Pratchett Terry- Academicos Invisibles

Una novela de Mundodisco TERRY PRATCHETT Este libro está dedicado a Rob Wilkins, quien tipeó la mayor parte de él y tuv

Views 180 Downloads 15 File size 1MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Una novela de Mundodisco TERRY PRATCHETT

Este libro está dedicado a Rob Wilkins, quien tipeó la mayor parte de él y tuvo el sentido común de reír ocasionalmente. Y a Colin Smythe por su estímulo. El canto de la diosa Pedestriana es una parodia del maravilloso poema "Brahma"1, de Ralph Waldo Emerson, pero por supuesto usted ya lo sabía de todos modos.

1

Si el asesino rojo piensa que mata,

O si el matado piensa que es matado, No conocen bien los caminos sutiles Que conservo, y paso, y vuelvo otra vez. Lejos u olvidado para mí es cerca, Sombra y luz del sol son lo mismo, Los dioses desaparecidos para mí aparecen, Y uno para mí es vergüenza y fama. Consideran loco al que me deja afuera; Cuando de mí vuelan, soy las alas; Soy el escéptico y la duda, Y el himno que el Brahman canta. Los dioses fuertes añoran mi morada, Y añoran en vano el sagrado siete; ¡Pero tú, sumiso amante del bien! Búscame, y vuelve tu espalda al cielo. (NT)

Era medianoche en el Museo Real de Arte de Ankh-Morpork. 2 Se le ocurría al nuevo empleado Rudolph Scattering casi una vez por minuto que en general podría haber sido una buena idea contarle al Curador sobre su nictofobia, su miedo a los ruidos extraños y, ahora lo sabía, su miedo a absolutamente todas las cosas de que podía ver (y, para el caso, no ver), escuchar, oler y sentir que gateaba hacia arriba por su espalda durante las horas interminables de guardia de la noche. Era inútil decirse a sí mismo que todo aquí estaba muerto. Eso no ayudaba en absoluto. Significaba que él se destacaba. Y entonces escuchó el sollozo. Un grito podría haber sido mejor. Por lo menos uno está seguro cuando ha escuchado un grito. Un apagado sollozo es algo que uno tiene que esperar hasta escuchar otra vez, porque uno no puede estar seguro. Levantó la linterna con mano temblorosa. No debería haber nadie aquí. El sitio estaba bien cerrado; nadie podía entrar. O, ahora que lo pensaba, salir. Ojalá no hubiera pensado en eso. 2

Técnicamente, la ciudad de Ankh-Morpork es una Tiranía, que no es siempre lo mismo que una

monarquía, y a decir verdad incluso el puesto de Tirano ha sido de alguna manera redefinido por el titular, Lord Vetinari, como la única forma de la democracia que funciona. Todos tienen el derecho a votar, a menos que sean descalificados por razón de la edad o no ser Lord Vetinari. Y sin embargo funciona. Esto ha molestado a varias personas que sienten, de algún modo, que no debería hacerlo, y quieren un monarca en cambio, y así reemplazar a un hombre que ha alcanzado su posición por astucia, una profunda comprensión de las realidades de la psiquis humana, impresionante diplomacia, cierta destreza con la daga de estilete, y, según la opinión consensuada por todos, una mente como una sierra circular finamente balanceada, con un hombre que ha llegado allí por haber nacido. Sin embargo, la corona ha andado por allí de todos modos, como andan las coronas en la Oficina Postal y el Banco Real y la Casa de Moneda y, no menos, en la conciencia de crecimiento descontrolado, agresiva y tormentosa de la ciudad misma. Muchas cosas viven en esa oscuridad. Hay toda clase de oscuridades, y cosas de toda clase pueden ser encontradas entre ellas, aprisionadas, desterradas, perdidas o escondidas. A veces escapan. A veces simplemente caen. A veces no pueden aguantar más. Una tercera proposición, que la ciudad sea gobernada por una elección de miembros respetables de la comunidad que prometerían no darse aires ni traicionar la confianza pública a cada paso, era en un instante el tema de las bromas de sainetes por toda la ciudad.

Estaba en el sótano, que no estaba entre los lugares más temibles en su ronda. Eran principalmente sólo estantes viejos y cajones, llenos de las cosas

que

eran

casi,

pero

muy

definitivamente

no

completamente,

desechadas. A los museos no les gusta desechar cosas, en caso de que resultaran ser muy importantes más adelante. Otro sollozo, y un sonido como el raspar de... ¿cerámica? ¿Una rata, entonces, en algún lugar sobre los estantes posteriores? Las ratas no sollozan, ¿o sí? —¡Mire, no quiero tener que entrar ahí y atraparlo! —dijo Scattering con sentida exactitud. Y los estantes estallaron. Le parecía que ocurría en cámara lenta, los trozos de cerámica y estatuas se dispersaban mientras derivaban hacia él. Él retrocedió y la nube en expansión pasó por encima y se estrelló contra los estantes del otro lado de la habitación, que fueron demolidos. Scattering estaba tendido sobre el piso, en la oscuridad, incapaz de moverse, esperando en cada momento ser destrozado por los fantasmas que subían burbujeando en su imaginación... El personal diurno lo encontró allí por la mañana, profundamente dormido y cubierto de polvo. Escucharon su explicación confusa, lo trataron con gentileza, y estuvieron de acuerdo en que una carrera diferente podría convenir a su temperamento. Se preguntaron por un rato qué había sucedido; los vigilantes nocturnos eran personas bastante desconcertantes en el mejor de los casos, pero lo sacaron de sus cabezas... por el hallazgo. Entonces el Sr. Scattering consiguió un empleo en una tienda de mascotas en Escalones Pellicool, pero lo dejó después de tres días porque la manera en que los gatitos lo miraban le daba pesadillas. El mundo puede ser muy cruel con algunas personas. Pero nunca dijo a nadie sobre la dama gloriosamente brillante que sostenía una gran pelota sobre su cabeza y que le sonrió antes de esfumarse. No quería que las personas pensaran que era extraño. Pero es quizás el tiempo de hablar de camas.

Lectrología, el estudio de la cama y su entorno asociado, puede ser sumamente útil y contarle mucho sobre el propietario, incluso si sólo es un artista muy conocedor y una instalación de sentido común. La cama del Archicanciller Ridcully de la Universidad Invisible, por ejemplo, es por lo menos una cama y media, siendo de ocho patas. Abarca una biblioteca pequeña y una barra, y astutamente incluye un retrete cerrado, completamente de caoba y latón, para ahorrar esas largas y frías excursiones nocturnas con el riesgo concomitante de tropezar con pantuflas, botellas vacías, zapatos y toda otra barrera que se presenta a un hombre en la oscuridad y que está rogando que la próxima cosa que le dé en su dedo sea porcelana, o por lo menos fácil de limpiar. La cama de Trevor Probable está en cualquier lugar: el piso de un amigo, en el altillo de cualquier cuadra que fue dejada sin candado (que es habitualmente una opción mucho más fragante), o en una habitación de una casa vacía (aunque hay muy pocas de ésas en estos días); o duerme en el trabajo (pero es siempre cuidadoso con eso, porque el anciano Smeems parece no dormir nunca en absoluto y podría atraparlo en cualquier momento). Trev puede dormir en cualquier lugar, y lo hace. Glenda duerme en una antigua cama de hierro, 3 cuyos muelles y colchón se han formado gentil y amorosamente alrededor de ella con el paso de los años, dejando una depresión generosa. El fondo de este sofá catenario es mantenido lejos del piso por un mantillo de amarillentas novelas románticas muy baratas de la clase donde la palabra "corpiño" viene naturalmente. Se moriría si alguien se enterara, o posiblemente ellos morirán si ella descubre que se han enterado. Por lo general, sobre la almohada, hay un osito de peluche muy anciano llamado Sr. Wobble. Tradicionalmente, en el lexicón de la pasión, ese oso debería tener sólo un ojo, pero como resultado de un error infantil en la costura de Glenda, tiene tres, y es más culto que el oso promedio. 3

Es decir que Glenda duerme oficialmente en el viejo armazón de la cama de hierro; en realidad pasa

la mayor parte de su noche en un inmenso y antiguo sillón en la Cocina Nocturna, donde casi ha dominado totalmente el arte de prescindir del verdadero sueño. Tantas migas, cucharas, trozos de masa de pastel, libros y bebidas derramadas han caído por los costados de los almohadones de esa silla que ahora bien podrían dar refugio a una civilización pequeña y floreciente.

La cama de Julieta Stollop fue vendida a su madre en condiciones para una princesa, y es más o menos como la cama del Archicanciller, aunque casi todo menos, ya que consiste en algunas cortinas de gasa que rodean una cama muy angosta y muy barata. Su madre está ahora muerta. Esto puede inferirse del hecho de que cuando la cama se derrumbó bajo el peso de una creciente niña, alguien la calzó sobre cajones de cerveza. Una madre se habría asegurado de que por lo menos fueran, como todo lo demás en la habitación, pintados de rosa con pequeñas coronas. El Sr. Nutt tenía siete años cuando descubrió que dormir, para algunas personas, involucraba una pieza especial de mobiliario. Ahora eran las dos de la mañana. Un silencio empalagoso reinaba a lo largo de los antiguos corredores y claustros de la Universidad Invisible. Había silencio en la Biblioteca; había silencio en los salones. Había tanto silencio que uno podía escucharlo. Dondequiera que fuese, rellenaba los oídos con pelusa invisible. ¡Gloing! El diminuto sonido pasó volando, un momento de oro líquido en el silencio tenebroso. El silencio gobernaba otra vez escaleras arriba, hasta que fue interrumpido por el arrastrar de las oficiales pantuflas de alfombra de gruesas suelas de Smeems, Sota de Vela, mientras hacía sus rondas durante toda la larga noche de un candelabro a otro, volviéndolos a llenar de su canasta oficial. Era ayudado esta noche (aunque, a juzgar por su ocasional gruñido, no lo suficiente) por un chorreador. Él era llamado Sota de Vela porque así era descrito el puesto en los registros de la universidad cuando fue creado, casi dos mil años atrás. Mantener llenos los candeleros, soportes de pared y, en gran parte, los candelabros de la universidad era un trabajo interminable. Era, a decir verdad, el trabajo más importante en el lugar, en la mente de Sota de Vela. Oh, Smeems admitiría bajo presión que había hombres con sombreros puntudos por allí, pero iban y venían y por lo general se metían en su camino. La Universidad Invisible no era rica en ventanas, y sin Sota de Vela estaría en la oscuridad en un día. Que los magos simplemente saldrían afuera y contratarían en las

multitudes abundantes a otro hombre capaz de trepar las escalerillas con los bolsillos llenos de las velas nunca había figurado en sus ideas. Él era irreemplazable, exactamente como todas las otras Sotas de Vela antes que él. Y ahora, detrás de él, escuchó un ruido mientras la escalerilla plegable oficial se desdoblaba. Se dio media vuelta. —¡Sujeta la maldita cosa derecha! —siseó. —¡Lo siento, maestro! —dijo su aprendiz interino, tratando de controlar el monstruo deslizante y mordedor de dedos en que se convierten las escalerillas a la primera oportunidad, y a menudo sin ninguna oportunidad en absoluto. —¡Y mantén el ruido bajo! —bramó Smeems—. ¿Quieres ser un chorreador por el resto de tu vida? —En realidad, me gusta mucho ser un chorreador, señor... —¡Ja! ¡La falta de la ambición es la maldición de la clase trabajadora! ¡Aquí, dame esa cosa! —Sota de Vela trató de coger la escalerilla justo cuando su desafortunado ayudante la cerraba. —Lamento eso, señor... —Siempre hay espacio para uno más en el tanque de mojar las mechas, ya sabes —dijo Smeems, soplándose los nudillos. —Muy justo, señor. Sota de Vela se quedó mirando la cara gris, redonda y cándida. Tenía una inmóvil expresión amistosa que era muy desconcertante, especialmente cuando uno sabía qué estaba mirando. Y él sabía qué era, oh, sí, pero no lo que se llama. —¿Cuál es tu nombre otra vez? No puedo recordar el nombre de todo el mundo. —Nutt, Sr. Smeems. Con dos T. —¿Piensas que la segunda ayuda al asunto, Nutt?4 —No realmente, señor. —¿Dónde está Trev? Debería estar levantado esta noche. 4

Se refiere a nut = fanático, y a nut = chiflado, y a varias otras acepciones no generosas. (NT)

—Estuvo muy enfermo, señor. Me pidió que lo hiciera. Sota de Vela lanzó un gruñido. —¡Tienes que verte elegante para trabajar encima de una escalera, Nutts! —Nutt, señor. Lo siento, señor. Nací sin aspecto elegante, señor. —Bueno, por lo menos no hay nadie que te vea ahora —concedió Smeems—. Muy bien, sígueme, y trata de verte menos... bueno, simplemente trata de no verte. —Sí, maestro, pero yo pienso... —No se te paga para pensar, joven... hombre. —Trataré de no hacerlo, maestro. Dos minutos más tarde Smeems estaba de pie enfrente del Emperador, observado por un Nutt adecuadamente asombrado. Una montaña de sebo gris-plata casi llenaba el solitario cruce de los corredores de piedra. La llama de esta vela, que sólo podía ser una megavela de cabos de muchos muchos miles de velas que se habían ido antes, todas chorreando y corriendo hacia una gran totalidad, era un resplandor cerca del techo, demasiado alto para iluminar mucho. El pecho de Smeems se hinchó. Estaba en presencia de la Historia. —¡Contempla, Nutts! —Sí, señor. Contemplo, señor. Es Nutt, señor. —Dos mil años nos miran desde la punta de esta vela, Nutts. Por supuesto, ellos miran más abajo sobre ti que sobre mí. —Completamente, señor. Bien hecho, señor. Smeems miró furioso a la cara redonda y amistosa, y no vio nada allí excepto un interés alisado que era muy casi espantoso. Lanzó un gruñido, entonces desdobló su escalerilla sin mucho más que un pulgar pellizcado, y trepó con cuidado hasta que no pudo subir más. Desde este campamento base, generaciones de Sotas de Vela habían labrado y mantenido, escalones arriba, la cara hacia el eje del gigante. —Regala tus ojos con esto, muchacho —gritó hacia abajo, su mal genio básico algo moderado por este contacto con la grandeza—. ¡Un día podrías ser el... hombre que trepe a este sebo sagrado!

Por un momento, Nutt parecía alguien que trataba con fuerza de ocultar la expresión de una persona que seriamente espera que su porvenir le reserve algo más que una vela grande. Nutt era joven y como tal no tenía esa reverencia a la edad que tenían, principalmente, los de edad. Pero la alegre no-totalmente-sonrisa volvió. Nunca desaparecía durante mucho tiempo. —Sísseñor —dijo, sobre la base que esto en general funcionaba. Algunas personas afirmaban que el Emperador había sido iluminado la noche en que la UI fue fundada, y que nunca se había apagado desde entonces. Sin duda el Emperador era inmenso, y era lo que se conseguía cuando, todas las noches durante tal vez dos mil años, uno encendía una nueva vela de grasa con los chorreantes restos de la última y la presionaba firmemente dentro de la cera caliente. No había ningún candelero visible ahora, por supuesto.

Eso

estaba

en

algún

lugar

en

la

vasta

acumulación

de

chorreaduras cerosas sobre el siguiente piso abajo. Alrededor de mil años atrás, se hizo un gran agujero en el cielorraso del corredor inferior de la universidad, y ya el Emperador medía diecisiete pies de altura aquí arriba. Había en total treinta y ocho pies de vela pura, natural y chorreada. Eso ponía a Smeems orgulloso. Era un guardián de la vela que nunca salía. Era un ejemplo para todos, una luz que nunca fallaba, una llama en la oscuridad, un faro de tradición. Y la Universidad Invisible tomaba la tradición muy seriamente, por lo menos cuando recordaba hacerlo. Como ahora, a decir verdad... Desde algún sitio en la distancia llegaba un sonido como de un pato grande al ser pisoteado, seguido por un grito “¡Ho, el Megapode!”. Y entonces todo el infierno sucedió. Una... criatura salió de la penumbra. Hay una frase "Ni carne ni ave ni buen arenque rojo". Esta cosa era todos ellos, más algunas otras partes de bestias desconocidas para la ciencia o la pesadilla, o incluso el «kebab». Sin duda había un poco de rojo, y mucho solapado, y Nutt estaba seguro de haber captado una visión fugaz de una enorme sandalia, pero estaban los ojos locos, giratorios y vitales, el inmenso pico amarillo y rojo, y luego la cosa desapareció por otro lóbrego corredor, haciendo sin cesar ese monótono ruido a corneta, del tipo que los cazadores

de patos hacen justo antes de recibir un disparo de otros cazadores de patos. —¡Aho! ¡El Megapode! —No era claro desde dónde venía el grito. Parecía estar viniendo desde todas partes—. ¡Allí choca ella! ¡Ho, el Megapode! El grito subía desde todos los costados, y desde las sombras oscuras de todos los corredores, excepto el que la bestia había usado para huir, donde galopaban formas curiosas que resultaron ser, bajo la luz parpadeante del Emperador, del cuerpo de profesores mayores de la universidad. Cada mago estaba montado sobre la espalda de un portero de bombín, que era incitado hacia adelante por medio de una botella de cerveza colgada de un cordel y sostenida, como la tradición requería, más allá del alcance del portero con un largo palo. El graznido triste resonó otra vez, bastante lejos, y un mago agitó su bastón en el aire y gritó: —¡Bird ha huido! ¡Ho, el Megapode! La colisionante hechicería, que ya había aplastado la escalerilla destartalada de Smeems bajo las botas claveteadas de sus corceles, arrancó de inmediato, empujándose y dando vueltas para posicionarse. Durante un corto rato el “¡Aho! ¡El Megapode!” hizo ecos en la distancia. Cuando estuvo seguro de que se habían ido, Nutt salió de su refugio detrás del Emperador, recogió lo que quedaba de la escalerilla, y miró a su alrededor. —¿Maestro? —arriesgó. Escuchó un gruñido desde arriba. Levantó la vista—. ¿Está usted bien, maestro? —He estado mejor, Nutts. ¿Puedes ver mis pies? Nutt levantó su linterna. —Sí, maestro. Lamento decir que la escalerilla está rota. —Bien, haz algo sobre eso. Tengo que concentrarme en mis manos aquí. —Pensé que no me pagaban para pensar, maestro. —¡No trates de hacerte el listo! —¿Puedo tratar de hacerme el listo lo suficiente para bajarlo a salvo, maestro?

El silencio fue la severa réplica. Nutt suspiró, y abrió la gran bolsa de lona con herramientas. Smeems colgaba de la vela, que daba vértigo, mientras escuchaba, muy abajo, misteriosas raspaduras y tintineos. Entonces, con un silencio y una inmediatez que lo hicieron jadear, una forma en punta se levantó a su lado, oscilando ligeramente. —He enroscado tres de los grandes palos de apagar las velas, maestro —dijo Nutt desde abajo—. Y verá que hay un gancho de candelero clavado en la punta, ¿sí? Y hay una soga. ¿Puede verla? Pienso que si puede hacer un bucle alrededor del Emperador no resbalará mucho y usted debería poder bajarse despacio. Oh, y hay una caja de fósforos, también. —¿Para qué? —dijo Smeems, extendiendo la mano hacia el gancho. —No pude evitar notar que el Emperador se ha apagado, señor —dijo la voz desde abajo, alegremente. —¡No, no es así! —Pienso que usted descubrirá que sí, señor, porque no puedo ver la... —¡No hay ningún lugar en el departamento más importante de esta universidad para personas con mala vista, Nutts! —Le ruego me perdone, maestro. No sé qué me pasó. ¡De repente puedo ver la llama! Desde arriba vino el sonido de un fósforo al encenderse, y un círculo de luz amarilla se expandió sobre el techo mientras la vela que nunca se apagó era encendida. Poco tiempo después, Smeems se bajó al piso con mucha cautela. —Bien hecho, señor —dijo Nutt. Sota de Vela sacudió un trozo de chorreo de vela congelado de su camisa igualmente grasienta. —Muy bien —dijo—. Pero tendrás que volver por la mañana para recuperar el... —Pero Nutt ya estaba subiendo por la soga como una araña. Se escuchó un clang del otro lado de la gran vela mientras los tramos de palo apagavelas eran dejados caer, y luego el muchacho se deslizó hacia abajo hasta su maestro con el gancho bajo el brazo. Y ahora estaba parado allí, todo entusiasmo y limpia eficiencia (aunque algo mal vestido). Había algo casi

ofensivo en él. Y Sota de Vela no estaba acostumbrado. Se sentía impelido a poner al muchacho en un perchero, por su propio bien. —Todas las velas en esta universidad deben ser encendidas con una larga vela delgada que todavía arde, muchacho —dijo severamente—. ¿De dónde tomaste esos fósforos? —No me gustaría decirlo, señor. —¡Me atrevo a decir que no lo harías, realmente! ¡Cuéntame, muchacho, ahora! —No quiero meter a alguien en problemas, maestro. —Tu renuencia te hace mérito, pero insisto —dijo Sota de Vela. —Er, se cayeron de su chaqueta cuando estaba subiendo, maestro. Lejos en la distancia se escuchó un último grito: —¡El Megapode es capturado! —Pero alrededor del Emperador el silencio escuchó con la boca abierta. —Estás equivocado, Nutts —dijo Smeems despacio—. Creo que encontrarás que uno de los caballeros debe haberlos dejado caer. —Ah, sí, indudablemente eso debe haber ocurrido, señor. Debo aprender a no llegar a conclusiones precipitadas. Otra vez, Sota de Vela tenía esa sensación de desequilibrio. —Bien, entonces, no diremos más sobre esto —fue todo lo que pudo decir. —¿Qué fue lo que ocurrió entonces, señor? —dijo Nutt. —Oh, ¿eso? Eso era todo parte de una de las mágicamente esenciales actividades mágicas de los caballeros, muchacho. Era vital para el correcto transcurso del mundo, estoy seguro, oh, sí. Puede ser que estuvieran colocando las estrellas en su curso, incluso. Es una de esas cosas que tenemos que hacer, sabes —añadió, introduciéndose con cuidado en la compañía de la hechicería. —Es que parecía un hombre flaco con un gran pato de madera atado a su cabeza. —Ah, bien, puede haber parecido eso, por cierto, pero era porque así es como lo vemos las personas como nosotros, que no tenemos el don de la visión ocular. —¿Usted quiere decir que era alguna clase de metáfora?

Smeems manejaba esto muy bien dadas las circunstancias, que incluía estar tan profundamente perdido con esa frase que los percebes se sentirían atraídos a su ropa interior. —Eso es correcto —dijo—. Puede ser una meta para algo que no se vea tan estúpido. —Exactamente, maestro. Smeems bajó la vista al muchacho. No es su culpa, pensó, no puede evitar ser lo que es. Un inusual momento de ternura lo sorprendió. —Eres un muchacho brillante —dijo—. No hay razón por la que no seas director chorreador algún día. —Gracias, señor —dijo Nutt—, pero si no le molesta estaba esperando algo un poco más al aire libre, por así decirlo. —Ah —dijo Smeems—, eso podría ser un poco... difícil, como tú dirías. —Sí, señor. Lo sé. —Es que hay muchas... bien, miradas, no soy yo, es... es... bien, ya sabes. Son las personas. Ya sabes cómo son las personas. —Sí. Sé cómo son las personas. Parece un espantapájaros, habla refinado como uno de los caballeros, pensó Smeems. Brillante como un botón, sucio como un mojón. Se sentía inclinado a palmear al pequeño... muchacho sobre su cabeza curiosamente esférica, pero desistió. —Mejor si te quedas abajo en los tanques —dijo—. Es bonito y tibio, tienes tu propia bolsa de dormir, y es todo cómodo y seguro, ¿eh? Para su alivio el muchacho se mantenía en silencio mientras caminaban por los pasajes, pero entonces Nutt dijo, con un tono de voz meditabundo: —Me estaba preguntando, señor... ¿Qué tan a menudo no se apaga la vela que nunca se apaga? Smeems se tragó la réplica mordaz. Por alguna razón sabía que a la larga sólo podía aumentar el problema. —La vela que nunca se apaga no se ha apagado tres veces desde que soy Sota de Vela, muchacho —dijo—. ¡Es un récord! —Un logro envidiable, señor.

—¡Condenadamente correcto! Y eso es incluso con toda la rareza que hay estado ocurriendo últimamente. —¿De veras, señor? —dijo Nutt—. ¿Han estado ocurriendo cosas más extrañas que las habituales? —Joven... cito, cosas más extrañas que las habituales ocurren todo el tiempo. —Uno de los muchachos del fregadero me dijo que ayer todos los servicios en el piso Tesseráctico5 se convirtieron en ovejas —dijo Nutt—. Me gustaría verlo. —No iría más allá que los fregaderos, si fuera tú —dijo Smeems, rápidamente—. Y no te preocupes por lo que hacen los caballeros. Son las mentes más finas en el mundo, déjame decirte. Si ibas a preguntarles... — hizo una pausa, tratando de pensar en algo muy difícil, como—: ¿Cuánto es 864 por 316…? —273.024 —dijo Nutt, no totalmente por lo bajo. —¿Qué? —dijo Smeems, descarrilado. —Sólo pensando en voz alta, maestro —dijo Nutt. —Oh. Correcto. Er... bien, eso es todo, ¿lo ves? Tendrían una respuesta para ti en un par de sacudidas. Las mentes más finas del mundo —dijo Smeems, que creía en la verdad a través de la repetición—. Las mentes más finas. Comprometidas en la empresa del universo. ¡Las mentes más finas!

—Bien, eso fue divertido —dijo Mustrum Ridcully, Archicanciller de la universidad, lanzándose en un inmenso sillón en la Sala Poco Común del cuerpo docente con tanta fuerza que casi lo lanzó afuera otra vez—. Debemos hacerlo de nuevo alguna vez. —Sí, señor. Lo haremos. En cien años —dijo el nuevo Maestro de Las Tradiciones con tono suficiente, dando vuelta las páginas de su inmenso libro. Llegó a la crujiente hoja titulada Cazando al Megapode, anotó la fecha y la cantidad de tiempo que había tomado encontrar al Megapode

5

Se refiere a tesseract, el equivalente a un cubo en cuatro dimensiones. Ver archivo adjunto. (NT)

mencionado anteriormente, y firmó su nombre con una rúbrica: Ponder Stibbons. —¿Qué es un Megapode, de todos modos? —dijo el Director de Estudios Indefinidos, sirviéndose oporto. —Una clase de ave, creo —dijo el Archicanciller, agitando una mano hacia el carrito de tragos—. Después de mí. —El Megapode original fue encontrado en la despensa del vice-mayordomo —dijo el Maestro de Las Tradiciones—. Escapó en medio de la cena y causó lo que mi predecesor hace mil cien años llamó... —hizo referencia al libro —... “un verdadero rumbramido heyhoe mientras todos lo perseguían a través de los edificios de la universidad con mucho regocijo y buen humor”. —¿Por qué? —dijo el Director del Departamento de Comunicaciones PostMortem, arrebatando hábilmente la jarra llena de buenos licores mientras pasaba. —Oh, no puedes tener un Megapode corriendo por allí suelto, Dr. Hix —dijo Ridcully—. Cualquiera te lo diría. —No, quería decir ¿por qué lo hacemos otra vez cada cien años? —preguntó el Director del Departamento de Comunicaciones Post-Mortem. 6 El Prefecto Mayor volteó la cara y murmuró: —Oh, buenos dioses... —Es una tradición —explicó el Director de Estudios Indefinidos, enrollando un cigarrillo—. Tenemos que tener tradiciones. —Son tradicionales —dijo Ridcully. Hizo señas a uno de los sirvientes—. Y no me molesta decir que éste me ha dejado algo hambriento. ¿Puede ir por las tablas de quesos uno a cinco, por favor? Y, hum, un poco de esa carne asada fría, algo de jamón, unos pocos bizcochos y, por supuesto, el carro de encurtidos. —Levantó la vista—. ¿Alguien quiere añadir algo? —Podría entretenerme a intervalos con una pequeña fruta —dijo el Profesor de Fenómenos Recónditos—. ¿Y qué me dice de usted, Bibliotecario? —Ook —refunfuñó la figura que acaparaba el fuego.

6

Estrictamente hablando, Dr. Hix, escrito con una X, era el hijo del Sr. y la Sra. Hicks, pero un hombre

que usa una bata negra con desagradables símbolos sobre ella y tiene un anillo de cráneo estaría loco, o permítanos decir aún más loco, si desperdicia la oportunidad de tener una X en su nombre.

—Sí, por supuesto —dijo el Archicanciller. Agitó una mano al camarero que pasaba—. El carrito de la fruta también. Ocúpese, por favor, Downbody. Y... ¿tal vez esa nueva muchacha podría subirlo? Debería acostumbrarse a la Sala Poco Común. Fue como si acabara de lanzar un hechizo. La habitación, su techo nebuloso con humo azul, quedó de repente inundada por una clase de silencio pesado y

curiosamente

preocupado

principalmente

debido

a

la

ensoñadora

especulación, pero en algunos raros casos debido a recuerdos distantes. La nueva muchacha... Ante la simple idea, los ancianos corazones latieron peligrosamente.

Muy rara vez la belleza se entrometía en la vida cotidiana de la UI, que era tan masculina como el olor a medias viejas y el humo de pipa y, dada la negligencia general del cuerpo docente cuando se trataba de limpiar sus pipas, el olor a medias ahumadas también. La Sra. Whitlow, el ama de llaves, la del resonante llavero e inmenso corsé crujiente que causaba que el Director de Estudios Indefinidos se desmayara cuando lo escuchaba, por lo general se tomaba gran cuidado al seleccionar personal para que, siendo femenino, no lo fuera excesivamente, y tendía a ser industriosa, limpia en sus hábitos, de mejillas rosadas y, en pocas palabras, la clase de dama que nunca está demasiado lejos del algodón estampado y un pastel de manzana. Esto convenía a los magos, a quienes no les gustaba estar muy lejos de un pastel de manzana, aunque podían usar telas de algodón o dejarlas tranquilas. ¿Por qué, entonces, el ama de llaves había contratado a Julieta? ¿En qué podía haber estado pensando? La muchacha había entrado en el lugar como un nuevo mundo en un sistema solar, y el equilibrio de los cielos estaba tambaleándose sutilmente. Y, efectivamente, mientras avanzaba, así era Julieta. Por costumbre y práctica, los magos eran célibes, en teoría porque las mujeres distraían y eran malas para los órganos mágicos, pero después de una semana de la presencia de Julieta muchos del cuerpo docente estaban

sometidos a ansias (principalmente) poco familiares y a sueños extraños, y estaban encontrando las cosas algo difíciles, pero uno no podía culparla realmente: lo que ella tenía iba más allá de la belleza. Una especie de destilado de belleza que viajaba con ella, desenrollándose en el éter circundante. Cuando ella pasaba caminando, los magos sentían el impulso de escribir poesía y comprar flores. —Ustedes podrían estar interesados en saber, caballeros —dijo el nuevo Maestro de Las Tradiciones—, que la de esta noche fue la persecución más larga jamás registrada en la historia de la tradición. Sugiero que debemos un voto de agradecimiento al Megapode de esta noche... Se dio cuenta de que la declaración se había desplomado en orejas sordas. —Er, ¿caballeros? —dijo. Levantó la vista. Los magos se habían quedado mirando, de una manera conmovedora, lo que estuviera ocurriendo dentro de sus cabezas. —¿Caballeros? —dijo otra vez, y esta vez se escuchó un suspiro colectivo cuando despertaron de su repentino ataque de soñar despiertos. —¿Qué dices? —dijo el Archicanciller. —Sólo

estaba

comentando

que

el

Megapode

de

esta

noche

fue

indudablemente el mejor registrado, Archicanciller —Era Rincewind. El tocado oficial de Megapode le quedaba muy bien, considerando todas las cosas—. Creo que ha ido a acostarse. —¿Qué? Oh, eso. Bien, sí. Efectivamente. ¡Bien hecho, ese hombre! —dijo Ridcully, y los magos comenzaron ese aplauso lento y golpear en la mesa que es la marca del agradecimiento entre los hombres de cierta edad, clase y gordura, acompañados por los gritos de “¡Muy, muy bien hecho, ese hombre!”, y “¡Muy bueno!”. Pero los ojos permanecieron firmemente clavados en la entrada, y las orejas hicieron un gran esfuerzo por escuchar el traqueteo del carrito, que presagiaría la llegada de la nueva muchacha y, por supuesto, ciento siete tipos de queso, y más de setenta variedades diferentes de encurtidos, chutneys y otras delicias. La nueva muchacha podía ser el verdadero paradigma de la belleza, pero la UI no era el lugar para un hombre que pudiera olvidar sus quesos.

Bien, al menos ella era una distracción, pensó Ponder mientras cerraba el libro con fuerza, y la universidad necesitaba de algunas ahora mismo. Había sido difícil desde que el Decano había partido, muy delicado efectivamente. ¿Quién jamás escuchó que un hombre renunciara a la UI? ¡Era algo que simplemente no ocurría! A veces las personas partían en desgracia, en una caja o, en unos pocos casos, en pedazos, pero no había ninguna tradición de renuncias, en absoluto. El cargo en la Universidad Invisible era de por vida, y a menudo por mucho tiempo después. El oficio de Maestro de Las Tradiciones había caído inevitablemente en Ponder Stibbons, que tendía a recibir todos los trabajos que requerían de alguien que pensara que las cosas debían ocurrir a tiempo y que los números debían sumarse. Lamentablemente, cuando fue a controlar las cosas hechas por el anterior Maestro de Las Tradiciones, quién, según opinión de todos, no había sido visto por allí últimamente, descubrió que el hombre había estado muerto por doscientos años. Ésta no era una circunstancia completamente anormal. Ponder, después de años en la Universidad Invisible, todavía no conocía el tamaño completo del cuerpo docente. ¿Cómo podía mantenerse al tanto de ellos en un lugar así en estos días, donde cientos de estudios compartían una ventana, pero sólo sobre el exterior, o donde las habitaciones se iban a la deriva de sus entradas durante la noche, viajaban de forma intangible a través de los somnolientos salones y terminaban atracando en cualquier otro lugar? Un mago podía hacer lo que quisiera en su propio estudio, y en tiempos pasados eso en gran parte había implicado fumar cualquier cosa que le gustara y tirarse enormes pedos sin pedir disculpas. Hoy significaba construir

en

un

conjunto

congruente

de

dimensiones.

Incluso

el

Archicanciller lo estaba haciendo, y a Ponder le resultaba difícil protestar: tenía media milla de arroyo con truchas en su baño, y afirmaba que andar revolviendo en su estudio alejaba a un mago de las travesuras. Y, como todos sabían, era verdad. En cambio, y por lo general, lo metía en problemas.

Ponder lo había dejado pasar, porque ahora veía que su misión en la vida era atizar los fuegos que mantenían a Mustrum Ridcully burbujeante y hacían de la universidad un lugar feliz. Como un perro refleja el humor de su propietario, así una universidad refleja el de su Archicanciller. Todo lo que podía hacer ahora, como la única persona auto-declarada completamente sensata de la universidad, era dirigir las cosas lo mejor que pudiera, mantenerse lejos de los vendavales que involucraban a la persona antes conocida como el Decano, y encontrar la manera de mantener al Archicanciller demasiado ocupado para meterse bajo los pies de Ponder. Ponder estaba a punto de guardar el Libro de Tradiciones cuando las pesadas páginas cayeron. —Eso es raro. —Oh, esas viejas encuadernaciones se ponen muy rígidas —dijo Ridcully—. Tienen vida propia, a veces. —¿Alguien ha oído hablar del Profesor H. F. Pullunder 7, o del Doctor Erratamus? El cuerpo docente dejó de observar la puerta; se miraron unos a otros. —¿Le suena a alguien? —dijo Ridcully. —Ni un tintineo —dijo alegremente el Conferenciante en Runas Recientes. El Archicanciller giró a su izquierda. —¿Y tú, Decano? Tú conoces a todos los viejos... Ponder gruñó. Los demás magos cerraron sus ojos y se prepararon. Esto podía ser malo. Ridcully se quedó mirando las dos sillas vacías, con la marca de una nalga en cada una. Uno o dos del cuerpo docente tiraron de sus sombreros sobre las caras. Ya habían pasado dos semanas ahora, y no había mejorado. Respiró hondo y bramó: —¡Traidor! —que es algo terrible para decirlo a dos hoyuelos en el cuero. El Director de Estudios Indefinidos dio un codazo a Ponder Stibbons, indicando que él era el sacrificio elegido para hoy, otra vez. Otra vez. 7

Una prenda de vestir similar a un pulóver, pero uno se la pone sobre las piernas y la parte inferior

del torso. (NT)

—¡Sólo por un puñado de plata nos dejó! —dijo Ridcully, al universo en general. Ponder se aclaró la garganta. Realmente había deseado que la cacería del Megapode quitara el tema de la mente del Archicanciller, pero la mente de Ridcully seguía volviendo al Decano ausente como una lengua vuelve a caer en el sitio de un diente faltante. —Er, en realidad, creo que su remuneración es por lo menos... —empezó, pero en el actual humor de Ridcully ninguna respuesta sería la correcta. —¿Remuneración? ¿Desde cuándo un mago trabajó por un sueldo? ¡Somos académicos puros, Sr. Stibbons! ¡No nos importa el simple dinero! Por desgracia, Ponder era un lúcido pensador lógico que, en tiempos de confusión mental, recurría a la razón y la honestidad, las que, cuando se enfrentaban a un Archicanciller enfadado, eran, para usar el término académico correcto, de poca ayuda. Y descuidaba pensar estratégicamente, siempre un error cuando hablaba con colegas académicos, y como resultado cometía el error de emplear, como en este momento, el sentido común. —Eso es porque nunca pagamos demasiado por algo en realidad —dijo—, y si alguien necesita un poco de efectivo se puede servir del pote grande... —¡Somos parte de la misma trama de la universidad, Sr. Stibbons! ¡Tomamos sólo lo que necesitamos! ¡No buscamos riqueza! ¡Y más indudablemente no aceptamos un "puesto de vital importancia que incluye un atractivo paquete de remuneración", sea lo que sea que ese infierno signifique, "y otros beneficios incluyendo una pensión generosa"! ¡Una pensión, anótenlo! ¿Cuándo alguna vez se ha jubilado un mago? —Bien. El Dr. Tijereta… —empezó Ponder, incapaz de detenerse. —¡Se fue para casarse! —interrumpió Ridcully—. Eso no es retirarse, es lo mismo que morir. —¿Y qué me dice del Dr. Avión? —continuó Ponder. El Conferenciante en Runas Recientes lo pateó en el tobillo, pero Ponder simplemente dijo: —¡Ouch! —y continuó—. ¡Se fue con un caso serio de trabajo relacionado con ranas, señor!

—Si no puedes soportar el calor, sal de la olla —farfulló Ridcully. Las cosas se estaban calmando un poco ahora, y los sombreros puntudos fueron levantados tentativamente. Los berrinches del Archicanciller sólo duraban unos minutos. Esto habría sido más reconfortante si no fuera por el hecho de que a intervalos de aproximadamente cinco minutos algo le recordaba de repente lo que él consideraba era la actividad totalmente traicionera del Decano, a saber, solicitar y conseguir trabajo en otra universidad por medio de un anuncio común en un periódico. No era así cómo se comportaba un príncipe de la magia. No se sentó enfrente de un panel de pañeros, verduleros y fabricantes de botas (aunque podían ser personas maravillosas, la sal de la tierra, sin duda, pero aún así...) para ser juzgado y aconsejado como algún campeón terrier (tenía sus dientes contados, ¡sin duda!). Había defraudado a toda la hermandad de la hechicería, eso es lo que había hecho... Se escuchó un rechinar de ruedas afuera en el corredor, y todos los magos se enderezaron en expectación. La puerta se abrió y el primer carrito sobrecargado fue empujado hacia dentro. Se escuchó una serie de suspiros mientras todos los ojos enfocaban sobre la empleada que lo estaba empujando, y luego algunos suspiros algo más fuertes cuando se dieron cuenta de que no era, por así decirlo, lo prometido. No era fea. Podría ser llamada poco atractiva, quizás, pero era como una casa bonita, limpia y decente y con rosas alrededor de la puerta y una bienvenida sobre el felpudo y un pastel de manzana en el horno. Pero los pensamientos de los magos no estaban, asombrosamente, sobre la comida en este momento, aunque algunos de ellos todavía eran un poco nebulosos respecto a por qué no. Era, a decir verdad, una muchacha de aspecto afable, incluso si su pecho había sido claramente previsto para una muchacha dos pies más alta; pero no era Ella.8 El cuerpo docente se veía alicaído, pero se animó considerablemente cuando la caravana de carritos hizo su entrada en la habitación. No había nada como un refrigerio a las 3 a.m. para levantar el espíritu, todos lo sabían. 8

El Notable Profesor de Gramática y Uso habría corregido esto a "ella no era ella", que habría causado

que el Profesor de Lógica escupa su bebida.

Bien, pensó Ponder, por lo menos hemos pasado la velada sin nada roto. Mejor que el martes, por lo menos. Es un hecho conocido en cualquier organización que, si uno quiere que se haga un trabajo, debe dárselo a alguien que ya esté muy ocupado. Ha sido la causa de varios homicidios, y en un caso la muerte de un director superior por cerrar repetidamente un pequeño armario de clasificación sobre su cabeza. En la UI, Ponder Stibbons era ese hombre ocupado. Había llegado a disfrutarlo. En primer lugar, la mayor parte de los trabajos que le pedían hacer no necesitaban ser hechos, y a la mayoría de los magos superiores no les importaba si eran hechos, siempre que no fueran hechos por ellos mismos. Además, Ponder era muy bueno para pensar en pequeños sistemas eficientes para ahorrar tiempo, y estaba, en particular, muy orgulloso de su sistema para escribir las minutas de las reuniones, que había creado con la ayuda de Hex, la máquina pensante cada vez más útil de la universidad. Un análisis detallado de las minutas anteriores, sumado a las enormes habilidades proféticas de Hex, significaba que para una simple varieded de datos fácilmente accesibles, como agenda (que Ponder controlaba en todo caso), miembros de comité, tiempo desde el desayuno, tiempo hasta la cena, y cosas así, en la mayor parte de los casos las minutas podían ser escritas de antemano. En conjunto, él consideraba que estaba haciendo su parte para mantener a la UI en su auto-elegido curso de amistoso estancamiento dinámico. Era siempre un esfuerzo gratificante, conociendo la alternativa, mantener las cosas así. Pero una página que se vuelve a sí misma era, para Ponder, una anomalía. Ahora, mientras el sonido de la cena previa al desayuno crecía a su alrededor, alisó la página y leyó, con cuidado.

Glenda habría roto alegremente un plato sobre la dulce cabeza vacía de Julieta cuando la muchacha apareció finalmente en la Cocina Nocturna. Por lo menos, habría pensado alegremente en eso, de una manera deliberada,

pero no tenía ningún sentido perder la paciencia, porque su blanco no era en realidad muy bueno para notar en qué estaban pensando las otras personas. No había una pizca de mala intención en el cuerpo de Julieta, simplemente tenía mucho problema para alojar la idea de que alguien estaba tratando de ser desagradable con ella. Así que Glenda se conformó con: —¿Dónde has estado? Le dije a la Sra. Whitlow que te habías ido a casa enferma. ¡Tu papá estará muy preocupado! Y eso les parece mal a las otras chicas. Julieta se desplomó en una silla, con un movimiento tan lleno de gracia que parecía cantar. —Fui al fútbol, ¿no? Ya sabes, estábamos jugando contra esos cabrones en Buenreóstato. —¿Hasta las tres de la mañana? —Ésas son las reglas, ¿no? Jugar hasta el final del partido, el primer hombre muerto o el primer gol. —¿Quién ganó? —No lo sé. —¿No lo sabes? —Cuando lo dejamos estaba siendo decidido por las heridas en la cabeza. De todos modos, fui con Johnny Picado, ¿no? —Pensaba que habías roto con él. —Compró la cena para mí, ¿no? —No deberías haber ido. Ésa no es la clase de cosas que deberías hacer. —¿Como tú sabes? —dijo Julieta, quién a veces pensaba que las preguntas eran respuestas. —Haz el lavado, ¿quieres? —dijo Glenda. Y tendré que hacerlo de nuevo después de ti, pensó, mientras su mejor amiga derivaba sobre la línea de grandes lavabos de piedra. Julieta no lavaba los platos exactamente, les daba un ligero bautismo. Los magos no eran el tipo de personas que notaran el huevo seco de ayer sobre el plato, pero la Sra. Whitlow podía verlo a dos habitaciones de distancia.

A Glenda le gustaba Julieta, realmente, aunque a veces se preguntaba por qué. Por supuesto, habían crecido juntas, pero siempre la había asombrado que Julieta, que era tan hermosa que los muchachos se ponían nerviosos y ocasionalmente se desmayaban cuando pasaba, podía ser tan, bien, tonta. A decir verdad, Glenda había crecido. No estaba segura sobre Julieta; a veces a Glenda le parecía que había crecido por ambas. —Mira, sólo tienes que fregar un poco, eso es todo —contestó después de unos pocos segundos de lánguido mojado, y tomó el cepillo de la mano perfecta de Julieta, y luego, mientras la grasa se iba por el drenaje, pensó: Lo he hecho de nuevo. En realidad, lo he hecho de nuevo otra vez. ¿Cuántas veces? ¡Incluso solía jugar con sus muñecas por ella! Plato tras plato echaba chispas bajo las manos de Glenda. Nada limpia las manchas tercas como la cólera reprimida. Johnny Picado, pensó. ¡Los dioses, huele a pipí de gato! Es el único muchacho lo bastante estúpido para pensar que tiene una oportunidad. ¡Santo cielo, tiene una figura así y todos con los que sale alguna vez son totales cabeza-de-pomo! ¿Qué haría sin mí? Después de esta breve excitación, la Cocina Nocturna se acomodó a su rutina y las que habían sido mencionadas como "las otras chicas" continuaron con sus tareas acostumbradas. Tiene que ser dicho que esa juventud, para la mayoría de ellas, había terminado mucho tiempo antes, pero eran buenas trabajadoras y Glenda estaba orgullosa de ellas. La Sra. Barreras administraba las tablas para quesos como una campeona. Mildred y Rachel, conocidas oficialmente en la nómina como las mujeres de la verdura, eran muy confiables, y efectivamente Mildred era la que había inventado la famosa receta de los emparedados de remolacha y queso crema. Todo el mundo sabía su trabajo. Todo el mundo hacía su trabajo. La Cocina Nocturna era segura y a Glenda le gustaba lo seguro. Tenía un hogar adonde ir y se aseguraba de ir por lo menos una vez al día, pero la Cocina Nocturna era donde ella vivía. Era su fortaleza.

Ponder Stibbons se quedó mirando la página enfrente de él. Su mente se llenó con preguntas desagradables, la mayor y más desagradable de las cuales era simplemente: ¿Hay alguna manera en absoluto de que las personas puedan descubrir que esto es por mi culpa? No. ¡Bien! —Er, hay una tradición aquí que por desgracia parece que no hemos honrado durante un tiempo considerable, Archicanciller —dijo, logrando que el interés se mantuviera fuera de su voz. —Bien, ¿eso importa? —dijo Ridcully, desperezándose. —Es tradicional, Archicanciller —dijo Ponder con tono de recriminación—. Aunque podría ir tan lejos como decir que no observarlo se ha convertido en tradición ahora, ay de mí. —Bien, me parece bien, ¿no? —dijo Ridcully—. Si podemos hacer una tradición de no observar otra tradición, entonces es doblemente tradicional, ¿eh? ¿Cuál es el problema? —Es el Legado Bigger Protegido del Archicanciller —dijo el Maestro de Las Tradiciones—. La universidad robó una de las propiedades Bigger. Era una familia muy rica. —Hum, sí. El nombre me suena levemente. Decente. ¿Entonces? —Er, yo me habría sentido más feliz si mi predecesor hubiera prestado un poco más de atención a algunas de las tradiciones —dijo Ponder, que creía en las malas noticias alimentadas por goteo. —Bien, estaba muerto. —Sí, por supuesto. ¿Quizás, señor, debamos, ejem, iniciar una tradición de controlar la salud del Maestro de Las Tradiciones? —Oh, él era muy sano —dijo el Archicanciller—. Simplemente se murió. Muy sano para un hombre muerto. —¡Era una pila de polvo, Archicanciller! —Eso no es lo mismo que estar enfermo, exactamente —dijo Ridcully, que era partidario de no rendirse nunca. —En términos generales, es firme —dijo Ponder—. Hay una condición adjunta al legado. Está en letra pequeña, señor. —¡Oh, nunca me preocupo por la letra pequeña, Stibbons!

—Yo sí, señor. Dice: "... y será así mientras la Universidad presente un equipo en el juego de patear-la-pelota o en la Gracia de los Pobres Muchachos". —¿La Gracia de los Pobres Muchachos? —dijo el Director de Estudios Indefinidos. —¡Eso es ridículo! —dijo Ridcully. —Ridículo o no, Archicanciller, ésa es la condición del legado. —Pero dejamos de tomar parte en eso hace muchos años —dijo Ridcully—. ¡Muchedumbres en las calles, pateando, dando puñetazos y gritando... y eran los jugadores! ¡Anótalo, los espectadores eran casi tan malos! ¡Había cientos de hombres en un equipo! ¡Un partido podía seguir por días! Por eso fue parado. —En realidad, nunca ha sido parado como tal, Archicanciller —dijo el Prefecto Mayor. —Nosotros paramos, sí, y también los gremios. Ya no era un juego para caballeros. —Sin embargo —dijo el Maestro de Las Tradiciones, corriendo un dedo por la página—, tales son los términos. Hay toda clase de otras condiciones. Oh, cielos. Oh, calamidad. Oh, seguramente no... Sus labios se movieron en silencio mientras continuaba leyendo. La habitación se estiró en un único cuello. —¡Bien, termina con eso, hombre! —bramó Ridcully. —Pienso que me gustaría verificar algunas cosas —dijo el Maestro de Las Tradiciones—. No desearía preocuparlos excesivamente. —Echó un vistazo abajo—. ¡Oh, campanas del infierno! —¿De qué estás hablando, hombre? —Bien, parece como si... No, sería injusto estropear su velada, Archicanciller —protestó Ponder—. Debo estar leyendo mal. Seguramente él no puede querer... Oh, santo cielo... —En pocas palabras, por favor, Stibbons —gruñó Ridcully—. ¿Creo que soy el Archicanciller de esta universidad? Estoy seguro de que eso dice sobre mi puerta.

—Por supuesto, Archicanciller, pero sería un muy serio error de mi parte hacerlo... —Aprecio que no desees estropear mi velada, señor —dijo Ridcully—. Pero no vacilaré en estropear tu día mañana. Con eso en mente, ¿de qué demonios estás hablando? —Er, parecería, Archicanciller, que, er... ¿Cuándo fue el último partido en el que tomamos parte, lo sabe? —¿Alguien? —preguntó Ridcully a la habitación en general. Una discusión mascullada produjo un consenso sobre el tema: —Alrededor de veinte años, más o menos. —¿Más o menos qué, exactamente? —dijo Ponder, que odiaba esta clase de cosas. —Oh, ya sabes. Algo en ese orden. En las inmediaciones generales, por así decirlo. Alrededor de por entonces. Ya sabes. —¿Alrededor? —dijo Ponder—. ¿Podemos ser más precisos? —¿Por qué? —Porque si la universidad no ha jugado en la Gracia de los Pobres Muchachos por un período de veinte años o más, el legado vuelve a cualquier pariente sobreviviente del Archicanciller Bigger. —¡Pero está prohibido, hombre! —insistió el Archicanciller. —Er, no tan así. Es de conocimiento general que a Lord Vetinari no le gusta, pero tengo entendido que si los partidos se realizan fuera del centro de la ciudad y limitados a las callejuelas, la Guardia hace la vista gorda. Ya que imaginaría que los partidarios y los jugadores superan fácilmente en número la nómina de la Guardia entera, supongo que es mejor que tener una nariz fracturada. —Ése es un ingenioso giro de la frase, Sr. Stibbons —dijo Ridcully—. Estoy muy sorprendido. —Gracias, Archicanciller —dijo Ponder. De hecho, la había tomado de un jefe en el Times, que a los magos no les gustaba mucho porque no imprimía lo que decían o imprimían lo que decían con una exactitud vergonzosa. Envalentonado, añadió:

—Debo señalar, sin embargo, que bajo ley de la UI, Archicanciller, una prohibición no importa. No se supone que los magos tomen nota de tal prohibición. No estamos sujetos a la ley mundana. —Por supuesto. Pero sin embargo es, en general, conveniente reconocer el poder civil —dijo Ridcully, hablando como un hombre que escogía sus palabras con tanto cuidado que metafóricamente estaba llevando algunas de ellas afuera para mirarlas más atentamente bajo la luz del día. Los magos asintieron. Lo que habían escuchado era: "Vetinari puede tener sus pequeñas manías, pero es el hombre más cuerdo que hemos tenido en el trono en siglos, nos deja tranquilos, y uno nunca sabe qué tiene en su manga”. Uno no podía discutir con eso. —Muy bien, Stibbons, ¿qué sugieres? —dijo Ridcully—. Estos días sólo me dices de un problema cuando has pensado una solución. Respeto esto, aunque lo encuentro un poco escalofriante. Tienes una manera de escabullirnos de esto, ¿verdad? —Supongo que sí, señor. Pensé que podríamos, bueno, formar un equipo. Aquí no dice nada sobre ganar, señor. Sólo tenemos que jugar, eso es todo.

Estaba siempre bellamente caldeado en los tanques de vela. Por desgracia, era también sumamente húmedo y bastante ruidoso de una manera errática e inesperada. Era porque los conductos gigantes de la calefacción central y el sistema de agua caliente de la Universidad Invisible pasaban por arriba, colgando del techo de una serie de correas metálicas con mayor o menor coeficiente de dilatación lineal. Ése era sólo el principio, sin embargo. También estaban los inmensos conductos para balancear el diferencial de slood a través de la universidad, el conducto para el represor de flujo de partículas antrópicas, que no funcionaba apropiadamente estos días, los conductos para la circulación de aire, que tampoco habían funcionado desde que el burro había estado enfermo, y los muy antiguos conductos que era todo lo que quedaba del desafortunado intento de un archicanciller anterior para operar un sistema de comunicaciones de la universidad por medio de monos tití entrenados. A ciertas horas del día todos estos conductos

comenzaban una sinfonía subterránea de gorgoteos, tañidos, inquietantes goteos orgánicos y, ocasionalmente, un inexplicable ruido de rebote que resonaría a través de los niveles del sótano. La general naturaleza ad hoc de la construcción del sistema era realzada por el hecho de que, como medida económica, los grandes conductos de hierro de agua caliente estaban revestidos con ropa vieja sujetada por hilos. Ya que algunos de estos artículos habían sido alguna vez la indumentaria de los magos, y por más duro que uno fregara nunca podía quitar todos los hechizos, había lloviznas esporádicas de chispas multicolores y la ocasional pelota de pimpón. A pesar de todo, Nutt se sentía cómodo abajo, entre los tanques. Era preocupante; en el país alto, las personas en la calle se habían mofado de él diciendo que había sido hecho en un tanque. Aunque el Pastor Avena le había dicho que esto era absurdo, el sebo suavemente borboteante lo llamaba. Se sentía en paz aquí. Administraba los tanques ahora. Smeems no lo sabía, porque casi nunca se molestaba en venir aquí. Trev lo sabía, por supuesto, pero ya que Nutt haciendo su trabajo por él significaba que podía pasar más tiempo pateando una lata por allí en algún sitio baldío, era feliz. La opinión de los otros chorreadores y cucharones no contaba realmente; si uno trabajaba en los tanques significaba que, hasta donde afectaba al mercado laboral, uno todavía estaba acelerando cuando golpeara el fondo del barril y perforara la base. Significaba que uno ya no tenía suficiente carisma para ser un mendigo. Significaba que uno había escapado de algo, posiblemente de los dioses mismos, o de los demonios dentro de uno. Significaba que si uno se atreviera a mirar hacia arriba vería, a gran altura, los restos de la sociedad. Mejor, entonces, quedarse aquí abajo en la penumbra tibia, con suficiente para comer y sin encuentros inconvenientes y, Nutt añadió en su cabeza, sin palizas. No, los cucharones no eran problema. Hacía todo lo posible por ellos cuando podía. La vida misma los había golpeado tan duro que no les quedaba fuerza para darle una paliza a nadie más. Eso era práctico. Cuando las personas descubrían que eras un duende, todo lo que podías esperar eran problemas.

Recordó que las personas en los pueblos le gritaban cuando era pequeño y que la palabra era seguida por una piedra. Duende. Era una palabra con una caravana de bueyes como equipaje. No importaba qué decías o hacías, o hiciste, la caravana te atropellaba. Les había mostrado cosas que había construido, y las piedras las habían hecho añicos mientras los lugareños le chillaban como halcones cazadores y le gritaban más palabras. Eso había parado el día que el Pastor Avena entró montando suavemente en el pueblo, si un grupo de casuchas y una calle de barro pisoteado podían ser llamados un pueblo, y había traído... perdón. Pero ese día, nadie había querido ser perdonado.

En la oscuridad, Concreto el troll, que estaba tan cargado de Slab, Slice, Slick y Slump, y que esnifaría incluso limaduras de hierro si Nutt no lo detuviera, gemía sobre su colchón. Nutt encendió una vela nueva y le dio cuerda a su ayuda para chorrear casera. Ésta zumbó con felicidad e hizo que la llama se pusiera horizontal. Prestó atención a su trabajo. Un buen chorreador nunca giraba la vela mientras chorreaba; las velas en la naturaleza, por así decirlo, casi nunca goteaban en más de una dirección, que era la dirección de la corriente de aire. No le asombraba que a los magos les gustaran las que hacía; había algo desconcertante en una vela que parecía haber chorreado en todas direcciones a la vez. Podía distraer a un hombre.9

9

Emplear chorreadores profesionales podría parecer extravagante para un cuerpo como la Universidad

Invisible. Nada podría estar más lejos de la verdad. Ningún mago tradicional merecedor de su sombrero puntudo podría posiblemente trabajar a la luz pura, suave, uno se atrevería a decir virgen, de las velas que no chorrean. Simplemente no se vería correcto. El ambiente quedaría totalmente destrozado. Y cuando ocurriera, el desafortunado mago tontearía por allí, como hacen las personas, con palitos de fósforos y clips de papel doblados, para tratar de conseguir pequeños y bonitos chorreados y canales de cera, como planeó la naturaleza. Sin embargo, este tipo de cosas en realidad nunca funciona y termina invariablemente con cera por toda la alfombra y el mago prendiéndose fuego. El chorreo de velas, ha sido decretado, es trabajo para un chorreador.

Trabajaba rápido, y estaba poniendo la decimonovena vela bien chorreada en la canasta de entrega cuando escuchó el ruido metálico de una lata lanzada a lo largo del piso de piedra del pasaje. —Buenos días, Sr. Trev —dijo, sin levantar la vista. Un momento después una lata vacía aterrizó enfrente de él, parada, con no más ceremonia que una pieza de rompecabezas colocada en posición. —¿Cómo supo que era yo, Duendi? —Su leitmotiv, Sr. Trev. Y preferiría Nutt, gracias. —¿Qué es uno de los motivos? —dijo la voz detrás de él. —Es un tema constante o acorde relacionado con una persona o lugar particular, Sr. Trev —dijo Nutt, poniendo con cuidado dos velas calientes más en la canasta—. Estaba haciendo referencia a su amor por patear una lata por todas partes. Usted parece de buen humor, señor. ¿Cómo pasó el día? —¿Usted qué? —¿Acaso Fortuna favoreció a Buenreóstato anoche? —¿En qué anda usted? Nutt retrocedió un poco más. Podía ser peligroso no llevarse bien, no ser práctico, no tener cuidado. —¿Ganó usted, señor?' —Nah. Otro empate sin goles. Una pérdida de tiempo, realmente. Pero era sólo un amistoso. Nadie murió. —Trev miró las canastas llenas de velas realísticamente chorreadas—. Es una carga de mierda la que usted ha hecho allí, chico —dijo con gentileza. Nutt vaciló otra vez, y entonces dijo, con mucho cuidado: —A pesar de la referencia escatológica, ¿aprueba la cantidad grande pero no específica de velas que he chorreado por usted? —¡Caray! ¿Sobre qué era todo eso, Duendi? Desesperadamente, Nutt buscó una traducción aceptable. —¿Yo hacer okay? —arriesgó. Trev le abofeteó le espalda. —¡Sí! ¡Buen trabajo! ¡Respeto! Pero tiene que aprender a hablar más correcto, sabe. No duraría cinco minutos en nuestro camino. Probablemente recibiría medio ladrillo tirado a usted.

—Eso ha, quiero decir, se sabe a... sucedido —dijo Nutt, concentrándose. —Yo nunca veo por qué las personas hacen tanto jaleo —dijo Trev generosamente—. ¿Así que había todas esas grandes batallas? Entonces, ¿qué? Eso fue hace mucho tiempo y a una gran distancia, correcto, y no es como si los trolls y los enanos no fueran tan malos como todos ustedes, ¿no tengo razón? Quiero decir, ¿duendes? ¿De qué se trataba todo eso? Todos ustedes sólo cortaron gargantas y birlaron cosas, ¿correcto? Eso es prácticamente civilizado en algunas calles por aquí. Probablemente, pensó Nutt. Nadie podía haber sido neutral cuando la Guerra Oscura envolvió a Uberwald Lejano. Tal vez había habido verdadera maldad ahí, pero aparentemente la maldad estaba, curiosamente, siempre del otro lado. Era quizás contagiosa. De algún modo, en todas las historias confusas que habían sido cantadas o escritas, los duendes aparecían como los apestosos y cobardes pequeños bastardos que recogían la cera de sus propias orejas y siempre estaban del otro lado. Por desgracia, cuando llegó el tiempo de escribir su historia, su gente ni siquiera había tenido un lápiz. Sonríe a las personas. Haz que te gusten. Sé práctico. Acumula valía. Le gustaba Trev. Era bueno gustando de las personas. Cuando uno claramente gustaba de las personas, estaban ligeramente más inclinadas a gustar de uno. Cada poco ayudaba. Trev, sin embargo, parecía genuinamente despreocupado por la historia, y había reconocido que tener a alguien en los tanques que no sólo no tratara de comerse el sebo sino que también hiciera la mayor parte de su trabajo por él y, ante eso, hacerlo mejor que lo que él mismo podía molestarse en hacerlo,

era

una

ventaja

que

merecía

ser

protegida.

Además,

era

cordialmente flojo, excepto cuando se trataba de patear la pelota, y el fanatismo

tomaba demasiado esfuerzo.

Trev

nunca hacía demasiado

esfuerzo. Trev iba por la vida sobre senderos de prímulas. —El Maestro Smeems vino a buscarlo —dijo Nutt—. Lo solucioné todo. —Gracias —dijo Trev, y eso era todo. Ninguna pregunta. Le gustaba Trev. Pero el muchacho estaba de pie allí, simplemente mirándolo fijo, como si tratara de entenderlo.

—Le digo qué —dijo Trev—. Vayamos hasta la Cocina Nocturna y gorrearemos el desayuno, ¿de acuerdo? —Oh, no, Sr. Trev —dijo Nutt, casi dejando caer una vela—. No creo, lo lamento, pienso que no debería. —Vamos, ¿quién va a saberlo? Y hay una muchacha gorda allá arriba que cocina grandes cosas. La mejor comida que alguna vez haya probado. Nutt vaciló. Siempre está de acuerdo, siempre sé práctico, siempre sé apropiado, nunca asustes a nadie. —Pienso que iré con usted —dijo. Hay mucho que decir sobre fregar una sartén hasta que uno puede ver su cara en ella, especialmente si uno ha estado considerando la idea de golpear a alguien suavemente en la cabeza con ella. Glenda no estaba de humor para Trev cuando subió los escalones de piedra, la besó en la nuca y dijo alegremente: —Hola, querida, ¿qué está caliente esta noche? —Nada para personas como usted, Trevor Probable —dijo, bateándolo con la sartén—, y puede guardar sus manos para usted mismo, ¡gracias! —¿No ha mantenido algo caliente para su mejor hombre? Glenda suspiró. —Hay burbuja y chirrido en el horno calentador y no diga una palabra si alguien lo atrapa —dijo. —¡Justo el trabajo para un hombre que ha estado trabajando como un esclavo toda la noche! —dijo Trev, palmeándola con demasiada familiaridad y yendo hacia los hornos. —¡Usted ha estado en el fútbol! —dijo bruscamente Glenda—. ¡Usted está siempre en el fútbol! ¿Y qué clase de trabajo es eso? El muchacho se rió, y ella miró furiosa a su compañero, que dio un paso hacia atrás rápidamente como de unos ojos que perforaban armaduras. —Y ustedes muchachos deberían lavarse antes de subir aquí —continuó, agradecida a un blanco que no sonreía ni le soplaba besos—. ¡Ésta es un área de preparación de comida!

Nutt tragó. Ésta era la conversación más larga que alguna vez había tenido con una mujer aparte de Su Señoría y la Srta. Healstether y ni siquiera había dicho algo. —Le aseguro, me baño con regularidad —protestó. —¡Pero usted está gris! —Bien, algunas personas son negras y algunas personas son blancas —dijo Nutt, casi llorando. Oh, ¿por qué, por qué había dejado los tanques? Era bonito y poco complicado ahí abajo, y silencioso también, cuando Concreto no había estado con el óxido ferroso. —No funciona de ese modo. Usted no es un zombi, ¿o sí? Sé que hacen todo lo posible, y ninguno de nosotros puede evitar cómo nos morimos, pero no voy a tener todo ese problema otra vez. Alguien podría recibir su dedo en la sopa, ¿pero hacerlo girar en el fondo del tazón? Eso no es correcto. —Estoy vivo, señorita —dijo Nutt indefenso. —Sí, pero un vivo qué, eso me gustaría saber. —Soy un duende, señorita. —Vaciló cuando lo dijo. Sonaba a una mentira. —Pensaba que los duendes tenían cuernos —dijo Glenda. —Sólo los mayores, señorita. —Bien, eso era verdad, para algunos duendes. —Todos ustedes no hacen nada desagradable, ¿o sí? —dijo Glenda, mirando a Nutt. Pero él la reconoció como una clase de mirada residual; ella había dicho su parte, y ahora era apenas un poco de actuación, para mostrar que era la jefa aquí. Y los jefes pueden permitirse ser generosos, especialmente cuando uno se ve un poco temeroso y adecuadamente impresionado. Funcionaba. —Trev, traiga al ¿Señor...? —Nutt —dijo Nutt. —Traiga algo de burbuja y chillido al Sr. Nutt, ¿quiere? Parece medio muerto de hambre. —Tengo un metabolismo muy rápido —dijo Nutt. —No me importa eso —dijo Glenda—, siempre y cuando no se lo muestre a la gente. Tengo suficiente... Escuchó un estrépito detrás de ella.

Trev

había

dejado

caer

la

bandeja

de

burbuja

y

chirrido.

Estaba

completamente quieto, mirando a Julieta, que le estaba devolviendo la mirada con una expresión de profunda aversión. Finalmente, dijo, con una voz como perlas: —¿Ya me echaste un vistazo? ¡Tiene el descaro de entrar aquí con ese trapo alrededor del cuello! Todos saben que Buenreóstato está bien plantado. Beasly no podría llevar la pelota en un saco. —¿Oh, sí, correcto? Bien, escuché que los Lanzado los atropellaron la semana pasada. ¡Tortazo Lanzado! ¡Todos saben que son un puñado de abuelitas! —¡Sí, eso es todo lo que usted sabe! ¡Dejaron salir del Tanty a Staple Erguido el día anterior! ¡Vea si a ustedes, los Reóstato, les gusta verlo pisoteándolos a todos ustedes! —¿El viejo Staple? ¡Ja! ¡Bailará zapateado, sí, pero no puede correr más que un medio galope! Le pondremos anillos alrededor... La sartén de Glenda sonó fuerte en la cima de la cordillera de hierro. —¡Ya basta de eso, ustedes dos! Tengo que limpiar a fondo para el día, y no quiero que el fútbol ensucie mis lindas superficies, ¿me oyen? Tú esperas aquí, mi niña, y usted, Trevor Probable, usted regresa a su sótano, y querré ese plato limpio y de regreso aquí para mañana a la noche o usted puede tratar de mendigar sus comidas a alguna otra muchacha, ¿correcto? Lleve a su pequeño amigo con usted. Mucho gusto, Sr. Nutt, pero deseo poder encontrarlo en mejor compañía. Respiró. Nutt parecía muy perdido y perplejo. Los dioses me ayuden, pensó ella, me estoy convirtiendo en mi mami otra vez. —No, espere. —Extendió la mano, abrió uno de los hornos calentadores y volvió con otro plato grande. El olor a manzanas cocidas llenó la cocina—. Esto es para usted, Sr. Nutt, con mis cumplidos. Usted necesita engordar antes de morirse. No se moleste en compartirlo con este pícaro, porque es un mendigo avaro, pregunte a cualquiera. ¡Ahora, tengo que limpiar, y si ustedes muchachos no quieren ayudar, salgan de mi cocina! ¡Oh, y también querré ese plato de regreso! Trev agarró el hombro de Nutt.

—Vamos, ya escuchó lo que dijo. —Sí, y no me molesta ayudar... —¡Vamos! —Muchas gracias, señorita —logró decir Nutt, mientras era arrastrado escalera abajo. Glenda dobló prolijamente su agarradera mientras los observaba salir. —Duendes —dijo, pensativa—. ¿Alguna vez has visto a un duende antes, Juls? —¿Qué? —¿Alguna vez has visto a un duende? —No lo sé. —¿Crees que él es un duende? —¿Qué? —El Sr. Nutt. ¿Es un duende, eso crees? —dijo Glenda, tan paciente como le era posible. —Es uno refinado, entonces. Quiero decir, suena como que lee libros y esas cosas. Ésta era una discriminación que estaba, según opinión de Glenda, prácticamente en los estándares forenses de observación para Julieta. Dio media vuelta y descubrió para su sorpresa que Julieta había vuelto a leer algo, o al menos a quedarse mirando las palabras atentamente. —¿Qué tienes allí? —preguntó. —Se llama Bu... burbuja. Es como, lo que las personas importantes están haciendo. Glenda miró por sobre el hombro de su amiga mientras pasaba las páginas. Hasta donde pudo entender, todas las personas importantes compartían una sonrisa y estaban usando ropa inadecuada para esta época del año. —Entonces, ¿qué las hace importantes? —preguntó—. ¿Sólo estar en una revista? —Hay consejos de moda también —dijo Julieta a la defensiva—. Mira, aquí dice que la micromalla de cromo y cobre es la moda para la estación. —Ésa es la página para los enanos —suspiró Glenda—. Vamos, toma tus cosas y te llevaré a casa.

Julieta todavía estaba leyendo mientras esperaban el bus a caballo. Tal dedicación repentina por una página impresa preocupaba a Glenda. Lo último que quería era ver que a su amiga se le metieran ideas en la cabeza. Había un montón de espacio ahí dentro para que rebotaran e hicieran daño. La misma Glenda estaba leyendo una de sus novelas baratas envuelta en una página del Times. Leía como comía un gato: furtivamente, temiendo que alguien lo notara. Mientras los caballos se esforzaban hacia Hermanas Dolly, sacó su bufanda de la bolsa y distraída la envolvió alrededor de su muñeca. Personalmente,

odiaba

la

violencia

del

fútbol,

pero

era

importante

pertenecer. No pertenecer, especialmente después de un juego importante, podía ser peligroso para la salud. Era importante mostrar los colores correctos sobre tu territorio. Era importante encajar. Por alguna razón, esa idea volvió su mente de inmediato a Nutt. ¡Qué extraño era! Un poco feo, pero muy limpio. Había apestado a jabón y parecía muy nervioso. Había algo en él...

El aire en la Sala Poco Común se había puesto tan frío como agua de deshielo. —¿Está

usted

diciéndonos,

Sr. Stibbons,

que

deberíamos

ser

vistos

participando en un juego para bravucones, patanes y violentos? —dijo el Director de Estudios Indefinidos—. ¡Eso sería imposible! —Improbable, sí. ¿Imposible? No —dijo Ponder cansinamente. —¡Muy ciertamente que no es posible! —dijo el Prefecto Mayor, cabeceando hacia el Director—. ¡Estaríamos intercambiando patadas con gente de las cunetas! —Mi abuelo anotó dos goles en un partido contra Buenreóstato —dijo Ridcully, con una voz tranquila y casual—. La mayor parte de la gente nunca acertaba uno en sus vidas, en aquellos días. Pienso que el mayor número de goles anotados por un hombre en toda su vida es cuatro. Ése era Dave Probable, por supuesto. Hubo una onda de apresurada reconsideración y atrincheramiento.

—Ah, bien, por supuesto, ésos eran tiempos diferentes —dijo el Prefecto Mayor, de repente todo almíbar—. Estoy seguro de que incluso los trabajadores especializados tomaban parte ocasionalmente de un espíritu festivo. —No era muy divertido si llevaban por delante al Abuelo —dijo Ridcully, con una leve sonrisita—. Era un boxeador profesional. Golpeaba a las personas por dinero y los bares lo buscaban si había una reyerta realmente peligrosa. Por supuesto, en cierto sentido, esto lo hacía aun más peligrosa, pero para entonces la mayor parte estaba afuera en la calle. —¿Lanzaba a las personas desde los edificios? —Oh sí. En justicia, era generalmente desde la planta baja y siempre abría la ventana primero. Era un hombre muy apacible, entiendo. Hacía cajas musicales para vivir, muy delicadas, ganó premios por ellas. Abstemio, ya saben, y muy religioso también. El pegar era sólo una especie de trabajo informal. Sé a ciencia cierta que nunca rompió nada que no pudiera ser cosido otra vez. Un tipo decente, al decir de todos. Nunca lo conocí, por desgracia. Siempre he deseado tener algo para recordar al viejo. Como un único mago, el cuerpo docente bajó la vista a las manos inmensas de Ridcully. Eran del tamaño de sartenes. Hizo sonar sus nudillos. Se escuchó un eco. —Sr. Stibbons, ¿todo lo que tenemos que hacer es formar otro equipo y perder? —dijo. —Eso es correcto, Archicanciller —dijo Ponder—. Simplemente pierden el partido. —Pero perder significa que verían que no ganamos, ¿tengo razón? —Eso sería cierto, sí. —Entonces creo que más bien deberíamos ganar, ¿verdad? —Realmente, Mustrum, esto está yendo demasiado lejos —dijo el Prefecto Mayor. —¿Excúsame? —dijo Ridcully, levantando las cejas—. ¿Puedo recordarles que el Archicanciller de esta universidad es, por el estatuto de la universidad, el primero entre iguales? —Por supuesto.

—Bien. Bueno, yo soy él. La palabra primero está, creo, relacionada aquí. Veo que garabatea en su pequeña libreta, ¿Sr. Stibbons? —Sí, Archicanciller. Estoy mirando para ver si podíamos arreglarnos sin el legado. —Buen hombre —dijo el Prefecto Mayor, mirando a Ridcully—. Sabía que no había razón para entrar en pánico. —A decir verdad estoy complacido de decir que pienso que podríamos seguir viviendo bastante bien con sólo una mínima reducción en el gasto —continuó Ponder. —Ahí lo tienes —dijo el Prefecto Mayor, mirando triunfalmente al primero entre iguales—, ya ves qué ocurre si no entras en pánico. —Efectivamente —dijo Ridcully con calma. Con la mirada todavía fija sobre el Prefecto Mayor añadió—: Sr. Stibbons, sería tan amable de ilustrar al resto de nosotros, ¿a cuánto asciende, en realidad, una "mínima reducción en el gasto"? —El legado es un fideicomiso —dijo Ponder, todavía garabateando—. Tenemos el uso de las importantes ganancias de las muy sabias inversiones de los fideicomisarios Bigger, pero no podemos tocar el capital. Sin embargo, las ganancias son suficientes para cubrir... lamento ser impreciso... alrededor del ochenta y siete punto cuatro por ciento de la cuenta de comida de la universidad. Esperó pacientemente hasta que se apagó el alboroto. Era asombroso, pensó, cómo discutían las personas contra los números sin ninguna mejor base que "deben estar equivocados". —Estoy seguro de que el Tesorero no estaría de acuerdo con esas cifras — dijo amargamente el Prefecto Mayor. —Eso es cierto —señaló Ponder—, pero me temo que es porque considera al punto decimal como una molestia. El cuerpo docente se miró. —Entonces, ¿quién está llevando nuestros asuntos financieros? —preguntó Ridcully. —¿Desde el mes pasado? Yo —dijo Ponder—, pero sería feliz de pasarle la responsabilidad al primer voluntario.

Eso funcionaba. Por desgracia, siempre funcionaba. —En ese caso —dijo, en el silencio repentino—, he diseñado, con referencia a tablas de calorías, un régimen que dará a cada hombre aquí tres nutritivas comidas por día... El Prefecto Mayor frunció el ceño. —¿Tres comidas? ¿Tres comidas? ¿Qué clase de persona toma tres comidas al día? —Alguien que no puede permitirse nueve —dijo Ponder categóricamente—. Podríamos estirar el dinero si nos concentramos en una dieta saludable de cereales y verduras frescas. Eso nos permitiría dejar la tabla para quesos con una variedad de, por decir, tres tipos de quesos. —Tres

quesos

no

es

una

variedad,

¡es

una

penitencia!

—dijo

el

Conferenciante en Runas Recientes. —O podríamos jugar un partido de fútbol, caballeros —dijo Ridcully, batiendo las palmas alegremente—. Un partido. Eso es todo. ¿Qué tan duro sería? —¿Tan duro como una cara llena de tachuelas, quizás? —dijo el Director de Estudios Indefinidos—. ¡Las personas son pisoteadas en los adoquines! —Si todo lo demás falla, encontraremos voluntarios en los cuerpos estudiantiles —dijo Ridcully. —Cadáveres podría ser una mejor palabra. El Archicanciller se reclinó en su silla. —¿Qué hace a un mago, caballeros? ¿Una facilidad con la magia? Sí, por supuesto, pero alrededor de esta mesa sabemos que eso no es, para el tipo correcto de mente, difícil de obtener. No ocurre, por así decirlo, por arte de magia. Santo cielo, las brujas lo logran. Pero lo que hace a un usuario de la magia es cierta forma de pensar que mira un poco más profundo en el mundo y la manera en que trabaja, la manera en que sus corrientes retuercen el destino de la humanidad, etcétera, etcétera. En pocas palabras, debería ser esa clase de persona que puede calcular que una graduación con honores garantizada merece la contrariedad ocasional de resbalar por la calle sobre sus dientes. —¿Estás sugiriendo seriamente que demos grados por una simple destreza física? —dijo el Director de Estudios Indefinidos.

—No, por supuesto que no. Estoy sugiriendo seriamente que demos grados por una destreza física extrema. ¿Puedo recordarles que remé para esta universidad durante cinco años y recibí un Brown? —¿Y qué bien hizo eso, por favor? —Bien, dice "Archicanciller" sobre mi puerta. ¿Recuerdas por qué? El Consejo de la Universidad de ese momento adoptó la muy decente opinión de que podría ser el momento para un jefe que no fuera estúpido, loco o muerto. Indudablemente, la mayoría de ellos no son exactamente requisitos en el sentido normal, pero me gusta pensar que la destreza en liderazgo, tácticas y trampas creativas que aprendí sobre el río también me resultaron muy útiles. Y por lo tanto, por mis pecados, que en realidad no recuerdo haber cometido pero que deben haber sido bastante carmesí, estaba en la cima de una lista de uno. ¿Era ésa una variedad de tres quesos, Sr. Stibbons? —Sí, Archicanciller. —Sólo estaba verificando. —Ridcully se inclinó hacia adelante—. Caballeros, en la mañana, corrección, más tarde esta mañana, propongo decirle firmemente a Vetinari que esta universidad piensa jugar al fútbol otra vez. Y la tarea me corresponde porque soy el primero de los iguales. Si alguno de ustedes quiere probar su suerte en la Oficina Oblonga, sólo tiene que decirlo. —Sospechará algo, lo sabes —dijo el Director de Estudios Indefinidos. —Sospecha de todo. Por eso todavía es el Patricio. —Ridcully se puso de pie —.

Declaro

esta

reun...

este

refrigerio

excesivamente

prolongado...

terminado. ¡Sr. Stibbons, venga conmigo! Ponder corrió detrás de él, los libros apretados a su pecho, feliz por la excusa de salir de allí antes de que se volvieran contra él. El portador de malas noticias nunca es popular, especialmente cuando está sobre un plato vacío. —Archicanciller, yo... —empezó, pero Ridcully se puso un dedo sobre sus labios. Luego de un momento de profundo silencio, se escuchó un repentino festival de escaramuzas, como de hombres peleando en silencio.

—Bien por ellos —dijo Ridcully, alejándose por el corredor—. Me preguntaba cuánto tiempo les tomaría darse cuenta de que podían estar viendo el último carrito de refrigerio sobrecargado durante algún tiempo. Casi me siento tentado a esperar y verlos salir arrastrando los pies y sus batas. Ponder se quedó mirándolo. —¿Usted lo está disfrutando, Archicanciller? —Santo cielo, no —dijo Ridcully, sus ojos brillantes—. ¿Cómo puede sugerir tal cosa? Además, en unas horas tengo que decirle a Havelock Vetinari que estamos pensando en convertirnos en una afrenta personal. La turba indisciplinada que se corta las piernas unos a otros es una cosa. No creo que esté contento con la posibilidad de nuestra participación. —Por supuesto, señor. Er, hay un asunto menor, señor, un pequeño acertijo, si usted es... ¿Quién es Nutt? A Ponder le pareció que había una pausa algo más larga que la necesaria antes de que Ridcully dijera: —¿Nutt sería...? —Trabaja en los tanques de vela, señor. —¿Cómo lo sabe, Stibbons? —Hago los sueldos, señor. Sota de Vela dice que Nutt simplemente apareció una noche con cierta frescura y dijo que tenía que estar empleado y con el sueldo mínimo. —¿Bien? —Es todo que sé, señor, y sólo lo supe porque pregunté a Smeems. Smeems dice que es un buen muchacho pero algo raro. —Entonces debería encajar bien, ¿no cree, Stibbons? A decir verdad, estamos viendo cómo se integra. —Bien, sí, señor, no hay problema allí, pero es un duende, aparentemente, y por lo general, sabe, es una especie de tradición rara, pero cuando las primeras personas de otras razas vienen a la ciudad, empiezan en la Guardia... Ridcully se aclaró la garganta, fuerte. —El problema con la Guardia, Stibbons, es que hacen demasiadas preguntas. No deberíamos imitarlos, sugiero. —Miró Ponder y pareció llegar

a una decisión—. Sabe que usted tiene un brillante porvenir aquí en la UI, Stibbons. —Sí, señor —dijo Ponder lúgubremente. —Le aconsejaría, con esto en mente, que olvide todo lo referente al Sr. Nutt. —¡Excúseme, Archicanciller, pero eso simplemente no servirá! Ridcully se balanceó hacia atrás, como un hombre sometido a un ataque por una oveja hasta ahora comatosa. Ponder se zambulló, porque cuando uno se ha lanzado desde un acantilado la única esperanza es insistir en la abolición de la gravedad. —Tengo doce trabajos en esta universidad —dijo—. Hago todo el papeleo. Hago todas las sumas. ¡A decir verdad, hago todo lo que requiere incluso un mínimo de esfuerzo y responsabilidad! ¡Y sigo haciéndolo aunque Brazeneck me ha ofrecido el puesto de Tesorero! ¡Con empleados! Quiero decir con personas verdaderas, no un palo con un pomo en el extremo. Ahora... ¿Confiará... En... Mí? ¿Qué hay sobre Nutt que es tan importante? —¿El bastardo trató de atraerlo? —dijo Ridcully—. ¡Un Decano desagradecido es más tramposo que el diente de una serpiente! ¿No hay nada a que no se rebaje? ¿Cuánto le...? —No pregunté —dijo Ponder con calma. Hubo un momento de silencio y luego Ridcully lo palmeó un par de veces sobre el hombro. —El problema con el Sr. Nutt es que las personas quieren matarlo. —¿Qué personas? Ridcully miró fijo a los ojos de Ponder. Sus labios se movieron. Miró arriba y abajo como un hombre comprometido en un complejo cálculo. Se encogió de hombros. —Probablemente todo el mundo —dijo.

—Por favor, tome un poco más de mi maravilloso pastel de manzana —dijo Nutt. —Pero ella se lo dio a usted —dijo Trev, sonriendo—. Ella nunca me lo perdonaría si como su pastel.

—Pero usted es mi amigo, Sr. Trev —dijo Nutt—. Y ya que es mi pastel puedo decidir qué hacer con él. —Nah —dijo Trev, rechazándolo con un ademán—. Pero hay un pequeño mandado que usted puede hacer para mí, siendo un jefe amable y comprensivo que lo deja trabajar todas las horas que quiere. —¿Sí, Sr. Trev? —dijo Nutt. —Glenda vendrá alrededor del mediodía. Para serle sincero, casi nunca deja el sitio. Me gustaría que vaya y le pregunte el nombre de esa muchacha que estaba allá arriba esta noche. —¿La que le gritó a usted, Sr. Trev? —La misma —dijo Trev. —Por supuesto que lo haré —dijo Nutt—. ¿Pero por qué no le pregunta a la Srta. Glenda usted mismo? Ella lo conoce. Trev sonrió otra vez. —Sí, me conoce y es por eso que sé que no me lo dirá. Si soy buen juez, y soy bastante sensato, a ella le gustaría conocerlo mejor. Nunca he conocido a una dama tan buena en sentirse apenada por las personas. —No hay mucho de mí para conocer —dijo Nutt. Trev le echó una mirada larga y atenta. Nutt no había quitado sus ojos del trabajo. Trev nunca había visto a nadie que pudiera quedarse tan fácilmente absorto. Las otras personas que terminaron trabajando en los tanques eran un poco raras, era casi un requisito, pero este pequeño tipo gris-oscuro era de algún modo raro en la dirección contraria. —¿Sabe? Usted debería salir más, Sr. Nutts —dijo. —Oh, no creo que me gustaría en absoluto —dijo Nutt—, ¿y puedo recordarle gentilmente que mi nombre no es plural? Gracias. —¿Ha visto alguna vez un partido de fútbol? —No, Sr. Trev. —Entonces lo llevaré al juego mañana. No juego, por supuesto, pero nunca me pierdo un partido si puedo evitarlo —dijo Trev—. Nada de armas afiladas, probablemente. La temporada empieza pronto, todos están entrando en calor. —Bien, eso es muy amable de su parte, pero yo...

—Dígame sí, y lo recogeré aquí abajo a la una. —¡Pero las personas me mirarán! —dijo Nutt. Y en su cabeza pudo escuchar la voz de su Señoría, calma y serena como siempre: No destaque. Sea parte de la multitud. —No, no lo harán. Confíe en mí —dijo Trev—. Puedo arreglarlo todo. Disfrute de su pastel. Me voy. Sacó una lata del bolsillo de su abrigo, la dejó caer sobre su pie, la levantó en el aire, la tocó con la punta del pie unas pocas veces de modo que girara y centelleara como algún objeto celeste y luego la pateó tan duro que voló hasta la inmensa habitación en penumbras a unos pies por encima de los tanques, tintineando ligeramente. Contra toda probabilidad detuvo su vuelo a unos pies de la otra pared, giró por un momento y luego empezó a volver, le pareció al pasmado Nutt, a una velocidad mayor que antes. Trev la atrapó sin esfuerzo y la dejó caer otra vez en su bolsillo. —¿Cómo puede hacer eso, Sr. Trev? —dijo Nutt, asombrado. —Nunca pienso en eso —dijo Trev—. Pero siempre me pregunto por qué todos los demás no pueden hacerlo. Es sobre el efecto. No es difícil. Lo veré mañana, ¿de acuerdo? Y no olvide ese nombre.

Los buses a caballo no eran mucho más rápidos que caminar, pero no era uno el que caminaba, y había asientos y un techo y un guardián con una hacha de guerra y considerándolo todo, en las grises y húmedas horas antes del amanecer, bien valía dos peniques. Glenda y Julieta se sentaban juntas, meciéndose suavemente al vaivén, absortas en sus ideas. Por lo menos Glenda lo estaba; Julieta podía perderse en medio pensamiento, si acaso. Pero Glenda se había convertido en una experta en saber cuándo iba a hablar Julieta. Era más o menos como la sensación que tiene un marinero de que el viento va a cambiar. Había pequeñas señales, como si un pensamiento necesitara que el hermoso cerebro se calentara y diera vueltas antes de que algo pudiera ocurrir. —¿Quién era ese muchacho que subió por tu burbuja y chirrido? —preguntó con indiferencia, o lo que probablemente pensaba que era indiferencia, o

otra vez, lo que podría haber pensado que era indiferencia si hubiera sabido que había una palabra como indiferencia. —Ése era Trevor Probable —dijo Glenda—. Y tú no quieres nada relacionado con él. —¿Por qué no? —¡Es un Reóstato! Se cree que es una Cara, también. ¡Y su papá era Gran Dave Probable! Tu papá se volvería loco si supiera que le has hablado siquiera. —Tiene una sonrisa encantadora —dijo Julieta, con una melancolía que hizo sonar alarmas de toda clase en Glenda. —Es un pícaro —dijo con firmeza—. Intentará cualquier cosa. Puede guardarse las manos en sus bolsillos, también. —¿Cómo es que sabes eso? —preguntó Julieta. Ésa era otra cosa preocupante de Julieta. No mucho parecía estar pasando entre esas orejas perfectas por horas enteras, y luego una pregunta así vendría girando hacia ti llena de bordes afilados. —¿Sabes? Deberías tratar de hablar mejor —dijo Glenda, para cambiar el tema—. Con tu aspecto podrías enganchar a un hombre que piense en algo más que cerveza y fútbol. Sólo habla con un poco más de clase, ¿eh? No tienes que sonar como... —¿Mi pasaje, señora? Levantaron la vista al guardián, que sostenía su hacha de cierto modo que casi no era amenazante. Y cuando llegaba el momento de mirar hacia arriba, no era un largo camino. El propietario del hacha era muy bajo. Glenda empujó el arma suavemente fuera del camino. —No la menees alrededor, Roger —suspiró—. No impresiona. —Oh, lo siento, Srta. Glenda —dijo el enano, lo que era visible de su cara detrás de la barba enrojeció de vergüenza—. Ha sido un turno largo. Serán cuatro peniques, damas. Lamento lo del hacha, pero hemos tenido personas que bajan de un salto sin pagar. —Debería ser enviado al lugar de donde vino —farfulló Julieta, cuando el guardián continuó moviéndose por el bus. Glenda decidió no ponerse a su altura.

Hasta donde había sido capaz saber, hasta hoy por lo menos, su amiga no tenía ninguna opinión propia, y sólo se hacía eco de algo que otras personas le decían. Pero entonces no pudo resistir. —Sería a la Calle Mina de Melaza, entonces. Nació en la ciudad. —¿Es un fanático de los Mineros, entonces? Supongo que podría ser peor. —No creo que los enanos se preocupen mucho por el fútbol —dijo Glenda. —No creo que una pueda ser una Morporkiana verdadera y no gritar por su equipo —fue el siguiente trozo de sabiduría popular gastada de Julieta. Glenda lo dejó pasar. A veces, discutir con su amiga era como dar puñetazos a la neblina. Además, los cansados caballos estaban pasando su calle. Se bajaron sin perder un paso. La puerta de la casa de Julieta estaba cubierta con los antiguos restos de múltiples capas de pintura, o más bien, múltiples capas de pintura que habían burbujeado en diminutas montañas con el paso de los años. Siempre era la pintura más barata posible. Después de todo, uno podía permitirse comprar cerveza o pintura y uno no podía beber pintura a menos que sea el Sr. Johnson del número catorce, que al parecer la bebía todo el tiempo. —Ahora, no le diré a tu papá que llegaste tarde —dijo Glenda, abriendo la puerta por ella—. Pero te quiero temprano mañana, ¿de acuerdo? —Sí, Glenda —dijo Julieta mansamente. —Y nada de pensar en ese Trevor Probable. —Sí, Glenda. —Era una respuesta sumisa, pero Glenda reconoció la chispa. La había visto en el espejo una vez. Pero ahora cocinaba un desayuno temprano para la viuda Crowdy, que ocupaba la casa del otro lado y no podía hacer mucho estos días; la puso cómoda, hizo las tareas bajo la creciente luz, y por fin se acostó. Su último pensado mientras caía a plomo en el sueño fue: Los duendes, ¿no roban pollos? Raro, él no da el tipo... A las ocho y media, un vecino la despertó lanzando grava a su ventana. Quería que ella viniera y mirara a su padre, descrito como "mal", y el día comenzó. Nunca había necesitado comprar un reloj despertador.

¿Por qué necesitaban dormir tanto las otras personas? Era un enigma permanente para Nutt. Se aburría a solas. Allá, en el castillo en Uberwald, siempre había habido alguien por allí para charlar. A su Señoría le gustaba la noche y no saldría al sol brillante en absoluto, de modo que venían muchas visitas. Tenía que quedarse fuera de la vista, por supuesto, pero conocía todos los pasajes en las paredes y todos los agujeros secretos para espiar. Vio a los finos caballeros, siempre de negro, y a los enanos con armadura de hierro que brillaba como oro (después, abajo en su sótano que olía a sal y a tormentas eléctricas, Igor le mostró cómo lo hacían). Había trolls, también, con un aspecto un poco más brillante que ésos de los que había aprendido a escapar en los bosques. Especialmente recordaba al troll que brillaba como una joya (Igor dijo que su piel estaba hecha de diamante vivo). Eso solo habría sido suficiente para pegarlo en la memoria de Nutt, pero había habido ese momento, un día que el troll de diamante estaba sentado en la gran mesa con otros trolls y enanos, cuando levantó los ojos de diamante y vio a Nutt, mirando a través de un diminuto agujero para espiar, escondido en el otro extremo de la habitación. Nutt estaba convencido de eso. Se había alejado del agujero tan rápidamente que se había golpeado la cabeza contra la pared opuesta. Cada vez más, conocía su camino alrededor de todos los sótanos y talleres en el castillo de su Señoría. Ve a cualquier lugar que desees, habla con todos. Haz cualquier pregunta; te responderé. Cuando quieras aprender, te enseñaremos. Usa la biblioteca. Abre cualquier libro. Ésos habían sido buenos días. Dondequiera que fuese, los hombres paraban de trabajar para mostrarle cómo alisar, esculpir, moldear, revestir el horno y fundir hierro, y hacer herraduras... pero no cómo colocarlas, porque cualquier caballo se volvía loco cuando entraba en las cuadras. Una vez, uno pateó las tablas de la pared posterior. Esa tarde en particular subió a la biblioteca, donde la Srta. Healstether le encontró un libro sobre olor. Lo leyó tan rápido que sus ojos deben haber dejado rastros en el papel. Sin dudarlo, él dejó un rastro en la biblioteca: los veintidós volúmenes del Compendio de Olores, de Brakefast, pronto fueron apilados sobre el largo atril, seguidos por Trompeta de Ecuestranismo, de

Spout, y luego, por un desvío a través de la sección de historia, Nutt se lanzó de cabeza en la sección de folclore, con la Srta. Healstether pedaleando tras él sobre los escalones móviles de la biblioteca. Ella lo observaba con una especie de satisfecho sobrecogimiento. Casi no sabía leer cuándo llegó, pero el niño duende se había propuesto mejorar su lectura como un boxeador se entrena para una pelea. Y estaba luchando contra algo, pero ella no estaba segura en su propia mente qué era y, por supuesto, su Señoría nunca le explicó. Él se sentaba toda la noche bajo la lámpara, el libro del momento enfrente, el diccionario y el tesauro a cada lado, extirpando el significado de cada palabra, golpeando sin cesar en su propia ignorancia. Cuando entró a la mañana siguiente había un diccionario de Enanés y una copia de El Discurso de los Trolls, de Postalume, sobre el atril también. Seguramente no es correcto aprender de este modo, se dijo. No puede estar asentándose apropiadamente. Uno no puede forzarlo en la cabeza. El aprendizaje tiene que ser digerido. Uno no sólo tiene que saber, uno tiene que comprender. Se lo mencionó a Fassel, el herrero, quien dijo: —Mire, señorita, se acercó a mí el otro día y dijo que había observado a un herrero antes, y si podía hacer un intento. Bien, usted conoce las órdenes de su señoría, de modo que le di un trozo de barra metálica y le mostré el martillo y las tenacillas; ¡y al minuto lo estaba haciendo bien, martillo y tenacillas! Resultó un bonito cuchillito, muy bonito efectivamente. Él piensa en cosas. Usted puede ver que su feo y pequeño hocico resuelve todo. ¿Alguna vez ha conocido a un duende? —Extraño que usted me pregunte —le dijo—. Nuestro catálogo dice que tenemos una de las muy pocas copias de Cinco Horas y Dieciséis Minutos con los Duendes de Uberwald Lejano, de J. P. Bunderbell, pero no puedo encontrarlo en ningún lugar. Es de un valor incalculable. —Cinco horas y dieciséis minutos no parecen mucho tiempo —dijo el herrero.

—Usted lo creería, ¿verdad? Pero de acuerdo con una conferencia que el Sr. Blunderbell dio en la Sociedad de Intrusos de Ankh-Morpork 10 —dijo la Srta. Healstether—, eso fue demasiado tiempo por unas cinco horas. Dijo que iban en

tamaño

desde

desagradablemente

grandes

hasta

asquerosamente

pequeños, que tenían más o menos el mismo nivel cultural del yogur y que pasaban el tiempo hurgándose la nariz y orinando. Un completo desperdicio de espacio, dijo. Causó bastante inquietud. Se supone que los antropólogos no escriben ese tipo de cosas. —¿Y el joven Nutt es uno de ellos? —Sí, eso me desconcertó, también. ¿Lo vio ayer? Hay algo en él que asusta a los caballos, de modo que vino a la biblioteca y buscó un viejo libro sobre la Palabra del Jinete. Eran una especie de sociedad secreta, que sabía cómo hacer aceites especiales que haría que los caballos los obedecieran. Luego se pasó la tarde abajo en la cripta de Igor, cocinando los dioses saben qué, ¡y esta mañana estaba montando un caballo alrededor del jardín! La bestia no era feliz, la verdad, pero él estaba ganando. —Me sorprende que su pequeña cabeza fea no estalle —dijo Fassel. —¡Ja!

—La

Srta.

Healstether

sonaba

amarga—.

Manténgase

alerta,

entonces, porque ha descubierto la Escuela Bonk. —¿Qué es eso? —No eso, ellos. Filósofos. Bien, digo filósofos, pero, bien... —Oh, los asquerosos —dijo Fassel alegremente. —No diría asquerosos —dijo la Srta. Healstether, y era verdad. Una dama bibliotecaria no emplearía esa palabra en presencia de un herrero, especialmente

uno

que

está

sonriendo—.

Digamos

"poco delicados",

¿verdad? No hay mucha demanda de delicadeza sobre un yunque así que el herrero continuó imperturbable: —Son los que hablan de lo que ocurre si las damas no consiguen suficiente carne de carnero, y dicen que los cigarros son... —¡Ésa es una falacia! 10

Originalmente la Sociedad de Exploradores hasta que Lord Vetinari insistió por la fuerza en que la

mayoría de los lugares "descubiertos" por los miembros de la sociedad ya tenían personas viviendo en ellos, las que ya estaban tratando de vender serpientes a los recién llegados.

—Es correcto, es lo que leí. —El herrero claramente lo estaba disfrutando—. ¿Y su Señoría le permite leer estas cosas? —Efectivamente, casi insiste. No puedo imaginar qué está pensando ella. — O él, si vamos al caso, pensó para sí.

Había un límite para cuántas velas debería hacer, le había dicho Trev a Nutt. Se vería mal si hiciera demasiadas, explicó Trev. Los sombreros puntudos podrían decidir que no necesitaban a todas esas personas. Eso tenía sentido para Nutt. ¿Qué harían Sin Cara, y Concreto, y Mukko Lloroso? No tendrían otro lugar donde ir. Tenían que vivir en un mundo simple; eran golpeados demasiado fácilmente por la vida en éste. Había tratado de pasear alrededor de los otros sótanos, pero no había mucho que ocurriera por la noche, y las personas le echaron miradas raras. Señoría

no

gobernaba

aquí.

Pero

los

magos

eran

un

montón

de

desordenados, y nadie ordenaba mucho y vivía para contarlo, de modo que toda clase de viejos depósitos y talleres llenos de cachivaches se volvieron suyos para usarlos. Y había tanto para que un muchacho con aguda visión nocturna encontrara. Ya había visto algunas luminosas hormigas cuchara cargando un tenedor, y, para su sorpresa, los laberintos olvidados eran el hogar de ese omnívoro tan singular, el Comedor de Medias Poco Común. Había

algunas

cosas

que

vivían

en

los

conductos,

también,

que

periódicamente murmuraban, “¡Awk! ¡Awk!” ¿Quién sabía qué monstruos extraños hicieron su hogar aquí? Limpió los platos de pastel con mucho cuidado. Glenda había sido amable con él. Debía mostrar que él era amable también. Era importante ser amable. Y sabía dónde encontrar algo de ácido.

El secretario personal de Lord Vetinari entró en la Oficina Oblonga con apenas una perturbación del aire. Su señoría levantó la vista y le echó un vistazo.

—Ah, Nudodetambor. Pienso que tendré que escribir al Times otra vez. Estoy seguro de que ésos, seis horizontal y nueve vertical, aparecieron en esa misma combinación hace tres meses. Un viernes, creo. —Dejó caer la página del crucigrama sobre el escritorio con una expresión de desdén—. ¡Vaya con la Prensa Libre! —Bien hecho, mi señor. El Archicanciller acaba de entrar en el palacio. Vetinari sonrió. —Por fin debe haber mirado el calendario. Gracias a los dioses que tienen a Ponder Stibbons. Hazlo pasar después de la espera acostumbrada. Cinco minutos después entraba Mustrum Ridcully. —¡Archicanciller! ¿A qué asunto urgente debo esta visita? Nuestra reunión acostumbrada no es hasta pasado mañana, creo. —Er, sí —dijo Ridcully. Cuando se sentó, un jerez muy grande fue puesto enfrente de él.11 —Bien, Havelock, en realidad el asunto es... —Pero a decir verdad es muy providencial que usted haya llegado justo ahora —continuó Vetinari, ignorándolo—, porque ha surgido un problema sobre el que desearía su consejo. —¿Oh? ¿De veras? —Sí, efectivamente. Se trata de este condenado juego llamado patear-lapelota... —¿De veras? El vaso, ahora en la mano de Ridcully, no tembló una mínima fracción. Había tenido su trabajo por mucho tiempo, desde los días en que un mago que parpadeaba moría. —Uno tiene que moverse con las épocas, por supuesto —dijo el Patricio, sacudiendo la cabeza. —Tendemos a no hacerlo, a lo largo del camino —dijo Ridcully—. Sólo las anima. —Las personas no comprenden los límites de la tiranía —dijo Vetinari, como hablando solo—. Piensan que, porque puedo hacer lo que me gusta, puedo

11

Están los que dicen que el jerez no debe ser bebido temprano por la mañana. Están equivocados.

hacer lo que me gusta. Un pensamiento fugaz revela, por supuesto, que eso no puede ser cierto. —Oh, es lo mismo con la magia —dijo el Archicanciller—. Si uno lanza hechizos alrededor como si no hubiera un mañana, hay una buena posibilidad de que no lo haya. —En pocas palabras —continuó Vetinari, todavía hablando al aire—, estoy pensando en dar mi bendición al juego del fútbol, en la esperanza de que sus excesos puedan ser controlados con más cuidado. —Bien, eso funcionó con el Gremio de Ladrones —observó Ridcully, asombrado ante su propia calma—. Si tenía que haber crimen, entonces debía estar organizado, pienso que eso es lo que usted dijo. —Exactamente. Tengo que admitir la opinión de que todo ejercicio para cualquier propósito fuera de la salud corporal, la defensa del reino y la correcta acción de los intestinos es brutal. —¿De veras? ¿Y qué me dice de la agricultura? —Defensa del reino contra el hambre. Pero no le veo ningún sentido que haya personas sólo... corriendo por allí. ¿Atraparon a su Megapode, a propósito? ¿Cómo demonios lo hace?, se preguntó Ridcully. Quiero decir, ¿cómo? En voz alta, dijo: —Efectivamente lo hicimos, pero seguramente usted no está sugiriendo que simplemente estuviéramos "corriendo por allí". —Por supuesto que no. Son aplicables tres excepciones. La tradición es por lo menos tan importante como los intestinos, aunque no tan útil. Y, efectivamente, la Gracia de los Pobres Muchachos tiene algunas notables tradiciones, que algunos podrían encontrar merecedoras de explorar. Permítame ser franco, Mustrum. No puedo imponer una simple aversión personal contra la presión pública. Bien, puedo, estrictamente hablando, pero no sin llegar a extremos ridículos y efectivamente tiránicos. ¿Por un juego? Creo que no. Así que... como están las cosas, encontramos equipos de hombres fornidos que presionan, empujan, patean y muerden con la pálida esperanza, me parece, de propulsar algún objeto desgraciado hacia alguna meta distante. No tengo problema con que traten de matarse, que

está un poco en el camino de una desventaja, pero ahora se ha vuelto tan popular otra vez que la propiedad está siendo dañada, y eso no puede ser tolerado. Han habido comentarios en el Times. No, lo que el hombre sabio no puede cambiar, debe canalizarlo. —¿Y cómo piensa hacerlo? —Dándole el trabajo a usted. La Universidad Invisible tuvo siempre una buena tradición deportiva. —“Tuvo” es la palabra correcta —suspiró Ridcully—. En mi día todos éramos tan... tan despiadadamente físicos. Pero si fuera sugerir tanto como una carrera de huevo en cuchara, en estos días usarían la cuchara para comer el huevo. —¡Oh, qué mal! No sabía que su día había terminado, Mustrum —dijo Lord Vetinari, con una sonrisa. La habitación, nunca ruidosa normalmente, cayó en el silencio más profundo. —Ahora mire aquí... —empezó Ridcully. —Esta tarde hablaré con el editor del Times —dijo Vetinari, deslizando suavemente su voz sobre la del mago con toda la destreza de un manipulador de comité nato—, quien es, como sabemos, una persona con mucha conciencia cívica. Estoy seguro de que le dará la bienvenida al hecho de que le estoy pidiendo a la universidad que domestique al demonio patearla-pelota, y que usted, después de cuidadosa reflexión, ha estado de acuerdo con la tarea. No tengo que hacer esto, reflexionó Ridcully con cuidado. Por otro lado, ya que es lo que quiero, y por lo tanto no tengo que pedirlo, podría ser poco sabio. ¡Maldito sea! ¡Esto es tan Vetinari! —¿Usted no se opondría si formamos nuestro propio equipo? —logró articular. —Efectivamente, exijo que ustedes lo hagan, positivamente. Pero sin magia, Mustrum. Debo aclararlo. La magia no es deportiva, a menos que estén jugando contra otros magos, por supuesto. —Oh, yo soy un hombre muy deportivo, Havelock.

—¡Excelente! ¿Cómo se está adaptando el Decano en Brazeneck, a propósito? Si hubiera sido alguien más quien preguntaba, pensó Ridcully, sería sólo una pregunta educada. Pero era Vetinari, ¿verdad...? —He estado demasiado ocupado para enterarme —dijo con altivez—, pero estoy seguro de que estará bien cuando encuentre sus pies. —O cuando logre verlos sin un espejo, añadió para sus adentros. —Estoy seguro de que usted debe sentirse complacido de ver que su viejo amigo y colega se abre camino en el mundo —dijo Vetinari, inocentemente —. Y también la misma Pseudopolis, por supuesto. Debo decirlo, admiro a los burgueses robustos de esa ciudad por embarcarse en su noble experimento de esta... democracia —continuó—. Es siempre bueno ver que lo intentan otra vez. Y a veces divertido, también. —Hay algo que decir de ella, lo sabe —gruñó Ridcully. —Sí, creo que ustedes la practican en la universidad —dijo el Patricio, con una pequeña sonrisa—. Sin embargo, sobre el tema del fútbol estamos de acuerdo. Excelente. Le diré al Sr. de Worde lo que usted está haciendo. Estoy seguro de que los fanáticos jugadores de patear-la-pelota estarán interesados, cuando alguien les explique las palabras más largas. Bien hecho. Pruebe el jerez. Me dijeron que es muy aceptable. Vetinari se puso de pie, una señal de que, en teoría por lo menos, el tema de la reunión había concluido, y paseó hasta una laja de piedra pulida que se veía como un tablero cuadrado de madera. —En un tono diferente, Mustrum... ¿Cómo está su joven visitante? —Mi visitan... Oh, usted se refiere al... uh... —Correcto. —Vetinari sonrió a la laja como si compartiera una broma con ella—. Al uh, como usted dijo. —Noto el sarcasmo. Como mago, debo decirle que las palabras tienen poder. —Como político, debo decirle que ya lo sé. ¿Cómo la está pasando? Hay mentes preocupadas que les gustaría saberlo. Ridcully echó un vistazo a los pequeños hombres esculpidos sobre la laja de juego como si lo estuvieran escuchando. De una manera indirecta, probablemente lo estaban escuchando. Sin duda era bien sabido ahora que

las manos que movían la mitad de las piezas vivían en un gran castillo en Uberwald,

y

eran

femeninas

y

pertenecían

a

una

dama

que

era

principalmente rumor. —Smeems dice que es muy discreto. Dice que él cree que el muchacho es astuto. —Oh, bueno —dijo Vetinari; todavía parecía buscar algo totalmente fascinante en la posición de las piezas del juego. —¿Bueno? —Necesitamos personas astutas en Ankh-Morpork. Tenemos una Calle de Artífices Astutos, ¿verdad? —Bien, sí, pero... —Ah, entonces es el contexto el que tiene poder —dijo Vetinari, dando media vuelta con una expresión de deleite desembozado—. ¿Dije que soy un político? Astuto: ingenioso, furtivo, engañoso, perspicaz, sagaz, lindo, oportuno y, efectivamente, pícaro. Una palabra para cualquier elogio y todos los prejuicios. Astuto... es una palabra astuta. —¿Usted no piensa que tal vez este... experimento suyo podría llegar demasiado lejos? —preguntó Ridcully. —Las personas dijeron eso sobre los vampiros, ¿verdad? Se ha alegado que no tienen un lenguaje correcto, pero me han dicho que él habla varias lenguas con fluidez. —Smeems dijo que hablaba de manera afectada —admitió Ridcully. —Mustrum, comparado con Obviotoro Smeems, los trolls hablan de manera afectada. —El... muchacho fue criado por un sacerdote de alguna clase, lo sé —dijo Ridcully—. ¿Pero en qué se convertirá cuando crezca? —Por como suena, en profesor de lingüística. —Usted sabe qué quiero decir, Havelock. —Posiblemente, aunque me pregunto si usted lo sabe. Pero sugiero que es improbable que se convierta en una turba depredadora, toda por sí solo. Ridcully suspiró. Echó un vistazo hacia el juego otra vez, y Vetinari lo notó. —Mírelos. Rangos, filas —dijo, agitando una mano sobre las pequeñas figuras de piedra—, estancados en eterno conflicto al capricho del jugador.

Pelean, caen, y no pueden retroceder porque los látigos los incitan hacia adelante, y todo lo que conocen es látigos, matar o ser matados. Oscuridad enfrente de ellos, oscuridad detrás de ellos, oscuridad y látigos en sus cabezas. ¿Pero qué pasaría si uno pudiera sacar a uno de este juego, sacarlo antes de los látigos, y llevarlo a un lugar sin látigos...? ¿En qué podría convertirse? Una criatura. Un ser singular. ¿Le negaría esa oportunidad? —Usted colgó a tres hombres la semana pasada —dijo Ridcully, sin comprender por qué totalmente. —Tuvieron sus oportunidades. Las usaron para matar, y peor. Todo lo que tenemos es una oportunidad. No recibimos una bendición. Él fue encadenado a un yunque durante siete años. Debería tener su oportunidad, ¿no lo cree? De repente Vetinari estaba sonriendo otra vez. —No nos pongamos melancólicos, sin embargo. Espero con ansia su ingreso a una nueva era de la actividad enérgica y saludable en la mejor tradición deportiva. Efectivamente, la tradición será su amiga aquí, estoy seguro. Por favor, no me permita una mayor intrusión en su tiempo. Ridcully vació el jerez. Eso al menos estaba sabroso.

Es una corta caminata desde el palacio hasta la Universidad Invisible; a las posiciones del poder les gusta mantenerse vigiladas entre sí. Ridcully regresó caminando a través

de las multitudes, cabeceando

ocasionalmente hacia las personas a quienes conocía, que, en esta parte de la ciudad, eran prácticamente todas. Trolls, pensó, nos arreglamos con los trolls, ahora que recuerdan mirar dónde están poniendo sus pies. Entraron en la Guardia y todo eso. Tipos muy decentes, excepto algunas manzanas malas, y los dioses saben que tenemos bastante de ellas en nuestra propia cesta. ¿Enanos? Estuvieron aquí por eras. Puede ser un poco difícil, puede ser tan tenso como el culo de un pato... aquí se detuvo para pensar y editar esa idea a "manejar un regateo difícil". Uno siempre sabe dónde está con ellos, de todos modos, y por supuesto son bajos, que es siempre un consuelo siempre y cuando uno sepa qué están haciendo ahí abajo. ¿Vampiros? Bien, la Liga Uberwald de

Templanza parecía estar funcionando. Los rumores en la calle... o en la bóveda o donde fuera... decían que ellos se controlaban entre sí. Cualquier chupasangre sin reformar que tratara de cometer un asesinato en la ciudad sería cazado por las personas que sabían exactamente cómo pensaba y dónde se colgaba. Lady Margolotta estaba detrás de todo eso. Era la persona que, por medio de la diplomacia, y otros probablemente más directos, había conseguido que las cosas se movieran otra vez en Uberwald, y tenía alguna clase de... relación con Vetinari. Todos lo sabían, y eso era todo lo que todos sabían. Una relación punto punto punto. Una de ésas. Y nadie había sido capaz juntar los puntos. Ella había estado en la ciudad en visitas diplomáticas, y ni siquiera las matronas más expertas de Ankh-Morpork habían sido capaces de detectar ni un susurro de nada más que formal amabilidad y cooperación internacional entre los dos. Y él jugaba interminables y complejos partidos con ella, a través del sistema de clacs, y aparte de eso, eso era, bien, eso... hasta ahora. Y ella le había enviado a este Nutt para mantenerlo seguro. ¿Quién sabía por qué, aparte de ellos? Política, probablemente. Ridcully suspiró. Uno de los monstruos, completamente solo. Era difícil pensar en eso. Venían de a miles, como piojos, matando todo y comiendo los muertos, incluso los suyos. El Imperio Malvado los había criado en inmensos sótanos, demonios grises sin infierno. Sólo los dioses sabían qué les había pasado cuando el Imperio se desplomó. Pero ahora había pruebas convincentes de que algunos todavía vivían arriba, en las colinas lejanas. ¿Qué podrían hacer? Y uno, ahora mismo, estaba haciendo velas en los sótanos de Ridcully. ¿En qué podría convertirse? —¿En una maldita molestia? —dijo Ridcully en voz alta. —Oiga, ¿a quién está llamando una molestia, señor? ¡Es mi camino, igual que el suyo! El mago bajó la vista a un joven que parecía haber robado su ropa sólo de las mejores líneas de lavado, aunque la andrajosa bufanda negra y roja alrededor de su cuello era probablemente suya. Había cierto nerviosismo en

él, un constante cambiar el peso, como si pudiera en cualquier momento salir corriendo en una dirección al azar. Y estaba lanzando una lata al aire y atrapándola otra vez. Para Ridcully traía recuerdos tan agudos que picaban, pero se recompuso. —Soy Mustrum Ridcully, Archicanciller y Maestro de la Universidad Invisible, joven, y veo que usted está luciendo los colores. ¿Para algún partido? ¿Un partido de fútbol, sugiero? —Da la casualidad que sí. Así que, ¿qué? —dijo el pilluelo, entonces se dio cuenta de que su mano estaba vacía cuando debería ahora estar llena otra vez, bajo las reglas normales de la gravedad. La lata no había caído desde su último ascenso, y a decir verdad estaba girando suavemente en el aire, a veinte pies. —Infantil de mí, lo sé —dijo Ridcully—, pero quería su completa atención. Quiero presenciar un partido de fútbol. —¿Presenciar? Mire, nunca vi a nadie... Ridcully suspiró. —Quiero decir que quiero mirar un partido, ¿de acuerdo? Hoy, si fuera posible. —¿Usted? ¿Está seguro? Es su funeral, señor. ¿Tiene un chelín? Se escuchó un tintineo, bien alto. —La lata volverá abajo con una moneda de seis peniques adentro. Hora y lugar, por favor. —¿Cómo sé que puedo confiar en usted? —dijo el pilluelo. —No lo sé —dijo Ridcully—. Las sutiles maniobras del cerebro son un misterio para mí, también. Pero me alegro de que lo crea. —¿Qué? —Con un encogimiento de hombros, el niño decidió apostar, contra no haber comido ningún desayuno—. Callejón Rizo más allá de Diarrea del Ganado, esté listo a la una, y nunca antes lo he visto en mi vida, ¿entendido? —Eso es muy probable —dijo Ridcully; hizo sonar sus dedos. La lata cayó en la mano del pilluelo que la esperaba. Agitó la moneda de plata y sonrió. —La mejor de las suertes para usted, patrón.

—¿Hay algo para comer en estos asuntos? —dijo Ridcully, para quien la hora del almuerzo era un sacramento. —Hay pasteles, patrón, pudín campesino, pasteles gelatinados de anguila, pastel y puré, pasteles de... langosta, pero principalmente son sólo pasteles. Sólo pasteles, señor. Hechos de pastel. —¿De qué clase? Su informante parecía escandalizado. —Son pasteles, patrón. Uno no pregunta. Ridcully asintió. —Y como una transacción final, le pagaré un penique por una patada de su lata. —Dos peniques —dijo el niño de inmediato. —Usted pequeño bribón, tenemos un trato. Ridcully dejó caer la lata sobre la punta de su bota, la balanceó por un momento, entonces la envió al aire y, mientras bajaba, le dio una patada redonda que la envió girando sobre la multitud. —Nada mal, abuelo —dijo el niño, sonriendo. En la distancia se escuchó un grito y el sonido de alguien empeñado en la retribución. Ridcully hundió una mano en su bolsillo y la miró. —Dos dólares para empezar a correr, chico. ¡No conseguirá un mejor trato hoy! El niño rió, agarró las monedas y corrió. Ridcully siguió caminando sosegadamente, mientras los años volvían a caer sobre él como nieve.

Encontró a Ponder Stibbons clavando un aviso sobre la pizarra justo afuera del Gran Salón. Lo hacía con bastante frecuencia. Ridcully suponía que eso lo hacía sentirse mejor de alguna manera. Palmeó a Ponder en la espalda, provocando la caída de los alfileres sobre todas las losas. —Es un boletín del Comité Ankh de Seguridad, Archicanciller —dijo Ponder, buscando los rebeldes alfileres que rodaban.

—Ésta es una universidad de magia, Stibbons. No tenemos negocios con la seguridad. Tan sólo ser un mago es poco seguro y así debería ser. —Sí, Archicanciller. —Pero recogería todos esos alfileres si fuera usted, uno nunca puede tener demasiado cuidado. Dígame... ¿no solíamos tener un maestro de deportes aquí? —Sí, señor. Evans el Rayado. Se esfumó hace unos cuarenta años, creo. —¿Asesinado? Era el hombre en el lugar equivocado en aquellos días, lo sabe. —No puedo imaginar quién querría su trabajo. Aparentemente desapareció mientras hacía flexiones en el Gran Salón un día. —¿Desapareció? ¿Qué clase de muerte es ésa para un mago? Cualquier mago moriría de vergüenza si simplemente desapareciera. Siempre dejamos algo atrás, incluso si sólo es humo. Oh, bien. Llega la hora, llega el... lo que sea. Llegada general, quizás. ¿Qué hace esa máquina pensante suya estos días? Ponder se iluminó. —En realidad, Archicanciller, Hex acaba de descubrir una nueva partícula. ¡Viaja más rápido que la luz en dos direcciones a la vez! —¿Podemos hacer que haga algo interesante? —¡Bien, sí! ¡Hace estallar totalmente la Teoría de Trans-Congruencia, de Spolwhittle! —Bueno —dijo Ridcully alegremente—. Mientras algo estalle. Ya que ha terminado de estallar, póngalo a encontrar a Evans o a un sustituto decente. Los maestros de deportes son partículas bastante elementales, no debería ser difícil. Y convoque a una reunión de Consejo en diez minutos. ¡Vamos a jugar al fútbol!

La verdad es femenina, ya que la verdad es belleza más que apostura, reflexionaba

Ridcully

mientras

el

Consejo

entraba

quejándose:

esto

explicaría el refrán de que una mentira podía darle la vuelta al mundo antes que la Verdad se haya puesto las botas, ya que tendría que escoger qué par;

la idea de que cualquier mujer en posición de escoger tendría exactamente un par está más allá de la creencia racional. Efectivamente, como una diosa tendría muchos zapatos, y por lo tanto, muchas elecciones: zapatos cómodos para las verdades domésticas, botas claveteadas para las verdades desagradables, simples zuecos para las verdades universales y posiblemente alguna clase de pantufla para la verdad evidente. Ahora mismo era más importante qué clase de verdad iba a tener que impartir a sus colegas, y no se decidió sobre toda la verdad, sino en cambio sobre nada más que la verdad, que prescindía de la necesidad de honestidad. —Bien, continúa, entonces, ¿qué dijo? —Respondió al argumento razonado. —¿Lo hizo? ¿Dónde está la trampa? —Ninguna. Pero quiere que las reglas sean más tradicionales. —¡Seguro que no! ¡Piensa que son prácticamente prehistóricas tal como están! —Y quiere que la universidad tome el liderato en todo esto, y rápidamente. Caballeros, hay un partido que va a ser jugado en aproximadamente tres horas. Sugiero que lo observemos. Y con ese fin, exigiré que ustedes usen... pantalón. Después de un rato Ridcully sacó su reloj, que era uno de los anticuados movidos por diablillos y era confiablemente inexacto. Levantó la tapa de oro y se quedó mirando con paciencia mientras la pequeña criatura pedaleaba las manecillas. Cuando el postulante no hubo parado después de un minuto y medio, cerró la tapa. El clic tuvo un efecto que ninguna cantidad adicional de gritos podría haber conseguido. —Caballeros —dijo con gravedad—. Debemos compartir el juego de las personas, de quiénes, podría añadir, nosotros devenimos. ¿Alguno de nosotros ha visto, en las últimas décadas, siquiera un juego? Creo que no. Deberíamos salir más. Ahora, no les estoy pidiendo que lo hagan por mí, ni siquiera por los cientos de personas que trabajan para suministrarnos una vida en la que el malestar levanta su cabeza muy raramente. Sí, muchas otras cabezas feas se levantaron, es verdad, pero la cena siempre fue atractiva. Nosotros somos, colegas magos, la última línea de la defensa de la

ciudad en contra de todos los horrores que pueden ser lanzados contra ella. Sin embargo, ninguno de ellos es tan potencialmente peligroso como nosotros. Sí, efectivamente. No sé qué podría ocurrir si los magos estuvieran realmente hambrientos. Entonces háganlo, les imploro en esta única ocasión, por el bien de la tabla de quesos. Había habido algunas convocatorias a las armas más nobles en la historia, Ridcully sería el primero en admitirlo, pero ésta estaba bien confeccionada para su audiencia meta. Se escucharon algunas quejas, pero era lo mismo que decir que el cielo era azul. —¿Y qué me dices del almuerzo? —dijo el Conferenciante en Runas Recientes con desconfianza. —Comeremos temprano —dijo Ridcully—, y me han dicho que los pasteles en el partido son simplemente... asombrosos. La Verdad, enfrente de su inmenso ropero empotrado, seleccionó botas negras de cuero con tacones estilete para una verdad tan descarada.

Nutt ya estaba esperando con una expresión orgullosa pero preocupada sobre su cara cuando Glenda entró en la Cocina Nocturna. No lo notó al principio, pero regresó de colgar el abrigo sobre su perchero y allí estaba, sujetando un par de platos enfrente de él como escudos. Casi tuvo que taparse los ojos porque los platos brillaban muy intensamente. —Espero que esto esté bien —dijo Nutt nervioso. —¿Qué ha hecho usted? —Los enchapé con plata, señorita. —¿Cómo lo hizo? —Oh, hay toda clase de cosas viejas en los sótanos y, bien, sé cómo hacer las cosas. No causará problema para nadie, ¿verdad? —añadió Nutt; se veía de repente preocupado. Glenda se preguntó si sería un problema. No debería serlo, pero uno nunca podía estar seguro con la Sra. Whitlow. Bien, ella podía solucionar ese problema escondiéndolos en algún lugar hasta que se deslustraran.

—Es amable de su parte tomarse el trabajo. Por lo general tengo que perseguir a las personas para que regresen los platos. Usted es un verdadero caballero —dijo, y su cara se iluminó como un amanecer. —Usted es muy amable —sonrió él, radiante—, y una dama muy apuesta con sus dos pechos enormes que demuestran abundancia y fecundidad... El aire matutino se congeló en un bloque enorme. Podía distinguir que había dicho algo equivocado, pero no tenía idea qué era. Glenda miró a su alrededor para ver si alguien había escuchado, pero la inmensa habitación tenebrosa estaba por lo demás vacía. Ella era siempre la primera en entrar y la última en salir. Entonces dijo: —Quédese ahí mismo. ¡No se atreva a moverse una pulgada! ¡Ni una pulgada! ¡Y no robe ningún pollo! —ordenó como una ocurrencia tardía. Debía haber dejado una huella de vapor mientras salía de la habitación, sus botas resonando sobre las losas. ¡Qué cosas se le ocurren! ¿Quién pensaba que era? Y al respecto, ¿quién pensaba ella que era él? ¿Y qué pensaba él que era él? Los sótanos y criptas de la universidad eran una pequeña ciudad en sí mismos, y los panaderos y los carniceros se volvieron para mirar el ruido que pasaba. No se atrevía a parar ahora; sería demasiado vergonzoso. Si uno conociera todos los pasajes y las escaleras, y si éstos se quedaran quietos durante cinco minutos, era posible llegar a casi cualquier lugar en la universidad sin pasar sobre la tierra. Probablemente ninguno de los magos conocía el laberinto. A muchos de ellos no les importaba conocer los detalles aburridos de la administración doméstica. ¡Ja! ¡Pensaban que las cenas aparecían por arte de magia! Un pequeño grupo de peldaños de piedra conducía a la puertita. Casi nadie la usaba estos días. Las otras chicas no entrarían ahí. Pero Glenda sí. Incluso después de la primera vez que, en respuesta a la campana, llevó el plátano de medianoche, o más bien no lo había dejado por escapar gritando, sabía que tendría que enfrentarlo otra vez. Después de todo, no podemos evitar cómo somos hechos, había dicho su madre, y ni podemos evitar lo que un accidente mágico podría volvernos sin culpa alguna de parte nuestra, como la Sra. Whitlow había explicado delicadamente hacía poco, cuando los gritos

habían parado. Y así que Glenda había recogido el plátano y se había dirigido directo de regreso allí. Ahora, por supuesto, se sorprendía de que alguien pudiera encontrar raro que el custodio de todos los conocimientos que podían existir era de un color marrón rojizo y por lo general colgaba a varios pies por encima de su escritorio,

y

estaba

bastante

segura

de

conocer

al

menos

catorce

significados de la palabra "ook". Cuando era de día, el inmenso edificio más allá de la pequeña puerta se movía apresuradamente, en la medida en que la palabra puede aplicarse a una biblioteca. Fue hacia el bibliotecario menor más cercano, que no alcanzó a mirar hacia el otro lado a tiempo, y exigió: —¡Necesito ver un diccionario de palabras vergonzosas que empiezan con F! Su mirada arrogante se suavizó algo cuando se dio cuenta de que era una cocinera. Los magos tenían siempre un lugar en sus corazones para los cocineros, porque estaban cerca del estómago. —Ah, entonces pienso que Incómodo Abuso, de Birdcatcher, será nuestro amigo aquí —dijo alegremente, y la llevó a un atril, donde ella pasó varios iluminados minutos antes de volver por donde había venido, un poco más sabia y mucho más avergonzada. Nutt todavía estaba parado donde le había dicho que se quedara parado, y se veía aterrorizado. —Lo siento, no sabía qué quiso decir usted —dijo, y pensó: abundante, productiva

y

provechosa.

Bien,

sí,

puedo

ver

cómo

llegó

allí,

desafortunadamente, pero eso no soy yo, no realmente yo. Yo pienso. Yo espero. —Hum, fue amable de su parte decir eso sobre mí —dijo—, pero usted debería haber usado un lenguaje más apropiado. —Ah, sí, lo siento tanto —dijo Nutt—. El Sr. Trev me dijo sobre esto. No debería hablar refinado. Debería haber dicho que usted tiene enormes t... —Simplemente pare allí, ¿quiere? ¿Trevor Probable le está enseñando elocución? —No me lo diga, me sé ésta... ¿Usted quiere decir hablar prope? —dijo Nutt —. Sí, y ha prometido llevarme al fútbol —añadió orgullosamente.

Esto condujo a alguna explicación, que sólo puso melancólica a Glenda. Trev tenía razón, por supuesto. Las personas que no sabían palabras largas tendían a ponerse nerviosas ante las personas que sí. Es por eso que sus vecinos masculinos, como el Sr. Stollop y sus compañeros, desconfiaban de casi todo el mundo. Sus esposas, por otro lado, compartían un mucho más grande, aunque algo especializado, vocabulario debido a las novelas románticas baratas que pasaban como contrabando desde el fregadero al lavadero, en cada calle. Es por eso que Glenda sabía "elocución", "ardiente", "tocador" y "ridículo", aunque no estaba demasiado segura sobre "ridículo" y "tocador", y evitaba usarlas, lo que en el esquema general de cosas no era difícil. Estaba profundamente recelosa sobre qué podía ser el tocador de una dama, y por cierto no iría a preguntarle a nadie, ni siquiera en la Biblioteca, por si acaso se rieran. —Y va a llevarlo al fútbol, ¿verdad? ¡Sr. Nutt, usted destacará como un diamante en la oreja de un deshollinador! No destacar de la multitud. ¡Había tantas cosas que recordar! —Él dice que me cuidará —dijo Nutt, colgando la cabeza—. Er, me estaba preguntando quién era esa bonita dama joven que estaba aquí anoche — añadió desesperadamente, tan transparente como el aire. —Él le pidió a usted que me preguntara, ¿correcto? Miente. Quédate a salvo. ¡Pero su Señoría no estaba aquí! ¡Y la bonita dama del pastel de manzana estaba justo aquí, enfrente de él! ¡Era demasiado complicado! —Sí —dijo mansamente. Y Glenda se sorprendió a sí misma. —Su nombre es Julieta, y vive justo junto a mi puerta así que mejor sería que él no vaya por allí, ¿de acuerdo? Julieta Stollop, vea si le gusta. —¿Usted teme que él planche su traje? —¡Su papá planchará mucho más que eso si ve que es un partidario de los Reóstato! Nutt parecía en blanco así que continuó:

—¿No sabe nada? ¿Viejos Amigos Buenreóstato? ¿El equipo de fútbol? Los Dolly son el Club de Fútbol Hermanas Dolly. ¡Los Dolly odian a los Reóstato, los Reóstato odian a los Dolly! ¡Siempre ha sido así! —¿Qué puede haber causado tal diferencia entre ellos? —¿Qué? ¡No hay ninguna diferencia entre ellos, no cuando uno está más allá de los colores! ¡Son dos equipos, parecidos en vileza! Hermanas Dolly se visten de blanco y negro, Buenreóstato usa rosa y verde. Todo es sobre fútbol. ¡Puñetero, mierda, feroz, violento, agresivo, brusco, tonto fútbol! — La amargura en la voz de Glenda habría agriado la crema. —¡Pero usted tiene una bufanda de Hermanas Dolly! —Cuando una vive allí, es más seguro de este modo. De todos modos, una tiene que respaldar a los propios. —¿Pero no es un juego, como las varillas o damas chinas o Garrotazo? —¡No! ¡Es más como una guerra, pero sin gentileza ni consideración! —Oh, cielos. Pero la guerra no es gentil, ¿verdad? —dijo Nutt; la perplejidad nublaba su cara. —¡No! —Oh, ya veo. Usted estaba siendo irónica. Le lanzó una mirada de soslayo. —Podría haber sido —reconoció—. Usted es raro, Sr. Nutt. ¿De dónde es usted, realmente? El viejo pánico contenido otra vez. Sé inofensivo. Sé útil. Haz amigos. Miente. ¿Pero cómo mentirle a los amigos? —Debo irme —dijo, escurriéndose hacia abajo por los peldaños de piedra—. ¡El Sr. Trev estará esperando! Bueno pero raro, pensó Glenda, observándolo saltar los escalones. Listo, también. Para notar mi bufanda sobre un gancho a diez yardas de distancia. El sonido de una lata alertó a Nutt sobre la presencia de su jefe incluso antes de correr a través del pasaje abovedado hasta los tanques. Los otros habitantes habían hecho una pausa en su trabajo, que francamente, teniendo en cuenta su acostumbrado progreso de caracol, apenas significaba ningún cambio en absoluto, y estaban mirándolo lánguidamente. Pero lo estaban mirando, por lo menos. Incluso Concreto parecía vagamente alerta,

pero Nutt vio un pequeño chorreado marrón en la esquina de su boca. Alguien le había estado dando virutas de hierro otra vez. La lata se disparó cuando Trev la atrapó con su bota, voló sobre su cabeza, y luego volvió oblicuamente, como si bajara rodando por una pendiente invisible, y aterrizó en su mano expectante. Se escuchó un murmullo de apreciación de los espectadores y Concreto golpeó su mano sobre la mesa, que por lo general significaba aprobación. —¿Qué lo retuvo, Duendi? Charlando con Glenda, ¿verdad? Usted no tiene ninguna oportunidad allí, créame. Estuve ahí, lo intenté, oh, sí. Sin posibilidad, compañero. —Lanzó una bolsa sucia hacia Nutt—. Póngase esto rápidamente, si no destacará como un diamante en... —¿La oreja de un deshollinador? —sugirió Nutt. —¡Sí! Usted lo está captando. Ahora, no dé vueltas o llegaremos tarde. Nutt miró dudoso una muy, muy larga bufanda en rosa y verde y un gran sombrero de lana amarilla con un pompón rosa. —Póngaselo bien así le cubre sus orejas —ordenó Trev—. ¡Muévase! —Er... ¿rosa? —dijo Nutt dudoso, levantando la bufanda. —¿Y qué hay con eso? —Bien, ¿no es el fútbol un juego de hombres rudos? Mientras que el rosa, si usted me disculpa, es un color bastante... ¿femenino? Trev sonrió. —Sí, es correcto. Piénselo. Usted es el inteligente por aquí. Y usted puede caminar y pensar al mismo tiempo, lo sé. Lo hace destacarse en la multitud por estos lugares. —Ah, pienso que lo entiendo. El rosa declara una masculinidad casi beligerante, diciendo así: soy tan masculino que puedo permitirme la tentación de que usted lo cuestione, dándome la oportunidad de declararlo nuevamente haciendo violencia sobre usted como respuesta. ¿No sé si alguna vez ha leído el Die Wesentlichen Ungewissheiten Zugehrig der Offenkundigen Mnnlichkeit, de Ofleberger? Trev agarró su hombro y lo hizo girar. —¿Quéi piensa usted, Duendi? —dijo, su cara roja a un par de pulgadas de la de Nutt—. ¿Cuál es su problema? ¿En quéi anda? ¡Usted sale con palabras

de diez dólares y las coloca como un hombre haciendo un rompecabezas! ¿Así que cómo es que usted está abajo en los tanques, eh, trabajando para alguien como yo? ¡Eso no tiene sentido! ¿Está huyendo del Viejo Sam? No hay problema, oiga, a menos que haya lastimado a una anciana o algo, ¡pero tiene que decirme! Demasiado peligroso, pensó Nutt desesperadamente. ¡Cambia de tema! —¡Ella se llama Julieta! —jadeó—. ¡La muchacha por la que usted preguntó! ¡Vive junto a la casa de Glenda! ¡Sinceramente! Trev parecía receloso. —¿Glenda le dijo eso? —¡Sí! —Ella le tomó el pelo. Sabía que usted me lo diría. —No creo que me mintiese, Sr. Trev. Es mi amiga. —Me quedé pensando en ella anoche —dijo Trev. —Bien, es una cocinera estupenda —aceptó Nutt. —¡Me refería a Julieta! —Hum, y Glenda me pidió que le dijera que el otro nombre de Julieta es Stollop —dijo Nutt, odiando ser el portador de peores noticias. —¿Qué? ¿Esa muchacha es una Stollop? —Sí. Glenda dijo que iba a ver cómo le gustaba, pero conozco el significado de ironía. —Pero es como encontrar una fresa en un estofado de carne de perro, ¿sí? Quiero decir, los Stollop son cabrones, todos ellos, muerden y patean como un hombre, la clase de bastardo que pateará las joyas de la familia en su garganta. —Pero usted no juega al fútbol, ¿verdad? Usted sólo mira. —¡Condenadamente correcto! ¿Pero soy una Cara, ¿correcto? Soy conocido en todos los vecindarios. Puede preguntarle a cualquiera. Todos conocen a Trev Probable. Soy el muchacho de Dave Probable. Todos los hinchas en la ciudad lo saben. ¡Cuatro goles! ¡Nadie más anotó tanto en una vida! Y dio tanto como recibió, mi papá. En un partido atinó al bastardo de Dolly que tenía la pelota y lo lanzó sobre la línea. Dio tanto como recibió, mi papá, y otras cosas.

—Así que era un cabrón, un pateador y un mordedor también, ¿verdad? —¿Qué? ¿Está tirando las bolas? —No desearía hacerlo inicialmente, Sr. Trev —dijo Nutt, tan seriamente que Trev tuvo que sonreír—, pero vea, si luchaba contra el equipo oponente con aún más fuerza que la que ellos usaban, ¿no significa que él...? —Era mi papá —dijo Trev—. Eso quiere decir que usted no intenta ninguna matemática elegante, ¿de acuerdo? —De acuerdo, efectivamente. ¿Y usted nunca quiso seguir sus pasos? —¿Qué, y volver a casa sobre una camilla? Tengo el cerebro de mi vieja mamá, no de papá. Él era un buen tipo y adoraba su fútbol, pero no estaba lleno de cerebro para empezar y en esos días un poco estaba goteando desde su oreja. Los Dolly lo atraparon en el tumulto y lo metieron en vereda, bien y pronto. Eso no es para mí, Duendi. Yo soy listo. —Sí, Sr. Trev, puedo verlo. —Ponga la marcha y vámonos, ¿de acuerdo? No queremos perdernos nada. —Nah —dijo Nutt automáticamente, mientras empezaba a enroscar la inmensa bufanda alrededor de su cuello. —¿Qué? —dijo Trev, frunciendo el ceño. —¿Quéi? —dijo Nutt, su voz un poco amortiguada. Había mucha bufanda. Casi le cubría la boca. —¿Me está tirando del forro, Duendi? —dijo Trev, pasándole un antiguo suéter, desteñido y marchito por la edad. —¡Por favor, Sr. Trev, no lo sé! ¡Parecer haber tanto que yo podría tirar sin querer! —Se remetió el gran sombrero de lana con el pompón rosa—. Es muy rosa, Sr. Trev. ¡Debemos estar rebosantes de machismo! —No sé de qué está usted rebosante personalmente, Duendi, pero aquí hay algo que aprender. "Venga si piensa que es bastante fuerte." Ahora dígalo. —Venga si piensa que es bastante fuerte —dijo Nutt, obediente. —Bien, de acuerdo —dijo Trev, inspeccionándolo—. Sólo recuerde, si alguien empieza a empujarlo durante el partido, y siente dolor, simplemente le dice eso y él verá que usted lleva los colores de los Reóstato y lo pensará dos veces. ¿Entendido?

Nutt, en alguna parte en el espacio entre el gran sombrero con pompón y la boa constrictor de una bufanda, asintió. —¡Vaya, allí está usted, Duendi, un completo... fanático! ¡Ni su propia madre lo reconocería! Hubo una pausa antes de que una voz emergiera desde el interior del montículo de antiguas lanas, que se veía más bien como un ajuar infantil hecho por un par de gigantes que no estaban seguros de qué esperar. —Creo que usted es exacto. —¿Sí? Bien, eso es bueno, ¿no? Ahora vámonos y conozcamos a los muchachos. Muévase rápido, quédese cerca. »Ahora recuerde, ésta es una pretemporada amistosa entre los Ángeles y los Mentiras, ¿correcto? —dijo Trev, cuando salieron a una lluvia fina que, debido a que Ankh-Morpork es una nube permanente de contaminación, se estaba transformando suavemente en smog—. Ambos son bastante mierda, nunca ascenderán a nada, pero los Reóstato gritan por los Ángeles, ¿correcto? Eso necesitó de alguna explicación, pero el núcleo, hasta donde Nutt pudo comprender, era éste: Todos los equipos de fútbol en la ciudad eran evaluados por Buenreóstato en proporción a su sensación visceral de odio íntimo, físico, psicológico o general a los Hermanas Dolly. Simplemente había evolucionado así. Si uno iba a un encuentro entre otros dos equipos, automáticamente, de acuerdo con algún complejo y siempre cambiante prereconocedor del amor y el odio, uno aclamaba al equipo casi más aliado a su territorio natal o, con mayor precisión, adoquines natales. —¿Ve lo que quiero decir? —terminó Trev. —He puesto lo que usted dijo en la memoria, Sr. Trev. —Oh, por Brutha, y apuesto a que sí, en tal caso. Y es sólo Trev cuando no estamos en el trabajo, ¿correcto? Gritamos juntos, ¿correcto? —dio un puñetazo a Nutt juguetonamente sobre el brazo. —¿Por qué hizo eso, Sr. Trev? —dijo Nutt. Sus ojos, casi la única parte visible de él, parecían dolidos—. ¡Usted me golpeó! —¡Ése no era yo golpeándolo, Duendi! ¡Ése era sólo un puñetazo amigable! ¡Gran diferencia! ¿No lo sabe? Es un pequeño toque sobre el brazo, para

mostrar que somos compañeros. Vamos, hágalo. Vamos. —Trev hizo un guiño. ... Será educado y, sobre todo, nunca levantará su mano en cólera contra nadie... Pero esto no era como eso, ¿verdad?, se preguntó Nutt. Trev era su amigo. Esto era amistoso. Una cosa de amigos. Le dio un puñetazo al brazo del amigo. —¿Era eso un puñetazo? —preguntó Trev—. ¿Le llama a eso un puñetazo? ¡Una niña podría pegar mejor que eso! ¿Por qué todavía está vivo con un puñetazo canijo como ése? ¡Vamos, intente un buen puñetazo! Nutt lo hizo.

¿Ser uno de la multitud? Eso iba en contra de todo lo que un mago significaba, y un mago no apoyaría nada si pudiera sentarse por ello, pero aun sentándose, uno tenía que destacar.12 Por supuesto, hubo tiempos cuando una bata se había cruzado en el camino, especialmente cuando un mago estaba trabajando en su forja, creando un metal mágico o vidrio mobiloide o cualquiera de esos otros pequeños ejercicios de magia práctica donde no prenderse fuego uno mismo era una gran ventaja, así que todos los magos tenían algún pantalón de cuero y una camisa manchada, picada por el ácido. Era el pequeño secreto, sucio y compartido, no muy secreto, pero arraigado con la profunda suciedad. Ridcully suspiró. Sus colegas habían apuntado hacia el aspecto del hombre corriente, pero tenían apenas una nebulosa idea de cómo se veía en estos días el hombre corriente, y ahora se escuchaban risitas disimuladas y mirarse y decir cosas como “Jolines, no friega bien, por así decir, mi viejo compañero”. Junto a ellos, y con aspecto sumamente avergonzado, estaban dos de los bedeles de la universidad, sin saber qué hacer con sus pies y deseando estar en algún lugar cálido, fumando tranquilamente.

12

Párrafo lleno de juegos de palabras, alrededor de stand. (NT)

—Caballeros —empezó Ridcully, y luego con un brillo en los ojos añadió—, ¿o debería decir, compañeros trabajadores por mano y cerebro?... esta tarde nosotros... ¿Sí, Prefecto Mayor? —¿Somos, en realidad, trabajadores? Esto es una universidad, después de todo —dijo el Prefecto Mayor. —Concuerdo con el Prefecto Mayor —dijo el Conferenciante en Runas Recientes—. Bajo el estatuto de la universidad tenemos específicamente prohibido ocuparnos, aparte de adentro del recinto de la universidad, de cualquier magia por encima de nivel cuatro, a menos que específicamente nos lo pida el poder civil o, bajo la cláusula tres, realmente deseemos hacerlo. Estamos actuando como inquilinos del lugar, y como tales, impedidos de trabajar. —¿Aceptaría "gandules por mano y cerebro"? —dijo Ridcully, siempre feliz de ver qué tan lejos podía llegar. —Gandules por mano y cerebro por estatuto —dijo el Prefecto Mayor, formalmente. Ridcully se rindió. Podía hacer esto todo el día, pero la vida no podía ser toda diversión. —Quedando eso establecido, entonces, debo decirles que he pedido a los fornidos Francamente Esqueleto y Sr. Alf Nobbs a unirse a nosotros en esta pequeña aventura. El Sr. Nobbs dice que ya que no estamos vistiendo los colores del fútbol no deberíamos atraer atención no deseada. Los magos asintieron nerviosos hacia los bedeles. Eran, por supuesto, simples empleados de la universidad mientras que los magos eran, bien, eran la universidad, ¿verdad? Después de todo, una universidad no era sólo ladrillos

y

mortero,

era

personas,

específicamente

magos.

Pero

sin

excepción, los bedeles los asustaban. Eran todos hombres pesados con un aspecto de haber sido esculpidos de tocino. Y eran todos descendientes, prácticamente idénticos, de aquellos hombres que habían cazado a aquellos magos más jóvenes y más flexibles, y era asombroso qué tan rápido podías correr con un par de bedeles detrás de ti a través de las brumosas calles nocturnas. Si te atrapaban, dichos bedeles, que tenían enorme placer en el procesamiento de las leyes privadas

y las reglas idiosincrásicas de la universidad, te arrastrarían ante el Archicanciller bajo el cargo de Intento de Ponerse Pícaramente Borracho. Eso era preferible a defenderse, cuando se creía ampliamente que los bedeles aprovechaban la oportunidad para una pequeña lucha de clases. Eso ocurría muchos años en el pasado, pero aún ahora la mirada inesperada de un bedel causaba un terror triste y vergonzoso que fluía espinazo abajo de los hombres que habían adquirido más letras después de sus nombres que un partido de Scrabble. El Sr. Esqueleto, reconociendo esto, miró con lascivia y se tocó el ala de su gorra uniforme. —Nas tardes, caballeros —dijo—. No se preocupen por nada. Yo y Alf aquí nos ocuparemos. Es mejor que nos pongamos en movimiento, sin embargo, ellos salen en media hora. El Prefecto Mayor no habría sido el Prefecto Mayor si no odiara el sonido del silencio. Mientras arrastraban los pies a través de la puerta trasera, haciendo muecas ante el roce poco familiar del pantalón sobre la rodilla, se volvió hacia el Sr. Nobbs y dijo: —Nobbs... ése no es un nombre común. Dígame, Alf, ¿está usted por casualidad relacionado con el famoso Cabo Nobby Nobbs de la Guardia? El Sr. Nobbs lo tomó bien, pensó Ridcully, dada la torpe falta de protocolo. —¡Nosseñor! —Ah, una rama distante del nombre, entonces... —¡Nosseñor! ¡Árbol diferente!

En la penumbra de su sala, Glenda miró en la maleta, y desesperó. Había hecho su mayor esfuerzo con cera marrón para botas, semana tras semana, pero había sido comprada en una tienda de mala muerte y el cartón debajo del símil-cuero exterior estaba empezando a aparecer. Sus clientes nunca parecían darse cuenta, pero ella sí, incluso cuando estaba fuera de su vista. Era una parte secreta de una vida secreta que llevaba por una o dos horas en su medio día de asueto una vez a la semana, y tal vez un poco más si las visitas de hoy salían bien.

Miró su cara en el espejo, y dijo con una voz que estaba llena de desenfado: —Todos conocemos el problema de la defoliación axilar. Es tan difícil, verdad, mantener los líquenes sanos... Pero —blandió un recipiente verde y azul con una tapa dorada—, un rocío con Primavera Verde mantendrá húmedas esas hendiduras y el bosque fresco todo el día... Vaciló, porque no era ella realmente. No podía ser tan desenfadada. ¡Esas cosas valían un dólar la botella! ¿Quién podía pagarlo? Bien, muchas damas troll, eso era, pero el Sr. Fuertenelbrazo dijo que estaba bien porque ellas tenían el dinero, y de todos modos permitía al musgo crecer. Ella había dicho “muy bien”, pero un dólar por una elegante botella de agua con alguna verdura adentro era un poco excesivo. Y él había dicho “está Vendiendo un Sueño”. Y ellas lo compraban. Ésa era la parte preocupante. Lo compraban y lo recomendaban a sus amigas. La ciudad había descubierto el Dólar Fuerte ahora. Había leído acerca de eso en el trabajo. Había trolls por todas partes, levantando cosas pesadas y por lo general quedándose ahí en el fondo, si no eran ellos mismos el verdadero fondo. Pero ahora tenían familias y administraban empresas, avanzando y mejorando y comprando cosas, y eso los hacía personas por fin. Y entonces uno tenía otras personas como el Sr. Fuertenelbrazo, un enano, vendiendo productos de belleza a la Srta. y Sra. Troll, a través de damas como Glenda, una humana, porque, aunque los enanos y los trolls eran oficialmente grandes amigos estos días, por algo llamado el Acuerdo del Valle de Koom, ese tipo de cosas sólo significaba mucho para el tipo de personas que firmaban tratados. Ni siquiera el enano mejor intencionado caminaría por algunas de las calles donde Glenda, todas las semanas, arrastraba su odiosa maleta de semi-cartón, Vendiendo un Sueño. La llevó fuera de la casa y pagó por los pequeños placeres. Había que ahorrar dinero para los tiempos malos. El Sr. Fuertenelbrazo tenía el don de tener nuevas ideas también. ¿Quién habría pensado que a las damas troll les gustaría esa loción de bronceado falso? Se vendía. Todo se vendía. El Sueño vendía, y era poco profundo y caro y la hacía sentirse barata. Él...

Sus oídos siempre tensos captaron el sonido de la puerta principal de junto abriéndose muy despacio. ¡Ja! Julieta saltó cuando Glenda se paró de repente a su lado. —¿Sales a algún sitio? —Voy a mirar el partido, ¿no? Glenda echó un vistazo calle arriba. Una figura estaba desapareciendo rápidamente alrededor de la esquina. Sonrió una sonrisa horrorosa. —Oh, sí. Buena idea. No estaba haciendo nada. Sólo espera mientras voy por mi bufanda, ¿quieres? —añadió para sí: ¡Tú sólo sigue caminando, Johnny!

Con un ruido sordo que hizo que las palomas estallaran como una margarita explosiva, el Bibliotecario aterrizó sobre el tejado elegido. Le gustaba el fútbol. Algo en los gritos y las peleas resultaba atractivo para sus recuerdos ancestrales. Y esto era fascinante, porque, en rigor, sus antepasados habían estado inocentemente ocupados por siglos como cabales comerciantes de maíz y forraje y, además, eran alérgicos a las alturas. Se sentó sobre el parapeto con sus pies sobre el borde, y las ventanas nasales se dilataron mientras aspiraba los olores que subían desde abajo. Se dice que el observador ve la mayor parte del partido. Pero el Bibliotecario también podía olerlo, y el partido, visto desde afuera, era humanidad. No pasaba un día sin agradecer el accidente mágico que había lo mudado algunos pequeños genes lejos de ella. Los simios lo tenían resuelto. Ningún simio filosofaría, “La montaña es, y no es”. Ellos pensarían, “El plátano es. Comeré el plátano. No hay ningún plátano. Quiero otro plátano”. Peló uno ahora, de una manera preocupada, mientras miraba el cuadro vivo que se desarrollaba abajo. No sólo dicho observador ve la mayor parte del partido, incluso podría ver más de un partido. Esta calle era efectivamente una media luna, lo cual probablemente tendría un efecto sobre las tácticas si los jugadores tuvieran algún trato con tales conceptos altisonantes.

La gente estaba llegando en tropel desde ambos extremos y también desde un par de callejones. La mayoría era extremadamente masculina... Las mujeres se dividían en dos categorías: las que habían sido remolcadas allí por las ataduras de la sangre o matrimonio futuro (después del cual podían dejar de fingir que este maldito desorden era de alguna manera fascinante), y varias mujeres de edad del tipo "Anciana amable", que gritaban indiscriminadamente, en una nube creciente de lavanda y menta, cosas como "¡Métanle una patada en las bolas!”, y exhortaciones similares. Y había otro olor ahora, uno que él había aprendido a reconocer pero que no podía comprender totalmente. Era el olor de Nutt. Enredados con él estaban los olores a sebo, jabón barato y ropa de tiendas de mala muerte que la parte simio de él clasificaba como pertenecientes a “Hombre que Lanza Lata”. Había sido apenas otro sirviente en el laberinto de la universidad, pero ahora era un amigo de Nutt, y Nutt era importante. Él también estaba equivocado. No tenía ningún lugar en el mundo, pero estaba en él, y muy pronto el mundo se daría cuenta de él. El Bibliotecario sabía todo sobre este tipo de cosas. No había habido ningún espacio en la trama de la realidad señalado como "bibliotecario simio" hasta que él había sido dejado caer en uno, y las ondas habían hecho de su vida algo muy extraño. Ah, otro perfume estaba trepando en la suave corriente ascendente. Éste era fácil: Mujer Gritona de Pastel con Plátano. Al Bibliotecario le gustaba. Oh, había gritado y huido la primera vez que lo vio. Todos lo hacían. Pero había vuelto, y había olido a vergüenza. Ella también respetaba la primacía de las palabras, y él, como un primate, también. Y a veces horneaba para él un pastel de plátano, que era un acto amable. El Bibliotecario no estaba muy familiarizado con el amor, que siempre le había sonado a un poco etéreo y sensiblero, pero la generosidad, por otro lado, era práctica. Uno sabía dónde estaba con la generosidad, especialmente si uno estaba sujetando un pastel que ella acababa de darte. Era una amiga de Nutt, también. Nutt hacía amigos fácilmente para alguien que había venido de la nada. Interesante... Al Bibliotecario, a pesar de las apariencias, le gustaba el orden. Los libros sobre coles van sobre los estantes Brassica, (blit) UUSSFY890-9046

(antiblit1.1), aunque obviamente la Gran Aventura, del Sr. Coliflor estaría mejor ubicado en UUS J3.2 (>blit) 9, mientras que El Tau de la Col sería por cierto un candidato a UUSS (blit+) 60-sp55-o9-hl (blit). Para cualquiera familiarizado con un sistema de biblioteca de siete dimensiones en espacio dimensional blit esto era tan claro como el agua, si uno recordaba mantener un ojo sobre el blit. Ah, y aquí venían sus colegas magos, caminando torpemente con unos pantalones que raspaban y tratando tan intensamente no destacarse en una multitud que habrían destacado aún más si el resto de la multitud hubiera sentido un mínimo de interés.

Nadie se daba cuenta. Era cautivante y excitante al mismo tiempo, concluyó Ridcully. Normalmente los sombreros puntudos, la bata y el bastón abrían el camino más rápido que un troll con un hacha. ¡Estaban siendo empujados! ¡Y presionados! Pero no era tan desagradable como las palabras sugerían. Había presiones moderadas de todos lados mientras la gente llegaba en tropel por atrás, como si los magos estuvieran en el mar con el agua hasta el pecho, y se estuvieran balanceando y moviendo al ritmo lento de la marea. —¡Dios mío! —dijo el Director de Estudios Indefinidos—. ¿Es esto el fútbol? Está un poco aburrido, ¿verdad? —Fueron mencionados pasteles —dijo el Conferenciante en Runas Recientes, estirando el cuello. —Las personas todavía están entrando, patrón —dijo Esqueleto. —¿Pero sin embargo vemos cosas? —Depende de la Presión, patrón. Generalmente las personas al borde de la acción gritan fuerte. —Ah, veo un vendedor de pasteles —dijo el Director de Estudios Indefinidos. Dio un par de pasos adelante, hubo un movimiento aleatorio y vaivén en la multitud, y se esfumó.

—¿Cómo está eso ahora, Sr. Trev? —dijo Nutt, mientras las personas se movían alrededor de ellos. —Duele como una sodomía, disculpa mi Klatchiano —farfulló Trev, sujetando su brazo lastimado contra la chaqueta—. ¿Está seguro de que no sostenía un martillo? —Ningún martillo, Sr. Trev. Lo siento, pero usted me pidió... —Lo sé, lo sé. ¿Dónde aprendió a pegar de ese modo? —Nunca aprendí, Sr. Trev. ¡Nunca debo levantar mi mano contra otra persona! Pero usted continuó pidiéndome, y... —Quiero decir, ¡usted es tan flaco! —Huesos largos, Sr. Trev, músculos largos. ¡Realmente lo siento mucho! —Es mi culpa, Duendi, no conocía su fuerza... —de repente Trev se lanzó hacia adelante, chocando con Nutt. —¿Dónde ha estado usted, mi hombre? —dijo la persona que acababa de palmearlo duro sobre la espalda—. ¡Dijimos de encontrarnos en el puesto de pasteles de anguila! —Ahora el hablante miró a Nutt y sus ojos se estrecharon—. ¿Y quién es este desconocido que piensa que es uno de nosotros? No miró exactamente furioso a Nutt, pero había una positiva sensación de ser pesado en la balanza, y en escalas no amistosas. Trev se sacudió, y se veía inusitadamente avergonzado. —Hola, Andy. Er, éste es Nutt. Trabaja para mí. —¿Como qué? ¿Como cepillo de baño? —dijo Andy. Se escuchó una carcajada desde el grupo detrás de él. Andy siempre conseguía una risa. Era lo primero que uno notaba, después del destello en su ojo. —El papá de Andy es capitán del Buenreóstato, Duendi. —Encantado de conocerlo, señor —dijo Nutt, extendiendo una mano. —Ooo, encantado de conocerlo, señor —lo imitó Andy, y Trev hizo una mueca cuando una callosa mano del tamaño de un plato agarró los dedos de palitos de queso de Nutt—. Tiene manos como de niña —observó Andy, apretando la mano.

—El Sr. Trev me ha estado diciendo cosas maravillosas sobre los Reóstato, señor —dijo Nutt. Andy lanzó un gruñido. Trev vio que sus nudillos blanqueaban por el esfuerzo mientras Nutt parloteaba. —La camaradería del deporte debe ser algo estupendo. —Sí, correcto —gruñó Andy, logrando por fin sacar su mano, la cara llena de enojada perplejidad. —Y éste es mi compañero, Maxie —dijo Trev rápidamente—, y éste es Charter el Pedor... —Es Pedomáster ahora —dijo Carter. —Sí, correcto. Y éste es Jumbo. Uno debe tener cuidado con él. Es un ladrón. Jumbo puede forzar una cerradura más rápido que usted hurgarse la nariz. El mencionado Jumbo alzó una pequeña insignia de bronce. —Gremio, por supuesto —dijo—. Le clavan las orejas a la puerta de otro modo. —¿Usted quiere decir que viola la ley para vivir? —dijo Nutt, horrorizado. —¿Nunca ha escuchado del Gremio de Ladrones? —dijo Andy. —Duendi es nuevo —dijo Trev, protector—. No ha salido mucho. Es un duende, del país alto. —Vienen aquí, toman nuestros trabajos, ¿sí? —dijo Carter. —Seguramente, ¿qué tan a menudo hace un turno de trabajo? —preguntó Trev. —Bien, podría querer hacerlo un día. —¿Ordeñar las vacas cuando vuelve a casa? —dijo Andy. Esto consiguió otra risa, en el momento justo. Y las presentaciones estaban solucionadas, para sorpresa de Nutt. Había estado esperando a que fuera mencionado el robo de pollos. En cambio, Carter sacó un par de latas de un bolsillo y las tiró a Nutt y a Trev. —Hice unas horas descargando, abajo en los muelles, ¿no? —dijo a la defensiva, como si un poco de trabajo informal fuera alguna clase de delito —. Esto salió de un barco de XXXX. Jumbo pescó en su bolsillo otra vez y extrajo el reloj de otra persona.

—El partido empieza en cinco minutos —declaró—. Presionemos... er, ¿está todo bien con usted, Andy? Andy asintió. Jumbo se veía aliviado. Era siempre importante que las cosas estuvieran bien para Andy. Y Andy todavía estaba observando a Nutt como un gato observa a un ratón inesperadamente descarado mientras masajeaba su mano.

El Sr. Esqueleto se aclaró la garganta, causando que su roja nuez se moviera arriba y abajo como una puesta de sol irresoluta. Gritar en público, sí, le gustaba eso, era bueno en eso. Hablar en público, ahora, ésa era una clase diferente de humillación. —Bien, er, caballeros, lo que tendremos aquí es verdadero fútbol, que básicamente es la Presión, que es lo que ustedes caballeros estarán haciendo pronto... —Pensé que observábamos dos grupos de jugadores competir uno con otro para meter la pelota en la meta del adversario. —Podría ser, señor, muy bien podría ser —admitió el bedel—, pero en las calles, mire, sus hinchas reales de ambos lados tratan y se esfuerzan por reducir la longitud del campo, por así decir, dependiendo del flujo del juego, por así decirlo. —¿Como paredes vivientes, quiere decir? —dijo Ridcully. —Ese estilo de cosa, señor, sí, señor —dijo Esqueleto lealmente. —¿Y qué me dice de las metas? —Oh, se permite mover las metas, también. —¿Perdón? —dijo Ponder—. ¿Los espectadores pueden cambiar de lugar las metas? —Usted ha puesto su dedo sobre eso con firmeza, señor. —¡Pero es anarquía absoluta! ¡Es un desorden! —Algunos de los viejos muchachos dicen que el juego se ha ido cuesta abajo, señor, eso es verdad. —Cuesta abajo, adentro y afuera por el fondo del mundo, diría.

—Era bueno para jugar con magia, sin embargo —dijo el Dr. Hix—. Bien valía un intento. —Una

palabra

para

el

sabio,

señor

—dijo

Esqueleto

con

exactitud

involuntaria—, pero usted estaría usando sus tripas como ligas si lo intentara con algunos de los tipos que juegan a estos días. Lo toman seriamente. —Sr. Esqueleto, estoy seguro de que ninguno de mis tíos usa ligas... — Ridcully paró, escuchó la exclamación susurrada de Ponder Stibbons y continuó—, bien, posiblemente uno, dos a lo más, y sería un mundo muy aburrido si fuéramos todos iguales, es lo que digo. —Miró a su alrededor y se encogió de hombros—. Así que éste es el fútbol, ¿verdad? Más bien una arrugada concha de un juego, ¿sí? Yo, para empezar, no quiero esperar todo el día en la lluvia mientras otras personas tienen toda la diversión. Vamos y busquemos la pelota, caballeros. Somos magos. Eso debe valer algo. —Pensé que éramos tipos ahora —dijo el Conferenciante en Runas Recientes. —Es lo mismo —dijo Ridcully, esforzándose por ver por encima de las cabezas de la multitud. —¡Seguramente no! —Bien —dijo Ridcully—, ¿no es un tío alguien a quien le gusta beber con sus compañeros y sin la compañía de mujeres? De todos modos, estoy harto de esto. Formen detrás de mí, sin embargo. ¡Vamos a ver un poco de fútbol! El avance de los magos sorprendió a Esqueleto y Nobbs, que hasta ahora los habían visto como esponjosas criaturas huecas totalmente divorciadas de la vida real. Pero llegar a ser un mago mayor y permanecer allí requería de profundas reservas de determinación, salvajismo y azucarada arrogancia que es la marca de todos los verdaderos caballeros, como en “Oh, ¿era eso su pie? Lo siento tanto”. Y, por supuesto, estaba el Dr. Hix, un buen hombre para tener en un aprieto porque era (por el estatuto de la universidad) una persona oficialmente mala, de conformidad con la feliz comprensión de lo inevitable de la UI. 13 Una organización menos madura que la UI podría haber adoptado la opinión de que el camino hacia adelante sería cazar a tales renegados, con gran 13

En pocas palabras, todos los magos sabían que, sin importar lo que uno hiciera, encontraría a

algunos magos saliendo sigilosamente para hacer magia rara y sucia en alguna cueva en algún lugar.

riesgo y costo. La UI, por otro lado, le había dado a Hix y su equipo un departamento, un presupuesto, una estructura de carrera, y también la oportunidad de salir ocasionalmente hacia cuevas oscuras y lanzar las bolas de fuego a magos malvados no oficiales; todo eso funcionaba bastante bien mientras nadie señalara que el Departamento de Comunicaciones PostMortem era realmente, cuando uno lo estudiaba, una forma más educada de n*e*c*r*o*m*a*n*c*i*a, ¿verdad? Y entonces el Dr. Hix era ahora tolerado como un útil, aunque ligeramente irritante miembro del Consejo, en gran parte porque le estaba permitido (por estatuto) decir algunas de las cosas atrevidas que a los otros magos realmente les habría gustado decir ellos mismos. Se espera que alguien con entradas en el pelo, un anillo de cráneo, un bastón siniestro y una bata negra disperse un poco de maldad alrededor del sitio, aunque el estatuto de la universidad había redefinido maldad aceptable en este caso como contrariedades a la par con cordones atados juntos o un breve ataque de picazón inguinal. No era el más satisfactorio de los arreglos, pero estaba en la mejor tradición de la UI: Hix ocupaba, amablemente, un segmento que de otra manera podía ser ocupado por alguien que realmente saliera en general descomponiendo cuerpos y pelando cráneos. La verdad es que siempre les estaba

dando

a

sus

colegas

magos

boletos

gratis

para

las

varias

producciones dramáticas de aficionados en las que obsesivamente se involucraba, pero, pensándolo bien, estaban de acuerdo, tomando una cosa y otra, en que todavía era mejor que pelar cráneos. Para Hix, una multitud así era demasiado buena para malgastarla. No sólo había una plétora de cordones a ser expertamente atados juntos, sino que había muchos bolsillos también. Siempre tenía algunos volantes en su bata 14 para la siguiente producción, y no era lo mismo que robar de los bolsillos. Era todo lo contrario. Llenaba con volantes todos los que podía encontrar.

El día era todo un misterio para Nutt, y permanecía siendo un misterio, convirtiéndose en un poco más misterioso con cada minuto que pasaba. En 14

Hix se había negado rotundamente a usar pantalón. Ningún mago oscuro sin auto-respeto soñaría

con llevar una vestimenta tan común como un pantalón, declaró. Estropeaba el efecto totalmente.

la distancia sonó un silbato y en alguna parte de esta muchedumbre que se movía, empujaba, aplastaba y en la mayor parte de los casos bebía, sucedía un partido, aparentemente. Tenía que tomar la palabra de Trev. Se escuchaban Oohs y Aahs en la distancia y la multitud fluía y refluía en respuesta. Trev y sus amigos, que se llamaban Gran Barra Buenreóstato, hasta donde Nutt pudo entender sobre el estrépito, aprovechaban cada espacio temporal para moverse más y más cerca del misterioso juego, defendiendo su terreno cuando la presión iba contra de ellos y empujando duro

cuando

un

remolino

cruzaba

su

camino.

Empujar,

balancear,

presionar... y algo en eso le hablaba a Nutt. Subía a través de las plantas de sus pies y las palmas de sus manos, y resbalaba en su cerebro con una sutileza cautivadora, calentándolo, desnudándolo de sí mismo y dejándole nada más que una palpitante parte de la cosa viva que se movía a su alrededor. Escuchó un canto al pasar. Había empezado en algún lugar en el otro extremo del juego y, cualquier cosa que hubiera sido alguna vez, ahora eran sólo cuatro sílabas de rugido, desde cientos de personas y muchos galones de cerveza. Cuando se apagó, se llevó la tibia sensación de pertenencia con él, dejando un agujero. Nutt miró los ojos de Trev. —Le pasó a usted, ¿no? —dijo Trev—. Fue rápido. —Era... —empezó Nutt. —Lo sé. No hablamos sobre eso —dijo Trev rotundamente. —Pero me habló sin... —No hablamos de eso, ¿de acuerdo? No de esa clase de cosas. ¡Mire! Los están empujando. ¡Se está abriendo! ¡Presionemos! Y Nutt era bueno presionando... muy bueno. Bajo su presión inexorable la gente resbalaba o giraba suavemente fuera del camino, sus botas con tachuelas rascaban las piedras mientras, sin otra alternativa, los propietarios eran apisonados y estrujados al costado de Nutt y Trev y depositados detrás de ellos, algo mareados, perplejos y enfadados. Ahora, sin embargo, se sentía un desesperado tirón en el cinturón de Nutt. —¡Deje de empujar! —gritó Trev—. ¡Hemos dejado a los otros atrás!

—A decir verdad mi avance está ahora impedido por un puesto de pudín campesino y sopa de pescado. He estado haciendo todo lo posible, Sr. Trev, pero realmente ha estado disminuyendo mi velocidad —dijo Nutt sobre el hombro—, y también la Srta. Glenda. Hola, Srta. Glenda. Trev echó un vistazo detrás de él. Había una pelea en marcha allí atrás, y pudo escuchar el grito de batalla de Andy. Generalmente había una pelea alrededor de Andy, y si no la había, empezaba una. Pero te tenía que gustar Andy, porque... bien, uno tenía que hacerlo. Él... ¿Glenda estaba más adelante? ¿Seguramente eso significaba que ella estaría ahí también? Había una conmoción más allá y una cosa vagamente oblonga, envuelta ahora en harapos de tela, subió en el aire y cayó, para aclamación y abucheo de la multitud. Trev había estado justo enfrente del juego muchas veces antes. No era nada del otro mundo. Había visto la pelota docenas de veces. ¿Pero cuánto tiempo había estado Nutt empujando un puesto de pudín enfrente de él como un trineo? Oh, cielos, pensó Trev, ¡he encontrado un jugador! ¿Cómo puede hacerlo? ¡Parece medio muerto de hambre todo el tiempo! Ante la ausencia de algún camino en la presión de la gente, Trev se arrastró entre las piernas de Nutt, y por un momento divisó un camino de dobladillos de abrigo, botas y, justo enfrente de él, un par de piernas que eran considerablemente más atractivas que las de Nutt. Salió a la superficie a unas pulgadas de distancia de los ojos azul-lechoso de Julieta. Ella no parecía sorprendida; la sorpresa es algo instantáneo, y para cuando Julieta podía registrar la sorpresa, generalmente ya no lo era. Glenda, por otro lado, era esa clase de persona que al instante aporrea la sorpresa sobre la tabla de la indignación y la martilla con cólera, y mientras sus miradas se clavaban y metafóricos pajarillos azulejos se aclaraban las gargantas para el número final, apareció entre ellos y exigió: —¿Qué demonios está usted haciendo ahí abajo, Trevor Probable? Los azulejos desaparecieron.

—¿Qué está usted haciendo por aquí adelante? —dijo Trev. No era una agudeza, pero era lo mejor que podía hacer ahora, con su corazón latiendo con fuerza. —Nos empujaron —gruñó Glenda—. ¡Todos ustedes nos estaban empujando! —¿Yo? ¡Nunca lo hice! —dijo Trev con indignación—. Era... —vaciló. ¿Nutt? Mírelo parado allí, todo nervios y flaco, como si nunca hubiera tenido una buena comida en su vida. Yo no me creería, y yo soy yo—. Fueron ellos detrás —dijo débilmente. —Trolls con botas grandes, ¿fueron ellos? —dijo Glenda, su voz todo vinagre —. ¡Estaríamos en el partido si no fuera por el Sr. Nutt aquí, sujetándolos a todos ustedes! La injusticia de esto asombró a Trev, pero decidió quedarse allí antes que discutir con Glenda. Nutt no podía hacer nada malo a sus ojos, y Trev no podía hacer nada bueno, lo cual no podía refutar, pero más bien sentía que debía ser corregido a "nunca hizo nada seriamente malo". Pero estaba Julieta, sonriéndole. Cuando Glenda apartó la mirada para hablar con Nutt deslizó algo en su mano y luego le volvió la espalda como si nada hubiera ocurrido. Trev abrió la mano, el corazón a galope, y había una pequeña insignia de esmalte en blanco y negro, los colores del odiado enemigo. Todavía estaba tibia de Su mano. Cerró su mano rápidamente y miró alrededor para ver si alguien había descubierto esta traición a todo lo que era bueno y verdadero, por ejemplo, el buen nombre de Buenreóstato. ¡Suponga que era golpeado por un troll y uno de los muchachos lo encontraba sobre él! ¡Suponga que Andy lo encontraba sobre él! ¡Pero era un obsequio de Ella! Lo puso en su bolsillo y lo enterró hasta el fondo. Esto iba a ser muy difícil, y Trev no era un hombre a quien le gustaran los problemas en su vida. El propietario del puesto de pudín, habiendo vendido con iniciativa varias porciones al mercado circulante durante su viaje, se acercó a Trev y le ofreció una bolsa de pudín de chícharos caliente. —Compañero duro el que tiene allí —dijo—. Alguna clase de troll, ¿lo es?

—No troll. Duende —dijo Trev, mientras los sonidos del conflicto se acercaban. —Pensé que eran pequeños cabrones... —Éste no lo es —dijo Trev, deseando que el hombre se fuera. Hubo un silencio repentino y localizado. Esa clase de ruido hecho por gente que está conteniendo la respiración. Miró hacia arriba y vio la pelota, empezaba el segundo tiempo del partido. Había un núcleo de ceniza de madera ahí, en algún lugar, luego una cáscara de cuero y finalmente docenas de capas de tela para la adherencia, y estaba cayendo con precisa fatalidad hacia la cabeza hermosa y soñadora de Julieta.

Trev

se

zambulló

hacia

ella

sin

pensarlo

ni

un

momento,

arrastrándola bajo el carro mientras la pelota chocaba con ruido sordo sobre los adoquines donde Ella había estado adornando el mundo con su presencia. Muchas cosas pasaron a través de la mente de Trev cuando la pelota golpeó el suelo. Ella estaba en sus brazos, incluso si Ella se estaba quejando por el barro en su abrigo. Probablemente le había salvado la vida, que desde un punto de vista romántico era dinero en el banco, y... oh, sí. Reóstato o Dolly, si una de las partidas de incondicionales se enteraba de esto la siguiente cosa que cruzaría su cabeza sería una bota. Ella rió tontamente. —¡Chit! —logró decir—. ¡No es una buena idea si usted sabe cómo se vería con ese hermoso pelo afeitado! Trev echó un vistazo desde abajo del puesto, y no atrajo ninguna atención en absoluto. Porque Nutt había recogido la pelota y la estaba girando una y otra vez en sus manos con un gesto fruncido en lo que era visible, si uno era amable, de su cara. —¿Es esto todo lo que es? —le dijo a una Glenda perpleja—. ¡Un final sumamente inapropiado para una reunión sociable agradable con canapés interesantes! ¿Dónde se supone, entonces, que esté esta maldita cosa? Glenda, hipnotizada por la visión, apuntó un dedo vacilante en la dirección de calle abajo.

—¿Hay un palo grande? Pintado de blanco... bien, salpicado con rojo en la parte inferior... —Oh sí, lo veo. Bien, en ese caso, yo... Miren, ustedes hombres ¿dejarán de empujar por favor? —añadió Nutt a la multitud, que estaba estirando el cuello para ver. —¡Pero no hay manera alguna en que jamás la ponga ahí! —gritó Glenda—. ¡Sólo déjela y váyase! Trev escuchó un gruñido de Nutt y el silencio total del resto del mundo. Oh, no, pensó. Realmente no. Deben ser más de, qué, ciento cincuenta yardas hasta ese arco, y esas cosas vuelan como un balde. No hay manera en que pueda... Una picadura distante rompió el intenso silencio, que se curó en un instante. Trev espió sobre un hombro mientras el poste de la portería de sesenta pies de alto, abandonaba su lucha contra las termitas, la putrefacción, el clima, la gravedad y Nutt, y caía sobre su propia base en una nube de polvo. Estaba tan asombrado que apenas notó que Julieta se ponía de pie junto a él. 15 —¿Es ésa una clase de, cosa, señal? —preguntó Julieta, quién creía en tales cosas. En ese momento, Trev creía en apuntar un dedo hacia el otro lado de la calle y gritar: —¡Se fue por ahí! —Y luego poner a Julieta de pie y golpear a Nutt en el estómago—. ¡Vámonos! —añadió. No podía hacer nada por Glenda, pero eso no importaba; mientras sujetara la mano de Julieta, Glenda la seguiría como un buitre mensajero. La gente estaba tratando de correr hacia la meta escondida; otros se estaban dirigiendo hacia la aparente ubicación del goleador de larga distancia. Trev señalaba en una dirección aleatoria y gritaba: “¡Se fue por ahí! ¡Hombre grande con un sombrero negro!” La confusión siempre ayuda, cuando no es suya; cuando es hora de una clamorosa protesta, asegúrese de quién es el clamor. 15

A decir verdad, la aparición de Julieta desde abajo del carro pasó relativamente inadvertida por

todos excepto un estudiante de arte que fue casi cegado por la luz del espectáculo, y muchos años después, pintó la obra conocida como Belleza Surgida del Carro de Pudín de Guisantes Asistida por Querubines Portando Hot Dogs y Pasteles. Fue extensamente considerada como una obra maestra, aunque nunca nadie pudo descubrir exactamente de qué diablos se trataba todo eso. Pero era hermosa y por tanto era verdadera.

Hicieron un alto a unos callejones de distancia. Todavía había una conmoción lejos, pero es más fácil perderse en una multitud de ciudad que en un bosque. —Mire, quizás debería volver y disculparme —empezó Nutt—. Podría hacer un nuevo palo muy fácilmente. —Odio decirle esto, Duendi, pero creo que usted puede haber disgustado a la clase de personas que no escuchan disculpas —dijo Trev—. Sigan moviéndose, todos. —¿Por qué podrían estar disgustados? —Bien, Sr. Nutt, primero, se supone que usted no hace un gol cuando no es su partido, y de todos modos es un espectador, no un jugador —dijo Glenda —. Y segundo, un disparo así fastidia a las personas. ¡Podía haber matado a alguien! —No,

Srta.

Glenda,

le

aseguro

que

no.

Apunté

hacia

el

palo

deliberadamente. —¿Y qué? ¡Eso no significa que estaba seguro de golpearlo! —Er, tengo que decir que sí, Srta. Glenda —masculló. —¿Cómo lo hizo? ¡Hizo pedazos el palo! ¡No crecen en los árboles! ¡Nos meterá a todos en problemas! —¿Por qué no puede ser él un jugador? —dijo Julieta, mirando su reflejo en una ventana. —¿Qué? —dijo Glenda. —Condenado infierno —dijo Trev—. ¡Con él en el equipo uno no necesitaría un equipo! —Eso ahorraría muchos problemas, entonces —dijo Julieta. —Así que tú dices —dijo Glenda—, ¿y dónde estaría la diversión? Eso ya no sería fútbol... —Estamos siendo observados —dijo Nutt—. Lamento haberla interrumpido. Trev

echó

un

vistazo

alrededor.

La

calle

estaba

principalmente en sus propios asuntos. —No hay nadie interesado, Duendi. Estamos bien lejos. —Puedo sentirlo sobre mi piel —insistió Nutt. —¿Qué, a través de toda esa lana? —dijo Glenda.

concurrida,

pero

La miró con ojos redondos y conmovedores. —Sí —dijo, y recordó a su Señoría probándolo. Le había parecido un juego entonces. Echó un vistazo hacia arriba y una enorme cabeza se retiró rápidamente de un parapeto. Había un olor muy pálido de plátanos. Ah, ése. Era bueno. Nutt lo veía a veces, pasando de mano en mano a lo largo de los conductos. —Debería llevarla a casa —dijo Trev a Glenda; ella se estremeció. —No es una buena idea. El Viejo Stollop le preguntará qué vio en el partido. —¿Bien? —Se lo dirá. Y a quién vio... —¿No puede mentir? —No en la manera en que usted puede, Trev. Es simplemente inútil inventando cosas. Mire, regresemos a la universidad. Todos trabajamos allí, y entro a menudo a descansar. Nosotras iremos directamente ahora y usted dos vuelven por el camino largo. Nunca nos vimos, ¿correcto? ¡Y por todos los cielos no le permita hacer algo tonto! —Discúlpeme, Srta. Glenda —dijo Nutt mansamente. —Sí, ¿qué? —¿A cuál de nosotros se estaba dirigiendo?

—Lo he decepcionado —dijo Nutt dijo, mientras pasaban a través de las multitudes post-partido. Al menos Trev paseaba; Nutt se movía con un paso extraño que sugería que había algo mal con su pelvis. —Nah, se puede arreglar —dijo Trev—. Todo se puede arreglar. Soy un arreglador, yo. ¿Qué vio realmente alguien? Sólo un gandul en el equipo Reóstato. Hay miles de nosotros. No se preocupe. Er, ¿por qué es tan fuerte, Duendi? Se pasa la vida levantando pesas, ¿o qué? —Usted acertó en su conjetura, Sr. Trev. Antes de nacer efectivamente solía levantar pesas. Era sólo un niño entonces, por supuesto. Continuaron caminando y después de un rato Trev dijo: —¿Podría decir eso otra vez? Se me ha atascado en la cabeza. En realidad, pienso que parte de eso sobresale por mi oreja.

—Ah, sí. Tal vez lo he confundido. Hubo un tiempo cuando mi mente estaba llena de oscuridad. Entonces el Pastor Avena me llevó a la luz, y nací. —Oh, cosas de religión. —Pero aquí estoy. ¿Usted preguntó por qué soy fuerte? Cuando vivía en la oscuridad de la forja, solía levantar pesas. Las tenacillas al principio, y luego el martillo pequeño y luego el martillo más grande, y luego un día pude levantar el yunque. Ése fue un buen día. Era un poco la libertad. —¿Por qué levantar el yunque era tan importante? —Estaba encadenado al yunque. Siguieron caminando en silencio otra vez hasta que Trev, escogiendo cada palabra con cuidado, dijo: —¿Supongo que las cosas debían ser más bien duras en el país alto? —No es tan malo ahora, creo. —Le hace contar sus bendiciones, ese tipo de cosa. —¿La presencia de cierta dama, Sr. Trev? —Sí, ya que usted pregunta. ¡Pienso en ella todo el tiempo! ¡Realmente me gusta! ¡Pero es una Dolly! —Un pequeño grupo de hinchas se volteó para echarles un vistazo, y él bajó la voz a un susurro—. ¡Tiene hermanos con los puños del tamaño del culo de un toro! —He leído, Sr. Trev, que el amor se ríe de los cerrajeros. —¿De veras? ¿Y qué hace cuando ha sido abofeteado en la cara por el culo de un toro? —Los poetas no son comunicativos al respecto, Sr. Trev. —Además —dijo Trev—, los cerrajeros tienden a ser tipos silenciosos, ¿sabe? Cuidadosos y pacientes y eso. Como usted. Considero que podría salir impune con un poco de broma. Debería haber conocido muchachas. Quiero decir, usted no es ninguna pintura al óleo, ése es un hecho, pero a ellas les gusta una voz refinada. Le apuesto a que las tendría comiendo de su mano... bueno, después de que se la lave, obviamente. Nutt vaciló. Había estado su Señoría, por supuesto, y la Srta. Healstether, ninguna de las cuales encajaba fácilmente en la categoría de "muchacha". Por supuesto, estaban las Hermanas Menores, que eran sin duda jóvenes y al parecer femeninas, pero tenía que ser dicho que parecían pollos

inteligentes, y por cierto no se veían de lo mejor cuando uno las observaba alimentándose... pero otra vez, "muchachas" no parecía la palabra correcta. —No he conocido a muchas muchachas —dijo. —Está Glenda. Le ha tomado un verdadero cariño. Tenga cuidado, sin embargo, manejará su vida por usted si la deja. Es lo que hace. Se lo hace a todos. —Usted dos tienen una historia, creo —dijo Nutt. —Usted es agudo, ¿no? Silencioso y agudo. Como un cuchillo. Sí, supongo que hubo una historia. Yo quería que fuera más bien una geografía, pero abofeteaba mi mano cada vez. —Trev hizo una pausa para buscar algún parpadeo en la cara de Nutt—. Era una broma —añadió, sin mucha esperanza. —Gracias por contarme, Sr. Trev. La descifraré después. Trev suspiró. —Pero ya no soy así, y Julieta... bien, me arrastraría una milla sobre vidrio roto sólo para tomar su mano, no es cosa de broma. —Escribir un poema es a menudo el camino al corazón de la prometida — dijo Nutt. Trev se animó. —Ah, soy bueno con las palabras. Si le escribiera una carta, usted podría dársela, ¿correcto? Si le escribo sobre papel refinado, algo como, veamos... "Pienso que usted está muy en forma. ¿Qué piensa de una cita? Nada de toqueteos, prometo. Amor, Trev." ¿Cómo suena eso? —El alma de eso es pura y noble, Sr. Trev. Pero, ah, ¿si pudiera ayudarlo de alguna manera...? —Necesita palabras más largas, ¿correcto? ¿Y más del tipo de lenguaje enredado? —preguntó Trev. Pero Nutt no le estaba prestando atención.

—Me suena encantador —dijo una voz por encima de la cabeza de Trev—. ¿A quién conoce que sepa leer, chico listo?

Esto podía decirse de los hermanos de Stollop: no eran Andy. No había, en el gran sistema de las cosas, una enorme diferencia cuando uno no buscaba sangre pero, en pocas palabras, los Stollop sabían que la fuerza siempre había funcionado, y por eso nunca se habían molestado en intentar otra cosa, mientras que Andy era un pétreo psicópata que tenía seguidores sólo porque era más seguro que estar enfrente de él. Podía ser muy simpático cuando el balanceo de su humor frenéticamente oscilante lo atrapaba; ése era el mejor momento para correr. En cuanto a los Stollop, no le llevaría mucho tiempo a un investigador darse cuenta de que Julieta era el cerebro del conjunto familiar. Una ventaja desde el punto de vista de Trev era que ellos pensaban que eran inteligentes, porque nunca nadie les había dicho algo diferente. —Ja, Señor llamado Trev —dijo Billy Stollop, pinchando a Trev con un dedo como una salchicha de hipopótamo—. Usted lleno de conocimientos, usted nos dice quién rompió el arco, ¿correcto? —Estaba en la Presión, Billy. No vi nada. —¿Va a jugar para los Reóstato? —persistió Billy. —Billy, ni siquiera su papá en sus mejores día podía lanzar la pelota a la mitad de la distancia que todos están diciendo. Usted lo sabe, ¿correcto? Usted no podría hacerlo. Estoy escuchando que la posición de los Ángeles acaba de venirse abajo y alguien inventó una historia. ¿Le mentiría, Billy? — Trev podía inventar mentiras que eran casi verdades. —Sí, porque usted es un Reóstato. —Muy bien, me atrapó, le diré la verdad —dijo Trev, extendiendo las manos —. Respeto y todo eso, Billy... Fue Nutt aquí quién lanzó esa pelota. Ésa es mi última propuesta. —Debería sacarle la cabeza de una bofetada por eso —dijo Billy, observando a Nutt—. Ese chico se ve como si no pudiera levantar la pelota siquiera. Y entonces una voz detrás de Trev dijo: —Vaya, Billy, ¿lo han dejado salir sin su collar? —Oh dioses, y lo estaba haciendo tan bien —escuchó Nutt a Trev farfullar por lo bajo, y entonces su amigo se volvió y dijo—: Es una calle libre, Andy. Ningún daño en pasar el tiempo, ¿eh?

—Los Dolly mataron a su padre, Trev. ¿No tiene nada de vergüenza? El resto de la Gran Barra estaba parado detrás de Andy, en sus expresiones una mezcla de desafío y comprensión de que, otra vez, iban a ser arrastrados a algo. Estaban en las calles principales ahora. La Guardia no estaba dispuesta a involucrarse en refriegas de callejón, pero fuera de allí tenían que hacer algo en caso de que los contribuyentes se quejaran, y ya que a los polis cansados no les gustaba tener que hacer algo, lo hacían muy duro de modo que con un poco de suerte no tendrían que hacerlo otra vez dentro de poco. —¿Qué sabe sobre todo esto que están diciendo sobre un hombre Reóstato y una fulana Dolly sujetándose las manos en la Presión? —exigió Andy. Puso una mano pesada sobre el hombro de Trev—. Vamos, usted es listo, siempre sabe todo antes que los demás. —¿Fulana? —Ése era Billy; había un largo camino desde sus orejas hasta su cerebro—. ¡No hay una muchacha en Hermanas Dolly que lo miraría a usted, estúpido! —¡Ah, así que de ahí lo vimos venir! —dijo Carter el Pedorro. Esto le sonó a Nutt como incitante dadas las circunstancias. Quizás, pensó, el ritual consista en intercambiar insultos infantiles hasta que ambos lados se sientan completamente justificados en atacar, como el Dr. Vonmausberger señaló en Agresión Ritual en Ratas Pubescentes. Pero Andy había sacado su corto alfanje de su camisa. Era una desagradable arma pequeña, extraña al verdadero espíritu de patear-la-pelota, que por lo general sonreía con indulgencia a las cosas que magullaban, raspaban, fracturaban y, de acuerdo, en el peor caso y el calor del momento y etcétera, cegaban.16 Pero entonces venía Andy, que tenía problemas. Y en cuanto uno tenía alguien como Andy por ahí, uno conseguía otros Andy por ahí también, y cada niño que de otra manera podía haber ido a un partido con un par de nudilleras para el coraje, hacía un ruido metálico perceptible mientras caminaba, y tenía que ser ayudado si se caía. Ahora, las armas estaban sueltas aquí también. 16

Pero usted tenía otro ojo, ¿correcto? Y ahora usted tenía una prueba sólida de que era un hombre

duro, especialmente si tenía una de esas cicatrices que corren a través del ojo y mejilla abajo. Consiga un parche negro, y nunca tendría que esperar a ser servido en un bar otra vez.

—Cuidado ahora, todos —advirtió Trev, caminando hacia atrás y agitando sus manos vacías de una manera conciliadora—. Ésta es una calle concurrida, ¿de acuerdo? Si el Viejo Sam los atrapa peleando, vendrán sobre ustedes con grandes, grandes cachiporras y los golpearán hasta que vomiten el desayuno, ¿por qué?, porque los odian, porque significan papeleo para ellos, y sacarlos de la tienda de rosquillas. Caminó hacia atrás un poco más lejos. —Y luego considerando que han dañado sus armas con sus cabezas los llevarán al Tanty para una bonita noche en el Tanque. ¿Estuvieron ahí? ¿Era tan divertido que quieren volver otra vez? Notó con satisfacción las miradas de recuerdo consternado sobre las caras de todos excepto Nutt, quien no podía tener ninguna idea, y Andy, que era hermano del Tanque. Pero ni siquiera Andy estaba dispuesto a ir contra el Sam. Mate a sólo uno de ellos, y Vetinari le daría la oportunidad de ver si puede pararse en el aire. Se relajaron un poco, pero no demasiado. Todo lo que se necesitaba en estas circunstancias de esfínteres tensos era un idiota... Dio la casualidad que una persona muy inteligente podía hacer el trabajo, cuando Nutt se volvió hacia Algernon, el Stollop más joven, y le dijo alegremente: —¿Sabe, señor, que su situación aquí es muy similar a la descrita por Vonmausberger en su tratado sobre su experimento con ratas? En este momento, Algernon, después de un segundo de lo que para Algernon contaba como pensamiento, lo golpeó duro con su garrote. Algernon era un niño grande. Trev logró agarrar a su amigo antes de que golpeara los adoquines. El garrote había golpeado a Nutt directo en el pecho y le abrió el viejo suéter. La sangre estaba saliendo a través de las puntadas. —¿Para qué tenía que venir y golpearlo, usted condenado tonto? —dijo Trev a Algernon; todos pensaban, incluso sus hermanos, que era tan espeso como la sopa—. No estaba haciendo nada. De qué se trata todo esto, ¿eh? — Se puso de pie con un salto y, antes de que Algernon pudiera moverse, Trev se arrancó su propia camisa y estaba atendiendo a Nutt, tratando de

contener la herida. Se enderezó otra vez después de medio minuto y arrojó la camisa empapada a Algernon—. ¡No hay ningún latido, usted imbécil! ¿Qué le hizo ahora? Incluso Andy estaba congelado. Nunca nadie había visto a Trev así, no al viejo Trev. Incluso los Dolly sabían que Trev era listo. Trev era hábil. Trev no era del tipo que se suicida gritando a un grupo de hombres que ya estaban tensos para una pelea. El desafortunado Algernon, con la rabia de Trev calentando su cara, articuló: —Pero, seguro... es un Reóstato... —¿Quién es usted? ¡Usted es un tonto puñetero, eso es lo que es! —gritó Trev. Se volvió contra los otros, agitando un dedo—. ¿Quiénes son ustedes? ¿Quiénes son ustedes? ¡Nada! ¡Son basura! ¡Todos son una mierda! —Dirigió el dedo a Nutt—. ¿Y él? Hacía cosas. Sabía las cosas. ¡Y nunca había visto un partido antes que hoy! ¡Sólo estaba usando los colores para integrarse! —No se preocupe, Trev, compañero —siseó Andy y alzó su alfanje de modo amenazador—. ¡Habrá una guerra ensangrentada por esto! —Pero Trev estaba de repente en su cara como una avispa. —¿Usted qué? ¡Usted es un enfermo mental! Usted no lo entiende, ¿o sí? —Puedo ver cascos, Andy —dijo Jumbo, urgente. —¿Yo? ¿Qué hice? —Tanto como los estúpidos Stollop. ¿Reóstato y Dolly? ¡Espero que los dioses caguen diarrea sobre ambos! —Se están acercando mucho, Andy. —Los muchachos Stollop, que no eran totalmente tontos, ya estaban partiendo. Gente con los colores del fútbol estaba entrecruzando la ciudad. La Guardia no podía perseguir a todos. Pero, bueno, golpear a algún tipo que luego sangraba mucho y dejaba de respirar, bien, era equivalente a homicidio, y el Viejo Sam podía desarrollar un cambio de velocidad en esas circunstancias. Andy agitó un dedo furioso a Trev. —Es una vida difícil en la Presión cuando uno es una concha tonta sin compañeros. —¡Esto no es la Presión! —Mejor despierte, chico. Todo es Presión.

La Barra partió a velocidad, aunque Jumbo se volteó por un momento para mover los labios en un "lo siento". No eran los únicos en salir deprisa. La gente de la calle estaba por la libertad de diversión, pero ésta podía tener problemas asociados: por ejemplo hacer peligrosas y metafísicas preguntas como “¿Vio usted algo?”, y similares. Estaba todo muy bien que la Guardia dijera “El inocente no tiene nada que temer”, pero ¿de qué se trataba todo eso? ¿Quién se preocupaba por el inocente y sus problemas cuando la Guardia estaba en su camino? Trev se arrodilló junto al cuerpo del difunto Nutt, que se enfriaba. Y ahora, por primera vez en un minuto, a Trev le pareció que empezaba a respirar. Había dejado de hacerlo cuando se había enfurecido contra Andy porque si uno le hablaba así a Andy uno estaba muerto de todos modos, entonces ¿por qué gastar respiración? Había cosas que uno tenía que hacer, ¿no? ¿No se suponía que siguiera golpeando el pecho, seguro, para mostrarle al corazón roto cómo palpitar otra vez? Pero él no sabía cómo, y uno no necesitaba mucha inteligencia para saber que no era buena idea tratar de aprender con la Guardia en camino. No daría una buena primera impresión. Fue por eso que, cuando dos vigilantes aparecieron a toda velocidad, Trev estaba caminando inestable hacia ellos con Nutt en sus brazos. Se sintió aliviado al ver que el Agente Abadejo estaba a cargo: por lo menos era uno de los que primero hacía preguntas. Detrás de él, y eclipsando la mayor parte del paisaje, el Oficial troll Fluorita, que podía despejar toda una calle simplemente caminando por el centro de ella. —¿Puede usted ayudarme a llevarlo al Lady Sybil, Sr. Abadejo? Es muy pesado —dijo Trev. El Agente Abadejo hizo a un lado la camisa empapada e hizo un pequeño sonido triste. Con la experiencia viene el conocimiento. —La morgue está más cerca, muchacho. —¡No! Abadejo asintió. —Usted es el hijo de Dave Probable, ¿verdad? —¡No tengo que decírselo!

—No, porque tengo razón —dijo el Agente Abadejo—. De acuerdo, Trev. Fluorita aquí llevará a este hombre, a quien espero usted nunca haya visto antes en su vida, y ambos correremos para seguirle los pasos. Hubo una decente tormenta eléctrica la noche anterior a la última. Él podría tener suerte. Y usted también. —¡Nunca lo hice! —Por supuesto que no. Y ahora... veamos quién es más rápido para correr, ¿sí? El hospital primero. —Quiero quedarme con él —dijo Trev, mientras la inmensa mano de Fluorita acunaba a Nutt suavemente. —No, muchacho —dijo Abadejo—. Usted se queda conmigo. No paró con el Agente Abadejo. Nunca lo hacía. Todos lo llamaban Arenque Ahumado, y su tranquilo mensaje tácito “ya que estamos todos en esto juntos, por qué hacerlo difícil para otro” a menudo funcionaba, pero tarde o temprano uno sería entregado a un poli superior de fabricación dura, en una pequeña habitación con otro poli en la puerta. Y éste había estado trabajando turnos dobles, por lo que se veía. —Soy la Sargento Angua, señor, y espero que usted no esté en un aprieto. —Abrió una libreta y alisó la página—. ¿Vamos a los movimientos? Usted le dijo al Agente Abadejo que vio una pelea ocurriendo y cuando llegó allí todos los chicos grandes habían escapado y, asombrosamente, usted encontró a su compañero de trabajo, el Sr. Nutt, sangrando hasta morir. Bien, apuesto a que puedo nombrar a todos los chicos grandes, hasta el último de ellos. ¿Me pregunto por qué usted no puede? ¿Y de qué, Trevor Probable, se trata todo esto? —Soltó un distintivo de esmalte negro-y-blanco a través de la mesa, y por suerte o destino su alfiler se atoró en la madera a unas pulgadas de la mano de Trev.

El lema no oficial del Hospital Gratuito Lady Sybil era "No Todos Mueren". Era verdad que, después de la fundación del Lady Sybil, las oportunidades de morir por al menos algunas causas en la ciudad fueron reducidas muy asombrosamente. Incluso se sabía que sus cirujanos se lavaban las manos

antes de operar tanto como después. Pero moviéndose a través de sus blancos corredores ahora estaba una figura que sabía, por experiencia personal, que el lema no oficial estaba, en realidad, completamente equivocado. Muerte estaba parado junto a la bien fregada mesa de autopsias y miró hacia abajo. ¿SEÑOR NUTT? BIEN, ESTO ES UNA SORPRESA, dijo Muerte, metiendo la mano en su túnica. DÉJEME VER LO QUE TENGO AQUÍ. SABE,

dijo, SOLÍA PREGUNTARME

POR QUÉ LUCHABAN TANTO LAS

PERSONAS. DESPUÉS DE TODO, COMPARADO CON LA LONGITUD DEL INFINITO, LAS PERSONAS NO VIVEN NINGÚN TIEMPO EN ABSOLUTO. NI SIQUIERA USTED, SEÑOR NUTT. AUNQUE PUEDO VER QUE LUCHAR HARÍA UN POCO DE MAGIA EN SU CASO. —No puedo verlo —dijo Nutt. MENOS MAL, dijo Muerte. USTED NO ME RECORDARÁ, EN TODO CASO, MÁS TARDE. —Me estoy muriendo, entonces —dijo Nutt. SÍ. MURIENDO Y LUEGO VIVIENDO OTRA VEZ. Pescó un reloj de arena de su túnica y observó mientras la arena caía hacia arriba. LO VEO MÁS TARDE, SEÑOR NUTT. ME TEMO QUE TENDRÁ UNA VIDA INTERESANTE.

—¿Un color Dolly sobre un buen muchacho Reóstato? Los dioses bendigan mi alma, digo, ¿de qué se trata todo esto? ¿Y sabe qué? Lo averiguaré. Es cuestión de presionar. Trev no dijo nada. No le quedaban opciones. Además, había visto a la Sargento antes, y siempre parecía estar mirando su garganta. —El Agente Abadejo me dice que el Igor está de turno abajo en el Lady Sybil. Espero que tenga un corazón en sus tanques que le quede bien a su amigo, realmente —dijo—. Pero todavía será un caso de homicidio, incluso si él entra caminando aquí mañana. Reglas de Lord Vetinari: si se necesita a un Igor para traerlo de regreso, usted estaba muerto. Brevemente muerto,

es verdad, por lo que el asesino será colgado brevemente. Un cuarto de segundo generalmente lo logra. —¡No lo toqué! —Lo sé. Pero usted tiene que conservarse sólido con sus compañeros, ¿correcto? Jumbo y, por supuesto, Carter, y, oh, sí, Andy Espinilla, sus compañeros, que no están aquí. Mire, no está bajo arresto... por el momento; usted está ayudando a la Guardia en sus investigaciones. Eso quiere decir que puede usar el retrete, si se siente valiente. Si se siente suicida, use la cantina. Pero si usted trata de salir corriendo lo cazaré. — Olfateó y añadió—: Como un perro. ¿Entendido? —¿No puedo ir y ver cómo está Nutt? —No. Arenque Ahumado todavía está ahí abajo ahora. Eso es Agente Abadejo para usted. —Todos lo llaman Arenque Ahumado. —Tal vez, pero no cuando usted está hablando conmigo. —La Sargento hizo girar el distintivo sobre la mesa en una manera distraída—. ¿Tiene el Sr. Nutt familia cercana? Eso significa parientes. —Sé qué significa. Él habla de gente en Uberwald. Es todo lo que sé —mintió Trev

instintivamente.

Decir

que

alguien

había

pasado

su

juventud

encadenado a un yunque no iba a ayudar aquí—. Se lleva muy bien con los otros tipos en los tanques. —¿Por qué está ahí? —Nunca preguntamos. Por lo general hay alguna mala historia. —¿Alguna vez alguien le preguntó a usted? Se quedó mirándola. Eso eran los polis para usted. Venían todos amigables, y justo cuando uno dejaba caer la guardia clavaban un pico en su cerebro. —¿Era ésa una pregunta oficial de poli, o sólo estaba siendo entrometida? —Los polis nunca son entrometidos, Sr. Probable. Sin embargo, a veces hacemos preguntas tangenciales. —¿Entonces no era oficial? —No realmente... —Entonces métasela donde el sol no brilla. La Sargento Angua sonrió con una sonrisa de poli.

—Usted no tiene ninguna carta en su mano que se atreva a jugar, y me viene con algo así. De Andy, sí, lo esperaría, pero Arenque dice que usted es listo. ¿Qué tan listo tiene que ser alguien para ser tan estúpido como usted?

Se escuchó un golpe vacilante en la puerta y un vigilante pasó su cabeza por de ella. Alguien estaba gritando en el fondo con una voz grande y autoritaria. —... Quiero decir, ustedes se enfrentan a este tipo de cosas todo el tiempo, ¿verdad? Por amor del cielo, no es tan difícil... —¿Sí, Nobby? —Tenemos una pequeña situación, sarge. ¿Ese fiambre que fue al Lady Sybil? ¡El Dr. Césped está aquí y dice que el hombre se ha levantado y se ha ido a casa! —¿Hicieron que un Igor lo mire? —Sí. Más bien... er... El vigilante fue sacado del camino con un codazo por un hombre expansivo en una larga bata de goma verde que claramente estaba tratando de mostrarse enfadado y amigable al mismo tiempo. Era seguido por el Agente Abadejo, que claramente estaba tratando de aplacarlo, y fracasando definitivamente. —Mire, tratamos de ayudar, ¿de acuerdo? —dijo el Dr. Césped—. Ustedes gente dicen que tienen un caso de homicidio y sacaré al viejo Igor de su laja y hará tiempo extra. Pero le dicen a Sam Vimes de mi parte que me gustaría que enviara a sus muchachos que no estén ocupados para un poco de instrucción sobre primeros auxilios, para distinguir la diferencia entre muerto y dormido. Es una línea delgada a veces, pero en general es posible descubrir las pistas. La profesión siempre ha tendido a considerar que caminar es una entre las más confiables, aunque en esta ciudad hemos aprendido a verlo sólo como un muy buen principio. Pero cuando jalamos la sábana él se incorporó y le preguntó a Igor si tenía un sándwich, lo que es en general concluyente. Aparte de una fiebre, estaba bien. Poderoso latido, que sugiere que tiene corazón. Ni un rasguño, pero indudablemente le

vendría bien una buena cena. Debe haber estado hambriento porque se comió el sándwich que Igor hizo para él. ¡Sobre el tema de las cenas, francamente me vendría bien la mía! —¿Usted lo dejó irse? —dijo la Sargento Angua, horrorizada. —¡Por supuesto! ¡No puedo retener a un hombre en el hospital por estar inoportunamente vivo! Se volvió al Agente Abadejo. —¿Y usted lo dejó irse, Arenque? —Parecía un caso de órdenes del doctor, sarge —dijo Abadejo, lanzando a Trev una mirada desdichada. —¡Estaba cubierto de sangre! ¡Estaba realmente acabado! —explotó Trev. —¿Una broma, entonces? —probó Angua. —Habría jurado que no había latidos, Sargento —dijo Abadejo—. Tal vez es uno de esos monjes del centro que hacen esas cosas de abracadabra. —Entonces alguien ha estado malgastando el tiempo de la Guardia —dijo Angua, mirando furiosa a Trev. Él descubrió algo para un tiro desesperado. —¿Qué habría en esto para mí? —dijo—. ¿Piensa que quiero estar aquí? El Agente Abadejo se aclaró la garganta. —Es noche de partido, sarge. El escritorio está pesado y hay hinchas vagando por todo el lugar y alguien los ha estado alimentando con muchos rumores. Estamos al tope, eso es todo lo que estoy diciendo. Ya hemos tenido un par de gritos grandes. Y él salió caminando, después de todo. —No es un problema para mí —dijo el doctor—. Entró horizontal, salió erguido. Es la manera preferida. Y tengo que volver, Sargento. Vamos a tener una noche ocupada también. La Sargento buscó a alguien a quien gritar, y ahí estaba Trev. —¡Usted, Trev Probable! ¡Ésta es su responsabilidad! Vaya y busque a su amigo. Y si hay algún problema más, habrá... problemas. ¿Está claro? —Dos veces, sarge. —No pudo resistirlo, simplemente no pudo, ni siquiera con el sudor frío corriendo por su espina dorsal. Pero se sentía liviano... flotando... aliviado. Pero algunas personas simplemente no pueden respetar una epifanía cuando uno está teniendo una. No es una destreza de poli.

—¡Es sargento para usted, Probable! ¡Aquí! Trev se las arregló para tomar el distintivo cuando fue lanzado a través de la habitación. —¡Gracias, sarge! —¡Salga! Salió, y medio estaba esperando la forma oscura que se le acercó cuando estuvo lejos del edificio. Había un olor pálido en el aire gris. Bien, por lo menos no era Andy. Podía prescindir de Andy ahora mismo. —¿Sí, Carter? —dijo a la niebla. —¿Cómo sabía que era yo? Trev suspiró. —Adiviné. —Empezó a caminar rápido. —Andy querrá saber qué dijo usted. —No se preocupe, está solucionado. —¡Solucionado! ¿Cómo? —Carter, siempre con un poco de sobrepeso, tuvo que apresurarse para mantener el ritmo. —No voy a decírselo. —Oh, el placer del momento. —¿Pero puedo decirle que estamos sin problemas? —¡Está todo solucionado! ¡Hecho y el polvo quitado! Lo soplé. Está arreglado. Todo pasado. Nunca ocurrió. —¿Está seguro? —dijo Carter—. Estaba bastante mal. —Hey, ¿qué puedo decirle? —Trev abrió los brazos e hizo una pirueta—. ¡Soy Trev Probable! —Bien, eso es firme, entonces. Hey, apuesto a que Andy lo dejará volver a la Barra ahora. Eso sería fenomenal, ¿eh? —¿Sabe qué pensaba Nutt que la Barra se llamaba, Carter? —No. ¿Qué? Trev se lo dijo. —Bien, eso es... —empezó Carter, pero Trev interrumpió. —Es gracioso, Carter. Es gracioso, y más bien lamentable y desesperado. Realmente lo es. —Trev dejó de caminar tan abruptamente que Carter chocó con él—. Y he aquí un consejo: Carter el Pedorro no va a llevarlo a ningún lugar. Y eso también vale para el Pedomáster. Confíe en mí.

—Pero todo el mundo me llama Carter el Pedorro —gimió el Pedomáster. —Dele un puñetazo al próximo que lo haga. Vea a un médico. Reduzca los carbohidratos. Salga de los espacios limitados. Use loción para después de afeitarse —dijo Trev, apresurándose otra vez. —¿Adónde va, Trev? —¡Estoy saliendo de la Presión! —gritó Trev sobre su hombro. Carter miró a su alrededor desesperado. —¿Qué Presión? —¿No ha escuchado? ¡Todo es Presión! —Trev se preguntó si brillaba mientras trotaba a través de la niebla. Las cosas iban a ser diferentes. Tan pronto como Smeems llegara, iría y lo vería sobre un mejor trabajo o algo...

Una figura apareció desde la niebla delante de él. Esto era algo como una hazaña ya que la figura era una cabeza más baja que él. —¿Sssr. Probable? —dijo. —¿Quién pregunta? —dijo Trev y añadió—: ¿Qué pregunta? La figura suspiró. —Entiendo que usssted es amigo de un caballero recientemente admitido en el hosspital —dijo. —¿Qué es eso para usted? —Mucho —dijo la figura—. ¿Puedo preguntar si ssabe mucho ssobre el caballero? —No tengo que hablar con usted —dijo Trev—. Todo ha sido arreglado, ¿de acuerdo? —Ésse ssería el casso —dijo la figura—. Tengo que hablar con usted. Mi nombre ess Igor. —¿Sabe? Tenía una sensación sobre eso. ¿Es usted el que le hizo el sándwich a Nutt? —preguntó Trev. —Ssí. Atún, sspaghetti y mermelada, esspolvoreado. Ess mi firma. ¿Sabe algo sssobre ssu entorno? —Nada, señor. —¿De verass?

—Mire. En los tanques uno revuelve sebo, no el pasado, ¿de acuerdo? Uno no lo hace, ¿correcto? Sé que ha tenido algunos malos momentos, y eso es todo lo que voy a decirle. —Esso pensé —dijo Igor—. Creo que viene de Uberwald. Algunas cossass extrañass y peligrossass vienen de Uberwald. —Esto podría sonar a una pregunta estúpida, pero ¿viene usted de Uberwald, por casualidad? —dijo Trev. —Ya que lo pregunta, ssí —dijo Igor. Trev vaciló. Uno veía Igors por ahí ocasionalmente. Lo único que la mayor parte de las personas sabía era que podían suturarlo incluso mejor que la Guardia y que hacían cosas extrañas en los sótanos y que sólo tendían a salir mucho cuando había tormentas eléctricas. —Piensso que ssu amigo puede sser muy peligrosso —dijo Igor. Trev trató de imaginar a Nutt como peligroso. Era muy difícil hasta que uno recordaba un tiro que volteó todo un poste de la meta a media calle de distancia. Deseaba que no lo hubiera hecho. —¿Por qué debería escucharle? ¿Cómo sé que usted no es peligroso? —dijo. —Oh, lo sssoy —dijo Igor—, créame. Y Uberwald contiene cossass que no querría conocer. —No voy a escucharle —dijo Trev—. Y usted es muy difícil de comprender en todo caso. —¿Tiene el ssujeto un humor extraño? —continuó Igor—. ¿Sse vuelve furiosso? ¿Ssabe algo ssobre ssuss hábitoss de alimentación? —Sí, le gustan los pasteles de manzana —dijo Trev—. ¿En qué anda usted? —Puedo ver que ustedess sson muy buenoss amigoss —dijo Igor—. Lamento haber trasspassado su tiempo. Ese

“trasspassado” colgando en el aire se sumó considerablemente a las

gotas de agua que colgaban en la niebla. —Le daré algún conssejo. Cuando me necessite, ssólo grite. Lamento que ussted encuentre muy fácil gritar. —La figura giró y desapareció en un instante en la niebla. Y los Igors se movían curiosamente, recordó Trev. Y uno nunca los veía en un partido de fútbol...

Notó que esa última idea se iba. ¿Qué había tratado de decirse? ¿Que alguien que no miraba fútbol no era una persona real? No podía pensar en una respuesta correcta. Le asombraba incluso haberse hecho la pregunta. Las cosas estaban cambiando.

Glenda llegó a la Cocina Nocturna con Julieta empeñada en silencio, y generosamente les dio a Mildred y la Sra. Hedges el resto de la noche libre. Eso les venía muy bien a ambas, como siempre, y había hecho un pequeño favor que podría recordar cuando fuese necesario. Se quitó su abrigo y se arremangó. Se sentía cómoda en la Cocina Nocturna, a cargo, en control. Detrás de las cocinas de hierro negro podía desafiar al mundo. —Muy bien —dijo a la sometida Julieta—. No estuvimos ahí hoy. Hoy no ocurrió. Tú me estabas ayudando a limpiar los hornos aquí. Ya veré de conseguir algún dinero extra para que tu papá no dude. ¿De acuerdo? ¿Lo has entendido? —Sí, Glenda. —Y mientras estamos aquí haremos un principio de los pasteles para mañana por la noche. Será bueno adelantarnos, ¿correcto? Julieta no dijo nada. —Di "Sí, Glenda" —pidió Glenda. —Sí, Glenda. —Vete y corta un poco de cerdo, entonces. Estar ocupada te quita ideas de tu mente, eso es lo que siempre digo. —Sí, Glenda, eso es lo que siempre dices —dijo Julieta. El oído de Glenda captó una inflexión, y se preocupó un poco. —¿Siempre lo digo? ¿Cuándo? —Todos los días cuando entras y te pones tu mandil, Glenda. —Mamá solía decirlo —dijo Glenda, y trató de sacudirse la idea de la cabeza —. ¡Y tenía razón, por supuesto! ¡El trabajo duro nunca lastimó a nadie! —Y trató de borrar la idea traicionera: excepto a ella. Pasteles, pensó. Una puede confiar en pasteles. Los pasteles no producen pesar.

—Creo que le gusto a Trev —murmuró Julieta—. Él no me da libros raros como los otros muchachos. Parece un cachorro pequeño. —Tú quieres tener cuidado de ese aspecto, mi niña. —Yo creo que lo amo, Glendy. Jabalí, pensó Glenda, y albaricoques. Queda algo en la habitación fría. Y tenemos pasteles de carne de carnero con una variedad a elección de salsas... siempre popular. Entonces... pasteles de cerdo, creo, y hay algunas ostras decentes en el cuarto de bombeo, de modo que servirán para el pastel húmedo. Haré Pastel de Mar y las anchoas se ven buenas, así que siempre hay espacio para un lenguado o dos, aunque sienta pena por los peces pequeños, pero ahora mismo hornearé algunos pasteles para rellenar después de modo que... —¿Qué dijiste? —Lo amo. —¡No puedes! —¡Salvó mi vida! —¡Ésa no es ninguna base para una relación! ¡Un muchas gracias educado habría bastado! —¡Tengo un sentimiento por él! —¡Es simplemente tonto! —¿Bien? Tonto no es malo, ¿o sí? —Ahora escúchame, joven... Oh, hola, Sr. Esqueleto. Está en contra de los Esqueleto de todo el mundo ese aspecto suyo como si hubieran sido construidos con las peores partes de dos hombres y usar irritante calzado silencioso con gruesas suelas de goma roja, las mejores para espiar y fisgonear. Y siempre suponen que una taza de té gratis es suya por derecho. —¡Qué día, señorita, qué día! ¿Estaban ustedes en el partido? —preguntó, echando un vistazo de Glenda a Julieta. —Estábamos limpiando los hornos —dijo Glenda enérgicamente. —Sí, hoy no ocurrió —añadió Julieta y soltó una risita. Glenda odiaba las risitas.

Esqueleto miró a su alrededor despacio y sin vergüenza, notando la falta de suciedad, guantes descartados, paños... —Y justo acabamos de terminar de poner todo bonito y ordenado —gruñó Glenda—. ¿Le gustaría una taza de té, Sr. Esqueleto? Y entonces puede contarnos todo sobre el partido. Se ha sido dicho que las multitudes son estúpidas, pero por lo general están simplemente confundidas, ya que como testigo ocular una persona corriente es tan confiable como un chaleco salvavidas de merengue. Era obvio, cuando Esqueleto hablaba, que nadie tenía ninguna idea clara sobre nada excepto que algún tipo lanzó un gol desde media calle abajo, e incluso entonces sólo tal vez. —Pero

lo

gracioso

es

que

—siguió

Esqueleto,

mientras

Glenda

metafóricamente soltaba la respiración—, mientras estábamos en la Presión, podría haber jurado que vi su encantadora ayudante aquí charlando con un muchacho de los colores Reóstato... —¡No hay ninguna ley en contra de eso! —dijo Glenda—. De todos modos, estábamos limpiando los hornos aquí. Era torpe, pero ella odiaba a las personas como él, que vivía para el ejercicio de una autoridad de tercera mano y adoraba cada pedacito de poder que podía agarrar. Él había visto más que lo que decía, eso era seguro, y quería que ella se retorciera. Y por la esquina de su mente, podía sentir que miraba sus abrigos. Sus abrigos mojados. —¿Pensé que usted no iba al fútbol, Sr. Esqueleto? —Ah, bien, allí lo tiene. Los puntudos querían ir y mirar un partido, y yo y el Sr. Nobbs tuvimos que ir con ellos en caso de que las personas corrientes les echaran el aliento. ¡Jolines, no lo creería! Haciendo ruidos para desaprobar y quejándose y tomando notas, como si la calle fuera suya. Están tramando algo, recuérdelo. A Glenda no le gustaba la palabra "puntudos", aunque era una buena descripción. Viniendo desde Esqueleto, sin embargo, era una invitación a una conspiración grasienta. Pero como sea que lo horneara, los magos eran personas de clase, personas que importaban, los que movían y sacudían; y cuando personas así se interesaban en las actividades de las personas que

por definición no importaban, las personas comunes estaban a punto de ser sacudidas, y se sacudían. —A Vetinari no le gusta el fútbol —dijo ella. —Bien, por supuesto, todos están adentro juntos —dijo Esqueleto, tocándose el costado de la nariz. Esto hizo que un pequeño grumo de material deshidratado saliera de la otra ventana nasal y cayera en su té. Glenda tuvo una breve pelea contra su conciencia sobre si debía avisarle, pero la ganó. —Pensé que usted lo sabría, considerando cómo la admira la gente en las Hermanas —dijo Esqueleto—. Recuerdo a su mamá. Era una santa, esa mujer. Siempre tenía una mano para todos. —Sí, y no se la quitaron, se dijo Glenda a sí misma. Tuvo suerte de morir con todos sus dedos. Esqueleto vació su jarro y lo dejó sobre la mesa con un plonk y un suspiro. —No puedo quedarme aquí todo el día, ¿eh? —Sí, estoy segura de que usted tiene muchos otros lugares donde quedarse. Esqueleto se demoró en el arco de entrada, y se volvió para sonreír a Julieta. —Una muchacha que era la viva imagen de usted, lo juraría. Con un muchacho Reóstato. Asombroso. Usted debe tener uno de esos dobles. Bien, seguirá siendo un misterio, como dijo el hombre cuando encontró algo que seguiría siendo un misterio. —Canturreó. Se paró en seco por no atropellar el cuchillo plateado que Glenda sujetaba de una manera no totalmente amenazadora y muy cerca de su garganta. Ella tuvo la satisfacción de ver su nuez subir y bajar otra vez como un yoyo enfermo. —Lo siento —dijo, bajándolo—. Siempre tengo un cuchillo en la mano estos días. Hemos estado haciendo cerdo. Se parece mucho a la carne humana, la del cerdo, o así dicen. —Puso su otra mano en el hombro y dijo—: Probablemente no sea una buena idea, difundir rumores absurdos, Sr. Esqueleto. Usted sabe que la gente puede ser muy rara sobre ese tipo de cosas. Muy gentil por pasar de visita y si ocurre que pasa mañana veré que tenga un pastel. Discúlpenos. Tengo mucho picado que hacer. Él se fue a toda velocidad. Glenda, su corazón latiendo con fuerza, miró a Julieta; su boca hacía una perfecta O.

—¿Qué? ¿Qué? —¡Pensé que ibas a apuñalarlo! —Sólo ocurrió que estaba sujetando un cuchillo. Tú estás sujetando un cuchillo. Nosotras sujetamos cuchillos. Ésta es una cocina. —¿Piensas que él lo va a contar? —No sabe nada realmente. —Ocho pulgadas, pensó. Es tan grande como para hacer un pastel sin fuente. ¿Cuántos pasteles podía hacer de una comadreja como Esqueleto? La picadora grande lo haría fácil. Las cajas torácicas y los cráneos deben ser un problema, sin embargo. Probablemente sea mejor, en conjunto, quedarse con el cerdo. Pero la idea salió disparando hasta el fondo de su mente, para nunca convertirse en acción sino íntima, excitante y curiosamente liberadora. ¿Qué estaban haciendo los magos en el partido? ¿Tomar notas sobre qué? Un enigma en el que pensar. Mientras tanto, ellas estaban en un mundo de pasteles. Julieta podía trabajar muy bien en las tareas repetitivas cuando ponía su mente en eso, y tenía una meticulosidad a menudo encontrada en las personas que no eran muy inteligentes. Ocasionalmente sorbía, no muy buena cosa cuando uno está haciendo relleno de pastel. Estaba pensando en Trev, probablemente, y pegándolo, en su hermosa y no muy abarrotada cabeza, en uno de esos sueños brillantes vendidos por Bu-burbuja y otros cachivaches, donde todo lo que uno tenía que hacer para ser famoso era sólo "ser uno mismo". ¡Ja! Mientras Glenda siempre había sabido qué quería. Trabajó mucho tiempo, horas mal pagadas para conseguirlo, y aquí estaba: ¡su propia cocina, y el poder, más o menos... sobre los pasteles! ¡Hace un momento estabas soñando despierta en convertir a un hombre en pasteles! ¿Por qué estás tan enfadada todo el tiempo? ¿Qué salió mal? ¡Te diré qué salió mal! Cuando llegaste ahí, no había un ahí. Querías ver Quirm desde un carruaje abierto mientras un buen joven bebía champaña de tu zapatilla, pero nunca lo hiciste, porque eran extraños en Quirm, y no podías confiar ni en el agua, ¿y cómo funcionaba, de todos modos esa cosa del champaña? ¿No se volcaba? ¿Qué ocurriría si tu dedo problema te diera la lata otra vez...? Así que nunca lo hiciste. Nunca lo harás.

—Nunca dije que Trev fuera un mal muchacho —dijo en voz alta—. No es un caballero, necesita que una bofetada le enseñe modales y toma la vida demasiado fácilmente, pero podría hacer a algo de sí mismo si tuviera un motivo para poner su mente en eso. Julieta no parecía estar escuchando, pero uno nunca podía saber. —Es sólo el fútbol. Ustedes están en equipos diferentes. No funcionará — terminó Glenda. —¿Supongamos que fuera y respaldara a los Reóstato? Un día atrás, eso habría sonado a alguna clase de sacrilegio; ahora sólo presentaba un enorme problema. —Para empezar, tu papá no te hablaría nunca más. Ni tus hermanos. —Ellos no hablan mucho ahora, de todos modos, excepto para preguntar cuándo va a estar lista la comida. ¿Sabes? Hoy fue la primera vez que vi la pelota de cerca. ¿Y sabes qué? No vale la pena. Hey, y habrá un desfile de modas en Shatta mañana. ¿Por qué no vamos? —Nunca escuché de ella —bufó Glenda. —Es una tienda enana. —Eso parece correcto. No puedo imaginar los humanos pongan un nombre así. Serías rehén del primer error de imprenta. —Podríamos ir. Puede ser divertido. —Julieta agitó una maltratada copia de Bu-burbuja—. Y las nuevas micromallas van a ser muy, muy suaves, y no raspan, dice que aquí, además, los cascos con cuernos están regresando después de mucho tiempo en la os... cu... ri... dad. ¿Dónde es eso? Y está esta ma... ti... né mañana. —Sí, pero no somos la clase de mujeres que van a desfiles de modas, Juls. —Tú no lo eres. ¿Por qué yo no? —Bien, porque... Bueno, no sabría qué ponerme. —Glenda se estaba desesperando ahora. —Es por eso que deberías ir a los desfiles de modas —dijo Julieta, engreída. Glenda abrió la boca para lanzar una respuesta, y pensó: esto no es sobre muchachos y no es sobre fútbol. Es seguro.

—Muy bien. Supongo que podría ser divertido. Mira, hemos hecho un trabajo de mujer esta noche. Te llevaré a casa ahora, haré mis tareas y volveré. Tu papá podría estar preocupado. —Estará en el bar —dijo Julieta con precisión. —Bien, se estaría preocupando si no estuviera allí —dijo Glenda. Quería un poco de tiempo para sí misma con los pies en alto. No había sido un día largo, había sido uno largo y profundo. Necesitaba un poco de tiempo para que las cosas se tranquilizaran. —Y tomaremos una silla, ¿qué me dices? —¡Son muy costosas! —Bien, eres joven sólo una vez, eso es lo que digo. —Nunca antes te escuché decir eso.

Varias sillas con troll esperaban fuera de la universidad. Eran costosas, a cinco peniques el paseo, pero los asientos en los cestos alrededor del cuello del troll eran mucho más cómodos que las tablillas en los buses. Por supuesto, eran elegantes, y las cortinas temblaban y los labios se fruncían. Eso era lo extraño sobre la calle: si uno era nacido allí, a las personas no les gustaba que uno empezara a no integrarse. Abuelita lo había llamado "tener ideas por encima de su estación". Era quedar mal. Abrió la puerta de Julieta por ella porque la muchacha siempre titubeaba con la cerradura, y observó que la cerrase. Sólo entonces abrió su propia puerta principal, que era tan remendada y desconchada como la otra. Apenas se había quitado el abrigo cuando escuchó unos golpes en la castigada carpintería. La abrió para encontrar al Sr. Stollop, padre de Julieta, un puño todavía levantado y una pequeña nube de pintura en polvo que se asentaba a su alrededor. —La escuché entrar, Glendy —dijo—. ¿De qué se trata esto? Su otra inmensa mano se levantó, sujetando un crujiente sobre blancuzco. Uno no veía muchos de ésos en Hermanas Dolly. —Se llama carta —dijo Glenda.

El hombre la extendió implorante y ella ahora notó la gran letra V sobre la temible estampilla del gobierno, que garantizaba difundir miedo y desaliento entre aquellos con impuestos aún por pagar. —¡Es su señoría que me escribe! —dijo el Sr. Stollop, con angustia—. ¿Por qué querría venir y escribirme? ¡No he hecho nada! —¿Ha pensado en abrirlo? —dijo Glenda—. En general, así averiguamos qué hay en las cartas. Hubo otra de esas expresiones implorantes. En Hermanas Dolly la lectura y la escritura era un trabajo interno fácil que mejor era dejado a las mujeres. El trabajo verdadero requería espaldas anchas, brazos fuertes y manos callosas. El Sr. Stollop ajustaba por completo en el perfil. Era capitán de los Dolly y en un partido les había arrancado la oreja con los dientes a tres hombres. Ella suspiró y tomó la carta de una mano que notó estaba temblando ligeramente y la abrió con la uña del pulgar. —Dice aquí, Sr. Stollop —dijo, y el hombre hizo una mueca de dolor—. Sí. Ése sería usted —añadió Glenda. —¿Hay algo sobre impuestos o algo? —dijo él. —Nada que pueda ver. Aquí dice: "Apreciaría enormemente su compañía en una cena que me propongo ofrecer en la Universidad Invisible a las ocho el miércoles por la noche para hablar del futuro del famoso juego patear-lapelota. Me complacerá darle la bienvenida como el capitán del equipo de Hermanas Dolly. —¿Por qué se ha metido conmigo? —exigió Stollop. —Él lo dice —dijo Glenda—, porque usted es el capitán. —Sí, pero ¿por qué yo? —Tal vez ha invitado a todos los capitanes de equipo —dijo Glenda—. Usted podría enviar a un muchacho a dar la vuelta con una bufanda blanca y comprobarlo, ¿no? —Sí, pero suponiendo que sea sólo yo —dijo Stollop otra vez, determinado a comprender el horror hasta sus profundidades. Glenda tuvo una brillante idea.

—Bien entonces, Sr. Stollop, parecería que el capitán de los Hermanas Dolly es el único con suficiente importancia para hablar del futuro del fútbol con el mismo gobernante. Stollop no cuadró sus hombros porque los llevaba permanentemente cuadrados, pero con un codazo muscular logró un efecto cúbico. —¡Ja, lo tiene bien entendido! —bramó. Glenda suspiró por dentro. El hombre era fuerte, pero sus músculos se estaban transformando en grasa. Sabía que le dolían las rodillas. Sabía se quedaba sin aliento bastante rápidamente estos días y en presencia de algo que no podía intimidar, pegar o patear, el Sr. Stollop estaba completamente perdido. Abajo, a sus costados, las manos se abrían y cerraban mientras trataban de pensar por él. —¿De qué se trata todo esto? —No lo sé, Sr. Stollop. Cambió de pie. —Er, ¿piensa que será sobre ese muchacho Reóstato que se lastimó hoy? Podía ser cualquiera, pensó Glenda mientras florecía un frío temor. No es como si no ocurriera todas las semanas. No tiene que ser ninguno de ellos. Lo será, por supuesto, lo sé, pero no lo sé, no es posible que lo sepa, y si lo repito el tiempo suficiente nunca podría haber ocurrido nada. Se lastimó, pensó Glenda en el rugido del pánico. Eso muy probablemente significa que ocurrió que estaba en el lugar equivocado con los colores equivocados, que era equivalente a una herida autoinfligida. Se mató. —Mis muchachos vinieron y dijeron que estaba afuera en la calle. Eso fue lo que escucharon. Se mató, eso es lo que escucharon. —¿No vieron nada? —Es correcto, no vieron nada. —¿Pero estaban escuchando mucho? —Eso pasó por encima de la cabeza de Stollop sin molestarse en trepar siquiera—. ¿Y era un muchacho Reóstato? —Sí —dijo—. Escucharon que se murió, pero usted sabe cómo mienten esos cabrones de Buenreóstato. —¿Dónde están sus muchachos ahora? —Por un momento los ojos del anciano ardieron.

—Se están quedando adentro o los golpearé. Uno se topa con algunas pandillas molestas cuando algo así ocurre. —Uno menos ahora, entonces —dijo Glenda. La cara de Stollop estaba pintada con pigmentos de miseria y temor. —No son chicos malos, lo sabe. No en el fondo. La gente se mete con ellos. Sí, en la Casa de la Guardia, se dijo ella, donde la gente dice, “¡Son ellos! ¡Los grandes! ¡Los conocería en cualquier lugar!”. Lo dejó agitando su cabeza y corrió calle abajo. El troll nunca habría esperado conseguir un viaje aquí y no tenía sentido quedarse por ahí y ser cubierto de pintura. Ella casi podría haberlo alcanzado en su camino hacia el centro de la ciudad. Después de uno o dos minutos se dio cuenta de que alguien la estaba siguiendo. La perseguían en la penumbra. Si sólo hubiera recordado traer el cuchillo. Se metió en un parche de sombra más profunda y, cuando el maniático armado de un cuchillo llegó más cerca, salió y le gritó: —¡Deje de seguirme! Julieta lanzó un pequeño grito. —Tienen a Trev —dijo sollozando, cuando Glenda la sujetó—. ¡Sé que lo tienen! —No seas tonta —dijo Glenda—. Hay peleas todo el tiempo después de un partido grande. No tiene sentido preocuparte demasiado. —Entonces, ¿por qué estabas corriendo? —dijo Julieta bruscamente. Y no había respuesta para eso.

El bedel le cabeceó al cruzar la puerta del personal con un gruñido y se dirigió

hacia

los

tanques

enseguida.

Un

par

de

muchachos

estaba

chorreando a su manera meticulosa y muy lenta, pero no había ninguna señal de Nutt hasta que Trev arriesgó su cordura y conductos nasales para verificar el área común de dormir, donde encontró a Nutt dormido en su bolsa, agarrando su estómago. Era un estómago sumamente grande. Teniendo en cuenta la pulcra forma acostumbrada de Nutt, lo hacía parecer un poco a una serpiente que se ha comido una cabra sumamente grande. La

cara curiosa del Igor y su voz preocupada volvieron a él. Bajó la vista al lado de la bolsa de dormir y vio un pequeño trozo de corteza de pastel y algunas migas. Olía como un muy buen pastel. A decir verdad, podía pensar en sólo una persona que podía hacer un pastel tan seductor. Lo que había estado llenando a Trev, esa invisible iluminación que casi lo había hecho bailar hasta aquí desde la Casa de la Guardia, se le escurrió por los pies. Se dirigió a la Cocina Nocturna a través de los corredores de piedra. Cualquier optimismo que podría haber conservado era barrido una esperanza a la vez por el rastro de migas de pastel, pero la iluminación surgió otra vez cuando vio a Julieta y, oh sí, a Glenda, paradas en lo que quedaba de la Cocina Nocturna, que era un desorden de alacenas abierta y trozos de masa de pastel. —Oh, Sr. Trevor Probable —dijo Glenda, cruzando los brazos—. Sólo una pregunta: ¿quién se comió todos los pasteles? La iluminación se hinchó hasta que llenó a Trev con una especie de luz plateada. Habían pasado tres noches desde que había dormido en una verdadera cama y éste no había sido su tipo normal de día. Sonrió ampliamente a nada en absoluto y fue atrapado por Julieta cuando golpeó el suelo. Trev despertó media hora después, cuando Glenda le trajo una taza de té. —Pensé que era mejor que lo dejáramos dormir —dijo—. Julieta dijo que usted se veía horrible así que obviamente ella está recuperando el juicio. —Estaba muerto —dijo Trev—. Muerto como un pomo, y entonces no lo estaba. ¿De qué se trata todo esto? —Se incorporó y se dio cuenta de que había sido puesto a dormir sobre una de las sucias bolsas de dormir en los tanques. Nutt estaba tendido sobre el rollo junto a él. —Muy bien —dijo Glenda—. Si puede hacerlo sin estar tendido, cuénteme. — Ella se sentó y miró al Nutt dormido durante un tiempo mientras Trev trataba de encontrarle sentido a la tarde previa—. ¿Qué había en el sándwich otra vez? ¿El que el Igor le dio? —Atún, espagueti y mermelada. Con espolvoreado —dijo Trev, bostezando. —¿Está seguro? —No es la clase de cosa que uno olvida.

—¿Qué clase de mermelada? —insistió Glenda. —¿Por qué pregunta? —Estoy pensando que podría funcionar con membrillos. O chile. No puedo ver ningún lugar para espolvoreado, sin embargo. No tiene sentido. —¿Qué? Es un Igor. ¡No tiene que tener sentido! —¿Pero él le advirtió sobre Nutt? —Sí, pero no creo que quisiera decir "cierre sus pasteles con llave", ¿o sí? ¿Va a meterse en problemas por los pasteles? —No. Tengo muchos más madurando en la habitación fría. Estarán perfectos cuando maduren. Una tiene que mantenerse delante de una misma, con los pasteles. —Bajó la vista a Nutt y continuó—. ¿Está diciéndome realmente que los muchachos Stollop lo hicieron añicos y que luego se fue del Lady Sybil? —Estaba tan muerto como un pomo. Incluso el viejo Abadejo pudo comprobarlo. —Esta vez ambos se quedaron mirando a Nutt. —Está vivo ahora —dijo Glenda, como si fuera una acusación. —Mire —dijo Trev—, todo lo que sé sobre las personas que vienen de Uberwald es que algunas de ellas son vampiros y algunas son hombres lobos. Bien, no creo que los vampiros estén muy interesados en los pasteles. Y fue luna llena la semana pasada y no actuaba raro; bien, más raro que lo normal. Glenda bajó la voz. —Tal vez sea un zombi... No, ellos no comen pasteles tampoco. —Continuó mirando a Nutt, pero otra parte de ella dijo—: Habrá un banquete el miércoles por la noche. Lord Vetinari está tramando algo con los magos. Es sobre el fútbol, estoy segura. —¿Bien? —Para algún plan, supongo. Algo desagradable. ¡Los magos estuvieron en el partido hoy tomando notas! No me diga que eso es saludable. ¡Quieren clausurar el fútbol, eso es lo que es! —¡Bien! —Trevor Probable, ¿cómo puede decir eso? Su papá...

—Murió porque era tonto —dijo Trev—. Y no me diga que era la manera en que habría querido irse. Nadie querría irse de ese modo. —¡Pero adoraba su fútbol! —¿Y entonces? ¿Qué significa eso? Los muchachos Stollop adoran su fútbol. ¡Andy Espinilla ama su fútbol! ¿Y qué significa? Sin contar hoy, ¿qué tan a menudo ha visto la pelota en juego? Casi nunca, lo apuesto. —Bien, sí, pero eso no es el fútbol. —¿Me está diciendo que el fútbol no es el fútbol? —Glenda deseó haber tenido una educación adecuada, o, si faltaba, cualquier educación verdadera en absoluto. Pero no iba a echarse atrás ahora. —Es compartir —dijo—. Es ser parte de la multitud. Está cantar juntos. Es todo eso. Toda la cosa. —Creo, Srta. Glenda —dijo Nutt desde su colchón—, que el trabajo que está buscando es Der Selbst uberschritten durch das Ganze, de Trousenblert. Ellos bajaron la vista a Nutt otra vez, las bocas abiertas. Él había abierto sus ojos y parecía estar mirando fijo el techo. —Es el alma solitaria que trata de extender su mano al alma compartida de toda la humanidad, y posiblemente mucho más lejos. Es la traducción de W. E. G. Buenanoche de En Búsqueda del Todo; está estropeada, aunque bastante comprensible, por el error de traducción de bewutseinsschwelle como "corte de pelo" desde el principio hasta el fin. Trev y Glenda se miraron. Trev se encogió de hombros. ¿Por dónde podían empezar? Glenda tosió. —Sr. Nutt, ¿está usted vivo, muerto, o qué? —Vivo, muchas gracias por preguntar. —¡Lo vi muerto! —gritó Trev—. ¡Corrimos todo el camino hasta el Lady Sybil! —Oh —dijo Nutt—. Lo siento, no lo recuerdo. Parecería que la diagnosis tenía un error. ¿Tengo razón? Intercambiaron miradas. Trev se llevó la peor parte. Cuando Glenda estaba enfadada, era posible que su mirada pudiera grabar vidrio. Pero Nutt tenía un punto. Era difícil argumentar con un hombre que insistía en que no estaba muerto. —Hum, y luego volvió aquí y se comió nueve pasteles —dijo Glenda.

—Parece que le hicieron bien —dijo Trev, con frágil alegría. —Pero no puedo ver adónde se han ido —terminó Glenda—. Revientaestómagos, cada uno de ellos. —Usted estará enfadada conmigo. —Nutt parecía asustado. —Calmémonos todos, ¿sí? —dijo Trev—. Mire, estaba muy preocupado, se lo juro, sí. No enfadados, ¿de acuerdo? Somos sus amigos. —Debo ser apropiado. ¡Debo ser útil! —Esto vino de los labios de Nutt como un mantra. Glenda tomó sus manos. —Mire, no estoy molesta por los pasteles, realmente no. Me gusta ver a un hombre con buen apetito. Pero debe decirnos qué está mal. ¿Ha hecho algo que no debería hacer? —Debería estar haciéndome digno a mí mismo —dijo Nutt, alejándose suavemente y sin mirarla a los ojos—. Debo ser apropiado. No debo mentir. Debo ganar valía. Gracias por su gentileza. —Se levantó, caminó hasta el final de los tanques, recogió una canasta con velas, volvió, le dio cuerda a su máquina de chorrear y empezó a trabajar, ajeno a la presencia de los otros. —¿Usted sabe qué ocurre en su cabeza? —susurró Glenda. —Cuando era joven, estuvo encadenado a un yunque durante siete años — dijo Trev. —¿Qué? ¡Eso es terrible! ¡Alguien debe haber sido muy cruel para hacer algo así! —O desperado por asegurarse de que no quedara libre. —Las cosas nunca son todo lo que parecen, Sr. Trev —dijo Nutt, sin levantar la vista de su actividad febril—, y la acústica en estos sótanos es muy buena. Su padre lo amaba, ¿verdad? —¿Quei? —La cara de Trev enrojeció. —¿Lo amaba, lo llevaba al fútbol, compartía un pastel con usted, le enseñó a aclamar a los Reóstato? ¿Lo ponía sobre sus hombros para que usted pudiera ver más del partido? —¡Deje de hablar sobre mi papá de esa manera! Glenda tomó el brazo de Trev. —¡Está bien, Trev, está bien, no es una pregunta desagradable, realmente no lo es!

—Pero usted lo odia, porque se convirtió en un hombre mortal, al morir sobre los adoquines —dijo Nutt, recogiendo otra vela sin chorrear. —Eso es desagradable —dijo Glenda. Nutt la ignoró. —Él lo decepcionó, Sr. Trev. No era el dios del niño pequeño. Resultó que sólo era un hombre. Pero él no era sólo un hombre. Todos los que alguna vez han mirado un partido en esta ciudad han oído hablar de Dave Probable. Si era un tonto, entonces cualquier hombre que alguna vez haya subido una montaña o nadado un torrente es un tonto. Si era un tonto entonces también lo era el hombre que por primera vez trató de dominar el fuego. Si era un tonto entonces también lo era el hombre que probó la primera ostra, era un tonto, también... aunque debo señalar que, teniendo en cuenta la división del trabajo en las primeras culturas de cazadores recolectores, también era probablemente una mujer. Quizás sólo un tonto se levanta de la cama. Pero, después de la muerte, algunos tontos brillan como estrellas, y su padre es uno. Después de la muerte, las personas olvidan la estupidez pero recuerdan el brillo. Usted no podía haber hecho nada. Usted no podía haberlo detenido. Si usted pudiera haberlo detenido no habría sido Dave Probable, un nombre que significa fútbol para miles de personas. —Nutt dejó con mucho cuidado una vela bellamente chorreada y continuó—. Piense en esto, Sr. Trev. No sea listo. Listo es sólo una versión pulida de tonto. Pruebe la inteligencia. Seguramente lo sacará de apuros. —¡Eso es sólo un montón de palabras! —dijo Trev ferozmente, pero Glenda vio las líneas brillantes correr por sus mejillas. —Por favor, piense en ellas, Sr. Trev —dijo Nutt y añadió—: Oigan, he hecho una canasta completa. Eso es valor. Era la calma. Nutt había estado girando, casi enfermo de preocupación. Se había estado repitiendo a sí mismo, como si hubiera tenido que aprender cosas para un profesor. Y entonces estaba de otra manera, reservado y sereno. Glenda miró de Trev a Nutt y hacia atrás otra vez. La boca de Trev estaba abierta. No lo culpó. Lo que Nutt había dicho con un tono completamente impersonal había sonado no a una opinión sino a verdad, pescada de algún pozo profundo.

Entonces Trev rompió el silencio, hablando como hipnotizado, la voz ronca. —Me dio su viejo pulóver cuando tenía cinco años. Era como una tienda. Quiero decir, era tan grasoso que nunca pude mojarlo... —paró. Luego de un momento Glenda empujó su codo. —Se ha puesto todo tieso —dijo—, tan tieso como una pieza de madera. —Ah, catatónico —dijo Nutt—. Está agobiado por sus sentimientos. Deberíamos acostarlo. —¡Estos colchones viejos en los que duermen aquí son basura! —dijo Glenda, buscando una mejor alternativa a las losas frías. —¡Sé lo que necesita! —dijo Nutt, de repente todo acción y saliendo a la carrera pasaje abajo. Eso dejó a Glenda todavía sosteniendo a un Trev tieso cuando Julieta apareció desde la dirección de las cocinas. Se detuvo al instante cuando los vio, y se echó a llorar. —Está muerto, ¿no? —Er, no... —empezó Glenda. —¡Hablé con algunos de los muchachos de la panadería que entraban a trabajar y me estaban diciendo que hubo peleas por toda la ciudad y que alguien se mató! —Trev acaba de tener una pequeña conmoción, eso es todo. El Sr. Nutt ha ido a buscar algo para que él se acueste. —Oh. —Julieta parecía un poco desilusionada, presumiblemente porque "una pequeña conmoción" no era bastante dramática, pero se recuperó justo cuando un ruido fuerte, áspero e inequívocamente de madera desde la otra dirección anunció a Nutt empujando un gran sofá, que vibró hasta detenerse enfrente de ellas. —Hay una gran habitación llena con mobiliario viejo arriba del salón —dijo, palmeando el terciopelo descolorido—. Está un poco mohoso, pero creo que todos los ratones se han caído en el camino hasta aquí. Un completo hallazgo en realidad. Creo que es una tumbona del taller del famoso Gurning Altaguja. Pienso que probablemente puedo restaurarlo después. Acuéstelo suavemente. —¿Qué le pasó? —dijo Julieta.

—Oh, la verdad puede ser un poco inquietante —dijo Nutt—. Pero va a sobreponerse y se sentirá mejor. —Me gustaría mucho saber la verdad, Sr. Nutt, muchas gracias —dijo Glenda, cruzando los brazos y tratando de parecer severa mientras todo el tiempo una voz en su cabeza susurraba ¡Tumbona! ¡Tumbona! ¡Cuando nadie más esté aquí una puede hacer un intento de languidecer! —Es una clase de medicina con palabras —dijo Nutt, con cuidado—. A veces las personas se engañan al creer en cosas que no son verdaderas. A veces eso puede ser muy peligroso para la persona. Ven el mundo de una manera equivocada. No se permitirán ver que lo que creen está equivocado. Pero a menudo hay una parte de la mente que lo sabe, y las palabras correctas pueden dejarlo salir. —Les lanzó una mirada preocupada. —Bien, eso está bien —dijo Julieta. —Me suena a trampa —dijo Glenda—. ¡La gente conoce su propia mente! — Cruzó los brazos otra vez, y vio que Nutt les echaba un vistazo. —¿Bien? —exigió—. ¿Nunca antes ha visto codos? —Nunca unos con tantos hoyuelos, Srta. Glenda, en unos brazos cruzados tan fuerte. Hasta ese momento, Glenda nunca se había dado cuenta de que Julieta tenía una risa tan sucia, a la cuál, Glenda fervientemente esperaba, no tenía derecho. —¡Glenda tiene un tendiente-oh! ¡Glenda tiene un tendiente-ooh! —Es "pretendiente", en realidad —dijo Glenda, robando al fondo de su mente el recuerdo de que le había llevado muchos años averiguarlo—. Y sólo estaba ayudando. Lo estamos ayudando, ¿verdad, Sr. Nutt? —¿No se ve dulce allí tendido? —dijo Julieta—. Todo colorado. —Acarició el pelo grasiento de Trev con poca pericia—. ¡Exactamente como un niño pequeño! —Sí, él siempre ha sido bueno en eso —dijo Glenda—. ¿Por qué no vas y le traes una taza de té al niño pequeño? Y un bollo. No uno de los de chocolate. Para eso necesitará un poco de tiempo —dijo mientras la muchacha se alejaba lentamente—. Tiende a distraerse. Su mente pasea y se divierte en otro lugar.

—Trev me dice que a pesar de su apariencia más madura usted es de la misma edad que ella —dijo Nutt. —Usted realmente no habla con muchas damas, ¿o sí, Sr. Nutt? —Oh, cielos, ¿he metido la pata de nuevo? —dijo Nutt, de repente todo nervios otra vez, hasta el punto en que le tuvo lástima. —¿Ésa sería una "metedura de pata" que parece que debería ser dicha "soretes ocurren"? —Er, sí. —Glenda asintió, satisfecha, otro enigma literario solucionado—. Es mejor no usar la palabra "maduro" a menos que esté hablando de queso o vino. No es bueno usarla para damas. —Se quedó mirándolo, preguntándose cómo plantear la siguiente pregunta. Optó por la franqueza; no era muy buena en ninguna otra cosa—. Trev está seguro de que usted murió o algo así y salió vivo otra vez. —Eso entiendo. —No muchas personas hacen eso. —La vasta mayoría no, creo. —¿Cómo lo hizo usted? —No lo sé. —Es algo tarde en el día, debo admitirlo, pero no siente hambre de sangre o cerebro, ¿o sí? —En absoluto. Sólo de pasteles. Me gustan los pasteles. Estoy muy avergonzado por los pasteles. No ocurrirá otra vez, Srta. Glenda. Temo que mi cuerpo estaba actuando por sí mismo. Necesitaba alimento instantáneo. —Trev dice que usted solía estar encadenado a un yunque. —Sí. Porque yo era despreciable. Entonces fui llevado a ver a su Señoría y ella me dijo: usted es despreciable pero, creo, no indigno, y yo le daré valor. —¡Pero usted debe haber tenido padres! —No lo sé. Hay muchas cosas que no sé. Hay una puerta. —¿Qué? —Una puerta en mi cabeza. Algunas cosas están detrás de la puerta y no las conozco. Pero eso está bien, dice su Señoría. —Glenda tenía ganas de rendirse. Nutt respondía las preguntas, sí, pero realmente todo iba a parar a más preguntas. Pero ella perseveró. Era como patear una lata del camino

esperando encontrar una entrada—. Su Señoría es una dama real, ¿no? ¿Castillos y criados y todo eso? —Oh, sí. Incluso todo eso. Es mi amiga. Y es madura como el queso y el vino, porque ha vivido por mucho tiempo y no es vieja. —Pero ella lo envió aquí, ¿sí? ¿Le enseñó... lo que sea que usó sobre Trev? —Junto a Glenda, Trev se agitó. —No —dijo Nutt—. Leí las obras de los maestros en la biblioteca todo por mí mismo. Pero ella me dijo que las personas, también, eran una clase de libro viviente, y que tendría que aprender a leerlas. —Bien, usted leyó a Trev bastante bien. Que sea dicho, sin embargo: ¡no intente esa cosa sobre mí o nunca verá otro pastel! —Sí, Srta. Glenda. Lo siento, Srta. Glenda. Ella suspiró. ¿Qué pasa conmigo? ¡Al momento en que parecen cabizbajos me siento apenada por ellos! Levantó la vista. Él la estaba observando. —¡Pare con eso! —Lo siento, Srta. Glenda. —Pero usted consiguió ver el fútbol, al menos. ¿Lo disfrutó? La cara de Nutt se iluminó. —Sí. Era maravilloso. ¡El ruido, las multitudes, el canto, oh el canto! ¡Se convierte en una segunda sangre! ¡Al unísono! ¡No estar solo! ¡Ser no sólo uno sino uno y todos, de una mente y propósito...! Excúseme. —Había visto su cara. —Así que le gustó totalmente, entonces —dijo Glenda. La intensidad del arrebato de Nutt había sido como abrir la puerta de un horno. Era una bendición que su pelo no se hubiera rizado. —¡Oh, sí! ¡El ambiente era maravilloso! —No lo probé —arriesgó Glenda—, pero el pudín de guisantes generalmente es bueno. El rasguño de loza y el tintineo de una cucharilla anunció la llegada de Julieta, o más bien de la taza del té que ella sostenía enfrente como si fuera un grial, de manera que ella vagaba detrás como la cola de un cometa. Glenda estaba impresionada. El té estaba en la taza y no en el platillo, y era

de un color marrón aceptable que es generalmente característico del té y que era por lo general la única característica a-té del té hecho por Julieta. Trev se incorporó, y Glenda se preguntó cuánto tiempo podía haber estado prestando atención. Muy bien, podía ser bueno en una emergencia, y por lo menos se lavaba a veces y poseía un cepillo de dientes, pero Julieta era especial, ¿no? Todo lo que necesitaba era un príncipe. Técnicamente eso significaba Lord Vetinari, pero era demasiado viejo. Además, nadie estaba seguro de qué lado de la cama se levantaba, o incluso si se acostaba en absoluto. Pero un día vendría un príncipe, incluso si Glenda tuviera que arrastrarlo en cadenas. Giró su cabeza. Nutt la estaba observando atentamente otra vez. Bien, su libro estaba bien cerrado con llave. Nadie iba a hojear sus páginas. Y mañana averiguaría en qué estaban involucrados los magos. Eso era fácil. Ella sería invisible.

En el silencio de la noche, Nutt se sentó en su lugar especial, que era otra habitación más, muy cerca de los tanques. Las velas ardían mientras estaba sentado a una mesa rescatada, mirando fijamente un trozo de papel y limpiando su oreja distraídamente con la punta del lápiz. Nutt era técnicamente un experto en poesía de amor a través de las eras y había hablado sobre ella detalladamente con la Srta. Healstether, la bibliotecaria del castillo. También había tratado de hablar de ella con su Señoría, pero ella se había reído y dijo que era una frivolidad, aunque muy provechosa como programa de entrenamiento en el uso del vocabulario, medida, ritmo y emoción como un medio para un fin, es decir llevar a una dama joven a quitarse toda su ropa. En ese punto particular, Nutt no había comprendido realmente qué significaba. Sonaba a alguna especie de truco de magia. Golpeó suavemente el lápiz sobre la página. La biblioteca de castillo había estado llena de poesía y la había leído ávidamente como leyó todos los libros, sin saber por qué habían sido escritos o qué se suponía que conseguían exactamente. Pero en general los poemas escritos por hombres

para mujeres seguían un formato muy similar. Ahora, con la mejor de la poesía más fina entre cuál escoger, estaba perdido para las palabras. Entonces asintió. Ah, sí, el famoso poema de Robert Scandal, ¡Hey! A Su Amante Sorda. Seguramente tenía la forma y el tempo correctos. Por supuesto, tenía que haber una musa. Oh, sí, toda poesía necesita de una musa. Eso podía constituir una dificultad. Julieta, aunque muy atractiva, era también, en su mente, una especie de fantasma amistoso. Humm. Ah, por supuesto... Nutt sacó el lápiz de su oreja, vaciló y escribió: Canto, pero no de amor, porque el amor es ciego, Pero celebro en cambio la musa de la gentileza... Los fuegos en los tanques se enfriaban, pero el cerebro de Nutt estaba ardiendo de repente.

Alrededor de medianoche, Glenda decidió que era bastante seguro dejar a los muchachos solos para que hicieran lo que los muchachos hacían cuando las mujeres no estaban por aquí para cuidarlos, y se aseguró de que ella y Julieta subieran al último bus que cruzaba la ciudad. Eso significaba que en realidad iría a dormir en su propia cama. Miró alrededor del dormitorio diminuto a la luz de la vela y se cruzó con la mirada fija, que era muy difícil, del Sr. Wobble, el osito de peluche trascendental de tres ojos. Hubiera sido bueno tener un poco de explicación cósmica en este momento, pero el universo nunca te daba explicaciones, sólo más preguntas. Bajó la mano subrepticiamente, aunque sólo había un osito de peluche de tres ojos que la miraba, y levantó el más reciente Iradne Peine-Buttworthy del escondrijo abajo. Después de diez minutos de lectura, que la llevó buena parte del libro (la Sra. Peine-Buttworthy producía volúmenes aun más delgados que sus heroínas), experimentó un deja vu. Además, el deja vu era empate, porque tenía la sensación de haber tenido el deja vu antes. —Son realmente todos iguales, ¿no? —dijo al osito de peluche de tres ojos —. Sabes que va a ser Mary la Doncella, o alguien como ella, y tiene que

haber dos hombres y ella terminará con el bueno, y tiene que haber malentendidos, y ellos nunca hacen nada más que besarse y está absolutamente garantizado que no vaya a existir, por ejemplo, una excitante guerra civil o una invasión de trolls o incluso una escena con alguna cocina. Lo mejor que uno puede esperar es una tormenta eléctrica. En realidad, no tenía nada que ver con la vida real en absoluto, la que, aunque escasa de guerras civiles e invasiones de trolls, tenía la decencia de tener muchas cocinas por lo menos. El libro cayó de sus dedos y treinta segundos después estaba profundamente dormida. Sorprendentemente, ningún vecino la necesitó en la noche de modo que se levantó, se vistió y desayunó en lo que era un mundo casi ajeno. Abrió su puerta para llevar el desayuno a la viuda Crowdy y encontró a Julieta en el umbral. La muchacha dio un paso hacia atrás. —¿Estás saliendo, Glendy? ¡Es temprano! —Bien, tú estás levantada —dijo Glenda—. Y con un periódico, me complace ver. —¿No es excitante? —dijo Julieta, y tendió bruscamente el periódico hacia ella. Glenda echó un vistazo a la imagen de la portada, echó una segunda mirada más cerca, y luego agarró a Julieta y la tiró hacia adentro. —Uno puede ver sus penes —observó Julieta, en una voz que era demasiado impersonal para el gusto de Glenda. —¡Tú no deberías saber cómo se ven! —dijo, tirando el periódico debajo de su mesa de cocina. —¿Qué? Tengo tres hermanos, ¿no? Todos se bañan en una tina enfrente del fuego, ¿no? No es como si fuera algo especial. De todos modos, es cultura, ¿de acuerdo? Recuerda cuando me llevaste a ese lugar lleno de personas desnudas. Te quedaste ahí por horas. —Era el Museo Real de Arte —dijo Glenda, agradeciendo a sus estrellas que estuvieran adentro—. ¡Eso es diferente!

Trató de leer la historia, pero era muy difícil con esa asombrosa imagen al lado, justo donde el ojo podía apartarse una y otra vez. Glenda disfrutaba su trabajo. No tenía una carrera; una carrera era para personas que no podían desempeñar un trabajo. Era muy buena en lo que hacía, de modo que lo hacía todo el tiempo, sin prestar mucha atención al mundo. Pero ahora sus ojos estaban abiertos. A decir verdad, era tiempo de parpadear. Bajo el titular "Nueva luz sobre un Juego Antiguo" había una imagen de un florero o, bastante más grandioso, una urna, en naranja y negro. Mostraba algunos hombres muy altos y flacos... su masculinidad estaba más allá de toda duda, pero posiblemente más allá de toda fe. Al parecer estaban luchando por la posesión de una pelota; uno de ellos estaba tendido en el suelo, y parecía sufrir algo de dolor. La traducción del nombre de la urna era, decía una leyenda, EL TACKLE. De acuerdo con la historia adjunta, alguien en el Museo Real de Arte había encontrado la urna en un depósito viejo, y contenía rollos de pergamino los que, decía aquí, contenían las reglas originales de patear-la-pelota escritas en los primeros años del siglo del Gorgojo de Verano, hace mil años, cuando se jugaba en honor a la diosa Pedestriana... Glenda leyó por encima a través del resto, porque había mucho resto que leer. La impresión artística de la diosa mencionada anteriormente adornaba la página tres. Era, por supuesto, hermosa. Uno rara vez veía una diosa retratada fea. Probablemente tenía algo que ver con su habilidad de golpear a las personas en un instante. En el caso de Pedestriana, ella habría ido por los pies, probablemente. Glenda dejó el periódico, hirviendo de cólera, y como cocinera sabía cómo hervir. Esto no era fútbol... excepto que el Gremio de Historiadores dijo que lo era, y pudo demostrarlo no sólo con viejos pergaminos sino también con una urna, y ella podía ver que uno estaba en el extremo equivocado de una discusión si era contra una urna. Pero era demasiado claro, ¿no? Excepto... ¿por qué? A su señoría no le gustaba el fútbol, pero aquí había un artículo que decía que este juego era muy viejo y tenía su propia diosa, y si había dos cosas que le gustaban a

esta ciudad, eran tradición y diosas, en especial si las diosas estaban un poco escasas de gasa encima de la cintura. ¿Su señoría los dejaba poner cualquier cosa en el periódico? ¿Qué estaba ocurriendo? —Tengo asuntos que atender —dijo severamente—. Es bueno que hayas comprado un periódico decente, pero no quieres leer esta clase de cosas. —Yo no lo hice. ¿Quién está interesada en eso? Lo compré por el anuncio. Mira. Glenda nunca se había preocupado mucho por los anuncios en el periódico, porque eran puestos allí por personas que andaban detrás de tu dinero. Pero allí estaba, justo ahí. Madame Sharn de Bonk muestra su... micromalla. —Dijiste que podíamos ir —dijo Julieta con intención. —Sí, bien, eso era antes... —Dijiste que podíamos ir. —Sí. Pero, bueno, ¿alguna vez alguien de las Hermanas ha ido a un desfile de modas? No es nuestra clase de cosa, ¿o sí? —No dice eso en el periódico. Dice admisión gratis. ¡Dijiste que podíamos ir! Las dos de la tarde, pensó Glenda. Supongamos que pueda manejarlo... —De acuerdo, nos encontramos en el lugar de trabajo a la una y media, ¿me escuchas? ¡Ni un minuto después! Tengo cosas que hacer. El Consejo de la universidad se reúne todos los días a las once y media, pensó. Oh, ser una mosca sobre esa pared. Sonrió...

Trev estaba sentado en la maltratada silla vieja que servía como su oficina en los tanques. El trabajo iba avanzando al acostumbrado y confiable paso de tortuga. —Ah, veo que ha llegado temprano, Sr. Trev —dijo Nutt—. Lamento no haber estado aquí. Tuve que ir y lidiar con un contratiempo de un candelero de emergencia. —Se acercó, inclinándose—. He hecho lo que usted me pidió, Sr. Trev. Trev despertó de su ensueño de Julieta y dijo: —¿Huh?

—Usted me pidió que escribiera... que mejorara su poema para la señorita Julieta. —¿Lo ha hecho? —¿Quizás le gustaría echarle una mirada, Sr. Trev? —Le pasó el papel a Trev y se paró junto a la silla, nervioso como un alumno junto al profesor. Después de un rato muy breve la frente de Trev se arrugó. —¿Qué es ee-er? —Eso es “e’er”, señor, como en "donde e'er ella camina". —¿Usted quiere decir, seguro, ella camina por el aire? —dijo Trev. —No, Sr. Trev. Yo lo pondría en poesía si fuera usted. Trev continuó pasando apuros. Nunca había tenido mucho que ver con la poesía, excepto de la clase que empezaba "Había una dama joven de Quirm", pero esto parecía una cosa real. La página parecía llena de palabras y con todo llena de espacio también. También, la escritura era sumamente rizada y ésa era una firma, seguro, ¿no? Uno no tenía ese tipo de cosas en la dama de Quirm. —Esto es grande, Sr. Nutt. Esto es realmente grande. Esto es poesía, ¿pero qué dice realmente? Nutt se aclaró la garganta. —Bien, señor, la esencia de la poesía de esta naturaleza es crear un humor que hará que el receptor, en otras palabras, señor, la dama joven a la que usted va a enviarla, se sienta muy generosamente dispuesta hacia el escritor del poema, que sería usted, señor, en este caso. De acuerdo con su Señoría, todo lo demás sólo es presumir. Le he traído una pluma y un sobre; si usted firmara gentilmente el poema me aseguraré de que llegue a la señorita Julieta. —Apuesto que nunca nadie le ha escrito un poema —dijo Trev, patinando rápidamente sobre la verdad de que él tampoco—. Me encantaría estar ahí cuando lo lea. —Eso no sería aconsejable —dijo Nutt rápidamente—. El consenso general es que la dama interesada lo lea en ausencia del pretendiente esperanzado, es decir usted, señor, y forme una imagen beneficiosa de él. Su presencia real podría en realidad interponerse, especialmente cuando veo que otra vez no

se ha cambiado su camisa hoy. Además, me informan que hay una posibilidad de que caiga toda su ropa. Trev, que había estado luchando contra el concepto de "pretendiente", adelantó a esta información a toda velocidad. —Er, ¿diga eso otra vez? —Toda su ropa podría caerse. Lamento esto, pero parece ser un subproducto de todo el asunto de la poesía. Pero hablando en general, señor, lleva el mensaje que usted ha pedido, que es decir “Pienso que usted está muy en forma. ¿Qué piensa de una cita? Nada de toqueteos, prometo.” Sin embargo, señor, ya que es un poema de amor, me he tomado la libertad de modificarlo ligeramente para que lleve la sugerencia de que si los toque o los teos parecieran bienvenidos por la dama joven no lo encontrará deficiente en ningún departamento.

El Archicanciller Ridcully se frotó las manos. —Bien, caballeros, espero que todos hayamos visto los periódicos esta mañana, ¿o les hayan echado un vistazo en todo caso? —Pensé que la portada no era el sitio —dijo el Conferenciante en Runas Recientes—.

Me

sacó

totalmente

de

mi

desayuno.

Metafóricamente

hablando, por supuesto. —Aparentemente, la urna ha estado en los sótanos del museo durante al menos trescientos años, pero por alguna razón hace sentir su presencia ahora —dijo Ridcully—. Por supuesto, tienen toneladas de cosas ahí que no han sido miradas apropiada y realmente y la ciudad estaba pasando un período mojigato entonces y no le importaba conocer ese tipo de cosas. —¿Qué, esos hombres tienen penes? —dijo el Dr. Hix—. Ese tipo de noticias aparece tarde o temprano. —Miró las caras de desaprobación y añadió—: Anillo de cráneo, ¿recuerdan? Bajo el estatuto de la universidad el director del Departamento de Comunicaciones Post-Mortem tiene derecho, no, está obligado a hacer comentarios insípidos, divisivos y medianamente malvados. Lo siento, pero éstas son sus reglas.

—Gracias, Dr. Hix. Sus comentarios fuera de lugar son debidamente notados y apreciados. —¿Saben? Me parece muy sospechoso que esta urna desgraciada haya aparecido justo en este momento —observó el Prefecto Mayor—, ¿y espero no ser el único en esto? —Sé qué quiere decir —dijo Hix—. Si no supiera que el Archicanciller había detenido su trabajo de convencer a Vetinari de que nos dejara jugar, pensaría que esto era alguna clase de plan. —S-sí —dijo Ridcully, pensativo. —Las viejas reglas parecen mucho más interesantes, señor —dijo Ponder. —S-sí. —¿Leyó la parte que dice que no se permitía a los jugadores usar sus manos, señor? ¿Y que el sumo sacerdote va al campo de juego para asegurar que las reglas sean honradas? —No puedo ver ese contagio en estos días —dijo el Conferenciante en Runas Recientes. —Va armado con una daga envenenada, señor —dijo Ponder. —¿Ah? Bien, eso debía resultar en un partido más interesante, al menos, ¿eh? Mustrum... ¿Mustrum? —¿Qué? Oh, sí. Sí. Algo en qué pensar, realmente. Sí, efectivamente. Un hombre, a cargo... El observador que ve la mayor parte del partido... los jugadores, de hecho... Entonces ¿qué movimiento me he perdido? —¿Perdón, Archicanciller? Ridcully parpadeó a Ponder Stibbons. —¿Qué? Oh, sólo componía mis ideas, como uno hace. —Se enderezó—. En todo caso las reglas no nos interesan en este momento. Tenemos que jugar este partido en cualquier eventualidad y por tanto cumpliremos con ellas en las mejores costumbres de la deportividad hasta que hayamos averiguado dónde podrían ser quebradas con más utilidad para nuestra ventaja. Sr. Stibbons, usted está compaginando nuestros estudios del juego. La palabra es suya. —Gracias, Archicanciller. —Ponder se aclaró la garganta—. Caballeros, es evidente que el juego del fútbol es algo más que las reglas y la naturaleza

del juego. En todo caso, éstas son puras consideraciones mecánicas; los cantos y, por supuesto, la comida son más de nuestra incumbencia, creo. Parecen ser una parte esencial del juego. Por desgracia, también los garrotes17 de los hinchas. —¿Cuál es la naturaleza de este problema? —preguntó Ridcully. —Se golpean unos a otros en la cabeza con ellos. Sería verdad decir que las peleas y la violencia sin sentido, tal como ocurrió ayer por la tarde, son las piedras angulares del deporte. —Un lejano grito de sus orígenes antiguos, entonces —dijo el Director de Estudios Indefinidos, sacudiendo la cabeza. —Bien, sí. Tengo entendido que en aquellos días el equipo perdedor era estrangulado. Sin embargo, supongo que esto sería llamado violencia consciente, que tenía lugar con el consentimiento entusiasta de la comunidad entera, o por lo menos esa parte de ella que todavía era capaz de respirar. Por fortuna, no tenemos hinchas aún, de modo que éste no es actualmente nuestro problema, y propongo que vayamos directamente a los pasteles. Se escuchó un coro de acuerdo general desde los magos. La comida era su especialidad, y si era posible una rebanada de pastel también. Algunos de ellos ya estaban observando la puerta, anticipándose al carrito del té. Parecía que había pasado una era desde las nueve. —El pastel es fundamental para el juego —continuó Ponder—, que es en general de pasta quebrada y contiene apropiadas sustancias de pastel. Recogí media docena y los probé sobre los sujetos acostumbrados. —¿Los estudiantes? —preguntó Ridcully. —Sí. Dijeron que eran muy horribles. Ni punto de comparación con los pasteles aquí, dijeron. Los terminaron, sin embargo. El examen de los ingredientes sugiere que consisten en jugo de carne, grasa y sal, y en la medida en que fue posible saber, ninguno de los estudiantes parece haber muerto... —Así que estamos adelante sobre los pasteles, entonces —dijo Ridcully alegremente. 17

Ligero juego de palabras. Club es tanto club como garrote. (NT)

—Supongo que sí, Archicanciller, aunque no creo que la calidad del pastel juegue algún rol... —Paró, porque la puerta se había abierto para permitir el ingreso de un reforzado carrito de té, uno para trabajos pesados. Ya que no era propulsado por Ella, los magos ya no prestaron atención y se instalaron a pasar las tazas, girar el tazón de azúcar, la inspección de la calidad de los bollos de chocolate con una perspectiva de tomar más que lo que tenían derecho y todas otras pequeñas diversiones sin las que un comité sería un dispositivo inteligente para tomar decisiones útiles rápidamente. Cuando el traqueteo hubo cesado, y hubieron terminado de pelear por el último bollo, Ridcully tintineó su cucharilla sobre el borde de su taza pidiendo silencio, aunque porque era Ridcully esto sólo añadió el estrépito de loza rota al tumulto. En cuanto la muchacha a cargo del carrito hubo pasado una esponja por todo el mundo, él continuó: —Los cantos, caballeros, parecen ser otro elemento sin importancia a primera vista, pero tengo razones para creer que tiene cierto poder, y los ignoraremos en nuestro peligro. Veo que los traductores del museo dicen que los cantos modernos eran originalmente los himnos a la diosa, que le pedían conceder sus favores al equipo preferido, mientras que las náyades bailaban sobre los bordes del campo de juego, los mejores para alentar a los jugadores a mayores hazañas de destreza. —¿Náyades? —preguntó el Director de Estudios Indefinidos—. Son ninfas del agua, ¿verdad? ¿Mujeres jóvenes con ropa muy delgada y húmeda? ¿Por qué alguien las querría por allí? Además, ¿no ahogaban a los marineros cantándoles? Ridcully dejó la pausa pensativa colgando en el aire durante un rato antes de responder: —Por fortuna, no creo que nadie en esos días esperara que juguemos al fútbol debajo del agua. —Los pasteles flotarían —dijo el Director de Estudios Indefinidos. —No necesariamente —dijo Ponder. —¿Y qué me dice de la ropa, Sr. Stibbons? ¿Supongo que habrá alguna? —Las temperaturas eran algo más cálidas antiguamente. Puedo asegurarle que nadie insistirá en los desnudos.

Ponder pudo haber notado el ruido cuando la muchacha con el carrito del té casi dejó caer una taza, pero era bastante gentil para no notar que se había dado cuenta. Continuó. —Actualmente los equipos usan viejas camisas y pantalones cortos. —¿Qué tan cortos? —dijo el Director de Estudios Indefinidos, con urgencia en su voz. —Cerca de la mitad de la rodilla, creo —dijo Ponder—. ¿Es probable que sea un problema? —Sí. Las rodillas deben estar cubiertas. Es un hecho conocido que un vistazo a la rodilla masculina puede conducir a las mujeres a una locura de carácter libidinoso. —Se escuchó otro ruido desde el carrito del té, pero Ponder lo ignoró porque su propia cabeza había sonado un poco también. —¿Está seguro sobre eso, señor? —Es un hecho establecido, joven Stibbons. Ponder había encontrado un pelo gris sobre su peine aquella mañana y no estaba de humor para tomar esto de pie. —¿Y precisamente en qué libros...? —empezó, pero Ridcully lo interrumpió con diplomacia poco habitual. En general le gustaban las peleas pequeñas entre el cuerpo docente. —¿Algunas pulgadas más para que el acoso de las damas no nos presente problemas, seguramente, Mister Stibbons? Ups... Esto último era para Glenda, que había dejado caer dos cucharas sobre la alfombra. Ella le hizo una rápida reverencia. —Er, sí... y deberíamos lucir los colores de la universidad —continuó, con una pizca de nerviosismo. Ridcully se enorgullecía de tratar bien al personal, y lo hacía efectivamente siempre que lo recordara, pero la expresión de diversión inteligente sobre la cara de la muchacha regordeta lo había turbado; era como si un pollo le hubiera guiñado un ojo. —Hum, sí, sí efectivamente —dijo—. El viejo suéter rojo que solíamos usar en mis días de remo, con la U grande en el frente, tan fresco... Echó un vistazo a la empleada, que estaba frunciendo el ceño. Pero él era Archicanciller, ¿verdad? Lo decía sobre su puerta, ¿verdad?

—Eso es lo que haremos —declaró—. Investigaremos los pasteles, aunque he visto algunos pasteles que no valen la pena de investigar, ja ja, y adaptaremos el viejo suéter rojo. ¿Qué viene después, Sr. Stibbons?' —Con respecto a los cantos, señor. Le he pedido al Maestro de la Música que trabaje en algunas opciones —dijo Ponder suavemente—. Tenemos que seleccionar un equipo lo antes posible. —No veo cuál es la prisa —dijo el Director de Estudios Indefinidos, que casi se había quedado dormido en los brazos de un exceso de bollo de chocolate. —El

legado,

¿recuerda?

—dijo

el

director

del

Departamento

de

Comunicaciones Post-Mortem—. Nosotros... —¡Pas devant la domestique!18 —interrumpió el Conferenciante en Runas Recientes. Automáticamente, Ridcully se volvió otra vez para mirar a Glenda, y tuvo la clara sensación de que aquí había una mujer a punto de aprender una lengua extranjera deprisa. Era una idea rara pero ligeramente excitante. Hasta este momento, nunca había pensado en las empleadas en singular. Eran todas... sirvientes. Era educado con ellas, y les sonreía cuando era apropiado. Suponía que a veces hacían otras cosas además que alcanzar y llevar, y a veces se iban para casarse y a veces sólo... salían. Hasta ahora, sin embargo, nunca había pensado realmente que ellas podrían pensar, mucho menos en qué pensaban, y menos de todo qué pensaban sobre los magos. Se volvió hacia la mesa. —¿Quién estará haciendo los cantos, Sr. Stibbons? —Los hinchas mencionados anteriormente, fans, señor. Es la abreviatura de fanáticos. —¿Y los nuestros serán... quiénes? —Bien, somos el empleador más grande en la ciudad, señor. —En realidad pienso que Vetinari lo es, y deseo por todos los infiernos saber exactamente a quién está empleando —dijo Ridcully. —Estoy seguro de que nuestro leal personal nos animará —dijo el Conferenciante en Runas Recientes. Se volvió hacia Glenda, y ante la

18

No delante de la empleada. (NT)

consternación de Ridcully dijo, pegajosamente—: Estoy seguro de que usted sería una admiradora, ¿verdad, mi niña? El Archicanciller se reclinó. Tenía una clara sensación de que esto iba a ser divertido. Bien, ella no se había ruborizado y no había gritado. A decir verdad, no había hecho nada, aparte de recoger la loza con cuidado. —Animo a los Hermanas Dolly, señor. Lo he hecho siempre. —¿Y son buenos? —Tienen una mala racha por el momento, señor. —Ah, entonces espero que quiera animar a nuestro equipo, ¡que será muy bueno efectivamente! —No puedo hacerlo, señor. Uno tiene que animar a su equipo, señor. —Pero usted acaba de decir que no lo estaban haciendo bien. —Es entonces cuando uno alienta a su equipo, señor. De otra manera uno es un numper. —¿Un numper es...? —preguntó Ridcully. —Es alguien que es todo aclamaciones cuando las cosas van bien, y luego sale corriendo a otro equipo cuando hay una mala racha. Ellos siempre gritan más alto. —¿Así que uno alienta al mismo equipo toda la vida? —Bien, si usted se muda está bien cambiar. A nadie le molestará mucho a menos que usted se vaya hacia un real enemigo. —Miró sus expresiones perplejas, suspiró y continuó—: Como los Colinalanilla Unidos y los Mentira, o los Hermanas Dolly y los Viejos Amigos Buenreóstato, o los Empacadores de Cerdo de Colina Chiquero y los Jabalís de Colgar. ¿Los conocen? —Como claramente no era así, continuó—: Se odian unos a otros. Siempre lo han hecho, siempre lo harán. Ésos son los malos partidos. Las persianas se levantan para ésos. No sé qué dirían mis vecinos si me vieran aclamando a los Reóstato. —¡Pero eso es horrible! —dijo el Director de Estudios Indefinidos. —Excúseme, señorita —dijo Ponder—, pero la mayoría de esos pares están muy cerca entre sí, entonces ¿por qué se odian tanto?

—Eso es fácil por lo menos —dio el Dr. Hix—. Es difícil odiar a las personas que están a gran distancia. Uno olvida qué pesados son. Pero uno ve las verrugas de un vecino todos los días. —Ése es justo el tipo de comentario descarado que esperaría de un comunicador post-mortem —masculló el Director de Estudios Indefinidos. —O uno realista —dijo Ridcully, sonriendo—. Pero Hermanas Dolly y Buenreóstato están muy apartados, señorita. Glenda se encogió de hombros. —Lo sé, pero siempre ha sido así. Así es como es. Es todo lo que sé. —Bien, ¿gracias...? —No hubo ninguna mala interpretación de la pregunta colgando. —Glenda —dijo. —Veo que hay muchas cosas que aún no comprendemos. —Sí, señor. Todo. —No había querido decir eso en voz alta. Sólo escapó por propia decisión. Hubo un revuelo entre los magos, que estaban confundidos porque lo que había ocurrido no podía haber ocurrido realmente. El carrito del té también podría haber relinchado. Ridcully golpeó su mano sobre la mesa antes de que los otros pudieran convocar las palabras. —Bien dicho, señorita —dijo riéndose, mientras Glenda esperaba que el piso se abriera y la tragara—. Y estoy seguro de que la observación vino del corazón, porque sospecho que no podía haber venido desde la cabeza. —Lo siento, señor, pero el caballero preguntó mi opinión. —Ahora, ése era de la cabeza. Bien hecho —dijo Ridcully—. Así que, por lo tanto, denos el beneficio de su idea, Srta. Glenda. Todavía en una especie de conmoción, Glenda miró los ojos del Archicanciller y vio que no era tiempo de ser menos que audaz, pero eso era perturbador también. —Bien, ¿de qué se trata todo esto, señor? Si usted quiere jugar, simplemente vaya y hágalo, ¿sí? ¿Por qué cambiar las cosas? —El juego de patear-la-pelota es muy antiguo, Srta. Glenda.

—Bien, también ustedes... lo siento, lo siento, pero, bien. Usted sabe. Los Magos son siempre magos. No hay un montón de cambios aquí, ¿o sí? Y entonces usted habla de algún maestro de la música para hacer un nuevo canto, y no es así cómo va. La Presión hace los cantos. Simplemente ocurren. Simplemente, seguro, salen del aire. Y los pasteles son bastante horribles, es verdad, pero cuando uno está en la Presión, y hay un clima embarrado, y el agua pasa a través del abrigo, y los zapatos están goteando, y luego uno muerde el pastel, y uno sabe que todos los demás están mordiendo el pastel, y la grasa se escurre por la manga, bien, señor, no tengo palabras para eso, señor, realmente, señor. Hay una sensación que no puedo describir, pero es un poco como ser niño en la Noche de la Vigilia del Puerco, y usted simplemente no puede comprarlo, señor, usted no puede escribirlo u organizarlo o hacer que brille o domarlo. Lamento hablar fuera de turno, señores, pero ése es el resumen. Usted debe haberlo sabido, señor. ¿No lo llevó su padre alguna vez a un partido? Ridcully bajó la vista a la mesa, al Consejo, y notó cierta humedad en los ojos. Los magos eran, en gran parte, de esa generación de la que los abuelos son esculpidos. Eran también, en gran parte, grandes, y llenos de cínico malhumor y de torpeza de los años, pero… el olor de los abrigos baratos bajo la lluvia, que siempre tiene un tinte y un sabor a hollín, y tu padre, o tal vez tu abuelo, que te levanta sobre sus hombros, y allí estabas, por encima de esos sombreros y bufandas baratos, y podías sentir el calor de la Presión, observar sus mareas, sentir su latido, y entonces, con seguridad, te sería entregado un pastel, o tal vez medio pastel en tiempos duros, y si eran realmente malos sería un puñado de pastel de pollo, grasoso y gordo, que tenía que ser comido poco a poco para hacerlo durar más... o cuando los tiempos eran buenos podía haber un verdadero placer, como un hot dog que no tenías que compartir, o un plato de guiso, con una pompa de grasa amarilla en la cima y trozos de cartílagos que podías masticar de camino a casa, carne que ahora no le darías a un perro pero que era loto sagrado comido por los dioses, bajo la lluvia, entre los cantos, en el seno de la Presión...

El Archicanciller parpadeó. Parecía no haber pasado nada de tiempo, a menos que uno contara setenta años que se habían pasado así. —Er, muy gráficamente argumentado —dijo, y se calmó—. Interesantes opiniones bien planteadas. Pero, mire, tenemos una responsabilidad aquí. Después de todo, esta ciudad era sólo un puñado de pueblos antes de que mi universidad fuera construida. Estamos preocupados por las peleas en las calles ayer. Escuchamos un rumor de que alguien fue asesinado porque alentaba al equipo equivocado. No podemos quedarnos parados y que ocurra este tipo de cosa. —Así que van a cerrar el Gremio de Asesinos, ¿o no, señor? Se escuchó un grito entrecortado desde cada boca, incluyendo la suya propia. La única idea sensata que no huyó de su mente fue: ¿Me pregunto si ese trabajo todavía está vacante en el Gremio de Bufones? El sueldo no era mucho, pero saben cómo apreciar un pastel. Cuando se atrevió a mirar, el Archicanciller se había quedado mirando el techo, mientras sus dedos tamborileaban sobre la mesa. Debería haber tenido más cuidado, gimió Glenda en su propia oreja. No te pongas conversadora con las personas de clase. Tú olvidas qué eres, pero ellos no. El tamborileo paró. —Buen punto, bien presentado —dijo Ridcully—, y ordenaré mis respuestas así. —Sacudió un dedo y, con un olor a grosellas y un pop, un pequeño globo rojo apareció en el aire sobre la mesa. —Uno: los Asesinos, aunque mortales, no son aleatorios, y efectivamente son en mayor parte un peligro para ellos mismos. El asesinato sólo debería ser temido, en términos generales, por aquellos con poder suficiente para recibir una cuchillada, por así decir, al defenderse. Otro pequeño globo apareció. —Dos: es un artículo de fe con ellos que la propiedad quedará intacta. Son siempre corteses y considerados, y notoriamente silenciosos, y nunca soñarían con lograr su objetivo en una calle pública. Un tercer globo apareció. —Tres: son organizados y por lo tanto bien dispuestos a las influencias cívicas. Lord Vetinari es muy aficionado a ese tipo de cosa.

Y otro globo vino con un pop. —Y cuatro: Lord Vetinari es él mismo un Asesino entrenado, especializando en cautela y venenos. No estoy seguro de que compartiría su opinión. Y es un Tirano incluso si ha desarrollado la tiranía a tal punto de perfección metafísica que es un sueño más que una fuerza. Él no tiene que escucharla, vea. Ni siquiera tiene que escucharme a mí. Escucha a la ciudad. No sé cómo lo hace, pero lo hace. Y la toca como un violín... Ridcully hizo una pausa, entonces continuó: —... o la juega como el juego más complicado que usted pueda imaginar. La ciudad trabaja, no perfectamente, pero mejor que nunca. Pienso que es tiempo que el fútbol cambie también. —Sonrió a su expresión—. ¿Cuál es su trabajo, dama joven? Porque usted está desperdiciada en él. Eso probablemente significaba un cumplido, pero Glenda, su cabeza tan perpleja y tan llena de las palabras del Archicanciller que se estaban escurriendo poco a poco de sus orejas, se escuchó decir: —¡Por cierto no estoy desperdiciada, señor! ¡Usted nunca ha comido mejores pasteles que los míos! ¡Dirijo la Cocina Nocturna! La metafísica de la política real no era un tema de interés para la mayoría de los presentes, pero sabían dónde estaban con los pasteles. Ella ya era el centro de atención, pero ahora ardía por el interés. —¿De veras? —dijo el Director de Estudios Indefinidos—. Pensábamos que era la muchacha bonita. —¿De veras? —dijo Glenda alegremente—. Bien, yo la administro. —Entonces, ¿quién hace ese maravilloso pastel que ustedes envían aquí a veces, con la pasta de queso y la capa de encurtidos calientes? —¿El Pastel del Arador? Yo, señor. Mi propia receta. —¿De veras? ¿Cómo logra que las cebollas en escabeche queden tan duras y crujientes al hornearlas? ¡Es simplemente asombroso! —Mi propia receta, señor —dijo Glenda con firmeza—. No sería mía si se la dijera a alguien más. —Bien dicho —dijo Ridcully con regocijo—. Uno no puede andar por ahí pidiendo a los artesanos los secretos de su oficio, viejo amigo. Es algo que uno simplemente no hace. Ahora, estoy concluyendo esta reunión, aunque la

conclusión a la que haya llegado, de hecho, la decidiré después. —Se volvió hacia Glenda—. Gracias por venir aquí hoy, Srta. Glenda, y no preguntaré por qué una joven dama que trabaja en la Cocina Nocturna está sirviendo el té aquí arriba casi al mediodía. ¿Tiene algún consejo adicional para nosotros? —Bien —dijo Glenda—, ya que lo pregunta... No, realmente no debería decir... —Éste es difícilmente el momento para la timidez, ¿verdad? —Bien, es sobre sus colores, señor. Eso quiere decir los colores de su equipo. Nada mal con rojo y amarillo, nadie más usa esos dos, pero, bien, usted quiere dos grandes letras en la delantera, ¿no? ¿Como UI? —Agitó sus manos en el aire. —Sí, eso es exactamente correcto. Después de todo, es lo que somos. — asintió Ridcully. —¿Está seguro? Quiero decir, sé que ustedes caballeros son solteros y todo eso, pero... bien, se verán como si tuvieran un solo pecho. Sinceramente. —Oh dioses, señor, tiene razón —dijo Ponder—. Formará una figura algo desafortunada... —¿Qué clase de mente vería algo así en un par de letras inocentes? —exigió enfadado el Conferenciante en Runas Recientes. —No lo sé, señor —dijo Glenda—, pero todos los hombres que miran el fútbol tienen una. E inventarían apodos. Adoran hacerlo. —Sospecho que podría tener razón —dijo Ridcully—, pero nunca tuvimos ningún problema cuando yo remaba en los viejos días. —Los hinchas de fútbol son algo más fuertes en su lenguaje, señor —dijo Ponder. —Sí, y en aquellos días éramos muy descuidados cuando se trataba de lanzar bolas de fuego, según recuerdo —reflexionó Ridcully—. ¡Oh, cielos, qué lástima! Estaba esperando con ansias ventilar un poco el viejo trapo otra vez. Sin embargo, estoy seguro de que podemos cambiar el diseño un poco para evitar la vergüenza por completo. Gracias otra vez, Srta. Glenda. Pecho, ¿eh? Salvación de milagro ahí, por completo. Buen día para usted. — Cerró la puerta detrás del carrito, que Glenda empujaba a toda carrera...

Molly, la empleada principal en la Cocina Diurna, estaba preocupada en el extremo del corredor más allá. Se relajó aliviada cuando Glenda dobló la esquina, las tazas de té traqueteando. —¿Estuvo todo bien? ¿Algo salió mal? Me meteré en tantos problemas si algo salió mal. ¡Dígame que nada salió mal! —Todo estuvo bien —dijo Glenda. Eso mereció una mirada recelosa. —¿Está segura? ¡Usted me debe por esto! Las leyes de los favores están entre las más fundamentales en el multiverso. La primera ley es: nadie pide un único favor; el segundo pedido (después de conceder el primer favor), precedido por “¿y puedo ser tan descarado...?”, es el pedido del segundo favor. Si el segundo pedido antes mencionado no es consentido, la segunda ley asegura que la necesidad de alguna gratitud por el primer favor queda anulada, y de conformidad con la tercera ley el dador del favor no ha hecho ningún favor en absoluto, y el campo del favor colapsa. Pero Glenda calculaba que había ganado muchos favores con el paso de los años, y que le debían algunos a ella misma. Además, tenía razones para creer que Molly había estado usando el bienvenido descanso en coquetear con su novio, que trabajaba en la panadería. —¿Puede incluirme en el banquete del miércoles por la noche? —Lo siento, el mayordomo escoge quién hará esos trabajos —dijo Molly. Ah, sí, las muchachas altas y delgadas, pensó Glenda. —¿Por qué miércoles querría usted venir, de todos modos? —dijo Molly—. Es mucho andar de un lado para otro y no mucho sueldo, a fin de cuentas. Quiero decir, recibimos algunas sobras decentes después de un gran acontecimiento, pero ¿qué es eso para usted? ¡Todos saben que usted es la reina de los sobrantes! —Hizo una pausa, demasiado torpemente—. Quiero decir, todos sabemos que usted es realmente muy buena para hacer maravillosa comida con apenas algo de sobrante —farfulló—. ¡Eso es todo lo que quería decir! —No creo que usted quisiera decir otra cosa —dijo Glenda, manteniendo su voz llana. Pero la levantó otra vez para añadir, mientras Molly salía sigilosa

—: ¡Puedo devolverle el favor ahora mismo! ¡Usted tiene dos huellas de manos harinosas en su culo! La mirada intensa que volvió fue una pequeña victoria, pero uno tiene que tomar lo que uno puede conseguir. Sin embargo, ese extraño intervalo, que estaba segura lamentaría, había tomado mucho tiempo. Tenía que organizar la Cocina Nocturna.

Cuando la puerta se cerró detrás de la empleada algo directa, Ridcully inclinó la cabeza hacia Ponder con intención. —Muy bien, Sr. Stibbons. Usted estaba observando su taumómetro todo el tiempo que estuve hablando con ella. Dígalo ya. —Alguna clase de enredo —dijo Ponder. —Y ahí estaba yo pensando que Vetinari estaba detrás del asunto con la urna —dijo Ridcully tristemente—. Debería haberme dado cuenta de que él nunca es tan poco sutil. —Oh, supuse que iba a ser algo así justo desde el principio —dijo el Conferenciante en Runas Recientes. —Efectivamente —dijo el Director de Estudios Indefinidos—. Cruzó mi mente tan pronto como lo vi en el periódico. —Caballeros —dijo Ridcully—. Reconozco que tan pronto como tengo una idea sobre qué es algo, resulta que todos ustedes sabían qué era. Estoy asombrado. —Excúsenme —dijo el Dr. Hix—, pero no tengo una pista sobre lo que ustedes están hablando. —¡Está desconectado! ¡Ha estado pasando mucho tiempo bajo tierra, señor! —dijo el Conferenciante en Runas Recientes con severidad. —Ustedes no me dejan salir a menudo, ¡es por eso! ¿Y puedo recordarles que tengo que mantener una línea vital de defensa cósmica en este establecimiento, aquí, con un personal de exactamente uno? ¡Y está muerto! —¿Quiere decir Charlie? Recuerdo al viejo Charlie, entusiasta trabajador sin embargo —dijo Ridcully.

—Sí, pero tengo que cambiarle el cableado todo el tiempo —suspiró Hix—. Trato de mantenerlos al corriente de las cosas en mis informes mensuales. ¿Espero que ustedes los lean...? —Dígame, Dr. Hix —dijo Ponder—, ¿experimentó algo anormal cuando esa dama joven estaba hablando tan elocuentemente? —Bien, sí, tuve un momento agradable de recuerdo feliz sobre mi padre. —También todos nosotros, estoy seguro —dijo Ponder. Hubo un melancólico cabeceo alrededor de la mesa. —Nunca conocí a mi padre. Fui criado por mis tías. Tuve un deja vu sin el vu original. —¿Y no era mágico? —sugirió el Conferenciante en Runas Recientes. —No. Religión, sospecho —dijo Ridcully—. Un dios invocado, ese tipo de cosa. —No invocado, Mustrum —dijo el Dr. Hix—. ¡Convocado por derramamiento de sangre! —Oh, espero que no —dijo Ridcully, poniéndose de pie—. Me gustaría probar un pequeño experimento esta tarde, caballeros. No hablaremos de fútbol, no especularemos sobre el fútbol, no nos preocuparemos por el fútbol... —Va a hacernos jugar, ¿verdad? —dijo tristemente el Conferenciante en Runas Recientes. —Sí —dijo Ridcully, más que algo molesto por el estropeo de una perfectamente buena perorata—. Apenas un poco de patear por ahí para ayudarnos a conseguir algo de experiencia práctica del juego mientras jugamos. —Er. Estrictamente, bajo las nuevas reglas, quiero decir las antiguas que tomaremos como nuestro modelo, la experiencia práctica significa sin manos —dijo Ponder. —Bien señalado, ese hombre. Ponga el aviso, ¿quiere? ¡Práctica de fútbol sobre el césped después del almuerzo!

Una cosa que uno tenía que recordar cuando se trataba de los enanos era que mientras compartían el mismo mundo con uno, metafóricamente

pensaban en él como si estuviera cabeza abajo. Sólo los más ricos e influyentes enanos vivían en las cavernas más profundas. Para un enano, un ático en el centro de la ciudad sería alguna clase de barrio pobre. A los enanos les gustaba oscuro y fresco. No paraba allí. Un enano cada vez mejor estaba realmente sin blanca, y los enanos de la clase alta eran la clase más baja. Un enano que era rico, sano y tenía respeto y su propia granja de ratas justificablemente se sentía en el fondo y era considerado en baja estima. Cuando uno hablaba con los enanos, uno ponía su mente cabeza abajo. La ciudad, también. Por supuesto, cuando uno cavaba en Ankh-Morpork sólo encontraba más AnkhMorpork. Miles de años de ella, listos para ser cavados, apuntalados y amurallados con el brillante ladrillo enano. Era la "Gran Empresa" de Lord Vetinari. Los muros de la ciudad la ceñían como el sueño más feliz de un fetichista. La gravedad sólo brindaba un limitado suministro de hacia arriba, pero la profunda marga de la llanura tenía un ilimitado suministro de hacia abajo. Glenda se sorprendió, por lo tanto, al encontrar a Shatta justo en la superficie en el Maul, al lado de las tiendas de ropa femenina muy refinada que era para damas humanas. Eso tenía sentido, sin embargo; si uno fuera a lograr una escandalosa ganancia vendiendo ropa, tenía sentido camuflarse entre otras tiendas que hacían lo mismo. No estaba segura sobre el nombre, pero aparentemente Shatta significaba "una maravillosa sorpresa" en Enanés, y si uno empezara a reírse de ese tipo de cosas entonces nunca tendría tiempo de hacer una pausa para respirar. Se acercó a la puerta con la aprensión de alguien que estaba seguro de que en el momento en que pusiera un pie dentro le cobrarían cinco dólares el minuto por respirar y que luego sería colgada cabeza abajo para sacarle todo su dinero con un gancho. Y era, efectivamente, elegante. Pero era elegante enano. Eso significaba un horrible montón de cota de malla, y suficiente armamento para tomar una ciudad... pero si uno prestaba atención, uno se daba cuenta de que eran cota de malla y armamento femeninos. Así era cómo las cosas estaban ocurriendo, aparentemente. Las mujeres enanas se habían hartado de verse

como hombres enanos todo el tiempo

y

metafóricamente estaban derritiendo sus petos para hacer algo un poco más ligero y con correas ajustables. Julieta le había explicado esto en el camino, aunque, por supuesto, Julieta no usaba la palabra "metafóricamente", por estar algunas sílabas más allá de su alcance. Había hachas de batalla y martillos de guerra, pero todos con ese cierto toque femenino: un hacha de guerra, aparentemente capaz de partir una columna vertebral a lo largo, estaba bellamente grabada con flores. Era otro mundo, y mientras estaba de pie justo en la entrada mirando a su alrededor, Glenda se sintió aliviada porque había otros humanos en el sitio. A decir verdad, había muy pocos, y eso era sorprendente. Uno de ellos, una joven mujer humana con botas de acero de seis pulgadas de altura, gravitó hacia ellas como atraída por un imán... y teniendo en cuenta la cantidad de metal ferroso sobre su cuerpo, un imán era algo que nunca pasaría deprisa. Sostenía una bandeja de bebidas. —Hay aguamiel negro, aguamiel rojo y aguamiel blanco —dijo, y luego bajó su voz unos pocos decibeles y tres clases sociales—. En realidad, el aguamiel rojo es realmente jerez y todas las damas enanas lo están bebiendo. A ellas les gusta no tener que beber a grandes tragos. —¿Tenemos que pagar por esto? —dijo Glenda nerviosa. —Es gratis —dijo la muchacha. Señaló un tazón con pequeñas cosas negras sobre la bandeja, cada una pinchada con un palillo de cóctel, y dijo con leve desesperanza—, y prueben la fruta de rata. Antes de que Glenda pudiera pararla, Julieta había tomado una y estaba masticando con entusiasmo. —¿Qué parte de una rata es su fruta? —preguntó Glenda. La muchacha con la bandeja no la miró directamente. —Bien, ¿usted conoce el pastel del pastor? —dijo. —Conozco doce recetas diferentes —dijo Glenda en un raro momento de engreimiento. En realidad era una mentira. Probablemente conocía unas cuatro recetas porque había uno podía hacer con carne y papas, pero la fastuosa grandiosidad metálica del sitio la estaba poniendo nerviosa y sintió la necesidad de defenderse. Y entonces la comprensión amaneció—. Oh, usted quiere decir el tradicional pastel del pastor —dijo—, hecho con el...

—También me temo —dijo la muchacha—, pero son muy populares entre las damas. —No comas más, Juls —dijo Glenda rápidamente. —Está muy bueno —dijo Julieta—. ¿No puedo comer uno más? —Sólo uno, entonces —dijo Glenda—. Eso debería igualar a la rata. —Se sirvió un jerez y la muchacha, manteniendo el equilibrio cuidadosamente mientras cargaba tres cosas diferentes con dos manos diferentes, le pasaba un folleto satinado. Glenda echó un vistazo a través de él y supo que su impresión original había sido correcta. Este lugar era tan costoso que no te decían el precio de nada. Uno siempre podía estar seguro de que las cosas iban a ser costosas cuando no te decían el precio. No tenía sentido echar un ojo, te chuparía el sueldo a través de tus globos oculares. ¿Bebidas gratis? Oh, sí. Sin nada más que hacer, exploró al resto de la multitud. Todos, excepto la creciente cantidad y, a decir verdad, ya muy grande de humanos, tenían barba. Todos los enanos tenían barbas. Era parte de ser un enano. Aquí, sin embargo, las barbas eran un poco más finas que las que uno generalmente veía alrededor de la ciudad y había habido algo de experimentación con permanentes y colas de caballo. Había picos de minería a la vista, era verdad, pero colocados en costosas bolsas ornamentadas como si la propietaria pudiera descubrir una probable veta de carbón de camino a las tiendas y no pudiera evitarlo. Compartió esta idea con Julieta, que señaló los pies de otra clienta con tacos altos y dijo: —¿Qué? ¿Y estropear esas botas preciosas? ¡Son Sinuoso Cleavehelms, lo son! ¡Cuatrocientos dólares un par, y tienes que esperar seis meses! Glenda no podía ver la cara de la propietaria de las botas, pero vio el cambio en su lenguaje corporal. La insinuación de que se acicalaba, incluso desde atrás. Bien, pensó, supongo que si uno va a gastar toda la ganancia anual de una familia trabajadora en un par de botas está bien que alguien lo note. Cuando una observa a las personas olvida que las personas la están observando a una. Glenda no era muy alta, lo que significaba que desde su punto de vista los enanos no eran muy bajos. Y se dio cuenta de que dos

enanos se estaban acercando de una manera determinada, uno de los cuales era sumamente expansivo alrededor de la cintura y llevaba un peto tan bellamente martillado y adornado que usarlo en una batalla sería un acto de vandalismo artístico. Él tenía... y una tenía que recordar que todos los enanos eran él a menos que afirmaran lo contrario, cuando habló, una voz que sonaba al más oscuro y costoso tipo de chocolate negro, posiblemente ahumado. Y la mano que tendió tenía tantos anillos en cada dedo que una tenía que mirar con cuidado para darse cuenta de que no usaba un guantelete. Y era una ella, Glenda estaba segura de eso: el chocolate era demasiado grasoso y frutado. —Sumamente feliz de que pudieran venir, mis queridas —dijo, y el chocolate giró—. Soy Madame Sharn. ¿Me preguntaba si ustedes podrían ayudarme? Realmente no soñaría con pedir, pero estoy, como usted diría, entre una roca y la pared. Todo esto fue, para fastidio de Glenda, dirigido a Julieta, que estaba comiendo

fruta

de

rata

como

si

no

hubiera

un

mañana,

que

presumiblemente no lo había para la rata. Ella soltó una risita. —Está conmigo —dijo Glenda, y, sin querer hacerlo, añadió—: ¿Madame? Madame agitó otra mano y más anillos brillaron. —Este salón es técnicamente una mina y eso quiere decir que bajo la ley enana soy el rey de la mina y en mi mina funcionan mis reglas. Y ya que soy Rey, declaro que soy Reina —dijo—. La ley enana se dobla y cruje pero no se rompe. —Bien —empezó Glenda—, nosotras... ¡Hey! Esto fue para el compañero más pequeño de Madame, que en ese momento estaba sujetando una cinta de medir contra Julieta. —Ése es Pepe —dijo Madame. —Bien, si va a tomarse libertades como ésa espero que sea una mujer —dijo Glenda. —Pepe es... Pepe —dijo Madame con calma—. Y no hay ningún cambio de él, por así decirlo, a ella. Las etiquetas son cosas de muy poca ayuda, siento. —Especialmente las suyas, porque no les pone los precios —dijo Glenda, por puro nerviosismo.

—Ah, sí, usted nota estas cosas —dijo Madame, con un guiño que se desarmó en el punto de fusión. Pepe levantó la mirada, excitado, a Madame, que continuó: —¿Me pregunto si usted, si ella... si ambas se molestarían en reunirse conmigo entre bastidores? El asunto es un poco delicado. —Ooh, sí —dijo Julieta de inmediato. De la nada, otras muchachas humanas se materializaron en la multitud y con cuidado abrieron un sendero hacia el fondo de la enorme habitación a lo largo del que Madame avanzaba como impulsada por fuerzas invisibles. Glenda sintió que de repente la situación se le había escapado, pero había sido una buena medida de jerez y él le susurró: ¿Por qué no dejar que una situación se te escape de vez en cuando? O incluso sólo una vez. No tenía idea de qué las esperaba detrás de la puerta dorada en el extremo, pero no había esperado humo y llamas y gritos y alguien chillando en una esquina. El sitio parecía una fundición el día en que dejaron entrar a los payasos. —Démonos prisa. No permitan que esto las perturbe —dijo Madame—. Es siempre así a la hora del espectáculo. Nervios, ya saben. Por supuesto, todos en esta empresa están poco tensos y para empezar siempre está este problema con la micromalla. Es nueva, vean. De acuerdo con ley enana debe ser sellada en cada eslabón y eso sería no sólo un sacrilegio, sino también muy difícil de hacer. —Entre bastidores, parecía que Madame se ponía un poco menos chocolatosa y un poco más real. —¡Micromalla! —dijo Julieta, como si le hubieran mostrado la vía de acceso a la riqueza. —¿Usted sabe qué es? —dijo Madame. —No habla de nada más —dijo Glenda—. Habla y habla. —Bien, por supuesto, es algo maravilloso —dijo Madame—. Casi tan suave como la tela, indudablemente mejor que el cuero... —... y no raspa —dijo Julieta. —Que es siempre una consideración para con el enano más tradicional que no usará tela —dijo Madame—. Las viejas costumbres tribales, cómo nos sujetan, siempre nos jalan hacia atrás. Salimos nosotros mismos de la mina, pero de algún modo siempre arrastramos un trozo de la mina con nosotros.

Si tuviera el poder, la seda sería reclasificada como un metal. ¿Cuál es su nombre, dama joven? —Julieta —dijo Glenda en automático, y luego se ruborizó. Eso era repetir a su mamá, puro y simple. Era casi tan malo como hacer que alguien escupa sobre su pañuelo y limpiarle la cara por él. La dama joven con las bebidas las había seguido y escogió este momento para tomar el vaso vacío de Glenda y reemplazarlo por uno lleno de jerez. —¿Le molestaría sólo caminar aquí y allí por un momento, Julieta? —dijo Madame. Glenda quiso preguntar por qué, pero ya que su boca estaba llena de jerez como un remedio anti-vergüenza, lo dejó pasar. Madame observaba a Julieta con ojo crítico, una mano sostenía el codo del otro brazo. —Sí, sí. Pero quiero decir despacio, como si no tuviera prisa por llegar allí y no se preocupara —dijo Madame—. Imagine que es un ave en el aire, un pez en el mar. Lleve el mundo. —Oh, correcto —dijo Julieta y empezó otra vez. Para cuando Julieta estuvo a medio camino a través del piso por segunda vez, Pepe se había echado a llorar. —¿Dónde ha estado? ¿Dónde fue entrenada? —Él, o posiblemente ella, chilló mientras aplaudía sus mejillas con ambas manos—. ¡Usted debe contratarla de inmediato! —Ella ya tiene un buen trabajo seguro en la universidad —dijo Glenda. Pero el jerez dijo: De vez en cuando no ha terminado aún. ¡No lo arruines! 19 Madame, que claramente tenía un instinto para esta clase de cosas, puso un brazo alrededor de sus hombros. —El problema con las damas enanas, vea, es que muchas de nosotras somos un poco tímidas sobre ser el centro de la atención. También tengo que tener en mente que la ropa enana está demostrando ser muy interesante para las humanas jóvenes de cierta manera de pensar. Su hija es humana... —Madame giró brevemente hacia Julieta—. Usted es humana, ¿verdad, querida? Descubro que vale la pena verificarlo. 19

Los enanos tienen un enfoque sencillo para bebida alcohólica: cerveza, aguamiel, vino, jerez... uno

de tamaño grande es conveniente para todo.

Julieta, que al parecer se había quedado extática mirando un mundo secreto, asintió con entusiasmo. —Oh, bien —dijo Madame—. Y mientras ella está exquisitamente bien hecha y se mueve como de ensueño, no es más alta que el enano medio y francamente, mi querida, algunas de las damas aspirarían a ser un poco más altas que lo que son. Esto puede estar fallando, pero esa caminata, caramba. Los enanos tienen caderas, por supuesto, pero rara vez saben qué hacer con ellas... Lo siento, ¿he dicho algo equivocado? La media pinta de jerez tan recientemente consumida por Glenda finalmente cedió bajo la presión de su rabia. —No soy su madre. Es mi amiga. Madame le lanzó otra de esas miradas que le daban la sensación de que su cerebro estaba siendo sacado y revisado minuciosamente. —¿Entonces le molestaría si le pagara a su amiga... —Hubo una pausa—... cinco dólares por trabajar de modelo para mí esta tarde? De acuerdo, dijo el jerez a Glenda. Te preguntabas dónde iba a llevarte y aquí estás. ¿Puedes ver el panorama? ¿Qué vas a hacer ahora? —Veinticinco dólares —dijo Glenda. Pepe aplaudió sus mejillas otra vez y gritó: —¡Sí! ¡Sí! —Y un descuento de la tienda —dijo Glenda. Madame le lanzó una mirada muy prolongada. —Discúlpeme un momento —dijo la enana. Se alejó y tomó el brazo de Pepe, caminando con él hasta la esquina a cierta velocidad. Glenda no podía escuchar lo que decían sobre alguna fascinación cercana

y

alguien

poniéndose

histérico.

Madame

volvió

sonriendo

artificialmente, Pepe tras sus pasos. —Tengo un espectáculo que comienza en diez minutos y mi mejor modelo ha dejado

caer

su

pico

sobre

su

pie.

Negociaremos

cualquier

futuro

compromiso. ¿Y quieres por favor dejar de saltar arriba y abajo, Pepe? Glenda parpadeó. No puedo creer lo que acabo de hacer, pensó. ¡Veinticinco dólares por ponerse alguna ropa! ¡Es más que lo que gano en un mes! Eso simplemente no es correcto. Y el jerez dijo: ¿Qué exactamente está

equivocado aquí? ¿Te vestirías con cota de malla y desfilarías enfrente de un montón de desconocidos por veinticinco dólares? Glenda se estremeció. Ciertamente no, pensó. Bien, allí lo tienes, entonces, dijo el jerez. Pero todo terminará en lágrimas, pensó Glenda. No, sólo dices eso porque parte de ti piensa que debería ser así, dijo el jerez. Tú sabes que hay cosas mucho peores que ponerse alguna ropa y que una muchacha podría hacer por veinticinco dólares. Sacársela, para empezar. ¿Pero qué dirán los vecinos? Era el último argumento desesperado de Glenda. Pueden metérselo hasta su suéter, dijo el jerez. De todos modos, no lo sabrán, ¿o sí? Hermanas Dolly no va de compras en el Maul, es demasiado imponente. Mira, estamos considerando veinticinco dólares. Veinticinco dólares por hacer lo que tú no podrías evitar que haga ahora con un caño de plomo. ¡Sólo mira su cara! Parece que alguien ha encendido una lámpara adentro. Era verdad. Oh, muy bien entonces, pensó Glenda. Bien, dijo el jerez. Y a propósito, me siento solo. Y cuando la bandeja estuvo en el codo de Glenda otra vez, extendió la mano automáticamente. Julieta estaba ahora rodeada por enanos y, por cómo sonaba, estaba recibiendo una educación relámpago en cómo llevar ropa. Pero no importaría, ¿o sí? La verdad del caso era que Julieta se vería bien en un saco. De algún modo, todo lo que llevaba le quedaba perfectamente. Glenda, por otra parte, nunca encontraba nada bueno en su tamaño y efectivamente rara vez encontraba algo en su tamaño. En teoría, algo debería quedarle bien, pero todo lo que alguna vez encontraba era la verdad, que le favorecía tan poco.

—Bien, tenemos un bonito día para esto —dijo el Archicanciller.

—Parece que habrá lluvia —dijo el Conferenciante en Runas Recientes con esperanza. —Sugiero dos equipos de cinco a cada lado —dijo Ridcully—. Sólo un partido amistoso, por supuesto, sólo para tomarle el tranquillo. Ponder Stibbons no hizo ningún comentario. Los magos eran competitivos. Era una parte de la hechicería. Los magos no tienen más idea de un juego amistoso que los gatos de un ratón amistoso. El césped de la universidad se extendía enfrente de ellos. —Por supuesto, la próxima vez tendremos suéteres apropiados —dijo Ridcully—. La Sra. Whitlow ya tiene a sus muchachas trabajando en eso. ¡Sr. Stibbons! —¿Sí, Archicanciller? —Usted será el guardián de las reglas y decidirá justamente. Yo, por supuesto, seré capitán de uno de los equipos y tú, Runas, capitanearás el otro. Como Archicanciller, sugiero que yo escojo mi equipo primero y luego tendrás libertad de escoger el tuyo. —Se supone que en realidad no funcione de ese modo, Archicanciller —dijo Ponder—. Usted escoge un miembro de su equipo y luego él escoge un miembro su de equipo, hasta que tengan suficientes miembros de equipo o se hayan quedado sin miembros de equipo que no estén excesivamente gordos o que no tiemblen por los nervios. Por lo menos así es como lo recuerdo. —Ponder, en su juventud, se había pasado demasiado tiempo junto al niño gordo. —Oh, bien, si así es como se hace, entonces supongo que tendremos que hacerlo así —dijo el Archicanciller de mala gana—. Stibbons, será su tarea penalizar al equipo contrario por cualquier violación que cometan. —¿Usted quiere decir que deberé penalizar a cualquier equipo por cualquier violación que se cometa, Archicanciller? —dijo—. Tiene que ser justo. Ridcully lo miró con la boca abierta como si Ponder hubiera mencionado un concepto que era totalmente extraño. —Oh sí, supongo que tiene que ser así. Una variedad de magos había asistido esta tarde por curiosidad, una sospecha de que estar ahí podía resultar ser un buen avance en la carrera, y

la posibilidad de tal vez ver a algunos colegas cruzar el césped sobre sus narices. Oh, cielos, pensó Ponder mientras la elección comenzaba. Era exactamente como la escuela otra vez, pero en la escuela nadie quería al niño gordo. Aquí, por supuesto, tenía que ser un caso de nadie quería al niño más gordo, que, desde la partida del Decano, era un tema de fino cálculo. Ponder metió la mano en su bata y sacó un silbato o, quizás, el abuelo de todos los silbatos, de ocho pulgadas de largo y tan grueso como una generosa salchicha de cerdo. —¿De dónde vino eso, Sr. Stibbons? —preguntó Ridcully. —En realidad, Archicanciller, lo encontré en el estudio del difunto Evans el Rayado. —Es un buen silbato —dijo Ridcully. Era una frase inocente que logró insinuar muy silenciosamente que un silbato tan bueno no debería estar en manos de Ponder Stibbons cuando podía ser de propiedad de, por ejemplo, el Archicanciller de una universidad. Ponder lo notó porque lo había estado esperando. —Lo necesitaré para alertar y controlar el comportamiento de ambos equipos —dijo con arrogancia—. Usted me hizo árbitro, Archicanciller, y me temo que mientras dure el partido estoy, por así decirlo... —vaciló—... a cargo. —Esta universidad es una jerarquía, ¿lo entiende, Stibbons? —Sí, señor, y esto es un partido de fútbol. Creo que el procedimiento es poner el fútbol en el césped y cuando suene el silbato cada equipo intentará alcanzar la meta del equipo oponente con la pelota mientras trata de evitar que la pelota alcance su propia meta. ¿Lo hemos comprendido todos? —Parece muy claro para mí —dijo el Director de Estudios Indefinidos. Se escuchó un murmullo de acuerdo. —Sin embargo, antes del partido exijo soplar el silbato. —Por supuesto, Archicanciller, pero luego debe devolvérmelo. Soy el custodio del partido. —Le entregó el silbato. Al primer intento de soplar, Ridcully desalojó una araña que había estado llevando una vida inocente aunque frugal durante los pasados veinte años y

la dejó en la barba del Profesor de Estudios Naturales, que justo estaba pasando. El segundo soplo liberó la arveja fosilizada de adentro y llenó el aire con ecos de latón líquido. Y entonces... Ridcully se congeló. Su cara enrojeció del cuello hacia arriba a toda velocidad. El sonido de su siguiente respiración era como la venganza de los dioses. Su estómago se expandió, sus ojos se volvieron puntos, los truenos rugían sobre su cabeza y él bramó: —¡¿POR QUÉ USTEDES NIÑOS NO HAN TRAÍDO SU EQUIPO?! El fuego de San Telmo rugía a lo largo del silbato. El cielo se oscureció y el miedo apretó cada alma que miraba mientras el tiempo daba marcha atrás y allí estaba el gigante Evans el Rayado, gritando como un loco. El instigador de notas malamente falsificadas de su madre, el entusiasta por las largas carreras en la llovizna, el promotor de duchas comunes como remedio para la timidez adolescente y el que, si uno no traía el equipo correcto, lo haría JUGAR EN CALZONCILLO. Magos venerables que habían enfrentado los monstruos más astutos a través de las décadas temblaban de empapado miedo adolescente mientras el grito seguía y seguía, para interrumpirse tan bruscamente como empezó. Ridcully cayó hacia adelante sobre el césped. —Me disculpo por eso —dijo el Dr. Hix, bajando su bastón—. Un acto ligeramente malvado, por supuesto, pero estoy seguro de que usted estará de acuerdo en que era necesario dadas las circunstancias. El anillo de cráneo, ¿recuerda? ¿El estatuto de la universidad? Y eso era un claro caso de posesión por artefacto si alguna vez vi uno. Los magos serenos, el sudor frío empezando a evaporarse, asintieron sabiamente. Oh, sí. Era lamentablemente necesario, estaban de acuerdo. Por su propio bien, estaban de acuerdo. Tenía que ser hecho, estaban de acuerdo. Y este veredicto fue repetido por el mismo Ridcully cuando abrió los ojos y dijo: —¿Qué diablos era eso? —Er, el alma de Evans el Rayado, creo, Archicanciller —dijo Ponder. —¿En el silbato, estaba? —Ridcully se frotó la cabeza.

—Sí, creo que sí —dijo Ponder. —¿Y quién me golpeó? Un

murmullo

y

una

agitación

general

indicaron

que,

por

acuerdo

democrático, ésta era una pregunta que podía ser mejor respondida por el Dr. Hix. —Era traición aceptable bajo el estatuto de la universidad, señor. No me molestaría el silbato para el Museo Oscuro, si nadie se opone. —Exactamente, exactamente —dijo Ridcully—. Vio el problema, lo resolvió. Bien hecho, ese hombre. —¿No piensa que me podrían permitir una risita malvada, señor? Ridcully se cepilló. —No. Renunciaremos al silbato, Sr. Stibbons. Y ahora, caballeros, que el partido comience. Y de este modo, después de cierta cantidad de pelea, el primer partido de fútbol de la Universidad Invisible comenzó. Al instante, desde el punto de vista de Ponder Stibbons, surgieron varios problemas. El más urgente era que todos los magos estaban vestidos como magos, que era decir iguales. Ponder ordenó a los equipos que jugaran con sombreros puestos y sin sombreros, lo que causó otra riña. Y ese problema en particular fue exacerbado aun más porque había tantas colisiones que incluso los oficialmente cubiertos tendían a perder los suyos. Y luego el partido fue detenido

porque

se

declaró

que

la

estatua

conmemorativa

del

descubrimiento del blit por el Archicanciller Scrubbs era, a decir verdad, tres pulgadas más angosta que la venerable estatua del Archicanciller Flanker, descubridor del Tercer Desayuno, por consiguiente daba una ventaja injusta al equipo sin sombrero. Pero todos estos problemas, previsibles e ineludibles, perdieron importancia comparados con el problema de la pelota. Era una pelota oficial... Ponder se había asegurado de eso. Pero los zapatos puntudos, incluso si tienen una punta muy larga, no pueden absorber el impacto del pie humano cuando patea lo que es, cuando todo está dicho y gritado, un trozo de madera con una fina envoltura de tela y cuero. Al final, cuando otro mago fue ayudado a salir con un tobillo torcido, hasta Ridcully fue llevado a decir:

—¡Esto es un maldito disparate, Stibbons! Tiene que haber algo mejor que esto. —¿Botas más grandes? —sugirió el Conferenciante en Runas Recientes. —La clase de botas que necesitarían para patear esto disminuiría su velocidad —dijo Ponder. —Además, los hombres de la urna no tenían nada en absoluto en sus pies. Sugiero que consideremos esta investigación. ¿Qué necesitamos, Stibbons? —Una mejor pelota, señor. Y algún intento de correr por allí. Y un consenso general de que no es una buena idea parar para volver a encender su pipa en medio del juego. Un tipo más sensato de meta, porque chocar contra una estatua de piedra es doloroso. Alguna noción, aunque sea pequeña, del trabajo en equipo en una situación de juego. Una decisión de no escapar si un

miembro

del

equipo

oponente

está

corriendo

hacia

usted.

Una

comprensión del hecho de que uno no toma la pelota en ninguna circunstancia; puedo recordarles que me di por vencido de parar el juego por esto, ya que ustedes caballeros, cuando estaban excitados, persistían en tomarla y, en un caso, esconderla a la espalda, y pararse sobre ella. Me gustaría señalar en esta coyuntura que vale la pena cultivar un sentido de orientación con relación a la meta que es propia y la que es de los otros; aunque tentador, no tiene sentido patear la pelota en su propia meta, ni tampoco deberían felicitar y palmear la espalda de alguien que logra esta hazaña. De los tres goles anotados en nuestro partido, la cantidad anotada por jugadores en su propia meta fue de... —hizo una pausa y bajó la vista a su tablilla—... tres. Éste es un alto y loable nivel de puntuación, comparado con el fútbol como se juega actualmente, aunque otra vez debo hacer hincapié en que los asuntos de orientación y propiedad de la meta son de una importancia crucial. Una táctica, que admito parecía prometedora, era que los jugadores se agruparan densamente alrededor de su propia meta de modo que no hubiera ninguna posibilidad de que algo pasara más allá de ellos. Lamento, sin embargo, que si ambos equipos lo hacen uno no tiene un partido sino un cuadro vivo. Una táctica más prometedora, que parecía ser adoptada por uno o dos de ustedes, era ocultarse cerca de la meta de los adversarios con el propósito de que si la pelota viniera en su dirección

estaría ubicado a la perfección hacerla pasar más allá del custodio de la meta. El hecho de que en algunos casos usted y el portero oponente se apoyaron en actitud sociable contra la meta para compartir un cigarrillo y mirar la jugada en el campo, mostró un espíritu decente y posiblemente podría ser un buen punto de partida para algunas tácticas más avanzadas, pero pienso que esto no debería ser alentado. Sobre este tema en general, tengo que suponer que retirarse del campo de juego por una llamada de la naturaleza o un respiro es aceptable, pero hacerlo para un refrigerio no lo es. Tengo la sensación, Archicanciller, de que el deseo general de nuestros colegas de nunca estar a más de veinte minutos de algunos platos salados puede ser convenientemente satisfecho por una pausa en medio del partido. Con felicidad, si cambiaran de campo en ese momento, atendería a las quejas sobre una meta más grande que la otra. ¿Sí? —Eso fue al Director de Estudios Indefinidos. —Si cambiáramos de campo —dijo el Director, que había levantado la mano —, ¿significará entonces que los goles que sean anotados en nuestra propia meta se convertirán ahora en goles anotados contra el equipo oponente ya que esa meta es ahora físicamente suya? Ponder consideró la metafísica de responder y se decidió por: —No, por supuesto que no. Tengo toda una lista de otras notas, Archicanciller, y por desgracia indican que no somos muy buenos en el fútbol. Los magos se quedaron en silencio. —Empecemos con la pelota —dijo Ridcully—. Tengo una idea sobre la pelota. —Sí, señor. Pensé que usted la tendría. —Entonces venga a verme después de la cena.

Julieta había sido absorbida en el loco circo que era el área de bastidores de Shatta, y nadie le estaba prestando a Glenda ninguna atención en absoluto. Sólo por ahora, ella era un obstáculo, un sobrante, una inútil para cualquiera, un obstáculo alrededor del que había que trabajar, una observadora en el juego. Un poco más allá, un apuesto enano joven con una

doble barba de cola de caballo esperaba pacientemente mientras ponían un remache temporal en lo que parecía un peto de plata. Ella estaba rodeada por trabajadores en forma muy parecida a la de un caballero cuando sus vasallos deben vestirlo para el combate. Parados un poco apartados de ellos estaban dos enanos más altos, cuyo armamento parecía ligeramente más funcional que hermoso. Eran masculinos. Glenda lo sabía simplemente porque cualquier mujer de cualquier especie sapiente conoce el aspecto de un hombre que no tiene mucho que hacer en un entorno que, para ese entonces, está evidentemente ocupado y bajo el total control de las mujeres. Parecía que estuvieran de guardia. Propulsada por el jerez, se acercó. —Eso debe costar mucho dinero —le dijo al guardián más cercano. Él parecía ligeramente avergonzado por la cercanía. —Usted me lo está diciendo. Plataluna, lo llaman. Incluso tendremos que caminar por la pasarela con ella. Dicen que es la próxima moda, pero no lo sé. No resistirá un filo y no pararía una pala decente. Uno necesita a los Igors para que ayuden a fundirla, también. Dicen que vale incluso más que el platino. Se ve bien, sin embargo, y ellos dicen que uno apenas sabe que la está llevando. No es lo que mi abuelo habría llamado un metal, pero dicen que tenemos que movernos con los tiempos. Personalmente, ni siquiera lo colgaría sobre la pared, pero allí está. —Armadura de muchacha —dijo el otro guardián. —¿Y qué me dice de estas cosas de micromalla? —preguntó Glenda. —Ah, eso es completamente un bolsillo de ratas diferente, señorita —dijo el primer guardián—. Escuché que las arman y forjan aquí mismo en la ciudad, porque los mejores artesanos están aquí. Justo el trabajo, ¿eh? ¡Cota de malla tan fina como la tela y fuerte como el acero! Se pondrá más barata también, dicen, y sobre todo no... —¿Mira, Glendy, adivina quién soy? Alguien tocó el hombro de Glenda. Dio media vuelta y tuvo una visión de belleza de buen gusto pero pesadamente blindada. Era Julieta, pero Glenda sólo lo supo por los ojos color azul lechoso. Julieta estaba usando una barba.

—Madame dice es mejor que lleve esto —dijo—. No es enano si no incluye una barba. ¿Qué piensas? Esta vez el jerez llegó primero. —Es en realidad bastante atractivo —dijo Glenda, todavía en una suave conmoción—. Es muy plateado. Era una barba femenina, se podía distinguir. Se veía diseñada y a la moda y no tenía trozos de rata en ella. —Madame dice que hay un lugar reservado para ti en la primera fila —dijo Julieta. —Oh, no podría sentarme en la primera fila... —empezó Glenda, en automático, pero el jerez interrumpió con: Cállate, deja de pensar como tu madre, ¿quieres?, y vas y te sientas en la maldita primera fila. Una de las damas jóvenes siempre presentes escogió este momento exacto para tomar a Glenda de la mano y conducir sus pies ligeramente inestables a través del caos instalado, más allá de la puerta y hacia el país de las hadas. Efectivamente había un asiento que la esperaba. Por fortuna, aunque en la primera fila, estaba cerca de una de los extremos. Habría muerto de vergüenza si hubiera estado justo al medio. Sujetó su bolso con ambas manos y se arriesgó a una mirada a lo largo de la fila. Estaba llena. No eran exclusivamente enanos, tampoco; había varias damas humanas, elegantemente vestidas, un poco flacas (en su opinión), casi ofensivamente cómodas y todas hablando. Otro jerez apareció en su mano místicamente y, cuando el ruido paró con la brusquedad de una trampa de ratas, Madame Sharn salió a través de la cortina y empezó a dirigirse al salón lleno de gente. Glenda pensó, ojalá hubiera llevado un mejor abrigo... En ese punto el jerez la arropó y la puso a dormir. Glenda sólo empezó a pensar apropiadamente otra vez un poco más tarde, cuando fue golpeada en la cabeza con un ramo de flores. La golpearon justo sobre la oreja y mientras los costosos pétalos llovían a su alrededor levantó la vista a la cara sonriente y radiante de Julieta, en el mismo borde de la pasarela, a medio camino a través del ademán de gritar “¡Agáchate!”

... Y había más flores volando y gente parada y aclamando, y música, y en general la sensación de estar bajo una cascada sin agua sino de torrentes inagotables de sonido y luz. Por todo esto Julieta estalló, lanzándose hacia Glenda y poniéndole sus brazos alrededor del cuello. —¡Ella quiere que lo haga otra vez! —jadeó—. ¡Dice que podía ir a Quirm y Genua, incluso! Dice que me pagará más si no trabajo para nadie más y que el mundo es una ostra. Nunca supe eso. —Pero ya tienes un trabajo seguro en la cocina... —dijo Glenda, a sólo tres cuartos del camino hacia la conciencia. Después, más a menudo que lo que le gustaba, recordó haber dicho esas palabras mientras el aplauso tronaba a su alrededor. Sintió una discreta presión sobre su hombro, y ahí estaba una de las mujeres jóvenes intercambiables con una bandeja. —Madame envía sus cumplidos, señorita, y le gustaría invitarla y a la Srta. Julieta a que se unan con ella en su tocador privado. —Es bueno de su parte, pero pienso que deberíamos estar regresando... ¿Un tocador, dice usted? —Oh, sí. ¿Y le gustaría otra bebida? Es una fiesta, después de todo. Glenda miró a su alrededor la multitud que parloteaba, se reía y, sobre todo, bebía. El sitio se sentía como un horno. —Muy bien, pero no ese jerez, gracias lo mismo. ¿Tiene algo muy frío y gaseoso? —Vaya, sí, señorita. Mucho. —La muchacha extrajo una botella grande y con experiencia llenó un alto vaso acanalado con, aparentemente, burbujas. Cuando Glenda lo bebió, las burbujas la llenaron, también. —Mmm, muy bueno —arriesgó—. Un poco como limonada crecida. —Así es cómo Madame lo bebe, por supuesto. —Er, este tocador —intentó Glenda, siguiendo a la muchacha de manera algo inestable—. ¿Qué tan grande es? —Oh, muy grande, pienso. Ya debe haber unas cuarenta personas ahí.

—¿De veras? Ése es un gran tocador. —Bien, gracias al cielo, pensó Glenda. Eso está solucionado por lo menos. Realmente deberían poner las explicaciones correctas en estas novelas. Ella nunca había estado segura de qué clase de cosa encontraría adentro cuando entrara, ya que nunca tuvo idea de qué clase de cosa era un tocador. Encontró que contenía personas, calor y flores... no flores en ramos, sino en pilares y pilas altísimas, llenando la mayor parte del aire con nubes de perfume pegajoso mientras las personas abajo llenaban el resto con palabras, muy apretadas. No es posible que alguien pueda escuchar lo que está diciendo, se dijo Glenda, pero quizás no era importante. Quizás lo que era importante era estar ahí para ser visto decirlo. La multitud se abrió, y vio a Julieta, todavía con el conjunto brillante, todavía con la barba... allí. Las salamandras relampagueaban de vez en cuando, que significaba gente con iconógrafos, ¿no? Los periódicos basura estaban llenos de personas sonriendo para la imagen. No tenía tiempo para ellos. Lo que lo hacía peor era que su desaprobación le importaba un comino a nadie. Las personas sonreían de todos modos. Y aquí estaba Julieta, sonriendo sobre todo. —Pienso que me vendría bien un poco de aire fresco —masculló. Su guía la llevó suavemente a una discreta entrada. —Baños aquí, señora. —Y eran, excepto que la habitación larga y cuidadosamente iluminada era como de alguna clase de cuento de hadas, todo terciopelo y cortinas. Quince visiones sorprendidas de Glenda la miraron desde quince espejos. Era lo bastante embriagador para hacer que se sentara en una silla muy costosa y de patas curvas que resultó ser muy cómoda también... Cuando se despertó de golpe, salió tambaleante, se perdió en un mundo oscuro de pasajes hediondos atestados de cajas de embalaje y finalmente tropezó en una habitación realmente muy grande. Era más como una caverna; en el otro extremo había un par de puertas dobles, probablemente avergonzadas por dejar pasar una luz gris que no tanto iluminaban como acusaban. Otro caos de estantes vacíos de ropa y cajas de embalaje estaba

esparcido sobre el piso. En un lugar, el agua había goteado desde el techo, y se había formado un charco sobre la piedra, empapando un poco de cartón. —Allí están, ahí dentro con sus brillos y sus galas, y es todo mugre y basura en la parte posterior, ¿correcto, querida? —dijo una voz en la oscuridad—. Usted parece una dama que puede descubrir una metáfora cuando la mira en la cara. —Algo así —farfulló Glenda—. ¿Quién está haciendo la pregunta? Una luz naranja nació y murió en la penumbra. Alguien estaba fumando un cigarrillo en las sombras. —Es lo mismo en todas partes, amor. Si hubiera un premio por el lado malo de las cosas, habría una verdadera disputa sangrienta por el primer puesto. He visto algunos palacios en mi tiempo y son todos lo mismo: torrecillas y estandartes en el frente, dormitorios de empleadas y conductos de agua en la parte posterior. ¿Quiere más? No puede estar caminando por aquí con un vaso vacío, destacará. El aire más fresco la estaba haciendo sentirse mejor. Todavía tenía un vaso en la mano. —¿Qué es esta cosa? —Bien, si ésta fuera cualquier otra fiesta sería probablemente el vino burbujeante más barato que uno pudiera colar a través de una media, pero Madame no se privaría. Es algo legítimo. Champaña. —¿Qué? ¡Pensé que sólo las personas de clase bebían eso! —No, sólo las personas con dinero, amor. A veces es la misma cosa. Ella miró desde más cerca, y quedó boquiabierta. —¿Qué? ¿Es Pepe? —Ése soy yo, amor. —Pero usted no es todo... todo... —Agitó sus manos desesperada. —Fuera de servicio, amor. No tiene que preocuparse... —Agitó sus manos con igual desesperación—. Tengo una botella aquí de nuestra propiedad. ¿Quiere unirse a mí? —Bien, debo volver ahí adentro... —¿Para qué? ¿Para preocuparse alrededor de ella como una gallina vieja? Déjela ser, amor. Es un pato que acaba de encontrar el agua.

Pepe parecía más alto en esta penumbra. Tal vez era el lenguaje y la ausencia de aleteo. Y, por supuesto, cualquiera junto a Madame Sharn se vería pequeño. Era esbelto, sin embargo, como alguien hecho de tendones. —¡Pero algo podría pasarle! La sonrisa de Pepe brilló. —¡Sí! Pero probablemente no. Acéptelo, vendió micromalla para nosotros, y de eso no hay duda. Le dije a Madame que tenía un buen presentimiento. Tiene una gran carrera enfrente de ella. —No, tiene un buen trabajo seguro en la Cocina Nocturna, conmigo —dijo Glenda—. Podría no ser mucho dinero, pero aparecerá todas las semanas. Además, no lo perderá si llega alguien más lindo. —Hermanas Dolly, ¿no? Suena al área de Calle Botney —dijo Pepe—. Estoy seguro. No demasiado malo, según recuerdo. No recibí muchas palizas ahí abajo, pero al final del día son todos baldes de cangrejo. Glenda quedó asombrada. Había esperado cólera o condescendencia, no esta pequeña sonrisa astuta. —Usted conoce mucho de nuestra ciudad para ser un enano de Uberwald, debo decir. —No, amor, conozco mucho sobre Uberwald para ser un muchacho de Tortazo Lanzado —dijo Pepe suavemente—. Callejón Queso Viejo, para ser preciso. Muchacho local, yo. No siempre fui un enano, sabe. Simplemente me alisté. —¿Qué? ¿Uno puede hacer eso? —Bien, no es como lo anuncian. Pero sí, si uno conoce a las personas correctas. Y Madame conocía a las personas correctas, ja, conocía a un montón de personas correctas. No fue difícil. Tengo que creer en algunas cosas, hay algunos ritos, y por supuesto tengo que mantenerme lejos del viejo licor... —Sonrió cuando ella clavó su mirada en el vaso en su mano, y continuó—:

Demasiado

rápido,

amor.

Iba

a

añadir

"cuando

estoy

trabajando", y un buen trabajo también. No importa si uno está apuntalando el techo de la mina o remachando un corpiño, ser un artista inútil es muy estúpido. Y la moraleja de todo esto es, uno tiene que agarrarse de la vida o volver atrás al balde de cangrejos.

—Oh sí, decir eso está muy bien —dijo Glenda cortante, preguntándose qué tenían que ver los cangrejos con nada—. Pero en la vida real las personas tienen responsabilidades. ¡No tenemos trabajos brillantes con mucho dinero, pero son los trabajos verdaderos que hacen las cosas que las personas necesitan! Sentiría vergüenza de mí misma, vendiendo botas a cuatrocientos dólares el par, que sólo las personas ricas pueden costear. ¿Qué sentido tiene? —Bien, debe admitir que hace a las personas ricas menos ricas —dijo la voz de chocolate de Madame detrás de ella. Como muchas personas grandes, podía moverse tan silenciosamente como el globo que parecía—. Ése es un buen principio, ¿no? Y eso va a sueldos para los mineros y los herreros. Da toda la vuelta, me dicen. Se sentó pesadamente sobre una caja de embalaje, vaso en mano. —Bien, hemos vendido la mayor parte ahora —dijo, buscando en su espacioso peto con su otra mano y extrayendo un grueso fajo de papel. —Los grandes nombres quieren estar al tanto de esto y todos la quieren en exclusiva y vamos a necesitar otra forja. Mañana iré al banco. —Hizo una pausa para bajar su pecho de metal otra vez—. Como enano fui criado en la fe de que el oro era la única verdadera moneda —dijo, contando algunos billetes crujientes—, pero tengo que admitir que estas cosas son mucho más cálidas. Eso es cincuenta dólares para Julieta, veinticinco de mí y veinticinco de la champaña, que se siente feliz. Julieta ordenó dárselo a usted para que lo cuidara. —La Srta. Glenda piensa que conduciremos a su tesoro a una vida de pecado despreciable y depravación —dijo Pepe. —Bien, ésa es una idea —dijo Madame—, pero no puedo recordar cuándo tuve un poco de depravación por última vez. —El martes —dijo Pepe. —Toda una caja de chocolates no es depravación. Además, tú quitaste la tarjeta entre las capas, que me confundió. No pensaba comer la capa inferior. No quería la capa inferior. Fue prácticamente una agresión. Pepe tosió. —Estamos asustando a la dama normal, amor.

Madame sonrió. —Glenda, sé qué está pensando. Usted está pensando que somos un par de decadentes payasos malvados que beben en un mundo de humo y espejos. Bien, eso es bastante exacto ahora mismo, pero hoy fue el final del esfuerzo de un año, vea. Y ustedes discuten como una vieja pareja, pensó Glenda. Le dolía la cabeza. Había probado una fruta de rata, ése era el problema, estaba segura. —Por la mañana voy a mostrar estas órdenes al director del Banco Real y le pediré mucho dinero. Si confía en nosotros, ¿puede usted? Necesitamos a Julieta. Simplemente… chispea. Y ustedes dos se tienen de la mano. Fuerte. Algo blando se abrió dentro de Glenda. —De acuerdo, mire —dijo—. Es así. Juls va a volver a casa conmigo esta noche, para pensarlo bien. Mañana... bien, veremos. —No podemos pedir más que eso. ¿O sí? —dijo Madame, palmeando la rodilla de Glenda—. ¿Sabe? Julieta piensa el mundo de usted. Dijo que necesitaría que usted diga que sí. Le estaba contando a todas las damas de sociedad sobre sus pasteles. —¿Ha estado hablando con damas de sociedad? —preguntó Glenda con asombro enlazado con inquietud y teñido de maravilla. —Por cierto. Todas ellas querían echarle una mirada de cerca a la micromalla, y ella sólo charlaba, alegre como quiera. ¡No creo que nunca nadie les haya dicho "¡Miren!" en sus vidas. —¡Oh, no! ¡Lo siento! —¿Por qué sentirlo? Estaban bastante encantadas con ella. ¿Y al parecer usted puede hornear cebollas en escabeche en un pastel de modo que quedan crujientes? —¿Les dijo eso? —Oh, sí. Deduzco que todas piensan hacer que sus cocineros lo intenten. —Ja. ¡Nunca encontrarán la manera! —dijo Glenda con satisfacción. —Eso dice Juls. —Nosotros... generalmente la llamamos Julieta —dijo Glenda. —Nos dijo que la llamáramos Juls —dijo Madame—. ¿Hay un problema?

—Bien, er, no realmente un problema —empezó Glenda miserable. —Eso es bueno, entonces —Madame, que evidentemente sabía cuándo no notar las sutilezas dijo: —Ahora, vayamos a arrancarla de sus nuevos amigos, y usted puede encargarse de que duerma bien. Se escucharon risas, y las muchachas que ayudaban con el espectáculo se derramaron en el húmedo lugar que era la partera de la belleza. Julieta estaba entre ellas, y con la risa más fuerte. Se separó cuando vio a Glenda y le dio otro abrazo. —Oh, Glendy, ¿no es esto grandioso? ¡Es como un cuento de hadas! —Sí, bien, podría serlo —dijo Glenda—, pero no todas tienen finales felices. Sólo recuerda que tienes un buen trabajo ahora, con posibilidades y sobras regulares para llevar a casa. Eso no es para ser desechado a la ligera. —No, debería ser desechado con gran fuerza —dijo Pepe—. Quiero decir, ¿qué es esto? ¿La Bella Durmiente? La varita mágica ha sido agitada, la corte está aclamando, una veintena de príncipes apuestos está esperando hacer fila por sólo un olfateo de su pantufla, ¿y usted quiere que ella vuelva a trabajar haciendo calabazas? —Miró sus caras sin expresión—. Muy bien, quizás eso salió un poco confuso, ¿pero seguramente usted puede seguir la costura? ¡Ésta es una gran oportunidad! Tan grande como sea. ¡Una salida del balde! —Pienso que nos iremos a casa ahora —dijo Glenda con tono formal—. Vamos, Juls. —¿Lo ves? —dijo Pepe, cuando se habían ido—. Es un balde de cangrejos. Madame espió en una botella para ver si, contra toda probabilidad, quedaba aún para un vaso. —¿Sabías que más o menos crió a la muchacha? Juls hará lo que ella diga. —¡Qué desperdicio! —dijo Pepe—. No tomes el mundo por asalto, ¿quédate aquí y haz pasteles? ¿Piensas que eso es vida? —Alguien tiene que hacer pasteles —dijo Madame, con una calmada racionalidad enfurecedora. —¡Oh, por contrato! No ella. No la deja ser ella. ¿Y por sobras? ¡Oh, no!

Madame recogió otra botella vacía. Sabía que estaba vacía porque estaba en las inmediaciones de Pepe al final de un largo día, pero la revisó de todos modos porque la sed salta incesante. —Humm. Podría no llegar a eso —dijo—. Tengo el presentimiento de que la Srta. Glenda está justo a punto de empezar a pensar. Hay una mente poderosa detrás de esa capa algo triste y esos zapatos horribles. Hoy podría ser su día de suerte.

Ridcully caminó a las zancadas a través de los corredores de la Universidad Invisible con sus batas aleteando con confianza detrás de él. Tenía un tranco largo y Ponder tenía que correr de un modo semi-cangrejo para conservarse junto a él, su tablilla apretada protectoramente contra su pecho. —Usted sabe que estuvimos de acuerdo en que no sería usado para otros propósitos que la investigación pura, Archicanciller. Usted firmó el edicto en realidad. —¿Lo hice? No lo recuerdo, Stibbons. —Lo recuerdo muy claramente, señor. Fue justo después del caso del Sr. Floribunda. —¿Cuál era ése? —dijo Ridcully, todavía andando a las zancadas y resueltamente. —Él era uno que sentía un poco de picazón y pidió al Gabinete un sándwich de tocino para ver qué ocurriría. —Pensé que cualquier cosa sacada del Gabinete tenía que ser devuelta en 14,14 horas periódicas. —Sí, señor. Ése es el caso, pero el Gabinete parece tener reglas extrañas que no comprendemos completamente. En todo caso, la defensa del Sr. Floribunda fue que pensaba que la regla de catorce horas no era aplicable a los sándwiches de tocino. Tampoco se lo dijo a nadie y por tanto los estudiantes en su piso sólo fueron alertados cuando escucharon los gritos aproximadamente catorce horas después. —Corríjame si me equivoco —dijo Ridcully, todavía cubriendo las losas a una velocidad impresionante—, pero ¿no habría sido digerido a esas alturas?

—Sí, señor. Pero todavía se fue al Gabinete, por propia decisión, usted podría decir. Ése fue un descubrimiento muy interesante. No sabíamos que eso podía ocurrir. Ridcully paró y Ponder chocó con él. —¿Qué le pasó a él exactamente? —Usted no querría que yo se lo dibuje, señor. Sin embargo, la buena noticia es que pronto estará fuera de la silla de ruedas. A decir verdad, deduzco que ya está caminando muy bien con una muleta. Cómo lo disciplinemos será, por supuesto, a elección de usted, señor. El archivo está sobre su escritorio, como está, en realidad, una cantidad considerable de otros documentos. Ridcully partió a grandes zancadas otra vez. —Lo hizo para ver qué ocurriría, ¿verdad? —dijo alegremente. —Eso dijo, señor —respondió Ponder. —Y esto fue contra mis órdenes expresas, ¿verdad? —Sí, completa y definitivamente, señor —dijo Ponder, que conocía a su Archicanciller y ya tenía un indicio de cómo iba a terminar—. Y por lo tanto, señor, debo insistir que él... —Chocó contra Ridcully otra vez porque el hombre había parado afuera de una gran puerta sobre la cuál había un cartel rojo brillante que decía: “Ningún Artículo Será Retirado De Esta Habitación Sin El Permiso Expreso Del Archicanciller. Firmado Ponder Stibbons pp Mustrum Ridcully.” —¿Usted firmó éste por mí? —preguntó Ridcully. —Sí, señor. Usted estaba ocupado en ese momento y lo habíamos acordado. —Sí, por supuesto, pero no pienso que deba pp exactamente así. Recuerde qué dijo de UI esa dama joven. Ponder sacó una llave grande y abrió la puerta. —¡Puedo también recordarle, Archicanciller, que acordamos una moratoria en el uso del Gabinete de Curiosidades hasta que hubiéramos limpiado un poco de la magia residual en el edificio! Parece que todavía no nos hemos librado del calamar. —¿Acordamos, Sr. Stibbons —dijo Ridcully, dando media vuelta bruscamente —, o usted acordó con usted mismo pp yo, por así decirlo? —Bien, er, creo que comprendí el espíritu de su idea, señor.

—Bien, éste es el espíritu de la investigación pura —dijo Ridcully—. Es investigar cómo podemos esperar salvar nuestra tabla para quesos. Muchos dirían que no podría haber ninguna meta mayor. En cuanto al joven Floribunda... —¿Sí, señor? —dijo Ponder cansinamente. —Asciéndalo. Sin importar el nivel en que esté, muévalo para arriba uno. —Pienso que eso enviará una equivocada clase de señal —intentó Ponder. —Por el contrario, Sr. Stibbons. Enviará exactamente el mensaje correcto al cuerpo estudiantil. —Pero él desobedeció una orden expresa, ¿puedo señalar? —Eso es correcto. Mostró pensamiento independiente y cierta cantidad de valor, y en el curso de hacerlo sumó valiosos datos adicionales a nuestro conocimiento del Gabinete. —Pero podría haber destruido toda la universidad, señor. —Correcto, en cuyo caso habría sido enérgicamente disciplinado, si hubiéramos sido capaces encontrar algo que quedara de él. Pero no fue así y tuvimos suerte y necesitamos magos con suerte. Asciéndalo, por orden directa mía, nada de pp en absoluto. A propósito, ¿qué tan fuertes eran sus gritos? —En realidad, Archicanciller, el primero fue tan sentido que siguió sonando mucho después de que él se quedara sin aliento y al parecer asumió una existencia independiente. Magia residual otra vez. Hemos tenido que encerrarlo en uno de los sótanos. —¿En realidad dijo cómo era el sándwich de tocino? —¿Al entrar o al salir, señor? —dijo Ponder. —Sólo al entrar, pienso —dijo Ridcully—. Tengo una viva imaginación después de todo. —Dijo que era el sándwich de tocino más delicioso que alguna vez había comido. Era el sándwich de tocino con el que uno sueña cuando uno escucha las palabras sándwich de tocino y nunca jamás consigue. —¿Con salsa marrón? —preguntó Ridcully. —Por supuesto. Al parecer, era el sándwich de tocino para terminar con todos los sándwiches de tocino.

—Casi lo fue, para él, ¿pero no es lo que usted ya sabe sobre el Gabinete? ¿Que siempre entrega un espécimen perfecto? —En realidad, sabemos poco con certeza —dijo Ponder—. Lo que sí sabemos es que no retendrá nada demasiado grande para caber dentro de un cubo que mide 14,14 pulgadas periódicas de lado, que cesará de funcionar si, lo sabemos ahora, un objeto no-orgánico no es devuelto en 14,14 horas periódicas, y que ninguno de sus contenidos sea rosa, aunque no sabemos por qué debería ser así. —Pero el tocino es definitivamente orgánico, Sr. Stibbons —dijo Ridcully. Ponder suspiró. —Sí, señor, tampoco sabemos por qué es eso. —El Archicanciller le tuvo lástima—. Era quizás uno de esos muy crujientes —sugirió gentilmente—. La clase que uno puede romper entre los dedos. Me gusta eso en un sándwich de tocino. La puerta se abrió y allí estaba. Pequeño, en el centro de una habitación muy grande... El Gabinete de Curiosidades. —¿Usted piensa que esto es inteligente? —dijo Ponder. —Por supuesto que no —dijo Ridcully—. Ahora, búsqueme una pelota de fútbol. Sobre una pared había una máscara blanca, como la que uno puede usar en un carnaval. Ponder giró hacia ella. —Hex. Por favor búscame una pelota apropiada para el juego del fútbol. —¿Esa máscara es nueva? —dijo Ridcully—. Pensaba que la voz de Hex viajaba en el blit espacio. —Sí, señor. Simplemente sale del aire, señor. Pero de algún modo, bien, él se siente mejor al tener algo a quien hablar. —¿Qué forma de pelota requiere usted? —dijo Hex, su voz tan suave como la mantequilla clara—. ¿Ovalada o esférica? —Esférica —dijo Ponder. Al instante el Gabinete se sacudió. La cosa siempre había preocupado a Ridcully. Se veía demasiado petulante, para empezar. Parecía estar diciendo: Usted no sabe qué está haciendo. Usted me usa como una especie de salsa con suerte y apuesto a que nunca

pensó en cuántas cosas peligrosas pueden caber en un cubo de catorce pulgadas. A decir verdad, Ridcully había pensado en eso, a menudo a las tres de la mañana, y nunca entraba en la habitación sin un par de hechizos sub-críticos en su bolsillo por las dudas. Y entonces estaba Nutt... Bien, esperar lo mejor y prepararse para lo peor, ésa era la manera de la UI. Un cajón se deslizó hacia fuera y continuó deslizándose hasta que llegó a la pared y continuó presumiblemente en algún otro conjunto propicio de dimensiones, porque nunca aparecía fuera de la habitación, sin importar cuán a menudo uno mirara. —Muy suave hoy —observó, mientras otro cajón surgió desde abajo del piso y retoñó un cajón adicional exactamente del mismo tamaño que él que empezó a moverse resueltamente hacia la pared opuesta. —Sí. A los muchachos en Brazeneck se les ha ocurrido un nuevo algoritmo para manejar espacios de onda en blit de más alto nivel. Acelera algo como el Gabinete al ponerlo a 2.000 Drinkies. Ridcully frunció el ceño. —¿Acaba de inventarlo? —No, señor. A Charlie Drinkie se le ocurrió en Brazeneck. Es una manera más breve de decir 15.000 iteraciones al primer blit negativo. Y es mucho más fácil de recordar. —¿De modo que la gente que usted conoce en Brazeneck le envía cosas? — dijo Ridcully. —Oh, sí —dijo Ponder. —¿Gratis? —Por supuesto, señor —dijo Ponder, con expresión sorprendida—. Compartir libremente la información es fundamental en la búsqueda de la filosofía natural. —Y entonces usted les cuenta cosas, ¿verdad? Ponder suspiró. —Sí, por supuesto. —No creo que apruebe eso —dijo Ridcully—. Estoy siempre por compartir libremente la información siempre que sean ellos los que compartan su información con nosotros.

—Sí, señor, pero pienso que estamos bastante estorbados por el significado de la palabra “compartir”. —Sin embargo —empezó Ridcully y paró. Un sonido tan silencioso que apenas lo habían notado había parado. El Gabinete de Curiosidades se había plegado y era otra vez sólo una pieza de mobiliario de madera en el centro de la habitación pero, mientras lo miraban, sus dos puertas frontales se abrieron y una pelota marrón cayó al piso y rebotó con un sonido como ¡gloing! Ridcully caminó hasta ella y la recogió, girándola en sus manos. —Interesante —dijo, lanzándola contra el piso. Rebotó hasta más allá de su cabeza, pero él fue lo bastante rápido para atraparla en el camino hacia abajo—. Extraordinario —dijo—. ¿Qué piensa de esto, Stibbons? —Lanzó la pelota al aire y la pateó duro a través de la habitación. Regresó hacia Ponder, que la atrapó para su propio asombro. —Parece tener vida propia. —Ponder la dejó caer sobre al piso y probó una patada. Voló. Ponder Stibbons eran el poseedor por excelencia y sin precedentes de la nota de cien metros de su tiíta, que también pedía que él fuera disculpado de todas las actividades deportivas por su oreja de atleta, astigmatismo errático, una nariz quejosa, y un bazo giratorio. Según su propia confesión, más bien correría diez millas, levantaría una puerta de cinco barrotes y treparía una gran colina que participar en cualquier actividad atlética. La pelota cantó para él. ¡Cantó gloing! Algunos minutos después, él y Ridcully caminaron de regreso al Gran Salón, haciendo rebotar ocasionalmente la pelota sobre las losas. ¡Había algo en el sonido de “¡gloing!” que los hacía querer escucharlo otra vez. —¿Sabe, Ponder? Pienso que usted lo ha estado haciendo todo mal. Hay más cosas en el Cielo y el Disco que las soñadas en nuestras filosofías. —Eso espero, señor. No tengo muchas cosas en mis filosofías. —Todo se trata de la pelota —dijo Ridcully, lanzándola duro sobre las losas otra vez y atrapándola—. Mañana, la traeremos aquí y veremos qué ocurre. Usted le dio una patada muy fuerte a la pelota, Sr. Stibbons, y con todo usted es, según su propia confesión, un moderado y un canijo.

—Sí, señor, y un tímido, y estoy orgulloso de la denominación. Es mejor que le recuerde, Archicanciller, que la cosa no debe pasar demasiado tiempo fuera del Gabinete. ¡Gloing! —Pero podríamos hacer una copia, ¿verdad? —dijo Ridcully—. Es sólo cuero cosido, probablemente protege una cámara de aire de alguna clase. Apuesto a que cualquier artesano decente podría hacer otra para nosotros. —¿Qué, ahora? —Las luces nunca se apagan en la Calle de los Artífices Astutos. Para entonces estaban en el Gran Salón y Ridcully miró a su alrededor hasta que su mirada tropezó con dos figuras que empujaban un carrito cargado de velas. —Ustedes, muchachos, ¡a mí! —gritó. Dejaron de empujar el carrito y se acercaron a él—. Al Sr. Stibbons aquí le gustaría que ustedes hicieran un mandado para él. Es de considerable importancia. ¿Quién es usted?' —Trevor Probable, patrón. —Nutt, Archicanciller. Los ojos de Ridcully se estrecharon. —Sí... Nutt —dijo, y pensó en los hechizos en su bolsillo—. El chorreador de vela, ¿sí? Bien, ustedes pueden ser útiles. Todos suyos, Sr. Stibbons. Ponder Stibbons expuso la pelota. —¿Tienen alguna idea qué es esto? Nutt se la sacó de las manos y la hizo rebotar sobre las losas un par de veces. ¡Gloing! ¡Gloing! —Sí. Parece ser una simple esfera, aunque técnicamente creo que es, en realidad, un icosaedro truncado, hecho mediante la costura de varios pentágonos y hexágonos de cuero duro, y las puntadas significan hoyos y hoyos que dejan salir el aire... Ah, hay un cordón justo aquí, ¿ve? Debe haber alguna vejiga animal interna, probablemente. Un globo, por así decirlo, por su ligereza y elasticidad, encapsulado por cuero, simple y elegante. —Entregó la pelota a Ponder, que estaba boquiabierto. —¿Usted sabe todo, Sr. Nutt? —dijo con el sarcasmo de un pedagogo nato.

La respuesta de Nutt era concentrada y hubo una larga pausa antes de que dijera: —No estoy seguro sobre un montón de detalles, señor. Ponder escuchó una risita detrás de él y se sintió enrojecer. Había sido ultrajado, por un chorreador, incluso si Nutt era el erudito más incontinente con el que alguna vez había encontrado. —¿Sabe dónde se puede hacer una copia de esto? —dijo Ridcully en voz alta. —Eso espero —dijo Nutt—. Creo que la goma enana será nuestra amiga aquí. —Hay abundancia de enanos en Viejos Zapateros Remendones que podrían hacer deprisa una, patrón —dijo Trev—. Son buenos en este tipo de cosa, pero querrán que les paguen, siempre quieren que les paguen. Nada a crédito cuando uno está tratando con un enano. —Dé veinticinco dólares a estos caballeros jóvenes, Sr. Stibbons, ¿quiere? —Eso es mucho dinero, Archicanciller. —Sí, bien, los enanos, mientras son la sal de la tierra, no tienen gran comprensión de los números pequeños y quiero esto aprisa. Estoy seguro de que puedo confiar en el Sr. Probable y el Sr. Nutt con el dinero, ¿verdad? — Lo dijo jovialmente, pero había un filo en su voz. Trev, por lo menos, entendió el mensaje muy rápidamente; un mago podía confiar en uno debido al futuro infernal que podía desencadenar sobre uno si su confianza era traicionada. —Usted puede confiar en nosotros sin duda, patrón. —Sí, pensé que podía —dijo Ridcully. Cuando se habían ido, Ponder Stibbons dijo: —¿Usted les está confiando veinticinco dólares? —Sí, efectivamente —dijo Ridcully alegremente—. Será interesante ver el resultado. —Sin embargo, señor, tengo que decir que fue un movimiento poco sabio. —Gracias por su contribución, Sr. Stibbons, ¿pero puedo recordarle gentilmente quién es el patrón por aquí?

Glenda y Julieta tomaron un bus troll hasta la casa, otra extravagancia enorme pero, por supuesto, Glenda estaba llevando más dinero que el que alguna vez había visto de una mirada. Había metido los billetes en su corpiño, al estilo Madame, y parecían generar calor propio. Uno estaba seguro sobre un troll. Cualquiera que quisiera asaltar a un troll tendría que usar un edificio sobre un palo. Julieta estaba callaba. Esto desconcertaba a Glenda; había esperado que burbujeara como una fuente llena de jabón en escamas. El silencio era perturbador. —Mira. Sé que era mucha diversión —dijo Glenda—, pero mostrar ropa no es como un trabajo real, ¿o sí? —No. Los trabajos reales pagan mucho menos, creo. ¿De dónde había venido eso? Juls no había abierto su boca y el troll todavía estaba cubierto de líquenes de montaña y tenía un vocabulario unisilábico. Vino de mí, pensó. Esto se trata de los sueños, ¿no? Ella es un sueño. Me atrevo a decir que la micromalla es buena, pero ella la hacía centellear. ¿Y qué puedo decir? Ayudas en la cocina. Eres útil y provechosa, por lo menos cuando no estás soñando despierta, pero no sabes cómo llevar cuentas ni planificar un menú semanal. ¿Qué harías sin mí? ¿Cómo te irías de aquí, a partes extranjeras donde la gente es tan rara? —Tendré que abrir una cuenta bancaria para ti —dijo en voz alta—. Será nuestro pequeño secreto, ¿de acuerdo? Serán unos buenos ahorros para ti. —Y si papá no sabe que tengo el dinero no me lo sacará ni lo orinará contra la pared —dijo Julieta, echando un vistazo a la cara solemne e impasible del troll. Si Glenda hubiera sabido cómo decir "Pas devant le troll" lo habría hecho. Pero era verdad: el Sr. Stollop ordenaba que todos los ingresos familiares fueran a un fondo común, con él sujetando el fondo, que entonces era puesto en común con sus amigos en la barra del Pavo & Verduras, y en última instancia fondeado otra vez en el apestoso callejón detrás de él. Se decidió por: —No lo pondría totalmente de ese modo.

¡Gloing! ¡Gloing! La nueva pelota era mágica, eso es lo que era. Rebotaba de regreso hasta la mano de Trev como si tuviera propia voluntad. Por dos alfileres se arriesgaría a patearla, pero él y Nutt y la pelota ya estaban atrayendo una estela de curiosos pilluelos callejeros de forma que tenía garantizado que nunca la vería otra vez. —¿Está realmente seguro de saber cómo funciona? —le dijo a Nutt. —Oh, sí, Sr. Trev. Es mucho más simple que lo que parece, aunque los poliedros necesitarán un poco de trabajo, pero en general... Una mano aterrizó sobre el hombro de Trev. —Bien, ahora. Trev Probable —dijo Andy—. Y su pequeña mascota, más difícil de matar que una cucaracha, a decir de todos. Algo está pasando, ¿no, Trev? Y usted va a decirme qué es. Oiga, ¿qué es eso que usted tiene? —No hoy, Andy —dijo Trev, retrocediendo—. Usted tiene suerte de no haber terminado en el Tanty con el Sr. Una Caída midiéndolo para un collar de cáñamo. —¿Yo? —dijo Andy inocentemente—. ¡No hice nada! No puede culparme por lo que un denso Stollop hace, pero algo está pasando con el fútbol, ¿no? Vetinari quiere fastidiarlo. —Sólo déjelo, ¿quiere? —dijo Trev. Había más que la pandilla habitual detrás de Andy. Los hermanos Stollop habían sensatamente ahorrado a las calles su presencia últimamente, pero las personas como Andy siempre podían encontrar seguidores. Como decían, era mejor estar junto a Andy que enfrente de él. Y con Andy uno nunca sabía cuándo iba... El alfanje estuvo fuera en un movimiento. Ése era Andy. Hubiera lo que hubiera adentro que la retenía, la rabia primigenia podía saltar así. Y aquí la hoja venía con el futuro de Trev escrito sobre ella en palabras muy breves. Y se detuvo en mitad del aire y la voz de Nutt dijo: —Creo que podía apretar con suficiente presión, Andy, para moler y hacer correr sus huesos. Hay veintisiete huesos en la mano humana. Realmente creo que podría inutilizar cada uno de ellos con la más leve presión adicional.

Sin embargo, me gustaría darle una oportunidad de revisar sus actuales intenciones. La cara de Andy era una mezcla de colores: un blanco que era casi azul y una rabia que era casi carmesí. Estaba tratando de sacar la mano y Nutt se quedó parado y totalmente inconmovible. —¡Sáquenlo! —siseó Andy al mundo en general. —¿Podría recordarles caballeros que lamentablemente tengo otra mano? — dijo Nutt. Debe haber apretado porque Andy lanzó un aullido mientras su mano era molida contra el asa del arma. Trev sabía demasiado bien que Andy no tenía amigos, tenía seguidores. Estaban mirando a su afligido jefe y estaban mirando a Nutt, y no sólo podían ver muy claramente que Nutt tenía una mano sobrante, sino lo que era capaz de hacer con ella. No se movieron. —Muy bien —dijo Nutt—. Quizás esto no ha sido nada más que un desafortunado malentendido. Estoy a punto de aflojar la presión sólo lo suficiente para que deje caer el alfanje, Sr. Andy, por favor. Hubo otra toma de aliento de Andy mientras el alfanje aterrizaba sobre las piedras. —Ahora, si usted nos disculpa, el Sr. Trev y yo vamos a alejarnos. —¡Tome el puñetero alfanje! No deje el alfanje en el suelo —dijo Trev. —Estoy seguro de que el Sr. Andy no nos perseguiría —dijo Nutt. —¿Está loco? —dijo Trev. Extendió la mano hacia abajo, agarró el alfanje y dijo—: Déjelo ir y vámonos. —Muy bien —dijo Nutt. Debe haber apretado un poco más duro porque ahora Andy se desplomó a sus rodillas. Trev tiró de Nutt y lo remolcó a través de la permanente multitud de la ciudad. —¡Ése es Andy! —dijo, apurándose hacia delante—. Uno no espera lógica con Andy. Uno no espera que él "aprenda el error de su comportamiento". No ningún sentido cuando Andy esté detrás suyo. ¿Entendió eso? No intente hablar con él como si fuera un ser humano. Ahora, sígame.

A las tiendas enanas les estaba yendo bien estos días, en gran parte porque comprendían la primera regla de la comercialización, que es: Tengo artículos para vender

y

el

cliente

tiene

dinero.

Debería

tener

el

dinero

y,

lamentablemente, eso incluye que el cliente tenga mis artículos. Con ese fin, por lo tanto, no diré que "El de la vidriera es el último que tenemos, y no podemos vendérselo, porque si lo hiciéramos nadie sabría que lo tenemos en venta", o "Probablemente tendremos algunos más el miércoles", o "No podemos tenerlos sobre los estantes", o “Estoy harto de decirle a las personas que no hay demanda para ellos; haré una liquidación de ninguna manera escasa de violencia física, porque sin una soy un desperdicio de espacio”. Glang Ronquidoson vivía de acuerdo con esta regla, pero no le gustaban mucho las personas, una aflicción que afecta a muchos que tienen que lidiar con el público en general durante un período largo, y las dos personas del otro lado de su mostrador lo estaban poniendo nervioso. Uno era pequeño y parecía inofensivo, pero algo tan profundo en la psiquis de Glang que probablemente estaba metido en sus genes lo estaba poniendo nervioso. El otro intru... cliente no era mucho más que un muchacho y por lo tanto proclive a cometer un crimen en cualquier momento. Glang manejó la situación con no comprender nada de lo que decían y pronunciar insultos absurdos en su lengua materna. Apenas había riesgos. Solamente la Guardia aprendía Enanés, y fue una sorpresa cuando el preocupante inofensivo dijo, en mejor Enanés de Llamedos que el que el mismo Glang hablaba estos días: —Tal falta de civismo hacia el amistoso desconocido deshonra su barba y borra los escritos de Tak, comerciante antiguo. —¿Qué le dijo usted? —preguntó Trev, mientras Glang farfullaba disculpas. —Oh, sólo un saludo tradicional —dijo Nutt—. ¿Podría pasarme la pelota, por favor? —Tomó el fútbol y lo hizo rebotar sobre el piso. ¡Gloing! —¿Sospecho que usted podría saber el truco de hacer goma azufrada? —Ése era el nombre de mi... mi abuelo —tartamudeó Glang.

—Ah, un buen presagio —dijo Trev rápidamente. Cogió la pelota y la lanzó abajo otra vez. ¡Gloing! —Puedo cortar y coser la cubierta exterior si usted trabaja en la vejiga —dijo Nutt—, y le pagaremos quince dólares y le permitiremos una licencia para hacer cuantos desee. —Usted hará una fortuna —dijo Trev de un modo alentador. ¡Gloing! ¡Gloing!, dijo la pelota, Trev agregó: —Ésa sería una licencia de la universidad también. Nadie se atrevería a meterse con eso. —¿Cómo es que sabe de la goma azufrada? —dijo Glang. Tenía la expresión de alguien que sabe que es superado en número pero que seguirá peleando. —Porque el Rey Rhys de los enanos regaló un vestido de goma azufrada y cuero a Lady Margolotta hace seis meses, y estoy bastante seguro de comprender el principio. —¿Ella?

¿La

Dama

Oscura?

¡Puede

matar

a

las

personas

con

un

pensamiento! —Es mi amiga —dijo Nutt con calma—, y lo ayudaré.

Glenda no estaba muy segura de porqué le dio dos peniques como propina al troll. Era anciano y lento, pero su tapizado estaba bien cuidado y había emparejado dos paraguas y no era ninguna diversión para los trolls venir tan lejos, porque las pandillas de chicos los habrían cubierto de graffitis hasta la cintura antes poder salir de allí. Sintió unos ojos escondidos sobre ella mientras caminaba hasta su puerta, y no le importó. —Muy bien —le dijo a Julieta—. Tuvimos una noche libre, ¿de acuerdo? —Volveré a trabajar contigo —dijo Julieta, para su sorpresa—. Necesitamos el dinero y no puedo contarle a papá sobre los cincuenta dólares, ¿o sí? Hubo una pequeña colisión de expectativas en la cabeza de Glenda mientras Julieta continuaba:

—Tienes razón, es un trabajo seguro y quiero conservarlo y soy tan densa que probablemente eche a perder el otro. Quiero decir, fue divertido y todo eso, pero entonces pensé, bien, que tú siempre me das buenos consejos, y recordé esa vez que pateaste a Grasiento Damien en los cojones tan duro cuando me estaba fastidiando, caminó doblado en dos por una semana. Además, si me voy con ellos implica dejar la calle, y a papá y a los muchachos. Eso realmente medio te asusta. Y dijiste que tuviera cuidado con los cuentos de hadas, y tienes razón, la mitad del tiempo son duendes. Y no sé cómo andaría sin ti enderezándome. Tú eres sólida, de veras. No puedo recordarte lejos de mí, y cuando una de las muchachas se rió con disimulo de tu viejo abrigo le dije que trabajas muy duro. Glenda pensó, yo solía leerte como a un libro, uno con grandes páginas llenas de color y no muchas palabras. Y ahora no puedo. ¿Qué está ocurriendo? Estás de acuerdo conmigo y debería sentirme satisfecha por eso, pero no. Me siento mal, y no sé por qué, y eso duele. —Tal vez deberías consultarlo con la almohada —sugirió. —No, lo echaría a perder, lo sé. —¿Te sientes bien? —Algo dentro de Glenda estaba gritando. —Estoy bien —dijo Julieta—. Oh, fue divertido y eso, pero es para muchachas de clase, no para mí. Es todo brillo, nada que puedas agarrar. Pero un pastel es un pastel, ¿no? ¡Sólido! Además, ¿quién cuidaría a papá y a los muchachos? No, no, no, gritó la voz de Glenda en su propia cabeza, ¡no eso! Yo no quería eso. Oh, ¿no lo quería? Entonces, ¿qué pensaba que estaba haciendo, contagiando todo ese pedo viejo? Ella me mira, ¡y fui y le di un buen ejemplo! ¿Por qué? Porque quería protegerla. Es tan... vulnerable. ¡Oh, cielos, le he enseñado a ser como yo, e incluso he arruinado esa tarea! —Muy bien, entonces, puedes volver conmigo. —¿Veremos el banquete? Nuestro papá ha estado preocupado por el banquete. Cree que Lord Vetinari va asesinarlos a todos. —¿Hace mucho de eso? —Sí, pero es acallado, dice nuestro papá.

—Habrá cientos de personas ahí. Eso necesitaría de mucho silencio. —Y si no me gusta lo que escucho, no habrá suficiente silencio en todo el mundo, pensó.

Trev dio vueltas por la tienda sin rumbo fijo mientras Nutt y el enano ponían sus cabezas juntas sobre la pelota. Por alguna razón se escuchaba un apagado escarbar sobre el techo. Sonaba a garras. Sólo un ave, se dijo. Ni siquiera Andy entraría a través del techo. Había otro asunto urgente. Este lugar tendría un retrete, ¿no? Por lo menos había una puerta trasera y de manera inevitable conduciría a un callejón posterior y, bien, ¿para qué es un callejón posterior sino para vagabundos dormidos y la necesidad fisiológica? Posiblemente en el mismo lugar si uno se sentía cruel. Trev se desabrochó su cinturón, enfrentó una fétida pared y miró hacia arriba despreocupadamente, como hace un hombre en estas circunstancias. Sin embargo, la mayoría de los hombres no miran hacia arriba para ver las caras asombradas de dos mujeres con aspecto de pajaritos que estaban de pie, no, posadas sobre el techo. Gritaron “¡Awk! ¡Awk!”, y volaron hacia la oscuridad. Trev se escabulló rápido y mojado en la tienda. Esta ciudad se ponía más extraña todos los días. Después de eso, el tiempo voló para Trev, y cada segundo apestaba a azufre. Había visto a Nutt chorrear velas, pero eso era paso de tortuga comparado con la velocidad en la que el cuero era cortado para la pelota. Pero eso no era escalofriante, era simplemente Nutt. Lo escalofriante era que no medía nada. Al final, Trev no pudo resistirlo más; se inclinó contra la pared, y señaló a una de las pequeñas tiras de cuero de varios tamaños y dijo: —¿Qué largo tiene eso? —Una y quince dieciseisavos de pulgada. —¿Cómo puede saberlo sin medir? —Mido, con mis ojos. Es una destreza. Puede ser aprendida. —¿Y eso lo hace meritorio? —Sí.

—¿Y quién hace de jurado? —Yo. —Aquí estamos, Sr. Nutt, todavía caliente —dijo Glang, llegando desde la parte posterior de la tienda y sosteniendo algo que parecía tomado de un animal que ahora estaba, uno esperaba por su propio bien, muerto—. Por supuesto, podría hacer mucho más con más tiempo —continuó—, pero si usted sopla este pequeño tubo... Trev observaba maravillado, y se le ocurrió que en toda su vida había hecho algunas velas y mucho desorden. ¿Cuánto valía? ¡Gloing! ¡Gloing! Dos pelotas en armonía, pensó Trev, pero aplaudió mientras Nutt y Glang se daban la mano, y entonces, mientras todavía estaban admirando su trabajo, extendió la mano detrás de él y sacó una daga del banco y la puso en su bolsillo. No era un ladrón. Oh, fruta de los puestos, pero todos sabían que eso no contaba, y robar del bolsillo de un pijo era sólo un caso de redistribución social, todos sabían eso, también, y tal vez uno encontraba algo que parecía perdido, bien, alguien lo recogería, entonces ¿por qué no usted? Las armas te mataban, a menudo porque sostenías una. Pero las cosas estaban yendo demasiado lejos. Había oído crujir los huesos de Andy y Nutt había puesto al hombre de rodillas sin sudar. Y había dos razones para tomar precauciones justo ahí. Una era que si uno humillaba a Andy era mejor matarlo, bien muerto, porque volvería, babeando sangre por la esquina de su boca. Y dos, la peor, era que ahora mismo Nutt era más preocupante que Andy. Por lo menos él sabía qué era Andy... Cargado una pelota cada uno, volvieron rápidamente a la universidad, Trev con un ojo atento a los edificios altos. —Es asombroso lo que está apareciendo en esta ciudad —dijo—. Había un par de tipos vampiros allá atrás, ¿lo sabía? —Oh, ¿ésos? Trabajan para su Señoría. Están ahí para protección. —¿De quién? —dijo Trev. —No se preocupe por ellos.

—¡Ja! ¿Y sabe que algo aún más extraño ha ocurrido esta noche? —dijo Trev, cuando la universidad apareció a la vista—. Usted le ofreció quince dólares a ese enano y ni siquiera regateó. Caramba, eso no tiene precedentes. ¡Debe ser el poder del gloing! —Sí, pero en realidad le di veinte dólares —dijo Nutt. —¿Por qué? No pidió una mayor cantidad. —No, pero sí trabajó muy duro y los cinco dólares adicionales le pagarán suficiente por la daga que usted robó mientras le dábamos la espalda. —¡Nunca lo hice! —dijo Trev ferozmente. —Su respuesta automática, irreflexiva y disparada con resorte es notada, Sr. Trev. Como lo fue la visión de la daga sobre el banco, seguida brevemente por la visión del espacio vacío donde la daga había estado. No estoy enfadado, porque lo vi lanzar el desdichado alfanje del Sr. Espinilla muy sensatamente sobre una pared y comprendo su nerviosismo, pero sin embargo debo señalar que esto es robar. De modo que le pido que, como mi amigo, devuelva la daga por la mañana. —Pero eso lo dejará con cinco dólares y su daga de vuelta. —Trev suspiró—. Pero por lo menos tenemos algunos dólares cada uno —dijo, cuando pasaron la puerta trasera de la universidad. —Sí, y luego otra vez no, Sr. Trev. Usted llevará los cinco dólares restantes y esto algo sucio aunque genuino recibo por veinte dólares al Sr. Stibbons, que piensa que usted no es bueno, haciéndole dudar, por lo tanto, de su suposición original de que usted es un ladrón y un pícaro, y ayudará su progreso en esta universidad. —No soy un... —empezó Trev y paró, bastante honesto para reconocer el cuchillo en su abrigo—. Sinceramente, Nutt, usted es único en su clase, de veras. —Sí —dijo Nutt—. Estoy llegando a esa conclusión.

¡MIREN!

La palabra, en letras inmensas, gritaba desde la portada del Times, próxima a una gran imagen de Julieta brillando en micromalla y sonriendo al lector. Glenda, congelada durante los últimos quince segundos en el acto de levantar un trozo de tostada a su boca, finalmente mordió. Ahora parpadeó y dejó caer la tostada para leer: La misteriosa modelo "Juls"20 fue la niña bonita de un asombroso desfile de modas en Shatta ayer cuando fue la misma encarnación de micromalla, la extraordinaria "tela" metálica sobre la que hubo tanta especulación en los meses recientes y que, ella lo confirma, No Raspa. Charló con felicidad y con atractiva y franca desinhibición con dignatarios a quienes, este autor asegura, nunca antes nadie les ha dicho "Miren". Parecían encontrar la experiencia refrescante y completamente sin roce...

Glenda dejó de leer en este momento porque la pregunta “¿En cuántos problemas nos vamos a meter por esto?”, estaba intentando llenar toda su cabeza. Y no habría problema, ¿o sí? Y no lo habría. No podría haberlo. Primero, ¿quién pensaría que la belleza con barba plateada, como alguna diosa de la forja, era la ayudante de una cocinera? Y, segundo, no había problema en ser engañado, a menos que alguien tratara de hacerlo, y en tal caso tendrían que acudir a Glenda y Glenda pasaría por ellos, en un orden muy breve. Porque Juls era maravillosa. Tenía que admitirlo. La muchacha traía el sol radiante a la página, y de repente estaba claro: sería un crimen esconder toda esa gracia y belleza en un sótano. Así que, ¿qué, si ella tenía un vocabulario de menos de setecientas palabras? Había más que suficientes personas que estaban llenas al tope con palabras, y ¿quién querría ver alguna de ellas sobre la portada? De todos modos, pensó, mientras se ponía el abrigo, sería una maravilla de nueve minutos en todo caso y además, añadió para sí, no era como si cualquiera fuera a descubrir que era Julieta. Después de todo, estaba usando una barba y eso era asombroso, porque no había ninguna manera en que una mujer con barba se viera atractiva, pero funcionaba. ¡Imagine eso poniéndose de moda! Uno tendría que pasar el doble de tiempo en el peluquero. Alguien va a pensar en eso, pensó.

20

Suena como jewels = joyas. (NT)

No se escuchaban sonidos desde la casa de los Stollop. No le sorprendía. Julieta no tenía mucha comprensión de la idea de puntualidad. Glenda tocó la puerta de junto para ver cómo estaba la viuda Crowdy y luego se dirigió, bajo la llovizna, de regreso a su puerto seguro en la Cocina Nocturna. A medio camino, una presión casi olvidada en su corpiño le recordó su deber y se atrevió a entrar en el Banco Real de Ankh-Morpork. Temblando de miedo y desafío, caminó hasta un oficinista en su escritorio, depositó con fuerza cincuenta cálidos dólares enfrente de él y dijo: —Quiero empezar una cuenta bancaria, ¿de acuerdo? —Salió cinco minutos después con una brillante libreta bancaria y el delicioso recuerdo de que un hombre de aspecto refinado en un escritorio de aspecto refinado en un edificio de aspecto refinado la había llamado madame, y disfrutó la sensación hasta que chocó con la realidad de que era mejor que madame se arremangara y se pusiera a trabajar. Había mucho que hacer. Hacía pasteles al menos un día por adelantado de modo que pudieran madurar, y el apetito del Sr. Nutt la noche anterior había hecho gran mella en su despensa. Pero por lo menos no habría mucha demanda de pasteles mañana por la noche. Ni siquiera los magos pedían un pastel después de un banquete. Ah, sí, el banquete, pensó, cuando la lluvia empezó a penetrar su abrigo. El banquete. Tendría que organizar el banquete. A veces si una quería ir al baile una tenía que ser la propia hada madrina. Había varios obstáculos que requerían el toque de una varita mágica: la Sra. Whitlow operaba efectivamente cierto tipo de apartheid entre las cocinas Diurna y Nocturna, como si un tramo de escalones en realidad cambiara quién era quién. La siguiente dificultad era que Glenda no tenía, de acuerdo con las costumbres de la universidad, el tipo adecuado de figura para servir la mesa, al menos cuando había visitantes, y, para terminar, Glenda no tenía el temperamento para servir la mesa. No era que no supiera cómo sonreír; era bastante capaz de sonreír, si alguien le daba suficiente advertencia, pero odiaba absolutamente tener que sonreír a las personas que en realidad merecían, en cambio, un golpecito alrededor de la oreja con una servilleta. Odiaba llevarse platos de comida sin terminar. Siempre tenía que reprimir

una tendencia a decir cosas como “¿Por qué lo puso sobre su plato si no pensaba terminarlo?”, y “Mire, usted ha dejado más de la mitad y costaba un dólar la libra”, y que “Por supuesto que está frío, pero es porque usted ha estado jugando bajo la mesa con la dama joven enfrente y no se ha concentrado en su cena”, y cuando todo lo demás fallaba “Hay niños pequeños en Klatch, sabe...”. Era una frase de su madre, pero ella había perdido alguna parte importante de ella, obviamente. Odiaba desperdiciar, pensó para sí misma mientras caminaba por el corredor de piedra hacia la Cocina Nocturna. Nunca se necesitaba que hubiera desperdicio si una conocía el camino alrededor de una cocina y si los comensales tenían la decencia de tomar su comida seriamente. Estaba divagando. Lo sabía. Ocasionalmente sacaría la portada del Times de su bolsa y le echaría un vistazo otra vez. Todo eso había ocurrido realmente y estaba la prueba. Pero, era un poco raro: todos los días ocurría algo que era bastante importante para estar en la portada del periódico. Nunca lo había comprado para ver un pequeño aviso que decía: "No mucho ocurrió ayer, lo lamentamos". Y mañana, a pesar de que esa imagen era maravillosa, estaría envolviendo pescado con papas fritas y todos se habrían olvidado de ella. Eso sería sacar una carga de su mente. Escuchó una tos educada. La reconoció como perteneciente a Nutt, que tenía la tos más educada que posiblemente existía. —¿Sí, Sr. Nutt? —El Sr. Trev me envió con esta carta para la Srta. Julieta, Srta. Glenda —dijo Nutt, que al parecer había estado esperando junto a los escalones. La ofreció como si fuera alguna espada de doble filo. —No ha entrado aún, me temo —dijo Glenda mientras Nutt la seguía escalones arriba—, pero la pondré aquí sobre el estante donde será seguro que la vea. —Miró Nutt y vio sus ojos fijos en los estantes de pasteles—. Oh, y parece que hice un pastel de manzana más que los pedidos. ¿Me pregunto si usted podía ayudarme retirándolo del local? Él le dio una sonrisa agradecida, tomó el pastel y se fue deprisa.

A solas otra vez, Glenda miró el sobre. Era del tipo más barato, de la clase que parecía haber sido hecho con papel de baño reciclado. Y de algún modo, parecía haber crecido un poco. Inexplicablemente, se encontró a sí misma recordando que la goma sobre esos sobres era tan mala que cuando se trataba de cerrarlos era probablemente mejor tener un resfriado muy malo. Cualquiera podía simplemente abrirlo, ver lo que decía, sacar un poco de cera de las orejas y nadie se daría cuenta. Pero habría sido algo muy malo para hacer. Glenda pensó esa misma idea quince veces antes de que Julieta entrara en la Cocina Nocturna, colgara su abrigo en el gancho y se pusiera su mandil. —Había un hombre en el bus leyendo el periódico y tenía una imagen de mí en la portada —dijo con excitación. Glenda asintió y le ofreció su propio periódico. —Bien, supongo que soy yo —dijo Julieta, la cabeza a un lado—. ¿Qué haremos ahora? —¡Abre la maldita carta! —gritó Glenda. —¿Qué? —dijo Julieta. —Er, oh, Trev te envió una carta —dijo Glenda. La tomó del estante y se la mostró—. ¿Por qué no la lees ahora mismo? —Probablemente sólo está tonteando. —¡No! ¿Por qué no la lees ahora mismo? ¡No he tratado de abrirla! Julieta tomó el sobre. Se abrió más o menos con un toque. El costado malvado de Glenda pensó, ¡casi ninguna goma en absoluto!, ¡podría haberla abierto con un golpecito! —No puedo leer contigo parada tan cerca —dijo Julieta. Después de algún tiempo moviendo los labios continuó—: No lo entiendo. Son todas como palabras largas. Encantadora escritura rizada, sin embargo. Hay una parte aquí que dice que parezco un día de verano. ¿De qué se trata todo eso, entonces? —La metió en la mano de Glenda—. ¿Puedes leerla por mí, Glendy? Sabes que no soy buena con las palabras complicadas. —Bien, estaba un poco ocupada —dijo Glenda—, pero ya que me lo pides.

—La primera vez que he recibido una carta que no está toda en mayúsculas —dijo Julieta. Glenda se sentó y empezó a leer. Toda una vida de lo que incluso ella llamaría una mala novela romántica de repente dio fruto. Leyó como si alguien hubiera abierto el grifo de la poesía y luego se hubiera ido de vacaciones sin pensar. Pero eran palabras maravillosas, sin embargo. Estaba la palabra pretendiente, por ejemplo, que era un indicador positivo, y mucho sobre flores y mucho de lo que parecía súplica, envuelto en letras elegantes, y después de un rato ella sacó su pañuelo y agitó el aire alrededor de su cara. —Entonces, ¿de qué se trata todo eso? —dijo Julieta. Glenda suspiró. ¿Cómo empezar? ¿Cómo le decías a Julieta sobre símiles y metáforas y licencia poética, todos envueltos en una maravillosa escritura rizada? Hizo su mayor esfuerzo. —Bieeeen, básicamente está diciendo que realmente le gustas, piensa que estás realmente en forma, y qué piensas de una cita, nada de toqueteos, lo promete. Y hay tres pequeñas X debajo. Julieta empezó a llorar. —Eso es adorable. Lo imagino sentado y escribiendo todas esas palabras sólo para mí. Verdadera poesía sólo para mí. Voy a dormir con ella bajo mi almohada. —Sí, sospecho que él tenía algo así en mente —dijo Glenda y pensó, ¿Trev Probable un poeta? No es probable en absoluto.

Había una carga horrible en la vejiga de Pepe, y estaba clavado entre una roca y algo duro, si ésa no fuera una descripción demasiado ofensiva de estar tendido entre Madame y una pared. Todavía estaba dormida. ¡Roncaba magníficamente, usando el ronquido múltiple tradicional, conocido por aquellos que tienen la suficiente fortuna de escucharlo todas las noches como la sinfonía “¡errgh, errgh, errghh, blorrrt!”. Y ella estaba tendida sobre su pierna. Y la habitación era negra como el ala de un cuervo. Logró

recuperar su pierna, la mitad de la cual se había quedado dormida, y partió en la bien conocida búsqueda de la porcelana, que empezó poniendo su pie sobre una botella vacía de champaña, que se fue y lo dejó acostado de espalda. En la penumbra la buscó a tientas, la encontró, verificó su real vacío, porque uno nunca conocía su suerte, y por así decir, la llenó otra vez, poniéndola sobre lo que probablemente era una mesa, pero en su mente y en la oscuridad podría haber sido un armadillo. Escuchaba otro sonido sincopando con la virtuosa interpretación de Madame. Debe haber sido lo que lo despertó. A tientas, ubicó su calzoncillo y después de apenas tres intentos logró ponérselo, del lado derecho arriba y alrededor. Era un poco frío. Ése era el problema con la micromalla; era, después de todo, metal. Por otro lado, no raspaba y uno nunca tenía que lavarla. Cinco minutos delante del fuego y era tan higiénica como cualquier cosa. Además, la versión de calzoncillo de Pepe contenía una sorpresa propia. Por lo tanto, sintiendo que podía enfrentar el mundo, o por lo menos la parte de él que necesitaría ver sólo la punta de él, caminó tropezando hasta la puerta de la tienda, examinando cada botella en busca de evidencias de contenido líquido. Excepcionalmente, una botella de oporto había sobrevivido con una capacidad remanente del cincuenta por ciento. Un puerto 21 en la tormenta, pensó, y bebió su desayuno. La puerta de la tienda estaba sonando. Tenía una pequeña abertura deslizante por la que el personal podía determinar si quería dejar pasar a un posible cliente, porque cuando uno es una tienda refinada como Shatta, uno no vende cosas sólo a cualquiera. Pares de globos oculares zigzagueaban de un lado al otro al otro cruzando su visión mientras las personas se apiñaban del otro lado de la puerta y luchaban por atención. Alguien dijo: —Estamos aquí para ver a Juls. —Está descansando —dijo Pepe. Eso era siempre una buena línea y podía significar cualquier cosa. —¿Ha visto la imagen en el Times? —dijo una voz. Entonces—: Mire — mientras una visión de Julieta era sujetada enfrente de la puerta. Caramba, se dijo. 21

Juego de palabras con “port”, tanto oporto como puerto. (NT)

—Tuvo un día muy cansado —dijo. —El público quiere saber todo sobre ella —dijo una voz más resuelta. Y una voz femenina algo menos agresiva dijo: —Parece ser bastante asombrosa. —Lo es. Lo es —dijo Pepe, inventando desesperadamente—, pero es una persona muy reservada y un poco artística también, si saben qué quiero decir. —Bien, tengo un gran pedido que hacer —dijo otra voz más, mientras trataba de conseguir un espacio en la ranura. —Oh, bien, no tenemos que despertarla para eso. Sólo denme un momento y volveré con ustedes. —Tomó otro trago de oporto. Cuando dio media vuelta, Madame, en un camisón que podía haber acomodado un pelotón, por lo menos si eran muy amigables, lo estaba atacando con un vaso en una mano y la botella de champaña en la otra. —Esta cosa se ha quedado horriblemente sin gas —dijo. —Iré y buscaré alguna nueva —respondió, arrebatándosela rápidamente—. Tenemos gente del periódico y clientes ahí afuera y todos quieren a Juls. ¿Puedes recordar dónde vive? —Estoy segura de que me lo dijo —dijo Madame—, pero todo parece haber ocurrido hace mucho tiempo. Esa otra, Glenda creo, trabaja en algún lugar grande en la ciudad, como cocinera. De todos modos, ¿por qué quieren verla? —Hay una maravillosa imagen en el Times —dijo Pepe—. ¿Sabes? ¿Cuando dijiste que pensabas que nos haríamos ricos? Bien, parece que no estabas pensando lo bastante grande. —¿Qué sugieres, querido? —¿Yo? —dijo Pepe—. Toma la orden, porque es buen negocio, y dile a los otros que Juls los verá más tarde. —¿Piensas que les gustará? —Tendrá que gustarles, porque no sabemos dónde diablos está. Hay un millón de dólares caminando por allí en esta ciudad sobre piernas.

Rhys, Bajo Rey de los enanos, prestaba especial atención a la imagen de la niña maravillosa. La definición no era demasiado mala en absoluto. La técnica de convertir la señal de semáforo de clacs en una imagen en blanco y negro estaba muy avanzada estos días. Aún así, su gente en AnkhMorpork debía haber pensado que esto era particularmente interesante para merecer el costo del ancho de banda requerido. Sin duda, estaba preocupando a muchos otros enanos, pero según la experiencia del Rey Bajo, era posible encontrar a alguien, en algún sitio, que se opusiera a cualquier cosa. Miró a los grags enfrente de él. Tan simple para las personas como Vetinari, pensó. Sólo tiene religiones con las que lidiar. Nosotros no tenemos religiones. Ser un enano es una religión en sí, y dos sacerdotes nunca estaban de acuerdo, y a veces parecía que cada otro enano es un sacerdote. —No veo nada aquí para perturbarme —dijo. —Creemos que la barba es postiza —dijo uno de los grags. —Eso es perfectamente aceptable —dijo el Rey—. No hay absolutamente nada en ningún precedente que prohíba las barbas postizas. Son una gran salvación para aquellos que encuentran las barbas difíciles de crecer. —Pero

se ve,

bien,

atractiva —dijo uno de los otros grags. Eran

indistinguibles bajo sus altas y puntudas capuchas de cuero. —Atractiva, indudablemente —dijo el Rey—. Caballeros, ¿va a llevar esto mucho tiempo? —Debe ser detenido. No es enano. —Oh, pero manifiestamente lo es, ¿verdad? —dijo el Rey—. La micromalla es cien por cien malla y uno no se pone más enano que eso. Está sonriendo y mientras estaría de acuerdo en que los enanos no parecen sonreír mucho, sin duda no cuando me visitan, creo que podríamos sacar provecho de su ejemplo. —Es absolutamente un delito contra la moral. —¿Cómo? ¿Dónde? Solamente en sus cabezas, lo siento. El grag más alto dijo: —¿Así que usted no piensa hacer nada? El Rey hizo una pausa por un momento, mirando el techo.

—No, pienso hacer algo —dijo—. Antes que nada, me aseguraré de que mi personal averigüe exactamente cuántas órdenes de micromalla se han originado desde aquí en Bonk hoy. Estoy seguro de que Shatta no se opondría a que vean sus registros, especialmente porque pensaba decirle a Madame Sharn que puede volver y establecer sus locales aquí. —¿Usted haría eso? —dijo un grag. —Sí, por supuesto. Casi hemos concluido el Acuerdo de Valle de Koom, una paz con los trolls que nunca nadie pensó que vería. Y estoy harto, caballeros, de sus gimientes, quejosos e interminables, interminables intentos de volver a librar batallas que ya perdieron. En cuanto a mí respecta, esta joven dama nos está mostrando un futuro mejor y ahora, si no están fuera de mi oficina en diez segundos, se los cargaré en la renta. —Habrá problemas sobre esto. —¡Caballeros, siempre hay problemas! Pero esta vez los estaré haciendo por ustedes. Cuando la puerta se cerró de golpe detrás de ellos, el Rey se reclinó en su silla. —Bien hecho, señor —dijo su secretario. —Seguirán adelante. No puedo imaginar qué sería ser un enano si no discutiéramos todo el tiempo. —Se giró un poco en su silla—. ¿Sabe? Tienen razón cuando dicen que no raspa y no es tan fría como uno imaginaría. Pida a nuestro agente que exprese mi agradecimiento a Madame Sharn por su generoso regalo, ¿quiere?

Incluso tan temprano en el día, el Gran Salón de la universidad era una vía pública. La mayor parte de las mesas eran empujadas contra las paredes o, si alguien tenía ganas de presumir, levitaban hasta el techo, y las inmensas lajas negras y blancas del piso, suavizadas por las pisadas de milenios, eran pulidas todavía más mientras los cuerpos docente y estudiantil de hoy tomaban un atajo a varios intereses, destinos y, muy ocasionalmente y cuando ninguna excusa viable se presentaba, conferencias.

El Gran Candelero había sido bajado y colocado a un costado para su diario rellenado de velas, pero, afortunadamente para los propósitos de Mustrum Ridcully, había una gran extensión de piso despejado. Vio la figura que estaba esperando acercándose hacia él. —¿Cómo fue eso, Sr. Stibbons? —Sumamente bien, tengo que decir, señor —dijo Ponder. Abrió el saco que cargaba—. Una de ellas es nuestra pelota original y la otra es la pelota que Nutt y Trevor Probable hicieron anoche. —Ah, descubra la pelota —dijo Ridcully. Recogió ambas en sus manos enormes y las dejó caer sobre las losas. ¡Gloing! ¡Gloing! —Perfectamente idénticas —dijo. —Trevor Probable dijo que la hizo un enano por veinte dólares —dijo Ponder. —¿Realmente? —Sí, señor, y él me dio el cambio y el recibo. —¿Usted parece perplejo, Sr. Stibbons? —Bien, sí, señor. Siento que lo he estado juzgando mal. —Posiblemente

incluso

los

pequeños

leopardos

pueden

cambiar

de

calzoncillo —dijo Ridcully, palmeándole la espalda cordialmente—. Llámelo un gol para la naturaleza humana. Ahora, ¿cuál de estas pelotas es la que se está yendo al Gabinete? —Asombrosamente, señor, sí pensaron en marcar la nueva pelota y hay una diminuta peca de pintura blanca sobre ésta aquí... quiero decir ésta aquí... pienso que estaba aquí... ¡Ah! Aquí está. Es la nuestra. Enviaré a uno de los estudiantes a devolver la otra cuanto antes. Todavía tenemos una hora y media. —No, más bien hágalo usted mismo, Sr. Stibbons, estoy seguro de que sólo le tomaría algunos minutos. Vuelva rápidamente, me gustaría intentar un pequeño experimento. Cuando Ponder regresó, encontró a Ridcully holgazaneando con discreción junto a una de las grandes puertas. —¿Usted tiene su libreta lista, Sr. Stibbons? —dijo silenciosamente. —Y un lápiz nuevo, Archicanciller.

—Muy bien, entonces. El experimento comienza. Ridcully lanzó el nuevo fútbol suavemente al piso, se enderezó y echó un vistazo a su cronómetro. —Ah, la pelota ha sido pateada a un lado por el Profesor de Estudios Intolerantes, muy posiblemente por accidente... Ahora uno de los bedeles, el Sr. Hipney creo que es su nombre, la ha pateado algo vacilante. Uno de los estudiantes, Pondlife creo, la ha pateado hacia atrás... Tenemos velocidad, Sr. Stibbons. Sin dirección fija, es verdad, pero prometedor. Ah, pero no podemos tolerar esto... ¡¡¡No tocar la pelota con sus manos, caballeros!!! — gritó el Archicanciller, atrapando con habilidad la pelota viajera con su bota —. ¡Ésa es una regla! Nos vendría bien ese silbato, Stibbons realmente. Hizo rebotar la pelota sobre el piso de piedra. ¡Gloing! —¡No tonteen como niños que patean una lata! ¡Jueguen al fútbol! ¡Soy el Archicanciller de esta universidad, por Io, y suspenderé, o de otra manera expulsaré, a cualquier hombre que quiera salirse sin una nota de su madre, ja! ¡Gloing! —¡Se organizarán en dos equipos, instalarán metas y se esforzarán por ganar! ¡Ningún hombre dejará el campo de juego a menos que esté herido! No deben usar las manos, ¿está claro? ¿Alguna pregunta? —Una mano se elevó. Ridcully buscó la cara adjunta. —Ah, Rincewind —dijo, y, porque no era un hombre desagradable con determinación, lo corrigió a—: Profesor Rincewind, por supuesto. —Desearía el permiso para ir por una nota de mi madre, señor. Ridcully suspiró. —Rincewind, una vez me informó que usted nunca conoció a su madre porque escapó antes de que usted naciera, para mi eterna perplejidad. Claramente recuerdo haberlo anotado en mi diario. ¿Le gustaría otro intento? —¿Permiso para ir a buscar a mi madre? Ridcully vaciló. El Profesor de Geografía Cruel y Desusada no tenía ningún estudiante y ningún verdadero deber aparte de permanecer fuera de los

problemas. Aunque Ridcully nunca lo admitiría, era contra toda razón un puesto emérito. Rincewind era un cobarde y un payaso sin gracia, pero había salvado

el

mundo

varias

veces

en

circunstancias

ligeramente

desconcertantes. Era un sumidero de suerte, había decidido el Archicanciller, condenado a ser un pararrayos para la suerte de modo que todos los demás no tuvieran que serlo. Tal persona era digna de todas sus comidas y lavado de ropa sucia (incluyendo un nivel por encima de la media de calzoncillos sucios) y un balde de carbón todos los días incluso si era, en la opinión de Ridcully, un poco quejica. Sin embargo, era rápido, y por lo tanto útil. —Mire —dijo Rincewind—, una urna misteriosa aparece y de repente todo gira sobre el fútbol. Es un presagio. Quiere decir que algo malo va a ocurrir. —Venga ahora, podría ser algo maravilloso —protestó Ridcully. Rincewind pareció darle una debida consideración. —Podría ser maravilloso, será horrible. Lo siento, así es cómo va. —Ésta es la Universidad Invisible, Rincewind. ¿Qué hay aquí para temer? — dijo Ridcully—. Aparte de mí, por supuesto. Santo cielo, es un deporte. — Levantó la voz—. ¡Organícense ustedes mismos en dos equipos y jueguen al fútbol! Caminó hacia atrás y se acercó a Ponder. Los obligados jugadores de fútbol, habiendo recibido claras instrucciones en voz alta, se apiñaron para averiguar por vocerío qué deberían en realidad hacer en cambio. —No puedo creerlo —dijo Ridcully—. Todos los niños saben qué hacer cuando han encontrado algo para patear, ¿verdad? —Abocinó sus manos—. Vamos, dos capitanes se ofrecen. No me importa quién sea. —Esto tomó bastante más tiempo que el esperado ya que los que no habían abandonado el Salón subrepticiamente pudieron ver que puesto de capitán del fútbol era uno que ofrecía una maravillosa oportunidad para ser el objetivo de la ira voluble del Archicanciller. Al final dos sacrificios fueron empujados hacia delante y encontraron demasiado difícil volver atrás a las filas otra vez. —Ahora, digo otra vez, escojan los equipos alternativamente. —Se quitó el sombrero y lo lanzó al suelo—. ¡Ahora todos comprendemos esto! ¡Es cosa de niños! ¡Es como las niñas pequeñas y el color rosa! ¡Ustedes saben cómo hacerlo! Escojan los equipos alternativamente así uno de ustedes termina

con el niño raro y el otro con el niño gordo. Algunas de la matemática más rápidas de todos los tiempos han sido logradas por capitanes de equipo tratando de no terminar con el niño raro... ¡Quédese donde está, Rincewind! Ponder tuvo un estremecimiento involuntario cuando sus años de colegio volvieron corriendo, abucheándolo. El niño gordo en su clase había sido el desafortunadamente llamado "Cerdito" Love, cuyo padre poseía una tienda de dulces, que le daba al hijo un poco de peso en la comunidad, para no mencionar influencia. Eso había dejado sólo al niño raro como el objetivo natural para los otros niños, que para Ponder significaba un infierno crónico hasta ese maravilloso día cuando salieron chispas de los dedos de Ponder y el calzoncillo de Martin Sogger se incendió. Podía olerlo ahora. Los mejores días de su vida enculados; el Archicanciller podía ser un poco grosero y difícil a veces, pero por lo menos no le permitían darte un tirón... —¿Está escuchándome, Stibbons? Ponder parpadeó. —Er, lo siento, señor, estaba... calculando. —Dije, ¿quién es el tipo alto con el bronceado y la barbita? —Oh, ése es el Profesor Bengo Macarona, Archicanciller. De Genua, ¿recuerda? Ha permutado con el Profesor Cabellodedoncella por un año. —Oh, correcto. Pobre viejo Cabellodedoncella. Quizás no se le rían tanto en una lengua extranjera. Y el Sr. Macarona está para superarse a sí mismo, ¿sí? Poner un poco de lustre sobre su carrera, sin duda. —Apenas, señor. Tiene doctorados de Unki, QIS y Chubb, trece en total, y un profesorado visitante en Bugarup, y ha sido citado en doscientos treinta y seis artículos y, er, una demanda de divorcio. —¿Qué? —La regla sobre el celibato no es tomada seriamente ahí, señor. Personas muy apasionadas, entiendo, por supuesto. Su familia posee un rancho inmenso y la plantación de café más grande fuera de Klatch, y pienso que su abuela posee la Empresa Naviera Macarona. —¿Entonces por qué diablos vino aquí? —Quiere trabajar con los mejores, señor —dijo Ponder—. Pienso que es serio.

—¿De veras? Oh, bien, parece a un tipo sensato, entonces. Er, ¿la cosa de divorcio? —No sé mucho, señor, es cosa acallada, creo. —¿Marido enfadado? —Esposa enfadada, según escuché —dijo Ponder. —Oh, él estaba casado, ¿verdad? —No a mi entender, Archicanciller. —No creo comprender totalmente —dijo Ridcully. Ponder, que no se sentía cómodo en esta área en absoluto, dijo muy despacio: —Era la esposa de otro hombre... yo, er, creo, señor. —Pero yo... —Para alivio de Ponder, la luz amaneció sobre la cara inmensa de Ridcully—. Oh, usted quiere decir que era como el Profesor Hayden. Solíamos tener un nombre para él... —Ponder se preparó—. Serpientes. Muy aficionado a ellas, lo sabe. Podía hablar por horas de serpientes con una guarnición de lagartijas. Muy aficionado. —Me alegra que se sienta así, Archicanciller, porque sé que una cantidad de los estudiantes... —Y luego estaba el viejo Postule, que estaba en el equipo de remo. Nos motivó a través de dos maravillosos años. —La expresión de Ponder no cambió, pero por algunos momentos su cara se puso rosa y brillante—. Mucho de ese tipo de cosa por ahí, al parecer —dijo Ridcully—. Las personas hacen tanto escándalo. De todos modos, en mi opinión no hay suficiente amor en el mundo. Además, si no le gustara la compañía de hombres no vendría aquí en primer lugar. ¡Eso digo! ¡Bien hecho, ese hombre! —Esto fue porque, ante la falta de la atención de Ridcully, los jugadores de fútbol por fin habían empezado su propio peloteo y algo de juego de pies muy extravagante estaba apareciendo—. ¿Sí, qué? Un bedel había aparecido al lado de Ridcully. —Un caballero para ver al Archicanciller, señor. Es un mago, señor. El, er, el Decano, como ser, sólo que dice que es un Archicanciller también. Ridcully vaciló, pero uno tendría que ser un experimentado observador de Ridcully, como Ponder, para notar el momento. Cuando el Archicanciller

habló, lo hizo tranquila y cuidadosamente, cada palabra golpeada en el yunque del autocontrol. —¡Qué sorpresa agradable, Sr. Nobbs! Muéstrele al Decano el camino. Oh, y por favor no eche un vistazo al Sr. Stibbons para confirmar, gracias. Todavía soy el Archicanciller por estos lares. El único, a decir verdad. ¿Hay un problema, Sr. Stibbons? —Bien, señor, es un poco público aquí... —Ponder paró, porque de repente no tenía la atención de nadie. No había visto que la pelota rebotaba hacia el Bedel Nobbs (no parientes). Ni la cruel patada que el último le daba, exactamente como le habría dado a una intrusión impertinente de la lata de un pilluelo callejero. Ponder sí vio que la pelota se curvaba majestuosamente por el aire, dirigiéndose hacia el otro extremo del Salón donde, detrás del órgano,

se

alzaba

la

ventana

de

cristales

de

colores

dedicada

al

Archicanciller Abasti, que diariamente mostraba una de varios miles de escenas de naturaleza mística o espiritual. La intuición con la que Ponder había calculado con éxito la distancia y la trayectoria de la pelota le dijo que la brillante imagen actual de "Obispo Cuerno dándose cuenta de que el quiche de caimán era una elección poco sabia" había aparecido justo a tiempo para ser sumamente desafortunada. Y entonces, como algún nuevo planeta nadando hacia el conocimiento de un observador de los cielos, como son propensos a hacer, una oxidada forma roja apareció, se desplegó, arrebató la pelota del aire y aterrizó sobre el teclado del órgano al sonido de ¡gloing!, en sí bemol. —¡Bien hecho, ese simio! —bramó el Archicanciller—. ¡Una bella parada, pero, por desgracia, en contra de las reglas! Para sorpresa de Ponder se escuchó un murmullo del disentimiento desde todos los jugadores. —Creo que la decisión podría beneficiarse de un poco de consideración —dijo una voz pequeña detrás de ellos. —¿Quién dijo eso? —preguntó Ridcully, dando media vuelta y mirando en los pequeños ojos de repente aterrorizados de Nutt. —Nutt, señor. El chorreador de velas. Nos conocimos ayer. ¿Lo ayudé con la pelota...?

—Y usted me está diciendo que estoy equivocado. ¿Verdad? —Preferiría que usted pensara que sugerí una manera en que usted podría tener aún más razón. Ridcully abrió la boca y luego la cerró otra vez. Sé qué es, pensó. ¿Lo sabe él? ¿O se lo ocultaron? —Muy bien, Sr. Nutt. ¿Hay una opinión que desee expresar? —Sí, señor. ¿Cuál es el propósito de este juego? —¡Ganar, por supuesto! —Efectivamente. Por desgracia, no está siendo jugado para eso. —¿No? —No, señor. Todos los jugadores quieren patear la pelota. —¿Y así deberían hacerlo, seguramente? —dijo Ridcully. —Sólo si usted cree que el propósito del juego es un ejercicio saludable, señor. ¿Juega al ajedrez? —Bien, lo he hecho. —¿Y usted habría pensado que es correcto que todos los peones avancen por el tablero en la esperanza de dar jaque mate al rey? —Por un momento, Ridcully tuvo una visión mental de Lord Vetinari sosteniendo en alto a un solitario peón y diciendo en qué podría convertirse... —¡Oh, vamos, eso es muy diferente! —explotó. —Sí, pero la destreza yace en ordenar los recursos en la manera correcta. — Ridcully vio que una cara aparecía detrás de Nutt, como una luna naciente de ira. —Usted no habla a los caballeros, Nutt, no es su lugar tomar su tiempo con su parloteo... Ridcully se retorció de compasión por Nutt, más que nada porque Smeems, como era el hábito de tales personas, se había quedado mirando al Archicanciller buscando y, peor, esperando la aprobación de esta tiranía insignificante. Pero la autoridad debe respaldar la autoridad, en público por lo menos, de otra manera no hay ninguna autoridad, y por lo tanto la autoridad superior es forzada a apoyar a la autoridad menor, incluso si él, la autoridad superior, creía que la autoridad menor es un pequeño gusano fatigoso.

—Gracias por su interés, Sr. Smeems —dijo—, pero a decir verdad pedí al Sr. Nutt su opinión de nuestro pequeño peloteo, ya que es el juego de la gente y él es bastante más gente que yo. No lo retendré mucho tiempo de sus deberes, Sr. Smeems, ni tampoco a usted de los suyos, que sé son tanto esenciales como urgentes. La pequeña autoridad insegura puede botar, si es sensata, cuando una mayor autoridad le está dando la oportunidad de mantener su prestigio. —¡Tiene razón, señor! —dijo Smeems después del titubeo de apenas un segundo, y se escurrió hacia la seguridad. La cosa llamada Nutt parecía estar temblando. Piensa que ha hecho algo mal, pensó Ridcully, y no debería pensar en él como una cosa. Algún sentido de mago lo hizo mirar a su alrededor buscando la cara de... ¿cuál era el nombre del muchacho?... Trevor Probable. —¿Tiene usted otra cosa que añadir, Sr. Probable? Es que estoy un poco ocupado por el momento. —Di el cambio y el recibo al Sr. Stibbons —dijo Trevor. —¿Qué hace usted por aquí, joven? —Dirijo los tanques de vela, patrón. —Oh, ¿sí? Estamos teniendo algunas muy buenas chorreaduras de ustedes muchachos estos días. Trev pareció dejarlo pasar. —El Sr. Nutt no está en problema, ¿o sí, patrón? —No a mi entender. ¿Pero qué sé yo?, se preguntó Ridcully. El Sr. Nutt, por definición, es un problema. Pero el Bibliotecario dice que se entretiene por ahí reparando cosas y es en general un amistoso apocado, y habla como si estuviera dando una conferencia.22 Este hombre pequeño, que en realidad no es tan pequeño como parece cuando uno lo mira, se apoca a sí mismo con humildad... este hombre pequeño nació con un nombre tan temible que algunos campesinos lo encadenaron a un yunque porque tenían demasiado temor para matarlo. Quizás Vetinari y sus amigos tienen razón a su manera petulante y un leopardo puede cambiar de calzoncillo. Eso espero, porque si no, un 22

Uno no llegaba a ningún lugar en la Universidad Invisible si no era capaz comprender la vasta

cantidad de significados que puede tener la palabra ook.

leopardo será un picnic. Y en cualquier momento, viene el Decano, maldito sea su cuero traicionero. —Es que es mi amigo, patrón. —Bien, eso es bueno. Todos deberían tener un amigo. —No voy a dejar que nadie lo toque, patrón. —Una ambición valiente, joven, si puedo decirlo. Sin embargo, Sr. Nutt, ¿por qué objetó cuando señalé que el Bibliotecario, aunque fue maravillosa su parada en elevación, estaba en violación de las reglas? —Nutt no miró hacia arriba, pero en voz baja dijo: —Fue elegante. Fue hermoso. El juego debe ser hermoso, como una guerra bien ejecutada. —Oh, no creo que muchas personas dirían que la guerra es muy alegre — dijo Ridcully. —La belleza puede ser considerada neutral, señor. No es lo mismo que bonito o bueno. —Pensaba que era lo mismo que verdad, sin embargo —dijo Ponder, tratando de aguantar el ritmo—. Que a menudo es horrible, señor, pero el salto del Sr. Bibliotecario fue tanto hermoso, señor, como bueno, señor, y por lo tanto debe ser verdad y por lo tanto la regla que debería evitar que lo haga otra vez demostraría ser no-hermosa y no-verdadera y sería una ley falsa efectivamente. —Eso es correcto, patrón —dijo Trev—. Las personas pedirán a gritos esas cosas. —¿Usted quiere decir que aclamarían por un gol no conseguido? —preguntó Ponder. —¡Por supuesto que lo harán! ¡Y gemirán! Es algo que ocurre —bufó Ridcully —. ¡Usted vio el partido el otro día! Si usted tuvo suerte, vio un montón de hombres grandes y sucios que pelean por una pelota como un grumo de madera. ¡Las personas quieren ver que se hacen goles! —¡Y que se evitan, recuerde! —señaló Trev. —Exactamente, joven —acordó Ridcully—. Debe ser un juego de velocidad. Éste es el año de la Liebre Pensativa, después de todo. Las personas se aburren muy fácilmente. No me asombra que haya peleas. Necesitamos,

verdad, hacer un deporte que sea más excitante que golpear la cabeza de otras personas con armas grandes. —Eso ha sido muy popular siempre —dijo Ponder dudoso. —Bien, somos magos, después de todo. ¡Y ahora debo ir y dar la bienvenida al puñetero supuesto Archicanciller de la supuesta Universidad de Brazeneck en el maldito espíritu correcto de la buena voluntad fraternal! —Supuesta —murmuró Ponder, no lo bastante bajo. —¿Qué dice? —bramó el Archicanciller. —¿Sólo me preguntaba qué quiere que yo haga, Archicanciller? —¿Hacer? ¡Manténgalos jugando! ¡Vea quién es bueno en eso! Investigue cuáles son las reglas más hermosas —gritó Ridcully, dirigiéndose hacia la salida del Salón a toda velocidad. —¿Yo solo? —dijo Ponder, horrorizado—. ¡Tengo un montón de trabajo! —¡Delegue! —¡Usted sabe que soy desastroso para delegar, señor! —¡Entonces delegue el trabajo de delegar en alguien que no lo sea! ¡Ahora debo irme antes de que robe la vajilla de plata!

Era muy raro que Glenda se tomara tiempo libre. Ser la cabeza de la Cocina Nocturna era un estado mental, no físico. La única comida que tomaba en casa era el desayuno, y siempre con prisa. Pero ahora había robado un poco de tiempo para vender el sueño. May Hedges estaba cuidando la cocina y era confiable y se llevaba bien con todos y por tanto no había ninguna preocupación ahí. El sol había salido y ahora llamaba a la puerta trasera del taller del Sr. Fuertenelbrazo. El enano abrió la puerta con colorete en todos sus dedos. —Oh, hola, Glenda. —¿Cómo le va? —Dejó con fuerza un montón de órdenes sobre la mesa con orgullo y abrió la maleta. Estaba vacía—. Y necesito muchas muestras más —dijo. —Oh, eso es estupendo —dijo el enano—. ¿Cuándo tomó éstas?

—Esta mañana. —Había sido fácil. Puerta tras puerta parecía haberse abierto para ella y cada vez una pequeña voz en su cabeza decía, ¿Estás haciendo lo correcto?; una voz ligeramente más profunda, que notablemente sonaba a Madame Sharn, decía, Él quiere hacerlo. Tú quieres venderlo. Ellos quieren comprarlo. El sueño gira y gira y también el dinero. —El lápiz labial salió muy bien —dijo—. Esas chicas troll se lo ponen con una cuchara de albañil y no estoy bromeando. Así que lo que usted debería hacer, señor, es vender cucharas. Una bonita, en una bonita caja con purpurina. El enano le echó una mirada de admiración. —Esto no es lo suyo, Glenda. —No estoy segura de eso —dijo Glenda, mientras más muestras eran dejadas caer en la maltratada caja—. ¿Ha pensado en vender zapatos? —¿Piensa que merecería un intento? No usan zapatos normalmente. —No usaban lápiz labial hasta que se mudaron aquí —dijo Glenda—. Podría ser la próxima moda. —Pero tienen pies como granito. No necesitan zapatos. —Pero los querrán —dijo Glenda—. Usted podría estar entrando en la fase inicial, por decir. Fuertenelbrazo parecía perplejo y Glenda recordó que incluso los enanos de la ciudad estaban acostumbrados al lenguaje patas arriba de casa. —Oh, lo siento, quise decir por el último piso. Y además hay vestidos —dijo Glenda—. He estado mirando por ahí y nadie hace vestidos adecuados para trolls. Son sólo vestidos humanos enormes. Y son cortados para hacer que el troll se vea más pequeño, pero sería mejor si fueran cortados para hacer que se vea más grande. Más como un troll y menos como un humano gordo. ¿Sabe? Una quiere la ropa para gritar, "Soy una grandiosa dama troll y estoy orgullosa de serlo". —¿Ha sido golpeada en la cabeza con algo? —dijo Fuertenelbrazo—. Porque si es así me gustaría que cayera sobre mí. —Bien, es difundir el sueño, ¿no? —dijo Glenda, organizando las muestras cuidadosamente en su maleta—. Es un poco más importante que lo que pensaba.

Hizo catorce visitas exitosas más antes de dar por terminado el día, puso las órdenes a través del buzón de Fuertenelbrazo y volvió a trabajar, con una maleta liviana y el corazón inusitadamente liviano.

Ridcully dobló la esquina y allí, justo enfrente de él, estaba... Su mente giró mientras buscaba el modo correcto de llamarlo: "Archicanciller" estaba fuera de discusión, "Decano", un insulto demasiado obvio, "Dos Sillas", ídem con los puños, y "bastardo desagradecido, hipócrita y baboso", demasiado largo para decir. ¿Cuál diablos era el nombre del bastardo? Grandes cielos, habían sido amigos desde su primer día en la UI... —¡Henry! —estalló—. ¡Qué sorpresa tan agradable! ¿Qué te trae aquí a nuestra universidad pequeña miserable y tristemente desactualizada? —Oh, vamos, Mustrum. Cuando partí, los muchachos estaban empujando los límites del conocimiento. Ha estado un poco silencioso desde entonces, deduzco. A propósito, éste es el Profesor Semilladenabo. Apareció desde detrás del supuesto Archicanciller de Brazeneck, como un satélite saliendo de la sombra de un gigante gaseoso, un joven apocado que al instante le recordó a Ponder Stibbons, aunque no podía distinguir por qué. Era quizás el aspecto de alguien que hacía todo el tiempo sumas en su cabeza, y no exactamente las sumas correctas tampoco, sino las del tipo furtivo con letras en ellas. —Oh, bien, ya sabes cómo es eso con los límites —masculló Ridcully—. Miras lo que está del otro lado y te das cuenta porqué había un límite en primer lugar. Buenas tardes, Semilladenabo. Su cara es familiar. —Solía trabajar aquí, señor —dijo Semilladenabo tímidamente. —Oh sí, recuerdo. ¿En el Departamento de Magia de Alta Energía, sí? —Un hombre del futuro, nuestro Adrián —dijo el ex Decano, con tono propietario—. Tenemos nuestro propio Edificio de Magia de Alta Energía ahora, ya sabes. Lo llamamos Edificio de Magia de Más Alta Energía, pero hago hincapié en que es sólo para evitar confusiones. Ninguna intención de menosprecio a la buena vieja UI. Adoptar, adaptar, mejorar, ése es mi lema.

Bien, si uno lo adaptó entonces ahora es agarrar, copiar y verse inocente, pensó Ridcully, pero con cuidado. Los magos superiores nunca reñían en público. El daño tendía a ser atroz. No, cortesía formal, pero con bordes afilados. —Dudo que haya alguna confusión, Henry. Somos la universidad más grande, después de todo. Y por supuesto soy el único Archicanciller por estos lares. —Por costumbre y práctica, Mustrum, y los tiempos están cambiando. —O

siendo

cambiados,

por

lo

menos.

Pero

llevo

el

Sombrero

de

Archicanciller, Henry, como lo llevaron mis predecesores hacia atrás en los siglos. El Sombrero, Henry, de autoridad suprema en los asuntos del Inteligente, el Astuto y el Hábil. El Sombrero, a decir verdad, sobre mi cabeza. —No lo es, lo sabes —dijo Henry alegremente—. Estás llevando el sombrero de todos los días que te hiciste tú mismo. —¡Estaría sobre mi cabeza si yo quisiera que estuviera! La sonrisa de Henry era vítrea. —Por supuesto, Mustrum, pero la autoridad del Sombrero ha sido desafiada a menudo. —Casi correcto, viejo amigo. A decir verdad, es la propiedad que ha sido, en el pasado, discutible, pero el Sombrero mismo, nunca. Ahora, noto que tú mismo estás llevando un sombrero particularmente atractivo de una magnificencia que va más allá de lo sublime, pero es sólo un sombrero, viejo amigo, sólo un sombrero. Ninguna intención ofensiva, por supuesto, y estoy seguro de que en otro milenio se habrá cargado de dignidad y sabiduría. Puedo ver que has dejado abundante espacio. Semilladenabo decidió hacer una corrida a los baños justo ahora, y con una disculpa sorda empujó a Ridcully y salió a gran velocidad. Curiosamente, la repentina falta de público redujo la tensión en vez de incrementarla. Henry sacó un paquete delgado de su bolsillo. —¿Cigarrillo? Sé que enrollas los tuyos, pero Verdant y Fregar hacen éstos especialmente para mí y están bastante buenos.

Ridcully tomó uno, porque un mago, aunque sea arrogante, que no acepte fumar o beber gratis está en su ataúd, pero tuvo cuidado en no notar las palabras "La Elección de Archicanciller" en letras llamativas en el paquete. Cuando devolvía el paquete, algo pequeño y lleno de color cayó al piso. Henry, con una agilidad inesperada en un mago tan lejos arriba en la secuencia principal descrita por el bien conocido Diagrama de Owlspring / Tips,23 se agachó rápidamente y lo tomó, farfullando algo sobre “no dejar que se ensucie”. —Podrías tomar tu cena de estos pisos —dijo Ridcully bruscamente, y es probable que lo haría, añadió para sí. —Sólo los cobradores se enojan tanto si hay una mota de polvo sobre ellos y doy los míos al hijo pequeño del mayordomo —continuó Henry indiferente. Giró la cartulina y frunció el ceño—. Notables Magos de nuestro tiempo, Nº 9 de 50: Dr. Able Baker, BC (Hons), Fdl, Kp, PdF (propiedad), Director de Estudios de Blit, Brazeneck. Estoy seguro de que ya tengo ésta. —La dejó caer en un bolsillo del chaleco—. No importa, bueno para los swapsies. Ridcully podía tasar las cosas muy rápido, especialmente cuando era impulsado por baterías de fuegos de rabia. —El tabaco de Wizla, compañía de rapé y papel de enrollar —dijo—, de Pseudopolis. Humm, idea ingeniosa. ¿Quién está allí de la UI? —Ah. Bien, tengo que admitir que la asamblea y el pueblo de Pseudopolis son bastante... patrióticos en su punto de vista... —Pienso que la palabra es "provincianos", ¿verdad? —Palabras ásperas, considerando que Ankh-Morpork es la ciudad más petulante y más presumida en el mundo. —Esto era clarísimamente verdadero así que Ridcully decidió que no lo había escuchado. —¿Estás en una de estas tarjetas, entonces? —gruñó. —Insistieron, me temo —dijo Henry—. Nací allí, mira. Chico local y todo eso. —Y nadie de la UI —dijo Ridcully rotundamente.

23

Este diagrama fue diseñado para trazar la tendencia de los magos, que arrancan pequeños y

pálidos, para avanzar a través del arte haciéndose más grandes y coléricamente más rojos hasta que por fin se hinchan y estallan en una nube de pomposidad.

—No técnicamente, pero el Profesor Semilladenabo está ahí como el inventor de Pex. —Mientras Henry lo decía, culpa y desafío lucharon por espacio en la frase. —¿Pex? —dijo Ridcully despacio—. ¿Quieres decir como Hex? —Oh, no, no como Hex en absoluto. Por cierto no. El principio es muy diferente. —Henry se aclaró la garganta—. Es movido por pollos. Disparan el resonador mórfico, o como se llame. Tu Hex, según recuerdo, utiliza hormigas, que son mucho menos eficientes. —¿Cómo es eso? —Obtenemos huevos que podemos comer. —Eso no suena demasiado diferente, lo sabes. —Oh, vamos. ¡Son cientos de veces más grandes! Y Pex está en una habitación construida a propósito, no enhebrado al azar por todas partes. ¡El Profesor Semilladenabo sabe qué está haciendo, e incluso tú, Mustrum, debes reconocer que el río del progreso es alimentado por mil arroyos! —¡Y no todos surgieron en la puñetera Brazeneck! —dijo Ridcully. Se miraron furiosos. El Profesor Semilladenabo asomó la cabeza alrededor de la esquina y la quitó muy rápidamente. —Si fuéramos los hombres que eran nuestros padres, ya estaríamos lanzando bolas de fuego —dijo Henry. —El punto es aceptado —dijo Ridcully—. Aunque debo señalar que nuestros padres no eran magos. —Eso es correcto, por supuesto —dijo el ex Decano—. Tu padre era carnicero, según recuerdo. —Eso es correcto. Y tu padre poseía muchos campos de col —dijo Ridcully. Hubo un momento de silencio y luego el ex Decano dijo: —¿Recuerdas el día en que ambos aparecimos en la UI? —Peleamos como tigres según recuerdo —dijo Ridcully. —Buenos tiempos, cuando te pones a recordarlos —dijo el Decano. —Por supuesto, todos hemos pasado mucha agua sobre el puente desde entonces —dijo Ridcully. Hubo otra pausa y añadió—: ¿Te apetece una bebida?

—No me molesta si lo hago —dijo el ex Decano—. ¿Así que están tratando de jugar al fútbol? —dijo Henry cuando avanzaban majestuosamente hacia la oficina del Archicanciller—. Vi algo en el periódico sobre eso, pero pensé que era una broma. —¿Por qué, por favor? —dijo Ridcully cuando empezaron a cruzar el Gran Salón—. ¡Tenemos una buena tradición deportiva, como también sabes! —Ah, sí, la tradición es el azote del esfuerzo. Sé sensato, Mustrum. El leopardo puede cambiar su calzoncillo, pero creo que tendría trabajo para ponerse uno que usó hace cuarenta años. ¿Oh, veo que todavía tienen al Sr. Stibbons aquí? —Er... —empezó Ponder, mirando de uno al otro. Ponder Stibbons había logrado una vez el cien por cien en un examen de clarividencia llegando allí un día antes. Podía ver una pequeña nube de tormenta cuando estaba empezando a crecer. —¿Cómo va el fútbol, muchacho? —Oh, parece estar yendo muy bien, Archicanciller. Un gusto de verlo otra vez, Decano. —Archicanciller —susurró el ex Decano—. Me pregunto qué tan buenos serían contra mi universidad. —Bien, tenemos un equipo muy interesante aquí —dijo Ridcully—, y mientras es nuestra intención jugar nuestro primer partido contra un equipo local, me daría un gran placer mostrarle una cosa o dos a Brazeneck sobre el campo. —Ya estaban casi en medio del Gran Salón y su presencia, no inesperada, había parado el juego. —Archicanciller, realmente siento que podría ser una buena idea... —empezó Ponder, pero su voz fue ahogada por el rugido de aprobación que resonó de todos lados alrededor del Gran Salón. —¿Y el premio sería? —dijo Henry, sonriendo a la multitud. —¿Qué? —farfulló el Archicanciller—. ¿Qué premio? —Recibimos algunos trofeos de remo cuando éramos muchachos, ¿verdad? —Creo que el Patricio tiene algo planeado para la liga, sí.

—Pienso que el refrigerio será servido en el Comedor Azul en breve —dijo Ponder con una especie de alegría desesperada y sudorosa—. Por supuesto, habrá pastel, pero también, creo, un surtido interesante de currys. En muchas ocasiones esto podría haber funcionado, pero los dos magos superiores habían trabado miradas furiosas y no parpadearían, ni siquiera por una rebanada del Pastel del Arador. —Pero nosotros hombres de oficio no estamos interesados en míseras baratijas como tazas y medallas, ¿verdad? —dijo Henry—. Para nosotros son grandes baratijas o cero, ¿es correcto, Mustrum? —Estás tras el Sombrero —dijo Ridcully rotundamente. El aire entre ellos estaba zumbando. —Sí, por supuesto. Siguió el silencio amenazador de una lucha de voluntades, pero Ponder Stibbons decidió que en cuanto él era, técnicamente, doce personas importantes en la universidad, formaba por sí mismo un comité, y ya que era por lo tanto, de hecho, muy sabio, debía intervenir. —¿Y su interés, Dec... señor, sería...? Ridcully giró su cabeza ligeramente y gruñó: —No tiene que tener uno. Casi he tropezado con... Hubo un revuelo de los magos superiores, y Ponder escuchó una frase susurrada. —¿Los zapatos puntudos del hombre muerto? —¡No, lo prohíbo! —dijo Ponder. —¿Usted lo prohíbe? —dijo Henry—. Usted es sólo un pollito, joven Stibbons. —Los votos acumulados de todos los puestos que mantengo en el Consejo de la Universidad significan que yo, técnicamente, lo controlo —dijo Ponder, tratando de sacar un pecho flaco que nunca estuvo construido para sacar, pero todavía subía y bajaba por la rabia justa y cierta cantidad de terror sobre lo que podría ocurrir si perdía vapor. Los contendientes se relajaron un poco más en presencia de este gusano decidido. —¿Nadie notó que usted estaba concentrando todo este poder? —dijo Ridcully.

—Sí, señor, yo. Sólo que pensaba que era responsabilidad y trabajo duro. Ninguno de ustedes se preocupa alguna vez por los detalles, mire. Técnicamente, tengo que informar a otras personas, pero generalmente las otras personas son yo. Ustedes no tienen ninguna idea, señores. Soy incluso el Camarlengo, que significa que si usted cae muerto, Archicanciller, por cualquier otra causa que una legítima sucesión bajo la tradición de los Zapatos Puntudos del Hombre Muerto, yo administro este lugar hasta que un sucesor sea elegido lo cual, dada la naturaleza de la hechicería, significará un empleo de por vida, en cuyo caso el Bibliotecario, como un identificable y competente miembro del personal superior, tratará de cumplir sus deberes, y si fracasa, el procedimiento oficial es que los magos de todas partes peleen entre ellos por el Sombrero, causando fuego, destrucción, palomas, conejos y bolas de billar apareciendo por cada orificio y mucha pérdida de vida. — Después de una pausa breve continuó—. Otra vez. Por eso algunos de nosotros nos preocupamos un poco cuando vemos a magos poderosos pelearse de este modo. Para concluir, caballeros, he hablado con cierto detalle para darles tiempo de considerar sus intenciones. Alguien tiene que hacerlo. Ridcully se aclaró la garganta. —Gracias por su contribución, Stibbons. Hablaremos más sobre este tema. Definitivamente algo que tenía que ser dicho. Éstos no son los viejos días, después de todo. —Tu punto es aceptado —dijo Henry—, excepto que, técnicamente, éstos van a ser los viejos días de otra persona. El pecho de Ponder todavía subía y bajaba. —Un muy buen punto —dijo Ridcully. —¿Creo que escuché mencionar un curry? —dijo Henry, con igual cuidado. Era como escuchar a dos ancianos dragones hablarse con el cuidado de un libro de etiqueta aun más viejo escrito por monjas. —Falta mucho tiempo hasta el almuerzo. 24 Te digo qué, ¿por qué no aceptas la hospitalidad de mi universidad? Creo que hemos dejado tu habitación exactamente como estaba, aunque tengo entendido que algunas cosas muy 24

Esto podría no ser cierto. Los magos tienden a pensar que falta mucho tiempo hasta la siguiente

comida, justo hasta que la están consumiendo.

asombrosas se han escurrido afuera bajo la puerta. ¿Y quizás te pueda gustar quedarte para el banquete de mañana? —¿Oh? ¿Estás teniendo un banquete? —dijo Henry. —Efectivamente, y estaría encantado si aceptas, mi viejo. Estaremos recibiendo a algunos de los ciudadanos sólidos. Tipos sal-de-la-tierra, comprendes. Personas maravillosas si no las miras comer, pero muy buenos conversadores si les das suficiente cerveza. —Extrañamente, descubro que eso también funciona con los magos. Bien, debo aceptar, por supuesto. No he estado en un banquete en muchísimo tiempo. —¿De veras? —dijo Ridcully—. Pensé que tendrías un banquete todas las noches. —Tenemos un presupuesto limitado, ya sabes —dijo el Archicanciller de Brazeneck—. Es una cosa de subvención gubernamental, mira. Los magos cayeron en silencio. Era como si un hombre acabara de decirles que su madre había muerto. Ridcully le palmeó la mano. —Oh, lo siento tanto. —Hizo una pausa en las puertas del Salón y se volvió a Ponder—. Estaremos teniendo algunas discusiones de alto nivel, Stibbons. ¡Manténgalos sobre la punta de sus pies! ¡Los muchachos ayudarán! ¡Averigüe qué quiere ser el fútbol!

Los miembros más viejos del cuerpo docente exhalaron cuando las dos cabezas partieron. La mayor parte de ellos eran bastante viejos para recordar al menos dos batallas campales entre facciones de magos, la peor de las cuales sólo había sido llevada a una conclusión por Rincewind, empuñando medio ladrillo en una media... Ponder miró a Rincewind al frente ahora, y estaba saltando torpemente sobre una pierna, tratando de ponerse una media. Pensó que era mejor no hacer comentarios. Era probablemente la misma media. El Director de Estudios Indefinidos palmeó la espalda de Ponder. —Bien hecho, muchacho. Podía haber sido un incidente desagradable allí.

—Gracias, señor. —Lamento que al parecer lo hemos cargado un poco. Estoy seguro de que no fue algo deliberado. —Estoy seguro de que no lo fue, también, señor. Muy poco por aquí lo es. — Ponder suspiró—. Me temo que la delegación irreflexiva, la prevaricación y la procrastinación son prácticas usuales aquí. —Miró expectante a los restantes miembros del Consejo. Quería estar desilusionado, pero sabía que no lo estaría. —Una situación muy mala realmente —dijo el Conferenciante en Runas Recientes. El Director parecía serio. —Hum... —Vamos, siga, pensó Ponder, dígalo. Sé que usted va a decirlo, no será capaz de detenerse, usted realmente no... —Pienso, Stibbons, que usted debería resolverlo cuando tenga un momento —dijo el Director. —¡Lotería! —¿Cómo dijo, Stibbons? —Oh, nada, señor, no realmente. Sólo estaba reflexionando, por así decir, sobre la naturaleza inalterable del universo. —Me alegro de que alguien lo haga. Siga adelante. —El Conferenciante en Runas Recientes miró a su alrededor y añadió—: Parece que todo se ha calmado. Ese curry parece divertido. Hubo un movimiento general hacia las puertas en la parte de esos magos que estaban bien dotados con años, gravitación o ambos, pero el combate sin ventaja siguió entre aquellos menos magnéticamente atraídos por los cuchillos y tenedores. Ponder se sentó, su tablilla equilibrada sobre su regazo. —No tengo la más pálida idea de qué estoy haciendo aquí —declaró al mundo alrededor. —¿Puedo ser de algún valor, señor? —¿Sr. Nutt? Oh, bien, es muy amable de su parte, pero no creo que su destreza con una vela pueda ser de mucho...

—En juegos de esta naturaleza hay tres clases de cosas a ser consideradas: uno, las reglas del juego en todo su detalle; dos, las destrezas, las acciones y las filosofías correctas requeridas para el éxito, y tres, una comprensión de la verdadera naturaleza del juego. ¿Puedo continuar? —Huh —dijo Ponder, en ese ligero aturdimiento que abrumaba a todos los que escuchaban una conferencia de Nutt por primera vez. —Tiene una buena mandíbula, ¿eh? —dijo Trev—. ¡Puede decir las palabras largas donde las personas como usted y yo tendríamos que parar para un descanso a medio camino! Yo, en todo caso —terminó. —Er, continúe, Sr. Nutt. —Gracias, señor. Según entiendo, el propósito de este juego es lograr al menos un gol más que los adversarios. Pero nuestros dos equipos sólo corren de un lado para otro, con todos tratando de patear la pelota al mismo tiempo. Oh, anotaron goles, pero sólo por casualidad. Como en el ajedrez, uno debe asegurar el rey, su meta. Sí, usted va a decir que usted tiene el custodio de la meta, pero es sólo un hombre, hablando figuradamente. Cada pelota que salva deshonra a los miembros de su equipo que permitieron que los adversarios se acercaran tanto. Sin embargo, al mismo tiempo, deben maximizar sus oportunidades de meter la pelota en la meta del oponente. Éste es un problema que tendré que abordar. He mencionado el ajedrez, pero este juego, y en particular la facilidad con que la pelota toma vuelo, quiere decir que la actividad puede ir de un extremo del juego al otro en segundos, exactamente como una pieza enana puede perturbar todo el tablero en un partido de Garrote. Sonrió ante sus expresiones y añadió: —Ya saben, este juego es seguramente uno de los más simples. Cualquier niño pequeño sabe cómo jugarlo... y sin embargo jugarlo muy bien requiere de talentos sobrehumanos. —Pensó por un momento y añadió—: O posiblemente infrahumanos. Sin duda la sublimación voluntaria del ego, que nos lleva a las esferas de lo metafísico. Tan simples y con todo tan complejas. ¿Saben? Esto es maravilloso. ¡Estoy muy emocionado! El anillo de silencio a su alrededor no era ominoso, pero el aire se ahogaba con desconcierto. Finalmente, el mago Rincewind dijo:

—Er, Sr. Nutt, ¿creo que usted nos dijo que sólo teníamos que tener la pelota entre los sombreros puntudos? —Profesor Rincewind, usted corre muy bien, pero no hace nada con eso. Profesor Macarona, usted intenta hacer un gol tan pronto como consigue la pelota sin tener en cuenta cualquier otra cosa que esté ocurriendo. Dr. Hix, usted hace trampa y comete faltas todo el tiempo... —Excúseme, anillo de cráneo —intervino Hix—. Se me exige intentar violar las reglas, bajo el estatuto de la universidad. —Dentro de límites aceptables —añadió Ponder rápidamente. —Bedel Nobbs (no parientes), usted tiene una patada furiosamente poderosa —continuó Nutt—, pero parece no importarle dónde va la pelota mientras llegue allí. Todos ustedes tienen fortalezas y debilidades, y podría ser posible utilizar ambas. Es decir, si quieren ganar. Pero por ahora, un buen ejercicio sería conseguir muchas más de estas pelotas y aprender cómo controlarlas. Correr mientras patean la pelota delante de ustedes sólo significa que la perderán frente a un adversario. Deben aprender a mantenerla en sus pies. Todos ustedes estaban mirando abajo para verificar que tenían la pelota. Caballeros, si tienen que verificar que todavía tienen la pelota, o no la tienen o la perderán en la próxima fracción de segundo. Ahora, si me disculpan, el Sr. Trev y yo nos meteremos en problemas si no subimos el candelero pronto. El hechizo se rompió. —¿Qué? —dijo Ponder—. Quiero decir, ¿qué? ¡Quédese allí, Sr. Nutt! —Nutt se encorvó de inmediato y se quedó mirando sus pies en sus zapatos toscos. —Lo siento si he pecado de alguna manera. Sólo estaba buscando mérito. —¿Mérito? —dijo Ponder, mirando a Trev por alguna clase de mapa de este nuevo territorio. —Así es como habla, eso es todo —dijo Trev—. Él no ha hecho nada mal, entonces, ¿por qué le grita de ese modo? ¡Eran algunas malditas buenas ideas! Usted no debería meterse con él sólo porque es pequeño y habla refinado. Nutt parecía perceptiblemente más alto hace poco tiempo, pensó Ponder. ¿Está realmente sólo encorvado?

—No estaba exactamente gritándole —dijo—. ¡Sólo me preguntaba qué estaba haciendo chorreando velas! Quiero decir, sé que eso es lo que está haciendo, pero ¿por qué? —Ah, ustedes tienen que tener velas chorreadas, señor —dijo el Bedel Nobbs (no parientes)—, y a mi parecer, el chorreado ha sido particularmente bueno últimamente. A menudo, cuando estoy recorriendo los corredores de una noche, pienso para mí mismo... —¡Santos cielos, hombre, él es un erudito! ¡Irradia aprendizaje! ¡Es un erudito! —dijo Ponder. —¿Usted está diciendo que es demasiado listo para ser un chorreador de vela? —preguntó el bedel, una mirada militante en sus ojos—. Usted no querría un chorreador estúpido, ¿o sí? Usted tendría, seguro, chorreados inmundos por todas partes. —Simplemente quería decir que... —... y gotas —dijo el bedel con firmeza. —Pero usted debe admitir que es extraño que... Probablemente todos lo quieren muerto. Ponder paró mientras el abismo de la memoria se extendía. —Eso no tiene sentido. ¡No puede ser verdad! —¿Señor? Se dio cuenta de que todos los jugadores de fútbol lo estaban mirando fijo. Ridcully se había negado a decir más, y en la mente atiborrada de Ponder él se había conformado con creer que Nutt estaba huyendo de alguna manera. No era desconocido. Ocasionalmente un mago novicio que trabajaba en un pequeño pueblo podía encontrar que era una buena idea volver rápidamente para un curso de repaso rápido en la seguridad de las hospitalarias piedras de la universidad hasta que su error pequeño hubiera sido rectificado / olvidado / borrado / atrapado y embotellado. Siempre habían existido otros refugiados por razones misteriosas. La política de la hechicería era muy simple, y resuelta con alguien que dejaba de respirar, o tan compleja como una pelota de hilaza en una habitación con tres gatitos pequeños de ojos brillantes. Pero Nutt... ¿Qué crimen podía haber cometido? Y entonces uno tenía que agregar el factor de que era Ridcully el que había permitido que él

viniera aquí y efectivamente había puesto a Ponder en esa posición. Lo sensato, por lo tanto, era... sólo continuar. —Pienso que el Sr. Nutt tiene algunas muy buenas ideas —dijo con cuidado —, y pienso que debe continuar. Continúe, Sr. Nutt. —Observar a Nutt levantar la mirada era como observar al sol salir, pero un sol inseguro y temeroso de que en cualquier momento los dioses podían abofetearlo de regreso a la noche, y ávido del consuelo de que no sería así. —¿Soy meritorio? —Bien, er... —empezó Ponder, y vio a Trev asentir desesperadamente—. Bien, er, sí, parecería que sí, Sr. Nutt. Estoy asombrado ante su perspicacia en tan breve tiempo. —Tengo un talento para reconocer patrones en situaciones en desarrollo. —¿De veras? Oh. Bien. Continúe, entonces. —Excúseme, tengo una pregunta, ¿si usted fuese tan bueno? —Parece una bolsa de ropa usada, y habla como un teólogo jubilado, pensó Ponder. —Pregunte, Sr. Nutt. —¿Puedo continuar con el chorreado? —¿Qué? ¿Usted quiere hacerlo? —Sí, gracias. Lo disfruto y no me lleva mucho tiempo. —Ponder echó un vistazo a Trev, que se encogió de hombros, puso cara rara y asintió—. Pero tengo un favor para pedirle —continuó Nutt. —Casi esperaba que lo haría —dijo Ponder—, pero lamento decir que el presupuesto de este período significa... —Oh no, no quiero dinero —dijo Nutt—. Realmente no lo gasto de todos modos. Sólo quiero al Sr. Trev en el equipo. Es muy modesto, pero usted debería saber que es un genio con sus pies. No puedo ver cómo podría perder usted con él en el equipo. —Oh, no —dijo Trev, agitando sus manos y retrocediendo—. ¡No! ¡No yo! ¡No soy jugador de fútbol! ¡Sólo pateo latas! —Pensé que estaba en el corazón y alma de patear-la-pelota, ¿verdad? — dijo Ponder, a quien nunca habían permitido jugar en la calle. —Pensé que era cuando los primeros tipos pateaban la cabeza de un enemigo muerto —dijo el Bedel Nobbs (no parientes).

Una garganta fue aclarada. —Improbable en mi opinión —dijo Hix—. A menos que esté en una bolsa o alguna clase de abrazadera de metal, y luego usted tiene el problema del peso, porque una cabeza humana pesa unas diez libras, que es un dolor en el pie, debo pensar. Vaciarla funcionaría durante un tiempo, por supuesto, pero tenga presente de atar con alambre la mandíbula, porque nadie quiere ser mordido en el pie. Tengo algunas cabezas en el hielo si alguien quiere experimentar. Es asombroso, pero todavía existen los que dejan sus cuerpos a la necromancia. Hay algunas personas extrañas ahí afuera. En este momento, el director del Departamento de Comunicaciones PostMortem se dio cuenta de que no estaba teniendo la audiencia consigo. —No hay necesidad de mirarme de ese modo —masculló—. Anillo de cráneo, ¿recuerdan? Tengo que saber estas cosas malísimas. Ponder tosió con cortesía. —¿Señor, er, Probable, verdad? Su colega habla de usted con mucho entusiasmo. ¿No se unirá a nosotros? —Lo siento, patrón, pero prometí a mi vieja mamá que nunca jugaría al fútbol. ¡Es una buena manera de que le hundan la cabeza! —¿Trev Probable? —bramó el Bedel Nobbs (no parientes)—. ¿Es usted el muchacho de Dave Probable? Él… —Anotó cuatro goles, sí, sí, sí —dijo Trev—. Y luego se murió en la calle con la lluvia lavando su sangre por la zanja y el sobretodo hediondo de alguien sobre él. ¿El Príncipe del Fútbol? —¿Necesitamos una pequeña charla, Sr. Trev? —dijo Nutt con urgencia. —No. No. Estoy bien. ¿De acuerdo? —Ésta no es esa clase de fútbol, Trev —dijo Nutt con dulzura. —Sí, lo sé. Pero le prometí a mi vieja mamá. —Entonces por lo menos muéstreles sus movimientos, Sr. Trev —alegó Nutt. Se volvió a los jugadores—. ¡Ustedes deben ver esto! Trev suspiró, pero Nutt sabía exactamente cómo engatusar. —Muy bien, si con eso se calla —dijo, y sacó una lata de su bolsillo, ante mucha risa. —¿Ve? —se quejó a Nutt—. Sólo piensan que es una broma.

Nutt cruzó los brazos. —Muéstreles. Trev dejó caer la lata sobre su pie y casi sin ningún esfuerzo la mandó hasta su hombro, donde la hizo rodar alrededor de su cuello hasta su otro hombro y, después de una pequeña pausa, se enderezó. Con el hombro la tiró a su otro pie, la hizo girar en el aire, y la dejó caer y girar sobre la punta de su bota con un apagado traqueteo. Trev hizo un guiño a Ponder Stibbons. —No se mueva, patrón. La lata saltó de la bota hacia arriba en el aire, y entonces, mientras caía, le dio una patada de lado, dirigiéndola hacia Ponder. Las personas detrás de Ponder se zambulleron fuera del camino cuando pasó frente a su cara y entró en órbita, pareciendo por un momento darle un collar de plata hasta que se alejó y cayó en la mano de Trev como un salmón varado. En el silencio, Ponder sacó su taumómetro del bolsillo y le echó un vistazo. —Fondo natural —dijo rotundamente—. Ninguna magia involucrada. ¿Cómo lo hizo, Sr. Probable? —Uno sólo tiene que tomarle el tranquillo, patrón. La cuestión es lograr el efecto, pero si tengo que pensar demasiado no funciona. —¿Puede hacerlo con una pelota? —No lo sé, nunca lo he probado. Pero probablemente no. No se puede conseguir el efecto largo y el efecto breve, ¿ve? Pero usted debería poder sacar algo de una pelota. —¿Pero cómo nos ayudaría? —preguntó Hix. —El dominio de la pelota es todo —dijo Nutt—. La regla planificada, pienso, permitirá que el custodio de la meta tome la pelota. Esto es esencial. Sin embargo, no hay ninguna prohibición explícita sobre cabecear la pelota, dar un rodillazo a la pelota, o bloquear la pelota con el pecho y dejarla caer prolijamente sobre el pie. Recuerden, caballeros, esta pelota vuela. Pasará mucho tiempo en el aire. Ustedes deben aprender a no pensar sólo en el suelo. —Me siento seguro de que usar la cabeza sería considerado ilegal —dijo Ponder.

—Señor, usted supone una regla donde no hay ninguna. Recuerde lo que dije de la verdadera naturaleza del juego. Ponder vio la media sonrisita de Nutt, y se rindió. —Sr. Nutt, le estoy delegando la selección y el entrenamiento de nuestro equipo del fútbol. Usted me informará, por supuesto. —Sí, señor. Gracias, señor. Necesitaré el poder de secuestrar miembros del equipo de sus deberes normales cuando sea necesario. —Bien, supongo que debo estar de acuerdo con eso. Muy bien, dejaré el equipo en sus manos —dijo Ponder, pensando ¿Cuántas bolsas de ropa vieja usan la palabra "secuestrar" como si estuvieran acostumbradas a ella? Sin embargo, a Ridcully le gustaba el pequeño duende, si eso es lo que es, y nunca le he encontrado sentido a los juegos de equipo. —¿Puedo también, señor, pedir un presupuesto muy pequeño? —¿Por qué? —Con todo el debido respeto a las exigencias de las finanzas de la universidad —dijo Nutt—, creo que es muy necesario. —¿Por qué? —Deseo llevar al equipo al ballet. —¡Eso es ridículo! —explotó Ponder. —No, señor, es esencial.

Al día siguiente había un artículo en el Times sobre la misteriosa desaparición de la fabulosa "Juls", que hizo sonreír a Glenda. Seguro que no han leído sus historias de hadas, pensaba cuando dejó la casa. Si una quiere encontrar a una belleza, una la busca en las cenizas. Porque Glenda era Glenda y siempre sería irremediablemente Glenda hasta la médula, añadió: aunque los hornos en la Cocina Nocturna son mantenidos escrupulosamente en todo momento y todas las cenizas son desechadas de inmediato. Para su sorpresa, Julieta salió de su puerta casi al mismo tiempo y se veía como si estuviera casi despierta. —¿Piensas que me permitirán entrar en el banquete? —preguntó mientras esperaban el bus.

En teoría sí, pensó Glenda, pero probablemente no, porque era una muchacha de la Cocina Nocturna. Aunque era Julieta, sería denigrada por la Sra. Whitlow como una muchacha de la Cocina Nocturna. —Julieta, tú irás al banquete —dijo en voz alta—, y también yo. —Pero pienso que a la Sra. Whitlow no le gustará —dijo Julieta. Algo todavía estaba borboteando dentro de Glenda. Había empezado en Shatta y durado todo el día de ayer y todavía quedaba algo para hoy. —No me importa —dijo. Julieta soltó una risita y miró alrededor en caso de que la Sra. Whitlow estuviera escondida cerca de la parada de bus. Y no me importa realmente, pensó Glenda. No me importa. Era como desenvainar una espada.

La oficina de Ponder siempre desconcertaba a Mustrum Ridcully. El hombre usaba armarios de clasificación para los cielos saben qué. Ridcully trabajaba sobre la base de que lo que uno no podía recordar no era importante, y había desarrollado el método montón-en-el-piso para almacenar documentos hasta el nivel de una bella arte. Ponder levantó la vista. —Ah, buenos días, Archicanciller. —Sólo echaba un vistazo al Salón —dijo Ridcully. —¿Sí, Archicanciller? —Nuestros muchachos estaban todos haciendo ballet. —Sí, Archicanciller. —Y había algunas muchachas de la Casa de la Ópera con esos vestidos cortos. —Sí, Archicanciller. Están ayudando al equipo. —Ridcully se inclinó y puso sus masivos nudillos a cada lado del papel en el que Ponder estaba trabajando. —¿Por qué? —Idea del Sr. Nutt, Archicanciller. Aparentemente deben aprender equilibrio, aplomo y elegancia. —¿Alguna vez ha visto al Bedel Nobbs tratando de pararse en una pierna? Déjeme decirle, es una cura inmediata para la melancolía.

—Puedo imaginarlo —dijo Ponder, sin levantar la vista. —Pensaba que la idea era aprender cómo patear la pelota dentro de la meta. —Ah, sí, pero el Sr. Nutt tiene una filosofía. —¿De veras? —Sí, señor. —Están corriendo por todo el sitio, conozco eso —dijo Ridcully. —Sí, el Sr. Nutt y el Sr. Probable están preparando algún pequeño adicional para el banquete —dijo Ponder, levantándose y abriendo el último cajón de un armario de clasificación. La visión de los armarios de clasificación abiertos tendía a recordar a Ridcully que debía estar en cualquier otro lugar, pero en esta ocasión el truco dejó de funcionar. —Oh, y creo que tenemos algunas pelotas nuevas. —El Sr. Ronquidoson conoce una oportunidad cuando la ve. —¿Así que todo va muy bien, entonces? —dijo Ridcully, en una voz de clase perpleja. —Aparentemente, señor. —Bien, supongo que es mejor que lo deje tranquilo —dijo Ridcully. Vaciló, sintiéndose un poco como un cabo suelto, y encontró otro hilo para tirar—. ¿Y cómo están marchando esas reglas, Sr. Stibbons? —Oh, bastante bien, gracias, Archicanciller. Estoy manteniendo algunas de las del juego callejero para tener a todo el mundo feliz, por supuesto. Algunas de ellas son muy extrañas. —El Sr. Nutt es un tipo muy decente, parece. —Oh, sí, Archicanciller. —Muy buena idea la suya de rediseñar la meta, pienso. Lo hace más divertido. —¿Usted no va a entrenar, señor? —preguntó Ponder, tirando de otro documento hacia él. —¡Soy el capitán! No necesito entrenar. —Ridcully se volvió para salir y se detuvo con la mano sobre la manija—. Tuve una larga charla con el ex Decano anoche. Un alma decente en el fondo, por supuesto —dijo. —Sí, tengo entendido que la atmósfera en la Sala Poco Común era muy cordial, Archicanciller —dijo Ponder. Y costosa, añadió para sí.

—¿Sabe que el joven Adrian Semilladenabo es profesor? —Oh, sí, Archicanciller. —¿Usted quiere serlo? —No realmente, Archicanciller. Pienso que debería haber uno o dos puestos en esta institución que no tenga. —¡Sí, pero acaban de llamar Pex a su máquina! Apenas un gran salto de ingenio, ¿verdad? —Oh, hay algunas diferencias significativas. Creo que está usando pollos para generar el blit diamétrico —dijo Ponder. —Aparentemente —dijo Ridcully—. Algo así, de todos modos. —Hummm —dijo Ponder. Y era un hummm totalmente sólido, uno al que posiblemente se podría amarrar un bote pequeño. —¿Algo malo? —preguntó Ridcully. —Oh, er, no realmente, Archicanciller. ¿Mencionó algo el ex Decano sobre la necesidad de reconstruir totalmente el resonador mórfico para tener en cuenta los cambios necesarios en la interfaz blit/slood? —No lo creería —dijo Ridcully. —Oh —dijo Ponder, su cara en blanco—. Bien, es seguro que Adrián llegará a eso. Es muy inteligente. —Sí, pero todo estaba sobre la base de su trabajo. Usted construyó Hex. Y ahora están publicando que él es algún gran tipo inteligente. Está incluso en una tarjeta de cigarrillo. —Eso es bueno, señor. Es bueno cuando los investigadores reciben reconocimiento. Ridcully se sentía como un mosquito que estaba tratando de picar un peto de acero. —Ja, la hechicería ha cambiado desde mis días, indudablemente —dijo. —Sí, señor —dijo Ponder sin comprometerse. —Y a propósito, Sr. Stibbons —dijo Ridcully mientras abría la puerta—, mis días no están terminados aún. Se escuchó un grito en la distancia. Y luego un estrépito. Ridcully sonrió. El día se había despejado de repente. Cuando él y Ponder llegaron al Gran

Salón, la mayor parte del equipo estaba reunido alrededor de uno de sus miembros que estaba acostado en el piso, con Nutt de rodillas sobre él. —¿Qué ha ocurrido aquí? —exigió Ridcully. —Gravemente magullado, señor. Pondré una compresa sobre él. —Ah. —Su mirada se posó en un baúl grande y con ribete de latón. Se veía a primera vista como cualquier otro baúl, hasta que uno veía los diminutos dedos asomando. —El equipaje de Rincewind —gruñó—. Y donde eso está, Rincewind no puede estar lejos. ¡Rincewind! —En realidad, no fue mi culpa —dijo Rincewind. —Tiene razón, señor —dijo Nutt—. Tengo que disculparme por el hecho de que éste fue un malentendido grupal. Tengo entendido que es un baúl excepcionalmente mágico sobre cientos de pequeñas piernas y me temo que los caballeros aquí creyeron que jugaría al fútbol como una peste, como lo pusieron. En cuya conjetura, tengo que decir, se demostró que estaban equivocados. —Traté de decirles —dijo el ex Decano desde el borde de la multitud—. Nos días, Mustrum. Buen equipo el que tienes aquí. —Todo lo que hacen sus pies es meterse en el camino de los otros —dijo Bengo Macarona—. Y si se para encima de la pelota, gira fuera de control y, por desgracia, se estrelló contra el Sr. Sopworthy aquí. —Oh, bien, aprendemos de nuestros errores —dijo Ridcully—. Y ahora, ¿ocurre que tengan algo bonito para mostrarme? —Pienso que tengo lo que necesita, Archicanciller —dijo una voz alegre pero chillona detrás de él. Ridcully giró y miró a la cara de un hombre con la forma y urgencia de un flautín. Parecía estar vibrando en el sitio. —Profesor Ritornello, Maestro de la Música —susurró Ponder en la oreja de Ridcully. —Ah, Profesor —dijo Ridcully suavemente—, y veo que tiene el coro con usted.

—Sí, efectivamente, Archicanciller, y debo decirle, ¡estoy emocionado y lleno de luz interior por lo que he presenciado esta mañana! ¡Sin preámbulos, he escrito un canto, como usted había pedido! —¿Lo hice? —preguntó Ridcully, por la esquina de su boca. —Recordará que fueron mencionados los cantos y por tanto pensé que era mejor alertar al profesor —susurró Ponder. —Otro pp, ¿eh? Oh, bien. —Con felicidad, está basado en el canto litúrgico tradicional o forma sto-lat y es una valedicta, o salve al ganador. ¿Puedo? —dijo el Profesor Ritornello—. Es a-cappella, por supuesto. —Adelante, por supuesto —dijo Ridcully. El Maestro de la Música sacó una pequeña batuta de su manga. —He puesto el nombre de Bengo Macarona ahí como un señalador por el momento, porque al parecer ha anotado dos buenos "goles", como creo que los llaman —dijo, lidiando con cuidado con la palabra como uno podría lidiar con una gran araña en la bañera. Entonces captó los ojos de su pequeña multitud, asintió, y: ¡Salve las cualidades únicas del Maestro Bengo Macarona! ¡De Macarona las cualidades únicas salve! ¡Salve! ¡Salve! ¡El talento singular no poseído por ningún otro! ¡Salve! ¡Salve! ¡Salve los dioses abundantes! ¡Quién al, dos SINGULA SINGULAR SINGULA!

Después de un minuto y medio de esto Ridcully tosió fuerte, y el Maestro hizo una seña al coro por un silencio tartamudo. —¿Hay algo adverso, Archicanciller? —Er, no como tal, Maestro, pero, er, ¿no siente que es un poco demasiado, bien, largo? —Ridcully se daba cuentas de que el ex Decano no estaba tratando muy duro de sofocar una risita.

—No en absoluto. A decir verdad, señor, quiero que cuando esté terminado sea anotado para cuarenta voces y, aunque me atrevo a decirlo, ¡será mi obra maestra! —Pero es algo para que canten los hinchas de fútbol, ¿lo ve? —dijo Ridcully. —Bien entonces —dijo el Maestro, sujetando su batuta de una manera algo amenazadora—, ¿no es el deber de las clases educadas elevar los estándares de las órdenes más bajas? —Él tiene un punto allí, Mustrum —dijo el Director de Estudios Indefinidos, y Ridcully sintió que su abuelo le pateaba en la herencia, y se alegró de que esa empleada no estuviera aquí... ¿cuál era su nombre ahora? Oh, sí, Glenda inteligente mujer... pero aunque ella no estaba ahí, vio algo de su expresión en la cara de Trev Probable. —Durante la semana, es posible —respondió cortante—, pero no en los sábados, pienso. Pero muy bien hecho, de todos modos, y espero con ansia escuchar más de sus esfuerzos. El Maestro de la Música salió airadamente con el coro saliendo airadamente en perfecto unísono tras él. Ridcully se frotó las manos. —Bien, caballeros, quizás usted podía mostrarme sus movimientos. Mientras los jugadores se separaban en el Salón, Nutt dijo: —Debo decir que el Profesor Macarona se está destacando en el juego. Claramente tiene una destreza excelente con la pelota. —No estoy sorprendido —dijo Ridcully alegremente. —El Bibliotecario es, por supuesto, un excelente custodio de la meta. Especialmente porque puede pararse en el medio y alcanzar cualquier lado de ella. Creo que será muy difícil para cualquiera de nuestros adversarios llegar más allá de él. Y, por supuesto, usted también estará tomando parte, Archicanciller. —Oh, uno no se convierte en Archicanciller si no le encuentra la vuelta a las cosas rápidamente. Sólo miraré por ahora. Miró. Después de la segunda ocasión en que Macarona, como un filón de plata, corrió a lo largo del Salón para meter la pelota dentro de la meta de los adversarios, Ridcully se volvió a Ponder y dijo:

—Vamos a ganar, ¿verdad? —Si él todavía está efectivamente jugando para ti —intervino el ex Decano. —Oh, vamos, Henry. ¿Al menos podemos aceptar jugar sólo un juego a la vez aquí? —Bien, creo que la sesión de hoy debería terminar muy pronto, señor —dijo Ponder—. Después de todo el banquete es esta noche y llevará un poco de tiempo tener el sitio listo. —Excúseme, patrón, eso es correcto —dijo Trev detrás de él—, y tenemos que bajar el candelero y ponerle nuevas velas. —Sí, pero hemos estado practicando una pequeña demostración para esta noche. Tal vez al Archicanciller le gustaría verla —dijo Nutt. Ridcully miró su reloj. —Bien, sí, Sr. Nutt, pero el tiempo sigue adelante y por tanto espero con ansia verla después. Esfuerzo magnífico por todas partes, sin embargo —dijo con voz resonante.

El mercado nocturno se estaba preparando en Plaza Sator cuando Glenda y Julieta llegaron a trabajar. Ankh-Morpork vivía en la calle, donde conseguía su comida, entretenimiento y, en una ciudad con una feroz escasez de viviendas, un lugar donde estar sin hacer nada hasta que había espacio sobre el piso. Los puestos habían sido instalados en cualquier lugar, y las llamas llenaban el primer aire de la tarde con mal olor y, casi como un subproducto, cierta cantidad de luz. Glenda nunca podía resistirse a mirar, especialmente ahora. Era muy buena en toda clase de cocina, realmente lo era, y era importante guardar ese conocimiento en el centro en calma de su cerebro en revolución. Y allí estaba Verdad Empujacochecito, reina del mar. Glenda tenía mucho tiempo para la Srta. Empujacochecito, que era una mujer hecha por sí misma, aunque podía haber usado alguna ayuda cuando llegó a los ojos, que estaban tan separados que se parecía bastante a un rodaballo.

Pero Verdad, como el océano que estaba haciendo su fortuna estos días, tenía profundidades escondidas, porque había ganado lo suficiente para comprar un bote, y luego otro bote y todo un pasillo en el mercado del pescado. Pero todavía cargaba su carretilla hasta la plaza la mayor por las tardes, donde vendía buccinos, langostinos, cangrejos de cuero, langostinos de flor, almejas de mono y sus famosos palitos de pescado caliente. Glenda le compraba a menudo; había esa clase de respeto que uno le da a un igual que no es, crucialmente, una amenaza para su propio puesto. —¿Se van a la gran pelea divertida, muchachas? —dijo Verdad alegremente, agitando un hipogloso hacia ellas. —Sí —dijo Julieta orgullosamente. —Qué, ¿ambas? —dijo Verdad, con un vistazo hacia Glenda, que dijo, con firmeza: —La Cocina Nocturna se expande. —Oh, bien, mientras se diviertan —dijo Verdad, mirando, en teoría, de una a la otra—. Aquí, tenga uno de éstos, son encantadores. Mi regalo. Extendió la mano hacia abajo y pescó un cangrejo de un balde. Mientras lo sacaba resultó que tres más estaban colgando de él. —¿Un collar de cangrejos? —rió Julieta. —Oh, este cangrejo es para usted —dijo Verdad, desenredando los que habían pedido un paseo—. Gruesos como tablones, todos ellos. Es por eso que uno puede tenerlos en un balde sin tapa. Cualquiera que trata de salir es jalado hacia abajo. Sí, tan gruesos como tablones. —Verdad sujetó el cangrejo sobre un caldero que borboteaba siniestramente—. ¿Lo cocino para ustedes ahora? —¡No! —dijo Glenda, mucho más fuerte que lo que había planeado. —¿Está bien, querida? —preguntó Verdad—. Parece un poco enferma. —Estoy bien. Muy bien. Sólo un poco de dolor de garganta, eso es todo. — Balde de cangrejo, pensó. Creía que Pepe estaba diciendo un disparate—. Er, ¿puede sólo atarlo para nosotras? Va a ser una noche larga. —Tiene razón —dijo la Srta. Empujacochecito, envolviendo con experiencia el dócil cangrejo en bramante—. Usted sabe qué hacer, eso es seguro.

Cangrejos encantadores, éstos, buena comida real. Pero gruesos como tablones. Balde de cangrejo, pensó Glenda mientras se apuraban hacia la Cocina Nocturna. Así es como trabaja. La gente de Hermanas desaprueba cuando una muchacha toma el troll bus. Eso es balde de cangrejo. Prácticamente todo lo que siempre me decía mi mamá, eso es balde de cangrejo. Prácticamente todo que alguna vez le he dicho a Julieta, eso es balde de cangrejo, también. Tal vez es sólo otra palabra para la Presión. Es tan bonito y tibio en el interior que uno olvida que hay un exterior. Lo peor de eso es que el cangrejo que principalmente lo devuelve abajo eres tú... La comprensión incendió su mente. Mucho depende del hecho de que, en la mayoría de las circunstancias, no se permite que las personas te golpeen con un mazo. Ponen toda clase de carteles visibles e invisibles que dicen "No haga esto" en la esperanza de que funcionará, pero si no lo hace, entonces se encogen de hombros, porque, realmente, no hay ningún mazo verdadero en absoluto. Mira a Julieta hablando con todas esas damas de clase. Ella no sabía que no debía hablarles de ese modo. ¡Y funcionó! Nadie la golpeó en la cabeza con un martillo. Y era costumbre y práctica, como la encarnada por la Sra. Whitlow, que el personal de la Cocina Nocturna no debía subir la escalera, hacia donde la luz era comparativamente limpia y no había pasado a través de muchos otros globos oculares. Bien, Glenda lo había hecho, y nada malo había ocurrido, ¿verdad? De modo que ahora Glenda caminó a grandes zancadas hacia el Gran Salón, sus prácticos zapatos golpeando el piso lo suficiente para doler. Las muchachas Diurnas no dijeron nada cuando desfiló detrás de ellas. No había nada para decir. La verdadera regla no escrita era que las muchachas de tendencia regordeta no servían a la mesa cuando había invitados presentes, y Glenda había decidido esta noche que ella no podía leer reglas no escritas. Además, ya había empezado un jaleo. Los sirvientes que colocaban los cubiertos estaban tratando de no perderse nada, lo que subsecuentemente significaba que más de un invitado tendría que comer con dos cucharas.

Glenda se asombró al ver a Sota de Vela agitando sus manos a Trev y Nutt, y fue hacia ellos. No le gustaba mucho Smeems; un hombre podía ser dogmático, y eso estaba bien, o podía ser estúpido, y no hacía ningún daño, pero estúpido y dogmático al mismo tiempo era demasiado, especialmente cuando fluía con el olor corporal. —¿De qué se trata todo esto? Funcionó. El tono correcto de una mujer con sus brazos cruzados siempre hace rebotar una respuesta de un hombre no preparado antes de que tenga tiempo de pensar, e incluso antes de que tenga tiempo de pensar una mentira. —¡Levantaron el candelero! ¡Lo levantaron sin encender las velas! ¡No tendremos tiempo suficiente ahora para bajarlo y subirlo otra vez antes de que los invitados entren! —Pero, Sr. Smeems... —empezó Trev. —Y todo lo que consigo son respuestas insolentes y mentiras —se quejó Smeems amargamente. —Pero

puedo

encenderlas

desde

aquí,

Sr.

Smeems.

—Nutt

habló

tranquilamente, incluso con su voz encogida. —¡No me diga eso! Ni siquiera los magos pueden hacerlo sin tener cera por todas partes, usted pequeño... —Eso es suficiente, Sr. Smeems —dijo una voz que para sorpresa de Glenda resultó ser la suya—. ¿Usted puede encenderlas, Sr. Nutt? —Sí, señorita. En el momento correcto. —Son suyas, entonces —dijo Glenda—. Sugiero que lo deje al Sr. Nutt. — Smeems la miró, y ella pudo ver que había, por así decir, un mazo invisible en su pensamiento, un presentimiento de que podía meterse en algunos problemas aquí—. Debería irme ahora —dijo. —No puedo quedarme parado. Soy un hombre con responsabilidades. — Smeems parecía mal parado y desconcertado, pero desde su punto de vista la ausencia era una buena idea. Glenda casi vio a su cerebro llegar a la conclusión. No estar ahí diluía la culpa por cualquier cosa que saliera mal—. No puedo esperar —repitió—. ¡Ja! ¡Todos ustedes estarían en la oscuridad si no fuera por mí! —Con eso, agarró su bolsa grasienta y se escabulló.

Glenda se volvió hacia Nutt. No es posible que pueda hacerse más pequeño, se dijo. Su ropa le quedaría aun peor que ahora. Debo estar imaginándolo. —¿Realmente puede encender las velas desde aquí? —dijo en voz alta. Nutt siguió mirando fijo al piso. Glenda se volvió hacia Trev. —¿Puede realmente...? —pero Trev no estaba ahí, porque Trev estaba inclinado contra la pared a cierta distancia hablando con Julieta. Podía

leerlo

recatadamente

todo

de

una

cabizbajos:

mirada, nada

su de

postura

posesiva,

toqueteo,

como

sus tal,

ojos pero

indudablemente obertura y principio de toqueteo. Oh, el poder de las palabras... Mientras uno observa, también es observado. Glenda bajó la vista a los ojos penetrantes de Nutt. ¿Era un gesto fruncido? ¿Qué había visto en su expresión? Más que lo que quería, eso era seguro. El tempo en el Salón estaba aumentando. Los capitanes de fútbol se estarían reuniendo en una de las antesalas, y podía imaginarlos allí, con camisas limpias, o por lo menos con camisas menos sucias que las acostumbradas, arrastrados aquí desde las varias versiones de Calle Botney por toda la ciudad, mirando la maravillosa bóveda y preguntándose si iban a salir de allí muertos. Huh, agregó a esa idea, muy probablemente muertos de borrachos. Y, justo cuando su cerebro empezaba a girar sobre esa nueva idea, una voz grave detrás de ella dijo: —¿Nho esperamos verla en el Gran Salón por lo general, Glenda? Tenía que ser la Sra. Whitlow. Sólo el ama de llaves pronunciaría "No" con una H y terminaría una sencilla declaración como si fuera una pregunta. Además, sin dar media vuelta, Glenda escuchó el tintineo de su llavero de plata, conocido por sujetar la única llave que podía abrir cualquier puerta en la universidad, y el crujido de su temible corsetería. 25 Glenda se volvió. ¡No hay ningún mazo! —Pensé que usted podría necesitar algunas manos adicionales esta noche, Sra. Whitlow —dijo dulcemente. —Sin embargo, la costumbre y la práctica... 25

Se dice que si usted quiere hacer frente a alguien debería imaginarlo desnudo. En el caso de la Sra.

Whitlow esto sería, como Ponder Stibbons diría, contraindicado.

—Ah, querida Sra. Whitlow, pienso que estamos listos para dejarlos pasar ahora. El coche de su señoría estará dejando el palacio en breve —dijo el Archicanciller, detrás de ellas. La Sra. Whitlow podía amenazar. Pero principalmente sólo en horizontal. Mustrum Ridcully podía ganarle por más de dos pies. Ella se volvió apresuradamente y le ofreció la pequeña media-reverencia la cual, él nunca se había atrevido a decirlo, encontraba siempre suavemente molesta. —Oh, y la Srta. Glenda, ¿verdad? —dijo el Archicanciller con felicidad—. Es bueno verla aquí. Una joven dama muy útil, Sra. Whitlow. Tiene iniciativa, buena comprensión de las cosas. —¡Qué amable de su parte decirlo! Es una de mis mejores muchachas —dijo el ama de llaves, escupiendo dientes y teniendo cuidado de no encontrar la mirada de repente querúbica de Glenda. —El gran candelero no está encendido, veo —dijo Ridcully. Glenda se adelantó. —El Sr. Nutt está planeando una sorpresa para nosotros, señor. —El Sr. Nutt está lleno de sorpresas. Hemos tenido un día asombroso aquí hoy, Srta. Glenda —dijo Ridcully—. Nuestro Sr. Nutt ha estado enseñando a los muchachos a jugar al fútbol a su manera. ¿Sabe qué hizo ayer? Nunca adivinará. Cuénteles, Sr. Nutt. —Los llevé al Real Teatro de la Ópera para observar a los bailarines en entrenamiento —dijo Nutt nervioso—. Vea, es muy importante que aprendan la destreza del movimiento y el aplomo. —Y entonces cuando volvieron —dijo Ridcully, con la misma jovialidad ligeramente amenazadora—, los hizo jugar aquí en el Salón con los ojos vendados. Nutt tosió nervioso. —Es esencial para ellos que conozcan la posición de cada otro jugador —dijo —. Es esencial que sean un equipo. —Y entonces los llevó a ver a los perros de caza del Lord Herrumbre. Nutt tosió otra vez, aún más avergonzado.

—Cuando cazan, cada perro conoce la posición de todos los demás perros. Quería que ellos comprendieran la dualidad de equipo y jugador. La fuerza del jugador es el equipo y la fuerza del equipo es el jugador. —¿Escuchó eso? —dijo Ridcully—. ¡Gran cosa! Oh, los ha tenido corriendo arriba y abajo aquí todo el día. Balanceando pelotas sobre la cabeza, haciendo grandes diagramas sobre una pizarra. Uno pensaría que estaban planificando alguna clase de batalla. —Es una batalla —dijo Nutt—. Quiero decir, no contra el equipo oponente, como tal, pero es una lucha entre cada hombre y sí mismo. —Eso suena muy Uberwaldiano —dijo Ridcully—. Sin embargo, todos parecen llenos de vida y vigor y listos para la velada. Pienso que el Sr. Nutt está planeando una de esas cosas alegres. —Sólo un algo para captar la atención de las personas —dijo Nutt. —¿Algo que vaya a hacer “bang”? —preguntó Ridcully. —No, señor. —¿Lo promete? Personalmente me gusta la parte ocasional de Sturm y Drang, pero Lord Vetinari es un poco especial con respecto a ese tipo de cosas. —Ningún trueno ni relámpago, señor. Posiblemente una breve neblina, arriba. A Glenda le parecía que el Archicanciller le estaba prestando alguna pensativa atención a Nutt. —¿Cuántos idiomas habla usted, usted... Nutt? —Tres muertos y doce vivos, señor —dijo Nutt. —Realmente. Realmente —dijo Ridcully, como si lo archivara y tratara de no pensar ¿cuántos de ellos estaban vivos antes de que usted los asesinara?—. Bien hecho. Gracias, Sr. Nutt, y a ustedes también, damas. Los traeremos en breve. Glenda aprovechó esta oportunidad para salir del camino de la Sra. Whitlow. No le complacía ver que Trev y Julieta ya habían aprovechado una oportunidad ligeramente más temprana de salir del suyo. —No se preocupe por Julieta —dijo Nutt, que la había seguido. —¿Quién dijo que estaba preocupada? —explotó Glenda.

—Usted lo hizo. Su expresión, su postura, el conjunto de su cuerpo, sus... reacciones, el tono de su voz. Todo. —¡Usted no tiene ningún derecho de estar mirando mi todo... quiero decir el conjunto de mi cuerpo! —Es sólo la manera en que usted está de pie, Srta. Glenda. —¿Y usted puede leer mi mente? —Podría parecer de ese modo. Lo siento tanto. —Y Julieta. ¿Qué estaba pensando? —No estoy seguro, pero le gusta el Sr. Trev, piensa que es gracioso. —¿Así que usted ha leído que Trev es todo? ¡Apuesto que ése era un libro sucio! —Er, no, señorita. Está preocupado y confundido. Diría que está tratando de ver qué clase de hombre va a ser. —¿De veras? Siempre ha sido un pícaro. —Está pensando en su futuro. Al otro lado del Salón, las grandes puertas se abrieron justo cuando los últimos criados se escurrían hasta sus estaciones. Esto no hizo ninguna impresión sobre Glenda, perdida en sus pensamientos mientras luchaba con la posibilidad de que un leopardo pudiera cambiar de calzoncillo. Él ha estado un poco silencioso últimamente, debo admitir. Y le escribió ese poema encantador... Eso debería significar mucho, un poema. ¿Quién lo habría pensado? No es típico de él en absoluto...

Con velocidad atómica Nutt se había esfumado de repente, y las puertas permanecían abiertas, y aquí venían los capitanes con sus séquitos, y todos estaban nerviosos y algunos de ellos estaban usando desacostumbrados trajes, y algunos de ellos estaban caminando un poco inestables incluso ahora, porque la idea de los magos sobre un aperitivo había picado, y en la cocina los platos serían llenados y los chefs estarían maldiciendo y los hornos sonando mientras ellos... mientras ellos... ¿Cuál era el menú, de todos modos?

La vida como parte invisible de la Universidad Invisible era un asunto de alianzas, enemistades entre familias, obligaciones y amistades, todo revuelto, torcido y mezclado. Glenda era buena en eso. La Cocina Nocturna había sido siempre generosa con los otros trabajadores y ahora mismo el Gran Salón le debía a sus favores, incluso si todo lo que había hecho era mantener la boca cerrada. Ahora avanzó sobre Brillante Robert, uno de los camareros jefes, que le hizo esa inclinación de cabeza cautelosa que se debe a alguien que sabe cosas sobre uno que uno no querría que sepa mamá. —¿Tiene un menú? —preguntó. Apareció uno desde debajo de una servilleta. Lo leyó en horror. —¡Ésas no son las cosas que les gustan! —Oh, cielos, Glenda —sonrió Robert afectadamente—. ¿Está diciendo que es demasiado bueno para ellos? —Les está dando Avec. Casi todos los platos tienen Avec adentro, pero las cosas con Avec en el nombre son un gusto adquirido. Quiero decir, ¿acaso éstas se ven como personas que habitualmente comen en una lengua extranjera? ¡Oh, cielos, y les está dando cerveza! ¡Cerveza con Avec! —Está disponible una selección de vino. Están escogiendo cerveza —dijo Robert fríamente. Glenda se quedó mirando a los capitanes. Parecían estar disfrutándolo ahora. Había aquí comida y bebida gratis y si la comida sabía extraño, era abundante, y la cerveza sabía gratamente familiar y había mucho de eso, también. No le gustaba esto. Los cielos saben que el fútbol se había puesto muy repugnante estos días, pero... bien, no podía descubrir totalmente porqué estaba intranquila, pero... —¿Discúlpeme, señorita? Bajó la vista. Un joven jugador de fútbol había decidido confiar en la única mujer uniformada a quien podía ver que no estaba llevando al menos dos platos al mismo tiempo. —¿Puedo ayudar? Él bajó su voz.

—Este chutney sabe a pescado, señorita. Ella miró las otras caras sonrientes alrededor de la mesa. —Se llama caviar, señor. Le sacará punta a su lápiz. La mesa, como un bebedor bien aceitado, se rió a carcajadas, pero el joven sólo se veía perplejo. —No tengo un lápiz, señorita. Más diversión. —No hay muchos de ellos por aquí —dijo Glenda, y los dejó riéndose. —Muy gentil de su parte invitarme, Mustrum —dijo Lord Vetinari, rechazando los entremeses. Se volvió hacia el mago a su derecha—. Y el Archicanciller antes conocido como Decano está de regreso con usted, veo. Eso es importante. —Usted debe recordar que Henry se fue a Pseudopolis... Brazeneck, ya sabe. Él es, er... —Ridcully disminuyó la velocidad. —El nuevo Archicanciller —dijo Vetinari. Recogió una cuchara y la observó con cuidado, como si fuera un objeto raro y curioso—. Vaya. Pensé que podría haber sólo un Archicanciller. ¿No es así? ¿Uno por encima de todos los otros y un Sombrero, por supuesto? Pero éstos son asuntos hechiceriles, de los cuales sé poco. Así que discúlpenme si he malinterpretado. —En el cuenco suavemente giratorio de la cuchara su nariz pasó de larga a corta—. Sin embargo, se me ocurre, como observador, que esto podía resultar en un poco de rozamiento, quizás. —La cuchara paró en mitad de un giro. —Un soupon, quizás —dijo Ridcully, sin mirar en dirección a Henry. —¿Tanto, efectivamente? Pero conjeturo por la falta de personas convertidas en ranas que ustedes caballeros han renunciado a la alternativa tradicional del caos mágico. Bien hecho. En caso de apuro, los viejos amigos, unidos por los lazos de la mutua falta de respeto, no pueden armarse de valor para matarse en realidad. Tenemos esperanza. Ah, sopa. Hubo un breve interregno mientras el cucharón iba de cuenco a cuenco, y entonces el Patricio dijo: —¿Podría ayudarles? No tengo ningún prejuicio en este tema.

—Excúseme, mi señor, pero pienso que podría ser dicho que usted trataría de favorecer a Ankh-Morpork —dijo el Archicanciller antes conocido como Decano. —¿De veras? Podría también ser dicho que estaría en mi interés debilitar el notable poder de esta universidad. ¿Entiende lo que quiero decir? ¿El delicado equilibrio entre estudiantes y togas, lo invisible y lo mundano? Los focos mellizos del poder. Podría decirse que podría aprovechar la oportunidad para avergonzar a mi amigo erudito. —Dio una sonrisa pequeña—. ¿Todavía posee el Sombrero oficial de Archicanciller, Mustrum? Noto que usted no lo usa estos días y tiende a preferir el llamativo modelo con cajones muy atractivos y el pequeño gabinete de bebidas en la punta. —Nunca me gustó usar el oficial. Se quejaba todo el tiempo. —¿Puede hablar realmente? —preguntó Vetinari. —Pienso que el término "dar la lata" sería mucho más exacto, ya que su único tema de conversación ha sido qué tan mejores solían ser las cosas. Mi único consuelo aquí es que cada Archicanciller en los pasados mil años se ha quejado sobre él exactamente de la misma manera. —¿Así que puede pensar y hablar? —dijo Vetinari inocentemente. —Bien, supongo que usted podría ponerlo de ese modo. —Entonces usted no puede poseerlo, Mustrum: un sombrero que piensa y habla no puede ser esclavizado. No hay esclavos en Ankh-Morpork, Mustrum. —Agitó un dedo burlón. —Sí, pero es el aspecto de la cosa. ¿Cómo se vería si yo abandonara la singularidad del Archicancillerazgo sin una pelea? —Realmente no podría decirlo —dijo Lord Vetinari—, pero ya que casi todas las verdaderas batallas entre magos han resultado en una destrucción completa hasta ahora, siento que por lo menos usted se vería un poco avergonzado. Y, por supuesto, le recordaré que usted estaba totalmente feliz con que el Archicanciller Bill Rincewind en la Universidad de Bugarup alegremente se llamara Archicanciller a sí mismo. —Sí, pero él está muy lejos —dijo Ridcully—. Y XXXX realmente no cuenta como ningún lugar, mientras que en Pseudopolis estamos hablando sobre una organización de última hora y su...

—¿Así que entonces estamos simplemente discutiendo sobre la cuestión de la distancia? —preguntó Vetinari. —No, pero... —dijo Ridcully y paró. —¿Merece esto la discusión, le pregunto? —dijo Vetinari—. Lo que aquí tenemos, caballeros, es sólo una rencilla entre las cabezas de una institución venerable y respetada, y una nueva escuela de aprendizaje ambiciosa, relativamente inexperta, e insistente. —Sí, eso es lo que tenemos, de acuerdo —dijo Ridcully. Vetinari levantó un dedo. —No había terminado, Archicanciller. Déjeme ver ahora. Dije que lo que aquí tenemos es una rencilla entre una institución antigua, algo fosilizada, anciana y algo retrógrada y una universidad de vibrantes recién llegados llena de ideas nuevas y excitantes. —Oiga, espere, usted no dijo eso la primera vez —dijo Ridcully. Vetinari se reclinó. —Efectivamente lo hice, Archicanciller. ¿No recuerda nuestra charla sobre el significado de las palabras hace poco tiempo? El contexto es todo. Sugiero, por lo tanto, que le permita a la cabeza de la Universidad de Brazeneck la oportunidad de llevar el Sombrero oficial de Archicanciller por un corto tiempo. Uno tenía que prestar mucha atención a lo que Lord Vetinari decía. A veces las palabras, aunque claramente dóciles, tenían la tendencia a volver y morder. —Jueguen al fútbol por el Sombrero —dijo Vetinari. Miró sus caras. —Caballeros. Caballeros. Tómense un momento para considerarlo. La importancia del Sombrero se verá aumentada. Los medios por los cuales los magos se esfuerzan no son principalmente mágicos. El esfuerzo verdadero y efectivamente la rivalidad, pienso, serán buenos para ambas universidades y las personas estarán interesadas, mientras que en el pasado, cuando los magos han discutido han tenido que esconderse en los sótanos. Por favor no me respondan demasiado rápido, de otra manera pensaré que ustedes no han pensado en esto lo suficiente.

—En realidad, puedo pensar muy rápido —dijo Ridcully—. Simplemente no será ningún concurso. Será totalmente injusto. —Lo será indudablemente —dijo Henry. —Ah, ambos sienten que será totalmente injusto —dijo Vetinari. —Efectivamente. Tenemos un cuerpo docente mucho más joven y los saludables y vigorizantes campos de deportes de Pseudopolis. —Importante —dijo Lord Vetinari—. Me parece que tenemos un desafío. Universidad contra universidad. Ciudad, por así decir, contra ciudad. Guerra, por así decir, sin la pesada necesidad de recoger todas esas cabezas y miembros después. Todas las cosas deben esforzarse, caballeros. —Supongo que tengo que estar de acuerdo —dijo Ridcully—. No es como si vaya a perder el Sombrero en todo caso. Debo notar, sin embargo, Havelock, que usted no admite muchos desafíos a su posición. —Oh, pero soy desafiado muy frecuentemente —dijo Lord Vetinari—. Sólo sucede que no ganan. A propósito, caballeros, noté en el periódico de hoy que los nuevos votantes de Pseudopolis ayer votaron por no tener que pagar impuestos. Cuando vea al presidente otra vez, por favor no vacile en decirle que estaré más que feliz de aconsejarlo cuando él sienta que es necesario. Alégrense, caballeros. Ninguno de ustedes ha conseguido lo que quería exactamente, pero ambos han conseguido lo que merecen exactamente. Si el leopardo puede cambiar su calzoncillo, un mago puede cambiar su sombrero. Y el leopardo debe cambiar su calzoncillo, caballeros, o todos nosotros estamos condenados. —¿Se refiere usted al asunto de Loko? —dijo Henry—. No necesitaba parecer sorprendido. —No intento parecerlo. Estoy sorprendido —dijo Vetinari—, pero por favor deme el crédito de no parecer sorprendido a menos que, por supuesto, haya alguna ventaja en hacerlo. —Vamos a tener que hacer algo. ¡La expedición encontró un nido de las malditas cosas! —Sí. Niños, que mataron —dijo Vetinari. —¡Larvas que exterminaron! —¿De veras? ¿Y qué sugiere usted?

—¡Estamos hablando de una fuerza muy malvada aquí! —Archicanciller, veo maldad cuando miro en mi espejo. Está presente, filosóficamente, en todos lados en el universo, aparentemente para resaltar la existencia del bien. Pienso que hay más en esa teoría, pero tiendo a echarme a reír en este punto. ¿Supongo que usted está detrás de la idea de una fuerza expedicionaria a Uberwald Lejano? —¡Por supuesto! —dijo el ex Decano. —Ha sido intentado una vez. Fue intentado dos veces antes de eso. ¿Por qué hay cierta manera de pensar que lleva a las personas sensatas a hacer otra vez, con entusiasmo, lo que no funcionó antes? —La fuerza es todo lo que comprenden. Usted debe saberlo. —La fuerza es lo único que ha sido intentado, Archicanciller Henry. Además, si son animales, como algunas personas alegan, entonces no comprenden nada, pero si, como estoy convencido, son criaturas sapientes, entonces seguramente se requiere de nosotros un poco de comprensión. El Patricio tomó un sorbo de su cerveza. —Les he contado esto a pocas personas, caballeros, y dudo de que jamás vuelva a hacerlo, pero un día cuando yo era un muchacho joven de vacaciones en Uberwald estaba caminando por la ribera de un torrente cuando vi a una nutria madre con sus cachorros. Una visión muy atractiva, estoy seguro de que ustedes aceptarán, e incluso mientras miraba, la nutria madre se zambulló en el agua y volvió con un salmón rollizo, que dominó y arrastró hasta un tronco medio sumergido. Mientras ella lo comía, por supuesto todavía estaba vivo, el cuerpo se abrió y recuerdo hasta el día de hoy el suave color rosa de su hueva mientras se derramaba, para gran deleite de las nutrias bebés que se apresuraron a alimentarse de la exquisitez. Una de las maravillas de la naturaleza, caballeros: una madre y sus hijos cenando de una madre y sus

hijos. Y eso es lo primero que

aprendí sobre la maldad. Está incorporada en la propia naturaleza del universo. Cada mundo gira en dolor. Si hay cualquier tipo de ser supremo, me dije, es decisión de todos nosotros convertirnos a su moral superior.

Los dos magos intercambiaron una mirada. Vetinari se había quedado mirando las profundidades de su jarro de cerveza y se alegraron de no saber lo que veía ahí. —¿Soy yo o está algo oscuro aquí? —dijo Henry. —¡Santo cielo, sí! ¡Me olvidé del candelero! —exclamó Ridcully—. ¿Dónde está el Sr. Nutt? —Aquí —dijo Nutt, algo más cerca que lo que Ridcully habría preferido. —¿Por qué? —Dije que estaría listo cuando usted me necesitara, señor. —¿Qué? Oh, sí, por supuesto. —Es bajo, educado y asombrosamente útil, se dijo. Nada de qué preocuparse en absoluto...— Bien, muéstrenos cómo encender las velas, Sr. Nutt. —¿Podría posiblemente tener una fanfarria, señor? —Lo dudo, joven, pero llamaré la atención del Salón. Ridcully recogió una cuchara y golpeó el costado de un vaso de vino, en el consagrado procedimiento de: “¡Aquí, todo el mundo, estoy tratando de hacer un ruido fuerte muy silenciosamente!”, que ha eludido con éxito a los oradores de sobremesa desde la invención de vasos, cucharas y cenas. —¡Caballeros, les ruego silencio, uno expectante, seguido por un aplauso elogioso para el encendido del candelero! Se hizo el silencio. Cuando una ronda de aplausos fue seguida por algún silencio más, las personas dieron media vuelta en sus sillas por una mejor vista de nada para ver. —¿Por favor le daría unas pitadas a su pipa y me la pasaría, señor? —dijo Nutt. Encogiéndose de hombros, Ridcully lo hizo. Nutt la tomó, la levantó en el aire y... ¿Qué ocurrió? Fue tema de conversación por días. ¿Salió el fuego hacia arriba desde la pipa, hacia abajo desde el techo o simplemente desde las paredes? Lo único seguro era que la oscuridad fue de repente fracturada por brillantes zigzags que desaparecieron en un parpadeo, dejando una negrura

total que se aclaró como el cielo al amanecer mientras todas las velas a la vez, en un unísono perfecto, se encendían. Cuando el aplauso empezó a crecer, Ridcully miró a lo largo de la mesa a Ponder, que agitó su taumómetro, sacudió la cabeza y se encogió de hombros. Entonces el Archicanciller se volvió hacia Nutt, lo llevó fuera del alcance del oído de la mesa y para beneficio de los espectadores le dio la mano. —Bien hecho, Sr. Nutt. Sólo una cosa: eso no era magia, porque lo sabríamos, entonces ¿cómo lo hizo? —Bien, alquimia enana, en principio, señor. Usted sabe, ¿la clase que funciona? Es así como encienden los grandes candeleros en las cavernas bajo Bonk. Lo investigué mediante pruebas y análisis. Todas las mechas de las velas están conectadas por una red de hilo de algodón negro, que termina en una única hebra, que apenas se puede ver en este Salón. Mire, el hilo está remojado en una fórmula que arde con ferocidad extrema pero breve

cuando

está

seca.

Mi

solución

ligeramente

modificada

arde

considerablemente más rápido aún, consumiendo el hilo hasta que no es nada más que gas. Es muy seguro. Sólo las puntas de las mechas de las velas son tratadas, mire, y se encienden como las normales. Usted podría estar interesado, señor, en el hecho de que la llama se desplaza tan rápido que es instantánea para cualquier medida humana. Sin dudas más rápido que veinte millas por segundo, calculo. Ridcully era bueno para parecer en blanco. Uno no podía lidiar con Vetinari con regularidad sin ser capaz de congelar su expresión a voluntad. Pero, ahora mismo, no tenía que intentarlo. Nutt parecía preocupado. —¿He fracasado en conseguir mérito, señor? —¿Qué? Ah. Bien. —La cara de Ridcully se derritió—. Un esfuerzo maravilloso, Nutt. ¡Bien hecho! Er, ¿cómo consiguió los ingredientes? —Oh, hay una vieja habitación de alquimia en los sótanos. —Humm. Bien, gracias otra vez —dijo Ridcully—. Pero como Maestro de esta universidad debo pedirle que no le cuente a nadie sobre esta invención hasta

que hayamos hablado otra vez sobre el tema. Ahora, debo regresar a los eventos entre manos. —No se preocupe, señor, veré que no caiga en las manos equivocadas —dijo Nutt, saliendo a toda prisa. Excepto, por supuesto, que tú eres las manos equivocadas, pensó Ridcully mientras regresaba a la mesa. —Una exhibición impresionante —dijo Vetinari, cuando Ridcully tomó su asiento otra vez—. ¿Estoy en lo cierto al pensar, Mustrum, que el Sr. Nutt al que usted hizo referencia es efectivamente, por así decir, el Sr. Nutt? —Eso es correcto, sí, un tipo muy decente. —¿Y está permitiéndole hacer alquimia? —Pienso que fue su propia idea, señor. —¿Y ha estado de pie aquí todo este tiempo? —Muy entusiasta. ¿Hay algún problema, Havelock? —No, no, no en absoluto —dijo Vetinari.

Era efectivamente una exhibición impresionante, reconoció Glenda, pero mientras la observaba podía sentir la mirada de la Sra. Whitlow fija sobre ella. En teoría las actividades de Glenda merecerían otro tipo de exhibición de fuegos artificiales más tarde, pero no iba a ocurrir, ¿o sí? Había clavado el martillo invisible. Pero había otros asuntos, si bien menos personales, en su mente. Aunque sus vecinos eran estúpidos, tontos y desconsiderados, era su decisión, como siempre, proteger sus intereses. Habían sido dejados caer en un mundo que no comprendían, así que ella tenía que comprenderlo para ellos. Pensó en esto porque mientras merodeaba entre las mesas pudo distinguir cierto tipo de tintineo, y seguramente la cantidad de vajilla de plata sobre las mesas parecía estar disminuyendo. Después de observar con cuidado por un momento o dos, caminó hasta ubicarse detrás del Sr. Stollop y sin ceremonia sacó tres cucharas y un tenedor de plata del bolsillo de su chaqueta. Él se dio media vuelta y luego tuvo la decencia de parecer un poco avergonzado cuando vio que era ella.

Glenda no tuvo que abrir su boca. —Tienen tantos —protestó—. ¿Quién necesita todos esos cuchillos y tenedores? Ella metió la mano en el otro bolsillo del hombre y sacó tres cuchillos y un salero de plata. —Bien, hay muchos —dijo Stollop—. No pensé que extrañarían uno o dos. Glenda lo miró fijamente. El tintineo de cubiertos que desaparecían de las mesas había sido una parte pequeña pero perceptible del ruido ambiental durante algún tiempo. Se inclinó hasta que su cara estuvo a una pulgada de la suya. —Sr. Stollop. Me pregunto si eso es lo que Lord Vetinari está esperando que todos ustedes hagan. —Su cara se puso pálida. Ella asintió—. Sólo una palabra para el sabio —dijo. Y las palabras se extendieron rápido. Cuando Glenda siguió caminando, se sintió gratificada al escuchar detrás de ella y extendiéndose a lo largo de las mesas, más tintineos mientras una marea de cubiertos fluía rápidamente desde los bolsillos de regreso a las mesas. El tintineo voló arriba y abajo por las mesas como pequeñas campanas de hada. Glenda sonrió para sí y salió deprisa para desafiar todo. O por lo menos todo lo que temía.

Lord Vetinari se puso de pie. Por alguna razón inexplicable no necesitaba de ninguna fanfarria. Nada de "Pondrían juntas sus manos para", ni de "Préstenme sus oídos", ni de "Ser cabal para". Simplemente se puso de pie y el ruido se cortó. —Caballeros, gracias por venir, y puedo agradecerle, Archicanciller Ridcully, por ser un anfitrión tan generoso esta noche. Yo también puedo aprovechar esta oportunidad para poner sus mentes a descansar. »Miren, al parecer hay un rumor que circula por ahí de que estoy en contra de jugar al fútbol. Nada podía estar más lejos de la verdad. Estoy totalmente a favor del tradicional juego del fútbol y, efectivamente, sería más que feliz si veo al juego abandonar la mohosa oscuridad de las callejuelas. Además,

mientras



que

ustedes

tienen

su

propia

agenda

de

partidos,

personalmente propongo una liga, por así decir, de equipos mayores, que competirán valientemente por una taza dorada... Se escucharon aclamaciones, de una naturaleza cervezosa. —... o debería decir una taza de casi-oro... Más aclamaciones y más risas. —... sobre la base de la antigua urna recientemente descubierta conocida como EL TACKLE, la cual, estoy seguro, ¿habrán visto todos? Risitas generales. —Y si ustedes no, entonces sus esposas sí, indudablemente. El silencio, seguido por un tsunami de risa que, como la mayoría de los maremotos, tenía mucha espuma encima. Glenda, ocultándose entre las chicas de la servidumbre, se asombró y se sintió insultada al mismo tiempo, lo cual era un poco como retorcido, y se preguntó... Entonces, está planeando algo. Lo están aceptando con entusiasmo al mismo tiempo que la cerveza también. —Nunca vi eso antes —dijo un camarero de vinos a su lado. —¿Ver qué antes? —Ver su señoría beber. Ni siquiera bebe vino. Glenda miró la delgada figura negra y dijo, articulando con cuidado: —Cuando usted dice que no bebe vino, ¿quiere decir que no bebe vino, o que no bebe... vino? —No toma una maldita bebida. Eso es todo lo que estoy diciendo. Ése es Lord Vetinari, eso es. Tiene orejas por todos lados. —Puedo ver dos solamente, pero es muy apuesto, en cierto modo. —Sí, a las damas les gusta —dijo el camarero y sorbió—. Todos saben que tiene algo con esa vampiro en Uberwald. ¿Sabe? ¿La que inventó la Liga de la Templanza? ¿Vampiros que no chupan sangre? Hola, ¿qué es esto...? —Que nadie suponga que estoy solo en mi deseo de ver un mejor futuro para este fenomenal juego —estaba diciendo Vetinari—. Esta noche, caballeros, ustedes verán fútbol, escucharán fútbol y si no se agacharan, caballeros, podrían incluso comer fútbol. Aquí, para exhibir un matrimonio

del fútbol del pasado y me atrevo a esperar que del futuro, les presento el primer equipo de la Universidad Invisible... ¡Los Académicos Invisibles! Las velas se apagaron, de repente, incluso las de arriba en el candelero; Glenda podía ver pálidos fantasmas de humo levantándose en la penumbra. A su lado, Nutt empezó a contar por lo bajo. Uno, dos... A la cuenta de tres, las velas en el otro extremo del Salón surgieron a la vida otra vez, mostrando a Trevor Probable, con su más contagiosa sonrisa. —Buenas noche a todos —dijo—, y para usted también, su señoría. Caramba, pero no se ven estupendos esta noche. —Mientras todos volvían a respirar alrededor del Salón, Trev sacó su lata, la dejó caer sobre su pie y la sacudió arriba hasta su hombro, donde viajó por la parte posterior de su cuello y bajó hasta su otro brazo. —Al principio las personas solían patear rocas. Eso era más bien estúpido. Entonces probaron con cráneos, pero uno tenía que sacárselos a las personas y eso conducía a peleas. Al lado de Glenda, Nutt todavía estaba contando... —Y ahora tenemos lo que llamamos una pelota —continuó Trev, mientras su lata rodaba y trepaba a su alrededor—, pero no lo es por completo, porque es un montón de leña. Uno no puede patearla a menos que tenga grandes botas pesadas. Es lenta. Es pesada. No vive, caballeros, y el fútbol debería vivir... Las puertas en el otro extremo del Salón se abrieron y entró trotando Bengo Macarona, haciendo rebotar el nuevo fútbol. Su gloing, gloing se repitió alrededor del Salón. Algunos de los capitanes de fútbol se habían puesto de pie, estirando el cuello para una mejor vista. —Y con el viejo fútbol, uno no podía hacer esto —dijo Trev, y se lanzó al piso mientras Macarona giraba en un movimiento de ballet y enviaba la pelota zumbando por el pasillo como un avispón enfadado. Algunas escenas son sólo un recuerdo y no una experiencia, porque ocurren demasiado rápido para una comprensión inmediata, y Glenda observó los eventos siguientes sobre la pantalla interna de recuerdo horrorizado. Estaban los dos Archimagos y el Tirano de la ciudad, observando con interés congelado mientras el globo giraba y zumbaba hacia ellos, arrastrando

terribles consecuencias en su estela, y luego estaba el Bibliotecario que surgía de la nada, parándola completamente en medio del aire con una mano como una pala. —Ésos somos nosotros, caballeros. Y nos enfrentaremos al primer equipo que se reúna con nosotros en el Hipo el sábado a la una de la tarde. Estaremos entrenando por toda la ciudad. Ustedes pueden participar si quieren. ¡Y no se preocupen si no tienen las pelotas! ¡Les daremos algunas! —Las llamas de las velas se apagaron, que era también porque era difícil amotinarse en la oscuridad. Cuando las llamas se encendieron otra vez a su manera extraña, gritos, peleas, risas e incluso discusiones estaban teniendo lugar en cada mesa. Tranquilos, también, los sirvientes fueron de un lado a otro con sus jarras. Siempre parecía haber otro más, notó Glenda. —¿Qué han estado bebiendo? —susurró al camarero más cercano. —Viejo Raro de Bígaro, Especial de Mages. Es algo superior. —¿Y qué me dice de su señoría? Sonrió. —Ja. Qué gracioso, algunos de ellos me lo han preguntado también. Exactamente lo mismo que los invitados. Vertido de la misma jarra, exactamente como a todos los demás, por eso es... —Paró. Lord Vetinari estaba de pie otra vez. —Caballeros, ¿quién entre ustedes aceptará el desafío? No necesita ser Buenreóstato, no necesita ser Hermanas Dolly, no necesitan los Coco, sólo tiene que ser un equipo, caballeros; los Académicos Invisibles se enfrentarán a los mejores de ustedes, en las mejores tradiciones de la deportividad. He puesto la fecha del partido para el sábado. En lo que concierne a los Académicos, ustedes pueden observarlos entrenar y el Sr. Stibbons les dará el consejo que ustedes puedan necesitar. Éste será un combate justo, caballeros, tienen mi palabra. —Hizo una pausa—. ¿Mencioné que cuando sea presentada, la urna de casi oro estará llena de cerveza? El concepto es muy popular, entiendo, y pronostico que por un período razonable la taza dorada permanecerá muy milagrosamente llena de cerveza, sin importar cuántos beban de ella. Me aseguraré de eso personalmente.

Esto recibió una gran aclamación, también. Glenda se sentía avergonzada por los hombres, pero enfadada con ellos también. Estaban siendo llevados por la nariz. O, con mayor exactitud, por la cerveza. Vetinari no necesitaba látigos ni tornillos de pulgar; sólo necesitaba el Viejo Raro de Bígaro, Especial de Mages, y los estaba pastoreando como a pequeños corderos... y probándolos pinta a pinta. ¿Cómo podía lograrlo? Hey, mírenme, está diciendo, soy exactamente como ustedes, y él no es como ellos en absoluto. Ellos no pueden hacer que maten a alguien y... detuvo la idea para admitir la consideración de algunas de las peleas callejeras cuando los bares cerraban, y lo cambió a... salir impune. —¡Mi amigo el Archicanciller acaba de informarme que, por supuesto, los Académicos Invisibles de ninguna manera recurrirán a la magia! ¡Nadie quiere ver un equipo de ranas, estoy seguro! Se escuchó una risa general por esta broma pobre, pero el hecho sencillo era que ahora mismo se habrían reído de una bolsa de papel. —Esto será un combate de fútbol correcto, caballeros, nada de engaños, sólo destreza —dijo el Patricio, su voz cortante otra vez—. Y sobre ese punto estoy decretando un nuevo código, sobre la base de las reglas sagradas y tradicionales del fútbol tan recientemente redescubiertas, pero incluyendo muchas de las conocidas de uso más reciente. El oficio de árbitro está ahí para asegurar la obediencia de las reglas. Debe haber reglas, mis amigos. Debe haberlas. No hay juego sin reglas. Nada de reglas, nada de juego. Y allí estaba. Nadie más pareció notar, a través del humo, la hoja de afeitar que brilló por un momento en el algodón de azúcar. ¿Reglas?, pensó Glenda. ¿Qué son estas nuevas reglas? Nunca supe que había reglas. Pero el secretario de Lord Vetinari, fuera quien fuera, estaba poniendo calladamente unas pocas hojas de papel enfrente de cada hombre. Recordó el desconcierto del viejo Stollop cuando se enfrentó a un simple sobre. Algunos de ellos sabían leer, seguramente. ¿Pero cuántos de ellos podían leer ahora? Su señoría no había terminado. —Finalmente, caballeros, me gustaría que ustedes lean rápidamente y firmen las copias de las reglas que el Sr. Nudodetambor les ha dado. Y ahora

entiendo que el Archicanciller y sus colegas están esperando con ansia verlos a ustedes en la Sala Poco Común por cigarros y, creo, ¡un brandy excepcionalmente raro! Bien, con eso los envolvería, ¿no? Los jugadores de fútbol estaban acostumbrados a sólo cerveza. Para ser justos, estaban acostumbrados a mucho de sólo cerveza. Sin embargo, si era buen juez, y ella era muy buena, ahora estarían casi a punto de caerse de borrachos. Aunque algunos curtidos capitanes podían permanecer de pie durante algún tiempo mientras estaban, técnicamente, cayéndose de borrachos. Y no hay nada más vergonzoso que ver a un hombre que se cae de borracho, excepto cuando se cae de borracho uno que todavía permanece de pie. Y eso era asombroso: los capitanes eran el tipo de hombres que bebían a cuartos 26, y podían cantar con eructos el himno nacional, y doblar barras de acero con sus dientes, o incluso con los dientes de otra persona. De acuerdo, nunca habían tenido mucho en el camino de la educación, pero ¿por qué tenían que ser tan tontos? —Dígame —murmuró Ridcully a Vetinari mientras observaban a los invitados salir en fila con pasos inseguros—, ¿está usted detrás del descubrimiento de la urna? —Nos hemos conocido por mucho tiempo, Mustrum, ¿verdad? —dijo Vetinari —, y como usted sabe, no le mentiría. —Pausó por un momento y añadió—: Bien, por supuesto le mentiría en circunstancias aceptables, pero en esta ocasión puedo decir sinceramente que el descubrimiento de la urna también me llegó como una sorpresa, aunque una agradable. Efectivamente, supuse que ustedes caballeros habían tenido algo que ver con eso. —Ni siquiera sabíamos que estaba ahí —dijo Ridcully—. Personalmente, sospecho que la religión está involucrada. Vetinari sonrió. —Bien, por supuesto, clásico, los dioses juegan con los destinos de los hombres así que supongo que no hay razón por la que no debería haber fútbol. Jugamos y somos jugados y lo mejor que podemos esperar es hacerlo con estilo. 26

Medida inglesa equivalente a 1,14 litros. (NT)

Podría haber sido posible cortar el aire en la Sala Poco Común con un cuchillo, si alguien hubiera sido capaz de encontrar un cuchillo. O sujetar un cuchillo de la manera correcta si lo encontraba. Desde el punto de vista de los magos, era la misma situación, pero mientras varios capitanes estaban siendo llevados en una carretilla, estacionadas ahí con inteligencia más temprano esa noche, había suficientes visitantes todavía de pie que podían contribuir a un alboroto húmedo y caliente. En una discreta esquina, el Patricio y los dos Archicancilleres habían encontrado un espacio donde podían relajarse y no ser escuchados en las grandes sillas y resolver algunos temas. —¿Sabe, Henry? —dijo Vetinari al ex Decano—. Pienso que sería una muy buena idea si usted fuera a arbitrar el partido. —¡Oh, vamos! Pienso que eso sería sumamente injusto —dijo Ridcully. —¿Para quién, por favor? —Bien, er —dijo Ridcully—. Podría haber una cuestión de rivalidad entre magos. —Pero por otro lado —dijo Vetinari, su voz toda suavidad—, también podrían decir que, por razones políticas, otro mago tendría un interés adquirido en no permitir que un colega Archimago sea vencido por personas que, a pesar de sus talentos a menudo asombrosos, destreza, características e historias, son sin embargo agrupadas en el término personas corrientes. Ridcully levantó una copa de brandy muy grande en la dirección general del borde del universo. —Tengo toda la fe en mi amigo Henry —dijo—. Aunque está un poco del lado rellenito. —¡Oh, injusto! —explotó Henry—. Un hombre grande puede ser muy ligero sobre sus pies. ¿Hay alguna oportunidad para mí de tener la daga envenenada? —En estos tiempos modernos —dijo Vetinari—, lamento decir que un silbato de alguna clase tendrá que bastar. Y en ese punto, alguien trató de palmear la espalda de Vetinari. Ocurrió con notable velocidad y terminó posiblemente aún más rápido que lo que empezó, con Vetinari todavía sentado en su silla con su jarro de cerveza

en una mano y la muñeca del hombre agarrada con fuerza a la altura de la cabeza. Lo soltó y dijo: —¿Puedo ayudarlo, señor? —Usted es ese Lord Veterinary, ¿no? Lo vi sobre las estampillas. Ridcully echó un vistazo hacia arriba. Algunos de los secretarios de Lord Vetinari estaban acercándose hacia ellos enérgicamente, al mismo tiempo que algunos de los amigos del mal hablado, que podían ser definidos en este momento como personas que estaban ligeramente más sobrias que él y estaban perdiendo la borrachera sumamente rápido ahora mismo, porque cuando uno acaba de palmear la espalda de un tirano uno necesita de todos los amigos que pueda tener. Vetinari inclinó la cabeza hacia sus caballeros, que desaparecieron en la multitud, y luego chasqueó sus dedos a uno de los camareros. —Una silla aquí, por favor, para mi nuevo amigo. —¿Está seguro? —dijo Ridcully, mientras una silla era empujada bajo el hombre que, por feliz coincidencia, estaba cayendo hacia atrás en todo caso. —Quiero decir —dijo el hombre—, todos dicen que usted es un poco wnacker, pero yo digo que usted está todo bien sobre esta cosa del fútbol. No hay futuro en sólo salir dañado. Debería saberlo, me patearon la cabeza unas cuantas veces. —¿De veras? —dijo Lord Vetinari—. ¿Y cuál es su nombre? —Swithin, señor —dijo el hombre. —¿Cualquier otro nombre, por casualidad? —dijo Vetinari. —Dustworthy —dijo. Levantó un dedo en una especie de saludo—. Capitán, los Jabalís de Colgar. —Ah, ustedes no están teniendo una buena temporada —dijo Vetinari—. Necesitan sangre nueva en el equipo, especialmente desde que Jimmy Wilkins fue internado en el Tanty después de comer la nariz de alguien. Colinalanilla los atropelló porque ustedes perdieron su columna vertebral cuando ambos hermanos Robapenique fueron llevados al Lady Sybil, y han quedado clavados en el barro por tres temporadas. Está bien, todos dicen que Harry Capstick está haciendo una muy buena actuación desde que ustedes lo compraron a Mina de Melaza el jueves por dos cajones de Viejo

Raro de Bígaro y un saco de menudencias de cerdo, que no es malo para un hombre con una pierna de madera, pero nunca hay nadie de apoyo. Un círculo de silencio se extendió hacia fuera desde Vetinari y el boyante Swithin. La boca de Ridcully se había quedado abierta y el vaso de brandy de Henry permanecía medio vacío, un acontecimiento desusado para un vaso que ha estado en manos de un mago durante más de quince segundos. —También, me dicen que sus pasteles están dejando mucho que desear, como muerto, cocinado, contenido orgánico —continuó Vetinari—. No pueden hacer que la Presión los apoye cuando se ha visto a los pasteles caminar por ahí. —Mis muchachos —dijo Swithin—, son los mejores que hay. No es su culpa que tengan que enfrentar mejores personas. Nunca tienen la oportunidad de jugar con alguno que puedan derrotar. Ellos siempre dan ciento veinte por ciento y usted no puede dar más que eso. En cualquier caso, ¿cómo es que usted sabe todas esas cosas? No es porque seamos importantes en la liga. —Oh, me intereso —dijo Vetinari—. Creo que el fútbol es mucho como la vida. —Eso es, señor, eso es. Uno hace lo mejor que puede y luego alguien le da una patada en la ingle. —Entonces le aconsejo enérgicamente que se interese en nuestro nuevo fútbol —dijo Vetinari—, que se basará en velocidad, destreza y pensamiento. —Sí, correcto, puedo hacer todo eso —dijo Swithin, que en ese punto se cayó de la silla. —¿Tiene este pobre hombre amigos aquí? —preguntó Vetinari, volviéndose a la multitud. Había alguna timidez entre ellos con respecto a si era o no una buena idea ser amigos de Swithin en este momento. Vetinari levantó la voz: —Sólo me gustaría que un par de personas lo lleve a casa. Me gustaría que lo ponga en cama y que se ocupe de que no tenga ningún problema. Quizás debería quedarse con él hasta mañana también, porque puede tratar de suicidarse cuando despierte.

“Nuevo Amanecer Para El Fútbol”, decía el Times cuando Glenda lo recogió a la mañana siguiente. Como era su costumbre cuando estaba informando sobre algo que pensaba era particularmente importante, el titular del periódico era seguido por otros dos en tamaños descendentes de letras: "Los Jugadores De Fútbol Firman Por El Nuevo Juego" estaba sobre la siguiente línea abajo y luego "Nuevas Pelotas Un Éxito". Para sorpresa y consternación de Glenda, Julieta todavía tenía un lugar sobre la portada, con la habitual imagen de ella más pequeña que ayer, bajo el titular "Misteriosa Dama Desaparece", y un párrafo que sólo decía que nadie había visto a la misteriosa modelo, Juls, desde su debut (Glenda tuvo que buscar esta palabra) hace dos días. Sinceramente, pensó, ¿es noticia no encontrar a alguien? Y se sorprendió de que hubiera espacio incluso para esto, ya que la mayor parte de la portada estaba dedicada al fútbol, pero al Times le gustaba empezar algunas historias sobre la portada y luego, justo cuando se estaban poniendo interesantes, pasarlas a la página 35, o en algún lugar, para terminar su días detrás del crucigrama y el anuncio permanente de bragueros quirúrgicos. La columna principal adentro estaba encabezada "Un Gol Para Vetinari". Por lo general, Glenda nunca leía la columna principal porque había sólo cierta cantidad de veces en que estaba preparada para ver las palabras "sin embargo" usada en un artículo de 120 palabras. Leyó la historia de primera plana, al principio sombría y luego con creciente cólera. Vetinari lo había hecho. Los había emborrachado y los tontos habían firmado abandonar su fútbol por una pálida variedad cocinada por el palacio y la universidad. Por supuesto, las mentes nunca son tan simples. Tenía que admitir para sí misma que odiaba la estupidez del juego actual. Odiaba las peleas idiotas y los tontos empujones, pero eran suyos y podía odiarlos. Era algo que las mismas personas habían montado, y aunque era destartalado y estúpido, era suyo. Y ahora las personas de clase estaban otra vez tomando algo que no era de ellas y diciendo qué maravilloso era. El viejo fútbol iba a ser prohibido. Eso era otra pequeña hoja de afeitar en el algodón de azúcar alcohólico de Lord Vetinari.

También recelaba profundamente de la urna, cuya imagen todavía estaba en la mesa de la cocina, por alguna razón. Ya que eso que se afirmaba eran las reglas originales estaba escrito en una lengua antigua, ¿cómo podía alguien saber qué significaba, aparte de una persona de clase? Pasó su ojo por la descripción de las nuevas reglas. Algunas de las del viejo fútbol callejero habían sobrevivido ahí como monstruos de otra era. Reconocía una que siempre le había gustado: la pelota será llamada pelota. La pelota es la pelota que es jugada como pelota por cualesquiera tres jugadores consecutivos, en cuyo punto es la pelota. La había adorado cuando la leyó por primera vez por la estupidez absoluta de su fraseología. Aparentemente, había sido añadida un día, hace siglos, cuando una cabeza por desgracia cortada había llegado al juego y había reemplazado distraídamente a la pelota en ese momento en juego por algún cuerpo, antes perteneciente a la cabeza, ahora tendido sobre la pelota original. Esa clase de cosas se pegaba en la memoria, especialmente porque después del partido acreditaron al propietario de la cabeza el logro del gol ganador. Esa regla y algunas otras destacaban como vestigios de una gloria desaparecida en la lista de las nuevas reglas de Lord Vetinari. Algunos gestos al viejo juego habían quedado como un tipo de dádiva pacificadora para la opinión pública. No deberían permitirle salirse con la suya. Sólo porque era tirano, y capaz de hacer que maten a cualquiera a su capricho, las personas actuaban como si le temieran. Alguien debería decirle que se vaya. El mundo se había puesto cabeza abajo varias veces. Ella no tenía mucha influencia, pero asegurarse de que Lord Vetinari no se saliera con la suya era de repente muy importante. Era elección de las personas decidir cuándo estaban siendo estúpidas y anticuadas; no era elección de las personas de clase decirles qué hacer. Con gran determinación se puso el abrigo sobre el mandil y, después de pensarlo un momento, tomó dos Demonios Pegajosos 27 recién hechos de su 27

DEMONIOS PEGAJOSOS

Otra contribución de la Sra. Maisie Nobbs, y otro buen ejemplo de una delicia Ankh-Morpork — caliente, dulce y barata. Justo lo adecuado para un refrigerio en medio de un turno nocturno. APROXIMADAMENTE 15 DEMONIOS 100 gr. de mantequilla sin sal; 75 gr de azúcar granulada; 1 huevo, batido; 200 gr de harina común; 3-4 cucharadas grandes de mermelada

alacena. Donde un ariete destructor no puede trabajar, un realmente buen pastel de pasta quebrada a menudo puede abrirse paso. En la Oficina Oblonga, el secretario personal del Patricio miró el cronómetro. —Cincuenta segundos más lento que su marca, me temo, mi señor. —Prueba que efectivamente esa bebida fuerte es una burla, Nudodetambor —dijo Vetinari seriamente. —Sospecho que no se necesitan más pruebas —dijo Nudodetambor, con su sonrisita secretarial. —Aunque yo, con imparcialidad, señalaría que Charlotte del Times está apareciendo como la más temible compiladora de crucigramas de todos los tiempos, y eso es un montón de temible. Pero ¿ella? Iniciales, pares e impares, palabras ocultas, significados inversos, ¡y ahora diagonales! ¿Cómo lo hace? —Bien, usted lo hizo, señor. —Lo deshice. Eso es mucho más fácil. —Vetinari levantó un dedo—. Es esa mujer que dirige la tienda de mascotas en los Escalones Pellicool, créeme. No ha sido mencionada como una ganadora recientemente. Debe estar compilando estas cosas. —La mente femenina es indudablemente engañosa, mi señor. Vetinari miró a su secretario con sorpresa. —Bien, por supuesto que lo es. Tiene que lidiar con la masculina. Pienso… Se escuchó un suave golpecito en una de las puertas. El Patricio regresó al Times mientras Nudodetambor se escabullía de la habitación. Después de que algunos susurrados intercambios, el secretario regresó. —Parecería que una mujer joven ha entrado por la puerta trasera sobornando a los guardianes, señor. Aceptaron los sobornos, según sus

PRECALENTAR EL HORNO a 180ºC / Gas 4. Engrasar una bandeja de repostería de tartas o bollos individuales. Batir la mantequilla y el azúcar, luego añadir el huevo, un poco cada vez, batiendo bien después de cada adición. Añadir revolviendo la harina gradualmente hasta formar una masa

blanda. Agregar una generosa cucharada de

mermelada y revolver para conseguir el efecto de olas. Con una cuchara de postre, colocar la mezcla dentro de los cuencos de

la bandeja para bollos. Moldear suavemente y poner una porción —

aproximadamente media cucharada (té)— de mermelada en el centro de cada uno. Cocinar en la parte alta del horno durante 25-30 minutos o hasta que estén dorados por encima.

órdenes, y se le ha mostrado la antesala, pronto encontrará que está con llave. Desea verlo porque, dice, tiene una queja. Es una empleada. Lord Vetinari miró sobre el borde del periódico. —Dile que no puedo ayudarla con eso. Quizás, oh, no sé, ¿un perfume diferente ayudaría? —Quiero decir que es un miembro de las clases de servicio, señor. Su nombre es Glenda Granodeazúcar. —Dile... —Vetinari vaciló, y luego sonrió—. Ah, sí, Granodeazúcar. ¿Sobornó a los guardianes con comida? ¿Algo horneado, quizás? —¡Bien dicho, señor! Un Demonio Pegajoso grande a cada uno. ¿Puedo preguntar cómo...? —Es una cocinera, Nudodetambor, no una empleada. Hazla pasar, por supuesto. El secretario parecía un poco resentido. —¿Está seguro de que esto es sabio, señor? Ya les he dicho a los guardianes que desechen los productos alimenticios. —¿Comida cocinada por una Granodeazúcar? Podrías haber cometido un crimen contra el alto arte, Nudodetambor. La veré ahora. —Debo señalar que usted tiene una agenda completa esta mañana, mi señor. —Exactamente. Es tu trabajo señalarlo, y lo respeto. Pero no regresé hasta las cuatro y media esta mañana y recuerdo claramente haberme golpeado el dedo del pie en la escalera. Estoy tan borracho como una mofeta, Nudodetambor, que por supuesto quiere decir que las mofetas están tan borrachas como yo. Debo decir que el término es desconocido para mí, y no tenía idea hasta ahora de las mofetas en este contexto, pero Mustrum Ridcully fue bastante amable en ilustrarme. Permíteme, entonces, un momento de complacencia. —Bien, usted es el Patricio, señor —dijo Nudodetambor—. Usted puede hacer como le plazca. —Es gentil de tu parte decirlo, pero, a decir verdad, no necesitaba un recordatorio —dijo Vetinari, con lo que era casi indudablemente una sonrisa.

Cuando el severo hombre delgado abrió la puerta, era demasiado tarde para huir. Cuando dijo, "Su señoría la verá ahora, Srta. Granodeazúcar", era demasiado tarde para desmayarse. ¿En qué había estado pensando? ¿Había estado pensando en absoluto? Glenda siguió al hombre hasta la siguiente habitación, que tenía paneles de roble y era sombría, y la oficina más ordenada que alguna vez había visto. La habitación del mago promedio estaba tan llena de cosas variadas que las paredes eran invisibles. Aquí, incluso el escritorio estaba despejado, aparte de un pote de plumas, un tintero, una copia abierta del Ankh-Morpork Times y... el ojo quedó fijo sobre esto, incapaz de retirarse... un jarro con el lema "Al jefe más grande del mundo". Estaba tan fuera de lugar que podría haber sido una intrusión de otro universo. Una silla fue puesta silenciosamente detrás de ella. Esto era también, porque cuando

el

hombre

en

el

escritorio

levantó

la

mirada

se

sentó

repentinamente. Vetinari se pellizcó el puente de la nariz y suspiró. —Srta... Granodeazúcar, hay muchas habitaciones en este palacio llenas de personas que quieren verme, y son personas poderosas e importantes, o por lo menos ellas piensan que lo son. Sin embargo, el Sr. Nudodetambor ha insertado gentilmente en mi agenda, delante del Director General de Correos y el Alcalde de Sto Lat, una reunión con una cocinera joven con su abrigo sobre su mandil y el propósito de, dice aquí, "librarse de mí". Y esto es así porque me doy cuenta de la incongruencia, y usted, Srta. Granodeazúcar, es incongruente. ¿Qué es lo que usted quiere? —¿Quién dice que quiero algo? —Todos quieren algo cuando están enfrente de mí, Srta. Granodeazúcar, incluso si sólo es estar en cualquier otro lugar. —¡Muy bien! ¡Usted emborrachó a todos los capitanes anoche y les hizo firmar esa carta en el papel! —La mirada fija no parpadeó. Que era mucho peor que, bien, cualquier cosa. —Joven dama, beber nivela a toda la humanidad. Es lo más democrático, si le gusta ese tipo de cosas. Un mendigo borracho está tan borracho como un lord, y así también un lord. ¿Y ha notado alguna vez que todos los borrachos

pueden comprenderse, sin importar qué tan borrachos están ni qué tan diferentes sean sus lenguas maternas? ¿Estoy seguro de que usted es pariente de Augusta Granodeazúcar? —La pregunta, pegada a las alabanzas a la embriaguez, la golpeó entre los ojos, desparramando sus ideas. —¿Qué? Oh. Bien, sí. Es correcto. Era mi abuela. —¿Y era cocinera en el Gremio de Asesinos cuando era más joven? —Es correcto. Siempre hacía una broma sobre cómo no los dejaría usar ninguno... —Paró rápidamente, pero Vetinari terminó la frase por ella. —... de sus pasteles para envenenar personas. Y siempre obedecimos también, porque como usted sabe seguramente, señorita, a nadie le gusta molestar a un buen cocinero. ¿Está con nosotros todavía? —Murió hace dos años, señor. —¿Pero ya que usted es una Granodeazúcar, supongo que ha adquirido algunas abuelas más en reemplazo? Su abuela fue siempre leal a la comunidad, ¿y usted debe llevar todos esos pequeños pastelitos a alguien? —Usted no puede saberlo, sólo está adivinando. Pero muy bien, son para todas las ancianas que no salen mucho. De todos modos, es un gaje. —Oh, pero por supuesto. Todos los trabajos tienen sus pequeños gajes. Vaya, no espero que Nudodetambor aquí haya comprado un sujetapapeles en su vida, ¿eh, Nudodetambor? —El secretario, ordenando los periódicos en el fondo, le dio una pálida sonrisita. —Mire, sólo tomo sobras... —empezó Glenda, pero él la interrumpió con un ademán. —Usted está aquí por el fútbol —dijo Vetinari—. Usted estaba en la cena anoche, pero a la universidad le gusta que sus sirvientas sean altas y tengo ojo para esas cosas. Por lo tanto, supongo que usted lo convirtió en su interés estar ahí sin molestar a sus superiores. ¿Por qué? —¡Usted les está quitando su fútbol! El Patricio juntó sus dedos y apoyó la barbilla en ellos mientras la miraba. Está tratando de ponerme nerviosa, pensó. Está funcionando, oh, está funcionando. Vetinari llenó el silencio.

—Su abuela solía pensar por las personas. Ese rasgo se hereda en las familias, siempre por el lado femenino. Mujeres capaces, escurriéndose sobre un mundo donde todos los demás parecen tener siete años y se siguen cayendo en el patio de recreo, los recogen y los observan alejarse corriendo otra vez. ¿Imagino que usted dirige la Cocina Nocturna? Demasiadas personas en la grande. Usted quiere espacios que pueda controlar, más allá del alcance inmediato de los tontos. Si hubiera añadido “¿Tengo razón?”, como algún charlatán que busca el aplauso, lo habría odiado. Pero la estaba leyendo desde el interior de su cabeza, de una manera calmada y práctica. Tuvo que sofocar un escalofrío, porque todo era verdad. —No le estoy quitando nada a nadie, Srta. Granodeazúcar. Sólo estoy cambiando el patio de recreo —continuó el hombre—. ¿Qué destreza hay en la muchedumbre que presiona y empuja? No es nada más que una manera de producir sudor. No, debemos movernos con los tiempos. Sé que el Times se mueve conmigo. Los capitanes gemirán que, sin duda, sólo están poniéndose viejos. Morir en el juego es una idea romántica cuando uno es joven, pero cuando uno es más viejo las cosas cambian. Ellos lo saben, aunque no lo admitirán, y mientras protestan, tendrán el cuidado de que nadie los tome seriamente. A decir verdad, más que quitarles, les estoy dando mucho. Aprobación, reconocimiento, cierto prestigio, una taza de casi-oro y la oportunidad de conservar los dientes que les quedan. Todo lo que pudo articular después de esto fue: —¡De acuerdo, pero usted los engañó! —¿De veras? No tenían que beber en exceso, ¿verdad? —¡Usted sabía que lo harían! —No. Sospechaba que podrían hacerlo. Podían haber sido más cautelosos. Deberían haber sido más cautelosos. Preferiría decir que los llevé a lo largo del sendero correcto con un poco de maña y no los conduje a lo largo de él con palos. Poseo muchas clases de palo, Srta. Granodeazúcar. —¡Y usted me ha estado espiando! Sabía de los pastelitos. —¿Espiar? Señora, una vez dijeron de un fenomenal príncipe que todos sus pensamientos eran de su pueblo. Como él, velo por mi pueblo. Soy sólo el

mejor en eso, eso es todo. En cuanto al asunto de los pastelitos, fue una simple deducción de los conocidos hechos de la naturaleza humana. Había mucho que Glenda quería decir, pero de alguna manera muy clara intuía que la entrevista, o por lo menos la parte de ella que involucraba que abriera su boca, había terminado. Sin embargo, dijo: —¿Por qué usted no está borracho? —¿Perdone? —Usted debe pesar más o menos la mitad de lo que pesan ellos y todos se fueron a casa en carretillas. Usted bebió tanto como ellos y se ve fresco como una margarita. ¿Cuál es el truco? ¿Hizo que los magos sacaran la cerveza de su estómago por arte de magia? Había dejado de presionar su suerte hacía mucho tiempo. Ahora estaba fuera de control, como un caballo de tiro sobresaltado que no puede parar por la carga inmensa que rebota y ruge detrás de él. Vetinari frunció el ceño. —Mi querida dama, alguien bastante borracho para permitir que los magos, que acababan de estar compartiendo copiosamente el fruto de la viña, podría añadir, sacaran algo de él, ya estaría tan borracho para estar muerto. Para

anticiparme

a

su

próximo

comentario,

el

lúpulo

también

es,

técnicamente, una viña. Estoy, a decir verdad, borracho. ¿No es cierto, Nudodetambor? —Usted efectivamente consumió unas doce pintas de bebida malteada muy fuerte, señor. Técnicamente, usted debe estar borracho. —Idiosincrásicamente dicho, Nudodetambor. Gracias. —¡Usted no actúa como borracho! —No, pero actúo muy bien como sobrio, ¿no cree? Y debo confesar que el crucigrama de esta mañana fue algo que pelear. ¿Procatalepsis y pleonasmo en un día? ¡Tuve que usar el diccionario! ¡Esa mujer es un demonio! Sin embargo, gracias por venir, Srta. Granodeazúcar. Recuerdo el burbuja y chirrido de su abuela con gran cariño. Si hubiera sido una escultora, habría sido una estatua exquisita, con ningún brazo y una sonrisa enigmática. Es una lástima que algunas obras maestras sean tan transitorias. La cocinera orgullosa en Glenda se alzó imparable.

—Pero ella me pasó la receta. —Un legado mejor que las joyas —dijo Vetinari, asintiendo. En realidad algunas joyas no le habrían caído mal, reflexionó Glenda. Pero había un secreto en burbuja y chirrido, por supuesto, justo ahí al aire libre donde todos podían perdérselo. Y en cuanto a la Verdad de Salmagundi... —Creo que esta audiencia ha terminado, Srta. Granodeazúcar —dijo Vetinari —. Tengo mucho que hacer y también usted, estoy seguro. —Recogió su pluma y centró su atención en los documentos enfrente de él—. Adiós, Srta. Granodeazúcar. Y eso fue todo. De algún modo, estaba en la puerta, y casi había terminado de cerrarse detrás de ella cuando una voz dijo: —Y gracias por sus gentilezas a Nutt. La puerta hizo clic, casi golpeándola en la cara mientras giraba. —¿Fue sabio de mi parte haber dicho eso? ¿Qué piensas? —dijo Vetinari, cuando ella se hubo ido. —Posiblemente no, señor, pero ella simplemente supondrá que la estamos observando a ella —dijo Nudodetambor suavemente. —Posiblemente

deberíamos.

Es

una

mujer

Granodeazúcar

para

ti,

Nudodetambor, pequeñas esclavas domésticas hasta que piensan que alguien ha sido agraviado y entonces van a la guerra como la Reina Ynci de Lancre, con ruedas de cuadriga que giran y brazos y piernas por todas partes. —Y ningún padre —observó Nudodetambor—. No muy bueno para un niño en aquellos días. —Sólo servía para hacerla más ruda. Uno sólo puede esperar que no se le meta en la cabeza entrar en la política. —¿No es eso lo que está haciendo ahora, señor? —Bien notado, Nudodetambor. ¿Parezco borracho? —En mi opinión no, señor, pero parece inusitadamente... conversador. —¿Con coherencia? —Al más diminuto escrúpulo, señor. El Jefe de Correos está esperando, señor, y algunos de los jefes de gremios quieren hablarle urgentemente. —¿Sospecho que quieren jugar al fútbol?

—Sí, señor. Piensan formar equipos. Por mi vida, no puedo comprender por qué. Vetinari dejó su pluma. —Nudodetambor, si vieras una pelota ahí en el suelo, invitándote, ¿la patearías? La frente del secretario se arrugó. —¿Cómo sería expresada la invitación, señor? —¿Disculpa? —¿Sería, por ejemplo, una nota escrita fijada a la pelota por persona o personas desconocidas? —Me estaba más bien inclinando a la idea de que quizás podrías sentir sencillamente que todo el mundo estaba deseando silenciosamente que le des una patada calurosa a dicha pelota. —No, señor. Hay demasiadas variables. Posiblemente un enemigo o bromista podría haber supuesto que tomaría alguna acción de esa clase y haber hecho la pelota de concreto o material similar, en la esperanza de que pudiera provocarme una lesión seria o graciosa a mí mismo. Así que, verificaría primero. —Y entonces, si todo estuviera en orden, ¿patearías la pelota? —¿Con qué propósito o ganancia, señor? —Pregunta interesante. Supongo que por el placer de verla volar. Nudodetambor pareció considerarlo durante un tiempo, y luego sacudió la cabeza. —Lo siento, señor, pero usted me ha perdido en este punto. —Ah, eres un pilar de roca en un mundo de cambios, Nudodetambor. Bien hecho. —Me preguntaba si sólo pudiera añadir algo, señor —dijo el secretario seriamente. —El piso es tuyo, Nudodetambor. —No me gustaría que se pensara que no compro mis propios sujetapapeles, señor. Disfruto poseer mis propios sujetapapeles. Quiere decir que son míos. Pensé que era útil decírselo de una manera mesurada y no-polémica. Vetinari miró el techo por algunos momentos y luego dijo:

—Gracias por tu franqueza. Consideraré el registro corregido y el tema terminado. —Gracias, señor.

Plaza Sator era donde iba la ciudad cuando estaba molesta, desconcertada o temerosa. Las personas que tenían una idea real de por qué estaban haciendo eso se congregaban para escuchar a las otras personas que tampoco sabían nada, sobre la base de que la ignorancia compartida es ignorancia duplicada. Había grupos de personas ahí esta mañana y varios equipos

improvisados,

porque

está

escrito,

o

más

probablemente

garabateado sobre una pared en algún lugar, que donde dos o más se reúnan, al menos uno tendrá algo para patear. Latas y pelotas de trapo fuertemente atadas estaban molestando a los adultos por todos lados, pero mientras Glenda se acercaba a toda prisa, las grandes puertas de la universidad se abrieron y salió Ponder Stibbons, haciendo rebotar con poca pericia una de las condenadas nuevas pelotas de cuero. ¡Gloing! El silencio sonó, mientras las latas rodantes traqueteaban abandonadas. Todos los ojos estaban sobre el mago y sobre la pelota. La lanzó abajo y se escuchó un doble ¡gloing!, mientras rebotaba en las piedras. Y entonces la pateó. Fue una patada debilucha en términos de patada, esa patada, pero nunca nadie en la plaza había pateado algo a esa distancia, ni siquiera a una décima, y todos los machos la persiguieron, propulsados por el antiguo instinto. Han ganado, pensó Glenda tristemente. ¡Una pelota que hace gloing cuando las otras hacen clunk...! Bien, ¿dónde es la competición? Entró rápidamente por la puerta trasera. En un mundo que se estaba volviendo demasiado complicado, donde podía irrumpir sobre el tirano de negro corazón y marcharse intacta, necesitaba un lugar donde ir que no estuviera girando. La Cocina Nocturna era tan familiar como su dormitorio, su lugar, bajo su control. Podía enfrentar cualquier cosa allí.

Había una figura holgazaneando contra la pared, junto a los cubos de la basura, y por alguna razón lo identificó enseguida, a pesar de la capa pesada y el sombrero jalado sobre los ojos; ninguno a quien ella alguna vez había conocido podía relajarse tan perfectamente como Pepe. —En qué anda, Glenda —dijo una voz desde abajo del sombrero. —¿Qué está haciendo aquí? —dijo. —¿Sabe qué difícil es encontrar a alguien en esta ciudad cuando uno no puede decir a nadie qué aspecto tiene y no está muy seguro de recordar su nombre? —dijo Pepe—. ¿Dónde está Juls? —No lo sé —dijo—. No la he visto desde anoche. —Podría ser una buena idea encontrarla antes de que otras personas lo hagan —dijo Pepe. —¿Qué personas? —dijo Glenda. Pepe se encogió de hombros. —Todo el mundo —dijo—. Están buscando principalmente en los distritos enanos ahora mismo, pero puede ser sólo cuestión de tiempo. No podemos bajar a la tienda por ellos y fue todo lo que pude hacer para salir a hurtadillas. —¿Para qué están tras ella? —dijo Glenda, con pánico creciente—. Vi en el periódico que las personas estaban tratando de encontrarla, ¡pero no ha hecho nada malo! —Pienso que usted no capta exactamente qué está ocurriendo —dijo el (posible) enano—. Quieren encontrarla para hacerle muchas preguntas. —¿Tiene algo que ver con Lord Vetinari? —dijo Glenda con desconfianza. —No había pensado en eso—dijo Pepe. —¿Qué clase de preguntas, entonces? —Oh, usted sabe... ¿Cuál es su color favorito? ¿Qué le gusta comer? ¿Tiene un asunto con alguien? ¿Qué consejo tiene para las personas jóvenes hoy? ¿Encera? ¿Dónde le peinan el cabello? ¿Cuál es su cuchara favorita? —No creo que ella tenga una cuchara favorita —dijo Glenda, esperando que el mundo tuviera un poco de sentido. Pepe le palmeó el hombro.

—Mire, ella está en la portada del periódico, ¿no? Y el Times sigue adelante sobre querer hacer un perfil de su estilo de su vida. Eso podría no ser una cosa mala en realidad, pero es elección de usted. —No creo que ella tenga un estilo de vida —dijo Glenda, un poco perpleja—. Nunca lo ha dicho. Y no encera. Apenas quita el polvo. De todos modos, sólo dígales a todos que no quiere hablar con nadie. La expresión de Pepe se puso extraña por un momento, entonces dijo con cuidado, como un hombre -o enano- que lucha por ser escuchado del otro lado de una división cultural: —¿Piensa que estaba hablando de mobiliario? —Bien, ¿qué otra cosa? Y no creo que sus quehaceres domésticos sean asunto de nadie más. —¿No comprende? Es popular, y cuanto más les decimos a las personas que ella no puede hablar, más quieren hacerlo, y cuanto más diga que no, más interesados se ponen. Las personas quieren saber todo sobre ella —dijo Pepe. —¿Cómo cuál es su cuchara favorita? —dijo Glenda. —Puedo haber sido un poco irónico —dijo Pepe—. Pero hay escritores del periódico buscándola por toda la ciudad, y Bu-burbuja quiere hacer una publicación de dos páginas sobre ella. —Hizo una pausa—. Eso significa que escribirán sobre ella y tomará dos páginas —dijo servicial—. El Bajo Rey de los enanos ha dicho que es un icono para nuestros tiempos, de acuerdo con Satblatt. —¿Qué es Satblatt? —dijo Glenda. —Oh, el periódico enano —dijo Pepe—. Probablemente nunca lo vea. —¡Pero sólo estuvo en un desfile de modas! —gimió Glenda—. ¡Sólo estuvo caminando arriba y abajo! Estoy segura de que no quiere involucrarse en todo ese tipo de cosas. Pepe le lanzó una aguda mirada. —¿Está segura? —dijo. Y entonces pensó, realmente pensó en Julieta, que leería Bu-burbuja de cabo a rabo, por lo general no llegaría cerca del Times, pero absorbería

basura de toda clase sobre personas frívolas y absurdas. Las personas que brillaban. —No sé dónde está —dijo—. Realmente no la he visto desde ayer. —Ah,

una

misteriosa

desaparición

—dijo

Pepe—.

Mire,

ya

estamos

aprendiendo sobre este tipo de cosas abajo en la tienda. ¿Podemos ir a algún lugar un poco más privado? Espero que ninguno de ellos me siguiera aquí. —Bien, puedo pasarlo de contrabando a través de la entrada trasera, siempre y cuando no haya un bedel por ahí —dijo Glenda. —Está bien para mí. Estoy acostumbrado a ese tipo de cosas. Lo condujo a través de la entrada y del laberinto de sótanos y jardines que contrastaban algo curiosamente con la fina fachada de la Universidad Invisible. —¿Tiene algo para beber? —dijo Pepe detrás de ella. —¡Agua! —dijo Glenda cortante. —Beberé agua cuando los peces salgan de ella para mear, pero gracias lo mismo —dijo Pepe. Y entonces Glenda captó el olor de la hornada que venía desde la Cocina Nocturna. ¡Ella era la única que horneaba en su cocina! Se suponía que nadie más horneaba en su cocina. La hornada era su responsabilidad. Suya. Subió los escalones con Pepe detrás de ella y notó que el misterioso cocinero todavía tenía que dominar la segunda regla más importante de la cocina, que era ordenar las cosas después. El sitio era un desorden. Había incluso grumos de masa sobre el piso. A decir verdad, la cocina se veía como si hubiera sido poseída por alguna clase de locura. Y en medio de todo eso, enroscada en el viejo sillón maltratado y ligeramente mohoso de Glenda, estaba Julieta. —Exactamente como La Bella Durmiente, ¿no? —dijo Pepe detrás de ella. Glenda lo ignoró y se apuró a lo largo de las hileras de hornos. —Ha estado horneando pasteles. ¿Para qué diablos quiso venir y hornear pasteles? Nunca ha sido nada buena horneando pasteles. —Eso es porque nunca la he dejado hornear un pastel, se dijo. Porque tan pronto ella

encontraba algo difícil tú te lo llevabas y lo hacías tú misma, la regañó su voz interior. Glenda abrió puerta de horno tras de puerta de horno. Habían llegado justo a tiempo. Por el olor, un par de docenas de pasteles surtidos eran cocinados al mismo tiempo. —¿Y que me dice de un trago? —dijo Pepe, en quién la sed saltaba eterna—. Estoy seguro de que hay brandy. Todas las cocinas tienen un poco de brandy en algún lugar. Observó mientas Glenda sacaba los pasteles, usando su mandil para protegerse las manos. Pepe miró los pasteles con la indiferencia de un hombre a quien le gusta beber sus comidas y escuchó el monólogo a sotto voce de Glenda mientras pastel tras pastel era colocado sobre la mesa. —Nunca le dije que lo hiciera. ¿Por qué lo hizo? Porque le dije que lo hiciera, o algo así, por eso. Y éstos no son pasteles malos —dijo más fuerte. Con sorpresa. Julieta abrió los ojos, miró a su alrededor confundida, y luego su cara se retorció de pánico. —Está bien, los he sacado todos —dijo Glenda—. Bien hecho. —No sabía qué más hacer y Trev estaba ocupado con el fútbol y pensé que querrían pasteles mañana y yo pensé que era mejor hacer algunos —dijo Julieta—. Lo siento. Glenda

dio

un

paso

atrás.

¿Cómo

empezar?,

se

preguntó.

¿Cómo

desenredarlo y luego volver a enredarlo de una mejor forma porque se había equivocado? Julieta no había caminado arriba y abajo mostrando ropa, no exactamente; se había convertido en alguna clase de sueño. Un sueño de ropa. Una posibilidad brillante, viva y tentadora. Y en el recuerdo de Glenda del desfile de modas, ella literalmente brillaba, como si estuviera iluminada desde el interior. Era una especie de magia y no debería estar haciendo pasteles. Aclaró su garganta. —Te he enseñado un montón de cosas, ¿no, Julieta? —dijo Glenda. —Sí, Glenda —dijo Julieta. —Y han sido útiles siempre, ¿no?

—Sí, Glenda. Recuerdo que fuiste tú quien me dijo que siempre debería tener mi mano sobre mi medio penique y me alegro mucho de que lo hayas dicho. —Se escuchó un ruido extraño desde Pepe, y Glenda, sintiendo su cara enrojecer, no se atrevió a mirarlo. —Entonces tengo unos pocos consejos más para ti, Julieta. —Sí, Glenda. —Primero, nunca, nunca te disculpes por algo que no necesita ser disculpado —dijo Glenda—. Y especialmente nunca te disculpes por ser tú misma. —Sí, Glenda. —¿Entendiste eso? —Sí, Glenda. —Sin importar qué ocurra, siempre recuerda que ahora sabes cómo hacer un buen pastel. —Sí, Glenda. —Pepe está aquí porque Bu-burbuja quiere escribir algo sobre ti —dijo Glenda—. Tu imagen estaba en el periódico otra vez esta mañana y... — Glenda paró—. Ella va a estar bien, ¿no? —dijo. Pepe hizo una pausa en el acto de retirar subrepticiamente una botella de una alacena. —Usted puede confiar en mí y en Madame sobre eso —dijo—. Sólo las personas que son muy dignas de confianza se atreverían a verse tan poco confiables como yo y Madame. —Y todo lo que tendrá que hacer es mostrar ropa... ¡No beba eso, es vinagre de sidra! —Sólo estoy bebiendo la parte de la sidra —dijo Pepe—. Sí, todo lo que tendrá que hacer es mostrar ropa, pero a juzgar por la muchedumbre allá en la tienda habrá personas que quieran que ella muestre zapatos, sombreros, peinados... —Nada de toqueteos —dijo Glenda. —No creo que usted encuentre, en ningún lugar del mundo, un experto más grande tanto en toque como en teos que Madame. A decir verdad, estaría sorprendido si usted, Glenda, conociera una centésima parte de los

toqueteos que hace, especialmente cuando ella inventó muchos de ellos. Y ya que los notaremos cuando los veamos, la tendremos vigilada. —Y tiene que comer alimentos adecuados y dormir bien —dijo Glenda. Pepe asintió, aunque ella esperaba que ambos conceptos fueran muy extraños para él. —Y le pagarán —añadió. —La

haremos

participar

de

las

ganancias

si

trabaja

para

nosotros

exclusivamente —dijo Pepe—. Madame quiere hablar con usted sobre eso. —Sí, alguien podría querer pagarle más que ustedes —dijo Glenda. —Vaya, vaya, vaya. ¡Qué rápido aprendemos! Estoy seguro de que Madame se divertirá mucho hablando con usted. Julieta miraba de uno a la otra, el sueño todavía sobre su cara. —¿Quieres que yo vuelva a la tienda? —No quiero que hagas nada —dijo Glenda—. Es tu decisión, ¿de acuerdo? Es sólo tu decisión, pero me parece que si te quedas aquí entonces básicamente lo que estarás haciendo es pasteles. —Bien, no sólo pasteles —dijo Julieta. —Bien, no, de acuerdo, también hay flanes, burbuja y chirrido y pastelitos de trasnoche surtidos —dijo Glenda—. Pero tú sabes qué quiero decir. Por otro lado, podrías irte y mostrar toda esta ropa elegante e ir a muchos lugares elegantes a gran distancia de aquí y ver a muchas nuevas personas y sabrías que si todo sale con forma de pera siempre podrías hacerlo con forma de pastel. —Ja, una buena —dijo Pepe, que había encontrado otra botella. —Realmente me gustaría ir —dijo Julieta. —Entonces vete ahora. Quiero decir ahora mismo, o por lo menos tan pronto como él haya terminado de beber el ketchup. —¡Pero tendré que volver por mis cosas! Glenda metió la mano dentro de su chaleco y sacó una libreta color borgoña con el sello de Ankh-Morpork sobre él. —¿Qué es eso? —preguntó Julieta. —Tu libreta bancaria. Tu dinero está seguro en el banco y puedes sacarlo en cualquier momento que quieras.

Julieta giró la libreta bancaria una y otra vez en sus manos. —Yo no creo que nadie en mi familia haya estado alguna vez en un banco excepto Tío Geoffrey y lo atraparon antes de llegar a casa. —Consérvate callada sobre ella. No vayas a casa. Cómprate muchas nuevas cosas para ti. Organízate y entonces regresa y ve a tu papá y a todo el mundo. La idea es que en tu mente siempre deberías estar yéndote, incluso si no te vas ahora mismo. Pero lo importante es irte ahora mismo. Muévete. Sigue. Trepa. Todas las cosas que yo debería haber hecho. —¿Y qué me dices de Trev? —dijo Julieta. Glenda tuvo que pensar en eso. —¿Cómo están las cosas contigo y Trev, entonces? Los vi a los dos conversando anoche. —La conversación está permitida —dijo Julieta a la defensiva—. En cualquier caso, sólo me estaba diciendo cómo iba a conseguir un mejor trabajo. —¿Hacer qué? —dijo Glenda—. Nunca lo he visto trabajar un día completo en todos los años en que lo he conocido. —Dice que va a buscar algo —dijo Julieta—. Dice que Nutt se lo dijo. Dice que Nutt dijo que cuando Trev averigüe quién es Trev, bueno, sabrá, bueno, lo que puede hacer. Así que le dije que él era Trevor Probable, y dijo que eso era, ya sabes, provechoso. Estoy atorada, ¿no?, se dijo Glenda. Estoy hablando sobre cambiar y salir, así que tengo que admitir que tal vez él también va a hacerlo. En voz alta, dijo: —Es tu decisión. Todo es tu decisión, pero sólo cuida que se guarde las manos para sí mismo. —Siempre se guarda las manos —dijo Julieta—. Es un poco preocupante. Nunca he tenido que pensar en darle un rodillazo en las bolas, ni una vez. Se escuchó una risa estrangulada desde Pepe, que justo acababa de descubrir la salsa wow-wow. La botella estaba casi vacía y, en teoría, no debería quedarle ningún estómago. —¿Nunca, nunca? —preguntó Glenda, perpleja ante esta historia antinatural. —No, es siempre muy educado y sólo un poco triste.

Eso debe significar que está planeando algo, propuso la identidad interior de Glenda. Dijo: —Bien, es tu decisión. No puedo ayudar ahí, pero recuerda, siempre tienes tu rodilla. —¿Y si...? —empezó Julieta. —Mira —dijo Glenda con firmeza—, o te marchas ahora y ves el mundo y ganas mucho dinero y tienes tu imagen en los periódicos y todas las otras cosas que sé que realmente te gustaría hacer, o tienes que resolverlo por ti misma. —Vamos a estar aquí durante algún tiempo —dijo Pepe—. ¿Sabe? Esta salsa sería buena con un poquito de vodka dentro. Realmente le daría un poquito de brío. Un poquito de chispa. Por cierto, con mucho vodka sería aun mejor. —¡Pero lo amo! —gimió Julieta. —Está muy bien, entonces, quédate aquí —dijo Glenda—. ¿No se han besado siquiera? —¡No! Nunca llega ni cerca de hacerlo. —Es quizás uno de esos caballeros a quienes no les gustan las damas —dijo Pepe remilgadamente. —Y realmente podríamos prescindir de su contribución —soltó Glenda, volviéndose hacia él. —Quiero decir, con algunos de los otros, como Johnny Picado, casi gasto mi rodilla, pero Trev sólo es... dulce, todo el tiempo. —Mire, sé que usted me dijo que me mantuviera fuera de esto, y sé que he sido un pecador terrible en mi tiempo y espero seguir siéndolo, pero he estado alrededor de las casas más veces que un cartero y la razón para este diablillo asno es obvia —dijo Pepe—. Tiene el sentido común para ver que ella es tan bella que debería ser pintada de pie en alguna concha en algún lugar sin su chaleco y con pequeños bebés gordos que inexplicablemente pasan zumbando por todo el lugar, y él es algún muchacho con nada más que un poco de agudeza callejera. Quiero decir, no tiene sentido, ¿verdad? No va a tener ninguna posibilidad y lo sabe, incluso si no sabe que lo sabe. —Le daría un beso si quisiera uno y definitivamente no le daría un rodillazo en las bolas —dijo Julieta.

—Tú tienes que resolverlo —dijo Glenda—. No puedo resolverlo por ti. Si lo intentara, lo resolvería todo mal. —Pero... —empezó Julieta. —No, eso es todo —dijo Glenda—. Ya te vas, cómprate un montón de cosas lindas... es tu dinero. Y si usted no la cuida, Sr. Pepe, una rodilla sólo sería el principio. Pepe asintió y tiró de Julieta muy suavemente hacia los escalones de piedra. Ahora, ¿qué haría en este momento si estuviera en una novela romántica?, se dijo Glenda cuando los pasos se apagaron. Su lectura la había dejado casi una experta sobre qué hacer si uno estuviera en una novela romántica, aunque una de las cosas que la molestaban realmente de las novelas románticas, como había confiado al Sr. Wobble, era que nadie cocinaba nada en ellas. Después de todo, cocinar era importante. ¿Dolería tener una secuencia de fabricación de pasteles? ¿Una novela titulada Orgullo y Bollos sería totalmente impensable? Incluso algunas pistas sobre cómo hacer pasteles de hada ayudarían, y también están muy de moda. Ella sería un poco más feliz aun si los amantes pudieran ser lanzados en el cuenco mezclador de la vida. Por lo menos sería algún reconocimiento de que las personas en realidad comen. Ahora más o menos sabía, y sabía a través de todo su cuerpo, que ella debería estar desarmándose en una inundación de lágrimas. Empezó por limpiar el piso. Luego limpió los hornos. Siempre los dejaba brillantes, pero ésa no era razón para no limpiarlos otra vez. Usó un viejo cepillo de dientes para quitar diminutas cantidades de suciedad de esquinas raras, fregó todas las ollas con arena fina, vació las rejillas, cribó las cenizas, barrió el piso, ató juntas dos escobas para sacar las añosas telarañas de la alta pared, y fregó otra vez hasta que el agua jabonosa fluyó por los escalones de piedra y se llevó las pisadas. Oh, sí... y otra cosa. Había algunas anchoas sobre la laja para helar. Calentó un par y fue al gran caldero de tres patas en la esquina de la cocina donde anoche había escrito con tiza las palabras "No Tocar". Quitó la tapa y espió sus profundidades. El cangrejo que Verdad Empujacochecito le había dado

anoche, que ahora parecía hace mucho tiempo, movió hacia ella sus globos oculares. —¿Me pregunto qué habría ocurrido si hubiera dejado la tapa sin colocar? — dijo—. ¿Me pregunto qué tan rápido aprenden los cangrejos? Dejó caer las anchoas húmedas, que parecieron encontrar la aprobación del cangrejo. Hecho esto, se quedó de pie en medio de la cocina y buscó otra cosa para limpiar. El hierro negro nunca brillaría, pero cada superficie había sido fregada y secada. En cuanto a los platos, uno podía tomar su cena de ellos. Si una quería un trabajo bien hecho, tenía que hacerlo una misma. La versión de limpieza de Julieta estaba cerca de la santidad, que era decir que era errática, más allá de toda comprensión y vista raras veces. Algo rozó su cara. Distraídamente intentó darle un golpe y encontró sus dedos sujetando una pluma negra. Esas condenadas cosas en los conductos. Alguien debería hacer algo sobre ellas. Tomó su escoba más larga y golpeó un tubo. —¡Vamos! ¡Salga de ahí! —gritó. Escuchó un desmayado rasguñar en la oscuridad y un apagado “¡Awk! ¡Awk!”. —Excúseme, señorita —dijo una voz, y ella miró escalones abajo la deforme cara de... ¿Cómo se llamaba? Oh, sí. —Buenos días, Sr. Concreto —dijo al troll. No pudo evitar notar las manchas marrones que venían de su nariz. —No puedo encontrar al Sr. Trev —afirmó Concreto. —No lo he visto en toda la mañana —dijo Glenda. —No puedo encontrar al Sr. Trev —repitió el troll, más fuerte. —¿Por qué lo necesita? —dijo Glenda. Hasta donde sabía, los tanques se operaban casi solos. Uno le decía a Concreto que chorreara velas y chorreaba velas hasta que se quedaba sin velas. —Sr. Nutt enfermo —dijo—. No puedo encontrar al Sr. Trev. —¡Lléveme al Sr. Nutt ahora mismo! —dijo Glenda. Es un poco cruel llamar a cualquiera un habitante, pero las personas que vivían y trabajaban en los tanques de vela se ajustaban a la palabra a la perfección. Los tanques eran, a decir verdad, su madriguera. Si alguna vez uno los veía en cualquier lugar del laberinto subterráneo, siempre se estaban

escabullendo muy rápido, pero la mayor parte del tiempo sólo trabajaban y dormían y permanecían vivos. Nutt estaba acostado sobre un viejo colchón con sus brazos apretados a su alrededor. Glenda echó un vistazo y se volvió al troll. —Vaya y busque al Sr. Trev —dijo. —No puedo encontrar al Sr. Trev —dijo el troll. —¡Siga buscando! —Se arrodilló junto a Nutt. Sus ojos habían rodado hacia atrás dentro de su cabeza—. Sr. Nutt, ¿puede escucharme? Pareció despertar. —Usted debe irse —dijo—. Será muy peligroso. La puerta se abrirá. —¿Qué puerta es ésa? —dijo, intentando permanecer alegre. Miró a los habitantes, que la estaban mirando con una especie de horror sumiso—. ¿No puede uno de ustedes encontrar algo para poner sobre él? —La simple pregunta los lanzó al pánico. —He visto la puerta, así que se abrirá otra vez —dijo Nutt. —No puedo ver ninguna puerta, Sr. Nutt —dijo Glenda, mirando alrededor. Los ojos de Nutt se abrieron de par en par. —Está en mi cabeza. No había privacidad a los tanques; era sólo una habitación más amplia saliendo del largo corredor interminable. Las personas pasaban todo el tiempo. —Pienso que usted puede haber estado exagerando, Sr. Nutt —dijo Glenda —. Usted corre de un lado al otro trabajando a todas horas, preocupándose hasta enfermar. Usted necesita un descanso. —Para su sorpresa, uno de los habitantes apareció sujetando una manta, grandes partes de la cual todavía eran flexibles. La puso sobre él justo cuando Trev llegó. No tenía elección acerca de llegar porque Concreto lo estaba arrastrando por el cuello. Bajó la vista hacia Nutt y luego miró a Glenda. —¿Qué le ha pasado? —No lo sé. —Subió un dedo a su cabeza y lo hizo girar un poco, el símbolo universal para "se volvió loco". —Usted debe irse. Las cosas serán muy peligrosas —gimió Nutt. —Por favor, díganos qué está ocurriendo —dijo Glenda—. Por favor, dígame.

—No puedo —dijo Nutt—. No puedo decir las palabras. —¿Hay palabras que usted quiere decir? —preguntó Trev. —Palabras que no quieren ser dichas. Palabras poderosas. —¿No podemos ayudar? —insistió Glenda. —¿Está usted enfermo? —preguntó Trev. —No, Sr. Trev. Pasé una evacuación de intestino adecuada esta mañana. — Era un destello del viejo Nutt... preciso, pero ligeramente raro. —¿Enfermo en la cabeza? —dijo Glenda. Eso surgió de la desesperación. —Sí. En la cabeza —dijo Nutt—. Sombras. Puertas. No puedo decirle. —¿Hay alguien que pueda curar esa clase de enfermedad? —Nutt no respondió durante un rato y luego dijo: —Sí. Debe buscar a un filósofo entrenado en Uberwald. Ayudará a que las ideas vengan derechas. —¿No es eso lo que hizo para Trev? —dijo Glenda—. Le dijo qué pensaba sobre su papá y todo eso, y eso lo hizo mucho más feliz, ¿no, Trev? —Sí —dijo Trev—. Y no hay necesidad de codearme así las costillas. Eso realmente ayudó. ¿No podría ser hipnotizado? —le preguntó a Nutt—. Una vez vi a un hombre en el music hall y simplemente movía su brillante reloj ante ellos y es asombroso la clase de cosas que hacían. Ladraban como perros, incluso. —Sí. La hipnosis es una parte importante de la filosofía —dijo Nutt—. Ayuda a relajar al paciente de modo que las ideas tengan una oportunidad de ser escuchadas. —Bien, allí lo tiene, entonces —dijo Glenda—. ¿Por qué no tratar de hacerlo sobre usted mismo? Estoy segura de poder encontrar algo brillante para que usted mueva. —Trev sacó su lata amada del bolsillo. —Tra-la-lá. Y creo que tengo un trozo de cordel aquí en algún lugar. —Todo eso está muy bien, pero no podría hacerme a mí mismo el tipo adecuado de preguntas porque estaré hipnotizado. Es muy importante cómo son planteadas las preguntas —dijo Nutt. —Ya sé qué —dijo Trev—. Le diré a usted que se pida a usted mismo que se haga las preguntas correctas. Usted sabría qué preguntar si fuera otra persona, ¿no?

—Sí, Sr. Trev. —Usted no necesitó hipnotizar a Trev —señaló Glenda. —No, pero sus ideas estaban cerca de la superficie. Me temo que las mías no serán de tan fácil acceso. —¿Puede realmente ser hipnotizado para hacerse las preguntas correctas? —En Las Puertas de la Decepción, Fussbinder informó sobre una manera de hipnotizarse

a



mismo

—dijo

Nutt—.

Es

posible...

—Su

voz

fue

desapareciendo. —Entonces hagamos eso —dijo Trev—. Mejor afuera que adentro, como solía decir mi abuelita. —Pienso que quizás no sea una idea tan buena. —No me hizo ningún daño —dijo Trev enérgicamente. —Las cosas que no sé... Las cosas que no sé... —farfulló Nutt. —¿Qué hay con ellas? —dijo Glenda. —Las cosas que no sé... —dijo Nutt—... creo que están detrás de la puerta, porque pienso que las puse ahí porque pensaba que no quería saberlas. —¿Así que usted debe saber qué es lo que no quiere saber? —dijo Glenda. —Sí. —Bien, ¿qué tan malo podría ser? —dijo Trev. —Quizás sea muy malo —dijo Nutt. —¿Qué diría yo si fuera usted? —preguntó Glenda—. Quiero la verdad, ahora. —Bien —dijo Nutt, tartamudeando ligeramente—, pienso que diría que uno debe mirar detrás de la puerta para enfrentar las cosas que uno no quiere saber de modo que podamos enfrentarlas juntos. Sin duda ése sería el consejo de von Kladpoll en Doppelte Berhrungssempfindung. Efectivamente, hacerlo casi sería una parte fundamental del análisis de la mente escondida. —Bien entonces —dijo Glenda, de pie otra vez. —¿Pero qué clase de cosas malas podría posiblemente haber en su cabeza, Srta. Glenda? —dijo Nutt, logrando valentía incluso en las circunstancias fétidas de los tanques. —Oh, hay algunas —dijo Glenda—. Una no va por la vida sin recoger algunas.

—He tenido sueños en la noche —dijo Nutt. —Oh, bien, todos tienen pesadillas —dijo Glenda. —Éstos eran más que sueños —dijo Nutt. Aflojó sus brazos y alzó una mano. Trev silbó. Glenda dijo: —Oh —y luego—: ¿Deberían ser así? —No tengo ninguna idea —dijo Nutt. —¿Duelen? —No. —Bien, tal vez ese tipo de cosas les sucede a los duendes cuando se ponen un poco más viejos —dijo Trev. —Sí, quizás necesitan garras —dijo Glenda. —Ayer fue maravilloso —dijo Nutt—. Yo era parte del equipo. El equipo estaba a mi alrededor. Era feliz. Y ahora... Trev levantó un sucio trozo de cordel y la maltratada pero brillante lata. —¿Quizás debería averiguarlo? —Podría estar entendiendo mal todo esto —dijo Glenda—, pero si usted no quiere saber qué son las cosas que usted no quiere saber, entonces eso quiere decir que habrá aún más cosas que usted no quiere saber e imagino que tarde o temprano, si eso continúa, su cabeza se hundirá en el agujero. —Hay algo en lo que ambos dicen —dijo Nutt de mala gana. —Entonces deme una mano para ponerlo sobre el sofá —dijo Trev—. ¿Debería estar así, cubierto de sudor? —No lo creo —dijo Glenda. —Sería más feliz si ustedes me encadenaran —dijo Nutt. —¿Qué? ¿Por qué piensa que deberíamos hacer tal cosa? —dijo Glenda. —Pienso que deberían tener cuidado. Algunas cosas se escapan alrededor de la puerta. Podrían ser malas. Glenda miró las garras. Eran de un negro brillante y, a su manera, muy pulcras, pero era difícil imaginarlas usadas, por decir, para pintar o cocinar una omelet. Eran garras, y las garras eran para clavarlas, ¿no? Pero éste era el Sr. Nutt. Incluso con garras todavía era el Sr. Nutt. —¿Comenzamos? —dijo Trev.

—Insisto en las cadenas —dijo Nutt—. Hay toda clase de cosas de metal en el viejo depósito cuatro puertas más allá. Vi cadenas allí. Por favor, apúrense. —Automáticamente Glenda bajó la vista a las garras y vio que habían crecido. —Sí, Trev, por favor, apúrese. —Trev siguió su mirada y dijo alegremente: —Estaré de regreso antes de que usted sepa que me he ido. A decir verdad, habían pasado menos de un par de minutos, y ella pudo escuchar el ruido metálico mientras las arrastraba a lo largo del pasillo. Glenda estaba peleando contra las lágrimas ante la simple rareza de todo el asunto. Nutt se quedó tendido allí, mirando el techo, mientras lo levantaban al sofá y con cuidado lo envolvían con cadenas. —Hay candados, pero no hay ninguna llave. Puedo cerrarlos, pero no puedo abrirlos. —Ciérrelos —dijo Nutt. Glenda había llorado muy raras veces, y ahora estaba tratando de no hacerlo. —Creo que no deberíamos estar haciendo esto —dijo—. No aquí en los tanques. La gente está mirando. —Por favor, mueva su péndulo, Sr. Trev —dijo Nutt. Trev se encogió de hombros y lo hizo—. Ahora usted tiene que empezar a decirme que me siento somnoliento, Sr. Trev —dijo Nutt. Trev se aclaró la garganta y balanceó la lata brillante de un lado a otro. —Usted

definitivamente

se

está

sintiendo

somnoliento.

Sumamente

somnoliento. —Eso

es

bueno.

Me

siento

enormemente

somnoliento

—dijo

Nutt

cansinamente—. Y ahora debe pedirme que me analice. —¿Qué significa eso? —dijo Glenda bruscamente, siempre en su puesto de vigilancia por palabras peligrosas. —Lo siento —dijo Nutt—. Quiero decir, ayúdeme a examinar en detalle el funcionamiento de mi propia mente mediante preguntas y respuestas. —Pero no sé qué preguntas hacer —dijo Trev. —Yo sí —dijo Nutt con paciencia—, pero usted debe ordenarme que lo haga. —Trev se encogió de hombros. —Sr. Nutt, usted debe averiguar qué está mal en el Sr. Nutt —dijo.

—Ah, sí —dijo Nutt, cambiando su tono de voz ligeramente—. ¿Essstá cómodo, Sssr. Nutt? Sí, gracias. Las cadenas apenas raspan en absoluto. Muy bien. Ahora, cuénteme sssobre sssu madre,

Sssr. Nutt. Estoy

familiarizado con el concepto, pero nunca tuve una madre según recuerdo. Gracias por preguntar de todos modos —dijo Nutt. Y así, el diálogo monologado comenzó. Los otros dos se sentaron sobre los peldaños de piedra mientras la voz tranquila se desentrañaba hasta: —Ah, sssí, la biblioteca. ¿Había algo en la biblioteca, Sssr. Nutt? —Hay muchos libros en la biblioteca. —¿Qué másss hay la biblioteca, Sssr. Nutt? —Hay muchas sillas y escalerillas en la biblioteca. —¿Y qué hay en la biblioteca sssobre lo que usssted no quiere contarme, Sssr. Nutt? —Esperaron. Por fin, la voz dijo: —Hay un armario en la biblioteca. —¿Hay algo essspecial sssobre essste armario, Sssr. Nutt? —Otra pausa, otra vocecita pálida: —No debo abrir el armario. —¿Por qué la mitad de él está hablando como alguien de Uberwald? — preguntó Glenda a Trev, olvidando el sentido notoriamente agudo del oído de Nutt. —Las preguntas hechas en un suave acento Uberwaldiano en exámenes de esta naturaleza parecen poner al paciente más cómodo —dijo Nutt—. Y ahora estaría contento si no interrumpen. —Lo siento —dijo Glenda. —No importa. Entoncesss, ¿por qué no debe abrir el armario, Sssr. Nutt? —Porque prometí a su Señoría que no abriría el armario. —¿Y usssted abrió el armario, Sssr. Nutt? —Prometí a su Señoría que no abriría el armario. —¿Y usssted abrió el armario, Sssr. Nutt? —Una pausa mucho más larga esta vez. —Prometí a su Señoría que no abriría el armario. —¿Aprendió muchasss cosssasss en el castillo, Sssr. Nutt? —Muchas cosas.

—¿Aprendió cómo hacer ganzúasss, Sssr. Nutt? —Sí. —¿Dónde essstá la puerta ahora, Sssr. Nutt? —Está enfrente de mí. —Usssted abrió la puerta, Sssr. Nutt. Piensssa que no lo hizo, pero lo hizo. Y ahora esss muy importante que abra la puerta otra vez. —¡Pero lo que está dentro de la puerta está equivocado! —Los dos oyentes estiraron el cuello para escuchar. —Nada essstá mal. Nada essstá mal en absssoluto. En el pasado, usssted abrió la puerta en la imbecilidad de la niñez. Ahora, para comprender la puerta, debe abrirla con la sssabiduría del adulto. Abra la puerta, Sssr. Nutt, y caminaré con usssted hacia ella. —Pero ya no tengo la ganzúa. —La naturaleza proveerá, Sssr. Nutt. Glenda tembló. Tenía que ser su imaginación, pero parecían ya no estar en los tanques de vela. Un corredor se extendía enfrente de Nutt. Sintió que todo caía fuera de él. Cadenas, ropa, carne, ideas. Todo lo que había era el corredor y, derivando suavemente hacia él, el armario. Tenía un frente de vidrio. La luz destellaba desde los bordes biselados. Levantó una mano y extendió la garra. Cortó a través de la madera y el vidrio como si fueran aire. Había un estante en el armario y un libro sobre el estante. Había un título en plata sobre él y cadenas de acero alrededor. Éstas fueron también mucho más fáciles de atravesar que la última vez. Se sentó sobre una silla que no había estado ahí hasta que se sentó y empezó a leer el libro. El libro se llamaba ORCO. Cuando vino el grito, no vino de Nutt, sino de arriba en el enredo de conductos. Una delgada mujer con una larga bata negra, quizás una bruja, pensó Glenda impresionada por lo inesperado, cayó sobre las losas y miró a su alrededor como un gato. No, más como un ave, pensó Glenda. Espasmódica. Y entonces abrió su boca y gritó:

—¡Awk! ¡Awk! ¡Peligro! ¡Peligro! ¡Tengan cuidado! ¡Tengan cuidado! —Hizo una arremetida hacia el sofá, pero Trev se interpuso en su camino—. ¡Tonto! ¡El orco le comerá los ojos! Y ahora era un dúo, porque otra de las criaturas se había deslizado desde la penumbra con lo que podía haber sido una capa voladora, o alas. Nunca dejaban de moverse, cada cual en una dirección diferente, tratando de acercarse más al sofá. —No tengan mieeeeeeeedo —gruñó una de ellas—, estamos de su laaaaaaaaaaaado. Estamos aquí para protegerlos. Glenda, temblando por la conmoción, logró ponerse de pie. Cruzó sus brazos. Siempre se sentía mejor de ese modo. —¿Quiénes se piensan que son... dejándose caer del techo y gritando a las personas? Y usted está mudando plumas. Eso es repugnante. Esto es una... esto es muy casi un área de preparación de comida. —Sí, váyanse —dijo Trev. —Eso es hablarles —dijo Glenda por la esquina de su boca—. Apuesto a que eso le tomó un montón de pensamiento. —Ustedes no comprenden —dijo una criatura. Las caras eran realmente extrañas, como si alguien hubiera hecho un ave de una mujer—. ¡Ustedes están en gran peligro! ¡Awk! —¿De ustedes? —dijo Glenda. —Del orco —dijo la criatura. Y la palabra fue un grito—. ¡Awk! En las sombras enfrente del armario abierto el alma de Nutt pasó una página. Sintió a alguien en su codo y levantó la vista a la cara de su Señoría. —¿Por qué me dijo que no abriera el libro, Señoría? —Porque quería que lo leyera —dijo su voz—. Usted tenía que encontrar la verdad por sí mismo. Así es como todos encontramos la verdad. —¿Y si la verdad es terrible? —Creo que usted sabe la respuesta a eso, Nutt —dijo la voz de su Señoría. —La respuesta es que, terrible o no, todavía es la verdad —dijo Nutt. —¿Y entonces? —dijo su voz, como la de un profesor apoyando a un alumno prometedor. —Y entonces la verdad puede ser cambiada —dijo Nutt.

—El Sr. Nutt es un duende —dijo Trev. —Sí, correcto —dijo la criatura. Y la frase parecía increíblemente exótica para alguien cuya cara se estaba pareciendo cada vez más a la de un pajarito. —Si grito, muchas personas vendrán corriendo —dijo Glenda. —¿Y qué harán? —preguntó la criatura. ¿Y qué harían?, pensó Glenda. Esperarían diciendo “¿Qué es todo esto entonces?”, y harían todas las mismas preguntas que nosotros. Se movió otra vez cuando una de las cosas trató de llegar al sofá. —El orco matará —dijo una tercera voz, y otra de las cosas se dejó caer casi enfrente de la cara de Glenda. Su respiración era como carroña. —El Sr. Nutt es amable y gentil y nunca ha lastimado a nadie —dijo Glenda. —Que no lo mereciera —añadió Trev apresuradamente. —Pero ahora el orco sabe que es un orco —dijo una criatura. Y ahora se arremolinaban de atrás para adelante en una pavana horrible. —Creo que no se les permite tocarnos —dijo Trev—. Realmente no creo que puedan tocarnos. Se sentó de repente al lado del yaciente Nutt y arrastró a Glenda junto a él. —Pienso que tienen que obedecer reglas —dijo Trev. Las movedizas figuras pararon al instante. Eso era de algún modo más escalofriante que su movimiento. Se quedaron allí de pie, congeladas como estatuas. —Tienen garras —dijo Glenda, con calma—. Puedo ver sus garras. —Zarpas —dijo Trev. —¿De qué está hablando? —Esas garras grandes son llamadas zarpas. Las de atrás son llamadas garras... con las que llevan la presa. Todos lo entienden mal. —Excepto usted —dijo Glenda—. De repente, usted es como el gran experto en horribles criaturas con aspecto de pajarito. —No puedo evitarlo. A veces uno simplemente recoge cosas —dijo Trev. —Debemos protegerlos —dijo una de las mujeres. —¡No necesitamos protección del Sr. Nutt! Es nuestro amigo —dijo Glenda. —¿Y cuántos de sus amigos tienen garras?

—¿De qué nos tenemos que preocupar aquí, en la Universidad Invisible, que tiene grandes paredes gruesas y está casi en general plagada de magos? Una de las mujeres estiró su cuello hasta que su cara estuvo a unas pulgadas de la de Trev. —Hay un orco aquí con ustedes. Se escuchó el tintineo de la cadena. Nutt se había movido ligeramente. —Ustedes trabajan para alguien, ¿no? —dijo Trev—. Ustedes tienen cabezas diminutas. No pueden tener suficiente cerebro para inventar esto por ustedes mismas. ¿Saben los magos que están aquí? Glenda gritó. Nunca antes había gritado, no de una manera correcta, directo desde el fondo de su terror. Cortarse su dedo mientras usaba el cuchillo sin cuidado no contaba y casi con seguridad nunca habría sido tan fuerte. El grito resonó a lo largo de los pasajes, rebotó en los sótanos e hizo sonar las criptas.28 Glenda gritó por segunda vez y, mientras sus pulmones iban adquiriendo práctica, logró hacerlo incluso más alto. Se escucharon presurosos pasos desde ambas direcciones. Eso era alentador. No estaba segura de qué tan alentador era el pequeño tintineo y el deslizar de metal que indicaba que una cadena se había roto. Las criaturas entraron en pánico al instante, tratando de levantar vuelo al mismo tiempo. Eran tan torpes como garzas y se cruzaban en el camino de las otras. —¡Y no vuelvan! —gritó ella cuando desaparecieron otra vez en la oscuridad. Entonces se volvió hacia Trev, su corazón latiendo con fuerza, y dijo—: ¿Qué es un orco? —No lo sé. Pienso que es alguna clase de viejo hombre del saco —dijo Trev. —¿Y qué eran esas cosas? —Sé que suena absurdo —dijo Trev—, pero vimos a una de ellas la otra noche, y él parece pensar que son, como... amigas. 28

Contrario a la creencia y esperanza popular, las personas por lo general no vienen corriendo cuando

escuchan un grito. No es así como funcionan los humanos. Los humanos miran a otros humanos y dicen, “¿Escuchó un grito?”, porque el primer grito podría haber sido simplemente usted chillando dentro de su cabeza, o el petardeo de un caballo.

Carniceros,

panaderos,

mayordomos

y

bedeles

llegaron

deprisa

por

corredores oscuros y uno de ellos era Bedel Nobbs (no parientes), que inexplicablemente sólo estaba usando su sombrero oficial, un chaleco de cordel y un pantalón corto, demasiado corto y demasiado ajustado para un hombre del tamaño de Bedel Nobbs (no parientes). Miró a Glenda y luego a Trev. Las personas como Trev eran, hasta donde interesaba a Bedel Nobbs (no parientes), un enemigo automático. —¿Usted gritó? ¿Qué ha estado ocurriendo? —dijo. —Lo siento, hice una sugerencia impropia —dijo Trev. Miró a Glenda, su expresión decía, “Ayúdeme a salir de aquí.” —Me temo que me dejé llevar por mi modestia —dijo, maldiciéndolo con los ojos. —Debe haber sido una sugerencia muy extraña —dijo un panadero, que parecía pensar que un pan sumamente largo habría sido una ayuda apropiada para el combate, pero él estaba sonriendo... y sonreír era bueno. Si esto termina con nada más que risitas y sonrisas entonces todos seremos felices, pensó Glenda. Difícil seguir viviendo después, pero todavía bueno. —¿Pero por qué está encadenado ese tipo a esa cama? —dijo el bedel. —Sí, ¿qué clase de sugerencias impropias anda por aquí? —dijo el panadero. Realmente se estaba divirtiendo. Voy a matar a alguien antes del final de todo esto y podría ser a mí misma, pensó Glenda. —¿No es ése el Sr. Nutt? —preguntó el bedel—. Se supone que estemos entrenando en cinco minutos. Se escuchó otro tintineo detrás de Glenda y la voz de Nutt que decía: —No se preocupe, Alfonso, hago este truco a menudo. La tensión dinámica, sabe, ayuda a aumentar los músculos. —¿Alfonso? —preguntó el panadero, mirando con incredulidad al bedel—. Pensaba que su nombre era Alfredo, Alf para abreviar. Alfonso es un nombre de Quirm si alguna vez escuché alguno. Usted no es de allí, ¿o sí? —Era tanto una acusación como una pregunta. —¿Qué pasa con que Alf sea el diminutivo de Alfonso? —dijo el bedel. Tenía manos muy grandes que incluso podían haber puesto en problemas a

Mustrum Ridcully en un juego de palmaditas. También sus orejas se estaban poniendo rojas, nunca una buena señal en un hombre de su tamaño. —Oh, nunca dije que no fuera un buen nombre —dijo el panadero, usando su pan con retraso—. Pero nunca lo habría imaginado para un Alfonso. Sólo muestra que uno nunca puede distinguir. —Soy un orco —dijo Nutt, con calma. —En realidad, Alfonso es un nombre completamente bueno —continuó el panadero—. El fonso lo arruina un poco, pero el Alf me gusta totalmente. — Hizo una pausa y se volvió hacia Nutt—. ¿Qué quiere decir usted, "un orco"? —Un orco —dijo Nutt otra vez. Y lejos en los distantes conductos de la calefacción central se escuchó un grito de “¡Awk! ¡Awk!”. —No sea tonto, ya no hay tal cosa como los orcos. Los mataron a todos hace cientos de años. Condenadamente difíciles de matar, también, leí en algún lugar —dijo un mayordomo. —En la parte última de su declaración usted es sustancialmente correcto — dijo Nutt, todavía encadenado al sofá—. Como sea, sin embargo, soy un orco. Glenda bajó la mirada. —Usted me dijo que es un duende, Sr. Nutt. Usted me dijo que es un duende. —Estaba mal informado —dijo Nutt—. Sé que soy un orco. Creo que siempre he sabido que soy un orco. He abierto la puerta y leído el libro, y sé la verdad de mi alma y soy un orco, y por alguna razón soy un orco con un impulso terrible de fumar un cigarro. —Pero eran como estos grandes monstruos horribles que no dejaban de pelear y que se sentían completamente felices de arrancarse su propio brazo para usar como arma —dijo Bedel Nobbs (no parientes)—. Había un artículo sobre ellos en Arcos & Munición. Todos los ojos se volvieron hacia los brazos de Nutt. —Sin duda, ése es el juicio de la historia —dijo Nutt. Levantó los ojos a Glenda—. Lo siento tanto —dijo—. Desobedecí, todo el mundo lo hace, ya ve. Schnouzentintle lo dice en su libro La Obediencia de la Desobediencia.

Así que me preguntaba qué había en el armario. Y ya tenía un poco de pericia con ganzúas. Abrí el armario, leí el libro y... —Sus cadenas tintinearon mientras cambiaba de posición—. Desobedecí. Pienso que todo el mundo lo hace. Somos muy buenos para esconder de nosotros mismos lo que no queremos saber. Créame; era muy bueno en esconder eso de mí mismo. Pero se escapa, ya ve, en sueños y cosas cuando uno ha dejado caer la guardia. Soy un orco. No hay duda sobre eso. —De acuerdo, correcto, si usted es un orco, correcto, ¿entonces por qué no me está arrancando la cabeza? —dijo Bedel Nobbs (no parientes). —¿Le gustaría que yo lo haga? —preguntó Nutt. —Bien, da la casualidad que... ¡no! —¿A quién le importa? —dijo Trev—. Es toda historia antigua, de todos modos. En estos días uno ve vampiros deambulando por todas partes. Y tenemos trolls y golems y zombis y personas de toda clase currando por ahí. ¿A quién le importa qué sucedió hace cientos de años? —Espere un minuto. Espere un minuto —dijo el mayordomo—. No está arrancando su cabeza porque está encadenado. —Entonces, ¿por qué hizo que nosotros lo encadenemos? —dijo Glenda. —De ese modo no le arrancaría la cabeza a nadie. Sospechaba la verdad, aunque no sabía de qué sospechaba. Por lo menos, pienso que funciona de ese modo. —Así que eso significa que usted no puede escaparse y arrancarnos miembro tras miembro —dijo Bedel Nobbs (no parientes)—. Sin intención de ofender pero, ¿quiere decir que usted no nos estará entrenando? —Lo siento —dijo Nutt—, pero como usted puede ver, estoy bastante impedido. —¿Todos ustedes se han vuelto locos? —Asombrosamente, esto vino de Julieta, de pie en el corredor—. Es Nutt. Se entretiene por allí haciendo velas y cosas. Lo veo por ahí todo el tiempo y nunca tiene la pierna o la cabeza de otra persona. ¡Y le gusta su fútbol también! Glenda pensó que realmente podía escuchar los latidos del corazón de Trev. Se acercó rápidamente a la muchacha. —Te dije que te fueras —siseó.

—He vuelto para contarle todo a Trev. Después de todo, escribió un poema muy encantador. —Ella tiene un punto —dijo un hombre con mandil de carnicero—. Lo he visto correr de un lado para el otro y nunca lo he visto cargar ningún miembro. —Eso es verdad —dijo el panadero—. Y de todos modos, ¿no hizo todas esas velas encantadoras en el banquete anoche? Eso no me parece muy típico de un orco. —Y —dijo Bedel Nobbs (no parientes)—, nos estaba entrenando ayer y nunca dijo ni una vez, "Vayan, muchachos, y arránquenles las cabezas". —Oh, sí —dijo el mayordomo, que no estaba haciendo ningún amigo hasta donde Glenda podía ver—. Los humanos no arrancan cabezas, no como los orcos. Un “¡Awk! ¡Awk!” hizo eco en la distancia. —Nos ha estado enseñando clases de cosas en las que uno nunca pensaría —dijo el bedel—, como jugar con una venda. Cosas asombrosas. Más como filosopía que fútbol, pero condenadas buenas cosas. —Pensamiento táctico y análisis de combate son parte del carácter de un orco —dijo Nutt. —¡Mire! Nadie que use maquillaje29 va a arrancarle la cabeza, ¿correcto? —¿No conoció a mi ex esposa? —dijo el panadero. —Bien, para mí sería bastante si usted usara maquillaje —dijo el carnicero para diversión general—. Ser un orco es una cosa, pero no queremos uno gracioso. Glenda bajó la vista hacia Nutt. Estaba llorando. —Mis amigos, les agradezco su confianza en mí —dijo. —Bien, usted sabe, es como parte del equipo —dijo Bedel Nobbs (no parientes), cuya sonrisa casi logró ocultar su nerviosismo. —Gracias, Sr. Nobbs, eso significa mucho para mí —dijo Nutt, poniéndose de pie. Fue un movimiento sumamente complejo.

29

Juego de palabras para “make-up”, tanto estructura como carácter. (NT)

Permaneció en la mente de Glenda para siempre después como una especie de escena en cámara lenta de cadenas reventadas y maderas rotas cuando Nutt se puso de pie como si hubiera estado contenido por telarañas. Trozos de cadena salieron girando y chocaron la pared. Se rompieron los candados. En cuanto al sofá, apenas una pieza quedó pegada a otra. Cayó al piso como leña. —¡CORRAN POR SUS VIDAS, MUCHACHOS! Uno habría necesitado alguna clase de micrómetro especial para decidir qué hombre lo dijo primero, pero la estampida a lo largo del corredor fue rápida y terminó muy rápidamente. —¿Sabe? —dijo Trev, después de unos momentos de silencio—. En un momento pensé que todo esto iba muy bien. —Esas mujeres —dijo Glenda—, ¿qué eran? Nutt permanecía de pie y desolado entre los restos; un tramo de la cadena se deslizó de él como una serpiente y aterrizó sobre las losas. —¿Ellas? —dijo—. Son las Hermanas Menores de Velocidad Perpetua. Son de Efebe. Pienso que el nombre para su especie es Furias. Creo que su Señoría las envió en caso de que tratara de lastimar a alguien. —Las palabras salieron sin el énfasis ni emoción. —Pero usted no ha lastimado a nadie —dijo Glenda. —Pero escaparon —dijo Nutt—, por lo que soy. —Bien, ya sabe, son personas corrientes —dijo Glenda—. Ellos son... —Tontos —dijo Trev. Nutt giró y se alejó por el corredor opuesto, pateando los restos de madera y cadena. —Pero el mundo está lleno de personas corrientes. —No puede dejar que se vaya así —dijo Julieta—. Simplemente no puede. ¡Mírelo! Parece que hubiera sido pateado. —Yo soy su jefe, ése es mi trabajo —dijo Trev. Glenda tomó a Trev por el brazo. —No, yo lo solucionaré. Ahora, escúcheme, Trev Probable, bajo toda esa charla, usted es un tipo decente así que le diré esto: ¿Ve a Julieta ahí? Usted la conoce, trabaja en las cocinas. Usted le escribió un poema encantador,

¿no? ¿Alguna vez oyó hablar de Brasienta 30? Todos han oído hablar de Brasienta. Bien, usted podría no ser mi primera alternativa para Príncipe Apuesto, pero probablemente hay muchos peores. —¿De qué diablos está usted hablando? —dijo Trev. —Julieta pronto va a partir, ¿es eso correcto, Juls? La cara de Julieta era un dibujo. —Bien, er... —Y es así porque ha sido esa muchacha en los periódicos. —Qué, ¿el enano brillante? ¿Con barba? —¡Ésa es ella! —dijo Glenda—. Va a marcharse con el circo, bien, sabe qué quiero decir. Con el desfile de modas, por lo menos. —Pero ella no tiene barba —dijo Trev. Ruborizándose, Julieta buscó en su mandil y para sorpresa de Glenda sacó la barba. —Me permitieron quedármela —dijo, con una risita nerviosa. —Correcto —dijo Glenda—. Tú dices que lo quieres. Trev, no sé si usted la quiere o no, es momento de decidirse. Ambos están creciendo, bien, en rigor y por tanto es mejor que pongan sus pensamientos en orden, porque no veo a ninguna hada madrina alrededor. En cuanto al Sr. Nutt, no tiene a nadie. —¿Ella va a dejar la ciudad? —preguntó Trev, la comprensión amaneciendo despacio a través de una mente masculina. —Oh, sí. Por un tiempo bastante largo, sospecho —dijo Glenda. Ella observó su cara con cuidado. No has tenido mucha educación y no has abierto un libro en su vida, Trevor Probable, pero eres listo y debes saber que hay una manera equivocada y una manera correcta de responder a lo que acabo de decirte. Observó los cambios de alta velocidad alrededor de sus ojos mientras pensaba, y luego él dijo: —Bien, eso es bueno. Es esa clase de cosa con la que ella siempre había soñado. Soy muy feliz por ella. Tú bastardo astuto, lo entendiste bien en realidad, pensó Glenda. Pareces no estar pensando en ti mismo en absoluto, porque sabes que no tendría tiempo para ti. Y quién sabe, podrías ser genuino. A decir verdad, los cielos 30

En el original, Embrella; cuasi textual Brasienta; obviamente la versión Mundodisco de Cinderella,

nuestra Cenicienta de Mundobola. (NT)

me ayuden, pienso que lo eres, pero me sacaría todos los dientes antes de decírtelo. —Usted le gusta a ella, ella le gusta a usted y yo he cometido muchos errores tontos. Ustedes dos, resuelvan qué quieren hacer. Y ahora, si fuera ustedes correría, antes de que alguien más se les adelante. ¿Y puedo ofrecerle una palabra de consejo, Trev? No sea listo, sea inteligente. Trev tomó a Glenda por los hombros y la besó en ambas mejillas. —¿Fue eso listo o inteligente? —¡Aléjese, Trev Probable! —dijo, empujándolo, con la esperanza de que no notara su rubor—. Y ahora voy a ver adónde se ha ido el Sr. Nutt. —Sé adónde se ha ido —dijo Trev. —Creo que acabo de decirles a los dos que se vayan y vivan felices por siempre jamás —dijo Glenda. —No lo encontrará sin mí —dijo Trev—. Lo siento, Glenda, pero él nos gusta también. —¿Piensas que deberíamos decirle a alguien? —dijo Julieta. —¿Y qué harán? —respondió Glenda con brusquedad—. Sólo será como ese montón allá atrás. Todos dando vueltas sin hacer nada con la esperanza de que alguien tenga una idea. De todos modos —añadió—, estoy segura de que los magos allá arriba saben todo sobre él. Oh, sí, apuesto a que sí. Tuvo que admitir, diez minutos después, que Trev había tenido razón. Probablemente no habría notado la puerta del otro lado de otro sótano atestado y abandonado. La luz brillaba desde debajo de la puerta. —Una vez lo seguí —dijo Trev—. Todos deberían tener un lugar al que llamar de ellos mismos. —Sí —dijo Glenda, y empujó la puerta. También podría haber abierto un horno. Había velas de todos los tamaños y colores y muchas de ellas estaban ardiendo. Y en medio de eso estaba Nutt, sentado detrás de una mesa destartalada que estaba cubierta de velas. Enfrente de él ardían en todos los colores. Las estaba mirando con una expresión en blanco, y no levantó la vista cuando se acercaron. —¿Saben? Me temo que realmente nunca voy a encontrarle el truco al azul —dijo—. El naranja, por supuesto, es ridículamente fácil; el rojo se da por

entendido; el verde no es difícil en absoluto; pero el mejor azul que pude conseguir, tengo que admitir, es en gran parte verde... —Su voz fue desapareciendo. —¿Se siente bien? —preguntó Glenda. —¿Quiere decir si estoy bien aparte de ser un orco? —dijo Nutt, con una sonrisa muy pequeña—. Bien, sí, pero no es realmente su culpa. —No puede ser realmente verdad, ¿o sí? —dijo Trev. Glenda se volvió hacia él. —¿Qué provecho tiene decir eso? —dijo. —Bien, se suponía que habían muerto hace cientos de años. —Aniquilados —dijo Nutt—. Pero algunos sobrevivieron. Temo que cuando este descuido sea revelado, habrá algunos que se esforzarán por rectificar la situación. —Trev miró a Glenda sin comprender. —Quiere decir que piensa que van a tratar de matarlo —dijo ella. Nutt miró sus velas. —Debo acumular mérito. Debo ser útil. Debo ser amigable. Debo hacer amigos. —Si alguien viniera a lastimarlo —dijo Glenda—, lo mataré. Estoy segura de que usted no tratará de arrancar una pierna, pero yo podría. Trev, esto necesita el tacto de una mujer. —Sí, puedo verlo. —Eso no fue inteligente, Trev Probable. No, Sr. Nutt, usted se queda allí — dijo Glenda, arrastrando a Trev y Julieta hacia atrás afuera en el corredor—. Ya se van, quiero hablar con él a solas. —Nutt colgó su cabeza mientras ella volvía a entrar. —Lamento estar estropeándolo para todos —dijo. —¿Qué ha pasado con sus garras, Sr. Nutt? —Él estiró su brazo y con un ruido apagado las garras se extendieron. —Oh, bien, eso es conveniente —dijo Glenda—. Por lo menos significa que puede cambiarse la camisa. —Golpeó la mesa y las velas dieron un salto—. ¡Y ahora, levántese! —gritó—. Se supone que esté entrenando el equipo, Sr. Nutt, ¿no lo recuerda? ¡Se supone que esté saliendo y mostrándoles cómo jugar al fútbol!

—Debo acumular mérito —dijo Nutt, mirando las velas. —¡Entonces entrene el equipo, Sr. Nutt! ¿Cómo puede estar tan seguro de que los orcos eran tan malos en todo caso? —Hicimos cosas terribles. —Ellos —dijo Glenda—. Ellos, no nosotros, no usted. Y algo de lo que estoy segura es que en una guerra nadie va a decir que el otro lado está formado por muy buenas personas. Ahora, ¿qué me dice si va al entrenamiento? ¿Qué tan difícil puede ser? —Usted vio qué ocurrió —dijo Nutt—. Podría ser muy malo efectivamente. — Recogió una vela casi azul—. Debo pensar. —De acuerdo —dijo Glenda.

Cerró la puerta con cuidado detrás de ella, caminó por el corredor un poco y levantó la mirada a los goteantes conductos. —Sé que alguien está escuchando. Pude escuchar los conductos crujir. Salga ahora mismo. No hubo respuesta. Se encogió de hombros y luego se apuró a lo largo del laberinto hasta que llegó a los escalones hacia la biblioteca, los subió y fue hacia el escritorio del Bibliotecario. Mientras se acercaba, su gran cara sonriente apareció encima de él. —Quiero... —empezó. El Bibliotecario se levantó despacio, puso un dedo sobre sus labios y puso un libro sobre la mesa enfrente de ella. El título de cuatro letras, en plata sobre negro, era ORCO. La miró de arriba para abajo, como si tratara de llegar a una conclusión, entonces abrió el libro, y pasó las páginas con exquisito cuidado, teniendo en cuenta el grosor de esos dedos, hasta que encontró la que había estado buscando. La sujetó enfrente de ella. No había habido tiempo para desayunar hoy, pero todavía es posible vomitar cuando no queda nada que vomitar. Y si uno tuviera que vomitar, el grabado sujetado por las manos del Bibliotecario sería una medicina infalible.

Dejó el libro sobre el escritorio, extendió la mano abajo otra vez y sacó un pañuelo apenas usado y, después de un poco de rebuscar, un vaso de agua. —No tengo que creer eso —dijo Glenda—. Es un dibujo. No es real. El pulgar del Bibliotecario se elevó y asintió con la cabeza. Puso el libro bajo un brazo y la agarró con el otro y la llevó con velocidad sorprendente por la puerta al gran laberinto de salones y corredores de la universidad. Su veloz viaje terminó enfrente de una puerta sobre cuál estaba pintado "Departamento de Comunicaciones Post-Mortem". La pintura, sin embargo, se había desconchado un poco y bajo el nuevo título brillante se podía distinguir las letras NECR y lo que podía ser posiblemente la mitad de un cráneo. La puerta se abrió; cualquier puerta empujada por el Bibliotecario se abriría seguramente. Glenda escuchó el tintineo del llavero al caer al piso dentro. En medio de la habitación que fue revelada había una figura horrorosa. Su semblante horroroso tenía menos efecto que el que podría haber tenido, porque de él colgaba una etiqueta de fácil lectura que decía “Emporio Boffo de Baratijas y Bromas. Máscara Mejorada de Necromántico. Precio de Venta AM $3”. Esto fue quitado para mostrar el semblante más saludable del Dr. Hix. —Realmente no hay necesidad de... —dijo, y luego descubrió al Bibliotecario —. Oh, ¿puedo ayudarlo? El Bibliotecario le mostró el libro y el Dr. Hix gimió. —Eso otra vez —dijo—. Muy bien, ¿qué quiere usted? —Tengo un orco abajo en los sótanos —dijo Glenda. —Sí, lo sé —dijo el Dr. Hix. El Bibliotecario tenía una cara grande, pero sin embargo no era lo bastante grande para acomodar toda la sorpresa que deseaba mostrar. El director del Departamento de Comunicaciones Post-Mortem se encogió de hombros y suspiró. —Mire —dijo, como si estuviera cansado de tener que explicarlo tan a menudo, y suspiró otra vez—. Se supone que soy la persona mala que define el estatuto de la universidad, ¿correcto? Se supone que escuche tras las

puertas. Se supone que tenga escarceos con la magia negra. Tengo el anillo de cráneo. Tengo el bastón con el cráneo de plata... —¿Y una máscara de tienda de bromas? —dijo Glenda. —Muy útil en realidad —dijo Hix, con arrogancia—. Algo más espantosa que la cosa original y lavable, que es siempre una consideración en este departamento. De todos modos, el Archicanciller estuvo aquí abajo hace semanas, por las mismas cosas que usted, mucho imagino. —¿Eran los orcos criaturas terribles? —preguntó Glenda. —Pienso que probablemente puedo mostrarle —dijo Hix. —Este caballero ya me ha mostrado la imagen en el libro —dijo Glenda. —¿Era una con los globos oculares? Glenda encontró el recuerdo demasiado vívido. —¡Sí! —Oh, hay peor que eso —dijo Hix alegremente—. ¿Y supongo que quiere la prueba? —Medio giró su cabeza—. ¿Charlie? —Un esqueleto caminó a través de las negras cortinas en el otro extremo de la habitación. Estaba sosteniendo un jarro. Había algo curiosamente deprimente en el lema sobre dicho jarro que decía: "Los Necrománticos Lo Hacen Toda La Noche". —No tenga miedo —dijo el Dr. Hix. —No lo tengo —dijo Glenda, aterrorizada hasta sus empeines—. He visto las tripas de un matadero. Es parte del trabajo y, de todos modos, es brillante. —Muchas gracias —articuló el esqueleto. —Pero ¿"Los Necrománticos Lo Hacen Toda La Noche"? Eso es un poco patético, ¿no? Quiero decir, ¿no piensa que lo está intentando demasiado duro? —Fue bastante difícil conseguir que hicieran ése —dijo el Dr. Hix—. No somos el departamento más popular en la universidad. Charlie, la joven dama quiere saber de los orcos. —¿Otra vez? —dijo el esqueleto, pasando el jarro al doctor. Tenía una voz algo áspera, pero en general mucho menos temible que lo que podría haber sido. Aparte de cualquier otra cosa, sus huesos lo eran, bien, aparte de cualquier otra cosa, y flotaban en el aire como si fueran las únicas partes visibles de un cuerpo invisible. La mandíbula se movió cuando Charlie

continuó—: Bien, pienso que todavía tenemos el recuerdo en el sumidero, recuerde, lo convocamos para Ridcully. No lo he borrado aún. —¿El recuerdo de qué? —dijo Glenda. —Es una clase de magia —dijo Hix altivamente. Continuó—: Tomaría mucho tiempo explicarlo. A Glenda no le gustó. —Tengamos un resumen, entonces. —De acuerdo. Estamos ahora muy seguros de que lo que llamamos el paso del tiempo es, a decir verdad, la destrucción y reconstrucción instantánea del universo en el instante más pequeño de eventualidad que sea posible tener. Mientras el proceso es inmediato en cada punto, sin embargo renovar todo el universo toma unos cinco días, creemos. Curiosamente… —¿Puedo tener un resumen del resumen? —¿Así que usted no quiere escuchar la teoría de la Memoria Universal de Houseman? —Posiblemente del tamaño de una nuez —dijo Glenda. —Muy bien, entonces, puede imaginar esto: La idea actual es que el viejo universo viejo no es destruido en el instante en que el nuevo universo es creado, un proceso que, a propósito, ha estado ocurriendo incontables millones de veces desde que he estado hablando... —Sí, puedo creer eso. ¿Podemos intentarlo en un pistacho? —dijo Glenda. —Se guardan copias del universo. No sabemos cómo, no sabemos dónde, y me deja completamente perplejo tratando de imaginar cómo funciona todo. Pero estamos encontrando que a veces es posible, er, leer esta memoria en ciertas circunstancias. ¿Cómo lo estoy haciendo en relación con las dimensiones de la nuez? —¿Tiene alguna clase de espejo mágico? —dijo Glenda francamente. —Eso es, si usted quiere el tamaño de un piñón —dijo Hix. —Los piñones son en realidad semillas —dijo Glenda, engreída—. Así que, ¿lo que usted está diciendo es que todo lo que ocurre se queda ocurriendo en algún lugar, y que puede mirarlo si tiene el conocimiento? —Ésa es una destilación magnífica de la situación —dijo Hix—. La cual es increíblemente útil mientras al mismo tiempo inexacta de todas las maneras

posibles. Pero, como usted lo puso, usamos un... —y aquí tuvo un pequeño estremecimiento—... espejo mágico, como usted lo puso. Recientemente miramos la batalla de Profundidad Orca para el Archicanciller. Ésa fue la última batalla conocida en la que la raza conocida como los orcos fue desplegada. —¿Desplegada? —dijo Glenda. —Usada —dijo Hix. —¿Usada? ¿Y puede encontrar algo como eso en la historia total de todo lo que alguna vez haya ocurrido? —Ejem. Ayuda tener un ancla —dijo Hix—. Algo que sea presente. Y todo lo que voy a decirle, joven dama, es que había un trozo de cráneo encontrado sobre ese campo de batalla, y ya que era un cráneo eso lo pone firmemente dentro de la responsabilidad de mi departamento. —Se volvió hacia el Bibliotecario—. Está bien mostrarle, ¿verdad? —dijo. El Bibliotecario sacudió la cabeza—. Bien. Eso quiere decir que puedo hacerlo, entonces, bajo el estatuto de la universidad. Cierta cantidad de desobediencia subrepticia me es exigida. Lo tenemos puesto sobre un omniscopio. Debido a que mi colega está tan seguro de que no debería estar haciendo esto, no importará si lo hago. Es sólo un fragmento muy breve de tiempo, pero impresionó al Archicanciller, si impresionar es la palabra correcta. —Sólo quiero tener algo claro —dijo Glenda—. ¿Puede desobedecer en realidad las órdenes de alguien como el Archicanciller? —Oh, sí —dijo Hix—. Estoy bajo instrucciones de hacerlo. Es lo que se espera de mí. —¿Pero cómo es posible que funcione? —dijo Glenda—. ¿Qué ocurre cuando le da una instrucción que no quiere que usted desobedezca? —Funciona por sentido común y buena voluntad de todos lados —dijo Hix—. Si, por ejemplo, el Archicanciller me da una orden que no debe ser desobedecida absolutamente, añadirá algo como, "Hix, usted pequeño gusano (según el estatuto de la universidad), si lo desobedece, le pegaré en la cabeza." Aunque en realidad, pocas palabras, señora, son suficientes. Todo se hace basándose en confianza, verdaderamente. Se confía en que soy poco fiable. No sé qué haría el Archicanciller sin mí.

—Sí, correcto —dijo Charlie, sonriendo abiertamente. Algunos minutos después, Glenda estaba en otra habitación oscura, de pie enfrente de un espejo redondo y oscuro, por lo menos tan alto como ella. —¿Esto va a ser como las Imágenes en Acción? —dijo sarcástica. —Una comparación divertida —dijo Hix—. Excepto que, uno, no hay palomitas de maíz y, dos, usted no querría comerlas si las hubiera. Lo que podría ser llamado la cámara en este caso fue lo último que vio uno de los luchadores humanos. —¿Ésta es la persona cuyo cráneo usted tiene? —¡Bien pensado! Veo que ha estado siguiendo las cosas —dijo Hix. Hubo un momento de silencio. —Esto va a ser temible, ¿no? —Sí —dijo Hix—. ¿Pesadillas? Muy probablemente. Incluso pienso que es sumamente desconcertante. ¿Está listo, Charlie? —Listo —dijo Charlie, desde algún sitio en la oscuridad. —¿Está segura, señorita? Glenda no estaba segura, pero cualquier cosa sería mejor que enfrentar la sonrisa sabelotodo de Hix. —Sí —dijo, manteniendo firme la voz. —El fragmento que somos capaces de mostrar dura menos de tres segundos, pero dudo que usted quiera verlo otra vez. ¿Estamos listos? Gracias, Charlie. La silla de Glenda se fue hacia atrás muy rápidamente e Hix, que había estado rondando, la atrapó. —La única representación conocida de un orco en batalla —dijo Hix, ayudándola

a

enderezarse—.

Bien

hecho,

a

propósito.

Incluso

el

Archicanciller dijo palabrotas en voz alta. Glenda parpadeó, tratando de cortar ligeramente menos de tres segundos de su memoria. —Y eso es verdad, ¿o no? —Pero tenía que ser verdad. Había algo en la manera en que la imagen se estaba pegando atrás en su cerebro que declaraba la verdad de eso. —Quiero verlo otra vez.

—¡¿Usted qué?! —dijo Hix. —Hay más en eso —dijo Glenda—. Es apenas una parte de una imagen. —Nos llevó horas lograr eso —dijo Hix seriamente—. ¿Cómo lo vio en el primer intento? —Porque sabía que tenía que estar ahí —dijo Glenda. —Ella lo tiene, jefe —dijo Charlie. —Muy bien. Muéstrelo otra vez y amplíe la esquina a la derecha esta vez. Está muy borrosa —dijo a Glenda. —¿Puede pararlo? —dijo Glenda. —Oh, sí. Charlie lo ha descubierto. —Entonces usted sabe la parte que quiero decir. —Oh, sí. —Entonces muéstremela otra vez. —Charlie desapareció detrás de su cortina. Hubo algunos destellos de luz y luego...—. ¡Allí! —Ella señaló la imagen congelada—. Ésos son hombres a caballo, ¿no? Y tienen látigos. Sé que está borroso, pero uno puede distinguir que tienen látigos. —Bien, sí, por supuesto —dijo Hix—. Es muy difícil hacer que algo se meta corriendo en un granizo de flechas a menos que le dé un poco de estímulo. —Ellos eran armas. Criaturas vivientes como armas. Y no se ven tan diferentes a los humanos. —Muchas cosas muy interesantes ocurrieron bajo el Emperador Malvado — dijo Hix, en tono coloquial. —Cosas malvadas —dijo Glenda. —Sí —dijo Hix—, ése era casi el punto. Emperador Malvado. Imperio Malvado. Hizo lo que decía sobre la doncella de hierro 31. —¿Y qué les pasó? —Bien, oficialmente están todos muertos —dijo Hix—. Pero han habido rumores. —Y los hombres los condujeron a la batalla —dijo Glenda. —Si usted quiere ponerlo de ese modo, supongo que sí —dijo Hix—, pero no estoy seguro de que eso cambie algo. 31

Instrumento de tortura y ejecución, alrededor de 1500; también el título de un cuento de Bram

Stocker; también una banda heavy metal británica. (NT)

—Pienso que cambia todo —dijo Glenda—. Lo hace si todo lo que las personas comentan son monstruos y no látigos. Cosas que se parecen mucho a las personas, bien, una clase de personas. ¿Qué puede uno hacer con las personas si lo intenta realmente? —Es una teoría interesante —dijo Hix—. Pero no creo que usted pueda demostrarla. —Cuando los Reyes luchan contra otros Reyes y ganan, les cortan la cabeza a los otros Reyes, ¿no? —dijo Glenda. —A veces —dijo Hix—. Quiero decir, uno no puede culpar a un arma por cómo es usada. ¿Qué es lo que dicen? Las personas no pueden evitar cómo fueron hechas. Pienso que los orcos fueron hechos. Glenda echó un vistazo al Bibliotecario, que miró el techo. —Usted trabaja como cocinera, ¿verdad? ¿Le gustaría trabajar en mi departamento?' —Todos saben que las mujeres no pueden ser magos —dijo Glenda. —Ah, sí, pero en Necro… Comunicaciones Post-Mortem es diferente —dijo Hix con orgullo. Y añadió—: Nos vendrían bien algunas personas sensatas aquí, los cielos lo saben. Y el toque femenino sería muy bienvenido. Y no piense que le exigiría que sólo venga y quite el polvo. Valoramos nuestro polvo en este lugar y su destreza en la cocina será inestimable. Después de todo, el oficio básico de carnicero es parte del trabajo. Y creo que la tienda de Boffo tiene un traje bastante bueno de una mujer Necromántica a la venta, ¿es eso correcto, Charlie? —Diez dólares incluyendo corpiño con cordones. Una ganga para el dinero de cualquiera —dijo Charlie desde detrás de su cortina—. Muy ceñido. No hubo ninguna respuesta porque la boca de Glenda se había atascado en el acto de abrirse, pero finalmente logró articular un educado pero firme: —No. El director del departamento de Comunicaciones Post-Mortem lanzó un pequeño suspiro. —Eso pensé, pero somos parte del plan de las cosas. Luz y oscuridad. Noche y día. Dulce y ácido. Bueno y malvado (dentro del aceptable estatuto de la universidad). Sólo ayuda si uno puede tener personas sensatas y confiables

de ambos lados, pero me alegro de que hayamos sido capaces de ayudarla. No vemos a muchas personas aquí. Bien, no a personas como tales. Esta vez, Glenda caminó por el corredor. Orco, pensó. Una cosa que sólo mata. Cada vez que parpadeaba, la imagen volvía a la memoria. Los dientes y las garras de una criatura en salto completo visto, hasta donde uno podía saber, por quien sea que era asaltado. Luchadores que uno no podía detener. Y Nutt había sido asesinado, de acuerdo con Trev, y luego algo como volverse no-asesinado otra vez antes de regresar a la Universidad Invisible y comer todos los pasteles. Había una brecha muy grande en todo esto, pero los hombres con látigos la llenaban. Uno no puede tener algo que sólo pelea, pensó. También tiene que hacer otras cosas. Y Nutt no es nada más extraño que la mayor parte de las personas a quienes uno ve alrededor estos días. No es mucho para seguir, sin embargo, pero de nuevo, el Emperador Malvado era un hechicero, todos lo sabían. Todos saben que uno no puede evitar cómo uno está hecho. Bien, merece un intento. Es un poco de incertidumbre. Tan pronto como regresó afuera del lugar especial de Nutt, intuyó que estaría vacío. Empujó la puerta y había una definitiva ausencia de velas y, más importante, una ausencia muy perceptible de Nutt. Pero le dije que fuera y los ayude a entrenar. Allí es a donde se ha ido, a entrenar, definitivamente, se dijo. Así que no hay ninguna necesidad de preocuparse, entonces. Tensa, sintiendo que algo estaba sin embargo equivocado, se obligó a ir a la Cocina Nocturna. Estaba casi ahí cuando encontró al Sr. Esqueleto, su nuez escuálida tan roja y brillante como menudillos de pollo. —Entonces, tenemos un orco devorador de carne humana aquí, ¿o no? —dijo —. Las personas no lo van a tolerar. Escuché en algún lugar que podían seguir peleando mientras sus cabezas eran cortadas. —Eso es interesante —dijo Glenda—. ¿Cómo sabían por dónde ir? —¡Ah... ah! Podían olfatear su camino —dijo el bedel.

—¿Cómo podían hacerlo con las cabezas cortadas? ¿Usted está diciéndome que tenían una nariz en el culo? —Estaba horrorizada de sí misma por decirlo, eran palabrotas, pero Esqueleto era palabrotas en sólido. —No estoy de acuerdo con eso —dijo, ignorando la pregunta—. ¿Sabe otra cosa que escuché? Fueron como hechos. Cuando el Emperador Malvado quería luchadores hacía que algunos de los Igors convirtieran los duendes en orcos. No son personas muy correctas en absoluto. Voy a quejarme al Archicanciller. —Él ya lo sabe —dijo Glenda. Bien, debe saberlo, pensó. Y Vetinari, también, añadió para sí—. Usted no va a hacer problemas por el Sr. Nutt, ¿o sí? —dijo —. Porque si lo hace, Sr. Esqueleto... —se inclinó hacia delante—... nunca será visto otra vez. —Usted no debería amenazarme de ese modo —dijo. —Usted tiene razón, no debería hacerlo —dijo Glenda—. Debería haber dicho que nunca será visto otra vez, usted imbécil pequeño zalamero atroz. Vaya y diga al Archicanciller si quiere y vea cuánto bien le hace eso a usted. —¡Comieron personas vivas! —dijo Esqueleto. —También los trolls —dijo Glenda—. Sin duda los escupieron otra vez, pero no en un gran estado para disfrutar la vida. Solíamos luchar contra los enanos una vez y cuando le cortaban a uno las rodillas no estaban bromeando. Sabemos, Sr. Esqueleto, que el leopardo puede cambiar su calzoncillo —olfateó—, y puede ser una buena idea si usted lo hiciera también. Y si oigo hablar de cualquier problema de usted, tendrá noticias de mí. Allá arriba está el Archicanciller. Acá abajo, en la oscuridad, están los cubiertos. —Le diré lo que dijo —dijo el bedel desafortunado, dando un paso hacia atrás. —Estaré muy agradecida si usted lo hace —dijo Glenda—. Esfúmese ahora.

¿Por qué nos decimos unos a otros que el leopardo no puede cambiar su calzoncillo?, meditó mientras observaba su partida. ¿Alguien alguna vez ha visto a un leopardo usar calzoncillos? ¿Y cómo podrían ponérselos si los

tuvieran? Pero lo seguimos diciendo como si fuera alguna clase de verdad sagrada, cuando sólo quiere decir que nos hemos quedado sin un argumento. Había algo que tenía que hacer, ahora ¿qué era? Oh, sí. Fue otra vez al caldero sobre el que había marcado con tiza "No Tocar" y levantó la tapa. Los pequeños ojos la miraron desde las profundidades acuosas y se alejó y buscó algunas sobras de pescado, que dejó caer hacia las garras en espera. —Bien, sé qué hacer contigo, al menos —dijo. Una cocina completamente activa contiene muchas cosas, la mayor parte de las cuales es una colección enorme de maneras de cometer homicidios horribles, además de múltiples maneras de librarse de las pruebas. No era la primera vez que la idea cruzaba su mente. Estaba muy feliz por eso. Por ahora, seleccionó un muy grueso par de guantes de un cajón, se volvió a poner su abrigo viejo, metió la mano en el caldero y recogió el cangrejo. Trató de morderla. Sabía que lo haría. Nunca, nunca esperes gratitud de aquellos a quienes ayudas. —La marea está cambiando —dijo al crustáceo—, así que vamos a tener una pequeña caminata. —Lo dejó caer en su bolsa de compras y se dirigió al otro lado de los jardines de la universidad. Un par de magos licenciados estaba trabajando en el cercano astillero de la universidad. Uno la miró y dijo: —¿Se supone que usted esté caminando por los jardines de la universidad, señora? —No, está completamente prohibido al personal de cocina —dijo Glenda. Los estudiantes se miraron. —Oh, correcto —dijo uno de ellos. Y así era la cosa. Tan fácil como eso. Era sólo un martillo metafórico. Sólo te azotaba si permitías que estuviera ahí. Sacó el cangrejo de su bolsa y éste agitó sus garras con irritación. —¿Ves eso ahí? —dijo, señalando con su otra mano—. Es el Campo de Gallinas y Pollos. —No es seguro que los pequeños ojos del cangrejo

pudieran enfocarse sobre el baldío cubierto de hierba al otro lado del río, pero por lo menos ella apuntó en la dirección correcta—. Las personas piensan que es porque había pollos allí —continuó en tono coloquial mientras los dos magos se miraban—. En realidad, eso no es cierto. Solía ser donde las personas eran colgadas, y por tanto cuando salían de la vieja cárcel que solía estar ahí, el sacerdote enfrente de la procesión con su bata hinchada parecía conducir la línea de hombres condenados y carceleros como una gallina guiando a sus pollitos. Ese tipo de cosa es lo que llamamos un sentido del humor gracioso por estos lares y no tengo la más pálida idea de porqué te estoy hablando. He hecho todo lo posible. Ahora sabes más que cualquier otro cangrejo. Caminó hasta el mismo borde de lo que pasaba por agua cuando el río fluía a través de la ciudad, y dejó caer el cangrejo en ella. —Mantente lejos de las ollas de cangrejo y no vuelvas. —Dio media vuelta y se dio cuenta de que los magos la habían estado mirando—. ¿Bien? —dijo con fuerza—. ¿Hay alguna ley sobre conversar con cangrejos por aquí? —Les echó una sonrisita cuando pasó caminando. De regreso en los largos corredores paseó, sintiéndose un poco mareada, hacia los tanques. Algunos de sus habitantes le echaron el ojo nerviosos mientras pasaba, pero no había ninguna señal de Nutt, no es que lo estuviera buscando en absoluto. Mientras seguía caminando hacia la Cocina Nocturna, Trev y Julieta aparecieron. Glenda no pudo evitar notar que Julieta tenía un aspecto un poco agitado y ojos brillantes. Es decir no pudo evitar notarlo porque se proponía notarlo cada vez. La responsabilidad semifamiliar era algo terrible. —¿Qué están haciendo aquí todavía? —dijo. La miraron y había más en sus expresiones que una simple vergüenza. —Yo volví para despedirme de las muchachas y tengo que esperar a Trev por el entrenamiento. Glenda se sentó. —Hazme una taza de té, ¿quieres? —Y porque los hábitos viejos tardan en morir, añadió—: Hierve el agua en la tetera, dos cucharas de té en la jarra. Vierte el agua de la tetera en la jarra cuando hierva. No pongas el té en la

tetera. —Se volvió hacia Trev—. ¿Dónde está el Sr. Nutt? —dijo, la indiferencia copando su voz. Trev se miró los pies. —No lo sé, Glenda —dijo—. He estado... —Ocupado —terminó Glenda. —Pero nada de toqueteos —dijo Julieta rápidamente. Glenda se dio cuenta de que ahora mismo no le habría importado si había habido toqueteos, ni siquiera teos. Había cosas que eran importantes y cosas que no lo eran, y momentos cuando una sabía la diferencia. —Así que, ¿cómo le fue al Sr. Nutt, entonces? Trev y Julieta se miraron. —No lo sabemos. No estaba ahí —dijo Trev. —Pensábamos que podría estar contigo, algo así —dijo Julieta, ofreciéndole una taza de lo que se obtiene cuando uno pide una taza de té a alguien que tiende a enredar la receta, incluso en el mejor de los casos. —¿No estaba en el Gran Salón? —preguntó Glenda. —No, no estaba allí... Espere un momento. —Trev bajó corriendo los escalones y después de unos segundos escucharon sus pasos volver—. Su caja de herramientas no está —dijo Trev—. Quiero decir, no era mucho. La hizo de partes que encontró en los sótanos, pero hasta donde sé es todo lo que posee. Lo sabía, pensó Glenda. Por supuesto que lo sabía. —¿Dónde podría estar? No tiene ningún otro lugar adonde ir más que aquí — dijo. —Bien, está ese lugar en Uberwald del que habla mucho —dijo Trev. —Eso queda aproximadamente a mil millas de distancia —dijo Glenda. —Bien, supongo que piensa que tanto podría estar ahí que aquí —dijo Julieta inocentemente—. Quiero decir, Orco, yo querría escapar de un nombre así si fuera yo. —Miren, estoy segura de que está vagando por alguna parte en el edificio — dijo Glenda, creyendo absolutamente que no era así. Pero si creo que va a estar alrededor de la próxima esquina o que acaba de largarse para... empolvarse la nariz, o que acaba de alejarse por media hora –lo cual, por

supuesto, es su derecho; quizás tiene que ir a comprar un par de medias- si sigo creyendo que aparecerá en cualquier minuto, podría suceder, aunque sé que no. Dejó la taza. —Media hora —dijo—. Julieta, tú vas y verificas alrededor del Gran Salón. Trev, usted vaya por los túneles de ese lado. Yo iré por los túneles de este otro lado. Si encuentra a alguien en quien pueda confiar, pregúntele. Un poco más de media hora después, Glenda fue la última en aparecer de regreso en la Cocina Nocturna. Casi medio esperaba que él estuviera ahí y sabía que no lo estaría. —¿Sabría cómo tomar un coche? —dijo. —Incluso dudo que alguna vez haya visto uno —dijo Trev—. ¿Sabe qué haría si fuera yo? Simplemente correría. Era como cuando papá se murió, pasé caminando durante toda la noche alrededor de la ciudad. No me importaba dónde iba. Simplemente caminaba. Quería escapar de ser yo. —¿Qué tan rápido puede correr un orco? —dijo Glenda. —Mucho más rápido que un hombre, lo apuesto —dijo Trev—. Y por mucho tiempo, también. —Escuchen. —Ésa era Julieta—. ¿Pueden oírlo? —¿Oír qué? —dijo Glenda. —Nada —dijo Julieta. —¿Bien? —¿Qué pasó con las ¡Awk! ¡Awk!? —Pienso que las encontraremos donde lo encontremos a él —dijo Trev. —Bien, no puede correr todo el camino hasta Uberwald —dijo Glenda—. Usted no podría. Al final Glenda dijo: —Pienso que deberíamos ir tras él. —Yo iré —dijo Trev. —Entonces iré también —insistió Julieta—. Además, todavía tengo el dinero y ustedes van a necesitarlo. —Tu dinero está en el banco —dijo Glenda—, y el banco está cerrado. Pero creo que tengo algunos dólares en mi monedero.

—Entonces, discúlpenme —dijo Trev—, será sólo un momento. Pienso que hay algo que debemos llevar...

El conductor del bus a caballo para Sto Lat miró hacia abajo y dijo: —Dos dólares cincuenta peniques cada uno. —Pero usted sólo va a Sto Lat —dijo Glenda. —Sí —dijo el hombre con calma—. Es por eso que dice Sto Lat sobre el frente. —Nosotros podríamos tener que ir mucho más lejos —dijo Trev. —Casi todos los coches en esta parte del mundo pasan por Sto Lat —dijo. —¿Cuánto tiempo tomará llegar allí? —Bien, éste es el bus de trasnoche, ¿de acuerdo? Son para las personas que tienen que estar en Sto Lat temprano y no tienen mucho dinero, y allí está la cosa, ¿lo ven? Cuanto menos sea el dinero, más lento es el viaje. Llegamos allí al final. Más o menos sobre el amanecer, a decir verdad. —¿Toda la noche? Pienso que podría recorrerlo más rápido. El hombre tenía el aire calmo y amigable de alguien que había descubierto que la mejor manera pasar la vida era nunca importarle mucho las cosas. —Haga como le guste —dijo—. Lo saludaré con la mano cuando lo pasemos. Glenda miró a lo largo del coche. Estaba medio lleno con la clase de personas que tomaban el bus de trasnoche porque no era muy caro; la clase de personas, a decir verdad, que había traído su propia cena en una bolsa de papel, y que probablemente no una bolsa nueva. Los tres se reunieron. —Es lo único que podemos pagar —dijo Trev—. Pienso que ni siquiera podemos permitirnos viajar en uno de los coches de correo. —¿No podemos tratar de negociar con él? —dijo Glenda. —Buena idea —dijo Trev. Volvió hasta el coche. —Hola otra vez —dijo el conductor. —¿Cuándo va a partir? —preguntó Trev. —En unos cinco minutos.

—Así que todos los que van a viajar están sobre el coche. —Glenda echó un vistazo más allá del conductor. El pasajero detrás de él estaba pelando un huevo duro muy meticulosamente. —Puede ser —dijo el conductor. —Entonces, ¿por qué no salir ahora mismo —dijo Trev—, y correr más rápido? Es muy importante. —Trasnoche —dijo el conductor—. Eso es lo que dije. —Suponiendo que fuera a amenazarlo con este tubo de plomo, ¿iría algo más rápido? —dijo Trev. —¡Trevor Probable! —dijo Glenda—. ¡No puede ir por allí amenazando a las personas con tubos de plomo! El conductor bajó la vista a Trev y dijo: —¿Puede decirme eso otra vez? —Le dije que tenía este trozo de tubo de plomo —dijo Trev, golpeándolo suavemente contra la puerta del bus—. Lo siento, pero realmente tenemos que llegar a Sto Lat. —Oh, correcto, sí —dijo el conductor—. Veo su tubo de plomo —bajó la mano del otro lado de su asiento—, y yo levantaré esta hacha de combate y le recordaría que si fuera cortarle la cara, la ley estaría de mi lado, sin intención de ofender. Usted debe pensar que soy alguna clase de tonto, pero todos ustedes están saltando como liendres sobre una plancha, así que ¿de qué se trata todo esto, entonces? —Tenemos que alcanzar a nuestro amigo. Podría estar en peligro —dijo Trev. —Y es muy romántico —dijo Julieta. El conductor la miró—. Si usted nos ayuda a alcanzarlo, le daré un beso grande —dijo. —¡Aquí lo tiene! —dijo el conductor a Trev—. ¿Por qué no pensó en eso? —De acuerdo, también le daré un beso —dijo Trev. —No, gracias, señor —dijo el conductor, sin duda divirtiéndose—. En su caso pienso que elegiré el tubo de plomo, aunque por favor no intente nada porque es un trabajo propio de un demonio quitar las manchas de sangre de los asientos. Nada parece sacarlas. —Está bien, trataré de golpearlo a usted con el tubo de plomo —dijo Trev—. Estamos desesperados.

—Y le daremos un poco de dinero —dijo Julieta. —¿Perdón? —dijo el conductor—. ¿Recibo el beso, el dinero y el tubo de plomo? Quiero decir, más bien renunciaría al tubo de plomo por otro beso. —Dos besos, tres dólares completos y nada de tubo de plomo —dijo Julieta. —O sólo el tubo de plomo y yo tomaré mis riesgos —dijo Trev. Glenda, que los había estado mirando con un horror fascinado, dijo: —Yo también le daré un beso si quiere. —No pudo evitar notar que esto no movía el interés hacia ningún lado. —¿Pero qué me dice de mis pasajeros? —dijo el conductor. Los cuatro miraron hacia la parte posterior del bus y se dieron cuenta de que eran el objetivo de por lo menos una docena de miradas fascinadas. —¡Vale por el beso! —dijo una mujer que sostenía un gran cesto de ropa sucia enfrente de ella. —¡Y el dinero! —dijo uno de los hombres. —No me importa nada si lo besa o lo golpea sobre la cabeza con el tubo de plomo, mientras nos deje primero —dijo un anciano en la parte posterior del bus. —¿Recibiremos un beso algunos de nosotros? —dijo la mitad de un par de muchachos que se reía tontamente. —Si quiere —dijo Glenda peligrosamente. Se desplomaron hacia atrás en sus asientos. Julieta agarró la cara del conductor y se escuchó, por lo que pareció ligeramente demasiado tiempo según los relojes internos de Glenda y Trev, el sonido de una pelota de tenis que era chupada a través de los cordeles de una raqueta. Julieta hizo un paso atrás. El conductor estaba sonriendo, de una manera ligeramente atontada y con los ojos bizcos. —¡Bien, eso fue mucho más que un tubo de plomo! —Quizás sea mejor que yo conduzca —dijo Trev. El conductor le sonrió. —Yo conduciré, muchas gracias, y no se confunda, señor, que conozco a un peligroso cuando veo uno y usted ni se acerca. Era más probable que mi vieja mamá me golpeara con un tubo de plomo que usted. Tírelo, ¿por qué no lo hace?, o alguien le hará una raya al medio que no olvidará aprisa.

Le hizo un guiño a Julieta. —Con una cosa u otra, es buena idea darles a los caballos algo de carrera de vez en cuando. Todos a bordo para Sto Lat. Por lo general, los buses a caballo no viajaban muy rápido y la definición de una carrera del conductor era apenas levemente más rápido que lo que la mayoría de las personas llamaría una caminata, pero logró ponerlos en algo que por lo menos significaba que no tenían tiempo de aburrirse viendo pasar un árbol. El bus era para las personas, como el conductor había señalado, que no podían permitirse velocidad pero sí tiempo. En su construcción, por lo tanto, no habían intentado ningún gasto. Era realmente nada más que un carro con asientos dobles a todo lo largo, desde el banco ligeramente elevado del conductor. Unas lonas impermeables de cada lado mantenían lejos lo peor del clima pero por fortuna todavía dejaban entrar suficiente viento para mitigar el olor del tapizado, que había experimentado la humanidad en todos sus múltiples humores y urgencias. Glenda tenía la impresión de que algunos de los viajeros eran clientes habituales. Una mujer de edad estaba sentada callada y tejiendo. Los muchachos todavía estaban enganchados en las furtivas risas tontas de su edad, y un enano estaba mirando por la ventana sin mirar a nada en particular. En realidad a nadie le importaba hablar con nadie, excepto un hombre justo en la parte posterior, que estaba teniendo una conversación continuada consigo mismo. —¡Esto no es suficientemente rápido! —gritó Glenda después de diez minutos de rebotar sobre los baches—. Yo podría correr más rápido que esto. —No creo que vaya a llegar tan lejos —dijo Trev.

El sol se estaba hundiendo y las sombras ya se estaban extendiendo a través de los campos de col, pero había una figura sobre el camino adelante, debatiéndose. Trev saltó. —¡Awk! ¡Awk!

—Son esas desgraciadas cosas —dijo Glenda, acercándose corriendo detrás de él—. Deme ese tubo de plomo. Nutt estaba medio agachado en el polvo sobre el camino. Las Hermanas de la Velocidad Perpetua estaban medio volando y medio aleteando alrededor mientras él trataba de protegerse la cara con las manos. Los pasajeros del bus estaban totalmente ignorantes hasta que el tubo de plomo llegó, perseguido muy de cerca por Glenda. No tenía el efecto que ella había deseado. Las Hermanas eran efectivamente como aves. No podía golpearlas ni menos batearlas a través del aire. —¡Awk! ¡Awk! —¡Dejen de tratar de lastimarlo! —gritó—. ¡No ha hecho nada malo! Nutt levantó un brazo y agarró su muñeca. No había mucha presión, pero de algún modo no podía moverla en absoluto. Era como si de repente hubiera sido embalsamada en piedra. —No están aquí para lastimarme —dijo—. Están aquí para protegerla a usted. —¿De quién? —De mí. Por lo menos así es como se supone que sea. —Pero no necesito ninguna protección de usted. Eso no tiene sentido. —Ellas piensan que usted podría necesitarla —dijo Nutt—. Pero eso no es lo peor. Las criaturas estaban dando vueltas y los otros pasajeros, compartiendo el gusto endémico Ankh-Morporkiano por el teatro callejero improvisado, habían salido en tropel y se habían convertido en un público comprensivo que claramente incomodaba a las Hermanas. —¿Qué es lo peor, entonces? —dijo Glenda, agitando el tubo a la Hermana más cercana, que saltó hacia atrás fuera del camino. —Ellas podrían tener razón. —De acuerdo, así que usted es un orco —dijo Trev—. Así que solían comer a las personas. ¿Ha comido a alguien últimamente? —No, Sr. Trev. —Bien, allí lo tiene, entonces.

—Uno no puede arrestar a nadie por algo que no ha hecho —dijo uno de los pasajeros del bus, asintiendo sabiamente—. Una ley fundamental, ésa. —¿Qué es un orco? —dijo la dama junto a él. —Oh, antiguamente en Uberwald o en algún lugar solían romper a las personas en pedazos y comerlas. —Eso es extranjero para usted —dijo la mujer. —Pero están todos muertos ahora —dijo el hombre. —Eso es bueno —dijo la mujer—. ¿A alguien le gustaría un poco de té? Tengo un frasco. —Todos muertos, excepto yo. Pero me temo que soy un orco —dijo Nutt. Levantó la vista a Glenda—. Lo siento —dijo—. Usted ha sido muy amable, pero puedo ver que ser un orco me seguirá por todas partes. Habrá problemas. Odiaría que usted quede involucrada. —¡Awk! ¡Awk! La mujer desenroscó la tapa de su frasco. —Pero usted no está a punto de comer a nadie, ¿verdad, querido? Si usted se siente muy hambriento tengo algunos macarrones. —Miró a la Hermana más cercana y dijo—: ¿Y usted qué opina, amor? Sé que ninguno de nosotros puede evitar ser como fue hecho, pero ¿por qué ha sido hecha para parecer un pollo? —¡Awk! ¡Awk! —¡Peligro! ¡Peligro! —No sé nada sobre eso —dijo otro pasajero—. No creo que él vaya a hacer nada. —Por favor, por favor —dijo Nutt. Había una caja sobre el camino a su lado. La abrió desesperado y empezó a sacar cosas de ella. Eran velas. Volcándolas en su apuro, recogiéndolas con dedos temblorosos sólo para dejarlas caer otra vez, finalmente las puso derechas sobre las piedras del camino. Sacó fósforos de otro bolsillo, se arrodilló y otra vez enredó sus dedos temblorosos mientras luchaba por encender uno. Las lágrimas corrían por su cara mientras la luz de las velas aumentaba. Aumentaba... y cambiaba.

Azules, amarillos, verdes. Se apagaban durante algunos segundos llenos de humo y luego se encendían de un color diferente otra vez, para los oohs y los aahs de la multitud. —¡¿Miren?! ¡¿Miren?! —dijo Nutt—. ¿Les gustan? ¿Les gustan? —Creo que usted podría ganar mucho dinero con eso —dijo uno de los pasajeros. —Son encantadoras —dijo la anciana—. Sinceramente, las cosas que ustedes jóvenes pueden hacer hoy. Nutt se volvió hacia la Hermana más cercana y escupió: —No soy inútil, tengo valor. —Mi cuñado dirige una tienda de novedades con humo —dijo el primer experto en orcos—. Le anotaré su dirección si quiere. Pero calculo que esa cosa andaría muy bien en el circuito de cumpleaños infantiles. Glenda había observado todo esto boquiabierta, mientras esa clase de democracia practicada por personas razonables y amistosas pero no muy inteligentes, personas cuya educación nunca había involucrado un libro pero había involucrado a muchas otras personas, rodeaba a Nutt con sus brazos invisibles y caritativos. Era alentador, pero el corazón de Glenda estaba un poco calloso sobre este tema. Era el balde de cangrejo en todo su esplendor. Sensiblero e indulgente; pero una equivocación, una palabra equivocada, una relación equivocada,

una

idea

equivocada,

y

esos

brazos

serviciales

podían

fácilmente terminar en puños. Nutt tenía razón: como máximo, ser un orco era vivir bajo amenaza. —Todas ustedes no tienen ningún derecho a tratar al pobre diablillo de esa manera —dijo la anciana, agitando un dedo a la Hermana más cercana—. Si quieren vivir aquí, tienen que hacer las cosas a nuestra manera, ¿de acuerdo? Y eso significa nada de picoteo a las personas. Así no es como hacemos las cosas en Ankh-Morpork. Incluso Glenda sonrió a eso. Picotear era un picnic comparado con lo que Ankh-Morpork podía ofrecer. —Vetinari está dejando entrar a todos en estos días —dijo otro pasajero—. No escucharé una palabra dicha contra los enanos...

—Bueno —dijo una voz a su espalda. Él se corrió y Glenda vio el enano parado detrás. —Lo siento, compañero, no lo vi allí, que con usted tan pequeño —dijo el hombre que no tenía nada en contra de los enanos—. Como estaba diciendo, todos ustedes simplemente se instalan y trabajan y no son ningún problema para nadie, pero estamos recibiendo algunos raros ahora. —Esa mujer que pusieron en la Guardia el mes pasado, para empezar —dijo la anciana—. Esa rara de la zona de Efebe. Una ráfaga de viento le quitó sus gafas de sol y tres personas se convirtieron en piedra. —Era una Medusa —dijo Glenda, que había leído acerca de eso en el Times —. Los magos lograron volverlas personas otra vez, sin embargo. —Bien, lo que estoy diciendo es —empezó el hombre que no tenía nada en contra de los enanos—, no nos preocupamos por nadie, mientras se metan en sus asuntos y no hagan cosas raras. Esto era el ritmo del mundo para Glenda; lo había escuchado tantas veces. Pero el sentimiento de la multitud ahora estaba en contra de las Hermanas. Tarde o temprano alguien iba a recoger una piedra. —Yo me iría de aquí ahora —dijo—, salgan y regresen con la dama para la que ustedes trabajan. Deberían hacerlo ahora mismo, si fuera ustedes. —¡Awk! ¡Awk! —chilló una de ellas. Pero había cerebros en esas cabezas de forma extraña. Y las tres Hermanas eran bastante inteligentes para querer mantenerlos allí y corrieron por su vida, brincando y saltando como garzas hasta que lo que parecían ser capas resultaron ser alas, que aletearon en el aire mientras buscaban altura. Se escuchó un grito final. —¡Awk! ¡Awk! El conductor del bus a caballo tosió. —Bien, si todo eso está solucionado entonces sugiero que todos ustedes regresen abordo, por favor, damas y caballeros. Y quién sea. Y no olvide sus velas, señor. Glenda ayudó a Nutt a sentarse en un asiento de madera. Sujetaba su caja de herramientas con fuerza sobre las rodillas, como si le ofreciera alguna clase de protección.

—¿Adónde estaba tratando de ir? —dijo cuando los caballos empezaron a moverse. —A casa —dijo Nutt. —¿Con Ella? —Me dio valor —dijo Nutt—. Yo no era nada y ella me dio valor. —¿Cómo puede decir que usted no era nada? —dijo Glenda. Sobre el par de asientos enfrente de ellos, Trev y Julieta estaban cuchicheando. —Yo no era nada —dijo Nutt—. No sabía nada, no comprendía nada, no tenía conocimiento, no tenía destreza... —Pero eso no quiere decir que alguien sea inútil —dijo Glenda con firmeza. —Sí —dijo Nutt—. Pero no quiere decir que sean malos. Yo no valía la pena. Ella me mostró cómo adquirir valía y ahora tengo valía. Glenda tenía la sensación de que estaban trabajando con dos diccionarios diferentes. —¿Qué significa "valía", Sr. Nutt? —Significa que uno deja el mundo mejor que cuando uno lo encontró —dijo Nutt. —Buen punto —dijo la dama con los macarrones—. Hay demasiadas personas alrededor de este sitio que no soñarían con dedicarse a algo. —De acuerdo, pero ¿qué me dice de las personas que son ciegas, por ejemplo? —Esto vino del hombre del huevo duro, sentado del otro lado del bus. —Conozco a un tipo ciego en Sto Lat que tiene un bar —dijo un caballero de edad—. Sabe dónde está todo y cuando usted puso su dinero sobre el mostrador sabe si es exactamente el cambio correcto al escucharlo. Le va muy bien. Es asombroso, puede distinguir una moneda falsa de seis peniques a medio camino a través de un bar ruidoso. —No pienso que haya absolutos —dijo Nutt—. Pienso que lo que su Señoría quería decir era que uno hace el mayor esfuerzo que puede con lo que uno tiene. —Suena como una dama sensata —dijo el hombre que no tenía nada contra los enanos. —Es una vampiro —dijo Glenda con malicia.

—Nada contra los vampiros, siempre y cuando se queden en lo suyo —dijo la dama del macarrón, ahora entretenida en lamer algo asquerosamente rosa —. Tenemos a una trabajando en lo del carnicero kosher sobre nuestra calle, y es tan buena como cualquiera. —No creo que se trate de con lo que uno termina —dijo el enano—. Se trata de lo que uno tiene al terminar comparado con lo que uno tenía al empezar. Glenda se reclinó con una sonrisa mientras los intentos en filosofía rebotaban de asiento a asiento. No estaba en absoluto segura sobre el total de la cosa, pero Nutt estaba sentado allí con un aspecto mucho menos desaliñado y el resto de ellos lo estaba tratando como uno más. Se veían luces débiles, adelante en la oscuridad. Glenda se deslizó de su asiento y fue adelante hacia el conductor. —¿Estamos casi ahí? —Otros cinco minutos —dijo el conductor. —Lamento todo ese asunto tonto con el tubo de plomo —dijo. —No ocurrió —dijo el hombre alegremente—. Créame, tenemos de todo tipo en el bus nocturno. Por lo menos nadie ha vomitado. Un muchacho muy interesante el que tiene ahí atrás con usted. —Usted no tiene idea —dijo Glenda. —Por supuesto, todo lo que está diciendo es que uno tiene que hacer todo lo posible —dijo el conductor—. Y cuanto más capaz sea uno, más debería hacer. Eso es todo, realmente. Glenda asintió. Eso parecía ser todo, realmente. —¿Usted regresa de inmediato? —preguntó. —No. Yo y los caballos estamos parando aquí y volveremos por la mañana. —Le lanzó la mirada irónica de un hombre que ha escuchado muchas cosas, y que sorprendentemente ha visto muchas cosas, cuando para ésos detrás de él era sólo una cabeza que miraba hacia adelante con un ojo en el camino —. Fue un beso maravilloso el que ella me dio. Le diré qué, el coche estará en el patio, hay abundante paja por aquí y si alguien fuera a darse una cabezada, yo no lo sabría, ¿verdad? Partiremos a las seis con caballos frescos. —Sonrió ante su expresión—. Ya le dije, tenemos de todo tipo en el bus de trasnoche: niños que escapan de casa, esposas que escapan de sus

maridos, maridos que escapan de los maridos de otras esposas. Se llama ómnibus, vea, y omni significa todo y casi condenadamente todo sucede en este bus, es por eso que tengo el hacha, ¿ve? Pero como yo lo veo, la vida no puede ser toda hacha. —Levantó su voz—: ¡Llegamos a Sto Lat, gente! Viaje de regreso a las seis en punto. —Hizo un guiño a Glenda—. Y si usted no está ahí, me iré sin usted —dijo—. Uno tiene que coger el bus a tiempo de coger el bus.

—Bien, esto no ha sido tan malo, ¿o sí? —dijo Glenda, mientras las luces de la ciudad se hacían más grandes. —Mi papá va a preocuparse —dijo Julieta. —Pensará que estás conmigo. Trev no dijo nada. De acuerdo con las reglas de la calle, ser expuesto enfrente de su deseada novia como esa clase de hombre que tan fácilmente puede ser visto que no es esa clase de hombre que tiene las agallas para meterle un tortazo a alguien en la cabeza con un tubo de plomo era sumamente vergonzoso, aunque nadie parecía haberlo notado. —Parece que hay un poco de problema adelante —gritó el conductor hacia atrás—. El Volador de Lancre no ha partido. Todo lo que podían ver eran bengalas y luces de linterna, iluminando la gran posada de coches afuera de la puerta de ciudad, donde algunos coches estaban detenidos. Mientras se acercaban, le gritó a uno de los hombres flacos, estevados y con cara de comadreja que parecen auto-generarse alrededor

de

cualquier

establecimiento que

involucre

movimiento

de

caballos. —¿Volador no partió? —preguntó. El hombre comadreja se quitó una punta de cigarrillo de la boca. —Caballo perdió herradura. —¿Bien? Tienen un herrero aquí, ¿no? Acelera los correos y todo eso. —Él no está acelerando nada porque acaba de laminar su mano al yunque — dijo el hombre.

—Habrá el diablo que pagar si el Volador no se va —dijo el conductor—. Ése es el correo, eso es lo que es. Uno debería poder poner el reloj en hora por el Volador. Nutt se puso de pie. —Yo podría sin duda volver a herrar el caballo para usted, señor —dijo, recogiendo su caja de herramientas de madera—. Quizás es mejor que vaya y se lo diga a alguien. El hombre se movió a un costado y el bus se detuvo en el gran patio, donde un hombre algo mejor vestido se acercó presuroso. —¿Uno

de

ustedes

es

un

herrero?

—preguntó,

mirando

a

Glenda

directamente. —Yo —dijo Nutt. El hombre se quedó mirándolo. —Usted no se ve mucho como un herrero, señor. —En contra de la creencia popular, la mayoría de los herreros son del tipo fibroso más que del voluminoso. Todo es cuestión de vigor en vez de músculo. —Y usted sabe moverse alrededor de un yunque, ¿no? —Se asombraría, señor. —Hay herraduras en la herrería —dijo el hombre—. Tendrá que hacer una a la medida. —Sé cómo hacerlo —dijo Nutt—. Sr. Trev, estaría feliz si usted viniera y me ayudara con el fuelle. La posada era inmensa y llena de gente, porque para las posadas de coches en todos lados el día duraba veinticuatro horas y ni un momento menos. No había horas de comer, como tales. Una comida caliente para aquellos que podían pagarla estaba disponible todo el tiempo y los fiambres de carne estaban sobre un gran caballete en la habitación principal. Las personas llegaban, eran vaciadas y vueltas a llenar en el menor tiempo posible y enviadas al camino otra vez porque el espacio era necesario para las próximas llegadas. Nunca parecía haber un momento sin el sonido discordante de los arneses. Glenda encontró una esquina silenciosa.

—Te digo qué —dijo a Julieta—, vete y busca algunos sándwiches para los muchachos. —Imagina al Sr. Nutt siendo un herrero —dijo Julieta. —Es un hombre de muchas partes —dijo Glenda. La frente de Julieta se arrugó. —¿Cuántas partes? —Es sólo una figura retórica, Julieta. Ahora te vas. —Necesitaba el tiempo para pensar. Esas extrañas mujeres voladoras. El Sr. Nutt. Todo era mucho para absorber. Una empieza el día y es sólo otro día y aquí está, por milagro sin terminar como salteadora de caminos, sentada en otra ciudad con nada más que la ropa que tiene puesta, sin saber qué ocurrirá después. Lo cual, en cierto modo, era excitante. Tuvo que analizar esa sensación por algunos momentos porque la emoción no era una característica regular de su vida. Los pasteles, en general, no excitan. Se levantó y paseó sin ser observada a través de la multitud, con la vaga idea de ver cómo eran las cocinas, pero encontró que su camino era bloqueado por alguien cuya cara sudorosa, aspecto nervioso y cuerpo rotundo sugerían que era el posadero. —Si usted sólo pudiera esperar un momento, señora —le dijo y luego se dirigió a una mujer que estaba saliendo de lo que parecía un comedor privado—. Es muy bueno verla otra vez, su señoría —dijo, un poco moviéndose arriba y abajo—. Es siempre un honor tenerla adornando nuestro humilde establecimiento. Señoría. Glenda levantó la vista a la mujer que era todo que había imaginado cuando Nutt había hablado de ella por primera vez. Alta, delgada, oscura, amenazadora, temible. Su expresión era severa y dijo, en lo que para Glenda era un tono refinado: —Demasiado ruidoso estar aquí. —Pero la carne de res era excelente —dijo otra voz y Glenda se dio cuenta de que su Señoría casi había eclipsado a una mujer más pequeña, muy agradable, no particularmente alta y con un aire ligeramente inquieto. —¿Es usted Lady Margolotta? —dijo Glenda.

La dama alta le lanzó una mirada de breve desdén y avanzó hacia las puertas principales, pero su compañera paró y dijo: —¿Tiene asuntos con su Señoría? —¿Viene a Ankh-Morpork? —preguntó Glenda—. Todos saben que es la amiga de Lord Vetinari. —Se sintió al instante avergonzada mientras decía la palabra; conjuró imágenes que simplemente no podían caber en el espacio disponible en su cerebro. —¿De veras? —dijo la mujer—. Son sin duda amigos muy íntimos. —Bien, quiero hablarle sobre el Sr. Nutt —dijo Glenda. La mujer le lanzó una mirada preocupada y tiró de ella hasta un banco vacío. —¿Ha habido algún problema? —dijo, sentándose y palmeando la madera a su lado. —Ella le dijo que era inútil —dijo Glenda—. Y a veces pienso que todo por lo que se preocupa es por tener valía. —¿Es usted respetable? —dijo la mujer. —¿Qué clase de pregunta es ésa para hacer a una desconocida? —Una interesante y posiblemente reveladora. ¿Piensa que el mundo es un mejor lugar con usted allí, y hágame el favor de realmente pensar su respuesta antes de sacar una del estante "afrentada"? Me temo que hay demasiado de eso en estos días. Las personas creen que actuar y pensar son la misma cosa. Ante eso, Glenda se decidió por: —Sí. —Usted lo ha hecho mejor, ¿verdad? —Sí. He ayudado a muchas personas e inventé el Pastel del Arador. —Las personas a quienes usted ayudó, ¿querían ser ayudadas? —¿Qué? Sí, vinieron y pidieron. —Bien. ¿Y el Pastel del Arador? Glenda le contó. —Ah, usted debe ser la cocinera en la Universidad Invisible —dijo la mujer—. Que significa que tiene acceso a algo más que el cocinero corriente y, por lo tanto, deduciría que para mantener crujientes las cebollas en escabeche dentro del pastel las puso en una habitación fría casi a punto de congelación

durante algún tiempo inmediatamente antes de hornear, envolviéndolas posiblemente en queso para una protección temporal, y, si ha armado su pastel correctamente y prestado atención a la temperatura, creo que ése sería el truco. —Hizo una pausa—. ¿Hola? —¿Es usted cocinera? —preguntó Glenda. —¡Santo cielo, no! —¿Así que usted lo dedujo, sin más? El Sr. Nutt me dijo que su señoría empleaba a personas muy inteligentes. —Bien, me avergüenza decirlo, pero es verdad. —Pero no debería haber dicho al Sr. Nutt que es inútil. No debería decir eso a las personas. —Pero él era inútil, ¿sí? Ni siquiera podía hablar apropiadamente cuando fue encontrado. ¿Con seguridad lo que ha hecho le ayudó? —Pero se preocupa todo el tiempo y ha salido ahora que es un orco. ¿De qué se trata todo eso? —¿Y está, según su opinión, haciendo algo particularmente órquico? De mala gana, Glenda dijo: —A veces sus uñas se convierten en garras. La mujer pareció de repente preocupada. —¿Y qué hace entonces? —Bien, nada —dijo Glenda—. Sólo algo como... meterlas hacia adentro otra vez. Pero hace unas velas maravillosas —añadió rápidamente—. Siempre está haciendo cosas. Es como si... el valor fuera algo que se filtra todo el tiempo así que tiene que seguir llenándolo. —Posiblemente, ahora que usted lo pone de ese modo, ella haya sido demasiado exigente con él. —¿Lo ama? —preguntó Glenda. —¿Perdone? —Quiero decir, ¿alguien alguna vez lo ha amado? —Oh, pienso que ella sí lo ama, a su manera —dijo la mujer—. Aunque es una vampiro, ya sabe. Tienden a ver el mundo más bien de una manera diferente.

—Bien, si la encontrara le daría mi opinión —dijo Glenda—. Embarullarlo. Poner a esas desgraciadas damas voladoras sobre él. Yo no le permitiría hacer ese tipo de cosas. —Él es enormemente fuerte, soy llevada a creer —dijo la mujer. —Eso no le da el derecho —dijo Glenda—. ¿Y le digo algo? El Sr. Nutt está justo aquí. Oh, sí, afuera en el patio, herrando uno de los caballos para el Volador de Lancre. Es realmente asombroso. —Suena como él —dijo la mujer con una leve sonrisa—. Por cierto, usted parece ser una partidaria vehemente. Glenda vaciló. —¿Tiene algo que ver con zorros? —preguntó. —Significa con gran pasión —dijo la mujer—. ¿Tiene una gran pasión por el Sr. Nutt, Srta. Granodeazúcar? Y recuerde, por favor, me gustan las personas que me hacen el honor de pensar antes de hablar. —Bien, me gusta mucho —dijo Glenda con calor. —Eso es encantador —dijo la mujer—. Se me ocurre que el Sr. Nutt puede haber logrado más valía que lo que se había pensado. —Así que dígale a su señoría lo que dije —dijo Glenda, sintiendo su cuello arder con los rubores—. El Sr. Nutt tiene amigos. —Efectivamente lo haré —dijo la mujer, poniéndose de pie—. Y ahora si usted me disculpa, estoy segura de que nuestro coche está a punto de partir. Debo volar. —¡Recuerde decirle qué dije! —gritó Glenda gritó tras ella. Vio a la mujer volverse para sonreírle y luego se perdió cuando un grupo que llegaba de un nuevo coche entró rápidamente desde el frío aire nocturno. Glenda, que se había puesto de pie al mismo tiempo que la mujer, se sentó pesadamente. ¿Quién miércoles se pensaba esa mujer que era? La bibliotecaria de su señoría, probablemente. Nutt la había mencionado varias veces. Totalmente demasiadas ideas por encima de su posición para el gusto de Glenda. Ni siquiera había tenido la decencia de darle su nombre a Glenda. Los débiles y distantes cuernos de caza de terror absoluto empezaron a sonar en el fondo de su mente. ¿Le había preguntado esa mujer su nombre? ¡No! Pero lo había sabido indudablemente y ¿cómo sabría de la "cocinera" en

la Universidad Invisible? Y había sido tan rápida, había descubierto el Pastel del Arador con un tris de sus dedos. Esa pequeña parte de ella que por primera vez había sido liberada por el jerez intervino: El problema contigo es que haces suposiciones. Ves algo y piensas que sabes lo que has visto. Sin duda no sonaba a una bibliotecaria, ¿o sí? Muy despacio, Glenda levantó su mano derecha en un puño y lo bajó hasta su boca, y mordió bien fuerte en un intento de recuperar de algún modo los últimos quince minutos de los registros del universo y reemplazarlos con algo mucho menos vergonzoso, como que sus calzones se caían.

Incluso aquí, tarde en la noche, la forja era el corazón de la atención. Los coches estaban llegando y partiendo todo el tiempo. La posada no funcionaba de acuerdo con el sol, sino de acuerdo con el horario, y las personas sin nada que hacer y que esperaban sus conexiones se sentían atraídas por la forja como un espectáculo gratis y un lugar de confort en el frío aire nocturno. Nutt estaba herrando un caballo. Trev había visto antes herrar caballos, pero nunca así. El animal permanecía de pie como paralizado, temblando muy ligeramente. Cuando Nutt quería que se moviera, hacía clic con su lengua. Cuando quería su pierna levantada, otro clic hacía que esto ocurriera. Trev sentía que no estaba observando a un hombre herrar un caballo, sino a un maestro que demuestra sus destrezas a un mundo de aficionados. Cuando la herradura estuvo puesta, el caballo caminó hacia atrás enfrente de la multitud, para todo el mundo como un modelo, girando cuando Nutt movía una mano o hacía un ruido con la lengua. No parecía ser un caballo particularmente feliz, pero, cielo santo, era indudablemente uno obediente. —Sí, todo parece bien —dijo Nutt. —¿Cuánto va a costarnos? —dijo el cochero—. Trabajo estupendo, si puedo decirlo. —¿Cuánto? ¿Cuánto? ¿Cuánto? —dijo Nutt, girándolo en su mente—. ¿He ganado valía, señor?

—Eso diría, compañero. Nunca he visto un caballo herrado tan suave como eso. —Entonces la valía será suficiente —dijo Nutt—. Y un viaje para mí y mis tres amigos de regreso a Ankh-Morpork. —Y cinco dólares —dijo Trev, acercándose desde su sitio de holgazanear cerca de la pared con la velocidad del dinero. El cochero olfateó. —Un poco excesivo —dijo. —¿Qué? —dijo Trev—. ¿Por un trabajo de trasnoche? ¿Mejor que la especificación de Burleigh y Fuertenelbreazo? No es un mal trato, pienso. Un murmullo desde los demás espectadores apoyó a Trev. —Yo nunca vi a nadie hacer algo así —dijo Julieta—. Tendría al caballo bailando si se lo hubieran pedido. El cochero hizo un guiño a Trev. —Muy bien, muchacho. ¿Qué puedo decir? El viejo Havacook es un buen muchacho, pero con un poco de mal genio, por así decir. Pateó a un cochero una vez a través de la pared. Nunca pensé que lo vería parado allí y levantando la pierna como un perro faldero entrenado. Su amigo ha ganado su dinero y su viaje. —Por favor, lléveselo —dijo Nutt—. Pero sujételo con cuidado porque cuando se aleje de mí un poco podría ponerse un juguetón. La multitud se dispersó. Nutt apagó la forja metódicamente y empezó a amontonar sus herramientas en la caja. —Si vamos a volver, es mejor que nos vayamos ahora. ¿Alguien ha visto a la Srta. Glenda? —Aquí —dijo Glenda, avanzando desde las sombras—. Trev, usted y Juls se van y toman algunos asientos en el vagón para nosotros. Tengo que hablar con el Sr. Nutt. —Su señoría estuvo aquí —dijo Glenda cuando se habían ido. —No me sorprendería —dijo Nutt con calma, cerrando los pestillos de su caja —. Casi todo el mundo pasa por aquí y ella viaja muchísimo. —¿Por qué estaba escapando?

—Porque sé qué ocurrirá —dijo Nutt—. Soy un orco. Es tan simple como eso. —Pero las personas en el bus estaban de su lado —dijo Glenda. Nutt flexionó las manos y las garras aparecieron, sólo por un momento. —¿Y mañana? —dijo—. ¿Y si algo sale mal? Todos saben que los orcos les arrancarán los brazos. Todos saben que los orcos les arrancarán la cabeza. Todos saben estas cosas. Eso no es bueno. —Bien, entonces, ¿por qué regresa? —exigió Glenda. —Porque usted es amable y vino tras de mí. ¿Cómo podía negarme? Pero eso no cambia las cosas que todos saben. —Pero cada vez que usted hace una vela y cada vez que usted hierra un caballo, usted cambia las cosas que todos saben —dijo Glenda—. ¿Sabe que los orcos eran... —vaciló—... algo así como hechos? —Oh, sí, estaba en el libro. Ella casi estalló. —Bien, entonces, ¡¿por qué no me lo dijo?! —¿Es importante? Somos lo que somos ahora. —¡Pero usted no tiene que serlo! —gritó Glenda—. Todos saben que los trolls comen a las personas y las escupen. Todos saben que los enanos les cortan las piernas. Pero al mismo tiempo todo el mundo sabe que lo que todo el mundo sabe está equivocado. Y los orcos no decidieron ser como son. Las personas lo comprenderán. —Será una carga pesada. —¡Ayudaré! —Glenda estaba horrorizada ante la velocidad de su respuesta y luego masculló—: Ayudaré. Las brasas en la forja crujieron mientras se asentaban. Los fuegos en una forja ocupada rara vez se extinguen completamente. Después de un rato, Glenda dijo: —Usted escribió ese poema para Trev, ¿no? —Sí, Srta. Glenda. Espero que a ella le gustara. Glenda pensó que era mejor que lo planteara con cuidado. —Creo que debería decirle que ella no comprendía exactamente muchas de las palabras. Más bien tuve que traducirlas para ella. —Consideró que no

había sido demasiado difícil. La mayoría de los poemas de amor eran casi lo mismo bajo la escritura rizada. —¿Le gustó a usted? —dijo Nutt. —Era un poema maravilloso —dijo Glenda. —Lo escribí para usted —dijo Nutt. La estaba mirando con una expresión que mezclaba miedo y desafío juntos en igual medida. Los rescoldos que se enfriaban iluminaron esto. Después de todo, una forja tiene un alma. Como si hubieran estado esperando allí, las respuestas se alinearon enfrente de la lengua de Glenda. Sea lo que sea que hagas después va a ser muy importante, se dijo. Realmente, sumamente, muy importante. No empieces a preguntarte qué haría Mary la condenada doncella en una de esas novelas baratas que leíste, porque Mary fue inventada por alguien con un nombre sospechosamente parecido a un anagrama de personas como tú. Ella no es real y tú lo eres. —Es mejor que nos subamos al coche —dijo Nutt, recogiendo su caja. Glenda se dio por vencida de pensar y se echó a llorar. Tiene que ser dicho que no eran las lágrimas suaves que habría llorado Mary la doncella, sino el realmente interminable sollozo que uno consigue de alguien que rara vez llora. Era también gomoso, con una pista de moco también. Pero era real. Mary la doncella no habría sido capaz de igualarlo. Así que, por supuesto, será justo cuando Trev Probable aparece desde las sombras y dice: —Están llamando al coche ahora... ¿Están ustedes dos bien? Nutt miró a Glenda. Las lágrimas no son fácilmente retráctiles, pero ella se las arregló para equilibrar una sonrisa sobre ellas. —Creo que ése es el caso —dijo Nutt.

Al viajar sobre un coche rápido, incluso en una templada noche de otoño, esos pasajeros sobre el techo experimentan una temperatura que puede congelar manijas. Hay cobertores de cuero y alfombras de variada edad, grosor y olor. La supervivencia es sólo posible envolviéndose uno mismo en el capullo más grande que pueda conseguir, preferentemente con otra

persona; dos personas pueden calentarse más rápido que una. En teoría, todo esto podía conducir a toqueteos, pero los asientos del coche y las rocas del camino significaban que tales cosas no están primeras en la mente del viajero, que sueña anhelante con almohadones. Además, había una lluvia fina ahora. Julieta estiró la cabeza para mirar los asientos de atrás, pero sólo estaban los montones de alfombras húmedas que eran la respuesta de la compañía de coches al frío aire nocturno. —No piensa que son dulces uno con otro, ¿o sí? —dijo ella. Trev, que estaba envuelto en alfombras, sólo soltó un gruñido, pero entonces continuó—: Pienso que él la admira. Él parece un poco con la lengua trabada siempre cuando está cerca de ella, eso es todo lo que sé. Esto tenía que ser un romance, pensó Glenda. No era como las que vendía de puerta en puerta todas las semanas Iradne Peine-Buttworthy. Se sentía más real... más real y sumamente extraño. —¿Sabía que todos los orcos fueron cazados después de la guerra? Todos ellos, los niños también —dijo Nutt. Y las personas no dicen cosas así en una situación romántica, pensó Glenda. Pero todavía lo es, añadió. —Pero fueron forzados —respondió—. Tenían niños. ¿De acuerdo? — ¿Debería contarle sobre el espejo mágico?, se preguntó. ¿Pondría las cosas mejores? ¿O peores? —Eran tiempos muy malos —dijo Nutt. —Bien, mírelo de este modo —dijo Glenda—. La mayoría de las personas que hablan de orcos ahora no saben de lo que hablan, pero el único orco que alguna vez van a ver es usted. Usted, elaborando velas hermosas. Usted, entrenando el equipo de fútbol. Eso significará mucho. Usted les mostrará que los orcos no van por allí arrancando las cabezas de las personas. Eso será algo de qué estar orgulloso. —Bien, para ser justo tengo que decir que cuando pienso en la cantidad de fuerza radial que debe haber sido necesaria para efectivamente destornillar una cabeza humana en contra de los deseos de su propietario, estoy un poco impresionado. Pero eso es ahora, sentando aquí con usted. Entonces, yo

quería subir a las colinas. Pienso que así es cómo debemos haber sobrevivido. Si uno no se mantenía lejos de los humanos uno moría. —Sí, ése es un muy buen punto —dijo Glenda—, pero pienso que debe guardárselo a usted mismo por ahora. —Notó un búho sorprendido, iluminado brevemente por las lámparas del coche. Luego dijo, con sus ojos directos hacia delante: —La cosa sobre el poema... —¿Cómo lo supo, Srta. Glenda? —preguntó Nutt. —Usted habla mucho de la gentileza. —Se aclaró la garganta—. Y dadas las circunstancias, creo que Glenda es suficiente. —Usted fue amable conmigo —dijo Nutt—. Usted es amable con todo el mundo. Glenda rápidamente puso a un lado una visión del Sr. Esqueleto y dijo: —¡No, no, estoy gritando a todos todo el tiempo! —Sí, pero es por su propio bien. —¿Qué haremos ahora? —dijo Glenda. —No tengo ninguna idea. ¿Pero puedo contarle algo muy interesante sobre embarcaciones? No era exactamente lo que Glenda había esperado, pero de algún modo era cien por cien Nutt. —Por favor, cuénteme eso interesante sobre embarcaciones —dijo. —Lo interesante sobre las embarcaciones es que los capitanes tienen que tener mucho cuidado cuando dos embarcaciones están cerca en el mar, particularmente en condiciones de calma. Tienden a chocar. —¿Debido al viento que sopla, y eso? —dijo Glenda, pensando: En teoría, ésta es una situación romántico-novelesca y estoy a punto de aprender sobre embarcaciones. Iradne Peine-Buttworthy nunca pone una embarcación en sus libros. No tienen suficientes ridículos probablemente. —No —dijo Nutt—. A decir verdad, para ponerlo de manera sencilla, cada embarcación protege a la otra embarcación de las olas laterales de un lado, así que los pequeños incrementos de las fuerzas exteriores las acercan sin que se den cuenta de eso.

—¡Oh! ¿Es una metáfora? —dijo Glenda, aliviada—. Usted piensa que estamos siendo empujados para estar juntos. —Es algo así —dijo Nutt. Se mecieron cuando el coche dio en un bache particularmente desagradable. —Así que, si no hacemos nada ¿sólo nos pondremos más y más cerca? —Sí —dijo Nutt. El coche saltó y traqueteó otra vez, pero Glenda sintió como si estuviera viajando sobre hielo muy fino. Odiaría decir la cosa equivocada. —¿Sabe que Trev dijo que me había muerto? —continuó Nutt—. Bien, eso era verdad. Probablemente. Su Señoría dijo que fuimos hechos de duendes para el Emperador Malvado. Los Igors lo hicieron. Y pusieron dentro algo muy extraño. Es una parte de uno que no es totalmente una parte de uno. Lo llamaron el Pequeño Hermano. Está metido dentro muy profundo y absolutamente protegido y es como tener el propio hospital con uno todo el tiempo. Sé que fui golpeado muy duro, pero el Pequeño Hermano me mantuvo vivo y simplemente curó las cosas otra vez. Hay maneras de acabar con un orco, pero no hay muchas y cualquiera que las intente sobre un orco vivo no va a tener mucho tiempo de hacerlo bien. ¿Eso le preocupa en absoluto? —No, no realmente —dijo Glenda—. Realmente no lo comprendo. Pienso que es más importante ser exactamente quien es. —No, no pienso que debería ser quien soy, porque soy un orco. Pero tengo algunos planes en esa dirección. Glenda se aclaró la garganta otra vez. —Esta cosa con las embarcaciones... ¿Ocurre muy rápidamente? —Empieza muy despacio, pero es muy rápido hacia el final —dijo Nutt. —La cosa es —dijo Glenda—, quiero decir, no puedo abandonar mi trabajo, y hay ancianas a quienes voy y visito, y usted estará ocupado con el fútbol... —Sí. Pienso que deberíamos estar haciendo las cosas que deberíamos estar haciendo, y mañana es el último día de entrenamiento, que es en realidad hoy ahora —dijo Nutt. —Y tengo que hacer muchos pasteles.

—Va

a

ser

un

momento

muy

ocupado

para

ambos

—dijo

Nutt

solemnemente. —Sí. Hum, er, le molesta si digo... en su poema encantador... la línea "La cripta es un lugar hermoso donde estar, pero nada de lo que pienso se va después del té" no es totalmente... —¿No ajusta totalmente? Lo sé —dijo Nutt—. Me siento algo mal sobre eso. —¡Oh, no, por favor! ¡Es un poema maravilloso! —explotó Glenda, y sintió las ondas en el mar en calma. El sol naciente logró echar una ojeada alrededor de la vasta columna de humo que por siempre surgía de Ankh-Morpork, Ciudad de Ciudades, ilustrando casi hasta el borde del espacio que el humo significa progreso o, por lo menos, personas prendiendo fuego a las cosas. —Pienso que vamos a estar tan ocupados que no vamos a tener mucho tiempo para... nosotros mismos —dijo Glenda. —Estoy totalmente de acuerdo —dijo Nutt—. Dejar las cosas a solas sería definitivamente nuestro movimiento más sabio. Glenda se sintió liviana como el aire mientras el coche bajaba la Calle Ancha y no era exactamente por la falta de sueño. Esa cosa sobre los botes, espero que él no piense que se trata de botes realmente.

Había una multitud afuera de la universidad cuando llegaron, exactamente como ayer, pero parecía tener una complexión diferente ahora. Las personas los estaban mirando fijo, a ella y a Nutt, y había algo equivocado en la manera en que estaban mirando. Llegó hasta el montículo que era Trev, fingió no escuchar una risita juvenil y dijo: —Trev. ¿Podría, er, echarle una mirada a esto? Pienso que vamos a tener problemas. Trev, muy despeinado, sacó su cabeza y dijo: —Hum, a mí también. Pasemos todos por la parte posterior. —Podríamos quedarnos y bajar en la Oficina de Correos —dijo Glenda. —No —dijo Trev—. No hemos hecho nada malo.

Mientras desmontaban del coche un niño pequeño dijo a Nutt: —¿Es usted el orco, señor? —Sí —dijo Nutt mientras ayudaba a Glenda—. Soy un orco. —¡Genial! ¿Alguna vez le ha quitado la cabeza a alguien? —No lo creo. Estoy seguro de que lo habría recordado —dijo Nutt. Esto, si bien no consiguió un aplauso, sí cierta cantidad de aprobación de algunos de los espectadores. Es su voz, pensó Glenda. Parece más refinado que un mago. Una no puede imaginar una voz así con las manos alrededor de la cabeza de alguien. En este momento la puerta trasera se abrió y Ponder Stibbons se acercó a toda prisa. —Los vimos desde el Salón —dijo, agarrando a Nutt—. Entren rápido. ¿Dónde han estado todos ustedes? —Teníamos que ir a Sto Lat —dijo Trev. —Por asuntos de negocios —dijo Julieta. —Personales —dijo Glenda, desafiando a Ponder a objetar—. ¿Pasa algo malo? —Había algo en el periódico esta mañana. No hemos estado pasando un momento muy bueno —dijo Ponder, remolcándolos a la relativa seguridad de las criptas. —¿Han estado diciendo algo desagradable sobre el Sr. Nutt? —preguntó Trev. —No exactamente —dijo Ponder—. El editor del Times pasó por aquí, en persona, y estuvo golpeando la puerta para ver al Archicanciller a medianoche. Quería saber todo sobre usted. —Lo dijo directamente a Nutt. —Apuesto a que el puñetero Esqueleto les contó —gruñó Glenda—. ¿Qué han hecho? —Bien, por supuesto, usted sabe que hubo todo ese problema sobre la Medusa en la Guardia hace poco tiempo —empezó Ponder. —Sí, pero ustedes magos lo resolvieron —dijo Trev. —Pero a nadie le gusta ser convertido en piedra, incluso si es sólo por media hora. —Ponder suspiró—. El Times ha hecho uno de sus artículos serios. Supongo que no era demasiado malo. Citó al Archicanciller, que dice que el

Sr. Nutt es un miembro trabajador del personal de la universidad y no ha habido ningún incidente con la pierna de alguien arrancada. —¿Lo pusieron de ese modo? —dijo Glenda, desorbitada. —Oh, uno conoce el tipo de cosa si uno lee mucho los periódicos —dijo Ponder—. Creo que ellos piensan seriamente que su trabajo es calmar a las personas explicándoles antes que nada por qué deben estar sobreexcitadas y muy preocupadas. —Oh, sí, sé que lo hacen —dijo Glenda—. ¿Cómo se preocuparían las personas si no les dijeran cómo hacerlo? —Bien, no era todo así tan malo —dijo Ponder—, pero algunos de los demás periódicos lo han recogido también y algunos de los hechos se han vuelto... elásticos. El Inquirer dijo que Nutt está entrenando el equipo de fútbol. —Eso es verdad —dijo Glenda. —Bien, en realidad yo lo hago. Simplemente estoy delegando la tarea en él. Espero que eso sea comprendido. De todos modos, hicieron una tira cómica sobre eso. Glenda se puso una mano sobre los ojos. Odiaba las tiras cómicas en los periódicos. —¿Era un equipo de fútbol de orcos? —dijo. La mirada de Ponder era casi de admiración. —Sí —dijo—. Y pusieron un artículo sobre plantear importantes cuestiones sobre la política de puertas abiertas de Vetinari, mientras decía al mismo tiempo que los rumores de que el Sr. Nutt tuvo que ser encadenado eran muy probablemente falsos. —¿Y qué me dice del Corneta del Tanty? —dijo Glenda—. Nunca escriben nada a menos que tenga sangre y homicidio horrible. —Hizo una pausa y luego añadió—: O imágenes de muchachas sin sus chalecos. —Oh, sí —dijo Ponder—. Hicieron una imagen algo veteada de una dama joven con melones enormes. —¿Usted quiere decir...? —empezó Trev. —No, eran sólo melones enormes. De los verdes. Ligeramente verrugosos. Ella ganó un concurso de su cultivo, aparentemente, pero en la leyenda

decía que estaba preocupada porque no podrá dormir fácilmente en su cama ahora que los orcos están viniendo a la ciudad. —¿Lord Vetinari está haciendo algo sobre esto? —No he escuchado —dijo Ponder—. Oh, y Bu-burbuja quiere entrevistar al Sr. Nutt. Lo que llaman un artículo de estilo de vida. —Dijo las palabras como si tratara de mantenerlas a distancia. —¿Han venido personas para el entrenamiento? —dijo Nutt con calma. —Oh, sí. El terreno está repleto. —Así que iremos y los entrenaremos —dijo Nutt—. No se preocupe, no le sacaré la cabeza a nadie. —No, no haga bromas —dijo Glenda—. Pienso que eso podría ser muy malo. —Sabemos que algo está pasando con los equipos —dijo Ponder—. Y hubo muchas peleas durante la noche. —¿Sobre qué? —Sobre quién irá a jugar contra nosotros. —Ponder se paró y miró a Nutt de arriba para abajo—. El comandante Vimes está de regreso en la ciudad y le gustaría encerrarlo con llave —dijo—. Sólo como custodia preventiva, por supuesto. —¿Quiere decir ponerlo en algún lugar donde todos puedan encontrarlo? — dijo Glenda. —Diría que las oportunidades de que una turba entre por la fuerza a Pseudopolis Yard son remotas —dijo Ponder. —Sí, pero usted lo está encerrando con llave. Eso es lo que sería. Sería encerrado con llave y los polis charlan como cualquier otro. El orco sería encerrado con llave en la prisión y si la gente no sabe por qué, lo inventarán, así son las personas. ¿Ustedes magos no pueden hacer algo? —Sí —dijo Ponder—. Podemos hacer prácticamente cualquier cosa, pero no podemos cambiar la mente de las personas. No podemos hacerlas sensatas por arte de magia. Créame, si fuera posible hacerlo, lo habríamos hecho hace mucho tiempo. Podemos evitar las peleas con la magia y luego ¿qué hacemos? Tenemos que continuar usando la magia para evitar las peleas. Tenemos que continuar usando la magia para evitar que sean estúpidos. ¿Y dónde termina todo eso? Así que nos aseguramos de que no comience. Es

por eso que la universidad está aquí. Es eso lo que hacemos. Tenemos que holgazanear sin hacer cosas por las cientos de veces en el pasado cuando fue demostrado que si uno va más allá del abracadabra, del hey presto, del estilo de cambiar-las-palomas-en-bolas-de-pimpóm, uno empieza a tener más problemas que los que ha solucionado. Era bastante malo buscar pelotas de pimpón anidando en los áticos. —¿Pelotas de pimpón anidando? —dijo Trev. —No quiero hablar de eso —dijo Ponder tristemente. —Recuerdo cuando uno de ustedes caballeros tuvo hambre en la noche y lanzó un hechizo para una papa horneada —dijo Glenda. Ponder se estremeció. —Ése era el Tesorero —dijo—. Realmente se confunde sobre el punto decimal. —Recuerdo todas esas carretillas —dijo Glenda, ligeramente divertida con el malestar de Ponder—. Días y más días nos llevó sacarlas todas. Oí que estuvimos alimentando a todos los mendigos en la ciudad y a todas las granjas de cerdos hasta tan lejos como Sto Lat durante semanas. Ponder casi lanzó un “¡Jarrumf!”. —Bien, sí, es un ejemplo de por qué tenemos que tener cuidado. —Pero todavía habrá un partido mañana y me gustaría concluir mi programa de entrenamiento —dijo Nutt. —Ah, hay otro problema. ¿Usted sabe que Lord Vetinari está permitiendo que el Hipo sea usado para el partido? Bien, algunos de los equipos están haciendo su entrenamiento allí ahora. ¿Sabe? Un poco de patear por allí y todo eso. Todo se trata de quién estará jugando contra Académicos Invisibles. —Pero eso está al otro lado de la ciudad —dijo Glenda. —El comandante Vimes ha dicho que la Guardia proveerá una escolta —dijo Ponder—. Sólo para protección, ¿sabe? —¿De quién? —dijo Glenda—. Usted puede ver lo que está ocurriendo aquí. Las personas verán al Sr. Nutt como el problema. —Oh, es todo diversión y juegos hasta que alguien pierde una cabeza —dijo una voz detrás de Glenda.

Reconoció esa voz y siempre sonaba como si intentara poner sus manos sobre su jumper. —¿Pepe? ¿Qué diablos está haciendo aquí? —¿Y cómo entró? —exigió Ponder—. La Guardia está por todas partes en este lugar. Pepe apenas le echó un vistazo. —¿Y quién es usted, niño listo? —¡Dirijo esta universidad! —Entonces yo debería ir y dirigirla, porque usted no va a ser nada bueno por aquí. —¿Es esta... persona... conocida de usted, señorita? —exigió Ponder. —Er, sí. Él, er, diseña ropa. —Soy un modisto —dijo Pepe—. Puedo hacer cosas con la ropa que usted no pensaría posibles. —Creería en eso, al menos —dijo Trev. —Y sé una o dos cosas sobre tumultos y turbas. A Glenda se le ocurrió una idea y susurró al airado Ponder: —Es muy grande en los círculos enanos, señor. Conoce a muchas personas influyentes. —También yo —dijo Ponder—. En realidad, soy una de ellas —gimió—. Pero tuve que hacer yo mismo el entrenamiento ayer y no pude recordar todas las cosas que el Sr. Nutt sabe, así que los tuve corriendo en el mismo lugar, que no creo que sea muy provechoso. —Hay algo que está mal —dijo Trev—. Conozco esta ciudad. Me iré y verificaré algunas cosas. No es como si ustedes me necesitaran realmente. —Yo sí —dijo Julieta. Trev vaciló, pero Nutt le había mostrado cómo hacerlo. Extendió una mano y le lanzó un beso mientras salía por la puerta. —¿Vieron eso? —dijo Julieta—. Me sopló un beso. Glenda miró a Pepe, cuyos ojos estaban girados tan atrás en su cabeza que ella podía ver el blanco... aunque era rojo. Un rato breve después, cuando la mayor parte del equipo de la UI salía hacia el Hipo con Glenda y Julieta tras ellos como seguidoras de campamento,

unos

seis

vigilantes

aparecieron

desde

varios

lugares

que

habían

seleccionado para un cigarrillo en calma y caminaron detrás de ellos, tratando de hacerlo como si justo se les hubiera ocurrido estar caminando en la misma dirección. Trev tenía razón, pensó Glenda. Se está poniendo mal. Trev no había ido muy lejos cuando su sentido callejero le dijo que estaba siendo seguido. Giró abruptamente dentro y fuera de algunos callejones y esperó en la siguiente esquina para enfrentar al seguidor... El seguidor que no estaba ahí. El callejón detrás de él estaba vacío todo el camino hasta la última calle. Se dio cuenta al mismo tiempo que alguien presionaba lo que definitivamente se sentía como un cuchillo contra su cuello. —Ostras, esto me hace recordar y por tanto lo hace —dijo una voz—. Creo que todavía puedo recordar cada callejón trasero en este lugar. —Yo lo conozco, es Pepe, ¿no? ¿Es usted un enano? —dijo Trev, tratando de no dar media vuelta. —Algo como un enano —dijo Pepe. —Pero no tengo disputa con usted, ¿o sí? —dijo Trev. Algo pequeño y brillante apareció en el borde de la visión de Trev. —Una pieza de muestra de plataluna —dijo la voz de Pepe—. Podría hacer más daño con una botella de champaña rota... y lo he hecho, créame. No amenazaría a un tipo como usted con un cuchillo, no con esa pequeña muchacha adorándolo como lo hace. Parece muy feliz con usted y me gustaría mantenerla feliz. —Algo anda mal abajo en la calle —dijo Trev. —Qué, ¿toda la calle? Suena como a diversión. —Algo ha salido mal, ¿no? —dijo Trev. Sólo ahora Pepe entró en su campo de visión. —No es realmente mi problema en absoluto —dijo—. Pero hay algunas clases de personas que no me gustan exactamente. He visto demasiadas de ellas, bravuconas y bastardas. Si usted quiere aprender atletismo muy rápidamente, nazca por aquí con un talento para el diseño y tal vez algunas otras preferencias pequeñas. Lord Vetinari lo entendió todo mal. Pensó que

podía hacerse cargo del fútbol y no está funcionando. No es como el Gremio de Ladrones, mire. Lo tuvo fácil con el Gremio de Ladrones. Porque el Gremio de Ladrones está organizado. El fútbol no está organizado. Sólo porque haya ganado a los capitanes no quiere decir que todos van a ponerse en la línea mansamente tras ellos. Hubo peleas por todas partes anoche. Sus amigos con su nuevo y brillante fútbol y sus nuevas casacas brillantes van a ser aplastados mañana. No, peor que aplastados... hechos queso. —¿Pensé que usted era sólo alguien que hacía ropa? —dijo Trev. —Sólo. Alguien. Que. Hacía. Ropa. ¡¿Sólo alguien?! No soy nadie. Soy Pepe y no hago ropa. Creo preciosas obras de arte que sólo necesitan que un cuerpo las muestre como deberían ser vistas. Los sastres y los modistos hacen ropa. ¡Yo falsifico historia! ¿Escuchó sobre la micromalla? —Lo escuché. Sí —dijo Trev. —Bien —dijo Pepe—. Ahora, ¿qué ha escuchado sobre la micromalla? —Bien, no raspa. —Tiene uno o dos pequeños secretos más, también... —dijo Pepe—. De todos modos, no puedo decir que haya tenido algún tiempo para los magos. Montón altanero. Pero no será un partido ahí mañana, va a ser una guerra. ¿Conoce a un tipo llamado Andy? ¿Andy Espinilla? El corazón de Trev se hundió. —¿Qué tiene que ver con esto? —Sólo escuché el nombre, pero creo que conozco el tipo. Lord Vetinari ha hecho lo que quería. Ha roto el fútbol, pero está dejando muchas partes afiladas, si entiende lo que quiero decir. —La Guardia estará ahí mañana —dijo Trev. —¿Qué es esto? ¿Qué es esto? ¿Una cara de la calle como usted se alegra de que la Guardia vaya a estar en cualquier sitio? —Habrá muchas personas observando. —Sí, ¿no será divertido? —dijo Pepe—. Y, usted lo sabe, hay personas en esta ciudad que observarían una decapitación y alzarían a sus niños para que vean mejor. Así que le diré qué haré. No voy a darle una ventaja, lo último que querrá ver mañana es una ventaja. Le daré algo que es mucho mejor que una ventaja. Después de todo, es el muchacho de Dave Probable.

—No voy a jugar —dijo Trev—. Se lo prometí a mi vieja mamá. —¿Se lo prometió a su vieja mamá? —dijo Pepe. Ni siquiera hubo un intento de esconder el desdén—. Y piensa que eso hace alguna diferencia, ¿no? Usted tiene una estrella en su mano, muchacho. Usted jugará, de acuerdo, así que le diré qué haré. Usted llega y me ve por la entrada trasera de Shatta, lo lamento, suena mejor en Enanés, y patea la puerta alrededor de la medianoche. Puede traer a un amigo consigo si quiere, pero será condenadamente mejor que venga. —¿Por qué tengo que patear la puerta? —dijo Trev. —Porque tendrá una botella del mejor brandy en cada mano. No me lo agradezca. No lo estoy haciendo por usted. Estoy protegiendo mi inversión y, en el camino, implica proteger la suya también. Ahora se va, chico. Llegará tarde para el entrenamiento. ¿Y yo? ¡Soy un genio cabrón! Trev notó más vigilantes por aquí cuando siguió hacia adelante. Podían ser unos absolutos bastardos si tuvieran ganas, pero Sam Vimes no tenía uso para los polis que no podían leer las calles. La Guardia estaba nerviosa.

Carter solía vivir en el sótano de su mamá hasta que ella lo alquiló a una familia de enanos, y ahora vivía en el ático, que era un horno en verano y se congelaba en invierno. Carter sobrevivía porque las paredes estaban aisladas con copias de Arcos & Munición, Calleja Pins, Estampilla Mensual de Stanley Howler, Risitas, Chicas y Ligas, Semanal del Golem Vigilante, y Hoy Calados. Éstas eran sólo la capa externa. En auto-defensa contra los elementos, pegó viejas copias sobre las grietas y agujeros más grandes en el techo. Hasta donde Trev sabía, Carter nunca había perseverado más allá de una semana con ninguno de los pasatiempos mostrados por su biblioteca algo vergonzosa excepto, posiblemente, el notoriamente asociado con las hojas centrales de Risitas, Chicas y Ligas. La Sra. Carter le abrió la puerta y señaló la escalera con toda la calurosa bienvenida y hospitalidad que las madres prodigaban a los inútiles amigos callejeros de sus hijos.

—Ha estado enfermo —anunció, como si fuera un tema de interés en vez de importancia. Esto resultó ser un eufemismo. Uno de los ojos de Carter era un desorden en technicolor y había una cicatriz lívida sobre su cara. Le llevó un poco de tiempo a Trev verla porque Carter insistía en que se fuera, pero ya que la puerta destartalada se mantenía cerrada con un trozo de cordel, la aplicación del hombro de Trev se había ocupado de eso, al menos. Trev se quedó mirando al muchacho, que se encogió en su cama extremadamente horrible como si estuviera esperando ser golpeado. No le gustaba Carter. A nadie le gustaba Carter. Era imposible. Incluso la Sra. Carter, que al menos en teoría debería abrigar alguna afabilidad templada hacia su hijo, no le gustaba Carter. Era básicamente desagradable. Era algo triste para tener que decir, pero Carter, pedorro o de cualquier otra manera, era un maravilloso ejemplo de carisma. Podía estar bien por uno o dos días y luego algún comentario completamente estúpido, o una broma discordante, o una acción completamente inapropiada rompería el hechizo. Pero Trev lo aguantaba, viendo en él, quizás, que lo que Trev podía haber sido no había sido Trev, de hecho. Tal vez había un poco de Carter el Pedorro en todos en algún momento de sus vidas, pero con Carter no era sólo un poco, era todo. —¿Qué sucedió? —preguntó Trev. —Nada. —Soy Trev. Conozco sobre no pasa nada. Usted tiene que ir al hospital con eso. —Es peor que lo que parece —gimió Carter. Trev hizo sonar sus dedos. —¿Es un condenado estúpido? ¡Ese corte está a un cuarto de pulgada de su ojo! —Fue mi culpa —protestó Carter—. Molesté a Andy. —Sí, puedo ver dónde habría sido su culpa —dijo Trev. —¿Dónde estuvo anoche? —dijo Carter. —No me creería. —Bien, fue una puñetera guerra, eso es lo que fue. —Encontré necesario pasar un poco de tiempo abajo en el Lat. Hubo peleas, ¿no?

—Los clubes han firmado para este nuevo fútbol y algunas personas no están felices. —¿Andy? —dijo Trev y miró la lívida cicatriz rezumante otra vez. Sí, eso parecía el condenado Andy. Era difícil sentirse apenado por alguien tan básicamente desagradable como Carter, pero sólo porque había nacido con Patéame El Culo tatuado en su alma no era razón para hacerlo. No a Carter. Eso era como sacarle las alas a las moscas. —No sólo Andy —dijo Carter—. Están Tosher Atkinson y Jimmy la Cuchara y Llave Inglesa. —¿Llave Inglesa? —dijo Trev. —Y la Sra. Atkinson. —¿La Sra. Atkinson? —Y Willy Piltdown, Harry Capstick y los Chicos Brisket. —¿Ellos? Pero los odiamos. Andy los odia. Ellos odian a Andy. ¡Un pie sobre su césped y uno es enviado a casa en un saco! —Bien, ya sabe lo que dicen —dijo Carter—. El enemigo de mi enemigo es mi enemigo. —Pienso que lo entendió mal —dijo Trev—. Pero sé qué quiere decir. Trev se quedó mirando nada, completamente aterrado. Los sujetos de esa letanía de nombres eran Caras. Enormemente influyentes en el mundo de los equipos y, más importante, entre los hinchas. Eran los propietarios de la Presión. Pepe había tenido razón. Vetinari pensaba que los capitanes estaban a cargo y los capitanes no estaban a cargo. La Presión estaba a cargo y las Caras dirigían la Presión.32 —Reunirán un equipo para mañana y tratarán de conseguir tantos de ellos como sea posible —dijo Carter. —Sí, eso escuché. —Van a mostrarle a Vetinari qué piensan de su nuevo fútbol. —No escuché el nombre de los Stollop allí —dijo Trev.

32

Otra razón por la que uno podría llamarlos Caras eran esos crudos dibujos de ellos que aparecían en

los afiches de la Guardia, con optimistas mensajes que piden a las personas permitirle a la Guardia saber si dicha persona ha sido vista en los alrededores.

—Escuché que su papá los ha tenido haciendo práctica de coro todas las noches —dijo Carter. —Los capitanes sí firmaron —dijo Trev—, así que eso se verá mal para ellos. ¿Pero cuánto piensa que les preocupa eso a Andy y sus pequeños amigos? — Se inclinó hacia delante—. Vetinari tiene la Guardia, sin embargo, ¿no? Y uno sabe de la Guardia. De acuerdo, así que hay algunos bastardos decentes entre ellos cuando hagan de las suyas, pero si todo se pone pegajoso tienen grandes, grandes palos y grandes, grandes trolls y no se molestarán demasiado sobre a quién golpean porque son la Guardia, que quiere decir que todo es legal. Y, si uno realmente los hace enojar, añadirán un cargo por daño a las cachiporras con su cara. Y hablando de caras, ¿exactamente cómo es que usted está a un cuarto de pulgada de distancia de ser un candidato a un bastón blanco? —Le dije a Andy que pensaba que no era una buena idea —dijo Carter. Trev no pudo esconder su sorpresa. Incluso tanta valentía era extraña en Carter. —Bien, como sucede, podría ser una bendición disfrazada. Usted sólo se queda aquí en cama y no terminará atorado entre el Viejo Sam y Andy. Paró por un crujido. Debido a que Carter pegaba las páginas de sus revistas usadas a las paredes con engrudo de harina y agua, el ático era el hogar de algunos ratones muy bien alimentados, y por alguna razón, uno de ellos acababa de roer su camino hacia la libertad vía el pecho de Miss Abril del año pasado, dándole así un tercer pezón, que estaba, de hecho, mirando a Trev y balanceándose. Era una visión para distraer a cualquiera. —¿Qué es lo que va a hacer? —preguntó Carter. —Lo que pueda —dijo Trev. —¿Sabe que Andy anda afuera para atraparlo? A usted y a ese tipo raro. —No tengo miedo de Andy —dijo Trev. Como una declaración, era completamente verdadera. No tenía miedo de Andy. Sentía un terror mortal a sus botas, con un miedo visceral que goteaba de sus costillas como nieve derretida. —Todos tienen miedo de Andy, Trev. Si son listos —dijo Carter.

—¡Hey, Pedomáster, soy Trevor Probable! —Pienso que va a necesitar mucho más que eso. Voy a necesitar mucho más que eso, pensó Trev, viajando a velocidad a través de la ciudad. Si incluso Pepe sabía que había algo cocinándose, ¿entonces seguramente el Viejo Sam lo sabría también? Ups. Aceleró rápidamente hasta la plataforma trasera del bus a caballo y aterrizó en la calle antes de que el conductor se acercara. Si no te atrapaban en el bus entonces no podían atraparte en absoluto, y mientras eran enviados con esas grandes cuchillas brillantes para disuadir a los pasajeros que no pagaban, todos sabían que a) estaban demasiado atemorizados para usarlas y b) la cantidad de problemas en que se meterían si cortaban a un miembro respetable de la sociedad en realidad no valía la pena ni pensarlo. Corrió por el callejón hasta Calle Colgar, vio otro bus avanzando lentamente en la dirección correcta, saltó al estribo y esperó. Tuvo suerte esta vez. El conductor le echó una mirada y luego muy cuidadosamente no lo miró. Para cuando llegó al gran cruce conocido como Cinco Caminos, había recorrido casi el ancho de la ciudad a una velocidad media más rápida que el paso andante y apenas había tenido que correr mucho en absoluto. Un resultado casi perfecto para Trev Probable, que no caminaría si pudiera montar. Y allí, justo enfrente de él, estaba el Hipo. Solía ser una pista de carreras hasta que todo fue mudado al otro extremo de Ankh. Ahora, sólo era un espacio grande que todas las ciudades grandes necesitan para mercados, ferias, insurrección ocasional y, por supuesto, las ventas de carro-cola cada vez más populares, que estaban muy a la moda con personas que querían volver a comprar su propiedad. Estaba lleno hoy, sin siquiera una pala robada a la vista. Sobre todo el campo, las personas estaban pateando pelotas de fútbol. Trevor se relajó un poco. Había sombreros puntudos en la distancia y nadie parecía estar cometiendo ningún homicidio. —Miren, ¿cómo le va? —Trev ajustó su línea de visión un poco más abajo. —¿Cómo le va, Ruina?

—Estoy oyendo que usted está algo relacionado con los Académicos Invisibles —dijo Y-Voy-A-La-Ruina Escurridizo, el hombre de negocios más emprendedor pero inexplicablemente menos próspero de la ciudad. —¿No me diga que ha venido a vender pasteles? —Nah, nah, nah —dijo Escurridizo—. Demasiados aficionados aquí hoy. Mis pasteles no son sacados de la basura para un montón de hinchas de fútbol viejos y borrachos. —¿Así que sus pasteles son para...? —Trev dejó la pregunta colgando en el aire con un lazo corredizo en el final. —De todos modos, los pasteles son cosas de ayer —dijo Escurridizo con desdén—. Estoy en la base baja de los recuerdos del fútbol. —¿Cómo es eso, entonces? —Como genuinas camisetas de equipo autografiadas y ese tipo de cosas. Quiero decir, mire aquí. —Escurridizo sacó de la gran bandeja alrededor de su cuello una versión más pequeña de lo que las nuevas pelotas ¡gloing! ¡gloing! serían si fueran aproximadamente de la mitad de su tamaño y malamente talladas en madera—. ¿Ve esas partes blancas? Es para que puedan ser firmadas por el equipo. —Usted va a hacer que las firmen, ¿no? —Bien, no, pienso que a las personas les gustaría conseguir las firmas ellas mismas. El toque personal, ¿sabe lo que quiero decir? —¿Así que en realidad son sólo pelotas de madera, pintadas y nada más? — preguntó Trev. —¡Pero auténticas! —dijo Escurridizo—. Exactamente como las camisetas. ¿Quiere una? Cinco dólares para usted, y con eso me voy a la ruina. —Sacó un pobre artículo de algodón rojo y lo agitó provocativamente. —¿Qué es eso? —Los colores de su equipo, ¿correcto? —¿Dos grandes letras U amarillas sobre el frente? —dijo Trev—. ¡Eso está mal! La nuestra tiene dos letras, UI, pequeñas y trabadas sobre el pecho izquierdo como una insignia. Muy a la moda. —Casi lo mismo —dijo alegremente Escurridizo—. Nadie se dará cuenta. Y tuve que mantener el precio bajo por los niños.

Se inclinó un poco más. —¿Algo que usted pueda decirme sobre el partido de mañana, Trev? Parece que los equipos están reuniendo un grupo fuerte. ¿Vetinari no lo va a tener todo a su propia manera por una vez? —Jugaremos un buen partido, ya verá —dijo Trev. —¡Correcto! No puede perder con un Probable jugando, ¿correcto? —Sólo ayudo alrededor del sitio. No estoy jugando. Se lo prometí a mi vieja mamá después de que papá se murió. Escurridizo miró a su alrededor, al estadio del Hipo lleno de gente. Parecía tener otra cosa en su mente aparte de la necesidad por el próximo dólar. —¿Qué ocurre si su grupo pierde? —dijo. —Es sólo un juego —dijo Trev. —Ah, pero Vetinari ha puesto su reputación sobre esto. —Es un juego. Un equipo gana, un equipo pierde. Sólo un juego. —Un montón de personas no está pensando de ese modo —dijo Escurridizo —. Las cosas siempre le salen bien a Vetinari —continuó, mirando el cielo—. Y ésa es la magia, ¿lo ve? Todos piensan que siempre le salen bien. ¿Qué piensa usted que ocurrirá si las cosas le salen mal? —Es sólo un juego, Ruina, sólo un juego... Nos vemos. Trev continuó hacia adelante. Unas personas estaban montando gradas de madera sobre un lado del campo, y porque esto era Ankh-Morpork, cuando dos o más personas se reunían miles aparecían a preguntarse por qué. Y estaba el Sr. Ponder Stibbons, sentado en una mesa larga con algunos de los capitanes de fútbol. Oh, sí, el Comité de Reglas. Habían habido conversaciones sobre eso. Incluso con las reglas escritas, y la mitad de ellas tan viejas como el juego mismo, había algunas cosas que tenían que ser aclaradas. Llegó a tiempo para escuchar a Ponder decir: —Mire, usted no puede tener una situación en el nuevo juego donde las personas están sin hacer nada justo al lado de la meta del otro equipo. —Antes funcionaba bien —dijo uno de los capitanes. —Sí, pero la pelota vuela. Una muy buena patada la enviaría a la mitad de la longitud del Hipo. Si alguien lo entiende, el portero no tendría una oportunidad.

—Así que, lo que usted está diciendo —dijo el Sr. Stollop, que se había convertido en una especie de portavoz de los capitanes—, ¿es que tiene que haber dos tipos del equipo A enfrente de un tipo del equipo B antes de que anote un gol? —Sí, eso es más o menos correcto —dijo Ponder rígidamente—, pero uno de ellos es el portero. —Entonces, ¿qué ocurre si uno de los tipos los dribla antes de patear la pelota? —Entonces será lo que tradicionalmente es conocido como posición adelantada —dijo Ponder. —Sin cabeza, diga mejor —dijo uno de los capitanes. Y porque esto tenía la misma forma que un chiste, recibió una risa—. Si eso es verdad, uno podría terminar con montones de tipos que se pasan unos a otros, todos tratando de poner a los otros pobres cabrones en una posición ilegal sin que ninguno de los pobres diablos se mueva, ¿correcto? —Sin embargo, estamos apoyados por esta regla. La hemos probado. Permite el movimiento libre sobre el campo. En el viejo juego no era anormal que los jugadores trajeran su almuerzo y una copia de Chicas, Risitas y Ligas para esperar la llegada de la pelota. —Hola, Trev, ¿cómo está? —Era Andy, y estaba parado junto a Trev. Debe haber mil personas aquí hoy, pensó Trev de una manera curiosamente lenta y dichosa. Y muchos vigilantes. Puedo ver un par de ellos desde aquí. Andy no va a intentar algo aquí mismo, ¿o sí? Bien, sí, podría, porque eso lo hacía Andy. La abeja pequeña que zumbaba en su cerebro podía chocar contra la parte equivocada y dejarlo sin cara. Oh, sí, y estaba Tosher Atkinson y su mamá, marchando tranquilamente como si hubiera salido de paseo. —No lo he visto mucho por aquí últimamente, Trev —dijo Andy—. ¿Estuvo ocupado, sospecho? —Pensaba que usted estaba oculto —dijo Trev desesperadamente. —Bien, ya sabe lo que dicen. Tarde o temprano todos los pecados son perdonados. —En su caso, considerablemente más tarde, pensó Trev—. Además —dijo Andy—, estoy dando vuelta a una nueva hoja, ¿no?

—Oh, ¿sí? —Salí de la Presión —dijo Andy—. Tengo que dejar de lado mis costumbres pícaras. Es tiempo de adaptarme. —Me alegra escucharlo —dijo Trev, esperando el cuchillo. —Así que soy un jugador clave para el Ankh-Morpork Unidos. —No era un cuchillo, pero tenía un efecto bastante similar—. Aparentemente su señoría les dio la idea —dijo Andy, todavía hablaba en el mismo tono adulón y amigable—. Por supuesto, nadie quiere ser del equipo que juegue contra ustedes magos. Así que allí está, seguro, uno nuevo justo para la ocasión. —¿Pensé que usted nunca jugaba? —dijo Trev débilmente. —Ah, pero eso era en los viejos días malos antes de que el fútbol estuviera abierto al esfuerzo y al emprendimiento más individual. ¿Ve esta camiseta? —dijo. Trev bajó la vista. No había pensado mucho sobre lo que el hombre llevaba puesto, sólo que estaba ahí. —Blanco con borde azul —dijo Andy alegremente—. Muy moderno. —Dio media vuelta. El número 1 estaba sobre la espalda, en azul, con el nombre Andy Espinilla encima de él—. Mi idea. Muy sensata. Quiere decir que sabremos quién somos desde atrás. —Y les dije a sus magos que sus caballeros deberían hacer lo mismo —dijo la Sra. Atkinson, seguramente una de las más temibles Caras que alguna vez haya empuñado un paraguas afilado con mala intención. Hombres crecidos retrocedían ante la Sra. Atkinson, de otra manera los hombres crecidos sangraban. Justo lo que necesitamos, pensó Trev. Nuestros nombres en la espalda también. Les evita el problema de pasar adelante antes de apuñalar. —Sin embargo, no puedo pararme aquí todo el día a charlar con usted. Tengo que hablar al equipo. Tengo que pensar en las tácticas. Habrá un árbitro, pensó Trev. La Guardia estará ahí. Lord Vetinari estará ahí. Por desgracia, Andy Espinilla estará ahí también, y Nutt me quiere como su ayudante y por tanto tengo que estar ahí. Si todo sale mal, el piso del estadio no va a ser el lugar donde estar y estaré allí.

—Y si se está preguntando dónde está esa pequeña muchacha lerda suya, está allí atrás con la muchacha gorda. Sinceramente, ¿qué debe pensar de mí? —Nada, justo hasta que usted dijo eso —dijo Trev—. Y ahora sí pienso. —Dele mis saludos al orco —dijo Andy—. Lástima que escuché que es el último. Ellos continuaron caminando, pero Trev fue lo bastante rápido para salir de su paso antes de que la Sra. Atkinson le cortara la pierna con su palo. Busca a Julieta. Busca a Nutt. Busca a Glenda. Busca ayuda. Busca un boleto para XXXX. Trev nunca había peleado. Nunca una real pelea. Oh, habían habido veces cuando era más joven y fue lanzado dentro de una pequeña refriega y era prudente estar entre los otros niños, con un arma improvisada en sus manos. Había sido muy bueno en parecer estar por todos lados, gritando mucho y luego tropezando con el grueso de la refriega, pero en realidad sin alcanzar nunca la verdadera acción. Podía ir a la Guardia y decirles... ¿que Andy había estado amenazando? Andy era siempre amenazador. Cuando los problemas surgían en la Presión como sucedía a veces, cuando dos tribus se cruzaban, siempre había un bosque de piernas donde zambullirse y una vez, cuando Trev estaba muy desesperado, varios hombros sobre los cuales correr... ¿Qué estaba pensando? No estaría ahí. No iba a jugar. Lo había prometido a su vieja mamá. Todos sabían que lo había prometido a su vieja mamá. Le gustaría jugar, pero a su vieja mamá no le gustaría. Era como si su vieja mamá le hubiera escrito una nota: Querido Andy, por favor no acuchille a Trevor hoy porque ha prometido no jugar. Parpadeó para quitarse la sensación de que un cuchillo ya era lanzando hacia él y escuchó la voz de Nutt que decía: —Oh, he escuchado de Bu-burbuja. Estaban Glenda y Julieta, y Nutt y Julieta, y una joven dama ligeramente preocupada con una libreta y Julieta. También estaba Julieta, pero incluso era difícil notarla porque Julieta estaba ahí. —Dice que quiere escribir un artículo —dijo Glenda, que claramente había abordado a la periodista—. Su nombre es señorita...

—Roz —dijo la muchacha—. Todos están hablando de usted, Sr. Nutt. ¿Respondería a algunas preguntas, por favor? Tenemos una audiencia muy actual.33 —¿Sí? —arriesgó. —¿Cómo se siente ser un orco, Sr. Nutt? —No estoy seguro. ¿Cómo se siente ser humano? —dijo Nutt. —Sus experiencias como un orco, ¿han afectado la manera en que usted jugará al fútbol? —Sólo estaré jugando como suplente. Mi papel es simplemente el de un entrenador. Y, tengo que decir, en respuesta a su pregunta, que no estoy seguro de haber tenido muchas experiencias como un orco hasta ahora. —¿Pero usted está aconsejando a los jugadores que arranquen la cabeza del adversario? —La muchacha lanzó una risita. Glenda abrió su boca, pero Nutt dijo seriamente: —No, eso estaría en contra de las reglas. —Escuché que ellos piensan que usted es un muy buen entrenador. ¿Por qué piensa que lo es? A pesar de la patente estupidez de la pregunta, Nutt pareció pensar profundamente. —Uno debe considerar los horizontes de la posibilidad —dijo despacio—. E Pluribus Unum, los muchos se hacen uno, pero podría muy fácilmente ser dicho como el uno se convierte en muchos, Ex uno multi, y efectivamente, como Von Sliss dijo en La Efluencia de la Realidad, el uno, cuando es considerado con cuidado, puede ser a decir verdad muchos en ropas diferentes. Glenda miró la cara de la muchacha. Su expresión no se había movido y tampoco su lápiz. Nutt le sonrió y continuó. —Ahora consideremos esto a la luz, como puede ser, de la pelota a toda velocidad. Desde dónde ha venido creemos saberlo, pero dónde caerá es un acertijo cambiante, incluso si sólo consideramos el espacio en cuatro dimensiones. Y allí tenemos el enigma existencial que enfrenta el pateador, ya que es ambos, pateador y pateado. Cuando la pelota vuela, todas las 33

Un arzobispo en una casa de cariño negociable podría haberse visto un poco más perplejo que Nutt

ahora mismo, pero la cantidad de dicha perplejidad depende de cuántos arzobispos conoce usted.

posibilidades están conectadas inexorablemente, como Herr Frugal dijo en Das Nichts des Wissens, "Ich kann mich nicht genau erinnern, aber es war so etwas wie eine Vanillehaltige ssse Nachspeisenbeigabe", aunque creo que estaba un poco medicado en ese tiempo. ¿Quién es movedor y quién es movido? Dado que la solución sólo puede ser alcanzada a través de una manifestación conceptual usando, creo, alguna percepción del espacio transfinito, se puede ver claramente que entre las posibilidades está la que la pelota tocará tierra en todos lados al mismo tiempo o que resulta que nunca haya sido pateada en absoluto. Es mi trabajo reducir esta sobrecarga metafísica, por así decir, y dar a mis muchachos algún paradigma aceptable, como, podría ser, golpéala justo debajo de la mitad, hijo mío, y por lo menos si el portero la para le habrás dejado un puño caliente que no olvidará deprisa. »Mire, la cosa sobre el fútbol es que no es sobre el fútbol. Es una filosofía pluridimensional sumamente fascinante, una extrusión, por así decir, de lo que el Dr. Maspinder promulgó en Das Meer von Unvermeidlichkeit. Ahora, usted me diría, estoy seguro —continuó—, qué hay del 4-4-2 o incluso del 41-2-1-2, ¿sí? Y mi respuesta a eso sería, hay sólo el uno. Tradicionalmente decimos que hay once jugadores en el equipo, pero eso es debido a nuestras percepciones algo débiles. En verdad, hay sólo el uno, y por lo tanto diría — lanzó una risa pequeña—, atreviéndome a adaptar una línea de Las Puertas de la Decepción: No importa si uno gana o pierde mientras uno anote la mayoría de los goles. La muchacha bajó los ojos a su libreta para notas. —¿Podría decírmelo de una manera un poco más sencilla? —Oh, lo siento —dijo Nutt—. Pensé que lo había hecho. —Y pienso que eso es suficiente —dijo Glenda, tomando a la muchacha por el brazo. —Pero no le he preguntado sobre su cuchara favorita —gimió. Nutt se aclaró la garganta. —Bien, habría apreciado alguna notificación de esa pregunta porque es un campo muy grande, pero creo que la Gran Cuchara de Bronce de Cladh, que pesaba más

de una tonelada, tendría que ser definitivamente

una

postulante, aunque no debemos olvidar el juego de cucharas, cada una más pequeña que un grano de arroz, hecho por algún genio desconocido para las concubinas del Emperador Whezi. Pero indudablemente, por lo que puedo suponer, éstas fueron superadas por la notoria cuchara de relojería, diseñada por Puñetero Estúpido Johnson, que podía aparentemente revolver el café tan rápido que en realidad la taza se alzaría del platillo y golpearía el cielorraso. Oh, ser una mosca sobre esa pared, pero no demasiado cerca, obviamente. Posiblemente menos conocida es la cuchara cantora del sabio erudito Ly Tin Zalamerin, que podía entretener a los comensales cantando canciones cómicas. Entre otras grandes cucharas... —Eso es suficiente —dijo Glenda, tirando de la muchacha por su propio bien. —¿Él es un orco? —preguntó la muchacha. —Eso dicen todos —dijo Glenda. —¿Eran todos así? Pensaba que todo se trataba de arrancar cabezas. —Bien, sospecho que las personas se aburren de la misma cosa vieja. —¿Pero cómo sabe todo sobre cucharas? —Créame, si alguien alguna vez hubiera escrito Grandes Cucharas del Mundo, el Sr. Nutt lo habría leído. Trev escuchó la voz dolorida de la muchacha mientras Glenda casi la llevaba lejos a la fuerza, o por lo menos lejos de Nutt. —Quería hablar con Juls realmente —escuchó Trev decir, mientras pasaba junto a Julieta sin una mirada—. Pero ella se está escondiendo, todos dicen. Se apuró y tiró de los otros dos en un grupo hacia él. —Habrá homicidio mañana —dijo—. Los magos no pueden usar magia y Ankh-Morpork Unidos estará formado por el puñado más rudo y más desagradable de cabrones que haya fuera del Tanty. —Tendremos que cambiar nuestras tácticas para adaptarnos, entonces —dijo Nutt. —¿Está loco? Estoy hablando de personas como Andy, Nutt. Y él podría no ser el peor. —Pero todo es cuestión de tácticas. Una consideración de fortalezas y debilidades y la utilización correcta del conocimiento —dijo Nutt. —¡Escuche! —dijo Trev—. No habrá tiempo para ese tipo de cosas.

—Si puedo citar... —empezó Nutt. —¡Dije que escuche! ¿Conoce alguna cita de personas que hayan sido apuñaladas por la espalda y entonces pateadas en el...? —Paró y luego continuó—. Pateadas cuando están en el suelo, ¿sí? Porque en eso necesita estar pensando por el momento. —La Guardia estará ahí —dijo Nutt. —Pero en general su manera de lidiar con un evento complicado es tener a todos tirados el suelo —dijo Trev—. Eso lo hace más simple. —Me siento seguro de poder vencer a cualquier equipo en el fútbol —dijo Nutt con dulzura. Trev miró a su alrededor en una búsqueda desesperada de alguien que pudiera comprender. —¡No funciona de ese modo! ¡No se trata de fútbol! —Creo que no quiero ver a nadie herido —dijo Julieta. —Entonces tendrá que cerrar los ojos —dijo Trev—. Nutt, usted piensa que todo va a ser bonito y deportivo porque así es cómo el nuevo fútbol ha sido diseñado, pero es la misma gente vieja ahí afuera. ¿Sabe qué pienso? —Mi papá dice que no se verá muy bien para Vetinari si los Académicos pierden —dijo Julieta. —¿Y estará feliz sobre eso? —dijo Trev. —Bien, supongo que sí, pero incluso papá dice que probablemente sea mejor tener al puñetero Vetinari que a la mayoría de los cabrones que hemos tenido. Era porque la ciudad funcionaba, pensó Trev. Había sido un desorden antes de que Vetinari tomara el poder y nadie sabía exactamente cómo lo había hecho. Había hecho que la Guardia trabajara apropiadamente. Había resuelto la guerra entre los enanos y los trolls. Permitía que la gente hiciera lo que quería, siempre que hicieran lo que él quería. Y sobre todo, la ciudad estaba atestada de personas y dinero. Todos querían vivir en Ankh-Morpork. ¿Podía ser realmente derrocado porque el nuevo fútbol saliera mal? Bien, la respuesta era, por supuesto, sí... porque así era la gente. Trev lo mencionó a Glenda mientras regresaba de alejar a una Roz desconcertada del alcance de más filosofía de Nutt. Miró Trev y dijo:

—¿Piensa que Vetinari está al tanto de esto? —No lo sé —dijo Trev—. Bien, sé que se supone que tiene muchos espías, pero no sé si ellos estarán al tanto de esto. —¿Piensa que alguien debería contarle? —dijo Glenda. Trev se rió. —¿Qué está sugiriendo? ¿Que vayamos al palacio, nos acerquemos y digamos, "Discúlpenos, señor, hay algunas cosas que han escapado de su atención?" —Sí —dijo Glenda.

—Gracias, Nudodetambor, eso será todo por ahora —dijo Vetinari. —Sí, señor —dijo Nudodetambor. Inclinó la cabeza hacia Lady Margolotta y salió silenciosamente de la habitación. —Havelock, aprecio que Nudodetambor es muy competente, pero siempre me parece que es un hombrecillo algo extraño. —Bien, sería un gracioso mundo viejo si fuéramos todos parecidos, señora, aunque admito no muy gracioso si fuéramos todos como Nudodetambor. Pero es leal y excesivamente digno de confianza —dijo Vetinari. —Hum —dijo su señoría—. ¿Tiene alguna vida privada? —Creo que colecciona diferentes tipos de artículos de papelería —dijo Vetinari—. He especulado a veces que podría cambiar su vida para bien si conociera a una joven dama deseosa de vestirse como un sobre de papel de estraza. Estaban sobre el balcón fuera de la Oficina Oblonga, que ofrecía una vista perfecta del centro de la ciudad mientras dejaba al espectador casi invisible. —¿El acuerdo sigue adelante? —dijo Vetinari. —Indudablemente —dijo su señoría—. Paz por fin entre enanos y trolls. Vetinari sonrió. —La palabra "paz" es por lo general definida como un período de descanso y rearme antes de la siguiente guerra. ¿Fueron necesarios muchos asesinatos? —¡Havelock, a veces usted es demasiado directo! —Ruego me perdone, es que el progreso de la historia requiere de carniceros tanto como de pastores.

—No hubo ningún asesinato —dijo su señoría. Giró sus ojos hacia arriba—. Sin embargo, hubo un terrible accidente de minería y un desprendimiento de rocas algo anormal. Pero, por supuesto, todavía está el asunto de Loko para solucionar. Los enanos todavía quieren el exterminio total. —¿Cuántos orcos hay? —Nadie lo sabe. Quizás Nutt pueda encontrarlos. —No debemos tener genocidio —dijo Vetinari—. La historia tiene una manera de revancha. —Él está resultando ser una total sorpresa. —Eso entiendo. Por los informes que he estado recibiendo, todo lo que los orcos no eran, él es. —Pero seguirá siendo un orco debajo de todo eso —dijo su señoría. —¿Me pregunto qué queda debajo de todos nosotros? —dijo Vetinari. —Usted ha tomado un riesgo muy grande, lo sabe —dijo Lady Margolotta. —Señora, esta ciudad es todo riesgo, se lo aseguro. —Y el poder es un juego de humo y espejos —dijo su señoría, tomando su copa de vino. —Curiosamente, el Comandante Vimes me lo recuerda casi todos los días. Ninguna fuerza policial civil podía resistir contra una población indignada y decidida. El truco es no permitir que se den cuenta de eso. ¿Sí? Hubo una llamada a la puerta. Era Nudodetambor otra vez. —Lamento la interrupción, señor, señora, pero dadas las circunstancias pensé que sería una buena idea. —Olfateó—. Es la dama con los pasteles. —Ah, la Srta. Granodeazúcar, legendaria inventora del famoso Pastel del Arador —dijo Vetinari. Echó un vistazo a su señoría—. Y amiga del Sr. Nutt. —La he conocido, Havelock. Me sermoneó. —Sí, lo hace muy bien. Uno siente como si hubiera tomado un buen baño frío. Hazla pasar, Nudodetambor. —Y hay un hombre joven con ella. Lo reconozco como Trevor Probable, hijo del famoso futbolista Dave Probable, y soy informado por ella que efectivamente le ha traído un Pastel del Arador. —¿Usted tomaría comida sin probar de un miembro del público? —dijo su señoría, horrorizada.

—Indudablemente de éste —dijo Vetinari—. No hay ninguna manera posible de que alguna vez ponga veneno en nada. No por respeto a mí, usted comprende, sino por respeto a la comida. No se vaya. Pienso que usted encontrará esto... interesante. El pastel todavía estaba tibio en las manos de Glenda cuando entró en la Oficina Oblonga. Quedó casi paralizada al ver a Lady Margolotta, pero cierta fuerza entró en juego. —¿Tengo que hacer una reverencia? —dijo. —No a menos que realmente sienta la necesidad. —Hemos venido a advertirle —dijo Trev. —Efectivamente. —Vetinari levantó una ceja. —Los Ankh-Morpork Unidos maltratarán a los Académicos Invisibles con grandes botas. —Oh, cielos. ¿Usted piensa que ése será el caso? —¡No son jugadores corrientes! —explotó Trev—. Son de la Presión. Van armados. —Ah, sí. El fútbol como guerra —dijo Vetinari—. Bien, gracias por contarme. El silencio cayó. Vetinari lo estropeó diciendo: —¿Habría alguna otra cosa que le gustaría decir? —Miró el pastel que Glenda sostenía enfrente de ella como alguna clase de dispositivo de castidad. —¿Usted no puede hacer algo? —dijo. —Es un juego, Srta. Granodeazúcar. Habiendo sugerido el partido en primer lugar, ¿cómo piensa usted que se vería si interviniera? Después de todo, habrá reglas. Después de todo, habrá un árbitro. —No les importará —dijo Trev. —Entonces supongo que la Guardia tendrá que hacer su trabajo. Y ahora, si ustedes me disculpan, tengo asuntos de estado a los que prestar atención, pero deje el pastel, por favor. —Un momento —dijo su señoría—. ¿Por qué ha venido a advertir a su señoría, joven dama? —¿No es el tipo de cosa que debería hacer? —dijo Glenda. —¿Y usted entró, simplemente así? —Bien, el pastel ayudó.

—Nos hemos conocido antes, lo sabe —dijo su señoría. Miró fijo a Glenda y Glenda le devolvió la mirada, y por fin logró decir: —Sí, lo sé, y no tengo miedo y no estoy arrepentida. —La lucha de las miradas continuó por todo un largo año y entonces Lady Margolotta giró su cabeza bruscamente y dijo: —Bien, una de las afirmaciones es correcta, pero estoy segura de que disfrutaré el pastel y también el partido. —Sí, sí —dijo Vetinari—. Gracias a ambos por venir, pero si nos disculpan tenemos asuntos de estado de los que hablar. —¡Bien! —dijo Lady Margolotta cuando la puerta se cerró detrás de ellos—. ¿Qué tipo de personas está incubando en esta ciudad suya, Havelock? —Imagino que algunas de las mejores —dijo Vetinari. —¿Dos personas comunes y corrientes pueden irrumpir sin nada como una cita? —Pero con un pastel —dijo Vetinari rápidamente. —¿Los estaba esperando? —Digamos que no estuve excesivamente sorprendido —dijo Vetinari—. Por cierto estoy al tanto del maquillaje de los Ankh-Morpork Unidos. También la Guardia. —¿Y va a permitirles entrar en un estadio con un grupo de magos viejos que han prometido no hacer magia? —Un grupo de magos viejos y el Sr. Nutt —dijo Vetinari alegremente—. Al parecer es muy bueno en planificación táctica. —No puedo permitirlo. —Ésta es mi ciudad, Margolotta. No hay ningún esclavo en Ankh-Morpork. —Él es mi pupilo. Espero que lo ignore, sin embargo. —Tengo toda la intención de hacerlo. Después de todo, es sólo un juego. —Pero un juego no se trata de juegos. ¿Y qué clase de juego cree que tendrá mañana? —Una guerra —dijo Vetinari—. Y la cosa sobre la guerra es que es sobre la guerra. Lady Margolotta extendió con fuerza su manga larga y una delgada daga de acero estuvo de repente en su mano.

—Sugiero que lo corte por la mitad —dijo Vetinari, señalando el pastel—, y escogeré qué mitad tomar. —¿Pero qué pasa si una mitad tiene más cebollas en escabeche que la otra? —Entonces pienso que eso estará abierto a la negociación. ¿Le gustaría algo más... de vino? —¿Vio que ella trataba de vencerme con la mirada? —dijo Margolotta. —Sí —dijo Vetinari—. Vi que tuvo éxito.

Cuando Glenda y Trev regresaron al Hipo, Nutt los miró con expectación. —Apenas escuchó —dijo Trev. —Exactamente —dijo Nutt—. Estoy seguro de nuestro éxito en la mañana. Estoy muy seguro de que seremos tácticamente superiores. —Sólo me alegro de que no estaré jugando, eso es todo —dijo Trev. —Sí, Sr. Trev, eso realmente es una gran lástima. Desde la mesa cercana donde la Liga de Fútbol hacía los ajustes de último momento llegó la voz de alguien que decía: —Nah, nah. Mire, todavía no lo ha entendido. Si un tipo del equipo B está más cerca del portero... no, miento... si está más cerca de la meta que el portero, entonces seguramente lo encierra en el acto. Es lógico. Se escuchó un suspiro que sólo podía haber venido desde Ponder Stibbons. —No, no creo que usted comprenda... Otra voz contribuyó. —¡Si el portero está tan lejos de su meta entonces es un idiota! —Mire, empecemos otra vez —dijo otra voz—. Supongamos que soy este tipo aquí. —Trev miró a través y vio a uno de los hombres lanzar un retorcido trozo de papel a través de la mesa—. Seguro, he pateado la pelota así de lejos y éste soy yo, este trozo de papel. Entonces, ¿qué? —Sacudió el papel otra vez, que golpeó el lápiz de Ponder. —¡No! Ya lo he explicado. Y pare de sacudir trozos de papel por todas partes, lo encuentro muy confuso. —Pero debe funcionar si dribla sobre ella —dijo una voz.

—Espere un minuto, sin embargo —dijo otra voz más—. ¿Qué ocurre, correcto, si uno tiene la pelota en la propia mitad del campo y corre todo el camino, sin pasarla a nadie más, y la mete en la red? —Eso sería perfectamente legal —dijo Ponder. —Sí, pero no hay manera de que vaya a ocurrir, ¿o sí? —dijo el hombre que acababa de lanzar un empapado trozo de papel y lo había disfrutado tanto que había lanzado otro. —Pero si lo intenta y tiene éxito sería fútbol magnífico 34, ¿verdad? —dijo Ponder. —¿Dónde está nuestro equipo? —dijo Trev, mirando alrededor. —He sugerido que se vayan a dormir temprano —dijo Ponder. —Dormir temprano para los magos es a las dos de la mañana —dijo Glenda. —También he dado instrucciones de que el equipo tome una comida especial esta noche —dijo Nutt—. Sobre ese punto, Srta. Glenda, tendré que pedirle que cierre la Cocina Nocturna.

Un silencio pétreo sobrevolaba el comedor aquella noche. —No como ensaladas —dijo Bedel Nobbs (no parientes)—. Me dan gases. —¿Cómo puede un hombre vivir sin pasta? —dijo Bengo—. ¡Esto es brutal! —Espero que ustedes noten que mi plato es tan escaso como los suyos, caballeros —dijo Ridcully—. El Sr. Nutt nos está entrenando y le estoy cediendo el asiento del conductor al Sr. Nutt. Ni tampoco se podrá fumar esta noche. Se escuchó un coro de consternación y levantó su mano en busca de silencio. —También, su instrucción aquí... —Miró desde más cerca la escritura algo desordenada de Nutt y dio una sonrisa pequeña—. No habrá congreso sexual. —Esto no encontró la reacción que había esperado. —Eso significa hablar de eso, ¿verdad? —dijo el Director de Estudios Indefinidos. —No, eso es sexo oral —dijo Rincewind. 34

El gol de Maradona a los ingleses. Terry no olvida. (NT)

—No, eso es escucharlo. Bengo Macarona se sentó con una expresión aturdida en su cara. —Ahora, no quiero ninguna salida a hurtadillas por bocados de medianoche —dijo Ridcully—. Hay reglas. La Sra. Whitlow y la Srta. Granodeazúcar han sido informadas que apoyo completamente la autoridad del Sr. Nutt aquí. ¿Seguramente ustedes caballeros podrían mostrar un poco de carácter? —En un intento de mostrar solidaridad con el resto del equipo —dijo el Conferenciante en Runas Recientes—, soy llevado creer que hay un poco de queso en la ratonera en mi habitación. Ridcully fue dejado completamente a solas con sólo el eco de las sillas cayendo como compañía. El Archicanciller acudió a su propia habitación y tiró su sombrero a su sitio. Tiene que haber reglas, se dijo a sí mismo, y tiene que ser una regla para ellos y una regla para mí. Fue a su cama de ocho plazas y abrió la escotilla que contenía el pote de tabaco. Ahora en cambio contenía una nota pequeña que decía: Querido Archicanciller, De conformidad con su ratificación de las instrucciones del Sr. Nutt que no se permite al cuerpo docente comida o los utensilios de fumar esta noche, me he tomado la libertad de quitar sus cigarrillos y tabaco de pipa. También puedo mencionar que he vaciado la alacena fresca de los fiambres acostumbrados y los encurtidos para evitar la tentación.

—Cabrona —dijo Ridcully por lo bajo. Caminó hasta su ropero y rebuscó en el bolsillo de su chaqueta para fumar, encontrando una nota que decía: De conformidad con las reglas del Sr. Nutt, y ratificadas por usted mismo, Archicanciller [y era extraordinario qué tan recriminatoria podía hacer su letra la Sra. Whitlow], me he tomado la libertad de retirar sus mentas de emergencia.

—¡Cambie y púdrase! —declaró Ridcully al aire nocturno—. ¡Estoy rodeado por traidores! Me frustran a cada paso. —Paseó desconsolado más allá de su librero y sacó Compañero Oculto, de Boddrys, un libro que sabía de memoria. Y porque lo conocía de memoria, la página 14 se abría a una pequeña y pulcra cavidad, que contenía un paquete de mentas regaliz extrafuertes, una onza de tabaco Marinero Alegre y un paquete de los de Wizzla... Y, como resultó, una nota pequeña: Querido Archicanciller, No tuve corazón. La Sra. Whitlow.

Parecía más oscuro que lo usual. En general, las órdenes del Archicanciller eran obedecidos, y les parecía a los miembros de los Académicos Invisibles que todas las puertas estaban cerradas, efectivamente golpeadas, mientras buscaban

comida.

Todas

las

despensas

estaban

con

llave

e

impermeabilizadas contra hechizos. El equipo caminó impotente de un salón a otro. —Tengo un poco de pasta recalentable en mi habitación —dijo Bengo Macarona—. Mi abuela me la dio antes de venir aquí. Se podrá guardar durante diez años y mi abuela dice que sabrá tan buena después de diez años como ahora. Lamento que ella puede haber estado diciendo la verdad. —Si usted la trae,

podríamos cocinarla en mi habitación —dijo el

Conferenciante en Runas Recientes. —Si quiere. Contiene testículos de caimán, para alimento. Son muy populares en casa. —No sabía que los caimanes tenían testículos —dijo el Conferenciante en Runas Recientes. —Ya no los tienen más —dijo Bedel Nobbs (no parientes). —Tengo un bollo, podríamos compartirlo —dijo Ponder Stibbons. De inmediato fue perforado por sus miradas inquisitivas—. No —dijo—, no voy a cancelar las órdenes del Archicanciller más allá que eso. Nunca escucharía el final, caballeros. Sin una jerarquía no somos nada. —El Bibliotecario tendrá algunos plátanos —dijo Rincewind.

—¿Está seguro? —dijo Macarona. —Pienso que el Bibliotecario tiene un lema en estos casos: “Si usted trata de sacarme mis plátanos, los recuperaré de sus manos muertas y frías.” Trev, que se había estado ocultando en las sombras, esperó hasta que el tronar de estómagos se apagó en la distancia y luego volvió rápidamente y llamó a la puerta cerrado con cerrojo de la Cocina Nocturna. —Se han reunido todos y van camino a la Biblioteca. —Bueno, pienso que él compartirá sus plátanos con ellos —dijo Nutt. —Realmente no le veo sentido —dijo Glenda. —La idea es que son amigos. Socios en la adversidad. Son un equipo. Eso es el fútbol. Uno tiene que entrenar un equipo para que sea un equipo y no tendré problema con que ellos tomen un desayuno muy grande por la mañana. Nutt estaba cambiando, pensó Trev. —¿Puedo hacerle una pregunta personal, Sr. Nutt? —Casi todas las preguntas que las personas me hacen son personales, adelante sin embargo, Sr. Trev. —Bien, er, de acuerdo. A veces usted parece grande y a veces parece pequeño. ¿De qué se trata todo eso? —Es algo incorporado en nosotros —dijo Nutt—. Creo que es un producto de la contracción y dilatación del campo mórfico. Afecta sus percepciones. —Cuando está disgustado, usted parece muy pequeño —dijo Glenda. —¿De qué tamaño me veo ahora? —Muy grande —dijo Trev. —Bueno —dijo Nutt, sirviéndose una rebanada de pastel—. Mañana intento verme aun más grande. —Hay algo más que tenemos que hacer —dijo Trev—. Pepe quiere ayudarme. Piensa que voy a jugar al fútbol. —Bien, usted va a jugar al fútbol —dijo Nutt. —¡No! ¡Usted lo sabe! Le prometí a mi vieja mamá y uno no puede romper una promesa a la vieja mamá, los dioses descansen su alma. ¿Tiene llaves de la bodega, Glenda? —¿Cree que se lo diría, Trev Probable?

—Creería que no. Quiero dos botellas del mejor brandy. Y, er, ¿pueden todos ustedes venir conmigo, por favor? Pienso que Pepe tiene buenas intenciones, pero él, er, bien, ya lo conocen, es medianoche y todo eso. —Pienso que conozco a Pepe —dijo Glenda.

Había un guardián sobre la puerta trasera de Shatta, pero antes de que ni siquiera pudiera pensar en impedir la entrada a Trev y sus guardaespaldas, Pepe apareció. —¡Ostras! Tres amigos. Debo ser muy temible —dijo, mirando con lascivia—. Hola, amigos, ¿tienen el brandy? —Sí, ¿de qué se trata todo esto, Pepe? Le ha estado dando escalofríos a Trev —dijo Glenda. —¡Nunca! Casi nunca le di escalofríos a nadie estos días. Sólo le dije que iba a jugar al fútbol. —Le prometí a mi vieja mamá —dijo Trev, aferrándose a la declaración como si fuera una balsa diminuta en un mar picado. —Pero usted tiene una estrella en la mano y no tiene mucha elección. Trev miró su palma. —Sólo muchas líneas. —Bien, están los que tienen la visión y allí otra vez están los que no la tienen. Soy uno de los que sí. Es metafórico, vea. Pero es que me gustaría darle algo que puede ser útil mañana. ¿Qué estoy diciendo? Podría salvar su vida perfectamente —dijo Pepe—. Salvará su matrimonio sin duda. Estoy seguro de que a las damas aquí les gustaría pensar que nosotros en Shatta hemos hecho lo mejor por usted. —Por si sirve de algo, Trev, confío en Pepe —dijo Glenda. —Y éste es el Sr. Nutt —dijo Trev—. Es un amigo. —Sí. Sé qué es el Sr. Nutt —dijo Pepe—. Y puede venir también. Mucho gusto de... conocerlo. —Se volvió hacia Glenda—. Ustedes muchachas quédense aquí, señorita —dijo—. Esta no es ninguna tarea para una dama. —Hizo pasar a los muchachos a la penumbra—. Lo que voy a mostrarles,

caballeros, es secreto y si usted me frustra, Trev Probable, haré cosas que harán que Andy Espinilla parezca un bravucón de patio de recreo. —Andy era un bravucón de patio de recreo —dijo Trev, cuando llegaban a lo que evidentemente era una forja. —Micromalla —dijo Pepe con satisfacción—. El mundo no ha visto la mitad de ella aún. —Sólo parece una fina cota de malla —dijo Nutt. —Es una cosa extraña —dijo el enano—. Puedo darle un chaleco y pantalón corto y será mejor que ambos vuelvan aquí, chico, de otra manera las implicancias mencionadas serán llevadas a cabo sobre su culo y no estoy bromeando. Esta cosa no es sólo para hacer que las muchachas se vean bonitas. Quedaría asombrado ante lo que puede hacer con apenas un pequeño cambio en la aleación. —Señaló una pila brillante—. Es tan liviana como una pluma y no raspa, ya lo sabe. —¿Y qué más hace? —Le mostraré en un minuto. Póngase el pantalón corto. —¿Qué, aquí? —dijo Trev. De algún modo, Pepe parecía un pequeño demonio a la luz de la forja. —¡Ooh, miren al Sr. Tímido! —dijo Pepe—. Simplemente póngaselo sobre su pantalón por ahora y le diré qué haré, incluso le daré la espalda mientras lo hace. —Apartó la mirada, toqueteando las herramientas al lado del yunque —. ¿Se lo puso? —dijo, después de escuchar unos minutos de respiración pesada. —Sí, ellos, er, bien, se sienten bien. —De acuerdo —dijo Pepe—. ¿Podría esperar aquí sólo un momento? — Desapareció en la oscuridad y, después de una sucesión de ruidos extraños, regresó a la vista, lento y torpe. —¿Qué lleva puesto, Pepe? —dijo Trev—. Se ve como una masa de almohadones. —Oh, sólo un poco de protección —dijo Pepe—. Ahora si usted sólo pudiera retroceder un poco, Sr. Nutt, y Trev, si usted pudiera hacerme el favor de poner las manos sobre su cabeza, sólo ayuda a tomar bien las medidas. — Les dio la espalda—. De acuerdo, Trevor, ¿sus manos están sobre su cabeza?

—Sí, sí. —En ese punto, Pepe giró sobre sí mismo y lo golpeó con total fuerza en la ingle con un martillo de veinticuatro libras... Sorprendentemente, el único efecto fue estrellar a Pepe contra la pared opuesta. —¡Perfecto! —dijo su voz, amortiguada por el relleno.

Vino la mañana, pero a Glenda le parecía que no había noche ni día, ni trabajo ni juego, había sólo fútbol, delante de todos ellos, uniéndolos. En el Gran Salón el equipo tenía toda una mesa para ellos solos. Sirvientes y magos codo a codo, llenándose como sólo la Universidad Invisible podía. El fútbol poseía el día. Nada estaba ocurriendo que no fuera sobre el fútbol. Indudablemente no había ninguna conferencia. Por supuesto, nunca la había, pero por lo menos hoy no estaban siendo asistidas debido a la emoción sobre el próximo encuentro antes que no siendo asistidas porque nadie quería ir a ellas. Y después de un rato, Glenda tomó conciencia del sonido que provenía desde la misma ciudad. Había multitudes fuera de la universidad; había multitudes, incluso ahora, que hacían cola para entrar en el Hipo. El sonido de cien mil personas con un propósito se elevaba como el zumbido de un enjambre distante. Glenda regresó al santuario de la Cocina Nocturna y trató de pasar algún tiempo haciendo un poco de hornada, pero la masa se caía de sus dedos. —¿Estás disgustada? —preguntó Julieta. —Espero que vayamos a ganar —dijo Glenda. —Bien, por supuesto que vamos a ganar —dijo Julieta. —Eso está todo muy bien hasta el momento en que perdemos —dijo Glenda. —Sí, ¿quién es ése? La puerta fue empujada y Pepe entró, pareciendo más descarado que lo habitual. —Hola, damas —dijo—. Tengo un pequeño mensaje para ustedes. ¿Cómo estaban esperando mirar el partido? —Tan cerca como podamos —dijo Glenda.

—Les digo qué, entonces —dijo Pepe—. Madame tiene los mejores asientos en el estadio. Nada solapado, todo descubierto y soborno sobre la mesa. Shatta tiene que ser visto afuera y en los alrededores, ¿lo ven? Tiene que poner la micromalla a la vista del público. —¡Adoraría hacerlo! —gritó Julieta. E incluso Glenda descubrió que su cinismo automático e irreflexivo estaba abandonándola. —Habrá jerez —dijo Pepe. —¿Habrá alguien famoso ahí? —dijo Julieta. Pepe se acercó, la pinchó suavemente en el pecho y dijo: —Sí. Usted, señorita. Todos quieren ver a Juls. Parecía como si los relojes giraran hacia atrás. Todas las licencias en la Guardia habían sido suspendidas, pero era difícil ver qué crimen podía haber en las calles donde nadie podía moverse. Una inundación de humanidad, bien, principalmente humanidad, se volcaba hacia el estadio, rebotaba contra él y rebosaba y rellenaba más y más la ciudad. El partido era en el Hipo, la multitud se extendía hacia atrás hasta Plaza Sator y, al final, la presión de tantos globos oculares sobre las agujas de tantos relojes movió el tiempo hacia adelante. Sólo el equipo y Trev quedaban en el Gran Salón, todos los demás se habían ido mucho más temprano en un intento infructuoso de asegurarse un asiento. Se arremolinaban sin rumbo fijo lanzándose la pelota unos a otros hasta que Ponder, Nutt y el Archicanciller aparecieron. —¡Bien, gran día, muchachos! —dijo Ridcully—. También parece que va a ser un bonito día. Están todos ahí esperando a que nosotros les demos un espectáculo. Quiero que ustedes lo enfoquen en las mejores tradiciones de la deportividad de la Universidad Invisible, que es hacer trampa siempre que uno no sea observado, aunque me temo que la oportunidad de que alguien no sea observado hoy es remota. Pero en todo caso, quiero que todos ustedes den ciento diez por ciento. —Discúlpeme, Archicanciller —dijo Ponder Stibbons—. Comprendo el sentido de lo que usted está diciendo, pero sólo hay cien por cien. —Bien, podrían darle ciento diez por ciento si trataran con más fuerza —dijo Ridcully.

—Bien, sí y no, señor. Pero, a decir verdad, eso querría decir que usted acaba de hacer el cien por cien más grande mientras todavía sería cien por cien. Además, hay sólo cierta velocidad a la que un hombre puede correr, y también una altura a la que un hombre puede saltar. Sólo quería aclararlo. —Buena aclaración, bien hecho —dijo Ridcully, descartándolo al instante. Miró las caras a su alrededor—. Ah, Sr. Probable, ¿supongo que no hay nada que pueda hacer para tenerlo en el equipo? El hijo de Dave Probable jugando para los Académicos Invisibles sería algo como un triunfo para nosotros. Y veo que mi colega Profesor Rincewind ya se ha puesto graciosamente una pluma blanca en su gorra. —Bien, señor, usted sabe qué testarudo soy —masculló Trev. —Su vieja mamá —dijo Ridcully, asintiendo comprensivamente. —Se lo prometí —dijo Trev—. Sé que ha fallecido, pero estoy seguro de que todavía vela por mí, señor. —Bien, eso es bueno y le hace justicia. ¿Hay otra cosa que pueda decirse? Déjenme pensar. Oh sí, caballeros... La Sra. Whitlow, como es su costumbre en estas ocasiones, ha organizado a sus empleadas para vestirse con ropas apropiadas y animarnos desde la zona lateral del campo de juego. —Su cara era una máscara en blanco cuando continuó—. La Sra. Whitlow toma inexplicablemente una participación entusiasta e inusitadamente atlética en estas cosas. Habrá patadas altas, me dicen, pero si ustedes tienen cuidado de dónde dejan caer sus miradas, verán que nada los perturbará demasiado. —Discúlpeme, señor —dijo Rincewind—. ¿Es verdad que algunos de los hombres en Ankh-Morpork Unidos son sólo un grupo de gángsteres de la Presión? —Eso podría ser un poco cruel —empezó Ridcully. —Excúseme, señor —dijo Trev—, eso es verdad. Diría que aproximadamente la mitad de ellos son estúpidos pateadores honestos y el resto bastardos. —Bien, estoy seguro de que venceremos —dijo Ridcully jovialmente. —También me gustaría hacer algunos comentarios antes de partir, señor — dijo Nutt—. Unas pocas palabras de consejo, ¿quizás? En estos pocos días les he enseñado todo lo que sé, incluso si no sé cómo lo sé. Como ustedes saben, soy un orco y sin importar qué otra cosa seamos, somos jugadores

de un equipo. Ustedes están jugando, por lo tanto, no como individuos, sino como un equipo. Pienso que fue Von Haudenbrau el que dijo... —No creo que tengamos mucho tiempo para cruzar a través de las multitudes —dijo Ridcully, que había estado esperando esto—. Gracias, Sr. Nutt, pero pienso que debemos ir saliendo.

Aquellos que miraran desde arriba habrían visto las estrechas calles de la ciudad vacilar mientras la oruga roja que eran los Académicos Invisibles se abría paso hasta el campo. Se escuchaban aclamaciones y abucheos y porque esto era Ankh-Morpork, por lo general las aclamaciones y abucheos provenían alternadamente desde los mismos interesados. Para cuando el Agente Interino Fluorita de la Guardia y otros dos trolls terminaron de abrir las puertas contra la presión de los cuerpos, el ruido era exactamente el de un gran martillo. Los trolls oficiales abrieron un camino para ellos con la previsión y delicadeza que habían hecho del control de multitudes de la policía un sinónimo. Los condujeron a una área sin cerca y muy custodiada, en el centro de la cual estaba el Archicanciller antes conocido como Decano, todo el equipo de Ankh-Morpork Unidos y su Gracia el Duque de Ankh, Comandante de la Guardia de la ciudad, Sir Samuel Vimes, con una cara como de mal almuerzo. —¿Qué diablos se proponen hacer con mi ciudad, ustedes payasos? —exigió y levantó la mirada a Vetinari en su palco en medio de la tribuna. Levantó la voz—. He estado trabajando como loco el mes pasado para solucionar el Acuerdo de VK y resulta que justo cuando los enanos y los trolls se están dando las manos y siendo buenos amigos, todos ustedes están empezando otro VK propio. —Oh, vamos, Sam —dijo Ridcully—. Es sólo un día alegre al aire libre. —Las personas están haciendo cola hasta las puertas —dijo Vimes—. Las verdaderas puertas de la ciudad. ¿Cuánto de esto es mágico? —Nada, Sam, hasta donde sabemos. No se usará magia durante el partido, esto ha sido hablado y aceptado y el D... —Ridcully tragó duro—. El

Archicanciller de la Universidad de Brazeneck se está haciendo responsable del apagado táumico del estadio. —Entonces déjeme decirle esto —dijo el comandante—. Ninguno de mis hombres pondrá un pie sobre el campo de juego, sin importar qué ocurra. ¿He sido claro? —Como el cristal, Sam. —Lo siento, Archicanciller, por ahora soy el Comandante de la Guardia de la ciudad, no Sam, si es lo mismo para usted —dijo Vimes—. Toda la maldita ciudad es un accidente esperando ocurrir…

no, un accidente que ya ha

ocurrido y cualquier cosa que salga mal se pondrá peor muy rápidamente. No voy a permitir que se diga que la Guardia fue el problema. Con sinceridad, Mustrum, realmente habría esperado algo mejor de usted. —Será Archicanciller para usted —dijo Ridcully fríamente. —Hasta donde me interesa —dijo Vimes—, esto es una refriega entre pandillas rivales. ¿Sabe cuál es mi trabajo, Archicanciller? Es mantener la paz, y por dos alfileres, detendría toda esta ebullición, pero su señoría no lo aceptaría. Ridcully tosió. —Puedo extender mis felicitaciones, señor, por el muy buen trabajo que ha estado haciendo en el Valle de Koom. —Gracias —dijo Vimes—. De modo que sospecho que usted puede imaginar qué tan alegre estoy de verlo involucrado en otro tipo de guerra. —El comandante se volvió hacia el Archicanciller Henry—. Es bueno verlo otra vez, señor35, es bueno ver que usted ha ascendido en el mundo. Le estoy diciendo formalmente que estoy entregando la ley, aquí, y como árbitro, usted tiene que recogerla. Dentro de estas líneas es fútbol... un paso sobre la línea y estoy yo. —Regresó a Ridcully—. Tenga cuidado cómo va, Archicanciller. Partió, los vigilantes colocándose en posición detrás de él. —Bien, ahora, sospecho que el buen comandante tiene mucho en mente estos días —dijo el Archicanciller Henry, alegremente. Sacó su reloj—. Me gustaría hablar con los capitanes de equipo. 35

Los policías tienen una manera de pronunciar la palabra "señor", como si realmente les gustara

deletrearla como "canalla".

—Bien, sé que soy uno de ellos —dijo Ridcully. Un hombre se adelantó de las filas de los Unidos. —Joseph Marranete, de los Empacadores de Cerdo, para servir. Capitán, por mis pecados. Marranete extendió su mano a Ridcully y, a su favor, apenas hizo una mueca de dolor cuando fue tomada en un firme apretón de manos. —Bien, caballeros —dijo el ex Decano—. Estoy seguro de que conocen las reglas, las hemos repasado bastante a menudo. Quiero un buen partido, y limpio. Un largo, er, pip de mi silbato quiere decir que estoy interrumpiendo el juego por una violación o lesión o por alguna otra razón en ese momento conocida sólo por mí mismo. Un pip aún más largo, que supongo será más un parrp, significará el final de una mitad y tiempo para descanso, después del cual el partido se reanudará. Durante el intervalo, creo que habrá una exhibición de marcha por la banda de acordeón de Ankh-Morpork, pero supongo que estas cosas son enviadas para probarnos. Puedo recordarles caballeros que cambian de extremos en el medio tiempo. También, por favor recalquen a sus equipos que la meta hacia la que están apuntando no debería estar detrás de ellos. Si veo cualquier violación seria, ese jugador será expulsado del terreno. Un parrp considerablemente más largo, que continuará en cuanto a mí respecta hasta que me quede sin aliento, marcará el final del partido. Puedo también recordarles, como el comandante Vimes nos ha recordado, que dentro de estas cuatro líneas algo pegajosas de tiza, ejerzo el poder sólo detrás de los dioses mismos, y aun así sólo quizás. Si en cualquier momento se pone claro que las propias reglas son poco prácticas, las cambiaré. Cuando sople el silbato, levantaré mi bastón y desencadenaré un hechizo que evitará que cualquier magia adicional sea usada dentro de estas líneas sagradas hasta el final del juego. ¿Está comprendido? —Sí, señor —dijo el Sr. Marranete. —¿Mustrum? —dijo el ex Decano, en un tono significativo. —Sí, sí, de acuerdo —masculló Ridcully—. Estás aprovechando tu pequeño momento, ¿verdad? Sigamos con esto, ¿quieres? —Caballeros, ¿me harían el favor de formar sus equipos para cantar el Himno Nacional? Sr. Stibbons, creo que usted me ha conseguido un

megáfono, muchas gracias. Levantó el cuerno a sus labios y gritó a través—: Damas y caballeros, de pie para el Himno Nacional. Cantar el Himno Nacional era siempre un acontecimiento irregular; las buenas personas del Ankh-Morpork sentían que era poco patriótico cantar canciones sobre qué patriótico uno era, apoyando la opinión de que alguien que cantaba una canción sobre qué patrióticos eran o estaba en algo 36 o era un Jefe de Estado. Un problema adicional hoy yacía en la acústica del campo, que era un poco demasiado buena, sumada al hecho de que la velocidad del sonido en un extremo del estadio estaba ligeramente fuera de tiempo comparada con el otro extremo, una desventaja exacerbada cuando ambos lados trataban de recuperar la brecha. Estas anomalías acústicas no contaban mucho si uno estaba parado junto a Mustrum Ridcully, ya que el Archicanciller era uno de esos caballeros que lo cantarán bella y correctamente articulado y sumamente fuerte. —"Cuando

los

dragones

eructan

y

los

hipopótamos

huyen,

mis

pensamientos, Ankh-Morpork, son tuyos" —empezó. Trev notó, para su sorpresa, que Nutt estaba cuadrado en atención rígidamente. Con su propia boca operando en automático, miró a lo largo de la apretada fila de los Ankh-Morpork Unidos. Más o menos mitad y mitad, pensó. La mitad de ellos viejos pateadores decentes, y la otra mitad Andy y sus amigos. Su mirada tropezó con Andy justo cuando pensó eso y Andy le lanzó una sonrisita y lo apuntó con un dedo brevemente. Pero no estoy jugando, pensó Trev, por mi vieja mamá. Echó un vistazo a la palma de su mano, no había una estrella allí, estaba seguro de eso. De todos modos, pensó mirando a los adversarios, cuando todo salga mal el árbitro es un mago, después de todo. —"Dejad que los otros se jacten de brío marcial, porque hemos peleado audazmente con efectivo" —bramaba la multitud en tonos y velocidades varios. Quiero decir, pensó Trev, no apagaría su propia magia, ¿o sí? —"Poseemos todos sus cascos, poseemos todos sus zapatos." 36

Por ejemplo, estar en algo.

Quiero decir, no lo haría realmente, ¿o sí? La única persona que podía pararlo si todo salía mal, ¿no habría cometido un error así? —"Poseemos todos su generales... tóquenos y perderá." ¡Sí, lo ha hecho! ¡Ha hecho exactamente eso! —"¡Morporkia! ¡Morporkia! Morporkia posee el día" —gritó Trev para reprimir su propio pánico creciente. ¡Lo ha hecho, todos lo vimos! Ha mantenido su propio bastón dentro del campo donde no puede hacer magia. Él miró a Andy y Andy asintió. Sí, también lo había descubierto. —"Podemos gobernarlos al por mayor. Tóquenos y lo pagará." Se considera en las Llanuras de Sto que sólo los sinvergüenzas conocen la segunda estrofa de su himno nacional, ya que cualquiera que gaste el tiempo memorizándola estaría involucrado en algún propósito nada bueno. El himno nacional de Ankh-Morpork, por lo tanto, tenía una segunda estrofa que fue escrita deliberadamente como ner ner ners y una palabra coherente ocasional intentando desesperadamente mantenerse a flote, sobre la base de que así sonaría en todo caso. Trev la escuchó con aun más agonía que la habitual. Pero todos participaron en el alegre unísono de la última línea, que todo el mundo conocía: —“Podemos gobernarlos al por mayor, crédito donde sea pagadero.” Glenda, un brazo cruzando su pecho tanto como podía, arriesgó una mirada a lo que probablemente todavía sería llamado el Palco Real, justo cuando Vetinari levantaba la colorida urna de casi-oro y se alzó una aclamación. Ankh-Morpork no estaba particularmente ansiosa por aclamar al Patricio pero aclamaría el dinero cualquier día de la semana. Sin embargo, a Glenda le parecía que había algún armónico extraño en la aclamación, subiendo desde abajo del suelo mismo, como si el sitio fuera una boca inmensa... Entonces la sensación desapareció. Y el día volvió. —¿Caballeros? Jugadores a sus lugares —dijo arrogante el Archicanciller de Brazeneck. —Er, ¿puedo tener una palabra con usted, señor? —dijo Trev, acercándose sigilosamente tan rápido como le fue posible.

—Ah, sí. El hijo de Dave Probable —dijo el ex Decano—. Estamos a punto de jugar al fútbol, Sr. Probable, estoy seguro de que se ha dado cuenta. —Sí, señor, bien, er, pero... —¿Conoce alguna buena razón por la que debería suspender el partido? — exigió el árbitro. Trev se rindió. Henry sacó una moneda del bolsillo de su chaleco. —¿Mustrum? —dijo. —Cabezas —dijo el Archicanciller, y resultó estar equivocado. —Muy bien, Sr. Marranete... ¿y quién tiene la pelota? Gloing! Gloing! Nutt tomó la pelota en el aire y se la entregó. —Yo, señor. —Ah, usted es el entrenador de los Académicos. —Sí, pero también un jugador si es necesario. —Caballeros, ustedes verán que estoy poniendo la pelota en el centro del campo. Es verdad que el Archicanciller antes conocido como Decano disfrutaba bastante de la ocasión. Retrocedió unos pasos, hizo una pausa por efecto dramático, sacó un silbato de su bolsillo y lo blandió. Le dio un soplido que sólo un hombre de ese tamaño podía dar; su cara empezó a torcerse y ponerse roja. Levantó el megáfono a sus labios y gritó: —¡CUALQUIER NIÑO QUE NO HAYA TRAÍDO SU EQUIPO JUGARÁ EN CALZONCILLO! Seguido por Ponder Stibbons gritando: —¡Quiero saber quién le dio eso! La multitud rugió y uno podía escuchar la risa alejándose en la distancia, bajar rodando por las calles mientras cada oyente en la atestada ciudad la pasaba, trayendo tales recuerdos que al menos dos personas empezaron a falsificar cartas de su madre. En su meta, el Bibliotecario se balanceó hasta la punta de sus postes para conseguir una mejor vista. En su meta, Charlie Barton, portero para los Unidos, encendió su pipa metódicamente. Y el hombre con el problema más

grande dentro del campo ese día aparte posiblemente de Trev, era el editor del Times, el Sr. William de Worde, que no había confiado a ningún subordinado el informe de esta oportunidad única y sumamente prestigiosa, pero que no estaba en absoluto seguro de cómo debería hacerlo. Al silbato, logró escribir: El jefe de los Unidos, ¿debería decir jefe?, debe haber una mejor palabra para él, pero puedo resolverlo en la oficina, en realidad no parece saber qué hacer después. El Archicanciller Ridcully, BF, no, no, ya llenaré eso después, ha pateado la pelota muy fuerte, bien, en realidad ha golpeado a Jimmy Wilkins, antes de los Mineros, que parece inseguro sobre qué hacer con ella. No, no, ¡la ha recogido! ¡Ha recogido la pelota! El árbitro, que es el ex Decano de la Universidad Invisible, lo ha llamado aparte para lo que yo imagino será un curso de repaso de las reglas de este nuevo juego del fútbol.

Un megáfono, pensó de Worde, eso es lo que necesito, un megáfono sumamente grande así puedo contarle a todos qué está ocurriendo. La pelota ha sido entregada a, déjenme ver, el número sesenta y nueve, oh sí, el multi-talentoso Profesor Bengo Macarona, que de acuerdo con las reglas, las nuevas reglas, hará lo que se conoce como una patada libre desde donde la falta tuvo lugar y es, y aquí viene, Bengo Maca... lo siento, Profesor Bengo Macarona de los Académicos Invisibles y... ¡Oh, vaya!, ha bajado hasta el campo a la altura del hombro, haciendo ruido como de perdices (verificar con la correspondencia de Notas de la Naturaleza sobre si tengo el símil correcto). ¡La pelota ha golpeado al Sr. Charlie "Niño Grande" Barton en el estómago con tanta fuerza que lo arrastró hasta el fondo de la red! ¡Qué espectáculo! ¡Y esto parecería ser un gol! ¡Al menos un gol, debo pensar! Y la multitud está de pie, aunque técnicamente la mayoría de ellos ya estaban así, en cualquier caso [escribía a conciencia, con el bien conocido deseo de un periodista de decir las cosas bien]. Y sí, están celebrando al héroe del momento y el estribillo que viene de labios de los hinchas de los Académicos en su dialecto único parece ser: “Un Makaronah, hay sólo un Makaronah, un Makaro... naah.”37 No, no. Algo parece estar ocurriendo; Macarona ha dejado el campo y está hablando a la multitud animadamente. Parece estar sermoneándolos. Ésos a los que ha estado hablando parecen dominados.

37

En su asiento, el Maestro de Música de la universidad rebuscó su libreta y anotó rápidamente:

Macarona Unum Est. Certes Macarona Est. Y no pudo esperar a regresar al coro.

En este momento, uno de los ayudantes del editor vino rápidamente con un breve resumen de lo que había ocurrido del otro lado del campo. De Worde escribió rápidamente, esperando que su taquigrafía casera no le fallara: Con esa resolución apasionada que es tan encantadoramente típica del oriundo de Genua, el Profesor Macarona aparentemente está insistiendo en que cualquiera de los cantos debería incluir su nombre completo y lista completa de honores y los está escribiendo servicialmente. Allí también parece haber un poco de pausa alrededor de la meta de los Unidos mientras algunos de los compañeros de equipo de Charlie Barton lo ayudan a encontrar su pipa y también, ocurre [al editor del Times le gustaba la palabra ocurre], la otra mitad del pastel de cerdo que ocurre había estado comiendo en el momento en que el gol fue marcado. Parece que, como muchos de nosotros, había subestimado la velocidad de la nueva pelota.

Y ahora la pelota parece estar de regreso en el centro del campo donde hay otra discusión en marcha. —¡Pero acaban de marcar un gol! —dijo el Sr. Marranete. —Sí, exactamente —dijo el ex Decano, jadeando suavemente—. Eso significa que tienen que sacar después. —Eso significa que nosotros no, ¡pero nos acaban de hacer un gol! —Sí, pero es lo que las reglas dicen. —Pero eso no es justo, queremos una patada, ellos patearon en último lugar. —Pero no se trata de patadas, Sr. Marranete, es lo que usted hace con ellas. Y el Archicanciller Ridcully corre hacia la pelota. ¡Se vuelve rápidamente y ha pateado la pelota hacia su propia meta!

El editor escribió furiosamente: Casi todo el equipo de los Unidos se está acercando corriendo para aprovechar esta extraña metedura de pata, no completamente consciente [al editor le gustaba esa palabra también, era mucho mejor que darse cuenta] pero el famoso Bibliotecario de la Universidad Invisible acaba de...

Paró, parpadeó y agarró a uno de sus ayudantes que había aparecido con una lista completa de los honores de Bengo Macarona y lo empujó a la silla. —¡Anote todo que digo! —gritó—. Y espero que su taquigrafía sea mejor que la mía, y si no lo es usted será despedido por la mañana. ¡Esto está loco!

Lo hicieron a propósito, juraré que lo hicieron a propósito. Pateó la pelota directamente a su propio portero, sabiendo, lo juro, que podía aprovechar la conocida fuerza corporal superior del Bibliotecario para lanzar la pelota casi la longitud completa del campo. Y allí está Bengo Macarona, más o menos inadvertido por sus adversarios, dirigiéndose hacia el misil mientras los Unidos se han alejado de su baluarte, como los desafortunados Maranids durante la primera guerra Prodostiana [al editor le gustaba pensar de sí como un clasicista].

—¡Nunca he visto algo como eso! —gritó a su ayudante casi ensordecido—. Han dejado a todos los Unidos en el lugar equivocado. Y allí va Macarona. La pelota parece estar pegada a sus pies. Y allí, delante de él, parece estar el único miembro del desafortunado equipo de los Unidos que sabe qué está ocurriendo. El Sr. Charles "Niño Grande" Barton, quien sin embargo sale tambaleándose de la meta, como el Gigantesco Octopal, a la vista de las hordas de los Mormidons.

El editor se quedó en silencio, olvidando todo mientras el suelo entre los dos hombres se acortaba por el momento. —¡Oh, no! —dijo. Se escuchó una inmensa aclamación desde la multitud. —¿Qué ocurrió? —dijo el ayudante, el lápiz suspendido. —¿No lo vio? ¿No lo vio? —dijo el editor. Su pelo estaba despeinado y parecía un hombre acercándose a la demencia—. ¡Macarona corrió alrededor de él! No sé cómo la pelota se quedó en sus pies. —¿Usted quiere decir que lo esquivó y pasó más allá de él, señor? —dijo el ayudante. El ruido de la multitud habría sido incandescente si hubiera sido visible. —Otro gol —dijo el editor desplomado—. ¡Dos goles en tan pocos minutos! ¡No, no lo esquivó, corrió alrededor de él! ¡Dos veces! Y lo juro, terminó más rápido. —Ah, sí —dijo el ayudante, todavía escribiendo—. Fui a una conferencia sobre ese tipo de cosas, una vez. Era sobre cómo las cosas no golpean la tortuga del mundo, señor. Era como un efecto de honda, podría haber adquirido velocidad adicional cuando dobló la enorme cintura del portero, señor.

—¡Y escuche rugir a la multitud! —dijo el editor—. Y escríbalo. —Sí, señor, eso sería: Uno Profesor Macarona D. Thau (Bug), D. Maus (Chubb), Magistaludorum (QIS), Octavium (Hons), PHGK (Blit), DMSK, Mack, D. Thau (Bra), Profesor Visitante en Chickens (Universidad Jahn el Conquistador (Piso 2, Edificio Empacadores de Camarones, Genua)), Primo Octo (Deux), Profesor Visitante de Intercambios Blit/Slood (Al Khali), KCbfJ, Profesor por Reciprocidad de la Teoría Blit (Unki), D. Thau (Unki), Didimus Supremius (Unki), Profesor Emérito en Determinaciones del Substrato Blit (Chubb), Director de Estudios de Blit y Música (Colegio Quirm para Jóvenes Damas), hay sólo un Profesor Macarona D. Thau (Bug), D. Maus (Chubb), Magistaludorum (QIS), Octavium (Hons), PHGK (Blit), DMSK, Mack, D. Thau (Bra), Profesor Visitante en Chickens (Universidad Jahn el Conquistador (Piso 2, Edificio Empacadores de Camarones, Genua)), Primo Octo (Deux), Profesor Visitante de Intercambios Blit/Slood (Al Khali), KCbfJ, Profesor por Reciprocidad de la Teoría Blit (Unki), D. Thau (Unki), Didimus Supremius (Unki), Profesor Emérito en Determinaciones del Substrato Blit (Chubb), Director de Estudios de Blit y Música (Colegio Quirm para Jóvenes Damas), hay sólo uuuuuuuun Profesor Macarona D. Thau (Bug), D. Maus (Chubb), Magistaludorum (QIS), Octavium (Hons), PHGK (Blit), DMSK, Mack, D. Thau (Bra), Profesor Visitante en Chickens (Universidad Jahn el Conquistador (Piso 2, Edificio Empacadores de Camarones, Genua)), Primo Octo (Deux), Profesor Visitante de Intercambios Blit/Slood (Al Khali), KCbfJ, Profesor por Reciprocidad de la Teoría Blit (Unki), D. Thau (Unki), Didimus Supremius (Unki), Profesor Emérito en Determinaciones del Substrato Blit (Chubb), Director de Estudios de Blit y Música (Colegio Quirm para Jóvenes Damas), sóloooooooooo un Profesor Macaronaaaaaaaah D. Thau (Bug), D. Maus (Chubb), Magistaludorum (QIS), Octavium (Hons), PHGK (Blit), DMSK, Mack, D. Thau (Bra), Profesor Visitante en Chickens (Universidad Jahn el Conquistador (Piso 2, Edificio Empacadores de Camarones, Genua)), Primo Octo (Deux), Profesor Visitante de Intercambios Blit/Slood (Al Khali), KCbfJ, Profesor por Reciprocidad de la Teoría Blit (Unki), D. Thau (Unki), Didimus Supremius (Unki), Profesor Emérito en Determinaciones del Substrato Blit

(Chubb), Director de Estudios de Blit y Música (Colegio Quirm para Jóvenes Damas). ¿Pero no estaría en posición adelantada, señor? —Ésa parecería efectivamente ser la queja de los desafortunados guerreros Unidos —dijo el editor—. Se están agrupando alrededor del árbitro y ¿qué daría yo por ser una mosca sobre esa pared? —No hay ninguna pared, señor. —Eso parece... —y el editor paró de golpe—. ¿Quién es ése? —¿Qué es eso, señor? —¡Mira ahí en las tribunas! Las tribunas de la clase alta, podría añadir, a la cuál no fuimos invitados. El sol aprovechó esta oportunidad para aparecer desde atrás las nubes y el tazón del Hipo pareció llenarse con luz. —Ésa es la muchacha de la micromalla, señor —dijo el ayudante. Incluso algunos del equipo de los Unidos que protestaban estaban mirando las tribunas ahora. Ella lastimaba los ojos, pero eran arrastrados hacia ella otra vez. —Tengo su imagen sobre la pared de mi dormitorio —dijo el ayudante—. Todos la han estado buscando. —Tosió—. Dicen que no raspa, ya sabe. Ahora,

todos

los

jugadores

de

fútbol

sobre

el

campo,

excepto

el

desafortunado Charlie Barton, que tenía un vertiginoso mareo, estaban agrupados alrededor del árbitro, que decía: —Repito; fue un gol perfectamente aceptable. Un poco desagradable y llamativo, quizás, pero sin embargo completamente dentro de las reglas. Ustedes han observado a los muchachos Invisibles entrenando. El juego se mueve rápido. No les envía unos clacs para decirles qué ocurrirá después. Una voz un poco más abajo dijo: —Es un error elemental creer que incluso el guardameta más valiente puede defenderla solo contra el total poderío del equipo oponente. —Era Nutt. —Sr. Nutt, no se supone que usted les diga ese tipo de cosas —dijo Ridcully. El Sr. Marranete parecía abatido. Un hombre traicionado por equipo, historia y expectativas. —Puedo ver que tenemos mucho para aprender —dijo. Trev tiró de Nutt hacia un costado.

—Y ahora es donde todo sale mal —dijo. —Oh, vamos, Sr. Trev. Nos está yendo muy bien. A Bengo, por lo menos. —No lo estoy mirando a él. Estoy mirando a Andy y Andy está mirando a Bengo. Le están dando tiempo. Están dejando que los pobres y viejos cabrones se metan en un infernal aprieto y luego se harán cargo. Y entonces Trev recibió una breve lección en por qué los magos son magos. —Tengo una modesta propuesta y me pregunto si usted me escuchará, árbitro. Mientras en la Universidad Invisible somos absolutos novatos, hemos tenido bastante más tiempo para encontrarle la vuelta al nuevo fútbol que nuestros actuales adversarios. Por lo tanto, propongo darles uno de nuestros goles —dijo Ridcully. —¡Usted no puede hacer eso, señor! —dijo Ponder. —¿Por qué, está en contra de las reglas? —El tono de Ridcully se profundizó y se puso perceptiblemente más pomposo—. Le pregunto a usted, ¿están el espíritu deportivo, el compañerismo y la generosidad en contra de las reglas, por favor? —Al final de la frase su voz era audible casi hasta el fondo del estadio. —Bien, por supuesto no hay nada contra eso, señor. No hay una regla que le impida lavar su ropa sucia durante la mitad del partido... y es porque nadie lo haría. —Correcto. ¿Sr. Marranete? Uno de nuestros goles es ahora suyo. Estamos, por así decir, empatados. Marranete, paralizado, miró alrededor a sus compañeros jugadores. —Bien, er, si usted insiste, señor. —No soñaría con tomar un no por respuesta —dijo Ridcully con elocuencia. —¿Qué diablos lo hizo hacer eso? —dijo el editor del Times, cuando un corredor exhausto le trajo las noticias. —Fue un gesto muy generoso. —¿Por qué lo hizo? —preguntó Ponder a Ridcully. —Soy totalmente transparente, Stibbons. Generoso en exceso, ése soy yo. No es mi culpa que no sepan que son inferiores y esto jugará en sus mentes durante el resto del partido. —Eso es bastante... astuto, señor.

—Sí, lo es, ¿verdad? Estoy algo orgulloso por eso. Y otra vez, tenemos que patear primero. No me asombra que éste sea un juego tan popular. —Eso fue un extraordinario fragmento de psicología —dijo Nutt a Trev cuando caminaron de regreso a los laterales del campo de juego—. Algo cruel, posiblemente, pero inteligente. Trev no dijo nada. Escuchó el llamado frenético del silbato para que se reanudara el partido, seguido al instante por el árbitro que gritaba: —UN POCO DE GRANIZO NO LOS LASTIMARÁ, NIÑOS, ES SANO Y LES HARÁ BIEN. —Eso es magia —dijo Trev—. ¿Debería estar ocurriendo? —No —dijo Ponder Stibbons detrás de él—. Es sólo posesión. —Sí, el juego es todo sobre posesión, Sr. Trev —dijo Nutt. Trev levantó la mirada a la tribuna otra vez. Estaba la forma brillante de Julieta, apenas a unos pies de distancia del mismo Vetinari y flanqueada por Glenda y Pepe. Ella podía ser una diosa. Nunca va a ocurrir, ¿o sí?, se dijo. No ella y un muchacho de los tanques de vela. Realmente no va a ocurrir. No ahora. Y entonces Bengo gritó y pareció como si todas las voces en el estadio participaran en un comunal “¡OOOOOH!” Y el silbato sonó otra vez. —¿Qué ocurrió, señor? —dijo el ayudante de redacción. —Exactamente no puedo estar seguro. Le pasaron la pelota a Macarona otra vez y luego chocó con un par de jugadores de Unidos y todos terminaron en una pila. Nutt, el primero en llegar al dolorido Macarona, miró a Trev con gravedad. —Ambas rótulas dislocadas —dijo—. Necesitaremos que un par de hombres lo lleven al Lady Sybil. El ex Decano miró a los jugadores de fútbol apiñados. —Entonces, ¿qué ocurrió aquí, Sr. Espinilla? —dijo mientras la transpiración goteaba desde su barbilla. Andy levantó un dedo momentáneamente a su flequillo. —Bien, señor, estaba corriendo de acuerdo con las reglas para enfrentar al Sr. Macarona y no tenía ninguna idea en absoluto de que Jimmy la Cuchara,

aquí, había tenido exactamente la misma idea y estaba viniendo desde una dirección diferente, y de repente estábamos todos allí culo arriba, si disculpa mi Klatchiano. Trev frunció el ceño. La expresión sobre la cara de Andy era transparente. Estaba mintiendo. Sabía que estaba mintiendo. Sabía que todos los demás sabían que estaba mintiendo y no se preocupaba. A decir verdad, disfrutaba bastante la situación. Las botas de Andy se veían lo bastante pesadas para amarrar un bote. —Lo dejaron como la carne en un sándwich, señor —se quejó Trev al árbitro. —¿Puede probarlo, joven? —Bien, usted puede ver qué le ha pasado al pobre cabrón. —Sí, ¿pero tiene pruebas de la colusión? Trev se quedó en blanco y Nutt proporcionó en un susurro: —¿Puede probar que era una trampa? —¿Alguien puede? —dijo el árbitro, mirando a los jugadores. Nadie podía. Trev se preguntó cuántos podrían, si no fuera un hecho que Andy estaba parado allí, inocente como un tiburón—. Soy el árbitro, caballeros, y sólo puedo arbitrar lo que veo y no vi nada. —Sí, porque se aseguraron de eso —dijo Trev—. De todos modos, escuche a la multitud. ¡Todos ellos lo vieron! —¡Mire! Tienen botas que podrían pelar corteza —protestó Ridcully. —Sí, efectivamente, Mustrum, quiero decir, lo siento, capitán, pero aún no hay ninguna regla sobre las botas que deberían ser usadas y por lo menos éstas son las botas que han sido usadas tradicionalmente para el juego de patear-la-pelota. —¡Pero son trampas humanas! —Por cierto puedo ver a lo que usted está llegando, pero ¿qué le gustaría que yo haga? —dijo Henry—. Tengo la sospecha de que si cancelo este partido en este momento ni usted ni yo saldríamos de aquí vivos, porque incluso si nosotros mismos escapamos de la ira de la multitud, de ninguna manera nos libraríamos de la ira de Vetinari. El partido continuará. Académicos Invisibles pueden jugar con un suplente y voy a... déjeme ver... —sacó una libreta—. Ah, sí, otorgaré un tiro libre en el mismo punto donde

este infeliz incidente tuvo lugar. Y puedo añadir que miraré con recelo cualquier futuro "incidente". Sr. Marranete, confío en que usted pondrá esto en claro para su equipo. —¡A hacer puñetas para un juego de soldados! —gritó Trev—. Nos quitaron a nuestro mejor jugador ¿y usted va a dejarlos ir con una sonrisa? Pero

el

árbitro

era,

después

de

todo,

el

ex

Decano.

Un

hombre

acostumbrado a las confrontaciones directas con Mustrum Ridcully. Lanzó una fría mirada a Trev, se volvió muy deliberadamente hacia el Archicanciller y dijo: —Y confío en que usted, también, capitán, recalcará a su equipo que mis decisiones son finales. Habrá una pausa de cinco minutos para que haga esto, y algunos de ustedes muchachos pueden llevar al pobre Profesor Macarona fuera del campo y ver si pueden encontrar algún curandero que lo mire. Una voz detrás de él gritó: —Tiene uno aquí mismo, señor. Giraron. Una figura ligeramente mayor que lo natural, con un sombrero de copa y una bolsa pequeña, inclinó la cabeza hacia ellos. —Dr. Césped —dijo Ridcully—. No habría esperado verlo aquí. —¿De veras? —dijo el doctor—. No me lo hubiera perdido por nada en el mundo. Ahora algunos de ustedes arrástrenlo hasta esa esquina y le echaré un vistazo. Le enviaré mi factura, ¿o no, Mustrum? —¿No le gustaría llevarlo a algún lugar bonito y silencioso? —dijo el árbitro. —¡No tema! Quiero mantener mi ojo sobre el juego. —Se lo están llevando —dijo Trev, mientras caminaba de regreso a la línea —. Todos saben que se lo están llevando. —Todavía tenemos al resto del equipo, Sr. Trev —dijo Nutt, atándose las botas. Por supuesto, se las había hecho él mismo. Parecían guantes de pie—. Y a mí, por supuesto, soy el primer suplente. Prometo que haré todo lo posible, Sr. Trev. Hasta ahora, había sido una tarde algo aburrida para el Bibliotecario después de su pequeño momento al sol. En realidad estaba algo aburrido entre los postes de la portería, estaba sintiendo hambre, y fue agradablemente

sorprendido por la aparición de un gran plátano enfrente de la meta. Más tarde estuvieron de acuerdo en que, en un contexto de fútbol, la misteriosa aparición de la fruta debería haber sido recibida con cierta cantidad de precaución. Pero tenía hambre, era un plátano y la metafísica era lógica. La comió. Glenda, en la tribuna, se preguntó si era la única que había visto la fruta sorprendentemente amarilla en su trayectoria y luego vio, mirándola desde la multitud con una gran sonrisa sobre su cara, a la Sra. Atkinson, la madre de Tosher, él mismo algo como un arma sin guía. Cualquiera que alguna vez había estado en la Presión la conocía como autora de toda clase de agresiones ingeniosas. Siempre había salido impune porque nadie en la Presión golpearía a una anciana, especialmente una parada junto a Tosher. —Discúlpeme —dijo Glenda, poniéndose de pie—. Tengo que llegar ahí abajo ahora mismo. —Ninguna posibilidad, amor —dijo Pepe—. Es hombro-contra-hombro. Una Presión y media. —Cuide a Julieta —dijo Glenda. Se inclinó hacia adelante y tocó el hombro del hombre más cercano—. Tengo que llegar a la parte inferior de esto lo antes posible. ¿Le molesta si salto? Miró más allá de ella a la fastuosa figura de Julieta y dijo: —En absoluto, si usted consigue que su amiga me dé un beso grande. —No, pero yo le daré uno. —Er, no se moleste, señorita, pero vamos entonces, deme su mano. Era un descenso razonablemente rápido, mientras era pasada de mano en mano, acompañada por obscenidades, muchas payasadas amistosas y una definitiva sensación de satisfacción por parte de Glenda porque estaba usando sus bragas más grandes e impenetrables. 38 Codeando y pateando gente fuera del camino, llegó a la meta justo cuando el plátano era consumido en un trago y se quedó parada sin aliento e impotente enfrente del Bibliotecario. Él le dio una amplia sonrisa, pareció pensativo por un momento y se cayó para atrás. Arriba en la tribuna, Lady Margolotta se volvió hacia Vetinari. 38

Esto fue ligeramente modificado cuando ella se dio cuenta de que ninguno de los espectadores

habían intentado ningún toqueteo en absoluto.

—¿Es eso parte del juego? —Me temo que no —dijo él. Su señoría bostezó. —Bien, alivia el aburrimiento, por lo menos. Han pasado mucho más tiempo discutiendo que jugando. Vetinari sonrió. —Sí, señora. Parece que el fútbol es exactamente como la diplomacia: períodos breves de peleas seguidos por largos períodos de negociación. Glenda pinchó al Bibliotecario. —¿Hola? ¿Está usted bien? —Todo lo que podía escuchar era un gorjeo. Ahuecó sus manos—: ¡Hombre... er, alguien caído, aquí! Ante otro coro de abucheos y, porque esto era Ankh-Morpork, aclamaciones, el comité viajero, en que se había convertido el partido ahora, se apuró hacia la meta de los Académicos Invisibles. —Alguien lanzó un plátano y vi quién lo hizo, pienso que está envenenado — dijo Glenda, todo en una respiración. —Está respirando pesadamente —dijo Ridcully. El comentario era superfluo porque los ronquidos estaban haciendo traquetear la meta. Se agachó y puso su oreja sobre el pecho del Bibliotecario. —No creo que haya sido envenenado —dijo. —¿Por qué dice eso, Archicanciller? —preguntó Ponder. —Porque si alguien ha envenenado a nuestro Bibliotecario —dijo Ridcully—, entonces, aunque no soy, por naturaleza, un hombre vengativo, me aseguraré de que esta universidad cace al envenenador por todos los medios táumicos, místicos y ocultos disponibles, y que haga el resto de su vida no sólo tan horrible como pueden imaginarla sino tan horrible como yo puedo imaginarla. Y pueden confiar, caballeros, en que ya he empezado a trabajar sobre eso. Ponder miró a su alrededor hasta que vio a Rincewind. —Profesor Rincewind. Usted fue, quiero decir es su amigo, ¿no puede meterle los dedos por la garganta o algo? —Bien, no —dijo Rincewind—. Estoy muy encariñado con mis dedos y me gusta pensar que ellos están encariñados conmigo. —El ruido de la multitud

se estaba poniendo más fuerte. Estaban aquí para ver fútbol, no un debate —. Pero el Dr. Césped todavía está aquí —dijo Rincewind—. Se gana la vida metiendo su mano en cosas. Tiene el don. —Ah, sí —dijo el árbitro—. Quizás podemos abusar de él para que tome otro paciente. —Se volvió hacia Ridcully—. Debes jugar con tu otro suplente. —Ése sería Trevor Probable —dijo el Archicanciller. —¡No! —explotó Trev—. Se lo prometí a mi vieja mamá. —¿Pensé que usted era parte del equipo? —dijo Ridcully. —Bien, sí, señor, algo de... ayudar y todo eso... Se lo prometí a mi vieja mamá, señor, después que mi papá se murió. Sé que estaba abajo en la lista, pero ¿quién hubiera pensado que resultaría de este modo? Ridcully miró el cielo. —Bien, me parece, caballeros, que no podemos pedirle a un hombre que rompa una promesa hecha a su vieja mamá. Ése sería un crimen más atroz que el homicidio. Tendremos que jugar con diez hombres. Parece que tendremos que prescindir. Arriba en su palco destartalado, el editor del Times recogió su libreta y dijo: —Me voy ahí abajo. Es ridículo sentarse aquí arriba. —¿Se va sobre el campo, señor? —Sí. Por lo menos así puedo ver qué está ocurriendo. —¡No creo que el árbitro lo permita, señor! —¿Usted no va a jugar, Trev? —dijo Glenda. —¡Ya le dije! ¿Cuántas veces necesito decírselo a la gente? ¡Se lo prometí a mi vieja mamá! —Pero usted es parte del equipo, Trev. —¡Se lo prometí a mi vieja mamá! —Sí, pero estoy segura de que ella comprendería. —Es fácil decirlo. Nunca lo sabremos, ¿o sí? —No necesariamente —dijo una voz alegremente. —Oh, hola, Dr. Hix —dijo Glenda. —No pude evitar escuchar su conversación, y si el Sr. Probable pudiera decirme dónde su madre está enterrada, y el árbitro quiera darnos un poco de tiempo, bien podría ser posible que yo...

—¡Usted no pone una pala en ningún lugar cerca de mi vieja mamá! —gritó Trev, las lágrimas corriendo por su cara. —Estoy segura de que todos comprendemos, Trev —dijo Glenda—. Es siempre difícil con las viejas mamás —y añadió, sin pensar realmente lo que estaba diciendo—, y pienso que Julieta comprenderá. Lo tomó de la mano y lo remolcó fuera del campo. Trev había tenido razón. Todo estaba saliendo mal. Las certezas optimistas del principio del partido estaban perdiendo intensidad. —Usted cedió un gol, señor —dijo Ponder mientras él y Ridcully se preparaban para el próximo encuentro. —Tengo gran fe en el Sr. Nutt en la meta —dijo Ridcully—. Y les mostraré qué les pasa a las personas que tratan de envenenar a un mago. El silbato sonó. —¡ÉCHENSE Y DENME VEINTE! Lo siento, caballeros, no sé por qué dije eso... Lo que le pasa a las personas que tratan de envenenar a un mago, por lo menos a corto plazo, es que tienen una ventaja en un partido de fútbol. La ausencia del Profesor Macarona era un golpe mortal. Había sido el pilar alrededor del cual se había construido la estrategia de la universidad. Envalentonados, los Unidos atacaron a la presa. Aún así, el editor del Times pensaba, echado sobre el mismo borde del campo al lado de su iconografiador, los magos casi se las están arreglando para mantenerse. Hacía garabatos tan rápido como podía, tratando con todas las fuerza de ignorar la suave llovizna de envolturas de pastel, cáscaras de plátano, bolsas vacías y grasientas de arvejas y la ocasional botella de cerveza que era lanzada al campo. ¿Y quién es ése con la pelota ahora? Echó un vistazo a la pequeña hoja de números que había logrado apuntar. Ah, correcto. Unidos habían irrumpido en el lado de la UI y estaba Andy Espinilla, un hombre desagradable a decir de todos y... seguramente eso no era un procedimiento normal de fútbol. Otros jugadores habían formado fila a su alrededor. Así que estaba corriendo en medio de un grupo de guardaespaldas. Incluso los otros miembros del equipo no parecían saber qué estaba ocurriendo, pero el Sr. Espinilla sin embargo logró un loable

golpe hacia la meta, que fue expertamente arrebatado del aire por... el Sr. Nutt. Echó un vistazo a su hoja, ah, sí, el orco, y añadió en su libreta: "quien es claramente un experto en agarrar grandes objetos redondos". Pero entonces se sintió avergonzado y lo tachó. A pesar de donde estamos echados, se dijo, no somos la prensa sensacionalista. El orco. Nutt bailaba de atrás para adelante enfrente de su meta, tratando de encontrar a alguien que viera en una posición de poder hacer algo con una pelota. —No puede estar sin hacer nada todo el día, Orco —dijo Andy, parado frente a él—. Tendrá que dejarla ir pronto, Orco. No hay mucha ayuda para usted ahora, ¿o sí, Orco? Dicen que usted tiene garras. Muéstrenos sus garras, Orco. Eso romperá su pelota. —Creo que usted es un hombre con asuntos sin resolver, señor. —¿Qué? Nutt dejó caer y pateó la pelota por sobre la cabeza de Andy y en alguna parte en la muchedumbre que luchaba por ella se escuchó un crunch, que fue seguido por un grito, que fue seguido por el silbato y el silbato fue seguido por el canto. Comenzó en alguna parte en la zona de la Sra. Atkinson, pero se desparramó, oh, sí, rápidamente: “¡Orco! ¡Orco! ¡Orco! ¡Orco! ¡Orco! ¡Orco! ¡Orco!” Ridcully se puso de pie, un tanto inestable. —Los cabrones me han dado, Henry —gritó, en una voz que apenas podía ser escuchada sobre el canto—. ¡Rótula! ¡Maldita rótula! —¿Quién lo hizo? —exigió el árbitro. —¿Cómo lo sabría? ¡Es un maldito desorden, exactamente como el viejo juego! ¿Y no puedes hacer que paren ese maldito canto? No es la clase de cosa que queremos escuchar. El Archicanciller Henry levantó su megáfono. —¿Sr. Marranete? El capitán de los Unidos se abrió camino a empujones a través de la multitud turbulenta, con aspecto muy avergonzado. —¿No puede controlar a sus hinchas?

Marranete se encogió de hombros. —Lamento esto, señor, ¿pero qué puede uno hacer? Henry miró alrededor del Hipo. ¿Qué podía hacer nadie? Era la turba. La Presión. Nadie estaba a cargo. No tenía un culo para patear, ni una muñeca para ser abofeteada ni una dirección. Simplemente estaba ahí y estaba gritando porque todos los demás lo estaban. —Bien, ¿entonces puede controlar su equipo por lo menos? —dijo. Para su sorpresa el Sr. Marranete bajó la mirada. —No completamente, señor. Lamento eso, señor, así son las cosas. —Un incidente más de esta clase y cancelaré el partido. Sugiero que dejes el campo de juego, Mustrum. ¿Quién es el capitán suplente? —¡Yo! —dijo Ridcully—. Pero dadas las circunstancias nombro al Sr. Nobbs como mi suplente. —¿No Nobby Nobbs? —exclamó el ex Decano. —No parientes —dijo Bedel Nobbs muy rápidamente. —Bien, ésa fue una buena elección por lo menos —dijo Trev, suspirando—. Nobbsy es un pateador en el fondo. —Pero se supone que no se trata de patear —dijo Glenda—. ¿Y sabe qué? — añadió, levantando la voz contra el rugido de acero de la multitud—. Sin importar lo que el viejo Decano piense, no puede parar el partido ahora. ¡Este lugar explotaría! —¿Eso cree? —dijo Trev. —Escuche —dijo Glenda. —Sí, pienso que usted tiene razón. Usted debería salir de aquí. —¿Yo? Ni lo piense. —Pero usted podría hacer algo útil y sacar a Julieta. Llévela tan lejos como Vimes y su grupo. Apuesto a que están esperando justo fuera de las puertas. Hágalo ahora mismo mientras todavía puede bajar los escalones. No tendrá una oportunidad en cuanto empiecen a jugar otra vez. Cuando partió, Glenda caminó sin que lo notaran hasta la línea del área chica, donde el Dr. Césped estaba de guardia sobre sus pacientes. —¿Sabe? ¿Esa bolsa pequeña que trajo consigo, señor? —¿Sí?

—Pienso que va a necesitar una bolsa más grande. ¿Cómo está el Profesor Macarona? El profesor estaba echado sobre su espalda, mirando el cielo con una expresión de sosa felicidad. —Lo arregle fácil y suficiente —dijo el doctor—. No estará jugando otra vez hasta dentro de algún tiempo. Le he dado un poco de algo para tenerlo feliz. Corrección, le he dado mucho de algo para tenerlo feliz. —¿Y el Bibliotecario? —Bien, conseguí que un par de muchachos me ayudaran a darlo vuelta boca abajo y ha estado vomitando mucho. Todavía está muy débil, pero no creo que sea muy malo. Está tan enfermo como un loro.39 —Se supone que esto no sería así, lo sabe —dijo Glenda por una sensación de que debía defender el maldito desorden. —No lo es en general —dijo el doctor. Giraron cuando el ruido de la multitud cercana cambió. Julieta estaba bajando los peldaños emitiendo destellos. El silencio la seguía como un perro en celo. También Pepe y el alentador volumen de Madame Sharn, que podría ser una útil barricada en caso de que el Hipo se convirtiera en un caldero. Trev, pegado detrás de ellos, parecía una ocurrencia tardía en comparación. —De acuerdo, querida, ¿de qué se trata todo esto? —dijo Pepe. —Yo no me voy —dijo Julieta—, no mientras Trev esté aquí. No me voy sin Trev. Pepe dice que él va a ganar el partido. —¿Qué ha estado diciendo usted? —dijo Glenda. —Él ganará —dijo Pepe con un guiño—. Tiene una estrella en su mano. ¿Usted quiere ver que lo haga, nena? —¿A qué está jugando? —dijo Trev, enojado. —Oh, soy un poco un mago, yo. O tal vez un hada madrina. —Pepe hizo un gesto abarcando el estado—. ¿Ve ese montón? Sus antepasados gritaban para ver a los hombres matarse unos a otros y a las bestias que destrozaban a gente decente. Hombres con lanzas que luchaban contra hombres con redes y toda esa clase de mierda fea. 39

De acuerdo con el Índice de Náusea Aviar de Fletcher, la enfermedad de loro está en el número

cinco en el índice de "desear la muerte". El nivel más alto de la enfermedad es la sufrida por la grandiosa Águila Combovered que puede vomitar sobre tres países al mismo tiempo.

—Y tienen ventas de carro-cola aquí domingo de por medio —añadió Glenda. —Ha sido siempre lo mismo —dijo Pepe—. Es una criatura grande. Nunca muere. Llorando y gritando y amando y odiando a lo largo de las generaciones y uno no puede domesticarla y uno no puede detenerla. Sólo por usted, dama joven, y por el alma del Sr. Trev, voy a lanzarle un hueso. No llevará más de un minuto. Su forma delgada y ligeramente arañosa desapareció subiendo los peldaños justo cuando sonó el silbato. Glenda reconoció a Bedel Nobbs haciendo la patada, pero Ridcully había cometido el error de pensar que un hombre que era tan grande como él era tan inteligente como él. Y allí estaba, era el viejo juego otra vez. Los Unidos estaban saliendo en estampida hacia el campo, los viejos pateadores haciendo sitio para el ejército de Andy mientras hacían presión contra Nutt. La patada le dio en el pecho y lo levantó hasta el fondo de la meta. El silbato sonó y fue seguido por: —¡NO TOQUE ESO, CHICO! ¡USTED NO SABE DÓNDE HA ESTADO! —a su vez seguido por—: Realmente lamento mucho todo eso, no sé por qué ocurre —que fue seguido por... absoluto silencio. El cual fue roto por una voz: —Probable. Probable. Probable. Comenzó en la tribuna, en algún lugar cerca de donde Pepe se había ido. La bestia había olvidado el nombre "Orco", pero sin duda recordaba el nombre "Probable", un nombre que la había alimentado tan a menudo, un nombre al que había dado a luz y comido, un nombre que era fútbol, el mismo corazón de la bestia. Y aquí, sobre este campo roto, era un nombre con el que hacer magia. “¡PROBABLE! ¡PROBABLE! ¡PROBABLE!” Difícil era que un hombre adulto no lo hubiera visto. Era la leyenda. Incluso después de todos estos años, era un nombre que trascendía otras lealtades. Uno les contaba a los nietos sobre él. Uno les contaba cómo yacía allí sangrando y tal vez cómo mojó un pañuelo en su sangre y lo guardó para recuerdo. —Probable —entonaba el barítono de Madame Sharn. —Probable —susurró Glenda y entonces—: ¡PROBABLE! —Podía ver la pequeña figura correr a lo largo de la cima de las tribunas, los cantos tras ella.

Las lágrimas corrían por la cara de Trev. Sin misericordia, Glenda lo miró a los ojos. —¡Probable! ¡Probable! —¡Pero mi vieja mamá! —lloró Trev. Entonces Julieta se inclinó y lo besó y por un momento, las lágrimas eran de plata. —¿Probable? Trev se quedó parado, abriendo y cerrando las manos mientras el canto seguía, entonces hizo algo como encogerse de hombros. Luego sacó su maltratada lata del bolsillo de la chaqueta y se la pasó a Glenda, antes de girar hacia el campo otra vez. —Lo siento, Mamá —dijo, quitándose la chaqueta—, pero esto es fútbol. Y ni siquiera tengo una camiseta. —Pensamos en eso —dijo Glenda—. Cuando fueron hechas. —Sacó una de las profundidades de su bolsa. —Número cuatro. Ése era el número de mi papá. —Sí —dijo Glenda—. Lo sabemos. Escúchelos aclamar, Trev. Trev parecía alguien que trataba de encontrar una cláusula de excepción. —Ni siquiera he entrenado nunca con el nuevo fútbol. Usted me conoce, siempre ha sido la lata. —Es una pelota de fútbol. Es sólo una pelota de fútbol —dijo Nutt—. Le encontrará la vuelta en un segundo. El ex Decano se acercó a grandes zancadas. —Bien, todo esto es muy gratificante con un toque de emoción bienvenida, damas y caballeros, pero es tiempo de continuar este partido de fútbol y estaría muy agradecido si todos los no-jugadores pudieran pararse detrás de las líneas —dijo, gritando para hacerse escuchar encima del ruido de la multitud. Trev dejó a Nutt en la meta. —No se preocupe, Sr. Trev —dijo el orco, sonriendo—. Conmigo en la meta y usted al ataque no podemos perder. No me atraparán del mismo modo una segunda vez. —Bajó la voz y agarró el hombro de Trev—. Cuando empiece a ponerse caliente en este extremo, corra como mal olor hacia el otro y me

aseguraré de que usted reciba la pelota. —Trev asintió y cruzó el pasto a las aclamaciones de la multitud. El editor del Times informó más tarde de la siguiente manera: En este momento, los Unidos parecían sentir que tenían una estrategia básica y volcaron todos los recursos del lado de la universidad en un ataque grupal que estaba claramente más allá del control del árbitro. El valiente orco guardameta también había aprendido una lección y dos o tres veces recuperó el día con magníficas paradas, en una ocasión pateando la pelota, en nuestra opinión, directamente a la cabeza de uno de los apiñados adversarios, atontándolo, y luego la atrapó de rebote, la dejó caer sobre la bota y la envió lejos, a la mitad opuesta donde Trevor Probable, hijo del famoso héroe del fútbol, corrió como loco hacia la meta donde el Sr. Charlie Barton había sido felizmente provisto con una silla, una mesa, un almuerzo tardío y dos leales defensores, cuyo claro propósito era ver que ninguno pasara. Toda respiración en el parque seguramente cesó cuando el joven paladín disparó un tiro tremendo, que fue, por desgracia, afuera por unas pocas pulgadas y sólo sirvió para hacer sonar toda la carpintería y rebotó hacia los defensores. Sin embargo, Probable atacó como un endemoniado y la moral se levantó otra vez cuando los dos defensores se tropezaron uno con otro justo lo suficiente para que el muchacho impulsara la esfera otra vez hacia su proyectado lugar de descanso. Su corresponsal cree que incluso los hinchas de los Unidos se unieron en el quejido cuando otra vez este segundo tiro no encontró un hueco y rebotó esta vez casi a los pies de H. Capstick, que no perdió tiempo en enviarla zumbando hacia el extremo de los Académicos antes de que pudiera hacer más daño. Otra vez, el infatigable Sr. Nutt rechazó varios ataques mientras el resto algo patético de los defensores de la universidad demostraba que la destreza con la varita mágica sirve de poco si uno no sabe para qué sirven los pies. En este momento, el Maestro de las Artes Oscuras, el Dr. J. Hix fue sumariamente despedido del campo por el persistente canto de la multitud: “¿Quién es el bastardo de negro?”, que alertó al árbitro sobre sus intentos esforzados por voltear a F. Brisket, uno de los conocidos muchachos Brisket, con la daga come-alma de la Reina Araña Vampira Mortal. La cual, como ocurrió, resultó no ser mágica ni, como resultó, hecha de metal, sino uno de

varios artículos similares disponibles en el Emporio de la Broma de Boffo, Calle Décimo Huevo. Vociferando juramentos aparentemente terribles sobre el estatuto de la universidad, el Dr. Hix tuvo que ser arrastrado del campo por miembros de su propio equipo, dejando a nuestros briosos magos en un periodo de dificultad aun más debilitado, ¡probablemente deseando tener una alfombra mágica para sacarlos de allí! Por lo menos la invectiva del Dr. Hix y los intentos de arrastrar el suelo con él les compraron algo de tiempo.

Glenda corrió al campo hasta Trev, despeinado y alicaído. —¿Qué ocurrió, Trev? —dijo—. La tenía ahí mismo, enfrente de usted. La tenía en sus manos, bueno, sobre su bota, de todos modos. —No hace lo que quiero —dijo Trev. —Se supone que usted le hace hacer lo que usted quiere. Es sólo una pelota de fútbol. —Sí, pero estoy tratando de aprender con todo esto en marcha. —Bien, por lo menos casi lo logró. No hemos perdido aún y todavía es sólo la primera mitad. Cuando el juego fue reanudado, de acuerdo con el editor del Times: Cierta cantidad de aguante ha sido recuperada por los hombres de los sombreros puntudos y el capitán Nobbs condujo un ataque concertado en un intento de interferir aún más con el almuerzo de Charlie Barton, pero para consternación de todos, el hijo de Dave Probable todavía parecía tener sólo un conocimiento superficial del arte de marcar goles y mucho parecía que su única oportunidad de hacer uno sería envolver la pelota y enviarla vía la Oficina de Correos. Y entonces, para conmoción de todos, la pandilla oculta pareció demostrar que eran mucho mejores en el billar que en el fútbol cuando otro de los intentos poderosos, pero sin dirección, de Probable rebotó otra vez desde la meta a la cabeza del Profesor Rincewind, que estaba corriendo en dirección contraria, a decir verdad, y quedó en el fondo de la meta antes de que nadie, incluso Charlie, supiera dónde estaba. Esto recibió una aclamación, pero sólo porque el partido ahora parecía, en nuestra opinión, ser una rutina de comedia. Por desgracia, no había ninguna comedia en el hecho de que en algunas partes del Hipo, estallaron peleas entre pandillas de hinchas rivales,

indudablemente inspiradas por algunos de los desempeños vergonzosos en el campo...

Mientras los dos equipos trotaban o renqueaban de regreso a sus lugares, el árbitro llamó a los capitanes. —Caballeros, no estoy muy seguro de qué estamos haciendo aquí, pero estoy muy seguro de que no es exactamente fútbol y espero con ansia la investigación más tarde. Mientras tanto, antes de que alguien más sea lastimado y especialmente antes de que la multitud empiece a romper este lugar y comerse unos a otros, les diré que el próximo gol anotado será el último, aunque todavía estamos sólo en primera mitad. —Miró a Marranete con intención y dijo—: Sinceramente espero que algunos jugadores examinen sus conciencias. Si puedo acuñar una frase, caballeros, es muerte súbita de cualquier manera. Les daré unos minutos para que recalquen esto a sus equipos. —Lo siento, señor —dijo Marranete, mirando alrededor—, algunos de mis muchachos no son las personas que habría escogido, si usted me entiende. Les daré una buena charla. —En mi opinión eso sólo funcionaría si los estuviera golpeando con un martillo al mismo tiempo, Sr. Marranete. Son una desgracia. ¿Y usted también me comprende, Sr. Nobbs? —Pienso que nos gustaría continuar también. Nunca diga morir. —Y no me gustaría ver muerte aquí, tampoco, pero sospecho que su pedido por tiempo adicional es en la esperanza de que el Sr. Probable aprenda cómo jugar al fútbol, pero me temo que no ocurrirá en un mes de domingos. —Bien, sí, señor, pero no puede... —empezó Marranete. —Sr. Marranete, he hablado y soy el árbitro y ahora mismo soy la cosa más cercana a los dioses. SOY

LA COSA MÁS CERCANA A LOS DIOSES.

Volvió como un eco. Más suave. Más

brillante. Miró a su alrededor. —¿Qué? ¿Ustedes amigos dijeron algo? LA

COSA MÁS CERCANA A LOS DIOSES.

Se escuchó un sonido como ¡gloing! Pero

la pelota todavía estaba en sus manos, ¿verdad? Se quedó mirándola. ¿Y era

sólo él, o había algo en el aire? Algo... en el aire... plata de los buenos días invernales. Trev hizo una pequeña carrera embarazosamente meneada en el mismo punto mientras esperaba. Cuando miró hacia arriba, estaba Andy Espinilla mirándolo. —Su viejo papá querido debe estar teniendo un ataque —dijo Andy alegremente. —Yo lo conozco, Andy —dijo Trev cansinamente—, sé lo que hace. Acorrala a algún pobre puñetero y lo hostiga hasta que pierde los estribos y así empieza, ¿no? No estoy para eso, Andy. —No está para muy mucho, ¿o sí? —No lo escucho, Andy —dijo Trev. —Oh, calculo que me oye. Trev suspiró otra vez. —Lo he estado observando. Usted y sus amigos son puñeteros maestros en clavar la bota cuando el árbitro no está mirando y sobre lo que no ve no puede hacer nada. Andy bajó su voz. —Bien, puedo hacer algo sobre usted, Trev. Usted no saldrá caminando de este lugar, lo juro. Usted será cargado. Se escuchó el sonido del silbato, seguido por el imparable: “CUALQUIER NIÑO QUE NO HAYA TRAÍDO SU EQUIPO JUGARÁ EN CALZONCILLO!” —Muerte súbita —dijo el ex Decano y los equipos chocaron, emergiendo Andy con la pelota en sus pies y su deshonrosa guardia flanqueándolo. Ponder Stibbons, en la trayectoria de su avance, calculó muchas cosas muy rápidamente, tales como velocidad, dirección del viento y la probabilidad de ser pisoteado en el pasto. Hizo un esfuerzo de todos modos, pero terminó plano sobre la espalda después de la colisión. Como el editor del Times lo puso: En esta escena de desesperación, consternación y desorden, el único defensor solitario, Nutt, permanecía en el camino del gol ganador de los Unidos...

Se escuchó un rugido inmediatamente detrás de Nutt. No se atrevió a mirar hacia atrás, pero alguien aterrizó encima de la meta, haciéndola temblar, cayó abajo e indicó por medio de un inmenso pulgar córneo que la ayuda del Sr. Nutt ya no era requerida. Había una costra verde alrededor de la boca del Bibliotecario, pero esto no era nada comparado con el fuego en sus ojos. En este momento, de acuerdo con el editor del Times: Aparentemente confundido por el regreso del famoso hombre del bosque de los magos, Espinilla hizo otro intento de marcar un gol, que fue parado con una mano por el Bibliotecario y regresado al pasto de los Unidos sin esfuerzo. Con todo para jugar, nos parecía que todos los hombres sobre el campo estaban persiguiendo la pelota como si fueran una manada de niños, riñendo en la zanja por la lata tradicional. Sin embargo, el Sr. Nobbs, nos aseguran que no es pariente, pudo hacer un poco de espacio para darle al desafortunado Sr. Probable otro intento de seguir en las huellas de su padre, que fracasó por el ancho, según nuestra estimación, de aproximadamente media pulgada y la pelota fue arrebatada por Gran Niño Barton quien entonces se desplomó, ahogado, después de haberse metido a la boca, entendemos, una considerable cantidad de pastel para tener las manos libres.

—No debería ser así —dijo Glenda, y el pensamiento resonó en su cabeza: No debería ser así—. Trev tiene que ganar, no puede ser de cualquier otra manera. —Y su voz volvió otra vez; ¿Puede una tener ecos en su propia cabeza? Iban a perder, ¿no? Iban a perder porque Andy sabía cómo violar las reglas. LAS

REGLAS.

SOY

LAS REGLAS.

Miró a su alrededor, pero aparte del médico y su gemido o, en el caso de Ridcully, maldiciendo acusaciones, no había nadie cerca de ella aparte de Julieta que estaba mirando el partido con su sonrisa normal y leve. —Santo cielo. Todo lo que necesita es hacer sólo un gol —dijo Glenda en voz alta. SOY

EL GOL,

dijo la voz tranquila desde la nada.

—¿Escuchaste eso? —dijo Glenda. —¿Qué? —dijo Julieta. Giró y Glenda pudo ver que estaba llorando—. Trev va a perder. SOY

LA PELOTA.

Esta vez había venido desde su bolsillo, y sacó la lata de Trev. Cuando el Dr. Césped lanzó un quejido y regresó rápidamente hasta el campo hacia Charlie que se ahogaba (como más tarde lo puso el Times), ella lo siguió y alcanzó al Sr. Nobbs. —Si usted quiere una taza de té y un trozo de pastel otra vez en su vida, Sr. Nobbs, patee la pelota hacia mí. Usted sabrá dónde estoy, porque estaré gritando y actuando tonto. Haga lo que digo, ¿de acuerdo? HAGA

LO QUE ELLA DICE,

¿DE

ACUERDO?,

escuchó su voz en eco.

—¿Y qué hará usted, lanzármela de nuevo? —Algo así —dijo Glenda. —¿Y qué bien va a hacer esto? —Va a ganarle el partido, eso es. ¿Puede recordar la regla 202? Lo dejó preguntándose y luego se acercó deprisa a la Sra. Whitlow y los animadores que, ahora mismo, no tenían nada para animar. —Pienso que deberíamos darles una muy buena exhibición a los muchachos en este momento —sugirió—. ¿Estás de acuerdo, Julieta? Julieta, que la había estado siguiendo diligentemente dijo: —Sí, Glenda. SÍ, GLENDA. Y allí estaba otra vez. Una frase. Dos voces. La Sra. Whitlow no era el tipo de persona que aceptaría una instrucción de la cabeza de la Cocina Nocturna, pero Glenda se inclinó hacia adelante y dijo: —Es el pedido especial del Archicanciller. La resurrección de Gran Niño Barton no era un trabajo fácil y posiblemente había menos voluntarios para meterle los dedos en la garganta que los que hubo para el Bibliotecario. Y el vaciado y la limpieza llevaron un poco más de tiempo. Cuando el árbitro convocó a los equipos otra vez a sus posiciones, Glenda llegó sin aliento y le pasó un trozo de papel. —¿Qué es esto? —Son las reglas, señor, pero verá que le he puesto un círculo alrededor de una de ellas. Le echó un vistazo, y dijo con desdén: —Me parece mucha tontería.

—No lo es, señor, no si lo mira un poco cada vez, señor, son las reglas, señor. El Archicanciller Henry se encogió de hombros y metió el papel en su bolsillo. Por un momento, Bedel Nobbs echó un vistazo a Glenda, fuera de lugar, desafiante, entre los animadores. Glenda era conocida por ser generosa con sus amigos y hacía el mejor té en la universidad. No se trataba de fútbol, se trataba de un jarro de té caliente y posiblemente una rosquilla. Se inclinó hacia Nutt. —Glenda dice que tengo que recordar la regla 202 —dijo. La cara de Nutt se iluminó. —Idea ingeniosa y por supuesto funcionará. ¿Le dijo que patee la pelota fuera del campo? —Sí, eso es correcto. ¿Vamos a hacer trampa? —dijo Bedel Nobbs. —No. Vamos a atenernos a las reglas. Y la cosa sobre atenernos a las reglas es que es a veces mejor que hacer trampa. La oportunidad de Nobbs vino bastante pronto, sorprendentemente por un pase obviamente mal dirigido de Marranete. ¿Había estado Marranete parado muy cerca cuando estuvieron hablando? ¿Y acaba de decir “Vaya por ella?” Sonó mucho como eso. Pateó la pelota recta hacia los animadores, donde Glenda la bajó del aire y la empujó entre los pliegues de la falda de la Sra. Whitlow. —Ustedes no han visto esto, damas, ustedes no han visto dónde está y no se están moviendo para nadie, ¿de acuerdo? Mientras la multitud abucheaba y aclamaba, sacó la lata de su bolsa y lo sostuvo en el aire. —¡Pelota perdida! —gritó—. ¡Pelota suplente! —Y lanzó la lata directamente hacia el bedel, que fue bastante rápido para patearla hacia Nutt. Antes de que cualquier otro jugador se hubiera movido, aterrizó con un pequeño ¡gloing!, sobre la punta de la bota de Trev Probable... De acuerdo con el editor del Times: Nos han asegurado que ninguna magia fue usada en el día del partido y no es mi lugar contradecir al honorable cuerpo docente de la Universidad Invisible. Todo lo que su corresponsal dirá es que Trevor Probable pateó la "pelota",

contra toda probabilidad, hacia la meta de los Académicos, donde se quedó, al parecer esperando la estampida del enfurecido equipo de los Unidos. Lo que siguió, su corresponsal debe declarar, no fue exactamente un gol, sino fue un castigo y una retribución. Estaba escribiendo el nombre Probable, por segunda vez, en los anales de la historia del fútbol, cuando Trevor, el famoso hijo de un padre famoso, limpió el piso con los Unidos, los retorció y volvió a hacerlo todo otra vez. Corriendo. Esquivando. A veces servicialmente pateando la "pelota" directo hacia un defensor que la encontró saliendo en una dirección bastante diferente, que ocurrió ser donde Probable estaba ahora. Se burló de ellos. Jugó con ellos. Hizo se chocaran unos a otros mientras iban tras una pelota que, inexplicablemente, ya no estaba donde estaban seguros de que había estado. Y debe haber venido como un alivio para los miembros más regulares de los Unidos cuando bajó la velocidad y mandó la "pelota" por sobre la cabeza de su guardameta suplente, Miguelito Pulford (antes de los Trotamundos de Calle Saltarín) y en la red, donde dio vueltas y luego regresó para aterrizar precisamente en la punta de la bota de Probable. El silencio...

... se extendió como mantequilla caliente. Glenda estaba segura de que podía escuchar un distante canto de aves o, posiblemente, el ruido de los gusanos bajo el pasto, pero claramente el sonido desde el improvisado hospital de campaña del Dr. Césped, el sonido de "Gran Niño" Barton vomitando otra vez. Y entonces, donde el silencio había reinado, el sonido se volcó como el chorro de agua de un dique roto. Era físico y era complejo. Aquí y allá los espectadores empezaron a cantar. Todos los cantos de todos los equipos, unidos y armonizando en un momento perfecto. Glenda observaba con asombro mientras Julieta... Era como el desfile de modas, todo de nuevo otra vez. Ella parecía iluminada desde el interior, barras de luz dorada flotando hacia afuera de la micromalla. Empezó a correr hacia Trev, quitándose la barba y, Glenda lo podía ver, elevándose desde el suelo gradualmente como si estuviera subiendo una escalera. Era una visión extraña y maravillosa, y ni siquiera Charlie Barton, todavía vomitando, podía deslucirla. —Excúseme —dijo el Sr. Marranete—. Ése fue un gol, ¿no?

—Sí, Sr. Marranete, pienso que lo fue —dijo el árbitro. Marranete fue empujado fuera del camino por Andy Espinilla. —¡No! ¡Se fue a un lado! ¿Es un puñetero ciego, o qué? Y era una lata. —No, Sr. Espinilla, no lo era. Caballeros, ¿no pueden ver lo que está ocurriendo

enfrente

de

sus

caras?

Miren,

todo

lo

que

ocurrió

era

perfectamente legal bajo las reglas del juego, regla 202, para ser preciso. Es un fósil, pero es una regla, y puedo asegurarles que ninguna magia fue usada. Pero ahora mismo, caballeros, ¿no pueden ver a la dama de oro flotar en el aire? —Sí, correcto, eso es exactamente más cosas de chicos raros, justo como ese gol. —Esto es fútbol, Sr. Espinilla, todo es cosas de chicos raros. —Entonces el partido ha terminado —dijo el Sr. Marranete. —Sí, Sr. Marranete, así es. Aparte de, e insisto en llamar su atención hacia ella, una bella dama de oro que flota sobre el campo. ¿Soy el único que ve esto? Marranete echó un vistazo hacia la ascendente Julieta. —Sí, correcto, muy bonita, pero hemos perdido, ¿o no? —Sí, Sr. Marranete, ustedes han perdido clara y enfáticamente. —Y, justo para ser preciso —dijo Marranete—, no hay más, esto, reglas, ¿o sí? —No, Sr. Marranete, usted ya no está sometido a las reglas del fútbol. —Gracias por esa aclaración, su señoría, y también puedo agradecerle en nombre de los Unidos la manera en que manejó los eventos complicados de esta tarde. Con esto, giró y le dio un puñetazo a Andy directamente en la cara. El Sr. Marranete era un hombre moderado, pero muchos años de levantar un cadáver de cerdo en cada mano significaban que tenía un puñetazo que incluso la gruesa piel de Andy tenía que tener en cuenta. Aún así, después de que Andy parpadeara unas pocas veces logró decir: —Usted bastardo. —Usted nos hizo perder el partido —dijo Marranete—. Podríamos haber ganado honradamente, pero usted tuvo que echarlo a perder.

Y aquellos a su alrededor se sintieron capaces de murmurar apoyando la acusación. —¿Yo? ¡No fui yo! Fue ese puñetero Trev Probable y su pequeño amigo orco. Ellos estaban usando magia. Usted no puede decir que eso no era mágico. —Sólo destreza, se lo aseguro —dijo el ex Decano—. Asombrosa destreza, sin duda, pero él es bien conocido por su destreza con la lata, que es por sí misma un verdadero ícono del fútbol. —¿Dónde está ese puñetero Probable, de todos modos? Glenda, los ojos fijos en el centro del campo, con una voz de alguien medio hipnotizado, dijo: —También se está elevando en el aire. —Mire, no puede decirme que eso no es mágico —insistió Andy. —No —dijo Glenda—. ¿Sabe qué? Pienso que es religión. ¿Puede escuchar? —No puedo escuchar nada, querida, con todo el ruido de la multitud —dijo el ex Decano. —Sí —dijo Glenda—. Escuche a la multitud. Lo hizo. Eran un rugido, un grandioso rugido que llenaba el cielo, viejo y animal, y que venía los dioses sabían de dónde, pero dentro de él, viajando como un mensaje escondido, distinguió las palabras. Nadaban para enfocarse, si efectivamente el oído pudiera enfocar y si él estuviera realmente escuchándolos con sus orejas. Podían haber estado viniendo a través de sus huesos... Si el goleador piensa que anota o si el guardameta llora de vergüenza ellos no comprenden el aplauso de la multitud que hago, y escucho y gano otra vez soy la multitud y soy la pelota soy el triunfo y la vergüenza el pasto, los pasteles, Todo y siempre y alguna vez, soy el Juego. No importa quién ganó o perdió Nada es el puntaje que hicieron

La fama es un pétalo que se riza en la helada Pero recordaré cómo jugaron. Y se queda allí, pensó Glenda, como un sonido en un estandarte. Todo el mundo una parte de él. Julieta y Trev empezaron a flotar hacia abajo, de la mano, girando suavemente hasta que aterrizaron ligeramente sobre el pasto, todavía besándose. Un tipo de realidad empezó a filtrarse hacia el estadio, y hay algunas personas que, incluso cuando escuchan el canto del ruiseñor, dirán: —¿Qué es ese maldito ruido? —Bastardo tramposo —dijo Andy y se lanzó directamente hacia Trev, cubriendo el suelo a gran velocidad mientras el muchacho permanecía de pie allí con una expresión muy perpleja pero feliz sobre su cara. No notó al temerario Andy hasta que una bota inmensa lo pateó directamente en la ingle, tan fuerte que los ojos de todos los espectadores masculinos lagrimearon de dolor por simpatía. Por segunda vez en veinticuatro horas, Trev sintió cantar a la micromalla cuando los miles de eslabones se movieron y se quedaron quietos muy rápidamente otra vez. Era como si una brisa pequeña hubiera soplado su calzoncillo. Aparte de eso, no había sentido nada. Andy, por otro lado, sí había sentido. Estaba tirado en el suelo, doblado, haciendo un tipo de ruido silbante a través de sus dientes. Alguien palmeó a Trev en la espalda. Era Pepe. —Usted sí se puso mi calzoncillo, ¿no? Bien, obviamente no mi calzoncillo. Tendría que ser un suicida para querer ponerse mi calzoncillo. De todos modos, se me ha ocurrido un nombre para esa cosa: voy a llamarla Retribushium. No puedo decir que será un final para la guerra, porque no puedo imaginar que algo ponga fin a la guerra, pero rechaza la fuerza hacia donde vino. No raspa tampoco, ¿o sí? —No —dijo Trev, asombrado. —¡Bien, alcanzó para él! Seriamente, sin embargo, él es una presa. Eso me recuerda, necesitaré una imagen de usted con la prenda.

Andy se estaba poniendo de pie despacio, levantándose vertical casi por la sola fuerza de voluntad. Pepe sonrió, y de algún modo a Trev le pareció obvio que cualquiera que fuera a levantarse e intentar alguna amenaza al Pepe sonriente era más que un suicida. —¿Tiene un cuchillo, lo tiene, usted pequeño mequetrefe? —dijo Andy. —No, Andy —dijo Nutt detrás de él—. Nada más. El partido ha terminado. La fortuna ha favorecido a los Académicos Invisibles y creo que el final tradicional es cambiar camisetas en una atmósfera de buen compañerismo. —Pero no el calzoncillo —dijo Pepe por lo bajo. —¿Qué sabe sobre ese tipo de cosas? —gruñó Andy—. Usted es un puñetero orco. Sé todo sobre ustedes gente. Ustedes pueden arrancar brazos y piernas. Ustedes son magia negra. No le tengo miedo. —Se acercó a Nutt a una velocidad loable para un hombre con tanto dolor. Nutt lo esquivó. —Creo que hay una solución pacífica para la obvia enemistad entre nosotros. —¡¿Usted qué?! Pepe y algunos de los jugadores de fútbol se estaban acercando. Andy no había estado haciendo amigos. Nutt les indicó que se alejaran. —Estoy seguro de que podría ayudarlo, Andy. Sí, usted tiene razón, soy un orco, ¿pero no tiene ojos un orco? ¿No tiene orejas un orco? ¿No tiene brazos y piernas un orco? —Sí, por el momento —dijo Andy, y saltó. Lo que ocurrió después ocurrió tan rápido que Trev no vio la mitad de ello. Empezó con Andy saltando y terminó con él sentado sobre el suelo con las manos de Nutt sujetando su cabeza, garras afuera. —Déjame ver ahora —reflexionó Nutt mientras el hombre se debatía en vano —. Torcer el cráneo con la suficiente fuerza para romper la espina dorsal y la columna vertebral no debería presentar mucha dificultad ya que es una articulación no-giratoria. Y, por supuesto, los agujeros de las orejas y las órbitas oculares permiten un agarre adicional a la manera de una bola de boliche —añadió con felicidad. Había un silencio horrorizado mientras continuaba.

—Usando la unidad de medición de fuerza inventada por Sir Palorrosa Bunn, debo pensar que unos simples 250 Bunns deberían ser suficientes. Pero, por supuesto, y posiblemente sea sorprendente, el romper la piel, tendones y músculos sí me presentarían alguna dificultad. Usted es un hombre joven y la fuerza de tensión sería muy alta. Imagino que la piel sola requeriría la fuerza de unos mil Bunns. Andy lanzó un aullido cuando su cabeza fue suavemente retorcida. —¡Oh, digo! ¡Mire aquí ahora! —dijo Ridcully—. Una broma es una broma y todo eso, pero... —Desde ahora se pone algo sucio —dijo Nutt—. Los músculos arrancarían los huesos comparativamente fácil. Andy lanzó otro gañido estrangulado. —Pero considerándolo en conjunto, pensaría que una fuerza de tres a cinco Kilobunns debería ser suficiente. —Hizo una pausa—. Sólo una pequeña broma, Andy. Sé que le gusta la risa. Creo que también sería muy capaz de meterle una mano por su garganta y sacarle el estómago. —Siga adelante —gruñó Andy. Y alrededor del estadio del Hipo, la bestia olió sangre. Después de todo, no eran exactamente carreras de caballos lo que había tenido lugar en el Hipo durante siglos. La pequeña cantidad de sangre que había sido derramada hoy no era nada comparada con los océanos de los siglos pasados, pero la bestia conocía la sangre cuando la olía. Las aclamaciones y los cantos se avivaron ahora, y las palabras se hicieron más y más fuerte cuando las personas se pusieron de pie: ¡Orco! ¡Orco! ¡Orco! Nutt permaneció impasible y luego se volvió hacia el ex Decano. —¿Podría pedirle a todos los demás que se vayan por favor? Esto puede ponerse sucio. —¡Oh, vamos! —dijo Trev—. No tiene sentido. —Ah, bien —dijo Nutt—, ¿tal vez sólo las damas? —Ni lo piense —dijo Glenda. —En tal caso, ¿sería tan amable por favor de prestarme su megáfono, árbitro, y estaría agradecido si ordena a algunos de los jugadores más

fuertes del campo que contengan al Sr. Espinilla que tristemente no está en su sano juicio, creo. Sin palabras el megáfono le fue entregado. Nutt lo tomó mientras la tormenta de “¡Orco! ¡Orco!” crecía más alta, se alejó un poco del resto del grupo y se quedó de pie allí, impasible, con los brazos cruzados hasta que el hostigamiento paró por absoluta falta de velocidad. Con todos los ojos observándolo, levantó el megáfono a sus labios y dijo: —Caballeros. Sí, efectivamente, soy un orco y siempre lo seré. Y puedo decir que ha sido un privilegio jugar aquí hoy y verlos a todos ustedes. Pero ahora deduzco que ser un orco en esta ciudad puede ser visto como algo problemático por algunos de ustedes. —Hizo una pausa—. Así que les pediría a ustedes que me disculpen si les pido que este asunto sea resuelto entre nosotros ahora. Se escucharon risas y algunos abucheos de varias partes del campo, pero también, le pareció a Glenda, la bestia se estaba llamando a silencio. En ese silencio donde se podía escuchar caer un alfiler, el ruido sordo del megáfono chocando con el suelo pudo ser escuchado en cada esquina. Entonces Nutt se arremangó y bajó su voz con el propósito de que las personas tuvieron que esforzarse por escuchar. Dijo: —Vengan si piensan que son bastante fuertes. Primero fue conmoción y luego el silencio de la incredulidad y el susurro de cada cabeza que se volvía hacia otra cabeza y decía, “¿Dijo eso realmente?”, y entonces alguien arriba en la tribuna empezó a aplaudir, al principio despacio y luego en un tempo acelerado, mientras llegaba al punto máximo de la multitud, cuando no aplaudir sería impensable. Dejar de aplaudir era también impensable y en un minuto el aplauso era una tormenta. Nutt regresó al resto del equipo con las lágrimas corriendo por su cara. —¿Tengo valía? —preguntó a Glenda. Ella corrió hacia él y lo abrazó. —Siempre la tuvo. —Entonces cuando el partido haya terminado hay cosas que tenemos que hacer. —Pero ha estado terminado por siglos —dijo Glenda.

—No, no está terminado hasta que el árbitro suena su silbato. Todos lo saben. —Por Io que tiene razón —dijo Ridcully—. Siga, Decano. ¡Dele trabajo! El Archicanciller de la Universidad de Brazeneck se sentía lo bastante gentil para dejar pasar eso. Puso el gigantesco silbato en sus labios, llenó sus pulmones con aire y envió la arveja a traquetear. A pesar de todo, la sombra de Evans el Rayado tuvo la última palabra: "¡NINGÚN NIÑO DEBE PERDER EL TIEMPO EN LAS DUCHAS!' Cuando la multitud se volcó a raudales desde las tribunas, pisoteando el pasto ahora sagrado, Ridcully tocó el hombro del triste Sr. Marranete y dijo: —Sería mi privilegio cambiar camisetas con usted, señor. —Dejó caer su sombrero al suelo, se sacó la camisa y reveló un pecho tan peludo que parecía dos leones dormidos. La camisa de los Unidos que recibió a cambio era de un talle algo apretado, pero eso no tenía importancia porque, como Andy había pronosticado, los Académicos Invisibles fueron efectivamente recogidos por la multitud aullante (excepto la Sra. Whitlow que se defendió) y llevados en gloria por la ciudad. Era un triunfo. Ya sea que uno ganara o perdiera, todavía era un triunfo.40

¿Piensa que todo ha terminado? Los magos de la Universidad Invisible sabían cómo divertirse. Pepe y Madame Sharn41 estaban impresionados. Sin embargo, negocios son negocios y tenían que pensar en Julieta. —No puedo verla en ningún lugar —dijo Madame. —Pienso que vi a las dos hace poco —dijo Pepe—. Éstos tipos viven bien... Nunca había visto una tabla para quesos tan grande. Hace que el celibato casi parezca que vale la pena. —Oh, ¿eso crees?

40

Es tradicional en estas ocasiones que los héroes conquistadores rocíen botellas de champaña sobre

la multitud. Esto no ocurrió. Si un mago tiene éxito en sacar el corcho de una botella de champaña, por cierto no piensa volcarla. 41

Que tenía la misma forma que la mayoría de los magos y se sentía doblemente cómoda.

—No. A propósito, ¿has notado que ese mago muy alto está echándote el ojo, mi querida? —Ése es el Profesor Bengo Macarona. Piensas que él... —empezó Madame. —Sin sombra de duda, mi querida. Sé que se ha lastimado las piernas, pero dudo que ése sea un problema. Otra vez, Madame estiró el cuello para buscar en la multitud la figura brillante. —Espero que nuestra joven modelo no se esté involucrando en ningún toqueteo. —¿Cómo podría? Está totalmente rodeada por admiradores. —Todavía es posible. A decir verdad, Julieta y Trev estaban sentados en la oscuridad de la Cocina Nocturna. —Buscaré algo para hacer —dijo Trev—. Iré donde usted vaya. —Debe quedarse aquí y jugar al fútbol —dijo Julieta—. ¿Sabe qué dijeron algunas personas cuando estábamos bebiendo? Dijeron que Dave Probable era su padre. —Bien, sí, eso es verdad. —Sí —dijo Julieta—, pero solían decir que usted era su hijo. —Bien, tal vez un poco de fútbol —admitió Trev—, pero no creo que salga del apuro con la lata otra vez. Se besaron. En el acto, eso era todo lo que parecía necesario. Sin embargo... Glenda y Nutt también habían querido encontrar un lugar un poco apartado y, si fuera posible, oscuro. Fortuitamente ella había sacado del bolsillo un par de boletos, puestos allí por el Dr. Hix en su intento de difundir oscuridad y desaliento en todo el mundo por medio del arte dramático de aficionados, para la producción de Actores de Hermanas Dolly de Starcrossed42, de Hwel el Dramaturgo. Se sentaron de la mano, mirándolo seriamente, sintiendo que las olas los movían, luego hablaron de él cuando cruzaron la ciudad, evitando con cuidado las bandas de cantos de hinchas felices y borrachos. 42

Disco simple de Ash, trío punk-pop irlandés. (NT)

—¿Qué pensó usted? —dijo Nutt, después de un rato—. Sobre la obra dramática, quiero decir. —No veo que fuera tan romántica —dijo Glenda—. Para serle sincera, pensé que era un poco tonta. —Es ampliamente considerada como una de las grandes obras dramáticas románticas de los pasados cincuenta años —dijo Nutt. —¿De veras? ¿Pero qué tipo de ejemplo están poniendo? Antes que nada, ¿nadie en Genua, incluso en aquellos días, sabía cómo tomar el pulso? ¿Es demasiado esperar un poco de conocimiento de primeros auxilios? Incluso un espejo de mano habría ayudado y hay muchos lugares respetables donde una puede tomar un pulso. —Pienso que es porque ninguno de ellos estaba pensando en sí mismo, quizás —dijo Nutt. —Ninguno de ellos estaba pensando en absoluto —dijo Glenda—, y desde luego no estaban pensando en los demás como personas. Un poco de sentido común y ellos estarían vivos. Es inventado, como los libros. No creo que nadie sensato actúe de ese modo. Él apretó su mano. —A veces usted habla como su Señoría —dijo—, y eso me recuerda. —¿Le recuerda qué? —Es tiempo para mí de encontrarme con mi fabricante.

Andy Espinilla caminaba inestable entre los callejones nocturnos, seguro en el conocimiento de que no contenían nada peor que él, una creencia que, como ocurrió, era un error. —¿Sr. Espinilla? —¿Quién está preguntando? —dijo, dando media vuelta y buscando instintivamente en el abrigo su nuevo alfanje. Pero otro cuchillo, de plata y delgado, cortó dos veces y un pie expertamente pisó la longitud de su espinilla y lo forzó al suelo. —¡Yo! Soy el final feliz. Usted puede llamarme el hada buena. No se preocupe, podrá ver cuando se seque la sangre de sus ojos y, como dicen,

ahora no tendrá que pagar un trago en ningún bar en esta ciudad, aunque sospecho que nunca lo ha hecho. Su atacante se apoyó despreocupadamente contra la pared. —Y la razón por la que estoy haciendo esto, Sr. Espinilla, es que soy un bastardo. Soy un viejo cabrón. Soy una lata. Lo dejaron salir impune porque eran buenas personas y, ¿sabe?, el mundo necesita que alguien como yo equilibre la balanza. Desde antes de que usted naciera he conocido a personas como usted. Atormentadores, bravucones y ladrones. Ah sí, ladrones. Ladrones de la dignidad de otras personas. Ladrones de su paz interior. Ahora el Sr. Nutt, es un orco y he oído que puede mejorar a las personas hablando. Bien, que así sea, digo. Si funciona, es un genio, pero eso no equilibra las cosas, no en mi libro, así que pensé que usted debería conocer a Pepe, sólo para decirle hola. Si alguna vez lo veo de nuevo, nunca encontrarán todos los pedazos, pero sólo para mostrar que tengo una vena decente, aquí hay algo para poner sobre sus heridas. Algo aterrizó blandamente cerca de la mano de Andy. Andy, goteando sangre y moco sobre el pavimento, tanteó alrededor rápidamente

mientras

las

nítidas

y

pequeñas

pisadas

desaparecían,

pensando sólo en quitarse la sangre de sus ojos, y en la venganza y en la retribución de su corazón. Y dadas las circunstancias, por lo tanto, no debería haber pasado el medio limón a través de su cara.

¿Piensa que todo ha terminado? Es un hecho lamentable que cuando dos personas están cenando en una mesa muy grande e impresionante se sienten en los extremos opuestos del eje largo. Esto es increíblemente estúpido y hace la conversación difícil y el paso de comida imposible, pero incluso Lord Vetinari y Lady Margolotta aparentemente habían suscrito a la idea. Por otro lado, ambos comían muy poco y por tanto no había mucho que pasar. —Su secretario parece estar llevándose muy bien con mi bibliotecaria —dijo Lady Margolotta.

—Sí —observó Vetinari—. Aparentemente están comparando carpetas de anillo. Él ha inventado una nueva. —Bien, para el correcto funcionamiento del mundo —dijo Lady Margolotta—, es esencial que las carpetas de anillo sean importantes para al menos una persona. —Dejó su vaso y miró hacia la puerta. —Usted parece nerviosa —dijo Vetinari—. ¿Se está preguntando cómo vendrá? —Ha tenido un día muy largo y uno excepcionalmente exitoso. ¿Y me dice que ha ido a una representación de arte dramático de aficionados? —Sí, con esa dama joven muy directa que hace los pasteles —dijo Vetinari. —Ya veo —dijo Lady Margolotta—. Debe saber que estoy aquí, ¿y ha salido con una cocinera? —Apenas había un vestigio de una sonrisa sobre los labios de Vetinari. —No cualquier cocinera. Un genio entre los cocineros. —Bien, debo confesar estar sorprendida —dijo su señoría. —¿Y enfadada? —dijo Vetinari—. ¿Un poco celosa, quizás? —¡Havelock, usted va demasiado lejos! —¿Esperaría que fuese de otro modo? ¿Además, seguramente debe darse cuenta de que su triunfo es el suyo también? —¿Le conté que he visto algunos de ellos? —dijo Margolotta después de un rato. —¿Orcos? —Sí. Son realmente miserables. Por supuesto, las personas dicen eso sobre los duendes y mientras es verdad que guardan religiosamente su propio moco y, francamente, casi todo lo demás, por lo menos hay una lógica en eso. —Bien, una lógica religiosa, al menos —murmuró Vetinari—. Tienden a ser totalmente elásticos. —Los Igors los hicieron de hombres, ¿lo sabía? Vetinari, todavía sosteniendo su vaso, caminó hasta el otro extremo de la mesa y recogió el pimentero. —No. Sin embargo, ahora que me lo dice, es patentemente obvio. Los duendes casi no habrían sido bastante feroces.

—Y no tenían nada —dijo Margolotta—. Ni cultura, ni leyendas, ni historia... el hombre podía dárselas. —Todo lo que ellos no son, él es —dijo Vetinari, añadiendo—: Pero ése es un peso enorme que está poniendo sobre sus hombros. —¿Cuánto hay sobre los míos? ¿Cuánto hay sobre los suyos? —Es casi como ser un caballo de tiro —dijo Vetinari—. Después de un rato uno deja de notarlo, es sólo el estilo de vida. —Se merecen su oportunidad y debe ser tomada ahora mientras el mundo está en paz. —¿Paz? —dijo Vetinari—. Ah, sí, definida como un período de tiempo para permitir los preparativos para la siguiente guerra. —¿Dónde aprendió tal cinismo, Havelock? Vetinari dio media vuelta y empezó su caminata distraída a lo largo de la mesa otra vez. —Bien, principalmente de usted, señora, aunque tengo que decir que el crédito no es todo suyo, ya que he tenido un período prolongado de educación adicional como tirano de esta ciudad. —Pienso que usted les permite demasiada libertad. —Oh, sí. Es por eso que todavía soy tirano de esta ciudad. La manera de conservar el poder, siempre he pensado, es asegurar la total impensabilidad de que uno no esté ahí. La ayudaré de cualquier manera que pueda, por supuesto. No debería haber esclavos, ni siquiera esclavos del instinto. —Una persona puede hacer una diferencia —dijo Margolotta—. Mire al Sr. Brillo que es ahora el Rey de Diamante de los Trolls. Mírese usted mismo. Si los hombres pueden caer... Vetinari lanzó una risa aguda. —Oh, pueden, efectivamente. —... entonces los orcos pueden ponerse de pie —dijo Margolotta—. Si eso no es verdad entonces el universo no es verdad. Se escuchó una llamada como de terciopelo en las puertas dobles y Nudodetambor entró. —El Sr. Nutt está aquí, señor. —Añadió con cierto desdén—. Y está con esa... mujer, que cocina en la universidad.

Vetinari echó un vistazo a Margolotta. —Sí —dijo—. Pienso que deberíamos verlo en el salón principal. Nudodetambor tosió. —Pienso que debería decirle, señor, que el Sr. Nutt entró al edificio a través de puertas que estaban bien trancadas. —¿Las arrancó de sus bisagras? —preguntó Vetinari con aparente interés entusiasta. —No, señor, levantó las puertas físicamente de sus bisagras y las apiló prolijamente contra la pared. —Ah, entonces todavía hay esperanza para el mundo. —¿Y los guardianes? Nudodetambor echó un vistazo por un momento a Lady Margolotta. —He tomado la precaución de posicionar a algunos de ellos sin llamar la atención en la galería del Gran Salón con ballestas. —Quítalos —dijo Vetinari. —¿Quitarlos? —dijo Margolotta. —Quítalos —dijo Vetinari otra vez, directamente a Nudodetambor. Extendió su brazo a su señoría—. Pienso que el término es, como dicen, alea jacta est43. El dado, su señoría, está lanzado, y ambos deberíamos ver cómo cae. —¿Se meterá en problemas por eso? —dijo Glenda, muy cerca de Nutt mientras subían los escalones. El salón principal del palacio era un lugar intimidante cuando estaba vacío, porque había sido diseñado exactamente para ese propósito. —¿Por qué simplemente no golpeó como cualquier otra persona? —Mi querida Glenda, no soy como cualquier otra persona y usted tampoco. —¿Entonces qué va a hacer? —No lo sé. ¿Qué hará su Señoría? No tengo idea, aunque estoy conociendo cómo piensa y hay algunas posibilidades que tengo en mente. Observaron a dos figuras que descendían la amplia escalera que se extendía hasta el resto del edificio. Había sido construida para contener cientos; las dos personas que bajaban parecían inusitadamente pequeñas. 43

Frase atribuida a Julio César, significa que algo inevitable sucederá. (NT)

—Ah, Sr. Nutt —dijo Vetinari cuando casi habían llegado al escalón inferior—, y la Srta. Granodeazúcar. Debo añadir mis felicitaciones a ustedes dos por el maravilloso, aunque sorprendente éxito de los Académicos Invisibles. —Pienso que va a tener que hacer muchos cambios a las reglas, señor —dijo Nutt. —¿Cómo cuáles? —dijo Vetinari. —Pienso que uno necesita ayudantes para el árbitro. Sus ojos no pueden estar en todas partes —dijo Nutt—, y sí se necesitan algunas reglas más. Aunque el Sr. Marranete hizo la cosa honorable, pienso. —Y el Profesor Rincewind podría hacer un atacante muy capaz, si sólo pudiera convencerlo de que lleve la pelota consigo —dijo Vetinari. —Nunca diría esto al Archicanciller, mi señor, pero pienso que él podría estar mejor en un papel más defensivo. —¿A quién sugeriría como alternativa? —dijo Vetinari. —Bien, Charlie, el esqueleto animado que trabaja en el Departamento de Comunicaciones Post-Mortem, lo hizo muy bien en las pruebas. Y, después de todo —hizo una breve pausa—, sí, después de todo, ninguno de nosotros puede evitar cómo estamos hechos. Giraron al escuchar un tap-tap detrás de ellos. Era el pie de Lady Margolotta. Nutt hizo una leve inclinación. —Señoría. Confío en que la encuentro con salud suficiente. —Y tú igual, Nutt —dijo Lady Margolotta. Nutt se volvió hacia Glenda. —¿Cuál era ese término que usted usó una vez? —En plena forma —dijo Glenda. —Sí, correcto, estoy profundamente en plena forma —dijo Nutt—. Y es Sr. Nutt, si lo desea, su señoría. —¿Les importaría reunirse con nosotros arriba para una cena atrasada? — preguntó Vetinari, mirando a ambos con mucho cuidado—. No, no pienso que molestaremos, pero muchas gracias. Tengo mucho que hacer. ¿Lady Margolotta? —¿Sí? —¿Vendría aquí, por favor?

Glenda observó las expresiones: la sonrisa leve de Vetinari, la expresión de afrenta de ella, la confianza de Nutt. El crujido de su vestido largo y negro era una intoxicación audible cuando bajó los últimos escalones hacia el orco y paró. —¿Tengo valía? —preguntó Nutt. —Sí, Nutt, usted la tiene. —Gracias —dijo Nutt—, pero estoy aprendiendo que la valía es algo que debe ser acumulado continuamente. Usted me pidió que fuera apropiado. ¿Lo he sido? —Sí, Nutt, usted ha sido apropiado. —¿Y qué quiere que yo haga ahora? —Encuentre a los orcos que todavía viven en Uberwald Lejano y regréselos de la oscuridad. —¿Entonces hay más orcos, como yo? —preguntó Nutt. —Algunas docenas, quizás —dijo Margolotta—, pero en verdad apenas podría decir que son como usted. Son un grupo lamentable. —¿Son ellos quienes deberían sentirse lamentables? —dijo Nutt. Glenda observó las caras. Asombrosamente, Lady Margolotta sorprendida. —Muchas cosas malas fueron hechas bajo el Imperio Malvado —dijo—. Lo mejor que podemos hacer ahora es repararlo. ¿Ayudará en este esfuerzo? —De todas las formas que pueda —dijo Nutt. —Me gustaría que usted les enseñe comportamiento civilizado —dijo su Señoría fríamente. Él parecía considerarlo. —Sí, por supuesto, pienso que eso sería muy posible —dijo—. ¿Y a quién enviaría a enseñar a los humanos? Se escuchó una breve explosión de risa desde Vetinari, que colocó de inmediato su mano sobre su boca. —Oh, pido su perdón —dijo. —Pero debido a que me corresponde —continuó Nutt—, entonces, sí, entraré en Uberwald Lejano. —El Pastor Avena estará muy complacido de verlo, estoy segura —dijo Margolotta.

—¿Todavía está vivo? —dijo Nutt. —Oh, sí, efectivamente, todavía es muy joven después de todo, y camina con el perdón a su lado. Pienso que lo sentiría muy apropiado si fuera reunirse con él. A decir verdad, me ha dicho en una de sus visitas demasiado infrecuentes que se sentiría honrado de pasarle la cuestión del perdón a usted. —¡Nutt no necesita perdón! —explotó Glenda. Nutt sonrió y palmeó su mano. —Uberwald es un país salvaje para que un hombre viaje por él —dijo—, incluso un santo. Perdón es el nombre del hacha de combate de dos cabezas del Pastor Avena. Para el Sr. Avena la cruzada contra del mal no es una metáfora. Perdón me cortó las cadenas. La llevaré gustosamente. —Los reyes de los trolls y los enanos le darán toda la ayuda que puedan — dijo su Señoría. Nutt asintió. —Pero primero tengo un pequeño favor que pedirle, mi señor —dijo a Vetinari. —Por supuesto, pida. —Sé que la ciudad tiene varios caballos golem. ¿Me pregunto si podría prestarme uno de ellos? —Con todo gusto —dijo el Patricio. Nutt se volvió hacia Glenda. —Srta. Granodeazúcar. Julieta me contó que usted secretamente quería montar a través de Quirm por la tarde de un verano tibio, sintiendo el viento en su pelo. Podríamos partir ahora. He ahorrado dinero. Razones de toda clase de por qué ella no debería hacerlo echaron espuma en la cabeza de Glenda. Por todas partes aparecían las responsabilidades, los compromisos y el interminable clamor del deseo. Había mil y una razones por las que debería decir que no. —Sí —dijo. —En tal caso, entonces, no les quitaremos más de su valioso tiempo, mi señor, mi señora, y saldremos a las cuadras. —Pero... —empezó Lady Margolotta.

—Pienso que todo lo que tiene que decirse ha sido dicho —dijo Nutt—. Yo, nosotros, por supuesto, la visitaremos en breve cuando haya resuelto mis asuntos aquí y espero con muchas ansias hacerlo. —Inclinó la cabeza hacia ellos y, con Glenda caminando por aire a su lado, volvieron por el mismo camino en que habían venido. —¿No fue bonito? —dijo Vetinari—. ¿Vio que se sujetaban las manos todo el tiempo? En la entrada, Nutt dio media vuelta. —Oh, sólo una cosa más. Gracias por no poner arqueros en la galería. Eso habría sido muy... embarazoso. —Brindaré por su éxito, Margolotta —dijo Vetinari cuando sus pasos se apagaron—.

¿Sabe?

Seriamente

pensaba

proponerle

a

la

Srta.

Granodeazúcar que sea mi cocinera. —Suspiró otra vez—. Sin embargo, ¿qué es un pastel contra un final feliz?

¿Piensa que todo ha terminado? A la mañana siguiente, Ponder Stibbons estaba trabajando en el Edificio de Magia de Alta Energía cuando Ridcully entró cojeando. Había una brillante cinta plateada alrededor de su rodilla. —El Exprimidor Terapéutico de Grapeshot —anunció—. Un pequeño y simple hechizo. Estaré como nuevo enseguida. La Sra. Whitlow quería que pusiera una media sobre él, pero le dije que no estoy interesado en ese tipo de cosa. —Me alegro de ver que está de muy buen humor, Archicanciller —dijo Ponder, continuando su camino por un cálculo largo. —¿Ha tenido la oportunidad de ver los periódicos esta mañana, Sr. Stibbons? —No, señor. Con el asunto del fútbol, estoy un poco atrasado con mi trabajo. —Podría interesarle saber que tarde anoche escapó un pollo de setenta pies de altura de lo que se complacen en llamar el Edificio de Magia de Más Alta Energía en Brazeneck y aparentemente está causando destrozos a través de Pseudopolis mientras es perseguido por la mayor parte del cuerpo docente, quien, supongo sería bastante capaz de aterrorizar a la ciudad por sí mismo.

Henry acaba de recibir un desesperado clac y ha tenido que partir como un rayo. —Oh, eso es muy preocupante, señor. —Sí, lo es, ¿verdad? —dijo Ridcully—. Aparentemente está poniendo huevos muy rápido. —Ah, eso suena como un fenómeno de quasi-expansión blit adaptándose a un organismo vivo —dijo Ponder. Giró la página, su lápiz moviéndose prolijamente a través de la columna de cifras. —El ex Decano tiene huevo por toda la cara —dijo Ridcully. —Bien, estoy seguro de que el Profesor Semilladenabo podrá devolver las cosas bajo control —dijo Ponder. El tono de su voz era completamente igual. Hubo un silencio pequeño y ocupado y Ridcully dijo: —¿Cuánto tiempo piensa que deberíamos darle para que las tenga bajo control? —¿De qué tamaño son los huevos? —Ocho o nueve pies de altura, aparentemente —dijo Ridcully. —¿Con cáscaras de calcio? —Sí, muy gruesas, según me dicen. Ponder miró el techo pensativo. —Hum, no es demasiado malo, entonces. Si hubiera dicho acero habría sido algo preocupante. Suena muy mucho a una transferencia blit, posiblemente causada por... falta de experiencia. —Pensaba que le había enseñado al Sr. Semilladenabo todo lo que usted sabía —dijo Ridcully, más feliz que lo que Ponder lo había visto en un muy largo tiempo. —Bien, señor, quizás hubo algo que no entendió totalmente. ¿Están las personas en peligro? —Los magos les han dicho a todos que se queden adentro. —Bien, señor, pienso que si reuniera algo de mi equipo podríamos partir sobre la hora del té. —Iré también, por supuesto —dijo Ridcully. Miró a Ponder—. Y...

—¿Qué? —dijo Ponder. Miró la sonrisa de Ridcully—. Sí, podría ser una buena idea si uno de los caballeros del Times viniera a tomar imágenes. Podrían ser muy buenas para propósitos instructivos. —Un

plan

deberíamos

sumamente llevar

el

bueno, cuerpo

Sr. Stibbons, docente

y

superior.

pienso

que

Aportarán

también

algo

muy

necesario... —Chasqueó sus dedos—. ¿Cuál es la palabra? —Confusión —dijo Ponder. —No, no ésa —dijo Ridcully. —¿Apetito? —dijo Ponder—. ¿Peso? —Algo como eso... Ah, gravitas. Oh, sí, mucha gravitas. No somos la clase de tipos que andan de un lado para otro persiguiendo aves extrañas. Lo veré después del almuerzo. Y ahora tengo otros asuntos que tratar. —Sí, Archicanciller —dijo Ponder—. Oh, y, hum... ¿Qué me dice sobre el partido de fútbol propuesto? —Por

desgracia,

parece

que

tendrá

que

esperar

hasta

que

hayan

reconstruido la universidad. —Es una lástima, Archicanciller —dijo Ponder. Continuó con el cálculo hasta que las últimas cifras bailaron en su sitio, se aseguró de que el Archicanciller hubiera partido, dio una sonrisa muy pequeña, que uno podría no haber notado si uno no la hubiera esperado, y luego empujó otro libro mayor hacia él. Era otro buen día. ¡Es ahora!

Sobre el autor Las novelas de TERRY PRATCHETT han vendido más de sesenta y cinco millones

(quitando

o

poniendo

unos

cuantos

millones)

de

copias

mundialmente. En enero de 2009, la reina Isabel II hizo a Pratchett caballero en el reconocimiento a sus "servicios a la literatura". Sir Terry vive en Inglaterra con su esposa. Visite www.terrypratchettbooks.com Visite www.AuthorTracker.com por información exclusiva sobre su autor favorito de HarperCollins. También por Terry Pratchett La gente de la alfombra El lado oscuro del sol Estratos La trilogía de Bromelias: Camioneros - Cavadores - Alas Sólo tú puedes salvar a la Humanidad Johnny y los muertos Johnny y la bomba El gato no adulterado (con Gray Jollifee) Buenos presagios (con Neil Gaiman) El asombroso Maurice y sus educados roedores Hombrecillos libres Un sombrero lleno de cielo Forjador invernal Nación Los libros de Mundodisco El color de la magia La luz fantástica Ritos iguales Mort Brujerías Rechicero

Pirómides ¡Guardias! ¡Guardias! Eric (con Josh Kirby) Imágenes en acción El segador Brujas de viaje Dioses menores Lores y damas Hombres en armas Música del alma Tiempos interesantes Mascarada Pies de barro Padre puerco Patriota El último continente Carpe Yugulum El quinto elefante La verdad Ladrón de tiempo Ronda nocturna Monstruoso regimiento El correo ¡Garrotazo! ¿Dónde está mi vaca? (Con Melvyn Grant) Haciendo dinero El último héroe (con Paul Kidby) El Arte de Mundodisco (con Paul Kidby) Mort: una gran historieta de Mundodisco (con Graham Higgins) Las calles de Ankh-Morpork (con Stephen Briggs) La compañía de Mundodisco (con Stephen Briggs) El mapa de Mundodisco (con Stephen Briggs) El ingenio y sabiduría de Mundodisco (con Stephen Briggs)

Las novelas gráficas de Mundodisco: El color de la magia – La luz fantástica