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Escritos, Revista del Centro deSiCiencias del Lenguaje me permiten hablar... Número 26, julio-diciembre de 2002, pp. 51-

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Escritos, Revista del Centro deSiCiencias del Lenguaje me permiten hablar... Número 26, julio-diciembre de 2002, pp. 51-65

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Si me permiten hablar... Mariluz Domínguez y Luis Oquendo Analizamos un testimonio producido por una mujer de los Andes bolivianos. Estudiamos el control y el acceso, aspectos fundamentales de las relaciones entre el poder y el discurso. La lucha de las mujeres de las clases trabajadoras, en los años 60 y 70, se manifiesta en la conquista gradual de su derecho a hablar. Este texto es un contradiscurso que logra deslizarse en los espacios discursivos reservados a los hombres. Los hechos relatados indican que el género no puede desvincularse de otras categorías sociales y que la conciencia de clase puede servir de puente a la conciencia de género.

We analyze a testimony produced by a woman of the Bolivian Andes. We study control and access, which are fundamental aspects of relationships between power and discourse. The working-class women’s struggle in the 60’s and the 70’s reveals itself in the gradual conquest of their speech rights. This text is a counterdiscourse that succeeds in slipping around the discursive spaces reserved for men. The facts related indicate that gender cannot be separated from other social categories and that class consciousness can serve as a bridge to gender consciousness.

INTRODUCCIÓN

El texto estudiado es el testimonio de Domitila Barrios de Chungara, esposa de un minero, única mujer de la clase trabajadora que participó en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer organizada en México en 1975 por la Organización de las Naciones Unidas. El libro, publicado por primera vez en 1976 por la educadora brasileña Moema Viezzer, además de contener elementos para un análisis histórico de las luchas de las clases populares en América Latina, también constituye una contribución a la historia de las mujeres, pues se trata de la vida de una mujer contada por ella misma y no desde el punto de vista masculino. Es un segmento de la historia de la participación de las mujeres latinoamericanas en diversos movimientos socio-políticos. Desde

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1870, las mujeres protagonizaron movimientos reivindicativos en varios países de América Latina, tales como México, Chile, Brasil y Perú. Estos movimientos tenían como objetivo lograr el sufragio femenino, elevar la calidad de la educación para la mujer y abogar por la paz. Entre 1920 y 1930, las mujeres de Chile, Argentina, Brasil, México y Perú lucharon organizadamente por el voto femenino, el divorcio y el aborto libre y gratuito. Pero, en la década de los 50 se produjo una interrupción en la participación de la mujer en las luchas sociales y políticas, lo cual es concomitante con el apogeo de las dictaduras en América Latina. En los años 60 y 70 reaparece la participación de la mujer tanto en grupos feministas y movimientos populares, como en organizaciones más conservadoras orientadas por la Iglesia y algunos gobiernos populistas. A diferencia del discurso histórico que ha sido construido desde el poder por las clases, las naciones y el género dominantes, en este texto aparecen las mujeres como participantes de un proceso revolucionario: Es así, a grandes rasgos, como estamos trabajando nosotras. Y con sus actos, muchas de mis compañeras han demostrado que pueden asumir un papel importante al lado de los trabajadores. Y nuestro Comité ha dado pruebas de que puede ser un aliado fuerte para los intereses de la clase trabajadora. (Viezzer, 1985, 78) DELIMITANDO EL CONCEPTO DE GÉNERO

El género es una categoría de análisis que permite estudiar las relaciones sociales entre hombres y mujeres, así como las características que adoptan en una sociedad dada. El género se entiende como una construcción social, cultural o simbólica, y desde ese punto de vista, el término alude a la socialización diferenciada por sexo, lo cual redunda, a su vez, en la construcción de las nociones de feminidad y masculinidad, la asignación de espacios sociales (lo público y lo privado) y su valoración jerárquica. El género es, como explica Marta Lamas (2000, 12), el “resultado de la producción de normas culturales sobre el comportamiento de los hombres y las mujeres, mediado por la compleja interacción de un amplio espectro de instituciones económicas, sociales, políticas y religiosas”.

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El género no es, pues, una forma disfrazada de decir mujer; el concepto es mucho más complejo con una episteme sociocultural, antropológica y política. Es una categoría íntimamente ligada a las relaciones sociales, al poder y a los saberes. Como señala Joan Scott (1987), el género es “un elemento constitutivo de las relaciones sociales que se basa en las diferencias que distinguen los sexos”; además, es “el campo primario dentro del cual o por medio del cual se articula el poder”; y, por último, es el conjunto de saberes sociales (creencias, discursos, instituciones y prácticas) sobre las diferencias entre los sexos. DISCURSO-TESTIMONIO

En este trabajo entenderemos el discurso en la triple acepción que le dan los analistas críticos del discurso (Fairclough, 1996; van Dijk, 1999, 2000): como texto (producto oral o escrito), como práctica discursiva que se inserta en una situación social determinada y como un ejemplo de práctica social. También seguiremos las tesis de Foucault (1973) sobre las interrelaciones entre el discurso, el poder y sobre la posibilidad de emergencia de los discursos. Para Foucault, el poder es una red múltiple de fuerzas que está en constante movilidad. El poder no es monolítico; todos lo ejercemos de múltiples formas en nuestras interrelaciones. El poder circula tanto entre los dominadores como entre los dominados; los mismos dominados hacen circular el poder que los subyuga al hacer uso de los discursos y las prácticas que legitiman su dominación. En general, el poder puede ejercerse de dos maneras: como poder represor o como poder normativo. En el primer caso prohíbe, niega, mata, anula; este poder se ejerce mediante la fuerza física. El segundo tipo de poder es más sutil: incita a actuar, a hablar, y genera una red finísima de dominación a través del discurso. El poder normativo abarca diversas formas de dominación y control como las asimetrías entre los participantes de los eventos discursivos o una desigual capacidad para controlar la distribución, producción y consumo de los textos.

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En todas las sociedades el discurso está controlado debido al poder que el mismo discurso ostenta y al peligro que éste representa. El entrar al discurso no sólo ocurre por un advenimiento al poder. Las condiciones que hacen posible su utilización exigen ciertos requisitos, entre los cuales se destaca la de estar “calificado para hacerlo”. Las sociedades de discurso, cuyo propósito es producir y conservar discursos, cumplen algunos rituales y exigen que se acaten ciertas reglas de entrenamiento para “discursear”; es decir, los discursos científico, religioso, político se diferencian por las reglas con las cuales están construidos. Estos discursos son doctrinales, en oposición al discurso de la sociedad discursiva, cuyo número es limitado y tiende a la difusión. El discurso doctrinal tiene una doble sumisión: la de los sujetos que hablan en los discursos y la de los discursos al grupo. La concepción de Foucault sobre el poder no es pesimista, ya que él plantea la posibilidad de resistencia. Los dominados no lo son eternamente; pueden devenir en luchadores que resisten de múltiples maneras a la subyugación que padecen. Apropiarse del discurso del “Otro”, del dominador, constituye una vía para oponerse al poder hegemónico. Podríamos mencionar el ejemplo del discurso de los nahuas de la colonia, quienes al incorporar el mundo europeo a su propio mundo, lograron defender sus intereses localistas en todo el periodo colonial y lo que hizo posible esto fue el haberse apropiado del alfabeto latino, de la comunicación del “Otro”. Al respecto, Klor de Alva (1992) en su ensayo “El discurso náhuatl y la apropiación de lo europeo” plantea que con la apropiación de la voz del “Otro”, los nahuas se adaptaron y se afirmaron de un modo peligroso pero funcional. El texto constituye un discurso de resistencia; el propósito del habla de Domitila es penetrar en el poder. Pensamos que esta forma discursiva no es más que discontinuidad del discurso cuya ruptura no significa la exclusión del discurso, sino la apropiación de “Otro” discurso. El testimonio-discurso de Domitila se da en el espacio discursivo del “Otro”.

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SILENCIO Y HABLA

La hegemonía del sujeto constituye uno de los rasgos sobresalientes de la Razón occidental. De este sujeto, supuestamente neutro, han estado excluidas las mujeres, el “Otro”, lo definido por el hombre. En este sentido, Giulia Colaizzi (1990:15) señala: “la noción de Mujer ha funcionado como un espejo colocado frente a los ojos de los hombres, cuya superficie plana sólo devolvía la tranquilizadora imagen especular de la unidad y unicidad de un sujeto que no sólo se contiene a sí mismo sino que es capaz de autoproducirse en cuanto tal”. Las prácticas feministas de los últimos años han procurado develar estos presupuestos de la Razón occidental. Para ello es necesario realizar una doble operación: marcar sexualmente la noción de sujeto e historizarla. En palabras de la misma autora citada anteriormente: “al enfrentar al Sujeto como sexualmente marcado, es decir, al mostrar cómo el Hombre ha coincidido de hecho con los ‘hombres’, sujetos físicamente masculinos, la teoría crítica feminista ha puesto en cuestión la voluntad de universalidad y totalidad implícita en dicha concepción de Sujeto” (14-15). En la tradición del discurso occidental, el sujeto enunciador es fundamentalmente masculino. La mayoría de los discursos surgen de la voz autorizada del hombre. La historia es narrada y escrita por los hombres; ellos son los protagonistas de la historia y los héroes de la literatura. El discurso de las mujeres ha sido soslayado, cuando no reprimido o censurado. Su participación es violentada por el poder que ostenta el mismo discurso. Lo que se considera comportamiento “femenino” o “masculino” no está regido por la biología sino que se construye socialmente, y el uso del lenguaje es un ámbito fundamental en el que se construye el género. Podemos rastrear en toda la red de discursos que permea la vida social señales evidentes de la opresión de las mujeres y, también, de la resistencia a dicha opresión. El silencio femenino es entonces una metáfora que nos permite abarcar las múltiples formas de excluir a las mujeres del discurso público. Las formas más evidentes de opresión discursiva incluyen prohibiciones expresas que les niegan a las mujeres su derecho a hablar, tal

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como se observa en ciertas ceremonias rituales. Sin embargo, el silencio femenino también puede adoptar formas más sutiles: la escasa presencia de voces femeninas en ciertos ámbitos discursivos considerados prestigiosos –el discurso científico, político o jurídico–, la delimitación de los géneros discursivos reservados a las mujeres (diarios, cartas, poesía amorosa), la autocensura o la desvalorización de las voces femeninas que se atreven a traspasar el espacio doméstico. Los mecanismos de producción y consumo de los discursos también traducen las relaciones asimétricas entre hombres y mujeres. ¿Quién escribe?, ¿qué se escribe? y ¿para quién se escribe?, son preguntas que a lo largo de la historia han tenido respuestas diferentes, tratándose de hombres y mujeres. Algunos estudios, como el de Linda Christian-Smith (1989), han señalado, por ejemplo, que en el aula los tipos de textos que los docentes seleccionan con fines educativos son categorizados de acuerdo con la condición genérica de los estudiantes: novelas románticas para las niñas, libros de aventuras y misterio para los niños; de esta forma los educadores transfieren su autoridad a las novelas y respaldan las imágenes normativas de feminidad y masculinidad que presentan esos textos literarios. Las concepciones normativas sobre el género igualmente se encuentran en textos que, supuestamente, nada tienen que ver con las preferencias de categorización genérica de sus lectores, como los periódicos y los textos científicos. Roger Fowler (1991) ha planteado que los diarios británicos categorizan a las mujeres y a los hombres de maneras muy diferentes mediante las frases nominales que usan para describirlos. Por lo general, a los hombres se los describe en función de sus roles ocupacionales, mientras que a las mujeres se las describe en relación con su estado civil, situación y responsabilidades familiares. En la misma literatura lingüística se observan ejemplos de la invisibilidad de las mujeres. Así, sólo mencionaremos un ejemplo aparentemente inocente: Emile Benveniste (1977, 202-204) expone que los pronombres son una instancia del nombre, pero los ejemplos que presenta corresponden únicamente a nombres masculinos.

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Las diversas formas de discriminación de las mujeres pueden evidenciarse en las diversas estructuras de los mismos textos: el léxico, la sintaxis, la retórica, etc. Esto ha sido desarrollado en las investigaciones de Deborah Cameron (1990), Gwendolyn EtterLewis (1991), Kate Clark (1992), entre otras. En todo discurso, el enunciador deja una serie de rastros que permiten reconstruir las relaciones de poder. ¿Cuál es la voz dotada de poder?, ¿a quiénes se excluye?, ¿el sujeto enunciador se presenta como “yo” o como “nosotros”?, ¿quiénes son los “otros”?; todas estas huellas se manifiestan en el uso de los pronombres. Éstos son, quizás, la categoría gramatical más conocida de la expresión y manipulación de las relaciones sociales, el status y el poder y, por lo tanto, de las ideologías subyacentes. Como señala van Dijk (1999), la pertenencia al propio grupo, el distanciamiento y menosprecio de los otros, la polarización intergrupal, la cortesía, la formalidad y la intimidad y muchas otras funciones sociales pueden señalarse mediante la variación pronominal. A continuación nos referiremos al uso de los pronombres en el texto analizado, con la finalidad de determinar cómo se construye el género en este discurso. El prólogo aparece enunciado desde la primera persona de singular. La enunciadora se identifica como miembro de la clase trabajadora: “porque pienso que mi vida está relacionada con mi pueblo”, “quiero hablar de mi pueblo”, “no importa con qué clase de papel, pero sí quiero que sirva para la clase trabajadora”; en tanto que su identificación como mujer es bastante difusa: “Quiero decir también que considero este libro como la culminación de mi trabajo en la Tribuna del Año Internacional de la Mujer”. En el primer capítulo del relato, Domitila se identifica desde el punto de vista de la nacionalidad (“somos poquitos los bolivianos”), de la lengua de la dominación (“hablamos el castellano”), de la etnia (“yo me siento orgullosa de llevar sangre india en mi corazón”), del estado civil y de la clase social (“también me siento orgullosa de ser esposa de un trabajador minero”). En ningún momento su condición de mujer como ser autónomo aparece como rasgo autoidentitario.

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Las personas gramaticales que predominan en la primera parte del testimonio son la tercera de singular y plural, para referirse al pueblo de Bolivia, al minero, a los trabajadores; y la primera persona del plural, para designar a los mineros y a su familia, de la cual ella forma parte: “Y así tenemos que vivir con nuestros hijos, en una gran estrechez”, “en mi hogar, por ejemplo, no tenemos un solo colchón”, “en el campamento tenemos luz eléctrica que nos da la empresa”. Posteriormente, a partir del capítulo titulado “Un día de la mujer minera”, comienza el uso más frecuente de la primera persona de singular y del plural: “Mi jornada empieza a las 4 de la mañana, especialmente cuando mi compañero está en la primera punta. Entonces le preparo su desayuno. Luego hay que preparar las salteñas, porque yo hago unas cien salteñas cada día y las vendo en la calle” . La primera persona del plural incluye a todas las mujeres de los mineros: “Entonces, así vivimos. Así es nuestra jornada. Yo me acuesto generalmente a las 12 de la noche. Duermo entonces cuatro a cinco horas. Ya estamos acostumbradas”, “Porque las madres, tanto tenemos que hacer en el hogar, que entonces mandamos a nuestros hijos a hacer cola”. El “nosotras” de Domitila no abarca a todas las mujeres, sino únicamente a las esposas de los mineros, a aquéllas que participan en las luchas de la clase trabajadora, y a las latinoamericanas: “En esa labor en que están los trabajadores les colaboramos nosotras, sus compañeras”, “es así, a grandes rasgos, como estamos trabajando nosotras”, “pero eran planteamientos sobre todo feministas y nosotras no concordamos con ellos porque no abordaban algunos problemas que son fundamentales para nosotras las latinoamericanas”. Es decir, se trata de un “nosotras” historizado, comprometido con las circunstancias sociales y políticas, y no un “nosotras” abstracto. Las otras mujeres, las pertenecientes a los grupos poderosos y las feministas son designadas en tercera persona: “En aquellos días vino también un grupo de mujeres manejadas por la Iglesia. Y querían hablar con nosotras. Claro, como en aquel tiempo la Iglesia también era demasiado dirigida desde el extranjero, ellas se solidarizaron con los gringos. Decían que nosotras éramos herejes, comunistas. Lloraban, se desesperaban y decían que

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por nuestra causa todas ellas iban a sufrir en las manos de los campesinos. Nosotras les respondimos, bien furiosas. Entonces ellas se impresionaron...”. En este último ejemplo se observa claramente cómo la polarización de los grupos y la lucha social se expresan en la oposición pronominal “nosotras” y “ellas”. La oposición entre “nosotras”, las mujeres del Comité de Amas de Casa, y “ellas”, las feministas, se explica históricamente, ya que Domitila privilegia la conciencia de clase sobre la de género; ella comparte la posición marxista clásica, según la cual al abolirse la división en clases desaparecerá toda opresión, incluida la de la mujer, con lo cual se opone a las corrientes feministas en boga en las décadas de los 60 y 70, sobre todo en Estados Unidos y Europa: Porque nuestra posición es una posición diferente de las feministas. Nosotras consideramos que nuestra liberación consiste primeramente en llegar a que nuestro país sea liberado para siempre del yugo del imperialismo y que un obrero como nosotros esté en el poder y que las leyes, la educación, todo sea controlado por él. Entonces sí, vamos a tener condiciones para llegar a una liberación completa, también en nuestra condición de mujer. (Viezzer, 1985, 42) EL ACCESO A LA PALABRA

Van Dijk (2000:44) ha explicado dos aspectos fundamentales de las relaciones entre el poder y el discurso: el control y el acceso. Este autor señala que el discurso es el principal recurso para ejercer el poder hegemónico y para establecer un consenso. “Los poderosos tienen acceso (y pueden controlarlos) no sólo a los recursos materiales escasos sino también a los recursos simbólicos, como el conocimiento, la educación, la fama, el respeto e incluso el propio discurso público. Es decir, el discurso no es únicamente un medio para la realización del poder, como lo son otras acciones de los poderosos, sino también y al mismo tiempo un recurso de poder”. Las diversas elites de poder controlan el acceso a muchos tipos de discursos públicos, por ejemplo en la política y la administración, los medios, la educación, etc. En cambio, los grupos menos poderosos, entre los que se incluyen las mujeres, tienen menores posibilidades de acceso al discurso público.

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Quien ostenta el poder discursivo puede controlar las estructuras del texto (variantes de lenguaje, géneros, temas, gramática, estilo léxico, figuras retóricas, coherencia local y global, actos de habla, tomas de turno, formas de cortesía, etc.) y del contexto (por ejemplo, mediante el control de los participantes y sus roles: quiénes pueden estar presentes, quiénes pueden hablar o escuchar y quiénes pueden o deben hablar y bajo qué rol). En el texto que analizamos, la lucha de las mujeres de las clases trabajadoras de los años 60 y 70, valga el título del libro Si me permiten hablar..., se manifiesta fundamentalmente en la conquista gradual de su derecho a hablar, del acceso al discurso público. El análisis del texto evidencia el control que los hombres ejercen sobre los parámetros del contexto y sobre los temas del discurso femenino. La primera conquista de las mujeres del Comité de Amas de Casa es su derecho a hablar y a ser oídas por los compañeros del sindicato en un espacio público: Claro, al principio no fue fácil la cosa. Por ejemplo, en la primera manifestación que hubo en Siglo XX después que ellas volvieron de La Paz, las compañeras subieron al balcón del Sindicato para hablar. Los compañeros no estaban acostumbrados a escuchar a una mujer junto a ellos. Entonces gritaban: “¡Que se vayan a la casa...!, ¡a cocinar!, ¡a lavar!, ¡a hacer sus quehaceres!....” Y les silbaban. (Viezzer, 1985, 80)

En la mayoría de las sociedades amerindias, el papel protagónico de las mujeres ha sido usurpado por los hombres, quienes asumen actitudes de la sociedad patriarcal cuyo origen se halla en occidente. La hegemonía del patriarcado se manifiesta en un lenguaje y un discurso dominados por los hombres. En este sentido, puede afirmarse que “la verdad” depende de quién controla el discurso, de quién decide y de la verdad que se acepta. En otro texto observamos cómo los representantes del gobierno se niegan a hablar con las mujeres del Comité de Amas de Casa, no sólo por su condición de clase sino por su género: Él nos cortó la comunicación. Pero nosotras no nos movimos. Entonces nos pusieron otra vez en contacto con ese señor. Pero

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él nos dijo: —No hay ley que me obligue a dialogar con las mujeres. Y yo no quiero hablar con ustedes. Nosotras tomamos eso como un chiste y le dijimos: —¡Qué lamentable, coronel, que usted tenga que tener una ley para dialogar con su esposa!... (Viezzer, 1985, 194)

La expresión Si me permiten hablar, título del libro que analizamos y que aparece repetida insistentemente a lo largo del texto, es la metáfora del espacio que va conquistando gradualmente la protagonista del relato. A medida que Domitila comienza a hablar, en los espacios reservados tradicionalmente al hombre, va efectuándose la liberación de su doble opresión de clase y de género: Llegó entonces esa comisión. Pero era tanta la represión que nadie quería hablar. Nadie se animaba. Nadie. Me acuerdo muy bien que nos hicieron llamar por la radio para denunciar. Pero ningún trabajador se animaba a hablar. Todos estaban callados, absolutamente todos. Yo estaba allí con mi compañero, y él me dijo que tampoco hablara: —Mira que retiraron a mis compañeros de la empresa; me han de retirar a mí también y nosotros tenemos tanta familia... No vayas a hablar. Yo escuchaba, escuchaba a los de la comisión... y me desesperaba que la gente no pudiera hablar, no pudiera decir nada, a pesar de que se estaba ahogando de dolor y de angustia. Pero no podía hablar por ese temor que había en todos, ¿no? A mí me daba pena, me angustiaba. ¡Que hablen, que hablen! –decía yo. —Y me di vuelta, y vi a una señora que allí estaba con sus hijitos, llorando porque habían matado a su esposo. Entonces yo le dije: —Pero, señora, no llore usted. Párese y denuncie que a su esposo lo han matado. La señora me miró y me dijo: —Pero, señora... tú eres, pues, nuestra presidenta: vos, pues, hablá... Tú eres ama de casa... Hablá, pues. Bastó aquello y yo empecé a reflexionar en mi papel de dirigente: es cierto, yo soy dirigente, yo también soy parte de eso... Y estoy exigiendo que otras hablen y yo no hablo nada... Las otras personas que habían escuchado a la señora también dijeron:

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Mariluz Domínguez y Luis Oquendo —Que hable, que hable. Entonces me paré y comencé a hablar. Y denuncié todo lo que había ocurrido. Expliqué todo el problema que teníamos... Y hablé de todas las cosas que yo había visto... Y les dije que en todo el mundo debían ellos hacer conocer esa situación. (Viezzer, 1985, 111-112)

En este pasaje observamos cómo el acto de hablar está modulado por su relación con el YO, y va pasando por diferentes grados de compromiso: el querer (lo volitivo), el poder (la potencia) y el deber (lo deóntico). Al comienzo, Domitila –al igual que el resto de los compañeros– no quiere hablar; posteriormente, ella no puede hablar por la prohibición de su esposo; pero, finalmente, toma conciencia de que debe hablar y, de esta manera, penetra en aquellos espacios discursivos que le estaban vedados. (Cfr. Pottier, 1992,286). CONSIDERACIONES FINALES

A manera de conclusión esbozaremos algunas ideas: 1. Si me permiten hablar es un discurso de resistencia, en un doble sentido. Por su pertenencia al género testimonial, se rebela contra la hegemonía discursiva de los sectores sociales y políticos dominantes. Por otra parte, es un contradiscurso que logra deslizarse en los espacios discursivos reservados a los hombres. 2. En este texto, el sujeto está marcado históricamente y “generizado”. El “yo” del texto remite tanto a “nosotros” (los trabajadores o la familia del minero) como a “nosotras” (las mujeres de la clase trabajadora). 3. El análisis de este texto evidencia que el género no puede desvincularse de otras categorías sociales; es imposible hablar de una mujer genérica: la mujer total siempre pertenece a una clase social, a una etnia, a un país; habla una lengua determinada, etc. 4. Los hechos presentados en este testimonio, así como los ocurridos en otros movimientos protagonizados por mujeres, indican que la conciencia de clase puede servir de puente a la conciencia de género. La subsistencia del grupo familiar y la lucha por la vida de esposos e hijos han sido el catalizador de muchas acciones colectivas, donde las mujeres se han convertido en protagonistas y han llegado a ocupar espacios que antes les estaban prohibidos;

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sirvan como ejemplo los motines de Castilla la Vieja en 1856, o los de Barcelona, Alicante, Almería y Málaga en 1918, 1919 y 1933 (Cfr. Ramos, 1995) o, más cercanas a nosotros, las protestas de Las Madres de La Plaza de Mayo, en Argentina. En estos movimientos, surgidos como defensa del entorno privado, se va desarrollando progresivamente una afirmación de la conciencia del poder femenino en la medida en que las mujeres ocupan los espacios públicos y hacen escuchar su voz antes silenciada. BIBLIOGRAFÍA

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PALABRAS CLAVE DEL ARTÍCULO Y DATOS DE LOS AUTORES

testimonio femenino - Andes bolivianos Mariluz Domínguez Torres Universidad del Zulia Facultad de Humanidades y Educación. Escuela de Letras. Calle K, Núm. 12-21 Urbanización Monte Bello Maracaibo, Venezuela. Teléfono fax:58-261-7596217 e-mail: [email protected] Luis Felipe Oquendo Prieto Universidad del Zulia Facultad de Humanidades y Educación. Escuela de Letras Calle K, Nº 12-21 Urbanización Monte Bello Maracaibo, Venezuela. Teléfono fax:58-261-7596217 e-mail: [email protected]

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