Yo No Valgo Menos Sugerencias Cognitivo-humanistas Para Afrontar

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YO NO VALGO MENOS Sugerencias cognitivo-humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza

Olga Castanyer

129 YO NO VALGO MENOS Sugerencias cognitivo-humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza 2ª edición

Crecimiento personal C O L E C C I Ó N

1ª edición: diciembre 2007 2ª edición: junio 2009

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos –www.cedro.org–), si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© Olga Castanyer, 2007 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2007 Henao, 6 - 48009 Bilbao www.edesclee.com [email protected]

Impreso en España - Printed in Spain ISNB: 978-84-330-2198-4 Depósito Legal: BI-1598/09 Impresión: RGM, S.A. - Urduliz

Para las flores que han crecido en la parte oscura del jardín, con la certeza de que encontrarán su camino a través de las nubes. Para la Asociación “Crecer Sin Violencia”, que se dedica a proteger a los hijos de mujeres maltratadas.

ÍNDICE

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Introducción. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Parte 1: El problema . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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1. 1ª carta de Ainara: por qué siento que valgo menos que tú. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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2. Valía versus crítica: cómo reaccionan personas con autoestima sana y no sana ante las mismas situaciones .

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3. ¿Por qué? (I): Características de la persona con baja y alta autoestima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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4. ¿Por qué? (II): origen y aprendizaje de la baja autoestima y el Crítico Interno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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5. Pero ¿por qué? (III): empatía con la crítica. Su razón de ser . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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6. Los sentimientos ¿qué es eso? 2ª carta de Ainara . . . . . . .

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7. La vergüenza y la culpa. 3ª carta de Ainara . . . . . . . . . . . .

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8. Las relaciones cuando hay un Crítico Interno . . . . . . . . . .

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YO NO VALGO MENOS

Parte 2: Afrontamiento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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9. Cambiar el Crítico Interno por un Cuidador Solícito. . . .

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10. Observarme desde fuera- el sano distanciamiento . . . . . .

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11. Dar voz a los sentimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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12. Cambiar el lenguaje del Crítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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13. ¿Quién soy? ¿Cómo soy? Mejora de mi autoconcepto. . .

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14. Tratamiento de los errores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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15. Educar en autoestima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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16. Última carta de Ainara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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AGRADECIMIENTOS

Quiero agradecer la puesta en escena de este libro a todos los pacientes que han pasado y pasan por esta consulta, ya que con su motivación y valentía me alientan día a día a creer en el ser humano. También a Vicente, mi marido y compañero, que se ha encargado sin queja de mantener el barco familiar a flote en mis largas horas de encierro y que me demuestra, en otros temas, que querer es poder.

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INTRODUCCIÓN

“Yo NO valgo menos"... Otro libro de Autoestima, pensarán muchos al leer el título... ...Tienen razón y no tienen razón. Este libro trata de la autoestima, por supuesto, porque la autoestima engloba todos los temas de los que hablaremos: los pensamientos, las conductas, los sentimientos... Pero, dentro de ello, nos vamos a centrar en un área muy específica de la autoestima: la culpa y la autocrítica. Ambos son mecanismos humanos, buenos y necesarios para el desarrollo, tanto el individual como el colectivo. Pero hemos venido observando, a lo largo de años y años de terapia, que parece que existen dos tipos de “autocríticas” y dos tipos de “culpa”. Un tipo es el que poseen las personas cuya autoestima es sana: su mecanismo de autocrítica y su sentimiento de culpa les ayudan a seguir avanzando y creciendo como personas. Y otro tipo es el que poseen las personas con autoestima baja: su autocrítica y la culpa que sienten parecen bloquearles, hacer que se sientan terriblemente mal consigo mismos, pero sin permitirles con ello, aprender de las situaciones.

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YO NO VALGO MENOS

¿Por qué? ¿Qué hace que una persona desarrolle una buena autoestima y una autocrítica sana y otra se hunda consigo misma en un mar de reproches y sensaciones de culpabilidad? Dar respuestas a estos dilemas es el objetivo del libro. Para ello, hemos partido de la siguiente base: el mecanismo de la culpa y el de la vergüenza es el mismo en todos los seres humanos: si la educación sabe encaminarlos hacia el crecimiento de la persona, ésta desarrollará una sana autoestima. Pero si se dan ciertas circunstancias desencadenantes y mantenedoras (aislamiento, imposibilidad de tener un criterio propio, hipervigilancia, críticas al "ser", culpabilizaciones...), todo el mundo experimentará una bajada de autoestima y una culpa y vergüenza "tóxicas". En el caso del niño, esto ocurre cuando todavía no ha podido desarrollar su autoestima: es lo que recibe y así lo asume. Pero hay otros casos en los que se dan las mismas circunstancias, porque los mecanismos utilizados son idénticos. En el caso de que haya maltrato (ya sea de pareja, mobbing, lavado de cerebro...), puede haber una autoestima previa, pero los elementos desencadenantes son tan intensos que dinamitan las defensas de la persona. También hay culpa y vergüenza ante hechos traumáticos (accidentes, muertes,…). En esos casos, la autoestima previa puede ser alta o baja, pero es la intensidad de los estímulos negativos y la falta de recursos de la persona ante un hecho traumático la que hace que sus defensas se rompan literalmente. En todos los casos, debido a unas estrategias externas de control que se parecen sospechosamente entre sí, los sanos mecanismos de la autocrítica, la culpa y la vergüenza se truncan y se vuelven en contra de la persona. Ésta se encuentra tan “rota” que sólo busca sobrevivir, buscando la culpa dentro de sí misma. En este libro nos hemos centrado en uno de los casos descritos: cuando es la educación la que no da oportunidad de desarrollar de forma sana la autoestima y sus mecanismos de culpa y vergüenza y la persona se ve abocada a buscar la mera supervivencia psicológica.

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INTRODUCCIÓN

Sin embargo, estoy segura que las personas que se encuentren en los otros casos descritos se sentirán igualmente identificadas, ya que, como he dicho, los mecanismos son siempre los mismos. En todo momento, he intentado empatizar con las mujeres y los hombres que sienten esa autocrítica y esa culpa feroz. El libro está dirigido y dedicado a estas personas, en un intento de aportar comprensión, por un lado, y “soluciones”, por otro. Para ello, he contado con la inestimable ayuda de “Ainara” (nombre ficticio). Ainara es una paciente que, como otras, todavía está conmigo en terapia y que se ha brindado a ofrecernos su experiencia “desde dentro”, como complemento absolutamente necesario a mi aportación más teórica. Todas las “Cartas” que aparecen en el libro son auténticas y escritas por ella, plasmadas sin ningún recorte ni cambio. A lo largo del transcurso de elaboración del libro (algo más de un año), Ainara ha ido evolucionando y avanzando hacia una cada vez mayor autoestima y una autocrítica y culpabilidad sanas y cuidantes. Esto se va notando también a lo largo del libro: sólo hace falta comparar su primera carta con la última. Sí, hemos avanzado conjuntamente: ella en su desarrollo personal y yo en la profundización del tema. Y así hemos logrado que se fuera escribiendo el libro que ahora brindamos. Por último, citamos las sabias palabras de Ann Weiser Cornell, que relata cómo, tras mantener relaciones sociales basadas en su Crítico, pudo cambiarse a sí misma y a su funcionamiento con los demás:

“... Entonces me pregunté a mí misma cuál era la diferencia, qué había contribuido a que ocurriera el cambio. Y lo que me surgió es: amor hacia mí misma, estar a gusto por ser quien soy, la sensación de ir por mi propio camino y saber lo que siento y quiero. Cuando me quiero a mi misma, sigo disfrutando y deseando amor de la otra persona, pero no me siento desesperada por conseguirlo, no siento que dejo de existir si no lo obtengo. No necesito hacer cualquier cosa, incluso intentar ser quien no soy, con tal de ser querida.

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YO NO VALGO MENOS

Cuando me siento a gusto por ser quien soy, me doy perfecta cuenta de que sigo sintiéndome a gusto cuando estoy con la otra persona. Puedo elegir a una potencial pareja no por su apariencia o sus logros, sino por ver si me siento más yo todavía cuando estoy con él. Cuando tengo la sensación de ir por mi propio camino, satisfecha y motivada con lo que hago en mi vida, no tendré celos de los logros de mi pareja ni necesitaré que esté por debajo de mí para no sentirme demasiado ansiosa. Ni necesitaré que alcance más logros para poder montar en el tren de las apariencias. Cuando sé lo que siento y lo que quiero, puedo comunicar mis deseos, y estar igualmente abierta a escuchar lo que mi pareja quiera decirme. Cuando sé lo que quiero y confío en ello, no termino con resentimiento hacia la otra persona por no haber dicho lo que necesito y el otro no poder leer mi mente. (...) Muchos años de terapia han hecho cambiar todo esto. Puedo estar junto a mi pareja cuando se siente mal, pero no se convierte en mi malestar. Le pertenece a él. Cuando mi sobrino está llorando por sus propias penas de amor, estoy con él... pero no le doy consejo hasta que me lo pide, porque es su sentimiento, no el mío. El espacio que tengo para conectar con los demás es ahora más grande, porque soy yo, no todas las personas que tengo alrededor (...)”. YO NO VALGO MENOS

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Parte 1 EL PROBLEMA

1 1ª CARTA DE AINARA. POR QUÉ SIENTO QUE VALGO MENOS QUE TÚ

Porque realmente creo y estoy convencida de que valgo menos que tú, seas como seas, porque siempre te veré "menos malo" que yo, menos "defectuosa", menos "torpe", más "sensata", etc., porque siempre encuentro un mar de defectos en mí cada vez que intento pensar en positivo. Hasta hace poco no era consciente de hasta qué punto me infravaloro y critico machaconamente en el día a día. Hasta hace poco ni siquiera me daba cuenta de que el noventa por ciento del día me siento, simplemente, "mal", “no válida", lo que me hace volcarme en conseguir el afecto y atención del que tenga delante o, al menos, no defraudarle u ofenderle exponiéndole mi punto de vista o apetencias, si éstas no coinciden con el punto de vista de la persona. Si lo hago, pago el precio de sentirme fatal. Y el diez por ciento restante del día lo paso de mal humor, triste y con ataques internos y externos de agresividad, supongo que por la frustración de no ser yo misma y no poder hacer lo que quiero y deseo el noventa por ciento restante del día, y por no saber o no conocer otra forma de pensar y comportarme. Desde que tengo uso de razón, todo lo que hacía iba acompañado de críticas constantes e insistentes, daba igual cómo lo hiciera o dije-

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ra, siempre había algo que corregir, las críticas solían ser bastante destructivas aunque en aquel momento no fuera consciente de ello. Todo eran sermones moralizantes, de hecho, vivía en una moralidad rígida y poco realista que no tenía en cuenta que toda persona necesita crecer en un entorno de aceptación y confianza. Amenazas, castigos, reproches que hoy en día muchos podrían ver como “normales” para educar a un niño, en mi caso eran continuos y teñidos de "lo hago por tu bien" o “te estoy educando”. Hoy en día puedo decir que no sé lo que es un amor incondicional de una madre, no recuerdo haberme sentido aceptada tal cual soy yo, con mis defectos y mis imperfecciones. Sin embargo, sí veo a mi alrededor a todo el mundo que se quiere, incluso con sus defectos. Mis defectos, mis errores, todo ese lado negativo en mí lo encuentro mucho más terrible y muchísimo menos perdonable que el de la persona que tengo enfrente. De pequeña no me perdonaban una, ni siquiera me perdonaban a veces las conductas correctas, y ahora yo no me las perdono a mí misma. ¿Has tenido la sensación alguna vez de darle vueltas a todo lo que haces o dices para buscar dónde lo has hecho mal, a ver dónde has metido la pata? Pues es una sensación que al menos hoy soy capaz de detectar. Y, por supuesto, casi siempre encuentro algo de lo que arrepentirme, algo que no tenía que haber expresado, o alguna forma equivocada de decir o hacer algo. Por otro lado, parece como si todos mis “terribles defectos” fueran transparentes, como si estuvieran a la vista de los demás para ser constantemente detectados. La sensación es que la persona que tienes enfrente te está evaluando y de ella depende tu valía. Por eso son tan importantes sus reacciones, sus palabras, sus gestos. Y así mi estado de ánimo depende del otro, no de mí, como si cualquiera pudiera meter la mano en mi interior y revolver a su antojo, como si fuera una tinaja que se llenara o vaciara según la evaluación del otro. Por

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1ª CARTA DE AINARA

supuesto que la persona que tengo delante de mí ni se imagina todo lo que pasa por mi mente. Simplemente, haga lo que haga no me gusto, no me acepto, porque nunca he vivido lo que es que me acepten y quieran como soy, ni siquiera sé cómo se siente una en ese caso. Desconozco ese sentimiento. En realidad, el resto de sentimientos para mí no “existen”, es decir, están ahí, pero hasta hace poco sólo eran sensaciones “malas”, que no tenía por qué tener, que no tenía que sentir. Si, por ejemplo, tenía un sentimiento de rabia o de tristeza era porque algo no estaba bien en mí. Nadie me ha explicado nunca qué son los sentimientos, pero sí me han enseñado a reprimirlos, a echarlos a un lado. Si lloraba, me decían que no tenía derecho ni motivo alguno para hacerlo. En muchos casos, por tanto, me sentía “mala”, “egoísta” por hacerlo. Todo el universo real de los sentimientos no se me descubrió en la educación y ahora son sólo indicativos de mi poca valía. Tengo una sensación de ir por el mundo sobreviviendo más que disfrutando de la vida. La vida me lleva porque tiene que ser así, no porque yo la controle o disfrute. Las amistades son un lujo que yo no me merezco, por ser como soy, por valer menos que tú, ¿quién podría aguantarme? Mejor no tener para evitar el sentir que te vienen a decir esto. Todavía resuenan en mi cabeza frases del tipo: “no hay quien te aguante”, “si sigues así te va a ir muy mal en la vida”, “¡me tenéis harta, no os aguanto más!”. Si la persona que se supone que más te quiere y te acepta no te soporta y te critica constantemente, pues cuánto menos te aguantarán las otras personas. Cuando tampoco te destacan lo bueno que hay en ti, el resultado es valía cero. Los refuerzos positivos son esenciales para el desarrollo del niño, leería más tarde, pues es triste reconocer que no recuerdo palabras

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bonitas de amor o aceptación por parte de mi madre, como si hubiera que ser muy buena para conseguirlas... pero nunca llegaron... Por todo esto siento que valgo menos que tú... porque pienso que no me lo merezco, aunque el amor me llegue ahora por parte de otra persona, porque ya me grabaron a fuego lo poco que valía y lo mucho que tenía que hacer para conseguir “valer”. Espero que ahora me entiendas mejor porque para mí, ya sabes... es importante lo que pienses.

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2 VALÍA VERSUS CRÍTICA: CÓMO REACCIONAN PERSONAS CON AUTOESTIMA SANA Y NO SANA ANTE LAS MISMAS SITUACIONES

Todos tenemos un “crítico” en nuestro interior. Todos, mujeres y hombres, sin distinción de edad, raza, cultura, desarrollamos un mecanismo de autocontrol que vela por nuestro bienestar, señalando cuándo nos hemos equivocado, las repercusiones de nuestros errores y qué podemos hacer cuando los hemos cometido. ¿Qué haríamos si no dispusiéramos de este mecanismo innato de control? Seguramente, no llegaríamos a adultos, sucumbiríamos ante nuestros errores, que se repetirían una y otra vez hasta que fueran fatales para nuestro desarrollo. Sin embargo, hay personas que parecen sufrir más que otras con este proceso, personas que sienten en todo momento una voz crítica que les corrige, regaña, castiga, y en realidad, les maltrata, sin que puedan hacer nada más que seguir intentando hacerlo bien –... para nunca conseguir una sensación de bienestar. ¿Qué ocurre? ¿Por qué algunos disfrutan de una voz sana, que les cuida y previene de peligros, y otros se sienten bajo el yugo de un crítico interno feroz y despiadado? ¿Es una especie de injusticia del destino, es un castigo, hay personas que han nacido “erróneas” y otras “correctas”? Nada de eso es cierto. El rumbo que tome el meca-

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nismo de la autocrítica se hace, no nace y de la educación que hayamos recibido depende el que estemos en todo momento en un contacto amable con nosotros mismos o que haya una parte nuestra que maltrata y no permite a la otra respirar y expresarse. Os invito a mirar, quizás por primera vez, a ese Crítico Interno dañino a los ojos, desenmascararlo y ver qué quiere, por qué nos atosiga y maltrata. Todos tenemos un crítico en nuestro interior, decíamos, y es verdad, pero ¡qué diferente es la sensación de una persona que siente eso como “guía” interna, buena y protectora, de otra que siente que, si no tuviera a su crítico maltratador, saldría a la luz lo mala e incompleta que es! Vamos a hacer un ejercicio de acercamiento entre estos dos mundos tan diferentes. Seguramente, las personas que sufren bajo el yugo del crítico maltratador estarán sorprendidas de lo sencillamente que piensan y sienten aquellas que no lo tienen y las personas que no sienten ese Crítico Interno tan feroz se impresionarán ante la complejidad que puede alcanzar nuestra mente cuando éste está presente. A continuación, describimos unas situaciones, en las que se pone en juego la autoestima. Todas son reales y han sido “sufridas” por pacientes, que se han prestado a describir las sensaciones y pensamientos que tuvieron en esa ocasión y revisar su transcripción. Veremos lo que pensaría, sentiría y haría una persona con autoestima baja y tendencia a la culpabilidad, y otra con autoestima alta y, por lo tanto, unida y respetuosa con sus necesidades y sentimientos.

Situación 1: El cuerpo grita Isabel (nombre ficticio) acompaña a su hermano y al hijo de éste al Parque de Atracciones, para celebrar su cumpleaños. En total son 10 niños de edades comprendidas entre los 8 y los 12 años. Al entrar en la “Casa del Terror”, el hermano le pide a Isabel que entre ella con los niños, ya que él tiene claustrofobia.

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VALÍA VERSUS CRÍTICA

1. Isabel entra sin pensárselo, olvidando que ella también tiene claustrofobia. No atiende a sus sensaciones corporales de opresión, porque en ese momento, tiene más peso para ella la obligación de ayudar a su hermano. En ese momento, no es ni siquiera consciente de que lo está empezando a pasar mal. 2. En el trayecto por la Casa, va agobiándose cada vez más por la mezcla de claustrofobia y la responsabilidad que siente en ese momento respecto a los niños. Tiene que vigilarlos, lograr que permanezcan unidos, que no se asusten, que no se paren...ella sólo es consciente de la tensión que siente por la responsabilidad que tiene, “olvidándose” de su claustrofobia: su atención está puesta al 100% en los niños, no en sus propias sensaciones corporales. Pero su cuerpo tiene bien presente el malestar: la tensión casi insoportable que, pese a todo, siente, la atribuye exclusivamente a la suscitada por los niños. No se permite atender a sus sensaciones corporales, porque está muy acostumbrada a reprimirlas como “equivocadas”. 3. En un momento dado, casi al final del recorrido, en el que varios niños “se desmadran” y la tensión es máxima, Isabel da un tremendo alarido. “¡Quietos todos!” Los niños se quedan paralizados, se hace el silencio y, poco a poco, terminan de recorrer el recinto. Inmediatamente después de soltar el alarido, Isabel se llena de reproches contra sí misma: “ya lo has vuelto a hacer – siempre haces lo mismo – sabes que no se debe gritar – gritar es de persona agresiva y no se debe ser agresivo – eres una mala persona, les has fastidiado la fiesta a los niños – les has infringido un dolor insuperable...”. Se siente terriblemente mal. En ese momento, el grito y lo que significa para Isabel, cobran absoluto protagonismo frente a las sensaciones tensas de antes y prácticamente las anulan.

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4. Los niños salen de la Casa y rápidamente se ponen a jugar. Están alegres, excitados y nerviosos: se lo han pasado en grande. Sin embargo, Isabel no ve todo eso. Sólo se va sintiendo peor a medida que pasa el tiempo. Tiene la sensación de haber cometido un error gravísimo, porque le ha infringido un daño a su sobrino, aguándole su fiesta de cumpleaños. La culpa le empuja a compensar el daño hecho y pedir perdón casi compulsivamente a su sobrino y a su hermano, pero el perdón de ellos no la deja tranquila. Durante los días siguientes, llamará repetidamente a su sobrino para ver cómo se encuentra y volver a dar explicaciones a su conducta. 5. Aparte de a su hermano y sobrino, Isabel no contará a nadie el episodio y si le preguntan cómo le fue ese día, contestará “Bien”, sin más. Todo el episodio le da una tremenda vergüenza o, mejor dicho, despierta la vergüenza básica que siente siempre y en todo momento en su interior. Imaginemos el mismo episodio, pero esta vez es Andrea, que tiene una buena autoestima, quien acude a la Casa del Terror. 1. En primer lugar, Andrea no entraría a un sitio que le diera claustrofobia. Atiende más a su sensación corporal que a la obligación de ayudar a su hermano. Buscará soluciones alternativas para que todos estén contentos (ver si hay monitores para grupos; pedir a otra persona que esté con ellas que entre; ir a otra atracción; etc.), sin sentirse mal por ello. 2. Imaginemos que sí entra, quizás porque no sabe que el interior de la Casa es tan claustrofóbico. La situación es la misma que planteábamos: Andrea está sola en un lugar que le está dando claustrofobia, a la vez que tiene que vigilar y guiar a 10 niños. Seguramente, sentirá exactamente lo mismo que Isabel: por un lado, una tensión creciente, debida a la claustrofobia, a medida que avanza el recorrido, unida a una responsabilidad por saber-

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se la única persona adulta que hay en ese momento con los niños. La diferencia es que Andrea sabe en todo momento lo que le pasa. Aunque en ese momento, debido a lo rápido que tiene que pensar y actuar, no pueda distinguir qué es qué, sí tiene claro y escucha los “gritos de su cuerpo”: se siente muy mal, se lo reconoce y quiere salir lo antes posible de ese sitio. 3. Llega un momento en el que no puede más y da un tremendo alarido a los niños, igual que Isabel. Cuando lo explique más adelante a sus amigos, contará que “no podía más y tuve que pegar un grito que dejó secos a los niños, pobrecitos”. Con esta frase está diciendo: que no se reprocha nada, sino que ve justificado su grito; que la causa no es que ella sea agresiva (como se dice Isabel), sino que no podía más, es decir, una causa centrada en la situación de tensión; y que puede que se sienta un poco mal por haber asustado a los niños, “pobrecitos”, pero ese malestar es mínimo y no merece más que un comentario jocoso al respecto. El sentimiento que puede tener Andrea tras haber dado el grito es de un cierto azoramiento por haber asustado a todos los que estaban cerca o de rabia por no haberse controlado, pero nunca será de culpa. Andrea distingue entre su ser y su conducta en un momento dado, cosa que Isabel no puede hacer. 4. Al salir, la sensación de Andrea es pura y simple: alivio por haber terminado. Lo contará enseguida a su hermano (quizás como forma de descargar la tensión) y observará a los niños. Al ver que están tan felices, jugando, no le dará más vueltas al asunto. Sí que, seguramente, esta experiencia le habrá servido para aprender de cara a una siguiente situación. Sus conclusiones pueden ir desde “nunca más me meto en un sitio como éste” a “la próxima vez me informo sobre cómo es esta atracción”, pero siempre irán a enmendar el error que siente ha cometido consigo misma: haberse infringido un sufrimiento que se podría haber evitado.

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5. Andrea no tendrá ningún reparo en contarlo más adelante a sus amigos, porque no siente que con eso se tambalee el concepto que tienen éstos y ella misma de sí. Depende de la importancia que le dé (la cual dependerá, a su vez, de la magnitud de la tensión que sintió), tendrá más interés en contarlo o menos.

Situación 2: Alabanzas amenazantes Juan es una persona trabajadora, muy competente en su empresa. Roza el perfeccionismo: no sale del trabajo y no da nada por concluido hasta que no siente que la tarea en cuestión está presentable y sin errores. Un día, su jefe le cita en su despacho: le dice que se han fijado en lo bien que realiza su trabajo, aparte de ser uno de los trabajadores menos conflictivos, y que le quiere proponer para un ascenso si a él le parece bien. Juan agradece los cumplidos y le dice al jefe que se pensará lo del ascenso. 1. Durante una milésima de segundo, Juan se siente bien, reconocido, valorado. Pero esa sensación es tan fugaz que, como muchas otras veces, no es siquiera consciente de su aparición. 2. La tímida sensación de bienestar es rápidamente borrada, inutilizada y eliminada por la voz crítica. Si Juan ha sido consciente de la sensación genuina de placer, la crítica le dirá que es un vanidoso. En Juan, la crítica ejerce, entre otras muchas funciones, de traductora de sentimientos amenazantes. Cada vez que aparece uno, y el sentirse bien consigo mismo es amenazante para Juan (ya explicaremos por qué), la crítica le dice cuál es el sentimiento “correcto”: “eres un vanidoso, sabes que no merecías el halago y mira cuánto te alegras – culpable te tienes que sentir por ser tan mala persona”. La crítica le recuerda que ha conseguido de nuevo engañar a los demás, simulando que es honesto y trabajador, cuando en el fondo él no lo hacía por una buena causa,

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sino llevado por el interés y la presunción (fijaos en las palabras “morales” que utiliza la crítica, luego comprobaremos que, efectivamente, la crítica siempre utiliza el mismo tipo de terminología), y eso, por supuesto, desvirtúa todo mérito. Pero la crítica no se suele quedar ahí. En este caso, continúa atacando a Juan, llamándole “desagradecido”. En vez de dar saltos de alegría ante la noticia del ascenso, él se queda pensativo, diciendo sólo que se lo va a pensar. Ahí entra en juego un segundo elemento importante de la autoestima baja, que la crítica aprovecha ampliamente: la opinión de los demás. Juan tiene la sensación permanente de estar expuesto a la evaluación de los demás –son ellos, su jefe, sus compañeros, su familia, el mundo entero, los que tienen el poder de hacerle válido con sus juicios y opiniones sobre él. “Seguro que he defraudado al jefe con mi reacción. Ahora se estará arrepintiendo de haberme dicho nada”. Aunque está destinada para hacerle sentirse bien, la sensación genuina de bienestar que experimenta Juan al principio es profundamente amenazante para él: es una sensación confiada, ingenua y permitirla indica un relajo peligroso, porque ahora le pueden dar donde más le duele, se puede frustrar hasta límites insoportables, porque Juan no se ve con recursos para afrontar la frustración. La crítica, que no le permite sentirse bien, le está protegiendo de todo ese sufrimiento: “si no sientes –aunque sea agradable– no sufrirás”. Juan tiene, además, y eso forma parte del círculo de la crítica, la sensación permanente de ser una persona incompleta, en eterna formación, que no puede relajar la guardia, no vaya a ser que se relaje en exceso y se “salga de madre”. La sensación que conoce es esa y con ella sabe moverse. El bienestar es una sensación desconocida y por miedo, la deshecha. 3. Tras estas reflexiones, Juan se ve absolutamente incapaz de hacer frente a lo que le propone el jefe: no tiene la capacidad que se

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requiere para el puesto, va a defraudar a todo el mundo y va a volver a meter la pata con sus decisiones grandilocuentes. Todo ello le está produciendo una gran cantidad de angustia, cosa que aprovecha su crítica para poner el punto final: “si ni siquiera eres capaz de tomarte este tema con calma, como lo haría cualquier persona normal, ¿cómo esperas poder desempeñar tu puesto? En el fondo, te vienen bien estas cosas como prueba de humildad, para que te des cuenta de una vez por todas de que tú no vales para esto.” 4. Con un nudo en la garganta, Juan acude al despacho del jefe y le comunica, con una forma algo tajante que no admite réplica, que no va a aceptar el puesto ofrecido. No sirven de nada las insistencias ni los intentos de convencerle del jefe: cuanto más insiste, más se cierra Juan. Se están mezclando aquí la decisión firme de Juan, guiada por su crítica que no admite matices, con su falta de asertividad, preocupado hasta la angustia por la imagen que estará dando al jefe en ese momento. Se comprende que, con tanta tensión, la conducta de Juan no puede ser diferente a la que está siendo. Al final, sale del despacho casi huyendo, dejando al jefe prácticamente con la palabra en la boca. Unos compañeros bienintencionados, al verle con cara de disgusto, se acercan a preguntarle, pero ya llegan tarde: Juan les dedica su mejor sonrisa y le quita importancia al tema: “no, no pasa nada, unas cosas sin importancia que tenía que hablar con el jefe, pero ya están resueltas”. El miedo a resultar pesado, a dar la lata, a no dar la talla, a defraudar, a dar imagen de desequilibrado... puede con su disgusto y le levanta de un brusco tirón del hundimiento en que se encontraba. 5. Seguramente, Juan intentará no darle más vueltas y para lograrlo, se volcará obsesivamente en su trabajo, en un intento vano de sentirse algo mejor consigo mismo rindiendo mucho. Su sensación de malestar, no obstante, le durará bastante tiempo, horas,

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quizás días, hasta que se vaya diluyendo poco a poco, almacenada en el arsenal de malas sensaciones consigo mismo, que ya de por sí se encuentra repleto. Esta vez es Iván, un hombre con autoestima alta, el que nos va a prestar su experiencia y reflexiones: veremos que el espacio dedicado en estas páginas al punto 1. y al punto 2. de la situación se invierte en los casos de Juan e Iván. Así ocurre en la realidad con el tiempo que dedica una persona con autoestima alta a sus sensaciones positivas y el que le dedica una persona con autoestima baja. 1. Ante el halago, Iván se siente simplemente bien, muy bien. Es como si volara en ese momento. Llevaba esperando desde hacía tiempo un reconocimiento, porque siente que, realmente, se ha esforzado y ha obtenido buenos resultados de su esfuerzo. Él ya se sentía bien consigo mismo, pero todos necesitamos ser reconocidos, y más por el jefe, para continuar caminando en la misma dirección. Dicho de otra forma, Iván siente que se merece plenamente ser alabado, pero necesitaba sentir que su actuación recibía un premio y la sugerencia de ascenso le parece la mejor recompensa. Como, normalmente, un refuerzo tiene más poder que mil castigos, el halago le empujará a seguir haciendo el trabajo bien. Nótese que no estamos hablando aquí de si Iván es honesto o no. Puede que haya conseguido su reconocimiento por la vía del engaño y el aprovechamiento o puede que no, que sea por el esfuerzo que ha realizado honestamente. Da igual: estamos hablando de autoestima, no de moral. En cualquiera de los dos casos, si Iván tiene la autoestima alta, se sentirá así como describimos. Es probable, aunque depende de lo introvertido o extravertido que sea Iván, que sienta la necesidad de comunicar la buena nueva. Puede querer decírselo a sus compañeros, si hay buen

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ambiente entre ellos, y a sus amigos, familiares... a quién se lo diga tiene que ver más con las circunstancias vitales que rodean a Iván. Lo que sí podemos afirmar es que, cuando alguien con buena autoestima se siente alegre y pletórico, siente necesidad de expandirse y comunicarse con los demás. 2. Después de la alegría, viene la reflexión: quizás después de haberlo comunicado, Iván se plantea lo que significa la alabanza y el ascenso que le ha propuesto el jefe. Comienza una fase de evaluación, en la que rápidamente, su mente y su cuerpo van cotejando las ventajas e inconvenientes que le va a suponer el cambio. Esta evaluación se realiza tanto a nivel emocional como mental, es decir, desde lo más consciente como puede ser “¿qué me supone el cambio a nivel de cantidad de trabajo, tiempo, esfuerzo? ¿cuáles serán mis funciones, las tareas concretas que tendré que realizar?...”, hasta lo más emocional e inconsciente, como “¿qué coste emocional me puede suponer el cambio? ¿me veo capaz de cumplir las expectativas?, ¿hay algo que no me encaja, hay algo que temo, algo que me hace especial ilusión?...”. Como hemos dicho, este proceso de evaluación emocional no suele ser tan consciente como el cognitivo, pero la persona puede hacerlo plenamente consciente. Si, por ejemplo, al pensar sobre sus funciones en el nuevo puesto, de repente le viene una sensación de náusea, Iván se parará para intentar identificar qué es lo que no le ha encajado. A veces no es fácil, y la persona se queda con la sensación de: “hay algo que no me gusta de todo esto”. Muchas veces, la imaginación nos ayuda a identificar lo que no sabemos expresar con palabras, ante nuestro ojo mental se suceden una serie de imágenes en las que nos vemos justo –qué casualidad– confirmando la emoción que estamos sintiendo. Este es un ejemplo de que, si sabemos escuchar con respeto al cuerpo y a la mente, veremos que nos están dando toda la información que necesitamos. Iván escucha, aunque sin saberlo conscientemente, lo que le transmite su cuerpo con la sensación

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de náusea y su mente con las imágenes que proyecta y, tras lo que él llamaría, simplemente, “darle vueltas”, identifica qué es lo que le “chirría”: el tiempo. Sabe que, en el nuevo puesto, tendrá que asistir a numerosas reuniones y negociaciones, tendrá que viajar y, en cualquier caso, salir del trabajo bastante más tarde de lo que ya lo hace. Y eso le da una gran sensación de náusea y ahogo. Ya ha hecho consciente lo que el cuerpo le estaba transmitiendo, y a partir de ahí, Iván reflexionará sobre el peso negativo que le otorga a ese malestar en comparación al peso positivo que tienen todas las demás funciones. Él no se lo planteará en términos de peso, más bien será una comparación emocional. Si al comparar, la sensación de malestar se minimiza frente a las buenas sensaciones del resto de las funciones, Iván continuará adelante, proponiéndose a sí mismo una solución rápida para no seguir dándole vueltas, como puede ser, simplemente, “bueno, espero que no tenga que viajar mucho, o “ya me las arreglaré para sacar tiempo”. Pero si la sensación de malestar no desaparece o aumenta al comparar las ventajas e inconvenientes, Iván se planteará muy seriamente si le compensa aceptar el puesto o éste le va a traer más malestar que alegría. 3. En este caso, Iván siente que, efectivamente, su malestar frente al nuevo puesto de trabajo es muy grande y no tiene claro que le vaya a compensar aceptar el ascenso. Al sentir eso, su mente tenderá a buscar otras desventajas que apoyen su malestar inicial y le hagan ver el nuevo puesto como no tan deseable como cuando se lo dijeron por primera vez. Le da vueltas y vueltas, quizás lo consulte con alguien de confianza, pero al final, la respuesta será No. Eso no quita que, tras tomar la decisión, Iván tenga sentimientos encontrados: por un lado, siente alivio por haber tomado la decisión de no aceptar y haber evitado un malestar mayor, pero por otro, se siente triste y frustrado por no poder aceptar el puesto que le ofrecen.

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4. Con semblante serio, que se corresponde a cómo se está sintiendo, Iván le explicará al jefe su negativa a aceptar el ascenso. Lo hará de forma asertiva, es decir: con un tono amable (porque el jefe le había ofrecido algo favorable para él), pero firme y convencido; mirando a los ojos y transmitiendo en todo momento de forma no verbal que está seguro de lo que dice. Expondrá su negativa a aceptar el puesto, dando para ello una explicación que justifique su decisión – sólo una, no se perderá en explicaciones interminables que sólo lograrían confundir a su jefe. Dependiendo de la confianza que tuviera con el jefe, la explicación será la verdadera –“ no me compensa comerme el poco tiempo que tengo para mí ”– o algo más eufemístico –“ hay muchas razones, entre otras, el tiempo que me supondría para mí y mi familia”. Seguramente, el jefe insistirá, pero, como Iván está seguro de su decisión, se mantendrá firme, repitiendo una y otra vez con amabilidad su negativa y agradeciéndole que la haya tomado en consideración. Al salir del despacho y ver los compañeros su semblante preocupado, le preguntan. Si tiene buena relación con ellos, les explicará más o menos claramente la conversación: necesita consuelo y confirmación, porque, aunque siga seguro de su decisión, se siente triste por no haber aceptado el nuevo puesto. Si no hay una buena relación con los compañeros, preferirá callarse y buscarse a otra persona de confianza que ejerza la misma función de apoyo. 5. El malestar le durará un tiempo, dependiendo de lo amplia o estrecha que fuera la franja entre el coste y el beneficio que le suponía el ascenso. Su mente, que siempre funciona de acuerdo a los sentimientos, intentará buscar razones que confirmen que su decisión fue la correcta, como valorar el tiempo libre que tiene, felicitarse por no haber aceptado el puesto al ver el trabajo que le está suponiendo a la persona que finalmente lo asume, etc. A la larga, el malestar se irá diluyendo pero, si continúa demasiado tiempo,

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hará que Iván se escuche y se haga un nuevo replanteamiento de la situación. Entiende que sus sensaciones son respetables y merecen ser escuchadas y que, aunque quizás en ese momento, el ascenso no le cuadraba, ahora sí podría compensarle. Las acciones que emprenda a partir de ahí irán encaminadas a atender las demandas que le está enviando su emoción y su mente.

Situación 3: Salida con los amigos Toni organiza una salida de cena y copas con los amigos. “Decídselo a quien queráis”, les dice a sus amigos más allegados. Pero cuando Elena, nuestra protagonista, le comenta que van a acudir tres amigos suyos, Toni se echa para atrás, dice que tres son demasiado y le espeta: “Tú verás lo que haces y cómo vas a quedar…”. Elena no entiende muy bien qué significa eso, pero desconvoca a sus amigos y decide acudir sola. Sin embargo, cree necesario decirle a Toni lo que opina de su gestión, y le envía un SMS en el que pone: “Vale, no vendrán, pero no me parece correcta tu actuación. Ahora quedo mal yo”. 1. Durante la cena, Elena advierte que Toni se sienta en el extremo contrario de la mesa. Tiene la certeza de que Toni se ha enfadado por su SMS y no desea tenerla ni mínimamente cerca. Al lado de Toni se han sentado sus amigos más cercanos, con los que, como siempre, intercambia comentarios por lo bajo y risas de complicidad. Elena no duda de que, en todo momento, están hablando de ella, incluso en algún momento cree oír su nombre. Aunque intenta no prestar atención y hablar a su vez con las personas que tiene cerca, no puede dejar de desviar la mirada una y otra vez hacia Toni y sus amigos. Para ella, lo más importante en ese momento es que Toni la perdone, le transmita de alguna forma que no ha hecho nada malo y que no está enfadado con ella. Esa sensación es tan apabullante que Elena se

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siente incapaz de hacer algo, ni siquiera de acercarse y pedir perdón, porque, a la vez, teme el castigo, en forma de desprecio o rechazo, que le puedan dispensar. Así que permanece lo más quieta posible, como un niño que ha hecho algo malo, esperando que Toni se apiade de ella. 2. Más adelante, entran en un bar atestado de gente. Mientras Elena está en el servicio, quedan libres algunos asientos y se sientan todas las chicas del grupo y un chico, amigo de Toni. Cuando Elena vuelve, se coloca detrás de ese chico, porque no cabe en otro lugar. Al advertir eso, el chico se da la vuelta y dice con retintín: “Ah, pero ¿querías sentarte?”, a lo que todos ríen, mientras el chico se levanta y le cede el sitio. A Elena no se le había ocurrido sentarse –aunque había advertido que todas las chicas tenían un asiento menos ella, piensa que no se merece lo mismo, ya que no está a la altura de ellas. Como se siente inferior, ni se le ocurre reclamar un asiento. Evidentemente, al hacerle el chico la broma y cederle el asiento, Elena se siente morir: porque se están burlando de ella, porque queda en evidencia ante los demás, porque siente que ha querido “hacerse la importante” colocándose detrás del chico y está recibiendo su justo castigo y, en último extremo, porque el que hace la broma es de los amigos de Toni, qué casualidad, y “ahora sí que la he fastidiado del todo”. Si todavía esperaba algún tipo de perdón, ahora está claro que nunca lo va a obtener, porque mete pata tras pata y, encima, es una ingenua, que espera que la perdonen cuando está claro que ella, toda ella, es imperdonable. 3. En otro bar, una bodega, otra amiga de Toni se dispone a pedir en la barra para todos. “¿Cervezas para todos?”, pregunta a los amigos. Elena piensa que, ya que es una bodega, debería de pedir vino y dice tímidamente: “Bueno, yo quiero un vino”. La amiga pone los brazos en jarras y dice con teatralidad: “¡marchando, cervezas para todos y UN vinito!”. Ahora Elena está segura: Toni les ha hablado mal sobre ella a sus amigos y todos

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y todas la están castigando, la están haciendo ver que es una persona no grata en el grupo. Pero ¿a quién se le ocurre pedir un vino en estas circunstancias? Claro, sólo a ella, a Elena, la que siempre tiene que dar la nota, la que va de diferente. Realmente, puede dar las gracias de que todavía no la hayan echado del grupo. En ese momento, Elena decide lo que considera es la única cosa acertada que habrá hecho en toda la noche: no volverá a salir con ellos. ¿No le están diciendo, por directa o por indirecta, que no la aceptan, que no la merecen, que, si acaso, la admiten por compasión? ¿No está claro que, tras la metedura de pata con Toni, ya se han hartado definitivamente de sus tonterías? Tras tomar la decisión, Elena casi se siente bien: se está inflingiendo un autocastigo por ser tan mala y, además, así les libera a los otros de tener que soportar la carga que supone ser así. Poniendo una excusa cualquiera, Elena decide irse antes de finalizar la velada. 5. Esa noche, Elena dormirá intranquila. Por un lado, siente que hay otra puerta que se cierra, otra historia que ha estropeado, otra carga de malos actos a añadir a su depósito, ya muy lleno, de acciones equivocadas. Y eso la llena de tristeza y de culpa. Por otro lado, algo en ella la mantiene fuerte: es la voz de la crítica: “no rezongues, tienes lo que te mereces. Lo único bueno que has hecho es decidir ya salir con ellos, porque siendo así, nadie te va a querer nunca. Así, por lo menos, no fastidias a otros y te quedas tú sola con tu porquería, que es como siempre tendrías que haber estado”. ¿Y qué ocurriría si en vez de Elena, es Mara la que se encuentra en esta situación? Mara también pertenece al grupo de amigos, pero la diferencia con Elena es que tiene una buena autoestima. Por ello, no le cuesta protestar cuando ve que Toni no admite que traiga a tres amigos. Aún así, les desconvoca para el encuentro, pero le deja claro a Toni que no le parece bien su gestión. El SMS que envía puede ser igual o similar al que envió Elena.

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1. Al entrar en el primer restaurante, Mara no se fija dónde se sienta Toni. Ella misma habrá entrado seguramente hablando con sus amistades más cercanas y se sentará con ellas o buscará un sitio que le pille cerca de las personas con las que quiere conversar en la cena. Es decir, en vez de esperar a ver dónde “la sientan” o quién quiere sentarse a su lado, Mara elige por sí misma, toma un papel activo en el asunto. Al advertir que Toni se ha sentado con sus amigos y comienza a hablar con ellos con complicidad, no pensará nada o pensará “vaya, como siempre”, ya que sabe que Toni siempre hace lo mismo, vayan a donde vayan. Lo más probable es que, a lo largo de la cena, cada uno se centre en las conversaciones que tiene a su alrededor más próximo y sólo de vez en cuando, se fije en los que están al otro lado de la mesa, cuando se habla de algo en lo que participan todos o se va a tomar una decisión colectiva, por ejemplo. Dependiendo del grado de enfado que le causó, Mara se acordará más o menos de la pequeña discusión telefónica que mantuvo con Toni el día anterior. Puede, desde no acordarse en absoluto, pasando por comentarlo con las amistades más próximas hasta sentir la necesidad de aclarar la situación con Toni. Lo que ocurrió en realidad (ya hemos comentado que ésta es una situación real) fue que quedaron algunas personas sin ir y, por lo tanto, asientos libres. Mara aprovechó la oportunidad para decir en alto: “vaya, Toni, conque ¿íbamos a ser demasiados y yo no podía traer a nadie…?”. Lo habitual es que, tras este comentario y la respuesta más o menos mordaz de Toni, Mara dé por cerrada la situación y ya no piense más en ella a lo largo de la noche. Y lo que desde luego no hará es unir otras sensaciones y percepciones a la situación de enfado con Toni. 2. En el segundo bar, al volver del servicio y ver que todos los asientos están ocupados, pueden ocurrir dos cosas: que Mara no le dé

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ninguna importancia, no tenga deseos especiales de sentarse y se vaya a retomar la conversación con las personas con las que estaba hablando, ya estén sentadas o de pié. Otra posibilidad es que tenga ganas de sentarse y entonces, seguramente, lo manifestará, de forma más o menos jocosa, según sea su forma de comunicarse en grupo, pero no molesta ni enfadada. Lo que de ninguna forma hará es unir la situación de enfado telefónico con Toni con el hecho de que el chico que está sentado sea amigo de Toni. Cuando éste le dice: “Ah, pero ¿querías sentarte?”, Mara lo interpretará como la típica broma que se dice en grupo, le responderá como mejor sepa y no le dará absolutamente ninguna importancia al episodio. Continuará centrada en la situación, las conversaciones y en sus sensaciones, que le van transmitiendo constantemente si algo marcha bien o mal para ella. En este caso, no hay nada que vaya mal. 3. Ya en la bodega, Mara pide un vino, cuando todos los demás quieren cerveza y la chica que lo va a pedir le hace una broma. Quizás Mara se sienta algo mal en ese momento: a nadie le gusta quedar como la única diferente y más aún, si le hacen quedar en evidencia. Puede que sienta algo de vergüenza ante la bromita, incluso que no sepa qué cara poner cuando todos la miran riendo. Su cuerpo le transmite un malestar que hay que atender. Rápidamente, su mente empezará a buscar posibles explicaciones a la situación y encontrará una: lo más probable es que, la chica que le hizo la broma sintiera como una molestia el tener que pedir una sola cosa diferente a las demás y por eso le hizo la bromita. Sin embargo, la mente de Mara continuará explorando, observando, y verá que la chica no está realmente enfadada, que le trae el vino sin mostrar ningún signo de disgusto y que también los demás continúan hablando con ella igual que antes. Esa percepción objetiva de la situación hace que, con bastante rapidez, el malestar se disipe y Mara se vuelva a centrar en la situación y no piense más en este episodio aislado. Toda esta serie de

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comprobaciones y tanteos se realizan a nivel semi-consciente, es decir, Mara no se para a pensar qué es lo que está pasando, qué sensaciones tiene y cómo aliviarlas, pero, si se le preguntara, podría “rebobinar” y darse cuenta del proceso complejo que ha seguido en breves minutos. 4. Por la noche, Mara no le dará vueltas especiales a estos episodios. Quizás pensará sobre otras cosas que le hayan llamado la atención positiva o negativamente, pero el enfado con Toni queda lejos y, como a partir de ahí, no ha unido ninguna situación a ese episodio, no pierde ni un minuto en darle vueltas al tema. Y, sobre todo, no se cuestiona a sí misma en esta situación.. EJERCICIO ¿CÓMO REACCIONARÍAS TÚ? ¿CÓMO REACCIONARÍAS CON/SIN CRÍTICO INTERNO NEGATIVO? Este ejercicio es algo difícil, porque exige un buen grado de conocimiento sobre “los otros”: las personas que tienen un crítico maltratador respecto a las que no lo tienen y viceversa. Es necesario intentar accionar la empatía y ponernos en el lugar de la persona que no tiene a ese crítico maltratador, si sentimos que lo tenemos, o de la que sí lo tiene, si no descubrimos grandes críticas destructivas en nuestro interior. A continuación, se describen tres situaciones, todas sacadas de la experiencia de personas reales que las han relatado. Analiza cómo reaccionarías tú en cada una de ellas, qué te dirías, cómo te sentirías y qué harías. Si quieres, te puedes quedar ahí y simplemente (aunque esto no le quita importancia al ejercicio) acercarte un poco al conocimiento de ti mismo/a y tener algo más claro si lo que te guía es un Crítico Interno feroz y despiadado o una sana voz respetuosa contigo y tus sensaciones. Y si lo deseas, puedes continuar el ejercicio, intentando meterte en la piel de la persona con/sin Crítico Interno negativo y procurando sentir, pensar y tomar decisiones como él o ella lo haría. Te puede servir mucho para comprender los mecanismos por los que se rige el ser humano y te puede ayudar a comprenderte a ti mismo/a.

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SITUACIÓN 1:

Manuel trabaja y vive en Asturias, aunque su familia reside en Teruel. Hasta ahora, Manuel iba todos los fines de semana a casa de sus padres a Teruel, en parte porque le gusta volver a su ciudad, en parte para acompañar a su madre, que se quedó muy triste cuando él se fue de casa. Cada vez que él entra por la puerta, la cara de su madre se ilumina y “vuelve a ser la de antes”, le dicen su padre y hermanos. Pero desde hace unas semanas, Manuel tiene novia y está muy enamorado de ella. La chica vive en Galicia, bastante cerca de donde vive él y ambos están deseando que llegue el fin de semana para encontrarse. Hasta ahora, Manuel va trampeando el conflicto de ir a su casa o ir a Galicia con la novia, pero llega un día en el que tiene que decirle a su madre que ya no puede ir tanto a Teruel, porque quiere repartir los fines de semana entre sus padres y su novia. La madre, tras un largo silencio, le dice: “siempre he temido que pasara esto, vas a olvidarte de nosotros, como ya lo hizo tu hermana. Haz lo que quieras, me da igual, de todas formas, la poca ilusión que tenía con tus visitas también se me acaba”. PARTE 1: QUÉ TE DIRÍAS: CÓMO TE SENTIRÍAS: QUÉ HARÍAS: PARTE 2: QUÉ PENSARÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO: CÓMO SE SENTIRÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO: QUÉ HARÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO:

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SITUACIÓN 2:

Pedro está en el supermercado, esperando su turno para comprar queso. Tiene mucha prisa, porque tiene que ir al banco y van a cerrar dentro de muy poco. Por suerte, la persona a la que le toca antes que a él se ha ido y ya le toca a él. Cuando está empezando a decir lo que quiere que le pongan, aparece corriendo la persona que tenía el número de turno anterior al suyo. “Espere, espere”, grita, “que me tocaba a mí, es que estaba en el turno de la fruta y no me ha tocado hasta ahora, y tengo una prisa tremenda, venga, pónme un cuarto de jamón y…”. “Perdone, pero es que yo también tengo prisa y usted no estaba cuando le tocaba”, le dice Pedro con amabilidad. “Bueno, ¿a quién atiendo?”, pregunta el charcutero y ahí, Pedro se da cuenta de que todo el mundo a su alrededor está pendiente de la conversación. “Sólo quiero trescientos gramos de queso manchego”, dice Pedro, ”lo siento de verdad, pero es que yo también tengo prisa. Démelo en una pieza, así tarda menos. De verdad que lo siento…”. La señora se aparta, muy enfadada, y sigue hablando alto: “Desde luego, hay que ver el egoísmo de la gente. Si le estoy diciendo que estaba aquí al lado y que sólo me he demorado unos segundos y a él le da igual...”. PARTE 1: QUÉ TE DIRÍAS: CÓMO TE SENTIRÍAS: QUÉ HARÍAS: PARTE 2: QUÉ PENSARÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO: CÓMO SE SENTIRÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO: QUÉ HARÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO:

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SITUACIÓN 3:

Pilar trabaja de comercial en un concesionario de coches. Hace bastante poco que ha entrado y se está esforzando mucho por llegar a cumplir con los objetivos que tienen marcados. El jefe aprecia su esfuerzo y la alienta para que intente vender cada vez más. Cuando lleva tres meses en la empresa, Pilar se rompe la pierna. El proceso de recuperación es complicado y tiene que estar de baja varios meses, pidiendo cada semana la baja laboral. Entre operaciones y recuperaciones, hay dos semanas en las que Pilar se olvida de entregar la solicitud de baja. En la Seguridad Social la regañan mucho, diciéndole que no se puede revocar su olvido. Cuando vuelve a incorporarse al trabajo, su jefe le dice que ha cometido un error grave y que en Recursos Humanos están muy enfadados con ella, pero que él la ha defendido, porque confía en ella y que, trabajando bien y seguido, podrá compensar las posibles pérdidas que haya sufrido la empresa por su despiste. Pilar está dispuesta a demostrar a su jefe que es digna de la confianza que ha depositado en ella y se dispone a trabajar duro… pero la acaban de llamar de otra empresa, ofreciéndole un puesto de trabajo maravilloso. Es justo a lo que ella ha aspirado siempre, supone una subida de categoría y de sueldo y también las condiciones de trabajo (horarios, distancias) suponen una mejora de calidad de vida. Pilar intenta demorar su decisión e incorporación al nuevo trabajo lo máximo posible, para darle tiempo a recuperarse en el concesionario en el que trabaja, pero llega un momento en el que desde la nueva empresa se lo dejan claro: o se decide ya o buscan a otra persona para el puesto. PARTE 1: QUÉ TE DIRÍAS: CÓMO TE SENTIRÍAS: QUÉ HARÍAS: PARTE 2: QUÉ PENSARÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO: CÓMO SE SENTIRÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO: QUÉ HARÍA OTRA PERSONA QUE TUVIERA/NO TUVIERA CRÍTICO INTERNO DAÑINO:

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3 POR QUÉ (I): CARACTERÍSTICAS DE LA PERSONA CON BAJA Y ALTA AUTOESTIMA

En este capítulo, vamos a analizar de qué depende el que una persona se maneje y sienta bien en una situación y otra no lo logre, como nuestros ejemplos del capítulo anterior. Para ello, comenzaremos el capítulo con un ejercicio. EJERCICIO Piensa en una situación que te resulte difícil, de esas situaciones cotidianas que, no sabemos bien por qué, nos cuesta afrontar. Muchas veces, nos da vergüenza confesar estas dificultades, incluso nos cuesta reconocérnoslas ante nosotros mismos porque... ¡son tan ridículas! A nadie parece costarle afrontar esa situación, ¡sólo a nosotros! Cada uno tiene sus situaciones particulares que le resultan especialmente arduas. A mi misma, durante mucho tiempo me costaba llamar por teléfono a algún organismo público para pedir información sobre algo, porque eso de no conocer a la persona con la que estás hablando... además, el pertenecer a un organismo le daba a la persona que estuviera al otro lado del teléfono un aire de autoridad..., aparte de que, muchas veces, mi temor se veía confirmado por ser algunos de ellos verdaderamente antipáticos. En fin, que esa era “mi” situación particularmente dificultosa.

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¿Cuál es la tuya? …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… Reflexiona ahora: • ¿Por qué crees que tienes esta dificultad concreta? ¿Por qué tú? …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… • ¿De dónde crees que proviene? …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… • ¿Crees que sólo a ti te pasan esas cosas, que a nadie más le puede ocurrir? …………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………

En nuestras conversaciones diarias con todo tipo de personas, nos hemos encontrado con ejemplos muy variados de situaciones difíciles, tales como: ir a comprar compresas; hablar a un contestador automático; bajar al parque con los niños; reservar una habitación de hotel; llevar a la hija hasta su clase en la Escuela Infantil; tener que sentarse en un autobús al lado de una persona del sexo opuesto, ir a una piscina pública... he mezclado conscientemente ejemplos de personas que son pacientes con otras que no lo son y ruego al lector o lectora que no intente jugar a distinguir que ejemplo corresponde a quién. Lo que queremos indicar con esto es precisamente que no existe diferencia entre unos y otros. A la hora de relatar dificultades, todas las personas, con autoestima alta o baja, las sanas y las insanas, las asertivas y las no asertivas, tenemos en nuestra memoria una o varias situaciones que, por la razón que sea, nos resultan difíciles de

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POR QUÉ (I)

resolver. No existen, pues, dificultades “típicas” de personas con baja autoestima ni situaciones que “todas” las personas con autoestima alta resuelvan bien y “todas” las que tienen autoestima baja resuelvan mal. ¿De qué depende, entonces, el que una persona resuelva y se sienta bien en una situación y otra no? Hay un mensaje que, con mucha frecuencia, envía el Crítico Interno negativo del que hablábamos en el caítulo anterior: “esto sólo te pasa a ti –a todos los demás no les cuesta esta situación tan ridícula, sólo a ti te cuesta porque eres rechazable, rara, se te nota lo malo que eres” (o cualesquiera otro insulto que sea el favorito de nuestro Crítico en particular)... No, no es verdad. Conozco a muchas personas con autoestima baja, a las que, por ejemplo, no les cuesta nada manejarse en situaciones sociales. Se mueven bien en ellas porque tienen buenas habilidades sociales y dominan la llamada “sobreadaptación”, que explicaremos más adelante. Por el contrario, hay muchas personas tímidas o solitarias, que no necesariamente tienen la autoestima baja. Claro que, por lo mismo, hay personas con autoestima baja y pocas habilidades sociales, personas con autoestima alta y buenas habilidades sociales... ¿qué queremos decir con eso? ¿De qué depende, entonces, el que una persona se maneje y sienta bien en una situación y otra no? La autoestima es un conjunto de pensamientos, sentimientos y conductas marcadas por el concepto que se tenga de sí mismo, que es independiente de las habilidades que se hayan aprendido. Lo que marca el que una persona tenga la autoestima alta o baja no depende ni del tipo de situación ni de la habilidad que se posea para resolverla, sino de lo que la persona se DICE y cómo se SIENTA en una situación dada.

Veamos un ejemplo. Claudia, Marta, Rosa y Vanessa son vecinas de un bloque de casas que tienen un patio común. Las cuatro tienen un hijo de entre 4 y 5 años.

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Es una bonita tarde de Mayo y las cuatro bajan al patio para que sus hijos disfruten del sol. Sentadas en los bancos o de pie en corrillos, hay ya varias personas charlando. ¿Cuál de las cuatro tendrá autoestima alta y cuál baja? Observemos sus conductas: Claudia lleva un libro en la mano. Deja a su hijo en el arenero, le da el camión y la pala que llevan y le dice: “bueno, chiqui, me voy a sentar en ese banco, si quieres algo, me lo dices, ¿vale?” y se encamina hacia un banco cercano. Por el camino, saluda a todos los vecinos y vecinas que conoce, pregunta a una vecina por su madre enferma, pide información a otra respecto a unos campamentos y finalmente llega a su banco, se sienta y comienza a leer el libro. Marta deja a su hijo en el arenero, le da su cubo y su pala y le recuerda: “ya sabes que tienes que compartir ¿eh? No les quites las cosas a los niños, siempre pídeles permiso – es que últimamente está de un posesivo…”, le explica a un vecino que se encuentra cerca. Seguidamente, se une a un grupito de personas que charla animadamente. Con su sonrisa encantadora, les saluda. “Hola, ¿cómo estáis? Cuánto tiempo…”, y se dispone a escuchar lo que cuentan y reírse con las gracias de un vecino que siempre cuenta chistes. Rosa es muy tímida, eso se le nota enseguida. Con la cabeza baja, pero sonriendo, saluda a las personas que conoce y conduce a su hijo al arenero. Se sienta en el borde del mismo y comienza a ayudar a su hijo a hacer un castillo de arena. En todo el tiempo, permanecerá sentada junto a él, jugando con él u observándole. Cuando, en un momento dado, el niño se une a otros niños y sale corriendo, Rosa se queda sentada, mirándole y sonriendo orgullosa. Vanessa lleva a su hijo firmemente cogido de la mano y se dirige directamente al arenero, sin mirar a nadie. Cuando se le cruza una vecina, la saluda algo bruscamente y con semblante serio. Al llegar al arenero, se queda al lado de su hijo, muy ocupada en darle juguetes, meterle la camisa en el pantalón, atarle los zapatos, etc. Cuando

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POR QUÉ (I)

habla con él, lo hace en voz baja. El niño mira a los demás niños con anhelo, pero no se mueve del sitio. Quizás hayas adivinado ya qué madres tienen la autoestima alta y baja, pero no nos vamos a dejar llevar por el impulso. De las cuatro descripciones, sólo podemos decir con seguridad que Vanessa tiene pocas habilidades sociales y, quizás, que Marta las tiene altas. Demos otro paso. Veamos qué se dicen y piensan cada una de ellas en esta situación. Imagínate cómo se sienten mientras se dicen lo siguiente: Claudia (sentada en el banco): “menos mal que María me ha dado esa información sobre los campamentos, porque se me iba a pasar la fecha... Me parece que la madre de Pilar está peor que lo que ella dice, pobrecilla... Bueno, ¿dónde está Jorge? (hijo) Ah, ahí está, tan contento... Voy a seguir con el libro...” (lee). Marta (hablando con los vecinos): “no me han puesto buena cara cuando he llegado ¿habré metido la pata? O quizás es porque Raúl (hijo) le quitó la muñeca a la hija de Lucía... (mira a Raúl)... ¡ya está otra vez queriendo coger algo que no es suyo! Huy, están contando lo del vecino que se murió... Marta, estás quedando demasiado superficial, parece que no te afecte lo que están hablando, venga, dí algo (dice algo)... penoso, quedas falsa y patética, mira la cara que te está poniendo la del 5º...” (continúa hablando en el grupo). Rosa (sentada al borde del arenero): “qué bien, he conseguido no tener que hablar con nadie, con lo que me aburren estas conversaciones... ¡Qué gracioso es Jaime (hijo), se ha dado cuenta de que le quieren quitar el camión y no se deja... cómo defiende lo suyo...! Anda, se ha ido corriendo con los niños y no le veo... Bueno, me quedaré cuidando de sus cosas hasta que vuelva, se le ve tan feliz... (sigue sentada, ocupada en recopilar los juguetes desperdigados de su hijo). Vanessa (al lado del arenero): “soy una borde, están pensando que soy rara, anormal. Todos están hablando con alguien y están tranquilos, sin problemas. Tú eres la única a la que se le nota a tres

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leguas que no eres como ellos. Mira cómo te miran, seguro que están hablando de ti, estarán diciendo que eres una mala madre, que no saben cómo te aguanta tu marido y tienen razón... qué angustia me está dando, ya no puedo más, me voy de aquí (inicia movimientos para recoger las cosas e irse)”. ¿Quién tiene la autoestima alta y quién la tiene baja? Definitivamente, Claudia y Rosa tienen autoestima alta, aunque Claudia tiene buenas habilidades sociales y Rosa no tanto. Y Marta y Vanessa tienen la autoestima baja, si bien Marta tiene buenas habilidades sociales y Vanessa no. Al observar qué es lo que se dicen es cuando hemos podido ver claramente quién posee qué tipo de autoestima. Evidentemente, a esos pensamientos o automensajes les acompañan una serie de sentimientos: Claudia y Rosa parecen estar tranquilas, satisfechas, mientras que Marta y Vanessa se sienten incómodas, intranquilas y llegan a rozar, en el caso de Vanessa, la ansiedad. Al analizar lo que se dicen estas últimas, vemos que emiten un tipo de pensamiento completamente diferente al que tienen Claudia y Rosa. Las personas que tienen la autoestima baja suelen reflejar ésta en sus interpretaciones de la realidad. Esto les suele llevar a distorsionar lo que perciben, viendo el entorno casi siempre hostil y a sí mismas, criticables. Ahí está la diferencia entre la autoestima alta y la baja, independientemente de cuál sea la situación (que es la misma para las cuatro), la conducta o la habilidad que se posea. Vamos a ver, con la ayuda de Vanessa y de Marta, qué hábitos de pensamiento forma el uso frecuente de las interpretaciones distorsionadas que hacen. En sus relaciones, las personas de baja autoestima suelen pensar de forma: 1. Autorreferencial: como están muy preocupadas por si mismas, creen que cuando los demás les ven, enseguida piensan algo, normalmente negativo, sobre ellas o que, nada más entrar en un sitio, los demás van a evaluarlos, sin tener en cuenta que “los

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demás” tienen muchas cosas en la cabeza aparte de pensar en ellos y evaluarles. ¡Atención, críticas: esto no tiene nada que ver con el egoísmo o el querer ser el punto central! Marta y Vanessa están en todo momento preocupadas por la imagen que están dando a los demás, se dan instrucciones constantes y, de paso, también a sus hijos, para no ser rechazadas. Tienen la sensación permanente de ser observadas. Claudia, sin embargo, se dedica a observar ella a los demás. Se siente tranquila respecto a si misma y no se le ocurre preocuparse por lo que vayan a pensar de ella. De hecho, no le da vueltas a no estar integrada en ese momento en el grupo. Rosa no tiene grandes habilidades comunicativas, pero encuentra una solución para no tener que estar hablando con los demás, y a partir de ahí, no le da más vueltas. Se centra en su hijo y permite que éste se aleje de ella con otros niños. Tanto Marta como Vanessa cometen un error de interpretación o distorsión llamado PERSONALIZACIÓN, que consiste en pensar que toda la atención de los demás está puesta en uno/a mismo/a. 2. Adivinatoria: temen y suelen creer que “los demás” tienen sentimientos negativos hacia ellos/as: se burlan de ellos, les juzgan, les critican, se quieren aprovechar... Los sentimientos positivos de los demás casi no se perciben o se rechazan con mil explicaciones (“ Si supieran cómo soy en realidad, no me querrían tanto”). Este mecanismo es fruto del propio malestar que siente la persona consigo misma. Si yo no me quiero a mí misma, ¿cómo me van a querer los demás? Vanessa y Marta intuyen pensamientos funestos en los demás hacia ellas. No tienen certeza objetiva de nada de lo que están dando por hecho, pero interpretan miradas y expresiones de los demás como contrarias a ellas. Vanessa llega al punto de creer que están hablando todo el rato mal de ella. Tanto Vanessa como Marta cometen una distorsión llamada LECTURA DE PENSAMIENTO.

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3. Se confunde la conducta con la valía humana: la persona que tiene la autoestima baja no siente que sea digna de ser querida y valorada por sí misma, y, por lo tanto, tiene que mostrar constantemente una serie de méritos o conductas correctas para que los demás la valoren: “tanto haces, tanto vales”. Como no se valoran de forma intrínseca, simplemente por ser “ellos”, necesitan un apoyo externo (la reacción de los demás a su conducta) que les demuestre lo que valen. Curiosamente, Claudia y Rosa son las que tienen conductas más aisladas. De hecho, la única que se integra en el grupo es Marta y es precisamente ella una de las que más sufre. ¿Por qué? Porque piensa que, si no se comporta bien, si comete errores de conducta, no la van a aceptar, es decir, no van a quererla y darle la sensación de valía que necesita para sentirse bien. Más dramática es la situación de Vanessa: no tiene buenas habilidades sociales, con lo cual, no tiene nada “que ofrecer” para lograr obtener la tan buscada sensación de valía. Por eso abandona la escena, ya que su sensación de fracaso (al confundir conducta con valía) la remite, como un espejo, a su propia autoestima baja y eso le resulta insoportable. A esta percepción le suele acompañar un sentimiento muy propio de la baja autoestima: es la CULPA. Claudia y Rosa, sin embargo, distinguen claramente: sus conductas son una cosa, su valía otra. No les importa cómo se comportan ni en un momento dado ni en general, ya que se sienten intrínsecamente válidas. 4. A la hora de sacar conclusiones, hay un excesivo centramiento en el momento presente: si se sienten mal por haber “metido la pata”, no se acuerdan de las muchas veces en las que no la han metido y se concentran en autocriticarse por esa vez. Es más, se dicen a sí mismas que siempre actúan y han actuado así, y que las veces que se han desenvuelto correctamente son excepciones a la regla.

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También, y por el mismo mecanismo, creen que los demás van a pensar mal de ellos por una cosa aislada que hagan mal (“como estuve torpe, van a pensar que soy un pringado”), sin acordarse de que nos formamos una imagen de los demás por el conjunto de sus conductas y actitudes y que no solemos cambiar la opinión que tenemos de alguien por un hecho puntual. Marta y Vanessa terminan la situación muy angustiadas y están en continua tensión. Eso ocurre porque creen que de ese momento y su satisfacción depende toda su valía. Para ellas, la tarde junto al arenero es trascendental, puede marcar un antes y un después. Como las personas con baja autoestima dependen exclusivamente del beneplácito de los demás, cada momento es vital para alimentar su precaria autoestima. Esa tendencia a sacar una regla general de un hecho aislado es una distorsión llamada GENERALIZACIÓN. El sentimiento que suele acompañar a este pensamiento en las personas con baja autoestima es la ANGUSTIA. Claudia y Rosa, sin embargo, no dependen del exterior, llevan implícita la sensación de valía, con lo que pueden permitirse “fracasar” en un momento dado, no tener ganas de hablar con los demás o incluso aceptar su timidez sin que pase nada. 5. Hay una constante sensación de transparencia: las personas con baja autoestima se sienten como si fueran transparentes: como se sienten mal, creen que todos se van a dar cuenta de ello, que todos captan su inseguridad y las fluctuaciones de su ánimo. Se olvidan de que los demás también andan con su autoestima, su personalidad y sus problemas a cuestas e interpretan la conducta de los demás según sus propias necesidades. Sobre todo Vanessa se siente completamente expuesta a los demás, como si estuviera desnuda y todos pudieran ver sus defectos e incapacidades. Como ella se siente rara, anormal, cree que los demás captan su sensación y también la ven así. A partir de sus sensaciones, Vanessa (y también Marta) razona que su conducta

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denota todo ese malestar y es negativa. Ambas cometen el error de interpretación o distorsión llamado RAZONAMIENTO EMOCIONAL. El sentimiento terrible que acompaña a esa percepción es la VERGÜENZA, a la que dedicaremos, junto con la culpa, un largo espacio en este libro.

Distorsiones y esquemas mentales Hemos citado varias veces el término “distorsión”, poniendo ejemplos de algunos de ellos: personalización, lectura de pensamiento, generalización, razonamiento emocional. Cuando decimos que la persona con baja autoestima comete distorsiones, no queremos decir en absoluto que se invente la realidad. A estas alturas, seguramente ya le habrá saltado a algún lector o lectora su Crítico Interno negativo, diciéndole algo así como: “ves, es que estás tan equivocado/a que cometes constantes errores de interpretación. Todo lo mal que te sientes no es más que fruto de tu invención, estás distorsionando la realidad y, en vez de sentirte bien y en paz como todo el mundo, te quejas y sientes cosas que sólo un hipersensible como tú…” ¡PARA! Esos discursos, aunque muy probables, no van a ningún lado, no sirven para nada más que para sentirnos mal y, sobre todo, no son ciertos. La realidad es: El propio Crítico Interno negativo es el que nos hace ver las cosas de forma distorsionada, el que generaliza (“siempre serás un desastre”), hace lectura de pensamiento (“están pensando que eres…”) y no nos permite centrarnos en lo que debería de ser nuestra verdadera guía para interpretar la realidad: la sensación que nos suscitan las cosas. Más adelante veremos por qué lo hace. Por otro lado, todas las personas cometemos distorsiones, las sanas y las no sanas, las que tienen alta o baja autoestima. La diferencia entre unos y otros está en la frecuencia con la que se interpreta la realidad de forma distorsionada y la gravedad y credibilidad que se

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le dé a ello: estoy cansada, llego a casa con ganas de desconectar y no hacer nada más y me encuentro todo empantanado, los niños sin acostar, la cena sin hacer y a toda la familia esperándome, haciendo un juego de ordenador. Seguramente, mi interpretación de la situación distará mucho de ser objetiva y serena. Seguramente, “magnificaré” la situación (nombre de otra distorsión), es decir, la agrandaré en mi mente hasta parecerme insuperable; generalizaré: “es que nunca puedo estar tranquila, siempre me toca todo a mí”; haré lectura de pensamiento, “porque éstos se creen que soy su sirvienta”, haré un razonamiento emocional, “es imposible, yo ya no aguanto más, me voy a separar, porque no puedo seguir con este ritmo de vida”… ¿Tengo por ello la autoestima baja? No, simplemente, estoy cansada y me encuentro inesperadamente con una situación frustrante. Bien, todos y todas cometemos distorsiones bastante constantemente. Sin distorsiones, no podríamos sobrevivir. Si no generalizáramos, por ejemplo, no seríamos capaces de tener conceptos en nuestra cabeza, como “árbol”, “animal”, “madre” y, en este último caso, por ejemplo, tendríamos que preguntar cada vez a una mujer si tiene hijos para saber si es madre. Cada distorsión tiene su sentido y es, en algunos casos, buena, en otros, normal que la utilicemos. El contrario del pensamiento distorsionado es el pensamiento objetivo: sólo sacamos conclusiones acerca de lo que realmente estamos percibiendo, sin inferencias. Es bueno intentar llegar a tener un pensamiento lo más objetivo posible, porque las distorsiones nos hacen sentirnos mal, a veces, muy mal, pero no debemos de olvidar que es normal cometerlas y que tenemos que aceptar su existencia como parte del funcionamiento del ser humano. Cuando las distorsiones son un problema es cuando están dictadas por un Crítico Interno negativo y son muestra de una baja autoestima. En esos casos, la persona suele distorsionar siempre en ciertas situaciones o para ciertos temas. Esas distorsiones o convicciones distorsionadas pueden ser: “nadie me va a querer” –“todo el

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mundo piensa que soy una inútil” – “soy tonto” – “no soy digno de ser querido” – “no valgo nada”... Estas máximas, que las personas con baja autoestima suelen tener muy presentes, se salen casi del concepto de distorsión, parecen más unas convicciones en toda la regla, unos esquemas mentales o creencias que la persona lleva dentro de sí y que son independientes de las situaciones. Cuando aparezca algún acontecimiento en la vida de la persona que no sea del todo claro y satisfactorio (y situaciones de ésas surgen constantemente), saltarán esas convicciones para confirmar que, efectivamente, es cierto lo que predecían. Si yo creo firmemente que nadie me puede querer, cuando en mi trabajo vea que mi compañero está hablando más rato con otra persona que conmigo, se confirmará mi convicción de que, realmente, nadie me puede querer a mí. Esa distorsión que estoy cometiendo en ese momento es tan profunda e inalterable, y yo me la creo tanto, porque responde a un ESQUEMA MENTAL IRRACIONAL. Muchas personas saben ya lo que son los esquemas mentales y conocen el término “racional-irracional”. En un resumen brevísimo, diremos que los esquemas mentales son convicciones o creencias que tenemos los seres humanos dentro de nosotros, que se van formando en nuestro interior desde muy pequeños gracias a nuestra experiencia y, sobre todo, a lo que nos transmiten nuestros padres y que van guiando nuestros pensamientos y conductas a lo largo de nuestra vida. En los años 50, un psicólogo norteamericano llamado Albert Ellis –recientemente fallecido– estableció un listado de 10 esquemas mentales o Ideas Irracionales, como lo denominó él, que todos los seres humanos poseíamos en mayor o menor medida. Están reflejados en la tabla 1. Allí se ve que Ellis los expresó (como parte de su teoría) como cuando se formulan de forma irracional o exagerada. La forma sana de poseer estos esquemas mentales es quitándoles el cariz de “necesidad” y “rigidez” y haciéndolos más relativos, por ejemplo “Es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo” se conver-

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tiría, en su versión sana, en: “Es bueno, pero no necesario, ser querido y aceptado por las personas a las que yo aprecio”. Como se puede observar, estos esquemas mentales, tomados en su justa medida, son “normales”, nos hacen humanos y son, además, adaptativos: si no los poseyéramos la mayoría de los seres humanos, la humanidad habría desaparecido hace mucho tiempo: el esquema nº 1, por ejemplo, nos asegura un esmero en cuidar a los demás, respetarlos, esforzarnos por una buena convivencia; el esquema nº 6 nos recuerda la prudencia; el nº 9 nos asegura que no olvidemos las malas experiencias y no volvamos a tropezar ante la misma piedra... La dificultad está en la exageración o radicalización de un esquema, cuando éste se vuelve irracional o no realista, que es cuando la persona se lo formula tal y como está en la tabla. Cuando ya no sólo me digo que está bien ser querido y aceptado por todo el mundo, sino que estoy convencido de que necesito el amor y la aceptación de los demás para sobrevivir, estaré supeditándome al beneplácito de los demás. No soportaré el que los demás se molesten o enfaden conmigo y, sobre todo, estaré llena de angustia y con un gran sufrimiento por agradar siempre a los demás, porque sentiré que en ello me va la vida. Las personas con baja autoestima pueden tener algunos de esos esquemas mentales más exagerados o irracionales. Los esquemas mentales que con mayor frecuencia están radicalizados son: el nº 1 (“es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo”), el nº 4 (“es terrible que las cosas no sean como deberían de ser”), el nº 6 (“cuando algo parece ser peligroso, debo pensar en las terribles consecuencias que puede llegar a tener”), con algo menor frecuencia el esquema nº 2 (“tengo que hacer las cosas perfectamente si quiero considerarme necesario y útil”). En siguientes capítulos hablaremos más sobre la razón de ser de estos esquemas y qué hacer con ellos.

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LISTA DE ESQUEMAS MENTALES DE ELLIS 1. Es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo 2. Uno tiene que ser muy competente y saber resolverlo todo si quiere considerarse necesario y útil. 3. Hay gente mala, despreciable, que debe ser severamente castigada por su villanía. 4. Es desastroso y catastrófico que las cosas no sigan el único camino, no acontezcan de la única forma que a uno le gustaría. 5. La desgracia (infelicidad) humana es debida a causas externas y la gente no tiene ninguna o muy pocas posibilidades de controlar sus disgustos y trastornos. 6. Si algo es o puede llegar a ser peligroso y/o atemorizante, uno debe preocuparse terriblemente al respecto y recrearse constantemente en la posibilidad de que ocurra. 7. En la vida hay veces que es más fácil evitar que hacer frente a algunas dificultades o responsabilidades personales. 8. Uno depende de los demás, siempre se necesita alguien más fuerte que uno mismo en quien poder confiar. 9. Un suceso pasado es un importante determinante de la conducta presente, porque si algo nos afectó sobremanera una vez en la vida, debe continuar perturbándonos indefinidamente. 10. Uno debe estar permanentemente preocupado por los problemas de los demás.

Podríamos encontrar otras diferencias entre las personas con alta y baja autoestima. Una de ellas es la forma cómo establecen sus relaciones sociales o cómo contemplan y educan a los niños. Porque ¿os habéis fijado en el trato diferente que dan las dos madres con autoestima alta a sus hijos de aquél que dan las dos madres con autoestima baja? No dudamos en absoluto de que las cuatro quieren profundamente a sus hijos, pero quizás unos de ellos se sentirán más válidos y libres y los otros menos válidos y más dependientes de “hacerlo bien”. En el capítulo 16 hablaremos más sobre el tema de los hijos y retomaremos este ejemplo.

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Hay una característica, que para este libro es la principal, en la que se diferencian claramente las personas que tienen alta y baja autoestima, la más dolorosa para los unos, más tranquilizadora para los otros. Se trata de la AUTOCRÍTICA, esa capacidad única del ser humano para evaluarse a sí mismo y sacar aprendizajes a partir de ello. Aquí, en la capacidad de autocrítica es donde más diferencias hemos encontrado a la hora de analizar la autoestima de una persona, y también es lo que intentamos afrontar en primer lugar con nuestros pacientes, ya que si éstos se encuentran “invadidos” por un Crítico Interno dañino, quedan boicoteados casi todos los intentos de mejora que pueda emprender la persona. La autocrítica sana y la patológica Imaginemos la siguiente escena: Estoy con unos amigos en una reunión informal. Un amigo cuenta una anécdota sobre alguien torpe y yo, queriendo hacer una gracia, digo muy alto: “es que se necesita ser subnormal profundo para hacer esa tontería”. Al momento, todos se callan, tensos. De repente, me doy cuenta de que el hermano de uno de ellos tiene un retraso mental profundo... Si tú estuvieras en esta situación (seguro que se te pueden ocurrir situaciones de “metedura de pata” similares), ¿qué te dirías? A consecuencia de lo que te dijeras, ¿qué harías, cómo actuarías? Seguramente, todas las respuestas posibles se podrían dividir en dos, que podríamos resumir como: 1. “Soy un/a bocazas insoportable, siempre igual”. 2. “He metido la pata, ¿ahora qué hago?”. ¿Suenan igual? ¡ Son muy diferentes! Seguramente, la persona que se dice la segunda opción se verá empujada a actuar para poner fin a su malestar. Puede, por ejemplo, pedir perdón, hablar a solas con la persona afectada por la broma,

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preguntar a los otros amigos respecto a la magnitud de la metedura de pata o, simplemente, decirse que tiene que tener más cuidado la próxima vez y dar el caso por zanjado. La persona que se dice “soy un/a bocazas insoportable” tendrá más probabilidades de no hacer nada más que sentirse mal, muy mal consigo misma, reprocharse muchas cosas del presente y del pasado y sentirse terriblemente culpable. Normalmente, este tipo de mensajes no empujan a actuar. Si acaso, empujan a pedir perdón, pero de una manera sumisa, como esperando que sea la otra persona, con su perdón, la que nos devuelva la valía. La primera frase (soy un/a bocazas insoportable, siempre igual) está expresada por una Autocrítica Patológica, que hace que la persona se sienta muy mal consigo misma y se bloquee. La segunda frase (he metido la pata, qué puedo hacer) está expresada por una Autocrítica Sana, que hace que la persona se sienta algo mal consigo misma y busque resolver ese malestar para volver a sentirse bien. Sólo con analizar las dos frases puestas arriba se pueden sacar interesantes conclusiones que invito a los lectores a realizar como ejercicio personal: ¿Por qué decimos que la primera frase no empuja a actuar resolutivamente y la segunda sí? ¿Qué diferencias hay entre el efecto que causa la primera frase en la persona y el que causa la segunda? ¿Cómo es el lenguaje de cada frase? Para dar mejor respuesta a estas cuestiones, describiremos aquí las principales características de la Autocrítica Sana y de la Autocrítica Patológica o Crítico Interno.1 El fin es demostrar que todo lo que 1. El término “CRÍTICO INTERNO” (“inner critic”) fue elaborado por John Amodeo en su libro “Crecer en intimidad” (Ed. DDB, Col. Serendipity) y es utilizado por la Asociación Española de Focusing para denominar a la crítica patológica, contrapuesto al CUIDADOR SOLÍCITO (“inner caretaker”) , que sería la crítica sana. Personalmente, me gusta más “Crítico Interno” que “crítica patológica” y por ello utilizaré preferentemente este término a lo largo del libro.

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hay en nuestro interior funciona según una perfecta lógica: si decimos o no decimos algo; si actuamos o no en una situación dada, no es “porque sí” o porque seamos así de incoherentes, sino porque nos encontramos dentro un perfecto engranaje de pensamientos, emociones y conductas que se retroalimentan unas a otras. La Crítica Patológica o Crítico Interno le sirve a la persona con baja autoestima de guía correctora2 para lograr cubrir esa necesidad de sentirse válidos: les dice cuándo han actuado correcta- y cuándo incorrectamente, cuándo se acercan y cuándo se alejan de obtener el tan anhelado cariño o valoración de los demás. Ya hemos visto que, dado que somos todos iguales y tenemos los mismos mecanismos, la persona con autoestima alta también tiene un mecanismo parecido, al que aquí llamamos autocrítica sana, guía interno, o cuidador interno, pero que no está encaminado a “gustar a los demás para conseguir gustarme a mí mismo”, sino a ayudar a decidir caminos, elegir personas, seguir un camino o desviarse de él, con el fin último de lograr una autorrealización. El mecanismo es exactamente el mismo en todas las personas – lo que lo diferencia es el contenido y la forma que unos y otros hayan aprendido a darle. (Ver para ello, los siguientes capítulos, “Origen de la baja autoestima” y “Empatía con la crítica. Su razón de ser”). ¿Cuáles son concretamente, las características diferenciales de la Crítica Patológica o Crítico Interno frente a la Crítica Sana? Si nos decimos: “eres un/a bocazas insoportable, siempre igual”, esto nos hunde y bloquea porque nuestra crítica: 1. Es incuestionable. Siempre la creemos, no se nos ocurre pensar que la crítica puede estar equivocada. Como es nuestra “guía correctora”, necesitamos creer que tiene indefectiblemente razón y la sentimos como parte de nosotros mismos. Toda voz que sur2. El término “guía correctora” es de la persona que firma en este libro como Ainara.

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ja de nuestro interior que contradiga a la crítica es rápidamente eliminada y, a su vez, criticada. A los psicólogos nos pesa a veces esa incuestionabilidad, porque suscita lo que se llama “resistencia al cambio”. Cuesta no hacer caso a la crítica, cuesta incluso detectarla y analizarla. Como me decía una paciente, con lágrimas en los ojos tras asistir a un curso sobre autocríticas: “es que si me quitáis la crítica, ¿qué me queda? ¡Nada, no soy nadie!”

Frente a esto, la Crítica Sana o Guía Interno: se presta a ser cuestionada o modificada. Al decirse “he metido la pata,¿qué puedo hacer?”, la persona se da opción para evaluar la repercusión de su conducta errónea. Puede que pregunte a los amigos o a la persona implicada, o que pida perdón, y eso será una forma de evaluar si la repercusión de lo que dijo realmente es tan grave como lo está sintiendo o no. 2. El lenguaje que utiliza es específico de este tipo de crítica. El tono que suele aplicar es severo, castigador. No es amable y constructiva con nosotros, sino que regaña, no admite réplica, nos desprecia. Analizando más el tipo de lenguaje, vemos que, como decíamos antes, el Crítico Interno nos empuja a distorsionar la realidad que percibimos: • generaliza: utiliza mucho los “siempre”, “nunca”, “todos”, “nadie”, para darnos una sensación de irremediabilidad y la percepción de que es tan enorme la repercusión de nuestro error, que casi no vamos a poder remediarlo. Al generalizar, el Crítico Interno encadena situaciones en las que nos hemos equivocado, remitiéndonos así al pasado, y dándonos la sensación de que “siempre” hemos sido así. Nos hace sentir “malos” en nuestra totalidad, sin pararse a analizar cada situación. • Etiqueta: utiliza el “eres un/una…”, a veces, con el colofón de “y nunca cambiarás“. Normalmente, las etiquetas que nos ponemos (que nos pone el Crítico Interno), no vienen de la nada, sino que las hemos oído con frecuencia a lo largo, nor-

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malmente, de nuestra infancia. Podía ser nuestro padre, madre, algún profesor, hermano… que han hecho que, de adultos, repitamos en forma de autocrítica lo que se nos tachaba de niños. El efecto de las etiquetas suele ser devastador: te da sensación de inmovilidad e irremediabilidad. Tú “eres” de una determinada manera (negativa) y nada puedes hacer para cambiar. Las etiquetas suelen hacer mucho daño a la persona que las siente sobre sí, porque no le dan esperanza de cambio. • Magnifica: las consecuencias del error que nos estamos reprochando son abombadas por el Crítico Interno, para que “nos demos perfecta cuenta de la gravedad de lo que hemos hecho”. Solemos sentir, entonces, que somos peores todavía de lo que ya nos creíamos, más torpes, más malos, más tontas... y que, además, jamás se nos podrá perdonar el mal que hemos hecho. • Exige de forma inflexible: establece un listón de comportamiento ideal, que es demasiado elevado, pero que nosotros tenemos que alcanzar si nos queremos considerar personas válidas. Para ello, utiliza con frecuencia las palabras “deberías hacer…”, “no deberías haber hecho…”, “tendrías que haber…”. Los “debería” siempre son una forma de comparación entre lo que yo soy o hago y el listón que me he puesto, juzgando mi conducta siempre como insuficiente o mala.

La Crítica Sana, en su función de guía, se centra en lo que ha pasado: en la situación y en nuestra conducta (“vaya, he metido la pata”). A veces nos regaña también, pero siempre desde la aceptación incondicional: en el fondo, sabemos que nos perdonaremos. 3. Tiene un lenguaje taquigráfico. No hace falta que nos soltemos grandes peroratas, con una sola frase, palabra o imagen ya sabemos lo que tenemos que sentir. Igual que a un padre severo le basta con levantar un dedo, una ceja o decir una palabra para que todos le obedezcan con temor, a nuestro Crítico Interno le basta con una palabra (“bocazas”), una frase corta (“te lo mereces”) o una

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imagen (mirada severa de la madre) para desencadenar toda una serie de sentimientos y sensaciones muy dolorosas y angustiosas. 4. Utiliza el castigo como solución al error que hemos cometido. El Crítico Interno pocas veces nos da opción a encontrar una solución constructiva y satisfactoria para nosotros –en su afán por hacernos sentir mal, nos desvía del camino de la posible resolución (“eso sería demasiado superficial”) y nos remite a nosotros mismos “para que nos demos cuenta”. Las frases que utiliza son muy intensas emocionalmente. Hace que nos miremos con desesperación y censura, que nos sintamos culpables y con inmensa vergüenza y, por si eso no fuera suficiente, nos sentencia con frases castigadoras como “te lo mereces”, “así te va” o “ya tienes lo tuyo”. El resultado de ese torrente de malestares es el bloqueo. La persona se queda tan apabullada y angustiada ante la aparición de las voces críticas, que ya no es capaz de pensar objetivamente, sólo se siente horriblemente mal y piensa en huir o esconderse. Algunas veces, a lo único a lo que nos empuja el crítico es a pedir perdón sumisamente y con gran exageración, esperando que la otra persona nos deje tan claro que nos ha perdonado que con ello, desaparezca nuestro malestar. Sin embargo, rara vez disminuye la sensación de culpa, y, además, la persona siente que está resultando pesada e incomprensible. Este proceso castigador, con su gran carga de intensidad emocional, suele ser devastador para la persona: ésta suele terminar exhausta y tarda en recomponerse.

La Crítica Sana busca siempre una solución. Su principal objetivo es volver a una situación de bienestar y en esa línea buscará qué hacer. Ante una acción errónea, existen tres alternativas: buscar cómo enmendar o arreglar el error; pedir perdón; o dejarlo pasar por considerar que sus consecuencias no son muy graves. La Crítica Sana realiza una evaluación de la gravedad del error (es diferente decirnos “he metido la pata” que “¡madre mía, he hecho algo terrible!”), de sus consecuencias sobre el otro y sobre nosotros, y en base a esto, decide qué camino tomar.

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5. Reprime y confunde sentimientos: el Crítico Interno tiene establecidos dos tipos de sentimientos: los válidos y los no válidos. Válidos son todos los “políticamente correctos”, como son la tranquilidad interna, la buena conciencia, la serenidad, la aceptación… Yo siempre digo a mis pacientes que el Crítico Interno pretende que seamos monjes budistas en estado meditativo. Los no válidos son casi todos los sentimientos negativos: ira, frustración, fracaso, miedo, a veces, tristeza, aunque también los extremadamente positivos, como son una alegría desbordante, ilusión. Como veremos en varios capítulos dedicados a ello, esta distinción entre sentimientos buenos y malos es absolutamente ficticia, porque no existen sentimientos no válidos. Los sentimientos no se pueden clasificar de ninguna manera, igual que no podemos cambiar nuestra altura o el color del pelo. Pero el Crítico Interno así lo establece y la persona que, como cualquier ser humano, tiene sus sentimientos, se ve obligada a bloquear o reprimir los que son “no válidos”, hasta el punto de que hay personas que, aparentemente, no son capaces de sentir ira, por ejemplo. Otra opción, si el sentimiento clama demasiado por salir (es imposible “matarlos”), es rechazarlo, culpándose por sentirlo, tachándose de débil, egoísta, loca… De hecho, casi sólo hay dos únicos sentimientos que están permitidos, y son los de la culpa y la vergüenza. Todo este proceso de represión/rechazo de sentimientos, aparición de la culpa y la vergüenza, refuerzo de la culpa con reproches, etc. lleva a la persona a experimentar una gran angustia. Muchas personas sitúan esta angustia muy claramente en la zona del abdomen, tienen un permanente “nudo en el estómago”.

A la persona con una Crítica Sana todo este proceso le es ajeno. Normalmente, está en contacto directo con sus sentimientos y, aunque no sepa definir qué está sintiendo, o tenga varios sentimientos a la vez, no se los reprochará o reprimirá. Claro que la culpa puede aparecer también, ya que, como veremos más adelante, ésta tiene

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una función muy importante para el desarrollo de la persona, pero, cuando ésta se sienta culpable, permitirá que, a la vez, salgan los demás sentimientos. Dentro de la persona sana, pueden convivir a la vez varios sentimientos, a veces incluso contradictorios (amar y odiar a la vez a una persona), sin que eso suponga tener una sensación de incoherencia o locura. La culpa le sirve a la persona sana como señal de que algo no funciona como debería, como invitación a revisar la situación que la ha desencadenado. 6. Utiliza la culpa como sentimiento principal. La culpa es utilizada, por un lado, como “señal”: si me siento culpable, algo he hecho mal. A partir de captar la sensación de culpa en la persona, el Crítico Interno devana todo el rollo conocido de reproches, etiquetas, generalizaciones, que, finalmente, vuelven a revertir en que la persona se sienta más culpable. Aquí, muchas veces, la persona se ve obligada a acometer un error de interpretación de sus sentimientos: cualquier sentimiento molesto, como puede ser una frustración, un fracaso, un enfado, etc. es interpretado como “culpa” –“algo habré hecho mal”. Eso se debe a que el Crítico Interno reprime la mayor parte de los sentimientos, tal y como hemos descrito. Si ante cualquier signo de malestar, la persona siente que es culpable, evidentemente, a la larga tendrá la sensación de que constantemente hace las cosas mal y que, en suma, toda ella está equivocada. Por otro lado, la culpa es utilizada como castigo: si me siento culpable, es porque me lo merezco. Igual que un padre severo busca hacernos sentir culpables para que “reaccionemos”, nuestro Crítico Interno nos machaca y machaca para que, con nuestra culpa, nos demos bien cuenta de lo que hemos hecho y no lo volvamos a hacer nunca más. 7. Se apoya en un criterio externo para evaluar si se actúa correcta o incorrectamente. El principal criterio en el que se apoya el Crítico Interno es la moral. El Crítico gusta de utilizar frases del estilo “hay que…”, “debes-no debes”. Se trata de una moral rígida,

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irreal, que se apoya en conceptos universales como: bondadmaldad; esfuerzo-pereza; altruismo-egoísmo; inteligencia o habilidad-torpeza; cobardía-valentía. Estos valores universales son buenos, por supuesto, pero pueden hacer mucho daño si se aplican con rigidez e intransigencia. Si me digo que “siempre” tengo que ser indefectiblemente buena, lo único que conseguiré es sufrir porque no se puede ser “siempre” algo, se puede intentar serlo, serlo a veces, serlo en cuanto se pueda, pero siempre, es imposible. Más delante hablaremos más sobre este tema. En cualquier caso, el Crítico Interno utiliza estos mandatos morales para afianzar la idea de que existe un criterio exclusivamente externo que hay que seguir. Como la persona con baja autoestima confía poco en sí misma, nace el Crítico Interno para recordarle que no debe fiarse de sus percepciones y sentimientos, y seguir fielmente una moral impuesta. Los demás se ven como representantes de esa moral –la persona con un gran Crítico Interno siempre ve a los demás mejores que ella– “ellos” sí pueden equivocarse, si “ellos” se enfadan, tienen razón, “ellos” seguro que no sienten esas cosas tan inconfesables que sólo yo siento… por lo tanto, los demás tienen poder para decidir si lo que yo hago está bien o está mal. La evaluación sobre nuestros actos está en poder de los demás, nunca en nuestro interior.

La Crítica Sana no participa de esa lógica. La persona con autoestima sana siempre se pregunta en primer lugar a sí misma, para luego sacar conclusiones sobre si algo está bien o mal. Evidentemente siguiendo unas normas morales que todos tenemos (cada uno las suyas), la persona sana permite que sea la sensación interna la que manda: si siento malestar, será por algo que merece ser analizado, me da igual si tiene que ver con la moral o no. Para la persona sana, la “moral” está menos presente que en la persona con autoestima baja: al fiarse de sus sensaciones y confiar en ellas, no necesita recordarse –como quien repasa la lección– una y otra vez cuáles son sus preceptos morales ni cuestionarse si se están siguiendo.

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A estas alturas, pido a las y los lectores que se estén sintiendo profundamente mal tras la lectura del capítulo, que no abandonen. Sé que, a veces, ver plasmados con claridad los sentimientos, pensamientos y conductas que se tienen cuando hay un Crítico Interno, es cualquier cosa menos tranquilizador: puede conectarse directamente con la vergüenza y hacer que la persona se sienta desesperada, vacía, rota; puede que algunos sientan como si, encima, tuvieran que escarbar más en el dolor; puede que lo único de lo que se tengan ganas sea de salir corriendo, huyendo de sí mismos, sabiendo a la vez que el Yo siempre nos acompaña y es imposible huir de él, lo cual hace todo mucho más desesperante. Lo que hemos querido plasmar con la descripción tan pormenorizada de las características de la autoestima alta y baja, la autocrítica sana y la patológica, son principalmente dos mensajes: 1. No hay personas mal hechas y bien hechas: hay un mismo funcionamiento mental y emocional en todas las personas que, dependiendo del aprendizaje recibido en la infancia, resultará en una autoestima alta o baja. 2. La Crítica patológica (Crítico Interno), las conductas desadaptativas o sobreadaptadas, los pensamientos distorsionados… no son prueba de lo errónea que es la persona que los siente y piensa: en realidad, son mecanismos de supervivencia, a falta de haber podido aprender otros recursos más beneficiosos. Sin esos mecanismos de supervivencia, la persona hubiera sucumbido o sucumbiría en la edad adulta. Todos estos funcionamientos, aparentemente “erróneos”, son la tabla de salvación de la persona sin recursos, el motor sin el cual no hubiera podido seguir adelante en la vida. Y muy importante: SE PUEDE TRANSFORMAR EL CRÍTICO INTERNO EN UNO SANO, LA AUTOESTIMA BAJA EN ALTA. Del punto 1. nos ocuparemos en el capítulo 4, del punto 2. en el capítulo 5.

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4 POR QUÉ (II): ORIGEN Y APRENDIZAJE DE LA BAJA AUTOESTIMA Y EL CRÍTICO INTERNO

No es raro encontrarse en las terapias con la soledad del niño que hay en el adulto actual. Alice Miller Este capítulo, a cuya temática le tengo especial cariño, es de los más importantes de nuestro libro. Creo que comprender el origen y desarrollo del Crítico Interno es clave para poder trabajar con él. ¿Por qué? Porque para hacer eso, tenemos que partir de una premisa muy clara y definitiva, que ya apuntábamos en el capítulo 3: Todas las personas somos biológicamente iguales y tendemos a seguir el mismo proceso de desarrollo físico y psicológico desde que nacemos hasta la edad adulta.

¿Qué significa eso? Básicamente, dos cosas: •

Significa que no hay niños que nazcan “más buenos” o “más malos” que otros, que no los hay con “mayor necesidad” o más caprichosos. En nuestro origen, todos tenemos las mismas nece-

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sidades y estamos programados para que éstas sean cubiertas. En ello consiste la vida. Términos como “bondad-maldad”, “egoísmo”, incluso “ser tonto”, son conceptos morales que se añaden al desarrollo natural de un niño. Estos conceptos son arbitrarios: para unas personas son de suma importancia, otras, los consideran sin más y otras, no les prestan la más mínima atención. Además, al ser expresados con gran contundencia, cometen un error conceptual: confunden la conducta con una supuesta característica de la personalidad. Existen conductas buenas o malas, no seres buenos o malos. Como dice Forrest Gump cuando le tachan de “tonto”: Tonto es el que hace tonterías –luego si no haces tonterías, no eres tonto y nadie tiene derecho a llamarte así. •

Significa también que, dado que tenemos el mismo cerebro con idénticas neuronas, el mismo sistema nervioso, cardiovascular, simpático y parasimpático, no sólo tenemos las mismas necesidades, sino también idénticos sentimientos, sensaciones y emociones. Todo está dentro de nosotros como capacidad, esperando ser estimulado o dejado en reposo. No existen sentimientos “raros” o “malos”, simplemente, “son”, están ahí. Por lo tanto, también la capacidad de formar un Crítico Interno está dentro de nosotros. ¿Por qué, entonces, unas personas lo desarrollan fuertemente y otras no? Por los estímulos que hayan recibido a lo largo de su crecimiento y desarrollo, lo que hayan oído, visto, lo que se les haya transmitido, y cómo.

Como se ve, esta forma de enfocar el Crítico Interno es diametralmente opuesta a la que el propio crítico nos hace pensar: resulta que no es que tú seas tan malo o mala y tengas el Crítico para corregirte, sino que has desarrollado el mecanismo del Crítico por los estímulos que has recibido en tu infancia. Como dice una paciente mía: lo comprendo con la cabeza, pero es como si me hablaras en chino...

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POR QUÉ (II)

Para entender mejor los intrincados procesos que sigue la formación del Crítico Interno, vamos a imaginarnos a dos niños, Pedro y María. Como son imaginarios, nos han hecho el favor de permitirnos entrar en su mundo interno desde que nacen hasta que son adultos. Veremos qué formas diferentes puede adoptar el desarrollo de una persona, dependiendo de los estímulos que haya recibido. De momento, Pedro y María acaban de nacer y, por ello, son muy parecidos entre sí, no sólo físicamente, sino en una cosa mucho más importante: tienen idénticas necesidades. Cuando nacen, Pedro y María son como pequeños saquitos vacíos, esperando ávidamente ser llenados. Dentro de esos saquitos sólo hay una cosa, una serie de necesidades que, si no son cubiertas, hacen difícil la supervivencia y la salud: •

En primer lugar, hay una gran necesidad de supervivencia física: necesitan a toda costa ser alimentados, estar a una temperatura idónea, dormir y evacuar lo que no les sirve, para poder continuar viviendo. Tan poderosa es esa necesidad que tanto Pedro como María saben muy bien lo que hacer para cubrirla, aunque nadie se lo haya enseñado: lloran, reclaman, son “pesados” hasta que se les atiende. Sólo si hay una gran deprivación fisiológica, el cuerpecito entero del niño o niña se dedica exclusivamente a cubrir esa necesidad básica y anula o deja en segundo plano todo el resto del desarrollo. Pero si las necesidades físicas se ven regularmente cubiertas –¡aunque nunca dejamos de reclamarlas!– aparecen, casi a la vez que ellas, otra serie de necesidades básicas, esperando ser llenadas en el saquito:



Son la necesidad de seguridad-pertenencia y la necesidad de reconocimiento y afecto. Tanto Pedro como María necesitan como el aire que respiran, y en la misma medida, sentirse seguros, saber que “pertenecen” a una persona, primero, y luego, a medida que va ampliándose su cam-

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po perceptivo, a una familia, a un grupo de personas afines, a una cultura, una sociedad. Para ello, de pequeños, necesitan estar muy seguros de que esas personas están ahí siempre, no desaparecen y, además, les hagan sentir que ellos, Pedro y María, forman parte de su vida, de alguna forma “son del mismo bando”. Por otro lado, y también igual que el aire, Pedro y María necesitan ser reconocidos y valorados, ser “alguien” para las personas que les rodean y, además, ser queridos por ellas. Para obtener ese reconocimiento y ese amor, los niños despliegan unas habilidades increíbles: su percepción se hace agudísima, de forma que son capaces de adivinar a partir del lenguaje no verbal y verbal que reciben qué es lo que sus padres esperan de ellos; aun antes de ir al colegio, desarrollan una gran capacidad para hacerse rápidamente un cuadro sobre lo que es bueno y lo que es malo en su familia; sus dos necesidades básicas (pertenencia y reconocimiento-afecto) les guían permanentemente, a través de las relaciones que establecen con otros, para ser cubiertas imperiosamente, y no se desvían nunca de su objetivo: ser reconocidos y valorados-queridos. Evidentemente, el niño (y normalmente, el adulto también) no es consciente de todo este proceso. Pedro y María no se plantean unos objetivos a cumplir y unas estrategias para llegar a ellos, como si de un proyecto de trabajo se tratara. ¿Cómo “saben” entonces qué es lo que tienen que hacer, por dónde tienen que tirar para obtener el tan preciado reconocimiento y afecto? Muy claramente, son los padres los que les dan las instrucciones. Consciente y, a veces, inconscientemente, estamos a todas horas dando instrucciones a los niños sobre cuál es nuestro sistema de valores, qué es lo que nos parece “bien” y qué nos parece “mal”, cómo deseamos que sea el niño y qué nos parece absolutamente indeseable para él o ella. Y eso lo hacemos a través de instrucciones explícitas (“contesta cuando te hablan”, “pide perdón a tu hermano”, “no inte-

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POR QUÉ (II)

rrumpas cuando hablan los mayores”), y también a través de nuestra conducta no verbal, es decir, todo lo que acompaña a nuestras verbalizaciones, como son gestos, expresiones de la cara, tono de voz, volumen... La comunicación no verbal es muy importante en el niño pequeño que todavía no tiene mucha capacidad de entender y expresarse de forma verbal, pero que posee una gran sagacidad en captar y retener lo no verbal. A partir de ir recibiendo esas instrucciones por parte de los padres, el niño va cubriendo las etapas de desarrollo mental que le dicta su evolución y, que, aun con diferencias en cuanto a inteligencia, aptitudes, intereses, se repite de idéntica forma en todos los niños: 1. Los padres emiten instrucciones y críticas a la conducta, que sirven para situar al niño en su contexto y saber lo que debe hacer y lo que no. Estas instrucciones son repetidas tantas veces (“come”) o expresadas con tanta contundencia (¡¡cuidado, no toques eso!!), que, al poco tiempo, el niño saca la relación causa-efecto que las rige y establece reglas: “los enchufes no se tocan”, “a las visitas hay que decirles ¡hola!”, “cuando me meten en la cama, quieren que duerma”. Todos los niños tienen muy pronto claro cuáles son estas reglas, el porqué algunos las siguen y otros no tanto, es otro tema que sería objeto de otro capítulo como éste. 2. Interiorización: a medida que se desarrolla, el niño va interiorizando las voces que oye de sus mayores, las va haciendo suyas. Los padres no se dan cuenta, pero, poco a poco, cada vez necesitarán menos avisarles de ciertos peligros, decirles dónde están las cosas, decirles en cada momento lo que tienen que hacer... porque el niño se lo dice a sí mismo, sin necesidad de confirmación. Al mismo tiempo, va sacando cada vez más reglas generales, entra en juego el importante proceso de generalización, que capacita al niño a desenvolverse, por ejemplo, en casas que no son la suya, con personas que no conoce, sabiendo qué es lo que tiene que hacer y esperar.

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3. Evaluación: damos un salto grande y nos fijamos en la adolescencia como siguiente etapa del desarrollo: el joven comienza a cuestionarse los mandatos y valores de los padres, los revuelve, recicla, digiere, desmenuza, modifica... siguiendo todavía la luz de las dos necesidades afectivas esenciales (reconocimiento y valoración/afecto), e introduciendo una cuarta necesidad, que se va perfilando poco a poco: la necesidad de logro o de autorrealización. La persona joven ya no sólo busca el beneplácito de sus padres y amigos, sino que también quiere sentirse realizada, ser feliz. 4. Posicionamiento: poco a poco, las cosas se van posando, el joven se va estabilizando y siguiendo unas líneas generales de pensamiento y conducta, que son las suyas propias, construidas a partir de aquellas primeras instrucciones. De aquí surge la persona adulta, de la que poco vamos a contar ahora, ya que queremos hablar de algo muy concreto en este capítulo: dependiendo de cómo hayan sido las instrucciones que haya recibido el niño y, posteriormente, el adolescente, la persona adulta podrá acceder a cubrir su necesidad de autorrealización o continuará buscando cómo atender las necesidades anteriores que, por varias razones, pueden no haber sido cubiertas de forma satisfactoria y en su momento. Bien, decíamos antes que, al nacer, nuestros amigos Pedro y María son casi idénticos: tienen las mismas necesidades, los mismos mecanismos de supervivencia, las mismas estrategias implícitas para obtener lo que necesitan. Sin embargo, a los pocos días de haber nacido, sus vidas comienzan a desarrollarse de forma bien distinta. Tienen padres diferentes, con otros sistemas de valores y, por consiguiente, las instrucciones que van recibiendo son emitidas de distinta forma y con algunas diferencias en su contenido. Todo esto hará que María se desarrolle como una niña alegre y despreocupada, con una buena autoestima de base y que Pedro termine siendo un adulto profundamente infeliz, que se siente lo más deleznable del mundo, llevando siempre sobre sí la vergüenza de ser él.

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POR QUÉ (II)

Vamos a seguir el crecimiento de cada uno de ellos, contemplando las fases de desarrollo que antes describíamos. Los ejemplos que habíamos puesto son más o menos banales y comunes, pero lo importante en todo ello es que seguimos las mismas fases, tanto para nuestro desarrollo físico y mental como para el afectivo. Veamos cómo las siguen Pedro y María: 1. Los padres emiten instrucciones y críticas a la conducta.

María: ya muy pronto comienza a oír lo que hay que hacer y lo que no. Como es una niña inquieta (como todos), no hace más que oír: “cuidado, no te caigas”, “por aquí no”, “no toques esto”. A veces, sus padres tienen la sensación de que están diciéndole todo el día “no... no... no...” y por eso y porque la quieren, la abrazan y achuchan con mucha frecuencia. También le dicen muchas veces lo simpática que es, siempre tan sonriente.. María es una niña despierta, todo le interesa y, por lo tanto, todo lo toca, explora, chupa... con los consiguientes desperfectos como que se rompan las cosas o se caigan. Sus padres la corrigen o regañan cada vez, “explicándole” que no hay que hacer tal cosa o que hay que tener cuidado con tal otra. Ante sus ganas de explorar, le han comprado muchos juguetes educativos que le permiten palpar, chupar, apretar a sus anchas sin que peligre ella ni su entorno. Aun así, cuesta que esté quieta, pero cuando sus padres hablan de ella, María oye que están encantados y orgullosos de tener una niña tan espabilada. ¿Cómo es la SENSACIÓN BÁSICA de María en esta fase de su vida? Seguramente, María tendrá una sensación de que “todo está bien”, “todo sigue su rumbo”. Por su corta edad, está muy conectada con su cuerpo y las sensaciones que éste le emite y modula casi todas sus acciones respondiendo a ellas. Todo es muy normal, ¿verdad? “Todos los niños se crían así...”. Veamos a Pedro:

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Pedro: también es un niño muy inquieto (ya hemos dicho que todos los son) y él también recibe constantes instrucciones y críticas a su conducta. Pero éstas son sustancialmente diferentes: “¡eso no se hace, malo!”, “eres un desastre, siempre lo rompes todo”, “yo no puedo contigo, me vas a matar”. También sus padres tienen la sensación de estar todo el día diciéndole “no... no... no...”, pero lo atribuyen a su mala conducta: “es que es un desastre, no podemos con él”. Mientras que los padres de María se centran exclusivamente en su conducta para corregir, mostrándole, por lo demás, un amor incondicional, los de Pedro le transmiten que hay algo erróneo dentro de sí, que sale a la luz a través de su conducta. Además, la culpa de que las cosas se rompan o caigan suele ser de él, porque sus padres ya se lo han dicho suficientes veces: si lo hace mal es porque no quiere aprender (“¡lo haces a propósito!”). Por lo mismo, a los padres de Pedro no se les ocurren otras vías para lograr que cambie su conducta más que los reproches y castigos. De mayor, Pedro no recordará haber sido abrazado o achuchado nunca. Puede que realmente haya sido así, o puede que, a la vez que los pocos abrazos que recibe, le lleguen tantos reproches que aquellos pierdan peso y Pedro los atribuya a “la casualidad” o a un repentino bienestar puntual de sus padres. Muchas veces, Pedro escucha lo que dicen de él sus padres: “es un trasto, nos tiene fritos, desde que nació ya no hay calma en esta casa”. ¿Cómo será la SENSACIÓN BÁSICA de Pedro en esta fase de su vida? Irá surgiendo en él la creciente sensación de que “algo va mal”, junto a un gran anhelo por ver cubiertas sus necesidades afectivas. Por su corta edad, está muy conectado con su cuerpo, que le transmite que no se están cubriendo debidamente sus necesidades de seguridad y afecto: tiene la sensación de que no “pertenece” del todo a sus padres, ya que no recibe una aceptación incondicional; y no siente que le “quieran” del todo.

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POR QUÉ (II)

2. Interiorización

María: poco a poco María va captando qué cosas son buenas que haga y gustan a sus padres y qué cosas es mejor no hacerlas. Ya no necesita que le digan “dale un beso a la tía”, “no toques los enchufes”, porque ella sola lo hace. A veces, la tentación de transgredir una norma es muy fuerte o quiere probar, a ver qué le dicen sus padres, y lo que suele recibir a cambio es una regañina o un castigo, pero poco a poco, va comprobando que sus padres la quieren aun por encima de enfados y desesperaciones: tras una regañina ¡Aun la quieren! Aún así, de vez en cuando, necesita confirmar ese amor, preguntando o reclamando cariño. La “interiorización” de las instrucciones dadas por sus padres consiste en que María se dice a sí misma casi exactamente lo mismo que le dicen sus padres, “haz...”, “no hagas...”, “si haces... ocurrirá...”, es decir, conductas. También va interiorizando otras cosas que recibe y percibe: “te queremos”, “eres digna de ser querida”, “aunque nos enfademos contigo, te seguimos queriendo”... aunque ella no se lo diga a sí misma de esta forma. ¿Cómo será la SENSACIÓN BÁSICA de María en esta fase de su desarrollo? Seguramente, muy fresca y espontánea: se puede sentir alegre, orgullosa de sí misma, frustrada, enfadada... con la sensación de base de poder permitirse estar así en ese momento. Su sensación será de seguridad, “no hay nada que temer” y me puedo permitir ser como soy. Poco a poco, y hasta la edad adulta incluida, la sensación BÁSICA de María se convertirá en su guía para actuar y decidir: si algo o alguien le da buena sensación, irá hacia ello; si algo o alguien le produce una sensación incómoda, temerosa, desasosegada, tenderá a evitarlo o huir de ello.

Pedro: Pedro interioriza de la misma forma que María, pero con una base muy distinta. Rápidamente ha captado que, si quiere obtener el cariño de sus padres, tiene que “ser” de una manera concreta. No tiene muy claro cómo exactamente quieren sus

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padres que sea, pero sí sabe cómo quieren que no sea. Eso se traduce en conductas, claro está, pero Pedro está empezando a desesperarse consigo mismo porque no consigue que sus conductas sean tan perfectas como para que sus padres estén satisfechos con él y le quieran de verdad. Además, como recibe de ellos que él es el culpable de ser como es, porque si quisiera, cumpliría sus expectativas, Pedro aprende, también muy rápidamente, a manejar la culpa y la autocrítica como mecanismo de control. La interiorización de las instrucciones recibidas por sus padres consiste en que Pedro se repite a sí mismo lo que le han dicho para corregirle: “eres un desastre”, “así me vas a matar”, “nunca das palo al agua”. Es lo que él conoce y le funciona, porque, por un lado, le sirve para prevenir errores (como a María) y, por el otro, ¡previene regañinas y críticas! Porque a Pedro, cada vez que le vuelven a decir eso de “no sé qué hacer contigo”, es como si le clavaran otro clavo en la herida. Por fin, gracias a ese mecanismo de la interiorización, nuestro Pedro es capaz de eludir esas cosas tan dolorosas y de acercarse algo más a lo que quieren sus padres. La próxima vez que se sienta cansado y no quiera hacer los deberes, se dirá eso de “eres un desastre” y seguro que los hace en un plisplás1. Sin embargo, Pedro va observando con impotencia que, aun así, sus padres siguen sin quererle como le dicta su necesidad, y eso va haciendo crecer en él la sensación de que, haga lo que haga, siempre habrá algo “malo” o “erróneo” en su ser. Además, cada vez va teniendo más la sensación de estar actuando, de tener quizás conductas adecuadas, sí, pero, como sus padres que le conocen, siguen sin quererle del todo, debe de ser que está intentando engañar y disimular con sus conductas algo que es irreparablemente erróneo. Puede también que Pedro se meta en un círculo vicioso: por un lado el constante conflicto entre su necesidad y su autocrítica le 1. Veremos más sobre ello en el capítulo 5.

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suscita unos sentimientos que no puede digerir, por otro lado sus padres le repiten constantemente que es malo, con mucha frecuencia puede tener explosiones agresivas. ¿No era lo que sus padres decían? ¿No son las instrucciones que le están enviando? Pero, lejos de estar calmados, sus padres le reprochan todavía más el ser como es, le quitan validez al sentimiento que ha suscitado la explosión y le vuelven a recordar lo lejos que se encuentra del amor incondicional que anhela. Eso refuerza todavía más su sentimiento de culpa y las autocríticas que se lanza para nunca más volver a portarse así de mal. Pedro no conoce otro mecanismo para sentirse mejor que el de la culpa y la autocrítica, y preferirá siempre aplicarse este método del autocastigo antes de que le castiguen sus padres. Estamos asistiendo al nacimiento y desarrollo de un CRÍTICO INTERNO. ¿Cómo será la SENSACIÓN BÁSICA de Pedro en esta fase de su vida? La sensación está allí, siempre presente, pero Pedro intenta no ser consciente de ella, reprimirla o anularla. Porque la sensación que tiene es de tristeza, profunda tristeza, unida a desvalimiento, miedo, soledad. Oye tantas veces eso de que no tiene de qué quejarse, que piensa que sus sensaciones no son las correctas, las que “debería” de tener y cada vez que las tiene, allá que salta el mecanismo de la culpa para indicarle que “eso” no se puede sentir así, sino de otra manera. Y que, si siente así en vez de cómo debería, es malo o tonto. Poco a poco, Pedro va sustituyendo sus sensaciones genuinas por el crítico interno como guía para decidir, actuar y sentir. Pongamos un ejemplo que muestra claramente cómo a edades muy tempranas ya se puede apreciar la diferencia entre un desarrollo con Crítico Interno y sin él: Un buen día, tanto Pedro en su escuela como María en la suya reciben una noticia frustrante: ambos se habían esforzado mucho por estudiar y sacar una buena nota en el examen de matemáticas. Ahora les acaban de entregar el examen: ¡suspenso! y, ade-

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más, por errores de despiste, de esos que, en un segundo repaso, habrían detectado rápidamente. María se siente profundamente frustrada, ¡tanto que había estudiado! Y llora por esa primera sensación. Más adelante vendrán quizás otros sentimientos, de rabia, de injusticia, de impotencia... pero en un primer momento, María llora desconsoladamente porque se da mucha pena a sí misma. Pedro siente lo mismo que María, pero durante una milésima de segundo. No se ve con derecho de sentir lo que siente. Por ello, rápidamente le viene la crítica: “eres un autocompasivo, no tienes derecho a darte pena, porque en realidad has sido un vago, deberías de haber estudiado más. ¿Y los errores del examen? Un tonto, eso es lo que eres”. No sabemos si se permitirá llorar o no, lo que es casi seguro es que, si lo hace, será a escondidas, por lo menos de sus padres, sintiéndose a la vez, muy culpable por ello. De vez en cuando, le vienen “flashes” de la sensación auténtica y primera, que es idéntica a la de María (frustración, rabia, pena, tristeza...) pero eso es aun peor, porque no hace más que reforzar a su voz crítica: “ni siquiera eres capaz de recomponerte, sólo sabes ser un autocompasivo”. El funcionamiento de Pedro a estas alturas es mucho más complejo que el de María. Pedro está desesperado por cubrir esa necesidad que nunca fue cubierta, mientras que María, simplemente, se siente mal. Pero también ocurren cosas buenas en la vida de María y Pedro. Son estupendos dibujantes y les encanta pintar y pintar. Hoy acaban de hacer un dibujo especialmente bonito y la profesora les alaba efusivamente y lo muestra al resto de sus compañeros. Tan bonito es que lo va a colgar en la pared de la clase. María siente que va a estallar de gozo. Se siente orgullosa y feliz. Puede que a la vez, sienta un poco de vergüenza ante tanta exhibición, pero, en el fondo, está encantada. Tiene una gran sensación de paz, de que “todo está bien”. Cada vez que levante la vis-

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ta y vea su dibujo colgado de la pared, le volverá a surgir durante unos segundos esa sensación. A Pedro le ocurre lo mismo que antes: también tiene la misma sensación que María, pero le dura una milésima de segundo. Rápidamente, le viene la voz de la crítica: “sí, pero acuérdate del examen de matemáticas. Eso sí que es importante, y no estas tonterías. Eres más tonto todavía, sintiéndote bien por una cosa tan ridícula. ¿Qué intentas, engañar a los demás simulando que eres bueno en algo?”. Lo peor de todo es que, encima, a la profesora se le ha ocurrido colgar el cuadro en la pared, de forma que, cada vez que levanta la vista, se vuelve a acordar de lo patético que es. De vez en cuando, también a Pedro le viene fugazmente la sensación de bienestar de María, pero eso no hace más que reforzar a su voz crítica: “¡Tonto!”. Si damos un salto evolutivo, nos encontramos a Pedro y María de adultos. Ahí conectamos con lo leído en los capítulos anteriores. Podemos imaginarnos a ambos como personas “normales”: pueden tener pareja e hijos (o no), tener un trabajo más o menos estable, cenar en Navidad con la familia… María es como nos la imaginamos: tiene una sensación básica de paz y coherencia consigo misma, lo que no quita que, en ocasiones, se pueda sentir triste, rabiosa, confusa… Sin embargo, confía en todo momento en sus sensaciones e interpretaciones y permite que sus sentimientos se manifiesten como quieran. Cuando se siente muy mal, espera. En algún momento, del cuerpo le vendrá la respuesta, la dirección a seguir para sentirse mejor. Los pensamientos se reordenarán, los sentimientos se apaciguarán y sabrá lo que hacer. ¡Qué diferente es Pedro! Siempre pendiente de las expectativas de los demás, intentando en todo momento “darse” al cien por cien. Con tal de obtener afecto y aprobación, Pedro supedita todas sus sensaciones internas a las demandas y expectativas de los demás. Sus verdaderas sensaciones han sido sustituidas

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casi 2 del todo por el Crítico Interno, de forma que dentro de él, aparentemente, sólo hay dos cosas: algo difuso, muy feo y deleznable y una voz crítica muy alta, que en todo momento le recuerda lo lejos que se encuentra de ser “correcto” y perfecto. De la evolución de Pedro se deriva una conclusión muy importante: Si las necesidades básicas de seguridad-pertenencia y reconocimiento-afecto no se han cubierto satisfactoriamente en la etapa evolutiva en la que correspondía hacerlo, la persona dedicará toda su vida a perseguir casi obsesivamente la satisfacción de esas necesidades. Como si fuera una asignatura pendiente que hay que cubrir para poder avanzar, la persona supeditará todas sus necesidades, deseos y decisiones y, sobre todo, se supeditará a sí misma a la consecución de su meta: verse segura y reconocida incondicionalmente por el mundo que, inicialmente, le ha negado el reconocimiento. John Bradshaw, en su muy interesante libro “Sanar la vergüenza que nos domina”, dice: “Los padres necesitados y dominados por la vergüenza son incapaces de atender las necesidades de sus hijos. El niño se siente avergonzado siempre que necesita algo porque sus necesidades se enfrentan a las necesidades de los padres. El niño crece y se convierte en adulto, pero, bajo la máscara del comportamiento adulto, se esconde un niño desatendido. (…) Esto significa que, cuando el niño se convierte en adulto, tiene un ‘vacío en su alma’. (…) Los adultos se conforman con lo que obtienen y se esfuerzan para conseguir más la próxima vez. Un niño-adulto nunca puede tener bastante porque lo que debe satisfacerse son las necesidades del niño”. 2. Este “casi” indica que el proceso de la crítica es reversible. Jamás se podrá sustituir del todo la sensación genuina y verdadera que rige a los seres humanos.

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“Ser abandonado mediante la negligencia de las necesidades de dependencia es uno de los principales factores que impulsan a un individuo a convertirse en un niño-adulto. Crecemos y tenemos aspecto de adultos; andamos y hablamos como adultos; pero bajo la fachada externa se esconde un niño que se siente vacío y necesitado, un niño cuyas necesidades son insaciables, porque tiene las necesidades de un niño en el cuerpo de un hombre”. En el cuadro siguiente podemos ver en resumen lo explicado en todo el capítulo: SIN CRÍTICO INTERNO CON CRÍTICO INTERNO Nacimiento

Percepción de unas necesidades básicas: pertenencia, seguridad, reconocimiento, afecto

Percepción de unas necesidades básicas: pertenencia, seguridad, reconocimiento, afecto

Recepción de instrucciones por parte de padres y/o cuidadores/as Interiorización de instrucciones

Instrucciones dirigidas a la conducta – intuición de la existencia de un ser permanente válido. Repetición interna de las voces críticas para modular la conducta. Certeza de la existencia de un ser válido permanente. Confianza en las sensaciones genuinas.

Instrucciones dirigidas al “ser” – intuición de la existencia de un ser permanente erróneo. Repetición interna de las voces críticas para protegerse/corregir el ser erróneo. Certeza de la existencia de un ser erróneo permanente. Desconfianza/crítica a las sensaciones genuinas.

Asentamiento de lo aprendido

Criterios de decisión propios. Sensación interna como guía para actuar y decidir.

Criterios de decisión dependientes de la opinión externa. Crítico Interno como guía correctora que marca un “camino” para sobrevivir. Casi sustitución de las sensaciones genuinas por el Crítico Interno.

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EJERCICIO: FRASES GLORIOSAS Para ilustrar mejor todo lo explicado en este capítulo, nada mejor que poner ejemplos sacados de la vida diaria. Desde hace algún tiempo, voy recopilando “frases gloriosas”, dichas por madres, padres o abuelas a sus niños, que cazo al vuelo en la calle, el autobús o cualquier sitio público. Por si alguien piensa que lo que hemos descrito en este capítulo es exagerado, que lea y vea las escenas que vienen a continuación. Invito a los lectores a que, como en otras ocasiones, hagan un esfuerzo por ponerse en la piel del niño o niña que se describen en los ejemplos. Una vez leído el ejemplo, párate un momento, cierra los ojos e intenta imaginarte que eres tú ese niño o niña y que estás recibiendo esa frase. Imagina cómo te sientes al oír eso que te están diciendo, qué te entran ganas de hacer, qué nombre le pondrías a la sensación que te está entrando. Como siempre también, no hay respuestas válidas ni no válidas, simplemente, intenta empatizar con esos niños que existen, actualmente, que tienen nombre, edad, casa... También puedes plantearte, desde un ángulo algo más teórico, qué “instrucciones” para la vida y las sensaciones les están dando esos padres, madres, abuelas..., ¿qué está aprendiendo el niño en esos momentos? FRASE GLORIOSA Nº 1: en un parque infantil, una niña de unos 8 años, gordita, estaba en lo alto de un tobogán desde el que se lanzaban niños pequeños sin ningún miedo. Parecía tener algo similar a un ataque de pánico, por cuanto estaba llorando, paralizada y agarrada a las asas del tobogán. Debajo, su madre le gritaba: “¡Pero baja de una vez! ¿Quieres bajar, que está todo el mundo bajando?” y ella lloraba: “¡No puedo, no puedo..!”. Llegó un momento en el que la madre, completamente enfadada, se puso a gritar: “¡Así te va a ir en la vida! ¡Toda tu vida una fracasada!” y, como continuación, se giró bruscamente y se fue. La niña bajó lentamente por las escaleras, se sentó en un banco y se comió una bolsa de patatas fritas entera. FRASE GLORIOSA Nº 2: de camino hacia un Centro de Salud, una niña de unos 4 años se resistía a entrar. Por mucho que la madre la intentaba convencer de que no le iban a hacer nada, de que el médico era bueno, etc., podía más el terror que estaba sintiendo la niña y ésta iba ofre-

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POR QUÉ (II)

ciendo cada vez más resistencia física para entrar. La madre la tenía cogida de la mano y tiraba hacia la entrada del Centro, mientras que la niña tiraba hacia el otro lado. Llegó un momento en el que la madre, con cara y tono de hartancia, le dijo: “así no te voy a querer más”. La niña dejó de llorar de una vez y se dejó arrastrar dócilmente hacia el interior del Centro de Salud. FRASE GLORIOSA Nº 3: un padre estaba regañando con grandes gritos a su hijo por no haber ordenado su cuarto. En todo momento, el hijo intentaba darle alguna explicación: “pero es que creía... pero es que yo quería...” a lo que el padre interrumpía siempre con la misma frase: “¡Es que ya no sé qué hacer contigo!”. Cansado de oír que el hijo intentaba dar explicaciones, el padre vociferó en un momento dado: “¡En esta casa, tú no crees nada, tú no quieres nada!”. Evidentemente, a partir de ese momento, el niño cesó de dar explicaciones y continuó llorando sin más. FRASE GLORIOSA Nº 4: Un niño muy pequeño estaba jugando en la calle con su madre y su abuela. En un momento, le dio una pequeña patada a la abuela, a lo que ésta se rió. El niño volvió a darle la patada, esta vez algo más fuerte, y la abuela hizo un comentario jocoso sobre la fuerza que tenía el niño. A la tercera vez que el niño le dio una patada, de repente, la abuela se enfadó y le dijo: “Si me vuelves a dar otra vez esa patada, ya no eres mi nieto –hala, adiós”, y rechazó al niño con un empujón. El niño miró a su madre con ojos llorosos y ésta asintió complacida ante las palabras que había pronunciado la abuela. “Es verdad, es que no se pueden dar esas patadas”.

Tenemos también una buena muestra de frases gloriosas que han narrado diversos pacientes a lo largo de los años, frases que tenían que escuchar frecuentemente de boca de sus padres o educadores, casi siempre después de un despiste o trastada sin importancia: •

“Yo sé que un hijo mío nunca haría eso”.



“Si sigues siendo tan nerviosa, te quedarás sola –nadie te va a querer”.



“No te portes así, que tú no eres así” (ante una manifestación de dolor).

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“En esta casa no se llora”.



Enviar a la hija a la habitación cada vez que empezaba a llorar.



Salir de la habitación y dejar al hijo solo cada vez que empezaba a llorar.



(¿Quieres poner tú algún ejemplo?).

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5 PERO ¿POR QUÉ? (III): EMPATÍA CON LA CRÍTICA. SU RAZÓN DE SER

En el capítulo anterior, hemos intentado dar una respuesta al primer porqué que se plantea cuando observamos el funcionamiento del Crítico, y ésta es: no es que hayas nacido defectuoso/a, sino que no te han enseñado a utilizar adecuadamente el potencial que tienes como ser humano. Ya. ... PERO... (y cito a los Críticos Internos): “al convertirte en adulto, podrías haberte dado cuenta, haber aprovechado la vida estupenda que tienes, haber crecido como persona. Otros lo han tenido mucho más difícil que tú y mira dónde están... Encima te quejas. Eres un/a desagradecida/o. No eres capaz de hacer nada provechoso, efectivamente estás mal hecho/a, no has sabido aprovechar las oportunidades para aprender, deberías de…”. ¡PARA YA! Ese discurso ya lo conocemos. Vamos a intentar contestar a ese Crítico que siempre le encuentra tres pies al gato con tal de mantener su convicción de que estamos mal hechos y somos culpables de no recuperarnos. Vamos a ofrecer otra versión de la historia.

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Si nos fijamos en el cuadro-resumen del capítulo anterior, podemos ver que distinguimos entre un desarrollo “con Crítico Interno” y “sin Crítico Interno”, no entre un desarrollo “con” o “sin” autocrítica. Recordemos que llamamos Crítico Interno a la forma patológica o insana de ejercer la autocrítica. Como hemos visto con Pedro y María, en nuestro origen, tenemos todos las mismas necesidades y deseos, nuestro desarrollo nos marca un camino dirigido, como en todos los seres vivos, hacia la supervivencia. Los seres humanos buscamos, además de cubrir las necesidades básicas, satisfacer necesidades más elevadas, emocionales y espirituales. Si no tuviéramos mecanismos que nos permiten cubrir nuestras necesidades, desde el lloro hasta los más sofisticados pensamientos de resolución de problemas, sucumbiríamos muy rápidamente ante los retos de la vida. La autocrítica es uno de estos mecanismos. Sabemos que esta importante función humana nos hace evaluar las situaciones que nuestra percepción registra como difíciles, hace que nos cuestionemos a nosotros mismos y a los demás para decidir, nos sirve de guía para saber cómo reaccionar y qué hacer, y también nos protege, previene fracasos, frustraciones... es un potente mecanismo de control de nuestro ser frente al exterior. Surge y somos conscientes de él cuando algo “no funciona”, nos frustra o decepciona, aunque en realidad se encuentra siempre presente en el curso de nuestros pensamientos y emociones. El mecanismo que sigue una persona cuando algo no se corresponde con lo esperado se puede describir como sigue: 1. Percepción de la situación: “algo no marcha”, 2. Sensación de alerta, emocional y cognitiva, 3. Puesta en marcha de mecanismos de análisis de la situación, evaluación y toma de decisiones, 4. Acción (interna y/o externa) para devolver la sensación de equilibrio.

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PERO ¿POR QUÉ? (III)

En un sentido amplio, estos cuatro puntos podrían englobar lo que aquí llamamos “autocrítica”. Como, espero, se va adivinando ya, la principal tesis de este libro se basa en que: La autocrítica es un mecanismo humano cuya función es proteger y guiar a la persona con el fin de asegurar la supervivencia. Es un mecanismo de control inherente al ser humano, que biológicamente funciona igual en todas las personas. Las diferencias cualitativas entre un tipo de crítica y otra se deben a cómo le hayan enseñado a cada persona a utilizar dicho mecanismo de la autocrítica.

Entonces, si hay una autocrítica sana y otra que no lo es, ¿la insana está equivocada? ¿Se dedica a ensañarse con nosotros porque así nos lo han enseñado? ¿Somos masoquistas? ¿Tiene razón nuestro Crítico Interno y todo lo dicho vale para los demás, menos para nosotros, que somos de una “pasta” especialmente mal hecha? Nada de eso es cierto, y ahora explicaremos la razón. Para ello, nos van a ayudar unas personas muy reales, pacientes nuestras todas ellas, que han dado su consentimiento para que pueda poner sus casos, y también Ed, un personaje de la serie de televisión “Doctor en Alaska”. En todos ellos pareciera que su Crítico Interno lo único que quiere es hacerles sentirse mal. Ellos y ellas también pensaban que su Crítico tenía razón, que eran peores que las demás personas y que, si sufrían, era porque se lo merecían y también se hacían esta pregunta: pero, ¿ por qué? 1. Carlos: tiene una relación difícil con su pareja, lo han dejado y vuelto a retomar varias veces y discuten frecuentemente. Ambos se quieren profundamente, pero les cuesta mucho convivir. Tras una discusión, que terminó en reconciliación, se dice: no puedo controlar ciertos aspectos de mi personalidad. Soy un machacón, un pesado, puedo llegar a ser desesperante. Esto es un círculo de macha-

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coneo insoportable. Debería de darme cuenta de que el problema lo tengo yo y no X, debería de expulsar la pereza, ser más paciente, más amable, más comprensivo, darme más. Debo compartir mi maravillosa vida, mi alegría, mi entusiasmo, soy un desagradecido, debo perdonar y olvidar. ¡Eres una mierda, eres lo peor! 2. Mª Jesús: es una persona volcada en los demás y muy pendiente de ayudar. Hace un tiempo, tenía bastante tendencia a insistir mucho en las cosas y tenía la necesidad de cercionarse varias veces de que algo, por ejemplo, una gestión que ella había hecho, había llegado a buen puerto. En un descuido mío, y con el fin de ayudarla, le hice una crítica que a mí me parecía constructiva, pero no así a su Crítico Interno. Le dije que a veces, esa insistencia podía resultar algo “pesada”. La sarta de críticas que se dijo a raíz de mi comentario la dejó completamente exhausta y sin ganas de vivir: Olga te ha llamado pesada. Eres lo peor. Nadie te quiere, no mereces el cariño de nadie, ya que ni siquiera pagando te aguantan. ¿Qué te creías, que ibas a mejorar? Eres una ingenua, ¿no te das cuenta de que nadie te va a querer nunca? No mereces ni vivir, lo mejor es que te quites de en medio de una vez y dejes de molestar. 3. Laura: acude a consulta por problemas de asertividad, es decir, se muestra sumisa en casi todas las interacciones, no se siente capaz de decir que no ni ante situaciones de mínimo esfuerzo. Tan lejos llega su supeditación a la otra persona y a sus deseos, que muchas veces no se llega a formar ella una opinión sobre las cosas, sino que asume lo que los demás quieren y eligen. Como es muy sobreadaptada (ver cap. 7), cae muy bien en su trabajo, sobre todo a una compañera, María, que quiere comer siempre con ella. Cuando van a comer, van siempre al mismo sitio, que le gusta a la compañera y suelen compartir siempre el mismo menú, porque la compañera no quiere gastar mucho dinero. Al preguntarle yo si a ella le gusta ese plan de comidas, confiesa que no, que le gustaría variar de vez en cuando, pero que no se ve capaz de dejar de hacerlo. ¿Por qué? Porque: eres una egoísta por sentirte mal

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con María, encima que te trata bien; cómo se te ocurre ni siquiera cuestionarte su modo de proceder, si tú no sabes nunca lo que quieres, si eres una veleta, si no eres capaz de tener nada claro. Ella tiene sus razones y sabe lo que quiere. Así te va, todos se dan cuenta de cómo eres y te tratan como si fueras una niña tonta. Así que retira lo dicho, porque María hace bien y tú estás plenamente de acuerdo, porque hablar mal de las personas que te tratan bien es de egoístas. 4. Jorge: es profesor. Es una persona muy creativa, con muchas ideas innovadoras y también muchas aficiones. Siempre tenía la sensación de no llegarle el tiempo para todo lo que quería hacer, y, normalmente, solía estar activo hasta altas horas de la noche, con el consiguiente sueño arrastrado al día siguiente. A su vez, estaba obsesionado con ordenar su casa. Parece que tenía la mesa y las estanterías repletas de papeles y libros, apuntes y cuadernos por el suelo. Ante eso, constantemente, se repetía: eres un desastre, un pusilánime, sólo piensas en el placer inmediato y luego, no terminas de hacer nada, te estás convirtiendo en un pasivo que deja pasar la vida sin hacer nada de provecho. Así te va, que ni eres capaz de imponerte a los demás, ni de organizarte, ni de lograr lo que quieres. Todo se te escapa, no te enteras de nada. Toda tu vida igual: mucha energía, mucha energía, pero luego, nada. Lo único que haces es buscar excusas para seguir con tu descontrol generalizado: si te sientes mal es porque te mereces lo que tienes. 5. Sonsoles: estaba muy molesta en su casa, porque los encargados del restaurante que estaba en los bajos de su edificio utilizaban el patio común para dejar basura, con los consiguientes olores, parásitos, etc. En una reunión con la Comunidad de Vecinos de su casa, se exaltó y reclamó vehementemente que se tomaran medidas. Parece que lo expuso de forma tan apasionada, que dejó mudos a los vecinos e incluso consiguió que se le hiciera caso. Pero a continuación de la reunión, le asaltó la voz crítica: estás completamente loca, a nadie se le ocurre dar esos gritos, nadie en su sano juicio se enfada por eso. Ha quedado claro, por si no lo

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habían notado ya, que eres una loca, una anormal. Esos enfados que te coges son de persona loca. Nadie más se enfada como tú, cualquier otro hubiera expuesto el tema tranquilamente y sin asustar a nadie y le hubieran hecho caso igual. Nunca más abras la boca, nunca más te delates si quieres parecer lo que no eres: una persona normal. (Los nombres son falsos, pero las alocuciones de la crítica están, en casi todos los casos, transcritos literalmente). Vamos ahora con la historia de Ed, el aprendiz de curandero: Ed es un joven aprendiz de curandero en un poblado lejano de Alaska. Quiere hacer las cosas muy bien y estudia mucho para ello. Un día, Leonard, su maestro, le despierta al amanecer para llevarle a atender a una paciente, porque piensa que ya ha estudiado demasiada teoría y tiene que aprender de la práctica. Ed se siente muy inseguro y en todo momento pregunta si la paciente sabe que él va a ir y si está de acuerdo. Durante toda la visita, Ed está sentado con la mirada fija en el suelo y sin atreverse a decir nada... Tras la visita, que dura varios días porque la curación así lo exige, Ed se da cuenta de que se ha enamorado de Bonnie, la joven paciente. Pero, a la vez, le ocurre algo curioso: cada poco tiempo, cuando más distraído está en sus pensamientos, oye crujir algo en los arbustos cercanos y vislumbra una criatura fea entre ellos. Una y otra vez ocurre: está hablando con Bonnie y oye “eso”; ella, que también parece interesada en él, le propone ir de excursión y oye y ve “eso”; cuando más feliz se encuentra porque ella le dice algo agradable, más se le aparece esa extraña criatura detrás de los arbustos. Ed se siente muy confundido al ver que Bonnie se interesa por él y va a consultar con el médico si existe una forma patológica de enamoramiento que haga que las pacientes se enamoren de los médicos, porque, dice:

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PERO ¿POR QUÉ? (III)

– No encuentro otra razón pra explicar que Bonnie sea tan encantadora conmigo. Al insistirle el médico de que no existe esta patología que busca en la paciente, Ed reitera: – La única razón por la que gusto a Bonnie es porque la he curado. Tan convencido está de esta idea que, un día que Bonnie y él salen de excursión, la intenta convencer de que lo que ella siente hacia él no es real, sino más bien gratitud. Finalmente, le dice: – Creeme, Bonnie, eres inteligente y atractiva y, aparte de ser curandero, poco más puedes haber visto en mí. – No sé por qué piensas eso –contesta Bonnie–, tú tienes muchas cualidades–. – Sé que deseas pensar eso –dice Ed. Se lo pone tan difícil a Bonnie que ésta, finalmente, se marcha frustrada. En ese mismo momento, vuelve a aparecer la extraña figura entre los arbustos y podemos vislumbrar una cara fea y deforme que se ríe a carcajadas. Por fin, un día en el que Ed anda apesadumbrado por una carretera, se le aparece la figura: se trata de un horrible hombrecillo verde que le dice como primera cosa: – Deberías haberte oído a ti mismo: “Aparte de ser curandero, ¡poco más puedes haber visto en mí!”. Ed se asusta e intenta rehuirle, pero el hombre verde le persigue. Finalmente, Ed se para y le pregunta quién es y el hombrecillo sólo le dice:

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– Soy tu colega, tu amigo, tu tronco (…) Espera, estamos en esto juntos desde hace tiempo, tú y yo, somos uña y carne, dos gotas de agua. Por mucho que Ed intente quitarse al hombrecillo de encima, éste le persigue y no le deja andar. Constantemente, le dice: ¡Espera! y Ed se para a escucharle. Cuando finalmente Ed le pregunta qué quiere de él, el hombre le responde: – Lo que realmente quiero es llenarte completamente de inseguridad, para que al final no tengas fuerza interior ni para levantarte de una silla, ¿me sigues, Ed?. – No, no te comprendo. – Inseguridad, ansiedad, quiero llenar tu vida de ansiedad, dudas, ya sabes, el menú completo (…). – ¿Por qué te metes conmigo? –pregunta Ed. – ¿Crees que lo he pedido yo? ¿No crees que estaría más a gusto en otro lugar? (…) Recuerda: tú me llamaste. – No, yo no lo creo –dice Ed – Oh, Ed, sabes que detesto que discutamos! (…) Por cierto, esta noche quiero cenar pescado (…) Ahora me tengo que ir, ¡guárdame la cena caliente! El hombrecillo se va y Ed se queda pensativo y apesadumbrado. Pese a haberle dicho que se fuera y que le dejara en paz, por la noche, Ed prepara pescado y pone un plato en la mesa para el hombrecillo. De pronto, suenan unos golpes en la mesa. Ed se queda aterrorizado, mirando la puerta. Tras varias insistencias, oye que el que llama es su maestro, Leonard y a Ed se le ilumina la cara con gran alivio. En la conversación, Ed le cuenta lo que le ha ocurrido con Bonnie. A Leonard le llama la atención que haya un plato más sobre la mesa y Ed le explica que es para un “hombre verde, que dice que vendrá esta noche a cenar y que se va a quedar toda la vida”.

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– Ah… –dice Leonard– ahora todo tiene sentido… Ed, ¿sabes lo que es la falta de autoestima? Eso es lo que es el hombre verde (…) Sé que (este tipo de apariciones) han entrado en nuestra mitología como una especie de gremlins, pero en realidad son la manifestación de un mal concepto de nosotros… una sensación de… inseguridad. No estoy seguro de entenderte –dice Ed y el maestro continúa: – Tienes un terrible concepto de ti mismo, por eso le dijiste esas cosas estúpidas y absurdas a Bonnie. No tienen relación con la realidad objetiva. Tú eres una persona digna de ser amada, Ed., la verdad es que tú has creado a ese hombre verde, es la personificación de tu aversión a ti mismo. Te voy a decir una cosa: Ed, es TU demonio. – ¿Mi demonio? – Todo el que ha escogido ser chamán tiene que luchar con un demonio y el tuyo es el peor de todos. La falta de autoestima es prácticamente la causa principal de todo el dolor y las miserias del mundo, es lo que conduce a la guerra, a la tortura y el genocidio, es el mal en sí (...). Odiamos a los demás porque nos odiamos a nosotros mismos. No podrás ser curandero, Ed, mientras el hombre verde te domine. – ¿Cómo puedo librarme de él? – Me temo que no puedes de ningún modo. Pero puedes mantenerlo acorralado, y sólo hay una forma de hacerlo: está perfectamente dicho en el Evangelio cristiano: según San Juan, “el amor destierra nuestro temor”. Tienes que aprender a amarte a ti mismo. Buenas noches, Ed. Tras este episodio, Ed decide ir a casa de Bonnie y llevarle unas flores, con el fin de darse una oportunidad. Pocos pasos antes de llegar a la casa, vuelve a aparecer el hombrecillo verde.

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– ¿Adónde crees que vas? ¿Son para mí? –pregunta. – No quiero hablar contigo –le dice Ed, sin pararse. – Estoy aquí para evitar que cometas una gran equivocación. – ¿Qué quieres decir? – ¿Qué puede haber visto ella en ti? Procede de una buena familia, va a la Universidad, tiene cultura. ¡Ed, Ed, Ed, Ed ¡Tú no eres más que un huérfano pobre y sin educación, no estás a su altura. Si por casualidad te casaras con ella, sería un fracaso. Tarde o temprano te odiaría. ¿No has visto la película, “El ángel azul”? (…) ¿Cómo termina? – Ya sé, él (el protagonista) se suicida. – Ed, lo siento, alguien tenía que decirte la verdad. Es que no quiero que sufras, me comprendes ¿verdad? – No voy a hacerte caso, –dice Ed y se encamina hacia la casa. El hombrecillo verde corre detrás de él. – Eh, Ed, espera, no lo hagas, créeme, ¡te humillarán! Ed llama a la puerta.. – Ed, por favor, espera, oh Ed, ¿qué va a ser de mí? ¿qué va ser de mí, Ed? ¡¡ED!! La puerta se abre, aparece Bonnie. Ed comienza una frase y se gira: el hombre verde ha desaparecido. Ed sonríe y le dice: – Me gustaría decirte algo. – Y ambos desaparecen en la casa...

Doctor en Alaska Temporada 5º – Episodio 8

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Se pueden sacar muchas lecturas de este estupendo episodio, ciertamente escrito por alguien que conoce el tema, ya sea por experiencia propia o ajena. Sólo hay una cosa en la que el maestro no es suficientemente específico: el hombrecillo verde no es la falta de autoestima (la falta de autoestima se refleja en frases como: “la única razón por la que gusto a Bonnie es porque la he curado” o “eres buena e inteligente, no sé qué puedes haber visto en mí”) sino el Crítico Interno, la autocrítica patológica que nos acecha como parte de nuestra falta de autoestima. Aquí está otra vez, perfectamente reflejada en el hombrecillo verde, esa cosa que es parte de nosotros y a la vez, no lo es; que nos persigue y no nos deja en paz; que nos quiere humillar, hacernos sentir mal... y frustrar todos nuestros intentos de ser felices. Y, a la vez, nos tiene atados: nos paramos a escucharle en vez de seguir hacia delante; le preparamos la cena... aunque nos cause terror su venida. Cada vez que Ed se deja guiar por sus sentimientos hacia Bonnie, aparece el hombrecillo verde, para recordarle que él no puede, que tiene algo que hace imposible que una chica se enamore de él. Y llega a rechazarla... Esta película es un fiel reflejo de lo que les ocurre a muchas personas. No sentirse dignos de ser queridos, echar al agua proyectos e ilusiones, obedecer a la vez que odiar a su propio Crítico Interno… Ya vimos en anteriores capítulos en qué consiste esta crítica patológica, qué hace con los sentimientos y las ilusiones y por qué es tan difícil que desaparezca, siendo como es un funcionamiento básico y necesario del ser humano, sólo que incorrectamente aprendido y aplicado. Lo que queremos resaltar en este capítulo es una cosa nueva hasta ahora, algo muy importante que queda reflejado en las frases que hemos puesto en negrilla. El hombrecillo, el Crítico Interno, dice: – Estoy aquí para evitar que cometas una gran equivocación. – Si por casualidad te casaras con ella, sería un fracaso. – Lo siento, alguien tenía que decirte la verdad.

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– Es que no quiero que sufras, me comprendes ¿verdad? – No lo hagas, créeme, ¡te humillarán! – ¿Qué va a ser de mí? El hombre verde dice estas frases intercaladas entre muchas otras, (y, en la realidad, quedan mucho más confundidas que en la película entre el torrente de reproches que se lanzan las personas) de modo que, si no las hubiéramos resaltado, quizás habrían pasado desapercibidas. Así ocurre en la realidad, nuestro Crítico Interno nos dice las mismas frases que el hombrecillo verde, continua e incesantemente y, en verdad, se trata de lo más importante que nos quiere decir, lo que da sentido y explica el misterio de que, aun sabiendo que nos hace daño, continuemos haciéndole caso, “poniéndole un plato caliente para cenar”, obedeciéndole ciegamente. El hombre verde dice: es que no quiero que sufras… alguien tenía que decirte la verdad… sería un fracaso… ¿no suena eso más a protección? ¿A querer evitar que la persona cometa errores? ¿A ahorrarle dolores? ¿No será que nuestro Crítico Interno, en el fondo, quiere que nos sintamos bien, sólo que está equivocado en la forma con la que nos habla? No es porque seamos así de malos o estemos tan mal hechos que forzosamente le tenemos que dar la razón al Crítico Interno, no es porque seamos tan débiles que, aun dándonos cuenta del daño que nos hace, somos incapaces de quitárnoslo de encima, nada de eso es verdad –esos son más bien los mensajes que nos manda nuestro propio Crítico Interno para que no dejemos de evocarlo. La realidad es ésta: El Crítico Interno permanece en nosotros pese a hacernos daño, porque ejerce una función de prevención y evitación de fracasos y frustraciones, porque nos protege de sentirnos peor y nos azuza para que continuemos andando. Nuestro problema es no conocer otra forma de obtener lo mismo sin hacernos daño.

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Porque el Crítico Interno ¡nos hace daño! Nos hace sufrir, angustiarnos, avergonzarnos. Y además... ¡no nos ayuda! ¿Por qué, sino, cometemos una y otra vez los mismos errores, pese a regañarnos, azuzarnos, prometernos a nosotros mismos que, ahora sí, hemos aprendido la lección? No es porque seamos tan duros de mollera o tan incapaces, es que el Crítico ¡nos lo dice mal! Una niña oye repetidas veces sobre sí las frases: “me has defraudado”, “así aprenderás a ser menos egoísta”, “si sigues así, no te va a querer nadie”, “nadie llora por esta tontería, deja ya de llorar”1. Nos podemos imaginar cómo se irá sintiendo esta niña a medida que va creciendo sin poder dejar de escuchar siempre las mismas frases, da igual por qué razón: sabemos que no hay razón tan poderosa como para decirle esto a un niño. También podemos imaginarnos, si nos fijamos en el ejemplo que nos daba Pedro, del capítulo 4, cómo la niña irá formando y desarrollando, poco a poco, un Crítico Interno dentro de sí. Pero centrémonos, por un momento, en el padre que emite esas frases. Este libro pretende, entre otras cosas, abogar firmemente por la empatía. Sin ánimo de ponernos de su lado ni justificarlo (repetimos: no hay razón que justifique tratar de esta manera a un niño), podemos intentar comprender por qué este padre, esta madre, le dice lo que dice. ¿Es que no quiere a su hija? ¿Es incapaz de querer? ¿Es un sádico? ¿Una loca? En algunos casos, estas dos últimas razones son verdad pero estadísticamente, en la mayoría de los casos, lo que hay es una muy poca empatía con el niño, muy poca idea sobre lo que es la autoestima y cómo desarrollarla y, quizás, bastante falta de interés hacia esas “memeces”, a favor de un desmesurado interés por “educar”. No 1. Frases auténticas relatadas por pacientes en consulta.

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hay, pues, la mayoría de las veces, una falta de cariño (podríamos discutir sobre si esos padres y madres saben realmente lo que es querer, y muchas veces la respuesta estará en que ellos, a su vez, tienen baja autoestima), ni un ánimo consciente de hacer daño al niño. El resultado de una educación basada en la crítica destructiva es devastador, pero preguntemos a los padres/madres que emiten frases como las reflejadas más arriba: ¿por qué lo dicen? Y sobre todo: ¿por qué lo dicen así ? En este punto, invito al lector o lectora a que intente activamente meterse en la piel de ese padre, de esa madre que regaña a su hija por, pongamos, haberse ido a la cama sin recoger sus cosas. Si nos vemos incapaces de hacerlo, por sentir demasiado rechazo hacia ello o por parecernos demasiado lejano el tema, busquemos a nuestro alrededor: padres, madres que conocemos… ¿por qué regañan de esa forma tan destructiva a sus hijos? Las respuestas vendrán claras: •

para que no se convierta en una desordenada y desorganizada y no la quieran en ningún lado, es decir, para PREVENIR futuros FRACASOS;



para que no se crea que todo el monte es orégano y luego, en el futuro, le vaya peor, es decir, para PREVENIR futuras FRUSTRACIONES;



porque en la vida hay que ser ordenado, si se quiere llegar a ser un hombre, una mujer de provecho, como seguimiento de una norma MORAL o un afán de PERFECCIONISMO;



porque la única forma de que espabile es regañándola, es decir, como una manera de AZUZAR, con la convicción de que, si no se hace así, no va a aprender nunca;



para que no se pierda en victimismos y debilidades que no le sirven para nada y haga lo que tiene que hacer sin más pérdida de tiempo, es decir, para EVITAR SENTIMIENTOS DESAGRADABLES que impidan actuar.

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Resumiendo, la crítica se emite de padres a hijos para evitar y prevenir fracasos y frustraciones, para que el hijo o hija siga las convicciones morales que tienen sus padres, para que lleguen a ser personas válidas y fuertes y, además, para que todo esto lo aprendan lo más rápidamente posible. Y eso es común a todo tipo de padres, ya emitan sus críticas de manera sana o destructiva para el niño. Muchas veces, estas normas educativas contienen el secreto afán de que los hijos no repitan los mismos errores que cometieron los padres o, por el contrario, que éstos continúen siguiendo los valores morales que a los padres tanto han servido. Se podría discutir sobre el derecho con el que unos padres quieran imponer sus convicciones a los hijos, siendo éstos personas distintas, pero esto lo veremos ampliamente en el capítulo 15. Aquí y ahora nos interesa que la intención de una crítica, aunque haya sido emitida de forma destructiva para el hijo, no suele querer ser dañina para él o ella: quiere ser buena para ellos, ayudarles a ser personas de provecho, que no fracasen, que no sufran, que se pueda estar orgulloso de ellos. En el caso de las críticas destructivas, es una forma equivocada de emitirlo, pero la intención es la misma; la función de la crítica es más que nada preventiva y motivante para el aprendizaje. ¿Qué ocurre con el niño que recibe ese y sólo ese tipo concreto de crítica destructiva? Le están enseñando que ésta es la única forma de lograr una serie de objetivos vitales: de nuevo, prevenir fracasos y frustraciones, llegar a sentir que han alcanzado una meta, seguir unas normas morales... en suma, llegar a ser feliz. Como vimos con Pedro, poco a poco, el niño irá integrando las críticas que oye en su interior y, cuando sea adulto, se las dirá a sí mismo/a de idéntica forma y con la misma intención a como se lo dijeron de pequeña/o. Volvamos a Ed y su hombrecillo verde. ¿Qué va a ser de mí?, es una de las últimas cosas que le dice cuando Ed está empezando a dejarlo atrás. Le está diciendo: soy tu único recurso, si me dejas, te vas a perder, te quedas sin recursos. Por suerte, Ed está desarrollando un recurso mucho más efectivo para afrontar situaciones: dejar atrás al hombrecillo verde.

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¿Qué otras cosas le dice el hombrecillo, intercalado entre reproches de todo tipo? Le está diciendo su verdadera intención, la razón por la que existe el Crítico Interno, por la que todos tenemos el mecanismo de la autocrítica dentro de nosotros. En realidad, podríamos diferenciar por lo menos a cinco “hombrecillos verdes” o funciones que pretende ejercer el Crítico Interno en nuestro ser:

1. Hombrecillo verde protector de fracasos Siempre que la persona se dice frases como: no te va a salir ni lo intentes tú no estás hecho/a para esto no mereces que te salga bien allí está el Hombrecillo Verde Protector de Fracasos, que parte de la base de que no somos capaces de hacer nada bien (convicción de nuestra baja autoestima) y que quiere evitarnos un fracaso estrepitoso. Aparece cuando vamos a emprender algo, deseamos alcanzar una meta, queremos conseguir algo, como por ejemplo en Ed, llegar a salir con Bonnie. El hombrecillo verde de Ed así se lo dice: •

Estoy aquí para evitar que cometas una gran equivocación



Si por casualidad te casaras con ella, sería un fracaso.

2. Hombrecillo verde protector de frustraciones Este hombrecillo aparece cuando nos decimos frases como: Eres un/a iluso/a, un/a ingenuo/a, nunca vas a mejorar ¿Y tú te creías que ibas a poder hacerlo? Tú no te mereces tal cosa/persona, no te hagas ilusiones Nadie te va a querer (no te ilusiones).

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Son las frases más duras, dispuestas a hacer frente a uno de los sentimientos más difíciles de soportar. La frustración es un sentimiento muy importante y, a la vez, de lo más vulnerable. Siempre surge cuando algo nos ha ilusionado y no resulta, o, por lo menos, no de la misma forma que nos imaginábamos. Es importante que de niños aprendamos a tener recursos mentales para afrontar las frustraciones, porque eso nos ayudará a seguir adelante y aprender. El Hombrecillo Verde Protector de Frustraciones está ahí porque la persona no ha aprendido otro recurso en su infancia. Antes que sufrir dolorosamente ante algo que nos ha frustrado (“tanta ilusión que me hacía…”), preferimos decirnos que no merecemos ilusionarnos. Así, la caída no es tan terrible. El hombrecillo verde de Ed bien que se lo dice: Es que no quiero que sufras, me comprendes ¿verdad? Lo siento, alguien tenía que decirte la verdad después de advertirle: No lo hagas, créeme, ¡te humillarán! 3. Hombrecillo verde mantenedor de la moral Éste no aparece con Ed, pero lo entendemos perfectamente cuando nos dice: Eres un/a egoísta: No eres capaz de sacar adelante nada Haces sufrir a los que te rodean Eres un vago, una débil, un pusilánime Te haces la víctima... A este hombrecillo le encantan las etiquetaciones: “eres...” y las frases que empiezan por “deberías...”. Al emitirlas, nos aseguramos de que sabemos qué camino tenemos que seguir, podemos ser todo lo desastres que queramos, pero, por lo menos, no hemos perdido el rumbo, tenemos unas normas de corrección a las que nos podemos agarrar y que debemos seguir. Sin esas normas, sentimos que nues-

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tra inseguridad aumentaría hasta límites insoportables, y si no siguiéramos esas normas morales gracias a que nuestro Crítico nos las recuerda una y otra vez, seríamos unos perdidos, unas veletas tiradas por el mundo sin rumbo. ¡Quién sabe lo que entonces podríamos llegar a hacer! 3. Hombrecillo verde azuzador La palabra que podría resumir los mandatos de este hombrecillo verde es “¡espabila!”. Más concretamente, nos dice cosas como: Eres un vago, una perezosa, siempre igual. Deberías hacer/haber hecho... No tienes fuerza de voluntad. Cualquier otro haría... A éste también le encantan las etiquetas y, sobre todo, los “debería”. Sigue la convicción (errónea) de que cuanto más le grites a una persona, más la azuces, antes aprenderá y se moverá. El Hombrecillo Verde Azuzador también es un solucionador: nos pone la solución al problema de forma aparentemente fácil y alcanzable (“cualquiera puede”) y nos hace creer que es sólo cuestión de que nos esforcemos más todavía. A la vez, nos pone en bandeja una sensación de control sobre las situaciones: si queremos, podemos dominar cualquier tema; de nuevo, es sólo cuestión de esfuerzo. 5. Hombrecillo verde sustituto de sensaciones amenazantes Este hombrecillo verde se las trae. Su funcionamiento es complejo y está muy vinculado a la baja autoestima y su relación con los sentimientos. Aparece cuando nos decimos: La culpa es tuya por... No debes enfadarte No hay razón para sentirse como te estás sintiendo Es de egoístas sentirse mal por esto

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En el capítulo 6 describiremos ampliamente este tema, con lo cual se podrá entender fácilmente que la persona que no sepa cómo manejar ciertos sentimientos amenazantes, por desconocidos, necesite “darse una explicación” que le devuelva la sensación de control: eso que tanto te “chirría” (por ejemplo, sientes que han cometido una injusticia contigo, pero no sabes qué hacer con el sentimiento de enfado que te surge) tiene una explicación: eres tú el/la equivocada, por enfadarte, por pensar mal del otro, por ser egoísta… eso hace que te sientas mal, sí, pero esa sensación, por un lado ya la conoces, y por otra, te da de nuevo esa sensación de control que tanto busca la crítica: si la culpa está en ti, puedes repararlo. El hombrecillo verde es horrible, sí, y hace sufrir enormemente a Ed, pero Ed no va a prescindir de él hasta que no haya encontrado un mecanismo sustitutivo, que cumpla las mismas funciones que su Crítico Interno. Por eso, el maestro Leonard le dice que no va a poder deshacerse de su hombrecillo verde, pero le sugiere un “mecanismo sustitutivo”: el amor incondicional. Como decíamos antes, el mecanismo de la autocrítica es vital en el ser humano, nos previene de fracasos, está alerta ante situaciones frustrantes, nos motiva a cambiar, nos recuerda dónde estamos y lo que queremos... y si sólo nos han enseñado a hacerlo de forma destructiva, “patológica”, porque así lo han aplicado con nosotros con exactamente las mismas funciones, lo aplicaremos también hacia nosotros mismos con igual o mayor virulencia. Para las personas que no han aprendido a autocriticarse de manera amable, el Crítico Interno es lo único que tienen, su mecanismo de supervivencia, de azuzamiento para seguir adelante, para evitar mayores sufrimientos, para prevenir males mayores... Es su mecanismo de control, igual que lo tienen y utilizan las personas que se critican de forma sana. Esas frases tan terribles: “soy un error de la naturaleza”, “no merezco el cariño de nadie”, “siempre lo hago todo mal”, “soy una

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vergüenza”... no son más que mecanismos desesperados que utiliza nuestro ser para protegernos, prevenir situaciones negativas y ayudarnos a decidir y actuar (exactamente lo mismo que hace la crítica sana). A la persona con autoestima baja y consiguiente crítica insana nadie le ha enseñado a utilizar su potencial de autocrítica de forma instructiva para sí, pero su instinto de supervivencia es más fuerte que cualquier tipo de educación que le hayan dado. La persona que ha recibido estímulos como los que recibe Pedro, del capítulo anterior, necesita sobrevivir y, si recibe un modelo negativo de crítica o no recibe ninguno positivo, aplicará por defecto la crítica insana. Decíamos que la crítica insana: •

Es incuestionable



Con un lenguaje exigente, que generaliza, etiqueta, magnifica



Utiliza el castigo como mecanismo regulador de la conducta



Utiliza la culpa como señal y como castigo



Reprime y confunde sentimientos



Se apoya excesivamente en un criterio externo

¿No son las mismas características de las críticas destructivas que reciben algunos niños de sus padres? Sus críticas son incuestionables (“¡porque lo digo yo!”), igual que la autocrítica insana (“¡porque es así y deberías saberlo!”), exigentes, generalizantes (“¡siempre igual, eres un desastre!”), catastrofistas (“nadie te va a querer”) o sentenciosas (“así te va”), y se apoyan excesivamente en un criterio externo (“todo el mundo va a pensar que eres…”). Tan parecidos son la crítica destructiva parental y la autocrítica insana que, si analizamos los ejemplos que acabamos de poner entre paréntesis, no podríamos decir cuál lo ha emitido un padre a un hijo y cuál es una autocrítica insana hacia uno mismo. Sin embargo, en ambos la intención, la función de tan dolorosas frases suele ser la misma: prevenir, proteger, evitar sufrimientos peores, motivar para el cambio... ¡Qué gran equivocación!

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Sabemos que, si unos padres educan sus hijos utilizando la crítica destructiva, obtendrán hijos seguramente muy educados, considerados con los demás y muy correctos moralmente, pero profundamente infelices y rotos por dentro. Exactamente eso es lo que obtiene el Crítico Interno con su constante azuzar: la eterna sensación de no llegar, no ser suficiente, ser eternamente erróneo y no tener remedio. ¿Por qué le persona le hace caso, entonces, si sabe que el Crítico Interno le hace tanto daño? Principalmente por dos razones, la primera de las cuales ya hemos reflejado: 1. Por no conocer otra forma de supervivencia, en el sentido de ser un mecanismo que previene fracasos y frustraciones, está alerta ante errores y motiva al cambio y al esfuerzo 2. Por aportar el Crítico Interno una eterna esperanza de hacerlo mejor la próxima vez, de –ahora sí– haber aprendido del error y acercarse por fin a esa meta elevada que va a suponer la felicidad y la plenitud. Antes describimos a cinco personas que, decía, nos iban a ayudar a descifrar este complejo mecanismo de la crítica insana. Todas se critican con frases aparentemente destructivas y el resultado, en cuanto a reparar o no volver a cometer errores, es casi nulo: Jorge sigue siendo desorganizado, Laura continúa comiendo la misma comida con la misma compañera cada día, Carlos no deja de tener enfados, de cortar y volver a retomar su relación. Vamos a ver qué hombrecillos verdes están actuando en cada caso y por qué no pueden dejar de hacerlo: 1. Carlos: está funcionando el HOMBRECILLO VERDE PROTECTOR DE FRACASOS Para Carlos, sería un golpe terrible que se cortara la relación con su pareja. Sería como ponerle un espejo delante para que se viera

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con toda su miseria y errores. Por lo tanto, centra el foco de responsabilidad y culpa exclusivamente en él, para tener sensación de control y se repite machaconamente lo que debería hacer y ser. El listón es demasiado alto, sí, aunque él no lo ve así, y lo más probable es que decirse todo eso no le lleve a ningún lado, pero preservar la autoestima va en primer lugar y pasa por encima de todo. Ha logrado sobrevivir una vez más. 2. Mª Jesús: está funcionando el HOMBRECILLO VERDE PROTECTOR DE FRUSTRACIONES Mª Jesús tenía la sensación de que estaba avanzando en su autoestima. Mi comentario derrumbó (por lo menos, de momento) el débil edificio que estaba empezando a montar y ante la amenaza inminente de sentirse insoportablemente mal, rápidamente saltó el Crítico Interno: estabas equivocada, te estabas haciendo ilusiones falsas, vuelve a lo malo conocido y no te metas en lo bueno por conocer. Por supuesto que, aun así, se sintió mal, pero nunca tan vacía, tan desnuda, tan expuesta como se hubiera sentido si se hubiera dejado sentir frustrada del todo. Por lo menos, eso cree su pequeña autoestima, que no confía en su capacidad para afrontar estas cosas. De nuevo, Mª Jesús logra sobrevivir a un doloroso envite de la vida. 3. Laura: está funcionando el HOMBRECILLO VERDE MANTENEDOR DE MORAL “Eres una egoísta”, le dice. Al hacer algo que no suele hacer (expresar su opinión, contraria a la de otra persona) y que le puede aportar consecuencias amenazantes, Laura se siente muy insegura. Como en las otras personas, sabe que no puede hacer frente a esa sensación de inseguridad y desvalimiento y por ello, necesita una agarradera, una norma que le devuelva al “buen camino”. Por ello, se lo expresa a sí misma con gran virulencia, cuanto peor se sienta por haber “transgredido” la norma, antes volverá a intentar seguirla. ¿Es malo para ella sumirse de nuevo en la sumisión y la falta de

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criterio propio? Por supuesto, pero como en otras ocasiones, cubrir la necesidad de seguridad va por delante y pasa por encima de todo: se trata de sobrevivir. 4. Jorge: está funcionando el HOMBRECILLO VERDE AZUZADOR Esta función es la más fácil de entender. ¿Qué padre no ha gritado a su hijo para que fuera más rápido, qué profesora no ha insistido machaconamente a sus alumnos para que aprendieran de una vez, incluso a quién de nosotros no nos han venido ganas a veces de zarandear a alguien “para que se entere de una vez”? Nuestra propia inquietud por llegar a una resolución nos hace querer desahogarla en el otro, como si azuzando las personas aprendieran más rápido. Ese error también lo podemos cometer con nosotros mismos. Al ponerle una etiqueta destructiva a Jorge (eres un vago), su Crítico pretende que espabile,y eso, a su vez, le proporciona esa sensación de control que le aleja del desvalimiento de la baja autoestima. 5. Sonsoles: está funcionando el HOMBRECILLO VERDE SUSTITUTO DE SENSACIONES AMENAZANTES Un enfado… no puede ser. Igual que reconocer una tristeza, un dolor... la persona no sabe qué hacer con esos sentimientos. Nadie le ha enseñado a manejarlos y, sobre todo, nadie le ha enseñado a saber que son normales. Con lo cual, reconocerlos dentro de sí es verse como lo que se cree que se es: anormal, loca, incompleta. A Sonsoles, su Crítico le está “ayudando” mucho, porque la aleja de esa horrible sensación, de la terrible vergüenza. La devuelve a lo que cree que es “el mundo de los normales”, de las personas que no se sienten mal, que no sufren, que todo lo saben resolver. Como ya se ve, en Sonsoles se repiten las dos principales funciones de todo Crítico Interno: huir de una sensación insoportable (la de la baja autoestima) y cubrir una necesidad que no fue cubierta en su momento. Para ella, su Crítico es sabio, porque la mantiene en la supervivencia, a falta de otros recursos que desconoce que existen.

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EJERCICIO Si repasamos el texto sobre Pedro y María que reflejamos en el capítulo anterior, nos daremos cuenta de que hay algunas frases que están remarcadas en negrilla. Algunas personas habrán pensado que se ha hecho así porque son conceptos importantes que vale la pena resaltar. Pues no es exactamente así: las expresiones remarcadas en negrilla son aquellos temas que utiliza el Crítico Interno para hacernos creer que todo depende de nosotros, que tenemos algo malo o erróneo en nuestro interior y que siempre hemos sido así y lo seremos por siempre jamás. Veamos cuáles son y cuál es la versión del Crítico Interno. Os invitamos a reflexionar sobre qué se le podría contestar a ese Crítico. Imaginemos que podemos hablar con él, que lo hemos desenmascarado y le contestamos. Podemos comenzar con: “eso lo dices para... pero yo te digo que…” o, simplemente, decirle que no tiene razón. 1. “Pedro y María son muy parecidos entre sí, es decir, nacen iguales, ni más buenos ni más malos, ni más acertados ni más erróneos.” Qué dice el Crítico: “no nacemos iguales. Hay personas buenas por naturaleza y malas, egoístas y miserables. Tú eres de las miserables, por eso estoy aquí, para corregirte eternamente. Los demás siempre son superiores a ti”. Qué le contestas: 2. “... no sólo físicamente, sino en una cosa mucho más importante: tienen idénticas necesidades” Qué dice el Crítico: “mentira. Sabes muy bien que las necesidades se crean, y tú te has creado una serie de necesidades que los demás no han hecho. Lo que te pasa es que los demás han sabido hacerse fuertes y tú continúas con tu hipersensibilidad y tus necesidades infantiles. Qué le contestas:

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3. “Cuando nacen, Pedro y María son como pequeños saquitos vacíos, esperando ávidamente ser llenados.” Qué dice el Crítico: los hay que nacen buenos, listos o espabilados y los hay que nacen malos, tontos o equivocados. Si un coche te sale mal de fábrica, irá coleando toda la vida. Qué le contestas: 4. “(en el niño pequeño)...las necesidades se ven regularmente cubiertas – aunque nunca dejamos de reclamarlas!” Qué dice el Crítico: eres un(a) débil. La gente tiene superadas todas esas necesidades de la infancia, sólo tú estás enganchado/a patológicamente a unas absurdas demandas que, de paso, no mereces. 5. “Tanto Pedro como María necesitan como el aire que respiran, y en la misma medida, sentirse seguros...” Qué te dice el Crítico: necesidad de sentirse seguros, vale, pero tú tienes una hipersensibilidad anormal que te hace (y te hacía de pequeño/a) tener más necesidad que otros. Qué le contestas: 6. “Pedro está empezando a desesperarse consigo mismo porque no consigue que sus conductas sean perfectas” Qué te dice el Crítico: tienes que ser perfecto/a en todo lo que hagas, digas y sientas. Sólo así conseguirás ser alguien para los demás y sentirte bien. Todo error es muestra de lo mal que estás hecho/a en el fondo, menos mal que estoy yo aquí para regañarte y recordarte esto todo el rato, porque si no, ni te enterarías. Qué le contestas:

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Ésta es la historia de M. En un principio, estaban los sentimientos… sentimientos de tristeza, de enfado, de desilusión… tantos y tan variados… También había sentimientos de alegría, de ilusión, de felicidad inmensa:

Pero nadie le había enseñado a M. a manejarlos ni a reconocerlos si quiera. No sabía que se podían aceptar, hacerles caso, esperar su respuesta… sólo sabía que eran muy amenazantes, porque podían llevarle a hacer cosas que luego le serían reprochadas, puesto que no eran correctos, no eran “buenos”, y que no debía sentir eso,

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Como nadie le había enseñado a manejarlos, tuvo que sacarse de la manga una estrategia para no sufrir tanto y, a la vez, cumplir las expectativas de los demás. Se le ocurrió bastante rápido: ¡encerrar los sentimientos!

Y los encerró para que nunca más pudieran salir, los metió por ahí, en el fondo de sus tripas y para que no hubiera duda, les puso unas pesas encima… ¡Pero los sentimientos pugnaban por salir! Una y otra vez querían expresarse y a M. siempre le pillaban de improviso, sin defensas, sin saber qué hacer con ellos… hasta que se le volvió a ocurrir una idea. Había que seguir lo que le dictaban desde fuera, había que ser como “ellos” querían que se fuese, repetirse lo mismo que le decían, seguir las órdenes morales que le marcaban:

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Ahora no tenía que haber problema: los sentimientos, tan amenazadores e incorrectos, encerrados a cal y canto en una caja –unas buenas pesas de reproches encima, para asegurar que no se les ocurriera salir y, menos aún, que M. les hiciera caso– y, sobre todo y flotando siempre por encima, unas reglas morales exigentes e intransigentes, que en todo momento le recordaran a M. cuál debía de ser su meta para ser una persona querida y aceptada y cuán lejos se encontraba de ella. Esas reglas morales le decían cosas como: “Tienes que ser así, y no asá”, “No debiste de mostrarte tanto, te has delatado”, “Nadie se queja tanto como tú”, “ Eres débil por sentirte de esta forma”, “ Estás loco/a por reaccionar así”… y muchas cosas más.

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Sin embargo, pese a tenerlo todo claro, atado y bien atado y pese a esforzarse mucho, M. no se siente bien, algo falla en el esmerado montaje. Si todo está tan correcto, las metas claras, el engranaje perfecto ¿por qué no termina de ir bien? ¿qué es lo que falla? Claro, se dice M., lo que está fallando soy yo. Yo soy la equivocación de la naturaleza, yo tengo el fallo dentro de mí, y gracias a esa nube que me recuerda lo que tengo que hacer, no me convierto en el absoluto desastre que en realidad soy, no caigo en el abismo. ¿Tiene razón M.? ¿Dónde está el verdadero fallo? Para tratar de explicar un tema tan delicado (tengo que tener cuidado con los Críticos Internos que estén acompañando a las personas lectoras, no vayan a lanzar demasiados zarpazos), y precisamente por tratarse de un tema “cálido”, vamos a explicarlo de la manera más fría y objetiva posible: como una receta para fabricar un revuelto bastante explosivo. RECETA PARA REVUELTO DE FUNCIONES VITALES Ingredientes: - 1. sentimientos - 2. normas morales. Mézclense:

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LOS SENTIMIENTOS ¿QUÉ ES ESO?

1. Los sentimientos Comenzaremos con un: EJERCICIO DE REDACCIÓN Como si estuviéramos en el colegio, propongo hacer una redacción. El tema: “Mis sentimientos”. Escribe lo que se te ocurra acerca de ellos, intenta ser lo más sincera/o contigo mismo/a al hacerlo, porque, si no quieres, nadie más lo va a leer. El tema es muy abierto, por lo que procura ir escribiendo según te vayan surgiendo las ideas, sin un gran guión teórico detrás. Este mismo ejercicio se lo pedí a Ainara para este libro. Algo más adelante podréis leer lo que puso.

Ahora, tras escribir la pequeña redacción, podemos continuar. * * * Los seres vivos somos un perfecto engranaje de funciones, en donde cada una alimenta y sustenta a las demás y depende, a su vez, del alimento y sustento de las otras. Nada sobra, nada está “de más” o no tiene sentido. Cuando algo amenaza al sistema, el cuerpo tiene preparados mecanismos de contraataque, en algunos casos, defensa o rechazo en otros, que están encaminados siempre a devolver el cuerpo a su equilibrio inicial, a su homeóstasis. También tiene preparados y dispuestos a actuar mecanismos sustitutivos de algunas funciones, que se ponen en marcha si algunas de éstas fallan, por la razón que sea. Estas máximas son fáciles de entender si pensamos en las funciones biológicas, en el sistema inmunológico, o en nuestra propia anatomía, tan especializada en el tipo de vida y alimentación de cada especie en concreto. Pero son más difíciles de digerir cuando decimos que este mismo sistema lo siguen también nuestros mecanismos

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psicológicos: en este caso, tampoco sobra ni falta ninguna función, y todo está ahí porque es útil y necesario para la supervivencia. Así también, los sentimientos. Si no tuviéramos sentimientos, no hubiéramos salido adelante como especie, ya que, en la especialización de los seres humanos y animales, los sentimientos tienen una función vital. Como dice John Bradshaw: “Los sentimientos forman parte de nuestro poder personal”. Por un lado, son el detector de situaciones más refinado que tenemos en nuestro organismo. Junto con otro mecanismo, el de la percepción, nos permiten evaluar las situaciones: esta situación es amenazante porque hace que sienta miedo; no me fío de esta persona, me hace sentir raro; quiero volver a ver a esta persona, me estoy enamorando de ella, etc. y nos ayudan a decidir qué hacer. Al percibir la situación como amenazante y sentir miedo, tenderé a huir; no fiarme de alguien me pondrá alerta para actuar; si me estoy enamorando, tenderé a querer ver de nuevo a esa persona… Está claro que no podríamos sobrevivir mucho tiempo si, ante un coche que se avecina a toda velocidad hacia nosotros, sintiéramos alegría; o cuando nos tendieran una mano, huyéramos despavoridos. Por otro lado, los sentimientos (o las emociones, distinción teórica en la que no quiero entrar ahora) son energía. Al sentir fuertemente una emoción, nos sentimos empujados a hacer algo, a actuar, aunque esta actuación sea una huida. La intensidad de nuestra actuación se corresponderá, normalmente, con la intensidad de la emoción, que es la que nos dice con cuánta fuerza debemos de expresarnos. Si analizamos uno a uno nuestros sentimientos, podemos ver por qué son absolutamente imprescindibles todos y cada uno de ellos. Unos ejemplos: Miedo: es uno de los sentimientos más estudiados. Tiene una clara función protectora. Si algo nos da miedo, tenderemos a huir

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o a enfrentarnos, dependiendo de cómo evaluemos nuestras fuerzas y las del otro o de la situación. Lo que no haremos en ningún caso es quedarnos quietos, esperando tranquilamente ser devorados por la situación. Ira: tiene una fuerza tremenda y no podríamos haber sobrevivido sin ella. Nos advierte de injusticias, maltratos a nuestra persona, violaciones de nuestro ser… y nos empuja a reparar la situación dañada. Es tan virulenta y tiene tanta energía porque responde a situaciones realmente “graves” para nuestra supervivencia emocional, en las que no serviría ninguna otra estrategia más suave. Tristeza: sí, también la tristeza es adaptativa. Paradójicamente, es buena para que nos sintamos mejor. Por un lado, su expresión libera tensión dolorosa (no hay nada peor que un dolor contenido, estancado sin salir). Dice John Bradshaw que “cuando liberamos energía por pérdidas relacionadas con nuestras necesidades básicas, somos capaces de aceptar esas pérdidas y adaptarnos a la realidad”. Por otro lado, al expresarla, la tristeza nos permite reflexionar, evaluar, ver qué hacer con ese dolor. Es un canal a través del cual nos podemos liberar de ese dolor. Alegría: es un indicador. En el momento de sentirla, nuestras necesidades están siendo cubiertas. Los sentimientos “centinelas” (miedo, malestar…) o los “reparadores” (ira, tristeza…) pueden relajarse mientras está presente la alegría. A la vez, la alegría libera energía de forma positiva, actúa como desahogo de tensión y renueva el organismo. A esto queremos añadir dos cosas: •

No hay sentimientos equivocados, erróneos o malos. Lo que puede equivocarse es nuestra percepción o la interpretación que damos a las cosas, pero el sentimiento nunca se equivoca: actúa tal y como le estamos diciendo que es la situación. Si, al avecinarse el coche a toda velocidad, interpretamos correctamente que esta-

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mos en una situación peligrosa, sentiremos miedo y eso nos empujará a apartarnos. Pero si interpretamos que no pasa nada, que tenemos tiempo de sobra para alejarnos, no sentiremos miedo y no nos apartaremos. Si nos atropella el coche, no habrá sido por equivocarnos de sentimiento, sino por interpretar erróneamente lo que estábamos percibiendo. Por lo tanto, si nos estamos sintiendo terriblemente mal es porque nos estamos diciendo “algo” que nos produce ese malestar y no deberíamos de desdeñar la importancia del sentimiento: nos está avisando de que algo no marcha bien. •

Una cosa es el sentimiento, otra, la expresión del sentimiento. Como acabamos de decir, el sentimiento nunca es “exagerado”, “erróneo”, “equivocado”, porque siempre responde a una interpretación que estamos dando de algo – pero la expresión de ese sentimiento sí puede ser exagerada o equivocada. Si alguien me empuja al pasar a mi lado y yo le pego un puñetazo en la cara, habré sentido mucha ira, porque he interpretado una serie de cosas (por ejemplo, que lo ha hecho expresamente, que hay que darle su merecido, que no me toman el pelo…). Mi ira, simplemente, responde a la interpretación que he hecho de la situación. A partir de sentirla, yo puedo decidir si expresarla y cómo: no haciendo nada, llamándole la atención educadamente, gritándole, dándole un empujón o pegándole un puñetazo en la cara, opción que habrá sido la más exagerada y errónea.

Como dijo muy certeramente una paciente: “El sentimiento es inocente, simplemente, es”. Todo este sistema de funcionamiento de los sentimientos, en perfecto engranaje con la percepción y las cogniciones, tiene un único punto débil: su desarrollo es muy vulnerable. Necesita de un modelo claro y seguro en el que reflejarse y de unas pautas que, a la vez, le permitan tener libertad para expresarse y conocimiento de unos límites que le protejan.

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Evidentemente, el desarrollo de los sentimientos se da en la infancia. Para que un niño desarrolle sus sentimientos satisfactoriamente, necesita saber que puede sentirlos y expresarlos y que, a la vez, va a ser acogido en su expresión.

“Si un niño está protegido por unos límites firmes, pero comprensivos, si puede explorar, descubrir y coger rabietas sin que la persona que cuida de él le niegue su amor, es decir, sin que destruya el puente interpersonal que les une, entonces el niño podrá desarrollar un sentimiento sano”. (John Bradshaw) Y así pasamos a nuestro segundo ingrediente de la receta inicial, que son:

2. Las normas morales Todos necesitamos unas normas de actuación para poder vivir y convivir con una mínima paz y coherencia. Por un lado, necesitamos la existencia de normas como individuos: las normas nos dan seguridad, no varían sustancialmente y siempre están ahí, por encima de los hechos y los sentimientos. Tampoco tenemos que plantearnos cada vez que nos tropezamos con alguien qué es lo que deberíamos hacer: sabemos que la norma nos dice que debemos pedir perdón y a partir de ahí decidimos si hacerlo, pero nos sabemos la norma. Por lo tanto, la norma es un importante factor de seguridad para la persona. A nivel colectivo, la norma asegura una convivencia. Al establecer unos límites entre tú y yo, facilita el que podamos funcionar todos juntos en una sociedad, sin que cada uno tire en una dirección o agreda al otro. Las normas tienen, por lo tanto, una importante función como límite: límite entre nosotros y los demás; y límite para con noso-

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tros mismos: sabemos, gracias a las normas, que no podemos, por ejemplo, entrar en histeria y tirarnos al suelo cada vez que algo nos frustre. Las normas tienen mucho que ver con la moral: conectan con una ética universal que todos poseemos y al ser muchas veces facilitadoras de convivencia, su seguimiento nos hace, por ejemplo, ser educados y respetuosos con los demás.1 Hasta aquí bien. Es decir, ocurre como con todo lo que está saliendo en las páginas de este libro: tomado en su justa medida, todo mecanismo, conscientemente impuesto o inconsciente, que aplica el ser humano, es bueno para él como individuo y para la sociedad. Pero al poner en el título “NORMAS MORALES”, me estoy refiriendo a otra forma de aplicar las normas, a una forma rígida, inflexible, exigente, que no da libertad a la persona y pretende que ésta siga ciegamente unos valores convertidos en normas. Conscientemente, no entro en culpabilizar ni responsabilizar a nada ni nadie de esta manera de aplicar las normas. Pero estoy segura de que las personas que han sentido o sienten sobre sí este tipo de normas moralmente rígidas saben bien de qué estoy hablando. Para poner unos ejemplos: “Di “buenos días” a la señora”, le dice la mamá a su hija. Esta es la típica norma de convivencia, expresada de forma diríamos “normal”, como simple información a la hija sobre cómo hay que comportarse. “Eres una egoísta, sólo atiendes a quien te interesa” es una forma rígida y destructiva de aplicar una norma, que, además, utiliza un concepto moral (el egoísmo) para causar más impacto.

1. Conscientemente no profundizo más en el término “moral”, porque nos saldríamos mucho del objetivo que perseguimos en este libro y porque considero que hay autores muchísimo más preparados que yo en esta materia, a cuya lectura remito al lector interesado.

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EJERCICIO Hagamos este pequeño ejercicio. A continuación, va a aparecer una frase, que salió recientemente como titular de una noticia de un periódico. Una vez leída, cierra los ojos y repítete esa frase unas cuantas veces. No entres en analizar su contenido (de hecho, no sé de qué iba la noticia), solamente mira a ver qué sensación te causa su “soniquete”, la forma con que están puestas las palabras. Mira a ver si puedes definir tu sensación con alguna palabra, algún adjetivo: “Es una sensación... y ...” La frase es la siguiente:

La clave de su vicio radica en la vanidad …………………………………………………………………………………… ¿Cómo ha sido tu sensación?

Me da una sensación de …………………………………………………………………………………… y también de ……………………………………………………………………………………

Os diré mi sensación: al verlo en un titular de un kiosko, algo me hizo pararme y volver a leerlo. Luego, la sensación que me dio fue de peso, algo opresor, que no deja respirar, como una losa que se te pone encima, una losa de palabras enormes (vicio, vanidad), muy difusas, pero tremendamente pesadas. Rápidamente, esta sensación se transformó en enfado con ese titular, por haber provocado esa sensación en mí, y al cabo de un rato, lo deseché: “vaya tontería de frase”.

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Independientemente de lo que quisiera decir el autor de la noticia, la frase me sigue pareciendo terrible. Esta persona confiere a cualidades necesarias en la persona como gustarse a uno mismo (vanidad) y disfrutar con algo (vicio) unas connotaciones muy negativas, como si fueran algo “malo”. Utiliza la palabra “vicio”, palabra “moral” donde las haya, mil veces prostituida y mal utilizada para calificar una gran variedad de conductas que, para una persona o institución, son inadmisibles: sexuales, adictivas, a veces simplemente, factores de personalidad como ser lento o preferir la tranquilidad a la actividad. (“ Te estás enviciando”, le decía su madre a una paciente mía ¡porque le gustaba coser después de cenar!) Utiliza otra palabra-losa, que es “vanidad”, también mil veces prostituida para aplicarla a sensaciones como estar a gusto consigo mismo, estar orgulloso de algo que se ha hecho, alegrarse por haber realizado algo correctamente. Y también utiliza la palabra “clave”: “la clave radica…”. Da a entender que hay una norma moral que está por encima de todo ello, que deja las cosas claras y que no va a atender a excepciones, explicaciones, justificaciones. Está claro y no hay más vuelta de hoja: la clave de su vicio radica en la vanidad. ¿A quién se estarán refiriendo? ¿Cómo se sentiría la persona, por muy mal que haya obrado, si leyera esos titulares referidos a ella? Esta forma de expresar y sentir las normas tiene siempre unas características comunes: suelen responder a valores rígidos, que no admiten excepción (egoísmo, voluntad, obediencia…); suelen ser muy extremistas (“o antepones siempre a los demás o eres egoísta”); son perfeccionistas: al utilizar normalmente palabras abstractas (vicio, vanidad, vileza, deber, obligación) y duras, pretenden que la persona sea así siempre y castigan o culpan cuando no estamos a su altura; se utilizan para evaluar todo tipo de conductas, aunque éstas no tengan nada que ver con la moral, por ejemplo, cuestiones de gustos (“hacerse un piercing es de depravados”), necesidades personales (“los hombres no lloran”), aptitudes (“si no sacas un sobresaliente en

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matemáticas, no eres digno de ser mi hijo”); tienden a etiquetar fácilmente a quien las transgreda (egoísta, vaga, indigno, imbécil). Según en qué épocas, la “Sociedad”, como ente, se hacía eco de este tipo de normas rígidas y morales, muy influida por normas de la Iglesia de forma que alguien que no se adecuara a la norma establecida era excluido o castigado. Luego, particularmente, cada familia tenía y tiene su propia normativa moral, que en algunas se emitía de manera buena y adaptativa y en otras (muchos autores utilizan el término “familias-tóxicas) de esta manera rígida y culpabilizadora que estamos describiendo. Es curioso observar que, aunque externamente, la sociedad haya cambiado y se admitan muchas más excepciones y diferencias entre las personas, los mensajes que emiten familias tóxicas y culpabilizadoras son los mismos que antes, y las palabras que utilizan para censurar, casi idénticas: egoísmo, pereza, falta de fuerza de voluntad… Palabras que, como veremos en el capítulo 12, no significan en el fondo nada, no informan dónde está el problema y, sobre todo, no ayudan a cambiar, pero sí a que la persona se sienta mal. Funcionan según la ley “la letra con sangre entra” y pretenden provocar malestar para que la persona “reaccione”. La persona “educadora” que utiliza estas normas rígidas tiene como objetivo que el niño/a llegue a ser esa persona “ideal” que no existe; realmente, sólo frustra y hace sentir mal porque nunca se alcanza. Para ello, utilizan los “debería”, palabras (debes, no debes, tienes que, no deberías de haber… tendrías que haber hecho…) que recuerdan que se está hablando de mandatos inquebrantables y que la persona percibe muy claramente como tales. Curiosamente, en casi todos los contextos donde se aplica la forma rígida y moralista de entender las normas, suelen preocupar los mismos temas. Es como si este tipo de moral tuviera sus “temas favoritos”. Estos son los binomios: Egoísmo-altruismo Laxitud-fuerza de voluntad

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Pereza-energía para trabajar Torpeza-inteligencia y… ¡Sentimientos incorrectos, “malos”-sentimientos correctos, “buenos”! * * * Bien, volvamos a nuestra receta inicial. Ya tenemos los dos ingredientes principales: unos sentimientos inocentes, dispuestos a servir a la persona para adaptarse a sí misma y a su entorno –y unas normas morales rígidas, perfeccionistas y exigentes. Si introducimos estos ingredientes en el recipiente adecuado: niño cuanto más pequeño mejor y agitamos vigorosamente, sin dejarle mucho descanso ni posibilidad de conocer otros criterios, obtendremos como resultado el siguiente: REVUELTO: 2ª Carta de Ainara: Los sentimientos ¿Qué es eso?

Una vez me preguntaron en un test psicológico en una entrevista de trabajo: “¿en qué piensas nada más levantarte?” Y “¿qué piensas al mirarte al espejo por la mañana?”. Evidentemente, me lo inventé, porque no encontraba la respuesta, no me había parado a pensar. Observándome, me he dado cuenta de que, simplemente, no me veo a mí misma y lo primero que pienso al levantarme es qué planes voy a hacer para dejar de sentirme ansiosamente culpable, para dejar de recordar todos los pequeños malestares y bloqueos que me invaden por pequeños y grandes motivos que probablemente yo me he fabricado. Los sentimientos ¿Qué es eso? Sólo percibo un continuo: “algo no va bien en mí”, con altibajos. Nadie me ha enseñado a reconocer la existencia de toda la gama de sentimientos y, lo que es más importante, nun-

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ca nadie me ha mostrado que sentir es humano, ya se trate de sentimientos positivos o negativos. Ni siquiera conocía la diferencia entre sentir y expresar el sentimiento. El objetivo era y es: conseguir ser esa persona ideal que no siente nada malo, que se siente bien consigo misma, pero creo que el camino que tomo es del todo incorrecto, porque ese ideal simplemente no existe, todo el mundo experimenta sentimientos negativos y, aun más, todo el mundo posee rasgos negativos... ¿no? Pero eso sí, los sentimientos estaban y están ahí, los experimento, pero los vivo como una batalla por frenar y negar los negativos: la tristeza, la ira, la frustración, la decepción, la pena, el dolor, el llanto, el enfado, el desasosiego, etc. Los siento, aunque inmediatamente los asocio a mi parte “defectuosa” a corregir, esa parte que tiene que ser eliminada, y los intento reprimir, ocultar, porque me da vergüenza expresarlos, ya que no deberían de estar ahí, son incorrectos. Creo que he mamado la idea: sentimiento negativo= mala persona. Lo mismo ocurre con mis comportamientos equivocados, con mis meteduras de pata, me hacen hundirme en un “ves como toda tú eres mala persona y no tienes remedio, una persona normal no cometería esos errores ni tan continuos”, lo que me hace meterme de nuevo en mi burbuja de culpa y vergüenza. En muchas ocasiones, llego a mostrar mis sentimientos con diferentes intensidades; sin embargo, enseguida me hundo en un “no deberías, provienen de tu locura, de tu “tú no estás bien, seguro que no tienes derecho a sentirlos porque provienen de un pensamiento erróneo, porque no eres una persona equilibrada”. Percibo como si constantemente estuviera sintiendo de forma incorrecta, como si hubiera una fórmula mágica para sentir de forma equilibrada. Pero hay un problema añadido, y es que si me dejara llevar por cómo me siento ara, realmente no pararía de llorar, me hundiría, sentiría un dolor terrible, porque me siento desgraciada; cuando lo hago, inmediatamente me siento mal, culpable, porque “seguro que voy de víctima”,

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“seguro que no tengo ningún motivo ni derecho a sentirme así, seguro que estoy exagerando porque estoy loca”. Y de nuevo comienza el ciclo de la culpabilización y la sensación de locura. Supongo que tampoco me permito disfrutar de los sentimientos positivos, porque rápidamente me asalta la culpa con pensamientos del tipo “sí, pero recuerda esto o lo otro que has hecho mal o esos rasgos de tu carácter que odias” y así las alegrías quedan cegadas por las penas. Es triste pensar que no creo recordar ningún momento de mi vida en el que me haya llegado a sentir plenamente tranquila y a gusto conmigo misma o con el mundo. Es como si estuviera en una lucha angustiosa conmigo misma, con lo que pienso, con intentar ser ese ideal y renegando de lo que soy, atormentada por eso ni siquiera me veo realmente en el espejo, ese ideal me eclipsa. Este texto puede asustar a unos, y aliviar a otros por sentirse identificados y ver que no son los únicos que sienten así. De hecho, los profesionales de la salud nos encontramos muchas veces con personas “revueltas” de esta forma. Una persona a la que se le transmite de forma rígida y moralista lo que debe de sentir y cómo, no puede desarrollar una visión objetiva de la realidad. El niño pequeño no tiene criterio propio y, si todo lo que recibe es una perspectiva distorsionada sobre sí mismo y la realidad, distorsionará a su vez y llegará a conclusiones forzosamente erróneas. La crítica exigente, no realista y constante anula la legitimidad de los sentimientos genuinos del niño/a. Si de forma insistente se le refuerzan con rigidez y enfado los errores o comportamientos “inadecuados” (negándole los sentimientos negativos) como algo “malo” o imperdonable, al final la sensación del niño/a es de malestar continuo por no poder alcanzar ese ideal válido que haga obtener el afecto de los padres, afecto que, por otro lado, nunca se muestra como una aceptación o amor incondicional, sino todo lo contrario, resulta una aceptación del niño/a condicionado a poder cubrir esas expectativas morales que se le marcan.

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Yo resaltaría 6 aspectos de la carta de Ainara, que reflejan fielmente el “revuelto”, el resultado de haber aplicado las normas morales rígidas a un cuerpo infantil inocente. A la vez, se trata de otros tantos errores cognitivos, por desgracia muy dolorosos para la persona que ha tenido que llegar a la conclusión de que son ciertos. Pero puedo asegurar que prácticamente todas las personas a las que he conocido, que tienen la autoestima baja y un gran Crítico Interno, se dicen lo mismo: 1. Error nº 1: hay unos pocos sentimientos básicos y hay que saber aplicarlos cuando corresponden. “Nadie me ha enseñado a reconocer la existencia de toda la gama de sentimientos ”. Alice Miller dice a este respecto en su libro “El drama del hijo con talento”: “No puede confiar en sus emociones, no ha conseguido experimentarlas a base de tanteos y errores, no es consciente de sus propias necesidades reales y está totalmente enajenado de sí mismo”. 2. Error nº 2: La persona normal es la que es “como se debe ser”. “Nunca nadie me ha mostrado que sentir es humano y necesario”. La culpa le dice que “una persona normal no cometería errores ni tan continuos”. Hay dos formas de entender la palabra “normal”: como aquello que se adecua a la norma; y como aquello que ocurre con mayor frecuencia. Ainara, como muchas personas con baja autoestima, entiende que “normal” es aquella persona que hace lo que dice la norma en su estado más puro, sin excepciones y sobre todo, sin errores, un ideal de persona que es irreal e inalcanzable. 3. Error nº 3: expresarse incorrectamente es lo mismo que sentir incorrectamente. “Ni siquiera conocía la diferencia entre sentir y expresar el sentimiento”

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John Bradshaw dice, hablando de la religión mal entendida: “En realidad, el pecado capital no es el sentimiento de ira (por ejemplo) en sí, sino el comportamiento resultante de un juicio provocado por la ira.” 4. Error nº 4: sentir algo malo es ser una persona mala. “He mamado la idea de sentimiento negativo = mala persona”; “enseguida me hundo en un: no deberías (haber hecho o dicho tal cosa, provienen de tu locura). Ainara, aun con culpa, todavía siente y capta sus sentimientos, aunque no se permite profundizar en ellos. Hay personas que, de tanto negarse la legitimidad de sus sentimientos, terminan negando su existencia y, simplemente, no sienten. Sus sentimientos se quedan bloqueados. 5. Error nº 6: es terrible sentir, te puedes hundir en el sufrimiento, y puede pasar algo insuperable, no lo podrías soportar. “Si me dejara llevar por cómo me siento ahora, realmente, no pararía de llorar”. Evidentemente, este, y el siguiente error, son fruto del miedo que siente la persona ante lo desconocido, lo prohibido. 6. Error nº 7: quien no se lo merece, no debe sentirse bien. “Tampoco me permito disfrutar de los sentimientos positivos.” Recordad las caritas del principio del capítulo, con la historia de M.: también había una cara feliz, igualmente encerrada. La persona así de “revuelta” no puede sentirse feliz, porque se siente avergonzada por creer que no tiene derecho a ello. La carta de Ainara refleja perfectamente el estado que queríamos describir: los sentimientos están ahí, pero no tienen derecho a salirintentan desesperadamente cumplir su función evolutiva, pero se les

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deslegitima –pugnan por salir, pero están fuertemente resguardados por los “pesos” de los “debería”. Otras personas pueden dar un paso más y, aparentemente, olvidar. Pau Pérez Sales, en su libro “Trauma, culpa y duelo”, describe: “Las “culpas” constituyen elementos extraordinariamente dolorosos anclados en el recuerdo. Se trata, probablemente, de una de las formas más severas de sufrimiento psicológico de la mente humana.

Frente a una emoción negativa, las personas desarrollan estrategias adaptativas, llámesele formas de afrontamiento o mecanismos de defensa. Muchas veces se trata de pactos con uno mismo y racionalizaciones más o menos sofisticadas construidos con un gran esfuerzo psíquico y después de años de sufrimiento. En otros casos se trata de un olvido conscientemente trabajado.” Lo más habitual que suele ocurrir cuando, como decíamos antes, se mezclan los sentimientos puros con las normas morales rígidas, es que los sentimientos queden reducidos a dos: la CULPA y la VERGÜENZA, los únicos admitidos, los que sí pueden estar y son fomentados activamente por esas normas morales, porque pretenden que, sintiéndose culpable y avergonzada, la persona aprenda y obedezca. Como veremos, el resultado es bien diferente. Estos dos sentimientos van a ser objeto de análisis en el siguiente capítulo, pero recordemos que Ainara, sin saberse la teoría y solamente hablando de su experiencia, nos habla de ello: “... lo que me hace meterme de nuevo en mi burbuja de culpa y vergüenza”.

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La vergüenza ¡Qué gran tema, la vergüenza, y qué poco se habla de ella! Existen poquísimos libros que hablen de ella y, de entre ellos, muchos están agotados y ya no se venden. Parece como que da vergüenza pensar en la vergüenza. De hecho, no he conseguido que ninguna persona me hablara sobre ella mientras la estaba sintiendo. Las descripciones que reflejo más adelante provienen de personas que ya han superado su vergüenza o, por lo menos, están en camino hacia ello. Muchas veces se ha confundido la vergüenza con la culpa o se las ha igualado. Se habla de “las culpas” o, simplemente, se engloba todo bajo un solo término, normalmente, “culpa”. Y, sin embargo, la vergüenza está ahí, absolutamente presente en muchas personas, que la igualan a su ser: “toda yo soy vergüenza” y se sienten tristes, muy tristes y, sobre todo, sin remedio. Estas personas saben muy bien que la vergüenza es algo bien distinto a la culpa, peor, si cabe, que ésta.

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Pero en vez de teorizar sobre qué es la vergüenza, he preferido que sean “ellos”, y “ellas”, las personas que la han sufrido, las que describan como se sentían y todavía continúan sintiéndose. Ainara describe: 3ª Carta de Ainara La vergüenza

Si tengo que definir el papel que ha jugado (y a veces sigue jugando) el sentimiento de vergüenza en mi vida, empezaría por decir que desde que tengo uso de razón es un sentimiento tan mío, tan de mi “yo” general que hasta hace poco no era capaz de detectarlo. Sentía vergüenza de toda mi persona, de lo que era, no de una acción concreta sino más bien de lo que yo era, un ser que no me gustaba. La culpa constante alimentaba esa vergüenza: si me siento culpable, si me siento tan mal es que debo de ser mala o estar loca en la misma proporción que experimento la culpa. Si hago cosas mal es que soy toda mala. La vergüenza era el sentimiento perpetuo en mi inconsciente, como tapiz de fondo de mis pensamientos: “que nadie vea lo horrorosa, mala, loca o desastre que soy”, una sensación que me hacía aislarme socialmente, de mis amigas, mis compañeros de clase, etc. o “desaparecer” cuando tenía la sensación de que la persona/s que tenía enfrente se habían dado cuenta de lo “loca” o “mala” que era. Quedarse hubiera sido demasiado valiente teniendo en cuenta cómo me veía yo a mi misma, lo avergonzada que me sentía. Hay una sensación asociada a la vergüenza y la culpa y es la exclusividad del sentimiento: “nadie es tan malo como yo, nadie tiene una familia tan mala o loca como la mía, nadie está tan trastornado como yo; mi caso es bastante raro, a poca gente le ocurre lo que a mí, por tanto es mejor ocultarlo para que no me rechacen, ya que no es lo “normal”, para no ser la “rara”. La culpa me creaba (y a veces me sigue creando) inseguridad en mí misma, lo que aumentaba mi vergüenza también por estar constantemente dudando de mis acciones, mis ideas o mi criterio, por pensar que había siempre una opinión u opción más válida que la mía. Por increíble que parezca llegué hasta no querer definir o reconocer mis gustos en

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música o ropa, por ejemplo, por miedo o vergüenza a ser rechazada o criticada, incluso en la soledad de mi casa. Llegué a tener pánico a la crítica de los demás porque creo que asociaba esa crítica a un aspecto concreto de mi vida con la crítica a toda yo como persona. El criterio de otras personas que yo admiraba era mi parámetro de gusto, me avergonzaba del mío, no era válido. Claro, la culpa me decía que nadie me iba a querer tal cual era, porque yo no tenía defectos, o gustos malos, sino que toda yo era un defecto con mal gusto. La vergüenza y la culpa me anulaban como persona. John Bradshaw, que vivió en propia carne la vergüenza y escribió el libro “Sanar la vergüenza que nos domina”, dice de ella:

La vergüenza tóxica es una auténtica agonía. Es un dolor que nos tortura interiormente, en lo más profundo de nuestro ser. Es terriblemente doloroso... El dolor físico es horrible, pero hay momentos de alivio. Se tiene la esperanza de curarse. La división interna causada por la vergüenza es un dolor crónico. No desaparece jamás. No tienes la esperanza de curarte porque te consideras defectuoso. No existe remedio posible: eres así. No te relacionas contigo mismo ni con los demás. Estás totalmente solo. Estás permanentemente aislado y padeces un dolor crónico. Necesitas aliviar ese dolor insoportable. Necesitas algo ajeno a tu persona que te libere de esa terrible sensación. Necesitas que algo o alguien te libere de esa inhumana soledad. Maribel, una paciente que no gasta muchas palabras, pero que las utiliza con mucho acierto, define su vergüenza como:

Por un lado, desconexión. por otro lado, creer que lo que uno siente, piensa y percibe es mentira. Si alguien te dice: “esto lo estás enfocando mal”, (por ejemplo), eso conecta directamente con tu sensación de estar equivocada en todo tu ser. “La sensación de que estás mintiendo constantemente, a ti y al mundo, sobre todo cuando se trata de algo que puede beneficiarte a ti”.

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Antonio, otro paciente, narra una anécdota que refleja fielmente lo que es la vergüenza: de pequeño, iba a un colegio muy severo y estricto. Como vivían lejos del colegio, sus padres le llevaban tarde con mucha frecuencia. Las primeras veces que se atrasó, en el colegio le amonestaron y llamaron la atención. Pero tras algunas veces más de llegar tarde, el director le citó en su despacho y le dijo, literalmente: “No vuelvas a clase hasta que tus padres no hablen conmigo”. Antonio describe su sensación en ese momento como de exclusión, como ser privado de algo que otros sí merecen. Antonio temía que sus padres se enfadaran y no se atrevía a decirles nada de lo que le encomendó el director. Así que, cada día, se iba a un parque cercano al colegio, se sentaba en un banco y observaba a los niños entrar y salir del colegio. La sensación que tenía en esas interminables mañanas sentado en su banco era de auténtica vergüenza: se sentía abandonado, excluido, expulsado de algo que para los demás era natural. Era el único que no podía acceder al colegio, que no tenía los mismos derechos que los demás. Antonio dice que se sentía “clandestino”, no perteneciente al mundo normal. El hecho de estar sentado en un banco público hacía todavía más evidente ante el mundo su no pertenencia. Por último, sentía una gran soledad, no sólo por no estar acompañado en esos momentos, sino por sentirse en medio de dos bandos (sus padres y el colegio), que estaban situados muy por encima de él y a los que no podía acudir en busca de protección. A nivel más teórico, Ignacio Etxebarria describe la vergüenza como sigue: “Evaluación negativa del yo de carácter global. Genera un estado emocional desagradable, el cual provoca la interrupción de la acción que se estaba realizando, al tiempo que genera cierta confusión mental. La actividad que hace la persona es más suplente que en el caso de la culpa, pues intenta volver a cambiar en los demás la imagen devaluada que su conducta había generado. Cuando reparar la acción es menos viable, la persona avergonzada tiende a separarse en ese momento de quienes han presenciado su acción”.

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EJERCICIO ¿Qué es para ti la vergüenza? ¿ Tiene que ver con lo que acabas de leer o es algo totalmente distinto? ¿Qué añadirías, quitarías, pondrías de tu propia cosecha? Describe tu vergüenza, personal e intransferible. Sé que a algunas personas este ejercicio les puede resultar imposible o insoportable de realizar. Si te encuentras en este caso, no te obligues. No pasa absolutamente nada si no te ves capaz de hacerlo. No es el momento y tienes que respetarlo. Cuando sientas que puedes hacerlo (quizás no lo sientas jamás), ya te darás cuenta y entonces, siempre puedes volver a retomar estos apuntes y empezar, o continuar, a describirte.

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M. Lewis, en su libro “Shame. The exposed self” (citado por Pau Perez Sales), describe la vergüenza como sigue: “La vergüenza es el producto de un complejo conjunto de actividades cognitivas: la evaluación de las actividades del individuo en relación con sus estándares, normas y metas y su evaluación global del self. La experiencia fenomenológica de la persona se asocia al deseo de esconderse, desaparecer o morir.(…) Lleva a la interrupción de la conducta, a confusión en el pensamiento e incapacidad para

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hablar. La acción física que acompaña a la vergüenza es el encogimiento del cuerpo, como si se quisiera desaparecer de la vista del otro (…) Dado que la vergüenza constituye un ataque a la integridad de la persona, es muy difícil poder disipar esa emoción”. ¡Alto ahí! Algo que nos hace evaluar las propias actividades en relación con nuestras normas... ¿quizás no sea tan negativo como parece? ¿quizás sea incluso útil? ¿qué pasaría si no poseyéramos el mecanismo de la vergüenza? Pero, a la vez, nos hace sentir tan mal... La respuesta, tras todo lo que hemos visto hasta ahora, está clara: existe una vergüenza sana y una vergüenza “tóxica”. Bien pensado, la vergüenza es un sentimiento y antes habíamos dicho que los sentimientos están “destinados”, en su esencia, a ayudarnos: hacen de centinelas, advirtiéndonos de peligros, nos marcan una dirección a seguir (o a no seguir), sirven para solucionar situaciones... es sólo cuando se reprimen, niegan, deslegitiman... cuando se estropea su función inicial y nos vemos metidos en ese “revuelto” que tan bien describía Ainara. Pues bien, la vergüenza, en su esencia, es un sentimiento “bueno”. Es muy útil para el desarrollo del niño, porque nos sirve para delimitar situaciones (“hasta aquí puedo, a partir de aquí no puedo”), conocer nuestras limitaciones (“aunque me encantaría, no canto bien y no puedo convertirme en diva de ópera”) y, por lo tanto, caminar en una dirección u otra, y nos mantiene en contacto con la realidad (“me encantaría colgarme de un puente y gritar que quiero a Margarita, pero ¡qué vergüenza!”).

La vergüenza sana surge en el niño en forma de timidez. La timidez “es una frontera natural que nos protege e impide que un desconocido pueda herirnos.(…) Detrás de la timidez se esconde un sentimiento de vergüenza sana, de resistencia a mostrarnos abiertamente a los demás”. (J. Bradshaw)

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Luego la vergüenza es un sentimiento protector. A la vez que nos protege, nos marca un límite sano entre nosotros y los demás. A todas las niñas nos ha pasado lo mismo: de pequeñas, no nos importaba que nuestro padre nos viera desnudas, no nos planteábamos nada. Pero de repente, un buen día entre los 8 y los 10 años, nos dio vergüenza, ya no queríamos que nuestro padre o alguien del sexo opuesto, nos viera sin ropa. Esa es la sana vergüenza, protectora natural y establecedora de límites: aquí estás tú y aquí estoy yo. ¿Qué haríamos si no tuviéramos este sentimiento de vergüenza en nuestro repertorio de conductas? Como ocurre con cualquier sentimiento, no lograríamos sobrevivir en sociedad. Sufriríamos constantes abusos de todo tipo que, a la larga, terminarían con nosotros (las personas que sufren abusos tienen muy presente la vergüenza, pero son obligados o seducidos a dejarse abusar. Precisamente porque un sentimiento no desaparece jamás, el abuso es tan difícil de superar y, a veces, la única opción es bloquear la vergüenza caer en un aparente olvido). La vergüenza sana nos acompaña durante toda nuestra vida, dispuesta a intervenir cuando se ponga en peligro nuestra integridad o nuestros límites, pero es en la etapa infantil cuando más presente está: como el niño se está formando, tiene que establecer en primer lugar un mecanismo de protección y de límites, para poder ir aprendiendo con calma. Otra cosa muy distinta es cuando la vergüenza intenta proteger desesperadamente una herida dolorosa que sentimos en nuestro interior. Cuando nos están haciendo tanto daño, que lo único que nos queda es “taparnos” ante el mundo y los demás. Sobre todo en la etapa infantil: un niño que no recibe amor incondicional y respeto a su desarrollo, crecerá sintiéndose no válido, indigno de ser querido (ver cap. 5), eso le acarreará un gran dolor, que tendrá necesidad de proteger y limitar al exterior para no sentirse completamente roto. En una gran mayoría de casos, tras la protección al exterior, vivido como hostil,

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aparece la vergüenza para consigo mismo, es decir, la persona intentará por todos los medios no exponer su yo interno ante sí mismo. ¿Qué puede haber causado tan grave escisión del sano camino de la vergüenza infantil? Normalmente, la vergüenza tóxica se interioriza cuando el niño se siente abandonado. Estamos hablando del “abandono” como acto de no cubrir la necesidad básica de seguridad-reconocimiento, que veíamos en el capítulo 4. Veíamos que cubrir esa necesidad es absolutamente vital e imprescindible para continuar desarrollándose el niño. El niño necesita sentirse seguro, es decir, reconocido como individuo, atendido en sus necesidades, respetado y aceptado, tiene que sentir que los que le acompañan están “de su parte” de manera incondicional. Si todo eso no ocurre, el niño no podrá siquiera desarrollar una protección de sí mismo, verá expuestas las partes más vulnerables de sí mismo sin haber tenido tiempo ni oportunidad de desarrollar unas defensas. Descrito de forma más científica, Pau Pérez Sales dice:

“... la vergüenza parece estar relacionada con padres con actitudes inconsistentes, que dejan solos a sus hijos sin darles, por lo general, una justificación, o por razones manifiestamente egoístas o padres que regularmente no cumplen las promesas que hacen. La idea de ser traicionado por lo padres generaría dudas en el niño sobre el valor de uno mismo como persona: si a mi padre no le intereso, es que no le intereso a nadie. En suma, se desarrollaría en el niño (y posteriormente quedaría como huella en el adulto el sentimiento de que, como persona, no tiene la legitimidad para ser querido. Esta falta de legitimidad lleva al convencimiento de que (…) la persona no debe comunicar sentimientos íntimos porque molesta con ello”. John Bradshaw habla de “familias tóxicas”, aquellas familias dominadas por la vergüenza en las que rigen unas normas vergonzantes que se van transmitiendo de padres a hijos y también

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entre hermanos. Estas normas establecen conductas como las siguientes: •

“Control: uno debe de controlar sus interacciones, sentimientos y comportamiento personal en todo momento. (…)



Perfeccionismo: hazlo todo bien siempre (…) Debe respetarse el principio de temer y evitar lo negativo. Los miembros de la familia viven de acuerdo con una imagen externa (…).



Culpa: cuando las cosas no ocurran como lo habías previsto, cúlpate a ti mismo o a los demás (…)



Negación de las cinco libertades: en familias dominadas por la vergüenza, la norma perfeccionista prohíbe la expresión de las funciones humanas básicas: (…) no deberíamos percibir, pensar, sentir, desear o imaginar como lo hacemos, sino que debemos de hacerlo tal y como exige el ideal perfeccionista.



(…) No hablar: esta norma prohíbe la plena expresión de cualquier sentimiento, necesidad o deseo. (…) Los miembros desean ocultar sus verdaderos sentimientos, necesidades o deseos. Por consiguiente, nadie habla de su soledad ni de su malestar interior.



No cometer errores: los errores evidencian la vulnerabilidad del ser. Reconocer un error es exponerse a ser analizado. Encubre tus errores.



Desconfianza: no confíes en las relaciones personales. No confíes en nadie y nunca te sentirás decepcionado. (…)”

¿Cuáles son las consecuencias de todo ello? ¿Qué hace el niño que va recibiendo, sin haber tenido oportunidad de desarrollar unas defensas a su ser indefenso, un día y otro las normas que hemos descrito? 1. En primer lugar, como ya habíamos dicho, la mayoría de los sentimientos quedan bloqueados o reprimidos en su expresión y en la superficie sólo queda... la vergüenza. Este sentimiento, en su ver-

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sión tóxica, queda como el gran coladero por el que pasan, y se quedan ahí, todos los demás sentimientos. Eso significa que, siempre que la persona siente una emoción o una necesidad, inmediatamente se siente avergonzada. Ya sea necesitar ayuda, sentirse tristes, con ira o alegres, o atraídos hacia otra persona… inmediatamente aparecerá la vergüenza como sentimiento único y principal. 2. Una de las consecuencias más devastadoras de la imposición de una vergüenza tóxica en el niño es la pérdida de identidad. Esta abarca desde el rechazo de sentimientos y pensamientos propios y genuinos hasta el mecanismo de disociación (aparente falta de implicación afectación), que aparece con mucha frecuencia en víctimas de abuso físico y sexual. Una paciente dice: “Hablar sobre ti misma es difícil, porque ¿cuándo sabes que es verdad lo que dices?”. “A medida que la vergüenza tóxica se desarrolla, el niño deja de creer en lo que ve, piensa, siente y desea. Estas facultades son la base de nuestra capacidad humana. Si desconfiamos de estas facultades básicas, nos invade una sensación de impotencia. Si algunos aspectos vulnerables de nuestra persona padecen los efectos de la vergüenza, instintivamente renegamos de ellos y los alejamos de nosotros mismos. Este proceso de separación causa una división interna. Estamos fuera de nosotros mismos. Nos convertimos en un objeto para nosotros mismos. Cuando me convierto en un objeto, dejo de estar en mí. No participo de mi propia experiencia. Lo único que siento es un vacío y vulnerabilidad. No hay nada que me proteja y estoy indefenso. Debo huir y esconderme, pero no puedo esconderme en ningún sitio porque estoy totalmente expuesto ante los demás. Me persiguen y van a pillarme por sorpresa. Me vigilan constantemente. No puedo

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relajarme ni un momento. Debo permanecer alerta para que no me sorprendan desprevenido. Estoy completamente solo”. Este texto de John Bradshaw describe la pérdida de identidad, pero también otros aspectos de la vergüenza: 3. La soledad: no se trata de una soledad como “ausencia de personas alrededor”, sino de algo más parecido al vacío, al abismo, la nada. Alice Miller lo compara con la muerte: la reprimida, pero correcta percepción que un niño no deseado tiene almacenada en el cuerpo: me quieren matar, estoy en peligro de muerte. Esta sensación de muerte me la encontrado en algunos pacientes, haciendo ejercicios de sensibilización corporal: aparece una sensación de angustia, que a veces se va agudizando hasta derivar en un vacío, en la soledad absoluta, la nada, la muerte. Antonio Escudero cita, a propósito de los sentimientos en la persona maltratada (adulta): (…) todo esto hace muy difícil comunicar los verdaderos sentimientos o pensamientos, la gente no lo entiende o lo censura: hay una sensación de pérdida de credibilidad o de legitimación. La incomunicabilidad de la experiencia y la consiguiente retirada de los demás contribuye a aumentar el sentimiento de la soledad. 4. El encubrimiento: la situación que describe John Bradshaw en el punto 2. es muy difícil de soportar, yo diría que imposible. La persona tiene distorsionada su percepción de la realidad y las posibles amenazas del exterior están ampliamente magnificadas. Por lo tanto, la persona tiene que desarrollar unos mecanismos para sobrevivir entre el mundo que percibe como hostil y su ser que percibe como erróneo. Es de Perogrullo cuáles son esos mecanismos, porque a cualquiera se nos ocurrirían los mismos: encubrir el verdadero ser, protegerlo a base de no mostrarse como uno es y, si se continúa en esa misma línea, se llega a enga-

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ñar e incluso, mentir. Aquí hay una puntualización muy importante que hacer: la persona dominada por la vergüenza realmente no suele mentir ni engañar a nadie, es sólo su sensación, porque el perfeccionismo le dicta que, si no se muestra en absolutamente todo tal como es (con sus imperfecciones, errores, defectos…), está mintiendo. Como su vergüenza (que hace lo que puede para protegerle) le impide mostrarse tal y como cree que es, siente que está mintiendo y engañando, pero no es así. Lo que sí hace la persona dominada por la vergüenza es no abrirse, no contar, no expresar… si hay un pecado, ese es más por defecto. Una característica de la persona que tiene baja autoestima también le sirve para proteger su ser y no tener que mostrarse: basar su actividad en lograr, y poder presentar ante los demás, unos “méritos externos”, centrarse casi exclusivamente en ser exitoso profesionalmente, muy amable con los demás, buena como pareja, madre, trabajadora… para lograr la valoración que no creen poder obtener de ninguna otra forma… y para encubrir (desviar la atención de) la verdadera naturaleza de la persona. La sociedad actual apoya en parte este mecanismo de encubrir las partes vulnerables y “feas” de la persona: tenemos que estar “muy bien”, todo nos tiene que ir de maravilla y llega más lejos el que menos problemas muestre. Estas normas no escritas de fingimiento hacen mucho daño a la persona invadida por la vergüenza, ya que no hacen más que confirmar su soledad y defectuosidad. 5. La sensación de defectuosidad global: la vergüenza tóxica ataca a todo el ser de la persona, de forma que le persona se siente vergonzosa en su totalidad. No queda ya ningún aspecto de la personalidad con la que se sienta bien, porque, aunque salga a la luz algo evidentemente positivo (por ejemplo, un logro profesional), la persona tenderá a encontrarle pegas que le harán volver a la situación conocida de la vergüenza (“ los demás no se han dado cuenta, pero en el fondo no es tanto logro, porque lo copié de

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otro proyecto anterior, y no lo terminé porque yo quería haber puesto...”). La persona con vergüenza tóxica se siente fracasada como persona y, lo que es peor, sin remedio. Toda su percepción de sí misma se basa en la vergüenza, de forma que se forma una identidad “vergonzosa”, en la que cualquier exponente de sí mismo causa vergüenza. A partir de ahí, cualquier acontecimiento que ocurra en la vida de la persona, por muy nimio que sea, es pasada por el rasero de la vergüenza. Gershen Kaufman, en su libro “Shame: the power of caring”, dice:

Se produce un acontecimiento desencadenante que puede ser intentar acercarse a alguien y ser rechazado, o un comentario crítico de un amigo. De repente, la persona se siente invadida por la vergüenza, se centra en su interior y la experiencia se convierte en una experiencia totalmente interna, a menudo acompañada de imágenes mentales. El sentimiento de vergüenza fluye en círculo, desencadenando a su vez más vergüenza de forma indefinida. El acontecimiento desencadenante se revive interiormente una y otra vez, provocando que el sentimiento de vergüenza cada vez sea más profundo y absorba otras experiencias neutrales… hasta que finalmente el ego queda totalmente atrapado. De este modo, la vergüenza produce un efecto paralizante. Y absolutamente desesperante, le añadiría yo.

La culpa En este capítulo vamos a hablar poco de la culpa, para sorpresa de algunos, porque el libro trata en su totalidad sobre la culpa y el Crítico Interno, aquella forma de autocrítica que hace más daño a la persona que reportarle beneficios. Creemos que ya ha quedado

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sobradamente claro qué es la culpa, cuáles son sus funciones, sus repercusiones, etcétera. Aquí y ahora, sólo vamos a reflejar algunas definiciones de culpa, teóricas y prácticas, y los elementos que la diferencian con la vergüenza. Jose Antonio García Monge describe la culpa como “una autoagresión que yo me impongo después de haber hecho algo prohibido, precisamente para reparar ese mal. (…) Es un juicio sobre un gesto mío pasado”. Antonio Escudero aporta la siguiente definición: “evaluación negativa del yo cuyo detonante es una acción concreta. Genera un estado emocional desagradable que conlleva la activación de conductas orientadas a reparar la acción evaluada como negativa”. Y añade: “un entorno impredecible puede favorecer la inducción del sentimiento de culpa. Incapaz de situar una causalidad en el comportamiento del agresor, la persona acaba atribuyendo la causa a sí misma y de esta forma, emplaza en ella la culpa”. Pau Pérez Sales aporta una definición muy parecida a la de García Monge: “aparición de un sufrimiento psicológico asociado a pensamientos y emociones de tipo autoacusatorio en relación a la transgresión de una regla real o simbólica”, y le añade un importante factor: “en toda culpa hay siempre la presencia imprescindible del “otro”. Sin él no habría culpa. El otro puede ser un testigo real o también el otro presente en uno mismo (…) El acusado es a la vez juez y, como tal, portador de todos los determinantes culturales de su colectividad. Las reglas introyectadas en las primeras etapas del desarrollo reflejan la matriz sobre la que piensa –y por tanto, juzga– la persona. (…) La persona siente que ha transgredido una regla. Esta puede ser explícita o implícita, social o personal, pero siempre está presente esa ruptura”. Pau Pérez utiliza el término “el ojo acusador”, presente en toda culpa. Remito a la lectura del libro de este autor para mayor profundización en la materia.

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Un paciente decía esto de la culpa: “El Crítico traduce cualquier sensación de malestar en culpa”, aportando así una nueva versión del tema, según la cual, simplemente, la culpa es el sentimiento resultante de la aplicación del Crítico Interno. Un elemento importante para entender la razón de ser de la culpa es que ésta suele aparecer muy frecuentemente como alternativa a la frustración. Dice José Antonio García Monge: “El hecho de la culpabilidad es que el hombre, desde niño, casi desde bebé, tiene que decidir, tomar decisiones muy dolorosas. Y la decisión dolorosa puede ser elegir entre la frustración y la culpa. Me encantaría jugar con este vaso, pero me lo ha prohibido mi mamá; si no juego, quedo frustrado, si juego, me siento culpable”. Otros autores relatan lo mismo, así, Andrés Montero: “...otra fuente de culpa es una culpa determinada por una frustración de expectativas y metas (…)”. Castilla del Pino: “La primera explicación que el niño puede darse de una frustración es la de hacerse culpable de la misma”. Estos datos son muy importantes para entender el mecanismo de la culpa, pues, como todo en el ser humano, hay una culpa adaptativa, “buena” y necesaria, que surge ante una situación inexplicable (una frustración) y evalúa en primer lugar a la propia persona, para atajar así rápidamente el problema si realmente ha sido por causa de ella que ha ocurrido la situación frustrante. Vemos que, como dice Castilla del Pino, es un mecanismo que está ahí en el niño. Pero, como todos los sentimientos, necesita encauzarse debidamente para que no haga daño a la persona: en primer lugar, el niño deberá aprender recursos para afrontar la frustración (desde métodos de evaluación objetiva de la situación, pasando por tomas de decisiones o por la aceptación de la situación frustrante si no hay nada que hacer) y, luego y como siempre, deberá sentir que no siempre es él el

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culpable de las cosas y que, si lo es en alguna ocasión, no sufre por ello su integridad. El niño al que no enseñan todos esos pasos se queda con el primer impulso, el mecanismo puro de evaluación de la situación frustrante y búsqueda de culpa en sí mismo, para intentar resolver la situación sólo desde ahí. Y así surge la culpa tóxica que describen autores y pacientes. Culpa versus vergüenza Evidentemente, la culpa y la vergüenza tienen mucho en común, y por eso se les confunde con facilidad. En primer lugar, se trata de emociones de las llamadas “evaluativas” (Lewis, 1992) o autoconscientes, es decir, aparecen en segundo lugar, tras otras emociones más “primarias”, y suponen una evaluación de lo que se ha hecho y del propio yo. La persona ha realizado algún tipo de juicio sobre sus propias acciones, esto requiere del desarrollo previo de ciertas habilidades cognitivas previas, como son tener noción del propio yo, ser consciente de lo que se hace, etc. Pero que nadie piense que aparecen tarde en el desarrollo humano; el niño de tres años ya es capaz de tener esta autoconciencia y esa capacidad de evaluación. Ambas emociones se refieren, normalmente, a transgresiones de tipo “moral”, en las que la persona siente que ha atentado contra una regla. Escudero dice que “culpa y vergüenza son elementos motivadores y controladores de la conducta moral”. Por último, ambas emociones se suelen experimentar en contextos interpersonales, con lo cual, poseen una importante dimensión social: no tendrían importancia si no existieran los “otros”. Sin embargo, tienen una característica que hace que ambos sentimientos adquieran una dirección totalmente diferente. Citando a Etxebarria: “mientras la vergüenza provoca el deseo de escapar de la situación, la culpa mantiene a la persona ligada a la situación interpersonal y señala al sujeto el camino hacia la acción reparadora”, o,

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lo que es lo mismo, la vergüenza se refiere al “ser”, a la esencia de la persona y, por ello, su aparición hunde a la persona en la desesperación y la sensación de irremediabilidad. Su función es meramente protectora: motiva a retraerse, a evitar, a huir o desaparecer. La culpa se refiere a un acto, algo concreto (evaluado como negativo) que se ha hecho. Como especifica Pau Pérez Sales, la vergüenza te dice: YO hice algo horrible, mientras que la culpa te dice: yo HICE algo horrible. Como tal, la culpa siempre te empuja a remediar de alguna forma el mal realizado. Su función es reparadora, al sentirla, se vuelve a tener sensación de control sobre sí mismo y sobre la situación. Casi todas las personas, teóricas o no, coinciden en que la vergüenza es más dolorosa que la culpa. Yo diría que el dolor es diferente. Más basal y difuso en el caso de la vergüenza, más consciente (¡el Crítico Interno!) y agudo, en el caso de la culpa. Realmente, es igual cuál de los dos sentimientos es el peor: la mayoría de las personas que siente culpa también siente vergüenza, porque, repito, son sentimientos humanos, hechos para ayudarnos a crecer y desarrollarnos, que, en unos casos, han sido erróneamente enseñados a la persona, de forma que, actualmente, siente ambos de forma insana para sí mismo.

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8 LAS RELACIONES CUANDO HAY UN CRÍTICO INTERNO

Si me dejas, yo me odio. Carmen Si me dejas, yo me odio. No es el título de una canción de moda, ni de una película melodramática, es el puro sentimiento que tiene una persona con baja autoestima y un gran Crítico Interno respecto a su pareja. La frase me la brindó una paciente, como resumen de lo que había estado sintiendo a lo largo de 40 años de matrimonio con una persona que la maltrataba psicológicamente. A lo largo de esta primera parte, hemos conocido a personas a las que el Crítico Interno asalta cada vez que mantienen algún tipo de interacción. Recordemos a Vanessa y a Marta, dos de las madres que aparecían en el capítulo 3, o a Elena, del capítulo 2 y su disgusto al salir con un grupo o a Sonsoles, (capítulo 5), que no es capaz de decir No. De hecho, nuestra vida es relación y comunicación y es prácticamente imposible no relacionarse con alguien. Pero ocurre que, a las personas con la autoestima baja, son precisamente las relaciones sociales las que más les preocupan, lo que más necesitan, por un lado, y su mayor fuente de dolor, por otro.

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“Los demás” son el referente para la persona con autoestima baja. Ella no se fía de sí misma, mira dentro de sí y encuentra inseguridad, vergüenza, poca valía. Entonces, para tener una norma sobre cómo actuar y ser, la persona con autoestima baja sólo tiene dos posibilidades, que normalmente se aplican juntas: las normas morales (sobre las que ya hemos hablado en el capítulo 4) y la conducta de los demás. La persona con autoestima baja necesita imperiosamente y de forma continua el refuerzo de los demás, ya que no se ve capaz de reforzarse (valorarse) por sí misma. De ahí que crea que no puede permitirse importunar o molestar a los demás, ya que éstos son su única fuente para sentirse válidos. Así, basada en una premisa falsa (“el reconocimiento de los demás es el que te puede hacer válido”), el Crítico Interno de la persona con autoestima baja la mantiene en vilo, siempre en el camino, siempre con la sensación de no llegar. Es aquí donde confluyen dos conceptos que hemos venido describiendo en los capítulos anteriores: •

El Esquema Mental nº 1: “Es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo”, propio de la persona con autoestima baja. Lo importante aquí es la palabra “necesario”: claro que todas las personas queremos ser queridas y aceptadas, claro que buena parte de nuestras actuaciones va encaminada a conseguir ese afecto y valoración, pero en la persona adulta con autoestima alta esto no es una necesidad, es un deseo que, si no se cumple en algunos casos, no desequilibra ni supone una amenaza para su integridad. Para una persona con autoestima baja, como ya hemos dicho, el cumplimiento de esa convicción es una necesidad vital, ya que su sensación de valía depende de la valoración de los demás en cada momento.



La necesidad básica de afecto-reconocimiento, que citábamos en el capítulo 4. Recordemos que esta necesidad pertenece a las tres necesidades humanas esenciales para la supervivencia (junto a

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las físicas y la de seguridad-pertenencia), con las que nacemos y que nuestra naturaleza busca imperiosamente cubrir. Recordemos, también, que si estas necesidades no son cubiertas en la etapa evolutiva (primera y segunda infancia) en la que deberían cubrirse, “perseguirán” a la persona a lo largo de su vida, como una asignatura pendiente que hay que aprobar para poder crecer. Alice Miller dice a este respecto: “Las necesidades naturales no satisfechas del niño en el pasado, las trasladamos más tarde a los terapeutas, a los cónyuges y a nuestros propios hijos”. Si la necesidad de afecto-reconocimiento no se ve debidamente cubierta, la persona desarrollará fuertemente el Esquema Mental “Es necesario ser querido y valorado por todo el mundo”, para conseguir alcanzar la meta biológica de que la necesidad sea cubierta, y a partir de ese Esquema Mental, desarrollará una serie de conductas y pensamientos encaminados a mantener vivo el esquema. Pero hay un problema: como la necesidad de afecto-reconocimiento es tan acuciante, la persona no puede relajarse, siente que tiene que estar siempre en guardia para no permitir que los demás la rechacen, o se sientan mal con ella. De ahí la tendencia de las personas con autoestima baja a analizar una y otra vez las interacciones que han tenido, y reprocharse frases y actitudes que han mostrado con los demás, en un intento de arreglar cualquier brecha que haya en la relación con los otros. Lo malo es que estas interpretaciones están en su mayoría distorsionadas, como veíamos en el cap. 3 “Distorsiones y Esquemas Mentales”, muy condicionadas por el temor a perder el beneplácito de la otra persona, y esas distorsiones no hacen más que confirmar la baja autoestima (“no me quieren”) y reforzar el Esquema Mental de búsqueda de valoración. La persona se ve metida en un círculo vicioso, en el que su propia necesidad de supervivencia, la necesidad de afecto-reconocimiento, la mantiene entram-

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pada en un laberinto de acciones y reacciones del que no puede salir, pero tampoco puede dejar. Veamos un ejemplo sencillo de lo que estamos diciendo: Mario es una persona insegura, que tiene la convicción de que, como tiene las cosas menos claras que los demás, no merece que se le tenga en cuenta. Un día, en la escalera de su casa, se encuentra a un vecino. Cuando va a abrir la boca para saludar, advierte que el vecino no le está mirando, es más, va mirando fijamente adelante, como si tuviera prisa y pasa a su lado sin saludarle. Los pensamientos de Mario a partir de este hecho son: “No ha querido saludarme. Le parece que es demasiado esfuerzo, porque soy insignificante para él. Ha fingido tener prisa, se le notaba en la cara que estaba disimulando para hacer como que no me veía”. Imaginemos que, en realidad, al vecino le acababan de llamar del colegio de su hija, para que fuera a recogerla, porque se estaba encontrando muy mal. Su cara denotaba prisa y una cierta preocupación y, desde luego, no estaba en ese momento para fijarse en nadie. Se le puede tachar de maleducado, pero no de no querer saludar a Mario, mientras que éste se ha montado toda una teoría que lo único para lo que sirve es para hacerle sentirse mal y confirmar, a la vez, su teoría de que vale menos que los demás. Pero, a la vez, no puede dejar de pensar así, ya que, según le dice su necesidad, si se relaja y no intenta “controlar” todas las situaciones de interacción, recibirá el rechazo o la indiferencia de los demás y perderá su valía. * * * John Amodeo ha desarrollado un cuadro comparativo entre el tipo de relación que se establece cuando hay un Crítico Interno y el que se tiene cuando no lo hay (cuando la autocrítica es sana), que aquí presentamos adaptado y que plasma muy certeramente las actitudes y conductas que siguen y mantienen el Esquema Mental que decimos:

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RELACIÓN BASADA EN EL CRITICO INTERNO

RELACIÓN BASADA EN LA CONFIANZA

* Se ocultan/disimulan sentimientos “inaceptables”, como ira, dolor

* Permiso para expresar todo tipo de sentimientos

* Se actúa de cara afuera (guiado por lo que pensará el otro)

* Se actúa desde “dentro” (guiado por criterios y sensaciones genuinas)

* Poca empatía, preocupación por uno mismo

* Capacidad de empatía

* Miedo a mostrarse vulnerable y a ser atacado

* Sensación de “control” de la vulnerabilidad, no temor

* No respeto hacia uno mismo ni hacia el otro: poca capacidad de poner límites, agresividad

* Respetuoso consigo mismo y con el otro: capacidad de poner límites

* Actitud desconfiada, temerosa hacia el otro

* Actitud amable hacia el otro

* Cuesta perdonar, aceptar cosas negativas del otro

* Perdona, contempla la totalidad de la persona

* Crea incomodidad en el otro: puede tender a juzgar, criticar, ser rígido consigo mismo o con el otro

* No juzga, acepta, comprende

* Presencia de culpa tras cada episodio de conflicto

* Ausencia o reparto de culpas

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Estas características son aplicables a cualquier tipo de relación: de pareja, de amistad, familiares, también incluso a las relaciones más superficiales, como las que se pueden dar entre compañeros de trabajo. Veamos algunos ejemplos que están, como siempre, sacados de casos reales: Relaciones de pareja Evidentemente, es en la pareja donde más salen a la luz todas estas cosas porque, si bien se parte de que hay un cariño mutuo, la persona con baja autoestima pronto se da cuenta de que ese saberse querida no es lo que busca en el fondo, sino que lo que necesita es quererse a sí misma. Por ello, tendrá continuas dudas sobre la calidad del amor. Pero su instinto de supervivencia le hace seguir buscando en la pareja aquello que a ella le falta. La mayoría de las veces, la persona se “funde” con la pareja: si el otro se siente mal es por culpa mía; si está enfadada, es por algo que he hecho yo. La psicoterapeuta y autora Ann Weiser Cornell cuenta de sí misma:

Como crecí en una familia alcohólica/codependiente, absorbí la idea de que, cuando papá estaba deprimido, la tarea de todos nosotros consistía en resolver esos sentimientos por él. Mi madre no mostraba nunca sus sentimientos, así que yo también sentía por ella. Cuando comencé a relacionarme, mi reacción casi automática era creer que los miedos y enfados de mi pareja eran mi culpa y mi responsabilidad. En la maraña en la que me metía a continuación, no me extraña que fuera muy difícil sentirme a mí misma. ¡Llegué a pensar que eso era amar! ¿Qué ocurre cuando, como sucede muchas veces, dos personas con autoestima baja se emparejan? Aparentemente, buscan lo mismo y podrían enriquecerse de sus carencias comunes, pero no ocurre así.

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John Bradshaw lo refleja de esta manera: (….) Cuando personas cuya personalidad se basa en la vergüenza se conocen y se casan, cada uno espera que el otro cuide del desamparado niño que hay en él. Cada uno es incompleto e insaciable. La insaciabilidad es fruto de las necesidades infantiles no satisfechas de cada individuo. Cuando dos niños-adultos se enamoran, el niño que hay en cada uno de ellos desea que el otro satisfaga sus necesidades. Veamos unos ejemplos de la variedad de reacciones a las que puede dar lugar el funcionamiento de la baja autoestima en una pareja: •

Juan y Carlos eran una pareja homosexual. Juan acudía a consulta por problemas de autoestima. Era un pareja con vaivenes, pero mucho cariño de fondo. Un día, Juan acudió a consulta muy deprimido: se notaba distante con Carlos, todo le molestaba, criticaba cualquier cosa... ni el propio Juan sabía lo que le pasaba, solamente que se sentía molesto con Carlos, con su vida y, sobre todo, consigo mismo. El propio Carlos se lo hacía notar y no entendía qué estaba ocurriendo. Poco a poco, pudimos esclarecer qué es lo que había pasado. Un día, en un arranque de amor, Carlos le había dicho: “Te quiero demasiado”. Juan lo interpretó de la siguiente forma: si dice que me quiere demasiado, me está diciendo que no merezco tanto cariño, que me quiere demasiado para lo que yo valgo. Me lo está queriendo decir de forma cariñosa, para que no me sienta dolido, porque él sí que es capaz de querer. Me está diciendo que su inmensa capacidad de cariño debería de aplicarse a alguien que realmente lo merezca. Evidentemente, Juan se hundió tras esa reflexión y su conducta extraña era el exponente de su tensión por no poder “tener” a Carlos, por un lado, y no poder dejarle, por otro.

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Cuando Juana acudió a consulta, por primera vez, le pregunté (como siempre hacemos) datos como nombre, edad, profesión. Al llegar a la pregunta sobre si tenía pareja, dijo que por fin había logrado romper con él y se echó a llorar. Su pareja, con la que llevaba conviviendo varios años en absoluta armonía, la quería apasionadamente y en todos estos años no había dejado de cuidarla y mimarla. Hacía literalmente todo lo que ella quería. Sin embargo, Juana sentía que le estaba engañando. No es que él no le gustara a ella –como la mayoría de las personas con autoestima baja, plantearse si ella le quería a él no entraba en sus pensamientos habituales–, eso no lo sabía a ciencia cierta, sino que, como partía de la base de que ella no era digna de ser querida por nadie, si su pareja la quería es que ella no estaba siendo del todo sincera, no estaba dando a conocer el ser malo y loco que habitaba dentro de sí. Había pasado varios meses angustiada, incapaz de dejarle por necesitar de su amor, a la vez experimentando cada vez más esa sensación de insinceridad y engaño (que iba aumentando a medida que él, que notaba que algo ocurría, se mostraba más y más atento) y, como colofón, criticándose constantemente ser una cobarde por no poderle dejar. Por fin, había logrado dejarle, pero lejos de sentirse liberada, le entró una gran angustia, exponente de su parte necesitada de amor, que se veía, de pronto, sola y expuesta. A la vez, allí estaba su Crítico, para intentar paliar ese gran dolor, diciéndole que le había dejado deprimido y que si él llegaba a hacer “alguna tontería”, sería por su culpa.

Estos son los círculos viciosos en los que nos mete el funcionamiento de Baja Autoestima + Crítico Interno. Si a alguien le parece rebuscado o excesivamente complejo este último ejemplo, le diré que no es la única vez que me he encontrado con un razonamiento parecido. También quiero decir que “Juana” todavía acude a consulta, pero ha aumentado su autoestima y ha vuelto con su pareja, porque ahora es ella la que ha decidido que le quiere a él.

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Relaciones de amistad Como ocurre en las relaciones de pareja, no por verse querida la persona se siente mejor, sino que siempre se queda con la sensación de insatisfacción porque se le podría querer más y si no se le quiere, es por su culpa. De nuevo, es la pura necesidad de autoestima la que está hablando en estos casos. También igual que en las relaciones de pareja, la persona no se plantea cómo es realmente el otro, si le gusta o no, si comulga con él/ella en cuanto a ideas y valores, si le conviene tener amistad con la otra persona o no: lo que le interesa a su interior es ser querido a toda costa y todos sus esfuerzos van encaminados a conseguir y mantener ese cariño-reconocimiento. Ainara escribe, describiéndose hace unos meses: “La vergüenza hacía (y a veces todavía hace) que me sintiera inferior, muy inferior al resto de las personas, lo que me hacía actuar muchas veces de forma sumisa, agradeciendo en exceso la atención recibida, por ejemplo, o a la defensiva si me sentía “descubierta”. La vergüenza me paralizaba y hacía que no me sintiera libre en las relaciones con los demás. Era como si mi vida, mi persona, mi familia, mi pasado fuera tan horroroso que tuviera que ocultarlo. Esto hacía que, como he dicho, muchas veces actuara o hablara “interpretando” un papel, sin sentirme yo misma, intentando tapar toda esa “mierda” que era mi vida, mi persona, intentando dar la talla. La vergüenza incluso actuaba de manera preventiva: “mejor no intentes relacionarte con esas personas con las que tanto te apetece tener amistad porque terminarán dándose cuenta de que no mereces la pena y qué vergüenza que descubran quién soy y, sobre todo, ¡qué vergüenza que me rechacen!”. Siempre tenía la misma sensación: no llego a su altura”.

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Veamos un ejemplo que aúna los dos tipo de relación descritos, la de pareja y la de amistad. Nos lo brinda Juan, del que hablábamos hace un rato: •

Juan quería celebrar haber encontrado trabajo con algunos amigos de la Facultad, con los que había compartido cinco años de carrera. Carlos iba a asistir también, aunque no conocía a esos amigos. El día de la fiesta, Juan entró en una actividad frenética, iba de aquí para allá nerviosamente, atendiendo al uno, al otro, poniéndose “histérico” al más mínimo fallo y, desde luego, no disfrutando en absoluto. Ya hacia el final, comenzó a mostrarse agresivo con Carlos: no es que no le hiciera caso, se quejaba Carlos después, es que le gritaba cada vez que se cruzaba en su camino, le hacía desprecios (“trae, ya lo sirvo yo, que tú no sabes”) y daba órdenes. Tras esa fiesta, tuvieron una bronca importante, ya que Carlos se sentía absolutamente despreciado y dejado de lado y Juan (“como siempre”, según Carlos) no sabía darle ninguna explicación. ¿Qué había ocurrido?: el Esquema Mental (“es necesario ser querido y valorado por todo el mundo”) estaba a punto de estallar. Juan se veía totalmente desbordado en su búsqueda de valoración externa: por un lado, estaba Carlos, con el que siempre y por defecto, se sentía en deuda y con la tensión de agradarle; por otro lado, estaban sus amigos, con los que tenía una relación más superficial, pero por ello, más amenazante: podían desencantarse y rechazarle. Además, ¡eran muchos! El pobre Juan no sabía a quién debía de atender más y cómo –lo importante es que no se trataba de una reacción de stress como puede ocurrir muchas veces, sino que para él, en esa fiesta, se ponía en juego toda su valía. Al ser la relación con los amigos más insegura que la de Carlos, Juan, inconscientemente, optó por hacerse valer más ante los amigos y ocuparse obsesivamente de que se sintieran bien –en detrimento de Carlos– que no entendía nada de todo este proceso. Nos podemos imaginar cómo se sentiría Juan después de la fiesta y qué le habrá dicho su Crítico Interno cuando Carlos le expuso su versión. * * *

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En este capítulo, no podemos dejar de hablar de un importante tipo de relación patológica, que es la relación con maltrato, independientemente de que ésta sea de pareja (la más dolorosa), en el trabajo, entre hermanos... No entra en este recuento el maltrato a niños, ya que en este capítulo hablamos de relaciones (por lo menos aparentemente) “voluntarias”. Los niños no pueden escapar de sus padres si éstos les maltratan. Las personas adultas sí, aunque se está demostrando que, si una persona vive una relación de maltrato (físico, pero también psicológico) puede que una parte de las causas se deba a su baja autoestima y dependencia, pero la mayor razón, la que hace que esta persona no pueda literalmente “escapar” de su maltratador, es que éste desarrolla una serie de estrategias, parecidas a las del lavado de cerebro, que va implantando gradualmente hasta que la persona maltratada está tan envuelta en su maraña que no puede salir de ella. Para una mayor profundización en el tema, remito a los muy interesantes escritos de Antonio Escudero y Andrés Montero. Leyendo a estos autores, llama la atención de lo parecidas que son en el fondo las estrategias entre sí. Cuando mis pacientes me cuentan sus experiencias de infancia, salen a la luz golpes, castigos, abusos de todo tipo, pero también formas más sutiles, como chantajes afectivos, culpabilizaciones constantes, normas rígidas e implacables, desprecios, abandonos afectivos, severos castigos por no acatar las normas… todo esto es maltrato, y los métodos que se han utilizado con ellos de pequeños se parecen sospechosamente a los que estos autores describen como estrategias del maltratador. Aunque no hubiera habido ningún golpe. Pero en este libro hablamos de la “otra” persona, la víctima, la que sufre su baja autoestima y su Crítico. Sin llegar tan lejos como para hablar de maltrato, cito las sabias palabras de John Bradshaw que reflejan que la persona con baja autoestima, muchas veces, se supedita al otro porque no le queda más remedio:

¿Has tenido alguna vez un dolor de muelas insoportable? Eres incapaz de pensar en nada ni nadie más. Si el médico te receta un medicamento para aliviar el dolor, el medicamento cobrará más importancia que

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tu pareja, tu trabajo y tu familia. Cualquier cosa que mejore nuestro estado de ánimo será lo más importante. Pero, en el caso de la vergüenza, el remedio tendrá que ser crónico, puesto que el dolor es crónico. Esta continuidad se convertirá en una patología perjudicial. Harás cualquier cosa para mantener la mejora de tu estado de ánimo. Si alguien intenta privarte de lo que te produce esa mejora, intentarás demostrar(le) como sea lo mucho que le necesitas. Negarás que te está perjudicando. Creerás que es positivo para ti aunque en realidad sea negativo (ilusión). Y esto vale para cualquier tipo de relación. * * * Ainara cita al principio de su carta la palabra “sumisión”. Queremos dedicar un apartado dentro de este capítulo sobre relaciones sociales, al importante tema de la Asertividad. La Asertividad A algunas personas les sonará el término por el libro “La Asertividad-expresión de una sana autoestima”. Para los que no, resumiremos muy brevemente en qué consiste la Asertividad. 1. La definición (propia) de asertividad es:

La capacidad de hacer valer los propios derechos, sin dejarse manipular y sin manipular a los demás, o, lo que es lo mismo, respetándose a sí mismo y a los demás. Para mí, la palabra que mejor define la asertividad es “respeto”: respeto por uno mismo y respeto hacia los demás. 2. La asertividad se expresa en conductas como:

poner límites, decir No, afrontar una agresión y una crítica, expresar peticiones y sentimientos, expresar una opinión contraria a la de la(s) otra(s) persona(s), etc. 3. Hay dos formas de no ser asertivo: en un extremo está la sumisión, es decir, la supeditación de uno mismo a los deseos y elecciones

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de los demás, y en el otro la agresividad, el intento de supeditar al otro a los propios deseos y elecciones. 4. La asertividad no es sólo una conducta. Es el conjunto de pensamientos, sentimientos y conductas. Si una persona no tiene pensamientos y sentimientos asertivos y respetuosos, no podrá mostrar una conducta asertiva. 5. La persona asertiva cree en unos derechos. Para poder expresar una opinión contraria a la de los demás, poder decir No, poner límites a los demás, etc. hay que sentir que se es digno de ser respetado y eso sólo se consigue si uno se respeta y quiere, a su vez, a sí mismo. Y si uno siente esa dignidad, la aplicará también a los demás y se mostrará respetuoso con ellos. La persona asertiva se siente legitimada para pensar y actuar de modo propio, cree en unos mismos derechos para sí y para los demás, mientras que la persona sumisa no siente esa legitimización y la persona agresiva intenta quitársela a los demás. 6. La asertividad está directamente relacionada con la autoestima. Parece, y es absolutamente cierto, que existe una relación directa entre asertividad y autoestima. Para resumir, en vez de explicarlo, voy a exponer las preguntas que a este respecto más frecuentemente nos suelen plantear en los cursos de asertividad, y lo que solemos responder a ellas:

¿La persona con baja autoestima puede ser asertiva? En principio, tener la autoestima baja y ser asertivo es incompatible. La conducta de la persona con baja autoestima siempre estará condicionada por sus temores, su vergüenza y su búsqueda de valoración externa. Sí hemos visto en ocasiones conductas asertivas puntuales en personas con baja autoestima, pero que no son valoradas por ésta, es más, se las suele autocriticar bastante.

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¿Por qué le cuesta tanto a la persona con baja autoestima decir No? Porque decir No implica actuar en contra de lo que dice la otra persona y eso podría importunarla, molestarla o incluso suscitar rechazo. Para la persona con baja autoestima eso significa el desastre absoluto, no se puede permitir el “lujo” de provocar un rechazo en el otro, dada su gran necesidad de afecto y reconocimiento.

¿La persona con baja autoestima se plantea su propia opinión, gustos, etc. o se supedita tanto al otro que ni lo sabe? Pueden ser las dos cosas, dependiendo del poder que tenga el Crítico Interno sobre la persona. Hay personas que sí tienen claro qué es lo que quieren, lo que les molesta o enfada, pero temen tanto el rechazo del otro que no manifiestan sus deseos. Hay otras personas a las que su Crítico “da la vuelta” a los propios deseos y opiniones: nada más sentirlas y darse cuenta de que pueden suponer un problema, el Crítico les dice: eres un/a egoísta por pensar en ti y por ti, eres mala/o por atreverte a importunar a la otra persona, eres tonto/a por no darte cuenta de la razón que tiene el otro… y así quedan anulados los deseos, opiniones y manifestaciones que, de hecho, sí posee la persona, igual que todo ser humano.

¿Por qué le dais tanta importancia a los derechos? Todas las personas tenemos unos mismos derechos. Aparte de los Derechos Humanos, están los Derechos Asertivos, que incluyen el derecho a ser diferente a los demás, a ser respetado, a cambiar de opinión, a cometer errores... Las personas con baja autoestima no sienten que tengan esos derechos, su vergüenza les hace no sentirse “legitimizadas” para sentir y pensar como las demás personas. Pero los Derechos Asertivos son una norma externa que existe y está allí, y que vale igualmente para todo el mundo. Ya se tenga la autoestima alta o baja, se sea más o menos seguro, todos tenemos los mismos derechos y merecemos ser respetados.

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¿La persona con autoestima baja siempre es sumisa? Aquí vamos a dedicarle algo más de espacio. La persona con autoestima baja puede tener una conducta mayormente sumisa, pero también agresiva u oscilar entre un tipo de conducta y otro. Recordemos que la persona con baja autoestima tiene la siguiente certeza: yo valgo menos. Todos los demás valen más y, por ello, tienen más razón y más derecho que yo. Eso puede derivar en conducta sumisa, y también en conducta agresiva. * Cuando hay conducta sumisa:

En cierto modo, ser amable es la estrategia oficial para encubrir la baja autoestima. La persona amable se esconde bajo un escudo defensivo que le hace ser agradable y bien educado. La preocupación de la persona amable es su propia imagen y no la persona a la que se dirige. Ser amable es una forma de controlar a las personas y las situaciones. Al comportarse de ese modo, el individuo evita cualquier contacto verdadero o íntimo con los demás. Al evitar esa intimidad, se asegura de que nadie le verá tal como es realmente: dominado por la vergüenza, fracasado e inútil. Estas duras palabras de John Bradshaw no significan que la persona que es amable por tener su autoestima baja sea manipulativa y estratégica. De nuevo, es su necesidad desesperada la que le dicta su comportamiento. La persona con conducta sumisa está gritando, en el fondo, aunque casi nadie la oiga: “¡Queredme! Mirad qué amable soy, os doy todo lo que puedo para que no os sintáis mal en mi presencia, es más, para que me queráis. Pensad bien de mí, creeros que soy digna de ser querida, porque dependo de vosotros/as para sobrevivir. Siento que os engaño, siento una tremenda soledad, siento que soy un ser indigno y malo, pero ¡por favor! Creed que no soy así, yo a cambio os doy todo lo que vosotros queráis”.

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Las conductas sumisas típicas pueden ser: no saber decir No, dar la razón a la otra persona, evitar las discusiones, las aclaraciones, la expresión de sentimientos propios, los conflictos… Si, además de evitar estas situaciones, la persona se comporta de forma excesivamente amable y atenta con los demás, se le llama “conducta sobreadaptada”. * Cuando hay conducta agresiva: Igual que la conducta sumisa corresponde en un 95% de los casos a baja autoestima, la conducta agresiva se puede dar por varias razones y facetas de la personalidad. Aquí nos interesa hablar de la conducta agresiva que está motivada por la baja autoestima. Hay personas agresivas que, aparentemente, no poseen baja autoestima, cuya meta en la vida parece ser el tener poder sobre los demás y tenerlo todo controlado. Seguro que, si reflexionamos un poco, se nos ocurrirá por lo menos una persona en nuestro entorno cercano que responde a estas características. Puede incluso que estemos sufriendo bajo su yugo. Pues bien, también estas personas suelen tener baja autoestima, aunque no sean conscientes de ello. Citamos de nuevo a John Bradshaw y su estupendo libro “Sanar la vergüenza que nos domina”:

Luchar para conseguir poder es una manera de controlar a los demás (…) Aquellas personas que necesitan controlarlo todo tienen miedo a sentirse vulnerables. ¿Por qué? Porque el hecho de ser vulnerable posibilita que uno se sienta avergonzado. (…) Controlar es una manera de asegurar que nadie puede hacernos sentir vergüenza. Esto también implica controlar nuestros propios sentimientos, pensamientos y actos, así como intentar controlar los sentimientos, pensamientos y actos de los demás. El control destruye las relaciones. No podemos compartir algo con otra persona a menos que estemos en una situación de igualdad. Cuando una persona controla a otra, se rompe esa igualdad.

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Necesitamos controlar porque la vergüenza tóxica nos aleja de nosotros mismos. Nos vemos como un objeto defectuoso. (…) Deseamos conseguir poder para intentar compensar la sensación de ser defectuosos. Cuando un individuo tiene poder sobre los demás, corre un menor riesgo de ser avergonzado. En resumen, la persona con baja autoestima puede llegar a ser una persona agresiva para tapar su vulnerabilidad y lo que considera son debilidades. Pero hay muchas otras razones por las que la persona con baja autoestima puede mostrar en ocasiones o como una conducta permanente, reacciones agresivas o de ira: por ejemplo, por falta de recursos para afrontar situaciones. La ira es de los sentimientos más difíciles de controlar. Si a mi me han enseñado que todos los demás sentimientos son erróneos y no debo expresarlos, sólo me quedará la ira. Aunque luego el Crítico se cebe en mí por haberme expresado. Muchas veces, hay tanta ira contenida dentro de la persona que no se permite expresar, que un buen día estalla, a veces por un detalle nimio, en una ira aparentemente desmesurada. De nuevo, estará allí el Crítico para recordarle a la persona que ha actuado erróneamente. Pero ¡OJO! Cuando hablamos de conducta agresiva estamos refiriéndonos a personas que en general y en varias facetas de su vida, se muestran agresivas, que intentan resolver cualquier conflicto con agresividad, que parece que siempre están “a la que salta”. NO hablamos de estallidos de ira puntuales o agredir verbalmente a alguien en un momento dado: la agresividad es un sentimiento humano y, como todos, sano, como ya vimos en el capítulo 6. Es bueno tenerla y utilizarla cuando la situación lo requiere. No podemos negarnos ese sentimiento ni tacharnos de nada malo cuando nos sale. Sí podemos controlar su expresión, si ésta está siendo hiriente para los demás, pero en ningún caso negarnos el sentimiento. No es de locos o mal hechos el tenerlo, es humano y todo el mundo se siente agresivo en algún momento.

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YO NO VALGO MENOS

Esto último iba dirigido expresamente a los “hombrecillos verdes” que pueden estar leyendo este libro junto con la persona a la que pertenecen y que pueden estar afilando la daga en este momento para clavarla en donde más duela. Por último, os invitamos a realizar un EJERCICIO de autorreflexión, para poder evaluar cómo estáis en lo que se refiere a asertividad, sumisión o agresividad y ver por dónde podríais dirigiros para cambiar.

EJERCICIO CUESTIONARIO DE AUTORREFLEXIÓN

1. Piensa en dos o tres situaciones concretas en las que te hayas sentido inseguro/a respecto a tu actuación con alguna persona o en la que la reacción de una persona te haya sorprendido negativamente: – – –

2. ¿Cómo calificarías tu comportamiento en estas situaciones: sumiso, agresivo o asertivo?

3. ¿Cuál puede ser tu “patrón de conducta” general? ¿Tendiendo a sumiso, agresivo, o asertivo?

4. ¿Qué consecuencias positivas y negativas te trae esta forma tuya de comportarte? Consecuencias positivas: Consecuencias negativas:

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LAS RELACIONES CUANDO HAY UN CRÍTICO INTERNO

5. ¿Qué repercusión tiene tu conducta sumisa, agresiva o asertiva en las personas con las que te relacionas? Si no fueras así, ¿cambiarían en algo su conducta respecto a ti? 6. Si te consideras sumiso/a o agresivo/a: ¿por qué no dejas de serlo? ¿Percibes algún beneficio por mostrar esta conducta? ¿Temes que ocurra algo negativo si dejas de actuar así? Analízate, procurando ser muy sincero/a contigo mismo/a. 7. Si hay algo en tu conducta que no te compensa seguir manifestando, por las repercusiones que esté teniendo en ti o en las personas con las que trabajas, piensa: ¿qué podrías modificar de tu conducta? Procura concretizar lo máximo posible. 8. Piensa en una conducta que te resulte fácil modificar, aunque sea un paso muy pequeño, que puedas aplicar ya y que te lleve a ser un poco más asertiva/o. Mira a ver cuándo y cómo puedes aplicar esta conducta.

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Parte 2 AFRONTAMIENTO

9 CAMBIAR EL CRÍTICO INTERNO POR UN CUIDADOR SOLÍCITO

Un mismo acontecimiento traumatizante puede conducir a un secreto, análogo a una especie de cuerpo extraño en el fondo del alma; a una compensación combativa que no reconocerá jamás por qué se lucha; o a una reflexión enriquecedora sobre el sentido de la vida. Boris Cyrulnik En la primera parte del libro, hemos intentado agarrar al Crítico Interno, analizarlo, seccionarlo como si estuviéramos en un laboratorio, ver su utilidad y sus costes. Hagamos un breve resumen de los principales argumentos que hemos defendido: Lo que hemos venido a llamar “Crítico Interno” es una forma de aplicar el mecanismo natural de la autocrítica. Este mecanismo está implícito en el ser humano y es un importante factor de supervivencia, por cuanto nos permite evaluar las situaciones que nos llaman la atención por salirse de lo normal y aplicar estrategias para solventarlas. Depende de cómo hayan sido los estímulos que hemos recibido en nuestra educación, desarrollaremos un sano mecanismo de auto-

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crítica o, por el contrario, el llamado “Crítico Interno”, que nos crea sentimientos de culpa estéril y nos bloquea en nuestro desarrollo y en la solución de los errores. Una educación basada en el amor incondicional, el respeto y la aceptación del niño potenciará el desarrollo de la autocrítica sana. Una educación basada sólo en las normas y la consecución de éstas, sin respetar ni aceptar al niño, creará el desarrollo del Crítico Interno. Cuando hablamos de Crítico Interno, estamos hablando de baja autoestima. El Crítico Interno es una parte de la autoestima baja. En general, la autocrítica es un componente de la autoestima: con la autoestima alta, se desarrolla el mecanismo de la autocrítica sano, y con la autoestima baja, se desarrolla el Crítico Interno. Otros componentes de la autoestima, alta o baja, son: el autoconcepto, el tratamiento de los errores, el lenguaje interno, los valores, el trato a los sentimientos… Diríamos que, en el inicio de la vida de un niño, todo está ahí, de la misma forma en unos que en otros, y es la educación la que hace que todas las potencialidades de una persona vayan en una dirección o en otra. MECANISMO DE AUTOCRÍTICA

AUTOCRÍTICA SANA

CRÍTICO INTERNO

Pero, dentro de ese contexto de dependencia de la educación que hemos recibido, tenemos espacio para maniobrar. Podemos, en un momento dado, darnos cuenta de lo que ha ocurrido y está ocu-

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rriendo con nosotros y retomar el camino correcto o transformar nuestros mecanismos de supervivencia (Crítico Interno, vergüenza, culpa, esquemas mentales) en mecanismos para sentirnos bien, en paz con nosotros mismos, para crecer y desarrollarnos como personas integrales y estables – en suma, para seguir aquello para lo que, realmente, estamos hechos.

EJERCICIO Una vez leído el texto que viene a continuación, cierra los ojos (si quieres, puedes grabártelo, dejar que una persona te lo lea o simplemente, acordarte de la esencia del ejercicio, las palabras concretas dan igual en este caso). Concéntrate un momento en tu interior, por ejemplo, centrándote en tu respiración: mira como entra y sale el aire, como al entrar en tu cuerpo, se reparte por todo él, por los brazos, piernas, el tórax… y observa cómo sale. No tienes que relajarte, simplemente, abstraerte un poco del exterior y dirigir tu atención hacia la parte central de tu cuerpo, aquella comprendida entre el tórax y el estómago... Cuando sientas que estás concentrada/o en ti, trata de imaginarte en un futuro, sin los problemas que te pesan ahora mismo. Si padeces bajo el yugo de un Crítico Interno, de una sensación de vergüenza, de sentir que no vales… imagínate sin esos problemas. No permitas que el propio Crítico te eche por tierra esta fantasía: sólo es eso, una fantasía. Pasa por encima de voces críticas y juega simplemente a imaginarte sin las cargas actuales, sean cuales sean. En ese futuro imaginado ¿cómo te sentirás? ¿cómo te moverás? ¿qué expresión tendrás? ¿cómo hablarás? Deja que se forme la sensación imaginada poco a poco, sin prisa. Cuando la tengas, disfruta un rato de ella... Cuando quieras, puedes despedirte de tu imagen del futuro, pero antes ¿quieres decirle algo? Puedes decirle lo que quieras menos criticarla. Protégela de voces críticas y protégete a ti mismo/a de estas voces críticas. Y ya, cuando lo consideres, despídete de tu imagen del futuro ¿quizás es un “hasta pronto”?

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Este pequeño ejercicio proviene de un tipo de terapia denominada Focusing. Su creador es Eugene Gendlin. A lo largo de esta parte del libro irán apareciendo numerosos ejercicios de Focusing, junto a otros de carácter más cognitivo. Una de las máximas del Focusing es: respeta a tu cuerpo por encima de todo. Por lo tanto, si tú, lector, intentas realizar algún ejercicio de los que van a ir apareciendo a continuación y no sientes nada especial o te sientes tan mal que no quieres repetir, NO PASA NADA. Respeta a tu cuerpo y su ritmo: no es su momento, ahora no quiere porque está en otra “batalla” o, simplemente, este tipo de ejercicios no le va, aunque le pueden ir otros. Siempre, siempre respeta a tu cuerpo y no hagas falsas atribuciones como “soy incapaz”, “otros pueden pero yo no”, “es muy fácil, pero a mí no me sale”. A partir de este respeto hacia el ser, el cuerpo, de cada persona, voy a resumir también la “filosofía” que lleva implícito este libro y por lo que decidí escribirlo: 1. Respeto: todo mecanismo humano, ya sean pensamientos, sentimientos o acciones merece ser respetado. Todo tiene su razón de ser, aunque a veces no se comprenda desde fuera. Respetar no es igual que compartir: yo puedo estar totalmente en contra de unas ideas o acciones de otros, y no por comprender a una persona voy a seguirla ciegamente, pero eso no quiere decir que no los considere respetables y que pueda hacer el esfuerzo por comprender, desde la empatía, por qué la persona actúa o piensa así. Es sólo desde la comprensión como se llega a una solución. Así, todo el libro es un intento de empatizar con todas las partes de las que estamos hechos, con el Crítico Interno, con las personas que han suscitado que surgiera el Crítico Interno, siempre desde la postura del respeto. 2. Lógica interna: nuestro funcionamiento humano, físico y psíquico, obedece a unas leyes muy lógicas. No hay ni un solo mecanismo corporal o psíquico, que esté puesto “porque sí”. Todo, absolutamente todo lo que somos y tenemos, tiene su razón de

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ser y funciona en perfecto engranaje con otra parte del sistema. Si falla una de estas “tuercas”, saltan otras para suplir el déficit de ésta y lograr devolver el equilibrio al sistema. Por lo tanto, no hay conductas absurdas o mal hechas: siempre obedecen a alguna razón y, en el momento en el que están realizando, es lo mejor que puede hacer la persona en ese instante. 3. Nuestro organismo está programado para sobrevivir. Nadie es masoquista, inútil, hecho para sufrir, desagradecido... esto son frases que nos dice el Crítico Interno para cumplir alguna función de supervivencia. En realidad, vamos más allá, siempre buscamos sentirnos bien, desde el principio de nuestra existencia, los seres humanos ponemos en marcha todos nuestros mecanismos disponibles para ir más allá de la mera supervivencia y aspirar a “ser felices”. Si las circunstancias en las que crecemos no nos permiten serlo, desarrollaremos mecanismos desesperados para ser lo menos infelices posible o para sufrir menos, pero siempre seguiremos con la esperanza oculta (y la conciencia de que tenemos derecho) de lograr la felicidad. 4. Continuando con el razonamiento anterior, todas las funciones, sobre todo las psíquicas, que ponemos en marcha diariamente van encaminadas a hacernos sentir bien –todo mecanismo, ya sea un pensamiento, un sentimiento o una acción que utilicemos quiere actuar en bien nuestro, quiere ayudarnos y protegernos. Nunca queremos hacernos daño sin más, siempre queremos cuidarnos. Igual que decíamos antes, si no hemos recibido el amor incondicional, respeto y aceptación necesarios, funcionaremos bajo mínimos (porque no hay una autoestima fuerte que nos sostenga), pero todo irá encaminado protegernos y cuidar nuestro ser. 5. Y, por fin, todos somos iguales. Tú tienes los mismos sentimientos que yo, las mismas defensas que yo, aunque quizás unos no hayan tenido necesidad de sacarlas y otros sí, los mismos esquemas mentales, incluso diría que los mismos valores. La diferencia está en la forma cómo cada uno percibe e interpreta esos sen-

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timientos, esquemas, valores, la mayor o menor rigidez con la que se asuman... pero, en esencia, somos todos iguales y no hay personas mejores ni peores. Pero a partir de aquí, ¿qué hacemos? ¿Por dónde empezamos? Estos cinco puntos “filosóficos” no están puestos gratuitamente, sino que pretenden ser una primera actitud para ser aplicada con uno mismo: si todos somos respetables, funcionamos igual, estamos hechos para ser felices... podríamos intentar respetarnos a nosotros mismos, comprender nuestros mecanismos, por qué somos como somos y no de otra manera, escucharnos algo más. De momento, no será más que un intento, pero podemos aplicar para con nosotros mismos la frase: “tú siembra, que algo queda”... y si no queda nada, respetemos eso también: será que no ha llegado el momento. De momento, vamos a ver, aunque todavía no lo sintamos así, qué otra forma puede adoptar el Crítico Interno. Quizás podría ser más amable con nosotros, no maltratarnos, no pretender que a fuerza de hacernos sentir mal, cambiemos. Quizás podría convertirse en aquello para lo que realmente está hecho: en un cuidador, un amigo interno, algo nuestro que siempre está ahí y al que podemos recurrir porque nos protegerá y cuidará...

Cambiar el crítico interno por un cuidador solícito ¿Recordáis la historia de M. y sus sentimientos encerrados, del capítulo 6? Todo parecía bastante triste y sin esperanza, los sentimientos encerrados, las pesas, la conciencia moral flotando por encima de todo… pero nos habíamos “olvidado” de añadir un puntito pequeño que M. no se termina de creer que tenga dentro de sí. Ese puntito en realidad es una nube y se llama:

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Todos tenemos dentro de nosotros esa parte sana. Unos le llaman el “YO”, el ser, el Adulto Integrado (Análisis Transaccional), otros (Ann Weiser Cornell) la Presencia (y no se refiere a nada religioso). Expresado así, de forma tan poco científica, cuesta creer en su existencia, pero también podríamos decir que es la capacidad que tiene todo ser humano de regenerarse, de cambiar. Y todos y todas, por muy “invadidas/os” que nos sintamos por la vergüenza, la culpa, la sensación de ser defectuosos y malos, tenemos esa parte sana dentro de nosotros, esperando ser rescatada de su ostracismo y ser alimentada, para podernos ayudar a crecer. ¿Qué ocurrirá si M. soluciona su problema y logra superar su culpa y su vergüenza? Evidentemente, la caja en donde están encerrados los sentimientos desaparecerá y las pesas ya no existirán. ¿Qué ocurrirá entonces con los sentimientos? ¿Estarán abiertos a los demás, en un acto valiente de exposición al público? ¿Con el peligro que eso conlleva de que alguien abuse de ellos y los “mate”? Por supuesto que no. Recordaréis la cuadrícula que flotaba por encima de los sentimientos: las normas morales rígidas. Pues bien, la parte sana asumirá esa función, pero en vez de reprimir los sentimientos, los protegerá: “no tengáis miedo, podéis salir y expresaros, que nada malo va a pasar, porque yo estoy aquí, estoy seguro y os protegeré”. Sería algo así:

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Esto que estamos describiendo no es una entelequia, un bonito juego de palabras y conceptos. Si no, basta con preguntar a las personas que tienen la autoestima alta: ellas tienen ese mecanismo dentro de sí, aunque no son conscientes de ello. Si le preguntas a una persona con autoestima alta por qué no asistió a la reunión y se fue a casa, te contestará con toda naturalidad: “porque me encontraba fatal y no podía más”. Su yo sano le habrá estado diciendo: “te encuentras mal y no puedes centrarte en la reunión. Antes que todas las reuniones estás tú, cuídate y protégete, ahora tú eres lo primero. Vete a casa y échate en la camita, que es lo que te pide el cuerpo”. Si le preguntamos lo mismo a una persona con autoestima baja y Crítico Interno, se deshará en excusas y justificaciones: “es que, realmente, no podía más, vamos, que en cuanto llegué a casa me metí en la cama y no volví a salir en todo el día. Mira que lo intenté, pero sé de otra vez que me desmayé en una reunión, que me puede volver a pasar y por eso me fui. Si me hubiera sentido mínimamente capaz de aguantar, ten por seguro que me hubiera quedado, pero es que, de verdad que no podía, porque…” y su Crítico Interno le estará diciendo: “no se lo está creyendo, eres un embustero, igual sí podrías haberte quedado y aguantar, lo que pasa es que eres un débil que no

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soporta nada, mírate, qué patético, dando explicaciones de algo que es inexcusable, cuando otros seguro que ni se hubieran ido ni se estarían quejando como tú”. El problema es que ambas personas no son conscientes de lo que ocurre en su interior: la persona sana ve su mecanismo de protección como algo natural, que ni se plantea… y la persona con autoestima baja, por desgracia, también. La buena noticia es que es relativamente fácil hacer conscientes esos mecanismos. La persona que se siente invadida por su Crítico Interno va a tener necesariamente que atravesar un proceso de concienciación, de darse cuenta de lo que está ocurriendo en su interior, para llegar a poder cambiar su Crítico Interno por algo protector y amable. Se ha intentado muchas veces dar un nombre a esa parte sana cuidadora y protectora. En inglés, lo contraponen al Crítico Interno (= inner critic), llamándole “inner caretaker”, que vendría a ser algo así como “Cuidador Interno”. Carlos Alemany, el introductor de la técnica Focusing en España, prefiere llamarlo “Cuidador Solícito”. Lo importante no es exactamente qué palabras se utilicen, sino que cada uno encuentre aquella expresión que mejor le encaje. Como dice Bala Jaison, es bueno poner nombre al Crítico (“mi juez”, “mi látigo”), para trabajar con él como ente separado de mí. Y es igualmente bueno ponerle nombre a la parte sana que queremos alcanzar: para unos, será un amigo fiel, para otros, una cuidadora atenta… Os invito a que hagáis el pequeño esfuerzo de encontrar qué nombre y qué adjetivo le pondríais a esa parte que queremos alcanzar, que está ahí, esperando ser descubierta para hacerse grande y asumir las funciones que está queriendo cubrir el Crítico como único mecanismo de supervivencia que conocemos.

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EJERCICIO Cierra los ojos. Igual que en el ejercicio anterior, trata de meterte un poco dentro de ti y de abstraerte del exterior con ayuda de la respiración. Cuando sientas que tienes la atención más centrada en tu interior que fuera, mira a ver si puedes decirte: QUIERO SUSTITUIRIA MI CRÍTICO INTERNO POR UN... Ahora tienes que buscar las palabras que mejor te encajen. Intenta varias opciones, varias palabras, dítelas y coteja para ver si “eso” es lo que mejor te resuena, o le falta un matiz (¿cuál?), lo sustituirías por otra palabra, otro adjetivo (¿cuáles?). Presentamos aquí una lista de varias expresiones que eligieron los participantes de un curso. A medida que se hacía el ejercicio, se iban pasando una hoja en la que cada uno, cuando sentía que había dado con “su” expresión, la apuntaba. Estas son las variadas expresiones que surgieron: QUIERO SUSTITUIRIA MI CRÍTICO INTERNO POR UN… - consejero amable

- mi amigo del alma

- cuidador interno

- padre/madre cuidadosos

- protector interno

- abuelita

- apoyo interior

- sombra querida

- mi guía

- la voz de la conciencia

- mi diamante

- mi yo

- la figura

- mi compañero de camino.

Cuando sientas que has encontrado las palabras que mejor te encajan, que más te pueden dar una sensación de bienestar al evocarlas, “guárdalas en tu corazón”. No pretendas que ocurra nada estrepitoso a partir de haber dado con ellas, pero no las olvides. De vez en cuando, puedes evocarlas, como una meta, algo que está allí y a lo que, seguro, llegarás algún día.

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10 OBSERVARME DESDE FUERA: EL SANO DISTANCIAMIENTO

El factor clave para trabajar con el Crítico es comprender que, no importa lo tergiversado que esté, el Crítico cree que su papel consiste en proteger al cliente de algo – normalmente algún tipo de conducta inapropiada. Cuando el cliente pueda crear vías más útiles y positivas para sentirse protegido, cambiará la relación entre el Crítico y él. Bala Jaison El funcionamiento humano que hemos descrito en los capítulos anteriores se podría plasmar en un sencillo esquema como éste: SITUACIÓN

PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS

SENTIMIENTOS

CONDUCTA

ESQUEMA MENTAL

NECESIDAD BÁSICA (= AUTOESTIMA)

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PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS

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Es decir, de nuestra necesidad básica de autoestima, que todos y todas compartimos, junto con los estímulos que hayamos oído en nuestra infancia (“instrucciones”), se forman los esquemas mentales. Si el niño recibe el mensaje: “tú no puedes confiar en ti, en lo que sientes, piensas y haces. Siempre tienes que depender de nosotros, nosotros somos los que evaluamos si algo está bien o mal, sólo nosotros somos siempre los dispensadores de refuerzo y castigo”, surgirá con gran virulencia el Esquema Mental nº 1: “Es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo”. Más adelante, ya de adulto, la persona tendrá introyectado este Esquema Mental, de forma que cada vez que surja una situación en la que éste se ponga en juego (alguien te cuestiona una opinión; un amigo llama a otros amigos menos a ti; no se te tiene en cuenta en un grupo…), la persona desarrollará una serie de Pensamientos Automáticos, que provendrán directamente de esa convicción de que es necesario ser querido y aceptado por todos. Estos pensamientos automáticos (se les llama “automáticos” porque están “a flor de piel”, la persona no se plantea qué es lo que tiene que pensar, sino que le surgen casi sin darse cuenta) suelen ser muy parecidos entre sí cada vez que el mismo Esquema Mental se ve “atacado”. Así, cuando se está poniendo en juego el Esquema Mental nº 1, el más habitual en casos de baja autoestima, (con los demás esquemas mentales se podría hacer la misma reflexión) la persona se dirá cosas como: “ves, es que nadie te mira, nadie te quiere, o quizás están enfadados contigo, repasa lo que les dijiste o hiciste ayer, a ver si encuentras por qué no quieren saber nada de ti, pero de todas formas, es siempre igual: en cuanto tienes un amigo que crees que sí te aprecia, pasa de ti o se va con otros. Eso es que te ha “descubierto”, se da cuenta de que tú realmente no vales nada…”. Pensemos en el daño que hacen estos pensamientos si la persona se los dice –éstos o parecidos– una y otra vez, como un “lavado de cerebro” constante ante cualquier situa-

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OBSERVARME DESDE FUERA

ción que surja. ¡y a lo largo de un día pueden surgir muchas situaciones de este tipo! Los pensamientos automáticos se activan a la vez que los sentimientos: de tristeza, de pesar, de angustia… y a partir de lo que se haya dicho la persona y cómo se haya sentido, será su conducta: tenderá a evitar una siguiente vez la situación con la persona con la que se haya sentido mal, intentará compensar el supuesto enfado con conductas sobreadaptadas, intentará aclarar el asunto con la o las personas implicadas, o pasará un tupido velo sobre la situación y se intentará comportar como si no hubiera pasado nada… cuando en realidad ha ocurrido tanto en su interior. Pero seguimos siendo animales pensantes y, aunque haya terminado la situación ¡continuamos diciéndonos cosas! Aparecen de nuevo unos pensamientos automáticos, digamos que “de conclusión”, que evalúan la situación pasada y la propia conducta y que están directamente relacionados con la necesidad básica de autoestima. Así, si la persona posee una autoestima alta, se dirá algo parecido a: “Vaya, te habías equivocado. Menos mal que te has atrevido a hablarlo y así se ha aclarado todo” (cuando, por ejemplo, la situación se ha resuelto satisfactoriamente), o “Qué pena, al final los temores eran ciertos. Bueno, pero tengo mucha otra gente que me quiere de verdad. A ver, ¿a quién puedo llamar?” (cuando la situación no ha resultado satisfactoria), mientras que la persona con autoestima baja tendrá pensamientos que se parecen sospechosamente a los que ya se dijo cuando surgió la situación: simplemente, confirman la necesidad de afecto que le dicta su Esquema Mental y el déficit de autoestima que siente en su interior: “Bueno, esta vez te habías equivocado… ¿o no? ¿No será que en el fondo han estado amables porque les doy pena? ¿Y en el fondo se aburren conmigo, es más, les caigo mal porque se dan cuenta de que les estoy engañando, que yo no soy así en el fondo...?” (cuando la situación se ha resuelto satisfactoriamente). O “efectivamente, ya lo sabía: no me quieren. No sólo esta

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gente: nadie me quiere nunca ni me han querido. Desde mi madre hasta este amigo: no me soportan y los que son buena gente me toleran, pero porque les doy pena” (cuando la situación no ha tenido un final satisfactorio). Y así se cierra el círculo en el solemos estar metidos todos: las personas con autoestima alta y las de autoestima baja. No es un círculo fortuito (recordemos lo dicho en el capítulo 9: todo sigue una perfecta lógica, todo tiene un sentido), sino que está establecido para cumplir dos funciones: por un lado, al saltar siempre los mismos esquemas y los mismos pensamientos automáticos ante el mismo tipo de situaciones, no tenemos que plantearnos cada vez: ¿y ahora qué pienso? ¿qué hago?. Es una función de ahorro de energía y tiempo que nuestro cuerpo utiliza en numerosas situaciones. Por otro lado, tiene una importante función mantenedora. Los pensamientos automáticos mantienen el que el Esquema Mental continúe vigente y el Esquema Mental mantiene y confirma la necesidad de autoestima. En la persona con autoestima alta, es fácil de entender. Al decirse “Bueno, pero tengo mucha otra gente que me quiere de verdad”, está manteniendo su Esquema Mental (seguimos con el ejemplo del Esquema Mental nº 1) que le dice: “Es bueno (no necesario) ser querido y aceptado”, que, a su vez, confirma su creencia básica de autoestima: “soy una persona digna de ser querida”. En el caso de la persona con autoestima baja surge el mismo funcionamiento: los pensamientos automáticos “nadie te quiere, les caes mal, se aburren contigo” mantienen y refuerzan el Esquema Mental “Es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo”, le da al hecho de ser querido y aceptado un carácter de supervivencia, de necesidad. ¿Para qué? Para mantener viva la búsqueda de autoestima. La persona no se siente digna de ser querida y necesita de un Esquema Mental que le recuerde en todo momento que tiene que conseguir por todos los medios ser querida para conseguir la tan

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ansiada sensación de autoestima. Por ello, la conducta de la persona con baja autoestima puede oscilar entre la búsqueda desesperada de aceptación y valoración (sobreadaptándose o intentando compensar algún mal hecho a otra persona), resultado directo de decirse los pensamientos automáticos y conectar éstos con el Esquema Mental y la necesidad de autoestima, y la huida o evitación de situaciones, que es más una función protectora: con esta persona, en esta situación, no puedo lograr ser querido. Tiro la toalla. Me protejo de seguir sufriendo.

La autoobservación El esquema que presentamos al principio del capítulo pretende lograr que nos observemos con algo más de distancia de lo que lo hacemos normalmente. Casi todas las escuelas terapéuticas promueven, de una forma u otra, que la persona sea capaz de observarse “desde fuera”, de ver lo que está ocurriendo. Unos lo llaman distanciamiento, otros “darse cuenta”, otros simplemente, autoobservación. Es un importante primer paso para empezar a trabajar consigo mismo. Evidentemente, no es el único paso, pero sí uno de los más imprescindibles.

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EJERCICIO Vamos a proponer este primer ejercicio de autoobservación basándonos en el esquema inicial del capítulo. Durante una semana, dedícate sólo a observarte, sin pretender cambiar nada ni mejorar en ningún aspecto. Cada vez que te sientas mal contigo mismo/a, analiza, según el registro adjunto, qué ha pasado en tu interior y por qué. No tienes que llevar el registro en el bolsillo y apuntar inmediatamente después de haber ocurrido el malestar. Estoy segura que, si te planteas al final del día: “¿cuándo me he sentido mal a lo largo del día de hoy?”, te acordarás perfectamente de las 2-3 situaciones más significativas. Hay personas que prefieren apuntar por la noche, otras, que no quieren dormir mal, eligen la mitad del día o incluso por la mañana, evocando el día anterior. Busca el momento que te resulte más cómodo y reflexiona sobre el funcionamiento que tu cuerpo y tu mente están teniendo cuando surge una situación conflictiva. En la casilla “Situación” apunta una breve descripción de la situación que te haya producido el malestar. En la casilla “Pensamientos automáticos”, apúntalos de la forma más vivencial posible, como si los estuvieras diciendo en esos momentos: “qué horror, se están dando cuenta de que no tengo ni idea”. En la casilla “¿Esquema mental?” piensa si los pensamientos que has apuntado pueden corresponder a un Esquema Mental de los que aparecían en el Capítulo 3. Puede ser el nº 1, el 4, el 6… Si te parece que la lista es demasiado restringida, piensa tú qué Esquema Mental puede estar condicionando tus pensamientos automáticos: “tengo que portarme siempre bien con mis padres”. Lo importante es que veas si lo que te dices responde a algo que llevas siempre dentro de ti, una convicción, una creencia, un esquema. Rellena las otras casillas según lo que te pone: qué sentimientos tuviste en la situación, cómo fue tu conducta a partir de decirte lo que te dijiste y, finalmente, cuáles fueron tus pensamientos automáticos posteriores a la situación. ¿Se parecen a los que te dijiste al principio de la situación? ¿Son más amables, más severos? ¿Por qué crees que es así?

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PENSAMIENTOS AUTOMÁTICOS

¿ESQUEMA MENTAL?

SENTIMIENTOS

CONDUCTA RESULTANTE

PENSAM. AUT. POSTERIORES

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SITUACIÓN

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Observar al Crítico Interno Pero, estaréis pensando muchos, ¿dónde está el Crítico Interno en todo esto? ¿Dónde la culpa? El Crítico Interno está en todas partes, dado que es una forma de decirse las cosas, de tener planteados los Esquemas Mentales y los valores. El Crítico Interno es una manera de funcionar que han creado nuestra mente y nuestro cuerpo (a partir de las consabidas “instrucciones” recibidas en la infancia) para conseguir sobrevivir, seguir adelante con la vida. Es un mecanismo, en esencia el mismo que el de la autocrítica, que lo impregna todo. Cuando en vez de decirnos: “Qué mal lo he pasado, nadie me hacía ni caso”, nos decimos: “Siempre te pasa igual: nadie te quiere ni te va a querer nunca”, ahí está el Crítico. Cuando nuestro Esquema Mental está planteado como “Es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo y si no lo consigues, es tu culpa”, ahí está el Crítico. La culpa es el sentimiento resultante de la conjunción de los Esquemas Mentales y el lenguaje del Crítico Interno. La mejor forma de trabajar con este mecanismo y sus consecuencias en nosotros es darle una identidad y “pillarle”, ser capaces de ver dónde y cuándo aparece, por qué lo hace, qué consigue con su intervención. Si no somos capaces de “mirarle a los ojos”, ver realmente de qué va, siempre nos vamos a sentir dominados por el Crítico. Pero es absolutamente necesario que nos acostumbremos a distanciarnos de esta forma de nuestro funcionamiento crítico y aprendamos a reconocer por qué actuamos como actuamos. Sólo si nos acostumbramos a contemplarnos desde este distanciamiento, podremos cambiar al Crítico Interno, sustituirlo por una voz mucho más amable y cuidadosa. Tenemos que intentar distanciarnos, aunque sea por breves minutos, del Crítico, de nosotros mismos y de la situación. Para lograr este distanciamiento y poder observar, como si fuéramos otra persona espectadora, nuestro funcionamiento interno, podemos aplicar varias técnicas.

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Una de ellas es la cognitiva, es decir, vamos a intentar observarnos desde la mente, con la máxima objetividad posible, para así caer en la cuenta de nuestro funcionamiento y el por qué. Un buen instrumento para lograr esto es por medio de rellenar los llamados “autorregistros”, como antes hemos propuesto uno. En este que proponemos ahora, queremos detectar a la “Voz crítica”, su Función y su Coste. 1. Captar la voz crítica Hay un pequeño problema: a veces, es difícil reconocer al Crítico. Está tan metido dentro de nuestro ser que cuesta no creer lo que nos dice, no irnos directamente a nuestra baja autoestima y dar la razón a esa voz que te dice: “no vales nada”. Muchas veces me he encontrado con pacientes que me discuten que un pensamiento automático suyo haya estado condicionado por el Crítico Interno. “Pero eso no es el Crítico”, dicen, “¡es que es verdad!”. Sí, el hecho que ha ocurrido seguro que es verdad, y el malestar que te ha producido, también, pero la forma cómo te lo dices es la que no es verdad, ni la causalidad. No es verdad que “nunca nadie” te quiera, no es verdad que seas un “desastre” de persona, no es verdad que no valgas para “nada”. ¿Cómo detectar la presencia del Crítico Interno? 1. Por un lado, analizando su lenguaje. Si apuntamos lo que nos decimos cuando nos sentimos mal o, más todavía, cuando sentimos que hemos hecho algo mal, distinguiremos rápidamente: el lenguaje del Crítico es exigente, utiliza con preferencia los “debesno debes, deberías-no deberías de haber hecho”. Utiliza también con mucha frecuencia las etiquetaciones: “eres un desastre, vago, tonta, una calamidad” y las generalizaciones: “nunca nadie… siempre serás… toda tú eres…”. (En el capítulo 12 veremos más sobre este tema).

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2. También se puede identificar a partir de la sensación que suscita. Bala Jaison da algunas sugerencias a este respecto: “Si el sentimiento interno es verdadero, pero desagradable, el que está hablando es el Crítico. La sensación será de: contracción, pánico, opresión, estar contra la pared. Cuando habla el Crítico, siempre se siente algo horrible. Si el sentimiento interno es verdadero y bueno, el que está hablando es el yo. (Al identificarla) La sensación será de alivio, aire fresco, expansión, un ¡Sí! interno. Cuando habla el yo, siempre se siente un alivio. (…) A veces ocurre que hay algo que deseamos no tener que saber o poder evitar, pero la sensación interna seguirá siendo de alivio y corrección. Recuerda: si suena a verdad, pero te hace sentir mal, despreciado o condenado, es el Crítico. Si suena a verdad y te hace sentir bien, es la verdadera voz del yo.” 3. Otro criterio para sospechar que el Crítico puede estar interviniendo es analizando las situaciones en las que aparece con mayor probabilidad. Aunque las personas sienten que tienen al Crítico tan metido en su piel que está constantemente al acecho, esto es verdad a medias. Ciertamente, si la persona se para y “no piensa en nada”, allá que aparecerá el Crítico para decirle que está mal no pensar en nada. Pero también es verdad que la mayoría de las veces en las que el Crítico aparece de forma muy consciente es cuando ha ocurrido algo situado en el pasado. El Crítico suele cebarse en situaciones concretas pasadas. Según definición de Pau Pérez Sales, la culpa está “referida a la realización de actos evaluados posteriormente como rechazables”. Una de las situaciones típicas es cuando la persona siente que ha cometido un error, ya sea porque hay un claro resultado insatisfactorio después de una situación o porque a la persona le ha quedado “sensación” de que algo no funcionaba. Esas sensaciones muchas

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veces vienen condicionadas por la percepción distorsionada de la persona: si alguien no les mira, o les mira demasiado, saltan las alarmas (“es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo”) y aparece el Crítico. Ya estén distorsionadas o no las percepciones que las suscitan, las sensaciones que nos deja una situación concreta nos pueden dar una buena información de que está apareciendo o va a aparecer inminentemente nuestro Crítico Interno: •

cuando nos sentimos confusos, con duda o incertidumbre respecto a algo que haya ocurrido o alguien con el que hemos estado (el Crítico dirá: “tú eres el/la culpable, busca en ti la causa de tu malestar”).



cuando estamos en “baja forma” físicamente, enfermos, hemos dormido mal… (el Crítico dirá: “deberías de haber estado más atento/a, deberías de haberte dado cuenta de…”).



cuando estamos empezando a cambiar algo de nuestro interior (el Crítico dirá: “otra de tus tonterías. Estás perdiendo el tiempo”).



cuando sentimos alegría o un estado de ánimo positivo, creativos (el crítico dirá: “no te lo mereces”).

Otra situación típica en la que aparece el Crítico Interno es cuando algo nos ha frustrado. Recordemos que el Crítico sale al paso como alternativa para afrontar el malestar producido por una frustración. A veces, es difícil identificar de entre la maraña de automensajes críticos, el verdadero sentimiento de frustración que puede haber debajo, pero, sabiendo que es una de las situaciones con las que el Crítico Interno salta más, podemos hacer el proceso inverso: me estoy sintiendo mal porque siento que he hecho algo mal: ¿habrá habido algo que me ha frustrado, que no esperaba, que pensaba que saldría de tal manera y no ha salido así?

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2. Sacar la función que está teniendo el Crítico Recordemos que el Crítico Interno está funcionando en nosotros para ayudarnos a sobrevivir, ya que no nos han enseñado, con actitudes e instrucciones, otra forma mejor de tratarnos a nosotros y a nuestras conductas. Recordemos también, del capítulo 5, que, dentro de esta labor de supervivencia, el Crítico Interno tiene unas funciones claras: nos quiere proteger de volver a cometer fracasos, quiere prevenir situaciones frustrantes que nos hagan daño, quiere evitarnos cometer errores, azuzarnos para que nos levantemos y sigamos andando… Es muy difícil a veces sacar por qué en un momento dado el Crítico Interno nos está diciendo lo que nos está diciendo. La clave está en buscar “de qué me quiere proteger”, “qué mal mayor quiere evitarme”. Aunque sólo sea, como dice Antonio Escudero, que “al culparse a sí misma, la persona recupera algún sentimiento de control sobre lo que ocurre”. 3. Sacar el coste que tiene el escuchar al Crítico Si nos centramos demasiado en las funciones que tiene el Crítico, parecerá que el Crítico Interno es bueno para nosotros y que somos nosotros los culpables de no darnos cuenta. Con lo cual, le estamos haciendo un gran favor al funcionamiento (erróneo) del Crítico y un flaco favor a nuestro pobre ser indefenso, maltratado por el Crítico y esperando únicamente poder sentirse válido. Hay un componente importantísimo en todo este funcionamiento autocrítico, y es el COSTE que todo esto trae a la persona. John Bradshaw lo decía claramente: “…es sufrir un dolor insoportable”. Pau Pérez Sales también lo explicita así: “la (sensación de) transgresión es dolorosa. Esa es la diferencia entre ser responsable de algo (determinado por la evidencia y las pruebas) y sentirse culpable (determinado por el sentimiento)”.

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Las personas más fiables para describir estos temas, aquellas que lo están sufriendo, describen sensaciones de soledad, desarraigo, “estar mal hecho”, “estar defectuosa”, conexión con la vergüenza, inferioridad, inseguridad… También hay un importantísimo coste, resultado de escuchar al Crítico Interno y obedecerle, y es el coste conductual: el Crítico hace que intentemos compensar a toda costa el supuesto mal que creemos haber hecho a los demás, que intentemos sobreadaptarnos sin preguntarnos nada, que le demos la razón al otro a ciegas, y, sobre todo, produce BLOQUEO, parálisis. La persona gasta mucha energía en pensar y darle vueltas, en desesperarse y volverse a recuperar, pero el resultado externo es mínimo. Los errores no se subsanan, las situaciones no se arreglan, la persona no se siente mejor, nada cambia… y esto lo aprovecha el Crítico para intentar salir al paso de la frustración, culpando a la persona de volver a caer en los mismos errores. Pero la realidad no es esa: La verdadera razón por la que la persona presa de un Crítico Interno no cambia es que la forma con la que se dice las cosas es tan hiriente, que la deja sumida en rumiaciones sin sentido, la paraliza y, sobre todo, la desvía de reflexionar sobre cuál podría ser la solución a su conflicto. Es un verdadero sinsentido. Pero si observamos a nuestro alrededor, vemos situaciones en las que este sinsentido se repite una y otra vez: ¿el niño que es castigado duramente por sacar una mala nota aprenderá con ello a estudiar mejor? ¿la niña a la que se le pega porque ha pegado a su hermanito dejará de hacerlo una siguiente vez? ¿el niño al que gritan “eres un desastre” sabrá cómo evitar que se le vuelva a estropear el ordenador? Parece que, cuanto más se grite, más se insulte, peor se haga sentir a la persona, antes aprenderá. Y lo único que se consigue es que la persona repita la conducta, porque no se le ha enseñado ninguna alternativa, pero, eso sí, sintiéndose muy mal. “Así aprenderá”.

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Y eso es exactamente lo mismo que hace el Crítico Interno, con nuestro pequeño e indefenso ser: le fustiga, le insulta, le hace sentirse absolutamente mal, para ver si “reacciona” (o aprende, o previene fracasos, o evita situaciones de frustración…). Y el resultado está claro: la persona se paraliza, gasta energía en balde, se bloquea –para volver a sentirse mal por ello. La mejor forma de ver el efecto que causa nuestra propia Crítica en nosotros es imaginarnos que viene a nosotros un niño (nuestro hijo, sobrino o cualquier niño que nos imaginemos) pequeño, muy triste, llorando, porque otro niño le ha quitado un juguete y le ha pegado. ¿Qué ocurre si le damos un bofetón como respuesta, le apartamos de nuestro lado con desprecio y le decimos: ¡eres un débil! ¡ni siquiera eres capaz de defender lo tuyo!? ¿Cómo se sentirá ese niño? Pues exactamente igual es como tú te sientes si permites que el Crítico Interno te hable como lo está haciendo. Antonio Escudero habla, de forma mucho más distanciada, de dos elementos de la culpa patológica, por la que ésta carece de sentido: 1. la clarividencia retrospectiva: las decisiones son tomadas en un contexto y se juzgan en otro; 2. las decisiones imposibles: el dilema que se le aparece a la persona es perder-perder. Curiosamente (o no tan curiosamente), el coste es lo que más le cuesta reconocer a la persona invadida por un Crítico Interno. Como no tiene otra alternativa de funcionamiento, de supervivencia, la persona se agarra a su Crítico como una tabla de salvamento y no puede permitirse “ver” los costes que este funcionamiento le reporta. Siente el dolor, por supuesto, pero lo atribuye a sí misma, se culpa para minimizar su repercusión.

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Encontrar los costes puede ser a veces de las tareas más difíciles. Os pido que lo intentéis. De momento, no queremos hacer otra cosa que distanciarnos un poco y observar, nada más. No estamos amenazando al funcionamiento Crítico, ni intentando eliminarlo. De hecho, lo que vamos a intentar es ir sustituyéndolo poco a poco por una voz más cuidadora y sana, pero no vamos a eliminar nada antes de tiempo. Por lo tanto, creo que vale la pena intentar encontrar los costes, analizar a costa de qué sentimiento, de qué conducta, me estoy criticando. Recordemos algunas sugerencias de costes: •

a nivel de sentimientos: angustia, vergüenza, inseguridad, soledad, desesperación, ira conmigo mismo, impotencia, abatimiento…



a nivel de conducta: sobreadaptación, sumisión, agresividad, dar la razón, bloqueo, parálisis, inactividad…

A continuación, presentamos un registro que pretende aunar todos los conceptos que hemos dicho hasta ahora. Sugerimos rellenarlo una vez al día, como describíamos antes, y durante una semana, aproximadamente.

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VOZ CRÍTICA: QUÉ ME ESTOY DICIENDO

FUNCIÓN: ¿PARA QUÉ ME QUIERE AYUDAR?

FUNCIÓN: ¿QUÉ MAL ME QUIERE EVITAR?

COSTE: ¿A COSTA DE QUÉ ESTÁ ACTUANDO?

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SITUACIÓN DESENCADENANTE

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EJERCICIO 2: Como complemento al autorregistro, o incluso como alternativa si a alguien no le resulta cómodo el formato de registro, sugerimos escribirle una carta al Crítico. La carta podría tener una estructura como esta: Querida “Crítica”: Haces que me sienta . . . . . . . . . . . . . . . Y que me comporte . . . . . . . . . . . . . . . . Porque quieres que. . . . . . . . . . . . . . . . . Y quieres evitar que . . . . . . . . . . . . . . . . Pero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Nota: evidentemente, no hace falta poner “querida” si no se quiere. Pon el adjetivo que mejor te cuadre o no pongas nada. Algunas personas prefieren personalizar al Crítico Interno, que les suena excesivamente abstracto, y prefieren poner “mamá, papá, abuelo…” en vez de “Crítica”. Busca la referencia que más te encaje.

Por último, a modo de ejemplo, quiero mostrar un hoja resumen que le hice a Ainara, que refleja los resultados de diversos autorregistros que fue haciendo a lo largo de unos meses. Algunas cosas son meros resúmenes didácticos de la teoría de la Crítica.

Origen y función de la conducta autocrítica Origen: Todo niño nace con unas necesidades inherentes: aparte de las físicas, las necesidades de seguridad (pertenencia) y valía (afecto, reconocimiento). También nace sin criterio, es decir, depende completamente de las “instrucciones” que le den sus padres para llegar a cubrir estas dos necesidades básicas.

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Tú: •

Recibiste unas instrucciones claras: “te sentirás segura y válida (te querremos) si y sólo si cumples una serie de requisitos: ser siempre y sin excepción “buena”, no contestona, no agresiva, no afirmativa...”, teñidas de una justificación “moral”.



Recibiste instrucciones sobre cómo lograr alcanzar ese listón que había puesto para obtener la tan necesaria sensación de valía: si intentaban que fueras “buena” a base de regañinas, gritos, descalificaciones... es lógico que tú intentaras hacer lo mismo contigo misma: ahí surgió tu fuerte autocrítica como único método para alcanzar la sensación de seguridad y valía. Funciones:

Como, normalmente, la persona no logra resolver su necesidad de seguridad y valía (por no conocer los recursos adecuados), la Crítica como único método para alcanzar algo se mantiene hasta la edad adulta y, por lo tanto, sus funciones siguen siendo las mismas que en la infancia. Tú: •

Función de “hacer el bien”, es decir, cuando has cometido lo que te parece es un error en tu camino hacia obtener la sensación de valía, tu crítica intenta corregirte recordándote unos criterios “morales” (...) que has de seguir.



Función de “sentirte bien”. La crítica te dice que te sentirías por fin bien si alcanzaras el listón que te pusieron en la infancia, es decir: si, y sólo si...Por eso te recuerda de forma contundente qué es lo que “deberías” de hacer o haber hecho.



Función de evitar la sensación de frustración o fracaso: ante situaciones en las que algo “te chirría” (por ejemplo, por haberte sentido o comportado autoafirmativa de “otra forma” que la que te

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han dicho que debes de utilizar), la crítica te vuelve a recordar qué es lo que tienes que hacer para seguir los criterios que te dijeron de pequeña y así te asegura una sensación de coherencia interna. Esta sensación de coherencia interna es otra de las necesidades básicas, dirigida al gran temor a “volverse loco”. Por ello, la persona, que va buscando obsesivamente cubrir su gran necesidad de seguridad y valía y que ha desarrollado la autocrítica como indicador del camino a seguir, necesita verse a sí misma y a los demás desde la perspectiva de la crítica. Desarrolla unos esquemas mentales y percibe la realidad de forma distorsionada, para que sus percepciones y conclusiones sean coherentes con la idea de “persona imperfecta, pero que va a mejorar a base de palos”. Tú: •

Esquemas mentales desarrollados a partir de la búsqueda de autoestima: – “Es necesario ser querido y aceptado por todo el mundo para sentirse bien” – “Tengo que ser competente y saber resolverlo todo si quiero considerarme necesario y útil” – “Si algo es o puede ser peligroso y amenazante, me alarmaré mucho y veré sólo lo peor para prevenir fracasos” – “Es más fácil evitar que hacer frente a los conflictos y dificultades”.



Distorsiones cognitivas necesarias para seguir viendo la realidad desde la “crítica correctora”: – Exigencias inflexibles – Etiquetación – Generalización – Polarización – Lectura del pensamiento.

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La razón nos engaña con tanta frecuencia que nos hemos arrogado demasiado el derecho para recusarla, pero la conciencia nunca nos engaña porque es la verdadera guía del hombre. Los actos de la conciencia no son juicios, sino sentimientos. Emile Rousseau “Los actos de la conciencia no son juicios, sino sentimientos”, dice Rousseau. Leído esto, ¿cómo puede alguien atreverse a negar ciertos sentimientos? ¿a concederles etiquetas de “correcto”-“incorrecto”? ¿Quién se ha inventado esa extraña moral, que niega unos sentimientos a favor de otros? En cualquier caso, un ser humano como Rousseau… La verdadera guía del hombre es la conciencia, que se manifiesta en los sentimientos. Ante cualquier situación, sobre todo si nos resulta conflictiva, tenemos dos formas de decidir cómo actuar: desde el Crítico Interno o desde “la conciencia”. Si ha habido un malentendido con un amigo (no le avisé de que habíamos quedado con otro amigo porque pensé que ya le habían avisado. El amigo se ha enfadado conmigo),

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puedo reaccionar desde el Crítico, diciéndome que siempre me pasa igual, que debería de habérselo dicho en cualquier caso, que soy un desastre; o puedo: darme cuenta del malestar que me ha surgido cuando mi amigo se ha enfadado, escuchar y proteger a ese malestar, respetándolo, dándole credibilidad; evaluar si me vale la pena intentar remediarlo o si se me pasará solo; tomar una decisión respecto a qué hacer si decido remediarlo; y, finalmente, actuar en consecuencia. Seguramente, si considero que no quiero perder la amistad con esa persona y que necesito disminuir mi malestar, intentaré hablar con él, aclararle lo ocurrido, exponiéndole a la vez mis sentimientos de pesar. ¿Qué he hecho en este segundo caso? Me he dejado guiar por mis sentimientos. A partir de las señales que me han dado, mi “conciencia” ha visto la dirección de esos sentimientos, la gravedad, la urgencia por resolverlos, y ha podido tomar una decisión. Más adelante veremos qué es eso de la conciencia, pero ahora nos queremos centrar en los sentimientos. Como vemos, son nuestra guía, el GPS que nos señala la dirección a seguir (¡con avisador amenazante de “radar” incorporado!), el detector de estímulos que nos informa sobre nuestro exterior y nuestro interior… por todo ello, los sentimientos tienen que ser escuchados, todos y cada uno de ellos. No hay sentimientos malos y buenos, repetiremos hasta la saciedad, avergonzantes y públicos. Todas las personas tenemos en potencia los mismos sentimientos, que incluso hay enumerados en más de un manual. Las personas con baja autoestima no tienen unos sentimientos “clandestinos” que nadie más que ellos tiene… todo eso son efectos propagandísticos del Crítico Interno. Sí, ya vimos que lo hace para protegernos, seguramente porque nadie nos ha dicho, como reflejaba Ainara, que sentir esas cosas es normal y que hasta el más pintado los puede sentir en algún momento de su vida. Para ser escuchados, los sentimientos han de ser respetados, legitimados. “Eso” que siento tan difuso dentro de mí tiene derecho a

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salir, porque si lo siento es porque está emitiendo señales desesperadas de que algo pasa. Y si quiero afrontar o reparar las situaciones que me afectan, no puedo saltarme este primer paso de escuchar a la única parte de nuestro ser que me puede informar debidamente. Los sentimientos residen en el cuerpo. Ya lo muestran explícitamente los títulos de algunos libros: “Tu cuerpo sabe la respuesta”, “El cuerpo nunca miente”...1 Es allí donde tenemos que poner nuestra atención: ¿estamos sintiendo una opresión en el estómago, nos cuesta respirar, se nos encojen las tripas? Algo ocurre. No tenemos derecho para con nosotros a dejar pasar eso, a reprimir la voz de esos sentimientos y hacer caso omiso a sus señales. A veces, éstas no son tan claras como lo que acabo de describir, sino que son débiles sensaciones que nos llegan desde lo más profundo, voces que nos dicen: “algo no cuadra”, “esto me chirría”. Tenemos que parar. Cuando nos surja cualquier señal, por mínima que sea, de que algo no va bien, tenemos que dedicarle un poco de atención, darnos un parón, centrarnos, aunque sea brevemente, en escuchar qué está pasando. Y al escucharlos, podemos protegerlos a la vez: poner la mano ahí donde nos duele, relajar esa parte que está oprimida… Que nadie se asuste. No estamos intentando dar una solución fácil a los problemas ni lograr que la persona cambie de un plumazo. Eso es imposible. Lo que pretendemos es que las personas que lo suelen hacer, no se salten ese paso tan importante para posteriormente, poder resolver las cosas: el simple escuchar e identificar el sentimiento. Las personas con autoestima alta hacen esto automáticamente, sin ser conscientes de ello. Siempre consultan con sus sentimientos antes de realizar algo. En el capítulo 2 veíamos algunos ejemplos de ellos, sobre todo, en Iván. 1. “Tu cuerpo sabe la respuesta”, de Martin Siems, Ed. Mensajero, Bilbao, 1987. “El cuerpo nunca miente”, de Alice Miller, Ed. Tusquets Ensayo, 2005.

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Barbara McGavin escribe al respecto: “Ser capaz de hacer compañía a los sentimientos más dolorosos y difíciles es uno de los mayores regalos que he recibido tras aprender cómo reconocerlos, invocarlos y volver a mi Presencia. (…) Cada vez que hemos tocado lo que esta parte temible, dolorosa y vil quiere realmente de nosotros, siempre surge algo, como alegría, seguridad, libertad…”.

Treasure Maps to the Soul Newsletter 16.7.2004 Estas difíciles palabras serán más fáciles de entender cuando intentemos hacer, simplemente, eso: pararnos y ver qué es lo que nos transmite nuestro cuerpo, qué señal absolutamente respetable y digna nos quiere emitir. Pero ¿cómo se hace? Las personas a las que se ha transmitido que lo que sienten es algo vergonzoso y malo se sentirán asustadas e indefensas: ¿cómo mirar a lo prohibido? ¿cómo aceptar, sin más, cosas que hasta hace poco eran tabúes? Es verdad que cuesta y que se necesita entrenamiento para saber hacerlo. A continuación, vamos a proponer algunas pistas que pueden facilitar esa escucha, nueva tal vez, de nuestro propio ser. Pero antes, un primer consejo: si te hace sufrir demasiado, déjalo. Será tu primer paso de respeto hacia tu cuerpo. No te obligues a sentir profundamente o escarbar en sensaciones desagradables si no te sientes preparado para ello: el cuerpo “sabe” elegir los momentos en los que puede sentir, en los que se siente algo más libre. A veces, no sentir profundamente es un mecanismo de protección: es tanto el dolor que hay dentro que el cuerpo siente que no podría soportarlo. Hay terapias implosivas basadas en sacar a la fuerza, a modo de desahogo explosivo, los sentimientos reprimidos y acumulados. Sin querer desvirtuar ese tipo de terapias, desde aquí abogamos exactamente por el contrario: ser amables con el cuerpo, respetarlo a él y a su ritmo: si no es el momento, otro momento surgirá. Lo importante es que no olvidemos la importancia de escucharlo y respetarlo.

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También Antonio Escudero, refiriéndose a grupos de mujeres maltratadas, opina lo mismo: “…pueden salir odio, rabia… pero no tienen que surgir. Hay mucho miedo a irse al otro extremo y tener que odiar de quien tanto has aprendido – si surge, está bien, si no surge, no pasa nada”. La persona que, en mi opinión, mejor consigue describir en qué consiste este proceso de escuchar y atender a los sentimientos es Ann Weiser Cornell, terapeuta estadounidense de Focusing. A este respecto, dice: “…Los sentimientos no pueden modificarse con juicios como gustar o no gustar. Si me gusta un restaurante, volveré a ir… pero no puedo elegir si tener o no unos determinados sentimientos. Sólo puedo elegir cómo estar con ellos y si hacer algo con ellos. Y el mayor problema de todos es que al evaluar los sentimientos, bloqueamos o retrasamos el proceso que realmente PERMITE que cambien: la escucha amable hacia nuestro interior”.

La palabra mágica de cuatro letras2 La forma más fácil de no evaluar los sentimientos es hacer otra cosa alternativa: diles hola. “Hola” es la palabra mágica de cuatro letras que marca la diferencia respecto a cómo te relaciones con tus propias experiencias internas. Y la forma como te relacionas con tus experiencias internas marca la diferencia respecto a cómo vayan a evolucionar y cambiar estas experiencias. Decir “hola” a lo que experimentamos y sentimos ayuda a que todo el proceso se levante con el pie derecho, por decirlo de una forma. Cuando decimos “hola”, no estamos evaluando, no estamos juzgando bien o mal, correcto o incorrecto. Simplemente, aquí estamos. 2. En inglés es “The magic 5-letter word”, porque “hello” tiene 5 letras.

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¿Dolor? Le digo hola a algo en mi interior que siente dolor. ¿Constricción? Hola a algo en mi interior que se siente constreñido. ¿Cansada de todo? Vale, le digo hola a algo en mi interior que se está sintiendo cansado de todo. Casi siempre llegará un poco de aire fresco, una pequeña liberación en esta lucha interna. Este es el punto de comienzo perfecto para seguir enfocando el cuerpo (si se quiere). He pasado por encima del dilema sobre si está bien sentir lo que siento. Simplemente, estoy sintiendo lo que siento. Ahora me quedaré con ello e intentaré conocerlo mejor. Hola.

Weekly Tips and Support for Focusers, 30-05-06

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Conectar con el niño interno EJERCICIO Este ejercicio comienza como uno que pusimos en el capítulo anterior, pero va más allá. Te invito a que lo hagas con concentración, cerrando los ojos y tratando de imaginarte lo más vívidamente posible lo que se describe: “Imagínate que a ti acude un niño o niña (si tienes hijos o algún niño cercano, imagínate a ese niño, pero también puedes imaginarte a alguien que no conoces o a ti misma/o). Está muy mal porque ha cometido un error para él terrible (por ejemplo, un examen mal hecho). No quería hacerlo, había estudiado mucho, pero se ha puesto nervioso y le ha salido así. ¿Cómo se siente? Empatiza con él, pónte en su lugar, ¡está llorando! Párate un rato a sentir con él e intenta ponerle nombre a sus sentimientos: tristeza… soledad… impotencia. Si quieres, puedes apuntarlos en un papel. Ahora tómate un momento para que surja tu sensación ante esta pregunta: ¿Qué necesita el niño en estos momentos?... Si quieres, puedes apuntar también esto. Tómatelo con calma. A veces, cuando crees que ya no te sale nada, surge la palabra que mejor expresa para ti lo que está sintiendo ese niño. Ahora tómate unos minutos para ver qué quieres hacer con ese niño, qué te surge hacer con él. También puedes preguntar: si este niño pudiera hablarme, ¿qué me pediría? ¿hay algo que quiera decirme? ... Permite que surja la sensación que quiera salir en ese momento. Hay veces que se sienten ganas de abrazarlo, atraerlo hacia sí, decirle que se le quiere pese a todo. Quédate todo el tiempo que desees con esas sensaciones, ya que éste es el fin del ejercicio.

Normalmente, este ejercicio viene muy bien para darse cuenta de la sensación, los sentimientos que hay debajo del Crítico (a veces, sólo se consigue dar con ella de esta manera) y la acción que sobre

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ellos ejerce el Crítico. Allí, en ese lugar en nuestro interior que normalmente tapa el Crítico Interno, está nuestro niño, atemorizado y pequeño, enterrado desde nuestra propia infancia.3 Ya hemos hablado de este niño. No se trata de algo inmaduro, incompleto, que sólo poseen las personas con baja autoestima y “mal hechas”, sino que todos y todas guardamos en nuestro interior al niño que fuimos. Algunos lo igualan con los sentimientos, otros, con la parte genuina y vulnerable que todos tenemos. Lo que está claro es que “el niño” es vulnerable, es delicado. Pero también nos da fuerza e ilusión para seguir adelante. Como bien decía John Bradshaw, el niño al que no se han cubierto sus necesidades básicas, aquellas de reconocimiento y seguridad, el niño que se ha sentido abandonado, permanecerá en el adulto en su búsqueda por cubrir dichas necesidades, será un “niño adulto”, con la atención centrada en todo aquello que pueda satisfacer sus necesidades. El mismo John Bradshaw dice en otro pasaje: “Encontrar a nuestro niño interior es el primer salto sobre el abismo de dolor que nos amenaza, pero encontrarlo no es más que el principio. Debido a su aislamiento, abandono y gran necesidad, este niño es egocéntrico, débil y está asustado”. No, no va a hacer nada malo, como podría malinterpretarse de las palabras de este autor. Atender al niño no va a suponer ningún peligro para nadie, más bien al contrario: puede ser un gran alivio para la persona. Por fin el niño es atendido, por fin se le hace caso, se respeta, por fin le damos validez a esos sentimientos de miedo, de vergüenza, de culpa... Y todo ello, con sólo pararnos y atender un poco las señales desesperadas que nos emite una y otra vez. De acuerdo, nadie nos ha atendido, nadie nos ha querido… independientemente de que el Crítico nos esté diciendo que lo merecemos, porque… bla, bla, bla…, podemos atender y cuidar nosotros mismos 3. Este ejercicio está inspirado en el que propone Bala Jaison en su libro: “La integración de la terapia experiencial y la terapia Breve”.

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de nuestro niño interior, de nuestra parte niña y vulnerable. Si nadie lo hace, por lo menos hagámoslo nosotros mismos. Una paciente de nuestra consulta, que ha sufrido grave maltrato en su infancia, se coge todas las noches de la mano (entrelaza sus manos) y se dice a sí misma: “te acepto y te quiero, hasta mañana.” Otro símil que ha ayudado a muchas personas es el siguiente: EJERCICIO “Imagínate que estás asistiendo a un juicio. Están juzgando a un niño por haberse portado mal. El juez está en lo alto de un estrado, señalándole con el dedo, gritando: “TÚ has cometido un terrible error – TÚ debes de ser castigado – TÚ no mereces que se te perdone”. El niño está de pié muy por debajo de él, pequeño y muy desvalido, solo, llorando e intentando dar una explicación: “…pero si yo sólo quería...”, pero el juez no le escucha y continúa gritándole… ¡ALTO AHÍ! La voz del niño está a punto de apagarse, no permitas que ocurra eso. Imagínate que te acercas al niño. Cógele, abrázale, necesita imperiosamente que alguien le abrace. Mécele un rato entre tus brazos. Al cabo de un rato, pregúntale con voz suave, amablemente:” ¿qué querías decirle al juez? ¿qué es lo que querías hacer en el fondo y te salió mal?”...y espera la respuesta. Muchas veces, esa “respuesta” vendrá en forma de sensación infantil: algo nos estaba ilusionando mucho… y luego… se chafó. Queríamos arreglar una situación y resultó que… se estropeó aún más. Sólo queríamos hacerlo bien y que todo el mundo estuviera contento… y al final se enfadaron. Sea lo que sea lo que surja, incluso si no es nada, protégelo. Mantén abrazado al niño y dile que tú eres el único (la única) que nunca le abandonará, que contigo está a salvo. Protege estas imágenes de voces críticas y si surgen, déjalas a un lado. Luego las atenderás. Intenta, por un momento, centrarte en tu niño interior.

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Este ejercicio es muy bueno para cuando el Crítico Interno nos está martilleando con reproches por algún error que sentimos que hemos cometido. John Bradshaw recomienda llevar en la cartera una fotografía de cuando la persona era pequeña, preferiblemente anterior a los siete años, o colocarla cerca de sí, en la mesa de trabajo, para sentir la cercanía con ese niño que habita en el interior de cada persona.

Las partes de uno mismo Rick pregunta: “¿por qué estamos tan seguros de que el Crítico siempre es positivo si profundizamos lo suficiente? Si recuerdo las palabras reales que me decía mi padre, no hay nada que me asegure que mi padre realmente quería lo mejor para nosotros, por muy profundamente que mire o muy bien que lo quiera enmarcar. Entonces, ¿dónde está ese cambio?”. Contestación: Gracias por darme la oportunidad de aclarar este tema. No es verdad que todo lo que DIGA el Crítico es correcto. Por supuesto que el Crítico (…) puede estar diciendo cosas molestas que aprendió de tus padres. Esas cosas no son positivas y la experiencia de escucharlas no es agradable. Lo que queremos decir es que LA PARTE TUYA que te está criticando ahora mismo tiene una intención positiva hacia ti… como lo tienen todas las partes tuyas. Pero esa intención positiva no se está expresando muy bien en este momento y desde luego que no decimos que tenga que gustarte o tengas que agradecer ser criticado. Al decir que esa parte tiene una intención positiva, estamos invitando a entrar al proceso y a medida que éste se despliegue, se verá cada vez más claramente que esa parte tuya que te está criticando lo hace porque está preocupada. Se preocupa por algo que

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teme que vaya a ocurrir si continúas haciendo lo que haces o si no haces algo concreto. Hay una gran diferencia entre criticar y estar preocupado, pero no hay mucha diferencia entre una parte preocupada y una crítica. De hecho, la primera cosa de todas que yo le preguntaría a una parte crítica es, ¿por qué estás preocupada? Yo NO le preguntaría, a bote pronto, cuál es la intención positiva que tiene hacia mí. No es probable que esté de humor para decírmelo, ni que yo esté de humor para escucharlo. Eso vendrá luego. Si comenzamos invitando a hablar a la parte que está preocupada, de todas formas, nos pondremos en un camino que seguramente nos llevará a conectar con su intención protectora, positiva… y, para cuando llegue ese momento, ya no nos sonará al Crítico”.

Ann Weiser Cornell Weekly Tips and Support for Focusers, 17-01-07 Este párrafo, en el fondo, dice lo mismo que ya hemos visto en el capítulo 5 y en tantos otros sitios de este libro: el Crítico Interno, en su esencia, nos quiere bien, pero lo hace mal. Sin embargo, el texto que acabamos de leer tiene un matiz diferente, porque parece que está enfocado desde otro punto de vista. Habla de “las partes”. ¿Qué significa esto de las partes? El Crítico Interno nos dice muy machaconamente que tenemos que ser de una pieza, siempre coherentes, convencidos de nuestros valores, sin dudar ni un instante. Sólo las personas débiles dudan o sienten “cosas raras” en su interior. Evidentemente, la persona que lo sufre pertenece a esa clase de seres, porque a veces, se siente mal sin razón aparente, no ha seguido fielmente los valores morales que tiene que obedecer, ha tenido dudas, incertidumbres… Y ya estamos de nuevo ante el círculo vicioso en el que nos tiene envueltos nuestro funcionamiento crítico: hay que ser así y si no eres así, es culpa tuya. El problema es que el error está en la primera premisa. No es verdad que “haya”que ser siempre de una pieza, tenerlo todo claro, no tener

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sentimientos encontrados… no es verdad porque es imposible. La realidad es que las personas dudamos a veces de nuestros propios valores; no siempre los podemos obedecer fielmente, podemos tener más de un sentimiento respecto a una persona o situación; incluso podemos tener dos sentimientos opuestos en nuestro interior: tener cariño a una persona, pero odiarla cordialmente en un momento dado. Todo eso lo sienten los seres humanos muy frecuentemente. Dicho de otro modo, todos constamos de varias “partes” que, juntas, forman el todo que somos. De hecho, si no, funcionaríamos como máquinas estímulo-respuesta. Lo que hace tan vivas las relaciones sociales, por ejemplo, es precisamente el funcionamiento conjunto de esas partes: cuando nos reímos juntos, se han unido nuestras partes juguetonas, sanamente infantiles; cuando hablamos sobre cuándo quedar, está hablando una parte adulta y planificadora; cuando me siento ofendida porque me has dicho una indirecta, se está quejando mi parte niña, quizás susceptible; cuando me agredes, sale una parte tuya rígida e intransigente... pero cuando volvemos a hacer las paces, ha salido a la superficie tu parte adulta y serena. Tenemos que saber escuchar a estas diversas partes. Ninguna es desdeñable, igual que no lo son los sentimientos que llevan. Muchas veces, nos paramos a pensar, “¿pero qué me está pasando? Me siento mal y no sé porqué”, y al rato podemos descubrir que tenemos dos partes en lucha: una está aferrada a una norma (por ejemplo, tengo que ayudar siempre a los demás) y la otra no quiere hacerle caso en este momento (pero es que me apetece quedarme en casa y ver una película). El conflicto se resolverá cuando hayamos escuchado y le hayamos dado espacio a ambas partes. Cuando hay conflictos de este tipo, normalmente nos identificamos con una de las partes, que es la que al final, ganará. Si la persona está muy ligada a sus normas, se identificará con la parte que regaña y hará caso omiso a la parte que quiere quedarse en casa. Irá a ayudar a un amigo, pero se sentirá mal todo el rato, porque la otra parte se sentirá resentida “¡es que quería

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ver la película!”. Quizás, incluso, la persona termine descargando su conflicto, de una forma u otra, en el amigo al que iba a ayudar o, por lo menos, no estará al cien por cien atento con él. Independientemente de que gane una parte u otra, si la parte “perdedora” ha sido escuchada con respeto (“bueno, tengo derecho a ver la tele y sé que me hubiera apetecido quedarme, pero elijo ir a ver a mi amigo”), iremos a ver al amigo mucho más tranquilos y estaremos más centrados en lo que hacemos. Incluso puede que, al sentir más espacio en nuestro interior, nos sintamos más libres para pensar una solución que satisfaga a ambas partes (“puedo grabar la película y verla esta noche”). Ann Weiser Cornell fue consultada acerca de qué hacer cuando se sentía “despersonalización”. La persona se refería a sentirse como no debería de sentirse, a llegar a tal punto de conflicto entre lo que debería hacer y lo que hacía, que ya no sabía quién era ella. Esta es la contestación: “Deja la palabra “despersonalización”. En vez de esto, nombra lo que estás sintiendo realmente. “Vacío”, “constricción”, tal y como te sientas en este momento. Acércate más a tus sensaciones, ofreciéndoles esas palabras y viendo si son esas las que mejor encajan. Estás describiendo cómo te sientes ahora mismo, no cómo recuerdas haberte sentido otras veces. Lo más probable es que algo dentro de ti esté mandando este “vacío”, porque no quiere que sientas algo. Dile hola a eso, a lo que está mandando esa señal. No tienes que saber dónde está esa parte tuya para decirle “hola”. Sólo: “le estoy diciendo hola a esa parte de mí que está enviando ese vacío (o lo que sientas) en este momento”. Espera. Después de decirle hola, puede que empieces a sentir ese “algo” que está intentando no sentir ciertos sentimientos. Tu tarea consiste en escucharlo, no pasar de largo. Es un “guardia de seguridad”, algo de tu interior que está intentando protegerte. Cuando sienta que realmente lo respetas, quizás pueda empezar a cambiar”.

Weekly Tips and Support for Focusers 19-06-07

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Sin llegar tan lejos en la aceptación de nuestras partes más ocultas, yo recomiendo a las personas que se acostumbren a pensar en términos de “hay una parte de mí que se siente…”. Puede ser un buen ejercicio diario darse un parón en un momento del día para ver, simplemente, cómo estoy ahora. Salga lo que salga, podemos traducirlo por: “hay una parte de mí que se siente... pero hay otra parte que dice que…”. Muchas veces, este ejercicio no es nada fácil, porque nos sentimos excesivamente identificados con una de las partes (si nos estamos sintiendo mal, normalmente nos estaremos identificando con la parte normativa, la del “debería”) y porque es difícil ver y reconocer a ese “debería” como una parte más, que está en igualdad de condiciones que la parte que dice “no quiero”. Una paciente vino una vez hecha un lío con este tema: ¿”pero entonces, qué tengo que hacer: aceptar al Crítico o sustituirlo por otra cosa?” y mi contestación fue que lo tradujera en términos de “partes”: hay una parte suya que es Crítica y hace daño y otra parte que se siente dañada por él. ¿Qué quiere la parte crítica en este caso? Quizás proteger a la persona, a la parte dañada, aunque esté utilizando palabras que no ayudan nada… “Vale,” dijo la paciente, “ya veo que me quiere proteger, pero ¡ASÍ NO!, así no me sirve”, y con eso ya se había dado a sí misma la respuesta: ni aceptar al Crítico tal y como es, ni echarlo hacia fuera: transformar esa parte que estará preocupada por mí, pero me está haciendo daño: “protégeme, cuídame, pero ASÍ NO.” Hay que decir que estas dos palabras se han convertido en todo un clásico de nuestros cursos: ASÍ NO. John Bradshaw sugiere hacer una lista con todas las partes (él le llama sub-personalidades o voces) que estén diciendo algo en ese momento: “A medida que recorras tu lista, habla directamente con la parte rechazada. Pregúntale qué piensa. Pregúntale cómo cambiaría tu vida si la aceptaras. Deja que esta parte hable. Escucha lo que tiene

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que decirte. Intenta ver el mundo desde su punto de vista. Siente cualquier energía nueva que te transmita. Será una fuente de nuevas ideas. Tal vez puede ofrecerte nuevas soluciones para viejos problemas. “Después de todo”, escribe Sigra Winkelman, “nunca has conocido su punto de vista”. De todas formas, no estamos esperando que, con leer este capítulo, una persona ya sea capaz de conectar directamente con todas las partes que haya en su interior, incluidas las rechazadas y ocultas, y que sepa además escucharlas. Sabemos que para una persona invadida por el Crítico Interno, nada hay más lejano que tener que reconocer que tiene diversas partes en su interior, que eso está bien, que tiene que escucharlas, respetarlas...y ¡encima descubrir las partes más engañosas y comprender su mensaje! Esto es demasiado pedir para cualquiera. Hemos querido poner estos extractos de otros autores para que “vaya sonando” el tema, y la persona lectora pueda hacerse una idea de cómo puede llegar a ser en el futuro. De momento, yo creo que nos podemos dar por satisfechos si conseguimos darnos un parón cuando notemos algo en nuestro interior, escuchar a nuestros sentimientos y, quizás, buscar diversos sentimientos y sensaciones utilizando la frase: “hay una parte de mí que… y otra parte que…”.

A la búsqueda de nuestro ser troncal Hay una cosa muy importante que está faltando en toda esta descripción de las partes: nosotros. Porque ¿qué somos nosotros? ¿Una parte más? ¿Somos un rompecabezas y “eso que escucha a las partes” es una parte más? No. Hay un componente importantísimo, difícil de describir y de nombrar, que es el que sustenta todo, el que escucha, observa, desde el que puede surgir la fuerza para cambiar nuestro Crítico Interno por un Cuidador amable y solícito.

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“Eso” a lo que nos estamos refiriendo es nuestro “yo”, lo que nos da identidad. Muchos autores lo llaman el ego, el yo o el ser. Es a lo que Rousseau se refería cuando hablaba de “la conciencia”. Alice Miller lo llama “testigo cómplice”: “un acompañante al que yo llamo “testigo cómplice” es lo que necesitamos para conocer y ayudar al niño que llevamos dentro (…) e interesarnos por sus necesidades”. Ann Weiser Cornell y Barbara Mc Gavin lo denominan la “Presencia” y, de paso, dan algunos consejos sobre cómo encontrarla: “La primera clave para trabajar es darse cuenta de la parte que quiere comportarse de una forma Y la parte que quiere frenar o cortarla. Ambas tienen que ser reconocidas desde la Presencia, para que no nos identifiquemos con ninguna. (…) Por supuesto, desde la Presencia, escucharemos de forma no evaluativo a AMBAS partes. Esto puede sonar fácil, pero no lo es. La parte que está preocupada está TAN preocupada por mi comportamiento que sigue intentando ganar y que se la oiga. Necesitaremos un esfuerzo adicional para recordarnos que tenemos que permanecer en la Presencia.” “Cuando cuesta contemplar algo desde la Presencia, eso significa que hay otra cosa que está necesitando que se la reconozca, algo que está más cerca de ti, que sientes como “tú”. Es ese “algo dentro de ti” que tiene miedo de ser atropellado por otra parte. Cuando puedas dirigirte a ESO y decirle con amabilidad: ya oigo lo asustada que estás de que nos vaya a atropellar la otra parte... entonces puedo predecir que sentirás el alivio de estar en la Presencia. (...) Recuerda, en la Presencia eres un simple espectador. No vas a hacer lo que te diga cada parte, ni siquiera le das más credibilidad a una o a otra. Una cosa que ayuda mucho es escuchar las emociones que hay debajo de lo que te dice (la parte amenazante). Un agresor interno siempre tiene miedo y se abren muchos nudos interiores cuando

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somos capaces de decirle a una parte enfadada y evaluativa de nuestro interior: “sí, siento lo asustada que estás”.

Weekly Tips and Support for Focusers, 17-10-2006 En el fondo, todos “sabemos” que tenemos ese “yo troncal” dentro de nosotros. Filósofos y teólogos de todos los tiempos se han afanado por encontrar una definición para ello e incluso han buscado el “lugar” físico donde se asienta. Quizás científicos del futuro logren dar con ello (la física cuántica está haciendo avances en esa dirección) o quizás se trate sólo de un concepto ideado por el ser humano para estructurarse mejor. A nosotros, ahora mismo nos interesa su utilidad. Para el tema que nos ocupa, la tiene, y mucha. ¿Recordáis el dibujo de los sentimientos que estaban encerrados en las cajas? En el cap. 9 aparecía “la solución” en forma de “parte sana” que envolvía de forma protectora a los sentimientos sacados de su caja... ésa es la parte del yo a la que nos estamos refiriendo. Esa parte sana asumía las funciones de la parte crítica, las convertía en amables y cuidadosas para con la persona, le llamábamos “Cuidador solícito”. De hecho, saliéndonos de las explicaciones teóricas, he podido observar que a la persona que está muy invadida por su Crítico Interno, le cuesta mucho detectar esa parte sana, ese yo. Sí puede en un momento dado detectar su parte niña, aunque la rechace, pero la parte sana o “yo” cuesta mucho reconocerla, porque supone una amenaza para la estructura que tiene compuesta la persona. Se podría hacer una división tosca de la persona con baja autoestima en tres partes: la parte niña, donde residen los sentimientos –la parte crítica– y la parte sana o “yo”. A medida que va aumentando la autoestima, la parte sana asume las funciones de la parte crítica, se va fundiendo poco a poco con ella hasta que sólo queden las dos partes: parte niña protegida y parte adulta protectora. Entonces la persona se sentirá libre. El Análisis Transacional tiene elaborada una compleja e interesantísima teoría sobre las partes. Remito a la lectura de autores como Berneo para profundizar más en ello.

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EJERCICIO Este ejercicio es un clásico de la terapia Focusing. Se suele hacer para conectar con esa parte del Yo, la Presencia, el ego, la conciencia, el testigo… y, desde allí, empezar a enfocar las diversas sensaciones que se tienen en ese momento. Cierra los ojos. Concéntrate unos momentos en la respiración, hasta que sientas que has desconectado un poco del mundo exterior y te ves centrada/o en tu interior, en la parte comprendida entre el pecho y el abdomen. • Evoca una situación desagradable en tu vida – un conflicto sin resolver, un remordimiento, un malentendido no resuelto – – ¿qué SENTIMIENTOS te surgen nada más pensar en ello? rememora la situación e intenta imbuirte de ella. Al cabo de un rato, dite a ti mismo/a con determinación: “!Tengo estos sentimientos, pero no soy mis sentimientos!” – ahora piensa, respecto a esa situación, qué TE DICES a ti mismo/a, qué temores te surgen, qué deseos –a veces, inconfesables– te vienen a la mente... Al cabo de un rato, dite a ti mismo/a con determinación: “¡Tengo estos pensamientos, pero no soy mis pensamientos! Soy mucho más que eso, soy alguien que, como todos, sólo quiere ser feliz”. – ahora, con calma, simplemente intenta mirar lo que hay dentro de ti y qué sensaciones te surgen. Si son desagradables, como si te acabaran de pillar haciendo algo mal, intenta decirte internamente: “¡Tengo estas sensaciones, pero no soy esas sensaciones” y/o “Soy más que esas sensaciones”. Si te viene una pequeña sensación de alivio o seguridad, puedes pararte aquí y quedarte con esta sensación agradable.

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También puedes continuar diciendo: “Hay una parte de mí que se siente mala, que todo lo hace mal” ...y esperar a ver qué pasa. Puede que sientas esa parte en algún lugar dentro de ti (el Crítico se siente a veces como algo que no te deja respirar con fluidez) o incluso que te la imagines con alguna forma concreta. ¿Puedes intentar moverla? Si te sientes con ganas, desplázala dentro de tu interior o incluso sácala fuera de ti. Según mi experiencia, he visto que este paso, el simple constatar que hay una parte y que, quizás, hay algo más, es la mejor forma de poco a poco ir distinguiendo entre el Crítico y la parte genuina, dolida, pequeña, de nuestro cuerpo. Este ejercicio suele terminar cuando a la persona le entra el vértigo, es decir, cuando tiene una sensación de miedo a ahondar demasiado. Ese es el punto en el que se debe de dejar, porque ese respeto, ese permitir que el cuerpo se proteja ante sensaciones desconocidas hasta ahora, también es parte del ejercicio. Sobre todo, no fuerces. Con asomarte un poco cada vez a tu mundo interior verdadero ya es suficiente –poco a poco irás teniendo cada vez más sensaciones de “la otra parte”, esa que no es crítica4.

4. Ann Weiser Cornell escribe al respecto: “...tómate un tiempo para saludar a todas esas voces y sentimientos que claman tu atención, sobre todo estas dos: esa parte tuya que quiere avanzar Y la parte que no quiere. Saluda a las dos. Recuerda: no tienes que decidir qué es lo correcto ni elegir a un ganador. Vas a sentir ambas y escuchar a ambas, atendiendo profundamente cómo se siente cada una de ellas, la parte que quiere y la que no quiere”.

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Cambiar el lenguaje interno “Cuando digo: “esto da miedo”, estoy proyectando mis sentimientos hacia fuera. Proyectar los sentimientos hacia fuera no es muy útil (...). No puedo centrarme en “algo” que “da miedo”. Tengo que recoger mis proyecciones y convertir “da miedo” en “tengo miedo”. Desde allí puedo ir hacia “algo en mi interior tiene miedo... y lo estoy sintiendo.” Si siempre me digo que algo “da miedo”, permaneceré identificada con eso de mi interior que tiene miedo. Esto me llevará a intentar empujarlo fuera de mí, controlarlo, evitarlo, y todas las cosas que hacemos cuando nos identificamos con un sentimiento respecto a otro sentimiento. Si en vez de eso me dirijo a mi interior y reconozco algo dentro de mí que tiene miedo, tendré más espacio dentro de mi. Hay sitio para ambas cosas. No combato nada ni saco nada afuera, y estaré en una buena posición para sentir más cualquiera de esas cosas, la oscura y pesada y la que tiene miedo”.

Weekly Tips and support for Focusers, 31-10-2006

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Quizás sin pretenderlo, Ann Weiser está haciendo referencia aquí a algo muy importante, crucial a la hora de continuar en el proceso de cambiar al Crítico Interno: cambiar su lenguaje. Con sólo modificar levemente la frase “algo da miedo” en “tengo miedo”, estamos devolviendo la sensación a nuestro interior, estamos implicándonos en el proceso, abriendo una puerta al cambio. Y es que el lenguaje, la forma que tenemos de expresar las cosas es básico para entenderlas de una forma u otra. Cuando le decimos al Crítico: ¡ASÍ NO!, estamos invitándole a que cambie su lenguaje; cuando decimos que el Crítico quiere protegernos, pero “lo hace mal”, estamos refiriéndonos a que utiliza mal el lenguaje. Fijaos lo importante que es expresar las cosas de una forma u otra: por el efecto que causa el Crítico Interno en las personas se ve claramente la repercusión de una utilización errónea del lenguaje. Os invito a repasar el capítulo 2 y los personajes (personas reales de hecho) que allí aparecían. Vamos a examinar algunas de las cosas que se decían: 1. Isabel (la que tenía claustrofobia y entraba en la Casa del Terror, tras soltar un grito): “Ya lo has vuelto a hacer, siempre haces lo mismo, sabes que no se debe gritar, gritar es de persona agresiva y no se debe ser agresivo, eres una mala persona, les has fastidiado la fiesta a los niños, les has infringido un dolor insuperable”. Para un momento e intenta tener la sensación del efecto que pueden producir estas palabras en ti, en cualquier persona. ¿Cómo lo calificarías? Yo le pondría nombres como devastador, anulante, paralizante. ¿Qué quiere decirle el Crítico en el fondo? Quizás algo así como: estoy muy preocupado, alarmado, porque no te puedes permitir caer mal a los demás, y si con este grito se han enfadado o los niños se lo han pasado mal, van a pensar mal de ti y te van a retirar la valoración y el reconocimiento que tanto necesitas.

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¿No creéis que así, seguramente, Isabel se haría más caso a sí misma? Este pensamiento podría empujarla a observar más objetivamente a los niños y habría visto que están tan contentos, jugando. Si aún le quedara duda, podría haber preguntado a su sobrino o a su hermano y éstos le habrían asegurado que no había problema. Seguramente, el malestar se habría disipado mucho antes que con lo que Isabel se dijo en realidad y todo el episodio habría perdido importancia. Con lo que se dijo, sólo le quedó un malestar muy profundo, que conectó con lo más hondo y vergonzoso de su ser y que perpetuó la situación hasta varios días más tarde, para ser, finalmente, acumulada sin resolverse en el fondo del ser dolorido de Isabel. ¿Qué ha hecho el Crítico concretamente para que Isabel se sintiera tan mal? Ha distorsionado la realidad (para recordar lo que son las distorsiones, ver capítulo 3). Veamos exactamente sus palabras: •

“Ya lo has vuelto a hacer, siempre haces lo mismo”: es una generalización. Causa un efecto de irremediabilidad: de nuevo lo hago, siempre lo he hecho, siempre lo haré. Con esa sensación, ¿quién se esfuerza en cambiar?

¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo: “has pegado un grito demasiado fuerte, como sueles hacer cuando te asustas”, es decir, centrándose en esa situación concreta. •

“Sabes que no se debe gritar”, “gritar es de persona agresiva y no se debe ser agresivo”: es una exigencia inflexible.

¿Cómo que no se puede gritar ni ser agresivo? Eso dependerá de la situación y de las circunstancias. Las exigencias inflexibles reducen a la persona y la hacen sentirse incompleta, errónea, desobediente. ¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo: “si grito tan fuerte asusto a los niños y los de

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fuera pensarán que ha pasado algo”, es decir, pensando en las consecuencias concretas de esa conducta. •

“Eres una mala persona”: es una etiquetación. Las etiquetaciones causan la sensación de irremediabilidad. Como es una forma de generalización aplicada a la persona, parece así que no puede cambiar nunca.

¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo, “has actuado mal”, es decir, centrándose en la conducta, en vez de en el ser. •

“Les has fastidiado la fiesta a los niños, les has infringido un dolor insuperable”: es una magnificación de la situación. Suelen ir acompañadas de una buena dosis de catastrofismo, de forma que la persona se siente culpable por las terribles consecuencias de sus actos y, además y de nuevo, sin posibilidad de modificar la situación.

¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo: “lo más probable es que no haya pasado nada, pero voy a comprobar cuáles han sido las consecuencias de mi grito”, es decir, apelando a la probabilidad y, en cualquier caso, comprobando antes de sacar conclusiones. 2. Juan (el empleado al que proponen un ascenso): Eres un vanidoso, culpable te tienes que sentir por ser tan mala persona, de nuevo has conseguido engañar a los demás, seguro que has defraudado al jefe con tu reacción. Para un momento e intenta tener la sensación del efecto que pueden producir estas palabras en ti, en cualquier persona. ¿Cómo lo calificarías? Yo lo calificaría como opresor, anulante, ahogante. ¿Qué quiere decir el Crítico en el fondo? Quizás algo así como: me da miedo que te alegres demasiado, por si luego te frustras y te

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sientes peor, porque no tienes recursos suficientes como para poder afrontar una frustración. Esta forma de pensar podría ayudarle a decidir no hacerse muchas ilusiones, de momento, y contener su alegría hasta confirmarse el ascenso, o por el contrario, decidir dejar paso libre a la alegría y “que le quiten lo bailado”. En cualquier caso, esta segunda versión le devolvería el control y el poder de decisión. Con lo que se dijo, Juan se sintió con las alas cortadas, disminuido y sin libertad para decidir. Seguramente por eso, se negó a aceptar el ascenso, no por causas reales y objetivas. Analicemos lo que se dice: •

“Eres un vanidoso”: es una etiquetación. Ya vimos antes los efectos que causan.

¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo, “te has alegrado mucho, quizás demasiado”, es decir, de nuevo, sustituyendo la calificación por una conducta. •

“Culpable te tienes que sentir por ser tan mala persona”: es una exigencia inflexible unida a una etiquetación.

¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo, “¿cuál es el sentimiento o la sensación que estoy teniendo en estos momentos? Voy a examinarla con cuidado y aceptación”, es decir, si la exigencia le dice cómo se tiene que sentir, él va a intentar ver cómo se siente realmente. •

“De nuevo has conseguido engañar a los demás”: es una generalización, “de nuevo” da a entender que siempre lo hace y lo hará, con el consiguiente efecto de irremediabilidad. Aparte de eso, es una mentira, ya que él no quería engañar a nadie. Conlleva oculta una etiquetación: “eres un mentiroso”.

¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo, “voy a intentar no sacar conclusiones y disfru-

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tar de la sensación de alegría que me está dando esta noticia”. A veces, es imposible responder de forma realista a una distorsión de tal calibre, y lo mejor es eliminar toda la frase de la mente y tomar una opción alternativa al malestar. •

“Seguro que has defraudado al jefe con tu reacción”, es un razonamiento emocional: como Juan se siente mal consigo mismo cree, sin evidencia cierta, que el jefe va a estar defraudado de él. Esta distorsión crea mucha inseguridad, ya que da la sensación a la persona de estar expuesta a los demás: lo que siente hacía sí misma lo sienten los demás también.

¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? Por ejemplo, “me estoy sintiendo mal, pero los demás no se tienen por qué dar cuenta de la magnitud que esto tiene para mí”, es decir, devuelve el malestar a sus dimensiones y lo limita a sí mismo. 3. Elena (la que había enviado un SMS asertivo y luego sale por la noche con un grupo) se dice: Ahora sí que la he fastidiado del todo, nunca voy a obtener el perdón, soy una ingenua, toda yo soy imperdonable. Te invito a que seas tú, lector o lectora, quien intente sacar las distorsiones que comete Elena y la forma más realista y gratificante que podría utilizar en vez de ellas. Pero antes, reflexiona: - ¿Cómo se sentirá Elena tras estas palabras? …………………………… - ¿Qué quiere decirle el Crítico en el fondo? “Estoy……………… porque temo que……………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………”

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Analicemos: “Ahora sí que la he fastidiado del todo”. Es una …………………………… ¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… “Nunca voy a obtener el perdón” Es una ………………………………….. …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… ¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… “Soy una ingenua” Es una ………………………………….. ¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… “Toda yo soy imperdonable” Es una ………………………………….. ¿Cómo se podría decir lo mismo de forma más realista, sin la distorsión? …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… ………………………………………………………………………………… 1

“Ahora sí que la he fastidiado del todo”, es una magnificación. “Nunca voy a obtener el perdón” es un generalización. “Soy una ingenua” es una etiquetación. “Toda yo soy imperdonable” es una generalización unida a una etiquetación.

1.

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¿Qué hemos querido transmitir en estos ejercicios? Lo que hemos hecho es: 1. Pararnos a analizar las frases exactas que se han dicho estas personas, apuntándolas. 2. Sacar la distorsión o distorsiones implícitas en las frases. 3. Captar la sensación que causan esas frases en la persona. 4. Sacar un posible pensamiento alternativo, que contenga la misma información pero no contenga la distorsión. Y faltaría el último punto: 5. Cotejar en una siguiente vez si los pensamientos alternativos (que así se llaman) que hemos ideado causan realmente el efecto deseado: tener sensación de control, no sentirse desesperado, tener ganas de tomar las riendas de la situación. Si no, tendremos que modificarlos, adecuarlos más todavía a nosotros mismos. Estos son también los pasos que deberíamos seguir si queremos aprender a modificar lo que nos hace decir el Crítico Interno por algo más cuidadoso, amable y, por otro lado, efectivo. A veces, es difícil encontrar Pensamientos Alternativos adecuados. Tenemos que encontrar algo que nos creamos, (no vale decir: “tengo muchos amigos” si no es así), que no sea el simple contrario de lo que nos dice el Crítico (ante: “nadie te quiere”, no sirve: “todo el mundo te quiere”), que sea realista (tampoco valdría “soy la persona más maravillosa del mundo”, porque no es cierto). Aparte de buscar un pensamiento con estas características, basándonos en la distorsión concreta que hayamos encontrado, pueden ayudarnos los siguientes consejos: •

Hacer más flexible el imperativo crítico: en vez de: “¡debes! o ¡no debes!”, prueba con “algunas veces, puedes…”, “es mejor que no…”.

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• •



Sustituir las acusaciones (generalizaciones, etiquetaciones, culpabilizaciones) por una formulación amable como: “hay una parte de mí que se siente…”, “no soy del todo…”, “me siento... pero soy más que eso”. Transformar la imposición externa por una decisión propia: en vez de “debería hacer/haber hecho”, prueba con “preferiría hacer haber hecho”, “me gustaría/me gusta hacer…”. Cambiar el “¡TÚ!” por un Yo. “¡Tienes que hacer…!” por “tengo que hacer…”. Cambia el tono con el que te habla el Crítico, intentando hablarte con amabilidad y tono suave. Decirse “no mereces el cariño de nadie” con tono cariñoso y cuidadoso rompe corazas y te abre la posibilidad de hacer algo con ese sentimiento. Y por último y si nada sirve, ante las insistencias del Crítico:” ¡ASÍ NO! Dímelo de otra manera”.

Todo esto que hemos dicho hasta ahora lo podemos llevar a la práctica de dos formas, una más “cognitiva” y la otra más “humanista”. Vamos a presentar las dos y el lector puede elegir con cuál se siente más cómodo.

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EJERCICIO 1: AUTORREGISTRO

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VOZ CRÍTICA

¿CÓMO ME HACE SENTIR?

DISTORSIONES QUE CONLLEVA

POSIBLES PENSAMIENTOS ALTERNATIVOS

¿CÓMO ME HACEN SENTIR?

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Cada noche, intenta acordarte de las dos o tres ocasiones en las que te has sentido mal a lo largo del día y apúntalas. Aunque en el momento de apuntar ya no sientas el mismo malestar, haz el ejercicio e intenta buscar posibles pensamientos alternativos. No esperes que por hacer este registro una o dos veces, vayas a ser capaz de acordarte de tus pensamientos alternativos. Se necesita una larga labor de reflexión e ideación de pensamientos alternativos hasta que, poco a poco, éstos se vayan interiorizando.

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EJERCICIO 2 Este ejercicio consta de dos partes. En primer lugar, piensa en un error que te hayas criticado hace poco. Recuerda todo lo que te dijiste, intentando no entrar en discusiones sobre si la crítica tiene razón o no. Aquí es importante que tengas muy claro las frases que te dijiste, incluso puedes apuntarlas en un papel. Contempla ahora lo que has escrito, cierra los ojos e intenta preguntar a tu voz crítica: ¿por qué me dices todo esto? ¿de qué me quieres preservar? ¿qué dolor quieres evitarme? Dedica unos minutos a cada pregunta, buscando la sensación que surja. Te puede ayudar ponerte en el lugar del niño. Tú eres ahora el niño, pequeño y desvalido, que pregunta. Luego, ponte en el lugar del Crítico, o, si te resulta más fácil, en el de un padre severo que, en el fondo, quiere lo mejor para su hijo. ¿Por qué le trata tan mal? ¿Qué quiere evitarle? ¿De qué le quiere proteger? En este ejercicio es muy importante que no te dejes apabullar por el Crítico. No te quedes con respuestas del tipo: “te protejo de ser más tonto de lo que pareces”, porque eso tampoco te está resolviendo tu pregunta. Busca y busca la respuesta en tu interior. Te puede ayudar pensar que el Crítico te responde diciendo: “…si yo sólo quiero…” o “estoy preocupado/atemorizado/porque…”. La segunda parte del ejercicio es tu respuesta al Crítico. Seguramente, habrás visto que el Crítico sólo quiere protegerte de sentirte mal o solo, o de meter la pata y vivir la frustración consiguiente. Eso está bien, pero te lo está diciendo de una manera que anula toda la intención protectora, que sólo consigue bloquearte y quedarte en el mismo lugar en el que estabas. Por lo tanto, dile a tu voz crítica: “de acuerdo, pero así no” – “tienes razón, pero no me lo digas así”. Esto lo debes de decir con contundencia, cada vez que aparezca la voz crítica. Estaría bien que lo consiguieras decir antes de que ésta haya tomado posesión de tu interior, a la mínima crítica expresada de manera opresora. “¡Basta, así no me lo digas!”. A continuación, busca una frase alternativa: ¿cómo te lo podría decir, de forma que te sonara amable y cuidadoso para contigo? Díselo a tu Crítico: “¿por qué no me lo dices así:...?”. Mira cada vez cómo te resuenan las palabras. ¿Tienen el mismo efecto que cuando te las dijo el Crítico por pri-

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mera vez? Busca y busca hasta encontrar aquellas palabras o frases que te hagan sentir un poco mejor. Cortar de esa manera la voz de la crítica es útil si se hace como parte de un ejercicio. Respecto a las voces críticas que surgen cotidianamente, verás con sorpresa que, un buen día, saldrá de ti esa voz que ataje al Crítico y le inste a probar otra forma de orientar la situación.

Ann Weiser Cornell nos habla de forma parecida a la hora de enfocar el lenguaje del Crítico: Las voces críticas muchas veces hacen afirmaciones como éstas: “Nunca serás capaz de hacerlo bien” o “vas a fallar”. Estas afirmaciones suenan duras y malvadas, como predicciones de un fracaso. ¿Cómo van a ser amables? Pero dentro de la sintaxis y la gramática del Crítico, tenemos que escuchar estas frases como si les precedieran las palabras “me preocupa que...”, como por ejemplo: “(Me preocupa que) nunca serás capaz de hacerlo bien”. “(Me preocupa que) vayas a fallar”. Es igual que una escena en la que un niño está a punto de salir corriendo de casa sin chaqueta y la madre grita detrás de él: “¡Para! ¡Te vas a morir de frío!”. ¿Realmente, la madre está prediciendo la muerte del niño? ¿No será que le está diciendo: “(me preocupa que) te vayas a morir de frío?”. Inténtalo contigo mismo cuando surjan esas frases tan duras, ya provengan de tu Crítico Interno o de voces externas a ti, como voces que recuerdes de tus padres”.

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CAMBIAR EL LENGUAJE DEL CRÍTICO

Cambiar el lenguaje externo

Lo que no se expresa se agiganta, te puede. Expresar es dominar la emoción. Boris Cyrulnik Boris Cyrulnik, experto consagrado en maltrato infantil, lo dice bien claro. Tenemos que dejar de escondernos y aprender a expresar lo que ocurre en nuestro interior. No podemos cambiar nuestro malestar, nuestra vergüenza, nuestra sensación de “clandestinos” y apartados si no exteriorizamos lo que nos ocurre. Para la persona con esas sensaciones, esta propuesta le parecerá un mundo, algo imposible de realizar. “No”, dice el Crítico, “se van a reír de ti. Nadie te va a comprender, van a pensar que eres un loco, una tonta, un ridículo. Va a ser peor el remedio que la enfermedad”. En realidad quiere decir: “No me veo con fuerzas, tengo muchísimo miedo de que te hundas y te frustres, no vas a soportar ver la reacción de los demás, si no quieres sufrir, no lo hagas”. Pero todo ello no es cierto. Mucho peor que el dolor que puede dar el primer paso para expresarse es el dolor que, en pequeñas dosis, se va infringiendo la persona día a día cuando se oculta. Lo que ocurre es que, en este caso, no es consciente de ello. Si nos protegemos debidamente, si planificamos bien los pasos para abrirnos y expresarnos y, sobre todo, si no nos pedimos demasiado, la transición entre estar escondidos en la vergüenza y expresar nuestros sentimientos no tiene por qué ser tan dolorosa. Tenemos que planteárnoslo como un aprendizaje de algo totalmente nuevo y desoír los gritos del Crítico que, de puro miedo, nos dirá ante cualquier paso que demos: “¿y eso lo consideras un paso? Eso no es nada, todo el mundo se expresa sin ningún problema y mira tú: alegrándote por una ridiculez”. ¿Por qué no nos cuesta empezar a aprender inglés desde cero? Porque no nos cuesta reconocer que no sabemos inglés: no lo hemos aprendido y punto. Pues respecto a expresarnos ocurre lo mismo: no lo hemos aprendido y punto. Aho-

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ra tendremos que empezar a aprender desde cero. Tenemos que coger de la mano a nuestro niño atemorizado y escondido y comenzar a hacerlo pasito a pasito, con muy poca apertura al principio y, según vayamos viendo, abriéndonos cada vez un poco más. Tenemos que elegir muy bien las personas con las que vamos a ir dando un poco de nosotros: tienen que ser personas con las que nos sintamos en plena confianza, que no nos resulten amenazantes, con las que estemos seguros. Y empezar con una expresión de gusto, por ejemplo. “Me gustan las películas de acción”, como si lanzáramos una piedra. Luego, podemos esperar. Si vemos que no ocurre nada, una siguiente vez podemos repetir una expresión de gusto o intentar algo más explícito sobre nosotros: “Me enfada mucho la injusticia”. Proponemos la siguiente consecución de pasos: 1. La “exteriorización” puede comenzar por el simple expresarnos con nosotros mismos. Boris Cyrulnik le da mucha importancia a la narración, al lenguaje escrito. Ser capaces de plasmar por escrito lo que sentimos, en qué grado, lo que pensamos y las conclusiones que sacamos sobre las cosas es un gran paso para que no sigamos escondidos. Y, de momento, no hace falta que se lo enseñemos a nadie. 2. El segundo paso ya sería expresarnos ante otra(s) persona(s). Pero ¿qué expresamos? ¿por dónde empezamos? La siguiente lista puede ser útil. Cada uno deberá de elegir aquella expresión que mejor le cuadre, con la que se sienta más cómoda, para intentar llevarla a la práctica.

Listado de posibles formas de expresión 2.1 Nivel 1: a) Acostúmbrate a formar frases que comiencen por: “quiero” ... o “me gusta...”, “no me gusta...”, “me siento...”, etc. Trata de incluirlas en tu conversación habitual, hasta que ya no te resulte extraño utilizarlas.

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b) Acostúmbrate a utilizar frases reforzantes para el otro. Si algo te ha gustado, házselo saber; si le aprecias, intenta comunicárselo. A veces es más difícil expresar frases positivas que negativas. 2.2 Nivel 2: c) No dejes pasar situaciones confusas sin clarificarlas. Si algo te ha “mosqueado”, sorprendido, alarmado, etc., pide aclaración inmediatamente. Es más fácil expresar tu malestar en el momento, que si tienes tiempo para darle vueltas. Si te parece que es demasiado enfrentamiento, comienza preguntando: “¿por qué me has dicho/hecho esto?”. Ya vendrá el momento de autoafirmarte. d) Como alternativa a dejarte dominar por una emoción (o reprimirla) ante una situación conflictiva, apréndete de memoria esta fórmula: “Estoy enfadado/confusa/molesto porque ... Me gustaría que...”. 2.3 Nivel 3 e) Intenta comprobar el significado o los sentimientos que subyacen a los comentarios del otro: “¿Sentías que te criticaba cuando dije...?” f) Aprende a utilizar fórmulas asertivas para expresarte. Podrías comenzar por estas dos:

Mensajes-yo: “Cuando... (p. ej. “discutimos sobre el dinero”) me siento... (p. ej. “apabullada por ti”) y por eso actúo... (p. ej. “callándome, bloqueada”). ¿Por qué no... (p. ej. “me dejas hablar hasta el final”)?

Asertividad empática: “Comprendo que tú... pienses/opines/hagas... pero yo... pienso/opino/hago...

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Una buena expresión de los propios sentimientos debería incluir tus necesidades, tus deseos, tus derechos y cómo repercuten las distintas situaciones en ti. No debería de incluir excesivos reproches, un deseo de herir y autocompasión. Estas últimas enmascaran tus sentimientos y hacen que la otra persona te entienda mal. John Bradshaw propone un programa de doce pasos para aprender a expresarse, entre los que se encuentran: •







• • •

Salir de nuestro escondite mediante el contacto social, que significa compartir sinceramente nuestros sentimientos con personas significativas para nosotros, que nosotros hayamos elegido. Vernos reflejados en al menos una persona que no nos cause vergüenza y que forme parte de nuestra familia o grupo social. Reestablecer un “puente interpersonal”. Esforzarnos por “legitimizar” nuestro trauma causado por el abandono. Esto se consigue hablando o escribiendo sobre ello. El hecho de escribir ayuda mucho a exteriorizar experiencias vergonzantes del pasado. (Yo añadiría: vale cualquier forma de expresión externa: pintura, barro, música, baile…). Exteriorizar nuestro niño interior desamparado. Esto se consigue siendo conscientes de los aspectos infantiles y vulnerables que hay en nosotros. También, hablando de nosotros cuando éramos pequeños o llevando una foto nuestra de cuando teníamos 7 o menos años. Aprender a exteriorizar nuestros deseos y necesidades, valorándolos más. Hacer ejercicios para exteriorizar la imagen que tenemos de nosotros, nuestro autoconcepto. Exteriorizar las voces que hay en nuestra cabeza. (Por ejemplo, apuntando qué es lo que pensamos y sentimos en una situación dada).

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EJERCICIO No hay un ejercicio explícito. Pónte a caminar. Coge a tu niño o niña de la mano y comienza por uno de los pasos que te proponemos o algún otro que a ti mejor te resulte. Antes, tendrás que haber asegurado a tu niño interior que no lo vas a abandonar en el caso de que haya una frustración. Si ocurriera esa frustración, intenta hacer caso omiso a los “ves, ya te lo decía…” del Crítico y, como alternativa, haz alguno de los ejercicios del capítulo 11 para volver a encontrarte con tu niño. Si lo consigues, no lo habrás abandonado y tu parte sana se parecerá un poco más a ese dibujo envolvente del capítulo 9.

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13 ¿QUIÉN SOY? ¿CÓMO SOY? MEJORA DE MI AUTOCONCEPTO

“Señor, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo y sabiduría para reconocer la diferencia”.

Oración de los Alcohólicos Anónimos El Crítico nos dice que somos malas. El Crítico nos dice que estamos locos. El Crítico nos dice que somos unas pervertidas. El Crítico nos dice que somos y estamos equivocados. Todo eso ya lo sabemos. Pero ¿de verdad creemos que sólo somos eso? A nivel puramente teórico, es extraño que alguien sea malo en su totalidad, o loca o pervertida, sin tener ninguna otra característica. Claro, las demás no interesan, no tienen el componente moral que conlleva la maldad o la locura. Pero ¿de verdad creemos que somos moralmente perversos y nada más? Eso que dice el Crítico es imposible. De momento, es biológicamente imposible. A no ser que tengamos un Trastorno de Personali-

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dad (enfermedad mental que se caracteriza, entre otras cosas, por carecer la persona de sentimientos de empatía y de culpa) y ¡ALTO AHÍ! Tiene que quedar muy claro que, si tenemos un Crítico que nos machaca y grandes sentimientos de culpabilidad, si hasta ahora nos hemos sentido identificados con las descripciones que pone en este libro, NO tenemos un Trastorno de Personalidad, ya que sus síntomas son incompatibles con los de la baja autoestima tal y como la desarrollamos aquí. Decía, pues, que a no ser que tengamos ese Trastorno, cosa incompatible con el Crítico, nuestro desarrollo puramente biológico nos impide ser “sólo malos” o “sólo pervertidas” y, desde luego, es imposible haber salido “defectuosos” en nuestra totalidad. Esos términos pertenecen más al campo de la filosofía que al de la ciencia. Otra cosa es que hayamos tenido un aprendizaje “defectuoso”, y que esto condicione nuestros pensamientos, sentimientos y nuestras conductas, pero nosotros, en nuestra esencia, no podemos ser malos “y ya está”. De hecho, y aquí tenéis que creerme, por muy invadida que esté la persona por su Crítico, por lo que “debe ser” y por mucho que intente no mostrarse tal cual es en realidad, en todas las personas sale por algún lado la verdadera personalidad. Yo lo veo en mis pacientes. Y lo que “sale”, muy al pesar de la persona, es inocencia, buena voluntad, ganas de tener paz interior, bondad (sí, mucha bondad), aparte de miedo, vergüenza, desconfianza, defensividad. Pero la maldad, la locura, la perversión… yo no las veo por ningún lado. Y creo que puedo haber visto y tratado, por lo menos a cincuenta personas con Crítico Interno, algunas de ellas muy “rotas” por maltratos y abusos de toda índole.. Y todas se decían que eran moralmente viles. La realidad es que constamos de muchas partes, como ya vimos en el capítulo 11. Nadie es “bueno” o “malo” en su totalidad, cada persona es un compendio de características que le hacen ser, por

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ejemplo: “bastante empático y bondadoso, pero cuando se enfada puede llegar a ser agresivo. Aparte de eso, es buen trabajador y muy creativo, aunque algo desorganizado. Es mejor para trabajar solo que en equipo porque, debido a su simpatía y habilidades sociales, pierde el tiempo en conversaciones. Pero esa misma simpatía le hace ser muy querido entre sus amigos y compañeros” ¿Cómo es esa persona que se acaba de describir? ¿Buena o mala? ¿Trabajadora o perezosa? No se puede decir, como con nadie. Y nosotros, como simples seres humanos, no somos una excepción. En este capítulo vamos a presentar una serie de ejercicios para lograr tener una imagen realista de nosotros mismos, para intentar ver aquello que el Crítico no nos permite ver o valorar. Nuestra pretensión es simplemente abrir la paleta, ver qué hay allí, en nuestro ser, además de esa cacareada “maldad, locura, perversión” que nos dice el Crítico.

1. Cómo somos “de verdad” EJERCICIO “RADIOGRAFÍA DE MÍ MISMO” 1. Escribe por lo menos, tres aspectos tuyos para cada uno de los apartados que vienen a continuación a) Aspecto físico ————————————————————————— ————————————————————————— ————————————————————————— b) Cómo me relaciono con los demás ————————————————————————— ————————————————————————— —————————————————————————

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c) Rasgos principales de mi carácter ————————————————————————— ————————————————————————— ————————————————————————— d) Desempeño de tareas cotidianas ————————————————————————— ————————————————————————— ————————————————————————— e) Forma de pensar y razonar ————————————————————————— ————————————————————————— ————————————————————————— f) Funcionamiento sexual ————————————————————————— ————————————————————————— ————————————————————————— 2. Contempla lo que has puesto y pon un signo negativo delante de aquellas características que consideras negativas y un signo positivo delante de aquellas que consideras positivas. 3. Opcional: si puedes y tienes oportunidad, pídele a una persona cercana y de confianza que rellene este mismo cuestionario respecto a ti – así puedes comparar. ¡No dejes paso al Crítico! 4. Análisis de tu radiografía. Así es como te ves, lo que no quiere decir que seas exactamente así. • ¿Has puesto más del 50% de las características tuyas en negativo? • ¿Te has apoyado más en sensaciones tuyas o “deberías”, para elegir una característica negativa?

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• ¿Describes mucho más las características negativas que las positivas...? Entonces, no has sido realista contigo misma/o. Es el momento de restaurar la imagen que tienes de ti. 5. Vuelve a repasar lo que has puesto como características negativas y hazte estas tres preguntas: ¿es cierto que hacer... significa que soy un/una...? ¿es cierto que SIEMPRE hago eso, sin excepción? ¿cómo sería la descripción verdaderamente objetiva? E intenta rehacer tu radiografía, modificando aquellas características que has descrito demasiado condicionada por el Crítico. Las nuevas descripciones no deberían de llevar: etiquetaciones, generalizaciones ni filtros. Ddeberían ser objetivas y realistas. 6. Ahora les toca a las características positivas: éstas deberías de “sesgarlas” un poco, en el sentido de darles más valor. ¿Cómo? Especificándolas más, encontrado más ejemplos que las justifiquen, pensando en cómo valoran los demás esa característica tuya. Plantéate también por qué les das menos peso a estas características positivas, qué “excusa” encuentra tu Crítico para proceder de esta manera. Ahora, CADA VEZ QUE TE PILLES DICIÉNDOTE: SOY UN..., NO VALGO..., NUNCA PODRÉ... PLÁNTATE CON TU NUEVO AUTORRETRATO: HAZ MÁS REALISTA TU CRÍTICA – CONTRAPóN A TUS VOCES NEGATIVAS LOS RASGOS POSITIVOS (“De acuerdo, seré un..., pero también soy...”).

Este ejercicio tiene un posible Anexo, que consiste simplemente en dividir los rasgos que hemos identificado como nuestros en tres grupos: Rasgos a valorar-mantener

Rasgos a aceptar

Rasgos a modificar

P.ej. amabilidad; capacidad de organización; puntualidad

P. ej. tener poca energía, o mucha; tender a engordar

P. ej. desorden; poca asertividad; malhumor.

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2. Descubrir nuestra parte sana Imagínate que somos como vasos: unos están llenos de salud (hablamos de salud mental), otros, a medias, otros están saturados hasta rebosar de malestar, pero, aunque a veces parezca imposible: TODOS TIENEN UNA PARTE SANA. Aunque todavía sea pequeñita, la parte sana está ahí, esperando ser rescatada para poder crecer. ¿Qué es esa parte sana de la que hablamos? Unos la llaman “parte adulta”, otros “el yo”… es esa parte troncal de la que hablábamos en el capítulo 11, la “nube” que protege a los sentimientos y los deja ser. Esa parte es la que tenemos que intentar descubrir y desarrollar. La forma de desarrollarla es haciendo todo lo que estamos intentando describir en esta parte del libro, pero, primero, hay que descubrirla. Creer que existe dentro de nosotros, que incluso la persona más “incompleta” tiene dentro de sí una parte sana que le ayuda a seguir hacia delante, buscar ayuda o tener la esperanza de que hay una forma de vida mejor. Para ello, es de gran ayuda crearnos una imagen de ella y “verla”. Las personas que mejor han descrito esa parte sana son los propios pacientes; aquellos que sienten que no la tienen mucho, son los que mejor se imaginan cómo es su parte sana y los que mejor conectan con ella. Aquí vemos algunos ejemplos de muestra, metáforas espontáneas (a ninguno de ellos les dije que se inventaran un símil. Fueron ellos y ellas las que me brindaron estas imágenes sin yo pedírselo), aplicadas para sentirse mejor en momentos malos: •

“soy un gusano de seda metido en la bolsa. Antes no sabía si iba a pudrirse dentro de la bolsa o iba a salir una mariposa. Pero ya no había vuelta atrás. Desde hace un tiempo asoma un hombrito. Un cachito de ala azul y un poquito morado. Me da muchas fuerzas”;



“estoy en la orilla de un río y veo la otra orilla. Al otro lado, todo es paz y armonía: prados verdes, bosquecillos, un río… Todavía

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no sé cómo pasar, porque en medio hay un río caudaloso y no sé nadar. Pero por lo menos veo la otra orilla. Hace un tiempo no veía nada”; “soy un árbol, podrido y todo carcomido, a punto de caerse. Pero hay una parte de la corteza, a un lado del tronco, que está viva, un cachito muy pequeño y apenas imperceptible, pero es la parte que sostiene al árbol y lo mantiene vivo”.

A estas imágenes las llamamos “bálsamos”. Éstos sí que curan las heridas, y no la acción del Crítico. Cuando la persona se siente herida, imaginarse a su parte sana, pequeña pero incombustible, le devuelve a la vida. Desde aquí os invito a que penséis un símil parecido, os imaginéis vuestra parte sana dentro de vosotros y la evoquéis cuando os sintáis mal y necesitéis eso, un bálsamo inofensivo, que no ataca al Crítico y que sólo intenta paliar el dolor. 3. Analizar los roles que tenemos Un rol es una función, la función que tenemos en un ámbito concreto. Para cada rol, es como si tuviéramos prefijadas unas pautas para actuar, como en una obra de teatro. El rol condicionará mi conducta (en mi rol de “madre” no puedo dejar a mi hijo sentado en un banco, mientras me voy con mis amigas a la discoteca), mis pensamientos (si tengo el rol de “ganadora”, intentaré romperme la cabeza sobre cómo ser más que los demás) y mis sentimientos (si mi rol es el de “seductor”, no me podré permitir ciertos sentimientos, como dependencia o inseguridad). Los roles son naturales, es decir, inherentes al ser humano que vive en comunidad. No podríamos convivir si no tuviéramos claros una serie de roles que desempeñar, con sus pautas de conducta prefijadas. Desempeñar un rol concreto aporta sensación de estabilidad y previsibilidad. Además, nos da una seña de identidad. Incluso la persona cuyo rol sea ser el chivo expiatorio de una familia, por ejemplo, podrá estar seguro de ser “alguien” y saber qué le espera.

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Posibles roles (según describe John Bradshaw) pueden ser: padre/ madre (de los hijos o de los propios padres o de las personas en general); consejero familiar; preferido del padre o de la madre; perfecto; santo; pícaro; guapo; atleta; pacificador; árbitro; sacrificado; redentor; salvador; ganador; perdedor; mártir; supermadre/padre; superesposo/esposa; payaso; genio; cabeza de turco. Los roles son útiles mientras a) no nos hagan daño y b) no sean rígidos e inamovibles. Este tema conecta con los “guiones de vida”, que promulgaba Eric Berne. Todos tenemos un “guión de vida” marcado por nuestros padres, sus expectativas y, según la teoría de las Constelaciones Familiares, los padres de nuestros padres, y, en general, todos los que conforman el sistema familiar. También los guiones de vida son útiles e inherentes al ser humano, salvo cuando son excesivamente rígidos o alejados de lo que es la persona en sí. A veces, tendremos que saltarnos un rol a favor de otro: soy una brillante trabajadora en mi empresa y hoy me pensaba quedar hasta tarde porque hay que ultimar un proyecto. Pero, precisamente hoy, han convocado la reunión de padres anual en el colegio de mi hija. Están entrando en conflicto mi rol de trabajadora brillante y el rol de madre amorosa. ¿Qué hago? El conflicto que se me presenta es un conflicto de roles: cuanto más rígidos sean, más problema tendré y peor me sentiré, elija lo que elija; cuanto más flexibles y realistas sean, más fácil me resultará elegir cuál es más importante en ese momento y de cuál tengo que prescindir. Conocer los propios roles y lo que significan y hacer nuestro el guión de vida que nos han marcado nos ayudará a conocernos mejor y saber más lo que queremos.

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EJERCICIO 1. ¿Qué roles desempeño en mi vida, según los diversos ámbitos en los que me muevo? • En mi familia de origen: ________________________________________ • Con qué conductas se manifiesta: ______________________________ • En mi círculo de amigos: ________________________________________ • Con qué conductas se manifiesta: ______________________________ • En mi trabajo/estudio: _________________________________________ • Con qué conductas se manifiesta: ______________________________ • En círculos estables en los que me mueva (por ejemplo, comunidad de vecinos; gimnasio; clase; etc.) • Con qué conductas se manifiesta: ______________________________ • En otros ámbitos: • Con qué conductas se manifiesta: ______________________________ 2. ¿Puedo elegir libremente cuál rol desempeñar en cada momento o me siento deudor de cada rol que tengo y esto me produce conflicto? 3. ¿Puedo hacer excepciones a las conductas que tengo que manifestar para poder desempeñar mi rol o tengo que mostrar siempre la misma conducta? 4. ¿Quién ha establecido los roles que tengo: los he asumido, impuestos desde fuera, o son el fruto de convicciones mías, reflexionadas y analizadas? 5. ¿Quién ha establecido mi “guión de vida”, el camino que tengo que seguir en la vida, las metas, los valores? ¿Me ha venido “dado” o he conformado yo mi propio guión de vida, respetando cómo soy y qué es lo que quiero para mí?

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4. Tener claros los valores En la conformación de roles tienen mucho que ver los valores. Los valores son la parte “moral” de nuestra persona, aquello que se asienta por encima de nosotros y que nos marca un camino a seguir, independientemente de los acontecimientos que nos vayan ocurriendo en la vida. Es nuestro hilo conductor. Si bien existen unos “valores universales” o una “ética universal” (porque, recordemos, no somos más que seres humanos que, a lo largo de los siglos, han tenido las mismas necesidades, los mismos sentimientos, el mismo cerebro: a la fuerza tenemos que compartir valores), cada persona tiene sus propios valores y sus propias prioridades entre éstos valores. Para unos, el valor máximo será “la ayuda mutua”, para otros, “la satisfacción de necesidades”. El niño no nace con los valores “puestos”. Como todo, también éstos han de aprenderse: en las diversas culturas existen valores diferentes que cada niño que nace va asumiendo. Por otro lado, niños criados solos (los famosos niños criados en la selva, o por lobos) carecen, a priori, de valores, salvo el de la supervivencia. De hecho, hasta bien entrada la edad de la segunda infancia, el niño no es capaz de tener un “pensamiento moral”. Según Kohlberg, los niños atraviesan tres etapas o estadios antes de tener plenamente desarrollada la capacidad de formar valores morales: •

Estadio Premoral: los valores morales residen en el exterior y se identifican con la obediencia y el castigo. La acción correcta para el niño es la que satisface las necesidades del yo, con una conciencia egocéntrica y de “igualitarismo ingenuo”.



Estadio Convencional: los valores morales residen en desempeñar buenos o malos roles y en mantener el orden convencional y las expectativas de los demás.

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Estadio de Conciencia Moral (a partir de ocho años hasta la edad adulta): los valores morales residen en la conformidad del yo con normas, derechos y deberes compartidos o participables. La acción correcta está motivada por mantener el respeto de los iguales y de la comunidad; se condena la acción que viole los propios principios. Este último estadio se rige por los principios éticos universales, utilizando a las demás personas como fines y no como medios, como ocurría hasta entonces.

La forma adulta de poseer un valor es, pues, voluntaria y convencida, fruto de una reflexión. ¡Qué distinto es lo que nos transmite el Crítico! El Crítico intenta imponer unos valores dictados “desde fuera”, que transmite como si fueran universales y tuvieran que valer igual para todos. En realidad, no son más que los valores que tuvieron nuestros padres, cada cual los suyos en particular, influidos más o menos por los que promulga la Iglesia o la ética. Cuando los valores se convierten en “deberes”, en exigencias inflexibles o listones que tengo que alcanzar sin excepción, ya no son valores “sanos” para mí, les podríamos llamar “valores tóxicos o insanos”. Yo les llamaría valores prostituidos. Mc Kay y Fanning describen al respecto: “Los deberes minan tu autoestima de dos formas:

Primero, tus deberes y valores pueden no valer para ti. Los deberes exigen a menudo una conducta que no es posible o sana para una determinada persona. La norma de un padre relativo a un estilo de vida puede haberle valido a él, pero afectar a su hijo con una gran tensión. El hecho es que muchos de los valores con los que te educaron simplemente no valen ya para ti. No encajan contigo porque estás viviendo una épo-

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ca diferente y tienes diferentes esperanzas, problemas y necesidades que tus padres. Los valores que has heredado fueron creados para otros, para satisfacer sus necesidades en sus circunstancias específicas, circunstancias que no son las tuyas. Cuando tus valores no encajan contigo y empiezan a entrar en conflicto con tus necesidades básicas, te encuentras atado a un vínculo imposible. O bien optas por la privación, el abandono de la necesidad, o bien optas por romper con tus valores. Pérdida o culpabilidad, este es el dilema en el que te encuentras.

Una segunda forma en que los deberes socavan la autoestima es aplicando conceptos morales de corrección e incorrección a situaciones, conductas y gustos esencialmente no morales Este proceso comienza en la niñez. Los padres nos dicen que somos buenos cuando se siguen sus normas y malos cuando se quebrantan. Nos dicen que determinadas acciones son correctas y determinadas conductas, incorrectas. La dicotomía bueno-malo, correctoincorrecto está incorporada a nuestro sistema de reglas por un error lingüístico. Las normas familiares establecidas para fomentar la seguridad, comodidad o eficiencia se representan a menudo erróneamente como imperativos morales. Por ejemplo, no es moralmente malo que un niño se haga sus necesidades encima. Es una cuestión de molestia y trabajo extra para sus padres. Pero unos pantalones sucios pueden desencadenar un monólogo moralista: “¿Qué te pasa? ¡Mira lo que has hecho con tu ropa! Hoy no mereces ver la televisión por ser tan mal chico”. Cuanto más confundieran los padres las cuestiones de gusto, preferencia, juicio y conveniencia con cuestiones morales, más probable es que el hijo adulto tenga una frágil autoestima. Una y otra vez, ha recibido el mensaje de que su gusto o decisiones o impulsos son malos. Los deberes que le han impuesto los padres le han hecho

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preso de un dilema imposible: “Sigue las normas que hemos creado sobre cómo debes mostrarte o actuar o, por el contrario, sé condenado como indigno y malo”. Sé que este es un tema muy peliagudo. El Crítico Interno se nutre de los valores morales, cuanto más rígidos, mejor. Cuando hay baja autoestima e inseguridad en los propios criterios, unas buenas normas claras e incuestionables son la tabla de salvación a la que agarrarse. Tan necesarios son a veces, que he presenciado verdaderos ataques de angustia en pacientes ante la sola idea que tener que abandonar sus valores que les destrozan, sí, pero por lo menos es “algo” a lo que aferrarse y seguir. “Aunque yo no sirva para nada, por lo menos sé lo que tengo que seguir y cómo debo de comportarme”. Por desgracia, esa convicción hace aguas. Por un lado, ocurre lo que describen McKay y Fanning, por otro, vemos que la baja autestima, lejos de mejorar, ¡se mantiene! si seguimos ciegamente unas reglas rígidas y ajenas. Tenemos que pasar por el trance de cuestionarnos nuestros propios valores y quedarnos con aquellos que realmente encajen con nosotros. Pero que nadie se asuste: como decía antes, los seres humanos somos limitaditos y lo más probable es que no tengamos que “arrancar de cuajo” ningún valor, sino que sólo tengamos que transformarlo, relativizarlo, adaptarlo a nuestra manera de ser ya nuestra realidad para que encaje mejor. Lo más probable es que esos mismos valores que tanto daño nos hacen sean los “valores universales” de siempre (bondad, paz, convivencia, honestidad, justicia…), sólo que tomados de forma demasiado rígida para nosotros. Veamos, en primer lugar, cuáles pueden ser nuestros valores. En el siguiente ejercicio, intenta poner lo que de verdad te surge de tu interior, no lo que “deberías poner”. Piensa que, si no quieres, nadie más que tú va a leer este Cuestionario.

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EJERCICIO CUESTIONARIO DE AUTOCONOCIMIENTO

• ¿Qué te gusta, cuáles son tus hobbys y aficiones? (Los realices actualmente o no)

• ¿Con qué disfrutas, te sientes tranquilo/a y en paz?

• Si piensas en tres personas que valores, admires mucho, ¿por qué es? ¿qué cualidades tienen?

• ¿Qué te emociona (en positivo)?

• ¿Qué tipo de actitudes te producen rechazo?

• ¿Qué ideales tienes para ti, para el mundo?

Si has contestado con la máxima honestidad que te es posible, habrán salido tus valores reales. Lo que valoras en los demás es lo que para ti es un valor, aunque sientas que no te comportas como para alcanzarlo. Las actitudes que te producen rechazo muestran que la actitud contraria es un valor para ti. Incluso en tus hobbys y aficiones pueden salir tus valores.

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Vuelvo a repetir que no busques valores extraños o distintos que los que crees que tienes: lo más probable es que sean los mismos y que su toxicidad radique en la forma cómo te los tomas. Veamos ahora, las características entre un valor sano y uno que no lo es, con un ejemplo que casi todo el mundo puede sentir diferenciales. Valor sano:

Valor tóxico:

“Quiero basar mi vida en la ayuda a los demás, porque creo que es nuestra función en este mundo”

“Debo ser siempre el más fiel exponente de la generosidad y el altruismo”.

Es Flexible, admite excepciones, admite errores

Es Rígido, no admite excepciones ni errores y los critica duramente

“A veces, puedo pensar primero en mí” “Si alguna vez no he ayudado a los demás, me perdono porque confío en mí.”

“Siempre sin excepción tienes que cumplir el deber y si no, eres una mala persona”

Es Convincente, no admitido “porque sí”

Es Introyectado, introducido en mi interior desde pequeño y desde el exterior, sin preguntarme

Contrastado, tiene sentido para uno mismo “... porque creo que es nuestra función en este mundo”

“… porque es así, porque así se hacen las cosas”.

Es Realista, encaminado a sentirse bien trae más consecuencias positivas que negativas

Es No realista, lejano a la realidad de la persona “He elegido mi profesión/actividades por otros criterios y me angustio pensando que no cumplo éste”

“He elegido una profesión/actividad en la que me siento bien porque puedo seguir mi valor” Tiene en cuenta necesidades y sentimientos, va en fomento del autocuidado y respeta sentimientos “Disfruto ayudando a los demás, mantiene mi autoestima”

Es Restrictivo, más encaminado al cumplimiento del deber que al placer personal “Suelo estar con angustia pensando que no cumplo lo suficiente”.

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EJERCICIO Te invito a intentar transformar tus valores tóxicos en sanos. Para ello, tienes que identificar cuáles son los valores que tienes expresados de forma tan rígida que te hacen daño. Normalmente, los valores tienen las siguientes temáticas. Aquí se presentan junto con un ejemplo insano de formularios: • Altruismo, bondad: “Tengo que ser bueno”. • Justicia: “Tengo que ser justa”. • Honestidad: “Tengo que ser honesto, sincera, decir la verdad, no engañar…”. • Perfección: “Tengo que ser el/la perfecta amante, amiga, madre/padre, hijo. • Fortaleza interior: “Tengo que mostrarme fuerte, no puedo ser débil, no debo ir de víctima, no debo quejarme. • Castidad: “No debo tener pensamientos/relaciones sexuales con …, no debo provocar”. • (añade la temática que se te ocurra). 1. Cada vez que te sientas culpable o sientas que has hecho algo mal, mira a ver si tienes la sensación de haber transgredido o no cumplido algún valor tuyo. ¿De qué valor se trata? 2. Analiza el valor que hayas apuntado, siguiendo los criterios expuestos en la tabla anterior. ¿Es flexible o rígido? ¿Contrastado o introyectado? ¿Realista o no realista? ¿Te hace sentir bien o mal? 3. Si encuentras algún valor que creas que es tóxico, que te hace daño, intenta hacer el siguiente trabajo: Origen: ¿de dónde me viene? ¿quién me lo ha impuesto? Por qué no cuadra conmigo (con la rigidez con la que está expresado). ¿Hay algo en mi situación vital o mi forma de ser que no cuadre con el habitual y como esta expresado?

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Qué quiero hacer con ese valor: • convertirlo en sano = menos rígido con un lenguaje no exigente (ver capítulo 12) • eliminarlo = no me vale, mis circunstancias son diferentes a las de mis padres. 4. Si has decidido convertirlo en sano, intenta reescribirlo, utilizando palabras como “Quiero… porque…” A partir de ahí, cada vez que te asalte la culpa por haber incumplido el mismo valor, lee o evoca tu nueva definición del valor, tu valor reconvertido en sano. Necesitarás practicar varias veces, ya que la formulación tóxica está muy instaurada dentro de ti y cumple sus funciones. Permite que, durante un tiempo, convivan ambas formulaciones dentro de ti: “Tengo que ser…, pero también Quiero ser… y si alguna vez no lo puedo cumplir, me perdonaré”.

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14 TRATAMIENTO DE LOS ERRORES

¿Qué es lo que le interesa más al Crítico Interno? ¿En qué se centra más al emitir sus críticas? ¿Suele criticar en general, sin ton ni son, o critica algo concreto? Todas estas preguntas tienen la misma respuesta: el Crítico está centrado en LOS ERRORES. Un Crítico sin errores no tendría razón de ser. De hecho, una de las distinciones entre el sentimiento de vergüenza y el de culpa es que el sentimiento de vergüenza abarca a todo el ser de la persona, no está ligado a ninguna acción en concreto, mientras que la culpa siempre es “por algo”. A veces, el Crítico nos engaña y nos hace creer que nos estamos sintiendo culpables por nada, simplemente por ser como somos, pero en realidad, siempre se nos dispara “porque hemos hecho algo mal”. Las funciones del Crítico (de protección, de reacción, etc.) están siempre ligadas a algún error concreto: “para que no vuelva a ocurrir, para que uno no vuelva a caer la siguiente vez, para hacerlo mejor en una próxima ocasión”… y si no, no tendrían sentido. De hecho, la autocrítica, la alternativa sana al Crítico Interno, también sale cuando ocurre algo inesperado, una frustración, un fra-

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caso o una sorpresa. Desde este punto de vista, autocrítica y Crítico Interno comparten el mismo detonante: algo inesperado y externo a nosotros que ha ocurrido. A partir de aquí, se vuelven a diferenciar ambos procesos: la autocrítica evaluará en primer lugar qué ha ocurrido exactamente y a quién se puede responsabilizar de ello y el Crítico Interno calificará cualquier acto como ERROR y dictará que los culpables somos NOSOTROS. Ya sabemos los pasos que sigue la autocrítica sana ante una situación de frustración o sorpresa: 1. Percepción de la situación: “algo no marcha”. 2. Sensación de alerta emocional y cognitiva. 3. Puesta en marcha de mecanismos de análisis de la situación, evaluación y toma de decisiones (en realidad, son tres pasos, los más importantes). 4. Acción (interna y/o externa) para devolver la sensación de equilibrio. Y sabemos lo que hace el Crítico Interno: 1. interpretar la situación inesperada como “error”. 2. buscar la culpa en la propia persona. 3. “castigarla” con críticas y culpabilizaciones. 4. esperar que, con el malestar que eso suscita, la persona lo haga mejor una siguiente vez. ¿Qué mecanismo es el mejor? Sabemos que el de la sana autocrítica, principalmente por dos razones: la autocrítica sana nos hace sentir moderadamente mal o no nos hace sentir mal –el Crítico Interno hace que nos sintamos muy mal; y la autocrítica sana nos ayuda a encontrar una solución… el Crítico Interno nos bloquea y nos imposibilita pensar en una solución efectiva. La crítica solamente sir-

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ve cuando es seguida de acciones encaminadas a corregir el error o el carácter; cuando es utilizada conscientemente para reflexionar sobre dónde se ha fallado y qué se puede hacer. Pero hay una tercera razón para decantarnos, por lo menos mentalmente, por el mecanismo de la sana autocrítica frente al del Crítico Interno: éste último ¡aplica criterios equivocados! Si analizamos el tratamiento que el Crítico Interno hace de los errores, podemos ver que él, a su vez, comete varios errores lógicos.

Errores del Crítico Interno 1. Calificar cualquier situación frustrante o sorpresiva como error. 2. Identificar a uno mismo como culpable único y automático del error. 3. Utilizar el (inoperativo) método del castigo para enmendar el error. 4. Hacer atribuciones falsas sobre el origen del error: porque eres así, porque eres tonto, porque no te enteras, porque quieres sacar provecho de las cosas, etcétera.

1. Calificar cualquier situación frustrante o sorpresiva como error El Crítico, o la parte crítica de la persona con baja autoestima, tiene necesidad de ser rígido y simple: las normas claras y sin excepciones. Evidentemente, esto es fruto de la inseguridad, “el miedo a la libertad”, como ya vimos en el capítulo anterior. La persona con Crítico Interno no se puede permitir el lujo de analizar bien una situación, ver qué componentes había, quién estaba implicado, etc. Con ello, entre otras cosas, se correría el peligro de ver que quizás el error no fue tan grave o de que había otras personas implicadas que comparten el error (o incluso que no hemos hecho nada malo). Y todo

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ello es terriblemente amenazante para la persona con baja autoestima: no sabría cómo tomarse un reparto de culpas, la sorpresa de no ser culpable o la aceptación de que el error no fue tan grave. También tendría que verse expuesta a asumir una frustración, tarea para la que no se ve preparada por carecer de recursos para afrontar ese malestar. Recordemos que el único método para reparar situaciones que posee esta persona es el Crítico Interno. Por lo tanto, necesita “traducir cualquier sensación de malestar en culpa”, como decía Ainara. Ante situaciones que han resultado frustrantes (“me había preparado para asistir a una fiesta este sábado y luego no me invitaron”), salta la culpa para no vivir esa frustración y lo que significa (“a ver si te das cuenta de que no te quiere nadie”), calificando mi actuación, en cualquier caso como error. Cuando tratamos este tema en consulta, los pacientes suelen comentar: ¿pero cuándo sé si he cometido un error o es mi Crítico el que me dice que lo he hecho? ¿Cómo distingo un “error real”? Buena pregunta. La sana autocrítica precisamente hace un análisis de la situación para delimitar responsabilidades (“a ver, ¿por qué no me han invitado? ¿se han olvidado? ¿han dado por hecho que iba y no consideraron necesario avisarme? ¿no me han encontrado en casa? ¿están enfadados conmigo?...”) y ver si el error está en mí o en el otro. En principio, hay una norma bastante clara para saber si algo es un error o no: sus consecuencias, sobre todo en los demás. ¿Mi conducta ha repercutido claramente en alguien? ¿Los demás han acusado mi “error”, me han dicho algo? ¿Mi “error” trae consecuencias negativas evidentes en alguien o en mí mismo? Aquí no valen las respuestas vagas ni moralistas. Habría que contestar con hechos, como si de una investigación policial se tratara. Si he dado una información equivocada, esto trae consecuencias negativas claras en la otra persona. Si la consecuencia es que “queda claro que soy un inú-

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til”, no estamos hablando de nada tangible y puedo sospechar que quizás es sólo mi crítico que está intentando traducir un malestar en culpa.

2. Identificar a uno mismo como culpable único y automático del error Éste es otro “error” del Crítico, simplista y reduccionista. En el momento en el que intervienen más personas en una situación, ya nunca se puede hablar de “únicos culpables”, siempre habrá sido una responsabilidad compartida. Esto es muy difícil de creer cuando se tiene un Crítico Interno fuerte. ¿Y qué ocurre cuando no ha intervenido nadie más que yo en el error? Cuando, por ejemplo, me he olvidado de apagar el gas cuando me fui de viaje. Sí, ahí soy la única responsable y tengo que procurar que no vuelva a ocurrir, pero no soy culpable. Si me considero culpable, me corto las alas. Lo único que puedo hacer es expiar mi culpa de alguna forma, sintiéndome mal, mostrándome sumiso o intentando compensar como pueda. Si me siento responsable, me doy alas. Me hago consciente de lo que he hecho, entiendo por qué lo hice puedo pensar alguna forma de que no vuelva a ocurrir. En el caso del olvido del gas, por ejemplo, puedo ponerme una nota en la puerta de salida, para verla cuando salga de casa; o me puedo poner la alarma del reloj para que suene a esa hora o, en último extremo, no encenderé el gas antes de salir de casa. Yo me responsabilizo del error y yo pienso los métodos que me resulten más cómodos para que no lo vuelva a cometer. Punto. Se acabó el tema. Esta responsabilización pasa por entender por qué se cometen errores.

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Según McKay y Fanning, el auténtico error no es aquél del que nos estamos acusando, sino no haber sido consciente de sus consecuencias en el momento en el que lo cometimos. Ellos lo denominan “conocimiento consciente” que, en el caso del error, nos faltó. Esto implica otra premisa importante y es que en el momento en el que estamos cometiendo el error, estamos haciendo lo mejor que podemos hacer. Efectivamente, nadie comete errores a propósito. Sí podemos darnos cuenta de que lo que hacemos va a salir mal (en el apartado 4 veremos las verdaderas razones por las que cometemos errores), pero no podemos hacerlo de otra forma y, en cualquier caso, esto ocurre las menos de las veces. La gran mayoría de las ocasiones en las que cometemos un error, creemos que, en ese contexto, con ese estado concreto en el que estamos, con esas personas, lo que estamos haciendo (que luego resultará haber sido un error) es lo mejor. De lo que no nos damos cuenta en esos momentos es de las consecuencias que ello va a tener –ahí está el verdadero error y ahí está también la “solución” que nos va a permitir intentar no volverlo a cometer. El Crítico va por otros derroteros. Al evaluar las situaciones, comete otro “error” y es el de la “clarividencia retrospectiva”: nos damos cuenta de que nos hemos equivocado en un contexto, que no es el mismo que aquél en el que cometimos el error. En un sentido estricto, no nos podemos culpar a posteriori, porque en ese momento no sabíamos que estábamos cometiendo un error y no teníamos la información que estamos teniendo ahora.

3. Utilizar el método del castigo para enmendar el error y bloquear a la persona Habría que añadir: utilizar el castigo como “único” método. De hecho, ante la aparición de un error, hay varias formas posibles de responder, unas más efectivas, otras menos, dependiendo de la situación. El método del castigo es, precisamente, de los menos efectivos. Veamos las posibles resoluciones ante un error:

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TRATAMIENTO DE LOS ERRORES

ERROR

CULPARSE

DEJARLO

CRITICARSE

PASAR

C-A-P-P

“EXPIAR” LA CULPA

Culparse, criticarse : ya sabemos lo que es. Es el método del Crítico que ya hemos descrito suficientemente. Dejarlo pasar : a veces, podemos considerar que el error no ha traído las consecuencias negativas suficientes como para hacer algo al respecto. O no nos compensa intentar enmendarlo porque sería demasiado coste. O ya nos basta con el “susto” y hemos aprendido la lección. El caso es que no por dejar pasar algún error somos unos dejados, unos caraduras o unos vagos. Simplemente, hay situaciones que no merecen darle más vueltas y decidimos que ésta es una de ellas. Sorprendentemente para las personas con Crítico Interno, las personas con alta autoestima dejan pasar bastantes más situaciones de error que aquellas que intentan enmendar, y no por ello son unos pusilánimes a los que todo les sale mal.

C-A-P-P: estas siglas significan Comprender – Aceptar – Perdonar – Prevenir. Éste es el método que suele seguir la autocrítica sana cuando decide intervenir.

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Significa que, ante un error, en primer lugar, nos esforzamos en comprender qué ha ocurrido, qué elementos (necesidades, creencias, expectativas…) nuestros pueden haber influido para que en ese momento, no fuéramos conscientes de las consecuencias del error, qué circunstancias del momento (internas o externas a nosotros) pueden haber influido. Evidentemente, esto implica una confianza en nosotros mismos y da por hecho que hacemos las cosas “de buena voluntad”, queriéndolas hacer bien. Podemos ver que las conductas que criticamos no son más que intentos de adaptarnos, o formas de satisfacer alguna necesidad o deseo, o de evitar algún dolor, en suma, son intentos fallidos de estar bien. En segundo lugar, intentaremos aceptar que hemos cometido ese error, y aceptarnos a nosotros mismos pese a haberlo cometido. Esto no significa que estemos de acuerdo con lo que hacemos, pero sí que admitamos que esa es nuestra realidad y que podemos convivir con ella. Es como una confirmación: seguimos confiando en nosotros, aunque hayamos cometido ese error. Sólo intentamos hacer las cosas lo mejor que podemos aunque a veces, como en este caso, no salgan como esperábamos. En tercer lugar, nos prevenimos y perdonamos. Borrón y cuenta nueva. Ya lo hemos pasado, ya nos hemos sentido mal por ello, ya está bien. Todo “machaqueo” siguiente nos llevaría a bloquearnos y a no hacer nada. Porque aquí se une un paso intermedio (la prevención) muy importante: ver qué hacer para prevenir un futuro error. No vamos a dejar pasar el error, simplemente perdonándonos. El perdón implica que hemos sido conscientes de lo que ha ocurrido y por qué, hemos sido condescendientes con nosotros mismos –nos hemos comprendido– pero para ello necesitamos a pensar qué hacer. Dependiendo del error, podemos 1. aplicar estrategias para que no vuelva a ocurrir (como las del ejemplo del gas), o 2. podemos informarnos más para comprender mejor la situación (como en el ejemplo de la fiesta), o 3. podemos decidir afrontar la situación y hablar

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con las personas implicadas, compensar a las posibles víctimas de nuestro error, rehacer lo que hemos hecho mal (por ejemplo, si hemos dado una información erróneas, darla correctamente), etc. Lo importante es que lo hagamos con una intención sincera de que no vuelva a ocurrir o, por lo menos, no con tanta virulencia. Una vez decidido qué hacer, podemos y debemos perdonarnos y dejar de darle vueltas.

Expiar la culpa : El término es de McKay y Fanning. A mí no me termina de gustar, pero indica claramente qué significa. Hay veces en las que uno se siente realmente pesaroso por lo que ha hecho, sobre todo si se le ha infringido algún mal a otra persona. No estoy hablando de culpa provocada por el Crítico, sino de la “culpa adaptativa” de la que hablábamos en el capítulo 7. Hemos hecho daño o producido un gran perjuicio a alguien y lo sentimos, sintiéndonos mal por ello. Nos gustaría que no hubiera ocurrido. En estos casos, no nos bastará con “dejar pasar” o comprender, aceptar perdonarnos. Nos sentimos demasiado culpables. Necesitamos que sea la propia persona la que nos perdone y libere, así, de la carga. Expiar la culpa es pedirle perdón a la persona afectada por nuestro error, mostrarle que lo sentimos, y que, seguramente, no cometimos nuestro error por mala intención hacia él o ella. Estaría bien que explicáramos a la persona qué ocurrió y por qué, sin que esto pretenda ser una justificación, y que le pidamos que nos perdone por nuestro error. Si nos perdona, seguramente nos sentiremos liberados, aunque esto no quita que queramos hacer el proceso de Comprender-Aceptar-Perdonar, para perdonarnos a nosotros mismos también y pensar alternativas para que no vuelva a ocurrir.

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4. Hacer atribuciones falsas sobre el origen del error: El Crítico Interno suele hacer atribuciones (inferencias sobre la causa de las cosas) de las llamadas internas y estables: siempre, sin excepción, soy yo el causante de las cosas que ocurren a mi alrededor. Por lo tanto, las explicaciones al por qué hemos cometido un error concreto siempre irán en la línea: porque eres así, porque eres tonto, porque no te enteras, porque quieres sacar provecho de las cosas, etc. El Crítico tiene una destreza especial para hacernos creer que las cosas las hacemos mal porque queremos, (“querías sacar beneficio”, “lo has hecho porque te conviene”, “no quieres cambiar”, etc), en vez de aceptar la explicación mucho más probable de que cometemos errores porque no sabemos hacerlo mejor. Pero dentro de esto, es bueno que sepamos, de una vez por todas, por qué realmente cometemos errores, cuáles son las verdaderas causas por las que no vemos, en un momento dado, las posteriores consecuencias negativas que tendrán nuestros actos. McKay y Fanning definen cinco causas posibles: Ignorancia: cuando es la primera vez que nos vemos en esa situación o la primera vez que cometemos ese error. En este caso, seguramente no sabíamos las consecuencias negativas que le seguían y, por lo tanto, no podíamos ser conscientes de ellas. Esto ocurre, por ejemplo, en un trabajo nuevo, con el primer hijo, en una nueva ciudad o país… Olvido: cometemos repetidamente un mismo error, pero las consecuencias negativas de esa acción no han sido nunca lo suficientemente traumáticas, y por ello las hemos olvidado. No somos conscientes de ellas, porque no las recordamos a la hora de emprender una acción que nos va a llevar al error. Por ejemplo, suelo llegar

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tarde a los sitios, pero nunca ha pasado nada por ello; no acudo a las citas, pero nunca nadie se ha enfadado en serio conmigo; soy muy desorganizado, pero siempre consigo improvisar y salir airoso a última hora… Negación: podemos “negarnos” a ser conscientes de las consecuencias negativas que conlleva una acción por temor a lo desconocido. Esto ocurre... ¡con nuestro Crítico Interno! Nos “negamos” a ver los costes que conlleva la crítica patológica, porque tenemos mucho miedo de lo que pueda venir después. O no sabemos decir No y nos buscamos mil explicaciones que nos autoexcusan por temor a tener que decir que sí y no saber cómo. Otra razón por la que nos podemos negar a ver consecuencias negativas es por necesidad: necesitamos tanto algo, que no queremos ver las consecuencias que conlleva (por ejemplo, en una relación amorosa patológica o en las adicciones, ya sea al tabaco, al alcohol, a las drogas o al juego). Falta de alternativa: en este caso, sí vemos las consecuencias negativas, pero no conocemos otra forma de actuar, y ante la disyuntiva de actuar erróneamente o no actuar, preferimos actuar erróneamente, diciéndonos que las consecuencias no serán tan graves. Esto ocurre siempre que no dominamos alguna destreza, por ejemplo, asertividad. Hábito: tenemos un hábito de conducta tan arraigado que ni se nos ocurre pararnos a pensar en las consecuencias negativas que nos está trayendo. Por ejemplo, ser desordenados, dormir poco, afrontar las cosas con ansiedad... nos creemos que esto forma parte de nuestra personalidad y nos hemos resignado a “ser así”. Saber por qué hemos cometido un error puntual nos desvía del camino que nos marca el Crítico y nos ayuda a encontrar una solución. Siempre que decidamos que nos compensa…

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EJERCICIO Hemos intentado plasmar todo lo que se ha dicho en este capítulo en un solo ejercicio. En principio, habría que aplicar este cuestionario cada vez que uno se reprocha duramente el haber cometido un error. Se presenta como una alternativa al Crítico Interno y sus mandatos. Si a alguien le resulta demasiado largo, puede coger solamente aquellas preguntas que le ayuden más. El Cuestionario, que ya ha aparecido en numerosos textos y cursos que hemos impartido, está inspirado en las teorías de McKay y Fanning. AUMENTO DEL CONOCIMIENTO CONSCIENTE DE LOS ERRORES 1. Error: (poner una breve descripción del error que se piensa se ha cometido, por ejemplo): Me olvidé de felicitar a mi sobrino por su cumpleaños) .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. 2. Consecuencias negativas (objetivas, no autocríticas): (describir las consecuencias negativas que un observador externo podría notar, no las que nos dice nuestro Crítico, por ejemplo: Él estaba esperando que le llamara y se quedó defraudado (me lo dijeron)) .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. 3. Porqué cometí el error (ign.-olv.-negac.-falta de alt.-háb.): (apuntar por cuál (o cuales) de las cinco razones antes descritas se cree que se ha cometido el error; puede ser más de una, por ejemplo):

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Por negación, ya que sabía que me olvidaría porque tenía muchas cosas que hacer, pero confiaba en que me acordaría. Quizás también un poco por falta de alternativa: no sabía cómo combinar todo lo que tenía que hacer.) .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. ..............................................................................................................................

4. Comprensión del error: ¿qué estaba buscando al emitir mi conducta? ¿Un placer a corto plazo, seguridad, agradar a los demás, evitar algo peor? ¿Estaba intentando cubrir alguna necesidad? (Por ejemplo: estaba intentando satisfacer a todos, hacerlo todo bien, no dejar nada por el camino..) .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. ..............................................................................................................................

5. ¿Qué me puedo decir para no sentirme culpable? Pistas: Ya he tenido suficiente “castigo” El error no fue cometido conscientemente. Lo cometí por..., por lo tanto, no soy “culpable” En vez de criticarme, puedo intentar “comprenderme”. Yo actué intentando conseguir... Mi “pecado” es no conocer otra forma de llegar a ello. Es cuestión de aprender otra manera de llegar a ello. Puedo intentar aceptarme, seguir confiando en mí aunque haya cometido este error. (Por ejemplo: cometí el error por cargarme demasiado trabajo y no ver que no podía con todo. Acepto que lo cometí y voy a intentar que no vuelva a ocurrir) .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. ..............................................................................................................................

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6. ¿Qué puedo haber aprendido de este error? (poner aquí las acciones que se quieren emprender para intentar prevenir que el error no vuelva a ocurrir, por ejemplo: tengo que hacer una planificación de las cosas que hago y descartar algunas: no puedo con todas. También, planificarme bien el día y apuntar las cosas en mi agenda) .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. 7. ¿Me perdono? (Éste punto es importante. Si la respuesta es: no, es que el Crítico se nos habrá “colado” por alguna de las preguntas anteriores y nos está haciendo sentir mal y bloqueados. Repasemos de nuevo el Cuestionario, intentando contemplarnos con ojos amables) .............................................................................................................................. .............................................................................................................................. ..............................................................................................................................

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¿Recordáis a nuestras cuatro madres del capítulo 3: Claudia, Marta, Rosa y Vanessa? Las cuatro se encontraban en el patio común de su Comunidad de Vecinos, con sus hijos de 4 años… Como ya anunciamos en ese capítulo, vamos a volver a conectar con ellas. En aquél capítulo, analizamos cuáles de ellas parecían tener la autoestima más alta y más baja y llegamos a la conclusión de que Claudia y Rosa tenían autoestima alta y Marta y Vanessa, más baja. Vamos a ver ahora cómo es su conducta respecto a sus hijos y si su autoestima repercute en ella o no. Presentamos aquí, extractadas, las partes del capítulo 3 que hablan de la relación de estas cuatro madres con sus hijos: Claudia deja a su hijo en el arenero, le da el camión y la pala que llevan y le dice: “bueno, chiqui, me voy a sentar en ese banco, si quieres algo, me lo dices, ¿vale?” y se encamina hacia un banco cercano. En un momento dado, se dice: ¿dónde está Jorge? (hijo). Ah, ahí está, tan contento... Voy a seguir con el libro... (lee)

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Marta deja a su hijo en el arenero, le da su cubo y su pala y le recuerda: “ya sabes que tienes que compartir ¿eh? No les quites las cosas a los niños, siempre pídeles permiso – es que últimamente está de un posesivo…”, le explica a un vecino que se encuentra cerca. En un momento dado, se dice: “no me han puesto buena cara cuando he llegado ¿habré metido la pata? O quizás es porque Raúl (hijo) le quitó la muñeca a la hija de Lucía… (mira a Raúl)… ¡ya está otra vez queriendo coger algo que no es suyo! ¡¡¡Raúl!!” Rosa conduce a su hijo al arenero. Se sienta en el borde del mismo y comienza a ayudar a su hijo a hacer un castillo de arena. En todo el tiempo, permanecerá sentada junto a él, jugando con él u observándole. Cuando, en un momento dado, el niño se une a otros niños y sale corriendo, Rosa se queda sentada, mirándole y sonriendo orgullosa. Hay un momento en el que se dice: “¡Qué gracioso es Jaime (hijo), se ha dado cuenta de que le quieren quitar el camión y no se deja... cómo defiende lo suyo…! Anda, se ha ido corriendo con los niños y no le veo… Bueno, me quedaré cuidando de sus cosas hasta que vuelva, se le ve tan feliz…” (se supone que se encuentran en un recinto cerrado, que no tiene peligro para los niños) y sigue sentada, ocupada en recopilar los juguetes desperdigados de su hijo. Vanessa lleva a su hijo firmemente cogido de la mano y se dirige directamente al arenero, sin mirar a nadie. Al llegar al arenero, se queda al lado de su hijo, muy ocupada en darle los juguetes y procurar que no se ensucien, meterle la camisa en el pantalón, atarle los zapatos, etc. Cuando habla con él, lo hace en voz baja. El niño mira a los demás niños con anhelo, pero no se mueve del sitio.

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EJERCICIO EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS Sabiendo que Claudia y Rosa tienen la autoestima alta y Marta y Vanessa, baja ¿Qué diferencias adviertes en ellas en la forma de tratar y de contemplar a sus respectivos hijos? Hay por lo menos cinco diferencias entre las dos madres que tienen la autoestima alta y las que tienen la autoestima baja, ¿cuántas encuentras tú?1

1.…………………………………………………………………………………

2.…………………………………………………………………………………

3.…………………………………………………………………………………

4.…………………………………………………………………………………

5.………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… …………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………

1. Diferencias: 1. Unas se fijan en lo positivo del niño – otras en lo negativo o corregible 2. Unas se centran en el niño en sí – otras en la imagen que está dando el niño 3. Unas le dejan ser – otras no le dejan ser 4. Unas muestran confianza en él – otras no muestran confianza en él 5. Unas están relajadas respecto a su hijo – otras están en alerta constante.

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Vamos a imaginarnos que preguntamos a Marta y Vanessa por qué los vigilan tanto, los corrigen y advierten. Seguramente, contestarían con unas razones que son las que, a lo largo de años de terapia y cursos a padres, hemos visto que son los principales errores en la interpretación que los padres hacen de las conductas de sus hijos. Estos padres y madres ven a sus hijos como personas que: •

intentan manipular al adulto con tal de salirse con la suya, quieren “tomarle el pelo” o “reírse de él”.



hacen las cosas (sobre todo, las mal hechas) con una intención concreta, normalmente, sacar un beneficio.



piensan y razonan con la misma lógica que el adulto.



tienen unos criterios morales definidos, por ejemplo, tienen claro el concepto de bondad-maldad, egoísmo, etc.

Sobre todo los dos primeros puntos forman parte de muchas conversaciones entre padres o profesores: “Siempre consigue salirse con la suya”, “Lo hace porque sabe que así lo dejo en paz”, “¿Ves? Ya lo ha conseguido: como llora con tanta pena, todo el mundo le hace caso”, “Esto lo hace para llamar la atención”. ¿Son erróneas estas frases? No, seguramente tendrán razón. El problema es ver en ello algo malo a corregir. Porque ¿ no queremos todos salirnos con la nuestra? ¿no intentamos llamar la atención sobre nosotros cuando nos sentimos desatendidos? ¿por qué al niño no le permitimos, por lo menos, intentarlo? La respuesta es: porque las personas que ven al niño con las características que hemos puesto arriba SOLAMENTE VEN ESO. Se centran excesivamente en la parte manipuladora y egocéntrica del niño sin ver que esta es lo menos importante de su desarrollo. Cuando menos, es una faceta más junto con muchas otras, que el adulto que piensa así no ve, y que son infinitamente más importantes que las pequeñas manipulaciones que pueda realizar el niño.

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Características del niño antes de los diez años Vamos a intentar explicar cómo es el niño realmente, si apartamos las capas de “manipulación”, “llamadas de atención” y demás conductas que nos ciegan ante lo que es el niño en su interior. Esto no pretende ser un tratado de Psicología Evolutiva. Hay libros suficientes, dirigidos a padres y profesores, que explican de forma más exhaustiva y completa cómo es el niño en cada tramo de edad. Aquí vamos a plasmar solamente lo que nos interesa para el desarrollo de la autoestima. El tramo de edad que he puesto, “antes de los diez años”, tampoco ha de tomarse al pie de la letra. Me refiero a la etapa infantil, primera y segunda infancia, antes de la preadolescencia y la adolescencia. Algunos ya mostrarán signos de preadolescencia a los diez años, otros todavía tendrán un pensamiento muy infantil a los once. El niño, en su primera y segunda infancia es, sobre todo, una persona: Sin criterios El niño nace sin ningún tipo de concepto previo sobre las cosas y todo, absolutamente todo, lo tiene que aprender. “Aterriza” en un contexto que ya está formado (su familia), al que tiene que adaptarse y todo lo que ve y oye es nuevo para él. En ese sentido, es como un papel secante: sus sentidos están totalmente abiertos a los estímulos que recibe y todo lo asume como LA ÚNICA VERDAD. Como dice Pau Pérez Sales: “carecen de experiencias previas con las que comparar aquello que están viviendo y creen que aquello que ocurre en su familia es lo que se supone que debe ocurrir. Al fin y al cabo es todo lo que conocen (…) Los niños intentan adaptarse tanto como pueden al ambiente en el que están y establecer conexiones y vínculos con sus padres y hermanos”.

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Tenemos que ser conscientes de que todas las conductas del niño son aprendidas. Aunque el niño haya adquirido un lenguaje y unas habilidades sociales que le hacen parecer seguro, hay muchas cosas que no sabe y quiere aprender. No nos dejemos engañar por apariencias de suficiencia o agresividad. Simplemente, son muestra de que ha aprendido a utilizar un tipo concreto de habilidad social. El niño a estas edades es mucho más inocente de lo que su actitud externa puede hacernos creer. Que aprende por ensayo-error Ante la amplia paleta de posibles conductas que el niño observa a su alrededor ¿cuál elegir para sí mismo? Normalmente, el niño va tanteando conductas. En primer lugar, tenderá a imitar lo que ve que hacen sus padres o hermanos, y dentro de eso, irá probando conductas, buscando saber cuáles son las “buenas” para él y cuáles las “malas”. Las “buenas” serán aquellas que sean reforzadas y el niño tenderá a repetirlas; las malas serán las que no sean reforzadas y tenderán a extinguirse. Ahora bien: ¿qué es un refuerzo para un niño? Los refuerzos más poderosos son aquellos que cubren las necesidades básicas del niño: reconocimiento, afecto, seguridad. ¿Qué es un no-refuerzo, qué es lo que intentará evitar el niño? Todo aquello que no cubra sus necesidades básicas: indiferencia, rechazo, abandono. No hay, pues, normalmente, esa intencionalidad que se les pone muchas veces a los niños. La mayoría de sus conductas, las deseables y las no deseables, son tanteos para saber si van por el camino adecuado o se alejan de él. Y recordemos: el camino “adecuado” es el que nosotros le estamos marcando, consciente o inconscientemente. Con un pensamiento inicialmente mágico y poco lógico El niño no razona como un adulto. Por un lado, para la formación de su pensamiento y su percepción es necesario que pase, sobre

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los dos-tres años, por una fase de pensamiento mágico, en el que “confunde” la realidad con la fantasía y en la que ve a sus padres como dioses todopoderosos. Por otro lado, la propia falta de criterios (no saben cómo funcionan otros padres y si los suyos lo hacen bien o mal) hace que asuman sin cuestionarlo cualquier cosa que les digan sus padres, ya sea acertada o errónea. Este es un mecanismo de supervivencia innato: igual que los patitos recién nacidos siguen a su madre sin atender a otra cosa, los niños necesitan “seguir” a sus padres, lo que en términos humanos significa también, creerse todo lo que les dicen. La idealización garantiza la supervivencia. Por lo tanto, toda reacción del padre o la madre son asumidas de forma muy exagerada y al pie de la letra. Dice John Bradshaw al respecto: “Los niños interiorizan las reacciones de sus padres de forma exagerada. Cuanto más fuera de control está el padre, más amenazada está la seguridad del niño”. Otra característica del tipo de pensamiento mágico y poco lógico del niño, en este caso, de la primera infancia, es la identificación que hace el niño entre él y sus actos. Como todavía no tiene delimitado el concepto de “yo” tiende a igualar ambas cosas, lo cual deriva en: he hecho algo, luego soy así: si me alaban, soy bueno – si me regañan, soy malo. Como dice Castilla del Pino: “si el niño tiene esta tendencia a igualar acto con identidad y los padres no se lo desmienten, es más, se lo refuerzan, nacerá la culpa como parte integrante de la personalidad”. Es lo que Castilla del Pino denomina “culposidad”. Pero el niño tiene que cubrir una necesidad fuerte, además de las ya consabidas de reconocimiento-seguridad, y es la de encontrar una coherencia entre todo el bombardeo de estímulos a los que se ve sometido. Esto significa que tenderá a buscar una lógica, un hilo conductor que dé sentido a los estímulos incuestionables que provienen de sus padres, los que le llegan del resto del mundo y sus propios sentimientos y percepciones. Todo ello, con un pensamiento que no está formado, que en su inicio tiende a confundir identidad con actos, y a la propia persona con el exterior. En esta etapa, es crucial el enfo-

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que que den los padres al desarrollo del pensamiento de su hijo, si le culpan, le alaban, la actitud que tengan hacia él. ¿Se va viendo ya lo vulnerable que es el niño ante las actitudes de sus padres? ¿Y cuánto depende de ellos, no sólo a nivel de cuidados físicos? Egocéntrico Aquí es muy importante no confundir egocentrismo con egoísmo: egoísmo es un concepto “moral” y, como dice John Bradshaw: “los niños no son moralmente egoístas; de hecho, ni siquiera son capaces de desarrollar un pensamiento moral hasta los siete u ocho años. Incluso a esa edad, su pensamiento todavía incluye ciertos elementos egocéntricos. Los niños no son capaces de adoptar un comportamiento puramente altruista hasta aproximadamente los dieciséis años” (¡) (En el capítulo 13 hablábamos del desarrollo del pensamiento moral). A quien dude de esto, le recomiendo que lea sobre el desarrollo cognitivo del niño y allí verá que la capacidad de empatía, básica para ser o no ser egoísta, no se desarrolla plenamente hasta los ocho años. Es decir, hasta esa edad, el niño no es capaz de “sentir” cómo se está sintiendo otra persona y todas las conductas desprendidas y altruistas las hace porque sabe que a sus padres (o a alguna otra persona significativa para él) les gusta que se comporte así. Con lo cual, no podemos pedirle a un niño menor de ocho-nueve años que se comporte con corrección moral de motu proprio; simplemente, no es capaz. Lo que sí poseen los niños es un pensamiento egocéntrico y omnipresente. Esto no significa que se sientan superiores o más importantes que los demás, sino que todo se lo toman como una cuestión personal. Para el niño, todo lo que ocurre a su alrededor es porque él lo ha hecho bien o mal o porque se le quiere/se le rechaza. Creo que queda bastante claro la relación que esto guarda con las necesidades básicas de afecto-reconocimiento y seguridad: el egocentrismo es un mecanismo de supervivencia que garantiza que el

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niño buscará cubrir sus necesidades básicas. Tiene que lograr, por todos los medios, satisfacer esas necesidades, está “programado” para ello y el egocentrismo es una forma de conseguirlo. El hecho de ser egocéntrico conlleva, sin embargo, una serie de consecuencias que hacen al niño muy vulnerable ante ciertos estímulos. Por un lado, como hemos dicho, tiende a personalizar, es decir, a sentirse el centro y la causa de las cosas que ocurren a su alrededor. Esto ocurre a la vez que va desarrollando los límites entre su yo y el de los demás. Por no tener estos límites bien formados, los niños se sienten muchas veces omnipresentes, es decir, responsables o causantes de las cosas que han ocurrido a su alrededor, aunque no hayan intervenido directamente. Cuando mi madre, que es alemana, era pequeña, en la época del nazismo, el día del cumpleaños de Hitler se celebraba por todo lo alto con desfiles, fiestas, y fuegos artificiales. Da la casualidad que mi madre también cumple años ese día. Pues bien, ella estaba segura que todos aquellos desfiles que pasaban delante de la ventana de su casa eran para celebrar su cumpleaños. Por desgracia también se pueden poner ejemplos de la repercusión negativa de esa forma de pensar: el niño al que se muere su madre y cree que es porque se ha portado mal, o al revés: “si me hubiera querido, no habría querido irse al cielo”, y todas las formas de responsabilización y, por supuesto, culpa, ante situaciones negativas e incomprensibles que ocurren a su alrededor. Es importante tener en cuenta estos factores para poder comprendernos a nosotros mismos y a nuestros niños y no ver en ellos, solamente, a unos “adultos pequeños”, manipuladores y egoístas.

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Educación disfuncional o cómo educar para la baja autoestima Estamos en el capítulo de “Educar para la autoestima”, es decir, para intentar hacerlo “bien”. Pero considero muy importante analizar cómo se puede hacer rematadamente “mal”, es decir, qué factores intervienen en la educación de un niño que, posteriormente, desarrollará una baja autoestima, un Crítico Interno y fuertes sentimientos de vergüenza y culpa. Si tú, lector o lectora, sientes que tienes baja autoestima, quizás reconocerás algunas cosas de tu infancia. Intentaremos también “comprender” por qué hay padres que educan a sus hijos de esta forma. Si recordamos a Pedro, el niño del capítulo 4 que iba desarrollando una baja autoestima a medida que iba creciendo, podemos concluir que sus padres incumplían una serie de reglas sagradas de la educación y cometían numerosos errores. Los principales errores para una educación en autoestima son: a) Dinamitar las necesidades básicas del niño O, lo que es lo mismo, no cubrirlas. Esto significa abandonar al niño en momentos concretos o dejarle solo: un paciente al que le costaba hablar, se encontraba muchas veces solo en sus intentos por expresarse, porque la familia se había cansado y se había salido de la habitación; otra paciente contaba que en su casa estaba prohibido llorar: cada vez que ella empezaba a llorar, era enviada a la habitación hasta que dejara de hacerlo; un tercero contaba que sacaba muy malas notas, pero era muy bueno jugando al fútbol. No recordaba nunca que sus padres hubieran ido a verle a ningún partido: tenía que saborear sus triunfos solo. Significa no reconocerle: otra persona relataba que, cuando se peleaba con algún otro niño, el padre siempre daba la razón al otro, sin preguntar siquiera que había pasado; o el “tú te callas” que tenía que oír una paciente ante cualquier intento suyo de decir algo. Esto la llevó a no atreverse a informar sobre un ataque de apendicitis que tuvo.

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Significa negar muestras de cariño, abrazos, sonrisas, miradas: varios pacientes relatan no acordarse de haber recibido jamás un abrazo de sus madres/padres o haber sido recibidos con muestras de desprecio (“¿ahora qué quieres?”) ante sus intentos de obtener ese abrazo. Muchas veces, la negación de la satisfacción de las necesidades básicas se hace con una intención de castigo: como no te portas bien, no te doy un beso. Cuando seas bueno, te atenderé. b) Negar al niño ¿Qué es negar al niño? Es negar sus sentimientos, no dejándole que los exprese (“ llorar no sirve de nada”), rechazando su exteriorización, descalificarle por sentir algo (“estás loca”), y hasta negarle que existan sus sentimientos (“no, tú no estás enfadado”). También es negar sus percepciones: “aunque esta persona te hace sufrir, es buena y tienes que obedecerla”. Otra forma de negar al niño es no escuchándole, no atendiéndole y, sobre todo, no creyéndole. Muchos pacientes relatan haber sufrido esta falta de credibilidad: “siempre creían más a los demás que a mí”. En suma, negar al niño es no confiar en él ni en su desarrollo, creer que todo lo hace por malicia o con una intención egoísta o que no es capaz de hacer las cosas por sí solo. Es la falta de respeto más grave. c) Responsabilizarle de nuestros problemas Esta es una forma de utilización del niño muy habitual en la paleta de “malas formas” de educación. Ocurre cuando al niño se le hace sentir único responsable del bienestar familiar o individual de

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alguno de los padres. Varios pacientes me han relatado recordar que su madre o padre se “ponían enfermos” o se “deprimían” tras tener un disgusto con ellos. O, sin llegar tan lejos, madres y padres que “se sienten muy tristes”, “se les ha estropeado el día” o “con lo contento que estaba y mira…” A esto se le llama “chantaje emocional” y a veces adquiere formas tan sutiles que cuesta ver que, en realidad, se trata de una estrategia de la madre o padre para conseguir que, empujado por su culpabilidad, el hijo les atienda. Pau Pérez Sales, parafraseando a Hugo Bleichmar, relata otra forma de responsabilización patológica: “Bleichmar (…) nota cómo algunos padres producen sentimientos de culpa en sus hijos a través de un recordatorio constante de sus sufrimientos, de lo que han hecho por ellos, con reproches si el hijo da muestras de independencia o de ser feliz. Se utiliza la culpabilización como forma de control y de fidelidad. De manera directa y abierta o de manera encubierta, el goce del hijo es reflejado como una traición a los padres sacrificados”.

Consecuencias en los hijos Hemos visto muy claramente a lo largo del libro cuáles son las consecuencias de un tipo de educación como la que acabamos de describir. Sin embargo, todo lo que hemos dicho estaba contemplado desde nuestra mente adulta (salvo las historias de Pedro y María del capítulo 4), desde cómo somos ahora, entendiendo y razonando. Aunque nos lo podemos imaginar, no hemos descrito como lo siente el niño que sufre este tipo de educación. Pero, si queremos ser fieles a nosotros mismos y a lo que promulgamos, tenemos que pararnos un momento, dejar de sacar conclusiones y escuchar y respetar al niño para que nos cuente cómo se siente desde su realidad. Como, por desgracia, ningún niño es capaz de expresar cómo se siente en estos casos, tenemos que remitirnos a autores que han sufrido este tipo de educación.

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John Bradshaw dice, por ejemplo: “Cuando las necesidades son desatendidas, el niño recibe el mensaje de que sus necesidades no son importantes, y pierden el sentido de valor personal. No merecen que nadie esté allí para ellos. Piensan que no importan a nadie. Si sus necesidades son desatendidas de forma continuada, los niños dejan de pensar que tienen derecho a depender de alguien. Estas necesidades dependen del puente interpersonal y de la relación de mutualidad para ser satisfechas. El puente interpersonal se rompe cuando el niño es abandonado al desatender sus necesidades. Como no tenemos a nadie de quien depender, pensamos que no tenemos derecho a depender de nadie. Cuando sentimos una necesidad, nos sentimos avergonzados. Pero estas necesidades son básicas, es decir, sin ellas no podemos ser totalmente humanos, y por lo tanto, debemos intentar satisfacerlas con otros métodos, a menudo poco eficaces”. Alice Miller utiliza palabras terribles a partir de su experiencia: “Para un niño, el rechazo materno es como la pérdida de la madre, de ahí a que sea equiparable al peligro de muerte (...) Esta es la reprimida, pero correcta percepción que un niño no deseado tiene almacenada en el cuerpo: “me quieren matar, estoy en peligro de muerte…” Y Boris Cyrulnik explica: “En general, todo niño (que se siente) “de más”, al sentirse como un intruso, se ve obligado a realizar alguna ofrenda para lograr que le acepten y realimentar su vida afectiva”. Eso significa, o por lo menos, así lo entiendo yo, que el niño se ve obligado a dejar parte de su ser por el camino para conseguir pertenecer y ser aceptado por una familia tóxica. El niño sometido a estos estímulos es un niño tremendamente obediente. Tiene las normas tan interiorizadas que no hace falta repetírselas muchas veces, ya que de su acatamiento depende la integridad de su ser. Aunque normalmente, esta “obediencia” se manifiesta

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en conductas externas sumisas, a veces no ocurre así. Cuando las necesidades claman por ser satisfechas, cuando el niño intenta por todos los medios ser atendido (en cierto modo, su autoestima está dando coletazos), puede mostrar conductas desesperadamente agresivas o de llamada de atención. Puede ser disruptivo, agresivo, tener conductas aparentemente “malvadas”, robar, mentir. “Cuando uno tiene sed, bebe agua sucia”, y si para que te tengan en cuenta tienes que conseguir que te peguen o se preocupen por ti, lo intentarás por todos los medios, irás “a por todas”. Lo malo es que el niño lo hará sabiendo que está transgrediendo una norma, (porque pese a su conducta, sigue siendo muy obediente a lo que “debería” de ser), sintiendo que se aleja más todavía del ideal que tiene que alcanzar para gustar a sus padres, y aumentando así, su culpa y su vergüenza. Este tipo de educación que hemos descrito tiene sospechosas coincidencias con el maltrato, no importa ahora si hablamos de violencia de género, bullying, mobbing o tortura. Por suerte, cada vez tiene más cabida el concepto de “maltrato psicológico”, porque, cuando describimos el tipo de educación que lleva a una persona a tener baja autoestima y culpabilidad, estamos hablando de maltrato, cuando menos, psicológico. Las estrategias que utiliza el maltratador en casos de violencia de género, muy bien estudiadas por autores como Andrés Montero o Antonio Escudero, son, en su esencia, las mismas que, disfrazadas de “educación”, aplican ciertos padres a sus hijos. Entre otras estrategias, el maltratador consigue que “tras un trabajo previo de desvalorización y desidentificación de la persona, ésta tenga una pérdida de confianza en sí misma y en las propias percepciones. (Antonio Escudero) y que “las vías de razonamiento, comprometidas por la hipervigilancia y los sesgos atencionales (mecanismos de supervivencia ante un percepción de maltrato) la conducen hacia la conclusión más referencial: el castigo (= el maltrato) está ahí para corregir algo que ella ha hecho mal”.

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Por último, describen cinco factores, instaurados desde el exterior, que hacen que la persona se sienta vinculada a su maltratador, sin poder desprenderse de él: •

el aislamiento real o mental de la persona (a este respecto, una paciente relataba que su madre la mantenía aislada del resto del mundo con el argumento: “no son como nosotros – nos tienen envidia – no nos quieren”).



la dependencia de la víctima con el otro, por falta de perspectiva y aislamiento (¡cuánto más en el caso del niño!).



la pérdida de identidad propia, por no respetar sus criterios. Se utiliza la descalificación como estrategia de maltrato (en el caso del niño, no es una pérdida de identidad, sino una falta de adquisición de identidad).



la culpabilización, el “dar la vuelta a las cosas” de forma que el acusado se convierte en acusador, con la consiguiente desorientación de la víctima.



la identificación de la conducta con el ser.

Los padres Pero ¿quiénes son estos padres que tan mal educan a sus hijos, que les destrozan la vida cuando todavía no se ha desarrollado? ¿Cómo son y por qué lo hacen? Normalmente, son personas a las que no han sido cubiertas sus propias necesidades, que sienten vergüenza por sí mismos y que reproducen, a falta de mejores criterios, lo mismo que han hecho con ellos. No conocen otra cosa y tienen una enorme necesidad, aumentada con los años, de satisfacer sus propias necesidades no cubiertas en la infancia. “Una madre cuya personalidad se base en la vergüenza encontrará en sus hijos lo que no pudo encontrar en su propia madre. El

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niño está siempre a su disposición. Un niño no puede alejarse de ella como lo hizo su madre. Un niño puede utilizarse como una especie de eco, está totalmente pendiente de ella, jamás la abandonará, puede controlarse por completo y le dedica una profunda admiración y una atención total” (John Bradshaw). Estas palabras, durísimas, pueden hacer creer que la madre, en este caso, utiliza al niño conscientemente. Pero eso no es cierto. Esa madre cree que lo hace lo mejor que puede con sus hijos, pero que éstos no le han salido como deberían, tal vez porque son sus hijos y ella tampoco ha salido como debiera. Los padres que sienten vergüenza y culpa no ven los límites entre ellos y sus hijos: si culpan y maltratan a sus hijos, es porque ellos se están culpando y maltratando a la vez. Junto con la frustración porque el hijo no está cubriendo las necesidades insatisfechas del padre, sale la autoinculpación porque éste no es capaz de obtenerlas del hijo. Evidentemente, estos padres proyectan en los hijos todo lo que hemos descrito que conforma la baja autoestima: si no son capaces de reconocer sus propios sentimientos, no pueden enseñar a sus hijos a manifestarlos; si sienten vergüenza de sí mismos, la transmitirán a sus hijos, de forma que se crean “familias avergonzadas”, si su Crítico es lo único que les ha servido para sobrevivir, será lo único que apliquen para educar a sus hijos. No estoy diciendo que todos los padres que tengan la autoestima baja tengan necesariamente que educar a sus hijos de la misma forma y perpetuar así, una cadena familiar de generaciones. De hecho, dos de las madres que conozco que, a mi entender, mejor están educando a sus hijas, con la justa mezcla entre amor incondicional y límites, son dos pacientes mías que han sido maltratadas en su infancia y que crecieron en la vergüenza y en la Crítica. Han sabido reconocer en ellas los errores de una educación en la baja autoestima y se han propuesto, precisamente, no reproducirlos. De alguna manera, intentan hacer lo contrario de lo que hicieron con ellas y, de momento, el resultado son unas niñas alegres y con buena autoestima.

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Para educar en autoestima no es necesario poseer de inicio una autoestima alta, sí ser consciente de las propias limitaciones y estar dispuesto a no proyectarlas en los hijos. Como decía Boris Cyrulnik, un mismo acontecimiento traumatizante puede conducir a un secreto, a una compensación combativa o a una reflexión enriquecedora. Los niños, que no son culpables de nada, se merecen esto último. EJERCICIO ANÁLISIS DE TUS PROPIAS NECESIDADES Quizás venga bien en este punto reflexionar sobre nuestras propias necesidades, ver si están suficientemente cubiertas (aunque nunca dejamos de necesitarlas) o si estamos buscando satisfacerlas en las personas que nos rodean. El Cuestionario invita también a la reflexión sobre nuestras frustraciones y autoexigencias. Se trata de un ejercicio de protección para los niños que dependen de nosotros. Contesta a las siguientes preguntas, tratando de ser lo más sincero/a posible y sin permitir que el Crítico te robe protagonismo: 1. ¿Has sentido que tu necesidad de seguridad-pertenencia iba siendo cubierta en tu infancia? • ¿Recuerdas episodios de tu infancia en los que tu padre/madre te protegía, estaba del mismo bando que tú, se ponía de tu parte a la hora de afrontar un tema conflictivo con alguien? Mira a ver si se te ocurren, por lo menos, tres episodios de este tipo: 1. ——————————————————————————————— 2. ——————————————————————————————— 3. ——————————————————————————————— • ¿Recuerdas episodios de tu infancia en los que te sentiste completamente solo o sola, abandonada a tu suerte, sin nadie que te apoyara? ¿Recuerdas experiencias de buscar apoyo y no encontrarlo o encontrarte con que se apoyaba siempre a otro? Mira a ver si se te ocurren, por lo menos, tres episodios de este tipo:

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1. ——————————————————————————————— 2. ——————————————————————————————— 3. ——————————————————————————————— 2. ¿Has sentido que tu necesidad de reconocimiento-afecto iba siendo cubierta en tu infancia? • ¿Recuerdas episodios de tu infancia en los que sentiste que tus padres confiaban en ti, te creían y daban responsabilidades? ¿Recuerdas haberte sentido querida/o, haber recibido frecuentes abrazos y besos, haber sido alabado en público por tus padres? ¿Sentías que tus padres estaban orgullosos de ti? Mira a ver si se te ocurren, por lo menos, tres episodios de este tipo: 1. ——————————————————————————————— 2. ——————————————————————————————— 3. ——————————————————————————————— • ¿Recuerdas episodios de tu infancia en los que te sentiste no creído, sin derecho a decidir o mentirosa? ¿Recuerdas haber anhelado recibir abrazos, besos y cariño y llegar a la conclusión de que no los merecías? ¿Sentías que tus padres se avergonzaban de ti? Mira a ver si se te ocurren, por lo menos, tres episodios de este tipo: 1. ——————————————————————————————— 2. ——————————————————————————————— 3. ——————————————————————————————— 3. ¿Qué actitudes o comportamientos criticas o rechazas de tus padres? 1. ——————————————————————————————— 2. ——————————————————————————————— 3. ——————————————————————————————— • ¿Aparecen de alguna manera en la relación con tus hijos, o reproduciéndolos tú mismo/a, por el contrario, intentando compensar y haciendo lo contrario? • Si la respuesta es “sí”, tu conducta está repercutiendo de alguna manera en tus hijos? ¿Es sana para ellos o percibo resultados contradictorios?

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4. ¿ Qué frustraciones tienes en tu vida? ¿Hay algo que no hayas podido conseguir, aunque querías? ¿Algo que se te arrebató? ¿Un estudio, una profesión, un aprendizaje, una actividad, la relación con una persona? Mira a ver si se te ocurren, por lo menos, tres “frustraciones”: 1. ——————————————————————————————— 2. ——————————————————————————————— 3. ——————————————————————————————— • ¿Aparecen de alguna manera en la relación con tus hijos? ¿Intentas que éstos sean o hagan lo que tú no pudiste ser o hacer? ¿Les dejas ser diferentes a ti y aceptas esas diferencias? 1. ——————————————————————————————— 2. ——————————————————————————————— 3. ——————————————————————————————— Este cuestionario no tiene “resultados válidos”, es decir, la persona misma tiene que sacar sus propias conclusiones según lo que haya contestado. Quizás se te ocurre algún otro punto sobre el que analizar si estás proyectando en tus hijos y de qué forma. A partir de ahí, puedes hacer la “reflexión enriquecedora” respecto a qué les estás transmitiendo a los niños que tengas a tu alrededor o qué les quieres transmitir.

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Educar en autoestima y autocrítica sana Después de ver muy a fondo qué es lo que no hay que hacer, vamos ya a reflexionar por fin sobre lo que hay que hacer para que un niño que depende de nosotros se desarrolle con buena autoestima y capacidad de autocrítica sana. Esto no solamente es válido para personas que tienen hijos muy pequeños o que aún no los tienen. En cualquier momento se pueden modificar unas pautas educativas, se puede reconducir la educación que estamos dando. Nunca es demasiado tarde para intentar aumentar la autoestima de nuestro hijo, por lo tanto, que nadie se culpe del posible mal irreversible que puede haber inflingido a su hija. En vez de ello, es mejor que se concentre en qué puede cambiar, añadir, reducir, con tal de que su hijo pueda ser feliz y sentirse en paz. En principio, las pautas para educar a un niño en autoestima son pocas y sencillas. Yo las reduciría a cuatro: AMOR INCONDICIONAL ACEPTACIÓN INCONDICIONAL EMPATÍA CON LOS SENTIMIENTOS CONFIANZA EN EL NIÑO Y SU PROCESO

Amor Incondicional: significa que te quiero aunque hoy hayas sido malo; aunque no cumplas las expectativas que tenía puestas sobre ti; aunque te esté regañando por un mal comportamiento. Aceptación Incondicional: significa que te acepto tal y como eres, aunque no hayas salido como a mí me gustaría; aunque tengas capacidades, gustos, inclinaciones diferentes a las mías; aunque no sigas el camino que a mí me parece el mejor.

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Empatía con los sentimientos: significa que, cuando hay alguna situación conflictiva y en general, en todo momento, intento conectar con cómo te estás sintiendo, antes de sacar conclusiones basadas en cómo me estoy sintiendo yo. Que cuando muestras algún sentimiento, me olvido de mi interpretación e intento ver cómo lo estás viviendo tú desde tu visión de ... años. Confianza en el niño y su proceso: significa que creo en ti, que creo que no eres malo, ni egoísta, ni me quieres manipular ni reírte de mí, sino que estás siguiendo el proceso que te dicta tu evolución y tus necesidades: tanteando, probando, experimentando nuevos caminos. Mi labor consiste en informarte sobre los caminos que, a mi entender son los mejores, y esto a base de refuerzos, castigos, puesta de límites. Pero, por encima de todo, creo en ti y tu proceso.

Yo estoy para ayudarte, tú no estás para ayudarme a mí.

Estrategias educativas Podemos concretizar un poco más y ver en qué estrategias educativas particulares se plasma esto que hemos dicho: 1. Siempre hay que separar el ser del hacer. Es decir, dejar claro al niño que él en su esencia, nos gusta y le queremos, aunque podamos corregirle, o incluso enfadarnos con su forma de hacer. Esto se logra, por un lado, alabándole mucho, repitiéndole sin miedo lo mucho que le queremos y lo contentos que estamos de que esté con nosotros. Hay personas que temen que el niño se vuelva un “creído” o un mimado –no tienen nada que ver unas cosas con otras. Nunca sobra una alabanza o una muestra de cariño.

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Otra forma de separar el ser del hacer es a la hora de regañar: están prohibidos los insultos, las etiquetaciones (eres un/una…), las calificaciones de todo tipo. Centrémonos en la descripción de la conducta concreta que el niño ha hecho mal, informémosle sobre lo erróneo de esa conducta, explicándole las consecuencias. En vez de “eres un torpe”, habría que decir “has tirado el vaso porque lo habías puesto en el borde de la mesa”. 2. Utilizar un lenguaje que fomente la autoestima. Qué no hacer: •

etiquetar, (“eres un/una…) –en vez de eso, podemos describirle la conducta;



generalizar (“es que tú siempre… nunca”) –en vez de eso, de nuevo, podemos describirle la conducta;



dar por hecho cosas que no sabemos –en vez de eso, podemos preguntar al propio niño;



centrarse exclusivamente en el contenido de lo que nos dice el niño –en vez de eso, tenemos que tener muy en cuenta cómo nos lo dice. Los niños se fijan mucho más que el adulto en lo no verbal: la expresión de la cara, el tono, el volumen, los gestos… El niño parte de una situación, de bebé, en la que no entiende lo que hablamos y tiene, por tanto, que centrarse en las expresiones de la cara y los tonos que utilizamos, para conseguir sacar información. A medida que va entendiendo el lenguaje, éste va ganando terreno en detrimento de la comunicación no verbal, pero aún así, antes de los diez años, el niño es muy sensible a lo que estemos transmitiendo de forma no verbal. Por eso algunas personas recuerdan como situaciones verdaderamente traumatizantes ciertos gritos de su padre o madre: habían captado la ira que podía haber detrás en su esencia más pura y eso les asustaba y paralizaba.

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Por lo tanto, aparte de tener muy en cuenta nuestro lenguaje no verbal para con el niño, cuando un niño intenta transmitirnos algo, deberíamos fijarnos mucho en cómo nos lo dice, en la comunicación no verbal, porque podemos captar sentimientos y estados de ánimo que el niño, con su todavía pobre vocabulario, no es capaz de transmitirnos. Pero dentro del lenguaje también entra lo contrario de lo que estamos diciendo: el lenguaje hablado que nosotros, los adultos, sí dominamos. Es bueno hablar mucho con ellos – no convertir todo en un sermón, pero sí explicarles las cosas, por qué hacemos lo que hacemos, cómo nos hace sentir una situación dada, por qué esto que ha hecho está mal y tenemos que castigarle. No dejemos situaciones, sobre todo las dolorosas o frustrantes, sin explicar – si ocultamos información, el niño va a captar que “hay algo” y eso va a ser mucho peor, porque, en su inmadurez, puede llegar a conclusiones bastante perniciosas para él. Aparte de eso, no podemos pretender que un niño nos lo cuente todo si nosotros no hacemos lo mismo. 3. Estar cerca del niño, tocarle Los niños valoran la cercanía física, la identifican correctamente como cariño. Sin que sea necesario que parezcamos los “osos amorosos”, deberíamos procurar situarnos siempre cerca de ellos, tocarles y dejar que nos toquen, sobre todo cuando nos cuentan algo, están alterados, o se sienten mal. Agacharnos y ponernos a su altura o escuchar mientras les cogemos de la mano les transmite una sensación de seguridad, respeto e interés hacia lo suyo. 4. Tratar correctamente sus sentimientos En principio, ningún sentimiento debería de ser coartado: todos son válidos y buenos para algo. Esa es una de las primeras cosas que debemos transmitir al niño: tiene derecho a estar enfadado, triste o alegre, aunque a mí no me parezca que la situación lo requiera.

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Dentro de eso, una forma de mostrar respeto hacia sus sentimientos y, de paso, ayudarle a conceptualizarlos, es ayudarle a nombrar sus sentimientos. El niño tarda unos años en ser capaz de identificar sus sentimientos y ponerles un nombre. Nuestros esfuerzos por entenderlo y encontrar un nombre (“te sientes triste, enfadado, frustrado incluso…”) darán validez y legitimidad a sus sentimientos. Otra cosa muy importante es ayudar al niño a diferenciar entre sentir y expresar un sentimiento: el niño que es sensible y las cosas le afectan más que a otros tiene pleno derecho a ser así; pero quizás no será muy popular si se pone a llorar desconsoladamente cada vez que algo le frustra: deberá aprender a exteriorizar sus sentimientos de forma más adaptativa, a autocontrolarse en ciertas situaciones, para poder desahogarse sin temor en otras, etc. Tiene derecho a sentir lo que sienta, pero debemos enseñarle a exteriorizarlo adecuadamente. 5. Mostrarle respeto Todo lo que hemos dicho hasta ahora es, de alguna forma, mostrar respeto al niño, pero hay una actitud sencilla que puede llevar a dar grandes pasos: escucharle. Podemos y debemos escuchar sus opiniones, aunque luego las razonemos y desechemos; las cosas que nos tenga que contar, aunque a veces nos resulten aburridas y, por supuesto, la manifestación de sus sentimientos. Todas estas cosas tienen que ser tomadas en serio: aunque sea pequeño y tenga poco criterio, el niño es una persona y como tal, merece ser escuchada y atendida, precisamente para poder formar criterios que le ayuden a opinar, sentir y expresarse. Dentro de este “tomar en serio” entra también no mentir al niño o no prometer cosas que luego no vamos a cumplir. Esto último es una traición. El niño pequeño, por los factores que dijimos antes, tiene tendencia a creer todo lo que le decimos, con lo cual le sometemos gratuitamente a grandes frustraciones cuando prometemos cosas que sabemos que no vamos a cumplir, sólo para que obedezca.

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Otra manifestación de nuestro respeto es la confianza de la que hablábamos antes: confiamos en que el niño no es malo, nos quiere por encima de todo y tiene capacidad para ser feliz y salir adelante, si se lo permitimos. Dentro de esta confianza, está el preguntarnos por qué tiene conductas que no nos gustan, en vez de juzgar que son por alguna causa malévola. El mejor ejemplo para lo que quiero decir es el famoso “querer llamar la atención”. Si un niño intenta llamar la atención con conductas inadaptadas, el problema no se termina, como ocurre en muchos casos, con la constatación de que “sólo” quiere llamar la atención. Más bien tendríamos que preguntarnos por qué necesita tanto llamar la atención, por qué está sintiendo que no es lo suficientemente importante ¿Le estamos negando algo? ¿Nos estamos centrando demasiado en unos aspectos suyos y en otros, no; o en otra persona – un hermano, la pareja – más que en él? Estas reflexiones, más allá de la pura constatación de hechos, muestran respeto al niño y su proceso y confianza de que, si necesita llamar la atención, es que tiene razón y nosotros debemos solucionar este problema. 6. Ponerle límites Todo esto que estamos diciendo no significa que tengamos que pasar por alto todas las conductas equivocadas o disruptivas del niño, que le consintamos todo y no le podamos regañar nunca para no dañar su autoestima. En absoluto. Queremos educar niños con buena autoestima, no niños consentidos e inadaptados, que no conocen la frustración porque les protegemos antes de que ocurra. El niño necesita aprender los límites de las cosas: límites entre él y nosotros, entre lo que puede hacer y no puede hacer, entre lo que se puede hacer en casa y no se puede hacer fuera, entre sus deseos y los nuestros, entre su intimidad y la nuestra… Sólo enseñándole límites va a aprender a protegerse a sí mismo y dar validez a su ser como algo independiente de los demás.

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Los métodos para enseñar límites son los de toda la vida: alabar cuando está haciendo bien las cosas (¡no desdeñar nunca las alabanzas!) y regañar o castigar cuando las está haciendo mal. La diferencia con los métodos “tradicionales” de educación que desde aquí promulgamos es puramente formal, pero muy importante: se puede regañar o criticar sin descalificar al niño, sin avergonzarle ni hacerle sentirse culpable; transmitiéndole que, pese a la crítica, le seguimos queriendo. Eso se logra, sencillamente, siguiendo las pautas que hemos descrito de lenguaje y respeto.

Educar para la sana autocrítica Por último, queremos hacer especial énfasis en las pautas educativas necesarias para que el niño desarrolle una sana autocrítica y no vaya por el camino del Crítico Interno. El desarrollo de la capacidad de autocrítica depende de cómo emitamos nosotros las críticas a nuestros hijos, y éstas dependen de: 1. La medida en que se hagan pasar por imperativos morales cuestiones que no tienen que ver con ello. Por ejemplo, no es lo mismo tener gustos diferentes que ser un depravado (por ejemplo, si al niño le gustan los tatuajes) –ni ser de una manera que no nos gusta que ser un cobarde, un débil, una veleta...– ni no saber hacer otra cosa que ser una vaga (al sacar malas notas), un pusilánime... Si confundimos cuestiones de gustos, de aptitudes o de conocimientos con cuestiones morales, estamos confundiendo al niño, no le damos pautas para mejorar ni le enseñamos a reflexionar qué hacer ante los errores.

2. La medida en que las críticas diferencien entre conducta e identidad De nuevo este punto tan importante. Cuanto más claro dejen los padres que los errores se hacen, se cometen, y uno no es erróneo sin

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remisión, mejor desarrollará el niño un sano mecanismo de autocrítica, que le permita, de nuevo, ver el error cometido y buscar una solución efectiva para no volver a cometerlo.

3. La frecuencia de críticas en relación a la de alabanzas Si el niño recibe críticas con excesiva frecuencia en detrimento de alabanzas, porque “¿por qué le voy a alabar, si sólo hace lo que debe hacer?”, no podrá desarrollar el mecanismo sano de la autocrítica, ya que se sentirá criticable en todo su ser y en todo lo que hace, lo que le dará un carácter de irremediabilidad.

4. La congruencia entre las diversas críticas Los padres deberían de estar de acuerdo al máximo posible entre lo que consideran criticable y quieren corregir en el niño y lo que no consideran criticable y pueden pasar por alto. El propio padre o la propia madre tendría que ser congruente en sí: tener claro qué cosas son importantes criticar y qué cosas se pueden dejar pasar; y estas pautas propias deberían de dejarse claras ante el niño. Ante la incongruencia entre los padres o de un mismo padre consigo mismo, el niño tiende a desorientarse (recordemos que está formando sus criterios) y a sentirse inseguro. Muchas veces, esa inseguridad revertirá en culpa: “como no entiendo por qué hoy me regañan y ayer no me dijeron nada, debe de ser culpa mía”, como forma de encontrar una coherencia en ello.

5. La intensidad emocional con la que se transmiten las críticas Ya dijimos que, por varias razones, el niño se fija y le afectan más las expresiones de emoción de los adultos que a éstos. Por lo tanto, si las críticas se emiten siempre con una gran carga emocional, el niño guardará más esa emoción que el contenido de la crítica. Un

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niño puede entender que se le está odiando cuando se le critica con gran rabia e, independientemente de lo que le hayamos dicho, quedarse con la idea de que le odiamos. Que a veces no podamos reprimir la ira la rabia es natural e incluso bueno que mostremos al niño, para que aprenda a diferenciar emociones, y mejor todavía, que le expliquemos por qué nos ha sentado tan mal esa conducta concreta. Pero otra cosa es que todo se lo digamos a gritos, todo, aparentemente, nos saque de quicio o sólo sepamos decirle las cosas en un tono desesperado. Recordemos: el niño no es un adulto y no sabe lo que hay detrás de las cosas si no le informamos. * * * “Cada segundo que vivimos es un momento nuevo y único del universo un momento que jamás volverá... ¿Y qué es lo que enseñamos a nuestros hijos? Pues les enseñamos que dos y dos son cuatro, que París es la capital de Francia. ¿Cuándo les enseñaremos, además, lo que son? A cada uno de ellos deberíamos decirle: ¿Sabes lo que eres? Eres una maravilla. Eres único. Nunca antes ha habido ningún otro niño como tú. Con tus piernas, con tus brazos, con la habilidad de tus dedos, con tu manera de moverte. Sí, eres una maravilla. Y cuando crezcas ¿serás capaz de hacer daño a otro que sea, como tú, una maravilla? Debes trabajar –como todos debemos trabajar– para hacer el mundo digno de sus hijos.

Pau Casals

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Sé como te sientes, con esa sensación continua de no estar dando la talla, con ese sentimiento de culpa persistente por algo que ni siquiera puedes muy bien definir, o sí, por esa sensación de estar haciendo las cosas mal o no del todo bien que te persigue en el día a día. Tienes la certeza de ser menos que el resto del mundo. Es como si no escucharas tu propia voz por considerarla no válida “seguro que no lo que pienso no es lo acertado, el otro/a sabe mejor que yo lo que me conviene o lo que está bien”. Frases como “parece que todo lo hago mal”, “No soy capaz de apañármelas sola”, eran parte de mi también hasta hace poco; “mejor no hago esto o lo otro porque seguro que lo estropeo”. Muchas veces parece como si la opinión de la otra persona siempre te resultara más acertada que la tuya. Yo tenía esa sensación de bloqueo que produce el pensar que como había algo en mi que no funcionaba para andar por la vida, mejor era no aspirar a nada más, a proyectos nuevos, amistades nuevas, mejor era quedase en la segura apatía y tristeza de mi burbuja. Tal vez había alguien que me iba reforzando esta visión tan negativa de mí misma o tal vez no, pudo ser una pareja, una madre, un

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padre, un amigo alguien que me decía insistentemente “todo lo haces igual de mal”, o “no tienes remedio”, o “Anda que tú no sabes” o “eres un desastre” etc. hasta llegar a la anulación de mi estima, como si me fueran dando golpes en la nuca hasta doblegarme. Me perseguía la vergüenza de sentir que eres un ser inferior, la vergüenza de pensar que mis miserias, mis defectos magnificados se transparentaban para las otras personas. Nadie podía ser tan defectuosa o tan desastre o tan loca como yo, seguro. Y sin embargo, aquí estoy hoy, en un viaje lento en el que voy conociendo y aprendiendo a quererme. Estoy descubriendo que hay partes de mí misma que me gustan, que están ahí y que luchan por expresarse. Y que hay otras que no me gustan, que tengo defectos, pero que, sorpresa, no soy la única persona imperfecta, todo el mundo, hasta la persona que más admiro está hecho de la misma pasta que yo. Llegar a creerme que los errores forman parte de la vida, que una se puede equivocar una y mil veces pero que eso no me anula como persona ha sido un proceso duro. La culpa presiona y paraliza y resulta difícil deshacerse de ella porque siempre parece que lleva razón. Perdonarme los errores en el día a día es una labor que me va liberando, me va permitiendo avanzar y expresarme. A medida que voy dando legitimidad a lo que pienso y, lo que es más importante, a mis sentimientos, voy viéndome cada vez más como una persona válida, que importa en este mundo. Al final, todos esos sentimientos que yo ni siquiera escuchaba, resulta que eran genuinos, que me estaban diciendo que algo no me estaba haciendo sentir bien, que había un malestar real al que no estaba prestando atención. Ahora estoy empezando a ser capaz de permitirme sentir tristeza, ira, angustia o simplemente malestar sin sentirme culpable, sin intentar reprimir estos sentimientos porque “no tengo derecho a sentirlos”. La culpa y la vergüenza están desapareciendo a medida que bajo el listón de autoexigencias, a medida que voy destruyendo ese ideal de persona que pienso que tengo que llegar a ser, ideal de buena persona,

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ideal de buena hermana, ideal de buena pareja etc. He ido descubriendo que ese ideal de persona simplemente no existe, y este pensamiento me hace quitarme un lastre en cuanto a los “tendría que llegar a ser esto, tendría que llegar a hacer todo esto otro”. Descargarme de estas exigencias me está haciendo tener más momentos de disfrute de mi misma, de mi pareja, de lo que me rodea. Ese listón no es humano. Porque empiezo a sentir que me merezco disfrutar de la vida, me merezco ratos de dedicarme a mi misma. Lo merezco y lo valgo. Bien es verdad que todavía quedan restos de culpa, resortes muy arraigados en mi que tienden a repetir el camino del sacrificio para llegar a ser ese ser ideal. Sin embargo, cada vez más los tiempos en los que me siento a gusto conmigo misma son más frecuentes que los tiempos en los que siento malestar por no dar la talla. Me voy dando cuenta que cubrir constantemente las necesidades de los otros sin escuchar mis propias necesidades además de ser un error me lleva a sufrir, aunque de este modo consiga acallar la culpa de “si no lo haces eres egoísta”. Descubrir momentos de disfrute en la vida sin sentir culpa por no estar atendiendo a otras necesidades de otros o del mundo, es algo fantástico. Hay una sensación nueva para mi, empiezo a mostrarme al mundo y actuar tal y como soy, dando voz a esa parte que me avergonzaba y que ha resultado ser una parte ni horrorosa ni, por supuesto, nada de lo que sentirse avergonzada. Y poco a poco me voy dando cuenta de que tengo ganas de emprender pequeños o grandes proyectos nuevos sin tenerle miedo a fracasar, a ser rechazada o a cometer errores porque en el caso de que los cometa ya nos los tomaré como indicativo de lo mal que lo hago como persona, sino como lecciones para mejorar esa parte concreta. Sé que no es fácil aprender a escucharse a una misma, a los sentimientos, no es fácil irse convenciendo de lo que una vale y de que el disfrutar de la vida es también nuestro derecho, más aún cuando, en mi caso, nunca lo había experimentado antes. Pero lo estoy consiguiendo y me siento bien conmigo misma y con la vida cada vez con

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más frecuencia, y hasta hace un tiempo me parecía imposible poder llegar hasta aquí. Créeme, sé que puede resultar difícil pensar que puedes llegar a quererte y valorarte cuando nunca lo has hecho o has dejado de hacerlo hace mucho tiempo, pero se puede y sienta muy bien.

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BIBLIOGRAFÍA

ALEMANY, Carlos (Ed): Manual práctico del Focusing de Gendlin. Ed. Desclée De Brouwer, Col. Biblioteca de Psicología, 2007. BERNE, E.: ¿Qué dice usted después de decir “hola”? Ed Grijalbo, 1974. BRADSHAW, John: Sanar la vergüenza que nos domina. Ed. Obelisco, 1996 CASTANYER, Olga: La Asertividad. Expresión de una sana autoestima. Ed. Desclée De Brouwer, Col. Serendipity, 1996. CASTANYER, O. y ORTEGA, E.: ¿Por qué no logro ser asertivo? Ed. Desclée De Brouwer, Col. Serendipity, 2003. CYRULNIK, Boris: Los patitos feos. Ed. Gedisa, Col. Psicología, 2001. DRYDEN, W.: Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. Ed. Desclée De Brouwer Col. Serendipity 2009. ESCUDERO, Antonio; POLO, Cristina; LÓPEZ GIRONÉS, Marisa y AGUILAR, Lola: “La persuasión coercitiva, modelo explicativo del mantenimiento de las mujeres en una situación de violencia de género. II: Las emociones y las estrategias de la violencia”. En Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, oct-dic. 2005, nº 96, p. 59-91.

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DIRECTORA: OLGA CASTANYER 1. Relatos para el crecimiento personal. CARLOS ALEMANY (ED.). PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS PINILLOS. (6ª ed.) 2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OLGA CASTANYER. (29ª ed.) 3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad. A. GIMENO-BAYÓN. (5ª ed.) 4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPERANZA BORÚS. (5ª ed.) 5. ¿Qué es el narcisismo? JOSÉ LUIS TRECHERA. (2ª ed.) 6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (5ª ed.) 7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARLOS ALEMANY Y VÍCTOR GARCÍA (EDS.) 8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORETTA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. (5ª ed.) 9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.) 10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. JEAN SARKISSOFF. (2ª ed.) 11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPEZ-YARTO ELIZALDE. (7ª ed.) 12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GALLEN - HANS NEIDHARDT. (5ª ed.) 13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa. LUIS ZABALEGUI. (3ª ed.) 14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI. PRÓLOGO DE M. MARROQUÍN. (3ª ed.) 15. La fantasía como terapia de la personalidad. F. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.) 16. La homosexualidad: un debate abierto. JAVIER GAFO (ED.). (3ª ed.) 17. Diario de un asombro. ANTONIO GARCÍA RUBIO. PRÓLOGO DE J. MARTÍN VELASCO. (3ª ed.) 18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (6ª ed.) 19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. THOMAS HART. 20. Treinta palabras para la madurez. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (11ª ed.) 21. Terapia Zen. DAVID BRAZIER. PRÓLOGO DE ANA MARÍA SCHLÜTER RODÉS. (2ª ed.) 22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental. GERALD MAY. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET. 23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. JUAN MASIÁ CLAVEL. 24. Pensamientos del caminante. M. SCOTT PECK. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET. 25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (2ª ed.) 26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la integración psicológica y espiritual. DAVID RICHO. (3ª ed.) 27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en cada uno de nosotros afecta a nuestras relaciones. JOHN A. SANFORD. 28. Vivir la propia muerte. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE JUAN MANUEL G. LLAGOSTERA. 29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia. ASCENSIÓN BELART - MARÍA FERRER. PRÓLOGO DE LUIS ROJAS MARCOS. (3ª ed.) 30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías. MIGUEL A. CONESA 31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía básica para sobrevivir a los exámenes. KEVIN FLANAGAN. PRÓLOGO DE JOAQUÍN Mª. GARCÍA DE DIOS. 32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico. VERENA KAST. PRÓLOGO DE GABRIELA WASSERZIEHR. 33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.) 34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad. WILKIE AU - NOREEN CANNON. (2ª ed.) 35. Vivir y morir conscientemente. IOSU CABODEVILLA. PRÓLOGO DE CELEDONIO CASTANEDO. (4ª ed.) 36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA PRIETO URSÚA. PRÓLOGO DE LUIS LLAVONA. 37. Psicoterapia psicodramática individual. TEODORO HERRANZ CASTILLO. 38. El comer emocional. EDWARD ABRAMSON. (2ª ed.) 39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales. JOHN AMODEO - KRIS WENTWORTH. (2ª ed.) 40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA. 41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIER MORENO LARA. 42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVAREZ. PRÓLOGO DE JOSÉ KLINGBEIL. 43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mismo. CHARLES L. WHITFIELD. PRÓLOGO DE JOHN AMODEO. 44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. JOSÉ CARLOS BERMEJO. 45. Para que la vida te sorprenda. MATILDE DE TORRES. (2ª ed.) 46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y la pasión. DAVID BRAZIER.

47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA. PRÓLOGO DE LUIS LÓPEZ-YARTO. 48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGELES NOBLEJAS. (2ª ed.) 49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. PHILIP SHELDRAKE. 50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo. LUIS CENCILLO. PRÓLOGO DE ANTONIO BLANCH. (2ª ed.) 51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LESLIE S. GREENBERG. PRÓLOGO DE CARMEN MATEU. (3ª ed.) 52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ. PRÓLOGO DE VICENTE E. CABALLO. 53. Desarrollo de la armonía interior. La construcción de una personalidad positiva. J.A. BERNAD. 54. Introducción al Role-Playing pedagógico. PABLO POBLACIÓN KNAPPE y ELISA LÓPEZ BARBERÁ Y COLS. PRÓLOGO DE JOSÉ A. GARCÍA-MONGE. 55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORETTA CORNEJO. 56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MARTORELL. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA. 57. Somos lo mejor que tenemos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA. 58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares. GIULIANA PRATA; MARIA VIGNATO y SUSANA BULLRICH. 59. Amor y traición. JOHN AMODEO. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. 60. El amor. Una visión somática. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE J. GUILLÉN DE ENRÍQUEZ. 61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía. KEVIN FLANAGAN. PRÓLOGO DE EUGENE GENDLIN. 62. A corazón abierto.Confesiones de un psicoterapeuta. F. JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. 63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal. IOSU CABODEVILLA ERASO. PRÓLOGO DE RAMÓN MARTÍN RODRIGO. 64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OLGA CASTANYER Y ESTELA ORTEGA. (6ª ed.) 65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ-VICENTE BONET, S.J. (2ª ed.) 66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ. 67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. PEDRO MORENO. PRÓLOGO DE DAVID H. BARLOW, PH.D. (8ª ed.) 68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KATHLEEN R. FISCHER y THOMAS N. HART. 69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPERANZA BORÚS. 70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad mediante los cuentos. JEAN-PASCAL DEBAILLEUL y CATHERINE FOURGEAU. 71. Psicoanálisis para educar mejor. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. 72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. PEDRO MIGUEL LAMET. 73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser. JEAN SARKISSOFF. PRÓLOGO DE SERGE PEYROT. 74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. PATRICE CUDICIO y CATHERINE CUDICIO. 75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIETO CARRERO. (2ª ed.) 76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. JESÚS DE LA GÁNDARA MARTÍN. 77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CLAUDE IMBERT. 78. Cuando el silencio habla. MATILDE DE TORRES VILLAGRÁ. (2ª ed.) 79. Atajos de sabiduría. CARLOS DÍAZ. 80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? Ensayo de una ética desde la psicología. RAMÓN ROSAL CORTÉS. 81. Más allá del individualismo. RAFAEL REDONDO. 82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica. DAVE MEARNS y BRIAN THORNE. PRÓLOGO DE MANUEL MARROQUÍN PÉREZ. 83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psicoterapéutico. FRED FRIEDBERG. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA POR RAMIRO J. ÁLVAREZ 84. No seas tu peor enemigo... ¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-M. MCMAHON. 85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA. PRÓLOGOS DE MALEN CIREROL Y LINDA JENT 86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. IGNACIO BERCIANO PÉREZ. CON LA COLABORACIÓN DE ITZIAR BARRENENGOA. (2ª ed.) 87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. PILAR QUIROGA MÉNDEZ. 88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. BARTOMEU BARCELÓ. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA. 89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. ALEJANDRO BELLO GÓMEZ, ANTONIO CREGO DÍAZ. PRÓLOGO DE GUILLEM FEIXAS I VIAPLANA.

90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. NICK OWEN. PRÓLOGO DE RAMIRO J. ÁLVAREZ. 91. Cómo volverse enfermo mental. JOSÉ LUÍS PIO ABREU. PRÓLOGO DE ERNESTO FONSECAFÁBREGAS. 92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéutica. AGNETA SCHREURS. PRÓLOGO DE JOSÉ MARÍA MARDONES. 93. Fluir en la adversidad. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ. 94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. JUAN ANTONIO BERNAD. 95. Un corazón auténtico. Un camino de ocho tramos hacia un amor en la madurez. JOHN AMODEO. PRÓLOGO DE OLGA CASTANYER. 96. Luz, más luz. Lecciones de filosofía vital de un psiquiatra. BENITO PERAL. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY 97. Tratado de la insoportabilidad, la envidia y otras “virtudes” humanas. LUIS RAIMUNDO GUERRA. (2ª ed.) 98. Crecimiento personal: Aportaciones de Oriente y Occidente. MÓNICA RODRÍGUEZ-ZAFRA (ED.). 99. El futuro se decide antes de nacer. La terapia de la vida intrauterina. CLAUDE IMBERT. (2ª ed.) 100. Cuando lo perfecto no es suficiente. Estrategias para hacer frente al perfeccionismo. MARTIN M. ANTONY - RICHARD P. SWINSON. (2ª ed.) 101. Los personajes en tu interior. Amigándote con tus emociones más profundas. JOY CLOUG. 102. La conquista del propio respeto. Manual de responsabilidad personal. THOM RUTLEDGE. 103. El pico del Quetzal. Sencillas conversaciones para restablecer la esperazanza en el futuro. MARGARET J. WHEATLEY. 104. Dominar las crisis de ansiedad. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, JULIO C. MARTÍN. PRÓLOGO DE DAVID H. BARLOW PH.D. (7ª ed.) 105. El tiempo regalado. La madurez como desafío. IRENE ESTRADA ENA. 106. Enseñar a convivir no es tan difícil. Para quienes no saben qué hacer con sus hijos, o con sus alumnos. MANUEL SEGURA MORALES. (10ª ed.) 107. Encrucijada emocional. Miedo (ansiedad), tristeza (depresión), rabia (violencia), alegría (euforia). KARMELO BIZKARRA. (4ª ed.) 108. Vencer la depresión. Técnicas psicológicas que te ayudarán. MARISA BOSQUED. 109. Cuando me encuentro con el capitán Garfio... (no) me engancho. La práctica en psicoterapia gestalt. ÁNGELES MARTÍN Y CARMEN VÁZQUEZ. PRÓLOGO DE ADRIANA SCHNAKE. 110. La mente o la vida. Una aproximación a la Terapia de Aceptación y Compromiso. JORGE BARRACA MAIRAL. PRÓLOGO DE JOSÉ ANTONIO JÁUREGUI. (2ª ed.) 111. ¡Deja de controlarme! Qué hacer cuando la persona a la que queremos ejerce un dominio excesivo sobre nosotros. RICHARD J. STENACK. 112. Responde a tu llamada. Una guía para la realización de nuestro objetivo vital más profundo. JOHN P. SCHUSTER. 113. Terapia meditativa. Un proceso de curación desde nuestro interior. MICHAEL L. EMMONS, PH.D. Y JANET EMMONS, M.S. 114. El espíritu de organizarse. Destrezas para encontrar el significado a sus tareas. PAMELA KRISTAN. 115. Adelgazar: el esfuerzo posible. Un sistema gradual para superar la obesidad. AGUSTÍN CÓZAR. 116. Crecer en la crisis. Cómo recuperar el equilibrio perdido. ALEJANDRO ROCAMORA. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. (2ª ed.) 117. Rabia sana. Cómo ayudar a niños y adolescentes a manejar su rabia. BERNARD GOLDEN, PH. D. 118. Manipuladores cotidianos. Manual de supervivencia. JUAN CARLOS VICENTE CASADO. 119. Manejar y superar el estrés. Cómo alcanzar una vida más equilibrada. ANN WILLIAMSON. 120. La integración de la terapia experiencial y la terapia breve. Un manual para terapeutas y consejeros. BALA JAISON. PRÓLOGO DE OLGA CASTANYER. 121. Este no es un libro de autoayuda. Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. LUIS RAIMUNDO GUERRA. PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS MARÍN. 122. Psiquiatría para el no iniciado.RAFA EUBA. 123. El poder curativo del ayuno. Recuperando un camino olvidado hacia la salud. KARMELO BIZKARRA. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. (2ª ed.) 124. Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino. ENRIQUE MARTÍNEZ LOZANO. (4ª ed.) 125. La espiritualidad en el final de la vida. Una inmersión en las fronteras de la ciencia. IOSU CABODEVILLA ERASO. 126. Regreso a la conciencia. AMADO RAMÍREZ. 127. Las constelaciones familiares. En resonancia con la vida. PETER BOURQUIN. (5ª ed.) 128. El libro del éxito para vagos. Descubra lo que realmente quiere y cómo conseguirlo sin estrés. THOMAS HOHENSEE 129. Yo no valgo menos. Sugerencias cognitivo- humanistas para afrontar la culpa y la vergüenza. OLGA CASTANYER. (2ª ed.)

130. Manual de Terapia Gestáltica aplicada a los adolescentes. LORETTA CORNEJO. (2ª ed.) 131. ¿Para qué sirve el cerebro? Manual para principiantes. JAVIER TIRAPU. 132. Esos seres inquietos. Claves para combatir la ansiedad y las obsesiones. AMADO RAMÍREZ VILLAFAÑEZ. 133. Dominar las obsesiones. Una guía para pacientes. PEDRO MORENO, JULIO C. MARTÍN, JUAN GARCÍA y ROSA VIÑAS. (2ª ed.) 134. Cuidados musicales para cuidadores. Musicoterapia Autorrealizadora para el estrés asistencial. CONXA TRALLERO FLIX y JORDI OLLER VALLEJO 135. Entre personas. Una mirada cuántica a nuestras relaciones humanas. TOMEU BARCELÓ 136. Superar las heridas. Alternativas sanas a lo que los demás nos hacen o dejan de hacer. WINDY DRYDEN 137. Manual de formación en trance profundo. Habilidades de hipnotización. IGOR LEDOCHOWSKI 138. Todo lo que aprendí de la paranoia. CAMILLE Serie MAIOR 1. Anatomía Emocional. La estructura de la experiencia somática STANLEY KELEMAN. (7ª ed.) 2. La experiencia somática. Formación de un yo personal. STANLEY KELEMAN. (2ª ed.) 3. Psicoanálisis y análisis corporal de la relación. ANDRÉ LAPIERRE. 4. Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. PRÓLOGO DE JOSÉ ANTONIO GARCÍAMONGE. (3ª ed.) 5. 14 Aprendizajes vitales. CARLOS ALEMANY (ED.). (11ª ed.) 6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. PRÓLOGO DE LUIS PELAYO. EPÍLOGO DE ANTONIO NÚÑEZ. 7. Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal. CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. (11ª ed.) 8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico. CAROLYN J. BRADDOCK. 9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN MASIÁ CLAVEL 10. Vivencias desde el Enneagrama. MAITE MELENDO. (3ª ed.) 11. Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa. DOROTHY MAY. 12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual. CARLOS RAFAEL CABARRÚS. (4ª ed.) 13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en pareja y una convivencia más inteligente. EUSEBIO LÓPEZ. (2ª ed.) 14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ MARÍA TORO. 15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO. (2ª ed.) 16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas psicosensoriales, cognitivos y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL. 17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGENE T. GENDLIN. PRÓLOGO DE C.R. CABARRÚS. 18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KLEINKE. 19. El valor terapéutico del humor. ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (3ª ed.) 20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DALRYMPLE, PH.D., F.R.C. 21. El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ Mª PORTA TOVAR. 22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación. BRUCE M. HYMAN Y CHERRY PEDRICK. PRÓLOGO DE ALEJANDRO ROCAMORA. 23. La comunidad terapéutica y las adicciones Teoría, Modelo y Método. GEORGE DE LEON. PRESENTACIÓN DE ALBERT SABATÉS. 24. El humor y el bienestar en las intervenciones clínicas. WALEED A. SALAMEH Y WILLIAM F. FRY. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. 25. El manejo de la agresividad. Manual de tratamiento completo para profesionales. HOWARD KASSINOVE Y RAYMOND CHIP TAFRATE. PRÓLOGO DE ALBERT ELLIS. 26. Agujeros negros de la mente. Claves de salud psíquica. JOSÉ L. TRECHERA. PRÓLOGO DE LUIS LÓPEZ-YARTO. 27. Cuerpo, cultura y educación. JORDI PLANELLA RIBERA. PRÓLOGO DE CONRAD VILANOU. 28. Reír y aprender. 95 técnicas para emplear el humor en la formación. DONI TAMBLYN. PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA DE JESÚS DAMIÁN FERNÁNDEZ SOLÍS 29. Manual práctico de psicoterapia gestalt. ÁNGELES MARTÍN. PRÓLOGO DE CARMELA RUIS DE LA ROSA (3ª ed.) 30. Más magia de la metáfora. Relatos de sabiduría para aquellas personas que tengan a su cargo la tarea de Liderar, Influenciar y Motivar. NICK OWEN 31. Pensar bien - Sentirse bien. Manual práctico de terapia cognitivo-conductual para niños y adolescentes. PAUL STALLARD. 32. Ansiedad y sobreactivación. Guía práctica de entrenamiento en control respiratorio. PABLO RODRÍGUEZ CORREA. 33. Amor y violencia. La dimensión afectiva del maltrato. PEPA HORNO GOICOECHEA (2ª ED.)

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de RGM, S.A., en Urduliz, el 22 de junio de 2009.