TERAPIA COGNITIVO CONDUCTUAL

1 TERAPIA COGNITIVO COMPORTAMENTAL DEFINICIÓN: Una cuestión importante que cabe resaltar es la dificultad de ofrecer un

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TERAPIA COGNITIVO COMPORTAMENTAL DEFINICIÓN: Una cuestión importante que cabe resaltar es la dificultad de ofrecer una definición “perfecta” del modelo cognitivo, sobre todo por las distintas maneras que existen de entender la terapia cognitiva, pero no hay duda que el modelo cognitivo se puede distinguir y diferenciar de los otros modelos y así ha sido desde su origen. Por ejemplo, Arnkoff y Glass (1982) plantearon 5 aspectos básicos que debía cumplir una buena teoría cognitiva. Estos son: 1. Una teoría adecuada debe prestar más atención a cómo funcionan los fenómenos cognitivos que a su contenido en sí. 2. Debe explicar la relación entre cogniciones y otros aspectos del funcionamiento humano. Es decir, una buena teoría sobre las estructuras y los procesos clínico-cognitivos, debe preocuparse por las relaciones que hay y la integración que podemos establecer entre conductas observables, pensamientos y afecto reconocidos, y procesos cognitivos y afecto inferidos. 3. Cualquier teoría debe preocuparse de los vínculos entre cognición y afecto. 4. Una teoría adecuada de los fenómenos cognitivos-clínicos debe explicar el cambio (mejora o empeoramiento) en estos fenómenos. 5. Sobre la base de la necesidad de explicar este proceso de cambio, una teoría clínica adecuada debe centrarse en los procedimientos para producir un cambio. Por el momento podemos asumir que cuando estamos hablando de terapia cognitiva debemos partir de los siguientes supuestos: 1. Ser = conocer. 2. Los problemas de los seres humanos se entienden como problemas de conocimiento y significado. 3. Los terapeutas cognitivos trabajan con los supuestos, premisas y actitudes de los seres humanos y con la repercusión de este “mundo cognitivo” en nuestro bienestar. 4. Las terapias cognitivas darán diversas respuestas al problema del significado y a los mecanismos necesarios de cambio.

LOS PRINCIPALES MODELOS COGNITIVOS: DEFINICIÓN Las terapias de reestructuración cognitiva se desarrollaron por teóricos con entrenamiento psicodinámico, y ante todo destacaban el papel del significado. Se caracterizan por defender que lo que una persona piensa (o dice) no es tan importante como lo que cree. Su tarea consiste en desarrollar estrategias para examinar la racionalidad o validez de las creencias disponibles (Hollon y Beck, 1994). El trabajo estándar en terapia cognitiva descrito por Rush, Beck, Kovacs y Hollon (1977) y sintetizado por Clark (1995) entiende a la terapia cognitiva como siendo “una psicoterapia estructurada, con límite de tiempo orientada hacia el problema y dirigida a modificar las actividades defectuosas del procesamiento de la información evidentes en trastornos psicológicos como la depresión.

2 Ya que la terapia cognitiva considera a un grupo hiperactivo de conceptos desadaptativos como siendo la característica central de los trastornos psicológicos, entonces, corregir y abandonar estos conceptos mejora la sintomatología. El terapeuta y el paciente colaboran para identificar las cogniciones distorsionadas, derivadas de los supuestos o las creencias desadaptativas. Estas cogniciones y creencias están sujetas al análisis lógico y la comprobación empírica de hipótesis lo que conduce a los individuos a ajustar su pensamiento con la realidad”. Es decir, la meta de la terapia cognitiva está en corregir el procesamiento distorsionado de la información, así como las creencias y supuestos desadaptativos que mantienen nuestras conductas y emociones (Beck y Weishaar, 1989). Estas terapias utilizan como marco conceptual explicativo la metáfora del procesamiento de la información (Meichenbaum, 1995). Por su parte, las terapias cognitivo-comportamentales, desarrolladas por teóricos con entrenamiento conductual, conceptualizan el pensamiento de forma más concreta, es decir, como un conjunto de auto enunciados encubiertos (conductas privadas) que puede verse influido por las mismas leyes del condicionamiento que influyen en otras conductas manifiestas. La terapia de conducta y la terapia cognitiva comparten, pues, las siguientes características (en Arnkoff y Glass, 1992): 1) Una relación de colaboración entre terapeuta y cliente. 2) El supuesto de que los trastornos emocionales y la conducta son, en parte, una función de los trastornos en los procesos cognitivos. 3) El foco está en cambiar cogniciones para producir los cambios deseados en el afecto y la conducta. 4) Son formas de tratamiento, generalmente, de tiempos limitados y educativos.

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¿TERAPIA COGNITIVA O TERAPIA COGNITIVO-COMPORTAMENTAL? La cuestión del etiquetado de un modelo es un tema complejo y pensamos que no es un tema cerrado. Pero, en nuestra opinión, podemos asumir que las tres formas básicas de practicar la terapia cognitiva a las que nos hemos referido en este apartado, recordemos modelos de reestructuración, cognitivo-comportamentales y construccionistas, acogerían perfectamente todos los enfoques en el área. Recordemos que las primeras terapias cognitivas, o lo que es lo mismo, los enfoques de Ellis y de Beck, surgieron del psicoanálisis, mientras que la terapia cognitivo-comportamental parte de la terapia de conducta. Aunque hoy en día se señala que no existen prácticamente diferencias entre ellas (Hollon y Beck, 1994) esto no deja de ser curioso puesto que sí que existen diferencias conceptuales ofrecidas, incluso, por los mismos que las toman por iguales (Hollon y Beck, 1994). Así por ejemplo, hay autores (Meichenbaum, 1995) que incluyen bajo la etiqueta de cognitivocomportamental a todos los modelos, es decir, a la terapia racional emotivo conductual, a Beck, la solución de problemas, las habilidades de afrontamiento, los trabajos de Kendall con niños, y el constructivismo. Otros autores como Dobson y Shaw (1995) incluyen todos los modelos bajo la etiqueta de cognitiva.

4 En este sentido, consideramos que la etiqueta cognitivo-conductual puede reflejar dos cosas: 1. La mejora del modelo conductual al integrarse con el cognitivo, y así es como creemos que la usan los autores conductuales que quieren mejorar el modelo conductual. 2. Un eclecticismo en su uso, es decir, una práctica clínica ecléctica. El modelo cognitivo usa técnicas conductuales (como ayuda para el cambio cognitivo) dentro de un modelo cognitivo pero asume una teoría cognitiva sobre los trastornos y el cambio psicológico. Y así es usado, inferimos, por la mayoría de autores cognitivos. Por todo ello, y jugando con la cuestión mejora y desarrollo de una teoría (un requisito propio de la integración) vs. Uso de técnicas (un requisito propio del eclecticismo) consideramos que la terapia cognitiva, como modelo teórico diferencial de otros, se ve representada mejor a través de la etiqueta “terapia cognitiva” y no de “terapia cognitivo conductual”, y que cuando usamos la etiqueta cognitivo-comportamental como “etiqueta principal” estamos refiriéndonos a su uso, a su aplicación y no a un paradigma.

El proceso terapéutico en el modelo cognitivo 1. EL CARÁCTER ESPECIAL DE LA TERAPIA Son numerosos los trabajos que se centran en la descripción del proceso terapéutico con la intención de ofrecer una mejor formación a psicoterapeutas y futuros psicoterapeutas cognitivos. Incluso podemos considerar, de forma general, que un modelo capaz de ofrecer manuales y descripciones pormenorizadas de su quehacer clínico es un modelo que goza de una buena “salud” y que va a facilitar su aplicación. Algo que, juzgando por la evolución de las terapias cognitivas, podemos asumir, sin problemas, en este contexto. No obstante, manualizar o articular de manera extremadamente detallada el proceso de hacer terapia ha recibido críticas (Stiles y cols., 1986). Críticas que por regla general asumen lo difícil que es describir un proceso que podemos considerar único o ajustado a cada caso individual. Pero, en nuestra opinión, la práctica de cualquier forma de psicoterapia se puede entender como un “arte” para el cuál se debe haber estudiado en la “Facultad de Bellas Artes”. Por lo que a pesar de que queda en la destreza de cada clínico usar su conocimiento, adecuar sus habilidades personales y ajustar todo ello a la “persona” que tiene enfrente, sigue siendo necesario e importante intentar “manualizar” nuestros procedimientos clínicos. De manera, que los siguientes supuestos, tomados de Combs indican nuestro punto de partida. Debemos asumir que la terapia tiene un carácter especial, es decir: 1. La psicoterapia no tiene reglas fijas, ni procedimientos universales. 2. La psicoterapia es una profesión única y altamente especializada. 3. El terapeuta intenta dar al paciente experiencias verdaderas facilitadoras, aislando y cristalizando nuestro mejor conocimiento sobre las relaciones de ayuda. 4. La psicoterapia depende mucho del sistema de creencias del terapeuta y de la teoría asumida. Recordemos, a este respecto, el origen socio-cultural del modelo cognitivo, como el de los otros modelos terapéuticos.

5 5. No existen métodos de ayuda buenos, correctos o mejores, pero sí que existen métodos peligrosos y cosas que no deben formar parte de la psicoterapia. La formación en aspectos éticos es muy necesaria. La salvaguarda que plantea Combs (op. cit.) a ello pasa por los siguientes aspectos: 1. Poseer una adecuada teoría personal. 2. Poseer un sistema de creencias que sea comprensivo, esté bien fundamentado, que sea defendible, internamente consistente y sometido continuamente a revisión y adaptación. 2. PRINCIPIOS GENERALES DEL MODELO COGNITIVO Los proponentes del modelo cognitivo siempre se han preocupado de definir a la terapia cognitiva, no por las técnicas que la componen, sino por sus principios y tipo de conceptualización de los problemas clínicos (Arnkoff y Glass, 1982; Beck y cols., 1985). Por ello, disponemos de suficientes “declaraciones de principios” sobre lo que supone seguir un modelo cognitivo. En el cuadro 1 tenemos algunas de las principales características de la terapia cognitiva que nos dan una clara idea de la meta y el estilo del proceso terapéutico a seguir.

1. La terapia cognitiva parte de un modelo cognitivo de los trastornos emocionales. Es decir : a) Las percepciones o interpretaciones de la realidad no son idénticas a la misma realidad; b) Las interpretaciones de la realidad dependen de procesos cognitivos que son, en sí mismos, falibles, y c) Las creencias son hipótesis sujetas a negación y modificación. 2. La terapia cognitiva representa un modelo de tipo educativo: es decir, su esencia principal es que el paciente debe “aprender a aprender”.

6 3. La terapia cognitiva es breve y con límite de tiempo. Para ello, el terapeuta debe seguir los siguientes principios: a) Hacerla simple. b) Hacer el tratamiento específico y concreto. c) Dar mucha importancia al trabajo fuera de la sesión. d) Hacer evaluaciones continuas. e) Permanecer centrado en la tarea. f) Utilizar procedimientos de organización del tiempo (véase, por ejemplo, el apartado dedicado a la estructura de la sesión). g) Desarrollar una tendencia mental de intervención breve. h) Permanecer centrado en problemas manejables. 4. La terapia en sí es un esfuerzo colaborador entre terapeuta y paciente, que supone principalmente: a) Desarrollar la relación terapéutica partiendo de una base recíproca. b) Evitar las agendas ocultas. c) Desarrollar, en colaboración, el trabajo para casa. e) El terapeuta debe admitir errores cuando los cometa. f) Debe mantenerse un ambiente en colaboración. 5. Los terapeutas cognitivos usan, fundamentalmente, el método socrático, que supone básicamente que el paciente debe aprender a reconocer sus pensamientos, examinarlos para buscar las posibles distorsiones cognitivas, substituyéndolos por pensamientos más adecuados y facilitando que el paciente haga planes para desarrollar nuevos patrones de pensamiento. 6. Para que el trabajo terapéutico cognitivo tenga lugar se requiere una buena relación terapéutica. 7. La terapia cognitiva es estructurada y directiva. Esta es una de las características básicas del modelo y supone básicamente dos cosas. En primer lugar, que el terapeuta se centre en metas específicas y en segundo lugar, que cada sesión se desarrolle siguiendo una agenda consensuada. 8. La terapia cognitiva está orientada hacia los problemas, es decir: a) Los problemas del paciente se conceptualizan de modo cognitivo antes de empezar el tratamiento (véase apartado correspondiente en este capítulo). b) En función de la conceptualización anterior, se debe escoger la táctica o técnica que mejor se ajuste y facilite seguir la estrategia terapéutica diseñada con anterioridad. c) La última cuestión consiste en evaluar la eficacia de la táctica seguida. 9. La teoría y las técnicas de la terapia cognitiva se basan en el método científico o en el método inductivo (Beck y Emery, 1979). 10. El trabajo para casa es una característica central de la terapia cognitiva. Tanto es así que la respuesta del paciente a la tarea para casa, se ha señalado como siendo un indicador de respuesta del paciente y de eficacia del tratamiento (Fennell y Teasdale, 1987).

7 Las características mencionadas suponen entender el modelo cognitivo como un modelo estructurado que facilita el aprendizaje de habilidades por parte del paciente que le llevan a centrarse de forma específica en sus problemas, entender el origen cognitivo de estos, y poner en marcha estrategias que faciliten su superación. Todo esto sólo es posible en un ambiente de gran colaboración y estructuración y donde estén claras las metas y el proceso a seguir. Es decir, el modelo cognitivo pone en práctica la visión del ser humano como un científico (Kelly, 1955) en donde el paciente toma sus pensamientos como hipótesis que se someten a verificación y contrastación. De manera, que estas serían, en resumen, algunas de las características principales que marcan el estilo del modelo cognitivo y del proceso terapéutico a seguir (en Scott, Stradling y Dryden, 1995, p. xi): 1. La terapia comienza con una fundamentación bien planificada. 2. La terapia debe ofrecer habilidades que el cliente pueda utilizar para sentir que maneja de forma más eficaz su vida cotidiana. 3. La terapia destaca el uso del cliente, de forma independiente, de las habilidades que ha aprendido, fuera del contexto de la sesión. 4. La terapia anima al cliente a que atribuya la mejoría en su estado de ánimo a sus propios avances y habilidades, y no al papel del terapeuta. 3. Indicaciones y contraindicaciones de la terapia cognitiva El hecho de que la terapia cognitiva se puede emplear hoy en día con una amplia variedad de poblaciones y problemas clínicos no implica, lógicamente, que sea el tratamiento adecuado para todo tipo de pacientes. Los problemas de aplicación del modelo cognitivo se pueden deducir del largo listado del apartado anterior donde expusimos las características básicas del modelo cognitivo. No debemos olvidar que el modelo cognitivo surgió en el tratamiento de pacientes con depresión (Beck y cols., 1979) y ansiedad (Beck y cols., 1985) o con pacientes en el rango de la “neurosis” (Ellis, 1957). Estilo terapéutico y tipo de pacientes se justifican mutuamente, de manera que los primeros modelos cognitivos no hicieron más que “escuchar” y “guiar” a este “tipo” de pacientes. Pero, en un sentido general, podemos asumir que la terapia cognitiva está indicada en pacientes que tienen las siguientes características y posibilidades, y por tanto, pacientes con problemas en alguna de estas áreas no van a ser buenos candidatos al tratamiento (sobre todo el estándar) de terapia cognitiva. Para hacer terapia cognitiva (sobre todo en el campo de los trastornos emocionales) se necesita que (en Blackburn, Davison & Kendell, 1990; Schuyler, 1991; Wills y Sanders, 1997): 1. El paciente pueda acceder a sus pensamientos automáticos, es decir, que tenga capacidad introspectiva. 2. El paciente tenga acceso y pueda distinguir entre diferentes emociones 3. El paciente acepte la responsabilidad para el cambio. 4. El paciente comprenda la fundamentación de la terapia cognitiva. 5. El paciente pueda establecer una relación terapéutica bastante buena o adecuada con el terapeuta. 6. El paciente pueda concentrarse y focalizarse en los temas aislados o propuestos.

8 7. El paciente no espere respuestas mágicas o que exija que el terapeuta sea quien haga “todo” el trabajo. 8. El paciente sea capaz de trabajar en un nivel conceptual, ofrecido por el modelo cognitivo. 9. Los pacientes no tengan problemas muy graves. 10. Los pacientes tengan un cierto optimismo sobre la terapia. 11. Los pacientes puedan usar un lenguaje psicológico. 12. Los pacientes tengan un cierto grado de autodependencia. 13. Los pacientes tengan una cierta disposición a considerar puntos de vista alternativos.

4. Diseño del tratamiento: proceso a seguir Como señala Freeman (1992) una de las habilidades más elevadas que puede poseer un terapeuta es la de saber desarrollar un plan de tratamiento para los casos clínicos. Es decir, el terapeuta no debe actuar de forma reactiva –ante los problemas que le presenta el cliente–. En su lugar, el trabajo terapéutico debe considerarse como “proactivo”. Esto es, el terapeuta, conjuntamente con el paciente, debe intentar formular una estructura de trabajo que explique los problemas del paciente y debe ser capaz de “justificar” la elección de metas y técnicas, anticipándose a los posibles problemas que pueden surgir. Esta formulación y conceptualización es necesaria, no sólo porque minimiza el riesgo de fracaso terapéutico, teniendo en cuenta que el terapeuta está “bien sintonizado” con un particular caso clínico, sino porque va a ser necesaria para desarrollar ese estilo terapéutico al cual hemos hecho mención en el primer apartado de este capítulo. Por otra parte, creemos que una buena conceptualización puede hacer que el número de sesiones sea menor. No obstante, en este sentido, hay que tener en cuenta lo que asumíamos, siguiendo a Combs (1989) que la psicoterapia es un arte, para el que se necesita una cuidada preparación.

9 Para Freeman (1992, siguiendo el trabajo de Beck, Wright y Newman, 1992) establecer un plan de tratamiento en terapia cognitiva requiere tener en cuenta los siguientes 8 apartados: 1. Conceptualización del problema. 2. Desarrollar una relación de colaboración. 3. Motivación para el tratamiento. 4. Formulación por parte del paciente del problema. 5. Establecer metas. 6. Socializar al paciente en el modelo cognitivo. 7. Intervención cognitiva y conductual. 8. Prevención de recaídas. El plan de tratamiento cognitivo del caso clínico ¿Para qué nos sirve desarrollar un buen plan de tratamiento, sabiendo conceptualizar los casos? Fundamentalmente porque “conduce” la terapia, es decir, entre otras cosas para lo siguiente (Persons, 1989; Wills y Sanders, 1997): 1. Establece un puente entre la teoría y la práctica de la terapia cognitiva y ayuda a dar sentido al problema del cliente, estableciendo relaciones entre problemas. 2. La conceptualización, en sí, es terapéutica ya que es una forma de comprender, predecir y normalizar los problemas del cliente. 3. Ofrece una estructura para la terapia y guía la elección de intervenciones y tratamientos. Es decir, nos facilita elegir modalidades de tratamiento y estrategias de intervención. 4. Añade un aspecto de colaboración y es una forma de manejar los problemas que surgen en el proceso de la terapia y también aquellos extra terapéuticos. 5. Sirve para manejar los propios problemas y circunstancias del terapeuta, así como problemas que surjan en la relación terapéutica. 6. Podemos entender y redirigir un proceso de tratamiento que esté fallando o en el que haya aspectos que no se estén cumpliendo. Es decir, la terapia cognitiva se basa en una teoría coherente de los trastornos emocionales (que cada modelo sitúa en unos determinados aspectos y metas). Cuanto más clara sea la conceptualización más fácil será desarrollar estrategias y elegir las técnicas de tratamiento (Moorey, 1996) ya que la conceptualización supone hacer un dibujo o desarrollar un modelo de los problemas del paciente (Freeman, 1992). La cuestión básica es que el terapeuta debe compartir la conceptualización y formulación del caso con el propio paciente. Estrategias para ello son diversas, desde verbales (en forma de técnicas terapéuticas) a pictóricas. Así Freeman (1992) recomienda usar diálogos socráticos o técnicas de reenmarcamiento (“reframing”) para hacerle llegar al paciente el qué y el por qué de su problema, siempre teniendo en cuenta el tipo de diagnóstico del paciente (por ejemplo, pacientes con diagnóstico en el Eje I o en el Eje II), su contexto y características personales, etc. Aparentemente, un paciente va a seguir y entender mejor una conceptualización sobre “su depresión”, que si la conceptualización y explicaciones se refieren a su “trastorno límite de personalidad”, es decir, preguntas sobre “¿qué es?”, “¿cuánto tardaré en ponerme bien?”, etc. no pueden responderse con tanta facilidad en este último caso.

10 Pero si el paciente lo permite, se puede beneficiar de reenunciados del tipo siguiente que empleamos con dos pacientes: “Lo que me parece que crees es que siempre has tenido problemas en relacionarte con personas de autoridad, y que ahora sigues pensando que es mejor evitar enfrentarte a ellas que hacerlo, ¿qué te parece?”, o “te gusta tu vida tal y como es, salvo por la relación con tu marido, pero al ponerla en una balanza parece que te es más fácil seguir con ella, a pesar de los problemas con tu marido, pues estás valorando la tranquilidad, la amistad con él, el miedo a cambiar las cosas, y el no ser centro de la atención por intentar cambiarlas al año de matrimonio, ¿qué te parece?”. De forma pictórica también se puede ofrecer al paciente “imágenes” que reproduzcan la comprensión de su problema. Por ejemplo, a María una paciente con trastorno de ansiedad se le dibujó un árbol, para representar su tendencia a hacer inferencias, que la llevaban a otras inferencias, y así sucesivamente. Otros pacientes que tienen problemas para tomar decisiones pueden entenderlo con figuras de encrucijadas de caminos (véase figura 2). Esto correspondería al caso de la reenunciación anterior, en donde podríamos ofrecerle a la paciente una imagen que le sirva de recuerdo de cuál es el motivo por el que está en tratamiento y qué debe hacer. Otra posibilidad es el uso de metáforas, que sinteticen el origen del problema o “describan” al paciente de alguna manera. También, muchas veces, los pacientes eligen personajes literarios o cinematográficos que resumen, de forma metafórica, aspectos de ellos mismos o aspectos deseables de ellos mismos. Por ejemplo, una paciente se veía a sí misma como “Doña Rosita la soltera”, otra consideraba que el personaje de “Jo”, de Mujercitas, representaba todo lo que ella quería ser o hacer y no hacía. El empleo de símbolos o metáforas es importante, sobre todo porque es el propio paciente quien lo hace. En nuestra opinión este punto no debe ser nunca ofrecido por el terapeuta, ya que representaría un “etiquetado” de los pacientes que podría tomarse como una crítica. Lo que nosotros hacemos, por tanto, para dar anclajes pictóricos o metafóricos a los pacientes es pedirles a ellos que ofrezcan dichas metáforas o símbolos cuando lo consideren pertinente y sin la ayuda del terapeuta. El terapeuta debe preguntarse varias cosas (en Blackburn y cols., 1990, p. 58; Freeman y Oster, 1997, p. 554): 1. ¿Cuál es el problema? ¿Cómo afecta al individuo? 2. ¿Por qué se encuentra el paciente deprimido, ansioso, o con pánico en este momento particular de su vida? 3. ¿Qué estresores están presentes? 4. ¿Cuáles son las características de personalidad más destacadas? 5. ¿Cuáles son las emociones principales? 6. ¿Cuáles son los principales temas que comunica el paciente? 7. ¿Cuáles son los principales temas, preocupaciones y experiencias del pasado? 8. ¿Es posible que el paciente responda a la terapia cognitiva? 9. ¿Cómo se está explicando la persona su problema? ¿Cuál es su modelo causal? 10. ¿Cómo produce la depresión la interacción entre las cogniciones, las conductas y los acontecimientos de la vida del individuo? 11. ¿Cómo llegó la persona a comportarse de la forma en que lo hace? 12. ¿Cómo explicaría esta hipótesis los acontecimientos actuales y los pasados? 13. Si la hipótesis es correcta, ¿qué sugiere en términos de intervención?

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EL CURSO DE LA TERAPIA COGNITIVA: estructura de las sesiones Inicialmente la terapia cognitiva, al ser un modelo tan estructurado y focalizado en metas concretas, posee un número limitado de sesiones, entre 10 y 25 sesiones (dependiendo del modelo y del paciente, aunque con una media de entre 20 y 25 sesiones), semanales de 45- 60 minutos. Sin embargo, este número limitado de sesiones es factible con pacientes que presentan problemas que caen dentro del Eje I del DSM. Para pacientes con problemas en el Eje II, hay que plantear un proceso cognitivo de varios años, también con sesiones semanales Por lo general, los períodos de seguimiento son los habituales, es decir: al mes, a los tres meses, a los seis meses y al año. Para poder cumplir las metas cognitivas de tendencia breve de intervención, foco en problemas, etc. las sesiones de terapia deben poseer un cierto nivel de estructuración. Más o menos, de los 60 minutos de una sesión terapéutica, emplearemos el tiempo de la siguiente manera orientativa: 1. Los primeros cinco minutos los dedicaríamos a recabar información sobre lo que le ha pasado al paciente entre sesión y sesión. 2. Los siguientes diez minutos se dedican a repasar la tarea traída por el paciente y establecer la agenda de la sesión. 3. Los siguientes 30-35 minutos se dedican a trabajar con el problema o problemas que se hayan establecido en la agenda, empleando para ello las técnicas elegidas. 4. Los restantes diez minutos de la sesión se dedican a revisar lo obtenido en la sesión, ofrecer y recabar feedback, plantear la tarea para la próxima sesión, posibles dudas u obstáculos a la tarea, etc. A) Estructura de la entrevista inicial: Una buena entrevista inicial debe cumplir con los siguientes objetivos y metas: 1) Evaluación de las dificultades actuales del paciente: esto es, prestar atención a aspectos tales como: a) los síntomas; b) problemas vitales del paciente; c) pensamientos negativos asociados; d) inicio/desarrollo/contexto de la depresión; e) medir el nivel de desesperanza y la concurrencia de pensamientos suicidas; y f) lograr un acuerdo en el listado de problemas principales (véase al respecto apartado anterior). 2) Definición de metas. 3) Presentación de la base del tratamiento lo que supone despejar dudas y comentar aspectos diversos como: a) detalles prácticos (horarios, honorarios, localización del terapeuta, etc.); b) exponer el círculo vicioso entre pensamientos negativos y depresión; c) posibilidades de cambio. 4) Inicio del tratamiento: se compone de dos apartados. En el primero, de metas específicas, se selecciona la primera meta del tratamiento y se acuerda la tarea. En el segundo, el de metas generales, se busca que el paciente comience a familiarizarse con el estilo de la terapia. En definitiva, estas sesiones buscan establecer una buena comunicación entre paciente y terapeuta, fomentar que no prometer un resultado concreto, la esperanza del paciente en

12 el tratamiento, ofrecer al paciente una comprensión preliminar del modelo cognitivo sobre los trastornos emocionales, e ir obteniendo un acuerdo de trabajo para comprobarlo en la práctica. B) Respecto a las sesiones posteriores (a partir de Fennell, 1989; Blackburn y cols., 1990) estas deben constar de los siguientes aspectos: 1. Revisar, de forma general, el estado del paciente lo que facilitará el establecimiento de la agenda. 2. Establecer la agenda para la sesión. En la agenda está implícito que cada sesión dura 1 hora y que se deben tratar los siguientes contenidos: a) El paciente debe dar su opinión sobre la pasada sesión: cómo se sintió, si ha recordado parte de lo tratado y esto le ha sido útil y por qué, etc. b) Se revisa la tarea realizada y se comprueba el resultado que le ha dado al paciente, si ha tenido dificultades y de qué tipo, qué cosas ha aprendido, etc. c) Establecer los problemas meta de esa sesión que lógicamente saldrán del listado de problemas ya propuesto y consensuado, en cuanto a metas a corto y a largo plazo. 3. Meta(s) de la sesión. Para cumplir con las metas de la sesión hay que: a) Definir el problema objeto de tratamiento. b) Identificar los pensamientos negativos asociados. c) Intentar dar respuesta a los pensamientos negativos mediante las técnicas cognitivas. d) Evaluar el efecto, o consecuencia, en el pensamiento o creencia negativa. e) Estimar cómo se puede poner en práctica la nueva alternativa al pensamiento. 4. El tema/s principales de la sesión debe abordarse en función de estrategias específicas, problemas específicos y problemas a largo plazo, para lo cual es útil hacer una lista en orden de prioridad. 5. Tarea: Hacer tarea es uno de los elementos más característicos de la terapia cognitiva y supone varias cosas, entre ellas: a) Preguntarse, en primer lugar, si es necesario hacerla y cuál es la base para ella. b) En el caso de que se decida hacerla se debe asignar teniendo en cuenta las metas relevantes de la sesión y del tratamiento c) Hay que justificar y explicar claramente la necesidad y el porqué de la tarea elegida en concreto. e) Buscar posibles dificultades, contratiempos, obstáculos, dudas, predicciones sobre su resultado, etc. f) Si es necesario, se puede hacer un breve ensayo de la tarea propuesta. 6. Dar y buscar feedback sobre la sesión, que se centra fundamentalmente en ver si el paciente ha comprendido lo debatido o tratado en sesión y cuál es su reacción a lo que se ha hecho o cómo se ha sentido. También debe estar claro si algo de lo que se ha tratado molesta o preocupa al paciente. Dado que se busca la opinión del paciente puede surgir algún tema importante, que se acuerda tratarlo en la próxima sesión. Para terminar este apartado expondremos, brevemente, algunos de los elementos básicos del tratamiento en el caso de la ansiedad, aunque esa estructura anterior es fácilmente generalizable al tratamiento cognitivo de diversos trastornos. En el caso de la ansiedad, es conveniente (Freeman y Simon, 1989): 1. Iniciar y construir una buena base relacional y una buena relación terapéutica.

13 2. Evaluar el problema en relación a: niveles de contenido cognitivo, factores de personalidad, constelación de síntomas, factores de vulnerabilidad, etc. 3. Introducir y presentar el modelo cognitivo: es decir, al igual que en los otros trastornos, el paciente debe comprender, antes de comenzar el tratamiento, la base de la terapia cognitiva y cómo se va a enfocar su problema. 4. Explicar y minimizar la sensación de catástrofe que acompaña a los síntomas de ansiedad. Esta cuestión es importante, sobre todo para implicar al paciente en una intervención de tipo psicológico. 5. Emplear técnicas cognitivas y conductuales para mejorar el estrés (véase capítulo 4 sobre el modelo de Beck). Técnicas cognitivas como, por ejemplo: cuestionar la evidencia de los pensamientos, reatribución, búsqueda de alternativas, identificar las distorsiones cognitivas, distracción, detención de pensamientos, etc. Y técnicas conductuales como, por ejemplo: programación de actividades, dominio y satisfacción, entrenamiento en habilidades sociales y asertividad, tareas graduadas, exposición en vivo, relajación, etc. 6. Practicar habilidades adaptativas, dentro y fuera de las sesiones. 7. Prevención de recaídas. La idea básica es aumentar el nivel de eficacia del paciente, provocando, por ejemplo, situaciones en sesión, donde el paciente pueda practicar, en vivo o en imaginación, las habilidades aprendidas. En la prevención de las recaídas ayuda que el paciente comprenda que la ansiedad le acompañará en mayor o menor medida a lo largo de toda la vida. 8. Terminación. La terminación en la terapia cognitiva comienza en la primera sesión. Esa tendencia a la intervención breve, y ese nivel de estructuración y organización del tiempo, facilita que la terapia cognitiva sea breve y con un final más o menos delimitado. 9. Seguimiento y práctica. Los seguimientos aconsejados suelen ser los habituales en estos contextos. Es decir, ir espaciando las sesiones cada 15 días, al mes, y con seguimientos a los tres meses, y a los seis meses. De todos los apartados de los que consta una sesión típica de terapia cognitiva, uno de los más relevantes es el de la tarea. El curso de la terapia cognitiva: las tareas terapéuticas Al igual que con cualquier otro elemento del tratamiento la tarea prescrita en terapia cognitiva debe ajustarse siempre al tipo de paciente, a su contexto, a su nivel de deterioro o malestar, etc. La tarea es tan importante, que incluso se ha llegado a predecir éxito en el tratamiento cognitivo en función de la respuesta a esa tarea (Fennell y Teasdale, 1987; Persons, Burns y Perloff, 1989). Los tipos de tareas que puede hacer un paciente son muy diversas, y con diverso grado de dificultad. Así, podemos tener tareas tan importantes como el registro de pensamientos, tareas que forman parte de una programación de actividades, o tareas en donde el paciente debe, por sí mismo, modificar un pensamiento negativo, o tareas aparentemente más sencillas, como por ejemplo, recabar determinada información (por ejemplo, sobre los mecanismos que causan la ansiedad o la sintomatología de ésta). El nivel de estructuración de las tareas también es diverso. Por ejemplo, la tarea de registro de pensamientos que aparece en la mayor parte de los modelos cognitivos de este volumen consta de varias columnas, en donde el paciente debe anotar los pensamientos negativos automáticos, que le surgen en determinadas situaciones, junto a las emociones que todo ello le suscita. En nuestra experiencia este grado de estructuración (que también intentamos mantener en la terapia lingüística de evaluación, debe modificarse con cierta

14 frecuencia, dejando que el paciente anote lo que pasa por su cabeza en forma de diario y no de un registro estructurado. Lo importante, lógicamente, es hacer la tarea y no el formato, puesto que con las tareas en terapia cognitiva se pretende: 1. Que el paciente haga llegar al terapeuta su estado cognitivo-emocional a lo largo de la semana y que aprenda a relacionar pensamientos-emociones y conductas. 2. Comprobar su capacidad de introspección, básica para poder hacer terapia cognitiva, como ya se ha comentado. 3. Comprobar su motivación y adherencia al tratamiento. 4. Disponer de un “banco de datos cognitivos” para poder tener temas sobre los que tratar. 5. Comprobar sus progresos, estancamientos o retrocesos en la consecución de las metas terapéuticas previstas. 6. Preparar a los pacientes para ser sus propios terapeutas. Por este motivo, los terapeutas cognitivos se han preocupado de estudiar los problemas con la tarea desde distintas perspectivas. La primera cuestión que hay que tener en cuenta es que prescribir una tarea no es decirle al paciente lo que debe hacer. Para un terapeuta puede estar muy claro lo siguiente: “cada vez que te encuentres mal, quiero que anotes todo lo que pasa por tu cabeza”, pero esto (aparentemente sencillo) no estar claro para el paciente. En el cuadro 4, tenemos las recomendaciones de Shelton y Levy (1981) sobre cómo debe ser el formato de una tarea prescrita a un paciente. Sobre todo hasta que el paciente se familiariza con ella. Como vemos la especificación y la concreción deben ser máximas. Este aspecto, por otra parte, es uno de los que relacionan a la terapia de conducta con la terapia cognitiva (Beck, 1970a; Bedrosian y Beck, 1980).

15 Para prescribir tareas en terapia cognitiva debemos cumplir con los siguientes requisitos (Beck, Emery y Greenberg, 1985; Dattilio y Freeman, 2000; Dawson, 1991; Leahy, 2001): 1. Jerarquización. Para que el paciente aprenda a hacer la tarea debemos planificarla cuidadosamente, lo que supone por regla general, comenzar por tareas de menor dificultad para ir incrementando su dificultad y asignarla de forma clara. Por ejemplo, qué se debe hacer, con qué frecuencia, intensidad, en qué situaciones, etc. 2. Conexión. Por el hecho de que la terapia cognitiva emplea la tarea como algo muy destacado, no se deben prescribir tareas que carezcan de una conexión lógica, manifiesta, con lo tratado en la sesión y con las metas que se están intentando conseguir. 3. Practicar la tarea en sesión. Aquí se puede utilizar el modelo o el ensayo comportamental y facilitar el aprendizaje, mediante métodos escritos, visuales o auditivos (por ejemplo, grabar conversaciones entre paciente y terapeuta en donde se practique una conducta determinada). 4. Explicar la base de la tarea al paciente. El paciente debe tener claro, por qué se está haciendo o se debe hacer esa tarea. Una de las cuestiones clave para que el paciente entienda los motivos para hacer tarea es que con sólo una sesión, de una hora, por semana no hay suficiente para conseguir las mejoras y aún menos para hacerlo en un plazo breve de tiempo. Otro importante motivo es la necesidad de generalización de lo aprendido a la mayor cantidad de situaciones y de áreas relevantes para el paciente. En este sentido, es conveniente pedirle al paciente que dé feedback al terapeuta para ver si ha entendido claramente estas explicaciones. 5. Explicar y practicar en sesión cómo debe hacer la tarea el paciente. Es útil que el paciente salga de la sesión con ejemplos concretos, ya anotados o discutidos en sesión, del tipo de tarea que debe hacer. Por ejemplo, el terapeuta le puede pedir al paciente que complete una hoja de registro de actividades en sesión, y examinar conjuntamente los problemas que le pueden surgir al hacerlo. 6. Buscar feedback del paciente en relación a sus posibles sentimientos de ambivalencia o incertidumbre al hacer la tarea. Esta cuestión tiene que ver con la sensación de desesperanzas comunes a muchos pacientes, sobre todo depresivas, y con la aparición de una serie de dudas e ideas negativas que interfieren con su realización. La idea para resolver esto es tratar estos problemas al igual que se trataría cualquier otra idea de tipo negativo, o bien con técnicas cognitivas, técnicas conductuales o, por ejemplo, con información correctiva. 7. Buscar ayuda. El paciente tiene que recordar que no está solo y si lo necesita puede demandar de familiares, amigos, profesionales, etc. ayuda para hacer sus tareas.

16 Motivos por los que no se hace tarea En principio, en este apartado nos estamos refiriendo a pacientes sin diagnóstico de trastorno de la personalidad. Así Young señala que con este tipo de pacientes, el estilo terapéutico de la terapia cognitiva clásica, basado en la intervención breve, en un procedimiento muy estructurado y en hacer tarea, no se puede seguir igual que con pacientes, por ejemplo, con un trastorno depresivo o de ansiedad.

Es difícil sintetizar los motivos por los que un paciente no hace tarea (véase cuadro 5), siempre y cuando tengamos en cuenta que el terapeuta no se ha equivocado al plantearla. Por ejemplo, Ellis (1985a) asocia la resistencia ante la tarea a ideas irracionales, baja tolerancia a la frustración, expectativas poco realistas, etc. Burns (1989) identifica como razones para no hacer tarea, por ejemplo, perfeccionismo, necesidad de aprobación, asumir una explicación médica sobre los problemas, etc. Tal y como acabamos de comentar, por regla general, cualquier motivo por el que el paciente no haga tarea se trata en terapia cognitiva como un “síntoma cognitivo” más. Por ejemplo, Leahy y Holland (2000) recomiendan que un paciente depresivo que no hace tarea se haga las siguientes preguntas, tratando sus ideas negativas (que le llevan a no hacer tarea) como un pensamiento automático más:

17 1. ¿Cuáles son los costos y beneficios de hacer la tarea? 2. ¿Cuál es la mejor alternativa? 3. ¿Cuál es la evidencia a favor o en contra de que la tarea no va a funcionar? 4. ¿Qué tipo de tarea te autoasignarías? 5. ¿Qué recomendarías a un amigo en tu misma situación? 6. ¿En qué medida se parece tu pesimismo al hacer tarea a tus pensamientos sobre la posibilidad de mejorar? 7. ¿Qué motivos tienes para pensar que el terapeuta pensará mal de tí si no haces la tarea de una forma concreta? 8. ¿Estarías dispuesto a hacer un pequeño experimento con la tarea?