Sol Negro - Kristeva

Sol negro. Depresión y melancolía Julia Kristeva Julia Kristeva Sol negro. Depresión y melancolía Traducción Mariel

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Sol negro. Depresión y melancolía Julia Kristeva

Julia Kristeva

Sol negro. Depresión y melancolía

Traducción

Mariela Sánchez Urdaneta

Monte Ávila Editores Latinoamericana

1" edición en Editions Gallimard, 1987 1" edición M.A.E.L., 1997

Título original Soleil Noir. Dépressionet

mélancolie

Ilustración de portada Detalles de la obra de Felipe Herrera La Semilla, 1992 Dibujo, tinta y lápiz sobre papel 100 x 70 cm.

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Esta obra, editada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación, ha contado con el apoyo del Ministerio de Asuntos Extranjeros, a través del Servicio Cultural de la Embajada de Francia en Venezuela. Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'Aide a la Pubiication, benéficie du soutien du Ministére des Affaires Étrangéres, par l'intermediain? du Seruice Culturel de l'Ambassade de France au Venezuela.

iOh alma mía! épor qué estás tan triste y por qué me conturbas? Salmo de David, XLII, 6-12

La grandeza del hombre es grande cuando se reconoce miserable Pasca!. Pensamientos

© Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A., 1991 Apartado postal 70712, zona 1070, Caracas, Venezuela ISBN 980-01-0942-0 Diseño de colección: Claudia Leal Diseño de portada: Gustavo González Autoedición electrónica: Imprimatur, artes gráficas Impreso

en Venezuela

Printed in Venezuela

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Quizá sólo buscamos a lo largo de la vida la gran aflicción de ser uno mismo antes de morir, eso y nada más Céline. Viaje al final de la noche

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1. UN CONTRADEPRESIVO:

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EL PSICOANÁLISIS

ESCRIBIR SOBRE la melancolía no tendría sentido, para quienes la melancolía devasta, si lo escrito no proviene de la propia melancolía. Trato de hablarles de un abismo de tristeza, de dolor incornuni cable que nos absorbe a veces, y a menudo duraderamente, hasta hacemos perder el gusto por cualquier palabra, cualquier acto, inclusive, el gusto por la vida. Esta desesperanza no es un hastío que me hace capaz de deseo y de creación, negativos cierto, pero existentes. En la depresión, si mi existencia está a punto de dar un vuelco, su sin sentido no es trágico: me parece evidente, deslumbrante, ineluctable. ¿De dónde viene ese sol negro? ¿De cuál galaxia insensata sus rayos invisibles y pesados' me clavan al suelo, a la cama, al mutismo, a la renuncia? La herida que acabo de sufrir, un fracaso sentimental o profesional, tal pena o duelo que afectan mis relaciones con el prójimo son a menudo el disparador, fácilmente identificable, de mi desespero. Una traición, una enfermedad fatal, un accidente o handicap que me arrancan repentinamente de esta categoría que me parecía normal, de gente normal, o los que se abaten con el mismo efecto radical sobre un ser querido, o incluso... équé sé yo ? La lista de desgracias que nos abruma todos los días es infinita Todo esto me proporciona brusca-

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mente otra vida. Una vida insufrible, cargada de penas cotidianas, de tragos amargos, de desconsuelo solitario, a veces abrasador, otras, incoloro y vacío. En suma, una existencia sin vigor aunque en ocasiones exaltada por el esfuerzo realizado para continuarla, dispuesta a naufragar a cada instante en la muerte. Muerte venganza o muerte redención, será en lo sucesivo el umbral interno de mi agobio, el sentido imposible de esta vida cuyo peso me parece a cada rato insostenible, excepto los momentos en que me movilizo para encarar el desastre. Vivo una muerte viviente, carne cortada, sangrante, cadavérica, ritmo disminuido o suspendido, tiempo borrado o abotagado, reabsorbido en la pena ... Ausente del sentido de los otros, ajena, renuente a la dicha ingenua, mi depre me brinda una lucidez suprema, metafísica. En las fronteras de la vida y de la muerte, a veces siento el orgullo de ser testigo del sin sentido del Ser, de revelar lo absurdo de los nexos y los seres. Mi dolor es el rostro oculto de mi filosofía, su hermana muda. Paralelamente, el «filosofar es aprender a morir» no podría concebirse sin el ramillete melancólico de la tristeza o del odio -que culminará en la cura':' de Heidegger y en el develamiento de nuestro «ser-parala-muerte». Sin una disposición hacia la melancolía no hay psiquismo sino pasaje al acto o al juego. Mientras tanto, el poder de los acontecimientos que suscita mi depresión es a menudo desproporcionado en relación con el desastre que, súbitamente, me invade. Más aún, el desencanto -cruelque sufro aquí y ahora, parece convertirse en eco de antiguos traumas que percibo y cuyo duelo nunca supe cumplir. Puedo encontrar así los antecedentes de mi hundimiento actual en una pérdida, una muerte o un duelo, de alguien o de alguna cosa, que en otro tiempo amé. La desaparición de ese ser indispensable continúa privándome de la parte más valiosa de mí misma: la vivo como una herida o como una privación para descubrir, inclusive, que mi dolor no es sino la postergación del odio o del deseo de venganza que alimento por aquel o aquella que me traicionó o abandonó. Mi depresión me indica que no sé perder: «[uizás no supe encontrar una contrapartida válida para la pérdida? Se desprende entonces que toda pérdida trae consigo la pérdida de mi ser o del Ser mismo. El deprimido es un ateo radical y taciturno. " Sorge: en la actualidad se traduce del alemán como preocupación más fiel a la idea heideggeriana. (N. de la T.)

por ser un término

UN CONTRADEPRESIVO,

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LA MELANCOLÍA: DOBLE SOMBRÍO DE LA PASIÓN AMOROSA

Una tristeza voluptuosa, una ebriedad tristona constituyen el fondo trivial del que se desprenden a menudo nuestros ideales o nuestras euforias, cuando no se trata de esta lucidez fugaz que desgarra la hipnosis amorosa enlazando dos personas, una a la otra. Conscientes de estar condenados a la pérdida de nuestros amores, quizás nos enlutamos más al percibir en el a~ante la sombra de un objeto amado anteriormente perdido. La depresión es el rostro oculto de Narciso, el que lo llevará a la muerte, pero que él ignora cuando se admira en un espejo. Hablar de depresión nos conducirá de nuevo hacia la comarca pantanosa del mito narcisista]. Sin embargo, en esta oportunidad no veremos la brillante y delicada idealización amorosa, sino al contrario, la sombra lanzada sobre el yo frágil, apenas disociado del otro, precisamente por la pérdida de ese otro necesario. Sombra de la desesperación. En vez de buscarle sentido a la desesperación (sea ésta evidente o metafísica), confesemos que no existe otro sentido que el de la desesperación, El niño rey se pone irremediablemente triste antes de proferir sus primeras palabras: estar separado para siempre -desesperadamentede Su madre lo empuja a volverla a encontrar, así como los otros objetos de amor, primero en su imaginación y después en las palabras. La semiología, que se interesa por el grado cero del simbolismo, se interroga inevitablemente, no sólo sobre el estado amoroso, sino también sobre su deslucido corolario: la melancolía, para así constatar de golpe que si toda escritura es amorosa, toda imaginación es, abierta o secretamente, melancólica.

PENSAMIENTO-CRISIS-MELANCOLÍA

Sin embargo la melancolía no es francesa. El rigor del protestantismo o el peso marriarcal de la ortodoxia cristiana se confiesan más fácilmente cómplices del individuo enlutado cuando no lo invitan a una delectación taciturna. La Edad Media francesa nos presenta la tristeza bajo figuras delicadas y el tono galo, floreciente e iluminado, tiende más a la broma, a lo erótico y a la retórica que al nihilismo. Cf. nuestro Histoires d'amour, Denoel, París, 1983. Hay versión en español: Historias de amor, Ed. Siglo XXI, México, 1987.

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Pascal, Rousseau y Nerval no bastan y ... son excepciones. Para el ser hablante, la vida posee sentido: es, por lo demás, el apogeo del sentido. Tan pronto éste se pierde, se pierde la vida misma sin aflicción. A sentido perdido, vida en peligro. En sus momentos dubitativo s el depresivo es filósofo, y se le deben a Heráclito, a Sócrates, y más recientemente, a Kierkegaard, las páginas más conmovedoras acerca del sentido y el sin sentido del Ser. Hace falta remontarse a Aristóteles para hallar una reflexión completa sobre las relaciones entre los filósofos y la melancolía. En los Problemata (30, I), atribuidos a Aristóteles, la bilis negra (melaína kole) distingue a los grandes hombres. La reflexión (seudo-) aristotélica se refiere al etbospéritton -personalidad de excepcióncaracterizada por la melancolía. Recurriendo a las nociones hipocráticas (los cuatro humores y los cuatro temperamentos), Aristóteles innova al extraer la melancolía de la patología y situarla en la naturaleza pero, sobre todo, al hacerla emanar del calor, considerado como principio regulador del organismo y de la mesotes, interacción controlada de energías opuestas. Esta noción griega de la melancolía nos es hoy extraña: supone una «diversidad bien dosificada» (eukratos anomalía) traducida metafóricamente como espuma (aphros), contrapunto eufórico de la bilis negra. Esta mezcla blanca de aire (pneuma¡ y de líquido hace espumar tanto al mar, como al vino o al semen. Aristóteles asocia en efecto el supuesto científico y las referencias míticas que ligan la melancolía a la espuma espermática y al erotismo, cuando se refiere explícitamente a Dionisos ya Afrodita (953b31-32). La melancolía que evoca no es la enfermedad del filósofo; es más bien su naturaleza, su ethos. Esta no es la que atrapa al primer melancólico griego, Belerofonte, presentado en La Ilíada (VI, 200-203): «Odiado por los dioses erraba solo por el llano de Aleo, el corazón devorado por la tristeza y evitando las huellas de los hombres». Autófago porque fue abandonado por los dioses, expatriado por decreto divino, este desesperado fue condenado, no a la manía, sino al alejamiento, a la ausencia, al vacío ... Con Aristóteles la melancolía, equilibrada por el genio, es coextensiva a la inquietud del hombre en el Ser. Se puede ver el anuncio de la angustia heideggeriana como Stímmung del pensamiento. Schelling descubrió, de manera análoga, la «esencia de la libertad humana», el indicio de la «simpatía del hombre hacia la naturaleza». Así, el filósofo resulta ser un «melancólico por exuberancia de humanidad»:'. 2 Cf. La Melanconia dell'uomo digenio. Ed. Il Melangolo, a cargo de Carlo Angelino, Enrica Salvaneschi, Génova, 1981.

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Esta visión de la melancolía como estado límite y como excepción reveladora de la verdadera naturaleza del Ser, sufre una profunda mutación duran-te la Edad Media. Por una parte, el pensamiento medieval regresa a las cosmologías de la Antigüedad tardía y liga la melancolía con Saturno, planeta del espíritu y del pensamiento', La Melancolía (1514) de Durero, transpone magistralmente a las artes plásticas esas especulaciones teóricas que encontraron su apogeo en Marsilio Ficino. La teología cristiana, por otra parte, hace de la tristeza un pecado. Dante sitúa las «muchedumbres doloridas que han perdido el don del entendimiento» en la «ciudad doliente» (el «Infierno», canto III). Tener un «corazón mustio» significa haber perdido a Dios y los melancólicos forman «una secta de mezquinos enfadados con Dios y con sus enemigos»: su castigo consiste en no tener «esperanza de muerte». A quienes la desesperación convierte en violentos contra sí mismos, suicidas y despilfarradores, a ellos les son ahorrados los disgustos: están condenados a transformarse en árboles (canto XIII). Con todo, los monjes de la Edad Media cultivaban la tristeza: ascetismo místico (acedia) que se impondrá como fuente de conocimiento paradójico de la verdad divina y constituirá la mayor prueba de fe. Variable según los climas religiosos, se puede decir que la melancolía se afianza en la duda religiosa. Nada más triste que un Dios muerto, y al propio Dostoyevski lo conmueve la imagen desconsoladora de Cristo muerto en la pintura de Holbein, tocado por la «verdad de la resurrección». Las épocas que ven derribarse ídolos religiosos y políticos, épocas de crisis, son particularmente propicias para el humor negro. Es verdad que un desempleado es potencialmente menos suicida que una enamorada abandonada pero, en tiempos de crisis, la melancolía se impone, se dice, construye su arqueología, produce sus representaciones y su saber. Una melancolía escrita no tendrá seguramente mucho que ver con el estupor que lleva ese nombre. Más allá de la confusión termino lógica que hemos planteado hasta el momento (équé es una melancolía?, ¿qué es una depresión?), estamos aquí frente a una enigmática paradoja que nos interroga sin cesar: si la pérdida, el duelo, la ausencia desencadenan el acto imaginario y lo alimentan sin interrupción en la misma medida en que lo amenazan y lo arruinan, cabe notar también que se trata de negar esa tristeza movilizadora 3 Acerca de la melancolía en la historia de las ideas y de las artes, cf.la obra fundamental de K. Klibanski, E. Panofski, F. Saxl, Saturn and Melancholy, T. Nelson ed., 1964. Hay versión en español: Saturno y la melancolía: estudios de historia de la filosofía de la naturaleza, la religión y el arte, Alianza, Madrid, 1991.

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erigida en fetiche para la obra. El artista que se consume de melancolía es, a la vez, el más encarnizado guerrero cuando combate la renuncia simbólica que lo envuelve ... Hasta que la muerte lo toca o el suicidio se le impone como triunfo final sobre el vacío del objeto perdido ...

MELANCOLÍA

/ DEPRESIÓN

Se denomina melancolía la sintomatología característica de la situación hospitalaria, de inhibición y de asimbolía, que se instala por momentos o de manera crónica en un individuo, alternándose la mayoría de las veces con la fase llamada manía de exaltación. Cuando los dos fenómenos -el abatimiento y la excitaciónson de menor intensidad y frecuencia entonces se puede hablar de depresión nerviosa. Siempre dispuesta a reconocer la diferencia entre melancolía y depresión, la teoría freudiana descubre por todas partes el duelo imposible del objeto materno. Pregunta: ¿imposible en razón del desfallecimiento paterno? ¿o de cuál fragilidad biológica? La melancolía -encontramos de nuevo el término genérico después de distinguir las sintomatologías psicótica y neuróticaposee el formidable privilegio de situar la pregunta del analista en la encrucijada de lo biológico y lo simbólico. ¿Series paralelas? ¿Secuencias consecutivas? ¿Cruces azarosos para detallar, inventar otra relación? Los dos términos, melancolía y depresión, designan un conjunto que podría denominarse melancólico-depresivo cuyas fronteras están en realidad difuminadas, y del cual la psiquiatría se reserva el concepto de «melancolía» para la enfermedad espontáneamente irreversible (que sólo cede con la administración de antidepresivos). Sin entrar en los pormenores de los diversos tipos de depresión «" es el medio, el lazo de unión que le permite cumplir el duelo de la Cosa. La identificación primaria esboza la compensación de la Cosa, al mismo tiempo que reacomoda al sujeto en otra dimensión, la de la adhesión imaginaria que recuerda el lazo de fe que -precisamentese ha desplomado en el depresivo. En el melancólico la identificación primaria resulta frágil e insuficiente para asegurar el resto de las identificaciones simbólicas a partir de las cuales la Cosa erótica es susceptible de convertirse en un Objeto de deseo cautivando y asegurando la continuidad de una metonimia del placer. La Cosa melancólica interrumpe la metonimia deseante tanto como se opone a la elaboración intrapsíquica de la pérdida". ¿Cómo abordar ese lugar? La sublimación lo intenta en ese sentido: melodías, ritmos, polivalencias semánticas y la forma llamada poética -que descompone y rehace los signoses el único «continente» que parece asegurar un dominio incierto -pero adecuadode la Cosa. Hemos imaginado al depresivo ateo, privado de sentido, privado de valor. Se desprecia por temerle mucho o por ignorar el Más-allá. Con todo, por más ateo que sea, el desesperado es un místico: se adhiere su pre-objeto, sin creer en Ti pero adepto mudo e inconmovible a su propio continente indecible. Le dedica sus lágrimas y su goce a esta

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12 Cf. S. Freud, «El Yo y el Ello» (1923), en ob. cit., t. III, pp. 2701-2728. 13 Quisiera diferenciar mi proposición de la de Lacan cuando comenta la noción de das Ding a partir del Entwurf de Freud: «Este das Ding no está en la relación, de cierta manera refleja en tanto formulable, que hace que el hombre cuestione sus palabras en su referencia a cosas que éstas, sin embargo, han creado. Hay otra cosa en das Ding. Lo que hay en das Ding, es el verdadero secreto (...) Algo que quiere. La necesidad y no las necesidades, la presión, la urgencia. El estado de Not des Lebens es el estado de urgencia de la vida (...), la cantidad de energía conservada por el organismo requerida por la respuesta y que resultará necesaria para la conservación de la vida» (La ética del Psicoanálisis, seminario del 9 de diciembre de 1959). Entonces se trata de inscripciones psíquicas (Niederschrift) anteriores a los cuatro años, siempre «secundarias» para Lacan pero cercanas a la «calidad», al «esfuerzo» y a lo «endopsfquico». «El Ding como Fremde, extraño y hasta hostil a veces, en todo caso como lo primero exterior (...) es este objeto, das Ding, en tanto Otro absoluto del sujeto que hay que volver a encontrar. Se le encuentra cuando mucho, como pesadumbre (... ). En ese estado de aspiración y de espera se busca, a nombre del principio del placer, esa tensión óptima por debajo de la cual no hay más percepción ni esfuerzo». E incluso más claramente: «Das Ding es lo que llamamos el fuera-de-significado. En función de este fuera-designificado y de una relación patética con él, el sujeto conserva su distancia y se constituye en ese mundo de relación, de afecto primario anterior a toda represión. Toda la primera articulación de I'Entwurfse realiza ahí alrededor» . Sin embargo, en tanto Freud insiste en que la Cosa sólo se presenta como grito, Lacan traduce: palabra, jugando con el sentido ambivalente del término francés (