Rayuela

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‘Rayuela’, ¿cursi o clásico? Escritores hispanohablantes de varias generaciones analizan Rayuela, de Cortázar, que hoy cumple 50 años En una carta de 1958, Julio Cortázar cuenta que ha terminado la novela Los premios y que piensa en otra más ambiciosa que será, se teme, “bastante ilegible”, una especie de “resumen de muchos deseos, de muchas nociones, de muchas esperanzas y también, por qué no, de muchos fracasos”. Un año más tarde dice que está escribiendo una antinovela. Más tarde dirá que prefiere el término contranovela. Aun en estado embrionario Rayuela generó un sinfín de definiciones a cargo de su propio autor: libro infinito, gigantesca humorada, bomba atómica, grito de alerta, el agujero negro de un enorme embudo… Luego llegarían esos lectores que el escritor nunca quiso pasivos. . Mandala pop. Igual que Julio Denis fue el pseudónimo con el que Cortázar (1914-1984) publicó su primer libro en 1938 -Presencia, un conjunto de sonetos-,Mandala fue el primer título que le puso a Rayuela “hasta casi terminado”. El definitivo le pareció más modesto y comprensible sin necesidad de conocer “el esoterismo búdico o tibetano”. Además, eran lo mismo: “una rayuela es un mandala de-sacralizado”. En algunas cartas la llama La rayuela. Rayuel-o-matic. Rayuela está formada por 155 fragmentos que el lector puede combinar a su antojo. Además del orden en el que se edita habitualmente, Cortázar -que empezó el libro redactando el actual fragmento 41º- incluyó en las primeras páginas un “tablero de dirección” que arranca en el 73º. Además, en La vuelta al día en ochenta mundos (1967) recogió 1

la descripción del Rayuel-o-matic, una máquina para leer Rayuela inspirada en las máquinas “célibes” de Marcel Duchamp y Raymond Roussel. Apocalipsis de san Julio. Cuando de publicó en 1963 unos dijeron que era un libro desvergonzado y otros lo acusaron de europeizante; alguien afirmó que era la declaración de independencia de la novela latinoamericana y alguien más que si dentro de ella El siglo de las luces –publicado por Alejo Carpentier un año antes- era el génesis, Rayuela era el apocalipsis. El libro del 68. Por teléfono, desde su casa de Barcelona, Cristina Peri Rossi(Montevideo, 1941), amiga de Cortázar, explica qué supuso Rayuela para la gente que tenía poco más de 20 años cuando se publicó: “Es la novela emblemática de la gente del 68. La leímos con el telón de fondo de los movimientos revolucionarios en Europa y América Latina. Toda una generación se identificó con el libro. Todas las mujeres querían ser la Maga. Todos querían vivir en Paris y Buenos Aires. Acertó a retratar una sensibilidad. Es cierto, teníamos 20 años, hoy tenemos 70 y muchos han traicionado esos valores. Un amigo pintor argentino me decía hace poco que ya no se identificaba con Rayuela. Yo le respondía: ‘Porque en el 63 tenías 20 años, eras pobre y revolucionario; ahora eres famoso, burgués y te hacen exposiciones retrospectivas’. ¿Que el mundo ya no es así? Tampoco es como la Troya de Virgilio. Si hubiera que dar un libro a los marcianos para explicarles cómo era el mundo en esos años les daría Rayuela”. Y pasa de la sociología a la literatura: “En Rayuela cristalizaron rupturas de la estructura y el lenguaje que venían de antes (de Mallea, de Arlt) pero que habían naufragado. Además, dentro de la vieja polémica latinoamericana entre literatura rural y 2

urbana, Rayuela es la novela urbana por excelencia. En literatura no hay progreso, pero fue un hito. Claro que se puede escribir como antes de Rayuela, pero serán eso, novelas de antes de Rayuela”. Cataclismo para jóvenes indignados. José María Guelbenzu (Madrid, 1944), que relee estos días Rayuela, cuenta que la leyó en uno de los primeros ejemplares que llegaron a España: “Yo era un joven escritor indignado con el mundo literario español, que era oficial, realista, barroco o social. En ese contexto, Rayuela fue un cataclismo, el encuentro con la libertad de la literatura. En El mercurio (1968) hay un homenaje a Cortázar y otro a Joyce, los dos autores que me abrieron el mundo a algo distinto que la alicorta tradición española. La apertura a un mundo que no tiene confines. Es un acto literario total, una muestra de anarquismo literario en el que se da la unidad entre fondo y forma. Además, desencadena el gran movimiento hacia el lector, le obliga a construir la novela”. Y de la literatura a la sociología: “Hay quien dice que fue un libro de su momento, que no es una novela sino un montón de cosas juntas. No estoy de acuerdo. El hombre contemporáneo pisa el terreno de la inseguridad y Rayuela es la respuesta y la resistencia a esa inseguridad, el relato de una vida a través del desorden y la mitomanía, un viaje sentimental en busca de la lucidez. Por eso gusta tanto a los jóvenes, sigue siendo una obra maestra y hoy sigue siendo rompedora”. Un juguete sofisticado. A Agustín Fernández Mallo (A Coruña, 1967) le faltaban cuatro años para nacer cuando se publicó Rayuela. No la ha vuelto a leer entera desde la primea vez pero de cuando en cuando hace “catas selectivas”. Conclusión: “funciona muy bien a trozos, tienen una entidad poética al margen de la narrativa”. En su opinión, la novela de 3

Julio Cortázar “abrió una vía al experimentalismo y al uso de la cultura popular sin tapujos, sin esa condescendencia que se usa para quedar bien. En Cortázar era algo vivido, real, no un artefacto montado ad hoc. Su influencia la admite la mayoría de los escritores españoles de mi generación”. ¿Es un libro de su momento, es decir, de hace ya medio siglo? “En los sesenta se leyó en una clave política –sobre el exilio y el desarraigo- que se fue desdibujando con el tiempo, pero en estos tiempos convulsos podría rehacerse perfectamente esa lectura política y funcionaría”. Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) tampoco la ha vuelto a leer desde que lo hizo a los 17 años, por eso insiste en que sus comentarios se refieren a aquella primera impresión. Ahora, dice, está curada de espanto, “vieja” (?), no querría parecer naïf. ¿Y a los 17? “Rayuela es una novela de formación esencial para un escritor en lengua castellana. Aprendes de todo, carpintería, bricolaje. Enseña también que la literatura no es solo seriedad, que puede ser un juego, que en una novela cabe lo que tú quieras. Me da pena pensar que ya no la podría releer con la ilusión del descubrimiento. También un juguete sofisticado muy útil para bajarles los humos a los descubridores permanentes de artefactos que piensan que lo último de lo último es decirle a alguien en la página 10, pase a la página 48”. Contra Rayuela. Desde la Argentina, por correo electrónico, Damián Tabarovsky(Buenos Aires, 1967) rompe contundentemente la devoción cortazariana: “¿En qué momento Rayuela se convirtió en un libro leído en la adolescencia y nunca jamás en la adultez? O más aún, ¿en qué momento pasó a ser un texto adolescente? No lo sé. Sé, en cambio, que para mí, y para muchos de mi generación Cortázar significa esa época de la vida en que nos pasan cosas 4

vergonzantes: decir que nos gustaba Cortázar es una de esas. De hecho, a mí nunca me pasó, pero sí me ocurrió con Roberto Fontanarrosa, que vendría a ser lo mismo, pero peor. Para mí, y a para muchos de mi generación, Rayuela nació ya cursi, remanida, llena de recursos demagógicos, y, casi me animaría a decir, sociológica: encarna –igual que Sábato en otro extremo- el gusto de una clase media urbana argentina que se imaginaba en ascenso social, que suponía que, vía a Cortázar y otros como él, accedía a la alta cultura, a la divulgación de la vanguardia francesa, al último grito de la moda de la novela moderna. También expresa el último estertor en que París se pensaba a sí misma –y las clases medias argentinas lo creían- como la capital cultural del mundo. Todo eso terminó, y ahora la clase media argentina sueña con ir de compras a Miami. Y la literatura ya no le importa a nadie”. De cronopio a clásico. Alfaguara acaba de publicar una edición conmemorativade Rayuela que incluye una selección de cartas de Cortázar en torno a su escritura, publicación y recepción. En 1991 Julio Ortega y Saúl Yurkievich publicaron una monumental edición críticaen la colección Archivos de la Unesco. Tres años antes la editorial Cátedra había publicado una edición de la novela en sucolección de clásicos Letras Hispánicas a cargo de Andrés Amorós, que recuerda ahora que aquel trabajo fue el fruto de su admiración por un libro del que llegó a saberse fragmentos de memoria. “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes…” recita por teléfono citando el arranque del 68, escrito en gíglico, un lenguaje inventado por Cortázar que lleva al extremo su 5

experimentalismo. Amorós fue uno de sus primeros defensores en España y no se cansa, dice, de leer Rayuela, pero avisa respecto al humor, el juego y la ironía que contienen sus páginas: “No se puede hacer escuela de eso”. En 1962, en una carta, Julio Cortázar escribió: “Nadie es clásico si no quiere. Los profesores pueden pegarle la etiqueta, pero él (y sus libros) le escupen encima. Yo soy siempre el mismo desconcertado cronopio que anda mirando las babas del diablo en el aire, y que recién a los veinte mil kilómetros descubre que no ha soltado el freno de mano”.

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El niño de los cien años Hoy se cumple el centenario de Julio Cortázar, autor de 'Rayuela' El niño. Le dijo a Elena Poniatowska, en una de las cuatro entrevistas que tuvieron, que se sintió mal de niño: “Sí, yo creo que fui un animalito metafísico desde los seis o siete años. Recuerdo muy bien que mi madre y mis tías —mi padre nos dejó muy pequeños a mi hermana y a mi—, en fin, la gente que me veía crecer, se inquietaba por mi distracción o ensoñación. Yo estaba perpetuamente en las nubes. La realidad que me rodeaba no tenía interés para mi. Yo veía los huecos, digamos, el espacio que hay entre dos sillas, si puedo usar esa imagen. Y por eso, desde muy niño, me atrajo la literatura fantástica”. La gente. Su primer libro importante, o ambicioso, Los premios (1960), está lleno de gente que se va en un barco, de Buenos Aires a Europa. Gente vulgar, todo tipo de gente. Tiene esta admonición de Dostoievski, nada más empezar: “¿Qué hace un autor con la gente vulgar, absolutamente vulgar, cómo ponerla ante sus lectores y cómo volverla interesante? Es imposible dejarla siempre fuera de la ficción, pues la gente vulgar es en todos los momentos la llave y el punto esencial en la cadena de asuntos humanos; si la suprimimos se pierde toda probabilidad de verdad”. Para sintetizar a Dostoievski, así empieza Los premios: “La marquesa salió a las cinco —pensó Carlos López—. ¿Dónde diablos he leído eso?”. Estaban en el London, la cafetería de Buenos Aires, en Perú y Avenida, y a partir de esa pregunta en la que intervienen los diablos, esa gente empieza a desvariar. El resultado es la locura, que es la razón envuelta en el misterio. 7

La noche. Ese desvarío de Cortázar y de su gente de ficción alcanza su cima enRayuela (1964), que fue leída (que es leída) como un breviario de la soledad y la noche, un monumento literario al amor, a la extrañeza y al tiempo. Lo preside el juego, pues Cortázar quiere que lo leas como te dé la gana, pero si le quitas a esta inmensa cebolla literaria toda esa pasión lúdica que se le atribuye a Julio lo verás solo, despojado, hablando solo y de noche, en París pero también en Buenos Aires. Como si Rayuela hubiera sido escrita ante el espejo de un hombre solitario que convoca (como dice Dostoievski) a muchísima gente que, en este caso, se pregunta cuánto durará un niño. El niño se llama Rocamadour; los lectores deRayuela solíamos vernos en esa criatura indefensa. Y en el niño no era difícil ver también la metáfora que Cortázar le atribuía a la infancia. Momias. La recepción de Rayuela asombró a Cortázar, a su editor (y amigo) Paco Porrúa, porque entonces (son palabras de Juan Carlos Onetti) por el mundo literario había (no se han marchado) “infinitas momias”. Cuando Félix Grande le dedicó a Julio un número especial de Cuadernos Hispanoamericanos (octubre-diciembre de 1980) Onetti se lo dijo en una carta: “(… sin previo aviso, aparecióRayuela. Ahí Cortázar se descolocaba y colocaba. Se descolocaba de la tradición novelística de nuestros países, aceptada o robada de lo que se escribía en España o Francia. Su actitud resultó escandalosa para infinitas momias, rechazo que no lo conmovió porque deliberadamente se trataba de provocarlo”. Quien no se asombró fue Luis Harss, el gran escritor argentino que provocó (con Los nuestros) el conocimiento de todos los que, alrededor de Cortázar, hicieronboom. Jóvenes. Seguía Onetti con su entusiasmo secreto y veterano: “Y el autor se colocaba, sin buscarlo, sin buscar nada más o 8

menos que un entendimiento consigo mismo, al frente de una juventud ansiosa de apartar de sí tantos plomos, de respirar un poco más de oxígeno, de entregarse con felicidad a la zona lúdica y sin respuesta satisfactoria de su propia personalidad”. Esos jóvenes se pusieron en fila entonces. Pero luego, treinta años después, cuando Cortázar volvió a reinar en las librerías españolas, tras un interregno que inauguró su muerte (en 1984), otros jóvenes dieron varias veces la vuelta a la Fundación March de Madrid para escuchar jazz y palabras en honor de Julio Cortázar; para ese acontecimiento vino su viuda, Aurora Bernárdez, y el pintor Eduardo Arroyo dibujó el capítulo 7 deRayuela, que fue como un banderín de enganche de la ternura que hay dentro de ese libro de gente perdida en la noche. Ahora de esto hace veinte años, y Rayuelasigue como el papel fresco. Usted. El editor que creyó en él, que lo condujo, fue Paco Porrúa, que desde hace rato vive en Barcelona. Estaban trabajando en la revisión de Los premios, era marzo de 1960, y él trataba a su editor todavía de usted. Y casi jugando llega a otro libro, que le ofrece. “Hace un par de semanas terminé la revisión de Los premios, que mandé ya a Sudamericana. Me acordé entonces de lo que me había dicho usted sobre los cronopios, y me puse a buscar esos papeles que andaban bastante desparramados por toda la casa, como corresponde a cosas de cronopios. Pero finalmente aparecieron, algunos salpicados de sopa y otros con evidentes huellas de taco de goma (…) Ahora que junté todos esos pequeños textos, y los estuvimos leyendo y criticando con Aurora, tengo la impresión de que no se excluyen de ninguna manera, aunque reflejan distintas épocas e intenciones. (…) Si sigue usted con ganas de publicar esas cosas, será cuestión de que primero me escriba diciendo con su franqueza habitual (y que es la razón (una de 9

las razones) de mi simpatía por usted) los méritos y deméritos del bicharraco”. Risa. Así se iban haciendo los libros; ante Plinio Apuleyo Mendoza (el escritor colombiano) se asombraba en París, cuando ya tenía 64 años y seguía pareciendo un niño de dientes separados, de la cantidad de libros que había publicado; tenía la certeza, decía, de que eso debía constituir un error, “no son míos”. Los iba haciendo así, como si fueran bicharracos pintados desde dentro pero con risa. Así hizo La vuelta al día en ochenta mundos (1967); con la ayuda de su amigo el pintor Julio Silva (que hizo la portada, los interiores) no sólo lo escribió sino que lo construyó, como quien dibuja una rayuela. Todo lo que tocaba o recortaba, todo lo que veía viajando o sentado, todo lo que le inspiraba el exterior, se convirtió en literatura. Como si el niño que siempre fue le llevara la mano y le hiciera recortables. Así hizo también, con las fotos tremendas de Antonio Gálvez, Prosa del observatorio(1972). En esos dos libros están sus descubrimientos y la gente, miradas para que permanecieran aún siendo vulgares, o extraordinarias. Fin. El fin vino después de varias tristezas, la muerte de Carol Dunlop, su propia enfermedad. Mario Muchnik, su amigo y editor, lo invitó a su molino de Segovia. Cortázar podía ser circunspecto o alegre, pero en ambas actitudes conservaba la mirada del niño que fue, asustado o curioso. Aquí, sin embargo, en su último viaje español, su mirada era esencialmente la de la tristeza. Muchnik lo retrató en una fotografía inolvidable en la que Julio aparece escribiendo sin decir cómo le habían sobrevenido el tiempo con su noche. Aquel niño que fue siguió con él, un animalito metafísico buscando el hueco

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BABELIA

Cortázar forastero Las claves de la obra del autor de 'Rayuela' y una hoja de ruta para revisar su universo 11

Desconocido íntimo Por su impacto iniciático, suele repetirse que Cortázar es un descubrimiento de adolescencia. Esta afirmación, que contiene su dosis de injusticia, omite cuando menos otra realidad: hay sobre todo una manera adolescente de leer y recordar a Cortázar. Lo cual, definitivamente, no es culpa suya. Su aproximación al vínculo entre escritura y vida, heredada del romanticismo pero también de las vanguardias, lo convierte en la clase de autor que genera una imaginaria relación personal con sus lectores. Para bien y para mal, Cortázar es contagioso. Por eso quienes fingen desdeñarlo en realidad se están defendiendo de él. Dos fuerzas complementarias lo mantienen en un raro equilibrio emocional. Una fuerza centrífuga, el humor, que le permite distanciarse de sí mismo; y otra centrípeta, la ternura, que provoca adhesión íntima. Resultaría esnob subestimarlas.

Otras mecánicas Los cuentos fantásticos de Cortázar han sido aislados en un canon restrictivo que tiende a traicionar la genuina variedad de su poética. Las piezas perfectas (uno de los epítetos más recurrentes en su prosa) al estilo de Continuidad de los parques,escritas durante los años cincuenta y sesenta, han eclipsado una extraordinaria periferia que, contradiciendo la opinión oficial, incluye su obra tardía. Pese a los sobreexplotados artefactos de inversión como Axolotl, muchos de sus cuentos memorables (La autopista del sur, Casa tomada) no condescienden al malabarismo estructural, ni concluyen en sorpresa. En otras palabras, la mayoría de los cuentos de Cortázar operan al margen de la simplificadora ecuación con que suele identificarse su narrativa breve, persiguiendo más bien lo que él alguna vez denominó “mecánicas no investigables”.

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Un ejemplo de esas afueras es Queremos tanto a Glenda, del libro homónimo, legible como parábola de la reescritura, pero también de la censura autoritaria; se trata de un excelente cuento político, descargado de lastres panfletarios. Y sobre todo Diario para un cuento, del postrero Deshoras. En este texto final y sin embargo fundacional, Cortázar declara su intención de escribir “todo lo que no es de veras el cuento”, los alrededores de lo narrable: el contorno de un género. Quizá por eso repita la frase “no tiene nada que ver”, a modo de mantra digresivo. Para éxtasis del hermeneuta universitario, en este cuento se cita y traduce, acaso por primera vez en una obra de ficción latinoamericana, un fragmento de Derrida. Experimento autoficcional que se anticipa a actitudes literarias hoy percibidas como poscortazarianas, Diario para un cuento despliega una magistral reflexión sobre la historia del estilo, sobre cómo afecta el tiempo a las maneras de contar. El narrador nombra varias veces a Bioy (cuyo centenario, aunque casi nadie parezca haberlo advertido, también se celebra este año) como alguien capaz de describir al personaje “como yo sería incapaz de hacerlo”. Además de un homenaje, se trata del establecimiento de una frontera: el territorio en que se está aventurando Cortázar transgrede muchos códigos generacionales y estéticos. Esta última gran pieza, cuento y anticuento, decreta la senectud de una tradición que él mismo había encumbrado.

Amores duales Quiroga tanteó una división de su propia narrativa en cuentos de efecto y cuentos a puño limpio. Por anacrónicamente viril que hoy suene esta nomenclatura (casi tanto como la lamentable distinción en Rayuela entre lectores macho y hembra), el matiz era pertinente: los textos de estructura clásica frente a los que salen sin brújula en busca de un impacto visceral. De manera análoga, resultaría factible agrupar los cuentos de Cortázar en función de dos conceptos 13

mencionados por el autor: aquellos con la milimétrica vocación de converger en un golpe final, en unknock-out; y aquellos otros con preferencia por la improvisación, a partir de un tema dado, es decir, por el take. Entre estos últimos podrían incluirse epítomes como Carta a una señorita en París, El perseguidor, Historia de cronopios y famas, y títulos mucho menos transitados como Un tal Lucas. Tampoco los personajes femeninos de Cortázar escapan a esta suerte de amor dual. A un lado pululan diversas magas y figuras más o menos contagiadas por lanouvelle vague. Pienso en la Alana de Orientación de los gatos, atrozmente alabada como “una maravillosa estatua mutilada”, y cuyos encantos parecieran transcurrir “sin ella saberlo”, gracias a su becqueriano exégeta. Al otro lado sobresalen, por su capacidad de contradicción, retratos más complejos de personajes femeninos tradicionales. Así sucede con la madre de La salud de los enfermos o la prostituta de Diario para un cuento, cuya foto aparece como inquietante (¿y acaso irónico?) marcapáginas de una novela de Onetti.

El tono y el túnel Siempre me ha intrigado el conflicto entre las imágenes populares de Cortázar yBorges y sus respectivos tonos como ensayistas. Borges suele ser considerado (sobre todo por quienes no lo han leído) un clásico de sesuda seriedad. Pero su escritura, en particular la ensayística, está plagada de provocaciones, ironías risueñas y bromas hilarantes. Cortázar es tenido por un autor lúdico, de esencial amenidad. Sus ensayos, sin embargo, mantienen una sorprendente corrección profesoral. Tal es el caso de Teoría del túnel, cuyo arduo empeño en trascender la razón positivista y pensar históricamente el surrealismo resulta curioso, si consideramos que dichos objetivos son gozosamente 14

alcanzados en los relatos de Bestiario, escritos al mismo tiempo. Cuando Cortázar afirma que la narrativa de ideas no existe, ya que “las ideas son elementos científicos que se incorporan a una narración cuyo motor es siempre de orden sentimental”, y que es preciso “hacer el lenguaje para cada situación”, uno no puede evitar pensar que a menudo sus cuentos confirman lo que sus ensayos desdicen. Algo parecido podría observarse sobre Imagen de John Keats, minuciosa indagación en el más grande poeta romántico en lengua inglesa, que habría dejado al anglófilo Borges con ganas de diversión. Si bien en ese ensayo hay momentos aforísticos capaces de sintetizar al mismísimo Funes: “Toda hoja es una lenta y minuciosa creación del árbol”. De mayor vivacidad, quizá por la urgencia de su pulso periodístico, resultan los textos recopilados en el volumen Argentina: años de alambradas culturales, libro en el que Cortázar trabajó justo antes de morir y de fundamental revisita para aquellos lectores interesados en sus ideas políticas, más matizadas y dialécticas de lo que a veces se ha querido difundir.

‘Traduttore trovatore’ Uno de los aspectos más significativos y menos estudiados de Cortázar es su trabajo como traductor. No sólo porque lo retrata como lector y viajero, sino también porque ayuda a definir su relación forastera con la propia lengua materna. El Cortázar que traduce a Poe, Yourcenar o Defoe es estéticamente el mismo que lucha con hipnótica dificultad por pronunciar la erre, que se tambalea en Rayuela al reproducir su lejana habla porteña o que deconstruye el género novelístico (y la certeza del idioma autorial) en 62 Modelo para armar. Dejó escrito en francés el poeta ecuatoriano Alfredo Gangotena, recompensado por una rima intraducible: “J’apprends la grammaire / 15

de ma pensée solitaire”. En sus incursiones como poeta menor, Cortázar adquirió la ambición lingüística de los prosistas mayores. Alguien podrá pensar que algo similar ocurre con Bolaño. Pero la poesía de Bolaño discurre siempre en diálogo con su narrativa, como parte de un mismo proyecto. Si en él o en Borges su relegado corpus poético resulta por completo reconocible junto a sus grandes obras, en el caso de Cortázar los poemas fueron más bien un adiestramiento, el testimonio inquieto de un narrador distinto. En una carta de 1968, recogida en el fascinante volumenCartas a los Jonquières, le adjunta a su amigo Eduardo un soneto eneasílabo con el siguiente comentario: “Es absolutamente lo contrario de lo que pienso y hago en prosa, y por eso es muy útil como polarización de fuerzas”. Precisamente en ‘Los amigos’, incluido en Preludios y sonetos, encontramos un verso capaz de definir esa sensación de cercanía con que hoy tantos lectores celebran sus primeros cien cumpleaños: “los muertos hablan más, pero al oído”. Muchos gritaron más que Cortázar. Pocos supieron, como él, levantar una voz.

Cortázar cumple 100 años Julio Cortázar cumpliría 100 años el 26 de agosto, y su obra nos transmite hoy la misma turbadora percepción de lo cotidiano que ayer. Rayuela, la antinovela total, muestra a los lectores cómplices que el sentido de la existencia humana está en la búsqueda de “una vida digna de ese nombre”, aquí y ahora. Sus libros de cuentos,Historias de cronopios y de famas, Final del juego, Bestiario…,nos atrapan desde el humor o el misterio más inquietante, entre lo natural y lo fantástico. 16

Leo de nuevo ahora por este motivo uno de sus primeros y más celebrados relatos, Casa tomada, que publica en 1946, el año del triunfo de Perón. En él asistimos atónitos al proceso inexplicable por el que alguien, o algo, no se sabe qué, irrumpe en nuestras vidas y se adueña poco a poco de todo. Primero nos sentimos algo incómodos en casa, más estrechos, aunque nos acostumbramos a la nueva situación sin apenas protestar. “Se puede vivir sin pensar”, conceden entonces los inquilinos. Hasta que, casi sin darnos cuenta, ese ente desconocido y sin nombre nos acaba expulsando sin remedio de nuestra propia casa, que tenemos que abandonar con lo puesto. Y tiramos la llave a una alcantarilla para no volver más. Cortázar, pocos años después, tuvo que dejar su país, al que nunca volvió. Muchas personas, especialmente las más jóvenes, han debido marcharse del nuestro en estos últimos años. Nuestra obligación y responsabilidad colectiva es buscar, y encontrar, la llave que les permita regresar algún día

‘Cortázar de la A a la Z’, un libro para cronopios devotos 17

Un inclasificable y emotivo volumen recorre la vida y la obra del escritor Juan Carlos Onetti, Gabriel García Márquez y Alfredo Bryce Echenique dijeron al unísono hace años que ellos escribían para que les quisieran más. Julio Cortázar no lo dijo, pero lo consiguió. “Queremos tanto a Julio”, rezaba una campaña editorial que recuperó su obra en los noventa. Y la devoción por el autor de Rayuela, cuyo centenario se celebra este 2014, ha ido en aumento. Acaso el monumento más concreto de ese amor por Julio es un libro que ahora llega a las librerías, Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico (Alfaguara), compilado por Aurora Bernárdez, viuda y albacea del escritor argentino nacido en Bruselas (1914) y muerto en París (1984), y Carles Álvarez, que con ella ha trabajado en estos años en la clasificación y publicación de cartas y otros testimonios literarios de Julio Cortázar. El diseño es de Sergio Kern, que interpretó, dice Carles Álvarez, el sentido del ritmo que tiene el libro, y una aspiración: “Que se pudiera leer en el metro”. Para los devotos, una legión de cronopios, el libro es emocionante, y para los lectores en general, incluidos aquellos que no han leído a Cortázar, es una guía sentimental y literaria que tiene el valor de abrir todas las puertas a todos los libros, actitudes y pasiones del autor de Historias de cronopios y de famas. De la A a la Z, todas las entradas tienen la enjundia de sus propios textos, algunos de ellos inéditos (hay uno que divierte a los antólogos, en la Z, “Era zurda de una oreja”), además de testimonios (también inéditos, como una hermosa carta de Lezama Lima sobre la identidad de las novelas u otra misiva de su traductora al francés, Laure Guille Bataillon, escrita cuando Carol Dunlop y él hicieron su famoso viaje por la 18

autopista). A Aurora y a Carles les emociona, entre otros testimonios del propio Cortázar, el poema que este escribió a la muerte de su abuela. Entre esos testimonios hay algunos de un hombre imprescindible en la historia de Julio Cortázar, Francisco Porrúa, el hombre que lo descubrió, lo alentó y lo cubrió de sabias instrucciones sin las cuales quizá Cortázar hubiera sido otro.

El material ha sido compilado por Aurora Bernárdez, su viuda Además, este inclasificable libro incluye un álbum gráfico que cubre todas las facetas del escritor y del personaje; hay una muy emocionante fotografía en la que se le ve con su madre, en la actitud que luego se transparenta en sus emotivos intercambios; y hay páginas muy hermosas (texto y fotos) de su larga relación con Aurora Bernárdez, su mujer durante tantos años, y luego quien lo cuidó (hay un testimonio del propio Cortázar también sobre esa dedicación) en los tiempos más tremendos de la enfermedad de Julio. Finalmente ella ha sido, con una devoción indesmayable, la que ha sostenido el porvenir de su obra una vez muerto el autor. Carol Dunlop, el último amor de Cortázar, que hizo con él un viaje metafórico recogido en Los autonautas de la cosmopista (publicado en su día por su amigo Mario Muchnik), es otro eslabón sentimental cuidado con detalle en esta particular antología cortazariana. Es también este libro singular (que prolonga “la enorme diversión de sus libros-almanaques”, como dice Carles Álvarez en la justificación de la obra) un homenaje explícito al sentido que tenía Julio Cortázar de la amistad; aparecen ahí, por tanto, sus amigos más conocidos (los del boom, por ejemplo, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa…, con fotos desconocidas y gloriosas), así como aquellos que en algunos 19

momentos de sus vidas fueron cronopios inseparables, como Luis Tomasello, Julio Silva, los Jonquières…

Es uno de los títulos editados con motivo de su centenario, que se celebra este 2014 Cortázar fue un hombre de países (y de países heridos en algún momento, como Argentina, como Chile, como Nicaragua, o como Cuba), y ahí están sus testimonios de sus vivencias de trotamundos camusiano, un hombre extrañado pero también entrañado en todas partes). De países y de ciudades: Buenos Aires, París, Barcelona… Es tan minucioso el libro, tan lleno de broma, que incluye aún una entrada en el diccionario dedicada a la letra R, que no pronunciaban bien ni Julio ni Alejo Carpentier… Dice el coautor de la antología: “¿Por qué un álbum biográfico? Porque no podíamos esperar más. La Internacional Cronopia reclamaba ya con demasiada insistencia una nueva aproximación al escritor y al hombre. Lo previsible era otra biografía, pero cómo olvidar lo que dijo en una entrevista en 1981: ‘No soy muy amigo de la biografía en detalle. Eso, que lo hagan los demás cuando yo haya muerto”. Pues aquí está esta especie de Julio Modelo Para Armar que está hecho con indudable amor por dos destacados devotos para los devotos de Julio Cortázar. Es natural que en las fotografías la gente ofrezca rostros de felicidad. Es notable que en este libro haya tantas caras que reflejen esa satisfacción de vivir. Y no es raro, pues lo que Julio Cortázar le regalaba a sus amigos (y a sus lectores) fue precisamente esa sensación de que la vida podía ser como “salir a jugar”. Y con ese criterio Aurora Bernárdez y Carles Álvarez entregan ahora este álbum para que los cronopios devotos quieran mucho más a Julio. 20

50 AÑOS DE RAYUELA, UNA OBRA QUERIDA POR TODOS

Francisco Porrúa, el editor de ‘Rayuela’ y otros libros que cambiaron la literatura El gallego editó 'Rayuela' y libros clave del boom latinoamericano Poco dado a dar entrevistas, en 2004 charló con una experta en Cortázar y contó detalles de la edición de la novela Celebrar el medio siglo de la publicación de Rayuela, la novela de Julio Cortázar que cambió entre otras cosas el lugar del lector en este mundo, y no mencionar a Francisco Porrúa, sería tanto una injusticia como perder una oportunidad para hablar del editor que, haciendo lo que él considera sólo su labor, transformó para siempre el panorama de la Literatura. Francisco Porrúa, Paco Porrúa, el gallego de Corcubión que el azar y la necesidad llevaron a la Patagonia argentina en 1924 21

porque su padre, marino mercante, había solicitado un puesto en tierra para poder estar más tiempo con su mujer. La familia recaló en Comodoro Rivadavia cuando Porrúa no había cumplido aún los dos años (nació en 1922) y allí, en un lugar que según su expresión entonces “era el Far West”, se instalaron en una casa a las faldas del cerro Chenque, accidente geográfico propio de la meseta patagónica en ese lugar de la provincia del Chubut que acaba en el mar, y cuyo nombre remite a la presencia en la zona de los primitivos pehuenches. Es un editor que no ha escrito sus memorias, y bien que podría – o debería–, porque por sus manos ha pasado la literatura del siglo XX que anticipó la modernidad todavía vigente en el XXI.

En enero de 1955 Cortázar le cuenta a un amigo que la última liquidación semestral del libro “arrojó la suma de doce pesos”. A pesar de aquel desalentador resultado económico, Porrúa tuvo claro que quería apostar por un autor que había continuado escribiendo cuentos como los reunidos en un volumen titulado Final del juego que se publicó en 1956 en México o Las armas secretas, en 1959, en Sudamericana. El escritor argentino Marcelo Cohen hacía mucho que me había animado a escribirle, si es que yo quería seriamente seguir investigando sobre la vida y la obra de Cortázar, para que me contara su experiencia como editor, ya que se prodigaba muy poco y era difícil encontrar datos. Él por supuesto había conseguido entrevistar a su amigo y admirado editor en Buenos Aires, en abril de 2003, y, en noviembre del mismo año, la Feria del Libro de Guadalajara (México) le hizo un homenaje del que Rodrigo Fresán escribió una crónica entrañable, y pocas cosas más había publicadas sobre él.

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Por suerte, en marzo de 2004 la Universidad de Cádiz logró que Porrúa participara en una mesa redonda titulada En la Rayuela con Jean Andreu, Mario Muchnik y Nieves Vázquez, la organizadora del ya mítico encuentro “Veinte años sin Julio Cortázar”. Después de aquel homenaje pensé que no tenía que demorar más el mandato de Marcelo Cohen y así fue como le pedí una cita y un sábado de finales de septiembre de 2004 Porrúa me recibió en su casa de Barcelona. Recuerdo aquella tarde en la terraza con vistas a las copas de los árboles del Parque de la Ciudadela como un viaje en el tiempo donde Porrúa evocó al niño para quien el universo estaba en torno a una casa respaldada por el cerro Chenque y donde el camino, la playa y el mar fueron en su infancia “una especie de revelación de la inmensidad”. “Yo era muy feliz”, confesó, y a la vez recordó el llanto de su madre porque echaba de menos los paseos con sus amigas por la orilla de la ría –como símbolo de todo lo perdido–. Yo también pensé en las lágrimas de mi madre por lo mismo, por haber dejado a su familia en su pueblo abulense rodeado de pinares tras la aventura de embarcarnos para ir a hacer la América también a la Patagonia, aunque un poco más al Norte, en la provincia del Río Negro. En aquella conversación –me contó algunas cosas que yo le prometí guardar solo para mí, y eso hago– recordó los dos años y medio que estuvieron en España en tiempos de la República para que su madre se repusiera de una enfermedad cerca de su familia.

Cuando por fin Cortázar termina Rayuelahablaron de la edición y Porrúa dice que si bien estaba publicando todo en Sudamericana, Cortázar tenía la impresión de que era “una editorial poco formal todavía paraRayuela”. Después de intercambiar varias cartas sobre el tema (que 23

lamentablemente no se han conservado), Cortázar decide que la novela sea para la editorial. “España me pareció un lugar muy ameno” –dice–. “Quizá la ausencia de padre ayudaba a que yo me sintiera un poco más libre, pero volví a Comodoro (Rivadavia) y yo sentía que esa era mi tierra”. En aquel lugar, donde nacieron también sus tres hermanos, la morriña no era privativa de los gallegos sino de todos los inmigrantes que poblaron la ciudad que en su infancia era sobre todo un campamento petrolero que atraía trabajadores de todos los confines. Después, a los 18 años, hizo su propia emigración de Comodoro Rivadavia a Buenos Aires (a 1.471 kilómetros) para estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras donde hizo un camino que lo llevó a fundar la editorial Minotauro en 1954, lo que supuso su desdoblamiento en Luis Domènech, Ricardo Gosseyn, Francisco Abelenda o F. A., pseudónimos con los que se ocupó de traducir a los mejores autores de ciencia ficción que publicó después de su primer título,Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, con un prólogo de Jorge Luis Borges en el que se preguntaba qué había hecho ese hombre de Illinois para que episodios de la conquista de otro planeta "me pueblen de terror y de soledad”. Luego vino su salto a Sudamericana en 1958, de la mano de Jorge López Llovet, hijo del director Antonio López Llausás. Entonces fue cuando encontró, arrumbado en los sótanos, Bestiario, el primer libro de Julio Cortázar, publicado en 1951 justo antes de que se marchara definitivamente a Europa. En enero de 1955 Cortázar le cuenta a un amigo que la última liquidación semestral del libro “arrojó la suma de doce pesos”. A pesar de aquel desalentador resultado económico, Porrúa tuvo claro que quería apostar por un autor que había continuado 24

escribiendo cuentos como los reunidos en un volumen titulado Final del juego que se publicó en 1956 en México o Las armas secretas, en 1959, en Sudamericana. Y entonces, en 1960, cuando le publica la novela Los premios Cortázar ya empieza a hablarle de que está escribiendo un libro muy diferente, una obra insólita, “que sobre todo sorprenderá a los editores”. Cuando por fin Cortázar termina Rayuela hablaron de la edición y Porrúa dice que si bien estaba publicando todo en Sudamericana, Cortázar tenía la impresión de que era “una editorial poco formal todavía para Rayuela”. Después de intercambiar varias cartas sobre el tema (que lamentablemente no se han conservado), Cortázar decide que la novela sea para la editorial.

Lo que sucedió fue que “entonces Sudamericana no parecía apta paraRayuela, pero Rayuelala hace apta para otras cosas” y en su opinión “la introducción de una obra que parece ajena al catálogo, cambia el carácter del catálogo”. En este punto Porrúa modula el grave tono de su voz para recordar con entusiasmo que la publicación deRayuela, que lo había dejado “bastante desasosegado” cuando terminó de leer por primera vez el manuscrito, provocó “algo curioso, algo que ocurre a los editores, y es que el catálogo es el que hace al editor”. Lo que sucedió fue que “entonces Sudamericana no parecía apta paraRayuela, pero Rayuela la hace apta para otras cosas” y en su opinión “la introducción de una obra que parece ajena al catálogo, cambia el carácter del catálogo”.

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La afirmación de Porrúa se puede corroborar simplemente repasando la solapa de la primera edición de Rayuela, donde aparece una lista de otras publicaciones de Sudamericana. Junto a las tres obras de Cortázar (Bestiario, Las armas secretas y Los premios) en orden alfabético aparecen, como un corte sociológico, Sebastián J. Arbó, Francisco Ayala, Leónidas Barletta, Silvina Bullrich, Estela Canto, Arturo Cerretani, Attilio Dabini, M. de la Sota, V. Fernando, Manuel Gálvez, Sara Gallardo, Carmen Gándara, Alberto Gerchunoff, M. Lancelotti, Norah Lange, Enrique Larreta, Luis M. Lozzia, Eduardo Mallea, León Mirlas, Juan Carlos Onetti (La vida breve), Bernardo Verbistky, Elvira Orphée, Pepita Serrador, Leopoldo Marechal (Adán Buenosayres), Conrado Nalé Roxlo y Richard Wright.

Se exagera el papel del individuo, es una cosa de la situación del siglo XX, con la edad se ve, lo verás tú también Pasados los preceptivos cincuenta años que diría Jorge Luis Borges para considerar que un libro ha sobrevivido, a efectos del catálogo no está mal la pléyade reunida por el editor hasta entonces aunque él todavía defiende la idea de que Roberto Calasso “es el editor más grande” porque “Adelphi es una colección que la puedes comprar toda”. No acepta los halagos que le prodigo en cuanto a su papel decisivo del editor que con su sensibilidad contribuye a transformar toda una época. “Yo estoy absolutamente convencido de que no soy el hacedor de nada” –me contradice. “Yo tengo historias que parecen anécdotas de lo sobrenatural sobre cómo he recibido algunos libros” –agrega para tratar de convencerme y entonces habla de cómo llegó a sus manos Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, porque vio en el 26

manuscrito de Los nuestros, que le proponía Luis Harss vio en un capítulo "un nombre desconocido entre toda esa fila de héroes" y quiso leer algo suyo. Para minimizar la idea de su importancia como editor, cuenta que algo similar le ocurrió con El señor de los anillos, ya que supo que habían quedado libres los derechos de esa obra de Tolkien que tenía entonces Jacobo Muchnik en Fabril Editores y decidió publicarlo. “Se exagera el papel del individuo, es una cosa de la situación del siglo XX, con la edad se ve, lo verás tú también” –replica cuando le señalo la humildad con la que habla de decisiones como esa que luego le permitió vender la editorial Minotauro y retirarse, o haber publicado Rayuela o Cien años de soledad. “No es humildad, es realismo, es comprender lo que ocurre” – dice– y trae a colación la frase “las cosas no se hacen, pasan” para recordarme que eso está presente “en toda la literatura kármica, oriental, en muchos europeos occientales, la corriente del determinismo”. Y aunque como él mismo afirma “no se puede decir de ningún modo que soy el que era hace treinta o cuarenta años” Francisco Porrúa es, sobre todo, el hombre cuya primera reacción después de leer Rayuela fue decirle a Cortázar “Tengo ganas de tirarte el libro a la cabeza”. Justamente lo que esperaba de su editor hace ahora cincuenta años el autor del libro que a tantos nos ha cambiado la vida e incluso a muchos se la ha salvado.

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MEDIO SIGLO DE RAYUELA, UNA OBRA QUERIDA POR TODOS

‘Rayuela’ y la iglesia cortazariana La novela de Cortázar creó seguidores, adeptos, creyentes. Ese carisma tiene una probable explicación: fue una tremenda propuesta vital, un modo de vivir y entender las relaciones humanas Leer Rayuela hoy, 30 años después de la primera vez, me deja algo perplejo. Es, de un lado, una novela muy contemporánea, pero al mismo tiempo una narración sorpresivamente clásica. Me intriga que a pesar de su deseo explícito de dinamitar el concepto tradicional y autoritario de novela decimonónica, Julio Cortázar haya usado para los capítulos de argumento, en los que se sigue la vida de Oliveira, precisamente un narrador en tercera persona (¿por qué no desde el yo del personaje?). El mismo omnisciente de las novelas de Galdós del que Oliveira se burla. El resultado es que el espíritu juguetón del lenguaje acaba siendo un atributo del narrador, y con frecuencia ahoga a Oliveira y a los demás personajes. Hay aquí y allá primeras 28

personas "engastadas" (las Morellianas, por ejemplo), voces y citas cultas y música y poesía e ideas, pero el tono general es el de la omnisciencia. De otro lado, es en la fragmentación y en su carácter aluvional donde Rayuela sí es una novela muy contemporánea. O al revés: una parte de la contemporaneidad, por ese motivo, es cortazariana. La relectura que Roberto Bolaño hizo de Cortázar, por ejemplo, fue y sigue siendo una de las claves de la novela actual, en lengua española, por la búsqueda de estructuras más originales y expresivas.

Es en la fragmentación y en su carácter aluvional donde Rayuela sí es una novela muy contemporánea Pero lo más llamativo, visto desde hoy, es lo que podríamos denominar la "iglesia cortazariana", ese ejército de lectoresmuyahidines de España y América Latina (con excepción de Francia, donde vivía, Cortázar tuvo poca repercusión en otras lenguas) que daban la vida por él, que juraban en su nombre y se sabían de memoria pasajes de Rayuela. Más que lectores, Cortázar tuvo seguidores, adeptos, creyentes. Ese carisma tiene una probable explicación y es que Rayuela fue en su época una tremenda propuesta vital, un modo de vivir y entender las relaciones humanas. La gran revolución de Cortázar en Rayuela fue proclamar que la vida cotidiana debía considerarse bajo presupuestos estéticos, y en esto sí que fue un adelantado de su tiempo. Artistas como Sophie Calle, cuyas obras son "intervenciones" sobre su propia vida, parecen haber surgido de él.

La gran revolución de Cortázar fue proclamar que la vida cotidiana debía considerarse bajo presupuestos estéticos.

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Recuerdo a mis compañeras de la Universidad Javeriana de Bogotá el día de su muerte, 12 de febrero de 1984. Eran las viudas de Cortázar, todas vestidas de negro. La "iglesia cortazariana" de mi ciudad estuvo abierta y en vela toda la noche, y ahí nosotros, tan lejos de todo aquello que nos parecía importante, en nuestra esquina provinciana y lluviosa del mundo. Yo no adopté el luto, pero me mantuve en silencio por 24 horas en señal de disgusto cósmico, y cuando recuperé el habla dije que iría a vivir a París. Tenía 17 años. También hubo una proclamación universal de dolor por parte de la internacional de "cronopios" unidos. En la "iglesia cortazariana" todos éramos cronopios, por supuesto, y esto es algo que, con el tiempo, señala una diferencia de época: hoy Rayuela es sólo una novela (ya no un texto sagrado), y a pesar de su enorme carisma la verdad es que el entusiasmo reblandece ante ciertos aspectos argumentales, como eso de que un grupo de varones desprecie intelectualmente a una mujer, La Maga, porque se pierde en los retruécanos culteranos del Club ("esto es el Meccano 7 y vos apenas estás en el 2", le dicen), pero siguen con ella porque todos, grosso modo, quieren llevársela al huerto. Según el narrador, Oliveira la ama, pero ese amor no se percibe más que en los celos sexuales o en la nostalgia que siente cuando al fin La Maga se va. Talita tampoco sale muy bien librada. Este machismo primario, que hoy produce algo de sonrojo, era invisible en los años sesenta. También el exhibicionismo intelectual sonroja un poco. Lo que Rayuela cuenta es bastante clásico y reiterativo: el exilio y la escisión de dos mundos a través de una proclama libertaria y estética, con un argumento de amor tradicional en el que la mujer desaparece y el hombre la añora y busca. Como en Los novios, de Manzoni o en La Vorágine, de José Eustasio Rivera. Pero lo tremendamente moderno de Rayuela es su escritura. No 30

por los saltos de capítulos y la supuesta "posibilidad de elegir" el propio camino (esto es más un artificio teórico que algo real, pues para hacerlo habría que leerla antes al menos tres veces). Es el modo de narrar lo que la hace moderna, lo que aún hoy sigue siendo deslumbrante e hipnótico. La escritura de alguien inmerso en la música y la poesía, con un oído magistral para el diálogo y una sensibilidad fuera de lo común. El episodio de Berthe Trépat contiene todo esto y es de lejos lo mejor del libro.

Es el modo de narrar lo que la hace moderna, lo que aún hoy sigue siendo deslumbrante e hipnótico Me pregunto si hoy una editorial se atrevería a publicar una novela comoRayuela de un desconocido llamado Julio Cortázar, y la verdad es que lo dudo. Le dirán que es muy larga, que los capítulos prescindibles, en el fondo, sí que son prescindibles (y en muchos casos lo son), y que las referencias cultas dejan por fuera al 95% de los lectores. Si no le envían una carta estándar de rechazo, seguro que le dirán algo así. Porque Rayuela fue uno de esos libros que no buscó adaptarse al gusto de la masa lectora de su época, sino todo lo contrario: oponiéndose a ese gusto, lo que pretendió fue modificarlo, enriquecerlo, hacer que fuera más complejo y exigente. Y sin duda lo logró, lo que ya es mucho. Pero justamente por ese riesgo sus posibilidades editoriales, hoy, serían casi nulas.

MEDIO SIGLO DE RAYUELA, UNA OBRA QUERIDA POR TODOS

París sigue queriendo a Cortázar 31

Una exposición fotográfica y un diccionario conmemora los 50 años de la obra más popular del autor argentino Según Aurora Bernárdez, la primera mujer de Julio Cortázar, “Rayuela no la escribió Cortázar, la escribieron las ciudades”. La frase, que Bernárdez dijo en París, donde vive todavía, en la presentación de la exposición Rayuela, El París de Cortázar, es una de las referencias del homenaje que el Instituto Cervantes de la capital francesa ha dedicado al mítico libro que el 28 de junio cumple 50 años. La muestra, que se puede visitar hasta el 12 de julio, recorre las imágenes, los objetos, las obras y las amistades de Cortázar en París. El comisario de la muestra es el director del centro, Juan Manuel Bonet, exdirector del Museo Reina Sofía, que ha elaborado un diccionario “Cortázar-París-Rayuela. Uno de los amigos más queridos de Cortázar era Antonio Gálvez, fotógrafo y pintor catalán, que le hizo magníficos retratos y que vivió con él docenas de citas, conversaciones y anécdotas. “Yo estaba haciendo un libro de fotos sobre los grandes intelectuales –los cabezones- cuando todavía no eran tan sabios, cuando todavía eran personas”, recuerda Gálvez. “Yo entonces me moría de hambre, y todos me prometieron un texto para el libro, que iba a editar un suizo. Muchos se rajaron, pero algunos eran formales. Goytisolo y Carpentier fueron muy formales, otros menos. Pero el más humano de todos, el más señor, era Julio. Era persona antes que escritor. Nos corrimos grandes juergas juntos, pero se murió muy pronto, demasiado pronto”. Las magníficas fotos que Gálvez tomó a Cortázar cuelgan de un tendal con pinzas en la planta de arrriba de la sede del Cervantes, junto a cuadros y dibujos de otros de sus amigos de los años de Rayuela: Pat Andrea, Sergio de Castro –que inspiró el “Étienne” de la novela-, Eduardo Jonquières, Julio Silva –“el 32

Patrón”, colaborador gráfico de Cortázar en Rayuela y 62, Modelo para armar, en sus almanaques y otros libros-, Antonio Seguí, Antonio Taulé y Luis Tomasello. La relación de Cortázar con el jazz, tan presente en Rayuela, se cuenta a través de algunas de las fotografías que durante la década de los cincuenta tomó, primero en Nueva York y luego en París, Marcel Fleiss, entonces colaborador de Jazz Hot, y hoy gran galerista del surrealismo. La exposición cuenta la relación de Cortázar con París, donde vivió entre 1951 y 1984, el año de su fallecimiento, y una de las dos ciudades –la otra es Buenos Aires- donde transcurre Rayuela. Con la muestra y el diccionario, Bonet ha querido subrayar que “la novela más emblemática del 'boom' fue escrita por un autor que adoraba la cultura francesa”. En la pared de la escalera que une las dos plantas de la sala de exposiciones, se muestran las postales que Cortázar coleccionaba y colgaba de las paredes, una costumbre que traspasó a los personajes de Rayuela. Muchas de ellas han sido cedidas al Instituto por Aurora Bernárdez, que las guardaba en una gran caja, recuerda Bonet. La muestra se completa con las fotografías de Alécio de Andrade para un libro conjunto en torno a París: el Sena y sus “quais”, tan frecuentados por Horacio Oliveira y por la Maga, la Clocharde, los cafés y las librerías de Saint- Germain-des-Prés, el Marais, los Marchés aux Puces... Además, el Cervantes ha lanzado en Internet, dentro de su proyecto las Rutas Cervantes, que coordina Raquel Caleya, la Ruta temática dedicada a Rayuela(http://paris.rutascervantes.es/ruta/rayuela), 33

realizada por José María Conget y que permite conocer mejor algunos escenarios de la novela. La Ruta consta de 27 lugares, y va desde el Quai de Conti(“¿Encontraría a La Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti…”) hasta el Cementerio de Montparnasse, donde está enterrado Cortázar. Bonet anuncia que “la exposición sobre Rayuela y su Ruta son un preludio al centenario del nacimiento de Cortázar, que contribuiremos a celebrar el año que viene en la ciudad de adopción del escritor, a la cual se unirán entonces Buenos Aires y otras de las ciudades cortazarianas, así como otras del ámbito hispánico”.

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La biblioteca virtual de Cortázar Los libros que el autor de 'Rayuela' tenía en París se pueden contemplar en la red 50 años de portadas en diferentes lenguas del libro más emblemático del escritor Julio Cortázar dijo de Rayuela: "De alguna manera es la experiencia de toda una vida y la tentativa de llevarla a la escritura". Han transcurrido 50 años desde que el escritor convirtió en palabras la historia que comenzó a soñar en 1958. La novela se publicó por primera vez en Buenos Aires en 1963 y a partir de entonces cambió una parte de la historia de la literatura y agitó la vida de miles de jóvenes en todo el mundo. En la nueva edición de Alfaguara la novela va acompañada de un mapa del París de Rayuela y de un apéndice donde Cortázar cuenta la historia del libro que buscó el más allá de todas las fronteras. Las historias que escribió y los ejemplares que fue comprando a lo largo de su vida en París se encuentran en la Fundación Juan March. La biblioteca fue donada por su viuda, Aurora Bernárdez, en 1993, con 3.894 títulos (entre libros, revistas y recortes de prensa), que la citada fundación ha incrementado hasta cerca de 35

los 5.000 volúmenes. Fueron libros que en muchas ocasiones el escritor compró en las librerías que se encuentran a orillas del Sena. En la biblioteca personal de Cortázar se encuentran también muchos de los que debieron ser sus primeros libros: primeras ediciones de textos franceses de autores surrealistas o antiguas ediciones de clásicos castellanos. Muchas obras están dedicadas por sus autores al escritor (Alberti, Neruda, Onetti, Lezama Lima, Octavio Paz...), y otras aparecen firmadas o anotadas por Cortázar. Sus manuscritos literarios y sus papeles están depositados en las universidades de Texas (Austin) y Princeton (Nueva Jersey) y el archivo fotográfico se encuentra en el Centro Galego e Artes da Imaxe de A Coruña. El Instituto Cervantes y la Fundación Juan March han elaborado una visita virtual a Los libros de Cortázar. MEDIO SIGLO DE RAYUELA, UNA OBRA QUERIDA POR TODOS

El imán de ‘Rayuela’, una novela mítica ¿Por qué gusta Rayuela a una determinada edad y con los años va prediendo efecto? Es un libro de madurez porque trata del final de la juventud sin sentir que la madurez haya agostado todavía la circulación de la sangre pero ya lejos de las certezas ilusas y la sentimentalidad cándida El primer imán es Julio Cortázar, por supuesto. Hoy lo tenemos cartografiado por sí mismo en varios volúmenes de epistolario no sé si con todos los tonos imaginables, pero sí sé seguro que con tonos que no nos parecen Cortázar, ni el Cortázar de Ceremonias ni el de 36

lasHistorias de cronopios y famas. Pero por supuesto en todos ellos habla, siente y piensa Julio Cortázar. Reencontramos, por ejemplo, al más joven, aquel que va mandando artículos meditados y reflexivos a la revistaRealidad en Buenos Aires y aquel que debe de leer también las prosas de la angustia bloqueada de Ernesto Sábato, y el que lee ya fascinado a los surrealistas y a Edgar Allan Poe. Y sólo alguno de esos Cortázares está en Rayuela, que es un experimento puro y una ordalía de plenitud vital que ni se ve siempre en su epistolario ni forma parte de la biografía de nadie. Pero sí de la textura de ese libro expansivo y jovial como un reloj loco que da la hora que le da la gana y asombra al incauto que se acerca a la literatura con la solemnidad sacral de la verdad con mayúsculas. Es un libro de madurez porque trata del final de la juventud sin sentir que la madurez haya agostado todavía la circulación de la sangre pero ya lejos de las certezas ilusas y la sentimentalidad cándida.

El secreto es la fusión de dos hierros: la pulsión absurda e inocente de un humorismo más blando que ácido y la ternura del amor como montaña rusa con risas y perplejidad Por eso tiene también aire de novela musical, o de versión novelesca de un musical yanki pasado por la literatura de la angustia y dispuesto a no ceder a ella (ni a la angustia ni a la literatura sombría). Me parece que el secreto de ese experimento piromusical es la fusión de dos hierros, hierros de matar, por supuesto: la pulsión absurda e inocente de un humorismo más blando que ácido y la ternura del amor como montaña rusa con risas y perplejidad. La combinación de ambas cosas es casi la textura fundamental de la novela y en ella cristaliza ese aroma agridulce de piedad por la tragedia cómica y de magnanimidad por el error sentimental. El amor es un juego verbal y la literatura también, y ninguno de los dos se resignará a ofrecer sólo la versión amarga o desengañada de un intento de felicidad, todavía. 37

El escéptico cinismo de Bryce Echenique y La felicidad, ja, ja, no forma parte del código sentimental de Rayuelaporque sería un neutralizador de las virtudes festivas de un libro sin oscuridad, que no sabe de zonas sombrías ni desesperanza. Ese registro lo añadirá el lector escarmentado, y quizá por eso sospechamos hoy que es un libro para lectores juveniles de edad o corazón y es también un libro involuntariamente melancólico leído desde la madurez de edad o corazón. Casi como el mejor jazz.

'Rayuela', a los 50 años de su aniversario, sigue siendo la más joven 38

La novela del argentino Julio Cortázar partió en dos la narrativa de América Latina. Julio Cortázar (Bruselas, 1914-1984) vislumbró, como lo hizo Jorge Luis Borges, los cambios radicales de conducta y concepción del mundo que sufrió Occidente a mediados de siglo pasado. Cortázar abrió una honda herida en el orden cerrado de las literaturas proponiendo y realizando ordenamientos que ofrecieran múltiples perspectivas; creando desconciertos y roturas en los discursos lógicos; desconectando y fragmentando las coherencias narrativas; haciendo de la vida y la literatura calidoscopios. En 1950, antes de la publicación de sus primeros cuentos, Cortázar sostuvo que la novela es el instrumento necesario "para el apoderamiento del hombre como persona, del hombre viviendo y sintiéndose vivir". La novela debía renunciar a la lírica como adorno a fin de ser un poema que capturara una realidad que está mas allá de las descripciones verbales. Rayuela es un vibrante collage de diálogos heterodoxos, sicológicos, filosóficos y espirituales, burlescos, visionarios y metafísicos acerca de la cultura argentina, sus dicotomías, y todo lo divino y lo humano. Un cruel y desesperanzado libro que más allá de sus chistes y parodias muestra la vida como un laberinto matemático donde -Julionosotros- Cortázar- se busca entre el abisal pozo de su inconcebible y prodigiosa inteligencia. Fue escrita en París mientras se sucedían los primeros años de la Revolución Cubana, a la cual Cortázar profesó una fe inexplicable. Se cree que tardó cuatro años en confeccionarla y fue publicada en febrero de 1963 por Francisco Porrúa en la editorial Suramericana de Buenos Aires -el mismo que publicaría en junio de 1967 Cien años de soledad-, quien junto a Cortázar corrigió el manuscrito que hoy reposa en la Universidad de Texas. Tiene tres secciones, "El lado de allá" (París, capítulos 1 a 36), "El lado de acá" (Buenos Aires, capítulos 37 a 56), y un apéndice: "La luz de la paz del mundo", en el que un iconoclasta francés de apellido italiano, Morelli, propone una posible novela que fuese escrita en una nueva geometría, fuera del tiempo absoluto. La estructura de Rayuela puede ser entendida como una sesión de improvisaciones de jazz, con variaciones sobre diversos temas. En la introducción o Tablero de dirección nos enteramos que el libro es muchos libros, o al menos dos: uno que terminaría en el capítulo 56 39

-una novela convencional-, y otro que comienza en el 73 -una novela experimental-, pero podemos armar la rayuela que deseemos saltar o leer. Rayuela es una carcajada contra los valores de la vida moderna, la literatura y los lenguajes convencionales, que usa de surreales, el monólogo interior y el habla de Buenos Aires. Horacio Oliveira, porteño de clase media, indiferente pero educado, es, al iniciar la búsqueda del 'Cielo', un hombre de mediana edad. En París conoce a La Maga, joven uruguaya que, al pretender huir del pasado, se enamora de Horacio. El Club de la Serpiente -conformado por el yugoslavo Gregorovius; Ronald y Babs, una pareja de norteamericanos; el chino Wong; Perico, un peninsular; los franceses Etienne y Guy Monod, y La Maga y Oliveira-, adictos al sexo y el jazz, el arte y el budismo zen, la patafísica y las interminables discusiones sobre esos asuntos, llevan la vida como un juego aun cuando Oliveira esté obsedido por encontrar valores últimos, y ella crea que él tiene respuestas a sus problemas. Oliveira debe constantemente crear su propia realidad, especialmente si la vida es absurda y el hombre, la religión y el amor son ilusiones. La vida es un quehacer para ser vivido, no para ser discutido. Este ambicioso intento por descubrir una suerte de orden metafísico en las cosas fue muy celebrado y admirado en Cortázar, incluso por aquellos que rechazaron el libro en sus pretensiones intelectuales. Hay que resaltar, entre los aciertos, su humor anárquico, raro en las literaturas latinoamericanas de la época, y sus extensos y liberadores experimentos con la lengua, como el prestigioso capítulo 68. En su extensa pregunta ontológica Rayuela tiene mucho de filosofía védica. El hombre es una unión de partes que se juntan después de la muerte en otra existencia, que se basa, a su vez, en otra vida previa. La ignorancia mantiene el alma alejada de saber que la experiencia, en el mundo real, es ilusión, haciendo mucho más compleja la búsqueda del por qué y qué es el hombre. Mostrando la vida total del hombre, sus acciones, pasiones y problemas, analizando el arte, Rayuela devela un rostro multifacético del mundo y los objetos que ha creado. "Era el hombre más alto que se podía imaginar -recordó Gabriel García Márquez el 22 de febrero 1984, al morir Julio Cortázar- con una cara de niño perverso dentro de un interminable abrigo negro que más bien parecía la sotana de un viudo, y tenía los ojos muy separados, como los de un novillo, y tan oblicuos y diáfanos que habrían podido ser los del diablo si no hubieran estado sometidos al dominio del corazón".

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