Teatro Breve de Alonso de Santos (50 Obras Cortas)

Teatro Breve de Alonso de Santos (50 Obras Cortas) José Luis Alonso de Santos nace en Valladolid y desde 1959 vive en Ma

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Teatro Breve de Alonso de Santos (50 Obras Cortas) José Luis Alonso de Santos nace en Valladolid y desde 1959 vive en Madrid, donde se licenció en Ciencias de la Información (Imagen), Filosofía y Letras (Psicología), y cursó estudios teatrales en el Teatro Estudio de Madrid. Su carrera teatral se inició en 1964 en los grupos de Teatro Independiente, donde trabajó como actor, director y dramaturgo. Ha sido director de la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, (Catedrático de Escritura Dramática), y director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Es autor de más de cuarenta obras, estrenadas con gran éxito de crítica y público, entre las que destacan: Bajarse al moro, La estanquera de Vallecas y Salvajes (las tres llevadas al cine), ¡Viva el duque, nuestro dueño!, El álbum familiar, Pares y Nines, Fuera de quicio, Trampa para pájaros, Dígaselo con valium, La sombra del Tenorio, Yonquis y yanquis, Un hombre de suerte, Cuadros de humor y amor al fresco, La cena de los generales, En el oscuro corazón del bosque, La llegada de los Bárbaros, etc. Ha sido galardonado, entre otros, con los premios: Premio Nacional de Teatro, Tirso de Molina, Mayte, Rojas Zorrilla, Aguilar, Baco de Andalucía, Ciudad de Valladolid, Medalla de Oro de Teatro de Valladolid, Asociación Espectadores de Alicante, Ciudad de Cazorla, Muestra de Autores Contemporáneos de Alicante, Premio Max, Premio Castilla y León de las de las Letras 2009…etc. Este Teatro Breve de Alonso de Santos, está escrito a modo de pinceladas en el enlucido de la realidad cotidiana, con los colores de nuestros sentimientos y el dibujo de nuestras emociones. En el fondo de cada obra la eterna lucha entre los sexos opuestos, que se necesitan para encontrar su sentido. Hombres y mujeres hablando de, para, con, contra, desde... las mujeres y los hombres. Piel buscando otra piel para reconocerse. Amo y sufro: luego existo. “Quien lo probó lo sabe...”, como dijo el poeta. Monólogos y diálogos que se cruzan en una espiral para hablar de placeres esperados, de pensamientos, de estados de ánimo íntimos, de deseos y anhelos que representamos cada día al vivir la aventura de relacionarnos con los demás, de existir a través de los otros. El humor hace de mezcla, de estilo unificador y vehículo de comunicación. La dulce venganza de la risa ante nuestras limitaciones. De la realidad al deseo. Del sueño y la imaginación, al paso real del tiempo de nuestro vivir. Debajo de las palabras hay millones de sensaciones que no podemos comunicar a los demás. Y cada personaje proyecta y oculta detrás de la más mágica de las palabras: amor, su agridulce historia. Entremos, pues, con los ojos abiertos en estas escenas que nos hablan de las pequeñas y grandes cosas de la vida. Las diferentes pinceladas de estas obras breves (las vivencias y diálogos de sus personajes) nos mostrarán su luz, su dibujo, su latido, su forma, y su color. El autor

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Índice 1. Agosto 2. Aguda espina dorada 3. Amor divino, amor humano 4. Amor líquido 5. Atrofia 6. Azul y rojo 7. Breve encuentro 8. Buenos días, Señor Doctor 9. Carta de amor a Mary 10. Club Dulcinea 11. Como niños 12. Complejo de mucha castración 13. Confidencias de mujer 14. Diez euros la copa 15. Dinero y amor 16. Domingo mañana 17. Ecografía muy húmeda 18. Edificio okupado 19. El alabardero de la reina 20. El famoso ciclo de la naturaleza 21. El honor de la patria 22. El paraíso no fue como nos lo contaron 23. Entre colegas 24. Entre rejas 25. Hare Krishna 26. Intercambios 27. La bola del mundo 28. La chica de los ojos azules 29. La línea roja 30. La penúltima copa 31. Lapislázuli 32. Las frutas del amor 33. Lavabo de señoras 34. Leche cortada 35. Lo que no pudo ser 36. Maletas 37. Minimalismo 38. Mujeres de vida fácil 39. Problemas conyugales 40. Profesionales 41. Promesa de amor 42. Secretos eróticos 43. Sinceridad 44. Tiempos modernos 45. Un bocadillo de higadillos 46. Una cuestión de honor 47. Una pequeña confusión 48. Una verdadera mártir 49. Videojuegos 50. Zeta 2

1. AGOSTO (Dos náufragos en una isla desierta. Al fondo unas altas palmeras de las que cuelgan cuerdas en las que están tendidos sus harapos. Tienen barbas de varios años. Uno es cojo y va vestido con un viejo y raído chaqué, y el otro manco, y lleva un descolorido y roto traje de marinero. Ruido del mar cercano golpeando contra las rocas. Pasa volando una bandada de gaviotas.) COJO.- ¡Gaviotas! (Se acerca a unas rocas donde está el MANCO.) Hace un buen día hoy, ¿eh? ¡Mira, gaviotas! MANCO.- (Desde detrás de las rocas.) ¡Bah! COJO.- Hay nubes allí. A lo mejor caen unas gotas. Deberíamos preparar las latas por si acaso. MANCO.- (Hablando sin asomarse.) Prepáralas tú si quieres. Hoy es mi día libre. (Pausa.) COJO.- ¡Oye! MANCO.- (Cada vez más enfadado.) ¡Qué! COJO.- Allí parece que se ve algo. Un puntito a lo lejos. A lo mejor es un barco. MANCO.- Dos barcos seguramente serán. O tres. O toda la flota si te da la gana. Lo que tú quieras. COJO.- (Acercándose más, le espía por encima de las rocas.) Hombre, no te pongas así conmigo... MANCO.- (Asoma la cabeza enfadadísimo, hablando a gritos.) ¡Quieres dejarme en paz de una vez! ¡Hoy me toca a mí! ¿No? ¡Pues no estés todo el día alrededor con si hace bueno, si hay gaviotas, si va a llover, o si vienen barcos o no vienen barcos! ¿Hemos quedado por semanas sí o no? COJO.- Bueno, lo que tú quieras. (Se aleja y se sienta a mirar el mar. Pausa. Tira piedras al agua.) ¿Qué estáis haciendo? MANCO.- ¿Y a ti qué te importa? COJO.- Nada, nada. Perdona. (Pausa.) Yo era, más que nada... Vamos que te lo decía por si no te das cuenta y... MANCO.- (Sale de entre las rocas y va hacia él.) ¡Que nos dejes en paz! ¿Cómo quieres que te lo diga? ¡Ya está bien! ¡No podemos hablar, no podemos hacer nada contigo todo el día alrededor espiando! Ahora ya no sé ni lo que le estaba diciendo. Necesitamos un poco de intimidad, ¿es que no puedes comprenderlo? ¿Tan difícil es? ¿Te molesto yo acaso? ¿Me meto en tus cosas? ¡Todo el día espiando, y por la noche igual! ¡Deja de hablar un rato ya de una maldita vez! ¡Cállate! ¡O vete de aquí! COJO.- ¿Y dónde voy a ir? Como no me vaya volando como las gaviotas, o me tire al mar... MANCO.- Te puedes ir detrás de las palmeras. O haces un agujero y te entierras, a ver si así me dejas tranquilo. COJO.- (Se tira al suelo desesperado.) ¡Me tiro al agua, me mato o te mato a ti! ¡Ya no puedo soportarlo más! ¡Lo intento pero no puedo! ¡Me pongo malo! ¡Me muero! MANCO.- Ahora toca el numerito de los nervios. (Conteniendo su irritación.) ¿Pero es que no puedes comportarte como un adulto? En la vida no se puede tener siempre todo lo que se quiere. Me imagino que te lo explicarían tus padres de pequeño, o tus maestros en el colegio. Tenemos que empezar de una vez a comprender que los otros también tienen sus derechos. Que no estamos solos en el mundo. ¿Es que no puedes esperar unos días? La semana que viene, toda para ti. Las veinticuatro horas del día. COJO.- Sé que le has estado hablando mal de mí. Lo sé. MANCO.- ¿Te crees que no tenemos otra cosa mejor que hacer que hablar de ti? COJO.- ¡Tengo que verla ahora mismo! ¡Tengo que decirle que la quiero, que no puedo vivir sin ella, que la necesito más que a nada en el mundo! MANCO.- ¿Y yo, qué? Comprende tú también mis sentimientos. Y además, no quiero ponerme a discutir contigo ahora. Te conozco. Lo haces para que no pueda estar con ella. Son los malditos celos 3

que te comen. Pues a mí me da igual. ¿Has oído? ¡Me da igual lo que hagas! ¡Mientras yo esté con ella, como si tú no existieras! (Vuelve el MANCO a esconderse detrás de las rocas y se oyen ruidos y risitas, como si dos personas estuvieran haciendo el amor. El COJO se tapa los oídos, desesperado va hasta las palmeras y empieza a recoger los harapos tendidos.) COJO.- (Gritando.) ¡Te cambio el próximo turno de corte si me la dejas! MANCO.- ¡No me da la gana! COJO.- (Vuelve a gritar.) ¡Dos turnos de corte! ¡Los que tú quieras! (El MANCO no contesta. Siguen escuchándose los ruiditos de placer. El COJO toma una decisión. Tira los harapos que había recogido, va hasta unos bultos y saca de ellos un cuchillo grande de carnicero y un hierro de afilar.) COJO.- (Comienza a afilar el cuchillo.) ¡Ya! MANCO.- (Sacando la cabeza.) Ya, ¿qué? COJO.- Nos hemos quedado sin caldo y tengo hambre. Hay que hacer otro perol. Voy a cortar. MANCO.- ¿Y tiene que ser precisamente ahora? COJO.- Tengo hambre, ya te lo he dicho. MANCO.- Por un día que no tomemos caldo no pasa nada. No nos vamos a morir por eso. Mañana, mañana cortamos. Hoy quiero estar con ella. Si cortas tendré fiebre y no podré. ¡Y lo sabes, maldita sea, por eso lo haces! (Saca el MANCO de su pecho una hoja de calendario: “AGOSTO”, que tiene una mujer desnuda, y se pone a besarla apasionadamente.) COJO.- ¡Ya! ¡Ya! ¡Voy a cortar ahora mismo! ¡O me la das y me corto yo! ¡A mí no me importa la fiebre con tal de tenerla! MANCO.- ¿Lo ves? ¿Ves como no era el hambre? ¡Son los celos! ¡Los malditos celos que no te dejan vivir! (Vuelve a meterse la hoja en el pecho, aplastándola contra sí.) COJO.- (Amenazando con el cuchillo.) ¡Sácatela de ahí! ¡La estás arrugando! MANCO.- ¡Es mía! ¡Mía! ¡Yo la traje en la balsa con mis cosas! COJO.- ¡Pero ella me quiere a mí, me quiere a mí! ¡Me lo ha dicho mil veces! MANCO.- ¡A mí también me lo ha dicho! ¿Qué te crees? ¡Y que yo le gustaba más que tú! ¡Que mis labios le hacen temblar! COJO.- ¡Mentira! ¡Eso es mentira! ¡A ver, sácala y que lo diga delante de mí! ¡A ver si eso es verdad! ¡Venga! ¡Sácala! MANCO.- ¡Quita! ¡No la toques! (Mete el COJO la mano en el pecho del MANCO y le arranca la hoja. El MANCO consigue quitársela de nuevo.) COJO.- ¡Te mato! ¡Dámela que te mato! ¡Te juro que te mato! MANCO.- ¡Es mía, mía, mía! (Corre el MANCO en círculo por la pequeña isla con la hoja en la mano, seguido del COJO con el cuchillo levantado con evidentes malas intenciones, mientras suenan músicas psicodélicas de mentes alucinadas por el mucho amor. Finalmente, en la pelea por la posesión, destrozan el objeto amado que el viento se lleva en pedazos al mar. Quedan los dos paralizados al verlo. Se escucha de nuevo el ruido del mar y las gaviotas.)

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COJO.- ¿Qué ha pasado? ¿Qué es lo que ha pasado? MANCO.- ¿Estarás contento ya?, ¿no? La has roto, eso es lo que ha pasado. COJO.- ¡Se ha ido! ¡Nos ha dejado solos! MANCO.- Toma. (Le da el cuchillo, que había caído en la pelea.) Puedes cortar cuando quieras. Ya me da igual tener fiebre. COJO.- ¡Mira, aquí hay un trozo! ¡Ha quedado un trozo! (Recoge un trozo de cartón del suelo, lo estira y se lo enseña.) MANCO.- ¿A ver...? “AGOSTO”. Sólo las letras... Sólo “AGOSTO”. COJO.- De todas formas lo quiero. Me puedo imaginar el resto cuando leo “AGOSTO”. Es precioso “AGOSTO”. Ella estaba aquí encima, ¿te acuerdas? Podemos volver a hacer lo de antes si quieres. Una semana cada uno. MANCO.- Bueno. Sigo yo con ella estos días que me faltan, y luego tú. (Tiende su brazo manco.) COJO.- (Preparándose para cortar, le quita los vendajes.) Un trozo pequeño. Casi no tengo hambre ya. MANCO.- (Mira el recorte para coger fuerzas mientras pone el brazo.) No es igual que antes, pero puede servir... “¡AGOSTO!” (Y mientras pasan de nuevo indiferentes las gaviotas por el cielo, cae implacable la cuchilla sobre la carne enamorada.) OSCURO

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2. AGUDA ESPINA DORADA (Residencia de ancianos. En un banco del jardín, sentado, un hombre de unos ochenta años. Llega a su lado otro hombre de la misma edad.) DON FAUSTINO.- A las buenas tardes. ¿Está libre? DON HERACLIO.- Sí, sí, buenas tardes. Siéntese si quiere. DON FAUSTINO.- ¿Qué? ¿No echa hoy una partidilla? DON HERACLIO.- Estoy harto de cartas. Si se llamase usted Heraclio, lo comprendería. DON FAUSTINO.- ¿Por qué? DON HERACLIO.- “Heraclio Fournier”, ¿no le suena? Siempre hay algún gracioso que hace sus chistes a mi costa. Me gusta más estar aquí, en silencio. En el otro ala no se puede estar por la televisión, y ahí dentro la gente sólo sabe jugar a las cartas y hablar de mujeres. DON FAUSTINO.- ¿Y qué otra cosa se puede hacer aquí, don Heraclio? DON HERACLIO.- Pero todo el día lo mismo, todo el día lo mismo... ¡Hasta en la capilla estaban ayer hablando de señoras! Están todo el día fanfarroneando que si a cuarenta, que si a cincuenta... DON FAUSTINO.- Si le digo la verdad, cuando les oigo se me ponen los dientes largos. Yo he sido hombre de una sola mujer. ¿Usted cree que pueda ser verdad eso de las cincuenta? DON HERACLIO.- Pues mire usted, ¿qué quiere que le diga?, yo siempre he tenido las mujeres que me ha dado la gana, aunque me esté feo decirlo. Cincuenta no me parece un número exagerado. ¿Un cigarrito? DON FAUSTINO.- No puedo, los bronquios. Me lo ha prohibido don Jesús. DON HERACLIO.- Yo los parto por la mitad y no me trago el humo. No puedo quitarme. A mi edad no tengo voluntad; ya se lo he dicho a don Jesús. DON FAUSTINO.- ¿Y él qué le ha dicho? DON HERACLIO.- Que si sigo fumando me muero antes de veinte años. (Enciende su cigarro.) Qué le vamos a hacer. Sólo me quedan entonces diecinueve. DON FAUSTINO.- Qué buen humor tiene usted siempre. Da gusto. Debe ser por la buena vida que se ha dado... con las mujeres, quiero decir. Lo que me estaba contando antes. DON HERACLIO.- No. Por eso no es, ni mucho menos. Es porque no tengo que trabajar. Trabajar me mataba. Desde que me jubilé, tan bien. Mi estado natural perfecto es no hacer nada. (Fuma.) Pues yo le envidio a usted, don Faustino, ya ve. En lo de las mujeres. Una sola es lo perfecto. Lo demás sobra. Eso, y no dar golpe. DON FAUSTINO.- ¿Y con todas...? Quiero decir... cómo se arreglaba usted... ¿todas a la vez, o...? DON HERACLIO.- No, hombre, no. A cada una hay que darle su tiempo. A las mujeres hay que saber tratarlas. Ellas son de otro mundo. DON FAUSTINO.- ¿De otro mundo? ¿De qué mundo? Yo es que siempre he sido muy tímido. Yo creo que es por eso por lo que sólo me acerqué a mi mujer, y ya, nos casamos. Bueno, se acercó ella a mí. Trabajaba en una biblioteca pública, y yo iba todas las semanas a cambiar mi libro, y nos fuimos conociendo... Yo creo que no me he enterado de la vida, don Heraclio. Hay tantos millones de mujeres en el mundo: altas, bajas, listas, tontas, guapas, guapísimas, inteligentes, negras, blancas, chinas... Sólo de chinas hay millones. Y yo siempre con la misma. DON HERACLIO.- Qué cosas tiene usted. Qué mismo le da si hay muchas chinas, o pocas chinas. Usted no va a ir a la China. DON FAUSTINO.- No, no es eso. Ya lo sé. Pero hay tantas a nuestro alrededor, por la calle, en un bar que entres... La mitad de la humanidad son mujeres, fíjese. DON HERACLIO.- Pero usted era feliz con su mujer, ¿no? Eso es lo importante. Yo, en cambio, siempre estaba de la ceca a La Meca, hoy con una, mañana con otra, pasando los años de mala manera, enfaldado. DON FAUSTINO.- ¡Qué bonito! Cuente, cuente. 6

DON HERACLIO.- Pues qué quiere que le diga. A mí no me gusta andar por ahí hablando de eso. No soy como otros... (Pausa.) Una vez tuve yo una historia con una rubia que conocí en el expreso de Albacete... ¡qué noche! Nos dejó el revisor su departamento; una buena propina, ya sabe. Llegamos a Albacete y ni nos enteramos. Más de una hora con el tren parado, allí, los dos... ¡Bueno! DON FAUSTINO.- ¿Sí? ¿En Albacete? DON HERACLIO.- O en Italia una vez. Una novia italiana que tuve más de dos años. Pasaba con ella las Semanas Santas, en una casa que teníamos en el Trastevere, un barrio de Roma. ¡Qué Semanas Santas nos pegábamos, don Faustino! ¡Una vergüenza! ¡Una verdadera vergüenza! DON FAUSTINO.- ¿Y el Papa? DON HERACLIO.- ¿Qué papa? DON FAUSTINO.- Pues el Papa, que verían al Papa. En Roma, y en Semana Santa... ya que estaban allí... que le verían. DON HERACLIO.- Yo no veía a nadie esos días, don Faustino. Ni al Papa ni a nadie. Iba ciego. DON FAUSTINO.- ¡Qué maravilla! DON HERACLIO.- Nada, hombre, nada. Bobadas, nada más que bobadas. Aventuras que luego sólo te dejan hartura y cansancio. Dónde vas a comparar eso con tener una mujer de verdad, una pareja a tu lado para siempre. Yo habría cambiado mil veces mi vida por la suya. Una vez hasta con una mulata, fíjese. Por probar de todo, y nada. Caprichos, sólo caprichos pasajeros... DON FAUSTINO.- ¡Qué vida! DON HERACLIO.- Usted es de las pocas personas formales que hay aquí, se lo digo yo. No es un muñeco que se va detrás de las primeras faldas que pasan, como casi todos. Hombre, formalidad, que ya tenemos edad. DON FAUSTINO.- Pues precisamente quería yo pedirle a usted un consejo. Es que me gusta mucho una de las nuevas señoras de la limpieza. Una llenita, con acento asturiano... Si la tiene que conocer. No sé si es mejor una carta, o un recado. Me da vergüenza. Pensará que soy tonto. Tiene unos ojos negros grandes... tiene gafas, pero debajo unos ojos grandes... y sonríe mientras limpia. DON HERACLIO.- A mí la que me gusta es Sor Clarita. DON FAUSTINO.- ¡Pero es monja, don Heraclio! DON HERACLIO.- ¿Y qué culpa tengo yo de que me guste? Ahora a las cinco tiene que ponerme una inyección para el reuma. Qué le vamos a hacer. Son cosas de la vida. DON FAUSTINO.- ¿Entonces usted cree que a lo mejor, si me decido...? DON HERACLIO.- No, don Faustino. Usted es hombre de una sola mujer. No lo estropee ahora. Es de los pocos que quedan en condiciones. DON FAUSTINO.- ¡Hombre, y usted, qué! ¡A ver por qué yo no voy a poder y usted sí! DON HERACLIO.- Yo ya no tengo solución a mi edad. ¿Damos un paseo? He sido un desastre toda mi vida, y sigo siendo un desastre. (Levantándose.) DON FAUSTINO.- (Levantándose.) Yo también quiero ser un desastre, don Heraclio. (Y se alejan los dos ancianos paseando lentamente entre los altos álamos.) OSCURO

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3. AMOR DIVINO, AMOR HUMANO (Un convento. La madre superiora y varias monjas están cosiendo en la sala de costura. Un rayo de sol atraviesa las vidrieras iluminando el cuadro. Llega otra monja —SOR JUSTINA— muy agitada y nerviosa.) SOR JUSTINA.- (Acercándose.) Ave María Purísima. TODAS LAS MONJAS.- Sin pecado concebida. (SOR JUSTINA se sienta, y se pone también a coser, dando grandes suspiros de vez en cuando. Risitas de las otras monjas.) MADRE SUPERIORA.- Sor Justina, ¿en qué estáis pensando? SOR JUSTINA.- En Dios Nuestro Señor, Madre Superiora. MADRE SUPERIORA.- ¿Y cuando pensáis en Dios Nuestro Señor, dais siempre esos suspiros tan grandes? Os estáis poniendo colorada, sor Justina. ¡Ay, Señor, Señor! Que me temo yo que no sea precisamente en Dios Nuestro Señor en quien pensáis a todas horas. SOR JUSTINA.- ¡Ay! Me he pinchado un dedo. (Risitas y comentarios, en voz baja, de las monjas.) MADRE SUPERIORA.- Dios os ha castigado por mentir y por tener malos pensamientos. SOR JUSTINA.- (Avergonzada.) No estaba pensando en nada, Reverenda Madre, estaba rezando. MADRE SUPERIORA.- Ya, se nota. Ayer en el Refectorio estabais golpeando el suelo con el pie, y llevabais el ritmo de una cancioncilla, que me di cuenta perfectamente. Y el miércoles oí desde el patio cómo la tocabais al órgano. ¡Qué vergüenza, Dios mío! SOR JUSTINA.- Es una canción infantil. La cantábamos de niños en el colegio, en el pueblo, y se me ha quedado. MADRE SUPERIORA.- Y a mí, y no por eso estoy todo el día: “Antón, Antón, Antón pirulero...” ¿Os habéis creído que soy tonta? No sé qué le habéis visto a ese hombre, con lo mayor que es, bajo, calvo, feo... ¡Como una chiquilla de catorce años! ¿Pero lo habéis mirado bien? Con las gafas puestas, quiero decir. SOR JUSTINA.- El otro día estaba ayudando en la cocina y entró él del huerto a traer una cesta de tomates y pepinos, y casi me mareo. Me empezó a entrar un sofoco y a latirme el corazón como si se me quisiera salir. ¡Dios mío, qué puedo hacer yo! (Llora.) (Risitas y comentarios de las monjas.) MADRE SUPERIORA.- ¡Silencio, hermanas! (A SOR JUSTINA.) Pero, Sor Justina, ¿le mirasteis? ¿De cerca? SOR JUSTINA.- No me atreví a levantar los ojos del suelo mientras él estaba allí, Madre. MADRE SUPERIORA.- Vaya por Dios. ¿Y habéis rezado a Dios Nuestro Señor pidiéndole ayuda para luchar contra la tentación? SOR JUSTINA.- Cinco rosarios diarios, Madre, y nada. MADRE SUPERIORA.- Pero Sor Justina, vamos a ver. ¿Cómo vais a comparar el amor a Dios nuestro Señor con esa locura? Dios Nuestro Señor es... ¡Dios nuestro Señor!, y Antón el huertero, es... ¡Antón el huertero! SOR JUSTINA.- Ya, pero es... MADRE SUPERIORA.- Es un hombre. ¿Es eso lo que queréis decir? SOR JUSTINA.- Me parece. También sueño con él por las noches, Madre.

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(Risitas de las monjas.) MADRE SUPERIORA.- Ah, pues eso sí que no puede ser. UNA MONJA.- ¿Los sueños también son pecado, Madre? MADRE SUPERIORA.- Depende de lo que se sueñe. (A SOR JUSTINA.) Pero hermana..., ¿ha dejado de creer en el Señor? SOR JUSTINA.- Creo en Dios Nuestro Señor en cuerpo y alma por los siglos de los siglos. LAS DEMÁS MONJAS.- Amén. (Se santiguan.) SOR JUSTINA.- Pero una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa, Reverenda Madre. MADRE SUPERIORA.- Quiere su caridad explicarse mejor, que no la entiendo... Si fuese usted una niña, todavía, pero a su edad... SOR JUSTINA.- La edad no tiene que ver con el amor... (Risas de las otras monjas.) MADRE SUPERIORA.- ¡Silencio! ¡Qué sabrá usted del amor! El único amor verdadero que existe es el que profesamos a Dios Nuestro Señor. Y como me salga su caridad respondona me va a hacer perder la santa paciencia. Eso que usted siente es la tentación del mismo diablo en persona, para que lo sepa. (Revuelo y comentarios de las demás monjas al oír nombrar al maligno. Se santiguan y rezan letanías con voces susurrantes.) SOR JUSTINA.- Pero Madre..., si fuese el diablo no estaría enfermo del pulmón. Por eso tiene esa tosecilla... MADRE SUPERIORA.- Bueno, ya está bien de diablo, o no diablo. Para usted como si lo fuera. Así que ya me está su caridad diciendo qué piensa hacer. Porque esto, desde luego, no puede seguir así. SOR JUSTINA.- Puedo empezar a rezar seis rosarios diarios en vez de cinco, si quiere su Reverencia. MADRE SUPERIORA.- Me parece que eso no va a servir de mucho; sobre todo si mientras rezáis lleváis el ritmo de esa cancioncilla con los pies. Pues tened mucho cuidado. Os podéis condenar para toda la eternidad por un solo pensamiento. Sólo por andar imaginando lo que no se debe imaginar. (A todas las monjas.) Para toda la eternidad, fijaos bien. No cien años, ni doscientos... más, muchos más. Toda la eternidad de Dios quemándoos en el infierno, con el calor, el fuego, y sin poder beber agua ni nada... (A SOR JUSTINA.) por pensar en ese calvo. Todavía si fuera el padre Felipe, lo comprendería. Pero anda que el huertero... SOR JUSTINA.- No, si el padre Felipe también me gusta. MADRE SUPERIORA.- (Se pone de pie.) ¡Sor Justina! ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡El padre Felipe es un santo, y no os consiento que penséis en él de ese modo! ¡Ay! ¡Me he pinchado ahora yo! (Cotilleos de las monjas.) SOR JUSTINA.- Una gotita de sangre por las Santas Misiones. Amén. MADRE SUPERIORA.- Vaya a la capilla a rezar por las almas de los pecadores y “las pecadoras” extraviadas. Con Dios, Sor Justina. SOR JUSTINA.- Con Él quedéis, Reverenda Madre. (Sale.) TODAS LAS MONJAS.“Antón, Antón, Antón pirulero, cada cual, que atienda a su juego...” (Risas.) MADRE SUPERIORA.- ¡Silencio! (Se santigua.) Alabado sea el Señor. 9

TODAS LAS MONJAS.- Sea por siempre bendito y alabado. (Se sienta la MADRE SUPERIORA, y siguen cosiendo en silencio. Una música angelical pone marco a la estampa, que parece detenida en el tiempo.) OSCURO

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4. AMOR LÍQUIDO (Sale una mujer de unos cuarenta y cinco años, BEGOÑA, sola en casa, lleva en la mano un ordenador portátil, va en bata, despeinada y en zapatillas, con una pinta que no se dejaría ver por nadie. Habla al público…, y de vez en cuando teclea en el ordenador.) BEGOÑA.- Llevo esperando una hora a que se marche mi hijo y me dejara libre el ordenador…, además no me gusta meterme en esto cuando él está, me da no sé qué… Siempre entro con la ilusión de encontrarme con alguno de ellos, cada vez me resulta más fácil…, al fin y al cabo la lista se va haciendo, poco a poco, cada día más larga, Y claro, alguno habrá…, y si no busco alguno nuevo… Uy, sí, tengo muchos, y eso que selecciono, no vayan a creer que me quedo con cualquiera, nada de eso: no a los que responden con monosílabos, no a los que tienen faltas de ortografía que hieren la vista, no a aquellos que se ponen a la defensiva, no a esos que empiezan por “¿de qué color es tu ropa interior muñeca?”, o “¿quieres verme desnudo por la cam?”, así, de primeras… En definitiva, no a los tíos que me presionan… Para tensiones ya tengo bastantes durante el día. (Lee algo en su ordenador.) ¡Juan! Es Juan… (En voz alta, a golpes de sílabas, como leyendo lo que escribe.) “Hola Juan, ¿cómo estás?” (Al público.) Es Juan, tal vez mi preferido…, fue el primero y eso deja marca. Ha sido el único con el que he llegado hasta el final… Ya me entienden, quedamos y todo, sí, una vez… Conocí esto del Messenger y el chat a través de mis alumnos. Ah, sí, me había olvidado decirles que soy profesora. De chicos pequeños. Un espanto, pero a lo que íbamos. En una entrevista con uno de ellos, de esos a los que se les atragantan las mates, las soci, las natu…, con una cara de burro más grande que la de su padre, que hay que ver a los padres de los alumnos para comprender a los brutos de los hijos… Le pregunté: “Cuánto tiempo dedicas tú a estudiar en casa”, y me respondió: “Nada, estoy todo el tiempo en el Messenger”. Una, que aún muestra cierto pudor de su propia ignorancia de las cosas modernas ante los alumnos, le dejé caer una de esas frases para salir del paso, porque no tenía ni idea de qué me estaba hablando: “Ya sabes que sin esfuerzo nunca vas a salir adelante”. (Vuelve a teclear el ordenador, y sigue repitiendo las frases mientras las escribe, silabeando.) “Estaba deseando hablar contigo, Juan, cielo, te echo de menos ¡Qué ganas de repetir nuestro encuentro en Cuenca! ¡Mmmmmmmmmmm!” (Al público.) Lo de “mmmmmmmmmm” lo ponemos para que vean que nos gusta sexualmente, o que estamos excitados, o que le deseamos, al que sea… o porque no sabemos qué poner, no sé si me entienden…. Total, lo que les iba contando del alumno aquél, al llegar a casa le pregunté por el Messenger a mi hijo…, a sus 20 años se preguntó por qué su madre cuarentona se interesaba por algo tan de ahora, de ligar… “por cosas de estudios, o que me manden apuntes los compañeros, por qué va a ser…”, le contesté yo con sensación de pecado antes ni de saber de qué iba. Bueno, una idea lejana de que era lo que usaba la gente ahora para hacer sus cosas, sí que tenía, claro. Del “tema”, como le dicen ahora. Así que aprendí. Y por supuesto, entré. Y por supuesto, sigo dándole a las teclas, cada vez más enganchada y haciendo cosas que jamás me pude ni figurar que yo podía hacer. Parece mentira que el aparatito este me ha como clonado y ha sacado a una Begoña nueva que yo no sabía ni que existía, y hasta un poco golfa, qué quieren que les diga…, es lo que diría mi madre si me viera en los líos que 11

estoy metida por culpa de este trasto. (Lee lo que le llega al ordenador.) “Aún recuerdo el olor de tu piel…, me pone a cien…” (Al público.) Qué bien escribe este Juan, sólo leerle te pone la piel de gallina, te dan escalofríos… (Lee del ordenador.) “Una cosa importante Elena, no me llames este fin de semana. Mi mujer estará en casa todo el tiempo”. Está casado. Todos están casados. El mundo entero está casado menos yo. Me dice Elena porque le he dicho que me llamo así. Antes me ponía Paula, o Isabel… Realmente me llamo Begoña, pero aquí todo el mundo miente en todo, hasta en los nombres. Además así le sale a uno como una personalidad nueva. Eres otra, no sé si me comprenden. Y te sientes más libre. (Lee lo que ella escribe.) “No te preocupes, corazón, pero prométeme que te acordarás de mí”. (Al público.) Últimamente ya no acepto casados, hay que estar todo el día que si le pillan, que si a escondidas… pero Juan fue el primero, ustedes comprenden… Yo era como virgen… virtual, se entiende, cuando le conocí. Fue el primer hombre con el que tuve sexo por la red, y eso une mucho. Bueno, no sé si les he dicho que en la red casi todo es sexo, sexo virtual. A veces se queda, como yo aquel día en Cuenca con Juan, pero casi todo es virtual… a base de palabras. La primera vez que entré en el chat, me pasé un buen rato leyendo lo que decían: “¿alguien para charlar?”, “¿alguien de Málaga o alrededores?”, “¿quién quiere compartir conmigo esta noche?”, “busco una gordita que me haga disfrutar”, “corazón solitario necesita paja” ó “26 cm. polla cam…”, que hay algunos muy groseros…, pero se ve que a algunas les gusta, porque si no, no se anunciarían así, claro, con tanta publicidad, que habría también que ir allí con la regla para ver si es verdad. Bueno, pues yo me preguntaba ¿dónde me he metido? Me había puesto de “nick” —la contraseña que se pone para que le conecten a uno— Roble 42. Estaba esperando y esperando…, nada. Debía sonar a nombre de hombre, o de árbol, o era por su robustez, la cuestión es que nadie quería hablar con Roble 42. Cambié el nombre y puse: Tentación 4O (siempre me quito 6 años, así que como tengo 48…). De pronto, montones de ventanitas se abrieron ante mis ojos buscándome. Todos empezaban igual: “¿cómo te llamas corazón?, ¿de dónde eres? …tú si que eres una tentación para mí, o…me estás poniendo caliente”. Pero en una de esas ventanitas, con el nick de Pedro 46, apareció una frase muy agradable para mí: “¿te gusta viajar?”, y yo le respondí “me encanta”, y le dije que me llama Elena, y él me hizo reír cuando me dijo que estaba trabajando en Bruselas y “que viajaba más que el baúl de la Piqué”. El caso es que al final Pedro no era Pedro, era Juan, y no tenía 46, tenía 56, y no trabajaba en Bruselas sino en Vigo. Y claro, yo no era Elena la de la guerra de Troya, que tanto gusta a los tíos, era Begoña. (Lee lo que pone en el ordenador.) “¿Estás en el sofá?, ¿en pijama?, ¿con los ositos?” (Al público.) A Juan le excitan los ositos de mi pijama…, dice que le gusta el puntito un tanto infantil perverso que tengo en ocasiones. Bueno, también es que en Cuenca me puse el pijama de ositos. Llevaba otro más erótico de lencería fina que me había comprado para ese día en unas rebajas, pero hacía un frío para morirse en la habitación del hotel, no debía funcionar bien la calefacción o lo que fuera, y yo me encasqueté el de los ositos, que es más gordo, de franela, no fuera a coger un catarro con las tonterías esas. Total, él me lo quitó enseguida, casi ni se fijó…, pero ahora dice que lo recuerda perfectamente… Fue un fin de semana en Cuenca como de “Los puentes de Madison”, la película esa tan bonita de tanto amor, con ese actor tan guapo, el Clinisburg ese. He de reconocer que me gusta mucho. No, Clinisburg no, ni Cuenca, él. Cuenca ni la vi, estuvimos todo el tiempo en el hotel metidos. Juan... casi, casi, hasta le quiero. Un amor, como tantos otros, imposible. Vive en Vigo y yo en Murcia, 12

y además está casado, así que tú me dirás. Para una vez que nos vimos, en dos años, nos tiramos un día entero viajando. Quedamos en Cuenca porque está en medio de los dos en el mapa… más o menos. (Lee en voz alta lo que escribe.) “Un momento Juan, me llaman por teléfono…” (Al público, señalando el ordenador.) Acaba de entrar Jorge, en el Messenger, y siempre decimos lo del teléfono y cuela…. (Lee en voz alta lo que escribe.) “Hola Jorge ¿cómo estás? Había entrado un momento a leer el correo…” (Al público.) Aquí ya les digo, se miente mucho, por costumbre…, no pasa nada, todo el mundo lo hace… Tengo una amiga que estuvo casi un año de líos por aquí con uno de Cáceres, que luego resultó que era una mujer, pero como ella se había hecho pasar por un hombre, pues nada, al final todo casó bien…, pero mentir se miente mucho. Hay quien te dice que tiene veinticinco años y tiene más de sesenta, y cosas así. Y físicamente para qué te voy a decir “rubia escultural, atractiva, ojos verdes…” y van las tías y ponen la foto de la nieta con toda la cara. Jorge es empleado de banca, vive en Toledo, casado, por supuesto. Él dice que no es feliz, que su mujer no le entiende y todo el rollo ese. Qué va a decir el hombre. El día que le conocí me gustó por su sentido del humor, a mí se me gana con la risa. Escribía con agilidad, como lo hago yo. Para algo tenía que servir el curso de mecanografía que me pagó mi padre a los 15 años, “el saber no ocupa lugar” me decía, él que era muy bajito. Jorge fue sincero desde el primer día, “estoy casado, mi mujer está en la habitación de al lado, y aunque nos llevamos mal yo en el fondo la quiero…” La vida es una novela. Con él he hecho sexo sin conocernos, sin tocarnos, sin olernos ni molernos, solo palabra va, palabra viene. La primera vez fui muy torpe. Mira que insistía: “Piensa que estoy a tu lado, te acaricio… deja correr tu imaginación… y siente que te muerdo el cuello…” Y yo, nada de nada. Ni cuello, ni pies ni nada. Si me mordía el cuello como si me mordía el carnet de identidad. Además me sentía como sin imaginación. Será por las clases del instituto, me decía yo, de estar todo el día con esos energúmenos, que acabas sonada. Pero con los días y la confianza, un día fue realmente increíble: se rompió el hielo y una maravilla. Palabra va, palabra viene, como si lo hubiésemos hecho toda la vida. “Isabel, ya sabes que deseo verte más que nada en el mundo”. “Lo sé — contesté yo—, pero se rompería esto, así es muy bonito, tan mágico”. La verdad es que Jorge me pone en el Messenger siempre que hablamos una foto en el cuadrito ese que hay arriba, y tiene cara de pan, solo cara, sin cuello, y a mí, qué quieren que les diga, esa cara… Los ojos saltones… Que no, para quedar no. Para virtual vale porque no miro la foto para nada. Miro una que tengo al lado, de una revista del Cloney ese del cine que me encanta. Anda que de uno al otro… A Jorge le gusta mi parte sensual. Nunca le digo que estoy en pijama, y menos de ositos. Él prefiere la ropa interior negra. Yo le digo que llevo liguero y braguitas transparentes de encaje y se pone como loco. Hay que ver lo que son unas palabras. Es otra cosa buena que tiene el Messenger: ojos que no ven… Puede que a pesar de la cara de pan algún día nos veamos. Ya veremos. Mientras tanto, me gusta seguir disfrutando de sus palabras y de su deseo, que es lo que más me excita, cómo se pone por nada. Y eso que aunque él no lo sabe es el diez. Sí, tengo diez, más no quiero porque me lío y no sé ni quién son. Una vez llegué a dieciocho y un follón, tenía hasta pesadillas, así que de diez amantes virtuales no paso. (Lee lo que está escribiendo a Jorge.)

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“Espera un momento Jorge, teléfono…” (Al público.) Es que ha entrado José Luis, y si entra José Luis lo dejo todo. Como en la canción… Con éste hablo muchas veces por el micro, ése del sonido del ordenador, mientras ponemos la cam… Esto no se lo puedo contar porque me da no sé qué… ¡Qué cosas hacemos, Dios mío! Me da vergüenza hasta pensarlas, pero nos ponemos, nos ponemos, y como críos. Mientras hablamos me pone boleros antiguos, y me pone loca… (Al micro del ordenador.) “Dime, cariño mío, te estaba esperando...” (Se oye un bolero romántico y sensual.) OSCURO

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5. ATROFIA (Un hombre y una mujer toman una copa en la barra de un bar. Él es mucho mayor que ella y grueso. Ella delgada y bajita. Los dos tienen cara de sufrimiento.) HOMBRE GRUESO.- (A gritos.) ¡No es verdad! ¡Te juro que no es verdad! MUJER JOVEN.- ¡Por favor, no grites! (Casi en un susurro.) Si no me quieres dímelo de una vez, es lo único que te pido. HOMBE GRUESO.- (Muy tenso.) ¿A qué viene eso ahora? No tiene sentido, después de todo lo que he hecho por ti. MUJER JOVEN.- ¿Y qué has hecho por mí, a ver? Amargarme la vida, eso es lo que has hecho por mí. HOMBRE GRUESO.- Siempre estamos con lo mismo… Vamos a dejarlo, no quiero discutir. (Mueve una mano.) Se me está durmiendo la mano… Estos dedos ya no se doblan… (Pausa. Beben. Un tiempo en silencio. Se oye la música de fondo. El HOMBRE GRUESO intenta cambiar de conversación.) Mira qué historia me acaban de contar: En una cárcel un preso pide que le lleven al psiquiatra. Cuando al fin le conceden la visita, ya en la clínica va y le dice: “Mire usted, me han echado un montón de años por matar a uno. Fuera de la cárcel no tengo familia, ni trabajo, ni casa, ni nadie que me espere o me venga a ver. Además tengo los anticuerpos del sida, por la droga, que he estado enganchado, y en la cárcel los demás me tratan como si fuera basura. He venido a verle porque quiero cambiar de vida y me han dicho que los psiquiatras son los que hacen eso”. El psiquiatra se le queda mirando fijamente durante unos minutos y le dice: “Usted no necesita un psiquiatra, necesita un brujo. Pero ha tenido suerte. He pasado muchos años entre las tribus australianas de aborígenes ya que estoy muy interesado en la brujería”. A continuación abrió un cajón de su mesa, y sacó del fondo una piedrecita negra, como esas que se encuentra uno en la playa. “Llévese esta piedra, apriétela fuerte en su mano izquierda y no la suelte ni para dormir, y su vida cambiará”. El preso cogió la piedra negra y salió de la consulta. Y en el camino de vuelta a la cárcel un camión chocó contra el furgón que lo trasportaba y le mandó al otro mundo con la piedra negra en su mano. MUJER JOVEN.- Estoy embarazada, ¿comprendes? ¿Entiendes que voy a tener un hijo tuyo? No me cuentes historias de piedras ni de presos… HOMBRE GRUESO.- Te dije que era mejor abortar, te lo dije… MUJER JOVEN.- ¡No quiero abortar! Quiero tener ese hijo tuyo, así que tú me dirás lo que vamos a hacer. HOMBRE GRUESO.- No puedo dejar a mi mujer, lo sabes. Te quiero, pero no puedo dejarla, y menos ahora como estoy. MUJER JOVEN.- ¿Y yo qué quieres que haga? ¿Que desaparezca? ¿Que me tire por la ventana? HOMBRE GRUESO.- Sabes que no me encuentro bien. Ahora mismo se me está quedando dormida esta mano, la izquierda (Intenta moverla y apenas puede.), y casi no puedo mover una pierna desde hace un rato… MUJER JOVEN.- Hay personas que son capaces de enamorarse y otras que no. HOMBRE GRUESO.- ¿Y eso qué tiene que ver? El amor no tiene que ver con que pueda mover una mano o no... MUJER JOVEN.- Si estás enamorado de alguien todo lo que no sea él te da igual. HOMBRE GRUESO.- Las personas somos diferentes… Mi madre, por ejemplo. MUJER JOVEN.- No me hables ahora de tu madre. HOMBRE GRUESO.- Tengo fatal la pierna. Y por la noche aún peor. Ya apenas puedo andar ni mover los brazos. Tengo sed. Necesito beber agua. Tengo la boca seca, debe ser del miedo… ¿Podrías pedirme un vaso de agua, por favor? MUJER JOVEN.- ¿Pero tú has visto lo que ha sido nuestra vida el tiempo que llevamos juntos? 15

Siempre a escondidas, y ahora me dices que aborte… HOMBRE GRUESO.- Por favor, eso no tiene que ver ahora, yo sólo quiero un vaso de agua… ¡No me puedo mover! MUJER JOVEN.- ¿Y para qué te va a servir un vaso de agua? ¿Crees que eso te va a curar acaso? HOMBRE GRUESO.- Tal vez lo nuestro fue una equivocación. MUJER JOVEN.- Eso me lo dices ahora, claro… ¿Y ahora qué hacemos? HOMBRE GRUESO.- No lo sé. No me encuentro bien. Mira la lengua, me cuesta hablar ya… MUJER JOVEN.- Los sentimientos son los sentimientos. HOMBRE GRUESO.- (Hablando con dificultad.) No nos lo tenemos que tomar tampoco de forma dramática. Lo de abortar, digo. MUJER JOVEN.- ¿Y cómo nos lo vamos a tomar? HOMBRE GRUESO.- Yo te quiero… Y a ella también la quiero. Eso es lo que… lo que… no puedo decir la otra palabra que iba a decir, se me atasca la lengua… MUJER JOVEN.- No puedes querer a las dos a la vez. ¿No te das cuenta? Tenemos que dejar de mentir. Si no, nos vamos atrofiando, como tú… HOMBRE GRUESO.- ¿Quién miente? Te estoy diciendo la verdad. Te quiero, y a ella… quiero a las dos. De forma diferente… MUJER JOVEN.- Tendrás que tomar una decisión. En la vida las personas toman decisiones, aunque sean dolorosas. Ese ojo se te está quedando inmóvil… no parpadea… HOMBRE GRUESO.- ¿No parpadea? MUJER JOVEN.- Para nada. ¿Entonces… qué hacemos? HOMBRE GRUESO.- ¿No podemos seguir como antes? Abortas y seguimos como antes. Tráeme ese agua, por favor, sólo quiero agua… MUJER JOVEN.- Te podría decir mil ocasiones en que yo te he pedido algo, o he necesitado algo de ti y tú no me lo has dado. Más de mil te podría decir. HOMBRE GRUESO.- Pero no era igual…, no era igual. (Casi no puede ya hablar.) La lengua se me está… (Levanta un brazo, paralizado, y hace un pequeño discurso a golpes, bastante ridículo.) ¡Hubo un tiempo que tuve ilusiones… pensaba hacer cosas… quería ser feliz… amar y que me amaran… ser algo en la vida… servir para algo… encontrar razones para respirar… disfrutar… sentir mi cu-er-po… y mi al-ma…! MUJER JOVEN.- (Cortándole.) Tú no tienes alma. Nunca has tenido alma. No tienes derecho a quejarte ahora porque te estés atrofiando… (Él se ha quedado totalmente paralizado, como una estatua de cera. Ella le toca con un dedo para ver su inmovilidad.) Estabas ya atrofiado hace mucho, pero no te dabas cuenta. No te dabas cuenta de nada. (La MUJER JOVEN se aleja. La luz se va apagando sobre la inmóvil estatua de cera.) OSCURO

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6. AZUL Y ROJO (Una clínica. Sala de rayos X. Una mujer con bata de médico, y un hombre, desnudo de cintura para arriba y con la ropa en la mano.) PACIENTE.- ¿Es algo grave, doctora? DOCTORA.- Usted tiene dos corazones. PACIENTE.- ¿Yo? DOCTORA.- Dos corazones, uno a cada lado. ¿No ha notado nunca nada raro? PACIENTE.- No... Si acaso, cuando me dejó mi mujer, que me puse azul. DOCTORA.- Éste es un caso muy especial. Creo que con dos corazones hubo una vez una persona en Minnesota hace dos años, y otro en Australia... Pero aquí, en Móstoles... PACIENTE.- ¿Y eso será malo, doctora? DOCTORA.- ¿Pero usted no se había puesto nunca la mano así, en el corazón, para notar los latidos? PACIENTE.- Sí, pero me la he puesto siempre a este lado. En el otro no había notado nada. DOCTORA.- ¿Qué oficio tiene usted? PACIENTE.- Trabajo en un Sex-shop. DOCTORA.- ¿Y no ha tenido nunca molestias? PACIENTE.- Anginas alguna vez... Es que allí, en invierno, como está la puerta abierta... con las corrientes... DOCTORA.- Digo molestias graves, de corazón. ¿No nota ahogos? PACIENTE.- Al principio de trabajar allí, sí. Luego me fui acostumbrando. Yo, la verdad, lo que me pasa, doctora, es que siempre he sufrido mucho por amor. A lo mejor es por eso. DOCTORA.- Vístase, vístase que va a coger frío. Dos corazones, es un hecho. PACIENTE.- (Vistiéndose.) Lo peor sería no tener ninguno. También tengo dos orejas, dos brazos... DOCTORA.- No es lo mismo dos brazos que dos corazones. ¿Y la sangre le circula bien? PACIENTE.- Yo creo que sí, normal. DOCTORA.- ¿Cómo fue eso de que se puso azul? Lo que me dijo antes. PACIENTE.- Fue cuando me dejó mi mujer. Estoy separado. Me había pasado antes, pero menos fuerte el color. Cuando sufro de amores, me pongo azul. Aquella vez es que era azul, azul. Me fui a la Plaza Mayor, donde está la estatua a caballo del rey ese, con una botella, como los otros separados y vagabundos de allí, y estaba completamente azul. Me decían que si venía del desierto. Por lo de los hombres azules del desierto, ya sabe. Estuve allí un mes, y todo el tiempo azul. Luego se me fue pasando, porque me enamoré de una que salía a un balcón a sacudir las alfombras todas las mañanas, morena, muy guapa. Un día la invité al cine Postas, que está al lado, pero me dijo que no porque las películas que echan allí son X. DOCTORA.- ¿De qué lado duerme usted? PACIENTE.- Cuando dormía con mi mujer, dormía del otro lado, o sea, ella para allá y yo para acá... del izquierdo. Y ya me acostumbré a ese lado. ¿Por qué? ¿Eso es malo? DOCTORA.- No... ¿Y fuma usted mucho? PACIENTE.- No, no fumo. DOCTORA.- Pues vamos a ver qué le recetamos a usted... ¿Tose? PACIENTE.- No. DOCTORA.- Pues a usted las emociones fuertes, desde luego, no le vienen bien. PACIENTE.- Mi madre decía: “Este hijo es todo corazón”. ¿Y para el sufrimiento de amor entonces me podría dar algo? DOCTORA.- Desde luego, en ese terreno, usted las debe pasar moradas. PACIENTE.- Azules. DOCTORA.- Bueno, es lo mismo. Pues me pone usted en un compromiso, porque para eso no se ha inventado nada. Ya ve usted todas las películas, y todas las canciones, hablando de lo mismo... 17

“Que si me ha dejado éste o aquél, y sufro”, “¿Dónde estás corazón, oigo tu palpitar...” Así que con dos... PACIENTE.- Con dos corazones, y viviendo solo. Ya ve usted lo que son las cosas. DOCTORA.- Bueno, eso nos pasa a mucha gente, no crea que a usted sólo. Es el problema de este siglo: la soledad. PACIENTE.- ¿Está usted también separada, doctora? DOCTORA.- No, viuda, que es peor. Una parada cardíaca. Si hubiera tenido dos corazones, como usted... PACIENTE.- Pues lo siento mucho. Le acompaño a usted en el sentimiento. DOCTORA.- Fue hace muchos años ya... Y se acostumbra una a todo. A todo menos a la soledad, como dice usted. PACIENTE.- Y después de eso, ¿usted ya no...? DOCTORA.- Comprenderá que después de mi dura experiencia..., y que me he encontrado siempre con hombres que no tenían corazón. O al menos, eso me parecía a mí. PACIENTE.- Pues yo ya ve que de eso tengo mucho. Lo digo por si podía invitarla a un café... alguna vez. Hoy mismo, si es posible. DOCTORA.- Con mucho gusto. Mi enfermera le dará hora... ¡Huy, perdón! Es la costumbre. Termino a las seis. Si usted quiere... PACIENTE.- Pues la vengo a buscar a las seis... encantado. DOCTORA.- ¡Se está usted poniendo azul! PACIENTE.- Ya se lo dije. En cuanto me gusta mucho alguien... Pues usted se está poniendo roja. DOCTORA.- Sí, desde pequeña me pasa, es que soy muy tímida. PACIENTE.- Azul y rojo, ¿qué bonito, no? ¿Entonces a las seis? DOCTORA.- A las seis. (El azul y el rojo de paciente y doctora inundan las paredes de la consulta.) OSCURO

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7. BREVE ENCUENTRO (Apartamento-habitación de usos múltiples de un hombre solo, en el que reina un gran desorden. Una cama, un sillón, una televisión, una mesa y sillas, un armario y una estantería. Al lado opuesto una pequeña cocina con un mostrador, llena de cacharros sucios. Unos cuadros absurdos y sin sentido adornan las paredes. La única ventana da a un callejón sin salida donde se ven altos edificios, y una línea de cielo por donde entra la primera luz de la mañana. En la cama un hombre y una mujer de mediana edad. ÉL fuma sentado en la cama. ELLA, tumbada a su lado, en silencio.) ÉL.- (Mirando al techo de la habitación.) A un amigo mío le pilló un camión. ELLA.- ¿Un camión? ¿Cuándo ha sido? ¿Está grave? ÉL.- Se murió. Le pasó el camión por encima. Puede pasarnos a cualquiera. Vas andando tranquilamente por la calle un día, y viene un camión enorme, se sube a la cera y te lleva por delante. Yo lo vi desde la ventana de mi casa. ELLA.- Sí, pasan cosas terribles. Lo siento mucho, de verdad. ÉL.- No, si no me importa, fue hace mucho y casi ya ni me acuerdo. Fue en mi barrio, cuando éramos pequeños. Era amigo mío, y venía a traerme unos cromos, creo. Yo estaba malo y no podía salir. Me acuerdo como si fuera hoy. Entonces llegó el camión…, y le aplastó. ELLA.- (Se incorpora en la cama y le mira fijamente.) Oye… ¿Tú estás tarado, o qué? Me traes a tu casa y me metes en tu cama para contarme esa jodida historia de tu infancia… (Ella se levanta de la cama y empieza buscar su ropa.) La culpa la tengo yo, por irme a follar con el primer borracho que me encuentro… ¿Has visto mis bragas? (Levanta las sábanas de la cama, recupera sus bragas y sigue vistiéndose.) ÉL.- Sólo te he contado una cosa que me ha venido a la cabeza de pronto. Anoche parecía que estabas estupendamente conmigo… ELLA.- Anoche estaba borracha. Ahora estoy jodidamente serena, y tengo resaca además, y me duele la cabeza, y no quiero que me cuenten gilipolleces de camiones que aplastan a niños en la calle al levantarme por la mañana. Bastante tengo yo ya con lo que tengo. La vida es una mierda. ÉL.- Pues por eso te he dicho yo lo del camión. Como anoche todo el tiempo decías eso, que la vida era una mierda, pues lo del camión es una prueba de que tenías razón. Vas tan tranquilo y te pasa un camión por encima, como a mi amigo… ELLA.- No me lo irás a contar otra vez… porque ésta es una conversación de mierda para tenerla a estas horas. Te has pasado la noche soñando en voz alta, sin dejarme dormir, hablando de túneles y de arañas gigantes que te comían. ¿Siempre tienes pesadillas por la noche? ÉL.- No, sólo si bebo. Me encontraba fatal. No me sienta bien la bebida… He estado toda la noche a punto de vomitar. Debe ser algo del hígado. ELLA.- A nadie le sienta bien la bebida, y no nos ponemos a pegar gritos en mitad de la noche, ni a decir “¡que vienen las arañas!”. Y ahora te pones a contarme la jodida historia esa del camión. Pues sí que eres alegre tú… ÉL.- Pues te pones la ropa, y te vas a la puñetera calle, así no tienes que escuchar mis historias. ELLA.- Me pondré la ropa cuando la encuentre. Como lo tienes todo así de desordenado, no hay quien encuentre nada… ÉL.- Tengo mi casa como me da la gana. Esto tiene gracia también, que vengan a quejarse de cómo tienes tu casa. A ti que huevos te importa cómo tengo yo mi casa…, digo yo. ELLA.- (Vistiéndose.) Qué amable y educado. No te pareces en nada al de anoche… Se ve que sólo estás bien si has bebido, si no no hay quien te aguante… El lavabo era éste… ¿no? 19

(Entra al lavabo, deja la puerta abierta, y sigue hablando. Oímos ruido de agua, del grifo y de la cisterna.) ¿Sabes por qué me he venido contigo esta noche? Porque no tenía dónde ir. Fíjate cómo está mi vida. Si no no me hubiera metido en la cama con el primero que me encuentro. No soy una cualquiera. ÉL.- (En voz alta, para que ella le oiga desde el lavabo.) Oye, a mí no tienes que darme explicaciones, ni meterme rollos, ni chorradas de si eres una cualquiera o no eres una cualquiera… ELLA.- (Desde el lavabo.) Ah, para ti son chorradas… ¿Y lo del camión de tu amigo no son chorradas? (Sale del lavabo, terminándose de colocar la ropa.) Voy a volverme loca, necesito beber algo… ¿Tienes algo de beber? ÉL.- Si quieres un café… Aquí no tengo nada… ELLA.- Pues dame un puñetero café. Si no tienes otra cosa… (ÉL se pone a hacer el café. ELLA se sienta en una silla y se pone a llorar.) ÉL.- ¿Qué te pasa? ELLA.- (Agresiva.) Tengo ganas de llorar, ¿pasa algo? A ver si no va a poder una ya ni llorar cuando le dé la gana. ÉL.- No me gusta que la gente venga a llorar a mi casa. Lloras en tu casa lo que te dé la gana, pero aquí no. ELLA.- ¿Pero tú eres imbécil, tío? Anoche me vine contigo porque cuando te acercaste en el bar y me invitaste a una copa eras amable, y simpático conmigo, y ahora te pones así, sin razón. No me gusta la gente que trata mal a los demás. Somos personas, no animales. Todos necesitamos un poco de cariño, y que nos comprendan, y que nos dejen llorar si queremos llorar. ¿Es que ya no queda un poco de humanidad en este mundo? (ELLA sigue hablando de forma compulsiva, y ÉL la mira sin moverse, paralizado con la cafetera en la mano.) Yo he tenido muchos problemas en la vida, ¿sabes? Me han pasado cosas horribles que no te puedes ni imaginar, y he tenido que aguantar lo que no se sabe, y eso no es justo, digo yo. Las cosas siempre quieres que sean de una forma, y acaban siendo de la contraria, para que salgan mal y nos hagan desgraciados sin ninguna razón, porque lo menos que podemos pedir en esta vida es que no nos traten como basura. ¿Qué es lo que pasa? ¿Es que no puede una vivir tranquilamente, en paz? ÉL.- Y a mí qué me cuentas… ¿Soy tu padre acaso? No te jode el rollo que me ha metido… ELLA.- ¿Qué pasa? ¿Es que no puede una ya ni hablar en la vida? No puedo llorar…, no puedo hablar…, me vas a tener que dar una lista de las cosas que no puedo hacer, tío. Pareces la policía. ÉL.- Puedes hacer lo que te dé la gana, pero en tu casa, no en la mía. ¿Te echo más café? ELLA.- Te he dicho que no tengo casa. Sí, échame más maldito café. La taza entera. ÉL.- Yo no te cuento mi vida, ¿no? Pues joder, no me cuentes tú la tuya. No podemos ir por la calle contándole nuestra vida a los demás, quieran o no quieran oírla. Si quieres empiezo yo desde el principio la mía, para que te enteres: “Yo era pequeñito y no me querían y mi padre me pegaba…” ¿Quieres azúcar? ELLA.- ¡No, no quiero tu puñetero azúcar! (Pausa. Toman el café un tiempo sin hablar.) ÉL.- ¿Y dónde vives? Porque en algún sitio vivirás, digo yo. O duermes en la calle… 20

ELLA.- Vivo en casa de mi hermana, pero no quiero vivir allí. Mi hermana no es mala persona, pero no la aguanto, ni ella a mí. De vivir juntas hemos ido odiándonos. Y a mí me gusta beber, lo reconozco. No soy una de esas personas que se mienten a sí mismas. Y ella me martiriza con eso. Por eso no quiero seguir viviendo con ella. ÉL.- ¿Y dónde quieres vivir? ELLA.- (Pausa. Ella le mira un momento fijamente.) Aquí, contigo. ÉL.- ¿Aquí conmigo? Tú, desde luego, estás mal de la cabeza. Era lo que me faltaba a mí ya ¿Pero cómo vas a vivir aquí conmigo? No me conoces de nada, no sabes ni cómo me llamo ¿Cómo me llamo? A ver. ELLA.- El nombre es lo de menos. Tú tampoco sabes cómo me llamo yo. ÉL.- Eva. ELLA.- Ya, y tú Adán. Y esto es el paraíso. ÉL.- ¿Y eso a qué viene ahora? No comprendo tu forma de hablar, te lo juro. Tú me dijiste que te llamabas Eva. ELLA.- Era por decir algo. No voy a decirle mi nombre al primer desconocido que se acerque. ÉL.- ¿Ah sí? ¿Te podías acostar conmigo, pero no podías decirme tu nombre? ELLA.- Sí. ¿Pasa algo? ÉL.- ¿Y si yo llego a ser un asesino, como los del cine, y te estrangulo esta noche mientras estás durmiendo, qué? ELLA.- Tú no tienes cara de estrangular a nadie. ÉL.- ¿Y cómo son las caras de los que estrangulan? Pues me he cargado a más de una, para que lo sepas. ELLA.-Ya. También te podía haber hecho algo malo yo a ti…, pero si no confiamos ya en nadie no sé qué va a pasar. ÉL.- ¿Y cómo te llamas? Cómo te llamas de verdad. ELLA.- Ana. ÉL.- Ana… Eva… Son parecidos. Cortos los dos. Yo Diego. Te lo dije anoche, pero no te acordarás… Con la curda que llevabas… ELLA.- No tienes cara de llamarte Diego… Bueno, entonces…, ¿me quedo aquí contigo, Diego? ÉL.- La última mujer que vivió conmigo me dijo un día “me voy”, y cogió sus cosas y se fue. Estaba sentada donde tú, y… ahora vienes tú y dices “me quedo”… ¿Yo qué soy? ¿Una silla, para sentarse y levantarse? ELLA.- Ayer hablamos muchas horas, y me gustaba lo que contabas de tu trabajo y de tu vida. Me dijiste que te sentías un topo conduciendo los metros, y que cantabas canciones en la oscuridad para no sentirte solo. Te pregunté que de qué eran las canciones, y me dijiste que de amor. Me gustaba imaginarte por los túneles del metro cantando canciones amor… ÉL.- Ésas son las tonterías que se dicen por la noche cuando uno toma una copa. Me sentía solo…, te vi allí…, las cosas que pasan. ELLA.- Yo también me siento sola muchas veces… ÉL.- Sí, pero tampoco tienes que ir repitiendo por ahí lo que te dije, ni lo que me pasa… Cuando tomas una copa siempre habla uno de más… ELLA.- ¿Por qué me trajiste aquí anoche, contigo? ÉL.- Y yo qué sé. Ya te lo he dicho, había bebido, y estaba harto de estar solo. Tenía ganas de compañía… ELLA.- Sí, pero allí había más mujeres. ¿Por qué te acercaste a mí? ÉL.- ¿Quieres que te diga la verdad? Por tus tetas. Sí, sí, por tus tetas, hablando mal y pronto. Soy conductor de metro, te lo dije. Me paso el día con las manos agarrotadas en los mandos de hierro. Me duelen hasta los dedos. Pensé que me gustaría poner mis manos en tus pechos… redondos y grandes. ELLA.- ¿Te fuiste conmigo para poner tus manos en mis tetas…? ¿Y te gustó? Dí si te gustó... Te dormiste pronto. 21

ÉL.- Sí, me gustó. Hacía muchos días que no dormía… Pero sí, me gustó. ELLA.- También me gustó a mí cuando tú me acariciabas. Hacía mucho tiempo que no estaba con un hombre, y fue muy agradable… Lo pasé muy bien contigo. ÉL.- Yo también lo pasé muy bien…, pero eso no quiere decir que te tengas que quedar a vivir aquí. (Él ha ido con su taza de café en las manos hasta la ventana. Fuera cae, melancólicamente, la lluvia.) Está lloviendo… Si supieras qué lejos, y qué cerca me encuentro de ti… Anoche, cuando te abrazaba, con los cuerpos pegados, tan juntos, tan unidos… Y hoy, discutiendo aquí contigo como si nos conociéramos de siempre… Hay momentos en que me da la impresión de llevar la vida entera contigo…, y eso que te acabo de conocer…, pienso que este momento tiene sentido, y lo demás no. Pero otras veces te miro y sé que no te conozco, ni te conoceré nunca. (Pausa. Se separa de la ventana.) Hay algo que no te he dicho: estoy enfermo. ELLA.- ¿Estás enfermo? No tendrás el sida, o algo así… ÉL.- No, no… No me encuentro bien de aquí… (Se toca la cabeza.) ELLA.- ¿Estás loco? ÉL.- ¡No, joder… no estoy loco! Pero me encuentro mal. Tengo depresiones. Tengo que tomar una medicación… ELLA.- Yo también tengo depresiones. Todo el mundo tiene depresiones. Cómo no vamos a tener depresiones en un mundo como éste, nadie quiere a nadie. ÉL.- No es eso, pero déjalo. Es lo mismo. (ELLA se acerca a ÉL.) ELLA.- ¿Ya no te apetece tocar mis tetas? ÉL.- Sí, pero si te toco te vas a querer quedar, y yo no quiero que te quedes. No es por ti, de verdad, es que no aguanto a nadie. Bastante tengo con aguantarme a mí mismo. ELLA.- Podíamos intentarlo…, unos días… Si luego no funciona… ÉL.- No puede funcionar. Las personas como tú y como yo no queremos amor, ni nada de eso. Solo necesitamos alguien al lado para que nos cuide, y nos quite la soledad. Una botella hace el mismo efecto, y cuando se termina se tira a la papelera. ELLA.- Más o menos como yo… ÉL.- No quiero más problemas en mi vida. Si quieres te doy algo de dinero, para el taxi, o para un hotel unos días, si no quieres ir a casa de tu hermana… ELLA.- ¿Ahora me vas a pagar, como a una puta? Soy una mierda, soy una borracha, me tiran a la papelera cuando terminan conmigo, como tú… Nadie me quiere, pero regalo que me toquen y que me besen. Mis tetas son gratis, fíjate. ¿Sabes la diferencia entre tú y yo? Yo todavía estoy viva. Llena de jodidos problemas, amargada, bebiendo, perdida, sin tener dónde ir…, pero viva. Tú estás muerto. Muerto y enterrado. No se notará nada cuando te mueras de verdad. Pensarás y sentirás lo mismo que ahora: nada de nada. ÉL.- No te has quedado y ya me estás echando estas broncas, así que imagínate si te hubieras quedado. ELLA.- Pues nada, yo me voy. Quédate aquí solo, en tu cueva. Que sigas con tus canciones de amor, y tus pesadillas. Los topos no saben lo que se pierden, porque sólo entienden de la vida que hay debajo de la tierra. El cielo no es para ellos. (Recoge sus últimas cosas y va hacia la puerta. ÉL no se mueve.) 22

Quizá algún día nos volvamos a ver. ¿Trabajabas en la línea circular, me dijiste, no? Cada vez que monte en ella me acordaré de ti…, y escucharé atenta a ver si entre el ruido de las vías puedo escuchar tus canciones. ÉL.- Lo siento… Ana. Yo también me acordaré de ti…, pero así son las cosas. (ELLA le mira un momento, sonríe con tristeza, abre la puerta y sale. ÉL levanta los ojos y se queda mirando al infinito.) OSCURO

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8. BUENOS DÍAS, SEÑOR DOCTOR (Dos señoras de avanzadísima edad, en dos camas contiguas en un hospital, enchufadas al gota a gota y a otros aparatos clínicos.) ISA.- (Medio incorporada, busca en su mesilla.) ¿Has visto tú mi espejo? CARMINA.- ¿Yo? Por qué voy a haberlo visto yo. ISA.- Pues porque estás ahí al lado. Y porque te conozco. CARMINA.- A ver si te crees que soy como tú, que me dices que no sabes dónde está mi barra de labios y luego cuando él llega tienes los labios siempre pintados. ISA.- Te he dicho veinte veces que no tengo tu barra de labios. CARMINA.- Ni yo tu espejo. Así que estamos en paz. ISA.- ¿Qué hora es? CARMINA.- No sé. Se me ha parado el reloj. ISA.- ¡Ah!, ¿no sabes? Me coges el espejo para que no pueda arreglarme y encima no me quieres decir cuánto falta para que venga. ¡Pero qué envidiosa y qué mala eres! ¡Todo porque ayer estuvo conmigo más tiempo que contigo! CARMINA.- (Incorporándose.) ¡Porque eres una egoísta! Eso es lo que pasa. Le estuviste entreteniendo todo lo que pudiste para que luego tuviera que darse prisa conmigo. Pero me sonrió muy cariñoso, y en cambio contigo estuvo frío y seco. ISA.- ¡Tú qué sabrás! Lo primero que tienes que hacer es no mirar cuando esté conmigo, que estás todo el tiempo ahí con los ojos clavados como un búho. Y no toser, que no paras de toser cuando está aquí, y luego no vuelves a toser en todo el día. CARMINA.- Estás rabiosa porque sabes que hoy me va a hacer pruebas y no lo puedes aguantar. Vamos a estar solos los dos y eso te come por dentro. ISA.- ¡Huy, “solos los dos”! ¿Y la enfermera qué? Además a mí también va a hacerme pruebas un día de éstos. CARMINA.- ¿A ti pruebas? ¿De qué? ¡Pero si estás desahuciada! ¿Qué pruebas va a hacerte? ISA.- ¡Desahuciada lo estarás tú, que tienes más operaciones encima que un quirófano! (Carmina se echa a llorar.) Anda. Ahora se pone a llorar. (Cargándose de paciencia.) Qué te pasa, vamos a ver. CARMINA.- ¡Es que soy muy feliz! Vamos a estar juntos al fin. Y esta vez no voy a ser una tonta como he sido siempre con los hombres por mi timidez. En cuanto me mire, me desnudo y me ofrezco a él. Me da igual lo que pase después. ISA.- Lo que pasará será que te sacarán de aquí y te llevarán al psiquiátrico. “Me desnudo y me ofrezco a él...” Como sabes que te van a poner el biombo de un momento a otro, ya deliras. CARMINA.- ¡Envidia! ¡Envidia cochina! Me quiere a mí porque estoy más enferma, y soy más guapa y más joven. ISA.- “Más joven”, dice, la vejestorio ésta, que es del siglo pasado. CARMINA.- ¡Y tú más! Tienes noventa años, así que me llevas uno, que lo vi en tus papeles. ISA.- Están equivocados. Nací en 1925, para que te enteres. Así que ahora tengo... CARMINA.- Once años. ISA.- ¡Once años voy a tener...! CARMINA.- Once años te quitas, digo. ISA.- ¡Bueno, se acabó! Dame el espejo o te arranco el gota a gota y cuando llegue la has diñado. CARMINA.- Qué fina eres hablando. Da gusto contigo. Se nota que fuiste a un colegio de pago de pequeña. ISA.- ¡Que me des mi espejo o no te hablo más! CARMINA.- Por mí como si pides que te trasladen a otra planta. ISA.- Eso es lo que tú quieres, ya lo sé yo, para quedarte sola con él. ¡Pues vas lista! CARMINA.- ¡Que viene, que viene…! 24

ISA.- ¡Ay Dios mío, y estoy sin arreglar! (Miran al lateral por donde se supone viene el doctor, y rápidamente se giran cada una al lado contrario de la otra, una con el espejo y la otra con la barra de labios, y se dan los últimos toques. Luego, se colocan sonrientes y coquetas mirando al lugar por donde viene el doctor.) CARMINA.- Isa, ¿tú crees que habrá médicos también en el otro mundo? ISA.- Sí, Carmina, pero no te pienso dejar ir sola para que te los quedes todos, que te conozco. (Llega el médico, con su bata blanca inmaculada, alto, guapo, lleno de una luz especial, y con una sonrisa de ángel en la cara.) DOCTOR.- Buenos días, señoras. LAS DOS.- (Al médico, que se acerca.) ¡Buenos días, señor doctor! OSCURO

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9. CARTA DE AMOR A MARY (La guerra. Un soldado avanza arrastrándose hasta llegar a un refugio en una trinchera, donde dormita en un camastro otro soldado. Es noche cerrada y se ven, a lo lejos, resplandores de explosiones de bombas. Durante toda la escena se escucha ruido de guerra. Los dos soldados son americanos del norte “Made in Usa”, y se llaman Mac Key Junior y Joe Smith, lógicamente.) MAC.- (Entra fatigado.) “Hello”, Joe. JOE.- (Medio incorporándose.) “How do you do, Mac?” ¿Cómo ha ido esa guardia? MAC.- ¡Fatal, Joe! Han caído Sandy, Bob y el cabo Johnson. Y hace un frío ahí fuera que no lo aguanta ni un mormón de Utah, por muchas mujeres que tenga encima. (Se sopla sus manos heladas.) ¿Por qué no harán las guerras en verano? JOE.- (Le da una manta.) Toma, tápate. Ahí hay café si quieres. (Enciende una luz de campaña y le alcanza la cafetera.) MAC.- “Thanks”, Joe. (Bebe.) Está frío. JOE.- Se ha acabado el fuego. MAC.- (Deja el café.) ¡Estoy desmoralizado, Joe! ¡Perdona que te lo diga, pero estoy desmoralizado! Sandy, Bob y el cabo Johnson se me han muerto encima. ¿Tienes un chicle, “please”? JOE.- Se me han acabado. Toma, te daré medio del mío. (Se saca el chicle de la boca y le da medio.) MAC.- (Mascando.) No sabe a nada. JOE.- Está muy usado. Me lo pasó ayer el cabo Johnson. MAC.- (Se lo saca de la boca y lo mira filosófico.) Lo que es la vida, Joe. Ayer masticaba este chicle el cabo Johnson, y hoy está muerto y lo masticamos nosotros. Johnson era un buen muchacho, aunque fuera de Minnessota. “You know”, le llevaré este chicle a su vieja con sus cosas. Fue lo último que masticó. JOE.- Son cosas de la guerra, Mac. Qué le vamos a hacer. “Come on” Mac, descansa un rato. Tienes muy mala cara. MAC.- Estoy muy desmoralizado, Joe. Sandy, Bob y el cabo Johnson se me han muerto encima. JOE.- Ya me lo has dicho, Mac. ¿Dijeron algo? MAC.- ¿Quién? JOE.- Ellos, que si dijeron algo antes de... MAC.- Tacos. Sandy dijo primero algo de su madre, y luego ya tacos. Los otros tacos directamente. Sandy algo de su madre... y tacos... JOE.- Mac, repites las cosas, “you know”. Repites siempre muchas veces las cosas. Y eso no es bueno. (Se tumba en su camastro.) MAC.- ¿Tú no echas de menos a tu madre? JOE.- Sí, mucho. Sobre todo por las mañanas. MAC.- ¿Y a tu novia? JOE.- También mucho. Sobre todo por las noches. “Hey” Mac, estás tiritando. MAC.- Es del frío. Es lo peor de la guerra, “you know”, que no vengan las mujeres con nosotros. ¿Te imaginas? Yo vendría ahora del puesto y mi madre me tendría preparado café caliente y no esto (Tira el café.)... y tarta de manzana. ¡Y Mary! ¡Que estuviera también esperándome! Me abrazaría, y la guerra sería más soportable. ¿Por qué venimos nosotros solos a la guerra, Joe? ¿Por qué no traen a las mujeres con nosotros? JOE.- No lo sé. Me imagino que sería un lío. “You know”, habría que traer también a los niños, al perro, el vídeo, la televisión... Sería peligroso, ¿ok? MAC.- ¿Peligroso? ¡Sandy, Bob y el cabo se me han muerto encima y ni siquiera habían desayunado! Si al menos hubiesen dormido ayer con sus mujeres, si hubiesen tomado sus corn-flakes, sus huevos con bacon..., “you know”, y sus hijos les hubiesen dado un beso antes de salir de patrulla, se hubiesen muerto decentemente, ¿ok?, y no así. ¿Qué hacemos los hombres solos en la guerra mientras los demás están en sus casas viendo la televisión? 26

JOE.- Sí, Mac, tienes razón, ¿ok? Es duro ser hombre. Sobre todo cuando hay guerra. MAC.- (A gritos, un poco ya fuera de sí.) ¡Se lo voy a decir a mi capitán! ¡Que me traiga a Mary, mi dulce Mary, mi querida Mary! ¡Sueño con ella a todas horas! ¡La quiero, la necesito...! JOE.- Una mujer es lo más hermoso que hay en el universo. “You know”, Dios hizo un buen trabajo cuando las creó. Se esmeró. (Descubre algo de pronto.) Oye Mac, debajo de ti hay sangre..., un charquito. MAC.- (Mirando.) Pues sí, es verdad. No me había fijado. ¿De quién es? JOE.- No lo sé, Mac. Antes no estaba ahí. Antes de que tú vinieras, quiero decir. (Se acerca a él.) MAC.- Pues hay mucha. (Se mira.) Parece que baja por aquí, por la pierna. JOE.- ¡Dios mío, Mac! ¡Estás herido! MAC.- (Quitándose la ropa y mirando.) No noto nada... JOE.- ¡Aquí! ¡Tienes un agujero en este lado! ¡Y otro más abajo! ¡Mac! ¡En el estómago tienes otro boquete grandísimo! ¡“Oh, my God”, Mac! ¡Qué te ha pasado! MAC.- (Se agarra el estómago y cae de rodillas, gravísimo de pronto al ver sus heridas.) ¡Voy a morir, Joe! ¡Estas heridas son malas, “you know”! ¡Lo noto por dentro! ¡Estas cosas se saben! (Tose.) JOE.- ¡Voy a llamar a los sanitarios!, ¿ok? MAC.- ¡No! ¡Espera!, ¿ok? ¡Antes quiero dictarte una carta para Mary! ¡Mi última carta, “you know”! ¡Luego ya no podré! JOE.- “Ok, Mac” (Coge papel y bolígrafo.) Lo que tú digas. (Joe copia entre lágrimas las entrecortadas palabras de su agonizante compañero, mientras suena una música patriótica yanqui que da una nota de color a la patética escena.) MAC.- “My dear Mary”, dos puntos. Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo, lo normal en caso de guerra, muriéndome. Quiero que sepas que te he amado siempre, “baby”, diga lo que diga tu madre. Desde pequeños, cuando jugábamos a médicos en el cobertizo, Mary. No podremos hacer el viaje de novios a caballo por Texas, como siempre soñé, ni podremos montar el MacDonalds en la esquina de Main Street, como tanto deseabas. Dile a mi madre que no le escribo porque, aunque la quiero, no sé qué decirle. Si me dan una medalla por morirme, haces una copia para ti y a ella le das el original. Al fin y al cabo es mi madre. Da recuerdos a tus padres, a tus hermanos, a tus tíos y demás familia. ¡Qué duro es morir lejos de ti, Mary, y de la dulce patria! Se despide de ti para siempre con un beso, este tu novio que lo fue, Mac Key Junior. JOE.- (Repite mientras copia.) “...que lo fue, Mac Key Junior”. ¿Algo más, Mac? MAC.- Postdata: “Mary, siempre has creído que era tartamudo, y no es verdad. Sólo tartamudeaba contigo, del amor que me entraba cuando me mirabas. Con los demás hablo normal. Pregúntaselo a cualquiera. Otro beso póstumo. I love you”. JOE.- Está todo, Mac. ¿Quieres algo más? MAC.- No. Ahora sólo quiero decir unos cuantos tacos antes de... ¡Cabrones! ¡Hijos de puta! ¡Maricones!... JOE.- (Zarandeándole en sus brazos.) ¡Mac! ¡La dirección, Mac! ¡Que no me has dado las señas donde tengo que mandarla...! ¡Mac...! ¡Mac...! (El ruido de las bombas ahoga las últimas palabras de Joe Smith, con el cadáver en sus brazos de su amigo y compañero de armas, Mac Key Junior.) OSCURO

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10. CLUB DULCINEA (Interior de un club de alterne de carretera. Una barra, unos taburetes altos, bebidas, colores chillones, unas mesas bajas y pasadas de moda, y un equipo de música en primer plano lateral. En el otro lateral una puerta con una cortina granate, y, al fondo, una escalera interior que da a las habitaciones del piso alto. Hay una semioscuridad en el local y un rayo de luz cae sobre una lámina enmarcada en una pared, que preside el lugar, en la que vemos el encuentro del Quijote con las mozas del partido en la puerta de la Venta de Palomeque (Capítulo Segundo de la Primera Parte de la novela de Cervantes). Entra Raúl, hombre elegante de unos treinta y cinco años. Lo mira todo con ojos fríos y distantes moviéndose lentamente por el establecimiento. Busca un interruptor en las paredes. Cuando lo encuentra y lo pulsa, unas exageradas luces rojizas y verdes, típicas en este tipo de locales, iluminan el lugar. Llega hasta el equipo de música y conecta el CD que está puesto. Una música sensual invade la escena. Se escucha un ruido en un cuarto al fondo y el hombre dirige su atención hacia allí.) RAÚL.- (Hacia el cuarto.) ¿Hay alguien ahí…? ¿Buenas…? (Va hasta el aparato de música y lo apaga. Vuelven a oírse ruidos en el cuarto interior. Se mueve la cortina granate que tapa la entrada y aparece en la puerta del cuarto ANA, joven de unos veinticinco años, muy atractiva a pesar de su cara pálida y su ropa oscura. Se le queda mirando fijamente.) ANA.- Buenas tardes. RAÚL.- ¡Ah, eres tú…! ANA.- Estaba la puerta abierta y entré. No sabía que hubiera nadie. Estaba curioseando por ahí… RAÚL.- Yo acabo de llegar. Supongo que era inevitable que habláramos más tarde o más temprano, así que es una buena ocasión. Discúlpame que en el cementerio cuando me diste el pésame no fuera un poco más cordial contigo. Estoy pasando por un momento difícil. ANA.- Todos estamos pasando por un momento difícil. Mi madre también iba en ese coche, recuérdalo. RAÚL.- Sí…, y lo siento. Has estado en el entierro de mi padre, y yo no llegué a tiempo de estar en el de tu madre… Todo esto ha sido difícil de encajar por mí. No tenía ni idea de nada… La relación con mi padre ha sido muy distante desde que él y mi madre se separaron, y, además, nunca congenié bien con él, así que ni idea de que estuviera metido en una cosa así. Me hablaron de que andaba en algo de un bar por esta zona, pero esto… No me lo podía imaginar en un antro como éste. Hacía años que no nos veíamos pero tenía de él una idea muy diferente. Me ha costado mucho aceptar la situación y lo que ha pasado. ANA.- ¿El accidente o que viviera con una puta? RAÚL.- No he pretendido para nada ser desagradable. ANA.- Es mejor que llamemos a las cosas por su nombre así dejamos todo claro desde el primer momento. Leí tus ojos en el cementerio y no me gustó lo que vi. Supongo que me consideras también a mí de alguna forma responsable por lo de mi madre, que se quedara aquí con ella… Eso si no piensas que trabajo también en esto. RAÚL.- Yo no pienso nada, ni dejo de pensar. Te he dicho que lo que me pasaba es que no sabía nada. Ni que vivía con tu madre, ni que tenía este establecimiento… Tú al menos estabas al corriente… ¿no? Me dijiste que conocías a mi padre. ANA.- Le había visto un par de veces en el tiempo que estuvieron juntos, que desgraciadamente ha sido muy corto… Dos viajes que hice…, apenas unas horas. Una de las veces comimos juntos los tres, y me pareció una persona muy agradable y educada. RAÚL.- Sí, mi padre era siempre muy agradable para todo el mundo, menos para su familia. Perdona, ¿sabes si aquí podemos tomar algo? Una cerveza o algo… ANA.- No tengo ni idea. Es la primera vez que entro, como tú. 28

(Raúl se mete dentro de la barra y busca algo de beber.) RAÚL.- A ver qué encuentro… ¿Quieres tomar tú algo? ANA.- No, gracias. RAÚL.- Yo me tomaré una coca, a ver si me despejo un poco… (Abre un bote de Coca Cola y bebe. Se acerca a ella.) Creo que, ya que hemos coincidido, tenemos algunas cosas que aclarar y, aunque no es una ocasión muy apropiada, tengo que marcharme enseguida, y me gustaría antes que habláramos un minuto. Parece que somos la única familia que tenían los dos… ANA.- Ya te he dicho que conozco este sitio tan poco como tú. No tengo nada que ver con el oficio de mi madre, si es eso lo que estás preguntándome, y no creo que te pueda aclarar nada. Estoy viviendo en Barcelona y he pasado por la casa de mi madre apenas dos veces en el último año, y por aquí nunca. Ella no quería que viniera, además. RAÚL.- Discúlpame, se ve que no estoy hoy muy afortunado al explicarme… Llevo más de un día entero de viaje, apenas sin dormir, y luego el entierro… Aunque no nos lleváramos bien los últimos años un padre es un padre. Siempre te revuelve una cosa así, y más en un accidente, de golpe. ANA.- Piensa que me pasa lo mismo. Como comprenderás la vida que llevaba mi madre no era fácil para mí. Tenía que estar ocultándolo siempre. Así que estamos en parecida situación. Sin embargo la quería, y me ha dolido su muerte. RAÚL.- A mí también la de mi padre. Mucho más de lo que imaginaba que podía pasar en un caso así. Aunque me ha dolido también encontrarle metido en este mundo… ANA.- “En este mundo de putas”, termina la frase. (Aparece por la escalera interior LOLA, mujer de unos cuarenta años. Su forma de vestir ajustada y mal conjuntada contrasta con la de los otros dos personajes. Lleva una maleta y un bolso de viaje grande en sus manos.) LOLA.- (De evidente mal humor.) Disculpen, estaba recogiendo mis cosas arriba. RAÚL y ANA.- Hola, buenas… RAÚL.- No sabía que estaba usted… LOLA.- (A RAÚL.) Aquí tiene las llaves…, me imagino que se las tengo que dar a usted. Esto era de su padre al fin y al cabo…, ¿no? (Deja un llavero con llaves, de golpe, encima del mostrador.) Arriba ha quedado todo recogido..., más o menos… Las cuentas, el papeleo y todo eso lo llevaba directamente su padre, así que no tengo ni idea. Dinero no creo que haya mucho… Desde que hicieron la autopista hace años aquí no venía casi nadie, y con los gastos sé que se veía mal para pagar las facturas todos los meses. (Va hacia la puerta. Se detiene antes de salir y deja la maleta en el suelo.) ¿Saben? Sin querer he escuchado algunas de las cosas que han dicho antes. A mí ni me va ni me viene, cojo mi maleta y me voy por donde he venido, pero hay cosas que claman al cielo, y al escucharles se me ha puesto un cuerpo… Seguramente ustedes son gente de mundo más culta que yo, hablan mejor y les va bien en la vida…, pero me pongo mala con ciertas cosas, ya ven. Ya sé que nadie ha preguntado mi opinión pero la voy a dar de todas formas, si no reviento. Anda que de cómo hablan ustedes de sus padres a cómo hablaban ellos de ustedes, ¡casi nada la diferencia! Les adoraban, estaban todo el día que si Raúl para acá, que si Ana para allá. (A RAÚL.) Su padre guardaba todos los recortes 29

de prensa en que salía, nos los leía a todos… “Miren, mi hijo ha publicado otro libro…” (A ANA.) Y su madre, cuando ganó usted las oposiciones dio una fiesta aquí por todo lo alto. Se pasó la tarde llorando de alegría. No sé qué derecho tienen ustedes ahora en dos minutos a hablar de ellos así, como si fueran basura… ¡Ah! Y se querían, ¿saben? Esa cosa tan rara que ya no le pasa a casi nadie en el mundo. Desde el primer día que su padre paró ahí fuera en la puerta su viejo coche, entró y se miraron, vivieron el uno para el otro. (A ANA.) Ya sé que no puedes perdonarle a tu madre lo que fue, pero no sé cómo crees que podía pagarte ella tus estudios si no… (A RAÚL.) Yo estaba aquí mismo cuando entró tu padre por esa puerta la primera vez. Era un hombre derrotado, sin ilusiones, sin cariño… sin nada. Y aquí lo tuvo todo. Aquí era el rey. Cuando fueron a cerrar esto lo compró porque le dio la gana, como él decía. Eran sus ahorros de toda la vida y sirvieron para hacerle feliz estos años, y para rodearse de gente que le quería, cosa que no podréis comprender porque la mayoría de las personas no saben lo que es eso. Entró por esa puerta como el Quijote de ese cuadro: serio, alto y delgado como era él. Nos vio a las dos… (Mira a ANA.), a tu madre y a mí, y se quedó con nosotras a buscar otro mundo diferente al que había tenido hasta entonces, que parece que no le había merecido mucho la pena. (A RAÚL.) ¿Sabes lo que estaba buscando el día que pasó la primera vez por “este antro”, como tú dices? Una residencia de la tercera edad que hay en esta zona, para quedarse allí ya y morirse sin ver a nadie. No tenía ganas de vivir ni ganas de nada… Creo yo que fue mejor el cambio… ¿no? No digo todo esto para que lo entendáis, que ya sé que no podéis entenderlo, sino para desahogarme, que ya está bien de mentiras y de hipocresías en esta vida de mierda. ¿Qué es eso de “este mundo de las putas”? ¿Es que somos animales o qué? Las cosas que hacemos será por algo, digo yo, y habrá que respetarnos también un poco como personas ¿Tan terrible es que demos cariño y un poco de placer a personas a las que ya no se lo da nadie? ¿A quién hacemos daño en el mundo haciendo lo que hacemos? Seremos diferentes unas de otras, y unos sitios de otros…, digo yo. ¡Anda que no llevamos años en esto…! Miren el cuadro ése, de cuándo es. A lo mejor entonces no las ponían verdes como ahora, o peor, vete tú a saber, porque desde que el mundo es mundo hay gente que trabaja en esto y gana dinero para vivir así, sin hacer daño a nadie sino todo lo contrario, y gente que trabaja y gana dinero metiéndose con esto. Todas esas palabras con que se llenan la boca esos que hablan en los periódicos y en la tele de la moral, la explotación, y que luego son unos hipócritas en su vida en todo lo que hacen. ¡Qué asco de vida y qué asco de mundo y qué asco de gente…! ¡Hasta sus propios hijos…! ANA.- Lo siento, discúlpeme, no era mi intención ofenderle, no sabía que estaba usted escuchando… RAÚL.- Seguramente tiene usted razón en muchas de las cosas que ha dicho, pero nosotros vemos todo esto desde diferente situación, y más hoy con todo lo que ha pasado, compréndalo. LOLA.- Yo lo comprendo todo. No se preocupen por mí, tengo callos en el alma de lo que he visto a estas alturas. RAÚL.- Tiene razón en que no somos quiénes para juzgar a nadie, y menos a mi padre…, (A ANA.) o a tu madre… (A LOLA.) pero comprenda que hay cosas suyas que nos han podido herir. LOLA.- ¡Herir! ¡Qué bonita palabra…! ¡Qué seres afortunados que se sienten heridos al enterarse de que sus padres no son como ellos quisieran, y se dedican a una vida…, digamos… indecente! Ya, ya sé lo que ustedes quieren, ya me lo ha dicho mucha gente muchas veces, con muy buena intención: que me vaya a fregar suelos. Pues no me da la gana de fregar suelos, ya lo hecho y te pagan muy mal y te sientes mucho más esclava que dando placer a alguien en una cama. En fin, me voy. Voy a dejar esta vida que a ustedes no les agrada y me meteré ministra, o escribiré libros como usted, o daré clase como usted… o a lo mejor me voy a descansar un tiempo a mi finquita o a mi yate… con los cincuenta euros que tengo en el bolso. RAÚL.- Si mi padre era el dueño de esto últimamente, tal vez le deba alguna cantidad por su trabajo… lo que sea… Yo me hago responsable de sus deudas. LOLA.- (Se revuelve agresiva.) ¡Oiga usted, no se pase conmigo ni un pelo! No le cobraría a su padre un euro después de muerto ¡Era un señor su padre! ¿Me oye? ¡Un señor! Lo que no se puede decir de todo el mundo. Y un buen hombre y un amigo. (A ANA.) Y su madre igual, como una hermana para mí. (A los dos.) No necesito nada ni quiero nada. Hay personas con las que se siente uno pagado en 30

la vida sólo por haberles conocido. Adiós, que les vaya a ustedes bien. (LOLA coge la maleta y sale, ocultado sus lágrimas. Los otros le dan un saludo rutinario, y dejan sus ojos fijos en la puerta por donde ha desaparecido, que se llena de luz al abrirla, volviendo luego el lugar a las luces de interior al cerrarse. Después RAÚL va hasta el mostrador y coge las llaves. Mira su reloj.) RAÚL.- Desde luego mi padre llevaba unos años que no andaba bien de la cabeza, no me lo puedo imaginar aquí metido llevando un club de estos. De funcionario del ministerio de justicia a dueño de un club de alterne, al jubilarse, en La Mancha. Era un apasionado lector del Quijote, toda su vida. Supongo que vio el cartel de “Dulcinea” en la puerta y no lo pudo resistir. ANA.- Las cosas a veces no son como creemos. Yo nunca pude entender que mi madre se dedicara a esto…, pero es verdad que era su vida. Tenía derecho a vivirla como creyera…, o como pudiera. Tal vez esa mujer tenga parte de razón. Además nosotros no somos sus jueces. RAÚL.- Si vivían juntos los dos, me imagino que el club éste o lo que quede de él es tanto tuyo como mío. No estaban casados pero eran una pareja de hecho. Habrá que ver si han dejado testamento, o algo… Aunque no creo que mi padre según era últimamente se preocupara de esas cosas. ANA.- Mi madre tampoco. No sé…, haz lo que creas conveniente. El dinero para comprar esto lo puso tu padre, así que es tuyo. De todas las maneras no creo que se saque mucho de aquí, ya has oído a esa mujer. Entre impuestos y deudas… RAÚL.- En todo caso te tendré al corriente. (Se acerca y le da una tarjeta.) Ten…, mis datos. Dame tu teléfono, o me llamas y me lo das en otra ocasión, o me pones un correo electrónico… ANA.- Muy bien, lo haré. (Se guarda la tarjeta.) RAÚL.- He encargado a unas personas que he conocido del bar de al lado que limpien todo esto, y cierren el establecimiento. Si quieres coger algo, no sé, cualquier cosa que tuviera tu madre… ANA.- Ya he mirado. Aquí no tenía nada, todo está en su casa. RAÚL.- Si quieres las llaves…, puedes quedarte, o venir otro día… ANA.- No, no, para nada. RAÚL.- Bueno, de todas las maneras están en el bar de al lado. No tienes más que pedirlas. Ahora lo siento pero tengo que estar esta noche en Madrid sin falta, tengo una presentación. ANA.- Bien… Yo también me iba ya. (RAÚL apaga las luces que dio al llegar. Vuelve a quedar iluminada solo la gran lámina con el Quijote a la puerta de la Venta con las mozas del partido. Él se queda un momento mirando el cuadro.) RAÚL.- Esta lámina es bonita…, y parece buena… Me la llevaré…, si no la quieres tú. ANA.- No, por favor, es tuya. (Recogen sus cosas y van hacia la puerta.) RAÚL.- Bueno pues ha sido un placer, y siento que la situación no haya sido la más apropiada para conocerse… ANA.- La vida es así. RAÚL.- Pues adiós. Encantado de conocerte… Ana ¿Era “Ana”, no? (Le va a dar la mano, luego decide darle dos besos…, y al hacerlo, de pronto, acerca sus labios a los de ella, que responde afectivamente al beso. Al separarse se quedan mirándose inmóviles.) RAÚL.- Disculpa… No sé qué me ha pasado… no sé por qué… EVA.- Yo tampoco… RAÚL.- No era mi intención, de verdad… EVA.- La mía tampoco…, pero… 31

RAÚL.- ¿Pero…? ¿Qué me ibas a preguntar? EVA.- Nada, una tontería… ¿Te ha gustado, Raúl…? No sé por qué he dicho esto… RAÚL.- Me ha encantado. (Ella se acerca y es ahora la que inicia el beso. Se separan y se miran de nuevo, muy cerca uno del otro.) EVA.- (Sorprendida por la emoción que siente.) Será este local… RAÚL.- (También sorprendido y emocionado.) O sus espíritus, que han quedado vagando por aquí y nos empujan… el uno hacia el otro… EVA.- A lo mejor nos están diciendo que nos quedemos aquí… Que no vendamos esto… Que es la mejor forma de recordarles… RAÚL.- ¿Qué hacemos? ¿Cómo dejamos…? EVA.- No hay nada que dejar. Tú sigues con tu vida y yo con la mía. Buscamos a alguien… a Lola, la que ha salido, por ejemplo, y mantenemos esto abierto, así no tienes que quitar el cuadro ese de ahí. He oído que eres escritor, y creo que estás muy bien situado. Yo tengo también un buen sueldo. Aunque nos costara dinero podíamos permitírnoslo. RAÚL.- Y tú y yo venimos cuando podamos… A ver cómo sigue… EVA.- Suena maravilloso, como un cuento, o un sueño… Como una locura… RAÚL.- A veces las locuras son la única forma de poder vivir. EVA.- (Señala el cuadro.) Como don Quijote. RAÚL.- Sí, como don Quijote… y Dulcinea. (Vuelve a sonar la sensual música del comienzo que puso RAÚL. Se besan de nuevo, iluminados por dos haces de luz ellos y el cuadro.) OSCURO

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11. COMO NIÑOS (Un actor vestido de crío con pantalón corto, una gorra ladeada en la cabeza y un balón en las manos. Habla todo seguido, sin pausas ni comas, con voz de niño.) NIÑO.- (Botando el balón.) La semana pasada no fui a clase porque he tenido que ir al médico porque estaba malo porque me dolía el corazón porque dice el médico que lo tengo muy grande… Y es que he tenido un problema muy gordo porque una compañera de clase muy guapa me ha dado un beso y no podía ni respirar porque no podía y me he mareado porque no respiraba no sé por qué y llamaron a mis padres y me han tenido que llevar al médico… Y me ha dicho el médico que no podía respirar porque tengo el corazón muy grande y encima está creciendo y no me cabe en el pecho y porque como ella me ha dado un beso no me entraba el aire nada pero ni una gota que me entraba y me puse verde como una botella verde por eso… (Bota el balón.) Y mi madre le ha preguntado al médico que qué tenía que tomar para que estuviera mejor y no me pusiera verde y el médico ha dicho que me tenían que hacer radiografías y cosas de esas que hacen los médicos a los que no respiran porque tenía que saber si seguía creciendo el corazón o no… El médico me ha preguntado que si fumaba a escondidas y le he dicho que no y que no bebía tampoco porque soy pequeño y luego me ha dicho que si le daba muchos besos a las chicas y tampoco que sólo se los daba a una prima mía cuando estamos solos en casa para aprender pero que no me gusta porque tiene granos… Pero que con mi prima no me mareo y que sólo me mareo y no respiro sólo cuando me los da Carmela que se llama así la que me besó en el colegio y me mareé… Será que a lo mejor cuando me besó me chupó la fuerza como en un cómic que he leído que una marciana bajaba a la tierra y besaba a los tíos y les quitaba la fuerza chupándosela para dentro con la boca para llevársela a Marte… Mi madre me ha dicho que no me tenía que dejar chupar por las chicas y mi padre ha dicho que por qué no iba dejarme pero que respirara a fondo para no marearme o que pensara en los coches cuando me estuviera besando... El médico ha dicho que lo que tenía que hacer era mucho deporte todo el día dándole al balón para no pensar en las otras cosas porque al tener el corazón grande me podía dar el mareo y que me mirara al espejo y si me ponía verde otra vez que fuera a verle porque no era bueno que cualquier otro color no importaba pero verde no… Y es lo que hago ahora juego a fútbol todo el día y a veces toda la noche también en el pasillo de mi casa porque en la calle hay coches pero los vecinos se quejan y dan gritos y el otro día discutieron con mi padre porque se les había caído la lámpara… Ahora estoy mejor ya porque Carmela ya no me besa porque besa a otro que también es de mi clase y ya no me mareo pero me da pena y se me pone un nudo aquí que me dan ganas de llorar y me voy a esconder al lavabo para que no me vean los chicos… (Bota el balón y se aleja. Antes de salir se vuelve y dice…) No sé si les he dicho que Carmela huele a manzana todo el tiempo porque lleva siempre manzanas en los bolsillos y las come a todas horas y en cuanto te acercas te llega todo el olor a manzana y te mareas de lo que te gusta… Cuando sea mayor y ya pueda hacer lo que quiera quiero seguir oliendo a manzana toda mi vida aunque me maree. (Sale el actor-niño dándole al balón.) OSCURO 33

12. COMPLEJO DE MUCHA CASTRACIÓN (Una mujer joven, neurótica de vocación, habla con su psicoanalista porteña, tendida en el típico diván. Llora sus sufrimientos de forma infantilizada y compulsiva. La psicoanalista, de edad madura, asiste a la terapia tomando notas y mirando de vez en cuando el reloj con cara de resignación.) PACIENTE.- (Llorando.) ¡No puedo más! ¡No puedo seguir viviendo así! ¡No como, no duermo, no puedo respirar...! ¡Cuando está lejos no puedo vivir sin él, y si está a mi lado no lo soporto! (Llora.) Nuestra vida juntos es un desastre. Y si me separo de él, me moriré de pena. Y él igual. A veces nos ponemos los dos a llorar y nos tiramos horas. Sufrimos como niños a los que les falta... DOCTORA.- ¿Sí? ¿Por qué te callás? ¿Qué ibas a decir? PACIENTE.- Eso, que parecemos unos niños los dos. DOCTORA.- No, no. Vos estabas diciendo otra cosa. Algo importante, y te cortó la represión. (Leyendo sus notas.) Dijiste vos: “niños a los que le falta...” ¿Qué les falta...? PACIENTE.- ¿Que a los niños les falta algo? ¿He dicho yo eso? DOCTORA.- ¡Sí, vos! No voy a decirlo yo. Ahora mismo lo verbalizaste. PACIENTE.- No me acuerdo... ¿Los juguetes les faltan a los niños? DOCTORA.- No, ibas a decir otra cosa. No dejés que la censura interior te tapone el brote de tu inconsciente. ¿Qué es lo que le falta a la niña? PACIENTE.- ¿Un amiguito? ¿Caramelos? ¿Dinero para ir al cine...? DOCTORA.- ¡No, no, no...! PACIENTE.- ¿Vestiditos? ¿Un buen colegio? ¿Un helado...? DOCTORA.- ¡Que no, viste! ¡Le faltá su pene! ¡Ya está dicho de una vez! ¿Comprendés? Vos misma lo dijiste. El pene que no tenés y que se quedó tu papá con él. Ahí está el trauma originario. PACIENTE.- (Se incorpora sorprendida, con los ojos muy abiertos.) ¿Sí? DOCTORA.- Está más claro que el agua. La madre es la enemiga, porque el pene del padre es para ella, no para vos que te quedás rabiando sin pene en la cuna cuando te lo quitaba. ¿A que vos llorabas mucho en la cuna de pequeña? PACIENTE.- A lo mejor. No me acuerdo. Como hace tanto tiempo... DOCTORA.- Mecanismos de defensa que afloran. PACIENTE.- ¿Y eso tiene que ver con que me pelee con Carlos todo el tiempo? DOCTORA.- Natural. Lo querés tener, y lo querés destruir. Cuando vos tenés el pene de Carlos querés arrancárselo para guardártelo, y él no quiere, y ahí está el conflicto. PACIENTE.- No me había dado cuenta, pero ahora que usted lo dice... A lo mejor por eso no me gusta que se quite cuando él ya..., y yo no... DOCTORA.- ¿Viste? ¡Ahí está! Él se quita. Él se pone, y cuando a vos te gusta se quita. Como tu padre hacía. Vos amabas a tu padre. Lo deseabas... PACIENTE.- ¿A mi padre? ¡Ah, no! ¡Eso sí que no! Pero si mi padre es muy feo, y está muy mayor. Yo creo que eso no... DOCTORA.- Pero vos qué sabrás. ¿No decís que eras pequeña y no te acordás? ¿O de unas cosas sí te acordás y de otras cosas no te acordás? Seamos consecuentes. ¿De pequeña no lo abrazabas, y lo besabas, y te subías encima siempre que podías? PACIENTE.- Sí, eso sí... Pero picaba. Me acuerdo de eso muy bien. Tenía la barba dura y raspaba. Mi padre era labrador, ¿sabe? Ahora ya está muy mayor. DOCTORA.- Razón de más. PACIENTE.- ¿Ah, sí? ¿El que sea muy mayor? DOCTORA.- No, el que fuera labrador. El contacto con la naturaleza despertó en vos más tu libido perversa infantil. Le verías allí en la era, entre el trigo y la paja, y tus ojos de niña ansiaban su pene. Y luego el proceso se ha repetido con Carlos, y estamos en las mismas. Carlos es tu padre actual, como si dijéramos. PACIENTE.- ¿Entonces Carlos y mi padre...? 34

DOCTORA.- Son sólo el pene que vos necesitás y rechazás tan desesperadamente. PACIENTE.- ¿Por eso me siento vacía sin él...? DOCTORA.- Claro, luego llega él y te llena con el pene que te falta. PACIENTE.- ¿Y él por qué se pelea conmigo, si a él no le falta el pene? DOCTORA.- A él le falta la madre que vos representás sin serlo. PACIENTE.- Qué lío, ¿no? DOCTORA.- No es ningún lío. Es transparente para el que quiere ver. Te quiere y te odia. Como vos, por su carencia. PACIENTE.- O sea, que a él lo que le falta entonces son... los pechos... DOCTORA.- Como si dijéramos. Podés verlo así si querés. PACIENTE.- ¿Y esto de que nos falten tantas cosas a los dos será malo? DOCTORA.- Es doloroso. Ya lo ves vos cómo llorás. De ahí vienen todos los problemas del mundo: las guerras, las enfermedades mentales, la incomunicación... todo. La cultura occidental está colocada, como si dijéramos, encima del complejo de Edipo. Tirás del complejo y se te cae el edificio encima. A mí misma me pasó mucho tiempo. Sufrí más de lo que te podés imaginar. Julio César se llamaba mi tormento. Hice una transferencia en él del vínculo amoroso de la figura paterna, y estaba desesperada, humillada, destrozada, a punto del suicidio, qué se yo. Era un amor salvaje y sin esperanzas, porque él quería a otra. Y yo era víctima de la privación del objeto, y sin cuna donde refugiarme... PACIENTE.- Fíjese... DOCTORA.- Después de probarlo todo para intentar aliviarme: psicoanalistas como yo, el alcohol, las drogas, el desenfreno sexual, las cebollitas esas pequeñas de la medicina homeopática, la comida macrobiótica... nada. Hasta que al final me di cuenta de que mi sufrimiento era un complejo de castración por falta de pene. Y me decidí, y me operé. PACIENTE.- ¿Se operó? ¿Pero eso se opera? DOCTORA.- Pero, claro. En Casablanca me operaron. Me pusieron un pene lindo, y se acabaron todos mis problemas. Mirá, mirá qué lindo me quedó. (Y la psicoanalista se sube la falda para mostrar sus atributos a la escandalizada paciente.) OSCURO

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13. CONFIDENCIAS DE MUJER (Una cafetería elegante y silenciosa. Suena, al fondo, un concierto para violín y orquesta, de Mozart. Atardecer de una tarde de otoño. Dos mujeres de mediana edad, una profesora de instituto y la otra funcionaria de un ministerio, hablan sin mirarse sentadas con una taza de café en las manos. Con sus ojos perdidos en las tazas, y en el infinito, mezclan sus voces en un monólogo sin final.) PROFESORA.- Si quieres que te diga la verdad, a mí el amor, lo que se dice el amor, ya me da igual. (Sonríe.) A estas alturas de mi vida me parece una cuestión sin importancia... FUNCIONARIA.- Para mí toda la vida ha sido sólo eso: ir en busca de amor de un lugar a otro. (Sonríe.) De ahí todos mis problemas... PROFESORA.- He tenido, como todas, algunas historias (tristemente), pequeñas aventuras sin sentido que ya casi he olvidado... FUNCIONARIA.- Una vez y otra siempre con lo mismo (dudando cómo expresarse), empiezas, un tiempo va bien, y luego... (Las dos miran hacia dentro de sí mismas, como buscando algo perdido hace tiempo.) PROFESORA.- A veces se me juntan en la cabeza las caras de todos los hombres que han tenido algo que ver conmigo desde que empecé a salir con chicos en el instituto, de joven, luego en la universidad, después en el trabajo..., los cuerpos que he tocado..., la piel... los besos... FUNCIONARIA.- En el fondo esos problemas son los que me han hecho sentirme más viva. (Distante.) Lo demás no tiene apenas importancia... PROFESORA.- Mi marido es otra cosa. Él supuso para mí algo diferente a los demás, aunque sólo fuera por la convivencia... La convivencia también es importante, digo yo. El día a día con alguien a tu lado... aunque muchas veces te sientes como atrofiada, paralizada, muerta por dentro, harta de todo… (Se pasa la mano por el pelo.) y de esa persona que está a tu lado y que apenas conoces realmente... FUNCIONARIA.- Encontrar a alguien que te necesite desesperadamente cada momento... (Se coge la cara con las manos.) que no pueda vivir sin ti... PROFESORA.- Lo quiero, claro, pero de otra forma. Como quería de pequeña a mis hermanos, y a mis padres... Pero de eso al amor de las películas y de las novelas... No suenan los violines cuando se acerca a mí. La vida es otra cosa. FUNCIONARIA.- A veces ha sido todo tan terrible... (Bebe café.) PROFESORA.- ¡Exageraciones! (Ríe.) ¡Exageraciones!... La vida de uno no depende del amor, ni mucho menos... FUNCIONARIA.- Cuando quieres a alguien de verdad y te abandona crees que no vas a poder seguir viviendo, y vas a morir de sufrimiento. Es un dolor terrible en el pecho, como si tuvieras un hierro al rojo vivo dentro... (Se seca las lágrimas con un clínex.) ¿Te he dicho que hace poco me separé del hombre con el que estaba viviendo?... PROFESORA.- El problema es que poco a poco te va entrando un hastío insoportable, como si la ilusión se te fuera escondiendo en esas pequeñas arrugas de la cara que no hay forma de borrar... FUNCIONARIA.- Tal vez es que sea una eterna inmadura, como dice mi madre. (Sonríe.) No he podido nunca tener una estabilidad... PROFESORA.- La compañía y el cariño sí. Eso es importante. Vives con alguien, cuentas con él, no estás sola... Pero si te soy sincera, lo demás... aunque se echa de menos algunas veces. Hay días en que te pones tonta... (Ríe.) FUNCIONARIA.- Para vivir con un hombre que no me quiere, prefiero estar sola... Necesito amor, si no, me vuelvo loca... Convivir sin amor es terrible. Si no me quieres, vete. No quiero tenerte aquí ni un minuto más... Es peor que el infierno. Acabas odiando al que está a tu lado... Y a ti misma... PROFESORA.- A veces es agradable que te miren por la calle, o en una cafetería, que entres y un hombre te siga con la mirada, deseándote... Hasta una aventura de vez en cuando, si todo sucede 36

normalmente, y te apetece... (Se ríe, y bebe café.) Sí, mujer, ¿por qué no? Una aventura... FUNCIONARIA.- A lo mejor es que le pido demasiado a la vida... PROFESORA.- Pero de eso al amor... FUNCIONARIA.- O no... PROFESORA.- Un abismo... FUNCIONARIA.- Quiero estar bien... PROFESORA.- A sentir verdadera pasión por alguien... FUNCIONARIA.- Tengo derecho a sentirme viva... PROFESORA.- Ese escalofrío que sentía antes, a veces... FUNCIONARIA.- Y que todo tenga sentido... PROFESORA.- Miras las caras de la gente que te rodea... FUNCIONARIA.- A partir de cierta edad se lleva grabada en el cuerpo la tristeza de habernos equivocado... PROFESORA.- A veces me pasa. (Sonríe.) Estoy tan normal, y de pronto... FUNCIONARIA.- Pero es que no puedo vivir sin amor... ¡No puedo! PROFESORA.- Mi marido y yo nos llevamos bien. No estamos todo el día peleándonos, como otros... Hacemos el amor... alguna vez... FUNCIONARIA.- Que te besen, que te quiten la ropa, que te acaricien, que te abracen fuerte, hasta hacerte daño... PROFESORA.- Pero la cosa tampoco es para tanto, digan lo que digan todas esas nuevas teorías liberadoras de la mujer. Parece que hay que estar siempre con lo mismo para ser una mujer de verdad... FUNCIONARIA.- Lo demás, mi trabajo, la casa, y eso, bien. Desde que aprobé las oposiciones en el Ministerio mi vida ha sido siempre la misma... PROFESORA.- Yo con mis clases en el instituto, la verdad es que vivo bien... Un poco monótonas a veces, pero me gustan... Luego vuelvo a casa, con él. Apenas salimos... FUNCIONARIA.- Me ha caído una gota de café en el vestido. Estas manchas no se quitan. (Sonríe. Hace una señal al camarero.) ¡Oiga, por favor...! ¿Me podía traer un vaso de agua? (A la profesora, mientras mira la mancha de café del vestido.) ¿Sabes que me ha encantado que me llamaras para tomar un café juntas y hablar un rato después de tanto tiempo sin vernos, Carmina? PROFESORA.- (La mira, fijamente, por primera vez.) ¿Cómo dices? No, no... Yo me llamo Mercedes. Mercedes Sosa. FUNCIONARIA.- (La mira también por primera vez, incómoda.) Perdona, pero tú ¿no eres Carmina, la mujer de Jesús el dentista? PROFESORA.- No. Mi marido es militar y me llamo Mercedes. Cuando te acercaste a mí creí que nos conocíamos de algo y no me acordaba. Entonces te dije que te sentaras... FUNCIONARIA.- Huy, pues discúlpame. Yo había quedado aquí con una antigua compañera mía de Facultad, que hace muchísimo que no nos vemos. Me llamó por teléfono, y quedamos. Como ella es rubia como tú, y estabas sola..., creí que... Te pareces mucho, aunque claro, hace que no la veo... PROFESORA.- Claro, estas cosas pasan. A mí me sonaba tu cara... A lo mejor es que te pareces a alguien que yo conozco... FUNCIONARIA.- Sí, a lo mejor... PROFESORA.- Tampoco tenía nada que hacer. Estaba aquí, tomando un café. FUNCIONARIA.- (Levantándose.) Bueno, pues mucho gusto de todas formas. Encantada. Y perdona. PROFESORA.- (Se levanta.) No hay de qué. Pues hasta otro día... Adiós. (Se besan educadamente y sale la funcionaria. La profesora se sienta de nuevo. El camarero se acerca.) CAMARERO.- El agua. PROFESORA.- Ya es igual... Bueno, déjelo de todas formas.

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(El camarero deja el vaso y se aleja. La profesora mira fijamente el agua, que reposa lleno de soledad sobre la mesa. Finalmente lo coge y bebe. Sigue sonando el concierto para violín y orquesta de Mozart.) OSCURO

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14. DIEZ EUROS LA COPA (Andamio de un edificio en obras. Dos albañiles, JUAN y RUFINO, sentados, sacan unas tarteras y se ponen a comer. Llega otro, ANDRÉS, y se sienta a su lado. Tienen unos cincuenta años cada uno.) ANDRÉS.- (Sentándose.) ¡Qué hay, Juan! ¡Hola Rufino! RUFINO.- Hola, Andrés. JUAN.- Hola, Andrés, ¿cómo va eso? (Comiendo.) ANDRÉS.- Tirando. (Abre también su tartera con la comida y la mira absorto, sin probarla.) JUAN.- ¿Qué pasa, no hay apetito? ANDRÉS.- Nada. No puedo meter un bocado en la boca. RUFINO.- ¿Quieres un poco de bacalao? Está muy bueno. ANDRÉS.- No, déjalo. (Aparta la tartera y la deja a un lado.) JUAN.- Andrés, no puedes seguir así. En serio te lo digo. Tienes que hacer algo, si no, vas a acabar mal. Ya no eres un crío para andar metido en estos líos. RUFINO.- Además se va a enterar un día tu mujer, y la vas a tener. ANDRÉS.- ¿Y qué queréis que haga? ¿Que me tire al tren? JUAN.- No seas exagerado. No será para tanto. ANDRÉS.- No puedo dejarla, te lo juro. No puedo. Lo he intentado, pero no puedo. Me paso el día pensando en ella; y por la noche más. El rato que estoy con ella es lo único bueno de mi vida. RUFINO.- Pero eso además te saldrá por un pico. Si tienes que ir todos los días a la barra americana esa... ¿A cómo sale la copa allí? ANDRÉS.- A diez euros. Algunas veces me hacen descuento... cuando no está el dueño no me cobra. JUAN.- ¿Y ella qué dice? ¿La mujer esa? ANDRÉS.- ¿Trini? Nada, que me quiere. Qué va a decir. JUAN.- ¿Y tú qué le dices a ella? ANDRÉS.- Pues lo mismo. No sé, cosas. Allí tampoco hablamos mucho, como está la música tan alta... JUAN.- ¿Y tu mujer no nota nada? ANDRÉS.- Se lo huele. Está todo el día que en qué hora nos vinimos del pueblo, que si tal, que si cual... No sé qué hacer, Juan, estoy hecho polvo. Yo lo único que quiero es estar allí, en la barra, a su lado... Bueno, ella está al otro lado de la barra, pero está allí... Lo demás no me importa, ni mi mujer, ni mis hijos... Ni siquiera me importáis vosotros, y eso que sois mis mejores amigos. RUFINO.- ¡Hombre, Andrés! ANDRÉS.- ¿Vosotros habéis estado enamorados alguna vez? Pero enamorados de verdad... JUAN.- (Con la boca llena.) De mi mujer a lo mejor, cuando éramos novios, de jóvenes..., no me acuerdo. RUFINO.- Yo de mi mujer también, si acaso..., aunque no creo... ANDRÉS.- Yo digo enamorado... no de la mujer de uno. Que la quiero, ¿comprendéis? JUAN.- Si quieres que te diga la verdad, de esto tuyo tiene la culpa la televisión. Sí, te lo digo en serio. Mucha gente ve la televisión y se pone luego a hacer lo que ve en las películas. Y pasa lo que pasa. Toma, come algo... ANDRÉS.- (Le aparta el brazo con la tajada de bacalao que el otro intenta meterle en la boca.) ¡Que no quiero bacalao, no seas pesado! Me como la manzana... (Empieza a comerse la manzana.) He pensado que a lo mejor me divorcio. RUFINO.- ¡Qué dices, chalao! Cómo vas tú ahora, a tu edad además... ANDRÉS.- La edad es lo de menos. Se puede uno divorciar si quiere. JUAN.- ¿Y qué dirán los vecinos? ¿Y tus hijos? RUFINO.- Pero, ¿tú crees que esa chica te quiere de verdad? ¿Y si luego te sale rana? ANDRÉS.- Le parto la cara. Además, que no. Es muy buena chica. Aunque trabaje allí. Ella lo 39

que quiere de verdad es ser modista. La ropa que lleva se la ha hecho ella. Tiene un niño pequeño, eso sí, pero a mí no me importa. JUAN.- ¿Que tiene un hijo? Vamos, no jodas, Andrés. ¿Te vas a separar de tu mujer para irte a vivir con una tía que tiene un hijo? ANDRÉS.- ¿No tengo yo tres? JUAN.- Pero ya son mayores. No es lo mismo, no jodas. No sé cómo no te das cuenta. ¿De quién es ese hijo? ANDRÉS.- De ella, y de su padre. JUAN.- Desde luego, tú cuando no comes bien, te explicas de mala manera. De su padre, claro. Todo el mundo es hijo de su padre. Pero, ¿de qué padre?, eso es lo que digo. Que quién le hizo el niño, vamos, hablando mal y pronto. ANDRÉS.- Pues eso, ella dice que su padre. El padre de ella, que vivía con ella, y bebía, y un día... Pero ahora ya no vive con ella. RUFINO.- ¿Su padre? ¿Que es el hijo de su abuelo? ANDRÉS.- Lo que sea, a mí me da igual. Como si es hijo de su tía. Yo la quiero a ella, y si tiene niño, con niño, me da lo mismo. JUAN.- ¡Puf! ¡En qué lío te has metido! (Suena una sirena.) Al tajo. Tú piénsatelo bien, piénsatelo bien. Ya sabes cómo son esas cosas luego. (Se levantan del andamio.) Bueno, ¿vas al piso de arriba? RUFINO.- Yo sí. Subo contigo. ANDRÉS.- Entonces tú, Juan, lo del divorcio, ¿cómo lo ves? JUAN.- Mal. Cómo lo voy a ver. ¿Te esperamos a la salida? ANDRÉS.- No, tengo que ir a verla. ¿Me dejáis diez eurillos para la copa? Me he quedado sin dinero... (Buscan en sus bolsillos de mala gana JUAN y RUFINO.) JUAN.- De esto tiene la culpa la maldita televisión... RUFINO.- ¡Toma, enamorado...! (Le dan entre los dos el dinero a ANDRÉS, y salen cada uno por su lado.) OSCURO

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15. DINERO Y AMOR (Dos vagabundos, hombre y mujer, de unos cincuenta años de edad, están sentados plácidamente en el suelo, bajo un puente, en torno a una fogata, rodeados de latas, papeles y restos de chatarra. Se acerca otro vagabundo, más viejo, con una raída gorra marinera en la cabeza.) VAGABUNDO VIEJO.- ¿Os habéis enterado de las últimas noticias? VAGABUNDO.- Éste siempre está con las noticias a vueltas. VAGABUNDO VIEJO.- Hay que estar enterado de las cosas que pasan en el mundo. VAGABUNDA.- Bueno, ¿y qué pasa en el mundo, si puede saberse? VAGABUNDO VIEJO.- Ha bajado La Bolsa. VAGABUNDA.- ¿Qué bolsa? VAGABUNDO VIEJO.- ¿Qué bolsa va a ser? La Bolsa. Donde está el dinero. VAGABUNDO.- ¿Y para qué nos sirve a nosotros saber si ha bajado La Bolsa o ha subido el ascensor? VAGABUNDO VIEJO.- ¿Vosotros no tenéis acciones? VAGABUNDA.- ¿Acciones de qué? VAGABUNDO VIEJO.- Pues acciones. De las que te dan dinero si las llevas a donde sea. Yo tengo. VAGABUNDO.- (A la VAGABUNDA.) ¿Cómo va la sopa? VAGABUNDA.- Bien. En seguida está. Tenía yo un conocido que tenía más dinero que pesaba el tío. Tenía una tarjeta de esas que llegas a un sitio, la enseñas, y te llevas de allí lo que te dé la gana. VAGABUNDO.- ¿Tienes una colilla, tú? VAGABUNDO VIEJO.- No. VAGABUNDA.- Se está apagando el fuego. Hay que ir por más leña. Si no, no se acaba de cocer esto. VAGABUNDO VIEJO.- ¿Qué es? VAGABUNDO.- (Leyendo la etiqueta de una lata.) “Créme des escargots a la Merimè. Caducité 2002”. Cosa fina. De ricos... Estaba en la basura. VAGABUNDO VIEJO.- Toma. Echa billetes de éstos para que arda mejor. Total, tengo muchísimos. (Saca un fajo de billetes de entre sus ropas, y se los da.) VAGABUNDA.- Oye, están muy bien hechos estos billetes. ¿De dónde los has sacado? (Va echándolos al fuego.) VAGABUNDO VIEJO.- Del banco, ¿de dónde los voy a sacar? Tengo cuentas corrientes en todos los bancos del mundo. Y joyas, abrigos, barcos, rascacielos... VAGABUNDA.- Entonces, si tú eres rico..., ¿por qué estás aquí entre las latas y la basura? VAGABUNDO VIEJO.- No me gustaba nada la vida de rico. No me quería nadie. VAGABUNDO.- También yo, si fuera rico, iba a estar aquí metido... Me iría a un sitio de ésos que te pones malo de comer, y no saldría de allí hasta el juicio final. VAGABUNDA.- Y champán... VAGABUNDO.- A mí me gusta más la sidra. VAGABUNDA.- Bueno, pues sidra. Un avión para acá, otro para allá... Y nada de colillas: buenos puros, café... Dame más billetes que se apaga esto. VAGABUNDO VIEJO.- No tengo más. VAGABUNDA.- Pues tráelos del banco, o de donde sea. ¿No dices que tienes muchos? VAGABUNDO VIEJO.- No tengo más, ni en el banco, ni en ningún sitio. Lo he dicho por presumir. VAGABUNDO.- ¿Y los que hemos quemado? A mí me parecían de verdad. VAGABUNDO VIEJO.- Eran de verdad. Los ahorros de toda mi vida pidiendo. VAGABUNDA.- ¿Y los has quemado? VAGABUNDO VIEJO.- Como siempre me dices que no tengo dónde caerme muerto... quería gustarte. Sabes que te quiero de siempre... 41

VAGABUNDA.- Éste está de la cabeza. Mira con la que me salta ahora... VAGABUNDO.- Aquí queda un cachito. A lo mejor todavía te dan algo por éste... VAGABUNDA.- ¡Enamorado...! (Se ríe.) Con esa pinta... VAGABUNDO.- Venga, nos tomamos la sopa como esté. Si está fría que se aguante. Pon la lata. Y tú, “Millonario”, come. A partir de ahora te vamos a llamar “El millonario”. ¿Qué? ¿Está buena, “Millonario”? VAGABUNDO VIEJO.- Muy rica, sí señor. ¿La tomamos aquí o en el yate? (Los otros dos le miran y se ríen.) ¿No os he dicho que también tengo un yate? Es muy grande. Me lo regaló mi padre cuando hice la primera comunión. Me dijo: “Toma, hijo, un yate, para que te eches novia y tengas donde llevarla”. Y claro, luego ya me tuve que comprar la gorra de capitán de yate. Ésta. (Se quita su vieja gorra y se la enseña.) Antes era azul y blanca, y tenía un ancla aquí delante, en el centro. (Hace el vagabundo una señal a la vagabunda de que el vagabundo viejo está loco, y siguen comiendo sopa, sin hacerle caso.) VAGABUNDO VIEJO.- (Sigue, como iluminado, hablando con la mirada fija en las cenizas de sus billetes quemados.) ...No me gustaba nada llevarla, porque los demás niños se reían de mí, por rico: “¡Rico! ¡Rico...!”, porque yo era muy rico, muy rico... La gente que pasaba decía: “Qué niño tan rico”, y yo me enfadaba, y daba patadas, y quemaba dinero, lo quemaba, lo quemaba... me gustaba quemarlo... Porque, ¿de qué sirve el dinero? ¿De qué? (Y el vagabundo viejo se pone a llorar desconsoladamente, mientras los otros dos, indiferentes, le dan a la botella y a la crème de escargots.) OSCURO

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16. DOMINGO MAÑANA (Un hombre y una mujer en una cama. Es verano, y la luz del día se refleja en los cristales del balcón abierto.) ELLA.- (Agresiva.) ¿Quieres contestar a la pregunta que te he hecho? ÉL.- (Paciente.) ¿Qué me has preguntado? ELLA.- ¿Ni siquiera lo recuerdas? ÉL.- ¿Ni siquiera recuerdo, el qué? ELLA.- Lo que te he dicho. ÉL.- ¿Tú te crees que soy un magnetofón, para apuntar todas las cosas que dices? ELLA.- (Gritando.) ¡Yo no quiero que te acuerdes de todas las cosas que digo! ¡Quiero que te acuerdes de lo último que te he dicho! EL.- ¿Que de pequeña querías ser cantante? ELLA.- No, lo otro. ÉL.- Que querías matarte. Ya ves cómo me acuerdo. ELLA.- ¿Y lo dices así, tranquilamente? ¿Eso es todo lo que se te ocurre? ÉL.- ¿También tengo que contestar a eso? Y no era una pregunta, era una afirmación. ¿”Quiero matarme” es una pregunta? (Pausa larga. Ella se levanta de la cama, y empieza a vestirse.) ELLA.- He estado viéndome con un hombre los últimos meses. (Pausa. Él no contesta.) ELLA.- (Gritando.) ¡Que he estado acostándome con uno los últimos meses! ÉL.- Bueno. ELLA.- ¿Es eso todo? ¿Que bueno? ÉL.- Sé que es mentira. Lo haces para que discutamos. Nadie que se acuesta con otro le dice a su marido así, tranquilamente: “He estado viéndome con alguien varios meses”. En las películas a lo mejor sí, pero en la vida real, no. ELLA.- ¿Cómo lo dirías tú? ÉL.- ¿Yo? ELLA.- ¡Sí, tú, tú! ÉL.- Yo no lo diría. No lo diría de ninguna manera porque no es verdad. ELLA.- Ya. Pero si lo fuera, ¿cómo lo dirías? ÉL.- Ya te lo he dicho. ELLA.- ¿Qué es lo que me has dicho? ¿Qué me has dicho a mí, a ver? ÉL.- Que no lo diría. ELLA.- Eres un hipócrita, eso es lo que eres. ÉL.- No quiero discutir contigo. Sé que tienes ganas de discutir. Lo siento, pero yo no tengo ganas. Te crees que la vida es como el cine, y no lo es. Eso es lo que te pasa. ELLA.- ¿Por qué dices ahora eso? Mi madre se suicidó, ¿o no es verdad? ¿También eso me lo he inventado yo, o también es de una película? ÉL.- Es domingo, y tenemos el día libre. Podríamos ir al zoo... ELLA.- Te estoy diciendo que mi madre se suicidó y me dices que nos vayamos al zoo. ÉL.- Eso ya no tiene solución, cariño. Y fue hace mucho. ¿Quieres que vayamos al zoo, o no? Me gusta ver a los animales dando vueltas en sus jaulas... siempre me ha gustado. ELLA.- (Muy dura.) ¿Por qué eres tan condenadamente vulgar? ÉL.- Ahora empiezan los insultos. Tengo una paciencia realmente sorprendente. Siempre que me miro al espejo al lavarme los dientes lo pienso: la paciencia es una gran virtud, pero hay que 43

ejercitarla. Con la práctica te hace ser invulnerable. Creo que si hubiera un concurso mundial de paciencia me llevaría el primer premio. ELLA.- Estás muerto, eso es lo que te pasa, por eso ni sientes ni padeces. Somos tan diferentes tú y yo... ÉL.- Todas las parejas son diferentes, cariño. La vida nos pone a prueba cada minuto. ELLA.- ¿Dónde has leído esa estupidez...? ¿En un periódico deportivo? ÉL.- Tengo hambre. Me comería unas tostadas con mantequilla. (Ella se sienta en la cama, llorando desconsoladamente.) ÉL.- Es la confianza... La peor enfermedad de la convivencia es la confianza que se tiene. Con nadie que no tuvieras tanta confianza harías esto de ponerte a llorar ahora, así, sin razón. Estás cansada, ya lo sé, pero todos estamos cansados. A todos nos va condenadamente mal. El mundo entero está a punto de reventar, y no nos ponemos a llorar. ELLA.- (Se vuelve hacia él, llena de ira.) ¡A veces te odio! ¡Te mataría! ¡Tengo ganas de asesinarte! ¡De llenar el suelo con la sangre de tu cabeza! ¡No sabes lo que daría por no verte nunca más! ÉL.- Deberías hacer ejercicios respiratorios, o algo de yoga..., para controlar la emoción. Las emociones son como tigres, que te comen poco a poco por dentro. La rutina es la mejor medicina, pero tú odias la rutina. Yo no. A mí me encanta hacer todos los días lo mismo, y sin una sola gota de emoción. ELLA.- (Le mira con furia.) No hace falta matarte porque ya estás muerto. Eres un zombi, un muerto viviente. Esa cara de mutante inexpresivo que tienes, esa sonrisa fría de cadáver... Por eso no te enfadas nunca. Los muertos no pueden enfadarse. ÉL.- Qué imaginación tienes para todo... “¡Uuuhh...! ¡Soy un zombi...!” ELLA.- ¡Majadero! ÉL.- (Hablando con calma, muy despacio.) Bueno, ya está bien. Te estás pasando. Y me voy a levantar de la cama y te voy a dar un par de tortas. ELLA.- ¿Tú a mí? ¿Que te vas a levantar y me vas a dar tú a mí? ¿Tú, que eres un inútil, y un impotente? No sé cómo puede ser policía una persona sin carácter como tú. ¿Que me vas a dar tú a mí? Espera un momento... (Sale, y regresa con un cuchillo.) ¡Venga, dame! ¡Dame! (Acercándose.) ¡Que me des! ¡Atrévete! (Él saca una pistola lentamente del cajón de la mesilla, y le apunta a la cabeza.) ÉL.- Deja ese cuchillo ahora mismo. ¿Me has oído? ELLA.- ¡Dios mío! ¡Me estás apuntando con una pistola! ¡A mí! ÉL.- Sí, te estoy apuntando con una pistola. Deja tú el cuchillo y yo dejo la pistola. ELLA.- ¿Y esto es un matrimonio? ÉL.- No exageres, mujer. Otros se llevan peor. ELLA.- ¿Peor? ¿Quieres matarme con esa pistola y dices que otros se llevan peor? ÉL.- (Cargado de paciencia.) Mira, el seguro echado. Y mira, sin balas. Era para seguirte la corriente. Sé que te gustan las emociones fuertes, sobre todo los domingos por la mañana. De pequeño íbamos toda la familia a misa los domingos, eso nos tranquilizaba. Todavía hay mucha gente que lo hace. ELLA.- Eres un desgraciado... ¿Y si te clavo yo a ti el cuchillo de verdad, qué? ÉL.- Que se pondría todo perdido de sangre, y tendrías que limpiarlo luego. Bueno, qué, ¿desayunamos hoy o no? ELLA.- (Va hacia la cocina.) La próxima vez que me apuntes con la pistola te dejo. Con balas o sin balas. ¡Animal! (Sale airada.) ÉL.- (Grita alto para que ella le oiga desde la cocina.) ¿Quieres entonces que vayamos hoy al zoo, o no? OSCURO 44

17. ECOGRAFÍA MUY HÚMEDA (Sala de espera de una clínica. Dos mujeres embarazadísimas —una rubia, joven y guapa, la otra morena, algo mayor y gruesa— dan vueltas impacientes de un lado a otro.) MORENA.- No puedo más. Me lo hago aquí mismo. Lleva una hora la que ha entrado. RUBIA.- Yo también estoy fatal. MORENA.- Podían inventar algo para hacer las ecografías sin este tormento chino del pis. ¿Tú cuánta agua has bebido? RUBIA.- Dos litros justos. MORENA.- ¿Dos litros? ¿Te has bebido los dos litros? RUBIA.- Pues claro. MORENA.- ¿De verdad te has bebido los dos litros enteros? ¿Pero tú qué vas a tener? ¿Un niño o un pez? RUBIA.- Lo que me dijeron... ¿Qué pasa? ¿Es malo? MORENA.- Nada, mujer. Eres primeriza ¿no? RUBIA.- Sí, ¿y usted? MORENA.- ¿Yo? Ésta es la cuarta, hija. RUBIA.- ¿Ah, sí? ¿Todas niñas? MORENA.- No, no, digo que es la cuarta vez. Por eso ya no me hacen tragarme los dos litros famosos. Me he tomado dos vasos y ya estoy que se me sale, con que imagínate si me tomo los dos litros: ¡reviento! RUBIA.- Bueno, ya queda poco. Tiene que estar a punto de salir. ¡Huy, huy, huy! Yo creo que no llego a la puerta. MORENA.- Oye, guapa, perdona, pero estoy yo antes. RUBIA.- ¿Qué...? Yo tenía hora para las cinco y media; son las seis, así que... ¿A qué hora la citaron a usted? MORENA.- Yo llevaba ya aquí una eternidad meándome viva cuando tú entraste, así que me toca. ¡Vamos si me toca! RUBIA.- Mire, no quiero ponerme a discutir con usted. Ahora cuando venga Tano lo aclaramos. Está aparcando. Fue él el que pidió la hora. MORENA.- ¡Y dale con la hora! Esto es una cuestión de fuerza mayor. ¡Ya no aguanto ni un segundo más! RUBIA.- ¿Y yo qué? ¡Yo me he tomado dos litros y usted dos vasos! ¡Usted misma lo ha dicho! MORENA.- ¿Y eso qué tiene que ver? Cada una tiene el aguante que tiene, así que por mí como si te has bebido la fuente de la Cibeles. ¡Ay, ay, ay...! RUBIA.- Ahora cuando venga Tano lo vamos a ver. Yo he pedido hora para las cinco y media. MORENA.- Pero ¿quién es ese Tano que lo va a arreglar todo, si puede saberse? ¿Su marido? RUBIA.- No, no es mi marido, pero vamos, como si lo fuera. No podemos casarnos por un problema que tiene, pero es lo mismo. MORENA.- ¿Y ese como marido, o primo, o lo que sea, viene contigo a hacerte las ecografías? RUBIA.- Pues claro que sí. Y va también a las clases de parto sin dolor. MORENA.- Mujer, pues vaya ganas también. RUBIA.- En todos los libros que hemos leído pone que el hombre tiene que estar al lado de la mujer en estos momentos difíciles. “Todo lo que te pase a ti, me tiene que pasar a mí”, dijo. MORENA.- ¿Y también se ha bebido los dos litros de agua? RUBIA.- Anda, pues claro. “Todo lo que me pase”. MORENA.- Entonces por eso no sube. Se habrá meado en el coche, y le dará apuro venir al hombre con todo el pantalón mojado. Anda que también, si le digo yo a mi marido que se tiene que beber dos litros de agua..., me lleva al psiquiátrico. RUBIA.- Ah, no, pues Tano, no. Él encantado. MORENA.- ¿Y también hace Tano los ejercicios de respiración, y el jadeo, y todo eso? 45

RUBIA.- Sí, y la sofronización. MORENA.- El mío se puso a hacer lo de la sofronización una vez, con el primero, y se quedó dormido al segundo en el suelo, roncando ahí tirado. RUBIA.- Ah, no, Tano no es de ésos. Hasta se quería poner la crema para las estrías. MORENA.- Mira, si no estuviera a punto de inundación, me mearía de la risa. ¿Pero de dónde has sacado tú un hombre así? RUBIA.- Huy, pues eso no es todo: me hace la comida para que no me canse cuando está en casa, que está poco, porque viaja mucho..., y me trae el desayuno a la cama... Dice que lo único que siente es no poder llevar el niño dentro él, y que si pudiera nos lo turnaríamos, una semana yo, y otra él. MORENA.- Pues hija, menuda joya. En lo único que se parece al mío es en lo de viajar, que en lo demás... RUBIA.- Un cielo. Cualquier cosa que le pida... ¡Uuuf! MORENA.- (Se sienta con cuidado.) ¡Ayayay! Pues a mí, cada vez que me ve, me dice con una cara hasta aquí: “Estás como una vaca”. Cuando le dije que me había quedado embarazada casi me la gano. Que cómo no había tenido cuidado, me dijo. Y el otro día le digo yo: “Paco, ¿cómo le vamos a poner al niño?”. “Paco, como su padre”, me dice, para no cansarse de pensar. “Pero Paco —le digo yo—, Paco se llama ya el mayor. No se van a llamar todos nuestros hijos Paco”. RUBIA.- Mujer, lo diría con buena intención... MORENA.- Sí, con buena intención... Mira, hija, tú conserva a ese Tano con bolitas de alcanfor, y átalo corto, no se te vaya a escapar. Sólo falta que sea guapo encima. RUBIA.- Guapo no, ¡guapísimo! (Entra un hombre muy agitado, y con gestos de estar conteniendo también sus ganas de ir al baño.) MORENA.- ¡Paco! RUBIA.- ¡Tano! MORENA.- ¿Tano? RUBIA.- ¿Paco? MORENA.- ¡Este tío es Paco, mi marido! RUBIA.- ¿Que Tano es...? ¡Ay, Dios mío! ¡Ya me lo he hecho! MORENA.- ¡Y yo también! (Por debajo de los tres caen unos chorritos.) OSCURO

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18. EDIFICIO OKUPADO (Dos punkis, “LA RIZOS” y “PILI”, ponen chapas metálicas en unos cintos mientras le dan a una litrona en un edificio okupado. Una colchoneta en el suelo y algunas cajas de madera y cartón a su alrededor, dan la impresión de que llevan allí algunos días. Hay una pancarta en la que se lee: “Kultura alternativa”. Llega otra joven vestida de punki, JUANITA se acerca a ellas.) JUANITA.- Hola. ¿Qué pasa? ¿No habéis ido a la manifestación? LA RIZOS.- Nos hemos tenido que quedar de guardia por si venían los maderos a echarnos. Nos hemos quedado nosotros, La Saba y Malenda, el guitarrista. ¿Qué tal ha estado? JUANITA.- No, si yo tampoco he ido. Me dolía una muela. He ido a la farmacia. (Pausa. JUANITA merodea alrededor de las otras.) LA RIZOS.- Pues fíjate, nosotros aquí de guardia por si venía la bofia... (Siguen distraídas con sus cintos.) JUANITA.- ¿Y si vienen qué hacemos? PILI.- Resistir y llamarles de todo. Luego ya, si la cosa se pone mal, salir por piernas. LA RIZOS.- Casas en ruinas hay dabuten. Yo he estado ya por lo menos en siete este mes. JUANITA.- Oye, tía, pues precisamente quería yo hablar contigo si no te importa. Es que como te ha tocado antes la papeleta de Ángel, el que vino conmigo..., quería yo saber, vamos, más que nada por saberlo, si no te importaría cambiármela por el Rubio, que me ha tocado a mí... LA RIZOS.- Oye, tía, me tocó en el sorteo ese, ¿no?, pues ya está. JUANITA.- Ya, pero es que a mí el Rubio no me gusta nada. A mí el que me gusta es Ángel, por si quieres saberlo. LA RIZOS.- ¿Y a mí qué me importa el que te gusta o que te deja de gustar? Tú te quedas con el que te toca, y no andes enredando con los tíos, que eso no es legal. PILI.- Si no te gusta, te aguantas. ¡No te digo lo que hay! JUANITA.- (Desolada.) ¿Y cuándo se cambia? LA RIZOS.- Mientras estemos en esta casa, nunca. PILI.- Si vienen a echarnos... y okupamos otra, otro sorteo. JUANITA.- Es que yo te lo decía porque como vinimos juntos Ángel y yo... LA RIZOS.- Eso da igual, si vinisteis juntos o si vinisteis separados. JUANITA.- Ya, pero es que... verás, no sé cómo decírtelo. A mí Ángel, además de ser el que más me gusta es que es... mi marido. PILI.- ¿El marido de quién? JUANITA.- Mío. Que estamos casados. Nos vinimos aquí de okupas porque nos echaron del piso por no pagar la hipoteca, pero yo no sabía que le iba a tener que sortear. PILI.- ¡Ah!, pues te aguantas. No haber venido. No te jode la pringada ésta con la que me salta ahora. ¡Casados! ¿Y tenéis papeles y todo? JUANITA.- Claro. ¿No te he dicho que es mi marido? Yo trabajaba en una oficina. Y él en una fábrica. Pero nos quedamos los dos en el paro. PILI.- ¿Nos vas a contar ahora tu vida, guapa? Para eso me compro una televisión, como mi madre, que le encantan las horteradas. Si quieres te la presento y se la cuentas a ella. Pero a mí no me des la vara. JUANITA.- Yo lo decía para que os pusierais en mi situación. Todos podemos necesitar un favor. LA RIZOS.- Para una vez que he pillado bien, casado o soltero, me da igual. Está “okupao”, como el edificio, a ver si te enteras. Así que ya te puedes ir haciendo a la idea. PILI.- Tú te quedas con el Rubio, que para eso te ha tocado. JUANITA.- Le faltan tres dientes de delante. Y le he preguntado que cuándo se duchó la última vez, y me ha dicho que aquí no hay agua corriente, que no iba a ducharse con agua mineral... 47

PILI.- ¿Y eso qué tiene que ver, tía? LA RIZOS.- Tú no mires, ni huelas... JUANITA.- Es que no puedo aguantar que tú estés con Ángel, te lo juro. (Llorando.) PILI.- Anda ahora ésta, con la que salta. ¡Tía, que no te enteras, los tíos son de la que le toca! A lo mejor me toca a mí la próxima vez. LA RIZOS.- ¿No me he aguantado yo cuando me ha tocado el Gordo o el Manteca? Si vas a salir con mío, tuyo, o rollos de esos malos, a mí ni me hables. LA RIZOS.- Nosotras sólo nos enrollamos con gente legal, no con gente mierda como mis padres. “¡Mi marido, mi marido...!” Será gilipollas... (Se alejan “LA RIZOS” y “PILI” criticando a la nueva, JUANITA, por antigua e integrada.) JUANITA.- (Llorando, sola.) ¡Que venga pronto la policía, por favor! OSCURO

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19. EL ALABARDERO DE LA REINA (La REINA borda en su caballete, rodeada de las luces melancólicas y góticas de una tarde de otoño. A lo lejos suenan las notas de un laúd, y se derrama el tiempo perezoso sobre las viejas piedras del castillo. Al fondo del pasillo del cuarto de la REINA, detenido en el cuadro, un ALABARDERO, inmóvil, de guardia con su reluciente lanza en la mano. Se escucha un suspiro.) REINA.- (Al ALABARDERO.) ¿Suspiras, alabardero? ALABARDERO.- Suspiro de amor, mi reina. REINA.- Y dale. No te irás a poner a llorar como la otra tarde… (Silencio poético y romántico que llena las notas del laúd. Nuevo suspiro del ALABARDERO que retumba en las bóvedas ojivales.) REINA.- Así no podemos seguir, te lo digo en serio. Yo comprendo por lo que estás pasando, de verdad, incluso al principio me halagó un poco tu pasión por mí, qué quieres que te diga, pero es que estás perdiendo la cabeza…, y podemos acabar mal los dos. ¿Pero tú no comprendes que esto es imposible? ALABARDERO.- (Sin moverse de su puesto.) El amor es ciego. REINA.- No digas memeces. ALABARDERO.- Tengo la imagen de su cuerpo grabada desde aquel día a fuego en mi corazón, mi reina… ¡No puedo sacarla de dentro! REINA.- ¡No fue nada! No lo hice a propósito, te lo he dicho mil veces. Me olvidé que estabas y me quité la ropa para bañarme. Estáis ahí siempre, como un mueble, y una se olvida. Hacía calor, quería bañarme… y fue un segundo, no sé cómo se te ha quedado “a fuego”, como tú dices… ALABARDERO.- No todos los días ve uno el cuerpo divino de una diosa. REINA.- Oye, no te pongas cursi que no lo aguanto. ALABARDERO.- Me enamoré, yo no tengo la culpa. REINA.- La tendré yo entonces. Y qué vista tan buena tienes, hijo. Yo casi no veo lo que bordo, y tú, desde tan lejos no te pierdes detalle. (Susurra.) Y habla bajo, que como nos oigan vamos a tener un disgusto…, sobre todo tú. Te pueden mandar a la guerra. ALABARDERO.- Ya me van a mandar a la guerra. Mañana. REINA.- (Deja de bordar.) ¿Qué? ¿Quién ha dicho eso? ALABARDERO.- El capitán. REINA.- ¡Ah, no! ¡Hasta ahí podíamos llegar! A mis alabarderos no los toca nadie sin mi permiso. No quiero que te cubran de sangre con lo guapo que eres, ni que te anden cortando trozos a lanzazos esos animales…, de ese cuerpo tan… tan serrano, digamos, que tú tienes, hijo. ALABARDERO.- Si me matan moriré pensando en la única visón celestial que he tenido en mi vida: mi reina desnuda. REINA.- Por una mujer desnuda tampoco es para ponerse así. Habrás visto otras, digo yo. (El ALABARDERO mueve tristemente su cabeza diciendo que no.) ¿Qué no? ¿Pero, hijo, es que tú nunca has estado con una mujer? (El ALABARDERO vuelve a mover apesadumbrado su cabeza.) ¿Pero nunca… nunca… nunca? ¿Ni un poco siquiera? (El ALABARDERO mueve la cabeza hacia los lados por tercera vez.) ¡Ah, pues eso sí que no! A ver si te llevan a la guerra estos animales y te matan sin que te hayas 49

enterado de lo que es la vida, y eso sólo se descubre haciendo el amor. Una cosa es que seas joven y otra que seas tonto. (Y la REINA mira a un lado y a otro, y al comprobar que están solos y no hay moros, ni cristianos, en la costa o en el pasillo, hace señas a su ALABARDERO para que le siga hasta su cama. Y aquí se hace un prudente oscuro. Lo demás no hace falta contarlo. Que la imaginación del lector —o espectador— ponga el resto. Días después el muchacho, de nuevo de guardia en el pasillo real —esta vez sin la REINA presente— es sustituido por otro ALABARDERO, y vemos cómo le habla al oído, apuntándole al dormitorio de la REINA. Luego sale. Llega la REINA, se pone a bordar, mira al nuevo ALABARDERO y éste suspira.) REINA.- ¿Suspiras, alabardero? ALABARDERO DOS.- Suspiro de amor, mi reina… (Vuelven a sonar las notas del laúd y a cantar los pájaros reales, Se iluminan los ventanales góticos, y la rueda de la vida sigue girando.) OSCURO

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20. EL FAMOSO CICLO DE LA NATURALEZA (Mañana de verano erótico y caluroso. Un insecto feúcho y agitado se acerca a una esplendorosa FLOR REVENTONA.) FLOR REVENTONA.- ¡Oye tú, dónde vas…! PELEÓPTERO ERECTUS.- Yo venía a lo del ciclo de la naturaleza. FLOR REVENTONA.- Tú lo que eres es un salido de mucho cuidado ¡Dónde iba a meterse el tío…! PELEÓPTERO ERECTUS.- Iba a ver si libaba un poco… FLOR REVENTONA.- ¿Y tú te crees que es así, llegar y besar el santo? Ponte a revolotear por aquí alrededor como hacen todos los demás, y si te llamo vienes, que no te voy a llamar, y si no, pues no. Que siempre estáis pensando en lo mismo. PELEÓPTERO ERECTUS.- (Se aleja triste un momento, y vuelve.) ¿Y la polinización quién la hace? FLOR REVENTONA.- Cualquiera menos tú, memo, que eres un memo. Y un golfo, que es lo que tú eres. Y un machista asqueroso. Vete con la rosa, si te gustan las flores fáciles. PELEÓPTERO ERECTUS.- Ya lo he intentado, pero es que la rosa pincha. Me he clavado uno de esos pinchos que tiene en uno ojo. Casi me deja tuerto. FLOR REVENTONA.- Te habría estado bien, por salido. Pues vete con una margarita, las hay a cientos, y ésas se dejan. Les da igual ocho que ochenta. No sé como pueden tener tan mal gusto. PELEÓPTERO ERECTUS.- Es que están llenas de abejorros, y tampoco te creas que me gusta a mí ponerme ahí a la cola y… para mí esto es importante, de verdad, me tiene que gustar alguien, atraerme, sentirme embriagado por el olor y la belleza, como me ha pasado contigo… FLOR REVENTONA.- Si te crees que metiéndome rollos poéticos me vas a conseguir, vas dado. PELEÓPTERO ERECTUS.- No, es que tú me has gustado…, de verdad… por… tus colores… tu elegancia, lo bien que hueles… Y lo bien que hablas, eso sí. ¿Tú vienes mucho por aquí? FLOR REVENTONA.- ¿Que si vengo mucho por aquí…? ¡Anda que…! Tú quieres lo que quieren todos, que te veo los ojos. Los ojos, y lo que no son los ojos ¡Madre mía cómo viene, además…! ¡Tú es que eres un animal…! PELEÓPTERO ERCTUS.- Sí, desde pequeño. Soy un peleóptero… (Baja la voz, tímidamente.) erectus…, por parte de padre. FLOR REVENTONA.- Ya, ya…. No hace falta que lo jures ¿Y a ti no te ha enseñado nadie educación, cómo se trata a una flor, modales…? PELEÓPTERO ERECTUS.- A lo mejor de pequeño, pero se me ha olvidado… FLOR REVENTONA.- Pues venga, ahuecando. Que no eres mi tipo, a ver si te enteras. Vete a ver si con otra cuela. PELEÓPTERO ERECTUS.- Es que me gustas tú. No sé qué tienen los demás que no tenga yo… FLOR REVENTONA.- Pues mírate a un espejo, guapo. Y perdona por lo de guapo. PELEÓPTERO ERECTUS.- ¿Entonces lo del ciclo de la naturaleza…, conmigo no…? FLOR REVENTONA.- ¡Qué pesadito te estás poniendo…! Anda, lárgate, que estoy esperando a mi novio que va a llegar de un momento a otro. (El PELEÓPTERO ERECTUS se aleja un momento, apesadumbrado, y luego regresa en un arranque de necedad biológica típica masculina.) PELEÓPTERO ERECTUS.- Si quieres podemos hacer un trío, con tu novio, digo. FLOR REVENTONA.- Claro, sí, no se me había ocurrido, o un cuarteto mejor. ¡Anda, lárgate, chalao! Será posible, con lo que me salta ahora… PELEÓPTERO ERECTUS.- (Se acerca digno, y trata de encontrar la manera de salir de allí 51

con algo de orgullo masculino a salvo.) ¿Sabes lo que voy a hacer? Me voy a meter filósofo, como un amigo mío, y a pasar de las flores. ¡Sois…, sois…! Bueno, que me voy. Y no voy a volver más, para que lo sepas. FLOR REVENTONA.- Por mí como si te vas a dar la vuelta al mundo, pesado, que eres un pesado. (Y ella sigue mostrando todo su esplendor, él se va, apesadumbrado, a meditar sobre las cosas de la difícil vida, y el sol lo mira todo desde lo alto con bastante indiferencia.) OSCURO

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21. EL HONOR DE LA PATRIA (Entra en su despacho el presidente de gobierno de Lituania, muy agitado. Coge un móvil y marca un número. Saca unas fotos de su cartera de mano, y las mira mientras espera.) PRESIDENTE.- “¿Oiga? ¿El señor Presidente de Estonia? ¿Oiga? ¿Señor Presidente? Soy yo, el Presidente de Lituania. ¿Me oye usted?... Bien, gracias, todos bien. ¿Y usted?... ¿Ese hígado sigue dando guerra?... ¿Acabaron ya el puente? Sí, hombre... ese grandón tan feo, que me enseñaron las obras el día que llovía..., en el último viaje, sí... ¡Ah! Sí, aquí todo sigue muy bien... No, no ha sido nada. Exageraciones de la prensa. Todo controlado... Pues mire usted, señor Presidente, mi llamada tiene por objeto, además de saludarle, el efectuar una reclamación ante su Excelencia... ¿Cómo? ¿En un Consejo de Ministros? Bueno, pues que esperen unos minutos. Con el debido respeto, señor Presidente el asunto es grave, y si no nos ponemos manos a la obra a la mayor brevedad posible peligra nuestra posición. Vamos, hablando sin tapujos: nos estamos jugando el puesto los dos... ¿Que no comprende? No se preocupe, enseguida comprenderá. En primer lugar le ruego suprimamos el tratamiento. No vamos a estar todo el rato: “Excelencia”, “Excelencia”... En segundo lugar le sugiero compruebe, antes de que pueda decirle nada comprometido, si esta conversación puede ser escuchada o detectada por alguien... Perdone que no me fíe demasiado de sus medidas de seguridad. Pero en fin, vamos al asunto. Tengo encima de mi mesa una serie de fotografías del último viaje que mi esposa y yo hemos realizado a su país en visita oficial... No. No le estoy hablando de las fotografías oficiales... A mí el estar delante o detrás me da igual. Ojalá fuese ese el problema. Me refiero a las “otras” fotos... Pues una serie de fotografías cuya existencia sin duda desconoce, en las que se le ve a usted junto a mi esposa en situaciones, digamos, bastante comprometidas. Como ésta que tengo en las manos, por ejemplo, en la que aparece usted encima de ella con los pantalones bajados... Lo siento, pero no es ningún montaje. No se esfuerce porque tengo las fotos aquí y la cosa está más clara que el agua... Sí, estuvieron juntos solos. Diez minutos. En la visita que hicimos al hospital infantil aquel, que yo me quedé hablando con los niños tartamudos mientras usted y mi señora visitaron el cuarto de radiografías... No me tiene que explicar lo que pasó en ese cuarto, lo veo perfectamente... Mire, no pierda más tiempo negando una evidencia. Podía haber tenido más cuidado sabiendo que hoy en día hay cámaras que fotografían en la oscuridad, pero eso ya no tiene remedio. Por cierto, no ha salido usted muy favorecido, aunque claro, dadas las posturas en que está, y las prisas... ¿Quiere hacer el favor de escucharme un momento sin alterarse? Le aseguro que no han sido mis servicios secretos los que han hecho las fotos... Mire, a ver si me entiende de una vez: a mí, a estas alturas, lo que haga mi señora me trae ya absolutamente sin cuidado. Si acaso, lo único que me sorprende en este caso es su mal gusto, pero esa es otra cuestión... Eso me da igual. El problema consiste en que junto a las fotos viene una carta. (Saca ahora un papel de un sobre y lo mira.) Necesitamos entregar diez millones de dólares en veinticuatro horas o los autores de las fotos harán público el reportaje. ¿Se da cuenta ahora de la gravedad de la situación?... ¿El pago?... Tiene gracia que me lo pregunte a mí. ¿Quién fue el necio que se dejó hacer las fotos?... ¿Que mi mujer está también? ¡Qué desfachatez! ¡Hay que tener poca vergüenza para querer encima cobrarle a uno por su propia mujer!... ¡A mí no me grite! ¡Y cuidado con sus palabras, no se las vaya a tener que tragar luego! ¡Aún nos queda honor en Lituania, señor mío!... ¡Pero será majadero el tío este! ¿Cómo voy a sacar yo del presupuesto de cultura diez millones de dólares? ¡Aunque sean fotos! ¿Qué quiere que haga, una exposición con ellas? Cómprelas usted, sí, usted, y se las pone allí en su palacio al lado de la estatua esa ridícula que tiene a caballo... ¡Pero qué guerra ni qué guerra! ¿Usted de verdad cree que va a querer nadie ir a la guerra cuando vean las fotos? ¡No nos pongamos nerviosos, no nos pongamos nerviosos!... Sí... sí... Eso está mejor. Claro..., fríamente, como estadistas que somos... (Pausa. Escucha un tiempo al teléfono.) Sí... de acuerdo... ¿Cincuenta por ciento cada uno y un acuerdo de cooperación cultural entre los dos países...? Me parece bien señor Presidente... No se preocupe, que estamos en el mismo barco... Se los daré de su parte. Un saludo Excelencia”. (Cuelga el móvil. Rompe las fotos y mete los trozos en la cartera, se estira su elegante ropa, y sale con paso firme.) OSCURO 53

22. EL PARAÍSO NO FUE COMO NOS LO CONTARON (Paraíso Terrenal. Paisaje sacado de un libro de los que estudiábamos de pequeños, con nuestros primeros padres solazándose cómodamente por el deleitoso lugar. Algunos animales sin maldad, es decir ingenuos y bobalicones, al fondo. Lógicamente todo está lleno de eróticas manzanas.) EVA.- Me voy. Estoy harta de manzanas. ADÁN.- ¿Me dejas por otro? EVA.- Y dale. Tú siempre con lo mismo. ¿Pero cómo te voy a dejar por otro si estamos solos? ¿Es que eres imbécil? ADÁN.- Ya estás insultando… EVA.- Es que me pones muy nerviosa. Tu indolencia, tu forma de ser me pone de los nervios. Por eso te dejo. No te aguanto más. ADÁN.- Antes me decías que esto era el paraíso porque estaba yo… EVA.- Eso…, “antes”. Ahora te veo y me pongo mala. Ya ves cómo son las cosas. ADÁN.- Eres cruel. Eres injusta. Yo trato de ser amable, lógico, comprensivo, racional… EVA.- Un plomo es lo que tú eres. Hago la maleta y me largo, no puedo más… ADÁN.- ¿Qué maleta? EVA.- Es una forma de hablar. En el futuro cuando una mujer se vaya hará la maleta. ADÁN.- Esto no es el futuro, es ahora. Hay que ser realistas. No puedes irte. Tenemos una tarea que cumplir. Una misión. EVA.- ¿Una tarea? ¿Qué tarea? ADÁN.- Tenemos que poblar la tierra. EVA.- ¡Uy! Pues conmigo no cuentes, guapo. Tú estás a lo que estás, como siempre. Te dije que no me gustó la vez que hicimos aquello porque tú te pusiste tan pesado. Tú te lo pasaste bomba, pero a mí la cosa no me hizo ninguna gracia. ADÁN.- ¿Pero no te das cuenta de nuestra responsabilidad? Somos Eva y Adán, y esto es el Paraíso Terrenal… EVA.- ¡Anda ahí que te zurzan, pesado! No sé si en el futuro podrán aguantar a los tíos como tú, yo desde luego no. Si al menos hubiera televisión…, pero todo el día escuchando tus majaderías no hay quien lo soporte. ¡Ni móvil tenemos, vaya un paraíso! Solo manzanitas, que estoy de manzanas hasta… ADÁN.- Cada uno tiene que vivir en su época. Nosotros somos de ahora, y tenemos el Paraíso Terrenal para disfrutar… Luego además está la serpiente… EVA.- No me vengas ahora con el numerito de la serpiente, que te conozco. Con ella te entiendes mejor que conmigo. Es una fresca y una libidinosa de mucho cuidado. ¿Te crees que no os he visto? ADÁN.- Si quieres la dejo. EVA.- Puedes hacer lo que te dé la gana, yo me largo. (Se oye el ruido de una moto. Aparece por un lateral una moto enorme blanca, y de ella se baja un ángel vestido con traje blanco inmaculado y casco también blanco. Ella va hacia él.) ADÁN.- ¿Éste quién es? ¿De dónde ha salido? Si solo estamos tú y yo no puede aparecer nadie de pronto… EVA.- Los ángeles pueden aparecer cuando les dé la gana, para eso son “ángeles”. ADÁN.- ¿Un ángel? ¿Y me dejas por un ángel? EVA.- Tú verás la diferencia… Ni que fuera tonta. ¿Has visto qué moto? ADÁN.- Pero es un espíritu… ¿Cómo vas a poblar la tierra con un espíritu…? EVA.- ¡Y dale! No tengo ningún interés en ponerme a parir hijos a lo tonto para que tú te quedes a gusto. Vete tú con la serpiente y llenáis la tierra de bichos que se arrastren a vuestra imagen y semejanza. ADÁN.- ¡Pero eso sería un desastre! Tenemos que hacerlo nosotros dos, Adán y Eva, lo pondrá 54

en todos los libros… No va a descender la humanidad entera de una serpiente… Dime qué tiene él que no tenga yo. EVA.- ¿Tú has oído hablar del amor? ADÁN.- Eso es de muchos siglos después, de la época romántica. Al principio lo importante es poblar la tierra. EVA.- Qué manía te ha entrado con estar ahí todo el día en esas posturas tan antinaturales e incómodas. En todo caso al amor intervendrá algo, ¿no? La voz aquella tan rara dijo aquél día: “amaros y multiplicaros”, no solo “multiplicaros”, que es lo que a ti te va. La tierra se puede poblar con o sin amor. Si lo hacemos sin amor todo será un desastre, y tú no tienes ni idea de lo que es eso. Y él sí. ADÁN.- Pero él no puede hacer la segunda parte, no puede multiplicarse… ¡No puede! Entérate bien, tiene “pluma” por todas partes. Le falta un trocito imprescindible. EVA.- Tú no puedes entender que un ángel es a lo que aspira toda mujer. ¡Sí, a un ángel como Dios manda, entérate bien! Alguien que te trate bien, que sea educado, que se planche él mismo la ropa… y que te sientas con él en el cielo. Si le falta ese trocito que le falte, me da igual. Nadie es perfecto, ni siquiera los ángeles. Y en seguida se inventarán esas partes de plástico, o metálicas que vibren con pilas… (Se vuelve al ángel y le señala.) Pero tú te has fijado en esa carita de ángel que tiene… ADÁN.- A mí me parece que tiene cara de idiota, con perdón. Parece un anuncio. EVA.- Ya, él es un anuncio. Y la realidad eres tú, ¿verdad? Tú y tu serpiente. (Al ángel.) ¡Vamos! No quiero perder más el tiempo. (El ángel sonríe de forma angelical, y se pone el casco. Ella se pone otro que él le da, y salen en su espectacular moto, armando mucho ruido, como es natural.) ADÁN.- ¿Y ahora? Sólo le veo una salida a esto… Espero que no se entere nadie. Y si sale la humanidad un poco retorcida y venenosa, yo no tengo la culpa. (Llama a gritos.) ¡Serpiente! ¿Serpiente, por dónde andas? ¡Cariño, ven…! (Y ADÁN se mete en el follaje en busca de su serpiente, para intentar, a su manera, realizar el encargo que se le ha dado y… poblar la tierra.) OSCURO

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23. ENTRE COLEGAS (Una iglesia. Música de órgano. Entran dos sacerdotes. Uno de ellos se pone al cuello los atributos de confesar. Se acoplan en un confesionario con los carraspeos del ritual, dispuesto uno —el PADRE CLEMENTE— a confesar al otro —el PADRE JUAN—.) PADRE JUAN.- Ave María Purísima. PADRE CLEMENTE.- Sin pecado concebida. PADRE JUAN.- Hace seis meses que no me confieso, Padre Clemente. PADRE CLEMENTE.- ¡Padre Juan! ¿Cómo es posible? ¡Seis meses! PADRE JUAN.- Sólo he tenido un pecado en todo este tiempo, pero me era imposible confesarlo, ya que no tenía propósito de la enmienda. Y sin eso, ya sabe usted Padre, no hay indulgencia posible. PADRE CLEMENTE.- ¿Y ha estado usted administrando sacramentos todo este tiempo, en pecado? PADRE JUAN.- Sí, Padre. Y me arrepiento de todo corazón. PADRE CLEMENTE.- ¿De qué se arrepiente de todo corazón, del pecado o de haber estado administrando sacramentos...? PADRE JUAN.- De las dos cosas, Padre. PADRE CLEMENTE.- No comprendo. Podía haberse confesado de todas formas... Si sólo era un pecado, la cosa no podía ser tan grave. PADRE JUAN.- Era sólo un pecado... cada día. Vamos, el mismo pecado, pero que lo hacía todos los días. Todos los días durante seis meses, Padre. PADRE CLEMENTE.- ¡Padre Juan! ¡Pero eso son muchísimos pecados! Vamos a ver: seis meses, a treinta días, son seis por tres dieciocho... ciento ochenta. ¡Ciento ochenta pecados, Padre! PADRE JUAN.- Ayer y hoy ya no lo he hecho. Y luego un mes que sólo tenía veintiocho días, febrero; si quitamos tres... PADRE CLEMENTE.- Bueno, igual da tres más que tres menos. No nos vamos a poner aquí ahora con papel y lápiz... PADRE JUAN.- Yo lo decía por si quería usted hacer la cuenta exacta, Padre. PADRE CLEMENTE.- Dejemos la cantidad, y explíqueme de qué se trata. Es un asunto grave, y necesito más datos, como usted comprenderá... PADRE JUAN.- Antes de nada me tiene que prometer que no se va a enfadar. PADRE CLEMENTE.- ¿Que no me voy a enfadar? Estoy administrando el sacramento del perdón. PADRE JUAN.- He tenido relaciones sexuales con una monja del Convento de la Plaza, Padre. PADRE CLEMENTE.- ¡Padre Juan! ¡Pero, qué me está usted diciendo! ¡Que ha tenido ciento ochenta...! ¡El peor de los pecados..., y con una sierva de Dios! PADRE JUAN.- ¿Lo ve? Sabía que se iba a poner así. Por eso no me atrevía a confesarme. Pero yo necesitaba su perdón, Padre. Su perdón y su consejo espiritual. PADRE CLEMENTE.- ¿Pero cómo ha podido...? PADRE JUAN.- La carne es débil... Lo pone en los Santos Evangelios. PADRE CLEMENTE.- ¡Sí, pero también pone que hay que aguantarse, como nos aguantamos todos! ¿Y con qué monja ha sido, si puede saberse? PADRE JUAN.- Con sor Adela, Padre. No sé si la conocerá. Una alta, muy mona... PADRE CLEMENTE.- ¡No la voy a conocer! ¡Con sor Adela! ¡Encima! PADRE JUAN.- Padre, ésos son detalles que no creo necesarios, con el debido respeto... PADRE CLEMENTE.- ¡Pero qué está usted diciendo! ¡Es demencial! PADRE JUAN.- Todo lo que me diga es poco, Padre. Me arrepiento de todo corazón. PADRE CLEMENTE.- Espero que sea verdad, porque ya sabe que si sigue preso del pecado de la carne no hay absolución posible. PADRE JUAN.- No, Padre, no. La he dejado. Quiero decir, que lo he dejado. No lo volveré a 56

hacer. PADRE CLEMENTE.- Bueno, en ese caso, y si de verdad hay arrepentimiento sincero, Dios es misericordioso... PADRE JUAN.- Sólo hay un problema, Padre. Y por eso necesito su consejo además de su perdón. PADRE CLEMENTE.- ¿Un problema? ¿Qué problema? ¿No estará embarazada? PADRE JUAN.- No, no, Padre. No es eso, gracias a Dios. Es que está enamorada. Enamorada de mí, usted comprende, y no quiere dejarlo. PADRE CLEMENTE.- ¿Le ha dicho usted que ése es el camino del infierno? PADRE JUAN.- Le he dicho de todo, Padre. Y nada. PADRE CLEMENTE.- Oiga, Padre... Esto no será una broma de mal gusto... PADRE JUAN.- Qué más quisiera yo, Padre. No puedo dormir de la preocupación, ni comer. Todo el día con lo mismo de que no puede vivir sin mí, que arma un escándalo... No sabe cómo son las mujeres. PADRE CLEMENTE.- Para saber cómo son las mujeres no hace falta comprobarlo como usted, Padre. Y además, sor Adela no es una mujer. Es una monja. PADRE JUAN.- Las monjas también son mujeres, Padre Clemente. Igual que nosotros ellas sienten necesidad, son de carne... PADRE CLEMENTE.- Bueno, bueno. Dejemos eso. Lo más importante ahora es separarle de ella como sea. PADRE JUAN.- Eso mismo digo yo, Padre. Necesito su ayuda; si no, estoy perdido. La condenación eterna, ya sabe. PADRE CLEMENTE.- Lo podía haber pensado antes y nos habríamos ahorrado muchos quebraderos de cabeza. PADRE JUAN.- La carne es débil... PADRE CLEMENTE.- ¡Deje ya la carne en paz! Vamos a ver... (El PADRE CLEMENTE mira acusador al PADRE JUAN, mientras golpea rítmicamente con los dedos la madera del confesionario.) Las Misiones. No hay otra solución. PADRE JUAN.- ¡No! ¡A las Misiones, no! Tengo muy mala salud, y los viajes, la mala alimentación... PADRE CLEMENTE.- Digo ella, hombre. Ella. PADRE JUAN.- ¿Ella? Sí, sí. Tiene mucho espíritu evangelizador. Además sabe poner inyecciones. PADRE CLEMENTE.- A Nigeria. Puede ir a Nigeria. O al Alto Volta. Allí son más necesarias ahora. Tuve yo un pequeño incidente hace años con una monja también, nada grave, por supuesto, no como usted, pero andaba detrás de mí, y antes de que la cosa pasara a mayores consulté al Superior y acordamos el traslado al Alto Volta. Ella además se lo agradecerá. No ahora, claro está, pero más adelante se dará cuenta del inmenso bien que le hacemos. ¿Qué son unos años de sacrificio, comparados con la eternidad? Volveremos a hablar con el Superior. PADRE JUAN.- Gracias, Padre. Se lo agradezco con toda el alma. PADRE CLEMENTE.- Rece tres avemarías y una salve, “Ego te absolvo, in nomine pater et fili et Spiritu Sanctu. Amén”. (La música de órgano cae consoladora sobre el final.) OSCURO

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24. ENTRE REJAS (Cárcel de mujeres. Dos presas limpian el suelo de una galería con unas fregonas. Una es joven, “LA JULI”, con aspecto de colgada y drogota. La otra, más mayor, “LA TOMATES”, con pinta de ama de casa rural y acento andaluz. Canturrean las dos —cada una en su estilo— mientras friegan.) LA TOMATES.- “Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo...” LA JULI.- “Ya no me pongo, ya no me pongo...” (Para de fregar y cantar, y mira a la otra.) ¡Oye, colega! LA TOMATES.- ¿Es a mí? LA JULI.- No, a mí va a ser. Estamos las dos solas. Como no llame al cubo. ¡No te digo! ¿Tú por qué estás aquí? LA TOMATES.- Me ha dicho la celadora que tenía que fregar esto y los servicios. LA JULI.- ¡No, joder! Digo que por qué estás aquí, en el trullo. LA TOMATES.- ¡Ah! Yo por na. Soy inocente. LA JULI.- Ya, como todas, mira tú. Pero te digo, a ver si te enteras, que por qué estás en el talego; vamos, que por qué te han traído los maderos. LA TOMATES.- ¡Por na, ya te lo he dicho! Mala sangre que tiene la gente. Yo no he hecho na. (Sigue fregando.) LA JULI.- Pues a mí me ha dicho una de la cuarta galería el otro día en el patio que te cargaste a tu marido que era cabo de la Guardia Civil. Que le envenenaste los tomates de la ensalada, y que por eso te llaman “La Tomates”. LA TOMATES.- ¡To mentira! ¡Yo no he hecho na! Calumnias de la gente que tiene mal corazón. LA JULI.- ¡Y dale con el “na”! ¿Y por qué estás aquí, rica? ¿Por ir a misa? LA TOMATES.- Era un desaborío y un mustio, y estaba to el día diciendo que me iba a meter dos tiros si me asomaba a la puerta la calle. La compra me la tenía que traer una vecina, y si tenía que ir al médico o algo, él al lao, de guardia. LA JULI.- Claro, por eso te lo cargaste. LA TOMATES.- ¡Yo qué va! Él, que se suicidó pa que me la liara yo. LA JULI.- ¡Venga ya, no te enrolles tía! ¡Va él a...! LA TOMATES.- Tú no conocías a ese malaje. ¡Firme me ponía cuando me regañaba por algo! O me hacía cosas peores que no te voy a contar porque me da hasta vergüenza hablarlas. Y encima me engañaba. LA JULI.- ¿Sí? ¿Con otra? LA TOMATES.- ¡No, con un cabo de la Guardia Civil va a ser! LA JULI.- Y tú los pillaste enrollados, y le metiste el veneno... LA TOMATES.- ¡Que no, joder, que pesá te pones! ¿Y tú, por qué estás aquí, a ver, tanto preguntar? LA JULI.- Yo por nada. Soy inocente. Una cartera que me encontré, que dijeron que yo la había cogido..., y la iba a devolver ya... LA TOMATES.- ¿Y sólo por eso estás aquí? ¡Qué lastima! LA JULI.- Bueno, lo malo es que me había encontrado más otras veces. Que me encuentro yo muchas carteras, vamos. Oye, ¿y cómo te enteraste de lo de la otra? ¿Un anónimo? LA TOMATES.- ¡Qué va! Que me daba na más que la mitad el sueldo y me lo olí. La otra mitad se lo daba a la tía esa. Un día me disfracé con un abrigo que me dejó una vecina, y le seguí. “Me voy a por el periódico”, dice. Yo le sigo sin que me vea, se mete en una casa, yo espero un poco, luego me meto por una ventana que da al patio y les cojo allí dale que te pego a los dos. Y yo sin poderme asomar a la puerta la calle pa que no me miraran los tíos... Y a mi niño, que le pegaba cada palo que lo tenía señalaíco de cardenales el animal, con cuatro años que tiene la criatura. LA JULI.- ¿Y cómo le metiste el veneno en los tomates? ¿Con una chuta? LA TOMATES.- ¡Yo qué va! ¡Él, que se lo tomaría pa amargarme la vida! 58

LA JULI.- ¡Joder, qué borde eres, tía! ¿Qué pasa? Si yo no se lo voy a contar a nadie. Claro, el abogado, que te ha dicho que no largues, que luego todo se sabe. Pero yo soy legal, por mi madre que no abro el pico. ¿Y él qué hizo? LA TOMATES.- ¿Quién? LA JULI.- Tu difunto. ¿Qué hizo cuando le diste el veneno? ¿Vomitaba? LA TOMATES.- Ah, no sé. Yo me había ido ese día a casa de mi madre con el niño a hacer unas cortinas. LA JULI.- ¿Pa la coartada? LA TOMATES.- No, pal salón. LA JULI.- ¿Y quién descubrió el fiambre? ¿Una vecina? LA TOMATES.- Tampoco lo sé, ni me importa. LA JULI.- ¡Joder! Una cosa es que no quieras largar, y otra que parezcas tonta. ¡Estoy hasta la polla! Esta fregona se clava. Se me están poniendo las manos moradas del palo este... LA TOMATES.- ¡Cuidao! ¡La Boqui, que viene! (Una funcionaria cruza la galería. Ante su presencia cercana se ponen las dos a fregar el suelo con más entusiasmo y rapidez, mientras siguen canturreando.) LA JULI.- “Yo no me pongo, yo no me pongo...” LA TOMATES.- “Se me está quitando lo buena que estoy, y me está viniendo lo malo por dentro...” (La funcionaria sale.) LA JULI.- ¡Ya! ¡Frena, tú, que ya se ha largado! (Comprueban que la funcionaria ha desaparecido.) LA JULI.- ¿Cómo te llamas? LA TOMATES.- ¿Yo? LA JULI.- ¡No, yo! LA TOMATES.- María Fernanda. ¿Y tú? LA JULI.- Margarita, pero aquí todos me dicen La Juli. LA TOMATES.- ¡Ah! ¿Por qué? LA JULI.- Porque me dieron, cuando llegué, la cama de una que salió que se llamaba La Juli, y dijeron todas: “Tú, La Juli”. LA TOMATES.- ¿Y de dónde eres? LA JULI.- Yo de Pamplona. De donde los Sanfermines. LA TOMATES.- Pues yo soy de Úbeda, de Jaén, de donde los olivos. ¡Huy, de Pamplona, de donde los Sanfermines! ¡Qué frío debe de hacer allí!, ¿no? ¡Tan parriba! LA JULI.- En invierno te cagas de frío. LA TOMATES.- Pues yo estoy tol día helá, hija. Y aquí en la cárcel, congelá. (LA JULI saca una cajetilla y enciende un cigarro.) LA TOMATES.- Oye, ¿me das un cigarro, pa entrar en calor, que yo no tengo? LA JULI.- Te doy uno si me cuentas bien lo que hiciste, como si fuera una novela. A mí me encantan las novelas, tía. Con otros nombres, o como quieras, pero habla ya, condená. LA TOMATES.- (Se acerca.) Na, pues eso: esto era un señor muy malo y una mujer muy buena. Él la apuntaba muchas veces con una pistola que tenía pa meterle miedo, y ella se estaba volviendo loca. Un día que se había ido ella a casa de su madre con el niño pa hacer unas cortinas pal salón, va él y la llama por teléfono y le dice: “Tú, que me duele la tripa, que me he tomado unos 59

tomates y por lo visto estaban verdes. ¿Hay bicarbonato en casa?” Y ella va y le dice: “Sí, en un paquetito blanco en el armario de la cocina”. Él se conoce que se equivoca, se toma el matarratas y se muere. El cigarro. (Le coge el cigarro y lo enciende. Fuma disfrutando del tabaco.) LA JULI.- ¿Y por eso estás tú en el talego? ¿Porque se equivocó? LA TOMATES.- ¿No te he dicho que era inocente? ¡Lo que pasa es que no hay justicia en el mundo pa las mujeres maltratás! LA JULI.- ¡Ya! ¡Tararí que te vi! Lo que pasa es que se está poniendo de moda cargarse a los maridos, que lo he oído en la tele. Y a mí me parece muy bien, qué quieres que te diga. Yo es que me los cepillaba a todos. Siete puñalás a cada uno por sinvergüenzas, por pringaos, por canallas, por maricones, por hipócritas y por todo lo demás. Lo que pasa es que a mí me molan los troncos. Es mi cruz. LA TOMATES.- ¿Qué troncos? LA JULI.- Todos. Todos los troncos me van a mí: altos, bajos, listos, gilipollas, con gafas, calvos, guapos, feos..., yo me hacía un vis a vis hasta con el médico de la enfermería, que mira que es feo y canijo. En toda mi vida no he visto un pavo que no me guste. Por eso me veo como me veo. Qué le voy a hacer. LA TOMATES.- Pues yo no sé qué les ves a los troncos esos, como tú dices. A mí me dejan fría. Debe ser por el marido que he tenido, que me ha dejao inmunizá. LA JULI.- A mí me ponen más caliente que la estufa de la capilla. Es lo peor de la cárcel, que estemos separadas de los hombres. Se conoce que en eso está el castigo. Si yo fuera el mandamás del mundo, cárceles mixtas, como los colegios. LA TOMATES.- ¿Y qué le ves tú a los tíos, que tanto te gustan, si es que puede saberse? LA JULI.- ¡Desnudos! ¡Yo los veo desnudos, tía! Subiéndoseme encima y recorriéndome por todos los lados como si fuera el agua caliente de la ducha. Mordiéndome como una manzana, y haciendo que se me abran las carnes como si estuviera tomando el sol en una playa. LA TOMATES.- ¡Huy, ésta! Hija, eso debe ser en las novelas que a ti te gustan tanto. En la vida real, ni ducha, ni pera, ni albaricoque. Con un cabo de la Guardia Civil tenías tú que dar. Se te iba a pasar la calentura en un santiamén. ¿Pero qué haces metiendo y sacando la fregona en el cubo? ¡Se te está saliendo tol agua! LA JULI.- Estaba soñando que estaba en el cielo, y que estaba todo lleno de tíos. LA TOMATES.- Pues ándate con cuidado no te vayas a encontrar con mi difunto. Le conocerás por el tricornio. Aunque ése tiene que estar en el infierno. LA JULI.- Entonces, tú le dejaste a propósito el matarratas allí para que él... LA TOMATES.- ¡Yo, de qué! ¡Te lo he dicho por decir, pa que me dieras el cigarro! Se murió de una enfermedad, o de lo que fuera, que a ti no te importa. (Se aleja con su cubo y su fregona.) LA JULI.- (Gritando.) ¡Mira, tronca...! ¡El próximo día te va a dar tabaco tu puta madre! ¿Me oyes? LA TOMATES.- ¡Anda ya, que te den, rica! LA JULI.- ¡Tomates! ¡Que eres una Tomates! (Salen las dos, cada una por un lado, con sus cubos y fregonas, cantando sus canciones, y masticando las noveleras tragedias de sus vidas.) OSCURO

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25. HARE KRISHNA (Entra un sonriente miembro de Hare Krishna con su túnica naranja típica, su calva, campanitas en las manos y gesto de estar en el séptimo cielo, como es normal en ellos.) SONRIENTE.- (Cantando y dando las campanitas.) “…Hare Krishna, Hare Krishna, hare rama, hare, hare…” ¡Paz y alegría para todos, que Rama, Vishnú, Ravana, Krishna, Parashurama, Ramachandra, Rághava, Raja Rama, Sitapati, Dasarathi, Dasaratha-suta y Jánuman, extiendan felicidad sobre el mundo! ¡El camino es largo, la ruta estrecha y el horizonte lejano, pero el corazón de los hombres llenará la senda de flores y de gozos! (Llega hasta un lugar apropiado y se sienta. Se limpia el sudor de su cara con la túnica.) Me voy a sentar un poco a descansar aquí, con su permiso, que llevo más de cuatro horas de pie de un lado para otro dándole al “Hare Krishna” éste, y estoy muerto. Además es una pesadez. Un día y otro día: “Hare Krishna, hare, hare…”. He preguntado si podemos cantar otra cosa, aunque sea algo de los Beatles, y me han dicho que nada. Me tienen a prueba y si ven que canto otra cosa me la cargo. Y luego lo de sonreír todo el día. Cansadísimo. Me duele hasta la cara. (Hace muecas.) Se me duerme la boca…, de estar ahí siempre… Y sumiso, siempre sumiso. Pase lo que pase, sumiso. Te pisan, a sonreír sumiso. Te muerde un perro, que nos siguen todos los perros, no sé por qué… a sonreír. O te tira piedras un niño. Los críos son lo peor. Me ponen malo, y a sonreírles. Sí, sé lo que están pensando, si no me gusta esto por qué me metí. Son cosas que pasan en la vida… Un día iba yo paseando tranquilamente por la calle, como ahora ustedes, y se me acercó un colgado de estos, como ahora yo. Bueno, no le hice mucho caso, y pasé a su lado educadamente para irme. Pero se acercó en un movimiento rapidísimo y me dio un beso. Así, de pronto, sin decir una palabra. Plaf, un beso. Claro, me quedé cortado. Pónganse en mi lugar. Y él me sonrió. Siempre sonríen, ya les digo. Bueno, sonreímos. Pase lo que pase, aunque te maten o te pille un coche, a sonreír. Yo es que antes era policía local, con barba, de los que van al gimnasio, como los de los calendarios, vamos. Con pistola y todo, que la llevaba aquí colgando. Bueno, pues el tío se acerca, va y me besa… Yo allí, desconcertado, y mirando a ver si nos había visto alguien, no fueran a creer que yo… Entonces él se acercó de nuevo. Y mientras me tapaba la cara con las manos para que no me besara otra vez, y pensando que tenía que arrestarlo por desacato a la autoridad —aunque no sabía si eso era desacato, como era un beso…—, va y me da una flor y un caramelito. “Tómatelo”, me dijo, por el caramelo, y yo, nerviosísimo, me lié y me confundí y me comí la flor. Era una amapola adormidera y estuve quince días durmiendo. Quince, como les digo. Nada más despertarme fui a la dirección que me habían indicado en sueños y me apunté, me quitaron la ropa, me raparon la cabeza, me dieron esta túnica, me enseñaron el “Hare Krishna”, me abrieron la boca para que sonriera y me mandaron a la calle seis meses de prácticas con estas campanitas. (Hace sonar las campanitas un rato.) ¿Qué me pasó por la cabeza los quince días que estuve durmiendo? No tengo ni idea. Sólo sé que al despertarme únicamente tenía un deseo en mi vida. Aprenderme el “Hare Krishna” éste. Mi vida antes no es que fuera una maravilla, pero era más variada, desde luego. Iba al trabajo, ponía multas, veía la tele, salía alguna vez con chicas del ayuntamiento…, tonterías de esas. Ahora todo el día “Hare, hare…” Y los primeros días aquí… con la amapola puesta y las instrucciones que me dieron para dormir, qué mareo, no le cogía el punto. Que si dormir con la cabeza hacia el Este da conocimiento, y dormir con la cabeza hacia el Sur da fuerza, y que si duras mucho más con la cabeza hacia el Suroeste, que por 61

nada del mundo durmiera con la cabeza al Norte porque me moriría siendo joven…, y de dormir con la cabeza al Oeste nada de nada porque da preocupaciones y malos rollos…, y que dormir con los pies apuntando a los dioses es ofensivo, que hay que ponerlos hacia abajo… ¿hacia debajo de dónde, decía yo?…, y las manos nunca en contra de donde nace el sol… Y ya no sabía ni cómo ponerme. Me daban tirones por la noche de lo retorcido que estaba. Y eso para dormir… que para comer, ni les cuento. Pero todo eso ya lo he ido dominando y también el “Hare, hare…” Lo peor es lo de las campanitas, que dan dolor de cabeza. Al que inventó lo de las campanitas se las metía yo por el culo, con perdón. ¿Qué por qué no lo dejo? Bueno, es que tengo que confesarles algo. Esto es aburrido…, menos cuando toca ir a plancharte la túnica. Ahí ya te quedas colgado para siempre. Es que es una cosa…, no sé como explicársela con palabras, es… demasiado para el “yoyo”, como dicen los modernos. La cosa es que la túnica ésta es muy delicada y no tenemos que plancharla nosotros. No, no. Nos dan un día, y tenemos que ir a la casa tántrica, como le dicen. Allí llegas, cuando te toca, te quitan la túnica y te la planchan, y queda estupenda. La cosa está en lo otro, claro. Como no llevamos nada debajo mientras nos planchan la túnica, una tal Salomé, que es la encargada de lo tántrico nos purifica. O sea, nos tiene que pelar. No podemos tener pelo… por ningún sitio, no sólo por la cabeza, no sé si lo comprenden. Pues eso. Nos desnuda, nos pasa a una ducha aromática entre plantas orientales que te quedas allí colgado, y ella se mete dentro y nos da con una ramita con hojas, por todo el cuerpo, por todo, todo, todo… También nos da el gel, y nos afeita… Ella lo hace todo. Y mientras, canta también el “Hare Krishna”, allí para todo se canta eso… Ahí nos entra ya el nirvana total, y los dioses y diosas: Rama, Vishnú, Ravana, Krishna, Parashurama, Ramachandra, Rághava, Raja Rama, Sitapati, Dasarathi, Dasaratha-suta y Jánuman —hay más dioses pero yo sólo digo una docena porque sé que cansa— bueno pues eso, que estos dioses vienen a ducharse con nosotros y… ¡Pluff! Un cuelgue. No sólo es perfumadora, también danzarina porque a veces baila. Como se llama Salomé le gusta ponerse siete velos y luego írselos quitando poco a poco mientras gira y gira… Y luego el gel purificador, porque otra cosa no, pero purificarse hay que purificarse todo el tiempo en esa casa, y yo eso lo que más, porque mi madre a mí me dijo que había que ser muy limpio, y que donde fuera haz lo que vieras. Salomé te purifica y alucinas. A mí me toca volver el sábado. No han visto ustedes a Salomé… Les aseguro que si la ven, y se purifican con ella una sola vez en la vida, aguantan luego el “Hare Krishna”, las campanitas y un pasodoble de los antiguos si hace falta. Bueno, voy a seguir a lo mío, no me pillen aquí sentado y me quiten el turno del sábado de planchado. (Se levanta y se aleja sonando sus campanitas y cantando su “Hare Krishna”.) OSCURO

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26. INTERCAMBIOS (Local liberal de intercambios. Estamos en el bar. Música sensual de fondo y poca luz. Un hombre se acerca, con una cerveza en la mano, a una mujer que está en una mesa tomando algo.) JUAN.- Hola, buenas noches ¿Puedo sentarme? Soy Juan. Mi mujer es la que ha entrado con tu marido… ISABEL.- Ah, ya. (Se levanta de su silla y le da un educado beso.) Sí, siéntate si quieres. Me llamo Isabel. ¿Tu mujer es la alta que ha entrado con…? JUAN.- Sí. Inés. Estaban bailando… y han entrado dentro, sí. ISABEL.- Ya. (Pausa violenta. Él mueve el vaso de cerveza que tiene en su mano.) JUAN.- ¿Habíais venido más veces? ISABEL.- No. Es la primera. Yo la primera. Vamos que no había venido. Mi marido me ha confesado que ha venido otra vez solo. A verlo. JUAN.- Pero solos no dejan entrar, ¿no? Hay que venir en pareja. ISABEL.- Los sábados por lo visto sí. Pero yo no había venido nunca. JUAN.- ¿Entonces nunca has entrado dentro con alguien? A los cuartos, a la sala oscura o a la piscina… ISABEL.- No, no…, no tengo ni idea. (Pausa. JUAN sigue moviendo nervioso la cerveza.) ¿Y vosotros? ¿Habíais venido más veces? JUAN.- No, tampoco. Somos novatos también. Mi mujer lo leyó en una revista, lo buscó en Internet, me lo enseñó…, y empezó a darle vueltas. Yo soy muy cortado para estas cosas, pero se empeñó… Por curiosidad más que nada… Hay que ser abiertos en la vida a cosas nuevas… Aunque no creas que yo… Bueno, aquí estamos… ISABEL.- Ya. Pues igual que Fernando, mi marido. Se empeñó…, y… JUAN.- ¿Se llama Fernando… y tú Isabel…? Parecéis los Reyes Católicos. ISABEL.- Sí, ya nos han gastado esa broma más veces, pero no somos reyes ni nada. JUAN.- Disculpa si te ha molestado. ISABEL.- Para nada. JUAN.- Era para hablar de algo. ISABEL.- Pues vosotros tenéis nombre de teatro, de don Juan Tenorio. Don Juan y Doña Inés. La de: “No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla… de intercambios de parejas…” (Risa nerviosa.) JUAN.- Pues sí, pero yo de don Juan no creas que tengo mucho… Soy más bien tímido. ISABEL.- Y tu mujer, por lo que se ve, de la monjita doña Inés parece que tampoco tiene mucho. Perdona, era una broma… JUAN.- No pasa nada… (Pausa, beben cerveza. Él se decide de pronto y habla con torpeza.) ¿Quieres entrar conmigo? (Casi sin voz.) A verlo más que nada… ISABEL.- Perdona pero no. No quiero que te siente mal, pero no. JUAN.- ¿No soy tu tipo? ISABEL.- No es eso. He venido sólo para hacer compañía a mi marido, ya te lo he dicho. Pero yo no… JUAN.- Era por verlo, el cuarto oscuro, la piscina… 63

ISABEL.- Sí, pero el cuarto oscuro ése como estará oscuro no se verá nada, y para la piscina no he traído bañador. JUAN.- No hace falta, aquí la gente se baña sin bañador, de eso se trata. ISABEL.- Ya, me figuro, pero a mí sin bañador me da cosa… Ahí con los demás… (Pausa violenta.) JUAN.- ¿Y te vas a estar sentada aquí en el bar todo el tiempo mientras él…? ISABEL.- Bueno, he aceptado venir con él. Así que… no voy a tener más remedio… JUAN.- ¿Quieres que me vaya?, así puede venir otro… ISABEL.- No, no, de verdad, no me pienso bañar con nadie. Además no podría. A mí me cuestan mucho trabajo estas cosas. No soy como mi marido que se puede ir con cualquiera… ¡Uy, perdona, no me había dado cuenta que es tu mujer! JUAN.- Esto lo tenemos ya superado. Al menos teóricamente. Lo hemos hablado. Para nosotros es como tomar un café con alguien. A mí no me molesta que mi mujer tome café con quien quiera, pues esto lo mismo. Yo no creo que me vaya con nadie, pero ella… es muy lanzada para todo. ISABEL.- Ya…, como un café. (De pronto ISABEL se pone a llorar. JUAN, desconcertado no sabe qué hacer. Le alcanza un pañuelo que ella toma.) Gracias. Disculpa… No sé qué me ha pasado. JUAN.- No importa. Serán los nervios. Las primeras veces está uno muy nervioso, en cualquier cosa. Además estás muy guapa cuando lloras. ISABEL.- Gracias. Pero… anda diviértete tú, ¿no has venido a eso? JUAN.- Sí, pero como tu marido, Fernando…, ¿no? se ha ido con mi mujer, y quedamos tú y yo… si tú no… se queda una pareja suelta, desparejada, vamos, y entonces… Bueno, qué lío, pero es que esto es intercambio de p-a-r-e-j-a-s (Deletreando.) ¿Entiendes? ISABEL.- Pero no todas las parejas lo van a tener que hacer al mismo tiempo, vamos digo yo. Alguna habrá esperando… Estas cosas no se pueden hacer así… ¡Zas! Aquí te pillo, aquí te mato. Tú mira por ahí, no hace falta que te quedes conmigo. (Al mismo tiempo ella da un largo suspiro entrecortado, que hace que JUAN se retenga a su lado.) JUAN.- Que no, que te hago compañía… así miramos el reloj juntos mientras les esperamos (Mira el reloj, y sonríen. Él mira el vaso de ella medio vacío.) ¿Quieres otra cerveza, o algo un poco más fuerte…? ISABEL.- Espera, voy yo a por otras cervezas, así me muevo un poco. (Al levantarse bruscamente golpea la mesa velador volcando la cerveza que cae sobre el pantalón de él.) ¡Uy, Dios, qué torpe, perdona…! JUAN.- (Se levanta sacudiéndose el pantalón.) No pasa nada, no te preocupes… ISABEL.- Espera, que te lo… (Ella se arrodilla ante él y, con el mismo pañuelo que él le había prestado, intenta secarle la entrepierna, ante el gesto de él de desconcierto.) JUAN.- De verdad… no tenías que molestarte… si no es nada…

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(ISABEL sigue frotando la entrepierna, de rodillas y muy pegada a él. Llegan por el otro lado la mujer y el marido de ambos, INÉS y FERNANDO, que se fueron antes, y ven una imagen muy evidente —y diferente— de lo que está pasando.) FERNANDO.- ¡Pero… Isabel…! INÉS.- ¡Juan, aquí en el bar no se puede…, por Dios! JUAN.- Si no es nada, es que se me ha caído la cerveza… y… ISABEL.- Estaba dándole con el pañuelo ahí… INÉS.- Eso ya lo veo, pero no es el lugar. ISABEL.- Es que la cerveza ha caído ahí, no voy a dar en otro sitio… INÉS.- Hay reservados dentro… ISABEL.- ¿Me tengo que ir a un reservado para limpiarle la cerveza? FERNANDO.- (A su mujer.) ¿Te vas a quedar de rodillas mucho rato? ISABEL.- (Levantándose.) No, no… Ya. (Le da el pañuelo a Juan.) Gracias. JUAN.- (Se guarda el pañuelo confuso.) Bueno, sentaros y tomad algo. Qué pronto habéis vuelto, ¿no? (Se sientan los cuatro, incómodos.) FERNANDO.- Sí, es que ha pasado una cosa… Estábamos dentro viéndolo todo… INÉS.- Que por cierto, qué fuerte, no hay puertas en los cuartos, todo el mundo ve lo que hacen los demás… Había una ambientazo… pufff. ISABEL.- Pero vosotros no os habéis animado, por lo que veo… FERNANDO.- Es que nos hemos puesto a hablar mientras lo veíamos, estábamos en la piscina mirando, que están allí todos… ya os pedéis imaginar… ISABEL.- O sea, que no habían ido a nadar… INÉS.- Para nada. Bueno, pues estábamos mirando allí en el borde, dudando si meternos…Y no sé cómo salió que él era de Cuéllar, el pueblo de Segovia, y yo también. Y empezamos a hablar y hablar… FERNANDO.- Y resulta que somos primos, y no nos conocíamos de nada… Fíjate. INÉS.- Y ya nos dio corte meternos con todos ahí en la piscina… siendo primos… JUAN.- Claro… ISABEL.- A ver… INÉS.- (Como bromeando.) Estábamos a punto y… la familia se puso por medio. FERNANDO.- Fíjate si se entera mi madre que me he bañado con la hija de su hermana… INÉS.- Hace que no nos veíamos desde que éramos pequeños… y encontrarnos aquí… (Pasusa violenta.) ISABEL.- (Toma una decisión.) Muy bien, pues como sois primos ahora os quedáis un rato aquí tranquilamente hablando de la familia. (Se levanta de la mesa y ofrece una mano a Juan.) Nosotros mientras tanto, vamos a acabar de limpiar bien esa mancha de cerveza y a verlo todo bien… a ver ese ambiente que decís…, y si nos da por bañarnos pues ya veremos… (A Juan.) ¿Quieres? JUAN.- Ya que no somos primos… ISABEL.- Primos éramos antes tú y yo, creo. No de familia, de los otros. Así que ahora vamos a verlo todo pero que muy bien. ¿Vamos? JUAN.- Vamos.

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(Se meten los dos de la mano hacia dentro. Los otros dos, después de un incómodo momento tratan de reanudar su charla familiar, un tanto desolados.) INÉS.- Así que tú vivías al lado de la farmacia…, en la plaza… FERNANDO.- Y tú eres hija del ganadero, de Andrés… uno alto… (Sube la música sensual.) OSCURO

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27. LA BOLA DEL MUNDO (Un parque. Se oyen los trinos de los pájaros. Un vagabundo toma el sol de mayo tumbado plácidamente en un banco. Llega un joven vestido elegantemente de negro, con unos guantes en la mano y una flor en el ojal. Merodea unos momentos a su alrededor, muy nervioso.) JOVEN.- Está embarazada. (El vagabundo le mira sin levantarse. Él se acerca despacio.) Mi novia, que está embarazada. No se le nota, pero lo está. De tres meses. Nos conocimos en junio del año pasado, en la fiesta del cumpleaños de una vecina. El día tres de junio, exactamente. Empezamos a salir... y las cosas de la vida... Dejó un mes de tomar la píldora y ya ve. Y no es que estemos todo el día con lo mismo. Alguna vez, si salimos al campo un fin de semana, con el coche, o si algún amigo nos deja la casa... Pero como ese mes se marchó mi hermano de viaje y teníamos libre su apartamento... Tuvimos cuidado, pero ahí está. Yo, quererla, la quiero: me gusta estar con ella, hablar de cosas, ir al cine... A los dos nos gusta mucho el cine. Siempre es mejor tener los mismos gustos. Pero lo peor es su carácter. Tiene algo de mal genio, y a veces hay roces. ¿Comprende? Es de esas personas que se enfadan enseguida por todo... (Pausa. Se golpea en las piernas con los guantes, cada vez más angustiado.) Mi problema es que soy muy inseguro. Siempre me cuesta mucho decidirme... Las equivocaciones se pagan después. Mi hermano, cuando se casó, estaba enamoradísimo de su mujer. A los seis meses, separados. Las cosas se pueden pensar hasta el último momento, y se puede cambiar de opinión. A veces cambiar de opinión es de sabios. Tienen un niño de tres años. Nació a los tres meses de separarse. Está de lunes a viernes con uno, y los fines de semana con el otro. Eso no puede ser bueno para el niño... Y mis compañeros de trabajo, lo mismo. Yo trabajo aquí cerca, en el Hispano Americano. Hace poco salió en la televisión por un atraco que hubo. Bueno, pues lo que le iba diciendo, miro a la cara de mis compañeros casados que trabajan allí, a Julio el cajero, o al depositario el señor Merino... Están todo el día quejándose de lo mal que les va con sus mujeres... Ven pasar una chica a su lado y se les van los ojos. Salen, se van al bar, y llegan a casa lo más tarde que pueden. ¿Para qué se casaron, digo yo? Mis padres es otra cosa. Son antiguos y no notan que son dos. Pero la gente de ahora no es lo mismo. (Pausa. Pasea alrededor del banco.) Vamos a comprar un piso. Su padre nos deja algo, y el banco me hace un préstamo hipotecario. Como soy de la casa tiene menos intereses. Claro, al principio tendremos que vivir con sus padres unos meses, hasta que nos den el piso y empecemos a amueblarlo... (Pausa. Mira su reloj. Se sienta al lado del vagabundo. Se coge la cabeza entre las manos y se pasa los dedos por el pelo. Mira a lo lejos.) Si quiere que le diga la verdad, a mí lo que me hubiera gustado es ser marinero. Ir de puerto en puerto, hoy aquí, mañana allí, mirando el horizonte... ¿A usted le gusta mirar el horizonte? Aquí en la ciudad no se puede. Hace falta alejarse, subir a una montaña... En el mar es donde mejor se ve esa raya que se aleja... Tengo en mi casa una bola del mundo de esas redondas, con los mares azules, las fosas marinas, los países cada uno de un color, las islas diminutas perdidas a lo lejos... (Coge un palo del suelo y dibuja en la tierra la bola del mundo, y después las zonas de las que habla, animándose poco a poco de forma evidente.) 67

¿Ve? Éste es el mundo. El Océano Pacífico es el más grande, casi media bola para él solo. Madagascar; la Isla del Fuego; Australia, donde están los canguros; Groenlandia, con esa forma tan extraña... Allí hace siempre muchísimo frío. Los esquimales, ya sabe, los que viven en casas de hielo. El Ecuador, el Trópico de Cáncer, y el de Capricornio... Hay países que tienen unas fronteras muy claras: un río que los separa, una cadena de montañas... Hay algunos mares que son inmensos, y otros tan chiquititos, que casi no se ven. ¿A que no sabe usted dónde está el mar del Aral? En Rusia. Aquí. África es la más complicada. Tiene muchísimos países, algunos tan pequeños que cambian de nombre cuando quieren. Yo ya he tenido que corregir varios nombres en la bola. ¿A que no sabe dónde está Namibia? ¿Lo ve? ¿Y el Mar del Coral? Lo mejor es organizárselo todo bien por paralelos y meridianos. Para eso están. Si te haces una idea de cada sitio por el cuadrante que le toca, no tiene pérdida. Es como el plano de una ciudad. Si no, no llegas a dominarlo nunca. (Pausa. Borra con el palo lo que había dibujado.) A veces le doy vueltas a la bola, cierro los ojos y pongo el dedo en un punto, al azar. Miro, y me hago la idea de que he ido volando como una mosca, y he aterrizado en ese lugar... (Pausa larga, con los ojos del joven mirando al infinito. De pronto, de su reloj de pulsera sale un pitido de alarma. Se levanta.) Bueno, me tengo que ir. Me caso en esa iglesia de ahí detrás del parque, a las doce. Puede ver la cúpula desde aquí, entre los árboles. Ya me estarán esperando todos: mi familia, los amigos, los compañeros del banco... Algunos nos han dado ya los regalos... Usted ya sabe cómo son estas cosas. No voy ahora yo a... En fin, he tenido mucho gusto. Adiós. (El vagabundo le extiende la mano, pidiendo una limosna.) Lo siento, no llevo nada suelto. Como me voy a casar... (Se aleja con paso rápido. El vagabundo masculla algo incomprensible y se estira de nuevo en el banco, a tomar el sol de la hermosa mañana de mayo. Se oyen, de nuevo, los trinos de los pájaros del parque.) OSCURO

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28. LA CHICA DE LOS OJOS AZULES (Un preso tumbado en su camastro se incorpora y le habla a otro preso que está en otro camastro a su lado.) UN PRESO.- He tenido un sueño... ¡Joder tío! Me daban un permiso de fin de semana y me ligaba a una tía que estaba buenísima. ¡Dios mío, qué tía! Me tiraba los tres días metido en la cama con ella. Era... era cojonuda: guapa, joven, con unas tetas y unas piernas... ¡Ah!, y tenía los ojos azules, te lo juro, como esas tías que salen en las películas, o en los anuncios. (Se incorpora más en su camastro, y trata de ordenar sus pensamientos.) Me parece que la estoy viendo ahora mismo, la tengo aquí retratada: (Se toca la cabeza.) algo rubia, delgadita pero ancha de aquí abajo, buenísima, tío, y con esos ojos azules preciosos... Y todo me ha pasado de una forma tonta, no creas. Nada más salir, que me voy a tomar una cerveza y a andar un poco en línea recta, seguido... Me había prometido que eran las dos primeras cosas que haría al salir: tomarme una cerveza a gusto, y andar hasta que me diera la gana en línea recta, y no como en este maldito patio, de muro a muro. Total que empiezo a andar y andar pensando yo en mis cosas, dos horas por lo menos dale que te pego, y se me asoma de pronto una tía cojonuda por la ventana de una casa y me dice: “Oiga, por favor: me he quedado encerrada en casa y no puedo salir. No encuentro las llaves por ningún lado... ¿Tendría la amabilidad de ayudarme?” Tú ya sabes que a mí eso de abrir puertas se me da de primera. Por eso estoy aquí, ¿no? De algo me tendría que servir. Así que voy, subo, le abro en un minuto con una ganzúa que hago con un clavo, entro, y ya fue todo seguido, tío. Ella me miró muy dulce, con esos ojos azules que tenía y me sonrió. Yo, al principio me quedé un poco cortado, claro. No iba yo ahí de golpe a ponerme a... Pero ella empezó a hablarme: “Pase usted, siéntese, muchas gracias por abrirme...” Me invita a una copa, y ya se acerca a mí y, sin darle importancia, tan normal, empieza a quitarme la ropa. No era una puta ni nada por el estilo, no vayas a creer. Era una tía bien, normal, legal, pero como era un sueño, pues se ve que todo era más como yo quería, tú comprendes, ¿no? Y era muy simpática. Estaba todo el tiempo riéndose. Total, que me quita la ropa, ella se desnuda también y nos metemos en la cama. Ya te puedes imaginar cómo me sentía yo, en la gloria bendita. Me empieza a acariciar despacio, rozándome con sus manos todo mi cuerpo... por todos los sitios, por arriba, por abajo... Hacía tanto que no me acariciaba nadie que me puse a llorar, te lo juro. Como un niño pequeño, ella acariciándome y yo venga llorar. Hacía que no lloraba yo... desde pequeño. Ni me acuerdo cuándo fue la última vez. Y fíjate, me puse a llorar con la tía esa. Es que, que te acaricie así de pronto una tía que está tan buena es... la hostia. Lo más que te puede pasar en la vida. (Cambia de lugar y suspira ruidosamente. Da un puñetazo en su camastro. Y sigue contando su aventura imaginaria.) Luego ya nos pusimos a follar, y aquello fue... Ya te digo: tres días allí metidos sin salir para nada. Ni para mear. (Mira al camastro de su compañero.) ¿Estás dormido? Mejor. Para qué coño quiere uno estar despierto en este puto sitio. ¡Ojalá me durmiera también yo y me despertara dentro de cinco años y un día! Y todo ese tiempo siguiera soñando con la chica de los ojos azules. EL OTRO PRESO.- (De mal humor.) ¡Duérmete ya, coño, y deja de joder! (El preso uno vuelve a tumbarse, lentamente en su camastro, con la mirada perdida en el infinito.) OSCURO 69

29. LA LÍNEA ROJA (Despacho de un PROFESOR. El hombre, de mediana edad, sentado detrás de su mesa mira un examen. Sentada frente a él, al otro lado de la mesa, BLANCA, una joven muy atractiva.) PROFESOR.- No sé qué decirte… (Pasa las hojas del examen de un lado para otro.) Es un examen sin pies ni cabeza. No has estudiado nada durante el curso y se nota. La primera pregunta fatal… y cuatro líneas. La segunda pones algo…, pero… creo que lo has copiado de alguien mal y a medias, porque no se entiende… La tercera la has dejado en blanco… Tú me dirás. BLANCA.- (Levanta un pie y pone la puntera sobre la mesa. Como lleva falda deja parte de la pierna al aire. Habla con aire insinuante y juguetón.) ¿Quieres que abra un poco las piernas? PROFESOR.- ¡Blanca! ¡Puede entrar cualquiera, estate quieta! Y estoy hablando de algo muy serio, de tu examen… BLANCA.- El otro día cerraste la puerta. Ciérrala hoy también. PROFESOR.- No puedo cerrar la puerta de mi despacho a esta hora. Y no quiero hablar ahora del otro día, quiero hablarte del examen. BLANCA.- Venga, no te enfades que te pones muy feo. Me gustabas más como el otro día… PROFESOR.- (Cada vez más molesto.) Lo del otro día no tenía que haber pasado. Lo siento, ya te lo he dicho. Fue un mal momento… BLANCA.- A mí me pareció un momento estupendo. Tu mano metiéndose entre mis piernas… PROFESOR.- Así no puedo, te lo digo de verdad. Te he pedido por favor que olvides eso. Como si no hubiera pasado. Eres preciosa, tenía un mal día, metí la pata, lo siento. Eso no va a volver a pasar. Ahora hablemos del examen, por favor. BLANCA.- ¿El examen? Tenía un mal día y metí la pata, como tú dices. No tiene importancia eso, ¿no? PROFESOR.- ¡Es el examen final, Blanca! BLANCA.- (Se levanta del asiento.) Bueno y qué. ¿Se va a acabar el mundo porque tú me apruebes aunque ese examen no haya salido bien? Un aprobado más… PROFESOR.- Pero yo no puedo darte un aprobado con este examen. BLANCA.- (Se desabrocha el botón de la blusa provocadoramente.) Estoy de acuerdo. Nada de aprobado. Dame un sobresaliente. PROFESOR.- ¿Pero estás loca…? (Ella se saca la blusa y desabrocha más botones, acercándose a él.) Métete esa blusa por favor, y estate quieta que puede entrar alguien… BLANCA.- ¿Ya no te gustan mis pechos, ni mis pezones, los que decías que te volvían loco? ¿Me quito el sujetador…, como el otro día? PROFESOR.- (Desesperado al ver la evolución de la situación.) ¡Blanca, por favor. Por favor te lo pido…! Siéntate un momento, ponte bien la ropa… y escúchame. (Ella hace lo que él pide.) BLANCA.- A ver, el discurso de profesor bueno a alumna mala. PROFESOR.- Sólo quiero que sepas que me puedes destrozar la vida. No juegues con eso. Te pido por favor que olvides todo. Que me perdones si hice algo que no debí hacer… O no debimos hacer, mejor dicho, que fue cosa de los dos. A ti tampoco te vendría bien que se supiera nada de eso, te lo aseguro. Y no tuvo importancia, apenas pasó nada… te toqué, sí… BLANCA.- Y me besaste. PROFESOR.- Y te besé. BLANCA.- ¿Te tengo que recordar cada una de las cosas que hicimos? No me acordaba de las preguntas en el examen pero de eso me acuerdo perfectamente, segundo a segundo… 70

PROFESOR.- Los seres humanos cometen errores. Y es muy fácil cometer un error contigo que eres preciosa, Blanca. Y lo siento, te lo he dicho cien veces. Lo que quiero es que esto quede así y no pase nada malo a ninguno de los dos. (Pausa. Se miden los dos con la mirada un momento.) BLANCA.- ¿Sobresaliente entonces? PROFESOR.- (Mueve el examen en su mano.) ¡No puedo poner a esto un Sobresaliente, no sé cómo no te das cuenta! (Ella empieza de nuevo a quitarse la ropa, esta vez mucho más decidida.) PROFESOR.- ¡Espera, espera…! ¡Quieta, vístete! (El PROFESOR sale de su lugar y pasea alrededor de ella. Finalmente se para y le mira con una mirada de cuchillo.) ¿Puedes darme tu palabra de que nunca más volverás a hablar de este asunto, ni a mí ni a nadie? ¿Qué lo borrarás como si no hubiera existido? BLANCA.- No se lo contaré a nadie, pero no puedo borrarlo, no soy la cinta de un ordenador. PROFESOR.- Bien, pero nada de jaleos ni de problemas a partir de hoy. Aprobado. Vete. BLANCA.- (Inmóvil.) Sobresaliente. PROFESOR.- ¡Joder! ¡Qué dura eres…! BLANCA.- Como mis pezones… También dijiste que eran muy duros, de mármol. PROFESOR.- Vale, vale… Notable. BLANCA.- Sobresaliente. PROFESOR.- (Se sienta irritado en su sillón.) ¡No! ¡Me pase lo que me pase no te voy a dar un Sobresaliente por esta mierda de examen! BLANCA.- (Le mira sorprendida.) ¿Pero a ti qué más te da? ¿Crees que eres mejor profesor por eso, por dar más nota o menos? ¿De verdad esa tontería es tan importante para ti? PROFESOR.- ¿Y para ti? Hay cosas que un profesor no puede hacer, y tú no lo puedes entender. BLANCA.- ¿Por qué? ¿Porque soy tonta yo, o qué? PROFESOR.- Hay una línea que no podemos cruzar… ¿comprendes? Tú eres muy joven y no entiendes nada. BLANCA.- ¿Y esa línea está entre el Notable y el Sobresaliente? (Pausa. Se pone de pie decidida y le mira serena y madura.) ¿Sabes una cosa? Tienes razón. Hay una línea que no debemos cruzar. Y no es la de Notable o Sobresaliente… o de que sea malo lo del otro día, que es bueno y además no tuvo importancia. Dos personas dándose un poco de cariño, nada más. Tú lo necesitabas y yo también. La línea está en mentir. Mentir y mentir. Mienten todos en mi casa. Mienten mis compañeros. Mienten los profesores. Mienten los gobernantes… Miente el mundo entero. Pero yo…, a pesar de que te parezca sólo una niña mona y tonta…, no voy a mentir. Soy muy joven, como tú dices, y no entiendo nada. Si entender las cosas es aprender a mentir, prefiero no entenderlas. Ponme la nota que te dé la gana, ese es tu problema, no el mío. Pero yo no mentiré ni sobre esto ni sobre nada, porque no quiero. Diré la verdad. ¿Qué hermosa palabra, no? “La verdad”. A mí me ha parecido siempre la palabra más hermosa del diccionario. (Sale. El PROFESOR se coge la cabeza entre sus manos.) OSCURO

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30. LA PENÚLTIMA COPA (Dos borrachos, uno viejo y otro joven, acodados a altas horas de la noche en la barra de un bar, con el cigarro en la boca y las copas, y sus vidas, vacías en las manos.) VIEJO.- (Al camarero, que está barriendo en un lateral.) ¡Oye, tú, ponnos otra copa! No nos sirve el desgraciado. Se pone ahí a barrer y a nosotros que nos parta un rayo. JOVEN.- Se querrá ir a su casa. Vamos, digo yo. Si está barriendo es que quiere cerrar. Seguro. VIEJO.- ¡Que se aguante! Somos clientes, ¿no? A un cliente se le atiende. Tú tienes un cliente, pues lo tienes que atender. Para eso pones un negocio, para atender a los clientes que tengas. JOVEN.- Tendrá familia. VIEJO.- Bueno, ¿y qué? ¿Somos clientes o no somos clientes? Es lo que yo me digo. ¿Qué hora es, vamos a ver? JOVEN.- Las dos y cuarto, tengo yo. A lo mejor voy un poco atrasado. Como mucho las dos y veinte. Más de las dos y veinte, desde luego no son. VIEJO.- ¿Las dos y veinte y ya quiere cerrar este tío? ¿A qué hora nos fuimos ayer, a ver? JOVEN.- A las tres por lo menos. Menos de las tres desde luego no eran. VIEJO.- ¿Lo ves? A las tres, y hoy nos quiere poner en la calle a las dos y veinte el tío. JOVEN.- Tendrá prisa por irse, por lo que sea. Su mujer, a lo mejor... VIEJO.- ¡Pero no es eso, joder, no es eso! ¡Las cosas como son! Las tres son las tres. Las dos y veinte son las dos y veinte. A ver si te vas a poner tú ahora también a darle la razón. ¿Qué hora es? JOVEN.- Las dos y veinte. VIEJO.- Lo tuyo, macho, es de juzgado de guardia. ¡Pero mira, joder! ¿No me has dicho hace un rato que eran las dos y veinte? ¡No van a ser las dos y veinte siempre, coño! A ver si lo tienes parado. JOVEN.- No, es que está atrasado, ya te lo he dicho. Ahora tiene y veinte, pero son y veinticinco. Antes tenía y cuarto, pero eran y veinte. VIEJO.- ¡Joder, qué lío! Bueno, vamos a poner, aunque sean y veinticinco. ¿Son las tres? Es a lo que vamos, ¿son o no son las tres? (El viejo se acerca al camarero. Éste, indiferente, sigue barriendo.) VIEJO.- ¡Ponnos dos copas...! ¿Qué pasa, macho, es qué te has vuelto sordo del tabique o qué? (Regresa al lado de su amigo.) VIEJO.- ¿Lo ves? Nada. Y tú encima lo defiendes. JOVEN.- Yo lo que digo es que a lo mejor tiene mujer y le está esperando. VIEJO.- ¡Pero qué mujer ni qué leches! Cuando yo vivía con mi mujer y me preguntaba al volver tarde a casa qué hora era, le daba un par de hostias. JOVEN.- Por eso se largó, claro. Ahí se iba a quedar para que tú le dieras... VIEJO.- ¡Pero tú qué sabes bocazas! ¡Que no tienes ni puta idea de nada y te metes en lo que no te importa! ¡Este país está lleno de bocazas! ¡Aquí lo que hacía falta es un Fidel Castro, con dos huevos! JOVEN.- La tienes buena. Por mezclar. VIEJO.- Bueno, a lo que íbamos. Las tías, todas iguales. Llega un día la patrona y me dice la hijaputa, que por qué llegaba a esas horas, que despertaba a todos. Te lo juro: “¿Por qué llega usted a...?” “Porque me da la gana”, le dije yo. “Un respeto, ¿no?, que ya soy mayorcito para tener que dar explicaciones a nadie”. “¿Pero sabe qué hora es?” JOVEN.- Las dos y media. Tiene y veinticinco, pero son y media. VIEJO.- ¡Coño! ¡Cállate ya! Lo dijo ella, que qué hora era, ¿entiendes?, que no te enteras. ¡Ella! Tú no tienes que decir nada ahora. JOVEN.- Ya no queda nadie. Somos los últimos. Vámonos. 72

VIEJO.- ¿A dónde? JOVEN.- A donde sea. A la pensión, o a tomar una copa por ahí... VIEJO.- ¿A dónde vamos a ir, si está todo cerrado? Nos quedamos aquí hasta las tres. JOVEN.- ¡Que le estará esperando su mujer! VIEJO.- ¡Qué perra has cogido tú con su mujer! ¿Es tu mujer, acaso?, ¿eh? ¿Es tu mujer? JOVEN.- Yo no estoy casado. Si no, no estaría en una pensión, vamos digo yo. Qué iba a hacer yo viviendo en una pensión si estuviera casado. VIEJO.- Anda que no hablas tú. Para decir que estás soltero no tienes que meter ese rollo. Estás como yo, libre y bien. No como todos estos gilipollas que están metidos en las faldas de sus mujeres, sin poder tomar una copa por las noches, bien, a gusto... (Al camarero.) ¡Venga, tú, colega, ponnos la penúltima! JOVEN.- Quiere cerrar. Cuando barre es que quiere cerrar. VIEJO.- ¿Y qué hora es, vamos a ver? JOVEN.- ¡Toma, ten el reloj! ¡Joder! ¡Te lo regalo! (Se lo da. El otro coge el reloj y lo mira fijamente.) Me vas a estar preguntando qué hora es toda la puta noche... ¡Venga!, quiere que nos vayamos, pues nos vamos. Miramos si está abierto el de la esquina. Ten cuidado, no se te vaya a caer, que no es irrompible. ¿Pero qué miras? ¿Te estás hipnotizando? Una vez vi uno en la tele que doblaba cucharillas e hipnotizaba con un reloj. Se quedaba así fijo mirando el reloj, como tú, y decía: “Un, dos, ¡zas!, hipnotizado”. Luego levantaba el brazo, ponía una mano así, se movía... pero sin abrir los ojos. Iba dormido el tío. Oye, ¿pero te has quedado hipnotizado de verdad? ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras mal? (El viejo se pone a llorar, sin dejar de mirar el reloj.) JOVEN.- A ver si la vas a coger llorona tú también ahora. Será de mirar tanto el reloj. Te escocerán los párpados. VIEJO.- La vida. La vida me hace llorar. JOVEN.- ¿La vida? “Blas, que las das, que las tienes a todas a ras”. Venga, trae el reloj. A ver si lo tiras, que la tienes moruna. Eso te pasa por mezclar, te lo he dicho. ¡Trae! VIEJO.- ¡No! JOVEN.- ¿Cómo que no? ¡Es mío! ¡Te lo he dejado para que miraras la hora, pero es mío! ¡Dámelo, que la tenemos! VIEJO.- ¡Tengo que vigilar hasta que sean las tres! ¡Te lo doy a las tres, te lo juro por mi madre! JOVEN.- ¡Me lo das ahora mismo o te parto la cara! ¡Será chorizo! (Pelean los dos por el reloj. Finalmente el joven logra quitárselo, y le arroja de un empujón contra una silla, que cae. El camarero les mira con frialdad. Luego recoge la silla caída.) JOVEN.- ¡Me voy! ¡Ahí te quedas, desgraciado! VIEJO.- ¡Tómate otra copa conmigo, te lo pido por tu madre! JOVEN.- ¡Pero que no nos sirve! ¡Cómo quieres que te lo repita! ¿En chino? “¡Es talde, va a celal!” VIEJO.- ¿Qué hora es? JOVEN.- ¡Anda y vete a la mierda! (Sale.) (Queda el viejo un momento mirando la puerta por donde salió el joven. Luego se acerca al lateral donde sigue barriendo el camarero, como una marioneta tambaleante y patética.) VIEJO.- Oiga, camarero, por favor... ¿Tendría la amabilidad de decirme la hora que es? OSCURO

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31. LAPISLÁZULI (Calle. Noche de invierno. Una vieja vagabunda se para debajo de una farola, con un cochecito antiguo de niño en el que lleva un paquete de harapos y unos grandes cartones. Va hablando consigo misma, en un monólogo sin final, como persona acostumbrada a estar siempre sola.) PAULINA.- ¿Ya estamos otra vez? Eres una pesada, Paulina, eso es lo que te pasa a ti, que eres una pesada. Y lo has sido toda tu vida. Venga repetirte las cosas una y mil veces, como si eso sirviera para algo... ¿Que no tenía que haberlo hecho? A buenas horas, mangas verdes. ¡Ya! “Que me tenía que haber aguantado, como otras veces, y que voy a ir al infierno por mala”. Pues mira qué bien. Por lo menos allí se estará calentita. ¿Sabes lo que te digo? Que a ver si me dejas un poco en paz ya, guapa. Me sé todo lo que me vas a decir de memoria. No hace falta que me lo repitas más, que estás hecha un loro. Siempre con lo mismo, siempre con lo mismo... ¿Entonces qué tenía que haber hecho según tú? ¡A ver! ¿Dejar que se aprovecharan de mí como otras veces? Tú lo que quieres es que yo sea una pobre tonta, y no me da la gana. ¿Tú sabes lo que cuesta hoy día encontrar unos buenos cartones como estos? Son de los gordos, mira, de los que no entra frío al dormir, ni humedad con el rocío de la mañana. Y tú sabes que si cojo humedad me duele luego mucho la espalda. Si hubieran sido unos cartones normales, de esos que se encuentran por ahí en cualquier sitio, no me hubiera importado. Pero estos son los mejores cartones que he tenido en toda mi vida. Son tan buenos que hasta se podrían anunciar en televisión: “¡Si quiere un buen cartón para dormir a la intemperie, consiga uno como los de Paulina, son los mejores!” Claro, por eso él, en cuanto les echó el ojo se puso a hacerme cucamonas y a tratar de caerme simpático. Para quitármelos, como han hecho siempre todos los hombres que se han acercado a mí: de niña en el colegio, de jovencita cuando salía con chicos, o de mayor, cuando ya era una mujer. Ellos llegaban, sonreían muy amables y un día se iban llevándoselo todo: mis muñecas, mis libros, mi cuerpo, mi casa, mis ilusiones, mis niños... mis queridos niños..., (Se limpia una lágrima.) y mis cartones. Era lo que faltaba ya. (Saca un viejo pañuelo y se suena los mocos ruidosamente.) El primer día que se acercó, se puso a mi lado y me dio de su botella, eso sí, y yo acepté. Todavía era guapo, a pesar de su barba canosa y sus pocos dientes. Me dijo que de joven tuvo un puesto muy importante en cosas de dinero. ¡Huy, sí! Yo le creí. Hablaba con mucha cultura, y se le veía un hombre leído. Pero luego le dio por beber, según me contó, por una desgracia familiar que tuvo, y se le empezó a ir la cabeza y la vida por la botella, como a tantos otros. Y claro, como te sonrió, tú, tonta de ti, que nunca aprenderás, dejaste que se tumbara contigo en aquel pasillo del metro. El sitio era mío, pero yo le dejé. Había hueco de sobra para los dos. Además así me hacía compañía un rato. Es muy triste estar sola a todas horas, no me digas que no. ¡Bueno, sí! ¡Por qué voy a negarlo! No fue sólo por eso. Hasta me hice ilusiones. ¡A mi edad! Siempre me ha pasado lo mismo con los hombres. Mi imaginación ha ido mucho más lejos que la vida. Te sonríe uno, te da de beber y le coges cariño, qué quieres que te diga. Pero eso no le daba derecho a querer quedarse con mis cartones. No señor. Ni siquiera a pesar de la caricia que me hizo, que ya sé que es en eso en lo que estás pensando. ¡Sí! ¡Me hizo una caricia, y me gustó! ¿Y qué? ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¡Mujer fácil, mujer fácil...! Vamos, no me vengas con bobadas a estas alturas. Me pasó la mano, suavemente, en la oscuridad del pasillo del metro, primero por la cabeza y la cara, luego por el cuerpo (Lo hace ella torpemente.)... debajo de la ropa y de todos mis años... Tuve un escalofrío de jovencita, de verdad te lo digo. Por un momento me sentí como entonces... y empezó a bajarme la sangre hacia abajo... ¡Hacía tanto tiempo que no me tocaba nadie! De joven sí, claro. ¡Huy! ¿No te acuerdas? Menudo éxito tenía yo con los hombres. Todos me miraban con esos ojos llenos de deseo que se les pone. Y me gustaba. Era como si yo fuera una fuente y ellos tuvieran tanta sed... Tenía un cuerpo precioso, sobre todo cuando me arreglaba, y unos pechos que daba gloria verlos. ¡Ah! Y lo mejor eran los ojos. Ahora ya casi ni veo, y los tengo pequeños y arrugados, pero entonces, ¿te acuerdas? “¡Lapislázuli!” me llamaban. El primero que me lo dijo fue aquel chico con cara de malo de la tienda de abajo de casa. Luego se corrió la voz y todos lo decían: “¡Tiene los ojos como el Lapislázuli!” Y empezaron a decirme así. A mí me gustaba. Me hacía sentir como una piedra preciosa. (Mueve el cochecito de un lado a otro como si estuviera acunando a un niño.) Él no me dijo ni cómo se llamaba. Se lo pregunté pero no me contestó. Sólo hizo un gesto así, con la mano, como 74

diciendo: “Nosotros no tenemos nombre”. Pues yo sí. Es lo que yo me digo: ¿Qué tiene que ver ser una pobre vieja inútil con tener nombre o no? Paulina me llamo. Y de joven me llamaban “Lapislázuli”. Paulina Lapislázuli. Se lo dije y me sonrió, dejando ver una boca grande y bonita, a pesar de que le faltaran algunos dientes. ¡Y tú, como eres tonta de nacimiento le dejaste ver dónde escondías los cartones! Al día siguiente habían volado, él y los cartones. Me tiré varios días y varias noches buscándole por todos los sitios: en los albergues de caridad, en los túneles de los metros, debajo de los puentes, en los oscuros portales de las casas en ruinas, en los callejones donde se tiran las sobras de los mercados... ¡Tenía que encontrarle! ¡No podían engañarme una vez más y que todo quedara como si nada! ¡Esta vez no lo consentiría! Y lo encontré. Vaya si lo encontré. Una semana más tarde, durmiendo en los urinarios de un parque, plácidamente envuelto en mis cartones. Era de noche, y estaba solo. Sonreía. Estaría soñando seguramente con aquella época en que tenía familia, era alguien y trabajaba en asuntos de dinero. Me acerqué lentamente, sin hacer ningún ruido, casi sin respirar. Saqué mis viejas agujas de hacer punto que guardo en mi bolsa desde que me las dio mi madre, hace tantos años. Éstas... (Saca las agujas.) Ahora ya no se hacen agujas así de buenas, ¡qué va! Aparté mis cartones de su cuerpo, y le clavé una en el corazón. (Repite el movimiento que hizo, clavando la aguja ahora lentamente en su paquete de harapos.) Fue muy fácil. Él ni se movió. Entró la aguja despacito en su cuerpo, como si su carne fuera masa de hacer pan. Le dio como un pequeño calambre y luego se quedó quieto y tranquilo, sin dejar de sonreír. (Saca la aguja de los harapos, y las vuelve a guardar entre sus cosas.) Le quité mis cartones y salí de aquel urinario de caballeros que tenía un olor muy fuerte, como a amoníaco. Fuera hacia frío, y brillaban con mucha fuerza las estrellas del cielo. (Mira hacia arriba un momento, se ajusta la ropa a su cuerpo, y luego se aleja perdiéndose en la noche con su cochecito y sus cartones.) OSCURO

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32. LAS FRUTAS DEL AMOR (Entra un joven nervioso y peculiar, con una cesta de frutas en sus manos, tartamudeando al hablar. Sale anunciando las frutas. Luego, al ver al público, se pone a hablar con él.) FRUTERO.- “¡Naranjas, manzanas, a la rica chirimoya…!” El amor es un problema de frutería. Me lo ha dicho mi jefe, el frutero. Trabajo aquí, en la frutería de la esquina. “El Jardín del Edén”, se llama. Yo soy el encargado de la publicidad y el marketing comercial, digamos… Mi jefe me contó una vieja leyenda que dice que al comienzo de los tiempos todos los espíritus están tranquilamente en un cesto tan a gusto, como aquí las naranjas o las manzanas, pero que al nacer nos cortan por la mitad y así sales al mundo, cortao, y te pasas luego la vida entera de un lado para otro buscando la parte que te falta. Y como encontrarla es muy difícil, y siendo sólo medio no puedes vivir —parece que te falta siempre algo, ¿no?—, pues acabas poniendo a tu lado otro medio trozo de la primera fruta que encuentras, o la segunda, o la quinta… Y un día descubres que tú que eres manzana, pongamos por ejemplo, andas pegado de mala manera a un melocotón, y aquello no casa, claro. O a media pera, o a media uva… Vete tú a saber. Esto me lo contó un día mi jefe, el frutero, haciéndome a continuación una demostración práctica con trozos de distinta fruta, y veía yo lo que casaba más o menos y lo que no…, al tiempo que me decía que su mujer debía ser media sandía y que él, que era medio plátano, seguro… no la aguantaba. Y mi frutero dice también que otro problema gordo que hay con esto del amor es que, en otra cosa que se parece a la fruta es que, aunque está muy rica, se estropea mucho con el tiempo. Hay que comérsela… o tirarla, porque si la guardamos a nuestro lado… y pasa el tiempo…, poco a poco se pudre. ¡Las cosas que dice! Es que es un sabio en esto del amor. El problema que tengo yo, a ver si me comprenden, es que no tengo mucho éxito con las mujeres. Bueno, ni mucho ni poco. Una vez fui a ver a un santón del Tíbet de esos del traje naranja. Me lo recomendó un amigo mío que sabe de estas cosas de oriente. Se ha separado cuatro veces porque no le aguantan sus mujeres y ahora está saliendo con otra. Pero él, como oriental. Ni se inmuta. Total, que le dije que qué podía hacer para tener éxito con las mujeres, y me dijo que era cuestión del aura, seguro, que la debía de tener mal, que fuera a ver a uno del Tíbet, de esos que creen que cuando te mueres te reencarnas en un gusano y te quedas tan pancho. Como no era cuestión de recorrerse medio mundo para ir hasta allí, hasta el Tíbet ése —ni de esperar a ser gusano—, y me enteré casualmente que uno venía mucho a España porque tenía un apartamento en Benidorm, me fui a verle. Así, como les digo. Había una cola allí el día que fui tremenda. Debía tener todo el mundo el aura ese fatal. Total, 200 euros que me costó lo del aura, por dos minutos, que no estuve más con él, más el tren de ir y volver y otros gastos… Me miró y me dijo muy suavecito, con esa sonrisa que tienen siempre de oreja a oreja que parece que se han tragado una cucharilla de café: “En la duda, acaricia. El siguiente”. Ni una palabra más. Que acariciara, me dijo el tío. Y 200 euros. Debe ser bueno para el aura. Yo, como soy muy obediente cuando voy a los médicos, o a donde sea, que me tomo siempre a la hora las pastillas que me recetan, hasta las cebollitas esas de los macrobióticos me he tomado, el magnesio, de todo…, pues hice lo que me dijo —además me había costado 200 euros, como para no hacer caso—, y descubrí, en seguida, que con las prisas de la cola que había no me debió decir el tío la segunda parte de la frase, que debía ser, más o menos: “Pero antes mira a ver si está su marido delante”. Claro que, si me lo llega a decir, lo mismo me cobra otros doscientos euros. Fatal. Tenían que ver cómo se puso uno un día en un bar, porque acaricié un poco a su mujer al pasar, así con la mano…, sonriéndola como el de la cucharilla. Así que dejé la línea del santón y volví a hacer caso a mi jefe el frutero, que sabe más y cobra menos. Y mi jefe es el que me explicó que esto de las relaciones entre los hombres y las mujeres es una cuestión de fruta. El sexo y el amor están siempre expuestos al público, como aquí las naranjas y las peras, me dijo. Déme cuarto kilo de amor y tres kilos de sexo, o, al contrario… ¿Oiga, tiene sexo sin 76

amor, o amor sin sexo, o ni amor ni sexo, algo para masticar que entretenga, o sólo la cáscara de la fruta…? Acuérdate de lo de Adán y Eva y la manzana, para no ir más lejos. Que él había puesto a la frutería el Jardín del Edén, por eso. Que si te comes una manzana, o la fruta que sea, te pones a mil, como a Adán y Eva les pasó. Yo le pregunté que qué consejo daría a uno que no liga nada. “¿Y qué consejo le voy a dar?” “O se hace un trasplante de cara o come mucha fruta. Y si no liga por lo menos tendrá buena salud”. Es que además, le expliqué yo, cuanto menos éxito tienes más tímido te vuelves, y es peor. Acabas tartamudeando cuando te gusta una chica, y en esto del amor o vas como un camión o nada de nada. Si don Juan Tenorio hubiera sido tartamudo no se come una rosca. Habría tardado una hora en decir los versos esos que decía para conquistar a las chicas y ellas se hubieran dormido o marchado, aburridas. (Señala las diferentes frutas que lleva en la cesta.) Bueno, a lo que íbamos, que las frutas son objetos sexuales. Miren: Naranjas de lujuria, peras de perversión, sandías de lascivia, uvas excitantes, guindas del amor, plátanos morbosos, los kiwis del placer, manzanas eróticas, sensuales fresas, cerezas afrodisíacas…, y para los más refinados y exquisitos: carnosas chirimoyas, aguacates deliciosos, hermosos nabos o jugosas papayas… Tengo de todo como ven. Y al que me compre más de dos kilos le regalo unos preservativos con sabor a fruta, muy buenos, que tengo. Al final de la representación se pasan por mi camerino y les vendo lo que quieran. ¡Ah!, a las chicas les hago un descuento, y si alguna me da su teléfono le pelo la fruta allí mismo. (Y se aleja anunciando sus frutas.) “¡Tengo naranjas, manzanas, a la rica chirimoya…!” OSCURO

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33. LAVABO DE SEÑORAS (Lavabo de señoras de una discoteca. Entra un joven tambaleándose. Va hacia una de las puertas. Se oye bajita la música de fuera. Aparece la cuidadora de los lavabos, sorprendida por su presencia.) CUIDADORA.- ¡Oiga! ¿Dónde va usted? JOVEN.- ¡Voy a matarme! CUIDADORA.- Perdone, pero éste es el lavabo de señoras. Ahí fuera en la puerta lo pone: “Damas”. O sea… señoras. Si quiere matarse tiene que ir al de caballeros, aquí no puede estar… JOVEN.- (Intenta abrir la puerta de un servicio y meterse.) ¡Quiero matarme ahora mismo, no puedo más! CUIDADORA.- Y dale, pues mátese fuera si quiere, pero aquí no, que soy la cuidadora y me la cargo yo. Se va tranquilamente al de hombres, que está aquí al lado…, y allí lo que quiera… JOVEN.- (Golpea la puerta con el puño.) ¡No me quiere, no me quiere…! CUIDADORA.- ¿Quién no le quiere? Y no golpees la puerta, guapo, que la vas a romper. JOVEN.- ¡Ella, ella no me quiere, y yo no puedo vivir sin ella! CUIDADORA.- Tú lo que tienes es una borrachera como un piano. JOVEN.- (Dando arcadas.) ¡Voy a vomitar…! CUIDADORA.- ¡Uy, Dios mío! Métete ahí, no lo eches aquí en mitad del suelo y me toque recogerlo… (Entra el joven, se le oye vomitar; ella sigue fuera con gesto de asco.) (Grita al joven.) ¡Échalo dentro de la taza, no manches nada…! Desde luego qué poca consideración… ¡Hala! Va a echar hasta la papilla… (Se oye tirar de la cadena.) ¿Has terminado? Venga, que puede venir alguien… JOVEN.- (Se abre la puerta, sale, pálido y confuso, y se tambalea.) No puedo, me mareo… CUIDADORA.- Hombre, hazme ese favor, maréate fuera… ¡Cuidado que te caes! JOVEN.- Voy a vomitar otra vez. CUIDADORA.- (Le da la vuelta y vuelve a meterle en el servicio.) ¡Cuidado no manches nada! (Pausa.) ¿Oye? JOVEN OFF.- ¿Sí…? Estoy esperando a ver si puedo… CUIDADORA.- (Habla hacia la puerta cerrada.) Mira, si entra alguien canto. Tú no salgas si canto. Ni se te ocurra vomitar. Vomita ahora que no hay nadie, si quieres. (Canta.) “Aserejé ja de jé de jebe tu de jebere sebiunouba…” ¿Me oyes? JOVEN OFF.- Sí, pero no he vomitado ahora… CUIDADORA.- Era sólo para ver si me oías. Vomita si quieres… JOVEN OFF.- Ya se me han pasado las ganas… (Abre la puerta y sale, otra vez mareado.) CUIDADORA.- Cuidado que te caes… ¡Madre mía! (Lo coge porque se tambalea, y le alcanza una silla.) Siéntate aquí. Espera, no te caigas. Voy a poner el cartel fuera en la puerta… no hay más remedio… (Coge un cartel que pone “SIN SERVICIO”, y sale un segundo para ponerlo en la puerta por fuera. Cuando abre la puerta se oye más alta la música, que vuelve a bajar cuando la cierra.) Que vayan al de arriba… JOVEN.- (Medio llorando, en la silla, cogiéndose la cabeza.) ¡Quiero matarme! CUIDADORA.- Y dale, qué perra has cogido. Además… ¿Cómo te vas a matar aquí? Como no 78

te des con la cabeza contra la pared muy fuerte… JOVEN.- ¡Me tiro por una ventana a la calle! CUIDADORA.- Pero si esto es un sótano. (Le alcanza un vaso de agua.) Toma, bebe un poco de agua, te sentirás mejor. (Él bebe, obediente, el agua.) Mira, has tenido suerte. Ya ves, he cerrado para que no entre nadie, puedes estar un ratito aquí para que se te pase un poco, y luego te vas a tu casa tranquilamente. La duermes y mañana estarás ya mucho mejor… JOVEN.- Mañana me mato… CUIDADORA.- Bien, mañana está mejor que hoy. O pasado. Hay que dejar que pase el tiempo en estas cosas. Ya te he dicho que has tenido suerte. Soy psicóloga, o casi. Estudiante. Hago tercero, pero ya prácticamente lo hemos dado todo. Lo de suicidios por tonterías ya lo hemos dado. JOVEN.- ¿Y qué haces aquí? ¿Tienes aquí la consulta? CUIDADORA.- Si hombre, ahí dentro, en uno de los retretes. Trabajo en esta discoteca para ganarme la vida y poder estudiar. Bueno, y ya de paso a veces hago prácticas, como hoy contigo, porque no te puedes imaginar lo que pasa por aquí. Aquí llora y vomita todo el mundo. Claro que siempre son mujeres. Eres el primer hombre que me vomita encima. Me llamo Dolores, pero todo el mundo me llama Lola. JOVEN.- Pues yo me llamo Enrique, pero todo el mundo me llama Quique. CUIDADORA.- Encantada, Quique. (Le da la mano.) JOVEN.- Igualmente, Lola. Perdona por lo de antes. CUIDADORA.- No pasa nada, gajes del oficio. Ahora lo que importa es que te pongas mejor. JOVEN.- Oye, y si eres psicóloga… ¿Esto que me pasa a mí no es normal, verdad? CUIDADORA.- Es completamente normal. Lo más normal del mundo. Le pasa a millones de personas todos los días, lo de sufrir por amor, pero claro, sólo nos damos cuenta cuando nos pasa a nosotros. JOVEN.- ¿Es normal ir a casa de uno y encontrárselos a los dos en la ducha? Mi mejor amigo y mi novia, allí los dos… CUIDADORA.- Tendrían calor… Como es verano… JOVEN.- ¡Pero la gente que tiene calor no se ducha junta, joder! CUIDADORA.- Pues unos no, y otros sí. Ya lo has visto… Depende. JOVEN.- ¡Es que estaban desnudos! CUIDADORA.- ¿Pero tú has visto a alguien que se duche vestido? JOVEN.- Estoy fatal, fatal… CUIDADORA.- ¿Coges muchas borracheras así? JOVEN.- Es la primera vez en mi vida. No te puedes ni imaginar lo que me duele el corazón. Soy muy desgraciado, todo me da vueltas. CUIDADORA.- Te da vueltas por todo lo que te has metido dentro. Lo del corazón es otra cosa. Aunque el corazón doler no duele. JOVEN.- ¡A mí, sí! CUIDADORA.- Bueno, a ti sí. Ya se te pasará, siempre se pasa… (Él niega con la cabeza. Ella le alcanza una toalla mojada.) Bueno, a ti no, de acuerdo. Toma, ponte esto por la cabeza, alivia, y mójate un poco la cara. No te puedes ni imaginar la cantidad de gente que conozco que le ha pasado lo que a ti… JOVEN.- (Con la cabeza dentro de la toalla.) ¿Lo de la ducha? CUIDADORA.- No, en la ducha o donde sea, para el caso da igual… JOVEN.- Sí, pero no te puedes imaginar cómo estaban en la ducha cuando corrí la cortina y les vi… CUIDADORA.- Me lo imagino perfectamente, no te preocupes por eso. Pero da igual en la ducha que debajo de la cama. Yo tenía un novio que quedaba con la otra en el coche y un día me 79

encontré allí un sujetador y no era mío. También estuve vomitando un montón de tiempo. Luego ya se me pasó y me di cuenta de que ese tío realmente ni me gustaba, pero entonces no lo sabía. JOVEN.- Es lo peor que te puede pasar en la vida, lo peor. CUIDADORA.- Ah, no, eso sí que no. Hay muchísimas cosas peores… JOVEN.- Verla ahí con mi mejor amigo… CUIDADORA.- Peor sería haberla visto en la ducha con tu peor enemigo. Al fin y al cabo, si es un amigo… Es por lo que se quejan las mujeres que bajan aquí a arreglarse, o a lo que sea, siempre, de que sus maridos o novios se van con sus mejores amigas. ¿Con quién se van a ir? ¿Con una esquimal? La gente se va con los que tienen cerca y caen bien a sus mujeres o a sus maridos… JOVEN.- ¡Pero no es eso, joder, no es eso…! ¡Vaya una psicóloga! ¿Eso es lo que enseñas tú a tus pacientes, o a los futuros pacientes…? CUIDADORA.- Habrá que ayudarles a comprender lo que es la vida… JOVEN.- ¡La vida es una mierda, y ya está, llena de desilusiones y sufrimientos, y traiciones y mentiras…! CUIDADORA.- ¡Hala! Venga, venga, sigue, no te cortes. JOVEN.- Claro, tú no lo ves así porque te va cojonudamente… CUIDADORA.- Sí… ¿Verdad? Todos tenemos lo nuestro… ¿Sabes? Y lo llevamos lo mejor que podemos. ¿Antes no has notado nada cuando me has dado la mano? JOVEN.- Notar algo… ¿de qué? CUIDADORA.- Yo soy un ser humano, también existo. No solo tienes problemas tú. JOVEN.- Pero eso… ¿Qué tiene que ver con dar la mano o no dar la mano? (Se levanta y le devuelve la toalla.) Toma, gracias, estoy mejor… (Va hacia un espejo y se mira.) Tengo cara de alienígena abandonado en la tierra por la nave espacial… CUIDADORA.- (Le ofrece de nuevo su mano.) Te dije que me llamaba Lola, y te di la mano… JOVEN.- (Le da la mano, sin entender bien de qué va.) Y yo Quique…, encantado otra vez… (Separa la mano y mira la mano de ella.) ¿Qué te pasa en la…? (Ella le muestra la mano. Él mira, sorprendido, que le falta un dedo, el pequeño.) Oye… te falta un… CUIDADORA.- Sí. A mí me llaman Lola, pero cuando no estoy soy para todo el mundo “la chica que le falta el dedo meñique”. Desde el colegio. Se me caía todo siempre jugando en el patio… E imagínate un chico si lo descubría de pronto en el cine haciendo manitas… Iba pasando los dedos y de pronto faltaba uno… Me soltaba rápido. O bailando… O dando la mano a alguien, como a ti ahora… JOVEN.- (Quitándole importancia, enseña su propio dedo pequeño.) Pero el dedo meñique no vale para nada…, ¿no? CUIDADORA.- Vale para tenerlo. Si no, eres una tía rara. La que se dejó el sujetador en el coche de mi chico debía saber lo de mi dedo… JOVEN.- Sí, seguro que pensaba en eso cuando se lo quitaba… CUIDADORA.- Igual que esa chica y tu amigo…, tampoco estarían pensando en ti cuando se metieron en la ducha. JOVEN.- Te cambio tu dedo por mi ducha… Me voy, gracias, ya estoy mucho mejor. Eres una psicóloga buenísima. Ya hasta respiro y todo. CUIDADORA.- ¿Ya no estás empeñado en matarte? JOVEN.- No, hoy no, por lo menos. Mañana ya veremos. ¿Me dejas ver el dedo otra vez? Bueno, la mano… (Ella levanta al aire la mano, mostrando el hueco del dedo que le falta.) ¿Puedo pedirte un favor, el último? CUIDADORA.- Venga, está abierto el bar. 80

JOVEN.- Déjame besarte… esa mano. (Ella sonríe y le ofrece la mano. Él muy caballero, se la besa. Luego besa el hueco del dedo.) Me pone a mí ese dedo invisible tuyo. CUIDADORA.- ¿Estudias? JOVEN.- Empresariales, como todos, ya termino, pero a mí me gustaría todo lo contrario en la vida. CUIDADORA.- Cuéntamelo, tenemos confianza. Me has vomitado encima y te he enseñado mi dedo fantasma. JOVEN.- Te reirás de mí. Tengo un sueño tópico. De pequeño viví con mi abuelo en una granja. Adoro el campo y las gallinas. CUIDADORA.- ¿Quieres casarte conmigo? JOVEN.- ¿Podemos hablar de eso mañana…, cuando esté sereno del todo...? Si no… temo decirte que sí sin más, y luego creer toda la vida que fue porque estaba borracho. ¿Te busco aquí, a la misma hora…? (El joven va a salir. Ya con la puerta abierta se vuelve.) ¿Pero a ti te gustan las gallinas…, chica que le falta un dedo? CUIDADORA.- Me vuelven loca. (Se miran intensamente. Por la puerta abierta entra ahora fuerte una música muy romántica y amorosa.) OSCURO

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34. LECHE CORTADA (Dormitorio, noche. Un hombre en la cama a oscuras. Una mujer entra y empieza a desnudarse. Él da la luz y se sienta en la cama.) MUJER.- ¿No estás dormido? HOMBRE.- (Seco y duro.) No, no estoy dormido. (Pausa. Ella se sigue quitando la ropa en silencio.) ¿Se puede saber de dónde viene la señora a estas horas? MUJER.- Estoy muy cansada. Vamos a dejarlo para mañana, por favor. HOMBRE.- ¡Son las cinco de la mañana! MUJER.- Sí…, hemos estado tomando una copa los compañeros… y se nos ha hecho muy tarde. HOMBRE.- (Agresivo.) ¿Habéis estado tomando una copa hasta las cinco…? MUJER.- Por favor no me hagas ahora una escena, me duele la cabeza. HOMBRE.- ¿Una escena? Sí, haremos una escena. Dime de qué la quieres, de tragedia o de comedia… MUJER.- Mañana tengo que levantarme pronto para llevar a Laura al colegio, tengo que dormir al menos dos horas. HOMBRE.- Entonces de comedia es mejor. (Se levanta y se pone de pie sobre la cama y grita.) ¡Soy un gilipollas y mi mujer me engaña, y dice que tiene que dormir bien para estar descansada mañana! MUJER.- No grites, vas a despertar a Laura. ¿Ya está? ¿Ya podemos apagar y dormirnos? HOMBRE.-No, aún no te has reído, y en las comedias se tiene uno que reír. MUJER.- Es que no le veo la gracia. HOMBRE.- Pues es graciosísimo, lo que pasa es que tú ya no te ríes conmigo. Ahora vas a reírte a otra parte. MUJER.- Lo siento… ¿Qué quieres que te diga? HOMBRE.- Le dijo el elefante al ratoncito al ponerle la pataza encima y hacerle polvo. Bueno, la elefanta en este caso. “Lo siento”. “Ya, pero es que me está usted jodiendo vivo…” “Pues lo siento, y espero señor ratón que no me haga usted ahora una escena, estoy cansada…” MUJER.- ¿Laura está bien, se ha acostado pronto? HOMBRE.- Mucho antes que su madre, desde luego. Oye… ¿Por qué has vuelto esta noche? Ya podías haberte quedado en casa de esos “compañeros”, como tú dices. Para venir a estas horas… MUJER.- Tengo que llevar a Laura al colegio. Además sabía que no ibas a dormir hasta que llegara… HOMBRE.- Pues muchas gracias por preocuparte por mí. O sea… estabas follando con él y mirando el reloj pendiente de mí. Qué detalle. (Ella va hacia un lateral.) MUJER.- Voy a traerme un vaso de leche para tomar una aspirina. ¿Quieres otro? HOMBRE.- Bueno, gracias, tomaremos un vaso de leche juntos a las cinco de la mañana. (Ella sale. Se le oye hacer ruidos al lado, como si la cocina estuviera muy cerca.) HOMBRE.- (Le habla alto para que ella le oiga desde fuera.) ¡Tráemela con un poquito de veneno, si no te importa! Pues la verdad es que no he dormido mucho esta noche, no. Bueno, ni ésta ni otras muchas noches, porque no tan tarde, pero no es la primera, ¿no? ¿Te trae él a estas horas o se 82

queda en la cama y sales tú y coges un taxi? Estará también agotado con todo este jaleo, si madruga…, y toda la noche follando… Ahora estará también tomándose una aspirina, el hombre… MUJER.- (Entra con un vaso de leche en cada mano.) No seas morboso. No vamos a adelantar nada hablando de eso ahora. Tomate la leche. Intenta dormir algo. No sé cómo vas a dar clase mañana a tus alumnos. Y por la tarde la consulta. HOMBRE.- Es psicología, lo comprenderán. Nosotros los psicólogos lo comprendemos muy bien todo. Tú también, ¿no? Seguro que podrías hasta dar una conferencia o escribir un artículo sobre la estupenda madurez de las relaciones matrimoniales infieles consentidas. Al fin y al cabo es el juego de la vida. Lo que para el gato es diversión para el ratón es un martirio. MUJER.- Vaya, he pasado de elefanta a gata. Hoy te ha dado por los animalitos. Tómate la leche, anda, tenemos que dormir. (Ella se toma la aspirina y el vaso de leche.) HOMBRE.- (Con el vaso de leche en la mano.) Los que vienen después de las cinco de la mañana no dan órdenes, ni de dormir ni de nada. Para eso hay que llegar antes. Los que llegan a esas horas se callan y escuchan el rollo, es lo mínimo, digo yo. ¿Sabes la película que ha pasado por mi mente todo este tiempo? Pues te la puedes imaginar con facilidad, ya que la acabas de vivir: tú y ese tío en la cama desnudos… juntos… Bueno, eso mezclado con el susto de pensar si te habría pasado algo, un accidente o algo… Entonces pensaba, fíjate, que es mejor que estuvieras con el tío, por lo menos no te habría pasado nada. ¿A que soy una buena persona, tonto pero bueno? (Ella no contesta. Él se bebe el vaso de leche.) Esta leche está mala… Sabe agria. MUJER.- A mí no me ha sabido a nada. HOMBRE.- Pues está mala, seguro… (Se levanta de la cama, desaparece por donde se fue ella, y vuelve rápidamente con un cartón de leche en su mano.) (Leyendo el cartón.) “Caduca el dos del seis”. Estamos a tres, tú dirás. MUJER.- Por un día no pasa nada. HOMBRE.- ¡Por un día no pasa nada, por las cinco de la mañana no pasa nada, por un polvo no pasa nada…, para ti nunca pasa nada! MUJER.- ¡Bueno! Lo que nos faltaba, ahora la leche… (Él tira el cartón de la leche contra la cama.) Eso es lo que hacen los pacientes que tratamos en la consulta por descontrolados… ¿Recuerdas? De algo nos tiene que servir nuestro trabajo, al menos para tener un poco de control, digo yo. HOMBRE.- ¡Es muy fácil tener control si eres tú el que llegas a las cinco de la mañana de estar metido en una cama con otro! ¡Pero al que está esperando a que el otro vuelva… (Intentando controlarse.) le es más difícil tener ese control, como tú comprenderás! ¡Qué asco de leche! Ahora me están dando ganas de vomitar… MUJER.- Yo la he tomado también y no me ha sentado mal. HOMBRE.- Cuando se está follando toda la noche no sienta mal ni la leche caducada, pero a mí, que he estado aquí como un gilipollas, me sienta fatal… MUJER.- Oye, tenemos que enfrentarnos a esto con madurez, viéndolo como un fenómeno que tenemos que vivir… HOMBRE.- No te me pongas gestáltica que entonces vomito la leche seguro. MUJER.- Vale, seamos conductistas, que es lo tuyo. Estímulos, recompensas inmediatas y poco 83

más. Tonterías que hacemos, y te he dicho que lo siento. HOMBRE.- Lo peor es la leche. Se me ha cortado dentro, como la vida. MUJER.- Ahora vas de filósofo, mejor. HOMBRE. Me he hecho filósofo a la fuerza contigo. ¿Sabes lo que decía Sócrates del matrimonio? MUJER.- (Metiéndose en la cama.) Qué decía ese buen señor. Dame la charla de las cinco de la mañana, a ver. Pero termina pronto, que estoy muerta. HOMBRE.- “Hay que casarse en cualquier caso —decía—. Si te sale bien serás feliz. Si te sale mal te convertirás en filósofo”. Yo últimamente soy todo un filósofo. Me voy a vomitar. (Él sale. Ella apaga la luz y se echa a dormir.) OSCURO

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35. LO QUE NO PUDO SER (Una cafetería. Una señora, muy elegante y atractiva, se levanta de su mesa, donde estaba sola, y se acerca a otra mesa donde hay un señor de más edad con pinta gris, menos agraciado físicamente, leyendo un periódico.) Ella.- ¿Perdone…? ¿Puedo hablar con usted un momento? Él.- (Violento, trata de recordarla.) Discúlpeme… no la había conocido… Ella.- No, si no nos conocemos de nada…, sólo quería hablar con usted. (Se sienta en una de las sillas.) ¿Puedo sentarme? ÉL.- (Violento.) Perdone, pero no me interesa comprar nada, ni apuntarme a nada, si es lo que busca… Estaba aquí leyendo el periódico… Ella.- No, no es nada de eso, no se preocupe… Comprendo que le extrañe que de pronto alguien se acerque así, sin más… Pero es que estaba sentada en esa mesa y vi que estaba solo… ¿Está esperando a alguien? Él.- (Cada vez más desconcertado.) No, no espero a nadie… sólo estaba con el periódico… tomando un café… Ella.- Sí, ya lo he visto. Yo estaba en aquella mesa de allí…, tomando también un café. Le vi, y pensé cuántos seres humanos se cruzan con otros en un momento de su vida y ni se dan cuenta, ni hablan una palabra, ni se conocen… Él.- Bueno, es normal, ¿no? Estamos rodeados de desconocidos. La vida es así. Si tratáramos de intimar con todos los que se cruzan en nuestro camino nos volveríamos locos. Ella.- Suponga que estamos en un desierto, o en una selva, que no hay nadie y que de pronto nos encontráramos los dos. Hablaríamos. Él.- Sí, pero esto no es una selva, ni un desierto. Es una cafetería. Ella.- ¿Está usted seguro de que sólo es una cafetería? Tal vez sea también el lugar designado por el destino para que nos encontremos los dos ¿Por qué está tan nervioso? ¿Tanto le molesta que hable con usted? Él.- No es eso, discúlpeme. Es que no estoy acostumbrado a que una mujer como usted se acerque de pronto a mí… No es normal. A no ser que sea para pedirme algo, que quiera algo de mí. Ella.- Bueno, en eso tiene usted razón. Estoy aquí porque quiero algo suyo… No se asuste, no soy vendedora de nada. Y por mi aspecto habrá deducido que tampoco estoy buscando un encuentro amoroso por dinero, o algo así… No. Yo quiero algo mucho más importante de usted. Quiero que se case conmigo. Él.- ¿Cómo dice…? Ella.- ¿Está usted casado? Él.- No, estoy separado. Ella.-Yo también. Como ve la cosa no puede ser más sencilla entonces. Él.- Me está usted tomando el pelo… Ella.- Le aseguro que no. Le estoy hablando completamente en serio. Él.- Pero… ¿Por qué yo? No me conoce de nada… ¿O sí? No me irá a decir que se ha enamorado nada más verme… A mí no me pasan esas cosas. Ella.- No, ni le conozco ni me he enamorado de golpe al verlo. De eso se trata precisamente. ¿Usted cree en la magia y los adivinos? Él.- Para nada. Ella.- Yo tampoco creía en esas cosas hasta hace poco, pero a una amiga mía a la que le había ido la vida fatal fue a una adivina, siguió sus consejos y desde entonces es una persona completamente feliz. Mis dos matrimonios anteriores han sido un verdadero desastre. Y me casé muy enamorada, y conociendo muy bien a la persona con la que me casaba, bueno, eso creía yo. Un fracaso total. Esta mañana he ido a ver a la adivina de mi amiga, y me ha dicho que ya que no me puedo fiar de mi corazón y de mi cabeza, me fiara del destino, y me iría mejor. Me ha dicho que las cartas dicen que la única oportunidad que tengo de ser feliz es casarme con un desconocido, con el primero que me 85

encuentre. He salido de verla hace una hora. He venido a esta cafetería y le he encontrado a usted. Él.- (Pausa. Mira a los lados.) ¿Esto es una broma? ¿Lo está tomando con alguna cámara o algo? Ella.- Le aseguro que no es ninguna broma. Le estoy hablando completamente en serio. (El hombre la mira un momento sin decir nada. Luego mira el ticket que está sobre la mesa y deja encima unas monedas. Luego se levanta.) Él.- Lo siento, tengo que irme. Ella.- ¿Y mi proposición? ¿Tan poco interesante te parezco? Él.- Es usted la mujer más bella y atractiva que he conocido en mi vida. Y me parece muy interesante, pero eso no tiene que ver. Ella.- ¿No me crees lo que te digo? Te aseguro que es verdad, por raro que te parezca. Él.- No sé qué decirle… Ella.- Háblame de tú, por favor… Él.- Bien. Sea verdad o mentira lo que me dices es algo que no tiene nada que ver conmigo. Es cosa de películas y yo hace mucho que acepté vivir fuera de las películas. Eres una mujer muy atractiva…, preciosa…, pareces encantadora…, un sueño, pero yo sé que no eres para mí. Lo sé como sé que esto que tengo debajo son mis pies, no alas para volar. ¡Qué más quisiera yo que lo que me propones fuera posible! Pero, sencillamente, sé que no lo es. Las cosas son lo que son. De vez en cuando en la vida llegan hasta uno las hadas de los cuentos que leímos de niños ofreciéndonos paraísos, pero ya no somos niños. Yo por lo menos no lo soy. Y no te puedes ni imaginar lo mucho que me ha costado aceptar esto. Ella.- Así no podrás ser feliz nunca. Él.- Es posible, pero eso para mí no es el principal problema de la vida. Ella.- ¿Entonces cuál es para ti el problema? Él.- No ser desgraciado. Tú eres un sueño, y los sueños no sirven cuando uno está despierto. Y no quiero tener que vivir dormido toda mi vida. Ella.- ¿No te gustaría besarme ahora? Él.- Me muero por besarte. Ella.- Entonces hazlo, aunque luego te marches. (Él se acerca y besa suavemente su boca.) Él.- Te aseguro que has sido el sueño más bonito de mi vida. (Se miran un momento fijamente sin hablar.) Adiós. (Ella le mira con una dulce sonrisa. Él se aleja y sale sin volver la cabeza.) OSCURO

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36. MALETAS (ÉL hace la maleta y recoge sus cosas. ELLA le mira paralizada desde un rincón. Así están en silencio un rato largo. Sólo se oyen los ruidos de meter las cosas en la maleta.) ELLA.- Estaba pensando cuántas veces se habrá dado esta situación en el mundo… Millones. ÉL.- ¿Qué situación? ELLA.- Que alguien recoja sus cosas, haga la maleta y se largue… ¡Cuántas lágrimas habrán visto en su vida las maletas! ÉL.- Déjalo, por favor. Creo que ya lo hemos hablado todo suficientemente. ELLA.- Sí, ya está todo dicho. Sólo queda hacer la maleta y marcharse… ¡Qué fácil es todo para ti! (Pausa. Silencio. ÉL sigue moviéndose como un autómata recogiendo sus cosas, y ELLA mirándole.) ÉL.- (Va a guardar unos CD en la maleta, pero los vuelve a dejar en su sitio.) Te dejo los CD. No los quiero. Además no sé los que son míos o tuyos… ELLA.- Muy amable. Gracias. Pero puedes llevarte lo que quieras. En cuanto te vayas todo lo que quede tuyo lo tiraré por la ventana. ÉL.- Si te pones así, mejor… ELLA.- ¿Cómo puede haber gente como tú en el mundo? ÉL.- Tiene que haber de todo, ya sabes. ELLA.- ¿No me vas a decir cómo es ella? ÉL.- No, no quiero hablar de eso. Ya te he dicho que ella no tiene nada que ver en esto. Lo nuestro se había terminado hace mucho. ELLA.- Sí, esa es una frase muy útil para estos casos. La he oído muchas veces en las películas cuando uno rompe un compromiso y deja a alguien. ¿Cuándo se terminó? ¿Hace mucho? ¿Hace poco? ¿Ayer? ÉL.- Ya, basta. No quiero estar discutiendo contigo hasta el último minuto de estar juntos. Déjalo. ELLA.- No quiero dejarlo. Ya da igual… ¿No? Pues al menos te diré lo que me apetezca. Bastante me he cortado ya contigo todos estos años. (Pausa.) Esa maleta es mía. ÉL.- ¿Esta maleta es tuya? ¿Por qué es tuya? Será de los dos, digo yo. ELLA.- Ya nada es de los dos. Es mía porque quiero yo. Dámela. ÉL.- Está bien, espera, espera, no voy a discutir ahora por una maleta… (Va a un rincón y viene con otra maleta en sus manos. Saca la ropa de la otra maleta y empieza a pasarla a la que acaba de traer.) ELLA.- Ésa también es mía. ÉL.- ¡Joder! O sea…. Todas las maletas son tuyas. ELLA.-Sí, las compré yo. ÉL.- Las compraste tú… con el dinero de los dos… ELLA.- Es mía. ÉL.- De acuerdo. Cojo la roja vieja... (Trae una tercera maleta y empieza a pasar las cosas a ella.) ELLA.- La roja también es mía. Son mías todas. ÉL.- Está bien. (Deja de meter la ropa en la maleta.) ¿Las bolsas de basura son tuyas o de los dos? ¿Puedo coger alguna para llevarme mis cosas? 87

ELLA.- Las bolsas de basura son perfectas para ti. Puedes llevártelas todas y meterte dentro tú también si quieres. ÉL.- Vale, muchas gracias. (Coge bolsas de basura y pasa a varias bolsas sus cosas.) ¡Anda que también…! (Carga las bolsas de basura llenas de su ropa, y va hacia la puerta.) Adiós. Ya hablaremos cuando estemos más tranquilos. ELLA.- Puedes llevarte las maletas si quieres, me da igual. ÉL.- No, ya no, gracias, está bien así. Me voy. ELLA.- Ya te he oído. (ÉL se vuelve en la puerta, antes de salir, y se miran un momento los dos en silencio.) ÉL.- Bueno... ELLA.- ¿Así acaba todo? ÉL.- No empecemos otra vez... (Siguen los dos inmóviles.) ELLA.- ¿Y qué se dice cuando ya no hay nada que decir? ÉL.- No lo sé. Lo mejor, seguramente, será no decir nada. (Sale.) (ELLA mira la puerta por donde Él ha desaparecido, con su cara llena de lágrimas. Luego mira las tres maletas abiertas y vacías ante ella, como cadáveres a su alrededor, y las golpea arrojándolas al suelo.) OSCURO

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37. MINIMALISMO (Director de teatro joven con mirada extraviada habla con actriz madura.) ACTRIZ.- ¿Espacio? DIRECTOR.- Infinito. ACTRIZ.- ¿Tiempo? DIRECTOR.- Indeterminado. ACTRIZ.- ¿Argumento? DIRECTOR.- Ninguno. ACTRIZ.- ¿Estructura? DIRECTOR.- Ausente. ACTRIZ.- ¿Conflicto? DIRECTOR.- No. ACTRIZ.- ¿Emociones? DIRECTOR.- No. ACTRIZ.- ¿Personaje? DIRECTOR.- Poliédrico. ACTRIZ.- ¿Sentido? DIRECTOR.- Moderno. ACTRIZ.- ¡Ah! DIRECTOR.- Investigar. ACTRIZ.- Ya. DIRECTOR.- Nuevo. ACTRIZ.- ¿Palabras? DIRECTOR.- Pocas. ACTRIZ.- ¿Sonido? DIRECTOR.- Silencio. ACTRIZ.- ¿Comunicación? DIRECTOR.- Cuántica. ACTRIZ.- ¿Cuántica? DIRECTOR.- Vacía. ACTRIZ.- ¿Movimientos? DIRECTOR.- Latidos. ACTRIZ.- ¿Miradas? DIRECTOR.- Interiores. ACTRIZ.- ¿Realidad? DIRECTOR.- Diferente. ACTRIZ.- ¿Gesto? DIRECTOR.- Inexpresivo. ACTRIZ.- ¿Objetivo? DIRECTOR.- Inventar. ACTRIZ.- ¿Qué? DIRECTOR.- Todo. ACTRIZ.- ¿Forma? DIRECTOR.- Fragmentación. ACTRIZ.- ¿Respirar? DIRECTOR.- Poco. ACTRIZ.- ¿Poco? DIRECTOR.- Oculta. ACTRIZ.- ¿Qué? DIRECTOR.- Verdad. 89

ACTRIZ.- ¿Profunda? DIRECTOR.- Auténtica. ACTRIZ.- ¿Humor? DIRECTOR.- Tópico. ACTRIZ.- ¿Lágrimas? DIRECTOR.- Viejo. ACTRIZ.- ¿Moldes? DIRECTOR.- Fuera. ACTRIZ.- ¿Modelos? DIRECTOR.- Muertos. ACTRIZ.- ¿Cultura? DIRECTOR.- Anticultura. ACTRIZ.- ¿Absurdo? DIRECTOR.- Siempre. ACTRIZ.- ¿Forma? DIRECTOR.- Minimalismo. ACTRIZ.- ¿Vestuario? DIRECTOR.- Sacos. ACTRIZ.- ¿Sacos? DIRECTOR.- Antisistema. ACTRIZ.- No. DIRECTOR.- ¿No? ACTRIZ.- Adiós. DIRECTOR.- ¡Vendida! ACTRIZ.- ¡Diletante! DIRECTOR.- ¡Comercial! ACTRIZ.- ¡Obtuso! DIRECTOR.- ¡Antigua! ACTRIZ.- ¡Pedante! DIRECTOR.- ¡Integrada! ACTRIZ.- ¡Paleto! (Sale la ACTRIZ. El DIRECTOR se queda rodeado de su vanguardia que no cesa.) OSCURO

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38. MUJERES DE VIDA FÁCIL (Bar de alterne, con una luz anaranjada y adornos antiguos y decadentes. TRINI, una provocativa profesional del amor, sentada en una mesa, se pinta la cara a la espera de clientes y canturrea la canción que suena en un cassette que hay sobre la barra: “Tatuaje”, de la Piquer. Entra MARUCHI, otra profesional, contando el dinero de un cliente.) MARUCHI.- Hola Trini. ¿Qué tal? TRINI.- Fatal Maruchi, maja. Hoy tengo que ir a por el resultado de las pruebas y no tengo ni para el taxi. Me dicen que tengo el sida y encima me tengo que volver en metro a casa. ¡Qué asco de vida! MARUCHI.- (Metiéndose el dinero en el pecho y arreglándose la ropa.) Bueno, mujer, tú tampoco te pongas en lo peor. Juana “La Morros” se las hizo y no tenía nada. (Se sirve una copa y bebe.) TRINI.- Sí, ya... Y La Extremeña también se las hizo y sí lo tenía. La una por la otra. Y el maricón ese del Julián sin aparecer ni dar señales de vida. Sin venir a ver a la niña y sin mandarme un euro. MARUCHI.- A lo mejor está en la cárcel, mujer. TRINI.- Sí, por ahí con alguna es donde andará... Oye, ¿tú no me podías dejar algo de dinero unos días, hasta que...? MARUCHI.- ¡Huy, yo no, hija! Debo hasta las pestañas postizas que llevo, que cualquier día me las arrancan por la calle. ¿Por qué no te lías con ese que viene a verte todos los jueves, el de la cara de cazo? TRINI.- Sí, lo que me faltaba a mí, otro muerto de hambre. Estaba en una obra aquí al lado y lo echaron por vago. Dice que como está enamorado de mí se le caían los ladrillos. ¡No te digo...! MARUCHI.- (Le da la risa.) Qué feo es el tío. Mira que yo he visto tíos feos en mi vida, pero éste se gana el primer premio, el maricón. ¡Por qué no quitas ya de una vez a la Piquer! Qué antigua eres hija. (Apaga el cassette.) ¡Qué dolor de cabeza, todo el día con el “hermoso y rubio como la cerveza...”! ¿No te hartas? TRINI.- Es un drama, como la vida misma: (Canta.) “Y entre dos copas de aguardiente, de mostrador en mostrador, va repitiéndole a la gente, la triste historia de su amor...” Las canciones de antes eran preciosas... Si tengo el sida, lo que me faltaba. ¡Qué puta vida esta, Maruchi! MARUCHI.- Y encima nos llaman mujeres de vida fácil. ¡No te jode! Como no sea porque estamos todo el día tiradas en la cama... TRINI.- Sí, pero con tíos asquerosos encima. El otro día estaba yo con un animal enorme que ni se quitó la ropa... Se bajó los pantalones y ¡hala! ¡A follar como un bestia! Bueno, pues estaba yo debajo de él, aplastada y jodida, que pesaba cien kilos por lo menos, echándome la baba encima, y apretándome con las manazas que tenía por todo el cuerpo, que veía las estrellas, medio ahogada que estaba ya, y va y me dice el tío: “¿Lo pasas bien, cariño?” Y yo, sin poder casi ni respirar, corriéndome las lágrimas por la cara, voy y le digo: “Sí, amor. Mira como lloro de gusto”. MARUCHI.- Anda, como ése que me cogió a mí el otro día y me puso morada a golpes porque decía que había visto en una película que es lo que hacían en el extranjero... TRINI.- ¡Mujeres de vida fácil...! Esto lo ponía yo obligatorio, como la mili, para que vieran muchas lo que es bueno. ¡No bebas más, que luego llegas a la pensión con unas curdas que te das con las paredes! MARUCHI.- Es para olvidar, Trini. Te lo juro. TRINI.- A mí no me vengas con chorradas. ¿Para olvidar qué? MARUCHI.- Pues muchas cosas que tengo yo que olvidar. Desgracias que me han pasado. TRINI.- Ya, que te gusta más que el alpiste a los pájaros. ¿No ves que vas a acabar mal? MARUCHI.- ¿Y tú, qué? Tú no fumas, ni bebes, y mira cómo estás. TRINI.- Tienes razón, maja. Si hubiera hecho caso a mi pobre madre, que en gloria esté, y hubiera estudiado para maestra, mejor me hubiera ido. 91

MARUCHI.- ¡La jodimos, tío Felipe! ¿Tú de maestra? Como no enseñaras el culo a los niños, no sé qué ibas a enseñar. TRINI.- Desde luego qué burra eres... (Se levanta de la mesa.) ¡Ay, Dios mío! ¡Y ahora qué voy a hacer yo si tengo el sida! MARUCHI.- Pues no sé, mujer... Pero no seas aprensiva, que a lo mejor no lo tienes. Puede ser un catarro, o lo que sea... TRINI.- (Acercándose a ella.) ¿Tú te quedarías con la niña si me ocurriera una desgracia, vamos a suponer? MARUCHI.- Somos amigas, ¿no? A la niña no le faltaría de nada mientras fuera a la escuela de pequeña. Tú me conoces. Luego ya, de mayor, pues a la puta calle, a hacer la vida. TRINI.- ¡Eso sí que no! Que tenga novio y se case con un chico honrado y trabajador, y que tenga hijos y se esté en su casa como Dios manda. MARUCHI.- Ya, y que friegue los cacharros, lave la ropa, haga la comida al marido como una esclava, y aguante todo el santo día en su casa cuidando a los niños mientras él anda por ahí, con putas como nosotras. ¡Estás tú buena! TRINI.- ¡Y luego dices tú que la canción esa de la Piquer...! (Entran por la puerta del bar dos borrachos tambaleantes.) MARUCHI.- (Arreglándose.) Oye, que entra “ganao”. Vamos. TRINI.- Hala, al picadero. ¡A ver si quiere Dios que tenga de verdad un poco del sida ese y lo mande todo a tomar por el culo de una vez! (A los que entran.) ¡Eh, tú, guapo, moreno...! MARUCHI.- ¡Nene, mira lo que tengo para ti...! (Suena una música sensual e insinuante. Y caminan las dos, entre las luces de colores, hacia los futuros clientes, enmascaradas de mujeres alegres y dichosas.) OSCURO

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39. PROBLEMAS CONYUGALES (Noche de verano en una gran ciudad. Entra la luna, y los ruidos del tráfico, por la ventana abierta. En una cama una pareja hace el amor en la semioscuridad. Se escuchan los últimos ruidos característicos del final de un orgasmo triste y rutinario. Él saca un brazo y da la luz de una moderna lámpara que está al lado. Luego se sienta en la cama y enciende un cigarrillo en silencio.) ELLA.- No he sentido nada. (Pausa.) ¿Me has oído lo que he dicho? ÉL.- Sí, te he oído. No soy sordo. ELLA.- Hace tiempo todo era diferente... ÉL.- Siempre recordamos las cosas pasadas mejor de como eran. ELLA.- Cuando me querías. ÉL.- No empecemos con eso. ELLA.- ¿Qué quieres decir? ÉL.- Te quiero. Y tú a mí. Si no, no estaríamos aquí juntos los dos. ELLA.- Entonces, ¿por qué no siento nada? ÉL.- Eso no tiene nada que ver con quererse o no quererse. ELLA.- Me siento muy desgraciada. ÉL.- Todos somos desgraciados. Pregunta a los vecinos. ELLA.- No tengo por qué preguntar a nadie. Hay gente que sale a la calle, se ríen juntos, andan de un lado para otro... Parecen felices. ÉL.- Eso no quiere decir nada. La gente disimula. (Pausa. Los dos miran al techo fijamente.) ELLA.- ¿Por qué no nos vamos de aquí? ÉL.- ¿Irnos? ¿Y a dónde nos vamos a ir? ELLA.- No lo sé... A cualquier lado. El caso es irnos. Cambiar, que pase algo... otro lugar... otras caras... otra cama... ÉL.- Estás deprimida, eso es lo que te pasa. (Habla sin mirarla.) A lo mejor es algo de la comida. Cosas químicas que echan, que nos producen depresión, lo he leído en una revista. En una granja, por lo visto, daban de comer a las gallinas unos compuestos químicos que tenían más zinc del permitido y subió el índice de suicidios en toda la región. Se debió de transmitir la depresión en los huevos. En los huevos de las gallinas. ELLA.- (Se sienta en la cama y le mira.) A veces no te conozco, te lo digo de verdad. Te miro y es como si fueras un extraño. No sé quién eres. ÉL.- ¿Qué quieres decir con eso de que no sabes quién soy? ELLA.- Nada. ÉL.- Entonces, ¿por qué coño lo dices si no quieres decir nada? Si uno no quiere decir nada lo mejor que puede hacer es callarse. Es el mal de nuestro tiempo, la gente habla por hablar. Y es lo que te pasa a ti, que siempre tienes que decir algo, si no, te mueres. (Pausa larga.) ELLA.- (Gritando.) ¡Tú te crees que es normal ponerse a hablar ahora de pronto de los huevos de las gallinas! ÉL.- ¿Y por qué no va a ser normal? ¡Y no grites, que lo van a oír los vecinos! ¿Quién eres tú para decir lo que es normal y lo que no lo es? Yo sólo te digo que lo leí en una revista, lo de los huevos. ELLA.- Sí, de las gallinas. Ya te he oído. (Pausa. Los dos miran de nuevo al infinito.)

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ÉL.- ¿Y la salmonella, qué? Ése es otro problema, ¿o no? ELLA.- ¿Otro problema de qué? ÉL.- (Puntualizando.) ¡De los huevos! Si no se lavan bien te da la salmonella. Pues no ha muerto gente de salmonella... Luego está también el colesterol... Nosotros comemos muchos huevos. ELLA.- Normal... Los que come todo el mundo. ÉL.- ¿Cuántos comemos? Dos al día, por treinta días al mes... unos... sesenta al mes. Con un poquito que te deprimas por cada huevo... sesenta veces al mes... por doce meses al año... figúrate. (Calcula murmurando en voz alta.) Sesenta por doce... seis por dos doce, me llevo una, seis por una es seis... ¡Setecientas veinte veces que te de deprimes al año! ELLA.- A mí lo único que me deprime de los huevos es freírlos. (Agresiva.) ¿A que a ti no te deprime freírlos? ÉL.- Me saltan, te lo he dicho cuarenta veces. Por eso no los frío. ELLA.- ¡Ah! ¿Y a mí no me saltan? Lo que pasa es que si me quemo yo, a ti no te duele. ÉL.- Mira, déjalo. Estoy harto ya de hablar de huevos. ELLA.- (Perdiendo el control.) ¿Y quién ha empezado? ¿Yo? ¿He empezado yo? ÉL.- Que vamos a dejarlo. No tengo ganas de discutir. (Pausa.) El caso es que me está entrando hambre de tanto hablar. Me comía ahora un par de huevos fritos con patatas y me quedaba nuevo. ELLA.- Sí, pues como no te los frías tú, o tu madre, lo que es yo... ÉL.- ¡Cómo te pones por nada! (Se acerca cariñoso, tratando de cambiar el clima.) Venga, dame un beso..., mujer... ELLA.- (Dura.) No tengo ganas de besos ahora. ÉL.- No te pongas así... Anda, ven... (Acariciándola.) ELLA.- ¿Otra vez? Tú tan pronto te pones a hablar de huevos, como te da por... ÉL.- Es que a mí los huevos me ponen romántico... ELLA.- Pues a mí no. ¡Que no! ¡Quieto! Apaga la luz y vamos a dormirnos que mañana tengo que madrugar. Ya está bien por hoy. Además no me encuentro bien. Me duele la cabeza. ÈL.- ¿Y cuándo no te duele a ti la cabeza? ELLA.- Gracias por tu interés, y por tu comprensión. ÉL.- ¡Bueno...! (Apagan la luz y se tumban. Pausa. Hablan en la semioscuridad, iluminados por el rayo de luz que entra por la ventana.) ÉL.- ¿Se te ha pasado? ELLA.- ¿El qué? ÉL.- Lo de la depresión y el dolor de cabeza. ELLA.- (Tristemente.) Sí, ya estoy mejor. Duérmete. ÉL.- De todas las maneras yo creo que deberíamos comer menos huevos. ELLA.- (Da la luz, se levanta de la cama furiosa, y coge su ropa.) ¡Hasta aquí hemos llegado! (Sale dando un portazo.) (Él mira hacia la puerta por donde ella ha salido, sin comprender nada. Suben de intensidad los ruidos de tráfico de la ciudad.) OSCURO

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40. PROFESIONALES (Un actor joven se pasea nervioso por una sala de doblaje. Entra una actriz muy joven también, que llega con mucha prisa.) ACTRIZ.- ¡Huy! Llego tardísimo me parece..., perdone. Soy Susana. Vengo de parte de mi representante, el señor Sanz. ACTOR.- No, si yo no... Están arriba. Yo soy el actor que voy a... ACTRIZ.- ¡Ah! ¡Encantada! (Le da la mano, muy nerviosa.) Que corte, ¿no? Creí que eras... Yo soy la que... La actriz, vamos. Elena Campos. ACTOR.- Mucho gusto. Alejandro. No sé si nos conocemos... ACTRIZ.- No, me acordaría. A mí no se me pasa una cara. Yo es que llevo poco trabajando. Y en doblaje menos. Casi no he hecho nada. (Pausa muy embarazosa. Ella deja sus cosas en una silla, en un rincón. Luego carraspea y hace unos ejercicios vocálicos.) ACTRIZ.- “Ah, ah, ah...” Tengo la voz hoy fatal. Además estoy un poco nerviosa. No tengo mucha experiencia en esto, la verdad. He doblado algunas veces, pero cosas pequeñas, y de otro estilo... Una película con un director nuevo que empieza: Mendieta. “La juventud loca”, la doblé yo. ACTOR.- No la he visto... ACTRIZ.- Es que no la han estrenado todavía. Es un corto... Ahora me van a hacer una prueba para el Teatro Clásico, pero no sé si me cogerán. Con el enchufe que hay... ¿Tú has hecho doblaje más veces? ACTOR.- Sí, pero de éste sólo un par de veces. Ya sabes, por las pelas y eso... ACTRIZ.- ¿Es muy difícil? ACTOR.- No. Lo importante es no cortarse. ACTRIZ.- ¿Eres de la Escuela de Arte Dramático, de aquí, de Madrid? ACTOR.- Yo estudié en Barcelona, en el Institut del Teatre. Luego estuve un año en New York, con Marta Graham. ACTRIZ.- Yo quería ir también, pero a hacer un cursillo sobre el “Mahabharata” de Peter Brook. A mí el método ortodoxo no me va. Yo estudié aquí en Madrid con un profesor ruso, y voy más por el Stanislavski de las acciones físicas... ACTOR.- Yo me fui a Estados Unidos sobre todo por el inglés. ACTRIZ.- ¿Y qué tal allí? ACTOR.- Bien. Conocí a una argentina que hacía Kabuki Japonés, y me ha dicho que es lo mío. Un día que me vio en un parque haciendo el payaso..., el payaso ese que se queda quieto sin moverse, para sacar algo, porque con la beca no tienes ni para el metro allí. En cuanto pueda me voy al Japón, a estudiar con un maestro de Buto de la línea disidente... La línea clásica está muy comercializada ya. ACTRIZ.- Ah, pues me lo tienes que explicar, porque a lo mejor me voy yo también. Yo estoy más en la línea del Kathakali indú. (Suena por un altavoz una voz masculina y seca, desde la cabina de proyección.) VOZ OFF.- “¿Estáis ya los dos preparados?” ACTRIZ-ACTOR.- ¡Sí, sí...! ¡Ya estamos! (Hacen unos movimientos para relajar los músculos, y unos ruidos con la voz. Se acercan a un micrófono que cuelga del techo.) VOZ OFF.- “Pues vamos a empezar. Os pongo la música de fondo, y proyección en pantalla, contáis tres segundos y empezáis”. 95

(Cambio de luz. Entra una música sensual y se proyecta frente a los actores una película, de la que nosotros sólo vemos el haz de luz sobre sus cabezas. Ellos cuentan tres y empiezan a hacer ruidos y quejidos eróticos, mirando fijamente la pantalla, sin demasiada convicción ni fuerza.) VOZ OFF.- “Oye, ¡qué pasa!” (Se corta la música y la proyección, y vuelve la luz de antes.) “No jodáis, ¿no? ¿Eso es un polvo? Poned un poco más de entusiasmo, coño, si no, no se van a creer la película ni los sordos. Ya sé que es difícil a las once de la mañana, y así, en frío, doblar un porno, pero meteros un poco en situación, digo yo”. (El actor da un paseo rápido en círculo, y hace flexiones. Ella salta y hace ejercicios de voz. Luego se acercan despacio de nuevo al micrófono, tratando de aparentar profesionalidad. Cambio de luz. Comienza de nuevo la proyección y la música, y ellos hacen ruidos y jadeos eróticos. Se corta otra vez la proyección y vuelve la luz.) VOZ OFF.- (Gritando, enfadado.) “¡Bueno, ya está bien! ¡A ver si vamos a tener que estar aquí todo el día! Se supone que sois profesionales. Meteros en situación como sea, pero meteros, leche. Sólo son unos minutos, y luego ya lo repetimos nosotros aquí en control. ¡Venga ya! Vamos, que es muy tarde. Lo pongo y empezáis a tope los dos. Me imagino que habréis ensayado alguna vez esto en vuestra casa, digo yo”. (Comienza de nuevo la proyección, y empiezan ellos a jadear, ahora mucho más decididos, y a dar quejidos eróticos y frases entrecortadas, contoneándose cada vez más, para facilitar la actuación, hasta llegar a juntarse. En un extraño juego, de evidente falsa actuación por fuera, y confusa y violenta por dentro, acaban los dos rodando por el suelo, uno encima del otro.) VOZ OFF.- “¡Bueno, ya! ¡No os paséis! ¡Vale, muy bien esta vez!” (Se corta la proyección y la música, se da la luz y los dos se levantan del suelo violentísimos. Se colocan la ropa, el pelo, carraspean... Ella recoge sus cosas del rincón.) VOZ EN OFF.- “Vamos a oírlo, a ver cómo ha quedado”. (Se escuchan de nuevo los gritos y las palabras que han dicho antes: “más, más... Así... Así..., sigue, sigue..., etc.” Ellos lo escuchan inmóviles, tratando de poner una pose profesional.) VOZ OFF.- “Ha valido. Ha salido bien. Vale, gracias”. (Se levanta el micrófono hasta desaparecer por el techo.) ACTRIZ.- (Dando la mano al actor.) Bueno, pues encantada. ACTOR.- No, si yo también me voy... Si quieres las señas del maestro de Kabuki... ACTRIZ.- Bueno. Tampoco estoy segura de quererme ir al Japón... no creas... Sobre todo por si me contratan en el Teatro Clásico. Y la semana que viene que tengo un casting. De todas las maneras, te doy mi teléfono, y me llamas. ACTOR.- ¿Tomamos un café, y te doy el mío también yo...? ACTRIZ.- Vale. Has estado muy bien... ACTOR.- Tú también. Me ha gustado mucho... Tú actuación, digo. ACTRIZ.- Me mareaba un poco, al jadear tanto... ACTOR.- Sí, eso pasa. Podemos preparar alguna cosa juntos, de este tipo, por si nos vuelven a llamar... si quieres. ACTRIZ.- Sí, para practicar. Me parece bien... Así no me mareo luego cuando tenga que... 96

¿Vives solo? ACTOR.- Sí. ¿Y tú? ACTRIZ.- ¿Yo? Yo sí. Sola también. Antes vivía con... mi familia, pero ahora vivo sola. Sí. ACTOR.- Ah, pues estupendo, ¿no? Por practicar, lo digo, no molestamos a nadie... Con los gritos, y eso... (Se ríe, nervioso.) ACTRIZ.- Claro. (Se ríe también.) ¿Vamos? ACTOR.- ¿Y de qué es ese casting que vas a ir...? ACTRIZ.- De una obra de vanguardia que van a hacer. A mí la vanguardia me encanta. ACTOR.- Y a mí, sobre todo la alemana. Ésa la que más. (Y salen los dos hablando de vanguardia, encantados, felices sin saberlo, y llenos de futuro.) OSCURO

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41. PROMESA DE AMOR (Mediodía en una carretera del mundo. En un lateral una mujer de unos veintiocho años, de aspecto rural, con una vieja maleta y una caja atada con cuerdas. Lleva en la mano un cartón en el que pone “Orense”. Hace la señal de “auto-stop” a los coches que pasan.) PAQUIÑA.- ¡Eh! ¡Párate hombre, que voy pa Orense...! Nada. Que no para ni uno. ¡La madre que les echó al mundo! (Coge la maleta para cambiar de sitio, y se le abre.) ¡Hala! ¡Mecagüenla...! ¡Lo que me faltaba! ¡La botella Solares y todo tirao...! (Está recogiéndolo, cuando escuchamos que se acerca otro coche. Vuelve a hacer la señal de “auto-stop”, pero el coche pasa de largo.) No, si no pararán los animales. ¡Así os matéis todos! Me pienso que me va a tocar estar todo el día aquí. Pues voy a comer algo, qué carallo. Ya que no paran... (Saca una tartera de la caja, se sienta sobre la maleta y empieza a comer. Gira la cabeza y, al ver al público, le ofrece.) ¿Si gustan ustedes? Unas patatas, y un poco de jamón... Vuélvome para casa, ¿saben?, y como no tenía dinero para el Auto-res pues no iba a volver andando, vamos, digo yo. Alguno parará, me supongo. (En confidencia, al público.) Es que escapeme del manicomio. Psiquiátrico, le dicen ahora, pero aquello es un manicomio. Está lleno de locas así que qué va a ser. (Come.) Yo no estoy loca, por eso me he escapado. A mí me metieron allí por una injusticia. Un problema de amores que tuve, y me metieron con las locas. (Nueva confidencia.) Comíle las orejas a mi novio. Se lo juro. Y me metieron allí. Yo lo hice por cumplir una promesa, no porque me gusten a mí las orejas, ni porque esté como las otras de allí, que ven volar marcianos a todas horas. Lo que no habré visto yo en ese lugar. Te meten cuerda y sales tararí. ¡Unos gritos, y unos líos a todas horas...! Y por la noche no hay quien pegue ojo. Te metes en la cama y al rato te vienen tres o cuatro y se te echan encima gritando que el Niño Jesús les tira del pelo... o vete tú a saber, cualquier cosa. Si no me escapo, acabo... (Se lleva el dedo a la sien haciendo el gesto tópico de la locura. Luego sigue comiendo, y deja vagar sus ojos por la carretera en busca de sus recuerdos.) Y todo por culpa de ese animal del Julián. Se lo había dicho veinte veces: “Julián, si te agarro pegándomela con otra te como las orejas”. ¡Veinte veces se lo había dicho! Una promesa, ya les digo. Y a una servidora le enseñaron sus padres desde rapaza que lo que se promete se cumple, ¿o es mentira? (Cada vez más enfadada.) ¡Pues con una que le pillé! ¡Y cómo le pillé! No crean ustedes que fue dando un paseo por el campo, ni en misa de doce. ¡Qué va! ¡Follando! Se lo juro por mi madre. Que me caiga muerta aquí ahora mismo si miento. Folla que te folla que estaban. Bueno, “haciendo el amor” como dicen ahora, que es más fino. Haciendo el amor, pero follando. Que estaban uno encima del otro pegando unos brincos que parecía aquello la montaña rusa de las ferias. Él, con los pantalones bajos y el culo feo ese que tiene al aire. Y ella, la guarra, sin bragas y con la falda hasta la cabeza, ahí dale que te pego los dos, que parecía una de esas películas modernas que ponen ahora en la televisión. Y yo me le comí las orejas, y al psiquiátrico. Encima de lo mal que me supieron. (Se oye otro coche que también pasa de largo. Ella vuelve a sentarse en la maleta y sigue comiendo, medio llorando.)

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¡En mitad de la era que les pillé! ¡Empajaos! Vamos, llenos de paja por todos laos. ¡A las doce de la mañana, a pleno sol! ¡Que le quemaba el culo rojo al Julián que parecía el culo de un mono! Con la marrana de mi prima Trini, que le van los hombres más que a Valentín, el mariquita del pueblo. Se podían haber ido a cualquier sitio, ¿no? Pues nada. Allí delante, como los perros esquilaos, a pleno sol. Que igual que les vi yo, además, les pudo ver cualquiera. Aún encima que llevo toda la vida arreando con él, que si me decía: “Paquiña, pal monte”, ya iba Paquiña pal monte como una tonta. Y luego: “Paquiña, baja del monte”, y yo como una infeliz pa arriba y pa abajo que me tenía. Llevábamos hablando ya formal más de once años. Desde pequeños, que nos hicimos novios. Si había hecho yo ya los manteles, las sábanas y todo... para casarnos. Y va el animal y... (Llora.) ¡Los hombres, que son de lo que no hay! (Se incorpora tratando de reponerse. Se suena con un pañuelo, y se seca las lágrimas.) Yo hice como si no me hubiera enterado de nada. Me hice la tonta y quedé al otro día con él en casa de su tío Andrés, que es donde nosotros íbamos a hacer los pecados, porque es sordo, y medio ciego, y no se entera de nada. Y si se entera se lo calla y a lo suyo. Bueno, pues eso, que quedo con él por la tarde, y que me llega ya él salido, bajándose los pantalones y todo. “Entra, entra, pasa, pasa”, — le digo yo—. “Que te voy a dar pal pelo”. Yo disimulando, le dejo que me toque un poco, y le digo que quería beber algo antes, y que se fuese por unas Fantas para echarle a la ginebra que tiene su tío en un garrafón, para entrar en calor. Pues allá que se fue, de mala manera, atándose el cinto. Y yo le eché en la copa de la ginebra las pastillas para dormir que se toma mi madre, que está de los nervios. Entero el frasco se lo eché. Total, que llega él de vuelta, tan burro como siempre: “¡Hermosa!” (Se da un azote en el culo imitándolo.) Echamos las Fantas, se toma el potingue, y se queda con los pantalones ahí, a medio bajar, frito de golpe como un bendito. Cuando vi yo que estaba bien dormido cogí unas tijeras de esquilar que tiene su tío y cortéle las orejas. Y me las comí. Se lo había prometido, ¿no? Bueno, no me las comí enteras del todo, porque cuesta mucho masticarlas. Aún me queda un cacho, y me lo voy comiendo poco a poco. (Saca un trozo de oreja de la tartera y se lo ofrece al público.) ¿Quieren? OSCURO

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42. SECRETOS ERÓTICOS (Salón de masajes femenino. Una MASAJISTA joven, guapa, y muy agradable, da masajes a una cliente: GLORIA, de mediana edad, desnuda, cubriéndose en parte con una toalla, tumbada boca abajo sobre una camilla. Suena una suave y sensual música de fondo.) MASAJISTA.- (Dando crema y masajes en la espalda de GLORIA.) Llego, llamo, me abre, entro, y me dice: “Pasa y desnúdate”. GLORIA.- ¿Así de pronto? ¿Sin más? ¿Y tú qué hiciste? MASAJISTA.- Qué iba a hacer. Había ido a eso, ¿no? GLORIA.- ¿Pero te desnudaste de golpe, con la luz dada y él allí delante? ¿Y sin conocerle de nada? MASAJISTA.- Me dejé las bragas puestas al principio, y él me dijo: (Imita una voz masculina.) “Eso también fuera”. GLORIA.- Qué corte, ¿no? ¿Y te las quitaste? MASAJISTA.- En pelotas me quedé. Ya que estaba allí... Él se puso a mirarme de arriba a abajo el tío, y de abajo a arriba, veinte veces. Yo es que no sabía dónde meterme. Imagínese: allí, desnuda, en mitad de la habitación y él de mirón. Si le hago daño, dígamelo. GLORIA.- No, no, está muy bien así. Sigue. ¿Y era guapo? MASAJISTA.- Ah, sí. Guapísimo: alto, moreno, con un estilazo... tenía una pinta de película. Estaba buenísimo. Tenía gafas. GLORIA.- Yo es que me muero si se pone a mirarme así de pronto, desnuda, un tío con gafas... MASAJISTA.- ¿Y qué tiene que ver si tiene gafas o no tiene gafas? GLORIA.- Mujer, con gafas parece que te ven más, ¿no? Si le conoces, y se desnuda él al tiempo, pues ya te enrollas y es otra cosa. Pero así, en frío... y con gafas. MASAJISTA.- Huy, no hacía nada de frío. Yo por lo menos estaba sudando, del calor que me entraba al mirarme él. Bueno, pues va el tío y se acerca a mi lado y empieza a recorrerme así, tranquilamente el cuerpo con un dedo. (Se lo hace a ella.) ¡Me entró un escalofrío! GLORIA.- ¡Ay! Y a mí ahora al pasarme tú el dedo... MASAJISTA.- Fíjese qué corte. Él no se había quitado ni la chaqueta, ni me había preguntado ni cómo me llamaba ni nada. Y por si fuera poco, que estaba yo ya que me moría, va y ¡zas! me coge un pecho y me lo levanta. (Se lo hace a sí misma.) Yo ya cerré los ojos y me dije: “De perdidos al río”. “Que sea lo que Dios quiera”. ¡Trrrrrrrrr! Y sonó el timbre. GLORIA.- ¿El timbre? ¿Que sonó el timbre cuando te tenía cogido...? ¿Qué timbre? MASAJISTA.- El de la puerta, mujer. Qué timbre va a ser. Me suelta y va a abrir... GLORIA.- ¿Y tú qué hacías mientras tanto? MASAJISTA.- Me tapé lo mejor que pude con lo primero que cogí, no fuera a entrar su mujer, o la que fuera. GLORIA.- ¡Qué rato pasarías...! ¿Y quién era? MASAJISTA.- Su novio. GLORIA.- ¿Su novio? ¿Qué novio? MASAJISTA.- (Dándole masajes ahora en el cuello.) ¿Está bien así? ¿Le relaja el cuello? GLORIA.- Sí, sí. Sigue. ¿El novio de quién entró? MASAJISTA.- Que tenía novio el tío: “Pasa Juan”. “Es Juan, mi novio”. “Es piloto”. “¿Te importa que se quede aquí conmigo mientras te pinto?” Puso el caballete y las cosas de pintar, y ya, a partir de ahí, como si yo fuese un tiesto con flores. Dos horas ahí quieta sin moverme, que me entraron unas agujetas que me moría. Y de vez en cuando se echaba unas miradas con su maromo que se comían con los ojos el uno al otro. GLORIA.- (Desilusionada con el final de la historia.) Bueno, en parte mejor, ¿no? Así tú ya estabas más tranquila. MASAJISTA.- Sí, pero ya sabe la cantidad de cosas que se piensan cuando vas a una cosa así. Los peligros que corres y eso... Y luego nada. 100

GLORIA.- Es verdad. ¿Qué harán las mujeres de las películas para que les pasen las cosas que les pasan? MASAJISTA.- Hoy en día no hay que hacerse ilusiones con los hombres. Te llevas cada chasco... O son muy cortados y no se atreven, o se lo hacen entre ellos. Tal vez sea lo mejor: los hombres con los hombres y las mujeres entre nosotras. Nos evitaríamos muchos problemas. (Le da masajes acariciándola cada vez con más intención.) ¿Usted ha probado alguna vez con una tía? Con este cuerpo que tiene... GLORIA.- (Se levanta, cortadísima, y se ajusta la toalla alrededor del cuerpo como puede.) ¡Huy, qué tarde es! Me tengo que marchar ya, perdona... MASAJISTA.- Pero no se ponga así... (Siguiéndola insinuante.) Qué prisa tiene. GLORIA.- Otro día seguimos, ¿eh? con el masaje, quiero decir... (Sale del cuarto.) MASAJISTA.- ¡Espere! ¡La ropa! ¡Que se va con la toalla...! (Coge la ropa de la cliente y sale detrás de ella.) OSCURO

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43. SINCERIDAD (Terraza de un bar. Una mujer elegante, sentada, toma un café. Sobre la mesa, muy visible, una revista “Vogue”. Llega otra mujer, también muy elegante y sofisticada, con otra revista “Vogue” en las manos, y se acerca.) ISABEL.- ¿Carmen? ¿Eres tú? CARMEN.- Y tú Isabel, supongo. Hola, ¿cómo estás? Encantada. (Carmen se levanta, y se dan un beso protocolario y distante. Se sientan las dos.) CARMEN.- ¿Quieres tomar algo? ISABEL.- No, gracias, sólo puedo estar un momento. Tengo mucha prisa. No sabía si iba a conocerte cuando nos citamos por teléfono, por eso te dije lo de “Vogue”. (Le muestra la revista que trae en sus manos.) Te creí más alta... CARMEN.- Yo tampoco te imaginaba así. Me sorprende que Alfredo tenga gustos tan diferentes. ¿Quieres fumar? ISABEL.- No, no, gracias, no fumo. Desde luego no nos parecemos mucho. (Pausa.) Bueno, pues ya estoy aquí. Tú me dirás para qué tienes tanto interés en verme. CARMEN.- Creí que sería importante que nos conociéramos y habláramos. A lo mejor me he equivocado, pero pensé que sería bueno para las dos. Me has dicho antes por teléfono que sabías desde hace tiempo lo mío y de Alfredo... ISABEL.- Sí. Desde hace más de un año sé que mi marido se acuesta contigo. CARMEN.- Dicho así suena un poco fuerte. ISABEL.- Es un poco fuerte. Pero en fin, no te asustes, que no voy a hacerte ninguna escena de mujer celosa defendiendo ante la amante la posesión de su hombre. CARMEN.- Me da la impresión de que esta conversación no va a ser fácil... ISABEL.- He venido porque me muero de ganas de saber lo que tienes que decirme. Me imagino que no será que me separe de él para quedártelo, porque tú estás casada... CARMEN.- No, no. Yo estoy bien así. Perdona que te sea franca, pero es verdad. No sé cómo, pero hemos conseguido un difícil equilibrio entre los tres. Bueno, gracias a tu comprensión, también es verdad. El caso es que ahora ha surgido un problema que amenaza con romper nuestra situación. Hay otra. ISABEL.- ¿Otra? ¿Que Alfredo tiene otra amante, aparte de ti? CARMEN.- Sí, me he enterado hace unos días. Es una nueva secretaria de su trabajo. Muy guapa, soltera... ISABEL.- Ah, pues de eso no sabía nada. ¿Y por qué me lo dices a mí? CARMEN.- Porque quiero que me ayudes a recuperarlo; vamos a que siga siendo para las dos, como antes. No sé qué hacer... Contigo no tenía celos, la verdad. Eres su mujer... Pero ella... ISABEL.- Esto sí que tiene gracia. Lo siento, pero eso es cosa tuya. ¿Qué voy a hacer yo? Es normal que el marido cambie a la amante de vez en cuando. Que tú me pidas que te ayude en eso es un poco sorprendente, ¿no crees? CARMEN.- Perdona, pero es que a ti también te interesa. Sabes que lo mío con él no tenía demasiado peligro, que yo estaba casada, que no iba a intentar quitártelo. Pero ella... es soltera, como te he dicho. Pensé que a ti eso te preocuparía. ISABEL.- Si te digo la verdad, en este momento lo que haga mi marido o deje de hacer, me tiene sin cuidado. Estoy perdidamente enamorada de otro, y cuanto más entretenido esté Alfredo y menos se ocupe de mí, mejor. CARMEN.- No sabía que tú... ISABEL.- ¿Creías que era la pobre infeliz esposa que lloraba noche tras noche la ausencia del marido? Eso pasó al principio. Y lo pasé muy mal. Pero luego reaccioné, y me decidí a buscar otro hombre. Y lo encontré. El hombre perfecto, el amante ideal, el ser más dulce, amable y encantador que 102

he conocido en mi vida: tu marido. CARMEN.- (Se pone de pie bruscamente.) ¿Fernando? ISABEL.- Sí, Fernando. CARMEN.- (Sentándose.) No me lo puedo creer. ISABEL.- Pues créetelo, porque es verdad. Estoy con él desde hace unos cuantos meses. Alfredo es muy despistado y le he pillado montones de datos tuyos, así que no me fue difícil conocer tu identidad. El resto fue fácil: buscar a tu marido y conquistarle. Las mujeres podemos hacer esas cosas cuando queremos, ¿no? No es una venganza, te lo aseguro. Bueno, al principio tal vez hubo algo de eso, pero luego ya no. (Pausa.) Como ves, no puedo ayudarte con lo de mi marido. Eso es cosa tuya. A mí ahora lo único que me preocupa es conservar al tuyo. CARMEN.- ¡Dios mío! ¿Y Fernando sabe lo mío con...? ISABEL.- Sí. Lo sabe. Yo se lo dije. Un poco de sinceridad de vez en cuando nunca viene mal. CARMEN.- ¿Por qué tuviste que hacer una cosa así? ¡Que desastre, Dios mío! ISABEL.- Fuiste tú la que lo hiciste, no yo. Y no te guardo rencor por ello. Yo jugué al mismo juego. Eso es todo. CARMEN.- ¿Y qué vamos a hacer? ISABEL.- Me imagino que seguir viviendo, y no ponernos melodramáticas. Se trata sólo de ser tan comprensivos cuando los otros nos engañan como lo somos cuando los que engañamos somos nosotros. Yo quiero a mi marido y al tuyo, de forma diferente a cada uno, y me he dado cuenta de que puedo estar así perfectamente, con los dos... como tú estabas antes. CARMEN.- ¿Y yo? ¿Qué voy a hacer ahora yo? ISABEL.- Como dice Clark Gable en el final de “Lo que el viento se llevó”: “Francamente, querida... eso ya no me importa”. Y perdona, me tengo que ir. Tengo hora en la peluquería. (Se levanta.) Encantada. (Le da un beso protocolario, coge su revista “Vogue”, y se aleja.) OSCURO

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44. TIEMPOS MODERNOS (Gimnasio moderno lleno de tubos de neón y artilugios mecánicos para cuidarse el cuerpo. Dos mujeres jóvenes y atractivas hacen gimnasia con aparatos, una al lado de la otra, en mallas de colores. Una de ellas escucha un walk-man con auriculares en los oídos.) OLGA.- (Pedaleando en un aparato-bicicleta.) ¡Lola! (La otra no responde.) ¡Lola! LOLA.- (En otro aparato. Para el walk-man.) ¿Qué? OLGA.- ¿Tienes algo importante que hacer esta tarde en casa? LOLA.- (Fatigada.) ¿En casa? ¿Esta tarde? OLGA.- (También fatigada.) Sí. Esta tarde, en casa. LOLA.- No. ¿Por qué? OLGA.- Es que quería pedirte un favor, si no te importa. LOLA.- ¡Ah! Estoy sudando. Este aparato se me da fatal. OLGA.- Pero es muy bueno para la cintura. Y para la circulación. LOLA.- Ya, pero cuesta mover esto... OLGA.- Te estaba diciendo que quería pedirte un favor, si no te importa: estar fuera de casa entre las ocho y las diez. Un par de horas. LOLA.- Un par de horas... Ya. OLGA.- Sí. A eso de las ocho o así... hasta las diez. A lo mejor voy con un tío que conocí el otro día aquí, en el gimnasio... (Sigue haciendo ejercicio.) (LOLA para de hacer ejercicio y escucha atenta.) OLGA.- Fue como en el anuncio de la tele. Estaba yo en ese aparato, él allí, me miró, se rió, yo me reí... LOLA.- Ya, os reísteis los dos. Y te lo quieres llevar a casa a meterlo en la cama así sin más. OLGA.- Mujer, dicho así suena fatal. LOLA.- (Con tono de reproche.) Tú me dirás cómo quieres que suene, si os conocisteis el otro día y ya te quieres acostar con él. OLGA.- (Deja de pedalear.) Bueno, ¿y a ti qué te importa si lo conocí el otro día o hace un año? ¿Eres mi madre acaso? LOLA.- No, pero como vivimos juntas, me imagino que tendré derecho a opinar de lo que pasa en mi casa. Y a mí eso no me parece bien, qué quieres que te diga. OLGA.- (Muy molesta por su reacción.) Pues a mí me da igual si te parece bien o te parece mal, ya ves tú lo que son las cosas. Yo lo único que quiero es que no estés en casa esta tarde de ocho a diez. Y ya está. (Vuelve a pedalear.) LOLA.- ¿Y dónde me voy a esas horas, si puede saberse? ¿Quieres decírmelo? OLGA.- Vete al zoo, o donde te dé la gana. A mí qué me cuentas. LOLA.- ¿El zoo está abierto a las ocho de la tarde?, ¿eh? OLGA.- Tú estás como una cabra... Lo del zoo lo he dicho por decir, no porque te tengas que ir al zoo precisamente. Vete a un bar. LOLA.- Sí, a un bar dos horas... OLGA.- Pues vete a paseo, tía, y déjame en paz con que no sabes dónde ir. LOLA.- ¿Y por qué no vais a su casa? OLGA.- Porque está casado. ¿Pero es que tú no conoces a nadie para poder irte un rato con quien sea, a cualquier sitio? ¿Es que tienes que estar todo el santo día metida en casa? LOLA.- Todo el día no, pero a esas horas sí. No me pienso ir, te pongas como te pongas. Yo me quedo en casa y tú haz lo que quieras. (Vuelve al aparato.) OLGA.- Y qué voy a hacer si estás tú ahí... Con lo pequeño que es el piso. Si tuviéramos dos habitaciones por lo menos... LOLA.- A ver si voy a tener la culpa yo también de que el piso sea pequeño. Ni de que esté 104

casado. OLGA.- Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos metemos los dos en la cama y tú al lado, mirando, como si fuera la televisión? LOLA.- Lo que tenéis que hacer, ya que me lo preguntas, es iros a pasear y a hablar, como Dios manda, y no meteros en la cama, ahí como animales, sin conoceros de nada. OLGA.- (Para de pedalear.) Oye, guapa, me estás hartando ya... ¿sabes? LOLA.- Si fuera tu marido, todavía... OLGA.- ¿Mi marido? ¿Si fuera mi marido?... LOLA.- Sí, tu marido. Si estuvieras casada tú con él me iba al cine o a donde fuera, aunque ya te he dicho que no me gusta el cine. OLGA.- (Se seca el sudor.) No lo estarás diciendo en serio... LOLA.- Pues sí, lo estoy diciendo muy en serio, para que lo sepas. ¿Es que acaso no te has enterado de lo que ha dicho el Papa? OLGA.- ¿Qué Papa? LOLA.- ¿Qué Papa va a ser? ¿Es que hay más de un Papa? OLGA.- Bueno, yo es que alucino contigo, de verdad. ¿Pero qué tiene que ver el Papa con esto? LOLA.- Pues sí, tiene que ver, ya ves. Y mucho. OLGA.- ¿El Papa tiene que ver en que estuviera ese tío aquí haciendo músculos, y yo le mirara, y...? LOLA.- El Papa ha dicho que las relaciones sexuales fuera del matrimonio son pecado, por si no lo sabías. Y más con un casado. OLGA.- Pero qué dices de pecado y de rollos. La que se va a acostar con el tío ese soy yo, no tú, no te hagas ilusiones ¡Así que si es pecado o no es pecado es cosa mía, no tuya! LOLA.- (Deja de hacer ejercicio.) Ya, pero yo lo voy a consentir. Además de tocarme estar paseando todo el tiempo por la calle, luego tengo que confesarme, encima. (Vuelve a sus ejercicios.) OLGA.- Oye, oye, para, a ver, que me entere yo que me estoy haciendo un lío con todo esto... (Le sujeta el aparato.) Vayamos por partes. A mí me da igual si eres católica o mahometana, y si lo ha dicho el Papa, o el Mahatma-Gandhi. Yo en tu vida no me meto, como habrás podido observar desde que compartimos piso. Así que lo mismo que respeto yo tus creencias respeta tú las mías. Cada una con su religión, tú con la tuya y yo con la mía. Aquí hay libertad religiosa. LOLA.- ¿Meterse en la cama con un hombre cuando le viene a una en gana es una religión? OLGA.- Pues sí, es una religión, ya ves. Una dice que hay que ir a misa los domingos, por ejemplo, y la otra que hay que hacer el amor los lunes. Y como hoy es lunes... LOLA.- Ya ves tú. Vaya una religión... OLGA.- Pero bueno, entonces tú, como no estás casada... Me imagino que alguna vez te habrás acostado con un tío, digo yo. ¿O es que tú nunca te has acostado con...? (Lola mueve la cabeza negativamente.) ¿Que no? ¿Que nunca te has acostado con...? (Lola vuelve a mover la cabeza negativamente.) ¿Pero nunca, nunca, nunca...? ¿Ni un poco? (Lola mueve otra vez la cabeza negativamente.) ¿Ni de pequeña? LOLA.- Ni de pequeña, ni de mayor. (Habla bajito.) Yo soy virgen. OLGA.- ¿Qué? LOLA.- Virgen. OLGA.- ¿Que eres virgen? ¡Venga ya...! (Pausa. La mira.) ¿Y por qué no me lo dijiste cuando hablamos en la facultad de que querías venir a vivir conmigo? LOLA.- Porque en el anuncio ponía sólo: “Se necesita persona para compartir piso”. No ponía: “Vírgenes abstenerse”. OLGA.- ¡La Virgen, el Papa...! Sólo nos falta San José. LOLA.- Es un chiste de mal gusto, guapa. No creo que te haya insultado yo a ti hasta ahora. OLGA.- Bueno, pues perdona, es que me ha pillado de sorpresa lo de virgen. A tu edad... Ya, que es pecado, y tú eres creyente... Pero te podías confesar luego, como hacen todas. LOLA.- Sí, y ser como tú, que te metes en la cama con en el primero que llega. OLGA.- Tampoco es eso... ¿no? Éste porque me lo encontré aquí, y parecía el anuncio de la 105

tele, ya te lo he dicho. Además, no sé por qué tengo que darte explicaciones de con quién me acuesto, o con quién me levanto... Yo lo único que quiero es que esta tarde no estés en casa a las ocho. Te vas a una reunión de vírgenes católicas, o a donde sea, pero en casa no te quiero ver. Y si no estás de acuerdo con mi forma de ser, ya te estás buscando otro piso para vivir. LOLA.- Tampoco es para ponerse así. OLGA.- (Sale del aparato.) No voy a dejar de hacer la vida que quiera por un capricho tuyo. No es sólo por lo de esta tarde. Es que voy a hacerlo siempre que me dé la gana, y si no estás de acuerdo, ya sabes. (Va a marcharse.) LOLA.- (Sale del aparato.) Espera un momento. Tengo que decirte algo que no te he dicho, luego ya puedes echarme o hacer lo que quieras. No es sólo que sea católica, que lo soy claro, ni virgen, que también lo soy... (Mira alrededor y baja la voz haciéndole una confesión.) Es que soy monja. OLGA.- ¿Monja? ¿Que eres monja? ¡Vamos, anda...! LOLA.- ¿Quieres no gritar, por favor? ¿No te lo crees? ¿Por qué no voy a poder ser monja yo? A ver. OLGA.- Pues porque las monjas no son así como tú, tan monas, ni van en mallas a los gimnasios. ¡Y están en los conventos! LOLA.- ¡Que no grites! Hay muchas clases diferentes de monjas. Me parece que estás hablando de las monjas más antiguas, o de las de clausura. Ahora hay otras que vestimos así, estudiamos si queremos, como las demás, y vivimos con la gente... Hacemos vida normal, como tú, igual. Bueno, casi igual. No te lo había dicho hasta ahora para que me trataras como a una amiga, normal..., pero comprenderás que hay ciertas cosas que no me gusten siendo monja. OLGA.- (La mira fijamente.) ¿Entonces es usted monja? LOLA.- (Mira alrededor por si alguien las escucha.) Sí, pero no me hables de usted por eso, de pronto. OLGA.- Me lo podías haber dicho, ¿no? ¡He estado viviendo tres meses con una monja sin saberlo! LOLA.- ¿Y qué tiene eso de malo? Lo has dicho como si hubieras estado viviendo con una marciana. OLGA.- No, pero es que así, vestidas tan normales, y sin nada en la cabeza, no se os nota. LOLA.- Bueno. Ahora que ya lo sabes... ¿Qué vas ha hacer? Con ese de esta tarde, digo... OLGA.- Si quieres le llamo para que no vaya, y tú y yo nos rezamos un rosario. LOLA.- Tampoco es eso. Ahora que lo sabes tenemos que seguir haciendo vida normal. OLGA.- Pues lo siento, porque mi vida normal es acostarme con un tío cuando me apetezca, y éste me apetece, así que tú verás. LOLA.- Pues yo también lo siento, pero tengo derecho a quedarme en mi casa si quiero. Para eso pago medio piso, ¿no? OLGA.- Pues entonces te aconsejo que te pongas unas gafas muy oscuras, y unos tapones para los oídos bien gordos, porque estés, o no estés, esta tarde yo voy a hacer mi vida “normal”. LOLA.- (Deja su aparato.) Pues lo vas a hacer delante mía, para que lo sepas. Me voy a la ducha. (Sale.) OLGA.- (Deja su aparato.) Mira por dónde, va a ser una experiencia nueva: “hacer el amor con monja mirando”. Son tiempos modernos. (Sale detrás de ella.) OSCURO

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45. UN BOCADILLO DE HIGADILLOS (Urgencias hospitalarias. Se oyen sirenas de ambulancias. Un MACARRA chulillo y joven, en una silla de ruedas, vendado y escayolado de los pies a la cabeza, con un habla característica, y más enfadado con el mundo que nunca.) MACARRA.- Pues nada, que me pongo yo a hacer auto-stop, ¿no?... para ir a Valencia, llega un tío con un camión grande, de esos cisterna, me para y me dice que me lleva, y que si voy a las Fallas..., como era marzo..., ¡no te jode! Le digo yo que a mí las Fallas me la traen floja, y que iba a ver a una titi que tengo yo allí, a mojar un poco, le digo. Total, que subo ya al camión, me siento, y me dice que si es mi novia, la de Valencia. Y yo le digo, por quedarme con él más que nada, ¿no?, que yo a las tías me las tiro y ni novia ni leches. Que les va la marcha, que son todas unas quinquis..., bueno, y esas cosas que se dicen entre tíos que son las tías. Y luego ya, él me tira de la lengua y yo me puse a fardar que si me tiraba a ésta y a la otra, y gilipolleces, que también me podía yo haber puesto a hablar de fútbol o de lo que fuera. Pues no. Como soy gilipollas... El caso es que nos dio por hablar de tías, y eso fue lo peor. Le dije yo que si a él no le daba miedo parar a uno en auto-stop, que ya no para casi nadie, los cabrones, y me dijo que no porque tenía una amiga que cuidaba de él, y ahí me enseñó ya una llave inglesa grandona que llevaba, que me dio un escalofrío al verla, como si me oliera yo ya algo chungo. El horóscopo, o lo que fuera, que lo tenía yo ese día torcido. Total, que le digo yo que me voy a quedar un poco traspuesto porque hacía un puñado de noches que no pegaba ojo... “De las tías, tronco, que no me dejan ni a sol ni a sombra. Estoy más liao quel turbante un indio”, yo, por tirarme el rollo con él, ¿no? “Ahora mismo le suministro gasolina a cuatro solteras y a una casada. Me debían dar la medalla el trabajo”, le digo. Y él me pregunta, por hacerme hablar, que cómo es la casada. “La que más agotado me tiene tío. Es que es una viciosa. Me exprime más que una máquina de esas de hacer zumos. Y luego se come la cáscara”, y él, el cabrón, se reía. Muy grandón el tío, enorme. Casi daba con la cabeza en el techo la cabina. Miedo daba mirarlo. Bueno, pues va y me dice: “Como te coja el marido vas a tener un disgusto”. Y le digo yo: “Si es un pringao. No está nunca en casa. Anda siempre de viaje, y yo le cuido el ganao mientras está fuera”. Ahí ya puso una cara rara, pero yo creí que era por uno que nos había pasado, con un coche extranjero de esos de puta madre. Y voy yo y le digo que si la tía me daba de comer muy bien cuando iba a verla, que si era muy simpática, y cosas así. Y que las mujeres cuanto más mayores más golfas. Y me dio hambre, a lo mejor de hablar, me digo yo, o del viaje: “Voy a darle al diente”, le digo sacando el bocata que llevaba, y eso fue lo peor. “Me lo ha hecho la casada, la del barrio La Estrella”, digo yo. “¿Vive en el barrio La Estrella?” “Sí, ¿por qué?” “No, por nada”. Y se calla, muy serio, y se pone a toser el tío. Yo le miro, comiendo, y él venga toser. “Son higadillos fritos. ¿Quieres?” Y ya ahí la cagué. Estaba el tío blanco, y sudaba, pero yo creí que era de la tos. A ver si este tío está enfermo y me pega algo malo, pensé yo. O nos damos una hostia con tanta tos. Entonces él va y me dice que le alcance su bocata de la guantera del camión y que se lo abra. Yo, tan normal, ¿no? Le habría entrado hambre... Abro la guantera, cojo el bocata, le quito el papel de plata que llevaba, como el mío... “¿Qué hay dentro?”, me dice él, “Carne”, le digo yo, acojonado, al ver el bocata. “Pero, ¿carne, qué carne?” ¡Hígados fritos, mecagüen su madre, que llevaba! ¡Los mismos que los míos! Yo blanco, no podía ni hablar, ni tragar, ni moverme, ni respirar... “Oye, ¿tú tienes Seguridad Social, chaval?” Me suelta el cabrón de golpe. “Yo no, señor. ¿Por qué?” “Es que te va a hacer falta”. Y ahí coge la llave inglesa grandona. “¿Por qué frenas? ¡Oye, no jodas tío...! ¡Que yo no he hecho nada! ¡Son fantasmadas que te he contado! ¡Yo no he visto a tu mujer ni en foto! ¡Te lo juro por mi madre! ¡Y a Valencia voy a buscar trabajo! ¡A recoger naranjas, te lo juro! ¡Si yo no he hecho nada, colega! ¡Me lo he inventado todo! ¡Lo he dicho por decir! ¡Gilipolleces que se hacen en la vida...!” No hubo forma. Se cegó el tío conmigo. Y anda que a su mujer, cuando la cogiera... (Mueve el cuello de un lado a otro, y se coloca con un dedo la escayola.) Lo que más me duele, además de los puntos, es que no me gustan los higadillos. Mira que se lo dije a mi madre cuando me estaba haciendo el bocata: “no me pongas eso, que me sientan mal…” 107

(Suenan de nuevo las sirenas. Sale un celador y se lleva al dolorido escayolado en su silla de ruedas.) OSCURO

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46. UNA CUESTIÓN DE HONOR (Una cama en la oscuridad de una habitación, iluminada sólo por un leve rayo de luna que llega por una ventana. Entra un hombre y enciende una cerilla. Levanta del suelo unas prendas de hombre y las mira. Enciende otra cerilla y se acerca a la cama. Ve en ella un hombre y una mujer. Se pasa al otro lado de la cama y enciende otra cerilla.) MARIDO.- (Habla bajo, como para no despertar al hombre.) ¡María! (Zarandeando a la mujer.) ¡María! ¿Quién es éste? ¡María, no te hagas la dormida, coño! MUJER.- (Incorporándose, medio dormida.) ¿Qué pasa? ¿Qué hora es? ¿Qué haces aquí? ¿Pero tú no estabas en Barcelona? MARIDO.- ¡No estoy en Barcelona, estoy aquí, leches! MUJER.- ¡Calla, que le vas a despertar! MARIDO.- ¿Que le voy a despertar? (Sigue hablando bajo.) ¿Le voy a despertar...? ¡Lo que voy a hacer es tirarle por la ventana! ¡Ay! ¡Me he quemado, joder! (Tira el resto de la cerilla y da la luz de la habitación. Va al otro lado de la cama y grita al hombre.) ¡Eh tú, despierta ya, coño! Está como un tronco el tío... MUJER.- Es que toma pastillas para dormir. MARIDO.- ¡Lo mato! ¡Te juro que lo mato! ¡Y a ti también! ¿Dónde hay un cuchillo? (Busca por los cajones de la habitación, y, al no encontrarlo, sale del cuarto hacia la cocina, resoplando lleno de furor.) MUJER.- (Al hombre dormido.) ¡Juan, despierta! AMANTE.- Estoy despierto. Me he hecho el dormido porque no sabía qué hacer. Dice que va a buscar un cuchillo. ¿Quién es ese tío? MUJER.- (Con absoluta tranquilidad.) Mi marido. AMANTE.- (Dando un brinco en la cama.) ¿Tu marido? ¿Estás casada y tienes un marido y no me dices nada? No me digas que ésta es su casa, y su cama... (Ella le dice que sí con la cabeza, bosteza, y se vuelve a acostar.) AMANTE.- ¿Que sí? ¿Que es su casa...? (Él se levanta de la cama y empieza a vestirse a toda velocidad.) AMANTE.- ¡Y cómo no me has dicho que podía venir tu marido! ¿Qué piso es éste? MUJER.- Un séptimo ¿No te acuerdas, cuando vinimos? AMANTE.- No me acuerdo ahora ni de cómo me llamo... (Mira la ventana.) ¡Un séptimo! ¿La puerta...? MUJER.- Hay que pasar por ahí delante, y está él. AMANTE.- Otra salida no habrá, ¿verdad? MUJER.- Como no te vayas volando... (Entra el marido furioso con un pequeño cuchillo de cocina, sin punta, en las manos. Cierra la puerta del cuarto de golpe, y se coloca delante en postura agresiva.) MARIDO.- ¡De aquí no sale nadie! ¡A ver qué pasa ahora! ¡Coño! AMANTE.- (Acabando de ponerse los pantalones.) ¡Oiga, que esto no es lo que parece, no vaya a pensar que...! MARIDO.- ¿Que no vaya a pensar? ¿Pero tú te crees que yo soy gilipollas? ¡Estabas metido en la cama con mi mujer, te estás poniendo los pantalones, y me dices que no vaya a pensar...! 109

AMANTE.- Yo no sabía que era su mujer, se lo juro. Si lo llego a saber no vengo. O sea, que ha sido sin intención... Estas cosas pasan a veces... MARIDO.- ¡No pasan, joder, no pasan! ¡Por lo menos a mí no me pasan! (A ella.) ¿Pero este tío quién es? MUJER.- Un compañero de trabajo... MARIDO.- ¿Un compañero de trabajo? ¡Y qué coño hace en mi cama con mi mujer! AMANTE.- Ya le digo, una equivocación... MUJER.- (Al amante.) Déjalo, no te esfuerces. No lo va a entender... Se lo toma todo siempre a la tremenda. MARIDO.- ¡Pero qué es lo que tengo yo que entender, a ver! ¿Es que no veo perfectamente claro lo que ha pasado hoy aquí? MUJER.- Se ha enterado que su mujer está con otro, ¿comprendes? Estaba deprimido, y vino a hablar conmigo. Y hablando, hablando... se le hizo tarde... Al fin y al cabo, tú también tienes algo que ver en esto, digo yo. MARIDO.- ¿Yo? ¿Qué tengo yo que ver con que a este cabrón le engañe su mujer? Yo lo único que tengo que hacer es matarle ahora mismo. MUJER.- Qué perra has cogido. Que te apellides Calderón no quiere decir que estemos en una comedia de capa y espada. Esas cosas pasaban antes porque no había televisión. MARIDO.- ¿Pero tú quieres que te mate a ti también? ¿Es eso lo que quieres? MUJER.- (Vistiéndose con total calma y naturalidad delante de los dos hombres.) Mira, tengamos la fiesta en paz. Sé perfectamente por qué has ido tú hoy a Barcelona, hoy y todos los viernes del año, así que es mejor dejarlo. ¿No te parece? MARIDO.- ¿Y eso qué tiene que ver? AMANTE.- (Va hacia la puerta, despacio.) Si no os importa yo me voy... Así podéis hablar más libremente de vuestras cosas... MARIDO.- (A gritos.) ¡Tú te quedas! ¡Y si te vas, te vas por la ventana! (A ella.) ¿Se puede saber a qué viene ahora eso de Barcelona, qué tiene que ver con esto? MUJER.- Calderón, tu puente aéreo termina directamente en una cama del hotel Mindanao aquí en Madrid, cuatro calles más arriba de esta casa. MARIDO.- (Pausa.) ¡Eso no es verdad! MUJER.- ¿Ah no? Pregúntaselo a la mujer de éste, a Ana, (Señala al amante, que la mira sorprendido.)... a ver si no está ahí el hotel Mindanao. AMANTE.- (Sin comprender.) ¿A mi mujer? ¿Qué tiene que ver Ana con donde está un hotel...? MUJER.- Todo tiene que ver en esta vida. Desde las estrellas y los horóscopos, al viento de los ciclones. ¿A que no sabías que las pirámides de Egipto están construidas con la misma orientación que las pagodas chinas? Me voy a hacer un té. (La mujer sale. Los hombres se miden un tiempo con la mirada sin saber qué decir.) AMANTE.- O sea, a ver si me entero yo..., que con este lío de pirámides y pagodas no me entero de nada... (Señala al marido.) Ana y tú... entonces eres el tío... no me lo puedo creer... es que no me lo creo... MARIDO.- ¿Ana Pacheco es tu...? ¿Tú eres el...? AMANTE.- (Da una patada en la cama y se hace daño.) ¡Ay mecagüen la madre que te...! ¡Es para matarte! MARIDO.- No te pongas así, hombre. AMANTE.- ¿Que no me ponga así? O sea, que mi mujer lleva acostándose contigo un año y tú me dices que no me ponga así. ¿Y cómo quieres que me ponga? ¿Que baile? MARIDO.- También tú te estabas acostando con la mía... AMANTE.- ¡Sí, pero una vez sola! ¡No un año! MARIDO.- Entonces yo te mato a ti una sola vez, y luego tú a mí varias. AMANTE.- ¡Oye, no estoy para bromas! (Da paseos desesperado por la habitación.) ¡Esta 110

tía...! ¡Me deja, me engaña...! ¡Y ahora resulta que es con este tío...! MARIDO.- Pues tú no sabes el trago que es entrar en tu dormitorio y encontraros como os he encontrado yo, ahí juntos a los dos, desnudos en mi cama... AMANTE.- Si me hubiera pasado a mí no sé lo que hubiera hecho... ¡Dios mío! No quiero ni pensarlo. MARIDO.- Por eso había cogido yo el cuchillo. AMANTE.- (Va hacia el otro.) ¡Dámelo! ¡Trae! ¡Dame el cuchillo! MARIDO.- (Apartándose.) ¡Oye, no iras a...! AMANTE.- ¡Trae! (Trata de quitárselo y, en el forcejeo, se corta en un dedo.) ¡Ay, joder! MARIDO.- ¿A ver? Te has hecho un corte. Espera, que te pongo algo... (Va hasta la puerta, abre y grita fuera.) ¡María! ¡Trae una tirita, que se ha cortado éste! (Abre el cajón de la mesilla.) Yo creo que había aquí alguna... (Ve encima de la mesilla un preservativo y lo coge.) ¡Serás hijo de puta! ¿Esto qué es, eh? AMANTE.- ¿Y tú con mi mujer, en el Mandanao? MARIDO.- ¡Mindanao, no Mandanao! AMANTE.- ¡Es igual! MARIDO.- No, no es igual. Es con “i”, no con “a”. AMANTE.- ¡Dame eso, que es mío...! MARIDO.- ¡Quita de aquí, que te...! (Forcejean por el preservativo, y ahora es el marido el que se pincha en una mano con el cuchillo.) ¡Ay, me he cortado...! AMANTE.- Perdona... ¿Te has hecho mucho?... (Entra la mujer con las tiritas, un abrigo y una bolsa de viaje en sus manos.) MUJER.- ¿Para quién es la tirita...? (Los dos hombres le enseñan sus heridas por cuestiones de honor. Ella deja las tiritas sobre un mueble.) La próxima vez cortaros en el cuello, y bien fuerte a ser posible. Acabo de hablar con Ana por teléfono, y hemos decidido que me voy a vivir a su casa con ella. Somos amigas desde hace un montón de tiempo. Desde la universidad, cuando estudiábamos juntas. Vosotros os podéis quedar aquí juntos si queréis, clavándoos el cuchillo el uno al otro y poniéndoos tiritas. En la época del otro Calderón, por lo menos, los hombres se mataban de verdad. (Los dos hombres la miran irse, desconcertados, con sus heridas levantadas al viento de la historia. Luego se miran el uno al otro, desolados y confusos de haber tenido que vivir en época tan poco heroica. OSCURO

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47. UNA PEQUEÑA CONFUSIÓN (Un médico, con bata blanca, abre el sobre de unos análisis y los mira. Frente a él hay un paciente al que sólo vemos por transparencia, ya que está tapado por un panel o biombo.) DOCTOR.- Vamos a ver... (Espeso silencio mientras los mira detenidamente.) Pues estos análisis... (Pasa las hojas de los análisis para delante y para atrás con mala cara, mientras hace ruidos con la boca.) ... estos análisis... qué quiere que le diga... (Mira repetidamente al paciente y a los análisis.) No sé por dónde empezar, la verdad... Me gustaría darle otras noticias, pero no sé qué decirle... Ésta es una profesión horrorosa, tiene uno que estar diciendo cosas de estas todos los días... Hoy ya van tres con usted. (Vemos, por la transparencia, que el paciente se tambalea.) ¿Se marea usted? Siéntese, siéntese... ¿Quiere un vaso de agua? Lo siento, pero se lo diga como se lo diga sé por experiencia que va a dar igual. ¿Se siente mal? No me extraña, con estos análisis... Lo raro es que haya conseguido usted llegar hoy hasta aquí desde su casa. (Vuelve a mirar los análisis durante unos segundos y a mover la cabeza negativamente.) Mira que he visto yo análisis, pero estos..., es que está todo mal: los hematíes, la hemoglobina..., los linfocitos, los leucocitos, el ácido úrico..., la glucosa en sangre... es que no hay nada que esté bien..., y el electrocardiograma peor aún... (Vuelve a hacer ruidos de desaprobación con la boca.) Al principio le será difícil pero tiene usted que ir poniéndose en lo peor, Saturnino... (El paciente mueve negativamente la cabeza y susurra algo) ¿Qué? ¿Cómo dice? ¿Qué no se llama usted Saturnino? (Lee el sobre del que ha sacado los análisis.) “Saturnino Morales…” ¿Y usted cómo dice que se llama? ¿Alfredo del Moral? ¡Ah!, es que se parece el apellido, y a lo mejor por eso ha habido una confusión... Morales…, del Moral, se parece... Pues no..., no van a ser los suyos... (Coge otro sobre con análisis que hay también encima de su mesa y lee el nombre.) “Alfredo del Moral...” Pues entonces estos deben ser los suyos, perdóneme...

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(El paciente susurra algo con poca voz tras el biombo.) ¿Que no importa, que mejor...? Ya, claro, eso digo yo también... Conocí yo hace unos años a un tal del Moral. Era cirujano plástico, de esos que arreglan lo que haga falta, glúteos, narices, los pechos... Ganan muchísimo los cirujanos plásticos. Hoy todo el mundo quiere estar guapo. Pues vamos a ver estos otros análisis entonces... (Saca del nuevo sobre otros análisis y los mira un tiempo, en silencio, cambiándole la cara.) ¡Hombre, esto es otra cosa...! Muchísimo mejor..., es que no hay comparación... Pues ha tenido usted muchísima suerte en ser Alfredo, y no ese otro… Está usted como una rosa por estos análisis de este sobre... Normal, vamos, completamente normal... (Golpea los análisis ritualmente con los dedos.) Menos mal, ¿no? Qué peso nos hemos quitado de encima. Para nosotros siempre es mucho más agradable dar buenas noticias que malas, figúrese usted... ¿A que ya se siente usted mucho mejor? (Vemos, por transparencia, decir repetidamente que sí al paciente con la cabeza.) Pues claro, es natural... Discúlpeme..., no sé por qué me dio a mí por leer estos otros análisis del tal Saturnino no se qué, ese pobre hombre, el que sea, que no tiene solución..., y confundirlos con los suyos... Por el apellido ese casi igual que tienen, debió de ser... (Ha cogido los otros análisis automáticamente, y al ir a leer el apellido en la etiqueta que tienen en la parte alta del primer folio se queda parado un momento, con los dos análisis, uno en cada mano. Pasa ahora la mirada rápidamente de uno a otro, y va cambiando otra vez de cara.) Pero vamos a ver, vamos a ver qué lío es éste que no me entero yo... Aquí en el análisis éste, que usted dice que no es el suyo, pone su nombre... ¿No dice usted que se llama Alfredo?... Entonces no me había equivocado yo... (Lee.) “Alfredo del Moral...” Lo que pasa es que vienen en sobres cambiados. Los sobres no importan, lo que importa son los análisis, lo de dentro. El que venía en el sobre del tal Saturnino parece que es el suyo, y el otro al revés... ¡Qué lío! Total, resumiendo... ¿Usted cómo se llama? (El paciente se tambalea tras la transparencia.) ¡Oiga..., cuidado que se cae...! ¡Enfermera! ¡Enfermera! (Entra el doctor, corriendo, detrás del biombo; el paciente se desmaya en sus brazos y ruedan los dos por el suelo.) OSCURO

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48. UNA VERDADERA MÁRTIR (Un parque. Media tarde. Patos, desocupados, y ruidos de juegos de niños. Él, feo y mal vestido, sentado en un banco lee un periódico. Ella, guapísima y muy arreglada, se acerca al banco y merodea alrededor. Por fin se sienta en el otro extremo del banco.) ELLA.- Oye... perdona... ¿Vienes mucho por aquí? ÉL.- (Despectivo.) ¡Y a ti qué te importa! (Sigue leyendo.) ELLA.- (Acercándose en el banco.) ¿Estudias o trabajas? ÉL.- ¿Quieres que llame a un guardia?, ¿eh? ELLA.- Bueno, no te pongas así... No te estoy haciendo nada. Sólo estoy aquí, sentada... El banco es de todos. (Pausa.) ÉL.- (Mirándola duramente.) Pero bueno, ¿tú eres tonta, o qué? ELLA.- Desde luego, los hombres sois todos iguales. No sé qué os creéis, que estamos todas deseando... No te voy a comer. ÉL.- ¿Es que no puede uno venir al parque tranquilamente a leer el periódico sin que se acerque una pesada? ELLA.- ¡No puedo más! (Se pone a llorar.) Llevo más de un año detrás de ti. No te pones al teléfono, no quieres hablar conmigo, y cuando te encuentro haces como que no me conoces... Yo trato de seguirte la corriente, pero esto no puede seguir así. Estoy sufriendo y pasándolo muy mal. ÉL.- ¡Y a mí qué me cuentas! Es tu problema. ELLA.- ¿Es mi problema estar enamorada de ti? ÉL.- ¿Pero por qué estás enamorada de mí, si yo no hago nada? ELLA.- ¡Me desprecias! ¿Te parece poco? ÉL.- ¡Ah! ¿Y por eso estás enamorada de mí? ¿Porque te desprecio? ELLA.- ¡Cásate conmigo, por favor te lo pido! ¡Soy rica, guapa, culta, tengo una casa maravillosa, un perro...! ¡Todo te lo doy! ¡Todo! ÉL.- ¡Pero bueno...! ¡Qué manía has cogido! No me quiero casar, a ver si te enteras. Soy ferroviario. Me gusta conducir trenes por el mundo y no quedarme en casa, tener niños y ver en la televisión esos programas estúpidos que nos cuentan cómo es la vida estúpida de los seres estúpidos. Yo soy un poeta de las vías de alta velocidad. Y odio a las mujeres, a ver si te enteras. ELLA.- Pues por eso te quiero más. Necesito sufrir lo más posible viviendo a tu lado. Seré la Madame Bovary de esta época, Juana de Arco, y Teresa de Calcuta a un tiempo. Tengo vocación de mártir de hombres y sé que tú eres el mejor partido del mundo para la desesperación. ÉL.- ¿No ves que lo hago por tu bien...? ¿No ves que te iba a tratar fatal? ELLA.- (Abre un paquete que lleva en sus manos.) Te he traído un regalo: ábrelo, por favor. ÉL.- (Lo coge.) ¿Qué es? (Abre el paquete y saca un cinturón de castidad.) ¿Qué es esto? ELLA.- Lo he comprado en El Corte Inglés. Es de plástico, pero imitación de los antiguos, de los de verdad. Me lo pondré cada vez que te vayas de viaje para que sepas que te seré fiel siempre. ÉL.- (Mira el artilugio con curiosidad.) ¡Bueno...! ¡Desde luego...! Las mujeres cuando os empeñáis en algo... ELLA.- Soy una mujer muy antigua, necesito un monstruo como tú para ser completamente desgraciada, como mi madre. Yo la he visto llorar desde pequeña, noche tras noche... ¡Yo también tengo derecho a sufrir! ÉL.- ¡Que no me caso, leches! ¡Que no me caso, y contigo menos! ¡Paliza, que eres una paliza! ¡Vete de aquí, y déjame en paz de una vez! Antes de casarme contigo me mato. (Él se pone de nuevo a leer el periódico. Ella saca una pistola del bolso y se la enseña.)

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ÉL.- ¿Eso qué es? ELLA.- Una pistola ¿No lo ves? ÉL.- ¿Qué pasa? ¿Ahora viene el momento del suicidio? Es lo último que nos faltaba ya. Pues por mí puedes matarte si quieres, pero sepárate un poco, por favor, no me manches la ropa. Vete al césped. ELLA.- Perdona querido, pero no es para matarme yo, sino para matarte a ti. Hay crímenes pasionales que están completamente justificados. (Ella le apunta con el arma. Él se pone de pie, pálido.) ÉL.- ¿Pero tú estás loca? ELLA.- Sí. ¿Ahora te das cuenta? Completamente loca. (Dispara.) OSCURO

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49. VIDEOJUEGOS (Una trinchera en un puesto avanzado. Tres soldados con sus fusiles, cascos, barro, sudor y miedo. Suenan bombas y se ven resplandores a su alrededor.) SOLDADO 1.- (Al soldado dos.) ¿Vienes? SOLDADO 2.- (Al soldado uno.) ¿A dónde? SOLDADO 1.- (Al soldado dos.) A atacar. SOLDADO 2.- (Al soldado tres.) Oye, éste dice que va a atacar. SOLDADO 3.- (Al soldado dos.) Que vaya, déjale. Lo hace por llamar la atención. Atacar un soldado sólo no vale para nada. SOLDADO 1.- (A los otros dos.) Pues ataquemos los tres al mismo tiempo. SOLDADO 3.- Para el caso es lo mismo tres que uno. Yo creo que donde deberíamos irnos es a casa. Aquí ya no pintamos nada. SOLDADO 2.- Uno quiere atacar y el otro dice que quiere irse a casa. No sé qué me pasa que siempre me toca estar de puesto con locos. (Pausa.) Nos han dicho que nos estemos aquí, pues nos estamos aquí y ya está. En la guerra lo más importante es obedecer las órdenes y ser disciplinado. Si empieza cada uno a hacer lo que le dé la gana es un desbarajuste. SOLDADO 3.- Todos estos muertos que nos rodean han cumplido las órdenes y mira cómo están ahora. Además, para cumplir las órdenes, como tú dices, habrá que comer algo antes, digo yo. ¿Cuánto tiempo hace que no comemos? Llevamos aquí metidos más de dos días sin comer nada, y yo no puedo cumplir órdenes si no como. SOLDADO 1.- Yo también tengo mucha hambre. Por eso digo que lo mejor es atacar. SOLDADO 2.- ¡Y dale! ¡Pero no seas majadero! En cuanto salgas ahí fuera te pegan un tiro y se te acaba el hambre de golpe. (Pausa larga. Se siguen escuchando explosiones y disparos.) SOLDADO 1.- ¡Joder! SOLDADO 2.- ¡Eso digo yo también, joder! SOLDADO 3.- Y yo: ¡Joder! (Suena un teléfono de campaña, y contesta el SOLDADO 1.) SOLDADO 1.- “¿Sí…? Aquí el puesto avanzado Águila, mi capitán. Sí…, sí…, sí… A sus órdenes”. (Cuelga el teléfono.) Era el capitán. SOLDADO 2.- ¿Qué ha dicho? SOLDADO 1.- Lo que dicen siempre, que resistamos. SOLDADO 3.- ¿Ha dicho algo de la comida? SOLDADO 1.- No. SOLDADO 3.- ¿Y no ha dicho cuándo llegan los refuerzos? SOLDADO 1.- Tampoco. SOLDADO 3.- ¡Coño, pues podías haberle preguntado! SOLDADO 1.- Sí, para que me metiera un paquete. SOLDADO 3.- Llama ahora mismo y pregúntaselo, o se lo pregunto yo que me da igual si me mete o no me mete un paquete. (Trata de quitarle el teléfono, y forcejean.) SOLDADO 1.- ¡Que está roto! Sólo puede recibir llamadas, no hacerlas, te lo he dicho antes. SOLDADO 3.- ¡Y tú no le dices nada al capitán, gilipollas! 116

SOLDADO 2.- Venga, estaros quietos, no os pongáis a pelearos vosotros ahora. (El soldado 2 les separa, y se quedan un tiempo los tres mirando al infinito mientras se siguen escuchando explosiones al fondo.) SOLDADO 2.- Me estoy acordando de que yo jugué una vez a un videojuego en que había tres soldados como nosotros en una trinchera igualita que ésta. Y también uno quería atacar, y luego llamó el capitán…, todo lo mismo. (Pausa. Se quedan los tres pensando muy inquietos.) SOLDADO 1.- ¿Y en qué consistía el juego? De qué iba. SOLDADO 2.- Había que esperar a que asomaran las cabezas para cepillárselos. SOLDADO 3.- Más o menos lo mismo que están esperando esos cabrones de ahí enfrente con nosotros. (Pausa.) Podíamos entregarnos. Así comeríamos, por lo menos. SOLDADO 2.- En el videojuego si se entregaban también se los cargaban. SOLDADO 3.- ¡Joder! Entonces era un juego de mierda porque hicieran lo que hicieran se los cargaban. SOLDADO 2.- Sólo había una jugada buena. SOLDADOS 1 y 3.- (Al tiempo y muy interesados.) ¿Cuál? SOLDADO 2.- Si salen los tres al tiempo, los que les están apuntando sólo pueden dar a dos…, y uno se salva. SOLDADO 1.- ¿Quién se salva? SOLDADO 2.- No sé, uno. Los otros dos no. SOLDADO 3.- Lo que te dije, un juego de mierda. Yo creo que lo mejor es que nos quedemos quietos aquí. SOLDADO 1.- ¿Y si cae una bomba en la trinchera? Cada vez están cayendo más cerca… SOLDADO 3.- (Al SOLDADO 2.) Oye, en el videojuego caían bombas en la… (El SOLDADO 2 mueve la cabeza afirmativamente.) SOLDADO 3.- ¡Es la leche! ¡Es que es la leche! SOLDADO 1.- Por eso yo creo que lo mejor es atacar, cada uno por un lado, al tiempo, y les rodeamos. SOLDADO 3.- ¿Les rodeamos? ¿Les rodeamos y somos tres y ellos un montón? ¿Qué te pasa? ¿De no comer se nos ha ido la cabeza? SOLDADO 1.- Podemos hacer señales a los de fuera, que no disparen. SOLDADO 2.- Ellos están ahí parar disparar. En eso consiste el juego, en darnos en cuanto asomemos. SOLDADO 1.- Podemos intentar convencerles para que se hagan pacifistas. SOLDADO 3.- Pacifistas o no pacifistas, me parece que nos van a dar bien por culo a los tres. SOLDADO 1.- Además como se entere el capitán que intentamos rendirnos nos la cargamos. Él ha mandado que resistamos. Lo ha dicho por teléfono. SOLDADO 3.- ¡Ya, joder, pero él estará tranquilamente en su puesto de mando viendo la tele, y nosotros aquí! Y cada vez caen las bombas más cerca. (Pausa. Se acurrucan los tres cada vez más juntos y desesperados.) SOLDADO 2.- ¡Ya lo tengo! ¡Hay una solución en el juego¡ Ahora me acuerdo… Si seguimos adelante acabarán con nosotros, pero podemos repetirnos. SOLDADO 3.- ¿Repetirnos?

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SOLDADO 2.- Sí, empezar todo igual, de nuevo… Reiniciar. No llegar a la parte en que nos matan. SOLDADO 3.- ¿Reiniciar? SOLDADO 2.- Hasta aquí no nos han dado, ¿no? Si empezamos desde atrás tienen que esperar hasta este momento, y luego volvemos a empezar otra vez… Si no llegamos al momento en que nos dan, pues no nos dan… SOLDADO 1.- ¿Funcionará? SOLDADO 3.- ¡Lo que sea rápido, que ya caen aquí mismo! (Al SOLDADO 1.) Empezaste tú, diciendo que querías atacar… SOLDADO 2.- Sí, dijiste… ¿Vienes?, y yo te contesté: ¿A dónde? (Y los tres soldados repiten, exacto, el diálogo del principio.) SOLDADO 1.- (Al SOLDADO 2.) “¿Vienes?” SOLDADO 2.- (Al SOLDADO 1.) “¿A dónde?” SOLDADO 1.- (Al SOLDADO 2.) “A atacar”. SOLDADO 2.- (Al SOLDADO 3.) “Oye, éste dice que va a atacar”. SOLDADO 3.- (Al SOLDADO 2.) “Que vaya, déjale. Lo hace por llamar la atención. Atacar un soldado sólo no vale para nada”. SOLDADO 1.- (A los otros dos.) “Pues ataquemos los tres al mismo tiempo”. SOLDADO 2.- (Cortando la repetición.) Oye… ¿Os habéis dado cuenta que esto ya lo habíamos hecho antes muchas veces? Nos lo sabemos de memoria, de repetirlo y repetirlo… ¿Cuánto tiempo llevamos reiniciándolo? SOLDADOS 2 y 3.- (Al SOLDADO 1, angustiosamente.) ¡Sigue! ¡Tú sigue!… ¡No pares! ¡No pares, por Dios! ¡Lo importante es no parar…! (Se escucha ahora el mismo texto del dialogo de los tres soldados, en OFF, distorsionado y a más velocidad, mezclado con el ruido de las explosiones de las bombas, que siguen acercándose cada vez más.) OSCURO

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50. ZETA (Despacho frío y futurista. Dominan los grises metálicos, pantallas de pared y elementos electrónicos. Una gran puerta corredera en el fondo y dos pequeñas puertas en un lado. Sobre ellas las letras “A” y “B”. Una mesa de cristal y detrás de ella, sentado, un funcionario. Al otro lado de la mesa un hombre y una mujer, los dos de aspecto triste. Los tres están vestidos con ropa de época futura.) MONITOR.- ¿Entonces? OTO.- Problemas, demasiados problemas… MONITOR.- Es normal. OTO.- No. Más de lo normal. Algo no está funcionando bien. KANA.- Exagera. Siempre exagera. OTO.- (Violento.) ¿Exagero? KANA.- Hay veces que tenemos dificultades, como todas las parejas. MONITOR.- Es normal tener problemas… OTO.- (Duro.) Usted es el monitor. MONITOR.- Sí, yo soy el monitor. Por eso les digo que es normal. OTO.- ¿Es normal que ella repita siempre mis palabras y mis pensamientos? MONITOR.- Cuando la gente vive junta muchos años pasa eso. KANA.- Yo le digo que tendríamos que hablar más. OTO.- ¿Hablar para qué? ¿Para insultarnos? KANA.- (Al MONITOR.) Nos desahogamos así, metiéndonos el uno con el otro. MONITOR.- Normal. OTO.- Para usted todo es normal. ¿Y qué pasa con el sufrimiento? KANA.- Hay que tener paciencia. OTO.- (A ella, dolorido.) ¿Paciencia? ¿Qué tenga paciencia? Ahora hablas con ese tono suave, como si no pasara nada, porque está él delante. Luego eres otra muy diferente. No puedo aguantar tanta violencia. Sencillamente, no puedo. KANA.- (Al MONITOR, señalando a OTO.) Lleva un tiempo muy mal. Es imposible vivir con él. Noto el odio que me tiene a cada momento. OTO.- ¿Pero… qué digo yo? KANA.- Nada. No dices nada, eso es lo peor. El odio se te sale por los ojos en silencio. (Al MONITOR.) Necesita ayuda. OTO.- (Sorprendido.) ¿Yo? ¿Yo necesito ayuda? ¡Hemos venido porque me lo has pedido tú! (Al MONITOR.) ¡Basta! ¡No aguanto más! ¡Esto no puede seguir así! Quiero hablar con usted a solas. MONITOR.- (A KANA.) Salga usted un momento, por favor. (Ella se levanta, va hacia la puerta en silencio y sale.) OTO.- Quiero desconectarla. MONITOR.- ¿Lo ha pensado bien? ¿Se da cuenta lo que eso significa? Para ella desaparecer definitivamente. Para usted quedarse solo. OTO.- Es igual, no la soporto más. Me irrita, me exaspera, me saca de quicio. No puedo aguantarla. MONITOR.- A veces en la convivencia hay roces y pasan esas cosas, pero después, una vez superados… OTO.- No quiero superar nada. Quiero que no esté regañándome todo el día, diciéndome lo que tengo que hacer, machacándome, sin una gota de ternura ni de afecto ni nada de nada. Además me da miedo. Al fin y al cabo es una mutante… ¿no? Una máquina. Cuando me despierto en medio de la noche está mirándome con esos ojos fríos que tiene. Pienso que quiere asesinarme. MONITOR.- Eso no es posible, no está en su programación. Y lo del carácter difícil seguramente es una proyección del suyo. Cuando salen de aquí salen dóciles, agradables y 119

complacientes, pero luego se van “humanizando”. Según se les trata aprenden maneras, lenguaje… ¿comprende? Tal vez si se esmerara usted en ser agradable, educado y complaciente una temporada, ella le copiaría. OTO.- Mire usted, lo tengo muy pensado. No quiero vivir ni un día más con ella. ¡No quiero! A ver si ahora voy a ser también yo el culpable de cómo es ella. Es lo que me faltaba. MONITOR.- Muy bien, entonces no hay más que hablar. Si usted lo tiene completamente decidido… OTO.- Completamente decidido. MONITOR.- Puede salir un momento, por favor. OTO.- Gracias (Cerca de la puerta.) ¿Puedo marcharme? MONITOR.- No, no… Espere en ese cuarto, por favor. Hay ciertas formalidades que tendrá que cumplir. (OTO se mete en un pequeño cuarto marcado con la letra “A”, que le señala el MONITOR. Éste toca un timbre y unos segundos después entra KANA.) MONITOR.- Lo siento pero no ha habido forma. Tiene reacciones destructivas, es inevitable. Algunos las superan y otros no. KANA.- ¿Entonces? MONITOR.- Quiere que la desconectemos a usted. Lo ha copiado de su mente, sin duda. KANA.- Sí. Son tan de verdad que están llenos de defectos. ¿No podían ser un poco más…? MONITOR.- ¿Irreales? Son copias humanas, sólo eso. KANA.- Seguramente el error está en mí. No sé qué ha pasado que, cosas de él que me hacían gracia al principio, ahora me resultan imposibles de soportar ¿No hay solución? Con él, quiero decir. MONITOR.- Lo consultaré, pero en la situación que está lo veo difícil. Se niega en rotundo a colaborar. KANA.- Lo he intentado, he hecho todo lo que se puede hacer. Me siento mucho mejor cuando él no está cerca que cuando está ¿comprende? Saca siempre lo peor de mí, no sé cómo lo hace… Lo mejor es desconectarle. MONITOR.- Desconectarle. KANA.- Hay cosas que cuando se estropean ya no tienen arreglo. MONITOR.- ¿Han intentado hablar? KANA.- ¡Es imposible! Hablemos de lo que hablemos acabamos con reproches y acusaciones, y sintiéndome fatal. Es como un disco rayado. Siempre va la aguja a ese surco y vuelta empezar. No puedo más. MONITOR.- ¿Está decidida entonces? KANA.- ¿A desconectarle? Sí. MONITOR.- Está bien. Salga un momento y le llamaré cuando esté todo resuelto. Espere en ese cuarto de la derecha por favor. (Ella entra en el cuarto que tiene la letra “B”. El MONITOR marca un número y sale una imagen llena de luces parpadeantes en su pantalla grande y futurista, y habla hacia un micrófono que surge delante de él.) “Atención Control Central: desconectar pareja ZETA-21002. Repito: desconectar a los dos. Que pase la siguiente pareja, la ZETA-21003”. (Se abre con un fuerte sonido metálico la puerta grande de detrás, se ve al fondo de ella una luz brillante.) OSCURO 120