Tropa Vieja

TROPA VIEJA FRANCISCO L. URQUIZO TROFA VIEJA POPULIBROS "LA PRENSA División de Editora dé Periódicos, S. C. L. Méx

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TROPA

VIEJA

FRANCISCO

L.

URQUIZO

TROFA VIEJA POPULIBROS "LA PRENSA División de Editora dé Periódicos, S. C. L. México, J>. F.

Publicado mediante acuerdo especial con el autor.

Todos los derechos reservados.

SOBRE

EL

AUTOR

De recia raigambre norteña, el general Francisco L. UTquizo, a quien con justicia se ha llamado el "novelista del soldado", vio la primera luz en San Pedro de las Colonias, Coahuila, en junio de 1891, hijo de agricultores algodoneros de la región. Cursó sus primeros estudios en Torreón pasando más. tarde al Liceo Fournier de México para los secundarios y superiores, siguiendo una carrera comercial hasta que en 1910 se lanzó a la Revolución al frente de un grupo de peones de su hacienda. Al triunfo de Madero ostentaba ya el grado de capitán primero, bajo las órdenes del general e ingeniero Emilio Madero. El Presidente electo don Francisco I. Madero le llevó al Ejército regular con el grado de subteniente de Caballería, formando parte de la Guardia Presidencial. Continuó al lado del Presidente Madero hasta la muerte de éste durante la Decena Trágica, incorporándose después a las fuerzas de don Venustiano Carranza, de cuyo Estado Mayor formó parte acompañando al Caudillo de Cuatro Ciénegas hasta su muerte en Tlaxcalaniango. Durante ese tiempo alcanzó el grado de general de brigada, participando en las campañas contra Victoriano Huerta primero y posteriormente contra las fuerzas convencionalistas y felixistas en Veracruz. Tuvo a su mando un Batallón de Zapadores, y posteriormente organizó la Brigada "Supremos Poderes" y más tarde la división que llevó el mismo nombre. En su larga y brillante carrera militar ha desempeñado multitud de puestos importantes, entre ellos los de Co-

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mandante Militar en la Plaza de México, Jefe de las Armas en el puerto de Veracruz y de Operaciones en el mismo Estado; Jefe del Departamento de Estado Mayor en la entonces Secretaría de Guerra; Oficial Mayor de la misma y Subsecretario Encargado del Despacho, última comisión que desempeñó al lado del señor Carranza. A raíz de la muerte de éste, quedó postergado y estuvo fuera del Ejército por largos años. Desde su reingreso, al mismo ha desempeñado también importantes comisiones, tales como Jefe del Estado Mayor del Secretario de la Defensa Nacional; comandante de dos zonas militares; Subsecretario y más tarde titular de la propia dependencia. Alternando sus deberes militares con el hábil manejo de la pluma, con la cual ha trazado con vividos rasgos la gran mayoría de los episodios y sucesos revolucionarios en los cuales participó tan activamente, el general Urquizo tiene en su haber como novelista n o menos de veinte obras, sin contar su labor como tratadista y comentarista militar, igualmente cuantiosa y bien documentada. Dueño de un estilo vigoroso pero ameno, con sabor de anécdota contada al calor de los vivacs a cuyo fuego tantas noches pernoctó, toda la obra del general Urquizo está impregnada del amor a la patria, a la Revolución y a los humildes que militaron en ella en un gesto de suprema rebeldía. Su prosa sencilla y sin rebuscamientos, tiene todo el sabroso sabor campirano y popular. TROPA VIEJA, que hoy nos honramos en publicar, guarda todas estas características y es una de las obras más intensas brotadas de su pluma. Desfila por sus páginas, sincera y estruj antemente, la vida cuartelera de principios de siglo, con todas sus lacras y crueldades, preludio a la gran conmoción que habría de sacudir nuestro país al levantarse Madero. El soldado de leva, sufrido y sin esperanzas, es el héroe principal de la jornada y su vida dura, resignada, amarga, es relatada a vivos trazos, perfectamente enmarcada dentro de la época y costumbres que lo produjeron.

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Pintorescamente va dibujando la mano del autor los distintos sucesos que marcaron la vida de Espiridión Sifuentes, ,el humilde mozo de hacienda que de la noche a la mañana se ve uniformado y sujeto 'a la rígida disciplina militar del porfirismo. Luego su pluma se vuelve violenta para darnos una clara idea de los primeros combates revolucionarios y alcanza proporciones de tragedia para narrarnos el infierno de fuego y tremendas pasiones que se desatan en la toma de Torreón y la Decena Trágica, para concluir, en un ambiente mezclado a partes iguales de pesimismo y esperanza, con el lento redoblar de los tambores que se pierden por la calle, sonando como el latir de un corazón...

I Mi compadre Celedonio era el carnicero más conocido en todo aquel rumbo de la comarca lagunera. En su carnicería de la hacienda de Lequeitio, en donde vivíamos los dos, "siempre tenía por lo menos un chivo destazado y lo? domingos tenía además una buena pierna de res. y un costillar de marrano aparte" de los chicharrones que freía en la puerta del jacal, cada ocho días. Buenas ventas lograba los domingos entre la gente de la hacienda y entre los que llegaban aquel día allí, de los ranchos cercanos. Entre semana ensillaba su caballito colorado cuatralbo, amarraba en los tientos de la montura un chivo destazado y una balanza vieja y se largaba a los ranchitos a menudear la carne, a hacer cambalaches o a comprar animales para el abasto. Buenos centavos hacía mi compadre Celedonio en su negocio y buen agujero le hacía también a la tienda de raya de la hacienda, por lo menos en el ramo de carne. Los gachupines de la casa grande no lo querían y hacían todo lo posible por correrlo de allí. Tampoco a mí me querían, de seguro por la amistad que teníamos y porque yo nunca me dejé de ninguno de ellos cintarcar ni babosear, y también porque yo les llevaba sus cuentas a los peones para que no se los tantearan los sábados, días de raya. Buenas alegatas les hacía yo, cada vez que querían mangonearle algunos pesos a algunos de mis conocidos y amigos, que me buscaban para que les ayudara yo en lo que podía y que había logrado aprender en el poco tiempo que pude ir a la escuela de San Pedro de las Colonias, cuando m i padre, que en' paz descanse, podía darnos a mi hermano José y a mí alguna comodidad. Aquella tarde mi compadre había vuelto de por el rumbo de Vega Larga con un morralito retacado de pesos. Estaba muy contento y con ganas de divertirse un rato. Apenas me encontró, me dijo:

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—Ándele compadrito, véngase; vamos a echar un trago de mezcal y a comer unos chicharroncitos. Mire nomás hasta dónde me llegó Tagua. Nos fuimos a su casa y entre taco y taco y trago y trago, nos acabarnos una canasta de tortillas, dos libras de chicharrones y tras botellas de mezcal de Pinos. Al pardear la tarde ya estábamos bien borrachos; comenzó por contarme todas sus andanzas por los ranchos y haciendas, y acabó por abrazarme queriendo llorar. Era muy amoroso mi compadre en la borrachera, a diferencia mía, que me daba siempre por querer pelear. En una cosa estábamos siempre de acuerdo: en hablar mal de los gachupines dueños de la hacienda. No podíamos ver a don Julián Ibargüengoitia, el administrador, ni a los dependientes don Salustio Miralles y don Agapito Solares. En la borrachera nos daba, como a todos los peones de La Laguna, por cantar tragedias y canciones rancheras con sus correspondientes gritos y sus maldiciones. Ese es el consuelo de los hombres de trabajo cuando se sienten aliviados por un trago que les raspe el gañote. A la hora del canco, yo llevaba siempre la voz primera y él me hacía muy bien la^segunda. Dec a Macario Romero Oiga mi gsneraí Plata, concédame una licencia, para ir a ver a irri chata. O si no aquello de: Tolentino, hombre valiente, valiente y muy afamado, aquí se encontró a su padre que es Toribio Regalado. 0 la tragedia de don Juan García y Luis Banderas: También Octavio Meraz, también era hombre capaz, y al mentado Luis Banderas, le dio un tiro por detrás.

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Ya de noche y con más tragos y acostados ios dos en el montón de la semilla del algodón, cerca del despepitador, y acompañados de otros tres a cuatro peones que se divertían oyéndonos, acabamos con la canción alborotadora que dice: No tiene tierra la mata ni barranco el paderón, ni chiches tenía la rata, ¿con qué se criaría el ratón? En esa canción estábamos muy animados, cuando llegó el mayordomo a reconvenirnos. —Que dice el amo que a ver si ya se callan. Que ya es buena hora para que se vayan a sus casas y dejen dormir a la gente. —Dígale al amo que no nos dan ganas de callarnos —contesté yo. _ . —Mira, Espiridión, no seas bozalón. Tú ya sabes que a ti y a tu compadre los traen los españoles entre ojos. No vaya a ser que les echen a la patrulla encima. —'Dígale, don Amado, a su patrón, que vaya y vuelva a la tarde. ¡Ajajay! ¡Viva México, gachupines h i j o s . . . ! El mayordomo se fue asustado porque ya me conocía cómo era yo de lebrón con dos o tres tragos en el estómago. A poquito rato, de verás llegaron los dos de la patrulla con sus machetes viejos, a meternos al orden. Uno de ellos era también el juez y llevaba como siempre la vara de la justicia en la mano. Apenas lo mandaba el amo a cualquier diligencia, luego mego agarraba una vara que, decía que era el respeto de la justicia. —^Amigos, vayanse a acostar y ya cállense la boca. Mi compadre, muy sumiso, se levantó para irse. Los peones que nos acompañaban se fueron yendo despacito para sus'jacales, pero yo,