Quiero Esos Zapatos

PAOLA ¡Quiero esos apatos! Ilustraciones de Sara Not ¡Quiero esos apato ! VERGARA GRUPOZETA'S- Barcelona• Bogotá

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PAOLA

¡Quiero esos

apatos!

Ilustraciones de Sara Not

¡Quiero esos

apato !

VERGARA GRUPOZETA'S-

Barcelona• Bogotá• Buenos Aires• Caracas• Madrid• México D.F.• Montevideo• Quito• Santiago de Chile

Título original: Voglio quelle scarpe! Traducción: Teresa Clavel Lledó l.ª edición: marzo 2007 © 2004 Sperling & Kupfer Editori S. p. A. © Ediciones B, S. A., 2007 para el sello Javier Vergara Editor Bailén, 84 - 08009 Barcelona (España) www.edicionesb.com

Printed in Spain ISBN: 978-84-666-1566-2 Depósito legal: B. 2.684-2007 Impreso por LIMPERGRAF, S.L. Mogoda, 29-31 Polígon Can Salvatella 08210 - Barbera del Valles (Barcelona) Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos.

Este libro está dedicado a las mujeres, que comprenden. Y también a los hombres, que no comprenden pero que, a fin de cuentas, saben apreciar.

La follia della donna que! bisogno di scarpe che non vuole sentire ragioni cosa sono i milioni quando in cambio ti danno le scarpe. Euo E LE STORIE TESE, La follia della donna

La locura de la mujer/ esa necesidad de zapatos/ que no atiende a razones/ qué son los millones/ cuando a cambio te dan zapatos. ELIO E LE STORIE TESE, La locura de la mujer

Introducción

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Mujeres que hablan con los pies (y corren con tacones)

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Sex & The Shoe

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Mocasines comodín

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Sneaker: no sólo deporte

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Una república basada en los zapatos

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El síndrome Imelda

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Vida en las puntas

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El subconsciente y el tacón diábolo

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Mujeres con botas

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Pregunta por los Beatles (no el grupo, sino los botines hasta el tobillo)

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Las bailarinas y la eterna ilusión de ser Audrey

77

La otra Hepburn y los zapatos de hombre

83

Curso de autoestima, breve como una correa en el tobillo

87

La escandalosa sandalia

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La ley del talón

99

¡Arriba la plataforma!

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Globalización y crisis de la pantufla occidental

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La lluvia: un castigo divino

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De qué hablan los hombres cuando hablan .de zapatos

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La misteriosa magia de los zapatos rojos

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Secretos del oficio y otras artimañas Taconómetro

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Salud y zapatos: un tema del que no se quiere oír hablar Decálogo para pies felices Mantenimiento perfecto Cómo se diseña y fabrica un zapato Medidas del mundo

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(Re )Epílogo

141

Glosario

145

Bibliografía

151

Agradecimientos

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Hace cinco años entré en el que ahora es mi piso. El anterior inquilino, el consabido amigo-de-un-amigo, era un tipo muy deportista y con una arraigada afición al bricolaje. Mientras me ilustraba sobre las particularidades de la casa, se detuvo con orgullo ante el hueco de una pared que había transformado hábilmente en un gran armario con estantes. Allí tenía sus numerosos jerséis deportivos (no es del estilo chaqueta-y-corbata). A mí se me iluminó la cara y dije, casi gritando: -¡Fantástico! ¡Aquí guardaré todos mis zapatos! Él me miró, estupefacto, y dijo: -¿ Cuántos pares de zapatos tienes? Yo tengo cuatro: dos de invierno y dos de verano. Si alguna vez hubiera tenido dudas, aquello me habría dado la confirmación: mujeres y hombres somos 13

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muy distintos en general, pero en cuestión de zapatos lo que nos separa es un abismo. Se calcula que, por término medio, una persona recorre a pie en el transcurso de su vida aproximadamente tres mil kilómetros. Así pues, los zapatos son un objeto útil para ambos sexos. Sin embargo, sólo son una obsesión absoluta para las mujeres. Las revistas femeninas nos explican cómo utilizarlos para buscar marido, reconquistar a un amante perdido o conseguir que nos contraten para ocupar un puesto de trabajo que nos interesa. Pueden costar un ojo de la cara, pero, mientras que el dinero mondo y lirondo no da la felicidad, un par de zapatos nuevos puede llevar a una exaltación que se acerca mucho, muchísimo, a la felicidad (esa felicidad que, según los filósofos, dura un instante). La razón casi siempre es misteriosa. Quizá sea porque, comparados con muchas otras cosas (las prendas de vestir, por ejemplo), los zapatos presentan una enorme ventaja: estés gorda o delgada, seas alta o baja, guapa o fea, puedes comprarte los zapatos que se te antoje. Los zapatos poseen virtudes mágicas: en cuanto una se los pone, la hacen sentir espléndida o sexy, refinada o deportista. A pesar de que tocan el suelo nunca inmaculado de la calle y de que están en contacto con el sudor, son objetos de arte, o al menos de artesanado noble, no muy distintos de las joyas. Con la diferencia de que 15

cuestan menos que los diamantes, los famosos «mejores amigos de las chicas». O sea que, en realidad, los . . zapatos son nuestros meJores amigos.

Aviso: en este libro no pretendo, evidentemente, decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre la cuestión, porque es imposible. El director de cine francés Fran~ois Truffaut afirmaba que todos los espectadores de cine tienen dos trabajos: el suyo y el de crítico cinematográfico. Del mismo modo, todas las mujeres son expertas en zapatos. Lo han sido siempre, pero en los últimos diez años el fenómeno ha crecido desmesuradamente por miles de razones. Para incrementar la popularidad de sus marcas, las grandes firmas de la moda han apostado fuerte por la producción de complementos: no sólo zapatos, sino también bolsos, gafas y cosméticos, productos cuyo precio es más accesible que el de los vestidos, los trajes de chaqueta o los abrigos. La obsesión por los zapatos de lujo fue durante mucho tiempo privilegio de una casta formada por las «It Girls», las mujeres de la jet set internacional: actrices, figuras de la alta sociedad, multimillonarias, una única y selecta tribu reconocible por los complementos que lucía. Sus tatuajes eran las marcas: Hermes, Gucci, Caovilla, Ferragamo, Blahnik. Las conseguían 16

entrando en las exclusivas waiting lists de las boutiques internacionales. Después, con la nueva política comercial de las marcas de gama alta, lo que había nacido como actitud elitista se ha convertido en un comportamiento de masas. Las marcas se han multiplicado (o han degenerado en las numerosas segundas líneas) y las compradorascoleccionistas también. En los dos últimos años, los productores han denunciado una situación crítica tanto en el mercado de los zapatos como en otros sectores de la moda: disminuyen las exportaciones y aumentan las importaciones de productos (en serie, menos refinados) de China, Vietnam y la India. Sin embargo, pese a que soplan vientos de crisis económica, o tal vez precisamente por eso, el calzado de calidad continúa siendo considerado una forma de inversión inteligente, en parte por confirmar el dicho «lo barato sale caro», en parte porque los zapatos de firma son uno de los status symbol más ambicionados y a los que resulta más difícil renunciar. Quien no puede permitirse comprar las piezas de la última temporada recurre a tiendas outlet, donde es fácil encontrar modelos todavía atractivos más baratos. Quizá para que los zapatos de firma vuelvan a ser un objeto realmente exclusivo, habrá que volver al producto hecho a medida, como sucedía antes de la Segunda Guerra Mundial.No es casual que en Londres se impar17

tan cursos, dirigidos a los buenos artesanos, para enseñar a confeccionar zapatos en dos días. Yo, francamente, no creo que la iniciativa tenga mucho éxito. Toda la fascinación de los zapatos radica en el encuentro: ahí están, espléndidos, vírgenes, expuestos para nosotras en un escaparate bien iluminado del centro o en el confuso montón de un puesto de mercadillo. Ahí, los zapatos, exactamente igual que el amor, pueden despertar instintos violentos. He visto cosas que los hombres ni siquiera podrían concebir, pero que las mujeres han vivido a menudo en primera persona: peleas por el último par del número 37 de uµos zapatos atigrados con lacito, codazos para hacerse con el 38 de un absurdo par de sandalias doradas e incluso insultos por unos botines marrones que no parecían tener nada especial salvo que todas los querían. La pasión por los zapatos tiene tras de sí una historia cautivadora. La humanidad ha ido descalza muy poco tiempo. Ya en algunas pinturas' prehistóricas se ve calzado hecho con pieles de animales. Este complemento ha evolucionado al mismo ritmo que la moda y el vestido. Para terminar, ésta es mi «zapatografía» personal. He escrito el texto que tenéis entre las manos llevando casi siempre unas Nike Pegasus, las mismas que me pongo para correr. Para mí, es como ir descalza. Mientras vagaba por la ciudad en busca de inspi18

ración, mirando los escaparates y sobre todo los zapatos con los que las mujeres caminan, siempre me han acompañado unas botas negras de suave vaqueta, con tacón medio y algo puntiagudas, de Miu Miu, una de las mejores adquisiciones del invierno 2002-2003. Esas botas me han enseñado una cosa: lo que se busca no siempre está expuesto, ni siquiera en las tiendas más grandes. Explicad con todo lujo de detalles alas dependientas lo que deseáis. Podrían tener en el almacén (como sucedió en el caso de mis queridas botas) un modelo apropiado para vosotras pero que, por culpa de las crípticas filosofías de la moda, no encaja en la tendencia del momento. Cuando fui a entrevistar a Sara Porro, una de las mejores diseñadoras de zapatos de Italia, cometí el error (¡pero es que hacía mucho frío!) de ponerme un viejo par de zapatos abotinados de gamuza Hogan. Ella, que es una sacerdotisa del zapato elegante, me miró fatal, pero me perdonó con mucha simpatía. Para visitar el museo Ferragamo de Florencia escogí, en cambio, unos zapatos de Dolce & Gabbana del 2000, de charol y piel de serpiente, con correa en el tobillo y tacón bastante bajo, cómodos gracias a un uso intensivo. También fue una metedura de pata, o en este caso sólo media, pero era lo mejor que podía hacer en vista del día movido que me esperaba. Ellos, amabilísimos, hicieron como que no se daban cuenta. Gracias. 19

Para celebrar el final de este maravilloso viaje por la obsesión (mía y ajena) por los zapatos, todavía no he decidido qué zapatos ponerme. Quizá vaya a comprarme unos nuevos. En realidad, ahora que lo pienso, los necesito.

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Se dice que alguien está «como un niño con zapatos nuevos» cuando está muy satisfecho y contento porque acaba de conseguir algo que deseaba. Se dice: «No le llega a la suela del zapato» para expresar que una persona es muy inferior a otra, en general o en una cualidad concreta. Se dice: «Fulanito sabe dónde le aprieta el zapato» para expresar que sabe muy bien lo que le conviene. Se dice que una persona «ha encontrado la horma de su zapato» cuando se topa con alguien que es capaz de enfrentarse y competir con ella. Cuentan que ciertos políticos napolitanos de los años cincuenta regalaban a sus potenciales electores un zapato; después de votar conseguirían la pareja. Hablando de pareja, los zapatos son el simulacro perfecto de ésta, como señala tri~temente la frase que pro21

nuncian muchas mujeres abandonadas: «Me ha dejado como si fuera un zapato viejo», pues un zapato viejo es el objeto inservible por antonomasia. Sobre todo cuando ha quedado sólo uno: llegados a ese punto, entre zapato y mujer no hay diferencia. En castellano también se dice «hacer algo con los pies» o «pensar con los pies», es decir, muy mal, descuidadamente, sin buena voluntad ni conocimiento de causa. Esta connotación negativa viene de la contraposición entre manos (nobles) y pies (innobles). Es un arcaísmo, que ve las manos más cerca de la mente y del corazón, mientras que los pies, descerebrados medios de transporte, están allá abajo. En inglés, en cambio, está clarísimo que el calzado (y por lo tanto los pies que contiene) es la base de la personalidad de quien lo lleva. Dicen, por ejemplo, «meterse en los zapatos» de alguien con el significado de ponerse en su lugar. Y es preciso reconocer la eficacia de la lengua inglesa, porque meterse en los zapatos de alguien es realmente un gesto muy íntimo. Para las mujeres en particular es tan íntimo que es uno de los primeros gestos que hacemos de pequeñas, nada más conquistar la posición erecta. En cuanto queremos sentirnos «mayores», nos ponemos un par de zapatos de mamá, probablemente de tacón. De este modo, subimos a un pedestal que eleva inmediatamente nuestro sentido de la feminidad. Ese zapato «roba22

do», aunque sólo sea por unos instantes, nos hace crecer en todos los sentidos. Los psicoanalistas explican que se trata de un rito «proyectivo»; yo lo recuerdo como un momento mágico. Disfrazarse para jugar siempre empezaba por ahí. Para los mayores, ver a una niña con zapatos de tacón es un hecho tierno y cómico, pero para la niña es el ingreso en un mundo de aspiraciones y sueños. La sensación de tener unas extremidades liliputienses y ser un retaco tambaleante caminando con esos objetos con los que la madre sale a la calle crea en la niña la ilusión de que muy pronto también ella podrá hacer esas cosas «de mayores» que a su edad están prohibidas. Sigmund Freud diría que la apropiación infantil de los zapatos maternos es casi una prueba de seducción del padre, un desafío por parte de la niña para desempeñar el papel de la madre. Y luego ¿qué? Luego se crece de verdad, se alcanza la talla de mamá y empiezan las diferenciaciones de personalidad con las primeras adquisiciones individuales de zapatos. De mayores, pedimos a los zapatos que nos representen. Lo bueno es que no nos definen para siempre. Denotan edades, estados de ánimo, deseos para los distintos momentos de la vida e incluso del día. Los zapatos lo dicen todo de una mujer. La actriz Penélope Cruz confiesa: «Nunca he conseguido estudiar un nuevo personaje hasta que no he 24

elegido, junto con el director, los zapatos que lleva la mujer que vamos a mostrar en la pantalla. Ahí empieza todo.» Así que la pregunta es: ¿de qué hablan las mujeres cuando hablan con los pies?

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Ante todo, con sus zapatos las mujeres hablan de sexo. No hace falta ser el fetichista-moralista Nanni Moretti (¿ recordáis el desfile de pies en la película Bianca ?), ni siquiera, con todo el respeto, el antropólogo Desmond Morris, para intuir que una chica calzada con silenciosos mocasines con la suela de goma y la portadora de un par de sonoros zapatos con tacón de aguja comunican mensajes muy distintos. Pero sólo a primera vista. Porque el estereotipo (tacones = diosa del sexo, zapatos planos = monja) es continuamente puesto en entredicho por la variación de las modas y las costumbres. Sin embargo, una cosa es cierta: el zapato de tacón es el objeto que más marca la diferencia entre machos y hembras de nuestra especie. Para entendernos: ¿habéis visto alguna vez a un transexual con bailarinas? Y por mucho que se diga 27

que los hombres del nuevo milenio se han convertido en grandes narcisistas llenos de coquetería, lo cierto es que con zapatos de tacón todavía no los hemos visto. Han aceptado el rímel, la sombra de ojos, hasta esa dolorosa práctica que es la depilación con cera, pero al tacón de aguja no han llegado, a no ser para travestirse en los juegos de las fiestas gay. Claro que es posible que un día u otro suceda. La tipología emergente del hombre «metrosexual», el que se inspira en las debilidades estéticas de alguien como David Beckham, podría no tardar en llegar. Ese día nos desesperaremos, haremos una «ola» o escribiremos otro libro. Pero por el momento no se habla del asunto. El tacón de aguja es cosa nuestra. Cuanto más alto y fino es, mayor es su impacto simbólico como afirmación de diversidad respecto al hombre y, por lo tanto, más descarada es la provocación. «Yo los llevo más altos», dicen las mujeres que vemos taconear en la calle y en los despachos. Sí, se lo dicen a las otras mujeres, con las que compiten, pero sobre todo se lo dicen a los hombres, con los que mantienen una relación de enfrentamiento. O de amor. No debe de ser casual que, desde Cenicienta, la narrativa popular femenina tenga mucho que ver con los zapatos. Gracias a ellos se pesca al Príncipe Azul, sean los zapatos de cristal (claro símbolo de virginidad) de la cándida Cenicienta o los tacones de aguja depredadoras metropolitanas como las protagonistas de Sexo 28

en Nueva York (título originalSex & The City), una de las series televisivas de mayor éxito a caballo entre el pasado milenio y éste. En Nueva York, capital de Occidente, cuatro treintañeras solteras cuentan sus aventuras y desventuras en el mundo del sexo, del trabajo y de las compras. Mujeres inteligentes, activas y modernas, que tienen dos grandes debilidades: los hombres y los zapatos. También en este caso, los zapatos forman parte integrante de los personajes. «A veces, en el momento de rodar los primeros planos, el director me dice que, si lo prefiero, puedo quitarme los zapatos, porque total lo pies no se ven -ha contado Sarah Jessica Parker, una de las intérpretes-. Pero nunca lo he hecho. La expresión de una mujer con tacones es distinta de la de una que no los lleva.» La responsable del vestuario de Sexo en Nueva York, Patricia Field, lo sabe perfectamente y, eligiendo ropa de firma y zapatos de locura, ha convertido el guardarropa de las protagonistas en un nuevo culto contemporáneo. En lo que se refiere al calzado, las piezas fuertes son de Manolo Blahnik, marca de zapatos de tacón comparable a Ferrari en coches de lujo. En un episodio, Carrie (Sarah Jessica Parker) se pierde y acaba en un callejón cara a cara con un atracador. «¡Llévese el bolso, el anillo, el reloj, lo que quiera ... , pero déjeme los Manolo Blahnik!», le suplica. Una salida chocante, que 29

· traslucir el nacimiento de una nueva escala valores. Y que tal vez por eso se ha hecho famosa, al menos entre las fans de Sexo en Nueva York. En otro capítulo, Carrie participa en un babyshower, la tradicional fiesta norteamericana en la que un grupo de amigas celebra que una de ellas acaba de tener un niño. En la entrada, dado lo informal de la situación, la anfitriona pide a las invitadas que se quiten los zapatos. Al final de la tarde, Carrie no encuentra sus Manolos. Se los ha robado una moderna «urraca ladrona», atraída por el esplendor de su belleza. El protagonismo de los zapatos en esta serie tan popular ha transformado esa firma, antes conocida sólo por un grupo muy reducido, en un mito de masa, al menos en los sueños de las entusiastas del programa: ¡un par de Manolos no cuesta menos de 400 dólares! La marca Blahnik se ha introducido incluso en la música rap. J ay-Z le ha dedicado una canción a su novia, la cantante pop Beyoncé Knowles. El tema se titula Bonnie & Clide y Jay-Z promete a Beyoncé amarla y venerarla regalándole un bolso Birkin de Hermes, un Mercedes Benz y un par de Manolo Blahnik. Manolo Blahnik, el hombre que está detrás de la marca, es un diseñador nacido en Canarias en 1943, que estudió arte y arquitectura y a principios de los años setenta se trasladó a Nueva York, donde conoció a Diana Vreeland, la legendaria directora de Vague, que lo animó a diseñar zapatos. Sus primeras «devo31

tas» fueron las actrices más glamourosas de la época: Marisa Berenson, Jane Birkin y Charlotte Rampling. Actualmente, sus zapatos pueden verse, además de en las tiendas de lujo, en los pies de Kate Moss y de J ennifer Aniston, así como también en los museos de diseño. De las locuras que se hacen por sus zapatos, y por los zapatos en general, Manolo dice: «A las mujeres les gusta transformarse, y los zapatos son la manera más fácil e instantánea de realizar una metamorfosis. Y cuestan menos que una joya o que un vestido de alta costura.» Otra marca de zapatos sexy que se ha impuesto en los últimos años es la de Jimmy Choo. Este diseñador se ha hecho tan popular que desde hace unos años en las salas de bingo inglesas el número 32 (pronunciado thirty-two) se canta con la rima Jimmy Choo. Tamara Mellon, titular de la empresa que cuenta entre sus fans con actrices como Halle Berry y Catherine Zeta-Jones, ha declarado: «El triunfo de los 'complementos en esta época tiene una explicación muy sencilla. La gente se viste de forma cada vez más desestructurada e informal. Han quedado los bolsos y sobre todo los zapatos para dar el toque sexy a nuestra imagen.» U na de las marcas históricas italianas de zapatos sexy y, según sus adeptas, cómodos, es Sergio Rossi, que actualmente forma parte del grupo Gucci. Entre los artesanos más hábiles, especializado en zapatos 32

joya, está René Caovilla, veneciano nombre de torero. Todas sus creaciones están llenas de adornos espectaculares, son altísimas y muy, muy sexys. «No hago zapatos que se puedan llevar todos los días para ir a la oficina -advierte Caovilla-. Los míos son objetos especiales para celebrar la belleza femenina.» Son objetos eróticos, que se ponen para ser quitados en la puerta del dormitorio. Por otra parte, es precisamente el tacón de la bota de lujo lo que puebla los sueños de los fetichistas, como demuestran los numerosos sitios porno de Internet dedicados a las extremidades femeninas. Ya Freud había señalado que, si bien es cierto que por un lado los pies son una zona erógena a todos los efectos, dotada de sensibilísimas terminaciones nerviosas, por el otro el fetichismo no es tanto una perversión como una modalidad de la relación erótica en la que las cosas sustituyen la relación con el otro como persona. El fetichismo es una fantasía extrema, en ocasiones indicativa de una sexualidad incompleta. Como escribía Karl Kraus en uno de sus memorables aforismos: «No hay ser más infeliz bajo el sol que el fetichista que anhela un zapato de mujer y tiene que conformarse con una fémina entera.» Otras veces, en cambio, el fetichismo es simplemente uno de los muchos juegos inocentes de la seducción, en el que el hombre mira y la mujer actúa cada vez que anda con zapatos de tacón, sometiéndose a una deliciosa tortura. Ni más ni menos que como la heroica Simona Ven33

tura: cinco horas de retransmisión televisiva en directo del Festival de Sanremo, encaramada en un par de espléndidas sandalias con insultantes tacones de 12 centímetros. Al final del tour de force, en Eurovisión, la pobrecilla soltó: «Tengo los pies que parecen dos morcillas.»

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Según los cotilleos de la prensa del corazón, Letizia Ortiz, la periodista televisiva que será la futura reina de España, no llevaba tacones antes de conocer al príncipe Felipe. Desde ese día nunca ha bajado de los 9 centímetros para estar a la altura de Su Alteza. Pero, antes, Letizia usaba a menudo, y con gusto, mocasines. Porque el mocasín es el zapato cómodo por excelencia, el zapato de mujeres sin pájaros en la cabeza y que tienen muchas cosas que hacer. Mujeres que conducen, que hacen deporte, que no tienen tiempo para emperifollarse. Pero sobre todo mujeres burguesas, crecidas en ambientes en los que la sola visión de los zapatos con tacón es «vulgar», en los que, por discreción, no se hace ninguna referencia por remota que sea al sexo. ¿Y qué hay más discreto que un par de mocasines? Originalmente, los mocasines (palabra algonquina que 35

indica un calzado bajo, hecho con una sola pieza de piel doblada) eran los zapatos de los indios americanos y de los esquimales. Los colonos blancos, que llegaron a esas tierras con zapatos europeos inapropiados para el terreno, los adoptaron inmediatamente. Con el tiempo, las ligeras diferencias entre un modelo y otro indicaron la pertenencia a diferentes tribus. En la actualidad las cosas no han cambiado mucho. En la pradera metropolitana pululan los mocasines en sus versiones modernas. Cada una indica un modo particular de definir la comodidad. Entre los modelos más recientes está el que lleva botones en la suela, el J. P. de Tod's lanzado por Diego Della Valle en 1979 y convertido casi en un símbolo de los años noventa. Se puede decir que ese modelo relanzó el mocasín y lo transformó de objeto polvoriento en zapato de moda, hasta el punto de convertirlo, en las variantes propuestas en cada temporada, en un status symbol para la nueva burguesía. En el verano de 2004, Tod's incluso realizó una especie de cuadratura del círculo: poner tacones a los mocasines. No tacones normales y visibles, que darían un desangelado aspecto de maestra, sino una pequeña cuña escondida dentro del zapato para no ir completamente plana, cosa que a muchas no les gusta. Novedades aparte, las «embotonadas» tradicionales son señoras provistas de coche que se pasan el día acompañando a los hijos del tenis al kárate, de la clase 37

de alemán («Cariño, ahora que somos europeos, ésta es la lengua del futuro») a la de piano. Son madres atareadas, muchas de las cuales conducen rancheras con el cambio automático para tener un brazo libre y propinar de vez en cuando un cachete a los pasajeros, mujeres que no necesitan elevarse sobre tacones porque el papel de dirigir a la prole ya las ha llevado a la cumbre. Después están las «casi-abuelas sprint»: en torno a los cincuenta, son señoras que siempre han invertido en zapatos duraderos por razones de economía doméstica. Y para ellas no hay nada más duradero que los mocasines con estribo dorado de Gucci. Los llevan desde los años setenta, y muchas tienen una colección de diferentes colores y tipos de piel. Se los ponen para ir a comer con las amigas, para jugar con los nietos y para regañar a las hijas, que, vete tú a saber por qué, prefieren las zapatillas de deporte, una elección considerada reprobable. Otro tipo de amante del zapato cómodo es la anglófila, que escoge, desde siempre, los Penny Loafer (o College): el no va más de los mocasines clásicos. De joven ponía una moneda en la tira de piel que lleva sobre la lengüeta y se sonrojaba ante la idea de que, según quedara a la derecha o a la izquierda, indicaba si estabas libre o tenías novio. Después se casó en una iglesia del centro, el matrimonio empezó a resquebrajarse y ella, para subirse la moral, se pasó de los Penny Loafer a los mocasines con tacón alto y ancho. Un auténtico horror. De hecho, el marido se fue con la canguro de los hijos. 38

La historia de los zapatos con suela de goma viene de lejos. A fines del siglo XIX eran artículos para ricos que practicaban deportes elitistas como el cróquet y el tenis. El primer modelo para las masas vio la luz en Estados Unidos en 1917; se llamaban (y todavía sellaman) Keds. Dos años después nacieron las Converse All Star, que cubren el tobillo, adaptadas para un deporte «de suelo duro» como el baloncesto. El modelo de entonces es el mismo que el actual. Este tipo de calzado, comodísimo, aunque nació para el deporte, es aconsejado por todos los ortopedistas para evitar callos y deformaciones en los pies. Aparentemente, el sneaker es un no-zapato. Como es unisex, no añade centímetros y su forma es, más o menos, siempre la misma. Aun así, cambian los colores, las marcas y algunos detalles opcionales que establecen la diferencia de 39

estilo. Las Nike, con su «elasticidad» (Shox Fsm), no tienen nada que ver con las Adidas diseñadas por el estilita japonés Yohji Yamamoto, venerado por las «víctimas de la moda». Hay quien se compra un par nuevo cada temporada. (la excusa es perfecta: lo dicen todos los entrenadores, el calzado deportivo hay que cambiarlo al cabo de un tiempo porque, como los neumáticos gastados, si está demasiado liso ya no se «agarra» al terreno) y hay quien le toma cariño a un modelo en particular y con- . tinúa buscándolo incluso cuando en su país ha dejado de fabricarse. Entre los adictos a las sneaker está, por ejemplo, la . subespecie de los apasionados de las Nike Silver, carac- terizadas por un motivo de bandas plateadas reflectantes y, según dicen, perfectas también para el invierno porque son calientes, envolventes y suaves. Desgraciadamente, el año pasado las «refrescaron», es decir, las fabricaron en un material todavía más high-tech y, por lo tanto, más ligero, pero menos versátil respecto a los cambios de estación. Sean de firma o «técnicas», todas las sneaker se han convertido en los zapatos por antonomasia para llevar en el tiempo libre y comunican mensajes completamente distintos según quién los lleva y cuándo. Así pues, guste o no, se han convertido también en un fetiche. Esta evolución ha sido promocionada por persona- 40

j es del mundo del deporte (evidentemente), así como por otros del mundo de la música y del cine (aquí la evidencia no es tan clara). La música, en particular la cultura hip-hop, halanzado y continúa lanzando modelos de sneaker nuevas (¡es rarísimo ver a un rapero con mocasines o con unos Church con cordones!) que son adoptados de inmediato por las tribus metropolitanas juveniles del mundo entero. En realidad, el sistema del show-business se ha apropiado de una tendencia ya enraizada entre la «gente común» y la ha convertido en espectáculo: la atención cada vez mayor que se presta a la forma física y, por lo tanto, a las prácticas para conseguirla y mantenerla. Un dato que lo explica todo: en los años cincuenta, en Estados U nidos se vendían menos de 40 millones de pares de zapatillas de deporte; actualmente se venden más de 350 millones. En este boom, la marca Nike (creada en 1972 pero que alcanzó el éxito en la década pasada) dominó fácilmente los años noventa gracias a formas de comunicación vanguardistas, mientras que los años ochenta estuvieron marcados por Reebok (fecha de nacimiento: 1982), calzado de referencia para las adeptas al aeróbic, con Jane Fonda a la cabeza, y cuyo primer modelo fue diseñado expresamente para el pie femenino. El personaje de Melanie Griffith en Armas de mujer (Working Girl) hizo una bandera de ellas: una joven neoyorquina 41

que llegaba a la oficina con las sneaker y allí las guardaba en el bolso y se ponía un par de zapatos de salón tradicionales. La tendencia al doble calzado para la doble vida de algunas mujeres trabajadoras está en declive, pero no ha desaparecido del todo: en marzo de 2004, la revista Lucky realizó una encuesta entre sus lectoras. A la pregunta: «¿Os cambiáis de zapatos al llegar a la oficina?>>, el 62,4 por ciento respondió que no, pero un respetable 37,6 por ciento dijo que sí. Significado evidente: las mujeres de la nueva era tienen sentido práctico y no están dispuestas a renunciar a nada, ni a la comodidad ni a la elegancia. El nuevo milenio comenzó con una película representativa de un gusto cultural alternativo a los cánones de Hollywood, que puso patas arriba el mundo de los símbolos de la ropa deportiva. Nos referimos a Los Tenenbaum, dirigida en 2001 por Wes Anderson. Justo en el momento en que Nike llegaba a la cima del éxito, conquistando cada vez más cuotas de mercado, Wes Anderson ponía en el candelero tre's marcas de ropa deportiva (no sólo zapatillas) que parecían totalmente pasadas de moda: Adidas, Fila y Lacoste. A cada personaje, el director y guionista le adjudica una. El hermano genial (Ben Stiller) es un adepto de Adidas, la hermana poeta neurótica (Gwyneth Paltrow) sólo viste prendas de Lacoste, mientras que el deportista (Luke Wilson) reproduce a la perfección la imagen Fila de Bjorn Borg, campeón indiscutible de

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tenis entre finales de los setenta y principios de los ochenta. Los Tenenbaum, película en apariencia surrealista y, por consiguiente, alejadísima de la realidad, anunció la crisis de la marca Nike y su cuestionamiento, bien por parte del movimiento antiglobalización o bien por los caprichos superficiales de los consumidores. En cualquier caso, lo cierto es que actualmente Nike, al menos desde el punto de vista de la comunicación, apuesta cada vez más por su imagen de producto hipertecnológico para atletas o aspirantes a tales, prometiendo extraordinarios logros deportivos. No es casual que uno de los últimos modelos destaque la velocidad: se llama Nike ShoxTurbo. Entre los rivales emergentes de Nike hay que señalar el resurgimiento de la marca Puma, que, modificando muy poco el diseño de los años sesenta, ha vuelto al candelero conquistando a las tribus de entusiastas del monopatín. Las Puma tienen un aspecto poco tecnológico, sencillo, más apropiado para ir a una fiesta que para hacer deporte, en un intento de emular a la tríada Beckham-Totti-Ronaldo. En resumen, no parecen un engranaje de la cada vez más invasora espiral «atletas superestrellas + patrocinadores multinacionales = homogeneización». Y no sólo eso. Durante la guerra de Irak, el pueblo pacifista de Internet invitaba a boicotear a Nike en favor de Puma, moderna y sobre todo alemana, o sea, nacida en esa Alemania que había 43

negado el apoyo a los Estados U nidos de George Bush. Otra marca que ha atacado a Nike «desde la izquierda» es Adidas. En particular el modelo Gazelle, con su nombre sugestivo y poco técnico, se ha convertido en el calzado para andar preferido por la población del happy hour en muchas ciudades, como París y Milán. De un destino similar está disfrutando Asics, otra marca que ha vivido en la sombra durante mucho tiempo. Como prueba del creciente interés por las ar- · tes marciales orientales (o quizás en homenaje a ellas), en su última película, Kili Bill, Quentin Tarantino pone en escena a la actriz U ma Thurman calzada con un par de Asics amarillas, modelo Onitsuka Tiger. Diseñadas para practicar tai-chi, se convirtieron en el acto en un artículo de culto. Hasta la próxima moda, naturalmente.

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Invierno de 2004. Pelotera entre los bastidores del Parlamento italiano. La honorable Gabriella Carlucci (centro derecha) es objeto de burla a causa de sus tacones de aguja de gusto fetichista. Estalla la polémica. Carlucci se defiende al grito de: «No renuncio a mi feminidad para hacer política. La izquierda no consigue liberarse de las antiguas luchas, en las que, para demostrar que valían, las mujeres se vestían de hombre. Ahora las mujeres realmente liberadas somos nosotras: maquilladas, guapas, bien vestidas y con tacón de aguja. Somos la nueva frontera de la liberación femenina.» La honorable Rosy Bindi (centro izquierda, acostumbrada a los zapatos bajos y cerrados) replica: «Por favor, no tergiversemos las cosas. Son ellas las que quieren discriminarnos a nosotras para imponer su estereotipo de feminidad.» 45

El tacón alto es libertad de expresión porque significa no tener miedo de pasar por tonta, dicen desde la derecha. El tacón alto sólo libera a quien no lo lleva, es una forma de esclavitud cultural, rebaten desde la izquierda. El debate está abierto. A decir verdad, nunca se ha cerrado. Italia, país que tiene la forma geográfica de una bota, país cuyo deporte nacional es el fútbol (que se juega con los pies), tiene dos grandes pasiones: la política y los zapatos. En Italia están las mejores fábricas de calzado del mundo, y una buena discusión entre derecha e izquierda no se le niega nunca a nadie, ni en el bar ni en el salón de casa; ni siquiera durante la comida de N aviciad en familia. Así que, dime qué zapatos llevas y te diré a quién has votado. Actualmente, las diferencias político-zapateriles están más difuminadas (las ideologías y los muros no han caído en vano), pero en los años setenta, cuando el terrorismo y los extremismos de signo contrario estaban a la orden del día, era muy fácil distinguir a los «camaradas» de los «fascistas». El chico de izquierdas llevaba Clark, zapatos inmortales, hasta tal punto que recientemente los hemos visto en los pies de los «girotondini»/:- aunque, en vis~~ Movimiento fundado por el director de cine N anni Moretti y dedicado a celebrar manifestaciones de protesta contra lapolítica de Berlusconi. (N. de la T.)

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ta de la edad media de N anni Moretti y socios, se trata de los mismos jóvenes de ayer, que, simplemente, no han cambiado ni de calzado ni de bandera. En los años setenta, las chicas de izquierdas pisaban el asfalto invernal con zuecos holandeses (incomodísimos) e iban de acampada con alpargatas. La única concesión «sexy» eran las alpargatas en versión alta con las cintas alrededor de las pantorrillas, cosa que en piernas no precisamente perfectas producía inmediatamente el efecto «morcilla atada». El chico de derechas prefería los Barrow's, tipo de zapato anglófilo de punta, que asomaba por debajo de los pantalones de pata de elefante; la chica no podía vivir sin los mocasines Gucci con el estribo, los mismos que llevaba, y nunca ha dejado de llevar, su madre (ved capítulo dedicado a los mocasines). En los años ochenta, el clima placentero de la involución y del hedonismo reaganiano llevó a Italia los Timberland, inmediatamente convertidos en uniforme en los pies de los «bocateros», la nueva generación que no quería saber nada de la política que tanto había condicionado la década anterior. U nis ex, exactamente igual que lo serán después las sneaker, los Timberland nacieron como zapatos de los leñadores norteamericanos y representaban el nexo de unión ideal entre un tipo de cultura «frontera y grandes espacios» y un mundo de nuevas costumbres y nuevos ritos metropolitanos. Empezando por los f ast food, inaugurados en

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Italia en esos años y escogidos por los «bocateros» como bastión y punto de encuentro en las grandes ciudades. Hoy en día, los Timberland han entrado en el rango de zapatos para el tiempo de ocio, para ponerse cuando hace frío y se está al aire libre, y ya no tienen ninguna caracterización «tribal». Mientras tanto, los movimientos antiglobalización han demonizado las cadenas de fast food por multitud de razones: económico-sindicales (explotación de la mano de obra a bajo coste), culturales (homogeneización mundial del «gusto»), físico-alimentarias (predominio de la carne contra la emergente valoración de las dietas vegetarianas, vinculadas a la difusión de filosofías orientales y N ew Age ). Entre las consignas de los movimientos antiglobalización está la lucha contra las grandes marcas internacionales: una de las más atacadas es precisamente Nike, blanco tanto de N aomi Klein, la autora del ensayo-biblia No lago: el poder de las marcas, como del documentalista militante Michael Moore en la película The Big One, ambos apadrinadores culturales de los manifestantes que pusieron patas arriba las universidades norteamericanas a fines de los años noventa y organizaron sentadas en las que se invitaba a boicotear los productos Nike en los centros comerciales. Después del 11 de septiembre de 2001, este tipo de antagonismo también ha decaído, al menos en sus for48

mas más espectaculares, pero algo ha quedado en las conciencias. Los chicos antiglobalización tienen debilidad por los Camper, zapatos españoles que juegan la carta de la ironía (hay modelos con el derecho distinto del izquierdo). Fabricados con materiales pobres, a veces incluso reciclados, los Camper son lo que más se acerca hoy por hoy a la ambición de los ecologistas fashion: conjugar la ética con la estética. Los puros y duros rechazan todas las marcas. En general, todos se •informan y continúan usando lo que toca y lo que gusta. El zapato políticamente correcto todavía no ha sido inventado. Quien lo consiga, . se convertirá en el Bill Gates del próximo siglo.

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En 1986, cuando huía de Filipinas hacia el exilio hawaiano, Imelda Romuáldez Marcos, mujer del dictador F erdinand Marcos, llevaba unas chinelas de terciopelo azul. Corazón Aquino, que sucedió a Marcos en la presidencia del país, exhibió la colección de zapatos de Imelda «para que los filipinos vieran cómo se trataba a sí misma una persona que tenía a todo un pueblo sumido en la miseria». Al ser acusada por los lujos desenfrenados que se permitía, Imelda se defendió así: «No es verdad que tuviera tres mil pares de zapatos. Eran sólo mil sesenta.» A continuación, Imelda se jactó de haber visto en una zapatería de Nueva York un cartel en el que ponía: DENTRO DE CADA UNA DE NOSOTRAS HAY UNA PEQUEÑA lMELDA.

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Cuando regresó a Manila desde el exilio y se presentó como candidata a la presidencia de la República, la víspera de las elecciones Imelda declaró: «Pierda o gane, mañana salgo de compras.» Perdió. En 2001, pese a que todavía tenía asuntos pendientes con la justicia, Imelda inauguró en Marikina, el barrio de los zapateros de Manila, un museo del calzado. Muchos de los zapatos expuestos son precisamente los suyos, recuperados del palacio presidencial. Tampoco en esa ocasión se mordió Imelda la lengua: «Buscaban esqueletos en mi armario y, en cambio, sólo encontraron cosas maravillosas.» ¿ Cómo llevarle la contraria? Holly Brubach escribe en A DedicatedFollowerofFashion: «Un par de zapatos nuevos no sanan un corazón destrozado ni un dolor de cabeza. Pero desde luego pueden mitigar los síntomas.» El coleccionismo de zapatos es un fenómeno vivo en todas las latitudes y en todas las edades. La «imeldista» no discrimina en razón de la altura de los tacones o de su forma, del color o del material, no distingue entre sneaker y sandalias. A la