Una Vacuna Para El Ego

Comunicación: Desarrollo Personal Una vacuna para el ego C uando los cardenales eligen al nuevo Papa, lo cargan en un

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Comunicación: Desarrollo Personal Una vacuna para el ego

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uando los cardenales eligen al nuevo Papa, lo cargan en un asiento especial. Pero en el camino a su torno, el pontífice es bajado dos veces al piso, para que recuerde de dónde vino y mantenga siempre su humildad. Esta ceremonia tiene raíces en la esencia del ser humano. Cuando estamos en una posición de poder o prestigio, es fácil embriagarse con la atención y el interés de las personas. El poder es una droga adictiva, que engancha a nuestro ego y nos cuesta mucho esfuerzo dejarla. Lo que hacemos es entregar a las personas el poder sobre nosotros. Si nos miran, se interesan por nosotros y nos rinden pleitesía, entonces sentimos que valemos. De lo contrario, nos sentimos ignorados y como si no tuviéramos ningún valor. Hoy en día existen muchas personas que fueron empresarios exitosos en años anteriores, pero ahora lo han perdido todo. Sus empresas quebraron, ya no tienen poder; es frecuente verlos deprimidos. Esta depresión se origina, más que en el problema económico, en el hecho que ya no se consideran “importantes” para otras personas. Han perdido su poder y, con él, su sensación de valía y competencia personal. Ya no tienen la “droga” y nos saben como encontrarla. Un amigo mío, que estuvo muy cerca de un candidato que todos creían que ganaría las elecciones, me comentó que, en esos tiempos, en las reuniones sociales la gente lo buscaba con mucho interés. Celebraban sus bromas, lo veían esbelto, simpático; todos escuchaban cada palabra que decía con suma atención. Sin embargo, cuando el candidato perdió, ya nadie lo buscaba. De la noche a la mañana, sus bromas eran de mal gusto. Se sentía invisible. Además, ¡Cómo había envejecido! Lo increíble es que él era la misma persona. Él no había cambiado, pero el interés de la gente sí. Cuando basamos nuestra valía personal en lo que la gente piensa de nosotros, nos convertimos en seres dependientes. Nuestra felicidad deja de depender de nosotros y pasa a depender de los otros. Es como si olvidáramos que sabemos respirar y le pidiéramos, a cada persona que vemos, que nos aplicara respiración artificial. Vamos de

persona en persona buscando “su interés” o el aire que respirar. Sin embargo, nosotros no lo necesitamos. Tenemos la capacidad de respirar solos, pero lo olvidamos, creyendo que, sin el interés de las personas, podremos hacerlo. Cuando trabajamos para lograr que la gente nos mire y nos aprecie, es que somos manipulados por nuestro ego. Cuando trabajamos para aportar lo mejor de nosotros mismos a fin de contribuir con alguna actividad que tiene significado, nuestro verdadero ser aflora. Cuentan que cuatro sabios encontraron en el bosque unos huesos de tigre. Para demostrar su habilidad, uno de ellos dijo: “Yo puedo recrear el esqueleto completo de ese animal”. Y así lo hizo. Otro sabio prometió devolverle al animal su carne, su piel y su sangre, y así lo hizo. El tercero, para demostrar que era el mejor, dijo: “Yo puedo regresarlo a la vida”. El cuarto sabio le pidió que no lo hiciera; que lo creía capaz, pero que dejara las cosas así. Pero el sabio insistió en demostrarles su poder. El cuarto sabio, entonces, pidió tiempo para poder subir a un árbol. Cuando el tercer sabio le dio vida al animal, el hambriento tigre devoró a los tres sabios que estaban a su costado. El cuarto sabio observó con impotencia la suerte de sus compañeros desde el árbol. No dejen que su ego lo devore en la vida, alejándolo de la verdadera felicidad. Si quieres vacunarte contra él, controla tus pensamientos. Piensa cómo puedes contribuir y servir en todo lo que haces. Deja de pensar solo en ti, en destacar y figurar, piensa mejor en que puedes hacer para ayudar y permitir crecer a las personas de tu entorno.

“El hombre no revela mejor su carácter que cuando describe el carácter del otro” Jean Paul Ricbter

Luis Enrique Gamboa Rodríguez

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Comunicación: Desarrollo Personal

Los errores del ego

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uentan que un rey descubrió que su pájaro preferido había escapado. Inmediatamente ordenó matara al oficial a cargo de los pájaros del palacio. El general del ejército, al enterarse, fue a persuadirlo para que no matara al oficial. Dada la negativa del rey, le pidió permiso para comunicarle al oficial la gravedad de sus errores. “En primer lugar, fuiste descuidado y dejaste escapar al pájaro preferido del rey. En segundo lugar, estás haciendo que nuestro sabio rey tenga que matar a una persona por un insignificante animal. Y en tercero, tu muerte hará que otros se enteren que nuestro rey mató injustamente a un oficial leal, solo por un pájaro”. El rey entendió el mensaje y canceló la ejecución. Así como este general, muchos de nuestros amigos, familiares, profesores, personas que nos estiman y aprecian, despliegan esfuerzos y tiempo para hacernos ver nuestros errores. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar nuestros errores? Quizá porque en el fondo nos sentimos incompetentes y tenemos miedo de confirmar que realmente lo somos. Todos los seres humanos tenemos un ego que, según la filosofía oriental, es una personalidad inferior. El ego tiene como función ocultar la baja sensación de competencia y valoración personal. El ego tratará de hacer lo imposible para que la persona se vea inteligente, capaz y exitosa, camuflando las sensaciones de inseguridad. Mientras más elevado sea el ego de una persona, más dificultad tendrá para aceptar sus errores.

primer paso para el aprendizaje es tomar conciencia de nuestra realidad. Si mi ego me hace creer que soy bueno haciendo alguna función, y en realidad no lo soy, será muy difícil escuchar a quienes quieran enseñarme. Aprende a escuchar a los demás, y no desaproveches tu mejor fuente de información. Aceptar los errores envía un mensaje de apertura, confianza y transparencia a tus amigos, padres, cualquiera que está a tu alrededor; que inspira y motiva. A nadie le gusta que su vida gire en torno a satisfacer el ego del otro. Cuentan que un rey le informó a su mujer que mataría a un oficial que frecuentemente le mostraba sus errores. La reina, preocupada, se presentó ante el rey y le dijo: “Felicitaciones, su majestad”. El rey preguntó, intrigado, por qué lo felicitaba. La reina respondió: “He sabido que los gobernantes más inteligentes y virtuosos son aquellos que permiten que sus oficiales los critiquen. Esto significa que su Majestad debe ser muy inteligente y virtuoso”. El rey inmediatamente cambió de opinión y más bien ascendió a su oficial. Ojalá que nuestros gobernantes no tengan que usar la estrategia de la esposa del rey, manipulando nuestro ego para hacernos tomar una mejor decisión. Ojalá despertemos y tomemos conciencia de cómo nos esclavizan las cadenas del ego y sepamos contarlas a tiempo.

Imagínate que tú te pones una camisa tres tallas más grandes que la normal. Luego infla unos globos adentro de la camisa, para simular un cuerpo musculoso. El ego es el que sopla los globos, para impedir que otras personas – y nosotros mismos – descubran nuestra verdadera realidad. Para el ego, aceptar los errores es como hincar los globos con un alfiler: es exponernos a que nos vean como realmente somos. Lo peor de todo, es que el ego nos impide aprovechar la oportunidad más grande que nos da la vida: la oportunidad de aprender. El

“La experiencia es un peine que te da la vida cuando ya te has quedado calvo” Judid Stern

Luis Enrique Gamboa Rodríguez

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Comunicación: Desarrollo Personal ¿Sabe valorar lo que tiene?

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na persona le pidió al rabino de su comunidad que lo ayudara, porque ya no soportaba la estrechez de la habitación que ocupaba él, su mujer y sus tres hijos. El rabino prometió ayudarlo, pero primero le preguntó: “¿Cuántos animales tienes?”. El hombre respondió: “Una vaca, una cabra y seis gallinas”. El rabino le pidió que durante una semana hiciera que los animales entraran al cuarto. A la semana regresó la persona, desesperada, contándole que su casa era un caos, que no había espacio, que los animales ensuciaban todo. El rabino le dijo que sacara los animales y volviera al día siguiente. Así lo hizo, el rabino le preguntó entonces cómo estaba su casa. El hombre respondió: “¿Me encanta! Es limpia, maravillosa y muy espaciosa.

de que haría cosas increíbles en la vida. Sin embargo, Increíble tuvo una vida tranquila, se casó, vivió fiel a su esposa, durante sesenta años. Sus amigos los fastidiaban porque su vida no concordaba con su nombre.

Una de las principales causas por las que no valoramos lo que tenemos es nuestra falta de autoestima.

Frecuentemente no vemos lo increíble, aún cuando está en frente de nosotros. Aprendamos a verlo en las personas con las que compartimos una carpeta, con nuestros amigos, con nuestros padres, nuestros profesores, nuestra pareja y con todos los que nos rodean; en el trabajo diario, al despertar… no esperemos perder lo que tenemos para solo entonces descubrir su verdadero valor.

Cuando una persona no se siente competente o valorada, busca permanentemente lo negativo en los demás y en su entorno. Anda por la vida con “lentes para eclipse”, lentes opacos que hacen que vea su realidad totalmente oscura. Al “oscurecer” las personas y el entorno, se “realza a sí mismo y se siente temporalmente superior.

Antes de morir, Increíble le pidió a su esposa que no colocara su nombre en la lápida, ya que no quería escuchar las burlas de sus amigos desde el cielo. Cuando murió, su mujer, obedeciendo el pedido de su esposo, únicamente puso en su lápida: “Aquí yace un hombre que le fue fiel a su mujer durante sesenta años”. Paradójicamente, cuando la gente pasaba por el cementerio y leía la lápida, exclamaba: ¡Increíble!

Si nuestra autoestima es baja, sentimos que nada es suficiente para nosotros, que nos meremos mucho más; cuando, en el fondo, lo que hacemos es ocultar nuestra propia inseguridad. No está mal querer crecer profesionalmente. El problema surge cuando solo vemos la parte negativa de la realidad y sobre esa base, decidimos nuestro futuro. Lo mismo ocurre cuando permanentemente encontramos defectos y errores en nuestros amigos y otras personas. Necesitamos sentirnos mejores que ellos, para así ocultar que nos sentimos poco competentes. Todas las personas tenemos defectos, pero también virtudes. Cuando vemos la realidad con lentes de eclipse, únicamente vemos lo negativo y perdemos información valiosa para tomar decisiones importantes. Cuentan que una pareja le puso a su hijo Increíble como nombre; pues tenía la certeza

“No se sabe lo que se tiene hasta que se pierde” Adagio popular

Luis Enrique Gamboa Rodríguez

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