Lealtades Invisibles

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F!-\NilLiP,;-~

Lealtades invisibles

Lealtades invisibles Ivan Boszormenyi-Nagy Geraldine M. Spark Amorrortu editores Buenos Aires - Madrid

Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores· Jorge Cola pinto y David Maldavsky . I B Invisible Loyalties: Reciprocity in Intergenerational Famdy Therapy, van oszormenyi-Nagy y Geraldine M. Spark © 1973, Harper & Row, Publishers, Inc. Traducción: Inés_,Pardal

Índice general

d'c1·0·n,en castellano 1983· primera reimpresión, 1994; segunda reimpre· P · nmerae 1 • ' d' ·· 201? · · ?003·, tercera reimpresión, 2008. Segunda e 1c10n, ~ Slüll,..... ©Todos los derechos de la edición en castellano reservados SpoBr Ai · SA p 1 ??5 7" piso- C1057AA uenos res Amorrortu edidit01:es E. ., arSaLgmt/LÓp-e~ de Hoyos 15, 3o izqtúerda 28006 Madrid Amorrortu e tares 'spana . .,

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Prefacio Palabras preliminares

0 cualquier sistema de almacenamiento y re¡uperacwn de m, formadión, no autorizada por los editores, viola derechos reserva os. .

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l. Conceptos referidos al sistema de relaciones

Queda hecho el depósito que previene la ley no 11.723

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Importancia clínica del enfoque sistémico Cuanto más cambia, más igual a sí mismo permanece El modernismo conservador, o el miedo a la privacidad ¿La «realidad» objetiva tiene cabida en las relaciones caracterizadas por la cercanía? ¿Cuál es la realidad objetiva de la persona?

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2. La teoría dialéctica de las relaciones

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~~~t: ~rgitalización

Industria argentina. Made in Aí:gentina ISBN 978-950-518-239-8 . .• . . 1 ISBN 06·140521-3, Harper & Row, Maryland, edicwn ongma

Boszormenyi-Nagy, !van . G ld' M S k - 2" ed Lealtades invisibles 1 !van Boszormeny1-Nagy Y era me · par · · Buenos Aires: Amorrortu, 2012. . . . ... 448 p.; 23x15 cm.- (Biblioteca de ps1cologm y ps1coanalisls) Traducción de: Inés Pardal ISBN 978-950-518-239-8 1. Enfoque Sistémico. I. Spark, Geraldine M. - II. Pardal, Inés, trad. III. Título. CDD 150.198

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Fronteras relacionales Jerarquía de obligaciones e «interiorización de los objetos» El poder y la obligación como bases alternativas de contabilización de las responsabilidades Antítesis superficie-profundidad Base dinámica retributiva del aprendizaje ¿Individuación o separación? Ajuste entre los sistemas de contabilización de méritos Implicaciones generales

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3. Lealtad

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La trama invisible de la lealtad Necesidades del individuo y necesidades del sistema multipersonal Contabilización transgeneracional de obligaciones y méritos Culpa e implicaciones éticas Estructuración intergeneracional de los conflictos de lealtad

71 73 75 Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia de Buenos Aires, en diciembre de 2012. Tirada de esta edición: 1.500 ejemplares.

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4. La justicia y la dinámica social

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86 91 91 93 96 100 104 108 110 112 116 119 120 124

Ecuanimidad y reciprocidad , . . Consideraciones sistémicas e individuales de la etica socml Normas duales en la lealtad del endogr'7po . La justicia del univers? h~n:-ano y la «f?Ja r?tat;v~» Los libros mayores de JUSticia y la teona psicolog1ca De la ley del Talión a la justicia divi~a, . . .. Implicaciones sociales del enfoque ~amico de la JUSt1Cm Responsabilidad individual y colectiva . . ., ¿Hasta qué punto puede ser objetiva la contabilizacwn de méritos? La posición especial de la fam.J?a Libros mayores de padres e hiJOS Derechos inherentes a los hijos Notas sobre la paranoia Implicaciones terapéuticas Otras implicaciones -

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5. Equilibrio y desequilibrio en las relaciones

Disfunción relacional y patogenicidad . La huida como forma de eludir el enfrentamiento con el libro mayor 177 Límites del cambio en los sistemas 179 Mitos sociales y lealtades 181 Conclusiones

.. 129 141

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6. Parentalización

187 188 193 193

Posesión y pérdida de los seres queridos Parentalización y asignación de roles Parentalización y patogenia en las relaciones Sistemas de compromiso: bases relacionales de la parentalización Compromiso de lealtad_ y moral . Implicaciones terapéuticas y concluswnes

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7. Fundamentos de la psicodinámica y de la dinámica relacional

203

Conceptos relacionales y psicoanalíticos: convergencias y divergencias . , . Implicaciones de lealtad en el modelo psicoterapeutlco de la transferencia Conclusiones

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229 231 232 233 234 237 241 252

8. ~ormación de una alianza ~perativa entre el Sistema coterapéutico y el sistema familiar Derivación de pacientes Descripción de las familias: proyección inicial de los problemas o de las soluciones Etapas iniciales de la alianza operativa Diagnóstico y pronóstico Realidad inicial y reacciones transferenciales ante los coterapeutas y el tratamiento: resistencias El equipo coterapéutico como sistema Conclusiones

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9. Terapia familiar y reciprocidad entre abuelos padres y nietos '

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El individuo y sus relaciones familiares Relaciones en la familia nuclear y en la familia extensa Los parientes políticos como sistema de equilibrio Inclusión de los abuelos en las sesiones Técnicas y comentarios sobre la inclusión de los progenitores proyectos Fragmentos clínicos de sesiones que incluyeron a progenitores provectos y sus hijos Conclusiones

266 268 284 289

10. Los hijos y el mundo interior de la familia

289 293 295 298 303 315

La infancia idealizada: confianza y lealtad básicas Concepción sistémica de la familia Sintomatología en hijos y padres Asignación de roles a los niños Interrelación del niño con el sistema familiar Conclusiones

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11. Tratamiento intergeneracional de una familia en la que se maltrataba a una hija

320 321 322 325 326 328 329 346

Datos históricos y de investigación De los conceptos intrapsíquicos a los relacionales Concepción sistémica de la familia Consideraciones sobre el tratamiento El rol de los hijos Terapia de los hijos Ejemplo clínico Conclusiones

9

8

12. Diálogo reconstructivo entre una familia y un equipo coterapéutico .

349

Historia de la familia Primer año . 371 Segundo año: Encrucijadas del cambio 380 Tercer año: Reconstrucción y final del tratamiento 390 Síntesis: primer año de tratamiento 392 Segundo año de tratamiento 393 Tercer año de tratamiento 395 La transferencia de la familia y la relación real con el equipo de coterapeutas 400 Conclusiones

Prefacio

354 355

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412 414 414 416 . 418 418 419 421 421 423 425 427 427 428 428

13. Breves pautas de orientación contextuale~ . para la conducción de la terapia intergenerac10nal La ética de los individuos y los sistemas relacionales Defmiciones Metas La actividad del terapeuta Adopción de una postura El terapeuta en su propia familia Lealtad y confiabilidad . . Transferencia, proyección y margmam1ento del terapeuta Tratamiento simultáneo de sistemas y personas . . , Reequilibrio mediante la reversión, en vez de reVIslon de antiguas relaciones El síntoma del niño como señal . El tratamiento de las raíces sistémicas de la paranma Duración Progreso y cambio , . . ¿Para quién está indicada o en que casos se JUStifica la terapia familiar?

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Epílogo

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Esferas para una redefinición futura de la reciprocidad, el mérito y la justicia

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Bibliografía

Vivimos en una era signada por la ansiedad, el temor a la violencia y el cuestionamiento de los valores fundamentales. La fe en los valores tradicionales sufre un desafío, y las oleadas de prejuicio parecen hacer peligrar nuestra mutua confianza y la lealtad que nos inspira la sociedad. Tal vez la televisión y otros medios de comunicación hayan afectado demasiado hondamente el enfoque que adoptan la juventud actual y los jóvenes adultos. Con frecuencia se habla de la llamada «brecha generacional», lo que lleva a preguntarnos si la experiencia formativa familiar no se habrá vuelto obsoleta y perdido todo su significado. La «fortaleza» de las relaciones familiares, o su efecto sobre los individuos, es sumamente difícil de medir. Los autores de esta obra consideran que los cambios observables en la familia no modifican necesariamente la influencia que las relaciones familiares ejercen entre uno y otro miembro. Las fuerzas reales de la libertad o la esclavitud están más allá de los juegos visibles de poder o las tácticas de manipulación. Los votos de lealtad hacia la familia de origen parten de leyes paradójicas: el mártir que no permite que los restantes miembros de la familia «elaboren» su culpa es una fuerza de control mucho más poderosa que el «mandón» exigente y vocinglero. El hijo delincuente o manifiestamente rebelde puede ser, en realidad, el miembro más leal de una familia. Hemos aprendido ya que las relaciones familiares no pueden interpretarse a partir de las leyes que se aplican a relaciones sociales o incidentales como las que rigen entre los colegas de una profesión. El sentido de las relaciones depende de la influencia subjetiva ejercida entre Tú y Yo. La llamada «proximidad», que tanta gente teme, se desarrolla como resultado de compromisos de lealtad que llegan a ser evidentes en el curso de un período prolongado de existencia y trabajo en común, se los reconozca o no. Podemos poner punto final a cualquier relación, salvo la que tiene como base la paternidad: de hecho, no podemos elegir a nuestros padres ni a nuestros hijos. La esencia de la terapia y de cualquier relación humana es la capacidad para asumir compromisos y confiar en los demás. Al acudir al terapeuta en busca de ayuda, el paciente o cliente llega al consultorio provisto de ese precioso don. Estamos cada vez más convencidos de que el terapeuta, ya sea que atienda a uno o a todos los miem-

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bros de una familia, debe desarrollar cierta capaCidad para percib~ las manifestaciones propias de los compromisos de lealtad y la reciprocidad de la justicia; en caso contrario, el profesional nunca será admitido dentro del sistema de lealtades. Todo tipo dljl relación terapéutica representa un desafio, tanto en lo que atañe a la capacidad de confianza del terapeuta como a su.capacidad de compromiso profesional y personal. A la postre, el psicoterapeuta debe integrar sus propias relaciones familiares con su experiencia profesional, lo que resulta particularmente importante en el caso del especialista en terapia familiar, quien en vez de centrarse en las exteriorizaciones verbales de los pacientes, aborda relaciones en plena marcha. La presente obra fue escrita con el objeto de compartir nuestra experiencia como especialistas en terapia familiar, Il:o sólo con los profesionales sino con las familias. Estamos persuadidos de qu~ el enfoque propio de la terapia familiar es muy amplio: no se trata, sin;- . plemente, de una técnica psicoterapéutica má~. Vemos n:uestr~ m:todo como la extensión y el_punto de confluencia de la ps1eolog¡a dinámica, la fenomenología existencial y la teoría de los sistemas aplicada a la comprensión de las relaciones humanas. . Nuestra experiencia terapéutica incluye muchos años de trabajo casi exclusivo con familias y parejas, además de la anterior labor terapéutica individual. Hemos visto familias con todo tipo de problemas; desde aquellas en que uno de sus miembros presenta trastornos de conducta o problemas de aprendizaje aparentemente leves, hasta las integradas por miembros psicóticos graves. Hemos er:trevistado familias de destacados profesionales, hombres de negocws y dirigentes comunitarios, así como familias de asesinos y desviados sexuales. Hemos atendido familias de hombres exitosos, de intelectuales, de trabajadores, y también de habitantes car~nciados de los guetos. Pasamos cientos de horas en sus hogares y lniles en nuestro consultorio. Para nuestro trabajo profesional contamos con una clínica especializada en terapia familiar a la que se derivan pacientes de toda la ciudad, con un centro de salud mental comunitario, con proyectos especializados en el tratamiento de esquizofrénicos y de jóvenes delincuentes, y también con nuestro consultorio privado. Procuramos transmitirle al lector los frutos de todo lo que hemos aprendido a lo largo de e&"tos años dedicados al tratamiento.de. familias. Como resultado, hemos llegado a reconocer la superficialidad y el carácter engañoso de muchos mitos y slogans contemporáneos a los que se asigna gran valor. Los aspectos «técnicos» tratados en este volumen no pueden comprenderse a menos de realizar un análisis fundamental de las prioridades éticas del hombre. Entendemos que, mientras actúa con todas las partes que intervienen en un conflicto, el especialista en terapia familiar no puede evitar las implicaciones éticas de la inevitable victimización y explotación relacional. Por oposición a lo que ocurre en el caso de la terapia individual, el tera-

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peut~ que se centra en las relaciones se ve enfrentado a los actos y reaccwnes de todos los participantes. Con el tiempo nos fuimos sintiendo cada vez menos satisfechos con lo~ marcos concep~:Uales, preexistentes y nos vimos instados a alc.anzar una. comprenswn mas adecuada de los miembros de la familia: A~_rer:d~mos ~ cor:t~mp~ar ~a _vida familiar como algo regido tanto por prmc1p10s ps1colog¡cos mdiv1duales como cuasi-políticos. Un im~ortar:~e aspecto ~e nuestra terapia familiar es la búsqueda e identificacwn de conflictos de lealtad no admitidos, o incluso inconscientes, en lo,s que el aparente «~raidor» se ve destruido por su falta de autonomm. A menudo, la soc1edad interpreta como traición los pasos normales en pos de la autonomía. La terapia familiar, como toda psicoterapia, se basa en los valores de la apertura y el carácter directo de las relaciones signadas por la cercarua, en con~raste con la negación y el secreto. No obstante la aper~u~a no es smónimo de la mera abreacción o ventilación de ios sentlmler:tos acum~lados de cada individuo; tampoco implica que d_e,ba abolirse el sentido de las fronteras individuales o la consideraCl~n por la privacidad. Lo ideal es un diálogo auténtico entre los m1embros _de la familia, que guarde relación con aspectos importantes d_e su v1da Y se~ desarrollado de manera tal de reconocer las diferenclas Y los conflictos como valiosos ingredientes reconciliables en vez de obstáculos para el crecimiento y la vinculación. ' Como resul~ado de es~e cuestionamiento, logramos un important~ ~var:~e. Hab:e~do eleg¡do de modo consciente el camino de la partl~lpa y el «conocer». Nuestro interés por la lealtad como característica de grupo y actitud personal va más allá de la simple noción conductista de una conducta respetuosa de la ley. Presuponemos que, para ser un miembro leal de un grupo, uno tiene que interiorizar el espíritu de sus expectativas y asumir una serie de actitudes pasibles de especificación, para cumplll· con los mandatos interiorizados. En última instancia, el individuo puede así someterse tanto al mandato de las expectativas externas como al de las obligaciones interiorizadas. En este sentido, interesa advertir que Freud concibió la base dinámica de los grupos como algo relacionado con la función superyoica [40]. El componente de obligación ética en la lealtad está vinculado, primeramente, al despertar del sentido del deber, ecuanimidad y justicia en los miembros comprometidos por esa lealtad. La incapacidad de cumplir las obligaciones genera sentimientos de culpa que constituyen, entonces, fuerzas secundarias de regulación del sistema. Por lo tanto, la homeostasis del sistema de obligaciones o lealtad

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depende de un insumo regulador de culpas. De manera natural, los distintos miembros poseen umbrales de culpa igualmente distintos, y resulta demasiado penoso mante'ner durante mucho tiempo un sistema regulado tan sólo por la culpa. Mientras que la estructuración de la lealtad está determinada por la historia del grupo, la justicia del orden humano y sus mitos, el alcance de las obligaciones de cada individuo y la forma de cumpfu·las están codeterminados por el complejo emocional de cada miembro en particular y por la posición que por sus méritos ocupa en el sistema multipersonal. Lá cuestión de las tramas de lealtades en las familias está íntimamente conectada con alineaciones, escisiones, alianzas y formaciones de subgrupos, examinadas a menudo en la bibliografía específica de terapia familiar y estudios afines (véase Wynne [92] en particular). Wynne definió la alineación según lineamientos funcionales: «La percepción o experiencia de dos o más personas unidas en un esfuerzo, interés, actitud o serie de valores comunes, y que, en ese sector de su experiencia, alientan sentimientos positivos una hacia la otra» (92, pág. 96]. Las alineaciones en esos niveles funcionales o emocionales-experienciales son significativas en la escena cambiante de la vida familiar, aunque hay dimensiones relacionales más significativas de alineación familiar, que se basan en problemas de lealtad cargados de culpa al ser afectados por el balance de las obligaciones y méritos recíprocos.

Necesidades del individuo y necesidades del sistema multipersonal Fuera de la estricta atracción heterosexual, las necesidades personales y arraigadas de manera profunda por obtener respuestas positivas del otro, por lo común han sido descriptas en términos de dependencia oral en la bibliografía psicodinámica. Al individuo que no funciona en forma adecuada se lo ve como un ser ávido por conseguir aceptación, atención, amor y reconocimiento, en vez de un ser que reáliza su capacidad para plantearse metas más maduras e independientes en la vida. En consecuencia, las motivaciones dependientes en un adulto suelen juzgarse en general de antemano, como infantiles y regresivas. Ciertas necesidades afiliativas de un orden de desarrollo más elevado se atribuyen a sentimientos (cargados de culpa) de obligación, servicio, y sacrificado altruismo lleno de abnegación. En este último caso, la búsqueda de reconocimiento tradicionalmente se percibe como una transacción parcial entre la persona y su progenitor interiorizado, su censor superyoico, y, de manera segundaría, entre el símismo obligado y el otro. Erikcson [34] define una actitud de afiliación más madura empleando el término «generatividad», el que taro-

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bién incluy.e la paren~alización de la dependencia personal respecto de .su propio rol mediante el deseo de afianzar a la generación siguiente y la preocupación por orientarla. . ~n tanto que la organización evolutiva de las necesidades del individuo e1_1, una estructura de personalidad puede enfocarse como una suceswn de etapas del desarrollo, el concepto de sistema multipersonal presupone la continua contabilización de hechos dentro de un marco de ~ecip~:ocidad cuasi ético o de jerarquía de obligaciones. ~o queremos Implicar con esto que el especialista en terapia familiar t~e~e que ocuparse de la orientación prevalente de valores ético-religiosos er: los distintos individuos o en la familia como un todo. Por e~ ,contrariO~ nos .interesa la ética de la justicia personal, la explotacwn y la reciprocidad. Aunque ignorarla parece muy a tono con el actual, lenguaje sofisticado, todo g1·upo social debe basarse en una red de pri~~ipios éticos o de lo contrario enfrentar el aspecto de la desintegracwn, que Durkheim describió con el nombre de «anomia» [32]. El concepto de lealtad es fundamental para comprender la ética 0 sea la estr~cturación rela~ional más profunda de las familias y otros grup~s soci~les. Par~ lo.s fines que persigue este capítulo, resulta necesano precisar el significado especial del término lealtad. Desde el punto de vista dinámico, es posible definir la lealtad de acuerdo con los pTincipios que la sustentan. Los miembros de un grupo pueden comportarse de manera leal llevados por la coerción externa elrecon~cimiento co~1sci~?-te de s_u interés por pertenecer a aqu~l, sentimientos de o~ligacwn co~scientemente reconocidos, o una obligación de pe.I:tenenc1a que los ligue de modo inconsciente. En tanto que la coercwn externa puede resultar visible para los observadores externos, Y el.interés o la obligación sentidos en forma consciente pueden ser ~1anifestados por los miembros, los compromisos inconscientes hacia un grupo pueden inferirse únicamente a partir de indicios complejos e indirectos, y a menudo sólo tras una larga familiaridad co~.la persona y el g1·upo respectivo. En última instancia, en una familia la lealtad dependerá de la posición de cada individuo dentro del ámbito de justicia de su universo humano, lo que a su vez conforma parte de la cuenta de méritos intergeneracional de la familia. U~a vez puesto sobre aviso en cuanto a la importancia de los compromisos sellados por lealtad, el especialista en terapia familiar se encontrará en posición ventajosa para estudiar las manifestaciones tanto individuales como sistémicas de las fuerzas relacionales y los determinantes estructurales. ~os compromisos de lealtad son como fibras invisibles pero resisten~es que mantienen unidos fragmentos complejos de «conducta» relacwnal, tanto en las familias como en la sociedad en su conjunto. P~ra. entender las funciones que cumple un grupo de gente, nada es mas nnportante que saber quiénes están unidos por vínculos de lealtad y qué significa la lealtad para ellos. Toda persona contabiliza su percepción de los balances del toma y daca pasado, presente y fu-

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turo. Lo que se ha «invertido» en el sistema por medio de la disponibilidad, y lo que se ha extraído en forma de apoyo recibido ~ el ?~opio uso expoliador de los demás, sigue escrito en las cuentas mv1s1bles de obligaciones. · Tal vez ninguna era, en escala tan grande como la nuestra, haya producido en masa tantos niños que crecen sin el apoyo de una paternidad responsable. A la postre, nuestra sociedad bien podría soportar la carga de un cúmulo de ciudadanos resentidos en lo más profundo y desleales con justificación, si es que los niños siguen siendo producidos en masa por padres que no tienen la intención d~ cuidarlos, o son emocionalmente incapaces de hacerlo. Toda autondad, todo miembro leal de la sociedad, o incluso el mundo entero, pueden entonces ser blancos justificados de la frustrada venganza de quienes en esencia, fueron traicionados desde la cuna. De esta manera, serán fácil presa de los demagogos que sacan partido de los prejuicios. Por lógica, los niños pueden ser explotados de muchas formas encubiertas de modo sutil. El abandono manifiesto sólo puede ser una razón parcial. Todos los aspectos de las relaciones que tienden a mantener al niño cautivo en medio del desequilibrio relacional suelen convertirse en formas de explotación, sin que haya ninguna intención personal de obtener provecho injusto de parte de nadi?. Cuando hablamos de un «vínculo de lealtad», queremos decrr algo más que compromisos confiables (contabilizables) de asequibilidad mutua entre varios individuos. Por añadidura, tienen una deuda de lealtad compartida para con los principios y definiciones simbólicas del grupo. La base biológica existencial de la lealtad familiar consiste en los vínculos de consanguineidad y matrimoniales. Las naciones, los grupos religiosos, las familias los grupos profesionales, etc., tienen sus propios mitos y leyendas, y se espera que cada miembro les sea leales. La lealtad nacional se basa en la definición de una identidad cultural, un territorio común y una historia compartida. Los grupos religiosos participan de una determinada fe, normas Y convicciones. La historia, al llevar la cuenta de las persecuciones pasadas y otras injusticias, refuerza la lealtad intragrupal. Tanto. en las familias como en otros grupos, el compromiso de lealtad fundamental hace referencia al mantenimiento del grupo mismo. Tenemos que ir más allá de las manifestaciones de conducta conscientes y las cuestiones específicas si deseamos comprender el sentido de los compromisos básicos de lealtad. Lo que aparece como conducta escandalosamente destructiva e irritante por parte de un miembro hacia otro, puede no ser experimentado como tal por los participantes si la conducta se ajusta a una lealtad familiar básica. Por ejemplo, puede que dos hermanas lleven al extremo sus celos y rivalidad por causa de los padres, de manera que el fracaso matrimonial de los progenitores quede enmascarado. El terapeuta novato por lo general carece de una orientación explícita y operativamente útil en relación con el tema de la lealtad fa-

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miliar. Por ejemplo, tal vez quiera ayudar a los enemistados padres de una hija de dieciocho años tratando de esclarecer formas de comunicación muy embarulladas y desesperadamente hostiles. Quizá no se dé cuenta de que la confusa interacción de los padres puede cumplir, a la vez, un fin sumamente importante para ellos en función de la lealtad familiar: permite postergar la separación emocional y la eventual vinculación (heterosexual) externa de la hija adolescente. Aunque puede demorar la individuación y la separación, quizá sirva de contrapeso, asimismo, por las culpas extremas en relación con la ingratitud de la adolescente en proceso de emancipación. Las exigencias implícitamente dependientes que plantean los padres a la hija pueden también neutralizar su sensación de haber sido explotados a través de su devoción hacia el rol paterno. Por supuesto, el grado de su real explotación está codeterminado por la medida de las cuentas que han dejado sin saldar dentro de sus respectivas familias de origen. El hijo inconscientemente parentalizado puede ser usado para saldar, aunque en forma tardía, las cuentas de los padres con sus propios progenitores. Es difícil evaluar la auténtica disposición del adolescente o el joven adulto para asumir compromisos externos. Tal vez parezca preparado para la separación física y una vinculación heterosexual, pero íntimamente puede mostrarse muy reacio a sellar un lazo de lealtad con cualqtúer persona ajena a su familia. En toda familia resulta difícil definir qué actos de aparente rechazo sirven, paradójicamente, para eludir la individuación prematura del adolescente, lo que configura una amenaza para la lealtad familiar. Los ataques llenos de agresividad, el descuido insultante, la partida física, la desaparición de todo respeto, etc., puede herir a los padres pero no tocar la cuestión básica de la lealtad. Los roles manifiestos y las actitudes verbales rara vez explican el grado de profundo compromiso íntimo. Es posible que un miembro «enfermo» o «malo» complemente de manera eficaz el rol de otro miembro socialmente creativo y destacado. A menudo, la ética de lealtad entra en conflicto con la del autocontrol. Una madre que le dice a su hija adolescente: «Puedes salir y pasar un rato divertido, siempre que me lo cuentes todo», tal vez esté preparándose para conseguir el compromiso de lealtad de la hija al precio de la permisividad sexual, quizá para siempre. Los sistemas de lealtad pueden basarse tanto en la colaboración latente, preconsciente, entre los miembros, no formulada de manera cognoscitiva, como en los «mitos» gestados por las familias. La mayor parte del tiempo su poder puede disfrazarse, pero resulta factible que sus efectos surjan y se tornen tangibles bajo la amenaza de desvinculación de un miembro, o cuando los resultados del proceso terapéutico comiencen a perturbar el equilibrio homeostático del sistema entero. Por definición, el crecimiento o la maduración de cualquier miembro implica cierto grado de pérdida personal y desequilibrio relacional.

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Los vínculos de lealtad podrían considerarse operativamente instrumentados por medio de las técnicas de relación, aunque en s~ participan más de la naturaleza de la·s metas que de la de los_ med~os de existencia relacional. Ellos son la sustancia de la supervivencia del g1~upo. No existen medios confiables para med~· ~l ~rado de los compromisos d.-e lealtad, como resultado de que m siqmera comprendemos sus dimensiones principales. La participación existencial en la cuantificación de la lealtad :r:>uede ilustrarse mediante el conocido cuento del cerdo y la gallma. Cuarido descubrieron que ambos colaboraban en la producción de huevos con jamón, el cerdo sintió en forma aguda la disparidad de, su relación: «A ti sólo se te pide una contribución, mientras que de ll1l se espera un compromiso total». (En el capítulo 4 se registran ulteriores intentos por cuantificar los compromisos.) La adquisición de insight en torno del significado específico de su lealtad es fundamental para la comprensión de la estructura profunda o dinámica de cualquier grupo social. El miembro leal lucha por alinear su propio interés con el del grupo. No sólo participa ~n la consecución de los fines de su grupo y comparte su punto de vista, sino que también adherirá a su código ético de conducta, o al menos lo considerará con sumo cuidado. Los criterios relacionales de lealtad deben elaborarse a partir de la conducta del miembro, su pe~sa­ miento consciente y actitudes inconscientes. Desde el punto de VlSt:=t de la persona de afuera, la lealtad del miembro puede J?~recer In:amfiesta o encubierta, Los códigos, mitos y rituales manifiestos siempre tienen sus más importantes contrapartidas e~cub~ertas en las pautas inconscientemente expoliadoras o de conmvencm en la función grupal. Los orígenes de la lealtad se remiten a varias fuentes. La _le~lt:'ld familiar se basa, de manera característica, en el parentesco bwlog1co y hereditario. Por lo general, los parentescos políticos tienen menores efectos en cuanto a la lealtad que los lazos de consanguinidad. La coerción externa puede controlar la lealtad hacia muchos gJ.'Upos sociales, aunque no la determina necesariamente. A vece~ es e~ reco~,o­ cimiento de los intereses compartidos lo que lleva a la Identificacwn voluntaria con el grupo. Por otra parte, la lealtad familiar, o la que se tiene hacia la propia escuela o lugar de trabaj_o, puede verse refor~,a­ da por medio de la gratitud o la culpa expenmentadas en relaci?n con el desempeño meritorio no recompensado de los mayores, qmenes brindaron su abnegada atención y generosos dones de amor a los más jóvenes. La gratitud y el reconocimiento por el valor de los propios mayores suele llevar a la interiorización de obligaciones adoptando su sistema de valores, consciente e inconscientemente. Por su etimología la palabra lealtad deriva de la voz francesa «loi», ley, de manera que implica actitudes de acatamient~ a la ley. Las familias tienen sus propias leyes, en forma de expectativas compartidas no escritas. Cada miembro de la familia se halla constante-

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mente sujet_~ a pauta~ variables d_e expectativas, las que cumple 0 no. ~n los ~J~S :r:>equ~nos el cumplimiento se sanciona por medio de medidas disCI_Phnanas externas. Los hijos mayores y los adultos pueden cumplir llevados por compromisos de lealtad intemalizados. La lealtad como actitud individual abarca, entonces, identificación con el gJ.'Upo, auténtica relación objetal con otros miembros confianz~,, confiabilidad, responsabilidad, debido compromiso, fe y firme devocwn. Por otra parte, la jerarquía de expectativas del grupo connota un código no escrito de regulación y sanciones sociales. La internalización de las expectativas y los mandamientos en el individuo leal proporcionan fuerzas psicológicas estructurales que pueden ejercer coerción sobre el sujeto, de la misma manera que la coacción externa dentro del grupo. Si no puede reclamar el más profundo compromiso de lealtad, ningún gJ.'upo podrá ejercer un g1·ado elevado de presión motivacional en sus miembros. Cuando sugerimos que la comprensión de los compromisos de lealtad nos da la clave de la importancia de los determinantes sistémicos encubiertos de la motivación humana, también nos damos cuenta de que nos estamos desviando del concepto de motivaciones más ~rofur:da~ ~al como tradicionalmente se circunscriben a la psicologJ.a delrndiVlduo. En consecuencia, cualquier teoría satisfact01·ia de las relaciones debe ser pasible de relacionar los conceptos motivacionales individuales con los multipersonales o relacionales. L?s ;st~dios fenomenológicos y existenciales subrayan la dependencia ontlca del hombre en sus relaciones, más que la dependencia funcional. Los escritos de Martin Buber, Gabriel Marcel y Jean Paul Sartre configuran ejemplos de esta escuela de pensamiento. El hombre, suspenso en su angustia ontológica, experimenta un vacío total si no puede entablar un diálogo personal significativo con algo o alguien. Las relaciones ónticamente significativas deben ser motivadas por pautas mutuas entrelazadas de preocupación y solicitud presente Y pasada, por un lado, y de posible explotación, por el otro. De esta dependencia óntica de todos los miembros en su relación mutua surg~ uno de los compo_nentes principales del nivel supraordenado y multlpersonal de los sistemas de relaciones. La suma de todas las díadas mutuas ónticamente dependientes dentro de una familia constituyen una de las fuentes principales de lealtad del gJ.'upo. El especialista en terapia familiar debe estar capacitado para concebir la existencia de un gJ.'upo social cuyos miembros se relacionan todos entre sí de acuerdo con el diálogo Yo-Tú de Buber. Si el terapeuta soslaya dicha comprensión, no log1·ará diferenciar entre las relaciones de gJ.'upo familiares y las accidentales, ni siquiera tal vez en su propia familia. La dependencia por lo común se define por las necesidades de los individuos vinculados. Siguiendo a Freud, concebimos las motivacion,es humanas en función de necesidades, pulsiones, deseos, fantaSlas desarrolladas como expresión de deseos, e instinto (conceptos,

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todos ellos, de base individual). El especialista en terapia familiar tendrá que recordar, sin embargo, que el ~uente en~re per~onas ~s­ trechamente relacionadas se construye mas por acciOnes e mtenciOnes que por el pensamiento y los sentimientos. El encuadre den~ro d~l que se sostiene una relación se basa en una trama ética que mterpenetra.Yas intenciones y acciones de los miembros: ¿Me has demostrado que puedes oírme, considerarme y preoc~parte por mí? Si tus acciones demuestran que sí, pa~a mí es natur.al sentrr ~ actuar con lealtad hacia ti, o sea considerarte a tl y a tus necesidades. Tu me obligas por medio de tu apertm·a. Aunque ante un extraño qt~záparez;a­ mos dos enemigos trabados en lucha, sólo nosotros podemos Juzgar cuando y de qué manera uno de nosotros pudo haber quebrado y traicionado nuestro vínculo de lealtad mutua. Nuestra lucha aparente puede ser nuestro modo de volver a saldar las cuentas de reciprocidad. Las implicaciones de la anterior viñeta de terapia familiar son obvias. Los psicoanalistas o los psicoterapeutas tienden a presuponer que la intensidad, profundidad e importancia del tratamiento llegan a su punto máximo en la privacidad confidencial propia de la relación terapéutica individual, y que toda disminución de esa privacidad entre dos seres suele llevar a una vinculación terapéutica más superficial (de apoyo, educacional, de modificación de la con~u~ta). Sin embargo, la experiencia nos demuestra que el efecto pn.ncipal del enfoque del tratamiento relacional o familiar no sólo consiste en la ampliación sino en la escalada de la participación terapéutica. El trabajar con todos los miembros en una red de relaciones vuelve inevitables las cuestiones y conexiones «en profundidad», siempre que el terapeuta pueda lograr una empatía con las personas y tenga conciencia suficiente del sentido subjetivo de los vínculos recíprocos de endeudamiento, que se vuelven invisibles por medio de la negación. El especialista en terapia familiar tiene que aprender a distinguir entre la trama elemental de sistemas de compromiso de lealtad y sus manifestaciones y elaboraciones secundarias. Por ejemplo, un compromiso simbiótico extremo entre una mujer casada y su madre debe reconocerse e investigarse desde el punto de vista terapéutico, aun cuando conscientemente se exprese por medio de una pauta hostil de rechazo. La cualidad manifiesta de la relación (p. ej., evitación, elección de chivos emisarios, guerra apasionada) es menos significativa, para determinar los resultados terapéuticos, que el grado de «inversión» y la extensión de las obligaciones negadas o no resueltas dentro de cada miembro. La interrelación dinámica del individuo con su ambiente humano es de índole personal, y no puede ser caracterizada de modo pertinente por conceptos tales como el de «pauta cultural general», «ambiente previsible normal» o «técnicas interpersonales». En los capítulos 4 y 5 sugerimos que la relación del hombre con su contexto está

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gobern.ada por un balan?~ de ecuan~~idad o justicia. El hecho de que las sociedades y las familias contabilicen la cuenta del mérito es algo que suele verse subestimado en la bibliografia sobre ciencias sociales. Nuestra era está habituada a renunciar a los problemas de importancia ética como factores dinámicos. Educados en la sobrevaloración positivista y pragmática de la ciencia, nos inclinamos a dudar que existan cuestiones éticas válidas, fuera de la hipocresía, por un lado, y los sentimientos neuróticos de culpa, por el otro. Entre los autores de la escuela psicoanalítica, Erikson ha subrayado el carácter genéticamente social del individuo humano: «El fenómeno y concepto de organización social, y su incidencia sobre el yo individual fue de ese modo, y por el período más prolongado, eludido en virtud de tributos condescendientes a la existencia de "factores sociales"» [34, pág. 19]. Al referirse a los orígenes de la confianza básica, el citado autor puntualiza: «Las madres crean un sentido de confianza en sus hijos mediante esa atención que, en su calidad, combina el cuidado sensitivo de las necesidades individuales del bebé y un firme sentido de confiabilidad personal dentro del marco confiable del estilo de vida de su comunidad» [34, pág. 63]. De esta manera, el ser digno de confianza, o confiabilidad, implica el concepto de méritos probados. Por añadidura, la frase «marco confiable de su comunidad» señala una fuente de confianza ubicada en el contexto social, fuera de la madre y el hijo. A medida que el ambiente paterno «gana» confiabilidad a ojos del niño, este se convierte en deudor para con su madre y para con todos aquellos que le han brindado su confianza debido al valor de sus intenciones y acciones. El sistema, de por sí, cmnienza a plantear exigencias y expectativas éticas estructuradas al niño mucho antes que esta clase de obligación tenga posibilidades de tornarse consciente. Por añadidura mientras el hijo vive, nunca está realmente libre de la deuda existen: cial para con sus padres y familia. Cuanto más digno de confianza ha sido el medio con nosotros, tanto más le debemos; cuanto menos hayamos podido retribuirle los beneficios recibidos, mayor será la deuda acumulada. Tal vez el lector desee interpretar este punto dentro de un marco psicológico, más que existencial-relacional; pero no estamos refiriéndonos a una «patología» de sentimientos neuróticos de culpa. Simplemente, hacemos referencia al hecho de la deuda existencial que surge como resultado de haber recibido cuidados paternos de otros, de manera confiable. La expresión de Erikson, «el marco confiable de su comunidad», al igual que la expresión de Buber «justicia del universo humano», implica que posiblemente se requieran muchas relaciones personales, a lo largo de varias generaciones, para construir una atmósfera de equilibrio entre la confianza y la desconfianza. En el curso de la terapia conyugal, un joven marido describe su deuda para con sus padres, prolongada e imposible de resolver. La razón no es

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tan sólo que trataron de brindarle las mejores opÓrtunidades educacionales, etc., sino que él siempre estaba metiéndose en líos, y su padre solía pagarle la fianza necesaria para sacarlo de muchas situaciones difíciles ar¡.te los tribunales, la policía, las escuelas, etc. En respuesta, su mujer exclama: «¿Crees que nuestros hijos nos deberán tanto a nosotros?» Cabe advertir qué el problema de la pareja revelaba el tipo de conflicto de lealtad que otras parejas sólo descubren en forma gradual: el marido se veía escindido entre sus obligaciones para con la esposa y para con sus padres. En esa familia había también una fricción real y manifiesta entre las dos familias de origen. El conflicto de lealtad de la esposa llegó a revestir formas de expresión más complejas. Parecía ansiosa por hacerle la guerra a sus parientes políticos, y también admitió un sentimiento de frustración por la falta de lazos estrechos con su propia familia de origen. En la mayoría de las familias es posible descubrir el modo en que sus miembros han sido victimizados por expectativas de lealtad desproporcionadas y al ser arrastrados en esfuerzos de equilibrio mutuamente vindicativos y desplazados. Al especialista en terapia familiar le corresponde iniciar, almenas en su propia mente, el trazado de un mapa de las interacciones confusas y destructivas dentro de su adecuada perspectiva multigeneracional. De manera gradual, a medida que los miembros de la familia van dándose cuenta de que un aparente victimario también fue víctima en su momento, entre ellos podrá desarrollarse una visión más equilibrada de la reciprocidad de méritos. La contabilización de obligaciones de méritos y lealtad contribuye a dilucidar la forma en que se hallan entrelazadas las expectativas sistémicas y los «calibres de necesidades» [12] de cada individuo. El concepto de sistema no invalida la importancia motivacional de las pautas interiorizadas de cada miembro, es decir, sus reiterados deseos de que se repitan determinadas experiencias relacionales tempranas. Buena parte de las acciones y actitudes de los distintos individuos pueden derivarse del conocimiento de sus respectivas orientaciones relacionales interiorizadas. Sin embargo, la contabilización de méritos dentro del sistema total tiene su propia realidad fáctica y correspondiente estructuración motivacional a lo largo de las generaciones. En cada matrimonio no sólo se unen la novia y el novio, sino también dos sistemas familiares de mérito. Sin capacidad para percibir de manera intuitiva al futuro cónyuge como punto nodal en una trama de lealtades, uno se «casa» con la recreación perfeccionada (como expresión de deseos) de la propia familia de origen. Cada cónyuge puede entonces luchar por coaccionar al otro, inconscientemente, de modo de hacerlo responsable de las injusticias sufridas y los méritos acumulados, a partir de la familia de origen. Enfocadas desde esta perspectiva de lealtades invisibles, las relaciones familiares tienden a asumir un significado más coherente e importante a ojos del terapeuta; Los mitos familiares revelan en forma gradual su supraestructura como contabilización autóctona de

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m~ritos que, en foriD:a ~ncubierta o mañifiesta, comparten todos sus miembros. Los sentimientos de culpa de los individuos se vislumb.ran en correspondencia con los contornos de la configuración de méntos. Las ?a~tas de .conducta «patológica» o «normal» visible constituyen ~1 SII?lllente mvel del sistema. Por ejemplo, la elección de chivos.emisanos e~ ~eterminada a menudo por la lealtad común hacia el Sistema de mentas, tal como lo define y describe el mito familiar A la postre, el especialista en terapia familiar llega a ver un sentido ~n el hecho de que los individuos se dejen sacrificar de modo voluntario con el fin de honrar las cadenas multigeneracionales de obligación y endeudamiento existencial.

Contabilización transgeneracional de obligaciones y méritos Los orígenes de los compromisos de lealtad son de naturaleza típicamente dialéctica. Su estructura interiorizada se inicia a partir de algo que se le debe a un progenitor, o de la imagen interna de representación paterna (superyó). En un sistema trigeneracional la compensaciór: por la instauración de normas y por el cuidado y solicitud que nos dispensaron nuestros padres puede transferirse a nuestros hijos, a otras personas sin relación de parentesco con nosotros 0 a los pam·es internalizados. Los compromisos de lealtad comúnme~­ te se circunscriben ~ determinadas áreas de función, por lo general conectadas con la enanza o educación de los hijos. El adulto ansioso por i.~npartir a su hijo su propia orientación normativa de v~lores, se convwrt.~ ahora en «acreedor» en un diálogo de compromisos en el qu? el hiJo se transforma en «deudor». Finalmente, este último tenm·a. que s~ldar su ~euda en el sistema de realimentación intergeneraciOnal, mternahzando los compromisos previstos satisfaciendo las expectativas y, con el tiempo, transmitiéndoselas 'a su prole. Cad~ acto de compensación de una obligación recíproca aumentará el mvel de lealtad y confianza dentro de la relación. Los criterios de «salud» del sistema de obligaciones familiares pue.d~r: definirse como capacidad de propagación de la prole y compatibilidad con la eventual individuación emocional de los miembros. La individuación debe percibirse como balanceada contra las obligaciones de lealtad del niño en proceso de maduración hacia la familia nuclear. Su definición y medida puede expresarse de manera más caba~ en función de la capacidad para saldar viejos y nuevos compromisos de lealtad, más que en términos funcionales o de logros. La potencialidad o libertad para entablar nuevos vínculos (espo~sal~s, matrimonio, paternidad) debe pesar contra las antiguas obligaciOnes, que empujan hacia una unión simbiótica duradera.

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Resulta dificil evaluar la medida del compi·omiso simbiótico con la familia de origen si los compromisos se han interiorizado y estructurado, en tanto que lo que aparece en la superficie es el descuido de las relaciones familiares. Vemos cómo personas rígidamente aferradas a pautas autodestructivas siguen manteniendo con su familia de origen un iihpasse de lealtad no resuelta o en apariencia imposible de resolver. Un muchacho de dieciséis años fue derivado al terapeuta por los tribunales debido a lo que el trabajador social describió como «vida caótica, vagabundeo y m{utiple consumo de drogas, hasta llegar al punto de la desintegración de la personalidad». En el curso de la primera sesión con la familia, a la que también asistieron los padres (separados) del muchacho y dos hermanas casadas, surgió un cuadro bastante distinto. Todos los integrantes, sin excepción, padecían una serie de problemas personales y conyugales, que trataron de presentar en forma supuestamente aislada. Todos parecían preocupados, al menos en un nivel manifiesto, por el resultado final de la alienación conyugal de los padres. ¿Quién era responsable del hecho de que diez años atrás el matrimonio, que hasta entonces había durado veinte años, llegara a la separación? Los miembros de la familia fueron partiendo a intervalos casi regulares: primero se fue el padre, luego se casó la hija mayor, después lo hizo la hija menor, y más tarde el hijo mayor se mudó a otra ciudad. El hijo de dieciséis años fue el único que permanecía junto a la madre, una mujer obesa, depresiva y ansiosa. En tanto que en el nivel manifiesto el muchacho llevaba una existencia irresponsable, consagrada al placer, en el nivel de lealtad familiar realizaba un valioso sacrificio en bien de toda la familia. «Sé que no vivo en forma responsable», dijo el joven; «no es divertido ser responsable. Cuando tenga que ser responsable, lo seré». De hecho, las pautas de autodestrucción de su vida toda permitían albergar la certeza de que, como último miembro de la familia, no era capaz de dejar a la madre. El efecto terapéutico por el cual se hicieron visibles los aspectos referentes a la lealtad en la conducta del mtlchacho y se indagó en las implica~ ciones personales directas de la relación de los padres produjo un llamativo cambio de conducta en el curso de pocas semanas. El muchacho consiguió un trabajo en el que se desempeñó durante varios meses. En forma simultánea, aunque temporariamente, la madre a su vez perdió el suyo, y así, durante un tiempo, llegó a depender del hijo de manera aún más notoria. A la postre, la mujer pudo conseguir un trabajo mucho más gratificante, con el que siempre había soñado sin osar nunca dedicarse a él. En las vidas de las dos hermanas había un compromiso con la falta de individuación, vinculado en forma menos visible aún con el problema de la lealtad. En un comienzo, la hija menor se mostró más capaz de admitir que necesitaba ayuda en su propia vida. Declaró que estaba casada con un alcohólico, como su padre, y que su matrimonio se asemejaba en forma terrorífica al de sus progenitores. La hija mayor al principio dudó en reconocer su necesidad de ayuda. Sin embargo, en las siguientes semanas de tratamiento se convirtió en el miembro que participaba de manera más

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activa en las sesiones de terapia familiar. Reveló haber lleg d ll ·' · lid f a o a un ca eJOn sm sa a pro undamente perturbador en su matrimoru·o e · 1 f · · . 1 . · . . 1nc uso ue capaz d.e. .mv1tar a, mando a que participara de las sesiones . Segun ' pu do . , b descu r11se, sent1a que su madre v1v1a en forma sustituta su prop· ·d , t . ll d. , , 1a v1 a, 3 q~e en re e a y 1ama re hab1a una atmos~era de constante tensión y ans1eda.d. ~unca tuvo el valor moral necesano para arriesgarse a herir los sentimientos de la madre y analizar su insatisfacción con ella F' 1 ' d . 1nament e, realizo gran es progresos al poder discutir en forma abier·ta 1 · 1 · e embro llo emocwna tnangular y amorfo en que estaban vinculados.

Culpa e implicaciones éticas El punto de v_ista del sistema de lealtad implica, en consecuencia que el compromiso con el propio cónyuge puede resultar secundari~ co~ respecto a un en~eudamiento ~mplícito hacia la prole aún por nacer. En todas las. soc1edades trad1cionales, los matrimonios jóvenes deben de haber sido mu?ho menos vulnerables a la culpa por desleal. ~ad que. su_s contrapartidas modernas en las comunidades urbanas mdustnahzadas. El hecho de que los padres resolvieran habitualmente ac~rca de la elección matrimonial de sus hijos ayudaba a la joven pareJa a escapar a las culpas. Incluso, podían sentirse libres de proy~~tar la .responsabilidad por sus fricciones matrimoniales en la eleccwn realizada por sus padres. . Como ir:tere.san~e extensión de estos argumentos, podemos exammar sus Implicacwnes en relación con los orígenes de la culpa sexual Y los tabúes sociales respecto de la heterosexualidad. Además de lo. q~e.como transgresión moral implicaba todo placer, y la importancia ~tlca de la respon~abilidad para con una nueva vida humana J?Ot~n~l-~1, una de las ra1Ces más profundas de la culpa sexual y la m~~bwwn ?-ebe ba~arse en el temor a la deslealtad respecto de la famili~ de ongen. ~1, como una relación heterosexual crea como perspectr':'a la generacwn de prole, también ha de trastrocar de manera n?tona la lealtad filial del joven adulto. La estructura de esta culpa difiere de la culpa edípica, que se basa en el concepto de celos triangulares, he,terosexuales, entre el hijo y los padres. Es ?o.mun que personas jóvenes y simbióticamente leales sufran una ~risis er: el mome~to de su primer amorío heterosexual. Una jovencita asoc1aba su pnmera crisis psicótica con la culpa sexual por haber cerrado la puerta del dormitorio de sus padres mientr~s se «bes.u.que~ba» c~n el novio en horas de la noche. Por lo común la regla familiar díc~ammaba que las puertas de los dormitorios debían permanecer abiert,as I_JOr la noche. Simbólicamente, la canalización de lealtades parecia gir~r en torno de las puertas. Muchas personas casadas descubren su mcapacidad para forjar vínculos de lealtad con sus cónyuges sólo después que se ha desvanecido el brillo inicial de la

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atracción sexual. Quizá se requiera el trataml.ento de toda la familia para enfrentar en plenitud el gr~do de los compromisos invisibles que siguen manteniendo hacia sus familias de origen. Sienten que una obligación no cumplida de compensar a sus padres, por poco que lo merezcan, los priva del derecho a todo goce. La may~ría de estas personas no tienen ninguna dificultad en reconocer y aceptar su lealtad para con sus hijos. Las exigencias éticas de la paternidad son tan poderosas que rara vez se las viola, aun cuando se requiera un tremendo sacrificio personal. Es raro (como en el caso de ultraje de un niño) que se sacrifique al hijo para contrabalancear la deslealtad filial del progenitor. Más común resulta observar cómo el rol de chivo emisario se asigna al cónyuge o a los parientes políticos. En las familias de los ghettos o barrios bajos de una ciudad la situación parece diferir, en parte, de las pautas de lealtades familiares de la clase media. Por su moral, esta espera que la paternidad responsable se base en una relación conyugal «respetable». Una considerable proporción de familias pobres, asistidas por el sistema de seguridad social, se muestran inclinadas a soslayar el requisito del matrimonio contando con la ayuda de la familia materna de origen y la explotación de los niños algo mayores. En estos sistemas amorfos, amplios y matrilineales, no existe ningún requerimiento que lleve a un decidido desplazamiento del compromiso de lealtad filial al paterno: el bebé, por así decirlo, le nace a toda la familia. En algunos casos la abuela es más la progenitora real que la maill:e. El conflicto puede centrarse en el hecho de que la joven madre se permita comprometerse en medida suficiente con la maternidad, o bien entregue el bebé a su propia madre como prueba de su lealtad inalterable. Las luchas en torno de los compromisos de lealtad suelen ser invisibles, y sólo las racionalizaciones secundarias resultan accesibles, incluso para los participantes. En determinada familia, comenzábamos a creer que el padre era en realidad un verdadero desastre, hasta que descubrimos que los seis hermanos de la madre tenían cónyuges consideradas como auténticas inútiles. A la vez, era notoria la manera en que los siete hermanos dependían el uno del otro, y hacían pocos esfuerzos por ocultar que se preferían el uno al otro sobre sus respectivos cónyuges. Los matrimonios, las aventuras amorosas, las queridas y los «esposos» homosexuales: todo ello puede (a·menudo inconscientemente) ser utilizado con el fin de reforzar el compromiso de lealtad filial, en vez de reemplazarlo. El hecho de jactarse de esas relaciones frente a los propios padres tal vez signifique una manera de reforzar la antigua devoción, poniéndola a prueba por medio de un desafio, y despertando los celos de los padres. Cuando la batalla adquiere contornos tales que parece preanunciar la inminente separación emocional entre el joven adulto y la familia de origen, el observador de afuera podrá subestimar el grado de lealtad subyacente e inalterado.

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. Desde el punto de vista de los sistemas multipersonales, nos interesa el papel que cumplen las lealtades arraigadas de m . . f un d a, en apariencia · · dir" . pro·Ig¡.das a objetos extrafamiliares . Lanera . li gwn ·, , . a re es ~:r;a ~s f era ti piCa en la que suele desarrollarse una muy honda devocwn JUnto con esenciales ví~culos de lealtad. Hemos visto cómo a~~enta en grado extremo la Importancia de dicha cuestión en familia~ en las que se ~an celebrado matrimonios mixtos. Cuando ambos conyuges renuncian a la religión dentro de la cual se han criad se ~o:·:na en~re e~?s una alianza implícita de lealtad a expensas de~~ relig¡.on y, Simb.olicamente, de la familia de origen. Los cónyuges al cortar sus relacwnes con sus respectivos endog¡.·upos, crean unan~ _ va estructura de lealtad por omisión (por así decirlo) Sin emb . e 1 · 1· . . . · argo, e especia _Ista en terapia familiar tendrá que preguntarse si el d_es~lazannento del problema de la separación al terreno religioso no significa que esos p_adres no han resuelto su propia separación respecto de l?s progemtores, y que sus hijos se verán comprometidos a aceptar vmculos de una lealtad invisible aún más intrincada.

Estructuración intergeneracional de los conflictos de lealtad 0eneración tra_s generación, los compromisos de lealtad verticales sigu~n en conflicto .con los horizontales. Los compromisos de lealtad verticales so-?- debidos a una generación anterior 0 posterior; en tanto que los horizontales se entablan para con la propia pareja, hermanos o pares en ~eneral. El establecimiento de nuevas relaciones en especial a tr_aves del n:atrimonio y el nacimiento de los hijos: plan~ea ~a.necesidad.de forJar nuevos compromisos de lealtad. Cuanto mas rig¡.do sea SI_st.ema de lealtad originario, más tremendo será el desafio para elmdividuo. ¿A quién eliges: a mí, a él 0 a ella? medida que van desarrollándose las fases de evolución de la faO:Ilia nuclear, ~~dos los miembros deben enfrentar nuevas exigenc~as de adaptacwn. Esta última no significa una resolución final el c_Ie~·~·e de una fase ~Il:te1:ior, sino una tensión continua que lleva a defmu. un nuevo equilibriO entre expectativas antiguas, pero todavía en Pie,~ ot7·a.s nue.~as. Nacimiento, crecimiento, lucha con los herm~nos, mdividuacwn, separación, preparación para la paternidad, VeJez_ de los abue~os y,_ finalmente, duelo por los muertos, constituyen_ eJemplos de sltuacwnes que exigen un nuevo balance de las obligacwnes de lealtad. Lo~ ejempl?s de transiciones de lealtad requeridas por el desarrollo estan relacwnados con las siguientes expectativas:

:1

.J:

l. Los jóvenes padxes tienen que desplazar el uno al otro la lealtad que debían a sus familias de origen; ahora tienen un mutuo de-

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ber de fidelidad sexual y de alimentación. Asimismo, se han convertido en «equipo» destinado a la producción de prole. 2. Deben a sus familias de origen una lealtad definida de manera nueva, en relación con sus antecedentes nacionales, culturales y religiosos y sus valores. 3. Deben- lealtad a los hijos nacidos de su relación. 4. Los hijos tienen una deuda de lealtad también definida de modo nuevo hacia sus padres y las generaciones anteriores. 5. Los hermanos tienen una deuda de lealtad el uno para con el otro. 6. Los miembros de la familia entre quienes hay una relación de consanguinidad tienen el deber de evitar las relaciones sexuales entre sí, aunque a la vez contraen una deuda de afecto el uno para con el otro. 7. Los padres tienen el deber de apoyar a sus familias nucleares, a la vez que mantienen una deuda de apoyo para con sus padres oparientes ancianos o incapacitados. , 8. Las madres tienen el deber de actuar como amas de casa y criar a los niños para con sus familias nucleares, aunque también se espera de ellas que puedan estar disponibles en relación con su familia de origen. 9. Los miembros de la familia tienen una deuda de solidaridad en relación con el modo en que se comportan hacia los amigos o los extl·años, pero también tienen, para con la sociedad, el deber de ser buenos ciudadanos. 10. Todos los miembros tienen una deuda de lealtad que consiste en mantener la integridad del sistema familiar, pero deben estar preparados para acomodar nuevas relaciones y los cambios concomitantes del sistema.

la ~~stencia bioló~ca y el linaje familiar, por un lado, y el mérito adqmrrdo entre los miembros, por el otro. En este sentido, está asociada a una atmósfera familiar de confianza, fundamentada en la real asequibilidad y los probados merecimientos de los demás integrantes. El siguiente nivel de conceptualización exige un examen de la justicia como ámbito sistémico para la codificación o, al menos la descripción del balance de expectativas de lealtad. '

Un ejemplo clásico de conflicto de lealtades no resuelto entre un matrimonio y las familias de origen es la historia de Romeo y Julieta. El prólogo de Shakespeare sintetiza el sentido familiar de la trágica muerte de los dos jóvenes amantes: «El terrible tránsito de su amor, sellado con la muerte, y la continuada saña de sus padres, que sólo el fin de sus hijos pudo aplacar, desfilarán durante dos horas por este escenario». La lealtad, concepto clave dentro de esta obra, ha sido descripta como determinante motivacional con raíces en la dialéctica multipersonal del sí-mismo y el otro, más que raíces individuales. Aunque etimológicamente «lealtad» es un derivado del vocablo francés que significa «ley»*, su naturaleza real reside en la trama invisible de expectativas grupales, más que en la ley manifiesta. Las fibras invisibles de la lealtad consisten en la consanguinidad, la preservación de *El término inglés «lo:yalt:>" deriva del francés «lo:yante>>, a su vez derivado de «loi>> («ley>>). La palabra castellana «lealtad» proviene del latín, «lega litaS>>. (N. del E.)

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4. La justicia y la dinámica social

Tal vez el lector sienta que la terminología que empleamos le resulta poco familiar o que es ajena a su propio marco de conceptos profesional. Podríamos haber utilizado, por ejemplo, el lenguaje del interaccionalismo de la conducta o el de la psicología psicodinámica individual. Poill·íamos haber subrayado los elementos del inevitable «juego de poder» implícitos en la victimización de la pareja, el abuelo o el terapeuta, tal como pueden darse sucesivamente durante una terapia familiar. Sin embargo, consideramos más importante investigar el estrato motivacional, en el cual reside la esperanza de reparar el daño infligido en el campo de la justicia de los hombres. La razón para introducir a la justicia como concepto dinámico central de la teoría familiar surge de la importancia de las pautas de lealtad en la organización y regulación de las relaciones más cercanas. A los efectos de conceptualizar a la lealtad como fuerza sistémica, más que simple tendencia de los individuos, debe considerarse la existencia de un «libro mayor» invisible en el que se lleva la cuenta de las obligaciones pasadas y presentes entre los miembros de la familia. La índole de ese libro mayor está interrelacionada con los fenómenos de la psicología; posee una factualidad sistémica multipersonal. Por definición, la gratificación recíproca como meta trasciende las necesidades del individuo. La «foja» del miembro individual de la familia, por así decirlo, ya está llena antes que él comience a actuar. Según que sus padres se consagraran en exceso a él o lo descuidaran, nace en un ámbito en el que entran en vigencia un mayor o menor número de obligaciones. El hecho de que sus paill·es y sus antepasados se viesen todos atrapados dentro de una serie de expectativas similares, y tuviesen que contrapesar las obligaciones filiales con las paternas, crea la necesidad de concebil· el libro mayor en función de una estructura multigeneracional. La estructura de expectativas conforma la trama de lealtades y, junto con las cuentas relativas a los actos cometidos, el libro mayor de la justicia. El invisible libro mayor familiar de justicia es un contexto relacional, el componente dinámicamente más significativo del inundo del individuo, aunque no sea externo a él. Su ámbito está vinculado en esencia a ia ética de las relaciones y no puede ser dominado por la inteligencia o la astucia por sí solas. Algunas de las personas menos confiadas y justas pueden llegar a dominar su ambiente humano bá-

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sicamente por medio de cálculos racionales cjue no hacen justicia a sus necesidades últimas como seres humanos totales. .. Por añadidura, la justicia es uri don existencial. La deuda del hiJO para con el padre está deter~~r:ada por el s:r del progenito_r, lacar:tidad y cualidad de su aseqmbilidad y los cuidados que prodigue activamente. De manera análoga, la explotación no requiere de modo necesario la injusticia intencional de los demás, sino que puede ser la resultante de las propiedades estructurales de las relaciones más cercanas. La injusticia subjetiva de la posición de cualquier miembro en el. sistema de reacciones familiares puede determinar, en buena medida, lo que se diagnosticará como formación de una personalidad paranoide. De esta manera, aunque desde el punto de vista motivacional debemos considerar otros factores en relación con la lealtad (vínculos de sangre, amor, ambivalencia, intereses comunes, amenazas externas, etc.), nos hemos interesado en la estructura misma de las re~a­ ciones de reciprocidad. Postulamos que las motivaciones más profundas y de mayor alc3:nce poseen su propia homeostasis f~miliar sistémica, aun cuando sus criterios sean menos visibles, por eJemplo, que los de resolución de problemas o manifiestos desplazamientos de roles sintomáticos, etc. El especialista en terapia familiar puede ver facilitada en gran medida su tarea mediante el conocimiento de los determinantes relacionales más profundos de la conducta visible. Creemos que el concepto de justicia propio del orden humano es un denominador común de la dinámica individual, familiar y social. Los individuos que no han aprendido qué es el sentido de la justicia dentro de las relaciones de su familia suelen desarrollar un criterio distorsionado de la justicia social. El terapeuta puede aprender a aguzar su percepción de ese orden de justicia, ecuanimidad o reciprocidad que determina el grado de confianza y lealtad en las relaciones familiares. Puede considerarse que la justicia es como una trama de fibras invisibles, extendidas a lo largo y a lo ancho de toda la historia de relaciones de la familia, que mantienen el equilibrio social del sistema a través de fases de proximidad y separación físicas. Cabría decir que nada determina en medida tan significativa la relación entre padre e hijo como el grado de ecuanimidad de la gratitud filial esperada. En este punto, el lector podrá preguntarse si no se halla frente a conceptos extraños a la tradición de la psicoterapia y la teoría psicológica, aun cuando sean considerados en un sentido más amplio ¿Acaso la justicia es un concepto que debería encuadrarse en el marco de la ley o la religión, más que en el de un estudio de las motivaciones humanas? Tras haber eliminado conceptos que poseen connotaciones individuales, psicológicas o superficialmente interaccionales por estimárselos insatisfactorios, podríamos haber elegido la expresión «desequilibrio de reciprocidad» para evitar las connotaciones de valor del término «justicia». Empero, elegimos en forma deliberada

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la palabra justicia porque creemos que connota un compromiso y un valor humanos, con todo su sentido y su rico poder de motivación. La idea de justicia como dinámica relacional se origina a partir de las implicaciones sistémicas y las connotaciones existenciales de culpa y obligación. En la teoría psicodinámica individual se supone que la culpa es resultante de la infracción de tabúes que el individuo ha interiorizado de sus mayores. Por el contrario, el concepto de justicia ve al indivi4uo en equilibrio ético y existencial multidireccional con los demás. El «hereda» los compromisos transgeneracionales. Tiene obligaciones hacia quienes lo han criado, y se halla en un campo de intercambios recíprocos regidos por el toma y daca con sus contemporáneos. También debe enfrentar obligaciones esencialmente unilaterales hacia sus hijos pequeños, que dependen de él. La justicia tiene una particular relevancia para la vida familiar. La equidad recíproca, tradicional marco de evaluación de la justicia entre los adultos, no sirve como pauta de orientación cuando lo que interesa es el equilibrio de la relación padre-hijo. Todo padre se encuentra comprometido en una posición de obligaciones asimétrica hacia el recién nacido. El niño posee una serie originaria de derechos que no se ha ganado. La sociedad no espera de él que compense a los padres mediante beneficios equivalentes. La sociedad misma, como un todo, puede cargarse de culpas no adquiridas en lo que respecta a cada generación que va surgiendo. Mientras que son pocos los norteamericanos blancos contemporáneos que estarían dispuestos a aceptar culpa alguna por la esclavitud de cientos de miles de africanos varias generaciones atrás, los tremendos efectos de la esclavitud han afectado la justicia impartida a los hijos de los negros durante varias generaciones. Es razonable presuponer que el hombre blanco que quiera negar o ignorar las implicaciones corrientes y continuas de la antigua esclavitud en relación con la justicia aplicada a los ciudadanos negros es culpable de lo que Martín Luther King llamó «cubrir las fechorías con la capa del olvido» [71, pág. 409]. Sin embargo, la justicia como determinante social podría incluso conceptualizarse en los términos unidireccionales Y monotéticos del bien y el mal. El concepto relacional de la preocupación llena de sensibilidad por la justicia de las obligaciones no debería confundirse con nociones abstractas sobre la distribución del poder económico basada en una presunta igualdad. El hecho de que el individuo deba saldar cuentas de justicia e injusticia no adquiridas, aunque acumuladas, necesariamente parte del supuesto de una cuantificación implícita de interacciones sobre la base de la equidad (un libro mayor invisible, una contabilización de méritos transgeneracional). El mérito connota una propiedad ponderada de manera subjetiva y que no puede cuantificarse en forma objetiva como los beneficios materiales. El Webster's Third International Dictionary define el mérito como «crédito espiritual o excedente moral acumulado, supuestamente ganado mediante la con-

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ducta o actos rectos, y que asegura futuros béneficios» [89]. Toda relación caracterizada por la lealtad se basa en el mérito, ganado o no, y la justicia atañe a la distribució'n del mérito en todo un sistema de relaciones.

Ecuanimidad y reciprocidad La importancia crucial de la justicia respecto de la cohesión de las estructuras sociales es algo que los sociólogos reconocen. Gouldner analiza el significado de la «reciprocidad» de las transaccion~~· La reciproCidad es definida como el carácter mutuo de los ?ene~Icws o gratificaciones, y Gouldner manifiesta: «La norma de recipro?Id~d es un mecanismo concreto y específico implícito en el mantemmiento de cualquier sistema social estable» [47, pág. 174]. Aurique coinc.idimos con el enfoque sociológico según el cual una «norma generalizada de reciprocidad» se interioriza en los miembros de los sistemas sociales, como especialistas ·en terapia familiar desea:n:-os centrar~os en un libro mayor de justicia multipersonal o sistémico, que reside en la trama interpersonal del orden humano o en el «ámbito del entre» (Buber) [26]. El libro mayor abarca todas esas disparidade~ acumuladas de reciprocidad inherentes a la historia de las interacciOnes del grupo. Configura la base de la equivalencia de retornos. ~~peso de las pasadas transacciones de mérito sin compensar modifica. la equivalencia del intercambio mutuamente contingente de beneficios en las relaciones interpersonales puestas en marcha. Los padres que no reciben nada afectan el libro mayor y, por consiguiente, el desarrollo de la personalidad de sus hijos, de distinta manera que los padres que no dan nada. Al examinar el sentido dinámico de la justicia, la obligación, la lealtad y la fibra ética de los grupos, una de las cuestiones más importantes que se deben considerar es la de la explotación. Po~· lo común, la explotación se Telaciona con los conceptos de pod;r, nqu~za y dominación. Se requiere un maTeo conceptual mucho mas amplio e impoTtante para compTender la auténtica dialéctica de la explotación Telacional en las familias. Proponemos que el concepto de explotación se analice como base del tratamiento cuasi-cuantitativo de la contabilización de méritos. La explotación es un concepto relativo que entraña una cuantificación implícita. Los desplazamiento~ ,en las posiciones de podeT son medidas poco confiables de explotaci~n: hay modos en que un padre, jefe o líder puede ser explotado por qmenes ocupan posiciones inferiores. . . , . El concepto de explotación con fTecuencia aflora en forma Implícita en el curso de discusiones espontáneas entre los miembros de la familia. Los padres tienden a comparar la «cantidad» de solicitud y afecto que -se supone-- deberán daT a sus hijos, con los que -pre-

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suntamente-- han recibido de sus padres. En apariencia, están buscando un equilibrio intrínseco. Los adultos pueden ser capaces de articular en forma retrospectiva el modo en que se les «robó» su infancia al tener que actuar de jueces de sus padres, trabados en interminables discusiones. Las relaciones sexuales suelen ser interpretadas como un acto egoísta y expoliador por esposas que se quejan de no obtener suficiente satisfacción o por maridos que se sienten manipulados por la concesión de favores sexuales. Tradicionalmente, el incesto se interpreta como forma de explotación del hijo a manos de uno de los padres. Sin embargo, una visión más detenida de la dinámica familiar subyacente al incesto revela, como mínimo, un sistema interacciona! de tres personas, que incluye como componente el fracaso de la relación conyugal de los padres. Importa, en particular, comprender las implicaciones del rol del hijo como explotador potencial no deliberado de uno de los progenitores, ya que el niño «merece» Tecibir algo a cambio de nada. Muchos padres sienten que no se les permite quejarse de su sensación de ser explotados, e inconscientemente encubren sus sentimientos bajo una máscara de sobreprotección, excesiva permisividad, devoción propia de un mártir u otras actitudes defensivas. Aunados a la sensación de ser explotados por su familia de origen, estos sentimientos pueden inclinar la balanza de la motivación hacia el serio ultraje del Iúño: Por añadidura, si en forma persistente los padres hacen que a los hijos les resulte difícil compensar sus obligaciones, estarán socavando otra dimensión en el sistema de reciprocidad equilibrada en la familia. Un diálogo pleno requiere mutualidad tanto en el acto de dar como en la aceptación de lo dado. Pueden surgir aspectos importantes de la explotación en Telaciones heterosexuales en las que el compromiso asumido no es igual para ambas partes. Por ejemplo, las actitudes tradicionalmente restrictivas y sobreprotectoras hacia la conducta sexual femenina tienden a hacer que la joven rechazada parezca ser ella la explotada, en especial si su romántica infatuación no halló un sentimiento de correspondencia de parte de su amado. Sin embargo, muchas enamoradas que han sido abandonadas sostienen que, a pesar del agudo dolor que acarrea la pérdida, es mejor ser cortejadas y luego recibir calabazas que no haber sido cortejadas nunca por el objeto de su pasión. El equilibrio entre la acción de recibir y la de ser usado es una propiedad intrínseca de toda relación, que sólo puede comprenderse en su nexo con todos los otros balances de justicia.

Explotación personal y explotación estructural El concepto de reciprocidad como dinámica del sistema relacional puede implicar dos tipos básicos de explotación. En primer lugar, uno de los miembros de la familia puede ser explotado, de manera

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abierta 0 sutil, por otro miembro al no dar nada o no tomar nada en forma recíproca. Ese modo de expoliación interpersonal debe distinguirse.del segundo tipo, la :x?lotación_ estructural._ E~ta. última se origina a partir de caractenstlcas del Sistema que VIctrm1zan a ambos participantes al mismo tiempo. El sentido de la palabra retribución incluye tanto el de recompensa como el de castigo administrado o exigido a modo de compensación. Entre dos personas puede desarrollarse una relación de manera tal que se niegue a ambos cualquier posibilidad de retribución equilibrada, en todos o algunos de sus aspectos. Los sentimientos de venganza no descargados son simplemente uno de los aspectos de ese tipo de desequilibrio relacional fijo. Un padre puede sufrir por su avidez de reconocimiento y gratitud, mientras que el hijo se ve sofocado por un deseo no expreso ni reconocido de demostrar gratitud filial. De manera análoga, un hijo puede estar deseoso de recibir un correctivo, una respuesta airada y punitiva de un padre, la que este es incapaz de brindar o está poco dispuesto a proporcionar. El amor y la venganza sin descarga son consideraciones estratégicas fundamentales de una relación; los problemas relativos a la conveniencia de que los padres se muestren de acuerdo frente a sus hijos, o sobre sus bondades como «equipo» encargado de disciplinar a los hijos, tienen una importancia fáctica secundaria. Debemos destacar cuán importante es, particularmente en la esfera de las relaciones familiares, definir las cuestiones específicas de reciprocidad (en especial, las que trascienden el dominio de lo material). En este caso, el poder es definible en términos diferentes a los que rigen para la sociedad como un todo. Lo que parecen ser relaciones familiares débiles, caóticas o fragmentarias pueden significar el más fuerte de los vínculos para los miembros, debido a su culpa intrínseca y excesiva devoción. Las cuentas de méritos acumulados, tanto de generaciones presentes como pasadas, afectan la línea de base de las cuentas de lo que parece ser un balance de reciprocidad funcional corriente. Gouldner cita formas dispares de reciprocidad introducidas por las diferentes posiciones de poder de los miembros de cualquier grupo social. Por ejemplo, el miembro más poderoso puede mantener una relación asimétrica a pesar de que da al más débil menos de lo que a su vez recibe. Otros mecanismos de compensación para mantener la disparidad en la reciprocidad incluyen actitudes como la de «dar la otra mejilla», nobles se oblige, y la de clemencia [47, pág. 164]. Sabemos que en las familias las obligaciones no saldadas persisten desde el pasado, y que pueden compensar los presentes desequilibrios en materia de gratitud, culpa por obligaciones no cumplidas, ira por la explotación de que se es víctima, etc. El desequilibrio en el balance concerniente a la igualdad de méritos o intercambio de beneficios entre dos o más partes de una relación se registra subjetivamente en la explotación de que uno hace objeto al otro.

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Aspectos cuantitativos Gouldner da a entender de manera implícita que la reciprocidad posee una medida cuantitativa intrínseca, determinada por el grado de equidad en las interacciones. En un extremo se da la equidad plena de los beneficios intercambiados y, en el otro, la situación en que una de las partes no da nada a cambio de los beneficios recibidos. Entre ambos casos limítrofes hay toda una serie de formas de explotación aparentes o reales. La manera de definir la equivalencia de los beneficios mutuamente intercambiados plantea un problema clave en las relaciones padre-hijo. El bebé más pequeño es el que más cuidados y solicitud requiere de la madre; sin embargo, como una paradoja la mayoría de las mujeres experimentan un mayor sentido de gratificación cuidando a bebés que a niños de más edad. Cabe preguntarse, entonces, de qué manera puede el bebé dar algo al adulto, y cómo podemos medil' el grado de equivalencia en el mutuo toma y daca de sus relaciones cotidianas. En el lenguaje de la sociología, podemos hablar de reciprocidad heteromórfica («ojo por diente») y homeomórfica («ojo por ojo, diente por diente») [47, pág.172]*. Tal como sugiere Gouldner, la reciprocidad homeomórfica debe de haber sido importante en las sociedades primitivas, como medida de castigo y reparación por los delitos cometidos, según la ley del Talión. Y el autor puntualiza: «También cabe esperar mecanismos que induzcan a la gente a mantener su endeudamiento social el uno con el otro, que inhiben su completa compensación». Al respecto, cita la frase de un Séneca indio como ilustración: «Una persona que quiere devolver un regalo con demasiada rapidez, dando otro regalo a cambio, es un deudor poco voluntarioso y una persona desagradecida» [47, pág. 175]. ¿Cuántas formas de rechazo paterno de la compensación del hijo se ajustan a este modelo?

Niveles de contabilización dentro del sistema En última instancia, las consideraciones sobre justicia y reciprocidad nos retrotraen al problema de los niveles de profundidad en la indagación. La equivalencia de beneficios intercambiados es más fácil de evaluar cuando los intercambios son superficiales o de índole material. Sin embargo, los estratos de motivación más importantes están conectados con una gama privada e imponderable de interacciones. A fin de poder crecer, tenemos que reconocer y enfrentar los lazos invisibles que se originan a partir del período formativo de crecimiento. Caso contrario, tendemos a vivirlos como pautas repetidas * En inglés, dar «tit for tab> es un modismo para designar una represalia igual o semejante al castigo recibido. (N. del E.)

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en todas las relaciones futuras. Toda lógica terapéutica basada simplemente en la conducta observable de las familias tropezará por necesidad, con un elemento de escapismo y negación. No obstante, es cierto que la conducta, al menos por un tiempo, puede modificarse sin afectar sus componentes motivacionales. El «contrato» terapéutico intrínseco determinará la medida del cambio en el sistema. Tanto al terapeuta como a las familias se les presentan muchas opciones de introducir el cambio en las dimensiones superficiales de las relaciones familiares, más que en las esenciales.

Consideraciones sistémicas e individuales de la ética social Con el fin de diferenciar entre los niveles sistémicos multipersonales e individuales de obligaciones en las familias, presuponemos que la justicia como norma moral generalizada es un mecanismo básico, y que como tal trasciende tanto las acciones provocadas por las motivaciones de cualquier individuo específico, como los procesos de interiorización. La transgresión cometida por el miembro de una familia contra un integrante de otra familia aparentemente es un acto individual, pero puede producir una respuesta sistémica cuando lleva a una vendetta entre las familias. Individualmente, cada miembro de la familia puede interiorizar las implicaciones de reciprocidad de la vendetta, pero. el todo es más que la suma total de todas las interiorizaciones. La justicia está compuesta de una síntesis del balance de reciprocidad de todas las actuales interacciones individuales con el libro mayor de las cuentas pasadas y presentes de reciprocidad de toda la familia. El concepto de libros mayores del balance de justicia epitomiza la diferencia existente entre los modelos teóricos individuales y relacionales, es decir, de dinámica familiar. En tanto que el cambio esté dirigido a la personalidad del individuo mediante el análisis de sus experiencias y desarrollo del carácter, el terapeuta podrá ignorar el cambio en un sistema relacional. Sólo tomando en cuenta las jerarquías de obligaciones en el sistema todo y las motivaciones de todos los individuos, comenzaremos a entender y afectar el contexto total de las personas en una relación. Las teorías psicodinámicas o motivacionales de base individual son inadecuadas para encarar la realidad ético-social de las consecuencias de una acción humana. La reafirmación, logros o proezas sexuales de una persona, si bien en esencia son pertinentes a las metas de búsqueda de sí mismo del individuo, no comprenden las vicisitudes derivadas del modo en que afectarán las necesidades de otros. Mientras que la teoría freudiana clásica subraya de manera adecua-

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da la importancia de la responsabilidad individual como meta terapéutica válida, el modo en que soslaya la ética propia de la realidad social exige urgente reconsideración. Por valiosa que sea su contribución para comprender al hombre como sistema cerrado, toda teoría psicodinámica que circunscribe su óptica motivacional al individuo puede, potencialmente, ser destructiva para la sociedad. Una teoría de estas características ya no está a tono con nuestra era, con sus crecientes exigencias éticas, que nos instan a tomar conciencia de las necesidades de los demás, y a darles respuesta. Podríamos llegar a la conclusión de que la teoría dialéctica de las relaciones se opone a las nociones de psicodinámica individual o existenciales, y que da pleno apoyo a los «puristas del sistema» que pretenden dejar de lado toda consideración de la psicología del individuo, salvo en el contexto de las metas grupales. Empero, nada más lejos de nuestra posición. Nosotros creemos que, mediante la indagación e integración de sus necesidades y obligaciones respectivas, cada individuo adquiere un sentido y una dignidad definidas más adecuadamente, en tanto que brinda al grupo social estabilidad e iniciativa para el cambio. Una teoría dialéctica de las relaciones puede, en forma simultánea, tener sus basamentos en el individuo y en el sistema social. Lo que necesitamos es una teoría para la integración de los valores interrelacionados de la motivación individual y la ética grupal. La dialéctica de la vida social gira en torno del constante flujo y reflujo de conflicto y resolución del toma y daca, lealtad y deslealtad, amor y odio, etc. Los sistemas sociales como niveles más elevados de organización tienen sus propios requisitos de supervivencia y estabilidad, que dependen de la resolución de necesidades de todos los miembros que los integran. ¿Cómo puede aplicarse la teoría de la justicia a la labor del especialista en terapia familiar? Al calibrar este las actitudes más cargadas de emoción de los miembros de la familia, debe estar capacitado para reconocer las cuestiones de ética con sus implicaciones de justicia subyacentes. En su mente debe confeccionar un libro mayor de justicia, a la vez que va haciéndose una idea del árbol familiar con todos sus miembros. ¿De qué manera fue injuriado el mismo miembro que se mostraba abiertamente ofensivo? ¿Por quién? ¿De qué modo evitar toda una cruzada contra el aparente infractor? ¿Qué factores determinan la actitud del infractor hacia la víctima aparente? ¿Cómo entran dentro del todo los demás miembros? En nuestra búsqueda de las dimensiones dinámicas de la trama moral de cualquier grupo social, el valor no connota -para nosotros- una norma definible de manera objetiva o un canon de conducta convalidado por el-consenso general. Los valores de cada individuo sólo pueden determinarse desde la perspectiva del mundo subjetivo en el que vive. Para nosotros, la justicia representa un principio de equidad personal en el mutuo toma y daca, que orienta al

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miembro individual de un grupo social para énfrentar las consecuencias finales de su relación con los demás. La suma total de las evaluaciones subjetivas de la propiedad de la experiencia relacional de cada miembro conforma el clima de confianza que caracteriza a un grupo social. A la postre dicho clima es más significativo para determinar la eüalidad de las relaciones dentro del grupo que cualquier serie específica de interacciones. Las consecuencias éticas últimas de una acción humana pueden permanecer invisibles durante largo tiempo. Determinados individuos pueden estar conformados de manera tal que nunca enfrentan, ni siquiera reconocen; la culpa por el hecho de pasar por alto la injusticia infligida a los demás, salvo en lo que atañe a las penalidades impuestas a sus hijos y nietos. Sin embargo, la elaboración sistemática de las conexiones causales de las relaciones familiares en el interior y a lo largo de las generaciones plantea una cuestión: la referente al sentido de la justicia compensatoria como principio clave de la dinámica familiar. · El hecho de evitar de manera cínica toda preocupación por la necesidad de justicia de cada individuo en nombre de una postura científicamente «carente de valor» es tan destructiva como una definición autoritaria y rígida del orden y la aplicación de un punto de vista dogmático. El cinismo propio de la corrupción, por un lado, y la tiranía, por el otro, son síntomas alternativos de decadencia social, surgidos ambos de un extendido temor y del hecho de abstenerse de enfrentar la preocupación natural de todo ser humano por el balance del bien y el mal. Creemos, por ejemplo, que el camino más corto para la corrección y la prevención de los prejuicios consistiría en encararlas mediante la investigación de los juicios éticos subjetivos de toda persona afectada y el enfrentamiento selectivo y valiente de los problemas básicos, más que mediante la negación, la evitación y las tibias avenencias. El diagrama de la página 90 indica los componentes semánticos de la estructura de méritos y las dimensiones cuantitativas normativas de la justicia del mundo de los hombres en un sistema de relaciones multipersonales. En el extremo superior de cada columna, el lector encontrará condiciones saturadas de mérito y justificación, mientras que en el extremo inferior se dan las condiciones menos meritorias y predominan las obligaciones mayores. La primera columna describe el balance de obligaciones, que va desde la dimensión moral (el derecho frente al deber), pasando por una contabilización cuantitativa, hasta llegar a las dimensiones conceptuales ético-religiosas (maldición frente a bendición). En la segunda columna, la contabilización de méritos refleja el grado de consideración que se brinda a un miembro cualquiera de un sistema de relaciones, o que es acumulado por él. Verticalmente, en torno de la posición media neutral se polarizan, como puntos extremos, los méritos positivo y negativo.

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La tercera y la cuarta columnas describen dimensiones básicamente psicológicas. La identidad personal del miembro tenido en alta estima se caracteriza por la bondad, la rectitud y el orgullo, a semejanza de un acreedor prendario, que tiene más derecho a la demanda que al pago. En el extremo opuesto de la escala de méritos aparece la posición propia de la persona con una identidad mala, indigna o vergonzosa, cuyo caso es análogo al del individuo gravado con una prenda, que no tiene derecho a la demanda sino que es él mismo deudor. Las actitudes emocionales se agrupan en torno de la situación del miembro en lo que atañe a su conciencia moral. Un bajo estado de méritos corresponde a sentimientos de culpa, en tanto que su contrapartida caracteriza a la persona colérica e indignada. La conciencia culposa y el endeudamiento coinciden con el miedo a la revancha o la deuda de gratitud forzada, mientras que la conciencia tranquila es coherente con la libertad de acción e incluso con una actitud reivindicatorio, y la certidumbre de que los reclamos formulados son merecidos. La relación inversa entre la alta estima o mérito y el poder o laposesión se ilustra de manera más cabal en la quinta columna con la distribución de ejemplos de rol. El bebé o el sujeto siempre pisoteado, aunque se halle en una posición vulnerable, en general despierta la simpatía de los demás y logra su apoyo. Solemos demostrar preocupación por los derechos del perdidoso, mientras que por lo común vigilamos que los patrones, los ganadores o los padres cumplan las obligaciones contraídas para con sus inferiores. La dirección descendente de las dimensiones indica la progresiva acumulación de culpas, en tanto que la dirección ascendente lleva a un «pago» progresivo. Si en el curso de varias generaciones sucesivas los padres han actuado hacia sus hijos movidos por la sospecha de que estos «escapan a todo castigo por los crímenes cometidos», el resultado será la progresiva acumulación intergeneracional de culpas. Si actuaron basados en la premisa de que los hijos no pidieron nacer y que requieren cuidados y orientación, su «inversión» de fe y confianza llevará al «pago» intergeneracional de obligaciones cargadas de culpa. El diagrama presentado ilustra el principio según el cual en el campo de la dinámica relacional el poder se da en relación inversa al mérito. El grado de «condignidad» (medida apropiada de la recompensa y el castigo) de toda interacción humana se afirma en la evaluación subjetiva, mutuamente entrelazada, de dos o más respecto del libro mayor de méritos. En un nivel psicológico individual, el concepto de Franz Alexander sobre el «soborno del superyó» [3, págs. 62-3] representa una negociación intrapersonal acerca de lo que constituye una retribución superyoica condigna desde adentro. La ética protestante puritana pretendía contrarrestar las culpas acarreadas por la gratificación adquisitiva con la autoprivación en la esfera del hedonismo cotidiano.

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Balance de obligaciones

Contabilización de méritos

Normas duales en la lealtad del endogrupo Identidad personal

Actitud emocional

Ejemplo de rol

Derecho

Positivo

Bueno

Ira

Bebé

Crédito, haber;

Tenido en alta estima

Hecto

Actitud reivindicatoria

Ser pisoteado

:Mérito

Orgulloso

Planteamiento de exigencias

Víctima

Exoneración

Acreedor prendario

"'o

"O

.~ o

:::0

Bendición

Neutral

Demandante

l\Jártir Conciencia tranquila Conciencia culposa

Maldición

Infame_

Endeudado

Gratitud (forzada)

Beneficiario

Endeudarrúento

Negativo

Gravado por una prenda

IVIiedo a las represalias

Patrón, ganador

Sentimiento de culpa

(a pesar de dar)

Obligación

Avergonzado

Débito

Indigno

Deber

Malo

Progenitor

Diagrama l. Componentes semánticos de la estructura de méritos. Dimensiones cuantitativas de !ajusticia en el mundo humano.

Nu~stro concepto de las dimensiones de mérito o condignidad se aseme~an

en su forma, pero difieren en esencia del quid pro quo inJ ackson [60, pág. 182]. No es nuestro propósito estudiar srmplemente las pautas de acción-interacción. En vez de restringir el «ojo por diente» (p. ej., en una situación conyugal) dentro de los márgenes de la conducta, incluimos en la equivalencia de ~éritos todas las interacciones pasadas, presentes y futuras. Las queJaS de una esposa regañona o los intentos de un marido por obligarla a cambiar están dinámicamente conectados con esfuerzos de retribución pasados e inconclusos, que los cónyuges arrastran desde sus familias de origen. Por ejemplo, una cuenta emocional no saldada de la esposa con su padre muerto puede subsistir en su actitud hacia el marido. t~raccwnB:l de ~ederer y

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La definición de cualquier unidad social (familia, nación, religión o raza) es inseparable de toda definición intrínsecamente preferencial y prejuiciosa del endogrupo como superior al exogrupo. Aun en los casos en que la definición es lo bastante sutil como para no postular la superioridad del endogrupo, se establece una norma ética de manera tal que el miembro tiene una mayor deuda de lealtad para con el endogrupo, y es comparativamente menos pasible de ser condenado por despreciar o explotar al exo¡p:upo. La familia tipo cría a sus hijos de modo de capacitarlos para absorber las injusticias del mundo en lo que parece ser el «espíritu adecuado», pero también para «salirse con la suya» en la medida de lo posible, mientras sus actos sirvan para promover sus propios beneficios o los de la familia. Tradicionalmente, se espera de los hombres que sean leales a su esposa e hijo, mientras libran una lucha de perros contra todo competidor de afuera. La familia enseiia al hijo a adoptar una medida dual de justicia. De manera invariable, aunque por lo general de modo invisible, se verá imbuido por un sentido de obligación cargado de culpas hacia sus padres, en tanto que puede enseñársele a sentirse menos responsable en relación con sus pares. Esta actitud paterna puede ser en parte responsable por el tipo de rebeldía adolescente, que invierte la situación de lealtad y por un tiempo hace ver que, en apariencia, la lealtad hacia el ¡p·upo de pares puede sustituir en forma total la lealtad hacia la familia de origen. Mientras que las raíces de la obligación de un hijo para con la familia que lo crió quizá no siempre sean fáciles de rastrear, no cabe duda de que existe un maree de obligaciones subyacentes que mantienen la unidad de la familia.

La justicia del universo humano y la «foja rotativa» El concepto de Buber sobre la justicia del orden humano entraiia la posibilidad de una cuantificación conceptual de la explotación, teniendo en cuenta que aquel cuyas acciones infringen la culpa existencial hacia el otro «injuria un orden del universo humano cuyas bases conoce y reconoce como las de su existencia y de toda la existencia humana común» [25, pág. 117]. De esta manera, según Buber, los criterios de violación del universo humano residen en aquello hacia lo cual el individuo se siente comprometido, como bases íntimamente reconocidas de toda existencia humana común, incluyendo la suya propia. Con el fin de objetivar estos criterios, tenemos que definir, e idealmente cuantificar, el toma y daca de las relaciones humanas. No es necesario buscar una mensurabilidad «objetiva» desde el punto de vista de la observación externa, sino más bien desde la perspecti-

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va de la convalidación intersubjetiva consensual. La síntesis de la gratificación comparativa de cada miembro como función de sus necesidades y expectativas respecto de las obligaciones del otro, y el hecho de «dar» a su vez, determinará la dialéctica de la justicia del ulliverso humano. No es en absoluto nada nuevo el hincapié en la cuestión de la justicia como motivación. El propio Dickens observaba ya: «En el pequeño mundo en que los niños desarrollan su existencia, sea quien fuere el que los cría, no hay nada tan sutilmente percibido y sentido como una injusticia» [30, pág. 59]. Y también Piaget manifestó a este respecto: «La reciprocidad ocupa un sitial tan alto a ojos del niño, que habrá de aplicarla aun cuando para nosotros parezca bordear la más grosera venganza» [70, pág. 216]. Un extracto tomado de una sesión de terapia familiar nos permitirá adentrarnos todavía más en el tema: Oímos a una mujer decirle a su marido: «Te has aprovechado de mí toda mi vida ... toda mi vida de casada». El lapsus es significativo: La sensación de injusticia padecida por esa mujer se ha vuelto abrumadora y, a su vez, injustamente acusatoria. En el curso de la terapia familiar nos enteramos también de que su madre siempre la consideró una desagradecida, y la hacía sentir culpable por cualquier cosa que hubiera hecho. Como, en coincidencia con el terapeuta, la cuestión no puede negociarse entre la madre y ella, probablemente ha bu~cado saldar «cuentas» a través ~-el marido. Parece actuar como si el mando fuera responsable por la relacwn que ella tuvo toda la vida con su madre. El marido manifiesta: «Cuando comienzo a señalarle que es desprolija, que descuida las tareas domésticas, etc., replica que yo tampoco tengo limpia la foja».* Este fenómeno puede designarse como la «foja rotativa», ya que la cuenta sin resolver que permanece abierta entre una persona y el «malhechor» originario puede rotar, interponiéndose entre él y cualquier otro. Puede usarse a un tercero inocente (tomado como víctima propiciatoria) para saldar la cuenta. Así, obsei·vamos que la justicia es un libro mayor históricamente gestado, que registra el balance de mutualidad en el toma y daca. Debe considerárselo como un principio dinámico que explica la aparente irracionalidad de las proyecciones, y los prejuicios. De acuerdo con su propia fórmula de contabilidad existencial, toda persona está programada para buscar un justo equilibrio del toma y daca entre sí misma y el mundo. En sus orígenes su universo humano incluía su relación pasada con los padres, pero ha logrado implicar otras relaciones emocionalmente significativas. La extensión del desequilibrio que percibe en el balance de justicia determina el grado en que habrá de explotar todas las relaciones posteriores. * (literalmente, ) significa de tantas familias, la jovencita era considerada «loca» y «mala>> a la vez. Una esposa, tras haber aceptado en apariencia la > en el sistema de lealtad con el fin de lograr que funcione de modo óptimo. Al principio, la madre brinda una dosis de amor incomparablemente mayor al bebé; sin embargo, se espera que el bebé «hipoteque» su lealtad como inversión a largo plazo en el sistema de compromisos. El progenitor obtiene, de parte del hijo que ci·ece, cierto tipo de compensación psicológica de su inversión emocional, pero en circunstancias normales la índole de dicha compensación es más psicológica que tangible. Los siguientes párrafos, tomados de la carta escrita por una madre al novio de su hija, una esquizofrénica latente, desnudan algunas de las emociones provocadas por los efectos del futuro matrimonio sobre el sistema de lealtad: «Querido Jim: Parece que de nuevo tengo que enderezar las cosas ... Mildred fue una espina clavada en mi costado desde que nació. Cuanto más rápido me la saque de encima algún tonto que no sospeche nada, mejor. Entonces me pondré a cantar y gritar, créame ... »El otro día, en forma muy elegante, Mildred me dijo que no tenía nada que agradecerme ni ningún motivo de gratitud hacia mí. Le respondí que debía agradecerme por el aire que respiraba, porque de no ser por mí ella no sería otra cosa que un sueño que nunca se materializó, ya que mi marido nunca qtúso tener hijos. De modo que el hecho de que yo tuviera una familia era como poner dinero en el banco, no financieramente, sino hablando en sentido figurado. Ahora comienzo a recoger mis dividendos o el interés de mi depósito en el llamado Joe, que tiene una familia y me ha dado nietos, o más bien bendecido con ellos, y créame cuando le digo que, además de respeto, nietos es cuanto espero que me den mis hijos». En fragmentos de este tipo, llenos de tanta intensidad emocional, se encuentran con facilidad elementos de dolor negados por una pérdida prevista («Me pondré a cantar y gritar, créame»), expectativas éticas de lealtad, analogías financieras con la inversión en los cuidados suministrados y la compensación esperada, y un estereotipo cultural («además de respeto, nietos es cuanto espero»). La tragedia de esa madre en vísperas del casamiento de su hija se debe a que el acontecimiento es vivido como una traición, más que una prueba de fecunda madurez.

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Las ataduras éticas derivadas de esa lealtad cargada de culpas hacia la familia de origen son la fuente del vínculo «simbiótico» y de una serie de síntomas individuales, como la delincuencia. Los interminables lazos simbióticos de que son prisioneros los hijos psicóticos 0 neuróticos graves se fundan por lo común, en el miedo a traicionar una obligación. Por añadidura, el imperativo ético del vínculo de lealtad puede desplazar el énfasis, del tipo de moral común al basado en la lealtad. La clase de moral subyacente a cada uno de esos dos mandatos conforma dos tipos de desarrollo superyoico en los hijos. Otra esfera en que se utiliza la parentalización para balancear los libros mayores de méritos trasgeneracionales es la propia de las relaciones conyugales. El intento de un cónyuge parentalizado por asegurar una compensación a partir de su inversión puede llevar a una trágica desilusión, o incluso a deseos de venganza por parte del beneficiario endeudado. Una mujer de 48 años, madre de varios hijos al borde de la psicosis, alentaba ideas de profundo odio hacia su parentalizado marido, un hombre de 72 años. En una de las sesiones atacó a ese viejo serio y de apariencia mansa, deseando en forma abierta su muerte y diciendo que el día que él muriera se pondría un vestido rojo y reiría a carcajadas. Muy poco después, el hombre sufrió un colapso, fue hospitalizado y murió al cabo de diez días. La esposa efectivamente entró riendo y vestida de rojo. Con posterioridad, ella cayó en un estado de depresión psicótica que se prolongó durante varios meses. El trasfondo de ese grotesco deseo de muerte a la manera del vudú se vinculaba con nuestro concepto de la contabilización transgeneracíonal de la parentalización. La esposa creció siendo objeto de abierto rechazo y descuido por parte de sus padres. A los 20 años contrajo matrimonio con un hombre de 44. Es evidente que veía en él a un segundo padre; a su vez, el hombre llegó a resultarle repulsivo siempre que la requería sexualmente. En forma concomitante, el marido se convirtió en blanco desplazado del resentimiento que ella sentía hacia sus propios padres. Desde el punto de vista de la persona parentalizada, la parentalización es una maniobra de explotación manifiesta. La explotación del hijo es del tipo del doble vínculo: de él se espera que se muestre obediente, pero, a la vez, que actúe en conco;:dancia con la posición superior de modo ostensible en que se lo coloca. Aunque se lo puede reconocer, al menos en forma encubierta, como víctima voluntariosa y fuente de refuerzo del sistema familiar, él paga por el rango que le han asignado asumiendo el papel de cautivo. El mayor costo de dicho cautiverio es la detención del desarrollo y la autonomía individual. Frente a la influencia mutiladora de la parentalización de un hijo, ¿cómo pueden los padres permanecer inconscientes de sus implicaciones negativas? No es nuestra intención hacer retroceder el reloj, y volver a la actitud unidimensional de inculpación de los padres, que ocupó a la psicología del desarrollo durante algún tiempo. Los

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padres de hoy, J?O?res o adin~r~dos, en realidad tienen mucho que sobrellevar, recibiendo un mmimo apoyo de sus familias extensas. ~o obstante, no deja de ser c1:1rioso cuán protegidos y en apariencia Ciegos pueden mostrarse los padres negando su responsabilidad en la parentalización de un hijo. La tespuesta puede residir, en parte, en un mecanismo específico de. ~espl~zamiento inconsciente. Si yo, como progenitor, arrastro en mi mterwr una culpa de larga data por haber abandonado a mis padres, ~;tedo alent.ar 1~ il~sión de c~mpensar mi deuda exagerando la devoc1071leal hacia mi hiJO (como SI fuera mi propio padre). Este desplazamiento del objeto de mi devoción me ayuda a disminuir mi culpa: estoy reduciendo mi antigua deuda brindando un exceso de devoc ción a mi hijo, en lugar de hacerlo con mis padres. En consecuencia el aspecto dadivoso de mi devoción y lealtad desplazada enmascara~ r~ las exi.gencias y formas de explotación inherentes a mi dependenCia excesiva en la persona de mi hijo.

Implicaciones terapéuticas y conclusiones Al explorar los diversos aspectos de la parentalización, descubrimos q:re s~ trata de un fenómeno lleno de ubicuidad, ya que se basa en obligacwnes y necesidades fundamentales de posesión de los seres humanos. Representa un esfuerzo por recrear la anterior rela?ión con el propio prog:nitor en la relación actual con los propios hiJOS. En t~nto que la ~ct~tud de pa~~ntalización no afecte la libertad y perspectivas de crecnmento del hiJO, puede considerársela dentro de los límites de lo normal, en especial si se extiende a todos los participantes con visos de reciprocidad. La parentalización asume un sentido patógeno si se vincula a la c~usa o mant~nimiento de pautas de incapacidad en cualquier indi:'lduo, en particular un niño. Por consiguiente, su reconocimiento es rmportante para el ~speci~~sta en terapia individual y esencial para el experto en terapia familiar. La parentalización disfrazada es un fact~r inherente a muchas formas de «patología» individual. La detenciÓn del desarrollo del niño, por ejemplo a raíz de un daño cerebral, .J?uede contribuir a la parentalización, por cuanto la posesión del hiJO por parte de la familia es prolongada. Al convertirse en un s~r perturbado, y seguir en ese estado, el hijo puede enmascarar las dificultades propias de la relación de sus padres. Incluso la conducta delincuente puede coincidir con el hecho de que el hijo se vea parentaliz.ado, ya que sus acciones pueden hacer que entren en el cuadro ~ustitu~os paternos (o más bien, de los abuelos) deseados en forma mconsciente, como la policía, los tribunales o las autoridades escolares. Mediante esta conducta el hijo responde a la propia necesidad de los padres, de contar con autoridades que fijen un límite. Su «mal-

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dad» se absuelve entonces de manera encubierta, por medio de sutiles recompensas y mensajes. Puesto que no incluimos la parentalización en el marco conceptual de la patología individual, no examinaremos aquí su posible «cura». Preferimos hablar de «liberación», que en esencia es más un concepto político que médico. El carácter «institucionalizado» de los libros mayores familiares y multipersonales de méritos y obligaciones hace necesario dicho enfoque. Consideramos que en el curso de la terapia individual se puede tratar de lograr esa liberación, emancipación e individuación; las entrevistas de evaluación familiar desarrolladas con habilidad pueden contribuir a esclarecer los esfuerzos del terapeuta. Los efectos de la terapia familiar sobre la parentalización pueden dividirse en dos procesos, según sus fases: el efecto inmediato de transferencia y el proceso de preelaboración, de alcance más vasto. En forma casi automática cabe presuponer que tiene lugar una adopción sustitutiva simbólica en las mentes de todos los miembros de la familia, incluso durante la primera sesión. A medida que los padres comienzan a transferir e invisten al terapeuta de significado paterno, la presión ejercida sobre los hijos en pos de su parentalización tiende a disminuir de manera notable; en consecuencia, el paciente indicado como tal puede mejorar en forma sintomática. Esta mejoría sintomática inicial tiene sus aspectos traicioneros. Los miembros de la familia pueden experimentar una mejoría en la atmósfera emocional general, y optar por interrumpir el tratamiento. En tales casos, por lo común la mejoría no es duradera. Al mismo tiempo, los miembros de la familia, al rechazar al terapeuta, tal vez intenten utilizarlo como el objeto malo, sustituto de sus crueles introyecciones parentales. Quizá se valgan de la experiencia abortada de tratamiento para reafirmar su sistema, en vez de modificarlo, y continúen solicitando formas alternativas de tratamiento a medida que surgen ulteriores crisis. En los casos en que la familia tiene el valor y la fortaleza necesarios para proseguir el tratamiento, se pone a nuestra disposición un nuevo espectro de dimensiones dinámicas, sobre el que podemos trabajar. Los siguientes son signos de progreso hacia la «reelaboración»: Los padres compiten con sus hijos en busca de la atención del terapeuta, como si este fuera también un padre; se pone a prueba alterapeuta en relación con sus sentimientos de parcialidad hacia miembros individuales de la familia; los hijos comienzan a ensayar nuevos roles familiares apropiados a su edad, y tratan de lograr que sus padi·es respondan como corresponde a un progenitor. En conclusión, sea cual fuere la orientación teórica del terapeuta, él se encontrará en una posición mucho más adecuada para diseñar su estrategia y evaluar su progreso si aprende a reconocer los signos de parentalización en la dinámica relacional de las familias.

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7. Fundamentos de la psicodinámica y de la dinámica relacional1

Conceptos relacionales y psicoanalíticos: convergencias y divergencias La teoría relacional constituye un desafio a la psicología dinámica individual (psicoanalítica) contemporánea. Este no apunta a la esencia del pensamiento freudiano en esferas en las que su validez es evidente. Al centrar nuestra indagación en las limitaciones clásicas de la teoría, procuramos llamar la atención del público y encauzar el debate con vistas a obtener resultados beneficiosos para ambos campos: la teoría individual y la relacional. Entendemos que las conclusiones monotéticas y unidimensionales merecen ser desafiadas por la rejuvenecedora dialéctica del enfoque relacional. Algunos de los conceptos freudianos originales fueron expresados en términos propios del pensamiento científico del siglo XIX, que resaltaba las dimensiones fijas de un incipiente orden racional del mundo. La rápida expansión de la tecnología y los conocimientos médico-biológícos alentaron al joven Freud a emprender la construcción de una «ciencia» de los mecanismos que operan en los ámbitos oscuros e inconscientes de la psique humana. De no ser por su valor y dedicación intelectual, dirigidos a poner orden en el caos, nuestros conocimientos de los fenómenos humanos no habrían llegado a su actual etapa de desarrollo. Uno de los aspectos vulnerables de la posición freudiana clásica concerniente a la terapia residía en que se encuadraba dentro de un marco básicamente cognoscitivo: las funciones psíquicas inconscientes tenían que volverse conscientes. Si bien la integración del afecto y el afán por obtener insight, que sobrevinieron como fundamentación terapéutica de una etapa posterior de la teoría, constituían un concepto más amplio, las metas de la integración no se describían en detalle, o bien se expresaban en un lenguaje en esencia cognoscitivo. Sólo con posterioridad, y de manera gradual, surgieron conceptos estructurales de la personalidad básica como determinantes dinámicos no cognoscitivos, que no se basaban en el placer. Ferenczi, Mela1 Varias partes de este capítulo han sido tomadas, con pequeñas modificaciones, de I. Boszormenyi-Nagy, «Loyalty implications of the trasference model in psychotherapy», Arch. Gen. Psychiatry, vol. 27, págs. 374-80, 1972.

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nie Klein, Fairbairn y Guntrip se contaron entre los pioneros de una teoría de la personalidad basada en las relaciones objetales dentro del psicoanálisis [49]. Fairbairn y Guntrip formularon una psicología individual basada en la tendencia del aparato psíquico a las relaciones de objeto. Según ella, la,necesidad innata que tiene el hombre de establecer determinadas pautas de relaciones determina el desarrollo de la personalidad desde sus comienzos. Esta escuela del pensamiento es, probablemente, uno de los caminos más promisorios para la expansión de la teoría psicoanalítica, ya que estima indispensable ampliar el alcance de los fenómenos que serán investigados. No obstante, incluso dentro de esta escuela psicoanalítica, las relaciones sólo se consideran desde el punto de vista de las necesidades y regulaciones psíquicas individuales. Una dialéctica relacional existencialmente más apropiada sólo pudo surgir cuando los teóricos especializados en laterapia familiar comenzaron a interesarse por los balances y cuentas relacionales multipersonales. · La consideración de la totalidad existencial de las relaciones lleva a enfocar cuestiones éticas, más que psicológicas. La psicologización de la esfera de las obligaciones interpersonales contribuye a negar el componente ético existencial de la propia responsabilidad para con los congéneres. La integridad de una justa reciprocidad en el proceder de dos seres humanos no puede reducirse de manera adecuada a una relación entre el yo y el superyó, ni tampoco equipararse a un enfoque puramente religioso de la obligación primaria del hombre que lo llevaría a reparar sus transgresiones contra el prójimo rin~ diendo cuentas a Dios en forma exclusiva. El especialista en terapia familiar debe reconocer la índole vitalmente dinámica de los problemas de la justicia reparatoria o el balance de justa reciprocidad en las relaciones. Importa separar este aspecto ético de las relaciones de una evaluación ética de los individuos según el grado de rectitud o maldad. . El concepto de examen de realidad no puede divorciarse de una dialéctica relacional sin cometer el grave error de una excesiva simplificación. El hecho de destacar la capacidad de evaluación objetiva del «mundo externo» podría fácilmente confundirse con la tesis según la cual las vinculaciones personales muy cercanas pueden también encararse como partes de un mundo externo. La circunstancia de que uno siga mostrándose accesible para con un progenitor anciano y enfermo, o lo considere una carga no productiva desde el punto de vista económico, ¿podría acaso reducirse a una alternativa entre el subjetivismo y el examen objetivo de la realidad? Consideramos que la esencia de la solución de problemas semejantes no radica en el grado de objetividad cognoscitiva o de eficacia con que se hace frente a los problemas de la vida, sino en la valentía y la sensibilidad ética con que respondemos a una exigencia de integridad, la cual reside más en la totalidad de una relación paterno-filial de toda una

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vida que en una única persona. La reciprocidad de la lealtad es inseparable del libro mayor histórico de contabilización de méritos entre los miembros de la familia. El problema de evaluar el contexto y la naturaleza de la realidad en relación con las decisiones y acciones nos lleva a la teoría motivacional. Nos damos cuenta de que nuestro enfoque relacional de las motivaciones no puede ser de tipo reduccionista, aunque puede tener dimensiones privilegiadas como pautas intrínsecas de orientación.

Las necesidades frente al mérito como motivación La posición teórica original del psicoanálisis subrayó la organización pulsiónal o instintiva de la conducta y el funcionamiento psíquico. A menudo la teoría parecía dirigida a subordinar las relaciones humanas a la dicotomía conceptual entre el sujeto y el objeto de la pulsión. De ese modo, lo habitual era omitir toda consideración de las necesidades propias del objeto, en vez de incluirlas como elemento significativo. La estructuración relacional de la lealtad sólo es reductible, y de manera parcial, a la existencia de pulsiones, apetitos y necesidades de los miembros individuales. La teoría de las pulsiones o instintos se basa en un conflicto o modelo de poder. Puede existir una lucha competitiva entre sistemas psíquicos o individuos. Sin embargo, mientras trato de convertir al otro en objeto de mis pulsiones, ¿qué sucede con las necesidades que él tiene de convertirme a mí, o a algún otro, en objeto suyo? ¿Qué sucede si dos de nosotros, en forma competitiva, convertimos a un mismo tercero en objeto de pulsiones similares o diferentes? ¿Qué ocurre si yo quiero hacer de usted un objeto de afecto, y usted quiere hacer de mí un objeto de destrucción? Los conceptos freudianos sobre la horda primitiva, la catexia de las pulsiones, la envidia del pene y el dominio yoico son todos ilustrativos de su orientación hacia el poder y relacionados con la energía. Por otra parte, el mérito como concepto motivacional posee una estructuración multipersonal afirmada en un contexto ético. En tanto que la realidad última de las necesidades es la supervivencia biológica, la realidad del mérito reside en la historia existencial de un grupo. Como ocurre en el caso de las familias, en la historia de las naciones o los movimientos religiosos, la fuerza motivacional determinante del mérito es inconmensurable. La disposición de Abraham a sacrificar a su hijo en obediencia a Dios sirvió de base para el pacto que, supuestamente, comprometía la lealtad de Dios hacia su pueblo. El sacrificio de Cristo revolucionó el mérito de millones de personas sojuzgadas o condenadas durante siglos. La acción abnegada de los héroes de una nación y los actos presuntamente viles de sus enemigos determinan las motivaciones de incontables generaciones de jóvenes que nacen en cada contexto idiosincrásico de méritos. Según

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Shakespeare, Romeo y Julieta fueron víctilnas de un «antiguo resentimiento» entre familias, que sólo puede quedar enterrado con la muerte de la «pareja de malhadados amantes». La estructura relacional de la lealtad abarca la trama de contabi. lidad de méritos en la historia de un grupo. Un 1úño nace en una situación.I;Jredeterminada por el libro mayor de méritos y obligaciones de generaciones anteriores. Todos conocemos casos en que una madre está decidida a evitar que exploten a sus hijos del mismo modo en que ella lo fue durante su infancia, y sin embargo, por una de esas jugan·etas de las motivaciones inconscientes, se encuentra haciendo exactamente lo que esperaba evitar. El hijo se ve atrapado en la lucha del padre por compensar una injusticia, y se convierte él mismo en chivo enúsario de injusticias anteriores. Si bien sugerimos que la justicia reparatoria y la contabilización de méritos constituyen determinantes importantes de la motivación, coincidimos con Ricceur en que la teoría motivacional no es una auténtica teoría causal. La necesidad y la conducta nunca pueden comprimirse en un simple modelo clásico de causa y efecto. En consecuencia, estamos lejoB de sostener que la dinámica retributiva del mérito deba reemplazar a todas las teorías individuales de la motivación. Estamos dispuestos a adnútir la multiplicidad y relatividad de los deternúnantes de la conducta humana individual y colectiva; nuestra meta es la integración final de la psicología individual en el contexto de la dinámica sistémica relacional. Las obligaciones que origina la lealtad, si bien constituyen factores importantes, por sí solas no determinan las pautas de conducta inmediata: las personas pueden desmentir sus obligaciones, ya sea de manera consciente o inconsciente. Otro concepto clave del enfoque freudiano es el contraste entre determinantes conscientes e inconscientes de la motivación. En la fase estructural del desarrollo teórico se realizaron intentos dirigidos a formular un sistema total de los afanes inconscientes del individuo como fuerza antropomórfica: el Inconsciente, el Ello. Esto contribuyó a llamar la atención hacia la función unificadora, autorreguladora y orientada hacia una meta, de la naturaleza básica del hombre y de todo anilnal. La supervivencia del individuo y de la especie, tal vez, por primera vez en la historia, reciben su apropiado tributo psicológico. Resulta dificil que el especialista en terapia familiar no advierta «mecanismos» que están fuera de la conciencia de los miembros y, a la vez, parecen tener efectos determinantes previsibles sobre la familia. Esto plantea un interrogante: ¿podemos hablar de una organización inconsciente de las motivaciones en un nivel sistémico multipersonal? Algunos prilneros intentos por formular la estructura más profunda de las relaciones familiares se basaban, en forma explícita, en el modelo individual de funciones inconscientes, derivado de la psicodinámica freudiana. El modelo psicodinámico fue una elección

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obvia para explicar motivaciones en niveles múltiples, aun cuando los sistemas interaccionales se den en un nivel sistémico más complejo; sus aspectos encubiertos o inconscientes no podrían reconstruirse a partir de una sumatoria de funciones inconscientes de los miembros individuales. Tomados en su conjunto, ni los sueños y fantasías, ni siquiera las confesiones obtenidas con ami tal sódico, de los miembros de una familia revelarían las pautas motivacionales compartidas de modo inconsciente. Sin embargo, resulta incuestionable que los miembros de una faInilia desarrollan una ajustada complementación mutua de la dináInica inconsciente de cada uno, al igual que de sus metas y esfuerzos conscientes. Las jerarquías de obligaciones, las pautas defensivas y de explotación que se dan en connivencia en las familias, si bien no pueden defiiúrse en términos psicológicos individuales, incluyen, se basan y se interrelacionan con las necesidades y compromisos inconscientes de todos y cada uno de los miembros. Consideramos que una actitud ética más amplia y extensiva es la clave para comprender la diferencia entre los puntos de vista individual y dinámico-relacional. Como si los puntos de vista individuales sostuvieran la premisa ética «egotista» de que la astucia puede equipararse a la ética: no me interesa nada, fuera de mi propio éxito y gratificación. Por otra parte, nuestro enfoque relacional asume la existencia de una auténtica preocupación, al menos, por unos pocos individuos relacionados en forma estrecha. Entonces, toda la gama de conceptos teóricos dinámicos puede revisarse desde los puntos de mira duales de esas dos actitudes éticas. Uno de esos conceptos es el muy importante de interiorización, proceso que con facilidad podría interpretarse como concluido en el individuo. En tanto que la psicología psicoanalítica del yo considera que los procesos de interiorización de las «relaciones objetales» son determinados por las reglas internas de la mente, los «puristas» teóricos de los sistemas sociales en el campo de la familia tienden a descartar el concepto de interiorización. La teoría dialéctica de las relaciones, propia de los autores, ubica los fenómenos de interiorización en el contexto de las expectativas más profundas del toma y daca de las relaciones actuales de la persona. La teoría psicoanalítica clásica concebía la interiorización como un mecanismo psíquico defensivo, que en última instancia servía a la lucha del individuo por el control de los impulsos instintivos. En tiempos más recientes, Sandler y Rosenblatt declararon: «Es perfectamente coherente con la metapsicología psicoanalítica vincular la expresión de una necesidad instintiva con la forma de la representación del sí-mismo o, en todo caso, con la forma de una representación objetal» [77, págs. 135-36]. Sin embargo, dichos autores agregan: «El mundo de representaciones nunca es un agente activo [...] entraña, más bien, una serie de indicaciones que orientan al yo hacia una actividad adaptativa o defensiva apropiada. Puede compararse con un

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radar o pantalla de televisión que brinda i.nD ., nificado Y sobre la cual puede basarse l ~I:macwn d~tada de sigcontraposición con el punto de vida int ~ ac;w~» [77, pag. ~~6]. Por ?ara _un~ teoría de las relaci~nes es: ·e, rapsiqmc~, la cuestwn clave mterwnzación Y se mantiene conect~d~mo se entrelaza proc~so de sus copartícipes relacionales? p . .co~ el compromiso activo de . . · or consiguiente ·d , ob]eto;mteriorizado es también • (, e que manera el de las necesidades de los «objeto~>~ ~> [76 , pa' g • 89] • Esta declarac1ón parece ignorar in dlVI • d la reali' ·' qu e , como refuerzo mutuo, tiene lugar ment acwn . p entre - did os o mas b . e . . , relaciOnal.. or .ana . , ura,. ca Personas que Configuran un sistema · Presuponer. que la pr·opia obligacwn creada por un mteres a 1tnusta · nada por la propia posición en el ba. 1ance mmuto» esta, eod e t er.m1 , . «a1El . d gr~ ? de la cadena multigeneracional del toma y daca reciproco. de mi altruismo dependerá en parte de que tenga una cuenta positiva 0 negativa en la hoja de balance. , . . El empleo del término «carente de eg01smo>~ tiene: por s~pue~to, · ·tancia decisiva dentro de nuestras cons:deracwn~s. ¿,Cu~les Il11J~~s criterios últimos que permiten juzgar Sl ~as relacwnes «slm~~óticas» son motivadas en forma egoísta o no? S1 no me puedo separar de mi madre, anciana y enferma, porque su estado me causa reocupación y aumenta el nivel de culpa en la lealtad que ter:-go haP. lla ·soy 0 no egoísta? ¿Hasta dónde llega la deuda de gra~Itud de era :er h~mano hacia su maill·e por la devoción de que fue obJeto du: ~:nte su primera infancia? ¿En qué medida debo recompen~ar a mi madre para que se me considere altruista o falto de egmsmo en relación con ella? . . . 'l Posiblemente, el especialista en terapia ~~miliar se pregu~te cua será el resultado del proceso de realimentacwn pues_to e~ marcha ~n­ tre los distintos miembros de la familia por las motiVaciOnes q~e os llevan a cuidar en forma «altruista» el uno del otro. En las se~1ones de terapia familiar pueden observarse cadenas de expectativas reacciones individuales a medida que se desarrollan en !Ja~t~s m u ti ersonales. Uno de los conceptos freudi~r;os de bas,es mdi~duales p prome t e ser· ma' s u' til para la elaboracwn de teonas que . , d relaciOnales .' el delineado en las fases iniciales de la concepcwn e su ~eona :s~:uctural. Freud [41] postulaba que la psi~ología grupal esta relacl~­ nada con una función similar a la supery01ca, extrapolad~ 'f. campar~ tida entre todos los miembros de un grupo. Interes~ ,adv_ertrr qu~, por l o que sab emo S, no ha habido una ulterior Sistemat1ca de . elaboracwn . . estos conceptos en la bibliografía especializada. . , . Otro ejemplo de la relación intrínseca~ente dialectlc~ :Xlstenie entre las estructuras motivacionales I?-anifie~t~s Y encubier~~s de a . . . dividual es el concepto freudiano clasico de formacwn reacpsiqms . , mver~a . tiva del m carácter. Este presupone una re l acwn ent r·e rasgos visibles del carácter y sus configuraciones de ~eces1d~des exact~­ mente opuestas en los ámbitos motivacionales mconscientes Y :na~ profundos de la psiquis. Por ejemplo, se it;t~rpreta que una act1~u parentalizadora abierta, protectora o solícit~ en exc~so, encubre Y controla en forma defensiva intenciones hostiles ar~aigadas de manera profunda. Sin embargo, para nuestros ~nes es Importante co~­ siderar algo más que esos dos niveles sisténucos: El_c~ncepto de fore ct1"va del carácter se afirmaba en el mdividuo, en tanto .' macwn r a ·' di l' tica que nuestros intereses se concentran en la programacwn a ec d de las relaciones multipersonales. Por ejemplo, mediante un acuer 0

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al que d~ ~odo inconsciente llegan en connivencia, los miembros de una fam1ha pueden act~ar ~e ma~er~ concertada para desplegar ambos _aspecto~ de_ s~ antites1s motivaciOnal sin experimentar ambivale1!-cia en lo mdiv1dual. Los miembros imbuidos de una rectitud ~anifiesta pue~en participar en forma sustitutiva en los actos-delictivos dfi ot:·o miembro y sentirse, a la vez, superiores a él desde el p~nto de v~sta n:oral. ~n algunos casos, incluso el hecho de que un m:em?r.o simpatice abiertamente con el delincuente puede hacerles mas facil ~~os otros la condena de este sin sentir culpas por su invisible complicidad. Cabe plantear una pregunta: ¿El concepto de deslealtad agrega a!go _nuevo al de ambivale_ncia? Ambos connotan una avenencia escmdida. La persona ambivalente odia al ser que también ama, en tanto que la d~sleal no respeta el compromiso que tiene para con una ~er~ona o. el Sistem~. ~e.sde el punto de vista del proceso de psicoterapia; existe otra Similitud entre ambos fenómenos. Cuando uno examma su a~b~valencia, por ejemplo hacia la propia madre, y comparte ese sentnniento con el terapeuta, comete de manera implícita ~na ~~slealtad hacia ella. Sin embargo, a pesar de esa deslealtad nnplícita,_desde el punto de vista terapéutico tradicional se considera que la nnportancia dinámica de la ambivalencia 1:adica en que la persona se ve enfrentada a sus propios sentimientos. Tradicionalmen~e, el despertar de culpas por esa ambivalencia se explica sobre la misma base: la confrontación del paciente con sus verdaderos aunque a menudo reprimidos, sentimientos. El proceso terapéutic~ de toma de con~ie1!-cia se interpreta entonces, básicamente, como una consecu~ncia mtr~personal, regida por la fuerza yoica por un lado, Y la ansiOsa necesidad de represión por el otro. ~or otra parte, la deslealtad se relaciona con la dimensión de la acc10n, Yse afirma en el orden del universo humano. La medida de la lea~tad que realmente se debe guardar depende del libro mayor de acc101!-:s pasadas Y presentes del otro. A su vez, lealtad o deslealtad tan:bien ~e expresan por medio de acciones. La actitud ambivalente ~sta _arrargada ~n l~ ,ambigüedad del amor y el odio; el acto desleal IJ:?P~c~ una ob?gaciOn a la par que el repudio de esta. En el campo Sistem:co m~ltipersonal ~e las relaciones familiares, la propia ambivalencia h~ci~ el proge~tor no puede separarse del problema de la lealtad_hac1a el. La relación terapéutica llega, de manera inevitable a cuestiOnar las relaciones familiares existentes, y mediante sus as~ pectos de deslealta?- implícitos puede aumentar en forma significativa la culpa producida por la ambivalencia.

Balance sustitutivo

D~da nuest~a t_e~is de que la rendición de cuentas de justicia constituye el prmciplO central de la programación dinámica de las

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relaciones, debemos examinar su importancia respecto de los fenómenos psicológicos descriptos como proyección, desplazamiento 0 reorientación. Un supuesto común a todos estos conceptos es que connotan la canalización «inapropiada» de impulsos y actitudes dinámicamente significativas en un contexto de realidad falso desde el punto de vista cognoscitivo. Tomando como prototipo la situación del niño en su familia, él tiene tres opciones para reparar la injusticia que ha sufrido. Si el pequeño se siente tratado en forma injusta y desesperadamente agobiado por el poder del mundo adulto, puede: 1) rebelarse contra los padres mismos, 2) si eso no es factible, desviar sus impulsos de venganza hacia otra persona, de modo inadecuado, 3) tratar de «tragarse» sus sentimientos heridos. Resulta evidente que la opción 1 cumple un importante papel en la delincuencia y la agresión intrafamiliar franca. La opción 2 puede dar lugar a un enfrentamiento a largo plazo que genera la total saturación de la vida futura del niño con tendencias iracundas, «inapropiadamente» retributivas y tal vez paranoides, originadas en su pasado. La opción 3 a menudo lleva al retraimiento, la depresión y el vuelco de la agresión contra sí mismo, o bien a otras pautas «sintomáticas», «patológicas» o «caracterológicas» secundarias. Puede utilizarse o manipularse una relación para saldar la injusticia de otra relación anterior. Por ejemplo, el cónyuge, o incluso el hijo, pueden ser parentalizados en forma inconsciente por la supuesta víctima con el objeto de satisfacer su necesidad de tomarse represalias de los padres. Desde el punto de vista de la psicología individual, esto puede definirse como una exteriorización inapropiada o identificación proyectiva. Según el enfoque tradicional sobre este tipo de «patología» relacional, su carácter inapropiado está determinado de modo inconsciente; por ende, se supone que una creciente intelección o toma de conciencia tendría que ayudar a descubrir y, en consecuencia, a modificar esta pauta. En consonancia, una vez que a una persona con suficiente «fortaleza yoica» se le demuestra de qué manera poco apropiada utiliza sus actuales relaciones, como si quisiera saldar las cuentas de su pasado, él debería poder corregir la «distorsión». Se supone que el yo cada vez más realista, que entonces va creciendo, puede desarrollar canales más apropiados para la gratificación de los instintos o los impulsos. Nuestra posición agrega dos elementos teóricos de importancia en que nos desviamos de esa tesis, tanto desde el punto de vista dinámico como terapéutico. Primero, presuponemos que la búsqueda de justicia sustitutiva es una dinámica de relación por propio derecho, ubicada entre la persona y su mundo, y no entre la persona y sus impulsos o representaciones interiorizadas tan sólo. El balance de las justicias subjetivas de todos los miembros equivale a una característica implícita, aunque objetiva, del sistema. En segundo término, presumimos que se deriva un beneficio cuasi-ético al proteger la pro-

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pia lealtad hacia los padres a expensas de otras relaciones posterio-

re~. De este concepto de lealtad primaria hacia la propia familia de origen se. desp~:end~ que el mayor de los «pecados» es infringir ese

~omproilllso pnma1:10 y, por consiguiente, preferencial. Ahí reside un

1m~ortante de~ermmante dinámico de todo tipo de actitud persecutona y :para~o1~e: El desplazamiento de las represalias sirve a la econom1a ps1qmca: puede atacarse a otra persona o a todo el mundo en un nobl: esfuerzo por retener la propia lealtad, sin acusar a los padres. As1, los act?s supuestamente dañinos de los progenitores se vengan «en ausencia». La relación co~ .el terapeuta puede verse atrapada en similares esfuerzos por equilibrar el bal,ance. A Freud debemos el importante concepto de la transferencia. El descubrió que los pacientes tienden a repetir tempranas actitudes y expectativas infantiles en su cond:rcta. con el especialista, como si este último fuese el progenitor origmano. . Puesto que el cuerpo principal de la teoría psicoanalítica ~lásica fue. expresado básicamente en términos cognoscitivos, las manifestacwnes transferenciales por lo general se consideraron distorsiones d.e la realidad perceptible. En otras palabras, el autoengaño del pac1ent~ ~on respecto a la naturaleza de su relación con el médico se descnb1a co~o un error cognoscitivo, una distorsión en la percepción Y el pens~m1ento. Cuando el paciente convierte al analista en blanco de ~us. reiteradas an.sia~ infantiles, de modo inconsciente se engaña a SI ~1smo; por c~~s1gu1ente, una de las metas de la terapia será colT~~· esa distorswn. Los terapeutas especializados en el sistema famili~r, por el contrario, se interesan más por las implicaciones existenciales de los aspectos de la transferencia en todas las relaciones personales más estrechas. Las actitudes y expectativas transferidas connotan la con~inuidad de pasadas obligaciones y expectativas sin resolv~r en los Sistemas familiares, y más que una ficción engañosa entranan hechos reales y verdaderos . . E:r: los capítul~s.3 y 4 se ha hecho referencia a la importancia motlvac~onal del mento, contrastada con las necesidades. El mérito tl:asc1e:r:~e el marco in~i~dual o psicológico, ya que constituye una ilii:r:enswn de cuen,tas eticas de lealtad y justicia en los sistemas relacwnales. Deseanamos examinar el fenómeno de la transferencia, concepto c~ntral de la teoría y la práctica psicoanalítica desde este punto de VIsta. Tradicionalmente, la transferencia se ha enfocado dentro de un marco dinámico, determinado por la necesidad. El individuo basándose. en sus necesidades reiteradas y conservadoras de ma~era regresiv~, puede utilizar al terapeuta, los miembros de la familia o cualquier otra pe1:sona de i~portancia como pantalla de su «proyect?» de transferencia deterilllnado por la necesidad. Desde la perspectiva de la economía,d~ la s~tisfac~ión de sus necesidades psicológicas, la persona, en ultima mstanc1a, puede ejercer una fútil repetí-

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ión 0 lograr la necesaria utilización de la relación transferencia! en . , El punto de vista del mento considera los .fen~menos de, t~·ansfe­ . ncia dentro del sistema estructurado de obhgacwnes y creditos fare l . l ., miliares. En consonancia, al trabar c~la qmer re acwr; ~ueva s~ ~odifica la posición de la persona en el hbro mayo~: de mentas fam~a.r. La deslealtad real o aparente hacia los otros miembTos de_la familia ede crear desequilibrios en relaciones que pueden reahmentarse ~~el equilibrio de gratificación de necesidades del ~ndivi~:w vi~c~a­ do en la transferencia terapéutica. La transferencia positiva significa que se cumple la anhelada fantas~a de tener p~ru·es buenos, la negativa brinda al paciente la oportumdad de castigar al terapeuta ~n tanto que salva a los padres reales. De este m?do, la transferencia positiva implica siempre una deslealtad hacia los padres reales, mientras que la negativa restaura la lealtad, al menos de manera implícita, mediante la negación de lealtad al terapeuta. . El cambio terapéutico que se da en el contexto de la transferencia positiva, o sea los deseos de complacer al terapeuta como padre sustitutivo, entraña en sí una violación de la lealtad que guardamos hacia la familia de origen. En la medida en que la enfermedad y el fracaso sostienen la propia lealtad hacia el compromiso familiar de a~l­ sencia de cambio, el hecho de que ese síntoma ceda ante un extra~o puede significar la mayor de las traiciones. De acuerdo con las ~~s­ mas pautas, la mejoría sintomática tiene siempre una connotacwn de deslealtad hacia la propia familia de origen, y según nuestra experiencia, poco importa que los paill·es estén vivos o muertos. L~pa­ tología intergeneracional transmitida es una ~orr:r:a de contabiliz:ación leal persistente, mediante el balance sustitutivo d~ntro del SI~­ tema familiar. Cuanto más se aparte de la fuente y razon de la obligación, menos conocido es para el participante, y más ciego y patogénico se torna el sistema.

~os del cambio y el crecimi~n~o.

Implicaciones de lealtad en el modelo psicoterapéutico de la transferencia Rastrearemos las implicaciones de nuestra teoría dialéctica de las relaciones, partiendo de la consideración de su contraste la teoría psicológica individual, para un tema central de la teona Y la práctica psicoanalíticas: la transferencia.

:on

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¿Estructuración multipersonal o unipersonal de las motivaciones? Existen grandes malentendidos sobre los problemas reales que de la terapia familiar o relacional, contrastada con el enfoque mdividaal. Uno de ellos es la creencia de que el enfoque relacional sólo encara interacciones visibles e implica únicamente un interés superficial en los aspectos estructurales de los miembros individuales de la familia. Otro es el mito de que el carácter confidencial de una relación terapéutica entre dos personas es condición sine qua non para alcanzar profundidad terapéutica. Con el curso de los años, llegamos a convencernos de que la esencia del enfoque de terapia fa• miliar reside en un compromiso motivacional y de lealtad en la relación terapeuta-paciente. El hecho de que el terapeuta vea por separado o en forma conjunta a los miembros notoriamente sintomáticos Y a otros integrantes de la familia es mucho menos importante, desde el punto de vista dinámico, que su intención de ocuparse del bie~es~ar emocional y el crecimiento de cada uno de ellos. El principal mdiCador que lleva a-indagar o iniciar el tratamiento sobre una base familiar reside en la capacidad de «parcialidad multidireccional» del terap~uta, o sea su libertad interior para ponerse primero del lado de un miembro de la familia y luego del otro, tal como lo requiere su comprensión empática y su eficacia técnica. En el presente capítulo no intentamos establecer de qué manera difieren los fenómenos de transferencia en las condiciones propias de la terapia familiar. Por el contrario, querríamos solicitarle al psicoterapeuta que considere el mérito de ciertas implicaciones teóricas y estrategias para la terapia individual, incluyendo la terapia residencial de niños. El monumental aporte que significa el concepto de transferencia freudiano nos ayuda a entender los compromisos personales estructuralizados y ocultos del paciente, a medida que estos se exteriorizan y desplazan hacia el terapeuta. Comprender la inclinación que lleva al paciente a personalizar una relación en apariencia técnica se convirtió en uno de los principales criterios indicadores para emprender el psicoanálisis. El siguiente paso lógico en la expansión del alcance del conocimiento obtenido reside en incluir el c?ntexto de las actuales relaciones familiares más cercanas del paCiente. !'fos preguntamos: ¿Los compromisos subjetivos personales del paciente ante el terapeuta tienen implicaciones ocultas de lealtad familiar? Por añadidura, si la respuesta es sí debemos determinar cuán importantes son esas lealtades para el éxito terapéutico. Enfocaremos la t::ulpa originada en la lealtad hacia la familia como principal fuente de resistencia frente al tratamiento y el cambio. Anna Freud observa: «En períodos de transferencia positiva, los pa~·es a me~mdo _agravan el conflicto de lealtad entre analista y progerutor que mvanablemente surge en el niño» [38, pág. 48]. Desde el punto de vista del especialista en terapia familiar, es aún más im~ur~e_n

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portante reconocer que cada paso que se-da hacia el cambio o la mejoría viola el compromiso inconsciente de lealtad del hijo hacia la familia. El mero establecimiento de una fuerte transferencia, sea positiva o negativa, desencadena culpas por la violación de lazos inconscientes de lealtad familiar. La transferencia como intento de adopción temporaria, además de constituir una exteriorización de pautas intrapsíquicas, debe ser antitética respecto de los vínculos existentes entre hijo y padre, y no considerarse de manera exclusiva en el aislamiento de la relación terapéutica. La lealtad puede significar muchas cosas; para nuestros fines, la defmimos como una de las fuerzas de estructuración multipersonales que están en la raíz de los sistemas o redes de relaciones. Las relaciones multipersonales abarcan las organizaciones psicológicas de los individuos, pero van más allá de ellas. En el lenguaje de la teoría de los sistemas, dichas organizaciones tienen una contribución causal o motivacional propia, así como las propiedades del agua son diferentes de la suma de las propiedades del hidrógeno y el oxígeno. Es bien sabido que la labor terapéutica directa, dirigida hacia las dimensiones de los sistemas de relación, es extremadamente compleja. Las pautas arcaicas repetitivas, generadas en la neurosis de transferencia terapéutica individual y estudiadas en forma privada, in uitro, por así decirlo, deben entenderse dentro de una estructura integrada, entrelazada con interacciones interpersonales «reales». En una agria disputa conyugal, marido y mujer pierden la perspectiva hasta el punto de llegar a pelear entre sí y contra las sombras del mundo relacional interiorizado del otro. El punto de vista dinámico describe la vida como un proceso que tiene lugar en un campo de fuerzas en constante cambio. La teoría psicodinámica clásica ha dilucidado las fuerzas conflictivas de las configuraciones de necesidad internas y los intentos del yo por dominar la realidad exterior. Modificar una personalidad en una dirección dada ha sido el marco de referencia tradicional de la psicoterapia individual. Los fenómenos de transferencia, como declaró Anna Freud, deben entenderse como parte de «toda una complicada red de pulsiones, afectos, relaciones objetales, aparatos yoicos, funciones y defensas yoicas, interiorizaciones e ideales, con las interdependencias mutuas entre ello y yo y los defectos resultantes del desarrollo, regresiones, angustias, formaciones de compromiso y distorsiones del carácter» [38, pág. 5]. Algunos de estos conceptos poseen una base individual, en tanto que otros hacen referencia a relaciones dinámicas. El especialista en terapia familiar debe ampliar· su enfoque, yendo de las díadas a sistemas de relaciones más vastos, y considerar a cada miembro del sistema desde su punto de vista único y singular, como centro de un universo. En una palabra, el terapeuta especializado en familias y relaciones en general debe distinguir entre tres niveles de sistemas relacionales:

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l. El aspecto puramente intrapsíquieo (p. ej., yo-superyó, perso-

na propia y voz ajena, sí-mismo y perseguidor imaginario etc.). ' 2. El aspecto interno de lo interpersonal (p. ej., la lealtad hacia un progenitor o hacia el cónyuge). 3. ~1 aspecto existencial de lo interpersonal (p. ej., el hecho de tener o no padres, hermanos, etc.). Los fenóm~nos relacionales que corresponden, básicamente, a uno de estos mve~es pueden entrelazarse con fenómenos o expectativ~s en los otr?s mveles, y oscurecerlos. Puede darse una gran confuSion Y producirse una lucha improductiva y carente de sentido entre los miembros de la familia debido a su propia confusión y la del terapeuta respecto del nivel relacional en el cual reside la esencia de un problema. Otr,a ~erencia entre los fenómenos relacionales en los niveles 2 y 3 pod.J,·Ia ilustl:arse con lo.s sentimientos asesinos, incestuosos', etc., que uno experrmenta hacra un progenitor con: a) el terapeuta solo b) en presencia del progenitor. '0 Uno de los puntos de vista menos constructivos en los actuales ensayos sobre el enfoque familiar es el que presupone una relación de «lo un? o lo otro», mutuamente excluyente, entre la dinámica de P.er~on:=thdad indi":idual y la dinámica relacional multipersonal o s~stemiCa. Determmados autores hablan de una «ruptura discont~ua» ent~e la teoría psicodinámica tradicional y los modelos familiar o relacwnal d~ la teoría mot~vacional. Nuestra propia perspectiva ha estado dommada por la busqueda de una síntesis creativa de factores mutuamente complementarios y antitéticos en la evaluación de la situación humana. El hecho de que poseamos información n_ueva Y valiosa acerca de las leyes homeostáticas reguladoras de los Sistemas de relaciones no invalida la necesidad de comprender a la P.ers~na, en su individualidad, como un nivel válido del sistema motrvacwnal. . El si~iente paso de.im.~ortancia en la teoría psicodinámica muy bien podna ser la descnpcwn de la profunda estructuración dinámica de sistemas de relación multipersonales. Dicho lenguaje tomará n:uchos elementos prestados de la orientación en esencia intraindiVIdua.l,Y parcial,n:ente diádica de la teoría psicoanalítica clásica, pero tamb.Ien debera mtegrar los logros conceptuales de la teoría de las relacwnes y extender la utilidad de ambos marcos de referencia. Como es natural, di~has ampliaciones teóricas, tendi·án que encarar los conceptos frontenzos que señalan la transición de una teoría individual a la teoría de los sistemas de relaciones.

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Individuación: diferenciación o extrañamiento Uno de los mitos que con frecuencia sustentan los partidarios del enfoque individual tradi~iona~ er:tl:aña l.~ sobrevalor~ción de la searación física como medw de mdrVIduacwn. No cuestwn~mos. el vaIor 0 la necesidad de ciertas sepa.r~ciones conyugale~, el divorcio, o la udanza del adolescente para vrv11· solo cuando esta preparado para m ., ello. Lo que sí objetamos es el hecho de que se co nfun da separacwn co11 diferenciación ' como medio de madurar. El traslado . lfísico de un . joven adulto esquizoide, sacándolo de su casa, por eJemp o, no servirá tanto a que madure como la ayuda directa resp.ecto de su~ rela~io­ nes dependientes en la familia. A la inversa, ~xiste una drfund:da creencia (o tal vez resistencia) entre los profcs.wnales, en el sent~~o de que el hecho de tratar juntos a todos los miembro~ _de ~a fa~~a equivale a convalidar, por parte del terapeuta, la umon s:mbwtrca perenne de la familia. En realidad, si el terapeuta es expe:~:rmentado y está capacitado de manera adecuada, el.~echo ~e trabaJ~r con l~s dimensiones de una relación en una seswn conJunta brmda mas posibilidades de individuación que la separaci.ón. físic.a. . Puede surgir confusión por el hecho de no dist:~gurrse e?tre la mdividuación y la ruptura de los vínculos de rela~ron. La pnm~ra fu~ definida por Anna Freud en los siguientes térmmos: «d~termmar sr, y a partir de qué momento, el hijo debe dejar de ser consrderado como un producto de su familia, dependiente de esta y merece que ~e l.e conceda el estatuto de una entidad separada, una estructura psrqmca con derecho propio» [38, pág. 43]; y atañe a la forn:ación de fron~e­ ras psíquicas. A menudo esta última se ve oscurecrda por. un ~Ito personal, basado en alguna combinación de. huida, desmer:tida, mteriorización de la lealtad o contienda ostensiblemente hostil. El empleo de frases trilladas, como «es lo bastante grande como para mudarse de casa de sus padres» o «para al?;mas personas es mejor divorciarse», puede ocultar la propia :·elacwn no resuelta del terapeuta con su familia de origen. La capacrdad del terapeuta para enfrentar su propia relación familiar determinará el que idee una estrategia para la separación o un método de indagación conjunta Y -=:nfrentamiento terapéutico. El siguiente fragmento de las declaraciOnes efectuadas por un hombre en una primera sesión de pareja plantea dicho problema: Realmente a mí no me importa, doctor, qué sienten mis padres, ni qué hacen. No les,guardo rencor, pero la verdad es que nunca hici,eron na~~ en mi favor. Yo comencé a trabajar a los doce años, y cuando mas necesite su ayuda no reunieron el dinero con el cual podrían ha~er pa.g~do la fianza para sacarme de la cárcel. Ahora tengo un prontuano ~ohc1al, que ~e impide obtener trabajos con nivel de ejecutivo. Durante anos enteros ~olo vi a mis padres una vez cada seis meses. Mi gran problema es la beb1da. Amo a mi esposa, pero recién vuelvo a casa a eso de las dos o tres de lama-

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ñana, después del trabajo. En realidad , · siento en los bares Y bebo hasta el punt;~oy v~~lO efocwn~l~ente. Me rante los dos últimos años solía ir a l d .e pe~ er e conocnniento. Du. mana. Sólo voy para ayudarlo ~ mi oad:.:u ma e unas dos veces por sedel coche, de la casa, Y otras parecid~s. con cosas tales como el seguro Algunos terapeutas pueden percibí. 1 d . , . miento en la descripción que este homb/ ~ esmteres Y-~Istancia­ padres; por el contrario, otros repararí e acede la rela_~~on ~on sus por visitarlos dos veces por sem an en su.paradoJICo mterés investigar vínculos de lealtad oc~ft~~-omo potencial emergente para

Enfrentamiento interno y enfrentamiento contextual Trátese de un niño o de un adulto 1 t , . . . adverso a considerar las estructura'~ tone? re.lacwnal se muestra rada del contexto de las relaciones r! lr IapsiqUIC~S :n forma sepafamiliar no sólo sient .· . a es. El especialista en terapia familiar sobre el paci:n~~n~sldad por l?s efectos de la conducta del de modo de incluir el propios::::f:oq~: ~Xil:ndili~!a categoría «paciente» neracional de obligaciones entl·eql ~ amb ar y la cuenta transgeF. - os m1em ros. Ieud esperaba del paciente que tu . . 1 . necesarios para enfrentar sus . . VIera a capacidad y el valor nas y relaciones interiorizadas.p~~P;~~ e~tr~ctu:·as psíq~icas inte;·para enfrentar a los fantasma apia Ielacwnal eXIge valen tia reales Si yo hablo d t d s que se hacen presentes en relaciones . e us e en su presencia t d b , reacciones y yo seré testigo de las su a . e ' ' us e o s7rvara mis beneficios potenciales que puede t. Y .s. 6 u~es son los riesgos Y los bro de la familia el hecho de h bl laer adpalreJados, para cada miem· ' a ar uno e otro y reafir · t os d e VIsta en presencia de ese otro? mal sus punAparte de encarar la mutua ex .. , . . caso vergonzosas la actitud t 1p~siCwn de .experiencias terrorí.filos miembros de 1~ famili t· pa o og¡ca sosteruda en connivencia por a lene menos probabilidad d se oculta si la exposición es bil t . 1 E , es e mantenerfamiliares privados o comparti~oe;a. s mas probable que los mitos dagación conjunta. Las gratificac:e revelen .en ~1 con~exto de la inq~e causan los actos destructivos ¡e~:s ~ustitutiva~ mco:r:~cientes hierta de roles suelen dese b .·. 1 tro Y la marupulacwn encuLa naturaleza de la alianz~ :;,~e ~n e. ~urso de la terapia familiar. guiente~ muy distinta de la sit~:ci~m~a [ t~rapeuta es, por consique un mdividuo enfrente sus estru n I~ Icwnal en 9ue se ~spera en presencia del terapeuta Lo f ~turas mentales mconscientes ten en copacientes sino u. s a ares. no solamente se convierservables en form~ diredae su~ pau~~s de mteracción se vuelven ohactuadas mediante la tran~f:~e~g_ar ser meramente descriptas Y da en el terapeuta. Cia y a contratransferencia induci-

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La experiencia demuestra que una sota sesión conjunta puede revelar pautas interaccionales patogénicas de sorprendente importancia, que no podrían descubrirse en meses enteros de terapia individual, realizada por separado en forma colateral. Así lo demuestran muchos casos de fobia a la escuela. Una jovencita de 17 años recibió tratamiento individual en uno de los más importantes institutos de capacitación, siendo tratada como psicótica. A los dos meses de ser derivada a la División de Terapia Familiar, ella y su padrastro revelaron la existencia de una relación incestuosa que ya llevaba seis meses de duración. En el curso ulterior de la terapia, toda la familia, integ¡·ada por cuatro miembros, efectuó g¡·andes progresos, y se descubrió que la madre necesitaba someterse a un tratamiento de larga duración. Al examinar los aspectos transferenciales de los enfoques individual y de dinámica relacional, debemos considerar una más amplia expansión de nuestro horizonte teórico. A medida que nuestro punto de vista va cambiando, para ir de las formulaciones relativamente impersonales de mecanismos psíquicos a la experiencia subjetiva y el sentido de la interacción entre la gente, no sólo debemos tener en cuenta las reacciones psicológicas, sino también la maraña ética y existencial que configuran las vidas humanas. La preocupación y la responsabilidad mutua son importantes dimensiones inherentes a toda relación caracterizada por la cercanía, aun cuando se den en un ámbito estructural parcialmente inconsciente. El terapeuta que desea liberar al paciente de su preocupación por los demás miembros de la familia, o de su lealtad cargada de culpas hacia ellos, tal vez atine a extirpar ciertas manifestaciones de culpa psicológica, pero a la vez puede aumentar la culpa existencial del paciente. Buber [25] distinguía entre sentimientos de culpa y culpa existencial. Esta última, como es evidente, va más allá de la psicología: guarda relación con el daño objetivo causado al orden y la justicia del universo humano. Si yo realmente traicionara a un amigo, o si mi madre en verdad siente que mi existencia le causó daño, la realidad de un orden pertlll'bado del universo humano sigue manteniéndose, pueda o no liberarme de ciertos sentimientos de culpa. Dicha culpa se convierte en parte de un libro mayor sistémico de méritos, y sólo puede verse afectada por la acción y la reacomodación existencial.

El síntoma como lealtad Una consideración clave de la estructuración más profunda de las relaciones hace referencia al papel de la «patología» y el «síntoma» en la lealtad inconsciente hacia la propia familia. En la medida en que el sistema familiar patogénico es apoyado por las necesidades regresivas de todos los miembros de la familia, puede verse al miembro más abiertamente sintomático como una nueva víctima de su lealtad

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y de un.pact~ compartido. de manera inconsciente para evitar herir a cualqmer ~Iembro median~e el cambio personal de cualquiera de ello~. Un runo puede enc~brm las necesidades regresivas de un progerntor a traves de ~u. fobia a la escuela; un adolescente delincuente puede tratar de eqmlibrar un matrimonio de tipo «yo-yo» en que los padres,. por turno; amena~an cor; ~epararse. Es lógico presuponer entonces que el mie~bro smtomatico, con suma frecuencia un hijo, se llen~ c~da vez m~s de culpas a medida que va experimentando un~ mejona en. ~us s~tomas. ~n un sentido existencial, cuanto más mejore su funcwn, mas tendera a dañar el orden de su universo humano. Es~o es tanto más probable cuando su terapeuta promete que se hablara en forma confidencial, y que se forjará una alianza por separa~o; de este mod?, la tradición familiar se vuelve aún más pronunciada. En l~_medida en que la transferencia equivale a una prueba YU_? a a~opcwn teJ?p?rana, el hecho de que tenga lugar magnifica todaVIa ~as !o~ sentimientos de traición y se convierte en fuente de cul?a,psi.cologi?~· además de la culpa existencial inherente a la mejona smtomatica. Cabe agregar que_-la e_xperiencia de terapia familiar pudo revelar 1~ fuer~a. Y cordura mtrmseca de muchos miembros abiertamente smto~aticos de la familia. El papel de ese miembro es el de brindar ~t~ncion externa! ayuda ~otencial a todo el sistema. Quizás él sea el urnco que en rea~dad actua de manera tal que efectivamente pueda ~evar a. un cambiO. Esto también explica por qué con tanta frecuenc~a el miemb:o ~l pr~cipio sintomático, designado como paciente, recibe_ u.n pronostico mas favorable que los padres silenciosamente patogemcos o los hermanos sanos. (Véase Framo [37].)

Transferencia en el seno de la familia ~n medi~

la teraJ?ia, la transferencia como instrumento técnico es un de modificar las pautas de reacción de una persona. También constituye un puente entre mis reacciones habituales del pasado y las presentes o futuras. Al reexperimentar y actuar pautas del pasado fre~te al te~·apeuta, p~edo tomar la necesaria distancia respecto de las m.ter~ccwnes cot:~anas y comenzar a quebrar el orden repetitivo de mi~ CI~los «patologicos». En esencia, la transferencia no es una expenenc1a cognoscitiva fría y objetiva, ni tampoco básicamente un proceso d~ mo.~cación de la conducta del tipo del aprendizaje. 'Por el co~trano, significa una experiencia relacional cargada de sentido emocwr;al, con la excitación subjetiva provocada por la satisfacción prometida Y la decepción temida, bien que dolorosamente familiar. T?das nuestras relaciones significativas en lo emocional están ern·mzadas en.el contexto de la transferencia, al menos tal como se la de~r;: en sentid~ lato. Al e~amorarme de una mujer, ella puede convertn:se, para mi, en un objeto de transferencia materna. A medida

que mi relación con el jefe se vuelve personalizada, hay más posibilidades de que descubra el modo en que comienzo a revivir algunas actitudes que tuve hacia mi padre, hermano mayor o abuelo cuando era niño. Cuando los terapeutas comienzan a tratar familias enteras, en vez de individuos aislados, pronto los sacude un clima diferente para la transferencia terapéutica. La razón principal lo constituye el hecho de que las relaciones de familia, en sí, tienen sus raíces en un contexto transferencia!; el especialista en terapia familiar puede incorporarse al sistema de relaciones transferenciales ya vigente en vez de tener que recrearlo en una relación de trabajo desarrollada en exclusividad entre terapeuta y paciente. Cuando el primero tiene acceso al sistema de relaciones familiares más profundas y cargadas de modo intenso, se ve colocado en una posición que exige, por cierto, técnicas especializadas, pero su labor adquiere también mayor eficacia, al basarse en la mutualidad de los lazos de relación entre los miembros de la familia. A partir de Freud, los teóricos del psicoanálisis han sentido curiosidad acerca de los determinantes individuales de la capacidad de un paciente para desarrollar una transferencia terapéutica intensiva. Hace ya bastante que dicha capacidad de los pacientes se juzga como condición básica para el tratamiento psicoanalítico. En tiempos recientes se ha prestado atención a la capacidad instantánea de ciertos pacientes psicóticos para realizar una transferencia simbiótica. El analista extrae y condensa actitudes repetitivas y regresivas de una relación en la propia relación terapéutica, a la espera de que aparezca una neurosis de transferencia técnicamente accesible. Por otra parte, el especialista en terapia familiar se interesa en las mismas tendencias dentro de las relaciones familiares. Él debe examinar los determinantes del sistema multipersonal de la vinculación transferencia! intrafamiliar de una persona y su capacidad para «transferii·» actitudes relacionales de su familia a extraños. Preferimos incluir a miembros de la familia de origen de ambos progenitores en cualquier familia que tengamos en tratamiento. Con frecuencia, la relación entre padres y abuelos se vuelve centro de observaciones y blanco de posible intervención. Dichas relaciones entre padres y abuelos abundan en procesos de realimentación entre la denominada realidad corriente y antiguos anhelos y desengaños sofocados o reprimidos durante largo tiempo.

Ejemplo clínico El especialista en terapia familiar presupone que los aspectos regresivos de la vida y actos de los miembros de la familia constituyen uno de los principales componentes del sistema de lealtad de la familia. La inversión que hace cada miembro en crecimiento sacrificado es recompensada por la tolerancia de sus gratificaciones regresivas

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por parte de los otros miembros. Ese entrelazamiento sutil, y parcialmente inconsciente, entre las necesidades personales de los miembros y el sistema de valores idiosincrásico de la familia fortifica el contexto de intimidad familiar. A medida que la psicoterapia, o el . análisis individual, reorienta mediante la transferencia el acting out repetitivo hacia la persona del terapeuta, el sistema de lealtad familiar se v{amenazado. Y la amenaza es aun mayor cuando el paciente es un niño, ya que por lo general este se encuentra refugiado en una posición más dependiente que los miembros adultos. Una de las experiencias más ilustrativas en la práctica de laterapia familiar hace referencia a la dosis en que incluso los niños muy pequeños contribuyen a solidificar la lealtad familiar. Los extremos de dependencia paterna con respecto a los niños pueden apreciarse mejor en los casos de abrumadora parentalización de los hijos. No obstante ello, aun cuando sean pasados por alto esos extremos, son pocos los niños que no captan mensajes como: «Sólo confía entumadre» o «Tu madre es tu única amiga verdadera», ya sea en forma· explícita o implícita. El caso de un niño de diez años y su familia resulta ilustrativo de tales situaciones. El cuerpo directivo de una escuela privada de internado nos invitó a participar como consultores en terapia familiar, en su esfuerzo por extender el modelo psicoanalítico de tratamiento individual en que el niño era visto por un psicoterapeuta, y la madre sostenía conversaciones telefónicas de larga distancia con un trabajador social. El problema del niño fue presentado como un irritante retardo en la actividad motriz, aunado a una concentración obsesiva en los detalles. La vida de la familia giraba en torno de la lentitud de sus respuestas. Los padres señalaron que al niño le llevaba horas enteras acostarse, comía demasiado despacio, y podía vacilar largo rato antes de decidir de qué lado del ropero iba a colgar una camisa. Era fácil de ver la desesperación de la familia por su conducta, y sus deseos de cambio, al menos en un nivel consciente. Los tests psicológicos revelaron que el pequeño tenía una inteligencia adecuada, y una buena coordinación motriz. Su hermana de siete años era una niña muy rápida y vivaz. (Lamentablemente, no se recopilaron datos sobre los aportes de la hermana sana al sistema patogénico familiar.) Omitimos la descripción de la dinámica intrapsíquica del niño, para enfocar los factores relacionales. Los trabajadores asignados al caso informaron que los padres eran activos en el aspecto intelectual pero bastante desapegados en lo emocional. El padre era profesor de química, y lamadre, que hubiera querido ser trabajadora social, terminó por estudiar sociología. En cierta ocasión, la madre fue internada durante tres semanas por razones psiquiátricas, y con posterioridad ella se sometió a trata\:niento neuropsiquiátrico. Llena de desesperación estaba decidida a considerar el problema del hijo como algo esencialmente orgánico, y recordaba haberse sentido traumatizada en la clínica en la que, según alegaba, habían intentado hacerla sentirse una «madre desgraciada». No le gustaba hablar de su familia de origen, la cual vivía en otra ciudad, y a la que años antes había dejado. Dijo que sólo veía a sus padres (fríos y «neuróticos»)

dos veces por año. En su relación con ellos era superficial y no podía una o Po ntánea. Sostenía que tampoco con f"1a b a en l os pro f eswna . l es. ser es . la lentltu . d de su 1UJO. . . s·m Cuanto quería era que la ayudaran a combat1r b ·go y en forma paradójica, una vez por semana ella hablaba por teero ar hasta ' . do a una d"1stanc1a . de una hora con el trabajador social, ub1ca léfono , . ., . ._ casi seiscientos kilómetros. Los trabajadores sociales teman la uupreswn de qu; ~l padre de~ ;runo . un pr ogenitor en exceso distante y pasivo, y que era . su uruca ·- resolucwn se 1 había manifestado en su insistencia final de envmr a1 runo a una escue a residencial. Aunque era poco lo que se informaba sobre el p~~el del padre el sistema patogénico familiar, podía postularse con facilidad que los e~ genitores en esa aislada familia nuclear, carecían de mayores recurpro para imb~ir de vitalidad a una relación humana. De esta manera, se sos li . , d 1 h .. preparaba el terreno para una sutil parenta .zacwr: e os IJOS. El terapeuta del niño declaró que la notona_lent1tud ~e la ~onducta de a uel también se exhibía en la escuela, y que solo se hab1a reg¡st~~do una s~uación en la que pareció casi por completo ausente. Esto sucedio durar:te una excursión, en una casa fuera del terreno de la es?uela, donde el ru-0 comió a velocidad normal. También verificaron una mteresante obser~ación: en ocasión de un paseo escolar, el niño p,areció ~sfrutarlo ~ucho. Cuando su familia lo visitó varios meses despues, los luzo conducrr el coche por el mismo itinerario del ómnibus. escolar, en la esperan,za de tra~_::;­ Initirles una experiencia igualmente feliz. El terapeuta agrego que el_mno también recordaba haber hecho lo mismo en su hoga~, _en una sene ~e oportunidades; por ejemplo, haciendo que sus padres Vl~Ja_ran po:· el mismo camino que él y su tío habían atravesado antes, con ammo feliz. La capacidad del pequeño para «dar» a los p~m·es era una característica llamativa, considerando la falta de calidez ~~rsonal en sus propias relaciones. Ver en el niño al «curador» de fam~a (c~ando sus síntomas demuestran la existencia de devoradoras eX1genc1~~-orales y una fatigosa obsesividacl anal) por cierto que '?a:·ece P~~·acl~JICO. ~~ obstante cabe presuponer que los padres pudieron utilizar los sm tomas d~l niño para huir ele sus propios problen:as no ~-esuel~os con us familias de origen. Por añadidura, en un mvel existencial, las !nergías mal empleadas en la vida del hijo re:J.talizaban la estancada relación matrimonial. El niño enfermo brmda?a. a_ los p_adres un «tema polémico» en torno del cual cristalizar ~u d~?ilider:trdad. Una gratificación intrínseca de la parentalizaci~n co~sis~~ en q~e los padres utilizan al hijo para des~ara~~r su propia pnvacwn ob~e~ tal temprana. Como sabemos, la pnvac~?n t~mp_l:a~a p~ede generar una necesidad nunca resuelta de adheswn Simbiotlca, SI~, que se desarrolle una capacidad para la individuación y la separac10?. Cuanto más atrapado se ve el niño en su propia sintomatología, mas l~rgo es el período de implícita gratificación posesiva par~ el ~r~ge~tor. El progenitor puede defenderse de la necesidad de _mteligir _dicha dependencia en la patología del niño, como hemos VIsto, .O:~diante una rígida insistencia en la naturaleza orgánica de la condicwn. En el ca-

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so recién examinado, se reveló que la madre siempre había estado pr~ocupada por ver en el hijo a un ser dañado en el aspecto orgánico, desde los primeros meses de vida. El trabajador social informó que la mayoría de sus largas conversaciones por teléfono con ella eran discusiones sobre la posibilidad de que la condición del chiquillo fuese o no orgánica. En uiÍ nivel más profundo, la conducta del niño reveló un alto grado de preocupación por sus padres. Mediante mensajes encubiertos, seguramente se le hizo ver que, aunque sus síntomas irritaban a la familia, su enfermedad evitaba que la madre enfrentara su propia depresión, soledad y sentimientos heridos. Aun en casos en que la psicosis o conflictos previos de un progenitor nunca se le muestran a un niño de manera abierta, este, sin embargo, siente ansiedad, y responde con familiaridad ante la revelación tardía del secreto. Si presuponemos, entonces, que la homeostasis del sistema patogénico es regulada por una regresión ligada a la lealtad y a una detención del desarrollo, es previsible que la culpa del niño aumentará en la medida en que «traicione» a sus padres. El hecho de dejarlos atrás para que luchen.. solos en casa bordea ya la deslealtad; si, por añadidura, él ha de mejorar sintomáticamente, ello podría ser el equivalente de una traición psicológica. La culpa por la lealtad familiar no es, tan sólo, tma fija regresiva, afirmada en una situación interiorizada; más bien, está convalidada por la realidad interpersonal de los propios mensajes de los padres. Para atenuar su culpa, así como para proteger a los padres, el hijo debe tranquilizar al sistema: 1) manteniendo su síntoma, y 2) tratando de ayudar a los padres, compartiendo con ellos todo aquello que él pueda disfrutar en la vida. Por consiguiente, sería poco realista esperar que el niño fuese demasiado lejos frente a una deslealtad real y su creciente culpa por ella. En el caso citado, el modelo parecía diferir del tradicional, propio del equipo terapéutico de la escuela. Ellos dirigían su estrategia a lograr que el niño invistiera en el terapeuta la suficiente transferencia como para desbaratar en forma gradual sus pautas fijas, de modo que con la orientación terapéutica podría comenzar a adquirir nuevas pautas de conducta. Tal como ellos lo señalaron, esto sucede en gran cantidad de casos sometidos a tratamiento residencial, aunque a menudo se informa que los efectos no duran mucho más allá de la descarga. La influencia familiar parece revertir el cambio terapéutico. Se interpreta como que la aprobación del progenitor (terapeuta) en relación con la transferencia resulta contraria a las necesidades y deseos de los padres reales. Como especialistas en terapia familiar, sentimos intensa frustración por la falta de asequibilidad de los padres en este contexto: sólo vinieron a vernos cuatro veces en un año. ¿Cómo podemos nosotros, como consultores, sugerir métodos que afectan el sistema en estas circunstancias? Una vez más, observamos los graves obstáculos que una internación plantea con respecto al enfoque familiar. ·

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Conclusiones La lógica de nuestro modelo de lealtad sostiene el posible uso de la situación de transferencia, dirigida a disminuir la culpa causada por la deslealtad del paciente hacia su familia de origen. ¿Qué sucedería si el lema estratégico fuera: «¿Cómo podemos usted y yo, el terapeuta, trabajar como equipo para ayudar a su familia?», en vez de «¿Cómo puedo convertirme en mej~r padre sustit~to, d_e manera. que pueda utilizarme para crecer emociOnalmente?» SI se Sigu: la pr~e­ ra fórmula en la práctica, el terapeuta, escuchando la propia descnpción que hace el niño de su experiencia familiar, puede diseñar modos en que el pequeño pueda ayudar a la familia y, a su vez, recibir ayuda permanente. Lo que se requie~e es la solicit':ld del terapeuta para ayudar a todos los restantes miembros, considerando a ca_da uno como su propio paciente. Entonces pueden desarrollarse medios de acción incluso si los contactos entre hijo y familia son limitados (p. ej., visitas ocasionales, llamadas telefónica~, corresp~ndencia). En lo específico, el terapeuta debe colegrr los medios por los cuales el niño puede ayudar a sus padres. El hijo puede tener ~orpren­ dente conciencia de dichas posibilidades y mostrarse ans10so por analizarlas con alguien que se preste a reconocer su rol como «curador» de la familia, desesperado por ayudarla, En dichos casos, al terapeuta le será fácil ofrecer una alianza dirigida a desarro~_ar estl:ategias para una ayuda más eficaz. En los cas?s en que elm_n? no tlene conciencia de su potencial eficacia «curativa» en la familia, el terapeuta primero tiene que indagar y verificar cuáles son las propias nociones del pequeño respecto de su rol familiar, y alentar el pen~~­ miento de aquel reconociendo una lealtad oculta en su preocupacwn por la familia. Utilizando de esta manera su rol y su p~der terapéutico, puede disminuir de manera considera?le, el conflic~o de lealtad implícito en la devoción del pequeño hacia el, determmada por la transferencia. Al considerar la anterior fórmula estratégica para la terapia, no queremos subestimar la meta de aumentar la autonomía y eficacia funcional del paciente individual. Sin embargo, en tanto que en el enfoque individual típico la meta se logra, básicamente, _POr medio de la relación de transferencia con el terapeuta y aprendiendo nuevas pautas, sugerimos una dimensión adicional de investigación: las implicaciones de lealtad, tanto de la «inversión» transferencia!_ como del ulterior cambio sintomático. Esto exigiría que el terapeuta mcluyera la inversión de lealtad de todos los miembros d~ la familia ~omo un significativo determinante dinámico en la capacidad del pacwnte para un crecimiento perdurable. . En suma, el especialista en terapia familiar no se ~a por s~tls_fe­ cho con la visión teórica según la cual la transferencia terapeut1ca debe considerarse en forma separada de los compromisos de lealtad dentro de la familia del paciente. En consecuencia, es probable que

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aliente nuevas sendas de participación entre los miembros de la familia. El hecho de trabajar con semejante sistema relacional abierto confiere al terapeuta mucha más eficacia que una consideración aislada de la relación transferencia!. La práctica tradicional de aislar las inversiones de transferencia terapéuti-ca de las lealtades familiares presupone, de manera implícita, liberar al niño de cadenas de realimentación repetitivas de interacción familiar. La alianza exclusiva y confidencial entre terapeuta y paciente implica una fórmula: Con mi ayuda usted puede derrotar sus fuerzas patógenas, su compulsión hacia la repetición y (en especial si el paciente es un niño) las influencias del ambiente patogénico familiar. Si, no obstante, el terapeuta incluye en sus designios a la lealtad familiar como uno de los determinantes sistémicos de la compulsión hacia la repetición, guiado por la misma lógica tendrá que incluir el de los pacientes en su contrato de alianza terapéutica. Todos los miembros de la familia tendrán entonces que recibir ayuda, a los efectos de incrementar al máximo el potencial de cambio en todos y cada uno de ellos. Hemos aprendido a no confiar en los signos del airado deseo de un niño o adolescente, en el sentido de abandonar a sus padres ansiosos, represivos, culpógenos, parentalizadores o infantilizadores. Preferimos ir en busca de la subyacente lealtad antitética, cargada de culpas, y considerar la estructura de la paralizadora culpa existencial que se produce tras cometer la deslealtad hacia el sistema. No podemos entender de manera caballa estructura de la lealtad cargada de culpas sin conocer y ocuparnos de todos los miembros del sistema de relaciones.

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8. Formación de una alianz-a operativa entre el sistema coterapéutico y el sistema familiar

Cada familia que acepta ser derivada a tratamiento conjunto debe estudiarse en el propio contexto que le es privativo. Puede considerarse la psicoterapia familiar como un acuerdo contractual entre familia y tei·apeutas para emprender un examen de todos los miembros de aquella y su interacción, con el objetivo de beneficiar a la familia como un todo. Al formar una alianza terapéutica operativa con una familia, a los especialistas se le plantean complejas exigencias. Se han analizado las alianzas terapéuticas con pacientes individuales desde el punto de vista de la estructura yoica, las defensas y la motivación [48].No obstante, el hecho de establecer un «contrato» con una familia (un sistema multipersonal) exige una formulación dinámica diferente. Debe tenerse en cuenta el modo en que la familia funcionó en el pasado, pero se requiere una revisión de técnicas para asegurarse de que todos los miembros se comprometan con el proceso terapéutico y participen en él. Las familias manifiestan con rapidez su necesidad psicológica de asignar roles y proyectar culpas tanto dentro como fuera de su seno. A menudo, el deseo subyacente de sus miembros es reparar lo que interpretan como violaciones de la lealtad familiar, y rara vez cuestionan la posibilidad de que el sistema familiar impida el crecimiento y la maduración. Si estos y otros factores no se encaran pronto y en forma continuada, se asignará a terapeutas y terapia el papel de «incompetentes», y de manera abrupta la familia dará por terminado el tratamiento. Hollender [54] destaca que, al formalizar una alianza terapéutica con un individuo, primero el paciente tiene que estar deseo de aprender qué hay en la raíz de sus problemas; segundo, cómo puede entonces modificar o cambiar su conducta; y, finalmente, saber si está dispuesto a realizar ese trabajo, y tiene capacidad para ello. Aunque estos elementos esenciales siguen aplicándose en el marco de la familia, la naturaleza del compromiso con la terapia familiar es un proceso más complejo y básicamente distinto. El aspecto sistémico multipersonal del funcionamiento de la familia es el verdadero problema. Debe tomarse en cuenta todo el sistema en proceso de cambio homeostático, en el cual, desde el punto de vista funcional, un individuo puede parecer adecuado al extremo, pero ser tan dependiente del sistema colusorio como el miembro en exceso inadecuado. Por añadidura, el integrante de la familia que funciona «bien»

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puede convertirse en el más sintomático durante cierto lapso, con lo que altera en forma radical la definición del problema. Los terapeutas deben informar a toda la familia que la terapia, en última instancia, puede brindar ayuda y aliviar el dolor subyacente, y no sólo en · relación con el «síntoma» o individuo sintomático que decidió a la familia a someterse a tratamiento. Las relaciones de familia ambivalentes, posesivas, en que la guerra se mezcla con el amor, están plagadas de temores identificables relacionados con el incesto y el asesinato, o temores opuestos de una abrumadora soledad o de aniquilación. Los miembros de la familia con frecuencia arrastran consigo una atmósfera de extrema desesperanza, y rara vez se los ha visto confiar en nadie fuera del marco de su propio grupo familiar. Aunque se muestren cautos y llenos de recelo, esto no siempre se debe al miedo que pueda inspirar el extraño. Para ellos es difícil creer que alguien quiera o pueda ayudarlos. En su fuero interno se sienten indignos, faltos de mérito, sin esperanzas de cura. Searles [78] dice que tales sentimientos a menudo pueden erigir en el paciente una pantalla protectora frente al terapeuta. Los integrantes de la familia pueden preguntarse si los especialistas en terapia familiar «ingresarán» al sistema familiar y, de ser así, si resultarán aniquilados o enloquecerán. ¿Los terapeutas podrán ser lo bastante sólidos como para aguantar los embates? ¿Quién, por propia voluntad, estará dispuesto a inmiscuirse en las batallas familiares? ¿Quién llegará a apreciarlos o a entenderlos? Lo que ellos desean, aquello a lo que aspiran, es una vida familiar diferente, con cierto grado de seguridad emocional. ¿Los especialistas en terapia familiar son lo bastante fuertes como para ayudarlos a alcanzar ese estado, o sienten que la terapia llevará a un estado más desorganizado aún? La rigidez de algunos sistemas familiares y la intensidad de los sentimientos ambivalentes con que pueden enfrentarse los especialistas en terapia familiar merecen ser comprendidos. Se mantienen pautas repetitivas y complejas de conducta, de modo que el sistema de relaciones pueda perdurar sin cambios. Desde el punto de vista de los terapeutas, estas pautas en apariencia sin sentido cumplen propósitos múltiples. Por ejemplo, tal vez equivalgan a una defensa dirigida a controlar impulsos terroríficos. En determinado nivel, para la familia, resulta evidente que sus métodos han sido ineficaces en relación con el miembro designado paciente. Los miembros de la familia tienden a ver en el paciente más la causa que el resultado de las relaciones desequilibradas dentro de esa familia. Sin embargo, al referir la historia de sus familias nucleares y extensas, describen un sufrimiento generacional. Ellos pueden resistirse a la investigación de esas conexiones, o incluso rechazarla en forma consciente. Una mujer dijo: «¿Por qué abrir la caja de Pandora? Las cosas pueden ponerse aún peor de lo que están». Los terapeutas deben ser conscientes de la necesidad que tiene la familia de que se la tranquilice, en el sentido de que el sistema de

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lealtad familiar será restaurado, o recompuesto, de manera tal que todos puedan sobrevivir. El joven miembro que intenta emanciparse de un sistema familiar patológico será considerado un traidor que ocasionará la disolución de la familia nuclear de origen. Las familias más sanas no se ven tan amenazadas por la separación emocional, y pueden adaptarse mejor. Tanto la familia como los terapeutas deben forjar y alimentar esperanzas en forma continua dentro de la familia patogénica, en relación con las esferas específicas de fortaleza y salud que existen en todas las familias. Los terapeutas deben dar a entender que, aunque tienen conciencia del sufrimiento de la familia, son lo bastante fuertes como para ayudarla a reforzar y reconstruir las áreas sanas. En otras palabras los terapeutas deben emplear sus fuerzas para ayudar a sus miembros a quebrar las cadenas relacionales que impiden o interfieren la individuación. Esto sólo puede ocurrir si cada integrante de la familia adopta un compromiso con el proceso terapéutico en el que deberá participar toda la familia.

Derivación de pacientes Antes de formalizar una alianza operativa, los terapeutas deben averiguar cuáles son las actitudes del profesional que le derivó la familia, y lo que puede haber transmitido a esta. ¿La terapia familiar fue presentada como terapia preferida, o como última posibilidad para la familia, o porque se juzgaba inadecuado al paciente? ¿Se la presentó como una oportunidad para que todos los miembros de la familia obtuvieran beneficios para sí, tanto como para los demás? ¿La familia siente que se descartó la terapia individual porque sus integrantes ya no tienen remedio, sus problemas son demasiado graves y realmente no pueden ser tratados? ¿El profesional que los derivó se mostró ambivalente con respecto a la terapia familiar como método de tratamiento? ¿Qué tipos de problemas llevaron a la derivación? ¿Sólo se seleccionan las familias con un miembro psicótico, o delincuente, o aquejado de una enfermedad psicosomática? Para los especialistas en terapia familiar reviste una importancia crítica tomar conciencia del modo en que la familia ha reaccionado ante la persona que hizo la derivación, y establecer por qué aquella cree que se la envió para someterse a este tipo de terapia. ¿Consideran sus integrantes que podrían beneficiarse a partir de un esfuerzo terapéutico conjunto? Todo miembro de la familia debe participar en la discusión de los beneficios esperados y las metas deseables. Si no se analizan y comprenden estos problemas, y eliminan las resistencias manifiestas, la familia se verá imposibilitada de formar una alianza con los terapeutas, y no aceptará el tratamiento.

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D_esde el comienzo los terapeutas debe-n mostrarse optimistas y convmcentes respecto de los beneficios terapéuticos que pueden obtenerse ~e ~a terapia aplicada a toda una familia. Además, el equipo _co~erapeutlco debe entonces ayudar a la familia a descubrir en sí misma esperanzas y fortaleza suficientes como para efectuar el cambio. Una-de las facetas más importantes del contacto inicial con una fa~ilia estriba en que l?s ~erapeutas expresan exigencias de compromiso J?~ra con la terapia, mcluso cuando se requiera una penosa indagacwn de parte de todos sus integrantes. Esta insistencia en el esfuerzo indagatorio es ':n~ de los factores terapéuticos más importante~ para log¡·ar el crecimiento a lo largo de todo el proceso de tratamiex:to. Las aprensio:r:es y resistencias generales y preliminares conce~ruentes al tratam.Iento saldrán a relucir en forma tan directa y abierta como sea posible. Dichos temores pueden enfocarse con mayor especificidad y profundidad cuando la familia plantea problemas definidos contra los cuales lucha. _

Descripción de las familias: proyección inicial de los problemas o de las soluciones Los individ':os co~ un yo fuerte, como suele denominárselos, pueden mostrarse msa_tlsfec~os cons,igo mismos, con sus roles conyugales-paternos, Y debido a Ciertos smtomas perturbadores buscan emprender u_n~ terapia_ individual. Por el contrario, en algunos casos en que se solicita t~rapia ~e.p~reja, los supuestos problemas conyugales pued~n ex:cubnr un deficlt en la relación padre-hijo. Un consultor matrrm~rua! relató una situación en la que una pareja no mencionó nunca mngun J?roble~a qu_e pudiera tener algo que ver con su hijo, hasta ~'!e este mtento SUicidarse. Estudiar un único subsistema de la familia (o sea, el co~yuga~ o paterno), en vez de ambos, equivale a :p~s~ por alto _el funcwn~miento de toda la familia: Los adultos que ~ci_almente dic~n que solo hay problemas con un niño o niños sintomat17os, no perciben el hecho de que estos son una consecuencia de conflictos ::_o resueltos entre los integrantes de la familia. Los problemas del runo se presentan como si todo los demás conflictos existentes dentro de la familia no tuvieran relación con ellos o fuesen secundar_ios. Es po_sible que esto explique la rapidez cor: que algunos progerut?res sug¡eren que el hijo reciba tratamiento individual. Con fre7uenc1a se buscan otras soluciones, como una escuela con sistema d~ mternado, ~cademias militares, cárceles e instituciones psiquiátncas. CualqUiera de estos caminos favorece y refuerza la necesidad de_ los padr~s de resguardar o encubrir los problemas familiares. Al asignar el rotulo de «loco» o «malo» al hijo que presente los síntomas, los J?adres buscan demostrar de manera inconsciente su propia normalidad y la de los otros hijos.

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Aunque dic~as solu~iones parezcan a?_viar por un cierto tiempo las agudas tensiOnes eXIstentes en la familia, la experiencia demuestra que los conflictos subyacentes no han sido resueltos. Cuando una familia «echa» a uno de sus miembros, el hecho en sí pospone y detiene los aspectos del proceso de crecimiento que derivan de sus relaciones mutuas. Los conflictos que pueden haber existido yacen latentes tal como se ha confirmado en forma reiterada en los casos en que 8 ~ ha alejado a un hijo del hogar, y poco después un segundo o tercer hijo se vuelve abiertamente sintomático. De manera consciente, los progenitores afirman (y en realidad quieren significarlo) que desean darle a su hijo una mejor oportunidad para crecer, padeciendo menos sufrimiento y privaciones de los que ellos mismos han experimentado. Los impulsos de crecimiento, o sea la continuada individuación y separación a edades apropiadas, se ratifican de modo consciente. Sin embargo, la observación de muchas familias indica que los libros mayores internos o inconscientes de compromisos parecen estar tironeando de ellas en un sentido opuesto. Las relaciones simbióticas e infantilizantes se refuerzan en forma encubierta. Bowen observó que todo intento por apartarse de ese sistema familiar se vive como una deslealtad, como una amenaza para el seno mismo del sistema familiar, que posee como núcleo una «masa yoica familiar indiferenciada» [20, pág. 45]. Aun cuando las familias solicitan ayuda para poder cambiar y los terapeutas se ven a sí mismos como agentes del cambio, las metas familiares inconscientes y compartidas en connivencia pueden ser diametralmente opuestas. De poder visualizarse una escala de «pertenencia» a la familia, puede haber una «excesiva intimidad» en un extremo, y en el otro, sentimientos de aislamiento, soledad intolerable, aniquilación o (tal como un padre lo describió) el hecho de «hamacarse en el espacio sideral>>. A menos que los especialistas en ter apia familiar puedan ayudar a la familia a que los acepten a ellos como agentes de cambio, no se formará una alianza terapéutica. Si una familia proyecta de manera coherente sus problemas y soluciones fuera de su interior, es posible que se avenga a asistir a las sesiones, pero sin que medie compromiso alguno con el proceso terapéutico de crecimiento.

Etapas iniciales de la alianza operativa Con la familia deben presentarse y analizarse tres problemas centrales: tiempo, honorarios, y compromiso. En apariencia, podría tratarse de problemas elementales que se dan por sentado. Sin embargo, cada problema, a medida que se va aclarando con la familia, comienza a revelar en qué medida sus integrantes han considerado seriamente las exigencias de dicha empresa. Por ejemplo, todos los

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miembros de la familia deben enfrentar la posible modificación de los planes escolares o de trabajo, para poder asistir con regularidad a la sesión semanal. Es preciso que la familia sepa que pueden planificarse sesiones adicionales, en caso de ser necesario, y que los tera·peutas tienen tiempo disponible. Ellos necesitan saber cómo se encaran las cancelaciones por enfermedad o vacaciones. Toda cuestión que pueda interrumpir las sesiones de terapia debe reverse en forma abierta. A la familia hay que informarla respecto de los planes de vacaciones de los terapeutas o las citas no cumplidas. Si un miembro de la familia está enfermo, ellos tienen que saber si de todas maneras se espera que los demás familiares asistan a la sesión. El equipo coterapéutico y la familia deben hablar con claridad sobre las inevitables ausencias de cualquiera de las partes y cómo se encarará esto en relación con horarios y pago de honorarios. Tiempo y honorarios tienen un denominador común. ¿La familia consideró, en términos de meses o años, el tiempo que puede llevar la tarea y, teniendo en cuenta su situación económica, ha pensado en los posibles costos financieros? ¿Se sufragarán con los ingresos semanales, o serán necesarios otros recursos? Muchas familias dicen que el tratamiento sólo podrá emprenderse si recurren al dinero que han estado ahorrando para la educación universitaria de sus hijos. ¿A qué se dará prioridad si la familia debe enfrentar esa alternativa? Estos problemas revelan si en la familia se han hecho o no planes realistas sobre la posibilidad de comenzar la terapia, y continuarla. En general, los integrantes de la familia necesitan ayuda para tomar conciencia de lo importante que es el tratamiento como prioridad en esa etapa de sus vidas.

Diagnóstico y pronóstico La capacidad de trabajo de la familia Los especialistas en terapia familiar no han intentado llegar a un consenso sobre las familias que habrán de tratar, o los tipos de familias que resultan más aconsejables para hacer terapia familiar. Aceptan familias con uno o más pacientes sintomáticos, o sea familias con un miembro adolescente que recibió el diagnóstico de esquizofrenia y un progenitor deprimido, o familias derivadas a ellos en que el adulto sufre de depresión y el hijo tiene fobia a la escuela. Podría describirse a muchas de esas familias como carentes de individuación y separación, o de tipo simbiótico. Existe una gran cantidad de razones que explican la falta de criterios indicadores establecidos para la terapia familiar. Entre ellas, sobresale la falta de una definición de «patología familiar».

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Los pacientes que más se adaptan a la terapia familiar son los que revelan una capacidad para enfrentar problemas dentro de la familia, en vez de concentrarse simplemente en la presentación de síntomas. A una persona aquejada de neurosis obsesiva puede decírsele que el psicoanálisis ha de resultarle beneficioso, pero tal vez no acepte una sugerencia de esa índole, o ni siquiera se sienta suficientemente motivada.

Consenso Al analizar la capacidad de una familia para el trabajo y el compromiso que asume, los especialistas en terapia familiar han desarrollado determinados criterios. Además de reconocer los problemas del paciente designado como tal, resulta importante que cada adulto y los otros hermanos admitan que también ellos requieren ayuda. Específicamente, ¿qué espera cada uno obtener para sí y para los demás? Desde el comienzo, cada familia necesita alcanzar un consenso respecto de lo que les ha faltado a todos sus miembros dentro de la familia, como ser, comprensión mutua, privacidad, incapacidad de hablar sin proferir amenazas o darse a la huida. Incluso cuando las necesidades difieran para cada persona, teniendo en cuenta edades y diferencias sexuales, existen denominadores comunes: necesidades humanas de aceptación, comprensión y respeto a pesar de la edad o las diferencias sexuales. Por añadidura, cada uno debe aceptar el rol de paciente, o sea, tomar conciencia de que es un participante activo y debe contribuir a facilitar la resolución de problemas. El deseo de cambio expresado al inicio no puede aceptarse de plano como base para el futuro cambio sintomático o estructural, ni predecirse en esa etapa si la familia podrá tolerar la experiencia, o incluso sacar beneficios de ella. Sólo tras una prolongada fase de evaluación, a lo largo de varios meses, la familia revela su capacidad para enfrentar problemas básicos y tratar de comprender los sentimientos de cada uno. Aunque las resistencias se analizan en forma constante, algunas familias siguen hallando la labor demasiado penosa, difícil o amenazadora. Otras, que parecen dispuestas a intentarlo, se muestran demasiado fijadas y rígidas, «calcificadas». Algunas familias pronto se dan por satisfechas con la eliminación de los síntomas, en tanto que otras encuentran fuerzas, dentro de la familia misma, para trabajar hacia el cambio estructural. El siguiente ejemplo clínico muestra el consenso preliminar que esa familia consiguió en relación con sus necesidades mutuas de terapia familiar conjunta. Se lo obtuvo mediante la participación directa de cada miembro, más que a partir de la conducta mencionada por un integrante. La presencia de los hijos les dio inmediatamente a los terapeutas la pauta acerca de cuáles eran las esferas fundamentales de conflicto.

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En una sesión de familia, los tres hijos, dos'varones y una niña, interrumpían constantemente la conversación de sus padres. Las bromas se concentraban en la hermana menor, una niña de once años. Cada progenitor coincidía con el otro en afirmar que entre ellos había una gran proximidad y mucho afecto, y que todo andaría bien de no ser por el tartamudeo del hijo. Los padres «vivían para sus hijos» y querían darles una vida por compléto distinta de la que ellos habían tenido. Esto fue expresado por la madre, que era el vocero de la familia. A esta altura, la hija se quejó con fuerza acerca de los dos hermanos, diciendo que ella nunca podía tener ninguna privacidad. Cuando sus amigas venían a la casa, siempre alguno de los hermanos, o ambos, insistían en ser incluidos en los juegos, o bien los interrumpían. Cuando a la familia se le preguntó sobre la privacidad que había en su hogar, la madre rompió a llorar, diciendo que jamás tenía tiempo para sí. Los niños no le dejaban ningún momento para estar sola. Por la mañana, o después de la cena, entraban al dormitorio para vestirse o mirar televisión. Ellos nunca querían irse a dormir. El marido dijo que trataba de aliviar a la esposa en la medida de lo posible, pero que los niños no lo escuchaban a menos que él llegara al punto de maltratarlos. Sabía que la esposa estaba mal de los nervios. Nunca podían sostener una conversación sin que los hijos interrumpieran verbalmente o pidieran ayuda para hacer cosas que en realidad podían hacer solos. La madre dijo que tal vez ella era demasiado perfeccionista en relación con el hogar, esperando demasiado de los hijos y andando detrás de ellos todo el tiempo; pero sucedía que, sencillamente, no podía soportar el ruido y el desorden que causaban. El padre coincidió en afirmar que también él hallaba a los hijos demasiado descuidados e irreflexivos con todas las cosas que él les brindaba. Siguió apoyando todo lo que su esposa decía, pero en voz queda, repitiendo como un loro, como si tuviera mucho miedo de provocar la ira de su mujer. Los niños dijeron: «Mamá grita y nos reta demasiado». Esto era sumamente penoso para esa pareja perfeccionista al extremo, que se esforzaba de continuo por actuar como padres ideales. Por fm, los padres llegaron a un acuerdo con los hijos, en el sentido de que la familia necesitaba más privacidad fisica y oportunidades para poder hablar entre sí sin constantes interrupciones. Entre todos decidieron que, al presentarse como familia, podrían trabajar sobre esos problemas y otros conflictos a los que sólo se hizo referencia implícita (p. ej., la incompatibilidad conyugal).

visibles dentro de las relaciones y, finalmente, ver cuáles son las obligaciones sin cumplir. Desde el punto de vista individual, Anna Freud manifestó: «Si por "duelo" entendemos, no las diversas manifestaciones de ansiedad, pena y disfunción que acompañan a la pérdida del objeto en las fases más tempranas, sino el proceso doloroso y gradual de disociar la libido de una imagen interna, por supuesto que no puede esperarse que esto ocurra antes de establecerse la constancia del objeto» [38, pág. 67]. Los aspectos compartidos de la lucha con un proceso de duelo postergado pueden conceptualizarse en términos sistémicos multipersonales. Boszormenyi-Nagy [14] definió la patología familiar como «organización multipersonal especializada de fantasías compartidas y pautas complementarias de gratificación de necesidades, mantenidas con el objeto de manejar experiencias pasadas de pérdida objetal. La misma cualidad simbiótica o indiferencia da de las transacciones de determ.inadas familias equivale a un vínculo multipersonal, capaz de impedir la toma de conciencia de las pérdidas para cualquier miembro individual. Otra meta de la organización familiar "simbiótica" es impedir las separaciones con que se amenaza. Las separaciones pueden darse en niveles interpersonales-interaccionales y estructurales» [14, pág. 310]. Esto puede representar un proceso largo y penoso, que podría redundar en un cambio estructural básico en un sistema familiar. Para algunas familias el hecho de revivir y volver a experimentar el «proceso de duelo» es demasiado penoso. Por tal razón pueden seguir bajo tratamiento sólo hasta el momento en que se produce un alivio sintomático y algún cambio mínimo en el equilibrio familiar. Específicamente, la familia puede dar por terminado el tratamiento en el punto en que tiene lugar la mejoría de los síntomas en el paciente designado como tal. Por ejemplo, cuando se ayuda a que se reincorpore a la escuela un niño con fobia escolar, la familia se da por satisfecha con ese resultado y se muestra poco deseosa o incapaz de investigar esferas adicionales de la patología familiar. Esta meta, y el contrato concomitante, son legítimos, sea cual fuere la escala de valores del terapeuta.

Realidad inicial y reacciones transferenciales ante los coterapeutas y el tratamiento: resistencias

Alivio sintomático Cuando mencionamos la capacidad de trabajo de una familia, nos estamos refiriendo a varios factores. El primero de ellos es poder, con el tiempo, comenzar a investigar y preelaborar los aspectos del desarrollo emocional interrumpido que están conectados de manera estructural con la postergación compartida del duelo, así como la individuación. El segundo consiste en enfrentar las pautas y cuentas in-

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El hecho de tomar conciencia del sufrimiento, en forma de síntomas, que está padeciendo uno o más de sus miembros es lo que lleva a la familia a recurrir a la terapia, con la esperanza de obtener algún alivio. Esta es la fuerza motivadora que impulsa a sus integrantes a tratar de forjar una relación con los terapeutas, quienes -según espera la familia- podrán guiarlos para que se liberen de sus síntomas perturbadores.

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Sin embargo, existen factores fundamentales en la formación de la nueva relación, que tendrán que considerarse antes de poder alcanzar esas metas. En un nivel consciente, los terapeutas pueden visualizarse como expertos profesionales convertidos en benévolas fiiuras de autoridad. Aunque la realidad es un componente de importancia, también deben tenerse en cuenta las actitudes transferenciales hacia los terapeutas. Greenson define la transferencia como «el hecho de experimentar sentimientos, impulsos, actitudes, fantasías y defensas hacia una persona, en el presente, que no corresponden a esa persona y son una repetición, un desplazamiento de reacciones originadas hacia otras personas que fueron importantes durante la primera infancia» [48, pág. 156]. Las manifestaciones de la transferencia en la terapia familiar son múltiples, e incluyen tanto las relaciones entre los miembros, como entre estos y el terapeuta. Los integrantes de las familias más desorganizadas pronto revelan sus deseos de que el terape':lta asuma un rol omnipotente. Boszormenyi-Nagy asevera: «En laterapia familiar, las actitudes y distorsiones transferenciales más importantes se dan entre fos miembros de la familia, y no entre paciente y terapeuta, como ocurre en la terapia individual o grupal. El actual pariente cercano resulta la reencarnación más importante de los objetos interiorizados del propio sí-mismo infantil» [15, pág. 416]. La familia puede mostrarse desvalida, y poner de manifiesto sentimientos de extrema desesperanza: «Simplemente, díganos qué hacer y lo haremos; estamos desesperados, todo nos sale mal, usted es el experto». Deben desecharse esas ideas, esos deseos mágicos, ya que no es posible producir curas milagrosas, fáciles y rápidas. Estas actitudes deben reemplazarse por la insistencia del terapeuta en el sentido de que son los componentes de la familia quienes deben trabajar en pos de una mayor comprensión para poder cambiar. Otras familias pretenden erigir al terapeuta en «juez» abocado a establecer quién tiene razón y quién no, quién es bueno y quién es malo. Una pareja exigió, en la primera sesión, que el terapeuta especificara si el marido era leal a su esposa o a la familia de origen. Otra familia habló sin parar de la «gente simpática» y al poco tiempo ubicó a laterapeuta en la categoría de gente «antipática» porque ella hizo preguntas acerca de los sentimientos de cólera en esa familia. Este tipo de exigencias y reacciones deben encararse de entrada de forma directa y continua.

Expectativas de las familias La mayor parte de las familias entrevistadas por los autores funcionaban por lo general en un nivel simbiótico, con una vinculación extrema. En consecuencia, las familias pueden percibirse a sí mismas, y las metas que se postulan, de manera muy diferente a la per-

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cepción de lo que tendría que ocurrir para que se produzca su ulterior maduració~. Pa~a algun~s familias la meta consiste en regresar a la etapa antenor, libre de smtomas, antes de reconocer que constituían un sistema familiar pobremente individualizado y estancado En términos individuales, Searles [78] define la simbiosis como «un~ m?dalidad de re~a.ción [... ] intensamente gratificante [...] que permite a cada participante regodearse con sentimientos de satisfacción infantil, así como con fantasías maternas omnipotentes». Y agrega: «A pesar de su tormento, también proporciona gratificaciones preciosas» [78, pág. 16]. Bowen enfocó la simbiosis desde el punto de vista de la familia y empleó el término «masa yoica indiferenciada». Él concibe un «conjunto fusionado de yoes de miembros individuales de la familia, con una frontera yoica común. Algunos yoes se fusionan en la masa en forma más completa que otros. Ciertos yoes están envueltos de manera intensa en la masa familiar durante la tensión emocional, mientras que en otros momentos permanecen relativamente desapegados» [21, pág. 219]. Las familias hacen referencia a los miembros no designados como pacientes diciendo que son sanos, independientes, adecuados y exitosos. Para ellos, tomar conciencia de que bajo la fachada de un funcionamiento eficiente en la superficie puede haber una gran fragilidad, ~sí como necesidades internas insatisfechas de dependencia, constituye un proceso penoso.

Actitudes ambivalentes Las ansias de gratificación de las necesidades de dependencia existen en forma colateral con temores de ser arrasados, destruidos y abandonados. Los integrantes de la familia suelen vacilar como resultado de los sentimientos de amor-odio que sienten el uno hacia el otro, y que pueden incluir al terapeuta. Temen de igual manera la cercanía y la distancia. El terapeuta debe estar siempre sobre aviso, Y encarar de manera abierta los temores excesivos que cunden en forma conjunta entre los componentes de la familia, pero que por lo general se atribuyen a uno solo de ellos. Caso contrario, los miembros de esa familia muy pronto proyectarán sobre el terapeuta sus p~opios temores relacionados con la cólera destructiva, la dependencia, la inadecuación o la debilidad. Si se sienten «inculpados» por el terapeuta, deben liberarse de él. El terapeuta también tiene que demostrar cierta calidez, que implica interés, consideración y la esperanza de poder alentar a la familia a que continúe investigando las causas de su sufrimiento. Sin embargo, reviste igual importancia que el terapeuta les recuerde a los integrantes de la familia (planteándolo como exigencia, de ser necesario) que tienen que tomar conciencia de que son ellos quienes deben asumir la responsabilidad por el hijo y la conducta de cada uno,

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tanto dentro como fuera de la situación de tratamiento. El terapeuta es el «encargado» de ayudarlos a hacer frente al balance de sus relaciones y hallar cierta comprensión: pero son ellos quienes deben asumir la responsabilidad por sí mismos. Por ejemplo, en determinada ·situación la madre siempre se había mantenido en contacto con el personaLde la escuela. Se le preguntó si podía dejar que el marido se «encargara» en el futuro de los contactos y arreglos con la escuela. En otro caso, el padre estaba convencido de que el especialista enterapia familiar quería «tenerlo con las manos atadas». En cada sesión, se le recordaba que él estaba a cargo de su familia, y era responsable de su conducta; si alguien quería «atarlo», sería sin la ayuda del terapeuta. (Se recurrió a su sentido del humor haciéndole ver que era 30 centímetros más alto y 25 kilos más pesado, por lo cual atarlo no era muy fácil.)

Expectativas superyoicas Los componentes de la familia a menudo se tratan con aspereza, en forma crítica, y se echan las culpas el uno al otro por turnos. De manera análoga, parecen esperar que el terapeuta también esté pronto a inculparlos, hallándolos malos o inadecuados. Semejante estilo familiar se desarrolla como resultado de la experiencia de toda una vida de echar culpas y ser inculpado. Otras familias atribuyen el origen de las dificultades a elementos situados fuera del sistema familiar, como la escuela, la policía, las autoridades hospitalarias, etc. Esperan que el terapeuta acepte esas proyecciones, que sirven para evitar el ser responsabilizados por su conducta y sus consecuencias. La fortaleza del terapeuta se pone a prueba de modo permanente para ver si responde como los objetos interiorizados, críticos, acusadores, que inculpan o aprueban, o si por el contrario la actitud del terapeuta puede mantenerse invariable, buscando comprensión y tratando de infundir sentido de responsabilidad a la familia. Ellos necesitan oír la respuesta del terapeuta, firme aunque no crítica, ante su conducta en apariencia destructiva. A veces, la reprimenda casual del terapeuta se experimenta como anhelada muestra de interés. Una familia elaboró un plan para el trabajo de verano de un hijo, pero no lo llevó a cabo. Cuando se le señaló el hecho, el grupo familiar rápidamente hizo los planes adicionales y después buscó nuestra aprobación y reconocimiento de su capacidad para asumir responsabilidades. Sin embargo, a pesar de los mejores esfuerzos de los terapeutas, algunas familias se las arreglan para convertir en chivo emisario al propio equipo coterapéutico, en vez de hacerlo con sus propios miembros. Así es como cierran filas y se unen para liberarse de los sustitutos paternos indeseables, representados por el equipo caterapéutico. Como se trata básicamente de un proceso inconsciente,

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tal vez no estén capacitados ni se muestren deseosos de analizar las razones de esas decisiones rápidas y firmes.

Relaciones actuales utilizadas como sustitutos parentales Un cónyuge o un hijo pueden, de manera inconsciente, aceptar la necesidad que tiene una madre de poseer un sustituto paterno. No obstante, en determinado momento, el hijo, aunque ~eal, p~~de sentu·se abrumado por ese rol inadecuado y volverse smtomatlco. Entonces, la familia se volcará hacia los coterapeutas, buscando un sustituto del hijo parentalizado, en la esperanza de que los terapeutas acepten a la madre como adulto dependien~e, de~v~~do e incapaz ~e cambiar. Si los terapeutas aceptaran esa Imposibilidad de cambiO, los integrantes de la familia seguil·ían indefinidamente en terapi~, y el proceso terapéutico y el propio equipo de coterapeutas quedanan en manos del sistema patogénico. Toda clase de excusas, justificaciones y racionalizaciones pueden acompañar sus intentos de resistil· el tratamiento. Una joven mujer casada, que tenía puntajes muy altos como maestra, se neg~b.a a cocinar o hacer las compras porque consideraba que esas actividades estaban por debajo de su nivel. Por miedo a perturbarla, su marido e hijo asumían esas responsabilidades. En apariencia ella esperaba que tanto los terapeutas como su familia aceptaran por comJ?let.o su actitud pasiva y dependiente, según la cual era totalmente mdigno cumplll· con esos aspectos del rol femenino. En tanto que los demás componentes aceptaran sus rígidas expectativas, existían escasas posibilidades de cambio o crecimiento en esa familia. _ De ese modo, en los terapeutas suelen verse «cuerpos extranos» que parecen exigir un cambio, cuando las demandas de este no surgen del mismo seno familiar. Si no se produce un acuerdo mutuo entre los miembros de la familia y los terapeutas en relación con las cuestiones que deben aclararse y los cambios deseados, entonces estos últimos son vistos como fuerzas destructivas, carentes de comprensión, que se alistan en contra de la familia y que, por consiguiente, deben apartarse del camino.

El equipo coterapéutico como sistema Reacciones ante el sistema familiar y sus efectos La reacción inicial del equipo coterapéutico ante los muy diferentes tipos de familias evaluadas desempeña un signiflcativo papel en la creación de la alianza terapéutica. Whitaker [91] lo expresa con

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mayor fuerza cuando dice que las familias tienen que entablar contacto con él, antes de que él pueda «invertirse». Los especialistas en terapia individual, así como los coterapeutas especializados en terapia familiar, deben poseer cierta capacidad de empatía, compasión y confianza. No obstante, deben existir dimensiones ~dicionales en el equipo coterapéutico. Una de ellas es la capacidad de complementación, que requiere un insólito grado de flexibilidad y creatividad entre los coterapeutas. El sistema de lealtad proporcionado por el equipo coterapéutico debe ser más equilibrado un model? más adecuado para el sistema familiar «patogénico» qu~ el q~e brmda un terapeuta individual. Un equipo terapéutico que f:rncwna en forma adec_uada permite a sus integrantes actuar depositando un grado suficiente de confianza en un compañero que da ~poyo y compleme?tación. Un solo terapeuta podría resultar engana~o y verse e:cclm~o de manera dolorosa por una familia hostil que ac_tua en conmvencia; por el contrario, dos terapeutas pueden recurnr el uno al otro y excluir a la familia mientras reúnen nuevas fuerzas, de modo de intentar un enfoque más acertado. Idealmente, un equipo heterosexual permite que cada individuo funcione con mayor comodidad en el papel biológico-emocional que le ha sido asignado de por vida. Sin embargo, también debe existir confianza y respeto mutuo a fines de confirmar la diferencia entre masc~linid~~ y femineida~. Al equipo terapéutico se le plantean exigenCIB._S adicwnales: por eJemplo, un terapeuta puede adentrarse y segUir apoyando la simbiosis familiar, las necesidades de dependencia su aparente desvalimiento y las excesivas exigencias que plantean al terapeuta. En ese caso, el otro terapeuta puede mantenerse libre en una_ ~esión, pa1;a ayudar al coterapeuta y a los componentes d~ la familia a que salgan de ese nivel de relación. Puede «trastrocar» las t~c~cas de escisión que la familia procura utilizar con el equipo teraP_~utico.l!n terapeuta puede mantenerse firme y fuerte en su posicwn, de busqueda de progreso, crecimiento e individuación, en tanto qu~ el otro terapeuta acepta y apoya la simbiosis de manera temporana. Un ataque frontal temprano, o cualquier tipo de «mecanismos» relacionales defensivos, negaría a los integrantes de la familia su derecho al tacto y la consideración. Ambos terapeutas se encuentran a disposición de la familia para escucharla con la mejor disposición e interés, y para facilitar la mayor comprensión de uno mismo y del otro. En cualquier sesión, uno de ellos puede responder en forma activa en el nivel verbal, mientras el otro atiende de modo pasivo, escucha y toma nota de la conducta no verbal. También esta constituye una posición complementaria. Si la familia compite para lograr la atención de un terapeuta e ign?ra al otro, esto puede causar la escisión del equipo, si ambos no estan sobre aviso. Debe haber confianza mutua entre los dos. Aunque cada uno de ellos, por turno, entre y salga del sistema familiar descubriendo las estrategias ocultas de la familia, deben mantenerse

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siempre el uno a disposición del otro. Sólo un equipo unido puede facilitar el proceso terapéutico. Las necesidades y reacciones de los coterapeutas ante cualquier sistema familiar determinan, de manera indirecta, el posible desarrollo de la situación de tratamiento. En un plano ideal, todos los terapeutas se encuentran psicológicamente a disposición de todas las familias que soliciten asistencia. No obstante, a pesar del grado de comprensión de sí mismo alcanzado, pueden producirse reacciones de contra transferencia en extremo fuertes, y entonces tal vez resulte aconsejable derivar a la familia a otros especialistas en terapia familiar. De acuerdo con la experiencia de los autores, dichas reacciones no necesariamente surgen en familias desorganizadas de modo grave, deprimidas o dadas al acting out, sino, y más a m~n~do, en respuesta a familias que se relacionan de manera superficial o se muestran manipuladoras en exceso. Por ejemplo, un padre había pasado diez años en un reformatorio. Inició la terapia debido a la conducta delincuente del hijo. Expresó deseos de cambio en el estilo de vida de la familia, pero, tras ulteriores indagaciones, el grado de negación y proyección resultó ser tan grande que los terapeutas se veían frustrados de continuo. Las reacciones de estos últimos eran motivo de risas y burla, y las maniobras de distanciamiento hacían que fuese imposible llegar al padre. Los terapeutas se sentían «embaucados», como si la capacidad del padre para la búsqueda de la verdad fuese muy limitada. Era necesario aceptar el hecho de que esa forma de defensa, que lo había asistido desde la infancia, era intocable y en consecuencia imposible de modificar. Otras familias están tan petrificadas que incluso cuando se mostrasen dispuestas a someterse a terapia de manera interminable, los esfuerzos por hacerlas cambiar serían una pérdida de tiempo. Para los terapeutas no es fácil enfrentar o aceptar sus propias limitaciones, en especial cuando hay niños pequeños atrapados en situaciones familiares en apariencia irreversibles. Se describen y se contrastan dos ejemplos clínicos en la fase de evaluación, desde el punto de vista de las técnicas de terapia familiar. La familia S. ilustra la capacidad de una familia para desarrollar una alianza con los especialistas en terapia familiar. En cambio, la familia B. era incapaz de hacerlo, a pesar de sus intensos sufrimientos y el compromiso asumido en relación con una meta conjunta. Además, la familia B. se mostraba fijada con mayor rigidez en un nivel simbiótico de vinculación entre sus integrantes. La principal diferencia entre estas familias no reside en la gravedad o seriedad de la sintomatología del miembro designado paciente, ya que todos ellos muy pronto revelaron una completa variedad de síntomas. Más bien, sucede que el conjunto de los integrantes de la familia S. aceptaban cierto grado de responsabilidad individual que contribuía a su funcionamiento patológico.

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Todos los integrantes de la familia S. cóincidieron en que los problemas nunca se enfrentaban en forma directa, ya que cada uno de ellos ~e apartaba física o emocionalmente de los demás. Querían, y necesitaban, aprender a tratarse el uno al otro de manera diferente. · Por el contrario, la familia B. en todo momento centraba su infelicidad en las dificultades del padre. Incluso cuando los miembros enumeraban su sintomatología individual, se rehusaban tenazmente a ver cualquier vinculación con los problemas de la totalidad familiar Su resistencia a examinar todas sus relaciones se reveló aún má~ cuando_ se negaron a traer consigo a la abuela materna, quien vivía en la misma casa y era una figura central de la constelación familiar. La lealtad generada por la simbiosis subyacente entre la abuela materna y su hija era tan fuerte en ese sistema que les resultó imposible continuar el tratamiento.

Primer caso: la familia S. _ La familia S. estaoa integrada por el señor S., de 52 años; la senora S., de 49; Robert, de 23 (que cumplía con su servicio militar)· Sam, de 21 (había abandonado la universidad); Tom, de 16, y Ruth: de 14. Todos ellos fueron derivados después que Tom se sometió a ter~pia individual durante un breve lapso. Tiempo más tarde había s_Ido detenido por la policía por embriagarse y llevar bebidas alcohólic~~ e~ un auto. Con p_o~t~rioridad fue transferido a una clínica psiqmatnca, pero no participo de las sesiones de terapia individual o de grupo. Tal como lo manifestaron sus padres la terapia familiar era «la última esperanza» para ellos. ' En las primeras,sesiones, el señor y la señora S. describieron la situación familiar. El era un hombre buen mozo, aunque ligerament~ obeso, cuya posición como ejecutivo en una cadena nacional de tiendas de ropa femenina lo obligaba a viajar en forma constante. Durante la semana, rara vez estaba en casa. Los sábados y domingos s?líabeber en exceso o se iba a cazar o a pescar. Su salud era precaria, desde que había sufrido dos ataques cardíacos. ~a. señora S. era una mujer sumamente atractiva, y según toda la fa~mha, u~a madre muy consciente. «Ella siempre estaba allí». A pnmera VIsta parecía muy cálida, sensible y competente. Tenía la sensación de que todas las decisiones y responsabilidades quedaban en sus manos. Por ese entonces, Robert y Sam no vivían en la casa paterna. Desde_los quince años, ambos habían cambiado varias veces sus escuelas pnvadas. ~?ber~ ~abía terminado la universidad y estaba cumpliendo el serVIciO m~tar. Sam estaba por abandonar la universidad y p~:esentar su solicitud para un programa de trabajo doméstico. También existía la posibilidad de que fuese reclutado en las fuerzas armadas.

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Ruth fue descripta como la «preocupada» de la familia. Le iba mal en la escuela, tenía pocos amigos y realizaba escasas actividades. Ella expresó su preocupación por la salud del padre, la soledad de la madre y, en especial, la conducta delincuente de Tom. En el curso de las primeras sesiones hubo un acuerdo consensual en el sentido de que, o bien se producían estallidos explosivos, o los distintos integrantes de la familia respondían con el silencio o marchándose. Pronto se vio que existían diferencias en el modo en que las mujeres reaccionaban ante el conflicto. La señora S. y Ruth se preocupaban en forma abierta por todo y se mostraban deprimidas de modo crónico. El señor S. y sus hijos recurrían, básicamente, al método de mantenerse apartados o de alejarse como su vía de evitar los conflictos. La familia describió su propia vida como una «montaña rusa»: su existencia familiar estaba llena de altibajos para todos. Había constantes explosiones y miedo de que alguien estuviera a punto de perder el control. La señora S. dijo: «La vida era estar al borde de un precipicio, y otras veces, cuando trataban de resolver problemas, en vez de lograr un esclarecimiento, todo terminaba en postergación y más postergación». Tom y Ruth coincidieron en que «la madre venía de una familia con un padre tiránico». Ambos progenitores intentaban ser el «mandamás» de la familia, pero el resultado era que cada uno de ellos anulaba al otro, de manera que nadie se hacía cargo de nada. Se hacían promesas que luego no se mantenían. La única vez que se comportaron como una verdadera familia fue en los períodos en que el señor S. sufrió los ataques cardíacos, y durante su convalecencia. Esos fueron tiempos de paz, intimidad y plena colaboración entre los componentes de la familia. Pero, en cuanto el señor S. volvió a trabajar, de nuevo cayeron en el desapego y el aislamiento, salvo en los momentos explosivos. En la sesión inicial, el señor S. dijo que la psiquiatría ocupaba una baja posición en su sistema de valores, pero que, como estaban desesperados, se ponían en manos del terapeuta. En su familia de origen, él era el único que no se había separado o divorciado. En ciertas oportunidades, algunos miembros de su familia habían sido internados, bebían en exceso y tenían dificultades para funcionar en la esfera laboral. Él y su esposa se habían separado durante un breve período. Habían consultado a un abogado sobre un posible divorcio, pero a la larga se reconciliaron. Su relación matrimonial había estado llena de escollos por un largo tiempo. Su hijo mayor también experimentaba graves dificultades. Sin embargo, era el reciente encarcelamiento de Tom lo que los había sacudido, decidiéndolos a enfrentar la gravedad de las dificultades familiares.

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El contrato con la familia S. . L~ familia convino en seguida que tiempo y honorarios no eran r:mgun problema para ellos. Lo que fue preciso establecer con clari. dad absoluta, ~anto coi?o ellos precisaban para entender el punto, era que no podían, sencillamente, colocarse en nuestras manos. Tom y sus problemas no podían ponerse en manos de otros, como ocm·riera c~ando se somet_ió a tr~~amiento individual. El contrato y las exigencl~S de la terapia familiar eran diferentes. ¿Podía cada miembro traba_.J;'lr arduamente, colaborar y obtener provecho para sí, como tamb1en a~ dar a los _demás? Se les hizo reflexionar sobre la costumbre que.~e~an ~e aleJarse para evitar los problemas: esa había sido la solucwn mevltable en e~ pasado. ¿Había posibilidades de cambio? El he~~o de que _no se hab1an separado ni recurrido al divorcio como solucwn a sus ~ifi~ultad~s era indicio de su lealtad subyacente. No obstante, el pnr:c1pal metodo que tenían para resolver problemas era bu~car_solucwnes fuera de sí mismos. Por ejemplo, si un miembro tema dificultades, se lo enviaba a otra escuela. Así, las autoridades ex~ernas, como la policía, o incluso los psiquiatras, eran utilizadas mas para controlar la conducta que para enfrentar la falta de c?;ntrol dentro y fuera de sí mismos. ¿Podían ellos trabajar en relac:on con esa falta de comprensión mutua, o tratar de satisfacer neceSidad~s que se expresaban en una conducta que derivaba en consecuencias graves? El tera?euta les re:reló sus dudas sobre la capacidad de la familia p~ra seguir el tratamiento, basándose en su historia anterior. ¿Podía;n verse de man~ra diferente, o tratar de hallar alternativas o solucl~~es constructivas para los conflictos? El señor y la señora S. admitieron de manera abierta que eso no había sido posible en el pasado, Y n~ estaban .s~guros de que pudieran soportar el tratamiento. Ruth r?go a la familia ~ue lo intentara. Lloraba sin parar, y dijo que no hab1a otra alternativa: «En esta familia todo el mundo tiene que aprender a c~~~r, a ha~er un esfuerzo». Tom era el reflejo de la desesperada condicwn de! s1s~ema fam~ar, y dijo que nunca podía hablar con S':_ padre, Y q~e Jamas ,regresana a esa casa que no era un hogru'. La senara S. lloro y le rogo a Tom que no hablara así. El señor S. en un esfuer_zo por controlar sus sentimientos heridos y su cólera, t;ató de recurnr al humor para disfrazar la situación. Pero entonces afloraron en un tor:ente sus sentimientos de impotencia: Él no sabía qué papel des:mpen~ba en todo eso, pero estaba dispuesto a intentarlo; tal ve~ aprendena a ser un padre, aunque no estaba seguro de poder cambmr. Estas primeras ~esiones de evaluación fueron difíciles y penosas al ex~re~,o para los mtegrantes de la familia que habían recurrido a la evltacwn como principal defensa en el pasado. Robert y Sam, quienes ~~r~ron breve_mente en su casa en los intervalos en que salían del eJercito o la umversidad, concurrieron a una o dos sesiones. Des-

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cribieron el mito familiar: «Usar el tacto, en vez de decir la verdad era la mejor manera de tratarse». Sus observaciones expresaron su~ sentimientos de desaliento y apoyaron las relaciones simbióticamente restrictivas de la familia. En forma manifiesta, se presentaron como jóvenes adultos separados o individualizados, pero en realidad no estaban funcionando de modo adecuado. A pesar de su inteligencia y seudosofisticación, ellos transmitían una sensación interna de fracaso y desesperanza. En estas sesiones iniciales, el síndrome de escapismo de la familia se postuló como el recm·so alternativo de la asistencia a la terapia familiar. El objeto era ayudarlos a tomar fume conciencia de su especial forma de resistencia ante la continuidad y el cambio. De ese modo se los ayudó a hablar de sus deseos y necesidad de escapar, antes que quedarse a afrontar el daño y sufrimiento que cada uno de ellos experimentaba. Tenían necesidad de huir tomándose unas vacaciones breves, lo que les dio a ellos y al terapeuta la oportunidad de analizar su necesidad de escapar, tratando de negar el grado de conflicto y tensión dentro de la familia. Las vacaciones se utilizarían para decidir cuál sería el futuro de Tom después que lo sacaran de la clínica psiquiátrica. Cuando retornaron, admitieron que no habían tomado ninguna decisión, y, avergonzados, esperaban que el terapeuta los reprendiera diciéndoles: «Yo les había dicho». A su regreso, el terapeuta volvió a plantearles sus dudas de que pudieran resolver los problemas o conflictos por cualquier método que no fuera la huida, a la que todos seguían recurriendo. Esto pareció ayudarlos en forma temporaria a resolver su ambivalencia sobre la posibilidad de seguir sometiéndose a ter a pia familiar, y entonces expresaron su renovada decisión de trabajar en pos del cambio. A consecuencia de utilizar al terapeuta como autoridad parental que se mantenía firme, pero respondía ante la serie continua de problemas y emergencias, todos los miembros de la familia dieron muestras de haber alcanzado una esencial mejoría en su funcionamiento.

Segundo caso: la familia B. En la casa de la familia B. vivían la señora B., de 42 años; el señor B., de 44; George, de 16; Leonard, de 14, y la madre de la señora B., de 66. El señor B. se había sometido a terapia individual en forma intermitente en el curso de los últimos nueve años. Sus terapeutas y médicos internistas creían que sus reacciones no eran muestra de una auténtica depresión. Durante el verano anterior había estado hospitalizado por una dolencia cardíaca. Sentía que ni la terapia individual ni los medicamentos que le recetaron habían aliviado su condición. La señora B. era el único integrante de la familia que no presentaba sintomatología. Vino a las sesiones con el cuello enyesado, a

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raíz de un reciente accidente automovilístico. Dos años atrás había conseguido trabajo como auxiliar de enfermería. George era el miembro designado como paciente cuando la familia fue derivada a los terapeutas. El consejero escolar les había informado a los padres que, aunque potencialmente su hijo tenía capacidad pq.ra seguir estudios superiores, debido a sus notas bajas no se recomendaría su ingreso a la universidad. Además, el muchacho carecía de confianza en sí mísmo, evitaba toda reunión social a la que era invitado, se guardaba sus sentimíentos para sí y parecía alejado en lo emocional de su familia. Leonard había visto a un psiquiatra especializado en niños debido a su inmadurez general, hipersensibilidad y sentimientos de inadecuación. En la escuela siempre había obtenido las calificaciones necesarias para pasar de grado. En general, sentía que no era aceptado por sus pares. U nos nueve años atrás había muerto el padre de la señora B., y su madre había ido a vivir con la familia. La señora B. era hija única. Por esa época el señor B. sufrió su primer episodio depresivo, y desde entonces había seguido sintiéndose deprimído. Sus ingresos seguían siendo elevados porque su socio cubría sus responsabilidades laborales durante sus breves ausencias de la empresa. La familia se autodescribió como un grupo muy unido. Los padres nunca salían, salvo en las raras ocasiones en que sus hijos y abuela materna los acompañaban. La abuela hacía las tareas del hogar. Todos coincidían en que ella era de gmn ayuda; excepto que a nadie le gustaba cómo cocinaba. Después de la cena se retiraba a su dormitorio, y sólo salía de la casa para hacer algunas compras con su hija. Todas las noches, padres e hijos mil:aban televisión en el dormitorio de aquellos. La familia declaró que cualquier intento por sostener una conversación entre todos terminaba en fuertes discusiones, en las que por lo general los hijos se ponían de parte de la señora B. Ella les advertía en forma constante que no debían molestar al señor B. o a la abuela. En tanto que se consultaba al señor B. en relación con las decisiones de importancia, las dos mujeres se encargaban de las tareas domésticas de manera tranquila y eficaz. Los padres no tenían la sensación de que hubiera falta de privacidad; sin embargo, no entendían por qué, cuando George se sentía perturbado, los dejaba solos, se refugiaba en su dormitorio y cerraba la puerta con llave. En una sesión típica, el señor B. permanecía sentado en posición fetal, todo acurrucado, y con voz llorosa comenzaba a quejarse de lo deprimido, solo y vacío que se sentía, diciendo que nadie creía en él ni lo comprendía. George, sentado bien erguido, con voz autoritaria regañaba al padre por no esforzarse más, por sentir lástima de sí mismo. El señor B. parecía herido y respondía: «Quieres decir que es todo pura imaginación, que en realidad no me siento terriblemente mal». George entonces decía a los otros: «Si procurase actuar como

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otros padres, se sentiría mejor». Leonard trataba de aplacar al padre modificando los comentarios de George. Luego le rogaba al padre que saliera, e hiciera cosas con la señora B. o con él. A se,me~anz~ de un niñito, apenas musitaba sus palabras, de pronto I:aci_a silenciO y todos lo ignoraban. O bien sus ojos se inundaba~ de lagr:u~as, y cuando se le preguntaba si podía hablar de sus propws se~trm1entos, sa_cudía la cabeza a modo de negativa y con la mano hac1a un gesto de Impotencia. En esos _momento~ el señor B. ~ecía: ~ resultan indicativas de ese prejuicio contra la validez de las necesidades sexuales en forma independiente de la capacidad reproductiva. Una de las últimas expresiones de acusaciones hipócritas se produce cuando los residentes de pensionados para ancianos manifiestan necesidades sexuales o románticas inocuas. Asimismo, el derecho al romance es sólo una de las esferas en que parece practicarse una injusta segregación y elección de víctimas propiciatorias en gran escala, por parte de la sociedad, teniendo apenas en cuenta los merecimientos de los ancianos. La masturbación, la pornografía, y otras manifestaciones no reproductivas de la sociedad, son objeto de una censura sólo algo menor que en eras anteriores, de acuerdo con las actuales normas sociales. La condena estética de esas manifestaciones debería equilibrarse con una consideración seria de las probabilidades de que cumplan una función esencialmente inocua, o incluso ventajosa, desde el punto de vista social, como «VÍa de descarga». Sin embargo, la confusión de las auténticas consideraciones éticas con la tradición puritana sigue siendo notoria, verificando esto cuando nos damos cuenta de que las personas a cargo de ancianos o retardados mentales están decididas a suprimir toda manifestación sexual sustitutiva en quienes están bajo su custodia. Los valores puritanos no sólo son condenatorios del placer, sino que tienden a subordinar los aspectos personales de las relaciones a valores de actitudes disciplinadas y adquisitivas. No obstante, el «iluminismo» sexual, rebelde de modo promiscuo, puede ser igualmente indiferente respecto de los aspectos humanos totales de las relaciones, si se lo compara con su aparente contrapartida, el puritanismo. El niño deficiente mental constituye, por lo general, el foco de atención excesiva y de frustración en la familia, así como de resentimiento no admitido por la frustración cargada de culpas de los padres. Los derechos de ese hijo se subrayan a expensas de sus hermanos, y los progenitores se ven en figurillas cuando se trata de aplicar las mismas medidas disciplinarias al retardado y a los otros hijos. En consecuencia, tanto en la familia como en la sociedad, buena parte de la tensión generada se produce como resultado de una falta de definición en cuanto a lo que constituye una justa reciprocidad en la relación asimétrica entre los individuos normales y los retardados. Los componentes psicosomáticos en las dolencias médicas de todo tipo tendrían que reexaminarse desde el punto de vista de su posible

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l función equilibra dora respecto de la explotación injusta y unilateral, o ejercida por alguien estrechamente vinculado al sujeto. Por ejemplo, observamos que la disfunción sexual está relacionada de modo característico con la deslealtad que uno percibe en las expectativas de la: propia familia de origen. Cabe admitir que otras disfunciones orgánicas también pueden representar medidas autopunitivas compensatorias. La aplicación extendida de los principios de la dinámica familiar y la terapia aquí descriptos enfrentará la abierta resistencia de todas las fuerzas sociales cuyos intereses creados las instan amantenerse en una postura de evitación y negación de las cuestiones de reciprocidad. Otras implicaciones pueden ser radicalmente nuevas y requerir el reajuste de pensamiento y procedimiento. Nuestra reorientación profunda en cuanto a nosología, síntoma, cambio y criterios de evaluación debe afectar hondamente todos los sistemas de contabilización de costos, seguros y archivo de los servicios de salud mental. Todavía no existe una nomenclatura viable para las categorías de nosología, cambio y evaluación que tienen bases multipersonales. Los principios subyacentes en nuestro razonamiento tal vez carezcan del sensacionalismo de lo , Fam. Process, vol. 1, 1962, pags. 103-13. 12. Boszormenyi-Nagy, I., «A theory ofrelationships: Experience, and transaction» en Boszormenyi-Nagy, l. y Framo, J. L., eds. [19], pags. 33-86. 13. Boszor~enyi-Nagy, I., «lntensive family therapy as process», en Boszormenyi-Nagy, l. y Framo, J. L., eds. [19], _págs. _8!·142 . . 14. Boszormenyi-Nagy, I., «The concept of change m con]mnt family therapy», en Friedman, A. S. et al., eds. [~4], págs. 305-19. . 15. Boszormenyi-Nagy, I., «From family therapy toa psy;holilogy oCf relationships: Fictions of the individual and fictions of the 1am y>>, ompr. Psychiatry, vol. 7, 1966, págs. 408-23. . 16. Boszormenyi-Nagy, I., «Relational modes and mearud~g», ebndZ~, ~¡.H. y Boszormenyi-Nagy, I., eds., Family therapy and zstur e ,anu tes, Palo Alto: Science and Behavior Books, 1967, págs. 58-73.. . 17. Boszormenyi-Nagy, l., Prólogo a Framo, J. L., ed.: Fm nily m_teracNtwn: A dialogue between family researchers and fanuly t 1zerapzsts, ueva York: Springer, 1n ed., 1972, págs. ix-xi.

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Obras completas de Sigmund Freud

Traducción directa del alemán, cotejada con la edición inglesa de James Strachey (Standard Edition of the Complete Ps;ychological Works of Signwnd Freud), cuyo ordenamiento, prólogos y notas se reproducen en esta versión. Presentación: Sobre la versión castellana l. Publicaciones prepsicoanalíticas y manuscritos inéditos en vida de Freud (1886-1899) 2. Estudios sobre la histeria (1893-1895) 3. Primeras publicaciones psicoanalíticas (1893-1899) 4. La interpretación de los sueiios (!) (1900) 5. La interpretación de los sue1ios (II) y Sobre el sue1io (1900-1901) 6. Psicopatología de la vida cotidiana (1901) 7. "Fragmento de análisis de un caso de histeria" (caso "Dora"), Tres ensayos de teoría sexual, y otras obras (1901-1905) S. El chiste ;y su relación con lo inconciente (1905) 9. El delirio ;y los sue1ios en la "Gradiva" de W. Jensen, y otras obras (19061908) 10. "Análisis de la fobia de un niño de cinco años" (caso del pequeño Hans) y "A propósito de un caso de neurosis obsesiva" (caso del "Hombre de las Ratas") (1909) 11. Cinco conferencias sobre psicoanálisis, Un recuerdo infantil de Leonardo da Vinci, y otras obras (1910) 12. "Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente" (caso Schreber), Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras (1911-1913) 13. Tótem y tabú, y otras obras (1913-1914) 14. "Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico", Trabajos sobre metapsicología, y otras obras (1914-1916) 15. Conferencias de introducción al psicoanálisis (partes I y II) (1915-1916) 16. Conferencias de introducción al psicoanálisis (parte III) (1916-1917) 17. "De la historia de una neurosis infantil" (caso del "Hombre de los Lobos"), y otras obras (1917-1919) 18. Más allá del principio de placer, Psicología de las masas y análisis del yo, y otras obras (1920-1922) 19. El yo y el ello, y otras obras (1923-1925) 20. Presentación autobiográfica, Inhibición, síntoma y angustia, iPueden los legos ejercer el análisis?, y otras obras (1925-1926) 21. El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras (19271931) 22. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, y otras obras (19321936) 23. Moisés ;y la religión monoteísta, Esquema del psicoanálisis, y otras obras (1937-1939) 24. Indices y bibliografías

Ivan Boszormenyi-Nagy 1-·· Geraldine M. Spark

Lealtades invisibles Reciprocidad en terapia farrúliar intergeneracional a de las relaciones familiares. o su efecto sobre los individuos, es sumamente difícil de medir. Los autores de esta obra consideran que los cambios observables en la familia no modifican necesariamente la influencia que las relaciones familiares ejercen entre uno y otro miembro. Las fuerzas reales de la libertad o la esclavitud están más allá de los juegos visibles de poder o las tácticas de manipulación. Los votos de lealtad hacia la familia de origen parten de leyes paradójicas: en el mártir que no permite que Jos restantes miembros de la familia «elaboreru> su culpa subyace una fuerza de control mucho más poderosa que la del «mandón» exigente y vocinglero. El hijo delincuente o manifiestamente rebelde puede ser. en realidad, el miembro más leal de una familia. Las relaciones familiares no pueden interpretarse a partir de las leyes que se aplican a relaciones sociales o incidentales como las que rigen entre los colegas de una profesión. De aquí resulta que un aspecto central de la terapia familiar será la búsqueda e identificación de conflictos de lealtad no admitidos, o incluso inconscientes, que operan en el seno de una familia. La presente obra fue escrita con el objeto de compartir la experiencia de los autores como especialistas en este campo. El enfoque propio de la terapia familiar es muy amplio y, al mismo tiempo, especifico: no se trata de una técnica psicoterapéutica más. El método aquí planteado es extensión y punto de confluencia de la psicología dinámica, la fenomenología existencial y la teoria de los sistemas aplicada a la comprensión de las relaciones humanas. IVAN BOSZORMENYI-NAGY ( 1920-2007), psiquiatra húngaro-norteamericano, fue pionero en el campo de la terapia familiar, para cuya práctica desarrolló el enfoque contextua!, que aplicó también a la psicoterapia individual. Sus experiencias a este respecto quedaron plasmadas en Foundations of contextua! therapy, entre otras obras. GERALDINE M. SPARK aunó su formación como trabajadora social psiquiátrica a sus experiencias en terapia familiar y sus cursos teóricos en la Asociación Psicoanalitica de Filadelfia. Su prolongada actuación en clinicas de orientación infantil le permitió desarrollar una técnica especializada en el tratamiento de niños y familias. ISBN 978-950-518-239-8