Rubio Bardon, Pedro - El Camino Agustiniano

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EL CAMINO AGUSTINIANO Pedro Rubio Bordón

DICIONES PAULINAS

PEDRO RUBIO BARDÓN

EL CAMINO AGUSTINIANO

EDICIONES PAULINAS

Colección CLÁSICOS CRISTIANOS Director: Pedro Rodríguez Santidrián

Preferiría fatigarme leyendo lo escrito por otros a tener que escribir lo que otros han de leer... He de confesar, sin embargo, que, en el ejercicio de escribir para los demás, he aprendido muchas cosas que antes ignoraba (De Trin. 3, proem.). Si en mis escritos encuentras algo de verdad, sábete que, en cuanto tal, no es mío, aunque, por tu amor y comprensión, acabe siendo tuyo y mío. Si, por el contrario, descubres algún error, sábete que, en cuanto tal, es sólo mío, aunque tú, al precaverte de él, haces que deje de serlo de ambos (De Trin. 3, proem.).

© Ediciones Paulinas 1991 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. (91) 742 51 13 - Fax (91) 742 57 23 © Pedro Rubio Bardón, OSA 1991 Fotocomposición: Marasán, S. A. San Enrique, 4. 28020 Madrid Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28960 Humanes (Madrid) ISBN: 84-285-1362-7 Depósito legal: M. 774-1991 Impreso en España. Printed in Spain.

PRÓLOGO

Aunque san Agustín ha gozado, y aún goza, de gran predicamento en los ámbitos más cualificados de la antropología, de la psicología y, sobre todo, de la teología, no ha tenido, ni tiene, idéntica fortuna en los ambientes populares y entre la gente de a pie. Ha sido, y sigue siendo, mucho más "El Doctor de la Gracia" o "El Águila de Hipona" que "el hombre del pueblo, que vivió con el pueblo y que habló para y se hizo entender por el pueblo". La Iglesia ha sacado siempre buen partido del patrimonio cultural, humanístico y espiritual del obispo de Hipona. Ahí está, para demostrarlo, la última gran cita eclesial del concilio Vaticano II, en el que san Agustín ha vuelto a brillar con luz propia, siendo, con notable diferencia, no sólo el padre de la Iglesia más citado, sino también el más decisivo a la hora de fundamentar el debido aggiornamento y la necesaria puesta al día. Al pueblo, mientras tanto, se le ha venido, y se le viene ofreciendo un san Agustín tópico y deslavazado, secuestrado en unas cuantas frases descontextualizadas y no siempre bien interpretadas. A la dificultad connatural de la lectura directa de sus obras en el latín original, hay que añadir la poca disponibilidad editorial de las mismas en las lenguas vernáculas y un cierto sentimiento de resignación ante ¡a pretendida inaccesibilidad de su mensaje para el común de los mortales. Devolver al pueblo lo que pertenece al pueblo parece, 7

pues, lo más justo e indicado. San Agustín es algo demasiado serio como para dejarlo sólo en manos de los agustinólogos. Han sido, de hecho, constantes los intentos por rescatar y popularizar su mensaje y por darle un estilo acorde con la dinámica cambiante de los tiempos. El florilegio, la antología y el centón han constituido el pan agustiniano desde la Edad Media hasta nuestros días. Es muy plausible, por tanto —y está en perfecta consecuencia con la reciente llamada de atención de Juan Pablo II sobre el estudio y la divulgación del pensamiento y de la doctrina de los padres de la Iglesia—, el que EDICIONES PAULINAS inicie esta Colección, que lleva por título "Clásicos cristianos", con una oferta popular agustiniano clara y decidida, sencilla a un tiempo y completa, asequible a todos e inteligible para todos. Pedro Rubio, profundo conocedor de san Agustín, no se ha limitado a hacer una antología. Obedeciendo a la técnica misma del quehacer y del estilo agustiniano, ha confeccionado una verdadera guía de caminantes. San Agustín, en efecto, es un maestro en literatura itinerante. No sólo porque, en buena medida, él fue su iniciador en Las Confesiones, sino porque la óptica general de toda su obra se orienta mucho más hacia la apertura generosa y multifocal que hacia el monolitismo. Como prototipo de la modernidad, san Agustín es rabiosamente consciente de que lo peor que le puede suceder al ser humano es el desdibujamiento de sus propias fronteras y la disolución de los valores depositados en su interioridad, cayendo en la sofisticación inútil de un serial de dioses fabricados a su propia imagen y que fallan cuando menos se espera. Obviando, pues, lo dogmático, lo meramente ritual y ¡o sistemático, Pedro Rubio ha querido desbrozarnos un camino, el camino agustiniano. Sin olvidar que todo camino tiene mucho de dinamismo y de búsqueda, y que el movimiento se demuestra andando, que no sim8

plemente "dejándose vivir". Cristo mismo se hizo camino al andar y, al andar, se hizo el camino. Y ¡os cristianos en tanto lo son en cuanto que hacen el camino de Cristo y, además, lo hacen con él y por él. Como a caminantes profesionales hay que dotarles de puntos de referencia y de controles de avituallamiento. No hay vía sin viático ni marcha militar sin vivac, matalotaje o suministro. Todo camino, por otra parte, es concreto y para caminantes concretos. Por eso el Agustín que se nos oferta es el Agustín familiar e inmediato, notario de su propia aventura personal, testigo de cargo tanto de la su propia búsqueda de Dios como, sobre todo, de la búsqueda y captura que Dios hace de él. Pedro Rubio trata de ser luminoso en la transmisión de cada una de las claves del Agustín en camino. No resulta fácil hacerlo. Morris West, en perfecta simbiosis con el pensamiento agustiniano, hace hincapié en el hecho indiscutible de que Dios tiene un rostro diferente para cada persona. Y la búsqueda de ese rostro de Dios puede brindarnos todo un juego de actitudes, entre la pirueta y el escorzo, en el proceso de retorno o conversión. Vemos aparecer paradigmáticamente la duda ante el dilema, la angustia ante la incógnita, el temor y temblor ante el impacto definitivo de lo divino. Y nos iremos familiarizando, al recorrer este camino agustiniano, con una rica imaginería, con todo un mundo de metáforas, circunloquios, perífrasis y retruécanos que nos ayudarán, por la vía de la mnemotecnia, a bucear en el meollo del mensaje. Toda antología tiene sus limitaciones —y ésta no es excepción—. Pero es indudable que esta que presentamos brinda variedad de pistas alternativas, no simples sensaciones escuetas, vacías de sentimiento y sobradas de abstracciones. Con su riqueza y policromía viene a formar un archivo en nuestra memoria, del que iremos echando mano, como el varón sesudo del evangelio, que saca de su reservorio lo antiguo y lo nuevo; una 9

especie de breviario que, casi puntualmente, podrá servirnos de diario o de cuaderno de bitácora. No se trata de una colección acabada de recetas para cualquier ocasión ni de una lista talismánica de prescripciones para curar las enfermedades del espíritu. Es sólo un camino, una invitación, abierta y esperanzada como la vida, "a buscar con ánimo de encontrar, y a encontrar con ánimo de seguir buscando" (De Trin. 9,1,1). El autor es ducho en tales menesteres. Dentro de este estilo nos ha brindado en los últimos años obras como Recordar y Educación, estilo agustiniano, en españo/; Take and Read, en inglés, y Gogoetak, en vasco. De raza, pues, le viene al galgo.

1 HOMBRE

JOSÉ COSGAYA GARCÍA, OSA

Hombre soy. Entre hombres vivo. Y nada de lo humano me es ajeno Madrid, 21 de enero de 1991

Epist. 78,8

Hombre soy. Uno de tantos Serm. 233,2

Dentro de cada hombre hay una guerra civil Serm. Morin 11,12

10

1. "Andar por fuera" 1. El cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos me dicen, Señor, que te ame. Y no cesan de repetírselo a todos para que no tengan disculpa. Pero ¿qué es lo que amo cuando te amo a ti? No es la apariencia corporal, ni la vistosidad pasajera, ni el candor de la luz grata a los ojos. No es la dulzura de la melodía, ni el perfume de la flor, ni el aroma del ungüento. No es el maná ni la miel, ni la suavidad de los miembros... Y, sin embargo, amo una cierta luz, una cierta voz, un cierto olor, un cierto sabor, un cierto deleite de mi hombre interior... Pero ¿qué es esto? Pregunté a la tierra. Y me dijo: "No soy yo". Y todo lo que hay en ella me dijo lo mismo. Pregunté al mar, a los abismos. Y me dijeron: "No somos tu Dios. Busca por encima de nosotros". Pregunté al viento. Y me dijo: "Se engaña Anaxímenes. Yo no soy dios". Pregunté al cielo, al sol, a la luna y a las estrellas. Y me dijeron: "Tampoco nosotros somos el Dios que buscas". Y continué dialogando con las cosas que me rodean. "Me habéis dicho que no sois mi Dios; decidme, al menos, algo sobre él". Y me respondieron con un clamor inmenso: "Él nos ha hecho". Mi pregunta era mi atención. Y su respuesta era su hermosura. Entonces me volví hacia mí mismo. Y me dije: "Y tú, ¿quién eres?". Y me respondí: "Un hombre. Un ser con dos dimensiones: una externa y otra interior. La interior es la que juzga. La externa hace de mensajera. La interior oye la respuesta y conoce la verdad, pero mediante el ministerio de la exterior..." Pero ¿cómo es que manifestándose a todos la hermosura y el orden del universo no todos son capaces de oír la voz de su mensaje? Porque unos, sojuzgados por el amor desordenado que profesan a las cosas, se inhabi13

litan para juzgarlas con rectitud. Y otros, atentos sólo a sus propios intereses, no prestan oído a su voz. Las cosas son un libro abierto, pero para unos en blanco, para otros preñado de instancias. Mejor dicho, hablan a todos, pero sólo entienden su voz los que, tras oírla desde fuera, la confieren y contrastan con la verdad interior (Conf. 10,6,9). 2. Es menester contemplar con fruto y saborear con deleite la hermosura del cielo, el orden de las estrellas, las variantes de la luna, el flujo y el reflujo de las estaciones, la increíble energía de las semillas que engendran las especies y las cosas todas, que, según su género, guardan su medida y tienen su propia naturaleza. Hay que contemplarlo todo, no para ejercitar una vana y pasajera curiosidad, sino para erigir una escala hacia las cosas inmortales y eternas (De ver. reí 29,52).

temperante de la noche—. Pregunta a los animales que se mueven en el agua, a los que moran en la tierra y a los que vuelan en el aire. Pregunta a los espíritus, que no ves, y a los cuerpos, que te entran por los ojos. Pregunta al mundo visible, que necesita de gobierno, y al invisible, que es el que gobierna. Pregúntales a todos, y todos te responderán: "Míranos; somos hermosos". Su hermosura es una confesión. ¿Quién hizo, en efecto, estas hermosuras mudables sino el que es la hermosura sin mudanza? (Serm. 241,2,2). 6. La hermosura del universo es como un gran libro. Contempla, examina, lee lo que hay arriba y abajo. No hizo Dios para que le conocieras letras de molde, sino que puso ante tus ojos las criaturas. ¿A qué buscas testimonio más elocuente? El cielo y la tierra te están gritando: "Somos hechura de Dios" (Serm. Max 126,6).

3. Todas las cosas sirven al alma a modo de recordatorio de aquella hermosura primera que abandonó por el pecado. Todas, incluidos los mismos vicios (De ver. reí. 39,72).

7. El espíritu desparramado recibe golpes innumerables y anda reducido a la penuria de un mendicante. Aunque su naturaleza le impulsa a la búsqueda de la verdad, la multitud le pone el veto (De ord. 1,2,3).

4. El método de las ascensiones tiene siete grados, ordenados de menos a más: sonido, memoria, sensación, pronunciamiento, estimativa, juicio y trascendencia. Todos son buenos. Pero hay que usarlos de modo tal que, sin tropezar en los inferiores, nos deleitemos en los superiores. Porque el deleite es la gravitación del alma, y así ordena el alma. Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Donde está el deleite, allí está el tesoro. Y donde está el corazón, allí está la felicidad o la miseria (De mus. 6,11,29).

8. Resujta difícil al hombre volverse y encontrarse a sí mismo. Ávido de exterioridades, su misma avidez le conduce al vacío. Y, huyendo de sí mismo, cae en la tortura de la multiplicidad (De ord. 2,10,30).

5. Pregunta a la hermosura de la tierra, del mar, del aire dilatado y difuso. Pregunta a la magnificencia del cielo, al ritmo acelerado de los astros, al sol —dueño fulgurante del día— y a la luna —señora esplendente y 14

9. Cuando el hombre se divierte con lo que está fuera de él, descuidando su interior, se convierte en un pródigo que apacienta los puercos de sus vanidades (Serm. 96,2). 10. Las venturas de este mundo son ensueños de dormidos (In ps. 131,8). 11. No busques la quietud en las cosas inquietas (De cat. rud. 16). 15

# 2 . El hombre que devora los tiempos es devorado por lo temporal (Conf. 9,4,10).

bo, ávidos de llenar los propios vacíos con la aridez terrena (In ps. 8,13).

13. ...Y muchos, de gusto pervertido, aman más el verso que el arte con el que está construido..., y se pierden en lo temporal dando la espalda al que forma y dirige los tiempos. Y, en su amor a lo fugaz, no quieren que pase lo que aman, siendo tan insensatos como el que, al oír un poema, quisiera escuchar siempre la misma sílaba (De ver. reí. 22,43).

19. Buscar el reposo en las cosas externas es prostituir el alma (De Trin. 12,1,1).

14. Deseando, en vano, poseer las cosas por las que es poseído, el ánimo se vuelve inquieto y se hace desventurado. Aunque el mundo nos ofrece muchas cosas para amar, el tiempo nos arrebata lo que amamos y nos deja en el alma un tropel de imaginaciones que excitan nuestra concupiscencia y la llevan a mariposear de cosa en cosa, haciéndonos cada vez más miserables (De ver. reí 35,65). 15. No busques la felicidad en la región de la muerte. No está allí. No puede haber felicidad donde ni siquiera hay vida verdadera (Conf. 4,12,18). 16. No pueden ser buenos aquellos bienes con cuya posesión se excita el deseo de poseer otros mejores (In ps. 122,12).

20. Amar las cosas externas es "alienarse" (vivir de lo ajeno) (De Trin. 11,5,9). 21. Cuando el alma se afana por conseguir lo que percibe por medio de los sentidos y obra movida por la concupiscencia de la novedad, del orgullo o de la ambición, poniendo en ello su fin y su bien, haga lo que hiciere, procede con torpeza. Fornica pecando contra sí misma e introduce en su interior las imágenes de las cosas, componiéndolas en vana meditación, hasta el punto de que nada, fuera de ellas, le parece divino. Y así, avara de su soledad, se fecunda con el error. Y pródiga de su aislamiento, se queda sin fuerzas (De Trin. 12,10,15). 22. Por la apetencia de las cosas externas el hombre se vuelve huésped de su propia casa (In ps. 57,1). Y 23. Yo soy yo. Pero no soy mío (In Joan. 29,3). 24. La curiosidad consiste en la avidez de novedades (Quaest. euang. 1,47).

17. La gloria de este mundo hace mucho ruido, pero es como el fragor de las aguas que se deslizan violentamente entre las rocas. Fíjate cómo fluyen y se precipitan. Y cómo, al fluir y precipitarse, atraen y arrastran (In ps. 136,2).

25.

18. Los curiosos son como los peces del mar. Siempre anhelosos, siempre a la espera y en la superficie de las cosas, como oteando el panorama de una vida sin rum-

27. ¿Hay algo más tuyo que tú mismo? Y, sin embargo, ¿hay algo menos tuyo que tú mismo, cuando ni siquiera tú mismo te perteneces? (In Joan. 29,3).



La turba "perturba" (In Joan. 30,2; 51,7).

26. El hombre empeora y se empobrece cuando, lanzándose a la conquista de los externo, vive arrojando sus propias intimidades (Epist. 55,9).

17

28. Cuanto más curioso se vuelve el hombre por conocer la vida ajena, tanto más desidioso se vuelve por enmendar la suya propia (Conf. 10,3,3). 29. Cuanto menos atención presta el hombre a sus propios pecados, tanto más curioso se vuelve para escudriñar los ajenos. Al no poder excusarse a sí mismo, trata de sacarse la espina acusando a los demás (Serm. 19,2).

2.

"Andar por dentro"

30. La mayoría de las veces el hombre se desconoce a sí mismo. Víctima del descuido o de la improvisación, o presume de sus carencias o desespera de sus posibilidades. Sólo cuando la tentación viene a probarle, como un cuestionamiento de urgencia, logra el hombre conocer la verdad sobré sí mismo (In ps. 55,2). 31. Los hombres salen a hacer turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de los mares, el fácil y copioso curso de los ríos, las revoluciones y los giros de ios astros. Y, sin embargo, se pasan de largo a sí mismos. No hacen turismo interior (Conf. 10,8,15). 32. ¿Por qué gustas tanto de hablar y tan poco de escuchar? Andas siempre fuera de ti, y rehusas regresar a ti. El que enseña de verdad está dentro. En cambio, cuando tú tratas de enseñar, te sales de ti mismo y andas por fuera. Escucha, primero, al que habla dentro y, desde dentro, habla, después, a los que están fuera (In ps. 139,15). 33. Andar por dentro es desear las cosas de dentro. Andar por fuera es desechar las cosas de dentro y lle18

narse de las de fuera. El orgulloso arroja fuera lo de dentro; el humilde lo busca con afán. La soberbia exilia al hombre de sí mismo; la humildad lo devuelve a su intimidad (In Joan. 25,15). 34. No hay ignorancia más refinada que la ignorancia de la propia ignorancia (Conf. 5,7,12). 35. Hay muchos que, a fuerza de alardear de inteligencia, lo único que consiguen es poner en claro su estupidez (In Joan. 14,3). . 36. ¿Quién está más enfermo: el que se siente molesto con su enfermedad y llama al doctor, o el que se empeña en negar su enfermedad y ni siquiera se toma la molestia de llamarlo? (Serm. 175,2,2). 37. Hay en la mente humana tales pliegues y recovecos que el hombre malvado, cuya mala fe no admite dudas, se juzga digno de elogio por su bondad (Epist. 151,4). 38. Cuanto peores son las cosas que el malicioso sospecha de los demás, tanto más parece gozarse interiormente (Serm. 354,2,3). 39. Generalmente sospechamos de los demás lo que sentimos en nosotros mismos (In ps. 118,12,4). 40. Te cuidas mucho de no salir a la calle con vestidos harapientos. Pero no parece preocuparte demasiado el andar correteando por ahí con el alma hecha jirones (In ps. 32,2,7). 41. Pareciera que la mayoría de los hombres tuviera su corazón en los ojos, no en el pecho. Ven salir sangre de las heridas externas les entra el pánico. En cambio, cuando corre la sangre de la disensión y del odio y las 19

almas se vuelven anémicas, no parecen preocuparse lo más mínimo (Con. epist. Parm. 1,8,14).

que no parece preocuparte el tener que volver a la casa de tu intimidad y responder ante tu propia conciencia? (In ps. 32,2,8).

42. Con dificultad conoce el hombre lo que es hoy. Lo que va a ser mañana no puede ni imaginarlo (Serm 46,12,27).

50. No hay mayor miseria que la del miserable que de sí mismo no tiene misericordia (Conf. 1,13,20).

43. El reconocimiento de la propia ignorancia es la primera prueba de inteligencia (Serm. 301,4,3).

51. El colmo de la desvergüenza es no tener vergüenza de ser un desvergonzado (Conf. 2,9,17).

44. Acepta tu imperfección. Es el primer paso para lograr tu perfección (Serm. 142,10).

52. Con frecuencia la ignorancia se enmascara so capa de simplicidad (Conf. 2,6,13).

45. ¡Qué densa es la oscuridad del alma humana! Un hombre es capaz de domar un león y, sin embargo, no es capaz de domarse a sí mismo (De nat. et grat. 15,16). 46. Si abismo significa profundidad, ¿no es cierto que el corazón humano es un abismo? Los hombres pueden comunicarse y entenderse mediante signos, pero ¿quién es capaz de penetrar el corazón humano? ¿Quién es capaz de escudriñar sus registros, sus maquinaciones, sus preferencias y sus odios? (In ps. 41,13). 47. ¡Qué profundo es el abismo de la conciencia! El alma da órdenes al cuerpo y éste obedece sobre la marcha. En cambio, cuando el alma se da una orden a sí misma, encuentra resistencia y crea división en su interior (Conf. 8,9,21).

53. De nada le vale abrir los ojos al que está en tinieblas. Y de nada le sirve estar en la luz al que tiene los ojos cerrados (In ps. 25,2,14). 54. ¡Cuántas riquezas atesora el hombre en su interior! Pero ¿de qué le sirven si no se sondea e investiga? (In ps. 76,9). 55. No te desparrames. Concéntrate en tu intimidad. La verdad reside en el hombre interior (De ver. reí. 39,72). 56. Un comienzo sin la debida planificación conduce necesariamente al fracaso (Epist. 20). 57. El deseo es como la sed del alma. Ten sed, por tanto, pero de agua limpia y pura, no de agua sucia y fangosa (In ps. 65,5).

48. Entiende, primero, cuánto es lo que no entiendes, no sea que no llegues a entender nada en absoluto. Y no desprecies al que, para llegar a entender lo que aún no entiende, entiende, al menos, que aún no ha logrado entenderlo (De an. et eius orig. 4,11,16).

58. ¿Te preocupa el que el árbol de tu vida tenga las ramas podridas? No pierdas el tiempo: cuida bien de la raíz, y no tendrás que andarte por las ramas (In ps. 79,2).

49. ¿Tienes miedo de volver a tu casa porque temes encontrarte con una esposa respondona? ¿Cómo es

59. No basta con hacer cosas buenas. Hay que hacerlas bien (In ps. 118,12,2).

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60. El hombre no se mueve por su pies, sino por sus afectos. Hasta su propios pies son movidos por afectos (In ps. 9,15). 61. Los afectos humanos son movimientos del ánimo. La felicidad es la expansión del ánimo; la tristeza, su contracción. El deseo es el alargamiento del ánimo; el miedo, su retirada (In Joan. 46,8). 62. No podrás juzgar a los demás si no eres capaz de juzgarte a ti mismo. Entra, pues, dentro de ti y siéntate como reo en el juzgado de tu conciencia. Pon a prueba tu integridad como juez en esa sala interior de justicia en la que no necesitas depender de testigos externos (Serm. 13,6,7). 63. La verdad de la belleza de un árbol en flor se encuentra en la fealdad de sus raíces (Serm. 44,1,1). 64. Deja siempre un pequeño margen para la reflexión, margen para el silencio. Entra dentro de ti mismo y deja atrás el ruido y la confusión. Bucea en tu intimidad y trata de encontrar ese dulce rincón escondido del alma donde puedas verte libre de ruidos y argumentos, donde no necesites entablar disputas sin término contigo mismo para salirte siempre con la tuya. Escucha la voz de la verdad en silencio para que puedas entenderla (Serm. 52,19,22). 65. Entra en ti mismo. Examínate. Júzgate. Espero que demuestres categoría suficiente como para no pretender engañarte a ti mismo. ¿No te dice nada tu conciencia? Me parece que sí, que te ha dicho algo, aunque, tal vez, tú te empeñes en negarlo. No pienses que yo tengo interés en saber lo que te grita tu conciencia. Me basta con que te oigas a ti mismo. A solas. Y sin testigos (Serm. 13,6,7). 22

66. No es posible que hombre alguno cause a otro, por enemigo que sea, mayor daño que el que se causa a sí mismo con ese odio con que se irrita contra su prójimo. Ni que pueda ocasionar más grave mal a otro, a quien persigue, que el que se ocasiona a sí mismo al perseguirlo. Con toda certeza, no hay cultura literaria más entrañable que la propia conciencia, donde está escrito que no se haga a otro lo que no queremos que se nos haga a nosotros (Conf. 1,18,29). 67. La ley escrita en los corazones de los hombres no la puede borrar ni la misma iniquidad. En efecto, ¿qué ladrón hay que sufra con igualdad de ánimo a otro ladrón? Ni aun el rico abastado sufre al ladrón forzado por la indigencia (Conf. 2,4,9). 68. Conserva y aumenta lo de dentro, y no tendrás que temer nada de fuera (In ps. 35,17). 69. Quien tiene en ruina la propia casa se sale de ella por miedo al derrumbe. Quien se ve perseguido en su corazón por una mala conciencia no se tolera a sí mismo y se sale de sí como quien huye de la inundación o del fuego. Con el deseo del alma anda a la caza de deleites y busca su descanso en las frivolidades. Intenta distraerse por fuera porque carece de paz interior (In ps. 100,4). 70. Acongojado y febricitante por la penuria de la verdad, la buscaba yo no con el discernimiento de la razón, sino según el sentido de la carne. Pero tú estabas más íntimo que mi mayor intimidad y más alto que lo que en mí se empina a mayor altura. Y yo, fuera de mí, habitaba en los ojos de la carne y rumiaba dentro de mí lo que devoraban mis ojos (Conf. 3,6,11). 71. No andes averiguando cuánto tienes, sino qué tal eres (Serm. 23,3). 23

72.

Dentro del corazón soy lo que soy (Conf. 10,3,4).

73. Por defuera se aficionan los hombres a sus propias hechuras, mientras abandonan por dentro a aquel por quien ellos mismos fueron hechos (Conf. 10,17).

partes: "¡Bien, muy bien!" La amistad de este mundo es fornicación, en efecto, y grita: "¡Bien, muy bien!", para que el hombre no se dé vergüenza de ser fornicador (Conf. 1,13,21).

75. ¿Qué soy yo? ¿Qué naturaleza es la mía? Mi vida es variable, multiforme y llena de tensiones (Conf. 10,17,26).

82. He aquí donde yace el alma enferma, no fundada todavía en la solidez de la verdad: según soplare el viento de las lenguas y opiniones, salido de la ventosa caverna del pecho de los hombres, ella es llevada y traída, torcida y retorcida. Y se le oscurece la luz y no distingue la verdad a pesar de tenerla ante los ojos (Conf. 4,14,23).

76. Guarda interiormente tu inocencia, donde nadie violenta tu causa (In ps. 37,21).

83. Mi alma andaba fuera de su casa, merodeando por las formas corporales (Conf. 4,15,26).

'X 77. La voz de la verdad no calla nunca. No grita con los labios, pero susurra en el corazón. Aplica el oído interior (In ps. 57,2).

84. Yo me esforzaba por buscar la causa del mal, pero como la buscaba mal, ni siquiera me daba cuenta de lo mal que la buscaba (Conf. 7,5,7).

78. Tú, Señor, estabas delante de mí, pero yo había desertado de mí mismo. Y como no me encontraba a mí mismo, ¡cuánto menos a ti! (Conf. 5,2,2).

85. ¡Ay de mí, que ni siquiera sé lo que me falta por saber! (Conf. 11,25,32).

74. Soy como una labranza dura que me hace sudar a raudales (Conf. 10,16,25).

79. No estaba conmigo la lumbre de mis ojos. Ella estaba dentro de mí, pero yo de mí mismo estaba fuera. Ella no se halla en un lugar. En cambio, yo andaba vagando por los lugares que ocupan las cosas (Conf. 7,7,11). 80. Todas las cosas salían a mi encuentro cuando yo las miraba. Pero salían en tropel y en desorden y no alcanzaba a verlas de verdad. Tenía tan hinchada la cara por la soberbia, que la misma hinchazón me tapaba los ojos (Conf. 7,7,11). 81. Porque no te amaba, fornicaba lejos de ti con las criaturas. Y, en mis fornicaciones, oíame decir de todas 24

86. El hombre puede liberarse de todo menos de su conciencia (In ps. 30,2,18). 87. Aunque huyas del campo a la ciudad o de la calle a tu casa, tu conciencia va siempre contigo. De tu habitación sólo puedes huir a tu corazón. Pero ¿adonde puedes huir de ti mismo? (In ps. 45,3). 88. La causa principal del error es el desconocimiento que el hombre tiene de sí mismo. Para conocerse necesita estar avezado a desconfiar de sus sentidos y a replegarse y vivir en comunión consigo mismo. Esto lo consiguen sólo los que cauterizan con la soledad las llagas que causa la vida o los que las curan con la medicina de las artes liberales (De ord. 1,1,3). 25

89. Un corazón desorientado es una fábrica de fantasmas (In ps. 80,14).

99. El hombre es presencia de lo pasado, presencia de lo presente y presencia de lo futuro (Conf. 11,20,26).

90. Sólo el ánimo recogido en sí mismo puede captar la belleza de la totalidad (De ord. 1,2,3).

100. La interioridad es el recogimiento de uno mismo en sí mismo (Con. Acad. 1,8,23).

91. Pocos son capaces de ver su alma con su propia alma (De quant. an. 14,24).

101. La primera perdición del hombre es el amor a sí mismo. Alejándose de Dios, comienza a amarse a sí mismo. Y al amar las cosas de fuera es lanzado fuera de sí (Serm. 96,2).

92. Hay algo en el hombre que el mismo espíritu del hombre desconoce (Conf. 10,5,7). 93. El alma racional vive una vida deforme cuando vive conforme al hombre exterior, es decir, cuando se da a las cosas de fuera —formadoras del sentido corporal— no con la laudable voluntad de referirlas a un fin superior, sino con el torpe deseo de adherirse y acomodarse a ellas (De Trin. 11,3,6). 94. Mala es la ceguera de los colores, de lo blanco y de lo negro. Peor es la ceguera de las costumbres, de lo justo y de lo injusto. Mala es la ceguera de los ojos externos. Peor es la ceguera del ojo interior (In Joan. 35,1). 95. Nadie vive sin avergonzarse si antes no revive por haberse avergonzado (In ps. 85,23). 96. Una mala conciencia es peor que el propio infierno (Epist. 151,10). 97. ¿Hasta cuándo vas a seguir dando vueltas, como un sonámbulo, por el circuito de la creación? Vuélvete a ti mismo, sondéate, inspecciónate, discútete... (Serm. 52,17).

102. ¿Por qué te lanzas afuera?... Comenzaste a entregar tu corazón a lo externo y te has perdido para ti mismo. Cuando el hombre, por amor a sí mismo, entrega su corazón a las cosas de fuera, se pierde entre el humo de esas cosas y, en cierto modo, disipa pródigamente sus fuerzas. Se vacía de sí, se desparrama, se hace un pordiosero, apacienta puercos. Y, fatigado de su inútil oficio de pastor de puercos, se recuerda y dice: ¡Cuántos jornaleros comen pan en casa de mi Padre, mientras yo muero aquí de hambre!... Y vuelto en sí mismo... Si volvió a sí es porque había salido de sí. Porque había caído de sí mismo, apartándose de sí, vuelve antes a sí mismo para emprender el retorno hacia aquel de quien se había alejado. Y así como cayendo de sí no paró en sí mismo, igualmente entrado en sí no se estancó en sí mismo para no volver a desterrarse de sí. Entrando, pues, en sí mismo, pero sin quedarse en sí mismo, se dijo: Me levantaré e iré a mi Padre. Había caído de su padre, había caído de sí, había caído fuera, alejándose de sí. Y por eso, vuelto en sí, se pone en camino hacia el padre, donde está su refugio seguro (Serm. 96,2). 103. Dios es el inspector del interior. Allí examina. Allí pesa. Allí juzga (In ps. 85,3).

98. Adondequiera que voy, conmigo mismo yo estoy (Inps. 30,2,1,3). 26

27

3.

"Mi amor es mi peso"

104. La delectación es el peso del alma, la gravedad que la arrastra a su centro (De mus 6,11,29). 105. Lo que no se ama por sí mismo no se ama de verdad (Sol 1,13,22). 106. El verdadero amante de la paz ama incluso a los amigos de la guerra (Serm. 357). 107. El cuerpo, para elevarse, cambia de lugar. El corazón, para elevarse, debe cambiar de voluntad (In ps. 85,6). 108. El mismo camino que es duro para el que teme, para el que ama resulta leve (De nat. et grat. 69). 109. Cuando se atrofia el amor se paraliza la vida (In ps. 85,24). 110. ¿Cómo vas a saciar tu ansia de ser mejor si te empeñas en unirte a lo peor? ¿Qué amas? Las cosas. ¿Y qué pretendes de ellas? La felicidad. Estás en un error. Tu vida es una paradoja: quieres ser mejor, y para ello te unes a lo que es peor que tú (In ps. 32,2,15). 111. Es tanta la fuerza del amor, que cuando el alma trata de volver a pensar en sí misma no puede liberarse ni sacudir de sí las cosas con las que anduvo deleitándose durante largo tiempo y a las que estuvo apegada con el aglutinante de la solicitud. Y al no poder introducir en el santuario de su naturaleza incorpórea los cuerpos que amó fuera por los sentidos de la carne y a los que estuvo vinculado por una larga familiaridad, revuelve interiormente sus imágenes y las retiene como hechuras 28

de sí misma y, en cierto modo, de su misma sustancia (De Trin. 10,5,7). 112. Cuando el amor es fruto de la indigencia y de la necesidad queda esclavizado por las mismas cosas que ama (De Gen. ad /ir. 1,7,13). 113. Nuestra vida camina en pos de nuestra búsqueda. Y nuestra búsqueda se orienta en pos de nuestro amor (In epist. ad Gal. 54). 114. El hombre virtuoso es el justo estimador de las cosas, el que las ama ordenadamente, evitando amar lo que no se debe y no amar lo que se debe, amar por igual lo que debe amarse más o menos y amar más o menos lo que debe amarse por igual (De doc. christ. 1,27,28). 115. No se hace de corazón lo que no se hace por amor (In ps. 77,10). 116. Sólo se ama lo que se conoce. Pero la misma fuerza del amor obliga a conocer más y mejor lo conocido (In Joan. 96,4). 117.

Basta amar para tener (Serm. 357,2).

118.

La andadura del alma es el amor (In ps. 9,15).

119. Si tienes el corazón rebosante de amor, aunque tengas los bolsillos vacíos, siempre tendrás algo que dar (Inps. 36,2,13). 120. Examina por qué te ama tu amigo, y sabrás lo que amas tú (In Joan. 32,2). 121. El amor lo hace todo no sólo tolerable, sino grato. Tan grato que si se le priva del gusto trabaja el doble y 29

es invadido por el tedio. ¡No aguanta la quietud! (Serm. Mai 126,13).

abonas con tu mal humor las sospechas, las ayudas a convertirse en odio (Serm. 82,1,1).

122.

131. No todo el que es indulgente con nosotros es amigo nuestro. Ni todo el que nos castiga es nuestro enemigo. Son mejores las heridas causadas por el amigo que los besos engañosos del enemigo. Es mejor amar con severidad que engañar con suavidad (Epist. 93,2,4).

Ama, y haz lo que quieras (In epist. Joan. 7,8).

123. ¡Qué bueno es amar! Amar es poseer (Serm. 357,2). jf-124. No se pude ser buen amigo de los hombres si no se es primero buen amigo de la verdad (Epist. 155,11). 125.

Cuanto más amas, más alto subes (In ps. 83,10).

126. Todo hombre es un buscador de amor. Busca sólo lo que ama (In Joan. 7,1). 127. Cuando el amor busca y anhela lo que le atrae, se convierte en deseo. Cuando lo posee y goza, en felicidad. Cuando evita lo que le molesta, en miedo. Y cuando lo sufre y aguanta, en tristeza... Todas estas afecciones o movimientos del alma son buenos si están sostenidos por un amor bueno, y malos si están sostenidos por un mal amor (De civ. Dei 14,7,2). 128. Los hombres se inflaman con el fuego de la rabia. También se inflaman con el fuego del amor. El primero es como el ardor de una úlcera. El segundo, como el fervor de la salud (Serm. 8,6,7). 129. El médico no ama al enfermo a no ser que odie su enfermedad. Para librarle de la fiebre busca y combate su causa. Sé como un buen médico al tratar con tus amigos. Si los amas como debes, odia sus vicios (Serm. 49,6,6). 130. Cuando abonas una planta de semillero la ayudas a convertirse en un árbol. De la misma manera, cuando 30

132. Ten piedad del criminal, pero detesta su crimen. El combatir el crimen liberando al criminal no es atarse con [lazos de] iniquidad, sino de humanidad (Epist. 133,2). 133. Cuando se ama una cosa se está siempre atento a los detalles que permiten acercarse a ella o ayudan a no perderla de vista. El amor es la fuerza motriz del mundo humano, la razón que rige y gobierna a los hombres y los hace danzar a su son (De ord. 2,5). 134. El amor es la vida del espíritu. El odio, por tanto, es su muerte (In ps. 54,7). 135. Dime quiénes son tus amigos y te diré quién eres tú. Todo hombre se alia con su propia imagen y se aparta de su disimilitud (Serm. 15,2,2). 136. El fallo moral no se define por el mal que se intenta, sino por el bien que se abandona. No por el objeto de la defección, sino por la defección misma. La avaricia no hace malas las posesiones. Lo malo es amarlas indebidamente y, por su culpa, olvidarse de la justicia. La lujuria no convierte en malo un cuerpo atractivo y hermoso. Lo malo es abandonarse desordenadamente a los placeres sensuales, perdiendo el control de uno mismo, ese control que nos capacita para alcanzar los valores del espíritu, más hermosos, sin duda, que el 31

mismo cuerpo, con una hermosura que no muere nunca. Las alabanzas no son malas. Lo malo es amar tanto las alabanzas de los hombres que nos despreocupemos por ello de la propia conciencia. El orgullo no hace malo el poder. Lo malo es el culto al poder hasta el desprecio del deber. En virtud del mismo principio, quien ama desordenadamente la bondad de una cosa cualquiera se hace malo por amar un bien más pequeño a expensas de otro mayor (De ciu. Dei 12,8). ¥137. Cuando preguntamos por la bondad de un hombre, no preguntamos por sus creencias o esperanzas, sino por sus amores (Defide, spe et char. 31,117). 138. El trabajo del amor no cansa nunca. Cuando se ama de verdad, o no se trabaja en absoluto o se ama, incluso, el mismo trabajo que se hace (De bon. uid. 21,16). 139. En tanto eres buen amigo de tus amigos en cuanto eres enemigo de sus defectos (Epist. 151,12). 140. Es fácil odiar al malo por ser malo. ¡Qué difícil es amarlo por ser hombre! (Epist. 153,3).

144. Cada hombre es lo que ama (De div. quaest. 83,35). 145. Es tal la fuerza del amor, que transforma al amante en la imagen del amado (De div. quaest. 83,35). 146. ¿Qué puede amarse en el acto de amar si no se ama el amor? (In ps. 118,8,3). 147. No hay razón más fuerte para el nacimiento del amor o para su crecimiento, una vez nacido, que el saberse amado antes incluso de comenzar a amar, o esperar ser amado cuando uno ya ama, o el contar con pruebas claras de que el amor es compartido (De car. rud. 4,7). 148. El amor es una llama inquieta. No puede estarse parada (In ps. 31,2,5). 149. Los objetos materiales son traídos hacia abajo por su pesadez y hacia arriba por su ligereza. Su peso coloca a cada uno en el lugar que le es propio. De la misma manera el hombre es llevado hacia arriba o hacia abajo según la naturaleza de su amor (De civ. Dei 11,28).

142. La mujer que sólo ama al marido por su dinero no es una esposa, sino una prostituta. Se le entrega en un simulacro de amor, pero por un precio (Serm. 137,8,9).

150. El amor es la única deuda que, una vez pagada, aún mantiene a uno como deudor. Se paga cuando se otorga, pero aún debe seguir pagándose después, ya que no existe tiempo en que no deba otorgarse. Y no se pierde cuando se otorga, sino que se multiplica al otorgarse, dado que al otorgarse se retiene, no se traspasa. Y puesto que no puede ser otorgado sin ser retenido, tampoco puede ser retenido sin ser otorgado. Cuando alguien lo otorga, aumenta en él. Y cuanto más otorga, más tiene (Epist. 192,1).

143. Buenos amores hacen buenas conductas (Serm. 311,11,11).

151. El amor no se gasta como el dinero. Aparte de que el dinero se agota cuando se usa, mientras que el

141. El amor no tiene más razones que el amor mismo (In epist. Joan. 8,5).

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amor se incrementa con el uso, la mayor distinción entre ambos consiste en esto: una persona hace gala de mayor generosidad cuando no insiste en la devolución del dinero que ha prestado. En cambio, nadie puede prestar sinceramente su amor si no insiste con ternura en que su amor le sea devuelto. Cuando se dona una suma de dinero, se produce una ganancia en quien la recibe y una pérdida en quien la regala. El amor, en cambio, no sólo aumenta en quien lo reclama de la persona a quien se lo ha regalado, sino que la misma persona que lo recibe empieza de verdad a disfrutarlo sólo cuando empieza a reciprocarlo (Epist. 192,2).

160. Muestras un ramo verde a la oveja, y la atraes. Muestras un puñado de avellanas a un muchacho, y lo atraes. Corren, son atraídos por el amor, son atraídos sin lesión corporal, son atraídos por los lazos del corazón. Cuando tales cosas, que afectan a las delicias y placeres terrenos, son mostradas a los que las aman, los atraen. A cada uno le arrastra su gusto... ¿Y hay algo que el alma desee con más vehemencia que la verdad? (In Joan. 26,6,5).

152. Donde no sirve la necesidad, sino el amor, la esclavitud se transforma en libertad (In ps. 99,8).

161. Dame un amante y entenderá lo que digo. Dame uno que sienta deseos, hambre, sed y cansancio en esta peregrinación y suspire por la patria. Dame uno así, y entenderá lo que digo. Pero si hablo a un pasmado, no se enterará de nada (In Joan. 26,6,4).

153. De uno que ama se enciende otro amante (Conf. 4,14,21).

"^ 162. La medida del amor es el amor sin medida (Epist. 109,2).

154. Quien ama el peligro, más pronto o más tarde perece en él (Conf. 6,12,22).

163. El amor ordenado no ama lo que no debe ni deja de amar lo que debe. No ama más lo que deba amar menos, ni ama menos lo que debe amar más. No ama por igual lo que debe amar más o menos, ni ama más o menos lo que debe amar por igual (De doc. christ. 1,25).

"^155. Sin amor, el rico es pobre. Con amor, el pobre es rico (Serm. 350,3). 156. Es tal la fuerza del bien, que hasta el malo va tras él (Serm. 29,1). 157. No es bueno el que conoce el bien, sino el que lo ama (De ciu. Dei 11,28). 158. Amemos a los hombres, pero no como aman los golosos a los tordos. "Yo amo a los tordos", dice el goloso. ¿Sabes para qué? Para matarlos y comerlos. Dice que los ama, pero en realidad lo que quiere es que dejen de existir (In epist. Joan. 8,5). 159. No ames lo que te es impedimento si quieres evitarte el tormento (Serm. 311,4). 34

4.

"Acéptate como hombre: eso es humildad"

164. Al dártelas de perfecto, pregonas tu primer defecto (Serm. 47,17). 165. La seguridad, por más que se empeñe el hombre, no es patrimonio de esta vida (Serm. 128,5). 166. Que no te corrompa la felicidad para que no te rompa la adversidad (In ps. 93,24). 35

167. Desagrádate en lo que eres para que merezcas ser lo que aún no eres (In ps. 99,5).

No sea que, creyéndonos algo, sin ser nada, no sólo no recibamos lo que nos falta, sino que, además, perdamos lo que tenemos (In Joan. 1,4).

168. Miserable yo hombre. Miserable yo y miserable hombre. Miserable en cuanto yo y en cuanto hombre (Serm. 145,5).

179. Quien se ama como autosuficiente se margina del único necesario (De civ. Dei 14,13,2).

169. Cuanto más humilde es uno, tanto más capaz se hace y tanto más se llena. Mientras que las montañas rechazan el agua, los valles las recogen (Serm- 77,8,12).

180. Así como la humildad, que es pequenez aparente, es propia de los hombres grandes, la soberbia, que es grandeza fingida, lo es de los pequeños (Serm. 253,2).

170. La soberbia no es grandeza, sino hinchazón (Serm. 380,2).

181. El soberbio es como la hierba que crece en los tejados. Está muy alta, pero no tiene raíces. Y se seca incluso antes de ser arrancada (In ps. 128,11).

171. ¿Quiénes son los soberbios? Los que teniendo en poco hacer el mal, se empeñan en defenderlo (In ps. 93,8). 172. Llénate, no te infles. El que está lleno es rico. El que se infla está vacío (Serm. 266,3). 173.

El soberbio vive de sí mismo (In ps. 142,12).

174. El soberbio se preocupa sólo de las apariencias (Inps. 18,2,16). 175. Elimina la fanfarronería y ¿qué son los hombres sino hombres? (De civ. Dei 5,17,2). 176. La envidia es la hija primogénita de la soberbia (In epist. Joan. 8,8).

182. Más saludable le fue a Pedro el disgusto de sí mismo cuando lloró, que la vana complacencia de sí mismo cuando presumió (De civ. Dei 14,13,2). 183. ¡No hagas más sombrías tus propias sombras! (In ps. 138,15). 184. Aprende la humildad de tal forma que, o no caigas, o puedas levantarte (Con. lit. Pet. 2,105,241). 185. Si pones tu esperanza en otro hombre, eres falsamente humilde. Si pones tu esperanza en ti mismo, eres refinadamente soberbio. Los falsamente humildes no se levantan. Los refinadamente soberbios se caen (Serm. 13,2,2).

177. El honor humano es el humo del tiempo (Serm. 19,5).

186. Estamos llamados a cosas grandes. Recibamos de buen grado las cosas pequeñas y seremos grandes (Sorm. 117,10,17).

178. No llegaremos a ser hombres de verdad si no partimos del hecho de que somos hombres; es decir, si no ascendemos de esta humildad a aquella grandeza.

)< 187. Al alabar lo bueno de los demás nos hacemos mejores a nosotros mismos (In ps. 144,1).

36

37

188. Cuando tratamos de justificar nuestros fallos oscurecemos más aún nuestra propia oscuridad (In ps. 138,15).

196. ¿Cómo puedes ser tan orgulloso, a no ser que estés vacío? Si no estuvieras desinflado no podrías hincharte (In ps. 95,9).

189. No hay nadie tan enfermo como el que se jacta de su salud (In ps. 8,5,2).

197. Aunque parezca contradictorio, nuestra fuerza está en la humildad. La soberbia es sólo una máscara. Los humildes son como las rocas: están bajo los pies, pero tienen solidez. Los soberbios, en cambio, ¿qué son? Son como el humo: crecen, se difuminan y al final desaparecen sin dejar rastro (In ps. 92,1,3).

190. El primer paso en la búsqueda de la verdad es la humildad. El segundo, la humildad. El tercero, la humildad. Y el último, la humildad. Esto no significa que la humildad sea la única virtud necesaria para el encuentro y disfrute de la verdad. Pero si todas las demás virtudes no van precedidas, acompañadas y seguidas por la humildad, la soberbia se abrirá paso entre ellas y destruirá sus buenas intenciones (Epist. 118,3,22). 191. Cuanto más humildes, más grandes (In ps. 146,16). 192. Si estás obsesionado por tu propia gloria, ¿cómo vas a interesarte seriamente por el bien de los demás? (In ps. 37,8). 193. ¿Levantarías tan orgullosamente la cabeza si no la tuvieras vacía? (In ps. 37,8). 194. Para alcanzar las alturas necesitas una escalera. Para alcanzar la altura de la grandeza usa la escalera de la humildad (Serm. 96,3). 195. ¿Quieres ser grande? Comienza por ser humilde. ¿Quieres levantar el edificio de tu perfección? Comienza por excavar los cimientos de la humildad. Cuanto más alto el edificio, tanto más profundos los cimientos. Fíjate que los edificios suben mientras que los cimientos bajan, de tal forma que la grandeza se hace pequeña y la pequenez grande (Serm. 69,1,2). 38

198. El alma del soberbio está preñada de aire. Por eso sólo da a luz tempestades (In ps. 39,28). ^199. Sé grande en las cosas grandes. Pero no seas pequeño en las pequeñas (Serm. 213,1). 200. Acéptate como hombre. Eso es humildad (In Joan. 25,16). 201. La constancia es el mejor preventivo contra la perversión. La obstinación lo es contra la corrección (Epist. 57). 202. Si eres capaz de aceptar la alabanza sin vanidad, lo serás también de aceptar la corrección sin ofensa (Epist. 112). 203. La soberbia odia la compañía. El soberbio trata por todos los medios de brillar en solitario (Epist. 140,42). 204. Si no quieres, o no eres capaz de seguir los consejos e inspiraciones de la verdad, reconoce al menos que quienes tienen ese deseo o esa habilidad son mejores y más felices que tú (De op. mon. 19,22). 39

205. Uno es el gusano de la manzana... Otro, el de la pera. El gusano de las riquezas es la soberbia (Serm. 61,9,10). 206. La soberbia incuba en el nido de las riquezas, se alimenta de ellas y crece en su compañía. Lo malo es que no logra echar alas para escapar del nido (Serm. 177,7). 207. Si eres un cabezota, ten cuidado: puedes acabar en el precipicio. Una cabeza hinchada desequilibra todo el cuerpo (Serm. 266,8). 208. A un tonto agrada quien a sí mismo se agrada (Serm. 47,13). 209. La simulación de la humildad es la mayor de las soberbias (De sane. virg. 43,44).

5.

Fe y fidelidad

210.

La fe es el alma del alma misma (In Joan. 49,15).

211.

La fe es el esqueleto del espíritu (In ps. 33,2,24).

212. La verdadera fe es una especie de matrimonio entre las palabras y las obras (Serm. 88,12).

216. Aceptar la autoridad es caminar por un atajo y llegar a la meta sin trabajo (De quant. an. 7,12). 217. Todo lo que se hace sin culpabilidad y sin malicia es bueno (De op. monach. 13,14). 218. El que no cumple sus promesas es un perjuro (Epist. 126,13). 219. Mientras seamos hombres no podemos evitar las caídas. Lo que importa, en cualquier caso, es no ignorarlas o minimizarlas, aunque sean pequeñas. ¿De qué están hechos los ríos que se desbordan e inundan los sembrados? De pequeñas gotas de agua. ¿Por qué se hunden muchas veces los barcos? Por haber descuidado o no haber reparado a tiempo las pequeñas filtraciones (Serm. 58,9,10). 220. Hablemos de la fe. De esa fe que vulgarmente se llama fidelidad. No de esa fe grande que Dios propone a los hombres, sino de esa otra para andar por casa, la que tú exiges a tu esclavo. ¿Qué es la fe? No la ves y, sin embargo, protestas cuando no te la guardan. Por tu protesta das testimonio de su existencia. ¿Cómo es que cuando la exiges la ves y cuanto te la exigen a ti no quieres verla? Primero abres los ojos y gritas: "Guárdame la fe que prometiste". Y a renglón seguido los cierras y exclamas: "Nada te prometí". Abre los ojos en ambos casos. No pierdas la fe, sino la iniquidad. Guarda a los demás lo que exiges (Serm. 21,5).

213. La fe es tan necesaria para la vida como la raíz lo es para el árbol (In ps. 139,1). 214. Ser fiel en las cosas pequeñas es una empresa mayúscula (De doc. christ. 4,18,35).

6.

215. El pensamiento doloso es una ratonera oculta (In ps. 9,15).

221. La ilusión es el castigo del alma. La verdad es su premio (In ps. 37,11).

40

Ciencia y sabiduría

41

222. Haz lo que debes hacer, y hazlo bien. Es la única norma para alcanzar la perfección (In ps. 34,2,16).

232. Ama, busca, consigue y abraza la sabiduría, no tal o cual escuela de la misma (Conf. 3,4,8).

223. No basta con conocer, es preciso saber. El manjar de los que sueñan es semejante al de los que están despiertos. Sin embargo, lo que se come en sueños no alimenta (Conf. 3,6,10).

233. Estudia humanidades. ¿Para qué? Para ser "humano", es decir, un hombre digno en medio de los hombres (De doc. christ. 11,12).

224. La sabiduría es la medida del hombre. Una medida por la que el hombre se mantiene en equilibrio. Sin intentar lo imposible ni contentarse con lo insuficiente (De beata vita 4,43,34). 225. Es mejor dudar de lo desconocido que discutir de lo incierto (De Gen. ad lit. 8,5,9). 226. Duda de las cosas dudosas sin ningún género de duda (Epist. 202,7,15). 227. No hay lugar para la sabiduría donde no hay paciencia (Serm. 153,1). 228. La paciencia es la asistenta de la sabiduría, no la esclava de la pasión. La paciencia es la amiga de la rectitud, no la enemiga de la inocencia (De patientia 5,4). 229. La verdadera sabiduría es humilde. Y la verdadera humildad es sabia (In ps. 112,2). 230. Cuando comienzas a ser malo, tratas de convencerte de que todos lo son. ¡No te lo creas, amigo! Es una disculpa inútil (Serm. Guelf. 18,2). 231. Los hombres son como las lámparas: se encienden y se apagan. Si son sabios, brillan e irradian calor. Pero si tras estar encendidos se apagan, entonces comienzan a oler (In Joan. 23,3). 42

234. Sé grande en bondad, no en malicia. Hay pocos hombres capacitados para construir un edificio hermoso. Cualquiera lo está para destruirlo (In ps. 51,3). 235. La mayoría de nuestros quebrantos son consecuencia de nuestros desmanes (Conf. 6,8). 236. He aquí los grados o peldaños del alma. El primero es la vida vegetativa. El segundo, la vida sensitiva. El tercero es la memoria, que conserva las conquistas de la cultura —y es la cultura como la memoria de la humanidad—. El cuarto grado es la vida moral o existencia auténtica, en la que el alma se encuentra a sí misma y se reconoce, a un tiempo, grande y en progreso. El quinto grado es la iluminación, el gozo de la propia verdad en la Verdad inmutable. El sexto grado es la unión, la contemplación pura de las realidades superiores. El séptimo ya no es grado o peldaño, sino morada o mansión: es la mística (De quant. an. 33,70-77). 237. La virtud verdadera es profunda e interior. La fingida y aparente es sólo una máscara (Conf. 6,7,12). 238. Si es malo ser malo, peor es no querer dejar de serlo (De correp. et gratia 5,7).

7.

En busca de la verdad

239. ¿Y si me engaño? Pues si me engaño, existo, ya que quien no existe no puede engañarse. Si, pues, exis43

to, si me engaño, ¿cómo me engaño de que existo cuando es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, yo soy el que se engaña. Y, por tanto, en cuanto conozco que existo, no me engaño. Y de la misma forma que conozco que existo, conozco que conozco (De civ. Dei 11,26). 240. Hay que buscar la verdad con empeño para que su encuentro produzca mayor satisfacción. Y hay que disfrutarla sin hastío para seguir buscándola con nuevo afán (De Trin. 15,2,2).

por la que muchos se exilian de su tierra natal. Y arrastrados por los vientos de los malos hábitos, persiguen fines más bajos y menos valiosos de los que ellos mismos reconocen como mejores y más deseables (De doc. christ. 1,9,9). 246. La verdad se busca por medio de la discusión. Pero en ningún caso ha de buscarse la discusión a costa de la verdad (Quaest. in Hep., proem.).

241. La verdad no es mía ni tuya, para que pueda ser tuya y mía (In ps. 103,2,11).

247. Ama a los hombres, pero combate sus errores. Enséñales la verdad, pero sin orgullo. Lucha con ellos por la verdad, pero sin resentimiento (Con. lit. Pet. 1,29,31).

242. Si la verdad es el objeto de las aspiraciones de todos los hombres, no puede ser coto cerrado de ninguno de ellos. La verdad es una luz, privada y pública a un tiempo, que está al alcance de todo el que la busca (De ¡ib. arb. 2,12,33).

248. El alma humana no tiene luz por sí misma. Hay una cierta fuente de virtud, una raíz de sabiduría, una región de verdad inmutable de las que, si el alma se aparta, se vuelve opaca; si se acerca, se vuelve radiante (In ps. 51,1,18).

243. La verdad es a veces dulce y a veces amarga. Pero incluso cuando es amarga produce la salud (Epist. 110).

249. El agua fresca de la verdad brota de los humildes manantiales del valle, no de las altivas sequeras de los picachos (Serm. 104,2,3).

244. En todas partes, oh Verdad, concedes audiencia a cuantos preguntan por ti y respondes a todas sus consultas. Tus respuestas son claras, pero no todos logran entenderlas. Todos te preguntan por lo que quieren saber, pero no siempre escuchan como respuesta lo que quieren oír (Conf. 10,26,37).

250. Hay hombres que, a base de colorear y de encubrir sus errores con los sortilegios de la filosofía, se dedican a vivir engañando a los demás (Conf. 3,4).

245. Quien rehusa la verdad es como un ciego bañado por el sol. Está expuesto a la luz, pero no se beneficia de ella. Quien acepta la verdad y luego no la sigue, padece igualmente de una cierta ceguera. Su vista está cansada de tanto mirar a las cosas de la carne. Esta es la razón 44

251. No presumamos de haber hallado la verdad. Busquémosla como si nos fuera desconocida a ambos. De esta forma, aceptando que es posible conocerla sin presunción, nos empeñaremos en buscarla unánimemente y con afán (Con. epist. manich. 3,4). 252. El que consiente que otros se engañen para encubrir sus propios errores tiene el más perverso amor de sí mismo (Epist. 143,2). 45

253. ¿Amas la rueda del tiempo en vez de la eternidad? He ahí la razón por la que rehusas abrazarte a la verdad (In ps. 30,2,11). 254. Cuando la verdad llega con fuerza a los oídos y al corazón de los hombres, las arenas movedizas de sus malos hábitos los zarandean y los devoran. Y en vez de doblegarse a la verdad, se resisten a su autoridad y a los argumentos que la sustentan. Esta resistencia adquiere dos formas: una activa, de persecución de quienes proclaman la verdad. Otra pasiva, de dejadez y sopor espiritual (Epist. 98,6). 255. La suavidad de la luz hiere los ojos enfermos. Lo que es alegría para otros es dolor para ellos. Del mismo modo, el pan de la verdad sabe amargo a los mentirosos. Y por eso odian a sus mensajeros (In ps. 5,14,15). 256. Toda la vida humana es una auténtica tribulación. Dos son los verdugos que atormentaban el alma haciéndose el relevo: el miedo y el dolor. Cuando todo va bien, aparece en el horizonte el fantasma del miedo. Cuando todo va mal, es la hora del sufrimiento... Por eso quien no se deja embaucar por la prosperidad de este mundo tampoco se deja quebrar por su adversidad (Serm. 124,2,2). 257. Hay dos cosas difíciles de soportar en quienes hacen del error su profesión: su desconfianza de la verdad antes de que ésta se abra camino, y su persistencia en la mentira cuando la verdad se hace manifiesta (De Trin. 2,1). % 258. Una falsa felicidad es una verdadera miseria (In ps. 85,24). 259. Una felicidad falseada es peor que la misma desgracia (Inps. 129,1). 46

260. El alma desordenada lleva en su culpa la pena (Con/. 1,12,19). 261. No serás feliz si no puedes lograr lo que pretendes, o si no amas lo que logras, o si logras lo que pretendes, pero es malo para ti. Si no logras lo que pretendes, te sientes angustiado. Si logras lo que no amas, te sientes defraudado. Si amas lo que no debieras pretender, demuestras no estar sano de mente. Todas estas situaciones van acompañadas, indefectiblemente, de un sentimiento de miseria (De mor. Eccl. cath. 3,4). 262. Solamente lo que hace bueno al hombre puede hacerlo feliz (Epist. 130,3). 263. No hay felicidad donde no hay amor (De diu. quaest. 83,25). 264. La prueba evidente de que todo hombre desea la verdad está en el hecho de que, aunque muchos gustan de engañar a los demás, no hay uno solo que guste de ser engañado (Conf. 10,23,33). 265. No olvides que en muchos casos la reacción inmediata frente a la verdad es el odio (Serm. 307,1). 266. La verdadera felicidad no consiste en poseer lo que se ama, sino en amar lo que debe poseerse (In ps. 26,2,7). 267. Déjate convencer voluntariamente por la verdad para que no tengas que dejarte convencer a la fuerza (In ps. 57,20). 268. El corazón humano está enfermo y es torpe. Quiere permanecer escondido, pero no quiere que nada se le esconda. Y, para su desgracia, le sucede lo contrario: 47

además de no lograr encubrir la verdad, a él la verdad le deja al descubierto (Conf. 10,23,34).

282. Hermanos, ésta es nuestra esperanza: que nos libere el único que es libre de verdad y que, al liberarnos, nos haga esclavos del amor y la justicia (In Joan. 41,8).

269. ¿De dónde nace el que la verdad engendre el odio y se tenga por enemigo a quien la proclama? Nace de que, de tal manera se ama la verdad, que los que aman otra cosa quieren que aquello que aman sea la verdad. Por amor de lo que toman por verdad odian la verdad misma. La aman cuando resplandece, la odian cuando reprende. Y como no quieren ser engañados y quieren engañar, la aman cuando se les descubre y la odian cuando les deja al descubierto (Conf. 10,23,34).

283. ¿Quién duda que vive, recuerda, entiende, quiere, piensa, conoce y juzga? Puesto que si duda, vive; si duda, recuerda su duda; si duda, entiende que duda; si duda, quiere estar cierto; si duda, piensa; si duda, sabe que no sabe; si duda, juzga que no conviene asentir temerariamente. Y aunque dude de todas las demás cosas, de éstas jamás debe dudar, porque si no existiesen sería imposible su duda (De Trin. 10,10,14).

270. Una sola es la verdad que ilumina a las almas. Pero como son muchas las almas iluminadas, bien puede decirse que las verdades son muchas, a la manera que un mismo rostro reflejado en distintos espejos produce distintas imágenes (In ps. 11,3).

8.

271. Las potencias del alma son como sus ojos. Y la verdad como el objeto de su visión. Y Dios, el sol que ilumina la verdad y la baña con su luz (Sol. 1,6,12). 278. No es lo mismo tener ojos que mirar, ni mirar que ver. Ni es lo mismo oír que escuchar, ni escuchar que entender (Sol. 1,6,12). 279. Visible es la tierra; también lo es el sol. Aquélla por éste; éste por sí mismo. De igual modo, aunque las verdades son visibles y también lo es la verdad, aquéllas lo son por ésta; ésta, por sí misma (Sol. 1,8,15). 280. No sólo se equivoca quien sigue un camino falso, sino también quien no sigue el verdadero (Con. Acad. 3,15,34). 281. Se rehusa la verdad cuando uno está ahito de mentiras, cuando se vive en la distracción o en la dispersión (De beata vita 2,9). 48

La libertad es una conquista

284. La verdadera libertad es la libertad "liberada" (Con. luí. 1,82). 285.

Los hombres son voluntades (De ciu. Dei 14,6).

286.

Basta querer para ser (In epist. Joan. 2,14).

287. La ley de la libertad es la ley de la caridad (Epist. 167,19). 288. Nadie es feliz contra su voluntad (De Trin. 13,8,11). 289. Una cosa es hacer lo que la ley ordena y otra padecer lo que la ley exige (De ag. christ. 7,7). 290. Querámoslo o no, somos siervos. Con todo, si lo somos voluntariamente, en realidad dejamos de serlo. Sólo es siervo el que lo es por necesidad, no el que lo es por caridad (In ps. 103,3,9). 49

291. Quien cumple la ley no está bajo la ley, está con la ley (In Joan. 3,2).

mal para que se comprometa con el bien produce más trabajo que provecho (Epist. 110,2).

292. La verdadera libertad no consiste en hacer lo que nos da la gana, sino en hacer lo que tenemos que hacer porque nos da la gana (Serm. 344,4).

302. El que no puedas hacer todo lo que quieres no es razón para que dejes de hacer todo lo que puedes (Epist. 166,1).

293. De la misma manera que no habría esclavos si no hubiera señores, no habría señores si no hubiera esclavos (De Trin. 5,16,17).

303. No fue dada la ley para sanar a los enfermos, sino para convencerlos de su enfermedad (Serm. 125,2).

294. No es libre el que obra por miedo al castigo, sino el que obra por amor a la justicia (In ps. 67,15).

304. Un hombre bueno es libre incluso cuando es esclavo. Un hombre malo es esclavo incluso cuando es rey. No sirve a otros hombres, pero sirve a sus caprichos. Tiene tantos señores como vicios (De ciu. Dei 4,3).

295. Nadie por fuerza hace el bien, aunque sea bueno lo que hace (Conf. 1,12,19). 296. Una cosa es estar en la ley y otra estar bajo la ley. El que está en la ley actúa según ella. El que está bajo la ley es actuado por ella. El primero, por tanto, es libre. El segundo es un esclavo (In ps. 1,2). 297. Sólo puedo hacer lo que quiero cuando dejo de querer hacer lo que no puedo (Epist. 10,1). 298. El alma no goza de verdadera libertad si no la goza con seguridad (De ¡ib. arb. 2,13,37). 299. No se promulgan las leyes para obligarnos a ser buenos, sino para prevenirnos de ser malos (Con lit. Pet. 2,83,184). 300. La verdadera libertad consiste en el sometimiento a la verdad (De lib. arb. 2,13,37). 301. Cuando el hombre actúa por la fuerza, que no por convicción, todo intento por hacerle abandonar el 50

305. Yo suspiraba por la libertad, pero atado. Y no por el hierro ajeno, sino por mi propia voluntad. El enemigo retenía mi querer y con él me había fabricado una cadena que me constreñía. Con mi perversidad se alimentaba la libido, y la libido satisfecha daba paso a la costumbre, y la costumbre descuidada creaba la necesidad. Con estos eslabones bien trabados, en auténtica cadena, me retenía atado una dura esclavitud. Y aunque ya había comenzado en mí una cierta y nueva voluntad de servirte gratuitamente y de gozar de ti, que eres el único gozo cierto, no era bastante fuerte para superar la voluntad antigua, robustecida por el paso del tiempo. Luchaban entre sí dos voluntades mías, una carnal y otra espiritual, una antigua y otra nueva, y con su discordia desgarraban mi alma. La pesadumbre del siglo, como ocurre con el sueño, me oprimía dulcemente. Y los pensamientos que me llevaban a ti eran como los conatos de los que quieren despertarse y vuelven a sumergirse en el sueño vencidos por la profundidad del sopor... Yo me repetía palabras lentas, somnolientas: "ahora", 51

"dentro de un momento", "déjame otro poco". Pero el "ahora" no tenía plazo y el "déjame un momento" iba para largo. Y es que es ley del pecado la violencia de la costumbre que arrastra y retiene al alma contra su voluntad, puesto que por su voluntad la adquirió (Conf. 8,5,12). 306. Y toda (mi conversión) consistió en esto: en dejar de querer lo que antes quería y en comenzar a querer lo que tú querías que quisiese. ¿Y dónde estaba, a todo esto, o de qué abismo hondo y oscuro salió en un momento mi libertad para que yo sometiera mi cuello a tu suave yugo y mis hombros a tu ligera carta? ¡Cuan dulce me resultó, de pronto, carecer de las suaves bagatelas! Si antes tenía horror a perderlas, ahora gozaba abandonándolas... ¡Ya estaba libre mi alma! (Conf. 9,1,1). 307. El primer vicio del alma es la voluntad de hacer lo que prohibe la suprema e íntima verdad (De ver. reí 38). 308. Una libertad sin tino, más que liberales, hace libertinos (Epist. 157,16). 309. Quien niega la libertad se contradice. En el mismo acto de negarla la afirma sin remedio (De quant. an. 1,36,86).

9.

Equilibrio y moderación

310. Lo bueno no hace bien a quien lo recibe mal (In ps. 142,16). 311. Si quieres el bien, pero rehusas ser bueno, eres una contradicción ambulante (Serm. 85,1). 52

312. Solamente es feliz quien quiere bien todo lo que quiere (De Trin. 13,6,9). 313. Quien tiene todo lo que desea, y no desea nada mal, es feliz (De Trin. 13,5,8). 314. El que corre fuera de camino corre en vano y sin destino. No corre para llegar, sino para cansarse (In epist. Joan. 10). 315. Una mala costumbre frenada se retrae; retraída, se debilita, y debilitada, se muere. Y a la mala costumbre sucede la buena (Serm. 180,10). 316. Sed sencillos como palomas para no dañar a nadie. Y astutos como serpientes para que nadie os dañe (Serm. 20,2). 317. Poco y demasiado son conceptos contrarios entre sí. Poco es menos de lo que conviene. Demasiado, más de lo que conviene. Entre estos dos extremos hay un término medio que se llama bastante o suficiente. Y como en la vida y en las costumbres es útil no hacer más ni menos de lo conveniente, debemos confesar, y no hay por qué negarlo, que es verdadero este principio: nada en demasía (In ps. 118,4,1). 318. Rectos son los quereres, y todos bien concertados, cuando es recto el fin a que se dirigen. Pero cuando éste es perverso, todos aquéllos son viciosos. La concertación de los quereres es el camino de los que ascienden a la felicidad con pasos bien ordenados. En cambio, la confusión de quereres torcidos es el lazo que aprisiona a los que descienden a la maldad para ser luego arrojados a las tinieblas exteriores. ¡Bienaventurados los que con sus obras y costumbres cantan el cántico gradual! ¡Desdichados, en cambio, los que arrastran sus pecados como una larga maroma! 53

Cuando el reposo de la voluntad, que llamamos fin, se refiere a otra cosa, podemos compararlo con el reposo del pie al caminar: se asienta en el suelo, como simple apoyo, para que el otro pie avance un nuevo paso. Y aunque el fin deleitoso agrade al querer, no es en sí mismo fin último, sino medio hacia otro fin. No es reposo de ciudadano en la patria, sino refección o posada de caminante (De Trin. 11,6,10). 319. Mientras no nos contentemos con tener lo necesario, seguiremos empeñados en conseguir lo superfluo. Nada es suficiente para quien no pone límite a sus caprichos (Inps. 147,12). 320. ¿Por qué tienen tanto los ricos? Porque su ambición no tiene límites. Cuanto más tienen, más quieren tener. Y cuanto más quieren tener, más hambrean y, por tanto, más sufren. ¿Quién es, pues, el verdadero rico? El que menos necesita (Serm. 127,9). 321. La verdadera felicidad no consiste en tener mucho, sino en contentarse con lo suficiente (Regla). 322. Una seguridad irracional conduce al miedo. Un miedo racional, a la seguridad (In ps. 147,3). 323. Así como por amor a la salud tomamos medicinas amargas, de la misma manera hemos de evitar toda dulzura que nos sea perjudicial (De doc. christ. 4,5,8). 324. Quien no se controla en lo lícito está en peligro de sucumbir ante lo ilícito. Para no caer en la borrachera, el sobrio se abstiene de la saciedad (De ut. jej. 5,6). 325. No ambiciones lo superfluo. Conténtate con lo necesario. El ambicionar cosas superfluas es un camuflaje de mendicidad. El contentarse con lo necesario es la única riqueza verdadera (Serm. 177,10). 54

1

'. Cuida de tus asuntos de forma ordenada, dando < ada uno su tiempo y un tiempo a cada uno. De lo • mlrario te verás metido en mil enredos y perturbado " >i la confusión (De op. mon. 18,21). t '10. La justicia, la verdadera justicia, no consiste en la iqualdad, sino en la equidad o proporción: no en dar a lodos lo mismo, sino a cada uno según sus necesidades (í)í-uer. re¡. 48,93; Regia 1,2). .'t.'i 1. La justicia es el hábito del alma que, con la vista pui'sta en el bien común, respeta la dignidad de cada uno (De div. quaest. 83,31,1). 332. Aunque el agua apaga el fuego y el fuego evapora el agua, ambos son peligrosos en sí mismos. El fuego quema. El agua corrompe. Algo parecido ocurre con la vida. Cuando nos visita la adversidad, el fuego de la tribulación asóla nuestro espíritu. Cuando nos sonríe la prosperidad, el agua de la rorrupción debilita nuestra solidez. Permanece firme .inte el fuego; conviene que te cueza. Como vaso de barro, aguanta el calor del horno para que se consoliden tus formas. El vaso consolidado por el fuego no teme al agua (In ps. 65,17). 333. Lo que se espera con ansiedad se pierde con dolor (In ps. 9,11). 55

334. Que no se crea el malo que no hay nadie bueno. Y que el bueno no piense que sólo él lo es (In ps. 25,2,5). 335. No te asustes ante los soberbios y pagados de sí mismos que, cual torrentes de invierno, van haciendo ruidos por el mundo. Son como las aguas de deshielo que irrumpen contra las peñas. Pasado el invierno, desaparecen. Todo se les va en ruidos y amenazas, pero, tras deslizarse fugazmente, no dejan rastro (In ps. 57,16). 336. Es mejor vituperar con acritud que alabar con engaño (In ps. 119,4). 337. Una justicia exagerada es una injustica camuflada (In Joan. 95,2). 338. La moderación es la madre del orden (De ord. 2,19,50). 339. No es en las viandas, sino en la gula donde tiene su asiento la glotonería. No es, pues, cuestión de ayuno, sino de control. Cuando se ayuna por ayunar, en vez de lograr la santidad lo que se adquiere es la enfermedad (De mor. Eccl. cath. 1,33,70). 340. Es una señal de grandeza el no gozarse en las alabanzas y honores humanos, evitando toda ostentación vacía o, si esto no es posible, convirtiéndola en beneficio de quienes nos honran. ¿Hay alguien más débil y pusilánime que el que se deja arrumbar por la calumnia a sabiendas de su falsedad? El dolor de recibir un trato semejante no partiría su alma en dos si el amor a los honores no estuviera rompiendo sus huesos (Epist. 22,8).

ble, que el dejarlo entrar libremente. Una vez dentro no sólo es difícil expulsarlo, sino que, además, crece con gran rapidez, como semilla en terreno abonado, ya que no necesita de la luz del día para crecer, sino que se alimenta de la propia oscuridad (Epist. 33,3). 342. Sólo los miserables critican a los miserables (sólo las pulgas no tienen pulgas) (Serm. 302,18,16). 343. El que se olvida del pasado se hace temeroso del presente y desespera del futuro (Serm. Dennis 24,4). 344. Procurad una infancia inocente, una niñez respetuosa, una adolescencia tranquila, una juventud virtuosa, una madurez cargada de méritos y una ancianidad sabia (Serm. 216,8,8). 345. En el mismo instante en que el deseo desordenado te hace olvidar la frontera de la necesidad, en ese mismo instante comienzas a ser víctima del vicio (Con. Jul. 4,70). 346. Dos son los motivos que llevan al hombre a la mesa diaria: la concupiscencia y la necesidad. Por eso hay dos clases de personas: las que viven para comer y las que comen para vivir (Serm. 51,14,24). 347. Cuando la codicia cobra vigor y nos arrastra, alegremente la llamamos necesidad (In ps. 30,2,14). 348. El buen discurso ha de ser claro, caliente y corto (Serm. 350,3). 349. Hay personas que hablan bien, pero no saben qué decir (De doc. christ. 4,29,62).

341. Es mucho más beneficioso no abrir las puertas del corazón a la llamada del enfado, aunque sea razona56

57

10.

Dinamismo y espíritu de lucha

350. El que vive del pasado vive en el pasado. Y a fuerza de mirar hacia atrás acaba siendo una estatua (Serm. 105). 351. Para ser mejor de lo que eres, lánzate a la conquista de lo que es mejor que tú (In ps. 32,3,15). 352. Si todo lo quieres bueno, ¿por qué a ti te quieres malo? (Serm. 297,8). 353. La caída de los grandes no debe de ser disculpa, sino aviso, para los pequeños (In ps. 50,3,5). 354. El campo de batalla era mi propio corazón. Y la lucha era de mí mismo contra mí mismo (Conf. 8,11,27). 355. Lucha y trabaja, que ningún atleta es coronado sin sudor y sin esfuerzo. Y la vida es eso: un gimnasio, una "agonía", un certamen (Serm. Morin 10,2). 356. Mientras vivimos estamos en lucha. Y mientras luchamos estamos en peligro (Serm. 128,5). 357.

Vive bien si no quieres morir mal (Serm. 102,3).

358. ¿Cómo es que cierras voluntariamente el corazón y luego te disculpas con la llave? (Serm. 153,3). 359. Siempre es doloroso perder lo que se ama. Sin embargo, el agricultor, para ganar la cosecha, pierde la siembra (Serm. 330,1). 360. En la vida, como en la palestra, o vencemos o somos vencidos (Serm. Mai 13,3). 58

361. Somos caminantes, peregrinos en tránsito. Debemos, pues, sentirnos siempre insatisfechos con lo que somos si queremos llegar a lo que aspiramos. Si nos complace lo que somos, dejaremos de avanzar. Si lo creemos suficiente, no volveremos a dar un paso. Sigamos, pues, marchando, yendo hacia adelante, caminando hacia la meta. No tratemos de parar en el camino o de volver la vista atrás o de desviarnos de la ruta. El que se para no avanza. El que añora lo pasado vuelve la espalda a la meta. El que se desvía pierde la esperanza de llegar. Es mejor ser un cojo en el camino que un buen corredor fuera de él (Serm. 169,15,18). 362. Nuestra única posibilidad de perfección en este mundo está en proporción directa con nuestra caída en la cuenta de que es imposible ser perfecto en esta vida. ¿Cuál ha de ser, pues, nuestra actitud? El intentar siempre lo mejor, pero sin cansarse jamás de intentarlo. Por muy alto que hayamos llegado, el ideal está siempre más allá (In ps. 38,14). 363. Mientras estemos en este mundo tendremos que luchar con nuestros enemigos. Nosotros, los mayores, contamos con enemigos más pequeños. Son más débiles por falta de fuerza, pero más taimados debido a la edad. Y, en consecuencia, se las arreglan para disturbarnos. Vosotros, los más jóvenes, estáis abocados a una lucha más dura e intensa. Lo sé muy bien por propia experiencia (Serm. 128,9,11). 364. No nos entreguemos a los deleites del pasado ni nos dejemos atrapar por las provocaciones del presente. No hagamos como la estulta serpiente, que se tapa los oídos con la cola. Que nada del pasado nos impida ocuparnos del presente y nada del presente pensar en el futuro. Movámonos con decisión hacia lo que nos espera (In ps. 66,10). 59

365. No habrá jamás un mañana, a no ser que exista un hoy (Serm. 20,4). 366. Toda tentación es una forma de inquisición. Por medio de ella el hombre se conoce a sí mismo (In ps. 55,2). 367. Hay una diferencia manifiesta entre un niño y un hombre maduro. Sin embargo, nadie puede puntualizar en qué momento, a partir de la infancia, se llega a la madurez (Epist. 4,1). 368. Si eres oro, la tribulación te purifica de la escoria. Si eres paja, la tribulación te reduce a cenizas (In ps. 30,3,12). 369. La tribulación es mucho más medicina de salud que castigo de perdición. Sometido a tratamiento, se te aplica la terapia y, si llega el caso, se usa contigo el bisturí. El médico no atiende a tus deseos, sino a tu salud (In ps. 21,2,4). 370. No basta con padecer para ser justo. Hay que padecer por la justicia. No alardees, por tanto, del suplicio. Prueba la causa (In ps. 34,2,13). 371. Si aún puedes ser mejor de lo que eres, es evidente que aún no eres tan bueno como debes (De ver. reí 41,78).

374. Para poder progresar es necesario pensar más en lo que nos falta que en lo que tenemos (Serm. 354,5).

11.

"Esta vida mortal es una muerte viviente"

375. La vida humana es un continuo correr a la muerte (De civ. Dei 13,10). 376. Uno es el camino de la mortalidad y otro el de la piedad. El primero lo andan todos los nacidos. El segundo sólo los "renacidos" (Serm. 177). 377. El cuerpo es como el traje del alma. Y, como tal, se desgasta con el uso (In ps. 101,2,14). 378. Los años no vienen, sino que se van (Serm. 109,4). 379. Quieres vivir muchos años, pero no quieres morir. Pretendes lo imposible: quieres andar, pero no quieres llegar (Serm. 108,3). 380. Los que dicen desear la muerte no es que no quieran la vida. Lo que quieren es una vida sin muerte (De civ. Dei 11,27,1).

372. La felicidad es la alegría de la verdad (Conf. 10,23,33).

381. El dolor exagerado por la muerte de un ser querido es fruto del amor a u n mortal como si no lo fuera (Conf. 4,8,13).

373. Más que entretenernos en sutiles divagaciones sobre la vida pasada —que es patrimonio de los muertos—, lo verdaderamente importante es averiguar la norma a que debe ajustarse la vida presente para que nos ayude a conseguir la vida futura (Epist. 167,2).

382. El hombre aprende a amar lo mejor al experimentar la amargura de lo peor. Si el peregrino, que va de paso hacia la patria, se sintiese a gusto en la posada en la que pasa la noche, dejaría de suspirar por su hogar y desertaría de su peregrinaje (In ps. 41,4).

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383. Más que un viviente, el hombre es en realidad un múdente (De ciu. Dei 13,10). 384. Cuando los médicos exploran al enfermo y comprueban que su enfermedad es terminal, dicen con gran seriedad y aplomo: "Se muere; de ésta no sale". Pues bien, desde que nace el hombre se puede decir otro tanto: "De ésta no sale" (Serm. 97,3,3) 385. Como el torrente congrega las aguas de lluvia, y corre, y ruge, y se desborda y al final se precipita en el mar, así ocurre con la vida humana. Este estado intermedio, que llamamos vida, recoge las gotas del tiempo, ruge también y se va (In ps. 109,20). 386. Nuestros días no tienen entidad. Desaparecen casi antes de haber aparecido. Y, al parecer, anuncian enseguida su condición itinerante. Se empujan unos a otros, se atropellan sin cesar y no es posible detenerlos en su curso. Son y no son al mismo tiempo. No podemos decir, en efecto, que sea de verdad lo que no dura, ni que no sea de algún modo lo que es, aunque pase (In ps. 38,7). 387. La vida del hombre es una larga enfermedad. Porque cuidamos nuestro mal crónico de muerte con la medicación diaria de la comida y del sueño, creemos disfrutar de buena salud. Interrumpamos la medicación y veremos los resultados. Mal que nos pese, desde el momento del nacimiento vivimos una muerte continua. Lenta tal vez, pero irremediable. ¿Dónde habrá, pues, vida verdadera sino donde haya verdadera inmortalidad? Pero si hay inmortalidad, ¿qué necesidad habrá entonces de medicación? No basta, pues, con poner en orden nuestro cuerpo. Hay que ordenar también nuestro espíritu (Serm. 78, 13,14). 62

388. Nacer en cuerpo mortal es nacer con una enfermedad terminal (In ps. 102,6). 389. Esta vida mortal es una muerte viviente (In ps. 89,17; Conf. 1,6). 390. La posibilidad de la muerte coincide con el inicio de la vida. Sólo quienes no han nacido aún o quienes ya han dejado de existir podrían presumir, si les fuera posible, de no ser deudores a la muerte. Para los que vivimos, empero, la muerte es una posibilidad de a diario (Serm. 9,2). 391. Todo lo demás es incierto. Sólo la muerte es cierta. Cuando nace un hombre contrae la enfermedad de la vida. Cuando muere, cesa su enfermedad. El problema es: ¿No contrae entonces una nueva enfermedad tanto más peligrosa cuanto más duradera, por eterna? (Serm. 97,3,3). 392. Cuanto más prisa nos damos para ser, tanto más aprisa caminamos al no ser (Conf. 2,4,10). 393. La belleza de los tiempos es urdida por el teje y el desteje, el flujo y el reflujo de las cosas (De Gen. ad /ir. 1,3,14). 394. Es frecuente oír a los pesimistas de turno quejarse amargamente de los tiempos que corremos, aseverando enfáticamente que nuestros antepasados vivieron mejores días... Supongamos que se diese a esos quejicas la oportunidad de volver a los tiempos antiguos. ¿No se dedicarían, también entonces, a lamentarse de "sus tiempos"? (Serm. Caillou 92,1). 395. No falta quien opine que todo tiempo pasado fue mejor por la sencilla razón de ser pasado. Me admira tal conclusión. Basta abrir la historia, en cualquiera de sus 63

páginas, para caer en la cuenta de que, desde los tiempos de Adán hasta el presente, ha habido siempre trabajos y sudores, espinas y abrojos. Si así no fuera, no serían "tiempos humanos" (Serm. Caillou 92,2). 396. En vez de lamentarte contra los tiempos que corren, recuerda que en esta tierra ni la vida ni los tiempos son buenos. Solamente se puede hablar de "buenos tiempos" cuando se hace referencia a la eternidad. Aquí hablamos de días que vienen y se van; allí hablaremos de "un día sin término". Éste, y no aquéllos, debe ser el objeto de nuestros deseos (Serm. Caillou 92,2). 397. No pretendas engañarte a ti mismo. Te guste o no te guste, no eres más que un invitado, un transeúnte, un peregrino, un ave de paso. Puedes, sí, endulzar tu marcha; pero, por más que te empeñes, no puedes convertirte en "residente" (In ps. 120,14). 398. La muerte es la herencia común de todos los nacidos. Nadie muere sin haberle llegado la hora. Nadie muere la víspera o al día siguiente. Y el fin común de todos reduce lo más largo a la misma condición de lo más corto. Una vez que algo ha dejado de existir es inútil hacerse problema de su duración. No es, y basta (Deciu. Dei 1,11). 399. ¿Qué importancia tiene la forma de muerte por la que la vida llega a su fin? Acabada la vida, el hombre ya no vuelve a morir... En medio de las contingencias de a diario, todo hombre está amenazado por muertes innumerables, sin ser nunca cierto cuál de ellas le va a tocar en suerte. ¿Qué es preferible, por tanto: sufrir una sola muerte y dejar de existir o temer muchas muertes y seguir viviendo? Está claro que, como primera reacción, todos escogeríamos seguir viviendo bajo la amenaza de muchas muertes antes de vernos libres, por una sola, de las 64

muchas posibles. Sin embargo, una cosa es la reacción instintiva, fruto de la debilidad y del miedo, y otra muy distinta la convicción racional y serena, fruto del realismo y de la reflexión (De civ. Dei 1,11). 400. La muerte no debe ser temida como una tragedia cuando es la culminación de una vida de bondad. Lo único que hace temible a la muerte no es lo que sigue, sino lo que precede, a la muerte misma... La muerte de un pobretón honrado, sin más compañía que la de los perros callejeros, es más digna y mejor que la de un rico injusto, vestido de lino y de púrpura... No tengas, pues, miedo a la muerte, sino a la vida (De civ. Dei 13,11,12). 401. Nunca estará el hombre más muerto que cuando la misma muerte sea inmortal (De civ. Dei 13,11,12). 402. De la misma manera que el árbol cambia sus ciclos conforme a los climas y estaciones, el hombre cambia su edad y sus modos conforme a sus propias estaciones por refección y defección, por vida y por muerte (Serm. 241,2). 403. El único que nunca toma vacaciones es el tiempo (Conf. 4,8,13). 404. El género humano es como un árbol de hoja perenne: siempre tirando hojas al suelo y siempre cuajado de hojas (Serm. 51,23). 405. A veces el canceroso no muere de cáncer o el ulceroso de úlcera, pero todos morimos "de haber nacido" (Serm. 77,14). 406. ¿Te precias de saber matemáticas? No confundas, entonces, la suma con la resta... Al paso que vamos creciendo en años, pareciera que se nos van acreciendo 65

los días, y, sin embargo, se nos van decreciendo. Eso es no saber contar. Somos tan majaderos los hombres que nos felicitamos por los muchos natalicios. Perdemos días y nos congratulamos por ello. Malos son, sin duda, los días perdidos. Peor aún si, además, son amados como tales (Serm. 84,2). 407. Necesario es morir, pero nadie lo quiere. Nadie quiere lo que es necesario. Nadie quiere lo que, quiéralo o no, ha de acontecer. ¡Qué dura realidad la de no querer lo que no puede evitarse! (In ps. 30,2,13). 408. Lo primero que hace el hombre al nacer es llorar. Aún no sabe reír y, sin embargo, ya sabe llorar. ¿Por qué comienza llorando y no riendo? Porque la vida tiene mucho más de llanto que de risa. Llora, pues, porque comienza a vivir, porque comienza a ser cautivo y a peregrinar. Si no ama, sin embargo, el cautiverio, si llora y gime en esperanza, alcanzará el gozo y la alegría de la patria (Inps. 125,10). 409. Si el llanto es testimonio de miseria, todo niño al nacer, es un profeta. ¿Cómo profetiza? Llorando' ¿Y qué profetiza? Su propio destino: los problemas q Ue se le avecinan y las pruebas que le esperan (Serm 147,1,1). 410. Un hombre con buena salud es un enfermo q Ue se ignora como tal (Serm. 77,14).

12.

Valores humanos

411. Que nadie se considere inmortal por no tener sentimientos. La salud del hombre que se retuerce de 66

dolor está mucho más cerca de la inmortalidad que la torpeza del que no quiere aceptar su enfermedad (In ps 55,6). 412. Quienes se enorgullecen de ser de piedra y de no ser movidos por los afectos, lejos de obtener la serenidad que aparentan, lo que hacen es perder su propia humanidad. Una cosa es la dureza y otra la bondad. Una cosa es la dignidad y otra la estupidez. Ni lo duro es bueno, por ser duro, ni lo estúpido digno, por ser tal (De ciu. Dei 14,9,6). 413. Cuanto menos vale un hombre, tanto más trata de hacerse valer. Frente a los demás y frente a sí mismo (Epist. 22,3,7). 414. No hay lugar en esta mesa para quien guste de murmurar de los ausentes (inscripción en el comedor de san Agustín) (Posidio). 415. Hay cosas para gozar y cosas para usar. Los objetos de goce nos hacen felices. Los objetos de uso nos ayudan en la búsqueda de la felicidad. Por eso cuando tratamos de gozar de lo que es sólo objeto de uso somos retenidos en nuestro caminar y nos extraviamos de la ruta. Atrapados en el cepo de los bienes más pequeños, nos retrasamos o nos volvemos atrás en el seguimiento de los bienes superiores. Gozar de algo significa poseerlo por amor de sí mismo. Usar de algo significa, en cambio, emplearlo como medio para lograr el goce de ser algo mejor (De doc. christ. 1,3,3). 416. El pecado, o fallo moral, consiste en usar de lo que debe ser gozado o en gozar de lo que debe ser usado. Por el contrario, la virtud, o el acierto moral, 67

consiste en gozar de lo que debe gozarse y en usar de lo que debe usarse (De div. quaest. 83,30). 417. ¿Cambia o evoluciona la justicia? Ciertamente no. Pero sí cambian los tiempos regidos por ella, que, por ser tiempos, son variables e inconstantes. ¡Cada cosa, pues, a su tiempo! (Conf. 3,7,13). 418. Una voluntad corrompida se convierte en pasión. Una pasión consentida, en certidumbre. Y una costumbre tolerada, en necesidad (Conf. 8,5,10). 419. Por muy acusada que sea la semejanza entre dos personas, de nada les sirve si no hablan el mismo lenguaje. Cualquiera prefiere, en efecto, darse un paseo con su perro a tener que hacerlo con alguien con quien no puede comunicarse (De ciu. Dei 19,7). 420. Un funeral decente y un entierro apropiado, más que beneficios de muertos son solaz de vivos. No quiero decir con ello que los cuerpos de los difuntos no deban ser respetados y honrados. Por el contrario, si los vestidos o el anillo del padre son preciosos para los hijos como recordatorio del amor que le profesaban en vida, tanto más precioso y honorable ha de ser su cuerpo, ese cuerpo que llevó "vestido" en vida, en forma mucho más íntima y cercana (De ciu. Dei 1,12,13). 421. Con razón condenamos a Judas. Cuando terminó su vida colgándose de un árbol no sólo no satisfizo por la culpa de su traición, sino que, llevado de la mano por la histeria de su remordimiento, aumentó más aún su culpabilidad. Desesperó de la misericordia de Dios y se negó a sí mismo toda posibilidad de penitencia. ¿Qué razón puede, pues, aducir una mujer amenazada de violación para sustentar su derecho a cometer suicidio cuando ni siquiera es capaz de hallar falta en sí misma? Cuando Judas se suicidó dio muerte a un crimi68

nal. Y, sin embargo, lejos de aminorar su delito, se hizo doblemente culpable: de la muerte de Cristo y de la suya. Un crimen le condujo a otro. ¿Por qué, pues, ha de hacerse daño a sí misma quien no ha hecho mal a nadie? ¿Por qué ha de dar muerte a un inocente, sentenciándose a sí misma, con el único fin de prevenir una mala acción de otro? ¿Por qué se ha de empeñar en cometer un pecado propio sólo por privar a otro de la oportunidad de cometer el suyo? (De ciu. Dei 1,17). 422. Nadie es manchado por la pasión ajena. Si alguien se mancha, es debido a su propia pasión. La pureza es una virtud del alma. Y como tal va siempre acompañada del coraje, que actúa a modo de guardián para que pueda soportar el mal sin consentirlo. Una persona casta y de buenos principios no tiene poder para decidir lo que va a ocurrirle a su cuerpo, sino simplemente aceptarlo o rechazarlo en su interior. ¿Quién va a pensar que ha perdido su pureza por el simple hecho de que su cuerpo haya sido tomado, forzado y usado para gratificación de una pasión que no es la suya? Si la castidad se perdiese de esta forma, habría que concluir que no es una virtud del alma (De ciu. Dei 1,18). 423. No es lo mismo integridad física que castidad personal. La castidad del hombre no depende de la integridad de sus partes. Supongamos que durante el examen clínico de una virgen, el doctor o la enfermera laceran su himen, sea por malicia, por impericia o por simple accidente. ¿Hay alguien que se atreva a afirmar que la virgen ha perdido su castidad por el mero hecho de haberse destruido su integridad? Supongamos, por otra parte, que una mujer de mente corrupta se ha puesto ya en camino hacia su seductor para ser físicamente desflorada. Aunque aún se mantenga íntegra, ¿quién se atreve a considerarla casta, habiendo perdido ya la castidad de la mente? De 69

la misma forma que la castidad corporal queda violada por la violación de la castidad mental, mientras ésta permanezca, aquélla no se pierde, por más que el cuerpo sea raptado y violentado. La violencia de la pasión ajena no puede destruir una castidad que depende del propio control (De civ. Dei 1,18). 424. No se puede atribuir grandeza de espíritu a quien pone fin a su vida por carecer de entereza para enfrentarse a sus propios problemas o para soportar las afrentas ajenas. Por el contrario, hay que achacarle flojera y pusilanimidad. Grande de espíritu es quien, en vez de huir de sus responsabilidades y limitaciones, tiene valor para afrontarlas desafiando el juicio de los hombres —con frecuencia obnubilado por las sombras del error— y dejándose guiar en todo por el dictamen de su propia conciencia (De civ. Dei 1,22). 425. En la caída de Roma los palacios se vinieron al suelo y las mansiones se convirtieron en ruinas. En las vidas de los romanos, responsables de la destrucción de su ciíadad, el colapso no fue de sus defensas materiales, sino de las morales; no de su grandeza política, sino de la espiritual. Las pasiones que consumían sus corazones fueron mucho más destructoras que el fuego que devoró sus hogares (De civ. Dei 5,19). 426. Existe una escala de valores que va desde los terrenos a los espirituales, desde los visibles a los invisibles. Su diversidad hace posible la existencia de todos (De civ. Dei 11,22). 427. Es inútil tratar de encontrar la causa eficiente de una decisión faltosa. No es cuestión de eficiencia, sino de deficiencia. La voluntad pervertida deja de ser eficiente para convertirse en deficiente. Tratar de descubrir la causa de tal deficiencia es como tratar de ver la 70

oscuridad o de oír el silencio. Aunque la una y el otro nos resultan familiares gracias al ministerio de los ojos y de los oídos, ello es debido no precisamente a su percepción, sino a la falta de ella (De civ. Dei 12,7). 428. Una cosa es estar equivocado. Otra, muy distinta, ser un mentiroso. Lo primero es secuela de nuestra miseria. Lo segundo, de nuestra malicia (Serm. 133,4). 430. ¿Qué es el miedo? Un intento frustrado de huida por parte del alma (In Joan. 46,8). 431. Procura comportarte de tal forma con los delincuentes que tengan la oportunidad de dejar de serlo (Epist. 100,1). 432. En medio de los escándalos, piensa siempre bien de los demás. Sé tú humildemente lo que quieres que ellos sean, y no pensarás que ellos son lo que tú no eres (In ps. 30,2,7). 433. Es mejor la tristeza de quien soporta la iniquidad que la alegría de quien la comete (In ps. 56,14). 434. Mientras haya ganas de luchar hay esperanza de vencer (Serm. 154,8). 435. ¿Quiénes son los perros? Los que ladran por ladrar, sin saber a quién ladran. No se les hace nada, y ladran. Pasas a su lado por la calle, y ladran... Los que ladran a cierra ojos, los que ladran por ladrar, son ciertamente como perros (In ps. 21,2,21). 436. Se muere por falta de pan. Pero también se muere de sólo pan (In ps. 33,2,15).

71

13.

437. A más riquezas, menos tranquilidad 345,5). 438.

go, tu malicia dimana de ti y, antes que a nadie, te daña a ti mismo (In ps. 34,1,11).

Apuntes sociales (Serm.

La avaricia es la mugre del corazón (Serm. 177).

439. Toda guerra civil es, en realidad, una guerra incivil (De ciu. Dei 3,23). 440. Las ganancias injustas son como el lodo. No se pueden amasar sin ensuciarse las manos (Conf. 5,12,22). 441. ¿Te alegras porque te nació un hijo? Alégrate en buena hora, pero alégrate bien. No olvides que el hijo nacido pide paso para sucederte y, al crecer, te desplaza para hacerse sitio (In ps. 127,15). 442. Es mejor que no haya ningún miserable a que tú tengas ocasión de hacer misericordia. Es preferible que todos estén sanos a que haya necesidad de ejercer la medicina (Inps. 125,14). 443. La malicia es como el fuego. ¿Quieres quemar una cosa? Es necesario que le apliques una mecha encendida. Si la mecha no arde, no enciende, y si no se destruye al arder, no puede dar fuego a lo que quieres quemar. Lo mismo te ocurre a ti. Al intentar dañar a otro, primero te dañas a ti mismo. La malicia dimana de ti y ¿a quien destruye primero sino a ti? Es posible que tu malicia no llegue a dañar al otro; lo que no puede ser es que no te perjudique a ti mismo. ¿Qué le haces en realidad a aquel que pretendes dañar? Si él consiente en el mal, no le perjudica tu malicia, sino la suya... Sin embar72

444. Así como las madres están grávidas con los fetos de sus hijos, de la misma manera el mundo está grávido con las causas germinales de las cosas (De Trin. 3,9,16). 445. ¿Hemos de condenar la plata o el oro por culpa de los avaros, o los manjares por culpa de los glotones, o el vino a causa de los borrachos, o la hermosura de las mujeres a causa de los degenerados? No. Mientras el médico hace buen uso del fuego, cauterizando la herida, el envenenador abusa criminalmente del pan provocando la muerte. No son condenables las cosas, sino los hombres que abusan de ellas. (De ¡ib. arb. 1,33). 446. A mi entender, la verdadera justicia es la equidad, es decir, una igualdad matizada que consiste en "dar a cada uno lo suyo" y no a todos por igual. ¿Cómo puede darse a cada uno lo suyo si no se atiende a las desigualdades y desemejanzas de cada uno? (De quant. an. 9). 447. La envidia es una especie de "invidencia" o ceguera por la que se odia la felicidad ajena (In ps. 104,19). «• 448. Aun cuando sea voluntario el sufrimiento del perseguido, el odio es el crimen supremo del perseguidor (In ps. 108,6). 449. Lo más "próximo" al hombre es el hombre (De disc. christ. 3). 450. No es verdadero señor quien necesita de siervos (In epist. Joan. 8,14). 451. Aprende a dejar al mundo antes de que el mundo te deje a ti (Serm. 125,11). 73

452. La historia y la fama con frecuencia engañan (In Joan. 90,2). 453. Rechazar las costumbres ajenas por ser distintas de las nuestras es una señal de inmadurez (Epist. 54,5). 454. Es más glorioso lograr la paz con la paz que imponerla con la guerra (Epist. 229,2). 455. En el foro y en los pleitos con frecuencia el éxito es proporcional a la capacidad de engaño (Conf. 3,3,6). 456. Muchas cosas nos parecen desordenadas y hasta perturbadoras, no porque lo sean en sí mismas, sino por falta de perspectiva. Si alguien estuviese colocado, a guisa de estatua, en el ángulo de un edificio anchuroso y esbelto, estaría incapacitado para valorar la belleza de todo el conjunto, a pesar de formar parte de él. Tampoco el soldado que se encuentra en la línea de fuego puede captar la estrategia y la organización de todo el ejército. Ni la palabra aislada de un verso darse cuenta de la armonía de todo el poema (De mus. 6,11,30). 457. Toda riqueza es mammona de iniquidad. No porque la riqueza sea injusta, sino porque es injusto llamar riqueza a lo que, lejos de suprimir la necesidad, la acrecienta (Serm. 50,6). 458. Ricos hay muchos. Pero ¿hay alguno seguro? Arden por adquirir, se inquietan por miedo a perder. ¿Cuándo es, pues, libre un tal esclavo? (Serm. 11,2). 459. Haz un seguro de transporte para tus bienes a fin de que no se te pierdan en el viaje. Entrégalos aquí como limosna en la ventanilla del pobre y los recogerás allí, con intereses, en la caja fuerte del Rico (Serm. 61,11). 74

460. La riqueza, lo mismo que la pobreza, no es cuestión de cantidad, sino de calidad. No de ingresos, sino de deseos. No de "tenencias", sino de "querencias" (In ps. 51,14; 72,36). 461. Si hablas bien de mí, me alabas. Si hablas mal, me acusas. Pero ni en uno ni en otro caso te excusas a ti mismo (Serm. 179,10). 462. Hace más daño la lengua del adulador que la mano del verdugo (In ps. 69,5). 463. Al malévolo le sabe dulce la mala sospecha (Serm. 354,4). 464. Las posesiones superfluas de los ricos son las necesidades de los pobres. Por eso el almacenar cosas superfluas es una forma de robar (In ps. 147,12). 465. La posesión racional de las cosas implica su recto uso. Cuando usamos mal de lo nuestro perdemos, de alguna forma, el derecho sobre ello. Jurídicamente hablando, somos los dueños, pero en el plano moral más que dueños somos usurpadores (Serm. 50,2,4). 466. Es cierto que lo que se posee conforme a derecho no es ajeno. Pero sólo se posee conforme a derecho lo que se posee según justicia. Y sólo se posee según justicia lo que se posee bien. De donde se deduce que todo lo que se posee mal es ajeno, ya que no se posee según justicia lo que, por su mal uso, se posee mal (Epist. 153,26). 467. No desesperes de nadie mientras esté vivo (In ps. 36,2,11). 468. No hay especie tan unida por la naturaleza y tan dividida por la malicia como la especie humana (De civ. Dei 12,27,1). 75

469. En la peregrinación de esta vida, cada hombre lleva su propia corazón y es llevado por él. Pero no hay corazón que no esté cerrado a lo demás (In ps. 55,9). 470. Es tal perversidad de los hombres que, con relativa frecuencia, el mal se convierte en norma de moralidad pública. Con ello los más débiles acaban por sentir vergüenza de ser buenos (Serm. 9,9,12). 471. Hay un lamento que se oye por doquier: ¡los tiempos que vivimos son duros, pesados y miserables!... Vivamos rectamente y cambiarán nuestros tiempos. Los tiempos no hieren a nadie. Los heridos son hombres; los causantes de las heridas, hombres también. Cambiemos, pues, nosotros, los hombres, y cambiarán nuestros tiempos (Serm. 311,8,8). 472. Aunque los tiempos son cambiantes y fugaces por naturaleza, sólo se hacen malos por la malicia o la miseria humana. Dado, pues, que la miseria es patrimonio común de todos los mortales, tratemos, al menos, de evitar la malicia en nuestro corazón. De esta forma nuestros tiempos serán un poco mejores (Serm. 167,1). 473. Esta vida es como un mar. Amarga por la salinidad de sus aguas y turbulenta por la violencia de sus vientos. No es extraño, pues, que los hombres, victimados por la soberbia, se parezcan a esos peces que luchan y se devoran entre sí (In ps. 64,9). 474. El que desempeñando una posición de autoridad se aprovecha para divertirse, para aumentar su patrimonio o para obtener prebendas personales, no es un servidor de los demás, sino un esclavo de sí mismo (Serm. 46,2). 475. Nadie que no sepa obedecer a sus superiores está capacitado para gobernar a sus subditos (In ps. 46,10). 76

476. Los juegos y bagatelas de los mayores son llamados "negocios". Los de los jóvenes, aunque muy parecidos, son castigados por los adultos como "delitos". Y nadie tiene piedad ni de los unos ni de los otros (Conf 1,9,15). 477. Hay personas cuyo único interés es gozar de buena reputación, aunque para ello tengan que recurrir al engaño. Su ceguera es tan grande que hasta se glorían de estar ciegos (Conf. 3,3,6). 478. Los males sociales no se eliminan por la ley del palo o por la dictadura del miedo. Es la educación —no el precepto formal—, la persuasión —no el temor— lo que facilita el camino de su erradicación (Epist. 32,5). 479. Al actuar de juez, cumple la función de padre. Ensáñate con la malicia, pero no olvides al hombre ni te dejes llevar por los deseos de venganza. Por el contrario, pon todo tu empeño en curar las heridas del reo (Epist. 133,2). 480. He aquí un listado de las obligaciones del buen superior: reprender a los inquietos, confortar a los pusilánimes, defender a los débiles, doblegar a los tozudos, estar alerta frente a los litigantes, enseñar a los indoctos, motivar a los indolentes, bajar los humos a los arrogantes, pacificar a los contenciosos, ayudar a los necesitados, liberar a los oprimidos, animar a los buenos, sufrir a los malos y amarlos a todos (Serm. 340,1). 481. A falta de justicia, ¿qué son los gobiernos sino "bandas de ladrones"? ¿Qué otra cosa son, en efecto, las bandas de ladrones sino pequeños reinos? Una banda está compuesta por hombres unidos por un pacto, que obedecen a un jefe y se rigen por un acuerdo a la hora de repartirse el botín. Si una banda, a fuerza de reclutar nuevos miembros, consigue poderío suficiente 77

para ocupar territorios, capturar ciudades y someter poblaciones enteras, puede atribuirse con pleno derecho el título de reino. Título que, según la opinión popular, no se le concede por la renuncia al pillaje, sino por la conquista de la impunidad. La respuesta de aquel pirata capturado por Alejandro Magno es aleccionadora al respecto. Cuando el emperador le preguntó "en virtud de qué derecho estaba infestando los mares", él replicó sin ambages: "Con el mismo derecho con que tú estás haciendo la guerra al mundo entero. Hay sólo una diferencia: yo lucho en un pequeño barco, y me llaman pirata; tú luchas con una gran flota, y te llaman conquistador" (De civ. Dei 4,4). 482. El que declina su responsabilidad al ser censurado y echa la culpa al destino debiera ser consecuente y aplicar la misma norma en su trato con los demás. Que se abstenga, por tanto, de castigar al siervo que le roba, o de quejarse del hijo que abusa de su paciencia, o de amenazar al vecino que le ofende... Si su conducta no se conforma a este principio, sino que por el contrario se preocupa de exigir a los demás que hagan el bien y eviten el mal..., ¿cómo quiere que su argumentación sobre el destino sea tomada en serio? ¿No está proclamando con su misma conducta que sus argumentos carecen de base y que, más que argumentos, son excusas? (Epist 246,3). 483. ¿Piensas que los ricos son felices porque no se preocupan de las pequeneces? No te lo creas: no tienen ansias de beber del vaso porque tienen sed de todo el río (Serm. 50,4,6). 484. Un hombre goza viendo a otro hacer el ridículo, pero ¿hay alguno que quiera hacerlo por su cuenta y ser motivo de risa para los demás? (De pee. mer. et rem. 1,35,66). 78

485. No hay nada tan inestable como una cosa que rueda. Por eso el dinero es redondo: no hay quien lo haga estar quieto (In ps. 83,3). 486. Después de haber caído una vez en manos de un médico malo, no es fácil fiarse ni del bueno (Conf. 6,4,6). 487. El que malgasta su vida de bar en bar normalmente la termina soñando sus sueños de cárcel en cárcel (De cat. ruá. 16,25). 488. La lengua de los hombres es una fragua cotidiana (Conf. 10,37,60). 489. No lo olvides jamás: eres hombre y vives entre hombres (Epist. 78,8). 490. Muchos, al examinar su conciencia, obran con dolo. Buscan su iniquidad, pero sin ánimo de odiarla. Y, al darse de bruces con ella, intentan defenderla (In ps. 35,3). 491. Con frecuencia el hombre es más lerdo en vanidad cuanto más crecido en años (Conf. 7,1,1). 492. No en vano la lengua se halla bañada en saliva. Por eso resbala tan fácilmente (In ps. 38,3). 493. El que entrega su hija para regodeo carnal de otro no se hace suegro suyo, sino su alcahuete (Serm. 51,22). 494. La avaricia es una ratonera. Su cebo es el lucro. Atraídos por él, los hombres caen en el lazo (Serm. 57,9). 79

495. La verdadera justicia consiste en amar a cada cosa según se merece. Más a las más valiosas, y menos a las menos (De ver. reí. 48,93). 496. La felicidad no consiste en tener hijos, sino en tenerlos buenos (In ps. 127,15). 497. Todo hombre malo vive o para corregirse de su propia maldad o para ejercitar la bondad ajena (In ps. 54,4). 498. La necesidad es la madre de todas las empresas (In ps. 83,8). 499. Nada inclina tanto a la misericordia como el reconocimiento del propio peligro (In epist. ad Gal. 56). 500. Hay personas que, tan pronto se despiertan, ya están dispuestas para armar camorra. Y si no encuentran la oportunidad, prefieren volverse a la cama (In epist. ad Gal. 56). 501. La comunión en la misma naturaleza hace de todos los hombres uno solo. La diversidad de intereses hace de cada hombre un reyezuelo. En consecuencia, los hombres viven en una situación crónica de guerra civil: hermanados por la naturaleza, pero divididos por el egoísmo (De ciu. Dei 18,2). 502. La comunión en los mismos ideales hace de una multitud un pueblo. Y la clase de ideales que persigue hace a un pueblo bueno o malo. Hablo, como es lógico, de una multitud de seres inteligentes, no de un atajo de irresponsables (De civ. Dei 19,24).

mientan, sino también para que los buenos no se olviden (De rebus gesr/s cum Peí. 16,39). 504. Decir la verdad no es difícil. Disimular la mentira no es fácil (In ps. 139,13). 505. Lo que peor acepta un tramposo es que le hagan a él las mismas trampas que él hace a los demás. No hay cosa que más reprenda en otros cuando la descubre, ni que menos admita en sí mismo cuando es descubierto (Conf. 1,19,30). 506. No es satisfactorio ni resulta fácil reírse a solas. Por eso los hombres, al hacer el mal, buscan compañía (Conf. 2,9,17). 507. Es más fácil simular la virtud que poseerla. Por eso el mundo está lleno de farsantes (De mor. Eccl. cath. 1,12). 508. El rico llena el arca de monedas y el alma de preocupaciones (Serm. 60,2). 509. No hay riqueza más peligrosa que una pobreza presuntuosa (Epist. 31,6). 510. La envidia es la polilla del alma. Todo lo roe y lo reduce a polvo (Serm. 85,3). 511. Usa de los bienes como alivio de tu peregrinación, no como incentivo de tu avaricia. No como pábulo de tus caprichos, sino como satisfacción de tus necesidades (In Joan. 40,10).

503. El oficio de actuario es uno de los más útiles. Las actas que levanta no sólo sirven para que los malos no 80

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2 CRISTIANO

Ama. Y haz lo que quieras In epist. Joan. 7,8

¿Quieres tener a Dios de tu parte': Es muy sencillo: Ponte tú de parte de Dios In ps. 39,27

El camino ha venido hasta ti. ¡Levántate y anda! Serm. 141,4,4

1.

Dios

512. Dios-uerdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las verdades. Dios-Bondad y Belleza, en quien, de quien y por quien son buenas y bellas todas las bondades y bellezas. Dios-Inteligencia y Luz, en quien, de quien y por quien son inteligibles y están iluminadas todas las ideas y todas las claridades (Sol. 1,1,3). 513. Dios, de quien separarse es morir, a quien acercarse es resucitar, con quien habitar es vivir. Dios, de quien huir es caer, a quien volver es levantarse, en quien apoyarse es estar seguro (Sol. 1,1,3). 514. Dios, a quien olvidar es perecer, a quien buscar es renacer, a quien ver es poseer. Dios, a quien nos urge la fe, nos acerca la esperanza y nos une la caridad (Sol. 1,1,3). 515. ¿Qué es lo que amo cuando amo a mi Dios? Amo cierta luz, cierta fragancia, cierto alimento, cierto amplexo de mi hombre interior. Un resplandor que no abarca lugar. Un sonido que no arrebata el tiempo. Un olor que no esparcen los vientos. Un gusto que se sacia comiendo. Un goce que no causa fastidio. Todo eso es lo que amo cuando amo a mi Dios (Conf. 10,6,8). 516. ¿Quién eres tú, Dios mío? ¿Qué eres tú para mí sino el Señor? Pues ¿qué señor hay fuera del Señor, o qué Dios fuera de Dios? Sumo, óptimo, altísimo. Muy poderoso y omnipotente. Misericordiosísimo y justísimo. Ocultísimo y presentísimo. Hermosísimo y fortísimo. Tan estable como incomprensible. Inmutabe y mudador de todo. Jamás nuevo y nunca viejo. Renovador de todas las cosas y envejecedor de los soberbios sin que ellos se percaten. Siempre activo y siempre quieto. Ce85

loso y cuidadoso de todo, y no menesteroso de nada. Llevando, llenando y amparándolo todo. Creando, aumentando y perfeccionando las cosas. Buscándolas a todas, sin tener falta de ninguna. Amas sin encendimiento. Tienes celos, y estás tranquilo. Te arrepientes, y no te pesa. Te enojas, y no pierdes la calma. Cambias tus obras, pero no mudas de parecer. Recibes lo que hallas y recoges lo que no perdiste. Sin estar falto de recursos, te encantan las ganancias, y sin ser jamás avaro, devengas hasta los intereses. Se te da más de lo que pides para que te consideres deudor, pero ¿quién tiene algo que no sea tuyo? Y ¿qué es todo esto que acabo de decir en comparación con lo que tú eres de verdad? Y ¿qué puede decir hombre alguno que se ajuste a la realidad de tu ser? ¡Infeliz, por una parte, el que no habla de ti! Pero incluso los que de ti hablan mucho y bien se quedan tan cortos, que parecen mudos! (Conf. 1,4,4). 517. Oh Dios, que eres siempre el mismo: ¡conózcame a mí, conózcate a ti! (Sol. 2,1,1). 518. Señor, que yo te conozca a ti, que me conoces. Que yo te conozca a ti como tú me conoces a mí (Conf. 10,1,1). 519. ¡Oh eterna verdad, oh verdadera caridad, oh cara y verdadera eternidad! Tú eres mi Dios. Por ti suspiro día y noche (Conf. 7,10,16).

523. Dios no se hace más grande por el conocimiento de quienes lo encuentran, sino que quienes lo encuentran se hacen más grandes por su conocimiento de Dios (Serm. 117,2,3).

2.

En Dios y hacia Dios

524. El alma hace al hombre "vecino" de Dios (In ps. 145,4). 525. Dios no te prohibe amar las cosas, sino amarlas para la felicidad. Por tanto, al aprobar y alabar a las criaturas, no pierdas de vista al Creador (In epist. Joan. 2). 526. ¿Te admiras de la obra? Reconoce al arquitecto. No te ocupes tanto de lo hecho que te olvides, por ello, del hacedor. Dios puso las cosas a tu servicio, pero a ti te hizo su servidor (In ps. 145,5). 527. Está más cerca de nosotros el hacedor de las cosas que las mismas cosas hechas: en él vivimos (Serm. 117,1). 528. No es Dios más grande porque te sea grato a ti, sino tú más pequeño si él no te es grato (In Joan. 18,1).

520. Muera yo para que no muera, Señor, y que vea tu rostro (Conf. 1,5,5).

529.

521. Dios es la forma no formada de todo lo que se forma (Serm. 264,4).

530. El premio de Dios es Dios mismo. No tiene otro (In ps. 72,32).

522. Dios es la patria del alma (De quant. an. 1,2; De ¡ib. arb. 2,9,26).

531. Entra en tu casa para habitarte a ti mismo. Y deja entrar a Dios para ser habitado por él (In ps. 131,12).

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A Dios no lo ves. Ámalo, y lo tienes (Serm. 34).

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532. Dios ni va ni viene: es, y basta. Sólo, pues, se aleja de ti cuando tú te alejas de él (In ps. 99,5).

convierte, por el juicio del Señor, en una auténtica trampa (In ps. 124,10).

533. Todo el bien que pretendes dar a Dios lo encontrarás en ti mismo si tú mismo eres de Dios (In ps. 44,7).

544. Dios odia tus manejos, pero te ama a ti. Odia lo que tú hiciste, pero ama lo que él hizo en ti. ¿Qué es lo que tú hiciste? El pecado. ¿Quién eres tú? Lo que él hizo. Tú, en cambio, desprecias lo que fuiste hecho y amas lo que tú mismo hiciste. Amas fuera de ti tus propias obras y desprecias dentro de ti la obra de Dios. Con razón se te llama, pues, espíníu que va y no vuelve (Sal 73,39). Pon atención, por tanto, al aviso de Dios: Convertios a mí y yo me convertiré a vosotros (Zac 1,3). En realidad, Dios ni se acerca ni se aleja. Ni se inmuta cuando corrige ni se muda cuando reprende. Se aparta de ti cuando tú te apartas de él. Eres tú quien de él se esconde, no él quien de ti se oculta. Escúchale, pues: convertios a mí, y yo me convertiré a vosotros, es decir, mi conversión a vosotros no es sino vuestra conversión a mí. Dios, en efecto, persigue a quien le vuelve la espalda e ilumina a quien le da la cara. ¿Adonde huyes, pues, huyendo de Dios? ¿Adonde huyes huyendo de aquel de quien no se puede huir? Presente como está en todas partes, libera al que se le convierte, castiga al que se le aleja. ¡Vuélvete a él, y te será Padre el que, si le huyes, le será juez! (Serm. Wilmart 11,4).

534. Eres un niño necio y caprichoso en la casa de tu Padre si le amas cuando te acaricia y le odias cuando te castiga (In ps. 32,2,3). 535. Estás en Dios, porque Dios te contiene. Dios está en ti, porque has sido hecho su templo (In Joan. 48,10). 536. ¿Quieres ser trono de Dios? Prepárale en tu corazón un lugar en donde pueda sentarse (In ps. 92,6). 537. ¿Cómo puedes llegar a conocer la voluntad de Dios si no eres amigo suyo? (De Gen. con. manich. 1,2,4). 538. El verdadero filósofo es el amante de Dios (De civ. Dei 8,1,1). 539. ¿Qué cosa mejor puede hacer el hombre que restituirse a aquel por quien fue instituido? (Epist. 127). 540. ¿Hay mayor desventura que la de estar lejos de aquel que está en todas partes? (In ps. 99,5). 541. Comience el hombre a amar a Dios, y no amará en el hombre sino a Dios (Serm. 385,3).

545. Si amas a Dios, ámalo gratis. Él mismo será tu recompensa. Si todo lo demás te es "caro", ¿no ha de serte "caro" el que hizo todo lo demás? (Serm. 165,4,4).

542. Dios se hace presente a todas las conciencias: a las buenas, como Padre; a las malas, como juez (Serm. 12,1,6).

546. Dios empieza a habitar en ti cuando tú empiezas a amarle a él. Ama, pues, cada vez más a tu habitador para que, habitando en ti más perfectamente, él te lleve a la plenitud de la perfección (In epist. Joan. 8,12).

543. Para quien se aparta de Dios, no queriendo soportar su disciplina, la falsa felicidad de sus goces se

547. El precepto es único y total: amar a Dios-caridad y, por caridad, amar a Dios (De Trin. 8,12).

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548. Todo bien o es Dios o es de Dios (De ver. reí. 18,35). 549. Todas las cosas son buenas porque bueno es Dios que hizo todas las cosas (In ps. 128,5). 550. Debemos trascenderlo todo hasta llegar a la misma trascendencia... Debemos trascender lo que nos paraliza, lo que nos embaraza, lo que nos encadena, lo que nos impide levantar el vuelo... hasta llegar al único que nos basta, más allá del cual no hay nada y más acá del cual están todas las cosas. Todo fue hecho por él (In ps. 76,1). 551. Confesad al Señor porque es suave. Si gustáis de él, confesadle. No puede confesar el que no sabe gustar. ¿Cómo podrá dar fe de que es suave si no le ha gustado? Si, pues, gustáis con avidez, eruptadle en vuestra confesión (In ps. 106,3). 552. Dios es la causa del subsistir, la razón del entender y el orden del vivir (De civ. Dei 8,4). 553. El mismo Dios, que es la fuente de la felicidad, es el colmo cumplido de nuestros deseos. Eligiendo, o, mejor, re-eligiendo a aquel que por neg/ígenc/a habíamos perdido —de donde se deriva la palabra religión—, nos ponemos en camino hacia él por el amor para descansar en él cuando lleguemos. Entonces, y sólo entonces, seremos felices del todo (De civ. Dei 10,3).

556. ¡Arriba los corazones! No "contra" el Señor, como hacen los soberbios, sino "hacia" el Señor, como hacen los humildes. Si él nos sostiene, estaremos seguros (Serm. 35,3,3). 557. Si pensamos bien, estamos con Dios. Si vivimos bien, Dios está con nosotros (In Joan. 48,9). 558. Haz de buen grado lo que Dios te mande. Haciendo así lo que tú quieres, haces también lo que quiere Dios (In Joan. 19,19). 559. Si por desemejanza "recedemos" de Dios, por semejanza "accedemos" a él (In ps. 94,2). 560. El que, abandonando su origen, se aparta de su Creador —como el río que camina hacia el mar— cae en la amargura de este mundo. Bueno será que se dé la vuelta, como quien regresa, dejando de dar la espalda a Dios y dejando atrás el mar de este mundo (In ps. 113,7). 561. Si tus obras no alaban a Dios, comienzas a amarte a ti mismo... Desagrádate, pues, a ti mismo por lo que tú mismo hiciste, y comienza a agradar a Dios por lo que él hizo en ti (In ps. 44,9).

554. La verdadera religión es aquella que religa al hombre con Dios por medio de la reconciliación (De quant. an. 36).

562. Sé humilde. Lleva a tu Señor. Sé como jumento que se deja conducir por su jinete. Conviene que él te rija, que él te guíe. Si él no toma las riendas, puedes levantar la cerviz y hasta dar coces. ¡Ay de ti sin un rector! La libertad sin control te llevará a ser pasto de las fieras (In epist. Joan. 7,2).

555. Dios, contigo, no es más. Tú, sin él, eres menos. Súmate, pues, a él, no te restes. Si te acercas a él, te rehaces. Si te apartas de él, te deshaces (In Joan. 11,5).

563. Quienes, invitados a "recordarse", se convierten al Señor son reformados por él de aquella deformidad por la que se conformaron a este mundo, hasta que la

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imagen de Dios que llevan dentro empiece a ser reformada por el que la formó (De Trin. 14,16,22). 564. El alma humana ve ciertas cosas intrínsecamente bellas en una esencia más noble que la suya: en Dios. Y cuando debiera mantenerse en pie para gozar de ellas, se las toma como propias y, no queriendo ser semejante a Dios por Dios, trata de ser semejante a Dios por sí misma. De esta forma se aleja, se desliza y cae de menos en menos al pretender ir de más a más... Su indigencia y su penuria le hacen estar atenta en exceso a sus manejos y a los placeres turbulentos que recoge. Y espoleada por lograr nuevos conocimientos de las cosas que ama y que sólo a fuerza de grandes cuidados es capaz de retener, pierde su propia seguridad, y tanto menos piensa en sí misma cuanto más segura está de no perderse (De Trin. 10,5,7). 565. Quien no se acuerda de Dios en el descanso y en el ocio, ¿cómo va a acordarse de él en las prisas y en los trabajos? En cambio, quien se acuerda de Dios en el reposo se capacita para no olvidarlo ni siquiera en el trabajo, a fin de que su mismo trabajo no desfallezca (In ps. 62,15). 566. La muerte del alma consiste en el olvido de Dios. Un alma sin Dios es "un alma sin alma" (In ps. 62,4). 567. Dios no te ama por lo que eres, sino por lo que él quiere que seas. En tanto tiene misericordia de ti en cuanto, odiándote como eres, quiere hacerte mejor (Serm. 9,9).

do huías de él, no te hubieras dado la vuelta hacia él (In ps. 84,8). 570.

Dios es "la vida de la vida" (Conf. 10,6,10).

571. Debemos ser "hambreadores de Dios" (In ps 145,17). 572. No estarás firme (firmus) en el Señor si no te reconoces enfermo (infirmus) en ti mismo (Serm. 76,6). 573. Sólo "llama a Dios" (inuocat) aquel a quien "Dios llama" (uocat) (Inps. 114,5). 574. Serás del agrado de Dios cuando Dios sea de tu agrado (In ps. 32,1,1). 575. Como la piedra no se calienta por su propia virtud, sino por el sol o por el fuego, y si se aparta del calor se enfría, así tú si te apartas de Dios te enfrías y si te le acercas te calientas, según dice el apóstol: Fervientes en el espíritu (Rom 12,11) (In ps. 91,6). 576. Poseyendo a Dios seremos felices. Le poseeremos y nos poseerá (In ps. 32,2,18). 577. El buen siervo de Dios se preocupa menos de oír de él lo que quiere que de querer lo que de él oyere (Conf. 10,26,37). 578. Deja que Dios te agrade como es, no como tú quieres que sea (Serm. 9,8,9).

568. Nuestro deseo será completo cuando Dios sea "todo en todo". Tal fin no tiene fin (In Joan. 65,1).

579. Si quieres seguir a Dios, deja que él tome la iniciativa. No trates de que él se haga tu seguidor (In ps. 124,9).

569. ¿Cómo te hubieras convertido si no hubieras sido convocado? De no haber oído la llamada de Dios cuan-

580. ¿Quieres tener a Dios de tu parte? Es muy sencillo: ponte tú de parte de Dios (In ps. 39,72).

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581. Si quieres que Dios te escuche, escúchale tú primero (Serm. 17,4,4).

A mayor amor de tu parte, mayor será tu liberación (In ps. 99,7).

582. Dios se nos hace nuevo cuando regresamos a él. Por separarnos de él nosotros nos hicimos viejos (In ps. 39,4).

591. El que se abstiene de pecar por miedo al castigo, en el fondo es un enemigo de la justicia. El amigo de la justicia no peca por temor, sino por amor. El que odia sólo el fuego del infierno, más que miedo a pecar lo que tiene es miedo a quemarse (In ps. 145,3,4).

583. ¿Qué buscas en tu ambición? Si Dios no te basta, ¿con qué podrás contentarte? (Serm. 105,3,4). 584. Puedes mentir a Dios, pero no puedes engañarle. Por tanto, cuando tratas de mentirle te engañas a ti mismo (In Joan. 26,11). 585. Confiesa a Dios con tus palabras, diciendo la verdad y con tus obras, viviendo en rectitud (Serm. 143,13). 586. Si te sonríe la prosperidad, no abuses de Dios por su causa. Úsala por causa de Dios (In ps. 104). 587. Cuando te apartas del fuego, el fuego sigue dando calor, pero tú te enfrías. Cuando te separas de la luz, la luz sigue alumbrando, pero tú te cubres de sombras. Lo mismo te ocurre cuando te alejas de Dios (Serm. 170,11,11). 585. Si pretendes escapar de Dios, no te escondas de él, escóndete en él. Corre a él en sometimiento, no lejos de él en frustración. No huyendo, sino confesando (In epist. Joan. 6,3). 589. Vivir cerca o lejos de Dios no es cuestión de espacio, sino de afecto. ¿Amas a Dios? Estás cerca de él. ¿Le has olvidado? Le estás lejos. No hace falta, pues, que cambies de lugar. Cambia de corazón (In ps. 84,11). 590. Eres esclavo y libre a un tiempo. Esclavo, por ser criatura. Libre, por ser amado por el mismo que te crió. 94

592. Cuando el hombre se hace esclavo de su egoísmo se le asfixia el corazón. Cuando se somete a Dios en fe y humildad, el corazón se le expansiona (In ps. 139,18). 593. Al hombre perverso le agradaría que Dios fuese tan malo como él. Por eso trata de convencerse de que Dios es misericordioso y paciente y de olvidarse de que también es justo y equitativo (Serm. 22,5). 594. Nadie vive justamente si no ha sido justificado, es decir, hecho justo. Pero ¿quién puede hacer justo al hombre sino el que nunca es injusto? Como la lámpara no puede encenderse a sí misma, tampoco el alma puede darse la justicia. Por eso invoca a su Dios: "Tú, Señor, enciende mi lámpara" (In ps. 109,1). 595. Dios es el gran desconocido y no se le encuentra más que buscándole. El mismo satisface al que le busca saciando su capacidad y aumenta la capacidad del que le encuentra para que tenga que seguir buscándole (In Joan 63,1). 596. El hombre satisface sus deudas con Dios de una forma alternativa: o usando bien lo que ha recibido o perdiendo lo que ha usado mal. Si no paga haciendo justicia, paga sufriendo miseria. Si no paga con buenas obras, paga con ansiedades y dolores (De ¡ib. arb. 3,15,44). 95

597. Dios es más íntimo al hombre que el hombre lo es a sí mismo. No hay, pues, lugar a donde el hombre pueda huir de un Dios enfadado si no es a un Dios aplacado. ¿Quieres escapar de él? Escápate a él (In ps. 118,22,6). 598. Nos acercamos a Dios por movimientos del alma, no por pasos del cuerpo. ¿Quieres estarle cerca? Sé como él. Cuanto menos te le pareces más te alejas de él. Cuanto te parezcas a él, alégrate y goza. Cuanto te alejes de él, gime y suspira. Tus lágrimas excitarán tu deseo, y tu deseo reavivará tu esperanza. Y así, deseando y esperando, volverás a parecerte y a acercarte a él (In ps. 34,2,6). 599. Ningún hombre es veraz si Dios no habla en él. Pero ¿cuándo habla Dios en el hombre? Cuando el hombre está lleno de Dios (In ps. 108,2).

les temidos con desesperanza, al resultar evidente que también los malos gozan de tales bienes y que incluso los buenos sufren tales males (De ciu. Dei 1,8,1). 603. Aunque buenos y malos sufren unas mismas penas, no las sufren del mismo modo. Las penas son las mismas, pero los pacientes son distintos. No es igual la virtud que el vicio, aunque ambos se encuentren en una misma encrucijada (De c¡v. Dei 1,8,2). 604. Dios es un gran artífice en las cosas grandes, pero no lo es menor en las pequeñas. Las cosas pequeñas, en efecto, no deben valorarse por su tamaño, sino por su finura. Sirva de ejemplo la figura del hombre. Una ceja es prácticamente nada en comparación con todo el cuerpo. Afeítala, sin embargo, y te darás cuenta de la gran pérdida que supone para la belleza del cuerpo... La belleza, en efecto, no depende del tamaño, sino de la simetría y proporción de las partes (De ciu. Dei 11,22).

600. ¿Cuándo podemos decir que estamos progresando en perfección? Cuando al hacer algo bueno alabamos a Dios. Y al hacer algo malo confesamos nuestras culpas (In ps. 73,24).

605. No lo olvides jamás: Dios llena los corazones, no los bolsillos (In ps. 52,8).

601. Comienzas a amar a Dios como él te ama a ti cuando empiezas a odiarte por el pecado que Dios odia en ti (Serm. 9,8,9).

606. Dios es el bien perfecto, la suma de todos los bienes. No debemos, pues, quedarnos cortos en conseguir ese bien ni empeñarnos en buscar otro mayor. Lo primero es peligroso; lo segundo, inútil (De mor. Eccl. cath. 11,18).

602. La misericordia de Dios favorece a los buenos para su consolación y es justa con los malos para su castigo. Dios, en su providencia, ha reservado bendiciones futuras para los buenos que los malos no podrán disfrutar, y penas para los malos de las que los buenos se verán libres. Ha querido, sin embargo, que los bienes y males temporales se repartan igualmente sobre los unos y los otros. De esta forma los bienes de este mun do no serán buscados con excesiva ansiedad ni los ma 96

607. La búsqueda de Dios es la búsqueda de la felicidad. Y el encuentro con Dios es la felicidad misma (De mor. Eccl. cath. 11,18). 608. Dios enseña la suavidad excitando el deleite, la disciplina disponiendo la tribulación y el conocimiento iluminando el camino. Como hay cosas que debemos aprender para saber97

las y otras que debemos saber para practicarlas, cuando Dios nos enseña lo hace en forma tal que, al revelarnos la verdad, nos da el conocimiento de lo que debemos saber, y, al inspirarnos el deleite, nos capacita para hacer lo que debemos (In ps. 118,17,3). 609. Guarda el orden establecido: sirve al Señor, que te hizo para sí, para que puedas ser servido por las cosas que él hizo para ti (Serm. 65,4,5). 610. Haz una casa en tu corazón para el Señor. Déjale morar en ti para que tú mores en él (In ps. 30,3,8). 611. ¿No te da vergüenza ser tan malo teniendo un Padre que es tan bueno? Pídele, pues, que él te ayude a ser bueno a fin de que, como buen Padre, no tenga hijos malos (Serm. Wilm. 12,7). 612. Está oculto el corazón bueno; también lo está el malo. En ambos casos hay un abismo sin fondo. Ambos, sin embargo, están patentes para quien nada hay oculto. (In. ps. 134,16). 613. Si te agradan los cuerpos, alaba a Dios en ellos. No sea que, en las mismas cosas que te placen a ti, tú le causes desplacer a él (Conf. 4,12,18). 614. Tú habitas en Dios para ser contenido por él. Dios habita en ti para que, conteniéndote, no caigas. No creas que has sido hecho casa de Dios al modo que tu casa te contiene a ti. La casa en que vives, si se destruye, caes tú. La casa de Dios, aunque tú te retires, permanece. Cuando tú te apartas, él queda intacto, e intacto sigue cuando te vuelves a él (In epist. Joan. 8,14). 615. Todo amor o sube o baja. Por el buen amor nos elevamos a Dios. Por el mal amor nos precipitamos en el abismo (In ps. 122,2). 98

616. Alaba a Dios, no le vituperes. Cuando le invocas para que castigue a tu enemigo, le haces partícipe de tu malicia. Y al juzgarle tan miserable como tú no le alabas, sino que le vituperas (In ps. 39,4). 617. Cuando nosotros hacemos la voluntad de Dios, entonces se hace la voluntad de Dios en nosotros (Serm. 58,4). 618. ¡Qué fácil es alabar a Dios cuando todo va sobre ruedas! ¡Y qué sinrazón blasfemarle cuando hay problemas! (Serm. Dennis 21,1). 619. "Dios hará la voluntad de los que le temen" (Sal 144,17). La hará, sí, la hará. No al instante, quizá, pero la hará... Con ello, queriendo el hombre lo que quiere Dios, Dios acaba queriendo lo que quiere el hombre (In ps. 144,23). 620. Odiaste la disciplina, dice el Señor. Cuando te perdono, cantas y alabas. Cuando te castigo, protestas y murmuras. ¡Como si yo fuese sólo tu Dios al perdonarte! No. Yo corrijo y castigo precisamente a los que amo (Inps. 49,24). 621. ¿Temes la muerte? Puedes evitarla: ama la vida. Ama a Dios, que es la vida. No amas la vida cuando haces el mal, puesto que él —que es la Vida— no habita en templos ruinosos o sucios. Ruégale, pues, con gemidos sinceros que limpie tu casa y que edifique tu templo. Que reedifique lo que tú derribaste. Que rehaga lo que tú deshiciste. Que ponga en pie lo que tú convertiste en ruinas. Clama a Dios desde lo hondo de tu corazón. Allí es donde te oye (Serm. 161,7). 622. ¿Has declarado la guerra a Dios? Ten cuidado. Cuantas más y mayores sean las piedras que lances al 99

cielo, más y mayores serán las heridas que, a la caída, te van a causar a ti (In ps. 70,1,14). 623. Si piensas en Dios con categorías carnales, tu mente se convertirá en una fábrica de ídolos (In epist. Joan. 40,4). 624. Donde están la fe, la esperanza y la caridad, allí tiene Dios su retrato fin ps. 48,2,11). 625. El hombre no es la luz, sino una humilde antorcha partícipe de la luz inmutable (In ps. 118,23,1). 626. Amando a Dios nos hacemos divinos. Amando al mundo nos hacemos mundanos (Serm. 121,1). 627. ¿Quieres saber qué clase de persona eres? Pon a prueba tu amor. ¿Amas las cosas terrenas? Eres tierra. ¿Amas a Dios? No tengas miedo en decirlo: eres Dios (In epist. Joan. 2,2,14). 628. ¿Hay algo más vil que un hombre sin Dios? (Serm. 348,2).

3.

El Dios con nosotros

629. Mira al Niño en el pesebre. Mira al Creador convertido en criatura. Mira a Dios hecho hombre. En virtud de este maravilloso intercambio, el Pan está ahora hambriento. La Fuente tiene sed. La Luz está en tinieblas. El Camino está cansado. La Verdad es puesta en vergüenza por testigos falsos. El Juez de vivos y muertos, sentenciado por muertos vivientes. La Justicia, condenada por injustos. La Disciplina, castigada con la 100

fusta. La Piedra-angular, colgada de un madero. La Virtud, escarnecida. La Salud, enferma. La Vida se está muriendo (Serm. 191,1,1). 630. De tal manera nos amó que por nuestra causa se hizo hombre en el tiempo el que es hacedor de los tiempos. Vino al mundo con menos años que sus siervos el que es mayor que el mundo en su eternidad. Se hizo hombre el que hizo al hombre. Fue creado de una madre a la que él creó. Fue llevado por unas manos que él mismo formó. Se nutrió de unos pechos que él había llenado. Lloró en un pesebre, en mudez infantil, el que es la Palabra sin la cual toda elocuencia es muda (Serm. 188,2,2). 631. Reposa en un pesebre, pero contiene el mundo. Se nutre de pechos humanos, pero es el alimento de los ángeles. Está envuelto en pañales, pero viste a los hombres de inmortalidad. No encuentra posada en el mesón, pero hace su morada en el corazón de los creyentes. Para que la debilidad se hiciera fuerte, la misma fuerza se hizo debilidad (Serm. 190,3,4). 632. El que hizo todas las cosas se hizo una de tantas cosas. Hijo de Dios por Padre, pero sin madre, se hizo Hijo del hombre por Madre, pero sin padre. La Palabra, que era Dios antes del tiempo, se hizo carne al llegar el tiempo. El Hacedor del sol se hizo bajo el sol. El que llena el mundo cabe en un pesebre. Grande en la forma de Dios, pequeño en \a forma de hombre. Pero en modo tal que ni su grandeza se vio disminuida por su pequenez ni su pequenez absorbida por su grandeza (Serm. 187,1,1). 633. Se dignó compartir nuestra mortalidad para que nosotros pudiésemos compartir su divinidad. Haciéndose partícipe con muchos de la muerte, nos hizo a todos partícipe en Uno de la vida (In ps. 118,19,6). 101

634. Alégrense los varones. Y también las mujeres. Cristo ha nacido varón, pero ha nacido de mujer. Pase al hombre segundo el que había sido condenado en el primero. Una mujer nos había llevado a la muerte. Una mujer nos ha traído a la vida. Alegraos vosotros, los continentes, que por seguir a Cristo más de cerca renunciasteis a la unión carnal. No buscasteis aquello de donde nacisteis por amor de quien así no nació. Alegraos vosotras, las vírgenes. La Virgen os ha parido un esposo a quien podéis uniros sin mengua de vuestra virginidad. Alegraos los justos. Es el nacimiento del Justificador. Alegraos los débiles y enfermos. Es el nacimiento del Salvador. Alegraos los cautivos. Es el nacimiento del Redentor. Alegraos los siervos. Es el nacimiento del Señor. Alegraos los libres. Es el nacimiento del Libertador. Alegraos los cristianos todos. Es el nacimiento del Cristo (Serm. 184,2). 635. Cristo se ha hecho temporal para que tú seas eterno. Tú te hiciste temporal por el pecado. El se hizo temporal .para perdonarte el pecado (In epist. Joan. 2,10). 631. Nació de una Madre que, aunque concibió sin concurso de varón y fue virgen al concebir, al dar a luz y hasta la muerte, estaba casada con un obrero. De este modo echó por tierra la nobleza de la carne y de la sangre. Nació en el pueblo de Belén, tan pequeño y desconocido entre los de Judea, que aún hoy es apenas una villa. Dejó así sin razones a los que alardean de ? alcurnia y nobleza. Se hizo pobre el que es dueño de | todo y por quien todo fue hecho, a fin de que nadie que I crea en él ponga su gloria en las riquezas. No quiso ser proclamado rey por los hombres para enseñar el camino de la humildad a los que se habían apartado de él por la 102

soberbia, y eso que toda la creación da fe de su reinado. Sufrió hambre el que a todos alimenta, y tuvo sed el que creó toda bebida. Se fatigó por los caminos de la tierra el que se hizo a sí mismo camino del cielo. Se hizo sordo y mudo ante los que le blasfemaban el que hizo hablar a los mudos y oír a los sordos. Fue encadenado el que rompió las cadenas de las enfermedades y sufrimientos. Fue flagelado el que acabó con el flagelo de todos los dolores. Fue crucificado el que puso fin a nuestras cruces. Murió el que resucita a los muertos. Y resucitó para no volver a morir, para que en él aprendamos a no temer a esa muerte que él mismo convirtió en victoria (De cat. rud. 22,40). 637. Si no hubiera perecido el hombre, no hubiera venido el Hijo del hombre. Se perdió el hombre, vino Dios al hombre y fue hallado el hombre. Se perdió el hombre por su libre voluntad. Vino Dios al hombre por su gracia liberadora (Serm. 194,2). 638. Necio filósofo de este mundo, ¿de qué te sirve tener sed si estás pisando la fuente? Desprecias la humanidad porque desconoces la majestad (Serm. 190,3). 639. Ha venido Cristo, la Sabiduría del Padre. El cielo truena, ¡callen las ranas! (Serm. 240,5). 640. Mira a las ranas conjuradas contra la Palabra, el ruido contra la razón, la verborrea contra la verdad (Serm. Frang. 1,18). 641. Vino a pasar hambre y a dar hartura. A tener sed y a dar de beber. A vestirse de muerte y a revestir de inmortalidad. Vino pobre para hacernos ricos (In ps. 49,19). 642. El que era Dios se hizo hombre. Tomando lo que no era, pero sin perder lo que era... Deja, pues, que él 103

te ayude a levantarte por lo que tiene de hombre. Que él te guíe por lo que tiene de Dios-hombre. Y que él te lleve por lo que tiene de Dios (In Joan. 23,6). 643. El Hijo de Dios ora por nosotros, ora en nosotros y es orado por nosotros. Ora por nosotros como nuestro Sacerdote. Ora en nosotros como nuestra Cabeza. Y es orado por nosotros como nuestro Dios (In ps. 85,1). 644. Se llama Navidad del Señor a la manifestación de la sabiduría de Dios en forma de niño, cuando la palabra de Dios emitió la voz de la carne... La Verdad, que está en el seno del Padre, ha brotado de la tierra para estar también en el seno de una Madre. La Verdad, que contiene el mundo, ha brotado de la tierra para ser contenida por manos de mujer. La Verdad, que alimenta de forma incorruptible la felicidad de los ángeles, ha brotado de la tierra para ser alimentada por pechos femeninos. La Verdad, a la que no basta el cielo, ha brotado de la tierra para que le baste un pesebre... ¡Despierta, hombre! ¡Por ti Dios se hace hombre! (Serm. 185,1). 645. Ha nacido Cristo. Dios de Padre. Hombre de Madre. Ha nacido de la inmortalidad del Padre, de la virginidad de la Madre. Del Padre, sin madre. De la Madre, sin padre. Del Padre, sin tiempo. De la Madre, sin semen. Del Padre, principio de vida. De la Madre, fin de la muerte. Del Padre, ordenador de los días. De la Madre, consagrador de este día (Serm. 194,2). 646. Este es el día en que fue creado en el mundo el creador del mundo. En que por la carne se hizo presente quien por el poder nunca estuvo ausente. Estaba, en efecto, en el mundo y vino a su casa. Estaba en el mundo, pero oculto al mundo. La Luz brillaba en las tinieblas, pero las tinieblas no la conocían. Vino, pues, en la carne para limpiar los vicios de la carne. Vino en 104

tierra medicinal para curar nuestro ojo interior, cegado por la tierra. A fin de que, una vez sanos, los que antes éramos tinieblas seamos luz en el Señor y no luzca ya la luz en las tinieblas —presente a los ausentes—, sino que se manifieste como cierta a quienes la miran (Serm. 195,3). 647. Es el día de Navidad porque ha nacido El Día (Serm. 196,1). 648. Por vosotros se hizo temporal el hacedor del tiempo. Por vosotros se fundió con el mundo el fundador del mundo. Por vosotros se hizo criatura el Creador... Para hacer dioses a los que eran hombres, se hizo hombre el que era Dios. Y sin dejar de ser lo que era, se hizo su propia hechura (Serm. 192). 649. Eramos pura nada, pero en Cristo lo somos todo. El que hizo el cielo y la tierra hizo suya la tierra, y al hacerla suya la hizo cielo (Serm. 130,4). 650. ¿Qué es más increíble: que el hombre viva para siempre o que Dios muera alguna vez? Más increíble parece que Dios reciba la muerte de los hombres que los hombres reciban la vida de Dios. Pues bien, ya se hizo lo primero, ¿y no ha de hacerse lo segundo? Si él hizo lo más, ¿no ha de hacernos lo menos? (Serm. 130,4). 651. De sí, es Hijo de Dios. De nosotros, hijo del hombre. Lo que es menos lo recibió de nosotros. Lo que es más, nos lo ha dado a nosotros... Murió el Hijo de Dios, pero sólo según la carne, no según el Verbo que se hizo carne. Murió de nosotros; vivimos de él. Ni él pudo morir de sí ni nosotros vivir de nosotros (Serm. 127). 652. Solo vino, y sin pecado, el que a todos vino y encontró pecadores (In ps. 30,6). 105

653. Se hace en ti, oh María, el que te hizo a ti. Se hace en ti no sólo el que te hizo a ti, sino el que hizo el cielo y la tierra, el que hizo todas las cosas. Se hace carne en ti el verbo de Dios. Se hace carne sin dejar de ser Dios (Serm. 191,6). 654. El hacedor de María se hace hechura de María. El señor de David, hijo de David. El anterior a Abrahán, descendiente de Abrahán. El hacedor de la tierra se hace tierra. El creador del cielo es creado bajo el cielo. El señor de los días se hace "el día que hizo el Señor", el día de nuestro corazón (Serm. 187,4,4). 655. En Cristo lo tienes todo. ¿Quieres amar a Dios? Lo tienes en Cristo: en el principio existía ¡a Palabra, y la Palabra era en Dios, y la Palabra era Dios. ¿Quieres amar al prójimo? Lo tienes en Cristo: y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros (Serm. 261,8). 656. En la cruz está el dolor de los confesos. En el sepulcro, el descanso de los absueltos. Y en la resurrección, la vida de los justos (Serm. 228).

4.

Cristo: ejemplo y mediador

657. La Virgen le formó en su seno: formémosle nosotros en nuestro corazón. La Virgen estuvo grávida por la encarnación de Cristo; que nuestras almas estén grávidas por la fe en Cristo. La Virgen dio a luz al Salvador; demos nosotros a luz la salvación y la alabanza. No seamos estériles; seamos fértiles para el Señor (Serm. 189,3,3). 658. El está arriba y abajo. Arriba, en sí mismo; abajo, en su pueblo. Témele arriba; reconócele abajo. 106

El es rico arriba, en Dios y con Dios. El es pobre abajo, en y con los pobres. Únete a él arriba, en su bondad; acéptale abajo, en su necesidad (Serm. 123,4,4). 659. Dado que aún no podemos comprender el hecho de su generación por el Padre antes de la creación de la estrella de la mañana, celebremos, al menos, el hecho de su nacimiento de la Madre en las horas de la noche. Dado que aún no estamos preparados para asistir como invitados al banquete del Padre, acudamos, al menos, como visitantes al pesebre del Hijo (Serm. 194,4,4). 660. ¡Qué intercambio tan admirable! Nosotros tenemos la vida por él. El tuvo la muerte por nosotros (Serm. 130,5). 661. Se hizo "Dios con nosotros" para que nosotros fuésemos "dioses con él". El que para estar con nosotros se hizo uno de nosotros, ha hecho que nosotros estemos con él, haciéndonos uno con él (In ps. 145,1). 662. En virtud de la caridad, él está con nosotros en la tierra y nosotros con él en el cielo. El está con nosotros en la tierra por la compasión de su amor. Nosotros estamos con él en el cielo por la esperanza del mismo amor (In ps. 122,1). 663. En María la virginidad dio a luz a Cristo. En Ana la viudez reconoció a Cristo en el niño. En Isabel la castidad conyugal se sirvió como amor. Todos los miembros del cuerpo colaboran con la Cabeza según sus propias habilidades (Serm. 192,2,2). 664. Concibe a Cristo por la fe. Da a luz a Cristo por las obras. Haz, por y en el amor de Cristo, lo que María hizo por y en la carne de Cristo (Serm. 192,2,2). 107

665. El que vino al mundo en humildad volverá a venir en gloria. El que vino a ser juzgado volverá como juez. Reconócele en su humildad para no temerle en su gloria. Búscale en su humildad para que puedas desearle en su gloria. Vendrá propicio a los que le desean (In ps. 66,10). 666. Con razón fluctúas: Cristo se ha dormido en tu alma. Cristo se durmió, y la barca fue zarandeada por las olas y los vientos. De la misma forma tu corazón vacila cuando Cristo duerme. ¿Qué significa "Cristo duerme"? Que duerme tu fe en Cristo. ¿Quieres dejar de agitarte en medio de las tempestades de tus dudas? Despierta a Cristo. Despierta tu fe (In ps. 147,3). 667. Cristo es nuestro guía e inspirador. Nos conduce como líder. Nos lleva en sí como camino. Nos atrae a sí como patria (In ps. 60,4). 668. Dios necesitó sólo de una palabra para crearnos, pero hubo de derramar su sangre para redimirnos. Así pues, cuanto te sientas frustrado por tus miserias, recuerda lo que has costado (Serm. 36,8). 669. La muerte de Cristo es generadora de vida. En la muerte de Cristo la propia muerte halló su muerte (In Joan. 12,11). 670. Camina por el Hombre-Dios y llegarás al DiosHombre. Vas a él, pero vas por él. Si él no hubiese accedido graciosamente a ser el Camino, todos nos hubiésemos extraviado. No pierdas, pues, el tiempo buscando el camino. El Camino mismo ha venido hasta ti. ¡Levántate y anda! (Serm. 141,4,4). 671. No es lo mismo "creer en Cristo" que "creer a Cristo". Sólo cree en Cristo el que pone su esperanza y su amor en él. El que tiene fe, pero carece de esperanza 108

y amor, cree que él es el Cristo, pero no cree de verdad en él (Serm. 144,2,2). 672. La patria es maravillosa. El camino que conduce a ella es duro. Nuestra patria es la vida con Cristo. El camino es la muerte de Cristo. Nuestra morada es la casa de Cristo. El camino, los sufrimientos de Cristo. Si no te pones en camino, ¿cómo vas a llegar a la patria? (In Joan. 28,7). 673. De la misma manera que un emperador usa de sus ministros y soldados para hacer lo que desea, así Cristo, una vez entronizado en nuestro corazón, usa de nuestras virtudes como ministros suyos y de nuestros miembros como sus soldados. En consecuencia, nuestros pies caminan hacia la meta que nuestra voluntad, obediente a su emperador, les propone. Y nuestras manos hacen lo que nuestro amor, inspirado por el Espíritu, les ordena (In Joan. 8,1). 674. Dentro de cada hombre hay un emperador. Reside en el corazón. Si es bueno, manda cosas buenas y se hacen cosas buenas. Si es malo, tanto los mandatos como las obras son malos. Cuando es Cristo el que se asienta en el corazón, ¿qué puede mandar? Sólo cosas buenas. Cuando el diablo es el dueño, ¿qué puede mandar? Sólo cosas malas. Dios ha dejado a tu arbitrio reservar el trono del corazón a Cristo o al diablo. De ti depende quién vaya a ocuparlo. Ándate, pues, con ojo porque el que lo ocupe mandará (In ps. 148,2). 675. Recibiste la ley de Dios y hasta te dispusiste a guardarla, pero has fracasado en el intento. Tu soberbia echó a perder tus buenos deseos y has caído en la cuenta de tu debilidad. Corre en busca del médico. Suspira por Cristo. Profesa a Cristo. Cree en Cristo. El Espíritu dará vida a la letra y vivirás (Serm. 136,5). 109

676. Cuando te decides a vivir en Cristo entras en el lagar. Prepárate para el apisonamiento, pero no estés seco. De lo contrario, la prensa no sacará nada de ti (In ps. 55,4). 677. El hombre (Cristo) son los hombres, y los hombres son el Hombre. Muchos son uno cuando el Uno lo es en muchos (In ps. 137,14). 678. El que lleva a hombros un gran peso camina con mucha dificultad. El que lleva un peso más ligero camina más fácilmente. Ambos, empero, andan derrengados. En cambio, el que no lleva ningún peso camina airoso y con libertad. No sucede lo mismo en el mundo del espíritu. No sucede lo mismo con el peso de Cristo. Cuanto más lo llevas, tanto más ágil te vuelves. Cuanto más tratas de liberarte de él, tanto más pesados se vuelven tus pies. Para ilustrar esta realidad, piensa en el ejemplo de las aves. Cada una de ellas lleva sus alas y es llevada por ellas. Observa cómo las recoge al posarse en el suelo, cómo las pone a descansar a ambos lados de su cuerpo después de cada vuelo. ¿Piensas que el ave se siente molesta con el peso de sus alas? Evidentemente, no. Si depone su carga no puede despegar el vuelo. Cuanto menos soporta su peso tanto menos capaz es de volar (Serm. Caillou 2,11,6). 679. Hagamos de nuestro corazón un altar. Negociemos allí nuestra reconciliación con el Señor por medio de su Hijo, nuestro sacerdote. Ofrezcámosle el sacrificio de nuestra sangre, luchando hasta la última gota por la verdad. Dediquémosle el incienso, suave y oloroso, de nuestro amor quemándonos lentamente en su presencia. Devolvámosle sus propios dones, haciéndonos nosotros un don aceptable. Brindémosle el recuerdo de las bondades que ha tenido con nosotros. Presentémosle la 110

hostia de nuestra humildad y la oblación de nuestro corazón (De ciu. Dei 10,3). 680. Mientras caminamos por el mundo andamos "como en la noche". Cristo, sin embargo, ha iluminado nuestras sombras con su luz, dándonos la oportunidad de encontrar la dracma perdida de su imagen en nosotros. Por creación fuimos hechos "monedas de Dios", acuñadas con la impresión de su imagen. Por el pecado esta imagen se ha debilitado y se ha cubierto con el polvo de nuestro egoísmo. Hagamos, pues, como la mujer sabia del evangelio. Salgamos de la noche encendiendo la antorcha de la sabiduría. Dejemos que Cristo sea nuestra luz. Es de carne, como nosotros, pero es Camino para los extraviados y Luz que ilumina el Camino (In ps. 138,14). 681. Y descendió a este bajo mundo la misma Vida y tomó nuestra muerte, y la mató con su abundancia. Y con voz de trueno nos increpó que volviéramos a él en el secreto de aquel santuario del cual salió para venir hasta nosotros. Y entrando primero en el seno virginal de María, allí contrajo bodas con la criatura humana, carne mortal, para que no fuese siempre mortal. Y desde allí, como esposo que sale de su tálamo, saltó de gozo y se puso a caminar hacia su meta. Y corrió gritando con sus palabras, con sus obras, con su muerte, con su vida, con su descenso, con su ascenso..., gritando que volvamos a él. No quiso estar mucho tiempo con nosotros, pero tampoco nos abandonó, retirándose allí de donde nunca se había apartado: el mundo fue hecho por él y vino a este mundo para salvar a los pecadores. Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo vais a ser pesados de corazón? ¿Es que después que descendió la vida no queréis ascender y vivir? Pero ¿adonde vais a subir estando ya en alto y habiendo puesto en el cielo vuestra boca? Bajad para que podáis subir hasta Dios, puesto que subiendo contra él caísteis (Conf. 4,12). 111

682.

El que nos hizo nos rehízo (Epist. ad Darium).

683. Oramos a él. Oramos por él. Y oramos con él. Oramos con él y él ora con nosotros (In ps. 85,1). 684. Cristo es nuestro maestro interior. Lo que no podáis escuchar con vuestro oído u oír de mi boca, tratad de oírlo y escucharlo en vuestro corazón, convirtiéndoos a él. Él es quien me enseña a mí lo que yo enseño, y él es, también, quien a vosotros os hace entender lo que escucháis (In Joan. 20,3). 685. El camino de Cristo es duro, pero seguro. El de los hombres es blando, pero está lleno de ladrones (In ps. 36,2,16). 686. Dices desear el reino de Dios y llegar hasta él, pero no quieres pasar por la puerta estrecha. ¿Por qué vacilas entrar por ella siendo hombre, cuando por ella vino él a ti siendo Dios? (In ps. 30,2,13). 687. Moneda de Cristo es el hombre, pero emborronada y marchita por el pecado... Cristo, con su venida, ha vuelto a esculpir su imagen..., y desde entonces el hombre es moneda de Cristo, imagen de Cristo, nombre de Cristo, gracia de Cristo (Serm. 90,10; In ps. 32,2,16). 688. Nosotros somos los vasos. Cristo es la fuente (Serm. 289,5). 689. Era menester que el mediador entre Dios y los hombres tuviese algo en común con Dios y algo en común con los hombres. De asemejarse totalmente a los hombres, quedaría muy lejos de Dios. De asemejarse únicamente a Dios, quedaría muy lejos de los hombres. En uno y otro caso no hubiera sido Mediador (Conf. 10,42,67). 112

690. Buscaba yo un camino para conseguir la fortaleza que me hiciese idóneo para gozar de ti, Señor. Y no lo encontré hasta abrazarme con el Mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo-Jesús... El nos llama y nos dice: Yo soy el Camino, ¡a Verdad y la Vida. El combina la comida con su carne... porque tu Palabra se hizo carne, para que tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas, se convierta en leche de nuestra infancia. Yo, en cambio, no me acercaba al Señor-Jesús como humilde al humilde ni comprendía que su debilidad fuese la causa de nuestra grandeza. Tu Palabra, verdad eterna, al estar muy por encima de lo más encimado de la creación, aupa hasta ella a los que están más abajo. Por otra parte, en este sector más bajo se ha construido una humilde casa con nuestro barro para obligar a descender de su orgullo a todos aquellos que se le van a rendir curando su hinchazón y tonificando su amor, no sea que, por exceso de confianza en sí mismos, se vayan más lejos. Que conozcan su debilidad viendo ante sus pies a una divinidad debilitada que participa de nuestra túnica de pieles. Así el hombre cansado descansa en ella, y ella, al levantarse, levanta al hombre (Conf. 7,18,24). 691. Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Todo hombre desea la verdad y la vida, pero no todos saben el camino hacia ellas... Por eso Cristo, que era la Verdad y la Vida, se hizo también el Camino. Camina, pues, por el hombre y llegarás a Dios. Yendo por él, llegas a él... Camina con las costumbres, no con los pies, que incluso con pies sanos puedes extraviarte... Es mejor ser un cojo en el camino que un buen corredor fuera de él (Serm. 141,4,4). 692. Si el Señor te hubiera dicho únicamente: Yo soy la Verdad y la Vida, podrías replicarle: "Grandes cosas ofreces, pero ¿por dónde se va?" ¿Preguntas por dónde 113

se va? También dijo: Yo soy el Camino. Permaneciendo en el Padre, él es la Verdad y la Vida. Encarnándose en la madre se hizo camino. El Camino vino a ti. ¿Quieres andar y te duelen los pies? El curó a los cojos. ¿Intentas caminar y no ves el camino? El dio vista a los ciegos (In Joan. 139,7). 693. Llamamos "humano" al que recibe a otro en su casa. ¿Quién, entonces, más humano que Cristo, que recibió al hombre en sí mismo? (Serm. 174,1). 694. Cristo es el formador y el reformador. El creador y el recreador. El hacedor y el rehacedor (In Joan. 38,8). 695. El maestro interior se hizo exterior para llamarnos del exterior al interior (Con. epist. fund. 36). 696. Lo que admiráis en la carne de María realizadlo en el interior de nuestra alma. Quien cree de corazón para la justicia, concibe a Cristo. Quien confiesa con la boca para la salvación, da a luz a Cristo. Sea, pues, y al mismo tiempo, exuberante la fecundidad y perseverante la virginidad en vuestras almas (Serm. 191,4). 697. Exultad de gozo, vírgenes de Cristo: la madre de Cristo es vuestra compañera. No pudisteis dar a luz a Cristo, pero por Cristo no quisisteis dar a luz. Quien no nació de vosotras os nació para vosotras. Si recordáis, pues, su Palabra como es vuestro deber, también vosotras sois madres suyas: el que hace la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi madre... (Serm. 192,2). 698. Para que los hombres nacieran de Dios, Dios nació primero de los hombres (In Joan. 2,15). 114

699. Vino a ti el que hizo el mundo y te liberó del mundo. Si aún te deleita, por tanto, el mundo, es que aún eres inmundo (In Joan. 38,8). 700. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciese Dios. El Señor tomó forma de siervo para que el siervo llegase a ser señor. El habitador del cielo habitó la tierra para que el habitador de la tierra habitase el cielo (Serm. 371). 701. Se nos dará a sí mismo el que se nos dio a sí mismo. Se nos dará a sí mismo, inmortal a inmortales, el que se nos dio a sí mismo, mortal a mortales (In ps. 42,2). 702. Haz un lugar a Cristo en tu casa. ¿Qué significa "hazle un lugar"? No te ames a ti, ámale a él. Si te amas a ti, le cierras la puerta a él. Si le amas a él, en cambio, se la abres. Y si le abres y entra, no perecerás amándote a ti mismo, sino que te encontrarás a ti mismo en aquel a quien amas (In ps. 131,6). 703. Si caminas en Cristo —que es el Camino—, no temas los lazos del diablo. El diablo coloca sus trampas a la vera del camino, no en el camino mismo. No te desvíes, pues, ni a la derecha ni a la izquierda. Sea tu camino el que, para llevarte a sí por sí, se hizo Camino por ti (In ps. 90,4). 704. El hombre estaba enfermo y sin esperanza de salud. Le fue enviado el médico, pero, sin reconocerlo, le dio muerte. Sin embargo, la propia muerte del médico sirvió de medicina al enfermo. El médico vino a visitarle, y se dejó matar para sanarle (In ps. 109,3). 705. Grande, para hacernos grandes se hizo pequeño entre los pequeños (De Trin. 4,19,25). 115

706. Sólo por Cristo se llega a Cristo. Por el Cristo hombre, al Cristo Dios. Por la Palabra hecha carne, a la Palabra que era el principio (In Joan. 13). 707. Fue tal el amor del heredero que a todos nos hizo coherederos (In ps. 49,2). 708. Los elementos que integran un sacrificio son cuatro: el que ofrece, a quien ofrece, lo que se ofrece y por quien se ofrece. Pues bien, el verdadero y único Mediador nos reconcilia con Dios ofreciendo su sacrificio pacífico, permanece en unidad con aquel a quien se ofrece, es una misma cosa con aquellos por los que se ofrece y el que ofrece es lo que ofrece (De Trin. 4,14,19). 709. Si no "te pasas" a Cristo vives con un fantasma. No adoras al Cristo que propone el Evangelio, sino al que tú te imaginas. Al velo de tu natural estulticia añades el velo de tu perversa opinión. Con ese doble velo, ya me dirás cómo va a desvelársete la Luz que brilla en el evangelio (Serm. 2,2). 710. Descendió él para que ascendiéramos nosotros. Permaneciendo en su naturaleza, se hizo partícipe de la nuestra para que nosotros, permaneciendo en la nuestra, nos hiciésemos partícipes de la suya (Epist. 140,4,10). 711. El más hermoso entre los hijos de los hombres, por ser el más justo de ellos, vino a acampar "entre los feos". Y para hermosearlos a ellos él mismo se hizo "feo" (In ps. 103,1,5). 712. La Vida asumió la muerte para dar muerte a la muerte misma (In Joan. 26,1). 713. Ésta es, hermanos, nuestra esperanza: ser liberados por "el Libre" para que, al liberarnos, nos haga 116

siervos suyos. De siervos de la concupiscencia nos hace siervos de la caridad (In Joan. 41,8). 714. Si a cada uno le atrae su propio deleite —no la obligación, sino la delectación—, ¿con cuánta mayor razón no ha de atraer Cristo al hombre siendo así que el hombre se deleita en la verdad, en la felicidad, en la justicia y en la eternidad, y Cristo es todas estas cosas? (In Joan. 26,4). 715. Si Cristo es el Camino, ya no podemos desesperar de la meta. Un Camino tal no puede acabarse, ni interrumpirse, ni borrarse por las lluvias o tormentas, ni ser asediado por los ladrones. Camina, pues, seguro en Cristo. Camina, no tropieces, no caigas, no mires hacia atrás, no te apartes de la ruta. Y cuando hayas llegado, gloríate en ello, pero no en ti mismo, pues quien se alaba a sí mismo no alaba a Dios, sino que se aparta de él. Le sucede como a quien se aparta de la hoguera: el fuego sigue calentando, pero él se enfría; o como a quien se aleja de la luz: la luz sigue brillando, pero él se entenebrece. No nos apartemos del calor del Espíritu ni de la luz de la Verdad. Ahora hemos escuchado su voz; entonces le veremos cara a cara. Que nadie se agrade a sí mismo ni insulte a los demás. Que nuestro deseo común de progresar no nos lleve a envidiar a los más avanzados o a despreciar a los más rezagados... Y se cumplirá en nosotros con gozo lo que promete el Evangelio: Y yo los resucitaré en el último día (Serm. 170,11). 716. Renovaos. Granad. Madurad. Quien os sembró no quiere espinas, sino espigas (Serm. 223,2). 717. Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida. Es decir, por mí se va, a mí se llega y en mí se permanece (De doc. christ. 1,34,38). 117

718. Si, haciéndose hombre, quien era más se vino a menos, ¿no podrá hacer que nosotros, que éramos menos, vayamos a más? (Serm. 119,5). 719. Dado que la vista enfermiza de los hombres no hubiera aguantado el esplendor del sol, el mismo sol se hizo humilde candela. Dios se hizo hombre (Serm. 128,1). 720. Dios Padre ha engendrado al Hijo desde la eternidad y lo ha formado de la Virgen en el tiempo. Aquel primer nacimiento sobrepasa los tiempos; este segundo los ilumina. Ambos nacimientos son admirables: el primero, sin madre; el segundo, sin padre. Del Padre nació sin comienzo; de la Madre, en fecha determinada. Nacido del Padre, nos hizo; nacido de la Madre, nos rehízo. Nació del Padre para que existiéramos; nació de la Madre para que no dejáramos de existir (Serm. 140,1). 721. Tomó de nosotros la debilidad, y nos dio la grandeza. Tomó nuestro mal, y nos dio su bien. Tomó nuestra muerte, y nos dio la vida. Tomó las afrentas, y nos dio los honores. Tomó la cruz y nos dio la pascua... Asumió lo humano no para hacerse él peor en el hombre, sino para hacer al hombre mejor en sí mismo (Serm. Mai, post. 174). 722. Salmead el nombre del Señor porque es suave. Mucho era para ti gustar la suavidad de Dios. Se hallaba distante y demasiado alta, mientras que tú estabas tan bajo que yacías en el abismo. A medio camino en esta inmensa distancia se puso el Mediador. Como hombre no podías medirte con Dios, pero Dios se hizo hombre para que, de hombre a hombre, tú —que no podías de hombre a Dios— llegases a Dios por medio del hombre. Se hizo Mediador de los hombres el Hombre CristoJesús. Si fuese únicamente hombre, yendo en pos de lo que eres, nunca llegarías a Dios. Si fuese únicamente 118

Dios, incapacitado para comprender lo que no eres, no lograrías alcanzarle. Dios, pues, se hizo hombre para que tú, yendo en pos del hombre —lo cual puedes—, llegues a Dios —lo cual no podías— (In ps. 134,5). 723. Nuestra única perfección es Cristo. No hay otra (In ps. 54,1). 724. ¿Dices amar a Cristo? Pues guarda su mandamiento y ama al hermano. ¿Cómo puedes decir que amas a Cristo si no haces lo que él te manda? (In epist. Joan. 9). 725. Mi origen es Cristo. Mi raíz es Cristo. Mi cabeza es Cristo (Con. lit. Pet. 1,7,8). 726. Hemos sido sacados de Egipto, donde, como a un faraón, servíamos al diablo, haciendo obras de la tierra, siguiendo los deseos de la carne y viviendo al límite de nuestras fuerzas. Cristo nos llamó como a los que hacen ladrillos: venid a mí los que trabajáis y estáis cansados. Y sacándonos de allí fuimos llevados a través del bautismo, a modo de un nuevo mar Rojo consagrado por la sangre de Cristo. En él murieron todos nuestros enemigos, es decir, nuestros pecados. Hemos pasado, sí, el mar Rojo. Pero estamos aún en camino hacia la tierra de promisión y seguimos, por tanto, cruzando el desierto y morando en tiendas de campaña (In Joan. 28,9). 727. Lo mismo que los buenos aman gratis a Cristo, los malos le odian sin causa (In ps. 108,3). 728. El Evangelio es la boca de Jesucristo (Serm. 85,1). 729. Como en el caso de Zaqueo, la turba es siempre un obstáculo para ver a Jesús (Serm. 174,3). 119

730. Se vistió con aquello por lo que murió por nosotros para vestirnos de aquello por lo que vivimos en él (In ps. 48,8). 731. Donde estábamos nosotros estuvo con nosotros, para que donde estaba él estuviésemos con él (In ps. 148,8). 732. Cristo tenía carne tuya para él y salud suya para ti. Muerte tuya para él y vida suya para ti. Afrentas tuyas para él y honores suyos para ti. Tentación tuya para él y victoria suya para ti. Si, pues, en él eres tentado, en él derrotas al diablo... Reconócete tentado en él para que en él resultes victorioso (In ps. 60,3). 733. Aprende de mí, te dice el Señor. Aprende de mí lo que yo hice por ti (Serm. Wilmart 11,11). 734. ¿Tienes grandes pecados? Mayor es el médico. Para un médico omnipotente no hay enfermedad incurable. Ponte, pues, en sus manos y déjate curar... No te empeñes en recetas fáciles; acepta las que él te dé. Aguántale también cuando amputa. Sufre el dolor medicinal pensando en la salud final (In ps. 102,5). 735. Pasa el trabajo y vendrá el descanso. Pero al descanso se va por el trabajo. Pasa la nave y llega al puerto. Pero al puerto no se llega sin la nave. Todos estamos rodeados por las olas y tempestades del siglo, pero gracias a la nave, al leño flotante de la cruz, no nos sumergimos en el mar (Serm. Gue¡f. 29,7). 736. El es pan del cielo. Un pan que rehace, pero que no se deshace. Un pan que se sume, pero que no se consume (Serm. 130,2; 131,1). 737. ¡Señor Jesús! Tú padeciste por nosotros, no por ti... Sin tener culpa te sometiste a la pena para liberarnos de la culpa y de la pena (Serm. 136,6). 120

738. Corred a Cristo. Corred a él y él os hará volver. El es, en efecto, quien regresa a los alejados, persigue a los fugitivos, encuentra a los perdidos, humilla a los soberbios, alimenta a los hambrientos, da suelta a los esclavos, ilumina a los ciegos, limpia a los inmundos, reconforta a los cansados, resucita a los muertos y libera a los poseídos y cautivos (Serm. 216,11,24).

5.

"El Cristo total"

739. El Cristo total es la cabeza y el cuerpo. La Cabeza, el unigénito Hijo de Dios. El Cuerpo, su Iglesia. El Esposo y \i> Esposa. Dos en una carne (Epist. con. don. 4,7). 740. El es la Cabeza. Nosotros, los miembros. Él y nosotros, el hombre total (In Joan. 21,8). 741. El Verbo se hizo carne, a la carne se le unió la Iglesia y se hizo el Cristo total (In epist. Joan. 1,2). 742. Congratulémonos mutuamente y demos gracias a Dios: no sólo hemos sido hechos cristianos, sino Cristo (In Joan. 21,8). 743. Somos muchos y, al mismo tiempo, uno solo. Muchos cristianos, pero un solo Cristo... No es que él sea uno y nosotros muchos, sino que nosotros, los muchos, somos uno en el Uno (In ps. 127,3). 744. El cuerpo humano está formado por muchos miembros, pero todos viven de un mismo espíritu. Los oficios de los miembros son diferentes, pero un solo espíritu los anima a todos. Son muchos los mandatos, 121

pero uno solo el que manda. Muchas las acciones, pero uno solo el que actúa. Lo que hace nuestro espíritu con nuestros miembros, eso hace el Espíritu Santo con los miembros de Cristo, con el Cuerpo de Cristo, con la Iglesia (Serm. 268,2). 745. Un solo hombre habla a todas las gentes en todas las lenguas. Un solo hombre, que es cabeza y cuerpo. Un solo hombre, varón perfecto, Cristo y su Iglesia. Él es el Esposo, ella la Esposa. Los dos, una sola carne (In ps. 18,2,10). 746. Muchos son uno, porque uno es Cristo. Y en Cristo, los miembros de Cristo se hacen uno con Cristo (In ps. 123,1). 747. Ya cante uno, ya canten muchos, muchos hombres son un solo hombre porque son unidad. Uno es el Cristo. Y todos los cristianos son sus miembros (In ps. 123,1). 748. Él es la vid, nosotros los sarmientos. Él es la Cabeza de la Iglesia, nosotros los miembros suyos. La vid y los sarmientos tienen una misma naturaleza. Por eso siendo él Dios, cuya naturaleza nosotros no podemos compartir, se hizo hombre para que su naturaleza humana fuese la vid en la cual y por la cual nosotros pudiéramos ser los sarmientos (In Joan. 80,1). 749. Todos, en Cristo, somos de Cristo. Y somos Cristo (In ps. 77,3). 750. Sed Cuerpo de Cristo, no opresión del Cuerpo de Cristo (Serm. 62,4,7). 751. Cristo ha formado con todos nosotros, como miembros suyos, un Cuerpo cuya Cabeza es él mismo. Así pues, quien se separa de él no ama la unidad. ¿No 122

te causaría espanto que un miembro de tu cuerpo se hubiese dislocado? ¿Ni irías rápidamente al médico para ponerlo en su sitio?... ¿Cómo es que tú, en cambio, no mantienes la unidad con los demás miembros de Cristo? ¿Para qué te sirven, entonces, tus observancias y ayunos? (De ut. jej. 6,8). 752. Permaneced en mí y yo en vosotros. No de la misma manera él en ellos que ellos en él, pues en ambos casos el provecho no es para él, sino para ellos. De tal modo están, en efecto, los sarmientos en la vid que, sin ellos darles nada, de ella reciben la savia que les da la vida. Y de tal modo está la vid en los sarmientos que, sin ella tomar nada, a ellos les proporciona el alimento de la vida. De la misma forma, tanto el tener a Cristo como el permanecer en él no aprovecha a Cristo, sino a sus discípulos. Cortado un sarmiento, puede brotar otro de la vid. Pero sin la vid, el sarmiento cortado se muere (In Joan. 81,1). 753. Si amas la parte, odias el todo. Si amas la división, odias la unidad. Si odias la unidad, estás separado. Si estás separado, no estás en el Cuerpo. Si no estás en el Cuerpo, no estás con la Cabeza. ¿De qué te sirve entonces creer si, al propio tiempo, blasfemas? Aunque te separes del Cuerpo, el Cuerpo sigue estando unido a la Cabeza. "Inútilmente me honras", te dirá la Cabeza desde arriba. Es como si alguien, queriendo besarte en la cara, pisase, al mismo tiempo, tus pies con sandalias de clavos (In epist. Joan. 10,8). 754. El mayor don que Dios ha hecho a los hombres es hacer que su Palabra, por la que creó todas las cosas, fuese la Cabeza de un Cuerpo del que ellos se hacen y son miembros, siendo a un tiempo Hijo de Dios e Hijo del hombre, un solo Dios con el Padre y un solo hombre con los hombres. Por eso cuando nos dirigimos a Dios en la oración no separamos al Hijo de nuestra plegaria, 123

ya que cuando ora el Cuerpo no lo hace sino unido a la Cabeza (In ps. 85,1). 755. A él se ora como a Dios. Pero él también ora como hombre. A él se ora como a Creador. Pero él también ora como criatura. En efecto, él asumió sin cambiarlo el hombre que debía ser cambiado y nos hizo un solo hombre consigo: Cabeza y Cuerpo (In ps. 85,1). 756. Nuestras almas, unidas en la misma fe, son una sola alma. Y todos nosotros, los que creemos en Cristo, unidos en un solo Cuerpo, somos un solo hombre (In ps. 103,1,2). 757. El Cuerpo de Cristo —que es la Iglesia— es templo y es casa y es ciudad. Y Cristo —que es su Cabeza— es morador de la casa, santificador del templo y rey de la ciudad (In ps. 131,3). 758. Cuando amas a los miembros de Cristo, amas a Cristo. Cuando amas a Cristo, amas al Hijo de Dios. Cuando amas al Hijo de Dios, amas también al Padre. El amor es indivisible. Elige, pues, uno de esos tres amores y, aunque no lo pretendas, le seguirán los otros dos. Dices: amo sólo a Dios, a Dios Padre. Mientes. Si realmente le amas, no le amas solo, sino que amas también al Hijo. Dices: amo al Padre y al Hijo, pero sólo a ellos. Vuelves a mentir. Si amas la Cabeza, amas también a los miembros. Y si no amas a los miembros, tampoco amas a la Cabeza (In epist. Joan. 10,3). 759. La llamada que Dios hace a todos los pueblos es una llamada a la unidad. Y la respuesta que todos los pueblos deben a Dios es una respuesta desde la unidad. Si la llamada es única y a la unidad, la respuesta ha de ser única y desde la unidad. Quien no está en la unidad no responde al Uno. Él es Uno, la Iglesia, unidad. Y sólo la unidad responde al Uno (In ps. 101,2,8). 124

760. Nuestro primer nacimiento fue de varón y de hembra. El segundo nacimiento, de Dios y de la Iglesia (Serm. 121,4). 761. María es santa. María es bienaventurada. Pero la Iglesia es mejor que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es parte de la Iglesia. Es un miembro excelente, fuera de serie, pero miembro, al fin, en el cuerpo total. ¿Y puede, acaso, ser mejor el miembro que el cuerpo al que pertenece? (Serm. Dennis 25,7). 762. La Iglesia, tu madre, es también la madre de tu propia madre. Tu madre te ha concebido a ti, pero la Iglesia os ha parido a los dos: a ti y a tu madre... Esta Madre, extendida por toda la tierra, se ve asaltada por las acometidas del error. Se ve afligida por la pereza e indiferencia de sus propios hijos, gestados en su vientre. Está acongojada viendo a tantos de sus miembros que hacen gala de frialdad y de desamor. Y cada vez se siente más incapacitada para cuidar a sus hijos más pequeños. Necesita, pues, que otros hijos suyos, a cuyo número tú perteneces, la reconozcan de verdad como Madre y le presten su ayuda (Epist. 243,8).

6.

El amor: "la gran diferencia"

763. El mejor elogio del amor es éste: Dios es amor (In ps. 146,11). 764. Amas la plata porque es "cara". Prefieres el oro porque es "más caro". ¿Y no has de amar a Dios, que es la misma caridad? (Serm. 21). 765. El precio del amor eres tú mismo. Búscate, pues, y encuéntrate. Y tras encontrarte, date a ti mismo (Serm. 34). 125

766. Lo que amas bien lo amas por caridad (Serm. 23,13).

ama, en cambio, está seguro de alcanzarlo (In Joan. 83,3).

767. Amando lo recto nos corregimos. Y así, rectificados, caminamos a la rectitud (Epist. 155,13).

776. Examine cada uno su propia vida y vea si brota del manantial del amor, si las ramas de sus buenas obras nacen de la raíz de la caridad (In epist. Joan. 6,2).

768. El que nos trajo la novedad de la vida contra la vejez de la muerte nos dio, como antídoto del viejo pecado, un nuevo mandamiento: el del amor (Serm. 350).

777. Habita en la caridad, y serás habitado por ella. Permanece en ella y ella permanecerá en ti (In epist. Joan. 7,10).

769. Si amas de verdad, no temas. Todo lo que hagas estará bien hecho (In epist. Joan. 10).

778. No hay mejor invitación al amor que prevenir el amor amando (De cat. rud. 4,7).

770. Si amas la caridad, disfrútala a tus anchas. No hace falta que la compres ni que la robes. Se te da gratis y sin medida (In epist. Joan. 7).

779. No hay nadie tan insensible y tan de hierro que no pueda ser ablandado y fundido por el fuego del amor (De mor. EccI. cath. 22,23).

771. El mayor enemigo del amor son los "amores". Por eso, para poder llenarse, hay que vaciarse (Serm. 368).

780. Vive en santidad y justicia el perfecto estimador de las cosas, el que las ama ordenadamente, evitando amar lo que no se debe y amar lo que se debe, amar por igual lo que se debe amar más o menos y amar más o menos lo que se debe amar por igual (De doc. christ. 1,27,28).

772. Los afectos son los peldaños; el amor es el camino. Amando, subes; desamando, bajas (In ps. 85,6). 773. Aprende a amar a tu enemigo si quieres precaverte de él (In ps. 99,5). 774. ¿Es el amor el que hace observar los preceptos, o es la observancia de los preceptos la que hace nacer el amor?... El amor no nace de los preceptos, pero se manifiesta en ellos. El que no ama carece de razones para obrar (In Joan. 82,3). 775. ¿Qué es lo que falta donde hay amor? Y donde no lo hay, ¿qué es lo que puede haber de provecho?... El demonio cree, pero no ama. Nadie ama, en cambio, sin creer. Quien no ama, desespera del perdón. Quien 126

781. No sé cómo, pero es bien cierto que quien se ama a sí mismo y no ama a Dios, ni siquiera se ama a sí mismo. En cambio, quien ama a Dios y no se ama a sí mismo, éste se ama de verdad a sí mismo. Quien no puede vivir de sí mismo muere amándose a sí mismo, pues no se ama quien se ama para no vivir. En cambio, quien ama a aquel que es la vida, no amándose a sí mismo, se ama más a sí mismo, pues no se ama a sí mismo por amar a aquel que es su vida (In Joan. 123,5). 782. Poco mérito tiene el no hacer el mal por miedo al castigo. No es, en verdad, meritorio "el no hacer el mal", sino "el amar el bien" (Serm. 178,9). 127

783. Anclad el corazón en el Señor, no os engañéis. Cuando os vaya bien en el mundo, preguntaos si amáis o no amáis el mundo. Aprended a "dimitir" antes de que seáis "dimitidos". ¿Qué significa "dimitir"? Abandonar, no amar de corazón (Serm. 125). 784. Arda nuestra caridad como una hoguera y que toda ella suba hasta el Señor. Emigremos de este mundo por el amor. Habitemos allá arriba con el corazón (In Joan. 32). 785. Lo único que manda la palabra de Dios es la caridad. Lo único que prohibe es la cupididad (De doc. christ. 3,10,15). 786. Habita en nosotros la presencia de la majestad cuando encuentra en nosotros la anchura de la caridad (Serm. 163,1). 787. Deseo ser amado por vosotros, pero no quiero que me améis en mí. Amadme en Cristo, como yo os amo a vosotros (In Joan. 6,1). 788. Llena al pobre con la plenitud de tu amor para que la plenitud del amor de Dios llene tu propia pobreza (Serm. 53,5). 789. Recibir a un huésped es recibir a un compañero de viaje. Hasta los que tienen casa propia en este mundo son peregrinos en camino hacia la patria (Serm. 111,2). 790. El interés del ebanista no se orienta al trozo de madera por lo que es, sino por lo que piensa hacer con él. Así nos amó Dios, a pesar de nuestro pecado. ¿Piensas, acaso, que nos amó como pecadores para dejarnos así? Imita esta forma de amar. Cuando veas a tu enemigo que, quizá, no te deja en paz por su odio, mira más 128

hondo e intuye en él al hombre. No ames en él lo que es, sino lo que tú quieres que sea. De esta forma, amando a tu enemigo, amas a tu hermano (In epist. Joan. 8,10). 791. Menos daño te hace el enemigo insidioso del que a ti mismo te haces no amándote a él (Serm. 56,14). 792. Te haces tu propio enemigo cuando odias a tu hermano (Serm. 82,3). 793. A mayor amor, mayor belleza. La belleza del alma es el amor (In epist. Joan. 9). 794. ¿Cuál es el colmo del amor? Amar a los enemigos como hermanos (In epist. Joan. 1). 795. Cuando ayudas a los demás te ayudas a ti mismo (Serm. 355,2). 796. El amor, y sólo él, canta un cántico nuevo. El temor servil, en cambio, ese temor servil que radica en el hombre viejo, aunque tenga un salterio de diez cuerdas, como lo tuvo Israel en los diez mandamientos, no sabe tocarlo con propiedad. Está sometido a la ley, pero no es capaz de cumplirla. Lleva en la mano el instrumento, pero no puede hacerlo sonar. El salterio para él es peso muerto, pero no es melodía (Serm. 33,1). 797. No hay escala más segura para subir al amor de Dios que el amor del hombre a sus semejantes (De mor. Eccl. cath. 1,16,48). 798. Por grande que sea la inquietud con que el miedo subyuga a los deudores ante sus acreedores, mayor aún y más vehemente es la urgencia del amor. Eliminado el peso del temor ante la exacción, se acrece el gravamen de la sensibilidad (Serm. 1,1). 129

799. La limosna tiene dos caras: dar y perdonar. Dar el bien que posees y perdonar el mal que sufres (Serm. 42,1). 800. Si no amas las cosas terrenas, no eres tierra. Y si no eres tierra, no eres alimento de esa serpiente a la que, por comida, se le dio la tierra (In ps. 103,4,11). 801. La caridad se debe a todos. A unos, en correspondencia. A otros, en condescendencia (Epist. 130,6,13). 802. Quien peca contra la caridad, peca contra todo. En efecto, quien hace daño a la raíz, ¿a qué parte del árbol no hace daño? (Serm. Wilmart 2,5). 803. Si no queréis morir de sed en el desierto de esta vida, vivid y bebed la caridad. Ella es la fuente de agua viva que Dios nos puso al paso para que no desfalleciéramos en el camino (In epist. Joan. 7,1). 804. Ama al que te ha hecho y a los que, contigo, fueron hechos (Serm. 16,6). 805. Todo hombre es deudor de Dios y acreedor de los hombres (Serm. 82,2). 806. Que nadie se atribuya a sí mismo el amar a Dios. Para que tú ames a Dios es necesario que Dios habite en ti y se ame a sí de ti. Es necesario que él te mueva, y te encienda, y te aliente, y te excite a su amor (Serm. 128,4). 807. Ama y di lo que quieras (In epist. ad Gal. 57,6,1). 808. Todo cuerpo, por su peso, tiende al lugar que le es propio. No necesariamente hacia abajo, sino hacia su lugar. 130

El fuego tiende hacia arriba; la piedra, hacia abajo. El aceite vertido sobre el agua se eleva sobre el agua. El agua vertida sobre el aceite se coloca debajo del aceite. Llevados por su propio peso, acuden a su lugar propio. Lo que no está en su sitio está inquieto. Se le pone en él, y descansa. Mi amor es mi peso. Por él soy llevado adondequiera que voy. El amor de Dios nos infla y nos eleva. Ascendemos ascensiones en nuestro corazón y cantamos el cántico de las gradas. Y con el fuego del amor de Dios nos enardecemos y subimos por el camino que nos conduce a la paz (Conf. 3,9,10). 809. El alma humana es como una paloma. Cuando está esclavizada por amores terrenos, su plumaje se vuelve pesado por causa del lodo y no puede volar. Pero cuando el lodo de los afectos terrenos es removido de sus plumas, el alma recobra la libertad y, ayudándose de las alas del amor de Dios y del amor al prójimo, comienza su ascensión a las alturas. Asciende porque ama (In ps. 21,1). 810. La caridad es como la andadura del espíritu. Ten, por tanto, dos pies; no cojees. Ama a Dios y ama a tu prójimo (lnps. 33,2,10). 811. Hay dos clases de personas, porque hay dos clases de amor. El uno es santo; el otro, egoísta. El uno se preocupa del bien común en aras del entendimiento mutuo y de la fraternidad, el otro trata de someter lo común a lo propio en aras de la arrogancia y del ansia de dominio. El uno está sometido a Dios, el otro se afana por igualarle. El uno trabaja por hacer la paz, el otro es sedicioso. El uno prefiere la verdad a los honores de los hombres, el otro ansia el honor aunque sea falseado. El uno es amigable, el otro envidioso. El uno desea para el prójimo lo que desea para sí, el otro desea 131

someter al prójimo a sí mismo. El uno ayuda a los demás en interés de ellos; el otro, en interés propio (De Gen. ad lit. 11,15,20). 812. El Evangelio nos propone dos preceptos: amar a Dios y amar al prójimo. Pero en estos dos preceptos hallamos tres objetos para nuestro amor: Dios, nosotros y nuestros prójimos. Así pues, si amamos a Dios, no se nos prohibe amarnos a nosotros mismos, pero debemos también preocuparnos de que nuestros prójimos amen a Dios, puesto que se nos manda amarles a ellos como a nosotros mismos (De civ. Dei 19,14). 813. Si aplaudes al negociante que vende madera para comprar oro, ¿no has de aplaudir también al hombre que ofrece el amor para adquirir la justicia? Haz, pues, limosna en caridad, y recibirás, a cambio, la justicia (Serm. 61,4,4). 814. La caridad es una moción del alma, una actitud interior orientada a gozar de Dios por sí mismo y de nosotros y nuestros prójimos por amor a Dios. La concupiscencia, por el contrario, es una moción del alma cuyo fin es gozar de uno mismo, de nuestros prójimos y de las cosas creadas sin referencia al Creador (De doc. christ. 3,10,16). 815. Lo que el amor hace en beneficio propio se llama utilidad. Lo que hace por el bien de los demás se llama benevolencia. Estas son las dos caras del amor. La utilidad, sin embargo, tiene precedencia lógica. Nadie, en efecto, puede dar a otro lo que él mismo no tiene (De doc. christ. 3,10,16). 816. ¿Cómo podrás derretir el hielo del pecado si no ardes en el fuego del amor? (De ut. jej. 9). 132

817. El amor al mundo corrompe el alma. El amor al creador del mundo la purifica (Serm. 142,3,3). 818. La caridad —que es la reina de las virtudes— consiste en amar lo que debe ser amado (Epist. 167,15). 819. La virtud es el orden del amor (De civ. Dei 15,22). 820. ¿Te atreverías a meter en tu casa a una amante si amases de verdad a tu mujer? "No —me contestas—; sería un insulto a mi propio nombre". ¿Cómo te atreves, entonces, a abrir la puerta de tu corazón a todo género de amores si eres serio al decir que amas a Dios? ¿No es éste un insulto a tu nombre de cristiano? (Serm. 349,4). 821. La suprema aspiración del amor no es encontrar a alguien que esté necesitado de ayuda, sino que nadie necesite más ayuda que el amor (In epist. Joan. 8,4,5). 822. Amar al enemigo como enemigo es una locura. Amarlo como hermano es caridad. Si el médico amase al enfermo en cuanto enfermo, preferiría que no se curase jamás. En cambio, al amarlo como sano, se apresura a restablecer su salud (In epist. Joan. 8,4). 823. El amor es más fuerte que la muerte. Él es la sabiduría de la necedad, la riqueza de la pobreza, la vida de la misma muerte. El amor no rebaja la felicidad porque no es envidioso. No exalta la propia felicidad porque no es orgulloso. En medio de las dificultades camina seguro. Acosado por el odio continúa prestando ayuda. Rodeado de intrigas se mantiene inocente y calmado. Lo acepta y lo sufre todo en la vida presente, porque todo lo pide y lo espera de la vida futura (Serm. 350,3). 133

824. ¿Os digo, acaso, que no améis? ¡Dios me libre! Seríais odiosos y miserables y estaríais muertos si no amaseis nada. Amad, pues. Pero ¡cuidado con lo que amáis! (In ps. 2,5).

negocio de amantes y ocupación de los que son felices (Serm. 34,1,1). 833. ¡Las cosas terrenas en la tierra, y el corazón en el cielo! (In Joan. 18,6).

825. Si quieres amar a Dios, déjale habitar en ti. Déjale que él se ame en ti. Deja que él te motive, y te inflame, y te ilumine, y te eleve para que puedas amarle (Serm. 128,2,4).

834. Sazona tu ciencia con el amor y, una vez sazonada, tendrá sabor (In Joan. 27,5).

826. Amamos impropiamente lo que Dios nos da cuando, por culpa de ellos, no amamos a Dios (Conf. 12).

835. El amado participa de la mismidad del amante. Por eso, cuando se ama lo eterno, el alma participa de la eternidad (De diu. quaest. 83,35).

827. El hombre no se hace bueno por poseer cosas buenas. Es el hombre el que hace buenas las cosas que posee cuando las usa bien (Epist. 130,2,3).

836. Si pones amor en las cosas, las cosas tendrán sentido. Si les retiras el amor, se tornarán vacías (Serm. 138,2).

828. Cuanto más amamos al pecador en Cristo, tanto más nos esforzamos en darle buenos consejos (De op. morí. 31,39). 829. ¿Amas el oro? No eres bueno por él, pero puedes hacerte bueno si con él haces el bien (Serm. 61,3).

837. Si haces la paz, hazla por amor. Si te lamentas, laméntate por amor. Si corriges, corrige por amor. Si perdonas, perdona por amor... Procura que el amor eche raíces en tu alma. De esa raíz sólo puede nacer el bien (In epist. Joan. 7,8).

830. Cuando el marido regala un anillo a su esposa pretende que la esposa le ame a él en el anillo. Si la esposa, en cambio, ama el anillo olvidando a su marido, su amor se hace adúltero. De la misma forma, Dios nos da las cosas de este mundo para que, por medio de ellas, le amemos a él. Si nosotros las amamos sin referirlas a Dios, nuestro amor se convierte en adulterio (In epist. Joan. 2,11).

838. La oración por el hermano es mucho más eficaz cuando va acompañada de la ofrenda del amor (Epist. 20,2).

831. Recobremos las alas del alma por medio del amor. La concupiscencia nos ha dejado en plumones (In ps. 138,13).

840. Al proyectarse sobre distintos afectos, la caridad ejercita distintas virtudes en el alma. Todo es caridad, pero con tonalidades diferentes. Ocurre en esto lo mismo que con la luz natural: al reflejarse sobre distintos objetos y en tiempos diferentes origina distintos colores (Serm. 341,6).

832. El hombre nuevo canta un cántico nuevo viviendo la novedad de vida por medio del amor. Cantar es 134

839. Purifica tu amor, no lo mates. El agua que corría a la letrina de tu egoísmo hazla correr al jardín de tu caridad. Y el impulso que te arrastraba hacia las criaturas, encamínalo hacia el Creador (In ps. 31,2,5).

135

841. Dos amores han creado dos ciudades. El amor de Dios, Jerusalén. El amor del mundo, Babilonia. Que cada uno se pregunte por su amor y sabrá a qué ciudad pertenece. Si tu ciudadanía está en Babilonia, extirpa en ti la codicia y planta la caridad en tu alma. Si, por el contrario, eres ciudadano de Jerusalén, tolera la cautividad presente y espera tu liberación (In ps. 64,2). 842. A pesar de nuestra prolongada peregrinación por Babilonia, renovemos constantemente nuestro amor a Jerusalén. Nuestro Padre común nos ha enviado desde allí una carta de familia en las santas Escrituras. Y con sus noticias ha excitado en nosotros el deseo de volver a la patria, esa patria que casi habíamos olvidado por amar nuestro destierro (In ps. 64,2). 843. El que vive en clima de renovación canta con el corazón puesto en Jerusalén. Está allí con el deseo. Allí ha puesto su esperanza como áncora de salvación para no naufragar en el mar de este mundo. Está aquí con la carne, allí con el corazón. Está en Babilonia, pero habita en Jerusalén (In ps. 64,3). 844. La caridad cristiana es tridimensional. Se practica en la tierra por medio de las buenas obras, echando una mano allí donde es necesario: he aquí su profundidad. Sufre las adversidades pacientemente y persevera siempre en la verdad: he aquí su longitud. Lo hace todo con vistas a lograr la vida eterna: he aquí su altura (Epist. 140,25). 845. Procura echar raíces en la tierra de los vivientes. La raíz está oculta, pero los frutos se ven. Nuestra raíz es la caridad: sus frutos, las buenas obras. Si tus obras proceden de la caridad, tu raíz está afincada en la tierra de los vivientes (In ps. 51,12). 846. ¿Cuál es tu competencia en materia de caridad? La respuesta a esta pregunta te dará la clave de tu 136

progreso. Cuanto más crece tu amor, mayor es tu perfección. La perfección del alma es el amor (In epist. Joan. 9,2). 847. El amor impuro enardece el alma y la arrastra a su perdición. La precipita en la sima de lo terreno y la sumerge en el abismo de lo caduco. El amor santo, por el contrario, eleva el alma a las alturas. La inflama hacia lo eterno, la saca de la caducidad y la sube al mismo cielo. Todo amor tiene su propia fuerza. Y no hay amor que esté ocioso en el alma del amante. Arrastra sin remedio. ¿Quieres saber cuál es tu amor? Mira adonde te lleva (In ps. 121,1). 848. El miedo es esclavo. El amor es libre. Más aún: el miedo es esclavo del amor. Deja, pues, que el esclavo se adelante a reservar un lugar para el señor que ha de venir a tu corazón, no sea que se tome la iniciativa el diablo y aposente en él sus reales. Actúa por miedo al castigo, si es que aún no puedes hacerlo por amor a la justicia. Cuando venga el señor se irá el esclavo: "el amor perfecto elimina el temor" (Serm. 156,13,14). 849. El amor humano es como una liga viscosa que se pega a las alas de las virtudes y les impide volar hacia Dios. Si no quieres, pues, caer en la trampa y ser cazado, no ames la viscosidad de este mundo (Serm. 311,4,4). 850. Y... ¿qué era lo que me deleitaba sino amar y ser amado? Pero no guardaba yo la mesura de alma a alma en ese encuentro luminoso de la amistad. La fangosa concupiscencia de la carne y el hervidero de mi pubertad exhalaban un vaho de tinieblas y mi corazón se nublaba y oscurecía hasta el punto de no discernir la serenidad del amor puro de la calígine de la sensualidad. 137

Ambas cosas hervían en mí con confusa efervescencia y se llevaban a rastras mi edad endeble por los derrumbaderos de la pasión y se hundían en una pesquera bulliciosa de pecados. Se había embravecido, Señor, tu enojo sobre mí, y yo no lo sabía. Me había vuelto sordo con el ruido de la cadena de mi carne, castigo de mi soberbia, y de día en día me iba más lejos de ti, y tú lo consentías... Y callabas mientras yo iba alejándome de ti, desparramado en muchos semilleros de dolores, soberbio en mi envilecimiento y desasosegado en mi cansancio (Conf. 2,2,2).

853. Bienaventurado es, Señor, el que te ama a ti, y al amigo en ti, y al enemigo por ti. Sólo aquél no pierde jamás un ser amado que ama a todos en aquel que no se pierde jamás (Conf. 4,9,14).

851. Vine a Cartago estando yo metido en un sonante hervidero y como sartén de viciosos amores. No amaba todavía, pero ya amaba el amor... y para mi amor buscaba objeto. Tenía un hambre insufrible de ese alimento que eres tú, Dios mío. Y a pesar de mi hambre no hambreaba de verdad, sino que estaba sin deseo de los manjares eternos. No porque estuviese ahito de ellos, sino porque, cuanto más vacío estaba, mayor era mi hastío. Y por eso mi alma estaba enferma, cubierta de rozaduras y miserablemente deseosa de rascarse, restregándose contras las cosas de los sentidos (Conf. 3,1,1).

855. Las acciones derivadas del libre impulso del amor son mucho más meritorias que las urgidas por la necesidad o por la obligación. A falta de exigencia, la gratuidad del amor se erige en la única razón (De conj. adul. 14,15).

852. Amar y ser amado era harto más dulce para mí, especialmente si gozaba del cuerpo de la amante. Ensuciaba yo la vena de la amistad con las sordideces de la concupiscencia y nublaba su blancura con la sombra tartárea de la sensualidad. Y siendo sucio y deshonesto, me ufanaba vanidosamente de ser galán y cortesano. ¡Con cuánta bondad y con cuánta hiél me acibaraste, Señor, aquel insano gusto! Fui correspondido. Y llegué al enlace secreto y sabroso, y me dejé prender con alegría en serviles ataduras. Pero luego los celos me azotaron con sus recias varas de hierro candente, de sospechas y temores, de enojos y porfías (Conf. 3,1,1). 138

854. ¿Cuál es el verdadero aglutinante que une a los hombres entre sí? No es otro que el amor de Dios. Ama, pues, y adhiérete. Ama a Dios y pégate a él para que él te preceda y tú le sigas. El que quiere marchar por delante de Dios antepone sus propios caprichos a los preceptos divinos (In ps. 62,17).

856. No puede haber verdadero acuerdo en materias humanas entre aquellos amigos que discrepan en materias espirituales. El que desprecia las cosas espirituales aprecia las humanas más de lo debido (Epist. 258,2). 857. El alma va fornicando cuando se aparta de ti y busca aquellas cosas que sólo halla puras y sin mancha cuando se convierte a ti. ¡Qué mal te imitan todos aquellos que de ti se alejan y se levantan contra ti! Pero también imitándote así dan a entender, sin quererlo, que tú eres el Creador de la naturaleza y que, en consecuencia, no hay forma de apartarse de ti totalmente (Conf. 2,6,14). 858. Las buenas obras no se definen por su cuantía, sino por su finura. No por su peso, sino por su calidad. No por el qué, sino por el porqué (In ps. 118,12,2). 859. Si quieres disertar sobre el amor, no necesitas desojarte buscando citas. Dondequiera que abras la Biblia, allí se habla del amor (Serm. Mai 14,1). 139

860. El amor, como el fuego, busca siempre las alturas. Si tienes en la mano una antorcha encendida, la pongas boca arriba o boca abajo, su llama apunta siempre hacia el cielo... El fuego conoce sólo una dirección: busca las alturas. Sé ferviente en el espíritu y arde siempre en el fuego del amor. El amor te hará buscar lo más alto (Serm. 234,3).

867.

861. El amor es como la mano del alma. Si tiene asida una cosa, no puede tomar otra distinta. Por eso quien ama el siglo no puede amar a Dios. Tiene la mano ocupada (Serm. 125,7).

870. Todo lo que es penoso en los mandamientos se hace suave por el amor. Fíjate cómo sufren los amantes sin parar mientes a sus sufrimientos, y cómo sufren más todavía cuando se les priva de la posibilidad de sufrir (Serm. 96,1,1).

862. Dios te ofrece sus dones. Únicamente te pide que extiendas la mano para recibirlos. Pero ¿cómo podrás recibir lo que te ofrece si tienes la mano ocupada y no quieres abrirla? ¿Quiere ello decir que no hemos de poseer nada? No. Poseamos, sí, pero sin ser poseídos. Tengamos, sí, pero sin ser retenidos. Seamos, sí, señores de nuestra hacienda, pero no sus esclavos (Serm. 125,7). 863. ¿Cómo puedes amar al Señor si amas la farsa y el vino, las pompas del siglo y sus engañosas vanidades? Aprende a no amar para que aprendas a amar. Apártate para que puedas acercarte. Vacíate para que puedas llenarte (In ps. 30,2,11). 864. Amando al prójimo, a quien ves, limpias los ojos para ver a Dios, a quien no ves (In Joan. 17,8). 865. Nuestro amor son las alas. Amando, volamos a Dios (In ps. 103,24). 866. No hay amor más ordenado de uno mismo que aquel con que se ama a Dios por sí mismo y al prójimo como a uno mismo por amor a Dios (Epist. 155,12). 140

Cantar es una forma de amar (Serm. 34,1).

868. Ama con orden para vivir ordenadamente (Serm. 65,8). 869. No sólo es pecado amar a alguien más que a Cristo. También es pecado no amar a Cristo más que a nadie (Serm. 65,8).

7.

Amistad viene de amor

871. En este mundo existen dos cosas necesarias: la salud y un buen amigo (Serm. Dennis 16,1). 872. Tanto más se amigan los hombres entre sí cuanto más comunes son las cosas que aman (Sol 1,13,22). 873. La mayor consolación en medio de las agitaciones y penalidades de la sociedad humana es la fidelidad y el amor de los buenos amigos (De civ. Del 9,8). 874. Un amigo íntimo no sólo está de acuerdo con su amigo en lo que atañe a la vida humana, sino también en lo que atañe a la religión. No en vano la verdadera amistad ha sido definida como "un acuerdo benévolo y amoroso sobre las cosas humanas y divinas" (Con. Acad. 3,6,13). 875. Ama de verdad a su amigo quien ama a Dios en él (Serm. 336,2,2). 141

876. La verdadera amistad es fruto maduro de ese amor a lo eterno y verdadero que se da en la república cristiana, cuyo rey es Cristo. Dicha amistad no se mide por intereses temporales, sino que hay que gozarla con amor gratuito. De hecho, nadie puede ser amigo del hombre si no lo es primero de la verdad. Y si tal amistad no es gratuita, no existe en modo alguno (Epist. 155,1). 877.

Sin amigos no vale la pena amar (Epist. 130,4).

878. Ya eres amigo mío. Gracias a Dios por ello. Ahora sí que hay entre nosotros verdadero acuerdo en las cosas divinas y humanas. Lo hay benévola y amorosamente en Jesucristo, el Señor, que es nuestra paz. El recapituló todos los oráculos divinos en estos dos preceptos: Amarás al Señor tu Dios... y al prójimo como a ti mismo. Por el primero hay acuerdo en las cosas divinas. Por el segundo, en las humanas. Y en ambos, con benevolencia y caridad. Si, a una conmigo, mantienes firmemente ambos preceptos, nuestra amistad será verdadera y sempiterna. Y no sólo nos asociará mutuamente, sino a ambos con Dios (Epist. 258,2). 879. La amistad llega a su plenitud en el hombre cuando le capacita para decir y confiar al amigo todas sus cosas (De div. quaest. 83,71,5-6). 880. La verdadera amistad no tiene precio. Es gratuita (Epist. 155,1).

8.

Ser o no ser

881. Ser cristiano no es ir a la conquista de Cristo, sino dejarse conquistar por él. Es dejar que él conquiste 142

en ti, que él conquiste para ti, que él te conquiste (In ps. 49,10). 882. Un cristiano es un hombre renacido por la fe para comenzar a poseer en esperanza lo que un día ha de gozar en plenitud por el amor (Con. Faus. manich. 11,8). 883. Los que vuelven a nacer del agua y del Espíritu son como bebés. Necesitan de una madre que les proporcione la leche del sustento y del crecimiento. Esa madre es la Iglesia. Y sus dos pechos son los dos Testamentos (In epist. Joan. 3,1). 884. Para el inefable conocimiento de Dios, muchos que parecen estar dentro están fuera y muchos que parecen estar fuera están dentro (De bapt. 5,38). 885. ¿A qué presumes de cristiano si tu vida no es de tal? Hay muchos que se llaman médicos y no saben curar. Muchos que se dicen vigilantes nocturnos y no hacen más que dormir toda la noche. De la misma forma, hay muchos que se llaman cristianos, y hasta se ufanan de serlo y, sin embargo, no lo son en su vida y en sus obras, en su moral y en su conducta, en su fe, esperanza y caridad (In epist. Joan. 4,4). 886. El alma humana, huésped como es de un cuerpo mortal, se ve afectada por un cierto contagio terreno y tan doblada por el peso de la carne que se obsesiona más con las muchas cosas de la tierra que con la única cosa del cielo... Por eso el verdadero cristiano no debe oír en vano el aviso de la liturgia: "Levantemos el corazón", ni contestar a la ligera: "Lo tenemos levantado hacia el Señor" (Epist. 131). 887. El que niega que Jesús es el Cristo es un anticristo. El que niega a Cristo con sus obras, aunque le con143

fiese con sus palabras, es un anticristo. "Anti-Cristo" significa sencillamente "contrario a Cristo" (In epist. Joan. 3,4).

893. Son de peor condición los que viven mal en los sacramentos que los que nunca se acercaron a ellos (In ps. 30,2,6).

888. No debemos ser como esas personas que quieren gozar de sus riquezas usando a Dios como disculpa. Lo que intentan es dar culto a Dios por mor del dinero, en vez de usar del dinero por mor de Dios. Las cosas se usan. De Dios se goza (De ciu. Dei 11,25).

894. El Dios de Jesús escribe la ley en los corazones de los hombres y la graba a fuego por medio del Espíritu en la mente de los hijos de la promesa y de la libertad. No para que la archiven en la memoria y la descuiden en la vida, sino para que la conozcan entendiendo y la practiquen amando. Para que vivan en la anchura de la caridad y no en la angostura del temor. Quien obra por temor, obra a la fuerza. Y quien obra a la fuerza no es amigo, sino enemigo de la ley. Por ser injusto su querer es inútil su quehacer (In ps. 118,11,1).

889. ¿Quiénes son los verdaderos pobres de espíritu? Los que tras hacer algo bueno dan gracias a Dios. Y tras hacer algo malo se culpan a sí mismos (In ps. 73,24). 890. Vayanse enhoramala y huyan de ti, Señor, los inicuos y los inquietos... Huyeron por no verte a ti que los veías y, en su ceguera, toparon contigo, que no abandonas a las criaturas. Injustos, toparon contigo, para su castigo justo, sustrayéndose a tu mansedumbre, tropezando con tu derechura y yendo a dar en tu rigor (Conf. 5,2,2). 891. Cuando al hombre le va bien se olvida de que es cristiano (In ps. 21,2,5). 892. Suponte un capitán que gobierna diestramente la nave, pero ha olvidado su punto de destino. ¿De qué le sirve manejar bien el timón, saber virar, dar la proa a las olas y salvar el costado? Guía bien la nave, pero no sabe hacia dónde. Anuncia un rumbo exacto, pero va derecho al escollo. Cuanto más eficaz es el manejo de las máquinas, tanto mayor es el peligro. Como este capitán es el hombre que va ligero, pero descaminado. Mejor le fuera ser tardo en la maniobra y mantenerse en ruta. Es mejor ir más despacio que volar hacia el naufragio. Lo mejor, sin duda, es ir ligero dentro del rumbo debido (In ps. 31,4). 144

895. No lo olvides jamás: la única razón del cristiano es la vida eterna (De civ. Dei 5,25). 896. ¿Buscas a Dios en la Iglesia o te buscas a ti mismo? (Serm. 137,9). 897. La esencia del discipulado no está en llegarse hasta Cristo, sino en quedarse con él (Serm. 134,1).

9.

Lo viejo y lo nuevo

898. Desde el comienzo de la raza humana nadie sufre muerte más que en Adán y todos en Adán sufren la muerte. Del mismo modo, desde el comienzo de la nueva raza humana nadie llega a la vida más que en Cristo y todos en Cristo llegan a la vida (Con. Jul. 6,24,81). 899. Hubo un hombre; hay un hombre. Por el primero vino la caída; por el segundo, la resurrección. El que no resistió, cayó; el que no cayó, resistió. El uno cayó en la 145

muerte por renunciar al que resiste; el otro surgió a la vida por amor al que cayó (Serm. 30,4,5). 900. De Adán, Cristo recibió la carne. De Cristo, Adán recibió la vida. Cristo está, pues, en Adán y Adán en Cristo (In ps. 101,1,4). 901. El hombre que vive de acuerdo consigo mismo, es decir, de acuerdo con sus propias luces, es un mentiroso. El hombre fue creado para vivir de acuerdo con la verdad. No vivir, pues, para lo que fue creado es vivir en mentira y frustración (De civ. Dei 14,4,1). 902. Si no hay nada en tu interior que esté en lucha contigo mismo, reflexiona y ve si no estás en guerra por gozar de una falsa paz. Si no experimentas tensión entre tu carne y tu espíritu, reflexiona y ve si no hay beligerancia entre ambos por haber llegado a un armisticio. Si tal es el caso, ¿qué posibilidades tienes de vencer si aún no has comenzado a pelear? (Serm. 30,3,4). 903. Esto es lo que quiere Dios: destruir en ti lo que tú mismo has hecho y potenciar en ti lo que él mismo hizo (In ps. 128,5). 904. El hombre exterior se reforma bien por influjo del hombre interior o bien por su propio fracaso. En el primer caso, la renovación elimina la corrupción. En el segundo, el fracaso conduce al deterioro (De ver. reí 41,77). 905. El diablo, aunque es muy poderoso, no puede hacer más de lo que le es permitido (In ps. 96,12). 906. Como un mismo fuego purifica el oro y quema la paja, y un mismo piértago quiebra la espiga y limpia el grano, y una misma presión saca el aceite y los posos de la cuba sin mezclarlos, así también las mismas pruebas 146

y aflicciones purgan, purifican y limpian a los buenos, y condenan, arruinan y destruyen a los malos (De civ. Dei 1,8,12). 907. Probados por una misma desgracia, los malos odian a Dios y le blasfeman, mientras que los buenos le rezan y le alaban. La diferencia no está en la desgracia sufrida, sino en la calidad de quien la sufre. Agitados a un mismo tiempo y con un mismo impulso el lodo y el perfume, el primero apesta y el segundo despide fragancia (De civ. Dei 1,8,2). 908. No es la carne corruptible la que hace pecador al hombre, sino el alma pecadora la que le hace corruptible. No es por tener carne —que el diablo no tiene—, sino por vivir de acuerdo consigo mismo, es decir, de acuerdo con la carne, por lo que el hombre se hace como el diablo (De civ. Dei 14,3). 909. A pesar de haber sido renovados en Cristo, aún somos deudores a lo viejo. Aunque hemos sido revestidos del Señor Jesús, aún llevamos encima muchos andrajos de Adán (In ps. 38,9). 910. Busca lo que es meramente humano en el hombre y hallarás el pecado y la mentira. Todo lo demás es de Dios. No ames, por tanto, lo que es tuyo, sino lo que es de Dios en ti (Serm. 32,10,10). 911. El hombre viejo, Adán, camina en mentira y en doblez. El hombre nuevo, Cristo, camina en verdad y en rectitud. Revístete, pues, del Señor Jesús y serás veraz. Sin la iluminación de la Verdad el hombre está desnudo, privado del vestido de la luz y envuelto en el nubarrón de la ignorancia (Serm. 166,2,2). 912. Adán, apenas un hombre, quiso hacerse Dios para su perdición. Cristo, siendo Dios, se avino a hacer147

se hombre para salvar a los hombres. Tan bajo había caído el hombre por su orgullo, que sólo pudo ser levantado por la bajeza de Dios (Serm. 188,3,3). 913. Cuando alguien inicia su conversión, "el hombre nuevo" dentro de él entabla una lucha a muerte con "el hombre viejo", que también habita en él (Serm. 19,2). 914. Desentendámonos de las cosas perecederas y busquemos las bendiciones ciertas y eternas. Tomemos ejemplo de la abeja: no sólo necesita sus alas para volar; incluso después de haber almacenado la miel en la colmena necesita de ellas. Si cae en la miel, perece (Epist. 15,2). 915. ¿Cómo van a estar sanos los frutos si la raíz está enferma? Cambia tu corazón, y verás cómo cambian tus acciones. Arranca la concupiscencia y planta la caridad. La primera es raíz de todo mal. La segunda es sólo raíz del bien (Serm. 72,4,4).

pecar. La de la gracia, en no poder pecar (De correp. et grat. 12,33). 920. En aquella sazón, parecíame no ser nosotros los que pecábamos, sino otra no sé qué naturaleza que peca en nosotros. Y halagaba mi soberbia el estar yo fuera de culpa. Y, cuando hacía algún mal, no confesaba yo que lo había hecho para que sanases mi alma que pecaba contra ti, sino que me complacía en excusarme y en acusar no sé qué otra cosa que estaba en mí, y no era yo. Yo formaba un todo, sin embargo. Y era mi impiedad la que me había dividido. Y mi pecado era tanto más incurable cuanto menos yo me creía pecador. Y era execrable iniquidad la mía al preferir, oh Dios, tu vencimiento en mí para mi perdición, a tu victoria sobre mí para mi salud (Conf. 5,10,18).

916. La razón de que no disfrutemos de una verdadera felicidad es que estamos llenos de una felicidad falseada (In ps. 122,12).

921. No es monstruoso querer en parte y en parte no querer, sino enfermedad del alma. Toda ella se yergue soliviantada por la verdad y apegada por el hábito. Y, por eso, las voluntades son dos, porque una de ellas no es total, y lo que le falta a la una le sobra a la otra (Conf. 8,9,21).

917. El humo, al brotar del fuego, sube a lo alto. Y ya en las alturas se extiende más y más cada vez. Pero cuanto más se dilata, más sutil se vuelve, hasta que, suspendido e hinchado, se desvanece. Otro tanto le ocurre al pecador, como dice el salmista (In ps. 36,2,12).

922. No es necesario que yo diga siempre cosas nuevas, ni es necesario que vosotros las oigáis. Lo que importa es que seáis siempre nuevos, que cada día os desprendáis de lo viejo y volváis a nacer, a crecer y a progresar (In ps. 131,1).

918. El que era compañero de los ángeles por la abundancia, se hizo pastor de puercos por la miseria (In ps. 18,2,15).

923. Si en un pavimento nivelado colocas un tronco torcido, no hay acoplamiento, no hay adhesión. Pues bien, la voluntad de Dios es recta; la tuya, torcida. ¿Te parece torcida la de Dios porque no puedes ajusfarte a ella? Endereza la tuya, no pretendas torcer la de Dios. ¿Quieres que haya acoplamiento? Corrígete (In ps. 44,17).

919. La inmortalidad primera consistía en poder no morir. La segunda, en no poder morir. La libertad de la naturaleza consistía en poder no 148

149

924. En el interior de todo hombre hay una riña cotidiana (Serm. 11,12). 925. Imitad la astucia de la serpiente. Cuando se entumece por la vejez y los años la cargan en demasía, se introduce por las hendiduras estrechas de una cueva y deja, al pasar, su camisa vieja para exudar una nueva. No mueras por la vetustez. Desnúdate de las ventajas temporales, que son viejas, y exuda la camisa de la novedad entrando por la puerta estrecha (Serm. 64,3). 926. Eres hombre y pecador. Hombre, en cuanto hechura de Dios. Pecador, en cuanto hechura de ti mismo (Serm. 13,8). 927. Cierra la puerta para que no entre el tentador. El tentador no deja de llamar, pero si ve que la puerta está cerrada, pasa de largo. Sólo entra cuanto te descuidas en cerrar o no cierras como conviene. ¿Qué significa "cerrar la puerta"? Atiende y verás: esta puerta tiene dos hojas: la codicia y el temor. O deseas algo terreno, y se cuela por ahí, o temes las cosas del siglo, y penetra por ese lado. Cierra, pues, al diablo la puerta del temor y de la codicia y ábresela a Cristo. ¿Cómo? Deseando el reino de los cielos y temiendo el fuego del infierno. El diablo entra por el temor de las cosas temporales; Cristo, por el temor del fuego eterno. El diablo entra por la codicia mundana; Cristo, por el deseo de la vida eterna (In ps. 141,3). 928. En Adán todos somos prójimos. En Cristo todos somos hermanos (Serm. 149,18). 929. La ley antigua atemorizaba, pero no enamoraba. A la ley se le añadió el Espíritu, y el miedo se convirtió en amor. Ved, si no, el caso de Pedro. Por miedo negó a Cristo ante una criada. Recibido, en cambio, el Espí150

ritu, por amor le confesó ante los príncipes. Y a sus tres negaciones de miedo correspondieron tres confesiones de amor (In ps. 90,8).

10.

Las luces y las sombras

930. No hay victoria sin lucha. Por eso no pedimos a Dios que nos libre de las tentaciones, sino que nos preserve del mal (De ser. Dom. in mon. 2,9,31). 931. Nuestra vida es una peregrinación. Y, como tal, está llena de dificultades. Pero nuestra madurez se fragua en la dificultad. Nadie se conoce a sí mismo si no es tentado. Ni puede ser coronado si no vence. Ni vencer si no pelea. Ni pelear si carece de enemigos (In ps. 60,3). 932. Si rehusas la tentación, rehusas tu reparación. Ponte, pues, en manos del Artífice, pero sin condiciones. El te corrige, te pule, te limpia. Y para ello se vale de ciertas herramientas: son los escándalos y tentaciones del mundo. No huyas, pues, del Artífice ni rehuses sus manos: Dios permite las tentaciones no para arruinarte, sino para hacerte más fuerte (In ps. 94,9). 933. El corazón humano es un campo de batalla. En él un hombre solo lucha contra una turbamulta de enemigos. Le tienta la avaricia. Le tienta la lujuria. Le tienta la gula. Le tienta la misma alegría de este mundo. Todas las cosas le tientan, y es difícil que alguna no le hiera. ¿Dónde habrá, pues, seguridad? Únicamente en la esperanza de las promesas divinas (In ps. 99,11). 934. Dos son los peligros que acechan al hombre en esta vida: el error y la enfermedad. Cuando el hombre 151

no sabe qué hacer, es solicitado por el error. Cuando sabe lo que hace, es atacado por la enfermedad. Contra el error digamos: "Señor, tú eres mi luz". Y contra la enfermedad, añadamos: "Y mi salud" (In ps. 26,1). 935. El mundo combate contra los soldados de Cristo con dos armas distintas y dos tácticas diferentes. El arma primera es la seducción; su táctica: crear angustia. El arma segunda es el miedo; su táctica: sembrar desánimo (Serm. 276,2,2). 936. El diablo no influencia a nadie, ni a nadie seduce, si no encuentra el terreno abonado. Cuando el hombre ambiciona una cosa, su concupiscencia actúa de alcahuete para las sugerencias del diablo. Cuando el hombre teme algo, el miedo abre una brecha en su alma por la que se filtran las insinuaciones del maligno. Por estas dos puertas el diablo se cuela en el hombre (Serm. 32,11,11). 937. Así como cuando alguien se percata de que su casa está a punto de derrumbarse se apresura a buscar refugio, así también el corazón cristiano, cuando se percata de la caducidad de este mundo, debe aprestarse a transferir al tesoro del cielo los bienes que se proponía almacenar en la tierra (In ps. 122,2). 938. Al pasar de las tinieblas a la luz hay que sufrir diversas pruebas. La primera es la inseguridad y el hambre que se produce al despegar de la ignorancia y acercarse a la verdad, al dejar el descampado y someterse a la disciplina del camino. La segunda es la lucha contra las malas inclinaciones y la ruptura de las cadenas de los malos hábitos para lograr establecerse en la rectitud y en la derechura. La tercera es el tedio y la fatiga en el seguimiento de la vida santa, consecuencia del cansancio y la rutina (In ps. 106,4-6). 152

939. La única belleza de que puede hacer gala un viejecito encorvado es la de su santidad. Su figura, vacilona y frágil, no llama la atención a nadie. Y, sin embargo, es amado por todos (In ps. 32,1,6). 940. Cuando un hombre se decide a cambiar de vida comienza a ser víctima de las malas lenguas de sus detractores. El que no ha sufrido esta prueba no ha comenzado realmente a progresar. Y el que no esté dispuesto a sufrirla es que no está dispuesto a convertirse (Inps. 119,3). 941. Según la promesa divina, la raza humana no sufrirá más diluvios. Diluvios de agua, se entiende, pero no de doctrinas (In ps. 31,2,18). 942. La firmeza cristiana exige no sólo hacer el bien sino también sufrir el mal (Serm. 46,6,13). 943. Mi orgullo me hacía andar errado y flotando a todo viento, a merced siempre del más fuerte. ¿Dónde, Señor, yace el alma enferma, no fundada todavía en la solidez de la verdad? Según soplare el viento de las lenguas y opiniones, salido de la ventosa caverna del pecho de los hombres, es llevada y traída, torcida y retorcida. Y se le oscurece la luz. Y no discierne la verdad... (Conf. 4,14,23). 944. Tú, Señor, me enseñaste que me acerque a tomar el alimento como si de un medicamento se tratara. Mas al pasar de la molestia de la indigencia al contento de la saciedad, en ese mismo paso la concupiscencia me arma su celada. El mismo tránsito es deleite, y no hay otro paraje por donde pasar Sino aquel que la necesidad nos señala obligatoriamente. Y como la causa del comer y del beber sea la salud, agrégase a su compañía el placer que, como peligroso escudero, hartas veces se 153

empeña en tomar la delantera y en que yo haga por él lo que hago por procurar mi salud. La medida no es la misma en los dos casos, pues lo que basta para la salud, para el placer es escaso. Y muchas veces no atinamos a discernir si reclama aquel subsidio el obligatorio cuidado del cuerpo o si pide aquel socorro la hipócrita satisfacción del deleite (Conf. 10, 31,44). 945. No temo la inmundicia del manjar, sino la impureza del apetito. Sé que fue permitido a Noé comer todo género de carne, y que Juan, en su prodigioso ascetismo, no se manchó comiendo escuálidas langostas y desnutridos insectos del desierto. Pero sé, también, que Esaú se dejó seducir por el violento apetito de una escudilla de lentejas (Conf. 10,31,46). 946. ¿Cómo nos orientaríamos en el tumultuoso piélago del mundo, si la misma galerna no se encargase de nuestra salvación mientras nosotros resistimos a las olas y nos defendemos de los vientos? Nos acordamos de la patria, pero las fruslerías se interponen en nuestra ruta y, alucinados y cautivados por ellas, erramos y zozobramos de una parte para otra hasta que una ráfaga de huracán nos corta el rumbo, obligándonos a arrojar por la borda las bagatelas y a refugiarnos en el puerto en el mismo momento en que las sirenas iban a consumar nuestra perdición (De beata vita 1,1-5). 947. El Señor nos amonesta diciendo: "Aprended en la casa de formación". Casa de aprendizaje es la casa del Señor. En ella se aprende a vivir bien para llegar a vivir siempre. Aunque todos somos condiscípulos en esta escuela, no todos, sin embargo, queremos pasar por sus estrecheces y reformar nuestros modos en la disciplina, lo que no deja de ser una nueva perversidad. ¿Por qué cuando de muchacho ibas a la escuela te 154

azotaban y te obligaban a aprender? Para hacerte un hombre y gozar de las ventajas temporales. Pero no olvides que ahora, en este mundo, estás en la casa de formación, y que las ventajas de la disciplina de esa casa se prolongarán más allá de la muerte. Escuchemos, pues. Temamos. Cumplamos. (De disc. christ. l,ll;ll,12,ss.). 948. Esta vida mortal, más que una morada de residentes por derecho, es una posada de viajeros en tránsito (In ps. 122,8). 949. La felicidad de este mundo es tan engañosa como los sueños del pobre. El pobre se gloría de sus riquezas mientras duerme, pero, al despertar, vuelve a encontrarse con las manos vacías. De la misma forma, todas las vanidades que el hombre goza en este mundo las goza como en sueños. Si no quiere despertar ahora, cuando el estar despierto puede serle útil, tendrá que despertar, aunque no quiera, cuando sea demasiado tarde. Entonces caerá en la cuenta de que todo fue un sueño y, como tal, se le ha desmoronado (In ps. 131,8). 950. Nadie debe sentirse seguro en esta vida, que es una tentación continuada. No sea que quien de peor pudo hacerse mejor, de mejor se empeore. Mi sola esperanza, mi sola confianza, mi sola firmeza es la misericordia de Dios (Conf 10,32,48). 951. Nunca llegaríamos con vida al puerto de la sabiduría si no nos guiara la providencia mediante favores y reveses de fortuna... Por eso, mientras sudamos el remo de la virtud, hemos de implorar el auxilio divino para que, en medio de las olas, nos sea propicia su mano protectora (Con. Acad. 1,1,1; 2,1,1). 952. Todo lo que no es patria es peregrinación (In ps. 26,23). 155

11.

La interioridad es la clave

953. Sal del escondite que te has fabricado a tu espalda, donde ocultas tus manejos, y colócate delante de ti mismo. Entra en el tribunal de tu conciencia y sé allí tu justo juez... Lo que tenías a la espalda colócalo ante tu vista, no sea que Dios te deje al descubierto y no tengas a donde huir (In ps. 49,28). 954. Soliloquio: "Interrogándome y respondiéndome a mí mismo como si yo fuera dos personas siendo, en cambio, una sola" (Retract. 1,41,1). "A solas conmigo mismo en presencia tuya" (Conf. 10,4,7).

el temor. En la segunda, el deleite interior fuerza al hombre al amor. En virtud de la vieja alianza, el hombre se hizo pecador por la letra que mata. En virtud del privilegio de la nueva, el hombre se hace "amador" por el espíritu que da vida (De sp. et /ir. 25,42). 958. Explora y reconoce lo que hay dentro de ti. Tus vestidos y tu carne te son externos. Desciende a tu intimidad. Baja a la cámara secreta de tu conciencia. Si te exilias de ti mismo, ¿cómo podrás acercarte a Dios? (In Joan. 23,10). 959. El hombre debe reencontrar primero su propia identidad para que, haciendo de ella un trampolín, pueda dar el salto y elevarse hasta Dios (Retract. 1,8,3).

955. Regresa a tu corazón. ¿Por qué huyes y te pierdes lejos de ti? ¿Por qué andas por caminos solitarios? ¿Por qué vagabundeas? ¡Vuélvete! ¿Adonde? Al Señor. El está a la espera. Regresa, primero, a tu corazón, tú que andas desterrado y errabundo. ¿No te conoces a ti mismo y quieres conocer a tu Creador? Regresa, repito, a tu corazón. Y examina qué sientes acerca de Dios allí dentro donde tú mismo eres su imagen (In Joan. 18,10).

960. La bondad o malicia de nuestra vida no se decide en lo que hacemos o dejamos de hacer, sino en el porqué de nuestras obras o de nuestras omisiones (Con. Jul. 4,3,19).

956. Dado que los hombres, apeteciendo las cosas externas, se habían exiliado de su corazón, se les ha dado una ley escrita como reclamo de su identidad. No porque no estuviese ya escrita en sus corazones, sino porque ellos se habían distanciado de sí mismos y no alcanzaban a leerla, Dios los ha devuelto, por medio de la ley, al interior de sí mismos (In ps. 57,1).

962. ¿Necesitas un templo para orar? Ora en ti mismo. Sé tú ese templo que buscas para que, habitado por Dios, él te escuche en ti mismo (In Joan. 15,25).

957. Hay una gran diferencia entre la alianza vieja y la nueva. En la primera, la ley fue escrita en tablas. En la segunda, la ley fue grabada en el corazón. En la primera, la presión externa obligaba al hombre a reaccionar ante 156

961. Regrésate a ti mismo, pero no te quedes en ti mismo. Regresa, primero, a tu interior, abandonando el destierro de las cosas externas, y devuélvete, luego, al que te hizo a ti y a ellas (Serm. 330,3).

963. Dios, que te hizo, no quiere nada de ti fuera de ti mismo (Serm. 34,7). 964. Fuimos hechos a imagen del Creador. Volvamos, pues, cual hijos pródigos a nuestra intimidad y regresemos desde allí a ese Dios del que somos imagen y de quien huimos al pecar. Él es nuestro norte. En él nuestra vida no tendrá muerte, nuestro conocimiento no sufrirá 157

menoscabo y nuestro amor no conocerá la vejación (De civ. Dei 11,28). 965. Cuando el hombre, por amor de sí mismo, rechaza a Dios, no permanece en sí mismo, sino que es expulsado de sí. Por renegar de su ser y vivir arrojando sus intimidades se convierte en un exiliado de su corazón. Al entregar su amor a lo que no es suyo, se distrae, se dispersa y se olvida de sí mismo (Serm. 330,3). 966. Debemos buscar y orar a Dios en esa cámara secreta del alma que se llama "el hombre interior" (De mag. 1,2). 967. La voz de Dios es dulzura y suavidad. Da alegría y complacencia. Pero no puede ser oída a no ser que el hombre silencie en su corazón el ruido y la confusión de este mundo (In. ps. 41,9). 968. El dolor, tanto físico como espiritual, es la evidencia irrefutable de que el hombre ha perdido algo y, al mismo tiempo, no lo ha perdido del todo (De civ. Dei 14,13). 969. El motor del alma es el deseo. Cuanto más limpio esté de las impurezas de los amores mundanos, tanto mejor carburará (In epist. Joan. 4,6). 970. Sólo es posible llenar un vaso cuando está vacío. Si queremos, pues, estar llenos de bondad y de amor, vaciémonos primero del odio y del pecado. Dios quiere llenarnos con su miel, pero si estamos llenos de vinagre, ¿dónde va a poner la miel? (In epist. Joan. 4,6). 971. El hombre se hace reo de pecado en el mismo momento en que se decide a cometerlo. De poco le sirve el que luego, por miedo al castigo, no se atreva a ponerlo por obra (Epist. 145,4). 158

972. Enfréntate con el mundo como te enfrentas con el mar. Navega por el mundo en el barco de tu paz interior, pero sin perder de vista el puerto. No te enredes en las provocaciones del mundo a menos que quieras hacerte su víctima. Y cuando los vientos huracanados de los malos deseos amenacen con hacerte naufragar, despierta a Cristo que duerme en la cabina de tu corazón (Serm. 76,6,9). 973. El verdadero honor del hombre consiste en ser imagen de Dios. Cuanto menos, pues, ame el hombre su propia imagen, tanto más amará la imagen de Dios en él (De Trin. 12,11,16). 974. O destruyes el pecado en ti o el pecado acabará destruyéndote a ti. No trates, empero, de destruirlo como destruyes lo que está fuera de ti. Entra en ti mismo: ahí tienes que luchar. Una parte de ti mismo busca a Dios. La otra está encadenada al mundo. Y ambas luchan entre sí. Únete, pues, a Dios y unifícate en ti mismo. Lucha sin descanso hasta que logres conquistar esa parte de ti que se resiste a Dios (In ps. 63,9). 975. No quiero que dependáis de mi autoridad hasta el extremo de creer lo que yo digo porque lo digo yo. Debéis aceptar la verdad por su propia autoridad interna, tal y como ella se os manifieste en vuestra intimidad (Epist. 147,2). 976. Concédeme, Señor, generosa holgura para que medite en los secretos de tu ley y no me cierres la puerta cuando llame a ella. No en vano quisiste que se escribiesen tantas páginas pobladas de misterios. En la floresta, viva y espesa, de tus Escrituras no faltan los ciervos que a ella se acogen y se amparan a su sombra... Perfeccióname, Señor, y revélame tus secretos. Tu Palabra es mi gozo. Dame lo que amo, pues ya amo, y tú 159

me diste el que lo amara. No desampares tus dones ni menosprecies a esta tu hierbecilla sedienta. Que todo lo que halle en tus libros sea para tu confesión a fin de que yo diga la voz de la alabanza, y beba en tu raudal y rumie las maravillas de tu ley (Conf. 11,2,2). 977. Los pensamientos son los hijos del corazón (In Joan. 1,9). 978. Despereza tu conciencia. Entra en el tribunal de tu corazón. Examínate a fondo y sin excusas. Óyete en tu intimidad y pon a prueba tu inocencia. Si profundizas, te turbarás. Si no te halagas, confesarás. ¿Adonde irás, entonces, vendiendo miserias, si no hay un puerto de impunidad? ¿Adonde irás con la sola licencia del pecado, si no hay un remanso de indulgencia? (In ps. 101,1,10).

12.

Atención e intención

979. La santidad no está ni en el abstenerse ni en el comer, sino en la ecuanimidad en soportar la carencia y en la templanza en no dejarse corromper por la abundancia, tomando o no, según la oportunidad, aquellas cosas de las que no se condena el uso, sino la concupiscencia (Quaest. euang. 2,11). 980.

El que te hizo todo te exige entero (Serm. 34,4).

981. Cuando te disculpas de tus fallos con los ajenos desorientas la atención hacia lo que otro hace, en vez de orientarla a lo que debieras hacer tú. Te mides por comparación con otro tan malo o peor, no por lo que manda otro mejor (Dios). No te engañes, pues. ¿Acaso 160

porque otro no haga lo que debe, haces tú lo que debieras? (Serm. 9,19). 982. Si Dios deja de tentar, el maestro deja de enseñar... El hombre no se aprende a sí mismo si no se estudia en las tentaciones (Serm. 2,3). 983. ...Y ios que oyen su voz vivirán. ¿Qué significa "oyen" (audient) sino "obedecen" (obaudient)? El que oye de verdad, es decir, el que obedece, vivirá. El que oye y no obedece, es decir, el que oye y desprecia, el que oye y no cree, no vivirá (In Joan. 19,10). 984. Atento tú, árbol sin fruto. No te ufanes porque se te perdone la vida. Se difiere el golpe del hacha, pero no te tengas por seguro. También llegará tu hora (Serm. 110,4). 985. Mientras las uvas penden del sarmiento y las aceitunas del ramo del olivo gozan, por así decirlo, de libertad. Pero, a menos que sean desgranadas, pisoteadas y molidas, ni las uvas se convierten en vino ni las aceitunes en aceite. Tal ocurre a los seguidores de Cristo. Antes de entrar a su servicio disfrutaban de una deliciosa pero inútil libertad en el campo del mundo. Al decidirse a servir al Señor es como si entrasen en el lagar. Allí han de ser desgranados, pisoteados y exprimidos para que, despojados del orujo y de las heces, sean luego conservados en las bodegas divinas como vino generoso y aceite reconfortante. Cuando te encuentres, pues, rodeado de tribulaciones y de pruebas, piensa que has entrado en el lagar de la purificación y del estrujamiento. Déjate despojar de las heces de los deseos carnales para que brote el mosto de la novedad de Dios. Despojaos del hombre viejo, y revestios del hombre nuevo (In ps. 83,1-3). 161

986. Dios no toma en consideración tus talentos, sino tu disponibilidad. Sabe que has hecho lo que has podido, aunque hayas fracasado en el intento y contabiliza en tu favor lo que trataste de hacer y no pudiste, como si lo hubieras hecho en realidad (Serm. 18,5).

Algo parecido ocurre con los pequeños pecados. Fáciles de eliminar al principio, se van acumulando y endureciendo poco a poco y, cuando escapan por mucho tiempo a la acción correctora de la gracia, se hacen casi incorregibles (In ps. 147,1-2).

987. Haz lo que puedas. Dios no te pide más (Serm. 128,10,12).

995. Un león puede matar a un hombre de una sola dentellada, una avispa no. Pero si un hombre cae en un avispero, ¿no es cierto que, a la larga, va también a morir a causa de las picaduras de miles y pequeñas avispas? (Serm. 9,11,17).

988. ¿Es posible alabar a Dios sin interrupción? Sin duda. Haz lo que tienes que hacer y hazlo bien, y alabarás a Dios continuamente (In ps. 34,2,16). 989. Es una gracia de Dios que el hombre no sepa cuál de sus días será el último. De esta forma tiene que estar a punto todos los días (Serm. 39,1,1). 990. No es necesario culpar al demonio de todo lo que va mal. Muchas veces el hombre es su propio demonio (Serm. Frang. 5,5). 991. La palabra de Dios descansa en nosotros cuando nosotros descansamos en la palabra de Dios (Serm. Caillau 1,133). 992. Tras escuchar la palabra de Dios déjala anidar en tu alma. No la obligues a escapar de ti ni te contentes con tenerla contigo. Ayúdala a crecer y a dar fruto (Serm. 343,1). 993. Hay que devolver lo recibido. Así lo exige la justicia. Y como Dios nos ha dado lo que somos, debemos devolverle todo nuestro ser (De /ib. arb. 3,15,42). 994. La nieve recién caída se derrite con facilidad. Pero si se libra de la acción del sol, se endurece. Y si se acumula año tras año, resistiendo los embites del clima, se convierte en un glaciar, en una gran roca de hielo. 162

996. El pez se siente feliz cuando, sin notar el anzuelo, traga el cebo. Pero cuando el pescador comienza a tirar del sedal, las entrañas del pez se desgarran y el pez se muere. ¿Dónde queda, entonces, el placer de la carnada? Otro tanto ocurre a los que se deleitan en el disfrute de las cosas terrenas. Una vez tragado el anzuelo, atraídos por la carnada del placer, van y vienen sin rumbo con el anzuelo dentro hasta que llega el día en que, deshechas sus entrañas, caen en la cuenta de la angustia que tragaron en su voracidad (De ag. christ. 7,8). 997. Nadie es tan perfecto como para no poder crecer aún en perfección. Y si aún puede crecer, es que todavía le falta algo. ¿Y cómo se llama a lo que falta sino imperfección? (Epist. 167,15). 998. Si me siento cristiano de verdad, debo sentirme perfecto e imperfecto a un mismo tiempo. Imperfecto, porque aún no he* conseguido lo que deseo. Perfecto, porque, al menos, ya sé con certeza lo que me falta (In ps. 38,15). 999. Hay algunos que, aunque no duermen, dormitan. Habiéndose apartado una vez del amor de las cosas temporales, vuelven a ellos con renovado afecto y, 163

como adormilados, cabecean. No entregan sus ojos al sueño, pero dan sus párpados al adormecimiento. No se contenten, pues, con despertar. Espabilen, y estén alerta (In ps. 131,8).

13.

"El corazón está inquieto"

1005. Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti (Conf. 1,1,1).

1000. Muchos aprenden las justificaciones de Dios y, al mismo tiempo, las ignoran. Aunque las saben, no las practican. Y por eso las saben a medias (In ps. 118,17,9).

1006. No tiene fin la búsqueda porque no tiene fin el amor (ln ps. 104,3)

1001. Así como el hombre no come el trigo si antes no lo muele para hacerlo pan, así el diablo no come a nadie si antes no lo derriba por la tribulación. Derriba para comer. Cuando te veas, pues, atribulado, permanece íntegro, como el grano, y no te conturbes. ¿Teme, acaso, el grano al trillo? Sólo se muele la paja, mientras el grano se libera de lo superfluo. Después viene la bielda y el grano se queda limpio y el dueño lo mete en el granero. Purificado el grano, el dueño quema el montón de paja en el fuego (in ps. 100,12).

1008. El encuentro con Dios por la fe no debe dar por terminada nuestra búsqueda, búsqueda que se ratifica en el amor. Cuanto mayor es nuestro amor, tanto más intensa ha de ser nuestra búsqueda del ya encontrado (In ps. 104,3).

1002. El diablo no tiene poder para obligar, pero tiene astucia para persuadir (Serm. 17,1). 1003. El que oye la palabra de Dios y no la pone en práctica se parece al enfermo de estómago que come bien, pero no digiere. Y como la falta de digestión le produce nauseas, al final vomita el alimento (Serm. 28,1). 1004. Cuando el hombre sirve a su Creador —de quien fue hecho, por quien fue hecho y para quien fue hecho—, todas las demás cosas le sirven a él (De ver. reí 44,82).

164

1007. Señor, con un secreto aguijón espoleaste mi incertidumbre hasta que mi interna intuición descubrió con certeza (Conf. 7,8,12).

1009. No estés impaciente por oír lo que aún no puedes comprender. Sigue creciendo para que puedas comprenderlo (In ps. 38,3). 1010. No hables de tu propia cosecha. Exponte a la luz que viene de lo alto. Sin su iluminación, cuanto digas será tan falso y confuso como la fuente de donde nace (Serm. 166,3,3). 1011. Advertido de que volviese a mí mismo, entré en lo íntimo de mi corazón y tú fuiste mi guía, y púdelo ver porque tú me ayudaste. Entré y vi con el ojo de mi alma, aunque por encima de ella, una luz inmarcesible: no éste vulgar y visible a toda carne, ni tampoco de la misma naturaleza, sino mucho mayor... Tampoco estaba sobre mi entendimiento como el aceite está encima del agua o como el cielo está encima de la tierra, sino encima de mí porque ella me hizo, y yo debajo de ella porque soy hechura suya. Quien conoce la verdad, co165

noce esta luz. Y quien la conoce, conoce la eternidad (Conf. 7,10,16). 1012. Cuando te conocí por primera vez tú me asumiste y levantaste hacia ti para hacerme ver que había muchas cosas que yo no podía ver. Y con la vehemencia de tus rayos deslumhraste la debilidad de mi vista. Y temblé de amor y de horror, viéndome a mí mismo lejos de ti, en región lejana y extraña (Con/. 7,10,16). 1013. Cantemos, hermanos. No para regalar nuestro descanso, sino para animar nuestro trabajo. Como peregrinos en tránsito cantemos con esperanza, pero sigamos marchando. ¿Estamos progresando en buenas obras, en buena voluntad y en vida recta? Luego estamos en el buen camino. No cantemos para descansar. Cantemos mientras caminamos al descanso eterno (Serm. 256,3). 1014. Este mundo es más peligroso cuando nos halaga que cuando nos hace sufrir. Cuanto más deseable nos parece el mundo futuro, tanto mayor violencia nos hace el presente (Epist. 145,2). 1015. No suspiraríamos por el puerto de una salvación cierta si nos sonriera siempre la calma engañosa de la prosperidad (Epist. 131). 1016. La cresta del monte esta bañada por la luz de la palabra de Dios, que es Cristo. Las laderas, en cambio, están cubiertas por la niebla de los deseos, errantes y pecaminosos, del mundo. Allí arriba están las ovejas que siguen al Buen Pastor. Aquí debajo, los lobos hambrientos, dispuestos a comerse a las ovejas perdidas. La niebla del error y el humo de los malos deseos oscurecen esta región y resulta fácil perder el rumbo en ella (Serm. 46,11,23). 166

1017. Percatémonos de que, mientras vivimos en este mundo, estamos destituidos y en necesidad no sólo en lo referente a esas riquezas que no son verdaderas, sino también a la salud. Y cuando estemos sanos, comprendamos que somos enfermos, pues mientras el cuerpo sienta hambre y sed, mientras se fatigue vigilando, estando de pie, andando y hasta comiendo mientras encuentre nuevas fatigas al buscar alivio para su cansancio, no posee perfecta salud. Más que riquezas, estas cosas son mendicidad, porque cuanto más abundan, más crece la indigencia y aumenta la avaricia (In ps. 122,11). 1018. La salud del cuerpo no es verdadera. Lleva aparejada la debilidad y en todas partes es defectuosa. A cualquier lado que se vuelva desfallece. En la misma ayuda que intenta no halla la estabilidad. Se cansa estando de pie y quiere sentarse. ¿Por ventura permanecerá sentado mucho tiempo? Se cansa vigilando y se echa a dormir. Pero acaso, porque haya dormido, ¿no volverá a desfallecer? Se cansa ayunando, y come, pero, si come demasiado, enferma. Lo mismo que elige para combatir la fatiga acaba por fatigarle de nuevo (In ps. 122,12). 1019. Cuando cumplamos nuestras obligaciones con entereza y prontitud o nos demos a la oración, al ayuno o a la limosna, o distribuyamos nuestros bienes entre los pobres, o perdonemos las injurias "como Dios nos ha perdonado las nuestras", o luchemos contra nuestros vicios "castigando nuestro cuerpo y reduciéndolo a servidumbre", o suframos tribulaciones y, sobre todo, nos soportemos mutuamente en caridad..., hagámoslo todo para gloria de Dios, "que lo hace todo en todos", y seamos fervorosos en el espíritu para que nuestra alma "sea agradable al Señor". Éste es el buen camino. Una vida ni atosigada por un 167

activismo desenfrenado ni atenazada por una vagancia perezosa (Epist. 48,3).

14.

1020. ¿Qué luz es aquella que alumbra con intermitencias y hiere mi corazón sin herirlo? Siento horror y siento amor. Siento horror en cuanto soy desemejante a ella. Siento amor en cuanto le soy semejante. Es la Sabiduría, sí; es la Sabiduría misma la que luce a intervalos rompiendo mis tinieblas y la que, al desmayar, vuelve a dejarme cubierto por el cúmulo caliginoso de mis miserias (Conf. 11,9,11).

1026. Que la palabra de Dios te sirva de espejo. Es un espejo que no engaña, que no adula, que no tiene preferencias por nadie. ¿Estás limpio? Allí te verás limpio. ¿Estás sucio? Allí te verás sucio. Si te miras en él y te encuentras sucio, no acuses al espejo, sino a ti. Ya que el espejo no engaña, no te engañes tu a ti mismo (Serm. 49,5).

1021. Es culpable la esterilidad cuando es voluntaria la infecundidad (Serm. 98,3). 1022. Sembrar bien, es decir, obrar bien es más fácil que perseverar en el bien obrar. Aunque el fruto endulza el trabajo, hay que perseverar en él hasta el tiempo de la cosecha (In epist. ad Gal. 61). 1023. Puesto que estamos de paso en el mundo, hagamos obras que no pasen, a fin de que, cuando hayamos pasado del todo y llegado al término del que no se pasa, volvamos a encontrarnos con ellas (Serm. 111,2). 1024. Busquemos a Dios para hallarle. Y hallémosle para seguir en su búsqueda. Para que le hallemos buscándole, está oculto. Para que, una vez hallado, tengamos que seguir en su búsqueda, es inmenso. El satisface al buscador según la capacidad de su búsqueda, y hace mayor la capacidad de quien le encuentra para que aún tenga que seguir buscándole (In Joan. 63,1). 1025. Cada uno tome de la sagrada Escritura lo que le sea dado según su capacidad. Y cuando no logre entenderla, dé a la palabra de Dios el honor y a sí mismo el temor (De Gen. ad lit. 1,20). 168

Sinceridad y transparencia

1027. La palabra de Dios se produce de tal forma que con su altura pone en solfa a los más soberbios, con su profundidad mantiene a la escucha a los más avanzados y con su afabilidad nutre hasta a los más pequeños (De Gen. ad lit. 5,3). 1028. No deben gloriarse los sarmientos de no ser zarzas, sino de estar unidos a la vid. Por muy hermosos que parezcan, si no viven de la raíz, acabarán en el fuego (Epist. 61,2). 1029. No quiero aplausos, sino buenas costumbres. No quiero la resonancia de las palmas, sino la consonancia de las obras (Serm. 311,4). 1030. Los que viven mal no alaban a Dios. Aunque le prediquen con los labios, le blasfeman con la vida (In ps. 47,10). 1031. Para no verlas, te echas a la espalda mis palabras —dice el Señor—. No las ves, pero te pesan (In ps. 49,24). 1032. Puede alguien hacer cosas buenas y, sin embargo, no obrar el bien al hacerlas. No se hace bien el bien si no acompaña el querer (Con. luí 4,3,22). 169

1033. Nada hay deshonesto para quien es casto (De Ge. ad lit. 16,30). 1034. La sabiduría no se logra "sonando" (diciendo lo que hay que hacer), sino "consonando" (haciendo lo que se dice) (Serm. 311,4,4). 1035. Preocupémonos no sólo de ser buenos, sino también de parecerlo. No sólo de vivir rectamente, sino también de que los hombres vean nuestra rectitud. No sólo de tener la conciencia tranquila, sino también —y en cuanto lo permita la fragilidad humana— de no hacer nada que pueda inducir las sospechas del hermano más débil. No sea que, alimentándonos nosotros de hierba fresca y abrevándonos en agua limpia, pisoteemos los pastos de Dios y enturbiemos la fuente de la gracia donde también se nutren y abrevan las demás ovejas del rebaño del Señor (Serm. 47,14). 1036. La felicidad de una buena conciencia es una pregustación de la felicidad del cielo (De Gen. ad lit. 12,34,65). 1037. La conciencia y el buen nombre son dos aspectos diferentes de la veracidad. La conciencia mira hacia dentro; el buen nombre, hacia afuera. El que se contenta con satisfacer su propia conciencia y se despreocupa de su buen nombre, además de insensible, resulta cruel, sobre todo si ostenta un puesto de responsabilidad. No podemos olvidar que una parte de nuestro compromiso cristianos es "ser modelos de buenas obras" (Serm. 355, 1). 1038. El que protege su vida de acusaciones infundadas se hace justicia a sí mismo. El que, además, defiende su reputación manifiesta su piedad para con el prójimo (De bon. vid. 22,27). 170

1039. Que cada cual entre en la ermita de su conciencia y se examine a sí mismo sin adulación. La mayor tontería que puede hacer el hombre es la de tratar, en vano, de engañarse a sí mismo (In ps. 85,7,8). 1040. Quienes se afanan más por la discusión que por la verdad se interesan menos por los argumentos que por las disculpas. Su preocupación no es la verdad, sino su propio triunfo (Epist. 238,2). 1041. Un testigo mentiroso puede destruir un buen nombre. Pero nadie puede destruir una buena conciencia (Serm. 343,2). 1042. El hipócrita se preocupa menos de su propia salud que de las enfermedades ajenas. Pone en evidencia los errores de los demás para tapar los suyos propios (Serm. 351,1,1). 1043. Haz de tu corazón una audiencia y siéntate en ella como juez de ti mismo. Que tu memoria sea el fiscal, tu conciencia el testigo y el temor de Dios el verdugo. Confiesa allí tus crímenes con toda honestidad y, tras pronunciarte culpable, cumple la pena del dolor y de la penitencia (Serm. 351,4,7). 1044. Bastante malo es estar fuera, pero peor es pre tender estar dentro (Serm. 354,2,2). 1045. Al no elegir nuestra perfección, elegimos nuestra defección (Con. lit. Pet. 2,104,239). 1046. Cuando intentamos tontamente excusar nuestros pecados, lo único que conseguimos es añadir tinieblas a nuestra tenebrosidad (In ps. 138,15). 1047. Los pecados ajenos, sea cual fuere su gravedad, son una pobre disculpa para justificar los propios. En el 171

vano intento de encontrar un patrón en la misma causa, lo único que conseguimos es un camarada en la misma miseria (Serm. 137,7,7). 1048. Es preferible que la impiedad siga en su cueva si, para sacarla de ella, tenemos que servirnos del engaño. Es mejor que la zorra siga en su madriguera que el cazador, al perseguirla, caiga en la fosa (Con mend 7,17). 1049. Si no hay otro modo de prevenir el escándalo que desviarse de la verdad, deja que el escándalo campe por sus respetos y que la verdad sea veraz a sí misma (Con. mend. 1,18). 1050. No trates de jugar el juego sucio de los negocios so capa y apariencia de piedad (Serm. 9,12,20). 1051. Hay algunos a quienes el respeto humano mantiene secretamente separados y el miedo a los demás erróneamente unidos. Tomen nota esos tales de que la conciencia humana yace desnuda ante Dios, a quien no es posible engañar como testigo ni escapar como juez (Epist. 144,3). 1052. Hermanos, arrancad el pecado de vuestro corazón. Darse golpes de pecho y continuar pecando es como dar una mano de barniz a nuestros pecados (Serm. 332,4). 1053. ¿De qué sirve hacer la señal de la cruz sobre la frente cuando esa misma señal no se hace en el corazón? Dios no quiere pintores de sus signos, sino "hacedores" de ellos (In ps. 50,1). 1054. Que vuestro elogio del Evangelio se exprese por medio de la vida. No simplemente aplaudiendo mi 172

sermón, sino armonizando vuestra conducta con la ley de Dios (Serm. 311,6). 1055. Vuestros aplausos, hermanos, son como las hojas del árbol. Lo que se espera de vosotros, sin embargo, no son hojas, sino frutos (Serm. 61,13). 1056. No es difícil escuchar a Cristo, alabar su Evangelio o aclamar al predicador. Otra cosa es seguir a Cristo hasta el final, oír la voz del Buen Pastor y ser parte de su rebaño (In Joan. 45,13). 1057. Para recibir dignamente el cuerpo y la sangre de Cristo hay que estar alerta contra la levadura de las falsas doctrinas y saborear con gozo el pan ázimo de la sinceridad y de la verdad (Serm. Dennis 3,1-4). 1058. No hace mártires la pena. Los hace la causa buena (Inps. 34^13). 1059. ¿Quiénes son los rectos de corazón, es decir, los de corazón recto? Los que rectifican su voluntad de acuerdo con la de Dios, no los que intentan torcer la voluntad de Dios para que esté de acuerdo con la suya. ¿Quieres tener recto el corazón? Haz lo que Dios quiere que hagas; no trates de que Dios haga lo que quieres tú... No te sientes a teologizar sobre lo que Dios debe hacer, enmendándole la plana, sino déjate modelar por él, corrigiendo el rumbo de tu propia voluntad (In ps. 124,2). 1060. ¿Quiénes son los rectos de corazón? Los que, al sufrir en esta vida, no lo atribuyen a la insipiencia, sino al consejo de Dios para su propia medicina, ni presumen de su justicia proclamando que sufren injustamente lo que sufren, ni creen que Dios es injusto porque sufren menos los que pecan más... No te cargues de amargura pensando por qué otros, 173

tal vez peores que tú, prosperan y triunfan en la vida. Piensa, en cambio, que si Dios te castiga es por tus propias faltas y que, al hacerlo, lo único que quiere es tu enmienda (In ps. 63,18). 1061. ¿Quién pone su mirada en la vanidad? El que temiendo morir, muere, es decir, el que temiendo morir, miente y, al mentir para vivir, muere antes de morir. Si mientes para vivir, al mentir mueres. Tratas de evitar una muerte que puedes diferir, pero no eliminar, y, sin embargo, caes en dos: mueres, primero, en cuanto al alma mintiendo y, luego, en cuanto al cuerpo, muriendo (In ps. 30,2,12). 1062. Date golpes de pecho y corrígete del mal hecho (Serm. 82,14). 1063. Las lágrimas, cuando son sinceras, son la sangre del corazón (Serm. 16,6). 1064. Cuando tratamos de ocultar algo a Dios, lo que hacemos es ocultarle a él de nosotros, no a nosotros de él (Conf. 10,2,2). 1065. La verdad es la castidad de la mente (Con. mend. 18). 1066. Las verdades a medias son mentiras enteras (Serm. 148,1).

15.

Camina por la senda de la humildad

1067. Nadie te ha dicho que seas menos de lo que eres, sino que te reconozcas como eres. Reconócete como hombre, débil y pecador. Al confesar y aceptar 174

tus limitaciones, obtienes el carnet de socio en la casa de Cristo, que es casa de redención (Serm. 137,4,4). 1068. Camina por la senda de la humildad si quieres llegar a la eternidad. Cristo, en cuanto Dios, es tu destino. Cristo, en cuanto hombre, es tu camino. Vete a él, pero por él (Serm. 123,3,3). 1069. Dios está arriba, el hombre abajo. Cuanto más trata el hombre de auparse hacia Dios, tanto más se aparta de él resbalando hacia sí mismo. En cambio, cuanto más se humilla el hombre a sí mismo, tanto más se le acerca Dios descendiendo hasta él (In. ps. 33,2,23). 1070. Cualquier otra clase de vicio produce obras malas. Pero la soberbia acecha las mismas obras buenas para conseguir que perezcan (Regla). 1071. Es preferible ser pequeño, pero estar sano, como Zaqueo, que ser grande, pero estar hinchado, como Goliat (De bon. conj. 23). 1072. Fue mejor Job en su estercolero que Adán en su paraíso (Serm. Dennis 21,7). 1073. Existe un modo de ensalzarse a sí mismo sin ser arrogane: ensalza a Dios en ti. No por ser lo que eres, sino porque él te ha hecho así. No por las muchas obras buenas que tú haces, sino porque él te capacita para hacerlas (In ps. 144,7). 1074. La soberbia es un tumor maligno e hinchado que infecta el alma del pecador. La única medicación eficaz para combatirlo es una dosis diaria de humildad (Serm. 142,5,5). 1075. Donde hay caridad hay paz. Y donde hay humildad hay caridad. Así pues, si quieres gozar de la paz, sé humilde (In epist. Joan., proem.). 175

1076. La envidia es hija y criada del orgullo. Por estos dos vicios, orgullo y envidia, el diablo es lo que es (De sane. virg. 31). 1077. La humildad es una cosa tan grande que, de no haber sido enseñada por el único que es grande de verdad, no hubiera sido aprendida jamás por el hombre (De sane. virg. 35,35). 1078. Una misma madre, la soberbia, ha dado a luz a todos los herejes (Serm. 46,18). 1079. El principio de nuestra justificación es la humilde confesión de nuestros pecados (In epist. Joan. 1,6). 1080. No hay suciedad ni corrupción en la cesta de fruta que colocas en la mesa. Sin embargo, todo el esplendor y la belleza de la fruta se deben a la suciedad y la corrupción del abono que pones en la raíz de los árboles frutales (Serm. Wilmart 3,682). 1081. Sé humilde para evitar el orgullo. Y vuela muy alto para alcanzar la sabiduría (In ps. 130,12). 1082. Un hombre orgulloso es una gran miseria. Un Dios humilde es la mayor de las misericordias (De cat. rud. 4,8). 1083. Es mejor un pecador humilde que un santurrón soberbio (Serm. 170,7,7). 1084. Un hombre rico y orgulloso se parece a un saco vacío. En la carne perfila una gran figura, pero en el corazón es un mendigo. No está lleno, sino hinchado (Serm. 36,2). 1085. En mi primer contacto con la Escritura, durante mis años mozos, traté de aplicar a su estudio todo el 176

refinamiento de la dialéctica, pero sin la humildad del verdadero investigador. En vez de llamar a la puerta para que se me abriera, me apostaba contra ella para cerrarla más aún. Desde mi orgullo trataba de entender lo que sólo puede ser entendido desde la humildad. ¡Cuánto más felices sois ahora vosotros, amparados como estáis en mi palabra y en el calor comunitario! Pequeños como sois, os sentís seguros en el nido de la fe y disponéis de abundante comida. Yo, en cambio, miserable como era y creyéndome capacitado para emprender el vuelo, abandoné el nido y, antes casi de despegar de él, me di de bruces contra el suelo. Pero el Señor misericordioso me recogió y me devolvió al nido para que no pereciera a pies de los viandantes (Serm. 51,6). 1086. Observa al árbol. Para crecer hacia arriba, primero crece hacia abajo. Primero clava su raíz en la humildad de la tierra para lanzar luego su copa al alto cielo (Serm. 117,17). 1087. Si no eres capaz de comprender por estar aún en plumones, ten paciencia hasta que tus alas cobren vigor. No sea que, pretendiendo volar sin plumaje, el aura de tu libertad se convierta en despeño de tu temeridad (Serm. 117,17). 1088. Los justos son semejantes a los vasos del alfarero. Necesitan ser cocidos en el horno. Cuídate mucho, por tanto, de no llevar entre el barro de tu condición el aire de la soberbia, no sea que el fuego te haga añicos en el horno (In ps. 120,14). 1089. ¡Ay de los fuertes que no tienen necesidad del médico! Su fortaleza no es salud, sino locura. ¿Quién es, en efecto, más fuerte que el frenético? Y, sin embargo, cuanto más fuerte está, tanto más cerca se halla de la muerte (In ps. 58,1,7). 177

1090. La humildad debe ser proporcional a la grandeza. Cuanto más alto se encuentra uno, tanto más fatídica puede ser su caída (De sane. uirg. 31). 1091. Muchos que se empeñaron en volver a ti y no pudieron por sí mismos, oí decir que lo intentaron por el camino de la superstición y cayeron en el deseo de visiones desatinadas, y fueron víctimas de sus propias ilusiones. Engreídos e hinchados, te buscaban en el énfasis fastuoso de su ciencia, abombando más su pecho que golpeándolo, y por afinidad de su orgullo se atrajeron las potencias del aire, sus compañeras y cómplices, que les engañaron con el mentido poder de la teurgia (Conf. 10,42,67). 1092. Es tan mala la soberbia, que al ángel le convirtió en demonio (In ps. 18,2,15). 1093. No fue la pobreza, sino la humildad, la que otorgó a Lázaro el descanso. Ni fueron las riquezas, sino la soberbia, las que a Epulón le privaron de él (Serm. Dennis 24,3). 1094. No sobrestimes tus propias fuerzas para llegar a la perfección ni presumas de la misericordia de Dios para pecar a tus anchas. De uno y otro extremo, es decir, de subir tan alto y de caer tan bajo, te previene el precepto divino. Si tanto te elevas, caerás en el precipicio. Si tanto te abajas, irás al naufragio (In ps. 31,2,9). 1095. Tú no eres la luz, sino una simple antorcha. Cuida, pues, que no apague tu llama el viento de la soberbia (Serm. 293,3).

16.

La oración, "nuestra fuerza"

1096. De nada sirve la confesión de los labios si no va acompañada de la profesión del corazón (Serm. 365). 1097. ¿Quieres que tu corazón "vuele" hacia el Señor? Ponle dos alas: el ayuno y la limosna (In ps. 62,8). 1098. Haces limosna "de bolsillo" si socorres al mendigo. La haces "de corazón" si al hermano das perdón. Ambas limosnas son necesarias, pues si falta una de ellas la oración no puede levantar el vuelo. No puede volar con una ala sola (Serm. 58,10). 1099. Puede faltar de la oración la mucha locución, pero si persevera el fervor de la intención, no debe faltar la mucha deprecación (Epist. 130,19). 1100. ¿Cómo puedes pedir en nombre del Maestro lo que pides en contra de su magisterio? (In Joan. 73,3). 1101. Sé templo de Dios, pues Dios oye a quien ora en su templo... Sé tu mismo el lugar que buscas para orar, a fin de que, habitado por Dios, seas oído por él en ti mismo (In Joan. 15,25; 67,7). 1102. ¿De qué te sirve cantar las alabanzas de Dios con los labios si tu vida es un continuo sacrilegio? (In ps. 102,28). 1103. La petición y la búsqueda son como "un estiramiento del alma". Un estirarse para alcanzar (Serm. 61,6). 1104. A fuente abundosa, cántaro vacío 87,12).

178

(Serm. 179

1105. Se nos exige el pedir para recibir, el buscar para encontrar y el llamar para que se nos abra. Sin embargo, ¿no es, a veces, nuestra oración tan tibia, y hasta fría, que ni siquiera caemos en la cuenta de su condición? ¡Si al menos nos doliésemos de ello! El simple dolerse de "no darse cuenta" ya es oración (De div. quaest. ad Simpl. 1,2,21). 1106. El que quiere y no puede es que aún no quiere del todo. Ore, pues, para que de tal modo quiera que pueda (De grat. et lib. arb. 25,31). 1107. ¿En qué consiste tu diálogo con Dios? En mostrarte a él, que te conoce, para que él se te muestre a ti, que no te conoces. A él le agrada tu confesión; a ti, su gracia (In ps. 103,4,18). 1108. Dios oye al que le invoca porque ve al que le alaba. Y ve al que le alaba porque conoce al que ama (In ps. 104,1). 1109. Conocerse a uno mismo es oír de Dios lo que uno es, verse a sí mismo como Dios le ve (Conf. 10,3,3). 1110. La palabra de Dios se asienta en nosotros cuando nosotros asentimos a la palabra de Dios (Serm. Morin 1,133,1). 1111. El mal no está en que los hombres nos vean orar, sino en orar para que nos vean los hombres (De ser. Dom. in mon. 2,3). 1112. Dios aplica su oído no a la boca, sino al deseo. No a las palabras, sino a los afectos (In ps. 146,3). 1113. En la meditación se enciende el fuego, es decir, la inquietud prende fuego a los deseos del corazón (In ps. 38,5). 180

1114. La oración que no se hace por medio de Cristo no sólo no borra el pecado, sino que ella misma es pecado (In ps. 108,9). 1115. En mí está la oración al Dios de la vida. Para orar a Dios no necesito ir de compras a un país extranjero, ni hacer una travesía en busca de incienso y aromas, ni seleccionar un becerro o un cordero del rebaño... Dentro de mí está la víctima que he de inmolar, dentro el incienso que he de quemar, dentro el sacrificio que he de ofrecer: sacrificio es para Dios un espíritu contrito... (In ps. 41,17). 1116. No busques fuera la víctima que has de inmolar. Búscala dentro de ti: un corazón contrito y humillado, Dios no lo desprecia (In ps. 50,21). 1117. ¿Qué es lo que me mandas? Inmolar un sacrificio de alabanza. Dame, pues, Señor, el volverme y entrar en mí mismo a fin de que, usando mi conciencia como altar, te ofrezca allí el sacrificio de alabanza (In ps. 49,21). 1118. Saca del arca del corazón el incienso de la alabanza, y de la bodega de la buena conciencia el sacrificio de la fe. Haz de ellas una ofrenda al Señor y préndele fuego por medio del amor (In ps. 55,19). 1119. Cuando nuestro Dios y Señor nos manda orar no lo hace para que le manifestemos nuestra voluntad —que él no puede ignorar—, sino para que, ejercitando nuestro deseo, logremos ensancharlo y capacitarlo para recibir lo que él quiere darnos. Tanto mayor será su don cuanto más fielmente lo creamos, más firmemente lo esperemos y más ardientemente lo queramos. Desde la fe, en la esperanza y por el amor, nuestro deseo se convierte en una oración ininterrumpida (Epist. 130,17). 181

1120. Si te vieses obligado a ofrecer a Dios un sacrificio grato y aceptable a sus ojos, al estilo de los sacrificios de la antigua alianza, quizá no fueras capaz de encontrar nada digno que ofrecerle. Y al no encontrarlo, preocupado sin duda y al propio tiempo impotente, tendrías que decir a Dios: "quiero... y no puedo". ¿Puedes, empero, decir de la alabanza "quiero y no puedo", siendo así que el mismo querer ya es alabar? (In ps. 134,11). 1121. Hay una boca interior... Si preparamos una morada al Señor en nuestro corazón, allí le hablamos y allí somos escuchados. En efecto, no puede estar lejos de nosotros aquel en quien uiuimos, nos movemos y existimos. Lo único que nos aleja de él es la iniquidad. Echemos, pues, por tierra la interpuesta pared del pecado y estaremos con aquel a quien oramos (In ps. 137,3). 1122. Cuando ores, no digas nada sin él y él no dirá nada sin ti (In ps. 85,1). 1123. Sé necesitado de Dios para que seas plenificado por él. Todo lo que tengas sin él aumentará tu vacío (In ps. 85,3). 1124. Tanto mejor nos irá en la vida cuanto más vayamos a aquel que es el mejor (Epist. 155,4,13). 1125. Para encontrarse con Dios es necesario el silencio (In Joan. 17,11). 1126. Cuídate de no perder lo que ya tienes y de pedir a Dios lo que te falta (Serm. 169,15). 1127. ¿Por qué insistes en pedir lo que no estás dispuesto a dar? Por negarte a compartir lo recibido, te incapacitas para recibir lo deseado (In ps. 38,4). 1128. Muchos piden lo que no deben porque no saben lo que les conviene (Serm. 56,2). 182

1129. No tienes pudor si invocas a quien no confiesas. Comienza por confesar para "hacer lugar" a quien invocas. La confesión funde la inmundicia del corazón y limpia tu casa para acoger al invocado. Quien invoca a Dios sin confesarle le ofende en vez de invocarle (Serm. 23,4). 1130. Por los resquicios más pequeños de la fragilidad humana se filtra en la nave del alma el agua salitrosa del mal. No basta con que el náufrago evite las olas —cosa que el cristiano ya hizo por el bautismo—. Tiene que evitar, también, las pequeñas filtraciones y, en último término, achicar el agua por medio de la oración (Serm. Wilmart 2,7). 1131. La verdadera confesión se hace en el corazón. Cuando la boca profesa una cosa y el corazón otra, eso no es confesar, sino "cotorrear" (In Joan. 26,2). 1132. Imitad a la hormiga. Sed hormigas de Dios. Escuchad la palabra de Dios y guardadla en vuestro corazón. Llenad vuestra despensa interior de víveres durante los días felices del verano y así podréis afrontar los días difíciles de la tentación durante los inviernos de vuestra alma (Serm. 38,4,6). 1133. Aprovecha los momentos de paz y soledad para recolectar los granos de la palabra de Dios y almacenarlos en el granero de tu corazón. En los momentos de confusión, cuando no puedas encontrar afuera la paz que necesitas, tendrás siempre la oportunidad de retirarte a tu interior y de sentirte a gusto contigo mismo y con Dios (In ps. 63,3). 1134. No es criticable el orar largo y tendido cuando disponemos de tiempo libre, cuando las obligaciones impuestas por la necesidad del negocio justo nos lo permitan, aun cuando durante el trabajo debemos de 183

orar mediante las aspiraciones del corazón. N o es lo mismo, sin embargo, orar largo y tendido que orar con grandes discursos. No es lo mismo el deseo ininterrumpido que el charloteo inacabable (Epist. 130,19).

1142. ¿Qué es "el clamor del corazón" que se menciona en el salmo? Es la vehemencia del pensamiento del que ora y que, al expresarse en la oración, pone en evidencia su gran afecto interior (In ps. 118,29,1).

1135. Cuentan que los hermanos de Egipto recitan ciertas oraciones a intervalos muy breves. Son oraciones cortas y rápidas, como flechas disparadas por el arco, a fin de que la atención, que es el alma de la plegaria, no se disipe o se adormezca por el cansancio. Mediante esta práctica ponen de relieve que así como no se debe vapulear la atención cuando no puede sostenerse, tampoco debe romperse precipitadamente cuando puede ser sostenida. Cuando persiste el fervor y la atención, la oración debe liberarse de la mucha palabrería, pero no de la mucha instancia. El hablar demasiado al orar es como hacer una transacción necesaria con palabras inútiles. En cambio, para instar al Señor con empeño, basta con suplicarle con una larga, continua y devota elevación del corazón (Epist. 130,20).

1143. El gemido es propio de los desgraciados. La oración es propia de los indigentes (In ps. 26,14).

1136.

Ora bien quien vive bien (De ord. 2,19,51).

1137.

Vive bien quien ora bien (In ps. 85,7).

1138. Una sola oración de un hombre obediente es oída con más presteza por Dios que un millar de oraciones de un recalcitrante (De op. mon. 17,20). 1139. La oración es el afectuoso alargamiento del espíritu hacia Dios (Serm. 9,3). 1140. Vano es el clamor que se eleva a Dios por el sonido de la voz corporal si falta la voz del corazón. Y preñado de instancias es el silencio de la voz d e los labios cuando habla el corazón (In ps. 119,9,1). 1141. Cuando oremos a Dios, de palabra o en silencio, clamemos a él con el corazón (In ps. 118,29,1). 184

1144. Es legítimo pedir lo que es legítimo desear (Epist. 130,13). 1145. Invocas a Dios cuando lo llamas a ti, cuando le invitas a entrar en la casa de tu corazón (In ps. 30,3,4). 1146. ¿Por qué invocas a Dios? Para conseguir riquezas, dice el avaro. Luego invocas a las riquezas, no a Dios. ¿Invocas a Dios o le envileces? ¿Quieres invocarle de verdad? Invócale gratis. ¿Te parece poco que Dios te llene? Si él n o te basta, nada te será suficiente fin ps. 30,3,4). 1147. Muchos oran a Dios por la salud de los suyos, por la estabilidad de su casa, por la felicidad material, por la propia salud corporal —que es el patrimonio de los pobres—. ¿Cuántos oran a Dios por él mismo? Muy pocos. Y, sin embargo, es injusto desear las cosas del Señor y no desear al Señor de las cosas. ¿Puede, acaso, la donación ser preferida al donante? (In ps. 76,2). 1148. Quien pide a Dios un premio y está dispuesto a servirle por él, estima más el premio que pide que a Dios, de quien lo pide. Luego, ¿Dios no tiene premio? Ninguno fuera de él mismo (In ps. 73,32). 1149. Con el corazón pedimos, con el corazón buscamos, a la voz del corazón se nos abre la puerta (Serm. 91,3). 185

1150. El que desea de verdad, aunque ponga sordina a su boca, canta con el corazón. Pero el que no desea, por más que martirice los oídos de los hombres con clamores sin fin, enmudece para Dios (In ps. 86,1). 1151. "La voz de la oración" no es el ruido que produce, sino el espíritu que la alienta. Los ruidos sin alma se llaman sonidos; pueden ser oídos, pero no se entienden. La voz, en cambio, tiene alma e intención: pertenece a los seres vivos. Se oye y se entiende. ¡Cuántos, empero, oran a Dios sin percibirlo y hasta pensando mal de él! Tienen el sonido de la oración, pero no "su voz". Su oración no tiene vida (In ps. 139,10). 1152. Vive de tal manera que tu vida sea una oración. Canta a Dios con la boca, salmodíale con las obras. No te contentes con la formalidad de recitar salmos e himnos. Pon en tus manos el salterio de las buenas obras (In ps. 91,3). 1153. Para orar bien hay que saberse y reconocerse "mendigo de Dios" (Serm. 83,2). 1154. Al orar hay que evitar dos cosas: pedir lo que no debemos y pedirlo a quien no debernos (Serm. 56,2). 1155. Pidamos a Dios que nos dé ánimos para pedirle siempre. Y que él esté siempre atento a nuestras peticiones (Serm. Frang. 2,7). 1156. ¿Cómo te libras del hombre? Evitándolo. ¿Cómo puedes liberarte del diablo? Orando contra él. Tus oraciones son las flechas que le mantienen a raya (Serm. 22,5). 1157. Al luchar contra nuestros enemigos debemos confiar más en nuestras oraciones que en nuestras fuerzas, porque incluso la fuerza que necesitamos para lu186

char contra ellos nos es dada por aquel a quien oramos (Opus imp. con. Jul. 6,15). 1158. Con frecuencia pedimos a Dios cosas de este mundo y no somos escuchados. No somos oídos conforme a nuestra voluntad, pero lo somos conforme a nuestra salud. En cambio, cuando el hombre insiste en pedir la vida eterna, Dios le escucha siempre porque es esto, precisamente, lo que él quiere darle (In ps. 59,7). 1159. Cuando pides a Dios dinero, posición social o ventajas materiales no piensas en él como garante de tus deseos, sino como alcahuete de tu ambición (In ps. 85,8). 1160. No hay ventaja alguna en que Dios oiga nuestros caprichos, sino en que nos oiga para nuestro provecho. No olvides que, siguiendo su petición, los malos espíritus de Gerasa obtuvieron licencia para entrar en una piara de cerdos (Serm. 354,7,7). 1161. Las únicas dos cosas que por su conveniencia permanente merecen ser objeto constante de nuestra oración son: en este mundo, una vida santa; en el otro, la vida eterna (Serm. Morin 4,6). 1162. Cuando la oración brota del alma como una necesidad del alma misma, se convierte en llave de oro, en santo y seña eficaz que abre las puertas del cielo y hace posible el diálogo con Dios. El hombre asciende en oración y Dios desciende en misericordia (In ps. 85,7). 1163. Cuando pidas a Dios cosas terrenas pon tu plegaria en sus manos para que sea él quien decida. No es el paciente, sino el médico, el que hace la receta (Serm. 354,7,7). 187

1164. Cuando vayas a orar comienza por perdonar. Si supieses que en tu casa anidan los escorpiones, ¿no harías una limpieza cuidadosa y a fondo? ¿Por qué, pues, no limpias el corazón —que es la casa de Dios— y echas fuera de él los escorpiones de la ira y del odio? (Serm. 58,7,8). 1165. La oración es mucho más un gemido que una parrafada, un sentimiento interior que un chubasco de palabras (Epist. 130,20). 1166. En el padrenuestro pedimos a Dios que "venga a nosotros", y, sin embargo, le tenemos miedo. Estemos alerta y cambiemos de actitud: de lo contrario nuestra petición caerá sobre nosotros (In ps. 97,9). 1167. Hay una oración que no cesa nunca: es el deseo. No interrumpas, pues, tu deseo y no interrumpirás tu oración. Manten vivo tu deseo. Tu deseo continuado es tu oración ininterrumpida. Callas sólo si dejas de amar. El frío de la caridad es el silencio del corazón. El fuego del amor es el clamor de corazón. Si tu amor está siempre encendido, siempre clamas. Si clamas siempre, deseas siempre. Y si deseas siempre, siempre oras (In ps. 37,14). 1168. El deseo esperanzado es una forma de oración (Serm. 80,7). 1169. No dejes de vivir bien y alabarás siempre a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de su justicia, de lo que a él le agrada. Si no te apartas de la rectitud, aunque calle la lengua, tu vida se hace palabra y el oído de Dios la escucha y la atiende (In ps. 148,2). 1170. No puede obrar mal quien tiene buenos pensamientos (In ps. 148,2). 188

1171. Deseemos continuamente y oraremos continuamente. Pero en ciertas horas debemos retirarnos de otros negocios y cuidados para atender a este único negocio de la oración. Si no se da fuelle al fuego de la chimenea, pronto comenzará a debilitarse hasta acabar por extinguirse por completo. Y a menos fuego, menos calor. Y a fuego extinguido, volverá el frío (Epist. 130,17). 1172. Cuanto más intensos sean los afectos que precedan y acompañen a la oración, tanto mayores serán sus efectos (Epist. 130,16). 1173. Nuestra meditación es una especie de entrenamiento en la alabanza del Señor. Si la felicidad de la vida futura consiste en alabar a Dios, ¿cómo podremos participar esta alabanza si no nos hemos entrenado para ello? (In ps. 148,1). 1174. Alaba y bendice al Señor todos los días para que cuando venga "el día sin término" puedas pasar de una alabanza a otra sin esfuerzo (In ps. 144,2,3). 1175. Imagínate enfermo y en manos del médico. No te ha de costar demasiado el hacerlo porque ésa es, en realidad, nuestra condición habitual. La vida es una enfermedad, y una vida larga es una larga enfermedad. Imagínate, pues, enfermo y bajo la vigilancia del médico. Si en estas circunstancias quieres un vaso de vino fresco, no se te prohibe pedírselo al doctor, aunque, como es lógico, de él depende el que se te conceda. Si tal es el caso cuando te encuentras bajo el cuidado de un hombre, un médico del cuerpo, ¿no es lógico que ocurra lo mismo, y con más razón, cuando te pones en manos de Dios, que es el Médico, el Creador y el Restaurador tanto de tu cuerpo como de alma? (Serm. 80,1,2). 189

1176. Cuando lees la Biblia, Dios te habla. Cuando oras, tú hablas a Dios (In ps. 85,7). 1177. Mi madre iba a la iglesia dos veces al día, sin dispensarse nunca de esta obligación libremente asumida. Y lo hacía no para oír los vanos comadreos y los cuentos de las viejas del barrio, sino para oírte a ti, Señor, en tu Palabra y para que tú la oyeras a ella en sus oraciones (Conf. 5,9,16). 1178. A ti, Señor, me confieso. No lo hago con palabras y voces de la carne, sino con voces del alma y clamor del pensamiento que tu oído conoce... Mi confesión es a la vez callada y no callada. Calla la palabra, grita el afecto... Y yo no digo nada que tú no hayas oído antes, y tú no oyes nada de mí que tú no me hayas dicho primero (Conf. 10,2,2). 1179. Existe un mensaje interior, en forma de susurro, que sólo se oye en el silencio del alma. Es la voz de Dios. Al que la escucha de verdad, la vida le parece un gallinero (In ps. 82,7). 1180. Si al orar mientes, la misma oración te deja al descubierto (Serm. 114,5). 1181. Orar es amar en la alabanza y alabar en el amor (In ps. 147,3). 1182. Para que Dios fuese alabado dignamente por el hombre, Dios sealabó primero a sí mismo. Y porque se dignó alabarse a sí mismo, encontró el hombre modo digno de alabar a Dios. Alabarse el hombre es arrogancia; alabarse Dios, misericordia. Es de provecho, por tanto, amar a quien alabamos, ya que amando al bueno nos hacemos mejores (In ps. 141,1). 190

1183. Nuestra vida está llena de miserias. Nuestro corazón alberga innumerables pequeneces y muchedumbre de vanidades. Unas y otras perturban y hasta interfieren nuestra oración. Y mientras elevamos la voz del corazón al Señor, sin saber casi de dónde, se desploma encima de nosotros toda una bandada de pensamientos frivolos que enturbian y cercenan nuestro diálogo con él (Conf. 10,35,57). 1184. Sólo se pide en nombre del Salvador lo que se pide para la salvación (In epist. Joan. 86,3). 1185. Si en tu oración pides la muerte de los malos, tú mismo te conviertes en uno de ellos por desear un homicidio. Eres, pues, un hombre malo que ora contra otro. Y cuando dices a Dios: "Elimina al malo", él podrá responderte: "¿A cuál de los dos?" (Serm. 90,9). 1186. Conocerse de verdad a uno mismo no es otra cosa que llegar a saber lo que Dios piensa de nosotros (Conf. 10,3,3). 1187. No pidas en tu oración la muerte de los enemigos, sino su corrección. De esta suerte, tus mismos enemigos morirán como tales, pues una vez corregidos dejarán de serlo (In ps. 37,14). 1188. ¿Por qué te empeñas en pedir a Dios que castigue a los demás? Déjalos pasar, no trates de impedirlo. ¿O es que, porque tú hayas pasado, ha de cortarse el puente de la misericordia de Dios? (Serm. 24,12). 1189. Reconoce en los preceptos lo que debes hacer; en la corrección, lo que por tu culpa no has hecho; y en la oración, lo que necesitas para hacerlo (De corrept. et grat. 3,5). 1190. Los mandamientos de Dios son buenos. Pero hay que saber usar de ellos con rectitud. Dios, en su 191

justicia, no manda nada imposible. Al dictarnos sus preceptos, nos intima a hacer lo que podamos y a pedir lo que no podamos (De nat. et grat. 69,83).

1200. Es posible que exista la fe sin la caridad, pero no es posible que aproveche sin ella (De Trin. 15,18,32). 1201. Una fe sin amor es una fe de demonios (In epist. Joan. 10,1).

17.

¿Creyentes o seguidores?

1191. La palabra fides (fe) se deriva de faceré (hacer). Por eso tener fe o "ser fiel" consiste en "hacer lo que se dice" (De mend. 20,41). 1192. Peor que el culto a los ídolos es el culto a los propios fantasmas, ideas y pensamientos, esa "torre de Babel" que el alma se construye de la mano del orgullo y la perversión (Epist. 137,4,16). 1193. A fe íntegra, integridad fiel (Serm. 291). 1194. Una fe que no piensa no es fe (De praed. sane. 2,5). 1195. Nadie pierde la fe si no la desprecia (In ps. 55,19). 1196. Donde termina la razón, allí comienza la fe su edificación (Serm. 347). 1197. Creyó María y se hizo en ella lo que creyó. Creamos también nosotros para que pueda aprovecharnos lo que se hizo (Serm. 215). 1198. La fe no consiste en saber lo que se cree, sino en creer a quien lo sabe. No en ver a Dios, sino en creer lo que Dios ve (In ps. 36,2,2). 1199. No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia por Madre (De symbolo 4,13). 192

1202. Creer demasiado en lo presente es no creer lo bastante en lo futuro. Fiarse demasiado de lo que se ve es no fiarse lo bastante de lo que Dios ha prometido (Serm. 32). 1203. No os dejéis engañar por el que engaña sin remedio (el diablo). Y no tengáis miedo de ser engañados por el que sin remedio no puede engañar (Dios) (Serm. 19,6). 1204. No es lo mismo creer "a" Dios que creer "en" Dios. Creer en Dios supone no sólo darle fe, sino adherirse a él, cooperar con él en las buenas obras que él hace en nosotros (In ps. 77,8). 1205. El Evangelio define la verdadera lealtad servicial con estas palabras: porque has sido fiel en lo poco, te constituiré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor. Un siervo tal, ni habla antes de creer ni se calla tras haber creído. Ni da de lo que no tiene ni se guarda lo que recibe... Su fidelidad no está tanto en haber preservado lo recibido cuanto en haberlo puesto a producir, arriesgándose y negociando con ello. Por eso no dice: "creí y hablé", sino hablé porque creí. Creyó, efectivamente; tanto en el premio que debía esperar si hablaba como en el castigo que debía sufrir si callaba (In ps. 115,1-2) 1206.

La fe es la llave del corazón (Serm. 177,4).

1207. La fe es para el alma como para el buen árbol la raíz: absorbe la humedad de la tierra y da vida a los 193

frutos hasta llevarlos a sazón. La infidelidad, en cambio, es como la raíz de la zarza: presta su jugo vital a las ramas, pero sólo para producir espinas (In ps. 139,1). 1208. Fe es creer lo que no vemos. El premio de la fe es ver lo que creemos (Serm. 43,1,1). 1209. La fe es un grado de conocimiento. El conocimiento es la culminación de la fe (Serm. 126,1,1). 1210. La fe abre la puerta al conocimiento. La incredulidad, la cierra (Epist. 136,4). 1211. El que anda a la caza de milagros para cimentar su propia fe se constituye a sí mismo en el mayor de los milagros al rehusar creer lo que todo el mundo cree (De ciu.Dei 22,8). 1212. La oración sin la fe es una fórmula vacía. ¿Hay alguien tan insensato como para perder su tiempo pidiendo lo que no cree? La fe es el manantial; la oración, el arroyuelo. ¿Cómo puede correr el arroyuelo si el manantial está vacío? (Serm. 115,1,1). 1213. Cree para entender. Y entiende para creer (In Joan. 29,6). 1214. Cada mañana te pones tu vestido para cubrir la desnudez y defenderte del frío. ¿Por qué no cubres, también, tu alma con el vestido de la fe? Recuerda cada mañana las verdades del credo y da un repaso a tu vida con la vara de la fe. De lo contrario tu alma sufrirá la desnudez del olvido y comenzará a agriparse con el frío de la despreocupación (Serm. 58,11,13). 1215. Las buenas obras son el resultado de las buenas intenciones. "Vías buenas intenciones nacen de la fe (In ps. 31,2,4). 194

1216. Mientras deambulamos en las sombras estando ausentes del Señor y caminando por la fe, que no por la visión, debemos sentirnos desolados y empeñarnos en la oración, atendiendo con los ojos del alma a la palabra de Dios "como a luz que luce en las tinieblas" hasta que "la estrella de la mañana salga en nuestro corazón" (Epist. 130,2,5). 1217. El verdadero creyente se sabe siempre un principiante. Es tal la profundidad que se descubre no sólo en las fórmulas con que se expresan las verdades, sino también en las verdades mismas, que incluso los más avanzados en años, los más agudos en inteligencia y los más ardientes en celo por saber se reconocen incluidos en aquel dicho de la Escritura: Cuando el hombre ha terminado, entonces comienza (Epist. 137,3). 1218. Creer es llegar (Serm. 131,3). 1219. Creer es asentir racionalmente (De praed. sane. 2,5). 1220. Tu fe es tu justicia. Porque si crees evitas los pecados. Si evitas los pecados, intentas buenas obras. Y Dios sabe de tu deseo y escudriña tu voluntad, y sopesa tu lucha con la carne, y te exhorta a pelear, y te ayuda a vencer. Dios contempla al luchador, levanta al caído y corona al vencedor (In ps. 32,2,1,4). 1221. Donde no hay fe no hay obra buena. La intención es la forja de las obras y la fe es la guía de la intención (In ps. 31,2,4). 1222. No creería en el Evangelio si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia católica (Con. epist. manich. 5,6). 1223. En la Iglesia católica se da esa simplicidad que garantiza la fidelidad... Son muchos los motivos que me 195

retienen en ella: la armonización de distintos pueblos y naciones en su seno, la autoridad cimentada en los milagros, nutrida en la esperanza, aumentada en la caridad, confirmada por la tradición... La cátedra del apóstol Pedro, la sucesión de los obispos..., el propio nombre de "católica" (Con. epist. tnanich. 4,5). 1224. Cristo con sus milagros se concilio la autoridad, con la autoridad se mereció la fidelidad de los suyos, con esta fidelidad se ganó a la multitud de las gentes, con las gentes enraizó la tradición y con la tradición confirmó la religión (De ut. cred. 16,32).

1229. Según la capacidad con que el vaso de la fe se acerque a la fuente de la gracia, así será la llenumbre (In Joan. 32,7).

18.

¿Viviendo "en esperanza" o simplemente "a la espera"?

1230. No pongas tu esperanza en lo que te ofrece el Señor, sino en el mismo Señor que te lo ofrece (In ps. 39,7).

1225. Para poder recibir lo que te falta es necesario que te vacíes de lo que te sobra (In ps. 136,10).

1231. Lo más opuesto a la esperanza es vivir de espaldas al futuro (Serm. 105,7).

1226. En las cosas humanas nos conduce la razón. En las divinas, la razón no se basta: pestañea, suda, se inquieta por el deseo, pero queda deslumbrada por el resplandor de la verdad. Y ahita de cansancio, más que por propia elección, se vuelve a la rutina de sus tinieblas... Viene entonces en su auxilio la autoridad, que aunque no es la luz participa de ella y, mediante signos y voces, la acerca a la verdad (De mor. Eccl. cath. 1,7,11).

1232. La vida de la vida mortal es la esperanza de la vida inmortal (In ps. 103,4,17).

1227. La suprema autoridad es la de la verdad. Pero como somos deudores a los tiempos y el amor de las cosas terrenas nos impide la contemplación de las divinas, necesitamos una especie de medicina que nos capacite para recibir la salvación. Esa medicina es la fe (De ver. reí. 24,45).

1235. El deseo es la sed del alma. La esperanza es el alivio del deseo (In ps. 62,5).

1228. Prepara tu vaso para ir a la fuente, a la fuente de la gracia. ¿Qué significa "prepara tu vaso"? Crezca tu fe, aumente tu fe, robustézcase tu fe (Serm. Frang. 2,6). 196

1233. No hay razón para una tristeza duradera donde hay seguridad de una felicidad eterna (Epist. 263,4). 1234. Toda mi esperanza estriba en tu sola misericordia. Dame, Señor, lo que pides, y pídeme lo que quieras (Conf. 10,29,40).

1236. La esperanza es la levadura-del amor (De bon. vid. 20,25). 1237. La buena conciencia conduce a la esperanza. La mala conciencia, a la desesperación (In ps. 31,2,5). 1238. Si te sientes peregrino, sufre el camino por mor del destino (In ps. 122,2). 197

1239. La fidelidad del hombre consiste en creer a Dios que promete. La fidelidad de Dios en dar al hombre lo prometido (Inps. 32,2,19). 1240. No os pido que pongáis vuestra esperanza en mí, sino que pongáis vuestra esperanza en Dios conmigo (In ps. 145,9). 1241. Confía en Dios: él siempre da lo que promete. Sabe lo que promete porque es la Verdad. Puede otorgarlo porque es la omnipotencia. Dispone de ello porque es la Vida misma. Ofrece todas las garantías porque es la eternidad (In ps. 35,13). 1242. Quien encuentra deleitable la peregrinación de esta vida no ama de verdad la tierra de promisión de la vida eterna. Toda peregrinación, por su misma naturaleza, es dura y cansada. Sólo se emprende con ánimo por la esperanza de llegar a la meta (In ps. 85,11). 1243. ¿Qué haces cuando tienes el trigo en un bodegón húmedo? Lo cambias rápidamente a un lugar alto y seco. ¿Cambias de lugar el trigo y dejas que tu corazón se enmohezca en las cosas inferiores? Lo mismo que subes el trigo, ¡arriba, también, el corazón! (In ps. 85,6). 1244. La vida de un buen cristiano es un acto ininterrumpido de esperanza. Deseando y esperando, amplía su capacidad para el tiempo de la verdad. Si tu granero se quedase pequeño para almacenar el grano previsto, seguramente lo ampliarías antes de la recolección para dar cabida, con seguridad y provecho, a la cosecha. De la misma forma Dios, al retener sus premios por u n tiempo, ensancha y ahonda el deseo del hombre y añade capacidad a su alma. Cultivemos, pues, nuestro deseo en la esperanza de unacosecha abundante (In epist. Joan. 5,7). 198

1245. La esperanza es un crédito de futuro (In ps. 123,2).

19.

Todo es gracia

1246. Los hijos de Dios son actuados por el Espíritu de Dios (Rom 8,14). Son actuados para que actúen; para que actúen como deben actuar y, al actuar de esta forma, den gracias a aquel que les da la gracia de actuar así. Son actuados para que actúen... Y por eso se les muestra cómo deben actuar. Para que al actuar como deben, es decir, con dilección y delectación de la justicia, se alegren de haber recibido la suavidad que necesita su tierra para dar el fruto (Ps. 84,13). Cuando no actúan, no haciendo lo que deben o haciéndolo sin caridad, oren humildemente para poder recibir lo que aún no tienen (De correp. et grat. 2,4). 1247. Dirá alguien: lejos de actuar, somos actuados. Le respondo: en tanto actúas en cuanto eres actuado, y sólo entonces actúas bien cuando eres actuado por el Bien. El Espíritu de Dios, que actúa en ti, te sirve de ayuda para que actúes tú..., para que tú te ayudes a ti mismo (Serm. 156,11,11). 1248. Sólo Dios es el justo-justificador. Los demás son justos-justificados (Epist. 185,9,37). 1249. El mismo que nos justifica nos deifica, puesto que él, al justificarnos, nos hace hijos de Dios. ¿Y qué son los hijos de Dios sino dioses? Dioses por gracia de adopción, no por naturaleza de generación (In ps. 49,2). 125.0. El hombre no es bueno si no quiere serlo. Pero Dios mismo le ayuda para quererlo (Con. duas epist. Peí 1,18,36). 199

1251. La ley manda (iubet), el espíritu ayuda (iuuat). La ley hace saber al hombre lo que debe hacer, el espíritu le ayuda a hacer lo que debe (Serm. 249,2). 1252. Dios no abandona su obra si no es abandonado por ella (In ps. 145,9). 1253. Dios puede salvar a quien no lo merece, porque es bueno. Pero sólo puede condenar a quien lo merece, porque es justo (Con. Jul. 3,18,35). 1254. Dios puede dar males por males, porque es justo; bienes por males, porque es bueno, y bienes por bienes, porque es bueno y justo. No puede, en cambio, dar males por bienes, porque no es injusto (De grat. et ¡ib. arb. 23,45).

1259. Si Dios no da la suavidad, nuestra tierra sólo da la esterilidad (Serm. 169,8). 1260. Dejó las redes el pescador, se dio la gracia al pecador y de él se hizo un divino orador (referencia a san Pedro) (Serm. 87,12). 1261. Nos amó sin ser amables, y al amarnos nos hizo amables (Serm. Frang. 5). 1262. Nos amó infieles para hacernos fieles, injustos para hacernos justos, enfermos para hacernos sanos (In epist. Joan. 10,9). 1263. Sólo se hace lo que manda el Señor cuando el espíritu del hombre coopera con el Espíritu operante de Dios (Inps. 77,8).

1255. Sólo canta dignamente al Señor el que recibe de él el poder cantarle (In ps. 34,1,1).

1264. Cuando damos las gracias a Dios, en realidad no las damos, sino que las recibimos. Le damos gracias por su gracia (In ps. 88,2,14).

1256. No hay pecado que haga un hombre que no pueda hacer otro hombre si no le ayuda el Hacedor del hombre (Serm. 99,6).

1265. Sin el auxilio del Señor se puede batallar, pero no se puede vencer (In ps. 106,10).

1257. ¿Nos ama Dios porque le amamos nosotros o amamos a Dios porque él nos ama? Amamos a Dios —contesta san Juan— porque él nos amó primero. Amamos porque fuimos amados, puesto que amar a Dios es un don de Dios. Él nos dio el que le amáramos cuando nos amó sin que le amáramos. Fuimos amados cuando éramos displicentes a su amor para que él pudiera encontrar en nosotros algo en que pudiera complacerse (In Joan. 102,5). 1258. La palabra de Dios es para el hombre como el anzuelo para el pez: sólo la "captura" de verdad cuando es capturado por ella (In Joan. 42,1). 200

1266. Si no ha sido justificado, el hombre no puede hacer la justicia (In ps. 110,3). 1267. Si quieres rebosar de gracia, bebe gracia. ¿Qué significa "bebe gracia"? Conócela y entiéndela... Conoce y entiende que Dios no sólo te creó graciosamente, sino que más graciosamente aún te ha recreado (In ps. 144,10). 1268. Puedes deshacerte, pero no puedes rehacerte. Sólo te rehace el que te hizo (In ps. 94,10). 1269. Vosotros no sois dioses, yo sí lo soy —dice el Señor—, Yo creé y yo recreo. Yo formé y yo reformo. 201

Yo hice y yo rehago... Si vosotros no pudisteis formaros, ¿cómo podréis reformaros? (In ps. 45,14).

dos. Si precedieran los méritos, la gracia no sería gracia (In Joan. 86,2).

1270. luntad, sanada llenada

1275. Ni el hombre se basta a sí mismo ni hay cosa que pueda abastarle cuando vive de espaldas a aquel que es el único suficiente (De Trin. 10,5,7).

Nuestro es el querer, suya es la gracia. La vode hecho, es amonestada para que se decida, y para que pueda, y dilatada para que reciba, y para que posea (De bon. vid. 1,21).

1271. Escuchemos al Señor que manda y que ayuda. Manda lo que debemos hacer y ayuda para que podamos hacerlo. A unos, sin embargo, la excesiva confianza en su propia voluntad los arrastra a la soberbia. A otros, en cambio, la excesiva desconfianza de sí mismos los sepulta en el desaliento. Aquéllos dicen: ¿Para qué vamos a pedir a Dios que nos ayude en la tentación si nosotros mismos podemos superarla? Estos, en cambio, dicen: ¿Para qué vamos a esforzarnos en vivir bien si es cosa que depende del poder de Dios? ¡Oh Señor, oh Padre que estás en los cielos! No nos dejes caer en semejantes tentaciones, sino líbranos del mal(/n Joan. 76,4). 1272. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo vienen a nosotros cuando nosotros vamos a ellos. Vienen prestando ayuda, vamos prestando obediencia. Vienen iluminando, vamos contemplando. Vienen llenando, vamos hambreando. Por este admirable intercambio nuestra visión de ellos no es externa, sino interna; y su habitación en nosotros no es transitoria, sino eterna (In Joan. 76,4). 1273. No es que guardemos sus preceptos para que él nos ame. Si él no nos amase, no podríamos guardar sus preceptos (InJoan. 82,3). 1274. No hemos sido elegidos porque fuéramos buenos los que no seríamos buenos de no haber sido elegi202

1276. Dios no nos ayuda a pecar, pero sin su ayuda no podemos obrar la justicia. Así como los ojos del cuerpo no necesitan del concurso de la luz para no ver, pero sin su concurso les es imposible la visión, del mismo modo Dios, que es la luz del hombre interior, actúa en la mirada de nuestra alma para que obremos el bien según las normas de su justicia, no de la nuestra (De pee. mer. et rem. 2,5,5). 1277. Ambas cosas son verdaderas: tanto que Dios prepara los vasos para la gloria como que también ellos se preparan. Dios hace que el hombre haga (Con. luí. 1,134). 1278. Para que fuéramos capaces de ver, fuimos antes vistos, es decir, iluminados. Para que fuésemos capaces de amar, antes fuimos amados (Serm. 174,4). 1279. Dios, con su gracia, inspira al hombre el deseo de hacer el bien para que no lo haga con disgusto, sino con placer (Con. duas epist. peí. 2,8). 1280. Cuando se quiere y se ama el bien, el acto de quererlo y de amarlo es nuestro y es de Dios. Suyo, llamándonos a él. Nuestro, respondiendo y haciendo su llamada (Ad Simpl. 1,2,10). 1281 ¿Cómo sana Dios al hombre? No sólo perdonando sus pecados, sino también ayudándole para que no vuelva a cometerlos (De nat. et grat. 26,29). 203

1282. La gracia de Dios es como un rocío de suavidad o una bendición de dulzura que excita y anima nuestro deleite para que deseemos y amemos lo que él nos manda (Con. duas epist. peí. 2,21). 1283. La gracia no procede del mérito —que sería justicia—, sino el mérito de la gracia —que es misericordia— (Serm. 169,3). 1284. ¿Por qué se llama "gracia"? Porque se da "gratis". Porque no preceden los méritos propios, sino el favor divino (In ps. 30,6). 1285. Dios se ha hecho nuestro deudor no por haber recibido de nosotros la oferta de nuestro querer, sino por habernos él ofertado el suyo. Por eso podemos decirle y exigirle: Danos, Señor, lo que prometiste, pues hemos hecho lo que nos mandaste, es decir, porque tú mismo lo hiciste con nosotros al ayudarnos a hacerlo (Serm. 158,2). 1286. Sin mí no podéis hacer nada. No dijo: "sin mí podéis hacer poco", sino nada. Trátese, pues, de poco o de mucho, no puede hacerse sin aquel sin el que nada se puede hacer (In Joan. 81,3). 1287. Nadie te va a echar en cara que reconozcas lo que tienes, sino que pretendas que lo que tienes es tuyo. Acepta, sí, que tienes loque tienes, pero que nada tienes de ti mismo. De esta forma ni serás soberbio ni te convertirás en desagradecido (In ps. 85,4). 1288. A la gracia no se llega por la libertad, pero sí se logra la libertad por la gracia (De correp. et grat. 8,17). 1289. Si falta el solaz que promete el Señor, los solaces humanos tienen más d e desolación que de consolación (Epist. 130,2,3). 204

1290. Nadie puede querer si no es amonestado, sea desde dentro, sea desde fuera. Cuando el Señor invitó a las bodas (Le 14,16) no todos los invitados acudieron, pero los que acudieron no lo hubieran hecho de no haber sido invitados. Los que se negaron a asistir fueron responsables de su negativa. Los que aceptaron no tuvieron de qué gloriarse, pues aunque vinieron libremente, antes fueron invitados. La vocación, la llamada, la invitación preparó la voluntad. Esta vocación, ya se trate de personas, de pueblos o de todo el género humano, es un plan misterioso y profundo de Dios que va obrando según la coyuntura de los tiempos (De diu. quaest. 83,68,5). 1291. La justificación es un don de Dios, pero no se nos concede sin nuestra colaboración. Nuestra es la voluntad, suya es la gracia. La justicia de Dios existe sin nosotros, pero no se nos aplica sin nuestra colaboración (Serm. 169,11,13). 1292. No hemos sido llamados por Dios por ser santos. Somos santos por haber sido llamados por Dios (In epist. adRom. 7). 1293. No podemos guardar los mandamientos de Dios a no ser que nos decidamos a ello, pero nuestra misma decisión es preparada por el Señor. Debemos, pues, pedirle la fuerza de voluntad necesaria para guardarlos voluntariamente. Es verdad que somos nosotros los que queremos cuando queremos, pero es Dios quien nos hace querer lo que es bueno. Es verdad que somos nosotros los que actuamos cuando actuamos, pero es él quiennos hace actuar libremente, dando fuerza eficaz a nuestra voluntad (De grat. et ¡ib. arb. 16,32). 1294. Al premiar nuestros méritos, Dios premia sus dones (Epist. 194,5,19). 205

1295. No debemos insistir tanto en la gracia de Dios que demos al traste con la libertad del hombre. Pero tampoco debemos insistir en la libertad del hombre hasta el extremo de dar al traste con la gracia de Dios (De pee. mer. et rem. 2,18,28). 1296. Los hombres no son dioses por naturaleza, pero se hacen dioses por participación en el Único que lo es por naturaleza (In ps. 118,16,1). 1297. El que vive de acuerdo con la ley, pero sin la ayuda de la gracia.de Cristo, debe ser considerado como injusto. Es cierto que la ley es santa, pero el obedecer a la letra de la ley por el solo imperio de la voluntad, sin el espíritu que da la vida, no es justificación, sino muerte (Con. duas epist. peí. 3,7,23). 1298. Con frecuencia estoy en duda de mi conciencia. Pero estoy siempre cierto de la gracia de Dios (Con. /ir. Per. 3,7,23). 1299. La gracia de Dios no sólo nos hace conocer lo que debemos hacer, sino también hacer lo que hemos conocido. No sólo creer en lo que debemos amar, sino también amar lo que hemos creído (De ag. chn'sr. 12,13). 1300. Sin la gracia de Dios se puede obrar con libertad, pero no se puede obrar con rectitud. Tal libertad acaba siendo una farsa: no deja más opción que la de obrar mal (Serm. 156,12,13). 1301. Dios no saca provecho de la justicia del hombre, sino el hombre de la gracia de Dios. A nadie se le ocurre proclamar, tras haber saciado la sed, que con ello ha ganado la fuente, ni se le ocurre pensar, tras abrir los ojos, que con ello ha mejorado la luz (De ciu. Dei 10,5). 206

1302. Dios no manda cosas imposibles, sino q u e a ] mandar te amonesta para que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas (De nat. et grat. 43,50). 1303. Para hacer el pecado te bastas a ti mismo. p a r a obrar la virtud necesitas ayuda (Serm. Morin 17,7). 1304. Para arruinar tu salud te sobra tu esfuerzo. Para recuperarla, en cambio, necesitas de la ayuda del médico (Serm. 156). 1305. La libertad fue perfecta en el primer hombre, pero ya no lo es en nosotros. Nuestra libertad no es para no pecar, sino sólo para no querer pecar. £ s l a gracia la que hace no sólo que queramos obrar el bien, sino que podamos hacerlo. No son nuestras fuerzas, sino el auxilio del Libertador (/n epísr. ad Rom. 13,18). 1306. Podemos hacer lo que queremos, pero nu es tra voluntad es preparada por el Señor. No hay, pues, contradicción entre nuestra voluntad y la gracia de Dios (Retract. 1,22,4). 1307. Las buenas obras son producto de la grac¡a. Lo mismo que el fuego no calienta para arder, sino Porque arde, y que la rueda no corre para ser redonda, sino porque lo es, así nadie obra el bien para recibir la gracia, sino porque la recibe (De diu. quaest. ad Simpl. 1,2,3). 1308. ¿Cómo puede el alma darse la justicia a sí rrúsma si, al pecar, se quedó sin ella? (De Trin. 14,15,21). 1309. Cuando falta la ayuda de la gracia, la ley, a u n . que buena, estimula el apetito malo a la manera q u e e ] ímpetu del agua se hace más violento con la oposición de algún obstáculo. Cuando dicho obstáculo es vencido, el agua se precipita en mayor cantidad y con rnayor fuerza por la pendiente (De spit. et lit. 4,6). 207

1310. Así como el ojo, aunque esté perfectamente sano, no puede ver los objetos si no es con ayuda de la luz, así también el hombre, aunque esté espiritualmente sano, no puede vivir bien si no le ayuda la luz eterna de [ajusticia (De nat. et grat. 27,30). 1311. Que nadie se jacte de sus obras de misericordia como si por ellas, cual cosa propia, hubiese merecido el favor de Dios. Incluso para practicar las obras de misericordia necesita y recibe la misericordia de aquel que la reparte según su beneplácito (De diu. quaest. ad Simpl. 1,2,9). 1312. Todo el que ignora o desprecia la justicia de Dios pretende establecer la suva propia (De gratia Christi 1,42,46). 1313. Dios no es injusto con nadie. Tanto si perdona la deuda como si exige su pago, ni aquel a quien se la exige puede quejarse de ser tratado injustamente ni el favorecido con el perdón puede gloriarse de sus méritos. El uno paga lo que debe. El otro sólo tiene lo que ha recibido (De diu. quaest. ad Simpl. 1,2,3). 1314. La gracia es la que justifica, a fin de que el justificado pueda vivir justamente (De diu. quaest. ad Simpl. 1,2,3). 1315. Nunca haces nada bueno que él no haga en ti y contigo. A veces él hace en ti lo que tú no haces, pero todo lo que tú haces de bueno siempre lo hace él en ti (Serm. 56,7). 1316. Dios corona al que se mantiene en pie, ordena al que se cae y da la mano al que quiere levantarse (De cat. rud. 18,29).

208

20.

¡Teme para que no temas!

1317. Ya no os llamo siewos... Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. ¡Cosa admirable! No pudiendo servirle sin cumplir sus mandatos, ¿cómo es que, cumpliendo sus mandatos, no seremos siervos? Si no seremos siervos cumpliendo sus mandatos ni podremos servirle sin cumplirlos, quiere decirse que sólo sirviéndole no seremos siervos (In Joan. 85,2). 1318. Ya que nos dio la potestad de ser hijos de Dios, seamos hijos y no siervos para que, en forma admirable, pero verdadera, seamos "siervos no siervos", es decir, siervos por el temor casto —como el siervo que entra en el gozo de su señor— y no siervos por el temor impuro —como el siervo que no permanece en la casa para siempre—. A fin de llegar a ser tales "siervos no siervos", no olvidemos que tal logro es obra del Señor. El "siervo siervo" lo ignora porque no sabe lo que hace su Señor, y se gloría de lo que tiene como si no lo hubiera recibido. El "siervo no siervo", en cambio, sabiendo lo que hace su Señor, no se gloría de sí mismo (In Joan. 86,1). 1319. La palabra de Dios nos enseña a no temer aunque tengamos miedo y a no temer cuando tengamos miedo. Temamos, pues, para que no temamos (Serm. 65,11). 1320. Teme al Señor para no volverte atrás. Amale para ir hacia delante (Epist. 144,2). 1321. Hay dos clases de espíritu de temor. Uno es el espíritu de la esclavitud del miedo (Rom 8,15). El otro es el espíritu del temor del Señor (Is 11,3). El primero es servil; el segundo, libre. El primero nos hace esclavos; el segundo, hijos. 209

¿No es cierto que el miedo de la adúltera es distinto del miedo de la esposa fiel? La adúltera tiene miedo de que venga el marido; la esposa fiel tiene miedo de que el marido se vaya (In Joan. 43,7). 1322. De la misma forma que la oscuridad de la noche no puede apagar el brillo de las estrellas en el firmamento, la injusticia humana no puede extinguir la lucidez del espíritu que ha fijado su órbita en el firmamento de Dios y de las Escrituras (In ps. 93,29). 1323. No os hagáis ilusiones. El hombre no puede escapar del miedo refugiándose en su propia insensibilidad, en su cara dura, en su ambición o en su supersticiosa credulidad, sino sólo despegándose conscientemente de todo lo perecedero. Esta superación de las cosas transitorias por el afecto produce una alegría tan sólida y permanente, que no admite comparación con ninguna otra (Epist. 10,2). 1324. Es cierto que nadie debe ser forzado a aceptar la fe contra su voluntad. La rectitud moral es algo que debe ser asumido libremente. De ello no se sigue, sin embargo, que la inmoralidad y la falta de rectitud no deban ser castigadas por la ley (Con. lit. Pet. 2,83,184). 1325. No vivas con miedo al miedo, sino con miedo al pecado. El miedo al pecado provocará tu vergüenza y, avergonzado, buscarás la corrección (In ps. 120,1,5). 1326. La antipatía y la envidia son retoños del orgullo, como la hipocresía lo es de la búsqueda de honores. La única forma de superarlas es combinando el temor de Dios y el amor al prójimo. No deberíamos, en efecto, estar pendientes de premios humanos cuando aspiramos a uno celestial. Ni debiéramos apropiarnos la estima de los hombres cuan210

do esa misma estima debe redundar en bien de los demás (Epist. 22,7). 1327. Hay dos juicios de Dios: el juicio oculto, por el que cada uno es ahora atormentado para que se purifique, avisado para que se convierta o, si desprecia la enseñanza de Dios, cegado para que se condene; y el juicio manifiesto, por el que, tras la confesión de cada uno, se dará al final el premio a los buenos y el suplicio a los malos. O confiesas, pues, ahora, o tendrás que confesar más tarde. La confesión de ahora es remedio de tus males. La de entonces será el colmo de tu condenación (In ps. 9,1). 1328. El verdadero temor de Dios no es servil, sino casto. Amando gratuitamente no teme ser castigado por aquel a quien teme, sino separado de aquel a quien ama (In ps. 18,2,10). 1329. Son, sin duda, mejores los que se rigen por el amor. Pero son más numerosos los que se corrigen por el miedo (Epist. 185,21).

21.

En camino hacia la unidad

1330. De acuerdo con el salmo, Dios da su bendición a los que habitan "en uno". Reciben la bendición de Dios porque unánimemente le bendicen. Si viven er discordia, no bendicen al Señor. Y, por tanto, tampoco el Señor los bendice. Sus labios desgranan la bendición, pero sus corazones le maldicen (In ps. 132,13). 1331. El que abandona la unidad se hace desertor de la caridad. Y si deserta de la caridad, aunque posea 211

todo lo demás, se convierte en nada. En vano se posee todo lo demás cuando lo único necesario no se posee (Serm. 88,18,21).

1340. La soberbia pare la división. La caridad da a luz a la unidad (Serm. 46,18).

1332. Si al constatar tu deserción de la unidad no te salen los colores, es que no tienes sangre en las venas (Epist. 87,6).

1341. Más seguro se halla en el Cuerpo de Cristo el que se sabe dedo, pero está sano, que el que se cree ojo pero está ciego. Camina más seguro el que goza de la salud de la unidad que el que apetece la enfermedad de la desunión (In ps. 130,8).

1333. La sangre de Cristo clama aquí en la tierra. Cuando los hombres han participado de ella, todos a una dicen: "Amén". He aquí la voz inconfundible de la sangre que clama por boca de los fieles a los que ha redimido (Con. Faus. manich. 12,10). 1334. Es mejor ser un dedo en el cuerpo que un ojo arrancado del cuerpo (In Joan. 13,17).

1342. No te apartes. No te alejes. ¿Dices ser trigo? Soporta la paja hasta que llegue la bielda. Si insistes en abandonar la era antes de tiempo, te encontrarán las aves del cielo y te comerán. Y si el simple viento te levanta de la era, es evidente que no eres trigo, sino paja (In ps. 149,3).

1335. Todos somos prójimos unos de otros por la común condición del nacimiento terreno. Y hermanos los unos de los otros por la común esperanza de la heredad celestial (¡n ps. 25,2,2).

22.

1336. Todo hombre es prójimo de todo hombre. Donde la naturaleza es común, las diferencias son sólo marginales (In ps. 118,8,2).

1343. Un cristiano es necesariamente pobre. En comparación con los bienes a que aspira, considera los que tiene como nada (In ps. 68,2,14).

1337. Haz camino con el pecador. No para amar el pecado, sino para destruirlo y amar al pecador. No le ames como pecador, sino como hombre (Serm. 4,19,20).

1344. Dado que no podemos eliminar la propiedad privada, eliminemos, al menos, el afecto privado que a ella nos une (In ps. 131,5,6).

1338. ¿Por qué queremos vivir con los que amamos? Para conocer a Dios y a nuestras almas en santa compañía. De esta forma quien primero descubra la verdad podrá ayudar a los demás a participar de ella sin esfuerzo (In Joan. 5,1). 1339. Con frecuencia la división del patrimonio abre la puerta al homicidio (Serm. 86,12). 212

En espíritu de pobreza

1345. Busco a un pobre. No a un pobre en apariencia, que los hay a millares, sino a un pobre de verdad, a un pobre en la conciencia. No a un pobre-rico, sino a un pobre-pobre. Y he aquí que un mendigo me interpela: "a mí se me debe el Reino de los cielos". Está bien —le respondo—, Pero, por si acaso, escúchame. Hazte pobre de veras, Hazte humilde. Porque si te glorías de tus andrajos, ya eres rico. Y si insistes en que Lázaro fue llevado por los 213

ángeles al seno de Abrahán, no te olvides que también lo fue Abrahán y, sin embargo, era rico. Abrahán fue un-rico-muy-pobre porque fue humilde. A lo mejor tú eres un pobre-muy-rico porque eres soberbio. Con razón, pues, busco a un pobre. A un pobre de verdad (Serm. 14,4-5). 1346. No reprendáis sin ton ni son a los ricos ni presumáis sin ton ni son de pobres. Si no debe presumirse de las riquezas, ¡cuánto menos de la pobreza! Lo único de que debe presumirse es de Dios, ante el cual todos somos pobres (In ps. 51,14). 1347. El mérito de Lázaro no estuvo en su pobreza, sino en su piedad (In ps. 51,14). 1348. Es mejor tener poco y atribuírselo a Dios que tener mucho y atribuírselo a uno mismo. Como es mejor subir a un monte desde la falda que caer de él desde la cumbre (Epist. 157,10). 1349. Es preferible pedir limosna a vivir de la injusticia (Serm. 33,4). 1350. Pobres en el mundo hay muchos. Pobres de espíritu, muy pocos (Serm. 14,4,5). 1351. No se alaba en el pobre su pobreza, sino su humildad. Ni se condena en el rico su riqueza, sino su soberbia (In ps. 85,3). 1352. Vistan de seda o se cubran de harapos, Dios resiste a los soberbios. Sean ricos o sean pobres, Dios da su gracia a los humildes (In ps. 85,3). 1353. Es más meritorio no apegarse a los bienes que se poseen que no poseer bienes a que apegarse (De mor. Eccl. cath. 1,23,42). 214

1354. Si careces de riquezas, no las busques por tus malas artes. Si abundas en ellas, deposítalas en el cielo por tus buenas obras. Quien se entusiasma con su adquisición, se deprime con su pérdida (Epist. 189,7). 1355. Nuestras riquezas no son riquezas, sino indigencia. Cuanto más crecen ellas, tanto más crece la necesidad y tanto más se desborda la avaricia (In ps. 122,11). 1356. Poseamos las cosas terrenas sin dejarnos poseer por ellas. Que no nos atrape su multiplicación ni nos hunda su carencia. Hagamos que ellas nos sirvan sin hacernos sus servidores (Epist. 15,2). 1357. Los hambrientos, los desnudos, los mendigos, los peregrinos, los cautivos, los enfermos... son nuestros "mozos de cuerda" en el camino del cielo (Serm. 11,6). 1358. ¡Cuántos vienen a quejarse: "el gobierno ha expropiado mis bienes y voy a morir en la miseria"! ¡Qué pocos, en cambio, vienen a decir: "Cristo se ha llevado mis bienes para que yo no muera jamás"! (Serm. 302,6,5). 1359. No faltan los que están dispuestos a compartir sus bienes con los pobres, pero son escasos los que están dispuestos a convertirse en "pobres de Cristo". Como piensan que tienen de lo suyo, se glorían como si no lo hubieran recibido. Son ricos de sí mismos, no pobres de Dios. Y por abundar en sí mismos, creen no necesitar de Dios (In ps. 121,3). 1360. Expropíate de ti mismo y échate en los brazos de Dios (Sol. 1,15,29). 1361. Si eres señor del oro, haces con él lo que es bueno. Si eres esclavo del oro, él hace de ti lo que es 215

malo. En el primer caso, el desnudo, vestido por ti, alaba a Dios por tu caridad. En el segundo, el pobre, despojado por ti, blasfema de Dios por tu injusticia (Serm. 177,2). 1362. Escucha, oh rico. Cuánto más tienes, más deseas. Estás ahito y tienes hambre. Has bebido a saciedad y tienes sed. Eso no es opulencia, sino enfermedad. Mientras seas víctima de tu hidrópica concupiscencia no podrás dar satisfacción a tu indigencia (Serm. 65,3). 1363. La pobreza es más cuestión de deseos que de cuentas bancarias. Los hay que tienen mucho y viven en desprendimiento. Y los hay que no tienen nada y viven en la sordidez (In ps. 41).

23.

En paz y en orden

1364. Donde hay paz hay reposo. Donde hay reposo no hay ansiedad. Donde no hay ansiedad no hay trabajo (Epist. 127,5). 1365. Porque el hombre no quiso tener paz con Dios y ser feliz, ahora está en guerra consigo mismo y es desdichado. Mejor es, sin embargo, estar en lucha con los propios vicios que, sin lucha, ser dominado por ellos. Mejor es la guerra con esperanza de la paz que la cautividad sin esperanza de liberación (De ciu. Dei 21). 1366. La paz os dejo, mi paz os doy. Paz sobre paz, como dice el profeta. Nos deja su paz al irse. Nos dará su paz al volver. Nos deja la paz en este mundo. Nos dará su paz en el otro. Nos deja la paz para que, permaneciendo en ella, podamos vencer al enemigo. Nos dará su paz cuando reinemos, libres ya de enemigos. Nos 216

deja la paz para que también aquí nos amemos. Nos dará su paz allí donde no podremos sino amarnos. Nos deja la paz para que no juzguemos de lo oculto mientras vivimos en este mundo. Nos dará su paz cuando nos manifieste los pensamientos del corazón y cada uno reciba la alabanza de Dios. En él y por él tenemos la paz, tanto la que nos deja al irse como la que nos dará al llevarnos al Padre. ¿Qué nos deja, al dejarnos, sino a él mismo, que no nos deja? Él es nuestra paz al hacer de las dos cosas una sola. Él es nuestra paz tanto al creerle como al verle (In Joan. 77,3). 1367. No basta con ser pacífico. Hay que ser "hacedor de paz". Hay que estar dispuesto no sólo a no odiar a los enemigos o a ignorarlos, sino también a amarlos y compadecerlos (Serm. 357,1). 1368. De la misma manera que no odias a los ciegos, aunque ames la luz, debes amar la paz sin odiar a los que hacen la guerra (Serm. 357,1). 1369. Después del padrenuestro nos damos la paz. ¡Qué gran sacramento se esconde en este rito! Deja que tu beso o tu abrazo sea expresión de tu amor. No seas Judas. Judas besó a Cristo con los labios, pero ya le había traicionado en su corazón (Serm. Dennis 6,3). 1370. La paz del cuerpo es la temperada ordenación de sus miembros. La paz del alma irracional es el descanso ordenado de sus apetitos. La paz del alma espiritual es la armónica ordenación de su acción y de su contemplación. La paz del hombre total, alma y cuerpo, es la ordenación saludable de la vida. La paz entre el hombre y Dios es la sumisa ordenación de la obediencia del hombre a la verdad de Dios. La paz de los hombres entre sí es su ordenado consenso. La paz de la familia es el entendimiento ordenado en el mandar y en el obe217

decer de los que viven bajo un mismo techo. La paz de la ciudad terrena es el orden consensuado de sus ciudadanos. La paz de la ciudad cestial es la ordenadísima y gratísima convivencia entre sus miembros para gozar de Dios por sí mismo y cada uno de los otros en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden (De ciu. Dei 19,13,1). 1371. El orden es la recta disposición de las cosas iguales y de las cosas distintas, en virtud de la cual cada una de ellas está en el lugar que le es propio (De ciu. Dei 19,13,1). 1372. La paz ha de ser el objeto constante de nuestras aspiraciones. La guerra, en cambio, hay que considerarla como una necesidad perentoria para salir del conflicto y regresar a la paz. No debe hacerse la paz para levantar a los hombres a la guerra. Por el contrario, la guerra ha de guerrearse para buscar la paz. Sé, pues, un hacedor de paz hasta cuando haces la guerra, a fin de que, venciendo a los que combates, puedas devolverlos a las bendiciones de la paz (Epist. 189,6). 1373. Aunque los tiempos se van y no vuelven, el alma justificada y piadosa armoniza en su memoria los recuerdos del pasado con las vivencias del presente y las expectativas del futuro (Serm. 216,7,7).

1376. ¿Quiénes son los pacíficos? No los simples pacifistas, sino los "hacedores de paz" (Serm. 11,12).

24.

La virtud como "ordo amoris"

1377. Las virtudes son el andamiaje de la santidad (De ciu. Dei 1,16). 1378. Dos son las obligaciones principales que nos han sido dadas: abstenerse y sostener. Abstenerse de las cosas que el mundo califica de buenas y sostener las cosas malas del mundo. Continencia y paciencia. Dos virtudes que purifican el alma y la preparan para la divinidad. Continencia significa "no apoyarse en la felicidad del mundo". Paciencia, "no rendirse a su infelicidad" (Serm. 38,1,1). 1379. Cada una de las virtudes es sólo un aspecto de la caridad. La templanza es el amor que se hace entrega por el amado. La fortaleza es el amor que aguanta y sufre por el amado. La justicia es el amor hecho servicio al amado. La prudencia es el amor que selecciona lo que ayuda y abandona lo que estorba al amado (De mor. EccI. cath. 1,15,25).

1374. La ley eterna es la razón divina o la voluntad de Dios que manda guardar el orden natural y prohibe perturbarlo (Con. Faus. 22,27).

1380. Aunque no existe más virtud que la de amar lo que debe ser amado, la prudencia consiste en escoger el verdadero objeto del amor, la fortaleza en aferrarse a él a pesar de las dificultades, la templanza en no separarse de él por la seducción y la justicia en no dejar que se camufle so capa de orgullo (Epist. 155,4,13).

1375. Lo mismo que la antítesis añade belleza a la frase, las antítesis de las cosas construyen la belleza del mundo (De ciu. Dei 11,18).

1381. Siendo Dios el bien supremo del hombre, vivir bien no puede consistir en otra cosa que en amarle con toda nuestra mente y con toda nuestra alma. Mantener

218

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ese amor intacto y constante es la misión de la templanza. Superar por su causa las dificultades sin dejarse superar por ellas es el objeto de la fortaleza. Alabarle a él solo, y a nadie más, es el trabajo de la justicia. Y actuar sabiamente, discerniendo el verdadero amor del falaz, es el ámbito de la prudencia (De mor. Eccl. cath. 1,25,46). 1382. La prudencia es el conocimiento exacto de lo que es bueno, malo o indiferente. La justicia es la consideración del bien común en virtud de la cual a cada uno se le da según sus merecimientos. La fortaleza es la aceptación y superación de los obstáculos que nos salen al paso en nuestro caminar. La templanza es el control firme y razonable de las pasiones desordenadas del alma (De div. quaest. 83,31,1,1). 1383. No olvides la severidad de la justicia en la suavidad de la misericordia ni la suavidad de la misericordia en la suavidad de la justicia. Si te dejas superar por la misericordia al administrar la justicia, eres injusto. Si te dejas superar por la justicia al aplicar la misericordia, eres inhumano. Sé, pues, y a un mismo tiempo, misericordioso y justo (In epist. Joan. 150,1).

penitencia, puede acabar en un estado lamentable (Serm. 351,3,5). 1386. Las virtudes no han de ser juzgadas por la cantidad de conocimientos, sino por la calidad del amor. Son los afectos buenos o malos los que hacen buenas o malas las costumbres (Epist. 155,4,13). 1387. Si quieres mantener tu inocencia, no consientas en las malas acciones de los demás ni juzgues precipitadamente de sus intenciones (Epist. ad cath. 2,4). 1388. Lo mismo que las virtudes morales tienen por denominador común la caridad —no sólo para hacer el bien, sino para hacerlo bien—, así ocurre también con las obras de beneficencia y de benevolencia, tanto corporales como espirituales (De mor. Eccl. cath. 1,36,38). 1389. Donde no hay virtud no puede haber rectitud (Epist. 167,14). 1390. El que camina en rectitud empieza en un punto y termina en otro. En cambio, el que camina haciendo círculos no llega a ninguna parte (In ps. 139,13). 1391. La vida virtuosa es como la aldaba del cielo (Serm. 91,3).

1384. La justicia no es nunca un asunto pequeño, ni siquiera cuando se refiere a pequeneces. De la misma forma que el principio del círculo —que todas las líneas trazadas desde el centro a la circunferencia son iguales— se aplica tanto a un gran disco como a una moneda insignificante, así también la grandeza de la justicia no disminuye cuando las cosas pequeñas son tratadas justamente (De doc. christ. 4,18,35).

25.

1385. A causa de la miseria humana hasta la vida de los buenos se ve cubierta, si no con barro, sí, al menos, con polvo. Y de no aplicar diariamente la medicina de la

1393. El que te creó sin ti no te salvará sin ti (Serm. 169,11,13).

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1392. Para poder rectificar hay que amar la rectitud (Epist. 155,13).

"... Y con el mazo dando"

221

1394. Dios sólo ayuda a quien se ayuda a sí mismo (Epist. 147,2; De pee. mer. et rem. 2,5,6).

rerlo, nos esforzamos desaforadamente para que no nos las quiten (In ps. 7,16).

1395. Dios no condena al que no puede hacer lo que debe, sino al que no quiere hacer lo que puede (Serm. 54,2).

1403. Si el corazón disiente de la lengua, ¿de qué sirve el predicar la verdad? Si las manos no edifican sobre piedra, ¿de qué sirve el que los oídos escuchen la verdad? Edifica sobre piedra el que oye y obra. El que oye y no obra edifica sobre arena. Y el que ni oye ni obra no edifica nada. Así como el que edifica sobre arena edifica su propia ruina, de igual modo el que no edifica sobre piedra es arrastrado por la corriente y se queda sin casa. Hay, pues, que oír y obrar (In ps. 57,23).

1396. Mientras que en la vida del cuerpo el reposo restaura nuestras fuerzas para la acción, en la vida del espíritu ocurre lo contrario: la acción mansa y humilde conduce al reposo vigilante (In ps. 114,6) 1397. Escucha la invitación de la Verdad: "Soy alimento de adultos. Crece para que puedas comerme. No me transformarás en ti, como haces con los alimentos materiales. Tú, por el contrario, serás transformado en mí" (Conf. 7,10,16). 1398. Cada uno, a su medida, paga una cuota a esa especie de república que formamos todos en Cristo... En proporción a sus fuerzas, cada uno paga su canon de sufrimiento (In ps. 61,4). 1399. Nuestro pan es la palabra de Dios. Sudemos, pues, ahora recogiéndola para que no tengamos que sufrir más tarde hambreándola (In ps. 32,2,2). 1400. No te adormezcas a la hora de escuchar la palabra de Dios. No sea que tengas que levantarte sobresaltado a la hora de rendir cuentas de ella (In ps. 32,2,2). 1401. Hay muchos que quieren entender, y no pueden. Y los hay que no quieren entender y, por tanto, no entienden (In ps. 35,4). 1402. Sólo podrás evitarte el trabajo y la desazón si amas lo que no podrá serte quitado contra tu voluntad. Cuando amamos las cosas que podemos perder sin que222

1404. No basta con apartarse de lo malo; hay que hacer lo bueno. No basta con no robar de lo ajeno; hay que dar de lo propio. Apártate, pues, de tal modo de lo malo que hagas lo bueno (In ps. 33,2,19). 1405. No ceses de pedir. Insiste en tus peticiones no tanto para que Dios te dé lo que quieres, sino para que Dios se te dé a sí mismo (In ps. 144,22). 1406. Dios quiere darse, pero sólo a los que quieren recibirle. Y es claro que quien no pide no quiere recibir (In ps. 102,10). 1407. Si tu voz no suena, no resuena la palabra de Dios. Si no das bien el sentido, el pueblo no podrá comprender la palabra. Si no le das la debida expresión, la palabra perderá su fuerza (In ps. 103,3ss). 1408. Hablo por experiencia: véncete hoy, y mañana te será más fácil la victoria (Serm. 180,13). 223

1409. Dame, Señor, el que quiera, y ayúdame a querer en plenitud a fin de cumplir lo que quiero (Serm. 163,10).

1419. Amar lo que no es como si fuera (Conf. 7,15,21). 1420.

Amar lo defectuoso en cuanto tal (Conf. 2,4,9).

1421.

Amar los propios manejos (Conf. 3,3,5).

1422.

Amar la vanidad (Conf. 9,4,19).

1410. Comenzar bien y acabar mal es hacer algo monstruoso. Tan monstruoso como si un artista, tras pintar una cabeza de hombre, le colocase luego un cuello de caballo (Serm. adfratres in eremo 8). 1411. Hazte cuenta de que cada día comienzas de nuevo (Epist. 143).

1423. Amar las criaturas olvidando al Creador (Conf. 2,3,6).

26.

Algunas definiciones de pecado

1424. Huir de la unidad y refugiarse en la multiplicidad (Conf. 2,2,2). 1425.

El pecado consiste en: 1412. El movimiento de la voluntad que se aparta de "el que es" y se solaza en "lo que es menos" (Conf. 12,11,11). 1413. La huida del Uno y la evanescencia en lo múltiple (Conf. 2,1,1). 1414.

El ánimo desordenado (Conf. 1,12,19).

1415. Amar más el bien privado que el Bien de todos (Conf. 3,8,13).

Saciarse de pequeneces (Conf. 2,1,1).

1426. Inclinarse inmoderadamente a los bienes inferiores y desertar de los superiores (Conf. 2,5,10). 1427.

No usar bien las cosas buenas (Conf. 4,16,30).

1428. "Receder" (apartarse) de Dios y "acceder" (acercarse) a las cosas (Conf. 1,14,23). 1429. "Dimitir" (desengancharse) de Dios y perderlo (amittere) (Conf. 4,9,14). 1430.

Exiliarse de uno mismo (Conf. 2,2,4).

1416. Amar lo mortal como si no lo fuera (Conf. 4,8,13).

1431.

Vivir en la desemejanza de Dios (Conf. 7,10,16).

1417. Amar la parte como si fuera el todo (Conf. 3,8,16).

1432. Dar la espalda a la luz y la cara a los objetos iluminados (Conf. 4,16,30).

1418. Amar la mentira como si fuera verdad (Conf. 10,23,34).

1433. Dejarse arrastrar al abismo por el peso de la soberbia (Conf. 4,15,27).

224

225

1434. Prostituir la alianza con Dios con la perversidad de la concupiscencia (Conf. 3,8,15).

1447. Arrojar las propias intimidades y llenarse de vacíos (Conf. 7,16,22).

1435. Dispersarse, dividirse, pudrirse en el propio placer (Conf. 2,1,1).

1448. Abajarse y "asilvestrarse" con amores varios y sombríos (Conf. 2,1,1).

1436. Perderse de vista a sí mismo y no encontrarse (Conf. 5,2,2).

1449. Agradarse a uno mismo y buscar el bien parecer (Conf. 2,1,1).

1437. Gozar con avidez de lo huidizo y disipante (Conf. 6,11,18).

1450.

Seguir los impulsos de la pasión (Conf. 2,2,4).

1451.

Habitar fuera de uno mismo (Conf. 3,6,11).

1438. Andar por fuera, abandonando el interior (Conf. 7,7,11). 1439. Buscar el descanso donde no existe (Conf. 4,12,18). 1440. Alejarse de la casa paterna y disipar la herencia con las meretrices de las propias cupididades (Conf. 4,16,30). 1441. Vivir en las tinieblas de la falsedad (Conf. 3,11,20). 1442. Dar vueltas sin fin por el circuito del error (Conf. 4,1,1; 8,2,3).

1452. Soltar las riendas del control y la moderación y vivir a expensas de los propios afectos (Conf. 2,3,8). 1453. No discernir la serenidad del amor del desasosiego de la concupiscencia (Conf. 2,2,2). 1454.

Engallarse contra Dios (Conf. 7,7,11).

1455. Estar al servicio de los negocios seculares (Conf. 8,6,13). 1456. Estar cegado por la hinchazón de la soberbia (Conf. 7,7,11). 1457. Apartarse de Dios y quedarse en uno mismo. Regodearse en el propio gusto (De civ. Dei 14,13).

1443.

Deambular por caminos tortuosos (Conf. 2,3,6).

1444.

Usar libertinamente de la libertad (Conf. 3,3,5).

1458. No es llegar a la nada, pero sí acercarse a ella (De civ. Dei 14,13).

1445. No estar con aquél sin quien no se puede estar (Conf. 10,27,38).

1459. Buscar las alturas sin tener raíces. No es crecimiento, sino derrumbamiento (Serm. 117,17).

1446. Olvidarse de quien no se olvida de nosotros (Conf. 13,1,1; 5,2,2).

1460. Un hecho, un dicho o un deseo contra la ley de Dios (Con. Faus. 22,27).

226

227

1461. No es la querencia de lo malo, sino el abandono de lo mejor (De nat. boni 36). 1462. La apetencia de conseguir o retener lo que prohibe la justicia (De duabus animabus 11,15). 1463. La pretensión de vivir como Dios, en autosuficiencia. Sin superior que mande, sin autoridad que gobierne, sin dar cuenta a nadie (In ps. 70,6).

eres enemigo de ti mismo. Recógete, pues, y recompon tu unidad. Procura que nada tuyo esté en ti contra ti y lograrás la estabilidad integral (Serm. 128,9). 1467. Haz penitencia. No te ilusiones con el mal de muchos ni te conformes con tener compañeros de infortunio. No vas a sufrir menos por no sufrirlo a solas (Serm. 351,11). 1468. El que vuelve su espalda a la verdad eterna y se distrae con las migajas terrenas —que son "verdades a medias"— se prostituye lejos del Señor (Serm. 10,2).

27.

"Caminando hacia la nada"

1464. Arrepiéntete del mal para recobrar la vida. Una vez instalado en el sepulcro del pecado, te verás oprimido por la losa de la mala costumbre (Serm. 96,5). 1465. Toda vida viene de Dios, que, por ser la Vida misma, es la única fuente de la vida. Por eso no hay vida que sea mala, en cuanto vida, sino sólo en cuanto tiende hacia la muerte. La muerte de la vida es "la iniquidad" (nequitia), que, como la propia palabra indica, consiste en "no ser nada" (ne quid sit). De ahí que los hombres inicuos no tengan nada de hombres. La vida que "defecta" por defección voluntaria de quien la hizo y se dedica a gozar de las cosas que fueron hechas para su uso, camina hacia la nada (De ver. reí. 11,21). 1466. Cuando el Apóstol dice que la carne lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne, no pienses que se refiere sólo al espíritu del hombre. Es el Espíritu de Dios el que lucha en ti contra ti, contra todo aquello que, estando en ti, está contra ti. Por no querer someterte al Señor, caíste y te rompiste. Te rompiste como se rompe un vaso de cristal que se desprende de la mano y cae al suelo. Y, roto en mil pedazos, tú mismo 228

1469. El hombre carnal no se apoya en el amor de Cristo, sino que se busca sus propios amores y fornica con ellos. Y llevado de la mano por la corrupción de su fe o por la exaltación de su orgullo, da a luz a la herejía o al cisma (De bap. 19,27). 1470. No es malo el mundo por ser mundo, sino por "los mundanos" que habitan en él, como no es mala la casa por sus muros, sino por sus moradores (In Joan 3,5). 1471. Sólo se peca a sabiendas (De duabus an. con. manich. 10,14). 1472. Pon tu pecado ante tus ojos para que no tengas que ponerlo ante los ojos de Dios. Y para que puedas estar sin miedo delante de Dios, no estés descuidado delante de ti mismo (In ps. 122,3). 1473. La ley no es una ayuda que libere y justifique al pecador. Es una amenaza que declara convicto al prevaricador (In ps. 77,8). 1474. Así como los cazadores, para atrapar a las aves, tienden sus redes cerca de los matorrales y luego tiran 229

piedras para asustarlas a fin de que, al levantar el vuelo, caigan en la trampa, así, temiendo los hombres las frivolas y vanas palabras de los mofadores de turno y avergonzándose de las excesivas afrentas, se aturden y se asustan y, tratando de escapar de ellas, caen en las redes del pecado y son atrapados por el diablo (¡n ps. 90.4).

cencia, merecen vestir la túnica pelícea de la mortalidad (De Trin. 12,11,16). 1482. No hay término medio: o amamos la justicia, y es buena la voluntad, o no la amamos, y la voluntad es mala. Una voluntad que no ama en modo alguno no sólo es mala, sino pésima (De pee. rrxer. et rem. 2,18,30).

1475. El hombre, que de haber guardado el mandato de Dios se hubiera hecho espiritual hasta en su carne, al transgredirlo se hizo carnal hasta en su espíritu (De ciu. Dei 14,14).

1483. No se imputa a pecado lo que se ignora invenciblemente, sino la negligencia en conocer lo que debiera saberse (De ¡ib. arb. 3,19).

1476. El acusarse a sí mismo es una forma de alabar a Dios (Serm. 67,1).

1484. Todo uso ilícito es, en sí mismo, un abuso (De doc. christ. 1,3,4).

1477. El peor de los pecados, y el más incurable, es el no aceptarse como pecador (Conf. 5,10,18).

1485. Todo hombre injusto es un malvado. Y todo hombre malvado acaba siendo dañino, aunque parezca inofensivo... En efecto, aunque los espinos no pinchan con la raíz, de la raíz proceden y en ella se alimentan las espinas que producen el dolor... No te dejes embaucar, por tanto, por la suavidad y la blandura de los amantes de deseos voluptuosos. Parecen inofensivos, pero son raíces de espino (In ps. 139,4).

1478. No es la milicia, sino la malicia, la que hace que algunos militares no se porten con decencia (Serm. 302,15). 1479. No hay mayor miseria que la de no estar con aquel sin el cual no se puede estar (De Trin. 14,12,16). 1480. ¡Vergüenza y sinrazón es el amar las cosas porque son buenas y, por amarlas a ellas, no amar al Bien que las hace buenas! (De Trin. 8,3,5). 1481. De la misma forma que la serpiente no se mueve con pasos claros y decididos, sino que repta con pequeñas contracciones, así se va apoderando de los negligentes una especie de movimiento tortuoso y deslizante. Y, comenzando por el perverso apetito de asemejarse a Dios, acaban en la semejanza de las bestias. De donde resulta que, desnudados de la estola primera de la ino230

1486. En los tres muertos resucitados por el Señor puedes descubrir, en imagen, los tres posibles casos de tu propia muerte. Resucitó a la hija del archisinagogo cuando aún se encontraba en su casa. Volvió a la vida al hijo de la viuda de Naím cuando lo llevaban camino del cementerio. E hizo revivir a Lázaro tras cuatro días de estancia en el sepulcro. A veces pecas sólo de pensamiento, deleitándote advertidamente en el mal. El consentimiento te produce la muerte, pero una muerte latente: el mal pensamiento no ha salido aún de tu propia casa. Estás muerto, pero tu muerte es oculta. 231

Si además de consentir al mal, has puesto por obra la maldad, puede decirse que has sacado el muerto fuera de casa y que lo llevas camino del cementerio, como llevaban al hijo de la viuda. También el Señor resucitó a este muerto y se lo devolvió con vida a su madre. Si has pecado, arrepiéntete: el Señor te resucitará y te devolverá a los cuidados de tu madre, la Iglesia. El tercer resucitado fue Lázaro. No sólo estaba muerto y fuera de su casa, sino enterrado. Como quien no sólo peca, sino que está ya sepultado en el propio pecado bajo la losa de la mala costumbre. Quien está así enterrado, bien puede decirse que despide mal olor, porque empieza a tener mala fama, que es como un olor pestilente (In Joan. 49,3). 1487. Y... mientras difería de día a día el vivir en ti, iba cada día muriendo un poco más a mí mismo. Amaba la vida feliz, pero no la amaba en ti, que eres su asiento. Y, al huir de ella, me condenaba a seguir buscándola (Conf. 6,11). 1488. Es tal la ceguera de los malos que, en su andar por la vida, tropiezan hasta en los montes (De civ. Dei 8,26,1). 1489. El que se niega a confesar sus pecados se niega a sí mismo la posibilidad de liberarse de ellos. Al cerrarse la puerta del perdón, se condena a la asfixia del remordimiento (Serm. 181,8). 1490. Dios no castiga al pecador enviándole un mal ajeno, sino abandonándolo al propio (In ps. 5,10). 1491. La mayor desgracia del hombre no consiste en nacer en pecado, sino en morir en él (In Joan. 38,6). 1492. Cuando el hombre quiere justificar sus propios vicios los convierte en ídolos y comienza a darles culto (Conf. 1,16,25). 232

1493. Si el mal es la privación del bien, el mayor de los males es "la nada". ¿Qué es la nada sino la privación de todo? (Conf. 3,7,12). 1494. No fue dictada la ley para extirpar el pecado, sino para darlo a conocer a fin de que el alma humana, que se creía afianzada en su inocencia, palpase la evidencia del mal y, al no poder vencerlo sin el favor de Dios, el escozor mismo de la culpabilidad le moviese a pedir la gracia (De diu. quaest. ad Simpl. 1,2,21). 1495. Vivamos como peregrinos, conscientes de que estamos de paso, y pecaremos mucho menos (Serm. 301). 1496. Prefiero aguantar a un cojo a llorar a un muerto. Y el que es hipócrita está muerto (Serm. 356,14). 1497. Como el frío paraliza el agua y, al helarla, no la deja correr, así los pecados paralizan el alma y hielan la corriente de su vida interior... Es necesario que sople el viento del sur, el viento caliente del Espíritu, para que se produzca el deshielo y, acabada la cautividad, el alma vuelva a correr libremente (In ps. 126,7). 1498. Muchos que no desearon la mujer de su prójimo ni procuraron la muerte de su marido, como hizo David, no llegarán a alcanzar lo que, pese a todo, alcanzó David en el favor de Dios. Hay una gran diferencia entre lo que es en sí mismo tan indeseable que debe ser rechazado y la rica y abundosa cosecha que de ello puede resultar. De hecho, los agricultores prefieren un campo del que, tras arrancar la maleza, cosechan el ciento por uno, a otro que, aunque libre de espinos, apenas produce un treinta (Con. Faus. 22,68). 1499. El pecador, como el hijo menor de la parábola, se va a un país lejano, al país del olvido de Dios. Y 233

disipa sus bienes viviendo perdidamente: gastando y no adquiriendo, deshaciéndose de lo que tiene sin hacerse con lo que le falta, dilapidando sus dineros con las meretrices de la liviandad, de la idolatría y de los apetitos desordenados... Y, tras su derroche, es víctima del hambre, y tiene que alimentarse de bellotas: las bellotas de las falsas seguridades que, aunque meten mucho ruido, no alimentan (Serm. Caillau 11,2-3). 1500. Esclavo del pecado, el hombre no puede hacer lo que quiere. Quiere y no puede, porque cuando pudo no quiso. Por el mal querer perdió el buen poder (Serm. 30,2). 1501. En el hombre carnal el sentido es la norma del pensamiento (Serm. 242,1). 1502.

1506. La carne no es un nial, pues es obra de Dios. El mal es vivir según la carne, que es obra del hombre (Serm. 156,6). 1507. Seas lo que fueres, eres hombre. Aunque seas justo, eres hombre. ¿Eres laico? Eres hombre. ¿Eres monje? Eres hombre. ¿Eres clérigo? Eres hombre. ¿Eres apóstol? Eres hombre. Oye, si no, cómo habla un apóstol: si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañaríamos a nosotros mismos (Serm. 114,4). 1508. La desesperanza del perdón aumenta los pecados (Inps. 101,1,10).

El vicio bestializa al hombre (Serm. 242,1).

1503. Cuando te acusas de pecado, alabas al que te hizo sin él. Si te hubiese hecho con pecado, no te acusarías a ti de pecador, sino a él de creador (Serm. 126,3). 1504. El primer vicio del hombre es la voluntad de hacer lo que prohibe la suma e íntima verdad. Así el hombre fue expulsado del paraíso a este siglo, esto es, de los bienes eternos a los temporales, de la abundancia a la escasez, de la firmeza a la debilidad. No fue arrojado de un bien sustancial a un mal sustancial —porque el mal no es sustancia—, sino del bien eterno al temporal, del espiritual al carnal, del inteligible al sensorial, del sumo al ínfimo (De ver. reí. 20,38). 1505. Cada manifestación de la concupiscencia lleva aparejada su ración de miedo. La codicia, fruto de la curiosidad, conlleva el miedo a la muerte. Aquélla consiste en la avidez de poseer las cosas, éste en el temor 234

de perderlas. El ansia de honores conlleva el miedo a la ignominia. El deseo de placer, el miedo al dolor (In Mat. evang. 1,47).

1509. Toda corrupción lleva al hombre a su deshacimiento. Pecar es despeñarse del propio ser y caminar hacia la nada (De mor. manich. 6,8). 1510. El pecador, al abandonar su firmeza en Dios y buscarla en las certezas del mundo, se convierte en una región de inseguridad y de vacío (De ver. reí. 11,21). 1511. Todos los pecados son idénticos en un aspecto: en ser una aversión de lo permanente y divino y una conversión a lo incierto y cambiante (De lib. arb. 1,16,35). 1512. El hecho de que Dios conozca con anterioridad la caída del hombre no fuerza al hombre a pecar. Es el hombre el que libremente peca, aunque Dios, cuya presciencia no puede equivocarse, haya previsto su pecado. Cuando pecas, pecas porque quieres. Si no hubieras querido, Dios hubiera previsto tu negativa (De civ. Dei 5,10). 235

1513. La ley, al prohibir el pecado, de alguna forma lo refuerza. La prohibición aumenta el deseo de pecar cuando el amor no es suficientemente fuerte para superar la atracción del deseo pecaminoso (De civ. Dei 13,5). 1514. Únicamente podrás dominar el pecado si, en vez de hacerle el caldo gordo patrocinando su causa, le pisas la cabeza arrepintiéndote de él. A fuerza de darle coba, acabas siendo su esclavo (De civ. Dei 15,7,2). 1515. El efecto de la pasión en uno mismo es el relajamiento del alma: se llama vicio. Su efecto en los demás es el daño que les causa: se llama crimen. Estos son los dos efectos del pecado en general, aunque, en el orden del tiempo, el vicio va por delante. Una vez que el alma ha sido debilitada y dejada a la intemperie por el vicio, su única opción es el crimen, bien sea para eliminar los obstáculos que se oponen a su satisfacción o bien para procurarse nuevas satisfacciones (Dedoc. christ. 3,10,16). 1516. Cuando el alma abandona el cuerpo se produce la muerte física. Cuando el alma abandona a Dios, la muerte espiritual (Serm. 173,2,2). 1517. El pecado, en su significación más profunda, no es más que la voluntad pervertida (Opus imp. con Jul. 2,17). 1518. Un cuadro no deja de ser hermoso por tener ciertas pinceladas de negro, con tal de que estén en su sitio. Así ocurre con el universo. Las manchas negras de los pecadores no afean la belleza del conjunto, aun cuando resulten desagradables al ser contempladas en sí mismas (De civ. Dei 11,23). 236

1519. Los malos no difieren de los buenos por naturaleza, sino por perversión. Pero esa misma perversión pone en evidencia la bondad de la naturaleza. Aunque la ceguera es un defecto de los ojos, ese mismo defecto demuestra que la naturaleza de los ojos consiste en ver. De la misma forma, cuando decimos que es un defecto del hombre el apartarse de Dios, ponemos de relieve que lo propio de la naturaleza del hombre es adherirse a Dios (De civ. Dei 12,1,3). 1520. La penitencia es provechosa cuando el arrepentimiento es voluntario (Serm. 22,6,6). 1521. La penitencia es una tarea de a diario. En este mundo tan lleno de polución resulta prácticamente imposible el no contaminarse. Si no con barro, sí al menos, con polvo (Serm. 351,4). 1522. No puede existir el mal donde no existe el bien. Por eso un hombre malo es un bien maleado (Ench. 13). 1523. Si el pecado es la razón de tu tristeza, deja que la justicia sea la razón de tu alegría (ln ps. 42,3). 1524. Al hacer penitencia, el hombre actúa de verdugo de sus propios pecados (Serm. 278,12,12). 1525. Dios nos otorgó el refugio de la penitencia para que no aumentáramos por desesperación el número de nuestros pecados. Y nos ocultó el día de nuestra muerte para que la esperanza de una penitencia futura no nos hiciera olvidar nuestras culpas (ln ps. 101,1,10; Serm. 352,3,9). 1526. Para llegar a la resurrección de la gracia del Señor tenemos que pasar primero por la crucifixión de nuestros pecados en la penitencia (De Trin. 4,3,6). 237

1527. La ley del pecado es la violencia de los malos hábitos. Esa violencia sujeta y arrastra el alma contra su propia voluntad (Conf. 8,5,12).

1535. El que tiene limpio el olfato del alma percibe el hedor de sus pecados (In ps. 37,9). 1536. El mal consiste en abusar del bien (De nat. boni 36).

1528. Haz penitencia por tus pecados mientras puedas cometerlos. Si estás esperando a arrepentirte cuando ya no puedas pecar, esperas en vano. ¿Cómo podrás, entonces, deshacerte de tus pecados si tus pecados se han adelantado a deshacerse de ti? (Serm. 393,3).

1537. La mutabilidad de las cosas es susceptible de recibir muchas formas. Pero ¿en qué consiste la mutabilidad misma? Mi definición es ésta: una nada que es algo, una nada que es (Conf. 12,6,6).

1529. Lo mismo que las tinieblas oscurecen la vista, los pecados obnubilan la mente y no dejan ver la luz ni a uno mismo (In ps. 18,13).

1538. La palabra de Dios se hace enemigo tuyo cuando tú te haces amigo de la perversidad (In ps. 35,1).

1530. No te alabes ni siquiera cuando seas bueno. No sea que, alabándote bueno, te hagas malo (In ps. 25,2,11).

1539. Apártate del mal. No con pasos, sino con el ánimo. Los cuerpos se contienen en espacios, pero el espacio del alma es el amor (In ps. 6,9).

1531. La malicia es compañera de la desgracia. A pesar de todo, los perversos de corazón no sólo quieren ser malos pretendiendo no ser desgraciados, sino que quieren ser malos precisamente para no ser desgraciados (ln ps. 32,2,2,15).

1540. Cuando el llanto es señal de penitencia no es un simple alarido de plañidera. Todo pecador debiera —es cierto— ponerse de luto. ¿Por quién, en efecto, se lleva luto si no es por un muerto? Y ¿quién está tan muerto como el malo? Llora, pues, en penitencia, y hallarás consuelo en la indulgencia (ln ps. 11,8).

1532. Cuidas mucho no cometer pecados graves, pero pareces no preocuparte de los leves. ¿Has derribado una montaña de rocas? ¡Cuídate bien de que no te sepulte una de arena! (In ps. 39,22). 1533. Cuando el alma, consciente de sus pecados, ve que no padece pena alguna, se imagina que Dios ya no le juzga. Tal engaño es su mayor castigo (In ps. 9,23). 1534. La lengua del adulador ata a las almas a sus pecados. Resulta, en efecto, deleitoso hacer aquello en lo que no sólo no se teme la reprimenda, sino que se espera la alabanza (In ps. 9,21). 238

1541. La pena del pecado es la división del hombre contra sí mismo. ¿Por qué? Por no querer obedecer al Uno (In ps. 70,1). 1542. Delinquir es "licuarse", es decir, perder la solidez de la justicia y la estabilidad de la virtud (In ps. 74,6). 1543. El diablo es biforme: león en el ímpetu, dragón en la insidia. Como león, amenaza. Como dragón, está siempre al acecho (In ps. 69,2). 239

1544. Todo pecador es un perseguidor de sombras (Conf. 2,6,12). 1545. El que abandona al que le hizo y se apega a la nada, de la que fue hecho, se entenebrece y se deshace (In ps. 7,19). 1546. Cuando Dios castiga al pecador no le infiere un mal nuevo, sino que le destierra al mismo que él eligió al pecar (In ps. 5,10). 1547. ¿Quiénes son "los peces del mar"? Los curiosos, los que surcan las rutas del océano, los que buscan en el abismo de este mundo las cosas temporales, que, como rutas marinas, al instante se borran y desaparecen... Son como los peces del mar no sólo porque surcan (ambulant) las olas, sino porque lo hacen de continuo (deambulant), demostrando pertinazmente su empeño en las vanidades y lisonjas (In ps. 8,13). 1548. El que camina en sentido opuesto al Ser se dirige hacia la nada (In ps. 38,22). 1549. Como acontece a la nieve que, al helarse en lo alto, cae al suelo, así el pecador, al resfriarse su caridad, se cubre de egoísmo, se hace pesado de espíritu y cae (In ps. 147,23). 1550. Cuanto mayor es el conocimiento de la ley, tanto menor es la excusa del pecado. Y cuanto menor es la excusa, mayor es la prevaricación (In ps. 118,25,5).

bueno o evitar algo malo. La mentira, sin embargo, es evidente: lo que hacemos para conseguir un bien acaba convirtiéndose en un mal. Y lo que hacemos para mejorar las cosas acaba por empeorarlas (De ciu. Dei 14,4,1). 1553. El salario del pecado es la muerte. Su adelanto, la inquietud (Conf. 10,42,67). 1554. El salario de la justicia es la vida. Su adelanto, la paz (Conf. 10,43,68). 1555. Al vicio se llega por pasos. El primer paso es un cierto cosquilleo del corazón que se llama deleite. El segundo es el consentimiento. El tercero, la obra. Y el cuarto, el hábito (Serm. 98,6). 1556. Alabarte quiere el hombre, Señor. Ese hombre que es apenas una porciúncula de tu creación. Ese hombre que arrastra a duras penas su mortalidad y que lleva sobre sí el sambenito del pecado (Conf. 1,1,1). 1557. Hay muchos que, no queriendo hacerse mejores, pretenden hacer a Dios peor (In ps. 73,25). 1558. Hay pecados de flaqueza. Los hay de ignorancia. Y los hay de malicia. Contra flaqueza, valor. Contra ignorancia, sabiduría. Contra malicia, bondad (De diu. quaest. 83,26).

1551. Arrepentirse primero para volver a pecar enseguida es volver al vómito, como hacen los perros (In ps. 83,3).

1559. El que no quiere recordar sus pecados se los echa a la espalda, como un fardo, y pone los ajenos ante su vista. No por diligencia, sino por envidia. Acusando al prójimo, pretende excusarse a sí mismo (In ps. 100,3).

1552. Todo pecado es, en el fondo, una mentira. Al elegir el pecado, lo que pretendemos es obtener algo

1560. El mayor castigo del pecado es el no ser castigado (In ps. 171,5).

240

241

1561. Tu alma no se muere si tú no la matas (In epist. Joan. 47,8). 1562. Si concibes el pecado consintiéndolo, tendrás dolores de parto al darlo a luz (In ps. 145,5).

1571. Los hay que no se avergüenzan de pecar y, sin embargo, se avergüenzan de hacer penitencia. ¡Qué locura! ¡No se avergüenzan de enseñar las llagas y se avergüenzan de la venda que las cura! (In ps. 50,8).

1563. Los hombres sacan el agua del placer del pozo, tenebroso y profundo, del mundo. Y usan, para ello, el cántaro de la concupiscencia (In epist. Joan. 15,16).

1572. El médico divino venda las llagas del pecador para curarlas. El pecador, en cambio, para ocultarlas. Pero ¿a quién trata de ocultarlas? Al que nada se le oculta (Inps. 31,2,12).

1564. El pecado no consiste tanto en apetecer el mal cuanto en abandonar el bien (De nat. boni 20).

1573. Una virtud simulada es una impiedad duplicada: a la malicia une la falsedad (In ps. 63,12).

1565. Los males son tanto más graves cuanto menos dolorosos. Es peor alegrarse de la iniquidad que dolerse de la corrupción (De nat. boni 20). 1566. También peca quien sólo por temor no peca (Con duas epist. peí. 1,9,15). 1567. Los cazadores suelen poner moscas en sus cepos para cazar a las aves hambrientas. Así caza también el diablo a los que hambrean los deleites pasajeros. Cuando la soberbia yergue al hombre, éste queda sometido a la tiranía de las pulgas (In Joan. 1,14-15). 1568. ¿Haces lo indecible por morir un poco más tarde y no has de hacer nada por no morir para siempre? (Serm. 302,4). 1569. El castigo del pecado es la ceguera del pecador. Apartándose de la luz, queda sumido en las tinieblas. Y aunque no sienta la pena, la lleva consigo (Serm. 117,5). 1570. Perdona a tus deudores para que Dios perdone tus deudas. He aquí la clave para evitar el naufragio. He aquí "el caldero" para achicar el agua de tus debilidades. Por las rendijas de la fragilidad se filtra el agua de la malicia (Serm. 278,10,13). 242

1574. Cuando el espíritu declina a lo corpóreo, si bien no llega a hacerse cuerpo, en cierto modo se corpórea (Con. Sec. manich. 11). 1575. ¿Hay algo más maligno que la pretensión con que el malo pretende no aparecer como tal incluso cuando la evidencia le deja al descubierto? No pudíendo ocultar el hecho, ni conceptuarlo de bien hecho, ni negar que él lo ha hecho, pretende culpar a otros de su acción para poder, de esta forma, escapar a la sanción. Por negarse a ser reo, aumenta su reato. Excusando su conciencia, olvida que no se priva del castigo, sino de la indulgencia... Ante Dios —a quien no es dado engañar—, lejos de buscar una vana pretensión hay que recurrir a una llana confesión (De cont. 5,13). 1576. Cuando los pecados, aunque sean graves, se cometen por costumbre, acaban por convertirse en pequeneces. Hasta el punto de tener por inútil el ocultarlos y por meritorio el hacer gala de ellos (Ench. 80). 1577. En el curso de la vida, y a causa de sus vaivenes, se nos filtra el agua salitrosa del pecado por las rendijas de nuestra fragilidad. Y, para no naufragar, es preciso usar diariamente "el cántaro del perdón" y achicar de 243

continuo el agua del mal. La fórmula nos la da el Evangelio: perdona a tu hermano para que Dios te perdone a ti (Serm. 278,12). 1578. Los pecados se parecen a las zarzas. Aunque en un primer momento son apenas unas hierbas tiernas y hermosas, de ellas nacen más tarde las espinas. Al principio, en efecto, los pecados deleitan y no pinchan, pero, como plantas espinosas, no tardarán en punzar y torturar la conciencia. Los que aman una cosa y no logran conseguirla son atormentados por el deseo. Los que consiguen lo que ilícitamente desearon son punzados por el remordimiento. He aquí las espinas de la zarza (In ps. 57,20,20).

28.

El amor tiene un precio: servir

1579. La autoridad no debe ser un subterfugio para vivir de falsas pretensiones (Epist. 85,2). 1580. Como ministro de la Palabra, sé la voz de la Palabra (Serm. 288,5). 1581. Ser obispo no significará sólo sentarse en una "cátedra". ¿Acaso los espantapájaros se convierten en vigilantes por estar plantados en medio de la viña? (Serm. Guelf. 32,6). 1582. El desempeñar un puesto de liderato no consiste en estar más arriba, sino en ir por delante (Serm. 340,2). 1583. El buen superior no da órdenes por afán de poderío, sino por espíritu de servicio al pueblo del que cuida. No por orgullo de ocupar una posición más ele244

vada que sus subditos, sino por compasión de sí mismo y de ellos (De civ. Dei 19,14). 1584. Nada hay más fácil en esta vida y más agradable y acepto a los hombres que el oficio de obispo o de ministro cuando se desempeña de manera mecanizada y oficinesca, pero nada es tan indigno, deplorable y punible a los ojos de Dios. Por el contrario, nada hay más difícil en esta vida y más trabajoso y arriesgado que el oficio de obispo o de ministro cuando se desempeña en espíritu de servicio y de acuerdo con las directrices del Maestro. Pero nada hay más aceptable a los ojos de Dios (Epist. 21,1). 1585. No está en mis manos daros todo el alimento que quisierais degustar. El único pan que yo puedo daros es aquel del que yo mismo me nutro. Yo soy vuestro consiervo, no el dueño de la casa (Serm. Fran3. 2,4). 1586. Todo hombre en autoridad lleva sobre sus hombros una tremenda responsabilidad: la de corregir los desmanes sociales y ser intransigente con el mal. Esto no significa que los subditos estén libres de esta responsabilidad. Quien deja pasar de largo las oportunidades de que dispone para avisar y corregir a quienes la vida ha puesto en su camino, y lo hace por miedo a ofenderles, demuestra claramente que sus intereses son meramente humanos o que está indebidamente atado a ellos (De civ. Dei 1,9,3). 1587. De la misma manera que no practica la amabilidad el que ayuda a otro cuando con su ayuda le hace perder un bien mayor, no está libre de culpa el que no ayuda a otro cuando, por no hacerlo, le deja cometer un pecado más grave. Es obligación de todo hombre bueno no sólo no herir a nadie, sino también evitar que nadie se hiera a sí mismo, llegando, si fuera preciso, a castigarle y a apli245

carie un correctivo. De esta forma el que ha sido castigado experimentará el beneficio de la corrección y los que vean el castigo podrán escarmentar en su experiencia (De ciu. Dei 19,16).

1594. Muchos predican la verdad sin pizca de honradez. La venden en el mercado público y al mejor postor. ¿A cambio de qué? De las comodidades de este mundo (Inps. 11,7).

1588. El ser dispensador de la salvación por la Palabra o por los sacramentos no implica necesariamente el ser partícipe de ella (Epist. 216,2).

1595. Hay algunos que, no pudiendo ser famosos por sus méritos, se empeñan en serlo por su maldad. Lo único que parece importarles es que se hable de ellos, aunque sea mal, y que su nombre se divulgue de boca en boca (In ps. 9,24).

1589. El que predica el Evangelio por intereses egoístas es convencido por el mismo Evangelio de estar sirviendo a Mammón en vez de a Dios. A pesar de todo, Dios puede servirse de él, en forma misteriosa, para beneficio de los demás (De op. mon. 26,34). 1590. No evangelices para comer. Come para evangelizar (De ser. Dom. ¡n mon. 2,16). 1591. Tres son las situaciones de liderato que se nos ofrecen en la parábola del Buen Pastor: autoridad, poder y usurpación de mando. La verdadera autoridad da vida, como en el caso del Buen Pastor. El poder desnudo produce miedo, como en el caso del mercenario. Y la usurpación de mando trae consigo la injusticia y la muerte, como en el caso del ladrón (Serm. 137,5,5). 1592. Algunos superiores piensan que son tales no por ejercer un oficio, sino por estar al frente de una oficina (Serm. 44,1; Epist. 208,2). 1593. Una cosa es ser un buen superior y otra, muy distinta, ser un superior popular. El buen superior gobierna en verdad y rectitud, aunque al hacerlo se exponga a críticas y malentendidos. En cambio, el superior popular, cuyo único interés es agradar, hace cuanto está en su mano para lograrlo, aunque al intentarlo tenga que faltar a la verdad y a la rectitud (Serm. 46,3,8; Epist. 32,2). 246

1596. No os doy de lo mío, sino de lo que recibo del único dador. Si os diese de lo mío os daría de mi mentira (Serm. 101,4,4). 1597. Somos "prepósitos", es decir, servidores. Porque en tanto estamos "delante de vosotros" en cuanto actuamos "en vuestro favor". En tanto "pre-estamos" en cuanto "pro-estamos" (Serm. Guelf. 32,2). 1598. El amor de Cristo, por el que estoy obligado a ganar, en cuanto de mí dependa, a todos los hombres, no me permite callar (Epist. 101,1). 1599. Si tienes entrañas de pastor, no deben asustarte las espinas (Gesta cum Emmeriro 12). 1600. Aprueba a los buenos, tolera a los malos y ámalos a todos (Serm. 340,1). 1601. Me asusta lo que soy para vosotros. Me consuela lo que soy con vosotros. Para vosotros soy obispo. Con vosotros soy cristiano. Lo primero es nombre de carga. Lo segundo, de gracia. Lo primero, de peligro. Lo segundo, de salud (Serm. 340,1). 1602.

El dar es mérito del recibir (Epist. 266,1). 247

1603. Da de lo que tienes para que merezcas recibir lo que te falta (In ps. 38,5). 1604. Si desprecias al pobre, serás despreciado por el rico. ¿Te has olvidado de que eres un servidor a quien el Señor ha constituido sobre sus consiervos para darles el sustento? ¿Cómo pretendes recibir lo que no estás dispuesto a dar, siendo así que lo recibes para darlo? (In ps. 38,4). 1605. Yo os custodio por mi oficio de gobierno, pero soy custodiado con vosotros por mi condición de consiervo. Para vosotros soy pastor. Con vosotros soy una oveja más en el rebaño del único Pastor. Desde esta "cátedra" soy como un doctor para vosotros. En la escuela del único Maestro soy condiscípulo vuestro (In ps. 126,3). 1606. Los obispos están en lugar más alto para qué desde él supervisen y guarden al pueblo. Lo que en griego se llama epískopos, en latín se traduce como "superinspector", es decir, el que inspecciona y vigila desde arriba (In ps. 126,3). 1607. Para ser buen orador hay que ser un buen orante (De doc. christ. 4,15,32). 1608. El ladrón esparce el forraje para lograr dispersar las ovejas. El pastor, en cambio, usa, si hace falta, del cayado para hacerlas volver al redil (Epist. 93,5). 1609. Allí donde sucumbo porque alguien me hace compartir su carga, allí mismo siento el alivio de ser amado por uno más (Epist. 101,40). 1610. Si quien te gobierna es bueno, tendrás en él una ayuda. Si es malo, una piedra de toque (Serm. 62,12). 248

1611. Juan es la voz. Cristo, la Palabra. Juan es la voz en el tiempo. Cristo, la Palabra sin tiempo (Serm. 293,3).

29.

El padrenuestro

Padre nuestro, que estás en el cielo. 1612. Esta invocación de afecto debe despertar en nosotros la esperanza cierta de alcanzar de Dios lo que pedimos porque, antes de formularle cualquier súplica, contamos ya con el inmenso favor de poderle llamar Padre. Esta invocación debe, además, excitar la caridad en nuestros corazones, porque ¿qué pueden amar los hijos si no aman a su Padre? (De ser. Dom. in monte 2,4). 1613. No os apeguéis a la tierra los que tenéis el tesoro en el cielo. Cuando decís: Padre nuestro del cielo proclamáis la excelencia de vuestra filiación. En este Padre son hermanos el señor y el siervo, el emperador y el soldado, el rico y el pobre. Tenemos padres diferentes en la tierra, nobles unos, villanos otros; pero todos tenemos un mismo Padre y una misma herencia en el cielo (Serm. 59,2). Santificado sea tu nombre. 1614. ¿Por qué hemos de pedir que se santifique el nombre del Señor? ¿No es santo por sí mismo? ¿Por qué hemos de pedir por Dios en vez de pedir por nosotros mismos? No. Esta súplica la hacemos por nosotros. Pedimos que este nombre, que es santo en sí mismo, lo sea 249

también en nosotros, es decir, que lo consideremos como santo y no lo profanemos. Entiéndelo bien. Cuando dices: santificado sea tu nombre, pides tu propia santificación, ya que no santificar el nombre de Dios no es desgracia para él, sino para ti (Serm. 56,4). 1615. Santificando el nombre del Señor nos santificamos a nosotros mismos. Honrando su nombre nos hacemos amigos suyos... A Dios no se le puede desear ningún bien que él no tenga ya, pero sí podemos deseárnoslo a nosotros pidiéndole a él nuestra santificación (Serm. 57,4). Venga a nosotros tu reino. 1616. Al expresarnos así no deseamos únicamente que Dios reine —que lo hace siempre y en todas partes—, sino que reine en nosotros, que nosotros seamos su reino (Serm. 57,5). 1617. Si nos decimos cristianos y seguimos pecando como si no lo fuéramos, cada vez que decimos venga a nosotros tu reino nos condenamos a nosotros mismos. Lo que estamos pidiendo es que el Juez venga a castigarnos (In ps. 97,9). Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo. 1618. Como los ángeles te sirven en el cielo, haz que nosotros te sirvamos en la tierra. Como los ángeles no te ofenden en el cielo, danos la gracia de no ofenderte nosotros en la tierra. Como los ángeles cumplen con tu voluntad en el cielo, concédenos que nosotros la cumplamos en la tierra (Serm. 58,3). 1619. Cuando nosotros cumplimos la voluntad de Dios, se cumple la voluntad de Dios en nosotros (De ser. Dom. in monte 2,6). 250

Danos hoy nuestro pan de cada día. 1620. Cuando pides a Dios el pan de cada día confiesas abiertamente que eres "mendigo de Dios". Por rico que te creas, no dejas de ser pobre. Aunque nades en la abundancia, todo lo debes a la liberalidad de Dios. Con razón, pues, le pides el pan de cada día (Serm. 56,6). 1621. Danos, Señor, el pan de cada día, es decir, todo lo necesario para la vida del alma y para la vida del cuerpo (Serm. 57,7). 1622. La Eucaristía es nuestro pan espiritual de cada día. Tan necesario para el alma como lo es el pan de trigo para el cuerpo... También la palabra de Dios es pan. Y también ella es necesaria diariamente. Sin ella morimos de hambre y perdemos el rumbo mientras peregrinamos en el desierto de este mundo (Serm. 58,4). Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. 1623. Dios ha establecido una alianza, ha firmado un pacto con nosotros. Si queremos que él perdone nuestras ofensas, tenemos que decirle de corazón: como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si falla esta condición, queda anulado el contrato (Serm. 58,6). 1624. ¿Cómo te atreves a decir a Dios: perdóname como yo perdono, si no perdonas de verdad a tus hermanos? ¿Cómo se te va a perdonar si rehusas pedir perdón? En primer lugar, mientes al mismo Dios. En segundo, te engañas a ti mismo (Serm. 49,9). No nos dejes caer en tentación. 1625. Si Dios no te ayuda, si te abandona, da por segura tu derrota. Para que él pueda ayudarte, reconoce 251

primero que lo necesitas y repite después, con verdadero espíritu de humildad: no nos dejes caer en tentación (Serm. 57,9). Mas líbranos del mal. 1626. Líbranos no sólo del mal presente y del futuro, sino también del pasado, del ya cometido. Libres de estas dos clases de males podemos estar seguros en las tentaciones y sin miedo en los escollos (De ser. Dom. in monte 2,10). 1627. La liberación del mal no es obra de la justicia, sino de la misericordia de Dios (De ser. Dom. in monte 2,10).

30.

De todo un poco y un poco de todo

1628. Fundamentalmente, el ayuno no es cuestión de estómago, sino de corazón (In ps. 86,9). 1629. ¿Haces alarde de fuerza? Las bestias son más fuertes que tú. ¿Te precias de rapidez? Las moscas son más rápidas que tú. ¿Presumes de hermosura? El pavo real, con su vistoso plumaje, te supera con creces. ¿De dónde procede entonces tu excelencia? Únicamente de ser imagen de Dios (In Joan. 3,4). 1630. ¿Te sorprende el que Cristo, con ocasión de las bodas, convirtiese el agua en vino? Pues eso mismo hace todos los años en los viñedos y ni siquiera te das cuenta (In Joan. 8,1). 1631. Cristo resucita a un hombre y todos se admiran. Hace nacer a miles todos los días y nadie se percata (In Joan. 8,1). 252

1632. Nadie debe extrañarse de que Dios haga milagros. Lo extraño sería el que los hicieran los hombres (In Joan. 17,1). 1633. Las divinas Escrituras mantienen una perfecta armonía en todas sus páginas. Cuando en la oscuridad de la noche vemos pasar las nubes, nuestra visión queda disminuida por su opacidad, y nos asalta la impresión de que no son las nubes, sino las estrellas, las que pasan de largo. De la misma forma, los hombres que no hallan la paz del acuerdo en las tinieblas de sus errores acaban creyendo que son las divinas palabras las que se pelean (Serm. 1,4). 1634. No basta con dar limosna al que pide por necesidad. Hay que prevenir la misma necesidad para que no haya nadie que tenga que pedir limosna (In ps. 103,3,10). 1635. El fin de la tribulación es la purificación: vaciar el vaso del alma de su maldad para que, una vez vacío, pueda ser llenado por la gracia (In ps. 56,12). 1636. Una muerte cristiana no es el ocaso de una vida buena, sino la aurora de una vida mejor (Epist. 151). 1637. Los milagros de Dios son tan cotidianos que el hombre irreflexivo, a fuerza de darlos por supuestos, acaba creyéndolos vulgares (Serm. 126,4; 242,1). 1638. El mundo es un gran poema. Y su autor un gran artista (Epist. 138,1). 1639. La belleza de las cosas es la transparencia fehaciente de la belleza de Dios (In ps. 148). 1640. Todos los milagros de este mundo son menos milagrosos que el milagro del mundo mismo. Aunque la 253

realidad de la naturaleza se hace lugar común debido a su repetición rutinaria y a nuestra falta de atención, si la observamos con detenimiento caeremos en la cuenta de su extraordinariez (De civ. Dei 10,12). 1641. De todos los milagros obrados por Dios en favor del hombre, el milagro del hombre mismo es el más milagroso (De civ. Dei, 10,12). 1642. No pienses que las herejías son el producto de mentes obtusas. Hace falta una mente brillante para concebir y parir una herejía. Pero cuanto mayores las mentes, mayores sus aberraciones (In ps. 124,5). 1643. Los que se pasan los años prometiendo cambiar de vida y nunca se deciden a hacerlo se parecen a esos pajarracos que gritan constantemente "eras", "eras" (¡mañana, mañana!) mientras siguen volando sin rumbo (Serm. 244,4). 1644. Lo que un hombre sufre en su propia persona se llama miseria. Lo que sufre en simpatía con el prójimo se llama piedad (Conf. 3,2,2). 1645. En cierto modo los malos hacen un gran servicio a los buenos. Este mundo es como un gran crematorio al que se arroja tanto la paja del mal como el oro del bien. La paja, para ser quemada; el oro, para ser purificado. Si eres paja, serás reducido al humo de la nada. Si eres oro, la paja alimentará el fuego de tu purificación (Serm. 354,3,3). 1646. De la misma manera que los buenos hijos de los adúlteros no son una justificación del adulterio, los malos hijos de los casados no son una acusación del matrimonio (De bon. conj. 16,18). 1647. Hay una gran diferencia entre el consenso de la alianza conyugal y el cambalache del amor libidinoso. 254

En el primero, la prole es deseada y aceptada como expresión y fruto del amor. En el segundo, la prole se constituye en intrusa aun cuando, una vez nacida, la compulsión natural obligue a los padres a aceptarla (Con/. 4,2,2). 1648. La bendición de los esposos no consiste en tener hijos, sino en procrearlos honorable y castamente y en educarlos con rectitud y perseverancia (De sane. vir3. 11,11). 1649. El marido y la esposa aman el uno en el otro lo que ven y temen lo que no ven. No gozan en plenitud de lo que ven porque sospechan en secreto lo que, en la mayoría de los casos, no existe (De sane. virg. 55,56). 1650. Un cristiano sabio y prudente no puede hacer nada mejor que acomodarse a las costumbres y tradiciones de la Iglesia en la que vive. Lo que no es contrario a la fe y a la moral no hace violencia a la conciencia y debe ser aprobado o rechazado según la conveniencia (Epist. 54,2,2). 1651. ¡Qué terrible enfermedad del alma, virus de la mente y corrosivo del corazón es el envidiar los dones de Dios poseídos por los hermanos, el convertir en infortunio la fortuna de los demás, el atormentarse a uno mismo con el éxito de otro, el cometer un asesinato secreto en el corazón entregando el espíritu y los sentidos a la tortura de los celos y romperse a uno mismo con la propia furia! Para gente de esta calaña, cualquier alimento es insípido y ninguna bebida es refrescante. Su alma está llena de desasosiego, dolor y sufrimiento. Su corazón es víctima de la obsesión día y noche... Su celotipia no tiene fin. Porque cuantos más éxitos cosecha el que es objeto de la envidia, tanto más se avivan las llamas de los celos. Mira, si no, la palidez de su rostro, el temblor de sus 255

labios, el rechinar de sus dientes, las rabietas de sus berrinches y los exabruptos de sus salidas de tono. El que sufre los envites de la envidia ajena puede huir de ellos o ignorarlos; pero el que es víctima de la envidia no logra escapar del objeto de sus celos. Dondequiera que va, su adversario está presente, puesto que él lo lleva encerrado en su corazón (II Serm. in Joseph). 1652. Quien ha mirado a una mujer con ánimo impuro ya ha cometido adulterio en su corazón. No ha entrado aún en la alcoba de su casa y, sin embargo, la ha violado ya en la alcoba del propio corazón (Serm. 46,4,9). 1653. En vano se jacta de sí mismo el que, siendo hombre, pretende vengarse del hombre. Cuando trata de vencer públicamente a su adversario, ocultamente es vencido por el diablo (In ps. 7,3). 1654. Don grande, y no muy frecuente, es mezclarse a diario en las conversaciones de los hombres y no traspasar las fronteras de los mandamientos de Dios (In ps. 6,9).

1659. En realidad sólo tiene dinero el que sabe usarlo. El que no sabe usarlo, más que tener dinero es tenido por él. Más que poseer es poseído (In ps. 123,2). 1660. Dios salva a muchos sin merecerlo, pero sólo condena a los que lo merecen (In ps. 118,29,8). 1661. La paciencia es la virtud por la que toleramos con igualdad de ánimo los males que se nos vienen encima para no abandonar, con iniquidad de ánimo, los bienes que nos ayudan a conseguir otros mejores. El paciente prefiere "padecer lo malo" sin "cometer el mal", a "cometer el mal" sin "padecer lo malo"... De esta forma hace más leve lo malo que sufre con paciencia y se libra de "lo peor", que le sobrevendría con la impaciencia (De patientia 1,2). 1662. Es preferible que los culpables sean protegidos en la Iglesia a que los inocentes sean expulsados de ella (Serm. 302,21).

1655. Mira al hombre abrumado por el fardo de la avaricia. Mira cómo suda bajo su carga, cómo resopla y hambrea. Trabaja como un loco para, a la postre, hacer su carga más pesada todavía (Serm. 43,9). 1656. Cuanto más ignorante, más curioso (De ag. christ. 4,4). 1657. Cuanto mejor es el bueno, tanto más molesto es para el malo (In ps. 36,2,1). 1658. Los que dicen la verdad suelen sufrir persecuciones (De serm. Dom. in monte 1,5,15). 256

257

3 RELIGIOSO

Lo primero por lo que os habéis congregado en comunidad es para que viváis en comunión, teniendo un alma sola en Dios y un solo corazón hacia Dios Regla 1

Somos todos uno en "el uno" (Cristo). Y "hacia el uno" (Dios) In ps. 147,28

Donde hay unidad hay comunidad. Donde no hay unidad hay "turbamulta", es decir, una multitud turbada Serm. 103,4.

1.

Primeros intentos de vida religiosa

1663. Éramos un grupo de amigos que, en nuestro ánimo y en nuestras conversaciones, abominando las turbias molestias de la conllevancia humana, habíamos concebido el propósito, y ya casi le habíamos dado firmeza de realidad, de huir del mundanal ruido y dedicar la vida al ocio fecundo y sabroso. Este era nuestro plan: los bienes de que dispusiéramos los pondríamos en común y de todos los patrimonios haríamos uno solo, de suerte que, en virtud de la amistad leal y sincera, una cosa no sería de éste y otra de aquél, sino todo de todos y todo de cada uno. Eramos unos diez los candidatos a este plan de vida. Entre ellos se contaba Romaniano, el más rico de todos, paisano y amigo mío desde la infancia, quien se encontraba a la sazón entre nosotros en viaje de negocios a la corte. Y era él precisamente el que más urgía el proyecto y, por cuanto su fortuna superaba con mucho la de los demás, tenía la mayor autoridad para urgido. Habíamos pensado y decidido también que dos de nosotros, como acostumbran los magistrados, administraríamos cada año nuestras temporalidades, a fin de que los demás estuviesen tranquilos y descuidados de estos afanes. Pero cuando comenzamos a preguntarnos si nos dejarían las mujeres —que varios de nosotros ya tenían y yo mismo aspiraba a tener—, todo aquel castillo que tan amorosamente habíamos fabricado se nos deshizo entre las manos, se rompió en mil añicos y se vino al suelo de golpe (Conf. 6,14,24). 1664. Llegó el día en que debía liberarme efectivamente de mi profesión de retórico, de la que, en mi propósito, ya estaba libre. Y se hizo la luz. Franqueaste, Señor, mi lengua como ya habías franqueado mi corazón. Y con júbilo te bendije camino de la villa de Casi261

ciaco, adonde iba con todos mis amigos... Y allí pasé mi tiempo, en diálogo con los presentes y en soliloquio conmigo mismo, a solas delante de ti (Conf. 9,4,7).

meterse a austeridades que no puede soportar ni recriminado por los demás por reconocer humildemente que no puede lo que pueden los demás (De mor. Eccl. cath. 1,31,67).

1665. Tú, que haces habitar en una misma casa a los que tienen un solo corazón, nos asociaste al joven Evodio, paisano mío... Juntos estábamos y juntos habíamos de estar en comunidad de vida santa. Buscábamos un lugar en que poder servirte con más provecho. Y por ello decidimos volver a África todos juntos (Conf. 9,8,17).

2.

Monasterios para laicos

A)

TAGASTE

1666. Cuando hubo recibido la gracia de Dios determinó, a una con sus paisanos y amigos que servían a Dios con él, volver al África y establecerse en su pueblo natal. Así lo hizo. Regresó a Tagaste y allí permaneció por espacio de casi tres años (POSIDIO, Vira). 1667. He tenido ocasión de conocer a muchos cenobitas en Milán. Viven una vida santa. En una misma casa y bajo la dirección de un sacerdote ilustrado y piadoso (De mor. Eccl. cath. 1,31,67). 1668. También he visitado distintos monasterios en Roma. Cada uno de ellos está gobernado por el hermano más sabio y enterado de las cosas de Dios. Todos los hermanos se someten con exactitud y constancia a las reglas de la caridad cristiana, de la santidad y de la libertad (De mor. Eccl. cath. 1,31,67). 1669. También las mujeres viven la vida monástica. Vírgenes y viudas habitan en comunidad bajo la vigilancia de la más preparada y competente entre ellas. La cabeza de familia no sólo es capaz de modelar la vida moral de las hermanas, sino también de cultivar y alimentar sus mentes (De mor. Eccl. cath. 1,31,67). 1670. Este es el plan de vida de los monasterios, tanto de hombres como de mujeres: nadie es obligado a so262

1671. Vendió sus posesiones y comenzó a vivir con quienes, a una con él, se habían consagrado al Señor en ayunos y buenas obras, meditando día y noche la ley de Dios. Y lo que Dios le iba revelando en sus oraciones él lo iba enseñando a los presentes en sus charlas y a los ausentes en sus libros (POSIDIO, Vita). B)

HIPONA

1672. Como muchos de vosotros sabéis, yo era muy joven cuando vine a esta ciudad por vez primera en busca de un lugar en donde fundar un monasterio para vivir con mis hermanos. Había renunciado a las esperanzas del mundo y a los logros profesionales y no se me había pasado por la imaginación el llegar a ser lo que soy ahora... Había roto con los que aman el mundo y no me figuraba yo al mismo nivel de los que gobiernan el pueblo. No buscaba yo un lugar de privilegio en la casa del Señor, sino uno humilde y escondido. Pero plugo al Señor decirme: "¡sube más arriba!" Tenía tanto miedo al episcopado que, en cuanto comencé a adquirir una cierta reputación entre los siervos de Dios, procuraba no pisar siquiera por las diócesis en donde no había obispo. Lo evitaba, sí, y hacía cuanto estaba en mi mano a fin de conseguir mi salvación en un lugar innominado antes de ponerla a prueba en uno 263

exaltado. Pero, como he dicho, el siervo no puede oponerse a su Señor. Vine a esta ciudad para visitar a un amigo, a quien pensaba ganar para Dios y tener conmigo en el monasterio. Me las prometía muy felices por haber obispo en la plaza, pero me echaron el guante y me hicieron sacerdote, y de esta forma llegué al episcopado. Nada traje conmigo, sólo lo puesto. Y como insistí en seguir viviendo en comunidad con mis hermanos, Valerio me hizo entrega del jardín de su casa, donde ahora se encuentra el monasterio. Y comencé a reunir conmigo hombres de buena voluntad que tuvieran mi mismo ideal y que estuvieran dispuestos a hacer lo mismo que yo había hecho: vender la herencia, repartirla a los pobres y afiliarse a una comunidad en la que Dios fuese la única y abastada recompensa (Serm. 355,1,2). 1673. Apenas ordenado sacerdote, estableció un monasterio en las cercanías de la iglesia y comenzó a vivir con los siervos de Dios en conformidad con la regia establecida por los santos apóstoles. La norma principal de esta sociedad era que nadie tuviese nada propio, sino que todo fuera de todos y se distribuyese a cada uno según sus necesidades. De esta forma, Agustín repitió la experiencia que había hecho en su pueblo natal después de regresar del otro lado del mar (POSIDIO, Vita). 1674. Todos, o casi todos, conocéis la forma de vida que llevamos en la casa llamada del Obispo. Tratamos de imitar, en lo posible, a aquellos santos de que nos hablan los Hechos de los Apóstoles: "Tenían todo en común y nadie reclamaba nada como propio" (Serm. 355,1,2). C)

OTROS LUGARES

1675. Antes de recibir vuestra carta, tuve noticias por medio de nuestro hermano y consiervo Partenio sobre 264

el terreno que vuestra amplísima generosidad ha donado a los hermanos de Cartago. Vine también a saber otras cosas que siempre había deseado, y confío en que el Señor satisfaga en el futuro mis anhelos de más noticias (Epist. 22,9). 1676. Con profunda caridad y el debido respeto pedimos a Dios que bendiga a todos los compañeros e imitadores de vuestra santidad, hermanos nuestros que lo son en las iglesias y monasterios de Cartago, Tagaste, Hipona y en todas vuestras parroquias (Epist. 24,6).

3.

Monasterios para clérigos

1677. Cuando llegué al episcopado me pareció lo más lógico establecer una política de puertas abiertas en mi casa, tanto para los visitantes como para los transeúntes. Un obispo que no actuase de esta forma merecería ser tachado de inhumano. Pero de seguir esta política en el monasterio podría resentirse y acabar relajándose la vida monástica. Por esta razón decidí tener conmigo en la casa episcopal una comunidad de sacerdotes. Y éste es el modo como vivimos: a nadie le está permitido tener propiedades privadas, aunque, posiblemente, algunos las tengan. Si tal es el caso, quede bien claro que actúan contra la regla común (Serm. 355,1,2). 1678. Desde el primer momento puse en claro que nadie sería ordenado sacerdote a no ser que, al mismo tiempo, profesase la pobreza de Cristo e hiciese propósito de vida común. Y si alguno decidía abandonar la vida común o la pobreza, sería automáticamente depuesto de su ministerio. Hoy, en presencia de Dios y de la vuestra, declaro abiertamente haber cambiado de opinión. He decidido 265

que, a partir de ahora, todos aquellos para quienes Dios y su Iglesia no sean suficientes queden libres para vivir donde puedan y quieran y para seguir ejerciendo su ministerio. No hay duda de que es malo volverse atrás de la propia profesión, pero es mucho peor el querer simularla. Mantengo, en cualquier caso, que quien entra en la vida común y luego decide abandonarla reniega de su voto y de su promesa, pero prefiero que sea Dios el que le juzgue, no yo. Mi obligación es advertirle de los peligros que le esperan, pero a él le corresponde decidir. Sé de sobra que si le depongo de su ministerio no le faltarán padrinos en su causa —obispos incluidos— dispuestos a dar la cara por él y a preguntar: "¿Qué ha hecho de malo? Si no puede vivir contigo en comunidad, ¿por qué ha de perder su ministerio?" En mi opinión, el clérigo profesa dos cosas: santidad y ministerio. Santidad, interiormente, para su propio bien. Ministerio, exteriormente, para bien del pueblo de Dios. Hizo profesión de vida común de acuerdo con el salmo: "¡qué bueno es y qué agradable el que los hermanos habiten en uno!" Si luego abandona este propósito y mantiene su ministerio fuera de la vida común, se ha quedado a medio camino. Si, en cambio, continúa dentro, pretendiendo falsamente ser lo que no es, se ha caído del todo. En cuanto a mí, no quiero forzar a nadie a vivir en hipocresía (Serm. 355,4,6). 1679. Recibo de buen grado a cuantos, habiendo distribuido sus posesiones a los pobres o habiéndolas entregado al monasterio antes de entrar en la vida común, quieren ser guiados por Dios y por su Iglesia. Los que no quieran seguir esta norma son libres para ejercer su ministerio. Pero, por favor, que piensen en su felicidad eterna (Serm. 355,4,6). 1680. Con el progreso de las enseñanzas divinas, los clérigos de la iglesia de Hipona que habían servido a 266

Dios en el monasterio con y bajo el santo consiervo Agustín comenzaron a ser ordenados obispos... Fueron unos diez, santos y venerables, continentes e instruidos, los que Agustín proveyó a la Iglesia como respuesta a las necesidades de distintas diócesis (POSIDIO, Vita). 1681. En su misma casa y a la misma mesa, los clérigos eran vestidos y alimentados a expensas de la comunidad (POSIDIO, Vita). 1682. Escuchadme, hermanos: si queréis dar algo a los clérigos, caed en la cuenta de que no debéis hacerlo para añadir fuego a sus vicios o para hacerles quebrantar su norma de vida. Ofreced lo que queráis a la comunidad como tal y ofrecedlo libremente. Lo que haya en la despensa común será distribuido a cada uno según su necesidad (Serm. 356,13).

4.

Monasterios para mujeres

1683. Su hermana (Perpetua) fue superiora de las siervas de Dios hasta su muerte. Y también sus sobrinas sirvieron al Señor en el mismo monasterio (POSIDIO, Vita). 1684. Era una comunidad numerosa... Vivían unánimes en la misma casa y tenían una sola alma y un solo corazón en Dios (Epist. 211,3). 1685. (Al morir su hermana, sucede en el gobierno del monasterio una nueva prepósita, de nombre Felicidad. Durante algún tiempo todo va bien, pero con la entrada de Rústico como presbítero del monasterio surgen las divisiones. Agustín, al tratar de solucionar el problema, acude, como argumento, a su paternidad del monasterio 267

en cuestión: "No os hemos plantado y regado en el huerto del Señor para que ahora tengamos que recoger estas espinas") (Epist. 211,3).

5.

Vida común: "unidad en la verdad, comunión en el amor"

1686. Lo primero por lo que os habéis congregado en comunidad es para que viváis en comunión, teniendo un alma sola en Dios y un solo corazón hacia Dios (Regla 1). 1687. Otras cosas había en mis amigos que con incentivo mayor me cautivaban el ánimo. Tales eran el conversar y reír juntos, obsequiarnos a porfía con benevolencias mutuas, leer en común libros de apacible entretenimiento, hacernos bromas y honras recíprocas, disentir algunas veces sin odio ni querella —como disiente un hombre consigo mismo—, y con aquella rarísima disensión sazonar las muchísimas conformidades, enseñarles y aprender de ellos, sentir la impaciente soledad de los ausentes y recibirlos, al volver, con vítores y alegrías. Con estas señales y otras semejantes, a modo de chispas del corazón de los que aman y son amados en correspondencia —señales que se manifiestan por el rostro, por la boca, por los ojos y por otras mil demostraciones gratísimas—, se funden las almas y, como hace el fuego con los combustibles, de muchas se hace una sola (Conf. 2,8,13). 1688. Lo que se ama en el amigo, se ama de tal forma que la conciencia se reconoce culpable si no ama a quien le ama y no paga el amor con otro amor, sin otra demanda del amado que las pruebas de su amor (Conf. 4,9,14). 268

1689. Resolvámonos a mantener entre nosotros la libertad y el amor de la amistad para que, al intercambiar nuestros puntos de vista, nadie se abstenga de hablar con sinceridad sobre aquello que le preocupa. Hágase, sin embargo, sin desagradar a Dios ni a los hermanos (Epist. 82,5,36). 1690. La caridad crea la cohesión. La cohesión produce la unidad. Y la unidad conduce a la transparencia (In ps. 30,2,1). 1691. Tu alma ya no te pertenece por completo. Pertenece también a tus hermanos. Pero sus almas te pertenecen, igualmente, a ti. Tu alma y sus almas son una sola alma: el alma de Cristo (Epist. 243,4). 1692. Uno por todos, porque todos por Uno (Serm. 183,2,3). 1693. El gozo compartido por muchos es más abundante en cada uno. La reciprocidad del compartimiento enfervoriza los ánimos y los funde en uno solo (Conf. 8,4,9). 1694. La división es engendrada por la disensión (In ps. 30,2,2,1). 1695. Cada uno de los miembros tiene su propia función. El ojo ve, y no oye. El oído oye, y no ve. La mano trabaja, y ni oye ni ve... Pero si todo el cuerpo está sano y no hay lucha entre los miembros, el oído ve en el ojo, y el ojo oye en el oído... Cuando obran todos los miembros de un mismo cuerpo y lo hacen de común acuerdo, se alegran y congratulan todos en la acción de cada uno. Y si alguno padece molestias, no le abandonan los otros, sino que se compadecen de él. Lo mismo ocurre en el Cuerpo de Cristo... Lo que otro hace, también lo hago yo; y en aquel de quien no 269

estoy separado, lo que él puede, también yo lo puedo. Por lo que yo puedo de menos él se compadece de mí, y por lo que él puede de más yo me congratulo con él (In ps. 130,6). 1696. No constituyen casa del Señor sino los que se compaginan por la caridad. Si las vigas y bloques de una casa no estuviesen unidas por un orden; si, al unirse en armonía, en cierto modo no se amasen, nadie se atrevería a cruzar el umbral de la puerta. En cambio, cuando las vigas y los bloques del edificio están sólidamente unidos, todos entran en la casa sin temor. Por eso, queriendo el Señor, Cristo, entrar y habitar en nosotros, como en su casa, nos dio la fórmula para edificar en solidez: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis mutuamente (Serm. 366,1). 1697. Amemos, sí. Amemos generosamente. Es Dios a quien amamos. Y nada hay más digno de nuestro amor. Amémosle a él por sí mismo. Y los unos a los otros en él y sólo por él. Sólo ama de verdad al prójimo el que ama a Dios en él, bien porque Dios ya vive o bien para que viva en él. Esto es amor. Amar por cualquier otro motivo no es amor, sino odio (Serm. 336,1,1). 1698. Monos significa "uno", pero no un "uno" cualquiera. Un hombre en una multitud también es uno —uno entre muchos—, pero no es monos, porque monos significa "uno solo", "sólo uno". Los que viven en comunidad practicando lo que está escrito: un solo corazón y un alma sola —muchos cuerpos, pero no muchas almas; muchos cuerpos, pero no muchos corazones—, ésos sí pueden ser llamados con razón monos, es decir, "uno solo", "sólo uno" (In ps. 132,6). 1699. Tengo tan buena opinión de mis hermanos, que me he abstenido de hacerles preguntas y de poner su 270

vida en discusión porque creo que, de hacerlo, podría dar la impresión de sospechar mal de ellos. Me consta, por otra parte, que los que han vivido conmigo conocen, respetan y cumplen nuestra norma de vida (Serm. 355,2,2). 1700. Sólo habitan en comunión los que avivan la caridad de Cristo para hacerse unos. Los otros, en quienes no habita la caridad, aun cuando moren en la misma casa, odian, molestan y atormentan a los demás. Con su mal humor perturban al resto y andan a la caza de alimento para su murmuración. Les acontece como al caballo inquieto uncido al tiro: además de no tirar del carro, trata de romperlo a coces (In ps. 132,12). 1701. Cuanto con mayor ardor prefieras el bien común a los propios intereses, tanto más seguro puedes estar de haber adelantado en la virtud (Regla 6). 1702. Ejercitaos denodadamente en crear armonía entre vosotros más que en promover el espionaje de las faltas ajenas. De la misma manera que el vinagre corroe la madera si permanece por mucho tiempo en la vasija, así las sospechas destrozan el corazón si echan raíces en él (Epist. 210,2). 1703. Para refrescar vuestra memoria se os va a leer un párrafo de los Hechos de los Apóstoles en que se describe la norma de vida que nosotros tratamos de seguir. (Y el diácono Lázaro leyó: "El lugar en que se encontraban se estremeció con sus rezos. Ellos estaban llenos del Espíritu Santo y hablaban a Dios con confianza. La comunidad de los creyentes tenía un alma sola y un solo corazón. Nadie reclamaba nada como propio, sino que todo era de todos...") Cuando Lázaro hubo terminado la lectura, entregó el libro al obispo. Y Agustín comentó: "Quiero volver a 271

leer esto yo mismo. Me da mucho más placer el releer estas palabras que el comentarlas de mi cosecha". Y repitió la lectura. Cuando hubo terminado, dijo: "Habéis oído cuáles son nuestros ideales. Orad para que seamos dignos de ellos" (Serm. 356,1,1,2). 1704. ¡Qué bueno y qué agradable cuando los hermanos habitan en uno! Es tan agradable este sonido que hasta los que ignoran el Salterio cantan este verso. Y es tan dulce cuanto lo es la caridad que hace habitar a los hermanos en uno. Estas palabras del Salterio, esta dulce cantinela, esta melodiosa convocatoria, dio origen a los monasterios. A este grito se animaron los que estaban dispersos y entraron en la vida común. Este versillo fue su trompeta. Sonó por todo el orbe de la tierra y los que se hallaban separados fueron congregados "en uno" (In ps. 132,1,2). 1705. Vivid todos en armonía y concordia, y honrad a Dios, de quien sois templos vivos los unos en los otros (Regla 2). 1706. Alegraos de estar unidos en la gracia del Señor soportándoos mutuamente en caridad y cuidando de mantener la unidad del espíritu en el vínculo de la paz. Hasta tanto el Señor os lleve a donde la muerte será vencida y Dios sea todo en todos, dispondréis de ocasiones sin término para ayudaros y soportaros mutuamente (Epist. 210,1). 1707. No teniendo nada propio que ofrecer, renunciaron a las aspiraciones del mundo. Viven ahora con nosotros en vida común y nadie les distingue de los que, más agraciados, entregaron sus pertenencias al acervo común. La unidad de Cristo debe anteponerse a las diferencias y ventajas materiales de la herencia (Serm. 356,9). 272

1708. Cuando pensamos en la vida tranquila que lleváis en Cristo, incluso nosotros, que estamos enmarañados en mil problemas, hallamos descanso en vuestra caridad. Somos un solo cuerpo, bajo una sola cabeza, de manera que vosotros penáis en nuestros sufrimientos y nosotros gozamos en vuestro descanso. Cuando un miembro sufre, todos los miembros sufren con él. Cuando un miembro goza, todos los miembros gozan con él (Epist. 48,1). 1709. Recordadnos en esas oraciones vuestras tan reposadas y cargadas de intención. Las nuestras, por desgracia, están llenas de distracciones y obnubiladas por los asuntos del mundo. Además de nuestros propios problemas, tenemos que cargar con los de aquellos que nos fuerzan a nadar una milla. Y como el Señor nos manda acompañarles dos millas más, apenas nos queda tiempo para respirar. Creemos, sin embargo, que aquel en cuya presencia encuentra audiencia el canto de los prisioneros nos librará, por medio de vuestras oraciones, de estas angustias con tal de que perseveremos en el ministerio al que se ha dignado llamarnos (Epist. 48,1). 1710. Es cierto que la disensión surge a veces del amor o, al menos, a causa del amor. La disensión, sin embargo, no debe ser nunca amada por sí misma. Procurad, por tanto, crear consenso entre vosotros en vez de provocar la disensión. De tal forma que o no surjan los resentimientos o, caso de surgir, sean inmediatamente restañados por la paz (Epist. 210,2). 1711. Miles de personas creyeron y pusieron sus bienes a los pies de los Apóstoles. ¿Qué dice de ellas la Escritura? Que "se hicieron un templo del Señor". No sólo cada una se convirtió en templo, sino que todas juntas formaron "un único templo". Había en ellas un alma sola y un solo corazón (In ps. 131,5). 273

1712. Los que quieren hacer un lugar al Señor no deben alegrarse de sus propios bienes, sino del bien común. Hay muchos, sin embargo, que aman sus propios intereses, buscan su propio provecho, se gozan de su propio poder y ambicionan su propio crecimiento. ¿Cómo podrán esos tales fener un alma sola y un solo corazón? (In ps. 131,5). 1713. Nada trajeron al monasterio. Sólo la caridad. Esa caridad que vale más ella sola que todas las riquezas juntas (Serm. 356,9). 1714. Me congratulo de vuestra numerosa comunidad, de vuestro amor fraterno y de vuestra vida en comunión. Dios os ha dado gracia tan abundante que no sólo habéis desechado los placeres sensuales, sino que, además, vivís en perfecta unión de corazones (Epist. 211,2). 1715. Cuando recibís la Eucaristía, que es comunión, recibís el misterio de vuestra propia comunión en el amor. Siendo muchos, formáis un solo cuerpo, a la manera que son muchos los racimos que cuelgan de la cepa, pero es uno solo el mosto que rezuma del lagar... ¡Sed, pues, lo que veis, puesto que recibís lo que sois! (Serm. 272). 1716. Todos los que se separan de la unidad "en iglesia" son llevados a la división "en capilla". Apartándose de la comunión de la unidad terminan en la desbandada de la dispersión (In ps. 106,14). 1717. Es una obligación de la caridad el ayudarse mutuamente a llevar nuestras cargas... Escucha esta bonita ilustración tomada del mundo animal: según los entendidos en la materia, cuando los ciervos tienen que cruzar un río se organizan de tal forma que cada uno de ellos lleva sobre su espalda la cabeza del que le sigue 274

mientras él reposa su cabeza sobre la espalda del que le precede. Y como el primero no tiene a nadie delante sobre quien reposar su cabeza, su puesto es ocupado por turnos, de tal manera que, después de un rato, el segundo pasa al primero y el primero al último... Así, sobrellevándose y ayudándose mutuamente, son capaces de cruzar sin peligro anchos ríos, y hasta brazos de mar, en busca de la estabilidad de la tierra firme (De diu. quaest. 83,71,1). 1718. Estamos en camino hacia la unidad teniendo como punto de partida la diversidad. Ha de ser el amor el que nos reúna en torno al uno a fin de no caer en la dispersión de lo múltiple (Serm. 284,4). 1719. Donde no hay envidias ni temores las diferencias, lejos de dividir, armonizan y concuerdan entre sí (De sane. virg. 29,29). 1720. La multiplicidad debe dar paso a la singularidad, tal y como sucedió en aquellos santos de que nos hablan los Hechos de los Apóstoles: la multitud de los creyentes tenía un alma sola y un solo corazón. Debemos ser singulares y simples, esto es, separados de la multitud y de la turbamulta de las cosas que nacen y mueren. Debemos ser amantes de la eternidad y de la unidad, adhiriéndonos para ello al único Dios y Señor nuestro (In ps. 4,10). 1721. Corre de lo múltiple a lo uno. Reduce a uno lo disperso. Afluye a la unidad y permanece en ella, pues en ella está la felicidad. No te vuelvas, pues, a la muchedumbre de las cosas (Serm. 96,6,6). 1722. Somos todos Uno (Cristo). Y todos vamos hacia el Uno (Dios) (In ps. 147,28). 1723. ¿Por qué es tan difícil la concordia fraterna? Porque los hermanos litigan sobre cosas de la tierra o, 275

mejor, porque los hermanos quieren ser tierra. No amen, pues, la tierra si quieren vivir concordes (Serm. 359,1). 1724. El Señor invita a muchos para que le alaben, pero da su bendición sólo a uno, porque de muchos hace "uno solo"... Nadie de vosotros diga: a mí no me llega la bendición. Dios bendice sólo a uno: sé uno y te llegará la bendición (In ps. 133,3). 1725. Donde hay unidad hay comunidad. Donde no hay unidad hay turbamulta, es decir, una multitud turbada (Serm. 103,4). 1726. Haceos Cuerpo de Cristo si queréis vivir del Espíritu de Cristo. Sólo el Cuerpo de Cristo vive de su Espíritu (In Joan. 26,13). 1727. ¿Ama también a Dios el que ama al hermano? Sin duda. Inevitablemente ama a Dios, inevitablemente ama al mismo amor... Si Dios es amor, el que ama el amor ama a Dios. Ama, pues, al hermano y estáte seguro (In epist. Joan. 9,10). 1728. La verdad es patrimonio de todos. Y se halla "en medio" para que en torno suyo estén todos los que la aman. Lo que es común "está en medio", es decir, dista igualmente de todos y de todos está igualmente cerca (In ps. 75,17). 1729. La concordia de los hermanos es gracia de Dios como lo es el rocío que desciende sobre las laderas del Hermón. No se debe a fuerzas y méritos humanos, sino a su favor, como el rocío del cielo. La tierra, en efecto, no se llueve a sí misma, y todo cuanto de ella brota se seca si no viene de arriba la lluvia (In ps. 132,10). 276

1730. ¿Quién reunió "las aguas amargas" en una misma sociedad? ¿Quién sino tú, que se lo ordenaste para que apareciera "la árida", que tiene sed de ti? Tuyo es el mar, y tú lo hiciste. Tuya es la tierra que modelaron tus manos (Conf. 13,17,20). 1731. Para la congregación de las aguas hay que entender la misma "formación", para que el agua tuviese la forma que ahora vemos... Así cuando se dice: y aparezca la árida, hay que entender la misma formación de la tierra para que tuviese la forma actual... Congregúense las aguas quiere decir: tome forma la materia y forme una "congregación". Subrayó la energía misma de la forma dándole el nombre de unidad, porque esto significa formarse: constituirse en unidad. En efecto, el principio de toda forma es sumamente uno (De Gen. ad lit. 1,1,10,32). 1732. Esas almas que tienen sed de ti y que aparecen ante ti separadas de la fluctuación del mar por su intención, las riegas tú con una fuente oculta y dulce para que den su fruto según su género (Conf. 13,17,21). 1733. Si la tierra da su fruto, es decir, las obras de misericorida, a la acción se le añadirá la delicia de la contemplación y aparecerán como luminarias en el firmamento del cielo... Ya no eres tú solo, sino que contigo operan los espirituales, dividiendo el día y la noche y marcando los tiempos. Ahora está más cerca la salud que cuando creímos (Rom 13,11). Pasó la noche, se acercó el día y tú bendices la corona de tus años (Sal 64,11) enviando obreros a la mies (Mt 9,38) en que otros habían trabajado, y echando otra simiente (Jn 4,38), cuya siega será el fin del mundo (Mt 13,39). Así cumples los deseos de los que buscan y bendices los años del justo. A uno se le da, por el Espíritu, palabra de sabiduría como luminar mayor. A otro, palabra de ciencia, según el mismo Espí277

ritu, como luminar menor. A otro, fe. A otro, don de curaciones. A otro, profecía. A otro, discreción del espíritu. A otro, variedad de lenguas. Y todos estos dones son como estrellas. Porque en todo obra el único y mismo Espíritu, que da a cada uno lo propio y hace aparecer las estrellas para su utilidad (ICor 12,7-11). La palabra de ciencia y los dones, que son como la luna y las estrellas, difieren mucho en fulgor de la sabiduría. Al principio, sin embargo, son necesarios hasta tanto se produzca la madurez (Conf. 13,18,22-23). 1734. Al joven que buscaba la vida eterna le dijo Jesús: Vete, extirpa los brezos selváticos de la avaricia. Vende lo que tienes y llénate de fruto repartiéndolo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo. Sigue al Señor si quieres ser perfecto, asociándote con aquellos en quienes habla la sabiduría —que separa el día de la noche— para que también entiendas tú y tengas luminarias en el firmamento del cielo. Pon en ella tu corazón para que en ella esté tu tesoro (Mt 6,21). Aquel joven, aquella tierra estéril, se contristó. Y las zarzas sofocaron la semilla (Conf. 13,19,24). 1735. Pero vosotros, linaje escogido, pequeños del mundo, que lo dejasteis todo por seguir al Señor, id tras él y confundid a los poderosos. Id tras él, pies hermosos, y lucid en el firmamento del cielo para que los cielos canten la gloria de Dios, marcando la diferencia entre la luz de los perfectos —que no son todavía ángeles— y las tinieblas de los párvulos —aunque no sean despreciables—. Id tras él y lucid sobre toda la tierra. He aquí que, como si Dios hubiera dicho de nuevo: haya luminarias en el firmamento del cielo, se ha producido de pronto un rumor en lo alto y han aparecido lenguas distintas, como de fuego, que se han posado sobre la cabeza de cada uno de ellos (He 2,2). Corred por todas partes, fuegos santos, fuegos brillantes. Vosotros sois la luz del mundo y no estáis bajo el celemín. 278

Se ha levantado aquel a quien os habéis adherido y os habéis levantado con él. Difundios y mostraos a todas las naciones (Conf. 13,19,25). 1736. Somos piedras vivas, trabajadas por la fe, asentadas por la esperanza, ensambladas por la caridad. Nuestro fundamento es Cristo, y él es también la piedra angular. Es fundamento porque nos sostiene. Es piedra angular porque nos compagina. Mientras somos edificados, nuestra humildad gime ante el Señor. Pero cuando seamos glorificados cantará nuestra gloria. Mientras se cortan las maderas en el bosque y se sacan los bloques de la cantera, mientras se desbastan, se tallan y se ajustan, es necesario el trabajo, es precisa la atención. Cuando el Habitador eterno entre en su casa, engalanada e inmortal, vendrá el gozo y el descanso. Ahora Dios habita en los suyos y los suyos habitan en él. Dios es el cimiento del edificio de la unidad. El cimiento humano se coloca abajo porque la fuerza que obra aquí es la de la gravedad. El cimiento divino se coloca arriba porque la fuerza que obra allí es la de la caridad (Serm. 337,lss).

6.

Un concierto para el Señor

1737. Dios es de todos. Y a todos se da para ser gozado en unidad. Todo en todos. Y todo en cada uno (Serm. 47,29). 1738. La custodia de la caridad es la obligación primordial de los siervos de Dios. A la caridad deben acomodar el alimento, la palabra, el vestido... Todo su ser conspira y se auna en la caridad. Violarla se considera un desprecio al mismo Dios. Si alguno la resiste, se le 279

combate y se le expulsa. Si alguno la ofende, no se permite que dure un solo día dicho quebranto. Todos son conscientes de que si ella falta todo está vacío. Si ella está presente, todo tiene plenitud (De mor. Eccl. cath. 1,33,73). 1739. Son dignos de admiración y de encomio los que, despreciando y abandonando los afanes mundanos, viven unidos en castísima y santísima vida común y gastan sus años en oraciones, lecturas y conversaciones fraternas. Por ninguna soberbia hinchados, por ninguna malquerencia turbulentos, por ninguna envidia consumidos, sino modestos, pudorosos y humildes, ofreciendo a Dios el homenaje gratísimo de una vida en plena concordia y en profunda atención a su Palabra. De él recibieron como don el poder vivir de esta forma (De mor. Eccl. cath. 1,31,67). 1740. Por el poder de su gracia y por obra de r su misericordia el Señor modeló nuestros corazones y los formó uno a uno, dando a cada cual un corazón particular, sin que por ello se rompiera la unidad. Del mismo modo que todos los miembros se forman en particular y tienen su operación propia y viven, no obstante, en la unidad de un mismo cuerpo; y como acontece que la mano hace lo que no hace el ojo, y el oído no sirve para lo que sirve el ojo ni la mano y, con todo, los tres trabajan unánimes y sin oponerse entre sí a pesar de que cada uno ejecuta acciones diversas, del mismo modo en el Cuerpo de Cristo cada miembro goza de sus propios dones, porque aquel que eligió para sí un pueblo de heredad formó los corazones uno a uno. ¿Son, acaso, todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos doctores? (ICor 12,8-9). ¿Por qué? Porque formó en particular sus corazones. Como en nuestros miembros hay acciones diversas, pero una misma salud, así en los miembros de Cristo existen dones distintos, pero un mismo amor (In ps. 32,2,2).

1741. No todos son aptos para la misma profesión. Uno será tomado y otro será dejado (Mt 24,40). Los dos están en el mismo campo. Ambos tienen la misma profesión, pero no tienen ambos el mismo corazón. Los hombres ven la profesión. Dios conoce el corazón (In ps. 36,1,2). 1742. Para hacer entre todos un sitio al Señor debemos abstenernos de nuestros bienes privados o, al menos, del afecto privado que a ellos nos une (In ps. 131,6). 1743. De lo que poseemos en privado, y como propio, dimanan las riñas, las enemistades, los partidos, las guerras, los alborotos, las disensiones, los escándalos, los pecados, las iniquidades y hasta los homicidios. ¿Litigamos, acaso, por lo que es común? Todos respiramos el mismo aire, todos disfrutamos del mismo sol. ¿Por qué, entonces, no tenemos todos un mismo Señor, siendo él Señor de todos? (In ps. 131,5). 1744. Quien anhela sincera y ardientemente la compañía de Dios en esta peregrinación tiene por norma de vida preferir lo común a lo propio, no buscando sus cosas, sino las de Jesucristo (In ps. 105,34). 1745.

La unidad nos une al Uno (In ps. 122,1).

1746. El que no tiene caridad divide la unidad (In epist. Joan. 6,2). 1747. No es posible que los hombres lleguen a fundirse en una ordenada concordia si no se unen entre sí por la participación en unos mismos signos o sacramentos. La acción de estos sacramentos es insustituible y despreciarla es pecado de sacrilegio. No puede despreciarse sin caer en la impiedad lo que es imprescindible para la perfecta unión con Dios (Con. Faus. 19,11). 281

1748. Cantamos con la voz para excitarnos mutuamente. Cantamos con el corazón para agradar al Señor (In ps. 147,5). 1749. Avanza conmigo si tienes las mismas certezas. Indaga conmigo si tienes las mismas dudas. Donde reconozcas tu error, vente conmigo. Donde reconozcas el mío, llévame contigo. Marchemos con paso igual por la senda de la caridad buscando juntos a aquel de quien está escrito: Buscad siempre su rostro (De trin. 1,3,5). 1750. El que ama a los hermanos lo sufre todo por la unidad. Porque sólo en la unidad de la caridad se da el amor fraterno (In Joan. 12). 1751. La discordia fraterna es una blasfemia contra el Señor (In ps. 149). 1752. Así como se llama "consorte" a quien une'su suerte a la de otro, del mismo modo se llama "concorde" a quien une su corazón al del otro... Unamos, pues, nuestros corazones los unos a los otros para que haya concordia". Y unidos en el Uno, levantemos un único corazón hacia el Señor (In Joan. 77,5). 1753. Lo que pertenece en concordia a muchos, pertenece en totalidad a cada uno (Serm. 88,18).

sedición y de la disensión que hacen tambalear la nave de la comunión (In ps. 106,12). 1757. Donde hay consentimiento ("sentir común") hay cercanía. Donde hay disensión hay distancia (In ps. 128,8). 1758. Entre los montes correrán ¡as aguas. Cuando decimos "entre", decimos comunidad. Lo que está "entre" o "en medio" es común, y lo común está "en medio". No es mío ni tuyo, sino "nuestro". Y así decimos: "estos dos tienen paz entre sí", es decir, se guardan fidelidad, se aman mutuamente. ¿Qué quiere decir "entre sí"? En medio de ambos. ¿Y qué significa "en medio"? Que les es común... Donde empieza la propiedad se acaba la comunidad. El agua de la verdad corre "en medio" de los montes, sin producir discordia entre ellos..., creando la paz del consenso y la armonía de la caridad (In ps. 103,2,11). 1759. Sed "valles" para que brote en vosotros la fuente. Y comunicad con los demás lo que recibisteis de Dios. Corran las aguas "en medio" de todos y sin envidia de nadie. Bebed de ellas hasta saciaros, y saciaros para poder manar. Dad crédito al agua común de la verdad de Dios, no a las mentiras "privadas" de los hombres (In ps. 103,2,11).

1755. No es la comunidad la que hace a las personas, sino las personas las que hacen a la comunidad (In ps. 106,3).

1760. Cuando, por separarte de los malos, abandonas la unidad, usas a los malos como disculpa para separarte del único Bueno... La paz se da sólo en la unidad, porque sólo en la unidad está Cristo, que es la paz. El es nuestra paz porque hizo de ambas cosas una sola (Ef 2,14). Tú, en cambio, haces de una cosa dos distintas (Inps. 119,9).

1756. En los corazones de los hombres es donde se originan los vientos y se fraguan las tempestades de la

1761. No penséis que sólo es pobre el que no tiene dinero. Hay muchas otras formas de pobreza. Más aún:

1754. Dios puso la verdad en la cátedra de la unidad (Epist. 105,5,16).

283

todos, de una forma o de otra, somos pobres, porque todos necesitamos de algo. Todos dependemos igualmente del único Rico, al tiempo que interdependemos los unos de los otros por ser complementarias nuestras carencias. Así se construye el Cuerpo de Cristo. Así se unen, se compaginan y se asocian los distintos miembros por medio del amor, dando cada uno lo que tiene y recibiendo, a cambio, lo que necesita. Todos somos ricos por lo que tenemos y pobres por lo que nos falta. Estimaos así, amaos así. No miréis únicamente por vosotros. Atended también a las necesidades de los demás (In ps. 125,13). 1762. De aquel polvo multitudinario se hace una sola comunidad de creyentes que ponen sus bienes a los pies de los apóstoles. De aquel polvo confuso se erige una nueva humanidad, reformada y hermosa. ¿Quién hizo esto con el polvo sino aquel mismo que del polvo hizo a Adán? (In ps. 101,1,15). 1763. En concordia con Cristo tenemos todos un alma sola (In ps. 62,5). 1764. Líbrenos Dios de la multitud de los pensamientos humanos para ser en Cristo "uno de muchos". El fuego de la caridad fusiona nuestros corazones "en el Uno" para que no decaigamos y nos dispersemos en lo múltiple (Serm. 284,4). 1765. Respondéis Amén a lo que sois y, al hacerlo, lo suscribís. Se te dice: "el Cuerpo de Cristo", y respondes: Amén. Sé miembro del Cuerpo de Cristo para que tu amén sea verdadero. El que recibe el misterio de la unidad y no tiene el vínculo de la paz no recibe un misterio en bien propio, sino un testimonio en contra suya (Serm. 272). 1766. Muchos un solo pan, un solo cuerpo. ¡Oh sacramento de piedad, símbolo de unidad y vínculo de 284

caridad! Quien quiera vivir, ya sabe dónde y cómo. Acerqúese, crea, incorpórese a la vida. No se separe de la unidad del cuerpo. No sea un miembro corrupto, digno de ser cortado; ni un miembro deforme, a punto de agonizar. Únase al Cuerpo para que, viviendo de Dios, viva para Dios (In Joan 26,13). 1767. ¿Qué es la "sinfonía"? La concordancia de las voces. Los que viven en "discordia" disuenan. Los que viven en concordia "consuenan". Ésta es la sinfonía que enseñaba el Apóstol: Os conjuro, hermanos, a que sintáis todos lo mismo y no haya cismas entre vosotros. ¿A quién no ha de agradar esta sinfonía, es decir, ese afinado concierto de voces sin disonancias que ofendan el oído? (Serm. Caillau 11,9). 1768. Sed en el Uno. Sed Uno. Sed sólo Uno... No seáis de Pablo o de Apolo, sino de aquel de quien, con vosotros, son Pablo y Apolo (In Joan. 12,9). 1769. Se llaman "competentes" a los que piden juntos (Serm. 216,1). 1770. La salud del Cuerpo de Cristo es su "compaginación" en la caridad, la unidad entre sus miembros. Por eso, cuando se resfría la caridad, sobreviene la enfermedad (Serm. 137,1). 1771. Busquemos juntos, llamemos juntos, para que juntos logremos entender. Acudamos juntos al Maestro en busca de respuesta en vez de litigar como chiquillos en su escuela (In Joan. 18,6). 1772. Puesto que todos tenemos un único Rey, esforcémonos todos por pertenecer a un único Reino (Serm. Wilmart 2,8). 1773. Recibid y comed el cuerpo de Cristo. Transformaos en miembros de Cristo, en el cuerpo de Cristo. 285

Recibid y bebed la sangre de Cristo. Para no desvincularos, comed vuestro vínculo. Para no despreciaros, bebed vuestro precio (Serm. Dermis 3,3). 1774. Aunque me separan de vosotros tan largas distancias, estoy unido a vosotros en aquel de cuyo único cuerpo somos todos miembros. Si habitando en la misma casa decimos estar juntos, ¿cuánto más juntos no estaremos unidos en un mismo cuerpo? (Epist. 142,1).

1780. Cuando, aduciendo como razón la maldad de los otros, te separas de ellos, le enmiendas la plana a Dios y te constituyes en cosechero inoportuno de su campo. De esta forma tu separación acaba siendo purificante para aquellos mismos que tú considerabas manchados. Si como trigo hubieras permanecido en el campo, habrías continuado echando raíces y madurando. En cambio, arrancándote antes de tiempo, tronchas tu maduración. Y separándote por propia iniciativa, tú mismo te declaras convicto (Serm. 47,17).

1775. La Cabeza está en el cielo y los miembros en la tierra. Dé, pues, el miembro de Cristo al miembro de Cristo. Dé el que tiene al que le falta. Tú eres miembro de Cristo y tienes para dar. Él es miembro de Cristo y necesita que le des. Ambos vais por el mismo camino, ambos sois compañeros. El necesitado va ligero de peso. Tú, en cambio, vas cargado de hombros. Descárgate tú y dale a él de lo que a ti te pesa. De esta forma, aliviándote tú, alivias a tu compañero (Serm. Morin 11,6).

1781. La paz os dejo. Mi paz os doy. He aquí el testamento de nuestro Padre: la herencia de la paz. Con cualquier otra herencia pueden hacerse "suertes" entre los "consortes". Pero la herencia de la paz no admite división. Nuestra herencia es Cristo. Y él no divide una cosa en dos, sino que de dos hace una sola. Poséase, pues, la paz por "consortes concordes", no sea dividida por litigantes (Serm. 47',22).

1776. "Universo" significa "hacia el uno", es decir, la multiplicidad reducida a la unidad, la tensión de todo hacia el uno, la armonía resultante de la medida, el número y el orden de las cosas (De Gen. con. manich. 1,16,26).

1782. Una cosa es consentir en la unidad. Otra, muy distinta, consentir contra la unidad. Los que consienten en la unidad de la verdad consienten entre sí, pues la verdad no puede disentir de sí misma. En cambio, los que disienten de la unidad disienten entre sí aun cuando, para defenderse, consientan contra la verdad (Serm. 47,27).

1777. Como miembros de una misma familia, comemos todos de una misma despensa (Serm. 149,16). 1778. Vida común quiere decir "ordenada concordia". Su orden consiste en no hacer mal a nadie y en hacer el bien a todos. Del cumplimiento de esta norma depende la paz doméstica, la ordenada concordia en el mandar y en el obedecer, si bien en la casa de Dios hasta los que mandan sirven (De civ. Dei 19,14). 1779. Una comunidad desunida es caldo de cultivo para toda clase de riñas y peleas (Serm. Mai 158,2). 286

1783. Si tienes dos amigos comunes y ambos comienzan a enemistarse entre sí, ¿cuál ha de ser tu papel?... Si vas con éste, tendrás al otro de enemigo. Si con el otro, romperás con el primero. Si con ambos o con ninguno, ambos murmurarán de ti. ¿Qué hacer entonces? Permanece amigo de ambos para que los que disienten entre sí consientan por medio de ti... Si uno te viene con chismes de otro, no le sirvas de alcahuete. Habíale y trátale con la suavidad de la medicina, como se trata a un enfermo. Enfermo está, en realidad, por el odio que 287

acumula. Antes, pues, de hacerte enemigo de su enemigo, sé enemigo de su vicio, ese vicio con el que odia a tu otro amigo (Serm. 49,6). 1784. Para vivir de un mismo Espíritu, aunaos en la caridad, amad la Verdad, desead la unidad..., y llegaréis a la eternidad (Serm. 167,4,4). 1785. Al entrar en la sociedad de la unidad, el único lenguaje valedero es el "nosotros" y "lo nuestro", es decir, el lenguaje de la comunidad. Todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios (Coll. cum Maximino 12). 1786. A hombre viejo, cántico viejo. A hombre nuevo, cántico nuevo. A Testamento viejo, cántico viejo, el cántico de las promesas terrenas, siempre viejas por pasajeras. A Testamento nuevo, cántico nuevo, el cántico del amor de Dios, siempre nuevo por eterno. El cántico nuevo es cántico de paz, es decir, de caridad (In ps. 149,2). 1787. Una comunidad es un grupo de individuos unidos por la armonía y la comunión de las cosas que buscan en santa compañía (De civ. Dei 19,24,5). 1788. La verdadera unidad entre los hermanos se crea, se refuerza y se protege por la comunión en el amor (In Joan. 32,7). 1789. Un coro es un consenso de cantores. Si la voz de cada uno de ellos no se fusiona con la de los demás, todo el coro se hace ofensivo para la audiencia y el concierto se malogra (In ps. 149,7; 87,1). 1790. La belleza del cuerpo es el resultado de la con gruencia de sus partes. Cuando esta congruencia no existe, aunque sea a causa de la malformación de una 288

sola parte, la belleza de todo el cuerpo se aja y se malogra. Como cristianos somos un solo Cuerpo. Mantengámonos, pues, en unidad por la armónica combinación de las diferencias personales. Que nadie trate de ser ni demasiado pequeño, por falsa humildad, ni demasiado grande, por orgullosa hinchazón. Que Cristo sea la amalgama y el factor unificante. Que él aune y armonice a los miembros individuales de su Cuerpo hasta crear una perfecta congruencia entre todos ellos. Entonces, y sólo entonces, podremos ser un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo (De civ. Dei 22,19; 17,14). 1791. Alabad al Señor como un coro, a una sola voz. Fusionad vuestras voces por medio del amor fraterno. De no existir fusión entre las voces, el resultado no será música, sino ruido (In ps. 149,7). 1792. En una buena orquesta hay muchos instrumentos diferentes. Pero todos ellos están tan cuidadosamente afinados y entonados que la audiencia oye sólo una melodía. Este ha de ser nuestro ideal: ser una orquesta para el Señor (In ps. 150,7). 1793. Competid unos con otros en oraciones y en buenas obras, en amor mutuo y en santa emulación, pues no competís unos con otros, sino todos contra el enemigo común. El que pueda menos, haga lo que buenamente pueda, con tal de que ame en el otro lo que él no puede hacer. De esta forma el más débil no será una carga para el más fuerte, y el más fuerte no hará que el más débil se sofoque (Epist. 130,16,31). 1794. Los que perseveran en vuestra compañía, sean vuestros modelos. Y los que se van quedando por las aceras, aumenten vuestra vigilancia. Amad la perseverancia de los primeros para que podáis imitarla. Lamen289

tad la defección de los segundos para no sentiros demasiado seguros de vosotros mismos (De sane. virg. 52,53). 1795. Prestad especial atención a aquellos talentos vuestros ya sometidos a prueba, no sea que por haber aprobado el examen os llenéis de orgullo. Orad, en cambio, por aquellos talentos que aún no han sido probados, no sea que seáis probados más allá de lo que podáis resistir. Estimad a aquellos a quienes superáis en dones evidentes como superiores a vosotros en bienes ocultos. Cuando creéis con sinceridad en los dones ajenos que quizá no conocéis, vuestros dones ya probados no decrecen por comparación, sino que se refuerzan por el amor (De sane. virg. 52,53). 1796. No es posible la vida de comunidad si falta la comunión en el amor (De civ. Dei 19,4,1). 1797. Amad la paz por amor a la unidad. Amad la paz por amor a Cristo. Cristo mismo es la razón de la unidad (In ps. 119,9). 1798. Alabemos a Dios de palabra y de obra. Con el corazón y con los labios. En la oración y en la vida. En perfecta armonía y sin divisiones (Serm. 256,1).

do, vuelva al buen camino para avanzar en él. Si está seguro del camino, camine con fuerza sin perder el andar. Nadie sea soberbio fuera del camino ni perezoso dentro de él (In ps. 31,2,1). 1801. Prometed, sí, pero cumplid lo prometido... Sacad del arca del corazón el incienso "de la alabanza. Ofreced de la despensa de la conciencia el sacrificio de la fe. Y encended el sacrificio con el fuego del amor (In ps. 55,19).

7.

Castidad: "estar enamorado"

1802. O el bien de la castidad es una elección de amor, como en el caso de María, o acaba siendo una imposición de servidumbre (De sane. virg. 10,9). 1803. A fidelidad de Virgen, fecundidad de Madre (Serm. 293). 1804. No se condenan las nupcias, ni siquiera las de aquellos que abandonan su voto de castidad. Lo que se condena es el chantaje al compromiso contraído, la infidelidad a la palabra empeñada. No se condena la adopción de un bien inferior, sino la dejación de un bien superior. No se condena la entrada en la fe matrimonial, sino la salida de la fe primera de la continencia (De bon. vid. 9,11).

1799. Hay una concordia fraterna de los que alaban donde hay una alegría segura de los que cantan, es decir, donde ninguna ley de los miembros repugna a la ley de la mente, donde no se pone en peligro la victoria de la caridad por la discordia de la concupiscencia (Serm. 256,1).

1805. Un amor más grande impone a las vírgenes un peso mayor. Por agradar al que se consagraron, hasta lo lícito abandonaron (Serm. 161,11,11).

1800. Que cada uno atienda a su camino según su capacidad. Y conforme advierta, o se duela corrigiéndose o se goce aprobándose. Si advierte que se ha desvia-

1806. Por medio de la castidad, los que éramos víctimas de la multiplicidad nos convertimos a la unidad (Conf. 10,29,40).

290

291

1807. Antes de hacer el voto eras libre para optar por "lo más pequeño". Si tras haberlo hecho no lo cumples, tu única opción es por "lo peor" (Epist. 137,8). 1808. La castidad se promete para uso de Dios, no de los hombres. ¿Qué significa "para uso de Dios"? Que Dios hace de los castos una casa, un templo donde habitar (Serm. 148,2,2). 1809. Cuanto mayor me parece el bien de la castidad, tanto más temo al ladrón de la soberbia. El mismo Dios que da la castidad es el que la custodia. Y Dios es caridad (De sane. virg. 51,52). 1810. La castidad de la carne es privilegio de unos pocos. La castidad del corazón es obligación de todos (In ps. 147,10). 1811. La alegría de una virgen de Cristo es de Cristo, en Cristo, con Cristo, en pos de Cristo, por Cristo y para Cristo (De sane. uirg. 55,56). 1812. No es lícito a una virgen amar poco a aquel por cuyo amor dejó de amar hasta lo que era lícito (De sane. virg. 27,27). 1813. No estimes en tanto su forma de vivir que condenes como malo lo que es bueno en otras formas de vida, sino regocíjate tanto más cuanto tú has escogido un estado en el que es más fácil evitar el mal y conseguir el bien (De bon. vid. 21,26). 1814. Los hombres y mujeres que han optado por la continencia deben preferirla al matrimonio, sin que por ello consideren el matrimonio como malo (De sane. virg. 18,18). 292

1815. El guardián de la castidad es la caridad. Y la morada de este guardián es la humildad (De sane. virg. 51,52). 1816. La virginidad de la carne es la integridad del cuerpo. La virginidad del corazón es la integridad de la íe(Inps. 147,10). 1817. Me atrevo a afirmar que es bueno que caigan los que, profesando continencia, presumen de ello. De esta forma son humillados en aquello mismo de lo que se glorían. ¿De qué le sirve la continencia al orgulloso? Aunque la virginidad en sí misma parece superior a la castidad conyugal, no hay duda de que es mejor una casada humilde que una virgen soberbia (Serm. 354,9,9). 1818. Es más noble para una virgen el honrar a su familia renunciando al matrimonio que aumentarla procreando nuevos hijos, el imitar en la carne a los ángeles que, por la carne, aumentar el número de mortales. Es felicidad más rica y prolífica el hacerse grande de mente que el hacerse grande de vientre, el dar a luz a muchos para el cielo por la oración que el dar a luz a unos pocos para el mundo por el parto (Episf. 150). 1819. Vuestra sociedad, en la que lleváis una vida de continencia, no puede mantenerse en pie si no dais de lado a los placeres lícitos del matrimonio. El Señor hablaba de esto en cierta ocasión, cuando sus discípulos le replicaron: si tal es el caso de un hombre con su mujer, no merece la pena casarse. Jesús replicó: no es dado a todos entender este mensaje, sino sólo a unos pocos. Aquellos a quienes no les es dado, o no quieren aceptarlo o no se mantienen en lo aceptado. En cambio, aquellos a quienes les es dado, de tal forma ordenan su voluntad que consiguen su propósito. Para que este mensaje, que no es recibido por muchos, sea al menos 293

recibido por algunos, deben concurrir tanto la gracia de Dios como la decisión personal (Degrat. ellib. arb. 4,7). 1820. Procurad rellenar con deleites espirituales el vacío de los deseos de la carne: lecturas, oraciones, salmos, buenos pensamientos, frecuencia de buenas obras, esperanza en el mundo futuro y un corazón encendido en el amor de Dios. Y por todas estas cosas, dad gracias a Dios, Padre de las luces, de quien procede todo don bueno y perfecto (De bon. vid. 21,26). 1821. Os amonesto a los que habéis dedicado vuestra vida a Dios en castidad a que la guardéis por medio de la humildad para hacer vuestro don más perfecto, si cabe. A mí me toca proclamar vuestra grandeza; a vosotros, cuidarla por la humildad (De bon. conj. 26,35). 1822. En mis contactos con los clérigos he podido observar con relativa frecuencia que la represión de Ja lujuria conduce al aumento de la avaricia. Cuando se niega la gratificación a los deseos carnales por un cuidadoso control de los placeres sensuales, dichos deseos buscan su satisfacción en el amor al dinero, y con tanta mayor urgencia cuanto más firme es el control de la carne (De bon. vid. 21,26). 1823. Como amador de la castidad, manten siempre encendida la lámpara del amor en tu corazón y ándate listo para usar el freno del dominio de ti mismo sobre tu concupiscencia (Serm. 132,3,3). 1824. Lo que alabamos en las vírgenes no es el hecho de que sean vírgenes, sino el que sean vírgenes consagradas a Dios por la castidad (De sane. virg. 11,11). 1825. Ni el don de la fidelidad en Susana hace de menos a María, ni el don de la virginidad de María hace de menos a Susana (De sane. virg. 20). 294

1826. Los que desean casarse y no lo hacen por estarles legítimamente prohibido, los que están consumidos por el fuego de la concupiscencia —aunque se las arreglen para camuflar dicho fuego—, los que están arrepentidos de su profesión —aunque no se atrevan a confesarlo—..., serán contados entre los muertos, a menos que reformen su vida y se corrijan a sí mismos. Hagan lo que hicieren e intenten lo que intentaren, todo les será inútil sin la conversión del corazón. Su conducta externa podrá servirles de tapadera, pero no de correctivo (De sane. virg. 34,34). 1827. No insisto demasiado en la humildad en el caso de aquellas personas cuya soberbia se ve detestada y torturada por los remordimientos de conciencia, o en el caso de aquellas otras que, profesando continencia, la desacreditan con su forma de vivir, o, finalmente, de aquellas cuyo único interés parece ser el de llamar la atención por su forma de vestir... Mi insistencia, en estos casos, no es en la humildad, sino en la castidad (De sane. virg. 34,34). 1828. La castidad del alma es el amor ordenado. En virtud de él lo inferior está sometido a lo superior (De mend. 20,41). 1829. ¿Cuál es la virginidad del corazón? Una fe íntegra, una esperanza firme y una caridad sincera (In Joan. 13,13). 1830. A todos, sin distinción, se ha dicho: el que quiera seguirme, niegúese a sí mismo (Me 8,34). No se ha dicho esto para las vírgenes, como si no tuviesen obligación de oírlo las casadas. No se ha dicho sólo a las viudas y no a las que tienen marido. Ni sólo a los monjes y no a los que tienen mujer. Ni sólo a los clérigos y no a los laicos. Toda la Iglesia, todo el Cuerpo, todos los miembros, 295

sea cual fuere su profesión, edad o estado, debe seguir a Cristo. Para todos hay sitio en este Camino. Sigan, pues, a Cristo todos los miembros que en la Iglesia tienen señalado su lugar. Sígale cada cual según su estado. Niegúense a sí mismos, es decir, no presuman de sí. Tomen su cruz, es decir, soporten, por amor a Cristo, todo lo que el mundo les haga padecer. Amen al único que no engaña, al único que no es engañado, al único que no miente, al único que cumple siempre lo prometido (Serm. 96,9). 1831. La Iglesia entera es llamada virgen. Toda la Iglesia, con sus miembros diversos y sus dones diversos. Con sus casados y sus solteros. Con sus viudas y sus vírgenes. Con los que conservan su integridad desde la niñez y los que se consagran a Dios mediante voto... Miembros y dones diversos, pero sólo una virginidad. ¿Y dónde radica esta virginidad? En unos pocos, los más honrosos, en el cuerpo. En todos, en la mente (In Joan. 13,13). 1832. No os consideréis nunca estériles. La integridad piadosa de la carne es el fruto maduro de la fecundidad gozosa de la mente (Serm. 191,4). 1833. Amar al hombre por Cristo es caridad. Amarle en lugar de Cristo es adulterio (In Joan. 13,10).

Menos te ama, Señor, el que ama algo contigo y no lo ama por amor de ti. ¡Oh amor, que siempre ardes y no te apagas nunca! ¡Oh caridad! ¡Oh Dios mío! Enciéndeme. ¿Me mandas la continencia? Pues dame lo que me mandas y mándame lo que quieras (Conf. 10,29). 1837. Señor, no sólo nos has exigido la continencia —que nos enseña de qué cosas hemos de cohibir el afecto—, sino también la justicia —que nos dice adonde debemos orientarlo— (Conf. 10,37). 1838. Las espinas de la incontinencia crecen en el erial de la ociosidad (Conf. 2,3). 1839. Los que optan por vivir en castidad no deben huir del matrimonio como de una trampa pecaminosa, sino trascenderlo como un montículo sin altura suficiente para ellos, en busca de un descanso más pleno en el monte más alto de la continencia (De sane. uirg. 18,18). 1840. Alabad al Señor con mayor entusiasmo, puesto que le pensáis con mayor abundamiento. Esperadle con mayor alborozo, puesto que le servís con mayor empeño. Amadle con mayor entrega, puesto que le agradáis con mayor instancia. Estad alerta y tened ceñidos los lomos y dispuestas las lámparas para cuando el Señor vuelva de las bodas (De sane. uirg. 27,27).

1834. El hombre carnal no se apoya en el amor de Cristo, sino que anda a la caza de sustitutos de su amor. Y fornica con ellos, llevado por la corrupción de su fe o por la exaltación de su orgullo (De bap. 19,27).

1841. Tanto la castidad virginal como la conyugal tienen su mérito. Ambas son gratas a Dios porque ambas son gracias de Dios (Serm. 343,4).

1835.

1842. Antes de profesar te era lícito casarte. Después de haber profesado no te es lícito ensoberbecerte de haberlo hecho (In ps. 75,16).

Si quieres ser feliz, sé casto (Inps. 118,1,1).

1836. Por el don de la continencia, tú, Señor, nos reajustas y nos reduces a aquella unidad de la cual nos separamos, partiéndonos en mil pedazos. 296

1843. Tanto más aumenta la iniquidad del voto defraudado en quien no cumple lo prometido cuanto me297

nos necesidad tuvo de prometer lo que luego no ha cumplido (De bon. vid. 11,14). 1844. Corred a él, por él. Agradadle a él, de él. Vivid con él, en él y para él (De bon. vid. 19,23). 1845. Amad el amor. Amad el ser amados por él (De bon. vid. 19,23).

8.

Pobreza: "darse todo, recibir lo necesario"

1846. Cristo se hace pobre en nosotros, de nosotros, con nosotros y para nosotros (In ps. 101,1,2). 1847. No tengáis cosa alguna como propia, sino que todo sea de todos. Y el prepósito distribuya a cada r uno el alimento y el vestido, no igualmente a todos —porque no todos tenéis iguales fuerzas—, sino a cada uno según su necesidad (Regla 1). 1848. Sed considerados con los débiles y los enfermos y atended a sus necesidades sin murmuración. No os creéis, por otra parte, necesidades artificiales. La verdadera felicidad no consiste en tenerlo todo, sino en no necesitar de nada (Regla 1). 1849. No abracéis la pobreza por amor de la pobreza misma: eso es miseria. Abrazad la pobreza por amor de vuestra libertad. Superada así la ambición, podréis levantar el vuelo sobre las nubes de los intereses mundanos (Serm. 113,1,1). 1850. Que nadie me dé una capa, una túnica o cualquier otra cosa a no ser como donación para el fondo común. Todo lo que yo recibo lo acepto para la comu298

nidad, puesto que todo lo que yo tengo deseo tenerlo en común. Si alguno me regala alguna cosa que por su calidad superior no conviene a la sencillez de los hermanos, la venderé cuanto antes para que al menos el dinero de su venta pueda revertir al bien común (Serm. 356,13). 1851. En esta noble campaña de santidad no se humillan los ricos para que se ensoberbezcan los pobres. No cuadra, en absoluto, que en un estado de vida en el que los senadores se convierten en siervos, los siervos se conviertan en señoritos o que los jornaleros se tengan por nuevos ricos en ese mismo monasterio al que los terratenientes han entregado todos sus bienes (De op. mon. 25,33). 1852. Sed constantes en vuestras santas aspiraciones para que vuestra prontitud en concebirlas sea pareja a vuestra disponibilidad en realizarlas de conformidad con las habilidades de cada uno (De op. mon. 16,17). 1853. Repetía con frecuencia que la comunidad puede aceptar con mayor seguridad y menos compromiso legados de los muertos que donaciones de los vivos. Más aún: que los legados no deben, en ningún caso, ser solicitados, sino voluntariamente ofrecidos (POSIDIO, Vita). 1854. Buscad lo que os sea suficiente y no queráis más. Todo lo que pase de ahí oprime y no eleva, pesa y no honra (Serm. 135,6). 1855. La palabra privado indica más un detrimento que un incremento, pues toda privación supone un menoscabo. Cuando el alma soberbia decae de lo común a lo propio, ese amor es ruinoso para ella..., porque el perverso amor de sí misma le priva de la santa convivencia. Contraria a esta peste es la caridad, que no 299

busca las cosas privadas, es decir, que no se regocija con ellas (De Gen. ad ¡it. 11,15,19). 1856. Sólo los buenos son ricos de verdad. Pobres, quizá, en la despensa, pero ricos, sin duda, en la conciencia (Serm. 36). 1857. Todos los demás vicios se nutren del pecado. Sólo la soberbia se nutre de la misma virtud (Epist. 118,22). 1858. El que apetece muchas cosas se condena a sí mismo a la indigencia. Su avidez le hace víctima de la pluralidad y esclavo de la multiplicación. Os voy a poner un ejemplo: en todo círculo, grande o pequeño, hay un solo punto en el que coinciden todos los radios: es el centro. El centro está en todos los radios y, por así decirlo, los domina a todos. Cuanto uno se aparta más del centro, tantos menos radios abarca cuantos más pretende abarcar. Del mismo modo, el alma que se aparta de su centro y se lanza a la conquista de los múltiples objetos que le ofrece el mundo, fracasa en el intento de abarcarlos todos y se ve condenada al tormento de la indigencia. Su naturaleza le empuja hacia Dios, que es el centro en el que confluyen todos los seres; pero al dispersarse por las cosas, apegándose a ellas, se ve impedida para llegar a ese centro (De ord. 1,2,3). 1859. Los que buscan sus propios intereses son como los que van al templo a comprar y a vender de lo suyo. A esos tales el Señor los arroja del recinto sagrado con un látigo de cuerdas... Sus artimañas son como fibras de esparto que, retorciéndose y sobreponiéndose las unas a las otras, se convierten en un cordel para su propio castigo (In ps. 130,2). 1860. Se acordaba siempre de sus compañeros, los pobres, distribuyéndoles de lo que servía para él y para 300

los que habitaban con él, esto es, de las rentas de las posesiones de la Iglesia y de las ofertas voluntarias de los fieles (POSIDIO, Vita). 1861. Pedro, al seguir a Cristo, era un pobre pescador. ¿Qué pudo dejar? Según él, "todas las cosas"; en realidad, sus redes y su pobreza. Cristo, sin embargo, no le corrigió. Mucho deja, hermanos, mucho deja, en efecto, el que deja no sólo lo que tiene, sino también lo que desea (In ps. 103,3,16).

9.

El trabajo: "el distintivo de los pobres"

1862. Dado que el alimento es propiedad común en la vida religiosa, la propia vida común y la caridad fraterna exigen que nadie coma del pan de la comunidad si no participa, a su modo, en su adquisición (De op. mon. 25,33). 1863. Una cosa es estar enfermo. Otra, simular la enfermedad. Y otra, finalmente, tratar de justificar la propia vagancia en nombre de la justicia, interpretando, a gusto propio, el aviso de la Biblia. Si la vida santa exigiese, en efecto, una liberación total del trabajo y una dedicación exclusiva a la palabra de Dios, sería consecuencia lógica que el que pensase de este modo no perdiese su tiempo en comer (De op. mon. 19,22). 1864. Hay siervos de Dios que, no queriendo someterse a la ley común del trabajo, insisten en proponer la vagancia como norma de vida no sólo para sí mismos, sino también para los demás. Permitidme que les diga a esos tales que si quieren disfrutar en verdad de reposo absoluto, lo que deben hacer es no sólo dar descanso a 301

sus brazos, sino también a su lengua. Y si quieren tener éxito en su apelación a los demás, deben darles ejemplo no sólo de vagancia, sino también de silencio (De op. mon. 22,26). 1865. Los que pretenden justificar su vagancia fundan su argumentación en el hecho de que el Señor nos enseñó la parábola de las aves del cielo —que no siembran ni recogen— como un ejemplo de lo que debiera ser nuestra condición bajo la paternidad de Dios. ¿Por qué escarcean las verdaderas implicaciones de la parábola? El Señor no dice sólo que los pájaros no siembran ni recogen, sino que añade: tampoco almacenan en los graneros. ¿Y qué significa "granero"? Sencillamente, la despensa. ¿Por qué, pues, quieren estos monjes tener las manos vacías, pero las despensas llenas? ¿Por qué se empeñan en "robar" de lo que los demás afanan, almacenándolo y precaviéndole para el futuro? ¡Los pájaros no hacen esto! Los pájaros prefieren gozar de su libertad y tomar de la tierra lo que les es suficiente, sin atesorar ni almacenar de lo que otros han provisto o preparado. ¡Vayan, pues, bien idos esos monjes a los campos todos los días, como si fueran al pasto! Coman lo que allí encuentren y vuélvanse a casa cuando hayan saciado su hambre. Y, en vista de que hay guardias en los campos, ¡qué bueno fuera que el Señor les diese alas para que, al ser descubiertos en cercado ajeno, no fueran perseguidos como ladrones, sino espantados como estorninos! O mejor aún: ¡que todos los fieles les den permiso para entrar en sus campos cuando quieran y para salirse una vez que hayan satisfecho su apetito!... Pero ¿qué pasaría durante esos períodos del año en los que no puede encontrarse comida en los campos? Si ellos pretendiesen hacer provisiones y acumular alimentos para entonces, se verían recriminados por la misma admonición que citan: ¡Devuélvelo a su sitio! ¡Los pájaros no actúan de esa forma! (De op. mon. 23,27,28). 302

1866. Siervos de Dios y soldados de Cristo, delatad las artimañas del maligno que, tratando de tomar para sí vuestra reputación como buen olor de Cristo, ha esparcido por todas partes a muchos hipócritas que, so capa de monjes, van de provincia en provincia sin ningún control ni estabilidad. Algunos venden reliquias de mártires o de mal llamados mártires. Otros alargan sus filacterias. Otros insisten falsamente en que van de visita a su familia... Lo que buscan y piden son las ventajas de una pobreza aprovechada o los premios de una piedad pretendida. Mientras tanto, cuando son descubiertos, se esparce el escándalo y se afianza el descrédito de vuestra santa y digna profesión, puesto que, aunque no lo son en realidad, aparecen y se presentan como monjes. ¿No se os inflama el corazón con el amor de Dios? ¿No sentís la necesidad de reparar sus malas acciones con vuestras buenas obras para poner fin a esa baja comercialización por la que vuestra reputación es asaltada y se tiende una trampa en el camino de los más débiles? Sed, pues, misericordiosos y compasivos y mostrad a todos que lo que vosotros buscáis no es la vida fácil y cómoda, sino el reino de Dios por la puerta estrecha de esta santa vocación. De esta forma los que están medio ahogados por el pestilente olor de los monjes indignos podrán ser reanimados por vuestro perfume de santidad (De op. mon. 28,36). 1867. ¿Quién puede tolerar el hecho de que los más insolentes sean no sólo tolerados en la vida común, sino también exaltados como los mejores? Cuando tal ocurre, los monasterios rezuman corrupción por un doble concepto: la perezosa licencia de la vagancia y la inmerecida reputación de la santidad (De op. mon. 30,38).

303

La obediencia como corresponsabilidad

el peso de la ley, sino como hombres libres dirigidos por la gracia (Regla 12).

1868. El servicio del Señor es libre. Es un servicio de pura gratuidad, en el que no sirve la necesidad, sino el amor. Hazte, pues, esclavo de la caridad, ya que la verdad te ha hecho libre (In ps. 99,7).

1874. La primera cosa de que debe tomar conciencia un superior es que es un servidor. No debe tener a menos el servir a muchos cuando el propio Señor de los señores no tuvo a menos el hacerse servidor de todos los hombres (Serm. Guelf. 32,1).

1869. Sirve a tus hermanos sin murmuración si ejerces, sobre todo, un puesto de responsabilidad. No sólo atendiendo a sus demandas, sino adelantándote a sus necesidades (Regla 9).

1875. No hay mayor injusticia que la de pretender la obediencia de los subditos cuando se niega la obediencia a los superiores (De op. mon. 31,39).

1870. Obedece al prepósito como a un padre. Su principal obligación es preservar el espíritu de la vida común (Regla 11).

1876. Cuando para afirmar la autoridad se hace daño a los subordinados, se pierde la autoridad en el mismo acto de afirmarla. Un mal servicio al rebaño no puede revertir en honra del pastor (Gesta cum Emérito 7).

10.

1871. El que os preside no se considere feliz por dominar con potestad, sino por servir en caridad. Ante vosotros, sea el primero entre iguales. Ante Dios, considérese el último (Regla 11). 1872. El que preside debe ser modelo para todos. Corrija a los inquietos, consuele a los pusilánimes, aliente a los débiles y sea paciente con todos. Y aunque uno y otro sea necesario, sin embargo, busque más ser amado de vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta de vosotros ante Dios. Por lo cual, obedeciéndole diligentemente, compadeceos no sólo de vosotros mismos, sino también de él. Porque cuanto está entre vosotros en lugar más elevado tanto se halla en mayor peligro (Regla 11). 1873. Observad estas normas con agrado, como amadores de la belleza espiritual, exhalando en vuestra conversación el buen olor de Cristo. No como siervos bajo 304

1877 Inobservancia, en sentido literal, significa "falta de observación" y de preocupación. Negligencia, en cambio, hace referencia a "la falta de lectura o de elección". Y delincuencia, finalmente, denota "abandono o dejación". Pues bien, la dejación trae consigo la inobservancia. Y ésta es consecuencia de la falta de atención. Y todo por no leer, por pura negligencia (Quaest. in Hep. 20).

11.

Acción y contemplación: "dos caras de una misma moneda"

1878. Nadie debe estar tan embebido en las cosas de Dios que se olvide de las cosas de los hombres, sus hermanos. Ni tan inmerso en las cosas de los hombres que se olvide de las cosas de Dios. El amor de la verdad 305

requiere un ocio santo; la necesidad del amor, un negocio justo (De civ. Dei 19,19). 1879. Alerta tu compromiso y manténlo hasta el final. Si tu madre, la Iglesia, pide tu cooperación, no trates de entregarte tan a fondo que te conviertas en víctima de tu orgullo, ni de responder tan a la ligera que te dediques sólo a cumplir. De la misma forma que debemos andar con tiento entre el fuego y el agua para evitar tanto la asfixia del humo como el ahogo del agua, así también debemos cuidar nuestros pasos entre la picota del orgullo y el abismo de la pereza (Epist. 48,2). 1880. La contemplación no ha de ser una situación de ocio a ultranza, sino una situación de quietud que facilite la búsqueda de la verdad para que, una vez encontrada, pueda ser de provecho al prójimo y servir de garantía de la propia estabilidad (De ciu. Dei 19,19). 1881. Dos son las virtudes propuestas al hombre. La una es activa, la otra contemplativa. Por la primera se entra en el camino, por la segunda se llega a la meta. Con el auxilio de la primera el hombre se afana y trabaja para purificar el corazón y prepararlo para ver a Dios; con el auxilio de la segunda el hombre se purifica y ve a Dios. La primera se ocupa de la doctrina de la vida presente; la segunda, de la doctrina de la vida futura. La una obra, la otra descansa. La una actúa sobre los pecados, para purificar el alma; la otra se mueve en el ámbito de la misma purificación. La una es oscura y nebulosa; la otra, clara y transparente. La una radica en el trabajo; la otra, en la fe (De cons. evang. 1,5,8). 1882. Aterrado por mis pecados y abrumado por el peso de mi propia miseria, yo había agitado en mi ánimo y meditado seriamente la huida hacia la soledad. Pero tú, Señor, me lo vedaste y me diste seguridad diciendo: 306

Por eso Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió por ellos (Conf. 10,43,70). 1883. Hay bastantes que ingresan en el servicio de Dios desde el estado de la esclavitud, libertos ya o a punto de ser liberados por sus señores... Otros proceden de ambientes rústicos y de vida sencilla, con un entrenamiento tanto más beneficioso cuanto más práctico... Como esos tales no pueden excusarse del trabajo por razón de enfermedad, ya que su anterior forma de vida echa por tierra sus posibles excusas, tratan de ampararse en el Evangelio, citando por los pelos las palabras de Cristo... Sí, son como las aves del cielo, pero no por su parentesco con ellas, sino por su afán desmedido de volar orgullosamente hasta el cielo... Sí, son como la hierba del campo, pero sólo en razón de sus aspiraciones (De op. mon. 22,25). 1884. No he intentado jamás echar sobre vuestros hombros obligaciones o cargas que yo mismo no esté dispuesto a llevar. Echad un vistazo a mis ocupaciones y veréis cómo, a pesar de mis achaques, si no trabajo manualmente no es por falta de ganas, sino porque me lo impide el servicio ministerial que debo a mi pueblo. Podría argüir: ¿Qué soldado está de guardia a sus propias expensas? ¿Quién planta la viña y no come de sus frutos? ¿Quién pastorea el rebaño y no toma la leche de las ovejas?... Sin embargo —y pongo a Cristo por testigo de mi sinceridad—, preferiría mil veces dedicar ciertas horas cada día al trabajo manual —según la sana costumbre de los buenos monasterios— y tener luego tiempo abundante para el estudio, la lectura y la meditación, a tener que entendérmelas diariamente con la urgencia, la confusión y la perplejidad de los problemas ajenos y de los intereses mundanos (De op. mon. 29,37). 307

1885. Por lo que respecta a cuantos estaban dedicados al trabajo manual antes de entrar en la vida común —que es el caso más corriente por ser ésta la clase más numerosa—, si no quieren trabajar, que no coman (De op. mon. 25,33). 1886. Cada gota de tiempo es preciosa para mí... No quiero que se gasten en otro quehacer ni hacienda las horas que hallo libres de reparar el cuerpo y de atender el alma, sino en plenificar mi atención y en dar sentido al servicio que debo a los hombres. Las necesito, Señor, para meditar en tu ley, para confesarte en ella mi saber y mi ignorancia, los rosicleres primeros de mi iluminación y los residuos de mis tinieblas, hasta tanto mi endeblez sea absorbida por tu fortaleza (Conf. 11,2,2). 1887. Codiciemos, hermanos, la paz de la patria. No encontraremos entre las olas objeto digno de nuestro amor. La familia y la hacienda sólo ocasionan fatigas y ansiedades. Prevengamos los víveres, embarquémonos en la nave de la fe y de la cruz, tensemos los cables de las virtudes, abramos al viento las velas de la caridad, invoquemos el soplo de la palabra de Dios, limpiemos las bodegas de la conciencia y ¡manos a la obra! Nos ha de proteger la gracia de Cristo y el Alelluia será nuestra canción mientras bogamos hacia la patria eterna (De cántico novo, 1,1,55). 1888. El que oye la palabra de Dios y luego la olvida es como quien se traga lo que acaba de oír. No se da cuenta de su sentido porque la sepulta en el olvido. En cambio, el que oye la palabra de Dios y luego la medita es como quien rumia y digiere lo que antes comió, como el que endulza el paladar del corazón con el sabor de la doctrina del Señor (Serm. 149,3ss). 1889. El que no se derrama es ingrato con quien le llena (Mise. Agost. I, 21, p. 503). 308

1890. No antepongáis vuestro ocio a las necesidades de la Iglesia. Si los buenos no ayudaran a la Iglesia a dar a luz a sus hijos, no hubierais hallado modo de nacer vosotros mismos (Epist. 48,3).

12.

Buenos y malos: "un conflicto inevitable"

1891. No te dejes deslumhrar por la felicidad de los malos, que verdean, como la flor del heno, por brevísimo tiempo para secarse después para siempre. Procura estar plantado en la casa del Señor si quieres florecer como la palma y descollar en virtud con el cedro. Cuando el sol no brilla, hasta la hierba florece. Pero cuando el sol aprieta, hasta las praderas se agostan (In ps. 91,14). 1892. En el invierno la hierba está más lozana que el árbol: la hierba verdea, mientras que el árbol parece estar seco. Pero cuando sale el sol primaveral y llega el calor veraniego, el árbol se llena de hojas y se cuaja de frutos, mientras la hierba se pone mustia y se seca. Así también ahora —que es tiempo de invierno— sufren los justos. Su vida está en la raíz, aunque aún no aparezca en las ramas. ¡Ya llegará el verano! (In ps. 48,2,3). 1893. No es necesario que te apartes del malo. Es suficiente con que te apartes del mal (In ps. 92,5). 1894. Si perteneces a Cristo, sigue dentro, unido a la Cabeza. Tolera la ciñaza, si eres trigo. Tolera la paja, si eres grano. Tolera los peces malos, si tú eres bueno. ¿Por qué aventuras el juicio antes de la bielda? ¿Por qué arrancas el trigo antes de la siega? ¿Por qué rompes la red antes de llegar a la orilla? (In ps. 40,8). 309

1895. El miembro separado del cuerpo conserva la forma, pero no la vida (In ps. 268,2). 1896. Tolerando a los malos les damos la oportunidad de hacerse buenos. No deben, pues, ser rechazados, sino pacientemente soportados (In ps. 99,13). 1897. Confieso delante de Dios, que es testigo de mi honestidad, que desde el comienzo de mi servicio al Señor hasta ahora no he encontrado personas mejores que las que viven santamente en el monasterio, pero no las he visto más miserables que las que fracasan en él (Epist. 78,9). 1898. También hay farsantes en el monasterio. Lo sabemos muy bien. Pero ¿hemos de considerar una farsa la fraternidad de los siervos de Dios simplemente porque algunos de ellos no cumplan con lo que prometieron? (In ps. 132,4). 1899. No presumo de mi casa religiosa como si fuera mejor que el Arca de Noé, en la que, de ocho personas seleccionadas por Dios, una fue hallada culpable. O mejor que la casa de Abrahán, a quien se dijo: Echa fuera a la criada y a su hijo. O mejor que la casa de Isaac, en la que Jacob fue amado, pero Esaú fue odiado. O mejor que la compañía de Pablo, acorralado por luchas externas y por miedos interiores. O mejor que la compañía del mismo Jesús, en la que once hombres buenos toleraron a un ladrón. O mejor que el mismo cielo, del que los ángeles rebeldes fueron expulsados (Epist. 78,8). 1900. No os engañéis. Si deseáis amar a vuestros hermanos con sinceridad, sabed que todos los estados y profesiones de la Iglesia tienen su porcentaje de farsantes. Hay cristianos fraudulentos, pero también los hay a carta cabal. Parecen más los primeros que los segundos, pero no es cierto. Los primeros son como la paja que no 310

deja ver el grano. Acercaos, palpad, removed, explorad, aplicad la criba del juicio, y veréis que también hay allí grano abundante. Encontraréis monjes indisciplinados que, sin estabilidad de ningún tipo, corretean y curiosean por las casas ajenas, hablan de lo que les conviene y se callan lo que les interesa, son soberbios, parlanchines y hasta borrachos. Aunque sean vírgenes, ¿de qué les sirve la integridad y la pureza de la carne, si tienen la mente lacerada y corrompida?... Pero ¿acaso porque haya religiosos malos tendremos que condenar a los que son santos? ¿O por los que son santos tendremos que justificar a los indignos? ¡No! ¡Que cada palo aguante su vela! En todas partes se toma a uno y se deja a otro (In ps. 99,13). 1901. Los murmuradores son descritos con mucho tino en este pasaje de la Escritura: El corazón del fatuo es como las ruedas del carromato. ¿Qué quiere decir? Que, como el carromato, el murmurador va cargado de heno y chirría, es decir, mumura. Las ruedas del carromato no pueden por menos de chirriar. Así hay muchos hermanos: sólo habitan en comunión en cuanto al cuerpo. ¿Quiénes son los que habitan "en uno"? Aquellos de quienes se dijo: Tienen un solo corazón y un alma sola (Inps. 132,12). 1902. En la vida común de los hermanos que viven en los monasterios hay, ciertamente, varones excelsos, hombres y mujeres santos, que emplean su tiempo en la oración, en la lectura, en la alabanza de Dios y en el trabajo manual. Ganan su propio sustento, no buscan nada con avaricia, y lo que reciben de los fieles lo emplean con moderación y caridad. Nadie se apropia de lo que otro tiene, todos se aman y se apoyan mutuamente. Estas son, sin embargo, verdades a medias, impresiones de quien no sabe de verdad lo que pasa allí dentro, de quien ignora que, incluso dentro del puerto, cuando sopla el viento, pueden chocar los barcos... Y fundado 311

en esta creencia, entra en el monasterio pensando que no va a encontrarse con nadie a quien tolerar y sufrir. Pero, al darse de bruces con hombres mediocres y hasta malos —que, ciertamente, no estarían allí de no haber sido admitidos—, se vuelve impaciente y reclama: "¿Quién me mandaría meterme aquí? Yo pensaba que ésta era la morada del amor"... Conmovido, pues, por la incomodidad de unos pocos, se hace desertor de su santo género de vida y reo de no cumplir sus votos. No sólo; al salir de allí, se convierte en vituperador y calumniador propalando sólo aquellas cosas —por lo demás ciertas— que él no pudo soportar. Y lo que es peor: erupta el mal olor de la indignación, y desanima y ahuyenta a los que desean entrar. "¿Qué tal son ésos?", le preguntan. Y él contesta: "Envidiosos, picapleitos, insoportables, avaros; éste hizo tal cosa en tal ocasión, aquél tal otra..." ¡Malvado! ¿Por qué no hablas de los buenos? Pones por los suelos a quienes tú no pudiste soportar, pero te callas, como un zorro, de los que tuvieron que aguantarte a ti (In ps. 99,12).

decir? "Seré prudente; no admitiré a ningún malo". "Con pocos buenos me irá bien". Y ¿cómo sabes a quiénes has de excluir? Para conocer al malo hay que probarlo dentro. ¿Cómo excluyes, pues, al que ha de entrar siendo así que, si no entra, no puedes probarlo? Dirás: "Es que yo sí sé examinar". ¿Han de acercarse todos a ti a corazón abierto? Si los que van a entrar no se conocen a sí mismos, ¡cuánto menos podrás conocerlos tú! ¿Excluirás a los malos de la congregación de los buenos? Tú, que tal dices, excluye, si puedes, de tu corazón los malos pensamientos (In ps. 99,11). 1905. Los amigos apasionados de los clérigos alaban a los buenos ministros, a los fieles administradores, a los que sufren con paciencia a sus hermanos, a los que consagran todos sus afanes a buscar los intereses de Cristo. Alaban estas cosas y prescinden de las malas que hay, necesariamente, entremezcladas. Por el contrario, los que censuran indiscriminadamente a los clérigos, ponen en evidencia su avaricia, sus costumbres disolutas, sus reyertas, su apetencia de los bienes ajenos..., pero se olvidan o prescinden de quienes, entre ellos, no hacen tales cosas. Unos alaban imprudentemente. Los otros vituperan maliciosamente (Inps. 99,12).

1903. El monasterio es como un puerto. Y, como todo puerto, necesita de una entrada. Pues bien, algunas veces el viento penetra por la entrada y, aunque no haya escollos, las naves chocan entre sí y se rompen. ¿En dónde habrá seguridad si no la hay en el puerto? Cierto es, en efecto, que las naves están mucho más seguras en el puerto que en alta mar. Ámense, júntense las naves en el puerto, apíñense las unas con las otras para no chocar entre sí. Guarden allí una equidad uniforme y una caridad armónica para que, cuando acometa el viento por la entrada del puerto, pueda servir de amortiguador la cautela de una buena gobernación (Inps. 99,10).

1906. Es vigilante la disciplina de mi casa... Pero hombre soy y entre hombres vivo. Y aunque me entristece lo que aún queda por enmendar, me consuelan las incontables bellezas que me rodean... Por las basuras que ofenden vuestra mirada, no reneguéis del lagar que llena las bodegas divinas con el aceite más refinado (Epist. 78,8,9).

1904. ¿Qué ha de decir el que preside, es decir, el que sirve a los hermanos en el monasterio? ¿Qué ha de

1907. No te asustes ni te extrañes de que ciertas personas traten de quitar el buen nombre a los siervos de

312

313

Dios. Lo hacen únicamente porque no pueden quitarles la virtud (Epist. 77). 1908. En las parábolas del trigo y la cizaña, de la paja y el grano, de los peces buenos y malos, intimó el Señor a sus siervos la tolerancia para que los buenos no piensen que les contamina la compañía de los malos. De hacerlo así, echarían a perder a los más pequeños con humanas y temerarias discusiones o, como pequeñuelos, se perderían ellos mismos (Epist. 105,16). 1909. Sea cual fuere tu profesión, prepárate para soportar a los embusteros. De otro modo, te encontrarás con lo que no esperabas y te llevarás un mal rato inútilmente (In ps. 36,1,2). 1910. ¿Ha de abandonarse, acaso, la casa paterna porque no falten en ella algunos cacharros rotos? (Serm. 15,3).

13.

Aceptación mutua y corrección fraterna

1911. Nada prueba mejor la calidad de un hombre bueno que el trato que da al pecado ajeno (In epist. ad Gal. 56). 1912. Si al corregir te produces con ánimo herido, te dejas llevar por el ímpetu de castigador, no por el amor del corrector (In epist. ad Gal. 57). 1913. Cuando tengas que corregir una falta, sigue los siguientes pasos: 1) Examina si has cometido alguna vez la misma falta que intentas corregir. 2) Si la has cometido, ve si te has corregido de ella. 314

3) Si no la has cometido nunca, recuerda que eres hombre y que aún puedes cometerla. 4) Si la has cometido, pero ya te has corregido, recuerda tu fragilidad anterior para que tu reprensión esté inspirada no en el odio, sino en la misericordia. 5) Si te percatas de tener la misma falta, más vale que no corrijas. Comienza tú por corregirte. En vez de invitar a tu hermano a cambiar, enséñale el camino cambiando tú mismo. En vez de darle buenos consejos, dale buenos ejemplos (De ser. Dom. in mon. 2,19). 1914. Si quieres permanecer en el amor, entiende, antes de nada, que el amor es algo muy serio. No creas que se puede amar de un modo oficinesco, blandengue y descuidado. No es así como se ama de verdad. No amas a tu criado cuando no le castigas, ni a tu hijo cuando no le educas, ni a tu prójimo cuando no le corriges. Eso no es amor, sino debilidad (In epist. Joan, 7,11). 1915. Hay seis modos de comportamiento: devolver bienes por males, no devolver males por males, devolver bienes por bienes, devolver males por males, no devolver bienes por bienes y devolver males por bienes. Los dos primeros son propios de los buenos, y el primero de ellos es el mejor. Los dos últimos son propios de los malos, y el último de ellos es el peor. Los dos intermedios son propios de los mediocres, si bien el primero de ellos se halla más cerca de los buenos y el segundo se aproxima a los malos. Veamos estos comportamientos en la Escritura. a) El Señor devuelve bienes por males cuando justifica a los impíos (Rom 4,5). Y así, pendiente de la cruz, dijo: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen (Le 23,34). A este modo de obrar pertenece aquel precepto: Amad a uuestros enemigos: haced el bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen (Mt 5,44). 315

b) San Pablo propone el segundo comportamiento cuando dice: a nadie devolváis mal por mal (Rom 12,17). Y san Pedro apostilla: no devolváis mal por mal o maldición por maldición (IPe 3,9). c) De los dos últimos modos de obrar, el primero, menos grave, se personifica en los nueve leprosos que, habiendo sido curados por el Señor, no se dignaron volver a darle las gracias (Le 17,12,18). d) El segundo, el peor de todos, pertenece a aquellos de quienes se habla en el salmo: en lugar de amarme, me injuriaban. No sólo no amaban al Señor, a pesar de los muchos beneficios recibidos, sino que, a cambio de dichos bienes, le irrogaban males. e) Los dos modos intermedios, que, según dijimos, pertenecen a los mediocres, son de tal naturaleza que el primero de ellos —consistente en devolver bienes por bienes— lo ejercitan tanto los buenos como los buenos y malos mediocres. El Señor no prohibe este modo de obrar, pero quiere que sus discípulos lo superen. Por eso les dice: si amáis a los que os aman, es decir, si devolvéis bienes por bienes, ¿qué galardón tendréis?, es decir, ¿qué hacéis de extraordinario?, ¿por ventura no hacen otro tanto ¡os publícanos? (Mt 5,46). Propone, pues, que hagan esto y mucho más; que no sólo amen a los amigos, sino también a los enemigos. /) El segundo —que consiste en devolver males por males— lo ejercitan tanto los malos como los buenos y malos mediocres. La ley antigua recoge este principio al proponer como norma de justicia el ojo por ojo y diente por diente (Dt 19,21). Este principio es, por decirlo de algún modo, la justicia de los injustos. Y no porque sea injusto el que cada uno reciba según sus obras —pues, de otro modo, jamás hubiera sido decretado por la ley—, sino porque es vicioso el deseo de venganza. El castigo es cosa que compete discernir desapasionadamente a los jueces y que, en consecuencia, ni siquiera el hombre bueno debe dictaminar por sí mismo (In ps. 108,4). 316

1916. Salvaguardad vuestra conducta mediante la vigilancia mutua bajo la protección de Dios (Regla 10). 1917. No seréis inocentes si, por callar, permitís que perezcan vuestros hermanos, a quienes podríais corregir con una leve indicación. Si un hermano tuyo tuviese en el cuerpo una herida y quisiese ocultarla por temor a que se la sajasen, ¿no serías tan cruel en callarla como misericordioso en manifestarla? ¡Con cuánta mayor razón debes delatarlo para que la llaga no se corrompa en el corazón (Regla 10). 1918. No tengáis pleito alguno o terminadlo cuanto antes para que la ira no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, haciendo homicida al alma. Pues así leéis: el que odia a su hermano es un homicida (Regla 10). 1919. Es mejor aquel que, aunque se irrita frecuentemente, se apresura, sin embargo, a pedir perdón al que reconoce haber injuriado que el otro que tarda en enojarse, pero muy difícilmente se decide a pedir perdón. El que no quiera perdonar a su hermano no espere recibir el fruto de la oración. Y el que nunca pide perdón o no lo hace de corazón, sin motivo está en el monasterio, aunque de él no sea expulsado. Por tanto, absteneos de palabras muy duras. Y si alguna vez las hubieseis pronunciado, no os avergoncéis de aplicar el remedio con la misma boca que produjo la herida (Regla 10). 1920. No debemos abstenernos de reprobar y corregir al hermano cuando, de no hacerlo, le puede sobrevenir la ruina. Ocurre con frecuencia que el hermano se siente avergonzado mientras es corregido o, incluso, reacciona mal y niega su culpabilidad. Más tarde, sin embargo, cuando se queda a solas con su conciencia, en presencia de Dios y de sí mismo, y sin miedo de desagradar a los hombres, recapacita y acepta la co317

rrección. Y a partir de aquel momento no sólo no repite la acción censurada, sino que, además, comienza a amar al hermano que le corrigió, a quien contempla ahora tan enemigo de su pecado como él mismo lo es (Epist. 210,2). 1921. No ames el vicio por razón del hombre ni odies al hombre por razón del vicio. El hombre es tu prójimo. El vicio es el enemigo de tu prójimo. Luego amas al amigo cuando odias a su enemigo (In Joan. 90,2). 1922. No vayas a creer que porque soportas a otros eres mejor que ellos. ¿Es, acaso, mejor el caballo que el caballero? (In ps. 90,2,8). 1923. Nos favorecen mucho más los enemigos que nos injurian que los amigos que temen entristecernos (Epist. 73,4). 1924. Quien, debiendo por oficio corregir no lo hace, no es culpable de un pecado ajeno, sino del suyo propio. La negligencia en asunto tan importante es un mal grave (Con. Parm. 3,1,2). 1925.

No rige quien no corrige (In ps. 44,17).

1926. Se devuelve mal por mal cuando no se corrige a quien debe corregirse (De correp. et grat. 16,49). 1927. Cuando alguien, fundándose en su progreso, no quiere soportar a los demás, en este mismo hecho demuestra que no ha progresado en absoluto. Escucha atentamente el aviso del Apóstol: soportaos mutuamente en el amor, cuidando de preservar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz. ¿No tienes nada de que ser soportado? Me maravilla, pero lo acepto. En tal caso, cuanto menos tienes de que ser soportado, tanto más capacitado estás para soportar a los demás. "No 318

puedo", dices. ¿Ves tú? Ya tienes algo en que los otros deben soportarte (In ps. 99,9). 1928. Si alguien se refrena de corregir a los malhechores por esperar a mejor ocasión o por temor de que su corrección sea contraproducente o porque, de corregirlos, los más débiles pudieran sufrir las consecuencias, en estos y otros casos similares tal omisión parece un fruto de caridad y no de abandono o dejación. Lo que está mal es la indulgencia, por puro respeto humano, con los pecados de quienes debemos corregir a fin de que no se desgracien espiritualmente (De civ. Dei 1,9). 1929. Si aún no has olvidado lo que fuiste, no desesperes de quien es ahora lo que tú mismo fuiste. (In ps. 50,24). 1930. ¿Qué es el dolo sino un fraude?... ¿Serías bueno si tu acompañante, caminando en tinieblas, se aproximase al abismo y tú te callaras? Si no corriges cuando debes, te conviertes en alcahuete del pecado ajeno (In ps. 49,26). 1931. La corrección fraterna, llevada a cabo con humildad y mansedumbre, no sólo es el mejor vehículo para la penitencia y el perdón, sino también para llevar mutuamente las cargas de la vida común (Serm. Frang. 5,3). 1932. El ayuno no vale nada sin la caridad. ¿Cómo puedes disciplinar verdaderamente tus miembros si, al propio tiempo, desgarras a los miembros de Cristo? Y ¿cómo puedes ser aprobado tú en tu ayuno si, al mismo tiempo, tú suspendes a tu hermano? (De ut. jej. 5,7). 1933. No ha de entrarse en el negocio de la corrección si, ante Dios y la conciencia, no se hace por amor (ln epist. ad Gal. 57). 319

1934. Nunca falta qué perdonar. Somos hombres (Serm. 57,12). 1935. Da, hombre, al hombre perdón (veniam), y Dios vendrá (veniat) en tu favor (Serm. 114,2). 1936. Si alguno dijere: "No puedo ayunar porque me duele el estómago", estaría en orden. Pero que nadie diga: "No perdono a mi hermano, que me pide perdón, porque ando mal de salud" (Serm. 210,10). 1937. Supongamos que un cierto anciano, que de todos modos va a morir, se siente amenazado por el morbo letárgico y el médico comisiona a su hijo para que no le deje dormir. El hijo vigila atentamente, mueve a su padre y le causa molestias para que no se duerma. Y si no basta con moverle, le pellizca. Y si esto no basta, hasta le pincha. ¡Verdaderamente se pone pesado este hijo!, pero sería un criminal si no fuera tan molesto. Y yo, que veo a mi hermano entregado al sueño de la mala costumbre, ¿no le despertaré sabiendo que va juntamente a dormirse y a perecer?... Si yo estoy despierto de verdad y no quiero ser un criminal, tendré que molestarle para que no se duerma. Si no le molesto, es que yo mismo estoy dormido (De ut. je}. 9,11; 10,12). 1938. Reconóceme como hermano tuyo. Corrige en ti el crimen, el error y la disensión, y serás mío. ¿No quieres ser mío? No te preocupes; si te corriges, yo seré tuyo. Yo seré tu hermano y tú lo serás mío, para que ambos seamos hijos de aquel que es Señor tuyo y mío (Serm. 358,1). 1939. No seáis tan benévolos con los malos que aprobéis sus acciones, ni tan negligentes con ellos que no los corrijáis, ni tan soberbios que vuestra corrección se convierta en insulto (Serm. 88,20). 320

14.

Oración y testimonio

1940. Tenéis ante vuestros ojos el testimonio de nuestra vida. De tal forma que también nosotros podemos decir, aunque en tono menor, lo mismo que el Apóstol: sed imitadores nuestros como nosotros lo somos de Cristo. No quisiera que nadie encontrase en nosotros ocasión de pecado. Para nosotros mismos nos basta con mirar a nuestra conciencia. Pero, por amor vuestro, estamos obligados a hacer brillar nuestro nombre en medio de nosotros (Serm. 355,1). 1941. Aplicaos con instancia a la oración en las horas y tiempos señalados... Y cuando oréis, saboread en el corazón lo que decís con los labios (Regla). 1942. Cuando alguien lee buenos libros progresa más o menos rápidamente en proporción directa al interés con que pone en práctica lo leído (De op. mon. 17,20). 1943. Es cierto que Dios ha escogido a los débiles e ignorantes del mundo para confundir a los fuertes y a los sabios y, por esta razón, será un fallo imperdonable el rehusar a los pobres que piden ser admitidos en el monasterio. Pero es cierto también que, en razón de este santo y piadoso pensamiento, personas que no ofrecen garantía alguna de conversión son aceptadas en la vida religiosa. No está claro si entran en el monasterio con ánimo de servir a Dios o, por el contrario, lo hacen con ánimo de liberarse de una vida miserable y laboriosa, de vestirse y comer decentemente y de tener la oportunidad de señorear sobre aquellos por quienes fueron antes menospreciados y hasta maltratados en el mundo (De op. mon. 22,25). 1944. Dad lo prometido. Y como vuestra promesa sois vosotros mismos, daos por entero a Dios, a quien 321

pertenecéis. Todo lo que deis no os será quitado, sino preservado y aumentado. El acreedor es generoso y no está en necesidad. Él no se enriquece con lo que recibe, sino que hace que sus deudores se enriquezcan con él. Lo que no se le devuelve se echa a perder. Lo que se le devuelve es añadido al crédito del deudor. Más aún, el mismo deudor es protegido por aquél a quien se acoge (Epist. 127,6). 1945. Ningún hermano que vive en el monasterio me venga diciendo: "Salgo de aquí porque no sólo a los monjes les fue prometido el reino de Dios". Yo le respondo: "Cierto es lo que dices. También los que están fuera pueden conseguir el Reino. Hay una gran diferencia, sin embargo: ellos no han prometido nada; tú, en cambio, hiciste un voto y ahora reniegas de él... No mires hacia atrás, no sea que, como la mujer de Lot, quedes convertido en estatua de sal (In ps. 75,16). 1946. Cuando, como novicios, fuisteis seleccionados, entrasteis en el granero y comenzasteis a ser molidos en el molino de la renuncia y el sacrificio. Más tarde fuisteis remojados en el agua de vuestra profesión y amasados y conformados en la unidad. Por el fuego del Espíritu fuisteis cocidos y llegasteis a ser "pan de Dios". Ved, pues, lo que habéis recibido. Sois "unidad". Procurad seguir siéndolo amándoos unos a otros, unificándoos en una fe, en una misma esperanza y en un amor indiviso. Muchos granos, y diferentes, pero una sola comunión (Serm. 209).

15.

Las pequeñas cosas

1947. Cuidaos de las pequeñas cosas, sobre todo cuando son muchas. No precisamente por su pequenez, 322

sino por su multiplicación. ¿Hay algo más insignificante que un grano de arena? Y, sin embargo, a base de granos de arena acaban por hundirse los barcos (Serm. 9,11,17). 1948. No desdeñes tus pecados habituales por el hecho de que sean rutinarios y de que no sientas remordimiento por ellos. Cuanto más agangrenada está una herida, tanto menos se siente su dolor. Y, sin embargo, tanto más nos acerca a la muerte (Serm. 17,3,3). 1949. Si las pequeñas faltas no te impresionan cuando las pesas, deben impresionarte cuando las cuentas (In epist. Joan. 1,6). 1950. La acumulación de pequeños vicios trae consigo la desesperanza de la conversión (In ps. 3,10). 1951. El que descuida sus pecados cotidianos se cubre de pequeñas espinas. Por el temor de los pecados graves es liebre que corre. Por el descuido de los pecados leves es herizo que pica (In ps. 103,3,18). 1952. Los cínifes son unas moscas pequeñísimas e inquietísimas que vuelan desordenadamente y no dejan descansar a los vivientes. Así son las pequeñas faltas para el alma (Serm. 8,3). 1953. Un rayo mata de un solo golpe. Una gota de agua, no. Pero si la lluvia es excesiva, la acumulación de pequeñas gotas acaba también con la vida de los hombres (Serm. 278,9). 1954. Son más fáciles de contar los cabellos de la cabeza que los afectos del corazón (Conf. 4,14). 323

1955. A fuerza de acumular pequeñas cosas acaba uno enfrentándose a gigantes. De muchos pocos se hace un mucho (Ench. 80). 1956. Al hombre se le conoce en lo cotidiano, no en las grandes ocasiones (Serm. Dermis 17,5).

4

ALGUNAS ORACIONES AGUSTINIANAS

324

1957. ¡Tarde te amé, oh hermosura siempre antigua y siempre nueva! ¡Tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí, pero yo de mí mismo estaba fuera. Y por defuera yo te buscaba. Y, en medio de las hermosuras que creaste, irrumpía yo con toda la insolencia de mi fealdad. Estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me mantenían alejado de ti aquellas cosas que, si en ti no fuesen, no serían. Pero tú me llamaste, gritaste, derrumbaste mi sordera. Centelleaste, resplandeciste, ahuyentaste mi ceguera. Derramaste tu fragancia, la inhalé en mi respiro, y ya suspiro por ti. Gusté, y tuve hambre y sed. Me tocaste, y ardo en deseos de tu paz. Cuando me abrace contigo en la totalidad de mi ser, ya no habrá para mí dolor ni trabajo en parte alguna, y mi vida será toda viva porque toda estará llena de ti. Mas ahora, puesto que tú a quien llenas le aligeras, como no estoy lleno de ti, soy una carga para mí mismo. Dentro de mí están en lucha las alegrías, que debiera llorar, con las tristezas, de que debiera alegrarme. ¿De qué lado se inclinará la victoria? No lo sé. ¡Ay de mí, Señor, ten piedad! Mis tristezas malas lidian con mis goces buenos y no sé de qué parte se va a inclinar la victoria. Señor, yo no escondo mis llagas. Tú eres el médico, yo el enfermo. Tú eres misericordioso, yo miserable. ¿No es la vida humana sobre la tierra una perpetua tentación? En las adversidades echo de menos la prosperidad, y temo la adversidad en las prosperidades. ¿Hay, por ventura, un lugar intermedio,'entre estos dos extremos, en donde la vida del hombre no sea tentación? ¡Ay de las prosperidades del siglo! ¡Ay, una y dos veces! Por la adversidad que se recela y por la alegría que se esfuma. ¡Ay de las adversidades del siglo! ¡Ay, una, y dos, y tres veces! Por el anhelo de la prosperidad, y por la 327

dureza de las pruebas, y por el riesgo que corre la paciencia. Toda mi esperanza, Señor, estriba en tu sola misericordia. Dame, Señor, lo que pides, y pídeme lo que quieras (Conf. 10,27,29). 1958. ¡Conózcate a ti, conocedor mío! ¡Conózcate a ti, como soy conocido de ti! Tú, que eres la vida de mi alma, entra en ella y aseméjala a ti, para que la tengas y poseas "sin mancha ni arruga". Ésa es mi única esperanza. Y por eso hablo. Y en esas esperanzas me gozo cuando me gozo con rectitud. Las demás cosas de la tierra tanto menos son de llorar cuanto más se lloran, y tanto más son de llorar cuanto menos se llora por ellas. Sé, Señor, que amas la verdad, y que quien ama la verdad viene a la luz. Por eso quiero yo obrarla en mi corazón. Delante de ti, confesándola. Delante de los hombres, dando testimonio de ella. A tus ojos, Señor, está desnudo el abismo de la conciencia. ¿Qué podría, pues, estar oculto en mí, aunque yo me empeñase en ocultártelo a ti? Te estaría escondiendo a ti de mí, no a mí de ti. Pero ahora que mi llanto es testigo de que me desagrado a mí mismo, tú brillas y me complaces, y yo te amo y te deseo hasta el punto de avergonzarme y desecharme a mí, y no agradar a ti ni a mí sino por ti. Sea, pues, cual fuere delante de mí, manifiesto estoy delante de ti. A ti me confieso. No con palabras y voces de la carne, sino con palabras del alma y clamor del pensamiento, que tu oído conoce. Porque, cuando soy malo, confesarte a ti no es otra cosa que desplacerme a mí mismo. Y, cuando soy bueno, confesarte a ti no es otra cosa que no atribuírmelo a mí. Porque tú, Señor, bendices al justo, pero antes le justificas para que deje de ser impío. Así pues, mi confesión en tu presencia es, a la vez, callada y no callada. Calla la palabra, grita el afecto. Ni siquiera puedo decir a los hombres una palabra de bien 328

si antes tú no me la hubieras oído, ni tú podrías oírla de mí si antes tú no me la hubieras inspirado (Conf. 10,1,2). Confiese, pues, lo que sé de mí. Confiese también lo que de mí ignoro. Porque lo que sé de mí lo sé porque tú me iluminas. Lo que de mí ignoro únicamente lo sabré cuando mis tinieblas se conviertan en mediodía en tu presencia (Conf. 10,5,7). 1959. Señor, que nos purificas y dispones para la vida eterna, atiéndeme propicio. Ya te amo sólo a ti. A ti busco. A ti sigo. Tuyo sólo quiero ser. Manda y ordena lo que gustes, pero limpia mis oídos para que escuchen tu voz. Sana y abre mis ojos para que descubran tus indicaciones. Aparta de mí toda ignorancia para que reconozca tus caminos. Dime adonde debo dirigir la mirada para verte a ti, y así poder cumplir tus mandatos. Recibe, Señor, a un fugitivo que huye de las cosas terrenas. Esas cosas que me retuvieron cuando aún no te pertenecía y vivía lejos de ti. Ahora comprendo la necesidad de volver a tu casa. Ábreme la puerta, porque estoy llamando. Enséñame el camino, porque quiero llegar hasta ti. Sólo tengo voluntad. Sé que lo caduco y transitorio debe despreciarse para ir en pos de lo seguro y de lo eterno. Hago sólo esto, Padre, porque esto sólo sé, y todavía no conozco la senda que me lleve hasta ti. Enséñamela tú y dame fuerzas para recorrerla. Si con la fe llegan a ti los que te buscan, dame fe. Si con la virtud, dame virtud. Si con la ciencia, dame ciencia. Acrecienta en mí la fe. Acrecienta la esperanza. Acreciéntame el amor. Voy de regreso a tu casa. Y a ti me vuelvo para pedirte los medios que me permitan acercarme a ti. Si tú me abandonas, la muerte caerá sobre mí. Pero tú no abandonas a nadie que no te abandone. Eres el sumo bien, y nadie te buscó debidamente sin hallarte. Y te buscó debidamente el que tú quisiste que así te buscara. 329

Padre, que yo te busque sin caer en el error. Que, al buscarte a ti, nadie me salga al paso en vez de ti. Sal a mi encuentro, pues mi único deseo es poseerte. Y si hay en mí algún apetito superfluo, elimínalo tú para que pueda alcanzarte. Pido a tu clemencia que me convierta plenamente a ti y destierre de mí todas las repugnancias que a ello se opongan. Y mientras llevo sobre mí la carga de mi cuerpo, haz que sea puro, magnánimo y prudente, perfecto conocedor y amante de tu sabiduría, digno de habitación y habitador de tu beatísimo reino. Amén. (Sol. 1,5-6). 1960. Señor y Dios mío, atiende a mi oración y escucha mis deseos. No pido sólo para mí, sino también para mis hermanos. Y con tanto mayor ardor, cuanto mayor es mi deseo de servirles. Tú, que lees los corazones, sabes que no miento. Te ofreceré en sacrificio el servicio de mis pensamientos y de mis palabras, si tú me das el que pueda ofrecértelo. Y soy pobre y necesitado. Tú, en cambio, eres rico con los que te invocan y cuidas de nosotros con seguridad. Purifica mi interior de toda mentira y mi exterior de toda temeridad. Que tus Escrituras sean mis castas delicias. Que ni yo me engañe con ellas ni con ellas engañe a los demás. Señor y Dios mío, luz de los ciegos e iluminación de los que ven, fortaleza de los débiles y sostenimiento de los fuertes, presta atención a mi alma y óyela desde sus intimidades. Si tus oídos no captasen nuestras honduras, ¿a dónde iríamos o a quien clamaríamos? Tuyo es el día y tuya es la noche. Y a tu disposición vuelan las horas y los momentos. Concédeme reposo para meditar en los secretos de tu ley. No cierres su puerta a los que llaman a ella. ¿Acaso quisiste que se escribieran en vano tantas páginas de secretos escondidos? ¿O es que estos bosques no han de tener, también, 330

sus ciervos que se alberguen y recojan, paseen y pasten, descansen y rumien en ellos? Oh Señor, hazme mejor cada día, y cada día revélame tus secretos. Tu Palabra es mi gozo. Tu voz supera toda afluencia de deleites. Dame lo que amo, pues ya amo, y tú me diste el que amara. No abadones tus dones, ni desprecies a esta tu hierbecita sedienta. Que cuanto encuentre en tus libros, oyendo la voz de la alabanza, te confiese a ti. Que sacie mi sed bebiendo y meditando las maravillas de tu ley. Desde el principio, cuando hiciste el cielo y la tierra, hasta la venida final de tu reino, cuando estemos todos contigo en la ciudad santa... Te lo suplico por nuestro Señor Jesucristo, Hijo tuyo —varón a tu derecha— e Hijo del hombre —tu elegido—. Mediador tuyo —por quien nos buscaste cuando aún no te buscábamos— y Mediador nuestro —por quien nos buscaste para que te buscásemos—. Palabra tuya —por la que hiciste todas las cosas, y a mí entre ellas—. Único tuyo, por quien llamaste a adopción al pueblo de los creyentes, y a mí en él. Te lo pido por él, que está sentado a tu derecha y te suplica por nosotros, y en quien se hallan escondidos todos esos tesoros de sabiduría y ciencia que busco yo ahora en tus libros, que son su Palabra, la Palabra de la verdad (Conf. 11,2,3). 1961. Que siempre sea humano, Señor. Que comprenda a los hombres y sus problemas. Hombre soy, como ellos. Hombres son, como yo. A mí me toca hablarles. A ellos escuchar. Yo hago llegar a sus oídos el sonido de mi voz. Y, por mis palabras, trato de compartir con ellos lo que yo mismo he comprendido. Que lo haga lo mejor posible, Señor, para que ellos lleguen también a comprenderlo en su interior. ¿Cuál sería, si no, la razón de mis palabras? Óyeme, Señor. Recréame, pues me creaste. Hazme transparente, pues me iluminaste. Haz que mis oyentes, 331

iluminados por ti, escuchen tu Palabra por medio de mí (Serm. 120,3). 1962. Señor, enséñame lo que tengo que enseñar. Enséñame lo que aún tengo que aprender. Enséñame el conocimiento de tu voluntad y la sabiduría para ponerla en práctica (Conf. 13,1). Tú me diste una vocación, llamándome a la fe. Yo te doy mi invocación, llamando a tu puerta en esperanza. Lleva a perfección en mí lo que has comenzado en mí sin mí (In Joan. 40,10). 1963. Oh Dios, creador de todas las cosas. Dame, primero, la gracia de rogarte bien. Hazme, luego, digno de que me escuches. Y, por último, líbrame (Sol. 1,1,1). 1964. Oh Dios, que eres siempre el mismo, conózcame a mí, conózcate a ti (Sol. 1,15,27). 1965. Dios, Padre nuestro, que nos exhortas a la oración y nos concedes lo que pedimos. Puesto que rogándote vivimos mejor y nos hacemos mejores, escúchame a mí, que voy tanteando en medio de estas tinieblas, y alárgame tu diestra. Ilumíname con tu luz y reclámame de mis errores para que, siendo tú mi guía, vuelva a mí y me devuelva a ti (Sol. 2,6,9). 1966. Señor, no calles tú para mí. Habíame la Verdad en mi interior. Porque sólo tú, Señor, que eres la Verdad, puedes hablármela. Y concédeme que desoiga a los mentirosos. Mientras ellos siguen levantando polvo y echando tierra a sus propios ojos, dame entrar en mi cubil interior y cantarte allí un canto de enamorado, gimiendo gemidos inenarrables en mi peregrinación. Que me acuerde allí de Jerusalén, mi patria y mi madre, y que alargue hacia ella mi corazón. Y que me acuerde de ti, que eres su rey, su iluminador, su padre, su tutor, 332

su esposo, su felicidad, su alegría inquebrantable y su bien sumo... Que no me aparte más de ti hasta que, recogiéndome tú de esa dispersión y deformidad que soy yo, me conformes y confirmes eternamente en la paz de esa madre carísima donde están las primicias de mi espíritu y de donde me viene la certeza de la verdad (Conf. 12,16,23). 1967. Gracias a ti, dulzura mía, gloria mía, esperanza mía y Dios mío. Gracias a ti por tus gracias y tus dones. Guárdamelos tú para mí y, con ellos, guárdame a mí. Así se perfeccionarán y aumentarán los dones que me diste. Y yo seré contigo, pues para que contigo fuera me los diste (Conf. 1,20,31). 1968. Señor, ¿qué soy yo para mí sin ti? Un guía que lleva al precipicio. O ¿qué soy yo cuando hago el bien? Un niño, apenas, que se alimenta de ese alimento incorruptible que eres tú. ¿Qué hombre hay, cualquiera que sea, que se precie de ser hombre de verdad, siendo sólo hombre? Ríanse de mí los fuertes y poderosos. Yo, pobre y débil, confesaré tu santo nombre (Conf. 4,1,1). 1969. Yo te invoco, Dios mío y misericordia mía. Te invoco a ti, que me criaste, y no olvidaste al que se olvidó de ti. Te invoco para que vengas a mi alma, a la que tú mismo dispones para recibirte, inspirándome el deseo de tu anhelo y tu acogida. No abandones ahora al que te invoca, pues antes me previniste para que te invocara, multiplicando de mil modos tus voces para que te oyera de lejos y me convirtiera, y te llamase a ti, que me llamabas a mí. Tú, Señor, borraste todas mis maldades para no tener que castigar en mí los malos pasos con que me deshice de ti. Y previniste todas mis bondades para tener que premiar en ti la llenumbre de esas manos con que tú me hiciste a mí. Porque, antes de que yo fuera, tú ya eras, 333

y nada era yo para que me otorgases la gracia de que fuera. Y, sin embargo, he aquí que soy. Y soy por tu bondad, que ha precedido en mí tanto a lo que soy, porque tú me lo diste, como aquello de que tú mismo me hiciste. Porque ni tú tenías necesidad de mí, ni era mi esencia tan buena como para servir de ayuda a tu penuria o de solaz a tu fatiga. Ni tu poder fuera menor si careciese de mi obsequio o tu gloria más pequeña si careciese de mi culto..., sino que, sirviéndote y cultivándote yo a ti, me fuera bien a mí de ti, de quien he recibido tanto la capacidad de ser como la de ser bueno (Conf. 13,1,1). 1970. ¡Oh Verdad, lumbre de mi corazón! No me hablen más mis propias tinieblas. Me abajé a ellas, y me quedé a oscuras. Pero, incluso desde ellas, te amé con pasión. Anduve errante, y me acordé de ti. Oí tu llamada para que me volviera a ti y dejase de darte la espalda, pero apenas la oí, aturdido como estaba, por el ruido de las cosas. Mas he aquí que ahora, abrasado y anhelante, vuelvo a la fuente. Que nadie me impida beber y vivir de ella. Que no sea yo mi vida, pues tan mal viví de mí que fui muerte para mí. En ti comienzo a vivir. Habíame tú. Instruyeme tú. Aunque ya he dado fe a tu Palabra escrita, sus páginas están llenas de profundos arcanos (Conf. 12,10,10).

forma tal que llegue a entenderlo. Los oídos de mi corazón están ante ti, Señor. Ábrelos tú, y dile a mi alma: yo soy tu salud. Que yo corra tras esa voz y te dé alcance a ti. No te escondas de mí. Muera yo para que no muera y pueda así ver tu rostro. Angosta es la casa de mi alma para darte cabida. Ensánchamela tú. En ruinas la tengo. Repáramela tú. Cosas hay en ella que ofenden a tus ojos. Lo sé y lo confieso. Pero ¿quién podrá limpiarla o a quién clamar fuera de tí: de los pecados ocultos líbrame, Señor, y de los ajenos perdona a tu síeruo? Creo, y por eso hablo. Tú lo sabes, Señor. ¿Acaso no he pronunciado ya ante ti sentencia contra mí por mis delitos y no has remitido tú la impiedad de mi corazón? No entro en juicio contigo, porque si tú miras las iniquidades, ¿quién podrá subsistir? Permíteme con todo a mí, polvo y ceniza, hablar en presencia de tu misericordia. Sé que, al hacerlo, no hablo a hombres que puedan reírse de mí. Aunque quizá mis palabras te causan risa a ti, al menos cuando te vuelvas a mí sé que de mí tendrás misericordia (Conf. 1,5,6). 1972. Que yo, Señor, te busque invocándote, y te invoque creyendo en ti. Que te invoque en mí la fe que tú me diste, la fe que tú me inspiraste por medio de Jesucristo (Conf. 1,1,1). " ¿>

1971. Dios mío, ¿quién me hará descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues para que me olvide de todas mis maldades y me abrace a ti, mi único bien? ¿Qué eres tú para mí? Y ¿qué soy yo para ti? ¿Por qué me mandas que te ame y te enfadas conmigo y me amenazas con la mayor de las miserias si no lo hago? ¿No es, acaso, miseria suficiente la de no amarte? Señor y Dios mío, dime por tus misericordias qué eres tú para mí. Di a mi alma: yo soy tu salud. Díselo en 334

1973. Dáteme a mí, Dios mío. Devuélvete a mí. Aunque ya te amo, y por si es escaso mi amor, que te ame con más fuerza. No puedo medir a ciencia cierta cuánto amor me falta para que sea suficiente. Dame, pues, el amor necesario para que mi vida se plenifique en tus brazos, para que pueda esconderse en lo escondido de tu rostro. Lo único que sé es que me va mal lejos de ti. No sólo fuera de mí, sino también en mí mismo. Y que toda 335

abundancia mía que no seas tú es indigencia (Conf. 13,8,9).

sin embargo, apenas logramos volvernos a ti (Conf. 8,3,8).

1974. ¡Oh amor, que siempre ardes y no te extingues! ¡Oh caridad! Enciéndeme. ¿Me mandas guardar la continencia? Dame lo que me mandas y mándame lo que quieras (Conf. 10,29,40).

1983. Acuérdate de mí, Señor. No atendiendo a la ira, de que soy digno, sino a la misericordia, que es digna de ti. No por mis méritos, sino por tu bondad (In ps. 24,7).

1975. Señor, por amor de tu amor hago lo que hago (Conf. 2,1; 11,1). 1976. ¡Qué poco te ama, Señor, el que ama algo contigo y no lo ama por ti! (Conf. 10,29,40). 1977. ¡Ay de mí, Señor, que ni siquiera sé lo que aún me falta por saber! (Conf. 11,25,32). 1978. Alábente, Señor, tus obras, para que te amemos. Y amémoste, Señor, para que te alaben tus obras (Conf. 13,33,48). 1979. Dichoso, Señor, el que te ama a ti, y al amigo en ti, y al enemigo en ti. Sólo aquél no pierde jamás un amigo para quien todos son amigos en aquel que no se pierde jamás (Conf. 4,9,14). 1980. ¿Por qué, Señor, habría de avergonzarme yo ahora de confesar tus misericordias y de invocar tu perdón cuando no me avergoncé entonces de profesar ante los hombres mis patrañas y de ladrar contra ti? (Conf. 4,16,31). 1981. Desdichado el hombre que, creyendo saberlo todo, te ignora a ti, Señor. Feliz, en cambio, quien te conoce a ti, aunque ignore todo lo demás (Conf. 5,4,7). 1982. ¡Qué elevado eres, Señor, en las alturas, y qué profundo en los abismos! Nunca te alejas de nosotros y, 336

1984. Señor y Dios mío, Señor y Dios nuestro. Haznos felices de ti para que descansemos en ti. Haznos felices de ti, que no pasas ni pereces. Mientras te tengamos a ti, ni te perdemos a ti ni nos perdemos nosotros. Haznos, pues, felices de ti (Serm. 113,6). 1985. Señor, tú que nos diste el que te encontráramos y el ánimo para seguir buscándote, no nos abandones al cansancio ni a la desesperanza. Haznos buscarte siempre, y cada vez con más ardor. Y danos fuerzas para adelantar en tu búsqueda. Ante ti ponemos nuestra fortaleza. Y con ella nuestra debilidad. Acreciéntanos la primera y cúranos la segunda. Ante ti ponemos nuestra ciencia. Y con ella nuestra ignorancia. Allí donde nos abriste, recíbenos, pues estamos entrando. Allí donde nos cerraste, ábrenos, pues estamos llamando. Que nos acordemos de ti. Que te comprendamos. Que te amemos. Aumenta en nosotros tus favores hasta que totalmente nos reformemos en ti (De Trin. 15,28,51). 1986. Señor, cumple en nosotros lo que prometiste. Lleva a feliz término lo que comenzaste. Cuida de los dones que nos diste. Y acrece en tu campo la semilla que plantaste (In Joan. 40,10). 1987. Señor, que en la diversidad de opiniones tu verdad haga nacer la concordia. Que tu comprensión nos acompañe siempre para que, al usar de la ley, lo haga337

mos legítimamente, es decir, por pura caridad (Conf. 12,30,41).

me, pues, a mí, Dios mío, Verdad mía, iluminación mía y salud de mi rostro (Conf. 10,22,23).

1988. Señor, para que no me enorgullezca de lo poco que tengo, dame reconocer lo mucho que me falta (In ps. 38,8).

1995. En el principio, oh Dios, creaste el cielo y la tierra. En el principio, es decir, en tu Palabra, en tu Hijo, en tu Virtud, en tu Sabiduría, en tu Verdad, en tu Verbo —maravilloso en el decir, maravilloso en el obrar—. ¿Quién me dará comprenderlo? ¿Qué luz es ésa que me alumbra con intermitencias y hiere mi corazón sin herirlo? Siento horror y siento amor. Siento horror en cuanto soy desemejante a ella. Siento amor en cuanto le soy semejante. Es la propia Sabiduría la que luce a intervalos en mi interior, rompiendo mis tinieblas. Y son mis tinieblas las que, al desmayar de la luz, vuelven a cubrir mi alma con la calígine de mis miserias. De tal manera se ha debilitado mi vigor en mi indigencia que soy incapaz de soportar mi propio bien a menos que tú, que fuiste propicio con mis iniquidades, cures también mis languideces. Redime, Señor, mi vida de la corrupción. Coróname en compasión y misericordia. Y harta mis deseos con tus bienes para que mi juventud sea renovada como la del águila (Conf. 11,9,11).

1989. Señor, quítame lo que tú quieras con tal de que no te me quites a ti mismo (Serm. 32,28). 1990. Señor, enséñame lo que debo enseñar a los otros e instruyeme en lo que yo debo hacer (Epist. 166,19). 1991. Señor, para que no me haga insensible al dolor, dame la gracia de saber llorar (Serm. 152,2). 1992. Señor, Dios nuestro. Haz que nos cobijemos a la sombra de tus alas. Protégenos y llévanos. Llévanos como a niños, aunque ya estemos canosos. Tú eres nuestra firmeza y en ti hay verdadera seguridad. De nosotros mismos, en cambio, tenemos sólo la enfermedad. En tí, y no en nosotros, está el bien que buscamos. Por apartarnos de él (aversi) nos pervertimos (peruersi). Haznos, pues, volver a él (reversi) para que no nos extraviemos (eversi) (Conf. 4,16,31). 1993. No quiero, Señor, las cosas que tú me das si no te me das a ti mismo —que me das todas las cosas— (In ps. 85,1). 1994. Lejos de mí, Señor, lejos del corazón de este siervo tuyo que a ti se confiesa, el creerme feliz por gozar de cualquier gozo. Porque existe un gozo que no se da a los impíos, sino sólo a los que de grado te sirven. Ese gozo eres tú mismo. Y en gozarse en ti, de ti y por ti, en gozarse en la Verdad, consiste la vida feliz. Dáte338

1996. Señor, apiádate de mí, polluelo implume, para que, caído como estoy en el camino, no sea pisoteado por los transeúntes. Envía tu ángel para que me devuelva al nido, a fin de que viva hasta que vuele (Conf. 12,17). 1997. Mi vida, Señor, es pura disipación. Pero tu misericordia vale más que cualquier vida. Tu diestra me devolvió a mi Señor, el Hijo del hombre —Mediador entre tu unidad y nuestra pluralidad—, a fin de que, por él, pudiera asirme a aquel por quien fui asido y unirme a tu unidad, dando de lado a la disipación de los días antiguos. Echando a la espalda todo lo pasado, no por espaciarme y disiparme sobre lo que ha de venir y pasar, sino por tender, en incesante esfuerzo, a lo futuro, yo 339

persigo la palma de mi vocación en busca de tus deleites, que ni vienen ni se van. Mientras tanto, mis años discurren entre gemidos. Tú, Señor, eres mi único solaz y mi Padre eterno. Pero como yo me dispersé en el tiempo, cuyo orden desconozco, las más íntimas entrañas de mi alma son destrozadas por sus vaivenes y tumultos hasta que, purificado y fundido en la hoguera de tu amor, corra a ti para tomar consistencia y logre solidificarme en el crisol de tu Verdad como en mi molde (Conf. 11,29,39). 1998. Señor Dios, danos la paz, puesto que nos lo diste todo. Danos la paz del reposo, la paz del sábado, la paz sin víspera. Entonces descansarás en nosotros como ahora obras en nosotros. Y aquel descanso tuyo será para nosotros como estas obras tuyas son ahora para nosotros (Conf. 13,25,27). 1999. Puesto que he aceptado tus mandamientos, Señor, enséñame la dulzura inspirándome la caridad. Enséñame la disciplina, otorgándome la paciencia. Enséñame la sabiduría, iluminándome la razón. Creo con toda mi alma que tú, que eres mi Dios y Señor, no sólo mandas estas cosas a los hombres, sino que, además, les das las fuerzas necesarias para que puedan cumplirlas (In ps. 118,17,4). 2000. Señor, si yo soy efectivamente yo mismo, ¿por qué pido que vengas a mí siendo así que yo no sería si tú no estuvieses en mí? Nada sería yo, en efecto, si tú no lo fueses en mí. ¿O no sería mejor decir que yo no sería en modo alguno si no estuviese en ti de quien, por quien y en quien son todas las cosas? Así es Señor, así es. ¿Adonde te invoco, pues, estando ya en ti? ¿O de dónde has de venir en mí, o a qué parte del cielo o de la tierra me he de alejar para que desde allí vengas a mí, tú que has dicho: yo Heno el cielo y la tierra? ¿Por ventura 340

te abarcan el cielo y la tierra por el hecho de que tú los llenes? ¿O es más bien que los llenas y aún sobra por no poderte abarcar? ¿Y dónde habrás de dejar eso que sobra de ti después de llenar el cielo y la tierra? Pero ¿es que tienes tú, acaso, necesidad de ser contenido en algún lugar, tú que contienes todas las cosas, puesto que las llenas, y las llenas precisamente conteniéndolas? Porque no son los vasos llenos de ti los que te hacen estable, ya que, aunque ellos se quiebren, tú no te desparramas. Y si se dice que tú te derramas sobre nosotros no es cayendo tú, sino levantándonos a nosotros. No es esparciéndote tú, sino recogiéndonos a nosotros (Conf. 1,2,2). 2001. Señor, tú hiciste al hombre a tu imagen y semejanza. Dame, pues, la gracia de conocerme a mí mismo para poder reconocerte en mí (Sol. 1,1,4). 2002. Señor y Dios mío. Si en medio del linaje humano y en el seno de la familia de Cristo lloro con los pobres, concédeme, al menos, saciar con tu pan a los que, ahitos de sí mismos, no sienten hambre y sed de justicia. Están hartos de sus propias vaciedades, pero no de esa Verdad tuya que evitan rechazándola para caer en su propia vanidad. Yo mismo lo he experimentado. Y conozco a la perfección la muchedumbre de fantasmas que es capaz de alumbrar el corazón del hombre. ¿Qué otra cosa es mi corazón sino un corazón humano? Por eso te suplico a ti, Dios de mi vida, que no erupte en mis escritos ficciones sino sólida verdad y que acuda a mi pluma todo lo que de esa Verdad pueda yo conocer. Aunque alejado de tu vista, me afano ya de antiguo por caminar por esa senda que en la humanidad trazó con trazo firme la divinidad de tu Hijo, aura de la Verdad. Y, porque me reconozco mudable, séame permitido beber en esa fuente en la que nada es cambiante ni en el espacio ni en el tiempo y donde no hay aparien341

cias de lugar, como las hay en los pensamientos de los hombres. Tu esencia, Señor, razón de tu propia existencia, no entraña nada de mudable, ni en su eternidad, ni en su verdad, ni en su voluntad. Eterna es en ti la Verdad y eterno el Amor. Verdadero el Amor y verdadera la Eternidad. Amorosa la Eternidad y amorosa la Verdad (De Trin. 4, proem. 1). 2003. Señor Dios mío, descúbreme mi propio yo (Conf. 10,37,62). 2004. Oh palabra, anterior al tiempo, por quien fue hecho el propio tiempo. Siendo eterna te hiciste temporal para llamar a los temporales y hacerlos eternos (In ps. 101,2,10). 2005. Recógeme, Señor, de la dispersión y de la deformidad. Y confórmame y confírmame en la eternidad (Conf. 12,16,23). 2006. Libra, Señor, a los que ya te invocamos. Libra también a los que aún no te invocan para que, invocándote, sean liberados (Conf. 1,10,16). 2007. No te olvides, Señor, del que de ti se olvidó (Conf. 13,1,1). 2008. Oye, Señor, mi oración para que mi alma no desmaye al peso de tu disciplina ni desfallezca en la confesión de tus misericordias, por las que la libraste de sus pésimos caminos. Oye, Señor, mi oración y hazte más dulce para mí que todos los engañosos deleites que tratan de seducirme. Que yo te ame cuanto me fuere posible. Y que tu brazo poderoso me sostenga con fuerza para que salga victorioso, con tu gracia, de todas mis tentaciones (Conf. 1,15,24). 342

2009. Alegra el alma de tu siervo, Señor, porque en ti he puesto toda mi esperanza. Y hazme sentir la felicidad de haber optado por tu seguimiento. Vivía peregrino en la tierra, y en mi peregrinar sentía la amargura de este mundo. Para no estragarme con este amargor y no perder el gusto de tu gracia, he elevado mi alma hasta ti. Concédeme el gozo y la fiesta de sentirme junto a ti. Y en medio de los sinsabores de este mundo, hazme partícipe de esa única y verdadera alegría que eres tú mismo (In ps. 85,6). 2010. Te ofrezco mi corazón en sacrificio de alabanza sobre el altar del holocausto. Descienda, Señor, el fuego de tu amor a inflamarlo y abrasarlo para que no quede nada en mí que me haga volver la vista a mí mismo, sino que todo se abrase y arda en amor tuyo. Que todo mi ser, abrasado por el fuego que de ti procede, sea una hoguera de amor hacia ti (In ps. 137,2). 2011. Señor, hazme vivir no de mi justicia, sino de la tuya. Lléname del amor que tanto anhelo. Ayúdame a cumplir lo que me mandas y dame tú mismo la gracia de cumplirlo. Revíveme con tu justicia, porque de mí no tengo más que gérmenes de muerte. Y sólo en ti está el principio de la vida. Oh Cristo Jesús, mi justicia eres tú, sabiduría del Padre y justificación mía, santidad de Dios y redención de los hombres. En ti se halla lo que tú me mandas y lo que yo deseo. Eres el verbo de Dios, pero te hiciste carne para ser mi prójimo (In ps. 118,12,5). 2012. Oración de san Agustín al final de sus sermones: Convertidos al Señor, Dios Padre omnipotente, desde nuestra pequenez démosle las más sinceras y rendidas gracias por puro corazón, pidiendo con todas nuestras fuerzas a su simpar mansedumbre que se digne oír nuestras plegarias según su beneplácito, que aparte con su 343

poder el enemigo de nuestros pensamientos y acciones, que multiplique nuestra fe, dirija nuestra voluntad, gobierne nuestra mente y nos lleve a la felicidad. Por su Hijo Jesucristo, Señor nuestro, que con él vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, Dios por los siglos de los siglos. Amén. 2013. Oración a san Agustín: Ora, señor y padre dulcísimo, para que se aleje de nuestra congregación el enemigo, a fin de que, orillada toda borrasca de disputas impertinentes, llegue a fondear en puerto seguro la nave de nuestro compromiso, cargada de serenos combatientes, después de haber surcado este inmenso y proceloso mar. Confiamos alcanzarlo por tu santidad y por la gracia del Señor Jesús. Amén. (Carta de Valentín, prepósito de Adrumeto, a san Agustín. Epist. 216 entre las agustinianas).

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LA REGLA DE SAN AGUSTÍN Compendio ideológico

Regla de san Agustín 1. Ante todo, hermanos, amad a Dios y, por tanto, al prójimo. Este es el principal, es decir, el único mandamiento que nos ha dado el Señor. 2. Lo primero por lo que os habéis congregado en comunidad es para que viváis en comunión, teniendo un alma sola en Dios y un solo corazón hacia Dios. Buscad, pues, la convivencia y la concordia en todo. Y honrad a Dios, de quien sois templos los unos en los otros. 3. No poseáis nada en privado, sino todo en común. Y cada uno reciba del común todo aquello, y sólo aquello, a que le dan derecho sus necesidades. Poned especial esmero en no tomar por necesario lo superfluo, porque vale más no necesitar nada que tenerlo todo. 4. Alegraos de vuestra fraternidad más que de vuestras diferencias personales, a fin de que la soberbia, que está siempre al acecho de las buenas obras, no os haga perecer. Anteponed, por tanto, las cosas comunes a las propias, y no las propias a las comunes. La solicitud por lo común es la medida de la perfección. 5. Aplicaos con instancia a la oración, sobre todo en las horas y tiempos señalados. Y, al orar, saboread en el corazón lo que decís con los labios. 6. Vivid con tanta moderación como os permita vuestra salud. Cuanto más sanos estéis, tanto más alegres debéis sentiros de vuestra frugalidad y con tanto mayor empeño debéis servir a los que la indigencia —que no el honor— ha hecho acreedores a un trato especial. 347

7. No os hagáis notar por vuestro porte, sino por vuestra conducta. Sin dar, pues, lugar a contiendas por el hábito del cuerpo, ayudaos mutuamente a guardar vuestro hábito interior. De este modo Dios, que habita en nosotros, os guardará mejor por medio de vosotros mismos. 8. Si un hermano ha cometido una falta o está en peligro de cometerla, advertidle con delicadeza y en privado para que el mal comenzado no progrese o se corrija pronto. Pero si, hecha la advertencia, volviese a cometer la misma falta, ponedlo en conocimiento de la autoridad competente. No seréis inocentes si, por callar, permitís que perezcan vuestros hermanos, a quienes podríais corregir con una leve indicación. Si un hermano tuyo tuviese en el cuerpo una herida y quisiera ocultarla por miedo al bisturí, ¿no serías tan cruel en callarla como misericordioso en manifestarla? ¡Con cuánta mayor razón debes delatarlo para que no se corrompa más su corazón! Tened presente, sin embargo, que debéis amar más al hombre de lo que odiáis sus vicios. 9. Servid a vuestros hermanos con dedicación y alegría si ocupáis un puesto de responsabilidad. Y estad prestos no sólo a atender sus peticiones, sino a adelantaros a sus necesidades. 10. No tengáis pleito alguno, o terminadlo cuanto antes, para que la ira no se convierta en odio y de una paja se haga una viga, lo que, entre vosotros, equivale a un homicidio. Pues así leéis: El que odia a su hermano es un homicida. 11. Si alguien ha abusado de su hermano de palabra, procure cuanto antes reparar el daño. Y el que fue ofendido perdónele sin discutir. Si el abuso ha sido mutuo, mutuo ha de ser también el perdón por gracia, 348

sobre todo, de vuestras oraciones, las cuales cuanto más frecuentes las hacéis con tanto mayor empeño debéis vivirlas. El que no quiere perdonar a su hermano no espere recibir el fruto de la oración. Y el que no se aviene a pedir el perdón o no lo hace de corazón, sin motivo está en el monasterio, aunque de él no sea expulsado. Absteneos, pues, de proferir palabras duras. Y si alguna vez las hubiereis pronunciado, no os avergoncéis de aplicar el remedio con la misma boca que produjo la herida. 12. Obedeced al prepósito como a un padre, pues su principal obligación es preservar el espíritu de la vida común. 13. El que os preside no se considere feliz por dominar con potestad, sino por servir en caridad. Ante vosotros, sea el primero entre iguales. Ante Dios, esté postrado a vuestros pies. Muéstrese a todos modelo de buenas obras. Corrija a los inquietos. Consuele a los pusilánimes. Aliente a los tímidos. Sea paciente con todos. Mantenga con agrado la observancia y la imponga con temor. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser amado de vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta de vosotros ante Dios. Por lo cual, obedeciéndole diligentemente, compadeceos no sólo de vosotros mismos, sino también de él. Porque cuanto está entre vosotros en lugar más elevado, tanto se halla en mayor peligro. 14. Que Dios os conceda observar todo esto con alegría, como enamorados de la belleza espiritual, exhalando en vuestra conversación el buen olor de Cristo. No como siervos bajo el peso de la ley, sino como hijos liberados por la gracia. Miraos en este librito como en un espejo y no despre349

ciéis nada por olvido. Y si viereis que cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros se diese cuenta de haber faltado en algo, arrepiéntase de lo pasado y prevéngase para el futuro, rogando a Dios que él perdone su deuda y no le deje caer en la tentación. Amén.

Señor y Dios mío. Perdóname tú, y discúlpenme los tuyos, por lo que en este libro hay de mi propia cosecha. Y que los tuyos acepten, de buen grado, lo que, gracias a ti, hay en él de provecho. De Trin. 15,28,51.

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INFORMACIÓN SUMARIA SOBRE SAN AGUSTÍN

1. Fechas importantes de su vida • 354, 13 de noviembre: Nace Aurelio Agustín en Tagaste (hoy Suk'arras, Argelia). Allí estudia las primeras letras. • 368: Se traslada a Madaura (una ciudad cercana) para completar su formación general. • 371: Se traslada a Cartago (capital del imperio romano en el norte de África) para estudiar retórica y artes liberales. — Muerte de su padre, Patricio. — Lee El Hartensio, de Cicerón. — Se enamora de Melania (?), joven africana de origen humilde. Vive en concubinato con ella y tiene un hijo, a quien pone por nombre Adeodato ("dado por Dios"). • 373: Se hace maniqueo. • 375: Vuelve a Tagaste como profesor de gramática. • 376: Buscando "mejores pastos", regresa a Cartago y abre una academia de retórica. • 383: Cansado de luchar con estudiantes inquietos y malos pagadores, y atraído por el esplendor y las oportunidades de la capital del imperio, sale para Roma, donde regenta una escuela de retórica. • 384, otoño: Tras ganar el concurso-oposición a la cátedra de retórica de la casa imperial, se establece en Milán (residencia del emperador). — Su madre, Mónica, viene desde África para estar con él. — Se encuentra y simpatiza con san Ambrosio, obispo de Milán. • 386, julio-agosto: Se convierte a la fe católica. — Pasa unos meses en Casiciaco (villa campestre cercana a Milán) juntamente con su madre, su hijo y sus amigos, preparándose para recibir el bautismo. • 387, noche del 24 al 25 de abril, festividad de la pascua: Es bautizado por san Ambrosio en el baptisterio de la catedral de Milán. — Decide volver a África con su madre, su hijo y sus amigos. — Su madre muere en Ostia Jiberina (puerto marítimo de Roma) antes de embarcar para África. — Retrasa su viaje y descansa en Roma durante una temporada. Visita varios monasterios romanos. • 388: Pasando por Cartago, vuelve a Tagaste, donde, tras

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disponer de sus bienes, funda el primer monasterio agustiniano en su propia casa natal (él y sus amigos). • 391: Es ordenado presbítero en Hipona. Funda un segundo monasterio de laicos. • 396: Es consagrado Obispo auxiliar de Hipona. • 397: Tras la muerte del obispo Valerio, ocupa la sede episcopal de Hipona. Funda un tercer monasterio, esta vez para clérigos (él y sus presbíteros). • 400: Publica Las confesiones. — Asiste a distintos concilios.

— Interviene en diversas polémicas antidonatistas, antimaniqueas, antipelagianas, antiarrianas, etc. — Publica innumerables libros y tratados. — Responde cientos de cartas. • 426: Publica La Ciudad de Dios. • 430, 28 de agosto: Muere en Hipona, a la edad de setenta y seis años, mientras la ciudad de sus amores y desvelos es invadida y devastada por los vándalos. 2.

Personas importantes en su vida

a) Su familia • Santa Mónica, su madre. Una mujer humilde y piadosa. Principal responsable de su conversión. Ejemplo viviente de madre y esposa cristiana. • Patricio, su padre. Oficial de la municipalidad de Tagaste. Duro de carácter. Muy preocupado por la educación de Agustín, pero bastante despreocupado por su formación moral. Se hizo católico al final de su vida gracias a la influencia de su esposa. • Navigio, su hermano. Buen estudiante. Murió muy joven. • Perpetua, su hermana. Tras enviudar, entró en la vida religiosa y fue superiora de un convento agustiniano en Hipona. • Melania (?), su amante. Madre de su hijo. Después de la conversión de Agustín regresó a África y entró en la vida religiosa (?). • Adeodato, su hijo. Un muchacho inteligente. Murió a los diecisiete años. 356

b)

Sus compañeros y amigos

San Agustín fue un hombre de comunidad, un gran camarada. Estuvo siempre rodeado de amigos y fue siempre fiel a su amistad. Por eso la amistad se convirtió en el fundamento de la vida religiosa que él fundó. Los nombres de Alipio, Licencio, Trigecio, Evodio, Romaniano y otros aparecen prácticamente en todas las páginas de sus Confesiones y Diálogos. Algunos de ellos vuelven a aparecer entre los componentes del primer monasterio agustiniano. Tras el debido entrenamiento, llegaron a ser hombres importantes en el gobierno de la Iglesia de África. Merecen especial atención los siguientes: • Alipio. Paisano de Agustín y discípulo suyo en Tagaste y Cartago. Su compañero inseparable en Roma, Milán, Casiciaco y otra vez Tagaste. Miembro de la primera comunidad agustiana. Obispo, más tarde, de Tagaste. A él podrían aplicarse los apelativos de "mi otra mitad" y "hermano de mi corazón" que Agustín dedica en sus Confesiones al amigo muerto. • Evodio. También tagasteño. Miembro del grupo en Milán y uno de los primeros agustinos en África. Obispo de Uzala. • Severo. Integrante de la primera comunidad. Obispo de Milevi. • Posidio. Autor de la primera biografía de san Agustín. Monje en Tagaste. Obispo de Calama. c) Sus motivadores e inspiradores • Romaniano. Hombre rico de Tagaste. Pagó los estudios de Agustín en Cartago. En gratitud, Agustín tomó a su cargo la educación de Trigecio y Licencio, hijos de su mecenas. • Cicerón. Poeta y escritor latino. La lectura de su libro El Hortensio, a la edad de diecisiete años, significó para el joven Agustín una opción clara por la sabiduría y un primer paso para el encuentro con Dios. • Fausto. Jefe supremo y mentor de la secta de los maniqueos. El tan esperado diálogo con él fue un total desengaño para Agustín. Como consecuencia dejó el maniqueísmo y dio un paso más hacia la fe.

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• San Ambrosio. Obispo de Milán. Sus sermones y sus diálogos privados tuvieron una influencia decisiva en la conversión de Agustín. • Victorino. Famoso filósofo del siglo IV, convertido a la fe católica. La noticia de su conversión, comentada por Simpliciano, ayudó a Agustín a dar el último paso. • Platón y Plotino. La profundización en el conocimiento y en la doctrina de estos dos grandes pensadores facilitaron el acercamiento de Agustín a la Biblia en general, y sobre todo, al evangelio de san Juan. • San Jerónimo. Gran estudioso y erudito cristiano. Tradujo la Biblia al latín. Agustín se carteó con él, haciéndole consultas sobre temas escriturísticos. La correspondencia entre ambos no fue siempre amigable. 3.

Libros más importantes

La Colección Latina de Escritores Cristianos (Migne) dedica 15 gruesos volúmenes a los escritos de san Agustín. La Bibliodeca de Autores Cristianos (BAC), por su parte, está a punto de culminar la edición latino-castellana completa de las Obras de san Agustín en 41 volúmenes. Será la primera ocasión en que todos los escritos agustinianos se encuentren disponibles en una lengua moderna. Esta ingente labor se debe al esfuerzo de la Federación de los Agustinos Españoles (FAE), responsable tanto de la traducción como de la edición de todos los volúmenes. Entre los libros de san Agustín señalamos como más significativos los siguientes: • Las Confesiones. Su propia autobiografía en clave de conversión. • La Ciudad de Dios. Primer tratado de filosofía de la historia y de historia de la salvación. Revisión crítico-religiosa de la historia del mundo desde sus orígenes hasta el siglo V, con la caída del imperio romano. • De la santísima Trinidad. Acercamiento racional y teológico en su Unidad y en su Trinidad. • Ensayos filosóficos: La vida feliz, Contra los académicos, La inmortalidad del alma, Del libre albedrío, Del orden, la naturaleza y la gracia, Los soliloquios, El origen del alma, etc.

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• Tratados bíblicos: Comentarios a los Salmos, Comentario literal al Génesis, Tratados sobre el evangelio de san Juan, Cuestiones sobre el Heptateuco, Anotaciones al libro de Job, Concordancia de los evangelistas, Comentarios a las cartas de san Juan y san Pablo, etc. • Tratados educacionales: El maestro, La instrucción de los menos instruidos, La doctrina cristiana, etc. • Sobre la vida religiosa: Regla a los siervos de Dios, La santa virginidad, El trabajo de los monjes, La continencia, El combate cristiano, etc. • Escritos dogmáticos: La verdadera religión, La fe y el credo, El bautismo, La gracia y la libertad, La fe y las obras, El símbolo de los apóstoles, El sermón del Señor en la montaña, etc. • En defensa de la fe: Contra Fausto el maniqueo, Réplica a la carta de Parmeniano, La unidad de la Iglesia, Réplica a Cresconio, Contra Juliano, Debate con Maximino, Las herejías, Tratado sobre los judíos, Réplica a los adversarios de la ley y los profetas, etc. Merecen especial mención Los sermones (cuatro volúmenes en la BAC) y Las cartas (tres volúmenes más). Los primeros constituyen una verdadera exposición litúrgico-sistemática de la espiritualidad cristiana. Las segundas, un manual de dirección espiritual y un espejo fidedigno de la desbordante personalidad de san Agustín.

4.

Bibliografía

a)

Obras de san Agustín

Patrología latina, Migne, 15 volúmenes. Obras completas de san Agustín, edición latino-castellana completa, BAC (Biblioteca de Autores Cristianos), 41 volúmenes. b) Fuentes bibliográficas generales NEBREDA E., Bibliographia augustiniana, Roma 1928, 272 pp. MORAN J., Bibliografía sobre la espiritualidad de san Agustín, 359

en "Revista Agustiniana" 2 (1961) 460-480; 3 (1962) 394410; 4 (1963) 429-446; 6 (1965) 106-132; 7 (1966) 87-114. VAN BAVEL. T., Répertoire bibliographique de s. Augustine, 1950-1960 (Steenbrugis in Abbatia Sancti Petri 1963), 991 pp. CAPÁNAGA V., Bibliografía espiritual agustiniana, en Agustín de Hipona, BAC maior, Madrid 1974, pp. XVII-XXXI. c) Biografías y semblanzas BROWN P., Agustín de Hipona (trad. del inglés por S. Tovar y M. R. Tovar), Revista de Occidente, Madrid 1947. CAMPELO M., Agustín de Tagaste, un hombre en camino, Estudio Agustiniano, Valladolid 1985. CORTÉS J. L., Agustín, el del corazón inquieto, SM, Madrid 1986, 156 pp. GuiLLOUX P., £/ alma de san Agustín, Rialp, Madrid 1986, 332. LUIS Pío de, San Agustín. Historia de una inquietud, PPC, Madrid 1986. Nos MURO L., San Agustín de Hipona, maestro de conciencia de Occidente, Paulinas, Madrid 1986, 132 pp. POSSIDIUS, Vita sancti Augustini, edic. bilingüe en Obras de san Agustín I (BAC), 295-393 (trad. castellana de V. CAPÁNAGA).

VAN DER MEER, San Agustín, pastor de almas, Herder, Barcelona 1965. WOHL Louis de, Corazón inquieto. La vida de san Agustín, Palabra, Madrid 1988, 284 pp. c) Antropología religiosa AA.VV., San Agustín y la liberación. Reflexiones desde Latinoamérica. Simposio de la OALA. CEP-CETA, LimaIquitos (Perú) 1986, 400 pp. BARRACHINA J., Hombre, mundo, redención. Concepto agustiniano del hombre bajo el signo de Adán o de Cristo, Valencia 1954. CAMPELO M., Conocer y pensar. Introducción a ¡a noética agustiniana, Estudio Agustiniano, Valladolid 1981, 366 pp.

360

CLARK M., San Agustín, filósofo de la libertad, Augustinus, Madrid 1961. FLÓREZ R., Las dos dimensiones del hombre agustiniano, Religión y Cultura, Madrid 1958, 222 pp. ITURRIOZ J., El hombre y su metafísica, Burgos 1953. LANGA P., San Agustín y el hombre de hoy, Religión y Cultura, Madrid 1988, 333 pp. LUCAS M., Inquietud. En busca de un camino, Almed, Sao Paulo 1982, 51 pp. MORAN J., La teoría del conocimiento en san Agustín, Estudio Agustiniano, Valladolid 1961, 378 pp. TURRADO A., Dios en el hombre. Plenitud o tragedia, BAC 325, Madrid 1971. d) Espiritualidad agustiniana AA.VV., La búsqueda de Dios. La dimensión contemplativa de la espiritualidad agustiniana. Publicaciones agustinianas, Roma 1981, 304 pp. BOFF CLODOVIS, San Agustín de Hipona y la pastoral de la liberación, CETA, Iquitos (Perú) 1984, 39 pp. BURGALETA J., La conversión es un proceso (En las Confesiones de san Agustín), ISP, Salamanca 1981, 271 pp. CAPÁNAGA V., Agustín de Hipona. Maestro de conversión cristiana, BAC maior, Madrid 1974, XXXI471 pp.; ID, Buscando a Dios con san Agustín, Augustinus, Madrid 1983, 343 pp. CUENCA J. M., Jesucristo: Alfa y Omega. El cristocentrismo agustiniano, Universo, Lima 1978, 272 pp. GALENDE F., El hombre hacia Dios en el dinamismo agustiniano, Ediciones agustinianas, Santiago de Chile 1989,251 pp. Luis PÍO de, Comentarios de san Agustín a las lecturas litúrgicas (vol. I, 95 + 690 pp.; vol. II, 901 pp.), Estudio Agustiniano, Valladolid 1986. MORAN J., El hombre frente a Dios. El proceso humano de la ascensión a Dios según san Agustín, Estudio Agustiniano, Valladolid 1963, 232 pp. SAHELICES P., LO mejor de san Agustín, Puerto Rico 1981, 388 pp.

361

e)

Vida religiosa en san Agustín

ClLLERUELO L., El monacato de san Agustín, Estudio Agustiniano, Valladolid 1966, 334 pp. MANRIQUE A., La vida monástica de san Agustín. Enchírídíon histórico-doctrinal y Regla, EDES, El Escorial 1959, 546; ID, Teología agustiniana de la vida religiosa, EDES, El Escorial 1964, 413 pp. MoRÁN J., El equilibrio ideal de la vida monástica en san Agustín, Estudio Agustiniano, Valladolid 1964, 367; ID, Sellados para la santidad. Comentario teológico-agustiniano al decreto "Perfectae charitatis" del concilio Vaticano II, Estudio Agustiniano, Valladolid 1967, 248 pp. MORIONES F., Espiritualidad agustino-recoleta. Vol. I: Carácter contemplativo del carísma agustiniano, 1983, 313 pp.; vol. II: Carácter comunitario y apostólico del carisma agustiniano, Augustinus, Madrid 1989, 361 pp. TACKT., SI Agustín viviera, Paulinas, Madrid 1990. TRAPE A., La Regla de san Agustín (trad. del italiano de J. L. Marbán). TURRADO A., Antropología de la uida religiosa, Paulinas, Madrid 1975, 229 pp. VACA C , Unidos en Cristo. Comentario a la Regla de san Agustín, Religión y Cultura, Madrid 1968, 1.123 pp. VAN BAVEL T., Regla para la comunidad. Comentario a la Regla de san Agustín, CETA, Iquitos (Perú) 1986, 113 pp. VEGA JOSÉ, La vocación agustiniana. El proyecto filosóficomonástico-sacerdotal en san Agustín, Estudio Agustiniano, Valladolid 1987, 609 pp. VIÑAS T., La amistad en san Agustín, Instituto teológico de la la vida religiosa, Madrid 1982, 270 pp. 5.

Abraviaturas

(Obras de san Agustín citadas en este libro) Con/., Las Confesiones. Con. Acad., Contra los Académicos. Con. lit. Parm., Contra las cartas de Parmeniano. Con. lit. Pet., Contra la carta de Petilinao. 362

Con. Faus. manich., Contra Fausto el maniqueo. Con. Jul., Contra Juliano. Con. mend., Contra la mentira. De ag. christ., Del combate cristiano. De bap., Sobre el bautismo. De beata vita, Sobre la vida feliz. De bon. con;'., Del bien del matrimonio. De bon. vid., Del bien de la viudez. De cat. rud., De la catequesis de los menos instruidos. De civ. Dei, La Ciudad de Dios. De conj. adul, De los matrimonios adulterinos. De cons. evang., Del consenso entre los evangelistas. De div. quaest. 83, Sobre 83 cuestiones diferentes. De doc. christ., De la doctrina cristiana. De fide, spe et char., De la fe, la esperanza y la caridad. De Gen. ad lit., Exposición literal del Génesis. De Gen. contra manich., Exposición del Génesis contra los maniqueos. De grat. et lib. arb., De la gracia y el libre albedrío. De lib. arb., Del libre albedrío. De mag., El maestro. De mor. Eccl. cath., De las costumbres de la Iglesia católica. De mor. manich., De las costumbres de los maniqueos. De música, Tratado sobre la música. De nat. et grat., De la naturaleza y de la gracia. De op. monach., Del trabajo de los monjes. De ord., Tratado sobre el orden. De patientia, Tratado sobre la paciencia. De pee. mer. et rem., De los méritos y remisión de los pecados. De quant. an., De la cuantidad del alma. De sane, virg., De la santa virginidad. De serm. Dom. in monte, Del sermón del Señor en la montaña. De spir. et lit., Del espíritu y de la letra. De Trin., Tratado sobre la Trinidad. De ut. jej., De la utilidad del ayuno. De ver. reí, De la verdadera religión. Epist., Cartas. Ench., Enquiridion. Epist. con. manich., Carta contra los maniqueos. 363

In epist. ad Gal, Comentario a la carta a los Gálatas. In epist. ad Rom., Comentario a la carta a los Romanos. In epist. Joan., Comentario a la carta de san Juan. In Joan., Comentario al evangelio de san Juan. In ps., Enarraciones sobre los Salmos. Op. imp. con. JuL, Tratado inacabado contra Juliano. Quaest. in Dul., Cuestiones sobre Dulcidio. Quaest. in Hep., Cuestiones sobre el Heptateuco. Regula, Regla a los siervos de Dios. Retract., Retractaciones. Serm., Sermones.

ÍNDICE

Pág.

Prólogo I.

Hombre

11

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. II. 12. 13.

"Andar por fuera" "Andar por dentro" "Mi amor es mi peso" "Acéptate como hombre: eso es humildad". Fe y fidelidad Ciencia y Sabiduría En busca de la verdad La libertad es una conquista Equilibrio y moderación Dinamismo y espíritu de lucha "Esta vida mortal es una muerte viviente" .. Valores humanos Apuntes sociales

13 18 28 35 40 41 43 49 52 58 61 66 72

2.

Nora: Se incluyen también citas de: a) Diferentes sermones agustinianos publicados en Miscelánea agustiniana I-II. Entre ellos: Serm. Dennis, sermón Caillou, Serm. Frangipane, Serm. Morin, Serm. Wilmart, Serm. Guelf., Serm. Mai, etc. b) La vida de san Agustín, escrita por su discípulo Posidio. c) Algunas obras menores de san Agustín.

364

7

1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

Cristiano Dios En Dios y hacia Dios "El Dios con nosotros" Cristo: ejemplo y mediador "El Cristo total" El amor: "la gran diferencia" Amistad viene de amor Ser o no ser Lo viejo y lo nuevo

83 85 87 100 106 121 125 141 142 145 365

Pág.

Pág.

10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22. 23. 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 3. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 366

Las luces y las sombras 151 La interioridad es la clave 156 Atención e intención 160 "El corazón está inquieto" 165 Sinceridad y transparencia 169 Camina por la senda de la humildad 174 La oración, "nuestra fuerza" 179 ¿Creyentes o seguidores? 192 ¿Viviendo "en esperanza" o simplemente "a la espera"? 197 Todo es gracia 199 ¡Teme para que no temas! 209 En camino hacia la unidad 211 En espíritu de pobreza 213 En paz y en orden 216 La virtud como "ordo amoris" 219 "...Y con el mazo dando" 221 Algunas definiciones de pecado 224 "Caminando hacia la nada" 228 El amor tiene un precio: servir 244 El padrenuestro 249 De todo un poco y un poco de todo 252 Religioso

259

Primeros intentos de vida religiosa Monasterios para laicos Monasterios para clérigos Monasterios para mujeres La vida común: "unidad en la verdad, comunión en el amor" Un concierto para el Señor Castidad: "estar enamorado" Pobreza: "darse todo, recibir lo necesario". El trabajo: "el distintivo de los pobres" La obediencia como corresponsabilidad

261 263 265 267

11.

Acción y contemplación: "dos caras de la misma moneda" 12. Buenos y malos: "un conflicto inevitable" ... 13. Aceptación mutua y corrección fraterna 14. Oración y testimonio 15. Las pequeñas cosas

305 309 314 321 322

4.

Algunas oraciones agustinianas

325

5.

La Regla de san Agustín (compendio ideológico) 345

6.

Información sumaria sobre san Agustín. 353

1. 2. 3. 4. 5.

Fechas importantes de su vida 355 Personas importantes en su vida 356 Libros más importantes 358 Bibliografía 359 Abreviaturas (Obras de san Agustín citadas en este libro) 362

268 279 291 298 301 304 367