Sintoma y Nombre Propio - E. L.

SÍNTOMA Y NOMBRE PROPIO (1) Eric Laurent Actualmente estamos dedicados (2) a la renovación de la problemática freudiana

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SÍNTOMA Y NOMBRE PROPIO (1) Eric Laurent Actualmente estamos dedicados (2) a la renovación de la problemática freudiana clásica que hizo Lacan en los años 70 y su nueva articulación de la identificación y del síntoma. La paradoja de la identificación al síntoma se nos ha hecho más familiar pero quedan por valorar bastantes aspectos desde esta perspectiva. La generalización de las relaciones de la identificación y del síntoma puede también anunciarse en términos de Nombres. Esta perspectiva se ha iniciado tras la cita de las Secciones clínicas en la Conversación de Arcachon (3) La clasificación de los tipos de síntomas, según la expresión utilizada por Lacan, fué situada en la problemática general del examen crítico de las taxonomías y de su lógica más general, en el horizonte de una articulación entre el nominalismo radical de la perspectiva del sujeto y el realismo de las estructuras. Examinaremos la ubicación de la identificación en la segunda tópica freudiana, después la crítica lógica del lugar del nombre propio, para finalmente situar el síntoma en el lugar del nombre, como un quasinombre. El síntoma y la identiricación: del padre al rasgo. La identificación y el síntoma definirían por su tensión una perspectiva muy original característica de la vía freudiana. El síntoma, o bien es fundamentalmente lazo al Otro por la transferencia, o bien define la identificación del sujeto que le separa del Otro. Cuando se dice identificación al síntoma, el lugar del Otro, especialmente el Otro de la transferencia, resulta problemático, hasta el punto incluso que Lacan llega a decir que la identificación al síntoma es correlativa del fin del análisis y, por tanto, de la separación del Otro, pero sería erróneo pensar esta oposición en un marco cronológico o, más bien, pensar esta articulación solo para el final del análisis. Se trata en el final de análisis de un uso diferente de una articulación que existe desde el inicio. Es el envés del montaje del dispositivo en el que el síntoma se articula a la transferencia (4). La puesta en tensión del Otro y de la identificación se anuda en la obra de Freud por los lazos del sujeto con el padre. Las relaciones de la identificación al objeto de amor por excelencia que es el padre, y del objeto indiferente y sustituible son consideradas de manera diferente a medida que se afinna la primacía de la pulsión. Después de la instalación de la segunda tópica, el capítulo VII de 'Psicología de las masas y análisis del yo' reorganiza la distribución de la identificación y del síntoma.

Freud comienza paso a paso su desarrollo instalando el necesario vínculo al Otro. «La identificación es conocida por el psicoanálisis como la primera expresión de un lazo afectivo con otras personas». Tiene un papel, dice, en la prehistoria del Complejo de Edipo; es decir, está desde el principio. «El niño muestra un interés particular por su padre, le gustaría llegar a ser como él. Toma a su padre como ideal». En esta perspectiva el sujeto sitúa al padre como significante desde la vinculación a la madre. «Simultáneamente a esta identificación con el padre» y, dice Freud, «puede que incluso anteriormente», «el niño ha comenzado a efectuar una verdadera investidura objetal de la madre.» Otra manera de decirlo sería enunciar que mientras el niño está mamando de la madre, se entrega a una verdadera comida canibalística del padre. Sigamos el camino freudiano: «la identificación se comporta como un avatar .. » o «un retoño», según las traducciones, « ... de la primera fase oral en la que se incorporaba, comiéndolo, el objeto codiciado y apreciado».

Freud distinguía

cuidadosamente la identificación canibalística de la satisfacción del niño en el seno, siendo ésta asignada de entrada al registro del narcisismo primario, y no al de la relación al Otro. El texto de 1911 titulado «Los dos principios de funcionamiento del aparato psíquico» tiene en este sentido una sublime nota a pie de página. De igual modo que los pueblos felices no tienen historia, el niño feliz en el seno no tiene identificación. Lacan ha traducido esto para nosotros mediante su dicho: «el seno pertenece al niño». El corte entre la madre y el niño pasa entre el cuerpo de la madre y el seno. No hay unidad madre-niño; los dos son felices, sin duda, a la condición de que se olvide que el seno no es de la madre sino del niño. El seno es una especie de aparato; al modo de los dos dientes suplementarios del famoso vampiro, el aparato flexible que permite atrapar al otro, la máquina del sujeto, su ventosa universal. Los Kleinianos y los Annafreudianos han criticado esta perspectiva denunciando un a prior¡ machista o paternalista en Freud, que le impedía ver que la identificación no puede ser más que secundaria en relación a la elección de objeto. Los Kleinianos han dicho: no hay ningún lazo con el padre anterior a la investidura de objeto sobre la madre, y los Annafreudiano: no hay ningún lazo al padre anterior a que el niño se constituya un yo y que, gracias a ello, se haga a ese extraño que es el padre. El interés principal de la problemática kleiniana o annafrediana, en el «aprés coup» de la lectura que ha hecho Lacan, es haber puesto de manifiesto el escándalo de esta identificación primera, después de haber distinguido ahí el registro de la Cosa. Freud buscaba encontrar, también para la relación con el padre, una representación tan concreta como el mamar y el destete, como modelo de la representación metapsicológica de la relación de objeto con el padre, pero no le fue bien en esto. La identificación alcanza al sujeto planteada previamente a toda elección de objeto; es muy difícil dar de esta definición una representación metapsicológica concreta. De aquí que todas las tentativas para objetivar, filmar, fijar las relaciones del niño y de su Otro, que apasionan al psicoanálisis francés, hayan fracasado en filmar, en una representación metapsicológica concreta, la relación con el padre. La identificación primera es una

incorporación canibal, Einverliebung. Ahí el cuerpo del Otro es una mediación necesaria. El Nombre-del-Padre, para Freud, se produce a través de una representación metapsicológica concreta que no es sino un lazo necesario entre identificación y cuerpo mediante la incorporación. Los espíritus ingenuos reprochan al psicoanálisis no dar suficiente lugar al cuerpo, concebido como el cuerpo de la gimnasia, el cuerpo del gimnosofisma. El psicoanálisis no capta el cuerpo a través de la gimnasia sino que lo reposa sobre el diván, no para relajarlo sino para obtener un estado propicio a la incorporación. Cuando Freud habla de comida caníbal en 'Tótem y tabú', por ejemplo, se trata de una teoría antropológica de las religiones, la que en su época era más interesante y que, en lugar de dar cuenta de los dioses como expresiones de la naturaleza, se centra en la caza y en la comida totémica como origen común del sacrificio y de la comunión. Esta nueva perspectiva antropológica conduce a Freud a completarla de este modo: si los dioses son incorporados en unos rituales es porque previamente han sido asesinados. Esta perspectiva permite poner en serie el sacrifico hindú, el totemismo australiano, el de los Indios del Noroeste de América, al igual que los monoteísmos judío, cristiano y musulmán.

Es 'Tótem y tabú' lo que está

concisamente resumido en la pequeña frase del Capftulo VII citada anteriormente. Después de haber distinguido por una parte la identificación, y por otra la elección de objeto, la relación de goce con la madre, Freud anticipa que «Desde el comienzo mismo la identificación es ambivalente; puede orientarse hacia la ternura o hacia la voluntad de destrucción». La clínica de la neurosis obsesiva es ejemplar para poner de manifiesto el torniquete infernal en el que el padre es amado al mismo tiempo que toda la energía del sujeto se revuelve en el intento de matarlo. Señalemos especialmente cómo la identificación nos aleja de lo que podría llamarse el valor de verdad del amor. Uno se identifica y, después, que se ame o se odie es secundario. Esto es lo que Freud llamó ambivalencia, o lo que Lacan, en el Seminario 'Aun', distingue como la pasión inventada por el psicoanálisis, el «odioamoramiento». Si comparamos el tratado de las pasiones del psicoanálisis con el de Descartes o el de Spinoza, la pasión que no se encuentra en los grandes pensadores racionalistas es ésa. La que manifiesta que la identificación no es coextensiva con el amor. Tras esta primera identificación y sus misterios, es decir, la dificultad de proporcionar una representación concreta de ella más allá de los ritos religiosos, viene la segunda identificación que procede directamente del síntoma: «en una formación de síntomas neuróticos, distinguimos la identificación en un contexto mas complicado». Freud nos da un ejemplo: la niña pequeña tiene la misma tos desgarradora que su madre. Esto puede producirse, dice, por dos vías: o bien la voluntad

hostil de colocarse en el lugar de la madre, - toso como ella, luego ocupo su lugar -, o bien una segunda vía que da cuenta de que la tos martirizante es una identificación efectuada sobre el objeto amado, sobre el padre, directamente. El ejemplo paradigmático es el de Dora que tosía como su padre, como ese padre que tenía problemas en la boca y en el tractus. Esto demuestra una vez más «que la identificación es la forma primera, y la más originaria, del lazo afectivo», ya que «bajo las constelaciones de la formación de síntomas, es decir de la represión, y el predominio de los mecanismos del inconsciente, sucede a menudo que la elección de objeto vuelve a la identificación». Lo que implica que la identificación es anterior al amor. La prueba es que cuando se deja de amar se llega a ser como el otro. Más aún, existe tensión entre amor e identificación, en provecho de la identificación: «es digno de tenerse en cuenta que en estas identificaciones el yo copia en un caso a la persona no amada, y en el otro a la persona amada». El amor no es de ninguna manera una guía, ni en los determinantes de la elección del síntoma ni en el destino de la identificación, que termina siempre por ganar. Freud acaba su definición de esta segunda identificación señalando: «Y tampoco puede dejar de llamarnos la atención que en las dos la identificación es parcial, y limitada en grado sumo, pues toma prestado un único rasgo de la persona objeto», ein einziger Zug. Detengámonos un instante para destacar el movimiento del texto que nos interesa especialmente. A partir del amor del padre planteado al inicio, se elabora una distancia en relación al amor en la primera identificación que se confirma en la segunda. En la primera el lazo caníbal se establece más allá del amor, y en la segunda el otro se reduce a un rasgo. En cierto sentido, Lacan ha leído la primera identificación freudiana a partir de la segunda. Antes de él, los psicoanalistas veían al padre y a la madre, sólidos, y disputaban sobre la cuestión de saber si era primero la transferencia paterna o la materna. La intervención de Lacan consistirá en sustituir al padre grueso, si puede decirse así, de la primera identificación por el nombre del padre, por un rasgo. Igualmente la identificación al síntoma se reduce a un rasgo. Lacan ha aplicado al padre, en su masividad poco manejable, difícilmente situable, una reducción al rasgo, a este einziger Zug del padre que es el nombre. Esto nos va a conducir a la tercera identificación en la que Freud continúa desarrollando la primacía de la identificación sobre el amor. El caso es que la identificación se produce cuando la persona de la que se extrae el rasgo puede ser, en cierto sentido, cualquiera. Lo único que importa es lo que le ocurre. Es la identificación propia del pensionado de señoritas, la identificación de la epidemia histérica, en la que un sujeto recibe una carta de amor y llora. La compañera del intemado tiene la misma crisis de histeria por contagio. Decía el año pasado que esto es menos frecuente en nuestras universidades modernas, en las que se produce algo diferente. Pero la moda epidémica, la epidemia histérica moderna existe. Las manifestaciones de duelo epidémico del tipo del que ha tenido lugar

tras la muerte de Lady Di son el signo del paso de nuestro mundo al pensionado de señoritas generalizado, gracias a la omnipresencia de los medios de comunicación. Todo el que ha recibido la mala noticia llora, sin saber exactamente por qué, de qué objeto perdido se trata. Esta tercera identificación es todavía un paso más hacia la separación respecto del amor. Ni siquiera existe necesidad de amar a la compañera de intemado. Subrayemos que Freud señala así el misterio del lazo que une a las mujeres entre ellas, esa «sororidad» que no tiene nada que ver con la fraternidad que une a los hombres. La identificación del pensionado de señoritas constituye desde este punto de vista un problema. ¿Qué es lo que vincula, qué hace sociedad desde el punto de vista femenino?. Se entiende que es necesario considerar el lazo entre mujeres como distinto de la epidemia histérica, y esta tercera identificación como una introducción a la dificultad. Captemos pues el movimiento mediante el cual Freud da un paso más. No se trata solamente en esta identificación de un aspecto parcial, sino que además no es ni siquiera necesario que se ame o que se odie, la indiferencia también sirve. Es lo que Freud llama «la abstracción del carácter objetal». El movimiento de este texto es pues el de una especie de himno a la identificación como primera, anterior o simultánea a todo interés libidinal, despojándose enseguida del amor y conservando, tras cualquier dependencia objetal, sólo la pasión del «odioamoramiento», de forma arrasadora. Se obtiene así, dentro de lo que Freud llama «las condiciones de formación del síntoma», una especie de triunfo del inconsciente, en palabras de Freud.

Dice exactamente: «supremacía de los

mecanismos del inconsciente». Este triunfo convierte en problemáticas las relaciones del síntoma con el amor y vemos cómo se produce, en última instancia, una tensión entre la identificación en juego en el síntoma y el amor de transferencia. En este sentido es preciso leer lo que Lacan llama «las extrañas perspectivas sobre el amor que ofrece el psicoanálisis», es decir, la oposición que traza al comienzo del 'Seminario Xl' entre inconsciente y amor. Aquí Lacan fortalece el rasgo. Opone la lógica del inconsciente en la que el objeto está siempre perdido, a la lógica del amor en la que el objeto es siempre reencontrado. Y tiene esta ironía relativa al amor: «la lógica del amor es una de pérdida, diez de reencuentros». El amor es siempre único, lo que es irónico, aunque cierto, mientras que el objeto al que el inconsciente está injertado sólo se encuentra como perdido desde siempre. Es la doctrina de la desconfianza en relación al amor que JacquesAlain Miller ha comentado el año pasado, denunciando una ideología espiritualista en los psicoanalistas que induciría a una confusión en torno del nuevo amor que puede esperarse a la salida de un psicoanálisis.

La ideología

espiritualista consiste en pensar el «verdadero amor» como un amor sin interés libidinal ni obstáculo sintomático. Ideología que puede tener diferente valores: están los valores exaltados de una especie de verdadero amor cortés. Y está la versión más soft, de la que Lacan se ha mofado a menudo, el amor oblativo. El amor que tendría verdaderamente en cuenta a la persona, el amor que respetaría,

que «idiliozaría». Está la versión kleiniana, más lúcida, que insiste en la necesidad de un duelo por el ideal del amor para constatar que sirve cualquier hombre. Lo que se inscribe dentro de esa vertiente de la literatura femenina que se propone liberar a las demás mujeres de la ilusión del amor. Aquí puede incluirse también la literatura libertina femenina, o la literatura mística, que sigue las huellas de la Madre Teresa cuando dice de Lady Di que «ella sufría de amor»; lo que sobrentendía que estaba equivocada, que únicamente el amor divino podría corresponder. Jacques-Alain Miller subrayaba que para desprenderse de la ilusión espiritualista es necesario insistir en el hecho de que la transferencia no se funda en el amor sino en la pulsión, tal como el 'Seminario Xl' pone de relieve. La desconfianza relativa al amor del padre no es explícita en el Seminario; de hecho, Lacan se había prometido a sí mismo respetar el silencio que se había autoimpuesto tras su conferencia sobre «Los Nombres del Padre», en la que había avanzado y puesto a punto un peldaño más en la logificación del Nombre-del~Padre. Se trata del paso crucial hacia la reducción del padre al padre-síntoma, que no se realizará hasta los años setenta. Si se separa esta conferencia del Seminario que le sigue, no se comprende el alcance de separar la transferencia del amor. A la salida de un psicoanálisis el sujeto está tanto o más que antes entregado a la contingencia del amor. Eros es un dios poderoso y no es cuestión de que los pícaros jueguen con él. Hay que pasar por ahí, advertidos de que, en este punto, el lazo con el Otro es la pulsión. No es una doctrina sublime del amor, pero podemos decir que esto le da su peso de real. La perspectiva del síntoma consiste en separar la transferencia del amor, entendido como amor al padre. Sólo así no dejaremos al sujeto « ... en el punto de identificación puramente imaginario en que permanece cautivo el histérico» (5). El punto de identificación puramente imaginario en que la histérica queda cautiva es la segunda identificación al objeto amado. «O sea ese mismo punto de donde Freud, en toda la primera parte de su carrera, quería sacarla demasiado aprisa; forzando la llamada del amor sobre el objeto de la identificación» (6). Nos apoyamos, efectivamente, en la indicación expresa de Lacan que resuena actualmente en esta perspectiva: «hará falta el capítulo de 'Psicología de las masas y análisis del yo' sobre la identificación (... ) para que Freud distinga claramente el tercer modo de identificación que especifica la indiferencia de su objeto, y la función de sostén del deseo». La indiferencia en relación al amor es devuelta de esta manera a su último plano pulsional. La pulsión también es indiferente al objeto. De esta forma se anudan el rasgo y la pulsión. El rasgo de lo escrito, el nombre propio y el nombre común.

Queda por establecer con más precisión la relación del nombre y el rasgo, el rasgo tiene de entrada relación con la escritura, mientras que el nombre no parece tener de inmediato esta virtud. Cuando Lacan aborda su teoría del nombre sigue de cerca los trabajos de Lévi-Strauss.

Durante la

Conversación de Arcachon (7), Jacques-Alain Miller ha dado unas indicaciones precisas al respecto. En 'El pensamiento salvaje' «LéviStrauss tiene una tesis muy fuerte que dice que el nombre propio forma parte del sistema de clasificación y que finalmente es un nombre de especie». En cada sistema, enuncia el etnólogo, «los nombres propios representan unos quanta de significación, bajo los cuales no se hace otra cosa que mostrar». El estatuto que Lacan confiere a los nombres propios en una lengua es especial, por el hecho de que les asigna una única función particular: la de no traducirse. Digámoslo así: es como a no traducir. Para abordar el nombre propio en términos de traducción hay que incluirlo ya en la lengua, precisamente para que la cuestión misma de su traducción pueda plantearse. También es necesario recordar la concepción, formulada en 1960, del nombre propio como lo que del escrito no se traduce, o del rasgo en tanto no es para ser leído. «Plantear lo escrito así (... ) no significa que no haya sido establecido mucho antes de mis hallazgos, ya que, al fin y al cabo, lo escrito como nopara-leerlo lo introdujo Joyce; sería mejor que dijese: lo introdujo ... » (8). Lacan introduce así lo escrito en el mismo registro que el nombre propio, como lo que no se traduce, como un límite a la traducción.

La operación joyceana puede ser considerada en este sentido en el límite entre

traducción y legibilidad.

Puede también denominársela como constituyendo lo ilegible o lo

introducido (9), gracias a una operación de escritura. Podemos también considerar 'El pensamiento salvaje' y 'El totemismo en la actualidad', las dos obras de Lévi-Strauss que aparecieron durante el año 1962, como una investigación común sobre las relaciones del nombre y de la clasificación mediante lo escrito. Separando el pensamiento como actividad clasificatoria de la historia de las religiones y de sus clasificaciones de los dioses, LéviStrauss rompe con la ilusión totémica. Esta ilusión es una especia de respuesta apresurada a la cuestión formulada por el etnólogo americano Boas, quien, en 1914, decía a propósito del pensamiento mítico que «el problema esencial es saber por qué los relatos que conciemen a los hombres manifiestan una predilección tan grande y tan constante por los animales, los cuerpos celestes y otros fenómenos naturales personificados». A este problema Freud dio la respuesta de la identificación al padre en su 'Tótem y Tabú'. Lévi-Strauss invalida de forma diferente al totemismo concebido como una religión de lo animal, presentado como una especie de incapacidad para elevarse más allá de un nivel de clasificación distinto del que ofrece la naturaleza. El error de los partidarios del totemismo fué recortar arbitrariamente el nivel de clasificación formado en referencia a las especies naturales, y darle el valor de una institución religiosa. Puesto que como todos los

niveles, añade, este no es sino uno entre otros.

Se interesa por todos los demás niveles de

clasificación, fuera del marco preconcebido de la religión. Puede decirse que para Lévi-Strauss, el totemismo se eseinde entre teoría de la clasificación y teoría de los dioses-padres. Romper con la ilusión totémica es romper con la idea de que la creencia en el padre es anterior a la clasificación cuando son dos teorías distintas (10). LéviStrauss aísla con satisfacción las sociedades en que el nombre se otorga por metáfora en tanto que la relación con los dioses se efectúa por metonimia. Los sistemas de los nombres y de los dioses pueden, por tanto, llegar a oponerse radicalmente. Para considerar correctamente el sistema de los nombres, es necesario acabar con la creencia en el ancestro totémico. El caso límite viene dado por los Maoríes de Nueva Zelanda en los que «es por que los animales, los vegetales y los minerales son verdaderamente concebidos por los Maoríes como ancestros, por lo que no pueden desempeñar el papel de tótems» (11). La clasificación de los nombres debe ser estudiada en su inmanencia misma y laicizada, descargada de la transcendencia divina. Lévi-Strauss interroga las dimensiones que el lenguaje acarrea consigo, categorías, elementos, especies, nombres. Critica las concepciones que desde Stuart Mill presentan el nombre propio como una esencia distinta del nombre común y , especialmente, la de Lord Gardiner (12). Para éste, el nombre propio está fuera de sentido, no tiene ninguna significación. Se es nombrado a falta de poder ser significado. Contrariamente a esta concepción Lévi-Straus, en la filiación de la etnología francesa de Mauss y Durkheim, reflexiona sobre las sociedades cuya práctica de la individuación no implica ningún sentimiento de propiedad, de «lo propio». A lo que añadiendo la aproximación estructural, va a poner en duda cualquier reparto entre nombre propio y nombre común como registros distintos de la lengua. No son más que grados diferentes de clasificación en los que unos clasifican las especies y otros los individuos, pero donde siempre se trata de formas de nombrar. La falsa evidencia que separa los nombres propios de los nombres comunes está ligada al uso actual de los sistemas de parentesco, pues según éstos los nombres propios no son un sistema de clasificación entre otros. Esta ilusión es contemporánea de las sociedades complejas donde la tarea de nombrar no se hace mediante la tradición sino mediante el Estado civil. La mayoría de nosotros debe su nombre a la Revolución francesa que ha legislado para que cada uno tenga un apellido y un nombre mientras que anteriorirnente había sistemas clasificatorios que no consistían en nombres propios. Hay que considerar también que la sistematización racional puesta a punto por el Código Civil concentra la elección sobre el nombre, lo que deja aparentemente la individuación a lo arbitrario.

El sistema no carece de condicionantes e inconvenientes. El más importante es una pérdida de apellidos, ya que dos hacen uno. Los notarios habían recomendado calurosamente, a propósito de la modernización de las leyes sobre el parentesco adoptadas en los años sesenta, que se autorizara e incluso se animara lo más democráticamente posible a la gente a conservar los dos apellidos : el del padre y el de la madre. El otro inconveniente afecta al empobrecimiento de los nombres, pues la estandarización de masas funciona aún más ahora que antes en las modas y los cambios del gusto. El acto de nominación está mucho más determinado que lo que el acento sobre la arbitrariedad de la elección deja entrever. Lévi-Strauss opone a nuestro uso dos modos esenciales utilizados por las sociedades tradicionales para obtener la individuación. El primero es el de un sistema de nombres que preexisten. El sujeto llega al mundo, nace y se le atribuye un nombre a causa de una condición que, para el grupo, es significativa y que lo fija. Es un sistema de clasificación de una lógica impecable; se puede elaborar a partir del cuerpo del sujeto o del animal, la vaca, por ejemplo, con la cual está relacionado: el ojo, la pezuña, el miembro. La atribución puede hacerse de diversas maneras. Puede estar ligada a los relatos de los orígenes referidos al niño. Existen guardianes del nombre, gentes que velan por los nombres en nuestras sociedades, como los empleados del Estado civil o los clérigos de las religiones quienes también cuidan de los nombres de sus santos, como un stock de nombres que distribuir, organizar, actualizar. El segundo modo es el de los nombres de relaciones. Son sistemas más opacos para nosotros, en la medida en que alguien puede llevar una veintena de nombres en el curso de su vida, en función de sus posiciones respecto a algunos ascendientes o descendientes. Existen sistemas en los que no se lleva un nombre individualizante, un nombre único, más que en un momento dado, en el nacimiento, y donde a partir de que el sujeto comienza a entrar en la vida social, es decir a perder uno de los padres, o un hermano o hermana, ya no es designado más que por el sistema de relaciones con algún otro. Será cuando llegue a no tener la menor importancia, cuando el sujeto tendrá un nombre propio individualizante. En el momento más común, menos diferenciado, es cuando subsiste el nombre individual. La ingeniosidad de estos sistemas de nominación, que no engendran ningún individualismo, a la vez que obtienen la individuación, permite a L@vi-Strauss afirtnar que es el mismo genio clasificatorio de la lengua el que ha permitido la domesticación de las plantas, es decir, nuestro primer despegue técnico. Con la misma precisión que ponían en distinguir las especies domesticables de las plantas los cazadores/recolectores se individualizaban. Disponemos aún de algunos restos en nuestros sistemas de identificación por relaciones o por uso de stocks restringidos, restos que están muy

presentes. Hay aún familias en las que la persona que nace, si es de sexo masculino, lleva el nombre del abuelo. Era el caso de las familias nobles, hasta un extremo que resulta vertiginoso para los historiadores: así, en la familia de Armagnac, dos nombres bastaban para designar absolutamente a todos los niños varones, por ejemplo si uno se llamaba Géraud, el otro Bernard. Actualmente, incluso en una sociedad muy democrática como la de los Estados Unidos, puede encontrarse este fenómeno: Bill Gates, una vez célebre, ha llegado a ser Bill Gates the 3rd . Existen también sociedades en las que la posición inter-relacional transcurre por fuera del Estado civil, por ejemplo en la interlocución, lo que reduce el aspecto falsamente nominalista del nombre. El doctor Lacan había resaltado el problema que plantea, en la lengua japonesa, el hecho de que no exista universal cuando se habla, debido a que el «yo» está muy especificado en su posición respecto a aquél a quién se dirige según la edad, el sexo, la posición social, etc. Lévi-Strauss señala que el momento delicado en las sociedades tradicionales que afrontan la individuación como una clasificación es aquel en el que es admitido un nuevo miembro. En las sociedades que tienen stocks de nombres que conservar, es necesario velar por que haya reservas suficientes. En las sociedades con clase de relaciones, es necesario que exista un orden en las relaciones, esencialmente en las relaciones entre los vivos y los muertos, para que permitan acoger a los nuevos. A partir de ahí, se puede considerar el uso prudente o imprudente que hacen las sociedades de sus nombres. Algunas los guardan demasiado y de esta forma los nombres se vuelven inutilizables, otras los dispensan sin considerar el riesgo de quedarse sin nombres disponibles. LéviStrauss no hace referencia a la problemática planteada por Georges Bataille pero confirma que en estas actitudes, aparentemente contradictorias de los guardianes de los nombres, algo de la pérdida pura se apunta. En las sociedades tradicionales, el intercambio entre nombres comunes y nombres propios es decisivo para regular los flujos de aparición/ desaparición de los nombres que pueden hacer función de índices individuales. Una de las maneras de hacer desaparecer algunos nombres es considerarlos impronunciables, sagrados, fuera del discurso común. Una sociedad, por ejemplo, puede considerar que a la muerte de un sujeto no sólo debe quedar prohibido pronunciar su nombre sino también todos los nombres comunes que tengan una asonancia con el nombre del muerto. En ocasiones si esto ocurre demasiado se hace necesario encontrar otras formas de designar lo que anteriormente se nombraba. Se encuentran perífrasis. Los nombres comunes quedan contaminados por los nombres propios y expulsados del lenguaje ordinario. Pasan así a una lengua sagrada, a una lengua con prohibiciones. Recíprocamente, será con esta lengua sagrada, compuesta de nombres comunes prohibidos, con la que, posteriormente, se formarán otros nombres propios. Nombres propios y nombres comunes se intercambian, circulan y terminan no por oponerse, sino por designar el

espacio de un sistema general de clasificación. Son su prolongación y su límite. «Cuando los nombres propios entran en escena, se levante el telón sobre el último acto de la representación lógica, pero la extensión de la pieza y el número de actos son hechos de civilización y no de lengua» (13). El carácter más o menos propio de los nombres no es determinable de manera intrínseca. Un nombre propio puede servir de nombre común y recíprocamente: el señor Poubelle podrá servir de «poubelle», y el nombre común de una profesión, molinero por ejemplo, podrá servir de nombre propio. Depende del momento en que una sociedad considera acabada su obra de clasificación, Decir que una palabra es percibido como nombre propio es decir que se sitúa en un nivel más allá del cual no se requiere ninguna clasificación. Finalmente, lo que utiliza Lévi-Strauss'es un criterio de satisfacción, un criterio pulsional. La clasificación se detiene en el último acto cuando el público está contento: se ha individualizado, se ha cumplido el proceso de individuación de forma satisfactoria. El sistema ha producido de este modo su límite y testimoniado de que es toda una tarea colectiva la que se ha realizado para nombrar. Se encuentra el límite como la barra necesaria sobre la A. Toda sociedad tiene su límite, el cual está definido mediante procesos internos. El límite de la obra clasificatoria de nuestra civilización tiene un nombre muy preciso: son los Derechos del hombre. El límite de individuación en nuestra sociedad se alcanza cuando pueden ejercerse los derechos positivos. El hombre del humanismo clásico ha sido reemplazado por el individuo engendrado por los Derechos del hombre y , en cierto sentido, es lo mismo decir que todos estamos en el régimen de la muerte del hombre que en el régimen de los Derechos del hombre. Es la misma ironía que se anuncia en la cubierta del 'Seminario 1' de Lacan con su elefante que indica la especie en vías de extinción, que no tiene más que derechos. En esa época, Lacan hacía escuchar este límite de los sistemas de clasificación en un registro hegeliano: «el significante es el asesinato de la cosa». Nombráis al hombre y ya se ha desvanecido, lo que hace que su nombre pueda también reducirse a un número de identificación. Más que la individuación exitosa, lo que triunfa es siempre el uso que una sociedad hace de sus nombres. Otro crítico de la teoría Mill/ Gardiner, P.F. Strawson, muestra como se percata de esta convención escondida cuando enuncia: «El límite del absurdo y de una evidente circularidad se alcanza por el intento de tratar los nombres como descripciones disfrazadas en el sentido de Russell; ya que lo que está implicado (en el sentido especial de «implicar»), pero no extrañado por el hecho de que yo me refiera a alguien por su nombre, es simplemente la existencia de alguien a quien se hace referencia actualmente y a quien uno se refiere convencionalmente con la ayuda de ese nombre» (14). Es absolutamente contrario a la idea de una descripción oculta en el nombre. Lo que es esencial es el acto de designar.»Nuestra elección de nombres», escribe, «es parcialmente

arbitraria y, por otra parte, depende de la observación de reglas sociales y legales.

Sería

perfectamente posible concebir un sistema de nombres completos fundado, por ejemplo, en las fechas de nacimiento o en una clasificación muy minuciosa de las diferencias anatómicas y fisiológicas. Sin embargo el éxito de un sistema tal estaría enteramente subordinado a la adecuación de la atribución de los nombres a las referencias múltiples que se desprenderían de ello; esta atribución dependería a su vez de la multiplicidad de las clasificaciones utilizadas, así como de la forma en que confirmarían los agrupamientos operados por la norma social en general.

Si

dispusiéramos de un sistema así, podríamos utilizar los nombres tanto descriptivamente como referencialmente» (1 5). Strawson considera que los nombres forman parte enteramente del sistema del lenguaje, al igual que el acto de hacer referencia que es ineliminable. El único criterio por el que debemos pues juzgar un sistema de nominación es un criterio de uso, el éxito que obtiene en su función. Considera además como especialmente interesantes los quasi-nombres . Designa así las locuciones que, en el uso que hacemos de la lengua, tienen un uso semántica particular que se marca en lo escrito por las letras mayúsculas. Por ejemplo, The Glorious Revolution o bien, The Great War, la Gran Guerra. No son nombres propios, son nombres comunes que funcionan como nombres propios. Designan un acontecimiento único y las letras mayúsculas son el signo de su función lógica en la lengua. Strawson continua: «Tales expresiones se encuentran impresas o escritas cuando un elemento de cierto tipo de acontecimientos o cosas tiene un interés absolutamente primordial en una sociedad. Estas experiencias constituyen embriones de nombres» (16). Por otro lado, no retrocede en esta misma página en calificar el uso de los nombres del síntoma y en distinguirlos de los fines para los que se emplean. Los quasi-nombres surgen porque estamos en un régimen de civilización en que los Derechos del hombre son un límite clasificatorio para nombrar el goce indecible. ¿Qué son para nosotros los quasi-nombres? Son los síntomas que señalan el límite clasificatorio, no como nombre de uno solo, sino como tipo de síntoma, ya que precisamente, como señala Lacan en su texto de 'Scilicet' n' 5, existen siempre tipos de síntomas (17), existen estilos de vida según los síntomas, existen comunidades. Por eso el psicoanalista debe acompañar en su clínica las modificaciones de la lengua clínica común que la psiquiatría establece a lo largo de la historia. La clínica psicoanalítico es de hecho una manera de interrogar las creencias clasificatorias de una sociedad. Decir que existen las neurosis es decir que disponemos de un instrumento de investigación para saber hasta que punto el sujeto cree en el Nombre-del-Padre. Podemos encontrar nuestro material tanto en la clínica de la mirada como en la del medicamento, y considerar con interés el término «depresión» como uno de los nombres de malestar en la civilización, nombre al que múltiples sujetos se sienten enganchados; o incluso la denominación «personalidades múltiples» con la que se llega a designar la falta en ser. Estos síntomas funcionan como nombres, como quasi-nombres, y la investigación psicoanalítico

continúa, con las clínicas de nuestro tiempo, tomando en cuenta estos vaivenes del régimen del Otro que hacen que los nombres se desplacen. Sabemos reconocer la huella en que se plasma una nueva imposibilidad de traducción del goce, escapando al sentido, múltiple. En el posfacio del 'Seminario XI', se vuelve a encontrar este mismo rasgo, y el goce ahí está referido al objeto pequeño a , siendo éste el objeto metonímico que se desliza, el rail por el que el tren, es decir la metáfora significante, se desplaza hacia adelante a merced de la intención de significación. Lo que Strawson, filósofo, se contenta con designar como los intereses de una sociedad dada, evocando el hecho de que la Primera Guerra Mundial por haber sido una carnicería sin precedentes, ha llegado a ser la «Gran Guerra», el psicoanálisis lo aprueba, y añade que el síntoma se convierte en nombre precisamente porque recoge los intereses del goce del sujeto. Hablar de un régimen de goce particular para los nombres comunes es más fácil de captar. Es fácil concebir, por ejemplo, que los propietarios y los inquilinos no tengan las mismas angustias, el mismo modo de goce; de hecho es igual para el nombre propio, ya que el acto con el que pretendo referenciar, es el modo en que alcanzo el goce que está ahí. Es el viraje a la cuenta-goce en el inconsciente del que Lacan habla en 'Radiofonía'. No hay que entender la cuenta-goce como el cofre del tío Picsou. La cuenta-goce señala más bien un lugar, el cuerpo, en el que encaja algo que está fuera de éste, y hace agujeros. Así, encaja el goce como puede, más mal que bien. Algo de esto, de este trauma, pasa al inconsciente. Algo en el sistema permite que el acto de referenciar se ponga a funcionar de tal modo que se obtiene una anulación del sentido, una «cerozación» del sentido, justo en el acto de querer nombrar. El psicoanálisis es en verdad la única disciplina que hace funcionar el lenguaje como un lugar donde el significante no tiene necesidad de sentido, no tiene necesidad de pensar para funcionar en base a la voluntad de nombar el goce (18). Si el síntoma es designado por Lacan como «el significante que connota la relación del sujeto al significante», es porque connota la denotación imposible del goce, lo que sirve para indicar en el sujeto la relación al significante. Huella, vacío, o rasgo, es también el lugar que entraña el goce. Es un sistema que puede transportar no solamente el sentido sino también el nombre - de hecho, gracias al lenguaje, tuvimos acceso al número, y también a la certeza de la referencia que éste implica. El lenguaje permite discernir el trauma del goce en un sistema significante liberado del sentido común, para hacer un lugar a los goces. Todas las operaciones de conversión del nombre propio en nombre común, y a la inversa, suponen que no hay sentido común. Seguramente puede haber nombre común, pero no sentido común. La operación de¡ Nombre propio generalizado y el retorno de¡ nombre propio en el nombre común.

La indiferencia respecto al sentido que existe en la operación de fijación de la cuenta-goce no se cumple en ningún otro lugar que no sea la operación que efectúa el nombre propio. El enunciado, igualándose a la significación, hace emerger «ese ser que aparece como quedando de algún modo en falta en el mar de los nombres propios» (19).

Si bien Strawson remite el nombre al acto

fundamental de la referencia, continúa en cambio dispuesto a sustituir el nombre por una descripción (20). Al sustituir el nombre «Aristóteles», por la descripción o propiedad «el preceptor de Alejandro» enunciaría una verdad necesaria, sea el hombre al que se hace referencia, sea el preceptor de Alejandro; aunque el hecho de que Aristóteles no se haya relacionado jamás con la pedagogía sea contingente. Strawson, o incluso Searle, sugieren considerar el nombre Aristóteles como «la suma lógica, disyunción inclusivo de las propiedades que se le atribuyen comunmente» (21). Concepción con la que Kripke pretende cortar por completo separando Naming de Necessity (22). Las verdades necesarias son una cosa, la nominación es otra. Kripke introduce una oposición entre el a prior¡ y lo necesario. Una verdad puede ser a prior¡ y necesaria, sin ser necesaria para designar Aristóteles. Por el contrario la nominación puede acomodarse a una voluntad de referencia a través de descripciones contingentes. ¿Cómo separar, pues, las descripciones necesarias de las contingentes? Algunos lógicos, observa Kripke, tienen criterios democráticos, del tipo «todo vale»; otros quieren mantener criterios no democráticos, y se rompen la cabeza para dar coeficientes de importancia a tal o cual propiedad; otros, incluso, anhelan introducir un criterio cuantitativo del tipo «más de la mayoría de las descripciones conocidas», etc. A esta concepción Kripke opone que ninguna descripción, ningún relato, proporciona una propiedad necesaria de un sujeto y, como tiene una buena formación bíblica, toma sus ejemplos de la Biblia. Si hablas de Moisés y dices que Moisés no ha existido, ¿qué quieres decir? ¿Que los israelitas no tenían un jefe único? ¿O que no se llamaba Moisés? ¿O que no ha podido cumplir todo lo que se atribuye a Moisés? Si el relato bíblico fuera falso, ¿quiere decir que Moisés no existió? 0 incluso: si alguien declara que ningún profeta ha podido ser nunca tragado por una ballena ¿se deduce que Jonás no ha existido? El relato de la Biblia puede, perfectamente, ser legendario y concernir, no obstante, a una persona real y, además, la opinión general de los especialistas de la Biblia es que Jonás ha existido pero que todo lo que se le atribuye es falso. En fin, lo que es extraordinario es que Jonás no se llamaba Jonás. Los Hebreos no le llamaban Jonás porque el sonido J no existe en hebreo. Sin embargo, ello no afecta a su existencia (23). Kripke descarta también la tesis encarnada por Kneale que sostiene que hay que analizar el nombre «Sócrates» mediante la expresión: «el individuo llamado Sócrates». Lo que no resuelve el enigma de la nominación, pues si a la pregunta «por Sócrates ¿a quién se hace referencia?», se responde:

«¡Ah!, hace referencia al hombre a quien hace referencia» (... ). Si el sentido de un nombre propio se redujese a esto no se podría nunca hacer referencia a ninguna cosa (24). No daría lugar más que al principio del diccionario, principio circular.

No es mediante el diccionario como se hace

referencia, sino más bien por el bautismo. Así, incluso partiendo de los casos de bautismo en que un referente está determinado por una descripción, por una propiedad singularizante «la función de la propiedad no es la de procurar un sinónimo, procurar algo de lo que el nombre constituya una abreviación. Su función es la de fijar la referencia» (25). Vemos de qué manera en nuestra perspectiva analítica, la que Freud introdujo con la experiencia de placer en «El Proyecto», y que Lacan logifica después, la nominación no puede ser concebida al modo de «procedo en primer lugar mediante una descripción».

La nominación, precisa con

insistencia Jacques-Alain Miller, apunta siempre a la experiencia de goce, en tanto a ella se añade la repetición que 1 «aprés coup», constituye el objeto como perdido (26). Cuando nombro a la madre no digo «aquella que me ha dado el pecho», nombro el goce experimentado mediante el pecho que, en tanto que me ha sido secuestrado para serme dado de nuevo, no puede ser nombrado más que como perdido' A continuación surge una descripción que responde a la madre y que recojo. Reconozco el rostro de la madre. Toda la psicología del niño puede subsumirse a partir de aquí. Podemos buscar lo que se reconoce de la madre, a qué edad, en qué momento, cada vez más cerca, pero siempre falla la experiencia de nominación de goce, del momento en que se ha fijado la referencia al seno. En la reconstrucción por Lacan de la manera en que Freud introduce la nominación, mediante el complejo del prójimo en «El Proyecto», tenemos dos modos para nombrar a la madre: de una parte rasgos que pertenecen a la representación y, por tanto, remiten a la descripción y, por otra, el goce, que es lo que se repite, lo que puede encontrar su materna en la escritura del 1 +(1 +a). De un lado el rasgo, de otro la satisfacción, el (I +a) que se va a repetir. El 1 de cada vez que va a separar el a del goce que se experimenta pero que no se califica, ya que el a, como tal, no tiene indicación. El lugar en que se anudan el alcance y el retroceso de la pulsión, este claro (27) en la jungla, también es abordado por Lacan bajo la fon-na de la casilla vacía presente en la concepción que el Pragmático Pierce tiene del universal. Consiste en afirmar que el color sexual de la libido es «color de vacío: suspendido en la luz de una hiancia» (28). En la nominación que opera trazando un borde de vacío, el nombre, en su operación propia, viene a mostrar aún más la función de la nominación pura- Por esta razón nos interesa tanto la concepción radical de la nominación de Kripke. Una vez admitido «que no es verdad, por regla general, que la referencia de un nombre venga determinada por características singularizantes, por propiedades identificantes que posea el referente, y que el

locutor sepa o crea que las posee el referente» (29), Kripke, al igual que Uvi-Strauss pero de manera diferente, cuestiona la distinción falsamente evidente entre nombre propio y nombre común, en el uso que hacemos de ellos. Lévi-Strauss ha resaltado que, en su concepción, los nombres propios no son más que una faceta del pensamiento como actividad de la clasificación, siendo la otra faceta las clasificaciones de las especies naturales, los nombres comunes. Kripke adopta un punto de vista muy próximo: «En mi concepción los términos que designan las especies naturales son mucho más parecidos a los nombres Propios de lo que Ordinariamente se supone. El antiguo término de nombre común es por lo tanto completamente apropiado para designar a los predicados que, como vaca o tigre, designan especies naturales» (30). Los argumentos desplegados recubren en parte los argumentos utilizados para los nombres propios. Ser una vaca 0 un tigre no se puede reducir a una propiedad o a un manojo de Propiedades. «¿Es cierto que todo lo que satisface la descripción del diccionario es necesariamente un tigre? En mi opinión no ( ... ).Pudiéramos descubrir en alguna región del mundo animales que, aún Pareciendo mucho a los tigres, se revelarían al examinarlos no ser ni siquiera mamíferos. Pudieran resultar reptiles de aspecto muy particular. ¿Concluiríamos en base a esta descripción que algunos tigres son reptiles?. No (3 l). Pero el lógico de Princeton continúa su análisis más allá de los nombres de especies y se interesa en las sustancias no enumerables como el agua y la luz, y en el enunciado de identidad «la luz es un flujo de fotones». A continuación interroga: «Imaginemos una situación en la que los seres humanos fueran ciegos o tuvieran ojos que no funcionaran. Serían insensibles a la luz Una situación de este tipo sería pues, en ni¡ opinión, una situación en la que aunque hubiera luz la gente no podría verla. Así, si identificáramos la luz por las impresiones características que provoca en nosotros, tendríamos un buen ejemplo de «fijación» de la referencia (... ) A partir del momento en que hemos descubierto que tipo de fenómeno constituye la luz, hablamos de este fenómeno (... ) No utilizamos «luz» como una expresión sinónima de «todo lo que provoca en nosotros la impresión visual, todo lo que permite ver». La manera en la que hemos identificado la luz al comienzo nos ha servido para fijar la referencia. Ocurre lo mismo con otras expresiones como «el calor». Hemos identificado el calor (y fijado la referencia de su nombre) gracias al hecho de que provoca en nosotros una cierta sensación que llamamos «la sensación de calor». En todo caso, el término «calor» no significa «todo lo que produce estas sensaciones en la gente» (32). Esta introducción de la fijación por el cuerpo de una sustancia de fuera del cuerpo, si bien Kripke la reserva a las sustancias identificables por la ciencia pudiera trasponerse provechosamente a nuestro campo. La fijación por el cuerpo de la sustancia goce indica, también, una fijación. Sin embargo la sustancia goce no se puede reducir a la especificidad del borde pulsional en que se fija.

Una vez descubierta por el uso del nombre propio la dimensión del lenguaje, actualizada por la nominación, se ve que contamina a los nombres de especies, los nombres de sustancias y una gran parte de los nombres comunes (33). La nominación muestra una dimensión que no es solamente distinta de la significación; más aún, no confluye con ella y en ningún caso se reduce a ella. En la medida en que la nominación hace aparecer un vacío de descripción, hace un verdadero agujero en la dimensión del sentido. De tal modo que la casilla vacía del cuadrángulo de Peirce, así como «el último acto clasificatorio» de Lévi-Strauss, confluyen en el lugar en el que se conjugan nombre propio y nombre común. Ese lugar actualiza la función del significante amo -Sl- en tanto que hace agujero en el sentido y lo abrocha. Examinémoslo surgiendo en la clínica de la psicosis infantil o del autismo cuando el sujeto reside junto al calor, a la luz (oscilaciones alternativas), a sustancias no enumerables (agua, arena), a la voz (ruidos que llegan a la oreja). Estos significantes amos desamarrados, completamente solos, son asimismo huellas de lo que ha hecho fijación o traumatismo.Tanto es así que a partir de ahí podrá construirse una cadena donde el lugar del nombre se podrá transmitir a otros nombres, formando así los primeros desplazamientos de una cadena metonímica real. Podemos afirmar que es así como los nombres revelan su naturaleza de entidad de ficción en el sentido de Lacan. Sirven para gozar o más bien para defenderse contra el goce (34). En tanto que nombres estiban al sujeto. Consideremos la manera en que Lacan introduce el significante amo en su Seminario sobre 'Joyce-le-symptóme' y la manera en que el nombre propio compensa, en este caso, el hecho de que el padre no ha sido jamás un padre para él. En el mismo movimiento, Lacan enuncia que: «Joyce se siente imperiosamente llamado a valorar el nombre que le es propio a expensas del padre, (... ) que el nombre propio haga aquí todo lo que pueda para hacerse más que el significante del amo», pero también que la voluntad de Joyce de hacerse personaje de su obra, de entrelazar su vida y su obra, de nombrarse mediante otros nombres, «no conduce más que a una cosa, a hacer entrar el nombre propio en lo que tiene de nombre común» (35). Esta presentación de una co-dimensión del nombre propio y del nombre común en su oposición al Nombre-del-Padre no se concibe más que por la común dimensión de la nominación que se revela en ella. El alcance freudiano, que introduce la laicización de los Nombresdel-Padre, la casilla vacía y la designación rígida quedan así en serie. ¿Cómo se opera esta transformación para Joyce? En su lección de 1976 Lacan enuncia: «Desde siempre, ha sido una invención difundida a lo largo de la historia, que hay dos nombres que son propios al sujeto». Se puede entender esta frase como la restricción del nombre propio a la .ficción legal del derecho y de la ley, griego o romano, difundiéndose por la historia, o generalizada al

examen de los sistemas de parentesco en las sociedades arcaicas establecido por Claude LéviStrauss. En las dos grandes tipologías de sistemas de nominación que él aísla sea por stock previo, sea por privaciones relativas, el nombre no aparece nunca solo. Está siempre articulado, al menos dos. Pero sobre todo, Lacan subraya que en esta diferencia entre dos «Que Joyce se llamara James no toma su consecuencia sino en el uso del sobrenombre de Dedalus». El sobrenombre surgió en el momento que tomó cuerpo el proyecto de transformar su vida en ficción. Su retrato del artista católico renegado en héroe, lo cristaliza. Su biografía nos da las fuentes del sobrenombre Stephen Daedalus: el primer mártir cristiano (Esteban) y el más grande inventor del paganismo (Dédalo). «Stephen sería un santo de la literatura, y como Dédalo, inventaría alas para planear sobre sus compatriotas y un laberinto, un arte misterioso fundado sobre una gran astucia» (36). Así el sobrenombre es también doble y anuncia el retrato del artista en los diferentes sobrenombres. La cadena ficticia se alza sobre lo que JacquesAlain Miller ha aislado como «algo en el nombre propio que llama siempre a un cornplemento» (37). Es la dimensión de la referencia, que no cesa de desplazarse a lo largo de la serie de nombres, serie que permite el fallo de la referencia. Nuestro Campo admite, en la perspectiva lacaniana, el designador rígido y a la vez la apertura del agujero en el sentido. Lacan apunta una especie de operación topológico, la cadena del nombre propio entra en el agujero que ella misma abre (38). Mediante esta operación se esclarece la paradoja que ha formulado Jacques-Allain Miller: llenar con un agujero. La operación de agujero en el sentido que produce la nominación se encuentra también, finalmente, en el punto de estibación que permite colmar el agujero de la fuga del sentido mediante la operación del nombre propio mismo. Así el nombre propio viene a garantizar, a indicar que un nombre puede haber existido, aunque esta existencia no efectúa más que la puntuación del sentido, entendido como perforación. Tenemos que para estibar saber utilizar las palabras para que, antiguas o nuevas, sirvan a los sujetos, ya se encuentren sometidos al régimen del Nombre-delPadre, u obligados a «bricolarse» a través de algún borde un sistema de nombres garantizados por algo. Hacerse un nombre debe ser entendido en el sentido amplio, más allá de las intuiciones lingüísticas que se ofrecen con demasiada evidencia. No se trata solamente de notoriedad (ser reconocido), o de una sustantivación individualizante («soy el Estudiante de lenguas») (39). Se trata de una operación sobre todo el conjunto del sistema «lenguajero». Para Joyce abarca a toda la lengua inglesa, para otros, aunque puede ser más limitado, concierne a todo el sistema. Notas: 1) Este artículo es la reescritura de una parte del discurso 1997/98 impartido en el marco de la Sección clínica de Paris-Saint Denis.

2) Al menos desde el curso de Jacques-Alain Miller titulado «Del Síntoma al fantasma y retorno» y Particularmente después del curso 1995/96, ambos inéditos 3) Julio 1997. Se leerá la reseña en el Volumen publicado por las ediciones del Paon octubre 1997),

La conversación

de Arcachon, Cas rare clíniques: les inclasables de la 4)

Miller, J.-A. ««x)», ornicar> n'47, Paris , Seuil 1989.

5)

Lacan. J., «La direction de la cure ... », Écrits. París, Seuil, 1989. [Trad. Esp. P. 6191

6) Ibid. 7)

Colección «Le paon» París, Seuil, 1997, p.256

8)

Lacan, J: Postfacio al Seminario XI de 1964, redactado el uno de

enero de 1973, París, Seuil, 1973, p.252. [Ed. Española: Paidós, B.Aires, 1987, p. 288.] La Cause 9) Miller, J-A; Seminario de Barcelona «Joyce el síntoma»,freudienne n' 38, Seuil, París, febrero 1998, p. 14 1 0) Es necesario cotejar aquí la observación de Jacques-Alain Miller en su Seminario « De la naturaleza de los semblantes», «le Nombre del-padre se divide entre teoría del nombre y teoría del padre». 1 1) Lévi-Strauss, C; de la Academia francesa. El totemismo en la actualidad. París, PUF, 1973, p. 43 12)

Su libro fundamental, Language and speech data de 1932.

13)

Ibid. La pensée sauvage, París,, Plon, 1962, p.258.

14)

Strawson, P.F. , On refering, publicado inicialmente en Mind

(1 950), republicado en «Oxford readings in philosofy, Meaning and Reference, edited by A.W. Moor, Oxford University Press, 1993, p.76. Traduction francaise, Etudes de logique et de linguistique, París Seuil,1977. [Trad. Española: en «La búsqueda del significado» L.M.Valdés (editor), Tecnos, 1991,p.57 y ss. 15)

Strawson, P.F., op. cit. p.34. [ Trad. Esp. P. 78]

16)

Ibid., p. 35. [ T.E. p.79]

17)

Un seminario entero fue consagrado a las cuestión de los tipos de

síntomas por Jacques-Alain Miller, en Buenos Aires en 1996. 18) A partir de esta perspectiva, que J.-A. Miller ha llamado «de la segunda metáfora paterna» se puede releer lo que en 1956 no obstaculizaba futuros desarrollos: «la primacía del significante sobre el significado aparece ya allí imposible de eludir por todo discurso sobre el lenguaje, no sin que desconcierte demasiado al pensamiento para que, incluso en nuestros días, haya podido ser enfrentada por los lingüistas. Sólo el psicoanálisis está capacitado para imponer al pensamiento esta primacía demostrando que el significante puede prescindir de toda cogitación( ... ) para manifestarse en él (el sujeto) mediante esa intrusión enajenante de,la que la noción de síntoma en análisis toma un sentido emergente» Ecrits, op. cit. P.467. [T.E. p.449] 19)

Lacan, J,»Subversión del sujeto y dialéctica del deseo», Écrits,

p.819.

[T.E. p.799]

20) Strawson, P.F., Les individus, Seuil, París, 1973, traducción de «On individuals» de 1959, p. 203: «¿Pero que ocurre si se utiliza un nombre?. No se puede utilizar un nombre de manera significativa para referirse a alguien o a algo salvo sabiendo a quien o a qué uno se refiere por medio de ese nombre. Dicho de otra forma, hay que estardispuesto a sustituir una descripción al nombre». 21) Esta es la tesis de Searle citada en la p. 62 de la obra de Kripke (ver nota siguiente)22) Es el título de la colección de tres conferencias pronunciadas por Saul Kripke en la Universidad de Princeton en 1970, publicadas en 1972 y traducidas en 1982 con el título: La logique des noms propres, por Pierre Jacob y FranQois Recanati (Editions de Minuit). El 4 de

marzo pasado Dulila Caplan presentó en mi curso el uso que hace de Ilo J.-A. Miller en su seminario «De la nature des semblants». 23)

Kripke, S., La lógica de los nombres propios, op. cit., p. 54.

24)

ibid., p. 57.

25)

[email protected]Á.@ C M.

26)

'11

27)

El término utilizado por Lacan remite a la Dichtung de Coruña en Marzo de 1996. H¿idegger. Cf. Síntomas y

urso del 28 de Enero de 1998 (inédito)

transferencia, conferencia dada en La 28) Lacan, J., «Del Trieb de Freud y el deseo del psicoanalista» Écrits p.

830. Durante la sesión del curso del 25

de Febrero de 1998 M.-H río que J.-A. Miller había hecho del Briole ha presentado el comenta

1,2,3,4»

1984/1985 triángulo de Peirce según Lacan en su curso « (inédito). 29) Kripke, S., op. cit p. 96. 30 ibid P. 115. 1)

Ibid P. 109.

32)

Ibid p. 120. teresante, Kripke deja de lado los nombres como

33) De manera in

an-Claude

«estúpido». Convendría respecto referirse a los análisis de Je Milner en «Les noms indisticts» París, Seuil. 1983. 34)

Presentación de la teoría de la ficciones benthamianas por J.-A. Miller, «El Otro que no existe ... » allí da la

forma actual de una reflexión proseguida desde 1973, como se han percatado los autores Jeremy Bentham De I'ontologie et autres textes sur les fictions de la reciente traducción de P. Schofield, , texto inglés establecido por traducciones y comentarios Por J.P. Clero y C. Laval, París Seuil Libro remarcable que debe ser saludado como el más completo 1997. en francés a nuestra disposición para introducimos en la teoría de las ficciones. 35)

Lacan, J., «joyce le Sinthome», clase del 10 de febrero 1976, Omicar? n' 8, Seuil, París, 1976, p. 13.

36)

Ellman, R., Joyce, París , Gallimard, Collection tel. 1987, vol. 1, p. 182..

37)

Miller, J.-A., Séminaire de Barcelona, «joyce avee Lacan», La Cause freudienne no 38, op-cit., P-10.

3 8)

Ibid., p. 1 1 - en su libro «Le schizo et les

39)

Así es como se nombraba Luis Wolfson

. Traducción.- Luis Alba, Begoña Isasi, Iñaki Viar

langues», París, Gallimard, 1970