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NOTA PRELIM INAR P usucósE Sarrasine por vez primera en la Revue de París, números del 21 y 28 de noviembre de 1830,y

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NOTA PRELIM INAR

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usucósE Sarrasine por vez primera en

la Revue de París, números del 21 y 28 de noviembre de 1830,y, en 1831, en tomo a continuación de la segunda edición de La piel de onagro, en Novelas y Cuentos filosóficos- editorial Gosselin- , tres volúmenes in-8. En 1834 y 1835 pasó a formar parte del tomo IV de la primera edición de las Escenas de la vida parisiense, de LA CoMEDIA HUMANA. Dedicator ia.- Va dedicada esta novelita a monsieur Carlos de Bernard du Grail de la Villete, llamado Carlos de Bernard ( 1805-1850) , novelista de talento, corrector de Ba[zac. La amistad que le profesaba el novelista databa de la aparición de La piel de onagro, de la que De Bernard habló en la Gazette de FrancheComté. Residía entonces De Bernard en Besanron, de donde luego se trasladó a París,y en la Chronique de Paris, entonces redactada por Balzac, publicó sus primeros ensayos de novela: La muj er guardada, La mujer de cuarenta años, U na acción virtuosa, en que el influjo de Balzac es manifiesto. En 1840, Balzac le escribía, desde les ]ardies: "Venga usted con La Fosseuse (nombre que Balzac le daba a su mujer en recuerdo de la Fosseuse del Médico rural ) a ponerme en orden mis libros ; tendrá usted cincuenta sueldos diarios más el vino." Carlos de Bernard murió a los cuarenta y seis

años, el 6 de marzo de 1850, unos meses antes que Balz:.ac. IDEA DE LA OBRA Sarrasine representa otro tributo que Balzac rinde al gusto del público de su tiempo por las cosas de Italia. Su argumento se desarrolla en la Roma papal de Pío VJI (?), tan propicia a enredos y aventuras,y lo constituye el amor rabioso que al escultor Sarrasine inspira uno de esos seres ambiguos que fabricaba la curia pontificia para sustituir a las mujeres en teatros e iglesias, un castrato, para decirlo de una vez, llamado la - 0 de un banquero quebrado ... - ¡Lo que viene a ser lo mismo! Matar el patrimonio de un hombre suele, a veces, ser peor todavía que matarlo a él. - Monsieur, apunté veinte luises y gano cuarenta ... A fe mía, monsieur ... , que solo quedan treinta sobre el tapete .. . - Pues ¡bien! Vea usted qué mezclada está aquí la gente ... No se puede jugar ... - Tiene usted razón .. . Pero ya va para seis meses que no hemos visto al Espíritu ... ¿Cree usted que sea un ser vivo? - ¡Oh ... , oh ... , todo lo más! .. . Dijeron esas palabras a espaldas mías unos desconocidos que se a lejaron, en el instante en que resumía yo, en un último pensamiento, mis reflexiones, mixtas de negro y blanco, de vida y muerte. Mi loca imaginación, a l par que mis ojos, con templaba a lternativamente la fiesta, que ya rayaba en su más alto grado de esplendor, y el sombrío cuadro de los jardines. NO sé cuánto tiempo estaría yo meditando sobre aquellas dos caras de la medalla humana; pero de pronto hubo de despabilarme la risa comprimida d e una mujer joven. Quedéme estupefacto ante la imagen que a mis miradas se ofreció. Por uno de los más raros caprichos de la

Naturaleza, el pensamiento a medio luto que en la cabeza me bullía saliérase de ella y hallábase allí ante mí personificado, vivo, habiendo brotado como Minerva antaño de la cabeza de Júpiter, grande y fuerte, con cien años y veintidós a l mismo tiempo, y a l par viva y muerta. Escapado de su cuarto como un loco de su celda, deslizárase sin duda hábilmente el viejecillo por detrás de una fila de gente atenta a la voz de Marianina, que estaba terminando la cavatina de Tancredo. Parecía cual si hubiese brotado de la tierra impelido por a lgún mecanismo teatral. Inmóvil y lúgubre, permaneció un momento mirando aquella fiesta, cuyo rumor es posible hubiese llegado a sus oídos. Su preocupación, casi sonambúlica, tenía la tan concentrada sobre las cosas, que estaba en medio d el mundo sin ver el mundo. Surgiera sin ceremonia a lguna, detrás de una de las más encantadoras mujeres de París, una bailarina elegante y joven, de formas delicadas, con una cara tan fresca como la de un niño, blanca y rosada, y tan frágil y translúcida que parecía cual si la mirada del hombre fuese a traspasarla cual el rayo del sol atraviesa un cristal puro. Estaban allí, ante mí, juntos los dos, unidos y apretados, hasta el punto de que el extranjero rozaba la falda de gasa y las guirnaldas de flores, los cabellos levemente rizados y el flotante cinturón de . lajoven. Era yo qui en la había llevado a l baile de madame de Lanty. Como era aquella la primera vez que visitaba la casa, le perdoné su reprimida risa; pero me apresuré a hacerle no sé qué gesto imperioso qu e la dejó cortada y le infundió respeto a su vecino. Sentóse junto a mí. No se avino el anciano a separarse de aquella linda criatura y se apegó a ella caprichosame nte, con esa muda terquedad, sin causa aparente, de que son pasibles las personas de mucha edad, que en eso se parecen a los niños. Para sentarse al lado de la joven tuvo que coger una si lla de tijera. Llevaban sus menores movimientos 843

el sello de esa fría pesadez, de esa estúpida indecisión que caracteriza los gestos de un paralítico. Sentóse despacito con mucho tiento, y refunfuñando palabras ininteligibles. Su voz cascada semejaba el ruido que hace una piedra al caer en un pozo. La joven me apretó fuerte la mano, cual si buscara defensa contra un precipi" cio, y se estremeció cuando aquel hombre, al que miraba, volvió a ella sus ojos sin calor, dos ojos glaucos que solo se podían comparar con el nácar empañado. - Tengo miedo-díjome, inclinándose a mi oído. - Puede usted hablar-dijele yo- . Es muy tardo de oído. = §to conoce usted? Cobró ella entonces ánimos bastantes para examinar un momento a aque l ser sin nombre en lenguaje humano, forma sin sustancia, ente sin vida o vida sin acción. Estaba toda bajo el hechizo de esa tímida curiosidad que impulsa a las mujeres a procurarse emociones peligrosas, a ver tigres encadenados y contemplar serpientes boas, asustá,ndose ante la idea de que solo unas débiles barreras los separan de ellas. Por más que el viejecillo tuviera la espalda encorvada cual la de un j ornalero, fácilmente se advertía que debía de haber sido de una estatura corriente. Su fl ac ura excesiva, la delicadeza de sus miembros, probaban que conservaba la esbeltez de sus formas. Llevaba un pantalón negro de seda, que flotaba· en torno a sus descarnados muslos describiendo pliegues co mo una vela arriada. Cualquier anatomista habría reconocido en seguida los síntomas de una tisis horrible, al ver las piernecillas que sostenían aquel extraño cuerpo . Habríais dicho dos huesos puestos en cruz sobre un sepulcro. Un sentimiento de profundo horror os sobrecogía el corazón, cuando una atención fatal os revelaba las huellas estampadas por la decrepitud en aq uella máquina casual. Gastaba el desconocido un cha leco blanco, bordado en oro, según la moda de

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otro tiempo, y su ropa interior era de uJlll blancura deslumbrante. Una chorrcr;1 de encaje inglés bastante rojiza, y cuya ri queza habría envidiado una reina, form {•bale caracoles amarillos sobre el pecho ; pero en él, aquel encaje semejaba un a ndrajo más bien que una gala. En medio de aquella chorrera centelleaba, como un sol, un diamante de valor incalculab l . Aquel lujo anticuado, aque l tesoro intrín seco y sin gusto, hacían resaltar más toda vía la cara de aq uel ente raro. El marco resultaba digno del retrato . Aquel rostro negro era anguloso y surcado de arrugas en todos sentidos. Tenía hundida la barbilla, lo mismo que las sienes; y los ojos se le perdían en unas cuencas amarillas. Los maxilares, que, por efecto de una delgadez indescriptible, resultaban prominentes, dibujaban cavidades en medio de cada carrillo. Esas gibosidades, más o menos iluminadas por las luces artificiales, producían sombras y reflejos curiosos, que acababan de quitarle a aquel rostro los caracteres de la faz humana. Luego, los años habían pegado con tal fuerza a los huesos la piel pajiza y fina de aque l rostro, que describía en él por todas partes un sinnúmero de arrugas, ya circulares como los rizos del agua agitada por la piedra que en ella lanza un chico, ya estrelladas como la quebradura de un vidrio, pero siempre profundas y tan compactas como las hojas en los cortes de un libro. Hay ancianos que nos presentan retratos todavía más horribles; pero lo que más contribuía a . darle la apariencia de una creación artificial a aquel espectro surgido ante nosotros, era aquel rojo y blanco con que relucía. Las cejas de su carátu la recibían de la luz un lustre que revelaba una pintura muy bien ejecutada. Por suerte para la vista, apenada por tanta ruina, su cráneo cadavérico ocultábalo una _peluca rubia, cuyos bucles innumerables delataban una presunción extraordinaria. Por lo demás, la coquetería femenil de aqu el personaje fantasmagórico anunciá.ban la ya harto enérgica-

mente los zarzillos de oro que de sus orejas colgaban, los anillos cuajados de admirable pedrería, que brillaban en sus dedos osificados, y una cadenilla de reloj, que relucía cual los engastes de un collar de diamantes en el cuello de una mujer. Finalmente, aquella especie de ídolo japonés conservaba en sus labios violáceos una risa fija y parada, una risa implacable y burlona, cual la de una calavera. Silencioso, inmóvil no menos que una estatua, exhalaba el olor almizclado de los vestidos viejos que los herederos de una duquesa sacan de sus cajones al hacer inventario. Cuando el viejo volvía los ojos hacia la fiesta, parecía cual si los movimientos de sus pupilas, incapaces de reflejar una luz, se hubiesen realizado en virtud de un arti lugio imperceptible; y cuando aquellos ojos se detenían, dudaba el observador de que se hubiesen movido. Ver, a l lado de aquellos humanos despojos, a una joven, cuyo cuello, así como los brazos y el pecho, aparecían desnudos y blancos, cuyas formas llenas y florecientes de belleza y los cabellos bien plantados sobre una frente alabastrina inspiraban amor, cuyos ojos no recibían , sino que derramaban luz, que era suave, fresca, y cuyos vaporosos rizos y aliento embalsamado parecían demasiado pesados, fuertes y poderosos para aquella sombra, para aquel hombre hechopolvo; ¡ah!, eso era, en verdad, la vida y la muerte; mi pensamiento, un arabesco imaginario, una quimera, mitad horrorosa y mitad divinamente femenina, por el busto.