Toxicos en El Hogar

Tóxicos en el hogar: Cómo afectan a los niños -El plato de comida bajo los rayos X -Entrevista a Soledad Barruti autora

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Tóxicos en el hogar: Cómo afectan a los niños

-El plato de comida bajo los rayos X -Entrevista a Soledad Barruti autora del libro “Mal Comidos”

Enfermedades respiratorias, asma, alergias, cánceres, problemas cognitivos, alteraciones hormonales… no paran de crecer en incidencia entre la población infantil. Según muchos estudios científicos la creciente contaminación química a la que se exponen los infantes, con frecuencia en sus propias casas, puede ser causa de ésos problemas en muchos casos. Los niños son más susceptibles ante los efectos de las sustancias tóxicas. Las acumulan más y son más sensibles a ellas. Los niños respiran más que los adultos y además están más cerca del suelo, de modo que se exponen más a inhalar sustancias preocupantes tales como compuestos orgánicos volátiles o las más diversas sustancias presentes en el polvo, además de las que puedan ingerir directamente por llevarse las manos a la boca. Su piel es más permeable. Y comen y beben más en relación a los adultos, lo que hace que sus cuerpos puedan incorporar más contaminantes. Además, sus sistemas orgánicos de eliminación de tóxicos aún no han madurado. Enfermedades respiratorias, asma, alergias, cánceres, problemas cognitivos, alteraciones hormonales… no paran de crecer en incidencia entre la población infantil. Según muchos estudios

científicos la creciente contaminación química a la que se exponen los infantes, con frecuencia en sus propias casas, puede ser causa de ésos problemas en muchos casos. Ésa mayor exposición que tienen los niños a los tóxicos ambientales, y la constatación de que sea en ellos precisamente donde se está asistiendo a tal crecimiento de la incidencia de una serie de problemas, es un indicador del peso de los tóxicos en el deterioro de la salud humana. Sin embargo, como muestran diversos informes, la habitación de los niños suele ser uno de los lugares en los que se concentran más sustancias perjudiciales en una casa. No solo por los productos que hay en ésa dependencia sino porque, además, suelen ser espacios más reducidos. La propia Comisión Europea reconoció que la normativa vigente sobre sustancias químicas no estaba protegiendo adecuadamente a los niños. Y, en paralelo, toda una serie de problemas de salud infantiles no paran de crecer en incidencia. Asma infantil Entre ésos problemas está, por ejemplo, el asma infantil que diferentes estudios asocian a la exposición a sustancias tan omnipresentes en los modernas casas como los ftalatos liberados desde fuentes como el PVC. Varias investigaciones alertan de que la exposición doméstica, por ejemplo, a compuestos orgánicos volátiles, por debajo de los límites que se tienen como "seguros" pueden aumentar notablemente el riesgo de asma infantil. Ésos compuestos pueden proceder de cosas tales como disolventes, adhesivos para suelos, pinturas, productos de limpieza, muebles, ceras abrillantadoras o ambientadores. Por citar algún dato concreto compuestos como el benceno, el etilbenceno o el tolueno, a niveles bastante bajos, podían hacer que el riesgo de que se presentasen síntomas asmáticos se multiplicase. Por cada 10 µg/m3 de incremento en la concentración benceno, en concreto, el riesgo crecía era casi tres veces mayor. Cáncer Otros estudios ligan la leucemia infantil con la exposición a cosas tales como los pesticidas domésticos. Hay también investigaciones que ligan este tipo de sustancias con cánceres cerebrales en la infancia. Por ejemplo, estudios que asocian uso de productos contra pulgas y garrapatas , o contra termitas, champú anti-piojos o pesticidas para dentro de casa o el jardín, con estos males. Hay estudios que ligan el uso de pesticidas para cuidar el jardín con un sensible incremento del riesgo de que los niños padezcan un meduloblastoma. El uso de pesticidas dentro y en torno al hogar ha sido asociado también al incremento del doble del riesgo de padecer cánceres infantiles concretos como el neuroblastoma.

Alteraciones neurológicas

También se han descrito efectos de algunas sustancias sobre el desarrollo cerebral de los niños. Especialmente conocidos son los efectos de metales pesados como el plomo. El plomo , que antaño estaba tan presente en pinturas o tuberías de agua potable, ha sido ligado a muchos casos de retraso mental infantil leve, problemas renales y de desarrollo, déficit de atención, hiperactividad e irritabilidad en los niños. E incluso, por alterar zonas del cerebro asociadas al control de los impulsos, ha sido asociado a un incremento muy notable de la agresividad y las conductas violentas, e incluso posteriormente delictivas de los niños con ciertos niveles de plomo en sus cuerpos. Pero los contaminantes que pueden afectar al desarrollo neuronal infantil son más. Por ejemplo, los de algunos contaminantes que pueden llegar a los niños a través de la alimentación. Diversos estudios muestran que los residuos de pesticidas existentes en los alimentos, como los organofosforados, aún a muy bajas concentraciones (como las que se suelen encontrar en los productos a la venta y consideradas muchas veces por debajo de los límites "legales"), pueden causar efectos sobre el cerebro infantil que es muy sensible a estos tóxicos y los acumula más. No es de extrañar que haya estudios que muestran una asociación de estas sustancias con problemas conductuales, de retención (memoria), de desarrollo motor o de menos rapidez de reacción. Otras investigaciones han asociado muy contundentemente ése tipo de exposiciones, aún a niveles muy bajos de concentración, con un mayor riesgo (hasta el doble) de padecer trastorno de déficit de atención e hiperactividad. Problemas semejantes han sido asociados a otros contaminantes diferentes de los pesticidas y que también pueden llegar a los niños a través de la dieta, como es el caso de las dioxinas y furanos, contaminantes industriales que pueden estar presentes en carne, pescado y productos lácteos. Entre los contaminantes que pueden estar asociados, por ejemplo, al trastorno de déficit de atención e hiperactividad se cuentan: plomo, manganeso,disolventes, PCBs, cadmio, piretroides y piretrinas, cipermetrina, deltametrina, organofosforados, diazinon, PBDEs , tricloroetileno… Hogar sin tóxicos

Ecoportal.net http://www.hogarsintoxicos.org FUENTE: http://www.ecoportal.net/Temas_Especiales/Habitat_Urbano/Toxicos_en_el_hogar_Como_afect an_a_los_ninos

El plato de comida bajo los rayos X Hay un modelo alimentario en crisis profunda, sostiene la autora de esta nota. La dependencia de la soja como monocultivo trastocó la vida rural y la del consumidor. La calidad de la comida también está cuestionada. POR SOLEDAD BARRUTI PERIODISTA Y ESCRITORA. SU ÚLTIMO LIBRO ES: “MAL COMIDOS” (EDITORIAL PLANETA)

Ilustración: Daniel Roldan Pocos sistemas están tan en crisis como el alimentario y a la vez pocos negocios se presentan tan vigorosos, prósperos y saludables como el de vender comida. La potencial falta de alimentos en un planeta que en pocos años contará con 9 mil millones de personas es la música de fondo que alienta una superproducción de alimentos que parecía inimaginable unos años atrás. Todas las industrias más poderosas y el esfuerzo científico y técnico parecen trabajar juntos con el fin de que no haya una boca vacía en ningún lugar. Y sin embargo, en un país como el nuestro, que

tiene la fortuna de haberse fundado sobre uno de los suelos más fértiles que existen, mientras las autoridades repiten que producimos alimentos para 400 millones de personas, lo que más se ve al viajar por el interior es mala nutrición o directamente hambre. Como la que padecía Pedro: un hombre que vivía al costado de la ruta en una de las zonas más fértiles de Chaco, sosteniendo sólo una preocupación enorme: eran cerca de las cuatro de la tarde y todavía no había conseguido nada para comer ese día. Pedro hablaba apoyado contra el alambrado que marcaba el contorno de su problema: un campo de un verde magnífico, un campo de un silencio ominoso, un campo rebosante de soja. Años atrás, cuando ese mismo campo estaba destinado a la producción diversificada, Pedro vivía del lado de adentro del alambrado, trabajaba en lo que hiciera falta junto con su familia y la comida era algo que criaba o cultivaba en una pequeña parcela reservada para los suyos. Pero cuando llegó la soja dejaron de necesitarlo: el cultivo apoyado en la siembra directa requiere poca mano de obra y él –al igual que lo hicieron 200 mil agricultores según el último censo oficial de 2002– quedó del lado de los prescindibles. Su mujer y sus hijos aceptaron la única oferta que se hace en este país de campo sin campesinos: mudarse a un barrio periférico donde no hay mucho que hacer más que esperar que el tiempo pase, y recibir del gobierno el plan con el que ahora pueden comprar eso que antes no necesitaban: un celular, un televisor, comida. El, en cambio, quedó ahí como un ejemplo irrefutable de que el hambre no tiene que ver con producir más, sino con tener acceso o no a los alimentos, y es por eso que quienes lo sufren son principalmente los que fueron echados a un lado por este sistema de producción industrial. El 56 por ciento de las tierras cultivables de la Argentina está ocupado por soja: un grano que no se produce en estas cantidades siderales para que lo coman humanos sino animales –sobre todo cerdos que luego comerán los chinos en China– y tanques de máquinas y motores –muchos de los cuales se usan para trabajar estos mismos campos, hiperdependientes de los combustibles. Sin más planificación que la del rédito inmediato (la soja es un commodity que cotiza altísimo en las bolsas del mundo), el crecimiento de ese monocultivo modificó la vida de cientos de miles de personas que ya no tienen de qué trabajar, de indígenas que se volvieron meros obstáculos de una avanzada que parece dispuesta a cubrirlo todo, y de 12 millones de pobladores rurales que viven expuestos a 300 millones de litros de agrotóxicos por año. Pero si el crecimiento de la exclusión social, la marginalidad, la pérdida de la cultura y las enfermedades colectivas no son suficiente motivo de preocupación, en el proceso de expansión de esa sola apuesta, lo que todos conocíamos como comida disminuyó a niveles preocupantes, mutó o directamente desapareció. La carne que solíamos comer, por ejemplo, en su mayoría ya no viene de terneros que engordan comiendo pasto sino de corrales de engorde que dejan su espacio de pastura libre para que crezcan los granos. Hacinados en esos feedlots , con los ojos entrecerrados por el fuerte amoníaco de sus propios excrementos que contaminan los suelos y las napas de agua, los terneros comen alimento balanceado, son tratados con antiácidos y antibióticos, y suman kilos de una carne empobrecida mientras, producto del cambio radical de sus dietas, las bacterias de sus intestinos mutan volviéndose peligrosos agentes de infección ante los que no existen cura.

Para hacerle espacio a la soja se talaron miles de hectáreas de bosques nativos y de frutales que tardan años en crecer, se cerraron tambos que no cuentan con ningún incentivo para mantenerse, se dejó de sembrar girasol, legumbres, trigo. No hay calidad ni diversidad ni trabajo. Hay desidia de un Estado que pierde soberanía y seguridad alimentaria mientras no planifica ni regula los procesos, y productores a los que no les queda otra que confiar en lo que se les plantea como única opción. La comida en la góndola está a la vista, expuesta, como al desnudo. Y sin embargo detrás suyo se extiende, invisible, un complejo entramado que no es fácil de imaginar ni mucho menos de develar. Ingresar a los espacios donde se produce lo que comemos no remite a nada que sea placentero, gustoso ni siquiera comible. La idea de producir mucho en el menor tiempo posible para maximizar las ganancias reserva situaciones tan crueles como absurdas: las gallinas ponedoras viviendo durante dos años de a doce en una misma jaula de dos por dos: pisoteándose como si escalando unas sobre otras fueran a llegar a algún lado, con sus cuellos llagados, sus picos amputados, sus ojos desorbitados como zombis. Cerdas que pasan la mitad de sus vidas preñadas en espacios no más grandes que sus cuerpos y el resto del tiempo amamantando, sujetas al piso por barrotes que les laceran el lomo. Invernáculos de hortalizas que parecen saunas tóxicos donde crecen alimentos sin sabor ni color ni las vitaminas y minerales que tendrían si crecieran en la tierra al amparo del sol. Por otro lado, los que podemos comer, estamos conminados a tragar sin cesar productos procesados que tarde o temprano resultan nocivos. Por eso lo único que aumentó en estos años fue la obesidad (somos el país de Latinoamérica con mayor obesidad infantil), la diabetes, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer (un tercio de los cuales, según la OMS, puede adjudicarse a la dieta). Si nunca fue tan importante hablar de comida como ahora es, sobre todo, porque el sistema bajo el que se producen los alimentos no funciona y tarde o temprano las consecuencias las vamos a pagar todos: con nuestra salud, con la pérdida de fertilidad de la tierra, con la violencia social que crece producto de la exclusión, con la marginalidad que deviene de esta monocultura que impone el monocultivo. El cambio es urgente. Pero no se impone sólo desde la mesa, adoptando alternativas más sanas de consumo, sino tomando conciencia y exigiendo políticas que atiendan el problema, antes de que nos quedemos sin nada. FUENTE: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Soledad-Barruti-malcomidos_0_976102407.html

PROGRAMA DE RADIO LOS NOTABLES CON SOLEDAD BARRUTI Entrevista a Soledad Barruti autora del libro “Mal Comidos”: VIDEO: http://www.youtube.com/watch?v=GZMnNQIXdkU#t=18