Stalingrado (Historia y Vida)

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DOSSIER cinco meses de infierno

Stalingrado Por sergi vich sáez

32 dos ejércitos cara a cara 44 vivir y morir en el cerco

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dossier

Dos ejércitos hitler esperaba conquistarla en pocos días. Pero stalingrado se convirtió en campo de batalla entre alemanes y soviéticos durante más de cinco meses. Sergi Vich Sáez, historiador

tanques soviéticos avanzan hacia stalingrado,

donde se halla cercado el ejército alemán, 1942-43.

32 h i sto r i a y v i da

STALINGRADO

cara a cara

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dossier

el petróleo como objetivo

El 28 de marzo de aquel año, el Führer se reunió con la cúpula militar en su cuartel general de Rastenburg (Prusia Oriental) a fin de precisar la siguiente ofensiva de verano. Se trataría de una operación li­ mitada, asignada al Grupo de Ejércitos Sur de Fedor von Bock, un arisco mariscal de campo que le incomodaba. La Operación Azul (Fall Blau, en alemán) constaba de varias etapas. La primera debía acabar con las fuerzas soviéticas en la zona comprendida entre los ríos Donetz y Don, con el objetivo de cubrir la reta­

La Operación Azul

el caro fracaso alemán en el frente oriental Avance hacia el Cáucaso

Lago Ladoga

7 de julio de 1942

34 h i sto r i a y v i da

1 de agosto de 1942

Tallin

SUECIA

18 de noviembre de 1942

Línea de máxima ocupación COMISARIADO Mar DEL REICH PARA Báltico

Rastenburg Berlín

Moscú

LAS TIERRAS DEL ESTE

Varsovia

U RUSIA OCUPADA

ALEMANIA GOBIERNO

GENERAL PROTECTORADO Cracovia Viena

0

UCRANIA

ESLOVAQUIA Budapest HUNGRÍA 300 km

S

S

R. Don etz Izium Rostov

Kerch RUMANÍA

R

Vorónezh R. Do n

Belgorod

Sebastopol

Stalingrado

Maikop Grozny

Mar Negro

cuando arrancó el operativo para tomar Stalingrado, los alemanes ya llevaban casi un año en territorio soviético. La invasión se remontaba al 22 de junio de 1941. Con ella, los germanos habían abierto el mayor teatro de operaciones de la historia. El avance del Reich se detuvo en 1942, con la derrota en El Alamein del Afrika Korps en noviembre y, poco después, a principios de 1943, en Stalingrado. Desde ese momento, tras varios descalabros más en suelo ruso, empieza para el Eje una lenta retirada en todos los frentes.

una guerra que ya se preveía larga y la posibilidad de que Turquía se inclinara del lado del Reich, como en la Gran Gue­ rra. El plan llevaba el inconfundible sello de Hitler, al mezclar cuestiones militares, económicas y políticas, y se apartaba del

en principiO nO Se queríA cOnquiStAr LA ciudAd, SinO neutrALizArLA cOmO centrO ArmAdO guardia de los siguientes operativos, que debían llegar tanto al Volga como a los pozos petrolíferos caucásicos de Maikop, Grozny y Bakú, de los que la URSS extraía casi el 80% de su carburante. Su conquis­ ta no solo limitaría la capacidad energé­ tica del enemigo, sino que reportaría el fin de la dependencia alemana del petró­ leo rumano, las necesarias reservas para

22 de julio de 1942

Leningrado

Estocolmo

R. Volga

c

on la llegada de la primavera de 1942, el frente del Este se esta­ bilizó. Se seguía luchando, pero las operaciones de gran enver­ gadura habían cesado. A lo largo de una línea que iba de las orillas del lago Ladoga a las del mar Negro, la Wehrmacht y el Ejército Rojo se acechaban, mientras preparaban sus próximos movimientos. Para el Alto Estado Mayor del Ejército ale­ mán (OKH) y para el propio Hitler, resul­ taba evidente que no se podía repetir un ataque a todo lo largo del frente como el de la Operación Barbarroja del verano anterior. El número de bajas rondaba el millón, y solo se habían cubierto 625.000. Además, se habían perdido 4.000 vehícu­ los blindados, 41.000 camiones, 13.000 piezas de artillería y 4.900 aviones, aún no repuestos del todo. Peor le había ido al Ejército Rojo, con unas pérdidas de cuatro millones de hombres y una mayor propor­ ción material, aunque, gracias a su gran población y a la ayuda de los países aliados, no se había venido abajo. Pero el canciller alemán necesitaba recuperar la iniciativa para no dar muestras de debilidad.

principal propósito del OKH: la destruc­ ción del grueso del Ejército Rojo. Siempre escéptico con las ideas del Führer, el general Franz Halder, jefe del OKH, consideró cierta desproporción entre las metas y los medios asignados, agravada por el desconocimiento de las fuerzas so­ viéticas en la región. Lo mismo pensaron otros asistentes, pero ninguno pasó de

alguna sugerencia. Sabían que la mente de Hitler barruntaba ir más allá, hacia Oriente Próximo, para enlazar con el Afrika Korps de Rommel. De todas formas, en esos días no se pretendía conquistar Sta­ lingrado; bastaba con “colocar la ciudad al alcance de nuestras armas pesadas, de forma que sea eliminada como centro ar­ mado y de comunicaciones”. Previamente, el Grupo de Ejércitos Sur debía suprimir el saliente de Izium, que amenazaba el vital centro de comunica­ ciones ucraniano de Járkov. La tarea, un movimiento envolvente que debía confluir en la base del saliente, se encomendó al 6.º Ejército del general Friedrich Paulus –un oficial de estado mayor sin experien­ cia al frente de una gran unidad en com­ bate, pero que gustaba a Hitler por su modesta extracción– y al 1.º Ejército Pan­

STALINGRADO Golikov

Desarrollo de la ofensiva alemana Kursk

Frentes soviéticos

Vorónezh

on R. D

Belgorod

Kiev

U R S S Rokossovski

Serafimovich

Járkov

Kletskaya

R. D

Vinnitsa

Saratov Vatutin

R. Volga

Frentes alemanes

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Pitomnik Kalach

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Stalingrado Gumrak Yeremenko

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U C R A N I A

a

Rostov Mariúpol

Astracán Elista

Mar de Azov

List

(OKH)

Kerch

CRIMEA

Vo lg

Mar Caspio

Sebastopol Tuapse

Mar Negro 0

75 km

Mozdok Tyuleney

C á u c a s o Tbilisi

zer. Al 11.º Ejército del eficaz general Erich von Manstein y a sus aliados rumanos les competía la conquista de Sebastopol y la península de Kerch, en Crimea. Para llevar a cabo la Operación Azul, el Grupo de Ejércitos Sur contaba con casi un millón y medio de hombres (incluidos 300.000 aliados), 1.900 carros de com­ bate y 1.616 aviones de la IV Flota Aérea (Luftflotte). Esta era quizá, la mejor ba­ za alemana. La URSS tan solo disponía de 493 aparatos en la zona, con presta­ ciones inferiores y personal menos adies­ trado. Pero el dispositivo germano tenía su talón de Aquiles: sus aliados. Mal equipados y peor motivados, los ejér­ citos rumanos y húngaros que debían cu­ brir los flancos del avance estaban ene­ mistados por razones históricas, y no podían desplegarse juntos. Se recurrió a

colocar a las fuerzas italianas, no mejor provistas, en medio, una medida que crea­ ba más problemas de los que solucionaba. El Ejército Rojo disponía en la región de 1.700.000 soldados y 2.300 tanques, no siempre de primera línea. Este aparente equilibrio numérico quedaba trastocado por la mayor flexibilidad y eficacia de las unidades alemanas. Sin embargo, los soviéticos estaban aprendiendo de sus derrotas, y Stalin dejaba cada vez más libertad a sus generales. Mientras prepa­ raban su operación sobre Izium, los ale­ manes fueron sorprendidos. El dictador comunista estaba obsesionado con que Moscú iba a ser el próximo objeti­ vo de la Wehrmacht, y había ordenado al Estado Mayor del Ejército Rojo (Stavka) adoptar una posición defensiva en todos los frentes para acumular reservas. Por ello,

cuando le llegaron noticias sobre los pre­ parativos germanos, decidió no solo des­ baratarlos a fin de evitar una embestida sobre la capital desde el sur, sino aprovechar la operación para reconquistar Járkov. La operación rusa, que comenzó el 12 de mayo, se saldó con un estrepitoso fracaso, a pesar de la profesionalidad del mariscal al frente. Los soviéticos dejaron 280.000 hombres y abundante material en el cam­ po de batalla, a cambio de 20.000 bajas germanas. El ánimo en la Wehrmacht era excelente, por lo que se decidió desenca­ denar la ofensiva el 28 de junio.

La “Blau” levanta el vuelo

Ese día, las 20 divisiones del ala norte del dispositivo germano se pusieron en marcha hacia Vorónezh, al mando del general Maximilian von Weichs. Dos días después,

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dossier regalos imPerdonables el día en que se perdieron los planos de la operación azul a principios de 1940, un avión alemán realizó un aterrizaje forzoso cerca de la localidad belga de Malines-surMeuse, y sus ocupantes fueron detenidos. Entre sus pertenencias se hallaban los planos del operativo que acabaría con la derrota de Francia y sus aliados. Por suerte para los germanos, los documentos se consideraron parte de un plan de desinformación. Desde entonces, Hitler prohibió a sus oficiales llevar ese tipo de material en vuelo. Sin embargo, dos años después, el suceso se repetiría. el 19 de mayo de 1942, un avión de reconocimiento alemán Fieseler Fi 156 “Storch” cayó tras las líneas enemigas. En él viajaba el mayor Joachim Reichel, que, contraviniendo las órdenes, portaba los mapas de la Operación Azul.

lo hizo el ala sur con las 14 divisiones del 6.º Ejército. Lo llano del terreno, favorable para los tanques, y la supremacía de la Luftwaffe marcaron el ritmo. Cuatro días después, ambas alas se cerraban, cercando a numerosos enemigos. Pero ahora, los soviéticos, en franca inferioridad, se re­ plegaban. Estaban aprendiendo. La operación marchó mejor de lo planeado, y el Estado Mayor de Von Bock se pregun­ taba si cabía proseguir hacia el sur o apro­ vechar la ventaja para tomar Vorónezh. En contra de lo habitual, Hitler dejó las manos libres al mariscal, que optó por lo segundo. El 4 de julio, al tiempo que se anunciaba la caída de Sebastopol, en Crimea, la 24.ª División Panzer cruzaba el Don rumbo al vital centro de comunicaciones. El avance pareció confirmar los peores temores de la Stavka, en el sentido de que el objetivo alemán era Moscú, por lo que comprometió sus reservas con la creación del Frente de Vorónezh, al mando de un antiguo oficial de inteligencia. La lucha se enconó, y los atacantes tuvieron que emplearse a fondo. La radio en Berlín anunció su caída el 6 de julio, pero los combates continuaron absorbiendo unos tanques que Hitler quería en el Cáucaso. Cada vez más impaciente, el Führer tomó

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al enterarse, sus mandos enviaron una unidad al rescate. Cuando los soldados alemanes llegaron al lugar, encontraron los cadáveres de Reichel y el piloto, pero no los documentos, que ya estaban en la mesa del mismísimo Stalin. desconfiado como siempre, el dictador soviético lo consideró una trampa, por lo que siguió concentrando fuerzas en Vorónezh (en la imagen, un alemán observa el ataque en esta zona) para defender Moscú. Reforzó su postura una intensa campaña de desinformación que los alemanes pusieron en marcha para neutralizar el posible efecto de la pérdida de los mapas. Tras el enfado de Hitler, el plan alemán no se modificó en esencia, aunque cambió su nombre por el de Braunschweig (una ciudad de la Baja Sajonia).

hitLer tOmó unA deciSión SALOmónicA y pOcO OperAtiVA: diVidió eL grupO de ejércitOS Sur en dOS una decisión tan salomónica como poco operativa. El 9 de julio dividió el Grupo de Ejércitos Sur en dos: el Grupo de Ejér­ citos A (Von Bock) y el B (Weichs), que debían dirigirse al Cáucaso y al Volga respectivamente. La ofensiva se había desdoblado y los recursos, dividido. Para sorpresa de la Stavka, tras la con­ solidación de Vorónezh, las fuerzas ale­ manas giraron hacia el sur. Mientras Stalin respiraba aliviado, Von Bock se inquietaba. El avance divergente iba a causar un vacío entre las puntas de ataque que aumentaría con la progresión. Ade­ más, había graves problemas de abaste­ cimiento, y así se lo hizo saber a Hitler. Enfurecido, el canciller le contestó: “¿Y con qué nos atacará Stalin? ¿Con un ejér­ cito de recolectores de algodón kazajos?”. Pocos días después Von Bock era susti­ tuido por el mariscal Wilhelm List.

En honor a la verdad, el desconocimiento del potencial soviético por parte de Hitler no era achacable solo a él. La inteligencia militar alemana ayudaba poco, y las últimas retiradas soviéticas hicieron pensar que a su ejército no le quedaban reservas. Ade­ más, se había creado el nuevo Frente de Stalingrado, que, tras pasar por varias ma­ nos, caería en las del general Andréi I. Ye­ remenko, uno de los militares más capaces de la URSS. Pero, de momento, la suerte seguía sonriendo a la Wehrmacht. Desde su nuevo puesto de mando en Vin­ nitsa, el Führer siguió las operaciones que acabaron con la conquista de Rostov y el paso del Don para penetrar en el Cáucaso.

STALINGRADO

Seguro de sí mismo y saltándose la opinión de Halder, reasignó unidades, envió otras a reequiparse en Francia y modificó obje­ tivos. Uno de los más significativos consis­ tió en ordenar al Grupo de Ejércitos B “avanzar hacia Stalingrado para golpear a las fuerzas enemigas que se están reu­ niendo allí, ocupar la ciudad y bloquear la franja de terreno que va del Don al Volga, así como el propio río”. Para llevarlo a ca­ bo, el 6.º Ejército de Paulus fue reforzado por el 4.º Ejército Panzer del general Her­ mann Hoth, un maestro en la conducción de blindados. ¿Por qué este cambio? Mucho se ha debatido sobre la razón por la que la ciudad se vio convertida en un

objetivo esencial. Stalingrado era un gran centro industrial, pero fue el poder sim­ bólico de su nombre –otorgado en 1925 por la defensa que el georgiano hizo de ella durante la guerra civil rusa– lo que acabó dominando el ánimo de Hitler.

comienza la batalla

El incontenible avance alemán llevó a Sta­ lin a emitir el 28 de julio una orden gene­ ral para todo el Ejército Rojo. Desde aquel momento no se podía dar “ni un paso atrás”. La limitación de la influencia de los comisarios políticos permitió a la oficiali­ dad actuar con criterios puramente mili­ tares. Había llegado la hora de jugarse el

todo por el todo. Mientras, las unidades alemanas cerraban una pinza en Kalach que reportaría 50.000 prisioneros y la des­ trucción de un millar de tanques soviéti­ cos, para después traspasar el Don. Por fin, el 19 de agosto, un siempre in­ quieto Paulus ordenaba encaminarse a Stalingrado. Hitler había señalado el 25 como fecha tope para una conquista que no parecía complicada. El día 22, la 16.ª División Panzer se dirigía a la zona nor­ te de la ciudad, y el 4.º Ejército Panzer de Hoth ponía rumbo al sur, en una ope­ ración de corte convencional. A última hora de la tarde, los observadores ale­ manes divisaron sus arrabales.

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El día 23, Stalingrado sufrió un terrible bombardeo, seguido de un asalto a su pe­ rímetro exterior. Cuando las tropas ale­ manas penetraron en sus calles, las encon­ traron tan obstaculizadas por los restos del bombardeo que no pudieron desple­ garse adecuadamente. El avance de sus blindados topaba con las ruinas. El esce­ nario redujo el combate a enfrentamientos de pequeños grupos, para deleite de los francotiradores, y limitó toda coordinación. Era la antítesis de la guerra de movimien­ tos tan querida por la Wehrmacht. Pero, de momento, el avance proseguía. Una audaz maniobra de Hoth colocó a sus hombres en la retaguardia de los ejércitos soviéticos 62.º y 64.º, que fueron dividi­ dos. Si Paulus hubiera girado sus tanques hacia el sur, habría creado una gran bolsa, impidiendo toda retirada hacia la ciudad. Pero el precavido general temía dejar su flanco izquierdo descubierto y esperó a la infantería, dando tiempo a escabullir­ se a la mayor parte de fuerzas soviéticas. Perdió una gran ocasión. Además, la llegada del general Vasili I. Chuikov, al mando del 62.º Ejército, encar­ gado de la defensa de la ciudad, cambió el rostro de la batalla. Las grandes operacio­ nes fueron sustituidas por un continuo hostigamiento, buscando el desgaste de un enemigo que cada vez involucraba más tropas en la conquista de la plaza.

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Lejos de allí, en la reunión de la Stavka del 13 de septiembre, el mariscal Aleksandr M. Vasilievski llamó la atención de Stalin sobre la disposición que estaban adoptan­ do las fuerzas alemanas. Tranquilo y ra­ cional, el militar ruso solía ser escuchado por el dictador, que tenía en gran estima sus observaciones. Para Vasilievski, la pun­ ta de lanza alemana contaba con unos extendidos y débiles flancos que podían ser cortados con facilidad, algo que Paulus ya había expuesto a Hitler sin resultado. Es más, los suministros del 6.º Ejército dependían de una sola vía férrea que cru­ zaba el Don en Kalach, y se hallaba muy próxima a las líneas enemigas. En días sucesivos, él mismo y el mariscal Gueorgui Zhúkov perfilaron una nueva estrategia, consistente en suministrar a Chuikov lo imprescindible para que la ciu­ dad no cayera en manos alemanas, pero

chuikov (1.º por la izqda.) en stalingrado. en la foto anterior, Paulus (sentado) y su estado mayor.

septiembre Paulus lanzaba su primer gran ataque para completar su conquista.

alemanes al asalto

Tras un duro bombardeo aéreo y artillero, los alemanes tomaron por sorpresa a

cOn LA LLegAdA de chuikOV, Se SuStituyerOn LAS grAndeS OperAciOneS pOr eL hOStigAmientO poco más. Mientras tanto, se acumulaban reservas lejos de la observación germana para lanzar una serie de ofensivas desti­ nadas no solo a cercenar los flancos de Paulus, sino también a cambiar la dinámi­ ca de la guerra en el Este. Pero la lucha en torno a Stalingrado proseguía, y el 14 de

Chuikov y atacaron desde varios puntos a la vez. Se trataba de una operación en­ volvente con objetivos claros: hacerse con la colina Mamayev que dominaba la ciu­ dad, para converger en el embarcadero central y cortar el abastecimiento del 62.º Ejército. Pero la llegada por el río de la

StALingrAdO

13.ª División de la Guardia frustró los planes. La superioridad material alemana empezaba a contar poco. Era sustituida por una encarnizada lucha de pequeños grupos, y las decisiones se tomaban a nivel de batallón, incluso de compañía. En esta guerra de desgaste, muy aparta­ dos de sus bases de abastecimiento, los alemanes tenían las de perder. A costa de grandes bajas, el 27 de septiem­ bre Paulus había conquistado toda la zona sur, y se lanzó sobre las grandes industrias conectadas entre sí, que se concentraban en el otro extremo. Pronto, la fábrica de tractores Dzerzhinsky, la de munición Ba­ rricada o la acería Octubre Rojo se convir­ tieron en campo de batalla. Hasta 11 divi­ siones alemanas fueron asignadas a la

lucha. Las bajas no hacían sino aumentar en un tipo de guerra para el que las tropas no habían sido entrenadas, y la logística comenzaba a dar señales de agotamiento. Mientras, una heterodoxa flotilla en el Volga seguía, más mal que bien, abaste­ ciendo a los suyos de noche, dado el férreo control que la Luftwaffe ejercía durante el día en los cielos de la ciudad. La batalla estaba en su cenit, y así lo en­ tendió la Stavka cuando unificó el man­ do de todas las fuerzas de la región en la persona del general Yeremenko, único al que Chuikov había de rendir cuentas (aunque la empatía entre ambos era mí­ nima). En estos días, un seguro Hitler señalaría en un discurso en Berlín: “Podéis estar seguros de que nadie nos sacará de

allí”. Pero el tiempo pasaba, y el frío oto­ ño ruso hacía presagiar un duro invierno que Paulus no quería pasar luchando en la ciudad, por lo que empeñó sus reservas en lo que había de ser la ofensiva final del 14 de octubre de 1942. La intensidad de los combates fue máxi­ ma. Los alemanes lograron hacerse con la fábrica de tractores, y las líneas sovié­ ticas llegaron al borde de un colapso que en último término no se produjo. El taci­ turno Paulus parecía estar a punto de saborear las mieles del triunfo, y creía que aquello le reportaría el cargo de jefe de operaciones del OKW, a tenor de la temporal enemistad de Hitler con el en­ tonces responsable. El Führer estaba cada vez más obsesionado con una con­

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zhúkov en stalingrado, 1942. a la derecha, otra escena de la batalla: tanques soviéticos t-34 en acción.

quista que había convertido en prioritaria, desoyendo los consejos del nuevo jefe del OKH, Kurt Zeitzler, quien pedía abando­ nar Stalingrado y adoptar posiciones de­ fensivas para pasar el invierno. Tras diez días de cruenta lucha, y con más del 90% de la urbe en su poder, el avance alemán se paralizó. Es cierto que los soviéticos solo contaban con dos ca­ bezas de puente en la zona norte, pero resistieron mientras las temperaturas caían en picado y reducían la actividad de una muy mermada IV Luftflotte. Esos días fueron la antesala de un largo impasse, en el que la lucha continuó con igual dureza, aunque sin cambios apreciables,

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hasta que los planes del binomio Vasiliev­ ski­Zhúkov se materializaron.

ejército rojo a la ofensiva

La madrugada del 19 de noviembre, un fuerte bombardeo artillero con más de 3.500 piezas despertó al desprevenido 3.º Ejército rumano. Al poco, el 5.º Ejército acorazado soviético atacaba desde Sera­ fimovich, y el 21.º lo hacía desde Kletska­ ya. La desbandada no tardó en producirse, mientras la 22.ª División Panzer intentaba hacer frente a la avalancha soviética, que había logrado abrir una brecha de 80 km en el dispositivo alemán. Las malas noti­ cias pronto se acumularon en la mesa del

OKH, que ordenó a Paulus detener las ope­ raciones en la ciudad y enviar a las uni­ dades acorazadas del 6.º Ejército al oes­ te para apuntalar los flancos. Al día siguiente, el Frente de Stalingrado de Yeremenko se incorporó a la ofensiva con dos ejércitos: el 51.º y el 57.º. El pri­ mero logró ser detenido por la reacción alemana, pero los soldados del Reich tu­ vieron que adoptar posiciones defensivas en todo el frente. Para resolver los proble­ mas que se amontonaban, Hitler optó por crear el Grupo de Ejércitos Don con las escasas reservas y restos de otras unidades, poniendo a su cabeza al que todos consi­ deraban el único capaz de restablecer la

StALingrAdO

situación: Eric von Manstein. En paralelo, se ordenaba al 6.º Ejército mantenerse en la ciudad a toda costa, en contra de la opi­ nión de Weichs y del propio Paulus. A este se le prometió que sería abastecido por aire en el hipotético caso de que su conexión con el exterior quedara cortada. Que es lo que ocurrió, cuando ambas pun­ tas de lanza soviéticas se encontraron en Sovetski el 23 de noviembre. El abastecimiento aéreo era una solución sugerida por el jefe de la Luftwaffe, Her­ mann Göring. Las quejas de los mandos de la Luftwaffe no se tuvieron en cuenta, y Hitler no se movió ni un milímetro: “El 6.º Ejército mantendrá una defensa en

erizo. Los frentes actuales del Volga y el Norte deben mantenerse a cualquier pre­ cio. Pronto llegará suministro por aire”. Pero, a pesar de los esfuerzos de las tripu­ laciones, el abastecimiento fue siempre insuficiente, y la situación de los alemanes encerrados en la bolsa de Stalingrado se deterioró con rapidez. Solo la llegada de Manstein y su inmediato mensaje a Paulus (“Haremos todo lo posible para sacarle de allí”) mantuvieron vivas las expectativas en unos hombres que veían cómo día a día se reducía el área que ocupaban. Para Manstein, seguro de lograr el permi­ so de Hitler para que el 6.º Ejército de Paulus se retirara de Stalingrado, el obje­

tivo principal consistía en abrir un corredor hasta la ciudad. Si bien los repetidos ata­ ques soviéticos en otros lugares obligaron a repartir sus mermados recursos, Mans­ tein inició la ofensiva de socorro el 12 de diciembre, con fuerzas Panzer de Hoth y del general Erhard Raus en cabeza.

Del rescate a la rendición

Al principio la operación pareció funcionar, y al poco los alemanes se situaron a menos de cien kilómetros del extremo sur de la bolsa de Stalingrado. Pero la dificultad de un terreno con numerosos barrancos y un fuerte ataque soviético, con más de cua­ trocientos tanques T­34, que solo pudo ser

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dossier

rechazado tras tres días de lucha, demos­ traron que la operación no iba a ser fácil. Con sus T­34, los soviéticos emprendieron una poderosa ofensiva que pretendía en­ volver al grueso del ejército alemán en el sur de la URSS, y aunque la reacción ale­ mana resultó encomiable, mostró a las claras lo delicado de la situación. Por una vez, Zeitzler se plantó ante Hitler: “A menos que usted ordene la retirada del Cáucaso, tendremos en breve otro Stalingrado”. Con demasiados frentes que apuntalar, las opciones para Paulus y los suyos mengua­ ban por momentos, aunque Hoth llegó a tan solo 56 km de la bolsa. Tanto Mans­ tein como Zeitzler pidieron a Hitler que ordenara a Paulus romper el cerco. Le que­ daban un centenar de tanques, y, aunque habría de abandonar el material pesado, era quizá la opción menos mala. Pero su jefe de Estado Mayor, el discutido y pesi­ mista general Arthur Schmidt, cortó de raíz toda posibilidad, al enviar un informe a Hitler en el que señalaba que a los tan­ ques de Paulus solo les quedaba gasolina para 30 km. Aferrándose al documento como un clavo ardiendo, el Führer con­ testó a Zeitzler: “Paulus no puede romper el cerco, y usted lo sabe”. La suerte del 6.º Ejército estaba echada. En días sucesivos, la continua presión so­ viética obligó a Manstein a utilizar unida­ des originalmente destinadas a romper la bolsa de Stalingrado para otras necesida­

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pAuLuS pidió en VAnO permiSO pArA ceSAr LA LuchA. “defenderán SuS pOSiciOneS hAStA eL finAL”, dijO hitLer des, mientras la zona alemana de la ciudad se reducía y se iban perdiendo los aeró­ dromos que la abastecían. A finales de diciembre, la ración de los soldados ale­ manes se reducía a 55 gramos de pan, un tazón de sopa y carne enlatada, cuando la había. No solo se habían comido los caba­ llos, sino cualquier otro tipo de animal. Ante las negativas de los alemanes a ren­ dirse, los soviéticos lanzaron una gran ofensiva con el apoyo de 7.000 piezas de artillería el 10 de enero de 1943. El perí­ metro defensivo alemán se hundió, y 8 de las 22 divisiones de Paulus dejaron de existir. Pero la defensa continuaba. La caí­ da del aeródromo de Pitomnik elevó la pista de Gumrak a único nexo con el exte­ rior. A la Luftwaffe solo le quedaban 75 transportes hábiles, y en las pistas se ali­ neaban miles de heridos a temperaturas que llegaron a los 30 ºC bajo cero. Ya no se podía seguir resistiendo. Al día siguiente, Paulus pidió en vano a Hitler permiso para cesar la lucha. La res­ puesta fue tajante: “Las tropas defenderán

prisioneros aLemanes en stalingrado. a la

izqda., hitler habla con Zeitzler a finales de 1942.

STALINGRADO sus posiciones hasta el final. El 6.º Ejército habrá realizado una contribución histórica al mayor esfuerzo bélico de la historia ale­ mana”. Perdida la última pista de aterriza­ je, a Paulus no le quedaba más opción que capitular. Para evitarlo, el Führer le otorgó el bastón de mariscal, puesto que ninguno se había rendido. La estratagema no fun­ cionó. El 31 de enero, Paulus se entregaba al general Mijaíl Shumilov, quien le había prometido un trato digno para sus hombres. Tras circular la noticia, poco a poco y en pequeños grupos, los supervivientes ale­ manes fueron dejando las armas. Si bien las cifras son siempre engañosas y discutibles, la batalla de Stalingrado había costado al III Reich unas 300.000 bajas. La mitad había muerto en combate, de frío, por inanición o por enfermedad. Unos 35.000 hombres habían podido ser eva­ cuados en el puente aéreo. Los soviéticos tomaron más de 90.000 prisioneros, de los que solo sobrevivirían 6.000. Otros 90.000 habrían de asignarse al resto del inicial Grupo de Ejércitos Sur, más 110.000 italianos, 143.000 húngaros y 160.000 rumanos. Mucho más difícil resulta la apreciación de las bajas soviéticas, que desde el inicio de la Operación Azul suelen calibrarse entre 750.000 y un millón. Al tiempo que las sirenas y campanas de toda la URSS sonaban en honor a una vic­ toria considerada épica, en Alemania se declaraban dos días de luto oficial. Fue un aldabonazo en la conciencia del pueblo, que el ministro Goebbels pretendió exor­ cizar poco después con la declaración de la Guerra Total (Totaler Krieg). Para todos, alemanes y no alemanes, la batalla de Sta­ lingrado marcó un antes y un después.

para saBer más ensayo

antony. Stalingrado. Barcelona: Crítica, 2000. craiG, William. La batalla por Stalingrado. Barcelona: Planeta, 2005. JuKes, Geoffrey. Stalingrado. La batalla decisiva. Madrid: San Martín, 1980. BeeVor,

memorias

friedrich. Stalingrado y yo. Madrid: La Esfera de los Libros, 2017.

paulus,

cine

Stalingrado (Alemania, 1993). Dir.: Joseph Vilsmaier. Ints.: Dominique Horwitz, Thomas Kretschmann, Sebastian Rudolph.

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TirADoreS SoViÉTicoS combaten casa por casa durante la batalla de stalingrado, 1942-43.

ViVir y morir La población civil atrapada, los invasores sitiados y los defensores pasaron un infierno en una ciudad destrozada y sin provisiones. Sergi Vich Sáez, historiador

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© Soviet Group / Magnum Photos / Contacto

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en el cerco h i sto r i a y v i da 45

dossier

c

uando los sudorosos soldados del 6.º Ejército y del 4.º Ejército Panzer comenzaron a divisar el ancho y profundo Volga, observaron, pegada a su orilla occidental, una larga y estrecha ciudad que parecía surgida de la nada. Se trataba de Stalingrado, la antigua Tsaritsin del tiempo de los zares, convertida ahora en un emporio industrial. Esta conurbación de perfil bajo tenía una única elevación de importancia: la colina Mamayev, un antiguo cementerio tártaro. Curiosamente, carecía de puentes que la conectaran con la otra orilla, suplidos por una variopinta flota de ferris y pequeños barcos que atracaban en sus embarcaderos. Habitada por 600.000 personas, se distinguían en ella dos partes: la industrial

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zona norte, con grandes fábricas y acerías (que producían cerca del 25% de los blindados de la URSS y otros equipamientos), y un lado opuesto más residencial surcado por avenidas paralelas al río, con grandes bloques de viviendas y hermosos parques. Su clima era riguroso, con agobiantes veranos y gélidos inviernos. Históricamente había sido la puerta de entrada a las estepas asiáticas, pero el régimen estalinista la había convertido en un escaparte de lo que habría de ser la nueva sociedad soviética. De ahí que contara con mejores servicios que otras ciudades de la URSS. Para los estándares de aquella hermética sociedad, era una ciudad en la que se podía vivir razonablemente bien. Pero muy pronto la propaganda alemana le otorgaría una aureola revolucio-

naria que no merecía, convirtiéndola en un símbolo que marcaría su destino. Esta era la ciudad que habían de conquistar.

la suerte de los civiles

Cuando, el 23 de agosto de 1942, los bombardeos de la IV Luftflotte empezaron a surcar sus cielos, nada o casi nada se había hecho para proteger a su población. Ante la proximidad del ejército enemigo, las autoridades habían movilizado a todos los hombres y mujeres de entre 16 y 55 años. Mientras unos cavaban trincheras y zanjas antitanques, otros eran armados en batallones de trabajadores, a pesar de la falta de fusiles, y las chicas del Komsomol (organización juvenil del PCUS) colaboraban en la defensa antiaérea, en la que desempeñarían un notable papel.

STALiNgrADO

AVión Alemán abatido en stalingrado. a la dcha.,

refugiados civiles entre las ruinas de la ciudad.

Mientras, en consonancia con lo que era habitual en el régimen, se creaban tribunales sumarios para juzgar la falta de patriotismo. No se habían tomado medidas para evacuar a los no movilizados, a fin de no debilitar la moral.

tre, facilitarían su defensa. Se había pretendido, como en Belgrado, producir el caos y forzar su rendición, y si bien el primer objetivo se consiguió, no así el segundo. Al día siguiente se emitió la orden de evacuación para los civiles no necesarios. Había miedo, y todo el que podía intentaba huir. Para evitar la desbandada, el general Andréi I. Yeremenko no solo hizo destruir un recién acabado puente de pontones, sino que estableció la ley marcial y ordenó que los batallones de la policía política (la temible NKVD) tomaran el control de los embarcaderos. Nadie cruzaría el Volga sin su permiso. La evacuación duraría semanas, porque lo militar tenía clara preferencia sobre lo civil. Además, el retraso en difundir la orden y el avance de los alemanes hicieron

TrAS LOS bOmbArDeOS ALemANeS, LA ciuDAD queDó eN ruiNAS, LO que fAciLiTAríA Su DefeNSA Aquel día, 600 bombardeos dejaron caer su destructiva carga casi sin oposición. Sus bombas incendiarias prendieron sobre las numerosas casas de madera y causaron 40.000 muertos (cifra necesariamente superior a la real, pero que ha sentado cátedra). La ciudad quedó convertida en un humeante montón de ruinas que, a la pos-

que aquella no llegara a todos. Nunca se ha podido establecer cuántos civiles quedaron, aunque muchos de los que tuvieron la suerte de estar en la zona retenida por los soviéticos se las apañaron para ir saliendo poco a poco. Los que no lo pudieron hacer, en su mayoría mujeres y niños, sufrieron lo indecible.

Escondidos en sótanos, en las cuevas y barrancos que se abrían en las orillas del Volga o en las mismísimas alcantarillas, pasaron indescriptibles padecimientos. El hambre y la enfermedad, además de las bombas, hicieron estragos. Algunos auxiliaron al Ejército Rojo como enlaces y recibieron magras raciones. Era habitual que diversas unidades adoptaran a algún huérfano perdido. Pero poco más. Los que quedaron en los sectores ocupados por los alemanes fueron utilizados en labores auxiliares. Numerosas mujeres tuvieron que pagar con su cuerpo las migajas que recibían. Todos estaban sujetos a los designios del invasor. En más de una ocasión fueron utilizados como escudos humanos. Con todo, el Alto Mando envió una orden para que se les expulsara de una ciudad convertida en campo de batalla. Así se hizo. Las razias fueron varias, y se calcula que unos 3.000 civiles fueron ejecutados in situ, y otros 60.000 enviados al Reich como mano de obra. Al concluir la batalla, se encontraron 1.515 depauperados civiles con vida.

comienza la batalla

El ataque alemán siguió al bombardeo. Se trataba de una operación clásica de envolvimiento sobre el perímetro exterior, que tenía como objetivo copar a sus defensores.

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dossier Los enemigos más odiados

el miedo y el odio que despertaban los francotiradores soviéticos

Una ciUdad en ruinas es siempre un escenario ideal para los francotirado­ res, que disponen de mil lugares para em­ boscarse y acechar a sus presas. Es lo que ocurrió en Stalingrado, donde, si bien los tiradores alemanes desempeñaron un notable papel, fueron los soviéticos quie­ nes dominaron en ese terreno. No fue algo gratuito. Al comenzar la Se­ gunda Guerra Mundial, la Unión Sovié­ tica era quizá el único país del mundo que contaba con un programa de adies­ tramiento para francotiradores, abierto también a mujeres. Cumplió su función, dotando al Ejército Rojo de un respeta­ ble número de buenos tiradores. dUrante la batalla de Sta­ lingrado destacó un antiguo pastor de los

Funcionó bien mientras los blindados alemanes tuvieron suficiente espacio en que moverse, pero a medida que penetraron en los arrabales de la ciudad, el panorama comenzó a cambiar. Se trató de algo progresivo, casi imperceptible. Sin embargo, al final, las ruinas provocadas por el terrible bombardeo acabaron por limitar el movimiento de los blindados, y las rápidas operaciones fueron sustituidas por costosos ataques frontales en los que el defensor hacía pagar por cada metro de terreno cedido. Con todo, las cosas iban razonablemente bien para los atacantes. La lle-

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Urales: Vasili G. Záitsev (arriba, a la izq­ da.), que contabilizaría 149 muertos en la batalla, la mayoría con su fusil Mosin­Na­ gant M­1891/30, dotado de un visor PU –el arma estándar del Ejército Rojo–, aun­ que algunas fuentes llegan a la cifra de 225. Tras quedar temporalmente ciego por la explosión de una granada, recuperó la vista y alcanzó el grado de capitán. además de las bajas, la ac­ ción de los francotiradores tenía un efec­ to desmoralizador sobre el enemigo, pues nadie se sentía seguro. El odio que generaban era tal que, en caso de caer prisioneros, a los francotiradores solía esperarles una muerte terrible. De ahí que no llevaran insignias ni documentos identificativos en combate.

gada el 12 de septiembre del general Vasili I. Chuikov como nuevo jefe del 62.º Ejército, encargado de la defensa de la ciudad, iba a cambiar las cosas. Bajo un duro rostro de campesino, Chuikov no solo encarnaba la voluntad de resistir, sino que era un buen táctico que había estudiado al detalle la forma de luchar del enemigo. Pronto daría prioridad al combate de proximidad, aun a despecho de las bajas, con el fin de anular la superioridad de la Luftwaffe. Tan cerca estaban los combatientes que los aviones alemanes no podían distinguir el bando, y a veces abor-

taban la misión. Además, hizo fortificar cualquier elemento defendible, de modo que los alemanes tuvieran que luchar no solo por cada casa, sino por cada piso o habitación, defendidos por pequeños grupos de soldados, casi sin impedimenta pero fuertemente armados. Pronto, la pistola, el subfusil, la granada y el lanzallamas se convirtieron en reyes de un combate en que no se dejaba de lado ni la pala ni el cuchillo. En el entramado urbano, el francotirador hacía su agosto, y todo recordaba la lucha de trincheras de la Gran Guerra. El aire de la ciudad pronto quedó convertido en una masa densa y turbia, a causa del polvo de derrumbes, explosiones e incendios. Resultaba muy difícil respirar, y una capa de polvo gris cubría a los soldados, impidiendo su identificación. Y siempre el ruido infernal de las explosiones, que no respetaba la noche, mezclándose con los dolorosos gritos de los heridos que no podían ser atendidos. Chuikov montó constantes contraataques, especialmente de noche, para desgastar a un enemigo que a duras penas podía dormir, e hizo trasladar a su artillería pesada a la otra orilla del Volga. Bien protegida por los antiaéreos, cañoneaba la segunda línea germana desde una posición menos expuesta, que una Luftwaffe cada vez más debilitada nunca pudo silenciar. “Todo soldado alemán –decía Chuikov– debe tener la conciencia de tener un arma soviética apuntándole”. Así era. En tal contexto, el defensor siempre tenía cierta ventaja, y no es que los alemanes no aprendieran de este tipo de guerra que inicialmente no habían previsto. Es más, llegaron a implicar varios batallones de zapadores especialmente entrenados. Pero la rapidez y la colaboración entre armas que los había hecho casi invencibles no pudieron ser explotadas. Además, pequeños y obsoletos biplanos soviéticos, a veces tripulados por mujeres, aparecían de noche sobre sus líneas, aprovechando que la Luftwaffe no podía intervenir. Solo lanzaban una bomba aquí y otra allá, pero era suficiente para destemplar los nervios del más tranquilo. Nadie daba cuartel. Se llegó a luchar incluso en las cloacas, y el hecho de que la Estación central de trenes n.º 1 cambiara 19 veces de manos es un claro indicativo de la ferocidad de la lucha. La Blitzkrieg

STALINGRADO (“guerra relámpago”) había dado paso a la Rattenkrieg (“guerra de ratas”).

el soldado alemán

Excluidas armas y municiones, un soldado alemán portaba un equipo que pesaba 22 kg. Comprendía desde cubiertos hasta mudas, así como un infiernillo y el botiquín de primeros auxilios. También el omnipresente estuche cilíndrico que contenía la máscara de gas y que solía ser utilizado para guardar cualquier otra cosa. Tras la dramática experiencia del invierno anterior, cuando la falta de una indumentaria adecuada para el frío ruso había causado tantas bajas por congelación, el equipo había mejorado, aunque seguían faltando capotes, guantes y jerséis. Pero en aquel cálido verano de 1942 muy pocos pensaron en ello. En ese momento, el problema era la sed.

cON LA fALTA De AguA, LAVArSe Se cONVirTió eN uN LujO, e hicierON AcTO De preSeNciA LA DiSeNTeríA y LA SArNA

SoViÉTicoS en la Casa Pávlov, llamada así por el sargento que dirigió la defensa de este edificio de stalingrado.

La falta de agua se agravó al comenzar los combates urbanos, con la destrucción de las estaciones de bombeo, que afectó por igual a ambos contendientes. El agua quedaba restringida a cocinar y beber. Lavarse se convirtió en un lujo, con las consiguientes complicaciones de salubridad. A causa del calor y la falta de higiene y agua, el número de enfermos aumentó. La disentería estaba a la orden del día, mientras bandadas de moscas atormentaban a los hombres con heridas abiertas. Nadie se salvaba de los piojos, y las dermatitis hicieron acto de presencia. Faltaba ropa limpia, y las tropas pasaban semanas sin poderse cambiar. En los últimos días apareció la sarna. El hecho de vivir en oscuros y húmedos sótanos empeoró las circunstancias. Las escasas jornadas en que el sol era capaz de atravesar la densa malla de humo y polvo eran una bendición, pues permitían secar ligeramente una ropa que apestaba a humanidad. Tampoco el problema de la intendencia se había solucionado. Las raciones fueron

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dossier

siempre insuficientes, por lo que los soldados tendieron al saqueo de los escasos recursos de la población civil durante su avance, aunque pronto se acabaron. Tomar una comida caliente se hizo cada vez más infrecuente, y los francotiradores soviéticos se ensañaron con quienes transportaban las marmitas desde las cocinas a los combatientes. Comer y beber se convirtió en una obsesión. Casi desde que comenzó la Operación Azul, la logística no paró de dar muestras de debilidad. Solo existía una vía ferroviaria, que, desde Kalach, se adentraba en la meseta. Siempre sobrecargada, combustible, armas y refuerzos tenían preferencia sobre todo lo demás. Solo el cuidado de los heridos había mejorado. Al menos en los primeros días. Rápidamente atendidos, se organizó un eficaz servicio a cargo de las ambulancias aéreas (Sanitäts Ju-52), que transportaban a los más graves a hospitales de retaguardia. Sin embargo, el exponencial aumento de bajas pronto colapsó el servicio. El sistema de reemplazos sería de especial importancia, dadas las pérdidas. Aunque cada vez más unidades se implicarían en la batalla, las bajas sufridas por cada una de ellas resultaban difíciles de cubrir. Faltaban en especial oficiales y suboficiales,

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y los ascensos en combate no lograron compensarlos. Además, muchos reemplazos carecían de experiencia, por lo que no hacían sino incrementar las bajas. Stalingrado se había convertido en una trituradora de carne. En tal situación, los permisos eran casi inexistentes. El 17 de septiembre, la temperatura descendió de golpe, y todo empeoró. Quien pudo, comenzó a colocarse prendas de lana debajo del gastado uniforme. Hubo quien recurrió a restos de uniformes soviéticos. Poco a poco, la moral se resintió. Solo el correo que llegaba de casa parecía aportar un poco de ilusión. Los hombres se arremolinaban para recibirlo, y olían los paquetes y cartas con fruición. Olían a

TrAnSporTe de municiones rusas sobre el volga.

a la izqda., soldados soviéticos alrededor del fuego.

se como pudo. Aquí y allá aparecían prendas civiles y ropas tomadas a los muertos. Los uniformes nuevos se guardaban para las unidades que se estaban formando en retaguardia. Sobre sus pantalones, el soldado soviético solía llevar una especie de

LOS ALemANeS SAqueArON LOS recurSOS De LA pObLAcióN ciViL, AuNque prONTO Se AcAbArON limpio, especialmente las cartas perfumadas, algo que quedaba muy lejos en el recuerdo del combatiente. Al soldado soviético las cosas le iban bastante peor.

la dura vida del frontovik

El equipamiento del soldado rojo era muy limitado, y la permanente falta de equipos reglamentarios llevó a cada cual a apañar-

camisa (Gymnastiok) en verano y una chaqueta acolchada (Telogreika) en invierno. Calzaba unas botas altas de tela impermeabilizada muy holgadas, para rellenarlas de papel de periódico, un buen aislante, y no llevaba calcetines, sino unas bandas de tela o lino enrolladas a los pies. A su espalda, una especie de saco con un cordón a modo de cierre contenía sus exiguas per-

STALiNgrADO

tenencias. Eso era todo. Lo más importante eran las armas, que llegaron a escasear. Las raciones resultaban insuficientes y eran de muy mala calidad. Pero había dos cosas que no podían faltar: los cigarrillos y el vodka. Sin ellos, la moral, muy baja al principio de la batalla, se hundiría. Todo un hándicap para la intendencia, que sabía que, en caso de faltar aguardiente, la tropa echaba mano de lo que encontraba, desde el alcohol de quemar hasta anticongelante convenientemente filtrado. Los casos de ceguera así lo atestiguaban. Al respecto, una de las medidas tomadas por Yeremenko y Chuikov fue el drástico restablecimiento de la disciplina. A cada división se le agregó un fuerte contingente del NKVD, que se encargaba de ejecutar a cobardes y traidores. Llegó, en casos extremos, como el de la 64.ª División de Infan-

tería, a diezmar alguna de sus compañías. Cuando los refuerzos cruzaban el Volga, eran acompañados por estos agentes, que, pistola en mano, les azuzaban a atacar al enemigo sin dejarlos pensar. Detrás de la línea de frente actuaban los denominados grupos de bloqueo. A quienes capturaban retirándose sin permiso, los hacían desnudar para aprovechar su ropa y sus botas antes de fusilarlos. Se calcula que, a lo largo de la campaña de Stalingrado, unos 13.500 hombres fueron pasados por las armas por el NKVD. Ante la disyuntiva de luchar contra el invasor o morir a manos de los tuyos arrastrando a la familia al gulag, la opción estaba clara. Durante toda la batalla, el número de bajas siempre quedó al margen del logro del objetivo. La frase de Chuikov “El tiempo cuesta sangre” demuestra la consideración

que la vida de sus hombres tenía, en general, para los altos mandos del Ejército Rojo. Lo mismo sucedía con los heridos. Los medios sanitarios eran míseros, pues nunca se consideraron prioritarios. Abnegadas estudiantes se encargaban de prestar los primeros auxilios y de transportar a los heridos a los puestos de socorro. Desde allí, a veces sin que un médico les viera, eran llevados por las camilleras hasta los embarcaderos, donde podían pasar horas e incluso días tendidos en la arena, hasta que un barquito de vuelta los depositaba en la otra orilla. Mientras, sus heridas se infectaban o morían por falta de asistencia. Al otro lado del Volga la situación mejoraba, aunque no mucho. Llegar a un mal equipado hospital de campaña no suponía una garantía de curación, porque la atención era deficiente y la alimentación, aún

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dossier CróniCa de una quimera el ilusorio puente aéreo que había de abastecer a los sitiados en el último tercio de noviembre, la mayor parte del 6.º Ejército de Paulus, junto con otras unidades, quedó encerrada en torno a Stalingrado. Hitler insistió en que los sitiados serían abastecidos por aire. La idea había partido de Hermann Göring, jefe de la Luftwaffe, que intentaba recuperar la perdida confianza de su Führer, y que había malinterpretado los relativos éxitos obtenidos en las bolsas de Cholm y Demyansk en operaciones similares, pero de menor envergadura. Los mandos aéreos no pensaban así. Un enfurecido Wolfram von Richthofen (en la imagen inferior, segundo por la dcha.), jefe de la IV Luftflotte, espetó a su superior, el general Hans Jeschonnek: “Con el maldito tiempo que tenemos aquí, no hay la menor posibilidad de abastecer a un ejército de 250.000 hombres. ¡Es un locura!”. Tenía razón.

casi desde el primer día, las cosas comenzaron a fallar. Pese a los esfuerzos de las tripulaciones, de las 500-750 t de suministros diarios necesarios, apenas se llegó como media a las 85, y ni siquiera habilitando bombarderos y haciendo una requisa de aparatos por toda Europa se pudieron superar. Había días en los que el mal tiempo impedía volar, y la pérdida de aparatos, en un momento en que los soviéticos estaban recuperando el dominio del aire, no se podía cubrir. Tampoco las pistas estaban en condiciones, lo que ocasionaba accidentes, y los transportes debían ser descargados y luego cargados con heridos a toda celeridad, a fin de no ser blanco de la artillería enemiga. A veces tampoco llegaba lo requerido: de poco servía un cargamento de pimienta –cuando los soldados estaban comiéndose incluso los gatos– o de preservativos.

tentó poner en práctica. En consecuencia, las condiciones físicas y materiales de las tropas alemanas fueron decayendo, mientras su perímetro defensivo se achicaba, y el 8 de diciembre sus raciones se habían reducido a un tercio de las habituales. Días después se produjeron las primeras bajas por inanición. De los simples desmayos se pasó a los no despertares. Mientras, las ratas se enseñoreaban de todo y la sed seguía quemando las gargantas. A las enfermedades ya extendidas se añadieron las neumonías y la congelación. También llegaría el tifus. El retrato de un soldado alemán de aquellos días era el de un hombre macilento y sombrío, con los ojos hundidos y la mirada perdida. Según un informe oficial, “los hombres se muestran indiferentes y apáticos, en parte sufren ataques de llanto, y no se les puede animar con palabras”. Pese a todo, seguían manteniendo la fe en el Reich, como revela esta carta, enviada por un soldado a su familia: “Todos tenemos la inquebrantable esperanza de que el Führer no nos abandonará y seguramente encontrará una salida, como siempre ha hecho con anterioridad”. Otros se refugiaron en Dios, con un creciente trabajo para los capellanes castrenses. A pesar

Se prODujerON LAS primerAS bAjAS pOr iNANicióN. De LOS DeSmAyOS Se pASó A LOS NO DeSperTAreS

más. La mayoría tenía que conformarse con unas gachas como único sustento, dado que los alimentos nutritivos se reservaban para los combatientes. Así resultaba difícil restablecerse. La opción de caer prisioneros no se contemplaba, pues solía asimilarse a la traición. Además, los alemanes tenían poca consideración. Antes de ser evacuados, si lo eran, se les hacinaba al aire libre rodeados por una alambrada, sin apenas alimento y al

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arbitrio de los guardias. Con la llegada del frío, muchos morirán congelados.

Un difícil puente aéreo

Tras las ofensivas soviéticas que comenzaron el 19 de noviembre, el grueso del 6.º Ejército, junto a otras unidades, quedó encerrado alrededor de Stalingrado. Se le prometió que sería abastecido por aire, pero la idea era casi irrealizable, como quedó de manifiesto cuando se in-

de contar cada vez con menos medios, el mando intentó aumentar la moral con una “digna” cena de Navidad que comprendía 200 gramos de pan, 100 de pasta de carne, 50 de margarina y 50 de sucedáneo de café. Pero la realidad se imponía, y aunque la disciplina se mantuvo hasta los días finales, el mando tuvo que recurrir a todo aquel capaz de empuñar un arma, desde heridos leves hasta cocineros, para mantener su menguado perímetro. Los heridos se llevarían la peor parte. Sin acceso a medicinas, se los acumulaba de cualquier manera en los escasos refugios disponibles. El hedor era insoportable, y el personal médico no tenía con qué pa-

STALINGRADO

heinkel he 111, bombardero alemán en el

aeropuerto de gumrak. stalingrado, 1943.

liar sus sufrimientos. Los cadáveres insepultos se acumulaban. Solo entonces, cuando corrió la noticia de que algunos especialistas comenzaban a ser evacuados a través de las escasas pistas en manos germanas, la moral del 6.º Ejército se resquebrajó, y muchos intentaron alcanzar los últimos aviones. La vista de los aeródromos era espeluznante. Entre los restos de aviones destruidos, millares de heridos esperaban su última oportunidad, mientras otros, tendidos en camillas o sobre el helado suelo, morían sin más. Cuando el ruido de los motores anunciaba la llegaba de un avión, cientos de lívidas figuras aparecían como por ensalmo y se abalanzaban sobre el aparato, aun antes de descargarlo. Solo los disparos de la policía militar lograban un cierto orden, que se rompía de nuevo cuando el avión comenzaba a despegar. Entonces, quien podía se aferraba a la desesperada a sus alas y cola, lastrando su carrera, y a medida que el aparato se elevaba, los cuerpos iban cayendo sin remedio contra el suelo. El últi-

mo avión que despegó de Gumrak se llevó consigo siete sacas de correspondencia escrita en todo lo imaginable, desde papel higiénico hasta el dorso de envoltorios de comida. La censura hallaría en su contenido las primeras quejas sobre cómo se había llevado la batalla, y el tono era demoledor: “Si he de decir la verdad, preferiría una muerte rápida que languidecer así”. Cuando se perdió la última pista, se intentó mantener un cierto abastecimiento a través del lanzamiento de contenedores. Fue un intento en vano. Muchos quedaron en tierra de nadie, otros caían en manos soviéticas. El número de suicidios, o el simple abandono que se trastocaba en muerte, se disparó. Conscientes, los soviéticos incitaban a la rendición por medio de octavillas y altavoces, lanzando promesas que nunca cumplirían. Para aumentar la presión, las cocinas rusas se acercaron a primera línea para hacer llegar a los hambrientos alemanes el aroma de los guisos. Por fin, el 31 de enero de 1943, un demacrado Paulus rindió lo que quedaba del 6.º

Ejército alemán. De los más de 90.000 prisioneros capturados por el Ejército Rojo, tan solo unos 6.000 lograrían volver a sus casas. De los horrores del cerco de Stalingrado pasarían sin solución de continuidad a los del gulag soviético. Las desgracias para los escasos supervivientes se alargarían hasta doce años más.

pArA SAber máS memorias

Heinz. Stalingrado, hasta la última bala. Barcelona: Plaza & Janés, 1968. scHrÖter,

ensaYo

Geoffrey. Stalingrado: la batalla decisiva. Madrid: San Martín, 1980.

jUKes,

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Vasili. Vida y destino. Barcelo­ na: Random House Mondadori, 2007.

Grossman,

cine

Enemigo a las puertas (EE. UU.­Gran Breta­ ña­Irlanda­Alemania, 2001). Dir.: Jean­Jacques Annaud. Ints.: Jude Law, Ed Harris, Joseph Fiennes, Rachel Weisz.

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