Serulnikov, Crisis de Una Sociedad Colonial (2)

Desarrollo Económico, vol. 48, NQ 192 (enero-marzo 2009) CRISIS DE UNA SOCIEDAD COLONIAL. IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPR

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Desarrollo Económico, vol. 48, NQ 192 (enero-marzo 2009)

CRISIS DE UNA SOCIEDAD COLONIAL. IDENTIDADES COLECTIVAS Y REPRESENTACIÓN POLÍTICA EN LA CIUDAD DE CHARCAS (SIGLO XVIII)2 SERGIO SERULNIKOV**

Existe considerable consenso en la historiografía latinoamericana actual sobre los aspectos profundamente tradicionales que moldearon las identidades colectivas y las prácticas representativas durante la transición de la colonia a la república. Recientes estudios de los imaginarios políticos y las estructuras jurídico- institucionales de la monarquía hispánica muestran que tras el vacío de poder dejado por la caída de la dinastía española en 1808, el nuevo sujeto de la soberanía no recayó en el pueblo en el sentido contractualista, individualista y universal de la ilustración francesa, sino en los pueblos concebidos como las antiguas comunidades y corporaciones que componían la estructura plural del imperio. Fueron las ciudades -las unidades políticas de base del mundo hispanoamericano- y los ayuntamientos -la más emblemática institución de autogobierno proveniente de la tradición medieval castellana- las que terminan prevaleciendo como forma primaria de organización política 1. Los trabajos sobre movimientos sociales andinos durante el siglo XVIII, centrándonos ya en el área específica de nuestra investigación, refuerzan esta imagen. En su clásico libro sobre la revolución de los comuneros en Nueva Granada de 1781, la más importante rebelión criolla de la época, John Leddy Phelan argumentó que las elites americanas respondieron a los avances del estado absolutista borbónico mediante la apelación a teorías monárquicas pactistas. El constitucionalismo histórico.constituyó un intento de volver al modelo habsburgo

2 La investigación para este estudio contó con la ayuda financiera del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de la Argentina (Conicet), la John Simón Guggenheim Foundation, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, la Fundación Antorchas y la John Cárter Brown Library.

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de gobierno, no un anuncio de los tiempos por venir2. Los múltiples motines contra el aumento de los impuestos en La Paz, Arequipa y otras ciudades del Alto y Bajo Perú, han tendido a ser vistos como revueltas típicas de Antiguo Régimen y, en consecuencia, no han alterado de manera sustantiva este paradigma3.

El presente ensayo se propone repensar algunas de las premisas de este modelo interpretativo. Nuestro trabajo se centra en la ciudad altoperuana de La Plata, la sede de la audiencia de Charcas, a fines del siglo XVIII. Como es bien sabido, tras la invasión napoleónica a la península Ibérica, la ciudad de La Plata (conocida también como Chuquisaca, Sucre en la actualidad) fue el escenario de los primeros ensayos de ruptura abierta con los virreyes y de sustitución de las autoridades vigentes por nuevos organismos de gobierno. En mayo de 1809, una coalición de oidores de la audiencia, oficiales del cabildo y abogados, respaldados por la movilización de sectores plebeyos que protagonizaron cruentos enfrentamientos con la guarnición militar, asumieron el poder luego de destituir al intendente de Charcas y de forzar al arzobispo a abandonar la ciudad. El movimiento se expandió pronto a La Paz, en donde adquirió tonos más radicales 3 . Mientras los estudios sobre el alzamiento tupamarista nos ayudan a entender por qué las elites altoperuanas tendieron a evitar la movilización indígena y a rechazar el tipo de revolución de sesgo liberal propugnada por los primeros ejércitos criollos provenientes del Río de la Plata y Nueva Granada, sabemos mucho menos acerca de la génesis de las transformaciones sociales detrás de aquellos tempranos estallidos urbanos de rechazo al orden establecido5.

Para responder a este interrogante es preciso adoptar un enfoque diferente al que ha sido prevaleciente en este campo de la indagación histórica. Nos proponemos pensar la crisis del sistema colonial a partir de una historia propiamente política -no sólo un estudio de sus causas estructurales o de las ideas e imaginarios- y de una historia que apunte a tomar como punto de llegada, no de partida, como ha sido generalmente el caso, los procesos abiertos por los traumáticos eventos de 1808 4. En el caso de La Plata, aquel punto de partida debe situarse en la década de 1780, cuando al calor de un intenso proceso de agitación social emergieron formas de identidad colectiva y mecanismos de representación política que cuestionaron tanto las tradicionales

2 John Leddy PHELAN: The Peopíe and the King: The Comunero Revolution in Colombia, 1781 (Madison, University of Wisconsin Press, 1978). 3 Jorge Siles SALINAS: La independencia de fío//V/'a (Madrid, MAPFRE, 1992); Danilo Arze AGUIRRE: Participación popularen la independencia de Bolivia (La Paz, OEA, 1979); Estanislao JUST: Comienzo de la independencia en el Alto Perú: los sucesos de Chuquisaca, 1809 (Sucre, Editorial Judicial, 1994). 4 Estudios como los de Rossana Barragán o Sarah Chambers para La Paz y Arequipa son sin duda un importante paso en esta dirección. Véase, BARRAGÁN: "Españoles patricios y españoles europeos"; Sarah C. CHAMBERS: From Subjects to Citizens. Honor, Gender and Politics in Arequipa, Perú, 1780 -1854 (University Park, The Pennsylvania State University Press, 1999).

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relaciones del patriciado con la plebe urbana como el estatuto de la relación entre la monarquía y la ciudad. Es mi hipótesis que este acontecimiento fue provocado por la conjunción de dos poderosas fuerzas históricas originadas a los extremos opuestos del orden colonial: las masivas rebeliones andinas de 1780-1782 y las políticas absolutistas borbónicas. Ambos fenómenos tuvieron un impacto muy particular en la vida de la ciudad.

Charcas, como es conocido, constituyó uno de los tres principales epicentros de insurgencia durante la era de la revolución tupamarista. Sin embargo, en contraste con las regiones de Cuzco y La Paz, donde las milicias rurales y los ejércitos regulares jugaron un rol preponderante en la supresión de los levantamientos, la lucha contra las fuerzas indígenas recayó aquí exclusivamente en los vecinos de la ciudad. Fueron las milicias urbanas, organizadas en compañías de patricios y plebeyos, las que cargaron con el esfuerzo bélico, en especial durante el asedio a La Plata por parte de miles de campesinos de varias provincias en febrero de 1781. Pero aunque el vecindario asumió todo el peso de la guerra, no podría disfrutar por mucho de los frutos de la victoria. En los meses posteriores, la Corona procedería a estacionar compañías de soldados peninsulares en las grandes urbes andinas. La Plata no fue la excepción. Por primera vez desde el siglo XVI, la ciudad vería la instalación de una guarnición militar permanente a unos metros de la Plaza Mayor. Igualmente significativo, las milicias de Charcas, consideradas un gasto innecesario para el erario y sobre todo poco confiables políticamente, serían con el tiempo disueltas -en particular una de las compañías de mestizos que fue mantenida en pie después de la insurrección5. No es necesario insistir aquí en que la concentración de la fuerza en el ejército regular español formaba parte de un amplio conjunto de medidas, conocidas genéricamente como las reformas borbónica, orientadas a establecer la plena sujeción de los territorios americanos a la metrópoli. Para los fines de este trabajo, baste mencionar la sistemática exclusión de las elites criollas de los altos cargos públicos, el aumento general de la carga fiscal y los ataques a la autonomía de las corporaciones y comunidades locales. Estamos en presencia pues de dos fuerzas destinadas a colisionar: el nuevo proyecto imperial de los Borbones y el arraigado sentimiento de orgullo y derechos adquiridos de la población charqueña emanado de su decisivo rol en la defensa o, en palabras de la época, la "reconquista" del reino. Los soldados peninsulares estacionados en la ciudad se convirtieron en el catalizador de estos antagonismos. Su convivencia con los moradores, tanto la "gente decente" como la plebe, estuvo signada desde un principio por el resentimiento y la violencia. Ello iba a suscitar dos violentos motines populares, en 1782 y 1785, así como enfrentamientos abiertos de la población local, representada institucionalmente en el cabildo, con las principales autoridades regias (el virrey del Río de la Plata, la audiencia de Charcas y el ejército regular) 6 . La reconstrucción en

5 Las milicias urbanas habían por ejemplo tenido una activa participación en los levantamientos populares de Arequipa en 1780 y de Nueva Granada en 1781. Véase, CAHILL: "Taxonomy of a Colonial *Riot"'; y Juan Marchena FERNÁNDEZ: Ejército y milicias en el mundo colonial americano (Madrid, Editorial MAFRE, 1992), pp. 204210. Sobre las reformas militares en el Perú durante la época de Carlos III, véase asimismo León CAMPBELL: The MilitaryandSocietyin Colonial Perú, 1750-1810( Philadelphia, The American Philosophical Society, 1978). 6 Como hemos analizado en otra parte, estas tensiones también se pusieron de manifiesto en el plano de la ceremonia pública y el simbolismo político. Estos revelan el repentino valor asumido por la opinión del público y la existencia de concepciones de legitimidad monárquica antagónicas al absolutismo borbónico. Véase Sergio SERULNIKOV: '"Las proezas

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profundidad de estos eventos, los cuales han merecido hasta aquí escasa o nula atención por parte de los historiadores, proporciona una vía de aproximación a procesos de transformación social con vastas y duraderas derivaciones.

En efecto, postularemos en primer lugar que la lucha contra el levantamiento tupamarista no sólo dejó su impronta en el acendrado conservadurismo ideológico de las elites altoperuanas respecto de la inherente inferioridad de los pueblos nativos: también sirvió para afirmar las prerrogativas de la población urbana frente a los avances de las políticas borbónicas. El desempeño del vecindario durante la rebelión indígena creó las condiciones para que tres décadas antes de la crisis general del dominio español la ciudad comenzara a ser percibida no sólo como un sujeto abstracto de derechos, sino como un actor político colectivo. Se sostendrá, por otro lado, que las agresivas iniciativas del ayuntamiento de La Plata, y su apelación a nociones pactistas, no deben ser entendidas como una mera reacción tradicionalista frente a la implantación del modelo absolutista, como una "nostalgia de las antiguas instituciones representativas", una búsqueda de amparo en "las viejas libertades"7. Antes bien, las actividades del cabildo comportaron una perceptible ruptura con el pasado. Aunque el movimiento puso en juego antiguas concepciones de legitimidad monárquica y establecidos mecanismos de participación en los asuntos públicos, sería un error inferir su significado por referencia al contendido abstracto de las primeras y al lejano origen histórico de los segundos. Es preciso recordar que los ayuntamientos americanos habían venido funcionando desde el siglo XVI como organismos de administración municipal monopolizados por un grupo de familias notables en relación simbiótica con la burocracia regia. Por el contrario, durante estos años el cabildo de La Plata empezó a servir como órgano de representación política del vecindario, se erigió en abierta oposición a las principales instancias de poder español y sus partidarios y ios sectores sociales a los que proclamó representar abarcaban, de manera muy activa y tangible, no sólo a las elites sino también a la plebe urbana8.

Todo ello nos conduce a una última observación de carácter más general. Para el caso de la Francia del Antiguo Régimen, se ha señalado que la teoría del derecho de resistencia a la tiranía, en la cual se inscribió la crítica del poder absoluto del rey, estuvo en principio asociada a la idea de restauración de la sociedad de órdenes, a un rechazo aristocrático de la nivelación de las distinciones de rango que había tenido lugar desde la consolidación del absolutismo en el siglo XVII 9 . Un argumento análogo ha sido postulado para el caso latinoamericano. Frangois- Xavier Guerra, entre otros, ha

de la Ciudad y su Ilustre Ayuntamiento': Simbolismo político y política urbana en Charcas a fines del siglo XVIII", Latin American Research Review, vol. 43, N2 3, 2008. 7 GUERRA: Modernidad e independencias , p. 28. 8 John Lynch sostiene, para todo el ámbito del virreinato del Río de la Plata hasta los últimos años del siglo XVIII, que "[la] dependencia de autoridades superiores estimuló un servilismo y una inercia, que pueden leerse en cada línea de las actas de los cabildos". John LYNCH: Administración colonial española 1782 -1810. El sistema de intendencias en el Virreinato del Río de la Plata (Buenos Aires, Eudeba, 1962), p. 192. 9 Pierre ROSANVALLON: La consagración del ciudadano. Historia del sufragio universal en Francia (México, Instituto Mora, 1999), pp. 24-26.

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señalado que las luchas de las elites criollas para afirmar la igualdad de América y España tras las abdicaciones de Bayona se conjugaron con una imagen estamentaria de la sociedad de corte muy tradicional10. La experiencia de La Plata nos permite acaso atisbar otro tipo de dinámica histórica. Sugeriremos que las políticas absolutistas borbónicas, por un lado, y la movilización conjunta de toda la población urbana en la guerra contra los indígenas, por otro, propiciaron una relajación de las fronteras entre el patriciado y la plebe, vale decir, un resquebrajamiento de los modos de estratificación social propios de la sociedad hidalga de Indias. Como cabría esperar, la inclusión de los grupos populares urbanos en la política se da en la práctica, de hecho, sin que nada cambie en las reglas que rigen las instituciones, y no significa de manera alguna igualación. Expresa, con todo, el creciente sentimiento de pertenencia de ambos sectores a una misma entidad social, a una misma sociedad. Y, para tomar prestadas palabras de Octavio Paz en su ensayo sobre México colonial, "toda sociedad al definirse a sí misma, define a las otras. Y esta definición asume casi siempre la forma de una condenación"11. La doble condenación de la alteridad radical de la vasta mayoría de la población indígena suscitada por la revolución tupamarista y de la colonialidad de las estructuras de gobierno suscitada por las políticas borbónicas, es la marca de nacimiento de la conciencia política criolla. Es una marca que en gran parte informaría las peculiares, en apariencia paradójicas, reacciones de la sociedad charqueña frente a las abdicaciones de Bayona, primero, y al movimiento independentista, poco después.

El ejército y el vecindario: la politización del honor

La Plata ocupó un lugar clave en la vida política del Alto Perú. Ciertamente, no se destacaba ni por su actividad económica -no era un centro comercial o agrícola de importancia- ni por el tamaño de su población. Según un padrón de 1778, contaba con 15.387 habitantes, clasificados de la siguiente forma: 3.325 blancos (21%), 6.159 mestizos (40%), 2.132 negros (15%) y 3.771 indios (24%) 12. Aunque más pequeña que otras ciudades de la región, La Plata fue sede de las tres principales instituciones coloniales en el sur andino: la audiencia, el arzobispado y la universidad. Ello le otorgó peculiares características. Por un lado, ciudades como La Plata, capitales históricas de virreinatos y audiencias, fueron las que fijaron la norma de la ciudad barroca latinoamericana: comunidades fundadas en la asunción de modelos señoriales de comportamiento que pretendían remedar el modo de vida cortesano de las urbes ibéricas13. En particular, los jueces de la real audiencia de Charcas, el más poderoso tribunal en la región, ocupaban el escalón más alto de la pirámide social. Más allá de

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GUERRA:

Modernidad e independencias, P. 162.

Octavio PAZ: Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (México, FCE, 1995), p. 47. 12 El padrón fue realizado por el Arzobispo Francisco Ramón de Herboso. Citado en Edberto Oscar ACEVEDO: Las intendencias altoperuanas en el Virreinato del Río de la Plata (Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1992), p. 409. Para fines del siglo XVIII, Lima tenía 52.000 [Alberto FLORES GALINDO: Aristocracia y plebe: Lima 1760 1830 (estructura de clases y sociedad colonial) (Lima, Mosca Azul Editores, 1984), p.15]; La Paz, 40.000 [Herbert KLEIN: Haciendas and Ayllus (Stanford, Stanford University Press, 1993), p. 9]; y Cochabamba 22.000 [Brooke LARSON: Colonialism and Agrarian Transformation in Bolivia. Cochabamba, 1550 -1900 (Durham, Duke University Press, 1997), p. 175]. 13 Ángel RAMA: La ciudad letrada (Montevideo, Arca, 1995), p. 32; José Luis ROMERO: Latinoamérica, las ciudades y las ideas (Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 1976), pp. 85-91. 11

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sus amplias atribuciones judiciales, el presidente, los oidores y fiscales habían gozado desde la fundación de la ciudad de preeminencias ceremoniales, elaboradas formas de cortesía y el uso de la toga y otros símbolos de distinción social14. Estas ciudades se caracterizaban también por un acendrado dualismo social. Se concebía que la sociedad urbana estaba escindida entre la "gente decente" (personas de origen hispano, tanto peninsulares como criollos, elegibles para ocupar los principales cargos concejiles) y la plebe (individuos identificados como mestizos, mulatos, cholos y otras "castas" que desarrollaban oficios manuales y comercio al menudeo). Aunque la pureza de sangre se establecía de manera holística más bien que genética o conforme a estrictos rasgos fenotípicos (para fines del siglo XVIII, pocos criollos podían ser considerados blancos en sentido estricto), y las fronteras entre ambos grupos estaban en ¡a práctica lejos de ser infranqueables, la literatura histórica ha coincidido en destacar la centralidad de esta imagen binaria del mundo urbano17.

La fisonomía aristocrática de la vida pública charqueña se combinó sin embargo con elementos mucho más modernos y dinámicos. La ciudad, en efecto, funcionó como la cuna de la elite jurídico-administrativa de la región y su principal centro de actividad intelectual. Se estima que para fines del siglo XVIII residían unos quinientos estudiantes foráneos, cien chuquisaqueños y unos setenta abogados 15. A la Universidad de San Francisco Xavier (o Universidad de Charcas), la más antigua casa de altos estudios en los Andes, se sumó en 1778 la apertura de la Academia Carolina, una institución dedicada a la formación de abogados que atraía hijos de familias criollas de todo el ámbito del virreinato del Río de la Plata y del Perú. Fuertemente influenciada por las nuevas ideas de la Ilustración, la academia fue el lugar de formación de varios de los futuros líderes de los movimientos independentistas. Su impacto en la vida de la ciudad no fue de menor significación. De acuerdo a Clément Thibaud, la institución generó un espacio moderno de sociabilidad que, a semejanza de las academias provinciales o las sociedades literarias en Francia, rompió con las rígidas jerarquías sociales del Antiguo Régimen al funcionar como un "crisol de sociabilidades democráticas liberadas en parte de los valores jerárquicos y corporativos de la sociedad de órdenes" 16 . Habría que añadir que también la Universidad de Charcas experimentó para esta época un proceso de democratización. Tras la expulsión de los jesuítas en 1767, el cuerpo docente pasó

14 Eugenia BRIDIKHINA: "Los honores en disputa. La identidad corporativa de la elite administrativa colonial charqueña (siglos XVII-XVIII)", VI Congreso Internacional de Etnohistoria, Buenos Aires, 22 al 25 de noviembre de 2005. Análisis de distintos aspectos de la historia de la ciudad de La Plata a fines del siglo XVIII en Roberto QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca 1539-1825 (Sucre: Imprenta Universitaria, 1987); Eugenia BRIDIKHINA: Sin temor a Dios ni a la justicia real: control social en Charcas a fines del siglo XVIII (La Paz, Instituto de Estudios Bolivianos, 2000). Estudios sobre la sociedad charqueña en los siglos XVI y XVII, incluyen Josep M. BARNADAS: Charcas, orígenes históricos de una sociedad colonial { La Paz, Centro de Investigación y Promoción del Campesinado, 1973); Ana María PRESTA: Encomienda, familia y negocios en Charcas colonial. Los encomenderos de La Plata, 1550 -1600( Lima, Instituto de Estudios Peruanos-BCRP, 2000); Clara LÓPEZ BELTRÁN: Estructura económica de una sociedad colonial: Charcas en el siglo XVII (La Paz, CERES, 1988). 15 Gabriel RENÉ-MORENO: Biblioteca Peruana. Notas Bibliográficas inéditas, tomo III, René Danilo Arze Aguirre y Alberto M. Vázquez, Editores (La Paz, Fundación Humberto Vázquez-Machicado, 1996), pp. 126-127. 16 Clément THIBAUD: "La Academia Carolina de Charcas: una 'escuela de dirigentes' para la Independencia", en Rossana BARRAGÁN, Dora CAJÍAS y Seemin QAYUM (comp.): El siglo XIX. Bolivia y América Latina (La Paz, Muela del Diablo Editores, 1997), p. 40. Subrayado en el original. Sobre el rol de los abogados y letrados en la creación de una esfera pública durante el período colonial tardío, vé -+ Victor M. URIBE-URAN: "The Birth of a Public Sphere in Latin America during the Age of Revolution", Comparative Studies of Society and History (42:2) 2000, pp. 425-457.

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a ser integrado por personas seculares y religiosas de origen local, la adjudicación de cátedras se rigió por concursos públicos y se instituyó un sistema electivo de designación de rectores lo suficientemente competitivo para convertirse, por motivos que se harán evidentes hacia el final del artículo, en uno de los focos fundamentales de conflicto político entre vecinos y autoridades peninsulares17.

Esta intensa actividad intelectual y administrativa pudo en definitiva haber contribuido a atenuar las barreras entre diferentes sectores sociales. En su pionero estudio de la sociedad charqueña tardo colonial, el historiador Gabriel René- Moreno había ya apuntado que los criollos distinguidos, principalmente los universitarios, "fraternizaban con los mestizos". Más aún, ía presencia de estudiantes y doctores en la ciudad "explica que el cholo chuquisaqueño sin saber leer ni escribir, fuese por aquel entonces, como ningún cholo en otra parte, opinante sobre los asuntos del procomún..." 18. El propio origen social de los estudiantes distaba en muchos casos de la "pureza de sangre" exigida para el ingreso a la universidad, al punto que un fiscal de la audiencia se lamentó hacia estos años que era común que se admitiera "a individuos que por su bajo y desechado nacimiento debían emplearse mejor en actividades correspondientes a sus humildes calidades y circunstancias" 19 . Los letrados, en suma, no parecieron constituir un grupo cerrado sobre sí mismo.

Los conflictos políticos de comienzos de la década de 1780 arrojan nueva luz sobre los estrechos vínculos que se estaban forjando entre la "gente decente" y la plebe. En primer lugar, parece claro que la militarización de la población civil en circunstancias extremas, como lo fue la guerra contra la insurgencia tupamarista, tendió a socavar las tradicionales jerarquías sociales. Fenómenos similares han sido observados a propósito de la movilización de los residentes de Buenos Aires durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807, la integración de los grupos populares de Oaxaca en los ejércitos que se levantaron para combatir la rebelión de Miguel de Hidalgo o la participación de los pardos en los ejércitos emancipadores novogranadinos 20 . La

17 Sobre el rol del claustro de doctores a partir de la expulsión de los jesuítas, véase, Joseph M. BARNADAS, Es muy sencillo: llámenle Charcas (La Paz, Librería Editorial "Juventud", 1989), p. 94; y QUEREJAZU CALVO, Chuquisaca, p. 357. 18 RENÉ-MORENO: Biblioteca Peruana, p. 126. 19 QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca, p. 362. Véase también Thibaud, "La Academia Carolina", pp. 42-47. Asimismo,

parecía no existir en La Plata el grado de segregación residencial que se observa en otras ciudades coloniales puesto que los artesanos y comerciantes vivían y tenían sus talleres y tiendas en en las calles céntricas y alrededor de la Plaza Mayor, lugar de residencia de la gente decente. Los indios en cambio habitaban dos barrios más alejados del centro. Estudios sobre las prácticas sociales y culturales de la plebe urbana en el siglo XVIII en Juan Carlos ESTENSSORO FUCHS: "La plebe ilustrada: El pueblo en las fronteras de la razón", en Charles WALKER (Ed.): Entre la retórica y la insurgencia: las ideas y los movimientos sociales en los Andes, Siglo XVIII (Cusco, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, 1995); y Pamela VOEKEL: "Peeing the Palace: Bodily Resistanceto Bourbon Reforms in México City", Journal of Historical Society 5 (1992), pp. 183-208. 20 Véase, Tulio HALPERÍN DONGHI : Revolución y guerra. Formación de una élite di rigente en la Argentina criolla (México, Siglo Veintiuno Editores, 1972), pp. 142-168; Peter GUARDINO: "PostcolonialismasSelf-Fulfilled Prophesy? Electoral Politics in Oaxaca, 1814-1828", en MarkTHURNER y Andrés GUERRERO (Eds.), AfterSpanishRule. Postcolonial Predicaments of the Americas (Durham, Duke University Press, 2003), p. ¡ -+ Marixa LASSO: "Race War and Nation in Caribbean Gran Colombia, Cartagena, 1810-1832", American HistoricalReview, (111:2) 2006, pp. 336-361.

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relación entre las compañías de patricios y plebeyos de La Plata es un claro reflejo de esta dinámica. Como en todas las ciudades hispanoamericanas, la organización de las milicias reprodujo las divisiones estamentarias: se crearon dos unidades de caballería conformadas por abogados y letrados y dos de infantería compuestas por artesanos y comerciantes. No obstante, su participación en el ceremonial público, el más prominente símbolo de estatus social en esta sociedad, revela el debilitamiento de las vallas que separaban a ambos grupos: tras reclamar sitios de privilegio por tratarse de "sujetos de personal nobleza", las compañías de caballería aceptaron asistir a los actos públicos entremezclados con las de plebeyos21. Veremos enseguida que cuando en 1785 el virrey ordenara la disolución de la última compañía de mestizos todavía en pie, las elites patricias apoyarían los reclamos de los plebeyos en contra de esta medida22.

La mencionada decisión de la Corona de establecer, por primera vez desde la fundación de la ciudad, una guarnición permanente de soldados españoles profundizó esta tendencia a la vez que la articuló a duros enfrentamientos públicos con las autoridades coloniales. Además de vulnerar las preeminencias que la ciudad había creído adquirir en la guerra contra los insurgentes, la presencia de la tropa foránea afectó la vida de sus residentes en un nivel más básico: las normas de convivencia social. Los testimonios de la época demuestran que el comportamiento de las tropas llegadas de Buenos Aires (pertenecientes al Regimiento de Saboya, conocidos como Blanquillos) mancilló el sentido del honor de vecinos de diferentes estratos sociales por igual. Como es bien sabido, el honor tenía en estas sociedades una doble connotación: precedencia social o pureza de sangre (la nobleza) y mérito o conducta virtuosa (la honra). Mientras los sectores plebeyos participaban de esta cultura del honor, la jerarquía estamentaria presuponía una desigual distribución la virtud personal puesto que, como ha resumido Steve J. Stern, "la precedencia social, la superioridad en relación a otros derivada de la pertenencia a un determinado grupo, conllevaba generalmente una virtud superior, una mayor capacidad individual y familiar de sostener las apariencias de masculinidad y feminidad respetable" 23 . La interacción de los soldados foráneos con el vecindario conllevó una drástica redistribución de estas formas de capital simbólico, una democratización relativa del honor (y del deshonor). En un plano tan fundamental de la vida social como el de las reglas que debían regir las relaciones cotidianas entre los individuos, la distancia entre criollos y peninsulares comenzó a parecer mayor que la que separaba a los criollos de la plebe, al menos de las capas altas de ésta. 21 QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca, p. 384. Sobre el efecto de las milicias coloniales en la consolidación de identidades de casta, véase Chrinston I. ARCHER: TheArmyin Bourbon México, 1760 - 7S70(Albuquerque, University of New México Press, 1977); Ben VINSON Hl: Bearing Arms for his Majesty : The Free-Colored Militia in Colonial México (Standford, Standford University Press, 2001). 22 La actitud de las elites criollas charqueñas contrasta marcadamente, por ejemplo, con la de sus pares en Cartagena. Marixa Lasso ha observado que la militarización de los pardos, vigorosamente promovida por los criollos colombianos y venezolanos durante las guerras de la independencia, había sido repudiada con igual vigor durante la década de 1790 cuando la Corona resolvió otorgar fueros especiales a las milicias de pardos. Las elites locales consideraron la medida como una flagrante muestra de desprecio a su estatus y capacidad de control social ("Race War and Nation", pp. 341343). 23 Steve J. STERN: The Secret History of Gender. Women, Men, and Power in Late Colonial México (Chapel HíII, The University of North Carolina Press, 1995), p. 14. Un incisivo análisis del doble significado del honor en esta sociedad en Lyman L. JONHSON y Sonya LIPSETT-RIVERA (Eds.): The Faces of Honor. Sex, Shame, and Violence in Colonial Latin America (Albuquerque, University of New México Press, 1998), pp. 3-6.

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Los agravios suscitados por las tropas regulares ofrecen importantes claves para entender los fundamentos morales e ideológicos de este fenómeno. Para empezar, es fundamental notar que los agravios fueron recogidos, a modo de denuncia, en una pesquisa llevada a cabo en 1782 por el cabildo de La Plata, un organismo que reflejaba los puntos de vista de la aristocracia urbana. El más recurrente motivo de encono fue sin duda la conducta sexual de los soldados. Un vecino sintetizó bien este generalizado sentimiento de indignación, cuando sostuvo que para los soldados peninsulares "no hay mujer casada segura"24. El dominio sobre la conducta sexual de las mujeres era un componente esencial del honor en la sociedad hispanoamericana. Se diría, parafraseando una observación respecto a las relaciones de género en la Inglaterra del siglo XIX, que los hombres "demostraban su probidad pública por las virtudes privadas de sus esposas e hijas"25. Las concepciones de respetabilidad masculina, por otro lado, estaban estrechamente vinculadas al estatus social, puesto que el control sobre la sexualidad de las mujeres, en palabras de Patricia Seed, "creaba un privilegio social y sexual básico para los hombres españoles al otorgarles simultáneamente acceso a las mujeres de otros grupos raciales y reservarles el acceso exclusivo a las mujeres de su propio grupo" 26 . El efecto práctico de las políticas borbónicas fue enquistar en el corazón de la ciudad una compañía permanente de soldados foráneos indiferentes a aquellos arraigados códigos de autoridad patriarcal que fijaban la reputación pública de los individuos y su posición en la jerarquía de privilegios. El avance sobre las esposas y hermanas de hombres de toda condición (como otros actos de violencia que enseguida veremos) tuvo así una doble connotación: plantear la cuestión de si peninsulares de baja condición social podían tener preeminencia sobre criollos de noble origen y situar la defensa de la masculinidad de patricios y plebeyos en un mismo plano. Los ataques a la honorabilidad del vecindario en sus dos sentidos, la nobleza y la honra, contribuyó a precipitar el fin de la autorrepresentación de la sociedad urbana como una sociedad hidalga, cortesana, dividida en sectores hispanos y no hispanos. Los vecinos, sin perder sus distintivas identidades grupales; comenzaron a concebirse como miembros de una misma entidad colectiva definida en oposición a los europeos, comenzaron a concebirse como integrantes de una sociedad colonial.

Así pues, en los testimonios recogidos por el ayuntamiento se sostuvo que el pueblo estaba "escandalizado y oprimido de las violencias que ejecutan a cada paso (...) pues a fuerza de las armas llegan a violar las casas de hombres honrados y de pobres, quitándoles sus mujeres y practicando otros excesos" 27 . Por ejemplo, un soldado llamado Manuel Lozada había mantenido primero una amistad ilícita y luego amancebado "en una tienda pública" con la esposa de Casimiro Torricos28. A un tal Don Ignacio Valdivieso un soldado le quitó la mujer y, más infamante aún, la sacó "de su Declaración de Rafael Mena, Archivo General de Indias [AGI], Charcas 535. Anna CLARK: "Manhood, Womanhood, and the Politics of Class in Britain, 1790-1845", en Laura L. FRADER y Sonya O. ROSE (Eds.): Gender and Class in Modern Europe (Ithaca: Cornell University Press, 1996), p. 274. 26 Patricia SEED: ToLove, Honor, and Obey in Colonial México. Conflicts over Marriage Choice, 1574 1821 (Stanford, Stanford University Press, 1988), p. 150. Véase asimismo Asunción LAVRIN: Sexuality and Marriage in Colonial Latin America (Lincoln, University of Nebraska Press, 1989); and CHAMBERS: From Subjects to Citizens, pp. 24

25

161-180. 27

Declaración de Ignacio Baldivieso, AGI, Charcas 535.

28

Declaración de Nicolás Larrazábal, AGI, Charcas 535.

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presencia con sable en mano y de su misma morada"29. Pese a que se había quejado ante el Comandante de la compañía "acerca de su honor y crédito vulnerado", nada se hizo para castigar al culpable. A raíz de esta afrenta, su mujer estuvo luego recogida por varios días en un convento de la ciudad30. El hijo de un tal Don Lorenzo pilló a su mujer con un Blanquillo en su misma casa dos o tres veces, "por cuyo motivo vivieron separados por algún tiempo" 31 . Otro soldado mantuvo una "ilícita amistad" con la hermana de un maestro mayor de tejeduría llamado Blas González. Con motivo de una discusión entre ambos hermanos, el Blanquillo, ignorando la autoridad patriarcal del jefe de hogar, entró por la fuerza a la casa de González y, como no lo encontró, golpeó a su esposa y, presuntamente, amenazó con prender fuego a la tienda. Los oficiales del taller salieron en defensa del maestro mayor y rechazaron al soldado a pedradas. A la noche, fueron los soldados quienes se dirigieron a la tienda para atacar a los artesanos y así vengar la afrenta a su camarada. Los Blanquillos no sólo tenían la fuerza de las armas sino también el poder de hacer pasar un conflicto entre particulares por un acto sedicioso: a la mañana siguiente de la reyerta un piquete de soldados se presentó en el lugar acompañado del Comandante Cristóbal López y del Procurador General de la ciudad aduciendo que los artesanos habían protagonizado un motín. Pese a que se demostró que no había habido motín alguno, la agresión contra el maestro de tejeduría y su familia no fue penalizada32. La estrecha vinculación entre relaciones de género y relaciones de poder iba a quedar vividamente expuesta durante la revuelta popular de 1785: el único edificio apedreado por la multitud, además del cuartel, fue una tienda de bebida propiedad de una mujer mestiza que se había casado con uno de los soldados de Saboya33.

El desafío a la masculinidad de los residentes de la ciudad no se limitó a su control sobre la virtud de sus mujeres. Los abusos sexuales fueron acompañados de otros hechos de violencia que también mancillaron su reputación y sentido del honor. Un vecino patricio llamado Domingo Revollo fue golpeado y apuñalado por soldados cuando se encontraba en una tienda. La tropelía quedó sin castigo alguno. Más aún, por denunciar el hecho, Revollo fue arrestado en el cuartel 34. Algo similar sucedió con un mestizo que fue gravemente herido en una reyerta con un Blanquillo, y luego puesto en el cepo de la guarnición. Los testimonios reiteraron que los soldados no tenían escrúpulos en realizar estos y otros actos de provocación a plena luz del día y en presencia de vecinos patricios. Subrayaron asimismo que los habitantes de la ciudad se veían imposibilitados de vindicar su reputación por sí mismos debido a que aquellos poseían un privilegio hasta entonces monopolizado por las elites urbanas, las milicias y los oficiales del cabildo: la portación de armas. Uno de los lamentos más reiterados fue que acostumbraban a salir a la calle con sus sables. De allí que tan. agraviante como la conducta de la tropa fuera su impunidad, la nula sanción a sus excesos por

29

Declaración de Don Lorenzo, AGI, Charcas 535.

30

Declaración de Ignacio Valdivieso y Domingo Revollo, AGI, Charcas 535.

Declaración de Don Lorenzo, AGI, Charcas 535. Declaración de Don Calisto Balda y Blas González, AGI, Charcas 535. 33 Sobre este incidente, véase por ejemplo declaración del alcalde ordinario de primer voto Antonio Serrano ante el oidor Cicerón 18/8/85, AGI, Buenos Aires 72. 34 Declaración de Domingo Revollo, AGI, Charcas 535. 31 32

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parte de los oficiales. Como resumió uno de los vecinos, "estos hechos lo han acostumbrado practicar porque jamás han tenido la menor corrección de sus superiores, por cuyo motivo y el de no ser castigados, han propendido a hacer las infamias que quieren"35. La posición de poder de los soldados españoles (su monopolio de la fuerza y protección legal) y el estatus social de sus víctimas hizo que las relaciones entre los individuos aparecieran íntimamente ligadas a las políticas públicas, que lo personal fuera político.

Cabe apuntar, asimismo, que la trasgresión de reglas aceptadas de convivencia se extendía también al trato con las indias e indios que abastecían de carne, leña, carbón y otros artículos de consumo masivo el mercado urbano. Hay que recordar al respecto que las dos funciones primordiales del cabildo eran mantener el orden público y asegurar el regular abastecimiento de la ciudad. Un vecino relató indignado, "[qjue las extorsiones y maltratamientos que hacen de las Regatonas es público y notorio, pues han llegado no sólo a quitarles por fuerza de valentías lo que venden, sino que al comprar carne y arrebatarles han llegado a cortarles las manos y darles de golpes. Que como son tan osados, muchas personas con quienes tienen los Blanquillos correspondencia, se han valido para arrebatar comestibles en los campos de los Indios que traen a vender"36. Los mercaderes indígenas eran también llevados por la fuerza al cuartel para hacer limpieza y servir a la tropa, "con el nombre de que es servicio al Rey"37. Aunque esta actitud provocaba en ocasiones escasez de bastimentos en la ciudad, los oficiales del ayuntamiento nada podían hacer para remediar la situación.

La percepción de la tropa como un ejército de ocupación, regido por sus propias normas y fueros especiales, terminó de afianzarse a partir de tres homicidios cometidos por soldados. El primero ocurrió a mediados de 1781 cuando un mozo criollo resultó muerto en una reyerta con un Blanquillo en una pulpería del barrio de San Juan. Para sorpresa del vecindario, el crimen quedó impune ya que el soldado fue despachado de inmediato a la expedición que se dirigía a La Paz para sofocar el levantamiento de Túpac Katari. El incidente no trajo consecuencias. Pero cuando en 1782, y luego en 1785, se produjeran nuevos homicidios, La Plata, una ciudad cuya aquiescencia a la autoridad no se había vista conmovida, a diferencia de otras urbes andinas, ni por el aumento general de los impuestos ni por el movimiento tupamarista, seria sacudida por dos grandes motines populares.

35 Declaración de Nicolás Larrazábal, AGI, Charcas 535. Un análisis de la importancia de vindicar el honor ultrajado en estas sociedades en Lyman L. JONHSON: "Dangerous Words, Provocative Gestures, and Violent Acts. The Disputed Hierarchies of Plebeian Life in Colonial Buenos Aires", en JOHNSON y LIPSETT-RIVERA (Eds.): The Faces of Honor, p. 148. Sobre los códigos de conducta de los soldados en las ciudades coloniales y la vida de guarnición, véase Marchena FERNÁNDEZ: Ejército y milicias, pp. 211-272. 36 Declaración de Don Calisto Balda, AGI, Charcas 535. 37 Declaración de Manuel Oropeza, AGI, Charcas 535. Para un estudio de los indígenas urbanos en La Plata, véase Ana María PRESTA: "Devoción cristiana, uniones consagradas y elecciones materiales en la construcción de identidades indígenas urbanas. Charcas, 1550-1659", Revista Andina 41, segundo semestre (2005).

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Los motines

Los motines contra la guarnición militar de 1782 y 1785 constituyeron acontecimientos de singular relevancia. Se trató de las primeras revueltas urbanas ocurridas en La Plata desde el siglo XVI. No fueron, por lo demás, estallidos aislados

sino dos emergentes de un mismo proceso político: tuvieron motivaciones semejantes, expusieron similares modos de acción colectiva y contaron ambos con la abierta simpatía, sino la complicidad, de los sectores patricios. A pesar de su importancia, y de la copiosa producción historiográfica reciente sobre alzamientos urbanos y rurales de la época, no es mucho lo que sabemos hasta ahora de los mismos. John Lynch, en su clásico estudio sobre las intendencias del virreinato del Río de la Plata, y Roberto Querejazu Calvo, en su historia general de Chuquisaca, ofrecen apenas una escueta descripción del motín de 178538. Su precedente directo, la revuelta de 1782, no es siquiera mencionada. El fenómeno amerita por tanto una detallada reconstrucción que excede el espacio de este artículo 39 . A continuación, nos centraremos en algunos de sus rasgos sobresalientes.

Como hemos ya apuntado, el móvil de ambos alzamientos fue la muerte de paisanos -un patricio y un mestizo, respectivamente- a manos de los soldados españoles en reyertas comunes ocurridas en pulperías. El primer estallido tuvo lugar la noche del 18 de septiembre de 1782 con motivo de la muerte de Don Juan Antonio León, un mozo patricio, a consecuencia de un sablazo en el cuello propinado por un blanquillo llamado Josef Peti40; el segundo, que se extendió por dos días, entre la noche del 22 y la tarde del 23 de julio de 1785, tras el fallecimiento de un cholo, Josef de Oropesa, en una pelea con el soldado Alonso Pérez. En ambos casos, una multitud se congregó en la Plaza Mayor y apedreó por largas horas los portones de la guarnición. El principal clamor consistió en que los culpables fueran trasladados del cuartel a la prisión municipal para ser juzgados por la justicia ordinaria y no por el fuero militar (se dijo que la guarnición "no era la cárcel"41). Esta misma demanda, por otros medios, fue insistentemente exigida también por los alcaldes y el resto de las autoridades del ayuntamiento. Los soldados abrieron fuego contra los tumultuantes causando numerosos heridos y, en el caso de la revuelta de 1785, varios muertos. Los amotinados, por su parte, no se limitaron a atacar la guarnición. Entre otras acciones, rompieron las cañerías maestras de la ciudad cortando el suministro de agua; emplazaron un patíbulo en la plaza para mostrar lo que le esperaba a los homicidas de sus paisanos; liberaron a milicianos que estaban sirviendo penas de trabajo forzoso por faltas menores de disciplina; y ocuparon el edificio del ayuntamiento dejando en libertad a los presos comunes quienes con gran algarabía salieron a la calle armados de sables,

LYNCH: Administración colonial española, pp. 226-229; y QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca, pp. 438-440. Véase, Sergio SERULNIKOV: "Motines populares contra el ejército regular español. La Plata 1782 y 1785" (mimeo). 40 El fiscal del Consejo de Indias describió a León como un "Patricio de La Plata". El Procurador General de La Plata definió a León como "un criollo de esta ciudad". León recibió el trato de "Don". AGI, Charcas 535. 41 Declaración del Maestre de Campo Francisco Xavier de Arana, AGI, Charcas 535. 38

39

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palos y cuchillos (se había escuchado antes que los soldados cometían todo tipo de atropellos sin recibir castigo alguno, "cuando a los cholos no se les disimulaba defecto"42).

Si bien el disparador inmediato de la revuelta de 1785 fue el mismo que la de 1782, el resentimiento contra las tropas españolas se vio en esta ocasión fuertemente exacerbado por la disolución de la última compañía de paisanos que había quedado en pie desde los tiempos de la sublevación indígena, una milicia compuesta por mestizos y cholos y comandada por un oficial criollo. Esta medida, que el virrey Marqués de Loreto hizo coincidir con el arribo a la ciudad de una compañía de granaderos del Segundo Batallón del Regimiento de Extremadura que reemplazó a la compañía de saboyanos, estaba fundada en un simple postulado: "Es punto decidido el que sólo debe haber tropa de España"43.

Como cabría esperar, la novedad fue recibida como una afrenta a los paisanos y un flagrante desconocimiento de sus servicios al Rey. La abolición de la milicia privaba a sus miembros de un importante medio de vida —el salario mensual que percibían por sus servicios— y un derecho, un símbolo de prestigio social, que creían haber adquirido. Según recordó un subteniente de la compañía de Extremadura, la animadversión hacia la nueva tropa se dejó sentir desde el momento en que pusieron sus pies en La Plata: "En la misma noche que entró con su compañía en esta ciudad se vio cercado de cholos que le impedían el paso al retirarse desde la Plaza para su alojamiento tratándole mal de palabra y silbándole, a que se agregaba el que antes de la noche del alboroto [del 22 de julio.de 1785] había oído que con pocos motivos que se dieran por la tropa se alzarían algunos de los cholos reformados [desarmados] y harían que saliese para otra parte"44.

Hay tres fenómenos clave que se desprenden de estos estallidos sociales: la complicidad de la aristocracia urbana con sectores plebeyos; el rechazo a los fueros especiales de las tropas españolas; la rivalidad entre estas últimas y las disueltas milicias. Aunque la investigación posterior realizada por el cabildo sostuvo que sólo el "populacho" participó de los actos de violencia, no hay dudas de que plebeyos y patricios estuvieron presentes en gran número en la plaza. Las autoridades concejiles y la gente decente deambularon entre la multitud sin sufrir agresiones. Como hemos ya apuntado, los moradores de la ciudad, cualquiera fuera su estatus social, tenían una experiencia común de enfrentamiento contra los insurgentes indígenas, una similar Relación de Juan Antonio Fernández, AGI, Buenos Aires 72. El Fiscal de la audiencia de Charcas Domingo Arnaiz de las Revillas al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70, N9 1. 44 Declaración del Subteniente Andrés Núñez Guardabrazo, 31/1/86, Archivo General de la Nación de Buenos Aires [AGN}, \X, Interior, legajo 22, expediente 4. 42

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oposición a los privilegios de la tropa foránea y los mismos sentimientos de indignación por su agraviante comportamiento. Se dijo por ejemplo que la noche del 18 de septiembre de 1782, "[se] oyó decir a unos Gualaichos... ojalá no fuéramos tan tímidos y obedientes a la Justicia"; "[los Blanquillos] no respetan ni miran con respeto a los vecinos nobles, ni con caridad a los plebeyos, pues a los primeros le han inferido ultrajes y mal tratamientos..."45. Un diálogo que tuvo lugar entre los amotinados y el alcalde de segundo voto, Francisco Xavier de Cañas, durante uno de los choques armados nos permite apreciar cual era la percepción sobre el ejército regular, así como el distintivo impacto que tuvo la movilización conjunta contra los tupamaristas en la relación de la gente decente con los sectores populares: "Señor Alcalde, ¿ve Vuesamerced como han herido los Blanquillos a este hombre?Señor porque lo queremos y respetamos a Vuesmerced no haremos alguna cosa con estos Ladrones. A cuyas palabras les hizo dicho Alcalde una insinuación muy amorosa en los términos siguientes: Hijos Míos, no hagan ninguno Alborotos, ya han visto ustedes como toda la tarde entera anduve trabajando en solicitud del Reo. Yo lo castigaré a éste para que quedéis contentos, bien reconocen ustedes lo mucho que los estimo, y asimismo vieron que fui a la Punilla [el sitio donde habían acampado las fuerzas indígenas] en compañía de ustedes arriesgando mi vida, y así hijos míos conténganse por Dios, no den que decir 46.

Del mismo modo, la mencionada liberación de los milicianos castigados por indisciplina contó con el aval de las autoridades concejiles. Los amotinados le habrían dicho en la Plaza Mayor a un alcalde, "que tuviese compasión de una porción de mozos que estaban en prisión [...] que todos, o los más de ellos, eran criollos [...] que solo a los Blanquillos no se les hacía nada y se les perdonaban los excesos que ejecutaban. A que respondió el Señor Alcalde que él haría Justicia..." 47 . Y, en efecto, una vez liberados fueron conducidos a la plaza y entregados al alcalde para que fuese éste, no el Comandante de la guarnición española Cristóbal López, quien dispusiera de ellos 48. Si bien es cierto que los vecinos de honor procuraron apaciguar a la multitud, es igualmente evidente que los dos motivos ideológicos primarios del alzamiento, el discurso del honor y el discurso del derecho, apelaban a ambos grupos por igual.

La animosidad de las disueltas milicias populares hacia el ejército regular español fue una causa fundamental de la revuelta de 1785 y esta animosidad estuvo asimismo signada por el crucial desempeño de la población local en la defensa del reino. Según el Comandante del Batallón de Extremadura, Gregorio de la Cuesta, "El tema de sus gritos era que les entregasen al Granadero preso y que saliesen de la ciudad todos los demás pues ellos habían sabido guardarla en otro tiempo y la guardarían también en adelante"52. El intendente de Charcas Ignacio Flores reportó que la noche del 22 de julio los amotinados se quejaron "de habérseles reformado [desarmado] después de haber pasado muchos peligros y trabajos en las campañas que hicieron conmigo para

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Declaración de Don Calisto Balda, AGI, Charcas 535. Declaración de Nicolás Larrazábal, AGI, Charcas 535. Subrayado en el original. Declaración de Josef Mariano de León, AGI, Charcas 535. Declaración de Don Juan José Segovia, AGI, Charcas 535.

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subyugar a los Indios" 49 . También los oficiales del cabildo notaron que la plebe se lamentaba de que las agresiones a los paisanos y el desmantelamiento de las milicias "es el pago que hemos sacado después de haber servido al Rey en las expediciones"50. La manifestación más dramática de este descontento ocurrió cuando, al calor de las batallas campales, un gran número de tumultuantes ocupó el edificio del ayuntamiento y, además de liberar a los presos comunes, intentó copar la sala de armas. Para evitar lo peor, un piquete debió atravesar la Plaza Mayor disparando sus fusiles, desalojó por la fuerza el ayuntamiento e instaló un cañón de infantería en sus portales. Sólo tras repetidos disparos de cañón y fusilería la multitud comenzó a dispersarse. Es probable que la iniciativa representara un intento directo de rearmar a la milicia pues se dijo que muchos de los que intentaron tomar la armería eran los propios integrantes de la compañía de mestizos recientemente disuelta 51 . El fiscal de la audiencia, Domingo Arnaiz de las Revillas, indicó que "los seductores querían cuanto menos apoderarse de las armas que se les habían quitado a la llegada de los Granaderos Veteranos para echar éstos fuera de la ciudad y quedarse ellos viviendo de la holgazanería y pasando plaza de hombres necesarios al Rey. Esto casi lo consiguieron..."52.

Que el generalizado repudio a los soldados reflejaba una conciencia, aunque más no fuera difusa, de la condición colonial quedó de manifiesto en que, a diferencia de las autoridades municipales y las elites patricias en general, algunos de los chapetones residentes en la ciudad parecen haber sido (o temido ser) el objeto de ataques. Un oriundo de Santander llamado Gavino de Quevedo dijo que la noche del 22 de julio de 1785 mucha gente gritaba "que habían de morir todos los chapetones aquella noche"53. Al día siguiente, en las cercanías del cabildo, Quevedo fue de hecho agredido, arrojado contra el piso y despojado de su trabuco. El Teniente Asesor de la Intendencia Francisco Cano de la Puerta, también nacido en Santander, reportó que la noche del 23 "le acometió todo el tumulto llenándolo de dicterios, diciendo unos: a ese picaro que es chapetón..."54. Un comerciante peninsular buscó refugio en la casa de su suegro, "de puro miedo de que por ser chapetón sucediese aquí lo mismo que en Oruro" 55. Se dijo que varios vecinos peninsulares, creyendo estar en peligro, buscaron amparo en las iglesias de la ciudad56. Es interesante notar que esta hostilidad hacia los europeos había sido ya anunciada por el flamante Arzobispo de Charcas, fray Antonio de San Alberto, a propósito de su ingreso formal a La Plata el 17 de julio de 1785, apenas cinco días antes del motín. Escribió al Rey que "fui recibido con las señales del mayor regocijo por el pueblo, pero muchos de los principales de él están poco satisfechos conmigo o

Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72. Declaración del escribano del cabildo Martín José de Terrazas, 13/8/85, AGI, Buenos Aires 72. Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70 NQ1.

49 50 51

Ibid.

52

Declaración de Gavino de Quevedo Hoyos 5/10/86, AGN, IX, Interior, legajo 22, expediente 4. Declaración del Teniente Asesor de la Intendencia Francisco Cano de la Puerta, 6/8/85, AGI, Buenos Aires 72. 55 Declaración de Juan Ventura Ávila, 30/10/86, AGN, IX, Interior, legajo 22, expediente 4. Oruro fue, a comienzos de 1781, el escenario de la mayor revuelta criolla asociada a la rebelión tupamarista. Véase, CAJIAS DE LA VEGA: Oruro 178: y 53

54

CORNBLIT: Power and Violence.

56 Arnaiz sostuvo que algunos chapetones buscaron refugio durante la noche del 22 de julio diciendo" vaya que los criollos son unos indignos, Yo había padecido mucho engaño, esto está muy malo!". El Fiscal de la audiencia

Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70, N g 1. Subrayado en el original.

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porque se habían prometido otro o porque lo querían criollo y oriundo de estos países como más propio a sus ideas, todas siempre de libertad"57.

Sería equivocado pensar que este sentimiento antipeninsular se hizo extensivo a todos los oriundos de España. En rigor, por peninsular se designaba genéricamente a una facción o partido: aquellos identificados como enemigos del vecindario. Hay que recordar que en Hispanoamérica el acceso a la vecindad no estaba regido por requisitos preestablecidos tales como el sitio de nacimiento del individuo o sus antepasados, los años de residencia en la ciudad o la posesión de bienes inmuebles. Ser considerado parte del vecindario, tanto desde la perspectiva legal (por ejemplo ser elegible para cargos concejiles) como simbólica, dependía del grado de inserción a la comunidad, la reputación, las redes personales y otros factores de sociabilidad 58 . Vocablos como peninsular o chapetón no denotaban necesariamente un lugar de origen sino determinadas modalidades de integración social y, en este caso particular, de adscripción política 59 . De hecho, varios peninsulares de nota jugaron un papel prominente en el movimiento urbano. Es posible que la cristalización de antagonismos sociales en función del origen geográfico de las personas se produjera más tarde, al calor de las guerras de la independencia. Pero aun así, que los eventos fueran caracterizados como un enfrentamiento entre vecinos y chapetones es desde el punto de vista ideológico tan significativo como el que no existiera una estricta correlación entre procedencia y alineamiento político.

Las medidas adoptadas tras los motines no dejan dudas sobre la manifiesta complicidad de las elites patricias (aquellos "principales" del pueblo aludidos por el nuevo Arzobispo) con los reclamos de la plebe. En 1782, el Comandante de los saboyanos Cristóbal López tuvo que ceder a la presión de la población y de las autoridades civiles y entregar al soldado Peti. Significativamente, quienes lo trasladaron del cuartel a la cárcel del cabildo fueron "soldados chuquisaqueños", vale decir, los

57 QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca, p. 456. El Presidente Regente de la audiencia recordó que ya durante la rebelión indígena misma, a raíz de la aparición en la ciudad de pasquines condenando las políticas de la audiencia y los corregidores provinciales, "[p]ara impresionar bien a la gente plebe que integraba las compañías [de milicias], llamaba a sus oficiales y soldados y salía con ellos a rondar la ciudad. Hacía elogios al Cabildo Secular y todo el vecindario. De este modo fui apagando la maligna semilla de la discordia entre criollos y europeos". (Citado en QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca, p. 385). Subrayado nuestro. (A menos que se indique lo contrario, en adelante los subrayados son nuestros). Véase asimismo, BOLESLAO LEWIN: La rebelión de Túpac Amaruylos orígenes de la independencia de Hispanoamérica (Buenos Aires, Sociedad Editora Latino Americana, 1967), pp. 538-540. 58 Tamar HERZOG: "La vecindad: entre condición formal y negociación continua. Reflexiones en torno a las categorías sociales y las redes personales", Anuario del IEHS 15 (2000), pp. 123-131. 59 Rossana Barragán muestra, para el caso de los conflictos en la ciudad de La Paz durante el siglo XVIII, que el grupo identificado como "chapetón" incluía a criollos carentes de lazos con la sociedad local ("Españoles patricios y españoles europeos", pp. 113-171). En su análisis del creciente antagonismo entre la metrópoli y las elites americanas durante el siglo XVIII, Brian Hamnett nota que, "The resident elites included Spaniards and Americans: provenance did not necessarily imply either difference of material interest or any political polarity. The predominance of American interests and family connections provided the defining element which distinguished this group from the 'peninsular' elite, whose Spanish peninsular interests and orientation predominated." ["Process and Pattern: A Re-examination of the Ibero-American Independence Movements, 1808-1826", Journal of Latin American Studies, (29:2) 1997, p. 284],

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integrantes de las milicias urbanas60. Para mayor humillación, el cortejo debió atravesar la plaza por entre medio de la multitud: gritos, silbidos, burlas y algunas pedradas acompañaron al reo hasta el presidio municipal61. Tres años más tarde, el intendente Flores, con el resuelto aval de los oficiales del ayuntamiento y la resignada aceptación de los ministros de la audiencia, decidieron dar lugar a la principal reivindicación de los amotinados: la inmediata restitución de la compañía de mestizos. El 23 de julio a la tarde, una vez que la situación pareció serenarse, el alguacil del cabildo distribuyó fusiles a los ochenta y seis soldados, dos cabos y dos sargentos de la disuelta milicia. Se les asignó un salario diario de 4 reales y se los acuarteló en el edificio de la universidad de San Francisco Xavier62. Los fundamentos de una resolución que, como los funcionarios regios no se cansarían de remarcar, premiaba a los protagonistas de violentos asaltos a "las Armas del Rey", traducen bien las tensiones subyacentes. Se sostuvo que el rearmamento de la milicia obedecía a que su disolución "había dado en mucha parte mérito al sentimiento que tenían concebido los Naturales de habérselos privado de este honor y ejercicio de que subsistían muchos de ellos" 63. Mientras el propósito explícito de la orden virreina! no había sido otro que el "no tener armado este Paisanaje" 64 , explicaron al Marqués de Loreto, con evidente ironía, que la medida serviría para disuadir a los mestizos "de la errada persuasión en que parece han estado de que por desprecio y desconfianza suya se han establecido estas nuevas tropas..."65.

La representación del "cuerpo político" de la ciudad

Para comprender las connotaciones ideológicas de las protestas urbanas conviene recordar una aseveración hecha en 1779 por el Ministro de Indias José de Gálvez, la figura central del reformismo borbónico en América. Reflexionando sobre la imposibilidad del ejército regular de proteger por sí mismo los inmensos dominios reales, Gálvez llamó la atención acerca del indispensable papel de las milicias y, por extensión, del consenso de las poblaciones locales. El destino de las posesiones de ultramar, dijo, descansaba en definitiva en que "los que mandan (...) les hagan conocer que la defensa de los derechos del rey está unida a la de sus bienes, su familia, su patria y su felicidad" 66 . Apenas un año pasaría luego de este vaticinio para que el desempeño de los habitantes de La Plata en la guerra contra las fuerzas tupamaristas probara con creces el irremplazable rol de las milicias americanas. Pero entonces serían las propias políticas borbónicas las que contribuirían a minar la adhesión al gobierno español, a dificultar la identificación de los derechos del rey con los de las familias y la patria de sus súbditos. En ello radica precisamente uno de los rasgos distintivos de este alzamiento. En contraste con otras protestas en Quito, Arequipa, La Paz o Cochabamba, el conflicto no giró aquí en torno a cuestiones de política

Declaración de Don Calisto Balda, AGI, Charcas 535.

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Ibid. AGN, Sala IX, Tribunales, leg. 132, exp. 13. Acta del Acuerdo Extraordinario de la audiencia, 24/7/85, AGI, Buenos Aires 70, N9 1. Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70, N 91.

65

La audiencia al Virrey Loreto, 24/7/85, AGI, Buenos Aires 70, Ne 1.

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Citado en MARCHENA FERNÁNDEZ: Ejército y milicias, p. 143.

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económica (los monopolios estatales de aguardiente y tabaco o el incremento de la carga impositiva) o incluso de política a secas (el rechazo de la potestad de la administración regia para tomar decisiones inconsultas): giró en torno al sentido de pertenencia de los residentes urbanos. El disparador especifico de los alzamientos populares (el establecimiento de una guarnición permanente de soldados españoles, la condonación de los recurrentes ataques al honor y la reputación masculina de la población de La Plata, la disolución de las milicias de mestizos) y las extraordinarias circunstancias históricas que los rodearon (la exitosa movilización militar de los moradores contra las fuerza tupamaristas) llevaron a que la confrontación remitiera menos a las prerrogativas de la ciudad que al estatuto de su relación con la Corona. La retribución al esfuerzo de patricios y plebeyos en defensa de los dominios reales (como dijo un vecino, "el pago que hemos sacado después de haber servido al Rey en las expediciones") planteó sin ambages el siguiente interrogante: ¿podía ser la ciudad concebida como miembro pleno de la nación española y, por tanto, como una sociedad hidalga dividida en sectores hispanos y no hispanos? ¿O debía serlo como una sociedad colonial, carente de derechos políticos propios, escindida en población local y colonos europeos, destinada a producir rentas a la Corona y controlada por ejércitos metropolitanos?

No es de sorprender en este contexto que el ayuntamiento, el más importante organismo de autogobierno en la sociedad hispanoamericana, emergiera como el principal vehículo de representación del descontento67. Como Anthony McFarlane ha sostenido respecto de los motines ocurridos en Quito en 1765, los disturbios representaron "la rebelión de una comunidad más bien que de una clase" 72. Todas las partes involucradas comprendieron bien que el sonido y la furia de la violencia callejera no eran la única ni la más trascendente dimensión del conflicto. La política plebeya, aunque expuesta dramáticamente en la plaza pública, estaba indisolublemente ligada a la política patricia, la política que tenía lugar en las casas y tertulias de los vecinos de honor y en las salas del ayuntamiento.

Durante estos años, en efecto, el cabildo funcionó como un correlato institucional de las revueltas, populares. En 1782, emergió como la voz del vecindario frente al ejército. Apenas horas después de los enfrentamientos del 18 de septiembre, las autoridades urbanas decidieron convocar a un Cabildo Abierto, una institución que evocaba, como ninguna otra, nociones de autonomía y representación corporativa municipal 68 . Sin embargo, el desempeño del cabildo, así como la apelación a antiguas concepciones pactistas, no debiera inducirnos a pensar que el movimiento significó una mera vuelta al pasado. Hasta donde sabemos, recordemos una vez más, la institución había servido 67 Ejemplos del rol de los cabildos durantes estos años en Gustavo L. PAZ: "La hora del Cabildo: Jujuy y su defensa de los derechos del pueblo en 1811", en Fabián HERRERO (Comp.): Revolución. Política e ideas en el Río de la Plata durante la década de 1810( Buenos Aires, Ediciones Cooperativas, 2004), pp. 149-165; MCFARLANE: "The Rebellion of the 'Barrios"', pp. 204-210; y LYNCH: Administración colonial española, pp. 211-216. Véase asimismo HAMNETT: "Process and Pattern", p. 293. 68 Sobre las connotaciones de la institución del cabildo abierto, véase MCFARLANE: "The Rebellion of the 'Barrios'", p. 214.

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hasta entonces como un organismo de administración municipal dominado por unas pocas familias de notables en relación funcional con la burocracia regia y no como instrumento de representación política de patricios y plebeyos en oposición a los poderes coloniales 69 . Así pues, al justificar el llamado a un Cabildo Abierto, las autoridades municipales sostuvieron, en clara alusión a los soldados de la compañía de Saboya, que "ocurren justísimos recelos de que a esta Ciudad se pretenda conmover mediante los influjos y sugestiones de algunos malévolos forasteros los que desean tiznar la lealtad y nobleza que en todos tiempos se ha granjeado, llevados de una conocida y maliciosa envidia" 70 . Es más, para poner fin a los abusos de la tropa, exhortaron a la audiencia que ordenara al Comandante Cristóbal López que "no permita salir a los soldados con armas del Cuartel y que al toque de Lista se recojan en él". El 21 de septiembre, día en que se reunió el Cabildo Abierto, entraron primero a la sala capitular "todos los vecinos principales, así Criollos como Europeos" y, tras tomar asiento, se hizo comparecer a un gran número de miembros de la plebe: "Todos los Inferiores y Artesanos de esta Capital, Gremio por Gremio, compuesto cada uno del Maestro Mayor, menores oficiales, aprendices y demás dependientes". El alcalde de primer voto abrió la reunión recordando los derechos adquiridos por "esta noble y valerosa República" como resultado de antiguos y recientes servicios a los monarcas españoles. Al igual que en otras ceremonias públicas de la época, dos hitos fueron subrayados: el alineamiento de la ciudad con las fuerzas realistas durante las guerras civiles del siglo XVI y la resonante victoria sobre los insurgentes tupamaristas 71. Advirtió luego a los "incautos e inadvertidos" oficiales, aprendices y dependientes que no debían dejar "manchar" esta reputación "promoviendo alguna inquietud inconsiderada que ocasione perjudiciales y sensibles resultas". Pero la advertencia era puramente retórica. Según consta en las actas de la reunión, los miembros de la plebe respondieron, que en aquella noche la Gente que se presentó a formar el alboroto que se ha notado fue solamente compuesta de unos muchachos inconsiderados que rompían en gritos y silbos a efecto de pedir Justicia para que el soldado Blanquillo Josef Peti fuese castigado como correspondía por el grave delito que cometió [...] habiendo nacido esta demostración tanto por haber estado ellos acostumbrados a ver que los Jueces de esta ciudad castigan con rigor a los Delincuentes aun de menor enormidad, cuanto porque como a inadvertidos jóvenes, nada impuestos en las ordenanzas Reales Militares, les parecía que el destino del Cuartel para el referido reo no era prisión adecuada para su exceso, y así sólo pedían se asegurase en la Cárcel Pública de esta Corte.. 72.

La asamblea de los vecinos de la ciudad consideró que estos descargos eran ciertos e irrefutables. Se dio pues a los artesanos y comerciantes las gracias y se les encomendó que perseveraran en su lealtad y "arreglada conducta".

69 En su historia general de la ciudad de La Plata durante el período colonial, Querejazu Calvo (Chuquisaca) no registra disputas institucionales o políticas abiertas entre el ayuntamiento y las autoridades regias desde la consolidación del régimen colonial a fines del siglo XVI hasta los conflictos analizados en este trabajo. 70 Auto del Cabildo del 20/9/82, AGI, Charcas 535. 71 Sobre la relación entre memoria, identidad y política, véase Serulnikov, '"Las proezas de la Ciudad'". 72 Acta del Cabildo Abierto del 21/9/82 AGI, Charcas 535.

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En el curso de las semanas siguientes, el cabildo tomó a su cargo la investigación de los incidentes, una tarea que excedía ostensiblemente su esfera normal de acción puesto que los ayuntamientos, de manera especial en ciudades sede de audiencia, sólo atendían causas judiciales menores. Esto fue posible debido a la disrupción de las tradicionales estructuras de autoridad en la sociedad charqueña, en particular la decadencia de la audiencia. Una combinación de factores institucionales y políticos hizo que para esta época la más antigua institución altoperuana perdiera mucha de su prominencia y prestigio. Como es sabido, la creación del virreinato del Río de la Plata en 1776 cercenó considerablemente su acostumbrada autonomía y la creación de intendencias, seis años más tarde, recortó su jurisdicción sobre vastas regiones como La Paz, Potosí y Cochabamba 73 . Asimismo, sus desastrosas políticas frente a la creciente agitación social indígena, uno de los principales disparadores de la gran rebelión surandina de 1780, llevaron a que el virrey del Río de la Plata Juan José de Vértiz (1778-1783) confiriese toda la autoridad sobre estos asuntos a una persona ajena al tribunal, el quiteño Ignacio Flores. Éste fue designado primero Comandante de Armas, luego presidente de la audiencia y, en 1782, primer intendente de Charcas. A la disrupción causada por el establecimiento de una magistratura superior a la audiencia, se sumó el hecho de que Flores mantuvo desde su arribo a la ciudad feroces disputas con todos sus ministros, a la sazón peninsulares, en torno a problemáticas clave de la época, tales como su condición de criollo ocupando el más alto cargo en la administración regional y su actitud contemporizadora con los indígenas rebeldes y con los sectores patricios que habían encabezado el levantamiento en Oruro74. Su resuelto apoyo al vecindario de La Plata en sus enfrentamientos con la misma audiencia, las tropas españolas y el virrey Marqués de Loreto (1783-1789), terminarían de radicalizar estos conflictos ideológicos.

En efecto, tras el motín de 1782, aprovechando la debilidad de la audiencia, la complicidad de Flores y la condescendencia del virrey Juan José de Vértiz, se encomendó la pesquisa a un personaje clave de la época, un abogado oriundo de Tacna llamado Juan José Segovia. Este era el relator más antiguo de la audiencia, comandante de las compañías de abogados durante el alzamiento indígena, Vicerrector de la Universidad de San Xavier y un estrecho aliado de Flores, quien lo eligió como asesor de la intendencia en desmedro del cántabro Francisco Cano, el asesor oficial designado por el Ministerio de Indias. Étnicamente mestizo o mulato, principal vocero de los vecinos y el cabildo, Segovia puede tal vez ser considerado una figura política moderna, en el sentido de que su posición de liderazgo no provino de su posición en la administración colonial sino de su reputación personal y su imagen pública. Por

73 Hay que recordar que los Intendentes (incluyendo el Intendente de Charcas) absorbieron buena parte de las antiguas atribuciones de la audiencia y reportaban directamente al Virrey. Una síntesis de las tensiones provocadas en Charcas por estas reformas administrativas en BARNADAS: ES muy sencillo, pp. 78-79. 74 Sobre Ignacio Flores, véase LYNCH: Administración colonial española, pp. 76-77, 226-229 y 245-246; Manuel de GUZMÁN Y POLANCO: "Un quiteño en el virreinato del Río de la Plata. Ignacio Flores, Presidente de la Audiencia de Charcas", Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. 53,1980, pp. 159-183; Jorge CARRERA ANDRADE: Galería de místicos e insurgentes. La vida intelectual del Ecuador durante cuatro siglos (1555 -1955) (Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1959), pp. 69-77; Marie-Danielle DEMÉLAS e Yves SAINT-GEOURS: Jerusalén y Babilonia: religión y política en el Ecuad or, 1780-1880( Quito, Corporación Editora Nacional, 1988), pp. 70-71. La crisis político-institucional de la audiencia se reflejó en que para mediados de la década del ochenta contaba con sólo dos oidores (uno de ellos de edad muy avanzada) y un fiscal.

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ejemplo, se dijo que en ocasión de dar un discurso en la Universidad de Charcas en honor de la designación de Ignacio Flores como Presidente de la audiencia, los empleados no dieron abasto para impedir el acceso a la sala mayor de los numerosos artesanos y jornaleros que concurrieron por propia voluntad a la ceremonia. Al punto que un oidor de la audiencia reprendió formalmente a las autoridades universitarias por la presencia de tantos plebeyos en un evento de semejante naturaleza. El incidente ocurrió en febrero de 1782, siete meses antes de los ataques a la guarnición80.

Tras los ataques la guarnición, en su calidad de juez de comisión, Segovia tomó un gran número de testimonios que, lejos de indagar sobre el motín, expusieron en gran detalle la impunidad de los soldados peninsulares para cometer graves injurias a los patricios, los plebeyos, sus esposas, hijas y hermanas. Como el recientemente arribado fiscal de la audiencia Domingo Arnaiz de las Revillas notó con consternación, la investigación del cabildo sobre los responsables de la revuelta no se había en verdad dirigido contra los revoltosos sino contra sus víctimas, los soldados. Sugirió que ello obedecía a que muchos de los criollos habían estado directamente involucrados en el alzamiento y en su posterior encubrimiento75. En cualquier caso, dado que se concluyó que los únicos responsables del tumulto habían sido muchachos (o "gualaychos") y forasteros -personas inimputables o inhallables-, nadie fue arrestado por los serios actos de violencia popular76.

La confluencia de intereses de plebeyos y patricios, y el papel del cabildo como instrumento de representación política de estos intereses, volverían a aflorar tras los incidentes de julio de 1785. A la extraordinaria decisión de restablecer la compañía de paisanos por parte del intendente Ignacio Flores (el día mismo de los ataques al cuartel y la toma del edificio del ayuntamiento), se sumó el llamado a un Cabildo Abierto que, como tres años antes, condenó la reacción de la plebe pero justificó sus motivos, culpó de los enfrentamientos a los soldados españoles y exigió quedar a cargo del juzgamiento de los hechos. Esta vez, empero, el vecindario encontraría una oposición mucho más formidable por parte del nuevo virrey del Río de la Plata, el Marqués de Loreto. Apoyado en los magistrados de la audiencia, el Teniente Asesor de la Intendencia Francisco Cano y los oficiales del Regimiento de Extremadura, Loreto se propuso poner fin a la politización de la ciudad y restablecer de una vez por todas la autoridad de los magistrados regios77. El virrey dictaminó la inmediata disolución de la rearmada milicia y, con el objeto de apuntalar la posición del ejército en la ciudad, dispuso que una compañía de veteranos estacionada en Potosí se trasladara a La Plata de inmediato y sin aviso previo78. Pero aun antes de recibir esta orden, el mismo Flores se vio obligado a desmantelar la compañía de mestizos "sabiendo las censuras, cavilaciones y malicias que los mismos ministros [de la audiencia] que accedieron a la

Informe del fiscal Arnaiz, 20/8/82, AGI, Charcas 535. Testimonio del Primer y Segundo expediente sobre los incidentes ocurridos en La Plata, AGI, Charcas 535. 77 Sobre las políticas de Loreto, véase Viviana L. Grieco, Politics and Public Credit: The Limits of Absolutism in Late Colonial Buenos Aires. Ph.D. dissertation, Emory University, 2005. 78 El Virrey Marqués de Loreto a Ignacio Flores, 29/8/85, AGI, Charcas 433. 75 76

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restauración de la Compañía de Patricios han pronunciado cautelosamente contra ella... [y] no esperarse jamás buen servicio de una tropa sospechada y de unos oficiales desatendidos y desairados..."79. Del mismo modo, Loreto resolvió esta vez encargar la investigación de los incidentes a la audiencia, excluyendo no sólo al cabildo sino también al intendente80. En extensos informes dirigidos a Buenos Aires y Madrid, los funcionarios peninsulares sindicaron a los vecinos patricios de cómplices del alzamiento. Se llegó a pedir que Loreto se trasladara a La Plata para hacerse personalmente cargo del gobierno puesto que de lo contrario nunca se descubrirían sus verdaderos motores y cómplices81.

Los habitantes de la ciudad desafiaron públicamente esta forma de concebir el ejercicio de la dominación colonial. En un oficio dirigido a Loreto por todos los oficiales del cabildo, se tildó de "ligeros y denigrativos" los informes de los funcionarios regios82. Juan José Segovia sostuvo que aquellos que lo acusaban a él y a otros criollos de sedicioso "son los verdaderos sediciosos, pues con sus intrigas, cábalas y apariencias son las polillas de las repúblicas, destrucción de los Pueblos y perturbadores de la paz por las discordias que causan" 83 . "Toda esta ciudad -advirtió al virrey- se halla sumergida en la más notable confusión"84. Flores alabó la conducta de los mestizos por no haber opuesto resistencia alguna a entregar las armas que se les habían recientemente distribuido, así como la de la gente decente por haberse esmerado en mantener el orden público. Asumiendo el rol de vocero de los vecinos, observó que éstos "se han consternado mucho al ver que inopinada y misteriosamente se ha presentado la compañía que guarnecía Potosí, juzgando que Vuexcelencia no confía en su fidelidad o que no ha dado ascenso a sus estimables servicios" 85 . En un involuntario eco de la afirmación de José de Gálvez citada arriba, sostuvo que la discriminación contra criollos y mestizos sólo podría traer consecuencias funestas: "¿Quién afirmará que serviría bien a su Majestad un ejército de enfermos, o que la república prosperará con unos vasallos que no impelidos del honor y la confianza sería menester pagarles de contado las menores fatigas, los más inútiles amagos?"86.

79 Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/9/85, AGI, Charcas 433. Nótese que "Compañía de Patricios" era una de las formas de designar a la compañía de mestizos o naturales. Como se ha notado, la única persona patricia en esta compañía era su Capitán, Manuel Allende. 80 AGI, Charcas 433. Merece señalarse nuevamente que el antecesor de Loreto, el criollo Vértiz, había en cambio inhibido a la audiencia primero en favor de Flores para atender la causa de la rebelión indígena de 1780 y luego en favor del cabildo para investigar el motín popular de 1782. 81 Arnaiz al Virrey Marqués de Loreto, 2/8/85, AGI, Buenos Aires 70, n. 1. Véase asimismo, Declaración de Francisco Cano de la Puerta ante el oidor Cicerón, 6/8/85 (AGI, Buenos Aires 72) y Gregorio de la Cuesta al Virrey Marqués de Loreto, 1/8/85, AGI, Buenos Aires 70, n. 1. 82 Antonio Serrano, Juan Antonio Fernández, Diego Ortega y Barrón, Doctor Josef Eustaquio Ponce de León y Cerdeño, Francisco Xavier de Arana, Juan de Mallavia, Francisco de Sandoval y Joaquín de Artachu al Virrey Marqués de Loreto, 14/9/85, AGI, Buenos Aires 72. 83 Juan José Segovia al Intendente de Charcas Ignacio Flores, AGI, Buenos Aires 72. 84 Juan José Segovia al Virrey Marqués de Loreto, 14/9/85, AGI, Buenos Aires 72. 85 Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72.

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Ibid.

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Cuando por toda respuesta a sus escritos, el cabildo recibió a fines de septiembre de 1785 un oficio de Loreto advirtiendo que confiaba que la ciudad "procurará borrar la nota que pudiera causar el pasado acaecimiento a la fidelidad que tiene tan acreditada", las desavenencias entre la población local y las máximas autoridades coloniales se tornaron en un conflicto político abierto87. El 6 de octubre, una vez recibido el oficio de Loreto, se elevó a la audiencia un petitorio de inauditas características. Conforme a un poder firmado por ciento ochenta y dos personas de honor, el tribunal recibió una extensa representación a nombre de una putativa entidad colectiva: el vecindario. Tras recordar que éste "fue el primero que en los cerros de la Punilla por sí solo destruyó y derrotó [a los indios insurgentes]", acusaron a los soldados por los incidentes y responsabilizaron directamente a Loreto de las tribulaciones en las que se hallaba sumido "el cuerpo político de la ciudad" por haber dado crédito, a diferencia de su predecesor Juan José de Vértiz, a sus enemigos88. Calificaron la solicitud de que Loreto se trasladara a La Plata para restablecer el orden como "una maquinación desenfrenada... que notablemente lastima la conducta de unos honrados vecinos". Su presencia no era aconsejable, a menos que fuera para promover la agricultura y otras actividades, "pero en manera alguna es necesaria su apreciable presencia para contener alteraciones, motines y tumultos porque no los hay, y cuando alguno sucediera, que Dios no lo permita, los vecinos de Chuquisaca tiene de sobra esfuerzo y mucha lealtad para extinguirlos"89.

Un día después de la presentación de este petitorio, se convocó a un nuevo Cabildo Abierto al que volvieron a asistir "lo noble de la ciudad y no distantes los artesanos y mecánicos"90. El pretexto fue cumplir una orden virreinal para que, al igual que en el resto de ciudades americanas, La Plata fuera dividida en cuatro cuarteles y se eligieran alcaldes de barrio a cargo de su seguridad. Se ha señalado que la creación de este cargo de policía sirvió para reactivar aquel principio fundamental de la vida pública del Antiguo Régimen: el carácter electivo y de servicio público de las autoridades municipales91. Pero en este contexto, la elección, tanto en sus procedimientos formales como en su contenido político, distó de ser un mero retorno a prácticas pretéritas. Quienes tradicionalmente elegían a los alcaldes y regidores -cuando los cargos no eran detentados por compra o herencia- eran los capitulares salientes; para el caso de La Plata, tenemos información que ya desde fines del siglo XVI los electores eran veinte

El Virrey Marqués de Loreto al cabildo de La Plata, 29/8/85, AGI, Buenos Aires 72. Escrito del apoderado José de Arias a la audiencia, 6/10/85, AGI, Buenos Aires 72. 89 Escrito del apoderado José de Arias a la audiencia, 6/10/85, AGI, Buenos Aires 72. Es interesante que en julio de 1781 había sido el cabildo quien había pedido al virrey que "pasara a vivir" en La Plata [Edberto Oscar ACEVEDO: "Política, religión e ilustración en las intendencias altoperuanas: regionalismo frente a unidad en el virreinato rioplatense", en Inge BUISSON (Ed.): Problemas de la formación del Estado y de la nación en Hispanoamérica (Bonn, Inter Nationes, 1984), pp. 47-48]. Sin embargo, sé trataba de un contexto político diametralmente opuesto. Mientras en 1781 el ayuntamiento y el virrey Vértiz compartían la oposición a las políticas de la audiencia frente a la agitación indígena, en 1785 la audiencia y el virrey Loreto compartían la condena de las políticas del ayuntamiento frente a los motines urbanos. 90 El Doctor Francisco Moscoso al Fiscal Domingo Arnaiz, 8/10/85, AGI, Buenos Aires 72. 91 Annick LEMPÉRIÉRE: "República y publicidad a finales del Antiguo Régimen (Nueva España)", en Francois- Xavier GUERRA y Annick LEMPÉRIERE (et al.): Los espacios públicos en Iberoamérica. Ambigüe dades y problemas. Siglos XVIIl-XIX (México, D. F.: F.C.E., 1998), p. 58. La creación de este cargo fue parte de una serie de reformas municipales impulsadas por Carlos III. Un análisis de estas reformas, centrado en el caso de Lima, en Charles F. WALKER: "Civilize or Control? The Lingering Impact of the Bourbon Reforms", en Nils JACOBSEN y Cristóbal Aljovín DE LOSADA (Eds.): Political Cultures in the Andes, 1750 -1950 ( Durham, Duke University Press, 2005), pp. 74-95. 87 88

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ex capitulares92. La designación de los alcaldes de barrio fue en cambio por "elección" y "aclamación" de todos los presentes en el Cabildo Abierto. Y, más allá de los mecanismos de votación, el acto representó una nueva y ostensible manifestación pública de desafío a los poderes coloniales -el ejército, la audiencia, el virrey y la corte de Buenos Aires. La elección del primer alcalde de barrio, en efecto, recayó en Juan José Segovia, el principal imputado de fomentar la agitación de los vecinos.

La elección, por otro lado, fue sólo una excusa para tratar asuntos de mayor urgencia. Luego de nombrar a los otros tres alcaldes de barrio, se pasó a! principal tema de la reunión: la repulsa del oficio de Loreto. La cláusula en la que el virrey decía que esperaba que la ciudad "borrase la nota" que pudiera resultar del motín fue leída tres veces para que no quedaran dudas sobre sus ominosas implicaciones. Juan José Segovia habría abierto la discusión sosteniendo que el oficio demostraba que Loreto "no estaba satisfecho de la fidelidad y buen proceder del Vecindario, y que sin duda Vuecelencia había sido informado contra éste". El Subdelegado de la provincia de Yamparáez Bonifacio Vizcarra expuso "la necesidad que tenía el vecindario de ponerse a cubierto de reunirse contra cualquiera persona que intentase o hubiese intentado obscurecer su acreditada lealtad, en común y con respecto a cada uno de los particulares que se esparcían voces de chapetones a criollos... y finalmente principió a criticar las expresiones de la carta de Vuecelencia [el virrey], procurando persuadir le eran indecorosas al vecindarios, y que ellas denotaban que Vuecelencia había sido mal informado". Cuando el Teniente Asesor Francisco Cano fustigó esas expresiones por "sediciosas y capaces de causar un alboroto popular", Ignacio Flores le replicó que el oficio del virrey era una prueba irrefutable de que había recibido informes "contrarios al honor del Pueblo"93. El "Pueblo", según consta en el acta de la asamblea rubricada por setenta firmas, exigió a Loreto que "en el caso de que haya habido persona alguna de cualesquier carácter y estado que sea que haya representado o informado lo más mínimo contra el honor del común de vecinos, o de algún otro particular, dar audiencia para que se vindique, obligando al delator a que pruebe, como es de justicia y merecen los esfuerzos que se vieron públicamente". Apelando a un antiguo principio del sistema político hispánico que John H. Elliot definió como "autogobierno a las órdenes del rey", se advirtió que la ciudad, "por medio del cuerpo que representa todo este vecindario [el ayuntamiento]", se reservaba el derecho de apelar a tribunales superiores, esto es, a Madrid94. Por último, el cabildo se cerró con una nota de alabanza al comportamiento del intendente Flores durante el motín de no menor simbolismo que la elección de Segovia como alcalde de barrio con el que se había abierto. Todos los concurrentes, en efecto, "[a]cordaron unánimemente darle gracias a su Señoría [Ignacio Flores] de parte del vecindario, y que a su nombre se eleve su conocido mérito por medio del cabildo con igual testimonio a los pies de su Majestad [el Rey] y a la superior noticia de

QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca , p. 250. Todas las intervenciones en el cabildo abierto son tomadas del informe de Francisco Cano de La Puerta al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72. 94 Acta del cabildo del 7/10/85, AGI, Buenos Aires 72. La cita de Elliot es extraída de Paz, "La hora del Cabildo". 92

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su Excelencia [el virrey Loreto]95. Era bien sabido por entonces que los días de Flores como intendente de Charcas estaban contados96.

A nadie pudo haber escapado el significado de la movilización de los vecinos, su abierto desafío a la premisa básica de la administración colonial: la incondicional obediencia pública, aunque no necesariamente implementación, de las providencias reales (la conocida máxima, "se obedece pero no se cumple"). No por nada al final del Cabildo Abierto, "se hizo allí un protexta (sic) de defenderse mutuamente de cualquiera acusación que resultase contra el común de la ciudad o contra el particular103. La respuesta de las autoridades regias no se hizo esperar.

La audiencia de Charcas y la corte virreinal porteña condenaron de inmediato el contenido del petitorio colectivo de los vecinos; se dijo que daba "sobrada idea de la defensa que sustancialmente contiene sobre los últimos excesos de la Plebe"97. Más significativo aún, se vieron obligados a establecer un principio de carácter general: rechazaron de plano que el vecindario pudiera hablar en nombre del "común de la ciudad", constituirse una entidad colectiva, en un actor político, que actuase como "parte formal" en los procesos abiertos a raíz de las revueltas populares98. Respecto del Cabildo Abierto, se sostuvo, no injustificadamente, que la asamblea implicó ofrecer "a la crítica del Pueblo todo, una carta que sólo al cuerpo capitular se dirigió"99; y que el acto no significó otra cosa que "[exponer] a la censura de un Pueblo rudo, ignorante, la sabia carta dirigida sólo al Cabildo por el que dignísimamente representa en estos Reinos la Sagrada Persona del Rey Nuestro Señor [el virrey]"100. El abierto y reiterado cuestionamiento a Loreto fue descrito como un "crimen horrendo de sedición", "[una] conspiración [que] ha llevado solo el fin de imprimir ideas detestables contra el Gobierno en los ánimos de estos incautos e ignorantes vecinos"101. El fiscal de la recientemente creada audiencia de Buenos Aires se mostró azorado de que el ayuntamiento "se hubiese propuesto sin cordura, pulso ni acuerdo, a celebrar uno abierto, y lo que es más, exponer a la censura del público y peor inteligencia de algunos el expresado oficio de Vuecelencia"; tildó de "horrores" lo acontecido y concluyó que "es consiguiente forzoso que privadamente se reprenda a sus capitulares". Contempló incluso la posibilidad de deponer de oficio a los alcaldes de barrio, pero desistió de la idea "para que no cause novedad al Pueblo su remoción, por lo mismo que el cabildo abierto fue desarreglado, las circunstancias críticas del tiempo prestan lugar a echar mano a estas

Acta del cabildo del 7/10/85, AGI, Buenos Aires 72. Por ejemplo, una semana después del Cabildo Abierto, Flores comentó que no cambiaría su actitud "aunque me cueste la remoción que tan públicamente se anuncia". Ignacio Flores al Virrey Marqués de Loreto, 15/ 10/85, AGI, Buenos Aires 72. 97 Informe del fiscal Arnaiz, 10/10/85, AGI, Buenos Aires 72. 98 Informe del oidor que servía de fiscal de la audiencia de Buenos Aires, Palomeque del Céspedes, del 14/12/85 y resolución del Acuerdo Extraordinario de Buenos Aires del 16/12/85, AGI, Buenos Aires 72. 99 El Doctor Francisco Moscoso al Fiscal Domingo Arnaiz, 8/10/85, AGI, Buenos Aires 72. 100 Francisco Cano de La Puerta al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72. 101 Francisco Cano de La Puerta al Virrey Marqués de Loreto, 15/10/85, AGI, Buenos Aires 72. 95

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precauciones subsidiarias"102. A instancias de la audiencia pretorial, entonces, Loreto envió circulares a los oficiales del cabildo y a Ignacio Flores exponiendo la formal "desaprobación" por la convocatoria al Cabildo Abierto y el subsiguiente debate público de su oficio110.

La virulenta reacción de los funcionarios regios no era caprichosa. Podría decirse que si durante los motines populares la política había pasado de la administración colonial al espacio público de la plaza, fue ahora la política callejera la que irrumpió en la fortaleza de las instituciones de gobierno. Lo hizo mediante la deliberación pública, en presencia del "pueblo rudo", de resoluciones virreinales cuya publicación (mucho menos debate) carecía de autorización; mediante la ostensible vindicación por parte de los patricios como grupo social y del ayuntamiento como organismo de gobierno municipal de las reivindicaciones de los amotinados; y mediante la construcción de una putativa identidad colectiva, la ciudad, con el fin de confrontar a los poderes establecidos. Los efectos de esta irrupción eran más alarmantes que las demostraciones callejeras. Después de todo, los disturbios de la plebe, y la participación en ellos de miembros de la gente decente, constituían por entonces establecidos modos de negociación y conflicto. Las múltiples revueltas urbanas antifiscales de la época dan testimonio de ello. La intrusión del espacio público de la plaza en las operaciones de las instituciones gubernamentales, la integración de la política plebeya a la política general a través del cabildo, era más corrosiva, anunciaba algo nuevo y no podía ser tolerada103.

Las figuras más visibles de estos movimientos iban a pagar caro por su osadía. Para cuando la población local daba su enfático respaldo a la gestión del intendente Ignacio Flores, su remoción estaba ya decidida. Dos meses después del Cabildo Abierto de octubre de 1785, su sucesor, Vicente de Gálvez (un protegido del virrey Loreto y de su pariente, el Ministro de Indias José de Gálvez), arribó a La Plata con una orden para que fuera escoltado por un piquete de soldados a Buenos Aires -como un peligroso criminal se lamentó luego Flores. Permaneció en una suerte de arresto domiciliario, sin lograr ser recibido siquiera una vez por Loreto, hasta su muerte a mediados de 1786. Poco después, Juan José Segovia seguiría su misma suerte: forzado a marchar a la capital virreinal para responder por su rol en los alzamientos de

102 Informe del oidor que hace de fiscal de la audiencia de Buenos Aires, Palomeque del Céspedes, 14/12/ 85, AGI, Buenos Aires 72. 103 Para dos recientes estudios de caso sobre la importancia de la participación política de la plebe y su relación con los cabildos durante la época de las revoluciones de la independencia, véase Gabriel DI MEGLIO: /l/iva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la política entre la Revolución de Mayo y el rosismo (1810 -1829) (Prometeo, Buenos Aires, 2007), pp. 77-122; y Jordana DYM: '"Our Pueblos, Fractions with No Central Uníty': Municipal Sovereignty in Central America, 1808-1821", Hispanic American Historical Review, (86:3) 2006, pp. 432-466. Coincidentemente, Eric Van Young atribuye la ausencia de movimientos insurgentes en las ciudades de Nueva España (en contraste con la extraordinaria agitación rural) y el hecho de que el avance del absolutismo borbónico sobre las autonomías municipales no generara protestas colectivas a que, entre otros motivos, "the popular urban classes were left out of the charmed circle of urban political power". Eric VAN YOUNG: "Islands in the Storm: Quiet Cities and Violent Countrysides in the Mexican Independence Era", Past andPresent, 118:1 (1988), p. 145.

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1782 y 1785, estuvo incomunicado en un calabozo por once meses. Su juicio se extendería por años. Su candidatura a Rector de la Universidad de San Francisco Xavier para el año 1786, propuesta por Flores y votada por 68 de los 75 doctores asistentes, había terminado de desatar la ira de la audiencia y algunos sectores de la Iglesia104. Reflejando la doble amenaza presentada por la movilización colectiva de la población urbana -la amenaza a las antiguas identidades sociales de la ciudad hidalga y la amenaza a las nuevas formas de centralización política del orden borbónico—, se dijo que el abogado "se jactaba de ser el defensor de los criollos sin distinción de calidades, y se reputaba de tribuno del pueblo y el cónsul de aquellas provincias".105. El lugar de Flores y Segovia en la sociedad charqueña fue expuesto por el propio Vicente de Gálvez, quien pese a su alineamiento político se sintió precisado a reconocer que mientras el fiscal de la audiencia Domingo de Arnaiz, el principal instigador de la caída en desgracia de ambos, atraía "el odio universal, especialmente por lo que hace a los mencionados asuntos [los disturbios de julio de 1785]", aquellos "eran sujetos de aceptación en estas gentes"106.

Consideraciones finales

Sugerir que existe una vinculación directa entre los eventos que hemos revisado y el hecho de que la ciudad de La Plata se convertiría en mayo de 1809 en el escenario de los primeros ensayos de ruptura abierta con los virreyes y la junta central de Sevilla requeriría un trabajo de reconstrucción histórica que excede los fines de este ensayo. No se trata, por lo demás, de sugerir que la crisis de la independencia fue el producto de conflictos y dinámicas sociales internas. No hay duda que sin la invasión napoleónica a la península ibérica la historia hubiera sido muy diferente. Pero es evidente que si los enfrentamientos de fines del siglo XVIII no explican por sí mismos los enfrentamientos de comienzos del siglo XIX, la caída de la monarquía hispánica no explica por sí misma las reacciones que se suscitaron a partir de ella. Las lógicas prevenciones contra visiones teleológicas no debieran prevenirnos contra visiones de largo plazo. Las respuestas de los grupos urbanos a las abdicaciones de Bayona no surgieron ex nihilo, ni resultaron de la mera apelación a añejas concepciones de legitimidad monárquica de la época de los Habsburgos. Fueron el producto de experiencias políticas concretas. Esperamos haber mostrado que fue en la coyuntura histórica aquí analizada que la "gente decente" y las castas, apelando a experiencias comunes acuñadas durante su defensa conjunta de la ciudad, comenzaron a reconocerse públicamente como parte de una comunidad política distintiva en relación a los sectores asociados a las políticas del estado colonial, crecientemente percibido como un agente directo de los intereses metropolitanos. Es posible atisbar, pues, aquella dinámica social que José Luis Romero había apuntado en su clásico estudio sobre las ciudades latinoamericanas: La de las vísperas de la Independencia era, étnica y culturalmente, una sociedad mezclada y de rasgos confusos y participaba en la misma vida de que participaban los que conservaban la tez

QUEREJAZU CALVO: Chuquisaca, p. 445. RENÉ-MORENO: Biblioteca Peruana, p. 118.

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4.

Vicente de Gálvez al Virrey Loreto, 15/11/86 y 15/2/87, respectivamente. AGN, IX, Interior, legajo 22, expediente

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blanca. La burguesía criolla no miraba a los de tez parda como el vencedor al vencido, como se mira algo distante y separado. Quizá los miraba como el superior al inferior y, a veces, como el explotador al explotado; pero los miraba como miembros de un conjunto en el que ella misma estaba integrada, que constituía su contorno necesario, del que aspiraba a ser la cabeza y sin el cual no podía ser cabeza de nada107.

Mientras los sucesos de 1782 y 1785 ofrecen importantes claves para comprender los orígenes históricos de esta comunidad de intereses entre los de "tez blanca" y los de "tez parda", cabría hacer, a modo de conclusión, dos importantes acotaciones. La primera es que en los Andes la conciencia política criolla se definió tanto en oposición al estado colonial como a los indios, cuya alteridad radical quedó marcada de manera indeleble en la conciencia de la población urbana a partir de los masivos levantamientos de 1780-1782. Una reflexión de quien se jactaba de ser "el defensor de los criollos sin distinción de calidades" sugiere hasta qué punto los pueblos andinos, en contraste con los sectores populares urbanos, continuaron siendo mirados, parafraseando a Romero, "como el vencedor al vencido", "como se mira algo distinto y separado"'. Al refutar acusaciones de complicidad de los criollos con el movimiento tupamarista, Juan José Segovia alegó que, Los que fraguan semejantes calumnias deben estar persuadidos que en saliendo de Europa, todo es barbarie, y que en América tan sólo se encuentran unas congregaciones de satyros (sic), o hombres medios brutos... Solamente en los espacios imaginarios podrá tener cabimiento que unos hombres de muy viva comprehensión (sic), de sobresaliente instrucción y demasiadamente políticos, hubiesen de soñar de tener por reyes unas feroces y bárbaras gentes. Esto fuera cargar con toda la ignominia, degradándose a sí mismos. Ni por lo temporal ni por lo espiritual pueden tener los criollos peruanos ni aun aparente motivo para semejante entusiasmo: porque ¿qué fuera de ellos si el indio llegara a dominar? ¡Hay mi Dios! |Y con qué horror uno se lo imagina! Se convirtieran los españoles indianos en indios, y buscando la libertad se encontraran en horrible cautiverio...108.

La segunda acotación, insistiremos una vez más, es que la emergencia de esta identidad colectiva no constituyó el natural corolario de mutaciones culturales y socioeconómicas progresivas. Fue más bien el producto de procesos puntuales de confrontación. En un sugerente ensayo sobre la toma de la Bastilla titulado Historical events as transformaiions of structures}, William H. Sewell escribió que "mientras los acontecimientos constituyen a veces la culminación de procesos de larga duración, éstos no se limitan por lo general a plasmar un reordenamiento de prácticas producto de cambios sociales graduales y acumulativos. Los acontecimientos históricos tienden

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ROMERO: Latinoamérica , p. 160. RENÉ-MORENO: Biblioteca Peruana, p. 137. Subrayado en el original. Segovia agregó que, "Si en más de dos

siglos que han pasado desde la Conquista no se han podido civilizar, abandonando sus costumbres, y perdiendo su natural idioma, no obstante las santas y eficaces providencias que para ello se han expedido; es forzoso creer que colocados en la dominación, a fuego y sangre cuidarán de la puntual observancia de aquellas costumbres". Merece subrayarse que la lealtad de Segovia a la Corona, como la de! resto de los criollos durante esta época, no estuvo en cuestión. Pero la expresión "buscando la libertad", para definir la motivación de una hipotética alianza con las fuerzas tupamaristas, no deja de ser sugestiva.

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a transformar las relaciones sociales en formas que no pueden ser completamente anticipadas a partir de los cambios graduales que los hicieron posibles"109. Los eventos ocurridos en Charcas a comienzo de los años ochenta pueden ser clasificados, al menos en un sentido acotado, como un punto de inflexión de este tipo. Podría postularse que si la rebelión tupamarista representó la culminación de décadas de enfrentamientos entre las comunidades indígenas y los poderes coloniales, la victoria de los residentes de La Plata sobre las fuerzas insurgentes marcó el comienzo de algo nuevo, el inicio de antagonismos públicos y abiertos entre la ciudad y la metrópoli. Diríamos, simplificando desde luego, que para captar el significado histórico de la revolución tupamarista necesitamos dirigir nuestra mirada hacia atrás; para captar el de los motines urbanos, hacia adelante.

Así por cierto fue percibido en su época. La escandalosa destitución y arresto del primer intendente de Charcas, a la sazón el único americano designado para esta posición, se convirtió en una causa célebre en los círculos criollos110. Por su parte, hacia mediados del siglo XIX Gabriel René-Moreno observaba que los ancianos de la ciudad todavía entonces hablaban de un "antes" y un "después" del "pleito de Segovia"111. Agregaríamos ahora que seguramente menos de Juan José Segovia como individuo, que de todos los sucesos que rodearon su enjuiciamiento. Lo cierto es que asistimos a la aparición de una identidad criolla anclada inicialmente en la patria chica, en última instancia en la ciudad, la única comunidad orgánica legada por los siglos de dominación española. Comprendía a patricios y plebeyos en un "cuerpo político" unificado (aunque signado todavía por las formas de estratificación racial tan propias de la época). Estaba construida en oposición a la sujeción europea, no por rechazar sus instituciones, sino por reclamar un tipo de participación en ellas que el absolutismo borbónico había sistemáticamente comenzado a desalentar. Y estaba también definida por oposición a la vasta mayoría de población indígena, considerada bárbara, irredimible, el Otro. Esta identidad tendría un largo, muy largo, derrotero histórico por delante. RESUMEN El artículo explora una serie de conflictos ocurridos en la ciudad altoperuana de La Plata, sede de la audiencia de Charcas, a fines del siglo XVIII. La Plata experimentó durante los años que siguieron a los grandes levantamientQS tupamaristas un conjunto de acontecimientos que pusieron en escena formas de identidad colectiva y mecanismos de representación política que cuestionaron tanto las jerarquías sociales vigentes como el estatuto de la relación entre la ciudad y la monarquía hispánica. Dos motines populares, reiterados Cabildos Abiertos, numerosos petitorios colectivos del patriciado y la plebe urbana y virulentas disputas en el seno de las elites gobernantes fueron algunas de las manifestaciones de este clima de agitación política y de transformaciones sociales con profundas y duraderas derivaciones. Argumentamos que las elites urbanas y la plebe, quienes habían forjado importantes experiencias comunes durante la defensa de la ciudad frente a la insurgencia indígena, comenzaron a reconocerse como parte de una comunidad política distintiva en relación a otras dos entidades: los sectores asociados a las políticas del estado colonial, crecientemente percibido como un agente directo de los intereses metropolitanos, y los pueblos andinos, cuya condición de sa lvajes, su alteridad radical, quedaría marcada de manera indeleble en la conciencia de la población no indígena a partir de la insurrección general.

109 William H. SEWELL, Jr.: "Historical events as transformations of structures: Inventing revolution at the Bastille", Theoryand Society 25 (1996), p. 843. Traducción nuestra.

110 Por ejemplo, en su análisis de la sociedad colonial en vísperas de la emancipación, Gregorio Funes dedicó varias páginas a los hechos de Chuquisaca y, en particular, "a los vaivenes de la fortuna de este benemérito y honrado militar [Ignacio Flores]". Gregorio FUNES: Ensayo de la historia civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay (Buenos Aires, Imprenta Bonaerense, 1856), pp. 287-290. 111 RENÉ-MORENO: Biblioteca Peruana, pp. 113-114.

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Mientras la génesis de las tempranas expresiones de patriotismo criollo ha sido por lo general abordada desde la óptica de la historia de las ideas, nos proponemos hacerlo aquí a través del estudio de prácticas y acciones colectivas.

SUMMARY The article explores a series of political conflicts that took place in the (Jpper Pe ruvian city of La Plata (present-day Sucre) in the aftermath of the tupamarista insurrections of the early 1780s. These conflicts put into play forms of collective identity and political representation that called into question established social hierarchies and the relationship between the city and the Spanish monarchy. Two popular revolts, recurring cabildos abiertos (town council meetings), numerous petitions of both patrician and popular groups, and virulent disputes within the ranks of the ruling elite s were some of the manifestations of this climate of political upheaval and social change. This process would have profound and enduring reverberations in the years to come. This essay argües that the urban patriciate and plebe, which had forged strong bonds of solidarity during the resistance to the rebel forces, began to recognize themselves as part of distinctive political community This community stood in opposition to two other entities: those sectors linked to the colonial government, increasingly vie wed as a direct agent of metropolitan interests, and the Andean peoples, whose savegry and utter aiterity would be indelibly marked in the consciousness of the hispanic groups ever since the great indigenous rebellions. Whereas the origin of the early expressions of creóle patriotism has been mostly analyzed from the standpoint of the history of ideas, this study seeks to do it through the reconstruction of collective actions and practices. REGISTRO BIBLIOGRAFICO SERULNIKOV, Sergio

"Crisis de una sociedad colonial. Identidades colectivas y representación política en la Ciudad de Charcas (Siglo XVIII)". DESARROLLO ECONÓMICO -REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES (Buenos Aires), vol. 48, NQ 192, enero-marzo 2009 (pp. 439-469). Descriptores: .