San Ignacio de Loyola CASANOVAS

Verdadero retrato y firma de iSati Iguació SAN IGNACIO DE LOYOLA FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÜS EL R. P . I g n a

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Verdadero retrato y firma de

iSati

Iguació

SAN IGNACIO DE LOYOLA FUNDADOR DE LA COMPAÑÍA DE JESÜS EL R.

P . I g n a c io

C

asan o vas,

S E G U N D A E D IC IÓ N

E D IT O R IA L B A L M E S D u r a n y B as, o y n - B a rc e lo n a

1954

S . I.

ÍN D IC E Págs. P

r ó lo go

del

T

r a d u c t o r ...........................................................

N o t a e d i t o r i a l .................... P

...................................................

^

9

r o l o g o ......................................................................................... jj

P a rte

I. V ida en e l mundo (1491-1521)

Cap. I. — I n fa n c ia . — Loyola (1491-1506) ................ Cap. II. — C a r r e r a c i v i l . — Arévalo (1506-1517)......... Cap. III. — Carrera militar. — Pamplona (1517-1521) ... P a rte

Cap.

31 35 39

II. T ran sform ación esp iritu a l (1521-1538)

I. — L o y o l a (junio 1521-febrero 1522)................ 1. Primeras experiencias espirituales................ 2. Metodización de estas experiencias................ 3. Final de la conversión ... ...................... . ...

55 55 58 66

Cap. II. — M o n t s e r r a t (marzo 1522)....................... ... 1. Camina hacia la santa montaña...................... 2. En la casa de la Virgen Santísima................

74 74 79

Cap. III. — M a n r e s a (25 marzo 1522-fcbrero 1523) 1. Llegada a Manresa ..................................... 2. Primer período: paz espiritual ............... 3. Segundo período espiritual: tribulaciones in­ teriores.......................................................... 4. Tercer período espiritual: consolaciones ... 5. Los Ejercicios.................................................. 6. Salida de Manresa...........................................

87 87 92

Cap. IV. —

(febrero 1523-tnarzo 1524) ..................................... 1. Primer viaje a Barcelona.............................. 2. Viaje a Italia y Jerusalén.............................. 3. Estancia en Jerusalén y regreso a Barcelona. P e r e g r in a c ió n

a

T ie r r a

98 106 114 140

S a n ta

148 148 155 161

INDICE P&f*.

Cap.

V. — E studios ( i 5-?4->535> ............................................... 1. Barcelona (marzo i524-marzo 1536) .......... 2. Alcalá (marzo 1526-julio 1 5 2 7 ) ...................... 3. Salamanca (julio-septiembre 1 5 2 7 ) ................. 4. Parí* (febrero 1528-abril 1 5 3 5 ) .......................

Cap. VI. — P rovidencial 1. 2. 3. 4.

Cap.

Ign acio ,

G en eral

2.

la

C o m p a ñ ía ...

de

la

C om p añ ía

...

Organización de la C o m p a ñ ía ......................... Principios de gobierno de San I g n a c io ..........

Cap. III — San Ignacio, P a d r e

1.

de

Concepción y gestación de la Compañía ... Nacimiento de la C o m p a ñ ía ......................... Constitución canónica de la C o m p a ñ ía .......... Legislación de la Compañía .........................

I I .— San 1. 2.

..........

217 217 223 229 235

La C o m p a ñ ía d e J e s ú s (1539-1556)

J — S an I g n a c io , F u n d a d o r

1. 2. 3. 4.

(1535-1538)

Azpeitia (abril-julio 1535)................................. Venecia (julio 1535-junio 1537) .................. Yinceneia (julio-octubre 1 5 3 7 ) ....................... Roma (noviembre de 1537-1538) ..................

P arte III. Cap.

desenlace

168 168 180 186 191

de la

C o m p a ñ í a ..........

El gobierno de San Ignacio estaba fundado en principios espirituales............................... El gobierno de San Ignacio se fundaba en el amor de p a d r e ...............................................

Cap. IV . — S a n t id a d

e je m p l a r

de

S an

I g n a c io

...........

247 247 252 265 279 295 295 30Ó

313 313 3i 8

329

1.

San Ignacio personificación de la santidad de la C o m p añ ía.............................................. 2. Unión con D i o s ................................................ 3. Dominio de sí m is m o ........................................ 4. Virtudes exteriores............................................ 5. Acciói apostólica...............................................

331 337 346 35 i

E pílogo. — M uerte de S an Icnacio (31 julio 1556) ...

369

I ndice onomástico ......

385

...............................................

329

NIHIL CBSTAT

El Censor, D r . C ipriano M ontserrat

Prelado doméstico

de S. S.

Barcelona,

14 de junio de 1954

IMPRÍMASE G

r e g o r io ,

Arzobispo-Obispo de Barcelona

Por mandato de Su Excia. Rvma. A le ja n d ro Pech, P bro.

Canciller-Secretario

PRÓLOGO DHL TRADUCTOR Ha sido unánimemente reconocido que el P. Casanovas fue un maestro aventajado en las biografías que salieron de su pluma, que a pesar de ser manejada con tanta soltura, dejaba como esculpida con buril la exacta figura de la persona cuya vida describía. Este mismo concepto de su arte admirable resalta de una manera especial, en su biografía de San Ignacio. Es­ tando años atrás en Roma, en la Curia generalicia, en donde nada pasa inadvertido de lo que acerca del Santo Fundador de la Compañía de Jesús se escribe, pudimos apreciar la alta estima en que se tenia alli esta Vida, considerada como modélica en su género. E s que el P. Casanovas supo evitar los escollos en que tropiezan los autores de estas biografías. N i in­ curre en las amplificaciones retóricas, exageraciones impertinentes, y enfadosa acumulación de datos a ve­ ces poco exactos, defecto de los biógrafos antiguos; ni desciende tampoco al frío criticismo de ciertos acto­ res modernos que ponen más empeño en el trabajo de sapa de la investigación histórica, que en aprovechar los datos va acrisolados en la labor de depuración, descuidando la presentación de un completo retrato con el trazo de los rasgos característicos del santo, cuya vida se presenta a hi consideración e imitación de los lectores. Antes de dibujarnos ki figura auténtica de San

PRÓLOGO Dívl, TRADUCTOR

Ignacio, no anduvo solícito el autor tras de los archi­ vos, en busca de datos desconocidos. Pero acudió a las fuentes impresas, principalmente a Monumenta Ignatiana v a la Vida de San Ignacio del P. Ribadeneira. tan apreciada de los Bolandos; y con su mano de artista escogió de esta cantera los materiales, que luego ordenó y labró para darnos el verdadero retrato de San Ignacio, no precisamente en tal o cual aspecto de su vida, sino en todo el decurso de ella, haciendo resaltar no sólo su actuación externa, sino el alma que informaba su obra sobrenatural. Las biografías se parecen a los retratos. A sí como los retratos se diferencian unos de otros en que reflejan con más o menos exactitud los rasgos característicos de la figura que representan; así las vidas se distin­ guen por el mayor o menor acierto en reproducir el ser y el obrar de la persona, a través del tejido de escenas que reflejan su actuación en esta vida terrena. En la Vida de San Ignacio del P. Casanovas no puede menos de reconocerse la personalidad auténtica de aquel gentilhombre mundano de Loyola que llegó a ser el Fundador de la Compañía de Jesús. La estima e interés con que esta Vida de San Ig­ nacio, compuesta y publicada en catalán, filé recibida, aun entre los que, por no dominar este idioma, no podían fácilmente apreciar su mérito y valor, contri­ buyeron a que en 1930 apareciese una versión castella­ na, si bien no del todo conforme con el original. En ella se omitieron no pocos pasajes que no carecen de interés para un gran número de lectores, los cuales no podrían suprimirse en esta traducción, si no es muti­ lando arbitrariamente la obra del autor. Un i()$o pu­ blicó éste una segunda edición catalana, notablemente aumentada, que es el tomo primero de los once que,

PRÓLOGO DHL TRADUCTOR

7

como comentario de los Ejercicios espirituales de San Ignacio, llegó a publicar el P. Casanovas, bajo el titulo general de «Biblioteca d’Exerckis*. Sale ahora a luz no como parte de esta Biblioteca, sino como perteneciente a la sección de «Hagiografía* de la colección «Obras del P. Casanovas*, y ha sido traducida de la segunda edición con la mayor exactitud y fidelidad. Solamente se ha omitido en ella, como era natural, el primero de los dos prólogos de la edición catalana que se refería a la mencionada «Biblioteca d’Exercicis» , de la que se ha separado; y ha sido ne­ cesario también modificar ligeramente, no en cuanio a la substancia del fensanúenio, sino en su expresión gramatical, algunas frases que, por referirse al lugar que esta obra ocupaba en aquella colección, resultarían menos apropiadas a las circunstancias de ésta. Los múltiples trabajos del autor de esta Vida no le permitieron siempre anotar exactamente el lugar de las citas, que en su búsqueda aprovecha para su labor. Así, pues, ha sido preciso a veces marcar estas citas con más exactitud, o simplemente ponerlas al pie de la página, cuando al autor se le pasó por alto fijar el sitio de la fuente de la cual aprovecha el fragmento aducido en el texto. En alguno que otro pasaje hemos creído conveniente aducir notas aclaratorias para po­ ner ai día la narración, bien por algunas fuentes pos­ teriormente publicadas que mejoran o corrigen en par­ te lo que en ella se menciona, bien por hacer referencia a reliquias del santo o sitios santificados por su pre­ sencio, por desgracia profanados y destruidos en la pa­ sada revolución anárquico-marxista, que estalló en ju ­ lio de 1936. Los muchos textos que el preclaro autor traduce de escritos que están redactados en castellano, han sido

8

PRÓLOGO Di;i, TRADUCTOR

consentidos en su forma original y en su sabor rancio primitivo, imnque corrigiendo o modernizando la orto­ grafía. No nos resta sino desear a esta versión el mismo éxito que a su original. La emprendimos impulsados por el tierno amor que siempre hemos profesado a nuestro santo Padre y Fundador, y por el deseo vehe­ mente de que fuese difundida esta Vicia, gloria inmar­ cesible de su autor, que después de una vida tan fruc­ tífera y fecunda en obras de la mayor gloria de Dios, se presentaría en el cielo, como píamente podemos creer, a recibir su galardón y engrosar los escuadrones de mártires de Cristo.

NOTA

E D IT O R IA L

Dos ediciones llegó el autor a ptibücar de su libro Sant Ignasi de Loypla, Fundador de U, Companyia de Jesús, una en 15*2, y otra corregida y aumentada en 1930, a la cual añadió como subtítalo: Autor deis Exercicis Espirituals, porque en realidad había de ser el primer volumen dejando de hacer los sólitos ejercicios, etiam [aun] de ir a los oficios divinos, y de hacer su ora­ ción de rodillas, etiam [aun] a media noche, etc. Mas venido el otro domingo, que era menester ir a confesarse, como a su confesor solía decir lo que hacía muy menudamente, le dijo también cóm ocn aquella semana no había comido nada. El confesor le mandó que rompiese aquella abstinencia; y aunque él se hallaba con fuerzas, todavía obedeció al confesor, y se halló aquel día y el otro libre de los es­ crúpulos; mas el tercero día, que era el martes, estando tu oración, se comenzó acordar de los pecados; y así como una cosa que se iba enhilando, iba pensando de pecado en pecado del tiempo pasado, pareeiéndole que era obligado otra vez a confesarlos. Mas en la fin de estos pensamientos le vinieron unos disgustos de la vida que hacía, con algunos ímpetus de dejarla; y con esto quiso el Señor que despertó como de sueño. Y como ya tenia alguna experiencia de la diversidad de espíritus, con las lecciones que Dios le había dado, empezó a mirar por los medios con que aquel espíritu era venido, y así se de­ terminó con grande claridad de no confesar más ninguna cosa de las pasadas; y así de aquel día adelante quedó libre de aquellos escrúpulos, teniendo por cierto que nuestro Señor le había querido librar por su misericor­ dia 26. L a fuerza de la tribulación puso en peligro inmi­ nente su vida. E n agosto cayó enfermo segunda vez, y le llevaron de nuevo a la casa Am igant. Todos los buenos oficios de aquella santa familia no pudieron impedir que llegase Ignacio a punto de muerte. Cuan­ do le daban ya por perdido, fue cuando abrieron la caja en que tenía sus cosas, y doña Á ngela vió aque­ llos horribles instrumentos de penitencia que declara­ mos más arriba. E n las N ota s de aquella casa bienhadada quedan . t n t o b i o i / r a f í a , 11. 22- 25 .

104

TRANSFORMACIÓN KSPIRlTUAL

consignadas otras particularidades notadas en estas enfermedades. Dicen que le vieron a veces cómo res­ plandecían su rostro y sus ojos, y que cuando hablaba de las cosas de Dios, parecían salir lenguas de fuego de su boca. U na vez le hallaron arrobado, levantado en el aire, y diciendo aquellas dulces palabras: « ¡O h, Dios mió, quién pudiese amaros como V o s merecéis! ¡Oh. si los hombres os conociesen, nunca os ofende­ rían, sino que todos os am arían!» 27. Sanólo nuestro Señor contra toda esperanza, y se volvió al hospital, prosiguiendo sus ordinarios ejerci­ cios de santidad en provecho suyo y de los demás. El fruto de la gran tribulación de espíritu que Ig ­ nacio pasó fue una seguridad perpetua para su vida espiritual, hasta el punto que no parece pueda tenerla superior alma alguna en este mundo. El penitente siente la necesidad de afirmarlo, y reserva la relación de los hechos muchos años más allá, para decirnos la seguridad perfecta que po>eyó siempre su alma. C o­ piemos aquí estos tres párrafos de su Autobiografía:

Estando enfermo una vez en Manresa, llegó de una fiebre muy recia a punto de muerte, que claramente juz­ gaba que el ánima se le había de salir luego. Y en esto le venía un pensamiento, que le decía que era justo, con el cual tomaba tanto trabajo, que no hacía sino repug­ narle y poner sus pecados delante; y con este pensamien­ to tenía más trabajo que con la misma fiebre; mas no podía vencer el tal pensamiento por mucho que trabajaba por vencerle. Mas aliviado un poco de la fiebre, ya no estaba en aquel extremo de expirar, y empezó a dar gran­ * N. del Tr. — Según las Notas que hasta liace poco se conservaban de la casa Amigant, en el mes de agosto los reli­ giosos de Santo Domingo «le ofrecieron su claustro por hos­ picio». (Cf. C re ix e ll, o, p. p. 122, nota 2.) Pero al enfermar ígnacio en la tribulación de los escrúpulos, fué trasladado segunda vez a la casa de los señores Amigant, como consta no sólo en dichas notas, sino también en carta del Padre Juan Pía al M. R. p. General, Everardo Mercurián, de 1574. (Cí. lbíd, p. 128-130.)

MANRESA

105

des gritos a unas señoras, que eran allí venidas por vi­ sitarle, que por amor de Dios, cuando otra vez le viesen en punto de muerte, que le gritasen a grandes voces, diciéndole pecador, y que se acordase de las ofensas que había hecho a Dios. Otra vez, veniendo de Valencia para Italia por mar con mucha tempestad, se le quebró el timón a la nave, y la cosa vino a términos que, a su juicio y de muchos que venían en la nave, naturalmente no se podría huir de la muerte. En este tiempo, examinándose bien, y preparán­ dose para morir, no podía tener temor de sus pecados, ni de ser condenado; mas tenía grande confusión y dolor, por juzgar que no había empleado bien los dones y gra­ cias que Dios N. S. le había comunicado Otra vez, el año de 50 estuvo muy malo de muy recia enfermedad que, a juicio suyo y aun de muchos, se tenia por la última. En este tiempo, pensando en la muerte, tenía tanta alegría y tanta consolación espiritual en haber de morir, que se derretía todo en lágrimas; y esto vino a ser tan continuo, que muchas veces dejaba de pensar en la muerte, por no tener tanto de aquella consola­ ción 2S. Efectos más trascendentales se han derivado de las penas espirituales sufridas por Ignacio en M anresa. De aquí nació una regla sapientísima, que pro­ pone a quien pide ser admitido en la Compañía, y es que Sea demandado si en cualesquiera escrúpulos o difi­ cultades espirituales, o de otras cualesquiera que tenga, o por tiempo tuviese, se dejará juzgar, y seguirá el pa­ recer de otros de la Compañía, personas de letras y bondad. V en la declaración de estas palabras, añade que La elección de estas personas... será del Superior, contentándose della el súbdito; o del mismo súbdito, con **

Autobiografía, 11. 32-33-

lOÓ

TRANSFORMACIÓN ¡S P 1 R IT U A L

aprobación del Superior; al cual si en algún caso y por algún justo respeto pareciese... que alguno o algunos de los que deben juzgar dellas, sean de fuera de la Compa­ ñía, se podrá permitir2·. Bien claramente se ve la gran importancia que daba San Ignacio a la paz de la conciencia, y cómo buscaba manera eficaz y segurísima de acabar de una vez para siempre con aquellas perturbaciones, que a veces echan a perder toda una vida.

§ IV.

T ercer

período

espir itu al

:

consolaciones

Vamos a describir ahora el tercer período, que fue de las grandes luces y consolaciones. La Autobiografía nunca es tan explícita e intensa como aquí. Abrámosla y copiemos. En este tiempo, dice, le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, en­ señándole; y ora esto fuese por su rudeza y grueso in­ genio, o porque no tenía quien le enseñase, o por la firme voluntad que el mismo Dios le había dado para servirle, claramente él juzgaba y siempre ha juzgado que Dios le trataba de esta manera; antes si dudase en esto, pen­ saría ofender a su divina majestad: y algo de esto se puede ver por ios cinco puntos siguientes: Primero. Tenía mucha devoción a la santísima Trini­ dad, y así hacía cada día oración a las tres personas distin­ tamente. Y haciendo también a la santísima Trinidad, le venía un pensamiento, que ¿cómo hacía 4 oraciones a la Trinidad? Mas este pensamiento le daba poco o nin­ gún trabajo, como cosa de poca importancia1. Y estando un día rezando en las gradas del mesmo monasterio [de * Examen, c. 3, n. 12. 1 N. del Tr. — Como advierten los editores de este tomo de Monumenta, en los libros de Horas de entonces, se ven con frecuencia tres oraciones a cada una de las tres divinas Per­ sonas y otra a la Trinidad.

MANRESA

107

Santo Domingo] las Horas de nuestra Señora se le em­ pezó a elevar el entendimiento, como que vía la santí­ sima Trinidad en figura de tres teclas, y esto con tantas lágrimas y tantos sollozos, que no se podía valer. Y yendo aquella mañana en una procesión, que de allí salía, nunca pudo retener las lágrimas hasta el comer; ni después de comer podía dejar de hablar sino en la santísima Trini­ dad; y esto con muchas comparaciones y muy diversas, y con mucho gozo y consolación; de modo que toda su vida le ha quedado esta impresión de sentir grande devo­ ción haciendo oración a la santísima Trinidad. 2.0 Una vez se le representó en el entendimiento con grande alegría espiritual el modo con que Dios había criado el mundo, que le parecía ver una cosa blanca, de la cual salían algunos rayos, y que de ella hacía Dios lumbre. Mas estas cosas ni las sabía explicar, ni se acor­ daba del todo bien de aquellas noticias espirituales, que en aquellos tiempos le imprimía Dios en el alma. 3.0 En la misma Manresa, a donde estuvo quasi [casi] un año, después que empezó a ser consolado de Dios y vio el fruto que hacía en las almas tratándolas, dejó aquellos extremos que de antes tenía; ya se cortaba las uñas y cabellos. Así que, estando en este pueblo, en la iglesia del dicho monasterio, oyendo misa un día, y alzándose el Corpus Dotmni, vió con los ojos interiores unos como rayos blancos que venían de arriba; y aunque esto des­ pués de tanto tiempo no lo puede bien explicar, todavía lo que él vió con el entendimiento claramente fué ver cómo estaba en aquel santísimo sacramento Jesu Cristo nuestro Señor. 4.0 Muchas veces y por mucho tiempo, estando en oración, veía con los ojos interiores la humanidad de Cristo, y la figura, que le parecía era como un cuerpo blanco, no muy grande ni muy pequeño, mas no veía ninguna distinción de miembros. Esto vió en Manresa muchas veces: si dijese veinte o cuarenta, no se atrevería a juzgar que era mentira. Otra vez lo ha visto estando en Jerusalén, y otra vez caminando junto a Padua. A nuestra Señora también ha visto en símil forma, sin dis­ tinguir las partes. Estas cosas que ha visto le confirmaion entonces, y le dieron tanta confirmación siempre de

íoS

t r a n s fo r m a c ió n

Es p i r i t u a l

la fe, que muchas veces ha pensado consigo: Si no hu­ biese Escriptura que nos enseñase estas cosas de la fe, él se determinaría a morir por ellas, solamente por lo que ha visto. 5.0 Una vez iba por su devoción a una iglesia, que estaba poco más de una milla de Manresa, que creo yo que se llama San Pablo2, y el camino va junto al río; y yendo así en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí sentado, se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas co­ sas, tanto de cesas espirituales, como de cosas de la fe y de letras: y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron mu­ chos, sino que recibió una grande claridad en el entendi­ miento: de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sa­ bido, aunque las ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola. **Y esto fué en tanta manera de quedar con el enten­ dimiento ilustrado, que le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro intelecto, que tenía antes**. Y" des­ pués que esto duró un buen rato, se fué a hincar de ro­ dillas a una cruz, que estaba allí cerca, a dar gracias a Dios, y allí le apareció aquella visión, que muchas veces le aparecía y nunca la había conocido, es a saber, aquella cosa que arriba se Jijo, que le parecía muy hermosa, con muchos ojos. Mas bien vió, estando delante de la cruz, que no tenía aquella cosa tan hermosa color como solía; y tuvo un muy claro conocimiento, con grande asenso de la voluntad, que aquél era el demonio; y así después mu­ chas veces por mucho tiempo le solía aparecer, y él, a * N. del T r . — Es el monasterio de San Pablo el Ermitaño y de Valldaura, que desde 1472 pertenecía a la Orden de Cister, dependiendo de la abadía de Poblet. En 1700 pasó a ser propiedad de la Compañía de Jesús, y en 1767 por la) expulsión de Carlos III fué vendido a personas seglares. Joaquín S a r r s t i A r r ó s , H is t o r ia r c lu jio s o de Matwésa. ¡ylhics i Convenís, p. 208-217, Manresa, 1924.)

MAN RES A

UXJ

modo de menosprecio, lo desechaba con un bordón que solía traer en la mano 8. ICs muy digno de ponderar lo que nos ha referido San Ignacio de la excelencia de esta ilustración. Él, que según atestigua el P. Ribadeneira, «por m aravilla usaba de los nombres que en latín llaman superlativos, porque en ellos se suelen encarecer algunas veces las cosas más de lo justo» 4 ; él, que aseguró a su secretario el P. Polanco «que con verdad no decía de mil partes una de los dones de Dios, por no le parecer convenía, tocando [indicando] no serían capaces los que lo oyesen» 5 ; él, que acaba de contarnos tales prodigios obrados por D ios en su alma, y que correrá lueg*o como un río de amor en toda su vid a; que nos diga y asegure que «en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas cuantas ayudas haya tenido de D ios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las ayunte todas en uno, no le pa­ rece haber alcanzado tanto como de aquella vez sola» : realmente es una ponderación que supera todos nues­ tros cálculos. E l P . Laínez nos dice que estaba tan lleno de la Santísim a Trinidad, «que con ser hombre simple y no saber sino leer y escribir en romance se puso a escribir de ella un libro» 6. N o es de extrañar si, como ha dicho Ignacio, se sentía un hombre nuevo, con un entendimiento nuevo, v todas las cosas le pa­ recían nuevas. L a gracia más extraordinaria, a ju zgar por las apariencias externas, fué el maravilloso rapto de ocho días. San Ignacio jam ás dijo una palabra sobre este p ro d igio ; pero existen respecto de él tantos testimo­ nios directos, con todas las condiciones de verdad, que 8 Autobiografía, n. 27-31. — N. del Tr. — Hemos marcado con doble asterisco lo que es nota marginal del P. Cámara. 1 Vida de San Ignacio, l. 5, c. 6. r Monumento Ignatiano, ser. 4, v. 1, p. 395. * JMd., ser. 4, t. 1, v. 1, 2.® ed., n. 12. p. 82.

1 10

TRAXSl'ORMAC 1OX KSP.lRITUAL

resulta ser é*te uno de los hechos de la vida del Santo mejor fundados históricamente. Un sábado, hacia mediados de diciembre, cuando recurre la fiesta de Santa Lucía, estaba Ignacio en un aposentillo del hospital, que comunicaba con la iglesita de la Santa, oyendo las Completas que se cantaban, cuando cayó sin sentido. Corrieron allá las personas devotas de M anresa que le ayudaban, sobre todo los Amigant, y las señoras Paguera, Canyelles y Clavera. También estuvo allí Juan Torres, ahijado de Inés P as­ cual, el cual corrió a notificar a su m adrina: «el Santo ha muerto». Doña Inés, pensando si sería aquello un desfallecimiento, le llevó a toda prisa caldo de gallina para reanimarlo. Todo íué inútil, y pasando días en el mismo estado, se hablaba ya de enterrarlo, si no hu­ biese intervenido el señor Am igant, quien, al besarle la mano por devoción, sintió que el corazón le latía suavemente. Los médicos confirmaron la observación. Así pasó una semana entera hasta el sábado siguiente a la misma hora, en que Ignacio abrió los ojos como quien despierta de un sueño placidísimo, invocando devotamente el nombre de Jesús. Toda la ciudad tuvo conocimiento del prodigio, que quedó perfectamente documentado en los procesos. La fecha de este rapto no la sabemos con certeza por testigo presencial, sino que se ha de deducir por circunstancias y conjeturas, que muy juiciosamente lian hecho los historiadores de la vida de San Ignacio en Manresa, especialmente los Padres C reixell y N onell. Parece se puede afirmar con toda verosimilitud que ocurrió en la octava que va del 13 al 20 de di­ ciembre de 1522 7. 7 N. del Tr. — El P. V a n O r t r o y , bolandista, puso en duda la verdad del rapto de San Ignacio, hasta confundirlo con ti desfallecimiento de Viladordis, en «Analecta Bollandiana», 27. 1908, 408-412. Sus huellas parece siguió el P. Dudon {Saint Jguace, p. 622). Pero son muchos los testigos que asegurail la verdad de este, rapto en los procesos, distinguiéndolo de

MAN RESA

III

Las grandes ilustraciones de San Ignacio en M an­ resa, sobre todo la del camino de San Pablo y el rapto de ocho días, tienes* una trascendencia que va más allá de la vida íntima del Santo, extendiéndose a la fun­ dación y a la vida toda de la Compañía de Jesús. P re ­ guntando después cu Rom a el P . González de Cám ara a San Ignacio la razón de ciertas singularidades esta­ blecidas por él en la Com pañía; por ejemplo, por qué no ponía hábito particular ni rezo en el coro, como lo tenían todas las religiones antiguas; y además por qué mandaba las peregrinaciones, que ninguna de ellas te­ nía: San Ignacio le daba las razones de prudencia na­ tural que se le ofrecían; mas, para llegar al último fundamento de todo, añadía: «A estas cosas todas se responderá con un negocio que pasó por mí en Manresa.» «Era este negocio, añade el P. González, una grande ilustración del entendimiento, en la cual Nuestro Señor en Manresa, manifestó a Nuestro Padre estas y otras muchas cosas de las que ordenó efi la Compañía» 8. El P. Jerónimo N adal, declarando por qué la Com ­ pañía no tiene penitencias determinadas por la regla, sino acomodadas a cada uno por la prudencia del con­ fesor o superior, escrib e: aquel desfallecimiento. Además lo sostienen RibadítnEira (1. i, c. 17; M I, ser. 4, v. i, p. 340-341), P o l a n c o (C k r o n p. 23) y M a f f e i (1. 1, c. 7)1 de suerte que por lo menos se puede dar por sólidamente probable. Creemos con todo que los historia­ dores antiguos de la Compañía y alguno moderno se han ex­ cedido al afirmar que en este rapto tuvo el fundador una visión de la Compañía de Jesús. Es una confusión con la eximia ilustración. (Cf. nuestro opúsculo Los Ejercicios espirituales y el origen de la Compañía de Jestís, p. 77-84.) En cuanto a la fecha de dicho rapto, sólo puede sacarse por conjeturas; de ahí que hayan disentido en este punto los P a d r e s F i t a . F e r r u s o l a y N o n e l l . A este último sigue el autor con el P . C reix k l l (cf. San Ignacio de Loyola, p. 1O7-170). s Monumento Ignatiam, ser. 4, t. 1. v. 1, 2» ed., p. 609 y í'io; trrul. del P. Macía, j>. 84.

TRANSFORMAD 1ÓN KSPlRITU AL

«La razón de este principio, como de todo el instituto do la Compañía, la ponía el l\ Ignacio en aquella sublime ilustración de su mente, que, por singular beneficio de Dios e insigne privilegio de la divina gracia, recibió poco después de su conversión, en Manresa» y. V en otro lugar de nuevo afirma: «Aquí junto al río, hacia la capilla de San Pablo, fue donde, levantado sobre si, se le manifes­ taron los principios de todas las cosas. Kn este rapto pa­ rece haber recibido el conocimiento de toda la Compañía. Por lo cual cuando se le preguntaba por qué instituía esto o aquello solía responder: «me refiero a lo de Manresa». Y este don aseguraba exceder a todos los dones que ha­ bía recibido» 10.

Estos dos testimonios se completan con un diálogo que el P. Ribadeneira refiere haber tenido San Igna­ cio con el P. Laínez cuando escribía las Constitucio­ nes de la Compañía. Preguntó algunas veces, mientras que escribía las Constituciones, dice, al Padre Maestro Laínez, que pues había leído todas las vidas de los santos que han fundado Religiones, y los principios y progresos dellas, le dijese, si creía que Dios Nuestro Señor había revelado a cada uno de los fundadores todas las cosas del instituto de su Religión, o si había dejado algunas a la prudencia dellos, y a su discurso natural. Respondió a esta pregunta el Padre Laínez, que lo que él creía era que Dios Nuestro Señor, como autor y fuente de todas las Religiones, ins­ piraba y revelaba los principales fundamentos, y cosas más propias y más sustanciales de cualquiera de los ins­ titutos religiosos, a aquel que él mismo tomaba por ca­ * Epístola P. Nadal, v. 4, p. 652. m Inst. 24, = Miscellanea de Regulij, I, f. ii2v, 113,..— N. del Tr. — Aquí nos hemos visto precisados a corregir el testimonio aducido por el autor y su cita, pues ambos eran inexactos. (C f. M . Q u e r a , L o s Ejercicios espirituales y el ori~ gen de la Compañía de Jesús, p. 46). El P. Nadal no habla nunca del rapto de Santa Lucía. Aquí sólo se refiere al rapto o arrobamiento a las orillas del Cardoner, esto es, a la eximia ilustración

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beza y por principal instrumento para fundarlas. Porque como la Religión fio sea invención de hombres, sino de Dios, el cual quérta ser servido de cada una dellas en su manera, era menester que el mismo Dios descubriese y manifestase a los hombres lo que ellos no podían por sí alcanzar. Pero que las demás cosas, que se pueden va­ riar y mudar con los tiempos y lugares, y otras circuns­ tancias, las dejaba a la discreción y prudencia de los fun­ dadores de las mismas Religiones; como vemos que lo ha hecho también con los Ministros y Pastores de la Igle­ sia en lo que toca a su gobernación. Entonces dijo nues­ tro Padre: «Lo mismo me parece a mí»11.

Consérvanse aún muchos otros testimonios de los primeros jesuítas; pero estos tres son suficientísimos para probar lo que afirmamos, es decir: que San Ig­ nacio, en las ilustraciones sobrenaturales de Manresa, tuvo noticia y conocimiento de la Compañía de Jesús, «como si allí viese las razones o las causas de todas las cosas», como decía el P. Nadal en otro lugar12. No es, pues, extraño que San Ignacio comenzase las Constituciones de la Compañía con aquel solemne preám­ bulo, en que afirma que La suma Sapiencia y Bondad de Dios nuestro Cria­ dor y Señor es la que ha de conservar, y regir, y llevar ndelante en su santo servicio esta mínima Compañía de Jesús, como se dignó comenzarla: y de nuestra parte, más que ninguna exterior constitución, la interior ley de la caridad y amor que el Espíritu Santo escribe y imprime en los corazones ha de ayudar para ello.

Palabras con las cuales concuerdan admirablemen­ te las que el P. Nadal puso después de su primer tes­ timonio, que arriba hemos copiado: " l'ida de San Ignacio, 1. 5, c. 1. ,a ¿V. del Tr. — Véase nuestra obra antes citada, p. 48. La frase que se atribuye al P. Nadal, a saber, que en Manresa comunicó el Señor a Ignacio «un espíritu de sabiduría arqui­ tectónico», no parece ser de él, sino del P. Sacchini. bastante posterior. V. íbíd., p. 52. 8 . - S an

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TRANSFORMACIÓN l-SPIR lTtJAL

De aquella luz, dice, ele aquel pria^ipio, tle aquel pri­ vilegio de la divina bondad... se derivfc y di tunde en toda la Compañía, en todas sus partes y m todos sus ministe­ rios, esta luz, esta gracia, que sentimos y experimentamos en la Compañía, que nos alegra, que nos consuela y con­ forta en el espíritu1*.

§ V.

Los E j e r c i c i o s

Al tercer período de la estancia en Manresa corres­ ponden los Ejercicios, que son la obra mayor de la divina bondad en el alma de San Ignacio, y lo que da el carácter y la fisonomía propia a su santidad y a todas las obras de su vida. La Compañía de Jesús, con toda su organización característica, su legislación admira­ ble, su múltiple actividad en todas las obras que pue­ den servir a la gloría de Dios, no es sino el árbol que surge sobre la tierra: tronco, ramaje, hojas, flores y frutos; pero la savia vital que le dió la vida, la ha hecho crecer frondosamente y la conserva en su ser, son los Ejercicios. Antes de ellos no es Ignacio sino un caso de emoción espiritual; un golpe de la gracia y del genio juntamente, y no acertamos con el fin que lleva; un meteoro luminoso sin trayectoria normal y regulada; es aquel viento del espíritu que, como ex­ presaba Jesús a Nicodemus, no sabe uno de dónde viene ni adonde va. Después de los Ejercicios echa­ mos de ver en él una santidad que podríamos llamar arquitectónica: hay luz, pero normal; hay fuerza, pero regulada; hay movimiento, pero con órbita regular y término definido y segurísimo. Este efecto de los Ejercicios perdura en los que los practican como se debe; señal manifiesta de que hay en ellos esta virtud normalizadora. Arte ignaciana, arte de la santidad, ha sido llamada esta virtud “

Efñsloloe P. Nadal, v. 4, p. 652.

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oculta en aquel libro tan pequeño. Excluyamos de estas palabras todo recibió de artificio humano, elevémoslas a significar la sabiduría y gracia divina, creadora del mundo de la santidad, y tendremos el meollo y la vir­ tualidad de los Ejercicios. Tres cosas hay que puntualizar de Ignacio peniten­ te en Manresa referentes a los Ejercicios: primero, los hizo experimentalmente; segundo, escribiólos en el li­ bro ; tercero, los dio a otras personas. Expliquemos estos tres puntos, comenzando por decir cómo Ignacio los hizo personalmente. Salió el peregrino de Loyola con un ideal de vida muy impreciso. Algo añadió a él la vela de Montse­ rrat, y uno de los intentos que llevaba en Manresa era acabar de esclarecer lo que estaba por venir. Los tres períodos espirituales que pasó en esta ciudad habían de dejarlo traqueado y desorientado con tan fuertes y opuestas impresiones, y era natural que quisiese in­ vestigar qué norma de vida espiritual debía tomar. Como no tenía maestro que le enseñase, y por otra parte Dios parecía convidarlo con las visitas con que ahora le favorecía, determina ir directamente a Dios por la oración larga, reposada, metódica y lejos de toda mirada curiosa. Convenía sobre todo ocultar las gran­ des consolaciones que recibía del cielo. Tanto para tino como para otro propósito, parecióle lugar ideal una cueva que encontró en las barrancas de la orilla del Cardoner, fuera de la ciudad y no lejos del hos­ pital. A todo aquel paraje de huertos escalonados en bancales, llamaban con buen nombre el Valle del Pa­ raíso. Casi cada huerto tenía su cueva debajo de la haza abrupta; pero era más notable la de un tal Ber­ nardo Roviralta, debajo de la colina de San Bartolomé, por ser más honda y estar muy cubierta de espinos y granados, de manera que constituía una cueva suma­ mente recogida. Tenía además frente a frente la V ir­ gen de la Guía y las dulces y maravillosas montañas del Montserrat, que se veían por una especie de ven­

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tana que formaba la misma roca. Parecía como si el cielo hubiese preparado y descubierto a Ignacio aquel pedacito de paraíso para entrar en la escuela de Dios. Para que todo le acabara de invitar, el dueño del huerto era conocido y amigo de Ignacio; de ahí que no tuviera dificultad en dejarle ir allá de buen grado siempre que quisiese. No consta cierto cuándo empezó a reti­ rarse en la cueva, pero sí que fué en los últimos meses de su estancia en Manresa, en aquel tiempo de con­ solaciones 14. Añadamos también que la próxima ermita de San Pablo, tan estimada y visitada de San Ignacio, hasta el año 1472, que comenzó a ser un priorato dependien­ te de Poblet, había sido una comunidad de ermitaños, que por aquellas orillas del río tenían cuevas para prac­ ticar la oración y penitencia. «Creemos, pues, verosí­ mil que estando en 1522 fresca todavía la tradición de la vida eremética en San Pablo, se moviese el santo a imitar aquellos ejemplos antiguos. Hace más fuerza el considerar que tuvo comunicación asidua con los veci­ nos moradores de San Pablo, y que al principio de su conversión todo se le iba en imitar la vida de los santos, como contó él mismo al P. Cámara» 15. Aquí, nos dice el P. Laínez que hizo en substancia las meditaciones de los Ejercicios. Los hacía apren­ diendo de Dios como un niño del maestro que le ense­ ña, y los escribía en aquel libro que llevaba siempre tan oculto. El mismo título del libro nos dice bien cla14 N. del Tr. — No es ésta la opinión más frecuente de los historiadores del santo. Los testigos de los Procesos hablan de las repetidas visitas que hacía él a Viladordis y a la cueva del Cardoner, durante su estancia en Manresa. De ahí con­ cluyen generalmente los autores, que poco después de llegar a dicha ciudad debió buscar esta cueva el santo penitente, para recogerse con asiduidad en ella y practicar sus siete horas dia­ rias de oración y asperísima penitencia. 44 P. J o sé M.a M a r c h , Quién y de dónde era el monje manresano amigo de San Ignacio de Loynla. «Estudios Ecle­ siásticos», 4 (1^25), KJ2.

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ramente el espíritu con que entró en ellos Ignacio, y el que han de tener todos los que practican los E jer­ cicios. Ejercicios espirituales para vencer a sí mismo, y or­ denar su vida, sin determinarse por afección alguna que desordenada sea [ « ] ·

En otras palabras: investigar qué quiere Dios de mí en la disposición de mi vida; y para conocerlo, quitar de mí todo cuanto pueda apartarme del purí­ simo amor de cumplir su santa voluntad. Miremos el alma de Ignacio cuando entra en la cue­ va para aprender en la escuela de Dios. No solamente la veremos purificada por el dolor, por la confesión diligentísima y por una penitencia extraordinaria, sino también tranquila de todas aquellas tempestades de es­ crúpulos, que pretendían ahogarla. Tendría de los Ejer­ cicios una concepción mezquina y equivocada quien pensase que son sólo o principalmente para despertar pecadores y purificar conciencias. El ejercitante ideal es el hombre que en todo lo posible desea apro­ vechar, y entrar en ellos con grande ánimo v liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima vo­ luntad [5].

Estas palabras de San Ignacio son una perfecta ima­ gen de su espíritu en este caso. Entra, pues, Ignacio en la escuela divina, y lo pri­ mero que se le pone delante con una claridad y preci­ sión admirable es el orden divino del universo, y, den­ tro de él, la trayectoria pura y luminosa de su alma, y aun de todas sus acciones, del principio al fin, de Dios a Dios. Tal es el Principio y Fundamento, intro­ ducción que sintetiza divinamente todos los Ejercicios. Si Ignacio había tenido ya aquella eximia ilustración

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'*!

tie la orilla del Cardoner, esta cunteiupjacióu no íué sino una reproducción de aquellas ideas, que ahora precisó con una concisión y una fuerza que jamás alcanzó la filosofía, 110 sólo la puramente humana, pero ni la cris­ tiana de los grandes doctores. Si aqttella revelación aun no había tenido lugar, debemos decir, o bien que ei Principio y Fundamento íué añadido después — y real» mente cae fuera de los Ejercicios — o bien que Dios, en su primera lección, preludió lo que había de revelar des­ pués. El entendimiento, al contemplar aquella síntesis admirable, siente el vértigo de lo divino. Después de esto, con el más vivo contraste, el di­ vino Maestro le presenta el pecado con toda su crudeza; más que el pecado, el pecador, que es él, Ignacio. La impresión que siente, podemos imaginárnosla recogien­ do algunas de sus palabras enérgicas y gráficas, como si hubiesen sido escritas con el buril de Job en bronce o en sílex. Contemplaba «con la vista imaginativa, y consideraba su ánima ser encarcelada en este cuerpo corruptible, y todo el compósito en este valle, como desterrado entre brutos animales» [47]. Se miraba «como una llaga y pos­ tema de donde han salido tantos pecados y tantas malda­ des y ponzoña tan torpísima» [58]. Se veía como puesto entre el cielo y la tierra, y que todas las criaturas le miraban como enemigo de Dios, e iban a echársele encima para destruirlo, abriéndose la tierra para tragarlo, y Dios «criando nuevos infiernos para siempre penar en ellos» [60]. Se representaba a sí mismo ya «como un caballero... delante de su rey, y de toda su corte, avergonzado y con­ fundido en haberle mucho ofendido, de quien primero re­ cibió muchos dones y muchas mercedes»; ya como un «pecador grande y encadenado... que va atado como en cadenas a parescer delante del sumo juez eterno... como los encarcelados y encadenados ya dignos de muerte parescen delante su juez temporal» [74].

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Recordemos aquellos crímenes enormes de que se le acusaba en el proceso de Azpeítia, y comprendere­ mos el valor de estas expresiones e imágenes, y el fin providencial a que Dios ordena aun los pecados de las almas santas. Delante de esta imagen suya Ignacio ve otras. Allá, en el cielo, los ángeles rebeldes contra Dios, por un solo pecado, «convertidos de gracia en malicia y lan­ zados del cielo al infierno» [50]. En el paraíso terrenal ve a nuestros primeros padres Adán y Eva cometiendo un solo pecado de desobediencia, y por ello lanzados del paraíso, privados de la justicia original, condenados toda la vida a grandes trabajos y mucha penitencia. Baja también al infierno, y ve allí a un desgraciado que por un solo pecado mortal se condenó, y otros muchos sin cuento, condenados por menos pecados que los su­ yos. Todos estos castigos los encuentra justísimos, por la fealdad y malicia que cada pecado mortal tiene en sí mismo, aunque 110 fuese prohibido; por la insignifi­ cancia y vileza del pecador y, sobre todo, por la altísima perfección de Dios. \Qué antítesis! La ignorancia con­ tra la Sabiduría; la debilidad contra la Omnipotencia; la iniquidad contra la Justicia; la malicia contra la Bon­ dad infinita. Durante ocho días seguidos lleva delante de sí, día y noche, estas imágenes e ideas, sin poder admitir otro pensamiento. Esta vista y contemplación de una semana entera, en que Dios le tenía como clavado, ¿qué afectos o senti­ mientos causa en el alma de Ignacio? ¿Temor del cas­ tigo? ¿Perturbación, encogimiento, desesperación como en los días de los escrúpulos? Nada de todo esto. E x ­ perimenta otros sentimientos nobilísimos y enérgicos, que expondremos también con sus mismas palabras. El primer sentimiento es de «vergüenza v confusión de sí tnismo, viendo cuántos han sido dañados por un solo pecado mortal y cuántas veces él merecía ser con­ denado para siempre por sus tantos pecados» [48!.

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¡ Corazón nobilísimo! El hombre vil siente alegría acanallada en ver que escapa del citétigo; el hombre digno, al verse libre delante de otros condenados, sien­ do él el más culpable, quisiera deshacerse de vergüen­ za ante los ojos de su bienhechor ofendido. Este sen­ timiento lleva implícita la gratitud, el amor, el deseo de corresponder. El segundo sentimiento es «crecido y intenso dolor y lágrimas de sus pecados» [55]. Los motivos son: la multitud de ellos en todos los años de la vida: «la fealdad y la malicia que cada pecado mortal cometido tiene en sí. dado que no fuese vedado» [57] ; la in­ significancia y vileza del pecador; finalmente, la per­ fección infinita de Dios ofendido. ¡ Qué contrición tan elevada y tan intensa! Y a baja también Ignacio al in­ fierno, a ver y sentir con todos los sentidos las penas de los pecados; pero es «para que si del amor del Se­ ñor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir en pe­ cado» [65]. El tercer sentimiento es el del amor, piedad y mi­ sericordia de nuestro Señor Jesucristo. Un fuerte enig­ ma pasma a Ignacio. ; Por qué otros, ángeles y hombres, por un solo pecado han sido condenados, y yo no lo he sido por tantos pecados ? Como solución se le presen­ ta «Cristo... puesto en cruz... cómo de Criador es venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y así morir por mis pecados» [53]. En el mismo in­ fierno se le vuelve a presentar Jesucristo, al dividir los condenados en tres grados, según que cayeron en aque­ llas penas antes de su venida al mundo, mientras es­ tuvo en esta vida mortal, y después de su advenimiento; pero a Ignacio no le deja caer en ninguna de estas agrupaciones, sino que le libra y separa de todos, como monumento de piedad, de misericordia y de amor. Y aquí viene el cuarto sentimiento, en que se re­ suelven todas estas repetidas meditaciones: es el sen­ timiento de enamoramiento hacia Jesucristo, Redentor

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de mis pecados, y un arranque generoso de hacer por Jesucristo todo cuanto pueda. Ignacio se pregunta: «lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo» [ 53 J * Con este amoroso anhelo sale Ignacio de la consideración de su vida, y queda con la mirada fija y el corazón puesto en Jesucristo, para no apartarlos ya de Él. Jesús no se aparta ya ni un momento de la mente de Ignacio en todos los E jercidos: Él será de aquí en adelante el maestro que con el ejemplo y la palabra le enseñará las leyes de toda santidad. Sabe Ignacio ya la vida de Nuestro Señor Jesucristo; éste ha sido el primer libro de lectura que ha tenido al iniciarse su conversión; pero le falta sentirla como enseñanza viva, dirigida a él particularmente, para mostrarle cuál es la voluntad de Dios en la disposición de su vida. De ahí que la primera lección sea de conjunto, mucho más fuerte y concreta que la de Montserrat, si es que allí se le presentó Jesucristo de este modo, como hemos indicado en otro lugar. Volvamos a recordar aquella magnífica epifanía del Redentor. Jesús se le presenta como «rey eterno, y delante dél todo el universo mundo, al cual y cada uno en particular llama y dice: Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de tra­ bajar conmigo, porque siguiéndome en la pena también me siga en la gloria» [95].

Es Ignacio y también todo el mundo el llamado. ¿ A qué ? A restaurar la gloria del Padre, la santidad: éste es su reino. ¿Quiénes son los enemigos de que habla Jesucristo? Son los enemigos internos de cada uno. Así como el imperio de la santidad que se ha de conquistar es propio de todos y cada cual, así también los enemigos. Y ¿cómo se llaman estos enemigos? Sensualidad y amor carnal y mundano. La vida de Je­ sucristo se le presenta como una lucha de cada momen­

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e s p ir it u a l

to contra estos enemigos, \ esta vida y cada acto de ella es la voz de Jesucristo que le convida a obrar como él, con tanta viveza como si Ignacio hubiese presen­ ciado aquel hecho, acompañado de la voz de Jesús que le dice: «¿quieres hacer como yo?» ¿Qué hará Igna­ cio delante de este Jesús que así le invita? Este Je­ sús es aquel mismo Jesús clavado en cruz que, con esta vida y muerte que ahora le presenta, le ha librado del infierno. Ahora le contesta Jesús a aquella pre­ gunta: ¿qué debo hacer por Cristo? Ignacio, con gran fuerza de afecto y deseando dis­ tinguirse en todo servicio de su Rey eterno y Señor universal, declara la guerra a la sensualidad y al amor carnal y mundano, y ofrece lo más grande que halla en sí mismo, y con el más intenso amor, tal como salió quizá de su corazón por primera vez en Montserrat: Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bon­ dad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los san­ tos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado [98].

Y como Jesucristo convida a él y a todos, porque quiere conquistar todo el universo, Ignacio también se asocia enamorado a su Redentor, para restaurar el im­ perio de la santidad en todo el mundo. Ignacio sale de esta divina contemplación con el ideal claro, fulgurante, encendido, que ha de tener en ia disposición de su vida: conocer íntimamente a Je­ sús, amarle a más no poder, seguirle en todos los ejemplos de su vida. Cuando no haya otra razón dé obrar, tendrá una, altísima y universal para todos los casos: «por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor» [t67]. Tres semanas quedan aún de

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Ejercicios con siete horas diarias de oración; en ellas no hará sino seguir paso a paso la vida, pasión y re­ surrección de Jesucristo, ni pedirá nunca otra gracia que la de aquel ideal: «conocimiento interno del Señor, que por mí se ha 1lecho hombre, para que más le ame y le siga» [104]. Se hace «un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos [a los de la Sagrada Familia], contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible; y después reflectir en mí mismo para sacar algún provecho» [114]. De lo ex­ terior pasa a lo interior hasta «oler y gustar con el olfato y con el gusto la infinita suavidad y dulzura de la divini­ dad, del ánima y de sus virtudes y de todo» [124]. V e el camino de uno a otro extremo: «El Señor es nacido en suma pobreza, y a cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para mo­ rir en cruz; y todo esto por mí» [116].

¿Qué debo hacer yo, y qué debo padecer por Je­ sucristo ? Ésta es la trayectoria única de los Ejercicios hasta el fin. E11 la contemplación de la Encarnación asiste Ig­ nacio a aquel sacramentum, como llama San Pablo al misterio del consejo divino en la restauración del lina­ je humano. Va a Nazaret, y ve asociada a la Santísima Virgen a la obra de la Redención, v entra en el corazón del Verbo encarnado a ver y sentir los ideales que trae a este mundo. Va a Belén, y ve nacer aquel Jesús ena­ morado, le acompaña al templo, a Egipto y a Nazaret, y cuando deja a sus padres «por vacar en puro servi­ cio de su Padre eternal» [135]· Parécele a Ignacio verlo todo con tanta claridad, que podía hacer la elección definitiva de su vida. Al irlo a ejecutar, recogiendo aquí en su mente la luz es­ piritual y la fuerza adquirida en las meditaciones pre­ cedentes, vuelve a presentársele el divino Maestro Je­ sucristo, el Rey eterno, con aquel plan de conquista es­ piritual de él y de todo el universo; pero al mismo

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tiempo poniéndole frente a frente el enemigo armado que pretende estorbarlo, no va poniéndole pecados, sino cosas aparentemente honestas, pero que al fin acaban en el pecado. Son las dos banderas. La de Jesús, que dice: «pobreza espiritual, y... la pobreza actual, deseo cíe oprobios y menosprecios... humildad... v destos es­ calones... a todas las otras virtudes» [146]. La del de­ monio, que dice: «riquezas.... vano honor... crecida soberbia..., y destos tres escalones... a todos los otros vicios» [142]. Los primeros pasos del demonio no son cadenas, sino tan sólo hilos de una red; ya vendrán después las cadenas. Quien tenga riquezas, quien tenga honores, ¡cuán difícil es que no se desvíe de Jesús y vaya con el demonio! Un día entero, con todas las horas de oración, el Maestro divino le tiene fijo en esta contemplación tras­ cendental como diciéndole: «¿Ves bien cuál es mi pura doctrina espiritual? ¿Adviertes bien el peligro que se corre de desviarse de ella con honestas apariencias?» Cuando Ignacio siente ya su alma satisfecha con la luz de esta contemplación, tórnale a decir el Maestro: «Entiendes ciertamente la doctrina; pero ¿estás bien seguro de ti mismo, cuando afirmas que la abrazas? Mira que hay quereres que son de mera palabra, no de verdad.» Entonces le presenta la contemplación de tres binarios de hombres, todos los cuales dicen querer la pura doctrina; pero uno solamente la quiere, y de ahí Ignacio saca el principio espiritual de que «querer es obrar», mientras no se oponga la voluntad de Dios. Vuelve el Maestro: «Y cuando no conozcas bien la voluntad de Dios, en una cosa determinada referente a mi pura doctrina, ¿quieres un principio universal y santísimo que resuelva todas tus dudas? Ahí va; éste será el hacer siempre lo que me ves hacer a mí, para más parecerte a tu Redentor. ¿No me preguntabas qué debías hacer por Jesucristo? Y o he buscado la po­ breza, la deshonra y el dolor; haz tú lo mismo por amor a mí. Ahora ya puedes hacer tu elección.» De

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aquí sacó San Ignacio cuáles son «los tiempos para hacer sana y buena elección» {175], y en qué dispo­ sición espiritual ha de estar el hombre que se pone a hacerla. Esto resuelve todas las dificultades que nacen de nosotros y de las mismas cosas; pero hay otra fuerza que juega un gran papel en la vida espiritual, y es muy difícil de conocer y dominar, que es el demonio, no por ejercer de ordinario alguna influencia física, sino por su influencia moral persistente y sutilísima, que tiende a desorientar, engañar y finalmente a per­ der. Ignacio tenía repetidas experiencias de estas in­ ternas mociones del espíritu, y había tenido el instinto divino de anotarlas cuidadosamente en su libro, como dijimos en otro lugar. Ahora toda esta materia amorfa se ha organizado ante sus ojos. Ve claramente una estrategia espiritual, que podría llamar de seducción, contrapuesta a otra estrategia divina de atracción. Las fuerzas de uno y otro lado quedan perfectamente dis­ cernidas; los medios de que se valen uno y otro es­ píritu están bien caracterizados; los fines que preten­ den son clarísimos; las impresiones que responden en nuestra naturaleza a la acción de uno y otro espíritu, son justamente analizadas y con finura de psicólogo. A esto se reducen las reglas de discernimiento de es­ píritus, las primeras y las segundas, verdaderos tra­ tados de psicología espiritual. Éste debió de ser el lu­ gar en donde tomaron forma definitiva aquellas reglas. ¿Qué elección podía salir de un espíritu informado de estas enseñanzas, sino una vida en todo conforme con la vida de Jesucristo, ser uno de la familia de Je­ sús, de la compañía de Jesús? Efectivamente Ignacio empieza a verlo todo con luz evangélica, va siguiendo la contemplación de los misterios de Cristo Nuestro Señor, y sobre ellos calca sus pensamientos, palabras y obras. Éste es aquel perpetuo «reflectir» con que, como palabra sacramental, va siguiendo toda mirada de la persona de Jesús, recogiendo toda palabra que

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sale de sus labios, y anotando toda feción que le ve obrar. Aquella vida publica de tre$ .zafíos, tiene dos efectos para Ignacio: atarlo definitrttuniemc* al apos­ tolado, a la salvación de las almas; y aprender de Je­ sús toda la manera de obrar dentro de los principios de su pura doctrina sobrenatural. La Pasión le abre el camino del martirio por Jesús, tan deseado de Ig­ nacio. La santa Resurrección le llena de alegría in­ mortal, le revela la misma divinidad; y aunque ve a Jesús volverse al cielo, advierte que se reserva un perpetuo oficio, que es el de consolar a sus amigos de las maneras más inefables. A más del camino de la propia santificación, Ig­ nacio aprende en los Ejercicios los caminos del apos­ tolado. El P. Nadal, en vida aún de San Ignacio ( i 554)> dijo las siguientes palabras en una plática a los jesuí­ tas de Alcalá: «Aquí [en Manresa] le comunicó N. S. los exercicios, guiándole de esta manera para que todo se emplease en el servicio suyo y salud de las almas, lo cual le mostró con devoción especialmente en dos exercicios, scilicet, del Rey y de las Banderas. Aquí entendió su fin y aquello a que todo se debía aplicar y tener por escopo en todas sus obras, que es el que tiene ahora la Compañía» ir\ Ignacio, pues, ya lo tie­ ne todo, ya puede comenzar su vida pública: vayamos a Jerusalén. Y a Jerusalén irá con el doble intento de santificación propia y de la salvación de las almas. Este ideal apostólico nacido en Manresa, no lo manifestaba a nadie, ni siquiera a la autoridad eclesiástica que poiy ¿Y. del Tr. — Hemos corregido aquí la cita. De esta plá­ tica inédita del P . Nadal, publicó un fragmento el P . P e d r o L e t l r i a , no corno dice el autor en «El Mensajero del Corazón de Jesús». Bilbao, 1925, p. 65, sino en la obra de dicho Padre, que publicó aquel año «El Mensajero», esto es, en Nuevos flatos sobre San Ignacio, p. 65. Este mism> texto más correc­ tamente fué dado a luz nuevamente por el P. Letona en «Ar~ chivum historimn Societatis íesu», 194!. Ültiinamélíte en f$$3, MHSI acaba de publicar esta plática. Véase ol texto de fragmento en la serie 4, t. I, v. 1, 2 * ed., p. 307.

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nía estorbos a su* planes, como nos lo explicará opor­ tunamente el njífino santo; pero, en su Autobiografía, nunca deja él dé hacerlo constar como uno de los fines esenciales de la nueva vida. Ignacio tenía verdaderamente resuelto su problema espiritual; pero el divino Maestro le había otorgado otra gracia mayor aún, que es la doctrina toda de la santidad. Comparemos al Ignacio que llega a Manresa, con el mismo Ignacio que termina los Ejercicios. Igna­ cio llegó a Manresa con gran deseo de ir a Dios; pero sin ninguna inteligencia de las cosas interiores, y sólo con una práctica empírica de la penitencia, porque esto leía en las vidas de los Santos. Ahora le hallamos en­ riquecido con toda la vida evangélica, coordinada con la verdadera y profundísima teoría de la santidad, y perfectamente aplicada a destruir de la manera más sabia todas las resistencias que presentan nuestra pro­ pia naturaleza, el mundo y el demonio. Si vale la comparación, podríamos decir que Ignacio llega a Man­ resa como un vulgar trabajador que sabe hacer empí­ ricamente algo de su oficio; y sale de allí trocado en artista consumado con un conocimiento iluminado de la obra más excelsa, y con las razones científicas de todo lo que hace. Y esto se ha obrado en diez meses; mejor dicho, en los últimos tres o cuatro meses pasa­ dos en la santa Cueva sin comunicar con nadie, sin libros, sólo con la contemplación, bajo el magisterio inmediato de Dios. Y este arte de la santidad, Dios no se lo ha dado solamente para él, sino que lo ha concentrado maravi­ llosamente en un libro para la santificación del mundo. Allí los hombres más sabios encuentran una teología más elevada que la de los libros científicos; los hom­ bres de gran corazón sienten en él una fuerza que les domina y les lleva a Dios; ios santos reconocen allí ías iluminadas vias que suben hasta Dios sin extravío. Adelantando la frase que dirá el Papa cuando le pre­ sentarán el primer esquema de la Compañía, podemos

TR ANS FORMACIÓN ESPIRITUAL

bien decir: Digitus Dei est h ic : aquí está la mano de Dios17. Aunque el mismo Ignacio lio nos confesase que Dios le instruyó letra por letra como un maestro, la obra habla por sí misma, y dict bien alto que no pudo ser compuesta con los medios humanos que Ig­ nacio tenía a su mano. Por esta sumaria ideología de los Ejercicios apa­ rece bien claro lo que después San Ignacio escribió en las Constituciones, que todos los Ejercicios: «raris hominibus, vel qui de vitae suae statu deliberare, velint, iradi oportebit1S, se han de dar a pocas personas, o a los que quieren deliberar acerca del estado de su vida». Obrar de otra manera sería imponer una carga mayor de la que se puede llevar, lo cual es contrario al Evangelio, y siempre ha resultado non in aedificationem, sed in ruinan*, no para edificar, sino para destruir. Pero no sería menos equivocada una concep­ ción mezquina de los Ejercicios, como si fuesen un medio de pura penitencia por los pecados pasados, o un expediente, como dice el mismo Ignacio, «para llegar hasta cierto grado de contentar a su ánima» [18]. Los Ejercicios auténticos y totales de San Ignacio serán siempre un laboratorio divino para forjar apóstoles a imagen y semejanza de Jesucristo. Ignacio había hallado la voluntad de Dios en la dis­ posición de su vida, y la había hallado por el conoci­ miento de la vida verdadera que enseña Jesucristo con sus obras y su doctrina. Jesús es la vida, e Ignacio, que amaba enamoradamente a Jesús, amaba con el N. del Tr . — Tanto Nadal, como Ribadeneira, en su vida latina, como Mafíei y Orlandini, escribieron que la frase pronunciada por Paulo III fué: Spiritus Dei est hic. Ribade­ neira, con todo, en su edición española de 1583, cambió la frase

por ésta: Digitus Dei est hic, la cual por su origen bíblico (Exod., 8, 19) ha sido luego repetida por los historiadores. fCí. M I , ser. 4, t. I, c. 1, 2.· er., p. 312, nota 33.) *y.’ c' n· 5 E· — N. del Tr. — Hemos corregido la cita del original por inexacta.

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mismo enamoramiento la vida de santidad, que Él nos enseña. Todas las gracias que podía pedir a Dios en orden a la santidad, las había reducido a una sola; co­ nocer más a Jesús para más amarle, para más imitarle; y de tal manera había olrtenido de Dios esta gracia, que bien podía decir con el Apóstol: mihi vivere Christus est: mi vida es Jesucristo. Aquí está encerrada toda la concepción cristiana de la vida, o sea la san­ tidad de los redimidos por Nuestro Señor Jesu­ cristo. Pero, si reflexionamos con atención, hallaremos que todo esto no es ni el principio ni el fin. No es el principio : ab initio non jiiit sic, las cosas no nacieron así de la Omnipotencia de Dios, no fué éste el primer ideal divino al crear el mundo. Tampoco es el fin, por­ que todo esto son medios, todo esto es ascética, el arte de trabajar en la santidad; por encima de ello está la mística, que conoce más altamente el término de todo, el fin que es el mismo Dios: Omnia vestra sunt..., vos autem Christi, Christus autem Dei (I Cor., 3, 22 y 23). Usando una palabra, que modernamente se ha puesto de moda entre la gente intelectual, diríamos que le faltaba a Ignacio la concepción total del universo de la santidad. Esto quiso darle Dios de una manera ine­ fable en las revelaciones de Manresa. y sobre todo en aquella eximia ilustración del Cardoner. Allí, iluminando sobrenaturalmente su inteligencia. Dios le mostró cómo había criado el mundo, cómo todo había salido de Él como de principio, y cómo todo vuelve a Él como a fin. El mundo significa aquí todo: criaturas materiales y espirituales; cosas naturales y cosas sobrenaturales; el estado primero de gracia ori­ ginal, y el segundo de pecado, y el tercero de repara­ ción, y el último y definitivo de la gloria consumada. Y vió cómo un mismo ideal divino de santidad brota de Dios, y corre por todas las criaturas y por todos los estados, y cómo todo va ordenado a ella, v cómo ella es lo único en que descansan las divinas comph^ W. · S an

I g n a c io

de

L o yo la

TRANSFORMAD 1ON KSP1KITI Ai.

cencías desde el principio hasta el fin. Santidad es unir a sí la criatura racional y libre, divinizarla, y por ella en cierta manera divinizar todo el universo. Aquí están encerradas todas las ciencias, está el lazo y armonía de la multitud de las criaturas, que parecen inconexas, y lo que trasciende todas las ciencias y todas las armo­ nías, que es el quid divinum, que Dios ha puesto en todo, en participaciones y reflejos de las divinas per­ fecciones. Dos vías contempló Ignacio de este ideal divino en el universo: la vía de la verdad y la vía del amor. El camino de la verdad enseña el ser de las criaturas, su verdadero valor, su relación; y al principio y al fin de este camino halla a Dios, del cual nace toda ley de justicia, que es santidad. Esto es el Principio y Fundamento. El camino del amor enseña en todo este universo de criaturas una cosa superior a su ser y a sus relaciones, que es el amor que Dios ha puesto en cada una y en todas juntas. También aquí Dios lo es todo: es el principio del amor, porque no halla el mo­ tivo de amar en ninguna criatura, sino en sí mismo; y es el término del mismo amor, porque su última obra es darse a sí mismo. Esto es la Contemplación del amor. Todos los comentaristas de los Ejercicios notan que el Principio y Fundamento y la Contemplación del amor caen fuera del cuerpo de los Ejercicios, como una preparación y una corona. Si estos dos ejercicios son fruto de la eximia ilustración del Cardoner, y si ésta tuvo lugar cuando ya Ignacio había hecho y es­ crito lo que el P. Laínez llamó la sustancia de los Ejercicios, tendríamos la explicación de este hecho. De todos modos, aquellas dos grandes síntesis tienen uua luz, una armonía y una elevación, que nos maravilla en un hombre sin cultura, y nos admiraría también en un sabio eminente. Pero si supiésemos que eran fruto de una ilustración divina, que, según dice el mis­ mo Ignacio, parecía como que le había mudado a él

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en otro o transformado las cosas, entonces lo hallaría­ mos todo natural. Y realmente, nada podía pensarse mejor, como in­ troducción y como final del gran libro, que estas dos contemplaciones. El Principio y Fundamento enciende el alma en el amor del ideal divino de la santidad, y da el punto de equilibrio en que debe colocarse el espíritu siempre que haya de tomar alguna determinación acer­ ca de la vida; de ahí que en la materia de las eleccio­ nes a cada momento lo recuerde Ignacio en compen­ dio. La contemplación para alcanzar amor recibe el alma perfectamente ordenada en la disposición de la vida y de todas las cosas, y de esta suerte la encuentra aptísima para ser abrasada en amor de Dios y además le enseña, hasta donde es posible, el camino de la mística, por si Dios le llama a una vida superior. Queda explicada la primera de las tres cuestiones propuestas acerca de los Ejercicios , y es cómo los hizo Ignacio, y la transformación espiritual que en él cau­ saron. Restan las otras dos, o sea, cómo escribió Igna­ cio el libro de los Ejercicios, y cómo empezó a darlos a otras personas. Respecto a la primera de estas cuestiones, hay un punto esencial y otros secundarios. El punto esencial es que el libro de los Ejercicios substancialmente fué escrito en Manresa. Esta parte substancial es la que viene indicada por el mismo Ignacio en la primera anotación: «por este nombre, Ejercicios espirituales, se entiende todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras espirituales operaciones, según que adelante se dirá» [1]. Este tronco vital de los Ejercicios , separado de las anotaciones, que van delante, y de las reglas, que vienen después, es la parte esencial, que decimos fué escrita en Manresa, lo cual no quita que haya re­ cibido ulteriores correcciones accidentales; como tam­ poco pretendemos negar que hayan sido escritos en Manresa algunos de los otros documentos. Las pruebas

T R AX S FORMACION KS P I R I T lI Aí .

de esta afirmación son los testimonios de todos los contemporáneos. Tenemos además, que el año 1527 el libro fue examinado oficialmente por los jueces de Sa­ lamanca, como cosa antigua ya y que representa au­ ténticamente la doctrina de Ignacio *9. Si dijéramos que toda la historia de Cataluña no tiene un hecho de tanta trascendencia espiritual como éste, creo que no incurriríamos en exageración. De los Ejercicios nace la Compañía de Jesús, una de las co­ lumnas de la historia universal en la edad moderna. Además, la práctica de los Ejercicios espirituales, des­ pués de los sacramentos y de la sagrada liturgia, es tal vez la fuente de que se nutre con más abundancia la vida cristiana, y particularmente la alta vida de san­ tidad de la Iglesia de Dios. Después de la aprobación y recomendación explícita dada por el papa Paulo III, el día 31 de julio de 1548, el código oficial de la legis­ lación eclesiástica acaba de añadirle implícitamente la más grande autoridad, recomendando a todos los fieles y mandando a la parte más augusta, que es el sacer­ docio y las comunidades religiosas, la práctica de los Ejercicios, evidentemente derivada del libro de San Ignacio. Quedan aún algunas cuestiones complementarias. La primera es la llamada de las fuentes de los Ejercicios, o sea de los medios o instrumentos litera­ rios que pudo tener Ignacio para escribir este libro maravilloso. Es necesario distinguir entre lo que cons­ tituye la verdadera esencia del libro, y lo de menos monta o accidental, para aclarar así la confusión de ciertos escritores. Si hubiéramos de juzgar por el aco­ pio de páginas escritas sobre este tema; por las mu* Quien desee hallar demostrada larga y sólidamente esta verdad histórica, lea el libro acertado y muy erudito del P. A r ­ t u r o C o d in a , S. 1., Los orígenes de los Ejercicios Espiritua­ les de San Ignacio de Loyola, Barcelona, Biblioteca Balmes, 1926, principalmente e.1 c. 2.

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chas, diversísima# y harto remotas fuentes que se in­ vestigan ; y por el tono científico y trascendental con que hablan algunos críticos: el problema resultaría ex­ traordinariamente fecundo, difícil y complicado. Pero los contemporáneos, las autoridades eclesiásticas y el mismo Santo Autor de los Ejercicios no hacen nin­ guno de estos grandes aspavientos, y nos dicen pala­ bras de una gran simplicidad que resuelven claramente la parte substancial del problema. Vamos a verlo. San Ignacio dice del tiempo de Manresa en que escribió los Ejercicios: le trataba Dios de la misma manera que trata un maes­ tro de escuela a un niño, enseñándole;... antes si dudase en esto, pensaría ofender a su divina majestad.

A renglón seguido y como demostración de este magisterio, narra cinco capítulos de divinas ilustracio­ nes, entre las cuales está aquella por la cual «le parecían todas las cosas nuevas», y a él mismo **«le parecía como si fuese otro hombre y tuviese otro in­ telecto, que tenía antes»**; «de manera que en todo el dis­ curso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, coli­ giendo cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuan­ tas cosas lia sabido, aunque las ayunte todas en uno. no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola».

Dijo también el Santo que una ele las fuentes de los Ej ercicios había sido la propia experiencia, porque algunas cosas que él observaba en su alma y las en­ contraba útiles... las ponía en escrito20.

Preguntémonos sinceramente: estas dos causas, o sea, la inspiración divina y la propia experiencia, ¿no son fuentes suficientes de la substancia de los Ejercí,J0 Autobiografía, 11. 27-31. 90. -— Ar.

del

Tr. — Hemos

puesto con doble asterisco el Uwío que es nota m a r g in é tW

J\ Cámara.

TRANSFORMAD 1OX ESPIRITUAL

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cios? Inversamente, ¿todas las otras fuentes indicadas por los críticos, prescindiendo de las dos mencionadas, pueden dar razón suficiente de la misma substancia ? Añadamos todavía razones negativas. Las fuentes substanciales no pudieron ser personas, porque «no tenía quien le enseñase» 2l. No pudieron ser libros, fuera de las Sagradas Escrituras, porque «en Manresa había visto primero el Gersoncito [Kempis], y nunca más había querido leer otro libro de devoción» -2. Los mismos hechos de la vida de Ignacio excluyen toda enseñanza oral o escrita que pueda dar razón suficiente del libro. Es, pues, evidente como deducido del testi­ monio y de los hechos de San Ignacio, que las fuentes esenciales de los Ejercicios fueron la divina ilustración y la propia experiencia. Paulo III, en el Breve que aprueba los Ejercicios, habla como San Ignacio: Las fuentes de los mismos son la Sagrada Escritura y la experiencia de la vida espiritual. Los jueces de la Rota dicen que se ven obligados a confesar que mas son debidos a luz sobre­ naturalmente infusa que a conocimientos adquiridos. Los Padres Laínez, Polanco y Ribadeneira repiten los conceptos y casi las mismas palabras de San Ignacio y del Papa. Resulta, pues, que el origen de los Ejercicios en lo substancial no constituye ningún problema complicado, sino una verdad históricamente muy clara. Queremos añadir todavía que cualquiera persona espiritual, que experimente en sí misma los Ejercicios, llegará a las mismas conclusiones por intuición íntima de las cosas. ■ ' Autobiografía, n. 27. — N . del Tr. — Véase nuestro opúsculo Origen sobrenatural de los Ejercicios espirituales, pági­ nas 94-103. Intentamos probar allí que por más que el confesor de Ignacio en Montserrat encaminara a su penitente en la vida espiritual, el verdadero inspirador del libro de los Ejercicios íué Dios, y no confesor o director alguno. 11 Monu-mcnta [(jnatiana, ser. 4, t. I, v. 1, 2.* ed., 11, 07, *·.

,

MANRESA

El publema nace solamente cuando se lee el libro de San Ignacio por curiosidad literaria, o por afán de encontrar cosas ocultas, materia de lucimiento. Enton­ ces cada palabra da ocasión a cavilaciones para en­ contrar coincidencias, y aun cuando de la coincidencia a la causalidad o influjo hay una gran distancia, una vez existe la voluntad de hacer descubrimientos, se dan saltos inverosímiles, quizá sin que se dé cuenta de ello el crítico o historiador. En una obra excelente 23, apa­ rece recogido todo lo escrito en este punto, que se ha hecho de moda entre los profesionales, y uno admira la facilidad con que se montan grandes andamiajes con poquísimos elementos, y también el atractivo que para muchos espíritus tiene la paradoja, la cavilación y el embrolla. Después de examinar tantas minucias, es preciso confesar que nada se dice acerca de las fuentes esenciales de los Ejercicios, sino que a lo más se dilu­ cidan cosas o cositas muy accidentales. Esta cuestión tiene un apéndice en la intervención de la Virgen Santísima en la inspiración de los E jer­ cicios. Casi toda la tradición artística nos presenta también a Ignacio arrodillado dentro de la Cueva, de­ lante de la Santísima Virgen con su divino Hijo en los brazos, y escribiendo los Ejercióos como bajo la inspiración del Buen Jesús y de su Madre Santísima. Esto no es sino una expresión gráfica de lo que Igna­ cio nos ha dicho en la Autobiografía: que Dios le ins­ truía como enseña un maestro de escuela a un niño; que tenía grandes ilustraciones de la Santísima T ri­ nidad y otros misterios de la fe, y que veía con mucha frecuencia las santas personas de Jesucristo y de la Virgen María, que se le presentaban: y todo esto «mu­ chas veces y por mucho tiempo estando en oración»24. La segunda cuestión complementaria es la del lugar L os orínenes de los B jeiciA os Espirituales de San Ignacio de I.oyola. *’3

N o s refe rim o s a l libro del

~4

A ut obi og raf ía , ti. 20.

P.

A r tu r o

C o d in a ,

TRANSFORMACION

ESP IR IT U AL

en donde practicó y redactó los Ejercicios. El lugar en donde principalmente hizo y escribió San Ignacio los Ejercicios es la Cueva. En los procesos de Manresa está clara la descripción de ella, hecha por el pro­ pietario de la misma, por el custodio que la guardó después que fué venerada, y por infinitos testigos que sabían la vida que allí llevaba el santo penitente. Las siete horas de oración diarias, las grandes penitencias, muchas de las visitas de Jesucristo y de la Virgen Ma­ ría, aquí corresponden como en su lugar natural, y aquí es también donde Ignacio hallaba la paz y el so­ siego, que iba siempre buscando para tomar sus apun­ tes espirituales. Explícitamente afirman algunos testi­ gos que en la Cueva fué escrito el libro de los E jer­ cicios, y toda la tradición gráfica lo confirma, comen­ zando por la vida en láminas que el P. Ribadeneira publicó por primera vez en Amberes el año 1609. Xotan algunos testigos la circunstancia dulcemente sugestionadora para Ignacio, que la Cueva tenía un agu­ jero o ventanilla natural, situada hacia la parte de Montserrat, por donde podía contemplar aquellas idea­ les montañas, palacio de María, Madre de Dios. El tercer punto capital es afirmar que Ignacio, es­ tando en Manresa, dió ya los Ejercicios a otras per­ sonas, y precisamente con el nombre de Ejercicios. Consta del proceso manresano, que dice así: «La se­ ñora Canyelles contaba al presbítero Francisco Puig que «ella y las señoras Amigant, Roviralta, Clavera y otras honestas mujeres de la ciudad solían reunirse en ia iglesia de Santa Lucía... y allí oían del Padre Igna­ cio unos Ejercicios espirituales, en los cuales especial­ mente exhortaba a sus oyentes a huir del pecado, y abrazar la virtud, que estimasen la asiduidad en la oración, frecuentasen los sacramentos de penitencia y Eucaristía, y les daba otros muchísimos documentos espirituales» Efectivamente, el Santo en su Auto ­ *

N. del Tr. — Sospechamos que la cita est4 equivocada,

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biografía da tes^tnoiiio de que «se ocupaba en ayudar algunas almas, que allí le venían a buscar, en cosas espirituales» El Dr. Ramón Vila, asesor del Santo Oficio de Manresa y confesor de alguna de dichas se­ ñoras, asegura tgn los procesos que Ignacio les daba los Ejercicios en la capilla de Santa Lucía 27. l eñemos también el testimonio de los jesuítas con­ temporáneos de San Ignacio. El P. Nadal decía en una plática que, cuando el Santo hizo sus Ejercicios en Manresa, comenzó a sentir deseos de ayudar al pró­ jimo, y que así lo hacía con aquellos que podía por medio de exhortaciones y conversaciones espiritua­ le s 28. Más claro es todavía el testimonio del Padre Polanco, que dice textualmente: «Spiritualm ergo illa Exercitia, quce a Deo ipse edoctus acceperat, multis Manresce cof/imunicare cccpit. En Manresa comenzó a comunicar a muchos aquellos Ejercicios espirituales, que él había recibido de Dios» 29. Y el del P. Laínez que, sin usar el nombre, dice la misma cosa: «Hizo allí en Manresa provecho a muchas almas, que nota­ pues no parece que dicho testimonio estuviera en el folio 230 del Proceso remisorial de Manresa, como dice el autor, sino en el folio 377„· (Cf. Mon. Ignat., ser. 4, v. 2, p. 709.) 28 Autobiografía, n. 26. 27 Fol. 377v — N . del Tr. — Aquí el P. Casanovas padece una confusión. En el lugar que cita, está el testimonio 6 del Proceso de Manresa, comisario del Santo Oficio de dicha ciu­ dad, que no se llamaba Ramón Vila, sino Francisco Puig. Y es el mismo testimonio antes citado (nota 25). Él es, en efecto, quien depone en su alegación lo que en el texto se dice, como aparece en el fragmento antes aducido. E11 cambio Jaime Ra­ món Vila, Pbro., fué el testigo 15 del Proceso de Barcelona. 518 N. del Tr. — Es muy significativo aquel texto de Nadal: «De estos Ejercicios se sirvió [Ignacio] desde el principio de B. Francisco Pacheco, que era su Provincial, en­ viándole dos relicarios: uno, con un pedazo del saco de San Ignacio, y el otro, con reliquias de San Luis Gonzaga. El ceñidor pasó a Las Marcetas. casa solariega si­ tuada cerca de la iglesia de Viladordis, sobre la cual ejercía cierto patronato y guardaba sus llaves. La tra­ dición de. la familia refiere que San Ignacio se lo dejó en agradecimiento por las limosnas que muchas veces le habían dado. Lo cierto es que en aquella dichosa familia conservaban con gran veneración un pedazo de

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T R AN S l·'OR MAC l Ó X

l-S 1*1 R 1 TU AL

cuerda de espadaña encerrado en la repisa de una es­ tatua de plata de San Ignacio, y quedaba desheredado por testamento de los antepasados cualquiera que de­ jase salir de la casa aquella reliquia del santo 40. Debió también ser muy tierna la separación de aquellas buenas familias manresanas, tan estimadas de Ignacio por las buenas obras que de ellas había reci­ bido, y por el espíritu de cristiana perfección con que vivían. Sólo de la familia Amigant nos llegó memoria concreta: Y habiéndose de partir el P. Ignacio de Manresa para Barcelona, dice la relación antes citada, se despidió de toda la casa de Amigant. Resistióle la señora Ángela de Amigant, pero di jóle el santo era voluntad de Dios. Aquí fue cuando la señora Ángela, el señor D. Andrés de Am i­ gant, su consorte, y todos los de casa arrodillados comen­ zaron a llorar dulcemente la partida del santo. Quisiéron­ le besar los pies todos los de la casa, mas no lo permitió el santo, aunque se lo pedían con las manos juntas. Cuan­ do San Ignacio se fué de la casa de Amigant para Bar­ celona, los señores Amigantes le dieron muchas limosnas, pusiéronle mucho dinero en sus manos v le ofrecieron toda su casa y cuanto tenían en ella. Pero el santo no quiso admitir dinero alguno, y sólo tomó algunos mendrugos de 40

N. del Tr. — Por desgracia el furor vandálico que estalló

en julio de 1936, y se ensañó con la destrucción de tantos obje­ tos religiosos, hizo desaparecer también esta estatua de plata con !a estimada reliquia del cíngulo de San Ignacio. (Cf. N0n e l l , Manresa Ignaciana, p. 113-115.) El autor asienta como punto dudoso u obscuro, si S. Ignacio dejó en Viladordis su saco de penitente. Mas parece cierto que se marchó de Man­ resa con él, pues uno de los testimonios que después aducirá asegura que en Barcelona iba Ignacio vestido con su saco de penitente. Además consta, por un testimonio publicado por los Bolandos, que dicho saco lo dejó el santo en Barcelona, al partir de España. Entonces fué arrojado a un estercolero, y quedó incorrupto. Por dicho prodigio fué de allí recogido, lim­ piado de las inmundicias, secado y dividido en diversas partes, una de las cuales regaló el P. Ribadeneira al P. Jacobftzjlf Zeelandre, belga, quien lo llevó al colegio que tenía la CotHpl·· nía en Bruselas (Acta SS. iulii, t. 7, § 110, n. 1158).

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pan, porque quefir ir como pobre, pidiendo limosna por amor de Dios: abogue les dijo, que se acordaría toda la vida de tanta caridad y que no sabría pagarlo bastante­ mente41. Salió Ignacio de Manresa por el camino real de Barcelona, que era el mismo de Viladordis, tantas ve­ ces seguido por él en espiritual peregrinación. Mucha gente de Manresa le acompañó hasta el puente de Pont de Vilumara, que divide el término de Manresa del siguiente de Rocafort. Aquí despidióse de todos, seña­ lando el cielo con una mano, y poniendo la otra sobre el corazón, como muestra de gratitud y de perpetuo recuerdo hasta que se encontrasen en el cielo. Y vuelta la espalda emprendió el camino de Barcelona, al par que aquellos buenos amigos regresaron desconsolados a la ciudad, que para siempre había de llevar el nom­ bre de ignaciana. Ignacio conservó siempre buen recuerdo de aquella ciudad, que nadie sino él sabe lo que significa en su vida de santidad, y aun en su obra, la Compañía de Jesús. Dos nombres bellísimos daba Ignacio, años des­ pués, a aquel tiempo de Manresa: unas veces le lla­ maba su iglesia primitiva, significando la gracia copio­ sa que allí recibió; otras veces lo denominaba su no­ viciado, añadiendo que él era como un niño y Dios su maestro que le enseñaba punto por punto. Cuando más tarde organizó la Compañía, el ejemplo de Man41 Ar. del Tr. — Crfiixell, San Ignacio de Loyola. Estudio crítico, etc., p. 219. Dicho Padre refiere en la nota que la rela­ ción es del P. Castells, y está tomada del Archivo particular del Excmo. Sr. Marqués de Palmarote. Hoy por desgracia no existe ya dicho Archivo, pues fué destruido por los anárquicosocialistas durante la pasada revolución. Añade dicho P. Creixell, que si bien es muy frecuente en los apuntes de la casa Amigant llamar al antiguo señor de la casa Andrés, en el testamento de doña Angela de Aniigant siempre se le llama Pedro.

H* Sax Tona»10 de T.oyoi.a

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TR ANSl'ORMACI O N l;S PI R I T U A L

resa quedó en ella estampado. Ordétoó a los novicios seis pruebas, que son: hacer los Ejercicios espiritua­ les, servir a los enfermos en el hospital, peregrinar a pie y pidiendo limosna, ocuparse en oficios humildes, enseñar la doctrina cristiana, y a los que son sacer­ dotes, ejercitarse por algún tiempo en confesar y pre­ dicar. Todo ello son reflejos de aquellos grandes res­ plandores de Manresa. Pero, sobre todo, queda bien demostrado en este capítulo que la misma Compañía es hija espiritual de Manresa. Ni la ciudad tiene gloria mayor, ni Cataluña tiene muchas que se le puedan comparar. Todos los jesuítas, lo mismo que su Padre San Ignacio, miran a Manresa como a su patria es­ piritual. La estancia de San Ignacio en Manresa fue con­ memorada por un monumento arquitectónico, treinta y un años después de su muerte y veintidós antes de su beatificación. Probablemente es el primer monumento dedicado al Fundador de la Compañía de Jesús, y aun dura en nuestros días 42. El año 1587, el 10 de abril, el obispo de Vich, Juan Bautista Cardona, contrató con Juan Font la construcción de un obelisco de piedra labrada, con sus gradas y pedestal, el cual llevaría gra­ bada una larga inscripción latina dictada por el mismo prelado. Antes de finalizar el año, la obra estaba aca­ bada, y se alzaba delante de la puerta del hospital de Santa Lucía. Por sucesivas urbanizaciones de la plaza, *- N. del Tr . — Tampoco queda nada no sólo del obelisco,

pero ni siquiera del hospital de Santa Lucía, en donde fué acomodada la residencia de los Padres Jesuítas, con su capilla del Rapto. Todo fué allanado, sin dejar piedra sobre piedra, por el furor revolucionario, durante la cruzada nacional. El acuerdo entre el obispo de Vich y Juan Font fué como pone­ mos aquí el 10 de abril de 1587 y no de 1588, como dice el autor (Cf. N o n e l l , Manresa Iynaciana, p. 131). Según Eubel, et obispo de Vich, Juan Cardona, fué electo obispo de Tortosa el 18 de marzo de 1587. Este mismo año debió tomar posesión de su nueva sede, y antes inauguraría el obelisco con su ins­ cripción, que no llevaba fecha.

MANRES A

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el monumento ha cambiado dos veces de lugar en la misma: la primera en 1777» fe segunda en 1911. El año 1799 el Ayuntamiento de Manresa hizo restaurar el monumento que nos recuerda y conmemora lo que San Ignacio llamaba su iglesia primitiva, y la inscrip­ ción denomina su noviciado en la milicia de Cristo: tiro Christi miles.

Capitulo IV PER EG R IN ACIÓ N A T IE R R A S A N T A (Febrero de 1523-marzo de 1524) § I.

P rim er

viaje

a

B arcelona

El camino real de Manresa a Barcelona terminaba en el Portal Nuevo de esta ciudad, que correspondía exactamente al lugar que en el Salón de San Juan ocupa hoy el Arco del Triunfo. Por él entró San Ig­ nacio, enfilaría por las calles de Corders y Caráers, se detendría en la capilla de Marcús, en la cual, como en Manresa, se veneraba la Virgen de la Guía, y do­ blaría por la plaza de la Lana y la calle de la Boria hasta la de Febrer, hoy de San Ignacio, en donde tenía su casa Inés Pascual*. Era esta casa pequeña y hu3

N. del Tr. — Casi parece maravilla que ni los ayuntamien­ tos izquierdistas ni las turbas revolucionarias cambiaran el nombre de esta calle, a pesar de que suprimieron todos los nombres santos. Lleva el nombre de San Ignacio, sin la adi­ ción del patronímico «de Loyola», que nunca parece ha figurado ni en el rótulo de la calle, ni en las guías. Lo cual no obsta al hecho cierto de que dicha calle «primeramente se llamó den Simón Febrer y después del Forn deis Cotoners, pero cambió su nombre en el actual», por haber vivido San Ignacio en una casa de esta calle, durante su estancia en Barcelona, «por lo que la ciudad después de su canonización denominóla así en obsequio al santo, y dando entonces al olvido sus antiguos nom­ bres». ( V íc t o r B a l a c u i . r , Las calles de Barcelona, t. r, p. 501, Barcelona, 1865.) La calle de San Ignacio es una calleja angosta y tortuosa que atravesaba, según el mencionado autor, desde la calle di Boria a la de Cotoners. Actualmente va de la de Boria a fe (k la Princesa. La calle de Cotoners se llamó primitivamente

P ^ I B C R I N A C I Ó N A T I E R R A SANTA

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milde, y toda día llegó a ser reliquia de San Ignacio: no hay mesa, dice Juan Pascual, ni cama, ni ladrillo, ni tabla en mí casa, que no sea reliquia suya, pues estuvo tocándolo todo,.., comiendo y durmiendo en ella siempre2.

Eran particulares recuerdos de San Ignacio una re­ jilla que tenía una de las puertas de la calle, por donde daba limosna a los pobres, la alcoba del primer piso, en donde estuvo durante un mes entero enfermo de gravedad, y un cuartito del segundo piso, que fue su ordinaria habitación. La Autobiografía dice que esta primera vez estuvo Ignacio en Barcelona poco más de veinte días. Sus ocupaciones fueron las mismas que en Manresa. Juan Pascual, que llegó a aquella ciudad pocos días después con su madre, dice que le hallaron contento y ocupado en las obras de cari­ dad que acostumbraba practicar, en ayunos, oraciones, disciplinas, limosnas, visitar cárceles y hospitales; y era de manera que ya la puerta falsa de nuestra casa parecía puerta de iglesia o de hospital, porque siempre había po­ bres en ella 3.

Uno de los grandes deseos que tenía en Manresa, como nos ha contado él mismo, era el de hallar perso­ nas con quienes pudiese hablar de cosas espirituales. Estando todavía en Barcelona antes que se embarcase, según su costumbre, buscaba todas las personas espiritua­ les, aunque estuviesen en ermitas lejos de la ciudad, para tratar con ellos. Mas ni en Barcelona, ni en Manresa, por todo el tiempo que alli estuvo, pudo hallar personas que tanto le ayudasen como él deseaba: solamente en Man­ de» Vilardcll. Conocida es la leyenda de la famosa espada del caballero Soler de Vilardell. (Of. V íctor Balaguer, o. c., t. i, p. 289-291.) 2 Atonumcnta Jgmtiatw. ser. 4, v. 2, p. 92-93. ‘ Jbíd., p. 88-89.

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t r a n s f o r m a c ió n

e s p ir it ú

&l

tesa aquella mujer, de que arriba está dicho, que le dije­ ra que rogaba a Dios le apareciese Jesu Cristo: esta sola le parecía que entraba más en las cosas espirituales *.

Las personas espirituales de que tenemos noticia de haber tratado con San Ignacio en Barcelona, son la tornera de las Jerónimas, Sor Antonia Strada, y una monja de coro del mismo monasterio llamada Brígida Vicent. Además parece que frecuentaba el monasterio de San Jerónimo del Valle de Ebrón con las ermitas que tenía esparcidas por la montaña de San Ginés de Horta, al estilo de Montserrat. Aquí se le acabó a San Ignacio el afán de buscar personas con quienes hablar de cosas espirituales. Y

así, después de partido de Barcelona, dice la A u to ­ biografía. perdió totalmente esta ansia de buscar personas espirituales 5.

La peregrinación quería hacerla con toda perfec­ ción espiritual: éste era el afán que absorbía todos sus pensamientos. Oigámosle: Aunque se le ofrecían algunas compañías, no quiso ir sino solo; que toda su cosa era tener a soio Dios por refugio. Y así un día, a unos que mucho le instaban por­ que no sabía lengua italiana ni latina, para que tomase una compañía, diciéndole cuánto le ayudaría, y loándosela mucho, él dijo que aunque fuese hijo o hermano del duque de Cardona6 no iría en su compañía, porque él deseaba tener tres virtudes: caridad, y fe, y esperanza*, y llevando un compañero, cuando tuviese hambre, esperaría ayuda de éi; y cuando cayese, que le ayudaría a levantar; y así también se confiara de él y le tendría afición por estos respectos; y que esta confianza y afición y esperanza la 4 Autobiografía, n. 37.

* Ibíd-

iV. del ir . — La hermana del duque de Cardona, Juana de Cardona, era la mujer de) duque de N'ájera, a quien había servido Ignacio. (S a l a z a r y C a s t r o , Historia ... de la Casa d i Lara, II, 176.)

PEREGRINACIÓN A

t ie r r a

santa

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quería tener en solo Dios>. Y esto, que decía de esta ma­ nera, lo sentía así en su corazón. Y con estos pensamien­ tos, él tenía deseos de embarcarse, no solamente solo; mas sin ninguna provisión. Y empezando a negociar la embar­ cación, alcanzó del maestro de la nave que le llevase de balde, pues que 110 tenía dineros, mas con tal condición, que había de meter en la nave algún bizcocho para man­ tenerse, y que de otra manera, de ningún modo del mundo le recibirían. El cual bizcocho queriendo negociar, le vinieron gran­ des escrúpulos: ¿esta es la esperanza y la fe que tú tenías en Dios, que no te faltaría?, etc. Y esto con tanta efica­ cia que le daba gran trabajo. Y al fin, no sabiendo qué hacerse, porque de entrambas partes veía razones proba­ bles, se determinó de ponerse en manos de su confesor; y así le declaró cuánto deseaba seguir la perfección, y lo que más fuese gloria de Dios y las causas que le hacían dudar si debía llevar mantenimiento. El confesor se re­ solvió que pidiese lo necesario y que lo llevase consigo; y pidiéndolo a una señora, ella le demandó para dónde se quería embarcar. Él estuvo dudando un poco si se lo diría; y a la fin no se atrevió a decirle más, sino que venía a Italia y a Roma. Y ella, como espantada, dijo: «¿A Roma queréis ir? Pues los que van allá no sé cómo vie­ nen» (queriendo decir que se aprovechaban en Roma poco de cosas de espíritu). Y la causa por que él no osó decir que iba a Jerusalén fué por temor de la vanagloria; el cual temor tanto le afligía, que nunca osaba decir de qué tierra ni de qué casa era. A l fin, habido el bizcocho, se embarcó; mas hallándose en la playa con cinco o seis blancas7, de las que le habían dado pidiendo por las puer­ tas (porque de esta manera solía vivir), las dejó en un banco que halló junto a la playa 8. ¡O h , espíritu real e imperial de San Ign acio ! ¿ H a bráse visto hombre más desprendido de sí m ismo y de t(xlas las cosas y personas del mundo, y más pues­ 7 F.ta una im>neda que vendría a valer dos céntimos de peseta. * Autobiografía, n. 35*36.

t r a n s f o r m a c ió n

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to en Dios por te, esperanza y caridad purísima? Mientras creemos o esperamos o amamos alguna cosa criada, estamos todavía sub elcmcntis tttundi, como dice San Pablo, bajo el dominio de las cosas del mundo; la libertad perfecta de los hijos de Dios, sólo la tiene quien lo ha puesto todo en Dios: Scio cui credidi el ccrttis sum qitia potcns cst dcpositnm metan servare : sé bien de quién he fiado mi vida, y estoy cierto de que es poderoso para conservar mi depósito !\ Nada más nos dice la Autobiografía; pero de los testimo­ nios contemporáneos podemos recoger otras particula­ ridades. Sor Epifanía de Rocabertí, carmelita descalza del convento de Barcelona, nos refiere en los procesos quién fué la señora que pagó a San Ignacio las pro­ visiones para el viaje, y cómo se sintió movida a ha­ cerle esta limosna. Leonor Zapila, dice, señora noble de esta ciudad y de gran fe, bisabuela de la testigo, públicamente relataba y contaba las maravillas de dicho Padre Ignacio, por ha­ berlo conocido y tratado. Particularmente un día, cuando dicho Padre Ignacio quiso embarcarse para ir a T ierra Santa, pasó por la calle Ancha de la presente ciudad, en donde la dicha su bisabuela tenia la casa, y decía que iba entrando el Padre Ignacio en las casas de la mencionada calle pidiendo limosna. Y sucedió que entró en la casa de la bisabuela, la cual estuvo mirando muy fijamente a dicho Padre Ignacio cuando pedía limosna. Y decía que si bien andaba vestido de saco y descalzo, en forma de penitente, cuando lo hubo mirado, le pareció ser persona bien na­ cida, conforme a la buena cara que tenía, y la piel de las manos regrdada.-!; y que viendo esto dicha bisabuela de la testigo, de pura compasión de ver así a un hombre que le parecía bien nacido, de noble sangre y buen aire, comenzó a reprenderle diciendo: «Vos debéis ser algún gran perdulario, que así andáis por el mundo: mucho me­ jor sería que volvieseis a la casa de vuestros padres, de * 2 Tim., i, 12.

PÜRÖ&RINACIOX A TIERRA SANTA

153

la cual por ventara habéis huido, y andáis así divagando por el mundo.» Y decía la dicha bisabuela que, cuando le hubo dado esta reprensión, el Padre Ignacio la recibió con mucha paciencia, y con grande humildad contestó que le daba las gracias por las advertencias que le hacía, con­ fesándole que decía muy bien, porque él era un perdido y un gran pecador. Y en habiendo oído tal respuesta y con la humildad con que la dió a dicha bisabuela, sintió ésta en su espíritu un tal movimiento de devoción a dicho Padre Ignacio, que le dió limosna y provisión de pan, vino y otras cosas que para su sustento debía llevar al bajel en que había de embarcarse. Y asimismo ella testigo :;e acuerda que, cuando a la bisabuela le hubo acaecido esta conversación, quedóle siempre muy aficionada y de­ vota, y desde aquel punto le tuvo por santo, de modo que. al contar esto se le caían las lágrimas, y siempre decía: «Creedme, hijas mías, que este hombre será santo en el cielo y en la tierra, según el buen principio que tiene» 1%.

En el mismo embarcarse palpóse la dulce provi­ dencia de Dios, de quien fiaba Ignacio todas sus cosas. He aquí cómo cuenta lo sucedido el P. Gabriel Alva­ rez, sacándolo de testigos presenciales: Había a la sazón dos embarcaciones para Italia, la una de un bergantín armado, la otra de una nave que estaba a la colla; quiso tomar nuestro B. P. la primera, porque era de menor coste, y quizá también porque era de menos gente, pero estorbólo nuestro Señor por este camino, que muestra ser suyo. Estaba el B. P. oyendo un sermón [en la iglesia de San Justo] asentado entre los niños en las gradas del altar, por más humillarse y encubrirse; pero descubriólo Dios con un milagroso resplandor que de su rostro sa lía : si le vieron muchas personas o 110, no lo sabemos, pero es cierto que a lo menos le vió una que fué Isabel Rosell, matrona noble y principal y muy co­ nocida en Barcelona y Cataluña. Esta señora estuvo oyendo el sermón, v viendo el rostro resplandeciente de 10 Procesos, fol. 390 r; Monumcnta Igmtiana , ser. 4, v. 2» p. (>80-681.

154

TRAXSFORMACIÓN KSPI RITU AL

Ignacio sintió en sí una como voz, que le decía: llámale, llámale: entonces por razón del lugar y tiempo disimula. Acabado el sermón, llegando a su casa da cuenta de esto a su marido que también era persona principal; dan orden de que le busquen y quiso Dios que presto le hallasen. Convídanle a comer y de sobremesa le piden, que pague el escote, diciéndoles algo de nuestro Señor; el huésped agradecido, y que no había menester espuela para aquella carrera, pues él buscaba ocasiones para hablar de Dios, aliora que la tiene tan buena, habla de manera, con tal eficacia y espíritu, que dejó atónitos a los oyentes y muy aficionados y devotos de su persona. Entienden cómo es­ taba para embarcarse en el bergantín que dijimos; pare­ cióles peligrosa la embarcación, y como estuviese al mismo tiempo de partida para Italia en aquella nave un obispo deudo de este caballero, persuaden a Ignacio que dejado el bergantín se embarque en la nave; vino bien Ignacio y sacó del bergantín no sé qué librillos, que ya había puesto; parte el bergantín y a vista de Barcelona se pier­ de. Así que nuestro Señor por medio de Isabel Rosell, libró a nuestro B. P. de la muerte, y ella quedó todos los días de su vida tan aficionada y devota al B. P., como se puede ver en lo que escriben el P. Ribadeneira y el Padre Juan Maífei de nuestra Compañía, y en lo que diremos después 11.

Esta confianza puesta totalmente en Dios y no en alguna criatura, quiso San Ignacio que fuese el dote u Historia de la Provincia de Aragón (manuscrito), c. 9. A', del Tr. — Esta narración del P. Álvarez parece sacada de una larga narración atribuida al P. Araoz, en la cual, entre las muchas noticias que creía habían de añadirse a la Vida del B. P. Ignacio del P. Ribadeneira, señalaba ésta (MI, ser. 4, v· J> P 733-735)· El P. Pedro Gil, en el proceso pequeño de Barcelona de 1596, que contiene sólo las declaraciones que oyó de su penitente Juan Pascual, en 1585* afirma que don Jorge de Austria, tío del emperador Carlos V, que después fué arzobispo de Valencia, acompañó a Ignacio en su viaje a Italia (MI, ser. 4, v. 2, p. 396). Pero parece poco probable que dicho personaje acompañara a Ignacio en este viaje. (Cf, MI, ser. 4, t. I, v 1, 2.· ed., p. 412-413, nota 35.)

PKRßGRfNACIÓN A TIERRA SANTA

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y herencia que dejaba a su Compañía. Así lo enseña al que pide entrar en ella, en el primer capítulo del E x a m e n , que le presenta, para que sepa cuál ha de ser su espíritu. Por todos los trabajos que realice en esta religión, misas, sermones, enseñanza y cualquier otro ministerio, sepa que no ha de recibir compensación al­ guna de otro que de Dios nuestro Señor, por cuyo servicio debe hacer puramente todas cosas 12.

Con el mismo fin le envía a peregrinar sin dinero alguno. jiorque dejando toda su esperanza, que podría tener en dineros o en otras cosas criadas, la ponga enteramente con verdadera fe y amor intenso, en su Criador y Señor 13.

§ II.

V iaje

a

I talia

y

Jerusalén

N o nos consta cierto el día en que Ignacio se em­

barcó; pero debió de ser en las proximidades de San José. Tuvieron viento tan recio en popa, dice la A u to b io­ grafía, que llegaron desde Barcelona hasta Gaeta en cinco días con sus noches, aunque con harto temor de todos por la mucha tempestad 14.

Gabriel Perpinyá entró en la nave como paje de un Comendador de la orden de San Juan de Jerusa­ lén, y da testimonio de que veía al P. Ignacio en continua oración en la nave, unas veces sobre cubierta, otras veces abajo por los rin­ cones más bajos y solitarios. Nunca vió que cenase en 12 Examen, c. 1, n. 3. 1,4 Ibid., с. 4, η. 12. u Autobiografía , n.

TR ANSFOKMACIO N KSP1|||TUAL

todo el camino, sino que comía sólo una vez al día, y la comida se la daba el dicho Comendador de San Juan, el cual, viéndole tan pobremente vestido y tan dado a la oración, le convidó por amor de Dios a su mesa durante iodo el viaje 15. De Gaeta Ignacio pasó a Roma. Por toda aquella tierra, dice, se temían de pestilencia; mas él, como desembarcó, comenzó a caminar para Roma. De aquellos que venían en la nave, se le juntaron en com­ pañía una madre, con una hija que traía en hábitos de muchacho, y un otro mozo. Éstos le seguían, porque tam­ bién mendicaban. Llegados a una casería hallaron un grande fuego, y muchos soldados a él, los cuales les die­ ron de comer, y les daban mucho vino, invitándolos de manera que parecía que tuviesen intento de escallentalles [calentarles]. Después los apartaron; poniendo la madre y la hija arriba en una cámara, y el peregrino con el mozo en un establo. Mas cuando vino la media noche, oyó que allá arriba se daban grandes gritos, y levantán­ dose para ver lo que era. halló la madre y la hija abajo en el patio muy llorosas, lamentándose que las querían forzar. A él le vino con esto un ímpetu tan grande, que empezó a gritar, diciendo: «;Esto se ha de sufrir?» y semejantes quejas; las cuales decía con tanta eficacia, que quedaron espantados todos los de casa, sin que ninguno k hiciese mal ninguno. El mozo había ya huido, y todos ti es empezaron a caminar así de noche16. Este mozo parece haber sido el Gabriel Perpinyá, quien, en este caso, habría ido con su madre y herma­ 13 Procesos de canonización, fol. 378. — N. del Tr. — El testimonio aludido, que es del proceso de Manresa, no es de Gabriel Perpinyá. sino del presbítero Francisco Puig, comisa­ rio del Santo Oficio de la Inquisición en dicha ciudad, quieti dice habérselo oído del mismo Gabriel Perpinyá, en tiempo de los procesos sacerdote del pueblo Prats de Rey, a la sazón de! mencionado viaje a Roma muchacho de quince años, pa|e del dicho Comendador. (Cf. Man. Iqnat., ser. 4, v. 2, p. 709*710.) M

Autobiografía,

n.

38.

ÍM {fcK G 8íN A aóx A Tli'RRA SANTA

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na. becimos esto, porque él, en los procesos, cuenta un caso semejante, alfadiendo que, estando él muy espan­ tado, Ignacio le animaba, díciéndole: «No temas, Ga­ briel; sepas que Dios está con nosotros y nos ayudará y defenderá en todo.» Luego dice que vino el Comen­ dador con gente armada y desenvainando la espada hizo huir a aquellos malhechoresl7. Como era tiempo de peste, las ciudades estaban acordonadas, y era difícil vivir sin pedir limosna. La Autobiografía narra el siguiente caso: Llegados a una ciudad que estaba cerca [Fondi, según parece], la hallaron cerrada; y no pudiendo entrar, pasa­ ron todos tres aquella noche en una iglesia que allí estaba, llovida. A la mañana no les quisieron abrir la ciudad, y por de fuera no hallaban limosna, aunque fueron a un castillo que parecía cerca de allí, en el cual el peregrino se halló flaco, así del trabajo de la mar, como de lo de­ más, etc. Y no pudiendo más caminar, se quedó allí; y la madre y la hija se fueron hacia Roma. Aquel día salieron de la ciudad mucha gente; y sabiendo que venia allí la señora de la tierra, se le puso delante, diciéndole que de sola flaqueza estaba enfermo: que le pedía le dejase en­ trar en la ciudad para buscar algún remedio. Ella lo con­ cedió fácilm ente18. Y empezando a mendicar por la ciu­ dad, halló muchos cuatrines, y rehaciéndose allí dos días tornó a proseguir su camino, y llegó a Roma el domingo de Ramos 19.

Este día fue el 29 de marzo de 1523. En Roma pasó Ignacio devotamente las fiestas de Semana San­ ta y Pascua de Resurrección, agenciando entretanto el viaje a Tierra Santa, que en todo caso había de comenzar en Venecia. 17 Alón. l < j n 1. c., p. 710. ia Fue tal vez la condesa Beatriz Aimiani, primera mujer

i ;s t i ; m o s

Jerusalcn un cofrecito de reliquias, que se conservó hasta la quema de aquel convento en el mes de julio de 1909. Los procesos dicen que en aquel convento fué visto Ignacio alguna vez rodeado de resplandores. En Barcelona volvió el demonio a tentarle con aque­ lla tentación insidiosa y engañosa de Manresa. Impedíale, dice, mucho una cosa, y era que, cuando comenzaba a decorar, como es necesario en los principios de gramática, le venían nuevas inteligencias de cosas espi­ rituales y nuevos gustos; y esto con tanta manera, que no podía decorar, ni por mucho que repugnase las podía echar. Y así, pensando muchas veces sobre esto, decía consi­ go : «ni cuando yo me pongo en oración y estoy en la misa 110 me vienen estas inteligencias tan v iva s» ; y así poco a poco vino a conocer que aquello era tentación. Y después de hecha oración, se fué a santa María de la Mar, junto a la casa del maestro, habiéndole rogado que le quisiese en aquella iglesia oír un poco. Y así, sentados, le declara todo lo que pasaba por su alma fielmente, y cuán poco provecho hasta entonces por aquella causa había hecho; mas que él hacía promesa al dicho maestro, diciendo: «yo os prometo de nunca faltar de oíros estos dos años, en cuanto en Barcelona hallare pan y agua con que me pueda mantener». Y como hizo esta promesa con harta eficacia, nunca más tuvo aquellas tentaciones. El dolor de estómago, que le tomó en Manresa, por causa del cual tomó zapatos, le dejó, v se halló bien del estómago desde que partió para Jerusalén. Y por esta causa, estando en Barcelona estudiando, le vino deseo de tornar a las penitencias pasadas; y así empezó [a] hacer un agujero en las suelas de los zapatos. íbalos ensanchan­ do poco a poco de modo que, cuando llegó el frío del in­ vierno, ya 110 traía sino la pieza de arrib a9.

No dice más Ignacio en la Autobiografía; pero por los testigos de los procesos sabemos que se alargó mucho más en la penitencia. Los ayunos eran conti* A u t o b i o g r a f í a , 11. 54- 55.

>74

TR AXSKORMACIÓX 1:sp 1 H i t UAL

míos y durísimos. Para ocultarse a Ufó miradas de los que podían verlo, se retiró de la mesa de la familia Pascual, y comía arriba eu el segundo piso, en el mis­ mo aposentillo en donde dormía. Así recogía lo que le daban y lo distribuía entre los pobres. «Inés Pascual, dicen los procesos, viendo la grande abstinencia, oración, ayunos y disciplinas, corregía y advertía con entrañas de piedad al dicho Padre Ig­ nacio, que no maltratara en tal manera su persona» 10. Xo sacando provecho de sus amorosas quejas, aquella señora se lo dijo a su confesor, que lo era también de Ignacio. Éi le mandó por obediencia que comiese a la me5a de la familia, tomando lo que le daban, y que se sacase el durísimo cilicio que llevaba. La razón que le dió fué para que así pudiese llevar adelante sus estudios n . Era también muv intensa su vida de celo en bien de las almas, sobre todo las de los pobres necesitados. Además de la limosna que él recogía, «recibía el pan blanco y tierno de la señora doña Guiomar Gralla y Desplá, abuela del limo. Sr. Marqués de Aitona, y de doña Isabel de Requesens y de Boxadors, abuela del limo. Sr. Conde de Zavalla, y doña Estefanía de Requesens y de Zúñiga, madre del Comendador mayor de Castilla, y de otras casas principales de la presente ciudad de Barcelona; y él lo guardaba y distribuía entre los pobres vergonzantes y más necesitados» 12. Con la caridad material se la hacía también espiritual, enseñándoles la doctrina cristiana, y dando a cada uno los consejos de vida eterna que pedía su estado par­ ticular. Los ministerios a que se lanzaba con más fervor K‘ Procesos, f‘ >l. 153. — N. del T r . — El testimonio es de hija Angela Pascual. Ct. Creíxfxi., San Ignacio de L om yola, p. 251, nota 2. n N. del Tr. — Cf. Mon. Ignat., ser. 4, v. 2, p- 639. 12 Procesos , fol. 154. — Ñ. del Tr. — Cf. Mon. Ignat*, V. C·.. p. 638.

i:s I LIDIOS

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eran los esencialmente espirituales. Dondequiera que entendiese podía salvar un alma, allá iba con libertad divina, sin que se le pusiese delante ningún respeto humano ni temor de criatura alguna. Tenemos de ello un caso muy solemne contado por Juan Pascual, quien fué testigo de toda esta trágica historia. Para entender mejor la narración, es de saber que la puerta de San Daniel caía a la parte de poniente del actual lago del Parque, y en el cruce de la calle de Marina con la carretera de Mataró estaba el convento de Los Ánge­ les viejos, llamado así en contraposición al de Los Ángeles nuevos, que era el convento que terminaba la calle de Elisabets dentro de la ciudad. Dejemos ahora la palabra a Juan Pascual. En el convento de los Ángeles viejos, como se llama hoy [1582], que está fuera del Portal Nuevo, y cerca del de San Daniel, habitaban entonces las monjas de Santo Domingo, que ahora están dentro de la ciudad..., cerca del convento de Santa Isabel y del otro del Carmen. A l­ gunas monjas poco edificantes daban que murmurar en la ciudad, por sus tratos y conversaciones, y desmedidas plá­ ticas y familiaridades con la gente seglar... Viéndolo el Padre Ignacio y apiadado de ellas por la mala fama que iban cobrando cada día, y entendiendo que aquello pasaba porque no había quien dijese a las monjas lo que se decía, las desengañase, y les predicase la verdad; después de mucha oración y lágrimas derramadas en la presencia del Señor sobre el asunto, pidiéndole fervor de espíritu para predicarles la verdad, y la luz de la divina gracia para que ellas la conociesen; determinó de hacer cada dia el sacrificio de ir a aquel convento a predicar y hacer algunas pláticas espirituales. Y así lo hizo, sin dejar este ejercicio por llu­ via, sol o calor u otro trabajo que se lo quisiese estorbar. Y filé nuestro Señor servido, por sus oraciones y plá­ ticas de iluminar a aquellas monjas de tal manera, que dando ellas de mano a todas aquellas vanidades, y cayendo en la cuenta del daño que acarreaban las pláticas ociosas y murmuraciones, despidieron a todos sus devotos, cau­ sa de la deshonra y malestar del convento. Disgustados y

TRAXSl-'OR MACIÓN KSPJ RITUAL

enojados algunos de ellos, y ciegos de pasión, sabiendo que la causa de t:il mudanza eran ías pláticas y consejos ul-í Padre Ignacio, determinaron maltratarlo y hasta ma­ tarlo, si pudiesen. Mandan, pues, a un esclavo que le aguar­ de una tarde entre el monasterio, en donde estaba» y el portal de San Daniel. Cuando él volvía a mi casa rezando, se le puso delante el esclavo, insultóle de palabra y puso en ¿1 las manos, pasando a las obras: fueron tales los gol­ pes. bofetadas y azotes con un vergajo de buey hasta no poder más, que lo dejó en tierra por muerto. El Padre Ignacio sin queja alguna, sino alabando al Señor y pi­ diéndole recibiese aquel trabajo en satisfacción de sus culpas, quedó sin poder articular palabra ni removerse. Estando así abandonado en el suelo como moribundo que suspira, acudieron a sus gemidos unos molineros, que fué Dios servido pasasen por aquel camino; viéndole ta! le montaron en una cabalgadura y lo llevaron al portal de San Daniel. De allí siguieron poco a poco, y cuando se hubo recobrado algún tanto y supieron de dónde era, le levaron a mi casa. Estaba tan maltrecho, que ini madre le lloraba ya por iiuerto. Estuvo cincuenta y tres días en cama, sin poderse nenear de modo que para rehacerle la cama, lo habían de tvantar y ladear con unas toallas; y para confortarlo lo ú»rigaban con unas sábanas empapadas dos o tres veces an vino. Aunque en esta enfermedad padeció grandes doores. sobre todo en la pierna derecha, jamás pudieron lo­ grar que dijese quién le había atropellado, y apenas dónde !e había pasado esta desgracia; sino que siempre alababa a nuestro Señor y pedía perdón por los ejecutores y los autores morales del hecho... Mi madre cuidóle y regalóle con caridad como a un hijo suyo o como a un ángel visible, pasando noches en­ teras sin acostarse, bien contra la voluntad del enfermo aunque reconociendo el respeto y amor que ella le tenía. Visitóle la flor de la nobleza de Barcelona, tanto damas como caballeros, y regaláronle lo infinito todos, en espe­ cial los señores antes mencionados, y más que todos doña Isabel de Jossa3*. A . del i r .

C f . M o n . [tas pláticas, el Figueroa se fué con su notario, llevando escrito todo. En aquel tiempo estaba Calixto en S e g o v ia 2S, y sa­ biendo de su prisión, se vino luego, aunque recién con­ valecido de una grande enfermedad, y se metió con él en la cárcel. Mas él le dijo que sería mejor irse [a] presen­ tar al vicario; el cual le hizo buen tratamiento, y le dijo que le mandaría ir a la cárcel, porque era menester que estuviese en ella hasta que viniesen aquellas mujeres, para ver si confirmaban con su dicho. Estuvo Calixto en la 27 N. del Tr. — El doctor Pedro Ciruelo fué el primer lector de la cátedra de Santo Tomás de Aquino, en la Uni­ versidad de Alcalá, puesto por su fundador Fray Ximénez de Cisneros. M N. del Ir . — El P. Polanco afirma que aquellas buenas mujeres fueron en peregrinación, mientras Ignacio había ido a Segovia a visitar a su compañero Calixto, gravemente enfefn,o. (Chronicon, I, 36.)

JÍSTUDIOS

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cárcel algunos días; mas viendo el peregrino que le hacía nial a la salud corporal por estar aún 110 del todo sano, le hizo sacar por medio de un doctor, amigo mucho suyo. Desde el día que entró en la cárcel el peregrino, hasta que le sacaron, se pasaron 42 días; al fin de los cu alo , siendo ya venidas las dos devotas, fue el notario a la cárcel a leerle la sentencia [1 de junio de 1527], que fuese libre, y que se vistiesen como los otros estudiantes, y que no ha­ blasen de cosas de la fe dentro de 4 años que hubiesen más estudiado, pues que no sabían letras. Porque, a la ver­ dad, el peregrino era el que sabía más; y ellas eran con poco fundamento; y ésta era la primera cosa que él solía decir cuando le examinaban. Con esta sentencia estuvo un poco dudoso lo que ha­ ría, porque parece que le tapaban la puerta para apro­ vechar a las ánimas, no le dando causa ninguna, sino porque no había estudiado. Y en fin él se determinó de ir al Arzobispo de Toledo, Fonseca, y poner la cosa en sus manos. Partióse de Alcalá 29. y halló al arzobispo en Valladolid; v contándole la cosa que pasaba fielmente, le dijo que, aunque 110 estaba ya en su jurisdicción, ni era obligado a guardar la sentencia, todavía haría en ello lo que ordenase (hablándole de vos, como solía a todos). El arzobispo le recibió muy bien, y [entendiendo que deseaba pasar a Salamanca, dijo] que también en Salamanca tenía amigos y un colegio, todo le ofreciendo: v le mandó luego, en se saliendo, cuatro escudos 30. 29 N . del T r . — Fué hacia el 21 de junio. Cf. M I. ser. 4. 2.a ed., t. I, v. 1, p. 440, nota 8. 80 Autobiografía, n. 57-63. — N. del Tr. — Alfonso de Fonseca y Acebedo, arzobispo de Toledo, había ido a Valla­ dolid a administrar el bautismo al príncipe Felipe II, recién nacido. — El colegio de Salamanca de que habla era el de Santiago, o «del arzobispo», fundado por Fonseca para estu­ diantes pobres.

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§ III. S a l a m a n c a (julio-septiembre de 1527) 1 Ignacio llegó a Salamanca entre julio y agosto de 1527. Llegado a Salamanca, dice la Autobiografía, estando haciendo oración en una iglesia, le conoció una devota, que era de la compañía, porque los 4 compañeros ya ha­ cía días que allí estaban, y le preguntó por su nombre, y asi le llevó a la posada de los compañeros. Cuando en Alcalá dieron sentencia que se vistiesen como estudiantes, dijo el peregrino: «Cuando nos mandastes teñir las ves­ tes, lo habernos hecho; mas agora esto no lo podemos ha­ cer, porque no tenemos con qué comprarlas.» Y así el mismo vicario les ha proveído de vestiduras y bonetes, y todo lo demás de estudiantes; y de esta manera vesti­ dos, habían partido de Alcalá. Confesábase en Salamanca con un fraile de Santo D o­ mingo en sant Esteban; y hubiendo 10 ó 12 días que era allegado, le dijo un día el confesor: «Los Padres de la casa os querían hablar»; y él d ijo: «En nombre de Dios.» «Pues, dijo el confesor, será bueno que os vengáis acá a comer el domingo; mas de una cosa os aviso, que ellos querrán saber de vos muchas cosas.» Y así el domingo vino con Calixto; y después de comer, el soprior [Fr. N i­ colás de Santo Tom ás2] en ausencia del prior, con el con1 Ar. del Tr. — El autor dice «agosto-diciembre», y hemos puesto más exactamente en el epígrafe «julio-septiembre», pues estaba en contradicción con su frase del final de esta na­ rración: «la estancia de Ignacio en Salamanca duró unos dos meses»; y con lo que sigue en el párrafo siguiente, en el cual afirma que el santo se detuvo tres meses en Barcelona. Pues el mismo Ignacio asegura que llegó a París el 2 de febrero. 2 N. del Tr. — El P. Casanovas, con otros autores, si­ guiendo al P. Astrain, dice que el suprior era Fr. Pedro de Soto. Los PP. Dominicos posteriormente han probado que el año 1527 Soto no estaba en Salamanca, y que el suprior en-

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fcsor, y creo yo que con otro fraile, se fueron con ellos en umi capilla.

Más adelante cuenta .San Ignacio cómo «Calixto... traía un sayo corto y un grande sombrero en la ca­ beza, y un bordón en la mano, y unos botines casi hasta media pierna; y por ser muy grande parecía más deforme». El fraile preguntó por qué iba así ves­ tido. «El peregrino le contó cómo habían sido presos en Alcalá, y les habían mandado vestir de estudian­ tes; y aquel su compañero, por las grandes calores, había dado su loba a un pobre clérigo. Aquí dijo el fraile como entre dientes, dando señas que no le pla­ cía: «Chantas incipit a se ipsa» (sic). La caridad co­ mienza por sí mismo.» Volvamos al interrogatorio del suprior, tal como lo cuenta Ignacio en la Autobiografía. El soprior, con buena afabilidad, empezó a decir cuán buenas nuevas tenían de su vida y costumbres, que an­ daban predicando a la [a]postólica; y que holgarían de saber de estas cosas más particularmente. Y así comenzó a preguntar qué es lo que habían estudiado. Y el pere­ grino respondió: «Entre todos nosotros el que más ha estudiado soy yo», y le dió claramente cuenta de lo poco que había estudiado, y con cuán poco fundamento. «Pues, luego, ¿qué es lo que predicáis?» «Nosotros, dice el pe­ regrino, no predicamos sino con algunos familiarmente hablamos cosas de Dios, como después de comer con al­ gunas personas que nos llaman.» Mas, dice el fraile «¿de qué cosas de Dios habláis? que eso es lo que queríamos saber». «Hablamos, dice el peregrino, cuándo de una vir­ tud, cuándo de otra, y esto alabando; cuándo de un vicio, cuándo de otro, y reprendiendo.» «Vosotros no sois letra­ dos, dice el fraile, y habláis de virtudes y de vicios: y de tonces, en el convento de San Esteban, era Fr. Nicolás de Santo Tomás. Por tanto éste debió ser el examinador de San Ignacio. (Cf. «Archivum historicum Societatis Iesu». 4 (1935), ni-114.)

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esto ninguno puede hablar sino en una de dos muñeras:

n por letras, o por el Espíritu Santo. No por letras; ergo por Espíritu Santo.» * * Y esto que es del ¡Espíritu Santo, es lo que queríamos saber** :l. Aquí estuvo el peregrino un {loco sobre si, no le pareciendo bien aquella manera de argumentar; y después de haber callado un poco, dijo que no era menester hablar más destas materias. Instando el fraile: «Pues agora, que hay tantos errores de Erasmo 4 y de tantos otros, que han engañado al mundo, ¿110 que­ réis declarar ¡o que decís?» El peregrino dijo: «Padre, yo no diré más de lo que he dicho, si no fuese delante de mis superiores, que me pueden obligar a ello...» Xo pudiendo el soprior sacar otra palabra del peregri­ no sino aquélla, dice: «Pues quedaos aquí, que bien ha­ remos con que lo digáis todo.» Y asi se van todos los frailes con alguna priesa. Preguntando primero el pere­ grino si querrían que quedasen en aquella capilla, o adonde querrían que quedase, respondió el soprior, que quedasen en la capilla. Luego los frailes hicieron cerrar todas las puertas, y negociaron, según parece, con los jueces. T o ­ davía los dos estuvieron en el monasterio 3 días, sin que nada se les hablase de parte de la justicia, comiendo en el refitorio con los frailes. Y casi siempre estaba llena su cámara de frailes, que venían a verles; y el peregrino siempre hablaba de lo que solía; de modo que entre ellos había ya como división, habiendo muchos que se mostra­ ban afectados. Al cabo de los 3 días vino un notario y llevóles a la cárcel. Y no los pusieron con los malhechores en bajo, mas en un aposento alto, adonde, por ser cosa vieja y deshabitada, había mucha suciedad. Y pusiéronlos entram­ bos en una misma cadena, cada uno por su pie; y la ca3 N. del Tr. — Ponemos entre doble estrellita estas pala­ bras, para indicar que son nota marginal en el manuscrito de la Autobiografía. * N. del Tr . — Desiderio Erasmo de Rotterdam. Precisa­ mente, en el verano de 1527, se tuvo en Valladolid una reunión de teólogos, convocada por el supremo inquisidor, para exa­ minar las doctrinas de Erasmo. Los Padres Dominicos y los Franciscanos eran sus principales adversarios. Nada se definió contra él en esta reunión.

i:sr tií>ios cieña estaba apegada a un poste que estaba en niedio.de la casa, y sería láfga de 10 ó 13 palmos; y cada vez que uno quería hacer alguna cosa, era menester que el otro le acompañase. Y toda aquella noche estuvieron en vigilia. A l otro día, como se supo en la ciudad de su prisión, les mandaron a la cárcel en que durmiesen, y todo lo nece­ sario abundantemente; y siempre venían muchos a visi­ tarles, y el peregrino continuaba sus ejercicios de hablar de Dios, etc. El bachiller F ría s 5 les vino a examinar a cada uno por sí, y el peregrino le dió todos sus papeles, que eran los E jercicio s, para que los examinasen. Y preguntándo­ los si tenían compañeros, dijeron que sí, y adonde esta­ ban, y luego fueron allí por mandado del bachiller, y tra­ jeron a la cárcel [a] Cáceres y Artiaga, y dejaron a Juanieo, el cual después se hizo fraile. Mas no los pusieron arriba con los dos, sino abajo, adonde estaban los presos comunes. Aquí también menos quiso tomar abogado ni procurador. Y algunos días después fué llamado delante de cuatro jueces, los tres doctores, Sanctisidoro, Paravinhas y Frías, y el cuarto el bachiller Frías, que ya todos habían visto los E jercicio s. Y aquí le preguntaron muchas cosas, no sólo de los E je rc ic io s, mas de teología, verbi gratia, de la Trinidad y del Sacramento, cómo entendía estos artícu­ los. Y él hizo su prefación primero. Y todavía, mandado por los jueces, dijo de tal manera, que no tuvieron qué reprendelle. El bachiller Frías, que en estas cosas se había mostrado siempre más que los oíros, le preguntó también un caso de cánones; y a todo fué obligado a responder, diciendo siempre primero que él no sabía lo que decían los doctores sobre aquellas cosas. Después ]e mandaron que declarase el primer mandamiento de la manera que solía declarar. Él se puso a hacerlo, y detúvose tanto y dijo tantas cosas sobre el primer mandamiento, que no tuvie­ ron gana de demandarle más. Antes desto, cuando habla­ ban de los Ejercicios, insistieron mucho en un solo punto, B N. del Tr. — Martín Frías era el vicario de D. Francisco Bobadilla, obispa de Salamanca, y cotno decían entonces visita­ dor de toda la diócesis.

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que estaba en ellos al principio; de cuándo un pensamien­ to es pecado venial, y de cuándo es mortal ['*"-37]. Y la cosa era, porque sin [ser] él letrado, determinaba aque­ llo. Él respondía: «si esto es verdad o no, allá lo determi­ nad; y si no €0 verdad condenadlo»; y al fin ellos, sin con­ denar nada, se partieton. Entre muchos que venían a hablalle a la cárcel, vino una vez D. Francisco de Mendoza, que agora se dice car­ denal de Burgos6, y vino con el bachiller Frías. Pregun­ tándole familiarmente cómo se hallaba en la prisión y si le pesaba de estar preso, le respondió: «Yo responderé lo jue respondí hoy a una señora, que decía palabras de com­ pasión por verme preso.» Y o le d ije: «En esto mostráis jue no deseáis de estar presa por amor de Dios. ¿ Pues tanto mal os parece que es fa prisión? Pues yo os digo :|ue 110 hay tantos grillos ni cadenas en Salamanca, que yo no deseo más por amor de Dios.» Acaeció en este tiempo que los presos de la cárcel huyeron todos, y los dos compañeros, que estaban con ellos, 110 huyeron. Y cuando en la mañana fueron hallados con las puertas abiertas, y ellos solos sin ninguno, dió esto mucha edificación a todos, y hizo mucho rumor por la ciudad; y así luego les dieron todo un palacio, que estaba allí junto, por prisión. Y a los 22 dias que estaban presos les llamaron a oír la sentencia, la cual era que no se hallaba ningún error ni en vida, ni en doctrina: y que así podrían hacer como antes hacían, enseñando la doctrina y hablando de cosas de Dios, con tanto que nunca definiesen: esto es pecado mortal, o esto es pecado venial, si no fuese pasados cua­ tro años, que hubiesen más estudiado. Leída esta senten­ cia, los jueces mostraron mucho amor, como que querían que fuese aceptada. El peregrino dijo que él haría todo lo que la sentencia mandaba, mas que no la aceptaría; pues, sin condenalle en ninguna cosa, le cerraban la boca * N. del Tr. — Francisco Mendoza y de Bobadilla fué obispo de Burgos desde 1550 a 1566, y se llamaba entonces cardenal de Burgos. Antes, desde 1545 a 1550, era conocido por el cardenal de Coria, elevado a la púrpura cardenalicia por Paulo IIÍ, el 19 de diciembre de 15.44. Cf. Eurej.. líic varrhifi

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KSTUPIOS

para que no ayudase [aj los prójimos en lo que pudiese. Y por mucho qt|$ instó el doctor Frías, que se demos­ traba muy afcctai&Oj el peregrino no dijo más, sino que, en cuanto estuviese en la jurisdicción de Salamanca, ha­ ría lo que se le mandaba. Luego fueron sacados de la cár­ cel, y él empezó a encomendar a Dios y a pensar lo que debía de hacer. Y hallaba dificultad grande de estar en Salamanca; porque para aprovechar las ánimas le parecía tener cerrada la puerta con esta prohibición de no definir de pecado mortal y de venial. Y así se determinó de ir a París a estudiar... Pues como a este tiempo de la prisión de Salamanca a él no le faltasen los mismos deseos que tenía de apro­ vechar a las ánimas, y para el efecto estudiar primero y v juntar algunos del mismo propósito, y conservar los que tenía; determinado de ir para París, concertóse con ellos que ellos esperasen por allí, y que él iría para poder ver sí podría hallar modo para que ellos pudiesen estudiar. Muchas personas principales le hicieron grandes ins­ tancias que 110 se fuese, mas nunca lo pudieron acabar con él; antes 15 ó 20 días después de haber salido de la prisión, se partió solo, llevando algunos libros en un as­ nillo 7

La estancia de Ignacio en Salamanca duró unos dos meses. § IV. P a r í s (Febrero de 1528-abril de 1535) Nos ha dicho Ignacio que iba a buscar manera de que él y sus compañeros pudiesen estudiar en París. Esta universidad tenía a la sazón diez o doce mil es­ tudiantes. Mucho sería que ellos no se pudiesen aco­ modar en ella; pero esto no le dispensaba de buscar los medios. El punto donde pensaba ir a buscar estos medios era Barcelona, como quien dice en su casa, que como a tal miraba nuestra ciudad. Vino efectivamen. hitohiogra jía , n. 64-72.

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te v estuvo aquí unos tres meses. Los amigos ele Bar­ celona recibiéronle con un amor inexplicable, y de to­ dos modos querían retenerlo consigo. Llegado a Barcelona, dice él, todos los que le conocían le disuadieron la pasada a Francia por las grandes güe­ ñas que había, contándole ejemplos muy particulares, hasta cleciile que en asadores metían los españoles; mas nunca tuvo ningún modo de temor 8. Brevísimamente cuenta Juan Pascual el amor con que le despidió la buena gente barcelonesa, bien pro­ visto de cuanto él deseaba. «Despidióse, dice, de mi madre, de mi casa, de mí, y de toda Barcelona, con muchas lágrimas suyas y de todos. Proveyóle mi ma­ dre para el viaje lo mejor que pudo, y lo mismo hi­ cieron aquellas señoras devotas suyas... En cuatro o casi cinco años que el Padre Ignacio estudió en París, le enviaba mi madre cambios de cien ducados anuales para que los gastase en libros o en lo que gustase.» Fué aquélla realmente la despedida definitiva en esta vida. Dice Juan Pascual que Ignacio escribía desde París: «Oue en la tierra ya no volveríamos a verle; pero confiaba que le veríamos en el cielo» 9. 8 Autobiografía, n. 72.— N . del Tr. — El autor ha dicho antes que la Universidad de París tenía a la sazón unos 10.000 o quizá 12.000 alumnos. El P. F o u q u e r a y , S. I., cree que llega­ ban a 12.000 ó bien 15.000 (Hist. de la Compagnie de Jésus en I'ranee, t. I. p. 8, París. 1910). En cambio M. R a s h d a l l ase­ gura que en las épocas más florecientes sólo llegó a tener esta Universidad de 7.000 a 8.000 escolares ( Universities in Europe in the Middle Age, t. 2, p. 580, Oxford, 1895). El Padre A. B r o u , S. I., opina que con frecuencia se ha incluido entre los alumnos a los empleados de la Universidad bajo su juris­ dicción (Saint Franqois Xavier, t. 1, p. 21, nota 5, París 1922). Mon. Ignat., ser. 4, v. 2, p. 93. Inés Pascual murió en Barcelona el 9 de abril de 1548. Asistióla en su última hora el P. Araoz, que se hallaba entonces en Barcelona, con gran consuelo de todos. San Ignacio tuvo en Roma revelación cié ello. Escribe su hijo Juan Pascual: «Cuando murió mi madre

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Según la Autobiografía, se partió para París solo y a pie, y llegó a París por el mes de febrero, poco más o menos.

En carta a Inés Pascual del 3 de marzo de 1528, lo precisa más: C011 próspero tiempo y con entera salud de mi perso­ na, por gracia y bondad de Dios N. S., llegué en esta ciudad de París a dos días de febrero 10.

¿Qué fin perseguía Ignacio al dirigirse a París? Estudiar bien y con libertad. Hasta ahora ni él había acertado, con las prisas que llevaba, ni los otros le ha­ bían aconsejado bien en la forma de ordenar los es­ tudios. Era preciso volver a comenzar de nuevo, y él era hombre para empezar mil veces, cuando estaba seguro del fin: no le dolían ni el tiempo antes em­ pleado, ni la nueva labor que emprendía. La univer­ sidad de París era un centro incomparable de cultura universal, en donde podría ordenar sus estudios, y ponerse en comunicación con letrados de todo el mun­ do. El P. Laínez añade otra razón de haber escogido París, en las siguientes palabras llenas de buen sentido práctico: «Acabada esta sentencia en Salamanca, de ella tomó ocasión de irse a estudiar a París, donde, por no saber la lengua ni tener así el modo de prac­ ticar, podía ser menos impedido, y más ayudado de la comunidad de los estudios» n . aquí en Barcelona, estaba él en Roma fundando su religión. Ayudáronla a bien morir algunos compañeros de él y de su Compañía, y después de muerta ella, le avisaron a él de su muerte. Contestó consolándolos a ellos y a mi, diciendo que ya lo sabía desde tal día, en tal hora y punto, que estando en oración la vió en camino de salvación. El punto y hora que él escribió era el mismo en que ella había expirado.» (Ibíd., p. 95-96.) 10 Mon. Igual., ser. 1, v. 1, p. 74. Ibíd., ser. 4, 2.· ed., t. 1, v. 1, n. 27, p. 98. 13. - S an I g n a c i o d e L o y o l a

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Llegado a París, lo que mas urgía era solucionar ia vida material y buscar manera de rehacer sus estu­ dios de humanidades. Iría al colegio de Monteagudo, no como pensionista, sino como externo o martinet, como decían allí, y residiría en una casa particular. El primer golpe, en este terreno, fue durísimo. Dice así la Autobiografía: Púsose en una casa con algunos españoles... Por una cédula de Barcelona le dio un mercader, luego que llegó a París, veinte y cinco escudos, y éstos dió a guardar a uno de los españoles de aquella posada, el cual en poco tiempo lo gastó, y no tenía con qué pagalle. Así que, pa­ sada la cuaresma, ya el peregrino no tenía nada dellos, asi por haber él gastado, como por la causa arriba dicha; y fue constreñido a mendicar, y aun a dejar la casa en que estaba. Y fué recogido en el hospital de San Jaques 12 ultra [raás alia de la iglesia] de los Inocentes. Tenía grande incomodidad para el estudio, porque el hospital estaba del colesio de Monteagudo un buen trecho, y era menester, para hallar la puerta abierta, venir al toque del Avem aria, y salir de día; y así no podía tan bien atender a sus lec­ ciones 13. Era también otro impedimento el pedir limosna para se mantener... Pasando algún tiempo en esta vida del hospital y de mendicar, y viendo que aprovechaba poco en las letras, empezó a pensar qué haría; y viendo que había algunos, que servían en los colegios a algunos regentes y tenían tiempo de estudiar, se determinó de buscar un amo. Y hacía esta consideración consigo y propósito, en el cual hallaba consolación, imaginando que el maestro se­ ría Cristo, y a uno de los escolares pondría nombre S. P e­ dro. y a otro S. Juan, y así a cada uno de los apóstoles; 13 N. del Tr. — O sea de Santiago de los Españoles, a

donde éstos se acogían. Había sido levantado el siglo xiv para los peregrinos que iban a Santiago de Compostela. 13 · del Tr. — En el Colegio de Monteagudo comenzaban las lecciones a las cuatro de la mañana y terminaba la labor del día a las siete y media de la tarde con una repetición. Cf. Dudon, Saint Ignacr, p. 178 y 633.

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y cuando me mandare el maestro, pensaré que me manda Cristo; y cuando me mandare otro, pensaré que me man­ da S. Pedro. Puso hartas diligencias para hallar amo; habló por una parte al bachiller Castro, y a un fraile de los Car­ tujos, que conocía muchos maestros, y a otros, y nunca fué posible que le hallasen un amo. Y al fin, no hallando remedio, un fraile español le dijo un día que sería mejor irse cada año a Flandes, y per­ der dos meses, y aun menos, para traer con qué pudiese estudiar todo el año; y este medio, después de encomen­ darle a Dios, le pareció bueno. Y usando deste consejo, traía cada año de Flandes con que en alguna manera pa­ saba; y una vez pasó también a Inglaterra, y trujo más limosna de la que solía los otros años 14.

En Flandes se encontró con un compatricio, Juan de Madera, quien parece le ponía escrúpulos sobre el pedir limosna, porque avergonzaba a los de su familia y deshonraba a su linaje. Ignacio presentó por escrito este caso a algunos doctores de la. Sorbona, y todos le dieron la razón. La familia Aguilera le hospedaba amablemente en su casa. Un día le convidó Luis V i­ ves, y al oír de él unas palabras que le parecieron una crítica de la tradición eclesiástica sobre el ayuno y la abstinencia, le impugnó sin ningún respeto humano, y entró en una suave conversación espiritual, que dejó admirado al gran humanista y a sus comensales 15. Añade el P. Ribadeneira que, pasados los tres años de ir a Flandes, que fueron los de 1528, 1529 y 15301C, los mismos mercaderes de allí le enviaban ya cada año la limosna, sin necesidad de hacer él su viaje. Pero lo que nunca le faltó fué el amor y caridad de aquellas 14 Autobiografía, 11. 73-76. '' N. del Tr . — Cf. Polanco, Chronkon, v. 1, p. 43, Acta Sancionan iitlii, v. 7, 11. 153- 155· 10 N. del Tr . — Corregimos el original en el que se dice

que fueron los años 1529, 1530 y 1531. Cf. Poncelet, S. 1., Uisioirc de la Compagnie de Jesús dans les anciens Pays-Bas,

v. 1, p. 34-35. Bruselas, 1927. M I, ser. 4, 2.» ed., t. I, v. 1. pági­ nas 31 +, 32*.

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buenas almas de Barcelona. Inés Pascual, Isabel Ro­ sen Isabel de Josa, Guiomar de Gralla, Aldonza de Cardona y otras personas, le mandaban con frecuen­ cia limosnas a las cuales Ignacio correspondía según aquella su característica gratitud, con oraciones y car­ tas llenas de buena voluntad y de consejos espiritua­ les. Casi todo el epistolario que nos queda de San Ignacio antes de la fundación de la Compañía va di­ rigido a los amigos de 'Barcelona, y lo que poseemos hace que echemos más de menos la mayoría de las car­ ras perdidas 1T. Demos ahora un resumen de sus estudios en la Universidad de París. Nos dice Ignacio que iba a estudiar humanidad a Monteagudo. Y la causa íué, porque, como le habían hecho pasar adelante en los estudios con tanta priesa, hallábase muy falto de funda­ mentos; y estudiaba con los niños, pasando por la orden y manera de París 1S.

Aquí tenemos, pues, a Ignacio, a los 37 años de edad, hecho por tercera vez un niño en las escuelas. Año y medio empleó en ello: desde febrero de 1528 hasta el verano de 1529. El día primero de octubre de 1529 comenzó el curso de Filosofía en el colegio de Santa Bárbara, y lo prosiguió durante tres años, hasta que el 13 de marzo de 1533 se licenció en Artes, y el año siguiente, después de Pascua [5 de abril], tomó el título de Maes­ tro, pasando por el examen que llamaban de la piedra, que era muy riguroso. Era como ritual en este caso la frase: «tomar la piedra», y parece que era una fiesta escolar con ocasión del grado. Primero Ignacio tuvo cierto escrúpulo en hacerlo, porque aquello costaba un escudo, y él era pobre. 17 Monumento, Ignatiana, ser. i, v. 1. Autobiografía, n. 73.

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El peregrino, dice él mismo, comenzó a dudar si sería bueno que la tomase. Y hallándose muy dudoso y sin reso­ lución, determinó poner la cosa en manos de su maestro, el cual aconsejándole que la tomase, la tomó. Sin embargo, no faltaron murmuradores; al menos un español, que lo notó 19. Inés Pascual hizo en esta ocasión, como siempre, oficio de buena madre, pues a ella acudió Ignacio para pagar las expensas del grado de maestro 20. Solía ella enviarle 100 escudos al año. Notan los historiadores la coincidencia de Ignacio y de Calvino en los mismos colegios de Monteagudo y Santa Bárbara, casi al mismo tiempo, si bien nues­ tro Santo avanzaba en edad al heresiarca en casi veinte años. Dato impresionante que no puede uno in­ terpretar sino acudiendo a las misteriosas combinacio­ nes de la divina Providencia. Concluida la Filosofía, comenzó la. Teología en oc­ tubre de 1533, en el convento de los Dominicos de la calle de San Jaime; pero sólo pudo estudiar de ella dos cursos incompletos, por sit mala salud. Un año más tarde, en Bolonia, quiso continuar este estudio, en el cual trabajó también algo en Venecia, mientras aguardaba a sus compañeros. «Pero estos estudios ais­ lados, dice el P. Astrain 21, debieron de ser bien poca cosa.» La carrera de Ignacio pudo darse por conclui­ da cuando de París salió para Guipúzcoa. Estudió, pues, once años seguidos, de marzo de 1524 hasta abril de 1535. ¿Cuánto aprendió con todo este trabajo? El P. Laínez nos da la justa medida de ello en estas pa­ labras : Cuanto al estudio, aunque tuvo por aventura más im­ pedimentos que ninguno de su tiempo y aun más adelante Autobiografía, 11. 84. Monumento lynatiana, ser. 1. v. i. p. 90. Vida breve de San ígnacio de Loyola, c. 5. p. 49.

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que de su tiempo, tuvo tanta diligencia o más, cetcris panbtts, que sus contemporáneos, y aprovechó mediana­ mente en las letras, según que, respondiendo públicamen­ te y en el tiempo de su curso platicando con sus condis­ cípulos, monstró 22.

Pasemos ahora a narrar la vida de su espíritu, mientras estudiaba en París, y los espirituales ministe­ rios que practicó. Durante los años de la Filosofía volvió a repetirse en él la tentación de Manresa y Barcelona. Comenzando, dice, a oír las lecciones del curso, le empezaron a venir las mismas tentaciones, que le habían venido cuando en Barcelona estudiaba gramática, y cada :ez que oía la lección no podía estar atento con las mu­ chas cosas espirituales que le ocurrían. Y viendo que de aquel modo sacaba poco provecho en las letras, fuése a su maestro y dióle promesa de no faltar nunca en oír todo el curso, mientras pudiese encontrar pan y agua para poder sustentarse. Y hecha esta promesa, todas aquellas devociones, que ie venían fuera de tiempo, le dejaron, y fué con sus estudios adelante quietamente 23.

Otra tentación venció, que demuestra bien el ca­ rácter de San Ignacio en dominarse a sí mismo. Es­ tando un día conversando con el doctor Frago, vino, dice, un fraile a hablar al doctor Frago, que le quisiese buscar una casa, porque en aquella en que él tenía 1ú habitación, habían muerto muchos, algunos pensaban

22 Mon. lynat., ser. 4. 2.a ed., t. I, v. 1, n. 28, p. 100.— N. del Tr. — Como advierten los comentadores en la nota 12, al decir Laínez que Ignacio «aprovechó medianamente en las letras», no ha de entenderse la frase en sentido depreciativo, sino en el que significa luego cuando, al hablar de los restantes compañeros, dice: «en las cuales hicimos mediano provecho». Además con el nombre de «letras» se comprenden no sólo las humanidades y la retórica, sino también la filosofía y la teología. 'Si Autobiografía, n. 82.

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que de peste, porque entonces comenzaba la peste en París. El doctor Frago con el peregrino quisieron ir a ver la casa, y llevaron a una mujer que era muy entendida en ello, la cual, entrada dentro, afirmó ser peste. El peregrino quiso también entrar; v encontrando a un enfermo, lo consoló, tocándole con la mano la llaga; y después que lo hubo consolado y animado un poco se fué solo; y la mano le comenzó a doler, que le pareció tener la peste; y esta imaginación era tan vehemente, que no la podía vencer, hasta que con grande ímpetu se puso la mano en la boca, revolviéndola mucho dentro, y diciendo: «Si tú tienes la peste en la mano, la tendrás también en la boca»; y cuando hubo hecho esto, se le quitó la imaginación y el dolor de la mano. Pero cuando volvió al colegio de Santa Bárbara, don­ de entonces tenía la estancia y oía el curso, los del cole­ gio que sabían que había entrado en la casa apestada, huían de él y no quisieron dejarle entrar; y así se vió obligado a estar algunos días fu e ra 24.

Venció aquí Ignacio la sensibilidad física; veamos ahora cómo dominaba su espíritu. Oigámosle: El español, en cuya compañía había estado al princi­ pio, y le había gastado los dineros, sin se los pagar se partió para España por vía Ruán; y estando esperando pasaje en Ruán, cayó malo. Y estando así enfermo, lo supo el peregrino por una carta suya, y viniéronle deseos de irle a visitar y ayudar; pensando también que en aque­ lla conjunción le podría ganar para que, dejado el mundo, se entregase del todo al servicio de Dios. Y para poder conseguir esto, le venía deseo de andar aquellas 28 leguas que hay de París a Ruán, a pie, descalzo, sin comer ni beber; y haciendo sobre esto oración, se sentía muy te­ meroso. A l fin se fué a Santo Domingo, y allí se resolvió a andar al modo sobredicho, y habiendo ya pasado aquel grande temor que tenía de tentar a Dios. Al día siguiente, la mañana que había de partir, se le­ vantó al amanecer; y comenzándose a vestir, le vino tanto . Iitfobiofjrufia,

n. 83-84.

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temor, que casi Je parecía no poder vestirse. Todavía con aquella repugnancia salió de casa y hasta de la ciudad antes te día, Ignacio y sus seis compañeros se dirigieron silenciosamente a la ca­ pilla de San Dionisio, sita en la colina de Montmartre. Estaban los siete enteramente solos. El Beato Pe-

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dro Fabro, que#» había ordenado de sacerdote un rnes antes 38, dijo lannisa. Al llegar a la comunión, volvió­ se a sus compañeros, teniendo en las manos al Santí­ simo Sacramento, Arrodillados los seis en torno del altar, fueron pronunciando uno en pos de otro en voz alta su voto y recibiendo la sagrada comunión. Por último, el celebrante, volviéndose al altar, emitió en voz alta su voto, como todos los demás. Terminada la misa y dadas a Dios gracias, bajaron al pie de la co­ lina y en torno de una fuentecilla tomaron una refec­ ción harto frugal, pues se redujo a pan y agua. Allí pasaron lo restante del día, en conversación animadí­ sima, como dice el Padre Simón Rodríguez, desaho­ gando cada cual los afectos encendidos que el Espíritu Santo le inspiraba. »Este voto lo renovaron los dos años siguientes el mismo día, en el mismo sitio y con las mismas cir­ cunstancias; pero a estas renovaciones no pudo asistir Ignacio, porque, como veremos, hubo de venir a Es­ paña. En cambio, acrecentóse la alegría de todos con la agregación de otros tres compañeros, que, por lo menos, ya estaban reunidos en la renovación de 1536. Llamábase el primero Claudio Jayo y era de Saboya, el segundo Pascasio Broet, francés, nacido en Bretancourt, cerca de Amiens, y el tercero Juan Coduri, provenzal, nacido en Sevne, actual departamento de Bases-Alpes. Con estos tres fueron nueve los compa­ ñeros de Ignacio que le ayudaron a fundar la Com­ pañía de Jesús» 39. Será cosa dulce oír de labios del mismo San Igna­ cio la síntesis de los propósitos hechos en París con sus compañeros. Habían, dice, deliberado todos sobre lo que habían de hacer, esto es: ir a Venecia y a Jerusalén y gastar su 88 N . del Tr. — Se había ordenado de sacerdote el 30 de mayo. (M I, ser. 4, 2.* ed., t. I, v. 1, p. 36, nota 19.) 3W Vida breve de San Ignacio de Loyola, c. 6, p. 50-60,

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t r a n sfo r m a c ió n

Es p i r i t u a l

vida en utilidad de las almas; y si no fe* fuese concedida licencia de permanecer en Jerusalén, volverse a Roma y presentarse al Vicario de Cristo, para que los emplease donde juzgase ser más a gloria de Dios y utilidad de las almas. Habían todavía propuesto esperar un año embar­ cación en V-enecia; v no habiendo aquel año embarcación para Levante, quedasen libres del voto de Jerusalén, y tuesen al Papa, etc. 40.

La reunión de Montmartre con sus votos no es to­ davía formalmente el nacimiento de la Compañía de Jesús, pero constituye ciertamente una de las efusio­ nes del Espíritu Santo con que fué preparado y en cierta manera prefigurado. Detengámonos, pues, un mo­ mento a reflexionar sobre ello. Lo primero que Ignacio comunica a todos sus com­ pañeros es el deseo de ir a Jerusalén y entregarse a la vida apostólica, acercándose lo más posible a imitar la de Jesucristo. De uno de los primeros que no per­ severaron, Pedro de Peralta, nos dice el mismo Santo que «se partió para Jerusalén a pie y peregrinando». Los de París, tanto los reunidos directamente por Ig­ nacio como los que se les añadieron estando él en España, todos se obligaron con el voto de ir a Tierra Santa, a pesar de que quizá no todos veían igualmente la conveniencia de quedarse allí predicando. Efectivamente, los testimonios de testigos presen­ ciales que nos quedan del voto de Montmartre dan al­ guna variación en la forma de este voto, que nadie reproduce literalmente, sino de concepto. Laínez dice, como San Ignacio, que el propósito era de quedarse para siempre en Tierra Santa, si les era permitido. Javier tenía el mismo propósito. Fabro y Rodríguez parecen insinuar que sólo pensaban permanecer allí temporalmente; Rodríguez añade que dicho punto fué tratado antes del voto, y hubo diferentes pareceres. *r‘ Au t o bi og r af í a, n 85,

ESTUDIOS

215

De estos testimjpios comparados y de otras expresio­ nes usadas en diversos documentos por el P. Polanco, diligentísimo secretario de San Ignacio, deduce el Pa­ dre Pedro Leturía las siguientes conclusiones, que pue­ den dar la fórmula aproximada del voto de Montmar­ tre: «Aunque indinados a quedarse [en Tierra Santa], no votaron en Montmartre ni permanecer ni tornarse; votaron más bien ir a Jerusalén y someter allí sobre el terreno a nueva oración y discusión la disyuntiva, confiando que se manifestaría claramente el divino beneplácito, oscuro todavía en 1554.» Fabro, que es quien presentó al Papa un documento pidiendo licencia para emprender la peregrinación, dice en él que pien­ san quedarse allí algún tiempo y poder volver cuando les parezca 41. El mal estado de la salud de Ignacio determinó su salida de París antes de hora. Al principio de su es­ tancia en París se sentía bien. Y a había, dice él, casi cinco años que no le tomaba dolor de estómago, y así él empezó a darse a mayores pe­ nitencias y abstinencias 42.

Pero en los últimos tiempos dice también que acae­ cía todo lo contrario. En París se encontraba ya en este tiempo muy mal del estómago, de modo que cada 15 días tenia un dolor de es­ tómago que le duraba una hora larga y le hacia venir fiebre; y una vez le duró el dolor de estómago 16 ó 17 horas. Y habiendo ya en este tiempo pasado e! curso de las artes, y estudiado algunos años teología43, v ganado 41 «El Siglo de las Misiones», diciembre de 1929: E l plan misionero de Montmartre : 1534. *a Autobiografía, n. 74. N . del Tr .— Ignacio estudió en París gramática y hu­

manidades, desde febrero de 1528 hasta septiembre de 1529; artes o filosofía en los tres cursos 1529-1530. 1530-1531, 1531T53¿ Desde 1532 a la pascua de 1533 debió practicar los ejer­ cicios doctorales para tomar el grado, según la costumbre de

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t r a n sfo r m a c ió n

ESPIRITUAL

los compañeros, «a enfermedad iba s i e n t e muy adelante, sin poder encontrar algún remedio, amigue se probaron muchos. Solamente, decían los médicos, que no Había otra cosa, fuera de los aires natales, que le pudiese aliviar. Los com­ pañeros también le aconsejaban lo mismo, y le hicieron grande instancia... Al fin el peregrino se dejó persuadir de los compañe­ ros. y también porque los que eran españoles tenían que resolver algunos negocios, los cuales él podía expedir. Y lo acordado fué que, después de encontrarse bien, fuese él a hacer sus negocios, y luego pasase a Venecia, y allí esperase a los compañeros. Era esto el año de 35, y los compañeros habían de partir, según el pacto, el año de 37, el día de la conversión de San Pablo [25 de enero] ; aunque después se partieron, por las guerras que vinieron, el año 36, en noviembre [el día 15]. Y estando el peregrino para partir, entendió que le habían acusado al inquisidor [Vicente Lievin. O. P .], y hecho proceso contra él. Sabiendo esto y viendo que no le llamaban, se fué al inquisidor y le dijo lo que había entendido, y que él estaba para partirse para España, y que tenía compañeros; y que le rogaba quisiese dar sen­ tencia. El inquisidor le respondió que era verdad, en cuan­ to a la acusación; pero que no veía que hubiese cosa de importancia. Solamente quería ver sus escritos de los E jercicio s ; y viéndolos, los alabó mucho, y rogó al pe­ regrino que le dejase copia de ellos, y así lo hizo. Sin embargo de esto, tornó a instar que quisiese ir adelante con el proceso hasta la sentencia. Y excusándose el in­ quisidor, él fué con un notario público y con testigos á su casa y tomó fe de todo esto 44. la universidad de París. Salió bien del examen de la licencia en artes el 13 de marzo. Véase el testimonio en Acta Sanctorum iulii, vii, p. 441. Después de la pascua, el 13 de abril, pa­ rece comenzó el estudio de la teología. En 1534, después de pascua (5 de abril) obtuvo el grado de maestro en artes. 538 ) § I.

A zpeitia

(Abril-julio de 1535) Concluyen las preparaciones. Ignacio y sus compa­ ñeros, llenos de espíritu apostólico, habían creído que antes de lanzarse a predicar debían proveerse de doc­ trina sagrada y profana, por los medios humanos, que tenían a mano, que son libros, maestros y escuelas. Ya todos acababan su carrera, y salían graduados y bien reputados de la universidad de París. Enamorados personalmente de Jesucristo, habían concebido el proyecto de ir a renovar la vida apostó­ lica en la misma Tierra Santa, en donde predicó el Redentor, y para manifestar y asegurar más su pro­ pósito, lo habían consagrado con un voto, renovado cada año con nueva devoción. Mas como acerca de esa circunstancia local no estaban seguros de que fuese voluntad divina, se habían comprometido a pasar a Italia, y allí esperar un año embarcación; si ésta no era posible en todo el año, se irían a arrojar a los pies del Papa para que dispusiese de ellos como más le plugiese. Bien mirado, pues, todo estaba ahora pendiente de la divina Providencia. Ellos habían hecho lo que hu­ manamente les tocaba; ahora era tiempo de que habla­ se Dios, Determinan, por tanto, ir preparando todas las cosas para su peregrinación a Jerusalén, muy con-

TRANSFORMACIÓN ESPIRITUAL

fiados v seguros de que el Señor lea-guiaría. ¡Cuán alentador y confortante es ver almas tan totalmente entregadas a Dios, que van pasando por este mundo, arrastrado por tantas fuerzas contrapuestas, como si no hubiese otra fuerza que la invisible de la gracia sobrenatural! Kste capitulo nos dirá cómo llega a su providencial desenlace este drama bellísimo, planteado por el amor y servicio de Dios. Era a fines de marzo o principios de abril de 1 535 > cuando Ignacio salió de París. Dice la Autobiografía : Y hecho esto [tomada la declaración notarial], montó en un pequeño caballo, que los compañeros le habían com­ prado, y se fue solo hacia su tierra, encontrándose por el camino mucho mejor. Y llegando a la provincia [de Gui­ púzcoa], dejó ei camino común y tomó el del monte, que era más solitario; por el cual caminando un poco, encon­ tró a dos hombres armados, que venían a su encuentro (y era aquel camino algo infame de asesinos), los cuales [hombres], después que le hubieron pasado un trozo, vol­ vieron atrás, siguiéndole con gran prisa, y tuvo un poco de miedo. Todavía les habló y entendió que eran criados de su hermano [Martín G ard a de Oñaz y Loyola], el cual le mandaba a buscar. Porque, a lo que parece, de Bayona de Francia, donde el peregrino fué conocido, ha­ bía tenido noticia de su venida, y así ellos le fueron de­ lante, y él siguió por el mismo camino. Y un poco antes de llegar a la tierra, encontró a los susodichos1 que sa­ lían a su encuentro, los cuales hiciéronle grande instancia para llevarlo a casa del hermano, pero no le pudieron forzar. Así se fué al hospital, y después a hora conve­ niente a buscar limosna por la tierra 2.

El hospital era el de la Magdalena, fuera de Azpeitia. 3 N. del Tr. — No a las «sacerdotes», como dice el autor ron tantos otros, porque en la primera edición de Monumento dieron la falsa lección tlt pretil, en lugar de la verdadera *li predetti». * Autobiografía, n. 87.

PROVIDENCIAL DESENLACE

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Detengámonos ahora un momento. ¿ Por qué venia San Ignacio a Azpeitia? Sabemos la razón de la salud por él mismo; pero los que le trataron íntimamente nos añuden también el deseo que tenía de reparar los malos ejemplos de su juventud. El P. Polanco dice: «que en donde había sido hasta a muchos piedra de escándalo, quería dar alguna edificación, a saber, en su patria» 3; y «1 P, Araoz afirma que una de las causas que le movieron era: «por satisfacer en parte a las ignorancias de la juventud» 4. El primer ejemplo que quiso dar fué de humildad. Aunque yendo de camino le salieron a buscar criados armados, para que fuese a Loyola, negóse a todos, y según los procesos de Azpeitia, llegó hasta amena­ zarlos con que se volvería, si no le dejaban solo. Solo, pues, y por caminos extraviados, llegó al pequeño hos­ pital de la Magdalena «un viernes como a las cinco de la tarde, poco más o menos», como dice la criada de dicho hospital 5. Allí vivió entre los pobres, y como tal, salía cada día a mendigar. Su hermano D. Martín puso todo su empeño, tanto por sí mismo, como por otras personas autorizadas, en traerlo a su casa. Nadie, con todo, logró sacarlo del hospital, pues decía que «él no había venido a pedirle a él la casa de Loyola, ni a andar en palacios, sino a sembrar la palabra de Dios, y dar a entender a las gentes cuán enorme cosa era el pecado mortal» 6. Su hermano entonces le envió una cama al hospi­ tal. Tampoco la quiso, sino que, o dormía en tierra, o como los demás pobres de la casa. Su traje era tam8 M H S I, Chronicon S. I., v. i. p. 51. — N. del Tr. — Aquí aparece equivocada la cita en el original, como si fuese de Monumento, Ignatiana·. Dice el P. Polanco: «ubi etiam multis offendiculo fuerat, aliquid aedificationis, sua scilicet in patria, praeberc cupiebat». * Monumento Ignatiana. ser. 4. v. 1, p. 730. * N. del Tr. — Man. Jgnot., ser. 4, v. 2, p. 183. * N. del Tr. — Ibid., p. 245.

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e s p ir it u a l

bien -umamente humilde: andaba vestido de pobre es­

tameña, con alpargatas y sin medias. v Después se siguieron las obras de celo. Comenzó enseñando la dourina cristiana a los pcqueñuelos. Luego, nos cuenta él mismo, al principio de llegar, se determinó a enseñar la doctrina cristiana todos los días a los niños; mas su hermano se opuso grandemente, ale­ gando que nadie acudiría. Él repuso que bastaría uno. Mas después que io comenzó a hacer venían muchos con­ tinuamente a oírle, y también su hermano.

Según su costumbre, tenía conversaciones espiri­ tuales con personas particulares; Comenzó a hablar con muchos, que le fueron a visitar, de las cosas de Dios, por cuya gracia se hizo mucho fruto.

Y vino después la predicación a todo el pueblo; Además de la doctrina cristiana, predicaba también los domingos y fiestas, con utilidad y ayuda de las almas, que Je muchas millas le venían a oír 7.

Según atestiguan los procesos, había de predicar a campo raso, porque en la iglesia no cabía la gente, la cual se encaramaba por los árboles y las paredes; y aunque Ignacio tenía la voz delgada, dicen que se le oía a trescientos pasos de distancia, lo cual atribuían a prodigio. El sermón duraba de dos a tres horas, y el fruto en cambios de vida y conversiones fué nota­ ble. Queda memoria de tres personas de mal vivir, que dejaron aquel mal oficio, y de familias desavenidas, que hicieron las paces. De la misma casa de Loyola alejó un grande escándalo. Él a pesar de haber rehu­ sado tan enérgicamente hospedarse en su casa, recibió un día la visita de doña Magdalena de Araoz, esposa de su hermano Martín, la cual, con lágrimas en lo§ 7 Autobiografía, n. 8P.

J?RQVIDENCIAL DESENLACE

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ojos y puesta rodil las, le rogó por las almas de sus padres y por afj|$r a la pasión de Jesucristo, que fuese a la casa de L®yola. Consintió Ignacio en pasar allí una noche. Era t$ causa, que uno de aquella casa tenía una mala amistad, y cada noche iba allá una mala com­ pañía. Ignacio la Aguardó, la sacó de la casa y la ayudó a empezar una vida mejor 8. Así lo afirma el P. Polanco 9. Por las lágrimas de doña Magdalena y por el tes­ tamento de su marido D. Martín, en que reconoce dos hijos naturales10, es conjeturable que el hombre con quien se encaró en Loyola fuese su mismo hermano mayor. Declaró guerra abierta a los juramentos y al juego. Dicen los testigos que un día se vió el río lleno de los naipes que echaban los jugadores, y que en tres años no se volvió a jugar. Mas sobre todo combatió la des­ honestidad. Oigámosle a él mismo en este punto: Había también allí otro abuso, en este modo: las mu­ chachas en aquel país van siempre con la cabeza descu­ bierta, y no la cubren sino cuando se casan. Pero hay muchas que se hacen concubinas de sacerdotes y de otros hombres, y les guardan la fe como si fuesen sus mujeres. Y esto es tan común, que las concubinas no tienen nin­ guna vergüenza de decir que se han cubierto la cabeza por alguno; y por tales son conocidas. De cuya usanza nace mucho mal. El peregrino persuadió al gobernador que 8 N . del Tr. — Esta narración está tomada en sti primera parte de lo que réfirió la criada del hospital en los procesos (Monumento Ignatiana, ser. 4, v. 2. p. 188). Y la segunda, re­ ferente a la concubina, es una síntesis de lo que contó una vez el P. Ignacio al P. Tablares, y éste a su vez al P. Gil González. Pues aunque, según esta relación, el hecho acaeció «estando [entonces] en casa de sus parientes», 110 pudo ocurrir sino en esta única noche que Ignacio pasó en su casa de Lo­ yola (M I, ser. 4, v. 1, p. 5ÓO-567). Y no cabe duda del hecho, pues lo confirma el P. Polanco cuanto a la substancia. * N. del Tr. — La cita del P. Polanco está equivocada, como otras veces, en el original. No está en Monumento Ignstiono, sino en la Fita Ignotii Loiolac, p. 53. 1,1 N. del Tr. — Cf. Chron. Soc. Ies., v. 1, p. 501.

TRANSFORMACIÓN ESPIRITUAL

hiciese una ley, que todas aquellas que se cubriesen la cabeza por alguno, no siendo ellas sus mujeres, fuesen castigadas con justicia; y de este modo se comenzó a qui­ tar este abuso 11. Por consejo de Ignacio establecióse la costumbre de tañer tres veces a la oración, por la mañana, a me­ diodía y a la noche, y la casa de Loyola dejó una fun­ dación para este fin. Procuró también se diese una li­ mosna especial a los pobres vergonzantes. Para los que mendigan ordenó unas sapientísimas constituciones, por las cuales se organizaba perfectamente la caridad, a fin de desarraigar los abusos de los vagos y explo­ tadores. Finalmente, parece que a nuestro Señor le plugo restituir la salud a diversos enfermos a quienes Ignacio, protestando siempre que no era sacerdote, san­ tiguaba con la señal de la cruz 12. Tres meses hacía que Ignacio estaba en Azpeitia. Mas, aunque al principio se encontraba bien, vino des­ pués a enfermar gravemente. Y después que fué sano, de­ terminó partirse a despachar los negocios, que le habían encomendado los compañeros, y partirse sin dineros; de !o cual se alteró mucho su hermano, avergonzándose de que quisiese ir a pie y a la tarde 13. Quiso el peregrino condescender en esto, de andar hasta el fin de la provin­ cia a caballo con su hermano y con sus parientes 14. Al recordarle personas principales del país el gran fruto que allí hacía, y rogándole que no se partiese, dió una respuesta digna de él, contestando que en esta villa estaba en el mundo, y no podía ser31 Autobiografía, ». 88-89. 12 N. del Tr. — Cf. P é r e z A r r e c u i , San Ignacio en A s peitia, p. 148-164, Madrid, 1921. 15 N. del Tr. — Es obscuro el significado de «a la tarde» ; pues en algunos manuscritos se une a lo que antecede, y tu otro«; a lo que sigue. M A niobio grafía, n. 8q.

PROVIJ) K K CI AL DESEN LACE

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vir a Dios como debía y como lo podía hacer estando fuera cié ella 15.

En memoria y en agradecimiento de su estancia en el hospital, dejó allí el caballo en que había venido de París, el cual vivió muchos años acarreando la leña de los pobres. En enero de 1552 hallábanse en Azpeitia San Francisco de Borja y el P. Ochoa. Con esta oca­ sión escriben a San Ignacio, y le dan noticia del pobre animal. »Le dicen que aun vive, muy gordo y muy bue­ no, y que la gente del pueblo lo tienen como privile­ giado, de manera que, aunque entre a comer en algún campo, todos se lo disimulan 16. § II. V e n E c i a (Julio de 1535-junio de 1537) Sería a fines de julio o primeros de agosto cuando Ignacio salió de su tierra, acompañado de los de su casa, según lo pactado, hasta el término de la provincia. Mas cuando hubo salido de la provincia, dice Igna­ cio, bajó a pie, sin tomar nada, y se fué hacia Pamplona.

De todo este viaje no tenemos más que las notas brevísimas que de sí nos da él mismo: De allí [de Pamplona] a Almazán, tierra del Padre Laínez; y después a Sigüenza y Toledo; y de Toledo a Valencia. Y en todas estas tierras de los compañeros no quiso tomar nada, aun cuando le hacían grandes ofertas con mucha instancia. En Valencia habló con Castro, que era monje cartujo 17.

La Cartuja era la de Valí de Cristo, cerca de Se16 N. del Tr. — Así lo afirma uno de los testigos del pro­ ceso de Azpeitia ( Cf. P é r k z A r r f . o i i, San Ignacio en Aspeilia, p. 164). l.itterae quadrimestrés, v. 1, p. 404. ,T Autobiografía, n. 90.

T R AX S i’ O K MAC I O N l-.SP l R I T U A L

¿>;orbe. Según las crónicas de aquella cft$a, Ignacio es­ tuvo allí ocho días, llenos de suavidad y paz espiritual, descubriendo sus ideales a aquellos buenos monjes, los cuales le animaron a seguir adelante. Sólo le contra­ decían diciéndole que no se embarcase, porque el mar estaba infestado de corsarios 1S. Queriéndose embarcar para ir a Géuova, los devotos le Valencia le rogaron que no lo hiciese, porque decían Hie estaba Barbarroja en el mar con muchas galeras, etc. V aunque muchas cosas le dijeron., bastantes a ponerle niedo, 110 obstante, ninguna cosa le hizo dudar. Y em­ barcado en una nave grande, pasó la tempestad. [Antes a ha descrito en estos términos:] Se le quebró el timón i la nave, y la cosa vino a términos que, a su juicio y le muchos que venían en la nave, naturalmente no se poiria huir de la muerte. En este tiempo, examinándose )ien, y preparándose para morir, no podía tener temor de •u¿ pecados, ni de ser condenado; mas tenía grande conúsión y dolor, por juzgar que 110 había empleado bien os dones y gracias que Dios N. S. le había comunicado 15\ Llegado a Genova, tomó el camino hacia Bolonia, en ?! cual ha padecido mucho mayormente una vez que periió el camino, y comenzó a caminar cabe un río, el cual ?ra hondo, y la senda alta, la cual, cuanto más caminaba )or ella, tanto más estrecha se hacía; y de tal modo vino 1 estrecharse, que no podía ya ni andar adelante ni tornar itrás. Y así comenzó a caminar a gatas; y así caminó un íecho con grande miedo; porque cada vez que se movía :reía caer en el río. Y ésta fué la más grande fatiga y trabajo corporal que jamás tuvo; pero al fin escapó. Y periendo entrar en Bolonia, teniendo que pasar un puen:ecito de madera, cayó del puente abajo; y así levantánlose cargado de barro y de agua, hizo reír a muchos, que N. del Tr. — Según el manuscrito del P. Gabriel Álvav'z, Historia de la Provincia de Aragón, parece que se hos­

pedó Ignacio entonces en Valencia también en casa del noble y rico caballero Martín Pérez de Almazán, que fué luego uno de los fundadores del colegio de Valencia. (Man. ¡gnat., ser, 4, 2* ed , t I. v. i, p. 486, nota 12.) 1!' Autobiografía, n. 33.

PROVID EX CI AL DESEN LACE

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estaban presente«, Y entrando en Bolonia, comenzó a pe­ dir limosna y no encontró ni un solo cuatrín, aunque la recorrió toda. Estuvo aigún tiempo en Bolonia enfermo20.

Dice el P. Polanco que Ignacio se hospedó en el Colegio español de Bolonia, con el intento de perfec­ cionar sus estudios teológicos; pero la enfermedad se lo estorbó, y pasadas las fiestas de Navidad marchó a Venecia. E11 Venecia en aquel tiempo se ejercitaba en dar los Ejercicios y en otras conversaciones espirituales. Las per­ sonas más señaladas, a las cuales los dió, son Maestro Pedro Contareno [Contarini] y Maestro Gaspar de Doctis, y un español llamado por nombre Rocas; y también a un español, que se decía el bachiller Hoces, el cual pla­ ticaba mucho con el peregrino, y también con el Obispo de Cette [probablemente Ceuta]. Y aunque tenía un poco de afición a hacer los Ejercicios., sin embargo, no lo ponía en ejecución. A l fin resolvió entrar a hacerlos; y después que los hubo hecho 3 0 4 días, descubrió su ánimo al peregrino, diciéndole que tenía miedo no le en­ señase en los Ejercicios alguna doctrina mala, por las cosas que le había dicho un tal. Y por esta causa había llevado consigo algunos libros, a fin de recurrir a ellos, si acaso le quisiese engañar. Éste se ayudó muy notable­ mente de los Ejercicios, y al fin se resolvió a seguir la vida del peregrino. Éste fue también el primero que murió 21.

Pronto volverá a hacerse mención de esta santa muerte. Conviene añ&dir ahora que, si bien no estaba aún fundada canónicamente la Compañía, podemos de­ cir que Hoces, muriendo santamente el primero entre todos, inauguró la Compañía triunfante. Su falleci­ miento fué en Padua. Cuenta el P. Laínez que después de muerto quedó bellísimo como un ángel, siendo así que en vida era moreno y feo ; tanto que el P. Coduri, *’ Autobiografía . n. 90-91. Ibíd., n. 92. l.r». - S

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transform ación

espir it u al

que había de ser el primero que moriría después de fundada la Compañía, dice que no sabia dejar de mi­ rarlo, con unos sentimientos de alegría extraordinarios. San Ignacio estaba a la sazón en Monte Casino, y sintió la misma alegría, tanto que no hacía sino llorar de consuelo, y le vió glorioso entre los santos. Entre otras personas que trató en Venecia hay que mencionar a los hermanos navarros Esteban y Diego de Eguía, al humanista inglés Juan Helyar, protegido por el cardenal Polo, del cual nos ha quedado una copia de los Ejercicios, y sobre todo a Pedro Carafa, creado cardenal el 22 de diciembre de aquel mismo año y elegido Papa en 1555, con el nombre de Paulo IV. Carafa estaba a los principios de la fundación de los Teatinos, y San Ignacio le habló con una sincerísima libertad, que él no pudo llevar con paciencia, ni enton­ ces, ni jamás durante su vida. Aunque no tuviese grandes comodidades para el es­ tudio, contóse Ignacio entre los estudiantes durante su estancia en Venecia. Según escribe a Jaime Cazador, de Barcelona, piensa concluir la carrera para la cua­ resma de 1537, y enviar a Isabel Roser sus libros, tal como se lo tenía prometido. Debía de ser como mues­ tra de gratitud, porque las limosnas de Cataluña, que sustentaron a Ignacio los años que estuvo en París, le acompañaron a Italia, no solamente ahora, mientras duró su vida de estudiante, sino también después sien­ do general de la Compañía22. En Venecia, prosigue la Autobiografía, tuvo aún el pe­ regrino otra persecución, siendo muchos los que decían que le había sido quemada la estatua en España y en Pa­ rís. Y esta cosa fué adelante, que se hizo proceso y fué dada la sentencia en favor dol peregrino 23. Esta sentencia fué dada el día 13 de octubre de 1537 22 Monumento· Ignatiana, ser. i, v. 1, Ep. 6. a Autobiografía, n. 93.

P R O V I I) KN< I A L

D K S E X L A C I ·;

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por Gaspar de Dotti, vicario general del Nuncio Je­ rónimo Veralli, y fue Ignacio quien se presentó espon­ táneamente al tribunal, pidiendo se hiciera la investi­ gación completa de la verdad 24. Los compañeros de París tuvieron que adelantar la salida, que tenían fijada para el 25 de enero de 1537, por causa de la guerra entre Carlos V y Francisco I. Partieron el día 15 de noviembre de 1536, y llegaron a V>necia el 8 de enero de 1537. Ignacio, lleno de temor por lo que podía haber sucedido a sus amadísi­ mos compañeros, por los azares de la guerra, escribió desde Venecia una carta a Gabriel Guzmán, confesor de la Reina de Francia, Leonor de Austria, rogando les quisiese ayudar en la difícil peregrinación que ha­ bían de emprender 25. El viaje por Francia y la alta Alemania fué muy penoso; pero lo hicieron de la misma manera con que Ignacio solía caminar cuando estaba bueno: a pie car­ gados con sus papeles y como pobres. Tres de ellos eran sacerdotes: Fabro, Jayo y Broet, y decían misa cada día; los demás comulgaban diariamente; todos hacían la oración a la primera hora de su camino, y ocupaban las demás horas del día en dulces y santas conversaciones espirituales. Sentían una alegría extra­ ordinaria, y experimentaban a cada paso la acción de la Providencia divina, que los guiaba y protegía. Todas estas cosas las cuenta el P. Laínez 26. Verdaderamente eran i.ij os de Ignacio y lo hacían todo como él, no regidos por ninguna ley exterior, sino por la interior ley de la caridad, que el Espíritu Santo había escrito en sus corazones. Da gozo pensar cuán dulce y fuertemente se abra­ zarían con Ignacio al encontrarse con él en Venecia. .Por una y otra parte se había acrecentado la CompaЛ\ del Tr. — Cf. Mon. Ignat., scr. 4, v. 1, p. 624-627. Mon. Ignat., ser. 1, v. 1, Ep. 9. Ibicl, ser. 4, 2* cd„ t. 1, v. 1, nums. 33-34, p. 106-108,

TR AN S1'OR MAC 1Ó N US P I R I T U A I .

ñia. Los de París llevaban consigo tres nuevos com­ ineros Javo, Broet y Coduri; Ignacio les presentó al bachiller Hoces. No había llegado aún su hora de mar* char para Roma a recibir la bendición del Padre Santo para ir a Jerusalén, y así se distribuyeron por diferen­ tes hospitales practicando en ellos durante un par de meses el celo y la caridad. Javier era quien se lanzaba a hazañas más heroicas, preludiando las empresas de su apostolado. A media cuaresma, hacia el 10 ó 12 de marzo, par­ tieron todos para Roma, menos Ignacio, pues pareció a todos no convenir que fuese con ellos, por estar allí entonces dos hombres, que se le habían mostrado con­ trarios: Pedro Ortiz y Pedro Carafa. ¡Lo que son los planes de la Providencia! Llegados a Roma, Ortiz, que tan enemigo había sido en París, fué ahora su intro­ ductor y panegirista ante el Papa Paulo III. Éste les recibió muy amorosamente, les mandó disputar en su presencia durante la comida, les dió su bendición para ir a la Tierra Santa, una limosna de sesenta ducados, y licencia para ordenarse de sacerdotes los que todavía no lo eran, por cualquier obispo y con dispensa de los intersticios. El texto del rescripto para ir a Tierra Santa lleva la fecha de 7 de mayo de 1537 · Otras li­ mosnas recogieron en Roma hasta doscientos diez du­ cados, que fueron enviados por letra de cambio a Venecia, con el propósito de no poner la mano en ellos hasta el punto en que hubiesen de embarcarse. Los compañeros, dice Ignacio, tornaron a Venecia del modo que habían ido, a saber, a pie y mendigando, y re­ partidos en tres grupos, y en tal modo, que siempre eran de diversas naciones. Allí, en Venecia, se ordenaron de misa los que no estaban ordenados, y les dió licencia el Nuncio, que entonces estaba en Venecia, que después se llamó el Cardenal Verallo. Se ordenaron a título de po­ breza, haciendo todos voto de castidad y de pobreza27. ,,f:

Autobiografía, n. 93.

PR O V ID E N C IA L DESENLACE

229

Ignacio, que ya tenía la tonsura, recibió las órde­ nes menores el 10 de junio, el subdiaconado el 15, el diaconado el 17, y el presbiterado el 24, día de San Juan Bautista. Dice el P. Ribadeneira que el Ministro de las órdenes, que fué Mons. Negusanti, obispo de Arbé, confesó no haber sentido en ninguna ordenación una alegría tan intensa como la de aquella solemni­ dad 28. En aquellos mismos días hicieron todos voto de pobreza en las manos del Nuncio Veralli.

§ III. V lN C E N C IA (Julio-octubre de 1 537) 1 No se veía próxima la peregrinación por la gue­ rra entre Venecia y el Turco, y los nuevos sacerdotes querían disponerse con una preparación extraordinaria para celebrar su primera misa. Determinaron, pues, esparcirse por lugares recogidos, y la salida de Venecia parece que fué el día 25 de julio. Aquel año, dice Ignacio, no pasaban naves a Levante, porque los venecianos habían roto con los turcos. Y así ellos, viendo que se alejaba la esperanza de pasar, se re­ partieron por el territorio veneciano, con intención de esperar el año que habían determinado: y después que hu­ biese pasado, y 110 huhies-e pasaje, se irían n Roma. A l peregrino tocó ir con Fabro y Laínez a Vincencia. Allí encontraron una cierta casa en despoblado, que no tenía ni puertas ni ventanas, en la cual dormían sobre un 28 N . del T r . — Cf. Vida del Bienaventurado Padre Igna­ cio de Loyola, 1. 2, c. 7. 1 N . del Tr. — En el original se dice junio y 110 julio. Es que el autor, si bien corrigió el texto en la segunda edición, dejó el mismo epígrafe equivocado. También hemos puesto octubre como final de la estancia en Vincencia, y 110 en noviem­ bre como el autor, pues en octubre partió Ignacio con Fabro y l aínez para Roma (Cf. Memoriale Fabri. en M I, ser. 4, ed., t. 1, v. 1. p. 41, n. 17").

23O

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ESPIRITUAL

poco de paja, que habían llevado. Dos ello > iban siem­ pre a buscar limosna a la ciudad, dos veces al día, y traían tan poco, que casi 110 se podían sustentar. Ordinariamente comían un poco de pan cocido, cuando k> tenían, el cual cuidaba de cocer el que quedaba en casa. De este modo pasaron 40 días, 110 atendiendo más que a la oración 2.

Notemos la facilidad con que Ignacio y los suyos se tomaban una cuarentena de oración y penitencia, cosa que de sí parece tan extraordinaria. Y no lo era, sino muy natural para aquellas almas, que 110 tenían otro ideal de vida sino la santidad. El tiempo no pasa para quien toma por medida de las cosas la eternidad. Vincencia parece que fué como la segunda Manresa, pero de más corta duración. En aquel tiempo que estuvo en Vincencia, observa Ign a­ cio. tuvo muchas visiones espirituales, y muchas casi or­ dinarias consolaciones; y por el contrario cuando estuvo en París; máxime cuando comenzó a prepararse para ser sacerdote en Venecia, y cuando se preparaba para decir la misa por todos aquellos viajes tuvo grandes visitaciones sobrenaturales, de aquellas que solía tener estando en Manresa. Estando aún en Vincencia supo que uno de los compañeros, que se hallaba en Bassano [Sim ón R odrí­ guez], estaba enfermo a punto de muerte, y él se encon­ traba también entonces enfermo de fiebre. N o obstante esto, se puso en camino; y caminaba tan fuerte, que Fabro, su compañero, no le podía seguir. Y en aquel v ia je tuvo certeza de Dios, y lo dijo a Fabro, de que el com ­ pañero no moriría de aquella enfermedad. Y llegando a Bassano, el enfermo se consoló, y sanó pronto 3. Pasados los 40 días vino M aestro Juan Coduri, y to­ dos cuatro determinaron comenzar a predicar; y andando todos 4 a diversas plazas, el mismo día y a la misma hora comenzaron su predicación, gritando prim ero recio, y lla­ mando a la gente con el bonete. Con estas predicaciones se hizo grande ruido en la ciudad, y muchas personas se 2 Autobiografía, n. 94. :i IbíROVJ J) E S CI AL DÜSEN LAC Iv

§ IV.

235

R oma

(Noviembre de 1537" *53®) Dejemos a los compañeros preludiando la vida apostólica, y sigamos a nuestro Ignacio camino de Roma. En este viaje, nos dice, fue muy especialmente visita­ do de Dios. Había determinado, después que fuese sacer­ dote, estar un año sin decir misa, preparándose y rogando a N uestra Señora le quisiese poner con su H ijo. [N ote­ mos esta frase, tan llena de sentido espiritual, que no hay palabras que basten a exponerlo.] Y estando un día, algu­ nas millas antes que llegase a Roma, en una iglesia, y haciendo oración, sintió tal mudanza en su ánima, y vió tan claro que D ios Padre le ponía con Cristo, su H ijo, que no tendría ánimo de dudar de esto, sino que Dios Padre le ponía con su H ijo 3L\

¡ Oh, magnífica repetición de las palabras, que no pueden traducir el sentimiento del corazón! Esta reve­ lación es esencial en la vida de Ignacio y de la Com­ pañía, y si las conjeturas humanas no fallan en ma­ teria tan alta, hay que colocarla después de aquella eximia ilustración de Manresa. El P. Cámara, que hacía de secretario de San Igna­ cio en la redacción de esta preciosa Autobiografía, hilo de oro de toda esta historia, se ve que estaba espe­ rando con ansia este punto, v después de las palabras transcritas, interrumpió a nuestro Padre, preguntán­ dole más particularidades, que él había oído al Padre Laínez. «Y él me dijo, añade el P. Cámara, que todo lo que decía Laínez era cierto.» Veamos, pues, lo que decía Laínez, sacándolo de una plática que hizo en Roma en julio de 1559· «Me parece ser por esto que ''

Aut obio gr afía , n. 96.

JJO

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1SPÍR1TUAL

clire, que nuestro Padre quiso que se llamase Compa­ ñía de jesús. Viniendo nosotros a Roma por el camino de Sena, sucedió que el Padre tenía muchos senti­ mientos espirituales, y principalmente en la Santísi­ ma Eucaristía; Maestro Fabro y yo, Laínez, cada día decíamos misa; él, no, sino que comulgaba. Ahora bien; dijome él que parecía que Dios Padre le impri­ mía en el corazón estas palabras: «Yo os seré propicio en Roma» ; y 110 sabiendo nuestro Padre qué quisiesen significar estas palabras, decía: «Yo no sé qué cosa será de nosotros; quizá seremos crucificados en Roma.» Después otra vez dijo que le parecía ver a Cristo con la cruz sobre los hombros, y el Padre Eterno al lado, que le decía: «Quiero que tomes a éste por servidor tuyo»; y así Jesús lo tomaba, y decía: «Quiero que :ú nos sirvas.» Y por esto, tomando grande devoción al nombre de Jesús, quiso que fuese llamada la congrega­ ción Compañía de Jesús» 13. Conviene dejar bien determinado el lugar de esta consoladora revelación, tan llena de consuelo para Igna­ cio y sus compañeros, como para todos los hijos de la Compañía de Jesús. Fué a unos quince kilómetros de Roma, en la confluencia de la antigua vía romana Clau­ dia con la Casia, por donde Ignacio venía de Sena. Aquel paraje se llamaba La Storta, y este nombre llevaba 'a iglesia antigua en donde entró San Ignacio, renovada el año 1700 por el general de la Compañía [P. Tirso González], como monumento conmemorativo de aquel hecho tan humilde como trascendental. Confortados con las dulces palabras de Jesucristo, Ignacio y sus dos compañeros siguieron el camino de Roma, en donde entraron en los últimos días de no­ viembre de 1537. Se presentaron al papa Paulo III y íueron de él muy bien recibidos. A Laínez encargó que enseñase Teología escolástica, y a Fabro, Sagrada

Monumento, J y n a t i u ii o ,

ser.

4,

vol. 2, p. 74-75.

PROV F1) 1* \ C. I AL DESENJ,A('K

237

Escritura 14. Ignacio dedicóse de lleno a los ministerios espirituales; pero su principal intento era preparar la fundación de la Compañía, para el caso, que se pre­ sentaba casi corno cierto, de que no fuese posible la peregrinación a la Tierra Santa. «Una señal confortadora de la esperada protección divina, escribe un modernísimo historiador ignaciano, la tuvo pronto en la hospitalidad que le ofreció, no sabemos de qué manera, el noble Quirino Garzoni, quien abre dignamente la serie de los romanos devo­ tos del Santo y favorecedores de sus obras. El carita­ tivo gentilhombre cedió a Loyola el uso de una casita, enclavada en una viña de su pertenencia, en la exten­ sión del terreno de la moderna plaza de España y en la falda soleada de la colina, en cuya cima ya entonces se alzaban, aunque en otra forma, el templo y el con­ vento de la Trinidad del Monte, habitado por los Mí­ nimos de San Francisco de Paula. En esta morada solitaria, no muy distante de las partes más concurri­ das de la urbe, favorecida por la vecindad del con­ vento de los mencionados religiosos, Ignacio comenzó a preparar con sus compañeros el terreno para las obras que meditaba» 15. La primera mirada que dirigió Ignacio a su alrede­ dor en la ciudad eterna, íué desconsoladora. Después viniendo a Roma, dijo a los compañeros que veía las ventanas cerradas, queriendo decir que allí habían de tener muchas contradicciones 16. Para comenzar la tarea de los ministerios espiri­ tuales, Ignacio tuvo una idea verdaderamente suya. u

N . del Tr. — Fabro exponía algún libro de la Sagrada

Escritura, y Laínez la obra de Gabriel Biel sobre el canon de la misa; ambos en el colegio llamado la Sapiencia (Cf. P. Sal meronis, v. 2, p. /35. en M H S I) . ir> T a c c h i V e n t u r i , S. I., Storia della Cotnpagnia di Gesú in Italia, v. 2, p. 101-102. Autobiografía, 11. 97.

TRANSFORMACIÓN

KSPiR I TU A L

Hacia va tieni{>o que estaba cu Roma tí doctor Pedro Ortiz, tratando en la corte pontificia la causa matri­ monia! de doña Catalina, tía del Emperador, repudiada por su marido, Enrique VIH de Inglaterra. Aquel varón, de gran valer y prestigio, había sido en París enemigo declarado de Ignacio ; después se mostró be­ nigno con sus compañeros, cuando fueron a pedir la bendición al Papa. Determina, pues, Ignacio ir a visi­ tarle, insinuarse en su amistad y ver de aficionarlo a ias cosas espirituales. El éxito fue tan extraordinario, que no mucho después aquel preclaro varón, no ha­ ciendo caso de su avanzada edad, y abandonando los graves negocios que llevaba en Roma, salía de ella con Ignacio, y se retiraban los dos a Monte Casino, para hacer los Ejercicios. Estando allí murió en Padua el Padre Hoces, y el P. Ignacio, al recitarse en el con­ fíteor de la misa que oia, aquellas palabras et ómnibus sanctis. le vió lleno de gloria entre los santos del cielo. Cuarenta días duraron los Ejercicios de Monte Casi­ no. Ignacio no tenía nunca prisa, tratándose de hacer oración y penitencia. En saliendo de ellos, aquel docto teólogo dijo que había aprendido una nueva teología, de la cual antes ninguna noticia tenía, y mucho más aita que la primera. «Porque decía él, que hay muy gran diferencia entre el estudiar el hombre para ense­ ñar a otros, y el estudiar para obrar él; porque con el primer estudio recibe luz el entendimiento, mas con el segundo se abrasa en amor de Dios la voluntad» 17. Ignacio y la Compañía tuvieron siempre en Ortiz un decidido defensor. De Monte Casino lk*vó consigo a Francisco de E stra­ da. Volviendo a Roma, se ejercitaba en ayudar a las al­ mas, y estaba todavía en el campo Tes decir, en la viñ a de Quirino Garzoni], y daba FJercicios espirituales a va*

i

A', del I r . —

R j b a d e n f . i n a ,

Vida de San Ignacio, 1. 2,

jP-KOVJ DE.NT'J AL DESENLACE

239

rios en un niisifip t ie m p o ; dos de los cuales estaban en vSanta M aría la Mayor, y el otro en Puente Sixto

La Compañía no era todavía una corporación ca­ nónica; pero iba siendo conocida y estimada, como si lo fuese, por los ministerios espirituales y literarios de aquellos pocos hombres esparcidos por Italia. Como era natural, nacían también vocaciones. El doctor Ortiz, de quien acabamos de hablar, seguramente se hu­ biera dado por compañero a Ignacio, a no haberle sido estorbo su mucha edad y los graves negocios que tra­ taba de parte del Emperador. Todo, pues, se iba en­ derezando a que el nacimiento de la Compañía fuese como cosa natural, cuando vino un golpe que podía dar con todo en tierra. La persecución, compañera inseparable de Ignacio, fué ahora más fuerte que nunca, y capaz de estorbar toda la fundación de la Compañía, si Jesús no hubiese acudido con aquel auxilio que le había prometido antes de llegar a Roma. Predicaba por las iglesias de esta ciudad, en la cuaresma de 1538, un fraile agustino piamontés, Agustín Mainardi, que disimuladamente es­ parcía la herejía luterana, y más tarde fué apóstata. Nuestros Padres resistiéronle abiertamente, y él de­ terminó vengarse. Tenía unos amigos españoles, de mucha riqueza y prestigio, los dos sacerdotes, Pedro de Castilla y Francisco Mudarra y un tal Barrera, v con ellos tramó una campaña de difamación, diciendo que eran herejes, que ya habían tenido que huir de España, París y Roma. Hallaron un aptísimo instru­ mento en el joven español, llamado Miguel Landívar, por sobrenombre Navarro, que estaba de criado de Javier, cuando éste se hizo compañero de Ignacio, y quiso matar a nuestro Padre. Pasada la primera furia, pretendió imitar a su amo y partirse con los Padres de París a Venecia. Al rehusarle ellos se fué a Roma. .·¡utobiografia , 11. 98.

-40

TR ANSI' 0KMACIÓN

ÜSFIRITUAL

Éste era el que ahora hacia mayor guerra. A éste res­ paldaban personas, dice Ignacio quién de mil ducados de renta, quién de seiscientos, y quién aun de más autoridad, todos curiales v negociado­ res

Ignacio siguió la norma adoptada desde que tenía compañeros: pedir que se tomase información de todo, y que se diese sentencia. El gobernador de Rom a20, examinó a Miguel y te desterró. Mudarra y Barrera i¡ue eran la gente rica que andaba mezclada en el asun­ to, confesaron delante de la autoridad que nada malo sabían de Ignacio y sus compañeros. El legado que a la sazón había en R o m a 21, manda que se ponga silencio en toda esta causa; mas el peregrino no lo acepta, diciendo que quería sentencia final. Esto no plugo al legado, ni al gobernador, ni aun a aquellos que primero favorecían al peregrino; pero al fin, después de algunos meses, viene el Papa a Roma. E l peregrino le va a hablar a Frascati, y le representa algunas razones, y el Papa se hace cargo de ellas, y manda se dé sentencia, la cual se da en favor, etc. 22.

Esta sentencia fué dada el 18 de noviembre de 153823. Vióse clarísima la Providencia de Dios en disponer que entonces se hallasen en Roma los que habían sido jueces de Ignacio en España, en París y en Venecia: Figueroa, Orí y de Doctis, a quienes nues­ tro Padre invocó como testigos. La experiencia probó cuán acertada había sido la 19 Monumento, Ignatiana, ser. 1, v. I, p. 139. 20 N. del Tr. — Benito Conversini, obispo electo de Bertinoro. 21 N. del Tr. — Vicente Carafa, llamado cardenal napo­ litano, nombrado por Paulo I Í I legado de Roma el 20 de m arzo de 1538. 22 Autobiografía, n. 98. N. del Tr. — Véase su contenido en Mon. Ignat., ser. 4, v. 1. p. 627-620.

P R O V ID E NC IA L DESENLACE

24I

persistencia de Ignacio, que algunos tildaban de per­ tinacia, en querer llegar a la sentencia definitiva. Dos años después San Francisco Javier escribía desde Lis­ boa: «Desea mucho Su Alteza [el Rey de Portugal] ver la sentencia que se dió en nuestro favor. Todos se edifican acá de que llevamos tanto la cosa adelante, hasta que se diese la sentencia; y tanto se edifican, que les parece que, si la cosa no se hiciera como se hizo, que nunca hiciéramos fruto ninguno» 24. Algo semejante dijeron ios amigos de Barcelona, cuando un año más tarde, en octubre de 1539, desembarcó allí el Padre Araoz. Algún tiempo después los autores de aquellas ca­ lumnias recibieron el castigo que habían querido echar sobre Ignacio. Aquel fraile quitóse la máscara, pasán­ dose a la herejía luterana; los otros acusadores fueron condenados por su mala vida: uno, a ser quemado; el otro, a cadena perpetua. Éste acabó bien y arrepenti­ do, en manos del P. Avellaneda, el año 1559 2\ A las persecuciones aun más que con palabras, res­ pondían con obras aquellos varones evangélicos. Era aquél un año muy apretado de miseria en toda la ciudad de Roma, de manera que algunos morían de hambre, y por las calles se encontraba mucha gente desfalle­ cida. Nuestros Padres, tan pobres como los más aban­ donados, se olvidaban de sí mismos para ayudar a los demás. Buscaban limosnas con grandes afanes, mendigaban el pan, buscaban hierbas, cuando otra cosa 24 Lisboa, 13 de julio de 1540. Monumento Xaveriaría, v. 1, Ep. 3, p. 214-215. ** Ar. del Tr. — Todos estos datos de Ribadeneira en su censura a la Vita Ignatii Loiolae de M affei: fue quemada la estatua de Mudarra, condenado a cárcel perpetua Pedro de Castilla que falleció en brazos del P. Diego de Avellaneda, y Barrera murió arrepentido de sus errores {MI, ser. 4. w 1, p. 730 . Por lo que hace al fraile agustino Mainardi, en 1540 (> 1541 hizo pública profesión de luteranismo, en el cual per­ maneció hasta su muerte en 1563. (Cf. T a c c h i V k x t v r i , Sforia d d h Compagnia di C e su, v. 2, p. 154-174.) I(··

S an

I gnacio

de

L o yola

242

TRANSFORMACIÓN

ESPIR ITU AL

no hallaban; cocían una olla, y, trayéndose a casa los pobres, les lavaban los pies, les daban de comer y les enseñaban la doctrina cristiana. Llegaron a tener en casa de trescientos a cuatrocientos pobres, acostados sobre paja, que ellos mismos habían ido a buscar·®. Podían hacer estos actos heroicos de caridad por­ que vivían ya dentro de Roma, en una casa mucho más espaciosa, de Antonio Frangipani, cerca de la torre Melangolo. Ésta fué su tercera casa; de la se­ gunda no queda noticia. Pronto la casa resultó peque­ ña. y organizó Ignacio un servicio de hospitales, ade­ más de dos mil pobres que tenía esparcidos en varias casas de la ciudad. En aquella deshecha persecución de malas lenguas que hemos referido, pasó una cosa que prueba bien la serenidad que Ignacio tenía, su confianza en la ver­ dad y la eficacia de sus palabras. Un buen hombre llamado Quirino Garzoni, que había acogido caritativamente a los pobres Padres en su casita que tenía en las afueras, era sobrino del Cardenal de Cupis, decano del Sacro Colegio, y éste era uno de los que estaban peor impresionados con­ tra Ignacio, por los rumores que corrían. Llama, pues, a su sobrino, y le aconseja una y otra vez que arroje de su casa a esa gente. Aquel hombre de bien se re­ sistía diciendo que los había mirado y remirado y sólo veía en ellos cosas santas. «Te engañas o te engañan, le dijo el Cardenal; si supieses lo que yo sé, no duda­ rías en hacerlo.» Quirino rogó entonces a su tío que hablase una vez siquiera con Ignacio, y después haría lo que le dijese. «Que venga, dice el Cardenal; y le trataré como se merece.» Preséntase Ignacio en casa del Cardenal, y estuvo dos horas con él, a pesar de que la antesala estaba llena de gente que aguardaba, y entre ellos el mismo

*

N■ del Tr. — Cf. Episl. Roderici, en M U S I , p. 499-SOO·

F R O V n ) I·.XCTAL DKSENLAClC

243

(Juirino. Lu que Ignacio le dijo, no lo sabemos, pero sí nos consta que la verdad y eficacia de su palabra dominó al Cardenal de tal manera, que éste se arrojó a sus pies, pidiéndole perdón de haber creído lo que de él se rumoreaba, salió acompañándole con gran de­ ferencia, y mandó que semanalmente se le entregase una limosna, lo cual observó todo el tiempo de su vida 27. Volvamos al P. Ignacio, el cual estaba lleno de gratitud hacia Dios Nuestro Señor, por la amorosa providencia experimentada en este negocio, e iba ahora a realizar uno de los actos más trascendentales y espe­ rados de toda su vida. Después de un año y medio de preparación, Igna­ cio dijo su primera misa la noche de Navidad de 1538, y la celebró en la iglesia de Santa María la Mayor, ante el pesebre del Niño Jesús 28. No es posible dejar cíe ver en la vida de Ignacio una ternura y devoción especialísima al Santo Nacimiento de Jesucristo. Re­ cordemos, si no, las palabras insólitas y efusivas que escribe en esta meditación de los Ejercicios: Haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mi­ rándolos [a N uestra Señora y a Joseph y a la ancila y al N iño Jesús], contemplándolos y sirviéndolos en sus nece­ sidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible [114 ].

Todo revela el afán de una presencia corporal. Debía él esperar poder celebrar su primera misa en 27 N. del Tr. — Asi lo refiere Rabadeneira, Vida del P. P. Iynacio de L oyó la, 1. 5, c. 6, p. 526-528, Barcelona, 1885. * N. del Tr. — M ucho se discutió un tiempo sobre la fecha de la primera misa de S. Ignacio (Cf. A A. SS . iulii, t· 7. n. 259-264). Pero hoy día no se puede dudar de que el santo celebró la primera vez el santo sacrificio en la noche de Navidad de 1538, en Santa María la Mayor y en la ca­ pilla del pesebre de Jesús (0 . M I, ser. 4, 2.* ed.. t. 1, w 1, P- 3 fi*. nota 13O.

->44

TRAXSFORMACIÓN ESPIRITUAL

Helen, en la basilica de la Natividad, en el mismo lu­ gar que jesús santificó en su primera venida al mundo. Ya que, por voluntad divina, esto no le fue posible, reconstruyó su ideal del mejor modo que pudo en Roma. Aquella santa noche quedó para siempre me­ morable en su vida. El año 155° Uegó a punto de muerte, por haber celebrado dos misas, una después de otra, el día de Navidad. Aquí concluye la segunda parte de la vida de San Ignacio, que liemos titulado su transformación espi­ ritual. Consideremos sus principales etapas: soldado convertido, penitente anacoreta, peregrino en Jerusalén, estudiante en la escuela de niños y en las princi­ pales universidades europeas, apóstol popular, sacerdo­ te del Altísimo. Éstos son los grados o escalones que aparecen por de fuera; pero las interiores ascensiones de su espíritu, ¿a qué punto llegaron? Si las maravi­ llas de Manresa eran solamente su noviciado, como dijo éi, ¿cuál sería su santidad actual, después de tan heroicas pruebas que podrían llenar la vida de muchas almas santas? Estamos rodeados de prenuncios del nacimiento de la grande obra de Ignacio: la Compañía de Jesús. Ella será una de las mayores creaciones de la gracia divina en este mundo; pero como será también hija de Ig­ nacio, tendremos en ella la manifestación más autén­ tica y tangible de la vida divina de que estaba total­ mente poseída aquella alma bienaventurada. Pasemos, pues, a la tercera parte de este libro, que tratará de la Compañía de Jesús como manifestación suprema de la vida espiritual de San Ignacio.

Parte III CO M PA Ñ IA

DE JESÚS

(I539-I5S6)

Capitulo primero

SA N IGNACIO, FUN D AD O R DE L A C O M PAÑ ÍA §

I.

C o n cepció n

y

gj-stació n

de

la

Com pañía

Los diez y siete años de vida que aun quedan a Ignacio están compenetrados con la vida de la Com­ pañía de Jesús. Grande es Ignacio, pero la Compañía es de un orden superior: no es, pues, extraño que quede él como atraído y asimilado por esta grande obra, a la cual iba todo ordenado en lbs (danés de la Providencia. Ignacio es el fundador de la Compa­ ñía, es su primer General, es su Padre, es su Santo típico y principal. Estos títulos nos dicen dos cosas: que Ignacio es todo de la Compañía de Jesús, y que la Compañía es también toda de Ignacio. Desarro­ llándolos, pues, sumariamente, encontraremos dos vi­ das fundidas en una sola vida divina. En primer lugar. San Ignacio es el Fundador de la Compañía de Jesús, es decir, el que la concibió, el que la llevó años y años dentro de su corazón, el que, finalmente, la sacó a la luz de la vida, dándole todo cuanto tiene y la constituye en su ser: espíritu, orga­ nización, leyes. Larga es la gestación de la Compañía en el espí­ ritu de Ignacio: comenzó en Manresa, el año i$22, y no fué canónicamente instituida hasta el año 154°· Estos diez y ocho años los emplea él en formar a los hombres antes que la institución, en forjar jesuítas antes que el organismo externo de la Compañía. Quien

LA COMPAÑÍA DE JESÚS

debía formarse primero, era el, de quien los demás recibirían la comunicación del espíritu; y liemos vis­ to ya cuán larga y heroica fue esta formación. Des­ pués había de formar a sus compañeros comunicán­ doles sus ideales, propósitos y sentimientos, también ele una manera lenta y prudentísima; para que, lle­ gada ¡a hora, naciese la Compañía de todos ellos como xir generación espontánea. Finalmente, el ideal misno de la institución había de irse definiendo y per­ feccionando hasta en sus mínimos detalles, tanto por 'as luces que Ignacio recibía de la divina Sabiduría, ;omo por la experiencia práctica de la vida. Ahora ]ue lo vemos ya realizado, no podemos menos de adnirar la prudencia divina y humana que guió a Ig­ nacio durante todos estos años, que nos parecen de peregrinación por el desierto hacia la tierra de pro­ misión, y más aún la Providencia divina que ordena v* dirige los actos de sus fieles servidores a empresas las más altas, que ellos ni siquiera podían pensar. Pres­ idiendo de detalles, de dudas accidentales, de pasos inconscientes, que fatalmente tiene toda obra huma­ na, hemos de reconocer que Ignacio fue desarrollando conscientemente este plan en lo esencial, marchando siempre recto al fin, sin retroceder jamás. Cierta dificultad parece presentar contra lo que acabamos de decir el que, después de Manresa, en donde tuvo la primera idea y visión de la Compañía, a veces nos parece ver a Ignacio como incierto y du­ doso acerca de su destino. De Manresa va a Tierra Santa, con propósito de quedarse allí, si no se lo hu­ biesen estorbado; en Barcelona le vemos pensando si >lC L A

COMPAÑÍA

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son ciertamente las obras externas del apóstol, aque­ llas que cada uno podría escogerse más vivas, más in­ tensa«, más amplias, las que fundan y propagan el reino de Dios, sino ¡a gracia oculta que el Señor otorga a la sujeción y al sacrificio, leyes esenciales de todo apostolado que sea derivación del de Jesucristo. La obediencia, que mirada con prudencia humana, pre­ senta grandes dificultades, mirada con la prudencia di­ vina del Evangelio, es la solución de todas las dificul­ tades ; es la extensión, la continuación de aquella volun­ tad divina, reguladora de las obras de Jesucristo, en la obra de todos los apóstoles que han de venir en pos de Él 4. Ignacio sólo esperaba ver claramente la voluntad divina acerca de las condiciones de lugar y tiempo en que convenía plantear definitivamente esta obra que no era suya, sino de Dios, que se la había inspirado. Él no había perdonado sacrificio alguno para llegar a cono­ cer esta voluntad; había seguido el ideal más puro de ser como Jesucristo, aun en lo referente al lugar de la tierra en donde se había de ejecutar. Y a una vez le fué impedido este ideal por la legitima autoridad, por la obediencia, cuando creía tocarlo con las manos. In­ siste por segunda vez en ir a Tierra Santa con todos sus compañeros, para renovar allí el colegio apostólico, y a esto se obligan con voto, pero condicionándolo con el límite de un año de espera, pasado el cual se pon­ 4 N. del Tr. — ¿Hemos de decir que Ignacio en Manresa, en donde Dios le dió ya la primera luz, aunque vaga, sobre la Compañía, vió la obediencia como virtud característica de la Compañía? ¿O más bien, que en aquella visión manresána del apostolado de la Compañía entraba sólo la obediencia a Cristo como sumo Capitán de ella, y luego más tarde con otras re­ velaciones y la propia experiencia acabó de persuadirse Ignacio de que la obediencia a un superior temporal sería caracterís­ tica de la Compañía? Los documentos históricos más bien parecen probar esto segundo (Cf. M. Q u era, L os Ejercicios rspirüualcs y el origen de la Compañía de Jesús, p. 67-70).

LA COMPAÑÍA

PE JESÚS

drían bajo ia autoridad y obediencia del Vicario de Jesucristo. Esta condición se lia cumplido también, y por segunda vez queda impedida la ejecución del ¡deai. Ignacio, pues, i; > duda ya: ésta es la hora de fundar una religión apostólica, sujeta apostólicamente a la vo­ luntad del Papa, que es la continuación de la voluntad de Dios en la salvación del mundo. Éste es el sentido que da Ignacio al hecho de ser imposible la navegación desde Venecia.

§ II.

N a c im ie n to

di·' l a

C o m p a ñ ía

Después de tantas preparaciones, vino para la Com­ pañía la plenitud de los tiempos, y salió a la luz de la vida. El día 6 de enero de 1538 se cumplió el año de la llegada de los compañeros a Venecia. En la cuaresma de este mismo año de 1538 les llama Ignacio a todos a Roma. Reunidos todos5 examinan la situación, y viendo cerrada la puerta de Tierra Santa, convienen en que es hora de cumplir la segunda parte de su voto, que era ofrecerse a la obediencia del Papa en orden a la salvación de las almas. Toman el dinero que un año an­ tes habían recibido en Roma como limosna para la nave­ gación, y lo ponen en manos del doctor Ortiz, para que él lo devuelva a las personas que lo habían entregado. El Papa acepta muy complacido la obediencia que le ofrecen. Antes de acabar el año, Ignacio renueva devo­ tamente su obligación a la Sede Apostólica, y el Vicario de Jesucristo la acepta tan benignamente, que, como refiere el P. Fabro, «yo y cada uno de los otros queda­ mos siempre obligados con acciones de gracias» 8. El Papa ordena que por el momento fructifiquen en la viña de Roma, pero de todas partes eran ya solicitados 5 N. del Tr. — Después de Pascua (21 de abril). c Memorial, n. 18, en Monumento Beati P etri Fabri, p. MI , ser. 4. 2* ed., t. I, v. 1, p. 42.

496:

SAN IT,NACIO, FUNDADOR DE LA

COMPAÑÍA

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por los obispos, y se despiertan nuevas vocaciones. De­ bieron ser como una revelación las siguientes palabras que dijo el Papa: «¿Por qué tenéis tanto empeño en ir a Jerusalén? Una buena y verdadera Jerusalén tenéis en Italia si queréis hacer fruto en la Iglesia de Dios» 7. Ignacio ya no duda más, y resueltamente va a constituir la Compañía, no él solo por autoridad imperativa, sino procurando a la vez sapientísimamente que la quieran todos sus compañeros. «Antes de separarnos, dice Igna­ cio, ¿no ha llegado, por ventura, la hora de que cons­ tituyamos definitivamente nuestra Compañía, determi­ nando para siempre su modo de ser y su manera de subsistir?» Todos hallan justo y necesario este pensa­ miento, y para acertar en su ejecución, determinan en­ tregarse durante algunos días con mayor fervor a la oración y mortificación, pidiendo la luz y gracia divina para sus deliberaciones. Era a mitad de marzo de 1539. Los Padres vivían en la casa de Frangipani, cerca de la torre de Melangolo, con mucha pobreza, pero con grande alegría espi­ ritual 8. Empleaban el día en hacer bien a las almas y pedir la limosna de que necesitaban para vivir, y la noche en hacer oración y en tener sus consultas. El P. Coduri hacía de secretario, y conservamos escri­ tas de su mano las minutas de las deliberaciones aco­ tadas con alguna palabra autógrafa de San Ignacio y del B. Pedro Fabro 9. Son dos documentos los que nos 7

B o b a d i l i .a , Monumnila, p. 616. — N. del T r . — Aquí he­

mos retocado la cita equivocada. 8 N . del Tr. — En esta nueva casa vivieron Ignacio y sus compañeros año y medio. 9 N. del Tr. — Los modernos editores de las Constituciones en la colección de Monumento Histórica Societatis lesu dis­ tinguen entre el autor u autores que redactaron estos docu­ mentos, y el secretario que trascribió las minutas que conser-*' vamos. Del documento llamado Deliberación el autor debió ser Coduri o Fabro, y, aunque hasta el presente se creyó que C o ­ duri iué quien trascribió la minuta, .hoy lo rechaza la crítica. En ( iianto al segundo documento titulado Conclusiones de los

t, A C O M P A Ñ ÍA

DK JKSM&S

lian llegado, titulados Deliberación y Conclusiones, tan llenos de suavidad espiritual, y tan auténticos y demos­ trativos, históricamente hablando, que para referir el nacimiento de la Compañía, croemos será el mejor mo­ do el traducirlos literalmente l0. — La ultima cuaresma, en la inminencia del tiempo en que convenia nos dividiésemos y separásemos unos de otros, momento que con grandes ansias esperába­ mos para llegar lo más pronto al fin propuesto, meditado y con anhelo deseado, determinamos reunimos muchos días antes de nuestra separación, y tratar juntamente de esta nuestra vocación y de la fórmula de vida. Y habiéndolo hecho diversas veces, como que éramos algunos de nosD e lib e ra c ió n .

sit'ie compañeras y también Determinaciones de la Compañía,

no cabe duda que el autor y el amanuense del mismo fué el B. Fabro. (Ci. Monumenta H istórica S. /.. serie 3, v. 1, p. X X X Y II-X X X V IIÍ y X L V I.) 10 N. del Tr. — Hemos de enmendar aquí la nota del P. Casanovas, poniéndola de acuerdo con las recentísimas de­ claraciones de los editores de las Constituciones. E l primer documento lleva por título: Deliberatio Primorum Patrum ante quam dispergerentur in diversa loca, de constituenda congrey añone seu Societate et obedientia praestanda uní ex ipsis cligendo. ani la India, para el restu del mundo, ;qué quedará?» ,4. San Francisco Javier supo en Lisboa la noticia de ia confirmación de la Compañía, mientras esperaba embarcarse para la India, como lo hizo el 7 de abril de 1541, unos siete meses después de publicada la Bula dei Papa. Tres años después, el 15 de enero de 1544, escribía desde Cochín, llena el alma de tanta consola­ ción, que, dice, se veía con frecuencia obligado a ex­ clamar : «¡ Oh, Señor!, no me deis tantas consolaciones; y ya que las dais, por vuestra infinita bondad y miseri­ cordia, llevadme a vuestra santa gloria, pues es tanta pena vivir sin veros después que tanto os comunicáis interiormente a las criaturas.» Pues el hombre por quien pasaban estos consuelos dice, pocas líneas más abajo: «Entre muchas mercedes, que Dios nuestro Señor en esta vida me tiene hechas y hace todos los días, es ésta una, que en mis días vi lo que tanto deseé, que es la confirmación de nuestra regla y modo de vivir. Gracias sean dadas a Dios nuestro Señor para siempre, pues tuvo por bien de manifestair públicamente lo que en oculto solamente a su siervo Ignacio y Padre nuestro dió a sentir» 15. Ignacio procuró otros documentos canónicos que perfeccionasen el ser de la Compañía. La Bula de Paulo III daba ser canónico a la corporación, pero li­ mitado e imperfecto: restringía el número de profesos a sesenta; no era bastante explícita la solemnidad de los tres votos; faltaban algunos grados en la clasificación de los sujetos, y otras cosas del gobierno de la Com­ pañía requerían mayor precisión. Ignacio fué traba­ jando en perfeccionar la documentación canónica¡. El 14 de marzo de 1544 otorga el mismo Paulo III la Bula Iniunctum nobis, que anula la limitación de los profe­ sos y abre la puerta a todos los que tengan aptitud. bajador: si de diez

u N. del Tr. — Cf. R ib a d e n e ir a , n‘ Monumento Xavenana, E. 17,

1. 2, c. 293-294.

ibíd.,

16.

SAN

IGNACIO,

FUNDADOR

DE LA

C O M PA Ñ Í A

279

El 5 de junio de 1546, el mismo Papa da facultad para admitir coadjutores espirituales y temporales. Final­ mente, vienen aún otros documentos, concediendo gra­ cias y privilegios muy importantes. Después ocúpase Ignacio muchos años en preparar una nueva Bula, en la cual todas las cosas queden claras y ordenadas, y ésta es la que expidió Julio III el día 21 de julio de 1550, y empieza: Exposcit debitum.

§ IV.

L

e g isl a c ió n

de

la

C o m p a ñ ía

El complemento del oficio de Fundador de la Com­ pañía había de ser el de Legislador. Es digno de notarse este hecho: primero fué la Compañía y después vinieron las Constituciones. No sólo hay prioridad de tiempo, sino también de causa, porque la Compañía dió ser y origen a las Constitucio­ nes, así como la persona es causa ejemplar de su ima­ gen. Estos dos pensamientos son del P. Luis de la Palma 16, uno de los hombres que más hondamente han conocido la vida y el espíritu de la Compañía de Jesús; y tienen esas palabras un sentido profundísimo, que concuerda maravillosamente con las ideas de San Ig­ nacio. El Santo Fundador dudó si haría Constituciones. Si hubiera podido él prometerse de la humana debili­ dad que había de durar la disposición interna que veía en los que formaban la Compañía, no hubiera juzgado necesario el escribirlas. La Compañía no era hija de fuerza alguna humana, sino de la suma sapiencia y bondad de Dios nuestro Criador y Señor, quien, por medio del Espíritu Santo, escribió y grabó en el cora­ zón de los primeros compañeros la interior ley de la caridad y amor, verdadera alma de la Compañía. Los mismos principios que le dieron el ser habían de con,e Camino espiritual,

1.

5, c. 3.

I,A COMPAÑÍA DK JESÚS

servarla. Pero Dios pide toda la cooperación humana, aun en las obras de que Él es causa principal; y como una de las cosas más evidentes, tanto si se considera la condición del hombre como la autoridad y experiencia de los grandes santos, es que toda sociedad ha de ser ayudada por leyes escritas, determinóse Ignacio de po­ ner también de su parte esta cooperación a la acción sobrenatural de la gracia divina, escribiendo en un libro material aquella misma ley viva de la caridad y amor que él y sus compañeros llevaban escrita y grabada en sus corazones. Es extraordinaria, pero no exagerada, la ponderación del P. La Palma, cuando nos dice que las Constituciones, leídas con el mismo espíritu con que fueron escritas, 110 parecen haber salido de un hombre vestido de cuerpo mortal, sino de un alma o inteligen­ cia separada, que recibe de lleno la abundancia de la luz divina. Si las Constituciones son una copia o imagen de la Compañía, la consecuencia natural, cuando hayamos ad­ mirado el libro escrito por San Ignacio, será admirar muchísimo más su obra, atribuida con toda razón a la suma sabiduría y bondad de Dios nuestro Criador y Señor; y como esta obra nació en el alma de Igna­ cio, la última consecuencia será llegar a una superior comprensión de lo que valía aquella alma bienaventu­ rada. Las Constituciones no pudieron hacerse por la deli­ beración de todos, porque el Papa enviaba a los Padres a diversas partes. En marzo de 1540 determinaron que culaborasen a ellas todos los que se hallaban en Roma. Al año siguiente, cuando se congregaron para la elec­ ción de General, lo pusieron todo en manos de los Padres Ignacio y Coduri; pero como éste murió medio año después, el 29 de agosto de 1541, quedó solo Ig­ nacio con el cargo de redactar las Constituciones. Sabia providencia de Dios, que condujo las cosas adonde de­ bían ir, pero con aquella suavidad que solía usar el mismo Ignacio. Seis años seguidos empleó ep preparar

•SAN IGNACIO,

FUNDADOR

DK LA

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28i

la materia por táedio de la oración, meditación y con­ sultas, hasta que-él año He 1547 emprendió simultánea­ mente la preparación de la Bula de Julio III y la redac­ ción del gran código. Tres años después, 1 55o» estaba lista la primera redacción de las Constituciones, y la ponía Ignacio en manos de los principales Padres, re­ unidos en Roma, para que libremente le hiciesen sus observaciones. Algunas, muy accidentales, fueron anota­ das, las cuales recibió Ignacio para tenerlas presentes en una segunda redacción, hecha de 1551 a 1552, en­ mendando algunas cosas y declarando otras más copio­ samente. Entonces Ignacio las hizo publicar en todas las casas de la Compañía, no como ley obligatoria, lo cual reservó para la futura Congregación General, sino como para probar su experiencia. Con las nuevas lecciones de la práctica v nueva meditación y consejo, fué Ignacio precisando y declarando más los conceptos y palabras, dejando a la hora de su muerte una tercera redacción perfectísima. Uno de los contemporáneos, el P. du Coudray, dice que, mientras Ignacio escribía las Constituciones, 110 tenía en su aposenta otro libro más que el misal. El misal lo tenía porque sabemos que solía preparar la lectura de la misa antes de celebrarla, y sabemos también que la santa misa era el consultorio más ordi­ nario, en donde Ignacio comunicaba y consultaba con Dios los grandes negocios espirituales. Otros libros no los tenía, porque la legislación de la Compañía, que había de ser tan diferente de lo que eran las otras religiones, 110 había de ser fruto sino de la oración y altísima comunicación con Dios nuestro Señor 37, Dice la A uto biografía: 17 N. del Tr. — El testimonio del P. du Coudray viene confirmado por otro por el estilo del P. Lancicio. Sin embargo de esto, el P. Bartoli, en su Dellci z'ilo c dclVistituto di S- Iijtujtio, dice: «Y aunque él | San Ignacio] había leído todas las Reglas de otras órdenes Religiosas... esto no obstante, en todo el tiempo que escribió las Constituciones 110 tuvo en su habí-

2$2

LA COMPAÑÍA

OI·! JESÚS

Cuando decía nü»a, tenía también muchas visiones; y que cuando hacía las Constituciones las tenia también muy a menudo; y que ahora lo puede esto afirmar más fá c il­ mente, porque cada dia escribía lo que pasaba por su alma, y lo encontraba ahora escrito. Y así me mostró un fajo muy grande de escritos, de los cuales me leyó una buena parte. Lo más, eran visiones, que él veía en confir­ mación de alguna de las Constituciones, y viendo a veces a Dios Padre, a veces a todas las tres personas de la T r i­ nidad, a veces a nuestra Señora que intercedía, a veces Ljue confirmaba. En particular me dijo en las determinaciones, de las cuales estuvo 40 días diciendo cada día misa, y cada dia con muchas lágrim as, y la cosa era si la iglesia ten­ dría alguna renta, y si la Compañía se podría ayudar de ella.

Este cuaderno es el único que se ha conservado pro­ videncialmente de todo aquel fajo de apuntes espiri­ tuales, que después Ignacio destruyó 18. Con él podemos asegurarnos de la exactitud de la verdad de lo que acaba de contar el P. Cámara sobre la luz divina que tenía Ignacio en todas y cada una de las Constituciones. Las reglas de la modestia dijo que le habían costado más de siete ratos de oración y lágrimas 19. Sigue así el Padre, y termina: tación otro libro que el Gerson y los Evangelios» (L. 3,, c. 3). Así, pues, el que no tuviera como libro de aposento estas Reglas de otras Órdenes, cuando escribía las Constituciones, no significa que no las hubiera leído antes, o que alguien no se las prestase temporalmente. Hay documentos que muestran con toda evidencia que Ignacio y su secretario Polanco con­ sultaron las Constituciones y Reglas de otras Órdenes religio­ sas. (Cf. M I, ser. 3, v. 1, p. C L X X V III-C X C II.) w N. del Tr . — No sabemos a punto fijo lo que se ha perdido del Diario o Efemérides de San Ignacio. Lo que se conserva abarca unos trece meses (no solamente cuarenta días). Comienza el 2 de febrero de 1544 y concluye el 27 de febrero de 1545 (MI, ser. 3, v. 1, p. 86-158). ** N. del Tr. — Lo sabemos por el testimonio del P. Ribi* deneira (MI, ser. 4, v. 1, p. 366).

SAN

IGNACIO,

i*UNDADOR

DK LA

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Ivl modo que observaba cuando hacía las Constituciones era dccir cada día misa y representar el punto que trataba a Dios y baoer oración sobre ello; y siempre hacía la oración y la misa con lágrimas. Yo deseaba ver aquellos papeles df: las Constituciones todas, y le rogué me los (Ujase un poco; él no quiso20. Así acaba la Autobiografía de Ignacio, como si, ter­ minada la grande obra de las Constituciones, fuese ya ociosa su vida. Podríamos aducir otros testimonios de los Padres contemporáneos, en donde se afirma la convicción que tenían de que las Constituciones las había escrito San Ignacio, o por divina revelación, o con particular luz y aprobación celestial. Dos cosas admiran profundamente a quien lee las Constituciones: verlas tan pensadas y tan sobrenatu­ rales. Primeramente son un verdadero monumento de prudencia humana. Un método de legislación racional, l}ien distribuido, bien trabajado, que, comenzando de lo más universal, llega a todas las cosas más particu­ lares, casi como quien deduce consecuencias de las pre­ misas. Leyes nunca escritas por pura especulación, sino ordenadas inmediatamente al gobierno, que dejan el po­ der ejecutivo perfectamente orientado, pero con la con­ veniente libertad de acción. Las mismas palabras son tan justas y ponderadas, que ni una se halla ociosa, oscura o indefinida. Por otra parte, no encontraremos libro más espiri­ tual que éste. Todo arranca de los más altos principios sobrenaturales, y sobre ellos estriba toda la vida de la Compañía, como por visión directa del espíritu. La luz de la Eterna Sabiduría, la unción del Espíritu Santo* las más elevadas normas de caridad divina, la imitación perfecta de Jesucristo, la mayor gloria de 80 A niobio grafio, n. 100-101. en MJ, ser. 4, 2.· ed., t. I,

v*

J‘· 505-506·

l.A COM PAÑÍA

I'»' .TKSÚS

Dios, corren por aquellas páginas com o pudrían hacerlo cu la más alta contemplación.

Y estos dos elementos, el natural y el sobrenatural, no están allí por yuxtaposición, sino por fusión tan intima, que no pueden separarse el uno del otro, aun­ que la raíz de todo se ve que es la prudencia divina. La obra de Ignacio es una demostración evidentísima de que todo entendimiento natural, toda prudencia hu­ mana, puesta en la elevada comunicación con la sabi­ duría eterna y prudencia sobrenatural, aumenta en per­ fección de una manera imponderable. Si de las Cons­ tituciones quitamos esta savia divina que las penetra, aun como instrumento racional, perderían casi toda su eñcacia. Y éste es el misterio indescifrable que hallan todos los profanos en la Compañía de Jesús, los cua­ les, como ven o presienten allí algo que supera su sen­ tido, lo atribuyen a secretos, cálculos y estratagemas. La frecuencia con que en cada página de las Cons­ tituciones, por no decir en cada ley de las mismas, se repite aquella expresión característica de San Ignacio: «a mayor gloria de Dios», «a mayor servicio y ala­ banza de nuestro Criador y Señor», podría hacer pen­ sar en un tópico, una rutina o costumbre; pero quien lea entero el libro escrito por San Ignacio, ni tentación experimentará de caer en esta vulgaridad. Lo que sí sentirá es una altísima admiración de la unión divi­ na que tenía el Santo Fundador, de la intención pu­ rísima que le movía en todas las cosas y de la natu­ ralidad con que aplicaba a las cosas más triviales la ley eterna de la Sabiduría infinita. Los grandes espíri­ tus que han llegado hasta Dios no pueden vivir sino de divinidad, de eternidad, y cuando se encuentran con la contingencia y miseria de este mundo, no solamente no pueden reposar en estas cosas, pero ni aun tocarlas, como quien dice, sino sub specie divinitatis, sub specie aeternitatis. En cuanto podemos juzgar a los hombres, ^erá difícil hallar quien pase con mayor facilidad que San Ignacio de las criaturas a Dios, a nuestro Señor

SAN IGNACIO, l'L'N DADOR DK J.A CO M PA Ñ ÍA

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Jesucristo. Se parece al Apóstol San Pablo, que decía: Omnia ct in ómnibus Christus. Entre una pequeña ac­ ción material, como un trabajo doméstico, y la dispo­ sición eterna de !& Sabiduría infinita en el ordenamiento del universo para la gloria de la Majestad Divina, hay tal distancia, que parece no puede ser traspasada por la humana inteligencia. Pues bien, veremos con qué naturalidad San Ignacio da este paso a cada momento, y de la manera más natural, como quien lee en los se­ cretos del plan divino, determina lo que es conforme a la gloria, servicio y alabanza del Criador, lo que pide la primera y suma regla de toda buena voluntad y ju i­ cio, que es la eterna bondad y sabiduría. Esto no puede explicarse sino refiriéndose, como lo hacía Ignacio cuan­ do le preguntaban la razón de las cosas particulares que había determinado en las Constituciones, «a un ne­ gocio que había pasado por él en Manresa», es decir, a aquella sobrenatural ilustración en que vió todas las cosas en Dios, y a Dios en todas las cosas. Además de las Constituciones, tuvo Ignacio una idea, que no sabemos concibiera otro fundador de reli­ giones, y fué escribir un libro expreso para los que solicitan entrar en la Compañía, con el doble fin de que ellos conozcan lo que van a hacer, y la Compañía adquiera una noticia, tan perfecta como sea posible, del que demanda el ingreso. Este libro lleva el título justísimo de Examen. Ignacio pide en él al postulante toda sinceridad en declarar sus cosas, externas e inter­ nas, gravándole la conciencia, si no lo hace, por el daño que puede resultar a la Compañía y a él mismo. De su parte, el Fundador es clarísimo, exponiéndole 110 solamente la organización externa de la Compañía en grados de personas, ministerios y ocupaciones, sino también la altísima perfección evangélica, que es su alma v vida. Las reglas más heroicas del Sumario de las Constituciones, como son la 11 y la 12, están toma­ das del Exam en . Propone los durísimos caminos de po­ bre/,m y sufrimiento por donde anduvieron los primeros

fundadores, y exhorta a que .sigan sus pisadas, y vayart aún más adelante con la gracia de Dios nuestro Señor. Avisa Ignacio que el que tiene facultad de admitir, y el que ha de examinar, «debe ser muy moderado en el deseo de recibir»; y si sintiere alguna especial pro­ pensión hacia algún sujeto, que pueda desviarle de la rectitud en el juzgar, es preferible que en aquel caso delegue su facultad en o tro 21. Manda preguntar al postulante si alguien de la Compañía le ha movido a pedir la entrada: en este caso, quiere que pase una temporada reflexionando más sobre su resolución 22. En el Examen y en las Constituciones quedan bien deter­ minadas las cualidades que debe tener en toda su per­ sona quien pide la admisión en la Compañía. Ignacio nada menosprecia; pero tocante a las cosas puramente humanas, como nobleza, riquezas, nombre y otras se­ mejantes, dice que no son necesarias cuando hay las ptras cualidades: ni suficientes, si éstas faltasen. Pero la justa medida en todo la tendrá que dar «la unción santa de la divina Sapiencia» 23. Cuando el postulante está ya en casa, en primera probación, manda San Ignacio que no traten con él sino las personas señala­ das por el superior, y da la razón «para que más libre­ mente consigo y con Dios nuestro Señor mire en su vocación y propósito de servir en esta Compañía a su divina y suma Majestad» 24. Realmente es maravillosa esta pureza de intención de no querer en la Compañía sino a aquellos que envíe Dios nuestro Señor. Si la Compañía es santa y agrada­ ble a la Divina Majestad, Dios enviará sus almas, y lo que por otros medios humanos se edificase no sería obra digna de la Compañía de Jesús. Ignacio, aun de sus mismas equivocaciones, sacó 21

Constituciones, Examen, c. 3, Constituciones, 24 Ibkl, P. I, , .

P. I, c. j, n. 4. n. 14. P. I. c. 2, n. 13. 4. n. 4.

san

ígnacio

, Fundador

dk

la

compañía

287

gran provecho, en bien de la Compañía, de manera que podemos ver en ellas una especial providencia de Dios. Él había sido excesivo en sus penitencias, y para que esto no sucediese a sus hijos, manda que todo vaya regulado por la prudencia del superior o padre espiri­ tual. Había descuidado más de lo justo la dignidad externa en el vestido y cuidado del cuerpo: establece, pues, que en la Compañía se guarde el trato de los clérigos honestos de la región en donde vivimos, y pone en cada casa quien tenga el oficio de velar por la salud de todos. Con el afán de vivir de la confianza en Dios, y de ser pobre evangélico, vió Ignacio que sus estudios padecían grave detrimento; por esto quiso que los estudiantes de la Compañía estuviesen libres del cuidado de procurarse las cosas materiales, y fundó colegios que tengan rentas aseguradas para los que se dedican a las letras. Las mismas cosas espirituales le habían sido estorbo algunas veces para el estudio, o por dar demasiado tiempo a la oración, o por dedi­ carse a los ministerios con los prójim os; ordenará, pues, que los estudiantes jesuítas tengan limitado el tiempo que han de dar a los ejercicios espirituales, y que no se dediquen entonces a la salvación de las al­ mas, bien persuadidos de que «el atender a las letras, que con pura intención del divino servicio se aprenden, y piden en cierto modo el hombre entero, será no menos, antes más grato a Dios nuestro Señor por el tiempo del estudio», que darse a mortificaciones y ora­ ciones largas23. Y en los mismos estudios, Ignacio, queriendo adelantar, había errado el camino, estudiando con poco fundamento y tomando demasiadas cosas a la v e z : de aquí nacieron leyes escolares sapientísimas, en las cuales manda se pongan buenos fundamentos de cada ciencia, que cada uno se dedique a aquello para lo cual tenga mayores aptitudes, y que quien no pueda salir eminente en todas las ciencias, lo sea a lo menos

LA COM PAÑÍA l>K JtiS Ú S

en alguna. Aquel mismo peregrinar de Ignacio por tantas universidades, que no podía ciertamente favore­ cer al adelanto literario de un hombre que tenia nece­ sidad de andar paso a paso y bien regulado, tuvo una ventaja muy providencial: la de ver el funcionamiento de los principales centros culturales de Europa, las leyes de las universidades y colegios, las cualidades y defectos que tenían en sus planes de enseñanza, y la práctica escolar de las clases, para sacar después, en las Constituciones, provecho de todo, dando a la Com­ pañía unos principios pedagógicos superiores al tesoro Lie conocimientos especulativos que poseía el Santo Fun­ dador. Podríamos ver todavía el fruto de experiencias más delicadas y peligrosas, como es el trato poco prudente con ciertas personas, por el afán de llevarlas a Dios. Ignacio sufrió en Alcalá persecuciones, ocasionadas por visitas de mujeres, en las cuales por un lado o por >tro pudo haber aparentemente alguna imprudencia. La¡ Autobiografía nos cuenta tribulaciones, que pasaron muy inocentemente, por causas semejantes, el Padre Coduri y aun el mismo San Francisco Javier 26. Igna­ cio aprovechó bien estas lecciones, dictando leyes llenas de santa prudencia. Acabemos este punto de la experiencia que sacó Ignacio de sus mismos tropiezos para dar buenas leyes a la Compañía, con lo que mira a la lengua que han de aprender los jesuítas para la salvación de las almas. Cuando llegaron los compañeros a Italia, comenza­ ron todos a predicar, y eran despreciados por lo mal que hablaban la lengua italiana. El mismo Ignacio era uno de tantos, y aun inferior en esto a los demás. Todavía el año 1540 le costaba decir cuatro palabras con corrección. Cuando, después de elegido General, se puso a enseñar la doctrina cristiana a los niños por cuarenta días, cuenta el Padre Ribadeneira. novicio de y;

slutobiorjrafía, n. 97.

SAN

I ( .NACIO, F U N D A D O R

DE LA

COMPAÑÍA

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algunos meses, muy listo y hasta travieso, que Ignacio k? hacía repetir a! pueblo la plática que él había antes predicado. Escuchaba él con grande atención, y viendo que hablaba tan mal la lengua italiana, con aquella conlianza y amor incomparable que le tenía, le dijo «que era menester que pusiese algún cuidado en el hablar bien» ; y él, con su humildad y blandura, respondió estas formales palabras: «Cierto que decís bien; pero tened cuidado, yo os ruego, de notar mis faltas y avisarme de ellas para que me enmiende». «Hícelo así un día, dice Ribadeneira, con papel y tinta, y vi que era menes­ ter enmendar casi todas las palabras que decía; y pareciéndome que era cosa sin remedio, no pasé adelante, y avisé a nuestro Padre de lo que había pasado; y él entonces, con maravillosa mansedumbre y suavidad, me dijo: «Pues, Pedro, ¿qué haremos a Dios?» Queriendo decir que Nuestro Señor no le había dado más, y que le quería servir con lo que le había dado.» Bien acaba Ribadeneira este episodio diciendo con San Pablo ( i Cor., 2, 4) que «el reino de Dios no consiste en pala­ bras elegantes, sino en la fuerza y virtud del mismo Dios, con que las palabras se dicen, envolviéndose en ellas el mismo Dios, y dándoles espíritu y vida para mover a quien las oyere» 27. Por instinto sobrenatural y por el buen sentido natural comenzaba a practicar Ignacio, de la manera que podía v sabía, lo que des­ pués mandó a todos sus hijos: que aprendan bien la lengua de la región donde residen, tanto para la unión y concordia con los de casa como para mayor ayuda de aquellos con quienes moran. Hecha la ley mandó ponerla en ejecución. En Roma había comenzado imponiendo el estudio de la lengua italiana días alternos; después mandó que se estudiase eada día. A dos alemanes, que habían de pasar al coIcgio ¡germánico], les hizo quedar retirados en casa hasta que supiesen mejor la lengua y se hubiesen avel'ida de San Ignacio, 1. 3, c. 2. I'·'.

S an I g n a c i o

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L oyola

LA COMPAÑÍA 1)1; JK S Ú S

¿ado a las costumbres del país. A todos los alemanes puso regla de que «todos los gramáticos hablasen ita­ liano la hora de recreación, y los demás siempre». Ellos lo recibieron mal, y el mismo rector del colegio, P. A n ­ drés Frusio, lo tenía por imposible. Ignacio no volvió atrás, dice el Padre González de Cámara, et factum cst sic, y todos quedaron quietos 28. Vistas las faltas de experiencia, que corrigió Igna­ cio en su legislación, digamos también una palabra de cómo resistía en ella a los más vivos sentimientos de su corazón cuando veía que pedía otra cosa la gloria de Dios. Hemos visto su constante asistencia a las funcio­ nes litúrgicas durante su estancia en Manresa. En el libro de los Ejercicios podemos advertir cómo combina las meditaciones de manera que todos puedan tomar parte en los divinos oficios. Este gusto no le tuvo so­ lamente a los principios, sino que le duró toda la vida. Dos años antes de morir confesó al P. Cámara que «si acertaba a entrar en alguna iglesia cuando se celebra­ ban estos oficios cantados, luego parecía que totalmente se enajenaba de sí. Y esto no solamente era de prove­ cho para su alma, sino también para la salud corporal; y así, cuando estaba enfermo, o triste y desconsolado, ninguna cosa le era de mayor alivio que oír cantar al­ guna devota canción a cualquier hermano» 29. No obstante, nada de esto mandó en la vida de la Compañía, con grande escándalo de mucha gente con­ temporánea, que no comprendía una religión sin coro. En nuestros días de renacimiento litúrgico han resur­ gido todas las objeciones contra la piedad jesuítica, como excesivamente individual, demasiado seca, demasiado separada de todo lo que son horas canónicas y misas cantadas y canto eclesiástico. La razón de esta norma * Monumento, Ignatiana, ser. 4, 2* ed., t. I, v. 1, M t’ moríale, n. 144, 347 y 363, p. 615, 721, 727. * Ibíd., n. 177 y 178, p. 636.

SAN

IGNACIO, FU N D A D O R DI; LA

CO M PAÑÍA

21.

S an

I g n a c io d e

L oyola

I A COMPAÑÍA DI.' JK S Ü S

guida si alguien de casa estaba mal de salud, y al com­ prador mandaba que fuese dos veces al día a decirle si había comprado lo necesario para los enfermos. Eran muy pobres; pero no quería que a los enfermos les faltase lo conveniente, y por este motivo hacía vender lo que en casa no era estrictamente necesario, y en caso apurado, quería que ni los vasos sagrados fuesen per­ donados. Viendo que los jóvenes le enfermaban por el fervor del espíritu y de los estudios, en tiempo en que se pasaba en casa mucha necesidad, mandó labrar una casa de campo, diciendo: «más estimo yo la salud de cualquier hermano que todos los tesoros del mundo» 16. Decía que atribuía a particular providencia de Dios que él estuviese sujeto a enfermedades, para que así aprendiese a compadecerse de los flacos. Una vez en que, por una grave enfermedad, hubo de confiar todo el gobierno a un Vicario, solamente se reservó que le diesen cuenta de la enfermería. No podía tolerar que lo que se hacía por los enfermos lo considerase nadie como una singularidad. En esta materia dice más un hecho que mil palabras. Cuenta de sí mismo el P. Ribadeneira que cuando le sangraron de un brazo, no sólo le hizo velar toda la noche, sino que además el buen Padre «dos o tres ve­ ces envió quien reconociese el brazo y viese si estaba bien atado». Yendo una vez peregrinando con el P. Laínez, dióle a éste un dolor gravísimo repentinamente, y lo que para su remedio y alivio hizo nuestro Padre fue buscar una cabalgadura, dando por ella un real, que sólo habían allegado de limosna, y envolviéndolo con su pobre manteo le subió en ella; y para animarle más, como otro Elias, iba siempre delante de él co­ rriendo a pie, con tanta ligereza y alegría de rostro y ánimo, que el P. Laínez decía, «que apenas podía atener con él» 17. Estando enfermo uno de sus com­ 1.

16 N. del Tr. — Cf. 5- c. 8.

17 lbíd.

R

ibadeneira,

Vida de San Ignacio,,

SAN

I GNA CI O,

PADRE

DE L A

COMPAÑÍA

323

pañeros, en un lugar distante de donde estaba a la sazón Ignacio, éste corrió a visitarlo, y el enfermo, sea por el gozo de ver a su Padre, sea por gracia especial de Dios nuestro Señor, quedó curado de su enfermedad. Del «mor universal que a todos tenía escribe el Padre Cámara: «Siempre es más inclinado al amor, y esto en taüto grado, que todo él parece amor; y así es tan universalmente amado de todos, que no se conoce ninguno en la Compañía que no le tenga grandísimo amor, y que no juzgue ser muy amado del Padre... Señal de este gran amor es la alegría y gusto que tenía en hablar y oír hablar de las cosas de los her­ manos. Hacía que leyesen dos o tres veces las cartas de edificación y noticias de los colegios. Una vez me llamó, estando en la casa de campo el año 55, y hablán­ dome con sumo gusto de esta materia, me dijo que echase la cuenta de cuántos estarían entonces en la Compañía, y me acuerdo que hallamos novecientos. »Cuando yo fui de aquí, me hablaba nuestro Padre muchas veces de los hermanos de Portugal y de la India, alegrándose en extremo, hasta de oír cómo co­ mían, cómo dormían, cómo se vestían y otras muchas particularidades y menudencias; tanto que, estando un día preguntándome muchas de los de la India, dijo: «Cierto yo me holgara de saber, si posible fuera, cuán­ tas pulgas les muerden cada noche» 18. Jamás le oyó nadie palabra alguna que pudiese agraviar; hasta cuando convenía corregir una falta, nunca usaba de palabras generales, como sería decir a alguno: sois un desobediente, o perezoso, o sober­ bio; sino que sólo reprendía aquel hecho particular. Las faltas las decía al mismo interesado, nunca a ter­ cera persona, si no era necesario para la corrección. 18 Monumento Igmtiana, ser. 4, 2.* ed., t. I, v. 1. M eivoriale, n. 86 y 87, p. 579-580. — N. del Tr. — En la versión del P. Macía, p. 53-54- La nueva edición presenta ligerísimas variantes en el principio de este texto, que está en castellano t n el M cmoriol.

I„A CO M PAÑ ÍA

D I' J I ’S Í ’S

\ o murnuiraba de otros ni toleraba se murmurase en su presencia, y siempre tenia a punto alguna palabra para disculpar al prójimo. Si alguno faltaba, procura­ ba hacerle conocer y reconocer la culpa. Después, ha­ cía que el mismo culpado se impusiese la penitencia, v entonces muv a menudo la disminuía. Así dice un testigo de vista, que casi nunca se vió a nadie enojado por alguna corrección o castigo 19. Pasado ya el caso, Ignacio trataba a las personas como si nunca hubiesen faltado. Podían todos estar bien seguros, advierte el mismo Ribadeneira, que ni en obras, ni en palabras, ni en trato, ni en su corazón, quedaba rastro ni me­ moria de aquellas faltas, como si nunca las hubiesen cometido. Ignacio, que pedían a sus hijos una obediencia tan perfecta, no solía poner ante sus ojos la autoridad cruda y escueta, sino escudada en las razones que te­ nía para mandar, y endulzada por la condescendencia del amor. Cuando se le pedía una cosa que él veía no poder conceder, negábala; pero añadiendo, si era po­ sible, las razones por que no era bien concederla, con lo cual dejaba al súbdito convencido y consolado. Cuan­ do podía conceder lo que le pedían, hacíalo de buen grado, representando las razones en pro y en contra, añadiendo, sin embargo, que más fuerza le hacía el deseo de complacer. Examinaba las aptitudes e inclinaciones de cada uno, para acomodarse a ellas en cuanto era posible. Pedía a todos que estuviesen indiferentes para todo; pero él se adelantaba a estimar las cualidades de cada uno y aprovecharlas en lo que podían dar mejor re­ sultado. Tenía gran confianza en sus hijos, no de palabra solamente, sino también de obra. Al que él daba como formado en la Compañía, le enviaba a cualquier parte N. del Tr. — 1. 5, c. 7.

Cf. RfBADKNF.iRA, Vida de S a n

Ignacio,

SAN

IGNACIO,

PADRE

DE LA COMPAÑÍA

325

sin temor alguno y le daba toda la autoridad. Nunca mostraba aquel raquitismo de los que juzgan que nada e stá bien mandado si no pasa antes por sus manos. Aun $f je r consultado, después de dar su parecer, so­ lía añ a$ f: «Vos, que tenéis la cosa ante los ojos, ve­ réis mejgr lo que convenga hacer.» Usaba también el dar carta# en blanco, firmadas de su mano, para que viesen sus hijos la plena confianza que en ellos tenía depositada. Las grandes cualidades no suelen nacer improvisa­ damente, sino que requieren formación. Ignacio ponía gran diligencia en educar las facultades que veía en sus hijos, y el medio más ordinario era el de darles responsabilidades, según el peso que podían llevar. E n­ tendía también que no todas las perfecciones van jun­ tas, sino que uno puede ser eminente en un ramo y muy inferior en otro. Por esto daba en cada cosa la superioridad al que la merecía, aunque en otras cosas hubiese de estar sujeto y obedecer. El gobierno entendía él que ha de ser muy ilustra­ do en el consejo, pero muy expedito en la ejecución. De ahí que rodease a todos los superiores de la Com­ pañía de consultores y admonitores, con quienes ha­ yan de aconsejarse antes de tomar una determinación, pero sin ligarlos a seguir la opinión que manifiesten. Gobernar entendía que era sacrificarse, no bus­ cando ninguna ventaja para sí mismo. Y así decía que era mal sistema acomodar los negocios a la persona, y no la persona a los negocios: verdad la más exacta y universal cuando se trata de los negocios espiritua­ les de la salvación de las almas. Entonces no hay más ley que la del A póstol: hacerse todo a todos, para sal­ varlos a todos. Correspondían los hijos a su Padre con un amor ternísimo, como lo pondera el P. Ribadeneira con es­ tas palabras: «Como el Santo Padre era tan padre, y tan amoroso con todos sus hijos, así ellos se le mos­ traban hijos obedientes, y le entregaban sus corazones

LA

COMPAÑÍA

LUÍ j Ü S Ú S

para que dispusiese de ellos y de todas sus cosas sin contradicción ni repugnancia; porque, por este amor, no solamente era padre y maestro, sino también dueño y señor de sus súbditos; él cuidaba de ellos, y ellos descuidaban de s i: ellos trabajaban hasta cansarse sin tener respeto a su salud, por el gran cuidado que sa­ bían tenía de ella el Padre, y que cuando se hallasen en necesidad de descanso le hallarían muy cumplido; y había una santa contienda entre el Santo Padre y sus hijos, queriendo los hijos tomar mayores cargas que eran sus fuerzas, y el Padre quitándoles alguna parte de las que podían llevar, y con una religiosa porfía, reverenciando y obedeciendo los hijos a su Padre, y el Padre mirando por sus hijos con un amor solícito y dulcísimo que no se puede con palabras explicar» 20. Cuando los hijos estaban lejos de San Ignacio, el ma­ yor consuelo para ellos eran sus cartas. San Francisco Javier tiene en su epistolario expresiones intensísimas que lo demuestran. El P. Polanco dice que sólo el re­ trasar la contestación era como «privar de la leche de la ordinaria consolación» a los pequeñitos, y lo mi­ raban como un castigo21. Notemos que dice esto un hombre que aparentemente habría tenido motivos para hablar de la dureza de San Ignacio. Porque es de ad­ vertir que. si mostraba alguna aspereza en el trato, no era ciertamente con los menos estimados, sino con los amigos más íntimos. Digamos sobre esto una pa­ labra. Es cierto que San Ignacio trató secamente a algu­ nos de la Compañía de un mérito eminente, como los Padres Laínez, Nadal, Polanco. Lo veían todos los contemporáneos y lo sentían los interesados, quizá has­ ta derramar lágrimas. Pero al mismo tiempo que obra­ ba así se fiaba de ellos como de sí mismo, les con30 Tratado del modo de gobierno que N. S. P , Ignacio te­ nía,^ c. 3. 21

Chronicon S- J

v. 2 ,

n.

62,

p.

33.

SAN

IGNACIO,

P A D R E DIv LA

COMPAÑÍA

327

fiaba todos los grandes negocios de 1a Compañía y, en su Ausencia, cuando se ofrecía la ocasión, hacía de ellos y su virtud las más grandes ponderaciones. ¿Por qué |£ta conducta que parece contradictoria? Todo na­ cía á|¡l grande amor que les tenía, el cual le inducía a fundólos sólidamente en las más perfectas virtudes, precisamente porque había de poner sobre ellos un peso dé responsabilidad extraordinario. Bien entendían ellos mismos que todo ello procedía de una fuerte ca­ ridad, y así nadie profesó a San Ignacio un amor tan profundo y tan filial como estos hombres extraordi­ narios. En lo cual se ha de tener en cuenta una muy ati­ nada observación del P. Ribadeneira. El santo Pa­ triarca, tanto por la luz extraordinaria que tenía de Dios como por su autoridad sobre todos sus hijos, podía usar medios que en él caían muy bien, mientras que en otros superiores serían imprudentísimos, por lo cual nadie ha de arriesgarse a imitar ejemplos ex­ traordinarios, más aptos para la admiración que para la práctica. L o cual también se ha de tener en cuenta en el punto de las penitencias graves, qué San Igna­ cio daba a veces por faltas ligeras: él miraba en ello, no sólo el caso concreto que todos contemplaban, sino también la influencia que podía tener en la formación del espíritu de la Compañía, que, como padre amo­ roso, quería dejar bien asegurado. Pero estos mismos hechos excepcionales prueban con evidencia que los hi­ jos de San Ignacio correspondían amorosamente al amor de su Padre. El P. Ribadeneira da dos razones de esta corres­ pondencia : «La primera, la opinión que tenían de su sabiduría; que ésta es gran motivo para que los hom­ bres amen y estimen al que tienen por muy sabio. La segunda, lo mucho que él los amaba; que en fin el amor naturalmente cría y engendra amor. Y todos sa­ bían que los tenía como a hijos muy queridos, y que el les era amorosísimo padre. Y allende de esto, como

LA COMPAÑÍA

DJ. JKSÚS

él conocía tan bien lo que pesaba cada uno, y dónde llegaban sus fuerzas espirituales y corporales, no echa­ ba más peso a nadie de cuanto podía suavemente lle­ var; y aun de esto aflojaba un poco y quitaba parte, porque no fuesen sus hijos oprimidos con la carga, antes la llevasen con alegría v pudiesen durar en ella» 22. ~

Vida de San Ignacio, 1. 5, c. 7.

Capítulo IV

SANTIDAD EJEMPLAR DE SAN IGNACIO §

I.

S an

I g n a c io , p e r s o n if ic a c ió n de

la

de

la

s a n t id a d

C o m p a ñ ía

Todo este libro es una historia de la santidad de Ignacio; pero queremos añadir este capitulo, para de­ clarar más particularmente cómo él es el Santo típico y ejemplar de la Compañía de Jesús. Sus contemporáneos le miraban como encarnación de nuestra santidad apos­ tólica, de manera que más aprendían de él que de la ley escrita. Muchos testimonios podríamos aducir; pero nos limitaremos a los de los Padres Cámara v Ribadeneira, porque son los que con mayor atención le contemplaron, para dejarnos una pintura de sus virtudes. Escribe el Padre González de Cámara: «En todo su modo de proceder observa todas reglas de los E jerci­ cios exactamente, de modo que parece primero los haber plantado en su ánima, y de los actos que tenía en ella, sacadas aquellas reglas; y lo mismo se puede decir de Jerson [Kem pis] ; y así no parece otra cosa conversar con el Padre, sino leer a Juan Jerson, puesto en ejecu­ ción... Lo mismo se puede decir de las Constituciones, máxime del capítulo en que pinta el general, en el cual parece haberse pintado a sí mismo» *. Estas últimas pa­ labras las repite casi a la letra el Padre Ribadeneira. 1 Monumento Jffiiationa. ser. 4, 2.* ed.( t. I. v. 1, Mcmotiale, 11. 22(1, p, 659·

330

LA COMPAÑÍA

1>L*

jK SÚ S

Vamos, pues, a las Constituciones, y tomemos el re­ trato que allí hace del General de la Compañía de Jesús: Cuanto a las partes que en el Prepósito General se deben desear, la primera es que sea muy unido con Dios nuestro Señor, y familiar en la oración y todas sus operaciones; para que tanto mejor de él, como de fuente de todo bien, impetre a todo el cuerpo de la Compañía mucha partici­ pación de sus dones y gracias, y mucho valor y eficacia a todos los medios que se usaren para la ayuda de las ánimas. La segunda, que sea persona cuyo ejemplo en todas virtudes ayude a los demás de la Compañía; y en especial debe resplandecer en él la caridad para con todos próji­ mos, y señaladamente para con la Compañía, y la humil­ dad verdadera, que de Dios nuestro Señor y de los hom­ bres le hagan muy amable. Debe también ser libre de todas pasiones, teniéndolas domadas y mortificadas: porque interiormente no le per­ turben el juicio de la razón, y exteriormente sea tan com­ puesto, y en el hablar especialmente tan concertado, que ninguno pueda notar en él cosa o palabra que no le edi­ fique, así de los de la Compañía, que le han de tener como tipejo y dechado, como de los de fuera. Con esto sepa mezclar de tal manera la rectitud y seve­ ridad necesaria con la benignidad y mansedumbre, que ni se deje flectar de lo que juzgare más agradar a Dios nues­ tro Señor, ni deje de tener la compasión que conviene a sus hijos; en manera que aun los reprendidos o castigados reconozcan que procede rectamente en el Señor nuestro y con caridad en lo que hace, bien que contra su gusto fuese según el hombre inferior. Y asimismo la magnanimidad y fortaleza de ánimo le es muy necesaria para sufrir las flaquezas de muchos, y para comenzar cosas grandes, en servicio de Dios nuestro Señor, y perseveiar constantemente en ellas cuando couviene; sin perder ánimo con las contradicciones (aunque fuesen de personas grandes y potentes), ni dejarse apar­ tar de lo que pide la razón y el divino servicio por ruegos o amenazas de ellos; siendo superior a todos casos, sin dejarse levantar con los prósperos ni abatirse de ánimo con lo- adversos; estando muy aparejado para recibir, cuando

S AN T ID A D

l-jÜMPLAR

Di·: SAN

IGNACIO

331

menester fuese, la muerte por el bien de la Compañía, en servicio de Jesucristo, Dios y Señor nuestro. La tercera es que debería ser dotado de grande enten­ dimiento y juicio; para que, ni en las cosas especulativas, ni en las prácticas que ocurrieren, le falte este talento. Y aunque la doctrina es muy necesaria a quien tendrá tan­ tos doctos a su cargo, más necesaria es la prudencia y uso de las cosas espirituales y internas, para discernir los es­ píritus varios, y aconsejar y remediar a tantos, que ten­ drán necesidades espirituales; y asimismo la discreción en las cosas externas y modo de tratar de cosas tan varias, y conversar con tan diversas personas de dentro y fuera de la Compañía. La cuarta, y muy necesaria para la ejecución de las cosas, es que sea vigilante y cuidadoso para comenzar, y estrenuo para llevar las cosas al fin y perfección suya, no descuidado y remiso para dejarlas comenzadas y imperfectas. La quinta es acerca del cuerpo; en el cual, cuanto a la sanidad, apariencia y edad, debe tenerse respecto de una parte a la decencia y autoridad; de otra, a las fuerzas corporales que el cargo requiere, para en él poder hacer su oficio a gloria de Dios nuestro Señor. La sexta es acerca de las cosas externas, en las cuales las que más ayudan para la edificación y el servicio de Dios nuestro Señor en tal cargo, se deben de preferir. Y tales suelen ser el crédito, buena fama, y lo que para la autoridad con los de fuera y de dentro ayuda de las otras cosas. Hasta aquí las palabras de las Constituciones 2.

§ II.

U n ió n con D io s

El fundamento esencial de todas esas perfecciones espirituales, del cual en cierta manera todas se derivan, es aquella primera cualidad de la unión con Dios nues­ tro Señor. Notemos, con todo, qué unión pide San Ig‘

Constituciones, P. IX, c. 2, n. 1-9.

I*A COMPAÑÍA

Dt:

JKSÚS

nado: 110 sólo unión en la oración, sino también en todas las acciones; es decir, unión de todo el hombre, no sólo de ideas y sentimientos, sino práctica y efec­ tiva ; unión, no sólo habitual, sino actual, hasta el grado que sea posible en esta vida de miserias. Los pasos de esta unión son: conocimiento altísimo de Dios y de su ideal, tortísimo enamoramiento, purísima intención de agradarle, exacto cumplimiento de su voluntad en todas las cosas. Bien se ve que esto no puede reducirse a la unión contemplativa de la oración, sino que pide otra permanente que vivifique toda acción. Ésta es la vida de nuestro Señor Jesucristo, y ésta ha de ser la vida de todo apóstol. Los Ejercicios, y las Constituciones que de ellos na­ cen es cierto que tienden a formar hombres de esta clase. For esta razón decía Ignacio que tenía como ora­ ción más provechosa el hallar a Dios en todas las co­ sas que el dar mucho tiempo a la quietud. Pero tenga­ mos en cuenta que esto era después que, por largas meditaciones y contemplaciones, había subido el alma a la unión divina, le había inspirado la purísima inten­ ción de complacer a la divina Bondad por sí misma, y le había enseñado a amar a Dios en todas las cosas, y a todas las cosas en Dios. Entonces diríamos más bien que toda acción es contemplación por la unión actual que incluye con la voluntad divina, y hasta por la ter­ nura de devoción que inspira al corazón espiritualizado. Vamos a Ignacio y hallaremos en él como un ideal de este modo de unión divina. Confesaba un día al Pa­ dre Ribadeneira que él parecía hecho de propósito para estar con Dios, y otras veces afirmó que a Dios le en­ contraba siempre que quería. «Estando yo presente, dijo [nuestro Padre] que le parecía que no podría vivir, si 110 sintiese en su alma una cosa que no era suya, ni po­ día serlo, ni era cosa humana, sino cosa puramente de Dios» :i. Aquí tenemos la unión mística experimental, 3 Mott. Jíjnal., ser. 4,

V.

1, n. 33, [>. 3.

SA N TID A D K JK M P L A R

DI· SAN IGNACIO

333

que con toda evidencia poseía Ignacio en grado extra­ ordinario. De aquí nacía una luz clarísima de la volun­ tad de Dios aplicada a cada cosa, y un afán fervoroso de cumplirla él y hacerla cumplir a todos. Así nos lo dice el P. Ribadeneira: «De ver una planta, una yerbecita, una hoja, una flor, cualquier fruta, de la con­ sideración de un gusanillo o de otro cualquiera animalejo, se levantaba sobre los cielos y penetraba lo más interior y más remoto de los sentidos» 4. Para él no había cosas grandes ni pequeñas, por­ que todas las miraba delante de Dios, ante el cual no tienen otro valor que el de su conformidad con la vo­ luntad divina. Decíase de él que parecía leer siempre como escrita en las cosas la santa voluntad de Dios. Ésta había llegado a ser para él y para todos la teoría única y total de la vida y de todo el universo. Y como sólo la voluntad libre del hombre puede quebrantar esta ley de armonía universal de todas las cosas, ordenaba todos sus actos a conocer y cumplir en cada caso con­ creto la voluntad de Dios. El final invariable de todas sus cartas era éste: «Acabo rogando a Dios que nos dé luz para que su divina voluntad siempre sintamos, y aquélla enteramente la cumplamos.» Javier, que cono­ cía bien a su Padre, en aquella carta-oración que le escribía desde la India, le pide únicamente: que pida al Señor «gracia de conocer ciertamente, y cumplir perfectamente, su santa voluntad». Recojamos algunos testimonios contemporáneos que confirmen estas ideas. El P. González de Cámara, un día que salió de casa con San Ignacio, al volver hizo esta descripción: «El Padre, todo el camino fué en oración, según claramente se colegía de la mutación del rostro; y es cosa mucho de notar la facilidad que tiene en unirse con Dios por ora­ ción. Acordarme he de cuántas veces le hallé encerrado 4 N . del 7Y. — Cf. l 5, c. i.

R ib a d e n e ira ,

Vida de San Ignacio,

í .a

co m pa ñ ía

di

: j i :s i s

cu su capilla en tal modo devoto, que parece que se le podía ver en el rostro, aunque continuamente parece que se le puede ver est >... Acuérdome que todas las veces que entré [en la capilla], que fueron muchas, le hallé con un rostro y semblante tan resplandeciente, que... me quedaba espantado y como fuera de mí, porque lo que en él observaba 110 era lo que había visto muchas ve­ ces en otras personas devotas, cuando están en oración, sino que claramente parecía cosa celestial y extraordi­ naria... Traslucíase y de continuo se manifestaba la in­ terior devoción de Nuestro Padre en la suma paz, so­ siego y compostura de su rostro. Por ninguna nueva que le diesen o cosa que aconteciese, alegre o triste, es­ piritual o temporal, daba en su gesto la más pequeña muestra de movimiento o alteración interior. Cuando quería agasajar a alguno, le mostraba tanta alegría, que parecía que le quería meter en su corazón. Tenía los ojos de suyo tan alegres, que, según me contó el P. Laínez, queriendo un endemoniado de Padua darle a conocer por señas, y diciendo de él cosas de mucha alabanza, empleó esta perífrasis: «Un españolito, pequeño, algo cojo, que tiene los ojos alegres» 5. Del mismo P. Cámara son las siguientes notas: «El Padre dice que nunca se atreve a hacer ninguna cosa de momento, aunque tenga todas las razones, sin hacer re­ curso a Dios... Respondió [en cierta ocasión] : «Dormi­ remos sobre ello.» Era esta frase muy común en Nues­ tro Padre, cuando quería decir que tendría oración sobre algún negocio» 6. «Cualquiera cosa que el Padre haga de Dios, la hace con un admirable recogimiento y prontitud; y parece claramente que no sólo imagina tener a Dios delante, mas que lo ve con los ojos; y esto se puede aún ver en el bendecir la mesa. Y de aquí se piensa que nace el r' Mon. Jfjmt., ser, 4. 2* ed., t. I, v. 1, Memoriale, n. 175180, p. 635-637. Versión del P. Macía, p. 110-113. * Ibíd., n. rÓ2 y 163, p. 628-629. Versión dicha, p. 101-102.

S A M J D A Í ) KjE.YIPLA R DI) SAN JCNACIO

335

grande daño que recibe el cuerpo cuando oye o dice misa, sí no está redo; y aunque lo esté, muchas veces lo habernos visto enfermar el día que ha dicho misa» 7. Es singular la ternura de devoción que demuestran estas paj&bras en un hombre de ideas y sentimientos robustísimos. Estuvo a punto de perder la vista de tanto llorar. El oficio divino era para él un dulcísimo marti­ rio de devoción: cada palabra le hería como un dardo, y le constreñía a pararse, y corrían sus lágrimas. Gran parte del día se le pasaba con el breviario en las manos, y los ojos se le quemaban; sus compañeros creyeron que era caso de conciencia el pedir dispensa al Papa, como lo hicieron. Ignacio rogó al Señor que puesto caso le comunicaba aquel don de lágrimas, le diese también imperio y dominio sobre ellas. Dios le concedió perfec­ tamente esta gracia, y procedía Ignacio como si tuviese en sus manos la llave de la divina consolación; pero nota el P. Ribadeneira que esto era en lo de fuera, pues «aunque se enjugasen los ojos, quedaba siempre bañado el espíritu». El P. Laínez, que santamente le expiaba, dice: «Subíase a un terrado o azotea, de donde se descubría el cielo libremente; allí se ponía en pie quitado su bonete, y sin menearse estaba un rato fijos los ojos en el cielo, luego hincadas las rodillas hacia una humillación a D io s; después se asentaba en un ban­ quillo bajo, porque la flaqueza del cuerpo no le permi­ tía hacer otra cosa, allí se estaba la cabeza descubierta, derramando lágrimas hilo a hilo, con tanta suavidad y silencio, que no se le sentía ni sollozo, ni gemido, ni ruido, ni movimiento alguno del cuerpo» 8. El año anterior al de su muerte, casi al final de su Autobiografía, que dictaba al P. González de Cámara, hizo éste la pintura siguiente del estado actual de su espíritu, en orden a la santidad: «El mismo día. antes 7 Mon. Ignat., n. 183, p. 639. * A\ del Tr. — Cf. R i b a d e n e i r a , Fida de San Ignacio,

(le cenar, me llamó con un aspecto de persona que es­ taba más recogida de lo ordinario, y me hizo un modo de protestación que era, en sustancia, mostrar la inten­ ción y simplicidad con que había narrado estas cosas, diciendo que era bien cierto que no narraba nada más; y que había hecho muchas ofensas a nuestro Señor, después que le había comenzado a servir; pero que nunca había tenido consentimiento de pecado mortal; antes siempre creciendo en devoción, es decir, en faci­ lidad de encontrar a Dios; y entonces, más que nunca en toda su vida. Y cada vez y hora que quería encon­ trar a Dios, le encontraba. Y que aun ahora tenía mu­ chas veces visiones, mayormente aquellas de que se ha hablado arriba, de ver a Jesucristo como sol. Y esto le sucedía a menudo, estando hablando de cosas de im­ portancia, y aquello le hacía venir en confirmación [de lo que decía]» 9. El P. Laínez dice también: «Otras cosas diversas me ha contado de visitaciones que ha tenido sobre los misterios de la fe, como sobre la Eucaristía, sobre la persona del Padre especialmente y por un cierto tiem­ po después, creo, sobre la persona del Verbo; y últi­ mamente sobre la persona del Espíritu Santo. Y me acuerdo que me decía que en las cosas, agora, de Dios nuestro Señor más se había passive que active; lo cual personas que contemplan, como S agero 10 y otros, po­ nen en el último grado de perfección» n . 6 Autobiografía, n. 99. 10 N. del Tr. — Parece se trata de Gaspar Sagero, o Sasgero, o Schatzgeyer, franciscano de Baviera (1463 o 1464-1527). Cf. L. YV a d d i n g , Scriptores Ordinis Minojrum, páginas 98-99, Roma, 1906; Lexikon für Theologie und Kirche, t. 9, p. 222, Friburgo, 1937; U. S c h m i d t , O. F. M., prólogo de Corpus Catholicorum, t. 5. Man. ignat-, s t r . 4. 2* ed., t. I, v. I, p. 138-140.

S A N T ID A D

EJEMPLAR

§ III.

D o m in io

DE SAN

de



IGNACIO

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m ism o

Después de la unión con Dios vienen las virtudes de la vida de la santidad. Las principales, que tienen in­ mediatamente por objeto el mismo Dios, y son las teologales de fe, esperanza y caridad, quedan ya expli­ cadas, al menos implícitamente, en la unión divina. F i­ jaremos ahora particularmente nuestra atención en las virtudes mortificativas y de gran fuerza apostólica, por­ que son las más necesarias a los hombres consagrados a buscar la mayor gloría de Dios sub crucis vexillo, como dice y repite San Ignacio en las dos fórmulas del Instituto, que presentó a los Papas para la aprobación y confirmación de la Compañía. Ignacio solía reducir todas estas virtudes a aquella máxima del Kempis, que puso también en el mismo título de los Ejercicios: «Véncete a ti mismo.» Comen­ cemos, pues, por declarar el dominio de sí mismo que llegó a alcanzar. Escribe el P. Ribadeneira: «Tuvo con la divina gra­ cia y con el continuo trabajo y cuidado que puso, tan sujetas sus pasiones y tan obedientes a la razón, que aunque no había perdido los afectos naturales del alma (porque esto fuera dejar de ser hombre) parecía que no entraba en su corazón turbación ni movimiento de ningún apetito desordenado. Y había llegado a tal punto, que, con ser muy cálido de complexión y muy colérico, viendo los médicos la lenidad y blandura maravillosa que en sus palabras y en sus obras usaba, les parecía que era de complexión flemático y frío: mas habiendo vencido de todo punto, con la virtud y espíritu, lo que en el interior afecto era vicioso de la cólera, se que­ daba con el vigor y el brío que ella suele dar, y que era menester para la ejecución de las cosas que tra­ taba. De manera que la moderación y templanza del ánimo no le hacía flojo ni remiso, ni le quitaba nada 2¡9. - S

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de la eficacia y fuerza que la obra había de tener..« »1 i el cuerpo tenía varias disposiciones, por la variedad de su mayor o menor flaqueza, y algunas veces estaba para entender en negocios y otras no, se­ gún que era más o menos su salud; pero el ánimo y disposición interior siempre era la misma. Y así, para alcanzar algo de él o negociar mejor, no era menester aguardar tiempo o buscar coyuntura, porque siempre estaba de un temple. Si le hablábades después de decir misa o después de comer, levantándose de la cama o saliendo de oración, todo era uno» 12. Una frase del P. Frusio dice más que muchas pági­ nas: «Que la gracia [en Ignacio] le parecía connatural. Que las pasiones naturales tenía ya tan habituadas a la virtud, que e’las mismas de suyo no le servían para otra cosa, según parecía, sino para cosas buenas. Y cierto, en esta parte es cosa mucho de alabar a Dios, por el imperio que le ha dado sobre toda su alma» 13. El dominio espiritual de sí mismo lo anteponía de mucho a todo linaje de penitencias y mortificaciones corporales, y aun a la misma oración. Mejor diríamos que Ignacio no comprendía que pudiese haber hombre de oración sin interior mortificación, porque son dos cosas tan hermanas que nunca se pueden separar. Era un alma tuerte, sin asomo de aquellas debili­ dades que suelen tener los hombres. Y a hemos dicho cómo sufría el dolor corporal, sólo por presumir de elegancia; figurémonos qué sería cuando quería pade­ cer por Jesucristo. Jamás le oyeron proferir una queja en sus enfermedades. Una vez el enfermero le vendaba el cuello, y sin advertirlo le pasó la oreja con la aguja de parte a parte. Ignacio, sin ninguna turbación, le dijo: «Mirad, hermano, lo que hacéis.» Con igual fortaleza recibía los golpes morales, q^e '

Vida de San Ignacio, 1. 5, c. 5. M011. Igual., ser. 4, 2.« ed., t/l , v. i, Mcmorialc, n. 207,

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con frecuencia perturban más que los materiales. En tiempo de gran pobreza presentóse un día la justicia en casa para embargar, porque no podían pagar lo que de­ bían. Estaba Ignacio fuera de casa, y enviáronle recado de lo que pasaba. Estaba con unos amigos tratando un negocio, diéronle la noticia al oído y él siguió la con­ versación como si nada pasase. A l cabo de una hora, al terminar la consulta, dice Ignacio con alegre sem­ blante: «¿No sabéis la nueva que me traían? Dicen que tenemos en casa la justicia que nos viene a embargar.» Alteráronse ellos mucho, y tomaron el asunto como propio, queriéndolo remediar. «No hay para qué, dijo Ignacio; porque si nos llevaren las camas, la tierra nos queda, que tengamos por cama, que pobres somos, y que vivamos como pobres no es mucho.» Y añadió: «Cierto que si yo estuviera presente no me parece que les pidiera otra cosa a los ministros de la justicia sino que me dejaran unos papeles, y lo demás que lo toma­ sen a su voluntad; y si esto me negaran, digo la verdad que tampoco se me diera mucho» 14. La raíz de esta fortaleza era la confianza en Dios. Pocas veces se habrá visto hombre tan pobre y tan magnánimo y emprendedor, dentro de su pobreza. Los jesuítas de Roma, que al principio se perturbaban con estas cosas, quedaron por la experiencia tan conven­ cidos, que todo lo creían posible mientras Ignacio pu­ siera en ello la mano. El P. Olave decía: «que él no necesitaba, para su satisfacción, de ver resucitar muer­ tos, ni alumbrar ciegos, o sanar cojos y mancos, sino ele luz del cielo, para ver con los ojos interiores lo que veía con los exteriores del cuerpo» 15. La misma independencia que tenía de las cosas la tenia también de las personas. En medio de tantos ne­ gocios, y con todo el peso de la Compañía, cuando juzgaba ser gloria de Dios, se privaba de todos los M A/*. del Tr. —

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ibadeneira.

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Vida de San Ignacio, 1. 5,

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9.

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hombres que le podían ayudar y se quedaba solo. Es ésta mayor fortaleza de espíritu que el saber vivir sin las cosas materiales ; pero la raíz es la misma. Dfc>s lo es todo, y las personas son nada, cuando Dios no quiere servirse de ellas. Un dia un bienhechor nuestro pareció darse por sentido de que no se hubiese hecho más caso de su influencia. Ignacio contestó que ya hacía más de treinta años que Dios le había enseñado a tomar todos los medios honestos y posibles, pero ha­ ciendo estribar su esperanza en el Señor y no en los medios; que si él quería ser uno de estos medios, de muy buen grado lo tomaría; pero que entendiese que ni en él ni en otra persona descansaría nunca su conñanza, sino solamente en Dios. Como no esperaba en las criaturas, tampoco las temía. La persecución le acompañaba siempre a todas partes, y con frecuencia venía de las personas más poderosas. Mientras estuvo solo, nunca quiso valerse de abogados ni de favores humanos; mas después de em­ pezada la Compañía ponía todos los medios humanos para que se conociese la verdad; pero la serenidad de su espíritu fue siempre la misma. Sabía muy bien que las personas están tan sujetas a la omnipotencia de Dios como las cosas más pequeñas, y decía como San Pablo: «Seto cui credidi, et certus sum quia potens cst depesitum meum servare; sé a quién he creído, y estoy firmemente persuadido de que es poderoso para guardar mi depósito» 1G. Nunca temió la muerte, ni las penas corporales, m ninguna de las cosas materiales que pueden causarlas, como si todo ello estuviese bajo su dominio y nada le pudiese dañar. No era por este motivo, sino por una razón aun más alta: porque todo está en manos del Padre celestial, que 110 deja caer una hoja de un ár­ bol, ni un cabello de nuestra cabeza, sin ponderarlo con

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Tim., i,

12.

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su infinita sabiduría y endulzarlo con su amor, también infinido. Tenía, además, Ignacio tan gran deseo de salir de este destierro y valle de lágrimas, que podía bien decir,con San Pablo: mo ri lucrum; el morir es para mí gati^ncia. De aquí le nacía una presencia de ánimo como si todo el mundo estuviera concentrado en el mo­ mento presente: lo por venir no lo temía, por la razón que hemos insinuado; no lo esperaba, porque todos sus deseos y esperanzas eran ser desatado del cuerpo y vivir con Jesucristo. Ese mañana, que tanto preocupa a los hombres, se le convertía en una dulce ironía. Cuando oía a alguno echar planes para adelante, contestaba: «Jesús, hermano, ¿y tanto pensáis vivir como eso?» 17. Una vez, estando él muy enfermo, el bueno del médico le dijo que no tuviese pensamientos de tristeza. Hízosele muy nueva aquella advertencia, y se puso a considerar qué cosa podría afligirle y turbarle la paz. Después de mucho pensarlo, una sola se le ofreció que le llegaría al alnia: si la Compañía se deshiciese. Quiso llevar más adelante su investigación: ¿ cuánto le du­ raría esa pena en caso que sucediese? «Parecióle que si esto aconteciese sin culpa suya, dentro de un cuarto de hora que se recogiese, y estuviese en oración, se libraría de aquel desasosiego, y se tornaría a su paz y alegría acostumbrada. Y aun añadía más, que tendría esta quie­ tud y tranquilidad, aunque la Compañía se deshiciese como la sal en el agua» 1S. Un caso hubo en que pudo probarse experimentalmente esta fortaleza y confianza divina, y lo cuenta el P. González de Cámara con las siguientes palabras: «Todos saben cuán poco afecto fue el Papa Paulo IV, antes y después de ser cardenal, a la Compañía y al P. Ignacio19. Estando, pues, un día de la Ascensión, 17 N . del Tr. — Ribadeneira, Vida de S . Ignacio, 1. 5. c. 1.

M Ibíd. ™ N . del Tr. — De la misma autobiografía se saca que Ignacio tuvo algún roce con Paulo IV , cuando éste todavía

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que tué el de mayo del 55, en un aposento con el Padre, él sentado en el poyo de una ventana y yo en una silla, oímos tocar la señal que anunciaba la elec­ ción del nuevo Papa, y de ahí a pocos momentos vino luego recado que el electo era el mismo cardenal teatino, que se llamó Paulo IV, y al recibir esta nueva, hizo el Padre una notable mudanza en el rostro; y, según des­ pués supe, 110 me acuerdo si por él mismo o por los Pa­ dres antiguos, a quien él lo había contado, se le estreme­ cieron todos los huesos del cuerpo. Se levantó sin decir palabra, y entró a hacer oración en la capilla, y de ahí a poco salió tan alegre y contento como si la elección hubiera sido muy a su gusto» 20. No tenía impaciencias en las cosas; siempre llegaba a ¿u objetivo, y siempre estaba dispuesto a volver a empezar. Quería vivir y morir en Jerusalén. Le salen estorbos; espera un año. Está ya allí, y le sacan; aguar­ da 14 años más para volver allá, hasta que está cierto de la voluntad de Dios. Para llegar a su ideal, ve que ha de estudiar; pues comienza con los niños de la escuela, aunque tenga 33 años. Han pasado ya cuatro años en esta terrible tarea; ve que ha equivocado el camino, queriendo tomar el atajo, y que sería mejor volver atrás y empezar de nuevo; lo hace como la cosa más natural. ¡Alma grande! Todo lo del mundo son para él menu­ dencias sin importancia: el espíritu verdaderamente li­ bre e imperial es el que sabe mirarlo todo de esta ma­ nera. l o cual de ningún modo significa descuido, cegue­ ra, imprudencia. Ignacio es un monumento de pruden-

era cardenal (n. 93). Una vez creado Papa, observó con la Compañía una conducta varia, según las circunstancias. Pero muerto el santo Fundador, introdujo el coro en la Compañía, y ordenó que el Prepósito general no fuese vitalicio, sino ele­ gido sólo para tres años. " Monumento, Ignatiana, ser. 4, 2.* ed., t. 1, v. I, M em o· riale, n. 93, p 581-582. Versión del P. Macía, p. 56.

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cía y diligencia, no sólo divina, sino también humana, en estudiar los fines y calcular los medios; y no con todo porque dé la más mínima importancia a las cosas en sí mismas, sino porque es voluntad de Dios en la pre­ sente providencia que nos valgamos de los instrumentos que Él ha puesto en nuestras manos, y no estamos se­ guros de que hacemos la voluntad divina hasta que llegamos a toda aquella humana perfección que es po­ sible a nuestras fuerzas. De esta diligencia en poner todos los medios con fortaleza y constancia, se cuentan de San Ignacio ejemplos maravillosos. Un día estuvo esperando catorce horas en la antesala de un cardenal, sin haber comido bocado, porque juzgaba conveniente hablarle para un negocio importante. «Es cosa averi­ guada, escribe Ribadeneira, que en más de treinta y cuatro años, por mal tiempo que sucediese, áspero y lluvioso, nunca dilató para otro día o para otra hora de lo que tenía puesto, o lo que una vez había deter­ minado de hacer, para mayor gloría de Dios nuestro Señor» 21. Si convenía acudir al Papa, al Papa iba en recurso contra los superiores, siempre que veía con claridad que una cosa convenía. Puestos los medios humanos, se detenía: en llegando aquí, no hay cosa que valga, sino Dios solo. Concretó San Ignacio esta altísima doctrina en una máxima que dice: «Hagamos primero de nues­ tra parte cuanto podamos, como si Dios nada hubiese de hacer; después pongamos en Dios toda nuestra con­ fianza, como si nosotros no hubiésemos hecho nada.» Confiaba en Dios. Hemos visto ya ejemplos heroi­ cos de esta confianza, que él quería fuese el único te­ soro de su vida; pero nos ha llegado una conversación tenida un día don dos o tres de sus más íntimos, y conservada por uno de ellos, que era el P. Ribadeneira, la cual pondremos aquí, porque es de lo más precioso que

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y ida de San Ignacio, 1. 5, c. 12.

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l.A CO M PA Ñ ÍA

Olí JIv S Ú S

en esta materia puede decirle: «Estando un día del mes de julio del año de 1541» escribe el mencionado autor, ei Padre Maestro Laítiez con nuestro Padre Ig­ nacio y Andrés de Oviedo (que entonces era hermano y después murió Patriarca de Etiopía), y yo, presentes, a cierto propósito, dijo nuestro B. Padre al P. Lainez: «Decidme, Maestro Lainez, qué os parece que haríades si Dios nuestro Señor os propusiese este caso, y os dijese: Si tú quieres morir luego, yo te sacaré de la cárcel de este cuerpo, y te daré la gloria eterna; pero si quisieres aún vivir, no te doy seguridad de lo que será de ti, sino que quedarás a tus aventuras: si vivieres y perseverares en la virtud, yo te daré el premio: si desfallecieres del bien,J como te hallare,* asi i. te juzgaré. Si esto os dijese nuestro Señor, y vos entendiésedes que quedando algún tiempo en esta vida podríades hacer algún grande y notable servicio a su divina Majestad, ¿qué escogeríades? ¿Qué responderiades?» Respondió el Padre Lainez: «Yo, Padre, confieso a vuestra Reverencia que escogería el irme luego a gozar de Dios, y asegurar mi salvación y li­ brarme de peligros en cosa que tanto importa.» En­ tonces dijo nuestro Padre: «Pues yo cierto no lo haría asi, sino que si juzgase que, quedando aún en esta vida, podría hacer algún singular servicio a nuestro Señor, le suplicaría que me dejase en ella hasta que le hubiese hecho aquel servicio; y pondría los ojos en Él, y no en mí, sin tener respeto a mi peligro o a mi seguridad.» Y añadió: «Porque, ¿qué Rey o qué Príncipe hay en el mundo el cual si ofreciese alguna gran merced a algún criado suyo, y el criado no qui­ siese gozar de aquella merced luego, por poderle hacer algún notable servicio, no se tuviese por obligado a conservar y aun a acrecentar aquella merced al tal criado, pues se privaba de ella por su amor y por po­ derle más servir? Y si esto hacen los hombres, que son desconocidos y desagradecidos, ¿qué habernos de es­ perar del Señor, que así nos previene con su. gracia y

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la conserva y aumenta, y por el cual somos todo lo que somos? ¿Cómo podríamos temer que nos des­ amparase y dejase caer por haber nosotros dilatado nuestra bienaventuranza y dejado de gozar de Él por Él? Piénsenlo otros, que yo no quiero pensarlo de tan buen Dios, y de Rey tan agradecido y tan solierano» Más admirable que la fortaleza en emprender cosas grandes es la constancia en perseverar en las grandes o en las pequeñas. De aquí nacen los santos, los hé­ roes, los sabios y toda suerte de hombres superiores. Ignacio tenía la constancia en grado tan eminente como la fortaleza. Escribe el P. Cámara: «A muchos, así de casa como de fuera, espantaba la constancia grande que nuestro Padre tenía en proseguir las cosas que se persuadía ser convenientes para el divino servicio y provecho es­ piritual del prójimo. Pensé muchas veces que le nacía esto de la mucha comunicación y consulta que tenía con Dios, antes que en ninguna se determinase; porque no procedía sino como hombre que estaba ya en el fin que los negocios podían tener, y conforme a eso, hallaba para todo medios muy diferentes y desacos­ tumbrados de los que otro cualquier hombre hallaría... Con mucha razón decía de él el cardenal de Carpi, nues­ tro protector, aquel proverbio: «ya ha fijado el clavo» ; como si dijera que el parecer que el Padre una vez tomaba... era tan firme y constante como un clavo bien clavado» 2S. Ribadeneira resume así la fortaleza de Ignacio: «fué en los altos pensamientos que tuvo excelente, y en aco­ meter cosas grandes extremado, en resistir a las con­ tradicciones y dificultades fuerte y constante...; nunca se dejó vencer ni se desvió un punto de lo que una vez aa Vida de San Ignacio, 1. 5, c. 2. 23 Mon. Ignat., ser. 4, 2.* ed., t. I, v. 1, Memoriale, n. 16 20» p. 536-539· Versión del P. Macla, p. 12 y 16.

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aprehendía ser de mayor servicio y gloria de Dios, aun­ que se le opusiese la potencia y autoridad de todos los hombres del inundo» 24.

§ IV.

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ex ter io r es

En la vida apostólica tienen gran importancia las virtudes exteriores que salen afuera, así como estor­ ban mucho los defectos contrarios. Ignacio puso en estas cosas mucho esmero. Bien lo prueban las reglas de la modestia que dejó escritas a sus hijos, y que él obser­ vaba perfectamente, más que nadie, porque las había co­ piado de la persona misma de Jesucristo en las largas horas que le miraba y contemplaba, como si presente le tuviese, como dice en los Ejercicios. Tanto por la doctrina apostólica como por la expe­ riencia de cada día, saben todos que la más difícil de las virtudes externas es la de bien hablar. Y , esto no obstante, es evidente cuán necesaria es al varón de Dios, que hace profesión de guiar a los demás por el minis­ terio de la palabra. Recojamos algunos testimonios de ia perfección que Ignacio había alcanzado en este punto. «El Padre, dice González de Cámara, así en la risa, como en todos los demás movimientos exteriores, siem­ pre parece que primero precede la consideración... En cuanto se puede juzgar por los que le conversan, es tan señor de las pasiones interiores, que no toma de ellas más, sino cuanto la razón quiere... Con lo cual edificaba y convencía tanto a los que le trataban, que sólo con esto trajo personas de mucha calidad a la Compañía. De esta manera rindió al P. Dr. Miguel de Torres, con­ vidándole y comiendo algunas veces con él en Roma; así ganó a los Padres Nadal, Madrid y otros muchos,

24 N. del Tr. — Vida de San Ignacio, 1. 5, c. 9.

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sin más persuasiones que con el modo que allí en la mesa tenía, comiendo y hablando con ellos. Acostum­ braba el P. Fabro dividir todo género de palabras, en palabras de palabras, palabras de pensamientos y pala­ bras de obras; en la cual división entendía por el tercer miembro el buen ejemplo de las obras que uno hace, que es el más eficaz y expresivo lenguaje de todos. He dicho esto para que entendamos que de él usaba nuestro Padre más frecuentemente, puesto caso que también se ayudaba del segundo modo de hablar» 1. «En las pláticas es tan señor de sí y de la persona con quien habla, que, aunque sea un Polanco, parece que está sobre él como un hombre prudente con un niño... Es cosa muy admirable considerar cómo el Padre mira en el rostro, aunque esto muy pocas veces; cómo calla a sus tiempos; cómo, en fin, usa de tanta pruden­ cia y artificio divino, que las primeras veces que con­ versa con uno, luego le conoce de pies a cabeza... Nun­ ca muda propósito sin prefación, ni los que le conver­ san sin pedirle licencia; porque es tan concertado en su hablar, que ninguna cosa dice acaso, sino primero todo considerado: y con esto todas sus palabras son como reglas, y todas son conformes unas a otras, aunque en diversos tiempos y en diversos propósitos dichas» 2. «El modo de hablar del Padre es todo de cosas, con muy pocas palabras y sin ninguna reflexión sobre las cosas, sino con símplice narración; y de esta manera deja a los que oyen que ellos hagan la reflexión y saquen las conclusiones de las premisas; y con esto persuade [ad]mirablemente, sin mostrar ninguna inclinación a una parte ni a otra, sino simplemente narrando. Lo que pone de artificio es que los puntos esenciales, que pueden persuadir, todos los toca, y otros que no hacen al caso deja, según parece necesario. Y en el modo de 1

Monumento lynatiana, ser. 4, 2.a ed., t. I, v. 1, M em orialc, n. 26*28, p. 543-544* Versión del P. Macía, p. 18-19.

s Ibíd., n. 199-202, p. 647-648. El texto está en castellano.

34*

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conversar ha recibido tantos dones de Dios, que difí­ cilmente se pueden escribir» 3. Repugnábale el superlativo por lo que suele tener de inexactitud y ampulosidad. Aborrecía el tono sen­ tencioso ele los que piensan saberlo todo y que su pala­ bra es la verdad: les llamaba él decrctistas. Respetaba mucho la inteligencia de los demás. Oía con atención, dejaba decir sin prisas y sin interrumpir, no pasaba ligeramente de una cosa a otra, y, si convenía hacerlo, daba razón de ello. Todo esto le granjeaba autoridad, y de la autoridad nacía la eficacia en persuadir y mover a lo que quería. A lo cual, si bien concurrían todas estas pequeñas virtudes de prudencia y moderación, ayudaba sobre todo otra prudencia sobrenatural, derivada de la luz divina que se transparentaba allá en lo interior de su alma. En resumen, parecía paradójico ver en el hablar de Ignacio tan bien hermanadas la suavidad y la efi­ cacia. Conservó toda su vida la cortesía de caballero, muy avalorada luego por la gracia y la dignidad que comu­ nica la virtud sobrenatural. El P. Cámara dejó escritas estas palabras: «Suele nuestro Padre tener grande cuen­ ta con no ofender a ninguno; y este cuidado llega a to­ das las cosas, hasta estos que son novicios de la i.‘ pro­ bación; y así se puede decir del Padre, que es el más cortés y comedido hombre, cuanto a lo natural aun de cuantos, etc.» 4. Era extraordinaria la circunspección que tenía en el escribir. Doce volúmenes tenemos de su correspon­ dencia, y en miles de cartas no se encuentra una frase imprudente, una palabra descuidada; todas tienen el aire y el peso de un documento bien considerado. Según su máxima en este punto, quien escribe ha de pensar que su carta será vista de todos, y, por lo tanto, no ha de escribir nunca lo que sentiría saliese en pú­ Monumenta Ignatiana, n. 227, p. 659. Texto castellano.

4 íbtd., n. 290, p. 697. Texto castellano.

SAN TID AD

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blico. Además, mandaba que las cartas se escribiesen dos veces, primero en borrador, y, después de corregi­ das, te ejemplar definitivo. Así lo hacía él, aunque se le acunwlftsen docenas de cartas en un mismo día. Creo que podría afirmarse sin exageración que el epistolario de San Ignacio es de los más copiosos que se conocen, y que ninguno le aventaja en prudencia, autoridad y toda especie de perfección moral. Una de las virtudes exteriores que más ponderan los que vivieron con San Ignacio es la de la gratitud, no solamente por los beneficios hechos a él personal­ mente, sino por los que iban dirigidos a otro cualquiera de la Compañía: porque el recibir favores, juzgaba ser cosa de todos; pero que la obligación de agradecerlos, toda gravitaba sobre él. Oigamos al P. Ribadeneira: «Tenía particular cuidado de todos los bienhechores [de la Compañía] ; mostrábales grandísimo amor, a to­ dos mucho, pero más a los mayores. Hada que en las oraciones de toda la Compañía tuviesen ellos su prin­ cipal parte; avisábales de los buenos sucesos de ella, visitábalos, convidábalos, ayudábalos en todo lo que po­ día conforme a su instituto y profesión, y por darles contento hacía cosas contra su gusto y salud. Y puesto caso que muchas veces les daba más que recibía de ellos, siempre le parecía que quedaba corto; y olvidándose de lo que él había hecho por los otros, siempre se acordaba de lo que había recibido en su persona o en la de sus hijos, con deseo de pagarlo aventajadamente» 5. Aunque las comparaciones entre santos siempre son odiosas, queremos concluir este párrafo aduciendo aquí el juicio que formaban los contemporáneos, comparando a San Ignacio con el beato Pedro Fabro. Tenían ambos ante los ojos como modelos, les amaban cordialmente, y el P. Fabro tenía una fama bien merecida de varón sobrenatural. Oigamos, pues, cómo juzgaban: El P. González de Cámara nos cuenta la impresión s Vida de San Ignacio . 1. 5, c. 2.

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que le causó el P. Fabro, y la comparación que hizo de él con San Ignacio: «Detuvímonos allí, en Madrid, unos días con el Padre [ FabroJ, en los cuales me confesé con él y comuniqué largamente. Quedé tan espantado de lo que en él vi, que me pareció que no habría hombre en el mundo que más tuviese de D ios; tanto que, cuando después oía hablar de la ventaja grande que el P. Igna­ cio hacía a todos, solamente lo creía por fe, y por la razón., de ser cabeza y principio. Pero, cuando en Roma le conocí y traté, cesó totalmente la fuerza que me hacía la experiencia de lo que había sentido en el P. Fa­ bro, y me pareció éste un niño en comparación de Nuestro Padre» 6. El P. Laínez, que ya antes de cono­ cer a San Ignacio, era como hermano del P. Fabro, y le veneraba como a un santo, usaba de la misma com­ paración del niño, que acaba de darnos el P. Cámara, con lo cual expresaba, en el lenguaje, la realidad de lo que el mismo Fabro hacía con San Ignacio, porque acudía a él en todo como un pequeñito. San Francisco de Borja solía aplicar a Ignacio aquellas palabras que el Evangelio dice de nuestro Señor Jesucristo: erat docens sicut potestatem habens, que ha­ blaba con tal eficacia como si tuviese la potestad de todo. Todos rezamos ahora a San Ignacio aquella ora­ ción: Oh, Pater animae meae!, en que le pedimos nos obtenga de Dios la gracia de conocer y cumplir siempre la santa voluntad de Dios. Pues bien, esta oración está sacada de una carta de San Francisco Javier, que en vida le escribía como a un santo 7. El beato Ávila decía que Ignacio era un gigante, y él un niño que quería levantar un gran peso y no podía; viene el gigante, y con aplicar la mano de su parte pone todas las cosas tn su lugar. * M entórtale, n. 8, p. 531. Versión del P. Macía, p. 7-8. N. del Tr. — Mon. Xav., v. t , ep. 71, n. 16, p. 481-482. Cf. Trad. latina de H. T orski .u n i , S. I., 1. 2, cp. 9, p. 73. Roma, 1596.

S AN T ID A D

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Resumamos la eíicacia que tuvo Ignacio en la vida toda de la Compañía, diciendo, con un pensamiento del P. Lftínez, que no sólo lo regía todo como General, sino que todo lo movía delante de Dios como un santo. Cuaná© se hablaba del éxito milagroso que tenían en todas partes las cosas de la Compañía, aquel grande hombre de talento y prudencia extraordinarias, no acer­ taba sino a levantar los ojos al cielo, diciendo: Complacuit sibi Domimts in anima serví sui Ignatii: todo se debe a la complacencia que tiene Dios en el alma de Ignacio. Tan firme tenía esta convicción, que cuando se abrió el Concilio de Trento, y él fué enviado con el P. Salmerón como teólogo del Papa, procuró por todos los medios que fuese también allá Ignacio, no para disputar y definir doctrinas, sino por dos razones: por el gran peso de prudencia humana y divina con que podía servir al Concilio, y para que fuese intercesor por todos delante de Dios.

§ V.

A cció n

apo stó lica

San Ignacio es un santo apostólico. Es, pues, nece­ sario estudiar su obra apostólica, al tratar de su san­ tidad. En la Compañía, la propia santificación, y el procurar la de los prójimos, forman un solo y único fin. En nadie debía verse esto de una manera más tí­ pica que en San Ignacio. Situemos, primeramente, la acción apostólica de Ig­ nacio y de la Compañía en su propio lugar histórico. En los planes de la Providencia, tal como podemos los hombres juzgar, diríase que entran Ignacio y la Com­ pañía, como una fuerza de defensa y ataque contra la falsa reforma, y como palanca enérgica en favor de la verdadera reforma. La verdadera reforma social y religiosa no ha ve­ nido jamás de la literatura ni de los declamadores. En

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épocas de corrupción, nada abunda tanto como el lina­ je de los críticos, que no quieren darse cuenta de que ellos mismos son trecuentemente una de las causa# de descomposición. Si la historia de todos los siglos no nos enseñase esta triste verdad, harto podríamos aprenderla en la realidad de nuestros días, en que el monstruo in­ menso de la literatura degradada, vive y se nutre de la descripción y sátira de sus propias monstruosidades. Lo de hoy puede también darnos una imagen de lo que pasaba a principios del siglo x v i : todo el mundo cla­ maba por una reforma, y los que más alzaban la voz, muchas veces, eran los más grandes corruptores. Los únicos que reforman el pueblo son los que comienzan uor reformarse a sí mismos. Al ser elegido el Papa Marcelo II, todos sintieron grandes esperanzas de que reformaría la Iglesia, y en casa v fuera de ella no se hablaba de otra cosa. Cuen­ ta el P. Cámara que «como los Padres tratasen de eso en su presencia [de San Ignacio], nos respondió que tres co>as le parecían necesarias y suficientes para que cualquier Papa reformase el mundo, es a saber: la re­ formación de su misma persona, la reformación de su casa y la reformación de la corte y ciudad de Roma» 8. Así hablan los Santos, y los Santos hay que confesar que son los grandes reformadores, porque no se quedan en una vida normal y pasadera, sino que se lanzan con ardor a la perfección heroica, y lo sacrifican todo para regenerar en la vida sobrenatural a sus hermanos. Cuan­ do Dios quiere salvar un pueblo, le envía alguno de estos hombres extraordinarios. En la época de San Ignacio se sentía, es cierto, la necesidad de reformadores. Los que enfáticamente se daban a sí mismos este título fueron la plaga mayor de aquella sociedad, decadente en el orden moral, por más que se vistiese con tocia la elegancia del Renacimiento. Mon. Jgnat., ser. 4, 2.· ed., t. I, v. 1, M cmorialc, n. 94, 1>. 582-583. Versión del P. María, p. 57.

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i ’ero Jesucristo amaba a aquella su Europa, hija de la iglesia, y quiso salvarla, enviándole hombres llenos de su espíritu, que la volviesen de muerte a vida. Fué aquélla una época de Santos extraordinarios, verdadera sal de todas las naciones. No hemos de hacer compara­ ción alguna entre estos hombres, ni discutir la eficacia de sus obras en la regeneración social; pero sí podemos y debemos decir, que San Ignacio tuvo una trascen­ dencia extraordinaria, inmediatamente por su acción personal, y mediatamente por su obra, la Compañía de j tsús. Los procesos de Manresa dan testimonio del fervor religioso que despertó en aquella ciudad durante los diez meses que estuvo en ella. La frecuencia de sacra­ mentos, que era cosa desconocida, alcanzó, por su pa­ labra y por su ejemplo, notabilísimo incremento. Lo mismo conviene decir de la vida de cristiana caridad, de aquella caridad abnegada, que busca las miserias del prójimo por amor de Dios. Ignacio dejó en Manresa un núcleo de personas que aspiraban a toda perfección, y ésta es la levadura incorrupta y vivificadora que pre­ serva y anima toda la masa social. Barcelona, Alcalá, Salamanca y París sintieron to­ das una conmoción a la entrada de San Ignacio. Do­ quiera vemos que en seguida se reúne a su alrededor un núcleo de almas selectas, que no puede permanecer es­ condido ni estéril. El puro espíritu evangélico, la ge­ nerosa renuncia de todo lo temporal, el impulso a la vida heroica, son como retoños que vemos crecer a su alrededor. Son los Ejercicios que germinan, florecen y fructifican con numerosas muestras de verdadera san­ tidad. Nada más refractario a la humildad y abnega­ ción evangélica que la vida soberbia y alborotada de una Universidad, y de Universidades tan numerosas como las de aquellos tiempos. Pues éste era el medio ambiente donde se abría el alma de Ignacio, y en donde su presencia se hacía sentir por una vibración general, tanto en las altas esferas doctorales como en la turba 23. - S

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estudiantil. Además de la prueba directa de los hechos extraordinarios, que en todas partes hemos encontrado, tenemos la contraprueba de las persecuciones, que es argumento que no falla. Y notemos que Ignacio no tenía ninguna condición humana de las que ordinariamente arrastran a los demás: no tenía sabiduría, antes con­ fesaba siempre su falta de letras; no tenía elocuencia, sino que era escaso en palabras, incorrectas, en todas las lenguas en que hubo de hablar; no tenia prestigio social, pues se presentaba envilecido con todo el pro­ saísmo de la pobreza y deshonra; no tenia ninguna jeíarquía, ni de orden sagrada, ni de prestigio científico, en las aulas universitarias. Ignacio fué profeta en su patria, contra lo que reza el antiguo proverbio. Tres meses de permanencia en Azpeitia, al salir de París, fueron suficientes para re­ generar aquel pueblo, y muchos otros de los alrededo­ res, que acudían a oír aquellas palabras de vida, y ad­ mirar aquel ejemplo, más fuerte que todas las palabras. Ni los malos ejemplos de su juventud, ni la poca edi­ ficación que daban algunos de su familia, pudieron im­ pedir este efecto. Todo debía ceder a la fuerza sobre­ natural que emergía de toda su persona, a imagen y semejanza de lo que nos cuenta el Evangelio de la per­ sona de nuestro Señor Jesucristo. Cuando entró en Italia, iba ya acompañado de aque­ llos hombres extraordinarios, que, siendo sólo nueve, eran legión. Por dondequiera que pasaban florecía la tierra con lozanía de santidad. Fijó Ignacio su estancia en Roma, por razón de su cargo, sin salir afuera, sino pocas veces, a expediciones apostólicas; pero allí dejó sentir su influencia de una manera muy singular. Enu­ meremos tan sólo algunas de sus obras. Procuró una ley apostólica, que aseguraba la asistencia espiritual a los enfermos. Roma estaba llena de judíos, y nadie cuidaba de instruirlos, ni tenían donde recogerse los que quedaban desamparados. Al principio él los reci­ bió en casa, y después procuró se fundase una casa de

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catecúmenos, y que se diese una ley pontificia para que no perdiesen nada de sus bienes los que se convertían. Había también un número muy crecido de mujeres perdidas, y en frase de un escritor presencial «ardíase la ciudad en este fuego del infierno» *. En casa pade­ cíase mucha necesidad, pero había unas piedras de la antigua Roma de las cuales podía sacarse bastante di­ nero. Ignacio mandó vender aquellas piedras, para co­ menzar una fundación en donde pudiesen recogerse aquellas desdichadas, y él mismo las acompañaba por las calles de Roma, cuando querían dejar su mala vida. Entonces fué cuando dijo aquellas palabras de tanto amor a uno que le reprendía, por emplearse en una tarea inútil: «Si yo pudiese con todos los trabajos y cuidados de mi vida, hacer que alguna de éstas quisiese pasar sola una noche sin pecar, yo los tendría todos por bien empleados, a trueque de que en aquel breve tiempo no fuese ofendida la Majestad infinita de mi Criador y Señor» 10. Fundó también un establecimiento en donde pudie­ sen recogerse las doncellas honradas que corrían peli­ gro de perderse, y dos casas de huérfanos, una para niños y otra para niñas, a fin de socorrer tanto a sus necesidades materiales como a su buena educación cris­ tiana. Dos cosas muy notables son de advertir en la ac­ ción de San Ignacio en Roma. Una, que no se dejaba fascinar del entusiasmo momentáneo de un fervor tan fácil de encender como de apagar, sino que iba siempre a la institución, que es la única que da firmeza a las ideas y a la buena voluntad. La segunda cosa notable es que él tomaba lo que es propiamente acción apostó­ lica: sacrificarse a sí mismo y despertar el espíritu de sacrificio en otros, para crear la buena obra; después, • Ar. del Tr. — Cf. l· 3 >c. pañeros, y 1a atroz persecución que contra ellos se levantó.

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lia, como en ío que se refiere a la eficacia divina del espíritu. El pueblo de Portugal, con un instinto recto y clarividente, les llamaba los apóstoles. Conviene notar algunas circunstancias de este mi­ nisterio de la palabra, tal como se inauguró en la Com­ pañía. Primero, que era de todos y siempre. Ignacio, que gobernaba; Fabro, que iba enviado del Papa a Parma, a Alemania y a España; Salmerón y Broet, Nuncios pontificios en Irlanda; Laínez y Salmerón, grandes teólogos en el Concilio de Trento; Bobadilla, delegado en las Dietas imperiales; todos miraban como su primero y esencial ministerio la predicación apostó­ lica. Lo segundo, que aquellos hombres ni se ataban ni se dejaban atar nunca en materia de predicación, o, en otras palabras, no eran regidos por los ministerios que otros les impusiesen, sino que predicaban donde y cuando les parecía bien. Por esto renunciaron a toda suerte de estipendio, para tener toda la libertad apostó­ lica. Lo tercero, que su principal ministerio era siempre de humildad: los niños de la calle, llamados con una campanilla, los pobres enfermos de los hospitales. A los que fueron al Concilio de Trento mandó San Ignacio que, antes de decir su parecer en aquella asamblea, evangelizasen a los pobres según la norma evangélica. Lo cuarto, finalmente, que sentían vivísimamente que toda vida espiritual viene de la unión con Jesucristo, por lo cual el fin y término de toda su predicación era llevar la gente a los sacramentos. Ahora no nos parece esto gran maravilla, pero entonces era una novedad prodi­ giosa. Santo Tomás de Villanueva, en su testamento, alabando la Compañía de Jesús, decía de sus individuos que sus «costumbres, vida y ejemplos ilustran el orbe de tal modo, que todos ven en ellos unos trasuntos de los santos Padres». Y añade los saludables resultados que dieron en su diócesis de Valencia: «porque en nuestra diócesis redujeron al redil a muchas ovejas perdidas y sanaron a muchas enfermas, y no cesan todos los días de reducirlas v sanarlas. Y lo que más se debe

LA COMPAÑÍA

ni' JliSÚS

advertir, los fieles que antes apenas se confesaban una vez al año, ahora, por consejo de estos Padres* con la gracia del Espíritu Santo, confiesan sus pecados y reci­ ben la sagrada Eucaristía cada domingo» 1J, Del ministerio de la palabra, tal como lo acabamos de englobar, conviene desglosar los Ejercicios, que son obra original de San Ignacio y ocupación característica de la Compañía de Jesús. Los Ejercicios, escribía San Ignacio sin ningún viso de presunción, son «todo lo mejor que yo en esta vida puedo pensar, sentir y enten­ der, asi para el hombre poderse aprovechar a si mismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos» l*. Los primeros compañeros de San Ignacio son todos conquista de los Ejercicios, y siempre que veía él alguna persona que podía tener particular influencia en la Iglesia de Dios, todo su afán era indu­ cirla a practicar este retiro extraordinario. Bien claro ¿e ve, en el mismo libro, el cuidado que puso en que pudiesen aplicarse a toda clase de personas; pero, sobre todo, a los que tengan mucho sujeto, como dice él. Toda la Compañía ha mirado siempre como suyo este ministerio, que ahora, por la misericordia de Dios, ha llegado a ser general en toda la Iglesia, no sólo en darlos y recibirlos, sino también como práctica canóni­ ca que ha entrado en su legislación. El peligro que tie­ nen los Ejercicios, cuando se extienden, es que se debi­ litan en su fuerza e intensidad. De ello se quejaba ya

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N. del Tr. — Hemos cambiado aquí el texto de Santo

Tomás de Villanueva que aduce sobre el misino tema el P. Casanovas, sin anotar la cita. I'l trozo de sermón que alega no es de este santo, sino de otro arzobispo de Valencia, posterior, el Beato Juan de Rabera, pronunciado en Gandía el 13 de mayo i: H 'SL'S

a las dos supremas esferas de la evangelización de la época — el Papa y los regios Patronatos de amb^s In­ dias — , le mueve a sacrificar la cooperación de San Francisco Javier en el Japón y en China, a truque de colocarle en Europa junto a esos dos organismos cen­ trales de las iniciativas y el gobierno de todas las mi­ siones. »La llamada del Apóstol de las Indias a Roma en la carta de 28 de junio de 1553 — enigma que más de una vez atormentó a los misionólogos — recibe así una explicación tan sencilla como trascendental, que descu­ bre toda la amplitud de miras y toda la certera adapta­ bilidad práctica de San Ignacio misionero» 1S. Tan dificultosa y necesaria como la propagación de la fe entre los gentiles, presentábase la defensa de la misma entre los herejes. Aquella Alemania revuelta pa­ recía habérsele clavado en el corazón a San Ignacio, y desde entonces acá siempre la Compañía ha dirigido al Señor especiales oraciones para las regiones septentrio­ nales. Pero no fueron solamente las oraciones el ins­ trumento usado por el Santo, sino también, y de una manera muy especial, el trabajo de sus hijos. Como la perversión en aquellas naciones venía de arriba, allá fné también sti acción. Fabro, Bobadilla, Jayo, fueron enviados a las cortes de los príncipes, a las dietas, a los Obispos, a los Cabildos, a las Universidades, para influir en la conservación y defensa de la antigua fe, y más que nada, de la autoridad de la Iglesia y del Papa, condenadas a muerte por Lutero. Y fué bien eficaz este apostolado. Por ejemplo, la Universidad y el clero de Colonia no desfallecieron merced a la palabra de Fabro; en el artículo E l plan misionero de Montmartre: ¡ 534 > publicado en el número extraordinario de E l Siglo de las Misiones , diciembre de 1929. En estos pá­ rrafos resume la docta monografía del P. Antonio Huonder, S. I., Der heilige Ignatius von Loyola und der M ission b e r u f d e r dcsellschafl Je s h , traducida al castellano j>or el V. Goberna. S. 1.. con el titulo San Ignacio y las Misiones. 15

P. P ed ro L e tu ria , s. i.,

SAN TID AD

KJ KM P L AR DK SAN IGNACIO

y para citar todavía un caso más trascendental, él ganó con los Ejercicios a Canisio, que fué el apóstol de toda Alemania. La lucha fué esencialmente cultural. Colonia, Ingols­ tadt, Viena y Praga fueron los núcleos estratégicos, tanto por haber allí grandes masas escolares, como por las altas autoridades que allí residían. El año 1563, el embajador español, conde de Luna, decía públicamente en el Concilio de Trento, con asentimiento de muchos Prelados, que la mejor manera de reconquistar a Ale­ mania sería la multiplicación de los colegios de la Com­ pañía de Jesús. Ignacio comprendió que necesitaba un estado mayor de clérigos seculares del país, muy bien formados, y que en ninguna parte podría realizarse esto mejor que en Roma. Arrojóse decididamente a la fundación del Colegio Germánico, y tomó sobre sí, no solamente su dirección espiritual y literaria, sino tam­ bién la económica, que todos rehuían. La Bula de fun­ dación lleva la fecha de 31 de agosto de 1552 16. El Colegio Germánico ha sido una de las más gloriosas obras romanas, de trascendencia incalculable para la re­ ligión católica. El último año de su vida Ignacio había tenido la idea de formar un seminario de escritores especialis­ tas contra la reforma protestante. La muerte impidióle la realización de esta nueva empresa, que parece adelan­ tarse de mucho al espíritu de su tiempo. Al acabar de tratar el punto de la reforma, tan vinculada con todo, no puede uno resistir a la pregunta: ¿qué juzgaba San Ignacio del Renacimiento? La cual lleva naturalmente a esta otra: ¿Qué sentimiento esté­ tico y artístico tenía el Santo Fundador? Tengamos presente que Ignacio vive en el siglo de los grandes artistas, como Miguel Angel y Rafael; que Roma, al 1ft N . del Tr. —

Monumento qm c $pect*nl primordia collegii Germonici el Himqarú i. Texto de la Bula,

3K-49.

Cf.

Schrodkr,

3 N . del Tr. — Era hijo del marqués Pedro González de

EP IL O G O

\es: \ nuestro Pudro tenía también alguna indisposición, que cuatro días o cinco había tenido un poco de fieb re; pero dudábase si ya !a tenía o no: aunque se sentía muy flaco, como otras vece·*. V así, el miércoles [29 de ju lio] me llamó y me dijo que dijese al doctor T o rre s10 que tu­ viese también cargo de él como de los otros enferm os; porque no se teniendo por nada su mal, acudíase más a otros que a él: y así lo hizo. Y otro grande médico am igo nuestro (que se llama Mro. A lejandro) 17, también le v is i­ taba cada día. El jueves siguiente me hace llam ar después de las veinte h o ra s1S, y haciendo salir de la cám ara el enfermero, me dice que sería bien que yo fuese a San Pedro y procurase hacer saber a Su Santidad [P au lo I V ] , cómo él estaba muy al cabo, y sin esperanza, o cuasi sin esperanza, de vida temporal; y que hum il[de]m ente supli­ caba a Su Santidad le diese su bendición a él y al M aestro Lainez, que también estaba en peligro. Y que si D ios nues­ tro Señor les hiciese la gracia de llevarles al cielo, que allá rogarían por Su Santidad, como lo hacían en la tierra cada día. Y o repliqué: «Padre, los médicos no entienden que haya peligro en esta enfermedad de V . R . ; y yo para mí espero que Dios nos ha de conservar a V . R. algunos años para su servicio. ; Tanto mal se siente V . R . como

Mendoza, quien después de huir al Colegio de la Compañía en Xápoles, fué a Roma el 26 de marzo de 1556, obtenido el per­ miso del rey Felipe II y de sus padres para ingresar en el no­ viciado. Con el fin de restablecerse de la enfermedad que a ia sazón contrajo en Roma, fué enviado de nuevo a Ñapóles el 21 de septiembre, pero a poco de salir murió en el viaje. 36 N. del Tr. — Era el P. Baltasar de Torres, pues se ha­ bía obtenido licencia de Paulo III, para que ejerciera su arte médica con los enfermos de la Compañía de Jesús. (Cf. M I, ser. 1, v. 10, p. 467.) 17 N. del Tr. — Llamábase Alejandro Trajano Petronio, médico insigne, a quien el P. González de Cámara en su M e ­ morial llama «el principal médico de Roma» (n. 135). w N. del Tr. — Era el 30 de julio, después de las 4 de la tarde; pues en Roma se acostumbraba contar las horas comen­ zando media hora después de puesto el sol (en el mes de julio a las 7 y media), es decir, según nuestra manera de contar, a partir de las 8: no a partir de las 12. Cf. G r o t e f r k d , Zeitrech uung, T, 187.

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esto?» — D ícem e: «yo estoy que no me falta sino expi­ rar», o una cosa de este sentido. Todavía yo mostraba tener esperanza de su más larga vida (como la tenía), pero que haría el oficio; y demandé si bastaría ir el viernes siguien­ te, porque escribía aquella tarde para España, por vía de G énova; que se parte el correo el jueves. Di jom e: «yo holgaría más hoy que mañana; o cuanto más presto, hol­ garía m ás; pero haced como os pareciere; yo me remito libremente a vos». Y o , para poder decir que, según los médicos, estaba en peligro, si ellos lo sintiesen, demando al principal de ellos aquella misma tarde (que era Mro. Alexandro), que me dijese libremente si estaba en peligro nuestro Padre, porque me había dado tal comisión para el Papa. D íjom e: «hoy no os puedo decir de su peligro; mañana os lo diré». Con esto, y porque se había remitido a mí el Padre, parecióme (procediendo en esto humanamente), de espe­ rar al viernes siguiente, por oír lo que decían los médicos. Y aquella mesma noche del jueves nos hallamos a una hora de noche [a las nueve de la noche] el Padre doctor M adrid y yo a la cena de nuestro Padre, y cenó bien para su usanza, y platicó con nosotros, en manera que yo fui a dormir, sin sospecha ninguna de peligro de esta su en­ fermedad 19. L a mañana, al salir del sol, hallamos al Padre in e x tr e m is; y así yo fui con priesa a San Pedro, y el Papa, mostrando dolerse mucho, dió su bendición y todo cuanto podía dar. amorosamente. Y así, antes de dos horas de sol. [hacia las cinco y m edia], estando presentes el P. doctor Madrid y el M aestro Andreas de Frusis [des Freux] dió el ánima a su Criador y Señor, sin dificultad ninguna... Pasado de este mundo el Padre nuestro, por conservar el cuerpo pareció conveniente sacar lo interior de él y em­ balsamarle en alguna manera. Y aun en esto hubo gran edificación y adm iración: que le hallaron el estómago y to­ das las tripas sin cosa ninguna dentro y estrechas: de donde

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N . del Tr. — En el mes de julio sintiéndose al cabo

San Ignacio, confirió por entero su potestad al Secretario de la Compañía (P. Polaneo) v juntamente al P. Cristóbal de Ma­ drid. (Ct. P o l a n o o , Chron., v. 6, p. 35.) A la sazón, el P. Nadal estaba en España.

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Jos peritos de esta arte seglares inferían las grandes absti­ nencias del tiempo pasado, y la grande constancia y fo rta­ leza su ya: que e'i tanta flaqueza tanto trabajaba y con tan alegre y igual vulto [rostro]. V ióse también el hígado que tenía tres piedras, que refieren a la mesma abstinencia; por la cual el hígado se endureció. Y viene a parecer verdadero lo que el buen viejo Don D iego de E guía (que es en gloria) decía, que nuestro Padre vivía por m ilagro mucho tiempo había; que con tal hígado naturalmente no sé cómo se podía vivir, sino que Dios nuestro Señor, por ser entonces ne­ cesario para la Compañía, supliendo la falta de los órganos corporales, le conservó la vida. Tuvimos su bendito cuerpo hasta el sábado después de vísperas [i de a g o sto ]; y íué mucho el concurso de los devotos y devoción de ellos, bien que estuviese en el lu gar mismo donde murió, quién besándole las manos, quién los pies, quién tocando las cuentas a su cuerpo; y hemos tenido trabajo de defendernos de los que querían un pedazo de al­ gún bonete, o vestido, o le tomaban de las agujetas, o es­ cofias. o cosas suyas; aunque no se ha dado nada de esto a los que lo pedían, ni se permitía sabiéndolo. Tam bién le hicieron algunos retratos de pintura 20 y de bulto 21 en este

30 N . del Tr. — El mismo día de la muerte de Ignacio sacó en un cuadro el rostro del mismo el pintor florentino Jacopino del Conte. discípulo de Andrés del Sarto, amigo e hijo espiritual del santo. Este cuadro se guarda en la Curia generalicia. 21 N . del Tr. — Del rostro del santo se sacó una masca­ rilla, como consta en la relación de ello que escribió en Madrid, el año 1587, el H. Cristóbal López (M I, ser. 4, v. 1, P · 759'/ 6o)· Sobre esta mascarilla mortuoria, los Padres de Roma hicieron vaciar una «positiva» en cera, que reproduce todo el rostro y la parte anterior del cráneo; se conserva toda­ vía en el Archivo romano de la Compañía de Jesús. E l P. Ribadeneira sacó un duplicado, que se llevó a Madrid, y sobre él y otro de barro que se mandó hacer a un escultor, corrigiendo los defectos de éste, en 1585, el pintor Alonso Sánchez Coello sacó su cuadro famoso de San Ignacio, bajo la dirección del P. Ribadeneira (lbíd., p. 760-762). Tanto este cuadro como el rostro de cera del P. Ribadeneira ya no existen. E l retrato de Sánchez Coello pereció en el incendio de la Casa Profesa de M a­ drid el ji de mayo de 1931. Consérvase en la Biblioteca de

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tiempo; que en vida nunca él lo permitió, aunque muchos lo pedían -2. Nota el P. Ribadeneira la humildad, simplicidad y naturalidad con que quiso morir. Sabiendo cierto su muerte, no quiso reunir a sus hijos y exhortarlos, y despedirse de ellos, como lo han hecho otros fundado­ res ; no quiso señalar Vicario, a pesar de que dio e.sta facultad al General en las Constituciones que escribió; no quiso hacer ninguna manifestación externa de gran peligro, fuera de lo que le pareció necesario insinuar, y aun dejándolo a la determinación de otro28. Para él, morir era como cualquier otra de sus obligaciones, y como tal la cumplió. Había dado pruebas en toda su vida de no tener temor alguno a la muerte, y en llegan­ do la hora, le abrió los brazos con toda simplicidad. Pero, sobre todo, notemos de qué manera heroica quiso morir bajo las apariencias de la mayor vulga­ ridad. Él siente que le llega la muerte, y ve que no le hacen caso. Avisa lo suficiente para cumplir su obliga­ ción, y ve que las cosas sigaen el mismo curso. Pónese dulcemente en manos del Señor, y quiere morir sólo como Javier. No llama a los de casa; a última hora entran casualmente, cuando ya estaba en los últimos instantes. Quieren darle entonces algún auxilio, y díceles serenamente: «Ya no es tiempo de eso.» Levanta al cie­ lo las manos y los ojos y pronuncia su última palabra: «¡Jesús!» 24. El P. Laínez seguía gravísimo. Entraron algunos Pa­ la Postulación, en la Curia generalicia, otra testa de yeso sa­ cada sobre la mascarilla, y que varios afirmaban ser la más parecida al santo. a‘ N . del T r . — Monumento Ignatiana, ser. 4, 2.* ed., t. I, V. 1 , p . 764-770. -·' N . del Tr. — R i r a p k n k i r a , Vida de San Ignacio, 1. 4,

c. 16.

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• lies en su habitación, y conociendo él en la mudanza de sus rostros que había alguna novedad, exclamó: «¿ Ha muerto el santo, ha muerto?» No fué posible ocultárse­ lo; y él levantando las manos al cielo, se encomendó a su intercesión, rogando a Dios que, por los méritos de aquella alma santa, le librase también a él de la cárcel del cuerpo, para poder acompañar a su Padre. Fué lo contrario, que convaleció rápidamente y todos fueron de opinión que Ignacio le había obtenido de Dios la salud, para que pudiese sucederle en el gobierno de la Com­ pañía. tai como se lo había profetizado 25. San Ignacio parece que quiso hacer una visita a Barcelona aun después de su muerte; tal era el amor que profesaba a nuestra ciudad. Oigamos cómo lo re­ fiere quien le vió, que es su amigo y casi hermano, Juan Pascual [tal como lo refirió al H. Luis Oriol de la Compañía de Jesús" : Tenía de costumbre cada mañana ir a oír la 2.a misa se decía en Santa Eulalia, que se dice a la punta del alba; y una mañana se despertó, y con grande prisa s-e vistió, y fué corriendo a la seo, pensando habrían dicho la misa i.a se dice a la santa. En llegando a la puerta de la seo, el sacris­ tán estaba abriendo, y él se entró, y le dijo el sacristán: hombre de bien, ;qué buscáis tan de mañana? Y él respon­ dió: Señor, yo pensé que ya habrían dicho la T.a misa de S. Eulalia. El sacristán respondió que ni la habían dicho ni la dirían de tres cuartos. Respondióle: pues que estoy aquí aguardaré la i* misa, y se bajó a la capilla de Santa Eula­ lia (la cual está bajo del altar mayor de la seo, y ella se baja por muchas gradas, que están delante del altar ma­ yor; y estando en oración sintió una música tan excelente, que quedó espantado de sentirla; y subióse arriba al cabo de la escalera de la capilla, para ver qué música era aquélla; y vió que por las espaldas del altar mayor venía, por la parte del evangelio, una procesión, y pasaba por delante donde él estaba arrodillado, que era el cabo de la escalera. Venían \. del Vr.

Riradrnrira.

Vida de San íf/nacio, 1. 4,

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3%

unos escohinicos delante con sus sobrepellices y luego clé­ rigos con sobrepellices. Espantóse que con conocer tantos en la seo de Barcelona, no conociese alguno. A l último de la procesión venían t r e s : el uno con capa de asperges en medio, dos con dalm áticas al lado derecho c izquierdo, y el que ven ía en la izquierda conoció que era nuestro S. P. Ignacio, que ya había muerto en Rom a; y cuando le vio. le conoció como cuando estaba en su casa, y luego al punto se levantó y fué corriendo y se echó a sus pies; y nuestro santo Padre, alargando la mano derecha, le d ijo : Pascual, no me toques, que has de padecer trabajos en esta vida, y después nos verem os los dos en el ciclo. Y desapareció toda la procesión 2H.

El P. Ribadeneira nos traza este retrato literario de San Ignacio: «Fué de estatura mediana, o por mejor decir algo pequeña y bajo de cuerpo, habiendo sido sus hennanos altos y muy bien dispuestos; tenía el rostro autoriza­ do; la frente ancha y desarrugada; los ojos hundidos; encogidos los párpados y arrugados por las muchas lá­ grimas que continuamente derramaba: las orejas me­ dianas ; la nariz alta y combada; el color vivo y templa­ do, y con la calva de muy venerable aspecto. El sem­ blante del rostro era alegremente grave y gravemente alegre; de manera que con su serenidad alegraba a los que le miraban y con su gravedad los componía. Cojeaba un poco de la una pierna, pero sin fealdad, y de manera que, con la moderación que él guardaba en el andar, no se echaba de ver.» Refiriéndose a los retratos del Santo, dice Ribade­ neira: «Entre los cuales el que está más acertado y pro­ pio es el que Alonso Sánchez, retratador excelente del Rey católico Don Felipe segundo, sacó en Madrid el año 1585, estando yo presente, y supliendo lo que el 36 N. é d Tr. — Monumento Ignatiana, ser. 4. v. 2, p. 95, nota. El H. Oriol hizo esta declaración al P. Juan B. Vivet, S. 1.. en junio de 1636.

i ; p i l ( k .o

retrato m uerto, del cual él le sacaba, no p od ía decir, para que saliese com o se deseaba» “ 7. Conservem os, sobre todo, den tro del alm a, el retrato espiritual de mi santidad, que en esta v id a hem os q u e­ rido, y no h u n o s sabido dar com o c o n v e n ia ; y p id á ­ mosle con la Iglesia, que después d e h aberle im itad o en la tierra, m erezcam os con él ser co ro n ad o s en el cielo. Amén.

Vida de San lanado. 1. 4. c.

18. — N . del Tr. — La ocasión de este retrato fue ia s i g u i e n t e . En 1584 ei P. Fran­ cisco de Forres fue a Roma, como procurador de la provincia de Toledo de la Compañía de Jesús. De allí trajo un retrato de San Ignacio, que debió de ser el de Jacopino del Conte. Disgustó tanto este retrato al P. Ribadencira, que decía: «Este retrato no es X. P .; más parece de algún clérigo muy regalado y relleno, o de algún labrador que no N. P. Pidió al P. Forres que no permitiese se mostrase. Entonces propuso de hacer sacar uno, y así se puso por la obra.» Encargó al H. Domingo Bel­ tran, célebre escultor, que hiciese un busto de barro, y con él y la mascarilla de cera el pintor de Felipe II, Alonso Sánchez Codlo. sacó el renombrado retrato de San Ignacio (M I, ser. 4, v. 1, p. 760-767). De este retrato decía el P. Ribadeneira: «Es el mejor y más acertado que hasta ahora se ha sacado, aunque no tiene toda aquella gracia y suavidad y vida que N. P. te­ nía; y esto es imposible alcanzarlo el pintor, si Dios no se lo infundiese» (p. 765).

ÍN D IC E O N O M Á STIC O Los números indican las páginas, los exponentes se refieren a las notas Abisinia 361. Abraham 13 81. Adriano, cardenal 41. Adriano V I 91 158. África 299 361 374. Aguilera 195. Agurreta, Alfonso de 169 1693. Aitooa, marqués de 174. Alarcón, Miguel Antonio 18326. Alba, duque de 43 434. Albareda, Anselmo Mka 8o9

8620.

Alberto Magno, San 181. Albret, Enrique de 44 45. Albert, Juan de 42 423 43 44. Alcalá 126 138 178 17816 179 180 18o20 181 18123 182-184 18427 185-187 20533 210 211 249 288 298 304 353. Alcalá, proceso de 18123. Alcántara, Fr. Diego de 172. Alcántara, San Pedro de 172. Aldonza de Cardona, 196. Alemania 227 272s 277 297 298 357 362 363. Alfonso, Nicolás, v. Bobadilla. Almazán 210 223. Alonso de Montalvo 38. Alvarez, Gabriel 153 15411 22418. A mad is de Gaula 81n . Amador de Elduayen 201 205. Ambcres 136. 25. - San Ignaí to de Lovola

América 359 374. Amigant, Andrés de 15 153 144 14541. Amigant, María de los Án­ geles 15 96 101 110 136 144 I4541. Amigant, Paula 88. Amigant, Pedro 155. Amigant, notas de la casa 156 103 104-" 141 144 14541. Ancha, calle 152. Andalucía, provincia de 301. Andalucía, Provincia de 301. Andrés, Hospital de San 91. Angeles nuevos, convento de los 175. Angeles viejos, convento de los 175 i//· Antezana 18. Anunciación de la Virgen 86. Apalátegui, F. 4812. Apóstoles. Santos, ermita 88. Appiani, Beatriz 15718. Apulia 164. Aragón, provincia de 304. Aránzazu 75 82 S212. Araoz, Antonio 15 78* 15411 1929 219 241 298 299 302305· Araoz, Magdalena de 48 220221. Arbc, obispo de, v. Negusanti. Arco de Triunfo 148.

Í NDI CE ONOMASTICO

Ardévol, Jerónimo 169 170. Arévalo 346 35-37 38 З«4· Argenteuil 200. Arteaga, Juan 17816 180 i&2 189 200 jo 5. Astrain, Antonio 24a 18o21 1862 197 207 295 2993 35812. Asunción de la Virgen, día de la 212. Austria, Leonor de 227. Avellaneda, Diego de 241 241 -5. Avila, Beato Maestro 350. Azpeitia 31-34 36 40 217-219 222 223 22315 354. Azpeitia. proceso de 119. Azpilcueta, Juan de 300. Azpilcueta, María de 48 209. Badia. Fr. Tomás 266. Balaguer. Víctor 1481 1491. Ballesteros 423 434. Bárbara, colegio de Santa 196 197 199 201 202 207 20836 209 210. Barbar roja 224. Barcelona 14-19 76 77 86 88 88:* 91 138 140 141 14440 145 148-150 153-155 161 162 165 167 168 1681 169 173 174 176 178 17816 179 1861 192 1929 1939 194 196 198 226 248 249 291 292 298 302-306 353 35Ó11 364 382 383·

Barcelona, catedral de 172. Barcelona, proceso de 13727. Baroello, Esteban 297. Barrera 239 240 24123. Bartoli, Daniel 28117. Bartolomé, colina de San 115. Bassano 230. Bayle, Constancio г8з2,{. Bayona 166 218. Baztán 47.

Bcauvais, colegio de 210. Belén f23 162 244.

Beltrán, Domingo 38427 Beltrán de la Cueva 4711. Beltrán Yáñez de Oñaz y de J-qyola 32 34е 35. Bell-lloc, calle de 177. Benito. San 79. Bertinoro, obispo de, v. Conversini. Bethel 81. Betphage 163. Biel, Gabriel 23714. Bisignano 272P 2736 277. Bobadilla, Francisco 1895. Bobadilla, Nicolás Alfonso de 211 212 231 261 26216 264 2723 273 277 357 362. Bolandos 6 14440 20836 26o11. Bolonia 197 224 299. Bolonia, colegio español de 225. Boquet, Juan 303. Boria, calle de la 148 1481. Borja, San Francisco de 16 17 33 82 8212 223 2962 298 302 305 Зоб 30821 350 371. Boxadors, Isabel de 177. Brasil 299 300 361 374. Bravo 41. Bretancourt 213. Broet, Pascasio 213 227 228 261 2725 357. Brou, Alejandro 1928 2o8»3e 37510· Bruselas 143 14440. Burgos 404 45 70 201. Burgos, cardenal de, v. Men­ doza, Francisco de. Cáceres, Diego, de 261 26113 264. Cáceres, Lope de i78lfl 180 18o21 182 189 200 205. Calvino 197. Cámara, v. González de Cá­ mara. Canisio, San Pedro 298 363. Canyelles, Miguel 88.

ÍN D IC E ONOMÁSTICO

Canyelles, señora 110 136. Capclepós, Francisco 90е. Cu rafa, Pedro 226 228 231. Carafa, Vicente 24o21. Carafa, Vicente, S. I. 25410. Cárdenas, Bernardino de 1832#. Cárdenas, Teresa de 183 18з2в. Carders, calle de 148. Cardona, duque de 150 150е. Cardona, Juan B. 146 14642. Cardona, Juana de 15o6. Cardoner 11210 115 11614 118 129 13a. Carlos III 10882. Carlos V 38 43 48 80 15411 16729 20533 227 271 2725 297. Carmen, bajada del 101. Carmen, parroquia del 90. Carpí, cardenal de 345. Cartujano, v. Vita Christi. Casanovas, Ignacio 5-7 25410 260I1 264*8 35g!2

Cáseda 44. Casia, vía 236. Castells, Francisco 157 14541. Castilla 14 41 43 434 44 46 47 18224. Castilla, Pedro de 239 24125. Castilla, Provincia de 301. Castro, bachiller, Juan 195 201 204 205 223. Catalina, esposa de Enri­ que V III de Inglaterra, 238. Catalina, reina de Navarra 423 Catalina, infanta hija postuma de Felipe el Hermoso 37 374· Cataluña 12-19 22 77 81 95 T32 146 153 226 302 304306. Cazador, Jaime 179 226. Ceilán 300. Cervera 17 18 24 77. Cette, obispo de 225. Ciruelo. Pedro 184 18427.

387

Clara, convento de Santa, de Manresa 9516. Clara, convento de Santa, de Barcelona 98. Claudia, vía 236. Cía ver, San Pedro 17. Clavera, Inés 9311. Clavera, Jerónima 88 89 91 9311 n o 136. Gemente V II 16729. Clemente V III 18. Coimbra 297 298 361. Cochín 278 31910 373. Codacio, Pedro 364. Codina. Arturo 24й 591 13219 13523 26011 26112. Coduri, Juan 213 225 228 230 231 253 261 264 272й 275 276 280 288. Colonia, marqués de Santa 45. Colón 359. Colonia 298. Colonna, Vespasiano 157^. Comunidades, guerra de las 40 41 43· Comorín 300. Congo 299 361 374· Contarini, Gaspar 266 270 2/í.

Contarini, Pedro 225. Conte, Jacopino del 38o20 З8427· .Conversini, Benito 24o20. Corders, calle de 148: Coria, cardenal de, v. Mendo­ za, Francisco de Cordelles 17. Cotoners, calle de 170. Coudray, Aníbal 2610 281. Creixell, Juan 156 249 561 78* 79^ 8o» 8315 95i 5 9516 9617 IOI25 10427 ПО I I I 7 I 4 I 3e 14541 16225 17410 18o21 29131. Cros. J. M. 44r\ Crusellas, J. 8315. Cruyllas, Francisca 292a3.

IN D IC E ONOM ASTICO

Cueva de Manresa n 18 127 135 UO. Cupis, cardenal de 242 243. Chanon (o C hanones) Juan $3China 302 372 374 375. Chioggia 158. Giipre 159 160 164 165. Dalmases. Cándido de 8620. Daniel, puerta de San 175 176. Dimas, ermita de San 83. Dionisio, capilla de San 212. Doctis. Gaspar de 225 226 240. Doméneeh, Jerónimo 297. Domingo, Santo 57 573 81. Domingo, convento de Santo 93 9310 95 9515 107· Doria, Andrea 167 16729. Dudon, Pablo 24® 323 457 no* 16o21 19413. Egipto 123. Eguía, Diego de 180 226 30311 380. Eguía, Esteban de 226. Eguía, Miguel de 180. Eguíbar 33. Elisabets. calle de 175. Embrún 277. Encarnación, contemplación de la 123. Encarnación, fiesta de la 86

8/·

Enrique IV de Castilla, 31-33 37 384. Enrique VIII de Inglaterra 238. Enríquez, Teresa, v. Cárde­ nas, Teresa de Enseñanza, religiosas de la 172 1728. Erasmo de Rotterdam 188 1884 364 36417. Escolástica, Santa 79.

Escoto 291. España 17 91 14440 199 201 204a3 205 216 237 239 272® 297-299 301 304 357 361. Espinóla, Beato Carlos 143. Esteban, convento de San, de Salamanca 186 1872. ,Este ve, Marcelino 1727. Estrada, Francisco 238. Etiopía 301 361 374. Eubel, Conrado 14642 19o6. Eulalia, Santa 304. Eulalia, cripta de Santa 172 382. Fabro, Beato Pedro 206-208 20836 209 20937 210 213-215 227 229 2291 230 231 236 252 253 260 261 264 272® 277 298 304 305 347 349 350 357 362. Factor, Beato Nicolás 172. Fadre, Tomás 9311. Fadrique, don 41. Febrer, calle de 148 1481. Felipe II 18530 20533 375 37511 37614 37815 383 38427· Felipe el Hermoso 374. Felipe Neri, San 11. Fernández de Velasco, Iñigo

41 4711· Fernando el Católico 42 43. Ferráo, Bartolomé 25410. Ferrara 165 166 231. Ferrara, Fr. Angelo da 16223. Ferrusola, Pedro 23 n i 7. Figueroa, Juan Rodríguez de, v. Rodríguez, Juan. Fita, Fidel 324 906 918 m 7. Flandes 195 201 297 298 301. * Florencia 299. Foix, Andrés de 44-46. Fondi 157. Forn deis cotoners, calle del 1481. Fonseca, Alfonso de 185 18530. Eont, Juan 146 14642.

ÍN D IC E

ONOMÁSTICO

Fouqueray, Enrique 24o 1928. Frago, Dr. 198-200. Francia 14 43 192 227. Francisco 1 43 44 227 271 297. Francisco de Asís, San 57 57;*· , Frangipani, Antonio 242 353. Frascati 240. Freux, Andrés des 290 297 338 379Frías, Martín 189 1895 190 191. Fuenterrabía 47. Gaeta 155 156. Gallipienzo 44. Gama 359. Gandía 296 298 299 35812. García, Martín 218-221. García Villoslada, Ricardo 36417; Garzoni, Quirino 237 238 242 243· Genova 165 166 224 379. Genoveva, Santa 20836. Germana de Foix 38. Germanías, guerra de las 41 43· Germánico, colegio 300 30o5

389

335 341 345 348-350 352 369 378*7 González de Mendoza, Pedro

37815.

Gouvea, Diego de 201 202. Gralla y Desplá, Jerónima (Guiomar) 174 177 196. Granada, convención de 423. Gregorio X V 11. Grotefend 37818. Guadalajara 30435. Guía, Nuestra Señora de la 90 96 115 148. Guidiccioni, cardenal 271 272. Guim, San 17. Guiomar, v. Gralla y Desplá. Guiot, Juan 79 142. Guipúzcoa 31 40 8212 166 197 218. Guzmán. Gabriel 227. Helyar, Juan 226. Hernando Rubio 18123. Hernani 40. Herrera, Miguel de 45 46. Hoces, bachiller, Diego 225 228 233 238. Hungárico, colegio 36316. Huonder. Antonio 36215.

363.

Gerona 17 179 304. Gerson (Kempis) 282 329 337. Gersoncito 94 95 134. Ghinucci, cardenal 271. Gil, Pedro 14 89* 15411. Gil González 2218. Ginés de Horta, San 150. Goa 298 319 373 375· Goberna 36215. Golubovich 162 23. Gonzaga, San Luis 17 18 143. González, Tirso 2316. González de Cámara, Luis 25 2610 35 59® 6911 76 768 94 1093 111 116 13320 178 205 235 «73 2748 282 290 307 310 313 314 329 333-

India 205 210 272s 227 278 296-299 323 333 359 372 374·, Indostán 300. Ignacio, calle de San 148 1481. Igualada 77. Ingolstadt 363. Inocentes, iglesia de los 194. Iriarte, J. 78s. Irlanda 357. Isabel, emperatriz, esposa de Carlos V 205a3. Isidro Labrador, San 11. Ttalia 14 92 105 151 155 201 226 231® 249 253 271 288 298 299 301 354· Jaén 184.

I N 'D K 'E ОХОМ A ST I (.'О

Jafa 160 164. Japón 210 299 300 461 362 372-374· Jaso, Juan 47 209. Javier, San Francisco 11 18 47 48 206 207 20836 209 210 214 228 231 233 239 241 249 261 26215 2723 277 278 288 29Ó 298 299 313 319 326 3Ó0-362 371-375 З81. Javo, Claudio 213 227 228 261 264 2/25 362. Jerusalén 15 58 66 68-70 76 92 107 126 141 151 155 158 159 I 592í> 160-162 165 173 201 209 211-215 217 228 231 2316 244 374. Jimena 32. Job 118.

Jorge de Austria 15411. Josa, Isabel de 176 177 196 291 29131 305. Juan II 33 384. Juan III de Portugal 271 296 297. juan, príncipe de Castilla 423. Juan Bautista, San 50. Juan de Pie del Puerto, San 44Juana, infanta de Portugal 37. Juana la Loca 374. Julio II 79 808. Julio III 279 281. Julivert, calle 178. Justo, iglesia de San 153. Kempis 317.

Laínez, Diego 36 50 72 78 78й 89 94 96 109 Ti2 ц 6 *30 134 137 i93 I97 I9g22 210 225 227 229 2291 231 23*e 235 236 23714 248 249 261 264 272r> 276 299 304 307 322 326 334.336 344 350 351 357 378 38121. ьапа, plaza de la

j48

Lancicio 281 *7. Landívar, Miguel 239 244. Lérida 17 77 784 96. Letrán, San Juan de 276. Leturia, Pedro 24o 346 374 434 4711 573 69™ 7012 12610 215 362J3. Lievín, Vicente 216. Lipomano, Andrés 297. Lisano 17(8. Lisboa 278 296. Loca del Sacramento, v. Cár­ denas, Teresa de. López, Cristóbal 38o21. López, Pedro 34 36. Lovaina 297. Loyola, casa de 31-33 41 48 50 55 561 573 63 66 68 74 219 221 2218 222. Lucía, hospital de Santa 89 91 92 97 136 137 146 14642. Ludolfo de Sajonia 561. Luna, conde de 363. Lutero 263. Llull, llano de 177. Macía, Agustín 9514 1188 31124 32318 3345 34220 34523 3471 3501 3528 3701· Madera, Juan de 195. Madrid 30415 38o21 38121 383. Madrid, Cristóbal de 346 379 39719· Maestro de las sentencias 181. Mafifei, Juan i n 7 12817 154 2412®. Magdalena, hospital de la 218 219. Mainardi, Agustín 239 24126. Malaca 233 300 372. Maldonado 41. Mallorca 17. Manes, Diego 160. Manresa 13-17 23 81 86 8620 87-96 100 104 105 107 108 110-116 126 127 129 131 133

ÍN D IC E

ONOMÁSTICO

134 13б 137 13729 138 140

141 14137 143 144^0 145-149 15615 159 l6 l 169 173 179 179“ ° 198 230 235 244 247 248 285 353. Manresa, proceso remisorial de I 3725 I 3727· Manrique de Lara, Antonio v. Nájera, duque de. Manrique de Lara, Francisco 45Maqueda, duque de 183 i8326. Marcelo, Papa 273 352. Marcos, plaza de San 159. Marcús, capilla de 148. Márch, José M.a 28 11615 1693. María de Jesús, convento de Santa 171. María del Mar, iglesia de San­ ta 171 1727 173. María la Mayor, Santa 239 243 24328. Mascareñas, Leonor de 204 20433 376. Maya 44 47. Medina del Campo, tratado de 4_ 23 Melangolo, torre 242. Meliapor 300. Mendoza, Francisco de 190

19o6.

Mendoza, Juan de 378 37815. Mercurián, Everardo 10427. Mesina 299. Miguel Ángel 364. Milán 16527 Miona, Manuel 183. Miranda, conde de 4711. Mirón, Diego 309. Molíns, Catalina 88. Molíns de Rey 77 78. Molucas 300. Monteagudo, colegio de 194 19413 196 197. Monte Casino 226 238. Montesino, Ambrosio 561.

391

Monte Sión, monasterio de 16223. Montmartre 212 214 215 21541 362. Montserrat 11 13 17 19 23 71 74-76 77 79 80 808 86, 8620, 87 90 91 95 97 101 115 121 122 13421 136 142 143 150 30415.

Morone, cardenal 300. Mudarra, Francisco 239 240 24125. Mulet 96. Nadal, Jerónimo 25 26 2610 2611 33 4814 57 3 i n 1129 10 113 11312 11413 126 1261* 12817 137 I 3728 273 301 304 307 314 326 346 370 376 3/ 612 37919· Nájera 40. Nájera, duque de 39 40 412 4345 47 4711 74 75 797 15o6. Nápoles 33 38 37815. Narciso, San 304. Natividad, basílica de la 244. Navarra 39 42 423 43 434 44 46-48 180 209. Navarra, Pedro de 44. Navarrete 74 75. Navarro, v. Landívar. Miguel. Nazaret 84 123. Negusanti 229. Nicodemus 114. Nierem berg 9616.

Nieves, fiesta de N. S.a de las 25·

Noain 47 4711. Nobrega, Manuel de 300. Nonell, Jaime 91s n o n i 7

I444 277 296 299. Sanctisidoro 189.

394

ÍN D IC E

ONOMASTICO

SáiK'hez Coclk), Alonso 38i 21 383 3«427. Sanchón 375. Sandoval 80a. Sangüesa 44 209. Santiago, colegio de 1853*. Santiago, hospital de 194 194I201. Sarret y Arbós, Joaquín 1082. Sarrovira 306* Sarta, Andrés del 380. Sasgero, v. Sagero. Schatzgeyer. v. Sagero. Schmidt, U. 33610. Schroeder 36316. Sebastián, San 40. Segovia, 184 18428 205. Sena 236. Seo de Manresa 90 907 91 96. Seo de Urgel 17. Serra. Juana 9310 140. Sevillá, cartuja de 70. Seyne 213 277. Sicilia 299 301. Siena 256. Sigüenza 223. Sixto IV 808. Sobrerroca, calle de 93. Soler, Andrés 1727. Soler y March, Leoncio 9515 96I6 Sorbona, 195 201. Soto, Domingo de 181 18123. Soto, Pedro de 1862. Southwell, Natanael 2S410. Storta, La 236. Strada, Sor Antonia 150 172. Suriano, Francisco 1Ó426. Toblares, Pedro de 2218. Tacchi Venturi, Pedro 24® 92» 23715 24125. Tarragona 17 18 140. Teatinos 226. Teodosio da Lodi, Fr. 274«

275-

Teresa de Jesús, Santa 11. fierra Santa 15 77 87 91 139 148 152 157 1642« 167 168 л 2 ¿14 215 217 228 237 348