quedaban reducidos a una situación cercana a la esclavitud— . Si to lerab an, por el co n trario , el asen ta­ m iento de los núcleos griegos, en to n ­ ces se establecían con m ás o m enos rapidez unas relaciones beneficiosas para am bos. La arqueología es, en es­

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te aspecto, nuestra fuente de conoci­ m iento más eficaz, pues sólo las exca­ vaciones nos permiten un conoci­ m iento detallado de asentam ientos griegos e indígenas, posibilitando así un estudio de las condiciones de vida, influencias artísticas, corrientes co­ m erciales, dimensiones, dotaciones u rbanas e infraestructura, grado de p e n e tra c ió n de influjos fo rá n e o s — griegos— entre los indígenas y a la inversa, etc. Las fuentes escritas sue­ len circunscribirse a describir la reac­ ción de los grupos autóctonos ante la presencia griega y, en todo caso, al resultad o final, es decir, cóm o quedó

la situación una vez consolidado el asentam iento griego. Naturalmente — y dados los condi­ cionantes mencionados— nuestra infor­ mación en este punto difiere en o rm e­ m ente de unas regiones a otras. Z o ­ nas como Sicilia y la M agna G recia que se han beneficiado de un estudio arqueológico sistem ático nos resultan mucho m ejor conocidas que otras p a ­ ra las que faltan excavaciones. A sí, el m undo de las colonias griegas rib e re ­ ñas del M ar Negro podem os p ercib ir­ lo, en sus detalles, con m ucha m ayor dificultad, al carecer de una investiga­ ción arqueológica tan exhaustiva.

Taza ática con representación de un carro y dos esfinges (Segunda mitad dei siglo VI a.C.) Museo de Corinío

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III. Oleadas colonizadoras

La so rp ren d en te colonización griega de la época arcaica no fue un m ovi­ m iento carente de p reced en tes. Las fuentes escritas y la arqueología nos revelan que en p eríodos an terio res se diero n , en efecto, traslados de p o b la ­ ción de idénticas características al efe c tu a d o p o s te rio rm e n te , si bien b ajo unos condicionantes diferentes: causalidad distinta, m enores co n tin ­ gentes num éricos, etc., y zonas asi­ m ism o m ás restringidas, en cuanto que tan sólo se av en tu raro n hacia la costa anatólica y las islas próxim as. E . B lum enthal, que se ha o cu p a­ do m onográficam ente de esta coloni­ zación tem p ran a (ver bibliografía), distingue, al o b servar la colonización griega, en general hasta la época clá­ sica, tres etapas: la p rim era, co rres­ pon d ien te a las navegaciones e fectu a­ das en plena época m icénica, entre 1400-1200; la segunda o lead a, en la cual se realizaron asen tam ien to s en las zonas citadas — costa anatólica e islas— y que com prende los siglos oscuros subsiguientes a la d e sa p a ri­ ción del m undo m icénico (1100-900 a. J. C .); la tercera constituida p o r la gran colonización griega de época a r­ caica (siglos VIII-Vl). A éstas podían añadirse todavía otros dos períodos — clásico y helenís­ tico— en que tam bién se fun d aro n colonias, si bien bajo distintas m an i­

festaciones y con un sentido d iferen ­ ciado de los anteriores. E s com petencia de este estudio tan sólo la etapa central, co rresp o n ­ dien te a la tercera oleada. D e las an­ terio res direm os, a grandes trazos, que en la prim era oleada sólo puede hablarse de creación de auténticos es­ ta b le c im ie n to s griegos — a q u e o s— fu era de G recia, en dos casos: M ileto y C olofón. El prim ero correspondería a uno de esos ports o f trade de que hem os h ablado, explicado en el con­ texto de la actividad económ ica m icé­ nica y com o tal, resp etad o p o r la p o ­ tencia d om inante en A n ato lia e n to n ­ ces, es decir, los hititas. Los griegos acudirían allí en busca de m aterias prim as, situándose en un lugar p e r­ fectam ente adecuado para sus fines: no sólo tenía un estu p en d o pu erto , trip le, sino tierra suficiente para auto ab astecerse. E ste establecim iento, del siglo XIV. sustituiría a o tro , p o ­ blado con gentes pro ced en tes de C re ­ ta llegadas en torno al 1600. Por lo dem ás, la influencia grie­ ga, m icénica, conoció una enorm e ex­ pansión en el M e d iterrá n eo , dado el am plio ám bito geográfico por el que se m ovieron los m icénicos. E n el transcurso de la segunda oleada arriba m encionada, se p rodujo la colonización del litoral occidental m inorasiático. Sin em bargo, tam poco

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aquí se p odría h ab lar stricto sensu de colonización, sino m ás bien de la últi­ m a fase de estos m ovim ientos de p u e ­ blos, característicos de la E d ad O scu­ ra, que co n d u jero n al asentam iento en su solar definitivo de diferentes grupos tribales griegos. E stos, por otra p a rte , han sido o b jeto de un in­ terés eno rm e p o r la investigación his­ tórica, lingüística, e tc ., dado el tem ­ p rano florecim iento alcanzado p o r Jonia, co nvertida en la cuna del pensa­ m iento y la ciencia griegas. P o r lo que a la tercera oleada se refiere, direm os en prim er lugar que las zonas de desarro llo de esta m agní­ fica expansión difieren de las elegidas an terio rm en te. L a razón fundam ental para ello fue política: no es que no existieran m ás lugares disponibles en la costa anatólica en el E geo oriental, sino que las relaciones de fuerzas p re ­ sentes entonces cuando se inició el m ovim iento — en especial la ascen­ diente p u jan za del Im perio asirio— , aconsejaban to m ar nuevos rum bos. Y estos estarían dictados o condiciona­ dos por la ausencia de poderes políti­ cos fuertes que p u dieran obstaculizar la instalación de los asentam ientos. C abría h ab lar de otra cuestión previa: la de si hubo una precolonización o no, en el M editerrán eo occi­ dental sobre tod o . D a r una respuesta taxativa que zan je toda diatriba es im posible, dado el estado de nuestras fuentes. A sí que sólo podem os asir­ nos a la in terp retació n de los datos arqueológicos y a la inducción de p ro ­ babilidades Es evidente que los griegos te ­ nían ciertos conocim ientos de las p o ­ sibilidades ofrecidas por el O ccidente m ed iterrán eo . La p ropia Odisea, con la narración de los viajes de su p ro ta ­ gonista, es un buen testim onio de ello, por más que la leyenda oscurez­ ca hasta hacerla irreconocible, la v er­ dad histórica. Los hallazgos arq u eo ló ­ gicos, no o b stan te, nos confirm an el hecho, pues se han encontrado o b je ­ tos micénicos en distintos puntos del

Akal Historia del Mundo Antiguo

Sur de Italia y Sicilia, adem ás de en las islas Lípari e Ischia. Su cuantía num érica es ciertam ente escasa y, aunque no autorice a hablar de una presencia estable de griegos m icéni­ cos en aquellos lugares, sí ejem plifi­ can la existencia de relaciones entre am bas zonas del M editerráneo. D en tro de este gran m ovim iento colonizador pueden diferenciarse dos etapas en base a la disparidad de las zonas colonizadas en uno y otro m o­ m ento cronológico, a las ciudades com prom etidas en las distintas em ­ presas y a los objetivos perseguidos.

1. Primera fase (mediados siglo Vlil-mediados siglo VII) C orresponde a aquélla cuyas causas hem os tratado de analizar al princi­ pio. Su finalidad era, com o hem os visto, la consecución de nuevas tierras de labor donde asentar a unos grupos de población excedentarios. G eográficam ente la parte afecta­ da fue Sicilia y Sur de Italia, cuyos asentam ientos enum erarem os en el ap artad o siguiente (IV -Z onas de E x­ pansión). En cuanto a las ciudades griegas p articipantes en esta fase prim era, las protagonistas indiscutibles fueron las dos poleis eubeas: Calcis y E retria, adem ás de las ubicadas en el Istm o, C orinto especialm ente y M égara. En m en o r m edida, lo hicieron tam bién, algo m ás tarde, otros como los peloponesios y locrios a los que hay que su m a r los p ro ced en tes de apoikías que adoptaron pronto el papel de m e­ trópolis. A l tocar este punto y percibir la práctica m onopolización de algunas áreas realizada por determ inadas ciu­ dades surge una interesante cuestión, a sab er, en qué m edida puede hablar­ se de em presas corintias, m egarenses, etc ., form adas con sus propios ciuda­ danos o si es necesario considerarlas

La colonización griega

m ás bien com o «agentes» co lonizado­ res, encargados de organizar la em i­ gración p ro ced en te de to d a un área. P od ría pensarse que las poleis m encionadas, por su situación g eo­ gráfica — insulares unas, en u na e stre ­ cha fran ja de terren o las otras— q u i­ zá acusaran la falta de tierras y la p re ­ sión dem ográfica de m odo m ás acu ­ ciante que otras no p articipantes en esta p rim era fase de la gran coloniza­ ción, pero si se contem plan las d ispo­ nibilidades de o tras m uchas poleis griegas se llega a la conclusión de que no tenía necesariam en te que ser así. A d em ás, no se ve bien cóm o u na sola ciudad, aun presupo n ién d o le una n u ­ m erosa población ex ced en taria, podía sum inistrar tan to s colonos y en tan co rto espacio de tiem po. E s claro, pues, que sólo es explicable en el se­ gundo supuesto, si actuaba de o rg an i­ zad o ra, encauzando los excedentes hum ano s, o los que v o lu n tariam en te quisieran em igrar, de áreas m ás am ­ plias. E ste p roceso, que se nos anto ja ev idente, no se en cu en tra, sin e m b a r­ go, atestiguado por las fuentes, de su erte que ningún referencia escrita puede sancionarlo ni tam poco nos sir­ ven o tro tipo de testim onios.

2. Segunda fase (mediados siglo VH-mediados siglo VI) Las características m ás d estacadas de ésta son la enorm e am pliación geo­ gráfica del m ovim iento, alcanzando el extrem o occidental del M ed iterrán eo , con los puestos interm edios co rres­ p o n d ien tes, y la m ayor variedad de estados participantes. A sí, en efecto, se registra la fun­ dación de enclaves griegos en toda la costa m ed iterrán ea — Sur de G alia, li­ toral oriental de la P enínsula Ibérica, E g ip to , región de la P ro p ó n tid e y los E strechos y zona norte del E g eo — , a lo que se añade la colonización de las riberas del P onto E uxino.

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En esta etap a participaron de m anera efectiva las ciudades grie­ gas m inorasiáticas e isleñas. M ileto m onopolizó la expansión hacia el M ar N egro, m ientras que F ócea se enca­ m inó en dirección o p u esta, hacia el O ccidente M ed iterrá n eo , com o tam ­ bién lo hicieron, según la tradición, los sam ios. C retenses y rodios colabo­ raro n en el afianzam iento de la p re ­ sencia griega en Sicilia con la funda­ ción de G ela, a com ienzos del siglo VI. A todo ello, se añade el u lterior desarrollo de las tareas colonizadoras en la M agna G recia y Sicilia en gran p a rte logrado gracias a las prim eras colonias, que, com o ya se ha dicho, co m enzaron m uy p ro n to este desdo­ b lam iento, continuado en esta fase y llevado a cabo no sin conflictos. A esta enorm e am pliación del m undo griego colaboró en no poca m edida la operatividad del tan lleva­ do y traído factor com ercial. N o es que la colonización cam biara de ca­ rá c te r, pues verem os cóm o la búsque­ da de tierras aptas p a ra la agricultura seguía siendo un elem ento fu n d am en ­ tal, sino que los intereses com erciales h arán tam bién acto de presencia, m o­ tivados por la a p e rtu ra y explotación de nuevas zonas con el subsiguiente a u m en to en las relaciones en tre am ­ bas p artes del m undo griego. A su vez, esto servirá de m otor para n ue­ vas fundaciones en lugares estratég i­ cos, si bien su propia natu raleza d e­ term inaría sus dim ensiones, más re­ ducidas, y su m enor im portancia nu­ m érica.

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IV. Zonas de expansion

Serán consideradas aquí las colonias agrupadas en áreas determ inadas, las m etrópolis griegas protagonistas y el criterio cronológico. Es necesario, no o b stan te, hacer una advertencia pre­ via: la dificultad para establecer una cronología totalm ente segura de las fundaciones, derivada de las fechas a veces contradictorias o no coinciden­ tes, dadas por las fuentes antiguas. E n este aspecto la confrontación de éstas con los datos proporcionados por la A rqueología es insoslayable, constituyendo éste el único sistema para llegar a unas conclusiones dignas de fe. Tales com paraciones es obvio que sólo son susceptibles de hacerse allí donde existen excavaciones (con resultados publicados), lo cual no su­ cede en todos los puntos de la coloni­ zación griega.

1. Sur de Italia y Sicilia La gran disponibilidad de tierras de estas regiones era la solución a los problem as que acuciaban a los grie­ gos. Su fertilidad y extensión justifica que se convirtieran de hecho — como a m enudo se Ies define— en un au­ téntico E ldorado. La prim era colonia griega funda­ da en la llam ada posteriorm ente M ag­ na G recia, fue la de PIT E C U SA

— actualm ente la isla de Ischia— si­ tuada frente a la bahía de N ápoles, zona más septentrional alcanzada por la penetración griega. Sus fundadores fueron las dos poleis eubeas, Calcis y E retria. El establecerse prim ero en una isla se justifica como una m edida de prudencia. Extraños en aquellas tie­ rras, era más fácil defenderse desde un lugar sólo accesible por m ar. Su proximidad al continente les perm itía, sin em bargo, explorar conveniente­ m ente las posibilidades e inconve­ nientes del territorio situado frente a ellos y por el que pronto se sentirían atraídos. No en vano Cam pania era una de las regiones más prósperas de Italia. Por otra parte, según noticias de E strabón (V, 4, 9), esta prim era colo­ nia prosperó rápidam ente debido a la fertilidad del suelo — de procedencia volcánica— y a sus recursos m ineros de oro. A ñade el geógrafo, que los eretrienses no tardaron en abandonar la isla a causa de conflictos con los calcidios, cuya interpretación más probable sea la del estallido de la G uerra Lelantina entre ambas ciuda­ des eubeas por la posesión de la lla­ nura del Latento pero que desem bocó en conflicto generalizado que dividió en dos bloques al mundo griego. Pos­ teriorm ente, también los calcidios se

La colonización griega

verían obligados a ab an d o n ar la isla, tra s una e ru p c ió n volcánica aco m ­ p a ñ a d a de v io le n to s m o v im ie n to s sísmicos. Los dos enclaves exhum ados p o r los arqueólogos en Ischia, en Castiglione uno y en M onte di V ico el o tro , nos inform an de los asen tam ien ­ tos habidos allí. El prim ero de ellos, situado al E ste de la isla, es un núcleo indígena, en tre cuyos vestigios, que cubren un am plio espectro cronológi­ co, se han en co n trad o fragm entos ce­ rám icos m icénicos. Q ue tuvo u na lar­ ga supervivencia p o sterio r a la p re ­ sencia griega en la isla, está d em os­ trad o p o r el hallazgo de vasos g eo m é­ tricos. Su ocaso llegó al finalizar el siglo V III. El segundo contiene las huellas m ás antiguas de ocupación griega: vasos de finales del g eo m étri­ co en co n trad o s tan to en el em p laza­ m iento de la ciudad com o en el de la m etrópolis. E sta cerám ica, algo a n te ­ rior a la p roporcionada p o r las p rim e­ ras colonias griegas de Sicilia y ta m ­ bién a la de C um as, está d atad a en la p rim era m itad del siglo v m . El em ­ plazam ien to de M onte de Vico fue tem p o ralm en te ab an d o n ad o — lo que co rrespo n d ería a la noticia de E strabón— p ero no de m odo definitivo: su reocupación en el siglo V es m anifies­ ta tras el descubrim iento de tres b lo ­ ques de un tem plo griego, fragm entos de terraco tas arquitectónicas y otros vestigios. C U M A S fue la colonia griega que siguió a Pitecusa en el tiem po. C on un em plazam iento m agnífico so­ bre una acrópolis n atu ral, dom inaba la llanura cam pana y se p restab a a su vez a una m ejor defensa. Según narra T ito Livio, fueron los griegos de Pitecusa los fu ndadores del nuevo a se n ta ­ m iento en el co n tin en te, m ientras que D ionisio de H alicarnaso habla e x p re ­ sam ente de colonos calcidios y eretrios. La participación de estos ú lti­ m os, sólo m encionada p o r dicho es­ critor, ha llevado a su p o n er q ue, o bien ha confundido C um as con Pite-

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cusa, o p or el co n trario , los dem ás au ­ to res m encionan tan sólo a los calci­ dios en base a que constituía el ele­ m en to p rep o n d eran te. E n to d o caso, de ser exactas las palabras de D io n i­ sio, la fecha de la fundación de C u­ m as había de ser an terio r al com ienzo de la G u erra L elan tin a, desarrollada en las últim as décadas del siglo V III. E n la colonización de C um as in­ terv in ieron, adem ás de los eubeos, una ciudad hom ónim a: o tra C um as. Los dos oikistai fueron M egastenes de Calcis e H ipocles de C um as, según nos transm ite el pasaje de E strabón relativo a este punto. Se ha discutido m ucho la localización de esta o tra C u­ m as, dado que la más conocida es la ciu d ad eolia m ino rasiática de ese no m b re. Sin em bargo, por una serie de razones que no es posible explicar aquí — no hay, por ejem p lo , en las antiguas inscripciones cum anas nin­ gún rastro de eolism os— la C um as a que se refiere E strab ó n no es la de A sia M enor, sino una ciudad m ucho p eo r conocida, situada en la costa o rien tal de E u b ea, de donde serían originarios una p a rte , al m enos, de los colonos. C iertam en te, los h ab ita n ­ tes de E u b ea sufrían esta situación de injusticia ya descrita a m anos de los aristócratas o hippobotai, «criadores de cab allo s» q ue a c a p a ra b a n las m ejores tierras, lo cual les em p u jó a b uscar o tras nuevas. La elección de C am pania no podía ser m ás acertada. E n cuanto a la fccha concreta de su fundación nos topam os con una m ultiplicidad de datos contradictorios de los que es difícil ex traer lo a u tén ti­ co. Si Pitecusa tiene una cronología situada entre el 775-760, C um as sería algo p o sterior, en to rn o al 750. A su vez C um as, con el paso del tiem p o , tendió a asegurarse el control de la zona cam pana m ediante la crea­ ción de varios enclaves. E sto debió ocu rrir antes de producirse la expan­ sión etrusca en C am pania, acaecida en to rn o al año 600, fecha de la fun­ dación de C apua, que pondría límites

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a la penetración griega en la región. Lo mismo hizo con el golfo de Nápoles donde surgieron D icearquia (lla­ m ado a ser el p uerto del que Cumas carecía— el posterior Puteoli rom ano [Pozzvoli], fundación, según E strábón (V, 4, 6) de los samios en el 531, p ro ­ bablem ente sobre una base naval cum ana existente ya entonces) y Partenope o Nápoles, cuyos orígenes como ciudad doble — una antigua y otra más reciente— son bastante oscuros en las narraciones antiguas. La prim era colonia calcidia en Si­ cilia fue N A X O S. C uenta Tucídides (V I, 3, 1; V I, 25, 7) que los coloniza­ dores calcidios llegaron bajo la direc­ ción de Tucles, el oikistés de esta ex­ pedición — o Teocles en la versión de E strabón (V I, 267, 2,2), tom ada a su vez de Éforo, un ateniense llegado a Sicilia a la cabeza de un grupo de cal­ cidios provenientes de E ubea— y le atribuye la fecha de 735-4. Su em pla­ zam iento sobre el C abo Schiso le da­ ba acceso a un pequeño y protegido puerto que dom inaba sobre el fértil valle del río A lcantara, pero estaba rodeado de altas m ontañas, como el E tna al N orte. E sta apoikia es rele­ vante sobre todo por ser, a su vez, base para una u lterior colonización, destinada a asegurar el dom inio grie­ go de la feraz región del E tna. Naxos, en efecto, no alcanzó sino un m odes­ to desarrollo. La acogida de los indígenas sículos a los recién llegados no debió ser al principio m ala, com o parece d edu­ cirse de la pervivencia del principal de sus a s e n ta m ie n to s , T a o rm in a (Taurom enio) tras la fundación de Naxos y el hallazgo en la necrópolis sícula de Cocolonazzo de cerámica geométrica griega. Por tan to , se da­ rían más bien, unas relaciones am isto­ sas, aunque no durad eras, com o vere­ mos enseguida. Que no encontraron .oposición a sus planes lo demuestra el hecho de la ra­ pidez con que se efectuaron los dos asen­ tam ientos fundados a p artir de Naxos.

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Así es como seis años después, en 728 según Tucídides (V I, 3, 3) se fundó L E O N TIN O S, a unos 10 km de la costa en el interior, em presa dirigi­ da tam bién por Tucles en la m ás rica llanura de Sicilia, regada por el Simeto. A esta colonia siguió inm ediata­ m ente otra, C A T A N A , fundada esta vez bajo el m ando de E varco, con gentes calcidias, procedentes tam bién de Naxos. Se alzaba en el extrem o opuesto de la llanura del Sim eto — Leontinos al Sur, C atana al N o rte— a los pies del Etna pero en la costa, dis­ poniendo de un buen puerto. C o n tro ­ laba asimismo la ruta hacia com uni­ dades nativas del interior, com o Centuripa o Enna. Por su parte L eontinos hacía lo propio con el camino que con­ ducía hacia la actual C astalgirone, un im portante enclave sículo según lo atestiguan los m ateriales p ro p o rcio n a­ dos por las excavaciones efectuadas en el lugar. A m bos em plazam ientos contaban con la indispensable prem i­ sa de tener buenas tierras de labor, por lo que alcanzaron un gran d esa­ rrollo como ciudades de carácter agrí­ cola indiscutible. El prim ero de ellos parece que se realizó en un lugar habitado precisa­ m ente por sículos, pues en L eontinos las excavaciones han puesto al descu­ bierto huellas de ocupación sícula de fecha inm ediatam ente anterior a la colonización, si bien no co n tem p o rá­ nea estrictamente. Tucídides, en efec­ to, refiere que la fundación de L eon­ tinos se hizo tras expulsar por la fu er­ za a los sículos nativos, no obstante lo cual, los indígenas residentes en el te ­ rritorio situado dentro de la órbita de Leontinos se fueron helenizando, co­ mo dem uestran los lugares de Scordia y G ram m iche. La historia ulterior de estas tres colonias está m arcada, ap arte de por la tem prana aparición de los legisla­ dores como C arondas en C atan a, cuya constitución aristocrática sirvió de modelo a otras ciudades griegas, por los ataques de que fueron o b jeto

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La colonización griega

de esplendor estas apoikias calcidias sirvieron com o vehículos de irrad ia­ ción de la cultura griega en Sicilia, especialm ente en tre los nativos de la región del E tn a , ocupada p o r ellos, según hem os visto a p ropósito de L eon tin o s, extensible tam bién a C a ta­ na, la cual m antuvo estrechas re la c io ­ nes con los sículos de A d ra n o y P a te r­ no, enclaves am bos m uy helenízados, so b re to d o el últim o. Incluso llegaron a fun d ar dos colonias filiales — G allipolis y E ub o ea— contadas e n tre las fundaciones calcidias cuya cronología debem os su p onerla, a falta de datos precisos, unos cincuenta años tras la fundación de N axos, es decir, en el p rim er cuarto del siglo Vil. D e la pri-

p o r p a rte de Siracusa. A sí, sabem os q ue C atan a fue atacada en el 476 por H ie ró n y sus h ab itan tes expulsados, fundánd o se en su lugar, con colonos siracusanos y peloponesios, E T N A , de d u ració n , sin em bargo, efím era. O tro tiran o siracusano, D ionisio, destruyó N axos en el 403 pero ello no conllevó la definitiva desaparición de la ciu­ dad. Los vestigios arqueológicos son testim onio de los intentos de h acer resurgir a la antigua N axos que fue reocu p ad a en el perío d o p o sterio r — siglo IV y época helenística— . P a u ­ sanias (V I, 13, 8) nos dice que en su tiem po ya no había huellas de su exis­ tencia. N o o b stan te, en sus m om entos

Colonias de la Magna Grecia

Cumas. e *Neápolis. • wDicearquia. ITALIA.

Pitecusa

• Tarento.

Posidonia (Pesto).

• Metaponto. Elea.

Hidrunto. •Siris.

• Pixunte.

Pr. Palinuro.

► Calipolis.

LauMLaos?). • Síbaris. MAR TIRRENO. • Petelia. •Tem esa.

•Crotona.

• Terina. I. Liparas

Medama.

•Lipara

iMilas. •Zancle. «Locros Epicefiros. •Regio.

Erice. «Panormo. . _ . -ér «Solunte. I. Egates .Segesta. M. otia·

M. Etna. «Naxos.

★Entela. •Selinunte.

MAR JONICO. • Caulonia.

SICIL,A·

•Catania.

Acragas (Agrigento).

• Leontini. • Megara Hiblea.

Gela. Camarina.

Acras. ©

«Siracusa.

Casmenas. Colonias griegas.

Ciudades fenicias.

★ Plazas fuertes.

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m era desconocem os su localización exacta, pero se hallaba en la costa en­ tre C atan a y N axos, siendo esta últi­ m a su m etrópoli. Leontinos lo fue de la segunda, tam poco identificada con seguridad. A m bas tuvieron una pervi­ v e n d a lim itada. D e E uboea sabemos que fue capturada por G elón, siendo sus habitantes vendidos unos como esclavos y otros transferidos a Siracu­ sa (Strab. V I 2, 6; X , 1, 15; H erod, V II, 156). A los establecim ientos calcidios sicilianos hay que sum ar Zancle y M ylae, las actuales M essina y Milazzo. Z A N C L E , del térm ino sículo zanclon que designaba la hoz o elem ento curvo alusivo a la form a de su magní­ fico p u e rto , sería colonizada, de ha­ cer caso al testim onio de Tucídides (V I, 4, 5-6), por piratas procedentes de la colonia calcidia de Cum as a los que se unirían posteriorm ente un con­ tingente de calcidios y de eubeos en general. Se efectuaría, pues, en dos m om entos distintos. Tuvieron como oikistais a Perieres y C ratem enes, ori­ ginarios de Cum as y Calcis, respecti­ vam ente. Su cronología es dudosa pues falta en Tucídides y los datos ap o rtad o s por otros autores son su­ m am ente confusos. Q uizá el asenta­ m iento de los cum anos se produjera hacia el 755 — antes, por tanto, de la fundación de N axos— , y el de los eu b e o s y calcidios más tard e, con p o s te rio rid a d a N ax o s, L e o n tin o s y C atana. M ás tard e se produciría el cam ­ bio de nom bre, de Zancle a M essene, a resultas del aflujo allí de mesenios hacia el 664-660 a. J. C. La ubicación de Zancle, elegida para vigilar el paso del estrecho de M esina y p roteger así el acceso a las otras colonias calcidias de Italia — Cum as y Pitecusa— no era apropia­ da, sin em bargo, para el desarrollo de una ciudad grande, puesío que toda am pliación estaba vedada por las m ontañas que rodean el em plaza­ m iento de dicha colonia. Por esta ra­

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zón, los habitantes de Zancle se ex­ pandieron rápidam ente hacia un lugar de la costa norte de Sicilia, próxim a a la m etrópoli pero que podía p ro p o r­ cionarles las tierras necesarias. A sí es como surgió M Y L A E , en una penín­ sula unida por un istmo al resto de Sicilia, considerada siem pre un apén­ dice de Zancle. Colonia tam bién de Z ancle es H IM E R A (Tue. V I, 5, 1), más hacia el E ste, entre Cefalú y P aterno, fun­ dada en 648 por calcidios de M essina y los M ilétidas, grupo de exiliados procedentes de Siracusa, establecidos en principio en Z ancle, así como un p ro b a b le c o n tin g e n te de eu b eo s. C ontaba con una extensión suficiente de tierra laborable en el valle del río H im eras pero sus dim ensiones fueron siem pre reducidas. La fama de su nom bre la debió a la gran derrota en el 480 de la coalición form ada por Terilo de H im era, A naxilao de Rhegion y C artago ante T erón de A grigento apoyado por G elón de Siracusa. El control del estrecho de M esi­ na quedó definitivam ente en m anos calcidias con la fundación, poco pos­ terior a la de Zancle en el lado opues­ to, de R H E G IO N , en la que partici­ paron tam bién no sólo gentes eubeas sino m esenios, según nos transm ite, de m anera unánim e, la tradición. E s­ tos m esenios, fugitivos del Peloponeso a consecuencia de la conquista espar­ tana de su territorio, tuvieron una participación decisiva en la vida pos­ terior de la ciudad. Los vestigios de la ciudad antigua son bastante escasos pues se encuen­ tran bajo la actual Reggio, a lo que se sum an los desastres ocasionados por los frecuentes movim ientos sísmicos. No obstante, adem ás de una necrópo­ lis, se conocen los em plazam ientos de los tem plos, más los restos del recinto am urallado y otros hallazgos cerám i­ cos datados en el siglo VII. V em os, pues, q u e la colonización calcidia se circunscribió a dos zonas determ inadas: en la península itálica,

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La colonización griega

Anfora del Píreo (630-620) Museo Nacional de Atenas

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C am pania, con el golfo de N ápoles incluido, y en Sicilia, la zona n o rte de la costa orien tal, incluidas am bas p a r­ tes del estrecho de M esina. L a ex p an ­ sión occidental de Calcis term in ó así prácticam en te con el com ienzo de la nueva centuria (excepto el caso de H im era). T an tem prano languidecer no puede d ejar de conectarse con la g u erra lelantina, de fatales conse­ cuencias para las dos grandes polis eubeas. El o tro gran bloque de colonias está form ado por las llam adas global­ m ente dorias. La más antigua y de m ayor im ­ p o rtan cia es S IR A C U S A . F u n d ad a según Tucídides (V I, 3, 2) un año después de N axos, esto es, en el 733, fue su oikistés A rchias, m iem bro de los B aquiadas de C orinto, el cual, a consecuencia de un asunto am oroso con final desgraciado, recibió ó rdenes del A p o lo délfico p ara exiliarse y fu n d a r una colonia. El núcleo prim iti­ vo de la ciudad estaba en la isla O rtigia, de donde — según T ucídides— fu ero n expulsados sus prim itivos h a­ b itan tes sículos. P osteriorm ente, en el siglo v il, un dique o calzada artificial convirtió O rtigia en península. La si­ tuación era sum am ente favorable en una acrópolis natu ral, fácilm ente d e­ fendida con dos puertos y lo que es m enos frecu en te, una fuente de agua ■dulce — el m anantial de A retu sa— , cuyo caudal bastaba para abastecer a to d a una ciudad. Estas ventajas, in­ d u d ab les, no fueron suficientes, sin em b arg o , para sus ciudadanos que necesitab an cam pos cultivables con los que satisfacer sus necesidades. E s­ tos los enco n traro n en los valles in te ­ riores de A n ap o y Cassibile. A sí, O r­ tigia q ued ó reservada a edificios ofi­ ciales m ientras el grueso de la po b la­ ción se concentró en las pendientes m eridion ales de los altos de las E p i­ polas, en los tres barrios conocidos de A c rad in e , Tyche y N eapolis. Las noticias del historiador grie­ go sobre la existencia del asentam ien­

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to sículo an terio r a la llegada de los griegos se han visto p len am en te con­ firm adas por la arqueología, pues, ta n to en O rtigia com o en los alre d e­ d ores de Siracusa, se han en co n trad o num erosas huellas de civilización si­ cula co rrespondientes a la fase previa a los griegos. E sta prim era co n fro n ta­ ción violenta dejó paso, sin em bargo, a o tras relaciones de signo pacífico. L a superioridad griega, conseguida p o r la fuerza, en cu en tra su reflejo en la com posición social de la ciudad: sa­ bem os por las fuentes (H ero d . V L 155, en tre otros) que los indígenas fu ero n reducidos a la condición de es­ clavos — los Cillirios— , m ientras que el estrato superior — los G am o ró i— estab a com puesto p o r los descen d ien ­ tes de los prim eros colonos y consti­ tu ían , com o indica su n o m b re, la aris­ tocracia te rra ten ien te . Siracusa se expandió p ro n to . La fundación de A cra, C asm ena y C am a­ rin a así lo dem uestra. D e acuerdo con T ucídides, A C R A fue fundada seten ­ ta años después de Siracusa y CASM E N A , veinte años después de A cra, c o rresp o ndientes a 663 para la prim e­ ra y 643 a la segunda. P arece, sin em ­ b arg o , que no fueron auténticas p o ­ leis in d ependientes sino que p e rm a ­ n eciero n siem pre bajo la tutela de Si­ racusa. La ubicación de am bas en el valle del A napo o to rgaron a ésta el dom inio de un rico valle donde se cul­ tivaban cereales y olivos. P ara ello, d e b ie ro n expulsar, o so m eter, a los sículos que lo h ab itaban y cuyos asen ­ tam ien to s se han en co n trad o en Pantalica, M onte Finocchito y en Pinnita. C A M A R IN A tiene en c o n tra p o ­ sición a las an terio res un em p laza­ m iento costero, en el litoral m erid io ­ nal de Sicilia en la desem bocadura del H ip aris, evocado por P índaro. Fue fundada ciento trein ta y cinco años d espués de Siracusa, es decir, en el 598. Su negativa a aceptar la a u to ri­ dad de la m etrópoli valió a sus h ab i­ ta n te s, d erro tad o s por los siracusanos, la expulsión de su ciudad, corres-

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La colonización griega

Oinochoe protoático (Mediados del siglo VII a.C.) Museo Nacional de Atenas

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p o n d ien te a la noticia según la cual C am arina fue d estruida c u aren ta años después de su nacim iento (Ps. Scim no vv. 294-296), esto es, en el 528. A p esar de ello, sin em b arg o , no d esa­ pareció y a com ienzos del siglo V pasó a m an o s de H ip ó c ra te s, tira n o de G ela, h asta su liberación en el 492. A ños después es d esp o b lad a de n u e ­ vo p o r G elón que la coloniza p o r te r­ cera vez. La región in terio r tras la línea Siracusa-C am arina donde existían cen­ tros sículos im po rtan tes — com o d e ­ m u estran los hallazgos en to rn o a Cassibile y Castelluccio— resu ltó p ro ­ fun d am en te helenizada, a resultas de la irradiación podero sa de Siracusa y sus apéndices, lo que d em u estra la v ariedad de trato infligido a los indí­ genas p o r esta pod erosa ciudad: unas veces em pleó la fuerza p ero tam bién supo valerse de relaciones pacíficas. P or lo dem ás, lo que conocem os de la historia de Siracusa en el siglo VII evidencia una ciudad agitad a, con conflictos internos. E n ellos se e n ­ m arca la expulsión de los M ilétidas — m encionada supra— . E sta conflicti­ vidad in tern a d eterm in aría la in tro ­ ducción de m odificaciones en un sis­ tem a de gobierno estrictam en te aris­ tocrático y una estabilización de la si­ tuación en el siglo siguiente. La vecina ciudad de C o rin to , en el Istm o , M egara, tuvo tam b ién su p a ­ pel en la colonización siciliana. Sus com ienzos están relacionados en las fuentes con las em presas calcidias. Según E strab ó n (VI 2, 2), las m ás an ­ tiguas ciudades siciliotas era n N axos y M egara: T eocles co n d u jo allí un contingente form ado en su m ayor p a rte por calcidios pero tam b ién por jonios y dorios, estos últim os m egarenses p rev alen tem en te. Los calcidios fundarían N axos y los m egarenses M E G A R A , llam ada a n te rio rm e n te H ibla. El resto de dorios p erm an eció en el cabo Z efirio hasta unirse a los que bajo la dirección de A rq u ias llega­ ron desde Corinto para fundar Siracusa.

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La versión de T ucídides (V I 4, 12) — nuestro testimonio fundam ental— d ifie re de la e s tra b o n ia n a , p u es, según su n arración, m ientras las pri­ m e ra s colonias calcidias lleg a ro n , conducidas por T eocles, se p ro d u jo tam b ién una em presa m egarense diri­ gida p o r su oikistés Lam is. Se estab le ­ ció ésta a orillas del río P an tacia, en la localidad de T ro tilo , aband o n an d o después este enclave p a ra ap ro x im ar­ se a los calcidios de L eontinos. Sien­ do expulsado de allí po sterio rm en te, in ten tó colonizar T apso pero encon­ tró allí la m uerte. El resto de los colo­ nos aceptó el ofrecim iento hecho por el rey sículo H iblon de darles tierra , fu n d an d o así, hacia el 727, la ciudad de M E G A R A H IB L E A , d o n d e vi­ vieron hasta ser expulsados p o r G e ­ lón de Siracusa. D icha ciudad, por ta n to , se incluye en tre las m ás an ti­ guas de Sicilia. D el estudio arqueológico de M e­ gara H iblea parece deducirse que el em plazam iento del nuevo núcleo no se hizo sobre la an terio r e indígena H ibla — com o afirm a É foro— , pues este cen tro sículo se levantaba más hacia el interior, cerca de la Melilli ac­ tu al, d o nde se han en co n trad o n um e­ rosos vestigios de una civilización in­ dígena prim itiva, sino en un lugar a p a rte del que q u edan asim ism o m u­ chas huellas, dos tem plos, p o r eje m ­ plo. Sus relaciones con los sículos, se­ gún se desprende de la tradición histo riográfica, fueron excelentes desde sus com ienzos. Su extensión es m u­ cho m ás reducida que la ocupada por la m ayoría de las ciudades griegas de Italia o Sicilia y, aunque tam poco p o ­ seía un p u erto n atu ral, su costa está p ro teg id a de los vientos del n o rte por el M onte T au ro , de form a que podía o frecer ventajas para fo n dear. D e to ­ dos m odos, su territo rio no puede co m pararse en cuanto a riqueza al d isfrutado por L eontinos o Siracusa, ciudades a su vez que le cortaban to ­ da posibilidad de expansión. Por esta razón, p arte de su población se vio

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forzada a em igrar, estableciendo así en el siglo V II un asen tam ien to nuevo, S elinunte, de m ucho m ayor prestigio y riqueza que su m etrópoli. E sta fue d estruida en el 483-2 por G eló n , revi­ viendo sólo en época helenística, pero no por m ucho tiem p o , aniquilada por los rom an o s cuando sitiaron Siracusa. S E L IN U N T E debió su creación a colonos de M egara H iblea dirigidos po r Pam m ilo, el cual, según la tra d i­

cional costum bre, fue enviado p o r la M egara m etropolitana para dirigir la em p resa, acaecida cien años después de M egara H iblea (Tue. V I 4, 2), es decir, en el 627 o en el 650, pues según D io d o ro (X III 59, 4), se hizo doscien­ tos cu arenta y dos años antes de su cap tu ra por los cartagineses, en el 408. El punto elegido, al O este de G ela en la costa m eridional siciliana, sobre un altozano, disponía de una

Hidria ática (Siglo V) Nápoles

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am plia zona apta para la ag ricultura, en tre el m ar y las m ontañas especial­ m en te en dirección o este, sin que p u ed a com pararse, de todos m odos, a las llanuras fam osas de L eo n tin o s o G ela. La falta de huellas an terio res a los griegos indica la no existencia de una ocupación previa del lugar. Las ruinas actuales constituyen un espec­ táculo realm en te im presionante p ara el visitante por la eno rm id ad de las dim ensiones de los tem plos, d en tro de un paisaje de gran belleza, te sti­ m onio todavía vivo de la riqueza al­ canzada p o r los h ab itan tes de esta ciudad en los siglos VI y V. La o b te n ­ ción de tales recursos sólo pudo h a ­ cerse a base de d om inar un área im ­ p o rta n te , habida cuenta de q ue sus propias tierras no eran especialm ente feraces. La extensión de su ám bito te ­ rrito rial se hizo hacia el E ste, in­ cluyéndose así la fran ja hasta la ac­ tual Sciacca o T erm as de Selinunte. M ás al E ste, en la desem b o cad u ra del P latani se estableció M inoa, llam ada después H E R A C L E A M IN O A q ue, a p esar de ser una colonia de S elinun­ te, a finales del siglo VI, pasó a p o d e r de A grigento. P o r el O este, la expansión se efectuó tan sólo hasta M azara (M azzara del V allo), lím ite ya de S elinun­ te , m ás allá del cual era te rrito rio de las ciudades fenicias, situadas en el rincón occidental de Sicilia. H acia el N o rte, se extendió tan to cu an to lo perm itiero n los Elim ios indígenas y la ciudad de Segesta; esta vecindad sería causante de p erp etu o s incidentes e n ­ tre am bas ciudades. A este grupo de colonias dorias p e rten ec e G E L A . Su em plazam iento estaba ya en la zona occidental de Si­ cilia, a diferencia de los fundados en el siglo v in q u e, com o se ha visto, surgían en la Sicilia orien tal. Situada ju n to al río del m ismo n o m b re, fue fundada por rodios y cretenses en una expedición dirigida por dos oikistai, A ntiphem o de R odas y E u tim o de C re ta, en una fecha p o sterio r en cua­

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re n ta y cinco años a Siracusa, es d e­ cir, en el 688. El prim itivo reducto de la colonia, sobre una acrópolis n a tu ­ ral, se llam aba Lindos, lo cual eviden­ cia, ju n to al culto recibido p o r A ntifem o, una prep o n d eran cia rodia. Las circunstancias en que se p ro ­ d u jo la fundación de la ciudad están en p a rte oscurecidas p o r el desacu er­ do existente en tre los historiadores antiguos, pues m ientras alguno com o A rte m ó n de Pérgam o (F. H . G . IV fr. 5 y 342) hablan de los conflictos habidos al respecto con los sicanos, o tro s dicen que se p ro d u jo con n o r­ m alidad, es decir, que no hubo oposi­ ción de los indígenas. Q ue éstos esta­ ban allí aposentados lo d em u estran los vestigios de un núcleo indígena con un nivel de civilización b astante retrasad o . E n cualquier caso, lo que sí fue o b jeto de oposición p o r p arte de los autóctonos no fue tan to el p ro ­ pio em plazam iento cuanto el dom inio de la llanura, cuyas tierras de labor bien irrigadas, fam osas en la A n tig ü e ­ d ad p o r su feracidad, si bien no en dem asía extensas, constituían la p rin ­ cipal fuente de riqueza para unos y otros. Los sicanos estab a n , adem ás, bien asentados en las m ontañas que ro d ean la llanura, pues han sido e n ­ co n tra d o s ab u n d a n tes vestigios de ellos. Su helenización, sin em bargo, p u e d e co m probarse fue te m p ra n a , puesto que com enzó ya a m ediados del siglo vil y continuó a lo largo de los dos siglos siguientes. A sí lo re ­ flejan las excavaciones em prendidas en el in terio r del territo rio de G ela, hasta la región de C altagirone sobre la altiplanicie de Piazza A rm erin a, en San M auro, C altagirone o T erravecchia di G ram m ichele. La expansión de G ela, frenada hacia el E ste por C am arina — el lím ite estaría en el río D irillo— y hacia el norte p o r los sicanos, se efectuó hacia el O e ste, fun­ d ando en esa dirección su principal colonia. A G R IG E N T O , en efecto, alcan­ zaría m ayor im portancia que G ela, su

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m etrópoli. C olonos de G ela fu n d aro n A cragas, o A g rigento, ciento ocho años después de su llegada a Sicilia, en el 580, im poniendo a la nueva ciu­ dad las m ism as leyes (Tue. V I 4, 4). E l que esta expedición fuera co m an ­ dada po r dos oikistai — com o le a tri­ buye p a rte de la tradición— consti­ tuye un reflejo de los dos contingentes fun d ad o res de G ela, su p u estam en te p articipan tes tam bién en A grigento. Según p arece, a juzgar una vez m ás por los vestigios arqueológicos, antes de producirse la definitiva fu n ­ dación de A g rig en to , h ubo una in te n ­ to n a previa, asim ism o griega, realiza­ da en la zona p o sterio r del p u e rto , que fracasaría por la resistencia o fre ­ cida por los indígenas. E xisten huellas al respecto que p erm iten su p o n er un en fren tam ien to en tre am bos. El em plazam iento definitivo se situó en las proxim idades de la costa, p ero no directam en te ju n to al m ar. C onstituye uno de los más expresivos ejem plos de colonia agrícola, pues disponía de vastas extensiones de tie­ rra , p ro d u cto ra de ab u n d an tes re c u r­ sos: cereales, aceite, vino, etc. Ello posibilitó su enorm e creci­ m ien to , pues, no en vano a p a rtir de la acrópolis prim itiva, llegó a estar considerada com o una de las ciudades antiguas m ás ricas y po b lad as con unos 200.000 h ab itan tes de los cuales sólo eran ciudadanos de pleno d e re ­ cho un 10 por 100, unos 20.000. Las ruinas, visibles hoy en día, com o las im ponentes del tem plo de Z eu s, cons­ tituyen un magnífico ejem plo de ello. E sta am pliación de las disponibi­ lidades territo riales agrigentinas se hi­ zo a expensas de los sicanos, cuya re ­ sistencia quedó finalm ente vencida p o r obra del tirano F álaris, fam oso p o r la crueldad de sus m étodos de go­ bierno y cuyo m an d ato , d esarrollado en tre 565-549, acabó con su m uerte violenta. La expansión colonial griega en Sicilia qued ó d etenida en la p arte oc­ cidental por la presencia allí de ciuda­

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des fenicias con unos intereses con­ cretos, protegidos p o r C artago. P aralelam ente a ella, se d esarro ­ lló la efectuada en el Sur de la p en ín ­ sula itálica, cuyos condicionantes geo­ gráficos y hum anos im prim ieron unas características diferentes. A sí, podría m encionarse la difícil com unicación e n tre am bas fachadas m arítim as e, in ­ cluso, a lo largo de cada una de ellas, p o r la presencia de elevadas m o n ta­ ñas y p o rque la oposición indígena se d em ostró más fu erte y eficaz a la hora de d efender su te rrito rio contra los ex tran jeros. Los griegos se asentaron en esta zona d en tro del área com prendida e n ­ tre la bahía de N ápoles al N o rte y el golfo de T aren to al Sur sin que el lito­ ral adriático a traje ra su atención. D e las prim eras fundaciones cal­ cidias — Pitecusa, C um as y después R hegion— hem os hablado ya. Los es­ tados em peñados en las colonias itáli­ cas son, sin em bargo, diferentes de los com prom etidos en Sicilia. E n tre ellos ocupan lugares destacados distin­ tos grupos peloponesios, aqueos, es­ p artan o s, así com o locrios y algunas ciudades griegas m inorasiáticas. E n cuanto a su cronología, estas funda­ ciones com enzaron a efectuarse a fi­ nales del siglo VIII en lugares ubica­ dos en el golfo de T a re n to . La m ás tem p ran a de las colonias peloponesias fue S IB A R IS , fundada por un grupo de aqueos a las órdenes del oikistés Is de Elis (Strab. VI 1, 13). Parece q ue, al principio, fueron partícipes de esta em presa ciudadanos de T recén , pero dada la superioridad num érica de los aqueos, éstos los ex­ pulsaro n , yendo a establecerse a Posi­ donia. La fecha de su fundación no es del todo clara, debido al desacuerdo existente entre los au tores antiguos, que la sitúan, bien en el 720, bien en el 709. Su ubicación se situó en tre los ríos C rates y Síbaris, estando antigua­ m ente m ás cerca del m ar que en la actu alid ad, debido a los depósitos

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aluviales que han desfigurado la zona. Incluso, parece, se po d ría acceder desde el m ar, río arriba. E n todo ca­ so, la proverbial riqueza de los sib ari­ tas estaba fundada en la fertilidad agrícola de la inm ensa llanura d o m i­ nada p o r la nueva ciudad, d o n d e se cultivaban cereales, vid y olivo, a p a r­ te de otros recursos, com o la m ad era y la pez, extraídas de los grandes b o s­ ques de sus proxim idades, y la p lata de sus m inas (T. L iv., X X X , 19). T a ­ les posibilidades a tra je ro n a n u m e ro ­ sos h ab itan tes, hasta llegar a conver­ tirse en la m ayor ciudad de Italia, pu es, adem ás, dice D io d o ro (X II, 9, 2), Sibaris concedía fácilm ente a los ex tra n je ro s el derecho de ciudadanía. Su población llegó a co n tar 100.000 personas ó 300.000 según otros autores.

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Sibaris dom inó un extenso te rri­ to rio que com prendía no sólo los va­ lles de los dos ríos C rates y Sibaris, sino que llegaba hasta el T irren o . A finales del siglo Vil controlaba cuatro tribus y veinticinco núcleos. Sus dos colonias principales fueron L A O S y S C ID R O S . La situación e historia de esta últim a son desconocidas quizá p o rq u e no se desarrolló. E n cuanto a L ao s se e n c o n tra b a p ro b ab lem e n te ju n to al río hom ónim o y fue una ciu­ dad in d ep en d ien te cuyas m onedas se acu ñ aron siguiendo m odelos sibaritas. E sta riqueza por la que Sibaris fue conocida en la A n tigüedad no im ­ pidió su p ro n ta desaparición. Los constantes conflictos con su vecina C ro to n a acabaron en un e n fre n ta ­ m iento abierto a consecuencia del cual, tras la d e rro ta sibarita en el 511510, esta ciudad fue arrasad a, siendo desviado el río C rates para que co­ rriera por su antiguo em plazam iento. Los supervivientes se refugiaron en las colonias próxim as. H ubo varios in ten to s de revitalizar Sibaris, según nos inform a D iodoro (X I 48, 4). A sí, ya en el 476-5 fueron asediados n u e­ v am ente por los C ro to n a y en el 453-2 tam b ién éstos les obligaron a abdicar

Oinochoe corintio (625-600 a.C.) Corinto

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de sus preten sio n es, ten d en tes a un renacim ien to de la ciudad. P ero e n ­ tonces acudieron a E sp a rta y A ten as, decidiendo Pericles el envío de una colonia panhelénica. El p rim er grupo de colonos para la repoblación de Sibaris llegó en el 446-5, pero al año siguiente, tras surgir dificultades, los sibaritas fueron expulsados. Los n u e ­ vos colonos, m ás o tros recién llega­ dos, fu n d aro n T U R IO S en el 444-3 en una colina situada algo al in terio r. L a nueva ciudad, constru id a se­ gún el conocido plano hipodám ico, no ten d ría, sin em b arg o , larga vida. Sus ciudadanos p ro n to se dividieron en dos b andos, defensores de distin­ tos regím enes políticos, u n o , d em o ­ crático p ro aten ien se, o tro , el de los aristócratas, p ro esp artan o . A finales del siglo V, la ciudad se fue d eb ilitan ­ do tam bién por los ataq u es de los lucanos, cada vez m ás belicosos. T a m ­ bién L aos, la colonia sib arita, acabó sus días al com ienzo del siglo IV. D e todas las colonias p a tro c in a ­ das p o r Sibaris, co rresp o n d e a P O S I­ D O N IA (actual P aestum ) la m ayor gloria, siendo la m ás se p ten trio n al y adem ás la m ejo r conocida. Sus fu n d a ­ dores fu ero n sibaritas pero no aq u eo s, sino los trecen io s expulsados poco después de la fundación de Sibaris. C onfirm ación de esto se ha e n c o n tra ­ do en el propio no m b re de la ciudad y en el culto trib u tad o allí a P oseidón, divinidad b ajo cuya advocación e sta ­ ba p u esta la ciudad de T recén . Sobre su cronología no ten em o s ningún dato p re c iso , p e ro , p o s te rio r a Sibaris, d eb e situarse en el tran scu rso del siglo VII, quizá en las prim eras décad as, efectu án d o se, al p a re c e r, en dos m o­ m entos, según nos dice E stra b ó n (V n, 13), al principio en la m ism a costa, algo al in terio r después. Su em plazam iento era favorable, desde el p u n to de vista de las com u n i­ caciones. Situado a orillas del río Sele (o Silaris antiguo), dom inaba el cam i­ no hacia el interior: a través del valle del T an ag ro , y del D iano se alcanza­

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ba el sur en dirección a la llanura si­ b arita y com unicaba con M etaponto m ediante un afluente del Sele, que conducía al valle del B asento para descen d er hacia aquella ciudad. Por o tra p a rte , podía conectar con C am ­ pania e Italia central a través de Sa­ lerno. Sin em bargo, la ausencia de defensas n aturales harían de Posido­ nia un objetivo fácilm ente atacable, estan d o expuesta a intrusiones de los lucanos aborígenes. El río Sele constituyó el lím ite del territo rio de esta colonia. Las tie­ rras al N orte de dicho río no en traro n nunca en la órbita de Posidonia ni fueron tam poco perm eables a los in­ flujos helénicos. E n m anos etruscas a p a rtir del 530-525, el Sele delim itó am bas esferas de influencia, etruscas, al N o rte, griegas, al Sur. E sta situa­ ción no siem pre fue cóm oda p ara Po­ sidonia, ni exenta de problem as. A ca­ bó sucum biendo a los ataques de las tribus sabélicas a finales del siglo V o com ienzos del siglo IV. C R O T O N A , la vecina y rival im ­ p en iten te de Sibaris, fue tam bién co­ lonia aquea algo p o sterio r a ésta, pues su fundación se sitúa en el 708 a. J.C . p o r el oikistés M iscello, p o r órdenes del o rá c u lo délfico (D iod. Sic. fr. V III, 17), cuyo tríp o d e se p e rp etu ó com o em blem a de la ciudad en sus m onedas. Su em plazam iento parece haber estad o anterio rm en te h ab itad o por in­ dígenas, pero el núcleo prim itivo, en una acrópolis sobre un p ro m o n to rio , se am plió con rapidez hasta alcanzar una superficie m uy vasta. T ito Livio (X X IV 3, 1) dice, incluso, que la lon­ gitud de sus m urallas en el siglo III era de 18 km. T enía un p u e rto doble, si bien m ediocre y poco p ro tegido, y tierras cultivables, no tan fértiles co­ mo las de su vecina, en la llanura del valle del N eto. Ello ocasionó, pues, su rápido crecim iento económ ico y h u m an o , de lo que en la actualidad no qued a casi ningún rastro. C ro tona era fam osa en tre los an-

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tiguos por su tem plo consagrado a H era Lacinia y situado en el cabo L a­ cinio (el actual cabo C olonna). E ra in ­ dudablem en te el m ás conocido de to ­ do el Sur de Italia, quizá p o r h ab er asimilado algún antiguo culto indígena. E l episodio histórico m ás so b re ­ saliente de su historia prim itiva (Strb. VI 1, 10) está provisto p o r su to tal d erro ta en la guerra m an ten id a con L ocros, a orillas del río Sagra, hacia el 540-535, lo que no im pidió, sin em ­ bargo que, años m ás ta rd e , p u d iera infligir a Sibaris un golpe tan d u ro que conllevó a su práctica d esaparición. L a expansión crotoniana se efec­ tuó en varias direcciones. E n princi­ pio, com o se ha indicado, hacia el N o rte, en el valle bajo del N e to , d o n ­ de surgieron los enclaves de M acallia, Petelia, C rim isa, hasta llegar al lím ite del ám bito de influencia sibarita m a r­ cado por el río T raen te. H acia el Sur, llegó hasta toparse con el río Sagra, fro n tera septen trio n al de Locros. E n esta zona m eridional de C ro to n a fu n ­ do C A U L O N IA . E ra ésta una colonia aq u ea, se­ gún la tradición reflejada en tre otros por E strab ó n (V I, 1, 10) de cro n o lo ­ gía incierta, pero p o sterio r en todo caso a la de C ro to n a, atribuyéndosele norm alm ente la fecha de 675-70. D a ­ das sus dim ensiones, no pasó nunca de ser un enclave de im portancia re ­ ducida, aunque se han en co n trad o vestigios notables, com o sus fortifica­ ciones y un tem plo dórico del siglo V. T ras disfrutar de un p eríodo de in d e­ pendencia, C aulonia cayó en m anos de Locros en el 389, siendo tran sferi­ dos sus habitantes a Sicilia (D iod. Sic. X IV , 103-6). Tam bién en el ám bito de p o d e r de C roto n a estaba S C Y L L E T IO N , en la mism a dirección de C aulonia y a n ­ tes de ésta. P ro b ab lem en te, tuvo al com ienzo una existencia in d e p e n d ie n ­ te, term in an d o , sin em b arg o , p o r caer en m anos de su p o d ero sa vecina con cuyo territo rio colindaba. F in alm en te, corrió la mism a suerte que la a n te rio r,

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siendo anexionada a Locros a com ien­ zos del siglo IV. A l o tro lado del istm o de Scylletio n , C ro to n a fundó T E R IN A , pero d esconocem os cu ándo, dato este om i­ tido p o r la historiografía antigua. Se su pone que en el siglo VII o VI, pero m ás p ro b ab le m en te lo fue tras la des­ trucción de Sibaris en el 510, p o r el au ­ m en to de p o d er que esta victoria con­ llevó p ara los crotoniatas. D el estudio arqueológico se deduce su existencia a com ienzos del siglo V, pues de e n to n ­ ces d atan sus prim eras m onedas. C ro to n a , de todas m aneras, so­ m etió a su influencia otras localidades de la costa tirren a com o M edm a, Hipp o nion o Tem essa. A p a rte de ello, tras la destrucción de Sibaris, toda aquella zona pasó a estar bajo su d o ­ m inio, de m anera que se convirtió en la ciudad m ás im portante del Sur de Italia, si bien tal p repotencia no duró m ucho tiem po, pues ya a finales del siglo V su declive había com enzado. E n tre las colonias aqueas m erece u na especial atención T A R E N T O , fundada muy poco después de C ro to ­ n a, hacia el 706. El m otivo de crea­ ción de esta colonia se sale de lo n o r­ m al, pues, según la tradición, los co­ lonos p rovenientes de E sp arta bajo la dirección del oikistés F alan to , eran hijos ilegítim os de las esp artan as, h a­ bidos con aquellos que no habían p o ­ dido p articipar en la prim era guerra m esenia. Al finalizar la gu erra, fue­ ron privados de la totalidad de los d e ­ rechos de ciudadanía, y designados P arth en io i, pero, no resignándose a su su erte, organizaron una revuelta q ue fue descubierta. Su jefe, F alan to , fue enviado a D elfos, cuyo oráculo le o rd en ó la colonización de la región de T a re n to (Strb. V I, 3,2 y 3,3). D ejan d o aparte algunos detalles en los que difieren las diferentes ver­ siones, el hecho de su fundación por laconios es claro, pues no sólo todos los au to res antiguos están de acuerdo en este punto, sino que o tra serie de datos lo confirm a, por e jem p lo , el

La colonización griega

dialecto dorio em pleado tan to p o r los taren tin o s com o en H eraclea, colonia de T a re n to , la institución del eforado vigente en aquélla, los cultos, etc. T am bién se p resen ta com o evidente el hecho de que los colonos serían gente sin plenitud de derechos, d e­ seosa de tierras para cultivar de las que se veían privados en E sp a rta por su status jurídico. N o parece que su asen tam ien to en el pun to elegido fuera origen de problem as con los indígenas, com o tam poco los hubo en estos prim eros m om en to s de la colonia. M ás bien d e ­ bem os p resu p o n er lo co n trario . El hallazgo de algunos vasos p rotocorintos en la A pulia m eridional ap u n ta hacia la existencia de una co rrien te de intercam bios con los indígenas, ya a com ienzos del siglo VII. T a re n to tenía una situación m uy v en tajo sa derivada sobre to d o de su p u e rto , el m ejo r, sin d u d a, de to d a la costa m eridional de Italia, que sería la clave en el desarrollo de la ciudad. D isponía tam bién de terren o s cultiva­ bles, si bien aquella zona apulia era, en gen eral, bastan te árid a, au n q u e producía cereales, vid y olivo. T a m ­ bién fue fam osa p o r sus caballos. El recinto u rb an o de la ciudad se extendió hacia el E ste. U na sistem áti­ ca investigación arqueológica está im ­ posibilitada, no o b stan te, p o r hallarse bajo la ciudad actual. Por esta razón, sólo se han hallado restos esporádicos que nos ilustran, sobre to d o , del flo­ recim iento de la vida religiosa en el siglo Vil. Las relaciones con las tribus italiotas no siem pre fueron pacíficas. C onocem os la existencia de conflictos a com ienzos del siglo V con m esapios y peucetios, pero lo más d estacado es el en fren tam ien to con los yápigos que d e rro ta ro n trem en d am en te a los ta ­ rentinos en el 473. A consecuencia de ello, se p ro d u jo en la ciudad una re ­ volución de carácter d em ocrático, b a­ se del subsiguiente florecim iento de la ciudad.

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C om parada con o tras colonias griegas de su en to rn o , T aren to no al­ canzó una extensión territo rial eq u i­ parable ni siquiera en los m om entos álgidos de su p o d er a com ienzos del siglo IV, pues nunca sobrepasó la línea del ángulo n o ro rien tal del golfo de T a re n to . Sí tuvo una irradiación cul­ tu ral notable, que alcanzó de hecho, to d a A pulia. E n la zona sureste de la ciudad estab a ubicada C A L L IP O L IS , consi­ d erad a al unísono com o griega. Se tra ­ ta de un islote situado en la en trad a del golfo tare n tin o , unido a tie rra por un estrecho itsm o, d o ta d o adem ás de un m anantial. E stuvo h ab itad o p ro b a­ blem en te p o r indígenas antes de la lle­ gada de los griegos, p ro v en ien tes és­ tos de L aconia y llam ados p o r los p ro ­ pios taren tin o s. N o fue nunca una ciu­ dad in d ep en d ien te sino bajo la au to ri­ dad de T aren to . Plinio, por su p arte , da cuenta de una colonia taren tin a en la costa adriática P O R T O T A R E N T O (N H III 101) p ero que hasta hoy sigue sin identificarse. U bicada e n tre O tra n to y B rindisi quizá corresp o n d a al actual P o rto A d rian o . T am poco sabem os la fecha de esta fundación. E n el siglo V, T aren to dirigió sus ojos al suroeste para in ten ta r lograr la expansión que en A pulia le estaba ve­ dada com o consecuencia de la resis­ tencia p resentada por los autóctonos. A sí se p rodujo la fundación de H E ­ R A C L E A , en el 433-2, en el em pla­ zam iento de la antigua Siris, a la par que se aseguraba la suprem acía de la liga italiota. A fines de esta misma cen tu ria, M etaponto e n tró tam bién en la órbita de T a re n to , aunque m an ­ ten ien d o su independencia política. Señalaba en cualquier caso el límite de la expansión territo rial taren tin a. Podem os c errar la serie de colo­ nias aqueas con una im p o rtan te ciu­ d ad , M E T A P O N T O , atribuida en la leyenda a N éstor y sus com pañeros pilios al regreso de la guerra de T roya. Sus colonizadores llegaron a

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Italia llam ados p o r Sibaris, dispuesta a im pedir que T aren to se ap o d erara de las regiones vecinas (Strab. V I, 1,15). Sea o no verdad éste y otros detalles de su fundación, lo cierto es el origen aqueo de M etap o n to , asegu­ rado por la coincidencia de los testi­ m onios al respecto, siendo su cro n o ­ logía aproxim ada los com ienzos del siglo vil. Parece, no obstante, que en su fundación intervinieron otras ciuda­ des, siendo la más segura la de Focea. Se halla enclavada esta colonia en tre T aren to y H eraclea, en una lla­ nura litoral entre los ríos B asento y B radano. P robablem ente, estaría más próxim a al m ar en la A ntigüedad que ah ora, debido a que los depósitos de aluviones de los ríos han ganado te ­ rreno al m ar. No parece que aquel p unto estuviera habitado con an tela­ ción, pues el núcleo indígena está si­ tuado algo más al N orte. Las posibili­ dades de aquella llanura fueron ex­ plotadas rápidam ente, debiéndose a ellas la riqueza de la ciudad. Su base agrícola está confirm ada, adem ás, en el em blem a elegido en sus acuñacio­ nes, consistente en una espiga de tri­ go, principal producto extraído de su tierra. Posteriorm ente la facilidad de com unicación con Posidonia a través de los valles del B asento y del Sele — antiguo Silaris— favoreció los in­ tercam bios com erciales que co n tri­ buyeron, sin duda, al auge económ ico de la ciudad. Las aspiraciones de M etap o n ­ to a con tro lar las tierras cultiva­ bles de los alrededores justifican los enfrentam ientos a que se vio abocada con los cnotrios itálicos y con los tarentinos. H acia el N oreste, el límite de su expansión estuvo m arcado por el río B radano, m ientras que en di­ rección opuesta, hacia el Sureste llegó hasta los confines de Siris. H acia el interior, quizá no pueda hablarse de autoridad efectiva, s in o 'd e una irra­ diación cultural, dem ostrado por la penetración entre los indígenas de la influencia griega. El apogeo de la ciu­

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dad se alcanzó en el siglo V I, decayen­ do p o sterio rm en te hasta el extrem o de e n tra r, com o hem os visto ya, en la ó rb ita de T aren to en el siglo V sin lle­ g ar a una p érd id a de su in d e p en d en ­ cia, com o la pervivencia de las acu ñ a­ ciones m etapontinas parece sugerir. A ctu alm en te, poco q u eda en pie de la floreciente ciudad de antaño. T an sólo algunas colum nas del tem plo consagrado a H e ra, hered ero y conti­ n u a d o r, al p arecer, de un antiquísim o culto enotrio y los im ponentes reves­ tim ientos de terraco ta del dedicado a A polo. L a relación de colonias griegas en el sur de Italia no estaría com pleta sin la m ención de otros dos im p o rtan ­ tes centros: Siris y L ocros. S IR IS tuvo una existencia b a sta n ­ te b reve lo que quizá justifique lo con­ fuso de la tradición relativa a ella. F u n d ad a en el 675 p o r C olofón, cuyos ciudadanos huyeron de su p a tria a consecuencia de la expansión lidia, co­ m an d ad a p o r G iges, la nueva ciudad hizo rápidos progresos, llegando a ser realm en te pró sp era. A se n tad a en un lugar de gran riqueza agrícola, la o p u ­ lencia y lujo de sus ciudadanos fue fa­ m osa en la A n tig ü ed ad hasta ser p a ­ r a n g o n a r e a la de los sibaritas (A te ­ neo X II 523 c y d). Ello les acarreó las envidias de los estados vecinos — Si­ baris y M etap o n to — los cuales entre 575 y 535, aliados a su vez con C ro to ­ na, cap tu raro n y destru y ero n la ciu­ dad, que dejó así de existir. N o ob s­ ta n te , el lugar de su em plazam iento — dada su feracidad agrícola— fue o b ­ je to de d isp u ta en tre las ciudades asentadas en sus inm ediaciones, sobre todo en tre T urios y T a re n to , saliendo victoriosa esta últim a que logró e sta ­ blecer en aquel territo rio su colonia H eraclea. Siris no ha podido ser localizada en la actualidad con exactitud. Se al­ zaba, sin duda, muy próxim a al m ar, en la m argen izquierda del río Sinni, vía de comunicación natural con la cos­ ta tirren a y aunque el itinerario no

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Pyxis corintio (Finales del siglo VII a.C.) Museo Nacional de Atenas

deja de ser dificultoso, parece que fue utilizada por los antiguos que conec­ taban así con Pissunte (Pyxus), situ a­ da al Sur de E lea, ciudad cuya p rim e­ ra m ención histórica data del 471-470 (D iod. Sic. XI 59,4), cuando M icito, regente de Reggio y M essina, envió allí una colonia de la que no sabem os n ad a, pero de existencia a n te rio r c o ­ mo d em u estran sus acuñaciones del siglo VI. L O C R O S tiene tam bién una tra ­ dición historiográfica poco clara. Las discusiones com ienzan ya a pro p ó sito de qué grupo d en tro de los locrios protagonizó esta em presa colonial, si los opuntios o los ozolos, cosa en la que los distintos auto res antiguos no se ponen de acuerdo. E strab ó n (V I 1, 7) rechaza la atribución a los locrios opuntios hecha p o r É fo ro y prefiere otros testim onios m ás num erosos que

la achacan a los ozolos que hab itab an una zona más próxim a a Italia — la costa sep tentrional del golfo de Corin to — , m ientras que el grupo opuntio tenía su solar en las orillas del ca­ nal de E u b ea. Su fundación se hizo, de todos m odos, algo después de C ro ­ to n a y de Siracusa y m ás co n creta­ m en te hacia el 679-8 a 673-2. A l co­ m ienzo, según el geógrafo griego se establecieron en el cabo Z efiro , razón p o r lo cual recibió la ciudad el a trib u ­ to de E pizefiria, adjetivo que distin­ guía en v erdad a los locrios occidenta­ les, itálicos, de sus herm anos más orientales. Al no en co n trar tierras su­ ficientes !a aban d o n aro n . No o b stan te, propu g n ab an a los locrios opuntios com o los fundadores de la colonia autores com o Pausanias (III 19, 12), Tim eo y A ristóteles (en Polibio X II 5-16). Las noticias de Po-

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libio en esta cuestión contienen otros puntos de interés. A poya éste el crite­ rio aristotélico de acuerdo con el cual los locrios de Italia eran los descen­ dientes de los esclavos que se habían unido a las m ujeres de sus p atro n o s, fundam entado en las costum bres p a ­ triarcales vigentes entre los locrios epicefirios. A sí, dice Polibio, eran considerados nobles los hijos q ue des­ cendieron por línea fem enina de las cien familias, grupo que com ponía la élite social en la Lócride natal antes de la fundación de la colonia, y en tre ellas se elegían las vírgenes q ue, se­ gún las órdenes del oráculo, debían ser entregadas a Troya com o expia­ ción de la culpa de Ayax. A lgunas jó ­ venes muchachas de estas familias abandonaron su tierra y se encam ina­ ron a la colonia, constituyendo sus descendientes la nobleza de la nueva ciudad. El em plazam iento donde se alza­ ría Locros estaba habitado cuando se produjo la llegada de los nuevos colo­ nos. Estos, considerados más fuertes por los nativos sículos, recibieron buena acogida no obstante la cual el grupo de sículos residentes en el lugar fue expulsado m ediante una e strata­ gema. Esta ocupación previa ha sido, en efecto, confirm ada por la arq u eo ­ logía, así como la súbita interrupción de tal asentam iento a com ienzos del siglo vil. El estudio de tales vestigios manifiesta que se trataba de una civi­ lización similar a la de los sículos de Sicilia oriental, con los cuales este grupo itálico debía estar em p aren ta­ do. Entre ellos se han encontrado objetos cerámicos griegos, revelado­ res de la existencia de relaciones p re­ vias con las ciudades griegas. La ubicación de Locros no era tan favorable como la de otras colo­ nias, pues cuando se procedió a su fundación, los m ejores lugares esta­ ban ocupados ya. Disponía de algunas tierras cultivables, no parangonables, sin em bargo, a las de sus vecinas. Tam poco tenía un puerto natural, es­

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tan d o adem ás sus posibilidades ex­ pansivas lim itadas por las poderosas ciudades próxim as. E sta razón fu n d a­ m ental im pulsó a los locrios a p ro b ar fo rtu n a en otras zonas. La figura más conocida de en tre los locrios epicefi­ rios es la de su legislador Z aleu co , el m ás antiguo de los legisladores grie­ gos. N o o b stan te, la constitución lú­ crense era estrictam ente aristocrática pues ya hem os visto cóm o el p oder estab a d eten tad o en exclusiva p o r los m iem bros de esas cien fam ilias. E l ám bito geográfico elegido por L ocros para conseguir esa expansión, q ue su escasez de recursos hacía nece­ saria, fue la costa tirren a op u esta a ella. A llí establecieron la colonia de M E D M A (Str. V I 1, 5), situada en m edio de una llan u ra, en la zona ac­ tual de Piano delle V igne, d onde se han h allado num erosas terra co tas que a p u n ta n a su te m p ra n a o c u p ac ió n pues d atan de m ediados del siglo VI. E n el siglo V era ya suficientem ente p o d ero sa com o para aspirar a su in­ d ep endencia. E n esa mism a llanura hacia el Sur los locrios fundaron M E T A U R O , ju n to al río hom ónim o. Parece ser q ue, a n terio r a este asen tam ien to , fue o tro , prop ugnado por los calcidios de Z an cle, a los que sustituirían. El río P etrace (antiguo M etauro) señalaba el lím ite septentrional de la vecina R hegion. La exploración arq u eo ló g i­ ca del lugar, la actual G ioia T au ro , ha d escubierto huellas de un tem plo a r­ caico. E n dirección op u esta, es decir, al n o rte de esa llanura y de M edm a se em plazó o tro enclave locrio, H IP P O N IO N , p rocedencia confirm ada u n á­ n im em en te por la tradición. A llí había un asen tam iento indígena sículo a n te ­ rior que p e rd u ró hasta el siglo VI, re ­ v elad o r a su vez de la existencia de in­ tercam bios con los griegos vecinos. D e s c o n o c e m o s su c ro n o lo g ía exacta, pues los hallazgos arq u eológi­ cos encon trados hasta ahora proceden del siglo V y no podem os sab er, por

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ta n to , si es an terio r al siglo vi. La ciu­ d ad , en cualquier caso, hizo fo rtu n a enseguida al disponer de riqueza agrí­ cola, p ero o b ten id a tam bién p o r el com ercio y la pesca. E ste florecim ien­ to económ ico posibilitó el e n fre n ta ­ m iento ab ierto que ju n to con M edm a p lan tearo n a L ocros en el 422. L a colonización griega del Sur de Italia llegó a su fin con el estableci­ m iento de E L E A , fu n d ad a p o r los focenses expulsados de C órcega, ay u d a­ dos p o r gentes de R hegion. A caeció en torno al 540 o poco después. Ello está de acuerdo con los lazos que unían a los focenses con las colonias calcidias de O ccidente. D os de éstas, Z ancle y R hegion co n tro lab an el paso del E strech o de M esina, lo que les perm itió te n e r libre acceso al T irren o . Los vestigios arqueológicos de la ciudad p erten ecen en su m ayoría a los siglos V y IV y sólo una p eq u eñ a sec­ ción es co n tem p o rán ea de la fu n d a ­ ción de la ciudad. D estaca e n tre ellos el tem plo de Poseidón. E xistía o tro d ed icad o p ro b ab lem en te a A te n e a , d atad o en el siglo V. La ciudad fue p ró sp era a pesar de su relativo aislam iento, pues las relaciones con su vecina Posidonia no fueron siem pre fáciles, sabiendo ta m ­ bién evitar los conflictos con los lucanos indígenas. Su actividad fu n d a­ m ental parece que estuvo en focada al m ar, com o confirm aría el culto a P o ­ seidón, aunque disponía de tierra en la llanura costera, irrigada por los ríos A len tó y Fium arella.

2. Galia y Occidente mediterráneo L a prim era observación a hacer con relación a estas zonas occidentales del M ed iterrán eo es el papel protagonista de la ciudad m inorasiática de Focea. Las aguas occidentales era n , asim is­ m o, conocidas de an tañ o p ara los griegos, pero sólo más ta rd ía m en te en el siglo VII en traro n de lleno en la ó r­ b ita colonizadora helénica cuando ya estab an ocupadas las m ejores tierras — Sicilia, Sur de Italia y Ponto Euxino. E n la zona del G olfo de L yon, el lugar elegido corresponde al em plaza­ m iento de M A S S A L IA (M arsella). La p re p o n d e ran te presencia de los etruscos — que dom inaban las rutas del T irren o y traficaban desde hacía años en esa zona, cosa d em ostrada arq u eológicam ente en puntos nu m e­ rosos de las costas de Provenza y L a n g e d o c , no p u d o im p e d ir a las gentes de Fócea establecerse allí, cul­ m inando así su actuación en una fe­ cha situada en to rn o al año 600. Su em plazam iento es realm en te v e n tajo ­ so, puesto que disponía de tierras ab u n d an tes, aptas para los típicos cul­ tivos m ed iterráneos — cereales, vid, olivo— , y a la p ar, era la salida de una incipiente ruta com ercial que, a provechando el curso del R ó d an o , com unicaba con las zonas se p ten trio ­ nales de donde p rocedía, por ejem ­ plo, un m etal tan im p o rtan te com o el estaño. E n estas circunstancias su progreso fue rápido, m an ten ien d o un am plio abanico de relaciones u ltram a ­ rinas, tan to con otros enclaves focen­ ses del M ed iterrán eo occidental com o con ám bitos m ás alejados, d em o stra­ do ya a p artir del 580 con la presencia en la ciudad de cerám ica griega de muy diversa procedencia — adem ás de las características corintias y áti­ cas, las hay laconias, calcidias, quiotas y m inorasiáticas— , M assalia se convertiría, en efecto, en la ciudad com ercial m ás im p o rtan te de todo el

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área al O este de Italia, m a n te n ié n d o ­ se así hasta la época rom ana. L a expansión de su p o d erío q u e ­ dó re fle ja d a, a su vez, en su serie de asentam ien to s rep artid o s p o r la costa del Sur de Francia y rincón n o ro este de la Península Ibérica. Sin em b arg o , y a diferencia de los usos hab itu ales de los griegos en la colonización an ti­ gua, asistim os en la m ayoría de los casos a la form ación de com unidades no autó n o m as, sino d e p en d ien tes de M assalia. T ales son los casos de A n ti­ polis, N icaia, e tc ., e incluso los encla­ ves hispanos de A m purias y R h o d e. Su dependencia estaría ex p resad a en el pago de un trib u to , a m an era p ro ­ bablem en te de canon enfitéu tico , a la ciudad dominadora, puesto que ésta con­ servaba el título de p ro p ie d a d de to ­ das las tierras de su ám b ito colonial. E n cuanto a la Península Ibérica, el problem a de la presencia griega en n u estro suelo es una cuestión m uy d e­ batida y no aclarada de modo definitivo. In d u d ab lem en te, existieron con­ tactos entre la P enínsula y el M e d ite ­ rrán eo oriental desde fechas m uy al­ tas de nuestra historia. B aste reco rd ar lo que las culturas del B ronce del m e­ diodía hispano especialm ente los M i­ llares prim ero, el A rg ar después d e ­ ben a ese im pulso, m otivado a su vez p o r la riqueza m inera proverbial de la zona sur peninsular. Q u iere esto decir que las rutas conducentes a las C o­ lum nas de H ércules eran am p liam en ­ te conocidas en el ám bito eg eo-anatólico, puesto que d u ran te siglos se sir­ vieron de ellas con o b jeto de a ten d er a sus necesidades de m aterias prim as, m ás indispensables cuanto m ás se u ti­ lizaban los m etales. N o o b stan te, una cosa es conocer unas rutas com erciales y o tra cosa es em p ren d er la colonización de las zo­ nas dotad as de esos recursos. Y cier­ ta m en te, hay que co n tar en este as­ pecto con el tem p ran o inicio de la co­ lonización fenicia del Sur p eninsular que las fuentes históricas re tro tra e n al siglo XI a. J. C. Q uiere ello decir que

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los griegos debieron contar con este fac­ to r a la h o ra de p o n e r sus m iras en el extrem o occidental del M ed iterrá n eo . P recisam ente este p u n to consti­ tuye la p iedra de toque para el escla­ recim iento de la cuestión. H ay que decir, que la divergencia de opiniones se deb e a la diferente in terp retació n del m aterial arqueológico, cada vez m ás ab u n d an te conform e se va am ­ pliando el núm ero de excavaciones ab iertas, científicam ente estudiadas. Son, p o r ta n to , los arqueólogos los que llevan la voz can tan te en el tem a. E n resum en, esta diversidad de criterios puede reducirse a dos te n ­ dencias: los defensores de la existen­ cia real de la presencia griega en el m ediodía hispano y aquellos que la n iegan, al ver m ás bien en los sem i­ tas, a los p o rtad o res de esos objetos m ateriales, sacados a la luz por las excavaciones. M. B endala, en un artículo publi­ cado hace unos años sobre las estelas decorad as del Suroeste (H a b is, 8, 1977, pp. 177-205), am pliado con la consideración de otros elem entos cul­ turales sobre todo la cerám ica, e sp e­ cialm ente los vasos pintados tipo «Caram bolo» (A E sp A , 52, 1979, pp. 33 y ss.) afirm a, que estos son de origen griego y no fenicio «entendiendo lo griego en un sentido m uy am plio con inclusión de lo rodio, chipriota o mic ro a s iá tic o — y fu n d a m e n ta lm e n te con exclusión de lo sem ita». A sí, los elem entos rep resen tad o s en la m ayo­ ría de las estelas grabadas del S uroes­ te son de origen m ed iterrán eo : los es­ cudos tienen paralelos en el m undo Sam iochipriota; las fíbulas en Chipre o Sicilia; los carros son sim ilares a los rep resen tad o s en los vasos funerarios áticos del G eom étrico; lo m ism o p o ­ dría decirse de algunas arm as, los pei­ nes, espejos, etc. E n cuanto al tipo de vasos citados, son ésos en opinión del B en d ala, la versión local de las ce rá ­ micas del G eom étrico griego, deriva­ dos de la cerám ica geom étrica de los perío d o s antiguo y m edio hasta los

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La colonización griega

inicios del p eríodo reciente. El esla­ bón en tre las cerám icas griegas y las hispanas estaría constituido p o r un fragm ento cerám ico griego del G e o ­ m étrico m edio, d atad o hacia m ed ia­ dos del siglo VIH, e n c o n tra d o en H uelva. P o r lo dem ás, la cronología p ro p u esta para estas cerám icas y su re p a rto geográfico coinciden con las de las estelas g rabadas, p o r lo cual, estudiad o en su co n ju n to , es clara su derivación de im pactos culturales p ro ­ cedentes del M ed iterrán eo oriental.

R echaza, así, la acción fenicia com o responsable de este im pacto cultural añad ien d o que «puede conducir a graves erro res en el estudio de nues­ tra realidad arqueológica e histórica». Se d eb erían, p o r el co n trario , a la lle­ gada de gentes griegas responsables, pues, de un im pulso fundam ental en la génesis de la civilización tartésica, lo cual, a su vez, se incardina muy bien con la tradición escrita sobre la favo­ rable acogida dispensada a los grie­ gos por los tartesios (H eró d . IV , 152).

Oinochoe corintio (Siglo VII a.C.) Museo Nacional de Nápoles

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Los p artidarios de la segunda teoría m antienen el criterio de res­ ponsabilizar a los fenicios de la p re ­ sencia de objetos griegos. É sto s, ex­ portados p rim ero hacia las costas orientales m ed iterrán eas, serían tra í­ dos a O ccidente. A sí, p o r ejem p lo , in te rp reta M. F e rn á n d e z M ira n d a (A E spA , 52, 1979, p. 56) el frag m en ­ to cerám ico hallado en H uelva y cita­ do anterio rm en te. Fenicios y cartag i­ neses, adem ás, estarían tan fam iliari­ zados con los tipos áticos o corintios, que los im itarían fácilm ente. D e la misma m anera in terp reta o tro s hallaz­ gos de cerám ica griega producidos en diversos enclaves del ám bito fenicio en la Península con una cronología entre el siglo VIII-VI a. J. C. Los h a ­ bidos fuera del m ediodía hispano tie­ nen una datación más b aja, no siendo anteriores a fines del siglo VI y co rres­ ponderían a un aum ento de la activi­ dad com ercial griega, im pulsada so­ bre todo por M arsella. Es decir, los objetos griegos encontrados en todo el Sur peninsular con una cronología alta se deberían a la acción fenicia, mientras que los hallados fuera de su área, desde Villaricos hasta el n o rte de C ataluña, de datación m ás b a ja , responderían a una presencia griega a partir de M assalia. L levando m ás allá todavía esta teoría, apunta la posibili­ dad de que los num erosos hallazgos de piezas de tradición, no fabricación, fenicia halladas en la costa catalan a se debieran a influencias orientales no griegas que habrían precedido a las navegaciones griegas y que sólo se­ rían sustituidas por éstas tras la fu n ­ dación de M assalia, A m purias y o tros enclaves que fortalecieron la p re se n ­ cia griega en toda el área. Sólo a partir del prim er cuarto del siglo VI el panoram a se m odifica­ ría, al detectarse una expansión del comercio griego al Sur peninsular — a partir tam bién p ro b a b le m e n te de Massalia y sus centros hispanos— d e ­ mostrado por el hallazgo de un óbolo fócense en Sevilla y la serie de cerám i­

Akal Historia del Mundo Antiguo

cas griegas y otras im itadas localm en­ te que resp o n d erían a esa expansión. Los mismos hechos, pues, son in ­ terp re ta d o s de m uy distintas m aneras. A p a rte de los datos arqueológi­ cos, contam os con otros de índole historiográfica. Según esta inform ación, el p rim er viaje hacia nuestras costas fue p rotagonizado p o r C oleo, nave­ g an te de Sam os, el cual, al dirigirse hacia E g ipto, fue desviado p o r los vientos que lo llevaron m ás allá de las colum nas de H ércules, a T artessos, p u d iero n conseguir una carga de plata de 60 talentos, cuyo diezm o ofrecie­ ron en su patria a H era. La cronolo­ gía de esta aventura, que, pese a d e ­ talles inventados, es u n ánim em ente considerada histórica, d eb e situarse hacia el 650, puesto que aparece en relación con la fundación de C irene. A u n q u e ella no originó ningún e sta ­ blecim iento colonial debem os consi­ d erarla com o la continuación de una actividad com ercial, ejercitad a desde m uchísim o tiem po antes y que sería em p ren d id a por los griegos de la ép o ­ ca arcaica, una vez com enzado su proceso de norm alización tras los si­ glos oscuros. Las colonias griegas peninsulares fu ero n , com o hem os dicho ya, e m p re­ sa de F ocea. H eró d o to (I, 163) nos inform a de la presencia de focenses en T artessos a finales del siglo VII o com ienzos del siglo VI, cuyo rey A rgantonio les ayudó económ icam ente, una vez que rechazaron su ofreci­ m iento de establecerse en territo rio tartesio . El conocim iento de los fo­ censes de la región m eridional hispa­ na y de las posibilidades de T artessos les im pulsaría a la creación de dos e n ­ claves: M A IN A K E y H E M E R O S C O P E IO N . Su datación habría que situarla en torno a los com ienzos del siglo VI. A p arte de éstos, otros n om ­ bres nos son dados a conocer p o r la historiografía antigua (A vieno, E stra ­ b ó n , e tc .), com o H eracleia, A lonis, A k ra L euce, C ipela, etc. Sin e m b a r­ go, la investigación arqueológica no

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La colonización griega

A g a te .·

Marsella.

M

Nicea. ici N ·

O ® AntíPolls· • Rosas.

Olbia.

© Ampurlas. •A ialla. Cumas. jija

Colonización de la Galia y occidente Mediterráneo

co rro b o ra en absoluto las citas a n ti­ guas, de m anera que incluso J. Fernández-N ieto llega a afirm ar que se tra ta de «una descripción foceo-m asaliota de seis puntos de em barque y atra­ caderos m ás visitados en el dom inio fenicio (Historia de España I, p. 547). Es necesario tam b ién señ alar, que algunas fuentes tardías afirm an la existencia de una colonización rodia en la zona N W penin su lar, resu ltad o de la cual sería la fundación de R H O ­ D E (R osas) en una fecha m uy alta, en el siglo IX a. J. C. A rq u eo ló g ica­ m en te, sin em b arg o , los m ateriales en contrad o s en dicho lugar son b as­ tan te m ás tardíos — de fines del siglo V— así com o lo son tam b ién , aunque no ta n to , o tros hallazgos griegos habid o s 'e n aquella área, extensible hasta M assalia, fechables en el siglo VII. De todas form as, todo ello no p ro b aría

sino el conocim iento que los rodios, e n tre o tros, tenían de aquellas zonas. R h o d e sería, por ta n to , una colonia griega en la órbita m asaliota, la cual efectuó en el siglo IV, no sabem os si a iniciativa propia o de R o d as, un tra ta ­ do de isopoliteia (igualdad de d e re ­ chos políticos) con esta ciudad. El asentam iento griego hispano m ejo r conocido es, sin d uda, el de A M P U R IA S , fundado casi a la par que M arsella, en to rn o al 600 o poco después por focenses de M assalia. Al principio, estuvo situado en un islote próxim o a la costa, donde estaría la Palaiópolis (o «ciudad antigua»), para ap o sen tarse en tierra firm e algunos años después — siguiendo un proceso muy practicado por los griegos, d o n ­ de surgiría la N eápolis («ciudad n u e­ va») en to rno al 575, según d em o stra­ ción arqueológica. Ju n to a ella existía

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La colonización griega

Akal Historia del Mundo Antiguo

un poblado indígena, In d ik e, que p o ­ co a poco quedó colindante con el es­ tablecim iento griego, lo que d em u es­ tra la buena acogida dispensada por los autócto n o s a los griegos con los que m antuvieron una relación de b u e ­ n a vecindad. E l carácter com ercial de A m purias q u ed a reflejado en el n o m ­ bre de E m p o rio n elegido p a ra b a u ti­ zar este enclave. R efo rzab a el papel de M assalia en una zona que le in te ­ resab a co n tro lar y desde la q ue en la­ zó relaciones com erciales con to d o el litoral orien tal de la Península. F inalm en te, nos h arem os eco de o tra fundación fócense en este área occidental del M ed iterrán eo . M e re ­ fiero al asentam iento de A L A L IA (C órcega), fundado hacia el 560, co­ m o hito necesario en la ru ta hacia O c­ cidente. A llí se refugiaron los focenses cuando su ciudad fue cap tu rad a p o r los persas. P o sterio rm en te se es­ tablecerían en E lea, com o ya hem os visto, d entro de la zona de coloniza­ ción griega en Italia m eridional.

Mar Negro.

Bósforo.

►Epidamno. TRACIA L. Ocridio.

Neápolis. MACEDONIA.

Ciudades griegas del Adriático oriental y del norte del Egeo

®

Propóntida.

• Enos. Tasos. Metone.

•Sardla. Samotracia

CALCIDICA.

#Pario.

• Orico. Quersoneso. Imbros.

• Potidea. Valle de Tempe.

•Cícico.

* Lampsaco.

• Troya.

• Torone.

Mende.

LEMNOS

• Sigeo.

Corcira.

FRIGIA. •Dodona.

TESALIA

•Asos. Mar Egeo/ LESBOS

► Ambracia.

LIDIA.

Mar Adriático. Termópilas. Itaca.

EUBEA. • Delfos.

La colonización de estas zonas tuvo com o objetivo prim ario p ro teg er las rutas hacia la M agna G recia. D e ahí que fuera im pulsada p o r los estados griegos m ás tem p ran am en te co m p ro ­ m etidos en ella. Con estas m otivacio­ nes se fundó C O R C IR A (C orfú) en el A driático , a cargo de los eubeos, eretios y calcidios, de d o n d e, no o b s­ ta n te, fueron expulsados p ro n to por los corintios. Los prim eros d eb iero n de estar allí m uy poco tiem p o , puesto que la investigación arqueológica de la isla — magnífica vigía de los estre-

®

Abdera.

•Apolonia

•Termón.

3. Costa septentrional del Mediterráneo hasta el Mar Negro

Perlnto. ®

Maronia.

®

Bizancio. · · Calcedonia.

CEFALENIA.

•Tebas. • Meqara.

ACAYA. ZACINTO.

Calcis. • «Eretria.

•Atenas. ARCADIA.

LACONIA

CARIA.

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chos costeros— tan sólo ha revelado la huella del asentam iento corintio, establecido hacia el 733. Las relaciones de C orcira con C o rin to , sin em b a rg o , no fu e ro n siem pre lo buenas que h u b iera p o d i­ do esp erarse, dados esos lazos m o ra ­ les habituales e n tre la apoikia y su m etrópoli. N o o b stan te, C orcira p e r­ m aneció en el ám bito cultural corintio com o lo dem u estran sus vestigios ce­ rám icos. C orcira fundó m uy p ro n to una colonia filial, E P ID A M N O , en el lito­ ral ilirio (la actual D u razzo ), d ata d a en el 627, cuyo atractivo residía p ro ­ b ab lem en te en las m inas de p la ta de sus proxim idades. E n esta m ism a área p ero m ás al sur se sitúa otro enclave, A P O L O N IA , debido a iniciativa de C orinto. Su fecha ha de ser m ás o m enos si­ m ultán ea, quizá algo p o sterio r a la antes m encionada, pues la cerám ica en co n trad a — corintia y rodia— d ata del año 600 m ás o m enos. T am bién en el litoral ilirio se p ro d u jo la fundación de C O R C IR A N I G R A d e b id a a u n a e m p r e s a co n ju n ta de C orcira y la m inoasiática Cnido, acaecida a comienzos del siglo VI. E l lado o puesto de la costa adriática no tuvo en principio in terés para los griegos en los prim eros m o m en ­ tos. Sólo más tarde se situaron en la desem bo cad u ra del Po algunos n ú ­ cleos que, adem ás de disp o n er de m agníficas ex ten sio n es cu ltiv ab les, p odían estar destinados a servir de in­ term ediarios en el com ercio con los estruscos. A sí, SPIN A y A D R IA . El im p ortan te volum en de intercam bios despachado allí puede estar ilustrado p o r la abundancia de cerám ica ática de los siglos VI y V en co n trad a por los arqueólogos. P arece, no o b stan te, que Spina fue fundación etrusca en una zona de interés p referen te para ellos, donde se a se n ta ría ’una colonia griega con la que convivirían, aunque tam bién cabría el proceso inverso. A dria es en todo caso p o sterio r, pues

Aka! Historia del Mundo Antiguo

fue enviada por los atenienses en el 325 a. J. C. Los colonos se integ ra­ rían quizá en una ciudad en origen etrusca. E n cuanto a la zona n o rte del E g eo , fue una vez m ás la ciudad e u ­ bea de Calcis la que intervino allí tem p ran am en te. Las m otivaciones de estos prim eros asentam ientos, calcidios o no, serían de o rden agrícola a la vez que derivados de la necesidad de co n tar con recursos m ad ereros p a ­ ra la construcción de barcos, que p o ­ dían ser satisfechos con los m agníficos bosques de la C alcídica y resto de la costa. E n un principio, las explotacio­ nes fam osas de oro y plata en to rn o al P angeo no serían consideradas. Tan sólo después se erigirían en el princi­ pal atractivo de la zona. E n la p en ín ­ sula calcídica cuyo n om bre se deriva obviam ente de Calcis, fundó en tre otro s el enclave de T O R O N A , m ien­ tras que colonos pro ced en tes de A n ­ dros establecían con ayuda calcidia otro s enclaves en el área o riental de dicha península egea. Su colonización se com pletó con el enclave corintio de P O T ID E A fundado en to rn o al año 600. A su vez los eretrio s, expulsados de C orcira por los colonos corintios, se asen taron en M E T O N E , en el G olfo sarónico. La isla de T A SO S situada frente al litoral tracio al E ste de la Calcídica fue colonizada por P aros, em presa en la que participó com o es sabido el p o eta A rquíloco, hacia el 670. P o ste­ rio rm en te, se aven tu raro n a estab le­ cerse en la costa, pese a las dificulta­ des derivadas de la actitud belicosa de los tracios autóctonos, jm d ie n d o fun­ d ar núcleos com o N E A P O L IS y OIS IM E . Ello no im pidió que pudieran efectuarse otros asentam ientos que a fian zaro n la p resen cia griega en aquella franja litoral. A sí Q u ío s fun­ dó M A R O N E A , gentes eolias E N O , de gran im portancia por la posibilidad de com unicación con el P onto E uxi­ n o , m ientras que la m inorasiática C la­ zom enas procedió a establecer A B-

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La colonización griega

D E R A , cuyos colonos, expulsados al poco tiem po p o r los tracios, fueron reem plazados a m ediados del siglo VI p o r otros pro ced en tes de T eos. T a m ­ bién M ileto participó con el estab leci­ m iento de los enclaves de C A R D IA y L IM N A E .

4. Zona de los Estrechos L a prim era grave dificultad al tra ta r el tem a que nos ocupa en estas zonas es la falta de una narración detallada en la historiografía. Los pocos datos que tenem o s aparecen adem ás en contradicción frecuente con los a p o r­ tados p o r la A rq u eo lo g ía, aun reco ­ n ociendo lo m ucho que todavía queda p o r hacerse en este te rre n o . C o n ta ­ m os pues, con m ateriales incom pletos y contradictorios. A sí, p o r ejem p lo , la tradición avala la an tigüedad de la colonización del P onto p ero , ap arte de la falta de co rroboración a rq u e o ló ­ gica, es im probable que precediese a la colonización del M ar de M árm ara, según apreciación de gran p arte de los historiadores actuales. H echa esta necesaria o b serv a­ ción, direm os, en prim er lugar, que las ciudades protagonistas son ante todo M ileto, seguida en grado m enor por M egara. La im presionante labor realizada por la prim era de estas ciu­ dades, de la cual se decía que fundó 90 colonias en diferentes zonas, es una razón de peso para su p o n er que M ileto no pudo d esarro llar esta acti­ vidad colonizadora a p artir ún icam en ­ te de sus recursos económ icos y h u ­ m anos. M ás bien organizaría y plani­ ficaría la necesidad expansiva de las poleis griegas de Jo n ia, las cuales a p o rtarían buena p arte de los co n tin ­ gentes de colonos expedidos hacia o tra s latitudes. La penetració n m ilesia com enzó con su presencia en los D ard an elo s. A B Y D O S ocupaba un lugar clave, si­ tu ad o en la costa asiática cedido a es-

Anfora decorada (575 a.C.) Corinto

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AkaI Historia del Mundo Antiguo

tos colonos — se decía— p o r G iges, rey de Lidia, antes de m ediado el si­ glo v il. Pero el enclave m ás relev an te de M ileto en esta área fue el de C ÍZ IC O , dadas sus posibilidades agrícolas. E n efecto, su rápido desarro llo se m a­ nifiesta en la expansión alcanzada p o r sus acuñaciones de electró n p o r todo aquel ám bito en el siglo VI. N o se han enco n trad o allí vestigios an terio res a fines del siglo v il. M ás tem p ran o s son, sin em bargo, los hallazgos de D A S K Y L IO N , donde residirían p o s­ terio rm e n te los sátrapas persas de F ri­ gia, que han dem o strad o la existencia allí de un asen tam ien to jo n io a co­ m ienzos del siglo v il. Los prim eros enclaves m egarenses en la zona apun tan a la co nsecu­ ción de o b jetiv o s p rio rita ria m e n te agrícolas. A sí, se justifica la o c u p a ­ ción de A S T A C O y C alcedonia en la costa asiática, S E L IM B R IA en la

eu ro p e a y finalm ente el m ás relevante de todos ellos, B IZ A N C IO cuya fe­ cha tradicional de fundación, el 660, no concuerda con la ausencia de ves­ tigios griegos anteriores a finales de esa centuria. N o hay, p o r ta n to , razo ­ nes que avalen una fecha alta, el 700, para el com ienzo de la colonización m eg aren se, sino que los datos a nues­ tro alcance nos obligan a re b a ja r casi un siglo la cronología habitual. E n ­ tonces M egara en tra ría en c o m p ete n ­ cia con la ya más afianzada presencia m ilesia, debiendo conform arse con el área del B osforo, la m ás alejad a del M ed iterráneo. E sto, que en principio sería una d esventaja, luego no lo se­ ría, pues Bizancio era el p u n to e stra ­ tégico de m ayor im portancia de toda la región. C uando realm en te adquiere M ileto una inigualable relevancia fue en la serie de colonias griegas im plan­ tad as en la costa del P onto E uxino.

Colonias griegas del mar Negro

•Olbia. «Tiras. ►Teodosia. »lstros.

Quersoneso. MAR NEGRO.

• Mesembria. ©Apolonia Bizancio.· e

«Fasis.

«Sinope. •Amisos.

«Heraclea. Calcedonia.

•Cícico.

FRIGIA.

LIDIA. Cilicia. JONIA

MAR CASPIO.

PANFILIA.

Rodas.

®AI Mina. CHIPRE.

La colonización griega

V am os a en um erarlas sucintam ente puesto que tam poco conocem os su historia de m odo d etallad o , salvo al­ gún caso aislado. C om enzarem os por las fundaciones p ro p iam en te m ilesias. Las prim eras zonas que revelan la huella de presencia griega son las desem bocaduras del D an u b io y D n ie ­ p e r, donde se instalaron los prim eros asentam ientos a m ediados del siglo VII, sin que sean d escartables visitas frecuentes antes de ese m o m en to , p e ­ ro que por su p ropia n atu raleza no han dejad o huellas d étectables. P artien d o de B izancio la colonia griega in m ed iata es A P O L O N IA , fundada por M ileto a finales p ro b a ­ blem ente del siglo VII, fecha en q ue se datan los hallazgos cerám icos corin­ tios y áticos más tem pran o s. Le sigue O D E S S O S , sobre la actual costa b ú l­ gara, fundada hacia el 560, según la tradición , coincidente en este caso con las prim eras cerám icas allí en co n ­ tradas. T am bién T O M IS , con una p o ­ sición v entajosa en la llanura costera form ada en tre el curso del D an u b io y el m ar es una colonia m ilesia de cro­ nología sim ilar a la an terio r, p o r m ás que los vestigios d atados sean p o ste ­ riores, del siglo V. M ás próxim a al delta del D anubio se en cu en tra IST R O S , cuyo establecim iento es p re ­ vio a los ya m encionados, puesto que se efectuaría a m ediados del siglo VII. Sobre esta colonia nu estra in fo rm a­ ción es m ayor, pues ha sido concien­ z u d am en te excavada. La cerám ica m ás antigua aparecida hasta el m o ­ m ento procede de fines del siglo VII, poco después de iniciarse, pues, la vi­ da de la colonia, correspondiendo al siglo VI, su m ayor abundancia tanto en cantidad com o en lo que se refiere a diversidad de p rocedencia, den tro sobre todo del ám bito orien tal griego, habiéndola tam bién ateniense. A p artir de Istros y de las dem ás colonias se establecieron contactos con centros indígenas situados en el in terio r que aparecen afianzados ya a fines del siglo VI, para hacerse más

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frecuentes en el siglo siguiente. La vía de p enetración fundam ental era el D an u b io y sus afluentes, perm itiendo así el acceso a zonas alejadas del m ar. Al sur de la d esem bocadura del D n iéster se estableció T IR A S sobre un em plazam iento que perm itía la fá­ cil explotación agrícola del valle de este río. T am bién O L B IA , la m ás sep te n ­ trional de las colonias m ilesias anti­ guas, estaba situada en la desem boca­ d u ra de o tro río, el Bug. N o ob stan te, quizá el establecim iento griego m ás antiguo corresponda al yacim iento si­ tu ad o en la isla B erezan, fuera del es­ tu ario del D n iép er, hab itad o previa­ m ente p o r indígenas. Los hallazgos griegos m ás antiguos, de postrim erías del siglo VII, son vasos cerám icos de tipos sim ilares a los aparecidos en las otras colonias, es decir, griegos o rien ­ tales p referen tem e n te al principio, y después corintios, áticos e incluso beocios. A sim ism o, hubo una irrad ia­ ción com ercial hacia el in terio r, pues­ to que O lbia supo m an te n er buenas relaciones con los escitas, las cuales co ntribuirían en no p eq u eñ a m edida a la p rosperidad de que disfrutó la ciu­ dad. E ste contacto, ciertam ente e stre­ cho, se m anifiesta en las influencias artísticas recíprocas sufridas por una y o tra p a rte , hasta tal extrem o de que se piensa fundadam ente que O lbia constituyó «uno de los centros más im p o rtan tes en la producción de las m uchas obras de arte greco-escitas» (J. B o ardm ann, L os griegos en ultra­ mar, p. 251-2). H acia el E ste hubo otros núcleos m ilesios. A sí, T E O D O S 1A en el ex­ trem o oriental de la península de C ri­ m ea, fundación pro b ab le de fines del siglo v il. Pero m ás relev an te, por lo estratégico de la zona, fue la p re se n ­ cia m ilesia en to rn o al llam ado B osfo­ ro cim erio, estrecho conducente al lago M aeotis (m ar de A zov). A llí se fundó P A N T IC A P E en la orilla occi­ d en tal, en la segunda m itad del siglo VII, aunque hubo, según los estudios

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Akal Historia del Mundo Antiguo

El norte del Egeo arcaico

Abdera.

tità

M. Pangeo. Argilo. © Metone.

Caicidica.

θ

Maronea.

• Estaglros.

• Cardia. Samotracia

M .Olimpo

• Cfcico. Sestos.

Olinto.

Pieria.

Propóntida.

• Enos.

Tasos.

Abidos.

Imbros.

•Potidea. • Mende.

Lemnos.

· Lampsaco. Fri9 ia menor.

• Troya Tróade.

Larisa. Cranon.

e

Asos F eres.

Adramitio.

%

Pagasas.

LES/,

Esciros

arqueológicos de la zona, un poblado pregriego con el que h abía in te rc a m ­ bios en el siglo VII. Los hallazgos de P an ticap eo nos p re se n ta n , p o r lo que a o b je to s griegos se refiere, un p a n o ­ ram a sim ilar al de O lbia y o tras colo­ nias. La actuación ex terio r de esta co­ lonia tendió a co n tro lar este estrecho m ed ian te la fundación de M Y R M E K IO N realizada ya en la prim era m i­ tad del siglo VI. E n el extrem o no rte del lago M aeotis se estableció T A ­ N A IS en la desem b o cad u ra del D on.

A llí existió al principio — en la segun­ da m itad del siglo VII— una p eq u eñ a factoría, am pliada y reforzada p o ste ­ rio rm en te. M ás o m enos hacia la m is­ m a época, en el extrem o oriental del m ar N egro los milesios establecieron F A S IS , núcleo q u e, ap arte de p erm i­ tir un acceso inm ediato al C áucaso, d o nde había recursos ab u n d an tes no sólo agrícolas sino tam bién m ineros, e ra el p u n to de recalada y enlace con las colonias de la ribera m eridional del P onto.

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La colonización griega

D e éstas, la prim era, b o rd ean d o la orilla del m ar, era T R A P E Z U N T E , de la que no sabem os casi nad a. La m ás im p o rtan te, sin d u d a, e n tre las fundaciones m ilesias en esta zona, era S IN O P E , enclave elegido p o r te n e r un magnífico p u e rto , único en aquella di­ fícil e inhóspita costa póntica. Se le su­ ponía una cronología m uy antig u a, en to rn o al 700, p ero hasta el m om en to los m ateriales arqueológicos e n c o n tra ­ dos no son an terio res al 600. La p ro s­ p erid ad económ ica que disfrutó Sinope p o sterio rm en te se debió en gran m edida a los contactos com erciales h a ­ bidos con Frigia. Las am istosas re la ­ ciones m an ten id as con los p ueblos del in te rio r perm itían a los griegos de es­ tas colonias el acceso a p ro d u cto s m i­ nerales y o tros recursos — p o r e je m ­ plo, m ad erero s— existentes en a q u e ­ llas regiones. E n o tro lugar hem os hecho alu ­ sión a la expansión de Sínope. Las noticias dadas p o r Jen o fo n te (A nab. V. 5) señalaban que esta ciudad tenía una serie de enclaves en su te rrito rio , los cuales le pagaban un trib u to , en concepto prob ab lem en te de disfrute de la tie rra , cuyo título de prop ied ad correspondía a Sínope. E n cuanto a A M IS O , estab a si­ tuada cerca de Sínope en dirección h a ­ cia T rap ezu n te. Los m ateriales allí e n ­ co ntrad o s tienen una cronología sim i­ lar a los de la p rim era — hacia el 600— p o r m ás que la tradición le asigne una fecha po sterio r. Su florecim iento eco­ nóm ico estaba fu n d am en tad o sobre las m ism as bases expuestas para Síno­ pe, es decir, en los contactos e in te r­ cam bios con pueblos del in terior. H em os dicho antes que o tras ciu­ dades griegas p articiparon en esta co­ lonización póntica, si bien en un g ra­ do no parangonable al de M ileto. E n este sentido, la más relevante fue M e­ gara, que tam poco se aven tu ró muy al interior del P o n to , q uedándose en territo rio s no muy alejados de sus es­ tablecim ientos del B osforo. Su labor se redujo a dos colonias. La p rim era,

M E S E M B R IA , se fundó en el lado eu ro p eo al n o rte del enclave m ilesio de A p o lo nia, en una fecha, no o b sta n ­ te, p o sterio r a ésta, pues no es a n te ­ rior al siglo VI. D ad a la ocupación an ­ terio r del lugar por los tracios, d eb e­ m os su p oner que los griegos les obli­ garían a retirarse hacia el interior. A p a rte de un buen p u e rto , M esem bria con tab a con buenas disponibilidades agrícolas. E n cuanto a la segunda H E R A ­ C L E A P O N T IC A , se sabe muy poco. Su datación no debe a n teced er a la p ro p u esta p a ra M esem bria. D isponía de am plios terren o s cultivables explo­ tad o s p o r los M ariandinos, indígenas a los que som etió a una situación de esclavitud p erd u rab le siglos después, los cuales trab a ja rían la tie rra para los griegos en tal condición. Q ue tuvo un crecim iento rápido está dem ostrado p o r la creación de otras colonias en zo­ nas que aún d en tro del ám bito póntico estaban alejadas de su m etrópoli. A sí, C A L L A T IS , en tre los dos encla­ ves m ilesios de O desso y T om is, en la rica llanura ju n to al D an u b io , de g ran­ des posibilidades agrícolas. La otra fundación filial es Q U E R S O N E S O , situada en la extrem idad occidental de la península de C rim ea. P ara am bas la cronología pro p u esta es en torno a las postrim erías del siglo V I. Para com pletar esta panorám ica nos qued aría tan sólo aludir a otra co­ lonia fundada p o r una m etrópoli dife­ ren te de las dos estudiadas. Me refie­ ro a F A N A G O R IA , em plazada en el B osforo cim erio en su lado oriental. Su establecim iento se debió a las polis m in o ra s iá tic a de T eo s en un año próxim o al 540, pues sus ciudadanos huyeron de allí por la presión persa. Los vestigios arq u e o ló g ico s confir­ m an, en efecto, esta fecha. Por todo lo dicho hasta ahora qu ed a claro que las zonas ribereñas del P onto constituyeron para los grie­ gos un objetivo am bicionado. A d e ­ m ás de am plísim as zonas cerealistas — en las m árgenes de la P ro póntide y,

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Aka! Historia dei Mundo Antiguo

sobre tod o , en las llanuras costeras occidental y septen trio n al del M ar N egro— abastecedoras de g ran o , en m edida creciente a las siem pre defici­ tarias poleis griegas co ntinentales e in su lares, disponían de ab u n d a n te pesca, origen del u lterio r d esarro llo de las fábricas de salazones, sobre todo de atún. A ello debem os añ ad ir, que las regiones interiores a las cuales se accedía a través de estas colonias, te ­

nían ab u ndantes m aterias prim as tan buscadas por las ciudades griegas. A sí, ya hem os hecho m ención de la m a d e ra , p roporcionada por los bos­ ques que cubren todavía hoy las m on­ tañ as ju n to al P onto en su rib era m e­ ridional. M ás relevantes eran , sin em ­ b a rg o , los recu rso s m in e ro s, p o r ejem p lo el hierro, existente en tierras de los cálibes, h ab itantes del N o rte de A n ato lia, y otras variedades de m e ta ­

Oinochoe rodio con representación de animales (Siglo VII a.C.) Museo del Louvre, París

La colonización griega

les p roced en tes de regiones com o el C áucaso o A rm enia.

5. Norte de Africa N os ocuparem os en p rim er lugar del país del N ilo, cuyas características son so b rad am en te conocidas. L a presencia griega en E gipto tu ­ vo unos condicionantes ab so lu tam en ­ te diferentes de lo que hem os ido viendo en relación con las áreas geo­ gráficas don d e se desarrolló la coloni­ zación griega. N o se tra ta b a de una zona escasam ente p o b lad a o con una presencia tribal de bajo nivel cultural. T odo lo contrario. D e hecho no p u e ­ de hablarse en el caso de E gipto de la existencia de colonias griegas stricto sensu. D e todos m odos, d ad a la am ­ plitud alcanzada p o r las navegaciones griegas ya desde com ienzos del siglo v il no es de ex trañ ar que se acercaran tam bién a E gipto. Y, en efecto, te n e ­ m os suficientes huellas que nos h a ­ blan de esta presencia, no coloniza­ ción, griega. A sí, en D afne — la Estra to p e d a de H e ro d o to — hay restos cerám icos que se re tro tra e n h asta fi­ nes del siglo VII, para cesar en el 525, año de la invasión persa. T am bién en M enfis han aparecido vestigios grie­ gos antiguos y en T eb as, donde co­ m ienzan en el prim er tercio del siglo VI. M ás al Sur, los hay en E dfú y en S anam (N ubia). El Cínico enclave griego era el de N A U C R A T IS , situado en el brazo canópico del río en su orilla o rien tal, a unos 80 km del m ar. Los a n te c e d en ­ tes de su fundación hay que buscarlos en el em pleo sistem ático que los fa ra o ­ nes, desde Psam m ético I; hacían de m ercenario s griegos. Pero fue A m asis el que les otorgó el privilegio de estable­ cerse en N áucratis, com o recom pensa p o r la ayuda recibida en la lucha co n ­ tra A pries, al que sucedió en el tro n o a consecuencia de una victoria m ilitar en el 570. Sin em bargo, puesto que existen huellas griegas previas a esa

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fecha — ya hacia el 630— se in te rp re ­ ta el p asaje de H e ro d o to en el sentido que en el 570 se regularizaría definiti­ vam ente su status. D e todas m aneras el histo riador de H alicarnaso nos in­ form a del carácter de N áucratis: era un puesto com ercial d onde estaban re p re se n tad o s m u ltitud de estados griegos: Q uíos, T eos, F ócea, C lazo­ m enas, dorios de R odas, C nido, H ali­ carnaso, Faselis y eolios de M itilenes. A dem ás de éstos tenían tem plos allí los eginetas, sam ios y milesios. C ier­ tam en te, los hallazgos cerám icos de N á u c ra tis tie n e n u n a p ro ce d en c ia m uy diferenciada: ro d ia, quiense, sa­ m ia, de C lazóm enas, lesbia, e sp a rta­ na y la corintia o ática tradicional. T o d o ello, constituye, a su vez, una p ru eb a de la fecundidad y p ro sp eri­ dad de las relaciones com erciales en ­ tre egipcios y griegos, encauzadas a través de N áucratis. Su época de apo­ geo debe situarse en los años previos a la invasión de C am bises — 525—- y, au n q u e se recu peraría después, no volvería a brillar com o antes. La fun­ dación de A lejan d ría la eclipsó to d a­ vía m ás, aunque su actividad perd u ró d u ran te la dom inación rom ana. La C irenaica recibió, sin e m b ar­ go, auténticos colonos griegos, en una época sim ilar a la de E gipto. La m eta no era sino el control y explotación de aquellas ricas tierras, favorecidas adem ás con un clima benigno en las proxim idades del m ar. La fundación de C IR E N E . que el relato de H ero d o to nos ha tran sm i­ tido en detalle (I, 163) se hizo por gentes de T era, las cuales tras una cor­ ta estadía en la isla de P latea, vecina a la costa africana, se traslad aro n a A ziris, em plazam iento que ab a n d o n a ­ ron seis años después, convencidos por los libios, para asen tarse en el 630 en el sitio de la p o sterio r C irene. La ciudad p ro speró e n o rm em en te, tanto que los au tó ctonos, asustados, in te n ­ taro n con ayuda egipcia, de A pries, expulsar a los colonos, em presa en la que fracasaron. A m asis m ás filohele-

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Aka! Historia del Mundo Antiguo

no, com o hem os visto, se casó con una princesa cirenaica com o acto de acercam iento y diplom acia. P or lo d e­ m ás, la invasión persa que tan to afec­ tó a N áucratis, dado su carácter co­ m ercial, no afectó a la p ro sp erid ad de C irene, com o sus m anifestaciones a r­ tísticas se encargan de d em ostrar. M antuvo unas am plias relaciones con

el ám bito griego cen trad o , según la A rq u eo lo g ía, en el P eloponeso, G re ­ cia o rien tal, islas incluidas, especial­ m en te R odas y Sam os, C o rinto y A te n a s, basadas en su variada agri­ cu ltu ra, desde el silfion, p lanta ab o ri­ gen que no pudo ser cultivada en nin­ gún o tro lugar, hasta los productos m ed iterrán eo s típicos.

Apolo y las musas en una pintura de ánfora (Siglo VII a.C.) Museo Nacional de Atenas

La

colonización griega

59

Cuadros cronológicos

SICILIA Siglo VIII N A X O S ( c a lc id io s ) ................................

Siglo VI

Siglo V

734

L E O N T IN O S ( c a lc id io s )....................

728

C A T A N A (calcidios) ...........................

c. 725

G allip o lis (calcidios) .............................

P rim er cu arto

E u b e a ( c a lc id io s ) ................................... Z A N C L E (M essen e) (c a lc id io s ). . . .

Siglo V il

P rim er cu arto 755 (calcidios) y los de N axos, L e o n tin a y C a ta n a m ás tard e

H I M E R A ’ ( c a lc id io s ) ...........................

648

M Y L A E ( c a lc id io s )................................

c. 730

S IR A C U S A ( C o r i n t o ) ......................... A c r a ............................................................. C asm en a .................................................... C a m a r in a ....................................................

733

M E G A R A H IB L E A (M eg ara) S elinunte (M . H ib l.) .............................. H eraclea M i n o a .......................................

727

663 664 598 627 (ó 650)

G E L A (d o rio s, rodios y cre te n se s) . . A grigento ..................................................

688 580

SUR DE ITALIA Siglo VIII P IT E C U S A (eu b eo s) ........................... C U M A S ( e u b e o s ) ..................................

C. 775-760 C. 750

R H E G IO N (e u b e o s - m e s e n io s ).........

C. 740

S IB A R IS (p elo p o n esis) ....................... L a o s ............................................................. S c id r o s .........................................................

720 ó 709

Siglo V il

Siglo VI

Siglo V

60

Akal Historia del Mundo Antiguo

S U R D E IT A L IA (C o n tin u a c ió n ) Siglo V III

Siglo VII

Siglo VI

Siglo V

E n las prim , d écadas

P o s id o n ia ...................................................... T U R IO S (p an h elén ica en v iad a p o r A t e n a s ) ..................................................

- 4 4 4 -3

C R O T O N A ( a q u e o s ) ........................... M a c a llia ...................................................... P e t e l i a ........................................................ C rim isa ...................................................... C a u lo n ia .................................................... S c y lle tio n .................................................... T e rin a ........................................................

708

T A R E N T O (esp artan o s) .................... C a llip o lis .................................................... P o rto T a r e n t i n o ...................................... H e raclea ....................................................

706

675-70 Fines (tra s 510)

433-2

M E T A P O N T O (aq u eo s) ....................

C om . 675

S IR IS (p o r C o l o f ó n ) ............................. L O C R O S .................................................. M e d m a ........................................................ M e ta u r o ...................................................... H ip p o n io n .................................................

679 (ó 673) M ed. Fin

E L E A (fo c e n s e s )....................................

-5 4 0

GALIA Y M E D ITE R R A N EO O C C ID EN TA L Siglo VIII M A S S A L IA ( F ó c e a ) ...................... A n tip o lis .................................. N icaia .................................. R h o d e ............................... A m p u rias ....................................

Siglo VII 600

C. 600

M A IN A K E ( F ó c e a ) ........... H E M E R O S C O P E IO N (F ó cea)

Siglo VI

-C o m . -5 6 0

. .

A L A L IA ( f o c e n s e s ) ..................

COSTA SEPTE N T R IO N A L DEL M E D ITE R R A N EO Siglo VIII C O R C IR A (eu b eo s y p o ster. C o rin to )

. .

E p id a m n o ........................................... A p o lo n ia ( C o r i n to ) ...........................................

Siglo VII

733 627 C. 620-600

C o rcira N igra (C orcira + C n id o ) . . . S p i n a ...................................................................... A d r i a ...................................................................... T o ro n a ( C a l c i s ) .................................................. M e to n e ( E r e t r i a ) ................................................ P o tid ea (C o rin to )

Siglo VI

C om . s. VI

.................................................„ ...................................

C. 600

T asos ( P a r o s ) ...................................................... N eápolis ...................................................... P aros-T asos ..................................

C. 670

C. 600

61

La colonización griega

C O STA SE P T E N T R IO N A L DEL M E D IT E R R A N E O (C ontinuación) Siglo V III

Siglo VII

O is im e .................................................................... M a ro n e a ( Q u ío s ) ................................................ E n o ( e o l i o s ) ......................................................... A b d e ra (C la z o m e n a s )......................................

Siglo VI

C. com . s. VI

p * rd ia 1 ( M ile to ) ............................................... L im n a e J v '

ZO NA DE LOS E ST R E C H O S-M A R N EG R O Siglo V III A B Y D O S ( M i l e t o ) ...........................................

Siglo V II

C ÍZ IC O ( M i l e t o ) ..............................................

A n te s de m ed. S. - M ed. fin.

D A S C Y L IO N ( j o n io s ) ....................................

C om .

Siglo VI

A S T A C O (M eg ara) ......................................... C A L C E D O N IA (M eg ara) ........................... S E L IM B R IA ( M c g a r a ) .................................. B IZ A N C IO (M cg ara) ....................................

660

A P O L O N IA ( M ile to ) .......................................

Fin s.

O D E S S O S ( M i l e t o ) ......................................... T O M IS (M ileto ) ................................................

C. 560 C. 560 aprox.

IS T R O S (M ile to )................................................

M ed. s.

T IR A S ( M ile to ) ..................................................

M ed. s.

O L B IA (M ileto) ................................................

M ed. s. C o (?) siglo

B E R E Z A N (M ile to )......................................... T E O D O S I A .........................................................

Fin Segunda m itad

P A N T I C A P E O .................................................. M v rm e k io n ...........................................................

1.a m it.

T A N A I S ................................................................

- 2 . J m itad

F A S I S .................................................................... T R A P E Z U N T E (M ileto ) .............................. S IN O P E (M ileto ) .............................................

C. 700 (en trad ic.) p e ro d eb e ser algo p o s­ terio r M ed. s. VII

A M IS O ( M ile to ) ................................................

C. 600

M E S E M B R IA ( M c g a r a ) ................................

C . 600

H E R A C L E A P O N T IC A ( M egara j C allatis .................................................................. Q u e rso n e so .........................................................

Fin Fin

F A N A G O R IA (T eos) ....................................

C. 540

N O R T E DE A FRICA Siglo V III

Siglo VII

N A U C R A T IS (m ú ltip les estad o s griegos in su lares y m in o ra s iá tic o s ) ......................... CI R E N E ( l e r a ) ..................................................

Siglo VI

570 670

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Akal Historia del Mundo Antiguo

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