Seneca - Dialogos

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DIALOGOS

Ilustración de la portada: Detalle de «La m uerte de Séneca», de Rubens. © Museo del Prado. Madrid.

Introducción, notas y traducción de Carmen Codoñer © Copyright, 1984 E D IT O R A N A C IO N A L . M adrid (E spaña) I.S .B .N .:84-276-0656-7 D epósito Legal: M -l0 3 9 2 -1 9 8 4 Im prim e U nigraf, S.A. F u en lab rad a M adrid.

BIBLIOTECA DE \A LITERATURA Y El. PENSAMIENTO HISPANICOS

L. ANNEO SENECA

E D IC IO N PREPARADA POR CARM EN C O D O Ñ E R

EDITO RA N A C IO N A L T o r r e g a l i n d o , 10 - M a d r id - 1 6

INTRODUCCION

En una biografía hay varios aspectos que se superpo­ nen complementándose: los datos relativos a origen, actividad literaria, cronología, que podríamos decir que sitúan al personaje en un determinado contexto geográ­ fico y social; y los referentes a la actividad pública personal del sujeto biografiado: participación política . intervención en sucesos concretos, defensa de una de­ terminada ideología, etc. Los primeros pueden ser obje­ to de discusión científica: bien sabido es que este tipo de noticias sobre personajes antiguos no siempre está ex­ preso de modo directo y explícito; los segundos, someti­ dos a idénticas dificultades que los primeros , están suje­ tos además a interpretación, interpretación que es cam­ biante según las épocas y los intérpretes. En el caso de Séneca, como en el de todos los hombres que han desempeñado un papel político de importancia , las dificultades se incrementan ya que, desde m uy temprano , cualquiera de estas últimas noti­ cias se nos ofrecen siempre bajo el prisma del juicio personal del autor que las trata. E l período vivido por Séneca desde su juventud — reinados de Tiberio (14 d. C.—37), Calígula (37 —41), Claudio (41—54) y Nerón (54— 69 )— es complicado en su valoración. La actitud de Séneca a lo largo del

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reinado de todos ellos, el papel político evidente que desempeñó durante el controvertido período inicial del reinado de Nerón, no suelen ser juzgados por sus biógra­ fo s en sus dimensiones estrictamente políticas. A ello contribuye en parte el carácter moralizante de la historia de esa época; por otro lado, el aparente contraste entre ¡a doctrina filosófica profesada por Séneca y muchas de sus actuaciones políticas y , por último, la incidencia que sobre los contemporáneos de Séneca, los que en última instancia están en el origen de las noticias que sobre él nos ofrecen los historiadores posteriores (Tácito. SueIonio, Dión, Casio), tuvo el período histórico menciona­ do. poco adecuado para mantener una postura ecuáni­ m e . Los complicados resortes que llevan a tomar deter­ minadas decisiones en política, dada la concepción per­ sonalista de la historia en época romana, suelen concre­ tarse en actitudes individuales, cuya justificación no trasciende tampoco , en la mayoría de las ocasiones, los límites de la motivación personal. Tratar de reconstruir la imagen de Séneca supone intentar conciliar los datos — no siempre coincidentes— que proceden de los histo­ riadores citados, y las ideas sobre el mundo y el hombre que el propio Séneca nos expone a lo largo de sus extensa obra. En junción de todo lo anterior intentaremos, en primer lugar, ocuparnos del primer tipo de datos , que sitúan externamente a nuestro personaje en un momento y ambiente concreto, para pasar después a la considera­ ción de su figura. No está de más repetir que también este tipo de noticias con las que iniciamos están , casi siempre , sujetas a discusión, dada la necesidad de utili­ zar textos con alusiones indirectas para la reconstruc­ ción de datos concretos: fecha de nacimiento , momento de su traslado a Roma , etc. L. Anneo Séneca es el hijo segundo de una fam ilia provincial de la Bética, bien acomodada y perteneciente al orden ecuestre * 1. Es discutido si la familia procedía de 1 T ac.. Anales XIV 53: ...egone equestri et prouinciali loco ortus...?; M a r i . I 61,7.

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colonos romanos instalados en Híspanla, o bien de una fam ilia autóctona romanizada123. Su hermano mayor, L . Anneo Novato, pasará con el tiempo a pertenecer a la fam ilia del retor Junio Ga­ llón . por adopción, cambiando con ello de nombre: L. Junio Galión; se entregó a la carrera senatorial, y fu e procónsul de Acaya en 52 d. C4. Su hermano menor, L. Anneo M ela, desempeñará altas funciones de carácter administrativo, aunque sin trascender nunca de la clase a la que pertenecía por origen: la ecuestre5. Otro conocido descendiente de la fam ilia es M . Anneo Lucano. hijo de L. Anneo M ela y , por tanto, sobrino de Séneca. E l padre de nuestro Séneca es el conocido retor de época augustea. Nacido en torno al año 55 a. C 67 .. después de finalizar la guerra civil, que tanto afectó a Hispania , parece haber pasado largos períodos de tiem­ po en Roma donde escuchó a declamadores profesionales y asistió a reuniones en círculos literarios . Es probable que alternara la estancia en Roma con esporádicas visitas a Córdoba, de donde procedía; en esta ciudad se casa con H elvia8. E l segundo de sus hijos, nuestro Séneca , nace en Córdoba9, y lo mismo parece poder decirse del mayor , L. Anneo N ovato10. Transcurridos unos cuantos años se instala en Roma , cuando Séneca es

1 M. T. G riffin. Seneca. A Philosopher inpolitics. Oxford. 1976. págs. 3031. 3 Mencionado con frecuencia por el padre de Séneca en sus Controversias debió de ser maestro de sus hijos. 4 Plin ., Hist. Natur. XXXI 65 lo menciona como Anneo Gallón, y T ac., Anales XV 73 le llama Junio Galión. Procónsul de Acaya bajo Claudio (H echos Apost. 18,22). 5 T ac. Anales XIV 17; H. G. Pflaum. Les procurateurs équesires sous le Haut-Empire romain París, 1950. págs. 165-167. 6 Suet. Rhet. 1: M .T .G rifhn . o.c.. pág. 30. coloca su nacimiento en 50 a. C. y cita para apoyarlo Controversias I pref. 11; Suet. i.c. y Cíe Epist. a Ai. XIV 12,2. 7 Sen, Ret, Saos, III 6; Contr. \ pref. 11. 8 Tampoco se sabe nada con seguridad sobre la fecha de ese matrimonio. Sobre las distintas conjeturas, véase P. G rimal, Sénéque ou la conscience de PEmpire. París, 1978, págs. 49-50. 9 SÉN.. Consol, a Helvia 19,2; cf. Püffr. Lat . M íN. IV, pág. 62. 10E8Tac., Silvas II 7.30-32.

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todavía m uy pequeño . En el viaje les acompaña la her­ manastra de Helvia y y al parecer, por el momento su madre queda en Córdoba. Ya en Roma largo tiempo , muere el viejo Séneca sobre el 39 ó 40 d. C., es decir al principio del reinado de Calígula. Su obra conservada le ha valido el nombre de rhetor, aunque sus Suasorias y Controversias no sean más que una recopilación de declamationes escuchadas a otros y enjuiciadas por él; su obra, quizá más importante , se ha perdido: la histo­ ria de las guerras civiles romanas que comienzan en el año 49 a. C u . E l interés que , en nuestro caso, des­ pierta la lectura de sus Controversias y Suasorias radica en el hecho de que están concebidas como guía educativa para sus hijos. Para reconstruir ¡a vida de Séneca son pocos los datos de que disponemos. Las referencias autobiográfi­ cas del propio Séneca son m uy escasas. En la época en que nace Séneca . Córdoba es una ciudad con una larga tradición de romanización , políticamente vinculada al partido pompeyano durante las guerras civiles y . en consecuencia, mantenedora de una cierta ideología re­ publicana 1 12; la ascendencia de su madre Helvia , como la de su padre , debió de ser provincial. No se conoce la fecha exacta de su nacimiento en dicha ciudad; las hipótesis sobre este punto se basan principalmente en varios pasajes de Séneca de interpre­ tación dudosa , ya que gira en torno al valor de términos tan poco definidos como iuuenta y senectus, así como en el de una frase de carácter tan vago como: qualem Pollionem Asinium ...meminimus. De la conjunción de todos ¡os resultados obtenidos del análisis de estos y otros pasajes se sitúa el nacimiento de Séneca entre el año 4 y 1 a. C 13 11 Sen., De uita patris (ed. Haase. frg. XV. 99): historia ah initio beilorum ciuitium unde primuni ueritas retro abiit, paene usque ad ntortis suae diem. 12 Mucho más matizada en este punto c$ ta posición de M. T. G r uiin , o. c., págs. 31-32, que acepta la posibilidad de una participación en el partido cesariano de una parte de la población de Córdoba basándose en C és.. Guerra Civii II 19; Guerra Alej. 58, 60. etc. 13 Epist. a Lm c . 108. 22; 12. I y 26; Sobre ta serenidad 17.7; TÁc., Anales XIV 56,1: cf. F. Prechac, «La date de la naissance de Sénéque», en Rev. Et.

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Su primera infancia debió de pasarla en Córdoba, aunque la expresión con que alude a su marcha a Roma «en brazos de su tía» 14, hace suponer que su traslado a la capital del Imperio tuvo lugar cuando todavía era muy pequeño 15. Se conoce m uy poco sobre estos primeros años en Roma. La educación que inicialmente recibe es la tradi­ cional : la escuela del grammaticus, para pasar después a la del rhetor161 7;ya se sabe que el dominio de la retórica constituye un requisito indispensable en la educación de cualquier joven con ambiciones. Por una frase suya sabemos que fu e discípulo de Sofión11, filósofo alejandrino según Jerónim o 18. de tendencias pitagóricas *92 0;entre los preceptos doctrinales se incluía ¡a abstención de carne en la alimentación. La aplicación personal por parte de Séneca de este precep­ to en concreto se vio interrumpida por imposición de su padre, ante el temor de que se le confundiera con un seguidor de ritos egipcios y judaicos . También fue discípulo de Papirio Fabiano (seguidor a su vez de Q. Sextio), que coincide en algunos aspectos con Sotion. aun cuando su ascendencia estoica sea mucho más cla­ ra 21. Por último , hay que contar también entre sus Lat. 12. 1934. págs. 360-375 y 15, 1934, págs. 66-67; P. Grima), o.c.. pá­ ginas 56-58: M. T. G riffin, o.c., págs. 35-36. 14 Shn.. Consol, a Hetcia 19.2. 15 Si se acepta la interpretación literal del pasaje de Sobre tu serenidad 17,7 ya citado en nota 13. Séneca debió de conocer en Roma a Asinio Pollón, cuya muerte sitúa Jerónimo en el 5d. C. y Tac., Dial. 17-10 a finales del principado de Augusto. 16 SÉN.. Epist. a Ijuc. 58,5. 17 SÉN.. Epist. a Luc. 49,2: modo apud Sotionem puer sedi. 18 J eron., Cron. ad. aun. 13. Cf. P. G rimal, o.c.. págs. 59 y ss. 19 Según M . T. G riffin . o.c.. pág. 37, discípulo de Quinto Sextio. Véase en contra los argumentos de P. G rimal . o .c., pág. 247. 20 Epist. a I mc. 108. 17-23. Este dato unido a una observación de Tácito {Anates II 85) donde se nos habla de medidas represivas contra los que profesan tales creencias en el año 19 d. C.. hacen pensar a P. Grimal (o.c.. págs. 59-60) que. sobre esta fecha. Séneca, discípulo de Sotión. todavía puer. tuvo que nacer después del año 4 a. C.. porque si no ya hubiera tomado la toga praetexto, es decir, hubiera dejado de ser puer, ya que esta ceremonia solia tener lugar en torno a los quince años. 21 Epist. a Luc. 40,12. Sobre la escuela de los Sextios, I. Lana. «Sextiorum nouact Romani roboris secta», en Riv. Istr. h ilo!. Class. 31,1953,1 y ss. y 209 y ss.

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maestros a Atalo, estoico , que parece haber dejado una profunda impresión sobre Séneca22. Las otras noticias referentes a este periodo son rela­ tivas a su precario estado de salud2*, noticias que se relacionan con su estancia en Egipto, donde vivía su tía, casada con G. Galerio, prefecto de Egipto desde el año ¡6 al 31 d. C. No sabemos, dentro de estos lí­ mites , cuál fu e el momento en que Séneca se trasladó a Egipto, y cuál fu e la duración de su estancia. Lo único seguro es la fecha de su vuelta , el 31, acompañado de su tía y su marido, ya finalizada la prefectura de este último. Precisamente conservamos los recuerdos de Séneca sobre el dramático viaje de vuelta: el barco sufrió los embates de una terrible tempestad en el curso de la cual murió su tío 24. A partir del año 31 . en un ambiente político tenso , el posterior a la muerte de Sejano, se inicia la carrera política de Séneca; el propio Séneca reconoce haber recibido para ello el apoyo de su tía25. No se conoce la fecha en que desempeñó la cuestura, primer peldaño en el cursus honorum que tiene como finalidad última el consulado. Los argumentos que se utilizan para datar tardíamente su acceso a la cuestura tienen como base la pertenencia de su tío Galerio al circulo de Sejano. ¡a proximidad a esos mismos círculos de Junio Gallón . padre adoptivo del hermano de Séneca: ese tipo de relaciones hace improbable que los comienzos de la carrera política de Séneca coincidieran con la caída en desgracia del ministro de Tiberio y la persecución consiguiente de los allegados 26. Otros motivos que se aducen para defender el carác­ ter tardío de su iniciación oficial en la política están basados en la interpretación de una frase de su padre, enunciada con posterioridad al 37, que parece aludir o 22 Epist. a Luc. 108,3. 23 ib'ul. 78, 1-4. 24 Consol.aHetvia I9.4:I>IR2G25. 25 Ibid. \9 X 26 Z. Stewart. «Sejanus. Gaetulicus and Seneca». en Am. Journ. Philol. 74, 1953, 70 y ss.

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bien a su candidatura a l cuestorado o ai inmediatamente posterior escalón: el tribunado. A ello puede añadirse también una cierta paralización de la vida política en la últitna etapa del reinado de Tiberio11. Siempre aceptando como momento post quem el año 31, otros autores tienden a adelantar un tanto la toma de posesión del cuestorado. Tomando como funda­ mento los intervalos necesarios que mediaban , o debía mediar, entre una magistratura y la siguiente , se puede suponer que su cuestura se desempeñó en el 34-35 , el edilazgo o tribunado de la plebe en 37-38, y que ello hizo posible el que a la vuelta de su exilio a comienzos del 49 (exilio comenzado a fines del año 41), se le pudiera nombrar ya pretor2*. No parece haber gozado de las simpatías de Calígula; conocidas son las opiniones que a Calígula le merecía el estilo de Séneca: «arena sin cal» , y también es conocida la historia , atribuida a Calígula de que éste quiso obligar a Séneca a suicidarse porque había tenido una brillante actuación en el Senado. Lo que de la anécdota se deduce con seguridad es su habilidad y fam a como orador, así como su presencia en el Senado ya en el año 592 728930. Por la Consolación a Helvia (2,5) sabemos que durante el reinado de Calígula perdió a su padre, se casó, tuvo un hijo y lo perdió también 31. A este período que abarca el reinado de Calígula y los primeros meses del de Claudio parecen pertenecer la Consolación a Marcia y el tratado Sobre la ira. Después de la muerte de Calígula , y hacia finales del año 41. primeros momentos de reinado de Claudio . Séneca fu e exiliado a Córcega en virtud de la lex Iulia 27 M. T. G rifhn . o.c., págs. 50 y ss. 28 P. G rima!.. o.c .. pág. 81. 29 Suet.. Catig. 53. 30 D ión Casio U X 19. 31 Sobre la posibilidad de identificar a esta esposa con Pompcya Paulina, que le acompañó en su muerte, cf. F. G iancotti, Cronología dei «Dia/oghi» di Séneca. Turín. 1957. págs. III y ss., y K. A bel. Reseña a Giancotti, Gnomon 30, 1958.610 y «Sen. Dial. 12.18.4 ff.. ein Zcugnis für dic Biographic Lucans?» Rhein. Mus. 115. 1972. 325 y ss.

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de adulteriis, dulcificada por la petición de Claudio de que se perdonase la vida a Séneca y se conmutase la pena de muerte por el exilio 32. La acusación en concre­ to era la de adulterio con un miembro de la fam ilia imperial: Julia Livila , hija de Germánico, hermana , por tanto , de Calígula. Agripina y Drusila. E l exilio de Séneca termina en el año 49 d. C., año en que Claudio, a instancias de Agripina , casada recien­ temente con el emperador, lo llama a Rom a33. En ese largo período de ocho años transcurridos en el exilio Séneca escribe con seguridad la Consolación a Helvia y la Consolación a Polibio. su madre y un liberto m uy influyente de Claudio, respectivamente. A través de estos escritos conocemos su situación en la isla, que adquiere tintes más o menos dramáticos en función del destinatario: animoso cuando se trata de consolar a su madre , pesimista cuando persigue obtener el perdón de Claudio por intermedio de Polibio. De cualquier modo, la estancia en Córcega debió de ser un rudo golpe para Séneca y suponer una etapa de refle­ xión forzada que posteriormente daría sus frutos litera­ ria y políticamente. La intervención de Agripina en la vuelta de Séneca a Roma ¡o liga inexorablemente a ella y su política. Pretor en el año 49 , debe hacerse cargo de la educación de Nerón , que pronto se convierte en hijo adoptivo de Claudio . Junto a Séneca , encargado de la educación teórica del futuro emperador, Agripina coloca a Sexto Afranio Burro junto a Nerón para que se haga cargo de las cuestiones de política práctica. Esta situación se prolonga durante tres años. En el año 52 Claudio es envenenado por Agripina y Nerón sube ai trono apoya­ do por Burro, prefecto del pretorio, y por Séneca. Hasta ese momento la posición de Séneca dentro de palacio no

32 D k>n Casio LX 8,5 y LXI 10,1; TÁt\, Anales XIII 42, 4 y 6; Sén ., Consol, a ftel. 13, 2. P. G r im a l . o .c .. págs. 93 y ss. justifica la acusación de adulterio contra Julia Livila y Séneca partiendo de necesidades políticas encaminadas a la supresión de la familia de Germánico. 33 Suet., Claud. 12.

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ha tenido carácter oficial. y tampoco lo va a tener a partir de ahora. En el año 59 Agripina es asesinada por Nerón y los dos consejeros procuran, a l parecer , parar el golpe a Nerón, como antes lo habían hecho en el caso del asesinato de Británico**. La influencia creciente de Ofonio Tigelino había ido aumentando y Séneca pide «retirarse» de la política, petición a la que Nerón se niega, tal vez porque la presencia de Séneca continúa suponiendo una garantía frente a la clase senato­ rial 3 43536;pero su continuidad no supone el mantenimiento de su influencia. Prácticamente retirado de la vida polí­ tica , a ese período, hasta su muerte, pertenecen las Cuestiones Naturales y las Epístolas a Lucilio. Antes de su retiro, y después de su vuelta del exilio, debe de haber elaborado: Sobre la brevedad de la vida, Sobre

la serenidad. Sobre la firmeza del sabio, Sobre la clemencia, Sobre la felicidad, Sobre los beneficios, Sobre el ocio. En abril del año 65 se descubre la conjuración de Pisón, dirigida contra Nerón , y Séneca cae bajo las acusaciones de uno de los conjurados. La consecuencia es inevitable y Séneca recibe la orden de suicidarse. E l relato de su muerte nos lo han transmitido Tácito y Dión Casio. Se abrió ¡as venas, tomó veneno y , a pesar de ello, tal vez lo avanzado de su edad fu e causa de la lentitud de su muerte*6. Hasta aquí los datos escuetos. A partir de ellos y del contenido de sus obras escritas conservadas se ha esta­ blecido una controversia sobre la figura de Séneca que se mantiene hasta nuestros días y que, dada su natura­ leza, es poco probable que cese. E l perfil humano de Séneca adquiere una u otra dimensión en virtud de la actitud de quien interpreta los datos — en casi todos los casos susceptibles de interpretación; esta actitud se define en un sentido o en otro de acuerdo con la mayor 34 TÁC., Anales XIII 21 y XIV 7. 35 TÁC., Anales XIV 53-56 y XV 45. 36 TÁC.. Anales XV 62-64: D ión C asio LXII 25.

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o menor exigencia de coherencia estricta entre las declaraciones explícitas de comportamiento y su realiza­ ción práctica en la persona del escritor, especialmente en lo que concierne al campo de la política. Como en el caso de Cicerón, la polémica suele ser apasionada, inclu­ so más en Séneca dada su confesionalidad estoica. En cualquier caso últimamente ¡a adopción de opiniones sobre un autor de época clásica conlleva un punto de vista matizado, filológicamente hablando. La visión de la realidad no es la misma en todas ¡as épocas, aspectos inconciliables dentro de la moral actual pasan por moneda corriente en el Imperio Romano , de ahí la necesidad de mantener una cierta flexibilidad de crite­ rios en los enjuiciamientos. Como dice F. Giacontti: «il cardine delle questioni negli studi su Senace verte su! nesso tra la vita practica e la vita mentale di lui, ira le sue azioni di uomo político e privato e i pensieri da lui espressi con gli scritti e le parole» . Ya Dión Casio adopta una postura condenatoria ante la fa lta de correspondencia entre la acción y la palabra, y asimismo San Agustín 3 738*. Para enjuiciar la figura de Séneca, como decíamos al principio , se debería partir del carácter y mentalidad de los primeros historiadores que sobre él nos informan: Tácito . Suetonio y Dión Casio. Pero , como m uy bien dice Giancotti en su artículo ya citado *9. resulta com­ plicadísimo llegar en este aspecto a conclusiones definiti­ vas, por dos razones: la ausencia de una biografía coherente del encartado , en el sentido en el que actual­ m ente la entendemos, en ninguno de los tres autores; y la imposibilidad de negar fiabilidad o no a los datos que nos ofrece cualquiera de ellos. apoyándonos en la su­ puesta ideología de cada uno de los escritores. Los puntos más controvertidos se agrupan en torno a dos temas centrales: la fa lta de coincidencia entre las ideas que se desprenden de sus escritos y su comporta­ 37 F. G iancotti,«II posto della biografía nella problemática senechiana». en Seneca (ed. A. T raína). Milán. 1976. pág. 39. 38 D ión C asio LXl 10,2: Agust., Ciudad de Dios VI 10. 3IÍ 0 .c .. pág. 42.

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miento personaI, y esa misma actitud con respecto a su comportamiento político. Como muestra de las opiniones a que puede dar lugar alguno de los datos que suscitan controversia . por lo que significan de disensión entre teoría y práctica , vamos a tomar dos aspectos que se refieren a su vida «privada» (en la medida en que este término puede aplicarse a un hombre político), y su participación pública durante cierta etapa del reinado de Nerón. Los dos aspectos de su vida privada que van a ser objeto de atención serán los relativos a la elabora­ ción de dos de sus obras: Consolación a Polibio y Apocoloquintosis, y la posesión por parte de Séneca de notables y abundantes riquezas. Durante el exilio en Córcega , como ya hemos dicho más arriba, Séneca escribe la Consolación a Polibio, en la que se vierten alabanzas sin medida sobre la persona de Claudio. Poco tiempo después, a la muerte de Claudio , el mismo Séneca escribe la Apocoloquinto­ sis, una ridiculización fero z sobre el proceso de diviniza­ ción de Claudio, donde se ensaña contra el emperador hasta límites excesivos. E l primero que nos habla de la contradicción entre los preceptos senecanos y el comportamiento de Séneca es Dión Casio40. En cuanto al contraste entre la actitud adoptada en la consolación a Polibio, y la mantenida en la Apocoloquintosis, todavía se acentúa más el problema si tenemos en cuenta que la laudatio funebris de Claudio, el discurso de loa a Claudio pronunciado por Nerón en el funeral, es atribuido a Séneca por algu­ nos autores 41. Las hipótesis que tienden a justificar estos hechos son numerosas y se recogen sumariamente en Giancotti42. Un reciente análisis del problema por parte de Grimal43 intenta conciliar ambos extrem os , restando importancia por un lado a las loas a Claudio

*° Cf.F. G iancotti, «II posto della biografía...», págs. 46 y ss.; M. T. G rikfin, o.c.. págs. 415-416 41 TÁc., Anales XIII 3; SUBT., Ner. 9. *2 Obra citada en la nota 40 págs. 53 y ss. 43 0 .c ... págs. 100 y ss.

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contenidas en la Consolación a Polibio que , según su criterio , coinciden con las ideas de Séneca recogidas en su tratado Sobre la clemencia, y distinguiendo sutilmen­ te entre la actitud de Séneca ante el princeps (Consola­ ción a Polibio), y sus juicios sobre el hombre (Apocoloquintosis); entre la atribución a Claudio de los rasgos deseados en el emperador ideal (Consolación a Polibio), y el juicio exacto sobre la realidad del personaje (Apocoloquintosis). Pero , a fin de cuentas, introduce a continuación lo que, en m i opinión , constituye el meollo de la cuestión. Para enjuiciar el problema no se puede prescindir de dos premisas: la distinta mentalidad de los hombres de distintas épocas, que puede llegar a hacer incomprensibles comportamien­ tos y actitudes , y la consabida calidad de hombre político de Séneca, que explica desde esa perspectiva muchas cosas inaprensibles si no se parte de ese presu­ puesto. Otro de los caballos de batalla de los autores que se han ocupado del pensamiento senecano y de la repercu­ sión del mismo sobre la vida de nuestro autor , es su condición de hombre rico que contrasta con las conti­ nuas alabanzas a la pobreza contenidas en sus escri­ tos 44. Séneca nos habla en sus cartas de las uillae que poseía: Nomentanum y Albanum; los papiros nos cuentan de sus amplias propiedades en Egipto 45. Las criticas a este aspecto de la vida de Séneca se encuen­ tran ya en la misma época de Séneca: Suilio , enemigo suyo, enjuicia desfavorablemente el hecho, atribuyendo parte de las riquezas a los intereses derivados del préstamo y a los favores de Nerón*6; enlazan siempre con esa constante de su biografía: el divorcio entre

** M. T. G riffin, o¿ .%págs. 286 y ss. dedica un capitulo entero a este punto: «Seneca praediues». 45 M. ROSTOvtzeff, Historia social y económica del Imperio Romano, II, pág. 144, Madrid. 1962. y M. T. G riffin, o.c.y pág 287, n. 6. ñ TÁC.. Anales XIII 42; D ión C asio LX1I 2. También Dión Casio ÍLXI 10,3) nos habla de su modo de vida excesivamente lujoso y retinado, mientras que Tácito {Anales XV 45,3) nos describe la sencillez de su vida en los últimos años.

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teoría y práctica. Los intentos por justificar, en concre­ to, este aspecto de su vida ilevan como máximo a adjudicarle una postura no hipócrita, aduciendo las tendencias más moderadas del estoicismo que suponen la indiferencia, no el rechazo, ante las riquezas, y asumen la posibilidad de que las riquezas sean ocasión para la práctica del bien . También form a parte de esos intentos justiftcatorios lo que ya exponíamos antes a propósito de unas obras concretas: la fa lta de corres­ pondencia entre lo que es la imagen del bien, del sabio, y la realidad. Los rasgos deseados en el sapiens, popula­ res en aquel momento , que suponen una vuelta al roma­ no de antaño, frugal, moderado, y con ello arrastran la idea de que esto llevaría a resucitar una situación política ya desaparecida, resultan en la práctica tan irreales como el supuesto de una vuelta de la república. Pero explicar un hecho no es equivalente a justificarlo, y Séneca sigue ahí. en sus contradicciones, cada vez más representativo de una sociedad en un momento dado, más inmerso en ella, menos excepción y , en ese sentido, más comprensible humanamente. Por último y , en líneas generales. vamos a hablar de la actitud política de Séneca durante el reinado de Nerón. Su complicidad más o menos consciente en una serie de actos aislados por todos conocidos: el asesinato de Claudio, de Británico, de Agripina; su participación más o menos velada en uno de los reinados más carga­ dos de crímenes y atrocidades de toda la historia de Roma llevan a enjuiciar a Séneca desde dos puntos de vista antitéticos: o bien la personalidad de Séneca ha quedado reflejada y recogida en sus escritos y su inter­ vención en política no hace sino refrenar, en la medida de lo posible, la tendencia al despotismo ya iniciada en Tiberio; o bien la verdadera manera de ser de Séneca queda al descubierto en su actuación política, consisten­ te en aceptar — hasta cierto punto — las pautas marca­ das por Nerón y, en consecuencia, sus escritos no son más que un indicio de su hipocresía. Cada época ha visto en Séneca una de estas dos imágenes, aunque última­ m ente historiadores y filólogos tienden a enfrentarse al

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problema desde posturas que no llevan implícitos juicios de valor y que. paradójicamente, ayudan a comprender­ lo mejor 474 8. En esa misma dirección hay que tener presente que m hombre político, en la medida en que la política siga siendo necesariamente un «oficio», no admite su encasillamiento dentro de ¡as mismas normas que el ciudadano que . aun apasionadamente interesado por la política, no ha hecho de ella su m eta vital. Hombres como César son comprensibles porque la postura que ante ellos se adop­ ta responde exclusivamente a este último planteamien­ to. Hombres como Cicerón y Séneca son puestos en la picota porque su labor política ha quedado oscurecida históricamente ante su labor literaria y filosófica, impi­ diéndonos ver tal vez su verdadera vocación: la política; porqug la confrontación entre la pura disquisición inte­ lectual, la defensa implacable de la verdad y el bien absolutos contrasta , en más de una ocasión, con una faceta fundam ental de su vida distante de esos precep­ tos: su faceta política, el arte de lo posible. Aun prescindiendo de las obras perdidas de Séneca y de las conservadas fragmentariamente **, la producción de Séneca es muy extensa: los Diálogos que a continua­ ción se ofrecen, ¡a Apocoloquintosis o Ludus de morte Claudii, el tratado Sobre los beneficios, Sobre la clemencia —que parece haber llegado a nosotros in­ completo —, el tratado científico Cuestiones Naturales y la colección de las Epístolas a Lucilio, todas ellas obras en prosa. En verso contamos con las Tragedias. Toda su obra literaria, incluso también su teatro, no son más que una exposición de su sentir filosófico; su gran interés

47 Una exposición y recopilación de testimonios antiguos sobre Séneca puede encontrarse en W. T rii.litzsch. Seneca im literarischen Urteil der Antike, DarsteUmg wui Sammiung der Zeugnisse. 2 vols., Amsterdam. 1971. 48 El De uita patris ya citado; el tratado De ojfiáis, De superstitione, De matrimonio; una serie de tratados científicos: De motu ferrarían. De iapidum natura. De piscium natura. De situ Indiae, De forma mundi. En estado frag­ mentario De remedió* fortuitorum. etc.

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para los historiadores de la filosofía radica en que constituye uno de los puntos clave para conocer el desarrollo del estoicismo en Rom a 49. 49 La dificultad más grave para un intento de reconstruir el pensamiento filosófico de Séneca radica en la inseguridad que ofrece ia datación de sus obras. Fecha segura existe para muy pocas de ellas —las que han sido mencionadas en un momento dado de ia biografía no siempre ofrecen garantías—; sus fechas están tomadas del estudio cronológico de Grimal en su obra ya citada. Sobre el problema puede consultarse la obra de F. Giancotti citada en la nota 31.

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DATOS BIOGRAFICOS DE SENECA

Denominación E l título de Diálogos se da a una parte de la obra de Séneca que nos ha transmitido como cuerpo el manus­ crito Ambrosiano C. 90 in f, del siglo X . Comprende todas las obras en prosa de este autor a excepción de tres tratados: Cuestiones Naturales, Sobre la clemen­ cia y Sobre los beneficios y las Epístolas a Lucilio. La discusión fundamental sobre este cuerpo de pequeños tratados, en número de diez (uno de ellos consta de tres libros), se centra en dos puntos: cuál ha sido la razón que ha llevado a agruparlos y cuál la de designarlos como diálogos. Cuestiones, como se ve, estrechamente vinculadas entre sí. E l hecho de que reciban una titulación especial induce a pensar, en un principio, que sus características form a­ les separan a estos tratados del resto de las obras en prosa. De hecho esto no es cierto, ya que el tratamiento que reciben todas las obras en prosa de Séneca es muy similar. De ahí que se haya querido ver la razón de su agrupación en la dimensión de los tratados, más reduci­ da en los llamados diálogos que en el resto, y más amplia que en las Epístolas, a las que consideran muy afines 1. Y en realidad el tratamiento form al de las 1 M. C. G ertz. L. Antiaei Senecae Dialogorum tibri Xtt, Copenhague.

1886.

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Epístolas es el mismo que el de los Diálogos que ahora nos ocupan. S i aceptamos este criterio, la inclusión entre los Diálogos del tratado Sobre la ira supondría un ligero inconveniente dada sus mayores dimensiones ( tres li­ bros), hecho que algunos investigadores han soluciona­ do atribuyendo a un error del copista su inclusión en el cuerpo de los Diálogos2, mientras que otros han pensa­ do que la exclusión de los tres tratados más amplios se debe a una omisión de los copistas 34 . Es evidente que la discusión en tom o a este punto , al carecer de una fundamentación objetiva , puede llevar en direcciones completamente opuestas e igualmente defendibles. Lo que también es claro es que determinadas obras en prosa de Séneca — dejemos ahora a l margen cuáles de ellas— recibieron desde m uy pronto el nombre de Diá­ logos. Prueba de ello ¡a constituye un pasaje de Quintillano: «Andan por ahí discursos suyos , obras en verso, epístolas y diálogos*.» Que tal denominación proceda directamente de Séneca o que se le impusiera posterior­ mente es cuestión difícil de dilucidar. E l uso que de este término hace Séneca en algún pasaje de sus obras parece favorecer la hipótesis de una designación poste­ rior. Dice: « Y dejando al margen ¡a reciprocidad de los diálogos, contestaré como un abogado...»5. La mayor dificultad que supone la discusión es la existencia , en época de Séneca , de un género con gran tradición literaria que responde a ese nombre y que está representado por figuras tales como Platón en Grecia y Cicerón en Roma. Ellos configuraron dos tipos de diálogos literarios: el dramático y el narrativo , respec­ tivamente , y aunque los llamados Diálogos de Séneca encajen más bien en este segundo tipo , son más ¡as diferencias que las afinidades. Efectivamente , no con­ 2 Cf. F. G ianootti. Cronología d ei«Dialoghi» di Seneca. Turin, 1957» pág. 11. 3 O. Rossbach. «De Seneeae Díalogis», en Hermes 17. 1882. págs. 365376. 4 X 1 129 5 De benefíciis V 19.8.

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tamos en Séneca con precisiones de lugar, tiempo y ocasión, no hay introducción de personajes, ni interven­ ciones caracterizadas de los mismos. Una débil réplica a todo ello lo constituye la presencia de inserendos, como los ¡lama Andrieu: inquit, at ille, inquis, etc6., salpicados a lo largo de la obra; inserendos que, por otro lado no son privativos de los tratados que se nos han transmitido bajo el nombre de Diálogos78 . M ientras algunos autores han querido ver en el diálo­ go senequiano un equivalente de la diatriba *, con la que coincide en la existencia de un interlocutor indefinido y ficticio . otros ven en la denominación un equivalente de óiodoyiapóq9, refiriéndolo a una especie de soliloquio que cabe aplicar a todas las obras en prosa de Séneca . La compilación de obras transmitidas por el códice Ambrosiano es relativamente heterogénea — se incluyen tres Consolaciones—9 su ordenación no responde a ningún criterio perceptible: no es cronológica, ni temáti­ ca, ni de acuerdo con los destinatarios. E l mantener la denominación, como la mantiene la mayoría de los inves­ tigadores, responde a razones de- tradición y de co­ modidad.

Cronología Uno de los problemas más discutidos es el de la cronología de las obras de Séneca. S i excluimos algunos tratados fechables por datos incluidos en la obra por el propio Séneca, la datación de su obra, en conjunto, ofrece serias dificultades. Restringiéndonos a los Diálo­ gos» podemos decir que únicamente se puede dar una fecha aproximada — con una oscilación de unos seis años— de dos de ellos: Consolación a Helvia y Conso­ 6 J. ANDRIEU, Le dialogue antigüe. Structure el presentaron, París, 1954. 7 Cf. C. Codoñer, «El adversario ficticio en Séneca» en Corollas Philologicas, Salamanca, 1983, págs. 131-148. 8 E. A lbertíNI. La composition dans Íes ouvragesphi/osophiques de Séñeque, París, 1923. 9 G. Lafaye, «Dialogi», en Rev. Philol. 21, 1897, págs. 174-176.

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lación a Polibio, ambas de la época del exilio de Séneca en Córcega (41-49 d. C .). Los únicos criterios que hasta el momento se han aplicado a la datación son los derivados de las alusiones a acontecimientos de fecha concreta10. E l problema radica en que una misma alusión, si no es m uy precisa. puede admitir diversas interpretaciones, pueden verse alusiones allí donde no existen en el afán por aproximarse lo más posible a una fecha concreta. Sólo datos de carácter m uy general, como la mención despectiva de Caligula en muchos de sus tratados, permiten colocarlos en un reinado poste­ rior al de éste. Pero mayores precisiones son difíciles. De esta dificultad puede damos una idea clara la tabla que ofrece Giancotti de las diversas fechas propuestas para cada uno de los diálogos, donde se alinean catorce soluciones distintas de otros tantos autores 11. No es m i intención discutir con precisión este punto. En la introducción a cada uño de los diálogos ofreceré, sin embargo, una visión de ¡as posturas tomadas en torno al problema de la cronología. Como tónica gene­ ral, baste decir que últimamente se ha empezado a introducir en la discusión de este punto argumentos de carácter estilístico, si bien limitándose a obras concre­ tas y no aplicados al total de los diálogos12.

Valor literario Como se ha dicho , los Diálogos de Séneca pueden considerarse representativos de toda la obra en prosa de este autor. Prueba de ello es la reducción que hacen algunos investigadores del problema de la denominación a un mero problema de extensión de las obras. Esto viene a apoyar la postura de que cualquier reflexión de

10 P. G rimal, «Est-il possible de dater un traité de Sénéque?», en Rev. Eludes Lat. 27, 1949, pág. 178-188. 11 F. G iancotti, Cronología dei «Diaioghr» di Seneca, Tuíin 1957. 12 M. C occia. / problemi del De ira di Séneca alia lucedeiranalisistilislica. Roma. 1957.

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carácter literario sobre uno de ¡os grupos diferenciados por criterios externos es válida para el resto. Las opiniones sobre el estilo de Séneca , ya en una época m uy próxima a la suya, son abundantes. Suetonio pone en boca de Calígula dos juicios sobre la prosa senecana que se han hecho fam osos: por un lado define sus composiciones como meras commissiones ( — «sim­ ples piezas de lucimiento»), y por otro su estilo se encarna en la imagen harena sine calce ( —«arena sin cal») 13. Se califica de esta manera la expresión y el conjunto de la obra , se atiende al detalle y a la estructu­ ra; para Calígula esas simples piezas de lucimiento se logran a base de una acumulación de elementos disper­ sos, sin trabar. La brillantez de esos elementos tal vez pueda deducirse del carácter atribuido a la pieza resul­ tante. Otra de las opiniones, de un contemporáneo casi, es la de Quintiliano 14. igualmente negativa y coincidente en algwíos puntos: acepta el valor de las m áximas que salpican sus escritos, pero rechaza el estilo en que están expresadas, tanto más nocivo cuanto que sus defectos son dulcia ( —«llenos de atractivo »). Considera que la gravedad de los temas no recibe adecuado tratamiento en ese aluvión de frases agudas. Como vemos, por dos veces vuelve sobre lo inadecuado del uso de sententiae, puesto que la consecuencia es un estilo poco elevado , quizá en función de su poca trabazón lógica. Es induda­ ble que sobre el juicio de Quintiliano pesa su admiración por el estilo ciceroniano, trabado, compacto, grave ; que su valoración negativa responde a eso básicamente, pero en cuanto crítica descriptiva del estilo de Séneca, unida al juicio emitido por Calígula, responde de cerca a la realidad. Lo cual no excluye que el tono del pasaje de Quintiliano deje traslucir una admiración por Séneca evidente, aunque no por sus seguidores 15. No puede hacerse consideración del estilo de Séneca li Catig. 53,2. 14 X 1.125. Sobre los estoicos en general XII 2,23. 15 A. D. Leeman, Oratiortis ratio, Amsterdam. 1963, pág. 278.

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sin tener presente a Cicerón, pero tampoco debe valo­ rarse a un autor por su mayor o menor aproximación a un modelo jijo . Los estilos cambian con las épocas. Las afinidades con uno u otro son consecuencia de un cúmulo de factores . Cada época se siente afin a un modo de expresión distinto y Roma no puede suponer una excepción. Las circustancias políticas y sociales de la época de Séneca propician el cultivo de los géneros desde una perspectiva diferente . La tendencia a valorar los factores externos en el desarrollo del nuevo estilo, representado por Séneca , encuentra su expresión más extrema en A. Traína 16. Según él, la lengua de Séneca, en su realización form al, es consecuencia de la tenden­ cia a la interiorización y de su esfuerzo por predicar tal postura a sus contemporáneos, y eso en sus aspectos más concretos, en la construcción sintáctica incluso. Aunque no de manera tan marcada, los análisis sobre el estilo senequiano — que es, no lo olvidemos, el de su época— conceden gran importancia a hecho distin­ tos: en primer lugar, la inevitable evolución de la lengua y de los estilos; no hay que olvidar que a la época de Séne­ ca pertenece el tratado Sobre lo sublime, que define un nuevo estilo , como m uy bien hizo notar ya A . Guillem in 17; en segundo lugar, las diferencias que derivan de los distintos fines perseguidos por la filosofía en las dis­ tintas épocas y la influencia de ¡a diatriba. M ientras Ci­ cerón persigue la búsqueda de la verdad como una charla entre amigos, serenamente , la filosofía del siglo I d. G persigue unafinalidad práctica: la mejora moral del indi­ viduo. Para lograrlo, el estilo presta atención a los deta­ lles dándoles carácter emotivo , lo concreto se impone so­ bre la abstracción , y a la formación de dicho estilo contri­ buye el auge de la retórica. E l uso de la declamación y el recitado coincidía en destacar, no el conjunto , sino los pasajes por separado. Las argumentaciones largas y tra­ badas no son apropiadas para atraer la atención del 16 Lo stiie «drammatico» delfilosofo Seneca, Bolonia. 1974. 17 «Sénéque directcur d’ames. Ul. Les théories litteraires». en Rev. Eludes Lat. 32,1954. págs. 250*274 y «Sénéque. second fondateur de la prose latine», en Rev. Etudes Lat. 35, 1957, págs. 265-284.

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auditorio . La resultante es lo que se suele limar el Nuevo Estilo, al que dedica un capítulo entero A. D. Leem anls y del que Séneca, en opinión del mismo Leeman , no sería más que un representante de la tendencia moderada. Partiendo de la escala de la expresión , Séneca se caracteriza por la escasa concisión en ¡a exposición, por la amplitud de las digresiones coloristas; ésto, paradóji­ camente, coincide con la abundancia de expresiones cortas y agudas. Con ellas pretende eliminar la posible dispersión del pensamiento provocada por la excesiva acumulación de elementos fa lto s de cohesión. Cada máxima parece querer constituirse en remate expresivo compendiador, resumen clarificador de lo anterior. Des­ cripción, como se ve, que responde perfectamente a la observación de Calígula. S i estas características las trasladamos al terreno de la estructura compositiva de la obra, aspecto éste mu­ cho más descuidado por los autores antiguos en general, el resultado es fácilm ente previsible: la exposición cor­ tada constantemente por disgresiones, ampliaciones, ha­ ce difícil la abstracción de un esquema subyacente. La postura de Castiglioni1819 es razonable en este punto. Defiende la existencia de un plan previo al desarrollo de la obra, plan que se ve oscurecido en el proceso de elaboración, pero que no por ello deja de existir. Esta postura es una reacción ante ¡as conclusiones de Albertini20, que llegaba a suponer que ciertas obras eran resultado de la unión de trozos cuya elaboración era independiente. A l mismo tiempo supone un primer paso que lleva posteriormente a afirmar la existencia de un esquema retórico en las obras de Séneca, seguido por el autor de manera sistem ática21. Entre estos dos extremos cabe colocar, como dijimos, a. Castiglioni y a 18 O. c «The Style of the philosophical writings in ihe carly Empire», c. XI, lv «Studi intomo a Seneca prosatore e filosofo», en RivJstr F.iiol. Class., 1924, págs. 350-382. 20 O . c .

21 Cf. L. A. Senecae de breuitate uitae, ed. P. G rímal, París, 1966; P. G rimal, «La composition dans les dialogues de Séneque», en Rev. Études Lat. 51, 1949. págs. 246-261 y 52. 1950, págs. 238-257.

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J. R. G. W right12. Según él hay que aceptar la evidente correlación entre el estilo de Séneca y la estructuración de sus obras; el análisis que ha llevado a descubrir la confluencia de múltiples factores que explican y ayudan comprender este modo de expresarse y trabajar cons­ tituye la contribución de la crítica literaria actual a la simple descripción de hechos que nos ofrece la crítica de Calígula y Quintiliano.

Valor e influencia de la filosofía de Séneca Este apartado, en su conjunto, exige una precisión preliminar: distinguir perfectamente entre lo que es propiamente la filosofía de Séneca y lo que son posturas simplemente estoicas. Esta confusión está favorecida por el hecho de que el momento de gran arraigo del estoicismo en Roma es la época de Séneca, y que él es el autor a través del cual se nos ha transmitido la doctrina. Lo que hay de personal en ella y lo que hay de mera transmisión debiera distinguirse, de modo que pudiéra­ mos hablar por un lado de la influencia del estoicismo y por otro de la influencia de Séneca como creador de teoría, aspecto este último m uy poco valorado, por lo general. La huella que deja Séneca en sus inmediatos suceso­ res es m uy escasa, y respecto a su influjo sobre el cristianismo, si tenemos en cuenta que el estoicismo es la filosofía que domina en el momento en que se está formando el pensamiento cristiano , no es raro que esté penetrado de ella. Sin embargo, la influencia directa de Séneca, aunque no excesiva, no parece tan escasa como parece conceder algún autor reciente 2 23 en una especie de reacción ante la sobrevaloración de dicho influjo. La falsa correspondencia entre San Pablo y Séneca parece 22 «Form and content in ihe Mora] Essays», en Seneca. ed. C. D. N. C osta. Londres. 1974. págs. 39-69. 23 G. M. Rossoss, «Seneca’s philosophical influence». en Seneca. ed. C. D. N. C osta. Londres, 1974. págs. 116-143.

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haberse forjado en tomo al siglo IV y por sí sola es indicio de la popularidad de nuestro autor en los círculos cristianos, por más que tal popularidad no se correspon­ da estrictamente con un conocimiento en profundidad de sus obras. Esta influencia en profundidad podemos encontrarla en algunos períodos medievales, por ejemplo en el siglo X IIyy sobre todo renacentistas: siglo X IV , y espe­ cialmente X V IL Hay que apuntar, sin embargo , que frente a esta limitación general de la repercusión de Séneca , en Hispania se observa en todo momento per­ sistencia en la valoración de Séneca; de ello es muestra, ya en el siglo VI , la obra De ira de M artin de Braga y también su Formula uitae honestae, con innegable in­ fluencia de las obras en prosa de Séneca24. S i restringimos el alcance de su influjo a los Diálo­ gos, el análisis de la transmisión manuscrita nos de­ muestra que el texto de los mismos es extremadamente raro y casi desconocido entre el siglo V I y el siglo X III25. El primer síntoma expreso del manejo de los Diálogos lo tenemos en Roger Bacon. La influencia directa fu e sustituida desde el siglo X IX por un intento de apreciación crítica de su valor como filósofo y yen este sentido , las opiniones han ido variando según las épocas, en paralelo, comúnmente , con el juicio que ha merecido la filosofía romana en general. En contraste con la opinión negativa que de la misma se ha tenido , por comparación con la griega , en estas últimas décadas estamos asistiendo a un enjuiciamiento más objetivo por cuanto no se establece una compe­ tencia entre ambas culturas filosóficas. Dentro de esta línea encontramos agrupados a numerosos autores fra n ­ ceses. Se hace notar que el papel de los filósofos romanos no es el de simples transmisores de la filosof ía griega . 24 Cf. K. A. Bluher, Seneca in Spanien. Untersuchungen zur Geschichte der Seneca-Rezeption in Spanien von 13. bis 15. Jahrhundert. Munich, 1969; C. W. Barlow. Martini episcopi Bracarensis opera omnia. New Haven. 1950; especialmente, págs. 205-208. 25 L. D. R eynolds. «The medieval tradítion of Seneca’s dialogues», en Class. Quart. 18, 1968. págs. 355-372.

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sino que, perfectamente imbuidos de las doctrinas de sus antecesores han ido enlazándola en cada época con la realidad del momento , introduciendo la pro­ blemática propia del mismo. De ahí que ahora se tienda a ver en Séneca no un simple divulgador de ideas filosóficas no siempre conocidas por él directamente, sino un perfecto conocedor de las doctrinas y , al mismo tiempo , un innovador en lo que se refiere a la postura vital dentro del estoicismo 2 .

Transmisión manuscrita y ediciones Como adelantábamos en el apartado anterior , Rey­ nolds se ha ocupado del estudio de la transmisión manus­ crita de los Diálogos. Tal como se nos presenta actual­ m ente consta de un manuscrito básico , del siglo X Ambrosianus C. 90 in f ( = A ) , y una serie de recentiores, del siglo X IV en su mayoría , extremadamente corruptos y contaminados, que se agrupan en dos fa m i­ lias llamadas /$, el grupo más grande, y y el más pe­ queño. A pesar de la contaminación entre unos y otros, Reynolds ha logrado demostrar que el arquetipo del que proceden es independiente del arquetipo de A , y que pueden encontrarse en ese grupo lecturas interesan­ tes. Seguimos el texto de la edición de L . D. Reynolds, L. Airnaei Senecae Dialogorum libri XII, O xford , 1977. En los puntos en que m e separo de esta edición, sigo las lecturas correspondientes a las ediciones de los Diálogos de Belles L ettres . En casi todos los casos se trata de pasajes que Reynolds considera ininteligibles. Las ediciones del conjunto de los Diálogos, así como de diálogos aislados, son m uy abundantes; únicamente a título indicativo ofrecemos los títulos siguientes:

16 En esta línea cabe citar los nombres de J. M. A ndré, P. Boyance, P. G rjmal y A. M ichel. que se manifiestan en este sentido en distintos y nu­ merosos artículos.

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Con traducción: Bourgery, A .: Sénéque, Dialogues, 1.1 (D e ira ). París, 1922. — Sénéque. Dialogues, t. II (D e uita beata. D e breuitate uitae). París, 1923. Waltz, R .: Sénéque. Dialogues, t. III (C onsolationes). París, 1923. — Sénéque. Dialogues, t. IV (D eprouidentia , D e constaniia sapientis, D e tranquilitate anim i. D e o lio ). París, 1927. C ardo, C .: De la Brevetat de la vida, De la vida benaurada, D e la providencia. Barcelona, 1924. Basorf., J. W.: M oral Essays, 3 vols. London, 1928, 1932 y 1935. Sacerdoti, N .: Dialogi, 2 vols. Milán, s. f. Bortone POU, A .: D e ira. Roma, 1977.

Sin traducción: Bouillet , M. N.: L . A rnei Senecae opera philosophica quae recognouit et selectis tum J. Lipsii. Gronouii, G ruterii...tum suis illustrauit notis M . N . Bouillet, 2 vols. París, 1827. H aase, F r.: L . Armei Senecae opera quae supersunt, 3 vols. Leipzig,

1852-1853. F avez, C h . : Dialogorum líber X11. A d Heluiam m atrem de consola tione. París, 1918. — A d M arciam de consolatione, París, 1928. Barriera, A .: De ira. Turín, 1919. C astiglioni, L.: De tranquilízate animi, D e breuitate uitae. Tu­ rín, 1948. G rimal, P .: De breuitate uitae. París, 1959. — De uita beata. París, 1969. V iansino, G .: De ira. Roma, 1963. — Consolationes. Roma, 1963. C avalga SCHIROLI, M. G .: D e tranquilízate animi. Bolonia, 1981. R eynolds, L .D .: L . Annei Senecae dialogorum ¡ibri duodecim. Oxford, 1977.

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SOBRE LA PROVIDENCIA

INTRODUCCION

Aulo Gelio1 nos habla del tratado que Crisipo escri­ bió Sobre la providencia y reproduce un párrafo del libro cuatro donde se plantea el problema del bien y del mal. Podemos decir que en el Diálogo de Séneca, que ahora nos ocupa, es éste el problema básico y central como indica su subtítulo, ya que desde el principio dice: «no dudas de la providencia, sino que te quejas de ella»2. El destinatario de la obra es Lucilio, el mismo a quien van dirigidas las Epístolas y las Cuestiones Naturales. En el intento de encontrar una referencia biográfica que justifique la escritura del tratado —una de las tendencias que se manifiestan más claramente en la atribución de las obras de Séneca a una y otra fecha—, se pone en relación el tema con una desgracia sufrida por Séneca. Naturalmente, los dos hechos que pueden haber provocado su escritura son: el exilio —del 41 al 49—, y su retirada de la vida política en el año 62, bajo el reinado de Nerón. De acuerdo con ello los investigadores se dividen: de la etapa del exilio son

1 v ii \ x 2 1,4.

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partidarios Waltz3 y Sacerdoti4 (que no hace sino repetir a Waltz); de la etapa del 62 los restantes. Giancotti5 y Griffin67no se pronuncian a favor de ninguna de las alternativas. De hecho apenas hay datos objetivos que nos per­ mitan la datación. Se toma el pasaje 3,3» donde habla de una entrevista reciente con el filósofo Demetrio en Roma, como indicio de que no pertenece al último período del exilio. En cuanto a datos comparativos con otras obras, se extrae la consecuencia de que es anterior a las Cuestio­ nes Naturales 1, y de que es posterior a la Epístola 16, fechada en el 628, y en una apreciación general, de que es simultáneo al cuerpo de las Epístolas9. Tam­ bién partidario de fecha tardia es Abel10*12,que funda­ menta la datación en el hecho de que Lucilio, que en las primeras epístolas es epicúreo, aparece como estoi­ co. Sobre la composición, las opiniones son dispares. Mientras Waltz *1, y Albertini ^ la consideran uno de los tratados peor compuestos de Séneca, hasta el punto de que éste último la cree incompleta, otros autores como Grimal13 consideran perfecta la estruc­ tura en el sentido de que se adecúa a las normas retóricas vigentes en ese momento. Concuerda con esta visión la opinión de Viansino14 que ve en el 3 R. W altz, Sénéque, Dialogues, t. IV, París, 1927, págs. 6 y 7. 4 N. Sacerdoti. Dialoghi. vol. I, Milán, s. f., pág. 24. 5 F. G iancotti. Cronología d e i«Dialoghi» di Seneca. Turín, 1957, págs. 308-309. * M. T. G riffin . Seneca. A philosopher m polines, Oxford, 1976, pág. 396. 7 A. F ontan. «De prouidentia y la cronología de las últimas obras de Séneca», en Emérita 18, 1950, págs. 367-376. 8 P. G rimal. Sénéque ou ¡a conscience de CEmpire. París, 1978, págs. 298 y ss. 9 L. Annaei Senecae de prouidentia.... ed. G. Viansino. Roma. 1968, pág. *9. 10 K . Abel. Bauformen in Sénecas Dialogen. Heildelberg, 1967, pág. 158. " 0 .c.. pág. 7. 12 E. A lbertini, La composition dans les ouvragesphilosophiques de Sénéque. París. 1923, págs. 102 y 155. 13 P. G rimal, «La composition dans Ies «dialogues» de Sénéque>, en Rev. Eludes Lat, 52, Í950, págs. 238-257. 14 O.C.. pág. *7.

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diálogo más características declamatorias que dialéc­ ticas y una división del tratado puramente oratoria, aunque no coincidente con la ofrecida por Grimal. El esquema general que sigue en la exposición Séneca no puede decirse, indudablemente, que sea rígido, especialmente a partir del capítulo 5. Ahora bien, tampoco puede decirse que se olvide tratar algunos de los puntos enunciados, puesto que sobre cada uno de ellos, y con independencia de su trata­ miento específico, hay abundantes manifestaciones dispersas a lo largo de todo el libro. El tema del diálogo es enunciado en 1,1: Por qué, si existe la providencia, suceden des­ gracias a los hombres buenos. Los tres elementos implicados: hombre, dios y he­ chos, se ven desarrollados a continuación: 1,5-6 Los dioses, como los padres a los hijos, hacen sufrir a los hombres por su bien. 2.1 El hombre bueno es más fuerte que las circuns­ tancias y no puede recibir daño alguno. Exemplum: Catón. 3.1 Las desgracias, muchas veces no lo son: a) Son beneficiosas al hombre y a la comunidad. b) Suceden a quienes las quieren. c) Suceden igual a buenos que a malos.

Consecuencia del enunciado del tema: 3.1 fin. El hombre bueno no puede ser desdichado. A partir de este punto el esquema se desarrolla con más o menos fidelidad: los tres factores que debieran ser discutidos —dios, hombre, hechos— reciben un tratamiento coherente hasta 5,1. A partir de ese pun­ to, y dada la mixtura de todos los elementos ante­ riormente expuestos y tratados, parece imponerse la idea enunciada al final de 3,1, que el hombre bueno no puede ser, o no debe ser, desdichado. 43

SINOPSIS

Exposición de la pregunta hecha por Lucilio a Séneca: ¿por qué suceden desgracias a los hombres buenos, si existe la providencia? Contestación: la providencia existe (1), al hombre bueno no puede sucederle nada malo. El hombre bueno supera todo condicionamiento externo. Ejemplo: Catón (2). No son desgracias todos aquellos sucesos que pare­ cen serlo, y muchos hombres desean ser puestos a prueba. Ejemplos a continuación de cada una de estas afirmaciones. Las cosas no son en sí mismas ni buenas ni malas, y el hombre bueno, aceptando las que se consideran malas, es un instrumento en manos de dios, que se sirve de él como ejemplo para los demás hombres (3-5). El hombre bueno nunca es desdichado. Prosopopeya de la providencia (6).

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SOBRE LA PROVIDENCIA

Por qué suceden desgracias a los hombres buenos, si existe una providencia.

1.1. Me preguntaste, Lucilio12, por qué, si el uni­ verso se deja guiar por la Providencia, suceden múlti­ ples desgracias a los hombres buenos *. Se podría dar cuenta de esto con más facilidad dentro del conjunto de una obra, si al tiempo probáramos que la provi­ dencia está al frente de todo y que dios se ocupa de nosotros3; pero ya que existe el acuerdo de arrancar una parcela al todo y resolver una sola de las obje­ ciones mientras el pleito se mantiene íntegro, haré algo no difícil: defender la causa de los dioses. 2. Es superfluo, de momento, mostrar que obra tan grande no se mantiene sin un guardián, que esta conjunción y discurrir de astros no son propios de un 1 El mismo destinatario de las Epístolas y las Cuestiones Naturales. A él se atribuye el poema Aetna, incluido en Appendix Vergiliana. 2 Cuestión ampliamente debatida en la filosofía antigua y ante la cual se adoptan distintas posturas; las extremas están encamadas por estoicos y epicúreos (cf. Lucr . I 57 ss.) 3 Todo el mundo ve una referencia a una obra distinta (cf. ep. 65,1 y ss). La expresión, de todos modos, es ambigua y no permite conclusiones definitivas.

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impulso fortuito, y que los seres a los que el azar pone en movimiento sufren a menudo perturbaciones y chocan fácilmente; que esta velocidad, que no en­ cuentra obstáculos, se mantiene siguiendo las normas de una ley eterna, es soporte de numerosos fenóme­ nos por tierra y por mar, de múltiples luces resplan­ decientes que brillan según lo estatuido; que no es propio de una materia sin estructura fija este orden4 y que los elementos que deben su cohesión al azar no gozan de suficiente capacidad para lograr que el enorme peso de las tierras se mantenga inamovible y contemple en tomo a ellas la huida del cielo en su carrera, que los mares derramados sobre los valles reblandezcan la tierra y no perciban aumento alguno procedente de los ríos, que nazcan seres enormes de gérmenes insignificantes. 3. Ni siquiera los fenómenos que parecen confusos e inseguros: digo lluvias, nubes, caída de rayos, in­ cendios provocados al abrirse las cimas de los mon­ tes5, temblores del suelo que vacila, y otros acciden­ tes que provoca la zona tempestuosa que hay en tomo a la tierra, ni siquiera éstos se producen sin razón, aunque sean imprevistos; también tienen sus causas, no menos que los que se han registrado mila­ grosamente en lugares insólitos: como las aguas ca­ lientes en medio de las olas6, y los nuevos territorios de las islas que surgen en el vasto m ar7. 4. Y si alguien ha observado que los litorales quedan al descubierto al retroceder el mar sobre sí mismo, y que esos mismos litorales se cubren al cabo de muy poco tiempo, ¿creerá que, en un movimiento ciego, las aguas unas veces se retraen y retiran hacia el 4 Entendemos el término latino errarais (=«sin estructura fija») referido a materia, en el sentido de organización interna de la misma. s Perífrasis que equivale a una mención de los volcanes. 6 Plinio en su Historia Natural (\í 227) habla en concreto de un lugar entre Italia y la isla de Ischia. 7 El mismo Séneca en las Cuestiones Naturales (VI 21) habla de Tera (hoy Santorin) y Terasia (al oeste de la anterior); Plinio (II 202) enumera una serie de ellas, comenzando por Délos, y fechando la aparición de las más recientes.

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interior, otras veces se levantan y a grandes marchas alcanzan de nuevo su sede, siendo así que crecen paulatinamente y se presentan en una hora y día fijo, más o menos abundantes según la atracción ejercida por el astro lunar, a cuyo arbitrio se desborda el océano?8 Queden reservados estos fenómenos para el momento oportuno, sobre todo porque tú no dudas de la providencia, sino que te quejas de ella. 5. Te pondré a bien con los dioses llenos de bon­ dad para con los llenos de bondad. Pues la naturale­ za no tolera nunca que lo bueno perjudique a los buenos; entre los hombres buenos y los dioses existe amistad, es la virtud quien la procura. ¿Digo amis­ tad? Aún más, intimidad y semejanza, ya que en definitiva el hombre bueno sólo difiere de dios por la duración. Es discípulo suyo, emulador y verdadera progenie; el padre, magnífico, exige la virtud sin contemplaciones; tal como los padres severos, lo educa con extrema dureza. 6. De modo que, cuando veas que hombres buenos, gratos a los dioses, se esfuerzan, sudan, ascienden por lo escarpado, y que los malos disfrutan y se dejan arrastrar por los place­ res, piensa que nosotros nos complacemos con la moderación de nuestros hijos, con los excesos de los esclavos; que ellos están sometidos a una disciplina rigurosa, que se alimenta la osadía de los segundos. Quede claro para ti eso mismo sobre la divinidad: no mima al hombre bueno, lo pone a prueba, lo en­ durece, lo prepara para ella. 2.1. ¿Por qué al hombre bueno le suceden tantas desgracias? Nada malo puede sucederle al hombre bueno: los elementos contrarios no se mezclan. Del mismo modo que tantos ríos, tantas lluvias caídas de lo alto, el enome caudal de los manantiales medicina­ les no cambian el sabor del mar, ni siquiera lo suavi­ 8 Admite aquí Séneca la doctrina posidoniana sobre el origen de las mareas. Sin embargo, en las Cuestiones Naturales (III 14.3) expone el origen de las mismas como resultado de los depósitos internos de agua en la tierra; ellos son los que provocan los desbordamientos de los mares.

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zan, así el ataque de las desgracias no cambia el espíritu de un hombre bueno: permanece inmutable y todo lo que le sucede lo adapta a su modo de ser: en efecto, es más poderoso que cualquier circunstancia externa. 2. Y no digo: no la percibe, sino: la vence; es más, tranquilo y sereno se eleva frente a los ata­ ques. Toda desgracia la considera una prueba. ¿Y quién, si está predispuesto a la honradez, no apetece el esfuerzo justo y no está dispuesto a cumplir con su deber en medio del peligro? Para un hombre activo ¿el ocio no supone un castigo? 3. Vemos que los atletas, que cuidan de su vigor físico, compiten con los más fuertes, y exigen a quienes los preparan para la competición que empleen todas su fuerzas contra ellos; permiten que se les golpee y maltrate, y si no encuentran una pareja a su altura, se lanzan simultá­ neamente sobre muchos. 4. Se marchita la virtud sin adversario: entonces se ve cuán grande es y cuál es su poder, cuando muestra lo que es capaz de resistir. Conviene que sepas que lo mismo deben hacer los hombres buenos: no temer las circunstancias duras y difíciles y no quejarse del destino; tomarlo todo por el lado bueno, transformarlo en bueno. No importa el qué, sino el cómo lo soportes. 5. ¿No ves cuán diferente es la indulgencia de los padres y la de las madres? Ellos ordenan despertar temprano a los hijos para que se dediquen al estudio; incluso en los días de fiesta no toleran que estén sin hacer nada, y les arrancan sudores, de vez en cuando lágrimas. En cambio, las madres quieren resguardar­ los en su seno, mantenerlos a su sombra, que nunca se entristezcan, que nunca lloren, que nunca hagan esfuerzos. 6. Dios tiene para con los hombres un espíritu paternal y los ama con entereza. Dice: «que el trabajo, el dolor, el sufrimiento los tengan en vilo para que acumulen la verdadera fuerza». Los seres que engordan en la inactividad son lánguidos y se agotan no sólo con el esfuerzo, sino con el movimiento, e incluso con su propio peso. No sopor­ ta golpe alguno la felicidad intacta; en cambio, aque50

lia que mantuvo una lucha constante contra la adver­ sidad se encalleció con las injusticias y no cede ante ninguna desgracia, sino que, aun después de caer, lucha de rodillas9. ¿Te extrañas tú de que dios, si es que ama a los hombres buenos tanto que quiere que sean los mejores y más destacados, les asigne su suerte para que practiquen? Lo que es yo no me extraño de que alguna vez sienta interés por contem­ plar a los grandes hombres en lucha contra alguna calamidad .8. De vez en cuando disfrutamos si un joven, de ánimo esforzado, acoge a pie firme con una lanza una fiera que se lanza sobre él, si aguanta impávido el ataque de un león; y el espectáculo es tanto más agradable cuanto más distinguido es quien actuó10. No son estos espectáculos capaces de atraer la mirada de los dioses, entretenimientos pueriles como son, propios de la ligereza humana. He aquí un espectáculo digno de que dios, entregado a su obra, lo contemple; he aquí una pareja digna de Dios: un hombre valeroso enfrentado a una fortuna adversa, sobre todo si la desafió. 9. No veo, digo, qué puede haber más bello para Júpiter en la tierra, si quiere fijar en ella su atención, que el contemplar a Catón, que­ brantado su partido ya varias veces, de pie, erguido en medio de la ruina del Estado. 10. «Aunque», dice, «todo quede sometido al control de una sola persona, aunque quede la tierra sometida a las legiones, a las escuadras los 'mares, aunque el soldado cesariano asedie las puertas, Catón tiene por dónde escapar: con una sola mano se abrirá un amplio camino hacia la

9 Una expresión muy semejante en ep. 66,50: et qui succisis poplitibus in genua se excepto nec arma dimisit (=«el que cuando se le cortan lasjarretas.se apoya en las rodillas y no suelta las armas»). Alusión a la participación en los espectáculos del circo de los jóvenes de familias nobles, hecho que todavía llamaba la atención en época de Séneca. A un espectáculo de este tipo celebrado por Nerón en el año 50 d. C., alude Tácito en sus Anales (XIV 14). Esto, sin embargo, no quiere decir que haya que identificar este pasaje con el mismo hecho mencionado por Tácito, aunque L. Hérrmann, en su trabajo sobre la cronología de las obras de Séneca, lo haya utilizado para apuntalar la datación tardía de este diálogo.

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libertad11. Esa espada, pura e inocente incluso en una guerra civil, generará al fin una obra buena y noble: procurará a Catón la libertad que no pudo procurar a la patria. Acomete, espíritu, la acción largo tiempo meditada, sustráete a la humanidad. Ya han entrado en liza Petreyo y Juba, y ambos yacen caídos a manos del otrol2, acuerdo valeroso y noble del destino, pero no adecuado a nuestra grandeza: tan vergonzoso es para Catón pedir a alguien la muerte como la vida» 11. Veo claro que los dioses contemplaron llenos de gozo a aquel hombre mientras inquebrantable vengador de sí mismo se cuida de la salvación de los demás, prepara la fuga de los que se marchan; mientras, incluso en su última noche, se dedica a sus tareas, mientras clava la espada en su pecho venerable, mientras esparce sus entrañas y libera con su mano aquel alma, digna de toda veneración, e indigna de ser mancillada por el hierro. 12. Por eso yo me inclinaría a pensar que la herida fue poco segura y eficaz: no fue suficiente para los dioses inmortales el contemplar a Catón una sola vez; el valor se mantu­ vo, se apeló a él por segunda vez para que se mostra­ ra en su papel más difícil. En efecto, uno no se enfrenta a la muerte con tanto ánimo la primera como la segunda vez. ¿Y cómo no iban a contemplar con agrado escapar a su discípulo con un fin tan ilustre y memorable? La muerte consagra a aquellos cuyo fin alaban incluso quienes les temen. 11 Marco Porcio Catón de Utica (95-46 a. C.). Biznieto de Catón el Censor. Resuelto partidario de Pompeyo en el enfrentamiento con César. Participó en Farsalia y, después de la derrota, pasó a Africa a unirse a los pompeyanos; allí gobernó sobre Utica durante la guerra. Cuando los pompe* yanos fueron derrotados en la batalla de Tapso (46 a. C.) se suicidó. 12 Marco Petreyo, partidario de Pompeyo, intervino en Tapso. En cuanto a Juba, rey de Numidia, también participó en la contienda entre cesaríanos y pompeyanos, en apoyo de estos últimos. Después de la derrota. Petreyo y Juba acordaron darse muerte mutuamente. Sobre el momento de la muerte de Catón, anterior o posterior a la de estos dos personajes, no hay acuerdo entre los historiadores. En Beiium Hispaniense (93) se sitúa antes de la muerte de Catón, y con este autor coincide Livio, en el epitome al libro CX1V. Sin embargo Floro (II 69) coincide con la versión de Séneca en cuanto a la posteridad de la muerte de Catón.

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3.1. Pero en el desarrollo de mi exposición mostra­ ré hasta qué punto no son desgracias las que lo parecen: ahora digo que esas que tú llamas desagra­ dables, adversas y abominables, en primer lugar be­ nefician a quienes acontecen, después a la comunidad (de la que los dioses se preocupan más que de los indi­ viduos); a continuación: que suceden a quienes las quieren, y que merecerían la desgracia si no las quisie­ ran. Añadiré a esto que esos acontecimientos someti­ dos al hado acontecen a los buenos según la misma norma por la que son buenos. Después te convenceré de que nunca compadezcas a un hombre bueno: en efecto, puede llamársele desdichado, serlo no puede. 2. De todo lo que he planteado parece lo más difícil lo que he dicho en primer lugar: que esos acontecimientos ante los que nos horrorizamos y temblamos favorecen a quienes acontecen. —¿Les favorece —dice—, ser arrojados al exilio, verse redu­ cidos a la pobreza, acompañar los restos de sus hijos, de su mujer, verse cubiertos de ignominia, sufrir físicamente?— Si te extrañas de que ésto favorezca a alguien, te extrañarás también de que ciertas perso­ nas sean curadas utilizando el hierro y el fuego, así como el hambre y la sed. Pero si has meditado que a algunas personas, como remedio, se les raspan y sacan los huesos, se les extirpan las venas, se les amputa algún miembro que no podía permanecer en su sitio sin acabar con el cuerpo entero, también aceptarás que se te den pruebas de que ciertas des­ gracias favorecen a quienes suceden, en la misma medida, por cierto, en que ciertos hechos, que son objeto de alabanza y apetencia, van en contra de esos de quienes hicieron las delicias; hechos todos muy semejantes a las indigestiones, a las borracheras y a las demás cosas que matan por intermedio del placer. 3. Entre muchas anécdotas magníficas de nuestro Demetrio13 se cuenta esta frase que tengo reciente — 13 Demetrio el Cínico, filósofo de la época de Séneca. Fue exiliado a Grecia bajo Nerón en el año 66 d. C. y volvió con Vespasiano. Muy admirado

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todavía resuena y vibra en mis oídos—: «Nada», dice «me parece más triste que una persona a quien nunca le ha ocurrido una desgracia». En efecto, no le fue posible ponerse a prueba. Aunque todo le haya roda­ do según sus deseos, incluso anticipándose a sus de­ seos, los dioses han sacado una mala opinión de él. La fortuna escapa a los más cobardes, como si dijera: «¿Cómo? ¿Voy a aceptar un adversario así? Entrega­ rá al punto de armas; no tengo necesidad de lodo mi poder para enfrentarme a él, lo haré huir a la más leve amenaza, no puede resistir mi mirada. Echemos una ojeada a otro con el que podamos entablar com­ bate. Es vergonzoso luchar con un hombre dispuesto a ser vencido». 4. Un gladiador considera ignominio­ so formar pareja con uno inferior, y sabe que es vencido sin gloria el que sin peligro es vencido. Lo mismo hace la fortuna: se busca como pareja a los más valerosos, a los otros los pasa por alto con desdén. Ataca a los más tenaces y rectos para lanzar su violencia contra ellos; somete a la prueba del fuego a M udo14, de la pobreza a Fabricio15, del exilio a Rutilio16, del tormento a Régulo17, del ve­ por nuestro autor que lo cita en múltiples pasajes. No merecía la misma opinión a Tácito, según se deduce de sus Historias (IV 40). 14 Gayo M udo Escévola, citado por Livio y Floro, y recogido como exemplum por Valerio Máximo (III 3,1). Después de fracasar en su intento de matar a Porsena, rey etrusco (507 a. C.), como castigo impuesto a sí mismo, pretendió quemar su mano. 15 Sobre la pobreza de Gayo Fabricio Luscinio (s. III a. C.) habla Valerio Máximo (IV 4,3 y 10). Fue delegado ante Pirro. 16 Publio Rutilio Rufo. Mencionado como exemplum también en otros diálogos de Séneca (cf. Val. Max. VI 4.4). Fue condenado por los «caballe­ ros» romanos, que a comienzos del siglo i controlaban los tribunales encarga­ dos de juzgar los delitos de exacción, por haber defendido como cuestor los intereses de los provinciales de Asia, en contra de los «caballeros», en esos momentos al frente de las sociedades recaudadoras de impuestos (puhlkani) (94 a. C.) Sufrió exilio en Mitilene y Esmirna, y llamado por Sila, no aceptó volver a Roma. Muy citado por Cicerón como ejemplo de honestidad. En su obra Sobre la república (I 13) lo introduce como uno de los inspiradores del tratado, debido a las conversaciones mantenidas con él por Cicerón en Esmirna (78 a. C.). Fue hombre culto, amante de la filosofía y buen orador (G e. Bruto 85 y 110) 17 Marco Afilio Régulo (s. III a. C.). Participó en la primera guerra Púnica. Derrotó en Africa a los cartagineses; derrotado a su vez por ellos (255 a. O . fue más tarde enviado a Roma para negociar un acuerdo. La

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neno a Sócrates18, de la muerte a Catón19. Un ejem­ plo grandioso no lo encuentra más que la mala fortu­ na. 5. ¿Es desgraciado Mucio porque con su derecha aplasta el fuego de los enemigos y él mismo cobra el castigo a su error? ¿Por qué hace huir con su mano quemada al rey que no pudo hacer huir con su mano armada? ¿Cómo? ¿Sería más feliz si calentase la mano en el pecho de su amiga? 6. ¿Es desgraciado Fabricio porque cayó su campo siempre que quedó libre de su labor política? ¿Por qué declara tanto la guerra a Pirro como a las riquezas? ¿Por qué junto al fuego cena precisamente las raíces y hierbas que arrancó al limpiar el campo él, un viejo que alcanzó el triun­ fo?20 ¿Cómo? ¿Sería más feliz si acumulara en su vientre los pescados de un lejano litoral y pájaros exóticos, si hostigara la pereza de su estómago nau­ seoso con los moluscos del mar Superior e Infe­ rior?21 ¿Si rodeara, con un montón enorme de frutas, animales de primera calidad capturados a costa de la vida de muchos cazadores? 7. ¿Es desgraciado Rutilio porque quienes lo condenaron tengan que justifi­ carse siglo tras siglo? ¿Porque ha sufrido con resigna­ ción verse privado de la patria antes que del exilio? ¿Por qué él único se opuso en algo al dictador Sila, y cuando se le volvió a llamar dio un paso atrás, y huyó más lejos? «Alia se las vean», dice, «estos a quienes sorprende en Roma tu felicidad22. Que vean leyenda cuenta que instó al senado a no hacerlo, a pesar de saber que si no lo conseguía su vuelta a Cartago significaría la tortura y la muerte. Son constantes en la literatura latina las menciones de este personaje (Valerio Máximo; Cicerón; Agustín, etc.) 18 Sócrates (s. V a. C.) es utilizado como ejemplo repelidas veces en los Diálogos de Séneca. 19 Cf. nota 11. 20 La misma anécdota aparece atribuida a Manió Curio Dentato por Valerio Máximo (IV 3,5), al recibir a los legados de los samnitas en medio de su frugal cena. También Manió Curio estuvo relacionado con la guerra contra Pirro. 21 Se entiende por mar Superior e Inferior los mares Adriático y Tirreno. En cuanto al cuadro gastronómico descrito es habitual en muchos pasajes de Séneca (cf. Cuestiones Naturales IVb 13,3). 22 Alusión al sobrenombre Félix de Sila. Dicho sobrenombre fue adopta­ do por el dictador a raíz de su triunfo sobre Mitrídales y de su proclamación

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copiosa sangre en el foro, y sobre el lago Servilio (pues es el depósito de la proscripción de Sila)23 las cabezas de los senadores, y los rebaños de verdugos que deambulan por todos los lugares de la ciudad, y los muchos miles de ciudadanos romanos masacra­ dos en un solo lugar después de haberles dado pala­ bra, más bien apoyándose en esa misma palabra. Que vean todo esto los que no pueden exiliarse». 8. ¿Cómo? ¿Es feliz Sila porque cuando baja al foro se le abre paso con la espada, porque permite que se le muestren las cabezas de los consulares y pone un precio a la muerte por mediación del cuestor y las cuentas públicas?24 Y todo esto lo hace él, el que propuso la ley Cornelia25. 9. Pasemos a Régulo: ¿Por qué le perjudicó la fortuna? ¿Por qué lo convirtió en testimonio de leal­ tad, en testimonio de resistencia? Atraviesan sus pies los clavos y dondequiera que recuesta su cuerpo fati­ gado se apoya sobre una herida; los ojos quedan abiertos a una vela eterna: cuanto mayor sea el tor­ mento, mayor será la gloria. ¿Quieres saber hasta qué punto no se arrepiente de haber valorado tan alto la virtud? Desclávalo y envíalo al senado: su opinión será la misma. 10. Entonces, ¿consideras más feliz a como dictador, según Plutarco (Sila 34,2); sin embargo, Aurelio Víctor en su obra Sobre los hombres ¡lustres (75,9) nos habla de un edicto de Sila imponiendo el cognomen Félix, después de la muerte de Mario. La aceptación de la primera hipótesis nos lleva al año 82 a. C.. la segunda al 86 a. C. Aurelio Víctor también (73,1) introduce una premonición a Sila niño sobre el cognomen que luego adoptaría: una mujer lo vio en brazos de su nodriza y le dijo «Salve, niño afortunado (Félix)», y desapareció. 23 Esa misma mención acerca de la función del lago Servilio la encontra­ mos en un discurso de Cicerón (Pro Rose. Am. 89). El valor de depósito {=spoliarium) hay que entenderlo en el sentido estricto de «lugar donde se despojaba a los cadáveres de sus pertenencias» (Sen., Epist. 93.12). ** El número de cuestores, en su origen era de dos; cuando se permitió que esta función fuera desempeñada por los plebeyos (421 a. C ). el número subió a cuatro, y Sila lo aumentó hasta veinte. Su tarea era económica y como cargo constituía el grado más bajo de la carrera política. Los cuestores urbanos se encargaban, entre otras cosas, de las ventas en beneficio del tesoro público. Alude aqui al beneficio resultante de la ventas de los bienes de los proscritos. 25 Lex Cornelia de sicariis et veneficis. sobre la represión de asesinatos y envenenamientos (81 a. C.).

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Mecenas, que angustiado por sus amores, y lloroso por el constante rechazo de su esposa llena de rare­ zas, busca el sueño en el canto de melodias que resuenan suavemente a lo lejos?26 Aunque se amodo­ rre con el vino, se distraiga con el estruendo de las aguas y se engañe con mil placeres su mente angus­ tiada, tan despierto estará sobre las plumas como aquel sobre la cruz27; pero aquél tiene el alivio de sufrir la adversidad por algo honroso, y a partir del dolor fija la mirada en la causa del mismo; a éste, marchito por los placeres, ansioso de excesiva felici­ dad, más que lo que sufre le atormenta la causa del sufrimiento. 11. Los vicios no han llegado a adueñar­ se del género humano, hasta el punto de que es dudoso el que, si se nos concede la posibilidad de elegir un destino, más quisieran nacer Régulos que Mecenas; o si existe alguien que se atreva a decir que hubiera preferido nacer Mecenas que Régulo, ese mismo, aunque se calle, preferiría nacer Terencia. 12. ¿Consideras que Sócrates fue maltratado por­ que apuró aquella poción, preparada por la comuni­ dad, igual que si fuera la medicina que confiere la inmortalidad, y porque discutió sobre la muerte has­ ta la misma muerte? ¿Le fue tan mal porque quedó su sangre helada y, poco a poco, al extenderse el frío, se paralizó el vigor de sus venas? 13. Cuánto más digno de envidia es éste que aquellos a quienes se sirve en piedras preciosas, a quienes un amanerado, experto en pasar por todo, de virilidad nula o dudo­ sa, les diluye la nieve filtrada en copa de oro? Estos todo lo que bebieron lo devolverán en medio de 26 Gayo Mecenas, amigo y consejero de Augusto. Su importancia como protector de los artistas es de sobra conocida. Plinio en su Historia Natural (Vil 172) atribuye esta situación de Mecenas a una fiebre crónica; Séneca lo considera consecuencia de los celos por Terencia, su mujer. Un retrato más completo de la personalidad de Mecenas en la epístola 114, 4 y $$. " No está claro el valor de crux. si pensamos que el mismo Séneca en la epístola 67.7 llama al aparato de tortura aplicado a Régulo arca. Según Bouíllet, siguiendo a Gronovius, se trata de un artefacto de madera recubier­ to de clavos, versión que concuerda con la designación de machina por Cicerón en su discurso Contra Pisón (43).

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vómitos sombríos y el sabor a su propia bilis, en cambio aquél apurará el veneno contento y a gusto. 14. Por lo que se refiere a Catón, se ha hablado bastante, y los hombres unánimemente reconocen que a él le correspondió la mayor felicidad; la natu­ raleza lo eligió para enfrentarlo a lo más temible. «La enemistad de los poderosos es terrible: opóngase al mismo tiempo a Pompeyo, a César, a Craso. Es terrible ser preferido en la carrera política a favor de los peores: pospóngasele a Vatinio . Es terrible par­ ticipar en las guerras civiles: que milite por todo el orbe de las tierras, en favor de una buena causa, con tan poca suerte como firmeza. Es terrible atentar contra la propia vida: que lo haga. ¿Qué voy a conseguir con esto? Que todos sepan que no es una desgracia aquello de lo que juzgué digno a Catón». 4.1. La prosperidad recae sobre la masa y los ca­ racteres despreciables: en cambio, enyugar calamida­ des y terrores humanos es propio del gran hombre. El ser siempre feliz y pasar por la vida sin comezón del espíritu es ignorar la otra cara de la naturaleza. 2. Eres un gran hombre, pero ¿cómo lo voy a saber si la fortuna no te da la oportunidad de mostrar tu valor? Descendiste a Olimpia, pero nadie lo hizo más que tú 2829: tienes una corona, no tienes una victoria. No te doy la enhorabuena como a un hombre valeroso, sino como al que consiguió el consulado y la pretura: tu honor ha aumentado. 3. Lo mismo puedo decir también a un hombre bueno si una situación difícil de verdad no le ofreció ocasión alguna de mostrar la valía de su espíritu «te considero desdichado porque nunca fuiste desdichado. Pasaste la vida sin un ad­ versario; nadie sabrá cuál ha sido tu capacidad ni si­ quiera tú mismo». En efecto, hay necesidad de po­ 28 Publio Vatinio, cuestor de la época del consulado de Cicerón, de dudosa moralidad que, con el apoyo de Pompeyo fue elegido pretor a! tiempo que Catón quedaba eliminado. 29 Entre los griegos se consideraba el máximo galardón una victoria en las Olimpiadas.

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nerse a prueba para conocerse a uno mismo: qué es lo que puede cada cual, a no ser que se intente, no se llega a saber. De modo que algunos incluso se ofre­ cieron voluntariamente a la desgracia que no se pre­ sentaba y buscaron para su virtud, que se mantenía en las sombras, una ocasión que le permitiera brillar. 4. Se alegran, digo, los grandes hombres alguna vez en la adversidad, al igual que los soldados valerosos en la guerra. Yo escuché al mirmilón Triunfo30, en el reinado de Tiberio César, qué se quejaba de la escasez de espectáculos gladiatorios: «Qué hermosa vida», decía, «se pierde»31. El valor es ávido de peligro y piensa a dónde dirigirse, no qué va a soportar, ya que también lo que va a soportar es parte de la gloria. Los militares se vanaglorian de sus heridas, contentos muestran la sangre que fluye por un motivo digno; aunque haya sido la misma la actuación de los que vuelven indem­ nes de la batalla, se atiende más al que vuelve herido. 5. Dios, digo, se cuida de aquellos que desea que sean lo más honestos posible siempre que les propor­ ciona ocasión de actuar con entereza y valor. Para ello es inevitable alguna dificultad: se reconoce a un timonel en una tormenta, a un soldado en una bata­ lla. ¿Cómo puedo saber cuán grande es tu ánimo frente a la pobreza, si nadas en la abundancia? ¿Có­ mo puedo saber qué resistencia tienes frente a la ignominia, el deshonor y el odio del pueblo, si enve­ jeces en medio de los aplausos, si tras de ti va el favor inatacable que te es propicio por una cierta tendencia de los espíritus? ¿Cómo sé con qué resigna­ ción vas a soportar la pérdida de los hijos, si gozas de la visión de todos los que engendraste?32 Te he 30 Mirmillo es un tipo de gladiador, de armadura pesada, que solía formar pareja con un tracio o un redaño. Llevaba un casco galo con un pez. De este último detalle le venía el nombre (cf. Pavl. F est.. s. v. retiarius) 31 Suetonio en su vida de Tiberio (34) nos informa de las restricciones que impuso Tiberio a los combates de gladiadores. 32 El texto latino no se corresponde exactamente. Susiulisti se refiere al hecho de aceptar dentro de la familia al hijo cuando nace, y representa el acto simbólico de levantarlo de la tierra doliere) .

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escuchado cuando consuelas a otros: hubiese captado tu modo de ser si te hubieses consolado a ti mismo, si hubieses puesto coto a tu dolor tú mismo. 6. Por favor, no os asustéis de estas pruebas que los dioses inmortales lanzan sobre el espíritu a modo de aguija­ das: la calamidad es la oportunidad del valor. Con razón podría llamarse desdichados a quienes se es­ tancan en su excesiva felicidad, a quienes una calma chicha retiene en una especie de mar en bonanza. Cualquier cosa que les suceda vendrá como de nue­ vas. Los acontecimientos crueles apuran a los más inexpertos; es pesado el yugo para las testuces jóve­ nes; ante el pensamiento de una herida palidece el recluta, con arrojo contempla el veterano su sangre: sabe que a menudo ha vencido después de la herida. 7. De modo que estos a los que dios somete a prue­ ba, a los que ama, los endurece, los reconoce como suyos, los entrena; y aquellos con los que parece ser indulgente, a los que parece perdonar, los conserva sin fuerzas ante las desgracias futuras. En efecto, os equivocáis si pensáis que se hace alguna excepción: tendrá también su porción aquel que fue largo tiempo feliz. Todo aquel que parece haber quedado libre, ha sido aplazado. 8. —¿Por qué dios hace víctimas de la mala salud, de duelos y otras desgracias a los mejores?— Porque en el campamento también se dan órdenes peligrosas a los más valerosos: el general envía gente muy selec­ cionada para atacar al enemigo con emboscadas noc­ turnas o para explorar el camino, o para eliminar la guardia de un lugar. Ninguno de los que salen dice: «En mala consideración me tiene el general», sino «Me ha valorado». Lo mismo dirían todos aquellos a quienes se ordena sufrir pruebas que provocaron el llanto en los tímidos y cobardes: «Hemos parecido dignos a dios de que se experimente en nosotros cuánto puede sufrir la naturaleza humana». 9. Huid de los placeres, huid de la felicidad ener­ vante que impregna los espíritus como amodorrados en una borrachera perpetua si no interviene algo que 60

les advierta de la suerte humana. El hombre a quien los cristales siempre protegieron de las corrientes de aire33, cuyos pies se mantuvieron calientes entre fo­ mentos constantemente renovados, cuyos banquetes templó el calor procedente de debajo del piso y de las paredes 34a ése una ligera brisa no le rozará sin ries­ gos. 10. Aun cuando todo lo que supera un límite es perjudicial, lo más peligroso es la desmesura en la felicidad: altera el cerebro, atrae a la mente imágenes falsas, esparce una espesa niebla entre la verdad y la falsedad. Y ¿por qué no va a ser preferible mantener eternamente una falta de felicidad con el apoyo de la virtud, a reventar con bienes sin fin y sin medida? La muerte por ayuno es más suave; estallan con las indigestiones. 11. De modo que los dioses siguen con los hombres buenos este método que siguen los pre­ ceptores con sus discípulos: piden mayor esfuerzo a aquellos en quienes tienen más fundadas esperanzas. ¿Acaso crees tú que a los iacedemonios les son odio­ sos sus hijos porque ponen a prueba públicamente el carácter de éstos dándoles de latigazos?35 Los pro­ pios padres los animan a soportar los golpes del látigo con valor, y les ruegan, cuando están heridos y semimuertos, que continúen ofreciendo sus heridas a nuevas heridas. 12. ¿Qué hay de extraño en que dios tantee con tanta dureza los espíritus generosos? Nun­ ca es muelle el testimonio de la virtud. Nos azota y nos lacera la fortuna: soportémoslo. No es crueldad, es una competición en la que con cuanta mayor frecuencia participemos, tanto más valerosos sere­ mos: la parte más resistente del cuerpo es aquella que el uso constante mantuvo en actividad. Hemos de ofrecemos a la fortuna para con su ayuda resistir 33 No se trata exactamente dé cristales, sino de piedra translúcida; de uso reciente, en época de Séneca constituía un indicio de lujo. 34 Sistema de calefacción consistente en la introducción de aire caliente entre el espacio que constituían falsos pisos y falsas paredes (cf. ep. 90,25). 35 Ceremonia que recibe el nombre de 5iapourz(yaxnBellium. 40 Apio Claudio Caudice (cónsul 264 a. C.). hijo de Apio Claudio el Ciego. Venció a Hierón II y a los cartagineses en los inicios de la primera guerra púnica. La intervención tuvo como pretexto el acudir en ayuda de los mercenarios mamertinos que estaban bloqueados en Mesina por cartagineses y griegos, estos últimos al mando de Hierón II. rey de Siracusa. Suetonio (Tib. 2,1) lo cita como el primero que cruzó el estrecho con una flota y expulsó a los cartagineses de Sicilia.

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es importante: que Valerio Corvino sometió el prime­ ro Mesana y el primero de la familia de los Valerios fue llamado Mesana por adoptar para él el nombre de la ciudad tomada y, poco a poco, al cambiar las letras el vulgo, se le dijo Mésala , 6. ¿acaso también per­ mitirás a alguien que se preocupe de que L. Sila, el primero, ofreció en el circo leones sin atar (siendo así que en otros lugares se ofrecían atados) y que fueron enviados por el rey Boco flecheros para acabar con ellos?4 142 Dejemos también pasar esto, ¿acaso también va a servir de algo bueno que Pompeyo, el primero, ofreciese en espectáculo en el circo la lucha de diecio­ cho elefantes contra hombres inocentes, siguiendo la costumbre de las batallas?43 El hombre más destaca­ do de la ciudad, y entre los más destacados de la Antigüedad, según cuenta la fama, consideró un tipo de espectáculo destinado a recordar su enorme bon­ dad el acabar con los hombres por un sistema nuevo. ¿Luchan hasta el final? Es poco; ¿se desgarran? Es poco. Que sean aplastados bajo el inmenso cuerpo de los animales. 7. Mejor sería dar esto al olvido, para que ningún hombre poderoso aprendiera después y sintiera envidia ante acción tan poco humana. ¡Qué bruma arroja sobre nuestras inteligencias una gran felicidad! El creyó que estaba por encima de la natura­ leza cuando podía arrojar montones de desdichados a fieras nacidas en otros lugares, cuando podía provo­ car una guerra entre animales tan distintos, cuando podía derramar abundante sangre en presencia del pueblo romano, él, que iba a obligar a derramar luego más. En cambio, él mismo, engañado después 41 Se trata de Valerio Máximo, cónsul en el 263 a. C. Es el mismo episodio histórico en que participó Apio Claudio Caudice. Al origen del cognomen Mésala se refiere, dando la misma explicación. Macrobio en las Saturnales (1 6,26). * Plinio el Viejo (VIH 53) sitúa el espectáculo durante la pretura de Sila (93 a. C.)f aunque no da detalles. 43 Plinio (VIH 20 y ss.) nos cuenta el mismo episodio. Fueron elefantes enfrentados a gétulos con jabalinas los que lucharon en el segundo consulado de Pompeyo (55 a. C.). Cicerón (Epist. Fam. Vil 13)» hablando sobre ello, expone el juicio negativo que le merece ese tipo de espectáculos.

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por la perfidia alejandrina se ofreció al último de los esclavos para que lo traspasara, dándose cuen­ ta, al fin entonces de la estúpida jactancia de su nombre44. 8. Pero, para volver al punto de donde he partido, y demostrar en esta misma materia la superflua dedi­ cación de algunos, el mismo personaje contaba que Metelo, en el triunfo que celebró después de vencer a los púnicos en Sicilia, fue el único, de todos los romanos que llevó delante de su carro ciento veinte elefantes tomados al enemigo45; que Sila fue el úl­ timo que ensanchó el «pomerio» (no fue costumbre entre los antiguos ensancharlo al adquirir territorio provincial, sino itálico). ¿Sirve de más saber esto que el que el monte Aventino está fuera del «pomerio»?'46Así lo aseguraba él y por una de dos razones: o porque la plebe se había retirado allí, o porque cuando Remo tomó los auspicios en aquel lugar las aves no le fueron favorables47. ¿Sirve de algo saber otras cosas sin cuen­ to, que son falsas o semejantes a las mentiras? 9. Pues, aunque concedas que dicen todo esto de buena fe, aunque escriban para ayudar, ¿de quién disminuirán los errores estos datos?, ¿de quién repri­ mirán los placeres?, ¿a quién harán más valiente, a quién más justo, a quién más humano? Decía nuestro Fabiano que, de vez en cuando, dudaba si era mejor 44 Magno. 45 Lucio Cecilio Metelo, durante su consulado (250 a. C.) derrotó a los cartagineses en Panormo y capturó unos cien elefantes, según nos cuenta Floro (1 18.27). 44 El «pomerio» era la linca que delimitaba la extensión de una ciudad fundada con ritos augúrales. Este es uno de los datos utilizados para datar este diálogo, ya que se compara con la noticia ofrecida por Tácito (Anales XII 23) que atribuye a Claudio una ampliación del «pomerio». siguiendo la tradición de que los que habían extendido el Imperio podían ampliar el perímetro de la ciudad. Esta ampliación dejaría en ti interior de ia ciudad ei Aventino; luego este pasaje fue redactado antes de la reforma de Claudio. Para una discusión de este punto, véase la introducción. 47 También Aulo Gelio (XIII 14,4 y ss.) habla de las razones que pudieron llevar a dejar fuera del f situ a­ ciones de un a m p lio período: re in a d o s de Calígula, d e C la u d io > d e N e r ó n , p e río d o d e c i s i v o e n la c o n f i g u r a c i ó n del s i s t e m a político in iciado p o r \ u g u s t o . 1.a figura de S é ­ n e c a , c o m p a r a b l e e n m u c h o s a s p e c t o s a la de ( ¡ c e r ó n , h a p a s a d o a la h i s t o r i a f u n d a m e n ­ t a l m e n t e c o m o la d e un f i ló s o f o c i r c u n s t a n ­ c i a l m e n t e e n t r e g a d o a la p o l í t i c a e n u n a e t a ­ pa del re in a d o de N e ró n . S in e m b a r g o , nada p u e d e c o m p r e n d e r s e d e n u e s t r o a u t o r si no p r e s ta m o s una aten ció n equivalente a sus in­ te r e s e s políticos, filosóficos \ literarios^ Los D u d o s o s nos facilitan e sa labor.

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