Psicologia Social Comunitaria en Latinoamerica

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Revista diáLogos Universidad Nacional de San Luis - Facultad de Ciencias Humanas Vol. 3│Nro. 1│Febrero │2012 │pp. 7-27

PSICOLOGÍA SOCIAL COMUNITARIA EN LATINOAMÉRICA Y LA SITUACIÓN EN ARGENTINA

Autor: Elio Rodolfo Parisí, Leticia Marín Institución: Universidad Nacional de San Luis. Email: [email protected]

RESUMEN El trabajo hace un breve recorrido de la historia del desarrollo de la psicología comunitaria en Latinoamérica –los iniciadores, las influencias ideológicas, las experiencias- para luego analizar las condiciones de posibilidad que han frenado su expansión en Argentina. También se detalla brevemente la experiencia de Psicólogos Sin Fronteras, finalizando el trabajo con un análisis sobre la atención de la salud mental y las necesidades de las comunidades. Palabras clave Psicología Social Comunitaria, Latinoamérica, Argentina, Ideología. ABSTRACT The paper briefly reviews the history of the development of community psychology in Latin America -initiators, ideological influences, experiences- and then analyzes the conditions of possibility that have slowed its expansion in Argentina. It also briefly describes the experience of Psychologists Without Borders Argentina - San Luis, finishing with an analysis of mental health care and the needs of communities. Key words Community Social Psychology, Latin American, Argentina, Ideology

INTRODUCCIÓN Latinoamérica es un continente con culturas heterogéneas, pero sin embargo, los países que la componen, comparten una larga historia de sometimientos a poderes políticos y económicos que pretendieron desdibujar aquello que los identificaba con sus habitantes nativos. Se impusieron modelos económicos, políticos y culturales, desde las potencias del norte, europeas, americana y

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más recientemente desde el G8 (Grupo de los ocho países más desarrollados del planeta), según el momento de nuestra historia, desde la colonización hasta el presente. La ciencia no quedó al margen de este proceso de hegemonización, los paradigmas científicos y las matrices de pensamiento de los grandes centros, atravesaron las producciones académicas, científicas y tecnológicas de nuestros países, quienes daban cuenta de manera acrítica, fundamentalmente en el plano de lo social, de realidades definidas desde categorías conceptuales construidas en base a otros contextos histórico - sociales. En el campo de la Psicología Social y también de la Sociología, esta dependencia epistemológica fue quebrada por el desarrollo de un pensamiento crítico que puso de relieve los condicionantes objetivos del contexto socio –político, productores de subjetividad. Entonces, los latinoamericanos devienen en sujetos histórico/sociales que se desarrollan en entornos particulares que se hizo necesario conocer. La Psicología Social latinoamericana, de manera asincrónica en función de las condiciones políticas por las que atravesaron los países, fue produciendo lecturas de la realidad que daban cuenta de la interacción de factores particulares, con el contexto social más amplio y con las tendencias globalizadoras de las que no pudo sustraerse. Fue necesario que creara teorías enraizadas en las realidades locales y que aprovechara las teorías que aportaba la Psicología tradicional a la comprensión de los fenómenos También debió producir abordajes de investigación e intervención, que sirvieran a las demandas de los sectores más perjudicados, por la histórica dependencia económica y política de los estados latinoamericanos con los organismos financieros internacionales. En ese marco, se configuró una Psicología Social crítica que deja de lado los principios de neutralidad y asepsia de la academia ortodoxa y sale en busca del hombre común y al encuentro de su vida cotidiana. De ella se desprende y con el tiempo gana autonomía disciplinar, la Psicología Comunitaria –mas bien llamada Psicología Social Comunitaria- que en los países latinoamericanos ha estado desde sus inicios “orientada hacia el cambio social, entendido como aquellas transformaciones en las comunidades y en los actores sociales que apuntan a que éstos obtengan a partir de sí mismos, el fortalecimiento de su capacidad de decisión, el control de sus propias acciones y la responsabilidad por sus consecuencias”, tal como lo plantea Marizta Montero (2003), quien además señala: “…no es

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posible plantearse en la actualidad las transformaciones de peso que nuestras comunidades requieren sin hacer una reflexión exhaustiva sobre el poder y sus configuraciones, sobre los diversos tipos de liderazgo, las formas de resistencia comunitaria, sus redes, así como también sobre la articulación entre democracia, sociedad civil y acción política”. El poder del capitalismo, desde hace décadas en su versión neoliberal, instaló en varias comunidades1 la necesidad de construir un contrapoder que enfrente el desvanecimiento de la condición ciudadana y exija el respeto de los derechos humanos por parte de los estados. Ello significa una construcción colectiva que atraviese las dimensiones cultural, social y política de la vida social, que rompa el descreimiento hacia la democracia que en varios sectores de las sociedades latinoamericanas alcanza niveles insospechados. En gran parte, este sentimiento de desconfianza fue alimentado por los sucesivos golpes de estado que durante el siglo XX produjeron quiebres en la vida institucional de varios países de la región. En la actualidad, en Argentina, después de 25 años de democracia, lejos de desaparecer, fue reforzado por una dirigencia política que defraudó las expectativas populares. En ese marco, el campo de la Psicología, presenta un panorama, en el que es necesario redefinir la salud mental de la comunidad en contextos históricos particulares, en contraposición al concepto de salud mental de la psicología individual dominante, funcional a las políticas de salud que se desarrollan desde los gobiernos, orientadas por lineamientos económicos y de preservación de un orden. Desde nuestra experiencia académica y profesional en Argentina observamos, en primer lugar, que la Psicología Social Comunitaria está postergada dentro del campo más amplio de la psicología, y que la psicología tradicional, ha estrechado filas, la más de las veces, no a favor de la salud mental de los ciudadanos, sino, a favor de la legitimación de un sistema que trabaja para fomentar el conformismo y el consumo de los sectores con alto o mediano poder adquisitivo. Si bien es posible reconocer valiosas experiencias en contrario a esta tendencia, como comentaremos mas adelante, esta mirada, conservadora de la Psicología promueve muchas veces, sin percatarse de ello, la adaptación pasiva a la realidad de un sujeto que sólo se asume como

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La comunidad ocupa el lugar de lo público no estatal, el vecindario, el barrio, las familias, el club, la comisión vecinal, las iglesias, los foros, las asambleas, es allí donde transcurre la vida cotidiana del sujeto, ámbito por excelencia de desarrollo de la subjetividad.

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espectador de la misma, aunque esa realidad le produzca sufrimiento y dañe sus condiciones objetivas de existencia. Esto plantea varios desafíos a la Psicología Social Comunitaria, puesto que los obstáculos los encuentra en el imaginario social instituido acerca de la Psicología, en el que el trabajo clínico inserto en el modelo médico de atención individual sirve de referente. Es posible observar en los Planes de estudios de las carreras de Psicología en Argentina y también en los medios masivos de comunicación, la repetición de este modelo clínico a la hora de significar la actividad del psicólogo. Por lo tanto, un psicólogo comunitario se ubica en estos contextos como un perturbador del trabajo psicológico tradicional, y su actividad, suele generar sospechas en la misma comunidad. No obstante, tal como se hizo y se hace en otros países de la región, estamos abocados a romper las fronteras que nos impuso la formación universitaria como psicólogos encorsetados en modelos intrasubjetivos y descontextualizados. En tal sentido nos proponemos aplicar estrategias que generen, recursos técnicos y humanos, así como producir teorías emergentes de las realidades locales, para dar respuestas que sirvan al fortalecimiento social e individual de las personas con las que comprometemos nuestro quehacer. Como un desarrollo complementario al trabajo con la comunidad, la Psicología Política latinoamericana, ha producido nuevos espacios de reflexión teórica en un marco ideológico y epistemológico que orienta nuevas prácticas y sistematiza experiencias, así como también realiza lecturas críticas sobre los fenómenos psicopolíticos. EL ENCUENTRO CON LA COMUNIDAD: NUEVAS PRÁCTICAS Y ESPACIOS DE REFLEXIÓN PARA LA PSICOLOGÍA. La Psicología Social Comunitaria comienza a formarse con cierta timidez, a mediados de los años setenta y no lo hace sobre la base de replicar trabajos realizados en los usuales centros de producción y divulgación del conocimiento, sino a partir de dar atención a las condiciones de vida y las demandas emergentes de la población. en varios países de la región La insuficiencia de los conocimientos empíricos y teóricos de la Psicología Social dominante, hizo que desde sus inicios se planteara la necesidad de construir una base de principios y métodos, así como de exigir una redefinición del rol de los profesionales de la Psicología en el ámbito social comunitario. 10

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Esto hace que la Psicología Social Comunitaria en Latinoamérica configure un perfil diferente al que se desarrolla en EEUU. En este país también se buscaron nuevas formas de responder a los problemas sociales y de contrarrestar la orientación psicoterapéutica basada en el modelo médico, sin embargo, allí la práctica de los psicólogos se orientó hacia el fortalecimiento de las instituciones encargadas de asistir los problemas de la comunidad y facilitar la satisfacción de las necesidades individuales. En América Latina las características del modelo, se fueron desarrollando, directamente desde las experiencias ligadas a las realidades locales, a los fracasos obtenidos cuando la población no fue involucrada en el proceso y a los logros cuando pasó a participar en el proceso mismo de investigación y de intervención de sus problemas. Esto permite la construcción de principios orientadores de una práctica por parte de algunos psicólogos, que requiere la asunción de un compromiso ético-profesional ligado a la satisfacción de necesidades básicas de las comunidades. Los rasgos constitutivos de esta Psicología Comunitaria pasan por promover la concientización de las personas y generar habilidades y recursos para que ejerzan el control en la satisfacción de sus propias necesidades. Esto implica lo que referíamos al comienzo, acerca de redimensionar el ejercicio de prácticas ciudadanas en los sujetos y el reclamo por la plena vigencia y el respeto a los derechos humanos. El surgimiento y desarrollo de una praxis En estrecha relación con la práctica concreta de los años 70, se van sucediendo gran cantidad de trabajos donde se perfilan intentos de una organización teórica de la subdisciplina y de aportes importantes para la construcción de un método. Esto ocurre fundamentalmente en Puerto Rico, Venezuela, Colombia y Brasil,2 donde se recogen los desarrollos de Fals Borda3 y de Pablo Freire, que se combinan con conocimientos surgidos en el campo psicosocial comunitario. La psicología Comunitaria así orientada se alimenta entonces de teorías, derivadas de diversos paradigmas. Se reconceptualizan algunos aspectos teóricos a partir de la praxis y de la reflexión 2

Las primeras sistematizaciones y desarrollos posteriores relativas al método que denomina “intervención en la investigación” y los principios teóricos, son difundido por Serrano García sobre la base de trabajos realizados en un barrio marginal de Puerto Rico En igual sentido Maritza Montero presenta los principios orientadores de la praxis comunitaria en varias publicaciones (1980-1994). 3 Fals Borda fue el gran referente de la sociología militante de aquéllos años. Fue el gestor de la sociología académica en Colombia, estimula la investigación, constituye la Asociación Colombiana de Sociología (1962) y la escuela de graduados "Programa Latinoamericano para el Desarrollo (Pledes) (1964-1969), desde donde forma especialistas en la "sociología comprometida" con las transformaciones socioculturales de América Latina.

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que de ella se hace. Esta metodología se inicia con Kurt Lewin (1890-1947) quien es el creador de la investigación acción, que dio lugar a la IAP, Investigación-Acción Participante en la propuesta de Fals Borda, en el marco de la mencionada sociología militante. La obra de Fals Borda pone de relieve el concepto de “praxis” como producto de la reflexión sobre la acción. Desde una posición comprometida políticamente con los sectores populares, Fals Borda promueve lo que se conoce como "investigación-acción participativa”. Este es un nuevo enfoque dentro de la indagación sociológica, en el que el investigador juega un rol activo con la comunidad, en el proceso de conocimiento y transformación de la misma. También se realizó una adaptación psicológica del método de Paulo Freire (1921-1997) basado sobre la concientización a partir de una praxis reflexiva. Freire4 acuña el concepto de concientización para referirse a un proceso de transformación personal y social a partir de la producción por parte de las personas, de un nuevo saber sobre sí mismas y su inserción en el mundo. Al respecto Gonzalo Cataño (1987) señala que la "ciencia comprometida" surge como ruptura ideológica plegada al humanismo revolucionario de los años sesenta. Corresponde al hecho de elegir entre la "ciencia burguesa" y la "ciencia proletaria" para ejercer una "praxis" en "toma de posiciones": de clase e ideológica. A esta época corresponde también la emergencia en Latinoamérica de corrientes académico-políticas en busca y en beneficio de "las masas" o "sectores populares", como la "pedagogía del oprimido" de Paulo Freire, la crítica a la escuela capitalista y a la neutralidad científica de Tomás Vasconi, la "filosofía latinoamericana" de Leopoldo Zea, y la práctica neo-cristiana "en busca del arca" del cristianismo primitivo denominada "teología de la liberación". En ellas se inscribe una ruptura ideológica de carácter contestatario frente a la agresión y dominación imperial, en cuya gestión se enmaraña en distinciones que pretenden, sin lograrlo, realizar posibles "rupturas epistemológicas" como las mencionadas por Gastón Bachelard. La década de los 90 parece ser el inicio de la consolidación teórica y metodológica de la Psicología Comunitaria sobre la base del continuo trabajo desarrollado durante la década de los 80, la puesta a prueba del método, el desarrollo de técnicas en función de los problemas específicos,

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Puede consultarse Freire, P. “Pedagogía del oprimido” y “Pedagogía de la Esperanza. Un reencuentro con la Pedagogía del oprimido”. Ambas obras publicadas por Siglo XXI Editores Argentina u otras ediciones en distintos idiomas.

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una actitud de apertura metodológica en el sentido de no excluir el uso de técnicas variadas, por cuanto es el problema el que determina la metodología que se utiliza. . Quien trabaje en comunidades debe aplicar o crear las herramientas mas adecuadas para cada caso, puesto que la orientación básica viene determinada por los principios que fundamentan la subdisciplina: unión entre teoría y práctica, poder en la comunidad, horizontalidad de la relación entre investigadores e investigados, socialización, carácter histórico de las comunidades, autogestión, participación de las comunidades al establecer prioridades, transformación social e individual como metas. En el plano ideológico, la Psicología Social Comunitaria en Latinoamérica recibe una gran influencia de la teoría de la liberación, la teoría de la dependencia y la teología de la liberación, tal como mencionáramos en párrafos anteriores. Sobre esta base ideológica y metodológica, hacia finales de la década del 80, aparecen dos propuestas por parte de dos de los más conocidos representantes de esta corriente: se trata de la Psicología de la Liberación de Ignacio Martín Baró5 y de la Psicología Social Crítica de Marizta Montero. Estos dos estudiosos refieren a una Psicología que debe acercarse a las necesidades de las mayorías populares y ayudarles a recuperar su memoria histórica y su capacidad para controlar sus vidas y su ambiente. Parten de una realidad de dominación y carencia de poder de los pueblos latinoamericanos, de los efectos de la pobreza, de la dependencia económica y cultural y proponen un estudio científico de los procesos y productos socioculturales que genera dicha situación, orientado a comprender esas circunstancias de vida y a estimular su transformación. El estudio de tales procesos psicosociales y las prácticas que se fueron derivando, puso de manifiesto la posición desventajosa de los países latinoamericanos, que supone relaciones de subordinación a las fuerzas del exterior en el plano económico, político, social, cultural y científico y el devenir de un sujeto cuya configuración subjetiva reproduce y confirma en sus prácticas la sumisión a poderes invisibles pero omnipresentes. Se perfilan condiciones de socialización de las personas bajo una visión del mundo que naturaliza la desigualdad y el sufrimiento, representaciones negativas acerca de sí mismos que tienen muchos pueblos y un conjunto de conductas y actitudes que atentan contra el desarrollo y el crecimiento personal y social.

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Martín Baró, psicólogo social y sacerdote jesuita, fue asesinado en El Salvador en 1989 junto a otros seis jesuitas en la Universidad Centro Americano José Simeón Cañas en San Salvador. Al momento de su muerte, era Vice-Rector de la Universidad y Director del Centro para la Opinión Pública de la Universidad

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Si bien varios modelos psicosociales dan cuenta de los mecanismos que producen estos comportamientos lo hacen sin incorporar los contextos históricos que podrían dar una comprensión más integral. La Psicología Social Comunitaria que promueven estos psicólogos, considera al individuo como integrante de una determinada formación económico-social, cuyas condiciones de vida ejercen influencia sobre él y a la vez éstas condiciones son retroalimentadas por sus acciones. El modelo de intervención psicosocial más difundido en la región es aquél en el cual una comunidad trabajando con un equipo psicológico, asume el control a través de la participación y las decisiones acerca de una situación que la afecta, que puede ser por ejemplo, de carácter sanitario, de vivienda, educativo, de recuperación del espacio comunal, e inicia un proceso de crecimiento grupal e individual, que incluye a los psicólogos (como agentes externos). Las instituciones públicas pueden ser involucradas, pero no como rectoras de la acción sino como proveedoras de servicios exigidos por la comunidad. Así el énfasis no está puesto en el mejoramiento de servicios por parte de organizaciones especializadas, sino en la transformación y fortalecimiento de grupos humanos que pasan a ser los agentes internos de su propio cambio, con una fuerte participación en lo social. Esta concepción de la Psicología Comunitaria origina un cambio en el rol de los psicólogos que van a trabajar en las comunidades. Han sido muchos los investigadores que se han preocupado por caracterizar ese rol, por cuanto no siempre está clara la inserción social, institucional y profesional de ese psicólogo. En Venezuela, Perdomo (1988) hace las siguientes cinco observaciones, que son coincidentes con las de otros investigadores y que se refiere a las posturas que puede adoptar el psicólogo comunitario: 1.

la de activista, marcada por el inmediatismo, la falta de reflexión teórica acerca de

los procesos generados por la acción comunitaria y la imprecisión metodológica; 2.

la de especialista, en el cual por el rol asumido, el de observador a distancia, se

convierte en el único depositario del método, quien impone objetivos desde afuera de la comunidad; 3.

la de convertirse en pueblo, diferenciada de la primera sólo por la postura ideológica,

que coloca el único criterio de verdad en los sectores populares;

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la de concientizador de la comunidad, que se ve a si mismo como salvador de

personas “apáticas” y “alienadas” y que busca canalizar la participación a través de instancias controladas por centros de poder; 5.

la de agentes catalizadores del cambio social, que es la posición asumida por la

mayoría de los psicólogos comunitarios latinoamericanos. Sobre la quinta posición, Quintal de Freitas (1994) señala la defensa de la especificidad profesional y creencia en la determinación socio-histórica de los fenómenos. La

Psicología

Comunitaria debe producir conocimientos y modos de intervención (teoría y método), pero a partir de su adecuación a situaciones concretas y considerando que el psicólogo no es el único constructor del conocimiento. Esto lo lleva a sumir esta posición de catalizador de procesos de formación de conciencia crítica en las personas, respecto de si mismas y de la colectividad. Esta posición del rol profesional y esta concepción de la psicología comunitaria se acerca a los modelos desarrollados en EEUU como el enfoque ecológico-transaccional (Newbrough, 1979); la orientación ecológico contextual (Nelly, 1986, 1992); la posición de amplificación cultural de Rappaport (1977) y la variación introducida más recientemente por el primer autor, caracterizada por la potenciación o fortalecimiento de los ciudadanos (empowerment) y su activación social. Con estos modelos hay coincidencias con la Psicología Comunitaria Latinoamericana en los siguientes aspectos, tal como lo señala Maritza Montero (1994.) - La necesidad de realizar una psicología de teoría y práctica. Este es uno de los principios orientadores básicos. De hecho se considera que en el trabajo comunitario se producen dos tipos de conocimientos: uno construido por lo miembros de la comunidad conjuntamente con los agentes de cambio externos y un conocimiento que, traducido en los términos de una disciplina, es la contribución que esos agentes hacen a la otra comunidad, es decir, la científica. - La consideración del psicólogo como un facilitador del cambio social. - La adopción del paradigma caracterizado por la realización dialógica, es decir, que contempla o que propicia la posibilidad de discusión entre sujeto investigante y sujeto investigado. Rescata de esta manera el carácter activo de los seres humanos. - Pluralidad metodológica, cualitativa y cuantitativa.

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- La aceptación de la relación existente entre problemas sociales y ambientales y la vida cotidiana de las personas, lo que lleva a poner el énfasis en la transformación individual, grupal, social y ambiental. - El énfasis en el desarrollo de características personales tales como el control interno, la esperanza y la autoeficacia. - La relación con el desarrollo de la conciencia social, tomando el concepto de concientización de Paulo Freire (En EEUU, en 1973, Murrel decía que la Psicología Comunitaria es una Psicología de la conciencia social). - El reconocimiento del carácter histórico y cultural de los fenómenos psicológicos y sociales y, por lo tanto, aceptación de la diversidad y de la relatividad. - La necesidad de sustituir el modelo médico por un modelo psicosocial que ponga el énfasis en la salud. LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN ARGENTINA En Argentina, a diferencia de otros países de América Latina, el desarrollo de la Psicología Comunitaria ha sido limitado, no así el de la Psicología Clínica, dominada específicamente por el psicoanálisis, que ha llevado a que la Argentina sea uno de los países en que más se psicoanaliza su población. En la Argentina existen 154 psicólogos cada 100.000 habitantes, es decir, 649 habitantes por psicólogo, siendo el país que más psicólogos posee dentro del continente americano. "Mientras que Argentina está con 154, el resto de los países tienen 65. Buenos Aires es la ciudad con mayor concentración de profesionales de esta disciplina, con un promedio de 828 profesionales cada 100.000 habitantes. "En la Argentina, el 80% de la salud mental está en manos de los psicólogos, contamos con alrededor de 5000 psiquiatras. Considerando que aproximadamente 35.000 psicólogos se dedican a la clínica, podemos afirmar que son 40.000 los profesionales dedicados a la salud mental, es decir, sólo el 10% son médicos psiquiatras (Alonso y Gago, 2006) A pesar de abrumadora cantidad de psicólogos, la psicología social-comunitaria, no ha podido exceder los marcos de las experiencias puntuales y de algunos desarrollos teóricos que, aunque sustantivos en muchos aspectos, no lograron consolidarse como fuente de insumos permanentes y enmarcar una práctica que fue, en general, marginal al camino profesional tradicional.

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Autores como Chinkes, Lapalma y Nicenboim (1995) sostienen que dos procesos paralelos se anudan para limitar este desarrollo: uno fundante que encuadra la historia político -institucional de nuestro país, en los últimos 50 años, y el otro convergente que encarna la singular historia de una práctica profesional que la vincula casi con exclusividad al psicoanálisis. En relación con el primer proceso cabe señalar, como obstáculo central en el mismo, una vida política institucional signada por dictaduras militares, con escaso interregno democrático, que marcaron férreamente los límites de cualquier práctica que pretendiera trascender los estrechos marcos permitidos. En el caso específico de la psicología comunitaria, las posibilidades de situarse en un escenario más amplio técnico-práctico sólo podrían realizarse con grandes costos personales y sin una continuidad que le posibilitara la acumulación de capital simbólico. La historia democrática Argentina tiene muchos altibajos. Durante el siglo XX hubo seis golpes de Estado realizados por militares, que modificaron el espectro social y que afectaron profundamente las ciencias sociales. El último golpe militar, acaecido entre 1976 y 1983, conllevó la desaparición de 30.000 personas y el exilio de una gran cantidad de compatriotas, muchos de ellos intelectuales de primera línea, que en la actualidad transitan las aulas de las universidades de diversos lugares del mundo. La psicología que pudo perdurar en la práctica en Argentina, durante el último golpe militar fue la psicología clínica, en tanto, las carreras de psicología fueron cerradas en todo el país, subsistiendo únicamente la carrera de Psicología en la Universidad Nacional de San Luis (en la provincia de San Luis), debido a que se modificó el nombre de la Facultad de Psicología por el de Facultad de Ciencias de la Educación y se cambió el nombre de las asignaturas de Psicoanálisis, disfrazándolas con el nombre de Psicologías Dinámicas. La astucia militar pasó por alto esos detalles y la carrera permaneció abierta. Otro dato que debe ser expuesto por la gravedad que expresa y como ejemplo de lo que sucedía en aquella época, se refiere a que el día en que se realizó el golpe de Estado -24 de marzo de 1976se secuestró y se hizo desaparecer a la presidenta de la Asociación Argentina de Psicoanálisis (APA), a quien se la sacó arrastrándola de los pelos del hospital donde trabajaba. A la fecha aún no se tienen datos de esta persona, quien sigue en condición de desaparecida.

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Estos datos muestran la barbarie con que se atacó a la psicología hace tres décadas, produciéndole daños internos de los que aún no se ha recuperado del todo. La psicología en esa época estaba haciendo un valioso trabajo desde los siguientes espacios: Prevención, Epidemiología, Trabajo Grupal, Trabajo social, entre los más destacados. Treinta años después aún no se ha dado un lugar de valor en las currículas de las carreras de Psicología a los temas citados, los que tímidamente van surgiendo, siempre amenazados por el poder omnímodo del psicoanálisis clínico, que es quien domina la escena profesional. Por otra parte, tal como sostienen Chinkes y otros (op.cit.) otro de los factores que afectó la falta de desarrollo de la Psicología Comunitaria fue la forma en que se fue internalizando el terror como bagaje, especialmente en sus capas medias, presente en su vida cotidiana que recayó en la producción de conocimientos, a partir del golpe militar de 1976. Por otra parte, las características profundamente reaccionarias de las clases dominantes en nuestro país, vinculadas al pensamiento militar y a una Iglesia mayoritariamente preconciliar, fueron construyendo un Estado que nunca permitió ni siquiera mínimos espacios de debate. A diferencia de otro países latinoamericanos que soportaron igualmente dictaduras militares, pero que mantuvieron resquicios por donde algunos científicos sociales pudieron seguir produciendo. Esto significó un estancamiento de las ciencias sociales, especialmente en aquellas que hubiesen podido vincularse con una práctica cuestionadora de la realidad. En este sentido la posibilidad de desarrollar una psicología comunitaria que pudiera insertarse en aquellos espacios sociales excluidos de la participación política y expropiada de la riqueza social fue una tarea aislada. En conjunción con un contexto político social restringido, el desarrollo masivo del psicoanálisis sesgó profundamente la práctica comunitaria y construyó un discurso respecto de la atención de la salud mental desde una lectura casi exclusivamente psicopatológica e individual. Obviamente nos estamos refiriendo a procesos generales que no pretenden desconocer los muchos casos de rupturas y cuestionamiento que se plantearon en estos años, sino dar cuenta de la funcionalidad de un modelo de trabajo con el "habitat" territorial en que se sitúa. Chinkes, Lapalma y Nicenboim (op.cit.) sostienen que es imposible entender la aparición de la Psicología Social Comunitaria, sino se investiga la definida influencia del psicoanálisis en la formación de las primeras generaciones de psicólogos:

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-La psicología surge en la Argentina como carrera en el año 1958. Desde sus inicios estuvo claramente influenciada por el modelo médico que orientó la formación y la práctica profesional hacia el campo de la clínica. -En una primera etapa la Asociación Psicoanalítica Argentina, que orientó los primeros años del rol profesional, impuso una decidida impronta clínica al quehacer psicológico que marcó un sello de identidad para generaciones de psicólogos que aprendieron a pensar el discurso social en términos de modelos intrapsíquicos. -En una segunda etapa, en la década del 70, se observa la presencia de psicólogos, discípulos de aquellos que introdujeron el psicoanálisis en la Universidad, fundamentalmente preocupados por reivindicar la legalidad del rol profesional reclamando la posibilidad del ejercicio clínico. -Es importante señalar la existencia de un contexto que favorecía un modelo de país, con una élite intelectual revolucionaria, cerrada a modelos de integración a los que calificaba de reaccionarios y que enmarcaba su lectura en la interpretación del neocolonialismo en América Latina. Este contexto duró escasamente unos cinco años y luego vino el golpe militar. -Con este modelo coexistió, una lectura de la teoría y práctica social que la identificaba como subversiva para la mirada de las clases dominantes, cuyo brazo armado eran los militares. De modo que un planteo de abordaje psicológico social basado en principios psicológicos, cayó en este campo de confrontación. -Más recientemente, y con el regreso a la democracia (1983) comienza la difusión del pensamiento de Jacques Lacan en la actividad privada y en las universidades. Si bien hubo un acento en esta orientación, la búsqueda de nuevos espacios diferenciados del psicoanálisis generó alternativas teóricas y prácticas. -El psicólogo argentino creció en la creencia de que la psicología es clínica y es básicamente psicoanalítica. Esto coincide con la afirmación de Ardila (1986) de que los Departamentos de Psicología y las posiciones de mando en la disciplina han estado desde los inicios, y diríamos hasta bien entrada la década del 80, en manos de médicos, psiquiatras y psicoanalistas.

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Los antecedentes mencionados conformaron un perfil de psicólogo desconectado de otras fuentes bibliográficas, metodológicas y epistemológicas, que la disciplina desarrolló a nivel mundial. PSICÓLOGOS SIN FRONTERAS ARGENTINA- SAN LUIS En la carrera de Psicología de la Universidad Nacional de San Luis se dictaban Psicología Social I y Psicología Social II, asignaturas que estaban a cargo del Dr. Rodríguez Kauth. Por la temática que trataban, una de ellas se convierte, en Psicología Política, con una fuerte impronta latinoamericana. De hecho, durante los años 80, Rodríguez Kauth participa en el primer (y hasta la fecha único) Manual de Psicología Política Latinoamericana (1987), coordinado por Marizta Montero y editado en Venezuela. También se conforma en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, el Proyecto de Investigación de Psicología Política en 1989, en tanto que la cátedra de Psicología Política surge en 1996, que hasta la fecha funcionan como tal. Desde la Psicología Política, nos comenzamos a plantear los temas de la intervención social del psicólogo. Esto se va dando a medida que se produce el cambio del Estado de bienestar al del Estado mercantilista, que desemboca en la profundísima crisis de 2001, y conlleva una severa crisis institucional manifestada en la renuncia del Presidente de la Nación y el hecho de que durante una semana hubieran 5 presidentes, además de llevar a un sinnúmero de problemas sociales entre los que se destacan el aumento de la pobreza (llegó al 40% de la población) y el desempleo (que llega casi al 10% de la población activa) con sus consecuencias previsibles. Como respuesta a este panorama social, creamos la ONG Psicólogos Sin Fronteras desde la misma cátedra, con el apoyo de psicólogos madrileños y nos abocamos al trabajo en la comunidad. Pero no lo hacemos desde la Psicología Comunitaria, inexistente en nuestra universidad y en nuestra provincia, lo hacemos desde la Psicología Política, que nos permite, por sus planteos teóricos, realizar diferentes tipos de abordajes desde diferentes lugares teóricos. Nuestro camino es inverso al que realiza Maritza Montero: ella va desde la Psicología Social a la Psicología Comunitaria y luego, para comprender los hechos que aborda, llega a la Psicología Política.

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En tanto que nosotros, a medida que avanza el trabajo en Psicólogos Sin Fronteras (PSF), que se constituye de alguna manera en un laboratorio en el que los profesionales y los alumnos de los años avanzados van realizando prácticas, careciendo de formación en Psicología Comunitaria, desde otra de las materias que dictamos –Psicología Social- comenzamos desde 2005, a desarrollar pasantías dentro del ámbito de la Psicología Comunitaria. Y en este momento estamos trabajando en la posibilidad de crear un Centro de Psicología Comunitaria en la Universidad, que nos permita acercarnos a la comunidad desde otros espacios. La referencia a la posibilidad de captar demandas de atención en problemas concretos, entraña el hecho de que el trabajo que se hace desde PSF no nos ha permitido hasta la fecha aplicar las estrategias de la investigación-acción participativa, debido a una serie de inconvenientes. Por un lado, a que el ejercicio de la política provincial, no nos permite avanzar en el fortalecimiento de comunas o barrios, ya que estos son cooptados por los “punteros” políticos, los que frenan cualquier tipo de intervención. Por otro lado, la gente suele tener mucha desconfianza hacia la labor de los psicólogos, especialmente porque, al trabajar voluntariamente la mayoría de las veces, y no representar ninguna institución del Estado, la gente cree que hacemos asistencialismo, que de alguna manera, ha sido la forma con la que se comienza a trabajar. Por lo tanto, para que el trabajo de PSF alcance el estatus de la Psicología Comunitaria, nosotros debemos desarrollarnos en esa subdisciplina, tarea en la que estamos en los inicios. Ya hemos mencionado las dificultades sociales, del conocimiento y políticas para el desarrollo de la Psicología Comunitaria, pero creemos firmemente que necesitamos dar este tipo de respuesta para los problemas que aquejan a gran parte de la comunidad. Ahora bien, nosotros, para realizar el paso de la psicología convencional –clínica- a la psicología comunitaria, estamos revisando conceptos, que han sido oportunamente discutidos, pero que nos parecen fundantes a la hora de la intervención comunitaria. LA SALUD MENTAL Y SU ATENCIÓN Nosotros venimos observando que están surgiendo voces que reclaman intervención de parte del Estado a la hora de asegurar la salud mental a la comunidad. Nosotros pensamos en un Estado que tome la responsabilidad de facilitar a su comunidad los espacios y herramientas para que sea protagonista a la hora de defender su derecho a una salud integral, donde lo mental sea igualmente importante que lo biológico. Es decir, deberíamos atenernos a los conceptos vertidos por la OMS, Revista diálogos │Vol. 3│No. 1│Febrero│2012│ISSN: 1852-8481│

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respecto de la salud en general: "Estado de completo Salud Mental , físico y social, y no meramente la ausencia de enfermedad o dolencia". (O.M.S., 1946). Si aceptamos como buena esta definición, estamos aceptando tácitamente que el estado mental también forma parte de la evaluación del estado de salud de cualquier sujeto. Porque, sin duda, no se puede ostentar un nivel óptimo de salud y un deficitario estado mental. Por tanto, el concepto de salud mental va implícito en el concepto de salud y además como algo indisociable. Al concepto de salud hay que entenderlo siempre en un sentido amplio e integral. Es un concepto dinámico, que está ligado a las condiciones de vida, a la ideología dominante, a los avances científicos y a la evolución de la cultura. De tal manera, las actitudes de la población respecto de la salud, han ido cambiando en la medida que se operan cambios en los valores sociales. Y estos han posibilitado que el concepto no sólo se centre en lo curativo de antaño, sino que en la actualidad se consideren aspectos tales como el entorno, los factores de riesgo, los estilos de vida, la educación sanitaria, la situación de clase, la situación económica y todo cuanto contribuya a su promoción, fomento y prevención. Por otro lado, no podemos concebir la salud como un valor absoluto sino relativo, y sujeto a múltiples contingencias. Así pues, al concepto de salud tenemos que entenderlo de manera amplia e integral y, además, como el equilibrio entre el hombre y su medio ambiente, como una manera de vivir que suponga el desarrollo de la potencialidad humana, que permita el goce pleno y armonioso de sus facultades, para disfrutar un bienestar individual y comunitario y para participar en el progreso común (Parisí y otros, 2006). Se puede observar, desde nuestra experiencia en el trabajo de campo (hospitalario, escolar, comunal, institucional –servicio penitenciarios- entre otros) que este reclamo por una atención psicológica es cada vez más frecuente por parte de la población, y que, por si misma, está buscando la generación de un concepto de bienestar psicológico comunitario (en la atención, en la mirada de la disciplina), más que individual, tal como se prescribe la atención psicológica desde los marcos y abordajes teóricos convencionales. En vista de esta situación, se hace necesario que las instituciones formativas revean sus cuerpos de enseñanza incluyendo aspectos de abordaje comunitario. Por otra parte, el desvastamiento del Estado de Bienestar ha sido un generador de altas situaciones de marginalidad. Este Estado, a su vez, traspasa fondos –escasos por cierto- a los sectores sociales, especialmente a las comunidades barriales, a los ONG, etc., dejando que estos sectores se organicen por si sólos; 22

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esto sería, que por si sólos recreen las herramientas y la manera de auto sostenerse. Esta forma de control social, que margina bajo la bandera de la inclusión, denosta profusamente la atención de la salud en general y de la salud mental en particular. ¿Qué concepto de salud mental puede sostenerse desde la óptica de la desigualdad, la mezquindad social –proveniente de las clases pudientes-

y la ceguera de las macro teorías

psicológicas dominantes? Observamos que la salud mental que es sostenida por el Estado, que está representada por las formas convencionales de hacer política, apunta a la generación de sujetos pasivos y conformistas. En tanto que a nosotros nos comienza a llamar la atención la importancia que le adjudican a la salud mental los sectores desguarnecidos. En nuestra experiencia en el trabajo en la comunidad, con personas de sectores altamente vulnerables, hemos escuchado su demanda de contención, apoyo -tanto individual como grupal- en la resolución de su cotidianeidad. Básicamente porque gran parte de la población está desbordada emocionalmente por la complejidad de su situación de vida, enraizada, la mas de las veces, en profundos problemas socioeconómicos. Consideramos que cuando se constituyen como sujetos de demanda es porqué se consideran sujetos con derechos: esto los ubica en espacios sociales de los cuales el sistema los priva. Cuando ellos hacen demandas de atención psicológica, en las que involucran a su grupo primario y a su grupo social, es porqué consideran que la salud mental es un bien es si mismo, tanto como el trabajo, la educación, o el esparcimiento. Eso nos induce a creer que tras la demanda mencionada existe la firme necesidad de contar, por parte de estas comunidades, de una salud mental que estaría fundada en lograr mejores condiciones de vida y que respondería a un proceso dialéctico de causa y consecuencia: es necesario contar con una adecuada salud mental para enfrentar al sistema que margina y una vez que esto se consigue, la salud mental se ve enriquecida. La trama no sólo debe ser entendida desde una lectura correcta de la demanda psicológica que realiza la comunidad mencionada, sino que debe ser acompañada por una serie de factores, con el fin de poder complementar la demanda social (Parisí y otros, op.cit.): una definición de la salud mental en psicología, que implique una apertura ideológica, en la que se deje de situar al sujeto de la clínica únicamente como sujeto de clase media y con problemáticas de clase media, orientadas éstas problemáticas a cuestiones individuales; Revista diálogos │Vol. 3│No. 1│Febrero│2012│ISSN: 1852-8481│

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una serie de herramientas teóricas que sostengan, articulen e implementen abordajes de tipo comunitarios; un rol del psicólogo que pueda desprenderse del lugar tradicional, y situarse en espacios creativos, activos y comprometidos con la realidad social -que transita a diario- y que lo involucran como ciudadano; un Estado activo, responsable, que garantice y que sea promotor de la salud mental comunitaria. Sujetos de las comunidades en los que la participación sea el motor de sus acciones. En el caso del papel de la psicología, es necesario repensar una psicología capaz de interpretar el devenir de una sociedad fragmentada, empobrecida, lastimada, desconfiada, temerosa y neutralizada políticamente. Una psicología que defina ideológicamente sus lealtades, es decir, al servicio de qué intereses produce conocimientos y prácticas. En función de esa definición, se gestará un concepto de salud mental y de ella se desprenderá un abordaje determinado. Marín (2005) sostiene que es fundamental no perder de vista el carácter

generativo y

constructivo del conocimiento, que esto nos llevará a preguntarnos acerca de qué conocemos. ¿Qué es posible conocer acerca de los sujetos y de su realidad desde nuestras matrices de pensamiento? ¿Cómo conocemos el mundo de la comunidad desde su mundo y desde el nuestro? ¿Cómo o desde dónde relacionamos ambos mundos, sin que se produzca una fusión que nos confunda? El psicólogo, desde la adopción de una postura crítica no puede desconocer que lleva consigo su mundo en la formación profesional, en sus teorías, sus métodos y sus formas de conocer. Si no es conciente de ello, no logra el encuentro con el abordaje comunitario, por tanto, corre el riesgo de pegarse a los procesos cotidianos de la comunidad o a los de su marco teórico y perder la especificidad del papel que desempeña en la comunidad. En lugar de la implicación se produce la fusión, que no le permite luego hacer la construcción de conocimientos de segundo orden, es decir desde su disciplina. Si el psicólogo desconoce la episteme de la comunidad, esto es la versión que la comunidad tiene del mundo, aún cuando en apariencia su intervención prospere, la comunidad se acomoda a los deseos del psicólogo y responde a ellos, como también lo hace a las intervenciones de las instituciones del Estado. Pero, cuando el psicólogo sale del campo de intervención, la comunidad reacomoda su práctica a su mundo habitual. De modo que los conocimientos teóricos prácticos que el psicólogo posee podrían socializarse con la comunidad luego de que la cultura de la comunidad se haya manifestado.

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Nuestra posición respecto del concepto de salud mental, no involucra únicamente al papel de la psicología como disciplina que propenda por su vigencia, también implica el papel del Estado, como regulador y como garantizador de la convivencia social. Esto implica que el Estado debe resguardar su lugar como agente de equilibrio social: la salud mental también provendrá de una adecuada repartición de la riqueza, del ejercicio de las instituciones, del funcionamiento de la ley y de la aplicación de los derechos humanos. Como se está lejos de esos postulados, la praxis psicológica debería contribuir a la reflexión respecto de las subjetividades que genera y forma el sistema neoliberal actual, para que la salud mental sea un producto social y no una imposición del mercado. Al interior de esta reflexión, el concepto de adaptación al sistema debe ser el más discutido. El entender a la salud mental como un producto social sería el posibilitar que la comunidad en su conjunto elaborará qué es lo que se entiende y define por “sano”, y no que la “salud mental” sea definida por los cenáculos de poder, que buscan legitimar un determinado orden social, que está al servicio del mercado. Esa Salud Mental se irá definiendo de acuerdo con el contexto, con la geografía, con la historia, con la cultura, con las necesidades definidas por la comunidad; y la psicología aportará, como un actor más, su bagaje intelectual puesto al servicio de la comunidad (Parisí y otros, 2011). Acá le restamos el lugar de importancia que suele buscar y detentar la psicología, para destacar como sustantivo el bienestar comunitario. Es decir, las teorías, la formación del psicólogo, deben esperar que surjan las demandas de la comunidad y no imponer sus demandas teóricas y culturales. En el trabajo que se desarrolla desde Psicólogos Sin Fronteras Argentina, realizado en la Ciudad de San Luis, con poblaciones en riesgo social, se viene observando que, en la medida en que la involucración social de los psicólogos y de los estudiantes de psicología es pertinente con la comunidad con que se interactúa, la riqueza de la interacción, no sólo nutre –desde lo esperado convencionalmente- al sujeto, sino que enriquece al psicólogo: éste articula una praxis que es producto de la experiencia y que se va modificando de acuerdo con las demandas, las necesidades y las posibilidades. REFERENCIAS ALONSO, M. y GAGO, P. (2006, agosto). Algunos aspectos cuantitativos de la evolución de la Psicología en Argentina 1975-2005. 2006. Poster presentado en las XIII Jornadas de Revista diálogos │Vol. 3│No. 1│Febrero│2012│ISSN: 1852-8481│

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