Una moral de lo minoritario

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«Ml LUGAR ENTRE ELLAS»

La escena tiene Iugar en Barcelona, en 1 933: Las que una de elias llama las Carolinas fueron en procesi6n al solar de un meadero destruido. Los rebeldes, cuando las re­ vueltas de 1 933, arrancaron uno de los mingitorios mas sucios, pero de los mas queridos. Estaba junto al puerto y el cuartel y era la orina caliente de millares de soldados la que habia corroido la chapa. Cuando se comprob6 su muerte definitiva, con chales, con mantillas, con vestidos de seda, con chaquetas entalladas, las Carolinas -no todas, sino una delegaci6n solemnemente elegi­ da- vinieron al solar a depositar un ramo de rosas rojas, anuda­ do con un velo de cresp6n. El cortejo parti6 del Paralelo, atrave­ s6 la calle de San Pablo, y fue, Rambla de las Flores abajo, hasta la estatua de Colon. Habria unas treinta mariconas a las ocho de la manana, a la salida del sol. Las vi pasar. Las acompafie de le­ jos. Sabia que mi Iugar estaba entre elias, no porque fuera una mas, sino porque sus voces avinagradas, sus gritos, sus gestos in­ dignados no tenian, a lo que me pareda, otra finalidad que la de querer traspasar la capa de desprecio del mundo. Las Carolinas eran grandes. Eran las Hijas de !a Vergiienza.1 l . Jean Genet, journal du voleur [1 949] , Paris, Gallimard, col. («Let­ tres a Roger Blin>>, en CEuvres completes, t. 4, Paris, Gallimard, 1 968, p. 259). Vease tambien las reflexiones sabre Ia escritura como a lo largo de

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En Santa Maria de las Flores encontramos identicos co­ mentarios. Al principia del libra, el narrador, encerrado en la celda de una prision, mira las fotos que esd.n colgadas en la pa­ red. A merced de sus suefios, las fotografias se animan y los personajes cobran vida. Pera el narrador precisa: Es posible que esta historia no siempre parezca artificial y que se reconozca en ella, a pesar mlo, la voz de la sangre: sera que he golpeado con la frente, en medio de mi noche, alguna puerta, dando rienda suelta a un recuerdo angustioso que me obsesionaba desde el comienzo del mundo, perdonadmelo. Este libra no quiere ser sino una parcela de mi vida interior.1 Ademas, el libro se presenta como un folledn, con image­ nes coloreadas, infantiles, y personajes arquedpicos.2 La afirmacion se hara aun mas nltida en Pompas fonebres, donde Genet avanza la idea de que el poeta escribe bajo el efec­ to de una obligacion interior y de que todos los personajes de ese libra (y de sus otros libros) no son mas que una version de si mismo, de sus sentimientos y de su historia: Del herae que fueJean D. habria querido hablar tambien con precision, mostrarlo citando hechos y fechas. Tal proceCaptifamoureux (Un captifamoureux, Paris, Gallimard, 1 986. Vease especial­ mente p. 503 y tambien pp. 42, 45, 59, 1 08, 280). [ Un cautivo enamorado, Madrid, Debate, 1 988.] 1. Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, Decines, Rhone, L'Arbalere, 1 948, p. 1 1 . [Santa Maria de las Flores, Madrid, Debate, 1 98 1 .] 2. A proposito de las aventuras que se inventa o suefia, el narrador de Santa Maria de las Flores habla del (ibid., p. 70). En otra parte habla de «Su nostalgia de las novelas baratas>> (ibid. , p. 1 94) , de su «gusto por el oropeh> (ibid., p. 1 93). Y afiade: «Sigo le­ yendo mis novelas populares>> (ibid., p. 1 93). 0, evocando los cuentos que inventa Ernestine, Ia madre de Divina, mientras lee un «periodico del dfa in­ sulso>>: «Los cuentos nacfan del periodico como los mfos de las novelas popu­ lares>> (ibid., p. 20 1 ) .

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der es vano y engafioso. Solo el canto did. de la forma menos mala posible lo que fue el para mf, pero el repertorio de los poetas es bastante limitado. El novelista puede abordar cual­ quier tema, hablar de cualquier personaje con una exactitud rigurosa, y conseguir la diversidad, pero el poeta se ve someti­ do a las exigencias que le dicta el coraz6n y este atrae a sf to­ dos los seres marcados por el mal y la desgracia, y todos los personajes de mis libros se parecen. Viven, con ligeras modifi­ caciones, los mismos momentos, los mismos peligros, y, para hablar de ellos, mi lenguaje, que en ellos se inspira, repite, en identico tono, los mismos poemas.1 Hay que evitar, pues, considerar

Diario del ladron como un

diario, del mismo modo que hay que renunciar a leer las nove­ las como autobiografias o relatos factuales.2 En

Santa Maria de las Flores,

como en

Diario,

se cruzan y

se mezclan constantemente las pistas de la autobiografla y de la ficcion novelesca: «No clameis par la verosimilitud. Lo que vie­ ne a continuacion es falso y nadie esd. obligado a aceptarlo como un articulo de fe», previene el narrador antes de relatar como el nifio Culafroy, detenido en la colonia penitenciaria de Mettray (y que, a la edad de veinte afios, adoptad. el nombre de Divina al llegar a Paris), roba habitos de monjas con uno de sus camaradas para disfrazarse y poder evadirse. El aviso del narrador (par tanto, del propio Genet) prosi­ gue en estos terminos: La verdad no es mi especialidad. Pero «hay que mentir para ser autentico». E incluso ir mas alla. �De que verdad quie-

1 . Jean Genet, Pompesfonebres [ 1 953), Paris, Gallimard, col. «L'imagi­ naire>>, 1 978, pp. 1 03- 1 04. [Pompas fonebres, Madrid, Debate, 1 99 1 .) 2. Por ejemplo, segun Edmund White, Genet lleg6 a Espana a finales del afio 1 933 y no en 1 932, como escribe en Diario deL ladr6n, y con seguri­ dad permaneci6 alii s6lo seis meses, y no dos afios (Edmund White, jean Ge­ net, Paris, Gallimard, 1 993, p. 1 1 7).

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ro hablar? Si es muy cierto que soy un prisionero que repre­ senta (que se representa) escenas de la vida interior, no exigi­ reis nada mas que una representaci6n.1 Genet nos dice que esta novela va a «cantar» a Divina, con­ tar su leyenda, «la Saga, el dictado de Divina».2 Por otra parte, la «leyenda de Divina» bien podria leerse como una «heroificaci6n» de la vida del propio Genet, y ello, fuera la que fuese la similitud factual entre la existencia del autor y la de su personaje, puesto que, evocando a Pocholo, el joven del que se enamora Divina, y que tambien es su chulo, Genet (o el narrador) nos dice:

A Pocholo, sobre todo, lo amo con ternura, pues no du­ dareis de que, al fin y al cabo, es mi destino, verdadero o fal­ so, lo que coloco, ora harapos, ora manto cortesano, en los hombros de Divina.3

y mas adelante: Y a veces, tengo ese rostra complejo de Divina.4

0: Si conmigo hago a Divina . s .

.

Yaun: �Como explicaremos que Divina tenga ahora la treintena y mis? jPues es absolutamente preciso que tenga mi edad para que, al fin, calme yo mi necesidad de hablar de mi mismo,

1. 2. 3. 4. 5.

Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit., p. 1 5 5. Ibid., p. 24. Ibid., p. 50. Ibid., p . 1 92. Ibid., p . 1 93.

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simplemente, igual que tengo necesidad de quejarme y de in­ tentar que un lector me arne!! Sin embargo, nos ha prevenido desde el principia de que en el fonda habla conocido muy poco a Divina: Quiero [ . ] rehacer a mi guisa [ . .] la historia de Divina, a quien conod tan poco, la historia de Santa Marla de las Flo­ res y, no lo dudeis, mi propia historia.2 .

.

.

En todo caso, la cuesti6n es siempre, y aquf lo vemos clara­ mente, escribir las historias «a su guisa», en particular la propia. �Que me va en ella a mf que fabrico esta historia? Reme­ morando mi vida, remontando su curso, el colmar mi celda con la voluptuosidad de ser lo que, par bien poco, no alcance a ser.3 Asf, el trabaj o literario es ante todo un media de reinventar su vida, de transformar el significado pasado construyendo su significado presente.

�Es, entonces, el relata del desfile barcelones, una recrea­ ci6n, aunque sea imperfecta, de los hechos? �0 una pura inven­ ci6n literaria? �Una meditaci6n presente sabre su antigua vida o una creaci6n ardstica en la que el pasado no es mas que un apoyo lejano, incierto y, a menudo, ficticio? En el fonda, poco importa. Genet nos dice que la escena de las Carolinas no es verdadera ni falsa. iMuy bien! Tomemosla asL No depende, ciertamente, como Genet dice de todo lo que cuenta en este 1 . Ibid., 2. Ibid., 3. Ibid.,

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p. p. p.

144. 1 2. 24.

Diario, mas que de su «lirismo», que «heroifica» las situaciones vividas y las transforma en escenas casi miticas: El lector queda avisado -ya era hora- de que este informe sabre mi vida intima, 0 lo que esta sugiere, no sera sino un canto de am or. Exactamente mi vida fue Ia preparaci6n de aventuras (no de juegos) er6ticas, cuyo sentido quiero descu­ brir ahara. Desgraciadamente, el heroismo es lo que se me re­ presenta mas cargado de virtud amorosa y puesto que no hay heroes mas que en nuestra mente, habra que crearlos. Recurro par eso a las palabras. Las que utilizo, aun cuando intento mediante elias una explicaci6n, cantaran. 1 0 asimismo, a l final del libra, volviendo sabre el proceso que subyace en el Diario: Mi vida pasada podia narrarla en otro tono, con otras pa­ labras. La he heroizado porque tenia en mi lo necesario para hacerlo: el lirismo. 2 Heroificar es transfigurar los seres reales en heroes, en personajes novelescos, en figuras teatrales, y Ia vida real en epopeya, en poema o en tragedia griega. Cuando el escritor del Diario encuentra a Stilitano y este le ayuda a subir las es­ caleras hasta su casa, compara al que va a convertirse en un personaje central del libra con «una Antigona mas antigua y mas griega», que «me hada escalar un calvaria abrupto y tene­ broso».3 Pero heroificar es tambien transformar la vida en obra de 1 . Jean Genet, journal du voleur, op. cit., pp. 1 1 2- 1 1 3. 2. Ibid., p. 305. 3. Ibid., p. 45. En «Fragments ... >>, un texto acerca de un joven prostitu­ to romano, que data de 1954, Genet habla tambien de las figuras de Andgo­ na y de Fedra Qean Genet, «Fragments... >>, en Fragments... et autres textes, Paris, Gallimard, 1 990, pp. 69-97. Yease, en especial, pp. 72 y 95).

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arte por medio de Ia escritura, y crear sentimientos nuevos en quienes leed.n el poema: Mi vida debe ser leyenda, es decir, legible, y su lectura alumbrar alguna emoci6n nueva que yo llamo poesia. 1 Encontraremos esta teorfa del «canto», del poema, que transfigura los acontecimientos y les confiere su sentido verdade­ ro mucho mas adelante, en Un cautivo enamorado, cuando Ge­ net escribe, por ejemplo, que «la gloria de los heroes debe poco a la inmensidad de las conquistas, y todo al exito de los homena­ jes; la Iliada mas que la guerra de Agamen6n; las estelas caldeas que los ejercitos de Nfnive».2 La idea de heroificaci6n esta ligada en Un cautivo enamo­ rado a la de una guerra de las palabras y los signos, pues Genet describe a continuaci6n la batalla (artfstica) que libran los ban­ dos (Israel y los pafses arabes) para decidir el curso de los acon­ tecimientos.3 Genet tiene plena conciencia de que su libro tambien representa una intervenci6n en esta lucha, que, por otra parte, anhela describir. Pero �no era ya este el caso del Diario? Y, de la misma manera, �no es el relato del desfile de las Carolinas parte implicada en una batalla, dirigida con las armas de la literatura y de la poesfa, en favor de la representa­ ci6n y la interpretacion? �Del significado de la historia y la ma­ nera como influyen en el los grupos dominados cuando se mo­ vilizan? Se trata de vestir las palabras con mantillas, para que res­ plandezca la gloria de las Carolinas. En Santa Maria de las Flo­ res, llegado a la mitad de su relato, 0 mas bien de su «poema», el narrador nos dice:

1 . Jean Genet, journal du voleur, op. cit., p. 1 33. 2. Jean Genet, Un captifamoureux, op. cit., p. 1 4. 3. Ibid., pp. 14- 1 5. Yease tambien p. 440.

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Tengo a toda costa que volver en mf, que confiarme de manera mas directa. He querido hacer este libro con los ele­ mentos transpuestos, sublimados, de mi vida de condenado; temo que no revele nada de mis obsesiones. Aun cuando me esfuerce por obtener un estilo descarnado, que deje los huesos

al descubierto, quisiera enviaros, desde el fondo de mi prision, un libro cargado de flores, de enaguas nfveas, de lazos azules.1

Para Genet se trata, pues, de adornar las palabras con ena­ guas, con cintas, y de hacer surgir de la profundidad de la mise­ ria una poesfa llena de luz y de colores, una belleza llena de flo­ res, exactamente como hadan las Carolinas de Barcelona con sus mantillas y sus gritos. Pero �como, a partir de entonces, no estar tentado de considerar la procesion de los travestis barcelo­ neses una encarnacion del gesto poetico mismo o, mas exacta­ mente, una alegorfa de la poesfa? Si el trabajo poetico transfor­ ma un desfile de travestis en una escena heroificada, donde todos los parias del mundo se enfrentan al orden social para pa­ sar de la sombra a la luz, de la vergi.ienza al orgullo, el desfile es en sf mismo un gesto poetico, y quiza, segun Genet, la defini­ cion misma de la poesfa, en la medida en que la poesfa consiste en el trabajo que uno hace consigo mismo para ser lo que es: «La poesfa reside en la mayor conciencia de su cualidad de la­ dron.»2 Y por ello puede hablar en Pompas .fonebres de la «acti­ tud» del poeta, que «dirige el orgullo». El orgullo que empuja al poeta a llegar hasta el otro lado de la vergi.ienza para transfor­ marse a sf mismo y crear nuevas bellezas.3

1 . Jean Genet, Notre-Dame-des-Fieurs, op. cit., p. 1 3 1 . 2 . Jean Genet, journal du voleur, op. cit., p . 277. 3. Jean Genet, Pompesfonebres, op. cit., p. 1 17.

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2. EL ARTE UTIL

As£ pues, por no ser verdadera ni falsa, en la medida en que es una alegoda de lo que Genet llama poesia y, al mismo tiem­ po, un ejemplo de la transmutaci6n, por medio del poema, de la realidad en leyenda, la escena de las Carolinas ocupa un lu­ gar central en la economia literaria del Diario. Basta leer la continuaci6n del relato del desfile para con­ vencerse de que se trata de un momento clave del libro: Cubiertas de ridkulo, las Carolinas estaban al abrigo. Nin­ guna risa podia herirlas, ya que la miseria de sus harapos daba testimonio de su renuncia. El sol eludia esta guirnalda que emida su propia luminosidad. Estaban todas muertas. Lo que de ellas vdamos pasearse por la calle eran sombras apartadas del mundo. Las Mariconas son un pueblo pilido y abigarrado que vegeta en la conciencia de las buenas gentes. Jamas tendrian derecho al ple­ no dia, al verdadero sol. Pero, relegadas a estos limbos, provocan los mas curiosos desastres, anunciadores de bellezas nuevas. Genet cita entonces el grito de una de elias, que se llama senorita Dora: jQue malas son ... estos hombres!! 1 . Jean Genet, journal du voleur, op. cit., p. 1 1 3.

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Yes en ese grito rememorado donde Genet inscribe el ori­ gen, si no de toda su obra, sf, al menos, de este libro que se pre­ senta como un diario o, mas bien, como lo que queda de un diario del que habrfa desaparecido una buena parte: De este grito que recuerdo nace una breve pero profunda meditaci6n sobre su desesperaci6n que fue la mfa. Habiendo escapado -jpor cuanto tiempo!- a la abyecci6n, quiero volver a ella. Que al menos mi estancia en vuestro mundo me per­ mita hacer un libro para las Carolinas. ' De este modo, afios despues d e haber compartido l a «de­ sesperaci6n» de las Carolinas, en una epoca en la que mendigaba y se prostitufa, Genet se aprovecha del hecho de que «vive» en el mundo de la gente normal, al que no pertenece, y en un mo­ mento que presenta como quiza tan solo una tregua provisional (pues nunca se puede estar seguro de no ser, un dfa u otro, re­ enviado a la estigmatizaci6n y a la vergiienza), para hacer el ges­ to voluntario de retornar, valiendose del medio literario de la heroificaci6n, a aquello que ha sido, y elegir ser lo que habfa sido sin haberlo elegido, y por ello produce un «poema» para magnificar a aquellos personajes salidos de la sombra cuyas mantillas y gritos aun le persiguen. Es un rasgo caracterfstico de toda la obra de Genet: la pul­ sion que le conduce a escribir esta siempre animada por la vo­ luntad de rendir homenaje a los humillados, de rehabilitar lo que esta destinado a la ignominia o, por retomar el termino que el utiliza constantemente, a «la abyecci6n»: Hablo de este perfodo con emoci6n y lo magnifico, pero si se me ocurren palabras prestigiosas, quiero decir cargadas en mi mente mds de prestigio que de sentido, esto quiere decir quiza que la miseria que expresan y que fue mfa es tambien 1 . Ibid., p. 1 1 3.

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fuente de maravilla. Quiero rehabilitar esta epoca describien­ dola con los nombres de las cosas mas nobles. Mi victoria es verbal y se la debo a la suntuosidad de los terminos, pero ben­ dita sea esta miseria que me aconseja tales elecciones.1 Y,

volviendo sobre sus libros precedentes, Genet proclama:

Si examino lo que escribf, distingo en ello, hoy en dfa, una volumad de rehabilitaci6n de los seres, de los objetos, de los sentimientos con reputaci6n de viles, pacientemente con­ tinuada.2 El trabajo literario que consiste en transformar el pasado en poema, en canto, esta, pues, estrechamente ligado a esta volun­ tad de rehabilitaci6n: Quisiera ser mis antiguos camaradas de miseria, los hijos de la desgracia. Envidio la gloria que segregan y que utilizo para fines menos puros. El talento es cortesfa respecto a la materia, consiste en conceder un canto a lo que era mudo.3 Hay que sefialar que este ultimo pasaje esta dedicado a los presos y no a las Carolinas. Pero mas adelante veremos que para Genet existe una analogfa entre todos los parias, y que lo que dice de unos vale para los otros. El texto continua asf: Mi talento sera el amor que siento por todo lo que com­ pone el mundo de las circdes y los presidios.4

I. Ibid., p. 65; Ia cursiva es mia. 2. Ibid., p. 1 22. 3. Ibid, p. 1 23. 4. Ibid., pp. 1 23- 124.

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No puede menos que chocarnos la asombrosa similitud del proyecto que aqui se formula (construir un «poema» para resti­ tuir la voz a aquellos destinados a la sombra y al silencio) con el de Foucault en la Historia de la locura, libro que, hay que recor­ darlo, empezo a escribir a mediados de los cincuenta, en una epoca en que daba cursos sobre Genet a sus alumnos suecos, y en el cual busca reencontrar, mas alla del monologo de la razon sobre la locura (y sobre la homosexualidad) , ese «murmullo de insectos en la sombra», la voz ahogada de los excluidos y de los parias. 1 Se trata, segun escribe Foucault en el prefacio que acompafiaba la edicion de 1 96 1 , de hacer «la arqueologia de un silencio» . 2 A principios de los setenta, el compromiso politico de Fou­ cault con la cuestion de las carceles ira en la misma direccion: restituir la palabra, procurar la toma de la palabra. Por ejemplo, en 1 97 1 declara, a proposito de la revuelta de los presos: De repente, personas que habian sido, generaci6n tras ge­ neraci6n, excluidas no s6lo del poder politico, sino tambien del derecho a hablar, redescubrieron la posibilidad de hacerlo y, al volver a descubrir esta posibilidad, descubrieron que el poder estaba en cierto modo asociado al derecho a la palabra.3

1 . Michel Foucault, prefacio a Folie et deraison. Histoire de Ia folie a !'age classique, Paris, Pion, 1 96 1 , recogido en Dits et ecrits, Paris, Gallimard, 1 994, t. 1 , pp. 1 59- 1 67; cita: p. 1 64. [Historia de Ia locura en Ia epoca cbisica, Madrid, FCE, 1 997.] Sobre los cursos de Foucault en Uppsala, cf Didier Eribon, Michel Foucault, Paris, Flammarion, 1 989, reed. col. , 1 99 1 , p. 1 00. [Michel Foucault, Barcelona, Anagrama, 1 992.] Foucault daba un curso publico sobre , lo que era una audacia realmente increfble para Ia epoca. 2. Michel Foucault, ibid., p. 1 60. 3. Michel Foucault, entrevista para Radio Canada, 1 97 1 , en Philippe Artieres, >, Critique, n.0 65, octubre de 1 952, y n.0 66, noviembre de 1 952. Re­ cogido en La Litterature et le mal [ 1 957] , Paris, Gallimard, col. > El ros­ tro del atolondrado que se excusaba y sonrefa a un tiempo es­ taba tan palido que me ruborice. A lguien dijo por lo bajo a mi lado: -Disculpelo,

sefiora; es cojo y tropieza. 51

> en La voluntad de saber, para darle una fe­ cha de nacimiento reciente y hacer de ella una invencion de Ia psiquiatria (p. 94), no saca, en absoluto, Ia conclusion de que un movimiento gay no tendria senti­ do: seiiala, por el contrario, aunque lo analice como un , su extrema importancia (cj p. 1 34). Lo atestiguan sus entrevistas a lo largo de los afios setenta: Foucault no ceso de mencionar el movimiento gay como uno de los que transformaban Ia definicion de Ia politica y minaban los sis­ temas de pensamiento sobre los que descansan las instituciones y los poderes. 2. Para Foucault un concepto, un trabajo teorico, son siempre , es decir, no adquieren su significado mas que en relacion con aquello

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Pero, a pesar de todo, su crftica radical de la ideologfa de la « transgresi6n», a mediados de los setenta, nos remite tambien a Ia evidencia, a su juicio, de que la «revoluci6n sexual» (en la que todo el discurso, muy marcado por el psicoanilisis y el freu domarxismo, se fundamentaba en la necesidad de romper los tabues, de hablar de la sexualidad para acabar con la opre­ si6 n) era en buena medida una revoluci6n heterosexual o hete­ rocentrica. La utopfa de una sociedad sin tabues, en la cual los individuos «liberados» podrfan vivir plenamente su sexualidad y real izarse plenamente a traves de ella (el tema de «disfrutar sin uabas») , tenfa como corolario el mito de una «bisexualidad fundamental», de una polisexualidad generalizada que iba a su­ primir la oposici6n heterosexualidad/homosexualidad, abolir las normas y la normalidad, y permitir asf a los heterosexuales tener experiencias homosexuales, pero, sobre todo, exhortar a los homosexuales a que renunciasen a su homosexualidad, per­ cibida como una «mutilaci6n» de sf mismos, para convertirse en lo sucesivo en «bisexuales». La idea (propuesta por Reich y sus adeptos en los setenta, por ejemplo) de una «naturaleza» in­ diferenciada de la sexualidad que se podfa encontrar mas alla de la alienaci6n promovida por la sociedad burguesa, o de un flujo indiferenciado de deseo, en el cual el capitalismo hada recortes arbitrarios (propuesta por Deleuze y Guattari, asf como por Hocquenghem), reconduda finalmente, a pesar de las distancias tomadas por algunos con respecto a esos conceptos, a versiones mas o menos radicales del gran mito freudiano de la bisexuali­ dad universal, es decir, a fin de cuentas, de una heterosexualidad universal de la que las relaciones homosexuales no sedan ya ex­ duidas. Ello venfa a decir que todo el mundo serfa heterosexual (algunos discursos llegaron a decir que la homosexualidad no era mas que un producto de la sociedad burguesa) , pero que los heterosexuales liberados podrfan, cuando lo desearan, tener rea lo que se oponen. Son, por ramo, los retos de un libro los que determinan su comenido.

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laciones con personas de su sexo. Encontramos en numerosas entrevistas, y muy particularmente en su larga conversaci6n con Thierry Voeltzel, una formulaci6n muy clara de esta per­ cepci6n de Foucault de Ia revoluci6n sexual como heterosexual, y, par tanto, como una deshomosexualizaci6n de Ia homose­ xualidad. Foucault (cuyo nombre no aparece en el libra, pero que es el entrevistador an6nimo del muchacho de veinte afios) declara a prop6sito de los peri6dicos izquierdistas, pero tam­ bien gays, de principios de los setenta: En esa literatura [ ... ] habia un tema que me chocaba, qui­ za no tanto porque se repetia con frecuencia como porque me pareda rigurosamente ut6pico, y era esa idea de que Ia dife­ rencia, en suma, Ia especificaci6n de Ia homosexualidad, no era, en realidad, mas que el resultado de cierto numero de alienaciones, coacciones econ6mico-politicas, etcetera, y que una sexualidad liberada debia de ser tanto homosexual como heterosexual, y que, en consecuencia, llegaria un dia dichoso en el que, finalmente, volveriamos a amar a las mujeres como todo el mundo. Un discurso que Foucault califica de «ridkulo».1 De modo que La voluntad de saber puede leerse tambien como una resistencia gay a Ia «iiberaci6n» (hetero)sexual, y por eso este libra ha podido convertirse en una especie de breviario 1 . Cj Thierry Voeltzel, Vingt Ans et apres, Paris, Grasser, 1 978, pp. 2830. Foucault sefiala tambien que cuando Reich, el guru de Ia revoluci6n se­ xual, cuyos libros se habian convertido en los setenta en Ia Biblia de los mo­ vimientos izquierdistas, habla de homosexualidad, dice (ibid., p. 1 8). Vease asimismo, en Ia entrevista de 1 98 1 , : (recogido en Michel Foucault, Dits et ecrits, op. cit., t. 4, p. 1 66). El tema de Ia bisexualidad cohabitaba extrafiamente en esa epoca con el de Ia necesidad de declarar Ia homosexualidad.

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del movimiento gay a finales de los setenta y en los ochenta. Si n embargo, como el contexto ideologico se habfa desplazado ya en el momento en que aparecio el libro, y el discurso rei­ ch iano de la revolucion sexual se habfa borrado rapidamente de [a escena polftico-intelectual, Foucault pudo trabajar entonces, desde finales de los setenta, en la elaboracion de una reflexion gay que, volviendo siempre la espalda a cualquier idea de «des­ cub rimiento» de sf mismo, se orientara, en los siguientes volu­ menes de Historia de !a sexualidad, hacia la tematica de una produccion de sf mismo (he aquf, por ejemplo, el nucleo de su divergencia con la Escuela de Frankfurt) , 1 de una «problemati­ zacion» de sf mismo. El adversario sera, de nuevo, el psicoanali­ sis, pero el movimiento gay se pensara no solo en terminos de una resistencia al poder (y, especialmente, al poder psiquiatrico de «calificar»), sino tambien como el artffice de una creacion de espacios subculturales donde los individuos pueden inventarse a sf mismos, en las practicas colectivas y los lugares de sociabi­ lidad. A la idea reichiana de una indiferenciacion sexual que bo­ rrarfa la especificacion homosexual, pero tambien a la doctrina psicoanalftica que quiere unir esta especificidad con una verdad del deseo que habrfa que poner de manifiesto para decide a cada uno lo que es, Foucault opondra la idea de una «cultura gay», de «formas de vida gays», que producen la diferencia sin apoyarse sobre una situacion anterior. Por eso, despues de haber rechazado bruscamente, en 1 976, la ideologfa batailliana de la represion y de la transgresion de lo prohibido, que habfa compartido hasta los sesenta, Foucault se acercara progresivamente a todos los temas que constituyen el nucleo de la obra de Genet, en particular a la idea de ascesis, de trabajo de uno sobre sf mismo. Pero, en aquel momento, Fou1 . He abordado Ia cuesti6n de Ia relaci6n de Foucault con Ia Escuela de Frankfurt en Michel Foucault et ses contemporains, op. cit., pp. 289-31 1 .

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cault no se referira a Genet, y, sin duda, no sera consciente de redescubrir, a medida que avanza, los temas ya elaborados por este. Cuando, en los ochenta, Foucault llega a reformular su tra­ bajo sabre la historia de la sexualidad en los terminos «del arte de gobernarse a si mismo» y a considerar el futuro gay en los terminos de una estetica de la existencia, lo had. con la mirada puesta en los fil6sofos de la Antigua Grecia, como habian hecho antes que el Walter Pater, John Addington Symonds, Oscar Wilde o Andre Gide, 1 y no citando a Genet, al que, sin embar­ go, habia admirado y del que, sabre todo, habia retenido, en los cincuenta, la idea de la relegaci6n social, es decir, el anilisis de los procesos de la abyecci6n. Pero incluso si no se refiere a Ge­ net, la reflexi6n de Foucault, en aquel momenta, se inscribe cla­ ramente en la estructura de un conflicto que ya ha opuesto la idea gay de la ascesis (Genet) a la idea heterosexual de la trans­ gresi6n (Bataille) . Partiendo del analisis, en Historia de Ia locura, de los mecanismos de la sojuzgaci6n para desembocar, en los ul­ timos volumenes de Historia de Ia sexualidad, en una problema­ rica de la ascesis, tras haber recusado la idea de «transgresi6n» en el primer volumen de esta obra, Foucault habra, pues, dilatado en el tiempo, como etapas sucesivas de su trabajo, lo que se en­ cuentra condensado en Diario del ladron, al pasar sucesivamente de un estudio de la vida de los hombres infames a una politica y una etica de la «estilizaci6n de la existencia», mientras que en Genet esos dos temas estan imbricados en un mismo libra. El recorrido te6rico de Foucault durante treinta afios desarrollara el programa propuesto par Genet en su Diario y que se encarna simb6licamente en el desfile de las Carolinas: del analisis de la subjetividad sojuzgada de los marcados por la abyecci6n a la exaltaci6n de la grandeza resplandeciente y modesta de «la preo­ cupaci6n por si mismo». 1 . Vease, en especial, el curso impartido en 1981-1982 en el College de France, sobre L 'Hermeneutique du sujet, Paris, Gallimard/Le Seuil, col. , 200 1 .

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4. LA METAMORFOSIS

Elementos de una vergonzologia, 1

Como ha sefialado Sartre (y, ademas, salta a Ia vista en cuan­ to se abre este libra), hay dos palabras que aparecen constante­ mente en Diario del ladron: abyecto y abyecci6n. 1 El Diario es un viaje a! interior de Ia abyecci6n, entendida en el sentido del ser humano que pierde su humanidad y se ve relegado al esta­ tus de paria con relaci6n a los dominantes. Y podemos incluso adelantar que Ia descripci6n de los procesos por los cuales el ar­ den social vuelve «abyecto» a un individuo se encuentra en el nucleo de la obra de Genet. El proceso empieza por el insulto o por el acto de calificar, que marcaran a! individuo a fuego y de forma irreversible. En unas paginas celebres Same analiz6 magnfficamente, al princi­ pia de su Saint-Genet, ese «instante fatai»2 en que un individuo recibe por primera vez Ia flecha de Ia injuria, que le anuncia con su herida lo que es a los ojos del mundo social y lo que, en conse­ cuencia, sera para siempre. Uno de los pasajes en los que Sartre expo ne esta idea procede de Santa Maria de las Flores, cuando Pocholo, el amante y chula de Divina, es sorprendido robando: 1. Vease, por ejemplo, journal du voleur, op. cit., pp. 1 2, 20, 2 1 , 29, 55, 65, 1 00, 1 09, 1 1 3 , 1 1 9, entre orcas. 2. Jean-Paul Sartre, Saint Genet, comedien et martyr, Paris, Gallimard, 1 95 2, p . 9.

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Llevaba en los bolsillos dos encendedores de plata y una pitillera. Lo estaban siguiendo. Cuando lleg6 junto a Ia puer­ ta, guardada por un coloso con galones, una ancianita le dijo con toda Ia calma:

-�Que ha robado, joven? [. . .] Casi a! instante , el coloso estuvo sobre

el y lo agarr6 por

Ia mufieca [ . . . ] . Gracias a las palabras de Ia vieja y a! gesto del

hombre, un nuevo universo, instantineamente, se le ofreci6 a Pocholo: el universo de lo irremediable. Es el mismo que

aquel en que estibamos, pero con una particularidad: que en Iugar de actuar y sabernos actuantes, nos sabemos actuados. 1

Lo que Genet describe de este modo es el momento en el que Ia mirada social califica taxon6micamente al individuo y lo clava en el panel de las especies infames. La palabra, el calificativo dado, el juicio social, transforman para siempre a ese individuo. El pasaje trata del robo y de la transfiguraci6n irreversible en «la­ dr6n» de quien ha cometido el acto de robar. Pero este anilisis de los efectos de la calificaci6n sirve, sin duda, para un examen mis amplio y, sobre todo, para una descripci6n de la manera en que el paria sexual se siente intimamente paralizado por la impreca­ ci6n injuriosa, y tambien de la manera en que la verglienza se graba en el cerebro y el cuerpo del individuo, hasta el punto de converrirse en el sello propio de su subjetividad, de su propio ser. N umerosas piginas de Genet, quizi toda su obra, tratan de ana­ lizar el sentimiento de la verglienza, y lo que hace de los indivi­ duos que la experimentan y la viven. Por eso podemos definir su rrayectoria, tomando prestada (una golondrina no hace verano) una palabra de Lacan, como una «vergonzologia».2 1. Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit., pp. 1 82- 1 83. 2. «Produire une hontologie, orthographiee enfin correctement>> [«Pro­ ducir una vergonzologfa, con Ia ortograffa por fin correcta>>], Jacques Lacan, Le Seminarie, livre XVII: L 'Envers de fa psychanalyse, Paris, Seuil, 1 99 1 , p. 209. [El seminario, XVII, Barcelona, Paid6s, 1 98 1 .]

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He aquf, tambien en Santa Maria de las Flores, otra des­ crip ci6n del momento inicial en el que el individuo es califica­ do , transformado en monstruo, en personaje abyecto y extrafio. Estamos en el principia del libro, y Divina acaba de llegar a Pa­ ds. Pretende prostituirse: Divina era clara como el agua. En el gran cafe, con las vi­ drieras cerradas, las cortinas corridas en las barras huecas, lleno a rebosar y oscuro a causa del humo, deposito ella el frescor del esdndalo que es el frescor de un viento matutino [ ... ] . Sola en una mesa, se sento y pidio te [ .. ] . El camarero que Ia atendio mvo buenas ganas de burlarse, pero no se atrevi6, sin embargo, a hacerlo en las barbas de ella por pudor. En cuanto al encarga­ do, se acerco a su mesa y decidio que, en cuanto hubiera acaba­ do, le rogarfa que saliese, para evitar que volviera otra noche. Por fin, se dio unos suaves toquecitos en la frente nfvea con un pafiuelo floreado. Luego, se cruzo de piernas: se le vio en el tobillo una cadena cerrada por un medallon que nosotros sabemos que encierra unos cuantos cabellos. Sonrio a su alre­ dedor y nadie respondio mas que apartando la vista de ella, pero eso era una respuesta. El cafe estaba silencioso hasta tal punto que se ofan distintamente todos los ruidos. Todo el mundo penso que su sonrisa (para el coronel: Ia del invertido; para los comerciantes: la del afeminado; para el banquero y los camareros: la de Ia maricona; para los gigolos: Ia de «esa de alli»; etcetera) era abyecta. Divina no insistio. De un minuscu­ lo bolso de raso negro cerrado con un cordon saco unas cuan­ tas monedas que deposito sin ruido en Ia mesa de marmol. El cafe desaparecio y Divina se metamorfoseo en uno de esos ani­ males pintados en los muros -quimeras o grifos-, pues un co nsumidor, a su pesar, murmuro una palabra magica pensan­ do en ella: -Pederasca. 1 .

1 . Jean Gene[, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit.,

pp.

24-26.

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Lo que aqui se nos presenta es el relata de una metamorfo­ sis digna de la de Kafka. La injuria es un haz luminoso que di­ buja en la pared una imagen grotesca del individuo paria, y lo transforma en un animal fand.stico, en una quimera, a la vez imaginario (no existe mas que como el producto de miradas fo­ bicas) y real (pues se convierte en la definicion misma de la per­ sona asi transfigurada: «un pederasca») . La identidad asignada a un individuo a traves de la estigmatizacion no es, pues, mas que el producto de una expulsion, mas alla de la frontera que separa lo normal y lo patologico, de todo lo que la sociedad considera como su negativo. Sin embargo, de esta misma ex­ pulsion nace un personaje dotado en adelante de una «natura­ leza» (a su vez herencia y reproduccion de una larga historia colectiva del arden social y sexual) . Y esta «naturaleza» se con­ vierte en la realidad, la verdad del individuo. En la palabra «pederasca» se concentra toda la homosexua­ lidad tal como es imaginada y, por tanto, conformada por la mirada social, que de un solo golpe transforma en un monstruo fabuloso al individuo atrapado en ese haz de luz. Se le califica, se le clasifica, se le inscribe en una categoria de la que ya no es mas que uno de los representantes. y esta pertenencia se con­ vierte en la explicacion de todo lo que es, de todo lo que hace, de todo lo que piensa. Su destino social esta totalmente traza­ do. En Querella de Brest, cuando la polida interroga a los alba­ niles a proposito de Gil, dibujan el retrato de «una maricona como no ha vista antes ningun albafiil». 1 Genet (o el narrador) interviene entonces para destacar las contradicciones o incohe­ rencias de esa imagen elaborada para uso de los polidas, y en la que se proyectan todos los fantasmas sociales. Para los albafii­ les, y tambien para los polidas, todos los «maricas», todas las «mariconas», pueden ser descritos con los rasgos de un persona­ je unico que los define a todos: 1. Jean Genet, Querelle de Brest, op. cit., p. 1 30. 72

Para ellos, «los que lo son» formaban un grupo indistinto, matices, y por eso les pareda normal que un chico de die­ sin ciocho afios hiciese el amor, al salir de los brazos de un albafiil de cuarenta, con un nifio de quince. 1 El «marica» es Uno. No cabe imaginarlo de forma plural fantasmag6ricas mayoritarias. Y los albafiiles confirman las en Gil, que ha matado a Theo y que es sospechoso del crimen que que, en realidad, ha cometido Querella, es, ciertamente, un ho­ mosexual y, por tanto, un criminal: Los albafiiles contaron que Gil era pederasta. A los polidas les revelaron cien detalles que demostraban que el asesino era marica [ ... ] . Timidos delante de los inspectores, se aventuraron a una descripcion loca, titubeante -y loca debido a que tembla­ ban en su vacilacion- y cada vez mas firme a medida que habla­ ban. Se percataban, sin duda, de que todas sus afirmaciones no tenfan fundamentos solidos, que solo eran un lirismo que les permida por fin hablar en serio de aquello con lo que siempre habian adornado sus juramentos -y, por ende, sus cantos-, pero al mismo tiempo aquella exhalacion subita les embriagaba.2 Genet nos indica entonces cuales son los «rasgos» de Gil que delatan su «inversion» a los albafiiles: La hermosura de su rostra, su manera de cantar procu­ rando que su voz sonase aterciopelada, su coqueteria indu­ mentaria, su pereza y su negligencia en el trabajo, su timidez en presencia de Theo, Ia blancura y el lustre de su piel... otros tantos detalles que les paredan reveladores por haber oido a I. Ibid., p. 1 3 1 . 2 . Jean Genet, Querelle de Brest, op. cit., pp. 1 29-1 30. Sobre el isomor­ fismo social del crimen y de Ia homosexualidad, vease, mis adelante, en Ia segunda parte, los capitulos 1 a 4.

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Theo, y a otros tios en el curso de su vida, burlarse de los ma­ ricas diciendo: «Es una nena... tiene una carita de mufieca. . . le gusta el curre tanto como a una zorra de lujo ... esta hecho para trabajar tumbado. . . Arrulla como una paloma.» En realidad, los albafiiles no saben nada de esos seres extra­ nos de los que hablan, nada aparte de lo que dicen: Conodan a las locas y a las mariconas por lo que deda Theo, por lo que dedan ellos mismos, que, entre risas, se diri­ gian pullas como estas: «iSe nota que te van los tios ... ! �Te los tiras de todas las maneras?» 1 Sin embargo: estas expresiones, proferidas maquinalmente, no tenian para ellos un significado preciso. Ninguna conversaci6n habia po­ dido ensefiarles nunca nada verdadero sobre ella [la marico­ na] , tan poco les apasionaba el asunto. Al contrario, les preo­ cupaba. Queremos decir que precisamente esta ignorancia les causaba una ligera inquietud, indestructible por ser tan im­ precisa y difusa, desconocida, en suma, a fuerza de no ser nombrada, pero que mil reflexiones revelan. Todos sospecha­ ban la existencia de un universo tan abominable como mara­ villoso, en el que habrian podido penetrar con gran facilidad.2

Y en consecuencia: cuando tuvieron que hablar de Gil, de cada uno de los carac­ teres que recordaba, o que podia superficialmente recordar lo que conodan de los maricas, dieron una apariencia de carica­ tura que, con una veracidad terrible, dibujaba un retrato exac­ to de la maricona. 3 1 . Ibid., p. 1 30. 2. Ibid. 3 . Ibid.

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En definitiva, el grifo, la quimera que compone el discurso de los albafiiles y que no es, como en Santa Maria de las Flores, rn as que una proyecci6n imaginaria, una mezcla de odio, mie­ do y fascinaci6n, termina siendo un retrato de veracidad, pa­ te nte , puesto que la maricona, en realidad, es todo y nada mas que lo que se dice de ella. Lo que se dice de la maricona no es nunca falso. Y, como veremos, el «monstruo» inventado de este rnodo se situa, por la fuerza de las cosas, de las representaciones y los fantasmas, del lado de la destrucci6n del orden social y, por ende, necesariamente del lado del vicio y del crimen. Tambien en el caso de Proust (Proust, que, como dice tan certe ramente Sartre, tuvo «la habilidad algo cobarde de hablar de los homosexuales como si fueran una especie natural», y de este modo se «hizo c6mplice de sus lectores») l las palabras ha­ cen surgir las imagenes de los personajes que dibujan. En uno de los bosquejos preparatorios de Sodoma y Gomorra Proust se lamenta de no poder mantener la palabra «loca», que utilizaba Balzac: Con una audacia que bien quisiera yo poder imitar, Bal­ zac emplea el unico termino que me convendda [ ... ] . Con­ vendda, en especial, en toda mi obra, en los pasajes en que los personajes a los que se aplicaria, siendo casi todos viejos, y casi todos mundanos, estuviesen en las reuniones de sociedad donde parlotean, magnfficamente vestidos y ridiculizados [ . . ] . Pero [ . .. ] no siendo Balzac, estoy obligado a contentarme con «invertido».2 .

Parece, pues, evidente que el valor de esta palabra es litera­ riamen te incomparable, porque solicita la complicidad homo1 . Jean-Paul Sartre, Saint Genet, op. cit., p. 648. 2. Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe, esbozo IV, en A Ia recherche du temps perdu, Paris, Gallimard, «Bibliotheque de la Pleiade>>, t. 3, p. 955.

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foba del lector (bien sea heterosexual u homosexual) y desen­ cadena Ia logica del fantasma social que conoce bien a estos personajes, pero no por otra cosa que por el nombre que les da, es decir, en tanto que los crea. Para Proust Ia palabra «ioca» tiene Ia virtud de poseer un gran poder de evocacion, en el sentido mas intenso del termino, porque basta enunciarla para que surjan ante uno extrafios animales, a! mismo tiempo que revela a plena luz Ia verdad profunda de las personas de las que se habla: jLas locas! Ya en esta palabra que !leva foldas se ve su so­ lemnidad y todo su atuendo, se ve en una reunion mundana su air6n y su gorjeo de volatiles de una especie distinta.1 Decimos «loca» y he aquf que se alborotan y cacarean las aves extrafias, un poco monstruosas, un poco ridiculas, que di­ vierten tanto a Proust, a condicion, por supuesto, de que no se le incluya en esa categorfa. El escritor se cuida mucho de evitar que lo consideren una de esas volatiles «de una especie distin­ ta», naturalmente, sin poder impedirlo. Pues Ia «ioca», para un homosexual, es siempre lo que son los otros homosexuales, y lo que el mismo no es (y esa es Ia gran diferencia con respecto a Genet, que quiere vestir las palabras de faldas, de cintas, de flo­ res, para identificarse con los personajes de los que habla, grifos o Carolinas).2 Vemos que las fantasmagorfas hom6fobas a menudo son compartidas por los propios gays, con Ia (mica diferencia de 1. Ibid.; Ia cursiva es mfa. 2. Evidentemente, se podria sefialar que Genet, incluso cuando pro­ clama su simparia por las Carolinas, se cuida de precisar que el no es , y que asiste a! desfile desde Ia acera, con Ia muchedumbre que se divierte. Pero su relato sigue siendo mas identificativo que distanciado. Querrfa ser una de elias, sabe que nunca esta lejos de serlo, mientras que Proust procura, ante todo, que no lo tomen por una de las locas de las que se burla.

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que rodos ellos se excluyen de la categoria asf retratada. Para el d iscurso dominante, una «maricona», una «loca», son todos los h o mosexuales, y para los homosexuales, son todos los homose­ :x:uales menos uno: el que habla. Porque la fuerza del discurso dominante, y de las representaciones que expresa, reside en im­ ponerse a todos, incluso a aquellos a los que califica de inferio­ res, y un minoritario que intente romper este regimen de evi­ dencias y este arden discursivo encontrad. la oposicion no solo de los dominantes, sino de la mayorfa de los dominados, cuyo consciente e inconsciente han sido moldeados par las estructu­ ras de la dominacion (el sfndrome del «buen colonizado» que apoya al colonizador y al que este aplaude par su «Valentia» y su «moderacion»). Asf pues, las palabras son formulas magicas que hacen salir de su caja a los diablos a los que Genet se esfuerza en dar car­ ne... y tela (los chales y las mantillas de las «mariconas» de Bar­ celona) . Pero esto es asf porque la palabra representa una «reali­ dad», aunque sea una «realidad» que solo existe en la medida en que las palabras la constituyen. «Locas», « mariconas», « mari­ cas», designan realidades «objetivas» en el mundo social y se­ xual, y las palabras de la estigmatizacion instauran y reinstauran sin cesar la «realidad» de lo que designan, cuando parecen sim­ plemente enunciarla o desvelarla. Llamar a alguien «loca» o «marica» es enunciar la «verdad» de lo que «es». Pero este indi­ viduo solo es lo que es porque las palabras (es decir, la historia colectiva del arden social y sexual sedimentada en el lenguaje y los fantasmas sociales que expresa) inscriben en su propia defi­ nicion, y en su ser, toda la «realidad» que designan, para hacer de el un ejemplar, un especimen de una especie particular, y le atribuyen rasgos psicologicos, pd.cticas, sentimientos, e incluso caracterfsticas ffsicas, que quiza no sean las suyas propias, pero que encajan en la definicion social y fantasmal de esa categorfa de personas a la que pertenece y, par lo tanto, en la suya. El in­ dividuo definido de este modo no solo no sera mas que un «pe­ derasca», sino que lo sera totalmente, pero tambien sera lo que 77

son todos los pederastas, todos los que pueden ser clasificados por la injuria con este vocablo. 1 Genet propane en sus libros varias teodas del lenguaje que cohabitan sin ser contradictorias. Cuando habla de nombres propios, se situa en el marco de una teoda que poddamos lla­ mar «Cratiliana»: la palabra imita lo que designa, expresa su esencia.2 Y las letras que la componen contienen la totalidad de lo que se designa. Encontramos una hermosa formulaci6n de esto en un poema de Borges, El Golem: Si (como el Griego afirma en el Cratilo) el nombre es arquetipo de la cosa, en las letras de rosa est>, anota Paul Morand en su Diario, «cuando conoces a uno, los conoces a todos>> (Paul Morand, journal inutile, Paris, Gallimard, 200 1 ) . 2. Cf Plat6n, Cratyle, Paris, GF-Flammarion, 1 998. [ Crdtilo, Salaman­ ca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1 982.] 3. Jean Genet, Notre-Dame-des-Fieurs, op. cit., pp. 1 08- 1 09.

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Pero en cuanto a los nombres comunes y, sobre todo, los que sirven para clasificar, estigmatizar, categorizar (no olvide­ mos que, como recuerda Pierre Bourdieu, «categoria» viene del griego kategoria, que significa acusaci6n publica) , 1 Genet pare­ ce dudar entre una teorfa que pretenderfa que la palabra imita y contiene la realidad designada (y en ese caso cabria preguntarse si en las eles de «loca», en las emes de «maricona», en las letras de todo ese vocabulario que Genet se complace en sembrar en sus textos, como un nifio que se divierte pronunciando pala­ bras prohibidas, no estarfan las flores, las faldas, las cintas, los gritos de las Carolinas, los gestos afeminados de Divina o del reniente Seblon ... ) , y otra teorfa que nos llevaria mas bien a un analisis de la eficacia social del lenguaje: las palabras producen lo que designan, lo «determinan». En el Diario Genet escribe que «la palabra ladr6n detenni­ na a aquel cuya principal actividad es el robo. Lo concreta eli­ minando -mientras se le Harne as£- todo lo que no sea un la­ dr6n».2 La palabra ladr6n impone una identidad homogenea y exclusiva. La palabra «pederasca» tambien. Las palabras definen las esencias en el flujo de la existencia y fijan en entidades ce­ rradas sobre sf mismas formas plurales, inestables, fluctuantes, inciertas. El «pederasca» esta, pues, contenido en las letras de la palabra, no porque la palabra imite la «realidad» designada, sino porque la constituye: ella crea el grifo, la quimera, el monstruo. Esta «realidad» puede, sin duda, englobar caracteris­ ticas incompatibles entre sf, pero que seran atribuidas, pese a ello, a quienquiera al que se le pueda aplicar la palabra. Un «marica», para la mirada social dominante, para la sociedad he­ terosexista y hom6foba, no es mas que un «marica», al mismo 1. Pierre Bourdieu, «Quelques questions sur Ia question gay et lesbien­ ne>>, en Didier Eribon, Les Etudes gays et lesbiennes, Aetas del coloquio del Centro Georges-Pompidou, 23 y 27 de junio de 1 997, Paris, Centro Geor­ ges-Pompidou, 1 998, p. 45. 2. Jean Genet, journal du voleur, op. cit., p. 277; Ia cursiva es mfa.

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tiempo que un «marica» es todos los «maricas» y, a la vez, toda la homosexualidad. Del mismo modo que, para la reina blanca, en Les Negres, un negro es toda Africa. Acerca de esta obra, Ge­ net escribe: El punta de partida, el gatillo, me lo dio una caja de mu­ sica cuyos aut6matas eran cuatro negros de librea que se incli­ nan ante una princesita de porcelana blanca [ ... ] . Son de tra­ po, carecen de alma. Si la tienen, suefian con comerse a la princesa. Se me dira que no son toda Africa. Si les interrogo, �no sabrian responder par ella? Temo que si, precisamente. Para una conciencia blanca, encarnan a Africa porque simbo­ lizan el estado en que nuestra imaginaci6n se deleita en situar­ los, en fijarlos. 1 De este modo, la injuria, como la mirada racista en gene­ ral, inscribe una esencia en el cuerpo del individuo designado, puesto que graba en el todo lo que la palabra parece contener y representar. La injuria es esencialista porque el mundo social lo es.2 Y el lenguaje es solo la expresi6n de este esencialismo plena del arden social, que entrafia divisiones, jerarquias, categorias, clasifica a los individuos segun una escala de valores y convierte la pertenencia que se les asigna en la definicion misma de su ser. Todo racismo es un esencialismo, dice muy acertadamente Bourdieu. Y el mundo social es racista, puesto que instaura ca­ tegorias separadas unas de otras par fronteras invisibles y, sin embargo, radicalmente trazadas. La violencia verbal o la fisica son sus manifestaciones visibles, pero las realidades de Ia vida cotidiana (es decir, la relaci6n cotidiana con las estructuras del arden social y sexual que se imponen a todos en Ia vida indivi1 . Pr6logo (inedito) de una reedici6n de Les Negres, archivos Jean Ge­ net-IMEC. 2. Cf Pierre Bourdieu, Meditations pascaliennes, Paris, Seuil, 1 997, p. 28 1 . [Meditaciones pascalianas, Barcelona, Anagrama, 1 999.]

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dual y colectiva, privada y publica, etcetera) constituyen una inju ria permanente, ejercen una permanente violencia fisica. El m undo social, con sus jerarquias, es injuriante y violento (por eso la homofobia puede considerarse una forma de racismo, p ues hace de los «homosexuales» una «raza» aparte, una «espe­ cie» , inferior y abocada a la injuria, a la violencia, a la estigma­ tizaci6n o a la discriminaci6n, social y juridica) . 1

1 . Por esta raz6n, asimismo, a cualquier persona que pertenezca a una caregoria considerada inferior se Ia puede considerar culpable o responsable de todo lo que hace orra persona que pertenezca a Ia misma categoria: basta que un negro, un magrebi o un homosexual viole o asesine a alguien para que todos los negros, rodos los magrebies o rodos los homosexuales sean vis­ tas como violadores o asesinos potenciales.

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5 . EL M ISTERIO DE LOS NI N OS MALDITOS

Elementos de una vergonzologia, 2

Si el analisis puede aislar como un momento te6rico puro «el instante fatal» de la imprecaci6n injuriosa, es evidente que esta escena primitiva del encuentro con el insulto es un aconte­ cimiento «mftico», 1 como dice Sartre, en la medida en que no hace mas que simbolizar, condensar, los multiples encuentros con la mirada insultante, las palabras hirientes, las imagenes ofensivas, que la vida cotidiana reserva a los individuos que pertenecen a categodas estigmatizadas. 2 Es, pues, muy posible que la metamorfosis en «monstruo» y el sentimiento de ser «monstruoso» se hayan producido antes del encuentro efectivo, concreto, con la injuria. Por eso el injuriado sabe confusamente que no es como los demas, y que sus suefios y deseos lo alejan de los otros, que el nifio o el adolescente sera vul­ nerable cuando la injuria venga a decide que, efectivamente, es lo que el ya sabfa que era. El nifio, el adolescente al que un dfa Haman «marica», por ejemplo, o cualquier otra cosa, ya habra ex­ perimentado a menudo su «desvfo», su particularidad, puesto I. «Le mythe de !'instant fatal», en Jean-Paul Sartre, Saint Genet, op. cit., p. 1 20. 2. Sobre este punto, remito al libro clisico de Erving Goffmann, Stig­ ma. Notes on the Management ofSpoiled Identity, es decir: como desenvolver­ se en Ia vida cotidiana cuando se tiene una identidad podrida.

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que ya se habra sentido (aun si no es evidente para todos los in­ dividuos que se convertirin en «desviados») diferente y al mismo tiempo habra temido esta diferencia, clara o confusamente expe­ rimentada. Es el «chico gay asustado» [ «scared gay kid»] del que habla Allen Ginsberg en uno de sus ultimos poemas.1 Esta idea de que la metamorfosis precede al instante en el cual se es designado par la injuria como un monstruo, un paria, esti claramente expresada en Querella de Brest, en un pasaje insertado en el relata como una reflexion teorica general que trasciende el caso individual del marinero ladron y criminal, y que propane un anilisis existencial de la especificidad de las infancias «diferentes»: Querella no se acostumbraba a la idea, nunca formulada, de ser un monstruo. Consideraba, miraba su pasado con una sonrisa ir6nica, asustada y tierna a la vez, en la medida en que aquel pasa­ do se confund!a con el mismo. un joven cuya alma se transparen­ ta en los ojos y se ha metamorfoseado en caiman, aunque no tu­ viera plena conciencia de sus fauces, de su quijada enorme, podda considerar su cuerpo agrietado, su cola gigantesca y solemne que bate el agua o la playa o roza a otros monstruos, y que le prolonga con la misma majestad conmovedora, repugnante -indestructi­ ble- que la cola ornada de encajes, de blasones, de batallas, de mil cr!menes, de una emperatriz nifia. Conoda el horror de estar solo, presa de un hechizo inmortal en medio del mundo vivo. Solo a el se le hab!a concedido el espantoso privilegio de ver su monstruosa participaci6n en los dominios de los grandes dos fan­ gosos y de las selvas. Tem!a que un resplandor cualquiera, nacido del interior de su cuerpo o de su propia conciencia, le iluminase, arrancase de su caparaz6n escamoso el reflejo de una forma y le volviera visible a los hombres que le hubiesen forzado a la caza.2 1 . Allen Ginsberg, «You know What I'm Saying?>> [«iSabes de que ha­ blo?»] , en Death and Fame. Last Poems, Nueva York y Londres, Penguin Books, 1 999, p. 34. [Muerteyfoma. Uftimos poemas, Barcelona, Lumen, 2000.] 2. Jean Genet, Querelle de Brest, op. cit., pp. 1 8- 1 9.

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Si la injuria puede tener tal eficacia sabre el que la recibe, hacer tanta mella en el individuo al que apunta, es porque el mundo social ha inscrito ya en su cuerpo y en su cerebra las es­ rructuras del arden social (jerarquia de clases, de razas, de se­ xos, de sexualidades, etcetera) y el conocimiento (aunque sea confuso, incierto, inconsciente, pero siempre sabedor del esta­ rus negativo que implica) de la posicion que ocupa en el. James Baldwin ha descrito este miedo en el caso del nifio negro: «Los blancos son superiores a los negros [ . . . ] y el mundo tiene nu­ merosas maneras de comunicar esa diferencia, de hacer que se perciba y que se tema. Mucha antes de que el nifio negro Ia haya percibido, ha comenzado a reaccionar ante ella, y mucho mas tiempo antes de comprenderla, ha comenzado a ser domi­ nado par ella.» 1 El cuerpo e s siempre u n cuerpo socializado, fabricado, es­ cribe Bourdieu, «mediante Ia familiarizacion con un mundo fi­ sico estructurado simbolicamente y a traves de la experiencia precoz y prolongada de interacciones caracterizadas par las es­ tructuras de dominacion».2 Es un «conocimiento par el cuer­ po».3 No es necesario «percibir», «comprender», para que los efectos de la dominacion se hagan sentir. Ademas, insiste Bour­ dieu, es la razon par la cual las palabras esran dotadas de una fuerza tan grande, de tanto poder. Si, par ejemplo, una arden dada par un superior j erarquico produce Ia accion que preten­ de, esta magia social solo opera porque las palabras p ronuncia­ das activan «resortes» que han sido instalados par el aprendiza­ je, porque la palabra socialmente investida del derecho de o rdenar pone en movimiento el cuerpo del que obedece, tal co mo ha sido designado par su historia individual y par la his­ to ria colectiva de la sociedad en Ia que vive. Este analisis gene-

p.

1 . James Baldwin, The Fire Next Time, Londres, Penguin Books, 1 964, 30. 2. Pierre Bourdieu, Meditations pascaliennes, op. cit., p. 202. 3 . Ibid., p. 168.

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ral es aplicable, evidentemente, de un modo perfecto al caso de la injuria: solo ejerce su violencia porque la relacion con el mundo de cada individuo se produce mediante la inscripcion en lo mas profunda de su personalidad, en lo mas intima de su ser (social, sexuado, sexual, racial, etcetera), de las relaciones de dominacion y del sentido practico y prerreflexivo, del lugar que se le asigna. De ah£ que la injuria no haga mas que decir y repetir al in­ dividuo lo que su historia le ha ensefiado (aunque solo lo haya aprendido inconscientemente), lo que ya sabe (incluso si no lo sabe realmente, incluso si no se lo ha formulado explicitamen­ te), y cuando recibe la palabra hiriente, toda su infancia emerge a la superficie, todos los momentos en los que ya supo, via, oyo, comprendio que a lo que las palabras injuriosas le reducen hoy era precisamente a lo que no debia ser, lo que esta conside­ rado como inferior, «abyecto», y lo que, con temblor y tem­ blando, temia, sin embargo, ser. En el fonda, cuando es profe­ rida, la injuria nos recuerda que siempre ha estado ahi, y que su fuerza aterradora ya se ha ejercido sabre nosotros. Somas los hijos de la injuria. El efecto de los insultos precede a su enunciacion, puesto que no son mas que la expresion de las estructuras sociales, ra­ ciales, sexuadas, sexuales, de dominacion, y que estas mismas estructuras, incorporadas a lo largo de la infancia y de la adoles­ cencia, son las que han fabricado nuestra subjetividad. La inju­ ria hace vibrar resortes ya instalados en el inconsciente indivi­ dual y en el cuerpo par el proceso de la socializacion y el aprendizaje. Lo que Genet llama «el misterio de los nifios malditos»1 nos permite entender que los afectos y los sentimientos (el temor, el miedo, la vergiienza ... ) los moldean el descubrimiento y el re­ cuerdo cotidianos, en el transcurso de la infancia, de la adoles1 . Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit., p. 1 50.

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cencia, de que uno es (potencial o realmente) un dominado. En consecuencia, el inconsciente de los individuos es el conjunto de las estructuras sociales de la dominaci6n, incorporadas du­ rante ese aprendizaje que se produce a traves de la relaci6n con el mundo, del estar en el mundo, del hecho de vivir en el mun­ do y de impregnarse, hasta el punta de convertirse en su pro­ ducto, de sus valores, sus jerarquias, sus clases, y de someterse a el al estarle sometido. «El inconsciente», escribe Bourdieu, «es la historia: la historia colectiva, que ha producido nuestras catego­ rias de pensamiento, y la historia individual, por media de la cual nos han sido inculcadas.»1 La injuria debe su fuerza al hecho de que su realidad puede ser entendida como el encuentro entre un individuo cuya his­ toria individual ha consistido en incorporar las jerarquias que fundamentan el significado de la palabra (que de otro modo se­ ria letra muerta), y la historia colectiva del mundo en que vivi­ mos y que produce y reproduce esos valores y esas jerarquias, un arden sexual y social que impone su validez y su legitimidad a todos, incluso a aquellos a los que atribuye en el un lugar ne­ gativo. Esta idea est> y sus naches las estropea la nausea de si mismo. :El, precozmente seI.

Pierre Bourdieu, Meditations pascafiennes, op. cit., p. 2 1 .

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fialado por el destino, considera locura y vicio deshonroso su anormal tendencia, aunque solo lo siente de una manera vaga, en suefios. 1

Vemos que incluso antes de entrar en la sexualidad (o, mas exactamente, de haber tenido relaciones sexuales, porque quiza no exista una edad en la que se «entre» en la sexualidad) , e in­ cluso antes quiza de ser consciente de la orientacion de su de­ sea, o del hecho de que se trata de un deseo, el nifio percibe que sus inclinaciones «Contra natura» son monstruosas y le con­ vierten en un monstruo. La injuria ha sido pronunciada, y se la recuerdan todos los dias las burlas de los demas en el patio de la escuela. El nifio asi estigmatizado vive su deseo, sus sentimien­ tos, en el drama y el horror de si mismo. Tendri que aprender (en este caso, cuando sea estudiante en Berlin) donde y como puede encontrar personas a las que expresar su deseo y con las que vivir su sexualidad. Lo cual, en la epoca de Zweig, desem­ boca en otras dificultades, en especial el riesgo de malos en­ cuentros, del chantaje o de las redadas policiales. La descripcion de Zweig permite comprender una dimen­ sion importante de la vergi.ienza: no es solo porque a uno le in­ sultan, le ridiculizan, por lo que siente vergi.ienza de ser lo que es, sino tambien porque las personas con las que se relaciona, a las que frecuenta, no pueden ser objetos de deseo. Hay que buscar «en otra parte>; gente a la que expresar el deseo y con la que compartir el placer, buscarla en medio de una subcultura particular, donde se sabe que serin diferentes de los demas (una rama del movimiento gay aleman de comienzos del siglo XX se puso por nombre la «comunidad de los especiales») . En el nifio, el adolescente atraido por personas del mismo sexo, se instaura 1 . Stefan Zweig, La Confusion des sentiments, LGF, 1 99 1 , pp. 1 1 6- 1 1 7. El libro, publicado en aleman en 1 927, fue traducido a! frances en 1 928 y por tanto no es imposible que Genet lo leyera. [ Sendas equivocas, Barcelona, Juventud, 1 955.]

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una censura (y la vergiienza, a continuaci6n) que le hace saber que todos los que le rodean, en su barrio, en su centro de estu­ dio s, en su medio profesional, son objetos prohibidos a su de­ seo (y que, por no hablar siquiera de satisfacerlo, a menudo val e mas no expresarlo) . 1 Esta «vergiienza» de desear, de amar lo que no se debe ar, el temor de dirigir ese deseo, ese amor, a alguien a quien m a horrorizara (y el miedo ante sus posibles reacciones violemas) dura toda la vida, salvo, ciertamente, en los espacios de la socia­ bilidad gay (una de cuyas principales funciones es, por otra par­ te, esa) . Genet habla de ese dolor particular y espedfico de los gays: Esa mirada severa, a veces casi suspicaz, y hasta j usticiera, que el pederasta demora sobre un joven hermosa al que en­ cuentra, es una breve, pero intensa, meditaci6n sobre su pro­ pia soledad. En un instante (la duraci6n de esa mirada) se en­ cierra, compacta, una desesperaci6n constante, de frecuencia rapida y densa, tejida minuciosamente con el temor a ser re­ chazado. «Serfa tan bonito>>, piensa.2 Y en el Diario habla de «la naturaleza casi desesperada del gesto que osa el invertido si aborda a un joven».3 La experiencia de la injuria es, sin duda, una de las mas hondas, mas traumaticas de una existencia, y la injuria repeti­ da, la injuria temida, la injuria como referencia respecto al 1 . El personaje de Ia novela de Julien Green El malhechor esd. profunda perdurablemente marcado por Ia imposibilidad, cuando va al instituto, de expresar sus sentimientos con respecto a uno de sus camaradas de clase. au­ lien Green, Le Ma/foiteur, en CEuvres completes, Paris, Gallimard, «Bibliothe­ que de Ia Pleiade», t. 3., pp. 292-296: «Amaba como podia, con un amor p rofundo y silencioso que devast6 Ia primera parte de mi juventud» (p. 293) [El malhechor, Barcelona, Planeta, 1 980.] 2. Jean Genet, Querelle de Brest, op. cit., p. 13. 3. Jean Genet, journal du valeur, op. cit., p. 36.

Y

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mundo y a los demas, produce conciencias fntimamente heri­ das, vulnerables, pero que pueden, como Genet tambien nos muestra, transfigurarse en conciencias rebeldes, desde el mo­ menta en que, a partir de lo que las palabras de odio producen (Ia verglienza) , les prestan otro significado (el orgullo). Ciertamente, una vez que Ia injuria ha producido su efecto, no le es posible, a quien ha sido su presa, escapar a Ia transfor­ maci6n definitiva en «caiman». La metamorfosis es irreversible. Pero el tiempo, contrariamente a lo que escribe Sartre a! co­ mienzo de Saint Genet y en varios pasajes de este libra, no es abolido por el acto de calificaci6n y de estigmatizaci6n. El mo­ menta en que se recibe el calificativo infamante, dice Sartre, es un «acontecimiento arquetfpico», 1 en el sentido de que no va a cesar de repetirse en cada encuentro del individuo con las pala­ bras injuriosas que vendran a recordarle lo que es a los ojos de quienes (los dominantes, los mayoritarios) tienen el poder de calificar. Es una situaci6n que el individuo vivira y revivira, y que, cada vez, producira el mismo efecto, ejercera Ia misma violencia. La historia individual no sera, pues, mas que Ia suce­ si6n mon6tona de Ia luz de focos que el arden social proyecta de vez en cuando, en forma de calificativo infamante, sabre el estigmatizado, y que lo inmoviliza como a un animal deslum­ brado a! recordarle a intervalos peri6dicos lo que es, sin que nada se mueva o cambie nunca: las mismas palabras, Ia misma violencia, Ia misma sensaci6n de verse transformado en objeto, en monstruo, por Ia mirada del otro, por sus gestos y palabras. Que te llamen esto o lo otro es estar condenado a ser esto o lo otro, y a no ser nada mas que eso. La totalidad del ser sera asf fijada de una vez por todas: Genet no tiene historia. 0, si Ia tiene, esta detras de el. Para que un hombre tenga historia, hace falta que evolucion e, que el curso del mundo, a! cambiar, le cambie y que el cam1 . Jean-Paul Same, Saint Genet, op. cit., p. 1 3.

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bie a! cambiar el mundo, que su vida dependa de todo y de el unicamente [ ... ] . Una vida historica esta llena de azares, de encuentros: se encuentra a! futuro cufiado en un campo de prisioneros, a Ia mujer por Ia que se creyo morir de amor, du­ rante un viaje.I Siempre, y para todos, «ei futuro es incierto, somos nues­ tro propio riesgo, el mundo es nuestro peligro, no sabdamos existir en ningun momento por nosotros mismos como totali­ dad» . Pero, afiade Sanre inmediatamente, ese no es el caso de Genet: Genet es totalidad por si mismo [ . . ] . Su unico designio, su unica posibilidad de salvacion, es actuar sobre si mismo en forma de reflexion, para aceptar sin reservas, con amor, el te­ rrible destino que le han asignado. Es muy cierto que vaga por el mundo y que en una semana le ocurren mas aventuras que a Ia mayoria de los hombres en un afio; y, sin embargo, no le ocurre nada. [ ] Los acontecimientos ripidos y brutales que llenan su vida cotidiana pueden revelarle su destino en un ex­ tasis de am or o de espanto; nadie tiene ya el poder de hacerlo. 2 .

...

Seda facil alegar, en contra de esta descripcion de Sartre, que Ia adecuacion perfecta de los individuos normales a las estructu­ ras del orden social, lejos de abrirles la perspectiva de un futuro reinventado sin cesar, los instala, por el contrario, en el confort de un tiempo casi inmovil y de destinos programados de una vez por todas (Same lo sabfa bien, por otra parte, pues al principia de su libro escribe, a proposito del «hombre de bien», que «su suefio es que la historia termine y que llegue al fin el tiempo de la 1 . Ibid., p. 347. Vemos hasta que punto los ejemplos que da aquf Sar­ tre de vidas dotadas de una «historia» parecen reservar el acceso a Ia tempora­ . hdad y a! tiempo hisrorico a los hombres heterosexuales. 2. Ibid., pp. 347-348. 91

repeticion dichosa dentro del gran suefio») . 1 Y que, al contrario, las posibilidades de encuentros (amorosos o no), y, por tanto, de «riesgo» y de «futuro incierto», son claramente mucho mayores para los que estan fuera de las normas, en el exterior de los mar­ cos sociales institucionalizados (fuera, por ejemplo, del marco del matrimonio heterosexual al que Sartre alude, como si cono­ cer todos los dias a un nuevo amante fuese a abolir la temporali­ dad, cuando encontrar a la mujer y a su cufiado seria la mejor manera de hacerla acaecer) .2 Pero es cierto, y Sartre lo ha entendido, que esta historicidad gay podria muy bien no ser mas que una ilusion, una forma o una mascara del eterno retorno de lo mismo, y las vidas gays el desarrollo de un destino fijado de una vez para siempre por la ca­ tegorizacion esencialista (tal efecto de destino no entra por casua­ lidad en el terror que pueden sentir los jovenes homosexuales al pensar que seran estigmatizados para siempre, y que deberan vi­ vir con esa tara, cuya imagen no cesaran de devolverles la mirada de los otros y sus insultos; �y como podriamos escribir hoy sobre todos estos temas sin tener presentes los estudios que confirman uno tras otro que el indice de suicidios y de tentativas de suicidio es, por esa razon, incomparablemente mas elevado entre los jove­ nes gays y lesbianas que entre los jovenes heterosexuales?). 1. Ibid., p. 34. 2. Por otra parte, sin duda, en el caso de algunos homosexuales, es Ia as­ piracion profunda a conjurar las «incertidumbres» del futuro, ligadas, contra­ riamente a lo que dice Sartre, a Ia vida homosexual, y a huir de Ia imposibili­ dad de ser >, descrito mis adelanre co mo (Paris, Lilac, 1 9 5 1 , pp. 88-92). 1. , Jean Genet, L 'Enfont criminel, en CEuvres completes, t. 5, Paris, Gallimard, 1 979, p. 393. Yease tambien Un cautivo enamorado, donde recoge los razonamientos de las Pameras negras contra Ia sociedad blanca: (op. cit., p. 298). . 2. Jean-Paul Sartre, , en Situations, III, Pan s, Galli mard, 1 949, p. 1 1 : (ibid., p. 1 3).

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momenta (sea fugaz, dubitativo, doloroso) en el cual se rechaza (aunque solo sea en el fuero interno) esta objetivacion par parte del otro para decidir la subjetividad propia, o, mas exactamente, segun la subjetivacion propia (pues es una creacion continua). Si la abyeccion es un sometimiento (en el sentido de que produce un sujeto sometido) , una sujecion, es tambien el punta de partida y de apoyo de una reinvencion de uno mismo. Por eso quiza nun­ ca existe una vergi.ienza pura que no este tefiida de cierto orgullo. El caiman es siempre, mas o menos, una emperatriz, el travesti prostituido, una nifia, una reina, una diosa... Pero lo inverso es igualmente cierto: la vergi.ienza no se su­ pera jamas. El movimiento de reformulacion de uno mismo no puede borrar con un toque de varita magica, con un acto de voluntad, lo que ha producido el pasado, la socializacion, como si fuera posible elegir, sencillamente, en un momenta dado de la existencia, lo que se es o lo que se va a ser. La identidad ele­ gida solo puede construirse tomando como punta de partida la identidad asignada por el arden social y sexual. Pero este punta de partida no sera nunca totalmente anulado, olvidado. Par ella, la subjetivacion esta necesariamente en interaccion perma­ nente con la sujecion, en lucha con ella, pues esta no cesa nun­ ca de ejercer sus efectos (antiguos) o recrearse en cada etapa de la vida (nuevas injurias, nuevas imagenes infamantes, nuevas si­ tuaciones profesionales ... ) En cualquier momenta uno puede enfrentarse a un comen­ tario insultante, una imagen hiriente, una pregunta agresiva. He aqui un ejemplo extraido de Diario del ladron: .

Pude aparecer, travestido, con Pedro, exhibirme con el. Fui una tarde y nos invito un grupo de oficiales franceses. Habia a su mesa una senora de unos cincuenta afios. Me son­ rio atentamente, con indulgencia, y no pudiendo contenerse mas, me pregunto: -. 2. Torno prestada esta expresi6n a Eve Kosofsky Sedgwick, «Queer Per­ formativity: Henry James and the Art of the Novel>>, GLQ. A journal of Gay and Lesbian Studies, 1 993, vol. 1 , n.0 1 , pp. 1 - 1 5. Vease, en especial, pp. 1 2-1 4. 3. Jean Genet, journal du valeur, op. cit., p. 237.

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Ahora bien, esta transformaci6n es, hablando con propie­ dad, interminable. Uno no se deshace de la verglienza, porque e1 pasado, y el legado del aprendizaje, de la socializaci6n, perdu­ ran en el presente (lo que Pierre Bourdieu denominada la «his­ teresis de los habitus»), 1 y creer que bastada con ser consciente de la dominaci6n y de sus mecanismos para liberarse de ella sig­ ni fica ignorar u olvidar, como el dice tan certeramente, «la ex­ traordinaria inercia resultante de la inscripci6n de las estructu­ ras sociales en el cuerpo».2 La trayectoria individual, el trabajo que un individuo puede llevar a cabo para transformarse, no eli­ minaran nunca totalmente lo que ha producido la socializaci6n. Y esto es as£, sobre todo, porque los mecanismos sociales no son aniquilados por el hecho de que se acepte y se reivindique ser lo que hacen de nosotros. Sus efectos (la verglienza) continuan produciendose, reproduciendose y ejerciendose, y la transfor­ maci6n de la verglienza en orgullo, como la escritura de un poe­ ma, como la escritura de uno mismo, son procesos sin fin. Pasar de la verglienza a la luz, de la abyecci6n al orgullo, no suprime el limite superado, sino que lo conserva, no en una sintesis dialectica, sino mas bien en una coexistencia inestable de contrarios, en la cual el elemento «negativo» puede en cual­ q uier momenta aflorar a la superficie en tal o cual situaci6n, y, de todos modos, marca a la persona en todas las situaciones, puesto que el pasado del que es portadora es el que hace que sea quien es. Sartre ha comprendido que el momenta de la an­ titesis, para Genet, no supera nunca el momenta de la tesis en la unidad superior de una sintesis, sino que tesis y antitesis con­ tinuan enfrenrandose en una cohabitaci6n inestable que nunca sera superada. Sartre llama «torniquetes» a estas «estructuras arnb iguas», «falsas unidades en las que los dos terminos de una co n tradicci6n remiten el uno al otro en un drculo infernal».3 1 . Pierre Bourdieu, Meditations pascaliennes, op. cit., p. 1 89. 2. Ibid., p. 206. 3. Jean-Paul Same, Saint Genet, op. cit., p. 286.

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La obra de Genet es una teoda del «torniquete». El orgullo no es solo el reverso de la vergi.ienza: esd. imbricado en la vergi.ien­ za, es indisociable de ella, y no existe orgullo sin vergi.ienza, arrogancia sin resto, pues no existe un presente sin pasado, una trayectoria sin etapas. De este modo, para Genet, «estar orgu­ lloso es estarlo de la vergi.ienza», como escribe Sartre tan acerta­ damente, 1 orgulloso de haber senti do vergi.ienza, de ser alguien a traves de quien el orgullo y, par tanto, la libertad llegan al mundo par la aceptaci6n de la vergi.ienza y de la abyecci6n. �Llegaremos hasta el punta de decir que la vergi.ienza es un sentimiento muy hermosa? En cualquier caso, no hay que aver­ gonzarse de ella. Par eso, para Genet, el gesto de la ascesis mas que en intentar escapar de la vergi.ienza par media del orgullo, consiste en hundirse en ella, para que el orgullo sea aun mas ra­ diante y productivo: Como la roca el do, el orgullo traspasa y divide al despre­ cio, lo despanzurra. Adentrandose mas en la abyecci6n, el or­ gullo sera mas fuerte (si ese mendigo soy yo mismo) cuando posea la ciencia -fuerza o flaqueza- de aprovecharme de un destina tal. 2

I. Ibid. 2. Jean Genet, journal du voleur,

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p.

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7.

EL CUERPO DE SAN SEBASTIAN Elementos de una vergonzologia, 4

Dos escenas nos muestran la puesta en pd.ctica de esta ciencia del orgullo que Genet se esfuerza en adquirir. Son dos ejemplos de esos «ejercicios espirituales» que definen, segun el, los caminos de la ascesis.l Al principia del Diario el narrador es detenido en el trans­ curso de una redada realizada por polidas espafioles. Al cachear­ le descubren que lleva encima un tubo de vaselina, destinado, evidentemente, a facilitar la penetracion anal. Llueven entonces las chanzas procaces: Todo el despacho podia refrse a carcajadas, y yo tambien, a veces -dolorosamente-, y desternillarse al oir cosas como estas: -�Te dan por las narices? -iOjo con acatarrarte, que le ibas a pegar a tu hombre la tos ferina! Es difkil traducir a Ia jerga de los chulos la perversa iro­ nia de los giros espafioles, explosivos o venenosos. Se trataba de un tubo de vaselina, una de cuyas extremidades estaba bas­ tame enrollada. Es decir, usado. Entre los objetos elegantes salidos del bolsillo de los hombres detenidos en esa redada, 1 . Genet emplea Ia expresi6n >, 1972, p. 664.

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xuales o de otra fndole) . 1 Por eso, cuando Jouhandeau escribe: «Acaricio sin cesar un libra que no he podido leer nunca, pero cuyo titulo adoro: Theologie des insectes»,2 es inevitable imaginar que es el libro que Genet quiso que se leyera. El tratado de Jouhandeau comienza con una descripcion del exilio social causado par Ia «aversion» que inspiran los ho­ mosexuales a Ia sociedad: Soy a veces, por parte de los hombres, incluso de desco­ nocidos, vktima de una incomprension, de una aversi6n es­ pontanea que me exilia porfin definitivamente. Algunos consideran sospechosa mi presencia en Ia tierra y su actitud hostil me expulsa a mi Secreto.3 Desde sus primeras paginas se nos presenta un analisis que podrfamos Hamar social (y no psicologico) de lo que es consti­ tutivo de Ia subjetividad gay: el rechazo de los otros, y lo que produce en Ia conciencia del individuo el hecho de ser rechaza­ do de ese modo. La primera parte del libra se titula: «En pre­ sence des autres» [«En presencia de los otros»] . Es Ia mirada de los otros Ia que, a! condenarme a! ostracismo, me constituye como un individuo aparte, que debe callar lo que es, disimular­ lo, incluso si los demas lo saben o lo sospechan. Lo sorprendente en este texto es que Jouhandeau habla de Ia repulsion «espontanea» que inspira incluso a desconocidos, 1 . La segunda parte del libro, por ejemplo, se titula: «Premieres expe­ riences - Les plus anciens souvenirs>> [] (op. cit., p. 43 y ss.). 2. Ibid., p. 32 3. Ibid., p. 1 7; Ia cursiva es mia. Vease tambien Marcel Jouhandeau, Carnets de Don juan, en Ecrits secrets, Paris, Pocket, 1 993, p. 1 00:

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que parecen sentir de forma instintiva, sin que necesiten saber nada, que el es diferente de los demas. La diferencia se captari, pues, de manera inmediata, en los indicios que revelarin el as­ pecto general, la sonrisa, la voz, los gestos, la postura del cuer­ po. «Estamos», escribe J ouhandeau, «desfigurados por el Mal, por nuestro propio mal. No podemos mostrarnos sin mostrar nuestro mal, y es como un emblema, una insignia, un signo, la camisa blanca de la locura o el cascabel del leproso. Te oyen llegar, te divisan de lejos, y todos los que te encuentran te juz­ gan a primera vista y te rehuyen, te condenan, te encierran en tu pecado, en tu soledad, en una reclusion eterna». 1 Esta inscripcion de la diferencia e n el propio ser del indivi­ duo determina el conjunto de su personalidad. Todo lo que piensa, todo lo que hace, esta moldeado por este proceso. Y todo lo que dice. No solo porque debe codificar su lenguaje («El hombre culpable, cuando sus delitos no son evidentes, po­ see un lenguaje cifrado que le resguarda de toda promiscuidad con la justicia») ,2 sino asimismo porque, segun una idea muy similar a la de «unidad sintetica» de la persona desarrollada por Sartre, lo que es un individuo, y sobre todo lo que es cuando difiere de los otros, ilumina la totalidad de su ser, de su pensa­ miento, de su palabra: Sabre todas las palabras que empleo pesa mi experiencia personal completa, y el matiz unico de mi alma se descompo­ ne y se recompone en elias a traves de un prisma unico.3 1 . Marcel Jouhandeau, De !'abjection, op. cit., p. 1 63. 2. Ibid., p. 25. 3. Ibid., p. 27. Jouhandeau, como Genet, habla siempre de Ia experiencia «si ngular>>, , para explicar Ia forma en que un individuo vive y piensa su homosexualidad, pero tanto uno como otro son perfectamente conscientes, y lo dicen sin cesar, de que esa experiencia es compartida y Ia es colectiva. Se podria decir que buena parte de su reflexion gira, precisamente, en torno a esta pregunta: (CUi! es Ia relacion entre lo y lo plural, en­ tre el individuo aislado y los que comparten su ?

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El hecho de ser un «exiliado» produce un autentico sistema de percepcion del mundo, diferente del de los , 1 997, p. 4 1 . Vease tambien Carnets de Don Juan, op. cit., p. 1 04: , Universidad de Chicago, 1 4- 1 7 de septiembre de 2000, y que habia titulado L 'abjecte abjecteur. Quelques remarques sur l'anti­ semitisme gay des annees 1930 a nos jours. Jouhandeau parece, en efecto, una encarnacion casi ejemplar de cierta tradicion de homosexual de extrema de­ recha, que ha perdurado hasta nuestros dias, y en Ia cual el antisemitismo puede acompafiar a Ia exaltacion de Ia libertad sexual (como hemos vista re­ cientemente en el caso de otro escritor que, por afiadidura, dista mucho de tener el talento de Jouhandeau). El modelo ha sido descrito por Proust en Ia persona del baron de Charlus. No debe olvidarse que Proust puede compa­ rar a un tiempo a judios y a homosexuales como dos «razas>> victimas del oprobio, y pintar el retrato de un arquetipo del homosexual que comparte los prejuicios antisemitas de su clase y que sefiala que no se puede acusar a Dreyfus de haber traicionado a su pais, puesto que, al ser judio, no es frances (o incluso, despues de haber pregumado al narrador de que nacionalidad es su amigo Bloch, y tras haberle respondido aquel que era frances, Charlus ex­ clama: «Yo creia que era judio>>). Existe, ciertamente, una isotopia social de los parias, de los «abyectos>>, pero no genera necesariamente una solidaridad entre ellos. Al contrario, algunos «parias>> tratan de reintegrarse en el orden social del que est:in excluidos exagerando Ia adhesion a los valores de exclu­ sion en cuanto estos conciernen a otros y no a ellos. Hay que precisar, sin embargo, que Jouhandeau expresar:i m:is adelante su arrepentimiento y ha­ blar:i de su «tropiezo ridiculo en el amisemitismo>> (cf Jacques Danon, En­ tretiens avec Elise et Marceljouhandeau, op. cit., p. 92). Sartre no oculta que Genet, quien, sin embargo, no trataba en absoluto de reintegrarse en el or­ den social, era tambien antisemita, aunque de una forma, evidentemente, menos agresiva y menos militante que Jouhandeau. Sartre concluye su exten­ sa nota sobre ese tema con este comentario: «Lo que repugna a Genet del is­ raelita es que encuentra en el su propia situacion>> (Saint Genet, op. cit., P· 230). Lo cual es, a pesar de todo, una explicacion insatisfactoria en Ia me­ dida en que Genet justifico constantemente su compromiso con varias causas, Y en particular con el anticolonialismo, por el hecho, precisamente, de que

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«invertido») . 1 Pero llevar una doble vida, una de cuyas caras es mas 0 menos secreta, mas 0 menos clandestina, no le impide, en absoluto, describir en sus libros las formas de vida homosexua­ les, en particular las de los afios treinta, y las formas de la socia­ bilidad nocturna o subterranea en las que estaba inmerso: par­ ques, lugares de encuentro, burdeles de chicos, etcetera. Por ejemplo, en su Algebre des valeurs morales, publicada en 1 93 5 , donde habla del ligue en los parques: �Quien podria escrutar el motivo de esas partidas subitas, de esos retornos incesantes? No sabemos si nos burlamos de nosotros mismos cuando subimos a la carroza y, sin embargo, �es imposible hacer seriamente tantos peregrinajes? Nos ve­ mos pasar con curiosidad en la procesi6n y cuando creemos habernos marchado con este nos sentamos al lado de aquel otro y regresamos con un tercero. Afortunadamente, en todos los barrios del mundo hay un jardin parecido al que dejamos en Francia, en donde descubrimos, como un astro, una cara que no volveremos a ver nunca y que nos consuela del hecho de habernos marchado.2 encontraba en elias su propia situaci6n. Que en el proyecto elaborado por Ge­ net de tejer un lazo de union entre todas las formas de opresi6n pueda haber un punto ciego, que conduce a excluir a una categoria de parias de esta solida­ ridad, no deja de sorprender, por tanto, y muestra, en todo caso, que una etica de lo minoritario no se termina nunca, sino que hay que pulirla continuamen­ te para eliminar lo que pueda perdurar de los efectos de Ia dominaci6n en el animo de los dominados, o evitar que una ascesis minoritaria conduzca a re­ producir, en otras categorias, una l6gica y comportamientos mayoritarios (esto vale, obviamente, en el sentido inverso, pues Ia figura del judio hom6fo­ bo esta tan difundida y es tan detestable como Ia del gay antisemita). 1 . Vease, por ejemplo, Marcel Jouhandeau, Chronique d'une passion [ 1 949] , Paris, Gallimard, col. «L'imaginaire>>, 1985, p. 1 47: «Ataques sordos, incesantes, constantes, contra un vicio al que [ella] humilla y da un nombre ultrajante.>> 2. Marcel Jouhandeau, « Erotologie>>, en Algebre des valeurs morales [ 1 935], Paris, Gallimard, col. , 1 969, p. 1 22.

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Describe asimismo sus visitas al burdel: Yo tambien he entrada y he salida par esta puertecilla in­ fame, y como he cerrado los ojos no se quien me ha vista, todo el mundo ha podido verme franqueando el umbra! de mi propia vergiienza. Sabre una cama de lana rosa con un baldaquin sin brillo, y sin memoria de nada semejante, �he comulgado con Ia belle­ za en fonna de especies an6nimas o mas bien con lo an6nimo disfrazado de Ia belleza? N0 Ia se. I Podriamos, sin forzar Ia mana, equiparar este elogio del anonimato de Ia sexualidad en Ia que uno pierde Ia identidad personal, se despsicologiza, y donde solo cuentan Ia belleza y el placer, con los textos de Foucault a los que David Halperin concede tanta importancia en Saint Foucault, cuando quiere presentar a Foucault como un precursor del pensamiento queer. Foucault declara, par ejemplo: Es importante que haya lugares como las saunas, donde, sin que te encarcelen ni te pesquen con tu propia identidad, tu estado civil, tu pasado, tu nombre, tu cara, etcetera, se pue­ da conocer a personas que las visitan y que son solo para ti, como tu para elias, cuerpos con los cuales son posibles las combinaciones, las invenciones de placer mas imprevistas. [ . . . ] Las intensidades del placer estan muy vinculadas con el hecho de que te «desujetizas», dejas de ser un sujeto, una identidad. Como una afirmacion de Ia no identidad [ . . . ] . Es importante saber [ ... ] que no importa donde, en no importa que ciudad, siempre hay una especie de enorme subsuelo, abierto a quien lo desee y cuando lo desee, donde basta con bajar una escaleI . Ibid., p. 1 24; Ia cursiva es mia. Jouhandeau se ha expresado de for­ rna mas explicita sobre su frecuemaci6n de burdeles en La Vie comme une /he, op. cit., pp. 1 38- 145.

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ra; en suma, un Iugar maravilloso donde se inventan, durante el tiempo que se quiera, los placeres que uno quiera. 1 Lo que Foucault describe en este elogio de Ia sauna es prac­ ticamente analogo a lo que representaba el ligue en los parques o las visitas al burdel para Jouhandeau. Llama Ia atencion, en el transcurso de Ia historia gay, Ia persistencia de cierta voluntad de desindividualizar Ia sexualidad, de desligar el placer del sen­ timiento de Ia idenridad personal, de despsicologizar Ia vida erouca... 2 Jouhandeau muestra muy bien, por medio del relato reite­ rado y un tanto complaciente de sus aventuras sexuales, que ser un «exiliado» conduce a adoptar modos de vida compartidos con quienes viven el mismo exilio, a vivir en una forma de so­ ciedad, de cultura, compartida con ellos. Desde el momento en que se es vfctima de Ia estigmatizacion, «ya no se tienen ami­ gos», escribe, o solo «los amigos que uno merece: parecidos a ti y que reflejan fielmente tu imagen odiosa».3 0, como dice de manera aun mas clara en sus Carnets de Don juan: «En Ia medi'



1 . Michel Foucault, «Le gai savoin>, conversaci6n con Jean Le Biroux, La revue h, n.0 2, pp. 44-45 (este texto no figura en los Dits et ecrits). Y los comentarios de David Halperin, Saint Foucault, Paris, EPEL, 2000, particu­ larmente pp. I 06-1 07. 2. Sabre > Esto es lo que Leo Bersani ha deno­ minado recientemente Ia «intimidad impersonal» (Leo Bersani, «Sociabiliry and Cruising>>, conferencia en el seminario Sociologie des homosexualites, EHESS, Paris, 3 de mayo de 200 1). 3. Marcel Jouhandeau, De !'abjection, op. cit., p. 1 63. 1 30

da en que es libre y original, toda alma tiende a formar una ciudad, una republica de seres con los cuales seria dulce vivir sin afeites.»1 En consecuencia, Ia abyeccion no es solo un pro­ ceso negativo que rechaza a un individuo mas alia de las fronte­ ras de Ia normalidad, de lo que Jouhandeau llama el «confor­ mismo», sino que es tambien la entrada en un mundo que riene su propia logica, su economia interna, su moral: «El in­ fierno tiene sus !eyes, sus exigencias, su belleza, sus virtudes; el pecado, a su vez, posee su logica, su etica, su estetica.»2 Por supuesto, el hecho de participar de semejante sociabili­ dad subcultural no entrafia ninguna solidaridad «politica» con los demas homosexuales ni Ia voluntad de formar con ellos un «movimiento»: un individuo puede frecuentar los bares, los parques, las saunas, etcetera, y no experimentar respecto a! mo­ vimiento gay mas que un profundo horror: Tengo amigos homosexuales, pero me alejo de ellos cada vez que se reunen en calidad de tales. Los congresos de Area­ die me resultan odiosos. A este respecto, he dicho que preferi­ ria asistir a un congreso de lisiados.3 Jouhandeau no considera, pues, Ia sociabilidad cultural como la pertenencia voluntaria a un grupo, sino como Ia fre­ cuemacion necesaria, por razones sexuales, de otras personas que comparten los mismos gustos. La relacion con los otros no se vive como una identificacion, sino, todo lo contrario, como Ia desidentificacion ( o, mas exactamente, como una identifica­ ci6 n que pasa por ser Ia desidentificacion y se expresa en ella: querer desidentificarse absolutamente de los otros es, sin duda, una de las formas mas comunes de la identificacion gay, una 1 . Marcel J ouhandeau, Carnets de Don juan, en Ecrits secrets, op. cit.,

p . 82.

Marcel Jouhandeau, De !'abjection, op. cit., p. 79. 3. En Jacques Danon, Entretiens, op. cit., p. 54.

2.

131

manera parad6jica de reconocer y ratificar la pertenencia co­ mun) . Este doble gesto de inscripci6n en el mundo gay y de voluntad encarnizada de distinguirse de el constituye una de las grandes estructuras -psicol6gica, cultural y polltica- del discur­ so gay a lo largo de la historia, cuyo modelo elabora ya Proust cuando afirma que aquellos a los que el denomina invertidos «constituyen en todos los paises una colonia oriental, cultivada, musical, deslenguada, con cualidades seductoras y defectos in­ soportables», y afiade que, sin embargo, es necesario «prevenir el funesto error que supondria, al igual que se ha alentado un movimiento sionista, crear un movimiento sodomita y recons­ truir Sodoma», pues «recien llegados, los sodomitas abandona­ rian la ciudad para no parecer que lo son» y «no irian a Sodoma sino los dias de suprema necesidad».1 Estas ideas contradictorias (puesto que Proust, si bien reco­ noce la existencia de una «colonia», lo que llamariamos, segun los soci6logos y los historiadores, una subcultura, afirma que es imposible crear un movimiento, porque no podria establecerse de forma duradera ningun vinculo de pertenencia comun) esta­ ban, desde luego, muy anticuadas en el momenta en que se pu­ blico Sodoma y Gomorra (casi quince afios despues de que Proust hubiera comenzado a escribir ese ensayo te6rico sabre la homosexualidad, situado al principia de ese volumen de En busca del tiempo perdido): en aquella epoca, un importante mo­ vimiento gay se habia desarrollado ya en Alemania (y Proust habia querido reaccionar contra los primeros pasos de ese mo­ vimiento) . Pero esa teorizaci6n proustiana nos remite, con todo, a una de las constantes de la cultura gay: la denigraci6n de aquello en lo que se participa.2 1. Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe, en A Ia recherche du temps perdu, op. cit., t. 3, p. 33. [Sodoma y Gomorra, en En busca del tiempo perdido, Ma­ drid, Alianza, 1 998.] 2. Las considerables transformaciones que han afectado a Ia situaci6n de Ia homosexualidad en los paises occidemales en el curso del siglo pasado no han modificado en absoluto Ia fisonomia de estas maneras de pensar Y de

1 32

El tema de Ia «defensa del infierno» (que sera el foco alre­ edor del cual se organizad. toda Ia obra de Genet) desemboca, d en el caso de Jouhandeau, en Ia idea de una ascesis que condu­ ce a Ia santidad: I Solo Ia pasion, o bien el vicio, te arroja a Ia misma indi­ gencia que Ia santidad, y considero que solo cuando el hombre se encuentra hasta ese punta despojado de todo y de sf mismo esti mas cerca que nunca de Ia gracia, es decir, de merecerla.2 Como el santo, el pecador se afana en aislarse de Ia sociedad en que vive, y en construirse a sf mismo como un ser nuevo: Del mismo modo que el santo ha renunciado en primer Iugar a! mal, despues a Ia sociedad de los hombres y, par ulti­ mo, en sf mismo, a todo lo que no es virtud, solo para unirse a Dios par media de Ia contemplacion y Ia prictica de una vida perfecta, hasta no ser mas que una nada, hasta que solo Dios lo sea todo: asf el pecador resuelto renuncia a! bien, a Ia estas reacciones fobicas, que han perdurado practicameme inalteradas hasta nuestros dias. Hoy es banal ver, en los mismos paises que menciona Proust, a geme pasando Ia tarde en los bares gays y el dia en los medios de comuni­ cacion para denunciar el «gueto>>, el , etcetera, es decir, el simple hecho de que otros gays hagan lo mismo que ellos. Denigran de este modo lo que ellos mismos hacen existir con los demas gays (y es, obviamen­ te, Ia mejor manera de que les aplaudan y festejen los mass media). 1 . > (ibid., p. 78). Edmund White considera incluso que los libros de Genet se pueden leer como una «respuesta a Proust>> (Edmund White, jean Genet, op. cit., p. 1 83). Los autores que marcaron a Genet se inscriben en lo que podriamos Hamar una «cultura gay>>, y en Ia historia de esta cultura, puesto que se trata de Rimbaud, Cocteau y Gide; el primer texto conocido de Ge­ net es una carta a Andre Gide, que data de 1 933, cuando tenia veintitres afios. Genet habia visitado a Gide en 1 933, y seis meses mas tarde le habia escrito para pedirle dinero (cf Edmund White, op. cit., pp. 1 1 1 - 1 1 5). Entre los escritores que han influido en Genet habria que mencionar, por supues­ ro, bajo el signo del crimen, de Ia prisi6n y de Ia locura, Ia obra de Dos­ toievski. Cuando habla de las lecturas que han sido importantes para el, Genet declara, en efecto, en su conversaci6n con Hubert Fichte (op. cit., p. 1 66): Ahora bien, Ia obra de Dostoievski fue (y aun es) una de las referencias mayores (junto con Nietzsche, a quien Genet leera mas tarde con pasi6n) del pensamiento gay, o, en todo caso, de un determinado numero de escritores y pensadores

1 57

Proust proponia asimismo una teoria del «exilio social» en­ gendrado por la «particularidad sexual». En La prisionera, de nuevo, escribe: Y es que no hay destierro en el Polo Sur ni en la cumbre del Mont Blanc que nos aleje de los demas tanto como una estancia prolongada dentro de un vicio interior, es decir, un pensamiento diferente del de ellos. 1 En cualquier caso, e n La prisionera la particularidad sexual se describe como algo que organiza la personalidad del indivi­ duo: es mas que una simple singularidad sexual, es un «pensa­ miento», y este «pensamiento» es distinto del de los otros y de­ fine para el individuo que lo vive desde dentro una relaci6n diferente con los demas y con el mundo, una situaci6n aparte dentro de la sociedad. Y, como es estigmatizada y condenada al ostracismo (y, en la epoca de Proust, ocultada y silenciada a un tiempo, pero siempre bajo la amenaza de la revelaci6n) debe vi­ virse aparte del mundo.2 gays. Se podria trazar una linea que iria de Gide a Koltes, pasando por Genet y Foucault: Gide Ie dedic6 un libra, Foucault se refiere a el en las primeras lineas de Historia de Ia locura, en 1 9 6 1 , y Koltes se inspira en el directamente para escribir su primera obra de teatro (Andre Gide, Dostoi"evski, Paris, Pion, 1 923, recogido en Essais critiques, Paris, Gallimard, «Bibliotheque de Ia Pleiade», op. cit.; Michel Foucault, prefacio a Ia primera edici6n de Histoire de Ia folie, Paris, Pion, 1 96 1 , recogido en Dits et ecrits, op. cit., t. 1 , p. 1 5 9; Bernard-Marie Koltes, Procl:s ivre, Paris, Minuit, 200 1 . Esta obra fue escrita en 1 97 1 ) . Hay que sefialar que el tema de Ia lucha entre Dios y el Diablo, es decir, entre el bien y Ia atracci6n de Sodoma, esca. ya expuesta en estos termi­ nos en Ia novela de Dostoievski. 1 . Marcel Proust, La Prisonniere, op. cit., p. 7 1 6. 2. Ibid, p. 73 1 : «Y, sin embargo, esta cara de monsieur de Char!us se­ guia ocultando a casi todo el mundo, aun bajo las capas de expresiones dife­ rentes, de afeites y de hipocresia que tan mal le maquillaban, el secreta que a mi me pareda que se manifestaba a gritos.>> La cuesti6n del disimulo y Ia revelaci6n vuelve una y otra vez como un leitmotiv en La recherche, en cuan-

1 58

Pero este exilio social no es solo individual, sino colectivo, Proust se asigna la tarea de retratar el «pensamiento» homose­ x ual como un «pensamiento» de grupo, y dar una caracteriza­ ci6n psicol6gica (e incluso fisica) de ese colectivo producido por la estructura social que lo califica de inferior («el oprobio» que da a un conjunto de individuos «el aire de una raza») :

y

Como los criminales [la «loca»] , se ve obligada a ocultar su secreta a los seres mas queridos, porque teme el dolor de su familia, el desprecio de sus amigos, el castigo de su pais: raza maldita, perseguida como Israel, y que como ella ha acabado, en el oprobio comun de una abyecci6n inmerecida, por adoptar caracteres comunes, el aire de una raza, pues to­ dos tienen ciertos rasgos caracteristicos, rasgos ffsicos que la mayorfa de las veces repugnan y que en ocasiones son her­ mosos 1 ...

ro aparece el baron de Charlus. Eve Kosofsky Sedgwick ha analizado magnf­ ficameme esta estructura epistemologica del armario, donde las relaciones entre secreto y revelacion (por uno mismo y por los otros) constituyen Ia propia medula de las existencias gays (if. Eve Kosofsky Sedwick, Epistemology ofthe Closet, op. cit.). 1 . Vease Marcel Proust, Sodome et Gomorrhe, esbozo I, en A Ia recherche du temps perdu, op. cit., t. 3, p. 924; Ia cursiva es mfa. Para conocer Ia version desarrollada y publicada de ese esbozo, vease Sodome et Gomorrhe, op. cit., p. 18: Cabe sefialar que Ia idea de «raza>> se encuen­ tra en jesus Ia Caille: el personaje de Fernande considera al joven prostituro apodado Ia Caille como «el tipo odioso y emernecedor de una raza a Ia que ahora ella condena>> (Francis Carco, jesus Ia Caille, Paris, LGF., p. 75).

1 59

De este modo, su identica situacion dentro de la abyeccion da a los individuos que son vktimas del proceso de estigmatiza­ cion rasgos de caracter, y hasta rasgos ffsicos, comunes. Como en el caso de Genet, para quien la sociedad solo pue­ de calificar a un individuo de «singular» porque este ya lo es («Sin duda, el culpable que se enorgullece de serlo debe la singu­ laridad a la sociedad, pero tenia que poseerla ya para que la so­ ciedad se la reconociese y se la reprochara como un crimen. Qui­ se oponerme a la sociedad, pero ella ya me hab{a condenado») ,l l a teor{a de Proust del oprobio social como constitutivo de la subjetividad de un individuo, al mismo tiempo que constitutivo de un colectivo estigmatizado (los «sodomitas», a los que Proust compara, aqu{ y en otros pasajes, con los jud!os, que son, pues, el equivalente teorico de lo que seran sucesivamente, para Genet, los ladrones, los negros y los palestinos) cohabita con la idea de un origen medico-psiquiatrico de la pertenencia a una especie de «tercer sexo» que estada biologicamente (fisiologicamente, dice el) determinado. Pero las dos teor!as pueden coexistir porque, en el fondo, la determinacion biologica (congenita, dice ademas) , en un individuo, de una orientacion sexual particular solo pro­ duce un tipo espedfico de subjetividad, que le inscribe en un grupo aparte, por el efecto de la estigmatizacion y la calificacion de inferioridad social de las que es vktima esa tendencia sexual. Aunque no siempre este muy claro. Por ejemplo, cuando Proust habla de la pasion por las artes que diferencia al baron Charlus de su hermano: lo atribuye a un «desarreglo nervioso» y no a un interes por el arte o los gustos ardsticos que se constituidan de forma diferenciada a traves de una especie de distanciamiento (consciente o inconsciente) con relacion a las formas mayorita­ rias de socializacion. No se trata, pues, como habr!amos podido suponer (o no solo) del efecto de una identificacion con las figu­ ras ya conocidas de ese «pensamiento» diferente (escritores o ar1 . Jean Genet, journal du voleur, op. cit.,

1 60

p.

277.

tistas) . 0 de una identificaci6n, por media de tal o cual obra o am bito cultural, 0 de la cultura en general, con un colectivo cuyo lugar lo asigna y constituye el arden social, pero que rein­ venta valores colectivos a craves de elecciones literarias, ardsticas, m usicales, etcetera, que permiten a las subjetividades individua­ tes volver a formularse gracias a la pertenencia a un universo de refe rencias compartidas cuyo conocimiento o aprendizaje se ad­ quiririan de manera informal y a menudo impensada, en los es­ pacios de sociabilidad y los drculos de amistades, y a traves de lo que se podria Hamar la transmisi6n de herencia entre los gays de mas edad y los recien llegados (la identificaci6n se opera, as£, por intermedio de una iniciaci6n) . 1 Esto procede, para Proust, de un 1 . Por ello Paul Morand no se equivoca del rodo cuando, dejando que se exprese su odio homofobo, escribe que el exira de Proust debe mucho a Ia «francmasoneria homosexual>> (Paul Morand, journal inutile, op. cit.). Aquf se podrfa subrayar una ausencia importante en el modelo teorico que cons­ truye Pierre Bourdieu en su obra magistral La Distinction. Critique sociale du jugement, Paris, Minuit, 1 979 [La distincion, Madrid, Taurus, 1 998] , que se presenta como una tentativa de (p. 9). Si Ia adhesion a Ia cultura, si los juicios de gusros, actuan como agentes de diferenciacion so­ cial dentro de las sociedades contemporaneas, y como instancias de legitima­ cion de las diferencias de clase y de su reproduccion, asimismo pueden servir de vectores de identificaci6n y de pertenencia a un mundo gay, de medias para que los gays reinventen sus subjetividades, y Ia «distincion>> no tiene ya, pues, en este caso, el significado de un instrumento de dominacion, sino al contrario, de emancipacion. (Aun habria que reintroducir aquf, por supuesto, dentro de un analisis que versaria sabre las funciones de Ia cultura en los ho­ mosexuales, las diferencias de clase, de genera, de origen etnico, de edad, et­ cetera. Se podria analizar, por ejemplo, el modo en que, historicamente, el dom inio de Ia cultura, Ia idea de uno mismo como un individuo por encima de Ia masa, ha desempefiado un papel importante en el desprecio por las cla­ ses populares que exhiben numerosos homosexuales burgueses, y quiza en al­ gunas adhesiones a Ia derecha o a Ia extrema derecha. Estetismo y elitismo han ido a menudo de Ia mano. Afiadamos, ademas, que el desprecio por las clases populares puede ir emparejado con Ia atraccion sexual que ejercen los j ovenes de esas mismas clases, como es el caso del baron de Charlus.) Todo esto implicaria, por tanto, utilizar el modelo de La Distinction en el momen­ ta m ismo en que nos esforzamos por modificarlo o completarlo.

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determinismo biologico, de una «tara» fisiologica (o de un «de­ sarreglo nervioso») . Y el concepto de «raza», que a menudo, para el, parece ser solo una met y perdieron en gran medida su connotaci6n antigua (es el caso presente) para designar lo que llamariamos , la identidad personal del individuo vergon­ zan te: 1. 2. 3. 4.

Julien Green, Le Ma/faiteur, op. cit., p. 202; en cursiva en el texto. Ibid., p. 3 1 5. Ibid., p. 202. Ibid., p. 20 1 .

171

En un pals mas indulgente que el nuestro, mi caracter no se hubiese torcido como lo ha hecho. No me habrfa dejado atrapar por el engranaje de una mentira complicada, habrfa conservado el amor propio, que la costumbre de disimular me ha arrebatado; en efecto, si se quiere que siga siendo sincero, no se le puede pedir a un hombre que interprete un personaje durante toda su vida o parte de ella. Es el castigo mas duro a un individuo al que una tendencia sexual destierra de la socie­ dad; se ve forzado a fingir o a causar un escindalo, y, si no tiene el valor de declararse, se ve injustamente constrefiido a vivir como un hip6crita. I Pero quien esta abocado de este modo al silencio, al disimu­ lo, experimenta al mismo tiempo un deseo irresistible de hablar, de sincerarse, de confiarse a alguien (de «confesarse», ya que la larga carta que constituye el coraz6n de la novela se presenta como la «Confesi6n de Jean», dirigida a su joven pariente). Jean tiene incluso la intenci6n de ir mas lejos que el mero hecho de hablar con uno de sus parientes. Ha decidido expre­ sarse publicamente y nada podra detenerle . . . Empieza a escribir una novela titulada El malhechor. Emprende esta aventura au­ daz animado por un «espfritu de apostolado». Para el, la cues­ ti6n es «ser sincero», «dar testimonio y asumir la defensa de quienes no se atreven a hablar».2 Pero acaba destrozando el ma­ nuscrito, vencido por el temor, persuadido de que le sera impo­ sible publicarlo, porque no tiene la fuerza de afrontar el esdn­ dalo y la reprobaci6n, el juicio horrorizado de su familia y sus allegados.3 En ese libro Jean querfa contar su vida y sus expe­ riencias, es decir, sus amores masculinos, su permanente bus­ queda sexual, las noches que ha pasado «merodeando» por los lugares de ligue; lo hace, finalmente, en la carta dirigida a Hed1 . Ibid., p. 3 1 5 . 2. Ibid., p . 3 12. 3. Ibid., p. 3 1 4.

1 72

wige, pera que a Ia postre no le envia. En efecto, no es facil para el «malhechor», si quiere preservar su respetabilidad, con­ tar sus «cdmenes», aunque sea a una sola persona. Hay que sefi.alar que para el propio Julien Green no era mas facil que para el personaje de su novela hacer semejante declara­ ci6n. En 1 929 Green habia concebido el prayecto de escribir un libra «que habda sido el relata de un buscador de aventuras no cturnas en el Pads de nuestra epoca». El libra tendda par ti­ tulo Le ROdeur [El vagabundo] . Gide le alent6 vivamente: «El momenta es excelente. Piense que ese libra nunca ha sido escri­ to.»1 Pera Green no lo escribira, y Ia idea de una descripci6n novelesca del ligue nocturno se trasladara a El malhechor. Green comienza Ia novela en 1 936, pero Ia abandona en 1938. No Ia reanuda y publica hasta 1955, sin que en ella figure Ia «Confesi6n de Jean», aunque estaba escrita desde 1 938. No fue reintegrada en Ia novela hasta 1 973, para Ia edici6n de Ia Pleiade. Pero, incluso sin Ia «Confesi6n», Ia novela era lo suficiente­ mente descifrable para praducir sus efectos. �No anota Julien Green en su diario, en 1 950, algunos afi.os antes de que se deci­ da a terminar El malhechor, que cuenta con Ia sagacidad de ciertos lectores para entender sus Iibras? Desde 1930 casi todas mis novelas contienen, sobreen­ tendida, una historia secreta que es transparente para los ojos de quien sabe ver [ ... ] . Y es incluso este elemento secreto el que parece condicionar el resto, el que hace posible que escri­ ba mi libra y que lo lleve a su termino.2 1 . Cj Julien Green, , Le Miroir interieur, 19501955, ibid, p. 1 1 68.

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De modo que el secreta no es tal para el que conoce el co­ digo, y Green se dirige a esos lectores que «saben ven>. Pues el secreta absoluto, el silencio total, no existen: el secreta es siem­ pre relativo, deja transparentar indicaciones que hacen vibrar cuerdas sensibles en los lectores que esd.n visceralmente dis­ puestos a percibir y recibir lo que se dice sin decirse. El silencio apunta siempre, mas o menos, hacia la revelacion, hacia la pala­ bra. Y el secreta se desvela siempre por si mismo, aunque sea solo a los ojos de algunos, ante los que se presenta como un se­ creta que descubrir y que es el suyo: un secreta compartido, y que, por tanto, no es del todo un secreto. 1 Ahara bien, la ver­ sion de 1 9 5 5 de El malhechor hace alga mas que oriemar la mi­ rada hacia el secreta que hay que descubrir. Lo desvela y, aun­ que timidamente, lo muestra.

Jean vive, pues, en la vergtienza y el temor, y solo goza de una tregua durante los momentos en que le es posible ser quien es, es decir, cuando se encuentra en compafiia de otros «malhe­ chores», en los lugares de sociabilidad gay, donde nacen (y, ex­ trafiamente, la novela solo dedica unas pocas lineas a este as­ pecto, tan importante, sin embargo, en la vida de su personaje) relaciones amorosas o de amistad (los lugares mencionados son, en este caso, lugares de ligue: una plaza del distrito XVII y la Estacion del Norte, en la parte del libro que transcurre en Pa­ ris; un paseo por los muelles en los pasajes situados en Lyon): Me avergonzaba de lo que era, porque aunque no me cos­ taba nada fonforronear con gente que compartia mis gustos, 1 . Robert Pinget lo dice clarameme en Ia entrada de su Abed­ d4ire, publicado en 1 993: (Robert Pinget a fa lettre. Entre­ tiens avec Madeleine Renouard, Paris, Belfond, 1 993, p. 1 69.) Lo cual abre Ia via a una relectura de su obra.

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afrontaba a duras penas el desprecio y Ia malevolencia de los hombres supuestamente normales.1 La sociabilidad gay ofrece, en efecto, a los individuos «ver­ gonzantes», e incluso a los mas «VergonzanteS» de entre ellos, la posibilidad de estar orgullosos, aunque sea de forma intermi­ tente, de ser lo que son, de «fanfarronear». Pero, en esta lucha que enfrenta a la vergiienza y al orgullo, es aquella la que preva­ lece. Y, como ocurre con frecuencia a los homosexuales que vi­ ven en el odio a si mismos (y, mas en general, a los estigmatiza­ dos que se odian) , Jean execra a quienes son como el y, sin embargo, no se sienten obligados a ocultarse, y hasta llegan a «exhibirse»: Los amigos de la familia me tomaban por un muchacho juicioso y un poco insulso; me tenian por un buen chico. «�De que sirve herirles», me deda, «revelandoles lo que no quieren saber? [ . .] Sabre rodo no te exhibas.» iExhibirse! Nada me chocaba mas en los hombres de mi especie que aquella manera de informar al publico de sus gus­ tos, al dejarse ver en compafiia de muchachos guapisimos y demasiado bien vestidos. 2 .

Al final de la novela, con arreglo al destino mas comun de los homosexuales en la literatura (o en el cine) hasta los 1 . Julien Green, Le Malfoiteur, op. cit., p. 3 1 4-3 1 5; Ia cursiva es mia. Vemos Ia importancia de Ia subculmra gay como el conjunto de lugares don­ de uno puede sentirse «orgulloso>> de si mismo, durante una pane de Ia vida (del dia), mientras que el resto del tiempo se ve forzado a Ia > (L 1mmo­ ra/iste, en Romans, ricits et soties, CEuvres lyriques, Paris, Gallimard, «Biblio­ theque de Ia Pleiade>>, p. 425). El esdndalo no se explicita antes, pero es evi­ dente que est> t. 3, op. cit., pp. 1 597- 1 598.

1 78

a

Le Ma/foiteur,

en

CEuvres completes,

ferir el fulgor sexual que resplandece en los textos de Genet a las dilaciones de Green, cuyas descripciones, si bien analizan de ma­ ravilla la formacion de las subjetividades gays (razon par la que conservan su validez y su pertinencia) rezuman demasiado, sin embargo, el alegato y la voluntad de justificarse, cuando no de mortificarse. Como en el prologo de 1955, donde Green escribe que ha querido «presentar a la atencion de los lectores serios uno de los aspectos mds trdgicos de fa vida carnal en nuestro mundo moderno, tragico porque afecta de una manera a veces violenta a toda la vida afectiva y atafie gravemente a la vida espiritual». 1 La referencia a los «lectores serios», quiza mas aun que las conside­ raciones sabre el caracter «tragico» de la vida carnal, segun las cuales esta se sigue considerando una traba a la vida espiritual (mientras que, en Genet, el ejercicio espiritual esti anclado en la exaltacion del cuerpo y sus placeres) , muestra suficientemente lo que separa a Green de Genet. El primero quisiera ser escuchado, compadecido y absuelto. Que se apiaden de el. Genet, par el contrario, escupe a los guardianes del arden social. Aunque a Green le habria gustado, hasta El malhechor, dirigirse a lectores capaces de comprender el «secreta» de sus libros, se cree obliga­ do a justificarse ante otros lectores, puesto que teme que su texto se haya vuelto demasiado explkito, a menos que quiera hablar aqui de lectores homosexuales «serios» que no fuesen deprava­ dos, como debia de suponer que eran los de Genet. Este ultimo no intenta justificarse. No trata de convencer, de recabar el asentimiento benevolo de la sociedad que le con­ dena. Asume la condena, la reprobacion, y la convierte en el principia moral que guiara su existencia y su obra. Se esfuerza, pues, en llevar al extrema la idea de que el homosexual es un criminal, un peligro para la sociedad, un traidor a la nacion, una amenaza para la civilizacion ... Como Green defendia que la unica eleccion posible era en­ tre el disimulo y el esdndalo (entre callarse o afirmarse de una 1 . Ibid., p. 1 597; Ia cursiva es mia.

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forma teatral, excesiva, exagerada, provocativa), su esfuerzo por esbozar una tercera voz (afirmarse sin esd.ndalo, superar la ver­ gi.ienza sin proclamar el orgullo) estaba condenado a parecer mustio y triste desde el momento en que los libros de Genet hicieron estallar las reglas impuestas a los escritores gays. Tal es, sin duda, la razon de que esta novela de Green haya caido casi totalmente en el olvido. Mereceria, sin embargo, que la rescata­ ran, aunque solo fuera para recordar, a todos los que critican hoy el «comunitarismo» homosexual o los «excesos» de la visi­ bilidad, cui! era la suerte comun de los gays antes de que apare­ ciese el movimiento de afirmacion de si mismos.

�Quiso Genet responder a Green? �0 burlarse de Jouhan­ deau, a quien habia admirado tanto y cuyo Eloge de la volupte acababa de manifestar, en 1 9 5 1 , el arrepentimiento del autor, que se reprochaba el haber «calumniado la homosexualidad» al calificarla de abyecta, y en lo sucesivo queria rehabilitarla en un tratado sobre el placer, pero siempre desde la perspectiva de una relacion con Dios y la religion?1 Lo cierto es que Genet, en el prologo que redacta, a media­ dos o a finales de los cincuenta, para presentar una traduccion de los poemas de Estraton de Sardes, se burla de la «literatura homosexual», que le sorprende por ser su «juego» tan superfi­ cial y por estar marcada por la obsesion de la bendicion divina o la reconciliacion con el orden social:

1 . Desde Ia aparici6n de De !'abjection, con un ejemplar de obsequio para Ia prensa entre las manos, Jouhandeau se reproch6 haber >, op. cit., p. 1 095.

1 86

debe, en primer Iugar, dejarse invadir por Ia sensacion que expe­ rimenta en el instante, para privilegiar Ia experiencia misma por encima de las ensefi.anzas de Ia experiencia, y no rechazar nunca el placer del momenta en nombre de una filosoffa o de una mo­ ral que dictarfa al individuo el principia de sus juicios. Wilde es­ cribe a proposito de Wainewright: Como crftico, se ocupaba principalmente de las impresio­ nes complejas que le habfa producido una obra de arte, pues es indudable que el primer paso de Ia crftica estetica es tamar conciencia de las impresiones que uno experimenta. 1 Es una cita casi literal del prefacio del libro de Pater: En Ia crftica estetica, el primer paso... es conocer Ia pro­ pia impresi6n tal como es realmente ... tamar conciencia de ella con toda claridad.2

Y se puede afi.adir aun que, segun Wilde, que desarrolla aquf una teorfa de Ia estetica propia que podrfa haber sido enunciada por el ultimo Foucault, Wainewright «pensaba que Ia vida es un arte y que no tiene menos estilos que las artes que intentan expresarla.»3 1 . Ibid., p. 1 096. 2. Walter Pater, The Renaissance, Oxford University Press, col. «Ox­ ford World Classics>>, 1 998, p. XXIX. [El Renacimiento: Estudios sobre arte y poesia, Barcelona, Alba, 1 999.] La primera edici6n del libro data de 1 873, y sabemos que Wilde Ia presentad., mucho mas tarde, en De Profondis como (The Complete Works, p. 1 022). Sobre las relaciones entre Wilde y Pater, remito a Rejlexions su r fa question gay, op. cit., pp. 243-270. 3. Oscar Wilde, «Pen, Pencil and Poison>>, op. cit., p. 1 095. Foucault de­ clara, por ejemplo, en una entrevista de 1 983: «(No podria Ia vida de cualquier individuo ser una obra de ane? (Por que un cuadro o una casa son objetos de ane, y nuestra vida no?>> (Michel Foucault, A propos de Ia genealogie de I' ethi­ que: un apen;u du travail en cours>>, en Dits et icrits, op. cit., t. 4, p. 6 1 7). ,,

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Para terminar, como hada ya en Dorian Gray, Wilde re­ cuerda aqui que su otro maestro, John Addington Symonds, habia trazado, en su celebre historia del Renacimiento en Italia, el retrato de algunos grandes personajes que tambien fueron criminales. Pero la diferencia, escribe, entre los objetos de estos «estudios tan encantadores» y Thomas Griffiths Wainewrigh t es que este ultimo es aun demasiado reciente, «aun demasiado moderno» para ser considerado con una «curiosidad desintere­ sada». 1

El vinculo entre el Renacimiento, el veneno y las herejias sexuales no se le escapo a Genet. En Santa Maria de las Flores Divina se inicia en el arte y las virtudes de las plantas veneno­ sas. A lo largo de todo un pasaje que sigue inmediatamente al texto sobre las humillaciones agazapadas en el poder de las pa­ labras que te saltan a la cara, Divina se evade en las realidades magicas y turbias del Renacimiento para mitridatizarse contra las agresiones del mundo exterior: La palabra mitridato, una manana, de repente, Divina se la volvi6 a encontrar. Se abri6 un dia, ensefi6 a Culafroy su virtud, y el nifio, retrocediendo de siglo en siglo, hasta el mil quinientos, se adentr6 en la Roma de los pondfices. [ ... ] Como el unico veneno que podia conseguir era el ac6nito, cada noche, con su larga bata de rigidos pliegues, abria la puerta de su cuarto, que estaba al nivel del jardfn [ ... ] . Cula­ froy cogfa de un macizo hojas de ac6nito napelo, las medfa con un doble dedmetro, aumentaba cada vez la dosis, las en­ rollaba y se las tragaba [ .. ] . Por la boca, el Renacimiento se posesionaba del nifio [ . . ] . Los Borgia, los astr6logos, los por­ n6grafos, los principes, las abadesas, los condotieros, lo aco­ gfan desnudo sobre sus rodillas duras bajo la seda, el apoyab a .

.

1 . Ibid., p. 1 1 07.

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tiernamente Ia mejilla contra una verga erecta, de piedra bajo Ia seda, de piedra inconmovible [ ... ] . Culafroy se transformaba bajo Ia luna en ese mundo de envenenadores, pederastas, pillos, magos, guerreros, cortesa­ nas [ ... ] . Ninguna anecdota sacada de Ia historia o de una no­ vela organizaba esa masa de suefio; unicamente el murmullo de algunas palabras magicas espesaba las tinieblas de las que se desprendfan un paje o un caballero, bello rijoso, ojeroso tras una noche entre sabanas de fino lienzo ... «Datura fastuosa, datura stramonium, Belladona... ».1

Observamos como funciona de maravilla, tanto en el caso de Symonds y de Wilde como en el de Genet, la comparaci6n entre el crimen y el vicio o pecado sexual, como una manera de evocar todo lo que, en el arte y, par lo tanto, en la vida, escapa a la moral convencional, pues, insiste Wilde en «Pen, Pencil and Poison», «las virtudes domesticas no son la verdadera base del arte, aunque puedan servir de excelente publicidad a artistas de segundo orden».2 Si, como dice Richard Ellmann, «toda for­ ma de ilegalidad le impresionaba», y si el arte del falsario era quiza «el delito mas cercano a la presentaci6n social de sf mis­ mo», fundada en su «gusto inveterado de la artificialidad»,3 ve­ mos, en todo caso, que para Wilde, a lo largo de «Pen, Pencil and Poison», al igual que en «The Critic as Artist» y en «The Soul of Man Under Socialism»,4 se trata siempre de legitimar la 1 . Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit., pp. 83-84. No olvide­ mos tampoco otra afinidad posible entre Wilde y Genet: Wilde escribi6 tambien un poema sobre un condenado a muerte, que es a Ia vez una refle­ xi6n sobre Ia d.rcel: The Ballad ofthe Reading Gaol. [La baladd de fa cdrcel de Reading.] 2. Ibid., p. 1 1 06. 3. Richard EHmann, Oscar Wi!.tU, op. cit., p. 282. 4. Oscar Wilde, , en Dits et ecrits, op. cit., r. 1 , pp. 236 y 338. Era Ia forma que tenia Foucault de apropiarse, en esta epoca, de Ia idea de Bataille de Ia «transgresi6n», y es obvio lo que buscaba en ella: una forma de eludir a Hegel y a! marxismo, y de pensar Ia hisroria como una afirmaci6n de las , en Daniel Borrillo, Eric Fassin, Marcela Iacub (dir.), Au-de/a du Pacs. L 'expertise scientifique a f'epreuve de f'homosexua­ fite, Paris, PUF, 1 999, pp. 145- 1 59; y Michel Torr, , Les Temps modernes, n.0 609, junio-julio-agosro 2000, pp. 1 76-2 1 5. Consideremos, por ejemplo, Ia prolife­ raci6n en las revisras de ias idioreces psicoanaliricas (proferidas por psicoana­ lisras) sobre los homosexuales que rechazan Ia porque les gusra lo , o sobre el , que deberia ser rambien el (en una polaridad, que se diria salida de Ia imagineria religiosa de los afios rreinra, que opone a! padre severo y a Ia madre dulce, las neurosis de los nifios -y en especial Ia homosexualidad, por supuesro- esrarian asociadas con el hecho de que el padre ha querido ser dulce como Ia madre, etcetera). Que todo esro pueda enunciarse como un discurso de y que, en Iugar de provocar una carcajada inmensa, sea aplaudido ramo por Ia izquierda como por Ia derecha, muesua hasra que punro Ia izquierda francesa, y Ia iz­ quierda inrelecrual, en particular, crisriana o no, es reaccionaria. Algun dia ha­ bra que pasar por Ia criba de Ia cririca radical el pensamienro hom6fobo de esa falsa izquierda, roda Ia ideologia de Ia cual es detestable. 2. Enrre los aurores que, denuo del psicoanalisis y con perspectivas muy disrinras entre sf, se esfuerzan en repensar Ia reoria y Ia pracrica analiri­ cas de una forma no normariva y, sobre rodo, abierra a las innovaciones cul­ rurales y sociales, podemos mencionar a Sabine Prokhoris {Le Sexe prescrit. La diffirence sexueffe en question, Paris, Aubier, 2000), Jean Allouch (Le Sexe du maitre, f'erotisme apres Lacan, Paris, Exils, 200 1 ) , Elisabeth Roudinesco (>, discurso inaugural de los Esrados 223

Pero 2no es demasiado tarde? 2Puede cambiar todavia el psi­ coanilisis? 0, por formular la pregunta de un modo distinto y mas brutal: 2todavia es util el psicoanalisis? 2Tiene aun cosas que decirnos? 2A nosotros, cuya existencia, manera de ser, se­ xualidad, han sido durante tanto tiempo abocadas a la verglien­ za y a la estigmatizaci6n, y que hoy tratamos de inventar modos de vida que escapan a los com�s de la norma y la normalidad? 2Que trabajamos por transformar el derecho, la cultura, las dis­ ciplinas intelectuales para que por fin tengan en cuenta lo que Foucault llamaba «esas diferencias que somos» y «esas diferen­ cias que hacemos», «diferencias insumisas y repeticiones sin ori­ genes», por medio de las cuales se afirman a la vez las continui­ dades y las novedades del ethos minoritario y que, mas que nunca, «sacuden nuestro viejo volcan extinto»?1 2Tiene todavia el psicoanalisis algo que decirnos en este momento de conmoci6n hist6rica en que los «minoritarios» han tornado la palabra para cuestionar las instituciones y las ex­ dusiones que producen, y se han propuesto inventar otras for­ mas de relaci6n entre individuos, otros modos de sociabilidad, otras maneras de ser uno mismo y vivir con los demas? La actitud crispada de los psicoanalistas ante esos nuevos desafios, que parecen incapaces de asumir de otra forma que re­ produciendo discursos hechos, salmodiando sin descanso que lo que ocurre no debe ocurrir, e induso, en ocasiones, fijandose el objetivo explicito de meter en cintura a los disidentes consi­ derados como barbaros, incita, cuando menos, a dudar de que Generales del Psicoanalisis, Paris, Sorbona, 8 de julio de 2000). Es asimismo el caso, fuera del campo del psicoanilisis, de Judith Butler (Antigone's Claim. Kinship Between Life and Death, Nueva York, Columbia University Press, 2000, y tambien «Is Kinship Always Already Heterosexual?>>, ponencia para el coloquio «Feminism and the Shifting Boundaries of Private and Public>>, Bellagio, ltalia, 5-8 diciembre de 2000); o de Leo Bersani (Homos. Repenser l'identite, Paris, Odile Jacob, 1 998). 1. Michel Foucault, > con que los nuevos barbaros que son los gays y las lesbianas amenazan a Ia socie­ dad, a una alianza de los psicoanalisras y los jurisras para consrruir un orden juridico y politico capaz de insriruir Ia subjerividad raJ como el Ia concibe (vease Pierre Legendre, Lerons, IV, L 'Inestimable objet de la trammission. Etu­ de sur le principe genealogique en Occident, Paris, Fayard, 1985, p. 360 y ss.). Proyecro del que cabe decir, ramo en Ia version dogmarica e hinchada del propio Legendre como en Ia version simplificada para uso del espacio me­ diarico-polirico de los vulgarizadores de su pensamienro, que es, como ha re­ calcado Marcela Iacub en un arriculo magistral, porencialmenre roralirario (cj Marcela Iacub, «Le couple homosexual, le droir er l'ordre symbolique», Le Banquet, n.0 1 2- 1 3, primero y segundo semesrres de 1 998, pp. 1 1 1 - 1 24).

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ellos los momentos y los gestos mas desestabilizadores y resti­ tuirles la primada en contra de los hermeneutas reaccionarios del legado. Habria que realizar un nuevo retorno a Freud que seria lo opuesto al gesto retr6grado efectuado por Lacan y emu­ lado por la mayoria de sus disdpulos. 1 Es cierto que en la historia del psicoanalisis, ya desde sus comienzos, surgieron, casi siempre en la periferia, pero a veces en el coraz6n mismo de la instituci6n, versiones disidentes, mas radicales, mas revolucionarias, mas abiertas a las perturbaciones procedentes del campo social y cultural. Corrientes muy diver­ sas, y entre ellas algunas muy interesantes, se han desarrollado en todo el mundo con la etiqueta del psicoanalisis. J unto a las tendencias conservadoras, y hasta retr6gradas, hubo numerosas ramas abiertas a la novedad, atentas a las voces minoritarias y afanosas de no basar un saber en su exclusion, su patologiza­ ci6n o su normalizaci6n. Pero estas tradiciones de contestaci6n dentro del propio psicoanalisis fueron casi siempre aisladas, combatidas por la instituci6n, abocadas al ocultamiento y al ol­ vido. Lo mismo cabe decir, por otra parte, de las criticas radica­ les del psicoanalisis, siempre renovadas, siempre replanteadas, y que de Reich a Deleuze y Guattari, pasando por Marcuse y tantos otros mas o menos celebres, se han ido borrando unas tras otras, dejando intacto el edificio que habfan amenazado en un tiempo, y la ortodoxia ha recuperado siempre su tranquila confianza tras algunos remolinos en la superficie (pues el psico1 . Es, por ejemplo, Ia tesis implfcita de Leo Bersani (cf , conferencia en el seminario , EHESS, 3 de mayo de 200 1). 0, mas explfcitamente, de Sabine Prokho ris, Le Sexe prescrit. La diffirence sexuelle en question, op. cit. Para un ejemplo de Ia manera en que el propio Freud cerro las ventanas que habia abierto a pro­ p6sito del cuestionamiento de Ia , vease Carl Schorske, > la homosexualidad, Freud nunca renuncia del todo a ello. Se ve claramente en su articulo de 1 920 sobre la «Psicogenesis de un caso de homosexualidad fe­ menina», donde afirma, no obstante, su escepticismo sobre la posibilidad de hacer que un(a) homosexual se convierta en he­ terosexual: En general, transformar en heterosexual a un homosexual plenamente desarrollado es una empresa que tiene casi tan pocas posibilidades de triunfar como la inversa, si bien esta ultima, por buenas razones de orden practico, no se ha inten­ tado nunca.2

1 . Cirado en ibid., pp. 32-35 . 2. Sigmund Freud, del desarrollo libidinal, estaba profundamente marcado por un evolucionismo extraido de su lectura de Darwin (cf Frank J. Sulloway, Freud, biologiste de /'esprit, Paris, Fayard, 1 999).

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dios», de las «etapas», solo se concibe desde una perspectiva te­ leologica, y esta teleologfa se basa en la evidencia heterosexual ( o, en todo caso, en la evidencia de que la heterosexualidad es el punto al que todo individuo deberia llegar) . Consiste en tomar la heterosexualidad como el punto de llegada, el resultado ideal, a partir del cual las demas posibilidades (la homosexualidad, la bi­ sexualidad) se interpretaran como «perversiones». Y esto incluso cuando Freud escribe, en esta nota de 1 9 1 5, que «el interes se­ xual exclusivo del hombre por la mujer [extrafiamente, no habla del interes de la mujer por el hombre] es tambien un problema que requiere una explicacion y no algo evidente en sf mismo». 1 Asimismo, es e n esta nota donde afirma que e l psicoanalisis se opone «con la mayor determinacion a la tentativa de separar a los homosexuales de los demas seres humanos como grupo parti­ cularizado».2 Se refiere, por supuesto, al intento de los psiquia­ tras de clasificar a los homosexuales como una categorfa anor­ mal, pero tambien, muy claramente, a los esfuerzos de Magnus Hirschfeld, el fundador del movimiento homosexual aleman, por justificar la homosexualidad y reivindicar el derecho a vivir­ la, al describirla como un sexo aparte, un «tercer sexo» (lo que tenderia a mostrar que Freud ya se proponfa oponerse a la exis­ tencia de un movimiento homosexual, y que esta observacion sobre la bisexualidad fundamental, y sobre la imposibilidad de considerar a los homosexuales un grupo normal, aunque pueda leerse en el sentido progresista de una puesta en entredicho de la violencia psiquiatrica, podria ser objeto de una lectura totalmen­ te distinta, menos gloriosa, desde el momento en que se la rela­ ciona con el contexto y los envites politicos de la epoca) . En efecto, si bien Freud afirma que «todos los hombres son capaces de elegir un objeto homosexual», y que, ademas, «han hecho efectivamente esta eleccion en el inconsciente»,3 no es l. Sigmund Freud, Trois Essais... , op. cit., p. 5 1 . 2 . Ibid. 3. Ibid.

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menos cierto que el desarrollo normal deberia conducir a los individuos hacia una eleccion de objeto exclusivamente hetero­ sexual y, par lo tanto, hacia una superacion de esa fase «arcaica» o «primitiva». Es el hecho de no lograr superar ese estadio de la bisexualidad original, o de superarla orientandose hacia una eleccion de objeto homosexual, lo que causa un problema que requiere una explicacion. As£ pues, aqui tambien, todas las observaciones concesivas que figuran en las notas del texto no llegan, evidentemente, a poner nunca en pie de igualdad a la homosexualidad y a la he­ terosexualidad. Ademas, es preciso sefialar que esas paginas sa­ bre la «inversion» se encuentran en un capitulo que versa acerca de las «Desviaciones del objeto sexual», incluido a su vez en la parte consagrada a las «aberraciones sexuales». 1 Y aun cuando Freud publica en 1 920, como hemos vista, un articulo titulado «Psicogenesis de un caso de homosexua­ lidad femenina», no escribira nunca, que sepamos, el equiva­ lente relativo a la «Psicogenesis de un caso de heterosexualidad femenina». Cuando dice que la heterosexualidad no es incues­ tionable, y que la eleccion de objeto heterosexual mereceria tambien explicarse, hace afirmaciones de gran calado, puesto que parece romper con la heterosexualidad como evidencia que no habria que explicar y la homosexualidad como aberra­ cion de la que habria que dar cuenta, pero no las desarrolla, y se puede decir que todo el capitulo sabre la «inversion» en los Tres ensayos est>, 1 998, pp. 340-34 1 . 2 . Ibid., p . 34 1 ; Ia curs iva es mfa. 3. Ibid., pp. 34 1-342.

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fecundos, temporalizados, en que se revelan los diferentes esti­ los de frustracion», y que son, precisamente, «los huecos, las fa­ lias, las aberturas que surgen en el desarrollo los que definen esos momentos fecundos» .1 Pero son solo «momentOS» ocasionalmente vividos por el sujeto realizado, normal (no perverso), en el curso de su «de­ sarrollo», mientras que esas fallas, esas aberturas, siguen siendo el destino -permanente- de los que viven en la «perversion» y, en consecuencia, en el «drama», que entonces deja de ser fecun­ do. En el destino de todo el mundo hay elementos de falla, y est>, en Autres ecrits, op. cit., pp. 23-84; cita, p. 60. Sobre el contexto de este articulo, y en especial sobre Ia referencia a Ia teoria de Durkheim de Ia historia de Ia familia, vease Markos Zafiropoulos, Lacan et les sciences sociales: le declin du pere, 1938-1953, Paris, PUF, 200 1 . 2 . Ibid.

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Pero no es solo la desaparici6n de esos grandes hombres lo que teme que suceda con el eclipse de la dominaci6n masculina y paterna. Es algo mas grave: una crisis general de la civiliza­ ci6n cuyos efectos se traducen en las neurosis individuates, cuya etiologfa esta estrechamente asociada con el declive del «padre»: Nos parece que el declive social del imago paterno produ­ ce gran numero de efectos psicol6gicos. 1 Esta disminuci6n de l a importancia del «padre», de l a figu­ ra paterna, se describe, en efecto, como uno de los grandes fac­ tores de la crisis del mundo contemporaneo. Y Lacan llega a vincular la propia aparici6n del psicoanalisis con esa «crisis» psicol6gica: Quiza haya que atribuir a esa crisis la aparici6n del pro­ pio psicoanalisis. El sublime azar del genio no explica por sf solo que haya sido en Viena -por entonces centro de un Esta­ do que era el crisol de las formas familiares mas diversas, de las mas arcaicas a las mas evolucionadas, de los ultimos agru­ pamientos agnaticios de los campesinos eslavos a las formas mas decadentes del matrimonio inestable, pasando por los pa­ ternalismos feudales y mercantiles- donde un hijo del patriar­ cado judfo haya imaginado el complejo de Edipo.2 Asf pues, Lacan liga explfcitameme la invenci6n del psico­ analisis y de su concepto ideol6gico central, el complejo de Edipo, con una situaci6n hist6rica y geografica concreta, y, en todo caso, con el declive occidental del padre, del pater fami­ lias. Un declive que se producia en la Viena de fines del siglo XIX, donde todas las etapas de la evoluci6n estaban reunidas de

1 . Ibid. 2. Ibid., p. 6 1 . Se observara, de paso, que Ia tinica forma, en esta lista, que Lacan califica, y peyorativamente, es el «matrimonio inestable>>.

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manera sincronica igual que en un tablero de ajedrez expuesto a la interpretacion, y Freud habrfa estado especialmente bien si­ tuado para advertir su significado y efectos neurotizan tes. Lacan concluye ese parrafo con esta observacion general: Sea como sea, son las formas de las neurosis dominantes a finales del siglo pasado las que revelaron que eran fntimamen­ te dependientes de las condiciones de la familia.1 Y no es difkil para la mirada del «analista» identificar el factor principal que explica la etiolog{a de las neurosis: Nuestra experiencia nos induce a designar la determina­ cion principal de las mismas en la personalidad del padre, siempre carente de alguna manera, ausente, humillada, dividi­ da o postiza. 2 Ahora bien, esta carencia, afiade Lacan, «segun nuestra concepcion del Edipo», llega «tanto a agotar el impulso instin­ tivo como a tarar la dialectica de las sublimaciones».3 iEl padre humillado! Se trata de una referencia al titulo de una obra de Claude!, publicada en 1 9 1 9 . Lo cual inscribe a La­ can, de modo evidente, en el espacio polltico e intelectual de la derecha catolica. N unca, ademas, abandonari esta referencia, que encontramos en 1 95 3 en su conferencia sur Le Mythe indivi­ duel du nevrose, y luego, en 1 960- 1 96 1 , en Le Seminaire, V, sobre Le Transfert, en donde el teatro de Claude! constituye, j unto con Platon, uno de los dos puntos de apoyo de su teorfa del amor.4 1. Ibid. 2. Ibid. 3. Ibid. 4. Jacques Lacan, Le Mythe individuel du nevrose [ 1 953] , Ornicar, n.o 17- 1 8, 1979. Y Le Seminaire, V, op. cit. Para un comentario detallado de Ia referencia de Lacan a Claude! en diferentes periodos de su obra, y sobre Ia significacion polftica de esa referencia, vease Markos Zafiropoulos, op. cit.

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Asi pues, el padre es humillado. Pero �por quien? �Por que? La respuesta no hay que buscarla solamente en la evoluci6n his­ t6rica en un largo periodo de tiempo, sino en realidades mas contemporaneas. Y, en especial, en lo que Lacan llama, en varias ocasiones, «la protesta viril de la mujer». 1 La afirmaci6n de la mujer en la familia -y en la sociedad, probablemente- conduce a las neurosis, porque incumple sus deberes y abandona el lugar que deberia corresponderle. En un parrafo que expone abrupta­ mente la tesis principal de su articulo, y que contiene el germen de toda su obra futura, Lacan atribuye al padre la funci6n de encarnar la autoridad necesaria para que el nifio conozca un desarrollo psiquico normal (Lacan no hace aqui mas que ratifi­ car y refrendar los papeles sociales tradicionales, que se propone legitimar y defender mediante un discurso de apariencia ciend­ fica) :

Todo el desarrollo de este estudio tiene por objeto de­ mostrar que el complejo de Edipo supone cierta tipicidad en las relaciones psicol6gicas entre los padres, y hemos insistido especialmente en el doble papel que desempefi.a el padre, en la medida en que representa la autoridad y en que es el centro de la revelaci6n sexual; a la propia ambigiiedad de su imago, encarnaci6n de la represi6n y catalizador de un acceso esencial a la realidad, hemos remitido el doble progreso, dpico de una cultura, de un determinado temperamento del superego y de una orientaci6n eminentemente evolutiva de la personalidad.2 Definida de este modo la «tipicidad» de las relaciones entre padres dentro de la estructura conyugal, Lacan va a analizar las «atipias» que producen las neurosis. La primera consiste en una ruptura de la tension entre padre e hijo (ya debido a la debili1 . Jacques Lacan, , art. cit., pp. 82-83. 2. Ibid., p. 79; Ia cursiva es mia.

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dad del segundo, ya a la dominaci6n excesiva del primero), que perturba el «conflicto de generaciones», definido como «la pro­ pia condici6n dialectica de la tradici6n del tipo paternalista». 1 La segunda procede de las «anomallas» libidinales de los padres («madre que mima y acaricia, por media de una ternura excesiva que expresa mas o menos conscientemente un impulso rechazado; o madre de una sequedad parad6jica en los rigores mudos, mediante una crueldad inconsciente que traduce una fijaci6n mucho mas profunda de la libido», a lo que Lacan ana­ de, «la desavenencia de los padres»).2 Pero concede Ia mayor importancia a una tercera atipia, la que elige para terminar su articulo: Hay que distinguir, por fin, una tercera atipia de la situa­ ci6n familiar que, afectando tambien a la sublimaci6n sexual, alcanza electivamente a su funci6n mas delicada, que es ga­ rantizar Ia sexualizaci6n psfquica, es decir, una determinada relaci6n entre la personalidad imaginaria del sujeto y su sexo biol6gico: esta relaci6n se encuentra invertida en diversos ni­ veles de la estructura psfquica, incluida Ia determinacion psi­ col6gica de una homosexualidad patente.3 De modo que la homosexualidad de los nifios se explica como una disfunci6n de la relaci6n entre los padres, una «atipi­ cidad» de su relaci6n. Y, siendo el psicoanalisis lo que es, y los psicoanalistas como son, no es diffcil adivinar quien sera juzga­ do responsable de ese destino funesto que aguarda a las nuevas generaciones (hay siempre, entre los psicoanalistas, una tenden­ cia a la profeda apocaliptica, como hemos vista muy recien te­ mente a prop6sito de la homopaternalidad, de la que algunos expertos de la normalidad psfquica, dignos herederos de Lacan , 1 . Ibid 2. Ibid, pp. 8 1 -82. 3. Ibid

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y que ademas reivindican su magisterio, han llegado a decirnos que tendra como resultado que, dentro de treinta afios, los ni­ fios ya no sabran hablar) : Los analistas no necesitan excavar muy hondo en los da­ tos evidentes de Ia cinica para incriminar aquf una vez mas al papel de Ia madre, esto es, tanto a los excesos de su ternura para con el nifio como a los rasgos viriles de su propio carac­ ter. La inversion, al menos en el sujeto masculino, se realiza por medio de un triple mecanismo: a veces a flor de concien­ cia, casi siempre a flor de observacion, una fijacion afectiva en Ia madre, fijacion de Ia que se entiende que entrafia Ia exclu­ sion de otra mujer; mas profunda, pero todavfa penetrable, aunque solo fuese por Ia sola intuicion poetica, Ia ambivalen­ cia narcisista segun Ia cual el sujeto se identifica con su madre e identifica el objeto de amor con su propia imagen especular, ya que Ia relacion de su madre con el genera Ia forma en Ia que se incrustan para siempre el modo de su deseo y Ia dec­ cion de su objeto, deseo motivado de ternura y educacion, objeto que reproduce un momento de su doble; por ultimo, en el fondo del psiquismo, Ia intervencion muy propiamente castradora por medio de Ia cual Ia madre ha dado salida a su propia reivindicacion viril.1 Asf pues, un homosexual es, para Lacan, u n hombre que ha amado demasiado a su madre y no puede amar a otra mujer; o bien es alguien que se ha identificado con su madre y solo pue­ de, por tanto, amar a los hombres, fulguraci6n te6rica que de­ bemos a! don de Lacan para Ia «intuici6n poetica»; o alguien cuyo psiquismo ha sido, literalmente, feminizado por una ma­ dre viril. Tras esta sucesi6n de idioteces sentenciosas que dicen mu­ cho sobre el nivel en que se situa Ia doctrina analftica y sobre 1 . Ibid., p. 83.

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cuiles son sus esquemas de percepcion (nunca cuestionados par la sencilla razon de que forman, par el contrario, el zocalo ideo­ logico -y el impensado politico- en el que se apoya el psico­ analisis para proceder a su tarea de normalizacion social) , Lacan insiste una vez mas en los fracasos de la relacion parental que genera la reivindicacion de la mujer de dirigir la pareja: Los analistas recalcan el modo en que el cad.cter de la madre se expresa tambien en el plano conyugal mediante una tiranfa domestica, cuyas formas larvadas o patentes, que abar­ can desde la reivindicacion sentimental hasta la confiscaci6n de Ia autoridadfamiliar, delatan su sentido plena de protesta vi­ ril, que encuentra una expresi6n eminente, a la vez simb6lica, moral y material, en la satisfacci6n de «manejar los cuartos». 1 Reconocemos aquf explicaciones identicas a las que Lacan dara veinte afios mas tarde, en el seminario de 1 957- 1 95 8 , Les Formations de l'inconscient, en la forma apenas modificada de la «madre que dicta la ley al padre» y, de esta manera, hace mari­ cas a los hijos. La mujer viril, la que «maneja los cuartos», o la que, como did. en el seminario sabre La Relation d'objet, en 1 956- 1 957, lleva los «pantalones»,2 la mujer a la que no es ne­ cesario calificar de feminista, y que ni siquiera hace falta que lo sea para amenazar el equilibria de la familia y la tipicidad de la pareja, y poner asi en peligro la salud mental de los hijos, es la mujer que se emancipa de la tutela ancestral del pater fomilias, la que se niega a contentarse con el papel de esposa sometida, como sus hijos, a la autoridad del padre (su marido). En consecuencia, la homosexualidad «patente» no es ya sino un espejo deformante de un fenomeno mas grave aun, porque sus efectos patogenos afectan al conjunto de la sociedad, y que 1 . Ibid.; Ia cursiva es mia. 2. Una de las sesiones del seminario sabre La Relation d'objet se tirula: «Los pantalones de Ia madre y Ia carencia del padre» (op. cit., pp. 353 y ss.).

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se produce a raiz de esta «protesta viril» de las mujeres: la «inver­ sion psiquica» generalizada, la no coincidencia del psiquismo y el sexo biol6gico, es decir, el eclipse progresivo de la polaridad radical de los sexos, que deberia estructurar idealmente tanto los psiquismos individuales como las instituciones sociales y flore­ cer en la dualidad de las funciones y los papeles dentro del ma­ trimonio heterosexual. Lacan, efectivamente, asigna los papeles sin la menor vaci­ laci6n: En la jerarquia de valores que, integrados en las formas mismas de Ia realidad, constituyen una cultura, es uno de los mas caracteristicos Ia armonia que define entre los principios masculinos y femeninos de Ia vida. Los origenes de nuestra cultura estan demasiado ligados con lo que de buena gana lla­ mariamos Ia aventura de Ia familia paternalista para que no imponga, en todas las formas con que ha enriquecido el de­ sarrollo psiquico, una primada del principia masculino, cuyo alcance moral conferido al termino de virilidad basta para me­ dir Ia parcialidad. El sentido del equilibria, que es Ia base de todo pensa­ miento, exige que esta preferencia tenga un reverso: funda­ mentalmente, es Ia ocultaci6n del principia femenino bajo el ideal masculino, del que Ia virgen, por su misterio, constituye, a traves de las epocas de esta cultura, el signo vivo.1 La cultura, por tanto, es eminentemente parcial: tiene sus preferencias y se basa en jerarquias, y el masculino prevalece so­ bre el femenino, segun las leyes de la gramatica que se ensefia­ ban en otro tiempo a los nifios. Las ultimas lineas del articulo de 1 938 suenan entonces como una advertencia que Lacan formula a todos (y a todas) 1 . Jacques Lacan, «Les complexes familiaux dans Ia formation de l'indi­ vidw>, art. cit., p. 84.

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los que sean tan irresponsables para jugar a aprendices de bru­ jos (de brujas) tratando de eliminar las Hneas de separacion en­ tre los sexos y entre los papeles sexuales, y de poner asi en peli­ gro tanto los fundamentos de la civilizacion como la salud psiquica de los individuos: No hay vinculo mas claro para el moralista [jpara el mora­ lista!] que el que une el progreso social de la inversion psiquica con un viraje utopico de los ideales de una cultura. El analis­ ta capta la determinacion individual de ese vinculo en las for­ mas de la sublimidad moral, de acuerdo con las cuales la madre del invertido ejerce su accion rotundamente emasculante.1 La mujer «viril», es decir, emancipada, emascula a sus hijos en nombre del gran ideal moral de la igualdad, a riesgo de con­ vertirlos en homosexuales, y, mas en general, de hacer de ellos hombres que no seran hombres. A Lacan, por tanto, le preocu­ pa menos la desaparicion de los «grandes hombres» que el pro­ ceso que conduce a la desaparicion de los autenticos hombres (cuyo mecanismo en estado puro capta el analista en el estudio de la homosexualidad, caso extremo de lo que esta a punto de ocurrirle a todo el mundo) . «No somos maricas», afirma en ese texto y, por desgracia, todos nuestros hijos esdn destinados a serlo, mas o menos, y siempre demasiado, si las mujeres persis­ ten en querer imponer su «utopia» y si los hombres -en el po­ der- se lo consienten. Asi pues, aqui se nos presenta un verdadero programa poli­ tico, en el que el psicoanalisis esd llamado a desempefiar un papel determinante, para luchar contra esa nueva utopia social que se denomina la emancipacion de las mujeres, y cuyo resul­ tado es la inversion generalizada, es decir, el eclipse de la «pola­ rizacion sexual» y de los papeles que esta prescribe. Sabem os 1 . Ibid., p. 85.

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que el programa tenia augurado un gran porvenir, y que seda incansablemente citado y reproducido por numerosos adeptos de la polarizacion de los sexos, que todavia hoy combaten en­ carnizadamente las nuevas «utopias», en nombre de esa idea ar­ caica -y cristiana- de la pareja, la familia paternalista y la do­ minacion masculina que la «protesta viril» de las mujeres estaba ya zahiriendo en los afios treinta, para gran desespero de la de­ recha catolica y de Lacan. l El articulo termina asi:

No por azar acabamos con la inversion psiquica este ensa­ yo de sistematizacion de las neurosis familiares. Aunque, en efecto, el psicoanalisis partio de las formas patentes de la ho­ mosexualidad para reconocer las discordancias psiquicas mas sutiles de la inversion, hay que comprender en funcion de una antinomia este callejon sin salida imaginario de la polariza­ cion sexual, cuando en ella participan invisiblemente las for­ mas de una cultura, las costumbres y las artes, la lucha y el pensamiento. 2 De forma que el psicoanalisis se asigna la tarea de exponer los peligros que amenazan a la sociedad y de exhortar a sus con­ temporaneos a oponerse a ellos. El proyecto de erradicar la ho­ mosexualidad -que sera una constante de la trayectoria de La­ can, y hasta una de sus obsesiones- es solo una pieza en un engranaje mas global elaborado para combatir la «inversion psi1 . Sobre el proyecto reaccionario de Lacan, remito a los anilisis implaca­ bles de Michel Tort, «De Ia difference "psychanalytique" des sexes>>, Les Temps modemes, n.0 609, junio-julio-agosto de 2000, pp. 1 76-2 1 5, y, en particular, pp. 1 96- 1 98 sobre Ia proximidad del pensamiento de Lacan con los esfuerzos del clero cat6lico en los afios treinta para restaurar Ia autoridad del padre. Vea­ se asimismo Markos Zafiropoulos, Lacan et les sciences sociales, op. cit. 2. Jacques Lacan, «Les complexes familiaux... >>, art. cit., p. 84; Ia cursi­ va es mia.

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quica» generalizada, esto es, la confusion de los papeles tradi­ cionalmente asignados a los hombres y a las mujeres. Y, sin duda, no es inutil recordar en que contexto fue escrito ese ar­ ticulo: en una epoca en que, con Gide y Proust, la homosexua­ lidad acababa de afirmar su presencia en la Ciudad; una epoca, asimismo, en que, a raiz de los cambios ocasionados por la Pri­ mera Guerra Mundial en el acceso de las mujeres al trabajo, el Frente Popular, dirigido por Leon Blum (que en otro tiempo -en 1 907- habia publicado Du mariage, abogando por una cierta libertad para las mujeres), hizo posible debatir en el Par­ lamento el derecho de voto de las mujeres (para rechazarlo, desde luego) y que se aprobara, en 1 93 8 , a pesar de la feroz oposici6n de los cat6licos, una ley en virtud de la cual las muje­ res casadas no sedan ya consideradas menores de edad bajo la tutela de sus maridos. 1 En esta configuraci6n politica, el proyecto de Lacan puede resumirse en terminos bastante sencillos: restablecer el orden: el orden masculino y heterosexual.

1 . Vease Christine Bard, Les Filles de Marianne. Histoire desftminismes, 191 4-1940, Paris, Fayard, 1 995. Vease tambien, de Ia misma aurora, >, se­ gun el sinragma del pensamienro conservador de hoy, para que las funciones paternas y maternas se ejerzan, aun cuando su manera de decirlo parece una concesi6n que puede hacer su modelo a realidades ex6ticas o marginales que el solo menciona de pasada, como si no fuesen mas que realidades menores com­ paradas con Ia realidad primordial que seria Ia pareja casada tradicional. Conce­ si6n sin Ia cual su modelo se mostraria de forma demasiado evidence tal cual es.

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jLa «funcion normativizadora»! j«Es preciso»! T odo esto tiene el merito de ser claro. Pero no es todo: a j uicio de Lacan, ser heterosexual no basta; tambien hace falta ser un(a) heterose­ xual puro(a) , normal: Nuestra experiencia nos ensefia tambien que no basta con ser heterosexual para serlo segun las reglas, y que hay toda clase de formas de heterosexualidad aparente. La relacion franca­ mente heterosexual puede encubrir en ocasiones una atipia posicional, que la investigacion analftica nos mostrara. que procede, por ejemplo, de una posicion francamente homose­ xualizada. No basta, pues, con que el sujeto, despues del Edi­ po, llegue a la heterosexualidad; el sujeto, chica o chico, tiene que llegar a ella de tal forma que se situe correctamente con respecto a la funcion del padre. Tal es la problematica central del Edipo. 1

Y aqul, por supuesto, volvemos a l padre, al padre real: Hay el padre simbolico. Hay el padre real. La experiencia nos ensefia que, en la asuncion de la funcion sexual viril, es la presencia del padre real fa que desempefia un papel esencial. Para que el sujeto viva verdaderamente el complejo de castracion, el padre tiene que j ugar el j uego de verdad. Tiene que asumir su funcion de padre castrador, La funci6n de padre en su forma concreta, empirica, y casi iba a decir degenerada, pensando en el personaje del padre primordial y en el modo tirinico y mas o menos aterrador con que el mito freudiano nos lo ha pre­ sentado. El complejo de castracion se vive en la medida en 1 . Jacques Lacan, Le Seminaire, IV, La Re!dtion d'objet, op. cit., p. 20 1 ; Ia cursiva es mia. Vease rambien p . 203. El concepro de «aripia», que s e refie­ re evidenremenre a una , es decir, una norma, nos muesrra que enrre 1 938 y 1 956- 1 957 nada cambi6 en Ia ideologia lacaniana del orden fa­ miliar, a pesar de Ia reorganizaci6n re6rica del Discurso de Roma en 1 95 3 , presenrado a menudo como una ruprura radical en Ia obra de Lacan.

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que el padre, tal como existe, cumple su funcion imaginaria en lo que esta tiene de empfricamente intolerable, y hasta de repugnante cuando hace sentir como castradora su incidencia, y unicamente desde este prisma. 1 De este modo, el padre real, version degradada de la figura «primordial» del padre, y que, obviamente, no puede corres­ ponder del todo a su caracter aterrador, es el agente por media­ cion del cual la funcion paterna cumple su funcion castradora y prepara al sujeto masculino para convertirse, a su vez, en padre, ya que Lacan nos dice que, en el fondo, es ahf donde reside el «problema central»: como llegar a ser padre.2 Incluso es el «descubrimiento» principal del psicoanalisis: El padre es, en efecto, el eje, el centro ficticio y concreto que mantiene el orden genealogico, que permite al nifio inser­ tarse de forma satisfactoria en un mundo que, de cualquier manera que haya que juzgarlo, cultural o natural o sobrenatu­ ralmente, es el lugar donde ha nacido [ ... ] El descubrimiento del anilisis, �no es mostrarnos cuiles son los requisitos mfnimos que es necesario que el padre real cumpla para que comunique, haga sentir o transmita al nifio la idea de su lugar en este orden simbolico?3 Para que los hombres lleguen a ser hombres de verdad y cumplan sus funciones masculinas y paternas. Para que no se conviertan en homosexuales o desvirilizados. Y para que sigan ejerciendo su dominacion sobre las mujeres.

1 . Ibid., pp. 364-365; Ia cursiva es mia. 2. Ibid., p. 205. 3. Ibid., p. 399.

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7. LAS RESISTENCIAS AL PSICOANALISIS

Asi pues, si se sigue a Lacan en las distintas etapas de su pro­ yecto ideol6gico y politico, es muy dificil no convencerse de que hay que buscar el car:icter intrinseco de la normatividad del dis­ curso analitico de ayer y de hoy en la propia conceptualidad del psicoan:ilisis, basado en gran parte en el arden familiar que organi­ zaba la sociedad y en los efectos de esas formas hist6ricas de orga­ nizaci6n social sabre la estructuraci6n psiquica de los individuos. Al leer a Lacan y a la mayoria de los psicoanalistas, no po­ demos menos de pensar en lo que Aime Cesaire escribia en su Discours du colonialisme a prop6sito de otro representante de esta disciplina:

Sig:imosle paso a paso en los giros y meandros de sus pe­ quefi.os juegos de manos. Os demostrar:i que es clara como el dia que Ia colonizaci6n se basa en la psicologia [ . . ] . jMaldito racismo! Apesta su barbarie. El sefi.or Mannoni tiene algo me­ jor: el psicoanalisis [ ... ] . Los resultados son asombrosos: los lugares comunes m:is trasnochados son recompuestos y reno­ vados; los prejuicios mas absurdos, explicados y legitimados; y magicamente se mezcla Roma con Santiago. 1 .

1 . Aime Cesaire, L e Discours du colonialisme, Pads

y

Dakar, Presence

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iMaldita homofobia! Lacan tiene alga mejor. .. 1 Los psico­ analistas tienen alga mejor. .. Pero muy pronto aparecio una resistencia gay al psicoanalisis (as{ como una resistencia feminista o anticolonialista) , y coexistio con el entusiasmo que Freud suscito en numerosos disidentes. Esa resistencia fue siempre -y sigue siendolo- desechada por los psicoanalistas, que solo vieron en ella -y siguen viendo- incom­ prension, partidismo militante, un sintoma de una perversion agravada, un rechazo oscurantista de la ciencia... Sin embargo, se trata de una batalla cuyo eco se hizo oir, por ejemplo, en el texto que Lacan dedico en 1 95 8 al libra de Jean Delay Lajeunesse d'Andre Gide. Lacan no escatima elogios sabre esta obra (un monumento de idiotez homOfoba) «que se basa cientificamente en la alta cualificacion de su autor».2 Llega a de­ cir que la «psicobiografia» de Delay se ha convertido en el «pre­ facio» necesario para los libros de Gide, y que dara «mas reso­ nancia a su mensaje».3 Pero �a que mensaje? Cuidadosamente filtrado, sin duda, o, mejor dicho, saneado por la interpretacion, africaine, 1 955, p. 38. Cesaire habla del libro de Octave Mannoni Prospero et Caliban. Psychologie de fa colonisation [ 1 950] . 1 . El rexro de Cesaire no ha perdido un apice de su fuerza. Permire, en particular, eliminar Ia disrincion enrre los que serian hom6fobos personal­ mente y los que solo serian defensores del orden hererosexisra, como si lo im­ portance fuera inrerrogarse sobre las morivaciones psicologicas de los discursos y no sobre sus efecros sociales y juridicos: (ibid., p. 32). 2. Jacques Lacan, , en Ecrits, op. cit., r. 2, p. 2 1 7 (esre rexro se publico por primera vez en Ia revisra Criti­ que en abril de 1 958). 3. Ibid., p. 2 1 9.

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ya que, no lo olvidemos, el proyecto de Delay era explicar no solo como Gide se convirtio en «pederasta», sino tambien como se volvio un «pederasta arrogante» que reivindicaba el derecho a ser lo que era. 1 Asistimos, desde luego, en el texto de Lacan, como en el del psiquiatra cuyo «lagro» celebra, al desfile de topicos, en especial sabre la «preponderancia de la relacion con la madre en la vida afectiva de los homosexuales»2 (y uno se pregunta como se po­ drfa incluir a Jean Genet en semejantes esquemas de interpreta­ cion prefabricados) . Pero asistimos tambien, como en el texto del psiquiatra, a la descalificacion, sin mas, de la expresion del pensamiento de Gide par el simple hecho de que versa sabre la homosexualidad. Lacan, en efecto, rechaza con desden el ataque poHtico lanzado por Gide en 1 924 contra el freudismo: Es tan sorprendente que [Gide] apenas se haya tornado la molestia de ir a los textos como que haya podido aplicar a Freud uno de esos juicios que se vuelven contra quien los emite, no obstante su talla intelectual.3 jPobre Gide, ridiculizado par sus observaciones incompe­ tentes sabre el psicoanalisis! jSe vuelven contra el como un bu­ meran! Lacan no se entretiene demasiado en todo esto. Solo precisa, en una nota, que el comentario al que se refiere se halla en una pagina del Diario de Gide, donde -dice- «califica a Freud de "irnbecil genial" en media de una serie de objeciones exuafiamente poco razonadas».4 �Cuales son esas objeciones que Lacan trata con desprecio? Vayamos al Diario de Gide: 1 . Jean Delay, La jeunesse d'Andre Gide, dos volumenes, Paris, Gallimard, 1 956- 1 957. Vease, en especial, t. 2., p. 547. 2. Jacques Lacan, «Jeunesse de Gide ou Ia lettre du desin>, art. cit., p. 227. 3. Ibid., p. 226. 4. Ibid.

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jAh, que fastidioso es Freud! iy me parece que sin el tam­ bien habrfamos llegado a descubrir su America! Me parece que lo que mas debo agradecerle es que haya acostumbrado a los lectores a ofr tratar ciertos temas sin tener que escandali­ zarse ni enrojecer. Lo que nos aporta, sobre todo, es audacia; o, mas exactamente, nos Iibera de determinado pudor falso y moles to. Hasta aquf no estamos muy lejos de Genet y de Ia manera en que vefa a Freud como a un liberador del pensamiento. Pero si, para Genet, Freud era genial, para Gide es, ante todo, un «imbecil»: «iCuantas cosas absurdas hay en este imbecil genial!» Y expone entonces las objeciones que Lacan descalifica con des­ preciO: Si lo persiguieran tanto como al apetito sexual, el apetito a secas (el hambre) serfa el gran proveedor del freudismo (de Ia misma manera que Ia sed dicta los suefios de los que no tienen agua en las travesfas del desierto) . Dicho de otro modo: ciertas fuerzas deben su violencia a Ia falta de una valvula de escape. Es cierto que el apetito sexual que no se sacia directamente es capaz de multiples hipocresfas -quiero decir: de revestir las formas mas diversas-, cosa que nunca puede hacer el hambre. El punto en que se centrarfan (si fuese medico) mis investiga­ ciones es el siguiente: �que sucede cuando, por motivos socia­ les, morales, etcetera, Ia funci6n sexual se ve impulsada, para ejercerse, a abandonar el objeto de su deseo; cuando Ia satisfac­ ci6n de Ia carne no entrafia ningun asentimiento, ninguna participaci6n del ser, y cuando este se divide y una parte queda rezagada... ? 2Que queda despues de esta division? 2Que ras­ tros? 2Que venganzas secretas puede entonces preparar Ia parte del ser que no ha participado en el festfn?1 1 . Andre Gide, 2 1 de junio de 1 924, en Journa� t . 1, 1887- 1925, Paris, «Bibliotheque de Ia Pleiade>>, pp. 1 250- 1 2 5 1 .

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Hace falta, en verdad, que el psicoanilisis sea completa­ mente ciego para no ver que la objecion de Gide es, al contra­ rio de lo que Lacan afirma desde la altura de su supuesto saber, especialmente «razonada»: en 1 924, incluso podria considerarse un gesto preventivo de autodefensa contra todo el proyecto de lo que iba a desarrollar Lacan (que por entonces aun estaba en la fase de querer conocer a Maurras) y contra toda la doctrina analitica referente a la homosexualidad. Gide nos invita a analizar los trastornos provocados por la condena moral y social de la homosexualidad, por la coaccion a ser heterosexual, por el sufrimiento de quienes no pueden de­ sear, no pueden amar segun sus inclinaciones. Se propone reem­ plazar por el anilisis psicologizante otro que estigmatiza un tipo de deseo, y que impone al estigmatizado la obligacion social de aparentar que es semejante a los demas y de cambiar la orienta­ cion de su deseo o, como mfnimo, de disimularla. �Como iba a comprender Lacan esta objecion radical? � El, que, como medico, no considera la homosexualidad (sic), se permi­ re incluso un rasgo de humor escabroso, del que no podemos esrar seguros de que sea roralmeme volumario (pero, como el dirfa, sin duda, es su inconscien­ re el que habla): «La perversion no hace, por ramo, mas que imirar Ia apa­ riencia del deseo del neurorico angusriado por el complejo de casrracion, pues­ ro que afecra a Ia pane prohibida del placer [(prohibida por quien?]; por eso el perverso se vuelve ramo mas esclavo del Orro, que le divide radicalmeme hasra el pumo en que, jusrameme, imema paliar Ia angusria de Ia casrracion. Ser Ia presa sacrificada por el significame filico le hace accesible al rraramiemo>> (p. 3 1 2). Todo esro, por supuesro, se enuncia apelando a Ia auroridad de La­ can e invocando Ia «ciemificidad>> (cf Avam-propos, ibid., p. IX). 1 . Como dice Foucault, el complejo de Edipo «no es, en absoluro, una esrrucrura fundamental de Ia exisrencia humana, sino un dererminado ripo de obsraculo, una dererminada relacion de poder que Ia sociedad, Ia familia,

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Pero �no significa esto que los psicoanalistas se veran, de he­ cho, obligados a renunciar a todo lo que constituye la arquitec­ tura de su saber, pues ocurre lo mismo con casi todos los demas conceptos, que a menudo no son sino mas que imposiciones de problematica ideol6gica?1 �y que tendran que conformarse con practicar lo que se ha denominado «una escucha flotante», que no intentada codificar en absoluto la palabra del analizado?2 Deshacer el arsepal conceptual del psicoanalisis, rechazar toda codificaci6n psicoanalitica, �acaso no equivale a destruirlo? AI contrario, sin duda, es la unica manera de salvarlo, de perel poder politico, etcetera, establecen sobre los individuos>> («La verite et les formes juridiques>>, art. cit., p. 626). El psicoanalisis, afiade, , y, lejos de «liberarlo>>, lo «somete>> («Asiles. Sexualite. Prison>>, en Dits et ecrits, op. cit., t. 2, p. 779). Foucault se declara «completa­ mente deleuziano>> en este punto. Es includable Ia gran necesidad de devolver hoy dia toda su importancia a L 'Anti-CEdipe de Gilles Deleuze y Felix Guat­ tari (Paris, Minuit, 1 972). Vease, por ejemplo, las paginas en que se burlan de Melanie Klein, que quiere a toda costa que el nifio que introduce su tren electrico en un tune! le diga que papa (el tren) penetra a mama (el tune!). Los dos autores resumen asi Ia observaci6n de Ia psicoanalista: «Di que es Edipo o te suelto una bofetada>> (op. cit., p. 54). De hecho, todo el psicoana­ lisis ha funcionado de ese modo a lo largo de su historia, y ha grabado su cla­ ve de lectura en Ia cabeza de los individuos hasta el punto de que hoy todo el mundo piensa en los mismos terminos que los psicoanalistas, que no hacen mas que descubrir en el inconsciente individual lo que ellos han inscrito en el inconsciente cultural, creyendo confirmar asi Ia validez de su saber, cuan­ do se trata, meramente, de una ideologia producida y perpetuada por ellos, y compartida por todo el mundo. 1 . Sobre Ia violencia interpretativa ejercida por Freud en sus analisis de casos, vease, por ejemplo, Patrick Mahony, Dora s 'en va. Violence dans la psychanalise, Paris, Les Empecheurs de penser en rond, 200 1 . 2 . Es l o que propane Sabine Prokhoris (en Le Sexe prescrit, op. cit.). 0, de otra manera, Rene Major, que, desde un punto de vista deconstruccionista, sugiere que se abandonen en Ia practica analitica todas las entidades del psico­ analisis y que se trabaje, en cada situaci6n singular, a partir de lo que se produ­ ce en el encuentro -y en Ia transferencia- entre el analizado y el analista.

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mitirle que viva, puesto que se condenara irremisiblemente a la desaparici6n si persiste en querer desempefiar el siniestro papel de policia cultural y familiar que complace hoy a la gran mayo­ ria de sus representantes. Pero el desaflo con que topan los psicoanalistas es de enver­ gadura, y la tarea dista de ser sencilla. Sobre todo, porque quie­ nes se proponen emprenderla son bastante pocos, al menos en Francia, y a menudo estan marginados, cuando no demoniza­ dos, por las instituciones psicoanalfticas que procuran mantener la ortodoxia doctrinal a fin de conservar las funciones sociales que han adquirido desde hace afios y que cumplen con el mis­ mo aplomo con que lo hacian antafio las instancias religiosas cuyo magisterio han adoptado: mantener el orden. �Se puede dar un paso mas adelante en la ref1exi6n critica? �Puede el psicoanalisis ser otra cosa que una ciencia del psiquis­ mo individual, que sigue indagando en la infancia la verdad del adulto, y en la relaci6n con la familia y con los padres busca la etiologfa de los sufrimientos? Y que, por ejemplo, aunque ya no describe la homosexualidad como una perversion o un «dra­ ma», se interroga continuamente, sin embargo, sobre lo que ha determinado en un sujeto concreto la homosexualidad y su for­ ma de vivirla. Hay siempre, en el segundo plano de la clfnica analftica, y, por supuesto, de la doctrina analftica, una proble­ matica de la verdad, de una verdad del individuo, que siempre debe buscarse en la disfunci6n de la familia. 1 Esta verdad es la que el terapeuta tiene que sacar a la luz (como vemos en nume­ rosos estudios de casos publicados por los analistas y que se presentan con frecuencia como autenticas investigaciones poli­ ciales que, finalmente, descubren las claves del enigma) , o, en 1 . Jacques Derrida dice, con mucha raz6n, que el psicoanalisis siempre ha querido ser «un psicoanalisis de las familias>> (en De quoi demain... , op. cit., p. 67). Lo cual, por otra parte, le permire afirmar que las muraciones acruales de Ia familia hacen inevitable su transformaci6n.

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una version de apariencia mas sofisticada, dar al analizado los medias para conocerla sin que el analista tenga la pretension de enunciarla y separar la «verdad» de lo «verdadero». Pero los procedimientos que operan en el psicoanalisis son siempre los de extorsion de la «verdad». Esta voluntad de ver­ dad, esta «voluntad de -saber» que consiste en buscar el secreta velado, en llegar a saber lo que es alguien exhumando lo que ha sido (en la situacion familiar, en la relacion con los padres) , �puede ser otra cosa que un mecanismo normativo? �Una tec­ nologfa disciplinaria que lograrfa hacernos creer que se trata de nuestra «liberacion», como deda Foucault en los setenta, en su crftica del freudomarxismo, asf como de la ideologfa psicoanalf­ tica en general? No serfa, sin duda, inutil releer hoy La volun­ tad de saber, veinticinco afios despues de su aparicion, y aplicar sus crfticas al momenta politico e intelectual en que estamos, tan distinto de aquel en que se escribio y publico ese libra. Ve­ rfamos, sin duda, que su contraataque no ha perdido nada de su eficacia temible, sabre todo contra una de las dianas princi­ pales del libra: el lacanismo. 1 Tenemos que recusar, precisamente, la propia idea de una interrogacion sabre la etiologfa individual de la homosexuali­ dad (la cual sera, ademas, cada vez mas diffcil de reducir a una relacion patogena con la madre, teorfa que dependfa totalmen­ te -segun expone Lacan, como hemos vista, de una forma tan caricaturesca- del modelo de la familia conyugal heterosexual 1 . Los que se han fijado el objetivo de repensar el psicoanilisis tienen per­ fecta conciencia de ello, puesto que su reflexion procede casi siempre de una ex­ plicacion basada en Foucault o, lo que es mucho mas peligroso (y, en mi opi­ nion, insostenible) de una anexion de Foucault. Vease, por ejemplo, Sabine Prokhoris, «L'indiscipline», en Didier Eribon (dir.), L 'Jnfilquentable Michel Foucault, op. cit., pp. 1 47-1 56: Jean Allouch, Le Sexe du maitre, op. cit., en es­ pecial pp. 59 y ss.; 205 y ss.; vease tambien las vacilaciones de Leo Bersani, que ha vis to bien Ia incompatibilidad del proyecto de Foucault y del proyecto analf­ tico, y que se basa en Freud contra Foucault en Homos (op. cit., pp. 99- 1 36), antes de invertir su juicio y basarse en Foucault contra Freud y Lacan en su ar­ ticulo «Socialite et sexualit6>, L 'Unebevue, n. 1 5 , primavera de 2000, pp. 9-27. o

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tradicional, concebida como la referencia absoluta, cuya disfun­ cion ofrecerfa las claves de la interpretacion analftica, como si la «disfunci6n» y el polimorfismo no estuviesen, por el contrario, en la naturaleza misma de todos los arreglos sexuales, ya esten o no codificados por la sociedad y la ley, y estampillados como normales o no por la doctrina analftica) . Porque la simple voluntad de explicar, de dar razon de la homosexualidad (o de la bisexualidad) , de intentar saber por que un sujeto hace tal o cual elecci6n de objeto (exclusiva o parcialmente, definitiva o provisionalmente, etcetera) , pertene­ ced. siempre a la codificacion de comportamientos en la que tendd. necesariamente, en un momenta u otro, como referen­ cia una clave interpretativa (que no por no enunciarse estad. menos presente) y, por lo tanto, una forma de injerencia. Ahara bien, es j ustamente esta busqueda de la verdad expli­ cativa la que impide entender, como Gide recalcaba ya en 1 924, para gran enfado de Lacan, por media de que procesos se moldean y son moldeadas las subjetividades gays, producidas por la calificacion de inferioridad social (la «vergi.ienza») y re­ planteadas, con mas 0 menos exito y dicha, por la pd.ctica y los procesos de subjetivacion y resignificaci6n que ponen en obra los individuos (el «orgullo») . La «vergi.ienza» y el «orgullo» son los afectos especificos de los individuos estigmatizados (y de los grupos a los que pertenecen) , pero son afectos sociales. 1 1 . Por eso no me identifico con Ia oposicion que traza Elizabeth Rou­ dinesco (en De quoi demain. . . , op. cit., p. 72) entre, por un !ado, un cons­ tructivismo para el cual Ia homosexualidad seria una cultura, una construe­ cion social (posicion que ella me atribuye) y, por otro, un naturalismo para el cual la homosexualidad seria un dato biologico o natural. No me planteo Ia pregunta del origen de Ia homosexualidad ((eS innata o adquirida?, y en este caso, (Como?, interrogantes que, por el contrario, me propongo recusar), sino que trato de analizar los mecanismos sociales que hacen de quienes practican Ia homosexualidad una categoria aparre, y del modo en que esta caregorizacion produce, a traves del encadenamiento de una serie de medita-

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Aunq ue Genet puede servir hoy dia de punto de apoyo a un discurso que se opone a la conceptualizaci6n y a la normati­ vidad psicoanaliticas, no es s6lo porque propone un «amoralis­ mo» en acto -o en discurso-, sino tambien, y quiza sobre todo, porque produce la teoda antropol6gica de un inconsciente que podda describirse como una incorporaci6n de las estructuras del orden social y sexual (incorporaci6n simbolizada por los efectos de la calificaci6n que es la injuria) . Ya no se trata de sa­ ber c6mo y por que se llega a ser «homosexual», y por que, cuando se es homosexual, no se quiere cambiar, sino considerar que serlo es estar inscrito por el orden social en una categoda considerada inferior, expuesta al insulto, la infamia, la abyec­ ci6n ... No hay una etiologia individual de los psiquismos que conduzca a la homosexualidad, sino estructuras poco igualita­ rias del orden social que colocan a determinados individuos en categodas inferiorizadas, condenadas, sometidas al ostracismo (ser mujer, ser homosexual, ser negro, etcetera) , y el hecho de pertenecer a una de esas categodas produce un tipo de psiquis­ mo que no depende de eso a lo que la verborrea psicoanalitica nos tiene acostumbrados, sino de la violencia social y de las es­ tructuras de la dominaci6n. Pues, como dice Genet, «la psicologia del oprimido la deci­ de el opresor». 1 y toda su obra se organiza alrededor de un ana­ lisis del sentimiento de vergtienza y de las posibilidades de es­ quivarlo. Se trata de comprender c6mo el orden social produce la vergtienza y la inscribe en la mente y en el cuerpo de los in­ dividuos diferentes o descarriados. Pero tambien de c6mo los individuos «avergonzados» se reinventan a partir de la exclusion que les hace ser tales y se convierten, mediante la afirmaci6n de lo que son, en productores de nuevas formas de subjetividad, construidas individual o colectivamente. Como dice Patrick ciones que analice en Rejlexiones sobre 14 cuestion gay, tipos particulares de subjetividad y «Una cuJtura>> 0 , mas bien, «Unas cuJcuras». 1 . Jean Genet, prefacio inedito a una reedicion de Les Negres, op. cit.

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Chamoiseau, en su esplendida obra sabre la descolonizacion del imaginario antillano: hay que «disgregar la dominacion» , esa dominacion «que germina y se desarrolla en el interior de lo que se es». Derrotarla cantando lo «indecible», procurando «au­ mentar lo imprevisible» con el fin de asegurar «la derrota de las inercias psiquicas». 1 La lucha, nos advierte, puede no ser «espectaculan>: puede verse limitada a aportaciones modestas, par media de Iibras, de gestos parciales o incompletos, desplazamientos apenas percep­ tibles. Pero sus efectos son profundos. 2 La vergiienza, la energia de transformacion que produce, el trabajo sabre si mismo para recomponer la vida, la propia per­ sona, su identidad, su subjetividad, son tantos otros temas sa­ bre los que hay analisis magistrales en Diario del ladron, en Santa Maria de las Flores, en Fragmentos, etcetera. Y por eso conviene oponer al psicoanalisis y a su secuencia conceptual, donde se articulan el complejo de Edipo, la castra­ cion, el falo, etcetera, una politica de descolonizacion del espi­ ritu fundada en una gramatica teorica cuyos encadenamientos podrian desarrollarse de la forma siguiente: abyeccion-vergiien­ za-orgullo-ascesis-subjetivacion.

I. Patrick Chamoiseau, Ecrire 273, 280, 309. 2. Ibid., p. 273.

298

en

pays domine, op. cit.,

pp.

2 1 , 272 ,

CODA

1 . EL ESPECTRO DE LA COMUNIDAD

Como en Diario del ladr6n, cuando describe el desfile de las Carolinas, o el bar que frecuentan, Genet propane en San­ ta Marfa de las Flores una descripcion de lo que llama «la vida de las mariconas», es decir, de determinadas formas de la so­ ciabilidad gay y de la cultura equfvoca de los afios treinta. En ese pasaje ofrece una representacion simbolica semejante a la de la procesion de travestidos barceloneses: el grupo esti con­ gregado allf de forma excepcional y se presenta como tal a ple­ na luz del dfa.1 Cierto que no es un cuadro de conjunto de la cultura gay de los afios de preguerra, sino la descripcion etnogrifica -basa­ da en algo parecido a una observacion participante- de una de­ terminada subcultura, la de Pigalle y Montmartre: cultura po­ pular, sin duda, pero en la que se produdan constantemente numerosas mezclas de clase (en particular a traves de la relacion entre los prostitutos y sus clientes, pero tambien entre los ha­ bitantes del barrio, los asiduos de los bares y los burgueses y turistas que iban a ellos a «encanallarse», al igual que sucedfa, en la misma epoca, en los «distritos calientes» de Berlfn y N ue­ va York) . Asf como conviene distinguir, en funcion de las clases socia1 . Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit., pp. 1 3- 1 4. 30 1

les, los multiples espacios de la geograffa urbana gay, en la me­ dida en que huelga decir que los modos de vida y los hibitos so­ ciales de los homosexuales burgueses eran muy diferentes de los que Genet describe en sus textos, es igualmente evidente que existian numerosas intersecciones entre los distintos «mundos» gays, y que individuos de todas las clases sociales cohabitaban o se cruzaban en ciertos bares o lugares de encuentro (parques, si­ tios de ligue, saunas, urinarios, etcetera) . Es, pues, importante recalcar que la cultura gay no era solo -no mas de lo que es hoy- una cultura literaria o artfstica, una cultura de «elite», sino tambien una cultura popular y en gran parte nocturna (y con frecuencia los representantes de la cultura literaria o artfstica iban a pasar la noche a estos lugares, aunque solo fuese para reu­ nirse libremente con sus amigos o, lisa y llanamente, para en­ contrar compafieros sexuales). 1 En Santa Maria de las Flores la vida de las manconas de Montmartre se organiza en torno de una serie de sitios frecuen­ tados en comun: se nos informa, por ejemplo, de que Divina «pulula por los bares minusculos»2 y, en especial, de que le gus­ ta encontrar a sus amigas en El Tabernaculo, «pequefia taber­ na» situada «en lo mas alto de la calle Lepic [ . . . ] donde se hace brujeria, se trituran mezclas, se consultan las cartas, se interro­ gan los posos, se descifran las rayas de la mano izquierda [ . . ] , donde guapos mozos carniceros se metamorfoseaban algunas veces en princesas con trajes de cola [ . . . ] . Nuestros hombres echan partidas de dados o de poquer. Nosotras bailamos. Para .

1 . Stefan Zweig describe a! profesor de La Confosion des sentiments [Sendas equivocas] (op. cit., pp. 1 20- 1 2 1) como un universitario , «hombre altameme imelectuai>> que, a! Ilegar Ia noche, frecuema «tugurios Ilenos de humo, de luces s6rdidas, de acceso restringido a los iniciados>>, y situados en «Ia zona mas turbia de las ciudades>>. Para Ia vida neoyorquina y el «slumming» (ir a encanallarse) practicado por los burgueses, vease George Chauncey, Gay New York, op. cit. 2. Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit., p. 145.

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ir alii es habitual que nos vistamos de mujer. Solo hay locas dis­ frazadas que se frotan con chulos-nifios».1 Pero esa cultura «loca» posee asimismo su lenguaje espedfi­ co, distinto de la jerga, que es la «lengua viril», la lengua de los «hombres»: La jerga, ni mas ni menos que las otras Locas, sus amigas, Divina no la hablaba. [ . ] Las mariconas, alii arriba, tenian su lenguaje aparte. 2 ..

Este lenguaje, que unicamente emplean en la intimidad de la «casa» o cuando estan entre elias, se caracteriza, sobre todo, por una feminizaci6n sistematica del discurso: Cuando, unas con otras, estaban reunidas en la calle o en un cafe de mariconas, de sus conversaciones (de sus bocas y de sus manos) se escapaban poeticos estallidos en medio de los cuales mantenian la mas sencilia compostura del mundo, mientras hablaban de temas cotidianos y de orden domestico. -Seguro, seguro, seguro que yo soy la Desvergonzadi­ stma. -Muy senoras mias, cuidado que soy golfa. -Sabes -arrastraban tanto el es que era lo que mas se oia-, sabeeess, soy la Consumida-de-Aflicci6n. -Ahi esta, ahi llega, mirad a Ia Vaporosisima. Ibid., p. 1 58. Para una descripci6n de Ia culrura gay de los afios treinta y de las identidades que prevalecen en ella (en rodo caso en los me­ dias populares), vease George Chauncey, Gay New York, op. cit. Para Euro­ pa, vease Florence Tamagne, Histoire de !'homosexua!ite en Europe, Berlin, Londres, Paris, 1919-1939, Paris, Seuil, 2000. Para una representaci6n vi­ sual, vease el capitulo «Sodome et Gomorrhe>> en el :ilbum de Brassal Le Pa­ ris secret des annees 30, Paris, Gallimard, 1 976. 2. Ibid., p. 4 1 .

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Una de elias, a! interrogarla, en el bulevar, un inspector: -Y usted, �quien es? -Soy una Emocionante. Luego, poco a poco, habfan llegado a entenderse dicien­ dose, simplemente: «Soy Ia Todfsima>>, y par fin: 1 El habla de las mariconas juega asimismo con los registros de la voz y la entonaci6n. En Diario Genet insiste en el «tono td.gico de los maricas y las actrices».2 Pero el cuerpo tambien, sus gestos y sus actitudes, se teatraliza. Asi, «Divina posefa un numero grandisimo [de gestos] , como el de sacar el pafiuelo del bolsillo y describir con el una curva inmensa antes de posarlo en sus labios».3 Genet va aun mas lejos: el sella de la especificidad gay mar­ ca el amor mismo, la afectividad, los sentimientos. Par ejem­ plo, en el momenta en que Pocholo, que es el de Di­ vina, la deja despues de haber vivido seis afios con ella, Genet introduce una reflexi6n general sabre los amores homosexuales, que no estan destinados a durar, y que se viven en la libertad y «la inmoralidad>>: N uestros hogares, Ia ley de nuestras casas, no se parecen a vuestras casas. Nos amamos sin amor. No tienen cad.cter sa­ cramental. Las mariconas son las grandes inmorales. En un instante, despues de seis afios de union, sin creerse ligado, sin pensar que hada mal o que hada dafi.o, Pocholo decidi6 aban1 . Ibid., pp. 6 1 , 62. 2. Jean Genet, Journal du voleur, op. cit., p. 264. 3. Jean Genet, Notre-Dame-des-Fleurs, op. cit., p. 62. Genet desarrolla aqui Ia idea de que el gesto de una «maricona>> contiene siempre dos, en prin­ cipia , en Ia medida en que es el chulo de una maricona prostituida. De ahi, ademas, que el narrador del libro pueda declarar «Divina y Pocholo. Son para mi Ia pareja de amantes ideah (p. 56). Pero a Genet le gusta deshacer sistematicamente, en el curso de sus narraciones, las teorias rigidas que, por otra parte, reafirma sin cesar. Habla­ ra, por ejemplo, para describir el cortejo que asiste a las exequias de Divina, de Jas y de Jas , siendo este ultimo concepto uno de los mas sorprendentes y mas desconcertantes del ideario de Genet, pero asimismo, quiza, el que mejor indica hasta que punto las catego­ rias de anilisis y de percepciones son inestables en su obra, y c6mo las de­ construye al mismo tiempo que las instala y las activa (vease Ibid., op. cit., pp. 1 3- 1 4). 2. Ibid., pp. 37, 45. 3. Ibid., p. 1 36.

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ble e interminable de aquello a lo que nunca podra acceder, de aquello a lo que necesaria, pero dolorosamente, tiene que re­ nunciar: la transmisi6n de la vida. Esta tristeza acompafia a me­ nudo a la escritura de Genet, incluso cuando trata de magnifi­ car la abyecci6n, y se agudizara, en el curso de los afios, hasta el punto de originar un proyecto de libro sobre La muerte, cuyo tema central hubiese sido la homosexualidad, y que quedara in­ concluso. 1 N o obstante, como veremos, esta melancoHa posee s u fe­ cundidad, ya que induce a ordenar los «pedazos» de la vida ho­ mosexual segun el mayor «rigor l6gico», por medio del «poe­ rna» y de la estetica de si mismo. Genet, en efecto, desarrolla estos temas en «Fragments», un texto de una treintena de paginas, publicado en 1 954 y en don­ de se condensan, pero tefiidos de negro, todos los motivos que hemos encontrado hasta ahora en su obra: la vergiienza y la ab­ yecci6n, la homosexualidad como cultura y como lenguaje, el carnaval abigarrado de locas como simbolo del orgullo y de la afirmaci6n colectiva de sf, el poema como ascesis, la estetica de la existencia como moral 2 Son los «fragmentos de un discur­ so» amoroso dirigido a un joven prostituto romano, a quien Genet conoci6 en abril de 1 952 y que se muere, corroido por la tuberculosis.3 Genet indica en una nota liminar que sus paginas no cons­ tituyen Un poema, pero deberfan conducir a el: es «UnO de los numerosos borradores de un texto que sera un avance lento, ...

1 . Vemos que Marguerite Duras no ha inventado nada con sus hechi­ zos hom6fobos de La Maladie de Ia mort (Paris, Minuit, 1 982). Vease mi co­ mentario sobre este libro en , en Papiers d'identite, Paris, Fayard, 2000, pp. 1 34- 1 38. 2. Jean Genet, , op. cit. 3. > son los dtulos de subdivisiones. El texto se titulaba inicialmente : (vease el pr6logo de Edmund White, ibid., pp. 1 6- 1 7).

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medido, hacia el poema, justificaci6n de este texto como este lo sera. de mi vida». 1 En este periodo de s u vida, a Genet le obsesiona «la idea del suicidio» («que apareci6 con claridad en mi», precisa, «hacia la cuarentena») .2 En efecto, despues de «miserables aventuras sufridas y luego transformadas en cantos», de las que, nos dice, «procuraba extraer una moral particular», ya no tiene «vigor su­ ficiente» para emprender la obra que proyecta, y como los «po­ deres del canto» le parecen en adelante vanos o agotados, no le queda mas que desaparecer. Piensa en la muerte. En ese mo­ mento conoce a Decimo, en ese pais que «era entonces y, sin duda, es ahora un inmenso burdel donde los pederastas del mundo entero alquilaban por una hora, la noche o el tiempo del viaje, a un chico o a un hombre».3 Genet se percata enseguida de que esta «imantado» por la belleza del joven y, sobre todo, obsesionado por la imagen que se hace de el: «Antes de conocerle, habia querido suicidarme. Pero su presencia, luego su imagen en mi, luego su destino po­ sible a partir no de el sino de esta imagen, me colmaron.» Pero el joven «se neg6 a ser como esta imagen».4 De hecho, Decimo no ama a Genet. Y Genet esta desesperado: �No es mas, entonces, que una simple anecdota reducible a lo siguiente: un pederasta se enamorisca de un muchacho que le engafia? El pederasta esti consternado, se enfurece, se hunde. lr6nico y soberano, el nifio se cree fuerte. Engafia y se engafia. Es sutil y cruel por indiferencia. Son datos sencillos. Producen un juego trivial y facil.5 1. 2. 3. 4. 5.

Ibid., p. 69. Ibid., p. 76. Ibid., p. 87. Ibid., pp. 87, 89. Ibid., p. 89.

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obstinarse en su «deseo de el», Genet no obtiene nada mas que una desenvoltura redoblada, una crueldad burlona e implacable: «El golfo fue terrible [ . . . ] . Se encarniz6 contra mi.»1 Y esta pasi6n desdichada no tard6 en tomar «Un cariz de catas­ trofe que, vertiginosamente, me hubiese conducido a cualquier gesto esteril: suicidio, asesinato o locura».2 AI

El encuentro amoroso malogra el personaje y la moral que Genet se habia forjado. Pretendia «elevar a las proporciones de la­ dr6n a un bujarr6n exanglie»,3 creyendo ver en su cara «las aven­ turas que se atribuyen a los criminales».4 Error. « [El] era solar, de acuerdo con el orden del mundo.» Tiene, por tanto, que ayudar «a ese nifio a vivir en armonia con el mundo». Y aunque no aban­ dona la idea de una «moral satanica», tiene plena conciencia de que, desde el momento en que ya no la , en el sentido >, op. cit., p. 8 1 .

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su empresa poetica solo podra salvar y restituir «algunos frag­ mentos de tumbas, un pedazo de inscripcion».1 Es necesariamente «difunta» en la medida en que, «en lugar de unir, aisla» y que «cada cual la vive en solitario».2 Pues si la homosexualidad constituye un «sistema», este separa a los indi­ viduos que engloba (y que le hacen existir). En efecto, la homo­ sexualidad solo se puede vivir, individualmente, en la vergi.ienza y la culpabilidad, y, colectivamente, esta siempre separada de s£ misma, del soporte cultural que podda ayudar a los individuos a superar esta abyeccion: La homosexualidad no es algo dado a lo que podda adap­ tarme. Ademas de que ninguna tradicion viene en ayuda del pederasta, ni le lega un sistema de referencias -salvo en forma de carencias-, ni le ensefia un convenio moral circunscrito solo a la homosexualidad, esta naturaleza misma, adquirida 0 dada, se experimenta como un tema de culpabilidad. Me ais­ la, me separa del resto del mundo y de cada pederasta. Nos odiamos en nosotros mismos y en cada uno de nosotros. Nos desgarramos. Como nuestras relaciones se han roto, la inver­ sion se vive en solitario} De modo que hay un «nosotros», pero que separa a los que lo componen en lugar de unirlos. Uno se detesta, se avergi.ienza de Sl, y detesta a los OtfOS que son como el, y detesta lo que se es en quienes lo son tambien. Por eso, como deda Proust, hay un antihomosexual en todo homosexual. En consecuencia, para Genet, el «nosotros» es inevitable, ineludible. Pero, al mismo tiempo, es imposible. Es cierto que no se puede eludir esto (y Genet dice continuamente «nosotros» en ese texto, al igual que en Santa Maria de las Flores), pero tampoco es posible adherirse 1 . Ibid., p. 79. 2. Ibid., pp. 79-80. 3. Ibid., pp. 77-78.

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-salvo en ciertos casos en que se est 0 ean Genet, Un captif amoureux, op. cit., p. 1 98). Vease tambien p. 246, donde habla del «Orden>> y de Ia con mayusculas. 2. Ibid., pp. 290-29 1 . 3 . Gilles Deleuze, Felix Guattari, Kafka. Pour une litterature mineure, Paris, Minuit, 1 975, p. 1 5 . Podria afiadirse: o una «mujer politica>>. 4. Ibid., p. 3 1 .

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enunciados producidos por una «Singularidad artfstica» solo lo son «en funcion de una comunidad nacional, poHtica y social, aunque por el momento no se den todavia, fuera de la enuncia­ cion literaria, las condiciones objetivas de esa comunidad». 1 Y es incluso lo que caracteriza a un enunciado como literario: cuando «se adelanta a las condiciones colectivas de la enuncia­ cion».2 El escritor «minoritario» es un «reloj que adelanta».3 En consecuencia, la literatura, asi como la revuelta (y la li­ teratura como rebelion), compone un pueblo, una comunidad, una minoria, al «legendear», proclama Deleuze, muy cerca aqui de Jean Genet. 4 Pero la literatura menor, asi como la lucha minoritaria, en­ trafian siempre el peligro de «rehacer el poder y la ley». De «re­ hacer fotos», dicen Deleuze y Guattari, en una magnifica for­ mula. 0 de volver a caer en la «gran literatura».5 Pues luchar contra el Poder no significa, indudablemente, que se quiera crear otro. Que se quiera llegar a ser «mayorita­ rio». Ni que se intente afincarse en el objetivo cumplido de un «territorio», con su confort y sus reglas, y, por consiguiente, sus 1 . Ibid., p. 149. 2. Ibid., p. 1 50. 3. Ibid. 4. «Hay que atrapar a algun otro que este "legendeando", en "flagrante delito de legendear". Entonces se forma, entre dos o varios, un discurso de mi­ norfa [ ... ). Sorprender a Ia gente en flagrante delito de "legendear" es captar el movimiento de Ia constituci6n de un pueblo. Los pueblos no preexisten>> (Gi­ lles Deleuze, Pourparlers, Paris, Minuit, 1 990, pp. 1 7 1 - 172 [ Conversaciones, Valencia, Pre-Textos, 1 996.)) . No deja de ser asombroso que el ejemplo que pone aqui Deleuze sea el del pueblo palestino: «(Habia un pueblo palestino? Israel dice que no. Sin duda, lo habia, pero esto no es lo esencial. Lo es que, desde el momento en que los palestinos son expulsados de su territorio, y pues­ to que se resisten, entran en el proceso de constituci6n de un pueblo [ ...] . No hay pueblo que no se constituya asi. De modo que, a las ficciones preestableci­ das, que remiten siempre a! discurso del colonizador, hay que oponer los dis­ cursos de Ia minoria, lo que se realiza mediante intermediarios» (ibid., p. 172). 5. Gilles Deleuze, Felix Guattari, Kafka, op. cit., p. 1 54.

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exclusiones y opresiones. Genet exhorta a combatir «Las solici­ taciones [ . . . ] que parecen provenir de rebeliones en que la poe­ sfa, muy visible, disimula llamamientos al conformismo casi imperceptibles todavfa». 1 De modo que se trata de resistir a la inevitable «degradacion» de la revuelta «por capitulacion ante las invasiones de un confort que invita a dejarse llevar por la ley del mfnimo esfuerzo».2 La «minoria» no es un programa que habria que cumplir, un estado, una esencia, una identidad que habria que encontrar o establecer; es un proceso que hay que recomenzar incesante­ mente. Y es lo que requiere y justifica el gesto de la traicion, como dice Genet muy claramente en una entrevista dedicada a los palestinos en 1 984: De momento, me adhiero por completo a la Palestina in­ surrecta. No se si me adheriria a una Palestina institucionali­ zada y territorialmente satisfecha -es probable, casi seguro, que, para cuando eso ocurra, ya estare muerto-; no se si, en caso de seguir vivo, podria hacerlo.3 Por supuesto, Genet lucha con la logica del «territorio», porque sabe bien que no hay otro combate posible: al luchar contra la exclusion, se lucha forzosamente por unos derechos, por un reconocimiento, ya sea nacional, politico, social, cul­ tural, j uridico. Pero preve huir, escapar en cuanto ese objetivo 1 . Ibid., p. 395. 2. Jean Genet, Un captifamoureux, op. cit., p. 258. 3. Jean Genet, , en L 'Ennemi declare, op. cit., p. 290. Vease tambien p. 282: >, en Poemes, op. cit., p. 62. Jean Genet, journal du voleur, op. cit., p. 306. Ibid. p. 1 1 2. Ibid.

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pricho de sus «ensuefios», auroras llenas de esas «bellezas nue­ vas» cuya promesa anunciaba el desfile de las Carolinas: Bajo un chal de gasa adivino la palidez translucida de un hombro desnudo: es la pureza de la manana, cuando las Caro­ linas iban a adornar con flores el urinario. 1 Pues la procesion barcelonesa, cuyas sombras luminosas atraviesan las paginas de Diario del ladron,2 no es solamente una alegoria de la poesfa. En la medida en que escribir el poema es, asimismo, escribir la vida, y en que el gesto estetico es, al mismo tiempo, una practica de sf, ese desfile es la figuracion de un pro­ ceso politico. El cortejo y el poema son dos maneras de cantar, y, por lo tanto, de provocar la aparicion de formas nuevas de pen­ samiento y subjetivacion. Ya hemos comprendido, entonces, que la escena no transcurre en Barcelona, en 1 933. Tiene Iugar todos los dfas, en la vida de los «abyectos», desde el momenta en que se sublevan. El desfile de las Carolinas es la representacion historiada de la moral que, en los espacios minoritarios, se in­ vema sin cesar. Con dificultad, sin duda, porque la opresion no desaparece por el solo hecho de luchar contra ella. Y Genet no trata de disimular que la ascesis, a menudo, es «agotadora». Pero tambien se puede efectuar en la alegrfa, en la risa, en el placer: No llamo santidad a un estado, sino a! itinerario moral que me conduce a ella. Es el punto ideal de una moral de la que no puedo hablar porque no la veo. Se aleja cuando me acerco a el. Lo deseo y lo temo. Esa manera de aproximarse a el puede parecer absurda. Sin embargo, aunque dolorosa, es alegre. Es una loca. Tontamente, adopta la figura de una Ca­ rolina a la que levantan las faldas y aulla de felicidad.3 I. Ibid. 2. Jean Genet, Un captifamoureux, op. cit., p. 295. 3. Jean Genet, journal du voleur, op. cit., p. 244.

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NOTA BIBLIOG R.AFICA

En la medida en que los textos publicados en Gallimard en los afios cuarenta y cincuenta (tanto las novelas, dentro de las CEuvres completes, como journal du valeur, que no figura en elias) han sido expurgados de numerosos pasajes, he utilizado las ediciones o reediciones (en especial en las colecciones de bolsillo de Gallimard) que ofrecen los textos completos:

- Miracle de fa rose, Decines (Rhone), L'Arbalere, 1 946. - Notre-Dame-des-Fleurs, Decines (Rhone), L'Arbalete, 1 948.

Pompes fonebres, Parfs, Gallimard, col. «L'imaginaire», 1 978.

- Querelle de Brest, Pads, Gallimard, col. «L'imaginaire», 1 98 1 .

- journal du valeur, Pads, Gallimard, col. «Folio», 1 982. Para los demas textos:

CEuvres completes, cuatro volumenes, numerados II a V (el primero compuesto de lo que debeda ser un «prolo­ go» de Sartre y que se convirtio en Saint-Genet, come­ dien et martyr), Parfs, Gallimard, 1 953-1 979. Poemes, Decines (Rhone) , L'Arbalete, 1 948. 33 1

- Un captifamoureux, Paris, Gallimard, 1 986. - Lettres a Olga et Marc Barbezat, Decines (Rhone) , L'Arbalete, 1988.

Fragments... et autres textes, Paris, Gallimard, 1 990. L 'Ennemi declare. Textes et entretiens, Paris, Gallimard, 1 99 1 .

- Le Bagne, Decines (Rhone), L'Arbalete, 1 994. - «Reponse a un questionnaire» [ 1 935] Europe, n.o 808,

809, agosto-septiembre de 1 996.

Textos ineditos:

Prefacio a la Muse garfonniere de Estrat6n de Sardes [mediados o finales de los afios cincuenta] . Archivos Jean Genet!IMEC. - Prefacio a una reedici6n de Les Negres [ 1 956- 1 957] . Ar­ chivos Jean Genet/IMEC.

332

AGRADECIMIENTOS

Este libra naci6 de una conferencia pronunciada con moti­ vo de las jornadas de estudio organizadas par la Escuela Laca­ niana de Psicoanalisis, en enero de 2000, en torno al tema «Communautes electives et nouveaux modes de subjectiva­ tion». Quiero agradecer a Jean Allouch, de quien admiro la vo­ luntad de enfrentarse al psicoanalisis con discursos que lo cues­ tionan, el haberme invitado y haberme dado asf la ocasi6n de emprender este trabajo. Mi gratitud, asimismo, a Albert Dichy, que me comunic6 la existencia de varios documentos ineditos que figuran en el fonda Jean Genet del lnstitut Memoire de l'edition contempo­ raine (IMEC). Debo expresar igualmente una gratitud muy especial, par sus observaciones, consejos y sugerencias, a David Halperin, cuya inventiva y generosidad intelectuales nunca se separan del espfritu crftico que constituye, a su entender, uno de los debe­ res de la amistad.

333

fNDICE ONOMASTICO

Abraham, Karl, 239 Allouch, Jean, 223n, 275n, 295n, 333 Andreas Salome, Lou, 220 Artaud, Antonin, 209 Artieres, Philippe, 28n Auden, W. H., 2 1 8 y n Baldwin, James, 8 5 y n, 1 70n Balzac, Honore de, 35, 75, 1 83, 1 84 Bard, Christine, 268n Barthes, Roland, 62n, 63n Bartlett, Neil, 37 y n, 1 83 y n, 1 85 n Bataille, Georges, 45-60, 68, 204 y n, 209, 286 Baudelaire, Charles, 2 1 7 Baudry, Andre, 3 1 n, 32n, 6 1 n, 62n Beauvoir, Simone de, 1 1 9 y n, 222n Bergson, Henri, 2 1 7

Bersani, Leo, 1 30n, 224n, 226n, 295n Blanchot, Maurice, 58 y n, 209 Blin, Roger, 1 6n, 29n Borges, Jorge Luis, 78 Borrillo, Daniel, 223n Bossuet, Jacques Benigne, 206 Bourdieu, Pierre, 79 y n, 80 y n, 85 y n, 87 y n, 1 03 y n, 1 6 1 n, 1 93n, 270n Brassa"i (Gyula Halasz, llama­ do), 303n Buhle, Mary Jo, 2 1 9n Butler, Judith, 220n Caillois, Roger, 55 Carco, Francis, 1 53, 1 54 y n, 1 55n, 1 59n Cardon, Patrick, 1 1 4n Celine, Louis-Ferdinand, 207 Cesaire, Aime, 2 8 1 y n, 282n Chamoiseau, Patrick, 37 y n, 298 y n Chaperon, Sylvie, 222n

Chauncey, George, 1 1 n, 6 1 n, 1 69 y n, 229 y n, 302n, 303n Chemama, Roland, 292n Cherki, Alice, 290n Chevaly, Maurice, 3 1 n, 32n Cocteau, Jean, 3 1 , 1 1 8, 1 1 9, 1 57n Contat, Michel, 3 1 n Crisp, Quentin, 95n Danon, Jacques, 1 22n, 1 27n, 1 3 1 n, 1 80n Dante Alighieri, 1 55, 2 1 8n, 2 1 9n Darwin, Charles, 234n Daudet, Leon, 269 Delay, Jean, 229, 282, 283 y n, 285, 286 Deleuze, Gilles, 65, 226, 293n, 325 y n, 326 y n Derrida, Jacques, 47 y n, 48, 53, 53, 1 1 0n 290n, 294n, 3 1 8n Deschodt, Pierre-Henri, 269n Dichy, Albert, 43n, 333 Dinshaw, Carolyn, 324n Dognon, Andre du, 96n Dostoievski, Fi6dor Mijailovkh, 39n, 1 36n, 1 57n, 1 58n Dreyfus, Alfred, 1 27n Duberman, Martin, 230n Dufay, Frans;o is, 1 26n Dumezil, Georges, 1 9 1 y n, 1 95 y n, 1 96 y n, 269 n, 270 n Duras, Marguerite, 306 n

Dussat, Henri, 58 n Dustan, Guillaume, 56n Eekhoud, Georges, 1 1 4 y n Elfenbein, Andrew, 1 86n Ellis, Havelock, 23 1 Ellmann, Richard, 1 89 y n Fanon, Frantz, 33 y n 290n Farge, Arlette, 204 n Fassbinder, Rainer Werner, 32 Fassin, Eric, 223n Fichte, Hubert, 1 57n Fini, Leonor, 3 1 9n Foucault, Michel, 28 y n, 29n, 39, 54, 56 y n, 59-68, 94, 1 09 y n, 1 29, 1 30 y n, 1 35, 1 58n, 1 87 y n, 1 9 1 -2 1 3, 224 y n, 229, 287 y n, 288n, 289 y n, 290n, 292n, 293n, 295n, 324 Freud, Sigmund, 56, 60, 202, 2 1 7, 2 1 8 y n, 2 1 9, 220, 222, 225, 226 y n, 229-240, 24 1 , 253n, 260, 27 1 n, 274, 278, 282, 283, 284, 287, 290n, 293n, 295 y n Galletti, Marina, 58n George, Stefan, 2 1 7 Giacometti, Alberto, 1 1 9n Gide, Andre, 33 y n, 38 39n, 68, 1 1 8, 1 1 9, 1 36n, 1 57n, 1 58n, 1 76, 1 77 y n, 1 78,

1 1 8, y n, 1 35, 1 73, 181,

2 1 8, 229, 268, 282 y n, 283 y n, 284 y n, 285, 286 y n, 296, 309 Ginsberg, Allen, 84 y n Gobeil, Madeleine, 30n, 1 48n, 309n, 42-43n Goffmann, Erving, 83n Goldmann, Emma, 2 1 9, 220 Granet, Marcel, 270n Green, Julien, 89n, 1 1 3, 1 14n, 1 65-1 82, 1 85 Gros, Frederic, 1 86n Guattari, Felix, 65, 226, 293n, 325 y n, 326 y n Halperin, David, 1 29, 1 30n, 333 Hanson, Ellis, 1 07 n Heller, teniente, 1 26n Hirschfeld, Magnus, 33, 1 62, 235 Hocquenghem, Guy, 56n, 60 y n, 6 1 , 65 Huysmans, ]oris-Karl, 35, 36n, 1 07n, 1 86 Iacub, Marcela, 223n, 225n Jackson, Bruce, 20 1 y n Jakobson, Roman, 274n, 276 James, Henry, 1 02n Jones, Ernest, 239 Jouhandeau, Elise, 1 22n, 1 27 y n Jouhandeau, Marcel, 96n, 1 1 2 y n, 1 14 y n, 1 17-37, 1 53, 1 68, 1 69n, 177, 1 80 y n, 1 93 y n, 1 95n, 270, 271

Kafka, Franz, 72, 325n, 326n Kennedy, Hubert, 229n Klein, Melanie, 293 n Koltes, Bernard-Marie, 56n, 1 58n Kosofsky Sedgwick, Eve, 1 02n, 1 1 1 n, 1 59n, 290n Krafft-Ebing, Richard von, 237 Lacan, Jacques, 60, 70 y n, 223n, 226, 24 1 -79, 28 1 -87, 292, 295 y n, 296, 333 Lacan, Marc-Franyois, 274n Lacroix, Jean, 1 9 1 - 1 92n Le Bitoux, Jean, 1 30 n Legendre, Pierre, 225 n Leiris, Michel, 1 26 y n Levi-Strauss, Claude, 270n, 274n, 276 Lewes, Kenneth, 23 1 n Livrozet, Serge, 1 99 y n, 200 yn Lombroso, Cesare, 1 85, 1 86n Loyola, Ignacio de, 58 n Lucien, Mirande, 1 14n Mahony, Patrick, 293 n Major, Rene, 293n Mansfield, Katherine, 1 54 Marcuse, Herbert, 226 Marshall, Bill, 60n Marx, Karl, 56, 65, 1 1 0n, 202, 204n, 295, 3 1 8n Mauriac Dyer, Nathalie, 1 57n Maurras, Charles, 269 y n, 285 Mauss, Marcel, 55, 270n

Miller, Jacques-Alain, 25758n, 27 1 y n, 290n Moraly, Jean-Bernard, 1 57n Morand, Paul, 78n, 1 6 1 n Nerval, Gerard de, 209 Nietzsche, Friedrich, 1 57n, 1 92n, 1 98, 2 1 8, 2 1 9 Nordau, Max, 1 85 y n , 1 86n Noval is (Friedrich, baron de Hardenberg), 2 1 7 Orwell, George, 255 Pater, Walter, 36n, 68, 1 07n, 1 86, 1 87 y n Pinget, Robert, 174n Poe, Edgar Allan, 2 1 7 Poirot-Delplech, Bertrand, 42n Porche, Frans:ois, 34 y n, 185n Poulet, Robert, 1 34 Prokhoris, Sabine, 223n, 226n, 293n, 295n Proust, Marcel, 33, 75 y n, 76 y n, 1 1 9, 227n, 1 32 y n, 1 33n, 1 55, 1 56 y n, 1 57 y n, 1 5 8 y n, 1 59 y n, 1 60, 1 6 1 y n, 162 y n, 1 63, 1 6 5 y n, 170, 1 76, 178, 1 83, 1 96n, 254, 268, 3 1 1 , 3 1 3 Racine, Jean, 206 Rank, Otto, 239 Reich, Wilhelm, 65, 66n, 67, 226 Renouard, Madeleine, 1 74n

Ressouni-Demigneux, Karim, 1 1 3n Rimbaud, Arthur, 1 57n, 2 1 7 Riviere, Pierre, 1 99 y n Roudinesco, Elisabeth, 223n, 274 n, 290n, 296n Rousseau, Jean-Jacques, 43 y n Rybalka, Michel, 3 1 n Sade, marques de, 28n, 60, 2 1 0, 249n Sartre, Jean-Paul, 3 1 -33, 4547, 52, 53, 69 y n, 75 y n, 83 y n, 90-93, 97 y n, 1 03 y n, 1 04, l l On, 1 1 6, 1 1 7, 1 1 9 y n, 1 2 1 , 1 27n, 1 47n, 148n, 164n, 1 78, 1 82n, 1 93n, 27 1 n, 286n, 3 1 0n, 3 1 1 , 3 14 y n, 33 1 Sayad, Abdelmalek, 3 1 2n Schorske, Carl E., 226n Shahid Barrada, Layla, 327 S ulloway, Frank ]., 234 Surya, Michel, SOn Symonds, John Addington, 36n, 68, 1 77 y n, 1 88, 1 89 Tamagne, Florence, 303n Tardieu, Ambroise, 1 64 y n Tort, Michel, 223n, 267n Trombadori, Ducio, 1 92n Vandermersch, Bernard, 292n Vinci, Leonardo da, 1 86, 23 1 Voeltzel, Thierrry, 66 y n

Wainewright, Thomas Grif­ fiths, 1 84, 1 87, 1 86, 1 88 Weil, Simone, 50n White, Edmund, 1 8n, 1 1 8n, 1 55n, 1 57n, 1 93, 306n, 308n Wilde, Oscar, 34, 35 y n, 36 y n, 37 y n, 62n, 68, 1 07n, 1 35 , 1 64 y n, 1 77n, 1 83, 1 84 y n, 1 85n, 1 86 y n, 1 87 y n, 1 88, 1 89 y n, 1 90 y n, 229

Williams, Nigel, 43n Wischenbart, Rudiger, 327n Woolf, Virginia, 220

Yourcenar, Marguerite, 1 9 5 n Zafiropoulos, Markos, 258n, 260n, 267n, 273n, 274n Zweig, Stefan, 87, 88 y n, 1 69 y n, 302n

fNDICE

«Mi lugar entre elias» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Teorfa del canto . . . . . . . . . . . . . El arte util . . . . . . . . . . . . . . . . . La comunidad confesada . . . . . . La metamorfosis . . . . . . . . . . . . . El misterio de los nifios malditos Lucifer a mandobles con Dios . . El cuerpo de san Sebastian . . . . . Teologia d e los insectos . . . . . . .

9

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15 . . 25 . 45 . 69 . 83 . 95 . 105 . 1 17

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II

1. 2. 3. 4. 5.

La invenci6n de los monstruos . . . E l exilio y e l crimen . . . . . . . . . . . Diario del malhechor . . . . . . . . . . El arte del veneno . . . . . . . . . . . . . La leyenda de los hombres oscuros

141 1 53 1 67 1 83 191

III

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

El orden psicoanaHtico . . . . . . . . . Freud y las «aberraciones sexuales» La homofobia de Jacques Lacan, 1 La homofobia de Jacques Lacan, 2 Para acabar con Jacques Lacan, 1 . Para acabar con Jacques Lacan, 2 . Las resistencias a! psicoanalisis . . . La descolonizaci6n del espiritu . . .

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217 229 24 1 249 257 269 281 289

CODA

1 . El espectro de Ia comunidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30 1 2. M i moral es una loca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3 2 1

Nota bibliogrdfica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 1 �gr�decimie� to� . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333 Indzce onomastzco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335