Un Suizo en La Guerra Del Paraguay

r~ Un suizo en la Guerra del Paraguay Lopacher en el Asilo de Ancianos de Trogen. JJM~ p~ //IL Autografo de Lopacher

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Un suizo en la Guerra del Paraguay

Lopacher en el Asilo de Ancianos de Trogen.

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p~ //IL Autografo de Lopacher

Tobler I Lopacher 1 ~

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LA. I r-1' es asunto mio". Esperabamos, sin embargo, queen Buenos Aires se nos hiciese justicia. A los 46 dias de viaje, contados desde Gibraltar, entramos en la bahia del Rio de la Plata, donde fuimos atacados por los fuertes temblores y los escalofrios del chucho -Ia malaria-. Sudabamos y nos helabamos al mismo tiempo y perdimos por cc>mpleto el apetito. Los mas debiles perecieron. A mi no me ha abandonadc> esta enfermedad hasta hoy dia, aunque sus manifestaciones ya no son tan violentas. 15



Un viento contrario dificultaba el avance del navio. El piloto, que en dos dias pudo habernos conducido sanos y salvos a Buenos Aires, exigi6 6.000 francos del capitan. Este juzgo muy elevado el precio y se arriesg6 a realizar el el viaje bajo su propia responsabilidad, i necesitando 16 dias para concluirlo ! En Buenos Aires fuimos llevados prestamente a bordo de un transporte militar denominad·o "Ponto", y sin mas quisieron obligarnos a vestir el uniforme militar argentino. Nos opusimos a esta exigencia aduciendo nuestra condici6n de colonos y declarando que nuestros contratos se hallaban en manos del capitan del "Antre Maria". El oficial, que hablaba aleman, alzaba los hombros, riendose. Exigimos entonces hablar con nuestros consules. Aparecio el vergonzosamente a su gente, pues se lo vio irse en su coche, olvidando, en el apuro, llevarse consigo su Madame "Lintsch". Se dice que pudo haberse tornado prisionero a LOpez, pero que no hubo ordenes para eso. De modo que los oficiales brasilefios protestaron ante el emperador por esta sorprendente manera de conduc~r la guerra y este, se dice, depuso al comandante en jefe Caxias nombrando en su lugar al Conde de Eu, su yerno. De Angostura marchamos a Trinidad, donde estuvimos hasta fines de marzo, realizando ejercicios de batallon y division. Alli festejamos San Silvestro y Ano Nuevo de 1869 con cafia y cantos. Todo el ejercito argentino estaba ahora reunido: los 12 batallones nacionales y nuestras cuatro divisiones de linea, unos 10.000 hombres bajo el mando del general Mitre. Estaban con nosotros tambien tres regimientos hrasileiios de caballeria, de 500 hombres cada uno, al mando de su general "Kammerer" (Camara) y cuatro cafiones argentinos. A fines de marzo marchamos, por caminos secundarios, a San Lucas (Luque) , una estacion del ferrocarril, donde pasamos 14 dias y pudimos saludar al comandante en jefe "Condideus". Bajo apuradamente del tren, converso algunos minutos con los oficiales, y continuo su viaje. De Luque marchamos, a lo largo de la linea del ferrocarril, a "Batinoqui" (Patiiio-cue), en el valle del "Taqueral", cerca del Iago "Ibicuari", una estacion ferroviaria en cuyas cercanias LOpez tenia, en medio de naranjales, una residencia veraniega, sencilla casa de ladrillos al estilo del pais. De aqui fuimos, cruzando el pequefio

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pueblo lta, a "Quasibira", una estacion puesta en medio de una region abandonada; en frente, sobre una altura arbolada, la posicion enemiga atrincherada de Ascurra, aqui estaban nuestras divisiones 1., 3., y 4., unos 3.000 hombres, desde hacia un mes, como vanguardia. Lopez residia en Pir .bebui, no lej os de Ascurra. Los brasilefios debian, desde el norte, empujar a los paraguayos, a nuestras manos, pero Lopez pudo escapar otra vez y con unos 5.000 o 6.000 hombres se retiro a la cadena de lomas selvaticas, "Serda Sant Bernhard"; desde donde esperaba llegar a Asuncion a traves de una "Bigada" (picada) ; nosotros lo rechazamos y el, a traves de Altos, hacia el norte, se foe a Caraguatay, donde tenia la reserva. Lo segu:mos en marcha ininterrumpida de dos dias y dos noches, mientras el abastecimiento debia ser transportado aparte. Dos horas antes de llegar a Caraguatay vadeamos un r acho bastante ancho pero poco profundo. Al horde de la p.cada de Caraguatay dejamos nuestras mochilas, custodiadas por soldados debilitados y enfermos. En Caraguata·y, los habitantes hambrientos huian, por el temor de que nosotros fuesemos "cambai" (monos) como ellos llamaban despectivamente a los brasJefios. Caraguatay es un pueblo grande, de caba. fias de ladrillos, y una iglesia, un nido pantanoso insano e infame en el cual, durante el verano, solo pueden res.stir los lugarefios. Despues de dos dias de reposo continuo la caza de Lopez. Hasta donde llegaba la vista, solo veiamos pantanos y campo inundado. Lopez queria dificultarnos adrede la persecucion. Apenas saliamos de un pantano, y ya estabamos entrando en otro. Lo infame de esta inundada region consistia en el pasto Santa Fe, filoso como un cuchillo, cuyos rastrojos puntiagudos nos ensangrentaron desde el comienzo piernas y pies. Pensar en zapatos y calcetines era una ilusion. Tambien los oficiales abandonaron sus zapatos en el barro y sufrieron lo que nosotros. Se volvieron mas blandos, por lo 38

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menos momentaneamente, con nosotros, y se aterrorizaban cada vez que sus delicados pies pisaban los rastrojos. No sentiamos ninguna compas on hacia ellos, mas bien nos regocijabamos de SU ridiculo pataleo. En un rio encontramos las ruinas de 18 barcos que L6pez, en el apuro de la huida, mando incendiar, ya que, a causa del bajo nivel del agua, quedaron inutiles. En el cruce del rio se ahogaron algunos. En el Paraguay, los rios y arroyos normalmente estan bordeados por muros de arboles, que se Haman "campones". En un campon encontramos a unas 80 o 100 personas hambrientas, hombres, mujeres y nifios, viejos y jovenes, que Lopez, segiln su costumbre, habia echado de sus casas y campos con la amenaza de cortarles el cuello. Tenian consigo algunas yuntas de bueyes. El general Mitre hizo faenar dos bueyes, ya que los paraguayos ya no tenian fuerza para hacerlo. Esta pobre gente consumio con avidez la came de los dos animales; los otros fueron destinados para la tropa. Mas adelante, nuestro capitan Biggo, encontro un hacha con que me cargo. Como tenia bastante para cruzar los pantanos, la eche, y cuando, por la noche, el capitan me la pidio y ya no la tenia, me hizo poner en el cepo, del cual, un cuarto de hora mas tarde, nuestro comandante de batallon, Moralis, escandalizado, me hizo sacar. Seguimos marchando s:empre a traves de tierras anegadas y llegamos a un tabacal de L6pez, defendido por cuarenta fosos bastante profundos y anchos que tuvimos que saltar, mientras la artilleria y la caballeria los rebasaron rodeandolos. De esta manera nos martirizamos durante seis dias marchando por pantanos, hasta que, por fin, al septimo dia, alcanzamos delante de una picada a la retaguardia del mariscal perseguido. Quedamos 10 o 12 hombres, como reserva, al lado de cada canon, m:entras la art'lleria disparaba sobre la selva, la caballeria le rodeo, y la primera division y nosotros avanzamos; 39

la caballeria hizo una curva y empujo a la retaguardia, con dos cafiones, en el pantano, donde foeron aniquilados. Este foe el ultimo acontecimiento que experimente en esta guerra. La ulterior persecucion del mariscal, la tomaron los brasilefios a su cargo. Se'.s meses despues, el 1Q de marzo de 1870, se le dio alcance en un arroyo cerca del Aquidaban, y foe muerto. Sohre este suceso me conto mi amigo Peter Licht, mas tarde, en San Borja, ·del Brasil, lo siguiente: "Schiggo Diabel (Chico Diabo) , ordenanza del general Camara, que habia lanceado al mariscal-presidente Lopez por orden de su comandante, me presentaba el hecho de esta manera: los brasilefios, guiados por dos bomberos (espias) de Lopez, que habian descubierto en un arbol, sorprendieron a este en un abra, junto con sus oficiales, su madre, la madama y sus hijos. Lopez, que estaba a caballo, se defendia, y al recibir un lanzazo, huyo adentrandose en la selva y nuestra caballeria, con el general Camara a la cabeza, salio en su persecucion. En un pantano cerca del Aquidaban el mariscal se detuvo, ·se apeo del caballo, lo dej o, cruzo el arroyo y quiso trepar por la escarpada orilla, pero sus foerzas lo abandonaron. El general Camara intimo rendic;on. Lopez, sin embargo, repuso: "El presidente del Paraguay no se rinae a los brasilefios'', y desenvainando su espada, intento matar al general. A una sefial de este mate ·de un lanzazo a Lopez; SU hijo Pancho tuvo el mismo destino. Su madre y Madame Lynch, con cuatro hijos, fueron conducidas a otra parte. Madame Lynch era inglesa, cantante de la Opera de Paris; ahi le conocio LOpez y la llevo a su pais, muy a pesar de sus padres" . La pesada marcha de vuelta que duro seis dias, se realizo como la de ida. En un pantano los jinetes mataron algunos cocodrilos, los llamados "schagga~ re", que nuestros italianos cogieron avidamente. Les

extrajeron ios intestinos y se los comieron asados. Al septimo dia, entramos en Caraguatay, hambrientos, cansados y semidesnudos, con pies y piernas llagados y sanguinolentos. Durante los catorce dias de marcha por los pantanos, nuestros pantalones caian de nuestro cuerpo literalmente a pedazos, alrededor de las piernas pendian aun algunos jirones; la parte inferior de las camisas habia desaparecido. Nuestro uniforme se reduj o a la chaqueta raida, el quepi, el sable y las cartucheras. Si alguien tenia aun mantos de lana o rec ,bia alguna bolsa, podia arreglarselas. En estas condiciones estabamos acampados en Caraguatay unos 6.000 soldados. A nuestro equipo correspondia la comida. Nuestros alimentos principales eran naranjas agrias y granos de maiz, duros como piedra, que recogiamos con avidez cuando caian del forraje de los caballos, y los tragabamos sin remojarlos. Se nos daba una clase de came, argentina o brasilefia, Hamada "Schaarggi"; las fcibricas la envian seca y salada, en manojos, asi como en Suiza se manda heno o paja. Esta came era muy salada, dura como piedra y en condiciones descuidadas y sucias, asi que apenas la recibimos, la echamos a los caranchos. Muchos soldados murieron de hambre, pasto de los caracaraes. En nuestras campafias militares en Italia se nos consideraba y trataba como seres humanos. Pero lo que yo hube de experimentar ahi, era un juego de nifios con respecto a lo que vi en el servicio argentino; esta era una vida de hambruna, autentica vida de perro, de bandido, de asesino: no podria calificarla de otro modo. Docenas de soldados murieron de nostalgia, no importaba de que pais viniesen. En Napoles, yo ya habia padecido de nostalgia, que es una enfermedad. descomunalmente peligrosa e insidiosa, y de la cual cayeron victimas, en seguida, dos compafieros gigantescos, de Berna, los hermanos Brigg. En la miseria del servicio militar argentino, podria hablarse de una ver-

dadera epidemia nostalgica, de la cual los soldados morian en masa. Perdieron la alegria y el coraje de vivir, y al debilitarse, estaban perdidos. Yo no senti nostalgia ni un momento ya que me habia ido al extranj ero por mis insoportables condiciones familiares; y era feliz, en tan to no tenia que pensar en ellas. En las situaciones adversas de la vida, solia decirme: "Ahora las cosas andan asi, pero ya cambiaran alguna vez". No se podia hablar de hospitales mas o menos ordenados, en las miserables barracas o en campo abierto, ni de medicos diplomados, y especialmente de cirujanos; ni tampoco de anestesia en las operaciories. Los lamentos y gritos de las victimas de estos "aprendices" llegaban hasta la medula; me paso como a Jacobeli, quien me habia contado: "Murio mi padre. Tuvo pulmonia y por anadidura lo cuidaron los medicos". En Caraguatay llego la linea NQ 9, demasiado tarde para nosotros; venian con ella seis soldados de Berna, atados de los pies de dos en dos, y tan estrechamente que podian avanzar solo con gran dolor. Solo el herrero del batallon podia abrir los grillos. Ellos me contaron que habian matado a un oficial, en razon ele que este, durante la marcha en los pantanos, desde SU caba!lo los latigueaba para hacerlos andar mas rapidamente. De resistir los grillos un afio y un dia, estaban libres. Se les veian los huesos desnudos entre la came purulenta de modo que para mitigar sus dolores, ponian pedazos de tela entre los grillos y las llagas. Como su division volvia con nosotros, estos engrillados tuvieron que marchar inmediatamente durante seis dias. En Patino-cue debia escribir una carta a la familia de uno de elios. Luego de leer la carta, cayo muerto, y paso un largo rato antes de que se encontrara al herrero del batallon. Los otros c:nco de Berna resistieron los 101 dias. Durante el retorno, retomamos en la picada nuestras mochilas. La mia me era 42

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'muy predosa porque contenia mis escritos. Como la marcha era acelerada, no podiamos demorar mucho; y en tanto buscaba mi mochila, siento caer subitamente sobre mi espada una lluvia de sablazos, tan furiosamente que supuse que mi chaqueta se habria ido al d'.ablo. Yo no podia decir nada, pero me anote bien a este buen senor. Lamentablemente , nunca pude encontrarmelo en el lugar y tiempo adecuado para ma· tarlo. A los cinco dias de marcha forzada llegamos a Ascurra y pasarnos la noche a la intemperie, echados por las pulgas que pululaban en las cabanas abandonadas por los paraguayos. A la media hora de yacer ahi, arrancabamos a estos bichos de nuestras piernas, como si fuesen una larga escorza negra. Me recordaban a las pulgas napolitanas en Quatroventi de Palermo. Por la manana, antes de salir, curioseamos un poco en Ascurra. Unos prisioneros paraguayos nos ensefiaron unos aparatos con barras de hterro transversales, en los que Lopez hizo asar a los desertores y a qu enes le disgustaban, incluso a prisioneros. A estos les habia preguntado siempre, si servian voluntarios en las filas aliadas, o si fueron obligados a ello. Hacia asar a los voluntarios; a los otros, no. Como ya dije, Lopez dio el nombre despectivo de cambai = monos, a los brasileiios. Mando hacer dibujos de bra· silenos en forma de monos. Si alguien daba a Lopez la respuesta de que los dibujos representaban a bra. sllenos, era condenado a muerte; si respondia: "Son monos", se salvaba. Luego de una jornada de marcha real'zada hajo un dia casi insoportablemente caluroso, llegamos de nuevo · a Patino-cue y pudimos reponernos. Muchos mu· rieron aqui a consecuenc; a tan to de los sufrimientos causados por el hamhre y las marchas, como por la malaria. Cuatro semanas despues llego una partida de un'formes con que pudimos vestirnos, pero fa}. taron zapatos. Quedamos ahi durante tres meses. Como los que L6pez hahia echado de sus pueblos ya no 43

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tenian nada que temerle, retornaron desde las selvas. Viejos, mujeres y nifios trataban de sernos utiles, para no morir de hambre. Su numero era por lo menos tan alto como el de nuestros soldados: 6.000. Se nos aproximaban especialmente las mujeres y las muchachas nubiles pudiendo cada uno de nosotros elegir una ayuda y casarse; muchos oficiales, suboficiales y soldados lo hicieron. Como yo ignoraba aun de que manera iba a zafarme, me quede alejado de esta miseria. Antes que nada, durante toda mi vida, cuide mucho de mi fuerza y salud. Esfas mujeres estaban enfermas. Diariamente y a cada hora, se escu· chaban los gritos desaforados de los soldados enfermos que sufrian bajo el cuchillo de los medicos; pero morian en masa. Durante estos tres meses experimente algo caracterist;co de la manera como se nos trato durante la guerra. Acontecio que el comandante quiso adornar la entrada de su casa con plantas acuaticas, "Schungge" de la jungla cercana y pantanosa del Iago Tacuaral o laguna de Tacuaral. Fuimos comisionados 15 hombres, al ·mando del cabo argentino Abreo. Antes de desvestirme, controle meticulosamente el dinero que tenia: 3 holivianos 3 £rancos 30. Al no encontrarlos en mis pantalones luego de tertninado el trabajo y dado que solo Abreo habia quedado en la orilla, bote encolerizado los pantalones al suelo, en vez de vestirme. El cabo Abreo se me acerco y pregunto: "l Che vos e teng?" ( l Que tienes?). Yo lo miro y contesto: "io perde un bedasso de furn; chere fasser un sigaro" (perdi un pedazo de tahaco, quise hacerme un cigarro) . Una palabra de desconfianza y el deseo de una investigacion me habrian llevado invariablemente a las cuatro estacas de la mue!_!e. Al termino de los tres meses marchamos por el valle del Tacuaral, a lo largo de la linea ferrovia• ria, hasta Asuncion, una marcha inolvidablemente pesada de l& horas, durante la cual muchos murieron. Asuncion se halla a orillas del rio Paraguay, con

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una ligera subida hacia la estacion ferroviaria. Las casas de dos pisos, hechas de ladrillo, se defienden con arcadas o frondas contra el calor oprimente, especialmente en los meses de diciemhre y enero. Las calles estaban llenas de fosos, mas bien trincheras y agujeros. La capital del Paraguay me parecio un desierto cumulo de arena y ladrillos. Como antes dije, Lopez dehio tener grandes proyectos para su grandeza futura; como prueba hemos visto las bases de su palacio, que empezo a construir como futuro "Emperador de Sudamerica". No se veian civiles; solo fuerzas de ocupacion brasilefias y nuestra Legion Militar. Debiamos montar guardia, en Asuncion y en la cercana colonia Villa Occidentale, en la orilla opuesta del rio Paraguay, en el Chaco, y que fue antes de la guerra una colonia de castigo, donde los detenidos trabajaban para el Presidente Lopez en fabricas de azucar, destilerias de cafia y olerias. Hahia, sin embargo, ahi comerciantes residentes. Cuando estallo la guerra, Lopez alisto a los presos en el ej ercito y los comerciantes abandonaron el lugar por miedo a los ataques de los indios "Waiguru" (Guaycuru) ... Despues de la caida de Asuncion, en 186&, los brasilefios limpiaron Villa Occidental de los salvajes y mantuvieron en ella fuerzas de ocupacion, asi que las plantaciones de tabaco y cafia de azucar, y los ingenios volvieron a nueva vida. Relevamos a los brasilefios, y cada una de nuestras cuatro compafiias fue destinada a ello, consecutivamente, por dos meses seguidos. La nuestra debio iniciar el servicio. Sin acontecimientos especiales, entregamos la guardia a la segunda compafiia y volvimos a nuestros cuarteles en Asuncion, en la Hamada "Ginta-Ferdi" (Quinta Verde) . Alli dormiamos en la arena atacados por las pulgas, pero especialmente por las enormes y asquerosamente desfachatadas ratas. Se introducian en nuestras mochilas buscando "Bolaschi" galletas, y se las comian, Las escondimos entonces en nuestros hol-

sillos, durante la noche, pero las ratas que las olfateaban, arrastrabanse por doquier, incluso bajo nues· tros mantos, como si se tratase de sus propios nidos. Nuestro servicio de Asuncion consistia en montar guardia en el cuartel general del general Ovedio (Julio Vedia); en el cuartel de nuestra Quinta verde; en el hospital; en la linea ferroviaria y en la estacion. Ascendi a cabo. El sueldo se nos pago, con atraso du· rante toda la guerra. El primero lo obtuvimos en Tr:nidad, 15 pesos por tres meses, unos 75 francos; el segundo, en Patino-cue por cinco meses, unos 125 francos y el tercero y ultimo aqui en Asuncion, por dos meses, unos 55 francos. Por mi servicio de 26 meses, de los cuales 13 meses en servicio de linea, recibi summa summarum 255 francos. El sueldo por los otros 16 meses no lo he recibido nunca. El sueldo se nos pago en oro ingles, en piezas francesas de cinco francos y en patacones brasileiios. Un patacon era igual a diez reales, estos a dos milreis, que hacian unos 3 francos 40. El p~so argentino era igual a cinco francos. Estando de guardia en el hospital, y basandome en mi autoridad de cabo, di permiso a un soldado para que fuera ·a comprarse pan. El j oven teniente Barsello de Buenos Aires, un r'.co hijo de papa, detuvo al soldado y luego empezo la tremolina conmigo: por haber abusado de mi autoridad me dieron 15 dias de arresto. Al tener q1:1e montar nuevamente guardia en el hospital, proteste diciendo que no lo haria mas como cabo, sino como soldado raso. Me dieron seis dias de arresto y me degradaron. El batallon fue completado con fuerzas jovenes; a mi compaiiia se vino, entre otros, cierto llamado "cadete" muy joven, es decir, un aspirante a teniente, de nombre Alferis. Durante una inspeccion este saco del fusil de un soldado que formaba a mi lado, de nombre Alsermo, el sucio trapito con que se limpia el arma, y me lo paso repetidamente bajo la nariz, di-

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ciendo ironicamente: "jda limpe! jda l;mpe! jGringo ! " (" GEs este limpio, gringo?) De un puiietazo en la cara lo bote al suelo. El sargento ordeno: "jPonga la quatra stagga ! " Los soldados ya colocahan las cuatro estacas de la muerte: no tenia otra esperanza que mi compatriota, Caflisch, de Biinden; lo hago Hamar desde la oficina del comandante Biggo. Vinieron ambos, y luego de investigar los hechos, desaparecieron inmediatamente las estacas y yo recibi 14 dias de arresto y Alferis fue trasladado a otra compaiiia. Esto, sin embargo, era ya otro lenguaje, con que se nos hablo, .despues de la guerra; ya que durante ella yo hubiese muerto sin salvacion bajo las torturas. Mas 'larde se me informo que Caffsch habia amenazado llevar el asunto ante el ministerio de guerra. Pero ya estaba harto del servicio argentino. Nosotros, los 85 "colonizadores de Santa Fe", habiamos sido dos aiios ha, puestos en el ejercito argentino como esclavos. De estos 85 viviamos aun solamente 5. El general Vedia contesto a nuestra reclamacion de ser dados de alta, basandonos en este procedimiento ilegal, de amenazarnos con la muerte si repetiamos nuestros reclamos, y nos echo rudamente de su oficina. La guerra estaba terminada, pero nuestro servicio militar, no. Mi compaiiia tenia que ir otra vez a Villa Occidental; esto me vino bien. Mi proyecto estaba hecho: iO la vida, o la muerte!

LA DESERCION 22 dias en las selvas del Gran Chaco (27. IX - 20. X. 1870). '/'

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El servicio de guardia en la ciudad de Asunci61 hahia concluido; salude entonces mis dos meses pr6xl mos de comision de Villa Occidental. j Que sorpreta En el espacio de una noche, el pueblo adquiri6 pu mi apariencia de ciudad. Donde seis meses antes pa sabamos delante de edificios solitarios, ahora mal chabamos por calles rectas, largas y anchas: la call de la Legion Militar, la del General Mitre, una tm cera, en recuerdo de su inauguracion, llevaba el nom bre de Calle 15 de diciembre. Las construccionee, 11 industria y el comercio estaban floreciendo; habf1 plantaciones de cafia de azucar y de tabaco, fabrlc1 de tabaco, olerias, destilacion de cafia, producci6n d' carbon de lefia. Cualquiera podia cortar y sacar Ar holes gratuitamente y a su antoj o. Una compafifa m1 derera de Montevideo ya trabajaba con cien obraro y trescientos bueyes. Nosotros estabamos ahf para de fender la colonia contra los ataques de los indlo1. Ei el verano la trompeta tocaba a las cuatro de la maft1 na, en el invierno una hora mas tarde. La lectura d1



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LA DESERCION 22 dias en las selvas del Gran Chaco (27. IX - 20. X. 1870).

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El servicio de guardia en la ciudad de Asuncion habia concluido; salude entonces mis dos meses proximos de comision de Villa Occidental. jQue sorpresa! En el espacio de una noche, el pueblo adquirio para mi apariencia de ciudad. Donde seis meses antes pasabamos delante de edificios solitarios, ahora marchabamos por calles rectas, largas y anchas: la calle de la Legion Militar, la del General Mitre, una tercera, en recuerdo de su inauguracion, llevaba el nombre de Calle 15 de diciembre. Las construcciones, la industria y el comercio estaban floreciendo; habia plantaciones de cafia de azucar y de tabaco, fabrica de tabaco, olerias, destilacion de cafia, produccion de carbon de lefia. Cualquiera podia cortar y sacar ar• boles gratuitamente y a su antojo. Una compafiia ma• derera de Montevideo ya trabajaba con cien obreros y trescientos bueyes. Nosotros estabamos ahi para defender la colonia contra los ataques de los indios. En el verano la trompeta tocaba a las cuatro de la mafiana, en el invierno una hora mas tarde. La lecture. del 49

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orden del dia sustituia, desde que estabamos en el servic:o, al calendario; a veces debia calcular bien si queria estar seguro de la fecha. Despues de la diana venian las maniobras de caza, es decir, que el ins· tructor teniente Barsello, de Buenos Aires, nos ordenaba correr, descalzos, sobre el pasto alto y las motas punzantes. Poseido de sospechas, cada mafiana, durante la inspeccion, controlaba s! alguien llevaba alguna municion consigo. Bien sabia que la buena ocasion habria inducido a alguien a matarlo, sin duda. Su predecesor, Scharlon ( l Chari one?) cuidaba de sus soldados y se lo respetaba, pero Barsello nos mantenia con porciones minusculas y sin valor. Sin las gananc ·as secundarias que obteniamos de los comerciantes y fabr'cantes, habriamos pasado hambre. Ganabamos una linda suma transportando agua desde el rio Paraguay a las plantaciones de tabaco; la llevabamos de a dos, en recipientes, como en las cantinas se lleva el v:no en baldes. \ ., En el Paraguay hay indios salvajes y civilizados. ,l)' Los nativos Haman a Ios indios salvajes "Waiguru"... ' Estos hab'tan en el Gran Chaco. Los indios civilizados por los jesuitas, hace tiempo, se Haman Guaranies. La lengua guarani, desde_ el tiempo de los espafioles ... es la del pueblo y la de Ia convivencia hasta hoy. La lengua de los que han estudiado, el idioma oficial es el espafiol. Yo hablab_t!-___JlJTIQ9S !diomas. Son caracteristicos los nomhres de las Iocalidii'des en el Paraguay, porque; por una parte, demuestran el nacimiento de este estado de las m:siones jesuiticas y, por otra, re:)uerdan Ios antiguos tiempos indigenas. Por ejemplo, la capital se llama Asuncion, y su fiesta es la de la fundacion de la ciudad; luego, Rosario, fiesta del rosario; Trin;dad, fiesta de la Santisima Trin:dad y hay otra Trinidad, en las Misiones; Encarnacion, la encamacion de Cristo; Concepcion, fiesta de la inmaculada concepc'.on de Maria; Corpus; ademas los nombres de santos, S. Lorenzo, San Pedro, San Lucas (_ ' ~,' t.. 50

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(Luque), San Rafael, Santa Maria, etc. Nombres indios de localidades son, por ej emplo: "Biribipuy", Caraguatay, Curuguaty, Tujuty, Curuzu, Curupaity, etc. En el territorio sujeto a nuestro control estaban acampadas tres comunidades o sociedades de indios. El jefe de una banda tal de guaikurues lleva, desde los viejos ti:empos patr:arcales de los jesuitas, el titulo de "Gassigg" (cacique) . Estos fpos interesantes nos visitaban frecuentemente y siempre con toda la comunidad de unas 50 a 60 personas, hombres y mujeres, jovenes y viejos. Antes de entrar en nuestro campa· mento, se bafiaban siempre en el rio. Acabado este~ visitaban a nuestro capitan, es decir, era el cacique ' quien entraba en la casa del capitan mientras los de- ' ' '" mas acampaban delante de la casa, llegando hasta a las escaleras. Estas vis'tas debian significar buenas relaciones reciprocas, sin embargo, nunca podia confiarse en estos salvajes; debiamos estar preparados siempre para lo que ellos pud:esen maquinar. Cuando 1 .~ nos visitaron por primera vez, quedamos bocabiertos como 1000s. La muchedumbre semidesnuda de hombres, mujeres y nifios de color amarillento-bronceado, se aprox maba con pasos mesurados, en fila de uno como los patos: delante el cacique, tieso como un palo; todos, mientras caminaban, giraban constantemente la cabeza a derecha e :zquierda; los brillantes oj os bien abiertos miraban alrededor con suspicacia; los cabellos, negros, duros, con un mechon sobre la frente, llegaban hasta los hombros; en las caderas Tievaban un corto delantal de dos piezas, semejante a un aban'co, hecho de lianas y bejucos. Co!gaban del hombro los arcos y las flechas. Los guaikurues descono0en los ornamentos de la cabeza, sea de trenzas multicolores, de plumas u otras cosas; ni llevan adorno en las manos, orejas o pies. Tampoco se pintan los bronceados cuerpos. Solo el cacique Heva, como alhaja, multicolores cadenas de conchas alrededor del cuello y de la

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muiieca. Sin embargo, tanto los hombres como las mujeres, joV'enes y viejos, se ornan en las orejas y labios inferiores, que se les hincha y abulta. Perforan las orejas de los niiios para introducir un pequeiio disco hecho de una madera ligera, como esponja, que crece en el pantano, y este disco, al correr de los aiios, es sustituido luego por uno de mas diametro; los discos mas grandes, de unos 3 a 5 centimetros de diametro, son considerados como los mas hermosos y deseables. Lo mismo vale de los tabios inferiores, en cuanto al diametro de los disquitos. Sin embargo, el labio inferior no se perfora, solo se extiende siempre mas, poniendo discos siempre mas grandes. El cacique no lleva discos en Ia oreja, ni en el Iabio. Durante las comidas estos discos labiales se quitan, pero no durant:e Ia conversacion. Con el cacique hablamos en castellano, con sus compaiieros solo por seiiales. Sus discursos eran incomprensibles para nosotros y nos daban la impresion de escuchar solo los sonidos: "rummrumm-rumm-bidibidibidibumm-rumm-rumm". La cola de. la procesion indigena estaba formada por las mujeres y los niiios. jEra una cosa lamentable y miserable de ver! Estas mujeres guaikuriies se encorvaban, flacas y cansadas, a los 20 o 25 aiios, si ya no antes, avejentadas y secas. Los guaikuriies tratan a sus mujeres como animales de carga, mientras que ellos, hombres hermosos y fuertes, ca~n o se ocupan del ganado, de la pesca y del robo. Las mujeres, en cada visita, arrastraban consigo a todos SUS hijos, pequeiios y grandes. Si, por ejemplo, la madre tenia tres pequeiios, los dos mayorcitos se ahorcajaban a las caderas de la madre y esta los sostenia con los brazos, en tanto el mas pequeiio yacia en una red que pendia a las espaldas de la madre y se aseguraba a la frente die la mujer. (Se trata de la bolsa Hamada "vona". Los editores). Ella, para aplacar los chillidos del chico, echaba hacia atras las enormes ma:mas con movimiento agil y el nene esforzabase en cogerlas. 52

Las chicas estallaban de salud y tenian un aspecto floreciente y, a veces, con solo diez, once o doce aiios eran madres felices. Yo podria contar verdaderamente cosas maravillosas sobre la fuerza de la naturaleza. Nosotros cambalacheabamos con estos guaikuriies. Ellos nos traian liiias de pescar, miel de abeja y cuatro especies de sabrosos armadillos: el ta tu de campo, el tatu de Matto (de la selva) , que se considera el mas limpio y el mejor; el tatu peludo, es decir, de cola dura (los indigenas aborrecen a este tatu, porque tienen la supersticion de que se come los cadaveres en los cementerios; pero a nosotros nos gustaba extraordinariamente); el tabu "raba mole'', es decir, armadillo de cola blanda. Nuestro capitan les compro un oso hormiguero vivo, un tamandua bandera, que recibe su nombre de la cola, semejante a una bandera o a un plumero de color roj o y negro. El tamandua, sin embargo, como no recibia bastante hormigas, pe• recio al poco tiempo. l-os indio.i>, al canie_ai su mercanci!! n_o]" viejas chaquetas mili_tares •. p.antalones, camisas y calzoncillos, se Ilenaban de una fel'icidad 'fantil. Era para: morirse de risa, ver a uno de estos saTVajes pasearse hinchado de orgullo, puesta la haraposa ohaqueta sobre su taparrabos, o cuando, puestos los pantalones o los calzoncillos miserablemente rotos, miraba desbordante de contento a su alrededor. Las tres comunidades de guaikurues estaban celosas de estos harapos y luchaban entre si para visitarnos. Durante una de estas visitas, dos muchachas se aproximaron a nuestro desfachatado teniente Barselfo y este Se las Ilevo a SU casita y, Una Vez dentro, cerro la puerta. El inmediato grito hostil de los indios le abrio los oj os y nosotros nos precipitamos sobre fas armas. Barsello solto a las muchachas y los salvajes se marcharon irritados sin perdonar la tentada violacion de sus compaiieras. Cierta noche incendiaron el seco -pastizal extendido ante el campamento y avanzaron detras del fuego, para cercarnos, segun su ma-

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nera de combatir. Nosotros, sin embargo, fuimos mas listos. Con gran sorpresa les caimos a las espaldas y disparamos sobre ellos. A los que no murieron, cogimos prisioneros, lo que, dada la extraordinaria fuerza de estos hombres gigantescos, no fue tarea fa~'ly sin peligros; tres y cuatro de nosotros tuvimos que luchar a v:va fuerza para reducir a uno de ellos, cuidandonos especialmente de sus terribles mordeduras. Los B:i:.rastramos atados al vapor andado en el rio y este los transporto hasta Buenos Aires, donde los domaron y ·' los metieron en el ejercito para toda la vida. En Villa Occidental se debia estar constantemente preparado tambien para repeler fos ataques nocturnos de las\ panteras, o "tigres'\ como las Haman los indigenas. Durante nuestro servicio habian vuelto dos hermanas ar rancho que habian abandonado durante la guerra. La barraca estaba algo distante de la poblacion y fuera ya del departamento que controlabamos. Un dia llegose ante er capitan una de ellas, atemor' zada, y diciendo que un tigre se habia llevado a su hermana la noche anterior. Sol;cito se le concediese '' '· una guardia, pero el capitan l'amento no poder sa- tisfacerla, porque los hombres estaban destinados solo ' para la colonia; ella debia buscar seguridad sbro tras·ladandose del rancho. Ella evit6 hacerlo y arriesg6, por supuesto, er destino de SU hermana. El teniente Barsello era un tipo inaguantable. Su lema favor ·to era: "i Rebuskedi ! " ( arreglate). Una vez debia preparatse un lavatorio, de acuerdo con la ullfma moda. Guillerl!l_Q_~on13.~lmann, mi guerido .~Q.ID­ pafiero desde los tiempos Cfel. servicio pontificio, era el compafiia. Reci·c·arpinlero;-cantoi y·rec!tacfoi taba o cantaba con voz hermosa las canciones de Suabia y lograba que uno se s'ntiese verdaderamente b'.en. Frecuentemente sus canciones eran, para nosotros, una buena accion, que nos daba alegria y coraje para ir resistiendo. Guill'ermo no encontro madera adecuada para el lavatorio e informo de este contra·

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t;empo a su teniente. Barsello le grito:: "jRehuskedi, gringo!" j arreglate, gr ngo ! y le orden6 arran~ar las puertas de cedro de una casa abandonada, y usarlas en su lavator ·o. Cuando Guillermo, acarreando estas puertas, se encontro con el comandante de la guarnicion, tuvo que informarle del caso, y este l'e ordeno llevarlas de vuelta, sin perdida de tiempo. Por afiad:dura, el comandante castigo a Guillermo con 14 dias de arresto nocturno, luego de haber trabajado durante todo el dia como carpintero, bajo vigilancia. Su cancerbero fue el rudo Wenz, de Baviera, que me miraba con cierta frria por el hecho de ser algo mas fuert-e que H Sin embargo, como tipos forzudos, nos soportabamos bastante bi en. Wenz se alegraba de tener ahi a su compatriota de Suabia. El calabozo se alzaba en la orilla alta de~ rio Paraguay, y era una construccion l:gera, como todas las cabanas y harracas en el pais, es decir: postes, poco distantes entre si, davados en el suelo, atados con bambues horizontales y unidos por un tejido de lianas, semejante a un cesto; el todo trabajado con arcilla y con un techo de pasto Santa Fe. A causa del agua estancada desde el periodo de las 11uvias, las extremidades inferiores de los postes se pudrian, pero nadie se cuidaba de eso. Cuando los centinelas se dormian, lo que en este clima y con la vida atroz que se llevaha, no era nada extraordinario, podia conversarse tranquilamente desde afuera con los prisioneros. Sucedio que tuve que entregar a un destilador ingles, de cafia, en tres dias, 150 manojos de pasto Santa Fe. Barsello me dio ef permiso. Pocos se presentaban para hacer este trahaj o desagradable; yo recibi 150 francos. Cuando volvi con el dinero, Barsello me grito: "(,Ande sta dinero?". "Vose non importa" y le mostre mis manos y mis pies ensangrentados. Desde este momento fuimos enemi· gos mortalles: i el o yo! Una noche se permitio tomarse mi t'.empo libre para que le espantara los mosquitos. Me orden6 en tono rudo, que mantuviese vivos unos

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fuegitos en las esquinas de su casa, hasta que el se tomara la molestia de cerrarla e ir a dormir. Como me resistiera, me collmo de improperios: "iPor che, Gringo, una gran butta, non fess fuogo?". Y yo: "Por che non chere". Desenvaino entonces su sable, pero fui mas rapido que el y lo despedia al suelo con un golpe y lo castigue debidamente. i Fue una suerte para mi que estuviese oscuro, oscurisimo ! Corri a mi cuartel, tome mi fusi!I, los cartuchos mios y los del sargento, algunas galletas, azucar, mate y l'iia de pescar, los cargue en mi mochila y me lance afuera, hacia la selva: en veinte minutos alcance el boscaje. Estaba, sin embargo, sin compaiieros que podian salvarme en la region salivaje del Chaco. Volvi junto al calabozo de Guillermo. El debio escuchar mi golpe; yo como sabia que el estaba tambien harto de esta vida de esclavos, supuse que el debia venir conmigo. Llegue hacia medianoche. ED centinela, el viej o,cansado italiano, duerme acuchillado junto a la puerta, con el arma al brazo, la cabeza caida sobre el pecho, y roncando. "jRoncas bien, viejo compaiiero!" y me voy, a gatas, hacia atras. Escucho un ligero ruido, me detengo, acercome y escucho: "iUDrico! iEres tu?" - "jSoy y9, Guillermo!" jIBrico, maiiana voy contigo, Wenz tambien ! i La canoa de vela esta lista ! jMaiiana, a medianoche ! i Vete, listo !" Regreso arrastrandome. Saludo al centine!ia dormido, vuelvo a mi escondite y espero. Los espias t~ene oj os agudos, pues la captura les concede un premio jugoso. A la segunda noche voy a la orilla debajo del local de guardia, fijo mi liiia de pescar a un poste, me aproximo a la canoa, no puedo llegar a ella sin nadar. Sostengo la l'iiia entre los dientes, alcanzo la embarcacion, subo a eUa, levanto el ancla, pero su ruidosa cadena me hace ser mas cuidadoso. Alrededor, oscuridad y silencio; el ancla ya esta afuera. Con Ta liiia de pescar acerco la canoa a la orilla, coloco el fusil, la municion y la mochila, y me arrastro ev .tan do a] guardia dormido: "i Ven, 56

Guillermo, todo esta listo !" Guillermo sale afuera gateando entre los postes podridos y desplazados. Wenz, un poco mas tarde, sale del rancho, vestido de guardia, con equipo y arma. Nos reunimos en ]a orilla cerca de la canoa que esta sin vela. Wenz trae un pedazo de tela impermeable, y dos remos, robados la noche anterior y escondidos dentro de un haz de bambues, los carga en la canoa y por fin - i por fin! - debemos esforzarnos en pasar rapidamente ]a pr;mera curva del rio para escapar a la vista de los perseguidores, con lo que estaremos seguros. Sin embargo, ya son las dos de la madrugada y viene el alba. Nadie de nosotros sabe remar y no debemos entrar en la corriente, porque nos empujaria de vuelta al campamento. Remamos en zig-zag y avanzamos lentamente; iuna vela sin palo! No hay otra salvacion que dirigirnos otra vez a la orilla y remar a lo largo de esta, hacia Bolivia. La selva es impenetrable y habria sido para nosotros la muerte segura. Este setiembre seco, sin embargo, nos hizo pensar en la posibifalad de sal¥arnos yendonos a lo largo del rio. En condiciones climaticas normales la salvacion habria sido completamente imposible a causa de las inundaciones invadeables: aun asi, sin embargo, Ta situacion era bastante peligrosa. Pero, siempre y en todas partes: i salud, fuerza y confianza en si mismo ! Sin embargo, la suerte debia darnos la ultima palabra. Todo sumado, puedo considerarme afortunado con mi destino: jMe zafe otra vez del peligro L.~fo acorde de ~o que me habia dicho una v'.ez la adiviria de las fiestas patronales de Altstatt: "Cada--ano- debe arreglarsela de solo". Comenzamos a escuchar detras de nosotros Ta voz conocida de nuestros compaiieros que venian remando. Los veiamos aproximarse en algunas canoas, cada vez mas cercanas; escuchaba ya a Bertsch, de Aargau, que me gritaba: "jF.spera no mas, Lopacher, ya te agarraremos en seguida ! " jWenz blasfema, Guillermo se 57

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lamenta ! Yo continuo remando sin para r; llegamos a la orilTa, pusimos sobre la pesada vela la carga restante y trepamos por la escarpada. Llegamos arriba y los otros nos re::onocen. jAdelante! jAdelante! Debido a las marchas en los pantanos de Caraguatay y a ]a guardia por noches enteras en los esteros del Chaco y Humaita, me vienen dolorosas contracciones en las piernas, i pero debo ir adelante ! Me lanzo en los pastos y por los matorrales, altos como-iiff liom:bre, no -aeEeran coger vivo al jefe de Ta desercion y - en el peor cfe los casos - algunos·deberan morir conmigo. Escuchamos a los perseguidores que llegan siempre mas cerca; Wenz los ve desde un punto alto, pero escondido, avanzar en lfoea de caza. Estan muy cerca, los escuchamos decir: "No los apresaremos", y otros: "jQue lastima serial j6.000 pesos por Lopacher! Serian 500 francos de premio por cabeza. jNo hay que ceder!" Algunos pasos mas y nos hubieran cogido. Pero no debia ser. Nos quedamos tendidos y pasamos la noche vigilantes. A la Jlladrugada sal:mos, con hambre, sed, y cansados: yo seguia a los otros dos, cojeando. Un estero nos detiene. Estos pantanos causados por fa inundac. on pueden signiEcar nuestro fin; pero v_olvernos significa la muerte segura. Adelante; con los bambues no podemos medir la profundidad del pantano. Por lo tanto, nos construimos una balsa con ramas secas y bambues. Wenz ata la lifia de pescar a la balsa, Ia sost:ene. con los dientes y nada hasta que toca tierra con los p'es y nos arrastra, a Guil:ermo y a mi, hasta l'a orilla. Ya en ella y al horde de la selva, sacamos mate,--azll.car---Y-nuesJras ~--Ull... te ca· liente nos haria b:en, pero, l de donde s1car fuego? Los indios rozan dos palillos hasta que estos empie· zan a chispear. Como yo aprendiera solo mas tar.:le este metodo de hacer fuego, la necesidad hizo que inventara uno prop:o. Qu~te algunas fibras de mi chaqueta, po· niendolas en una capsula explosiva que fje a la punta de mi bayoneta. Wenz, a falta de piedras, golpeo la 58

capsula con la suya y, al explotar, se encendieron las fibras; con estas se hizo fuego: e~ mate cocido estuvq gustoso y excitante. __ ; ~uillermo, desde_ sus dias de escolar en Suabia, co· nociaiosprincipios de las plantas comestibles y las que no fo eran. Encontraba yuyos comestibles y los preparaba a la manera de gustosas esp:nacas y mientras comiamos, cantaba y recitaba. j Como nos alegraba estimulandonos en nuestra azarosa aventura este querido cantor de Suabia, este muchacho incomparable! De esta manera el destino nos conducia por dias y noches enteras. Los viveres que iban mermando, nos causaban preocupacion, lo mismo que las capsulas que debian ser ahorradas, pues no sabiamos lo que debiamos encontrar a-Un. Andando llegamos otra vez a un gran pantano de aspecto inseguro. Era una laguna, como nunca habia visto antes ni vi despues; era un pastizal g;gantesco, columpiandose aqui y alla y al que podiamos tentar con nuestros bambues. Soto sabiamos que debajo de estas formac:ones podian estar peli· grosas alimafias, especialmente serpientes y, con todo, no teniamos otra alternativa que transponerlo. Yo razonaba: este cam po flotante es tan espeso que, si le poniamos encima los bambues, podria soportar nuestro peso. i Probar val'e mas que estudiar ! Preparamos suficientes bambues de metro y medio de largo, colocamos los primeros en el campo flotante, lo empu· jamos con los nuestros y pusimos otros en:::ima; despues, con un calor terr;bre nos desvestimos para movernos con libertad, extend'mos la vela y los vestidos como una alfombra sobre los bambues y nos largamos: j a~ otro lado, o tragados por el agua ! Yo, el j efe, me deslizo lentamente, de rodillas, sob re los bambues: el continuo columpiarme me desagrada; el minimo despfazarse del centro de equilibrio seria nuestro fin; logro deslizarme, de puigada en pulgada, sobre los bambues anteriores; Guillermo me s ·gue deslizandose; tiemhra y se lamenta, lo ayudo; Wenz blasfema, nos 59

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da las armas y las mochilas y se desliza siguiendonos. Deslizandonos hacia adelante, los bambiies de atras se vuelven superf1uos; Wenz me los tiende y yo los coloco delante. Durante cinco horas nos torturamos bajo el sol ardiente. Terribles calambres nos lastiman las piernas y sentimos dolores en las rodrllas. Cuando llegamos a la orilla opuesta, cai de dofor y de cansancio. No pudimos continuar. Guillermo y Wenz tendieron la tela impermeable. A la maiiana, comimos el resto de nuestros viveres; ya no podriamos alimentarnos sino de cocodrilos, que los indigenas Haman yacare. Este reptil, largo hasta de tres metros y de color verde, huye de los hombres; sin embargo, el hombre lo mata, porque es comestible, y especialmente para servirse de su grasa, iitil para di versos fines. Yo me sabia bien todo eso, gracias a lo aprendido durante nuestra marcha en los pantanos de Caraguatay. Los guaranies Haman a otra clase de cocodrilos "pappamarella", de! mismo tamafio, pero que no es comestible y ataca al hombre para devorarlo. Debe su nombre a la amaril'lez de su garganta, semej ante a un hocio; pappa = bocio, merella amarillo, es decir: hocio amarillo. Al hombre con bocio los guaranies lo Haman "pappuda". · Los yacares yacian por docenas en la playa soleada o tendian desde el agua su larga nariz. Para cazados, uno se les debia acercar cuidadosamente y sin ser vis· to. Un ruido, o la vista de uno que se acerca, lanza a toda la compaiiia siibitamente a la profundidad de los rios o de los pantanos, sin que vuelvan a ahandonarlos sino mucho tiempo despues. Hay que llegar hasta el animal sigilosamente, dispararle entre los ojos, un poquito mas arriba de ellos y de hacerlo, la presa boya muerta panza arriba en el agua. Asi lo hicimos. Wenz salto a la orilla para sacar el yacare del agua, lanzose sob re et en el rio, yo lo coj o de las piernas y lo arrastro con el animal a tierra. Gustamos de la came y de la grasa de! yacare; jel hambre es siempre el me·

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j or cocinero ! Guardamos los restos de la comida en nuestras mochilas y reiniciamos la marcha. Debiamos cruzar un rio tributario del Paraguay; se llamaba Salado, o algo asi. Como no era ni muy ancho, ni especialmente profundo, buscamos un vado. Entramos a una abertura de la selva, y sin percatarnos, dimos ante un grupo de unos diez indios, acampados alrededor de un fuego, asando pescado. Se asustaron tanto como nosotros. Cogieron inmediatamente sus arcos, pero yo apunte, mate a uno y despues a otro con el fusil de Wenz. Los guaikuriies dieron a gritar horrendamente y huyeron con sus muertos. N osotros sabiamos que iban a volver, con refuerzos. Por lo que, ( sin examinar nada del rio, cargamos a Guillermo que no sabia nadar, Wenz y yo. El agua nos llegaba hasta el hombro; con 1as armas y municiones en alto, alcanzamos la mitad del rio, cuya profundidad mermaba a medida que nos acercabamos a la orilla. Llegamos a suelo firme y en pocos pasos alcanzamos la orilla. Aparecieron, poco despues, con gritos y gestos salvaj es unos 80 a 100 indios allende el rio prestos a atacarnos. Sabiamos de la terrible muerte que nos esperaba. Ellos atan a los prisioneros a un arbol y los mechan con flechas, cuyos punzones prev'iamente han acortado por medio de pedazos redondos de cuero. Una vez aplacada su crueldad a la vista del herido cuerpo baiiado de sangre, que excita su apetito, lo cortan en pedazos y se lo comen. Wenz tiraba ma], pero era inteligente y me escuchaba: siempre me tendia un fusil cargado. Yo estaha listo para disparar. Los indios se dividieron en dos grupos y trataron de apresurarnos, bordeandonos. Por nuestra suerte, no se presentaron unidos, sino divididos en grupos de unos 10 a 20 hombres que se sumergian con arco y flechas en el agua y se venian hajo ella hasta una playada situada a unos 100 a llO metros de nosotros. Ten· dian sus arcos y disparaban las flechas, envenenadas con cadaverina, tan por lo alto que pudimos evitarlas

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eludiendolas al caer. Los indios temian terriblemente al estampido del fusil, pues gritaban a cada disparo echando los brazos al aire y saltando, mientras yo mataba a dos o tres de ellos. Fuimos afortunados en que, como di j e, ellos no nos atacaron unidos, sino que llevaban a sus muertos a la otra orilla, mientras otro grupo trataba de atacarnos de la misma manera y con analogos resultados. Esta excitante batalla con los indios duro unas cinco horas. Luego de haber matado o herido a unos 35 de entre ellos, se reunieron en consej o de guerra y se marcharon gritando y gesticulando salvajemente, llevando a sus muertos y heridos. A pesar de que, durante estas maniobras, llegue a reirme de sus simples estratagemas, fue una suerte que, en vista de mis fuerzas declinantes y de la merma de los cartuchos, el asunto hubiese terminado. Puedo mencionar otro acontecimiento: un enorme tronco viejo habia caido sobre el agua, causando un pequefio embalse, llamado "sangrador". Me acerque, con el fus l a la cazadora y buscando afguna presa entre las ramas de los arboles. Guillermo, exc. tadisimo, me dio un empujon gritando: jUn tigre, un tigre!" Tome el fusil y me volvi prestamente. Ahi estaba en acecho el maravilloso felino, de color verdeamarillo, con manchas negras, redondas, semej antes a grandes monedas. El grito de Guillermo y nuestras armas que brillaban al sol, habrian atraido su atencion. El tigre retira sus patas delanteras del embalse y se nos aproxima ·comodamente sobre el tronco. Detienese a una distancia de tres metros, mueve la cola y se estira como un gato; yo lo miro fijamente en los ojos y veo que esta listo para saltar; saco el seguro y Guillermo me toma el fusil y me dice casi llorando: "jNo d'ispares, no dispares; si no lo matas, estamos perdidos !" En el mismo momento la pantera da un enorme salto lateral y desaparece aullando en la selva. Yo - fuera de mi por haberseme escapado esta presa - durante dos dias no hable ni una palabra con

Guillermo. La pantera nos siguio durante dos dias y dos noches, a cierta distancia, rugiendo. En esas dos noches dormimos en los arboles, alternativamente, - Ilileiiffas- siempre aos- de -nosutros vigilaban. p or lo demas, un barullo terrible bajo el agua del rio alejaba el suefio; habia un ruido que parecia el mugido de una manada de vacas. Eran noches de claro de luna, y los yacares luchaban invisiblemente entre ellos o con los carpinchos. Aun tenia unos pocos cartuchos. Si los disparaba, nuestra vida estaria expuesta a riesgos insalvables. El estomago nos requeria y mate el quinto y ultimo yacare, que no tenfa ya sino un solo pie, pues los demas los habria perdido luchando en el agua. Al v'igesimo segundo dia, por fin, sin municiones ni viveres, con los trajes harapientos, descalzos y en condiciones lamentables, alcanzamos la orilla del rio Paraguay en un lugar, desd~,~veiamos, al otro lado, barracas y obreros: ~ra Rosary}) (Puerto Rosario). Gritamos, pidiendo ayud"a;· tnrsfa volvernos roncos, pero parecia que no nos escuchaban. No cejamos en gritar, hasta casi perder la voz, cuando, por fin, uno de los obreros se apiado de nosotros. Vino remando, pero se detuvo, a unos metros de la orilla, pues nuestro aspecto y las armas lo hicieron sospechar. Nos grito: "l Che vos escheri?" ( l Que quereis? ) Yo conteste: "j F assa fa bor leva nos per altra lata!" (jPor favor, llevanos al otro lado!) El: "lGhe patr"gi VOS e?" (lDe que pais son ustedes?) Como el nombre aleman desde la guerra victoriosa contra los franceses era respetado y temido, gritamos: "jAlama!" La palabra hizo milagros. Remo hasta la costa y nos grito: "Desde baranga abasso!" (jBajen barranca abajo!) A pesar de que intentamos hablarle durante el cruce, el no nos contesto. l Que s':gnificaba eso? Yo lo mire y empece a arreglar algo en mi bayonet a; el hombre se asusto y remo mas fuerte; cuando llegamos a destino, se alejo.

Dos madereros italianos estaban cargando madera en balsas; traba j aban para una compafiia maderera en Villa Occidental y nos invitaron a trabajar, ya que la compafiia pagaba bien. Hablaban de desertores a quienes, ahi abajo, se estaba buscando, prometiendose gr an des premios; nos miraban un poco maravillados y examinandonos. Yo pensaba: "! Este premio por desert ores no lo vas a ganar tan facilmente !" Pongo la bayoneta y hago como quien quiere despachar las cosas sin perder tiempo. Los dos se tiraron atras asustados, pidieron que tuviesemos paciencia diciendo que volverian enseguida. Cumplieron su palabra, trayendonos charque (came sec a y salada) , mate frio y cafia, nos rogaron zafarnos de ahi lo mas pronto posible. Dijeron que mas al norte, hacia BoNvia, habia un buque de guerra persiguiendo a los desertores de la flota y del ejercito. Asi que nuestro proyecto de ir a Bolivia fue desechado. Regalamos a estos valerosos y honrados italianos nuestros fusiles, que sin muni cion no nos servian de nada y podian, en cambiJ, tra'icionarnos. Quitamos las letras de la Legion de nuestro quepi, cortamos unos bastones aptos vara la lucha, dividimos la tela impermeable en tre5 pedazos que cada uno se lo ato al cuello, agrad~cimos calurosamente a nuestros benefactores y no!J despedimos buscando, de nuevo, la buena fortuna.

LA FUGA Al BRASIL (27 de setiembre de 1870 • 31 de octubre de 1871)

La (mica posibilidad de salvarnos consistia en tratar de escapar al Brasil, atravesando el Paraguay en direccion sud-este y cruzar despues los rios Parana y Uruguay. El Paraguay, como dije, es, por SU territorio, cinco o seis veces mas grande · que Suiza. Cuando preguntamos a la gente la direccion de marcha, nos la indicaban con la mano. En ese pais las distancias se miden por un dia, o la mitad, de marcha. La gente nota la hora segun la posicion del sol, mas precisamente, segun la sombra de una persona parada; en estas precisiones el pueblo revela una notable seguridad. Los paraguayos, a causa del calor, se levantan muy temprano. La duracion normal de un dia va desde las se:s de la mafiana hasta las seis de la tarde; los dias mas largos duran de 16 a 17 horas. Para ir al trabajo, los gallos que existen por todas partes, cantan a la una de la madrugada, y a mas tardar, a las dos: asi el patron ordena a su siervo: "levante primera canta de garlo - secunda canta

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de garlo" jlevantate cuando el gallo canta por primera o la segunda vez! La canicula, el "veron", dura desde octubre hasta mayo; los meses mas calurosos son dic:embre y enero con hasta 30 grados de calor. El invierno, o periodo de lluvias, cae en los meses de junio a set'.embre; los dias mas frios, con 0 grado, se dan en los meses julio y agosto; la gran inundacion que se presenta regularmente en ·< set·iembre, durante catorce dias, se llama "ingente de San Michele" a fines d.e setiembre; pero hay unos 60 o 70 dias de lluvia, con frecuentes temporales; se dan pocos •dias nublados, en general brilla el sol. Los extranjeros y los que quieren parecer gente culta estudiado, y que sabe·lo ~-hs-estaeffi­ h . nes, y como se Ilaman, en setiembre hablan de pri~-c,_ .. t mavera; pero el pueblo no s:ibe nada de esta pri( mavera, ~rque los naranj os en el verano llevan al mismo tieriijio-p1mpollos; ffores; frufaseiiagraz y .,; r1 frutas mad~ras, y ~on ~so . basta.. , l -.. Convendna refenr m1:s impres1ones sobre el pa1s f' ' y Ia gente, tal como las experimente inmediatamente despues de la guerra;~urante Jos trec~~es de :mi fuga. Quizas podrian iiiteiesar, a pesar de que hoy ~ circunstancias han variado y lo que dijere solo debe valer para aquellos tiempos. Nuestra marcha a traves del Paraguay se realizaba por tierras onduladas, con espesas selvas que se alternaban con pastizales. Una selva grande se llama "matta", una pequena "campon"; estos se encuentran a lo largo de los rios y arroyos. Los extensos pastizales, r:cos en forraje, se Haman "camp"; los mas pequenos, en las abras de las selvas, "campeste". El tantas veces mencionado pasto Santa Fe, alto como un hombre y que corta como un filoso cuchillo, se llama en guarani: "capi Santa Fe", y se usa especialmente para te~har barracas y cabanas. Caminos, rutas, puentes, no los habia; en las regiones mas pobladas uno podia pasar por las selvas, usando las llamadas

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"picadas". EI viajero debia seguir Ju.lmellas--tle los carros o de IOS:-ariimales de· carga. Durante el invierno 0 periodo de Iluv'ias se obstaculizaba 0 cesaba cualquier comunicacion por rios o arroyos, hasta que el agua no disminuyese de nivel y siempre que uno no los pudiese cruzar en canoas para 20 a 40 personae o por medio de las "pelotas" (bolsones de cuero de vaca) y lazos, como paso a narrar. En verano se cru· zan sin peligro los rios y arroyos o a pie enjuto o utilizando Ios vados. Antes de la guerra, LOpez mando construir por 'ingenieros extranjeros un· ferroca.rril de al noreste de----Asungfon .. '_a_Jraves unos 60'' kilometros, • . ' ... ' . . ' .._ f de Trinidad hasta Seraleori, · Generalmente pernocta- .: 1. • mos afde5cari:tpado; bajo la proteccion de nuestra tela impermeable, o en barracas abandonadas, y, a veces, en ranchos hab'.tados. Nuestra alimentacion consistia prindpalmente en naranjas. En las noches oscuras una masa de luciernagas notablemente larga nos servia, con su sorprendentemente clara luz, como linterna para mostrarnos el cam'ino; ellas brillaban de lejos con tanta luz que, a veces, las tomamos por luces verdaderas y equivocamos el camino.En uno de ellos estas lucecitas traidoneras me hicieron caer en un pozo profundo, del cual, sin la ayuda de Wenz y de Guillermo, no habria podido salir nunca. El ladrar de los perros en la desierta oscuridad, era para nosotros bienvenido. Los segu'iamos, diciendonos, que donde J;i.&y.-~, habria tambien cabanas y hasta gente. La , hospitalida"(i sin limites de los paraguayos, la conocida '"mri"sadli", nos resulto apreciadisima. Si el forastero desea entrar, llama delante de la cabana dfo'iendo: "Ave Maria". Sin este saludo no pude contarse con una recepcion amistosa. A este llamamiento se contestara: "l Chi cheri?" ( l Que quieres?) Respuesta: "jFassa fa bor me deo una posada!" ( jPor favor, deme una posada!) Respuesta: "Venga meco" (jVen adentro ! ) Se saluda al huesped: "j Bonastarde !" "j Bu on di!" "i Toma a sen ta!" ( jSientate ! ) El para·,~

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guayo divide con SU huesped el ultimo bocado; }e cede su cama y sent:ria el rechazo conto una ofensa, aun cuando tuv'iese que dormir en el suelo desnudo. De Rosar:o marchamos a traves de desiertos sin caminos ni picadas en d!reccion a Santany, que cono· ciamos desde la guerra. Encontrabamos aca y alla pobre gente que sembraba maiz y arroz y que luego de anos de vida miserable en las selvas se habia animado a volver al trabajo. Marchamos siempre d'e 10 a 12 horas d ·arias. A la cuarta noche escuchamos un le· jano lidrar de perros y lo seguimos. Cuando nos acer. camos a ellos, estos se calmaron, grunendo amablemente y nos olfatearon coleando como si nosotros 'hubieramos sido sus duenos echados no mas la noche anterior por Lopez. Nuestro "Ave Maria" quedo s;n rcspuesta, a pesar de que, por la ·luz de un fuego, debia haber gente alli. Nosotros debiamos pernoctar de todas maneras en una cabana, porque un temporal nos habia sorprendido calandonos hasta los huesos. Nos helabamos y temblabamos de frio. Entramos y vimos en medio de la cabana unas ascuas; nuestros vestidos estaban goteando mojados a mas no poder; en un momento los tendimos en un palo cerca de las ascuas y nps acostamos en el suelo al lado del fuego volteandonos a todas partes para permitir secarse a nuestras camisas y, al mismo tiempo, calentarnos. Nuestro co· c nero, cantor y recitador, Guillermo, descubrio a poco un monton de naranjas en un r;ncon; nos llenamos con ellas y Guillermo se comporto de lo mejor. A la media luz de la madrugada vimos que nos espia· ban unos ojos de mu,ier a traves de la puerta, que desaparecieron enseguida. Estando ya vestidos con nuestros trapos secos y sentados alrededor del fuego, aparecieron las mujeres con ninos y un anciano; nos saludaron amistosamente en 'i'dioma guarani y nos dieron· de comer un plato nac:onal, el llamad'o "milkideet'', pure de maiz y su "Schippi", un pastel dulce como miel. Mientras remendaban nuestras chaquetas, nos 68

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contaban de Lopez, de sus companeros y verdugos. Lopez se llevo a los hombres y a los hijos, que eran mas bien ninos que j ovencitos y man do sacar todos los objetos de metal, ollas, utensilios, et~., para fundir canones, despojandoselos tamb'.en de todos los objetos de valor. Las mas ligeras protestas fueron contestadas con la terrible amenaza de "corta la bescossa" ( cortar el pescuezo). Teniamos compasi6n de estas pobres mujeres y n'nos. Quedamos tres dias ahi y habriamos podido decidirnos a quedarnos para siempre, casarnos y dedicarnos al comercio de naranjas. Pero,_.como de. sertores, no' Ilabfa lugar seguro para nosotros y ellos, tanto- como nosotros, teri:ninarian mal. Cuando nos fuimos, ellas se lamentaban y lloraban, los ninos se abrazaron a nuestras piernas y el abuelo se lamentaba. Nos separamos; era triste. Despues que nos hub'.esen mos• tr ado la direcci6n para llegar. a las selvas de yerba mate, les agradec'mos y nos desped"mos. En esta selva de yerba un aleman del Brasil, cierto Normann; se ~~­ dicabl! ar,:c_omeI cio del: te. NOS dio trabaj o, nos prometiolmen sueiao, bueha comida, vestidos nuevos, nos dio fusiles con poca municion - lo necesario para defenderse contra hombres y animales - y desde aquel momenta .fu'mos yerbateros. El arbusto de la yerba mate crece mezclado con otros arboles y es de unos 10 a 15 metros de alto. Obtuvimos el mate de la siguiente manera: pasamos las ramas cortadas sobre el fuego; la lena se volvia seca y rompediza; despues pulverizamos las hojas secas en un mortero y pusimos la yerba en un llamado "suron'', es de~ir, en un cuero de vaca mojado en agua. En la parte interna se forma una costra que evita se escape el aroma de la yerba; la bolsa se cose con tientos y esta lista para la venta. Los b'.chos volvian dificil el trabajo. Las pulgas "pig" que muerden a uno insidiosamente, se nos aloj aban bajo las unas de los pies y en las plegaduras de la mano. Los murc:elagos, chupadores de sangre, hacian, por la preocupaci6n, dificil nuestro sueno, pues 81

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el vampiro solo ataca a los hombres dormidos; puede, incluso, resultar peligroso aun para los caballos, a los que se les prende al cuello durante la noche. La punzada de un murcielago en el suefio se siente poco, o nada, y puede volverse peligrosa porque la sangre no se coagula fac:Jmente. Cierta noche, Guillermo dorm· do en una hamaca, fue punzado por un murcielago sin que lo sintiese; al despertarse se asusto mucho, porque se encontro mojado como un chico. Tuve que trabajar bastante para contener la hemorragia. El mercado mas cercano para nuestra yerba era Rosario. Como Normann no tenia carretas con bueyes, se servia de las mulas. Cargabamos en estas dos surones, a derecha y a izquierda, de a dos arrobas cada uno. Estas bolsas o surones, cuando los rios estaban crecidos, debian descargarse y, una vez trans· puestas a la otra orilla, cargarse de nuevo. Como para llegar a Santany habia tres rios, Normann nos pidio que le ayudasemos, dado que el solo, con sus o~ho mulas y 32 surones, no habria podido pasar, y, terminado el trabajo, nos prometio enviarnos desde Rosario el sueldo de dos meses, junto con vestidos nuevos y viveres. Pero j amas logramos ver nada de lo prometido. Tuvimos, pues, que ayudarnos como pudimos. Deja. mos el trabajo y recorrimos la selva en busca de que alimentarnos. Durante estas travesias vi muchos arboles titiles. Por ejemplo, el "Lahatsche" (lapacho); su madera se usa principalmente para construir las pesadas carretas de dos ruedas, las cuales son mas altas que un hombre, extraordinariamente gruesas y con llantas de h:erro. Dos bueyes tiraban apenas una carreta vacia; cargada, segtin las cond:ciones del terreno y de los pantanos, no podia ser tirada por menos de ocho, y hasta veinte yuntas de bueyes, y aiin mas. Al cruzar los pantanos, los conductores montaban desnudos sobre los bueyes. El carretero se sirve de un latigo (sottera) cuyo largor alcanza de ocho a doce yuntas.

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El arbol de quebracho; SU corteza se utiliza en la curtiembre. El arbol Gabriuva, para tablones y tejas. El Sottocavallo; su :nadera es ligera y por eso se usa para preparar zapatos con suelas de madera (tamanca) que se atan al pie con tientos. El arbol Bufera, arbol de hierro, especial para durmientes y para postes de los llamados corrales para caballos; estos postes duran generaciones. El arbol trimbauva, cuya madera Ii· viana se usa para canoas de 30 a 40 pies de largo; el tronco, muy grueso; de este arbol se cava segiin la vieja manera de nuestra Appenzellerbrunnen; se lo aprecia tambien por la sombra que da a las casas. El arbol Loro se usa para vigas, porque es un arbol alto, recto como una vela. Con su corteza se prepara una infusion para dolores reumaticos. El arbol ganella preta y ganella viada, es negra y se usa para lefia. El arbol ga· nella fedorenti 0 arbol hediondo; SU lefio hiede terri· blemente como excremento, pero sus cenizas, a traves del proceso de Ia quemazon, pierd'en esta asquerosa calidad y se usan para preparar jabones. Por fin, un arbol muy notable, el arbol quentrilli, cuyo lefio no arde y no se pudre; por eso Io usan como postes para alambrados en el campo; si el pasto se incendia, los postes de quentrilli se vuelven negros por el fuego, pe· ro quedan intactos. Todos estos arboles ii.tiles crecen mejor en lugares secos, en las lomas, porque encon· trandose cerca de los hordes inferiores de la selva, son mas bajos. Las palmeras, sin embargo, de las cua· les ex'.sten mas de treinta clases, crecen en todo el pais con la misma fuerza y belleza. Yo conozco solo una de ellas con su nombre, la palmita con su "corazon" comestible, que tiene el sabor de remolachas amarillas. Los naranjales y limoneros crecen mejor a los pies de las lomas. He visto solo vides salvajes creciendo en la selva virgen. He notado vifiedos destruidos por la guerra, sin embargo, la produccion de vino no debia ser importante ni aun antes de la guerra; la gente adinerada lo importaba de Francia. La bebida

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nacional de los paraguayos es la yerba mate, y la cafia. Por fin, menc:ono las pifias, las sandias y los melones. En los hordes de las selvas hay una riqueza de flores multicolores, con grandes, brillantes mariposas revo~ loteando; en las selvas pululan los papagayos de hermosos colores, que gritan, y los col1bries. Hay monos que alegran la vida de la selva. Un benefactor es el cuervo, que t' ene la cabeza calva y las plumas negras. El "Garantsche" ( carancho) de plumas verdes es temido, porque trata de robar ovej as, cabras, etc. Hay que cuidarse de las viboras. El mas apreciado animal domestico es la mula, porque para carga, para tirar y para ser cahalgada es mas fuerte y resistente que el caballo o el asno; ademas no sufre del ma! de cadera que mata a tantos caballos. Si a!guien, por ejemplo, quiere volver de un gran viaje con seguridad, se sirve de las mulas. De vacas, bueyes, ovej as, cerdos y cabras no se vio nada durante la guerra ni despues, porque Lopez h'.zo matar a todos o los llevo tr as si; lo qu~ de vez en cuando caia en nuestras manos como botin de guerra, era lo unico que vimos y comimos de animales paraguayos. Perros y gatos salvajes no faltaban. No se daba de comer a los perros, que en manadas daban caza •a las liebres, . y hasta a cervatillos y ciervos y se mulliplicaban de tal manera, que de vez en cuando se debian matar en masa, con veneno o disparandoles. De mis dos meses y medio de estancia en el yerbal, quis ·era referir algunas cosas que volvieron interesantes nuestras corridas en hs selvas. En una excursion para buscar palmitos comestibles, sin darnos cuenta~~~Q11tra_~~e 40 a 50 cadaveres resecados, \__~!1I1:fie.s~am_~n~~.J>~TteneCleiilesamra-de-aqneffas-~-

'- pafiias femeninas de Lop~z que, segun las sefiales, habian muE'.Lo_.deJuu:nbre. Es dificil abatir una palma de palmito, ya que por su corteza insol'tamente resistente, necesita de la fuerza completa de un hombre. Descubrimos en la corteza de las palmeras huellas de 72

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cuchillo, que nos hicieron pensar que las mujeres hambrientas carecfan no solo de las fuerzas necesarias, sino de los medios para veneer la dura corteza. Otra vez quise matar, para divertirme, un mono con su hijo. Al apuntarlo, el an:mal unio las manos como si quisiera pedirme misericordia; los deje ir, total, no habria sa· bido que hacer con la came de mono. En otra oportunidad me acerque a un lugar que hedia desde lej os. Llegue hasta el y me encontre delante de algo muy notable: un oso hormiguero, ya en putrefacc 7on, yacia panza arriba, teniendo aun en sus garras bien cerradas a un tigre igualmente putrefacto, cuyos intestinos se des· parramaban fuera de la desgarradura; Abriendome cam ·no a traves de un espeso trenzado de lianas, a un palmito, y a punto de cortar la palmera con mi hacha, se me aparece rugiendo agresivamente una hermosa cabeza de pantera. Desvie prestamente el hacha de la palmera a la cabeza del animal, y con un grito de muerte que me llego hasta la medula, la pantera cayo muerta. Sus dos cachorros huyeron y, por suerte; su compafiero no me molesto. Necesite de toda mi fuerza para I herar el hacha de la cabeza del animal, en Ia cual habia penetrado profundamente. Matando a este animal yo me sentia, mas o menos, como si hubiese liquidado al gato del vecino. "iGuillermo, ven y mira que hay!" El se aproximo lentamente, vio a la pantera 7 corrio derechito a la cabana, que junto con Wenz no osaba abandonar. La mafiana se aprestaron a huscar a Normann, quien aun no habia cumplido su promesa. En estas circunstanc:as tampoco yo quise quedarme mas en los yerbales. Para marcharme tuve buena oportunidad, porque dos mujeres y un hombre estaban volviendo a Caraguatay, de donde vinieron en un viaje de tres dias, para comprar su necesaria yerba mate. Conforme al molde de mis pantalones militares me corte un par de ellos en tela impermeable, y una camisa tambien; me vesti la chaqueta y el quepi y me

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despedi del joven Normann y del capataz. Los de Caraguatay llevaron a la cabeza durante tres dias, por 8 o 10 horas diariamente, sus bolsas de 30 libras, hasta llegar a su destino. Habria tenido que hacer uso de la hospitalidad, pero, tratandose de gente tan pobre, no quise hacerlo. Me dieron la direccion de Villa Ricca, una pequefia ciudad, capital de un distr:to, hacia el sur, que tenia casas de dos pisos, de ladrillos; y una iglesia. Mis pedidos de trabajo en casa de un coronel paraguayo que habia vuelto de la prisi6n brasilefia, me llevaron a un vecino de el, que queria blanquear a su casa, pero no antes de la fiesta de la Candelaria. Mi est6mago no podia esperar hasta la Candelaria. Entre por lo tanto en un boliche, almacen y venta de ta de vestidos, y pedia trabajo. bebidas, junto ..c El propietari .~ Lukas, n griego, me mir6 un tanto _ - oSOrpreridido, de vestido con pantalones de tela, chaqueta militar y quepi. Cuando me pregunt6 de que nacionalid'ad era, le dije: "Alama". Cuando averiguo si de donde venia y lo demas, le menti, contandole de mi naufragio en el rio, y c6mo habia perdido todo lo que tenia, salvando apenas la vida. "jUsted es mi hombre! 6Sabe Ud. tambien cocinar? l Querra U:d. ayudarme tambien en el negocio?" Yo acepte de buena gana. Como anticipo y por un periodo de prueba, me dio un vestido nuevo y zapatos, asi que podia mostrarme como vendedor a sus clientes. Lukas me tenia confianza y m,e permitio conocer el dep6sito y el movimiento de su negocio, por lo que yo trate de merecer su confianza como cocinero y vendedor. Me gustaba extraordinariamente el dep6sito rico en mantos, sombreros, botas y zapatos de todos los tamafios y precios. Empece a conocer las medidas y tamafios, y el dinero brasilefio, que era usado generalmente. Me atraia especialmente el manto nacional de Sudamerica, el llamado poncho. La gente "bien" lo llamaba poncho, el pueblo decia punch o "pala". El primero servia para el invierno o periodo de lluvias, la otra para el

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verano. EI poncho es redondo, hecho con distintos pedazos de un pesado tejido azul, y, por el agujero semejante a un corte que tiene en medio, uno se lo pone, a traves de la cabeza, sobre el hombro. La. pala, mas Iigera, es cuadrada y bajo ella en verano, se lleva solo una camisa. Mas ricos y aristocraticos son los duefios de estos mantos, y mas caro es el genero, con adornos de plata y oro. He visto tales piezas represen• tativas y familiares, hechas de pesada seda china, con adornos y oro por valor de 300 milreis (500 francos) y mas. Ahi uno puede mostrar el dinero que t'.ene. Al poncho pertenece el sombrero negro, de fieltro, con ala ancha; a la pala, el sombrero de paja, de la misma forma. Con el poncho se llevan botas de cabalgar, la "grande botte"; con la pala, ligeras sandalias hechas de tela impermeable, "schinella"; las damas llevaban botines, "sabatta'', mientras los pobres van descalzos o se sirven de los zapatos con suela de madera, ya mencionados, los tamangos semejantes a sandalias. Las medidas eran: la palma, la yarda y la vara. Una palma cons'stia en ocho pulgadas, donde la distanc:a entre el pulgar y el mefiique de la mano tendida servia como medida en el caso de ciertos bienes, pero, de hecho, solo para medir el tabaco en rollo y las vigll,s para construcciones. Sin embargo, esta medida no era muy precisa; mas largos eran los dedos y mas se media, y viceversa. Cierto vendedor, una vez me estaba midiendo bajo la mesa su tabaco en rollo, pero al controlarlo ya resulto que faltaban cuatro pulgadas. Entonces le puse bajo la nariz mi palmo con los dedos ab:ertos y rec'.bi lo que faltaba. El largo, el ancho, el alto y la profundidad de una casa se miden en palmas. Por ejemplo, una casa tiene 30 palmas de ancho y de profundo, y 10 palmas de alto. Telas y generos de vestidos se median con la yarda ( 3 palmas) y la var a (4 112 palmas), para lo cual se usaban bastones. Habia la libra, la arroba ( 32 libras) , una media arroba ( 16 libras). Una ga-

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