Resumen de Humanidad e Inhumanidad

El reconocido filósofo inglés Jonathan Glover celebra este año su setenta aniversario, a la vez que una década desde la

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El reconocido filósofo inglés Jonathan Glover celebra este año su setenta aniversario, a la vez que una década desde la publicación de su más importante libro (entre la docena que ha escrito acerca de filosofía y ética práctica): “In Humanity. A Moral History of the 20th Century”. El eficaz equívoco lingüístico del título en inglés resulta difícilmente traducible al castellano, por lo que los editores españoles optaron por hacerlo explícito, titulándolo “Humanidad e inhumanidad”. Esta decisión resulta acertada, pues a lo largo del texto se van alternando eventos históricos del Siglo XX que nos permiten apreciar aspectos de lo más brillante y lo más oscuro de la naturaleza humana. Glover, integrante de la escuela utilitarista normativa, desarrolla una completa reflexión inspirada a partir de un texto del filósofo e historiador de Oxford, Robin George Collingwood: ¿cómo debe ser la filosofía del Siglo XXI después de que ha existido la historia de Siglo XX? ¿Cómo reflexionar acerca de la naturaleza del hombre y la esencia de las relaciones humanas luego de que ha existido la pesadilla de Auschwitz, los crímenes estalinistas, las incontables muertes por hambruna después del “Gran Salto Adelante” de Mao, el exterminio de la quinta parte de la población de Camboya bajo Pol Pot, entre otros? Y a partir de todas estas desgracias, ¿qué posibilidades tienen los instintos humanos de simpatía por el otro, compasión y ternura de prevalecer sobre sus pares de odio, resentimiento y sed de revancha? El libro explica las múltiples formas en que el ser humano propicia que las relaciones entre grupos y países caigan en una trampa en la que se ven encerrados sin posibilidad de echarse atrás para asegurar la paz y donde cualquier rapto emocional o reacción apresurada propicia el inicio de las hostilidades abiertas, la lucha, la guerra, las muertes en masa y el sufrimiento de víctimas inocentes. En la primera parte del libro, Jonathan Glover explica el modo en que el pensamiento filosófico de fines del S. XIX –ejemplificado en este caso por la obra de Friedrich Nietzsche-, tras vaciar de significado moral el sentido ético (“ética sin ley moral”), equiparó la tarea de dar sentido a la vida humana con el voluntarismo de crear un yo auténticamente alineado con

los

“instintos

naturales

humanos”:

crecimiento,

dominio,

poder.

Estas

concepciones dejaron un amplio margen para la manipulación ideológica respecto de cómo convertir en realidad tal voluntarismo. ¿Por qué deberíamos aceptar que las auténticas fuerzas instintivas del ser humano son las de agresión y dominio y supervivencia del más fuerte (el llamado darwinismo social) y no la preocupación por los demás, la sensibilidad ante el dolor ajeno y la generosidad?

Muy convenientemente, la manipulación ideológica en el Siglo XX dejó de lado esta cuestión y se enfocó en difundir el miedo en un entorno de darwinismo social, ignorancia y desconfianza hacia una supuesta “hostilidad evidente” de los “otros” (grupos, pueblos, países, razas, etc.).

Como complemento lógico, la propaganda

creó una pedagogía de desprecio por los sentimientos de compasión y simpatía hacia “el otro” (considerado como enemigo) y planteó que una actitud consecuente sólo podía ser de dureza e insensibilidad hacia sus padecimientos. Ignorar el respeto que merece la condición humana de los que quedan fuera de nuestro círculo de preocupación moral o, en el extremo del nazismo, simplemente ignorar su condición de humano.

¿Cómo llegó la misma raza humana que fue capaz de engendrar a Immanuel Kant a convertirse en un puñado de bandos enloquecidos lanzados en una frenética carrera masiva de mutua destrucción y aniquilación de los vecinos más débiles en la cual, a lo largo de un siglo entero, murieron por casusas violentas un promedio de dos mil quinientas personas por día? Evidentemente, no fue un proceso que se puso en marcha con el Siglo XX; como bien señala Jonathan Glover, podemos remontarnos a un pasaje sorprendentemente claro de la “Historia de la Guerra del Peloponeso” de Tucídices (escrito cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo), en que los atenienses conminan a los pobladores de la isla de Melos a abandonar su neutralidad en la guerra y plegarse incondicionalmente a ellos. Cuando los melesios rehúsan la oferta reciben una contundente amenaza de ser liquidados en caso de no aceptar las condiciones planteadas y frente a sus protestas por el carácter inmoral de semejante abuso sólo reciben un lacónico y contundente par de frases de respuesta acerca de lo absurdo de no abusar de la fuerza cuando se está en posición de hacerlo. Posteriormente, los atenienses sometieron a la isla de Melos a un verdadero genocidio.

No se puede negar esta antigua fascinación por contemplar el “festival de la crueldad” (p. 55) que produce un efecto fuertemente catártico en el ser humano, acompañado por una poderosa liberación instintiva, cuya forma más dura es el “amor a la crueldad” (p. 57). Al vaciar de significado los instintos sensibles del ser humano y bombardearlo sistemáticamente bajo una propaganda de aliento del odio y la revancha, grupos, pueblos y naciones se ven fácilmente encerrados en una “trampa” de odio mutuo en la que se sienten obligados a permanecer por causas diversas: un sentido de “honor nacional”, una “solidaridad de raza”, un “orgullo de grupo”, una “obligación de no acobardarse”, de no ser considerado un “traidor”, etc. Todos estos factores sociológicos, ideológicos y psicológicos son comunes a la totalidad de las más grandes “trampas” del Siglo XX: el desarrollo de la violencia en cadena que condujo a la Primera Guerra Mundial, el imperio del terror establecido por el estalinismo en la Unión Soviética, el incalculable número de vidas cobradas por las absurdas políticas maoístas en China, el asesinato indiscriminado de civiles en Sarajevo, el infierno de los desaparecidos por las dictaduras en América Latina, la matanza de centenares de personas inocentes en la aldea de Mi Lay durante la Guerra de Vietnam, la ceguera asesina en Hiroshima y el masivo genocidio camboyano. Jonathan Glover pasa revista a todos estos hechos para ir descubriendo los factores que los propiciaron. A la deshumanización y negación moral del “otro” le sigue el distanciamiento emocional (manifestado trágicamente, por ejemplo,

en los bombardeos de

poblaciones civiles). A ello le sigue el “deterioro de las restricciones derivadas de la identidad moral” (p. 143), la fragmentación de la responsabilidad (por ejemplo, por “seguir órdenes”, o por separar la violencia en diversas tareas burocráticas excluidas unas de otras, como en el caso de la administración del Holocausto por los nazis). Otro de los factores que contribuyen a cerrar la trampa del odio es el tribalismo (p. 165), la creencia de que existe un círculo moral cerrado alrededor de la gente que forma parte de “los nuestros” que nos excluye de toda preocupación ética por la suerte de los “otros” y que tuvo ejemplos muy claros en las campañas de odio de los hutus hacia los tutsis en Ruanda y en el genocidio de poblaciones islámicas en Bosnia (p.177). Por supuesto, la guerra en sí misma opera como una forma de cerrar la trampa, al propiciar el fatídico triángulo de “obediencia, resignación y resentimiento” (p. 221). Como complemento, la manipulación interna de la información (p. 231), operada a través de un estrecho control de os medios de prensa, contribuye a la inoculación repetida de mensajes que apelan sistemáticamente a razones para persistir en el odio hasta sus más inconcebibles consecuencias.

Si todos estos factores contribuyeron en forma tan inmisericorde a cerrar la trampa de la violencia en el Siglo XX, ¿qué fuerzas morales pueden ayudar a la humanidad a escapar de la trampa? Para Glover, ejemplos como el de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en 1962 pueden empezar a darnos la respuesta. En la solución de dicha crisis, que pudo conducirnos a una desastrosa guerra nuclear pero que en vez de ello arribó a un arreglo negociado y a abrir una brecha de “descongelamiento” en la Guerra Fría. En aquellos eventos, el Presidente John F. Kennedy y el Secretario Nikita Kruschev dieron unos primeros pasos, basados en la exploración empírica y en su deseo de evitar la guerra y reemplazaron los valores tradicionales de la “trampa” por otros como el saber acobardarse cuando es necesario y darle al otro algo que ganar. Hechos como este nos ayudaron a ver que pueden existir “vías de salida” (p. 312) de la trampa. Las vías de salida de la trampa que Glover propone son tres: la educación moral que prepare a las personas para la “irrupción de las respuestas humanas” en medio de los momentos adversos en que surgen la violencia y el odio. El “coraje cívico” surgió durante la Segunda Guerra Mundial (p. 520) entre las personas que habían sido educadas en ambientes democráticos y de respeto por las diferencias, frente a quienes habían sido criados bajo una pedagogía autoritaria, donde no aparecieron tantas personas comprometidas con la resistencia al abismo moral nazi y la ayuda a sus víctimas. La segunda salida –la principal para Glover- es la “imaginación moral” (p. 556), un constructo de carácter psicológico que el autor no define con total precisión (lo que, por otro lado, no debería ser el objeto del libro) pero que guarda notable afinidad con las teorías cognitivas que resaltan la importancia de los esquemas personales y los procesos cognitivos en el control de la conducta (Albert Ellis, Judith Beck) y las teorías de las imágenes mentales (Bruce Goldstein): cuanto mayor sea la capacidad de una persona para imaginar las consecuencias de su conducta – especialmente las negativas o francamente desastrosas-, más probable es que decida actuar de un modo razonable y constructivo. Finalmente, el autor considera que es necesaria la existencia de una fuerza política multinacional con la representatividad y la capacidad militar efectiva para actuar como una policía global y prevenir que la paz y la estabilidad no se salgan de su cauce cuando aun sea tiempo de conseguirlo. Los desafíos que plantea este libro de lectura sumamente estimulante tal vez sean los más difíciles que afrontemos en las décadas venideras, pero precisamente por las consecuencias que pueden resultar merecen que hagamos nuestros mejores esfuerzos para darles la posibilidad de llegar a un fin exitoso. Quizás no sea seguro que, como piensa Jonathan Glover, la imaginación moral sea nuestra mejor esperanza para no volver a caer en la trampa de la violencia en el futuro, pero sin duda la lectura de “Humanidad e Inhumanidad” debe ser el mejor modo de estimular esa imaginación.

Jonathan GLOVER, Humanidad e inhumanidad. Una historia moral del siglo XX Ed. Cátedra, Madrid 2001, 566 pp., 13 x 21, ISBN 84-376-1925-4. Se podría decir que éste es el libro de un espectador bienintencionado que contempla los horrores del siglo XX e intenta sacar algunas consecuencias morales. Evita las grandes afirmaciones. Su técnica es contar, a través de testimonios, la inhumanidad y apuntar suavemente consideraciones éticas. Esto le da un tono ligeramente posmoderno. Jonathan Glover es profesor de Ética del King’s College de Oxford y se ha interesado especialmente por la psicopatología. El libro se inicia con una crítica a la «inocente creencia» ilustrada en el progreso moral en la historia. Lo ha desmentido el siglo XX. Expone «el desafío de Nietzsche». Y muestra remitiéndose a hechos, la barbarie del superhombre que desprecia el precepto de amar al prójimo. Un repaso por la historia de la guerra muestra cómo se puede deteriorar la compasión, que es un fenómeno moral espontáneo, con diversas técnicas de distanciamiento, disolución de la responsabilidad personal (reparto de funciones), de rutina y tecnificación de la agresión, y, sobre todo deshumanización del «enemigo» mediante la propaganda. Así se anestesian los sentimientos de humanidad y se despierta la ferocidad. La misma tesis surge cuando analiza las masacres genocidas del tribalismo (Ruanda); y la deshumanización tremenda de la guerra del 14, donde las trincheras llevan a la trampa de una propaganda mentirosa, que se especializa en suscitar el odio. Todo vale. El terror sistemático es instrumento político en Stalin. Pero, sobre todo, corrompe el argumento totalitario e inmoral, de que llegaremos al bien haciendo un poco de mal. El fin utópico justifica masacres nunca vistas. La técnica es llevada a la locura en la revolución cultural China y, más todavía, en la desgraciada Camboya de Pol-Pot. Es la creencia en la teoría por encima de las vejaciones de las personas concretas, hasta sumar decenas de millones. El caso nazi, tratado en último lugar, aporta la perplejidad de una barbarie en el seno de una sociedad mucho más culta, y realizada con una mentalidad funcionarial (Eichmann). El último capítulo resume el argumento. Lo encabeza una cita del disidente chino Jung Chan: «Si no tienes Dios, tu código moral es el de la sociedad; si la sociedad está patas arriba, también lo está tu código moral». Glover se confiesa no creyente, aunque manifiesta respeto. Confía en el fondo moral del hombre: «El sentido de la identidad moral y las respuestas humanas forman parte de nuestra psicología con independencia de toda metafísica externa». Pero titubea un poco cuando recuerda los modos en que el sentido moral (los sentimientos humanitarios) es desorientado: miedo, alejamiento, tecnificación... Es verdad que una señal de humanidad (encontrar la foto de su familia en el bolsillo del soldado enemigo muerto) puede hacer renacer nuestros resortes. La compasión es una voz profunda. Pero quizá hace falta más para educar las generaciones futuras.