Pratchett Terry Mundodisco 38 Vestire de Medianoche

Terry Pratchett Vestiré de Medianoche MD 38 Tiffany Doliente 4 Traducción independiente Traducción y edición digital:

Views 58 Downloads 5 File size 1MB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Terry Pratchett

Vestiré de Medianoche MD 38 Tiffany Doliente 4 Traducción independiente Traducción y edición digital:

Norberto Diciembre 2010 Correccion Tia Paca

Capítulo 1 UN BUEN GRAN MUCHACHITO ¿Por qué era, se preguntó Tiffany Doliente, que a la gente le gustaba tanto el ruido? ¿Por qué el ruido era tan importante? Algo bastante cercano sonaba como una vaca dando a luz. Resultó ser un viejo organillo, operado a mano por un hombre andrajoso con un maltratado sombrero de copa. Ella se alejó lo más cortésmente que pudo, pero cuando el ruido se alejaba, se quedaba pegado; daba la sensación de que si se lo permitías, trataría de seguirte a casa. Pero ése era sólo un sonido en el gran caldero de ruidos a su alrededor, todos hechos por la gente y todos hechos por la gente que trata de hacer un ruido más fuerte que la otra gente haciendo ruido. Discutiendo en los puestos provisorios tratando de morder manzanas o ranas1, aclamando a los boxeadores y a una señora llena de lentejuelas en la cuerda floja, vendiendo algodón de azúcar con lo más alto de sus voces y, a decir verdad, bebiendo una considerable cantidad de alcohol. El aire sobre la verde colina estaba espeso de ruido. Era como si las poblaciones de dos o tres ciudades hubieran llegado hasta la cima de las colinas. Así que aquí, donde lo único que escuchabas por lo general era el grito ocasional de un buitre, escuchabas el grito permanente de, bueno, todo el mundo. Lo llamaban divertirse. Las únicas personas que no hacían ruido eran los ladrones y los carteristas, que se dedicaban a sus negocios con un silencio elogiable, y no se acercaban a Tiffany; ¿quién robaría en el bolsillo de una bruja? Serías afortunado de conservar todos los dedos. Al menos, eso era lo que temían, y una bruja sensata alentaría ese miedo. Cuando eras una bruja, eras todas las brujas, pensó Tiffany Doliente, mientras caminaba entre la multitud, remolcando su escoba al extremo de una cuerda. Flotaba a unos pies por encima del suelo. Ella estaba un poco preocupada por eso. Parecía funcionar bastante bien, pero sin embargo, ya que todo alrededor de la feria había niños pequeños arrastrando globos, también en el extremo de una cuerda, no podía dejar de pensar que eso la hacía parecer más que un poco tonta, y algo que hacía parecer tonta a una bruja, hacía parecer tontas a todas las brujas. Por otra parte, si la ataba a una cerca en alguna parte, no faltaría un chico que desatara la cuerda y se subiera al palo por un desafío, en cuyo caso probablemente se iría hacia arriba todo el camino hasta la cima de la atmósfera, donde el aire se congela, y mientras ella en teoría podría llamar a la escoba, las madres se pondrían muy 1

Esto se hacía con los ojos vendados.

irritables por tener que descongelar a sus hijos en un día soleado de finales de verano. Eso no se vería nada bien. La gente hablaría. La gente siempre hablaba de las brujas. Ella se resignó a arrastrarla de nuevo. Con suerte, la gente creería que se había unido al espíritu de la cosa de una forma humorística. Había mucha etiqueta involucrada, incluso en algo tan aparentemente alegre como una feria. Ella era la bruja; ¿quién sabe qué pasaría si se le olvidaba el nombre de alguien o, peor aún, se equivocaba? ¿Qué pasaría si te olvidabas todas las pequeñas rencillas y facciones, la gente que no se hablaba con sus vecinos y así sucesivamente y sucesivamente, y mucho más, y aún más? Tiffany no tenía ningún conocimiento de las palabras "campo minado", pero si lo hubiera tenido, le habrían parecido familiares. Ella era la bruja. Para todos los pueblos de la Creta ella era la bruja. No sólo en su propia aldea, sino para todos los demás lugares, tan lejanos como Jamón-yCenteno, que estaba a un buen día de camino desde aquí. El área que una bruja consideraba como suya, y para cuya gente hacía lo que fuera necesario, se llamaba una Granja, y como granja, ésta era bastante buena. No muchas brujas tenían un afloramiento geológico completo para sí mismas, aún si éste estaba cubierto en su mayoría por hierba, y la hierba estaba cubierta en su mayoría por ovejas. Y hoy las ovejas en las colinas se quedaron solas, para hacer lo que fuera que hicieran cuando estaban solas, lo cual probablemente sería más o menos lo mismo que hacían si las estuvieras observando. Y las ovejas, usualmente confusas y apiñadas y, en general, observadas, ahora no eran de ningún interés, porque aquí estaba teniendo lugar la atracción más maravillosa del mundo. Es cierto que la feria fregada era sólo una de las atracciones más maravillosas del mundo si por lo general no te alejabas más de unas cuatro millas de casa. Si vivías por la Creta, estabas obligado a cumplir con todos los que conocías2 en la feria. Era adonde muy a menudo conocías a la persona con la que podías casarte. Todas las chicas llevaban ciertamente sus mejores vestidos, mientras que los chicos tenían una expresión esperanzada y el cabello alisado con brillantina barata o, más generalmente, una escupida. Los que habían optado por escupir en general salían mejor ya que la pomada barata era muy barata y de hecho a menudo se derretía y se corría en el calor, haciendo que los hombres jóvenes no fuesen de interés para las mujeres jóvenes, como habían esperado con fervor, si no para las moscas, que tomarían el almuerzo de sus cueros cabelludos. Sin embargo, dado que el evento difícilmente podría ser llamado "la feria a la que ibas con la esperanza de conseguir un beso y, con suerte, la promesa de otro”, la feria se llamaba la fregada. La fregada se llevaba a cabo durante tres días al final del verano. Para la mayoría de la gente en la Creta, era su día de fiesta. Éste era el tercer día, y la mayoría de la gente decía que si no habías recibido un beso hasta ahora también podías irte a casa. Tiffany no había recibido un beso, pero después de todo, ella era la bruja. ¿Quién sabía en lo que podía ser convertido? Si el clima de finales de verano era clemente, no era raro que algunas personas durmieran bajo las estrellas, y bajo los arbustos también. Y por eso, si querías dar un paseo en la noche, debías tener cuidado para no tropezar con los pies de alguien. A decir verdad, había una cierta cantidad de lo que Tata Ogg —una bruja que había estado casada con tres maridos— llamaba hacer su propio entretenimiento. Era una 2

Hablando como una bruja, ella los conocía muy bien.

pena que Tata viviera en las montañas, porque a ella le hubiera encantado la fregada y a Tiffany le hubiera gustado ver su cara cuando viera al gigante3. Él —y era muy claramente un él, no había duda posible sobre eso— había sido tallado en el césped miles de años atrás. Un perfil de color blanco sobre el verde, él pertenecía a los días cuando la gente tenía que pensar en supervivencia y fecundidad en un mundo peligroso. Ah, y también había sido tallado, o al menos eso parecía, antes de que alguien hubiera inventado los pantalones. De hecho, decir que no tenía pantalones no era suficiente. Su falta de pantalones llenaba el mundo. Simplemente no podías pasear por la pequeña carretera que pasaba por el fondo de las colinas sin darte cuenta de que había una enorme, por decirlo así, falta de algo —por ejemplo, pantalones— y qué había allí en su lugar. Definitivamente era una figura de un hombre sin pantalones, y ciertamente no una mujer. Se esperaba que todos los que venían a la fregada trajeran una pala pequeña, o hasta un cuchillo, y se abriesen camino por la empinada pendiente para arrancar toda la maleza que había crecido allí durante el año anterior, haciendo que la tiza debajo resplandeciese con frescura y el gigante destacase con valentía, como si no lo estuviera haciendo ya. Siempre había un montón de risas, cuando las chicas trabajaban sobre el gigante. Y la razón para la risa, y las circunstancias de la risa, no podían dejar de poner en la mente de Tiffany a Tata Ogg, a quien normalmente veías en algún lugar detrás de Yaya Ceravieja con una gran sonrisa en su rostro. Ella era considerada en general como una vieja alma alegre, pero había mucho más que la vieja mujer. Nunca había sido maestra de Tiffany oficialmente, pero Tiffany no podía dejar de aprender cosas de Tata Ogg. Sonrió para sus adentros cuando pensó en eso. Tata sabía todas las cosas viejas y oscuras… vieja magia, magia que no precisaba de brujas, magia que estaba incorporada en la gente y el paisaje. Se trataba de cosas como la muerte, y el matrimonio, y los esponsales. Y las promesas que eran promesas, aunque no hubiera nadie que las escuchara. Y todas esas cosas que hacen que la gente toque madera y que nunca, nunca camine bajo un gato negro. Una no necesita ser una bruja para entenderlo. El mundo que te rodeaba se hacía más… bien, más real y fluido, en esos momentos especiales. Tata Ogg lo llamaba numinoso… una palabra inusitadamente solemne de una mujer que era mucho más probable que dijese: "Me gustaría un coñac, muchas gracias, y puede servirlo doble, ya que está en eso". Y ella le había contado a Tiffany de los viejos tiempos, cuando parecía que las brujas tenían un poco más de diversión. Las cosas que hacías durante el cambio de estaciones, por ejemplo; todas las costumbres que ahora habían muerto, excepto en la memoria popular que, decía Tata Ogg, es profunda y oscura y respira y nunca se desvanece. Pequeños ritos. A Tiffany le gustaba especialmente uno sobre el fuego. A Tiffany le gustaba el fuego. Era su elemento favorito. Se consideraba tan poderoso y tan temible a los poderes de las tinieblas que la gente aun se casaría saltando juntos por encima de un fuego4. Al parecer, ayudaba si recitabas un pequeño cántico, de acuerdo con Tata Ogg, 3 Más tarde, Tiffany se dio cuenta de que todas las brujas probablemente habían volado sobre el gigante, sobre todo porque casi no podía fallar si estaban volando desde las montañas hasta la gran ciudad. El tipo se destacaba, en cualquier caso. Pero en el caso de Tata Ogg, ella probablemente se volvería a mirarlo de nuevo. 4 Obviamente, pensó Tiffany, al saltar juntos sobre el fuego, uno debe estar preocupado por el uso de ropa protectora y tener gente con un balde de agua a mano, por si acaso. Las brujas pueden ser muchas cosas, pero ante todo, son prácticas.

quien no perdió tiempo en decirle a Tiffany las palabras, las que inmediatamente quedaron atrapadas en la mente de Tiffany; mucho de lo que Tata Ogg decía tendía a ser pegajoso. Pero ésos eran otros tiempos. Todo el mundo era más respetable ahora, aparte de Tata Ogg y el gigante. También había otras tallas en las tierras de la Creta. Una de ellas era un caballo blanco que Tiffany pensaba que una vez se había separado de la tierra y galopado a su rescate. Ahora se preguntaba qué sucedería si el gigante hacía lo mismo, porque sería muy difícil encontrar un par de pantalones de sesenta pies de largo a toda prisa. Y en general, querrías prisa. Ella sólo había reído del gigante una vez, y había sido hacía mucho tiempo. Había en realidad sólo cuatro tipos de personas en el mundo: hombres y mujeres, y magos y brujas. Los magos vivían sobre todo en universidades en las grandes ciudades y no se les permitía casarse, aunque la razón de ello escapaba totalmente a Tiffany. De todos modos, casi nunca se los veía por aquí. Las brujas eran definitivamente mujeres, pero la mayoría de las más viejas que Tiffany conocía no se había casado, sobre todo porque Tata Ogg ya había agotado todos los maridos elegibles, pero también probablemente porque no tenían tiempo. Por supuesto, de vez en cuando, una bruja podía casarse con un marido impresionante, como había hecho Magrat Ajostiernos, de Lancre, aunque al decir de todos sólo hacía hierbas en esos días. Pero la única bruja joven que Tiffany sabía que había tenido incluso tiempo para el cortejo era su mejor amiga en la montaña: Petulia… una bruja que se estaba especializando en la magia de cerdo, y que pronto se iba a casar con un buen joven que en breve iba a heredar la granja de cerdos 5 de su padre, lo que significaba que él era prácticamente un aristócrata. Pero las brujas no sólo estaban muy ocupadas, también estaban separadas, lo había aprendido Tiffany desde el principio. Una estaba entre la gente, pero no eras lo mismo que ellos. Siempre había una especie de distancia o separación. Una no tenía que trabajar en ello, sucedía de todas maneras. Las muchachas que había conocido cuando eran tan jóvenes que solían correr y jugar vestidas sólo con sus chalecos, hacían una pequeña reverencia cuando ella las pasaba en el camino, e incluso hombres de edad avanzada tocaban su frente, o lo que ellos probablemente pensaban que era su frente, a su paso. Esto no era sólo por respeto, sino también por una especie de miedo. Las brujas tenían secretos; estaban ahí para ayudar cuando los bebés nacían. Cuando te casabas, era una buena idea tener una bruja por ahí (incluso si no estabas seguro de si era para la buena suerte o para evitar la mala suerte), y cuando morías habría una bruja allí también, para mostrarte el camino. Las brujas tenían secretos que nunca decían... bueno, a personas que no eran brujas. Entre ellas, cuando podían juntarse en alguna colina para tomar un trago o dos (o en el caso de la Sra. Ogg, un trago o nueve), chismorreaban como gansos.

5

Posiblemente las ambiciones románticas de Petulia habían sido ayudadas por la misteriosa forma en que los cerdos del joven no dejaban de enfermar y requerían tratamiento para la diarrea, arcadas ciegas, cuello de bronce, dientes flotantes, ojos garabateados, mugre, picazón, clavijas retorcidas, rodillas dislocadas y salidas. Ésta era una desgracia terrible, ya que más de la mitad de estas enfermedades normalmente nunca se encuentran en un cerdo, y una de ellas es una enfermedad conocida sólo en peces de agua dulce. Pero los vecinos estaban impresionados por la cantidad de trabajo realizado por Petulia para aliviar su estrés. Su escoba iba y venía a todas horas del día y de la noche. Ser una bruja, después de todo, requería dedicación.

Pero nunca sobre los secretos reales, los que nunca decías, sobre las cosas hechas, oídas y vistas. Tantos secretos que tenías miedo de que pudieran filtrarse. Ver a un gigante sin sus pantalones ni valía la pena comentarlo, comparado con algunas de las cosas que una bruja podría ver. No, Tiffany no envidiaba a Petulia su romance, el que sin duda debe haber tenido lugar en grandes botas, poco atractivos delantales de goma, y lluvia, por no mencionar un montón de "oinks". Sin embargo, la envidiaba por ser tan sensata. Petulia había planeado todo. Ella sabía lo que quería que fuera su futuro, y se había enrollado las mangas y lo había hecho posible, hasta las rodillas en "oink" si era necesario. Cada familia, aún en las montañas, conservaba al menos un cerdo para que actúe como cubo de basura en el verano y como carne de cerdo, tocino, jamón y embutidos durante el resto del año. El cerdo era importante; era posible que le dieras una dosis de trementina a Abuelita cuando estaba mal, pero cuando el cerdo estaba enfermo buscabas inmediatamente a una bruja de cerdo, y le pagabas también, y le pagabas bien, generalmente en salchichas. Por encima de todo, Petulia era especialista en aburrir cerdos, y de hecho fue campeona este año en el noble arte de aburrir. Tiffany pensó que no podrías decirlo mejor; su amiga podía sentarse con un cerdo y hablarle con suavidad y calma sobre cosas muy aburridas hasta que algún mecanismo extraño del cerdo se hacía cargo, tras lo cual daría un pequeño bostezo feliz y caería, sin ser ya un cerdo vivo, y listo para convertirse en una contribución muy importante a la dieta de la familia para el año siguiente. Esto puede no parecer el mejor de los resultados para el cerdo, pero dada la desordenada y, sobre todo ruidosa manera en que los cerdos morían antes de la invención del aburrimiento de cerdos, era definitivamente, en el gran esquema de las cosas, un trato mucho mejor para todos. Sola en la multitud, Tiffany suspiró. Era difícil, cuando llevabas el sombrero negro y puntiagudo. Porque, nos guste o no, la bruja era el sombrero puntiagudo, y el sombrero puntiagudo era la bruja. Hacía a la gente cuidadosa acerca de ti. Serían respetuosos, oh sí, y a menudo un poco nerviosos, como si esperaran que mirases dentro de sus cabezas, que de hecho probablemente podrías hacer, utilizando los buenos y viejos recursos de bruja: Primera Vista y Segundos Pensamientos 6. Sin embargo, éstos no eran realmente mágicos. Cualquier persona podría aprenderlos si tenía una pizca de sentido, pero a veces incluso una pizca es difícil de encontrar. Las personas están a menudo tan ocupadas viviendo, que no se detenían a preguntarse por qué. Las brujas lo hacían, y eso significaba que eran necesarias: oh sí, necesarias… necesarias prácticamente todo el tiempo, pero, de una manera muy cortés y definitivamente no expresada, no exactamente queridas. Éstas no eran las montañas, donde la gente estaba muy acostumbrada a las brujas; la gente en la Creta puede ser amable, pero no eran amigos, no amigos reales. La bruja era diferente. La bruja sabía cosas que tú no sabías. La bruja era otro tipo de persona. La bruja era alguien que tal vez no deberías hacer enojar. La bruja no era como los demás.

6

Primera Vista significa que uno puede ver lo que realmente está ahí, y Segundos Pensamientos quiere decir pensar en lo que estás pensando. Y en el caso de Tiffany, a veces había Terceros Pensamientos y Cuartos Pensamientos, aunque eran bastante difíciles de manejar y, a veces la llevaban a tropezar con las puertas.

Tiffany Doliente era la bruja, y ella se había hecho a sí misma bruja porque necesitaban de una. Todo el mundo necesita una bruja, pero a veces simplemente no lo saben. Y estaba funcionando. Las imágenes de cuentos de la bruja babeante se estaban borrando, cada vez que Tiffany ayudaba a una madre joven con su primer bebé, o suavizaba el camino de un viejo hombre a la tumba. Sin embargo, las viejas historias, los viejos rumores y los viejos libros de imágenes aún parecían tener su propio dominio sobre la memoria del mundo. Lo que lo hacía más difícil era que no existía una tradición de brujas en la Creta —ninguna se habría instalado allí cuando Yaya Doliente estaba viva. Yaya Doliente, como todo el mundo sabía, era una mujer sabia y bastante sabia como para no ser una bruja. Nunca nada sucedió en la Creta que Yaya Doliente desaprobara, al menos no más de unos diez minutos. Así que Tiffany era una bruja solitaria. Y no sólo que ya no tenía ningún apoyo de las brujas de la montaña como Tata Ogg, Yaya Ceravieja y la Srta. Level, sino que además la gente de la Creta no estaba muy familiarizada con las brujas. Otras brujas probablemente vendrían a ayudar si ella les pedía, por supuesto, pero a pesar de que ellas no lo dirían, esto podría significar que no podrías hacer frente a la responsabilidad, que no estabas a la altura, que no eras segura, que no eras lo suficientemente buena. —¿Disculpe, señorita? —Sonó una risita nerviosa. Tiffany miró a su alrededor y había dos niñitas con sus mejores vestidos nuevos y sombreros de paja. Ellas la estaban mirando con ansiedad, tal vez con un toque de picardía en sus ojos. Ella pensó rápidamente y les sonrió. —Oh, sí, Becky Perdón y Nancy Vertical, ¿verdad? ¿Qué puedo hacer por ustedes dos? Becky Perdón tímidamente sacó un pequeño ramo de la espalda y se lo tendió. Tiffany lo reconoció, por supuesto. Los había hecho ella misma para las niñas mayores cuando era más joven, simplemente porque era lo que hacías, era parte de la fregada: un ramito de flores silvestres recogidas de la colina, atado en un manojo con —y ésta era la parte importante, la parte mágica— algunas de las hierbas arrancadas cuando la creta fresca quedó expuesta. —Si pone esto debajo de su almohada esta noche, le hará soñar con su galán — dijo Becky Perdón, con el rostro muy serio. Tiffany tomó con cuidado el manojo de flores ligeramente marchitas. —Déjame ver... —dijo ella—.Tenemos aquí murmullos dulces, almohadas de dama, trébol de siete hojas —mucha suerte— una ramita de pantalón de viejo, Jacken-el-muro, oh, mentiras de amor sangrantes y... —Ella se quedó mirando las pequeñas flores blancas y rojas. Las chicas dijeron: —¿Está usted bien, señorita? —¡Olvídame-mucho7! —dijo Tiffany, más fuerte que lo que había pretendido. Pero las chicas no se habían dado cuenta, por lo que continuó diciendo, alegremente—. Muy raro verlas aquí. Deben ser fugitivas de jardín. Y, como estoy segura de que ambas lo 7 Olvídame-mucho es una hermosa flor roja y blanca que en general entregan las jóvenes a sus jóvenes como señal de que no quieren volver a verlos nunca, o al menos hasta que hayan aprendido a lavarse adecuadamente y conseguido un trabajo.

saben, las han atado todas juntas con tiras de junco vela, que alguna vez la gente usó para hacer velas. Qué grata sorpresa. Muchas gracias a las dos. Espero que lo pasen bien en la feria... Becky levantó la mano. —¿Disculpe, señorita? —¿Hay algo más, Becky? Becky se puso de color rosa, y tuvo una conversación apresurada con su amiga. Se volvió a Tiffany, viéndose un poco más rosa, pero sin embargo decidida a terminar. —Uno no puede meterse en problemas por hacer una pregunta, ¿verdad, señorita? Quiero decir, ¿sólo hacer una pregunta? Va a ser “¿Cómo puedo ser una bruja cuando haya crecido?”, pensó Tiffany, ya que generalmente lo era. Las jóvenes la veían en su escoba y pensaban que eso era ser una bruja. En voz alta dijo: —No de mi parte, al menos. Haz tu pregunta. Becky Perdón se miró las botas. —¿Tiene algún enamorado, señorita? Otro talento necesario en una bruja es la capacidad de no dejar que tu rostro muestre lo que estás pensando, y sobre todo no permitir, sin importar qué, que se ponga tan tieso como una tabla. Tiffany alcanzó a decir, sin una sola oscilación en su voz y ni rastros de una sonrisa avergonzada. —Ésa es una pregunta muy interesante, Becky. ¿Puedo preguntarte por qué quieres saberlo? La niña parecía mucho más feliz ahora que la pregunta era, por así decirlo, del dominio público. —Bueno, señorita, le pregunté a mi abuela si podía ser una bruja cuando fuera mayor, y ella dijo que yo no querría, porque las brujas no tienen enamorados, señorita. Tiffany pensó rápidamente en la cara de los dos solemnes búhos. Estas son chicas de granja, pensó, por lo que sin duda habían visto una gata teniendo gatitos y una perra teniendo cachorros. Habían visto el nacimiento de corderos, y, probablemente, una vaca teniendo un ternero, que es siempre un asunto ruidoso que difícilmente te puedes perder. Ellas saben lo que me están preguntando. En este punto intervino Nancy, con la frase: —Si es así, señorita, nos gustaría recuperar las flores de nuevo, ahora que se las hemos mostrado a usted, porque tal vez podrían ser un poco un desperdicio, sin ofender. —Dio un paso atrás rápidamente. Tiffany se sorprendió de su propia risa. Había pasado mucho tiempo desde que ella había reído. Las cabezas se volvieron a ver cuál era la broma, y logró agarrar a las niñas antes de que huyeran, y las hizo girar. —Bien hecho, ustedes dos —dijo—. Me gusta ver algún pensamiento sensato de vez en cuando. Nunca duden en hacer una pregunta. Y la respuesta a su pregunta es que las brujas son lo mismo que todos los demás cuando se trata de enamorados, pero a menudo están tan ocupadas que nunca tienen tiempo para pensar acerca de ellos. Las niñas parecían aliviadas de que su trabajo no había sido completamente en vano y Tiffany estaba lista para la siguiente pregunta, que vino de Becky de nuevo.

—Así que, ¿tiene un galán, señorita? —No por el momento —dijo Tiffany con energía, poniendo coto a su expresión para no mostrar nada. Levantó el ramillete—. Pero quién sabe, si ustedes han hecho esto correctamente, entonces voy a conseguir otro, y, en ese caso, serán mejores brujas que yo, con certeza. —Las dos resplandecieron ante este terrible pedazo de absoluta coba, y eso detuvo las preguntas. —Y ahora —dijo Tiffany—, la rodada de queso empezará de un momento a otro. Estoy segura de que no se querrán perder eso. —No, señorita —dijeron al unísono. Justo antes de salir, llenas de alivio y de autoimportancia, Becky le dio unas palmaditas en la mano a Tiffany—. Los galanes puede ser muy difíciles, señorita —dijo con la seguridad, según seguro conocimiento de Tiffany, de ocho años en el mundo. —Gracias —dijo Tiffany—. Definitivamente lo tendré en cuenta. Cuando se trataba de la diversión ofrecida en la feria, como la gente haciendo muecas a través de un collar de caballo, o peleando con almohadas en la cucaña, o incluso la mordida de ranas, bien, Tiffany podía tomarla o dejarla, y de hecho prefería con mucho dejarla. Pero siempre le gustaba ver una buena rodada de queso… es decir, un buen queso rodando todo el camino por una pendiente de la colina, aunque no en el gigante porque nadie se quería comer el queso después. Eran quesos duros, a veces hechos especialmente para el circuito de rodada de queso, y el fabricante del queso ganador, que llegaba abajo indemne, ganaba un cinturón con una hebilla de plata y la admiración de todos. Tiffany era una experta fabricante de queso, pero nunca había entrado. Las brujas no podían entrar en ese tipo de competencia porque si ganabas —y sabía que había hecho un queso o dos que podían ganar— todo el mundo diría que era injusto porque eras una bruja; bien, eso es lo que pensarían, pero muy pocos lo dirían. Y si no ganaba, la gente diría “¿Qué clase de bruja puede hacer un queso que puede ser vencido por los simples quesos hechos por gente sencilla como nosotros?” Hubo un movimiento suave de la multitud hacia la largada de la rodada de queso, aunque el puesto de morder ranas flotando todavía tenía una gran multitud, siendo una fuente de humor y de entretenimiento muy confiable, especialmente para aquellas personas que no estaban realmente mordiendo. Lamentablemente, el hombre que se ponía comadrejas en el pantalón, y al parecer tenía la marca personal de nueve comadrejas, no había estado allí este año, y la gente se preguntaba si él había perdido su toque. Pero tarde o temprano todo el mundo derivaría hacia la línea de partida de la rodada de queso. Era una tradición. La pendiente aquí era de hecho muy empinada y siempre había una cierta cantidad de rivalidad bulliciosa entre los propietarios de queso, que daba lugar a empujones y patadas y golpes; ocasionalmente había un brazo o una pierna rotos. Todo iba muy normal mientras los hombres que esperaban alineaban sus quesos, hasta que Tiffany vio, y parecía ser la única en ver, un queso peligroso rodar hacia arriba por sí mismo. Era negro bajo el polvo y había un sucio pedazo de tela azul y blanca atado a él. —Oh, no —dijo ella—. Horacio. Y donde estás tú, el problema no puede estar muy lejos. —Se dio la vuelta con cuidado en busca de signos de lo que no debería estar allí—. Ahora sólo escúchenme —dijo en voz baja—. Sé que al menos uno de ustedes debe estar en algún lugar cercano. Esto no es para ustedes, es sólo acerca de personas. ¿Entienden?

Pero ya era demasiado tarde. El Maestro de Ceremonias, con su gran sombrero flexible con encaje alrededor del borde, hizo sonar su silbato y la rodada de queso, como él decía, comenzó —que es una palabra mucho más grande que inició. Y un hombre con encaje alrededor de su sombrero nunca iba a usar una palabra corta, donde podía ir una palabra larga. Tiffany apenas osaba mirar. Los corredores no tanto corrían como rodaban y se deslizaban detrás de sus quesos. Pero ella podía escuchar los gritos que iniciaron cuando el queso negro no sólo se puso a la cabeza, sino que en ocasiones daba la vuelta y regresaba hacia arriba de nuevo para golpear a uno de los inocentes quesos ordinarios. Ella sólo podía oír un débil ruido de quejas procedentes de él, cuando casi llegó a la cima de la colina. Los corredores de queso gritaron ante eso, trataron de agarrarlo y lo golpearon con palos, pero el queso pirata guadañó hacia adelante, llegó al fondo otra vez justo por delante de la terrible masacre de hombres y quesos, que se acumulaban, y después rodó suavemente hacia arriba, a la cima, y se sentó allí decorosamente mientras vibraba con suavidad. Al fondo de la pendiente empezaron a surgir peleas entre los jockeys de queso que todavía eran capaces de golpear a alguien, y puesto que todo el mundo estaba viendo eso, Tiffany aprovechó la oportunidad para agarrar a Horacio y empujarlo en su bolsa. Después de todo, era de ella. Bueno, había que decirlo, ella lo había hecho, aunque algo extraño debía haberse metido en la mezcla, ya que Horacio era el único queso que se comía los ratones y, si no lo clavabas, también otros quesos. No era de extrañar que se entendieran tan bien con los Nac Mac Feegle 8, que le habían hecho miembro de honor del clan. Él era su tipo de queso. Subrepticiamente, con la esperanza de que nadie se diera cuenta, Tiffany levantó la bolsa hasta la boca y dijo: —¿Es ésta la manera de comportarse? ¿No te da vergüenza? —La bolsa se tambaleó un poco, pero sabía que la palabra “vergüenza" no estaba en el vocabulario de Horacio, y tampoco ninguna otra. Bajó la bolsa y se movió un poco entre la multitud y dijo—: Sé que estás aquí, Roba A Cualquiera. Allí estaba él, sentado en su hombro. Podía olerlo. A pesar de que por lo general tenían poco que ver con el baño, salvo cuando llovía, los Nac Mac Feegle siempre olían a algo así como patatas ligeramente borrachas. —La Kelda quería que yo tae os hallara para saber cómo habéis estado —dijo el jefe Feegle—. No habéis ido tae el montículo para verla estas últimas dos semanas — continuó—, y creo que teme que un daño puede veniros tae, vos sois de trabajar tan duro y todo. Tiffany gimió, pero sólo para sí misma. Ella dijo: —Eso es muy amable de su parte. Siempre hay mucho que hacer; sin duda, la Kelda lo sabe. No importa lo que haga, siempre hay más por hacer. No hay final a los deseos. Pero no hay nada de qué preocuparse. Lo estoy haciendo bien. Y por favor no saques a Horacio de nuevo en público… sabes que se emociona. —Bueno, en realidad, dice sobre esa bandera de allá que esto es para la gente de estas colinas y nos somos más que gente. ¡Nos somos folklore! ¡Vos no podéis discutir 8

Si usted todavía no sabe quiénes son los Nac Mac Feegle: 1) sea agradecido por su vida sin complicaciones, y 2) esté dispuesto a batirse en retirada si escucha a alguien tan alto como sus tobillos gritar “¡Crivens!". Ellos son, estrictamente hablando, hadas folklóricas, pero probablemente no sea una buena idea decirles esto si usted está esperando un futuro en el que todavía tenga sus dientes.

con la tradición! Además, yo quería tae venir y presentar mis respetos al gran tipo sin calzones. Él es un buen gran muchachito, de eso no hay duda. —Roba hizo una pausa, y luego dijo en voz baja—: Así que puedo decirle que estáis muy bien en ti misma, ¿sí? —Hubo un cierto nerviosismo en él, como si quisiera decir más, pero sabiendo que no sería bienvenido. —Roba A Cualquiera, yo estaría muy agradecida si hicieras exactamente eso — dijo Tiffany—, porque tengo un montón de gente que vendar, si puedo juzgarlo. Roba A Cualquiera, que de repente parecía un hombre con una misión ingrata, frenéticamente dijo las palabras que le había dicho su esposa que dijera: —¡La Kelda dice que hay muchos peces más en el mar, señorita! Y Tiffany quedó completamente inmóvil por un momento. Y luego, sin mirar a Roba, dijo en voz baja: —Da gracias a la Kelda por su información de pesca. Tengo que seguir adelante, si no te importa, Roba. Da gracias a la Kelda. La mayoría de la gente estaba llegando a la parte inferior de la pendiente ahora, para mirar, o rescatar o, posiblemente, intentar primeros auxilios de aficionados a los gimientes corredores de queso. Para los espectadores, por supuesto, ése era otro espectáculo; no se solía ver a menudo un satisfactorio montón de hombres y quesos, y —¿quién sabe?— podía haber algunas heridas muy interesantes. Tiffany, contenta de hacer algo, no tuvo que abrirse paso; el sombrero negro puntiagudo podría crear un camino a través de una multitud más rápido que un hombre santo a través de un mar poco profundo. Distanció a la multitud feliz, con uno o dos empujones fuertes para los de absorción lenta. De hecho, como se vio después, la factura del carnicero no fue muy alta este año, con un brazo roto, una muñeca rota, una pierna rota y un enorme número de contusiones, cortes y erupciones causadas por la gente resbalando hasta el fondo… la hierba no es siempre tu amiga. Había varios jóvenes claramente consternados como resultado, pero estaban absolutamente seguros de que no iban a discutir sus heridas con una señora, gracias lo mismo, por lo que les dijo que pusieran una compresa fría sobre la zona afectada, donde quiera que fuese, cuando llegaran a casa, y los vio alejarse vacilantes. Bueno, lo había hecho bien, ¿no es cierto? Ella había usado su destreza enfrente de la multitud que curioseaba y, de acuerdo a lo que escuchó de los hombres y mujeres de edad, lo había hecho bastante bien. Tal vez imaginó que una o dos personas se avergonzaban cuando un anciano con barba hasta la cintura, dijo con una sonrisa: —Una chica que puede acomodar huesos no tendría problemas para encontrar un marido —pero eso pasó, y con nada más que hacer, la gente comenzó el largo ascenso de nuevo a la colina... y luego el coche llegó y pasó y, después, lo que era peor, se detuvo. Tenía el escudo de armas de la familia Recuerdo en el lateral. Un joven se bajó. Muy apuesto a su manera, pero también tan rígido a su manera que podrías planchar sábanas sobre él. Éste era Roland. No se había alejado más de un paso cuando una voz bastante desagradable desde el interior del coche le dijo que debería haber esperado a que el lacayo abriese la puerta para él, y que se diera prisa, porque no tenían todo el día. El joven corrió hacia la multitud y hubo un arreglo general de aspecto en marcha porque, después de todo, aquí venía el hijo del Barón, que era dueño de la mayor parte

de la Creta y de casi todas sus casas, y aunque él era un viejo decente, como son los viejos, un poco de cortesía a su familia era sin duda una sabia movida... —¿Qué pasó aquí? ¿Están todos bien? —dijo. La vida en la creta era generalmente agradable y la relación entre el patrón y el hombre era de respeto mutuo; sin embargo, los trabajadores del campo habían heredado la idea de que podía ser imprudente tener demasiadas palabras con la gente poderosa, en caso de que alguna de esas palabras resultara ser una palabra fuera de lugar. Después de todo, todavía había una cámara de tortura en el castillo y aunque no había sido utilizada por cientos de años... bien, mejor estar en el lado seguro, mejor dar un paso atrás y dejar que la bruja hablara. Si ella se metía en problemas, podía volar. —Uno de esos accidentes que tenían que suceder, me temo —dijo Tiffany, consciente de que ella era la única mujer presente que no había hecho una reverencia —. Algunos huesos rotos que reparar y unas pocas caras rojas. Todo solucionado, gracias. —¡Ya lo veo, ya lo veo! ¡Muy bien hecho, señorita! Por un momento, Tiffany pensó que podía saborear sus dientes. ¿Señorita, de... él? Era casi, pero no completamente, un insulto. Pero nadie parecía haberse dado cuenta. Era, después de todo, el tipo de lenguaje que los nobles usaban cuando trataban de ser amables y alegres. Está tratando de hablar con ellos como hacía su padre, pensó, pero su padre lo hacía por instinto y era bueno en eso. No se puede hablar con la gente como si fueran una reunión pública. Ella dijo: —Muchas gracias, señor. Bueno, no tan mal hasta ahora, sólo que ahora la puerta del coche se abrió de nuevo y un exquisito pie blanco tocó el pedernal. Era ella: Angélica o Leticia o alguna otra cosa del jardín; de hecho Tiffany sabía muy bien que era Leticia, ¿pero seguramente podía justificar tan sólo un pequeño toque desagradable en la intimidad de su propia cabeza? ¡Leticia! Qué nombre. A medio camino entre una ensalada y un estornudo. Además, ¿quién era Leticia para mantener a Roland lejos de la feria de la fregada? ¡Tendría que haber estado allí! ¡Su padre habría estado allí si el viejo pudiera! ¡Y mira! ¡Diminutos zapatos blancos! ¿Cuánto tiempo durarían en alguien que tenga que hacer un trabajo de veras? Ella se detuvo allí: un poco mala era suficiente. Leticia miró a Tiffany y a la multitud con algo como miedo y dijo: —¿Podemos seguir, por favor? Madre se está enfadando. Y así el coche se fue, y el hombre del organillo afortunadamente se fue, y el sol se fue, y en las cálidas sombras del crepúsculo algunas personas se quedaron. Pero Tiffany voló sola a casa, en lo alto, donde sólo los murciélagos y las lechuzas podían ver su rostro.

Capítulo 2 LA CENCERRADA ELLA TUVO UNA hora de sueño antes que la pesadilla comenzara. Lo que ella recordó más acerca de esa noche fue el golpeteo de la cabeza del Sr. Petty, contra la pared y el pasamano, mientras lo sacaba de su cama y lo arrastraba del camisón sucio escalera abajo. Era un hombre corpulento y medio dormido; la otra mitad de él estaba muerto de borracho. Lo importante era no darle tiempo para pensar, ni siquiera por un momento, mientras lo arrastraba detrás de ella como un saco. Tenía tres veces su peso, pero ella sabía nivelar. No podías ser una bruja si no podías maniobrar a alguien más pesado que tú. Nunca serías capaz de cambiar las sábanas de un inválido de otra manera. Y ahora él resbaló los últimos escalones hasta la pequeña cocina de la cabaña, y vomitó sobre el suelo. Ella estaba bastante contenta por eso; estar acostado en el apestoso vómito era lo menos que el hombre merecía, pero tenía que ser rápida para hacerse cargo, antes de que tuviera tiempo de recobrar la compostura. La aterrorizada Sra. Petty, un ratón de mujer, había corrido gritando a lo largo de las veredas hacia la taberna de la aldea, tan pronto como los golpes habían comenzado, y el padre de Tiffany había enviado a un muchacho para despertarla. El Sr. Doliente era un hombre con importante visión de futuro y debe haber sabido que el buen humor cervecero después de un día en la feria puede ser la perdición de todo el mundo, y cuando Tiffany aceleró hacia la cabaña en su escoba, había escuchado el comienzo de la cencerrada. Ella golpeó la cara de Petty. —¿Puede escuchar eso? —exigió, agitando la mano hacia la ventana oscura—. ¿Puede oírlo? Ése es el sonido de la cencerrada, y la están tocando para usted, Sr. Petty, para usted. ¡Y tienen palos! ¡Y tienen piedras! Tienen todo lo que pueden recoger, y tienen sus puños y el bebé de su hija murió, señor Petty. Usted golpeó a su hija tan fuerte, Sr. Petty, que el bebé murió, y su esposa está siendo consolada por algunas de las mujeres y todo el mundo sabe que lo ha hecho, todo el mundo lo sabe. Miró fijamente a sus ojos inyectados en sangre. Sus manos se habían cerrado de forma automática en puños porque él siempre había sido un hombre que pensaba con ellos. Pronto iba a tratar de usarlos, ella lo sabía, porque era más fácil golpear que pensar. El Sr. Petty se había abierto paso por la vida golpeando.

La cencerrada se acercaba lentamente, porque es difícil caminar por los campos en una noche oscura cuando uno ha tomado un odre de cerveza, no importa qué tan justo se esté sintiendo ahora. Tenía la esperanza de que no entraran en el establo en primer lugar, porque le colgarían en el acto. Si tenía suerte, tan sólo le colgarían. Cuando ella miró en el granero y vio que el asesinato se había cometido, supo que, sin ella, se cometería de nuevo. Había puesto un encanto a la chica para mantener su dolor a distancia, suspendiéndolo por encima de su propio hombro. Era invisible, por supuesto, pero en el ojo de su mente quemaba en un naranja ardiente. —Fue ese muchacho —masculló el hombre, con el vómito corriéndole por el pecho—. Viniendo por aquí, trastornándole la cabeza de ella para que no escuchara a su madre o a mí. Y tiene sólo trece años. Es un escándalo. —Guillermo tiene trece también —dijo Tiffany, intentando mantener su nivel de voz. Era difícil; la rabia anhelaba salir—. ¿Está tratando de decirme que ella era demasiado joven para un poco de romance, pero lo bastante joven para ser golpeada tan fuerte que sangró por lugares donde no se debe sangrar? Ella no podía saber si él había recobrado realmente sus sentidos, porque el hombre tenía tan pocos, en el mejor de los casos, que era difícil saber si tenía alguno en absoluto. —No era correcto, lo que estaban haciendo —dijo—. Un hombre tiene que tener disciplina en su propia casa, después de todo, ¿no es cierto? Tiffany podía imaginar el acalorado lenguaje en la taberna cuando la obertura de la música terminó. No había muchas armas en los pueblos de la Creta, pero había cosas tales como hoces y guadañas, cuchillos para paja y martillos grandes, grandes. No eran armas… hasta que golpeabas a alguien con ellas. Y todo el mundo conocía el temperamento del viejo Petty, y la cantidad de veces que su esposa dijo a los vecinos que se había puesto el ojo negro contra una puerta. Oh, sí… podía imaginar la conversación en la taberna, con la cerveza participando, y la gente recordando dónde todas esas cosas que no eran armas colgaban en sus galpones. Cada hombre era el rey en su pequeño castillo. Todo el mundo sabía de eso —bueno, al menos todos los hombres— por lo que te ocupabas de tus propios asuntos cuando se trataba del castillo de otro hombre, hasta que el castillo empezaba a oler mal, y entonces había que hacer algo al respecto para que no cayeran todos los castillos. El Sr. Petty era uno de los hoscos pequeños secretos del vecindario, pero no era más un secreto. —Yo soy su única oportunidad, Sr. Petty —dijo—. Huya. Coja lo que pueda y salga corriendo ahora mismo. Huya a donde nunca hayan oído hablar de usted, y después, corra un poco más lejos, sólo para estar en el lado seguro, porque no será capaz de detenerlos, ¿me entiende? Personalmente, no podría importarme menos lo que le sucede a su miserable cuerpo, pero no quiero ver a la gente buena convertirse en gente mala por cometer un asesinato, por lo que simplemente corra a través de los campos y no voy a recordar en qué dirección se fue. —No puede echarme de mi propia casa —dijo entre dientes, encontrando algún desafío beodo. —Ha perdido su casa, su mujer, su hija... y su nieto, Sr. Petty. Usted no encontrará amigos aquí esta noche. Yo sólo le ofrezco su vida. —¡Fue la bebida la que lo hizo! —estalló Petty—. ¡Se hizo por el trago, señorita!

—Pero usted bebió el trago, y luego bebió otro trago, y otro más —dijo—. Usted bebió durante todo el día en la feria y sólo regresó porque la bebida quería ir a la cama. —Tiffany podía sentir sólo frío en su corazón. —Lo siento. —No es suficiente, Sr. Petty, no es suficiente en absoluto. Desaparezca y conviértase en una persona mejor y entonces, quizás, cuando usted vuelva como un hombre cambiado, la gente aquí pueda encontrar eso en su corazón, para decirle hola, o por lo menos saludarlo con la cabeza. Ella había estado mirando sus ojos, y conocía al hombre. Algo en su interior hervía. Estaba avergonzado, confundido y resentido, y en estas circunstancias, los Petty del mundo golpeaban. —Por favor, no, Sr. Petty —dijo—. ¿Tiene usted alguna idea de lo que le sucedería si golpea a una bruja? Ella pensó, con esos puños, probablemente me podría matar con un golpe y es por eso que tengo la intención de mantenerlo con miedo. —Usted organizó la cencerrada en mi contra, ¿verdad? Ella suspiró. —Nadie controla la música, Sr. Petty, usted lo sabe. Sólo aparece cuando las personas han tenido suficiente. Nadie sabe dónde comienza. La gente mira a su alrededor, y capta la mirada de otro, y se hacen una leve inclinación de cabeza, y otras personas ven eso. Otras personas atraen su atención y así, muy lentamente, comienza la música y alguien coge una cuchara y la golpea en un plato, y luego alguien golpea una jarra sobre la mesa y las botas empiezan a golpear en el suelo, cada vez más fuerte. Es el sonido de la ira, es el sonido de las personas que han tenido suficiente. ¿Quiere hacer frente a la música? —Cree que es muy inteligente, ¿verdad? —gruñó Petty—. Con su escoba y su magia negra, ordenando a la gente ordinaria. Ella casi lo admiró. Allí estaba, sin amigos en el mundo, cubierto con su propio vómito y —olfateó: sí, había orina goteando de su camisón— sin embargo era bastante estúpido para contestar así. —No inteligente, Sr. Petty, sólo más inteligente que usted. Y eso no es difícil. —¿Sí? Pero ser inteligente te mete en problemas. Un resbalón de una chica como tú, metiéndose en los asuntos de los demás... ¿Qué vas a hacer cuando la música venga por ti, ¿eh? —Corra, Sr. Petty. Salga de aquí. Es su última oportunidad —dijo. Y probablemente lo era, podía distinguir las voces ahora. —Bueno, ¿dejaría su majestad que un hombre se ponga las botas? —dijo con sarcasmo. Se agachó por ellas junto a la puerta, pero se podía leer al Sr. Petty como un libro muy pequeño, uno con marcas de dedos en todas las páginas y un trozo de tocino como señalador. Se acercó balanceando los puños. Ella dio un paso hacia atrás, atrapó su muñeca y dejó salir el dolor. Lo sentía fluir por el brazo, dejando un hormigueo, en la mano ahuecada y en Petty: todo el dolor de su hija en un segundo. Lo arrojó a través de la cocina y debe haber quemado todo

dentro de él, excepto el miedo animal. Corrió a la desvencijada puerta de atrás como un toro, pasó a través de ella y se dirigió hacia la oscuridad. Ella regresó tambaleante al granero, donde ardía una lámpara. Según Yaya Ceravieja, no sentías el dolor que llevabas, pero era una mentira. Una mentira necesaria. Sentías el dolor que llevabas, y porque no era realmente tu dolor de alguna manera podías soportarlo, pero al salir te dejaba débil y conmocionada. Cuando la turba que cargaba golpeando cosas llegó, Tiffany estaba sentada tranquilamente en el establo con la niña dormida. El ruido fue alrededor de la casa, pero no entró; ésa era una de las reglas no escritas. Era difícil creer que en la anarquía de la cencerrada había reglas, pero las había; podía continuar durante tres noches, o parar en una, y nadie saldría de la casa cuando la música estaba en el aire y nadie llegaba a casa a escondidas o se volvía a casa tampoco, a menos que fuera a pedir perdón, comprensión o diez minutos para preparar sus maletas y salir corriendo. La cencerrada no se organizaba. Parecía ocurrir en todo el mundo a la vez. Se producía cuando una aldea pensaba que un hombre había golpeado a su mujer demasiado duro o demasiado salvajemente a su perro, o si un hombre casado y una mujer casada se olvidaban que estaban casados con otras personas. Había otros delitos más oscuros en contra de la música también, pero no se hablaban de manera abierta. A veces la gente podía detener la música con la reparación de sus acciones; muy a menudo empacaban y se alejaban antes de la tercera noche. Petty no hubiera aceptado la sugerencia; Petty hubiera salido agitando los puños. Y habría habido una pelea y alguien hubiera hecho algo estúpido, es decir, incluso más estúpido que lo que Petty había hecho. Y entonces el Barón lo sabría y la gente podría perder sus medios de subsistencia, lo que significaría que tendría que dejar la Creta e ir tal vez tan lejos como diez millas en busca de trabajo y una nueva vida entre extraños. El padre de Tiffany era un hombre de instinto agudo y abrió suavemente la puerta del establo unos minutos más tarde, cuando la música fue decayendo. Ella sabía que era un poco embarazoso para él; era un hombre muy respetado, pero de alguna manera, ahora, su hija era más importante que él. Una bruja no recibía órdenes de nadie, y ella sabía que los otros hombres se burlaban de él. Ella sonrió y él se sentó en el heno junto a ella mientras la música salvaje no encontraba nada para golpear, apedrear o colgar. El Sr. Doliente no desperdiciaba palabras en el mejor de los casos. Miró a su alrededor y su mirada cayó sobre el pequeño bulto, apresuradamente envuelto en paja y sacos, que Tiffany había puesto donde la niña no lo viera. —¿Así que es verdad, ella estaba embarazada, entonces? —Sí, Papá. El padre de Tiffany parecía no mirar a nada en absoluto. —Mejor si no lo encuentran —dijo después de un intervalo decente. —Sí —dijo Tiffany. —Algunos de los muchachos hablaban de colgarlo. No los habríamos dejado, por supuesto, pero habría sido un mal negocio, con la gente tomando partido. Es como un veneno en un pueblo. —Sí.

Se sentaron en silencio durante un rato. Entonces su padre miró a la muchacha dormida. —¿Qué has hecho por ella? —preguntó. —Todo lo que puedo —dijo Tiffany. —¿Y le hiciste esa cosita aleja-el-dolor que haces? Ella suspiró. —Sí, pero eso no es todo lo que tiene que alejarse. Necesito que me prestes una pala, papá. Voy a enterrar a la pobre cosita en el bosque, donde nadie lo sabrá. Él miró hacia otro lado. —Me gustaría que no fueras tú la que haga esto, Tiff. No tienes dieciséis años todavía y te veo corriendo por allí curando a la gente y vendando a la gente y quién sabe qué tareas extrañas. No deberías tener que estar haciendo todo eso. —Sí, lo sé —dijo Tiffany. —¿Por qué? —le preguntó de nuevo. —Debido a que otras personas no lo hacen, o no lo harán, o no pueden, por eso. —Pero no es tu asunto, ¿verdad? —Yo lo hice mi asunto. Soy una bruja. Es lo que hacemos. Cuando no es asunto de nadie más, es mi asunto —dijo Tiffany rápidamente. —Sí, pero todos pensamos que todo iba a ser andar zumbando en escobas y cosas por el estilo, no cortar las uñas de los pies a las viejas. —Pero la gente no entiende qué es necesario —dijo Tiffany—. No es que sean malos, es sólo que no piensan. Toma a la vieja Sra. Stocking, que no tiene nada en el mundo a excepción de su gato y un montón de artritis. La gente le daba un bocado para comer bastante a menudo, eso es cierto, pero nadie se daba cuenta de que sus uñas eran tan largas que se enredaban en el interior de sus botas ¡y ella no había sido capaz de cortárselas por un año! La gente de por aquí está bien cuando se trata de comida y un ramo de flores de vez en cuando, pero no están cuando las cosas se ponen un poco en el lado complicado. Las brujas se dan cuenta de estas cosas. Oh, hay una cierta cantidad de zumbar, eso es cierto, pero sobre todo es para llegar rápidamente a algún lugar donde hay un lío. Su padre sacudió la cabeza. —¿Y te gusta hacer esto? —Sí. —¿Por qué? Tiffany tuvo que pensar en esto, los ojos de su padre no dejaban su rostro. —Bueno, Papá, sabes cómo Yaya Doliente siempre solía decir: “Alimentar al que tiene hambre, vestir al que está desnudo, y hablar por los que no tienen voz”. Bueno, supongo que hay lugar allí para "Agarrar por aquellos que no se pueden inclinar, llegar por los que no se pueden estirar, limpiar por los que no se pueden torcer", ¿no crees? Y porque a veces tienes un buen día que compensa por todos los días malos, y sólo por un momento, se oye el mundo girar —dijo Tiffany—. No puedo decirlo de otra manera. Su padre la miró con una especie de perplejidad orgullosa.

—Y tú crees que vale la pena, ¿verdad? —¡Sí, Papá! —¡Entonces estoy orgulloso de ti, jiggit, estás haciendo un trabajo de hombres! Había utilizado el sobrenombre que sólo la familia conocía, y ella lo besó con educación y no le dijo que era poco probable ver a un hombre haciendo el trabajo que ella hacía. —¿Qué van a hacer ustedes con los Petty? —preguntó. —Tu madre y yo podríamos recibir a la Sra. Petty y su hija y... —El Sr. Doliente hizo una pausa y le dirigió una mirada extraña, como si ella le diera miedo—. Nunca es sencillo, mi niña. Seth Petty era un muchacho bastante decente cuando éramos jóvenes. No era el cerdito más brillante del chiquero, te lo concedo, pero bastante decente a su manera. Su padre fue un loco; quiero decir, las cosas eran un poco improvisadas en esos días y podrías esperar un coscorrón en la cabeza si desobedecías, pero el padre de Seth tenía un grueso cinturón de cuero con dos hebillas en él, y lo dejaría caer sobre Seth sólo por mirarlo de una manera rara. Ni hablar de una mentira. Siempre solía decír que iba a darle una lección. —Parece que lo logró —dijo Tiffany, pero su padre levantó una mano. —Y luego estaba Molly —añadió—. No podría decir que Molly y Seth fueron hechos el uno para otro, porque en verdad ninguno de ellos estaba hecho para nadie, pero supongo que de alguna manera eran felices juntos. En aquellos días, Seth era un arriero, conduciendo los rebaños todo el camino a la gran ciudad a veces. No era el tipo de trabajo que necesita mucho aprendizaje, y podría ser que algunas de las ovejas fueran un poco más brillantes que él, pero era un trabajo que necesitaba hacerse, y él cobraba un salario y nadie pensaba lo peor de él por eso. El problema era que eso significaba que dejaba sola a Molly durante semanas cada vez, y... —El padre de Tiffany se detuvo, avergonzado. —Sé lo que vas a decirme —dijo Tiffany, para ayudarlo, pero él se encargó de ignorarlo. —No es que ella fuera una chica mala —dijo—. Es que ella nunca entendió realmente de qué se trataba, y no había nadie que le dijera, y tienes todo tipo de extraños y viajeros de paso todo el tiempo. Muy guapos los tipos, algunos de ellos. Tiffany se apiadó de él, sentado allí, con aspecto miserable, avergonzado de decir a su niña cosas que su niña no debería saber. Entonces ella se inclinó y le besó en la mejilla de nuevo. —Lo sé, papá, realmente lo sé. Ámbar no es en realidad su hija, ¿verdad? —Bueno, nunca he dicho eso, ¿verdad? Podría serlo —dijo su padre con torpeza. Y ése sería el truco, ¿verdad?, pensó Tiffany. Tal vez si Seth Petty lo hubiera sabido de un modo u otro, podría haber llegado a un acuerdo con el tal vez. Puede ser. Nunca se sabe. Pero él no lo sabía, tampoco, y habría algunos días en que pensaba que sabía y algunos días en que pensaba lo peor. Y para un hombre como Petty, que era un extraño para el pensamiento, los pensamientos oscuros rodarían en su cabeza hasta que se enredaran en su cerebro. Y cuando el cerebro deja de pensar, los puños entran. Su padre la observaba muy de cerca. —¿Tú sabes acerca de este tipo de cosas? —dijo.

—Lo llamamos dar vueltas por las casas. Cada bruja lo hace. Por favor, trata de entenderme, Papá. He visto cosas horribles, y algunas de ellas eran más horribles porque eran, bueno, normales. Todos los pequeños secretos detrás de las puertas cerradas, Papá. Las cosas buenas y las cosas malas que no voy a contarte. ¡Es parte de ser una bruja! Se aprende el sentido de las cosas. —Bueno, ya sabes, la vida no es precisamente un lecho de rosas para ninguno de nosotros... —comenzó su padre—. Hay un momento cuando… —Había una vieja cerca de Tajada —le interrumpió Tiffany—. Y murió en su cama. Nada particularmente malo en eso, de veras: ella se había quedado sin vida. Pero ella estuvo allí durante dos meses antes de que alguien se preguntara qué había pasado. Son un poco extraños en Tajada. Lo peor de todo fue que sus gatos no podían salir y comenzaron a comerla a ella; quiero decir, ella era loca por los gatos y probablemente no le habría importado, pero una de las gatas tuvo gatitos en su cama. En su lecho real. Fue realmente muy difícil encontrar casas para los gatitos en lugares donde la gente no hubiera oído la historia. Eran hermosos gatitos también, bellos ojos azules. —Eh —comenzó su padre—. Cuando dices "en su cama", quieres decir... —Con ella todavía arriba, sí —dijo Tiffany—. He tenido que hacer frente a los muertos, sí. Vomitas un poco la primera vez, y luego te das cuenta de que la muerte es, bien, parte de la vida. No es tan malo si piensas en ello como una lista de cosas que hacer, y haces una a la vez. Es posible que tenga un poco de llorar también, pero todo es parte de ella. —¿Nadie te ayudó? —Oh, un par de señoras me ayudaron cuando toqué a sus puertas, pero en realidad ella era asunto de nadie. Puede ocurrir así. La gente desaparece en las grietas. —Hizo una pausa—. Papá, todavía no estamos usando el viejo granero de piedra, ¿verdad? ¿Puedes hacer que algunos de los muchachos lo limpien para mí? —Por supuesto —dijo su padre—. ¿Te importa si pregunto por qué? Tiffany escuchó su cortesía; estaba hablando con una bruja. —Creo que estoy teniendo una especie de idea —dijo—. Y creo que puedo hacer un buen uso de ese granero. Es sólo un pensamiento, y en todo caso no hará ningún daño que se arregle. —Bueno, todavía me siento poderosamente orgulloso cuando te veo corriendo por todo el lugar en esa escoba tuya —dijo su padre—. Eso es magia, ¿no? Todo el mundo quiere que la magia exista, pensó Tiffany para sí misma, y ¿que se puede decir? ¿No, no lo es? O: ¿Sí, existe, pero no es lo que piensas? Todo el mundo quiere creer que podemos cambiar el mundo chasqueando los dedos. —Los enanos las hacen —dijo—. No tengo ni idea de cómo funcionan. Quedarse sobre ellas, ese es el truco. La cencerrada había muerto ahora, posiblemente porque no había nada que hacer, o tal vez porque —y esto era muy probable— si los músicos regresaban a la taberna pronto, podría haber tiempo para otro trago antes de que cerrara. El Sr. Doliente se puso de pie. —Creo que deberíamos llevar a esta chica a casa, ¿no? —Mujer joven —corrigió Tiffany, inclinándose sobre ella.

—¿Qué? —Mujer joven —dijo Tiffany—. Se merece eso, al menos. Y creo que debería llevarla a otro lugar primero. Ella necesita más ayuda que la que yo puedo darle. ¿Puedes por favor ir a pedir prestada una cuerda? Tengo una correa de cuero en el palo de escoba, por supuesto, pero no creo que vaya a ser suficiente. —Ella escuchó un ruido por encima del pajar, y sonrió. Algunos amigos pueden ser tan confiables. Pero el Sr. Doliente se veía sorprendido. —¿Te la llevarás? —No muy lejos. Tengo que hacerlo. Pero mira, no te preocupes. Si mamá prepara una cama extra pronto la tendré de vuelta. Su padre bajó la voz. —Son ellos, ¿no? ¿Todavía te siguen? —Bueno —dijo Tiffany—, ellos dicen que no, ¡pero sabes que los Nac Mac Feegle son unos pequeños mentirosos! Había sido un día largo, y no uno bueno, de lo contrario no habría sido tan injusta, pero —curiosamente— no hubo respuesta desde arriba. Para su sorpresa, la falta de Feegles era de repente casi tan inquietante como una sobredosis. Y luego, para su deleite, una pequeña voz dijo: —Ja, ja, ja, ella no nos agarró esta vez, ¿sí, muchachos? ¡Seguimos tan silenciosos como pequeños ratones! ¡La gran hag pequeñita no sospecha nada! ¿Muchachos? ¿Muchachos? —Wullie Tonto, juro que no tenéis suficiente cerebro para sonarte la nariz —dijo una voz similar, pero enojada—. ¿Qué parte de tae no decir una sola palabra no entendéis? ¡Och, crivens! Este último comentario fue seguido por los sonidos de una reyerta. El Sr. Doliente miró nerviosamente a la azotea y se acercó más. —¿Sabes que tu madre está muy preocupada por ti? Sabes que acaba de ser abuela de nuevo. Ella está muy orgullosa de todos ellos. Y de ti también, por supuesto —añadió apresuradamente—. Pero todo este asunto de bruja, bueno, ese no es el tipo de cosas que un joven busca en una esposa. Y ahora que tú y el joven Roland... Tiffany trató con esto. Tratar era también parte de la brujería. Su padre parecía tan miserable que ella puso su rostro alegre y le dijo: —Si yo fuera tú, papá, querría ir a casa y dormir tranquilo. Voy a arreglar las cosas. En realidad, hay un rollo de cuerda por ahí, pero estoy segura de que no voy a necesitarla ahora. Pareció aliviado por esto. Los Nac Mac Feegle podían ser bastante preocupantes para los que no los conocían muy bien, aunque ahora que lo pensaba, podían ser muy preocupantes durante todo el tiempo que los había conocido; un Feegle en tu vida muy pronto la cambiaba. —¿Han estado aquí todo este tiempo? —preguntó, tan pronto como su padre salió. Por un momento llovieron trozos de heno y Feegles enteros.

El problema de enojarse con los Nac Mac Feegle es que era como enojarse con una caja de cartón o con el clima; no hacía ninguna diferencia. Ella tenía que continuar de todos modos, porque ya era una especie de tradicion. —¡Roba A Cualquiera! ¡Prometiste no espiarme! Roba levantó una mano. —Ah bien, vos lo teneis, bastante correcto, pero es una de esas equivocaciones, señorita, porque no estábamos espiando, ¿verdad, muchachos? La masa de pequeñas figuras azules y rojas que ahora cubría el suelo del granero levantó su voz en un coro de flagrante mentira y perjurio. Disminuyeron al ver su expresión. —¿Por qué es, Roba A Cualquiera, que persisten en la mentira cuando se ven atrapados in fraganti? —Ah bien, eso es fácil, señorita —dijo Roba A Cualquiera, que era técnicamente el jefe de los Nac Mac Feegle—. Después de todo, sabéis, ¿cuál sería el sentido de mentir cuando no has hecho nada malo? De todos modos, ahora estoy herido de muerte en mis vísceras a causa de mi buen nombre calumniado —dijo, sonriendo—. ¿Cuántas veces os he mentido, señorita? —Setecientas cincuenta y tres veces —dijo Tiffany—. Cada vez que prometiste no interferir en mis asuntos. —Ah, bien —dijo Rob A Cualquiera—, vos sois aún nuestra gran hag pequeñita. —Ése puede o puede no ser el caso —dijo Tiffany con altivez—, pero yo soy mucho más grande y mucho menos pequeña que lo que solía ser. —Y mucho más vieja —dijo una voz alegre. Tiffany no tuvo que mirar para saber quién estaba hablando. Sólo Wullie Tonto podría meter la pata hasta su cuello. Ella miró su pequeño rostro radiante. Y él nunca entendía bien qué era lo que estaba haciendo mal. ¡Hag! No sonaba bonito, pero cada bruja era una hag para los Feegles, no obstante qué tan joven fuera. Ellos no querían decir nada con eso — bueno, probablemente no querían decir nada con eso, pero una no podía decirlo con certeza— y a veces Roba A Cualquiera sonreía cuando lo decía, pero no era su culpa que para cualquiera de más de seis pulgadas de alto la palabra significaba alguien que peinaba su pelo con un rastrillo y tenía dientes peores que una oveja vieja. Que te llamen una hag cuando tienes nueve años puede ser algo gracioso. No es tan divertido cuando tienes casi dieciséis años y has tenido un día muy malo y muy poco sueño y realmente, realmente, te vendría bien un baño. Roba A Cualquiera claramente se percató de esto, porque se volvió hacia su hermano y le dijo: —¿Vos tendríais en la mente, oh hermano mío, que hay momentos en que debéis meter la cabeza en el culo de un pato en vez de hablar? Wullie Tonto miró a sus pies. —Lo siento, Roba. Yo no pude encontrar un pato ahora. El jefe de los Feegles miró a la niña en el suelo, durmiendo suavemente bajo su manta, y de repente todo fue serio. —Si hubiéramos estado aquí cuando esa paliza estaba ocurriendo, habría sido un mal día para él, yo os voy a decir —dijo Roba A Cualquiera.

—Menos mal que no estabas aquí entonces —dijo Tiffany—. No quieres encontrar gente yendo hasta el montículo con palas, ¿verdad? Te mantienes lejos de los bigjobs, ¿me oyes? Ustedes los ponen nerviosos. Cuando las personas se ponen nerviosas, se enfadan. Pero ya que están aquí pueden ser útiles. Quiero que lleves a esta pobre muchacha hasta el montículo. —Sí, lo sabemos —dijo Rob—. ¿No fue la misma kelda que nos envió aquí para encontrarte? —¿Ella sabía de esto? ¿Jeannie sabía acerca de esto? —Yo no tengo el conocimiento —dijo Rob nervioso. Él siempre se ponía nervioso al hablar de su esposa, Tiffany lo sabía. La amaba con locura, y el pensamiento de ella con el ceño fruncido en su dirección volvía sus rodillas de jalea. La vida de todos los otros Feegles en general se trataba de lucha, robo y borracheras, con unas pocas partes adicionales como la obtención de alimentos, sobre todo ganado, y lavar la ropa, que en su mayoría no lo hacían. Como marido de la kelda, Roba A Cualquiera tenía que hacer la Explicación también, y eso nunca fue un trabajo fácil para un Feegle. —Jeannie tiene el conocimiento de las cosas, ¿sabéis? —dijo, sin mirar directamente a Tiffany. Sintió pena por él, entonces; debe ser mejor estar entre la espada y la pared que estar entre una kelda y una hag, pensó.

Capítulo 3 ÉSOS QUE SE AGITAN EN SU SUEÑO La Luna estaba bien alta y convertía al mundo en un rompecabezas de bordes afilados de color negro y plata cuando Tiffany y los Feegles se dirigieron a las colinas. Los Nac Mac Feegle podían moverse en absoluto silencio cuando querían; Tiffany había sido cargada por ellos, y siempre fue un paseo suave, y realmente muy agradable, especialmente si habían tomado un baño en el último mes, más o menos. Cada pastor en las colinas debía haber visto el montículo Feegle en algún momento u otro. Nadie hablaba de ello. Algunas cosas era mejor dejarlas tácitas, como el hecho de que la pérdida de corderos en la colina donde vivían los Feegles era mucho menor que en las zonas más distantes de la Creta, pero por otro lado unas pocas ovejas desaparecerían; serían los corderos débiles o las ovejas muy viejas (a los Feegles les gustaba el cordero fuerte, de edad, del tipo que podían masticar durante horas)… los rebaños eran custodiados, y la custodia se pagaba. Además, el montículo estaba muy cerca de todo lo que quedaba de la cabaña de pastoreo de Yaya Doliente, y ésa era casi tierra santa. Tiffany podía oler el humo que escapaba a través de los arbustos espinosos mientras se acercaban. Bueno, por lo menos era una bendición que ella no tuviera que deslizarse por el agujero para entrar; ese tipo de cosas estaba muy bien cuando tenías nueve, pero cuando tienes casi dieciséis es indigno, la ruina de un buen vestido y, aunque ella no lo admitiría, demasiado estrecho para estar cómoda. Pero Jeannie la Kelda había estado haciendo cambios. Había un viejo pozo de creta muy cerca del montículo, al que se llegaba por un pasadizo subterráneo. La kelda había puesto a los muchachos a trabajar en esto con trozos de hierro corrugado y lona que habían "encontrado", de esa manera muy particular que tenían de “encontrar” cosas. Todavía parecía un pozo de caliza típico de las tierras altas, porque zarzas y vides Henry Escalada y Betty Piruetas habían sido entrenadas, de modo que un ratón apenas sería capaz de encontrar su camino adentro. El agua, sin embargo, podía entrar, goteando en el hierro y llenando los barriles por debajo; había un espacio mucho más grande ahora para cocinar, e incluso suficiente espacio para que Tiffany bajase si recordaba gritar su nombre primero, cuando manos escondidas tiraban de cuerdas y abrían el camino a través de las intransitables zarzas como por arte de magia. La kelda tenía su propio baño privado ahí abajo: los Feegles se daban un baño sólo cuando algo se los recordaba, como un eclipse de luna.

Ámbar fue entrada a toda velocidad por el agujero y Tiffany esperó con impaciencia cerca del sitio correcto en el bosque de zarzas hasta que las espinas, por arte de magia, se hicieron "a un lado". Jeannie, la Kelda, casi tan redonda como una pelota, la estaba esperando, un bebé en cada brazo. —Estoy muy contenta de verte, Tiffany —dijo ella, y por alguna razón eso sonaba extraño y fuera de lugar—. Les he dicho a los muchachos tae ir a desahogarse fuera — continuó la kelda—. Éste es un trabajo de mujer, y no una buena tarea para nada, estoy segura que estaréis de acuerdo. La han colocado cerca del fuego y he empezado a poner balsámicos en ella. Yo creo que ella lo va a soportar bien, pero fue un buen trabajo el que habéis hecho esta noche. Tu famosa Sra. Ceravieja misma no podría haber hecho un mejor trabajo. —Ella me enseñó a eliminar el dolor —dijo Tiffany. —¿No me digáis? —dijo la kelda, lanzando a Tiffany una mirada extraña—. Espero que nunca tengáis ocasión para lamentar el día que os hizo esta... amabilidad. En este punto, varios Feegles aparecieron por el túnel que conducía al montículo principal. Miraron con inquietud de su kelda a su hag, y un vocero muy reacio dijo: —No es por interrumpir nada, señoras, pero estaba preparando un pequeño bocadillo de madrugada, y Roba dice que pregunte si la gran hag pequeñita quisiera una pequeña probada. Tiffany olfateó. Había un olor definido en el aire, y era el tipo de aroma que se percibe cuando tienes carne de ovino en estrecha colaboración con, por ejemplo, un molde para hornear. Muy bien, pensó, sabemos que lo hacen, ¡pero podrían tener los buenos modales de no hacerlo delante de mí! El vocero debía haberse dado cuenta de esto porque, mientras estrujaba frenéticamente el borde de su kilt con las dos manos, como hacían generalmente los Feegles cuando estaban diciendo una mentira enorme, añadió: —Bueno, creo que escuché que tal vez un trozo de oveja cayó accidentalmente en la olla cuando cocinaba y tratamos de sacarlo afuera, pero —bueno, sabéis como son las ovejas—, entró en pánico y se defendió. —En este punto, el evidente alivio del vocero por ser capaz de improvisar algún tipo de excusa le llevó a intentar una mayor altura en la ficción, y continuó—: Pienso que se debe haber suicidado por no tener nada que hacer durante todo el día más que comer hierba. Miró esperanzado a Tiffany para ver si esto había funcionado, justo cuando la kelda lo interrumpía, diciendo: —Pequeño Bocadulce Jock, tan sólo ve allí dentro y di que a la gran hag pequeñita le gustaría un sándwich de cordero, ¿de acuerdo? —Miró a Tiffany y le dijo —: No discutáis, chica. Me parecéis tae no haber tenido una decente comida caliente. Yo sé bien que las brujas se encargan de todo el mundo menos de sí mismas. Id a correr por ahí, muchachos. Tiffany todavía podía sentir una tensión en el aire. La solemne mirada de la kelda se quedó fija en ella y, después Jeannie dijo: —¿Te acuerdas de ayer? Sonaba como una pregunta tonta, pero Jeannie nunca fue tonta. Valía la pena pensar, aunque Tiffany añoró algunas ovejas suicidas y una noche de sueño decente.

—Ayer —bueno, supongo que es el día antes de ayer ahora —me llamaron a Sinhebilla —dijo pensativa—. El herrero no había tenido cuidado con su fragua, y se había abierto y le disparó brasas por toda su pierna. Yo lo traté y le quité el dolor, que puse en su yunque. Por hacer esto, me pagaron veinticuatro libras de papas, tres pieles de venado curado, la mitad de un cubo de clavos, una sábana vieja pero bastante útil para hacer vendajes y un frasco pequeño de grasa de erizo, que su esposa juró que era un remedio capital para la inflamación de los intestinos. También comí una buena porción de guiso con la familia. Entonces, ya que estaba en los alrededores, me fui a Muchashebillas, donde atendí el pequeño problema del Sr. Gower. Le mencioné la grasa de erizo, y él dijo que era una cura maravillosa para los innombrables, y negoció conmigo un jamón entero por la jarra. La Sra. Gower me hizo té y me permitió recoger una gran canasta de amor-en-un-aprieto, que crece con mayor libertad en su jardín que en cualquier otro sitio. —Tiffany se detuvo un momento—. Oh, sí, y entonces me detuve en Fin del Ingenio para cambiar una cataplasma, y luego fui y atendí al Barón, y luego, por supuesto, el resto del día fue para mí, ¡ja! Pero, en general no fue un mal día, como van los días, con la gente demasiado ocupada pensando en la feria. —Y como pasan los días, el día ha pasado —dijo la kelda—, y sin duda fue uno ajetreado y útil. Pero durante todo el día tuve premoniciones sobre vos, Tiffany Doliente. —Jeannie levantó una pequeña mano color marrón nuez cuando Tiffany comenzó a protestar, y continuó—: Tiffany, debéis saber que yo os cuido. Vos sois la hag de las colinas, después de todo, y yo tengo el poder de veros en mi cabeza, para mantener un ojo sobre vos, porque alguien debe hacerlo. Sé que lo sabéis porque sois inteligente, y sé que fingís que yo no sé, como yo finjo no saber lo que sé, y estoy segura de que vos también sabéis, ¿no? —Voy a tener que escribir todo eso con un lápiz y papel —dijo Tiffany, tratando de reírse. —¡Es nae divertido! Puedo veros nublada en mi cabeza. Peligro en torno a vos. Y lo peor de todo es que no puedo ver de dónde viene. ¡Y eso no es correcto! Cuando Tiffany abrió la boca, media docena de Feegles llegó corriendo por el túnel desde el montículo, llevando una fuente entre ellos. Tiffany no pudo dejar de notar, porque las brujas siempre notan las cosas si posiblemente pueden, que la decoración azul alrededor del borde de la fuente se parecía mucho al segundo mejor servicio de cena de su madre. El resto de la fuente estaba cubierta por un pedazo grande de carnero, junto con patatas asadas. Olía maravillosamente, y su estómago se hizo cargo de su cerebro. Una bruja tomaba sus comidas cuando podía, y estaba feliz de recibirlas. La carne había sido cortada por la mitad, aunque la mitad de la kelda era ligeramente menor que la mitad de Tiffany. En sentido estricto, no se puede tener una mitad más pequeña que la otra mitad, porque no sería una mitad, pero los seres humanos saben lo que significa. Y las keldas siempre tenían un apetito enorme para su tamaño, ya que tenían bebés para hacer. Éste no era el momento para hablar de todos modos. Un Feegle ofreció a Tiffany un cuchillo que era, de hecho, una espada Feegle de doble filo, y levantó una lata bastante sucia con una cuchara pegada en ella. —¿Condimento? —sugirió tímidamente. Esto era un poco aristocrático para una comida Feegle, a pesar de que Jeannie los civilizaba un poco, en la medida en que podrías civilizar a un Feegle. Por lo menos tenían la idea. Sin embargo, Tiffany comprendía lo suficiente para ser cautelosa.

—¿Qué hay adentro? —preguntó ella, sabiendo que se trataba de una pregunta peligrosa. —Oh, cosas maravillosas —dijo el Feegle, haciendo sonar la cuchara en la lata—. Hay manzano silvestre, y semillas de mostaza, y rábano picante, y caracoles, y hierbas silvestres, y ajo y una pizca de Johnny-vino-tarde. —Pero había farfullado una palabra un poco demasiado rápido para el gusto de Tiffany. —¿Caracoles? —interrumpió ella. —Oh sí, sí, muy nutritivos, llenos de vitaminas y minerales, sabeis, y esas pequeñas pro-teínas, y lo mejor es, con bastante ajo, tienen sabor a ajo. —¿Qué sabor tienen si no utilizas el ajo? —dijo Tiffany —Caracoles —dijo la Kelda, compadecida del camarero—, y tengo que decir que están comiendo bien, mi niña. Los chicos los dejan salir por la noche para pastar en la col salvaje y la lechuga perro. Son muy sabrosos, y creo que podríais aprobar el hecho de que no hay robo implicado. Bueno, eso era algo bueno, tuvo que admitir Tiffany. Los Feegles robaban, con alegría y repetidamente, tanto por deporte como por cualquier otra cosa. Por otra parte, con las personas correctas, en el lugar correcto, en el momento correcto, podían ser muy generosos, y esto estaba, afortunadamente, pasando ahora mismo. —Aún así, ¿los Feegles cultivan? —dijo en voz alta. —Oh, no —dijo el vocero Feegle, mientras sus compañeros detrás de él hacían una pantomima de insultado disgusto haciendo 'puaj' y metiéndose los dedos en la garganta—. No es cultivo, es ganadería, como es conveniente para ellos, que son libres de espíritu y les gusta sentir el viento levantando su kilt. Tened en cuenta, las estampidas pueden ser un poquito vergonzosas. —Toma un poco, por favor —suplicó la kelda—. Eso les alentará. De hecho, la nueva cocina Feegle era muy sabrosa. Tal vez sea cierto lo que dicen, pensó Tiffany, que todo va con ajo. Excepto la crema. —No te preocupes por mis muchachos —dijo Jeannie cuando ambas hubieron comido hasta saciarse—. Los tiempos están cambiando y creo que ellos lo saben. Para vos también. ¿Cómo os sentís? —Oh, tú sabes. Lo de siempre —dijo Tiffany—. Cansada, nerviosa y molesta. Ese tipo de cosas. —Vos trabajáis muy duro, mi niña. Me temo que no tenéis bastante para comer, y ciertamente puedo ver que no dormís lo suficiente. ¿Cuándo habéis pasado una noche de sueño en una cama adecuada, me pregunto? Vos debéis tener sueño; no podéis pensar apropiadamente sin tiempo para descansar. Me temo que pronto necesitaréis toda la fuerza que podáis reunir. ¿Dejaréis que ponga un bálsamo en vos? Tiffany volvió a bostezar. —Gracias por la oferta, Jeannie —dijo ella—, pero no creo que lo necesite, si es lo mismo para ti. —Había un montón de vellones grasientos en la esquina, que probablemente no mucho antes pertenecieron a las ovejas que habían decidido decir adiós al mundo cruel y suicidarse. Se veían muy acogedores—. Mejor voy a ver a la niña. —Las piernas de Tiffany no parecían querer que se moviera—. Sin embargo, espero que ella esté tan segura como en casa en un montículo Feegle.

—Oh, no —dijo Jeannie suavemente cuando los ojos de Tiffany se cerraron—. Mucho, mucho más segura que en casa. Cuando Tiffany estuvo roncando, Jeannie caminó lentamente hacia arriba y adentro del montículo. Ámbar estaba acurrucada junto al fuego, pero Roba A Cualquiera había colocado a algunos de los Feegles más viejos y sabios a su alrededor. Esto se debía a la lucha nocturna que estaba en curso. Los Nac Mac Feegle luchaban con la frecuencia que respiraban, y, generalmente, al mismo tiempo. Era una forma de vida, en cierto modo. Además, cuando sólo tienes unas cuantas pulgadas de altura, tienes el mundo entero para pelear y así puedes aprender pronto. Jeannie se sentó junto a su marido y miró la reyerta por un tiempo. Los jóvenes Feegles iban rebotando en las paredes, en sus tíos y unos en otros. Luego dijo: —¿Roba, os parece que estamos criando a nuestros chicos adecuadamente? Roba A Cualquiera, que era sensible al humor de Jeannie, echó una mirada a la niña durmiente. —Oh sí, sin lugar a dudas… Oye, ¿no visteis eso? ¡Muy-poco-más-pequeño-quepequeño-Jock-Jock pateó a Wullie Tonto en el pog! ¡Maravilloso en la pelea sucia, y sólo tiene tres pulgadas de alto! —Él va a hacer un gran guerrero, un día, Roba, es muy cierto —dijo Jeannie—, pero... —Yo siempre les digo —Roba A Cualquiera continuó con entusiasmo mientras el joven Feegle volaba sobre sus cabezas—, que el camino hacia el éxito es siempre atacar sólo a los que son mucho más grandes que vos! ¡Regla importante! Jeannie suspiró cuando otro Feegle joven chocó contra la pared, sacudió la cabeza y se precipitó de nuevo en la pelea. Era casi imposible hacer daño a un Feegle. Cualquier ser humano que tratase de pisotear un Feegle se encontraría con que el pequeño hombre que creía que estaba bajo su bota estaba, de hecho, subiendo por la pierna del pantalón, y después el día sólo podía empeorar. Además, si has visto a un Feegle, había probablemente muchos más en torno que no habías visto, y que sin duda te habían visto. Tal vez los bigjobs tienen mayores problemas porque son más grandes que nosotros, pensó la Kelda. Suspiró para sus adentros. Ella nunca dejaría que su marido lo supiera, pero a veces se preguntaba si a un joven Feegle podría ser provechoso enseñarle algo así como, bien, contabilidad. Algo que no significara que tenías que rebotar en las paredes, y que no significara que tenías que pelear todo el tiempo. Pero entonces, ¿iba a seguir siendo un Feegle? —Temo por la gran hag pequeñita, Roba —dijo—. Algo está mal. —Ella quería ser una hag, niña —dijo Roba—. Ahora tiene que soportar su destino, igual que nosotros. Ella es una luchadora excelente, vos sabéis. Besó al Señor del Invierno a su muerte y golpeó a la Reina de los Elfos con una sartén. Y tengo en mente la ocasión en que una bestia invisible se metió en su cabeza, y ella la combatió y la envió fuera. Ella lucha. —Oh, lo sé bastante bien —dijo la Kelda—. Ella besó en la cara al invierno e hizo venir de nuevo la primavera. Fue una gran cosa lo que ella hizo, por supuesto, pero tenía el manto del verano con ella. Fue ese poder que enfrentó con él, no sólo el suyo. Ella lo hizo bien, de acuerdo, no se me ocurre nadie que lo hubiera hecho mejor, pero debe tener cuidado.

—¿Qué enemigo puede tener que no pueda enfrentarse con ella? —preguntó Roba. —No puedo decirlo —dijo la Kelda—, pero en mi cabeza, parece que algo así. Cuando besó al invierno, él me sacudió hasta mis raíces; parecía que sacudía el mundo, y no puedo sino preguntarme si podría haber de ésos que se agitan en su sueño. Debes asegurarte, Roba A Cualquiera, de mantener más de un ojo sobre ella.

Capítulo 4 EL CHELÍN REAL TIFFANY DESPERTÓ HAMBRIENTA y al sonido de risas. Ámbar estaba despierta y, contra toda probabilidad, feliz. Tiffany se enteró por qué cuando logró estrujar algo más de sí misma en el túnel que llevaba al montículo. La niña estaba todavía acurrucada a un costado, pero un grupo de jóvenes Feegles la entretenía con saltos mortales y volteretas y en ocasiones danzando de manera graciosa. La risa era más joven que Ámbar; sonaba como la risa de un bebé cuando ve cosas brillantes de colores bonitos. Tiffany no sabía cómo trabajaban los bálsamos, pero eran mejores que cualquier cosa que pudiera hacer una bruja; parecían tranquilizar a la gente y hacerlos mejores, desde adentro hacia afuera de su cabeza. Te hacían bien y, lo mejor de todo, te hacían olvidar. A veces, le parecía a Tiffany, la Kelda hablaba de ellos como si estuvieran vivos… pensamientos vivos tal vez, o amables criaturas vivas que de alguna manera se llevaban las cosas malas. —Lo está haciendo bien —dijo la Kelda, apareciendo de ningún lugar—. Lo va a soportar bien. Habrá pesadillas cuando la oscuridad salga. Los bálsamos no pueden hacerlo todo. Ella va a volver en sí misma ahora, desde el principio, y eso es lo mejor. Todavía estaba oscuro, pero se vislumbraba la aurora en el horizonte. Tiffany tenía un trabajo sucio que hacer antes del amanecer. —¿Puedo dejarla aquí con ustedes por un rato? —dijo—. Hay una pequeña tarea que debe ser hecha. No debería haberme ido a dormir, pensó mientras subía del pozo. ¡Debería haber vuelto de inmediato! ¡No debería haber dejado a la pobre cosita allí! Sacó la escoba de los arbustos espinosos cerca del montículo, y se detuvo en seco. Alguien la estaba observando, lo podía sentir en la nuca. Se dio vuelta bruscamente y vio a una anciana de negro, bastante alta, pero apoyada en un cayado. Mientras Tiffany miraba, la mujer desapareció, lentamente, como si se evaporase en el paisaje. —¿Señora Ceravieja? —dijo Tiffany al vacío, pero era una tontería. Yaya Ceravieja no se vería ni muerta con un cayado, y desde luego no sería vista con uno en

vida. Y hubo un movimiento en el rabillo de su ojo. Cuando se giró de nuevo había una liebre9, parada en las patas traseras, observándola con interés y ningún signo de temor. Eso era lo que hacían, por supuesto. Los Feegles no las cazaban, y el perro pastor promedio se quedaría sin piernas antes de que una liebre se quedase sin aliento. La liebre no tenía una madriguera sofocante donde ser atrapada; la velocidad era donde vivía una liebre, disparando a través del paisaje como un sueño del viento… podía darse el lujo de sentarse y ver al lento mundo pasar. Ésta estalló en llamas. Brilló por un momento y luego, totalmente ilesa, se dio a la fuga en un borrón. Muy bien, pensó Tiffany cuando la escoba quedó libre, vamos a abordar esto desde el punto de vista del sentido común. El césped no está chamuscado y las liebres no son conocidas por estallar en llamas, por lo que… Se detuvo cuando una pequeña trampilla se abrió en su memoria. La liebre corrió hacia el fuego. ¿Había visto eso escrito en alguna parte? ¿Lo había escuchado como parte de una canción? ¿Una canción de cuna? ¿Qué tenía la liebre que ver con nada? Pero ella era una bruja, después de todo, y había un trabajo que hacer. Los presagios misteriosos podían esperar. Las brujas sabían que había presagios misteriosos todo el tiempo. El mundo siempre estaba muy cerca de ahogarse en presagios misteriosos. Sólo había que escoger el que era conveniente. Los murciélagos y las lechuzas se alejaban sin esfuerzo del camino de Tiffany mientras ella aceleraba sobre el pueblo dormido. La casa de Petty estaba en el mismo borde. Tenía un jardín. Todas las casas en el pueblo tenían un jardín. La mayoría de ellas tenía un jardín lleno de verduras o, si la mujer tenía el control, mitad verduras y mitad flores. La casa de Petty tenía al frente un cuarto de acre de ortigas. Eso había irritado siempre a Tiffany hasta sus botas de campo. ¿Qué tan difícil hubiera sido arrancar las malas hierbas y poner un cultivo decente de patatas? Todo lo que necesitaba era estiércol, y había mucho de eso en un pueblo agrícola; el truco era evitar que entrara en la casa. El Sr. Petty podría haber hecho un esfuerzo. Él había vuelto a la granja, o por lo menos alguien lo había hecho. El bebé estaba ahora arriba del montón de paja. Tiffany había venido preparada con algo de ropa vieja, pero todavía útil, que era por lo menos mejor que la arpillera y la paja. Pero alguien había acomodado el pequeño cuerpo, y puesto flores alrededor de él, salvo que las flores eran, de hecho, ortigas. También había encendido una vela en uno de los candelabros de hojalata que poseía cada casa en la aldea. Un candelabro. Una llama. Sobre un montón de paja suelta. En un granero lleno de heno seco como yesca y más paja. Tiffany miró con horror, y luego oyó el gruñido arriba. Un hombre estaba colgando de las vigas del establo. Que crujieron. Un poco de polvo y algunos fragmentos de heno flotaron hacia abajo. Tiffany los cogió rápidamente y levantó la vela antes de que la próxima caída de manojos incendiara todo el granero. Estaba a punto de soplarla cuando se le ocurrió que la dejaría en la oscuridad con la figura suavemente giratoria que podía o no ser un cadáver. La dejó muy cuidadosamente cerca de la puerta y rebuscó hasta encontrar algo afilado. Pero esto era el granero de Petty, y todo estaba desafilado, a excepción de una sierra. ¡Tenía que ser él ahí arriba! ¿Quién más podría ser? 9

"ella".

Sea cual sea el sexo de una liebre, para el verdadero hombre de campo, todas las liebres se conocen como

—¿Sr. Petty? —dijo, trepando por las polvorientas vigas. Hubo algo así como un silbido. ¿Eso era bueno? Tiffany logró enganchar una pierna alrededor de un travesaño, dejando una mano libre para empuñar la sierra. El problema era que necesitaba dos manos más. La cuerda estaba apretada alrededor del cuello del hombre, y los dientes romos de la sierra rebotaron en ella, por lo que el hombre se balanceó aún más. Y él estaba empezando a luchar también, el tonto, de modo que la cuerda no sólo se balanceó, también se retorció. En un momento, ella caería. Hubo un movimiento en el aire, un destello de hierro, y Petty cayó como una piedra. Tiffany logró mantener el equilibrio el tiempo suficiente para tomar una viga polvorienta y medio trepar y medio deslizarse detrás de él. Sus uñas se clavaron en la soga del cuello, pero estaba tan tirante como un tambor... y debería haber habido un toque de trompeta porque de repente Roba A Cualquiera estaba allí, justo enfrente de ella; levantó una pequeña espada brillante y la miró interrogativo. Ella gimió para sus adentros. ¿Qué tan bueno eres, Sr. Petty? ¿Qué tan bueno has sido? Ni siquiera puedes colgarte a ti mismo correctamente. ¿De qué sirve lo que haces? ¿No debería estar haciendo al mundo y a ti un favor por dejarte terminar lo que empezaste? Así era la cosa con los pensamientos. Se pensaban a sí mismos, y luego caían en tu cabeza con la esperanza de que pensases así también. Tenías que abofetearlos, a pensamientos como ésos; dominarían a una bruja si ella se los permitiese. Y entonces todo se vendría abajo, y no quedaría nada, salvo el cacareo. Ella había oído decir que, antes de poder entender a cualquiera, había que caminar una milla en sus zapatos, lo cual no tenía mucho sentido porque, probablemente después de que hubieras caminado una milla en sus zapatos entenderías que eras perseguida y acusada del robo de un par de zapatos… aunque, por supuesto, es probable que pudieras escapar debido a su falta de calzado. Pero entendió lo que significaba en realidad el refrán, y aquí había un hombre a un aliento de la muerte. No tenía opción, ninguna opción en absoluto. Tenía que darle ese aliento, en aras de un puñado de ortigas; algo en el interior de esa mole miserable había logrado todavía ser bueno. Era una pequeña chispa, pero allí estaba. Y no había discusión. Odiándose a sí misma en el fondo por ser tan sentimental, ella asintió con la cabeza al Gran Hombre del clan Feegle. —Muy bien —dijo—. Trata de no hacerle demasiado daño. La espada brilló; y el corte fue hecho con la delicadeza de un cirujano, aunque el cirujano se habría lavado las manos primero. La cuerda realmente saltó cuando el Feegle la cortó, y se disparó como si fuera una serpiente. Petty jadeó con tanta fuerza que la llama de la vela junto a la puerta pareció aplastarse por un momento. Tiffany se levantó y se sacudió a sí misma. —¿Qué le hizo volver? —dijo—. ¿Qué estaba buscando? ¿Qué esperaba encontrar? El Sr. Petty yacía allí. Ni siquiera hubo un gruñido como respuesta. Era difícil odiarlo ahora, con su sibilante respiración sobre el suelo.

Ser una bruja significaba que tenías que tomar decisiones, por lo general decisiones que la gente común no quiere tomar, ni siquiera conocer. Así que le lavó la cara con un trozo de tela humedecido en la bomba de afuera y envolvió al niño muerto en la tela un poco más grande y más limpia que había traído para este fin. No era el mejor de los sudarios, pero era honesto y civilizado. Se recordó, en una especie de ensueño, que necesitaba reponer su almacén de vendajes improvisados y se dio cuenta de lo agradecida que debería ser. —Gracias, Roba —dijo—. No creo que pudiera haberlo logrado por mí misma. —Creo que tal vez pudierais —dijo Roba A Cualquiera, mientras que los dos sabían que no podría—. Simplemente sucedió que pasaba, vos sabéis, y no os seguía en absoluto. Una de esas coincidencias. —Ha habido un montón de esas coincidencias últimamente —dijo Tiffany. —Sí —dijo Roba, sonriendo—, debe ser otra coincidencia. Era imposible avergonzar a un Feegle. Simplemente no captaba la idea. Él la miraba. —¿Qué pasa ahora? —dijo. Esa era la cuestión, ¿no? Una bruja necesitaba hacer creer que sabía lo que había que hacer a continuación, incluso si no lo sabía. Petty va a vivir, y el pobre niño no iba a dejar de estar muerto. —Yo me encargo de las cosas —dijo—. Es lo que hacemos. Solo que soy sólo yo, no hay "nosotros", pensó mientras volaba a través de las brumas de la mañana al lugar de las flores. Ojalá, ojalá que lo hubiera. En los bosques de castaños crecía un claro de flores de primavera hasta finales de otoño. Había reina de los prados y dedalera y pantalón de viejo y Jack-salto-en-lacama y bonete de dama y tres veces Charlie y salvia y milenrama y madera sureña y hierba de Aquiles rosada y señoras galios y prímulas y primaveras y dos tipos de orquídeas. Era donde la anciana que habían llamado la bruja estaba enterrada. Si sabías dónde buscar, podías ver lo poco que quedaba de su casa, debajo de todo eso verde, y si realmente sabías dónde buscar, podías ver el lugar donde había sido enterrada. Si real y verdaderamente sabías dónde buscar, podías encontrar el lugar donde Tiffany había enterrado al gato de la anciana también; había hierba gatera que crecía sobre él. Una vez, la cencerrada había venido por la anciana y su gato, oh sí, había venido, y la gente que caminaba a su ritmo la había arrastrado a la nieve y había derrumbado la cabaña desvencijada y quemaron sus libros porque tenían imágenes de estrellas en ellos. ¿Y por qué? Porque el hijo del Barón había desaparecido y la Sra. Snapperly no tenía familia ni dientes y, para ser honestos, cacareaba un poco. Y eso la convirtió en una bruja, y la gente de la Creta no confiaba en las brujas, por lo que fue sacada a la nieve, y mientras el fuego se comía la paja del techo de la casa, página tras página de estrellas crepitaba y se arrugaba en el cielo de la noche mientras los hombres apedreaban el gato hasta la muerte. Y ese invierno, después de haber golpeado las puertas que permanecían cerradas para ella, la anciana murió en la nieve, y porque tenía que ser enterrada en alguna parte, había una tumba poco profunda donde solía estar la vieja cabaña.

Pero la anciana no tenía nada que ver con la pérdida del hijo del Barón, ¿verdad? Y poco después, Tiffany había ido todo el camino a un extraño país de las hadas para traerlo de vuelta, ¿no es cierto? Y no se hablaba de la anciana en estos días, ¿verdad? Pero cuando pasaban por delante del lugar en el verano, las flores llenaban el aire con deleite y las abejas lo llenaban con los colores de la miel. Nadie hablaba de ello. Después de todo, ¿qué dirías? ¿Flores raras que crecen en la tumba de la vieja y la hierba gatera en crecimiento donde la joven Doliente había enterrado el gato? Era un misterio, y tal vez una sentencia, a pesar de que de quién era el juicio, a quien, para qué y por qué, era mejor no pensarlo, y mucho menos discutirlo. Sin embargo, flores maravillosas crecían sobre los restos de la posible bruja… ¿cómo podía suceder esto? Tiffany no hizo esa pregunta. Las semillas habían sido caras y había tenido que recorrer todo el camino a Doscamisas para conseguirlas, pero ella había prometido que todos los veranos el resplandor en el bosque recordaría a la gente que había habido una anciana que ellos habían perseguido hasta la muerte y enterrado allí. Ella no sabía muy bien por qué pensaba que era importante, pero estaba segura hasta el centro de su alma que lo era. Cuando terminó de cavar el pequeño agujero profundo, pero triste, en un parche de amor-de-prisa, Tiffany miró a su alrededor para asegurarse de que ningún viajero temprano la estaba viendo y utilizó ambas manos para llenar el agujero con tierra, moviendo hojas muertas y trasplantando algunos olvídame-mucho. No estaban realmente aquí, pero crecían rápido y eso era importante porque... alguien la estaba observando. Era importante no mirar a su alrededor. Ella sabía que no podía ser vista. En toda su vida había conocido a una sola persona que era mejor que ella en no ser vista, y era Yaya Ceravieja. Todavía era demasiado brumoso, y ella se habría enterado si alguien hubiera venido por el camino. No era un pájaro o un animal, tampoco. Ellos siempre se sentían diferente. Una bruja nunca debería tener que mirar a su alrededor, ya que debería saber quién está detrás de ella. Por lo general, ella podía hacerlo, pero todos los sentidos le habían dicho que nadie más que Tiffany Doliente estaba allí, y de alguna manera, de alguna manera extraña, se sentía equivocado. —Demasiadas cosas que hacer, no dormir lo suficiente —dijo en voz alta, y creyó oír una débil voz diciendo: "Sí". Fue como un eco, excepto que no había nada donde hacer eco. Se fue volando tan rápido como pudo hacer andar la escoba, que, sin ser muy rápido para nada, al menos servía para evitar que se viese como si estuviera huyendo. Volverse loca. Las brujas no solían hablar de ello, pero eran conscientes de ello todo el tiempo. Volverse loca; o, más bien no volverse loca, era el alma y el centro de la brujería, y así era como funcionaba. Después de un tiempo, una bruja, que casi siempre ha trabajado por su cuenta, en la tradición de las brujas, tenía una tendencia a volverse... extraña. Por supuesto, dependía de la cantidad de tiempo y la fuerza de la mente de la bruja, pero tarde o temprano tendían a confundirse acerca de cosas como correcto e incorrecto, bueno y malo, y verdad y consecuencia. Eso podría ser muy peligroso. Así que las brujas tenían que mantenerse normales entre sí, o al menos lo que era normal para las brujas. No se necesitaba demasiado: una fiesta de té, un sonsonete, un paseo en el bosque, y de alguna manera todo se equilibraba, y podrías ver anuncios de casas de pan de jengibre en el folleto del constructor sin poner un depósito por una.

Por sobre todo, Tiffany estaba preocupada por volverse loca. Habían pasado dos meses desde que había estado en las montañas y tres meses desde que había visto por última vez a la Srta. Tick, la única bruja que se haya visto aquí. No había tiempo para ir de visita. Siempre había mucho que hacer. Tal vez ése era el truco, pensó Tiffany. Si te mantienes ocupada no tienes tiempo para volverte loca. El sol estaba bien alto cuando regresó al montículo Feegle y se sorprendió al ver a Ámbar sentada al lado del montículo, rodeada de Feegles y riendo. La Kelda estaba esperando por Tiffany para cuando hubo estacionado la escoba en las zarzas. —Espero que no os importe —dijo cuando vio la cara de Tiffany—. El sol es un gran sanador. —Jeannie, fue maravilloso que pusieras los bálsamos en ella, pero no quiero que ella vea demasiado de vosotros. Ella puede decirle a la gente. —Oh, todo le parece como un sueño tae ella, los bálsamos se encargarán de ello —dijo Jeannie con calma—, y ¿quien hará mucho caso de una pequeña niña charlando sobre las hadas? —¡Ella tiene trece años! —dijo Tiffany—. ¡No se supone que suceda! —¿Ella no es feliz? —Bueno, sí, pero... Había una mirada acerada en el ojo de Jeannie. Siempre había sido muy respetuosa con Tiffany, pero el respeto exige respeto a su vez. Era el montículo de Jeannie, después de todo, y, probablemente, su tierra también. Tiffany se conformó con decir: —Su madre se preocupará. —¿Es así? —dijo Jeannie—. ¿Y su mamá se preocupó cuando dejó que la pobre recibiera una paliza? Tiffany deseó que la Kelda no fuera tan astuta. La gente solía decir que Tiffany era tan afilada que se cortaba a sí misma, pero la mirada gris y fija de la Kelda podía cortar uñas de hierro. —Bueno, la madre de Ámbar es... no es muy... inteligente. —Eso he oído —dijo Jeannie—, pero la mayoría de las bestias son cortas de cerebro, y aún así la gama se mantendrá en sus trece para defender su cervatillo, y una zorra por su cachorro se enfrentará con el perro. —Los seres humanos son más complicados —dijo Tiffany. —Por lo que parece —dijo la Kelda, su voz fría sólo para ese momento—. Bueno, los bálsamos están trabajando bien, así que tal vez la niña tenga que volver al complicado mundo. Donde su padre todavía está vivo, se recordó Tiffany. Yo sé que lo está. Estaba herido, pero respiraba, y espero que se recupere. ¿Y este problema nunca va a terminar? ¡Tiene que ser resuelto! ¡Tengo otras cosas que hacer! ¡Y tengo que ir a ver al Barón esta tarde! El padre de Tiffany las encontró cuando entraban en el corral; Tiffany generalmente dejaba la escoba atada a un árbol justo afuera, en teoría, porque volar

por encima asustaba a las gallinas, pero sobre todo porque ella nunca fue capaz de aterrizar con mucha gracia y, ciertamente, no quería una audiencia. Miró de Ámbar a su hija. —¿Está bien? Se ve un poco... somnolienta. —Ella ha tomado algo para calmarse y hacerla sentir mejor —dijo Tiffany—, y no debería correr por ahí. —Su madre ha estado en un estado lamentable, ya sabes —dijo el padre de Tiffany en tono de reproche—, pero le dije que estabas buscando para Ámbar un lugar muy seguro. Había más que un toque de “Estás segura de eso, ¿no?" en su forma de hablar, y Tiffany se cuidó de ignorarlo. Dijo simplemente: —Lo estaba. —Trató de imaginar a la Sra. Petty en un estado lamentable, y no funcionó. Cada vez que había visto a la mujer tenía una mirada de aprehensión desconcertada, como si la vida tuviera demasiados problemas y sólo tuviera que esperar hasta que el próximo la golpeara. El padre de Tiffany llevó a su hija a un lado y bajó la voz. —Petty regresó en la noche —susurró—, ¡y se dice que alguien trató de matarlo! —¿Qué? —Es tan cierto como que estoy aquí. Tiffany se volvió a Ámbar. La muchacha estaba mirando al cielo como si esperara pacientemente a que sucediera algo interesante. —Ámbar —dijo ella con cuidado—, tú sabes cómo alimentar a los pollos, ¿no? —Sí, señorita. —Bueno, ve y alimenta a los nuestros, ¿quieres? Hay grano en el granero. —Tu madre los alimentó hace horas… —empezó su padre, pero Tiffany le arrastró a un lado rápidamente. —¿Cuando pasó esto? —preguntó, mirando a Ámbar caminar obedientemente en el granero. —A alguna hora de anoche. La Sra. Petty me contó. Fue golpeado mal. En ese viejo granero ruidoso. Justo donde estábamos sentados ayer por la noche. —¿La Sra. Petty volvió? ¿Después de todo lo que pasó? ¿Qué ve ella en él? El Sr. Doliente se encogió de hombros. —Él es su esposo. —¡Pero todo el mundo sabe que él la golpea! Su padre se veía un poco avergonzado. —Bien —dijo—, supongo que para algunas mujeres cualquier marido es mejor que ninguno. Tiffany abrió la boca para responder, miró a los ojos de su padre y vio la verdad de lo que había dicho. Había visto a algunas de ellas en las montañas, agotadas por los muchos niños y el dinero insuficiente. Por supuesto, si conocieran a Tata Ogg, se podría hacer algo por los niños por lo menos, pero todavía te encuentras familias que a

veces, para poner comida en la mesa, tienen que vender las sillas. Y nunca hubo nada que pudieras hacer al respecto. —El Sr. Petty no fue golpeado, papá, aunque no sería tan mala idea si lo fuese. Lo encontré tratando de ahorcarse, y yo le corté la cuerda. —Tiene dos costillas rotas y contusiones por todo el cuerpo. —Fue un largo camino hacia abajo, Papá… ¡estaba asfixiado hasta la muerte! ¿Qué debería haber hecho? ¿Dejarlo balanceándose? ¡Ha vivido para ver otro día, lo merezca o no! ¡No es mi trabajo ser un verdugo! ¡Trajo un ramo, papá! ¡De malas hierbas y de ortigas! ¡Sus manos estaban hinchadas con picaduras de ortigas! Hay al menos una parte de él que merece vivir, ¿ves? —Pero tú robaste el bebé. —No, Papá, me fui con el bebé. Oye, papá, hice las cosas bien. Enterré al niño, que estaba muerto. Salvé al hombre que estaba muriendo. Hice esas cosas, Papá. La gente puede no entender… puede inventar historias. No me importa. Haces el trabajo que está frente a ti. Se oyó un cacareo, y Ámbar cruzó el patio con las gallinas siguiéndola en una línea. El cacareo lo estaba haciendo Ámbar, y cuando Tiffany y su padre miraron, los pollos marchaban adelante y atrás como si estuvieran bajo el mando de un sargento instructor. La niña se reía para sus adentros mientras cacareaba, y después de hacer que los pollos caminaran solemnemente en un círculo miró a Tiffany y su padre como si nada hubiera ocurrido y llevó a las aves de nuevo al granero. Después de una pausa el padre de Tiffany dijo: —Eso simplemente sucedió, ¿verdad? —Sí —dijo Tiffany—. No tengo ni idea por qué. —He estado hablando con algunos de los otros muchachos —dijo su padre—, y tu madre ha estado hablando con las mujeres. Vamos a mantener un ojo en los Petty. Se han permitido cosas que no deberían haberse permitido. La gente no puede esperar dejarlo todo a ti. La gente no debe pensar que tú puedes arreglar todo, y si sigues mi consejo, tú tampoco lo harás. Hay algunas cosas que un pueblo entero tiene que hacer. —Gracias, Papá —dijo Tiffany—, pero creo que será mejor ir a ver al Barón ahora. Tiffany apenas podía recordar haber visto nunca al Barón como un hombre con buena salud. Tampoco nadie parecía saber lo que estaba mal con él. Pero, al igual que muchos otros enfermos que había visto, de alguna manera seguía su camino, viviendo en un compás de espera y esperando morir. Ella había escuchado a uno de los aldeanos llamarlo una puerta chirriante que nunca se cerraba; estaba cada vez peor ahora, y, en su opinión no iba a pasar mucho antes de que su vida se cerrase de golpe. Pero ella podía quitar el dolor, e incluso asustarlo un poco para que no volviera por un tiempo. Tiffany se apresuró hacia el castillo. La enfermera, la Srta. Spruce, estaba esperando su llegada, y su rostro estaba pálido. —No es uno de sus días buenos —dijo, y añadió con una sonrisa modesta—: He estado orando por él durante toda la mañana.

—Estoy segura de que fue muy amable de su parte —dijo Tiffany. Había tenido cuidado de no poner ningún tipo de sarcasmo en su voz, pero obtuvo de todos modos un ceño fruncido de la enfermera. La sala donde Tiffany fue conducida olía como los cuartos de enfermo en todas partes: demasiada gente, y aire insuficiente. La enfermera permaneció en la puerta como si estuviera en guardia. Tiffany podía sentir su mirada sospechosa permanente en la nuca. Había más y más de ese tipo de actitudes por allí. A veces tenías vagando alrededor predicadores a los que no les gustaban las brujas, y la gente los escuchaba. Le parecía a Tiffany que la gente a veces vivía en un mundo muy extraño. Todo el mundo sabía, de alguna manera misteriosa, que las brujas robaban los bebés y arruinaban las cosechas, y todas las demás tonterías. Y al mismo tiempo, venían corriendo a la bruja cuando necesitaban ayuda. El Barón yacía en una maraña de sábanas, su cara gris, los cabellos totalmente blancos ahora, con manchitas de color rosa donde todo se había ido. Parecía limpio, sin embargo. Siempre había sido un hombre limpio, y cada mañana uno de los guardias venía y le daba un afeitado. Eso le animaba, por lo que uno podía decir, pero en este momento miró directamente a través de Tiffany. Estaba acostumbrada a esto, el Barón era lo que llamaban "un hombre de la vieja escuela”. Era orgulloso y no tenía el mejor de los genios, pero siempre se ponía de pie por sí mismo. Para él, el dolor era un matón, y, ¿qué se hace con los matones? Te paras frente a ellos, porque siempre huyen al final. Pero el dolor no sabía nada de esa regla. Sólo intimidaba aún más. Y el Barón yacía con finos labios blancos; Tiffany lo oía no gritar. Ahora, ella se sentó en un taburete junto a él, flexionó los dedos, respiró hondo, y luego recibió el dolor, llamándolo fuera del cuerpo consumido y poniéndolo en la pelota invisible justo por encima de su hombro. —No estoy de acuerdo con la magia, tú sabes —dijo la enfermera desde la puerta. Tiffany se estremeció como un equilibrista que acaba de sentir que alguien golpea el otro extremo de la cuerda con un gran palo. Con cuidado, dejó que el flujo de dolor se estableciera, un poco a la vez —Quiero decir —dijo la enfermera—, yo sé que lo hace sentir mejor, pero ¿de dónde viene todo este poder de curación, eso es lo que me gustaría saber? —Tal vez viene de todas sus oraciones, Srta. Spruce —dijo Tiffany dulcemente, y se alegró de ver el momento de furia en el rostro de la mujer. Pero la Srta. Spruce tenía el pellejo de un elefante. —Debemos estar seguros de no involucrarnos con las fuerzas oscuras y demoníacas. ¡Mejor un poco de dolor en este mundo que una eternidad de sufrimiento en el que viene! En las montañas había aserraderos impulsado por el agua, y tenían grandes sierras circulares que giraban tan rápido que no eran más que una mancha borrosa de plata en el aire... hasta que un hombre distraído, se olvidaba de prestar atención, cuando se convertía en un disco rojo y el aire llovía dedos. Tiffany se sentía como una ahora. Ella tenía que concentrarse y la mujer estaba decidida a seguir hablando, mientras que el dolor estaba esperando sólo por un momento de falta de atención. Oh, bueno, nada que hacer... arrojó el dolor en un candelabro al lado de la cama. Se rompió al instante, y la vela estalló en llamas; la pisó hasta que se apagó. Luego se volvió hacia la asombrada enfermera.

—Srta. Spruce, estoy segura de que lo que tiene que decir es muy interesante, pero en general, Srta. Spruce, realmente no me importa lo que piense acerca de cualquier cosa. No me importa si se va a quedar aquí, Srta. Spruce, pero lo que me importa, Srta. Spruce, es que esto es muy difícil y puede ser peligroso para mí si las cosas salen mal. Váyase, Srta. Spruce, o quédese, Srta. Spruce, pero sobre todo, cállese, Srta. Spruce, porque no he hecho más que empezar y aún hay mucho dolor para sacar. La Srta. Spruce le echó otra mirada. Era temible. Tiffany le devolvió una mirada propia, y si hay una cosa que una bruja aprende cómo hacer, es cómo mirar. La puerta se cerró detrás de la enfurecida enfermera. —Habla en voz baja… que escucha tras las puertas. La voz llegó desde el Barón, pero era escasamente una voz; sólo se oía en ella el tono de alguien acostumbrado a mandar, pero ahora estaba quebrado y débil, cada palabra abogando por el tiempo suficiente para decir la siguiente palabra. —Lo siento, señor, pero debo concentrarme —dijo Tiffany—. Odiaría que esto saliera mal. —Por supuesto. Voy a permanecer en silencio. Quitar el dolor era peligroso, difícil y muy cansador, pero había, bien, una compensación maravillosa en ver la cara gris del anciano volver a la vida. Ya había algo rosado en su piel, y crecía mientras más y más dolor fluía a través de Tiffany a la nueva pelota invisible flotando por encima de su hombro derecho. Equilibrio. Todo era cuestión de equilibrio. Había sido una de las primeras cosas que había aprendido: el centro del balancín no tiene ni arriba ni abajo, pero el flujo sube y baja a través de él, mientras él permanece quieto. Había que ser el centro del balancín para que el dolor fluyera a través de ti, y no dentro de ti. Era muy duro. ¡Pero ella podía hacerlo! Ella se enorgullecía de eso; incluso Yaya Ceravieja había gruñido cuando Tiffany le había mostrado un día cómo había dominado el truco. Y un gruñido de Yaya Ceravieja era como una ronda de aplausos de cualquier otra persona. Pero el Barón estaba sonriendo. —Gracias, Srta. Tiffany Doliente. Y ahora, me gustaría sentarme en mi silla. Esto era inusual, y Tiffany tuvo que pensar en ello. —¿Está seguro, señor? Usted está todavía muy débil. —Sí, todo el mundo me lo dice —dijo el Barón, agitando una mano—. No puedo imaginar por qué creen que no lo sé. Ayúdeme a levantarme, Srta. Tiffany Doliente, pues debo hablar con usted. No fue muy difícil. Una muchacha que pudo arrastrar al Sr. Petty fuera de la cama tenía pocos problemas con el Barón, a quien manejó como a una pieza de porcelana fina, a la que se parecía. —No creo que usted y yo, Srta. Tiffany Doliente, hayamos tenido la más sencilla y práctica de las conversaciones en todo el tiempo que me ha estado viendo ¿no? —dijo cuando ella lo hubo acomodado con su bastón en las manos para que pudiera apoyarse en él. El Barón no era un hombre de repantigarse en una silla si podía sentarse en el borde de la misma. —Bueno, sí, señor, creo que tiene razón —dijo Tiffany con cuidado.

—Soñé que había un visitante aquí anoche —dijo el Barón, dándole una sonrisita malvada—. ¿Qué piensa usted de eso entonces, Srta. Tiffany Doliente? —En este momento no tengo ni idea, señor —dijo Tiffany, pensando: “¡No los Feegle! ¡Que no sean los Feegle!” —Fue su abuela, Srta. Tiffany Doliente. Era una buena mujer, y muy guapa. Oh, sí. Yo estaba bastante molesto cuando se casó con su abuelo, pero supongo que fue lo mejor. La extraño, usted sabe. —¿En serio? —dijo Tiffany. El anciano sonrió. —Después que mi querida esposa falleció, ella era la única persona que se atrevía a discutir conmigo. Un hombre de poder y responsabilidad, sin embargo, necesita de alguien para decirle cuándo está siendo un imbécil. Yaya Doliente cumplía esa tarea con un entusiasmo digno de elogio, debo decir. Y ella necesitaba hacerlo, porque yo era a menudo un imbécil que necesitaba de una patada en el culo, metafóricamente hablando. Es mi esperanza, Srta. Tiffany Doliente, que cuando yo esté en mi tumba llevará a cabo el mismo servicio con mi hijo Roland, que, como usted sabe, se inclina a ser un poco demasiado engreído a veces. Él necesita de alguien que le dé una patada en el culo, metafóricamente hablando, o incluso en la vida real, si se pone demasiado presumido. Tiffany trató de ocultar una sonrisa, y luego se tomó un momento para ajustar la rotación de la bola de dolor, mientras se cernía amigablemente junto a su hombro. —Gracias por su confianza en mí, señor. Haré mi mejor esfuerzo. El Barón dio una tosecita amable y dijo: —En efecto, en un momento albergué la esperanza de que usted y el muchacho pudieran hacer un arreglo más... ¿íntimo? —Somos buenos amigos —dijo Tiffany cuidadosamente—. Éramos buenos amigos y confío en que vamos a seguir siendo… buenos amigos. —Se apuró a detener el dolor que se tambaleaba peligrosamente. El Barón asintió. —Estupendo, Srta. Tiffany Doliente, pero por favor no permita que el vínculo de la amistad le impida darle una patada justo en el culo si la necesita. —Voy a tener un poco de placer al hacerlo, señor —dijo Tiffany. —Bien hecho, jovencita —dijo el Barón—, y gracias por no reprenderme por el uso de la palabra "culo" ni preguntarme el significado de la palabra "metafórica". —No, señor. Sé lo que significa "metafórica", y "culo" es de uso tradicional… nada de qué avergonzarse. El Barón asintió. —Tiene una encomiable agudeza adulta. "Cola", en cambio, es francamente para solteras y niños pequeños. Tiffany hizo rodar las palabras en su lengua por un momento, y dijo: —Sí, señor. Creo que es probablemente el resumen. —Muy bien. Por cierto, Srta. Tiffany Doliente, no puedo ocultar mi interés en el hecho de que usted no hace reverencias en mi presencia en estos días. ¿Por qué no?

—Soy una bruja, señor. Nosotras no hacemos ese tipo de cosas. —Pero yo soy su Barón, jovencita. —Sí. Y yo soy su bruja. —Pero tengo soldados por ahí que vendrán corriendo si llamo. Y estoy seguro de que usted sabe, también, que la gente de aquí no siempre respeta a las brujas. —Sí, señor. Ya lo sé, señor. Y yo soy su bruja. Tiffany, miraba a los ojos del Barón. Eran de un azul pálido, pero ahora había un brillo de malicia astuta en ellos. Lo peor que podía hacer en este momento, se dijo, sería mostrar cualquier tipo de debilidad. Es como Yaya Ceravieja: pone a prueba a las personas. Como si estuviera leyendo su mente exactamente en ese punto, el Barón se rió. —Entonces, ¿usted es su propia persona, Srta. Tiffany Doliente? —No lo sé, señor. Sólo que últimamente me siento como si perteneciera a todo el mundo. —Ah —dijo el Barón—. Su trabajo es muy duro y concienzudo, me han dicho. —Soy una bruja. —Sí —dijo el Barón—. Así lo ha dicho, de manera clara y coherente y con considerable repetición. —Apoyó las dos manos flacas en su bastón y la miró por encima de ellas—. Es cierto, entonces, ¿no? —dijo—. ¿Que hace unos siete años usted tomó una sartén de hierro y entró en una especie de cuento de hadas, donde rescató a mi hijo de la Reina de los Elfos? Una mujer de lo más desagradable, me han dado a entender. Tiffany hesitó acerca de esto. —¿Quiere que sea así? —dijo. El Barón se rió y la apuntó con un dedo flaco. —¿Quiero que sea? ¡En efecto! Una buena pregunta, Srta. Tiffany Doliente, que es una bruja. Déjeme pensar... digamos... quiero saber la verdad. —Bueno, lo de la sartén es cierto, debo admitirlo, y bien, Roland había sido bastante zarandeado por lo que, bien, tuve que hacerme cargo. Un poco. —¿Un… poco? —dijo el anciano, sonriendo. —Un poco no excesivamente grande —dijo Tiffany rápidamente. —¿Y por qué nadie me dijo esto en ese momento, por favor? —dijo el Barón. —Porque usted es el Barón —dijo Tiffany simplemente—, y los niños con espadas rescatan a las niñas. Así es como van las historias. Así es como las historias funcionan. En realidad, nadie quería pensar al revés. —¿No le importa? —Él no apartaba los ojos de ella, y no parecía parpadear. No tenía sentido mentir. —Sí —dijo ella—. Un poco. —¿Fue un poco razonablemente grande? —Yo diría que sí. Pero luego me fui a aprender a ser una bruja, y ya no parecía importar. Ésa es la verdad, señor. Disculpe, señor, ¿quién le dijo esto?

—Su padre —dijo el Barón—. Y estoy agradecido con él por decírmelo. Vino a verme ayer, para presentar sus respetos, ya que estoy, como sabe, muriendo. Lo cuál es, en realidad, otra verdad. Y no se atreva a decírselo, jovencita, bruja o no. ¿Me lo promete? Tiffany sabía que la larga mentira había herido a su padre. A ella nunca le había realmente preocupado, pero a él sí. —Sí, señor, lo prometo. El Barón estuvo en silencio por un momento, mirándola. —Usted sabe, Srta. Tiffany Doliente, que es, por repetición regular, una bruja, estoy en un momento en que mis ojos están nublados, pero mi mente, de alguna manera, ve más que lo que usted piensa. Pero tal vez no es demasiado tarde para hacer las paces. Debajo de mi cama hay un cofre revestido con latón. Vaya y ábralo. ¡Adelante! Hágalo ahora. Tiffany sacó el cofre, que se sentía como si estuviera lleno de plomo. —Encontrará algunas bolsas de piel —dijo el anciano detrás de ella—. Tome una de ellas. Contendrá quince dólares. —El Barón tosió—. Gracias por salvar a mi hijo. —Mire, no puedo tomar… —comenzó Tiffany, pero el Barón golpeó con su bastón en el suelo. —Cállese y escuche, por favor, Srta. Tiffany Doliente. Cuando luchó contra la Reina de los Elfos, no era una bruja y por lo tanto la tradición de las brujas de no tomar dinero no se aplica —dijo bruscamente, sus ojos brillantes como zafiros—. En lo que respecta a sus servicios personales a mí mismo, creo que se han pagado en alimentos y ropa blanca usada limpia, calzado de segunda mano y leña. ¿Confío en que mi ama de llaves haya sido generosa? Le dije que no escatimara. —¿Qué? Oh, oh, sí, señor. —Y eso era cierto. Las brujas vivían en un mundo de ropa de segunda mano, sábanas viejas (buenas para hacer vendajes), botas con algo de vida remanente y, por supuesto, cosas heredadas, repartidas, recuperadas, regaladas y cedidas. En un mundo así, las ganancias que se obtienen de un castillo funcionando eran como dar la llave para una casa de moneda. En cuanto al dinero... volvió la bolsa de cuero una y otra vez en sus manos. Era muy pesada. —¿Qué hará con todo eso, Srta. Tiffany Doliente? —¿Qué? —dijo distraídamente, aún mirando la bolsa—. Oh, eh, usarlo, dárselo a gente que lo necesita... ese tipo de cosas. —Srta. Tiffany Doliente, de repente es imprecisa. Yo creo que está absorta en el pensamiento de que quince dólares no es mucho, ¿o sí?, por salvar la vida del hijo del Barón. —¡No! —Me lo tomaré como un "sí ", entonces, ¿puedo? —¡Usted lo va a tomar de mí como un no, señor! ¡Yo soy su bruja! —Ella lo miró, jadeante—. Y estoy tratando de balancear una pelota de dolor bastante difícil, señor. —Ah, nieta de Yaya Doliente. Pido perdón humildemente, ya que de vez en cuando debería haber preguntado por ella. Pero, sin embargo, le suplico que haga el favor y el honor de tomar la bolsa, Srta. Tiffany Doliente, y dedicar su contenido al uso que pueda determinar en memoria mía. Estoy seguro de que es más dinero que el que jamás haya visto antes.

—No suelo ver ningún dinero en absoluto —protestó ella, sorprendida. El barón golpeó con su bastón en el suelo otra vez, como aplaudiendo. —Dudo mucho que alguna vez haya visto dinero como éste —dijo alegremente—. Mire, aunque hay quince dólares en la bolsa, no son los dólares a los que está acostumbrada, o que estaría acostumbrada. Se trata de dólares antiguos, de antes de que comenzaran a manosear la moneda. El dólar moderno es sobre todo de bronce, en mi opinión, y contiene tanto oro como el agua de mar. Éstos, sin embargo, son los chelines reales, si me disculpa mi pequeña broma. Tiffany disculpó su pequeña broma, porque no la entendió. Él sonrió ante su perplejidad. —En resumen, Srta. Tiffany Doliente, si usted lleva estas monedas al negociante adecuado, le debería pagar, oh, yo estimaría que algo en la cercanía de los cinco mil dólares de Ankh-Morpork. No sé lo que sería en términos de botas viejas, pero muy posiblemente podría comprar una bota vieja del tamaño de este castillo. Y Tiffany pensó: No puedo tomar esto. Aparte de cualquier otra cosa, la bolsa se había convertido en extremadamente pesada. En cambio, dijo: —Eso es demasiado para una bruja —Pero no es demasiado por un hijo —dijo el Barón—. No es demasiado por un heredero, no es demasiado por la continuidad de las generaciones. No es demasiado por la eliminación de la mentira del mundo. —Pero no me puede comprar otro par de manos —dijo Tiffany—, o cambiar un segundo del pasado. —Sin embargo, debo insistir en que lo tome —dijo el Barón—, si no por usted, entonces por mí. Se llevará una carga de mi alma y, créame, le vendría bien un poco de brillo en este momento, ¿no le parece? Voy a morir pronto, ¿no? —Sí, señor. Muy pronto, creo, señor. Tiffany estaba empezando a entender algo sobre el Barón ahora, y no se sorprendió cuando él se rió. —Usted sabe —dijo—, la mayoría de la gente habría dicho: "¡Oh, no, viejo, tienes edades aún, estarás arriba y fuera de aquí en poco tiempo, queda mucha vida en ti!”. —Sí, señor. Yo soy una bruja, señor. —¿Y en este contexto eso significa...? —Intento duramente no decir mentiras, señor. El viejo se movió en su silla, y de repente se puso solemne. —Cuando llegue el momento... —empezó, y vaciló. —Voy a hacerle compañía, señor, si lo desea —dijo Tiffany. El Barón pareció aliviado. —¿Alguna vez ha visto a Muerte? Ella había estado esperando esto y estaba lista. —Por lo general, sólo siento que pasa, señor, pero lo he visto dos veces, en lo que habría sido carne, si tuviera alguna. Es un esqueleto con una guadaña, al igual que en los libros… de hecho, creo que es así porque eso es lo que parece en los libros. Fue amable pero firme, señor.

—¡Apuesto a que lo es! —El viejo quedó en silencio por un momento y luego continuó—. ¿Acaso... dejó caer alguna pista sobre el más allá? —Sí, señor. Al parecer, no contiene mostaza, y tengo la impresión de que no contiene pickles tampoco. —¿En serio? Qué golpe, eso. ¿Supongo que el chutney está fuera de cuestión? —No entré en el tema de los condimentos en vinagre en profundidad, señor. Tenía una gran guadaña. Hubo un fuerte golpe en la puerta, y la Srta. Spruce llamó en voz alta: —¿Está usted bien, señor? —En óptimas condiciones, querida Srta. Spruce —dijo el Barón en voz alta, luego bajó la voz para decir en complicidad—. Creo que a nuestra Srta. Spruce no le gusta usted mucho, querida. —Ella piensa que soy poco higiénica —dijo Tiffany. —Nunca entendí realmente sobre todas esas tonterías —dijo el Barón. —Es muy fácil —dijo Tiffany—. Tengo que meter las manos en el fuego en cada oportunidad. —¿Qué? ¿Usted pone las manos en el fuego? Ahora sentía haberlo mencionado, pero sabía que el anciano no estaría satisfecho hasta que ella le hubiera mostrado. Suspiró y se cruzó a la chimenea, sacando un gran atizador de hierro de su soporte. Admitió para sí misma que le gustaba presumir de este truco de vez en cuando, y el Barón sería una audiencia apreciativa. Pero, ¿debía hacerlo? Bueno, el truco del fuego no era tan complicado y el equilibrio del dolor estaba muy bien, y no era como si al Barón le quedara mucho tiempo. Sacó un cubo de agua de la pequeña fuente en el otro extremo de la habitación. La fuente tenía ranas en ella, y por lo tanto también las tenía el cubo, pero ella era amable y las dejó caer de nuevo en su fuente. A nadie le gusta hervir una rana. El cubo de agua no era estrictamente necesario, pero sí tenía un papel que jugar. Tiffany tosió teatralmente. —¿Ve usted, señor? Tengo un atizador y un balde de agua fría. Atizador de metal frío, un cubo de agua fría. Y ahora... tengo en la mano izquierda el atizador, y pongo mi mano derecha en la parte más caliente del fuego, así. El Barón quedó sin aliento cuando las llamas estallaron alrededor de su mano y la punta del atizador en la otra mano de repente brillaba al rojo vivo. Con el Barón muy impresionado, Tiffany metió el atizador en el cubo de agua, del que surgió una nube de vapor. Luego se puso de pie enfrente del Barón, levantando las dos manos, bastante indemnes. —¡Pero vi las llamas brotar! —dijo el Barón, los ojos muy abiertos—. ¡Bien hecho! ¡Muy bien hecho! Algún tipo de truco, ¿verdad? —Más bien una habilidad, señor. Puse la mano en el fuego y envié el calor al atizador. Solo moví el calor. La llama que vio fue causada por la quema de restos de piel muerta, suciedad, y todas esas cositas desagradables e invisibles y mordedoras que la gente antihigiénica podría tener en sus manos... —Hizo una pausa—. ¿Está bien, señor? —El Barón la estaba mirando—. ¿Señor? ¿Señor? El viejo habló como si estuviera leyendo un libro invisible:

—"La liebre corre en el fuego. La liebre corre en el fuego. El fuego, que la lleva, no la quema. El fuego, que la ama, no la quema. La liebre corre en el fuego. El fuego, que la ama, ella es libre...” ¡Todo vuelve a mí! ¡Cómo me iba a olvidar! ¿Cómo me atreví a olvidarlo? Me dije que lo recordaría para siempre, pero el tiempo pasa, y el mundo se llena de cosas para recordar, cosas que hacer, piden tu tiempo, piden tu memoria. Y te olvidas de las cosas que eran importantes, las cosas reales. Tiffany se sorprendió al ver las lágrimas corriendo por su rostro. —Lo recuerdo todo —susurró con la voz interrumpida por los sollozos—. ¡Recuerdo el calor! ¡Recuerdo la liebre! En ese momento la puerta se abrió de golpe y la Srta. Spruce entró en la habitación. Lo que sucedió después tomó un momento, pero le pareció a Tiffany continuar por una hora. La enfermera la miró sostener el atizador, y luego al anciano en lágrimas, a continuación, la nube de vapor, luego de nuevo a Tiffany mientras dejaba caer el atizador, y luego de vuelta al viejo, y luego de regreso a Tiffany cuando el atizador aterrizó en el hogar con un sonido metálico que resonó en todo el mundo. Y entonces la Srta. Spruce respiró hondo como una ballena preparándose para bucear en el fondo del océano y gritó: —¿Qué crees que estás haciendo con él? ¡Fuera de aquí, descarada tramposa! La capacidad de Tiffany para hablar volvió rápidamente, y luego se convirtió en la capacidad de gritar. —¡Yo no soy descarada y no hago trampas! —¡Voy a buscar a los guardias, negra bruja de medianoche! —gritó la enfermera, en dirección a la puerta. —¡Son sólo las 11 y 30! —gritó Tiffany detrás de ella y se apresuró a volver al Barón, totalmente perdida en cuanto a qué hacer a continuación. El dolor pasó. Podía sentirlo. Ella no estaba manteniendo su mente recta. Las cosas estaban fuera de equilibrio. Se concentró por un momento y luego, tratando de sonreír, se volvió hacia el Barón. —Lo siento mucho si lo he molestado, señor —comenzó, y se dio cuenta de que él estaba sonriendo a través de sus lágrimas y su rostro parecía lleno de luz de sol. —¿Molestarme? Dios mío, no, no estoy molesto. —Trató de ponerse derecho en la silla y señaló hacia el fuego con un dedo tembloroso—. ¡Yo estoy, en realidad, preparado! ¡Me siento vivo! ¡Soy joven, mi querida Srta. Tiffany Doliente! ¡Recuerdo ese día perfecto! ¿No puede verme? ¿Abajo en el valle? Un día perfecto, crujiente, de septiembre. ¡Un niño pequeño con una chaqueta de tweed que picaba demasiado, por lo que recuerdo, sí, picaba demasiado y olía a pis! Y mi padre cantaba "Las Alondras Cantaban Melodiosas", y yo estaba tratando de armonizar, lo que por supuesto no podía hacer, porque tenía tanta voz como un conejo, y estábamos viendo quemar los rastrojos. Había humo por todas partes, y mientras el fuego barría, ratones, ratas, conejos, e incluso zorros, corrían hacia nosotros lejos de las llamas. Faisanes y perdices estaban despegando como cohetes en el último minuto, como lo hacen, y de repente no había sonido alguno y vi esta liebre. Oh, era una grande… ¿sabía que para la gente del campo todas las liebres son hembras?… Y ella se quedó allí, mirándome, con trozos de hierba ardiente cayendo a nuestro alrededor, y las llamas detrás de ella, y ella estaba mirándome directamente, y juro que cuando supo que había llamado mi atención, se sacudió en el aire y se lanzó directamente en el fuego. Y, por supuesto, lloré como nada, porque era tan linda. Y mi padre me levantó y me dijo que me contaría un pequeño secreto, y me enseñó la canción de la liebre, y yo supe la verdad de ella, y

dejé de llorar. Y más tarde, caminamos sobre las cenizas y no había ninguna liebre muerta. —El anciano giró la cabeza torpemente hacia ella, y sonrió, realmente sonrió. Él brilló. ¿De dónde es que viene?, se preguntó Tiffany. Es demasiado amarilla para ser luz del fuego, pero las cortinas están cerradas. Siempre es muy triste aquí, pero ahora es la luz de un nítido día de septiembre... —Recuerdo haber hecho un dibujo con lápices de colores de eso cuando llegamos a casa, y mi padre estaba tan orgulloso que lo llevó por todo el castillo para que todos pudieran admirarlo —continuó el anciano, tan entusiasmado como un niño—. Garabatos de niño, por supuesto, pero hablaba de eso como si se tratara de la obra de un genio. Los padres hacen tales cosas. Lo encontré entre sus documentos después de su muerte, y de hecho, si usted está interesada, lo encontrará en una carpeta de cuero en el cofre del dinero. Es, después de todo, una cosa preciosa. Nunca le he contado eso a nadie —dijo el Barón—. La gente y los días y los recuerdos vienen y van, pero ese recuerdo siempre ha estado ahí. Ningún dinero que pudiera darle, Srta. Tiffany Doliente, que es bruja, podría pagar jamás por traer de nuevo a mí esa visión maravillosa. Que recordaré hasta el día que… Por un momento las llamas en el fuego se detuvieron y el aire fue frío. Tiffany nunca estuvo realmente segura de que ella hubiera visto a Muerte; en realidad no vio, tal vez de algún modo extraño había ocurrido dentro de su cabeza. Aunque donde estuviese, bueno, él estaba allí. ¿NO FUE APROPIADO?, dijo Muerte. Tiffany no dio un paso atrás. No tenía sentido. —¿Usted arregló eso? —preguntó. TANTO COMO SRTA. DOLIENTE.

QUISIERA TENER EL CRÉDITO, OTRAS FUERZAS ESTÁN EN EL TRABAJO.

BUENOS

DÍAS,

Muerte se fue, y el Barón lo siguió, un niño pequeño en su chaqueta de tweed nueva, que picaba terriblemente y algunas veces olía a pis10, siguiendo a su padre a través del campo humeante. Luego Tiffany puso la mano en la cara del muerto y, con respeto, le cerró los ojos, donde la luz de los campos incendiados se iba desvaneciendo.

10 Los viejos fabricantes de telas utilizaban la orina como mordiente para los tintes utilizados en la fabricación de ropa de lana, de modo que los colores se fijaban y no se corrían, y como resultado, podían oler un poco mal por años. Ni siquiera la Srta. Tick podría haberlo explicado mejor y quedarse tan tranquila, a pesar de que probablemente hubiera utilizado el término “jugos corporales evacuados”.

Capítulo 5 LA MADRE DE LAS LENGUAS DEBERÍA HABER HABIDO un momento de paz; de hecho hubo un momento de metal. Algunos de los guardias del castillo se estaban acercando, con su armadura haciendo incluso más ruido que el que por lo general hacen las armaduras, porque ninguna de ellas ajustaba adecuadamente. No había habido ninguna batalla aquí durante cientos de años, pero aún llevaban armaduras, porque rara vez es necesario repararlas y no se desgastan. La puerta se abrió ante el empujón de Brian, el sargento. Tenía una expresión complicada. Era la expresión de un hombre al que le acaban de decir que una bruja malvada, a quien ha conocido desde que era niña, ha matado al jefe, y el hijo del jefe no está, y la bruja se encuentra aún en la sala, y una enfermera, que no le gusta mucho, lo está pinchando de atrás y gritando: —¿Qué está esperando, hombre? ¡Cumpla con su deber! Todo esto lo ponía nervioso. Le echó una mirada tímida a Tiffany. —Buenos días, señorita, ¿está todo bien? —Luego se quedó mirando al Barón en su silla—. Está muerto entonces, ¿verdad? Tiffany dijo: —Sí, Brian, lo está. Murió hace sólo un par de minutos, y tengo razones para creer que era feliz. —Bien, eso es bueno, entonces, supongo —dijo el sargento, y luego su rostro se quebró en lágrimas, por lo que las palabras siguientes fueron tragadas y húmedas—. Usted sabe, fue realmente muy bueno con nosotros cuando mi abuelita estaba enferma; le enviaba comida caliente todos los días, hasta el final. Ella le sostuvo la mano, que no se resistió, y miró por encima de su hombro. Los otros guardias estaban llorando también, y llorando más aún porque sabían que eran grandes hombres fuertes, o así lo esperaban, y no deberían llorar. Pero el Barón había estado siempre allí, era parte de la vida, como la salida del sol. Bueno, tal vez tenía que darte una reprimenda si estabas dormido en servicio o tenías una espada roma (a pesar de que ningún guardia recordaba haber tenido que usar su espada para algo más que abrir la tapa de una lata de mermelada), pero cuando todo estaba dicho y hecho, él era el Barón y ellos eran sus hombres y ahora él ya no estaba.

—¡Pregúntele sobre el atizador! —gritó la enfermera detrás de Brian—. ¡Vamos, pregúntele por el dinero! La enfermera no podía ver el rostro de Brian. Tiffany sí. Probablemente había sido empujado por atrás otra vez, y de repente se puso lívido. —Lo siento, Tiff... quiero decir, señorita, pero aquí esta señora dice que ella piensa que usted cometió un asesinato y un robo —dijo, y su rostro añadió que su propietario justo en este momento no pensaba lo mismo y no quería meterse en problemas con nadie, especialmente con Tiffany. Tiffany lo recompensó con una sonrisita. Recuerda siempre que eres una bruja, se dijo. No empieces a gritar tu inocencia. Sabes que eres inocente. No tienes que gritar nada. —El Barón tuvo la amabilidad de darme algo de dinero para... cuidarlo por él — dijo ella—, y supongo que la Srta. Spruce sin darse cuenta le oyó hacerlo y se formó una impresión equivocada. —¡Era un montón de dinero! —insistió la Srta. Spruce, la cara roja—. ¡El cofre grande debajo de la cama del Barón estaba abierto! —Todo eso es verdad —dijo Tiffany—, y parece que la Srta. Spruce estuvo escuchando accidentalmente desde hace bastante tiempo. Algunos de los guardias se reían, lo que puso a la Srta. Spruce aún más enojada, si eso fuera posible. Se abrió paso hacia adelante. —¿Niega usted que estaba de pie allí con un atizador y su mano en el fuego? — preguntó, con la cara roja como un pavo. —Me gustaría decir algo, por favor —dijo Tiffany—. Es bastante importante. — Podía sentir el dolor, impaciente ahora, luchando por liberarse. Sus manos se sentían húmedas. —¡Usted estaba haciendo magia negra, admítalo! Tiffany respiró hondo. —No sé qué es eso —dijo—, pero sé que tengo justo por encima de mi hombro el último dolor que el Barón tendrá nunca, y tengo que deshacerme de él pronto, y no puedo deshacerme de él aquí, con toda esta gente. ¿Por favor? ¡Necesito un espacio abierto ahora mismo! —Empujó a la Srta. Spruce fuera del camino y los guardias rápidamente se apartaron de ella, para la extrema molestia de la enfermera. —¡No dejen que se vaya! ¡Ella va a volar! ¡Eso es lo que hacen! Tiffany conocía muy bien el diseño del castillo; todo el mundo lo conocía. Había un patio bajando unas escaleras y se dirigió hacia allí rápidamente, sintiendo al dolor agitarse y desplegarse. Había que pensar en él como una especie de animal que puedes mantener a raya, pero eso sólo funcionaba durante algún tiempo. Casi tanto tiempo como... bueno, ahora, de hecho. El sargento apareció junto a ella, y ella lo agarró del brazo. —No me preguntes por qué —alcanzó a decir entre dientes—, ¡pero lanza tu casco al aire! Él fue lo suficientemente brillante para seguir las órdenes, y el casco giró en el aire como un plato de sopa. Tiffany lanzó el dolor detrás de él, sintiendo su terrible suavidad, al encontrar su libertad. El casco se detuvo en el aire como si hubiera

golpeado una pared invisible, y cayó sobre el empedrado en una nube de vapor, doblado casi por la mitad. El sargento lo levantó y de inmediato lo dejó caer de nuevo. —¡Está puñeteramente caliente! —Miró a Tiffany, que estaba apoyada contra la pared y tratando de recuperar el aliento—. ¿Y tú has estado quitando un dolor como éste todos los días? Ella abrió los ojos. —Sí, pero normalmente tengo un montón de tiempo para encontrar un lugar dónde tirarlo. El agua y la roca no son muy buenas, pero el metal es muy fiable. No me preguntes por qué. Si trato de pensar acerca de cómo funciona, no funciona. —¿Y he oído que puedes hacer todo tipo de trucos con el fuego también? —dijo el sargento Brian con admiración. —El fuego es fácil de trabajar si mantienes tu mente clara, pero el dolor... el dolor combate. El dolor está vivo. El dolor es el enemigo. El sargento cautelosamente intentó recuperar su casco, con la esperanza de que ahora estuviera lo bastante frío para sostenerlo. —Voy a tener que asegurarme de enderezar la abolladura antes de que el jefe lo vea —comenzó—. Sabes que es un purista de la elegancia... Oh. —Miró hacia el suelo. —Sí —dijo Tiffany, tan amablemente como pudo—. Va a tomar un poco de tiempo acostumbrarse, ¿no? —Sin decir palabra, le entregó su pañuelo de mano, y él se sonó la nariz. —Pero puedes eliminar el dolor —empezó a decir—, ¿entonces eso significa que puedes...? Tiffany levantó una mano. —Alto ahí —dijo—. Sé lo que vas a preguntar, y la respuesta es no. Si te cortas la mano, probablemente podría hacer que te olvides de ella hasta que intentes comer tu cena, ¿pero cosas como pérdida, dolor y tristeza? No puedo hacer eso. No me atrevería a meterme con ellas. Hay algo llamado "los bálsamos", y conozco sólo a una persona en el mundo que puede hacerlo, y ni siquiera voy a pedirle que me enseñe. Es demasiado profundo. —Tiff... —Brian dudó y miró a su alrededor como si esperara que apareciera la enfermera y lo pinchase en la espalda de nuevo. Tiffany esperó. Por favor, no preguntes, pensó. Me has conocido toda su vida. No puedes pensar... Brian la miró suplicante. —¿Has... tomado algo? —Su voz se apagó. —No, por supuesto que no —dijo Tiffany—. ¿Qué gusano tienes en la cabeza? ¿Cómo puedes pensar una cosa así? —No lo sé —dijo Brian, ruborizándose de vergüenza. —Bueno, todo está bien, entonces. —Supongo que mejor tendría que asegurarme de que el joven señor lo sepa — dijo Brian tras otro buen resoplido—, pero todo lo que sé es que él ha ido a la gran ciudad con su… —Se detuvo otra vez, desconcertado.

—Con su novia —dijo Tiffany con determinación—. Lo puedes decir en voz alta, ya sabes. Brian tosió. —Bueno, verás, pensamos que... bueno, todos pensamos que tu y él eran, bueno, ya sabes... —Siempre hemos sido amigos —dijo Tiffany—, y eso es todo lo que hay. Sintió pena por Brian, a pesar de que con demasiada frecuencia abría la boca antes de conectarla a su cerebro, por lo que le dio una palmada en el hombro. —Mira, ¿por qué no vuelo a la gran ciudad y lo busco? Él casi se derritió de alivio. —¿Lo harías? —Por supuesto. Veo que tienes mucho que hacer aquí, y quitaré un peso de tu mente. Lo cierto es que voy a poner la carga en la mía, pensó mientras se alejaba por el castillo. La noticia se había extendido. La gente estaba parada por ahí, llorando o simplemente con expresión desconcertada. La cocinera corrió hacia ella cuando salía. —¿Qué voy a hacer? ¡Tengo la cena de esa pobre alma en el horno! —Entonces quítela y désela a alguien que necesite de una buena cena —dijo Tiffany con energía. Era importante mantener su tono fresco y ocupado. La gente estaba en estado de shock. Ella lo estaría también, cuando tuviera tiempo, pero justo en este momento era importante hacer que la gente regresara al mundo del aquí y ahora. —Escúchenme, todos ustedes —y su voz resonó en la gran sala—. Sí, el Barón está muerto, ¡pero todavía tienen un Barón! ¡Él estará aquí pronto con su... dama, y ustedes deben tener este lugar impecable para ellos! ¡Todos ustedes conocen sus trabajos! ¡Sigan con ellos! ¡Y recuérdenlo con afecto y limpien el lugar en su memoria! Funcionó. Siempre funcionaba. Una voz que sonaba como si su dueño supiera lo que estaba haciendo podía hacer funcionar las cosas, especialmente si su propietario llevaba un sombrero negro puntiagudo. Hubo una repentina avalancha de actividad. —Supongo que usted cree que se ha salido con la suya, ¿verdad? —dijo una voz detrás de ella. Tiffany esperó un momento antes de darse la vuelta, y cuando lo hizo, estaba sonriendo. —¿Por qué, Srta. Spruce, está todavía aquí? —dijo ella—. Bueno, tal vez hay algunos pisos que necesitan ser fregados. La enfermera era una visión de la furia. —No friego suelos, pequeña arrogante… —No, usted no friega nada, ¿verdad, Srta. Spruce? ¡Me he dado cuenta de eso! Ahora, la Srta. Flowerdew, que estuvo aquí antes que usted, ella podía fregar el suelo. Ella podía limpiar un suelo hasta que se pudiera ver su cara reflejada, aunque en su caso, Srta. Spruce, puedo imaginar por qué que no le gustaría. La Srta. Jumper, que teníamos antes de ella, incluso fregaba los suelos con arena, ¡arena blanca! ¡Ella perseguía el polvo como un terrier persiguiendo a un zorro!

La enfermera abrió la boca para hablar, pero Tiffany no daba espacio a las palabras. —La cocinera me ha dicho que usted es una mujer muy religiosa, siempre de rodillas, y eso está bien por mí, absolutamente bien, pero ¿no se le ha ocurrido a usted tomar un trapeador y un balde? La gente no necesita oraciones, Srta. Spruce, sino que necesita que haga el trabajo que tiene enfrente, Srta. Spruce. Y he tenido suficiente de usted, Srta. Spruce, y especialmente de su preciosa bata blanca. Creo que Roland estaba muy impresionado por su maravillosa bata blanca, pero yo no, Srta. Spruce, porque usted nunca hace nada que la ensucie. La enfermera levantó la mano. —¡Podría abofetearla! —No —dijo Tiffany con firmeza—. No podría. La mano se quedó donde estaba. —¡Nunca he sido tan insultada antes en mi vida! —gritó la enfermera enfurecida. —¿En serio? —dijo Tiffany—. Estoy realmente sorprendida. —Giró sobre sus talones, dejando a la enfermera parada y se dirigió hacia un joven guardia que acababa de entrar en la sala—. Le he visto por ahí. No creo saber quién es. ¿Cuál es su nombre, por favor? El aprendiz de guardia hizo lo que probablemente pensó que era un saludo. —Preston, señorita. —¿Ha sido el Barón bajado a la cripta, Preston? —Sí, señorita, y he bajado algunas linternas y algunas telas y un balde de agua tibia, señorita. —Él sonrió al ver su expresión—. Mi abuela solía amortajar cuando yo era un niño, señorita. Yo podría ayudarla, si usted quiere. —¿Su abuela le permitía ayudar? —No, señorita —dijo el joven—. Ella decía que a los hombres no se les permitía hacer ese tipo de cosas a menos que tuvieran un certificado de doctrina. Tiffany se quedó perpleja por un momento. —¿Doctrina? —Usted sabe, señorita. Doctrina: píldoras y pociones y aserrar las piernas y similares. La luz resplandeció. —Ah, quieres decir doctores. Espero que no. Esto no se trata de mejorar al pobre. Lo haré por mí misma, pero gracias por preguntar, de todos modos. Éste es un trabajo de mujeres. Exactamente porqué es un trabajo de mujeres no lo sé, se dijo cuando llegó a la cripta y se enrolló las mangas. El joven guardia había pensado incluso en llevar un plato de tierra y un plato de sal11. Bien hecho, tu abuela, pensó. ¡Al menos alguien le había enseñado algo útil al muchacho!

11

La tierra y la sal eran una antigua tradición para mantener los fantasmas a distancia. Tiffany nunca había visto un fantasma, por lo que probablemente funcionaba, pero en cualquier caso, funcionaba en la mente de la gente, que se sentía mejor sabiendo que estaban allí, y una vez que lo entiendes, entiendes mucho acerca de la magia.

Ella lloró mientras ponía al viejo “presentable”, como lo llamaba Yaya Ceravieja. Ella siempre lloraba. Era algo necesario. Pero no lo hacías donde cualquiera pudiera ver, no si eras una bruja. La gente no lo esperaría. Les haría sentir incómodos. Dio un paso atrás. Bueno, el viejo se veía mejor que lo que había estado ayer, tenía que admitirlo. Como toque final, sacó dos peniques de su bolsillo y los puso suavemente sobre los párpados. Ésas eran las viejas costumbres, que le enseñó Tata Ogg, pero ahora había una nueva costumbre, conocida sólo por ella. Se apoyó en el borde de la losa de mármol con una mano y con el cubo de agua en la otra. Se quedó allí, inmóvil, hasta que el agua en el balde comenzó a hervir y se estaba formando hielo en la losa. Sacó el cubo al exterior y lo vació de su contenido por el desagüe. El castillo estaba lleno cuando hubo terminado, y dejó que la gente siguiera adelante con las cosas. Vaciló cuando salió del castillo y se detuvo a pensar. La gente a menudo no se detenía a pensar. Ellos pensaban a medida que avanzaban. A veces era una buena idea. Sólo para dejar de moverte, en caso de que fueras por el camino equivocado. Roland era el único hijo del Barón y, por lo que Tiffany sabía, su único pariente, o por lo menos el único pariente al que se le permitía entrar en cualquier lugar cerca del castillo; después de algunos enfrentamientos legales horribles y caros, Roland había logrado desterrar a las temibles tías, las hermanas del Barón que, francamente, incluso el viejo Barón pensaba que eran un desagradable par de viejos hurones como los que cualquier hombre encontraría en los pantalones de su vida. Pero había otra persona que debería saber, lo que no era de ninguna manera concebible en todos los familiares del Barón, pero era, sin embargo, bueno, alguien que debía saber algo tan importante como esto, tan pronto como fuera posible. Tiffany se dirigió al montículo Feegle para ver a la Kelda. Ámbar estaba sentada afuera cuando llegó Tiffany, haciendo algo de costura a la luz del sol. —Hola, señorita —dijo alegremente—. Voy a ir a decir a la señora Kelda que está aquí. —Y con esto desapareció por el agujero tan fácilmente como una serpiente, al igual que Tiffany había sido capaz de hacer una vez. ¿Por qué Ámbar había vuelto allí?, se preguntó Tiffany. Ella la había llevado a la granja Doliente para estar segura. ¿Por qué la chica trepó por la Creta hasta al montículo? ¿Cómo había siquiera recordado dónde estaba? —Muy interesante niña, ésa —dijo una voz, y Sapo 12 sacó la cabeza de debajo de una hoja—. Debo decir que usted se ve muy nerviosa, señorita. —El viejo Barón está muerto —dijo Tiffany. —Bueno, eso cabía esperar. ¡Larga vida al Barón! —dijo el sapo. —Él no va a tener una larga vida —dijo Tiffany—. Está muerto. —No —croó el sapo—. Es lo que se supone que hay que decir. Cuando un rey se muere, hay que anunciar de inmediato que hay otro rey. Es importante. Me pregunto

12

El sapo no tenía otro nombre sino el de Sapo y se había unido al clan Feegle algunos años antes, y encontró que prefería la vida en el montículo muy por encima de su antigua existencia como un abogado o, para ser más precisos, como un abogado que había sido demasiado inteligente en presencia de un hada madrina. La Kelda había ofrecido varias veces convertirlo de nuevo, pero él se negó siempre. Los Feegle lo consideraban el cerebro del equipo ya que sabía palabras que eran más largas que él.

como será el nuevo. Roba A Cualquiera dice que él es un marica mojado que no es apto para lamer sus botas. Y la ha despreciado muy mal. Independientemente de las circunstancias del pasado, Tiffany no iba a dejar pasar eso sin discutir. —No necesito a nadie para lamer algo por mí, muchas gracias. De todos modos, —añadió—, no es su Barón, ¿verdad? Los Feegle se enorgullecen de no tener un señor. —Tiene usted razón en su presentación —dijo el sapo meditadamente—, pero debe recordar que también se enorgullecen de beber lo más posible con la menor excusa posible, lo cual los deja de un carácter incierto, y que el Barón muy claramente cree que él es, de facto, el dueño de todos los bienes por aquí. Una reivindicación ante la ley. Aunque lamento decir que ya no puedo hacer lo mismo. Pero la chica, ahora, es algo extraño. ¿No se ha dado cuenta? ¿No me di cuenta? Tiffany pensó rápidamente. ¿De qué debería haberme dado cuenta? Ámbar era sólo una niña13; la había visto a su alrededor —no tan tranquila para ser preocupante, no tan ruidosa para ser molesta. Y eso era todo. Pero entonces pensó: Los pollos. Eso era extraño. —¡Ella puede hablar Feegle! —dijo el sapo—. Y no me refiero a todo eso de crivens, eso es sólo el patois. Me refiero a las antiguas cosas serias que la Kelda dice, la lengua que hablaban en donde estaban antes de que vinieran de allí. Lo siento, con alguna preparación estoy seguro de que podría haber hecho una frase mejor. —Hizo una pausa—. Yo mismo no entiendo una palabra de Feegle, pero la chica parece haberlo simplemente entendido. Y otra cosa, voy a jurar que ha estado tratando de hablar conmigo en Sapo. Yo mismo no soy muy bueno en eso, pero un poco de comprensión vino con… el cambio de forma, por así decirlo. —¿Está usted diciendo que entiende las palabras inusuales? —dijo Tiffany. —No estoy seguro —dijo el sapo—. Creo que ella entiende el significado. —¿Está seguro? —dijo Tiffany—. Siempre he pensado que era un poco simple. —¿Simple? —dijo el sapo, que parecía estar divirtiéndose—. Bueno, como abogado puedo decir que algo que parece muy simple puede ser muy complicado, especialmente si estoy siendo pagado por hora. El sol es simple. Una espada es simple. Una tormenta es simple. Detrás de todo lo simple hay una enorme cola de complicado. Ámbar asomó la cabeza fuera del agujero. —La Sra. Kelda dice que se reúna con ella en el pozo de creta —dijo emocionada. Hubo un leve vitoreo procedente del pozo de creta cuando Tiffany se introdujo con cautela a través del cuidado camuflaje. Le gustaba el pozo. Parecía imposible ser verdaderamente infeliz allí, con las húmedas paredes blancas acunándola y la luz del día azul pinchando a través de las zarzas. A veces, cuando ella era mucho más joven, había visto los peces antiguos que nadaban adentro y afuera del pozo de creta, los peces antiguos de la época en que la Creta era la tierra bajo las olas. El agua se había ido hace mucho tiempo, pero las almas de los peces fantasmas no se habían percatado de ello. Estaban armados como 13

Tiffany.

Esto es decir, desde el punto de vista de Tiffany, que significa un par de años más joven que

caballeros y eran antiguos como la creta. Pero ella no los vio más. Tal vez tu vista cambia a medida que envejeces, pensó. Había un fuerte olor a ajo. Una gran parte del fondo del pozo estaba llena de caracoles. Los Feegle caminaban cuidadosamente entre ellos, pintando números en sus conchas. Ámbar estaba sentada al lado de la Kelda, con las manos entrelazadas alrededor de sus rodillas. Visto desde arriba, se vería para todo el mundo como un concurso de perros pastores, pero con menos ladridos y mucha más viscosidad. La Kelda vio a Tiffany, y se llevó un pequeño dedo a los labios, seguido de una breve inclinación de cabeza a Ámbar, que estaba enfrascada ahora en el procedimiento. Jeannie dio unas palmaditas en el espacio del otro lado de ella, y dijo: —Estamos mirando a los muchachos poner nuestra marca en el ganado, ya sabéis. —Había un ligero toque de extrañeza en su voz. Era el tipo de voz que un adulto utiliza cuando le dice a un niño “Nos estamos divirtiendo, ¿no?”, en caso de que el niño no haya llegado a esa conclusión todavía. Pero Ámbar realmente parecía como si se estuviera divirtiendo. Se le ocurrió a Tiffany que tener a los Feegle alrededor parecía hacer feliz a Ámbar. Ella tuvo la impresión de que la Kelda quería mantener liviana la conversación, así que se limitó a preguntar: —¿Por qué los marcan? ¿Quién va a tratar de robarlos? —Otros Feegle, por supuesto. Mi Roba estima que estarán haciendo cola para robar nuestros caracoles si se quedan sin protección, vos sabéis. Tiffany estaba desconcertada. —¿Por qué se quedan sin protección? —Debido a que mis muchachos, vos sabéis, irán a robar su ganado. Es una vieja tradición Feegle, significa que todo el mundo tiene un montón de peleas, abigeato y robo, y, por supuesto, el favorito de siempre, borracheras. —La Kelda hizo un guiño a Tiffany—. Bueno, eso mantiene a los muchachos felices, e impide que se inquieten y se metan bajo nuestros pies, vos sabéis. Le guiñó un ojo a Tiffany de nuevo y le dio unas palmaditas a Ámbar en la pierna, y le dijo algo en el idioma que sonaba como una versión muy antigua de Feegle. Ámbar respondió en el mismo idioma. La Kelda asintió significativamente a Tiffany y señaló al otro extremo del pozo. —¿Qué acabas de decirle? —dijo Tiffany, mirando de nuevo a la chica, que seguía mirando a los Feegle con el mismo sonriente interés. —Le dije que tú y yo íbamos a tener una conversación para adultos —dijo la Kelda—, y ella acaba de decir a los muchachos eran muy divertidos, y no sé cómo, pero ha aprendido la Madre de las Lenguas. Tiffany, yo sólo la uso con una hija y el gonnagle14, vos sabeis, y yo estaba hablando con él en el montículo la noche anterior, ¡cuando ella se nos unió! ¡Ella lo entendió con sólo escuchar! ¡Eso no debería suceder! Eso es un raro don que tiene, y no hay duda. Ella debe conocer los significados en la cabeza, y eso es magia, señorita, es auténtico y no hay duda. —¿Cómo pudo ocurrir? —¿Quién sabe? —dijo la Kelda—. Es un don. Y si queréis seguir mi consejo, pondréis esta chica a formarse. 14

Ver el Glosario.

—¿No es demasiado vieja para comenzar? —dijo Tiffany. —Ponedla en el oficio, o encuentra algún canal para su don. Creedme, mi niña, yo no quiero que creais que golpear a una chica casi hasta la muerte es una cosa buena, pero, ¿quién sabe cómo se eligen nuestros caminos? Y ella terminó aquí, conmigo. Ella tiene el don de la comprensión. ¿Lo habría encontrado en otro sitio? Sabéis muy bien que el sentido de la vida es encontrar tu don. Encontrar tu don es la felicidad. Nunca tae encontrarlo es miseria. Os dije que ella es un poco simple: encuéntrale un maestro que pueda sacar a la luz lo complicado en ella. La niña aprendió un idioma difícil con sólo escucharlo. El mundo necesita gente que pueda hacer eso. Tenía sentido. Todo lo que la Kelda decía tenía sentido. Jeannie hizo una pausa y luego dijo: —Siento mucho que el Barón haya muerto. —Lo siento —dijo Tiffany—. Quería decírtelo. La Kelda le sonrió. —¿Crees que una Kelda necesita que le digan algo así, mi niña? Era un hombre decente, y vos hicisteis lo correcto por él. —Tengo que ir a buscar al nuevo Barón —dijo Tiffany—. Y voy a necesitar a los muchachos para que me ayuden a encontrarlo. Hay miles de personas en la ciudad, y los muchachos son muy buenos para encontrar cosas15. —Miró hacia el cielo. Tiffany nunca había volado todo el camino a la gran ciudad antes y no le apetecía volar en la oscuridad—. Voy a salir con el alba. Pero en primer lugar, Jeannie, creo que es mejor llevar de nuevo a Ámbar a casa. ¿Te gustaría eso, Ámbar? —dijo sin esperanza. Tres cuartos de hora más tarde, Tiffany voló su escoba de vuelta hacia el pueblo, los gritos todavía resonando en su cabeza. Ámbar no iba a volver. En realidad, había dejado meridianamente clara su renuencia a abandonar el montículo; se sujetó vigorosamente con brazos y piernas en el agujero y permaneció allí gritando al tope de su voz cada vez que Tiffany le daba un suave tirón; cuando la dejó ir, la chica fue de nuevo a sentarse al lado de la Kelda. Así que eso fue todo. Intenta hacer planes para la gente, y la gente hace otros planes. Como quiera que lo mirase, Ámbar tenía padres, padres bastante terribles, podría decir, y podría agregar que eso era darles lo mejor de ellos. Por lo menos tenían que saber que ella estaba a salvo... Y en cualquier caso, ¿que posible daño podría sufrir Ámbar al cuidado de la Kelda? La Sra. Petty cerró la puerta cuando vio que se trataba de Tiffany, la abrió de nuevo casi inmediatamente, en un mar de lágrimas. El lugar apestaba, no sólo a cerveza rancia y mala cocina, sino también a impotencia y desconcierto. Un gato, el más sarnoso que Tiffany había visto jamás, era casi seguramente parte del problema. La Sra. Petty estaba asustada más allá de cualquier inteligencia que tuviera y se dejó caer de rodillas en el suelo, suplicando incoherentemente. Tiffany le preparó una taza de té, que no era un mandado para los aprensivos, ya que la vajilla que la casa poseía estaba apilada en el fregadero de piedra, que estaba lleno con agua fangosa que ocasionalmente burbujeaba. Tiffany pasó varios minutos de fuerte fregado antes 15

Ella guardó para sí cualquier pensamiento sobre el hecho de que eran los mejores para encontrar las cosas que pertenecían a otras personas. Es cierto, sin embargo, que los Feegle podían cazar como perros, y también beber como peces.

de tener una taza en la que pudiera beber, e incluso entonces algo se estaba sacudiendo dentro de la tetera. La Sra. Petty se sentó en la única silla que tenía las cuatro patas y balbuceó acerca de cómo su esposo era realmente un buen hombre siempre que la cena estuviese a tiempo y Ámbar no fuese traviesa. Tiffany se había acostumbrado a ese tipo de conversación desesperada cuando ella iba a "dar la vuelta por las casas” en las montañas. Eran generadas por el miedo… miedo a lo que le pasaría al que hablaba cuando se quedaran solos de nuevo. Yaya Ceravieja tenía una manera de lidiar con esto, que era poner el temor de Yaya Ceravieja en absolutamente todos, pero Yaya Ceravieja había tenido años de ser, bien, Yaya Ceravieja. Un cuidadoso interrogatorio no agresivo trajo la noticia de que el Sr. Petty estaba arriba, durmiendo, y Tiffany simplemente le dijo a la Sra. Petty que Ámbar estaba siendo atendida por una señora muy amable mientras sanaba. La Sra. Petty comenzó a llorar de nuevo. La miseria del lugar tensaba también los nervios de Tiffany, y ella intentó dejar de ser cruel; pero ¿qué difícil era echar un balde de agua fría sobre un suelo de piedra y barrer afuera de la puerta con una escoba? ¿Qué difícil era hacer un poco de jabón? Uno podría hacer uno bastante útil de ceniza de madera y grasa animal. Y, como su madre había dicho una vez: "Nadie es demasiado pobre para lavar una ventana," a pesar de que su padre, sólo para molestar a su madre, de vez en cuando lo cambiaba a: "Nadie es demasiado pobre para lavar a una viuda 16." Pero, ¿por dónde podrías empezar con esta familia? Y lo que fuera que estaba en la tetera aún la estaba sacudiendo, probablemente tratando de salir. La mayoría de las mujeres en las aldeas había crecido para ser fuerte. Una necesita ser fuerte para criar una familia con el salario de un trabajador agrícola. Había un dicho local, una especie de receta para hacer frente a un marido problemático. Era: "pastel de lengua, granero frío y bastón de policía.". Quería decir que el marido problemático recibía un gruñido en lugar de la cena, que debería largarse al granero a dormir, y si levantaba la mano a su esposa, podría recibir un buen golpe de la larga vara que cada casa tenía para revolver la ropa en la tina. Por lo general, aprendía lo errado de sus maneras antes de la cencerrada. —¿No le gustarían unas cortas vacaciones lejos del Sr. Petty? —sugirió Tiffany. La mujer, pálida como una babosa y flaca como una escoba, pareció horrorizada. —¡Oh, no! —jadeó—. ¡No sabría qué hacer sin mí! Y entonces... todo salió mal, o mejor dicho, mucho peor que lo que ya estaba. Y todo fue muy inocente, porque la mujer estaba muy abatida. —Bueno, al menos puedo limpiar su cocina por usted —dijo Tiffany alegremente. Hubiera estado bien si simplemente hubiera agarrado una escoba y empezado a trabajar, pero, ah no, ella tenía que mirar el techo gris, lleno de telarañas y decir—: ¡Está bien, sé que están aquí, siempre me siguen, así que hagan algo útil y limpien la cocina a fondo! —No pasó nada durante unos segundos, y entonces oyó, porque lo estaba esperando, una conversación apagada de cerca del techo. —¿No habéis escuchado eso? ¡Ella sabe que estamos aquí! ¿Cómo es que ella siempre lo sabe en el acto? Una voz Feegle, ligeramente diferente, dijo: —¡Es porque siempre la seguimos, vos pequeño tonto!

16

Juego de palabras entre ventana (window) y viuda (widow). (NT)

—Oh sí, sé eso bastante bien, pero mi punto es, ¿no prometimos fielmente que no la seguíamos de más? —Sí, era un juramento solemne. —Exactamente, y por eso no puedo más que estar un poquito decepcionado porque la gran hag pequeñita no preste atención a una promesa solemne. Es un poquito dañino a los sentimientos. —Pero hemos roto el juramento solemne; es una cosa Feegle. Una tercera voz dijo: —¡Espabilad, vosotros scunners, es el golpe de pie! Un torbellino golpeó la mugrienta cocinita17. La espuma se arremolinó en las botas de Tiffany, que en efecto estaban golpeando. Hay que decir que nadie puede crear un lío con más rapidez que un grupo de Feegle, pero extrañamente, ellos podían limpiar así, incluso sin la ayuda de los azulejos y criaturas varias de los bosques. El sumidero fue vaciado en un instante y vuelto a llenar con agua jabonosa. Platos de madera y tazas de estaño zumbaron en el aire cuando el fuego estalló a la vida. Con un bang bang bang la caja de leña se llenó. Después de eso, la cosa se aceleró, y un tenedor vibró en la pared al lado del oído de Tiffany. El vapor se elevó como una niebla, con ruidos extraños que salían de él; la luz solar inundaba por la ventana, de repente limpia, llenando la habitación con el arco iris; una escoba pasó empujando lo último de las aguas enfrente de ella; la tetera hervía; un jarrón de flores apareció en la mesa —algunas de ellas, admitámoslo, al revés— y de repente la habitación estaba fresca y limpia y ya no olía a patatas podridas. Tiffany miró hacia el techo. El gato estaba aferrado a él por las cuatro patas. Le lanzó lo que era definitivamente una mirada. Incluso una bruja puede ser mirada por un gato que se ha subido aquí, y todavía está aquí arriba. Tiffany finalmente localizó a la Sra. Petty debajo de la mesa, con las manos sobre su cabeza. Cuando finalmente la hubo persuadido de salir y sentarse en una silla muy limpia delante de una taza de té maravillosamente limpia, ella tenía muchas ganas de acordar que había habido una gran mejora, aunque más tarde Tiffany no pudo más que admitir que la Sra. Petty probablemente habría estado de acuerdo con absolutamente todo si Tiffany tan sólo se iba. No fue un éxito, entonces, pero por lo menos el lugar estaba mucho más limpio y la Sra. Petty tendría que agradecerlo cuando tuviera tiempo de pensar en ello. Un gruñido y un golpe que Tiffany oyó cuando salía del harapiento jardín fue probablemente el gato, finalizando su asociación con el techo. A mitad de camino de regreso a la granja, llevando su palo de escoba encima del hombro, pensó en voz alta: —Tal vez eso fue un poco estúpido. —No te molestes —dijo una voz—. Si hubiéramos tenido tiempo podríamos haber hecho un poco de pan también. —Tiffany miró hacia abajo, y estaba Roba A Cualquiera, junto con media docena de otros, conocidos indistintamente como los Nac Mac Feegle, los Hombrecillos Libres y, a veces, los Acusados, los Responsables, personas buscadas por la policía para ayudarles con sus indagaciones y, otras veces como "ése, el segundo a la izquierda, juro que era él". 17 Tiffany había ganado la admiración de otras brujas por persuadir a los Feegle a hacer las tareas. El hecho lamentable era que los Feegle harían cualquier tarea, siempre que fuera fuerte, sucia y extravagante. Y, si es posible, incluyera gritos.

—¡Tú sigues en pos de mí! —se quejó—. ¡Siempre prometes no hacerlo y siempre lo haces! —Ah, pero vos no tenéis en cuenta la geas que está puesta en nosotros, vos sabéis. Vos sois la hag de las colinas y debemos estar siempre listos para protegeros y ayudaros, no importa lo que vos digáis —dijo Roba A Cualquiera firmemente. Hubo una rápida sacudida de cabeza entre los otros Feegle, provocando una lluvia de trozos de lápiz, dientes de ratas, la cena de anoche, piedras interesantes con agujeros, escarabajos, prometedores trozos de moco escondidos para el posterior examen pausado, y caracoles. —Mira —dijo Tiffany—, ¡no puedes ir por ahí ayudando a la gente tanto si ellos quieren como si no! Roba A Cualquiera se rascó la cabeza, volvió a colocar el caracol que se había caído y dijo: —¿Por qué no, señorita? Tú lo haces. —¡No lo hago! —dijo ella en voz alta, pero por dentro una flecha golpeó su corazón. No he sido amable con la Sra. Petty, ¿verdad?, pensó. Sí, es cierto que la mujer parecía tener el cerebro, así como el comportamiento, de un ratón, pero por sucia que estuviera, la apestosa casa era la casa de la Sra. Petty, y Tiffany había irrumpido con un montón, bien, para no poner un punto demasiado fino en eso, de Nac Mac Feegle y lo estropeó todo, aunque menos estropeado que lo que había estado antes. Yo fui brusca, y autoritaria, y autosuficiente. Mi madre podría haberlo manejado mejor. Si vamos a ello, probablemente cualquier otra mujer en la aldea podría haberlo manejado mejor, pero yo soy la bruja y metí la pata, y metí la pata y le metí un miedo de muerte. Yo, una chiquilla con un sombrero puntiagudo. Y la otra cosa que pensó fue que si en realidad no se acostaba muy pronto, se iba a caer. La Kelda tenía razón: no podía recordar cuándo había dormido en una cama apropiada, y había una esperándola en la granja. Y, pensó de repente y con culpa, que todavía tenía que hacerle saber a sus propios padres que Ámbar Petty estaba de vuelta con los Feegle... Siempre hay algo, pensó, y luego hay otro algo arriba del algo, y entonces no hay fin a los algos. No maravilla que a las brujas les den escoba. Los pies no podrían hacerlo por sí mismos.

*** Su madre estaba cuidando al hermano de Tiffany, Wentworth, que tenía un ojo negro. —Ha estado peleando contra los grandes —se quejó su madre—. Tienes un ojo negro, ¿verdad, Wentworth? —Sí, pero pateé a Billy Teller en la ingle. Tiffany intentó matar de hambre a un bostezo. —¿Has estado luchando, Went? Pensé que eras más sensato. —Dijeron que eras una bruja, Tiff —dijo Wentworth. Y la madre de Tiffany se volvió con una expresión extraña en su rostro. —Sí, bueno, lo soy —dijo Tiffany—. Ése es mi trabajo.

—Sí, pero dudo que hagas el tipo de cosas que dijeron que estabas haciendo — dijo su hermano. Tiffany encontró la mirada de su madre. —¿Eran cosas malas? —dijo. —¡Ah! Eso no es ni la mitad —dijo Wentworth. Sangre y moco cubrían su camisa, donde habían goteado desde su nariz. —Wentworth, sube a tu habitación —ordenó la Sra. Doliente… y probablemente, pensó Tiffany, ni siquiera Yaya Ceravieja hubiera sido capaz de emitir una orden que fuera obedecida tan al instante. Y tan llena de una amenaza implícita de juicio final si no lo era. Cuando las botas del reacio joven hubieron desaparecido por la escalera, la madre de Tiffany se volvió hacia su hija menor, se cruzó de brazos y dijo: —No es la primera vez que ha estado en una pelea como ésta. —Todo eso se debe a los libros ilustrados —dijo Tiffany—. Estoy tratando de enseñar a la gente que las brujas no son viejas locas que van por ahí poniendo hechizos en la gente. —Cuando tu padre venga, voy a hacer que vaya y tenga una palabra con el papá de Billy —dijo su madre—. Billy es un pie más alto que Wentworth, pero tu papá... él es dos pies más alto que el papá de Billy. No habrá ningún enfrentamiento. Tú conoces a tu papá. Es un hombre tranquilo, tu papá. Nunca le he visto golpear a un hombre más que unas dos veces, nunca tiene que hacerlo. Él mantendrá a la gente tranquila. Van a estar en calma, si no... Pero algo no está del todo bien, Tiff. Estamos todos muy orgullosos de ti, ya sabes, de lo que estás haciendo y todo eso, pero está influenciando a la gente de alguna manera. Están diciendo cosas ridículas. Y estamos teniendo dificultades para vender los quesos. Y todo el mundo sabe que son los mejores quesos. Y ahora, Ámbar Petty. ¿Crees que es justo que ella esté andando ahí con… ellos? —Así lo espero, mamá —dijo Tiffany—. Pero la muchacha tiene una mentalidad muy fuerte y, mamá, a fin de cuentas, todo lo que puedo hacer es lo mejor que pueda. Más tarde esa noche, Tiffany, dormitando en su antigua cama, podía oír a sus padres hablar en voz muy baja en la habitación de abajo. Y aunque, por supuesto, las brujas no lloraban, tenía una imperiosa necesidad de hacerlo.

Capítulo 6 LA LLEGADA DEL HOMBRE ASTUTO

TIFFANY ESTABA ENOJADA consigo misma por dormir demasiado. Su madre en realidad tuvo que traerle una taza de té. Pero la Kelda había tenido razón. Ella no había estado durmiendo apropiadamente y el lecho, antiguo pero acogedor, se había cerrado alrededor de ella. Sin embargo, podría haber sido peor, se dijo mientras se ponía en marcha. Por ejemplo, podría haber serpientes en la escoba. Los Feegle se habían sentido muy felices, como dijo Roba A Cualquiera, de "sentir el viento bajo sus kilts”. Los Feegles eran probablemente mejores que las serpientes, pero eso era sólo una conjetura. Hacían cosas como correr de un lado a otro del palo para ver las cosas interesantes sobre las que estaban volando, y en una ocasión ella miró sobre su hombro para ver a unos diez de ellos colgando atrás de la escoba o, más concretamente, uno de ellos estaba colgado atrás de la escoba, y luego uno colgaba de sus talones y otro estaba colgado de sus talones, y así sucesivamente, hasta llegar al último Feegle. Ellos se estaban divirtiendo, gritando de risa, sus kilts ondeando al viento. Presumiblemente la emoción compensaba el peligro y la falta de visión, o por lo menos, de una visión que nadie más querría ver. Uno o dos en realidad perdieron su agarre sobre las cerdas, flotando hacia abajo mientras saludaban a sus hermanos y hacían ruidos de ¡iujuuu!, y en general tomándolo como un gran juego. Los Feegle tendían a rebotar cuando golpeaban el suelo, aunque a veces lo dañaban un poco. Tiffany no estaba preocupada acerca de su vuelta a casa; sin duda, habría un montón de criaturas peligrosas preparadas para saltar sobre un hombrecito que corría, pero cuando llegaran a casa habría, de hecho, un número considerablemente menor de ellas. En realidad, los Feegle tuvieron — según los estándares Feegle— muy buen comportamiento en el vuelo, y en realidad no prendieron fuego a la escoba hasta que estuvieron a unas veinte millas de la ciudad, un incidente anunciado por Wullie Tonto diciendo en voz muy baja: “¡Vaya!”, y, después tratando de ocultar culpablemente el hecho de que había prendido fuego a las cerdas parándose delante de la hoguera para ocultarla. —Has prendido fuego a la escoba de nuevo, ¿no es así, Wullie? —dijo Tiffany con firmeza—. ¿Qué fue lo que aprendimos la última vez? No encendemos fuegos en la escoba por ninguna buena razón.

La escoba comenzó a temblar cuando Wullie Tonto y sus hermanos trataron de pisotear las llamas. Tiffany buscó en el paisaje debajo de ellos algo suave y preferentemente húmedo donde aterrizar. Pero no servía de nada enojarse con Wullie; vivía en un mundo con la forma de Wullie, de su propiedad. Tenías que intentar pensar en diagonal. —¿Me pregunto, Wullie Tonto —dijo mientras la escoba desarrollaba un desagradable traqueteo—, si, trabajando juntos, podemos averiguar por qué mi escoba está en llamas? ¿Crees que podría tener algo que ver con el hecho de que estás sosteniendo una cerilla en la mano? El Feegle miró la cerilla como si nunca antes hubiera visto una, y luego la puso a la espalda y miró sus pies, lo cual era muy valiente de él en esas circunstancias. —Realmente no lo sé, señorita. —Ya ves —dijo Tiffany mientras el viento azotaba a su alrededor—, sin suficiente cerdas no puedo dirigir muy bien, y estamos perdiendo altura pero lamentablemente bastante rápido. ¿Tal vez me podrías ayudar con este dilema, Wullie? Wullie Tonto metió el dedo meñique en la oreja y lo movió como si hurgara en su propio cerebro. Luego se iluminó. —¿No deberíamos aterrizar, señorita? Tiffany suspiró. —Me gustaría hacer eso, Wullie Tonto, pero, ya ves, vamos muy rápido y el suelo no corre. Lo que tendremos en estas circunstancias es lo que llaman un accidente. —Yo no estaba considerando que deberíais aterrizar en el polvo, señorita —dijo Wullie. Señaló hacia abajo, y agregó—: Yo estaba considerando que os puede gustar aterrizar sobre eso. Tiffany siguió la línea de su dedo. Había un camino largo y blanco por debajo de ellos, y en él, no muy lejos, había algo oblongo, moviéndose casi tan rápido como la misma escoba. Se quedó mirando, escuchando a su cerebro calcular, y luego dijo: —Todavía tenemos que perder algo de velocidad… Y así fue como un palo de escoba humeante llevando a una aterrorizada bruja y cerca de dos docenas de Nac Mac Feegle, extendiendo sus kilts para ir más lentos, aterrizó en el techo del correo expreso Lancre-Ankh-Morpork. El coche tenía buenos resortes y el conductor tuvo los caballos de nuevo bajo control bastante rápidamente. Se hizo un silencio al bajar de su asiento, mientras el polvo blanco comenzaba a asentarse de nuevo en la carretera. Era un hombre de aspecto corpulento que hacía muecas de dolor a cada paso, y en una mano llevaba un sándwich de queso a medio comer y en la otra un inconfundible pedazo de caño de plomo. Sorbió por la nariz. —Mi supervisor tendrá que ser informado. Daños en la pintura, ¿ve? Tengo que hacer un informe cuando hay daños en la pintura. Odio los informes, nunca he sido un hombre al que las palabras le vengan con facilidad. Tengo que hacerlo, sin embargo, cuando es daño a la pintura. —El sándwich y, más importante aún, el caño de plomo desaparecieron en su inmenso abrigo, y Tiffany se sorprendió de lo feliz que se sentía por eso. —Realmente lo siento mucho —dijo mientras el hombre la ayudaba a bajar del techo del coche.

—No soy yo, entienda, es la pintura. Yo les digo, mire, yo les digo que hay trolls, hay enanos, huh, y ya sabe cómo conducen ellos, los ojos medio cerrados la mayor parte del tiempo porque a ellos no les gusta el sol. Tiffany se quedó quieta mientras él inspeccionaba los daños y luego la miró y se percató del sombrero puntiagudo. —Oh —dijo inexpresivamente—. Una bruja. La primera vez para todo, supongo. ¿Sabe usted lo que llevo aquí, señorita? ¿Qué puede ser lo peor?, pensó Tiffany. Dijo: —¿Huevos? —¡Ja —dijo el hombre—. Para eso deberíamos tener mucha suerte. Son espejos, señorita. Un espejo, de hecho. No es uno plano, tampoco; es una pelota, me dicen. Todo empaquetado muy seguro y sólido, o eso dicen, sin saber que alguien se va a caer del cielo sobre él. —No sonaba enojado, sólo cansado, como si permanentemente esperara que el mundo le diera el extremo sucio de la vara—. Fue hecho por los enanos —añadió—. Dicen que cuesta más de mil dólares de Ankh-Morpork, ¿y sabe para qué es? Para colgar en un salón de baile en la ciudad, donde esperan bailar el vals, algo que una joven dama bien educada como usted no debería conocer, a causa del hecho, dice en el periódico, que conduce a la depravación y tejemanejes. —¡Caramba! —dijo Tiffany, pensando que algo como eso se esperaba de ella. —Bueno, supongo que será mejor ir a ver que daño hay —dijo el conductor, abriendo laboriosamente la parte trasera del coche. Una gran caja ocupaba un montón del espacio—. La mayor parte está llena de paja —dijo—. Déme una mano para bajarla, ¿quiere? Y si tintinea, los dos estamos en problemas. Resultó no ser tan pesada como Tiffany esperaba. Sin embargo, la bajaron suavemente sobre la carretera y el cochero rebuscó entre la paja adentro, sacando la bola de espejos, sosteniéndola en alto como una joya rara, a la que, de hecho, se parecía. El mundo se llenó con la luz brillante, que deslumbraba los ojos y enviaba rayos intermitentes a través del paisaje. Y en este momento el hombre gritó de dolor y dejó caer la pelota, que se rompió en mil pedazos, llenando el cielo por un momento con un millón de imágenes de Tiffany, mientras que él, acurrucándose, aterrizó en la carretera, levantando más polvo blanco y lanzando pequeños gemidos mientras el cristal caía a su alrededor. En poco menos de un instante, el hombre gimiente estaba rodeado por un anillo de Feegle, armados hasta los dientes, los que aún los poseían, con espadas, más espadas, porras, hachas, palos y por lo menos una espada más. Tiffany no tenía idea de dónde se habían escondido; un Feegle podía esconderse detrás de un pelo. —¡No le hagan daño! —gritó—. ¡Él no iba a hacerme daño! ¡Está muy mal! ¡Pero sean útiles y pongan en orden todo este vidrio roto! —Ella se agachó en el camino y tomó la mano del hombre—. ¿Por cuánto tiempo ha tenido usted huesos brincadores, señor? —Oh, he sido un mártir durante los últimos veinte años, señorita, un mártir —se quejó el cochero—. Es el traqueteo del coche, ya ve. ¡Son los tirantes… no funcionan! No creo haber tenido más que una noche de cada cinco de sueño decente, señorita, y ésa es la verdad; tomo una pequeña siesta, me giro, como usted lo hace, y aparece este pequeño chasquido y después es la agonía, créame.

A excepción de unos pocos puntos en el límite de la visión, no había nadie más alrededor, aparte de, por supuesto, un puñado de Nac Mac Feegle que, contra todo sentido común, habían perfeccionado el arte de esconderse unos detrás de otros. —Bueno, creo que puedo ayudarle —dijo Tiffany. Algunas brujas utilizan un amaño para ver en el presente, y, con algo de suerte, en el futuro. En la humosa penumbra del montículo Feegle, la Kelda estaba practicando lo que ella llamaba los hiddlins —las cosas que hacías y pasabas, pero, en general, pasabas como secreto. Y ella era plenamente consciente de Ámbar observando con claro interés. Una niña extraña, pensó. Ella ve, oye, entiende. ¿Qué daríamos por un mundo lleno de gente como ella? Ella había preparado el caldero18 y encendió un pequeño fuego debajo del cuero. La Kelda cerró los ojos, se concentró y leyó las memorias de todas las keldas que habían sido y que serían. Millones de voces flotaron a través de su cerebro, en ningún orden en particular, a veces suaves, no muy fuertes, a menudo tentadoramente fuera de su alcance. Era una colección maravillosa de información, excepto que todos los libros estaban desordenados y así también todas las páginas, y no había un índice en ningún lado. Ella tenía que seguir los hilos que se desvanecían mientras escuchaba. Se esforzó mientras pequeños sonidos, diminutos destellos, gritos ahogados, corrientes de significado, atraían su atención de un lado a otro... Y allí estaba, delante de ella como si hubiera estado siempre allí, entrando en foco. Abrió los ojos, miró el techo por un momento, y dijo: —Yo busco a la gran hag pequeñita ¿y qué es lo que veo? Espió hacia delante en la niebla de recuerdos antiguos y nuevos, y echó la cabeza hacia atrás, casi derribando a Ámbar, quien dijo, con interés: —¿Un hombre sin ojos? —Bueno, creo que puedo ser capaz de ayudarle, señor, eh... —Ponealfombra, señorita. Guillermo Glotal Ponealfombra. —¿Ponealfombra? —dijo Tiffany—. Pero usted es un cochero. —Sí, bueno, hay una historia divertida unida a eso, señorita. Ponealfombra, como ve, es mi apellido. No sabemos cómo lo conseguimos porque, usted ve, ¡ninguno de nosotros jamás ha puesto una alfombra! Tiffany le dio una sonrisita amable. —¿Y...? El Sr. Ponealfombra le lanzó una mirada perpleja. —¿Y qué? ¡Ésa fue la historia divertida! —Se echó a reír, y volvió a gritar cuando le brincó un hueso. —Oh, sí —dijo Tiffany—. Lo siento, soy un poco lenta. —Se frotó las manos—. Y ahora, señor, voy a arreglar sus huesos.

18 Un mensaje del autor: no todos los calderos son de metal. Uno puede hervir agua en un caldero de cuero, si sabe lo que está haciendo. Uno puede incluso hacer el té en una bolsa de papel si es cuidadoso y sabe cómo hacerlo. Pero por favor no lo haga, o si lo hace, no le diga a nadie que le dije.

Los caballos del coche observaron con calmo interés mientras ella ayudaba al hombre a levantarse, dándole una mano mientras él se quitaba el gran abrigo (con más de un gruñido y gritos menores) y lo colocó para que sus manos se apoyaran en el coche. Tiffany se concentró, sintiendo la espalda del hombre a través de su delgado chaleco y… sí, allí estaba, un hueso brincador. Ella se dirigió a los caballos, susurrando una palabra en cada oreja que se sacudía espantando moscas, sólo para estar en el lado seguro. Luego volvió al señor Ponealfombra, que estaba esperando obedientemente, sin atreverse a moverse. Cuando ella se arremangó, dijo: —No va a convertirme en algo antinatural, ¿verdad, señorita? Yo no quiero ser una araña. Tengo un miedo mortal a las arañas, y toda mi ropa está hecha para un hombre con dos piernas. —¿Por qué cosa en el mundo cree que lo convertiría en nada, Sr. Ponealfombra? —dijo Tiffany, pasando suavemente su mano por la columna vertebral. —Bueno, exceptuando su honorable presencia, señorita, pensé que eso es lo que hacen las brujas, señorita… Cosas desagradables, señorita, tijeretas y todo eso. —¿Quién le dijo eso? —No lo puedo decir exactamente —dijo el cochero—. Es sólo una especie de... ya sabe, lo que todo el mundo sabe. Tiffany colocó sus dedos con cuidado, encontró el hueso brincador, dijo: —Esto podría arder un poco —y empujó el hueso en su lugar. El cochero gritó de nuevo Sus caballos trataron de desbocarse, pero sus patas no respondían de la manera usual, no con la palabra aún resonando en sus oídos. Tiffany se había sentido avergonzada aquella vez, hace un año, cuando había conocido la palabra del jinete; pero esa vez, el viejo herrero que ella había ayudado a morir, con amabilidad y sin dolor, bien, él se había sentido avergonzado por no tener nada con que pagarle por su minucioso trabajo, y tienes que pagar a la bruja, lo mismo que tienes que pagar al barquero, por lo que le había susurrado al oído la palabra del jinete, que le daba el control de cualquier caballo que la oyera. No se podía comprar, no se podía vender, pero la podías dar y aún así conservarla, y aunque hubiera sido hecha de plomo valdría su peso en oro. El antiguo dueño le había susurrado al oído: “Prometí no decir a ningún hombre la palabra, ¡y no lo hago!”. Y él se reía de su muerte, su sentido del humor era algo parecido al del Sr. Ponealfombra. El Sr. Ponealfombra también era bastante pesado, y se había deslizado suavemente hacia el lado del coche y… —¿Por qué torturas a ese viejo, bruja malvada? ¿No puedes ver que él tiene un dolor terrible? ¿De dónde había salido? Un hombre gritando, con el rostro pálido de furia, con la ropa tan oscura como una cueva sin abrir o —y la palabra llegó a Tiffany de pronto— como una cripta. No había nadie alrededor, estaba segura de ello, y nadie a cada lado, exceptuando el agricultor ocasional viendo arder los rastrojos, mientras despejaba la tierra. Pero su cara estaba a pocas pulgadas de la de ella. Y él era real, no una especie de monstruo, porque los monstruos no suelen tener pequeñas gotas de saliva en su

solapa. Y entonces se dio cuenta… apestaba. Ella nunca había olido algo tan malo. Era algo físico, como una barra de hierro, y le pareció que no olía con la nariz, si no con su mente. Una hediondez que tornaba la letrina promedio tan fragante como una rosa. —Le estoy pidiendo educadamente que de un paso atrás, por favor —dijo Tiffany —. Creo que es posible que se haya formado una idea equivocada. —¡Te aseguro, criatura diabólica, que sólo tengo la idea correcta! ¡Y es que regreses al infierno miserable y maloliente en que has sido engendrada! Muy bien, un loco, pensó de Tiffany, pero si él… Demasiado tarde. El meneado dedo del hombre se acercó demasiado a su nariz, y de repente la carretera vacía contuvo un suministro para toda una vida de Nac Mac Feegle. El hombre de negro los azotaba, pero ese tipo de cosas no funciona muy bien con un Feegle. Él logró, a pesar de la embestida Feegle, gritar: —¡Váyanse, diablillos nefastos! Cada cabeza Feegle se volvió esperanzadamente al oír esto. —Oh sí —dijo Roba A Cualquiera—. ¡Si hay algún diablillo por aquí, somos los muchachos para lidiar con ellos! ¡Tu movida, señor! Saltaron sobre él y terminaron en un montón en el camino detrás de él, pasando directamente a través. Automáticamente se dieron puñetazos entre ellos a medida que se erguían tambaleándose, sobre la base de que si estás teniendo una buena pelea no quieres perder el ritmo. El hombre de negro les echó un vistazo y luego no les prestó ninguna atención en absoluto. Tiffany se quedó mirando las botas del hombre. Brillaban a la luz del sol, y eso estaba equivocado. Ella había estado de pie en el polvo de la carretera sólo por unos minutos y sus botas eran grises. Y estaba la tierra donde que el hombre estaba parado, y eso estaba mal también. Muy mal, en un día caluroso y despejado. Echó un vistazo a los caballos. La palabra los contenía, pero estaban temblando de miedo, como conejos a la vista de un zorro. Luego cerró los ojos y lo miró con Primera Vista, y vio. Y dijo: —Usted no proyecta sombra. Yo sabía que algo no estaba bien. Y ahora ella miró directamente a los ojos del hombre, casi ocultos bajo el ala del sombrero ancho y... él... no... tenía… ojos. La comprensión cayó en ella como hielo derretido… Ningún ojo en absoluto, ningún ojo normal, ningún ojo ciego, ni cuencas de ojos... sólo dos agujeros en la cabeza: ella podía ver a través de ellos los campos ardiendo más allá. Ella no esperaba lo que sucedió después. El hombre de negro la miró otra vez y susurró: —Tú eres la bruja. Tú eres la única. Dondequiera que vayas, te encontraré. Y luego desapareció, dejando sólo un montón de Feegle luchando en el polvo. Tiffany sintió algo sobre su bota. Ella miró hacia abajo, y una liebre, que debía haber huido de la quema de rastrojos, le devolvió la mirada. Se sostuvieron la mirada por un segundo, y luego la liebre brincó en el aire como un salmón saltando y se dirigió a través de la carretera. El mundo está lleno de presagios y de signos, y una bruja, de hecho, tiene que escoger los que eran importantes. ¿Por dónde podría comenzar aquí? El Sr. Ponealfombra estaba aún desplomado contra el coche, totalmente ignorante de lo que acababa de suceder. Así estaba Tiffany, en cierto modo, pero ella lo averiguaría.

—Puede levantarse de nuevo ahora, Sr. Ponealfombra —dijo. Lo hizo muy cautelosamente, haciendo una mueca mientras esperaba el relámpago de la agonía por toda la espalda. Se movió de forma experimental, y dio un pequeño salto en el polvo, como si estuviera aplastando una hormiga. Eso pareció funcionar, e intentó un segundo salto y, a continuación, abrió los brazos de par en par, gritó "Hurra!" y giró como una bailarina. Su sombrero cayó y golpeó sus botas con tachuelas en el polvo y el Sr. Ponealfombra era un hombre muy feliz mientras giraba y saltaba, casi dio una voltereta, y cuando estuvo aproximadamente a la mitad de la voltereta, rodó de nuevo sobre sus pies, recogió a la asombrada Tiffany y bailó con ella a lo largo de la carretera, gritando: —Un dos tres, un dos tres, un dos tres —hasta que ella logró soltarse riendo—. Yo y mi esposa vamos a salir esta noche, señorita, ¡y vamos a ir a bailar el vals! —¿Pero pensé que eso conducía a conductas depravadas? —dijo Tiffany. El cochero le guiñó un ojo. —¡Bueno, podemos esperarlo! —dijo. —Usted no quiere exagerar, Sr. Ponealfombra —advirtió. —En realidad, señorita, pienso hacerlo, si es lo mismo para usted. Después de todos esos crujidos y gemidos, y no dormir casi nada, creo que me gustaría exagerar un poco, ¡o si es posible mucho! ¡Oh, qué buena chica al pensar en los caballos! — añadió—. Eso muestra una naturaleza amable. —Me complace ver en usted tal espíritu, Sr. Ponealfombra. El cochero hizo un pequeño giro en el medio del camino. —¡Me siento veinte años más joven! —Él le sonrió, y luego su rostro se ensombreció un poco—. Er... ¿cuánto le debo? —¿Cuánto me costará el daño en la pintura? —dijo Tiffany. Se miraron uno al otro, y el Sr. Ponealfombra dijo: —Bueno, no puedo pedir nada, señorita, ya que fui yo quien reventó la bola de espejos. Un pequeño sonido tintineante hizo que Tiffany mirara hacia atrás, donde la bola de espejos, aparentemente ilesa, estaba girando suavemente y, si uno miraba con cuidado, justo por encima del polvo. Se arrodilló en un camino totalmente libre de cristales rotos y dijo, al parecer para nadie en absoluto: —¿Los pegaste de nuevo juntos? —Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera feliz por detrás de la pelota. —¡Pero se hizo trizas! —Oh sí, pero una triza es fácil, vos sabéis. Ves, más pequeños son los trozos, más encajan todos juntos de nuevo. Vos solo tenéis que darles un pequeño empujón y los pequeños cobardes recuerdan dónde deben estar y se pegan juntos de nuevo, ¡nae problemo! No tenéis que actuar sorprendida, nosotros no sólo rompemos cosas. El Sr. Ponealfombra la miró. —¿Usted hizo eso, señorita? —Bueno, más o menos —dijo Tiffany.

—¡Bueno, yo diría que sí! —dijo Ponealfombra, todo sonrisas—. Así que digo quid pro quo, dar y tomar, toma y daca, ojo por ojo, una cosa por otra, y yo para ti. —Le guiñó un ojo—. Voy a decir que todo salió parejo, y la empresa puede poner sus papeles donde el mono puso el jersey… ¿Qué dice a eso, eh? —Escupió en su mano y la tendió. Dios mío, pensó Tiffany, un apretón de manos con escupida sella un acuerdo irrompible; gracias a Dios tengo un pañuelo razonablemente limpio. Ella asintió con la cabeza sin hablar. Y había habido una bola rota, y ahora parecía estar reparada. El día era caluroso, un hombre con agujeros en lugar de ojos se había desvanecido en la nada... ¿Por dónde empezar? Algunos días recortas uñas, eliminas astillas y coses piernas, y algunos días eran días como éste. Se estrecharon las manos, bastante húmedas, la escoba fue metida entre los bultos detrás del conductor, Tiffany se subió junto a él, y el viaje continuó, levantando el polvo de la carretera a su paso y formando imágenes extrañamente desagradables hasta que se asentó de nuevo. Después de un rato, el señor Ponealfombra dijo, con voz cuidadosa: —Er, el sombrero negro que tiene, ¿usted va a continuar llevándolo? —Eso es correcto. —Sólo que, bien, usted está usando un vestido verde y agradable, si me permite decirlo, sus dientes son encantadores y blancos. —El hombre parecía estar luchando con un problema. —Los limpio con hollín y sal todos los días. Se lo recomiendo —dijo Tiffany. La conversación se estaba volviendo difícil. El hombre pareció llegar a una conclusión. —¿Así que no es realmente una bruja, entonces? —dijo esperanzado. —Sr. Ponealfombra, ¿tiene miedo de mí? —Ésa es una pregunta que da miedo, señorita. En realidad lo es, pensó Tiffany. En voz alta, dijo: —Mire, señor Ponealfombra, ¿de qué se trata todo esto? —Bueno, señorita, ya que lo pregunta, ha habido algunas historias en los últimos tiempos. Usted sabe, acerca de bebés robados, ese tipo de cosas. Niños que escapan y eso. —Él se animó un poco—. Sin embargo, espero que fueran esas viejas malas... ya sabe, con nariz ganchuda, verrugas y vestidos negros malignos… no chicas guapas como usted. ¡Sí, ése es el tipo de cosas que harían! —Después de haber resuelto ese enigma a su satisfacción, el cochero dijo poco durante el resto del viaje, aunque sí silbó mucho. Tiffany, en cambio, se sentó en silencio. Por un lado, ella estaba ahora muy preocupada y, por otra parte, casi podía oír las voces de los Feegles entre las bolsas de correo, leyéndose unos a otros las cartas de otras personas19. Tenía la esperanza de que las pusieran de nuevo en los sobres correctos. 19

Jeannie, una Kelda moderna, había alentado la alfabetización entre sus hijos y hermanos. Con el ejemplo de Roba A Cualquiera para seguir, habían encontrado que la experiencia valía la pena, porque ahora podían leer las etiquetas de las botellas antes de beberlas, aunque esto no hacía demasiada diferencia, porque a menos que hubiera una calavera y tibias cruzadas sobre ella, un Feegle probablemente la bebería de todos modos, y aún así tendría que ser un cráneo y tibias cruzadas que asustaran mucho.

La canción decía: —¡Ankh-Morpork! ¡Es una ciudad maravillosa! ¡Los trolls están arriba y los enanos están abajo! ¡Un poco mejor que vivir en un agujero en el suelo! ¡AnkhMorpork! ¡Es una ciuuuuudaaaad maraviiiiiilloooooosaaaaa! No lo era, en realidad. Tiffany había estado allí sólo una vez antes y no le gustaba mucho la gran ciudad. Apestaba, y había demasiada gente y demasiados lugares. Y el verde sólo estaba en la superficie del río, que sólo puede ser llamado barro, porque una palabra más exacta no habría sido imprimible. El cochero se detuvo delante de una de las puertas principales, a pesar de que estaban abiertas. —Si sigue mi consejo, señorita, usted debe quitarse el sombrero y entrar sola. Ese palo de escoba parece leña ahora, en todo caso. —Él le dio una sonrisa nerviosa —. Buena suerte, señorita. —Sr. Ponealfombra —dijo en voz alta, consciente de las personas a su alrededor —. Espero que cuando oiga hablar de las brujas, mencione que se encontró con una y ella mejoró su espalda… y, me permito sugerir, salvó su medio de vida. Gracias por el viaje. —Oh, bueno, definitivamente voy a decirle a la gente que conocí a una de las buenas —dijo. Con la cabeza bien alta, o por lo menos tan alta como es apropiado cuando una lleva su propia escoba dañada encima del hombro, Tiffany entró en la ciudad. El sombrero puntiagudo recibió una o dos miradas, y tal vez un par de ceños fruncidos, pero la mayoría de la gente no la miró para nada; en el campo, cada uno que encuentras es alguien que conoces, o un extraño que vale la pena investigar, pero aquí parecía haber tanta gente que era una pérdida de tiempo aún mirarlos a todos, y posiblemente peligroso en cualquier caso. Tiffany se inclinó. —Roba, ¿conoces a Roland, el hijo del Barón? —Ach, la pequeña raya de nada —dijo Roba A Cualquiera. —Bueno, no obstante —dijo Tiffany—, sé que puedes encontrar a la gente y me gustaría que vayas a buscarlo para mí, por favor. —¿No te importaría si tomamos una pequeñita bebida mientras estamos buscando? —dijo Roba A Cualquiera—. Un hombre puede ahogarse de sed por aquí. No puedo recordar un momento en que yo no estaba inundado por una pequeña copita o diez. Tiffany sabía que sería una tontería decir sí o no y se conformó con: —Solo una entonces. Cuando lo hayas encontrado. Se oyó el más leve de los ruidos de soplido detrás de ella, y no más Feegle. Aún así, sería fácil encontrarlos, solo tenía que escuchar cristales rotos. Oh, sí, cristales rotos que se reparan solos. Otro misterio: ella había mirado la bola de espejos con mucho cuidado, mientras la ponía de nuevo en su caja, y ni siquiera tenía un rasguño en ella. Levantó la vista hacia las torres de la Universidad Invisible, repleta de magos con sombreros puntiagudos, o por lo menos de hombres con sombreros puntiagudos, pero

había otra dirección, bien conocida por las brujas, que era, a su manera, igual de mágica: Emporio de Bromas Boffo, Calle Décimo Huevo número cuatro. Nunca había estado allí, pero recibía un catálogo de vez en cuando. La gente empezó a notarla más cuando salió de la calle principal y se abrió paso por los barrios, y pudo sentir sus ojos mientras caminaba sobre los adoquines. La gente no estaba enojada u hostil como tal. Estaban sólo... observando, como si se preguntaran qué hacer con ella, y ella tenía la esperanza de que no fuera, por ejemplo, guiso. No había una campana en la puerta de Emporio de Bromas Boffo. Había un cojín de pedos, y para la mayoría de las personas que venían a comprar cosas en el emporio, un cojín de pedos, tal vez junto a una cucharada generosa de falso mareo, era la última palabra en entretenimiento, lo cual de hecho lo es, desgraciadamente. Pero las brujas reales a menudo necesitan de Boffo también. Había momentos en los que tenías que parecer una bruja, y no todas las brujas eran buenas en eso, y estabas demasiado ocupada para tener el pelo en un lío. Así que Boffo era donde adquirías tus verrugas falsas y pelucas, calderos estúpidamente grandes y cráneos artificiales. Y, con suerte, podrías obtener la dirección de un enano que podría ayudarte a reparar tu escoba. Tiffany entró y admiró la profunda garganta de pedos del cojín de pedos, se abrió camino más o menos a través de un ridículo esqueleto falso con brillantes ojos rojos, y llegó al mostrador, en el momento que alguien lanzó un chirriador contra ella. Desapareció para ser reemplazado por el rostro de un hombre pequeño, de aspecto preocupado, que dijo: —¿Usted, por casualidad, encontró eso remotamente divertido? Su voz le sugirió que esperaba que la respuesta fuese “no” y Tiffany no veía ninguna razón para decepcionarlo. —Absolutamente no —dijo. El hombre suspiró y empujó el chirriador sin gracia abajo del mostrador. —¡Ay, a nadie le divierte! —dijo—. Estoy seguro de que estoy haciendo algo mal en alguna parte. Bueno, ¿qué puedo hacer por usted, señorita…? Oh… usted es una verdadera, ¿no? Puedo distinguirlo siempre, ¿sabe? —Mire —dijo Tiffany—, nunca he comprado nada de usted, pero yo solía trabajar con la Srta. Traición, que... Pero el hombre no la escuchaba. En su lugar, estaba gritando a un agujero en el suelo. —¿Madre? ¡Tenemos a una de verdad! Unos segundos más tarde, una voz al oído de Tiffany dijo: —Derek a veces se confunde y es posible que hayas encontrado la escoba. Eres una bruja, ¿no? ¡Muéstrame! Tiffany desapareció. Lo hizo sin pensar —o, mejor dicho, pensó tan rápido que sus pensamientos no tuvieron tiempo para saludarla mientras destellaban. Sólo cuando el hombre, que aparentemente era Derek, quedó mirando con la boca abierta a la nada, se dio cuenta de que se había desvanecido en el fondo con tanta rapidez porque desobedecer esa voz detrás de ella sin duda sería una cosa imprudente para hacer. Una bruja estaba de pie detrás de ella: lo más definitivamente posible una bruja, y una calificada también.

—Muy bien —dijo la voz aprobatoriamente—. Muy buena de verdad, joven. Todavía te puedo ver, por supuesto, porque estaba mirando con mucho cuidado. Mi palabra, una de verdad. —Voy a darme vuelta, ya sabe —advirtió Tiffany. —No recuerdo haber dicho que no podías, mi querida. Tiffany se volvió y se enfrentó a la bruja de las pesadillas: sombrero maltratado, nariz incrustada de verrugas, manos como garras, dientes ennegrecidos y —Tiffany miró hacia abajo— oh, sí, grandes botas negras. Uno no tiene que estar muy familiarizado con el catálogo Boffo para ver que la persona estaba usando toda la gama de productos cosméticos en el rango "Bruja a toda prisa (“Porque eres despreciable”). —Creo que debemos continuar esta conversación en mi taller —dijo la horrible bruja, desapareciendo en el suelo—. Sólo ponte de pie en la trampilla cuando retorne, ¿quieres? Haz un poco de café, Derek. Cuando Tiffany llegó al sótano, la trampilla funcionaba maravillosamente suave, se encontró con lo que se podría esperar en el taller de la compañía que hacía todo lo necesario para una bruja que sentía la necesidad de un poco de Boffo en su vida. Había filas de atemorizadoras máscaras de bruja colgadas en línea, los bancos estaban llenos de botellas de colores brillantes, bastidores de verrugas habían sido puestas a secar, y varias cosas que hacían bloop lo hacían en un caldero grande junto a la chimenea. Era un caldero adecuado también20. La horrible bruja estaba trabajando en un banco, y se escuchó un cacareo terrible. Ella se volvió, sosteniendo una pequeña caja cuadrada de madera con un trozo de cordel fuera de ella. —Cacareo de primera clase, ¿no te parece? Un simple hilo y un poco de resina con una caja de resonancia, porque, francamente, cacarear es un poco de dolor en el cuello, ¿no te parece? Creo que puedo hacer que funcione a cuerda también. Avísame cuando hayas visto la broma. —¿Quién es usted? —estalló Tiffany. La bruja había puesto la caja en su mesa de trabajo. —Oh cielos —dijo ella—, ¿dónde están mis modales? —No lo sé —dijo Tiffany, que estaba un poco harta—. ¿Tal vez se quedaron sin cuerda? La bruja sonrió con una sonrisa de negros dientes. —Ah, agudeza. Me gusta en una bruja, pero no demasiado. —Le tendió una garra —. La Sra. Proust. La garra era menos pegajosa que lo que Tiffany había esperado. —Tiffany Doliente —dijo—. ¿Cómo está? —Sintiendo que se esperaba algo más de ella, Tiffany agregó—: Yo solía trabajar con la señorita Traición.

20

La mayoría de la gente que cocina con calderos los utiliza como una especie de caldera doble, con pequeñas cacerolas llenas de agua alrededor del borde, recogiendo el calor del gran caldero en el que tal vez uno podría poner una pata de cerdo lastrada, y posiblemente unas pocas albóndigas en una bolsa. De esta manera, una comida bastante grande para varias personas se puede cocinar a muy buen precio de una sola vez, incluido el postre. Por supuesto, eso significaba que tenía que tolerar una gran cantidad de alimentos hervidos… ¡pero coma, es bueno para usted!

—Oh, sí, una bruja excelente —dijo la Sra. Proust—. Y una buena cliente. Muy aficionada a sus verrugas y cráneos, por lo que recuerdo. —Ella sonrió—. Y como dudo que tú desees ser embrujada para una noche de salida de las muchachas, debo suponer que necesitas de mi ayuda. El hecho de que tu escoba tenga aproximadamente la mitad de las cerdas necesarias para la estabilidad aerodinámica confirma mi suposición inicial. Por cierto, ¿has visto la broma ya? ¿Qué debía decir? —Creo que sí... —Adelante entonces. —No lo voy a decir hasta estar segura —dijo Tiffany. —Muy sabio —dijo la Sra. Proust—. Bueno, vamos a hacer remendar tu escoba, ¿de acuerdo? Esto significará un pequeño paseo, y si yo fuera tú dejaría detrás tu sombrero negro. Instintivamente Tiffany agarró el ala de su sombrero. —¿Por qué? La Sra. Proust frunció el ceño, causando que su nariz estuviese muy cerca de atrapar el mentón. —Debido a que podrías encontrar... No, yo sé lo que podemos hacer. —Hurgó en el banco de trabajo y, sin pedir ningún permiso, pegó algo en el sombrero de Tiffany, justo en la parte de atrás—. Así —dijo—. Nadie va a hacer caso ahora. Lo lamento, pero las brujas son un poco impopulares en este momento. Vamos a hacer reparar esa escoba tuya lo antes posible, en caso de que necesites salir a toda prisa. Tiffany se quitó el sombrero y miró lo que la Sra. Proust había pegado en la cinta. Era un pedazo de cartón de colores brillantes en un hilo y decía: Sombrero de aprendiz de bruja con brillo maligno. Tamaño 7. Precio: $ 2.50 AM. ¡Boffo! ¡¡¡Un nombre para conjurar!!! —¿Qué es todo esto? —exigió—. Usted incluso ha salpicado brillo maligno sobre él. —Es un disfraz —dijo la Sra. Proust. —¿Qué? ¿Cree que alguna bruja que se respete caminaría por la calle con un sombrero como éste? —dijo Tiffany enojada. —Por supuesto que no —dijo la Sra. Proust—. ¡El mejor disfraz para una bruja es un traje de bruja barato! ¿Compraría una bruja de verdad ropa en una tienda que también comercia chistes malos Fido, fuegos artificiales de interior, pelucas de pantomima risibles y —nuestra línea mejor y más rentable— horrores gigantescos inflables de color rosa, adaptables para despedidas de soltera? ¡Eso sería impensable! ¡Es Boffo, querida, Boffo puro y sin adulterar! Disfraz, subterfugio y desorientación son nuestras consignas. Todas las consignas. Y, Valor increíble de dinero, son nuestras consignas también. No habrá reembolso bajo ninguna circunstancia, son las consignas importantes. Como es nuestra política de tratar en fase terminal con los ladrones. Ah, y también tenemos una consigna acerca de la gente fumando en la tienda, aunque ésa no es una palabra muy importante —¿Qué? —dijo Tiffany que, por el choque, no había oído la lista de consignas porque estaba mirando a los "globos” rosa que colgaban del techo—. ¡Pensé que eran lechones!

La Sra. Proust le palmeó la mano. —Bienvenida a la vida en la gran ciudad, mi querida. ¿Nos vamos? —¿Por qué las brujas son tan impopulares en este momento? —preguntó Tiffany. —Son increíbles las ideas que entran en la cabeza de la gente a veces —dijo la Sra. Proust—. En términos generales, creo que es mejor mantener la cabeza abajo y esperar hasta que el problema desaparezca. Sólo tienes que tener cuidado. Y Tiffany pensó que, efectivamente, había que tener cuidado. —Sra. Proust —dijo—. Creo que sé la broma ahora. —¿Sí, querida? —Pensé que era una bruja real disfrazada de bruja falsa... —¿Sí, querida? —dijo la Sra. Proust, su voz como la melaza. —Lo cuál sería bastante divertido, pero creo que hay otra broma, y no es realmente muy divertida. —Ah, ¿y cual sería, querida? —dijo la Sra. Proust con una voz que ya tenía casas de pan de jengibre azucarado en ella. Tiffany respiró hondo. —Ésa realmente es su cara, ¿no? Las máscaras que venden son máscaras de usted. —¡Bien apuntado! ¡Bien apuntado, mi querida! Sólo que no lo apuntaste exactamente, ¿verdad? Lo sentiste, cuando me diste la mano. Y… Pero, vamos, vamos a dar tu escoba a esos enanos. Cuando salieron, lo primero que vio Tiffany fue a un par de muchachos. Uno de ellos estaba a punto de arrojar una piedra contra el escaparate. Vio a la Sra. Proust y cayó una especie de silencio terrible. Entonces la bruja dijo: —Tírala, mi muchacho. El niño la miró como si estuviera loca. —Dije tírala, muchacho, o sucederá lo peor. Asumiendo claramente ahora que ella estaba loca, el niño tiró la piedra, que la ventana capturó y lanzó de nuevo hacia él, tirándolo al suelo. Tiffany lo vio. Ella vio la mano de vidrio salir del cristal y atrapar la piedra. Ella la vio tirar la piedra de vuelta. La Sra. Proust se inclinó sobre el niño, cuyo amigo había salido disparando, y dijo: —Hmm, esto se va a curar. No lo hará si alguna vez te vuelvo a ver. —Se volvió a Tiffany—. La vida puede ser muy difícil para el pequeño comerciante —dijo—. Vamos, por acá. Tiffany estaba un poco nerviosa sobre cómo continuar la conversación, por lo que optó por algo inocente, como: —No sabía que había algunas brujas reales en la ciudad. —Oh, hay algunas de nosotras —dijo la Sra. Proust—. Poniendo nuestro granito de arena, ayudando a la gente cuando podemos. Como ese muchachito allá atrás, que ahora ha aprendido a ocuparse de sus propios negocios y hace bien a mi corazón pensar que puedo haberlo disuadido de toda una vida de vandalismo y falta de respeto a la propiedad de otras personas que, recuerda mis palabras, habría terminado en un nuevo collar, cortesía del verdugo.

—Yo no sabía que usted podía ser una bruja en la ciudad —dijo Tiffany—. Una vez me dijeron que se necesita de buena roca para que las brujas crezcan, y todo el mundo dice que la ciudad está construida sobre barro y lodo. —Y mampostería —dijo la Sra. Proust alegremente—. Granito y mármol, cuarzo y depósitos sedimentarios misceláneos, mi querida Tiffany. Rocas que una vez saltaron y corrieron cuando el mundo nació en el fuego. ¿Y ves los adoquines en la calle? Seguramente cada uno de ellos, en algún momento, ha tenido sangre sobre él. Por donde mires, piedra y roca. ¡Donde no puedes ver, piedra y roca! ¿Te imaginas lo que se siente al llegar abajo con tus huesos y sentir las piedras vivas? ¿Y qué hicimos con la piedra? Palacios y castillos, mausoleos y tumbas, y bellas casas, y las murallas de la ciudad, ¡oh dioses! No sólo en esta ciudad, tampoco. La ciudad está construida sobre sí misma, sobre todas las ciudades que vinieron antes. ¿Te imaginas cómo se siente al acostarte en una antigua losa y sentir el poder de la roca flotando para arriba contra el tirón del mundo? Y es mío para usarlo, todo él, cada piedra, y ahí es donde comienza la brujería. Las piedras tienen vida, y yo soy parte de ella. —Sí —dijo Tiffany—. Lo sé. De repente, la cara de la Sra. Proust estaba a pocas pulgadas de la suya, la temible nariz ganchuda casi tocando la suya, los ojos oscuros en llamas. Yaya Ceravieja podría ser temible, pero al menos Yaya Ceravieja era, a su manera, bien parecida; la Sra. Proust era la bruja malvada de los cuentos de hadas, su cara una maldición, su voz el sonido de la puerta del horno cerrándose sobre los niños. La suma de todos los miedos nocturnos, llenando el mundo. —Oh, lo sabes, ¿verdad, pequeña bruja en tu vestidito alegre? ¿Qué es lo que sabes? ¿Qué es lo que realmente sabes? —Ella dio un paso atrás, y parpadeó—. Más que lo que yo sospechaba, como resulta —dijo, relajándose—. La tierra bajo las olas. En el corazón de la creta, el pedernal. Sí, por supuesto. Tiffany nunca había visto enanos en la Creta, pero arriba en las montañas estaban siempre alrededor, por lo general con un carro. Ellos compraban y ellos vendían, y para las brujas hacían escobas. Escobas muy caras. Por otra parte, las brujas rara vez compraban una. Eran reliquias de familia, pasaban de generación en generación, de bruja a bruja; a veces necesitaban de un nuevo mango, a veces necesitaban de nuevas cerdas, pero, por supuesto, siempre quedaba la misma escoba. La escoba de Tiffany le había sido legada por la Srta. Traición. Era incómoda y no muy rápida y tenía el hábito ocasional de ir hacia atrás cuando llovía, y cuando el enano que estaba a cargo del taller lleno de sonidos metálicos y ecos la vio, negó con la cabeza e hizo un ruido de succión a través de sus dientes, como si la vista de la cosa realmente hubiera estropeado su día, y él podría tener que salir y lanzar un pequeño grito. —Bien, es olmo, no es cierto —le dijo a un mundo indiferente, en general—. Es madera de tierras bajas, el olmo, pesado y lento, y por supuesto están sus escarabajos a considerar. Muy propenso a los escarabajos, su olmo. Alcanzado por un rayo, ¿no? No es una buena madera para el rayo, el olmo. Los atrae, eso dicen. Tendencia a las lechuzas también. Tiffany asintió y trató de parecer bien informada; había inventado el rayo, porque la verdad, aunque algo valioso, era demasiado estúpida, vergonzosa e increíble. Otro, y casi idéntico, enano se materializó detrás de su colega. —Debería haber elegido fresno.

—Oh, sí —dijo el primer enano sombrío—. No puede salir mal con fresno. — Pinchó la escoba de Tiffany y suspiró de nuevo. —Parece que tiene principio de hongos de estantería en la articulación de la base —sugirió el segundo enano. —No me sorprendería nada, con su olmo —dijo el primer enano. —Mire, ¿puede parcharlo lo suficiente para que me lleve a casa? —preguntó Tiffany. —Oh, no "parchamos las cosas" —dijo el primer enano con altanería o, más bien, con altanería metafórica—. Hacemos un servicio a medida. —Sólo necesito unas cuantas cerdas —dijo Tiffany desesperadamente y después, porque se olvidó que ella no iba a admitir la verdad— ¿Por favor? No fue mi culpa que los Feegle prendieran fuego a la escoba. Hasta ese momento, había habido un buen montón de ruido de fondo en el taller enano mientras docenas de enanos trabajaban en sus propios bancos y sin prestar mucha atención a la discusión, pero ahora se hizo un silencio, y en ese silencio un solo martillo cayó al suelo. El primer enano dijo: —Cuando usted dice Feegle, no se refiere a Nac Mac Feegle, ¿verdad, señorita? —Eso es correcto. —¿Los salvajes? ¿Dicen... Crivens? —preguntó muy despacio. —Prácticamente todo el tiempo —dijo Tiffany. Pensó que debería dejar las cosas claras y agregó—. Ellos son mis amigos. —Oh, ¿de veras? —dijo el enano—. ¿Y alguno de sus pequeños amigos está aquí en este momento? —Bueno, yo les dije que fueran a buscar a un joven que conozco —dijo Tiffany—, pero probablemente están en una taberna por ahora. ¿Hay muchas tabernas en la ciudad? Los dos enanos se miraron entre sí. —Cerca de trescientas, debo decir —dijo el segundo enano. —¿Tantas? —dijo Tiffany—. Entonces, no creo que ellos vengan a buscarme por lo menos durante media hora. Y de repente, el primer enano estaba de un buen humor frenético. —Bueno, ¿dónde están nuestros modales? —dijo—. ¡Cualquier cosa por una amiga de la Sra. Proust! Le diré qué: ¡será un placer para nosotros darle nuestro servicio expreso gratis y por nada, incluyendo cerdas y creosota sin costo alguno! —Servicio Expreso significa que usted se va después, de inmediato —dijo el segundo enano inexpresivamente. Se quitó el casco de hierro, limpió el sudor de su interior con su pañuelo y lo puso de nuevo en su cabeza rápidamente. —Oh, sí, efectivamente —dijo el primer enano—. De inmediato; eso es lo que significa expreso. —Eres amiga de los Feegle, ¿verdad? —dijo la Sra. Proust mientras los enanos se apresuraban a arreglar la escoba de Tiffany—. Ellos no tienen muchos, entiendo. Pero hablando de amigos —añadió en un tono repentinamente locuaz—, has conocido

a Derek, ¿no? Él es mi hijo, ya sabes. Conocí a su padre en un salón de baile con una iluminación muy mala. El Sr. Proust era un hombre muy amable que siempre fue lo bastante gentil para decir que besar a una mujer sin verrugas era como comer un huevo sin sal. Falleció hace veinticinco años, de las crismas. Estoy muy apenada por no haber podido ayudarlo. —Su rostro se iluminó—. Pero me alegro de decir que el joven Derek es la alegría de mi... —dudó—... edad media. Un muchacho maravilloso, mi querido. Va a ser una chica con suerte la que tenga su oportunidad con el joven Derek, te puedo decir. Él está totalmente dedicado a su trabajo y presta mucha atención a los detalles. Sabes que sintoniza todos los cojines de pedos todas las mañanas y se preocupa si alguno de ellos suena mal. ¿Y concienzudo? Cuando estábamos desarrollando nuestra próxima "Perlas del Pavimento", una divertida colección de cacas de perro artificiales, debe haber pasado semanas detrás de casi cualquier tipo de perro en la ciudad con un cuaderno, una pala y una carta de colores, sólo para tener todo exactamente correcto. Un muchacho muy meticuloso, limpio en sus maneras, con todos sus dientes. Y muy cuidadoso con su compañía... —Ella lanzó a Tiffany una mirada esperanzada, pero más bien tímida—. Esto no está funcionando, ¿verdad? —Dios mío, ¿lo demostré? —dijo Tiffany. —He oído las palabras derrame —dijo la Sra. Proust. —¿Qué es una palabra derrame? —¿No lo sabes? Una palabra derrame es una palabra que alguien casi dice, pero no. Por un momento sobrevuela la conversación, pero no es pronunciada… y puedo decir que en el caso de mi hijo Derek, es también la que no dices en voz alta. —Realmente lo siento mucho —dijo Tiffany. —Sí, bueno, está dicho —dijo la Sra, Proust. Cinco minutos después, salieron del taller con Tiffany remolcando una escoba en pleno funcionamiento detrás de ella. —En realidad —dijo la Sra. Proust mientras caminaban—, ahora que pienso en ello, tus Feegle me recuerdan mucho a Arthur Pequeño Loco. Rudo como un clavo y casi del mismo tamaño. No le oí decir "Crivens", sin embargo. Él es un policía en la Guardia. —¡Dios mío, a los Feegle realmente no les gusta la policía —dijo Tiffany, pero sintiendo que debía equilibrar esto un poco, añadió—: Pero son muy leales, bastante útiles, de buen carácter en ausencia de alcohol, honorables, para un valor determinado de honor y, después de todo, presentaron el armiño frito al mundo. —¿Qué es un armiño? —dijo la Sra. Proust. —Bueno, eh... ¿Conoce las comadrejas? Es muy parecido a una comadreja. La Sra. Proust levantó las cejas. —Mi querida, yo atesoro mi ignorancia de armiños y comadrejas. Suenan a cosas de campo para mí. No puedo soportar el campo. Demasiado verde me hace sentir biliosa —dijo, echando al vestido de Tiffany una mirada temblorosa. En ese momento, en alguna forma de entrada a tiempo celestial, se oyó un grito lejano de “¡Crivens!”, seguido por el sonido siempre popular, al menos para un Feegle, de cristales rotos.

Capítulo 7 CANCIONES EN LA NOCHE CUANDO TIFFANY Y la Sra. Proust llegaron al origen de los gritos, la calle ya estaba cubierta con una capa bastante espectacular de vidrios rotos, y de hombres de aspecto preocupado con armadura y el tipo de casco donde uno podría comer su sopa en caso de emergencia. Uno de ellos estaba colocando barricadas. Otros vigilantes estaban claramente descontentos por estar en el lado equivocado de las barricadas, sobre todo porque en ese momento un vigilante muy grande salió volando de una de las tabernas que ocupaba casi todo un lado de la calle. El cartel proclamaba que era La Cabeza Del Rey, pero por el aspecto, la Cabeza del Rey tenía ahora un dolor de cabeza. El vigilante arrastró lo que quedaba del vidrio con él, y cuando aterrizó sobre el pavimento, el casco, en el que podría caber sopa suficiente para una familia grande y todos sus amigos, rodó por la calle haciendo ¡gloing! ¡gloing!. Tiffany oyó a otro vigilante gritando: —¡Tienen al Sarge! A medida que más vigilantes acudían desde ambos extremos de la calle, la Sra. Proust tocó a Tiffany en el hombro y le dijo dulcemente: —Dime otra vez sobre sus puntos buenos, ¿quieres? Estoy aquí para encontrar a un muchacho y decirle que su padre ha muerto, se dijo Tiffany a sí misma. ¡No para sacar a los Feegles de otro aprieto! —Sus corazones está en el lugar correcto —dijo. —No lo dudo —dijo la Sra. Proust, que parecía como si se estuviera divirtiendo sin fin—, pero sus culos están sobre un montón de cristales rotos. Oh, aquí vienen los refuerzos. —No creo que vayan a hacer mucho bien —dijo Tiffany… y para su sorpresa, resultó estar equivocada. Los guardias estaban desplegándose ahora, dejando el camino libre a la entrada de la taberna. Tiffany tuvo que buscar mucho para ver una pequeña figura caminar con determinación a lo largo de ella. Parecía un Feegle, pero llevaba... Se detuvo y miró... Sí, llevaba un casco de guardia ligeramente más grande que la tapa de un salero, lo cual era impensable. ¿Un Feegle legal? ¿Cómo podía haber tal cosa? Sin embargo, llegó a la puerta de la taberna y gritó:

—¡Ustedes scunners están todos bajo arresto! Ahora bien, ésta es la forma en que va a ir, vos sabéis: podéis hacerlo de la manera difícil, o... —Hizo una pausa momentánea—. No, eso es todo, sí —concluyó—. ¡No conozco otra manera! —Y con eso saltó por la puerta. Los Feegle luchaban todo el tiempo. Para ellos, la lucha era un hobby, un ejercicio y un entretenimiento, todo combinado. Tiffany había leído en el famoso libro del Profesor Pinzón sobre mitología que muchos pueblos antiguos pensaban que cuando los héroes morían iban a una especie de sala de banquetes, donde pasarían la eternidad combatiendo, comiendo y emborrachándose. Tiffany pensaba que esto sería bastante aburrido alrededor del tercer día, pero a los Feegle les encantaría, y probablemente incluso los héroes legendarios querrían echarlos antes de la mitad de la eternidad, tras sacudirlos hasta recuperar todos los cubiertos. Los Nac Mac Feegle eran realmente feroces y temibles combatientes, con la desventaja de menor importancia —desde su punto de vista— que a segundos de entrar en cualquier lucha, el puro placer se hacía cargo, y tendían a atacarse unos a otros, a los árboles cercanos y, si no se presentaba otro objetivo, a sí mismos. Los vigilantes, después de revivir a su sargento y buscar su casco para él, se sentaron a esperar a que el ruido finalizara, y pareció que después de sólo un minuto o dos el pequeño vigilante volvió a salir del edificio afectado, arrastrando por una pierna a Gran Yan, un gigante entre los Feegle y ahora, al parecer, profundamente dormido. El policía lo dejó caer, volvió a entrar y salió con un inconsciente Roba A Cualquiera sobre un hombro, y Wullie Tonto sobre el otro. Tiffany quedó mirando, con la boca abierta. Esto no puede estar pasando. ¡Los Feegles siempre ganaban! ¡Nada mejor que un Feegle! ¡Eran imparables! Pero ahí estaban: frenados, y frenados por una criatura tan pequeña que parecía la mitad de un conjunto de salero y pimentero. Cuando se hubo quedado sin Feegle, el hombrecillo volvió corriendo al edificio y salió rápidamente, llevando a una mujer de cuello de pavo que estaba tratando de golpearlo con su paraguas, un esfuerzo infructuoso ya que la llevaba en equilibrio con cuidado sobre la cabeza. Ella fue seguida por una temblorosa sirvienta joven, agarrando una voluminosa bolsa de viaje. El hombrecillo puso a la mujer con esmero al lado de la pila de Feegle, y mientras ella les gritaba a los vigilantes que lo arrestaran, volvió a entrar y volvió a salir, cargando tres maletas grandes y dos cajas de sombreros. Tiffany reconoció a la mujer, pero sin ningún placer. Ella era la duquesa, la madre de Leticia, y bastante temible. ¿Roland entendía realmente en qué se estaba metiendo? Leticia estaba bien, si te gustaba ese tipo de cosas, pero su madre al parecer tenía tanta sangre azul en sus venas que debía estallar, y parecía que iba a suceder ahora mismo. Y qué apropiado que los Feegle hubieran destrozado el mismo edificio donde la vieja y desagradable arpía estaba alojada. ¿Cuánta suerte podía tener una bruja? ¿Y que pensaría la duquesa de que Roland y su pinta-acuarelas futura esposa se quedaran en el edificio sin chaperón? Esta pregunta fue contestada por la visión del hombrecito arrastrando a ambos fuera del edificio por la ropa muy cara. Roland llevaba una chaqueta de cena un poco demasiado grande para él, mientras que la ropa de Leticia era simplemente una masa de frágiles adornos sobre adornos, en la mente de Tiffany no era la ropa de alguien que fuera a usarla en cualquier lado. Ja.

Aún más vigilantes fueron apareciendo, presumiblemente porque se habían ocupado antes de Feegle y habían tenido el sentido común de caminar, no correr, a la escena del crimen. Pero había un hombre alto —más de seis pies de altura— con el pelo rojo y llevando una armadura tan brillante que enceguecía, que estaba tomando una declaración testimonial al propietario; sonaba como un interminable grito en el sentido de que los vigilantes debían ocuparse de que esta terrible pesadilla no hubiera sucedido. Tiffany se volvió y se encontró mirando directamente a la cara de Roland. —¿Tú? ¿Aquí? —logró decir él. En el fondo, Leticia estaba rompiendo a llorar. ¡Ja, igual que ella! —Mira, tengo que decirte algo muy… —El piso se cayó —dijo Roland antes de que pudiera terminar, como alguien todavía en un sueño—. ¡El piso realmente se cayó! —Mira, tengo que… —empezó ella de nuevo, pero esta vez la madre de Leticia estuvo de repente enfrente de Tiffany. —¡Yo te conozco! ¡Eres su niña bruja, ¿no? ¡No lo niegues! ¡Cómo te atreves a seguirnos aquí! —¿Cómo hiciste caer el piso? —exigió Roland, con el rostro blanco—. ¿Cómo hiciste caer el piso? ¡Dime! Y entonces llegó el olor. Fue como recibir un golpe, inesperadamente, con un martillo. Bajo su asombro y horror Tiffany sintió algo más: una peste, un hedor, una impureza en su mente, terrible e implacable, un compuesto de ideas horribles y pensamientos podridos que le dieron ganas de sacar su cerebro y lavarlo. Es él: ¡el hombre de negro sin ojos! ¡Y el olor! ¡Una letrina de comadrejas enfermas no podía oler peor! ¡Pensé que era malo la última vez, pero eso fue un lecho de rosas! Miró a su alrededor con desesperación, esperando contra toda esperanza, no ver lo que estaba buscando. Los sollozos de Leticia eran cada vez más fuertes, y se mezclaban muy mal con el sonido de los Feegle gimiendo y maldiciendo, mientras empezaban a despertar. La futura suegra agarró a Roland por la chaqueta. —Apártate de ella ahora, ella no es más que una… —¡Roland, tu padre está muerto! Eso silenció a todo el mundo, y Tiffany fue de repente un matorral de miradas. ¡Dios mío!, pensó. No debería haber ocurrido así. —Lo siento —logró decir en el silencio acusador—. No había nada que pudiera hacer. —Vio el flujo de color en su rostro. —Pero estabas cuidando de él —dijo Roland, como si tratara de resolver un rompecabezas—. ¿Por qué dejaste de mantenerlo con vida? —Todo lo que podía hacer era eliminar el dolor. Estoy muy triste, pero eso es todo lo que pude hacer. Lo siento. —¡Pero tú eres una bruja! ¡Pensé que eras buena en eso, eres una bruja! ¿Por qué murió? ¿Qué hizo la perra con él? ¡No te fíes de ella! ¡Ella es una bruja! ¡No permitas vivir a una bruja!

Tiffany no oyó las palabras; parecían arrastrarse a través de su mente como una especie de babosa, dejando baba detrás, y mas tarde se preguntó en cuántas otras mentes se había arrastrado, pero ahora sentía que la Sra. Proust la agarraba por el brazo. Ella vio retorcerse la cara de Roland en furia, y recordó la figura gritando en la calle, sin sombra a pleno sol, repartiendo abuso como si fuera vómito y dejándola con una sensación de malestar que ella nunca sería capaz de limpiar de nuevo. Y la gente a su alrededor tenía una mirada de preocupación, de desesperación, como conejos que han olido un zorro. Entonces los vio. Apenas visibles, en el borde de la multitud. Allí estaban, o más bien no estaban. Los dos agujeros en el aire, mirándola sólo por un momento, antes de desaparecer. Y no saber dónde habían ido lo hacía peor. Se volvió hacia la Sra. Proust. —¿Qué es eso? La mujer abrió la boca para responder, pero la voz del vigilante alto dijo: —Disculpen, damas y caballeros, o más bien sólo un caballero, de hecho. Yo soy el Capitán Zanahoria, y como soy el oficial de guardia esta noche, el dudoso placer de tratar con este incidente me corresponde, y así... —Abrió su cuaderno de notas, sacó un lápiz, y les dio una sonrisa confiada—. ¿Quién va a ser el primero que me ayude a desentrañar este pequeño enigma? Para empezar, me gustaría mucho saber ¿qué está haciendo un montón de Nac Mac Feegle en mi ciudad, además de recuperarse? El brillo de su armadura lastimaba los ojos. Y también tenía un fuerte olor a jabón, y eso era bastante bueno para Tiffany. Empezó a levantar la mano, pero la Sra. Proust la cogió y la sostuvo firmemente. Esto hizo a Tiffany sacudirse a la Sra. Proust aún más firmemente y luego decir con voz más firme que el apretón: —Ésa sería yo, capitán. —¿Y usted sería...? La que huye tan pronto como sea posible, se dijo Tiffany a sí misma, pero dijo: —Tiffany Doliente, señor. —Yendo a una despedida de soltera, ¿verdad? —No —dijo Tiffany. —¡Sí! —dijo la Sra. Proust rápidamente. El capitán puso su cabeza hacia un lado. —¿Así que sólo una de ustedes va a ir? Eso no suena muy divertido —dijo, con el lápiz suspendido sobre la página. Esto fue claramente demasiado para la duquesa, quien señaló con el dedo acusador a Tiffany; temblaba de ira. —¡Es tan claro como la nariz en su cara, Oficial! ¡Esta... esta... esta bruja sabía que viajábamos a la ciudad para comprar joyas y regalos, y claramente, repito claramente, conspiró con sus duendes para robarnos! —¡Nunca lo hice! —gritó Tiffany. El capitán alzó una mano, como si la Duquesa fuera una cola de coches. —Srta. Doliente, ¿ha alentado a los Feegle a entrar a la ciudad?

—Bueno, sí, pero en realidad no pensaba hacerlo. Fue una especie de cosa del momento. Yo no pensaba… El capitán alzó la mano otra vez. —Deje de hablar, por favor. —Se frotó la nariz. Luego suspiró—. Srta. Doliente, la estoy arrestando por sospecha de... bien, sólo por sentimientos de sospecha. Además, soy consciente de que es imposible encerrar a un Feegle que no quiere estar encerrado. Si son amigos suyos, espero —miró a su alrededor de manera significativa — que no harán nada para meterla en más problemas aún y, con suerte, todos podremos dormir tranquilos. Mi compañera, la Capitán Angua, la acompañará hasta la Casa de la Guardia. Sra. Proust, ¿sería tan amable de ir junto con ellos y explicar las costumbres del mundo a su joven amiga? —La Capitán Angua dio un paso hacia delante; era una mujer hermosa y rubia y... extraña. El Capitán Zanahoria se dirigió a su señoría. —Señora, mis oficiales estarán encantados de acompañarla a cualquier otro hotel o posada de su elección. Veo que su sirvienta está sosteniendo una bolsa de apariencia fuerte. ¿Sería la que contiene las joyas de las que ha hablado? En cuyo caso, ¿podemos comprobar que no hayan sido robadas? Su señoría no estaba contenta con esto, pero el capitán alegremente no se dio cuenta, a la manera muy profesional que tienen los policías de no ver cosas que no quieren ver. Y había una definitiva sensación de que no hubiera prestado mucha atención en todo caso. Fue Roland quien abrió la bolsa y sacó la compra a la luz. El papel de seda fue retirado cuidadosamente, y a la luz de las lámparas resplandeció algo tan brillante que parecía no sólo reflejar la luz, sino generarla también, en algún lugar dentro de sus piedras brillantes. Era una tiara. Varios de los vigilantes jadearon. Roland parecía engreído. Leticia parecía censurablemente atractiva. La Sra. Proust suspiró. Y Tiffany... retrocedió en el tiempo, sólo por un segundo. Pero en ese segundo fue otra vez una niña pequeña, leyendo el bien manoseado libro de cuentos de hadas que todas sus hermanas habían leído antes que ella. Pero ella había visto lo que ellas no habían visto; ella había visto a través de él. El libro mentía. No, bueno, no exactamente mentía, pero decía verdades que no querías saber: que sólo las chicas rubias y de ojos azules podrían conseguir al príncipe y ponerse la corona brillante. Estaba incorporado en el mundo. Peor aún, estaba incorporado en la coloración de tu cabello. Las pelirrojas y las morenas a veces tienen algo más que una pequeña parte en la tierra de las historias, pero si todo lo que tenías era una sombra más bien tímida de cabello castaño estabas marcada para ser una criada. O podías ser la bruja. ¡Sí! No tienes que estar pegada en la historia. Podías cambiarla, no sólo para ti, sino para otras personas. Podías cambiar la historia con un gesto de tu mano. Ella suspiró de todos modos, debido a que la tiara de piedras preciosas era una cosa tan maravillosa. Pero su parte sensata de bruja dijo: —¿Con qué frecuencia la usa, señorita? ¿Una vez en una luna azul? ¡Algo tan caro como eso se pasa todo su tiempo en una caja fuerte! —No ha sido robado, entonces —dijo el Capitán Zanahoria alegremente—. Bien, eso es bueno, ¿no? Srta. Doliente, le sugiero que informe a sus pequeños compinches que la sigan en silencio, ¿sí?

Tiffany miró a los Nac Mac Feegle, que estaban en silencio, como en estado de choque. Por supuesto, cuando una treintena de combatientes mortales se vieron golpeados hasta la sumisión por un hombre pequeño, toma un tiempo encontrar una excusa para salvar las apariencias. Roba A Cualquiera la miró con una expresión muy rara de vergüenza. —Lo siento, señorita. Lo siento, señorita —dijo—. Acabamos de tener mucho demasiado de bebida. Y vos sabéis, que más queréis dejar la bebida, más queréis tener aún más bebida, hasta que os caeis de espalda, que es cuando sabéis que habéis tenido suficiente de la bebida. Por cierto, ¿qué infiernos es crema-de-menta? Un bonito color verde, sabéis, ¡debo haber bebido un cubo de esa cosa! ¿Supongo que no tiene ningún sentido decir que estamos muy lo siento? Pero vos sabéis, encontramos al inútil lote de basura para vos. Tiffany miró lo que quedaba de la Cabeza del Rey. Parpadeando a la luz de las antorchas se veía como una especie de esqueleto de un edificio. Incluso mientras miraba, una gran viga comenzó a crujir y se dejó caer en tono de disculpa sobre un montón de muebles rotos. —Te dije que lo encontraras; yo no te dije que tenías que tirar abajo las puertas — dijo. Se cruzó de brazos, y los hombrecitos se acurrucaron un poco más juntos; la siguiente etapa de la ira femenina sería el golpe del pie, que por lo general los conducía a estallar en lágrimas y tropezar con los árboles. Ahora, sin embargo, se formaron ordenadamente detrás de ella y la Sra. Proust y la Capitán Angua. La capitán asintió con la cabeza a la Sra. Proust y dijo: —Estoy segura de que todos están de acuerdo en que las esposas no serán necesarias… ¿verdad, señoras? —Oh, usted me conoce, Capitán —dijo la Sra. Proust. Los ojos de la capitán Angua se estrecharon. —Sí, pero no sé nada acerca de su amiguita. Me gustaría que usted lleve la escoba, Sra. Proust Tiffany podía ver que era inútil discutir, y le entregó el palo sin quejarse. Caminaron en silencio, aparte del mudo murmullo de los Nac Mac Feegle. Después de un tiempo la capitán dijo: —No es un buen momento para llevar sombrero negro puntiagudo, Sra. Proust. Ha habido otro caso, en las llanuras. Algunos poblachos donde usted nunca iría. Golpearon a una anciana por tener un libro de hechizos. —¡No! Se volvió para mirar a Tiffany, y los Feegle chocaron con sus tobillos. La Capitán Angua negó con la cabeza. —Lo siento, señorita, pero es verdad. Resultó ser un libro de poesía klatchiano, ya sabe. ¡Todo ese garabato escrito! Supongo que les pareció un libro de hechizos a aquellos inclinados a pensar de esa manera. Ella murió. —Culpo al Times —dijo la Sra. Proust—. Cuando ponen ese tipo de cosas en el periódico, les dan ideas a la gente. Angua se encogió de hombros. —Por lo que oigo, la gente que lo hizo no está del lado de la lectura.

—¡Tiene que detenerlo! —dijo Tiffany. —¿Cómo, señorita? Somos la Guardia de la Ciudad. No tenemos ninguna jurisdicción real fuera de las murallas. Hay lugares en el bosque de los que probablemente ni siquiera hemos oído hablar. No sé de dónde vienen estas cosas. Es como una idea loca que cae del aire. —La capitán se frotó las manos—. Por supuesto, no tenemos ninguna bruja en la ciudad —dijo—, aunque hay un buen montón de despedidas de soltera, ¿verdad, Sra. Proust? —Y la capitán le hizo un guiño. Ella realmente le guiñó un ojo, Tiffany estaba segura de ello, de la misma manera que había estado segura de que al Capitán Zanahoria realmente no le gustaba mucho la duquesa. —Bueno, creo que las brujas muy pronto lo detendrán —dijo Tiffany—. Ellas ciertamente lo harían en las montañas, Sra. Proust. —Oh, pero no tenemos brujas reales en la ciudad. Ya has oído a la capitán. —La Sra. Proust miró a Tiffany y susurró—: No discutimos frente a la gente normal. Esto los pone nerviosos. Se detuvieron frente a un edificio grande con luces azules a ambos lados de las puertas. —Bienvenidas a la Casa de la Guardia, señoras —dijo la Capitán Angua—. Ahora, Srta. Doliente, tendré que encerrarla en una celda, pero será una limpia —no hay ratones, casi— y si la Sra. Proust le hace compañía, entonces, digamos, yo podría ser un poco olvidadiza y dejar la llave en la cerradura, ¿entiende? Por favor, no salga del edificio, ya que será perseguida. —Ella miró directamente a Tiffany y añadió—: Y nadie debe ser perseguido. Es una cosa terrible, ser perseguido. Ella los condujo por el edificio y hacia abajo a una fila de celdas de aspecto sorprendentemente agradable, haciendo un gesto para que fueran dentro de una de ellas. La puerta de la celda sonó detrás de ella y oyeron el sonido de sus botas cuando regresó por el pasillo de piedra. La Sra. Proust se acercó a la puerta y pasó la mano a través de los barrotes. Hubo un tintineo de metal y su mano regresó con la llave en ella. La puso en el ojo de la cerradura de este lado, y la giró. —Listo —dijo—. Ahora estamos doblemente seguras. —¡Och, crivens! —dijo Roba ¡Emborrachados en el cacharro!

A

Cualquiera—.

¿No

vais

a

mirarnos?

—¡Otra vez! —dijo Wullie Tonto—. Yo no sé si alguna vez me voy a mirar a la cara. La Sra. Proust se sentó y miró a Tiffany. —Muy bien, hija mía, ¿qué fue eso que vimos? Sin ojos, me di cuenta. No hay ventanas hacia el alma. ¿No hay alma, tal vez? Tiffany se sentía miserable. —¡No lo sé! Lo conocí en el camino hacia aquí. ¡Los Feegle caminaron a través de él! Parece un fantasma. Y apesta. ¿Lo huele? ¡Y la multitud se volvía contra nosotros! ¿Qué daño le estamos haciendo? —No estoy segura de que sea un él —dijo la Sra. Proust—. Incluso podría ser un eso. Podría ser un demonio de algún tipo, supongo... pero no sé mucho sobre ellos. La venta al por menor es más mi fuerte. No es que eso no pueda ser un poco demoníaco a veces.

—Pero hasta Roland se volvió contra mí —dijo Tiffany—. Y siempre hemos sido amigos... —Ajá —dijo la Sra. Proust. —No me ajájee —le espetó Tiffany—. ¿Cómo se atreve a ajajearme a mí. ¡Por lo menos yo no voy por ahí haciendo que las brujas se vean ridículas! La Sra. Proust le dio una bofetada. Fue como ser golpeado con una goma de lápiz. —Eres una grosera equivocación de una niña, joven mujerzuela. Y voy por ahí manteniendo a las brujas a salvo. Arriba, en las sombras del techo, Wullie Tonto dio un codazo a Roba A Cualquiera y le dijo: —Nosotros no podemos dejar que alguien golpee a nuestra gran hag pequeñita, ¿eh, Roba? Roba A Cualquiera se llevó un dedo a los labios. —Ah bien, puede ser un poquito difícil con gente-mujeres discutiendo, vos sabéis. Mantengámonos fuera de eso, si tomáis el consejo de un hombre casado. Cualquier hombre que interfiere en la discusión de las mujeres va a encontrar a ambas saltando arriba y abajo sobre él en cuestión de segundos. No estoy hablando acerca del cruzar de los brazos, el fruncimiento de los labios y el golpe del pie. Estoy hablando de ser golpeado con el palo de poli. Las brujas se miraron. Tiffany se sintió repentinamente desorientada, como si hubiera ido de la A a la Z sin pasar por el resto del alfabeto. —¿Simplemente sucedió, mi niña? —dijo la Sra. Proust. —Sí, sucedió —dijo Tiffany bruscamente—. Todavía arde. —La Sra. Proust dijo: — ¿Por qué lo hicimos? —A decir verdad, yo la odié —dijo Tiffany—. Sólo por un momento. Eso me asustó. Yo sólo quería deshacerme de usted. Usted estaba… —¿Todo mal? —dijo la Sra. Proust. —¡Eso es! —Ah —dijo la Sra. Proust—. Discordia. Encendiendo a la bruja. Siempre se culpa a la bruja. ¿Dónde empieza? Tal vez lo hemos descubierto. —Su cara fea miró a Tiffany, luego dijo—: ¿Cuándo te convertiste en una bruja, mi niña? —Creo que fue cuando yo tenía unos ocho años —dijo Tiffany. Y le contó a la Sra. Proust la historia de la Sra. Snapperly, la bruja en el bosque de avellano. La mujer escuchó atentamente y se sentó sobre la paja. —Sabemos que a veces ocurre —dijo—. Cada pocos cientos de años o así, de repente todo el mundo piensa que las brujas son malas. Nadie sabe por qué es así. Simplemente parece ocurrir. ¿Has estado haciendo algo últimamente que pudiera atraer la atención? ¿Alguna pieza especialmente importante de magia o algo así? Tiffany recordó y luego dijo: —Bueno, estuvo la colmena. Pero no fue tan malo. Y antes de eso estuvo la Reina de las Hadas, pero eso fue hace años. Fue bastante terrible también, pero en términos generales, creo que golpearla en la cabeza con una sartén fue lo mejor que

pude haber hecho en ese momento. Y, bueno, supongo que será mejor decir que hace un par de años, besé al invierno... La Sra. Proust había escuchado esto con la boca abierta, y ahora dijo: —¿Fuiste tú? —Sí —dijo Tiffany. —¿Estás segura? —dijo la Sra. Proust. —Sí. Era yo. Yo estuve allí. —¿Cómo fue? —Frío, y luego húmedo. Yo no quise hacerlo. Lo siento, ¿vale? —¿Hace unos dos años? —dijo la Sra. Proust—. Eso es interesante. El problema pareció comenzar por entonces, sabes. Nada particularmente importante; fue como si la gente no nos respetara más. Sólo algo en el aire, se podría decir. Quiero decir, ese chico con la piedra esta mañana. Bueno, nunca se hubiera atrevido a intentarlo hace un año. La gente siempre me daba un guiño al pasar en esos días. Y ahora me fruncen el ceño. O hacen alguna pequeña señal, sólo por si les traigo mala suerte. Las otras me han contado acerca de esto también. ¿Ha sido así dónde estás? —No lo puedo decir realmente —dijo Tiffany—. La gente estaba un poco nerviosa de mí, pero en general supongo que yo estaba relacionada con muchos de ellos. Pero todo parecía extraño. Y pensé que era la forma en que se tenía que sentir. Yo besé al invierno, y todo el mundo lo sabía. Sinceramente, siguen con eso. Quiero decir, fue una sola vez. —Bueno, la gente está un poco más cerca por aquí. Y las brujas tienen una gran memoria. Quiero decir, no las brujas individuales, sino que todas las brujas juntas pueden recordar los tiempos realmente malos. Cuando llevabas un sombrero puntiagudo recibías una piedra lanzada contra ti, si no algo peor. Y cuando se va más atrás que eso... Es como una enfermedad —dijo la Sra. Proust—. Es una especie de revulsión. Está en el viento, como si pasara de persona a persona. El veneno va donde es bienvenido. Y siempre hay una excusa, verdad, para lanzar una piedra a la anciana que se ve rara. Siempre es más fácil culpar a alguien. Y una vez que has llamado bruja a alguien, entonces te sorprendería de cuántas cosas se la puede culpar. —Ellos apedrearon a su gato hasta la muerte —dijo Tiffany, casi para sí misma. —Y ahora hay un hombre sin alma que te está siguiendo. Y su hedor hace que incluso las brujas odien a las brujas. ¿No te sentiste inclinada a prenderme fuego, por casualidad, Srta. Tiffany Doliente? —No, por supuesto que no —dijo Tiffany. —¿O de prensarme en el suelo con un montón de piedras sobre mí? —¿De qué está hablando? —No eran sólo piedras —dijo la Sra. Proust—. Se oye a la gente hablar de brujas quemadas, pero no creo que muchas brujas reales fueran quemadas nunca, a menos que fueran engañados de alguna manera; creo que en su mayoría eran pobres mujeres de edad. Las brujas son mayormente demasiado húmedas, y probablemente era un maldito desperdicio de buena madera. Pero es muy fácil empujar a una anciana hasta el suelo y tomar una de las puertas de la granja y ponerla encima de ella como un sándwich y amontonar piedras hasta que ella no pueda respirar más. Y eso hace que toda la maldad desaparezca. Sólo que no es así. Debido a que hay otras cosas en

marcha, y otras mujeres viejas. Y cuando se les acaban, siempre hay hombres de edad. Siempre extraños. Siempre existe el forastero. Y entonces, quizás, algún día, estás siempre tú. Es entonces cuando la locura se detiene. Cuando no queda nadie para estar loco. ¿Sabes, Tiffany Doliente, que lo sentí, cuando besaste al invierno? Cualquier persona con una onza de talento mágico sintió algo. —Hizo una pausa y entrecerró los ojos. Ahora estaba mirando a Tiffany—. ¿Qué despertaste, Tiffany Doliente? ¿Qué cosa ruda abrió los ojos que no tenía y se preguntó quién eras? ¿Qué has traído sobre nosotros, Srta. Tiffany Doliente? ¿Qué has hecho? —¿Usted cree que... —Tiffany dudó y luego dijo—, eso esté detrás de mí? Ella cerró los ojos para no ver la cara acusadora, y recordó el día en que había besado al invierno. Había habido terror y una aprensión espantosa, y la extraña sensación de ser cálida y al mismo tiempo rodeada de hielo y nieve. Y en cuanto al beso, bien, había sido tan suave como un pañuelo de seda que cae sobre una alfombra. Hasta que ella hubo vertido todo el calor del sol en los labios del invierno y lo derritió en agua. Heladas al fuego. Fuego a las heladas. Ella siempre había sido buena con el fuego. El fuego había sido siempre su amigo. No era como si el invierno hubiera muerto alguna vez; han habido otros inviernos desde entonces, pero no tan malos, nunca tan malos. Y no había sido sólo un besuqueo. Ella había hecho lo correcto en el momento adecuado. Fue lo que hizo. ¿Por qué había tenido que hacerlo? Debido a que era culpa de ella, porque había desobedecido a la Srta. Traición y se unió a un baile que no era sólo un baile, sino el cambio de las estaciones y el giro del año. Y, con horror, se preguntó: ¿dónde termina? Haces una cosa tonta y después una cosa para corregirla, y cuando la enderezas algo más sale mal. ¿Dónde se detendrá alguna vez? La Sra. Proust la miraba como fascinada. —Todo lo que hice fue bailar —dijo Tiffany. La Sra. Proust le puso una mano en el hombro. —Mi querida, creo que tendrás que bailar de nuevo. ¿Podría sugerir que hagas algo muy sensato en este momento, Tiffany Doliente? —Sí —dijo Tiffany. —Escucha mi consejo —dijo la Sra. Proust—. No suelo regalar cosas, pero me siento bastante contenta con la captura de ese muchacho que rompía mis ventanas. Así que estoy de humor para un buen estado de ánimo. Hay una señora que estoy seguro de que estaría muy dispuesta a hablar contigo. Ella vive en la ciudad, pero nunca la encontrarás, no importa cuánto te esfuerces. Ella te va a encontrar, sin embargo, en el parpadeo de un segundo, y mi consejo es que, cuando lo haga, escuches todo lo que te pueda decir. —Entonces, ¿cómo puedo encontrarla? —dijo Tiffany. —Estás sintiendo lástima de ti misma y no escuchas —dijo la Sra. Proust—. Ella te va a encontrar. Lo sabrás cuando lo haga. ¡Oh sí, te doy mi palabra! —Rebuscó en un bolsillo y sacó una lata pequeña y redonda, cuya tapa abrió con una uña negra. El aire de pronto sintió picante—. ¿Quieres rapé? —dijo, ofreciendo la lata a Tiffany—. Hábito sucio, por supuesto, pero me limpia las cañerías y me ayuda a pensar. —Tomó una pizca de polvo marrón, la puso en el dorso de la otra mano y la aspiró con un sonido como un bocinazo en reversa. Tosió y parpadeó una o dos veces y dijo—: Por supuesto, los duendes marrones no agradan a todo el mundo, pero supongo que suman a ese aspecto de bruja malvada. De todos modos, espero que pronto nos den la cena. —¿Ellos nos van a dar de comer? —dijo Tiffany.

—Oh sí, son un grupo decente, aunque la última vez el vino estaba un poco pasado, en mi opinión —dijo la Sra. Proust. —Pero estamos en la cárcel. —No, querida, estamos en las celdas policiales. Y, aunque nadie lo está diciendo, estamos encerradas aquí para nuestra protección. Ves, todos los demás están encerrados afuera, y aunque a veces actúan tonto, los policías no pueden dejar de ser inteligentes. Ellos saben que la gente necesita de las brujas; ellos necesitan de personas no oficiales que entiendan la diferencia entre el bien y el mal, y cuándo lo correcto está mal y cuándo lo malo es bueno. El mundo necesita de gente que trabaje cerca de los bordes. Ellos necesitan de personas que puedan hacer frente a los pequeños baches e inconvenientes. Y los pequeños problemas. Después de todo, somos casi todos humanos. Casi todo el tiempo. Y casi cada luna llena la Capitán Angua viene a mí para hacer una receta para su patadura. La lata de tabaco apareció de nuevo. Después de un rato Tiffany dijo: —Patadura es una enfermedad de perros. —Y de los hombres lobo —dijo la Sra. Proust. —Oh. Pensé que había algo extraño en ella. —Ella está por encima de eso, tenlo en cuenta —dijo la Sra. Proust—. Ella comparte alojamiento con el Capitán Zanahoria y no muerde a nadie —aunque, ahora que lo pienso, posiblemente muerda al Capitán Zanahoria, pero mejor ni mencionarlo, estoy segura de que estarás de acuerdo. A veces lo que es legal no es lo que está bien, y a veces se necesita de una bruja para notar la diferencia. Y a veces de un poli también, si tienes el tipo correcto de poli. Las personas inteligentes lo saben. La gente estúpida no. Y el problema es que la gente estúpida puede ser, oh, muy inteligente. Y, por cierto, señorita, tus pequeños amigos bulliciosos han escapado. —Sí —dijo Tiffany—. Lo sé. —¿No es una vergüenza, a pesar de que prometieron lealmente a la Guardia quedarse? —La Sra. Proust, evidentemente, quería mantener una reputación de maldad. Tiffany se aclaró la garganta. —Bien —dijo—, supongo que Roba A Cualquiera diría que hay momentos en que las promesas deben mantenerse y tiempos cuando las promesas deben ser rotas, y se necesita de un Feegle para reconocer la diferencia. La Sra. Proust sonrió ampliamente. —Casi podrías proceder de la ciudad, Srta. Tiffany Doliente. Si necesitas proteger algo que no necesitaba protección, posiblemente porque nadie en su sano juicio quiere robarlo, entonces el Cabo Nobbs de la Guardia de la Ciudad era, a falta de una mejor forma de describirlo, y en ausencia de cualquier evidencia biológica en contrario, tu hombre. Y ahora estaba de pie en las ruinas oscuras y crujientes de Cabeza Del Rey, fumando un cigarrillo horrible hecho enrollando todas las apestosas colillas de cigarrillos previamente fumados en un poco de papel de cigarrillo y chupando ese lío horrible hasta que aparecía algún tipo de humo.

Nunca notó la mano que levantó su casco, casi ni sintió el golpe forense en la cabeza, y ciertamente no sintió las pequeñas manos callosas que colocaron el casco de vuelta en la cabeza, mientras bajaban su cuerpo dormido hasta el suelo. —OK —dijo Roba A Cualquiera en un ronco susurro, mirando las maderas ennegrecidas—. Ahora, no tenemos mucho tiempo, vos sabéis, así que… —Bien, bien, yo sabía que ustedes, pequeños scunners, volverían aquí si esperaba el tiempo suficiente por vos —dijo una voz en la oscuridad—. Como el perro regresa a su vómito y un necio a su necedad, así vuelve el criminal a la escena de su crimen. El vigilante conocido como Arthur Pequeñoloco encendió un fósforo, lo que era, para un Feegle, una antorcha bastante buena. Hubo un tintineo cuando algo que era del tamaño de un escudo para un Feegle, pero habría sido una insignia para un policía humano, aterrizó en el suelo delante de él. —Eso es tae mostrarles pequeños tontos que nae estoy de servicio, ¿de acuerdo? No puedes ser policía sin una insignia, ¿no es así? Sólo quería tae ver por qué vos, pequeños holgazanes, habláis correctamente, al igual que yo lo hago, porque vos sabéis, yo no soy un Feegle. Los Feegle miraron a Roba A Cualquiera, quien se encogió de hombros y dijo: —¿Que infiernos creéis que sois, pues? Arthur Pequeñoloco se pasó las manos por el pelo, y nada cayó. —Bueno, mi mamá y mi papi me dijeron que era un gnomo, como ellos… Dejó de hablar porque los Feegle estaban carcajeándose y golpeando sus piernas con regocijo, lo que tiende a continuar por mucho tiempo. Arthur Pequeñoloco miró por un rato antes de gritar: —¡Yo no encuentro esto divertido! —¿No vais a escucharte a ti mismo? —dijo Roba Cualquiera, limpiándose los ojos—. ¡Vos estáis hablando Feegle, efectivamente! ¿Vuestra mamá y vuestro papá nae os dijeron? ¡Nos Feegle nacemos sabiendo cómo hablar! ¡Crivens! ¡Es como un perro sabe cómo ladrar! ¡Vos no podéis decir que sois un gnomo! ¡Direis que sois un duende la próxima vez! Arthur Pequeñoloco miró sus botas. —Mi papá me hizo estas botas —dijo—. Yo no podía decirle que no me gustaban las botas en mis pies. Toda la familia había estado en la fabricación y la reparación de zapatos durante cientos de años, vos sabéis, y yo no era bueno en la zapatería en absoluto, y un día todos los ancianos de la tribu me llamaron y me dijeron que era un expósito perdido. Ellos se mudaban a un nuevo campamento, y me encontraron, un crío pequeñito, saludando junto a la carretera, justo al lado de un gavilán que había estrangulado hasta la muerte después de que me arrebatara de mi cuna; calculaban que me estaba llevando a casa para alimentar a sus polluelos conmigo. Y los gnomos viejos juntaron sus sombreros, y dijeron que mientras ellos estaban muy contentos de que me quedara, lo de ser capaz de morder a los zorros hasta la muerte y todo eso, podía ser el momento para mí de salir al gran mundo, y encontrar quién es mi gente. —Bueno, muchacho, la habéis encontrado —dijo Roba A Cualquiera, dándole una palmada en la espalda—. Hicisteis bien en escuchar a un montón de viejos zapateros. Ésa fue la sabiduría que te dijeron, con toda seguridad.

Vaciló por un momento, y luego continuó. —Sin embargo, es un poquito difícil que seáis —sin ofender— un policía. —Saltó un poco hacia atrás, por si acaso. —Por supuesto —dijo Arthur Pequeñoloco con satisfacción—. ¡Considerando que sois una pandilla de borrachos ladrones réprobos y felones, sin respeto por la ley que sea! Los Feegle asintieron alegremente, aunque Roba A Cualquiera dijo: —¿Te molestaría la adición de las palabras borracho y desordenada? No queremos ser vendidos a bajo precio aquí. —¿Y qué pasa con el robo de caracoles, Roba? —dijo Wullie Tonto feliz. —Bien —dijo Roba A Cualquiera—, en realidad, el robo de caracoles se encuentra todavía en las primeras etapas de desarrollo en este momento. —¿No tienes puntos buenos? —dijo Arthur Pequeñoloco desesperadamente. Roba A Cualquiera parecía perplejo. —Nosotros pensamos que son nuestros puntos buenos, pero si deseas ser exigente, nunca robamos dinero, tenemos corazón de oro, aunque tal vez —bien, en su mayoría— oro de alguien más, y nos inventamos lo del armiño frito. Que debe contar para algo. —¿Cómo es eso un buen punto? —dijo Arthur. —Bien, eso ahorra a algunos otros pobres diablos tae hacerlo. Es lo que os podríamos llamar una explosión de sabor: vos tomáis un bocado, lo saboreáis y, a continuación hay una explosión. A pesar de sí mismo, Arthur Pequeñoloco estaba sonriendo. —¿No teneis vergüenza, muchachos ? Roba A Cualquiera igualó sonrisa por sonrisa. —No podría decirlo —respondió él—, pero si la tenemos, es que probablemente perteneció a alguien más. —¿Y qué pasa con la pobre gran chica pequeñita bajo llave y en la Casa de la Guardia? —dijo Arthur Pequeñoloco. —Oh, ella estará bien hasta la mañana —dijo Roba A Cualquiera, con tanta altivez como pudo en las circunstancias—. Ella es una bruja de recursos considerables. —¿Vos lo creéis? ¡Ustedes, pequeños scunners golpearon una taberna entera a muerte! ¿Cómo puede alguien poner eso derecho? Esta vez Roba A Cualquiera le lanzó una larga mirada más reflexiva antes de decir: —Bien, señor Policía, parece que sois un Feegle y un poli. Bueno, ésa es la forma en que el mundo gira. Pero la gran pregunta para vosotros dos es: ¿eres un soplón y un informante? En la Casa de la Guardia el turno estaba cambiando. Alguien entró y entregó tímidamente a la Sra. Proust todo un gran plato de fiambres y encurtidos, y una botella de vino con dos vasos. Después de una mirada nerviosa a Tiffany, el vigilante le susurró algo a la Sra. Proust, y en un movimiento ella había sacado un pequeño

paquete de su bolsillo y lo metió en su mano. Luego volvió y se sentó en la paja de nuevo. —Y veo que ha tenido la decencia de abrir la botella y dejar respirar al vino por un tiempo —dijo, y agregó, al ver la mirada de Tiffany—, el Agente Interino Hopkins tiene un pequeño problema que prefiere que su madre nunca se entere y yo hago una pomada bastante útil. Yo no le cobro, por supuesto. Una mano lava a la otra, aunque en el caso del joven Hopkins espero que la friegue primero. Tiffany nunca había bebido vino antes; en casa, bebían un poco de cerveza o un poco de sidra, con sólo el alcohol suficiente para acabar con las desagradables invisibles cosas pequeñas que muerden, pero no bastante alcohol como para que hagas más que un poco el tonto. —Bueno —dijo—, ¡nunca pensé que la cárcel sería así! —¿Cárcel? ¡Te dije, mi querida niña, no es la cárcel! ¡Si quieres saber cómo es una prisión, visita el Tanty! ¡Ése es un lugar oscuro, si te gustan! Aquí los vigilantes no escupen en tu pitanza… al menos cuando estás mirando, y ciertamente no en la mía, puedes estar segura de eso. El Tanty es un lugar rudo; les gusta pensar que cualquiera que entra allí lo pensará más de dos veces antes de hacer algo que los pueda poner allí de nuevo. Y lo han arreglado un poco estos días, y no todos los que entran salen en una caja de pino, pero las paredes siguen gritando en silencio a los que escuchan. Yo las oigo. —Abrió la caja de rapé con un clic—. Y peor que los gritos es el sonido de los canarios en el ala D, donde encierran a los hombres que no se atreven a colgar. Golpean a cada uno por separado en una pequeña habitación, y le dan un canario como compañía. —En este punto la Sra. Proust tomó una pizca de tabaco, a tal velocidad y volumen que Tiffany se sorprendió de que no saliera por sus oídos. La tapa de la caja se cerró. —Esos hombres, márcalo, no son tu asesino promedio… oh no, mataron a la gente por afición, o por un dios, o por tener algo que hacer, o porque no era un día muy lindo. Ellos hicieron cosas peores que sólo asesinar, pero el asesinato era la forma en que terminaba siempre. ¿Veo que no has tocado tu carne...? Bueno, si estás segura... —La Sra. Proust hizo una pausa con un gran pedazo de carne muy avinagrada en su cuchillo y continuó—: Lo curioso, sin embargo, estos hombres crueles cuidaban a sus canarios, y lloraban cuando morían. Los guardias solían decir que todo era una farsa; me dijeron que les ponía los pelos de punta, pero no estoy segura. Cuando yo era joven, solía hacer recados para los guardianes y miraba esas grandes y pesadas puertas y me gustaba escuchar a los pajaritos, y me preguntaba qué hace la diferencia entre un buen hombre y un hombre tan malo que ningún verdugo de la ciudad —ni siquiera mi padre, que podría tener un hombre fuera de su celda y tan muerto como un témpano en siete segundos y un cuarto— se atrevería a ponerle una soga al cuello, en caso de que se escapara de los fuegos del infierno y volviera con una venganza. —La Sra. Proust paró allí y se estremeció, como si se sacudiera los recuerdos—. Así es la vida en la gran ciudad, mi niña; no es un sencillo lecho de dulces flores, como en el campo. Tiffany no estaba muy feliz con ser llamada niña de nuevo, pero eso no era lo peor. —¿Dulces flores? —dijo—. No eran dulces flores el otro día cuando tuve que cortar la cuerda de un ahorcado. —Y tuvo que contarle a la Sra. Proust todo sobre el Sr. Petty y Ámbar. Y sobre el ramo de ortigas.

—¿Y tu padre te habló de los golpes? —dijo la Sra. Proust—. Tarde o temprano, todo es sobre el alma. La comida era sabrosa, y el vino sorprendentemente fuerte. Y la paja era mucho más limpia que lo que se podía haber esperado. Había sido un largo día, apilado encima de otros días largos. —Por favor —dijo Tiffany—, ¿podemos dormir un poco? Mi padre siempre dice que las cosas se ven mejor por la mañana. Hubo una pausa. —Pensándolo bien —dijo la Sra. Proust—, creo que tu padre volverá a estar equivocado. Tiffany dejó que las nubes del cansancio la llevaran. Soñó con canarios cantando en la oscuridad. Y tal vez lo imaginó, pero pensó que despertaba por un momento y vio la sombra de una anciana mirándola. Ciertamente no era la Sra. Proust, que roncaba de forma terrible. La forma estaba allí por un momento, y luego desapareció. Tiffany recordó: el mundo está lleno de presagios, y recoges los que te gustan.

Capítulo 8 LA NUCA DEL REY A TIFFANY LA DESPERTÓ el chirrido de la puerta de la celda. Se sentó y miró a su alrededor. La Sra. Proust aún dormía y roncaba tan fuerte que su nariz se tambaleaba. Corrección: la Sra. Proust parecía estar dormida. A Tiffany le gustaba, en una especie de forma cautelosa, pero ¿podía confiar en ella? A veces parecía casi... leer su mente. —Yo no leo la mente —dijo la Sra. Proust, dándose vuelta. —¡Sra. Proust! La Sra. Proust se sentó y empezó a quitar pedacitos de paja de su vestido. —Yo no leo la mente —dijo, arrojando la paja al suelo—. Realmente tengo habilidades agudas, pero no sobrenaturales, que he perfeccionado con el más afilado de los bordes, y no lo olvides, por favor. Espero por su bondad que nos den un desayuno cocinado. —No hay problema… ¿qué queréis que nosotros vayamos a buscar para vos? Levantaron la vista para ver a los Feegle sentados en el extremo de la viga, y dejando colgar felices sus pies. Tiffany suspiró. —Si yo te preguntara qué estabas haciendo anoche, ¿me mentirías? —Por supuesto que no, por nuestro honor como Feegle —dijo Roba A Cualquiera, con la mano en donde pensaba que estaba su corazón. —Bueno, eso parece concluyente —dijo la Sra. Proust, poniéndose de pie. Tiffany sacudió la cabeza y suspiró de nuevo. —No, no es tan simple como eso. —Levantó la vista hacia la viga y dijo—: Roba A Cualquiera, ¿fue la respuesta que me diste en ese momento veraz? Te lo estoy pidiendo como la hag de las colinas. —Oh, sí. —¿Y ésa? —Oh, sí.

—¿Y ésa? —Oh, sí. —¿Y ésa? —Oh... bueno, sólo una mentirita pequeñita, vos sabéis, apenas una mentira, algo que no sería bueno para tae conocer. Tiffany se volvió hacia la Sra. Proust, que sonreía. —Los Nac Mac Feegle sienten que la verdad es tan preciosa que no debería ser agitada demasiado —dijo en tono de disculpa. —Ah, la gente sigue mi propio corazón —dijo la Sra. Proust y, a continuación, recordándose a sí misma, añadió—, si yo tuviera uno, eso es. Se oyó un ruido de botas pesadas, que se hicieron velozmente más cercanas y no menos pesadas, y resultaron pertenecer a un vigilante alto y flaco, que tocó su casco cortésmente a la Sra. Proust y a Tiffany le hizo un gesto con la cabeza. —¡Buenos días, señoras! Mi nombre es Agente Abadejo y me han dicho que les diga que han sido liberadas con una advertencia —dijo—. Aunque tengo que decirles que nadie sabe a ciencia cierta sobre qué les advierten, tanto como puedo decir, de modo que si yo fuera ustedes, me consideraría en general en la situación de haber sido advertido, por así decirlo, en una general y genérica manera no específica, y es de esperar un poco escarmentado por la experiencia, sin ofender, estoy seguro. —Tosió, y continuó, después de echar a la Sra. Proust una mirada nerviosa—. Y el Comandante Vimes me ha pedido que deje claro que los individuos conocidos conjuntamente como Nac Mac Feegle deben estar fuera de esta ciudad al atardecer. Hubo un coro de quejas de los Feegle encima de la viga, que en opinión de Tiffany eran tan buenos en la sorprendida indignación como lo eran en la embriaguez y el robo: —¡Och, vos no os meteríais con nosotros si fuéramos grandes! —¡No fuimos nosotros! ¡Un muchacho grande lo hizo y salió corriendo! —¡Yo no estaba allí! ¡Podéis preguntarles! ¡Ellos no estaban allí tampoco! Y otras excusas de esa calaña, vos sabéis. Tiffany golpeó su plato de estaño en las barras hasta que se hundieron en el silencio. Y dijo: —Perdone, por favor, Agente Abadejo. Estoy seguro de que todos sentimos mucho lo de la taberna —empezó, y él le hizo un gesto con la mano. —Si toma mi consejo, señorita, usted saldrá en silencio y no hablará con nadie acerca de tabernas. —Pero mire... todos sabemos que destrozaron la Cabeza del Rey, y… El policía la detuvo otra vez. —Pasé por la Cabeza del Rey esta mañana —dijo—, y definitivamente no estaba muy destrozada. De hecho, había una multitud de gente. Todos en la ciudad van a echarle una mirada. La Cabeza del Rey está como siempre ha sido, en la medida que puedo ver, con sólo un pequeño detalle, es decir, que ahora está al revés. —¿Qué quieres decir, "al revés"? —dijo la Sra. Proust.

—Quiero decir que está al revés —dijo el policía con paciencia—, y cuando yo estaba allí hace un momento, puede apostar que no lo estaban llamando más la Cabeza del Rey. La frente de Tiffany estaba arrugada. —Así que... ¿la están llamando la Nuca del Rey? El Agente Abadejo sonrió. —Bueno, sí, puedo ver que es una joven bien educada, señorita, porque la mayoría de la gente por ahí la están llamando el… —¡No puedo soportar suciedades! —dijo la Sra. Proust severamente. ¿En serio?, pensó Tiffany. ¿Con la mitad de un escaparate lleno de innombrables inflables de color rosa y otros elementos misteriosos que no he tenido la oportunidad de ver muy claramente? Pero supongo que sería un extraño mundo si todos fuéramos iguales, y sobre todo si todos fuéramos lo mismo que la Sra. Proust. Y en lo alto podía escuchar el susurro de los Nac Mac Feegle, con Wullie Tonto haciendo más ruido que de costumbre. —Os dije a ustedes, no os lo dije, os dije este lote es de atrás hacia adelante, os dije, pero no, ¡vosotros que nae prestar atención! Puedo ser tonto, pero no soy estúpido. La Cabeza del Rey, o al menos la parte de la anatomía del rey que ahora fuera, no estaba muy lejos, pero las brujas tuvieron que abrirse paso entre la multitud cuando estaban al menos a un centenar de yardas de distancia, y muchas de las personas que constituían la multitud llevaban jarras de una pinta en sus manos. La Sra. Proust y Tiffany llevaban botas de clavos, una bendición para cualquier persona que debe pasar deprisa por una multitud, y allí, delante de ellas estaba, a falta de una palabra mejor — aunque los Feegle habrían utilizado una palabra diferente, y de hecho los Feegle no habrían dudado en utilizar una palabra diferente— estaba, de hecho, la Espalda del Rey, lo cual vino como un alivio. De pie frente a la puerta de atrás, que ahora estaba haciendo la tarea antes asignada a la puerta principal, y entregando jarras de cerveza con una mano mientras tomaba el dinero con la otra, estaba el señor Wilkin, el propietario. Parecía un gato en el día que llueven ratones. De vez en cuando se las arreglaba para encontrar tiempo en este esfuerzo heroico para decir unas palabras a una mujer flaca pero con aspecto determinado que estaba escribiendo cosas en un cuaderno. La Sra. Proust dio un codazo a Tiffany. —¿La ves? Esa es la Srta. Mechoncrespo del Times, y allá —señaló a un hombre alto vestido con el uniforme de la Guardia—, mira allí, el hombre con el que ella está hablando es el Comandante Vimes de la Guardia de la Ciudad. Hombre decente, siempre se ve mal humor, no tolerará ninguna tontería. Esto va a ser interesante, porque no le gustan los reyes de ningún tipo; uno de sus antepasados cortó la cabeza del último rey que tuvimos. —¡Eso es terrible! ¿Se lo merecía? La Sra. Proust vaciló un momento y luego dijo: —Bueno, si es verdad lo que encontraron en su mazmorra privada, entonces la respuesta es "sí" en letras grandes. Pusieron juicio al ancestro del comandante de

todos modos, debido a que cortar cabezas de reyes siempre causa una cierta cantidad de comentarios, al parecer. Cuando el hombre se paró en el banquillo, todo lo que dijo fue: "Si la bestia tuviera cien cabezas, no hubiera descansado hasta que cayera la última". Lo que fue tomado como una declaración de culpabilidad. Fue ahorcado, y luego mucho más tarde, pusieron una estatua de él, que dice más sobre la gente que lo que deseas saber. Su apodo era el Viejo Caradepiedra, y como puedes ver, es genético en la familia. Tiffany pudo verlo, y esto fue porque el comandante se estaba moviendo hacia ellas a propósito; su expresión era la de un hombre que tenía un montón de cosas que hacer, todas ellas más importante que lo que tenía que hacer ahora mismo. Hizo un ademán respetuoso a la Sra. Proust, y trató, sin éxito, de no mirar a Tiffany. —¿Usted hizo esto? —¡No, señor! —¿Sabe usted quién lo hizo? —¡No, señor! El comandante frunció el ceño. —Señorita, si irrumpe un ladrón en una casa y luego vuelve y pone todo de nuevo donde estaba, aún ha sucedido un crimen, ¿me entiende? Y si el edificio que ha sido gravemente dañado, junto con su contenido, se encuentra a la mañana siguiente viéndose brillante y nuevo, aunque puesto de manera equivocada, eso también —y por lo tanto los participantes— es, sin embargo, un crimen. Excepto que no tengo idea de cómo llamarlo y, francamente, yo preferiría ser lanzado del maldito negocio. Tiffany parpadeó. Ella no había oído la última frase, no exactamente oído, pero podía recordarla de todos modos. ¡Deben haber sido palabras derrame! Ella miró a la Sra. Proust, quien asintió alegremente, y en la cabeza de Tiffany había una pequeña palabra derrame que decía "sí". En voz alta, la Sra. Proust dijo: —Comandante, me parece que no se ha producido daño real, dado que, si puedo juzgar, el señor Wilkin aquí está haciendo su agosto en la Espalda del Rey y probablemente no recibirá bien que vuelva a ser en la Cabeza del Rey otra vez. —¡Muy bien! —dijo el propietario, que estaba paleando dinero en una bolsa. El Comandante Vimes tenía el ceño fruncido, y Tiffany captó las palabras que estaba casi, pero no realmente, diciendo: —¡Ningún rey va a volver mientras yo esté aquí! La Sra. Proust interrumpió nuevamente. —¿Qué tal dejar que se llame la Nuca del Rey? —sugirió—. ¿Sobre todo porque parece tener caspa, pelo grasiento y un gran forúnculo maduro? Para deleite de Tiffany, la cara del comandante se quedó de piedra como siempre, pero ella atrapó una palabra derrame que era un triunfante "¡Sí!". Y en ese momento la Sra. Proust, quien creía en asegurar la victoria por todos los medios a su disposición, intervino de nuevo con: —Esto es Ankh-Morpork, Sr. Vimes, y en verano el río se incendia y se han conocido lluvias de peces y de somieres, por lo que, en el gran esquema de las cosas, cuando se piensa en ello, ¿qué hay de malo en una taberna girando sobre su eje? ¡La mayoría de sus clientes hacen lo mismo! ¿Cómo está su niño, de paso?

Esta inocente indagación pareció derribar al comandante. —¡Oh! Él... oh, yo... él está bien. Oh, sí, está bien. Tenía razón. Lo único que necesitaba era una bebida gaseosa y un eructo muy grande. ¿Podría tener una palabra con usted en privado Sra. Proust? —La mirada que le echó a Tiffany dejó bien claro que "privado" no la incluía a ella, así que ella se abrió paso con cuidado entre la multitud alegre, a veces demasiado alegre, de personas esperando a que les tomaran imágenes enfrente de la Nuca del Rey, y se dejó desvanecer del primer plano y escuchó a Roba A Cualquiera comandando las tropas, quienes le escuchaban cuando no había nada mejor que hacer. —Muy bien —dijo él—, ¿cuál de ustedes scunners decidió pintar una nuca real sobre el cartel? Estoy seguro de que normalmente no se hace así. —Ése fue Wullie —dijo Gran Yan—. Contaba conque la gente pensara que había sido siempre así. Es tonto, vos sabéis. —A veces lo tonto funciona —dijo Tiffany. Ella miró a su alrededor... Y ahí estaba él, el hombre sin ojos, caminando entre la multitud, caminando entre la multitud, como si fueran fantasmas, pero ella podía ver que se sentía su presencia, de alguna manera; un hombre pasó la mano a través de su rostro, como si sintiera los pasos de una mosca; otro se abofeteó en la oreja. Pero después fueron... cambiados. Cuando sus ojos vieron a Tiffany se estrecharon, y el hombre fantasmal se dirigió hacia ella y la totalidad de la multitud se convirtió en un gran gesto. Y aquí vino el hedor, por detrás de él y tornando gris la luz del día. Era como el fondo de un estanque, donde las cosas habían muerto y podrido por siglos. Tiffany miró a su alrededor con desesperación. El giro de la Cabeza del Rey había llenado la calle con curiosos y sedientos. La gente estaba tratando de seguir con sus negocios, pero estaban siendo rodeados por la multitud en el frente y la multitud detrás de ellos y, por supuesto, por gente con bandejas y carros pequeños que pululaban por la ciudad y que trataban de vender algo a cualquiera que se detuviera por más de dos segundos. Podía sentir la amenaza en el aire, pero en realidad era más que una amenaza… era el odio, creciendo como una planta después de la lluvia, y el hombre de negro se acercaba. Le daba miedo. Por supuesto, tenía los Feegle con ella, pero en general los Feegle te sacaban del problema metiéndote en otro tipo de problemas. La tierra se movió de pronto debajo de ella. Hubo un chirrido metálico, y el fondo la dejó caer de su mundo, pero sólo unos seis pies. Mientras se tambaleaba en la oscuridad bajo el pavimento, alguien pasó junto a ella con un alegre: —Disculpe. —Hubo más inexplicables ruidos de metal y el agujero redondo, ahora por encima de la cabeza, desapareció en la oscuridad. —Realmente hubo suerte allí —dijo la educada voz—. La única que vamos a tener hoy, me imagino. Por favor, trate de no entrar en pánico hasta que haya encendido la lámpara de seguridad. Si quiere entrar en pánico a partir de entonces, es asunto suyo. Quédese cerca de mí y cuando diga "Camine tan rápido como sea posible mientras mantiene la respiración", hágalo, por el bien de su salud, su garganta, y posiblemente su vida. No me importa si entiende o no… sólo hágalo, porque no tenemos mucho tiempo. Un fósforo ardió. Hubo un pequeño ruido de estallido y un brillo verde-azul en el aire justo enfrente de Tiffany. —Sólo un poco de gas de los pantanos —dijo el informante invisible—. No está mal, nada de qué preocuparse todavía, pero quédese cerca, ¡recuerde!

El brillo verde-azul comenzó a moverse muy rápido, y Tiffany tenía que caminar con rapidez para mantener el ritmo, lo que no era tarea fácil, porque la tierra debajo de sus botas era, por turnos, como grava, lodo o de vez en cuando un líquido de una cierta clase, pero probablemente no de un tipo que te gustaría conocer. Aquí y allá, a lo lejos, había pequeños brillos de otras luces misteriosas, como los fuegos fatuos que a veces tienes en los terrenos pantanosos. —¡No se quede atrás! —dijo la voz delante de ella. Pronto Tiffany perdió todo sentido de dirección y, por lo que importa, del tiempo. Luego hubo un clic y la figura estaba recortada contra lo que parecía ser una puerta perfectamente normal, excepto que era en arco, por lo que la propia puerta llegaba a un punto en la parte superior. —Por favor, sea tan buena como para limpiarse los pies muy bien en el felpudo de adentro, vale la pena tomar precauciones aquí abajo. Detrás de la figura aún en sombras, las velas se encendían solas, y ahora iluminaban a alguien con ropa pesada, dura, grandes botas y un casco de acero en la cabeza — aunque, mientras Tiffany miraba, la figura levantó cuidadosamente el casco. Ella sacudió su cola de caballo, lo que sugería que era joven, pero su pelo era blanco, lo que sugería que era vieja. Ella era, pensó Tiffany, una de esas personas que adopta para sí un aspecto que se adapte a ellas y no se interpone en el camino, y no lo cambia hasta que muere. Había arrugas también, y la guía de Tiffany tenía el aire preocupado de alguien que está tratando de pensar en varias cosas a la vez, y por el aspecto de su cara ella estaba tratando de pensar en todo. Había una pequeña mesa en la sala, tendida con una tetera, tazas y un montón de pequeñas magdalenas. —Vamos adentro —dijo la mujer—. Bienvenida. Pero ¿dónde están mis modales? Mi nombre es Srta… Herrero, por el momento. ¿Creo que la Sra. Proust me ha mencionado? Y usted está en la Finca Irreal, muy posiblemente el lugar más inestable del mundo. ¿Quiere un poco de té? Las cosas tienden a verse mejor cuando el mundo ha dejado de girar y tienes una bebida caliente enfrente tuyo, aunque sea sobre una vieja caja de embalaje. —Siento que no sea un palacio —dijo la Srta. Herrero—. Yo nunca me quedo aquí por más de unos días cada vez, pero necesito estar cerca de la Universidad, y tener absoluta privacidad. Se trataba de una casita fuera de los muros de la Universidad, ya ve, y los magos acostumbraban tirar todos sus residuos aquí: después de un tiempo, todos los trozos diferentes de basura mágica comenzaron a reaccionar entre sí en lo que sólo puede llamar de manera impredecible. Bueno, con las ratas parlantes, y las cejas de la gente que crecen hasta seis pies de largo, y zapatos que caminan por ahí solos, la gente que vivía en las cercanías huyó, al igual que sus zapatos. Y como no había nadie más para quejarse, la Universidad simplemente tiró aún más cosas por encima del muro. Los magos son como los gatos yendo al baño en ese sentido; una vez que te has alejado de él, no hay ninguno más. »Por supuesto, luego se convirtió en un lugar libre para todos, con casi todo el mundo lanzando casi cualquier cosa y corriendo muy rápido, a menudo perseguidos por los zapatos, pero no siempre con éxito. ¿Quiere una magdalena? Y no se preocupe, las compro a un panadero bastante fiable por la mañana, así que sé que son frescas, y yo más o menos domestiqué la magia aquí hace alrededor de un año. No fue muy difícil; la magia es en gran medida una cuestión de equilibrio, pero por supuesto que lo sabe. De todos modos, el resultado es que existe una niebla mágica en este lugar que dudo que incluso un dios pueda ver en ella.

La Srta. Herrero comió delicadamente la mitad de un pastel, y equilibró la otra mitad sobre su plato. Se acercó más a Tiffany. —¿Como se sintió, Srta. Tiffany Doliente, cuando besó al invierno? Tiffany la miró por un momento. —Mire, fue sólo un pico, ¿de acuerdo? ¡Ciertamente sin lenguas! —Y dijo—: Usted es la persona que la Sra. Proust dijo que me iba a encontrar, ¿no? —Sí —dijo la Srta. Herrero—. Espero que eso sea obvio. Le podría dar una conferencia larga, complicada —continuó ella con brusquedad—, pero creo que sería mejor si le cuento una historia. Sé que usted ha sido enseñada por Yaya Ceravieja, y ella le dirá que el mundo se compone de historias. Será mejor admitir que ésta es una de las más desagradables. —Yo soy una bruja, ya sabe —dijo Tiffany—. He visto cosas desagradables. —Así puede usted pensar —dijo la Srta. Herrero—. Pero por ahora quiero que se imagine una escena, hace más de un millar de años, e imagine a un hombre, aún muy joven, y él es un Cazador de Brujas y un quemador de libros y un torturador, porque gente mayor que él, que son mucho más viles que él, le han dicho que esto es lo que el Gran Dios Om quiere que sea. Y en este día ha encontrado a una mujer que es una bruja, y ella es hermosa, increíblemente hermosa, lo cual es bastante inusual entre las brujas, al menos en aquellos días… —Él se enamora de ella, ¿no? —interrumpió Tiffany. —Por supuesto —dijo la Srta. Herrero—. Chico conoce a chica, uno de los grandes motores de la causalidad narrativa en el multiverso, o como algunas personas podrían ponerlo, "tenía que suceder". Me gustaría continuar con este discurso sin interrupciones, ¿si no le importa? —Pero él va a tener que matarla, ¿verdad? La Srta. Herrero suspiró. —Ya que lo pregunta, no necesariamente. Él piensa que si la rescata y pueden llegar al río, entonces podrían tener una oportunidad. Está aturdido y confuso. Él nunca antes ha tenido sentimientos como éste. Por primera vez en su vida, realmente tiene que pensar por sí mismo. Hay caballos no muy lejos. Hay unos cuantos guardias, y algunos otros prisioneros, y el aire está lleno de humo porque hay un montón de libros ardiendo, lo que le está poniendo a la gente lágrimas en los ojos. Tiffany se inclinó hacia delante en su asiento, escuchando las pistas, tratando de averiguar el final de antemano. —Hay algunos aprendices que está entrenando, y también algunos miembros de alto rango de la iglesia Omniana que han venido a ver y bendecir los procedimientos. Y por último hay una serie de personas de la aldea cercana que vitorean en voz muy alta porque no son ellos los que van a ser asesinados y generalmente no tienen mucho entretenimiento. De hecho, es casi otro día en la oficina, salvo que la muchacha que está siendo atada a la estaca por los aprendices le llamó la atención y ahora lo miraba con mucha atención, sin decir una palabra, ni siquiera gritar una palabra, todavía no. —¿Él tiene una espada? —preguntó Tiffany. —Sí, la tiene. ¿Puedo continuar? Bueno. Ahora, camina hacia ella. Ella está mirando hacia él, sin gritar, sólo observando, y el está pensando... ¿qué está pensando? Él está pensando, "¿Podría hacerme cargo de ambos guardias? ¿Los aprendices me obedecerán?" Y entonces, cuando se acerca, se pregunta si podría

llegar a los caballos con todo este humo. Y éste es un momento eternamente congelado en el tiempo. Grandes eventos esperan su decisión. Una simple acción en cualquier dirección, y la historia será diferente y usted está pensando que depende de lo que él haga a continuación. Pero ya ve, lo que piensa no importa, porque ella sabe quién es él y lo que él ha hecho, y las cosas malas que él ha hecho y por las que es famoso, y mientras camina hacia ella, sin saber, ella lo conoce por lo que es, incluso si desea no serlo, y saca las dos manos suavemente a través de la canasta de mimbre que han puesto alrededor de ella para mantenerla en posición vertical, y lo agarra, y lo sujeta estrechamente mientras la antorcha cae en la madera aceitosa y las llamas saltan hacia arriba. Ella nunca saca sus ojos de él, y nunca afloja su agarre... ¿Le gustaría una taza de té? Tiffany parpadeó para alejar el humo y las llamas y la conmoción. —¿Y cómo sabe tanto sobre esto, por favor? —dijo. —Yo estuve allí. —¿Hace mil años? —Sí. —¿Cómo llegó? —Caminé —dijo la Srta. Herrero—. Pero ése no es el punto. El punto es que entonces fue la muerte —y el parto— de lo que llamamos el Hombre Astuto. Y él era todavía un hombre, para empezar. Fue terriblemente herido, por supuesto. Durante algún tiempo. Y la caza de brujas continuó… oh, mi palabra. No podría decir a quién temen más los otros cazadores de brujas: a las brujas, o la ira del Hombre Astuto si no encuentran a las brujas que exigió y créame, con el Hombre Astuto en tus talones, encuentras tantas brujas como él quiere, oh sí. »Y el Hombre Astuto mismo podía encontrar siempre a las brujas. Era bastante sorprendente. Tienes alguna aldea pequeña y tranquila donde todo va razonablemente bien y nadie había notado ninguna bruja. Pero cuando el Hombre Astuto llegaba, de repente había brujas por todas partes, pero lamentablemente no por mucho tiempo. Él creía que las brujas eran el motivo de casi todo lo malo que sucedía, y que robaban los bebés y causaban que las mujeres huyeran de sus maridos, y que la leche se agriara. Creo que mi favorito era que las brujas se hacían a la mar en cáscaras de huevo con el fin de ahogar a los marinos honestos. —En ese momento la señorita Herrero levantó una mano—. No, no digo que sería imposible, incluso para una bruja pequeña entrar adentro de una cáscara de huevo sin romperlo, porque eso es lo que en el oficio llamarían un argumento lógico y por lo tanto nadie que quisiera creer que las brujas hundían los buques le prestaría atención. »Eso no podía continuar, por supuesto. La gente puede ser muy estúpida, y puede asustarse con facilidad, pero a veces te encuentras con personas que no son tan estúpidas y no se asustan, así que el Hombre Astuto es arrojado fuera del mundo. Arrojado fuera, como la basura que es. »Pero éso no fue el final de él. Tan grande, tan terrible era su odio por todo lo que pensaba de la brujería que de alguna manera pudo vivir a pesar de no tener finalmente cuerpo. Aunque no había piel para él, ningún hueso, su furia fue tal, que vivió. Como un fantasma, tal vez. Y, de vez en cuando, encontrando a alguien que lo dejaba entrar. Hay un montón de gente ahí fuera cuyas mentes venenosas se abrirán para él. Y hay quien prefiere estar detrás del mal que delante de él, y uno de ellos escribió para él el libro conocido como La Hoguera de las Brujas.

»Pero cuando se hace cargo de un cuerpo —y créame, en el pasado, existían esas personas desagradables que pensaban que sus terribles ambiciones se verían favorecidas por permitirle hacerlo— el propietario del cuerpo pronto descubre que no tiene control en absoluto. Se convierte en una parte de él también. Y hasta que es demasiado tarde comprende que no hay escapatoria, no hay liberación. Excepto la muerte.. —El veneno va adonde el veneno es bienvenido —dijo Tiffany—. Pero parece como si pudiera abrirse camino adentro, bienvenido o no. —Lo siento —dijo la Srta. Herrero—, pero voy a decir: "Bien hecho". Usted es tan buena como dicen. Realmente no hay nada físico ahora en el Hombre Astuto. Nada que se pueda ver. Nada que se pueda poseer. Y aunque a menudo mata a los que han sido tan generosos en su hospitalidad, sin embargo todavía parece prosperar. Sin un cuerpo que llamar suyo, deriva en el viento y, supongo, duerme de alguna manera. Y si lo hace, yo sé lo que él sueña. Sueña con una bruja joven y bella, la más poderosa de todas las brujas. Y piensa en ella con tanto odio que, según la teoría de las cuerdas elásticas, va hasta el final del universo y vuelve desde una dirección diferente, por lo que parece ser una especie de amor. Y quiere volver a verla. En cuyo caso, ella es casi seguro que morirá. »Algunas brujas —brujas reales de carne y hueso— han tratado de pelear con él y han ganado. Y a veces lo intentaron, y murieron. Y entonces un día, una chica llamada Tiffany Doliente, a causa de su desobediencia, besó al invierno. Lo cual, tengo que decir, nadie había hecho antes. Y el Hombre Astuto se despertó. —La Srta. Herrero dejó la taza—. Como una bruja, ¿usted sabe que no debe tener miedo? Tiffany asintió. —Bueno, Tiffany, usted debe hacer un lugar para el miedo, miedo bajo control. Creemos que la cabeza es importante, que el cerebro se sienta como un monarca en el trono del cuerpo. Pero el cuerpo es demasiado poderoso, y el cerebro no puede sobrevivir sin él. Si el Hombre Astuto se hace cargo de su cuerpo, no creo que usted sea capaz de pelear con él. Él no se parece a nada que haya conocido antes. Ser capturada será, en última instancia, morir. Lo que es peor, para ser su criatura. En cuyo caso, la muerte será una ansiada liberación. Y ahí lo tiene, Srta. Tiffany Doliente. Se despierta, se desplaza, la busca. La busca a usted. —Bueno, al menos la hemos encontrado —dijo Roba A Cualquiera—. Ella está en algún lugar en ese enconado basural. Los Feegle se quedaron con la boca abierta frente a la burbujeante y supurante porquería de la Finca Irreal. Cosas misteriosas caían, giraban y explotaban bajo los escombros. —Será una muerte segura ir allí adentro —dijo Arthur Pequeñoloco—. ¡Una muerte segura! Seráis condenado. —Oh sí, estamos todos condenados, tarde o temprano —dijo Roba A Cualquiera jovialmente. Husmeó—. ¿Qué infiernos es lo que apesta? —Lo siento, Roba, era yo —dijo Wullie Tonto. —Ach no, conozco tu olor —dijo Roba—. Pero yo sé que lo olí antes. Fue el caminante desgarbado que olimos en el camino. ¿Vos sabéis? Todo en negro. Muy deficiente en el departamento de globos oculares. Mala suerte a él, y mala suerte al que huela. Y me acuerdo que solía decir muy malas palabras a nuestra gran hag

pequeñita. Mi Jeannie dijo que debemos estar cerca de la gran hag pequeñita y creo que este scunner necesita un baño. Arthur precipitó las cosas. —Bien, Roba, ir allí es contra la ley, ¿sabéis? —Señaló a un antiguo cartel medio derretido, en el que, apenas legible, estaban las palabras: ACCESO ESTRICTAMENTE PROHIBIDO. POR ORDEN Roba A Cualquiera lo miró. —Ay, ahora nae me das la elección en absoluto —dijo—, y me hiciste recordar que todos estamos ya muertos21. ¡Carguen! Había docenas de preguntas que Tiffany podía hacer, pero la que luchaba por la cima fue: —¿Qué va a pasar si el Hombre Astuto se desquita conmigo? La Srta. Herrero se quedó mirando el techo durante un momento. —Bueno, supongo que desde el punto de vista de él, será más bien como una boda. Desde su punto de vista, será exactamente igual que estar muerta. No, peor, porque usted estará dentro, mirando lo que él puede hacer con todas sus facultades y todas sus habilidades a todas las personas que conoce. ¿Acaso tenemos la última magdalena? Yo no voy a mostrar ningún temor, se dijo Tiffany. —Me alegro de oír eso —dijo la Srta. Herrero, en voz alta. Tiffany saltó de la silla con ira. —¡No se atreva a hacer eso, Srta. Herrero! —Estoy segura de que había una magdalena más —dijo la Srta. Herrero, y agregó—: Ése es el espíritu, Srta. Tiffany Doliente. —Usted sabe, yo derroté a una colmena. Puedo cuidar de mí misma. —¿Y su familia? ¿Y todos los que conoce? ¿De un ataque que ni siquiera sabrán que está ocurriendo? No lo entiende. El Hombre Astuto no es un hombre, aunque una vez lo fue, y ahora ni siquiera es un fantasma. Es una idea. Por desgracia, es una idea cuyo tiempo ha llegado. —Bueno, al menos sé cuándo él está cerca de mí —dijo Tiffany pensativa—. Hay un hedor terrible. Incluso peor que el de los Feegle. La Srta. Herrero asintió. —Sí, proviene de su mente. Es el olor de la corrupción… la corrupción del pensamiento y de la acción. Su mente la recoge y no sabe qué hacer con ella, por lo que la archiva en "olor". Todos los inclinados a la magia pueden olerlo, pero cuando la gente lo encuentra, los cambia, los hace un poco como él. Y así los problemas lo siguen dondequiera que vaya.

21

En verdad, los Nac Mac Feegle creen que el mundo es un lugar tan maravilloso, y ya que están en él, deben haber sido muy buenos en otra existencia, y habían llegado, por así decirlo, el cielo. Por supuesto, parecían morir a veces, incluso aquí, pero les gusta pensar que es irse a nacer de nuevo. Muchos teólogos han especulado que ésta es una idea estúpida, pero sin duda es más agradable que muchas otras creencias.

Y Tiffany sabía exactamente a qué tipo de problemas se refería, a pesar de que sus recuerdos la dispararon en el tiempo hasta antes de que el Hombre Astuto se hubiera despertado de nuevo. En el ojo de su mente podía ver las piezas de borde negro sopladas de un lado a otro con el viento de finales de otoño, que suspiraban de desesperación en el oído de su mente, y lo peor de todo, oh sí, lo peor de todo, la nariz de su mente aspiraba el acre y fuerte olor a papel antiguo, medio quemado. En su memoria algunas de las piezas revoloteaban en el viento sin piedad, como polillas que habían sido aplastadas y rotas, pero todavía tratando desesperadamente de volar. Y había estrellas en ellas. La gente había marchado a la cencerrada y arrastrado rudamente a la agrietada anciana, cuyo único crimen, por lo que Tiffany podía ver, era que no tenía dientes y olía a pis. Ellos habían arrojado piedras, habían roto las ventanas, habían matado al gato, y todo esto había sido hecho por gente buena, gente agradable, gente que ella conocía y con las que se reunía todos los días, y que habían hecho todas estas cosas de las cuales, incluso ahora, nunca hablaban. Fue un día que de alguna manera había desaparecido del almanaque. Y en ese día, con un puñado de estrellas carbonizadas, sin saber qué era lo que estaba haciendo, pero decidida a hacerlo, se había convertido en una bruja. —¿Usted dijo que otras han luchado? —dijo ahora a la Srta. Herrero—. ¿Cómo lo han hecho? —Esa última magdalena aún se encontraba en la bolsa con el nombre de la panadería, estoy segura. Usted no está sentada en ella, ¿verdad? —La Srta. Herrero aclaró la garganta y dijo—: Al ser brujas muy poderosas, mediante la comprensión de lo que significa ser una bruja poderosa, y teniendo todas las posibilidades, utilizando todos los trucos y yo sospecho, entendiendo la mente del Hombre Astuto antes de que él las entienda. He penado durante un largo tiempo para aprender sobre el Hombre Astuto —añadió—, y lo único que puedo decir con certeza es que la manera de matar al Hombre Astuto es con astucia. Tendrá que ser más astuta que él. —No puede ser tan astuto, si le ha tomado todo este tiempo encontrarme —dijo Tiffany. —Sí, eso me intriga —dijo la señorita Herrero—. Y debería intrigarla a usted. Yo habría esperado que le hubiera llevado mucho menos tiempo. Más de dos años, de todos modos. Ha sido muy inteligente —y francamente no tiene nada con qué ser inteligente— o bien alguna otra cosa le ha traído a su atención. Algo mágico, me imagino. ¿Conoce a alguna bruja que no sea su amiga? —Por supuesto que no —dijo Tiffany—. ¿Alguna de las brujas que lo han derrotado todavía vive? —Sí. —Me preguntaba, si encuentro una, ¿podría tal vez decirme cómo lo hicieron? —Se lo he dicho. Él es el Hombre Astuto. ¿Por qué debería caer en el mismo truco dos veces? Tiene que encontrar su propio camino. Los que la han entrenado no esperarían nada menos. —Esto no es una especie de prueba, ¿verdad? —dijo Tiffany, y luego se sintió avergonzada porque sonaba fallido. —¿No recuerda lo que Yaya Ceravieja dice siempre? —dijo la Srta. Herrero.

—Todo es una prueba. —Lo dijeron al mismo tiempo, se miraron y se rieron. En ese momento, se escuchó un graznido. La Srta. Herrero abrió la puerta y un pequeño pollo blanco entró, miró a su alrededor con curiosidad y explotó. Donde había estado había una cebolla, totalmente equipada con mástil y velas. —Siento que tuviera que ver eso —dijo la Srta. Herrero. Suspiró—. Sucede todo el tiempo, me temo. La Finca Irreal nunca es estática, ya ve. Toda la magia, golpeada junta, trozos de hechizos arrollándose a sí mismos alrededor de otros hechizos, nuevos conjuros creándose antes de que nadie los piense... es un lío. Genera cosas muy al azar. Ayer me encontré con un libro sobre la cría de crisantemos, impreso en cobre sobre agua. Se podría pensar que tenderían a chapotear un poco, pero todo parecía colgar junto hasta que la magia se acabó. —Eso fue mala suerte para el pollo —dijo Tiffany con nerviosismo. —Bueno, puedo garantizar que no era un pollo hace dos minutos —dijo la Srta. Herrero—, y ahora es probable que disfrute siendo un vegetal marino. Ahora tal vez pueda ver por qué no paso demasiado tiempo aquí. Tuve un incidente con un cepillo de dientes, una vez, que no voy a olvidar pronto. —Empujó la puerta aún más, y Tiffany vio el amaño. Era sin duda un amaño22. Bueno, en un primer momento ella lo confundió con un montón de basura. —Es increíble lo que uno puede encontrar en sus bolsillos si está en un depósito de chatarra mágica —dijo la Srta. Herrero con calma. Tiffany miró de nuevo el amaño gigante. —¿No es el cráneo de un caballo23? ¿Y eso no es un cubo de renacuajos? —Sí. Algo vivo siempre ayuda, ¿no cree? Los ojos de Tiffany se estrecharon. —Pero eso es una vara de mago, ¿no? ¡Pensé que dejaban de funcionar si una mujer los tocaba! La Srta. Herrero sonrió. —Bueno, he tenido la mía desde que estaba en mi cuna. Si sabe dónde buscar, puede ver las marcas que hice cuando me estaban saliendo los dientes. Es mi vara y funciona, aunque tengo que decir que comenzó a funcionar mejor cuando saqué el pomo del extremo. No hacía nada práctico y alteraba el equilibrio. Ahora, ¿dejará de estar ahí parada con la boca abierta? La boca de Tiffany se cerró, y luego se abrió de nuevo. Un penique había caído y se sentía como si hubiera caído de la luna. 22

Una bruja hace un amaño de cualquier cosa que pueda tener en sus bolsillos, pero si uno se preocupa por las apariencias, presta atención a las cosas que "accidentalmente" tiene en sus bolsillos. No habría ninguna diferencia en cómo trabajaba el amaño, pero si va a haber otras personas alrededor, entonces una tuerca misteriosa, o un trozo interesante de madera, un pedazo de encaje y un alfiler de plata sugiere "la bruja" de manera bastante más halagadora que, por ejemplo, un cordón de zapato roto, un trozo de papel arrancado de una bolsa, medio puñado de pelusas varias e indecibles, y un pañuelo que ha sido utilizado tantas veces que, terriblemente, necesita de ambas manos para doblarlo. Tiffany, en general, tiene un bolsillo sólo para los ingredientes del amaño, pero si la Srta. Herrero ha hecho este amaño de la misma manera, entonces ella tiene los bolsillos más grandes que un armario; casi toca el techo. 23

Un cráneo de caballo siempre da miedo, incluso si alguien ha puesto pintura de labios en él.

—Usted es ella, ¿no? Usted debe ser, usted es ella! Eskarina Herrero, ¿verdad? ¡La única mujer que alguna vez se convirtió en un mago! —En algún lugar adentro, supongo que sí, sí, pero parece que hace tanto tiempo, y usted sabe, nunca me sentí como un mago, así que nunca realmente me preocupé por lo que alguien dijera. Y de todos modos, tenía la vara, y nadie podía quitarme eso. —Eskarina vaciló por un momento, y luego continuó—: Eso es lo que aprendí en la universidad: ser yo, sólo lo que soy, y no preocuparme al respecto. Ese conocimiento es un bastón mágico invisible, por sí mismo. Mire, realmente no quiero hablar de esto. Me trae malos recuerdos. —Por favor, perdóneme —dijo Tiffany—. Simplemente no pude detenerme. Lo siento mucho si he sacado a la superficie recuerdos de miedo Eskarina sonrió. —¡Oh, los de miedo nunca son un problema. Los buenos pueden ser difíciles de tratar. —Hubo un clic en el amaño. Eskarina se puso de pie y se acercó a él—. Cielos, por supuesto, sólo la bruja que lo hace puede leer su propio amaño, pero confíe en mí cuando digo que la forma en que el cráneo ha girado y la posición del alfiletero a lo largo del eje de la rueda giratoria dice que él está muy cerca. Casi encima de nosotros, de hecho. O la magia caótica en este lugar puede estar confundiéndolo, y usted parece estar en todas partes y en ninguna parte, así que se irá pronto y tratará de encontrar el rastro en algún otro lugar. Y, como ya he dicho, en algún lugar en el camino que él va a comer. Él entrará en la cabeza de algún tonto, y alguna anciana o alguna chica que lleva símbolos de ocultismo muy peligrosos sin una idea de lo que realmente quieren decir de repente se encontrará perseguida. Esperemos que pueda correr. Tiffany miró a su alrededor, desconcertada. —¿Y lo que sucede será culpa mía? —¿Es eso el lloriqueo sarcástico de una niña o la pregunta retórica de una bruja con su propia Granja? Tiffany comenzó a responder, y luego se detuvo. —Usted puede viajar en el tiempo, ¿no? —dijo. —Sí. —Entonces, ¿sabe lo que voy a contestar? —Bueno, no es tan simple como eso —dijo Eskarina, y se vio un poco incómoda por un momento, para sorpresa y también, hay que decirlo, para alegría de Tiffany—. Sé, déjeme ver, que hay quince respuestas diferentes que usted puede dar, pero no sé cuál será hasta que lo haga, debido a la teoría de cuerdas elásticas. —Entonces, todo lo que diré —dijo Tiffany—, es muchas gracias. Lamento haber tomado su tiempo. Pero tengo que irme; tengo tantas cosas que hacer. ¿Sabe qué hora es? —Sí —dijo Eskarina—. Es una manera de describir una de las dimensiones teóricas del espacio de cuatro dimensiones. Sin embargo, para sus fines, son las 10:45. Eso le parecía a Tiffany una manera sorprendentemente complicada de responder a la pregunta, pero cuando abrió la boca para decirlo, el amaño colapsó y la puerta se abrió para dejar entrar una estampida de pollos —los que, sin embargo, no explotaron. Eskarina agarró la mano de Tiffany, gritando:

—¡Él te ha encontrado! ¡No sé cómo! Un pollo mitad saltó, mitad batió y mitad cayó en el naufragio del amaño y cacareó ¡Cock-a-doodle-crivens! Entonces, los pollos explotaron; explotaron en Feegle. En general no había gran diferencia entre los pollos y los Feegle, ya que ambos corren en círculos haciendo ruido. Una distinción importante, sin embargo, es que los pollos rara vez van armados. Los Feegle, por el contrario, están armados siempre, y una vez que se hubieron sacudido la última de sus plumas empezaron a luchar entre ellos por vergüenza… y algo que hacer. Eskarina les echó un vistazo y pateó la pared detrás de ella, dejando un agujero a través del que una persona podría ser capaz de arrastrarse, y dijo bruscamente a Tiffany: —¡Vete! ¡Consigue que salga de aquí! ¡Usa la escoba tan pronto como sea posible y vete! ¡No te preocupes por mí! ¡No tengas miedo, estarás bien! ¡Sólo tienes que ayudarte a ti misma! Un humo pesado y desagradable llenaba la sala. —¿Qué quiere decir? —alcanzó a decir Tiffany, luchando con la escoba. —¡Vete! Ni siquiera Yaya Ceravieja podría comandar las piernas de Tiffany tan a fondo. Ella se fue.

Capítulo 9 LA DUQUESA Y LA COCINERA A TIFFANY LE GUSTABA VOLAR. Lo que objetaba era estar en el aire, por lo menos a una altura mayor que su propia cabeza. Ella lo hacía, de todos modos, porque era ridículo e indecoroso para la brujería en general ser vista volando tan bajo que sus botas raspaban la punta de los hormigueros. La gente se reía, y a veces señalaba. Pero ahora, navegando la escoba a través de casas arruinadas y sombríos charcos burbujeantes, ella sufría por el cielo abierto. Fue un alivio cuando se deslizó por detrás de un montón de espejos rotos para ver la luz del día buena y limpia, a pesar del hecho de que había salido junto a un letrero que decía: SI USTED ESTÁ BASTANTE CERCA PARA LEER ESTE CARTEL, USTED REALMENTE, REALMENTE, NO DEBERÍA ESTAR. Eso fue la gota que colmó el vaso. Inclinó la escoba hasta que fue dejando un surco en el barro detrás de ella, y subió como un cohete, aferrándose desesperadamente a la correa, que crujía, para evitar caerse. Oyó una voz pequeña decir: —Estamos experimentando algunas turbulencias, vos sabéis. Si miráis a la derecha y tae la izquierda veréis que no hay salidas de emergencia… El orador fue interrumpido por otra voz, que decía: —Como cuestión de hecho, Roba, la escoba tiene salidas de emergencia por todos lados, vos sabéis. —Oh, sí —dijo Roba A Cualquiera—, pero hay tal cosa como el estilo, ¿de acuerdo? Simplemente esperar a que hayamos casi golpeado el suelo y bajarnos nos hace ver como tontitos. Tiffany esperaba, tratando de no escuchar, y tratando de no patear Feegles, que no tenían sentido del peligro, sintiendo que siempre hacían que ellos fueran más peligrosos que cualquier otra cosa. Finalmente, alcanzó el nivel de vuelo de la escoba y se arriesgó a mirar hacia abajo. Parecía haber una pelea en marcha afuera del lugar sobre el que iban a decidir el nuevo nombre de Cabeza del Rey, pero no podía ver ninguna señal de la Sra.

Proust. La bruja de la ciudad era una mujer de recursos, ¿verdad? La Sra. Proust podía cuidar de sí misma. La Sra. Proust cuidaba de sí misma, corriendo muy rápido. Ella no había esperado ni un segundo cuando sintió el peligro, si no que se dirigió al callejón más cercano cuando la niebla se levantó a su alrededor. La ciudad siempre estaba llena de humo, smog y gases, trabajo fácil para una bruja que tenía el don. Ellos eran el aliento de la ciudad, y su halitosis, y ella podía tocarlos como un piano de niebla. Y ahora ella se apoyó contra una pared y tomó aliento. Ella lo había sentido crecer como una tormenta en una ciudad que por lo normal era notablemente poco exigente. Cualquier mujer que incluso pareciese una bruja se estaba convirtiendo en un objetivo. Tenía la esperanza de que las mujeres viejas y feas por todas partes fuesen tan fuertes como ella. Un momento después, un par de hombres salió del smog, uno de ellos llevando un gran palo; el otro no tenía necesidad de un palo, porque era enorme y por lo tanto era su propio palo. Mientras el hombre con el palo corría hacia ella, la Sra. Proust golpeó con su pie el pavimento y la piedra bajo los pies del hombre se ladeó hacia arriba, haciéndolo tropezar; él aterrizó en la barbilla con un crack, el palo rodando. La Sra. Proust se cruzó de brazos y miró al hombre fuerte. No era tan estúpido como su amigo, pero sus puños se estaban abriendo y cerrando, y sabía que sólo sería cuestión de tiempo. Ella golpeó el pie sobre las piedras de nuevo antes de que él se armara de coraje. El gran hombre estaba tratando de averiguar qué podría suceder después, pero no esperaba que la estatua ecuestre24 de Lord Alfred Rust —famoso por bravura y valentía perdiendo cada intervención militar en la que había tomado parte— galopara fuera de la niebla sobre cascos de bronce y lo pateara tan duro entre las piernas que voló hacia atrás y se golpeó la cabeza contra un poste de luz antes de deslizarse hasta el suelo. La Sra. Proust entonces lo reconoció como un cliente que compraba a veces polvo para la picazón y cigarros explosivos de Derek, que no mataban a los clientes. Ella lo levantó, gimiendo, por su pelo, y le susurró al oído: —Tú no estabas aquí. Tampoco yo. No pasó nada, y no lo vi. —Ella pensó por un momento y, porque el negocio es el negocio agregó—: Y la próxima vez que vayas al Emporio de Bromas Boffo, llevarás su gama de muy graciosas bromas para toda la familia, y esta semana están las nuevas "Perlas del Pavimento", traviesos chistes Fido para el conocedor que toma la risa en serio. Espero el placer de su encargo. PD, nuestra nueva gama de cigarros explosivos “rayo” son una risa por minuto, y por favor pruebe nuestro divertidísimo chocolate de goma. Tome un momento también para curiosear en nuestro nuevo departamento de esenciales para caballeros: todo lo mejor en ceras para bigote, tazas de bigote, maquinillas de afeitar corta-gargantas, una serie 24

Hay mucho de folclore sobre las estatuas ecuestres, especialmente las que tienen jinetes. Se dice que hay un código en el número y la colocación de los cascos del caballo: si uno de los cascos del caballo está en el aire, el jinete fue herido en la batalla; dos patas en el aire significa que el jinete murió en combate; tres patas en el aire, indica que el jinete se perdió en el camino a la batalla; cuatro patas en el aire significa que el escultor era muy, muy inteligente. Cinco patas en el aire significa que es probable que haya al menos una pata de otro caballo detrás del caballo que está viendo; y el jinete en el suelo con su caballo tumbado encima de él con las cuatro patas en el aire significa que el jinete era un caballero muy incompetente, o tenía un caballo de muy mal carácter.

de rapés de primera clase, cortadoras de pelo de la nariz con soporte de ébano, y nuestros cada vez más populares pantalones glandulares, presentados en un envoltorio liso y limitados a un par por cliente. Satisfecha, la Sra. Proust dejó caer la cabeza hacia atrás y se vio forzada a aceptar que la gente inconsciente no compra nada, por lo que centró su atención en el propietario anterior del palo, que gemía. Bueno, sí, la culpa era del hombre sin ojos, pensó, y tal vez podría ser una excusa, pero la Sra. Proust no era conocida por su naturaleza perdonadora. El veneno va donde el veneno es bienvenido, se dijo a sí misma. Chasqueó los dedos, luego se subió al caballo de bronce, tomando un asiento frío pero cómodo en el regazo de metal del último Lord Rust. Traqueteando y rechinando, el caballo de bronce caminó dentro del banco de niebla, que siguió a la Sra. Proust todo el camino de vuelta a su tienda. De vuelta en el callejón, sin embargo, parecía estar nevando, hasta que uno se daba cuenta de que lo que estaba cayendo del cielo sobre los cuerpos inconscientes había estado previamente en los estómagos de las palomas que ahora acudían desde todos los barrios de la ciudad al comando de la Sra. Proust. Ella las escuchó y sonrió tristemente. —¡En este barrio no nos limitamos a ver! —dijo con satisfacción. Tiffany se sintió mejor cuando el hedor y el humo de la ciudad quedaron detrás de ellos otra vez. ¿Cómo vivían con el olor?, se preguntó. Es peor que un spog25 Feegle. Pero ahora había campos debajo de ella, y aunque el humo de la quema de rastrojos alcanzaba esta altura, era una fragancia en comparación con el mundo dentro de las murallas de la ciudad. Y Eskarina Herrero vivía allí... bueno, ¡a veces vivía allí! ¡Eskarina Herrero! ¡Ella realmente era real! La mente de Tiffany corría casi tan rápido como la propia escoba. ¡Eskarina Herrero! Todas las brujas habían oído algo acerca de ella, pero no había dos brujas que coincidieran. ¡La Srta. Tick había dicho que Eskarina era la chica que tenía un bastón de mago por error! ¡La primera bruja entrenada por Yaya Ceravieja! Quién la llevó a la Universidad Invisible dando a los magos un pedazo de su mente... es decir, de Yaya Ceravieja. Un pedazo bastante grande, si usted ha escuchado algunas de las historias, que incluyen cuentos de batallas mágicas. La Srta. Level había asegurado a Tiffany que era una especie de cuento de hadas. La Srta. Traición había cambiado de tema. Tata Ogg había tocado el lado de su nariz con complicidad y le susurró: —Menos dices, antes reparado. Y Annagramma había asegurado con altivez a las jóvenes brujas que Eskarina había existido, pero había muerto. Pero era una historia que simplemente no iba a desaparecer y se enroscaba en torno a la verdad y la mentira como la madreselva. Ésta le dijo al mundo que la joven Eskarina se había reunido en la Universidad con un joven llamado Simón que, al 25

Ver Glosario

parecer, había sido maldecido por los dioses con casi todas las enfermedades posibles a que la humanidad era propensa. Pero, porque los dioses tienen sentido del humor, a pesar de ser uno bastante extraño, le habían concedido la facultad de comprender... bueno... todo. Apenas podía caminar sin ayuda, pero era tan brillante que se las arreglaba para mantener todo el universo en su cabeza. Magos barbudos que bajaban a la planta se apiñaban para oírle hablar sobre el espacio y el tiempo y la magia, como si fueran partes de la misma cosa. Y la joven Eskarina le había alimentado y limpiado, y le ayudó a caminar y aprendió de él... bueno... todo. Y los rumores continuaban, que ella había aprendido los secretos que hacían a la más poderosa de las magias parecer nada más que ilusionismo. ¡Y la historia era verdad! Tiffany había hablado con ella y había magdalenas con ella, y realmente era una mujer, entonces, que podía caminar a través del tiempo y hacer que eso recibiera órdenes de ella. ¡Guau! Sí, y había algo muy extraño en Eskarina —no una sensación de que ella no estaba toda allí, sino que de alguna manera ella estaba en todas partes al mismo tiempo, y en este punto Tiffany vio la Creta en el horizonte, oscura y misteriosa, como una ballena varada. Había todavía un largo camino por recorrer, pero su corazón saltó. Ésa era su tierra, ella conocía cada centímetro de ella, y parte de ella siempre estuvo ahí. Podría enfrentarse a cualquier cosa allí. ¿Cómo podría el Hombre Astuto, un viejo fantasma, derrotarla en su propio terreno? Ella tenía familia allí, más que la que podía contar, y amigos, más que... bueno, no tantos, ahora que ella era una bruja, pero ésa era la manera del mundo. Tiffany era consciente de que alguien subía por su vestido. Éste no era el problema que podría haber sido; una bruja no soñaría, por supuesto, en no usar un vestido, pero si vas a montar sobre una escoba definitivamente inviertes en unos pantalones realmente fuertes, si es posible con algo de relleno. Hacen que el culo se vea más grande, pero también lo hacen más cálido, y a un centenar de pies del suelo, la moda queda en segundo lugar detrás de la comodidad. Ella bajó la mirada. Había un Feegle allí, llevaba un casco de vigilante, que parecía haber sido golpeado por la parte superior de un viejo salero, un pectoral igualmente pequeño y, sorprendentemente, pantalones y botas. Normalmente nunca veías botas en un Feegle. —Eres Arthur Pequeñoloco, ¿no? ¡Te vi en la Cabeza del Rey! ¡Eres un policía! —Oh, sí. —Arthur Pequeñoloco sonrió con una sonrisa que era puro Feegle—. Es una gran vida en la Guardia, y el dinero es bueno. ¡Un penique va mucho más lejos cuando uno compra comida para una semana! —¿Así que vienes aquí para mantener a nuestros muchachos en orden? ¿Piensas quedarte? —Oh, no, no lo creo. Me gusta la ciudad, vos sabéis. Me gusta el café que no está hecho de pequeñas bellotas y voy al teatro y la ópera y el ballet. —La escoba se tambaleó un poco. Tiffany había oído hablar de ballet, y también había visto imágenes en un libro, pero era una palabra que de alguna manera no encajaba en ninguna frase que incluyera la palabra “Feegle”. —¿Ballet? —pudo decir. —¡Oh sí, es magnífico! La semana pasada vi a Cisnes en un Lago de Zinc Caliente, una adaptación de un tema tradicional por uno de nuestros artistas jóvenes, y el día después, por supuesto, fue una reinterpretación de Die Flabbergast en el Teatro

de la Ópera y vos sabéis, tuvieron una semana entera de porcelana en el Museo Real de Arte, con un dedal gratis de jerez. Oh, sí, es la ciudad de la cultura, bastante cierto. —¿Estás seguro de que eres un Feegle? —dijo Tiffany en voz fascinada. —Eso es lo que me dicen, señorita. No hay ley que diga que no puedo estar interesado en la cultura, ¿verdad? Le dije a los muchachos que cuando vuelva voy a llevarlos a ver el ballet por sí mismos. La escoba pareció volar sola por un tiempo mientras Tiffany miraba la nada, o más bien una imagen mental de los Feegles en un teatro. Ella nunca había estado dentro de uno, pero había visto las imágenes y el pensamiento de los Feegle entre bailarinas era tan impensable que era mejor dejar que su mente alucinara y luego olvidarse de eso. Recordó a tiempo que tenía una escoba que aterrizar, y la llevó abajo muy cuidadosamente cerca del montículo. Para su sorpresa había guardias fuera de ella. Guardias humanos. Ella miró con incredulidad. Los guardias del Barón nunca iban a las colinas. ¡Nunca! ¡Era inaudito!... Y ella sintió la cólera creciendo —uno de ellos llevaba una pala. Ella saltó de la escoba tan rápido que la dejó pasar rozando el césped, diseminando Feegle hasta que fue a parar contra un obstáculo, sacudiéndose el último Feegle que había logrado seguir colgado. —¡Detente con esa pala, Brian Roberts! —gritó al sargento de la guardia—. ¡Si permites que corte el césped habrá un ajuste de cuentas! ¡Cómo te atreves! ¿Por qué estás aquí? Y nadie va a cortar a nadie en pedazos, ¿entienden todos? Esto último fue para los Feegle, que habían rodeado a los hombres con un anillo de pequeñas, pero muy afiladas, espadas. Una espada Feegle era tan afilada que un ser humano podía no saber que sus piernas habían sido cortadas hasta que trataba de caminar. Los guardias de repente tenían esa mirada de hombres que saben que tienen que ser grandes y fuertes, pero ahora que se enfrentaban a la conclusión de que "grandes" o "fuertes" no era suficiente. Habían escuchado las historias, por supuesto… oh, sí, todos en la Creta habían oído las historias sobre Tiffany Doliente y sus pequeños ayudantes.... Pero sólo habían sido historias, ¿no es así? Hasta ahora. Y amenazaban con ser más grandes que sus pantalones. En un silencio sorprendido, Tiffany miró a su alrededor, sin aliento. Todo el mundo la estaba mirando ahora, lo que era mejor que todo el mundo luchando, ¿verdad? —Muy bien —dijo, como un maestro de escuela que está apenas satisfecho con la traviesa clase. Añadió un resoplido, que suele ser traducido como: yo estoy apenas satisfecho, marca. Ella resopló otra vez. —Muy bien, entonces. ¿Alguien me va a decir lo que está pasando aquí? El sargento de hecho levantó la mano. —¿Puedo tener una palabra en privado, señorita? —Tiffany quedó impresionada de que aún fuera capaz de hablar, dado que su mente estaba tratando de repente de hallar el sentido de lo que sus ojos le decían. —Muy bien, sígueme. —Ella giró de pronto, haciendo saltar tanto a los guardias como a los Feegle—. Y nadie, y me refiero a nadie, va a desenterrar la casa de nadie o cortar las piernas de nadie, mientras no estamos, ¿entendido? Dije, ¿entendido? — Hubo un coro murmurado de síes y oh síes, pero no incluía ninguno desde la cara que

estaba mirando. Roba A Cualquiera estaba temblando de rabia y de cuclillas listo para saltar. —¿Me escuchaste, Roba A Cualquiera? Él la miró, con los ojos en llamas. —¡No os voy a dar promesa en ese sentido, señorita, por hag que podáis ser! ¿Dónde está mi Jeannie? ¿Dónde están los otros? ¡Estos scunners traen espadas! ¿Qué iban a hacer con ellas? ¡Voy a obtener una respuesta! —Escúchame, Roba —comenzó Tiffany, pero se detuvo. La cara de Roba A Cualquiera estaba llena de lágrimas, y estaba tirándose desesperadamente de la barba mientras luchaba contra los horrores de su propia imaginación. Estaban a una pulgada de una guerra, consideró Tiffany. —¡Roba A Cualquiera! ¡Yo soy la hag de estas colinas y pongo un juramento en ti de no matar a estos hombres hasta que yo te lo diga! ¿Comprendido? Hubo un desplome, cuando uno de los guardias cayó de espaldas desmayado. ¡Ahora la chica estaba hablando a las criaturas! ¡Y sobre matarlos a ellos! Ellos no estaban acostumbrados a este tipo de cosas. Por lo general, la cosa más emocionante que ocurría era que los cerdos se metieran en la huerta. El Gran Hombre de los Feegle vaciló mientras su cerebro digería la orden de Tiffany. Es cierto, era una orden de no matar a nadie en este momento, pero al menos ofrecía la posibilidad de que él pudiera ser capaz de hacerlo muy pronto, así podría liberar su cabeza de las terribles imágenes de su mente. Era como sujetar a un perro hambriento con una correa de tela de araña, pero al menos le compraba tiempo. —Verás que el montículo no ha sido tocado —dijo Tiffany—, así que cualquiera que haya sido el objetivo aún no se ha logrado. —Se volvió de nuevo al sargento, que se había puesto blanco, y dijo—: Brian, si quieres que tus hombres vivan con todos sus brazos y piernas, les dirás ahora, y con mucho cuidado, que depongan las armas. Su vida depende de la honra de un Feegle y él se está volviendo loco de terror. ¡Hazlo ahora! Para alivio de Tiffany, él dio la orden, y los guardias —contentos de tener a su sargento ordenándoles hacer algo que cada átomo de sus cuerpos les estaba diciendo que era exactamente lo que deberían hacer— dejaron caer sus armas de sus manos temblorosas. Uno incluso levantó los brazos en el signo universal de la rendición. Tiffany alejó un poco al sargento de los Feegle ceñudos y le susurró: —¿Qué crees que estás haciendo, imbécil? —Órdenes del Barón, Tiff. —¿El Barón? Pero el Barón está… —Vivo, señorita. Ha vuelto hace tres horas. Condujo toda la noche, dicen. Y la gente ha estado hablando. —Se miró las botas—. Fuimos... bueno, nos enviaron aquí para encontrar a la chica que le diste a las hadas. Lo siento, Tiff. —¿Di? ¿Di? —Yo no lo dije, Tiff —dijo el sargento, retrocediendo—, pero, bueno, escuchas historias. Quiero decir, no hay humo sin fuego, ¿verdad? Historias, pensó Tiffany. Oh sí, érase una vez una malvada bruja vieja... —Y tú crees que se aplican a mí, ¿verdad? ¿Estoy ardiendo o sólo humeando?

El sargento se movió con inquietud y se sentó. —Mira, yo sólo soy un sargento, ¿vale? El joven Barón me ha dado las órdenes, ¿no? Y su palabra es ley, ¿no? —Puede que él sea la ley allí. Aquí arriba, soy yo. Mira hacia allá. ¡Sí, ahí! ¿Qué ves? El hombre miró hacia donde ella señalaba y su rostro palideció. Las viejas ruedas de hierro fundido y la cocina con su chimenea corta eran claramente visibles, a pesar de que un rebaño de ovejas estaba pastoreando feliz alrededor de ellas, como de costumbre. Se levantó de un salto, como si hubiera estado sentado en un hormiguero. —Sí —dijo Tiffany con cierta satisfacción—. La tumba de Yaya Doliente. ¿Te acuerdas de ella? La gente decía que era una mujer sabia, ¡pero al menos tuvieron la decencia de hacer mejores historias acerca de ella! ¿Te propones cortar el césped? ¡Estoy sorprendido de que Yaya no se levante a través del césped y te muerda el culo! Ahora lleva a tus hombres un poco colina abajo y voy a resolver esto, ¿entiendes? No queremos que nadie se ponga nervioso. El sargento asintió. No era que tuviera otra opción. Mientras los guardias se alejaban, arrastrando a su compañero inconsciente con ellos y tratando de no verse como, bien, como guardias que estaban caminando a un paso tan cerca de una huida como era posible, Tiffany se arrodilló junto a Roba A Cualquiera y bajó la voz. —Mira, Roba, sé de los túneles secretos. —¿Que scunner os dijo de los túneles secretos? —Yo soy la hag de las colinas, Roba —dijo Tiffany con dulzura—. ¿No debería saber acerca de los túneles? Ustedes son Feegle, y ningún Feegle va a dormir en una casa con una sola entrada, ¿verdad? El Feegle se estaba calmando un poco ahora. —Oh sí, tenéis razón en eso. —Entonces, por favor, ¿puedo sugerir que vayas a buscar a la joven Ámbar? Nadie va a tocar el montículo. Después de una pequeña vacilación, Roba A Cualquiera saltó en el hoyo de entrada y se fue. Tomó algún tiempo para que volviera —tiempo que la agradecida Tiffany utilizó haciendo que el sargento volviera y la ayudara a recoger las armas caídas de los guardias— y cuando Roba volvió a resurgir estaba acompañado por muchos más Feegle y la Kelda. Y también por una bastante reacia Ámbar, que parpadeó nerviosamente en la luz del día y dijo; —¡Oh, crivens! Tiffany sabía que su propia sonrisa era falsa cuando dijo: —He venido a llevarte a casa, Ámbar. —Bueno, al menos no soy tan estúpida como para decir algo como "¿No es lindo?", añadió para sí misma. Ámbar la fulminó con la mirada. —Vos no me haréis volver a ese lugar —anunció—, ¡y podéis pegar eso donde el mono puso el jersey! Y yo no te culpo, pensó Tiffany, pero ahora puedo pasar por ser un adulto y tengo que decir algunas cosas estúpidas de adulto...

—Pero tienes una madre y un padre, Ámbar. Estoy segura de que te echan de menos. Se estremeció ante la mirada de desprecio que la chica le lanzó. —¡Oh sí, y si el viejo scunner me extraña me dará otro golpe! —¿Tal vez podamos ir juntas, y ayudarle a cambiar sus maneras? —ofreció Tiffany, menospreciándose, pero la imagen de esos dedos gruesos y pesados con las picaduras de ortigas de ese horrible ramo no se iba. Esta vez Ámbar se echó a reír. —Lo siento, señora, pero Jeannie me dijo que usted era inteligente. ¿Qué fue lo que Yaya había dicho una vez? “El mal empieza cuando empiezas a tratar a las personas como cosas". Y ahora iba a suceder si pensaba que había una cosa que se llama un padre y una cosa que se llama una madre, y una cosa que se llama una hija, y una cosa que se llama cabaña, y te decías que si las pones todas juntas tenías una cosa que se llama una familia feliz. En voz alta, dijo: —Ámbar, quiero que vengas conmigo a ver al Barón, para que él sepa que estás segura. Después de eso, puedes hacer lo que quieras. Ésa es una promesa. Tiffany sintió un golpe en su bota, y miró a la cara preocupada de la Kelda. —¿Puedo tener una pequeña palabra con vosotras? —dijo Jeannie. A su lado, Ámbar estaba agachándose para poder tomar la otra mano de la Kelda. Entonces Jeannie volvió a hablar, si eso era hablar, y no cantar. Pero, ¿qué podías cantar que se quedara en el aire, de modo que la siguiente nota se trenzara alrededor? ¿Qué podría ser cantado, que pareciese ser un sonido viviente que se canta de vuelta hacia ti? Y luego la canción se había ido, dejando sólo un agujero y una pérdida. —Ésa es una canción kelda —dijo Jeannie. —Ámbar me escuchó cantarla a los más pequeños. Es parte de los bálsamos, ¡y ella la entiende, Tiffany! ¡No le di ayuda, pero ella la entiende! Sé que el Sapo os ha contado esto. Pero, ¿sabéis lo que os estoy diciendo ahora? Reconoce el significado, y se entera de ello. Es lo más cerca de ser una kelda que cualquier ser humano podría estar. ¡Ella es un tesoro que no se debe tirar! Las palabras salieron con una fuerza inusitada para la kelda, que generalmente hablaba con voz muy suave. Y Tiffany las reconoció como información útil que, aun siendo agradable, era una especie de amenaza. Incluso el viaje fuera de las tierras bajas y hacia la aldea tuvo que ser negociado. Tiffany, sujetando a Ámbar de la mano, pasó por delante de los guardias que esperaban y continuó, para vergüenza del sargento. Después de todo, si te han enviado a traer a alguien, entonces vas a parecer muy tonto si van y se llevan, por así decirlo, solos. Pero, por otra parte, si Tiffany y Ámbar caminaban detrás de los guardias, parecía como si fueran arrastradas; ésta era tierra de ovejas, después de todo, y todo el mundo sabía, ¿verdad?, que la oveja iba delante y un pastor caminaba detrás.

Finalmente se comprometieron en un método bastante incómodo en el que todos se adelantaban con cierto grado de rotación y arrastrando los pies, que los hacía parecer como si viajaran bailando la cuadrilla. Tiffany tuvo que pasar mucho tiempo impidiendo las risitas de Ámbar. Ésa fue la parte divertida. Hubiera estado bien si la parte divertida hubiera durado más tiempo. —Mira, se me dijo sólo de ir a buscar a la niña —dijo el sargento desesperadamente mientras caminaban a través de las puertas del castillo—. Tú no tienes que venir. —Lo dijo de una manera que quería decir: Por favor, por favor, no te entrometas ni me pongas en evidencia enfrente de mi nuevo jefe. Pero no funcionó. El castillo estaba lo que alguna vez se llamó agitado, lo que significa muy ocupado, con gente que se cruzaba corriendo, con propósitos cruzados en todas direcciones, excepto hacia arriba. Iba a haber un funeral y luego iba a haber una boda, y dos grandes ocasiones tan cercanas podían poner a prueba los recursos de un pequeño castillo al máximo, sobre todo porque la gente que haría un largo camino para una, era probable que permaneciera para la otra, ahorrando tiempo, pero causando trabajo extra para todos. Pero Tiffany se alegró de la ausencia, ahora, de la Srta. Spruce, que había sido del todo muy desagradable y nunca había sido una persona de ensuciarse las manos Y después, siempre estaría el problema de los asientos. La mayoría de los invitados serían aristócratas, y era de vital importancia que nadie tenía que sentarse al lado de alguien que estaba relacionado con alguien que hubiera matado a uno de sus antepasados en algún momento del pasado. Dado que el pasado es un lugar muy grande, y teniendo en cuenta el hecho de que los antepasados de todo el mundo estaban en general tratando de matar a todos los demás, por tierra, dinero o algo que hacer, eso necesitaba una muy cuidada trigonometría para evitar que otra masacre tuviera lugar antes de que la gente hubiera terminado su sopa. Ninguno de los sirvientes pareció prestar atención particular a Tiffany, Ámbar o los guardias, aunque en un momento Tiffany creyó ver a alguien haciendo una de esas pequeñas señales que la gente hace cuando piensa que necesita protección contra el mal —¡aquí, en su lugar!— y tuvo la fuerte sensación de que de alguna manera la gente no estaba prestando atención en una manera muy definida de no prestar atención, como si mirar a Tiffany pudiera ser peligroso para la salud. Cuando Tiffany y Ámbar fueron introducidas en el despacho del Barón, pareció que él no iba a tenerlas muy en cuenta tampoco. Estaba inclinado sobre una hoja de papel que cubría la totalidad de su escritorio, y sostenía en su mano un paquete de lápices de diferentes colores. El sargento tosió, pero ni una asfixia mortal hubiera sacudido la concentración del Barón. Por último, Tiffany gritó con fuerza: —¡Roland! Él se dio la vuelta, la cara roja de vergüenza y una guarnición de ira. —Yo preferiría "mi señor", Srta. Doliente —dijo bruscamente. —Y yo preferiría "Tiffany", Roland, —dijo Tiffany, con una calma que ella sabía que lo molestaba. Él bajó sus lápices con un clic. —El pasado es pasado, Srta. Doliente, y somos personas diferentes. Sería igual de bien si tenemos en cuenta eso, ¿no le parece?

—El pasado fue ayer —dijo Tiffany—, y sería del mismo modo que si recuerdas que hubo un momento en que te llamé Roland y que me llamaste Tiffany, ¿no te parece? —Ella estiró su cuello y se quitó el collar con el caballo de plata que él le había dado. Se sentía como hace cien años ahora, pero este collar había sido importante. ¡Incluso había detenido a Yaya Ceravieja por este collar! Y ahora levantó el collar como una acusación—. El pasado debe ser recordado. Si no sabes de dónde vienes, entonces no sabes de dónde eres, y si no sabes dónde estás, entonces no sabes a dónde vas. El sargento miró a uno y a otro, y con ese instinto de supervivencia que cualquier soldado desarrolla para el momento en que se ha convertido en sargento, decidió abandonar la sala antes de que las cosas empezaran a ser arrojadas. —Voy a ir a ver a las, eh... las cosas... que necesitan ser vistas, ¿está bien? — dijo, abriendo y cerrando la puerta con tanta rapidez que se cerró de nuevo con fuerza en la última sílaba. Roland miró por un momento, y se volvió entonces. —Yo sé dónde estoy, Srta. Doliente. Estoy de pie en los zapatos de mi padre, y él está muerto. He estado manejando esta propiedad durante años, pero todo lo que hice, lo hice en su nombre. ¿Por qué murió, Srta. Doliente? No era tan viejo. ¡Pensé que podía hacer magia! Tiffany miró hacia Ámbar, que escuchaba con interés. —¿Esto es mejor discutirlo más adelante? —dijo—. Tú querías que tus hombres trajeran a esta chica, y aquí está, sana de cuerpo y mente. Y yo no se la di, como tú dices, a las hadas: ella era una invitada de los Nac Mac Feegle, cuya ayuda has tenido en más de una ocasión. Y vino aquí por su propia voluntad. —Miró detenidamente a la cara de Roland, y dijo—: No los recuerdas, ¿verdad? Podía ver que él no lo hacía, pero su mente estaba luchando con el hecho de que era definitivamente algo que debía haber recordado. Él era un prisionero de la Reina de las Hadas, se recordó Tiffany. El olvido puede ser una bendición, pero me pregunto qué horrores había en su mente cuando los Petty le dijeron que ella había llevado su niña a los Feegle. A las hadas. ¿Cómo iba yo a imaginar lo que sentía? Ella suavizó un poco la voz. —Te acuerdas de algo vago sobre las hadas, ¿verdad? Nada malo, espero, pero nada muy claro, como si tal vez fuera algo que leíste en un libro o una historia que alguien te relató cuando eras pequeño. ¿Estoy en lo cierto? Él frunció el ceño, pero la palabra derrame que había estrangulado en sus labios le dijo que ella tenía razón. —Lo llaman el último don —dijo—. Es parte de los bálsamos. Es para cuando es mejor para todos que te olvides de las cosas que eran demasiado horribles, y también de las cosas que eran demasiado maravillosas. Te estoy diciendo esto, mi señor, porque Roland se encuentra todavía en alguna parte. Para mañana habrás olvidado hasta lo que te he dicho. No sé cómo funciona, pero funciona para casi todo el mundo. —¡Tú tomaste a la niña de sus padres! ¡Ellos vinieron a verme tan pronto como llegué esta mañana! ¡Todo el mundo vino a verme esta mañana! ¿Mataste a mi padre? ¿Has robado el dinero de él? ¿Trataste de estrangular al viejo Petty? ¿Lo golpeaste con las ortigas? ¿Llenaste su cabaña con demonios? ¡No puedo creer que acabo de preguntarte eso, pero la Sra. Petty parece pensar así! ¡Personalmente, no sé qué pensar, sobre todo porque una mujer hada puede estar jugando con mis pensamientos! ¿Me entiendes?

Mientras Tiffany estaba tratando de armar algún tipo de respuesta coherente, él se dejó caer en la silla antigua detrás del escritorio y suspiró. —Me han dicho que estabas de pie junto a mi padre con un atizador en la mano, y que le exigías el dinero —dijo con tristeza. —¡Eso no es cierto! —¿Y me lo dirías si lo fuese? —¡No! ¡Porque nunca habrá un fuese! ¡Yo nunca haría una cosa así! Bueno, tal vez yo estaba de pie junto a él... —¡Ajá! —¡No te atrevas a decirme ajá a mí, Roland, no te atrevas! Mira, sé que la gente te ha estado diciendo cosas, pero no son verdaderas. —Pero acabas de admitir que estabas de pie sobre él, ¿no? —¡Es simplemente que él quería que yo le mostrase cómo mantenía las manos limpias! —Lo lamentó tan pronto como lo dijo. Era cierto, pero ¿qué importaba? No parecía cierto—. Mira, puedo ver que esto… —¿Y no robaste una bolsa de dinero? —¡No! —¿Y no sabes nada acerca de una bolsa de dinero? —Sí, tu padre me pidió que sacase una del cofre metálico. Él quería… Roland la interrumpió. —¿Dónde está ahora ese dinero? —Su voz era plana y sin expresión. —No tengo ni idea —dijo Tiffany. Y cuando su boca se abrió de nuevo, ella gritó —: ¡No! Vas a escuchar, ¿entiendes? ¡Siéntate y escucha! Asistí a tu padre durante la mayor parte de dos años. Me gustaba el viejo y yo no haría nada para hacerle daño a él o a ti. Murió cuando llegó su hora de morir. Cuando llega ese momento, no hay nada que se pueda hacer. —Entonces, ¿para qué es la magia? Tiffany sacudió la cabeza. —La magia, como tú la llamas, mantiene lejos el dolor, ¡y no vayas a pensar que viene sin un precio! He visto gente morir, y te prometo que tu padre murió bien, y pensando en los días felices. Las lágrimas corrían por el rostro de Roland, y ella sintió su ira por haber sido visto así, enojo estúpido, como si las lágrimas le hicieran menos que un hombre y menos que un Barón Ella le oyó murmurar: —¿Puedes quitar este dolor? —Lo siento —respondió ella en voz baja—. Todo el mundo me pregunta. Y yo no lo haría incluso si supiera cómo. Te pertenece a ti. Sólo el tiempo y las lágrimas quitan el dolor; es para eso que sirven. Ella se levantó y tomó la mano de Ámbar; la niña estaba mirando fijamente al Barón.

—Voy a llevar a casa a Ámbar conmigo —anunció Tiffany—, y te ves como si necesitaras un sueño decente. Esto no obtuvo respuesta. Se quedó allí sentado, mirando los papeles como si estuviera hipnotizado por ellos. Esa enfermera miserable, pensó ella. Yo podría haber sabido que daría problemas. El veneno va donde el veneno es bienvenido, y en el caso de la Srta. Spruce, habría sido recibido con multitudes vitoreando y, posiblemente, una pequeña banda de música. Sí, la enfermera había invitado a entrar al Hombre Astuto. Era exactamente el tipo de persona que lo dejaría entrar, dándole poder, poder envidioso, poder celoso, poder orgulloso. Pero yo sé que no he hecho nada malo, se dijo. ¿O lo hice? Sólo puedo ver mi vida desde el interior, y supongo que en el interior nadie hace nada malo. ¡Oh, maldita sea! ¡Todo el mundo trae sus problemas a la bruja! Pero no puedo culpar al Hombre Astuto por todo lo que la gente ha dicho. Sólo deseo que haya alguien —que no sea Jeannie— con quien hablar que no tome en cuenta el sombrero puntiagudo. Entonces, ¿qué hago ahora? Sí, ¿qué debo hacer ahora, Srta. Doliente? ¿Qué aconsejaría, Srta. Doliente, que es tan buena tomando las decisiones de otras personas? Bueno, yo le aconsejaría que duerma un poco también. No dormí muy bien anoche, con la Sra. Proust roncando a lo campeón, y un horrible montón ha sucedido desde entonces. Además, no puedes recordar la última vez que comiste una comida regular, ¿y puedo indicar también que estás hablando contigo misma? Ella miró a Roland desplomado en la silla, la mirada lejana. —Te dije que estoy llevando a casa a Ámbar conmigo ahora. Roland se encogió de hombros. —Bueno, dificilmente puedo evitarlo, ¿verdad? —dijo con sarcasmo—. Tú eres la bruja.

*** La madre de Tiffany sin quejarse hizo una cama para Ámbar, y Tiffany se quedó dormida en su propia cama en el otro extremo de la gran habitación. Se despertó en llamas. Las llamas llenaban toda la habitación, parpadeando en naranja y rojo, pero ardiendo tan suavemente como la estufa de la cocina. No había humo, y aunque la habitación estaba caliente, no había nada realmente ardiendo. Era como si el fuego se hubiera dejado caer sólo en una visita amistosa, no por negocios. Sus llamas crujieron. Cautivada, Tiffany llevó un dedo a la llama y la levantó como si la pequeña llama fuera tan inofensiva como un pajarito. Parecía enfriarse, pero ella sopló sobre ella de todos modos, y brotó de nuevo a la vida. Tiffany salió cuidadosamente de la cama en llamas, y si esto era un sueño estaba haciendo un muy buen trabajo de los ting y los pings que el antiguo lecho hacía tradicionalmente. Ámbar estaba acostada tranquilamente en la otra cama, debajo de una manta de llamas; cuando Tiffany miró, la chica dio la vuelta y las llamas se movieron con ella. Ser una bruja significaba que no te limitabas a correr gritando porque tu cama estaba en llamas. Después de todo, era un fuego nada ordinario, un fuego que no hacía daño. Por lo tanto, está en mi cabeza, pensó. Fuego que no hace daño. La liebre corre en el fuego... Alguien está tratando de decirme algo.

Silenciosamente, las llamas se apagaron. Hubo un casi imperceptible desenfoque de movimiento en la ventana y suspiró. Los Feegle nunca se rendían. Desde que tenía nueve años, había sabido que velaban por ella en la noche. Todavía lo hacían, razón por la cual se bañaba detrás de una sábana. Es muy probable que ella no tuviera nada que los Nac Mac Feegle estuvieran interesados en ver, pero la hacía sentirse mejor. La liebre corre en el fuego... Sin duda, sonaba como un mensaje que ella tenía que descifrar, pero ¿a partir de qué? ¿De la bruja misteriosa que la había estado observando, tal vez? Los presagios están todos muy bien, ¡pero a veces sería bueno si la gente acabara de escribir las cosas! Nunca convenía, sin embargo, hacer caso omiso de los pequeños pensamientos y coincidencias: los recuerdos repentinos, los pequeños caprichos. Muy a menudo eran otra parte de su mente, tratando de hacerte llegar un mensaje a través de ti… uno que estabas demasiado ocupada para darte cuenta. Pero había una brillante luz del día afuera y los rompecabezas podían esperar. Otras cosas no podían. Ella empezaría por el castillo. —Mi papá me dio una paliza, ¿no? —dijo Ámbar en una voz impersonal mientras se dirigían hacia las torres grises—. ¿Mi bebé murió? —Sí. —Oh —dijo Ámbar en la misma voz chata. —Sí —dijo Tiffany—. Lo siento. —Tengo una especie de recuerdo, pero no exactamente —dijo Ámbar—. Es todo un poco... confuso. —Eso son los bálsamos trabajando. Jeannie te ha estado ayudando. —Entiendo —dijo la muchacha. —¿En serio? —dijo Tiffany. —Sí —dijo Ámbar—. Pero mi papá, ¿se va a meter en problemas? Lo haría si yo dijera cómo te encontré, pensó Tiffany. Las esposas se encargarían de ello. La gente de la aldea tenía una actitud sólida para el castigo de los niños, que casi por definición, eran duendes de la travesura y necesitaban ser domesticados, ¿pero golpear a una chica tan fuerte? No es bueno. —Háblame de tu joven —dijo en voz alta en su lugar—. Él es un sastre, ¿no? Ámbar sonrió, y Ámbar podría iluminar el mundo con una sonrisa. —¡Oh, sí! Su abuelo le enseñó mucho antes de morir. Puede hacer casi cualquier cosa de tela, mi Guillermo. Todo el mundo aquí dice que debe ser puesto en un aprendizaje y que sería él mismo un maestro en pocos años. —Entonces ella se encogió de hombros—. Pero los maestros quieren una paga por el aprendizaje, y su madre nunca va a encontrar el dinero para comprar un contrato de aprendizaje. Oh, pero mi Guillermo tiene maravillosos dedos delicados, y ayuda a su madre con la costura de sus corsés y hace hermosos vestidos de novia. Eso significa trabajar con satenes y cosas por el estilo —dijo la niña con orgullo—. ¡Y la mamá de Guillermo es muy felicitada por la finura de la costura! —Ámbar sonrió con su orgullo de segunda mano. Tiffany miró a la cara resplandeciente, donde los golpes, a pesar del suave toque de la Kelda, todavía eran bastante claros. Así que el novio es un sastre, pensó. Para grandes hombres musculosos como el Sr. Petty, un sastre era apenas un hombre en absoluto, con sus manos suaves y trabajo bajo techo. Y si cosía ropa para damas también, bueno, eso era aún más vergüenza que la hija llevaría a la pequeña familia infeliz.

—¿Qué quieres hacer ahora, Ámbar? —dijo. —Me gustaría ver a mi mamá —dijo la muchacha con prontitud. —¿Pero suponiendo que te encuentres con tu papá? Ámbar se volvió hacia ella. —Entonces voy a entender... por favor, no le haga nada malo a él, como convertirlo en un cerdo o algo así. Un día como un cerdo puede ayudarle a corregir su conducta, pensó Tiffany. Pero había algo de la Kelda en la forma en que Ámbar había dicho “voy a entender”. Una luz que brillaba en un mundo oscuro. Tiffany nunca había visto las puertas del castillo cerradas, excepto por la noche. De día era una mezcla de sala de fiestas, un lugar para que el carpintero y el herrero establecieran una tienda, un espacio para que los niños jugaran cuando llovía y, dado el caso, para el almacenamiento temporal de las cosechas de heno y el trigo, en los momentos en que los establos por sí solos no podían hacerle frente. No había mucho espacio ni siquiera en la cabaña más grande; si querías un poco de calma y paz, o algún lugar donde pensar, o alguien con quien hablar, te acercabas al castillo. Siempre funcionaba. Al menos ahora, la conmoción por el retorno del nuevo Barón había desaparecido, pero el lugar estaba zumbando con actividad cuando Tiffany entró, pero estaba bastante apagada y la gente no hablaba mucho. Posiblemente la razón de esto era la Duquesa, futura suegra de Roland, que estaba caminando alrededor de la gran sala y en ocasiones aguijoneando a la gente con un palo. Tiffany no lo creyó la primera vez que lo vio, pero ahí estaba otra vez… un palo negro brillante con una perilla de plata en el extremo con el que pinchó a una doncella llevando una cesta de ropa sucia. Fue sólo en este punto que Tiffany se dio cuenta, también, de la futura novia por detrás de su madre como si estuviera demasiado avergonzada para ir más cerca de alguien que pinchaba a la gente con palos. Tiffany iba a protestar, y luego sintió curiosidad cuando miró a su alrededor. Ella retrocedió unos pasos y se dejó desaparecer. Era un don y una habilidad especial que estaba bien. No era invisibilidad, sólo que la gente no te notaba. Sin ser vista, se acercó lo suficiente para escuchar lo que ese par estaba diciendo, o al menos lo que la madre estaba diciendo y la hija estaba escuchando. La Duquesa se quejaba. —Se les ha permitido ir a la ruina. ¡En realidad, se necesita una revisión a fondo! ¡Uno no puede permitirse el lujo de ser negligente en un lugar como éste! ¡La firmeza es todo! ¡Dios sabe lo que esta familia pensó que estaba haciendo! Su discurso fue interrumpido por el golpe de la vara en la espalda de otra doncella que corría, pero evidentemente no corriendo lo suficientemente rápido, bajo el peso de una cesta llena de ropa. —Debes ser rigurosa en tu tarea para que sean igualmente rigurosos en la suya —continuó la Duquesa, explorando la sala por otro blanco—. La laxitud se detendrá. ¿Lo ves? ¿Lo ves? Ellos aprenden. Nunca debes relajar la guardia en tu búsqueda de la dejadez, tanto en obra como en forma. ¡No sufras ninguna familiaridad indebida! Y eso, por supuesto, incluye sonrisas. Oh, puedes pensar, ¿qué podría ser tan malo acerca de una sonrisa de felicidad? Pero la sonrisa inocente puede fácilmente convertirse en una sonrisa de suficiencia, y tal vez sugiere el hecho de compartir una broma. ¿Estás escuchando lo que te estoy diciendo?

Tiffany estaba sorprendida. Por sí sola la Duquesa le había hecho hacer algo que nunca pensó que podría hacer, sentir pena por la futura novia, que en ese momento estaba de pie delante de su madre como un niño travieso. Su afición, y muy posiblemente única actividad en la vida, era pintar con acuarelas, y aunque Tiffany estaba tratando, en contra de lo peor de sus instintos, de ser generosa con la chica, no se podía negar que parecía una acuarela —y no sólo una acuarela, sino una acuarela pintada por alguien que no tenía mucho color, pero sí abundante suministro de agua, dando la impresión de ser no sólo descolorida, sino también húmeda. Se podría añadir, también, que había tan poco de ella que en una tormenta podría ser muy posible que se quebrara. Invisible como estaba, Tiffany sintió apenas la más pequeña punzada de culpa y dejó de inventar otras cosas desagradables para pensar. ¡Además, la compasión se estaba imponiendo, maldita sea! —Ahora, Leticia, recita de nuevo el pequeño poema que te enseñé —dijo la duquesa. La futura novia, no sólo ruborizada, sino derritiéndose de vergüenza y embarazo, miró a su alrededor como un ratón atrapado en un piso de gran tamaño, sin saber hacia dónde correr. —Si tú… —su madre apuntó irritada, y le dio un golpecito con el palo. —Si tú… —pudo decir la chica. —Si tú… si tú agarras la ortiga con liviandad, te picará para tu dolor, pero si agarras la ortiga con valentía, suave como la seda se mantendrá. Lo mismo sucede con la naturaleza humana, los tratas con amabilidad, se rebelan, pero si sujetas firmemente la ortiga, entonces los convocas a hacer bien. Tiffany comprendió, cuando la pequeña voz sofocada se desvaneció, que había un absoluto silencio en la sala y todo el mundo estaba mirando. Ella esperaba que alguien pudiera olvidarse de sí mismo lo suficiente para empezar a aplaudir, a pesar de que probablemente significaría el fin del mundo. En cambio, la novia echó un vistazo a las bocas abiertas y huyó, sollozando, tan rápido como sus muy caros, pero seriamente poco prácticos zapatos, pudieron llevarla; Tiffany los escuchó cliquetear enloquecidos todo el camino por la escalera, seguidos muy poco después por el golpe de una puerta. Tiffany se alejó lentamente, apenas una sombra en el aire para cualquier persona que no estuviera prestando atención. Sacudió la cabeza. ¿Por qué él había hecho esto? ¿Por qué razón en el mundo Roland había hecho esto? ¡Roland podría haberse casado con cualquiera! No con Tiffany, por supuesto, pero ¿por qué había elegido esa, bien —para no ser desagradable— chica flacucha? Y su padre había sido un Duque, su madre era una Duquesa y ella era un patito26 —bien, una podía tratar de ser caritativa, pero ella tendía a caminar como uno. Bueno, ella lo hacía. Si mirabas con cuidado podías ver sus pies sobresaliendo. Y si te preocupabas por estas cosas, ¡la terrible madre y la hija boba superaban a Roland! ¡Podrían intimidarlo oficialmente! El viejo Barón, ahora, había sido un tipo diferente de persona. Oh, sí, a él le gustaba si los niños hacían una pequeña inclinación y una reverencia, si los pasaba en el camino, pero él sabía el nombre de todos, y en general su cumpleaños también, y siempre fue cortés. Tiffany lo recordaba cuando la detuvo un día y le dijo: "¿Serías tan

26

Juego de palabras entre “duchess”,duquesa, y “duck”, pato. (NT)

amable de pedirle a tu padre que venga a verme, por favor?". Fue una frase amable para un hombre con tal poder. Su madre y su padre solían discutir sobre él, cuando pensaban que ella estaba seguramente metida en la cama. En medio de la sinfonía de los resortes de la cama a menudo los escuchaba casi, pero no exactamente, teniendo una riña. Su padre decía cosas como: "¡Está muy bien que digas que es generoso y todo eso, pero no me digas que sus antepasados no obtuvieron su dinero por oprimir a los pobres!". Y su madre replicaría: "¡Nunca lo he visto moliendo27 nada! De todos modos, eso fueron los viejos tiempos. Tienes que tener a alguien que nos proteja. Eso es razonable”. Y su padre volvería con algo en la línea de: "¿Protegernos de quién? ¿De otro hombre con una espada? ¡Me parece que podríamos hacer eso por nosotros mismos!". Y para ese momento la conversación se agotaba, ya que sus padres estaban todavía enamorados, en una forma confortable, y ninguno de ellos quería cambiar nada en absoluto. Le parecía, mirando a lo largo de la sala, que no era necesario opimir a los pobres si uno les enseñaba hacer las cosas por ellos mismos. La conmoción de la idea le dio vértigo, pero quedó en su mente. Los guardias eran todos muchachos locales, o casados con mujeres locales, y qué pasaría si todo el mundo en el pueblo se reunía y decía al nuevo Barón: “Mira, vamos a permitir que te quedes aquí, e incluso puedes dormir en el dormitorio grande, y por supuesto te daremos todas las comidas y pasaremos un trapo de vez en cuando, pero aparte de eso esta tierra es nuestra ahora, ¿entiendes?”. ¿Funcionaría? Probablemente no. Pero se acordó de pedir a su padre que hiciera limpiar el granero de piedra. Eso sería un buen comienzo. Ella tenía planes para el viejo granero. —¡Tú, allí! ¡Sí! ¡Tú allí en las sombras! ¿Estás haraganeando? Esta vez ella le prestó atención. Con todos esos pensamientos ella no había prestado suficiente atención a su pequeño truco de no-me-veas. Salió de las sombras, lo que significa que el sombrero negro puntiagudo no era sólo una sombra. La Duquesa la miró. Era para Tiffany el momento de romper el hielo, a pesar de que era tan denso como para requerir un hacha. Dijo cortésmente: —Yo no sé cómo haraganear, señora, pero haré lo posible. —¿Qué? ¡Cómo! ¿Cómo me has llamado? La gente en la sala estaba aprendiendo rápido y se escabulló tan rápidamente como pudo para salir del lugar, porque el tono de la voz de la Duquesa era una advertencia de tormenta, y a nadie le gusta estar en una tormenta. La súbita rabia prevaleció en Tiffany. No fue como si hubiera hecho nada para merecer que le gritaran de esa manera. Ella dijo: —Lo siento, señora; yo no la llamé nada, que yo sepa. Esto no hizo nada para ayudar; los ojos de la Duquesa se estrecharon. —Oh, yo te conozco. La bruja… ¿la muchacha bruja que nos ha seguido a la ciudad en quién sabe qué oscura misión? ¡Oh, sabemos acerca de las brujas donde yo vivo! ¡Entrometidas, sembradoras de dudas, criadoras de descontentos, faltas de toda moral, y charlatanas en el trato!

27

Juego de palabras. Oprimir a los pobres se dice algo como “moler la cara de los pobres”. (NT)

La duquesa se enderezó y frunció el ceño a Tiffany como si acabara de ganar una victoria decisiva. Golpeó su bastón en el suelo. Tiffany dijo nada, pero nada era difícil de decir. Podía sentir a los sirvientes mirando detrás de las cortinas y los pilares, o espiando por las puertas. La mujer estaba sonriendo, y realmente necesitaba eliminar esa sonrisa, ya que Tiffany le debía a todas las brujas mostrar al mundo que una bruja no podía ser tratada así. Por otro lado, si Tiffany decía lo que pensaba, sin duda sería sacada por la servidumbre. Esto necesitaba un poco de charla delicada. No lo consiguió, porque el viejo murciélago lanzó una risita desagradable y dijo: —¿Y bien, niña? ¿No vas a tratar de convertirme en una especie de criatura indescriptible? Tiffany lo intentó. Ella realmente lo intentó. Pero hay momentos en que las cosas son demasiado. Respiró hondo. —¡No creo que deba molestarme, señora, ya que usted está haciendo un buen trabajo por sí misma! El repentino silencio fue acribillado sin embargo, con pequeños sonidos... por ejemplo un guardia detrás de un pilar con la mano por la boca para que su risa conmocionada no fuera oída, y un chisporroteo como —en el otro lado de la cortina— una criada casi logrando lo mismo. Pero fue el clic diminuto de una puerta muy por encima lo que se quedó en la memoria de Tiffany. ¿Ésa era Leticia? ¿Había oído? Bueno, no importaba, porque la Duquesa se regodeaba ahora, con Tiffany segura en la palma de su mano. No debería haber llegado a los insultos estúpidos, fuese quien fuese que estuviera escuchando. Y ahora la mujer iba a obtener una alegría terrible dándole problemas a Tiffany, a cualquiera cercano a ella y muy probablemente a todo el mundo que hubiera conocido nunca. Tiffany sintió un sudor frío corriendo por su espalda. Nunca había sido así antes… ni siquiera con el forjainviernos; ni siquiera Annagramma siendo desagradable en un mal día, ni siquiera la Reina de las Hadas, que era buena en fastidiar. La Duquesa les ganaba a todos: era un matón, el tipo de matón que fuerza a su víctima en represalia, que por lo tanto se convierte en la justificación de más y más intimidación desagradable, con daños colaterales a personas inocentes que serán invitadas por el agresor a culpar por su derrota a la víctima. La Duquesa miró a la oscura sala. —¿Hay un guardia aquí? —Esperó en una deleitada malicia—. ¡Sé que hay un guardia aquí en alguna parte! Se oyó el ruido de unos pasos vacilantes y Preston, el aprendiz de guardia, apareció de entre las sombras y caminó nervioso hacia Tiffany y la Duquesa. Por supuesto, tenía que ser Preston, pensó Tiffany; los otros guardias eran demasiado experimentados para arriesgarse a una generosa porción de la ira de la Duquesa. Y él sonreía nervioso también, lo cual no era una buena cosa para hacer cuando se trata con personas como la Duquesa. Por lo menos tuvo el sentido de saludar cuando se acercó, y según los estándares de personas a las que nunca le habían dicho cómo saludar correctamente, y en cualquier caso tenía que hacerlo muy rara vez, se trataba de un buen saludo. La Duquesa hizo una mueca. —¿Por qué está sonriendo, joven?

Preston reflexionó seriamente sobre la pregunta, y dijo: —El sol está brillando, señora, y estoy feliz de ser un guardia. —Usted no me va a sonreír, joven. Sonreír conduce a la familiaridad, que no voy a tolerar a ningún precio. ¿Dónde está el Barón? Preston pasó de un pie al otro. —Él está en la cripta, señora, presentando sus respetos a su padre. —¡No me llame señora! ¡Señora es un título para las esposas de los despenseros! ¡Tampoco me puede llamar "mi señora", que es un título para las esposas de los caballeros y demás gentuza! Yo soy una duquesa y por lo tanto debe dirigirse a mí como "su gracia". ¿Entiende? —Sí... m... ¡tu gracia! —Preston lanzó otro saludo en defensa propia. Por un momento, al menos, la Duquesa se mostró satisfecha, pero fue sin duda uno de los momentos del tipo más corto. —Muy bien. Y ahora va a llevar a esta criatura —ella hizo un gesto con la mano hacia Tiffany—, y encerrarla en su calabozo. ¿Me entiende? Impresionado, Preston miró a Tiffany por una orientación. Ella le guiñó un ojo, sólo para mantener su ánimo. Se volvió de nuevo a la Duquesa. —¿Encerrarla a ella en el calabozo? La duquesa lo miró. —¡Eso es lo que dije! Preston frunció el ceño. —¿Está segura? —dijo—. Eso significa sacar las cabras. —¡Joven, no me concierne lo que haga con las cabras! ¡Le ordeno encarcelar a esta bruja de inmediato! Ahora, manos a la obra, o voy a ver que usted pierda su posición. Tiffany ya estaba impresionada con Preston, pero ahora se ganó una medalla. —No se puede hacer eso —dijo él—, a causa del culo feliz. El sargento me dijo todo sobre eso. Culo feliz. Feliz culo corp culo28. Significa que usted no puede encerrar a alguien si no ha violado la ley. Feliz culo corp culo. Todo está escrito. Feliz culo corp culo —repitió amablemente. Este desafío pareció empujar la Duquesa más allá de la rabia y en una especie de horror fascinado. Este joven con cara pecosa y una armadura mal ajustada estaba desafiándola con algunas palabras estúpidas. Tal cosa nunca había sucedido antes. Fue como descubrir que las ranas hablaban. Eso sería muy interesante y todo eso, pero tarde o temprano, una rana que habla tiene que ser aplastada. —Entregue su armadura y salga de este castillo de inmediato, ¿entiende? Usted está despedido. Usted ha perdido su posición y me voy a encargar de que nunca consiga un trabajo como guardia otra vez, joven. Preston sacudió la cabeza. —No puede suceder así, su dama gracia. Porque feliz culo corp culo. El sargento me dijo: "Preston, nos atenemos a feliz culo corp culo. Es Tu amigo. Puedes apoyarte en el feliz culo corp culo". 28

Habeas corpus. “Happy ass corp ass” (NT)

La duquesa miró a Tiffany, y ya que el silencio de Tiffany parecía molestarla más que nada que tuviera que decir, ella sonrió y no dijo nada, con la esperanza de que la Duquesa, pudiera posiblemente explotar. En su lugar, y como se esperaba, se volvió a Preston. —¿Cómo te atreves a hablarme así, sinvergüenza! —Levantó el brillante bastón con la perilla en él. Pero de repente, parecía inamovible. —No lo golpeará, señora —dijo Tiffany con voz tranquila—. Voy a ver su brazo roto antes de que lo golpee. No golpeamos a las personas en este castillo. La Duquesa gruñó y tiró del bastón, pero ni el palo ni el brazo parecían querer moverse. —En un momento, el palo se saldrá solo —dijo Tiffany—. Si intenta atacar a cualquier persona con él de nuevo, voy a romperlo por la mitad. Por favor, comprenda que esto no es una advertencia… es una previsión. La Duquesa la fulminó con la mirada, pero debe haber visto algo en la cara de Tiffany por la que su propia estupidez resuelta podría preocuparse. Soltó el palo y éste cayó al suelo. —¡Usted no ha oído la última palabra de esto, chica bruja! —Sólo bruja, señora. Sólo bruja —dijo Tiffany cuando la mujer salió pavoneándose velozmente de la sala. —¿Nos vamos a meter en problemas? —dijo Preston en voz baja. Tiffany se encogió de hombros un poco. —Voy a velar por que tú no —dijo. Y pensó, y también el sargento. Me aseguraré de ello. Miró alrededor de la sala y vio los rostros de los sirvientes alejándose a toda prisa, como si tuvieran miedo. No había ninguna magia verdadera, pensó. Defendí mi posición. Tienes que defender tu posición, porque es tu tierra. —Me preguntaba —dijo Preston—, si va a convertirla en una cucaracha y pisarla. He escuchado que las brujas pueden hacer eso —añadió esperanzado. —Bueno, no voy a decir que sea imposible —dijo Tiffany—, pero no verás a una bruja haciéndolo. Además, hay problemas prácticos. Preston asintió sabiamente. —Bueno, sí —dijo—. La diferente masa corporal por un lado, lo que significa que acabaría o con una enorme cucaracha de tamaño humano, que creo que probablemente se derrumbaría bajo su propio peso, o docenas o incluso cientos de cucarachas con forma de personas. Pero el inconveniente aquí, pienso, es que su cerebro podría funcionar muy mal… aunque, por supuesto, si usted tiene los hechizos correctos, supongo que por arte de magia se podría poner todos los trozos de la persona humana que no encajaran en la cucaracha en una especie de cubo grande para que pudiera utilizarlos por sí misma para hacerse más grande otra vez cuando estuviera cansada de ser pequeña. Pero el problema es qué pasaría si algún perro hambriento llegara cuando la tapa estaba quitada. Eso sería muy malo. Lo siento, ¿he dicho algo malo? —Eh, no —dijo Tiffany—. Eh, ¿no crees que seas demasiado inteligente para ser un guardia, Preston? Preston se encogió de hombros.

—Bueno, todos los muchachos piensan que soy inútil —dijo alegremente—. Ellos piensan que tiene que haber algo mal con alguien que puede pronunciar la palabra "maravilloso". —Pero, Preston... Sé que eres muy listo y lo suficientemente erudito para conocer el significado de la palabra "erudito". ¿Por qué a veces finges ser tonto… tú sabes, como "doctrina" y " feliz culo corp culo "? Preston sonrió. —Nací lamentablemente inteligente, señorita, y he aprendido que a veces no es tan buena idea ser inteligente. Ahorra problemas. En este momento, le pareció a Tiffany que lo inteligente sería no estar en la sala por más tiempo. Sin duda, la horrible mujer no podía hacer demasiado daño, ¿verdad? Sin embargo, Roland había estado tan extraño, actuando como si nunca hubieran sido amigos, sonando como si creyese todas las quejas en contra de ella... Nunca había sido así antes. Oh, sí... estaba el dolor de su padre, pero él no parecía... él mismo. Y la terrible vieja bruja había salido a hostigarlo mientras él se despedía de su padre en el frío de la cripta, tratando de encontrar una manera de decir las palabras que nunca había habido tiempo para decir, tratando de compensar por demasiado silencio, tratando de traer de vuelta el ayer y clavarlo con firmeza al ahora. Todo el mundo lo hacía. Tiffany había regresado de un buen número de lechos de muerte, y algunos fueron casi alegres, donde una vieja alma decente se iba pacíficamente dejando el peso de sus años. O podían ser trágicos, cuando la muerte había tenido que inclinarse para la cosecha que le correspondía, o, bueno, normal… tristes, pero esperados, una luz apagándose en un cielo lleno de estrellas. Y ella se había preguntado, mientras hacía el té, y consolaba a la gente, y escuchaba las lacrimosas historias sobre los buenos viejos tiempos de gente a la que siempre le habían quedado palabras que ellos pensaban que deberían haber sido dichas. Y ella había decidido que no estaban allí para ser dichas en el pasado, sino para recordadas en el aquí y ahora. —¿Qué piensa usted acerca de la palabra "enigma "? Tiffany miró a Preston, su mente todavía llena de palabras que la gente nunca dijo. —¿Qué preguntaste? —dijo, frunciendo el ceño. —La palabra "enigma" —repitió Preston amablemente—. Cuando dice la palabra, ¿no la ve en su cabeza como una serpiente de color cobrizo, acurrucada durmiendo? Ahora, pensó Tiffany, en un día como éste, cualquier persona que no fuera una bruja lo desestimaría como una tontería, lo que significa que yo no debería hacerlo. Preston era el guardia peor vestido en el castillo; el guardia más nuevo siempre lo era. A él le dieron pantalones de cota de malla, que estaban mayormente llenos de agujeros29 y sugería, en contra de todo lo que sabemos acerca de las polillas, que las polillas pueden comer a través del acero. Le dieron un casco que, sin importar el tamaño de su cabeza, se deslizaba hacia abajo y hacía que sus orejas se vieran grandes; y no había que olvidar que había heredado también una coraza con tantos agujeros que podría ser más útil para colar la sopa. Pero su mirada estaba siempre alerta, hasta el punto que inquietaba a la gente. Preston veía las cosas. Realmente veía las cosas, tan intensamente que después ellas 29

De hecho, los pantalones de cota de malla siempre están llenos de agujeros, pero no deben estar lleno de agujeros de siete pulgadas de ancho.

se debían haber sentido muy miradas. Ella no tenía idea de lo que pasaba en su cabeza, pero sin duda estaba muy concurrida. —Bueno, debo decir que nunca he pensado en la palabra "enigma" —dijo ella lentamente—, pero sin duda es metálica y resbaladiza. —Me gustan las palabras —dijo Preston—. "Compasión": ¿no suena como lo que es? ¿No suena como un pañuelo de seda cayendo suavemente? Y ¿qué hay de "susurrante"? ¿No le suena como conspiraciones susurradas y oscuros misterios?... Lo siento, ¿hay algo que anda mal? —Sí, creo que algo anda mal —dijo Tiffany, mirando la cara preocupada de Preston. "Susurrante" era su palabra favorita; nunca había conocido a nadie que siquiera la conociera—. ¿Por qué eres un guardia, Preston? —No me gustan mucho las ovejas; no soy muy fuerte, así que no puedo ser un labrador; soy muy torpe para ser un sastre; demasiado miedoso de ahogarme para huir a la mar. Mi madre me enseñó a leer y escribir, en contra de los deseos de mi padre, y dado que significaba que no era bueno para un trabajo apropiado, me mandaron a ser un aprendiz de sacerdote en la Iglesia de Om. Me gustó mucho eso, aprendí muchas palabras interesantes, pero me echaron por hacer demasiadas preguntas, tales como, "¿Es esto realmente cierto o qué?". —Él se encogió de hombros—. En realidad, me gusta bastante la vigilancia. —Se agachó y sacó un libro de su coraza, que de hecho podría haber albergado una pequeña biblioteca, y continuó—: Hay un montón de tiempo para leer si uno se mantiene fuera de la vista, y la metafísica es muy interesante también. Tiffany parpadeó. —Creo que me has perdido allí, Preston. —¿En serio? —dijo el muchacho—. Bueno, por ejemplo, cuando estoy en el turno de noche y alguien viene a la puerta, tengo que decir: "¿Quién va allí, amigo o enemigo?" A lo cual, por supuesto, la respuesta correcta es "Sí". Tomó a Tiffany un momento resolver esto, y comenzó a tener una idea de cómo Preston podría tener un problema para conservar un trabajo. Él añadió: —El enigma comienza cuando la persona en la puerta dice "amigo", ya que bien puede estar mintiendo; pero los muchachos que tienen que salir por la noche son muy ingeniosos y tienen su santo y seña propio con qué responder a mi pregunta, y es decir: "¡Saca tu nariz fuera de ese libro, Preston, y déjanos entrar en este momento!". —¿El santo y seña es… ? —El muchacho era fascinante. No era frecuente encontrar a alguien que pudiera hacer que los disparates sonaran maravillosamente sensatos. —Una especie de palabra clave —dijo Preston—. En sentido estricto, significa una palabra que tu enemigo no podría decir. Por ejemplo, en el caso de la Duquesa, podría ser una buena idea elegir una palabra como "por favor". Tiffany trató de no reírse. —Ese cerebro tuyo te va a meter en problemas un día, Preston. —Bueno, mientras sea bueno para algo. Hubo un grito desde la lejana cocina, y una cosa que hace a los humanos diferentes de los animales es que corren hacia una llamada de socorro, en lugar de lejos de ella. Tiffany llegó sólo segundos por detrás de Preston, y ni siquiera ellos fueron los primeros. Un par de chicas estaban confortando a la Sra. Coble, la cocinera,

que estaba llorando en una silla mientras una de las chicas envolvía una toalla alrededor de su brazo. El suelo estaba humeando y un caldero negro estaba caído de costado. —¡Les digo que estaban allí! —alcanzó a decir la cocinera entre sollozos—.Todos retorciéndose. Lo recordaré siempre. Y pateando y gritando "¡Madre!" ¡Voy a recordar sus caritas mientras viva! —Ella comenzó a llorar de nuevo, con grandes sollozos que amenazaron con asfixiarla. Tiffany llamó a la criada de cocina más cercana, que reaccionó como si hubiera sido golpeada y trató de retroceder. —Mire —dijo Tiffany—, ¿puede alguien decirme por favor qué… ¿Qué hace con ese balde? —Esto fue para otra doncella, que arrastraba un cubo desde el sótano y que, al sonido de una orden en el tope de la crisis, lo dejó caer. Volaron fragmentos de hielo por el piso. Tiffany respiró hondo—. Señoras, no se pone hielo en una quemadura, aunque parezca sensato. Enfríen un poco de té —pero no muy frío— y humedezcan su brazo en él durante al menos un cuarto de hora. ¿Todo el mundo entiende? Bueno. Ahora, ¿qué pasó? —¡Estaba lleno de ranas! —gritó la cocinera—. Eran los budines y los puse a hervir, pero cuando los destapé, eran ranitas, ¡todas gritando por su madre! ¡Les dije a todos, les dije! ¡Una boda y un funeral en la misma casa, eso es mala suerte, eso es! ¡Es brujería, eso es lo que es! —Entonces la mujer abrió la boca y apretó la mano libre sobre su boca. Tiffany mantuvo una cara seria. Miró en el caldero, y miró a su alrededor en el suelo. No había señal alguna de ranas en ningún lugar, aunque había dos budines enormes, todavía envueltos en telas, en el fondo del caldero. Cuando los recogió, todavía muy calientes, y los colocó sobre la mesa, no pudo dejar de notar que las criadas se apartaban de ellos. —Budín de ciruelas perfectamente bueno —dijo alegremente—. Nada de qué preocuparse aquí. —A menudo me he dado cuenta —dijo Preston—, de que en algunas circunstancias, el agua hirviendo puede borbotear de una manera muy extraña, con gotas de agua que parecen saltar arriba y abajo justo encima de la superficie, por lo que... ¿podría sugerir que es una razón por la cual la Sra. Coble pensó que estaba viendo ranas? —Se acercó más a Tiffany y susurró—: Y otra razón puede ser que muy posiblemente la botella de crema de jerez fino que puedo ver en el estante de allí, que parece estar casi vacía, junto con el vaso en solitario en el lava-platos allá. —Tiffany quedó impresionada; no había notado el vaso. Todo el mundo estaba observándola. Alguien debería haber dicho algo, y ya que nadie lo hacía, era mejor que fuese ella. —Estoy segura de que la muerte de nuestro Barón nos ha afectado a todos nosotros —empezó a decir, y no dijo más, porque la cocinera se irguió en la silla y le apuntó con un dedo tembloroso. —¡Todos, excepto tú, criatura! —acusó ella—. ¡Yo te vi, oh sí, yo te vi! ¡Todo el mundo estaba llorando y gimoteando y lamentándose, pero no tú! ¡Oh, no! ¡Tú estabas pavoneándote, dando órdenes a tus mayores y superiores! ¡Al igual que tu abuela! ¡Todo el mundo lo sabe! ¡Tú eras dulce con el joven Barón, y cuando él te plantó, mataste al viejo Barón, a pesar de él! ¡Te vieron! ¡Oh, sí, y ahora el pobre muchacho está fuera de sí de dolor y su novia está llorando y no quiere salir de su habitación! ¡Oh, cómo te debes estar riendo en el interior! ¡La gente está diciendo que el matrimonio debe ser pospuesto! Yo apuesto a que te gustaría eso, ¿verdad? ¡Eso sería

una pluma en tu sombrero negro, y no hay duda! Recuerdo cuando eras pequeña, y luego subiste a las montañas, donde la gente es tan extraña y salvaje, como todos saben, y ¿qué viene de vuelta? Sí, ¿qué vuelve? ¿Qué vuelve, sabiendo todo, actuando tan engreída, tratándonos como basura, rompiendo la vida de un hombre joven? ¡Y eso no es lo peor! ¡Tú acabas de hablar con la Sra. Petty! ¡No me digas acerca de las ranas! ¡Conozco las ranas cuando las veo, y eso es lo que vi! ¡Ranas! Deben… Tiffany salió de su cuerpo. Era buena en esto ahora, oh sí. A veces practicaba el truco con animales, que eran en general muy difíciles de engañar: aunque sólo una mente parecía estar allí, se ponían nerviosos y, finalmente, huían. ¿Pero los seres humanos? Los seres humanos eran fáciles de engañar. Siempre y cuando tu cuerpo se quedara donde lo dejabas, parpadeando sus ojos y respirando, y manteniendo el equilibrio, y todas las demás cosas que los cuerpos son buenos para hacer, aunque no estés allí, los otros seres humanos pensaban que estabas. Y ahora se dejó ir hacia la cocinera borracha, mientras ella murmuraba y gritaba y se repetía a sí misma, escupiendo idioteces dañinas, bilis y odio, y también saliva que se quedaba en su barbilla. Y ahora Tiffany podía oler el hedor. Era débil, pero que estaba allí. Se preguntó: Si me vuelvo, ¿voy a ver dos agujeros en una cara? No, las cosas no estaban tan mal, seguramente. Quizás él estaba pensando en ella. ¿Debía correr? No. Ella podría estar corriendo hacia, en lugar de desde. ¡Podía estar en cualquier lugar! Pero al menos podría tratar de detener este mal. Tiffany tuvo cuidado de no caminar a través de la gente; era posible, pero a pesar de que ella era, en teoría, tan insustancial como un pensamiento, caminar a través de una persona era como caminar por un pantano… pegajoso, desagradable y oscuro. Ella había pasado las chicas de cocina, que parecían hipnotizadas; el tiempo siempre parece pasar más lentamente cuando ella estaba fuera de su cuerpo. Sí, la botella de jerez estaba casi vacía, y había otra vacía apenas visible detrás de un saco de patatas. La Sra. Coble olía a jerez. Siempre se había inclinado a una gota de jerez, y, posiblemente, otra gota también; eso podía ser una enfermedad relacionada con el trabajo de los cocineros, junto con una triple barbilla temblorosa. Pero, ¿todas esas cosas mal? ¿De dónde había salido eso? ¿Era algo que ella siempre había querido decir, o él lo había puesto en su boca? No he hecho nada malo, pensó de nuevo. Podía ser útil mantener esa firmeza en la mente. Pero he sido demasiado estúpida, y tendré que recordar eso también. La mujer, aún hipnotizando a las chicas con su despotricar, se veía muy fea en el mundo en cámara lenta: su cara era de un rojo feroz, y cada vez que abría la boca le olía el aliento, y había un trozo de comida atascado en sus dientes sin limpiar. Tiffany se desplazó un poco hacia los lados. ¿Sería posible meter una mano invisible en su estúpido cuerpo y ver si podía detener los latidos del corazón? Nada como eso había ocurrido alguna vez con ella antes, y era un hecho que no se podía, por supuesto, recoger cualquier cosa cuando estás fuera de tu cuerpo, pero ¿tal vez sería posible interrumpir algún pequeño flujo, alguna pequeña chispa? Incluso una grande y gorda criatura miserable como la cocinera podría ser derribada por el más pequeño de los trastornos, y esa estúpida cara roja se estremecería, y ese aliento apestoso boquearía, y esa boca ofensiva se cerraría…

Los Primeros Pensamientos, Segundos Pensamientos, Terceros Pensamientos y los muy raros Cuartos Pensamientos se alineaban en su cabeza como planetas para gritar a coro: ¡Que no somos nosotros! ¡Mira lo que estás pensando! Tiffany se estampó de nuevo en su cuerpo, casi perdiendo el equilibrio, y fue atrapada por Preston, que estaba de pie justo detrás de ella. ¡Rápido! Recuerda que la Sra. Coble había perdido a su esposo hace sólo siete meses, se dijo, y recuerda que solía darte galletas cuando eras pequeña, y recuerda que tuvo una riña con su nuera y no ve más a sus nietos. Recuerda esto, y mira a una pobre señora que ha bebido demasiado y ha escuchado demasiados rumores… de esa desagradable Srta. Spruce, por ejemplo. ¡Recuerda esto, porque si le devuelves el golpe, te convertirás en lo que él quiere que seas! ¡No le des espacio en tu cabeza otra vez! Detrás de ella, Preston gruñó, y dijo: —Yo sé que no es lo correcto para decir a una dama, señorita, ¡pero usted está sudando como un cerdo! Tiffany, tratando de reunir sus pensamientos destrozados, murmuró: —Mi madre siempre dijo que los caballos sudan, los hombres transpiran, y las damas simplemente brillan... —¿Es así? —dijo Preston alegremente—. Bueno, señorita, ¡usted está brillando como un cerdo! Esto causó mucha risa en las muchachas, aún sacudidas por el despotricar de la cocinera, pero cualquier risa sería mejor que eso y, se le ocurrió a Tiffany, tal vez Preston lo había descubierto. Pero la Sra. Coble había logrado ponerse de pie y agitó un dedo amenazando a Tiffany… aunque ella se balanceaba tanto que algunas de las veces, dependiendo de la forma en que se apoyaba, también amenazaba a Preston, a una de las muchachas y a un estante de quesos. —No me engañas, descarada de mal aspecto —dijo—. ¡Todo el mundo sabe que mataste al viejo Barón! ¡La enfermera lo vio! ¿Cómo te atreves a mostrar tu cara aquí adentro? ¡Tú nos llevarás, tarde o temprano, y no voy a tolerar eso! Espero que la tierra se abra y te trague! —gruñó la cocinera. Ella se tambaleó hacia atrás. Hubo un ruido sordo, un crujido, y sólo por un momento, hasta que fue cortado, el comienzo de un grito cuando la cocinera cayó en el sótano.

Capítulo 10 LA CHICA QUE SE DISOLVÍA —SRTA. DOLIENTE, debo pedirle que abandone la Creta —dijo el Barón, con cara de madera. —¡No lo haré! La expresión del Barón no cambió. Roland podía ser así, recordó ella, y era peor ahora, por supuesto. La Duquesa había insistido en estar en su oficina para esta entrevista, y además había insistido en tener a dos de sus propios guardias allí, así como dos del castillo. Que casi llenaban todo el espacio en el estudio, y los dos pares de guardias se miraban el uno al otro en una rivalidad profesional en toda regla. —Ésta es mi tierra, Srta. Doliente. —¡Sé que tengo algunos derechos! —dijo Tiffany. Rolando asintió con la cabeza como un juez. —Ése es un punto muy importante, Srta. Doliente, pero lamentablemente no tiene derechos. Usted no es un arrendatario, no es un inquilino y no posee tierra. En resumen, no tiene nada en qué basar los derechos. —Él dijo todo esto sin levantar la vista el documento delante de él. Hábilmente, Tiffany se inclinó sobre él y lo arrebató de sus dedos, y estaba de vuelta en su silla antes de que los guardias pudieran reaccionar. —¡Cómo te atreves a hablar así, sin mirarme a los ojos! —Pero ella sabía lo que significaban las palabras. Su padre era un inquilino de la finca. Tenía los derechos. Ella no—. Mira —dijo—, no puedes echarme. No he hecho nada malo. Roland suspiró. —Yo realmente esperaba que entrara en razón, Srta. Doliente, pero como usted afirma total inocencia, debo precisar lo siguiente. Item: admite que llevó a la niña Ámbar Petty lejos de sus padres y la alojó con las hadas que viven en agujeros en el suelo. ¿Pensó que éste era el lugar adecuado para una niña? De acuerdo con mis hombres, parecía haber una gran cantidad de caracoles en las inmediaciones. —Ahora solo espera, Roland… —Se dirigirá a mi futuro yerno como "mi señor" —le espetó la Duquesa.

—Y si no lo hago, ¿me golpeará con su bastón, su gracia? ¿Agarrará la ortiga con firmeza? —¡Cómo te atreves! —dijo la Duquesa, con los ojos ardientes—. ¿Es así como te gusta que tus invitados se dirijan a ti, Roland? Al menos su desconcierto parecía genuino. —No tengo la menor idea de lo que se está hablando aquí —dijo. Tiffany señaló con el dedo a la Duquesa, causando que los guardaespaldas de la Duquesa echaran mano a sus armas, lo que causó que los guardias del castillo desenvainaran las suyas también, para no quedar fuera. Para cuando las espadas fueron desenredadas con seguridad y puestas donde pertenecían, la Duquesa ya estaba lanzando un contraataque. —¡No debes soportar esta insubordinación, joven! Eres el Barón, y has dado a esta… criatura la orden para dejar tus tierras. Ella no es conducente al orden público, y si deliberadamente todavía insiste en no salir, ¿tengo que recordarte que sus padres son tus inquilinos? Tiffany ya estaba furiosa por lo de "criatura", pero para su sorpresa el joven Barón negó con la cabeza y dijo: —No, no puedo castigar a los inquilinos buenos por tener una hija díscola. ¿“Díscola”? ¡Eso era peor que “criatura”! ¡Cómo se atreve...! Y sus pensamientos corrían juntos. Él no se atrevería. Nunca se había atrevido, no en todo el tiempo que se habían conocido la una al otro, todo el tiempo en que ella había sido sólo Tiffany y él había sido sólo Roland. Había sido una extraña relación, sobre todo porque no era una relación en absoluto. No se habían sentido atraídos la una al otro: habían sido empujados la una hacia el otro por la forma en que el mundo trabajaba. Ella era una bruja, lo que significaba que ella era diferente automáticamente de las niñas del pueblo, y él era el hijo del Barón, lo que automáticamente significaba que él era diferente de los niños del pueblo. Y donde había salido mal fue en creer, en algún lugar de sus mentes, que debido a que dos cosas eran diferentes, por lo tanto debían ser iguales. El lento descubrimiento de que esto no era cierto no había sido bueno para ninguno de ellos y había una cierta cantidad de cosas que ambos deseaban no haber sido dichas. Y entonces no había terminado, porque nunca había comenzado, no realmente, por supuesto. Y así era mejor para ambos. Por supuesto. Por supuesto. Sí. Y en todo ese tiempo nunca había sido así, nunca tan frío, nunca tan estúpido de manera meticulosa que no podía culpar de todo a la miserable Duquesa, aunque a Tiffany le hubiera gustado hacerlo. No, había otras cosas sucediendo. Tenía que estar en guardia. Y allí, mirándolos observarla, se dio cuenta de cómo una persona podía ser tanto estúpida como inteligente. Levantó la silla, la colocó cuidadosamente enfrente del escritorio, se sentó en ella, juntó las manos y dijo: —Lo siento mucho, mi señor. —Se volvió hacia la Duquesa, inclinó la cabeza y dijo—: Y a usted también, su gracia. Temporalmente olvidé mi lugar. No volverá a suceder. Gracias. La Duquesa gruñó. Habría sido imposible para Tiffany haber pensado menos de ella, pero, bueno, ¿un gruñido? ¿Después de un retroceso como ése? Una lección de humildad a una joven bruja arrogante merecía mucho más que eso… alguna

observación para que el corte llegue hasta el hueso. Honestamente, ella podría haber hecho un esfuerzo. Roland estaba mirando a Tiffany, tan perplejo que estaba casi negativo. Ella lo confundió un poco más entregándole la hoja de papel ahora arrugada y diciendo: —¿Quiere hacer frente a las demás cuestiones, mi señor? Forcejeó por un momento, logró aplanar el papel sobre el escritorio a su gusto, lo alisó y dijo: —Está la cuestión de la muerte de mi padre y el robo de dinero de su caja fuerte. Tiffany lo fijó con una sonrisa de ayuda, que lo puso nervioso. —¿Alguna otra cosa, mi señor? Estoy ansiosa porque todo debería ser tratado. —Roland, ella está preparando algo —dijo la Duquesa—. Mantente en guardia. — Ella hizo un gesto con la mano hacia los guardias—. Y ustedes, guardias, deben estar en guardia también, ¡recuerden! Los guardias, que tenían algunas dificultades con la idea de estar aún más en guardia cuando ya estaban —a través del nerviosismo— mucho más en guardia en todo caso que lo que habían estado nunca antes, se esforzaron por verse un poco más altos. Roland se aclaró la garganta. —Ejem, luego está la cuestión de la última cocinera, que cayó muerta casi en coincidencia con, creo, insultarla a usted. ¿Entiende usted estos cargos? —No —dijo Tiffany. Hubo un momento de silencio antes de que Roland dijera: —Eh, ¿por qué no? —Debido a que no son cargos, mi señor. Usted no declara abiertamente que cree que robé el dinero y maté a su padre y a la cocinera. Usted está simplemente agitando la idea delante de mí con la esperanza de que me ponga a llorar, supongo. Las brujas no lloran, y quiero algo que probablemente ninguna otra bruja haya pedido antes. Deseo una audiencia. Una audiencia adecuada.Y eso significa evidencia. Y eso significa testigos, y eso significa que la gente que dice tiene que decirlo delante de todos. Y eso significa un jurado de mis pares, lo que significa gente como yo, y eso significa hábeas corpus, muchas gracias. —Ella se levantó y se volvió hacia la puerta, que estaba bloqueada por una multitud de guardias forcejeando. Ahora miró a Roland, y se inclinó en una pequeña reverencia—. A menos que usted se sienta completamente confiado, lo suficiente para hacerme arrestar, mi señor, me voy. La miraron con la boca abierta mientras ella se acercaba a los guardias. —Buenas noches, Sargento, buenas noches, Preston, buenas noches, señores. Esto no tomará ni un minuto. Si me excusan, me voy. —Ella vio guiñar a Preston cuando ella hizo a un lado su espada, y entonces oyó a los guardias colapsando de repente en un montón. Caminó por el corredor hasta la sala. Había un gran fuego en la aún mayor chimenea, que era lo suficientemente grande para ser una habitación por sí misma. El fuego era de turba. No podía hacer mucho para calentar la mayor parte de la sala, que nunca se calentaba ni siquiera en el corazón del verano, pero era agradable estar cerca, y si tienes que respirar humo, entonces no puedes tener nada mejor que el

humo de turba, que se levantaba hasta la chimenea y derivaba como una niebla caliente alrededor de los lados de tocino, que se colgaban allí para ahumar. Todo iba a complicarse de nuevo, pero por el momento, Tiffany se sentó allí simplemente para descansar y, mientras estaba en ello, para gritarse a sí misma por ser tan estúpida. ¿Cuánto veneno puede él filtrar en sus cabezas? ¿Cuánto necesita él? Ése era el problema con la brujería: era como si todo el mundo necesitase de las brujas, pero odiase el hecho de necesitarlas, y de alguna manera el odio al hecho podría convertirse en el odio a la persona. Entonces la gente comenzaba a pensar: ¿Quién eres tú para tener estas habilidades? ¿Quién eres tú para saber estas cosas? ¿Quién eres tú para pensar que eres mejor que nosotros? Pero Tiffany no creía ser mejor que ellos. Ella era mejor que ellos en brujería, era cierto, pero no podía tejer un calcetín, no sabía cómo herrar un caballo, y mientras ella era bastante buena en la fabricación de queso, tenía que hacer tres intentos para hornear un pan que se pudiera morder con los dientes. Todo el mundo era bueno en algo. Lo único malo era no encontrarlo a tiempo. Había polvo fino en el suelo de la chimenea, porque no hay nada como la turba para el polvo, y mientras Tiffany observaba, aparecieron pequeñas huellas en él. —Muy bien —dijo—, ¿qué les hicieron a los guardias? Una lluvia de Feegle aterrizó suavemente en el asiento a su lado. —Bien —dijo Roba A Cualquiera—, personalmente me hubiera gustado llevarlos a los limpiadores, a esos Cromwell excava-montículos que son, pero yo podía ver que podría hacerlo un poquito difícil para vos, por lo que sólo atamos sus cordones juntos. A lo mejor le echan la culpa a los pequeños ratones. —Mira, no vas a hacer daño a nadie, ¿de acuerdo? Los guardias tienen que hacer lo que les dicen. —Nae, ellos no tienen que hacerlo —dijo Roba con desprecio—. Eso nae es mandado para un guerrero, haciendo lo que te dicen. ¿Y qué os habrían hecho a vos, haciendo lo que les dicen? ¡Esa vieja futura suegra estaba evidentemente poniendo trampas para vos todo el tiempo, mala suerte para ella! ¡Ah! Vamos a ver cómo le gusta su agua de baño de esta noche! El filo de su voz puso a Tiffany en estado de alerta. —No van a lastimar a nadie, ¿entiendes? Nadie en absoluto, Roba. El Gran Hombre gruñó. —¡Och sí, señorita, he entendido lo que dijo a bordo! —Y prometes por tu honor como un Feegle no tirarlo por la borda tan pronto como te dé mi espalda, ¿verdad? Roba A Cualquiera comenzó a gruñir de nuevo, utilizando crepitantes palabras Feegle que nunca había oído antes. Sonaban como maldiciones, y una o dos veces, cuando las escupió, salieron humo y chispas con ellas. Estaba golpeando con los pies también, siempre un signo de un Feegle al final de su correa. —Llegaron preparados con acero afilado para desenterrar mi casa, cavar mi clan y desenterrar mi familia —dijo, y sus palabras fueron más amenazantes porque eran muy niveladas y calmas. Luego escupió una frase corta hacia el fuego, que ardió verde por un momento cuando las palabras golpearon las llamas.

—Yo no voy a desobedecer a la hag de las colinas, vos sabéis, pero yo os pongo sobre aviso de que si puedo ver una pala cerca de mi montículo de nuevo, el dueño la encontrará empujada debajo de su kilt con el lado desafilado primero, así se lastimará las manos tratando de sacarla. ¡Y eso sólo será el comienzo de sus problemas! Y si hay alguna compensación aquí, juro por mi spog que seremos nosotros haciendo la compensación —Él pateó de arriba a abajo un poco, y luego agregó—: Y ¿qué es esto que estamos escuchando acerca de vos demandando la ley? No somos amigos de la ley, vos sabéis. —¿Qué pasa con Arthur Pequeñoloco? —dijo Tiffany. Era casi imposible hacer avergonzar a un Feegle, pero Roba A Cualquiera parecía como si estuviera a punto de decir "Bah". —Oh, es una cosa terrible que los gnomos le hicieron a él —dijo, viéndose triste —. ¿Vos sabéis que se lava la cara todos los días? Quiero decir, ese tipo de cosas está bien cuando el lodo está demasiado espeso, pero ¿todos los días? Os pregunto, ¿cómo puede un cuerpo soportarlo? En un momento estaban los Feegle, y luego hubo un leve whossh, seguido por una ausencia total de los Feegle, y un instante después había un suministro más que adecuado de guardias. Afortunadamente eran el sargento y Preston, en posición de atención. El sargento se aclaró la garganta. —¿Estoy dirigiéndome a la Srta. Tiffany Doliente? —dijo. —A mí me parece como que sí, Brian —dijo Tiffany—, pero juzga tú mismo. El sargento echó una mirada rápida a su alrededor y luego se inclinó más cerca. —Por favor, Tiff —susurró—, todo se ha vuelto serio para nosotros. —Se enderezó rápidamente y luego dijo, mucho más fuerte que lo necesario—: ¡Srta. Tiffany Doliente! He recibido la orden de mi señor, el Barón, de informarle que por su orden debe permanecer dentro de los tornos del castillo… —¿Los qué? Sin decir palabra, con los ojos en el techo, el sargento le entregó un pedazo de pergamino. —Oh, te refieres al entorno —dijo—. Eso significa el castillo y los lugares alrededor de él también —le dijo amablemente—. ¿Pero pensaba que el Barón quería que me fuera? —Mira, yo estoy leyendo lo que dice aquí, Tiff, y me ordenó encerrar la escoba en el calabozo. —Eso es un recado impresionante que tienes ahí, oficial. Está apoyada contra la pared, tómala tú mismo. El sargento pareció aliviado. —¿No vas a hacer ningún… problema? —dijo. Tiffany negó con la cabeza. —No, ninguno en absoluto, sargento. No tengo ninguna disputa con un hombre que sólo está cumpliendo su deber.

El sargento caminó con cautela hasta la escoba. Todos la conocían, por supuesto; la habían visto pasar por arriba, y en general, sólo por arriba, prácticamente todos los días. Pero vaciló, con la mano a unos centímetros de la madera. —Eh, ¿qué sucede cuando la toco? —dijo. —Ah, entonces está lista para volar —dijo Tiffany. La mano del sargento muy lentamente se apartó de la vecindad, o posiblemente del entorno, de la escoba. —Pero no va a volar para mí, ¿verdad? —dijo con una voz llena de mareo y súplica. —Oh, no muy lejos ni muy alto, probablemente —dijo Tiffany, sin mirar alrededor. El sargento era bien conocido por tener vértigo al estar simplemente de pie sobre una silla. Se acercó a él y cogió la escoba—. Brian, ¿cuáles eran tus órdenes si me negaba a obedecer tus órdenes, si entiendes lo que quiero decir? —¡Se suponía que te arrestase! —¿Qué? ¿Y encerrarme en el calabozo? El sargento hizo una mueca. —Sabes que no quiero hacer eso —dijo—. Algunos de nosotros estamos muy agradecidos, y todos sabíamos que la pobre vieja Sra. Coble estaba tan borracha como una cuba, pobre mujer. —Entonces no voy a meterte en problemas —dijo Tiffany—. ¿Por qué no pones esta escoba, que parece preocuparte tanto, en el calabozo y la encierras? Entonces no se irá a ninguna parte, ¿no? El alivio llenó la cara del sargento, y mientras bajaban los escalones de piedra de la mazmorra bajó la voz y dijo: —No soy yo, entiende, son los que están arriba. Parece que su gracia es la que manda ahora. Tiffany no había visto muchas mazmorras, pero la gente decía que la del castillo era bastante buena según los estándares de calabozos y probablemente ganaría por lo menos cinco bolas y cadenas si alguien alguna vez se decidía a escribir una Guía de Buenos Calabozos. Era espaciosa y bien drenada, con una práctica canaleta justo a la mitad, que terminaba en el inevitable agujero redondo, que no olía muy mal, por así decirlo, en general. Tampoco las cabras, que se alejaron de las cómodas camas en los montones de paja y la miraron con sus ojos de ranura en el caso de que hiciera algo interesante, como darles de comer. No dejaron de comer, porque siendo cabras, ya estaban comiendo su cena por segunda vez. El calabozo tenía dos entradas. Una iba directo al aire libre: era probablemente para arrastrar a los prisioneros, allá en los viejos tiempos, ya que se ahorrarían tener que arrastrarlos a través de la gran sala, consiguiendo un suelo sucio de sangre y barro. En estos días la prisión era utilizada principalmente como un establo para las cabras y, en estantes altos —lo suficientemente altos para estar fuera del alcance de todas, salvo la cabra más decidida— un depósito de manzanas. Tiffany levantó la escoba arriba del estante más bajo de manzanas, mientras el sargento acariciaba una de las cabras, teniendo cuidado de no mirar hacia arriba en

caso de que lo hiciera sentirse mareado. Eso significaba que estaba totalmente desprevenido cuando Tiffany lo empujó fuera de la puerta, tomó las llaves de la cerradura, se metió ella misma de nuevo en el calabozo y cerró la puerta desde el interior. —Lo siento, Brian, pero, ya ves, eres tú. No sólo tú, por supuesto, y ni siquiera mayormente tú, y es bastante injusto de mi parte aprovecharme de ti, pero si voy a ser tratada como una criminal, también podría actuar como tal. Brian sacudió la cabeza. —Tenemos otra llave, ya sabes. —Es difícil de usar si bloqueo el ojo de la cerradura —dijo Tiffany—, pero mira el lado bueno. Estoy bajo llave, que creo que a algunas personas les gustaría, así que todo lo que te preocupa es el detalle fino. Mira, creo que podrías estar viendo esto desde el lado equivocado. Estoy a salvo en un calabozo. No me han encerrado lejos de ti, el resto de ustedes están encerrados lejos de mí. —Brian se veía como si estuviera a punto de llorar y pensó: No, no puedo hacerlo. Él siempre ha sido decente conmigo. Está tratando de ser decente ahora. Sólo porque soy más inteligente que él no significa que deba perder su trabajo. Y, además, ya sé la manera de salir de aquí. Eso es lo que pasa con las personas que tienen mazmorras; no pasan suficiente tiempo en ellas por sí mismas. Le entregó las llaves. Su rostro se iluminó de alivio. —Obviamente vamos a traer comida y agua —dijo—. ¡No puedes vivir de manzanas todo el tiempo! Tiffany se sentó en la paja. —Tú sabes, es muy acogedor aquí. Es curioso cómo los eructos de las cabras hacen todo cálido y confortable. No, no voy a comer las manzanas, pero algunas de ellas necesitan ser giradas o de lo contrario se pudrirán, por lo que me haré cargo de eso mientras yo esté aquí también. Por supuesto, cuando estoy encerrada aquí no puedo estar allí afuera. No puedo hacer los medicamentos. No puedo cortar las uñas. No puedo ayudar. ¿Cómo está la pierna de tu anciana madre en estos días? ¿Aún bien, espero? ¿Te importaría salir ahora, por favor, porque me gustaría usar el agujero? Oyó sus botas en la escalera. Había sido un poco cruel, pero ¿qué otra cosa podía haber hecho? Miró a su alrededor y levantó un montón de paja muy viejo y muy sucio que no había sido tocado por un largo tiempo. Todo tipo de cosas se arrastró, saltó o se deslizó lejos. A su alrededor, ya que la costa estaba limpia, las cabezas Feegle subieron, con trozos de paja cayendo de ellas. —Encuentra a mi abogado, por favor —dijo Tiffany alegremente—. Creo que le va a gustar trabajar aquí... El Sapo resultó ser muy entusiasta, para un abogado que sabía que iba a ser pagado en escarabajos. —Creo que vamos a empezar con encarcelamiento injusto. A los jueces no les gusta ese tipo de cosas. Si alguien va a ser puesto en prisión, les gusta ser ellos los que lo hacen. —Eh, en realidad yo me encerré —dijo Tiffany—. ¿Eso cuenta?

—Yo no me preocuparía por eso en este momento. Usted estaba bajo coacción, su libertad de movimiento estaba siendo reducida y fue inducida al miedo. —¡Por cierto que no! ¡Yo estaba muy enojada! El Sapo golpeó una garra hacia abajo sobre un ciempiés que escapaba. —Usted fue interrogada por dos miembros de la aristocracia en presencia de cuatro hombres armados, ¿no? ¿Nadie le advirtió? ¿Nadie le leyó sus derechos? ¿Y usted dice que el Barón aparentemente cree sin ninguna prueba que usted mató a su padre, y a la cocinera, y le robó algo de dinero? —Creo que Roland está tratando de no creerlo —dijo Tiffany—. Alguien le ha dicho una mentira. —Entonces, debemos desafiarlo, de hecho debemos hacerlo. No puede ir por ahí haciendo acusaciones de asesinato cuando no pueden ser justificadas. ¡Él puede meterse en serios problemas por eso! —Oh —dijo Tiffany—, ¡no quiero que ningún daño le ocurra a él! —Es difícil saber cuándo el Sapo está sonriendo, por lo que Tiffany tuvo que hacer una conjetura—. ¿He dicho algo gracioso? —No es divertido en absoluto, no realmente, pero a su manera más bien triste y más bien cómico —dijo el Sapo—. Gracioso, en este caso, es decir, un poco agridulce. Este joven hace acusaciones en su contra que podrían, de ser ciertas, provocar que sea ejecutada en muchos lugares de este mundo, ¿y sin embargo usted desea que no sea sometido a ningún inconveniente? —Sé que es tonto, pero la Duquesa le está empujando todo el tiempo, y la chica con quien va a casarse es tan húmeda como… —Ella se detuvo. Se escuchaban pisadas en la escalera de piedra que conducía desde la sala a la mazmorra, y ciertamente no tenían el pesado anillo de tachuelas de los guardias. Era Leticia, la futura novia, toda de blanco y en lágrimas. Llegó a las barras de la celda de Tiffany, se colgó de ellas, y siguió llorando: nada de grandes sollozos, sólo un moqueo sin fin, la nariz goteando, buscando a tientas en la manga el pañuelo de encajes que ya estaba totalmente empapado de lágrimas. La chica en realidad no miraba a Tiffany, sólo lloraba en su dirección general. —¡Lo siento mucho! ¡Realmente lo siento mucho! ¿Qué puede pensar de mí? Y ahí, justo ahí, estaba el inconveniente de ser una bruja. Aquí estaba una persona cuya mera existencia había llevado a Tiffany, una noche, a preguntarse acerca de todo este asunto de clavar alfileres en una figura de cera. No se había hecho realidad, porque era algo que no se debe hacer, algo que las brujas en gran medida ven mal, y porque era cruel y peligroso, y, sobre todo porque no había sido capaz de encontrar ningún alfiler. Y ahora la miserable criatura se encontraba en una especie de agonía, tan angustiada que la modestia y la dignidad estaban siendo arrastradas por una ondulante inundación de lágrimas gomosas. ¿Cómo podrían no arrastrar el odio también? Y, en verdad, nunca había sido mucho odio, más una especie de sentimiento molesto. Había sabido todo el tiempo que ella nunca sería una dama, no sin el pelo rubio y largo. Iba totalmente en contra de todo el libro de cuentos de hadas. A ella no le había gustado apresurarse a aceptarlo. —¡Realmente nunca quise que las cosas sucedieran así! —tragó Leticia—. ¡Realmente me siento muy, muy triste, no sé lo que pude haber estado pensando! —Y

tantas lágrimas, rodando por ese tonto vestido de encaje y… oh, no, era un perfecto globo de mocos en una perfecta nariz. Tiffany observaba con horror fascinado mientras la chica llorosa se soplaba una gran burbuja y… oh, no, ella no iba a, ¿verdad? Sí, iba a... Sí. Estrujó el goteante pañuelo sobre el suelo, que ya estaba mojado por el incesante llanto. —Mira, estoy segura de que las cosas no pueden estar tan mal como todo eso — dijo Tiffany, tratando de no escuchar los horribles ruidos goteantes sobre la piedra—. Si sólo dejaras de llorar por un momento, estoy segura de que todo puede resolverse, lo que sea. Esto provocó más lágrimas y algunos sollozos reales, genuinos, anticuados, del tipo que nunca escuchabas en la vida real… bueno, al menos, hasta ahora. Tiffany sabía que cuando la gente lloraba, decía bu-jú —o por lo menos, eso es lo que estaba escrito en los libros. Nadie lo decía en la vida real. Pero Leticia lo hacía, mientras proyectaba el llanto sobre los escalones. Había algo más allí, y Tiffany captó las palabras derramadas mientras eran bien y verdaderamente derramadas, y las leyó como algo húmedo que aterrizó en su cerebro. Ella pensó, Oh, ¿realmente? Pero antes de que pudiera decir nada, hubo un ruido en las escaleras de nuevo. Roland, la Duquesa, y uno de sus guardias vinieron corriendo hacia abajo, seguidos por Brian, que claramente se estaba fastidiando mucho porque los guardias de otras personas estaban traqueteando sobre los adoquines de su casa, y así se aseguraba de que cuando tuviera lugar un traqueteo, fuese a participar plenamente. Roland patinó sobre el charco de humedad, y echó los brazos protectoramente alrededor de Leticia, quien chapoteó y rezumó ligeramente. La Duquesa surgió sobre la pareja, lo que dejó poco espacio disponible para los guardias, que tuvieron que aguantar mirándose con ira el uno al otro. —¿Qué le has hecho? —demandó Roland—. ¿Cómo la atrajiste aquí abajo? El Sapo se aclaró la garganta y Tiffany le dio un empujón indigno con su bota. —No digas una palabra, anfibio —dijo entre dientes. Podía ser su abogado, pero si la Duquesa veía a un sapo actuar en calidad de abogado, eso sólo podría empeorar las cosas. Tal como sucedió, que no viera al Sapo hizo empeorar las cosas, porque la Duquesa gritó: —¿Has oído eso? ¿No hay fin a su insolencia? Ella me llamó un anfibio. Tiffany estaba a punto de decir “No quise decir usted, me refería a los otros anfibios”, pero se contuvo a tiempo. Se sentó, con una mano desparramó paja sobre el Sapo y se volvió a Roland. —¿Qué pregunta le gustaría que no responda en primer lugar? —¡Mis hombres saben cómo hacerte hablar! —dijo la Duquesa sobre el hombro de Roland. —Ya sé cómo hablar, gracias —dijo Tiffany—. Pensé que tal vez había venido a regodearse, pero las cosas parecen estar más... a flote. —Ella no puede salir, ¿verdad? —preguntó Roland al sargento. El sargento saludó con elegancia y le dijo:

—No, señor. Tengo las llaves de ambas puertas firmemente en el bolsillo, señor. —Le echó una mirada de suficiencia al guardia de la duquesa cuando dijo esto, como si dijera: ¡Algunas personas me hacen preguntas importantes y vuelven con respuestas precisas y rápidas por aquí, muchas gracias! Esto fue bastante dañado por la Duquesa diciendo: —Dos veces te ha llamado "señor" en lugar de "mi señor", Roland. No debemos permitir que las clases bajas actúen tan familiarmente contigo. Te he dicho esto antes. Tiffany habría pateado alegremente a Roland por no responder con fuerza a eso. Brian le había enseñado a montar a caballo, ella lo sabía, y le enseñó cómo sostener una espada y cómo cazar. Tal vez debería haberle enseñado modales también. —Disculpe —dijo ella bruscamente—. ¿Tiene la intención de mantenerme encerrada para siempre? No me importarían unos calcetines más y un par de vestidos de repuesto, y, por supuesto, algunos innombrables, si ése va a ser el caso. Es posible que la mención de la palabra "innombrables" fuera lo que puso nervioso al joven Barón. Pero se recuperó muy rápidamente y dijo: —Nosotros, eh... es decir, yo, eh... siento que tal vez debería mantenerla cuidadosamente, pero con humanidad, donde no pueda hacer ningún daño hasta después de la boda. Usted parece ser el centro de una gran cantidad de eventos desafortunados recientemente. Lo siento por esto. Tiffany no se atrevía a decir nada, porque no es de buena educación echarse a reír después de una oración solemne y estúpida como ésa. Él continuó, tratando de sonreír. —Se le pondrá cómoda, y por supuesto vamos a sacar las cabras, si lo desea. —Me gustaría dejarlas aquí, si es lo mismo para usted —dijo Tiffany—. Estoy empezando a disfrutar del placer de su compañía. ¿Pero puedo preguntar algo? —Sí, por supuesto. —Esto no va a ser acerca de ruecas que giran, ¿verdad? —preguntó Tiffany. Bueno, después de todo, sólo había una manera en que este razonamiento estúpido podría ser tomado. —¿Qué? —dijo Roland. La Duquesa rió triunfalmente. —¡Oh, sí, sería como que la descarada y confianzuda joven señora se mofe con sus intenciones! ¿Cuántas ruecas de hilar tenemos en este castillo, Roland? El joven se sobresaltó. Siempre lo hacía cuando su futura suegra se dirigía a él. —Eh, no lo sé. Creo que el ama de llaves tiene una, la rueca de mi madre todavía está en la alta torre... siempre hay unas pocas alrededor. A mi padre le gusta —le gustaba— ver a la gente con sus manos ocupadas. Y... realmente, no lo sé. —¡Voy a decirles a los hombres que busquen en el castillo y destruyan todas y cada una de ellas! —dijo la Duquesa—. ¡Voy a denunciar su farol! ¿Seguramente todo el mundo sabe acerca de las brujas rencorosas y las ruecas? ¡Un pequeño pinchazo en el dedo y todos vamos a terminar yendo a dormir durante cien años! Leticia, que había estado de pie en un estado de lloriqueo, alcanzó a decir: —Madre, tú sabes que nunca me has dejado que toque una rueca de hilar.

—Y nunca te tocará una rueca, nunca, Leticia, nunca en tu vida. Esas cosas están ahí para las clases trabajadoras. Tú eres una dama. Hilar es para sirvientes. Roland se había puesto rojo. —Mi madre solía hilar —dijo en forma deliberada—. Yo solía sentarme en la torre alta cuando ella estaba usándola a veces. Tenía incrustaciones de madreperla. Nadie va a tocarla. Le parecía a Tiffany, observando a través de las barras, que sólo alguien con la mitad de un corazón, muy poca bondad y nada de sentido común habría dicho algo en este momento. Pero la Duquesa no tenía sentido común, probablemente porque era, bien, demasiado común. —Insisto... —empezó ella. —No —dijo Roland. La palabra no fue fuerte, pero tenía una tranquilidad que de alguna manera era más que un grito, y matices y connotaciones que habrían detenido a una manada de elefantes. O, en este caso, a una Duquesa. Pero ella lanzó a su yerno una mirada que prometía un momento difícil cuando ella pudiera tomarse la molestia de pensar en uno. Por simpatía, Tiffany dijo: —Mire, yo sólo mencioné las ruecas de hilar para ser sarcástica. Ese tipo de cosas no sucede más. No estoy segura de que alguna vez sucedieran. Quiero decir, ¿gente yendo a dormir durante cien años, mientras que todos los árboles y las plantas crecen en el palacio? ¿Cómo se supone que funciona? ¿Por qué no fueron las plantas a dormir también? De lo contrario, habría zarzas creciendo en las narices de la gente, y estoy segura de que eso despertaría a todos. ¿Y qué ocurría cuando nevaba? — Mientras decía esto, ella fijó su atención en Leticia, que estaba casi gritando palabras derrame muy interesantes, que Tiffany anotó para su examen posterior. —Bien, puedo ver que una bruja causa interrupciones dondequiera que camina — dijo la Duquesa—, por lo que se quedará aquí, siendo tratada con más dignidad que la que merece, hasta que nosotros digamos. —¿Y qué le digo a mi padre, Roland? —dijo Tiffany dulcemente. Él se vio como si hubiera sido golpeado, y probablemente lo sería si el señor Doliente se enteraba de esto. Habría necesidad de una gran cantidad de guardias si el señor Doliente se enteraba que su hija menor había sido encerrada con las cabras. —Te diré qué —dijo Tiffany—. ¿Por qué no decir que me estoy quedando en el castillo para tratar asuntos importantes? ¿Estoy segura de que se puede confiar en el sargento aquí para llevar un mensaje a mi papá sin molestarlo? —Ella hizo de esto una pregunta y vio asentir a Roland, pero la Duquesa no pudo evitarlo. —¡Tu padre es un inquilino del Barón y hará lo que le dicen! Ahora Roland estaba tratando de no retorcerse. Cuando el señor Doliente había trabajado para el viejo Barón, ellos tenían, como hombres de mundo, un acuerdo razonable, que era que el Sr. Doliente haría lo que el Barón le pidiera que hiciera. Siempre y cuando el Barón pidiera al señor Doliente hacer lo que el señor Doliente quería hacer y tenía que hacer. Eso era lo que significaba la lealtad, le había dicho su padre un día. Esto significaba que los hombres buenos de todo tipo trabajaban bien cuando comprendían acerca de los derechos y deberes y la dignidad de la gente común. Y la gente atesoraba esa dignidad tanto más cuanto que era, poniendo o sacando algunas

sábanas, ollas y sartenes y algunas herramientas y cuchillería, más o menos todo lo que tenían. El acuerdo no era necesario que se hablara, porque cada persona sensata sabía cómo funcionaba: mientras seas un buen patrón, seré un buen trabajador. Voy a ser leal a ti, mientras seas leal a mí, y mientras el círculo no se rompa, así es como las cosas van a seguir siendo. Y Roland estaba rompiendo el círculo, o al menos permitiendo que la Duquesa que lo hiciera por él. Su familia había gobernado la Creta por unos pocos cientos de años, y había pedazos de papel para probarlo. No había nada para probar cuándo el primer Doliente había puesto los pies en la Creta; nadie había inventado el papel para entonces. La gente no estaba contenta con las brujas en este momento —estaban molestos y confundidos— pero lo último que Roland podía necesitar era al Sr. Doliente buscando una respuesta. Incluso con algunas canas en su pelo, el señor Doliente podía hacer algunas preguntas muy difíciles. Y tengo que estar aquí ahora, pensó Tiffany. He encontrado un hilo, y lo que haces con los hilos es tirar de ellos. En voz alta, dijo: —No me importa estar aquí. Estoy segura de que no queremos ningún pequeño problema. Roland pareció aliviado al respecto, pero la Duquesa se volvió hacia el sargento y le dijo: —¿Está seguro de que está encerrada? Brian se irguió; había estado erguido ya, y ahora probablemente estaba de puntillas. —Sí, se… su señoría, como he dicho, sólo hay una llave para ambas puertas, y las tengo en mi bolsillo justo aquí. —Dio una palmada en el bolsillo de la derecha, que sonó. Al parecer, el sonido fue suficiente para satisfacer a la Duquesa, quien dijo: —Entonces, creo que podemos descansar un poco más felices en nuestras camas esta noche, Sargento. Vamos, Roland, y hazte cargo de Leticia. Me temo que necesita su medicina de nuevo… Dios sabe lo que la infeliz le dijo. Tiffany los vio irse, todos excepto Brian, quien tuvo la decencia de parecer avergonzado. —¿Podría usted acercarse aquí, por favor, sargento? Brian suspiró, y se acercó un poco más a las barras. —No me vas a dar problemas, ¿verdad, Tiff? —Por supuesto que no, Brian, y espero y confío en que no trates de crearme problemas a mí. El sargento cerró los ojos y gimió. —Estás planeando algo, ¿no? ¡Lo sabía! —Permíteme decirlo de esta manera —dijo Tiffany, inclinándose hacia delante—. ¿Qué tan probable es, crees tú, que me vaya a quedar esta noche en la celda? Brian dio palmaditas a su bolsillo. —Bueno, no te olvides que tengo las… —Fue terrible verlo arrugar su cara como un cachorrito al que se ha dado una fuerte reprimenda—. ¡Las tomaste de mi bolsillo! —Él la miró suplicante, como un cachorrito que ahora esperaba algo mucho peor que una reprimenda.

Para sorpresa y temor del sargento, Tiffany le entregó las llaves de nuevo, con una sonrisa. —¿Seguramente no crees que una bruja necesite llaves? Y te prometo que voy a estar de vuelta aquí a las siete de la mañana. Creo que estarás de acuerdo, dadas las circunstancias, que éste es muy buen trato, sobre todo porque voy a encontrar algo de tiempo para cambiar el vendaje en la pierna de tu madre. La expresión de su rostro fue suficiente. Cogió las llaves agradecido. —¿Supongo que no es bueno que te pregunte cómo vas a salir? —dijo esperanzado. —No creo que debas hacer esa pregunta en estas circunstancias, ¿verdad, Sargento? Él vaciló, y luego sonrió. —Gracias por pensar en la pierna de mi madre —dijo—. Se ve un poco morada por el momento. Tiffany respiró hondo. —El problema es, Brian, que tú y yo somos los únicos en pensar en la pierna mala de tu madre. Hay viejos por ahí que necesitan que alguien les ayude a entrar y salir de la bañera. Hay píldoras y pociones que necesitan ser hechas y gente que llevar a lugares difíciles-de-alcanzar. Está el Sr. Bouncer, que apenas puede caminar a menos que le dé una buena frotada de linimento. —Sacó su diario, que se mantenía unido con trozos de cuerda y bandas elásticas, y lo agitó hacia él—. Esto está lleno de cosas que hacer para mí, porque yo soy la bruja. Si no las hago, ¿quién las hará? La joven Sra. Trollope va a tener gemelos pronto, estoy segura de ello, puedo escuchar los latidos de los corazones por separado. Primera vez que da a luz, también. Ella ya está muerta de miedo, y la otra partera más cercana está a diez millas de distancia y, tengo que decirlo, es un poco corta de miras y olvidadiza. Tú eres un oficial, Brian. Se supone que los oficiales son hombres de recursos, por lo que si la pobre joven madre viene en busca de ayuda, estoy segura que sabrás qué hacer. Tuvo el placer de ver su rostro ir muy cerca del blanco. Antes de que pudiera tartamudear una respuesta, continuó: —¡Pero no puedo ayudar, ya ves, porque la malvada bruja debe estar encerrada en caso de que ponga sus manos sobre una rueca cargada! ¡Encerrada por un cuento de hadas! Y el problema es que creo que alguien puede morir. Y si lo dejo morir, entonces soy una bruja mala. El problema es que soy una bruja mala de todos modos. Debo serlo, porque me has encerrado. Ella realmente lo sentía por él. Él no se había convertido en un sargento para lidiar con este tipo de cosas; la mayor parte de su experiencia táctica consistía en atrapar cerdos escapados. ¿Debía culparlo por lo que le habían ordenado hacer?, se preguntó. Después de todo, no se puede culpar al martillo por lo que el carpintero hace con él. Pero Brian tiene un cerebro, y el martillo no. Tal vez debería tratar de usarlo. Tiffany esperó hasta que el sonido de sus botas indicó que el sargento había decidido bastante correctamente que podía ser una buena idea poner una distancia plausible entre la celda y él mismo esa noche, y quizás también pensar un poco en su futuro. Además, los Feegle comenzaron a aparecer desde todos los rincones, y tenían un instinto maravilloso para no ser descubiertos. —No debiste robar las llaves de su bolsillo —dijo ella mientras Roba A Cualquiera escupía un pedazo de paja.

—¿Sí? ¡Él quiere manteneros bajo llave! —Bueno, sí, pero él es una persona decente. —Sabía que sonaba estúpido, y Roba A Cualquiera debía haberlo sabido también. —Oh sí, claro, ¿una persona decente que te encierra por mandato de esa vieja mujer? —gruñó—. ¿Y qué hay acerca de esa gran tira pequeñita goteando con el vestido blanco? Me di cuenta que tendríamos que construir canaletas delante de ella. —¿Era ella una de esas ninfas del agua? —dijo Wullie Tonto, pero la opinión mayoritaria fue que la muchacha estaba hecha de alguna forma de hielo y se había estado derritiendo. Bajando por las escaleras, un ratón estaba nadando a la seguridad. Casi sin que ella lo supiera, la mano izquierda de Tiffany se deslizó en el bolsillo y sacó un trozo de cuerda, que fue dejada temporalmente en la cabeza de Roba A Cualquiera. La mano volvió a entrar en el bolsillo y volvió a salir con una interesante llave pequeña que había recogido por el costado de la calle hacía tres semanas, un paquete vacío que había contenido semillas de flores y una pequeña piedra con un agujero en ella. Tiffany siempre juntaba las piedras pequeñas con agujeros en ellas, porque traían suerte; las guardaba en el bolsillo hasta que la piedra pasaba a través de la tela y se caía, dejando sólo el agujero. Eso fue suficiente para hacer un amaño de emergencia, salvo que por lo general necesitas algo vivo, por supuesto. La cena de escarabajos del Sapo había desaparecido por completo, sobre todo dentro del Sapo, así que ella lo recogió y lo ató con cuidado en el diseño, sin prestar atención a sus amenazas de acciones legales. —¡No sé por qué no utiliza a uno de los Feegle! —dijo—. ¡A ellos les gusta este tipo de cosas! —Sí, pero la mitad de las veces el amaño termina señalándome la taberna más cercana. Ahora, sólo relájese, ¿quiere? Las cabras perseveraban en masticar mientras movía el amaño aquí y allá, en busca de una pista. Leticia había estado desolada, profunda y húmedamente desolada. Y ese último conjunto de palabras derrame fue un conjunto de palabras que ella no fue lo suficientemente valiente para decirlas, pero no lo suficientemente rápida para detenerlas. Fueron: “¡Yo no quise hacerlo!”. Nadie sabía cómo funcionaba un amaño. Todo el mundo sabía que funcionaba. Tal vez todo lo que hacía era hacerte pensar. Tal vez lo que hacía era dar a tus ojos algo que mirar mientras pensabas, y Tiffany pensó: Alguien más en este edificio es mágico. El amaño se torció, el sapo se quejó y el hilo plateado de una conclusión flotó a través de la Segunda Visión de Tiffany. Volvió sus ojos hacia el techo. El hilo de plata brillaba, y pensó: Alguien en este edificio está usando magia. Alguien que está muy desolada por lo que hizo. ¿Era posible que la permanentemente pálida, permanentemente húmeda e irrevocablemente acuarelista Leticia fuera en realidad una bruja? Parecía impensable. Bueno, no tenía sentido preguntar qué estaba sucediendo cuando podías simplemente ir y descubrirlo por ti misma. Era agradable pensar que los barones de la Creta se llevaban bien con tanta gente en los últimos años que se habían olvidado de cómo encerrar a nadie. La prisión se había convertido en una cabreriza cubierta, y la diferencia entre un calabozo y una cabreriza es que no es necesario un fuego en una cabreriza cubierta, porque las cabras son muy buenas en mantenerse calientes. Necesitas uno en un calabozo, sin embargo, si deseas mantener a tus prisioneros agradables y cálidos, y si realmente no te gustan tus presos entonces necesitarás un fuego para mantenerlos asquerosos y

calientes. Terminalmente calientes. Yaya Doliente le había dicho a Tiffany, que una vez cuando era niña había habido todo tipo de cosas horribles de metal en el calabozo, en su mayoría para separar a la gente, un poco a la vez, pero resultó que nunca hubo un detenido bastante malo para usarlas en él. Y, si se trataba de eso, nadie en el castillo quería usar ninguna de las cosas, que a menudo atrapaban los dedos si no te cuidabas, por lo que fueron enviadas todas hasta el herrero para convertirlas en cosas más sensatas como palas y cuchillos, a excepción de la Doncella de Hierro, que había sido utilizada como una pinza de nabo hasta que la parte superior se cayó. Y por eso, porque nadie en el castillo había sido muy entusiasta acerca de la mazmorra, todo el mundo se había olvidado de que había una chimenea. Y es por eso que Tiffany levantó la vista y vio, por encima de ella, ese pequeño retazo de azul que un preso llama el cielo, pero que ella, tan pronto como fuera lo suficientemente oscuro, tenía la intención de llamar la salida. Resultó ser un poco más difícil de usar que lo que esperaba, era demasiado estrecha para subir sentada en el palo, así que tuvo que colgarse de las cerdas y dejar que la escoba la arrastrara hacia arriba mientras ella se defendía de las paredes con sus botas. Por lo menos conocía su camino por allí. Todos los chicos lo conocían. Probablemente no había un niño crecido en la Creta que no hubiera rayado su nombre en el plomo del techo, muy probablemente junto a los nombres de su padre, abuelos, bisabuelos e incluso tatarabuelos, hasta que los nombres se perdían entre las rayas. La idea central sobre un castillo es que nadie debería entrar si no los quieres, y así, no había ventanas hasta que has llegado casi hasta la cima, donde estaban las mejores habitaciones. Roland hacía tiempo que se había trasladado a la habitación de su padre… ella lo sabía porque le había ayudado a mover sus cosas cuando el viejo Barón había aceptado por fin que estaba demasiado enfermo para subir las escaleras por más tiempo. La Duquesa estaría en la gran habitación de huéspedes, a medio camino entre esa habitación y la Torre de la Doncella —que en realidad era su nombre —donde Leticia estaría durmiendo. Nadie pondría atención sobre esto, pero el acuerdo significaba que la madre de la novia estaría durmiendo en la habitación entre el novio y la novia, posiblemente con los oídos muy atentos en todo momento para cualquier sonido de tejes o incluso de manejes. Tiffany se deslizó en silencio a través de la penumbra y dio un cuidadoso paso en una alcoba, cuando oyó pisadas en la escalera. Pertenecían a una criada, llevando una jarra en una bandeja, la cual estuvo a punto de verter cuando la puerta de la habitación de la Duquesa se abrió de golpe y la Duquesa misma la miró, sólo para comprobar que nada estaba pasando. Cuando la sirvienta se movió de nuevo, Tiffany la siguió, en silencio y, como sabía el truco, invisible también. El guardia sentado junto a la puerta levantó la mirada esperanzadamente cuando llegó la bandeja, y se le dijo bruscamente que bajara a buscar su propia cena; luego la criada entró en la habitación, la bandeja fue colocada junto a la cama grande, y la criada salió, preguntándose por un momento si sus ojos le habían estado jugando una mala pasada. Leticia parecía estar durmiendo bajo la nieve recién caída, y casi se echaba a perder el efecto cuando comprendías que eran en su mayoría pañuelos de papel estrujados. Pañuelos de papel usados, por cierto. Éstos eran muy raros en la Creta, porque eran muy caros, y si tenías alguno, no se consideraba de mala educación secarlo enfrente del fuego para su posterior reutilización. El padre de Tiffany decía que cuando él era niño tenía que sonarse la nariz con ratones, pero esto probablemente era dicho con el fin de hacerla chillar.

En este momento, Leticia se sonó la nariz con un poco femenino ruido de bocinazo y, para sorpresa de Tiffany, miró con sospecha por la habitación. Incluso dijo: —¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —Una pregunta que, considerada con sensatez, nunca va a llevarte a ninguna parte. Tiffany se retiró más lejos a una sombra. A veces podía engañar a Yaya Ceravieja en un buen día, y una princesa boba no tenía nada para sentir su presencia. —Yo puedo gritar, usted sabe —dijo Leticia, mirando a su alrededor—. ¡Hay un guardia justo fuera de mi puerta! —En realidad, se ha ido abajo para tomar su cena —dijo Tiffany—, lo cual francamente llamo muy poco profesional. Tendría que haber esperado a ser relevado por otro guardia. Personalmente, creo que tu madre está más preocupada acerca de cómo se ven sus guardias que sobre su forma de pensar. Incluso el joven Preston es mejor guardia que ellos. A veces la gente no sabe que está allí hasta que te toca en el hombro. ¿Sabías que la gente muy rara vez comienza a gritar mientras alguien está hablando con ellos? No sé por qué. Supongo que es porque estamos educados para ser corteses. Y si piensas que vas a hacerlo ahora, me gustaría señalar que si yo tuviera la intención de hacer algo malo, lo hubiera hecho ya, ¿no te parece? La pausa fue bastante más larga que lo que a Tiffany le gustaba. Después, Leticia dijo: —Tienes todo el derecho de estar enojada. Estás enojada, ¿no? —No por el momento. Por cierto, ¿no vas a beber tu leche antes de que se enfríe? —En realidad, siempre la tiro por el retrete. Sé que es un malvado desperdicio de buena comida y que hay una gran cantidad de niños pobres a quienes les encantaría una copa de leche caliente, pero no merecen la mía porque mi madre hace que las criadas pongan un medicamento en él para ayudarme a dormir. —¿Por qué? —dijo Tiffany con incredulidad. —Ella cree que lo necesito. No, de verdad. No tienes idea de lo que es. Es como estar en la cárcel. —Bueno, creo que sé lo que es eso ahora —dijo Tiffany. La chica en la cama empezó a llorar otra vez, y Tiffany la hizo callar. —No quise que se pusiera tan mal —dijo Leticia, sonándose la nariz como un cuerno de caza—. Sólo quería que a Roland no le gustases tanto. ¡No te puedes imaginar lo que es, ser yo! Lo más que se me permite hacer es pintar cuadros, y sólo con acuarelas. ¡Ni siquiera dibujar con carbón! —Me preguntaba sobre eso —dijo Tiffany distraídamente—. Roland, una vez solía escribir a la hija de Lord Diver, Iodina, y ella también solía pintar acuarelas todo el tiempo. Me pregunto si se trata de algún tipo de castigo. Pero Leticia no estaba escuchando. —Tú no tienes que sentarte y pintar cuadros. Puedes volar todo el tiempo — estaba diciendo—. Das órdenes a las personas, haces cosas interesantes. ¡Ah, yo quería ser una bruja cuando era pequeña! Pero para mi suerte, tenía el pelo largo y rubio, y una tez pálida, y un padre muy rico. ¿Qué tiene de bueno eso? ¡Las chicas así no pueden ser brujas!

Tiffany sonrió. Estaban llegando a la verdad, y era importante permanecer atenta y amable antes de que la represa se rompiera otra vez y todos se inundaran. —¿Tuviste un libro de cuentos de hadas cuando eras joven? Leticia se sonó la nariz otra vez. —Oh, sí. —¿Era el que tiene un cuadro muy atemorizador de un duende en la página siete, por casualidad? Solía cerrar los ojos cuando llegaba a esa página. —Escribí todo sobre él con un lápiz negro —dijo Leticia en voz baja, como si fuera un alivio contarle algo a alguien. —Yo no te gustaba. Y así que decidiste hacer algo de magia en mi contra... — Tiffany habló en voz muy baja, porque había algo frágil en Leticia. De hecho la muchacha buscó más pañuelos, pero parecía que se había quedado sin sollozos por un momento… como se vio después, sólo por un momento. —¡Lo siento tanto! Si lo hubiera sabido, nunca habría… —Tal vez debería decirte —continuó Tiffany—, que Roland y yo éramos... bueno, amigos. Más o menos el único amigo que el otro tenía. Pero en cierto modo, era el tipo equivocado de amistad. No nos juntamos nosotros, sucedieron cosas que nos juntaron. Y no nos dimos cuenta de eso. Él era hijo del Barón, y una vez que sabes que eres el hijo del Barón y a todos los niños se les ha dicho cómo actuar hacia el hijo del Barón, entonces no tienes mucha gente con quien puedas hablar. Y entonces estaba yo. Yo era la chica lo suficientemente inteligente para ser una bruja y tengo que decir que éste no es un trabajo que te permita tener gran vida social. Si lo deseas, dos personas que quedaron fuera pensaron que eran el mismo tipo de personas. Ahora lo sé. Desafortunadamente Roland fue el primero en darse cuenta de eso. Y ésa es la verdad. Yo soy la bruja, y él es el Barón. Y tú vas a ser la Baronesa, y no debe preocuparte si la bruja y el Barón —en beneficio de todo el mundo— están en buenos términos. Y eso es todo lo que hay, y de hecho no hay ni siquiera un eso, sólo el fantasma de un eso. Vio el alivio viajar por el rostro de Leticia como el sol naciente. —Y ésa es la verdad de mí, señorita, así que me gustaría la verdad de ti. Mira, ¿podemos salir de aquí? Me temo que algunos guardias podrían entrar en cualquier momento y tratar de ponerme en un lugar del que no pueda salir. Tiffany consiguió poner a Leticia sobre la escoba con ella. La muchacha se inquietó, pero simplemente quedó sin aliento cuando la escoba navegó gentilmente hacia abajo desde las almenas del castillo, recorrió el pueblo y aterrizó en un campo. —¿Has visto los murciélagos? —dijo Leticia. —Oh, a menudo vuelan alrededor de la escoba si no te mueves muy rápido —dijo Tiffany—. Una piensa que la evitarían, en realidad. Y ahora, señorita, ahora las dos estamos muy lejos de cualquier ayuda, dime lo que hiciste para que la gente me odie. El pánico llenó la cara de Leticia. —No, no voy a hacerte daño —dijo Tiffany—. Si fuera a hacerlo, lo habría hecho hace mucho tiempo. Pero quiero limpiar mi vida. Dime lo que hiciste. —He utilizado el truco del avestruz —dijo Leticia rápidamente—. Tú sabes, se llama magia antipática: haces un modelo de la persona y lo pegas cabeza abajo en un cubo de arena. Realmente me siento muy, muy triste...

—Sí, ya lo dijiste —dijo Tiffany—, pero nunca he oído hablar de este truco. No puedo ver cómo podría funcionar. No tiene sentido. Pero funcionó en mí, pensó. Esta niña no es una bruja, y lo que ella intentó no era un conjuro, pero funcionó en mí. —No tiene que tener sentido si es magia —dijo Leticia esperanzadamente. —Tiene que tener algún sentido en alguna parte —dijo Tiffany, mirando las estrellas que salían. —Bueno —dijo Leticia—, lo saqué de Hechizos Para Los Amantes de Anathema Bugloss, si eso es algún tipo de ayuda. —Ése es el que tiene la imagen de la autora sentada en un palo de escoba, ¿no? —dijo Tiffany—. Sentada en él al revés, debo añadir. Y no tiene una correa de seguridad. Y ninguna bruja que haya conocido usa antiparras. Y en cuanto a llevar un gato contigo, no se sostiene. Es un nombre inventado también. He visto el libro en el catálogo de Boffo. Es basura. Es para niñas bobas que piensan que todo lo que necesitan para hacer magia es comprar un palo muy caro con una piedra semipreciosa pegada en el extremo, sin ofender. Bien podrías elegir un palo de la cerca y llamarlo una varita. Sin decir nada, Leticia caminó un poco hasta el seto que había entre el campo y la carretera. Siempre hay un palo útil en un seto si hurgas lo suficiente. Ella lo sacudió vagamente en el aire, y dejó una línea de color azul claro detrás de él. —¿Como éste? —dijo. Por un buen rato, no se escuchó sonido, aparte del ocasional ulular de un búho y, para aquellos con muy buen oído, el ruido de los murciélagos. —Creo que es hora de que tengamos un poco de charla apropiada, ¿no? —dijo Tiffany.

Capítulo 11 LA HOGUERA DE LAS BRUJAS —TE CONTÉ QUE SIEMPRE quise ser una bruja —dijo Leticia—. No sabes lo difícil que puede ser cuando tu familia vive en una gran mansión y es tan antigua que el escudo de armas tiene unas pocas piernas en él también. Todo eso se interpone en el camino y, si me disculpas, me gustaría haber nacido con tus desventajas. Sólo me enteré sobre el catálogo Boffo cuando escuché a dos de las criadas reírse de él cuando fui a la cocina un día. Se escaparon, todavía riendo, debo añadir, pero lo dejaron atrás. No pude pedir tantas cosas como me gustaría, porque mi doncella me espía y le dice a Madre. Pero el cocinero es un tipo decente, así que le di dinero y los números de catálogo y se lo entregaban a su hermana en Jamón-en-Centeno. No puedo pedir algo muy grande, sin embargo, porque las criadas siempre están quitando el polvo y limpiando por todas partes. Me gustaría mucho uno de los calderos que burbujean en verde, pero me dices que es sólo una broma. Leticia había tomado un par de palos de la cerca y los clavó en el suelo delante de ella. Hubo un resplandor azul en la punta de cada uno. —Bueno, para todos los demás es una broma —dijo Tiffany—, pero para ti espero que produzcan pollos fritos. —¿De verdad lo crees? —dijo Leticia con impaciencia. —No estoy segura de que pueda pensar en nada si estoy al revés con la cabeza en un cubo de arena —dijo Tiffany—. Tú sabes que eso suena un poco como magia de magos. Este truco... estaba en el libro de la Sra. Bugloss, dices. Mira, lo siento, pero eso realmente es algo Boffo. No es real. Es sólo para personas que piensan que la brujería tiene que ver con flores y pociones de amor y bailar por ahí sin tus calzones — algo que no puedo imaginar haciendo a una bruja de verdad... —Tiffany vaciló, porque ella era, naturalmente, honesta, y continuó—: Bueno, tal vez Tata Ogg, cuando el estado de ánimo la lleva. Es la brujería con todas las costras quitadas, y la brujería real es toda costras. Pero tomaste uno de sus tontos hechizos para empleadas domésticas con risitas y lo utilizaste en mí, ¡y ha funcionado! ¿Hay una bruja real en tu familia? Leticia sacudió su cabeza y su largo cabello rubio brillaba incluso a la luz de la luna. —Nunca he oído hablar de ninguna. Mi abuelo era un alquimista —no profesional, por supuesto. Él fue la razón de por qué la sala no tiene más un ala este. Mi madre... No la puedo imaginar haciendo magia, ¿verdad?

—¿Ella? ¡En absoluto! —Bueno, nunca la he visto hacer ninguna y ella quiere ayudar. Ella dice que lo único que quiere es lo mejor para mí. Perdió a toda su familia en un incendio, no lo sabes. Perdió todo —dijo Leticia. A Tiffany no podía disgustarle la chica. Sería como una aversión a un desconcertado cachorro, pero no pudo evitar decir: —¿Y tú quisiste ayudar? Tú sabes, ¿cuando hiciste un modelo de mí y lo pusiste cabeza abajo en un cubo de arena? Debía haber habido reservorios en Leticia. Ella nunca estaba a más de un vaso de agua de distancia de una lágrima. —Mira — dijo Tiffany—, no me importa, de verdad. ¡Aunque francamente quisiera creer que fue sólo un hechizo! Simplemente lo quito de nuevo entonces, y nos podemos olvidar de todo. Por favor, no empieces a llorar otra vez, lo pone todo tan húmedo. Leticia inspiró. —Oh, es sólo que, bueno, no lo hice aquí. Lo dejé en casa. Está en la biblioteca. La última palabra de la frase resonó en la cabeza de Tiffany. —¿Una biblioteca? ¿Con libros? —No se supone que las brujas estén particularmente preocupadas por los libros, pero Tiffany había leído todos y cada uno que pudo. Nunca se sabía lo que podía salir de un libro—. Es una noche muy cálida para esta época del año —dijo—, y tu comarca no está demasiado lejos, ¿verdad? Podrías estar de vuelta en la torre y en la cama en un par de horas. Por primera vez desde que Tiffany la había conocido, Leticia sonrió, verdaderamente sonrió. —¿Puedo ir adelante esta vez, entonces? —dijo. Tiffany voló bajo sobre las colinas La luna estaba en camino a estar llena, y era una verdadera luna de cosecha, del color cobre de la sangre. Era por el humo de la quema de los rastrojos, colgando en el aire. Cómo el humo azul de los tallos de trigo ardiendo ponía la luna de color rojo, no lo sabía, y ella no iba a volar todo el camino para averiguarlo. Y Leticia parecía estar en algún tipo de cielo personal. Ella charló todo el tiempo, lo cual era sin duda mejor que el llanto. La chica era sólo ocho días más joven que ella. Tiffany lo sabía, porque había tomado gran cuidado en averiguarlo. Pero eso eran sólo números. No se sentía como eso. De hecho se sentía lo suficientemente mayor para ser la madre de la chica. Era extraño, pero Petulia y Annagramma y el resto de ellas allá en la montaña le habían dicho todas lo mismo: las brujas crecían por dentro. Había que hacer lo que necesitaba ser hecho pero que te revolvía el estómago como una rueda girando. Veías cosas a veces que nadie debería tener que ver. Y, por lo general sola, y a menudo en la oscuridad, tenías que hacer las cosas que había que hacer. En aldeas distantes, cuando una nueva madre estaba dando a luz y las cosas se habían convertido en problemas graves, confiabas en que hubiera una vieja comadrona local, que al menos pudiera darte algún tipo de apoyo moral, pero aún así, cuando llegabas hasta ella y había que tomar la decisión de vida o muerte, era tomada por ti, porque tú eras la bruja. Y a veces no era una decisión entre una cosa buena y una mala, sino una decisión entre dos cosas malas: no hay decisiones correctas, sólo... opciones.

Y ahora ella vio algo acelerando sobre el césped a la luz de la luna y manteniendo el paso fácilmente con el palo. Mantuvo el ritmo durante varios minutos y después, con un salto girando, se dirigió de nuevo a las sombras de la luna. La liebre corre en el fuego, pensó Tiffany, y tengo la sensación de que yo también. La Casa Recuerdo estaba en el otro extremo de la Creta, y era en verdad el extremo de la Creta porque la creta daba paso a la arcilla y la grava. Había un parque aquí, y altos árboles — bosques de ellos— y fuentes enfrente de la casa en sí, que extendía la palabra “casa” hasta el punto de ruptura, ya que se parecía a una media docena de mansiones pegadas. Había dependencias, alas, un gran lago ornamental, y una veleta en forma de una garza, que Tiffany casi chocó. —¿Cuánta gente vive aquí? —acertó a decir mientras estabilizaba la escoba y aterrizaba sobre lo que ella esperaba que fuese un prado, pero resultó ser pasto seco de casi cinco pies de profundidad. Se dispersaron conejos, alarmados por la intrusión aérea. —Sólo yo y Madre ahora —dijo Leticia; la hierba muerta crepitó bajo sus pies cuando saltó—, y los criados, por supuesto. Tenemos muchos de ellos. No te preocupes, todos estarán en la cama por ahora. —¿Cuántos sirvientes necesitan para dos personas? —preguntó Tiffany. —Cerca de doscientos cincuenta. —No te creo. Leticia se volvió mientras abría el camino hacia una puerta distante. —Bueno, incluidas las familias. Hay unos cuarenta en la granja y otros veinte en la lechería, y otras veinticuatro para trabajar en los bosques, setenta y cinco en los jardines, que incluyen la casa de las bananas, la fosa de las piñas, la casa de los melones, la casa de los nenúfares y la pesquería de truchas. El resto trabaja en la casa y las habitaciones de pensionados. —¿Qué son? Leticia se detuvo con la mano en el oxidado picaporte de latón. —¿Crees que mi madre es una persona muy grosera y mandona, ¿no? Tiffany no veía otra alternativa que decir la verdad, aun a riesgo de lágrimas a medianoche. Ella dijo: —Sí, es verdad. —Y tienes razón —dijo Leticia, girando el pomo de la puerta—. Pero ella es leal a las personas que son leales a nosotras. Siempre lo hemos sido. Nadie es despedido por estar demasiado viejo o demasiado enfermo o demasiado confundido. Si no se pueden manejar en sus casas, viven en una de las alas. ¡De hecho, la mayoría de los sirvientes están cuidando de los sirvientes de edad! Podemos ser pasados de moda y un poco esnob y detrás de los tiempos, pero nadie que trabaja para el Recuerdo nunca tendrá que mendigar su comida al final de su vida. Por fin, el malhumorado pomo de la puerta giró, dando paso a un largo pasillo que olía a... que olía a... que olía a viejo. Ésa era la única manera de describirlo, pero si había suficiente tiempo para pensar, diría que era una mezcla de hongos secos, madera húmeda, polvo, ratones, tiempo muerto y libros antiguos, que tienen un olor

propio intrigante. Eso era todo, decidió Tiffany. Días y horas habían muerto tranquilamente aquí, mientras nadie se daba cuenta. Leticia hurgó en un estante dentro de la puerta, y encendió una lámpara. —Nadie viene aquí en estos días, excepto yo —dijo ella—, porque está embrujada. —Sí —dijo Tiffany, tratando de mantener su voz sin emoción—. Por una mujer sin cabeza con una calabaza debajo del brazo. Ella está caminando hacia nosotras en este momento. ¿Había esperado conmoción? ¿O lágrimas? Lo que Tiffany sin duda no esperaba era que Leticia dijera: —Ésa debe ser Mavis. Tendré que cambiar su calabaza, tan pronto como las nuevas estén maduras. Comienzan a ponerse, bueno, algo podridas después de un tiempo. —Levantó la voz—. ¡Soy sólo yo, Mavis, no hay nada que temer! Con un sonido como un suspiro, la mujer sin cabeza se volvió y comenzó a retroceder por el pasillo. —La calabaza fue idea mía —continuó Leticia volublemente—. Era imposible hacerle frente antes de eso. Buscando la cabeza, ¿sabes? La calabaza le da un poco de consuelo, y francamente no creo que ella entienda la diferencia, pobre alma. Ella no fue ejecutada, por cierto. Creo que quiere que todo el mundo lo sepa. Se trata simplemente de un accidente que implicó un tramo de escaleras, un gato y una guadaña Y ésta es la chica que pasa todo el tiempo llorando, pensó Tiffany. Pero éste es su lugar. En voz alta, dijo: —¿Algún fantasma más para mostrarme, por si acaso quiero mojarme de nuevo? —Bueno, ahora no —dijo Leticia, saliendo por el pasillo—. El esqueleto que gritaba dejó de gritar cuando le di un viejo osito de peluche, aunque no estoy segura de por qué funcionó y, oh sí, el fantasma del primer duque ahora encanta el lavabo al lado del comedor, que nosotros no usamos muy a menudo. Él tiene la costumbre de tirar de la cadena en momentos inconvenientes, pero eso es mejor que las lluvias de sangre que solíamos tener. —Tú eres una bruja—. Las palabras salieron de la boca de Tiffany por sí solas, incapaces de permanecer en la privacidad de su mente. La chica la miró asombrada. —No seas tonta —dijo—. Las dos sabemos de qué va, ¿no? Cabello largo y rubio, la piel blanca como la leche, noble —bien, un nacimiento razonablemente noble — y rica, al menos técnicamente. Soy oficialmente una dama. —Tú sabes —dijo Tiffany—, tal vez es un error basar tu futuro en un libro de cuentos de hadas. Normalmente, las niñas con la persuasión de princesa no ayudan a fantasmas sin cabeza en dificultades, dándoles una calabaza para llevar. En cuanto a detener los gritos del esqueleto que grita, dándole un oso de peluche, tengo que decir que estoy impresionada. Eso es lo que Yaya Ceravieja llama cabezología. La mayor parte del arte es cabezología, al fin de cuentas: cabezología y Boffo. Leticia parecía nerviosa y satisfecha al mismo tiempo, por lo que su cara se manchó de blanco y rosa. Era, Tiffany tenía que acordar, el tipo de rostro que se asomaba por la ventana de la torre, esperando a un caballero sin nada mejor que hacer

con su tiempo que salvar a su dueña de los dragones, de los monstruos y, si todo lo demás fallaba, del aburrimiento. —No tienes que hacer algo al respecto —agregó Tiffany—. El sombrero puntiagudo es opcional. Pero si la Srta. Tick estuviera aquí, definitivamente sugeriría una carrera. No es bueno ser una bruja sola. Habían llegado al final del pasillo. Leticia giró otro chirriante pomo de puerta, que se quejó cuando la puerta se abrió, y lo mismo hizo la puerta. —Ciertamente he topado con eso —dijo Leticia—. ¿Y la Srta. Tick...? —Ella viaja por todo el país buscando chicas que tienen talento para el arte —dijo Tiffany—. Dicen que tú no encuentras la brujería, que ella te encuentra a ti, y en general es la señorita Tick quien te toca en el hombro. Ella es una cazabrujas, pero no creo que entre en muchas casas grandes. Ellas ponen a las brujas nerviosas. ¡Oh cielos! —Y esto se debió a que Leticia había encendido una lámpara de aceite. La habitación estaba llena de estanterías, y los libros sobre ellas resplandecían. Éstos no eran los baratos libros modernos, eran libros encuadernados en cuero, y no sólo cuero, si no cuero de vacas inteligentes, que habían dado su vida por la literatura después de una existencia feliz en los mejores pastos. Los libros brillaban cuando Leticia se movió por la gran sala encendiendo otras luces. Ella las izó hacia el techo en sus largas cadenas, que se balanceaban suavemente mientras ella tiraba, de manera que el brillo de los libros se mezclaba con el brillo de los objetos de latón, hasta que la habitación pareció estar llena de oro rico, maduro. Leticia estaba claramente satisfecha por la forma en que Tiffany se quedó mirando. —Mi bisabuelo era un gran coleccionista —dijo—. ¿Ves todo el latón pulido? Eso no es para mostrar, eso es por el gusano de biblioteca punto tres-cero-tres, que puede moverse tan rápido que puede taladrar un agujero hasta el final a través de una estantería completa de libros en una fracción de segundo.¡Ah, pero no cuando se encuentran con latón a la velocidad del sonido! La biblioteca solía ser más grande, pero mi tío Charlie se fue con todos los libros de... ¿creo que se llamaba erotismo? No estoy segura, pero no lo encuentro en ningún mapa. Puedo ser la única que entra aquí ahora, de todos modos. Madre piensa que la lectura pone a la gente inquieta. Perdón, pero ¿por qué olfateas? Espero que no haya otro ratón muerto aquí. Hay algo muy equivocado en este lugar, pensó Tiffany. Algo… tenso... inflexible... Tal vez sea todo el conocimiento de los libros, anhelando salir. Había oído hablar de la biblioteca de la Universidad Invisible… de los libros con sentimientos, todos juntos apretados en el espacio y el tiempo, de manera que en la noche, se decía, hablaban el uno con el otro y una especie de relámpago pasaba de libro a libro. Demasiados libros en un solo lugar, ¿quién sabía lo que podían hacer? La Srta. Tick le había dicho un día: “El conocimiento es poder, el poder es energía, energía es materia, materia es masa y la masa cambia la hora y el espacio”. Pero Leticia se veía tan feliz entre los estantes y escritorios que Tiffany no tuvo corazón de objetar. La chica le hizo señas. —Y aquí es donde hago mis pequeños pedacitos de magia —dijo ella, como si le estuviera diciendo a Tiffany que allí era donde jugaba con sus muñecas. Tiffany estaba sudando ahora, todos los pequeños vellos en su piel temblaban, una señal para sí misma que debía girar y correr, pero Leticia estaba charlando, muy ajena al hecho de que Tiffany estaba tratando de no vomitar.

Su olor era terrible. Se levantó en la alegre biblioteca como una ballena muerta hace mucho tiempo subiendo de nuevo a la superficie, llena de gas y corrupción. Tiffany miró a su alrededor desesperadamente algo para sacar de su mente esa imagen. La Sra. Proust y Derek sin duda se habían beneficiado con Leticia Recuerdo. Ella había comprado toda la gama, con verrugas y todo. —Pero yo sólo uso las verrugas en el momento. Creo que tienen la sensación correcta, sin sobrepasarse, ¿no? —estaba diciendo. —Nunca me he molestado con ellas —dijo Tiffany débilmente. Leticia olfateó. —Dios mío, lo siento mucho por el olor; es por los ratones, creo. Se alimentan de la cola de los libros, aunque yo diría que deben haber encontrado un libro particularmente desagradable. La biblioteca estaba realmente comenzando a alterar a Tiffany. Era como, bueno, despertarse y encontrar que una familia de tigres había vagado en la noche y dormía en el extremo de la cama: todo estaba tranquilo en este momento, pero de un momento a otro, alguien iba a perder un brazo. Era la materia Boffo, que era una especie de brujería-para-mostrar. Que impresionaba a la gente, y tal vez ayudaba a un novato a entrar en el estado de ánimo, pero seguramente la Sra. Proust no estaba enviando cosas que realmente funcionaban, ¿verdad? Escuchó un ruido metálico del asa de un cubo detrás de ella cuando Leticia dio vuelta una caja, levantando el cubo con las dos manos. Salpicó arena cuando ella lo dejó caer en el suelo y rebuscó en él por un momento. —Ah, ahí está —dijo, sacando algo que parecía una zanahoria que había sido masticada por un ratón que no estaba realmente muy hambriento. —¿Se supone que soy yo? —dijo Tiffany. —Me temo que no soy muy buena en talla de madera —dijo Leticia—, pero el libro dice que es lo que estás pensando lo que cuenta. —Fue una declaración nerviosa con una pregunta enjuta aferrándose al final, a la espera de estallar en lágrimas. —Lo siento —dijo Tiffany—. El libro tiene eso equivocado. No es tan bonito como eso. Es lo que haces lo que cuenta. Si quieres poner un maleficio en alguien, necesitas algo que le haya pertenecido —un pelo, un diente tal vez. Y no se debe enredar con él, porque no es agradable y es muy fácil equivocarse. —Miró de cerca la bruja muy mal tallada—. Y veo que has escrito la palabra "bruja" en eso a lápiz. Eh... ¿sabes que dije que es fácil hacerlo mal? Bueno, hay momentos en que "hacerlo mal" simplemente no se aplica a estropear la vida de otro. Con su labio inferior temblando, Leticia asintió con la cabeza. La presión sobre la cabeza de Tiffany iba empeorando y el hedor horrible era tan poderoso que se sentía como una cosa física. Trató de concentrarse en la pequeña pila de libros sobre la mesa de la biblioteca. Eran tristes volúmenes pequeños, del tipo que Tata Ogg, que podía ser inusualmente mordaz cuando le daba la gana, llamaba “Caquita Centelleante" para las niñas que jugaban a ser brujas por diversión. Pero al menos Leticia había sido minuciosa; había un par de cuadernos en el atril que dominaba la mesa. Tiffany se volvió para decirle algo a la chica, pero de alguna manera la cabeza, no quería quedarse dada vuelta. Su Segunda Visión la estaba arrastrando hacia atrás. Y su mano se levantó lentamente, casi automáticamente, y se movió a un lado del pequeño montón de libros tontos. Lo que había pensado que era la

parte superior del atril era en realidad un libro muy grande, tan denso y oscuro que parecía fundirse con la propia madera. El miedo corría en su cerebro como jarabe negro, diciéndole que corra y... No, eso era todo. Sólo correr, y continuar corriendo y no parar. Nunca. Trató de mantener su nivel de voz. —¿Sabes algo sobre este libro? Leticia miró por encima del hombro. —Es muy antiguo. Ni siquiera reconozco la escritura. Maravillosa encuadernación, sin embargo, y lo curioso es que está siempre un poco caliente. Aquí y ahora, pensó Tiffany, está frente a mí aquí y ahora. Eskarina dijo que era un libro suyo. ¿Podría esto ser una copia? Pero un libro no puede hacer daño, ¿verdad? Salvo que los libros contienen ideas y las ideas pueden ser peligrosas. En este punto, el libro en el atril se abrió con un crujido de cuero y un pequeño ruido flap cuando la cubierta dio vuelta. Las páginas crujieron como un montón de palomas tomando vuelo, y allí estaba, una página llenando la sala de la medianoche, con brillante luz solar, que hacía lagrimear. Y en esa luz del sol, corriendo hacia ella, a través del desierto abrasador, había una figura de negro... Automáticamente, Tiffany cerró el libro de golpe y lo mantuvo encerrado con ambas manos, apretándolo como si fuera una colegiala. Me vio, pensó. Yo sé que él me vio. El libro saltó en sus brazos cuando algo pesado lo golpeó, y ella pudo oír... palabras, palabras que se alegraba de no poder entender. Otro golpe asestado al libro, y la abultada tapa casi la derriba. Cuando llegó el siguiente golpe, cayó hacia adelante, aterrizando con la cubierta debajo de ella y todo su peso sobre el libro. Fuego, pensó. ¡Él odia el fuego! Pero no creo que pueda llevar esto muy lejos y, el fuego, bien, no prendes fuego en las bibliotecas, simplemente no lo haces. Y además, este lugar está tan seco como un hueso. —¿Es algo tratando de salir del libro? —dijo Leticia. Tiffany miró a la cara rosa y blanco. —Sí —logró decir, y cerró el libro sobre la mesa, cuando saltó de nuevo en sus brazos —No va a ser como el duende en el libro de cuentos de hadas, ¿verdad? Siempre estaba tan asustada que se debía exprimir él mismo entre las páginas. El libro se levantó en el aire y se estrelló hacia abajo de nuevo sobre la mesa, golpeando el viento sobre Tiffany. Se las arregló para gruñir: —¡Creo que esto es mucho peor que el duende! —Que era nuestro duende, recordó inconvenientemente. Tenían el mismo libro, después de todo. No era un buen libro en muchos aspectos, pero luego creces y es sólo una imagen tonta, pero parte de ti no olvida nunca. Parecía ser algo que le sucedía a todo el mundo. Cuando le había mencionado a Petulia el haber estado asustada por una imagen en un libro, la chica confesó que había estado muy asustada por un esqueleto de aspecto feliz en un libro de imágenes cuando era joven. Y resultó que todas las otras chicas recordaban algo así también. Era como si fuera un hecho de la vida. Un libro que comienza por asustarte. —Creo que sé qué hacer —dijo Leticia—. ¿Puedes mantenerlo ocupado por un tiempo? No tardaré ni un momento. —Y con eso desapareció de la vista, y después de

unos segundos Tiffany, todavía esforzándose por mantener el libro cerrado, oyó un crujido. No le prestaba gran atención, porque sus brazos, aferrándose con fuerza al libro que rebotaba, se sentían al rojo vivo. Entonces, detrás de ella, Leticia dijo en voz baja—: Mira, yo te voy a guiar a la prensa de libros. Cuando yo lo diga, empuja el libro y saca tus manos fuera del camino muy, muy rápidamente. ¡Es muy importante hacerlo rápido! Tiffany sintió a la chica ayudar a su vez, y juntas se acercaron a algo metálico esperando en la penumbra, mientras que todo el tiempo el libro se sacudía con ira y golpeaba en su pecho; era como sujetar el corazón de un elefante cuando todavía estaba latiendo. Apenas escuchó la voz de Leticia por encima de los golpes que le gritaba: —Pon el libro sobre la placa de metal, empújalo un poco hacia adelante y quita tus dedos de en medio… ¡ahora! Algo giró. En un momento de mojar pantalones, Tiffany vio una mano cruzar a través de la tapa del libro antes de que una placa de metal bajase de golpe, recortando los extremos de las uñas de Tiffany. —Ayúdame con esta barra, ¿quieres? Vamos a apretar hacia abajo lo más que podamos. —Eso era de Leticia, que se apoyaba en… que?—. Es la vieja prensa de libros —dijo—. Mi abuelo solía usarla cuando estaba arreglando libros viejos que estaban dañados. Esto ayuda cuando tienes que pegar una página de nuevo, por ejemplo. Ya casi no la uso, excepto en Vigilia del Puerco.Muy buena para romper con precisión las nueces, ¿ves? Sólo giras la manija hasta que escuchas que comienzan a resquebrajarse. Se ven como pequeños cerebros humanos. Tiffany se arriesgó a echar un vistazo a la prensa, cuyas placas, superior e inferior, estaban ahora presionadas muy juntas, para ver si algún cerebro humano goteaba al exterior. No lo estaba, pero no ayudó mucho en este punto, cuando un pequeño esqueleto humano salió de la pared, atravesó los estantes de las bibliotecas como si fueran humo, y desapareció. Llevaba un oso de peluche. Era una de esas cosas que el cerebro archiva en "algo que preferiría no haber visto". —¿Era una especie de fantasma? —dijo Leticia—. No el esqueleto… te conté de él, ¿no? Pobrecillo. Quiero decir, el otro. El que está en el libro... —Él es, bien, supongo que se podría decir que es algo así como una enfermedad, y también algo así como una pesadilla que resulta estar de pie en tu habitación cuando despiertas. Y creo que es posible que le hayas llamado. Convocado, si quieres. —¡No me gusta ninguno de ésos! ¡Todo lo que hice fue un pequeño hechizo simple de un libro que me costó un dólar! Está bien, sé que debo haber sido una niña tonta, ¡pero yo no quería decir nada como... eso! —Señaló a la prensa, que seguía crujiendo —Mujer estúpida —dijo Tiffany. Leticia parpadeó. —¿Qué has dicho? —¡Mujer estúpida! O mujer tonta, si lo prefieres. Te vas a casar dentro de unos días, ¿recuerdas? Y tratas de hacer un hechizo sobre alguien por celos. ¿Has visto el título de ese libro? Yo lo hice. ¡Estaba justo enfrente de mí! ¡Era La Hoguera de las Brujas! Fue dictado por un sacerdote Omniano que estaba tan enojado que no habría sido capaz de ver la cordura con un telescopio. ¿Y sabes qué? Los libros viven. ¡Las páginas recuerdan! ¿Has oído hablar de la biblioteca de la Universidad Invisible?

¡Tienen libros allí que tienen que estar encadenados, o mantenidos en la oscuridad o incluso bajo el agua! Y tú, señorita, jugando a la magia a pulgadas de distancia de un libro que hierve con magia maligna y vengativa. ¡No es de extrañar que obtuvieras un resultado! Yo lo desperté y desde entonces ha estado buscándome, cazándome. Y tú —con tu pequeño hechizo— le has mostrado dónde estaba! ¡Tú le ayudaste! Él ha regresado, y ahora me encontró! El quemador de brujas. Y él es contagioso, como te dije, una especie de enfermedad. Hizo una pausa para tomar aliento, que entró, y el torrente de lágrimas, que no lo hizo. Leticia se quedó allí como si estuviera pensando profundamente. Entonces dijo: —Supongo que "lo siento" no es suficiente, ¿verdad? —Como cuestión de hecho, sería más bien un buen comienzo —dijo Tiffany, pero pensó: Esta joven, que nunca se ha dado cuenta que es hora de dejar de usar los vestidos infantiles, dio a un fantasma sin cabeza una calabaza para llevar debajo del brazo por que se sentiría mejor y regala a un pequeño esqueleto que grita un oso de peluche. ¿Yo habría pensado en hacer eso? Es absolutamente algo que una bruja haría. —Mira —dijo—, definitivamente tienes un talento mágico, lo digo en serio. Pero vas a meterte en una excesiva cantidad de problemas si comienzas a fastidiar cuando no sabes lo que estás haciendo. A pesar de que dar el oso de peluche al pobre esqueleto fue un golpe de genio. Basada en ese pensamiento y en recibir formación, es posible que tengas un buen futuro mágico. Tendrás que ir a pasar algún tiempo con una vieja bruja, al igual que yo lo hice. —Bueno, eso es maravilloso, Tiffany —dijo Leticia—. ¡Pero tengo que ir a pasar algún tiempo casándome! ¿Vamos a volver ahora? ¿Y qué sugieres que hagamos con el libro? No me gusta la idea de que esté acá. ¡Supongamos que se sale! —Él está fuera, ya. Pero el libro es... bueno, una especie de ventana que hace que sea fácil para él venir a este lado. Para llegar a mí. Una tiene este tipo de cosas de vez en cuando. Es una especie de camino hacia otro mundo, o tal vez desde otro lugar hacia este mundo. Tiffany se había sentido bastante elevada cuando se lo explicó, por lo que fue un poco castigada cuando Leticia dijo, —Oh, sí, el bosque de campanilla con la cabaña, que a veces tiene humo saliendo de la chimenea, y a veces no; y la chica alimentando los patos en el estanque, donde las palomas en la casa detrás de ella a veces están volando y a veces se posan. Se mencionan en el libro Mundos flotantes de H.J. Atasapos ¿Te gusta? Yo sé donde está. —Y antes de que Tiffany pudiera decir una palabra, la muchacha se apresuró entre las estanterías. Volvió en un minuto, para gran alivio de Tiffany, llevando un volumen grande, de cuero brillante, que cayó de repente en manos de Tiffany. —Es un regalo. Has sido más amable conmigo que yo contigo. —¡No me puedes dar eso! ¡Es parte de la biblioteca! ¡Vas a dejar un hueco! —No, insisto —dijo Leticia—. Yo soy la única que viene aquí ahora, en todo caso. Mi madre guarda todos los libros de la historia familiar, la genealogía y la heráldica en su propia habitación, y ella es la única que está interesada en ellos. Aparte de mí, la única otra persona que alguna vez viene por aquí en estos días es el Sr. Tyler, y creo que lo escucho ahora, haciendo su última ronda de la noche. Bien —añadió—, es muy viejo y muy lento y le toma alrededor de una semana hacer el recorrido de su guardia nocturna, teniendo en cuenta que duerme durante el día. Vamos a irnos. Él va a tener un ataque al corazón si realmente encuentra a alguien.

De hecho se sintió un crujido de una puerta distante. Leticia bajó la voz. —¿Te importa si nos escapamos hacia el otro lado? Podría haber un giro desagradable si él descubre en realidad a alguien. Una luz venía por el largo corredor, a pesar de que necesitabas mirarla durante bastante tiempo para ver que se movía. Leticia abrió la puerta al mundo exterior y se apresuraron a lo que habría sido el césped si alguien lo hubiera cortado en los últimos diez años. Tiffany tuvo la impresión de que cortar el césped aquí ocurría a la misma velocidad decrépita que el Sr. Tyler. Había rocío sobre la hierba, y en cierto sentido la luz del día era una clara posibilidad en el futuro. Tan pronto como llegaron a la escoba, Leticia murmuró otra disculpa y se apresuró a regresar a la casa durmiente a través de otra puerta, saliendo de nuevo cinco minutos después con una bolsa grande. —Mi ropa de luto —dijo, mientras la escoba se elevaba en el aire suave—. Va a ser el funeral del viejo Barón mañana, el pobre hombre. Mi madre siempre viaja con su ropa de luto. Ella dice que nunca se sabe cuándo alguien va a caer muerto. —Ése es un punto de vista muy interesante, Leticia, pero cuando llegues de regreso al castillo me gustaría que le digas a Roland lo que hiciste, por favor. No me importa nada más, pero por favor, dile sobre el hechizo que hiciste. —Tiffany esperó. Leticia estaba sentada detrás de ella y, ahora, en silencio. Muy silenciosa. Tan en silencio que se podía oír. Tiffany pasó el tiempo mirando el paisaje, mientras pasaba. Aquí y allá, subía humo del fuego de las cocinas, aunque el sol todavía estaba por debajo del horizonte. En términos generales, las mujeres en las aldeas se apresuraban a ser las primeras en mostrar el humo, para demostrar que era un ama de casa ocupada. Ella suspiró. Lo que pasa con la escoba era que cuando la montabas mirabas a la gente hacia bajo. No puedes evitarlo, por mucho que lo intentes. Los seres humanos no parecen ser nada más que un montón de puntos corriendo. Y cuando empezabas a pensar así, ya era hora de buscar la compañía de algunas otras brujas, para mantener la cabeza recta. No serás una bruja sola, estaba dicho. No era tanto un aviso como una demanda. Detrás de ella, Leticia dijo, con una voz que sonaba como si hubiera pesado cada palabra con mucho cuidado antes de decidirse a hablar: —¿Por qué no estás enojada conmigo? —¿Qué quieres decir? —¡Tú lo sabes! ¡Después de lo que hice! ¡Sólo has sido terriblemente... amable! Tiffany se alegró de que la muchacha no pudiera ver su cara y para el caso, no pudiera ver la de ella. —Las brujas no suelen enojarse. Todos esos gritos nunca consiguen realmente nada en ningún lugar. Después de otra pausa Leticia dijo: —Si eso es cierto, entonces tal vez no estoy hecha para ser una bruja. Me siento muy enojada a veces. —Oh, siento mucho enojo mucho tiempo —dijo Tiffany—, pero sólo lo pongo en algún lugar hasta que pueda hacer algo útil con él. Eso es lo que pasa con la brujería… y con la magia, llegadas a eso. No hacemos mucha magia en el mejor de los casos, y cuando la hacemos, por lo general la hacemos en nosotras mismas. Ahora, mira, el

castillo justo por delante. Te voy a dejar en el techo, y, francamente, estoy deseando ver lo cómoda que va a ser la paja. —Mira, yo realmente estoy muy, muy… —Lo sé. Lo has dicho. No hay resentimientos, pero tienes que aclarar tu propio desorden. Ésa es otra parte de la brujería, eso es. —Y añadió para sí: ¡Y no la sé!

Capítulo 12 EL PECADO DE LOS PECADOS LA PAJA RESULTÓ ser bastante cómoda; las cabañas pequeñas por lo general no tienen habitaciones libres, por lo que una bruja allí por negocios, tales como el nacimiento de un niño, tenía suerte si conseguía una cama en el establo. Mucha suerte, de hecho. A menudo olía mejor, y Tiffany no era la única en pensar que el aliento de una vaca, cálido y con olor a hierba, era un tipo de medicamento en sí mismo. Las cabras en el calabozo eran casi tan buenas, sin embargo. Se sentaban tranquilamente masticando su comida una y otra vez, aunque nunca quitaban su solemne mirada de ella, como si esperasen que empezara a hacer juegos malabares o algún tipo de acto de canto-y-baile. Su último pensamiento antes de dormir fue que alguien tenía que haberles dado el alimento, y por lo tanto debía haber notado que en la prisión había un prisionero de menos. En ese caso, ella estaba en más problemas, pero era difícil ver en cuántos más problemas podía estar metida. Posiblemente no muchos, al parecer, porque cuando se despertó de nuevo, sólo una hora más tarde, alguien había puesto una manta sobre ella mientras dormía. ¿Qué estaba pasando? Se enteró cuando Preston apareció con una bandeja de huevos y el tocino, huevos y tocino con un leve sabor a café causado al derramarse el recipiente en su camino por la larga escalera de piedra. —Su señoría dice que es con sus saludos y disculpas —dijo Preston, sonriendo —, y yo estoy para decirle que si usted gusta, podría disponer de un baño caliente que la espera en la cámara negra y blanca. Y cuando esté lista, el Barón... el nuevo Barón gustaría de verla en su estudio. La idea de un baño parecía maravillosa, pero Tiffany sabía que no habría tiempo, y además, incluso un baño medio útil significaba que algunas pobres chicas tendrían que arrastrar una carga de pesados cubos arriba por cuatro o cinco pisos de escaleras de piedra. Tendría que conformarse con una lavada rápida en un lavabo, cuando la oportunidad surgiera30. Pero sin duda estaba preparada para el tocino y los huevos. Ella hizo una nota mental, mientras limpiaba el plato, que si esto iba a ser un "día de ser amable con Tiffany”, podía intentar otro desayuno más tarde. 30 Las brujas siempre se aseguraban de que sus manos estuvieran escrupulosamente limpias; el resto de la bruja tenía que esperar algún momento en la apretada agenda… o, posiblemente, una tormenta.

A las brujas les gustaba sacar el máximo provecho de la gratitud mientras todavía estaba caliente. La gente tiende a ser un poco olvidadiza después de un día o dos. Preston miraba con la expresión de un muchacho que había comido gachas saladas para el desayuno, y cuando ella terminó había dicho, con cuidado: —¿Y ahora va a ver al Barón? Él se preocupa por mí, pensó Tiffany. —En primer lugar, me gustaría ir a ver al viejo Barón —dijo. —Todavía está muerto —dijo Preston, con aire preocupado. —Bueno, eso es un consuelo de todos modos —dijo Tiffany—. Imagina la vergüenza de otra manera. —Sonrió ante el desconcierto de Preston—. Y su funeral es mañana y es por eso que debo verlo hoy, Preston, y en este momento. ¿Por favor? En este momento, es más importante que su hijo. Tiffany sentía los ojos de la gente sobre ella mientras caminaba hacia la cripta con Preston casi corriendo para mantener el paso, traqueteando por las escaleras detrás de ella. Sentía un poco de pena por él, porque había sido siempre amable y respetuoso, pero nadie iba a pensar que estaba siendo conducida a algún lugar por un guardia. Había tenido bastante de eso. Las miradas que la gente le daba parecían bastante más de miedo que de enojo, y no sabía si esto era una buena señal o no. Al final de los escalones olfateó profundamente. Era sólo el olor habitual de la cripta, frío con un toque de papas. Ella esbozó una pequeña sonrisa de autocomplacencia. Y allí estaba el Barón, yaciendo pacíficamente tal como ella lo había dejado, con las manos cruzadas sobre el pecho, viéndose para todo el mundo como si estuviera dormido. —Ellos pensaron que yo estaba haciendo brujería aquí abajo, ¿no, Preston? — dijo. —Hubo algunos rumores, sí, señorita. —Bueno, la estaba haciendo. Tu abuela te enseñó sobre el cuidado de los muertos, ¿verdad? Así que ya sabes que no es bueno para los muertos estar demasiado tiempo en la tierra de los vivos. El clima es cálido y el verano ha sido caluroso, y las piedras que podrían ser tan frías como la tumba no son tan frías como todo eso. Por lo tanto, Preston, ve y tráeme dos cubos de agua, por favor. —Se sentó en silencio al lado de la losa mientras él se escabullía. Tierra y sal y dos monedas para el barquero, ésas son las cosas que les dabas a los muertos, y observabas y escuchabas como la madre de un bebé recién nacido... Preston regresó, llevando dos baldes grandes con —le complació verlo— sólo una pequeña cantidad derramada. Los dejó rápidamente y se volvió para irse. —No, quédate aquí, Preston —ordenó—. Quiero que veas lo que hago, para que, si alguien pregunta, puedas decirles la verdad. El guardia asintió en silencio. Ella estaba impresionada. Colocó uno de los cubos al lado de la losa y se arrodilló junto a él, puso una mano en el cubo frío, presionó la otra mano contra la piedra de la losa y susurró para sus adentros: —El equilibrio es todo. El enojo ayudó. Era increíble lo útil que podía ser, si lo guardabas hasta que podía hacer algún bien, tal como le había dicho a Leticia. Oyó al joven guardia jadear cuando el agua en el balde comenzó a humear, y luego a burbujear.

Él se puso de pie con un salto. —¡Entiendo, señorita! Me llevo el cubo hirviendo y traigo otro frío, ¿no? Tres cubos de agua hirviendo se habían ido para el momento en que el aire en la cripta una vez más tuvo el frío de la mitad del invierno. Tiffany subió los escalones con sus dientes casi castañeteando. —A mi abuela le hubiera encantado ser capaz de hacer algo así —susurró Preston—. Ella siempre dijo que a los muertos no les gusta el calor. Usted puso frío en la piedra, ¿verdad? —En realidad, mudé el calor de la losa y el aire, y lo puse en el cubo de agua — dijo Tiffany—. No es exactamente magia. Es sólo una... una destreza Sólo tienes que ser una bruja para hacerlo, eso es todo. Preston suspiró. —Curé los pollos de mi abuela de la enfermedad del buche. Tuve que cortarlos y abrirlos para limpiar el lío y, después los cosí de nuevo. Ninguno de ellos murió. Y luego, cuando el perro de mi mamá fue atropellado por un carro, lo limpié, puse todos los trozos juntos y terminó tan derecho como la lluvia, a excepción de la pierna, que no pude salvar, pero le tallé una de madera, con un arnés de cuero y todo, ¡y aún persigue a los carros! Tiffany intentó no parecer dudosa. —Cortar los pollos para curar el buche casi nunca funciona —dijo—. Conozco a una bruja de cerdo que trata a los pollos cuando es necesario, y dice que nunca funcionó para ella. —Ah, pero tal vez ella no tenía conocimiento de la raíz tornado —dijo Preston alegremente—. Si se mezcla el jugo con un poco de poleo, se curan muy bien. Mi abuela tenía el conocimiento de las raíces y me lo pasó a mí. —Bueno —dijo Tiffany—, si puedes coser la molleja de un pollo entonces podrías reparar un corazón roto. Escucha, Preston, ¿por qué no te colocas a ti mismo como aprendiz de un médico? Habían llegado a la puerta del estudio del Barón. Preston tocó en ella y luego la abrió para Tiffany. —Son las letras que tienen para poner detrás de su nombre —susurró—. ¡Son letras muy caras! Puede que no cueste dinero convertirse en una bruja, señorita, pero cuando uno necesita esas letras, oh, ¡sí es necesario ese dinero! Roland estaba de pie frente a la puerta cuando entró Tiffany, y tenía la boca llena de palabras derrame, rodando sobre sí mismas para no ser dichas. Él se las arregló para decir: —Eh, Srta. Doliente... o sea, Tiffany, mi novia me asegura que todos somos víctimas de un complot mágico apuntado a tu propio bien. Espero que perdonarás cualquier malentendido por nuestra parte, y confío en que no te hayamos molestado demasiado, y puedo añadir que tomé confianza del hecho de que eras claramente capaz de escapar de nuestro pequeño calabozo. Eh... Tiffany quería gritar “Roland, ¿te acuerdas que nos conocimos cuando yo tenía cuatro años y tú siete, corriendo en el polvo y sólo con nuestros chalecos? Me gustaba más cuando no hablabas como un viejo abogado con un palo de escoba metido en su trasero. Suenas como si estuvieras frente a una reunión pública". Pero en su lugar, dijo:

—¿Leticia te contó todo? Roland parecía avergonzado. —Más bien sospecho que no, Tiffany, pero ella fue muy directa. Puedo ir tan lejos hasta decir que ella fue enfática. —Tiffany trató de no sonreír. Parecía un hombre que estaba empezando a entender algunos de los hechos de la vida matrimonial. Se aclaró la garganta—. ¿Ella me dice que hemos sido víctimas de algún tipo de enfermedad mágica, que actualmente se encuentra atrapada dentro de un libro en Casa Recuerdo? —Sin duda, sonaba como una pregunta, y a ella no le sorprendió que estuviese perplejo. —Sí, es verdad. —Y... al parecer, todo está bien ahora que ha sacado tu cabeza de un cubo de arena. —Parecía realmente perdido en este momento, y Tiffany no lo culpó. —Creo que las cosas pueden haberse puesto un poco confusas —dijo diplomáticamente. —Y ella me dice que va a ser una bruja. —Parecía un poco triste en este momento. Tiffany sentía pena por él, pero no mucha. —Bueno, creo que ella tiene el talento básico. Todo depende de qué tan lejos ella quiera ir. —No sé lo que su madre irá a decir. Tiffany se echó a reír. —Bueno, puedes decirle a la Duquesa que la Reina Magrat de Lancre es una bruja. No es ningún secreto. Obviamente, el reinar tiene que venir primero, pero es una de las mejores que hay cuando se trata de pociones. —¿En serio? —dijo Roland—. El Rey y la Reina de Lancre han aceptado amablemente la invitación a nuestra boda. —Tiffany estaba segura de poder ver su mente trabajando. En este juego de ajedrez extraño que era la nobleza, una reina de carne y hueso gana a casi todo el mundo, lo que significa que la Duquesa tendría que hacer una reverencia hasta que sus rodillas hicieran clic. Ella vio las palabras derrame: Eso sería, por supuesto, muy lamentable. Sorprendentemente, Roland podía ser cuidadoso incluso con sus palabras derrame. Sin embargo, no pudo detener la sonrisita. —Tu padre me dio quince dólares Ankh-Morpork en oro real. Fue un regalo. ¿Me crees? Vio la mirada de sus ojos, y dijo: —¡Sí! —inmediatamente. —Bien —dijo Tiffany—. Entonces, averigua a dónde se fue la enfermera. Una parte pequeña del palo de escoba aún podría haber estado en el culo de Roland cuando dijo: —¿Crees que mi padre comprendió el valor completo de lo que te fue dado? —Su mente era tan clara como el agua hasta el final, tú lo sabes. Puedes confiar en él, tal como puedes confiar en mí, y puedes confiar en mí ahora, cuando te digo que voy a casarme contigo. Su mano subió a la boca demasiado tarde. ¿De dónde había salido eso? Y él se veía tan sorprendido como ella se sentía.

El habló primero, en voz alta y con firmeza para ahuyentar el silencio. —Yo no escuché lo que acabas de decir, Tiffany... espero que todo tu trabajo duro en los últimos días haya superado tu sensibilidad de alguna manera. Creo que todos seríamos mucho más felices si supiéramos que vas a tener un buen descanso. Yo... amo a Leticia, ya sabes. Ella no es muy, bueno, complicada, pero yo haría cualquier cosa por ella. Cuando ella es feliz, me hace feliz. Y en general, no soy muy bueno en ser feliz. —Vio una lágrima bajar lenta por la cara y, sin poder detenerse, le entregó un pañuelo razonablemente limpio. Él lo tomó y trató de sonarse la nariz, reír y llorar, todo al mismo tiempo—. Y tú, Tiffany, tú me gustas, realmente me gustas... pero es como si tuvieras un pañuelo para el mundo entero. Eres inteligente. No, no muevas la cabeza. Eres inteligente. Recuerdo una vez, cuando éramos más jóvenes, que estabas fascinada por la palabra "onomatopeya". ¿Como hacer un nombre o una palabra de un sonido, como cuco o zumbido o...? —¿Tintinear? —dijo Tiffany, sin poder detenerse. —Eso es correcto, y recuerdo que dijiste: "monótono" era el sonido que hace el aburrimiento, porque sonaba como una mosca muy cansada zumbando en la ventana cerrada de una habitación de un viejo ático en un hirviente día de verano. Y yo pensé, ¡no puedo entender eso! No tiene ningún sentido para mí, y sé que eres inteligente y tiene sentido para ti. Creo que se necesita un tipo especial de cabeza para pensar así. Y un tipo especial de inteligencia. Y yo no tengo ese tipo de cabeza. —¿Qué sonido hace la bondad? —dijo Tiffany. —Sé lo que es bondad, pero no puedo imaginarla haciendo un ruido. ¡Ya estamos otra vez! Simplemente no tengo la cabeza que vive en un mundo donde la amabilidad tiene su propio sonido. Tengo una cabeza que vive en un mundo en el que dos y dos son cuatro. Debe ser muy interesante, y te envidio como el infierno. Pero creo que entiendo a Leticia. Leticia es sencilla, si entiendes lo que quiero decir. Una muchacha que una vez exorcizó un fantasma ruidoso del baño como si fuera sólo otra tarea, pensó Tiffany. Bien, buena suerte con eso, señor. Pero no lo dijo en voz alta. En cambio, dijo: —Creo que has hecho una elección muy sabia, Roland. —Para su sorpresa, él pareció aliviado, y fue detrás de su escritorio otra vez, como un soldado puede esconderse detrás de las almenas. —Esta tarde, algunos de los invitados más lejanos van a llegar aquí para el funeral de mañana, y de hecho algunos se quedarán para la boda. Afortunadamente — ése era otro pedacito de palo de escoba— el Pastor Huevo está recorriendo el circuito, y ha accedido amablemente a decir unas pocas buenas palabras sobre mi padre, y permanecerá con nosotros como nuestro invitado para oficiar en la boda. Es miembro de una secta Omniana moderna. Mi futura suegra aprueba a los Omnianos pero, lamentablemente, no de esta secta, por lo que está un poco tensa. —Hizo rodar los ojos—. Además, tengo entendido que es nuevo, de la ciudad, y como sabes, los predicadores de la ciudad no siempre lo hacen bien aquí31. Yo consideraría como un gran favor, Tiffany, si puedes ayudar de alguna manera para evitar las pequeñas 31

No había tradición de hombres santos en la Creta, pero dado que las colinas estaban entre las ciudades y las montañas, había en general —en el buen tiempo, por lo menos— una procesión constante de sacerdotes de un tipo u otro que pasaban, por una comida decente o una cama para la noche, y extendían unas palabras sagradas y en general daban a las almas de la gente un decente lavado. A condición de que los sacerdotes fueran claramente del tipo decente, la gente no se preocupaba demasiado de cuál era su dios, siempre y cuando él —ocasionalmente ella y a veces eso— mantuviera el sol y la luna girando correctamente y no quisiera nada ridículo o nuevo. También ayudaba si el predicador sabía algo sobre ovejas.

dificultades y trastornos, especialmente los de carácter oculto, en los días por venir. ¿Por favor? Ya hay suficientes historias yendo por ahí. Tiffany todavía estaba ruborizada después de su estallido. Asintió con la cabeza y alcanzó a decir: —Mira, sobre lo que acabo de decir, yo no… Se detuvo, ya que Roland había levantado una mano. —Éste es un momento desconcertante para todos nosotros. Hay una razón para todas las supersticiones. El tiempo alrededor de bodas y funerales está lleno de estrés para todos los interesados, salvo en el caso de los funerales, para el jugador jefe, por así decirlo —dijo—. Vamos a ser sólo calmos y cuidadosos. Estoy muy contento porque a Leticia le gustas. Yo no creo que tenga muchos amigos. Y ahora si me disculpas, tengo más medidas para supervisar.

*** La propia voz de Tiffany todavía rebotaba en su cabeza mientras salía de la habitación. ¿Por qué había dicho eso acerca de casarse? Siempre había pensado que iba a ser cierto. Bueno, cuando era un poco más joven había pensado que iba a ser verdad, pero todo eso era pasado, ¿no? ¡Sí, lo era! Y para salir con algo tan mojado y estúpido como eso era tan vergonzoso. ¿Y dónde estaba yendo ahora? Bueno, había un montón de cosas que hacer, siempre las había. No había fin a la necesidad. Estaba a mitad de camino por el vestíbulo cuando una de las criadas se acercó a ella nerviosa y le dijo que la Srta. Leticia quería verla en su habitación. La muchacha estaba sentada en su cama, retorciendo un pañuelo —uno limpio, Tiffany se complació de ver— y viéndose preocupada, es decir más preocupada que su expresión habitual, que era la de un hámster que había visto detenida su rueda. —Muy amable de tu parte por venir, Tiffany. ¿Puedo tener una palabra en privado? —Tiffany miró alrededor. No había nadie más allí—. En privado —dijo Leticia, y le dio al pañuelo otra vuelta. No tiene muchos amigos de su misma edad, pensó Tiffany. Apuesto a que no se le permitió jugar con los niños del pueblo. No sale mucho. Se casa en un par de días. Dios mío. No era una conclusión muy difícil de alcanzar. Una tortuga con una pata mala podría haber saltado a ella. Y luego estaba Roland. Secuestrado por la Reina de los Elfos, mantenido en su país desagradable por eras, sin envejecer, intimidado por sus tías, muy preocupado por su anciano padre, se ve obligado a actuar como si él fuera veinte años mayor que lo que realmente es. Dios mío. —¿Cómo puedo ayudarte? —dijo alegremente. Leticia se aclaró la garganta. —Después de la boda tendremos una luna de miel —dijo, con el rostro sombreado en delicado rosado—. ¿Qué se supone exactamente que sucede? —Las últimas palabras fueron murmuradas rápidamente, se percató Tiffany. —¿Tienes alguna... tía? —preguntó. Las tías eran en general buenas en este tipo de cosas. Leticia negó con la cabeza—. ¿Has intentado hablar con tu madre? —intentó Tiffany, y Leticia se volvió hacia ella un rostro que era tan rojo como una langosta hervida.

—¿Podría hablar de este tipo de cosas con mi madre? —Puedo ver el problema. Bueno, en términos generales, y no hablo exactamente como una experta aquí… —Pero ella lo era32. Una bruja no podía dejar de ser una especie de experta en cuanto a la manera en cómo la gente venía y entraba en el mundo; cuando tenía doce años las brujas mayores habían confiado en ella para ir a un parto por sí sola. Además de los corderos, que había ayudado a nacer, cuando ella era aún muy pequeña. Venía de forma natural, como dijo Tata Ogg, aunque no tan natural como podría pensarse. Recordó al Sr. y la Sra. Cesto, una pareja bastante decente que tuvo tres hijos en fila antes de que se dieran cuenta de qué lo estaba causando. Desde entonces, había tratado de tener una charla con las chicas del pueblo de cierta edad, sólo para estar en el lado seguro. Leticia escuchaba como alguien que iba a tomar notas después, y posiblemente tuviera una prueba el viernes. No hizo ninguna pregunta hasta cerca de la mitad, cuando dijo: —¿Estás segura? —Sí. Estoy bastante segura —dijo Tiffany. —Bueno, eh, suena bastante sencillo. Por supuesto, supongo que los chicos saben todo sobre este tipo de cosas... ¿Por qué te ríes? —Es una cuestión de opinión —dijo Tiffany. Oh, ahora te veo. ¡Te veo, tú suciedad, tú peste, tú abominación nociva! Tiffany miró el espejo de Leticia, que era grande y tenía a su alrededor un montón de gordos querubines dorados que estaban claramente contagiando su muerte de frío. Estaba el reflejo de Leticia, y estaba —tenue pero visible— la cara sin ojos del Hombre Astuto. El contorno del Hombre Astuto comenzó a espesarse. Tiffany sabía que nada en su rostro había cambiado. Ella lo sabía. No voy a responderle, pensó. Casi me había olvidado todo sobre él. No respondas. ¡No dejes que consiga asirse de ti! Se las arregló para sonreír mientras Leticia sacaba de cajas y cofres lo que ella llamaba su ajuar de novia que, a juicio de Tiffany, contenía el suministro mundial de encajes. Trató de concentrarse en él, para que los encajes llenaran su mente y de alguna manera ahuyentaran las palabras que salían vertidas de él. Las que ella entendía eran suficientemente malas; las que no, eran peores. A pesar de todo, la voz chirriante y ahogada pasó de nuevo: Crees que has tenido suerte, bruja. Esperas tener suerte de nuevo. Tienes que dormir. Yo nunca duermo. Tienes que tener suerte una y otra vez. Yo tengo que tener suerte una sola vez. Sólo una vez, y tú... ardes. Esa última palabra fue suave, casi dulce, después de las chirriantes, tosidas, raspantes palabras que vinieron antes. Sonaba peor. —Tú sabes —dijo Leticia, mirando pensativamente una prenda que Tiffany sabía que nunca podría pagar—. Si bien estoy realmente ansiosa de ser la dueña de este castillo, debo decir que el sistema de drenaje aquí huele horrible. De hecho, huele como si nunca se hubiera limpiado desde el principio del mundo. Honestamente, podría creer que los monstruos prehistóricos han hecho su negocio en él. Así que ella puede olerlo, pensó Tiffany. Ella es una bruja. Una bruja que necesita entrenamiento, ya que sin él va a ser una amenaza para todo el mundo, incluida ella misma. Leticia seguía parloteando… no hay otra palabra para describirlo. Tiffany, todavía tratando de derrotar a la voz del Hombre Astuto por pura voluntad, dijo en voz alta: 32

Si no a través de la práctica personal real.

—¿Por qué? —Oh, porque creo que los lazos se ven mucho más atractivos que los botones — dijo Leticia, que tenía un camisón de considerable esplendor, otro recordatorio para Tiffany que las brujas nunca tenían realmente dinero. ¡Has ardido antes y también lo hice yo!, croó la voz en su cabeza, pero esta vez no me vas a llevar! ¡¡¡¡¡Voy a tomarte a ti y a tu confederación del mal !!!!! Tiffany pensó que realmente podía ver los signos de exclamación. Ellos gritaban por él, incluso cuando hablaba en voz baja. Saltaban y recortaban sus palabras. Ella podía ver su rostro retorcido y las pequeñas manchas de espuma que acompañaban las sacudidas del dedo y los gritos… pegotes de locura líquida volando por el aire detrás del espejo. ¡Qué suerte para Leticia que no pudiera escucharlo todavía, pero su mente estaba llena de encajes, campanas, arroz y la perspectiva de estar en el centro de una boda. Ni siquiera el Hombre Astuto podría quemar su camino a través de eso. Se las arregló para decir: —No va a funcionar para ti —y parte de ella repetía, dentro de su cabeza: No hay ojos. No hay ojos para nada. Dos túneles en la cabeza. —Sí, creo que tienes razón. Posiblemente el malva se vería mejor —dijo Leticia —, aunque siempre he dicho que eau-de-nil es realmente mi color. Por cierto, ¿podría arreglar las cosas de alguna manera para tenerte como mi dama de honor principal? Por supuesto, ya tengo un montón de pequeñas primas lejanas que tengo entendido han estado usando sus vestidos de damas de honor durante las últimas dos semanas. Tiffany seguía mirando a la nada, o mejor dicho, a dos agujeros en la nada. Por el momento, eran las cosas más importantes en su mente, y eran bastante malas sin necesidad de añadir pequeñas primitas en la mezcla. —No creo que las brujas sean material para dama de honor, gracias de todos modos —dijo. ¿Damas de honor? ¿Una boda? El corazón de Tiffany se hundió aún más. No había remedio. Salió corriendo de la habitación antes de que la criatura pudiera aprender nada más. ¿Cómo hizo la búsqueda? ¿Qué era lo que estaba buscando? ¿Había dado una pista? Huyó hacia el calabozo, que era ahora un lugar de refugio. Allí estaba el libro que Leticia le había dado. Lo abrió y empezó a leer. Había aprendido a leer rápidamente en las montañas, cuando los únicos libros que podía obtener eran los de la biblioteca viajera, y si llegabas tarde a regresarlo te cobraban un penique más, una cantidad apreciable cuando tu unidad monetaria estándar es una bota vieja. El libro contaba historias de ventanas. No ventanas ordinarias, aunque algunas podrían serlo. Y detrás de ellas... cosas… monstruos, a veces. Una pintura, una página en un libro —incluso un charco en el lugar correcto— podría ser una ventana. Recordó una vez más el duende malo en el viejo libro de cuentos de hadas; a veces se reía y en otras ocasiones sonreía. Ella siempre había estado segura de eso. No era un gran cambio, pero aún así era un cambio. Y siempre te preguntabas: ¿Cómo fue esa última vez? ¿Lo recuerdo mal? El libro crujía bajo las manos de Tiffany como una ardilla hambrienta despertando en el hueco de un árbol lleno de frutos secos. El autor era un mago, y uno de largo

aliento en eso, pero el libro era fascinante aun así. Había gente que caminaba dentro de una imagen, y gente que había salido de una. Las ventanas eran una forma de ir de un mundo a otro, y cualquier cosa podía ser una ventana y cualquier cosa podría ser un mundo. Ella había oído que la marca de una buena pintura era que los ojos te seguían por la habitación, pero de acuerdo con el libro era muy probable que pudieran seguirte a tu casa y subirse a la cama, también —una idea que ella prefería no pensar en este momento. Siendo un mago, el autor había tratado de explicarlo todo con gráficos y tablas, ninguno de los cuales ayudaba de manera alguna. El Hombre Astuto había corrido hacia ella dentro de un libro, y ella lo cerró de golpe antes de que él saliera. Ella había visto los dedos cuando la prensa había girado hacia abajo. Pero no puede haber sido aplastado en el interior del libro, pensó, porque él no estaba realmente en el libro para nada, excepto de alguna manera mágica, y él me ha estado buscando de otras maneras también. ¿Cómo? En este momento, esos días aburridos de ver piernas rotas, estómagos enfermos y uñas encarnadas de repente parecían muy atractivos. Siempre había dicho a la gente que toda la brujería se trataba de eso, y eso era cierto, justo hasta la vez cuando algo terrible podía saltar de la nada. Era entonces cuando una cataplasma simplemente no haría el truco. Una brizna de paja flotó hacia abajo y cayó sobre el libro. —Es seguro para ustedes salir —dijo Tiffany—. Ustedes están aquí, ¿no? Y en su oído una voz dijo: —Oh, sí que estamos. —Aparecieron por detrás de balas de paja, telas de araña, estantes de manzanas, cabras y unos de otros. —¿No eres Arthur Pequeñoloco? —Sí, señorita, eso es correcto. Tengo que deciros, para mi vergüenza, que Roba A Cualquiera está colocando una gran confianza en mí porque soy un polisía y Roba pareció pensar, vos sabéis, que si vos tratáis con bigjobs, un polisía los hará aún más asustados. ¡Además, puedo hablar bigjob! Roba está pasando más tiempo en el montículo ahora, vos sabéis. Y él no tiene confianza en que el Barón no tae llegue hasta allí con palas. —Voy a ver que no suceda —dijo Tiffany con firmeza—. Ha habido un malentendido. Arthur Pequeñoloco no parecía convencido. —Es que me alegra oíros decir eso, señorita, y también lo hará el Gran Hombre, porque yo os puedo decir que cuando la primera pala rompa en el montículo no será un hombre vivo que quede en el castillo de allá, y grande será el lamento de las mujeres, exceptuando la presente compañía. —Hubo un murmullo general de los otros Feegle, sobre el amplio tema de la masacre para quien pusiera una mano sobre un montículo Feegle, y cómo personalmente todos y cada uno de ellos se arrepentirían de lo que tendrían que hacer. —Son los pantalones —dijo Poco-Más-Delgado-Que-Gordo-Jock-Jock—. Una vez que un hombre recibe un Feegle en sus pantalones, su tiempo de prueba y tribulación está sólo comenzando. —Oh sí, será un buen momento de saltar y brincar arriba y abajo por ellos entonces —dijo Pequeño Jock de la Cabeza Blanca. Tiffany se sorprendió. —¿Cuándo fue la última vez que los Feegle pelearon con bigjobs, entonces?

Tras un breve debate entre los Feegle, ésta fue declarada como la Batalla de los Basureros; de acuerdo con Pequeño Jock de la Cabeza Blanca: —Nunca hubo tanto gritando y corriendo alrededor y pateando en el suelo, y sollozar lastimoso, similares nunca fueron escuchados antes, junto con las risitas ásperas de las mujeres mientras los hombres se apresuraron a deshacerse de los pantalones que de repente ya no eran sus amigos, si vos sabéis lo que estoy diciendo. Tiffany, que había estado escuchando la historia con la boca abierta, contó con la presencia de ánimo para cerrarla, y luego abrirla de nuevo para decir: —Pero, ¿los Feegle nunca mataron a un humano? Esto condujo a una cierta cantidad de deliberada falta de contacto visual entre los Feegle, además de bastante de pies arrastrados y rascado de cabeza, con la habitual caída de insectos, alimentos acaparados, piedras interesantes y otros objetos indecibles. Al final, Arthur Pequeñoloco dijo: —Siendo como soy, señorita, un Feegle que sólo recientemente se enteró de que no es un zapatero de hadas, no me enorgullece deciros que es cierto que he estado hablando con mis nuevos hermanos y me enteré de que, cuando vivían en las montañas lejanas, tuvieron que luchar con los humanos a veces, cuando venían a excavar por el oro de hadas, y una lucha terrible tuvo lugar y de hecho, esos bandidos eran demasiado estúpidos para correr, pueden haberse encontrado ellos mismos lo suficientemente listos como para morir. —Tosió—. No obstante, en defensa de mis nuevos hermanos debo señalar que siempre se aseguraron de que las probabilidades fueran justas y equitativas, es decir, un Feegle por cada diez hombres. No podéis decir nada más justo que eso. Y no fue su culpa que algunos hombres sólo quisieran tae suicidarse. Hubo un destello en los ojos de Arthur Pequeñoloco que llevó a Tiffany a preguntar: —¿Cómo es exactamente que se suicidan? El policía Feegle encogió sus pequeños hombros amplios. —Ellos llevaron una pala a un montículo Feegle, señorita. Yo soy un hombre que conoce la ley, señorita. Nunca he visto un montículo hasta que conocí a estos finos señores, pero aun así mi sangre hierve, señorita, hierve, eso hace. Mi corazón golpea, mi pulso se lanza a la carrera, y a mi garganta surge como el aliento de un dragón con la sola idea de una pala de acero brillante que recorre la arcilla de un montículo Feegle, cortando y triturando. Quiero matar al hombre que hace eso, señorita. Yo lo mataría muerto, y lo perseguiría a la otra vida para matarlo otra vez, y lo haría una y otra vez, porque sería el pecado de los pecados, matar a todo un pueblo, y una muerte no sería suficiente recompensa. Sin embargo, como soy un antes mencionado hombre de la ley, espero sinceramente que los actuales malentendidos puedan resolverse sin la necesidad de una matanza al por mayor y derramamiento de sangre y gritos y gemidos y llantos y gente teniendo pedacitos de sí mismos clavados en los árboles, como nunca se ha visto antes, ¿vos sabéis? —Arthur Pequeñoloco, levantando su insignia de policía de tamaño completo como un escudo, se quedó mirando a Tiffany con una mezcla de sorpresa y desafío. Y Tiffany era una bruja. —Tengo que decirte algo, Arthur Pequeñoloco —dijo—, y debes entender lo que digo. Has vuelto a casa, Arthur Pequeñoloco. El escudo cayó de su mano.

—Sí, señorita, lo sé ahora. Un polisía no debe decir las palabras que acabo de decir. Él debe hablar de jueces y jurados, y prisiones y sentencias, y él debe decir que no podéis tomar la justicia en vuestras propias manos. Así que voy a entregar mi insignia, de hecho, y permanecer aquí entre mi propia gente, aunque tengo que decir, con mejores normas de higiene. Esto obtuvo un gran aplauso de la asamblea Feegle, aunque Tiffany no estaba segura de que la mayoría de ellos entendiera completamente el concepto de higiene o, puestos a eso, obedecer la ley. —Tienes mi palabra —dijo Tiffany—, de que el montículo no será tocado de nuevo. Velaré por él, ¿entiendes? —Och, bien —dijo Arthur Pequeñoloco con lágrimas en los ojos—. Eso podría estar muy bien, señorita, pero ¿qué va a pasar a su espalda cuando estéis volando y zumbando en vuestros negocios muy importantes través de las colinas? ¿Qué pasará entonces? Todos los ojos se volvieron a Tiffany, incluidos los de las cabras. Ella no hacía más este tipo de cosas, porque sabía que era de mala educación, pero Tiffany levantó a Arthur Pequeñoloco y lo mantuvo al nivel de los ojos. —Yo soy la hag de las colinas —dijo—. Y yo te juro a ti y a todos los otros Feegle que la casa de los Feegle nunca se verá amenazada con el hierro otra vez. Nunca estará a mis espaldas, siempre se encontrará al frente de mis ojos. Y mientras esto sea así, ningún hombre viviente la tocará si quiere seguir siendo un hombre vivo. Y si fallo a los Feegle en esto, puedo ser arrastrada por los siete infiernos en una escoba hecha de clavos. En sentido estricto, se admitió Tiffany a sí misma, se trataba de amenazas bastante vacías, pero los Feegle no creían que un juramento fuera un juramento si no tenía un montón de rayos y truenos, y de jactancia y de sangre en él. La sangre, de alguna manera, lo hacía oficial. Voy a procurar que el montículo no sea tocado de nuevo, pensó. No hay manera de que Roland me lo pueda negar ahora. Y además, tengo un arma secreta: Tengo la confianza de una joven que pronto va a ser su esposa. Ningún hombre puede estar seguro en esas circunstancias. En el resplandor de la tranquilidad, Arthur Pequeñoloco dijo alegremente: —Bien dicho, señora, y me permito aprovechar la oportunidad, en nombre de mis nuevos amigos y parientes tae agradeceros por explicarnos a todos sobre el asunto de las bodas ahora. Es muy interesante para aquellos de nosotros que tenemos poco que ver con esas cosas. ¿Algunos de nosotros se preguntaban si podríamos hacer preguntas? Ser amenazada por un horror espectral era suficientemente terrible en este momento, pero de alguna manera el pensamiento de los Nac Mac Feegle haciendo preguntas sobre los hechos de la vida conyugal entre los seres humanos era aún peor. No había motivos para explicar por qué no iba a explicar, Tiffany se limitó a decir “no” en un tono de voz como el acero y con mucho cuidado lo puso de nuevo en el suelo. Ella agregó: —No deberían haber estado escuchando. —¿Por qué no? —dijo Wullie Tonto. —¡Simplemente no deberían! No voy a explicarlo. Simplemente no deberían. Y ahora, señores, me gustaría un poco de tiempo para mí misma, si es lo mismo para ustedes.

Algunos de ellos la seguirían, por supuesto, pensó. Ellos siempre lo hacían. Volvió a subir a la sala y se sentó lo más cerca posible del gran fuego. Incluso a finales del verano, la sala estaba fría. Había tapices colgando como aislante del frío de las paredes de piedra. Eran el tipo habitual de cosas: hombres con armadura blandiendo espadas, arcos y hachas a otros hombres con armadura. Dado que la batalla es muy rápida y ruidosa, presumiblemente tenían que dejar de luchar cada par de minutos para dar a las señoras que estaban haciendo el tapiz un poco de tiempo para ponerse al día. Tiffany conocía el más cercano al fuego de memoria. Todos los chicos lo hacían. Aprendías historia de los tapices, si había algún hombre de edad cerca para explicar lo que estaba pasando. Pero, en general, cuando ella era mucho más joven, había sido más divertido inventar historias sobre los diferentes caballeros, como el que estaba corriendo desesperadamente para alcanzar su caballo, y el que había sido arrojado por su caballo, y, porque tenía un casco con una punta en él, ahora estaba erguido con la cabeza en el suelo, lo cual, aun cuando eran niños, habían reconocido que no era una buena posición para estar en el campo de batalla. Eran como viejos amigos, congelados en una guerra cuyo nombre nadie en la Creta podía recordar. Y... de repente había otro, que nunca había estado allí antes, corriendo hacia Tiffany a través de la batalla. Ella lo miró fijamente, su cuerpo exigiendo que fuese a dormir un poco ahora, y cualquier parte que estuviera trabajando en su cerebro insistiendo en que ella hiciera algo. En medio de esto su mano se apoderó de un leño al borde del fuego y lo levantó a propósito hacia el tapiz. La tela prácticamente se había derrumbado con la edad. Ardería como pasto seco. La figura estaba caminando con cautela ahora. Ella no podía ver ningún detalle todavía, y no quería. Los caballeros en el tapiz habían sido tejidos sin ninguna perspectiva; eran tan planas como la pintura infantil de un niño. Pero el hombre de negro, que había comenzado como una marca a la distancia, era cada vez más grande mientras se acercaba y ahora... Ella pudo ver la cara y los huecos vacíos de los ojos, que incluso desde aquí cambiaban de color cuando pasaban por delante de las pintadas armaduras de caballero tras caballero, y ahora había empezado a correr de nuevo, cada vez más grande. Y el olor rezumaba hacia ella de nuevo... ¿Cuál era el valor de la tapicería? ¿Tenía ella derecho a destruirla? ¿Con qué cosa salir de ella? ¡Oh sí, oh sí! ¿No sería agradable ser un mago y conjurar a los caballeros para luchar una última batalla? ¿No sería agradable ser una bruja que no estaba aquí? Levantó el leño chispeante y miró los agujeros donde debían estar los ojos. Tenías que ser una bruja para estar preparada para mirar una mirada que no estaba allí, porque de alguna manera se sentía que estaba chupando tus propios globos oculares de tu cabeza. Los túneles en el cráneo eran hipnóticos, y ahora se trasladaban de un lado a otro lentamente, como una serpiente. —Por favor, no. Ella no estaba esperando eso, la voz era urgente, pero muy agradable… y pertenecía a Eskarina Herrero. El viento era de plata y frío. Tiffany, acostada de espaldas, alzó la vista a un cielo blanco; en el borde de su visión, pastos secos se sacudían y agitaban en el viento, pero, curiosamente, detrás de este pequeño trozo de campo estaban la gran chimenea y los caballeros luchando.

—Es realmente muy importante que no se mueva —dijo la misma voz detrás de ella—. El lugar donde se encuentra ahora ha sido, como decimos, improvisado para esta conversación y no existía hasta que usted llegó aquí, y dejará de existir en el momento que salga. En sentido estricto, por las normas de la mayoría de las disciplinas filosóficas, no se puede decir que tenga existencia en absoluto. —Así que es un lugar mágico, ¿no? ¿Al igual que la Finca Irreal? —Muy sensata manera de decirlo —dijo la voz de Eskarina—. Aquellas de nosotras que sabemos de él lo llamamos el viaje ahora. Es una manera fácil de hablar con usted en privado; cuando se cierre, estará exactamente donde estaba y no habrá pasado el tiempo. ¿Entiende? —¡No! Eskarina se sentó en la hierba a su lado. —Gracias a Dios por eso. Sería bastante preocupante si lo entendiera. Usted es, lo sabe, una bruja extremadamente inusual. Hasta donde yo sé, tiene un talento natural para la fabricación de queso, y como van los talentos, es un talento muy bueno para tener. El mundo necesita queseros. Un buen fabricante de queso vale su peso en, bueno, queso. Así que no nació con talento para la brujería. Tiffany abrió la boca para responder antes de tener alguna idea de lo que iba a decir, pero eso no es inusual entre los seres humanos. Lo primero que se abrió paso a través de la multitud de preguntas fue: —Espere, yo llevaba un leño ardiendo. Pero ahora me ha traído hasta aquí, donde sea aquí exactamente. ¿Qué pasó? —Miró el fuego. Las llamas estaban congeladas—. La gente se fijará en mí —dijo, y a continuación, dada la naturaleza de la situación, añadió—, ¿no? —La respuesta es no; la razón es complicada. El viaje es ahora... tiempo domesticado. Es tiempo que está de su lado. Créame, hay cosas más extrañas en el universo. En este momento, Tiffany, estamos realmente viviendo un tiempo prestado. Las llamas estaban congeladas todavía. Tiffany consideraba que debían ser frías, pero podía sentir el calor. Y tenía tiempo para pensar tambien. —¿Y cuando vuelva? —Nada habrá cambiado —dijo Eskarina—, excepto el contenido de su cabeza, que es, en este momento, muy importante. —¿Y usted se ha metido en todo este problema para decirme que no tengo talento para la brujería? —dijo Tiffany de manera inexpresiva—. Eso fue muy amable de su parte. Eskarina se echó a reír. Era su risa joven, que parecía extraña cuando viste las arrugas en su rostro. Tiffany nunca había visto a un anciano que pareciera tan joven. —Yo dije que no nació con talento para la brujería: no fue fácil; trabajó duro en eso porque lo quería. Usted obligó al mundo a dárselo, sin importar el precio, y el precio es y será siempre alto. ¿Ha escuchado el dicho "la recompensa que obtienes por cavar hoyos es una pala más grande"? —Sí —dijo Tiffany—, oí a Yaya Ceravieja decirlo una vez. —Ella lo inventó. La gente dice que no encuentras la brujería; la brujería te encuentra a ti. Pero usted la ha encontrado, aunque en el momento en que no sabía

qué era lo que buscaba, y la agarró por el escuálido cuello y la hizo funcionar para usted. —Todo esto es muy... interesante —dijo Tiffany—, pero tengo cosas que debo estar haciendo. —No en el viaje ahora —dijo Eskarina firmemente—. Mire, el Hombre Astuto la ha encontrado de nuevo. —Creo que se esconde en los libros e imágenes —añadió Tiffany—. Y en los tapices. —Se estremeció. —Y en los espejos —dijo Eskarina—, y en los charcos, y en el destello de luz en un pedazo de vidrio roto, o en el brillo de un cuchillo. ¿Cuántas maneras se le ocurren? ¿Qué tan asustada está dispuesta a estar? —Voy a tener que luchar contra él —dijo Tiffany—. Creo que sabía que tendría que hacerlo. No me parece que sea alguien del que se pueda huir. Es un matón, ¿no? Ataca donde cree que va a ganar, y tengo que encontrar una manera de ser más fuerte que él. Creo que puedo encontrar una manera… después de todo, él es un poco como la colmena. Y eso fue realmente bastante fácil. Eskarina no gritó; ella habló en voz muy baja y de una manera que parecía hacer más ruido que lo que hubiera hecho un grito. —¿Va a persistir en no reconocer lo importante que es, Tiffany Doliente la quesera? Usted tiene la oportunidad de derrotar al Hombre Astuto, y si usted falla, falla la brujería… y cae con usted. Él poseerá su cuerpo, sus conocimientos, sus talentos y su alma. Y por su propio bien —y por el bien de todos— sus hermanas brujas resolverán sus diferencias y la echarán en el olvido antes de que usted pueda hacer más daño. ¿Entiende? ¡Esto es importante! Tiene que ayudarse a usted misma. —¿Las otras brujas me van a matar? —dijo Tiffany, horrorizada. —Por supuesto. Usted es una bruja y sabe lo que Yaya Ceravieja siempre dice: Nosotras hacemos lo correcto, no lo agradable. Será usted o él, Tiffany Doliente. El perdedor va a morir. En el caso de él, lamento decir que podríamos verlo de nuevo en unos pocos siglos; en su caso, no tengo intención de adivinar. —Pero espere un momento —dijo Tiffany—. Si ellas están dispuestas a pelear con él y conmigo, ¿por qué no se unen todas para luchar contra él ahora? —Por supuesto. ¿Le gustaría que lo hagan? ¿Qué es lo que realmente quiere, Tiffany Doliente, aquí y ahora? Es su elección. Las otras brujas, estoy segura, no pensarán peor de usted. —Eskarina dudó por un momento y luego dijo—: Bueno, supongo que serán muy amables acerca de eso. ¿La bruja que se enfrenta al juicio y se escapa?, pensó Tiffany. ¿La bruja con la que eran amables, porque saben que no era lo suficientemente buena? Y si piensas que no eres lo suficientemente buena, entonces ya no eres ningún tipo de bruja. En voz alta dijo: —Prefiero morir en el intento de ser una bruja, que ser la chica con la que son amables. —Srta. Doliente, usted está mostrando una casi pecaminosa seguridad en sí misma y un enorme orgullo y seguridad, y puedo decir que no me esperaba nada menos de una bruja.

*** El mundo se tambaleó un poco y cambió. Eskarina desapareció, aún cuando sus palabras seguían hundiéndose en la mente de Tiffany. El tapiz estaba enfrente de ella otra vez y ella todavía estaba levantando el leño ardiente, pero esta vez ella lo levantó con confianza. Ella se sentía como si estuviera llena de aire, levantándola. El mundo se había vuelto extraño, pero al menos sabía que el fuego quemaría la tapicería seca como la yesca el momento en que la tocase. —Quemaría esta vieja sábana en un instante, señor, créame. ¡Vuelva al lugar de donde viene, señor! Para su asombro la oscura figura se retiró. Hubo un siseo momentáneo y Tiffany sintió como si un peso hubiera caído, arrastrando el hedor con él. —Eso fue muy interesante. —Tiffany giró en redondo y miró la alegre sonrisa de Preston—. ¿Sabe usted —dijo él—, yo estaba muy preocupado cuando se quedó tan dura por unos momentos. Pensé que había muerto. Cuando toqué su brazo —con mucho respeto, nada de toqueteo— se sentía como el aire en un día tormentoso. Así que pensé: Esto es asunto de brujas, y decidí mantener un ojo en usted, ¡y luego amenazó a un inocente tapiz con la muerte por el fuego! Ella miró los ojos del muchacho como si fuera un espejo. Fuego, pensó. El fuego lo mató una vez, y él lo sabe. Él no va a ningún lugar cercano al fuego. El fuego es el secreto. La liebre corre en el fuego. Hum. —En realidad, me gusta bastante el fuego —dijo Preston—. Yo no creo que sea mi enemigo en absoluto. —¿Qué? —dijo Tiffany. —Me temo que estaba hablando en voz baja —dijo Preston—. No voy a preguntar de qué se trataba. Mi abuela decía: No te inmiscuyas en asuntos de brujas porque te darán un sopapo en la oreja. Tiffany lo miró y tomó una decisión instantánea. —¿Puedes guardar un secreto? Preston asintió. —¡Por supuesto! Nunca he dicho a nadie que el sargento escribe poesía, por ejemplo. —¡Preston, acabas de decírmelo! Preston le sonrió. —Ah, pero una bruja no es nadie. Mi abuela me dijo que decir un secreto a una bruja es como susurrarlo a una pared. —Bueno, sí —empezó Tiffany y luego se detuvo—. ¿Cómo sabes que escribe poesía? —Era difícil no saberlo —dijo Preston—. Pero, verá, él la escribe en las páginas del libro de los acontecimientos en la casa de guardia, probablemente cuando está de guardia nocturna. Arranca las páginas cuidadosamente, y lo hace tan perfectamente que usted no lo diría, pero presiona tan duro con el lápiz que es bastante fácil leer la impresión en el papel de abajo. —¿Seguramente, los otros hombres se dieron cuenta? —dijo Tiffany.

Preston negó con la cabeza, lo que causó que su casco de gran tamaño girase un poco. —¡Oh, no, señorita, usted los conoce: piensan que la lectura es algo amariconado para las niñas. De todos modos, si llego temprano arranco el papel de abajo de modo que no se rían de él. Tengo que decir que, para un autodidacta, es un poeta bastante bueno… buena comprensión de la metáfora. Todos ellos están escritos para alguien llamado Millie. —Esa sería su esposa —dijo Tiffany—. Debes haberla visto en el pueblo… más pecas que nadie que yo haya visto. Ella es muy sensible al respecto. Preston asintió con la cabeza. —Eso podría explicar por qué su último poema se titula "¿Qué Bueno Es El Cielo Sin Estrellas "? —No lo dirías mirando al hombre, ¿verdad? Preston se quedó pensativo por un momento. —Disculpe, Tiffany —dijo—, pero usted no se ve bien. De hecho, sin ofender, se ve absolutamente terrible. Si usted fuese alguien más y se echara un vistazo a usted misma, diría que está ciertamente muy enferma. No se ve como si hubiera dormido. —Tuve por lo menos una hora anoche. ¡Y una siesta el día anterior! —dijo Tiffany. —¿En serio? —dijo Preston, severo—. Y aparte del desayuno de esta mañana, ¿cuando fue la última vez que tuvo una comida adecuada? Por alguna razón Tiffany todavía se sentía llena de luz interior. —Creo que podría haber tomado un bocadillo ayer... —¿En serio? —dijo Preston—. ¿Bocadillos y siestas? Así no es como se supone que alguien viva; ¡es cómo la gente muere! Estaba en lo cierto. Ella sabía que él lo estaba. Pero eso sólo empeoraba las cosas. —Mira, estoy siendo perseguida por una criatura horrible que puede tomar a otra persona por completo, ¡y yo tengo que lidiar con él! Preston miró a su alrededor con interés. —¿Podría tomarme a mí? El veneno va donde el veneno es bienvenido, pensó Tiffany. Gracias por esa útil frase, Sra. Proust. —No, no lo creo. Creo que tiene que ser el tipo adecuado de persona… es decir, el tipo equivocado de persona. Ya sabes, alguien con un toque de maldad. Por primera vez, Preston parecía preocupado. —He hecho algunas cosas malas en mi vida, siento decir. A pesar de su cansancio repentino, Tiffany sonrió. —¿Cuál fue la peor? —En una ocasión robé un paquete de lápices de colores de un puesto del mercado. —Él la miró desafiante, como si esperara que ella gritara o lo señalara con el dedo del desprecio.

En cambio, ella negó con la cabeza y dijo: —¿Qué edad tenías entonces? —Seis. —Preston, no creo que esta criatura nunca pueda encontrar su camino en tu cabeza. Aparte de todo lo demás, me parece bastante concurrida y complicada. —Señorita Tiffany, necesita de un descanso, un descanso adecuado en una cama adecuada. ¿Qué clase de bruja puede cuidar de todo el mundo si no es lo suficientemente sensata para cuidar de sí misma? Quis custodiet ipsos custodes? Eso quiere decir: ¿Quién vigila a los guardias? —continuó Preston—. Entonces, ¿quién vigila a las brujas? ¿Quién se preocupa por la gente que se preocupa por el pueblo? En este momento, parece que tengo que ser yo. Ella se rindió.

*** La niebla de la ciudad era tan espesa como cortinas cuando la Sra. Proust se apuraba hacia la oscura y siniestra forma del Tanty, pero las nubes se separaban obedientes cuando se acercaba y se cerraban de nuevo detrás de ella. El director estaba esperando en la puerta principal, una linterna en la mano. —Lo siento, señora, pero pensamos que usted debía ver esto antes que se hiciese oficial. Sé que las brujas parecen un poco impopulares ahora, pero siempre hemos pensado en usted como familia, si sabe lo que quiero decir. Todo el mundo recuerda a su papá. ¡Que artesano! ¡Él podía colgar a un hombre en siete segundos y cuarto! Nunca ha sido batido. Nunca veremos algo así otra vez. —Se puso solemne—. Y puedo decir, señora, espero nunca volver a ver otro tanto de lo que va a ver ahora. Nos tiene nerviosos, y no hay duda. Esto le concierne, supongo. La Sra. Proust sacudió las gotas de agua de su capa en la oficina de la prisión y pudo oler el miedo en el aire. No eran los sonidos metálicos generales y los gritos lejanos que siempre escuchas cuando las cosas iban mal en la cárcel: una cárcel, por definición, por ser un montón de personas apiñadas juntas, y todos los miedos, y odios, y preocupaciones, y temores, y rumores, todos sentados uno arriba del otro, jadeando por espacio. Colgó la capa de un clavo en la puerta y se frotó las manos. —El muchacho que envió, ¿dijo algo acerca de una fuga? —Ala D —dijo el guardián—. Macintosh. ¿Se acuerda? Ha estado aquí alrededor de un año. —Sí, recuerdo —dijo la bruja—. Tuvieron que detener el juicio debido a que el jurado estaba vomitando. Muy desagradable. Pero nadie ha escapado del ala D, ¿verdad? ¿Los barrotes son de acero? —Doblados —dijo el guardián inexpresivamente—. Será mejor que venga a ver. Nos está dando escalofríos, no me importa decírselo. —Macintosh no era un hombre particularmente grande, por lo que recuerdo —dijo la bruja mientras se apresuraban a lo largo de los pasillos húmedos. —Así es, Sra. Proust. Bajo y desagradable, eso era él. A ser colgado la semana próxima también. Rompió barrotes que un hombre fuerte no habría sido capaz de mover con una palanca y saltó diez metros hasta el suelo. Eso no es natural, eso no

está bien. Pero fue la otra cosa que hizo… palabra, me pone enfermo pensar al respecto. Un guardia estaba esperando fuera de la celda recientemente desocupada por la ausencia de Macintosh, pero por ninguna razón que la Sra. Proust pudiera reconocer, ya que el hombre definitivamente se había ido. Se tocó el ala de su sombrero con respeto cuando la vio. —Buenos días, Sra. Proust —dijo—. Puedo decir que es un honor conocer a la hija del mejor verdugo de la historia. Cincuenta y un años delante de la palanca, y nunca un cliente insatisfecho. El Sr. Trooper ahora, tío decente, pero a veces rebota un poco y no considero que eso sea profesional. Y su papá no renunciaría a un bien merecido ahorcamiento por miedo a que los fuegos del mal y los demonios del miedo le persiguieran posteriormente. Marque mis palabras; ¡iría detrás de ellos y los colgaría también! Siete segundos y un cuarto, qué caballero. Pero la Sra. Proust estaba mirando hacia el suelo. —Cosa terrible para que una dama tenga que ver —continuó el guardián. Casi distraídamente la Sra. Proust dijo: —Las brujas no son damas cuando están en el negocio, Frank —y luego olió el aire y lanzó un juramento que hizo agua los ojos de Frank. —Hace que uno se pregunte qué se metió en él, ¿verdad? La Sra. Proust se enderezó. —No tengo que preguntarme, hijo mío —dijo con gravedad—. Lo sé. La niebla se amontonaba contra los edificios en su esfuerzo por salir del camino de la Sra. Proust cuando ella se apresuró a regresar a la Calle Décimo Huevo, dejando detrás de ella un túnel en forma de la Sra. Proust en la penumbra. Derek estaba bebiendo una pacífica taza de cacao cuando su madre irrumpió al compás, por así decirlo, de un gran pedo. Miró hacia arriba, arrugando la frente. —¿Eso suena como si bemol para ti? No sonaba como si bemol para mí. Buscó en el cajón debajo del mostrador el diapasón, pero su madre corrió junto a él. —¿Dónde está mi escoba? Derek suspiró. —En el sótano, ¿recuerdas? Cuando los enanos te dijeron el mes pasado cuánto costaría la reparación, les dijiste que eran un montón de pequeños adornos de jardín estafadores, ¿recuerdas? De todos modos, nunca la usas. —Tengo que ir al… campo —dijo la Sra. Proust, mirando a su alrededor en las estanterías atestadas, en caso de que allí hubiera otra escoba que funcionase. Su hijo la miró fijamente. —¿Estás segura, madre? Siempre has dicho que es malo para tu salud. —Cuestión de vida o muerte —murmuró la Sra. Proust—. ¿Qué hay de Larga Alta Baja Gorda Sally? —Oh, Madre, realmente no deberías llamarla así —dijo Derek en tono de reproche—. Ella no puede evitar ser alérgica a las mareas.

—¡Ella tiene una escoba, sin embargo! ¡Ja! Si no es una cosa es otra. Hazme algunos sándwiches, ¿quieres? —¿Se trata de esa chica que estuvo aquí la semana pasada? —dijo Derek sospechosamente—. No creo que ella tenga mucho sentido del humor. Su madre no le hizo caso y buscó debajo del mostrador, volviendo con una porra de cuero de gran tamaño. Los pequeños comerciantes de la Calle Décimo Huevo trabajaban con márgenes estrechos, y tenían un enfoque muy directo sobre el robo en tiendas. —No lo sé, realmente no lo sé —se quejó ella—. ¿Yo? ¿Hacer el bien a mi edad? Debo tener la cabeza reblandecida. ¡Y ni siquiera voy a cobrar! No sé, realmente no lo sé. Lo siguiente, tú sabes, voy a empezar a dar tres deseos a la gente, y si empiezo a hacer eso, Derek, me gustaría que me golpearas muy duro en la cabeza. —Ella le entregó la porra—. Te dejo a cargo. Trata de vender algo del chocolate de goma y los falsos huevos fritos humorísticos, ¿quieres? Dile a la gente que son marcadores novedosos o algo así. Y con eso, la Sra. Proust salió a la noche. Las calles y callejones de la ciudad eran muy peligrosos por la noche, con asaltantes, ladrones y disgustos similares. Pero desaparecieron en la oscuridad a su paso. La Sra. Proust era una mala noticia, y era mejor dejarla tranquila si uno deseaba mantener todos los huesos de los dedos apuntando hacia la dirección correcta. El cuerpo que fuera Macintosh corría a través de la noche. Estaba lleno de dolor. Esto no le importaba al fantasma, no era su dolor. Sus tendones cantaban con agonía, pero no era una agonía del fantasma. Los dedos sangraban donde había arrancado las barras de acero de la pared. Pero el fantasma no sangraba. Nunca sangraba. No podía recordar cuándo había tenido un cuerpo que fuera realmente propio. Los cuerpos tenían que ser alimentados y tenían que beber. Ésa era una característica molesta de esas miserables cosas. Tarde o temprano se quedaban sin utilidad. A menudo, eso no importaba; siempre había alguien —una pequeña mente supurando odio, envidia y resentimiento que daría la bienvenida al fantasma en su interior. Pero había que tener cuidado, y tenía que ser rápido. Pero sobre todo tenía que ser fuerte. Aquí, en las carreteras vacías, sería difícil encontrar otro recipiente adecuado. Lamentándolo, permitió al cuerpo detenerse y beber de las turbias aguas de un estanque. Resultó estar lleno de ranas, pero un cuerpo tenía que comer también, ¿no?

Capítulo 13 EL TEMBLOR DE LAS HOJAS SU APROPIADA CAMA en la cámara negra y blanca del castillo era mucho mejor que el calabozo, a pesar de que Tiffany extrañaba los balsámicos eructos de las cabras. Soñó con fuego, otra vez. Y ella estaba siendo observada. Podía sentirlo, y no eran las cabras en esta ocasión. Ella estaba siendo observada dentro de su cabeza. Pero no era mala mirada; alguien se ocupaba de ella. Y en el sueño el fuego era colérico, y una figura oscura hizo a un lado las llamas como si fueran cortinas, y allí estaba la liebre sentada junto a la figura oscura como si fuera una mascota. La liebre llamó la atención de Tiffany y se lanzó al fuego. Y Tiffany supo. Alguien llamó a la puerta. De repente Tiffany estuvo despierta. —¿Quién está ahí? Una voz al otro lado de la pesada puerta dijo: —¿Qué sonido hace el olvido? Casi no tuvo que pensar. —Es el sonido del viento en los pastos muertos en un día caluroso de verano. —Sí, creo que así sería —dijo la voz de Preston desde el otro lado de la puerta—. Para ir directo al punto, señorita, hay un montón de gente abajo, señorita. Creo que necesitan a su bruja. Era un buen día para un funeral, pensó Tiffany, mirando por la angosta ventana del castillo. No debe haber lluvia en un funeral. Eso ponía a la gente demasiado sombría. Trataba de no estar triste en los funerales. La gente vivía y moría, y era recordada. Sucedía de la misma forma que el invierno seguía al verano. No era una cosa mala. Había lágrimas, por supuesto, pero eran para los que se quedaban; los que habían partido no las necesitaban. El personal se había levantado muy temprano, y habían sido puestas largas mesas en la sala para servir un desayuno para todos los interesados. Eso era una tradición. Rico o pobre, señor o señora: el desayuno funeral estaba allí para todos, y por respeto al antiguo Barón, y también por respeto a una buena comida, la sala se iba llenando. La Duquesa estaba allí, con un vestido negro que era más negro que cualquier negro que Tiffany hubiera visto nunca antes. El vestido relucía. El vestido negro de la bruja promedio era por lo general negro sólo teóricamente. En realidad, era

a menudo bastante polvoriento, y muy posiblemente parchado en la vecindad de las rodillas y un poco irregular en los dobladillos y, por supuesto, casi desgastado por los lavados frecuentes. Era lo que era: ropa de trabajo. No podía imaginar a la Duquesa en el parto de un bebé en ese vestido... Tiffany parpadeó. Podía imaginar la Duquesa haciendo precisamente eso; si era una emergencia, lo haría. Ella podría intimidar y quejarse y dar órdenes a la gente alrededor, pero lo haría. Era ese tipo de persona. Tiffany volvió a parpadear. Su cabeza se sentía muy clara, como el cristal. El mundo parecía comprensible, pero un poco frágil, como si pudiera ser roto, como una bola de espejos. —¡Buenos días, señorita! —Ésa era Ámbar, y detrás de ella, sus padres, el Sr. Petty que se veía insignificante, incómodo y bastante tímido. Era evidente que no sabía qué decir. Tampoco Tiffany. Hubo un revuelo en la puerta principal, y Roland se apresuró en esa dirección y volvió con el rey Verence de Lancre y Magrat 33, su reina. Tiffany los había conocido antes. No podías evitar conocerlos en Lancre, que era un reino muy pequeño, y aún menor cuando se tomaba en consideración que Yaya Ceravieja también vivía allí. Y Yaya Ceravieja estaba aquí, aquí y ahora, con Tú34 sobre sus hombros como una bufanda, detrás del Rey y la Reina y justo enfrente de una voz alegre enorme que gritaba: —¡Hola, Tiff! ¡Cómo está tu vientre fuera de las manchas! —Lo que significaba que un par de pies por debajo de ella, pero oculta por razones de tamaño, estaba Tata Ogg, de la que algunos rumoreaban ser más inteligente que Yaya Ceravieja, y lo suficientemente inteligente por lo menos para no dejar que ella lo supiera. Tiffany se inclinó ante ellas como era la costumbre. Ella pensó, se reúnen, ¿verdad? Sonrió a Yaya y dijo: —Muy contenta de verla aquí, Sra. Ceravieja, y un poco sorprendida. Yaya la miró fijamente, pero Tata Ogg dijo: —Es un largo viaje lleno de baches desde Lancre, y así que nosotras dos pensamos en darles a Magrat y su rey, un agradable paseo hacia abajo. Posiblemente Tiffany estaba imaginando, pero la explicación de Tata Ogg sonaba como algo que había estado trabajando durante un tiempo. Se sentía como si estuviera recitando un guión. Pero no había más tiempo para hablar. La llegada del rey había provocado algo en el aire, y por primera vez vio Tiffany a Pastor Huevo, en un traje negro y blanco. Se ajustó el sombrero puntiagudo y se acercó a él. Parecía muy contento de la compañía, lo que equivale a decir que él le dio una sonrisa de agradecimiento. —Ja, una bruja, veo. —Sí, el sombrero puntiagudo es un poco una revelación, ¿verdad? —dijo ella. —¿Pero no un vestido negro, según noto...? Tiffany escuchó el signo de interrogación, cuando hubo pasado. 33

Ahora ella era una reina, mucho más esnob que la Duquesa. Debe haber reconocido a Tiffany porque amablemente se dignó a parpadear hacia ella y luego mirar hacia otro lado como si se aburriera. 34 Tú había sido un triste gatito blanco cuando Tiffany se lo había dado a la vieja bruja. Nunca había ratones en casa de Yaya en estos días; Tú solo miraba hasta que se daban cuenta de lo inútiles que eran y se escabullían.

—Cuando sea vieja, voy a vestir de medianoche —dijo. —Totalmente apropiado —dijo el pastor—, pero ahora usa verde, blanco y azul, los colores de las colinas, ¡no puedo menos que notarlo! Tiffany quedó impresionada. —Por lo tanto, ¿usted no está interesado en la búsqueda de brujas, entonces? — Se sintió un poco tonta por preguntar directamente, pero estaba muy tensa. Pastor Huevo negó con la cabeza. —¡Le puedo asegurar, señora, que la Iglesia no se ha visto seriamente implicada en ese tipo de cosas durante cientos de años! Lamentablemente, algunas personas tienen buena memoria. De hecho, fue sólo unos pocos años atrás que el famoso Pastor Avena dijo en su famoso Testamento de las Montañas que las mujeres conocidas como brujas encarnan, de un modo solidario y práctico, el mejor de los ideales de Brutha el profeta. Eso es bastante bueno para mí. ¿Espero que sea lo suficientemente bueno para usted? Tiffany le dio su sonrisa más dulce, que no era tan dulce, por mucho que lo intentó; ella nunca había tenido realmente el conocimiento de lo dulce. —Es importante ser claro acerca de estas cosas, ¿no le parece? Ella olfateó, y no notó ningún olor que no fuera un toque de crema de afeitar. Aún así, iba a tener que estar en guardia. Fue un funeral muy bueno; desde el punto de vista de Tiffany, un buen funeral era uno donde el protagonista era muy viejo. Ella había estado en algunos —muchos— que eran pequeños y envueltos en un sudario. Los ataúdes eran apenas conocidos en la Creta, y de hecho casi en ningún otro lugar. La madera decente era demasiado cara para dejar que se pudriera bajo tierra. Un práctico manto de lana blanca bastaba para la mayoría de la gente; era fácil de hacer, no demasiado caro, y bueno para la industria de la lana. El Barón, sin embargo, fue a su descanso eterno dentro de una tumba de mármol blanco que, siendo él un hombre práctico, había diseñado, comprado y pagado hacía veinte años. Había un sudario blanco en su interior, porque el mármol puede ser un poco frío para acostarse. Y ése fue el final del viejo Barón, excepto que sólo Tiffany sabía dónde estaba en realidad. Él estaba caminando con su padre en los rastrojos, donde quemaban los tallos de maíz y las malezas, un día perfecto de finales del verano, un momento perfecto que nunca cambia en el tiempo... Se quedó sin aliento. —¡El dibujo! —A pesar de que había hablado en voz baja, la gente a su alrededor se volvió para mirarla. Ella pensó, ¡qué egoísta de mi parte! Y luego pensó: ¿Seguramente estará allí todavía? Tan pronto como la tapa de la tumba de piedra se hubo deslizado en su lugar con un sonido que Tiffany siempre recordaría, ella fue y encontró a Brian, que se soplaba la nariz, y cuando él la miró, alrededor de los ojos era de color rosa. Ella lo tomó suavemente por el brazo, tratando de no parecer urgente. —La habitación en que el Barón estaba viviendo, ¿está cerrada? Él pareció sorprendido. —¡Ya lo creo! Y el dinero está en la gran caja fuerte en la oficina. ¿Por qué quieres saberlo?

—Había algo muy valioso adentro. Una carpeta de cuero. ¿Sabes si llegaron a ponerla en la gran caja fuerte también? El sargento sacudió la cabeza. —Créeme, Tiff, después de ese... —dudó—... pequeño problema, hice un inventario de todo lo que había en esa habitación. No hay una cosa que salga de allí sin que yo lo vea y la ponga en mi cuaderno. Con mi lápiz —agregó, para mayor precisión—. No hay nada como una carpeta de cuero que fuera sacada, estoy seguro de ello. —No. Porque la Srta. Spruce ya la había tomado —dijo Tiffany—. ¡Esa enfermera miserable! ¡No me importaba el dinero, porque nunca esperé dinero! ¡Tal vez pensó que había documentos en ella o algo así! Tiffany se apresuró a regresar a la sala y miró a su alrededor. Roland era el Barón ahora, en todos los aspectos. Y era en el respeto que las personas se estaban agrupando en torno a él, diciendo cosas como: “Era un hombre muy bueno" y "Él ha disfrutado una buena vida" y "Por lo menos, no sufrió”, y todas las cosas que la gente dice después de un funeral, cuando no sabe qué decir. Y ahora Tiffany se dirigió deliberadamente hacia el Barón, y se detuvo cuando una mano cayó sobre su hombro. Siguió el brazo hasta la cara de Tata Ogg, que había logrado obtener la mayor jarra de cerveza que Tiffany había visto jamás. Para ser precisos, se dio cuenta de que era una jarra medio llena de cerveza. —Es bueno ver algo como esto bien hecho —dijo Tata—. No conocía al muchacho, por supuesto, pero suena como un tipo decente. Es bueno verte, Tiff. ¿Todo bien administrado? Tiffany miró los inocentes ojos sonrientes, y por detrás de ellos a la mucho más severa cara de Yaya Ceravieja, y el ala de su sombrero. Tiffany se inclinó. Yaya Ceravieja se aclaró la garganta con un sonido como de grava. —No estamos aquí por negocios, mi niña, sólo queríamos ayudar al rey hacer una buena entrada. —No estamos aquí por el Hombre Astuto tampoco —añadió Tata Ogg alegremente. Sonaba como una revelación simple y tonta, y Tiffany escuchó un desaprobador resoplido de Yaya. Pero, en general, cuando Tata Ogg salía con un comentario tonto y vergonzoso por accidente, era porque ella lo había pensado muy cuidadosamente de antemano. Tiffany sabía esto, y Tata ciertamente sabía que Tiffany sabía, y Tiffany sabía eso también. Pero a menudo era la manera en que las brujas se comportaban, y todo funcionaba a la perfección si nadie cogía un hacha. —Sé que éste es mi problema. Lo voy a resolver —dijo. Esto era aparentemente algo realmente estúpido que decir. Sería muy útil tener a su lado las brujas mayores. Pero, ¿cómo se vería eso? Ésta era una nueva Granja, y ella tenía que estar orgullosa. No podías decir: "He hecho cosas difíciles y peligrosas antes," porque se daba por entendido. Lo que importaba era lo que hiciste hoy. Era una cuestión de orgullo. Era una cuestión de estilo. Y era también una cuestión de edad. En veinte años, tal vez, si ella pidiera ayuda, la gente podría pensar: Bueno, incluso una bruja con experiencia puede tropezar con algo realmente inusual. Y ayudaría como cuestión de rutina. Pero ahora, si ella pedía ayuda, bueno... la gente ayudaría. Las brujas siempre ayudaban a otras brujas. Pero

todo el mundo podría pensar: ¿Era realmente buena? ¿Ella no puede resistir la distancia? ¿Es lo suficientemente fuerte para el largo trecho? Nadie diría nada, pero todo el mundo lo pensaría. Todo esto fue el pensamiento de un segundo, y cuando ella parpadeó, las brujas la estaban mirando. —La autosuficiencia es el mejor amigo de una bruja —dijo Yaya Ceravieja, con aspecto severo. Tata Ogg asintió, y añadió: —Siempre puedes confiar en la autosuficiencia, siempre lo he dicho. —Ella se rió de la expresión de Tiffany—. ¿Crees que eres la única que tiene que hacer frente al Hombre Astuto, amor? Yaya aquí tuvo que lidiar con él cuando tenía tu edad. Ella lo envió de vuelta a donde vino en muy poco tiempo, créeme eso. Sabiendo que era inútil, pero tratando de todos modos, Tiffany se dirigió a Yaya y dijo: —¿Me puede dar algún consejo, Sra. Ceravieja? Yaya, que ya estaba derivando a propósito hacia el almuerzo tipo buffet, se detuvo un momento, se volvió y dijo: —Confía en ti misma. —Caminó unos pasos más y se quedó como perdida en sus pensamientos y añadió—: Y no pierdas. Tata Ogg palmeó a Tiffany en la espalda. —Nunca conocí al hijo de puta por mí misma, pero he oído que es bastante malo. Eh, ¿la novia ruborizada tendrá esta noche una despedida de soltera? —La anciana le guiñó un ojo y vertió el resto del contenido de la jarra en su garganta. Tiffany trató de pensar con rapidez. Tata Ogg se llevaba bien con todos. Tiffany tenía sólo una vaga idea de lo que era una despedida de soltera, pero algunas de las acciones de la Sra. Proust le daban algunas pistas, y si Tata Ogg sabía algo también, era una certeza que el alcohol estaba involucrado. —Yo no creo que sea apropiada una fiesta como ésa en una noche después de un entierro, ¿verdad, Tata? Aunque creo que Leticia podría disfrutar de una pequeña charla —añadió. —Ella es tu amiga, ¿no? Yo hubiera pensado que habrías tenido una pequeña charla con ella tú misma. —¡Lo hice! —protestó Tiffany—. Pero no creo que ella me haya creído. ¡Y usted ha tenido al menos tres maridos, Tata! Tata Ogg la miró por un momento y luego dijo: —Eso es mucha conversación, supongo. Todo correcto. Pero ¿qué pasa con el joven? ¿Cuándo va a ser su despedida de soltero? —¡Ah, he oído hablar de eso! Es donde sus amigos lo emborrachan, lo llevan muy lejos, lo atan a un árbol y entonces... Creo que están involucrados un cubo de pintura y un pincel a veces, pero generalmente lo tiran en la pocilga. ¿Por qué me lo pregunta? —¡Oh, la despedida de soltero es siempre mucho más interesante que la despedida de soltera —dijo Tata, una mirada de picardía en sus ojos—. ¿Tiene el afortunado novio algunos compinches?

—Bueno, hay algunos muchachos de sociedad de otras familias elegantes, pero las únicas personas que realmente conoce viven aquí en el pueblo. Todos hemos crecido juntos, ¿te das cuenta? ¡Y ninguno de ellos se atrevería a lanzar el Barón en una pocilga! —¿Qué pasa con tu joven por allá? —Tata señaló hacia Preston, que estaba cerca. Él siempre parecía estar parado cerca. —¿Preston? —dijo Tiffany—. No creo que él conozca al Barón muy bien. Y en cualquier caso… —Ella se detuvo y pensó ¿mi joven? Se volvió y miró a Tata, que estaba de pie con las manos a la espalda y la cara vuelta hacia el techo con la expresión de un ángel, aunque admitamos uno que podría haber conocido a unos cuantos demonios en su tiempo. Y eso era toda Tata. Cuando se trataba de asuntos del corazón —o de hecho, de cualquier otra parte— no podías engañar a Tata Ogg. Pero no es mi joven, insistió consigo misma. Él es sólo un amigo. Que es un muchacho. Preston se adelantó y se quitó el casco delante de Tata. —Me temo, señora, que iría en contra de las reglas para mí como un militar poner una mano sobre mi comandante —dijo—. Si no fuera por eso, yo lo haría con presteza. Tata asintió apreciativamente a la respuesta polisilábica, y dio a Tiffany un guiño que la hizo sonrojar hasta la suela de sus botas. La sonrisa de Tata Ogg era tan amplia que podría caber en una calabaza. —Dios mío, Dios mío, Dios mío —dijo—. Puedo ver que este lugar necesita un poco de diversión. ¡Gracias a Dios estoy aquí! Tata Ogg tenía un corazón de oro, pero si te sorprendías con facilidad, lo mejor era meter los dedos en los oídos cuando decía cualquier cosa. Sin embargo, tenía que haber sentido común, ¿verdad? —¡Tata, estamos en un funeral! Pero su tono de voz nunca haría a Tata Ogg desviarse. —¿Era un buen hombre? Tiffany dudó por un momento. —Él se convirtió en la bondad. Tata Ogg se daba cuenta de todo. —Oh, sí, tu Yaya Doliente le enseñó sus modales, creo. ¿Pero murió un buen hombre, entonces? Bueno. ¿Será recordado con cariño? Tiffany trató de ignorar el nudo en la garganta, y alcanzó a decir: —Oh, sí, por todo el mundo. —¿Y te encargaste de que su muerte fuera buena? ¿Mantuviste el dolor apartado? —Tata, si lo digo yo, tuvo una muerte perfecta. La única muerte mejor hubiera sido no morir. —Bien hecho —dijo Tata—. ¿Sabes si tenía una canción favorita? —¡Oh, sí! Es "Las Alondras Cantan Melodiosamente" —dijo Tiffany. —Ah, creo que es la que llamamos "Agradable y Delicioso" allá en casa. Sólo tienes que seguirme, y pronto vas a conseguir el estado de ánimo adecuado.

Y con eso Tata Ogg agarró un camarero que pasaba por el hombro, tomó un jarro lleno de su bandeja, saltó sobre una mesa, tan vivaz como una niña, y gritó pidiendo silencio con una voz tan enérgica como la de un sargento mayor. —¡Señoras y señores! Para celebrar la buena vida y la fácil desaparición de nuestro difunto amigo y Barón, me ha sido pedido cantar su canción favorita. ¡Únanse conmigo si tienen el aliento! Tiffany escuchaba, embelesada. Tata Ogg era una mujer de clase magistral, con las personas. Trataba a perfectos extraños como si los hubiera conocido por años, y de alguna manera actuaban como si realmente la conocieran. Unido a, por así decirlo, una voz extremadamente buena cantando para una mujer vieja con un diente, la gente perpleja levantaba sus voces más allá de un murmullo en la segunda línea, y al final del primer verso armonizaban como un coro, y ella los tenía en la mano. Tiffany lloró, y vio a través de las lágrimas a un niño con su chaqueta de tweed nueva que olía a pis, caminando con su padre bajo unas estrellas diferentes. Y entonces vio el brillo de lágrimas en las caras, incluyendo la cara de Pastor Huevo y la de la Duquesa. Los ecos eran de pérdida y remembranza, y la propia sala respiraba. Debería haber aprendido esto, pensó. Quería aprender el fuego, y el dolor, pero debería haber aprendido la gente. Debería haber aprendido cómo no cantar como un pavo... La canción había terminado, y la gente estaba mirando a su alrededor tímidamente unos a otros, pero la bota de Tata Ogg ya estaba balanceando la mesa. —Baila, baila, el temblor de las hojas. Baila, baila, cuando escuche al gaitero tocar —cantaba35. Tiffany pensó “¿Es esta la canción adecuada para un funeral?”. Y luego pensó: “¡Por supuesto que lo es! Es una canción maravillosa y nos dice que un día todos vamos a morir, pero —y esto es lo importante— que no hemos muerto todavía.” Y ahora, Tata Ogg había saltado de la mesa, agarró a Pastor Huevo, y mientras giraba a su alrededor, cantaba: —Tenga la seguridad de que ningún predicador puede mantener alejada a la muerte de cualquier hombre —y él tuvo la gracia de sonreír y bailar con ella. La gente aplaudió —no es algo que Tiffany hubiera esperado en un funeral. Ella quería, oh, cómo deseaba, ser como Tata Ogg que entendía las cosas y sabía como forzar el silencio en risas. Y entonces, mientras los aplausos se apagaban, una voz masculina cantó: —Abajo en el valle, el valle tan bajo, deja colgar tu cabeza, escucha el viento soplar... —Y el silencio se apartó de la cara de la inesperada voz de plata del sargento. Tata Ogg derivó a donde Tiffany estaba de pie. —Bueno, parece que he entrado en calor. ¿Los escuchas aclarando su garganta? ¡Creo que el pastor estará cantando al final de la noche! Y yo podría hacerlo con otra copa. Es un trabajo que da sed, cantar. —Hizo un guiño, y luego le dijo a Tiffany—: El ser humano en primer lugar, la bruja en segundo; difícil de recordar, fácil de hacer. Fue mágico; la magia había vuelto un salón lleno de gente, que en su mayoría no sabía mucho de las otras personas de aquí, en seres humanos que sabían que 35

Tata canta “El temblor de las hojas”, una balada folklórica inglesa del siglo XVI, o tal vez del siglo VI, también conocida como “La danza de la Muerte”. (NT)

estaban entre otros seres humanos y, en este momento, eso era todo lo que importaba. Momento en el que Preston le dio un golpecito en el hombro. Tenía una curiosa sonrisa de preocupación en su rostro. —Lo siento, señorita, pero estoy de guardia, la peor suerte, y creo que usted debe saber que tenemos tres visitantes más. —¿No puedes conducirlos adentro? —dijo Tiffany. —Me gustaría hacer eso, señorita, sólo que están atrapadas en el techo por el momento. El sonido producido por tres brujas es una gran cantidad de blasfemias, señorita.

*** Si habían lanzado blasfemias, las recién llegadas al parecer se habían quedado sin aliento para cuando Tiffany localizó la ventana correcta y se arrastró hacia fuera sobre el techo principal del castillo. No había mucho donde sostenerse y había bastante niebla, pero se dirigió con cuidado hacia fuera sobre manos y rodillas y se dirigió hacia el refunfuño. —¿Hay brujas aquí? —dijo. Y desde la oscuridad se oyó la voz de alguien que ni siquiera estaba tratando de mantener la calma. —¿Y qué en los siete infiernos haría usted si le dijera que no, Srta. Tiffany Doliente? —¿Sra. Proust? ¿Qué está haciendo aquí? —¡Aferrarme a una gárgola! Haznos bajar ahora, mi querida, ya que éstas no son mis piedras y la Sra. Casualidad necesita de la letrina. Tiffany se arrastró un poco más, consciente de la caída vertical a una pulgada de distancia de su mano. —Preston ha ido a buscar una cuerda. ¿Tiene una escoba? —Una oveja se estrelló contra ella —dijo la Sra. Proust. Tiffany sólo podía tratar de entender ahora. —¿Usted se estrelló en una oveja en el aire? —Tal vez fue una vaca, o algo así. ¿Qué son esas cosas que van respirando ruidosamente? —¿Usted se topó con un puercoespín volador? —No, tal como sucedió. Estábamos muy abajo, en busca de un arbusto para la Sra. Casualidad. —Hubo un suspiro en la penumbra—. Es a causa de su problema, pobre alma. ¡Hemos parado en una gran cantidad de arbustos en el camino hacia aquí, créeme! ¿Y sabes qué? ¡Dentro de cada uno de ellos había algo que picaba, mordía, pateaba, gritaba, aullaba, chapoteaba, se tiraba pedos enormes, estaba lleno de puntas, trataba de darte una paliza o hacía una enorme pila de caca! ¿Acaso ustedes aquí no han oído hablar de porcelana? Tiffany se sorprendió. —¡Bueno, sí, pero no en los campos!

—Estarían mucho mejor con ella —dijo la Sra. Proust—. He arruinado un buen par de botas. Hubo un ruido tintineante en la niebla, y Tiffany se sintió aliviado al oír a Preston decir: —He abierto por la fuerza la vieja trampilla, señoras, ¿si fueran tan amables de arrastrarse hasta acá? La trampilla se abría a un dormitorio, en el que con claridad había dormido la noche anterior una mujer. Tiffany se mordió el labio. —Creo que aquí es donde la Duquesa se hospeda. Por favor, no toquen nada, ella es bastante mala como es. —¿Duquesa? Suena elegante —dijo la Sra. Proust—. ¿Qué clase de duquesa, se puede saber? Tiffany dijo: —La Duquesa de Recuerdo. Usted la vio cuando tuvimos esa pequeña dificultad en la ciudad. ¿Sabe? ¿En la Cabeza del Rey? Tienen una propiedad muy grande, a unas treinta millas de distancia. —Eso es agradable —dijo la Sra. Proust de una manera que sugería que probablemente no iba a ser muy agradable, pero sería muy interesante, y probablemente vergonzoso para alguien que no fuera la Sra. Proust—. La recuerdo, y recuerdo que pensé cuando volví de todo eso, ¿Dónde la he visto antes, mi señora? ¿Sabes algo acerca de ella, mi querida? —Bueno, su hija me dijo que un terrible incendio se llevó su propiedad y a toda su familia antes de casarse con el duque. La Sra. Proust se iluminó, a pesar de que era el brillo del filo de un cuchillo. —¿En serio? —dijo, su voz toda melaza—. Sólo imagina eso. Espero con interés encontrarme con la dama de nuevo y ofrecerle mis condolencias... Tiffany decidió que se trataba de un enigma que no tenía tiempo para desentrañar, pero había otras cosas en qué pensar. —¿Eh...? —empezó a decir, mirando a la dama muy alta que trataba de esconderse de alguna manera detrás de la Sra. Proust, que se volvió y dijo: —Oh Dios mío, ¿dónde están mis modales? Lo sé, nunca tuve ninguno para empezar. Tiffany Doliente, ésta es la Srta. Batista, mejor conocida como Larga Alta Baja Gorda Sally. La Srta. Batista está siendo entrenada por la vieja Sra. Casualidad, que fue la que viste brevemente corriendo por las escaleras con un objetivo en mente. Sally sufre terriblemente por las mareas, la pobre. Tuve que traer a ambas porque Sally tenía la única escoba en funcionamiento que pude encontrar y no dejaría a la señora Casualidad atrás. Era el diablo, manteniendo la escoba en forma. No te preocupes, ella estará de nuevo a unos cinco pies y seis pulgadas en unas pocas horas. Por supuesto, ella es una mártir de los techos. Y Sally, será mejor que vayas detrás de la Sra. Casualidad ahora mismo. Ella hizo un gesto con la mano y la joven bruja se escurrió fuera, viéndose nerviosa. Cuando la Sra. Proust daba las órdenes, tendían a ser obedecidas. Se volvió a Tiffany. —La cosa que está detrás de ti tiene un cuerpo ahora, joven dama. Ha robado el cuerpo de un asesino encerrado en el Tanty. ¿Sabes qué? Antes de que el tío saliera

del edificio, mató a su canario. Ellos nunca matan a su canario. Es lo que no hacen. Pueden golpear a otro prisionero en la cabeza con una barra de hierro en un motín, pero nunca matan a un canario. Eso sería malvado. Fue una extraña manera de introducir el tema, pero la Sra. Proust no daba charlas pequeñas o, por lo demás, consuelo. —Pensé que algo así iba a pasar —dijo Tiffany—. Sabía que lo haría. ¿Qué aspecto tiene? —Lo hemos perdido un par de veces —dijo la Sra. Proust—. Las llamadas de la naturaleza, y así sucesivamente. Podría haber irrumpido en una casa por una ropa mejor, no lo podría decir. No se preocupará por el cuerpo. Va a funcionar hasta que encuentre otro o se caiga a pedazos. Vamos a mantener un ojo en él. ¿Y ésta es tu Granja? Tiffany suspiró: —Sí. Y ahora me persigue como un lobo tras un cordero. —Entonces, si te preocupas por la gente, debes deshacerte de él rápidamente — dijo la Sra. Proust—. Si un lobo tiene hambre suficiente se come cualquier cosa. Y ahora, ¿dónde están tus modales, Srta. Doliente? Estamos frías y mojadas, y por el sonido hay comida y bebida en la planta baja, ¿me equivoco? —Oh, lo siento, y usted ha llegado hasta aquí para avisarme —dijo Tiffany. La Sra. Proust hizo un gesto con la mano como si no fuera importante. —Estoy segura de que Larga Alta Baja Gorda Sally y la Sra. Casualidad desean un refrigerio después de nuestro largo viaje, pero estoy cansada —dijo. Y entonces, para horror de Tiffany, se arrojó hacia atrás y cayó sobre la cama de la Duquesa con sólo sus botas fuera de ella, chorreando agua—. Esta Duquesa —dijo ella—, ¿ha estado dándote más pena que todos? —Bueno, sí, me temo que sí —dijo Tiffany—. Ella parece no tener ningún respeto por nadie menor a un rey, y aun así sospecho que es sólo un tal vez. Ella intimida a su hija también —agregó, y como una ocurrencia tardía señaló—, una de sus clientes, de hecho. —Y luego le contó a la Sra. Proust todo sobre Leticia y la Duquesa, porque la Sra. Proust era el tipo de mujer a la que cuentas todo, y mientras se desarrollaba la historia, la sonrisa de la Sra. Proust se ensanchaba, y Tiffany no necesitó ninguna destreza de brujas para sospechar que la Duquesa iba a estar en algunos problemas. —Ya me lo imaginaba. Nunca olvido una cara. ¿Alguna vez has oído hablar del Music Hall, mi querida? Oh, no. No lo habría, no por aquí. Se trata de comediantes y cantantes y los actos de perros que hablan… y, por supuesto, bailarinas. Creo que estás obteniendo la imagen, ¿no? No es un trabajo tan malo para una chica que podría sacudir una hermosa pierna, sobre todo porque después del espectáculo todos los caballeros elegantes estarían esperando fuera de la puerta del escenario para llevarlas a cenar y así sucesivamente. —La bruja se quitó el sombrero puntiagudo y lo dejó caer en el suelo junto a la cama—. No puedo tolerar las escobas —dijo—. Me producen callos en lugares donde nadie debería tener callos. Tiffany estaba confusa. No podía exigir que la Sra. Proust saliera de la cama, no era su cama. No era su castillo. Ella sonrió. De hecho, realmente no era su problema. Qué bueno encontrar un problema que no era suyo. —Sra. Proust —dijo—, ¿puedo persuadirla de venir abajo? Hay algunas otras brujas aquí que me gustaría que conozca. —Preferiblemente cuando yo no esté en la habitación, pensó para sus adentros, pero dudo que sea posible.

—¿Brujas de seto? —husmeó la Sra. Proust—. Aunque no hay nada realmente malo con la magia de setos —continuó—. Conocí a una, una vez, que podía pasar sus manos sobre un seto de ligustro y tres meses más tarde se había convertido en la forma de dos pavos reales y un pequeño perro ofensivamente lindo llevando un hueso de ligustro en su boca, y todo esto, toma nota, sin un par de tijeras cerca de él. —¿Por qué quiso hacer eso? —dijo Tiffany, asombrada. —Dudo mucho que ella realmente quisiera hacerlo, pero alguien le había pedido que lo hiciera, y pagado un buen dinero también y, en sentido estricto, la jardinería ornamental no es en realidad ilegal, aunque yo más bien sospecho que uno o dos tipos van a ser los primeros en contra de los setos cuando venga la revolución. Brujas de seto… así es cómo llamamos a las brujas de campo en la ciudad. —Oh, realmente —dijo Tiffany inocentemente—. Bueno, no sé cómo llamamos a las brujas de la ciudad en el campo, pero estoy segura de que la Sra. Ceravieja se lo dirá. —Sabía que debería haberse sentido culpable por esto, pero había sido un día largo, después de una larga semana, y una bruja tiene que tener algo de diversión en su vida. El camino a la planta baja las llevó delante de la habitación de Leticia. Tiffany oyó voces, y una carcajada. Era la risa de Tata Ogg. No se puede confundir esa risa; era la clase de risa que te daba una palmada en la espalda. Entonces la voz de Leticia dijo: —¿Esto realmente funciona? —Y Tata dijo algo en voz baja que Tiffany no pudo oír, pero sea lo que fuere, casi hizo a Leticia ahogarse con risitas. Tiffany sonrió. La novia estaba siendo instruida por alguien que probablemente nunca se había sonrojado en su vida, y parecía un buen acuerdo feliz. Al menos no estaba rompiendo a llorar cada cinco minutos. Tiffany llevó a la Sra. Proust abajo a la sala. Era sorprendente ver que todo lo que las personas necesitaban para hacerlas felices eran alimentos y bebidas, y otras personas. Incluso sin Tata Ogg acosándolos, estaban llenando el lugar con, bueno, gente siendo gente. Y, de pie donde podía ver a casi todo el mundo, Yaya Ceravieja. Estaba hablando con el Pastor Huevo. Tiffany se dirigió hacia ella cuidadosamente; a juzgar por la cara del sacerdote no le importaría en absoluto si ella se entrometía. Yaya Ceravieja podía ser muy franca sobre el tema de la religión. Lo vio relajarse cuando ella dijo: —Sra. Ceravieja, ¿puedo presentarle a la Sra. Proust? Viene de Ankh-Morpork, donde dirige un emporio notable. —Deglutiendo, Tiffany se volvió hacia la Sra. Proust y le dijo—: Puedo presentarle a Yaya Ceravieja. Dio un paso atrás mientras las dos ancianas brujas se miraban entre sí y contuvo el aliento. La sala quedó en silencio y ninguno de ellos parpadeó. Y entonces — seguramente no— Yaya Ceravieja guiñó un ojo y la Sra. Proust sonrió. —Encantada de conocerla —dijo Yaya. —Qué bueno verla —dijo la Sra. Proust. Ellas intercambiaron otra mirada y se volvieron a Tiffany Doliente, que de repente comprendió que las brujas viejas e inteligentes habían sido más viejas y más inteligentes por mucho más tiempo que ella. Yaya Ceravieja casi se echó a reír cuando la Sra. Proust dijo: —No necesitamos saber los nombres de las otras para reconocernos mutuamente, pero puedo sugerir, jovencita, que comiences a respirar de nuevo.

Yaya Ceravieja tomó del brazo ligera y remilgadamente a la Sra. Proust y se volvió hacia donde Tata Ogg bajaba las escaleras, seguida de Leticia, que estaba ruborizada en lugares donde la gente no se ruboriza a menudo, y le dijo: —Venga conmigo, mi querida. Usted debe conocer a mi amiga, la Sra. Ogg, que compra mucho de su mercancía. Tiffany se alejó. Por un breve momento en el tiempo, no tenía nada para hacer. Miró la sala, donde la gente todavía se reunía en pequeños grupos, y vio a la Duquesa sin compañía. ¿Por qué hacía eso? ¿Por qué se acercaba a la mujer? Tal vez, pensó, si sabes que vas a estar enfrentada a un monstruo horrible, es como un poco de práctica. Pero para su sorpresa absoluta, la Duquesa estaba llorando. —¿Puedo ayudarle en algo? —dijo Tiffany. Fue objeto inmediato de una mirada, pero las lágrimas todavía caían. —Ella es todo lo que tengo —dijo la Duquesa, mirando a Leticia, que seguía detrás de Tata Ogg—. Estoy segura de que Roland será un marido muy atento. Espero que ella vaya a pensar que le he dado una buena base para llevarla de forma segura a través del mundo. —Creo que definitivamente le ha enseñado muchas cosas —dijo Tiffany. Pero la Duquesa estaba mirando a las brujas, y sin mirar a Tiffany dijo: —Sé que hemos tenido nuestras diferencias, señorita, pero me pregunto si me puede decir quién es esa señora allá arriba, una de sus hermanas brujas, hablando con la notablemente alta. Tiffany miró a su alrededor por un momento. —Oh, ésa es la Sra. Proust. Ella es de Ankh-Morpork, usted sabe. ¿Es una vieja amiga suya? Estaba preguntando por usted, hace sólo un rato. La Duquesa sonrió, pero era una sonrisa extraña. Si las sonrisas tenían un color, esta habría sido de color verde. —Oh —dijo—. Eso fue, eh… —se detuvo, tambaleándose un poco— muy amable de ella. —Tosió—. Estoy muy contenta porque usted y mi hija parecen ser compinches cercanas y me gustaría presentar mis disculpas por cualquier apresuramiento de mi parte en los últimos días. También me gustaría mucho ofrecer a usted y al personal que trabaja duro aquí mis disculpas por lo que puede haber parecido una conducta prepotente, y confío en que aceptará que esto surgió de la determinación de una madre de hacer lo mejor para su niña. —Ella habló con mucho cuidado, las palabras salían como bloques de construcción coloreados para los niños, y entre los bloques —como mortero— estaban las palabras no dichas: Por favor, por favor, no digas a la gente que fui una bailarina en un music hall. ¡Por favor! —Bueno, por supuesto, todos estamos nerviosos —dijo Tiffany—. Menos dicho, antes reparado, como se dice. —Lamentablemente —dijo la duquesa— no creo haber dicho menos. —Tiffany se dio cuenta de que había una gran copa de vino en su mano, y estaba casi vacía. La Duquesa miró a Tiffany, por un tiempo y luego continuó—: Una boda casi inmediatamente después de un funeral, ¿no es así? —Algunas personas piensan que es mala suerte cambiar la fecha de una boda una vez que está planeada —dijo Tiffany. —¿Usted cree en la suerte? —dijo la Duquesa.

—Creo en no tener que creer en la suerte —dijo Tiffany—. Pero, su gracia, le puedo decir en verdad que en esos tiempos el universo se pone un poco más cercano a nosotros. Son tiempos extraños, tiempos de inicios y finales. Peligrosos y poderosos. Y creemos eso incluso si no sabemos lo que es. Estos tiempos no son necesariamente buenos, y no necesariamente malos. De hecho, dependen de lo que nosotros somos. La Duquesa miró el vaso vacío en la mano. —Por alguna razón, creo que debería estar tomando una siesta. —Se dio la vuelta para dirigirse hacia las escaleras, casi errando el primer escalón. Hubo un estallido de risas desde el otro extremo de la sala. Tiffany siguió a la Duquesa, pero se detuvo para tocar en el hombro a Leticia. —Si yo fuera tú, me iría a hablar con tu mamá antes de que vaya arriba. Creo que le gustaría hablar contigo ahora. —Se inclinó y le susurró al oído—. Pero no le digas demasiado de lo que Tata Ogg dijo. Leticia miró a punto de objetar, vio la expresión de Tiffany, lo pensó mejor e interceptó a su madre. Y ahora, de repente, Yaya Ceravieja estaba al lado de Tiffany. Después de un rato, como si se dirigiera al aire, Yaya dijo: —Tienes una buena Granja aquí. Gente agradable. Y te diré una cosa. Él está cerca. Tiffany se dio cuenta de que las otras brujas —incluso Larga Alta Baja Gorda Sally— ahora estaban alineadas detrás de Yaya. Ella era el centro de sus miradas, y cuando un montón de brujas te está mirando, lo puedes sentir como el sol. —¿Hay algo que quieran decir? —dijo Tiffany—. Lo hay, ¿verdad? No era frecuente, y de hecho, ahora que Tiffany pensaba en ello, nunca había visto a Yaya preocupada. —Estás segura de que puedes ser mejor que el Hombre Astuto, ¿verdad? Veo que no vistes de medianoche todavía. —Cuando sea vieja, vestiré de medianoche —dijo Tiffany—. Es una cuestión de elección. Y Yaya, yo sé por qué está aquí. Es para matarme si no puedo, ¿no? —Maldita sea —dijo Yaya—. Tú eres una bruja, una buena bruja. Pero algunas de nosotras pensamos que sería mejor si insistimos en ayudarte. —No —dijo Tiffany—. Mi Granja. Mi lío. Mi problema. —¿No importa qué? —dijo Yaya. —¡Definitivamente! —Bueno, te felicito por tu adhesión a tu posición y te deseo... ¡no, no suerte, sino certeza! —Hubo un murmullo entre las brujas y Yaya lo quebró bruscamente—. Ella ha tomado su decisión y eso, señoras, es todo. —No hay disputa —dijo Tata Ogg con una sonrisa—. Estoy muy cerca de compadecerlo. ¡Patéalo en las…! ¡Patéalo en cualquier lugar que puedas, Tiff! —Es tu tierra —dijo la Sra. Proust—. ¿Cómo puede una bruja hacer otra cosa que tener éxito en su propio terreno? Yaya Ceravieja asintió con la cabeza.

—Si dejas al orgullo sacar lo mejor de ti, entonces ya has perdido, pero si coges al orgullo por la piel del cuello y lo montas como un caballo, entonces ya puedes haber ganado. Y ahora creo que es hora de que te prepares, Srta. Tiffany Doliente. ¿Tienes un plan para la mañana? Tiffany miró a los penetrantes ojos azules. —Sí. No perder. —Ése es un buen plan. La Sra. Proust sacudió a Tiffany con una mano que era espinosa de verrugas y dijo: —Por feliz casualidad, mi niña, creo que debería ir a matar a un monstruo yo misma...

Capítulo 14 QUEMANDO AL REY TIFFANY SABÍA que no iba a dormir esa noche, y no lo intentó. Las personas se sentaron juntas en pequeños grupos, hablando, y aún había comida y bebida en las mesas. Posiblemente a causa de la bebida, la gente no se dio cuenta de la rapidez con que la comida y la bebida iban desapareciendo, pero Tiffany estaba segura que podía escuchar ruidos tenues en las vigas en lo alto. Por supuesto, las brujas eran proverbialmente buenas en rellenar de alimentos sus bolsillos para después, pero probablemente los Feegle superaban sus cifras. Tiffany se movió sin rumbo de un grupo a otro, y cuando la Duquesa finalmente salió para subir la escalera, no la siguió. Ella era bastante enfática consigo misma en que no la estaba siguiendo. Sucedía que ella iba en la misma dirección. Y, cuando se lanzó por el suelo de piedra para llegar a la puerta de la habitación de la Duquesa, justo después de que se cerró tras la mujer, ella no estaba haciendo esto con el fin de espiar. Por supuesto que no. Llegó justo a tiempo para escuchar el comienzo de un grito de ira, y luego la voz de la Sra. Proust: —¡Hola, Deirdre Perejil! ¡Mucho tiempo, nada de lentejuelas! ¿Todavía puedes voltear el sombrero de un hombre de su cabeza de un puntapié? —Y entonces se hizo el silencio. Y Tiffany se alejó a toda prisa, porque la puerta era muy gruesa y alguien se vería obligado a notarlo si se quedaba allí por más tiempo con su oreja pegada a ella. Así que volvió abajo a tiempo para hablar con Larga Alta Baja Gorda Sally y la Sra. Casualidad, quien ahora se dio cuenta de que era ciega, lo que era desafortunado, pero no —para una bruja— demasiada tragedia. Siempre había unos pocos sentidos extra de sobra. Y después bajó a la cripta. Había flores por todo alrededor de la tumba del viejo Barón, pero no sobre ella, porque la tapa de mármol estaba tan bien hecha que sería una vergüenza cubrirla, incluso de rosas. Sobre la piedra, los canteros habían tallado al propio Barón, en su armadura y sosteniendo la espada; eran tan perfectas que parecía como si él pudiera, en cualquier momento, levantarse y caminar. En las cuatro esquinas de la losa, ardían velas. Tiffany caminaba de aquí para allá pasando otros barones muertos en piedra. Aquí y allá había una esposa, tallada con las manos plegadas en paz; era... extraño.

No había tumbas en la Creta. Las piedras eran demasiado preciosas. Había enterramientos, y en alguna parte del castillo había un antiguo libro de mapas descoloridos que mostraban dónde se había puesto a la gente. La única persona común, que era en muchos aspectos una persona extremadamente poco común, y que tenía un monumento era Yaya Doliente; las ruedas de hierro fundido y la estufa barrigona que era todo lo que quedaba de su choza de pastoreo sin duda sobrevivirían durante otros cien años. Había sido buen metal, y las ovejas mordisqueando sin fin mantenían el suelo a su alrededor tan liso como una mesa, y, además, la grasa de vellón de la oveja, cuando se frotaba contra las ruedas, era tan buena como el aceite para mantener el metal tan bien como el día en que fue fundido. En los viejos tiempos, antes de que un caballero se convirtiera en un caballero, pasaba una noche en su salón con sus armas, rogando a los dioses que estaban escuchando para que le dieran fuerza y sabiduría buena. Ella estaba segura de escuchar esas palabras, al menos en la cabeza si no en sus oídos. Se volvió y miró a los caballeros durmientes, y se preguntó si la Sra. Proust tenía razón, y la piedra tenía memoria. ¿Y cuáles son mis armas?, pensó. Y la respuesta vino a ella al instante: el orgullo. Oh, los escuchabas decir que es un pecado; los escuchabas decir que va antes de una caída. Y eso no puede ser verdad. El herrero se enorgullece de una buena soldadura; el carretero se enorgullece de que sus caballos sean elegantes, relucientes como castañas frescas en el sol; el pastor se enorgullece de mantener al lobo lejos de la manada; el cocinero se enorgullece de sus pasteles. Nos enorgullecemos de poder hacer una buena historia de nuestras vidas, una buena historia que contar. Y también tengo miedo —el miedo que les permito a otros— y porque temo, voy a superar ese miedo. Yo no deshonro a quienes me han formado. Y tengo confianza, aunque no estoy segura en qué estoy confiando. —El orgullo, el miedo y la confianza —dijo en voz alta. Y delante de ella las cuatro velas echaron fuego, como impulsadas por el viento, y por un momento estuvo segura, por el movimiento de la luz, que la figura de una vieja bruja se estaba fundiendo en la piedra oscura. —Oh, sí —dijo Tiffany—. Y tengo fuego. Y entonces, sin saber exactamente por qué, dijo: —Cuando sea vieja, vestiré de medianoche. Pero no hoy. Tiffany alzó la linterna y se movió entre las sombras, pero una, que se parecía mucho a una anciana de negro, se desvaneció por completo. Y yo sé por qué la liebre salta en el fuego, y mañana... No, hoy, estoy saltando en él yo también. Ella sonrió. Cuando Tiffany volvió al salón, las brujas la observaban desde las escaleras. Tiffany se había preguntado cómo se llevarían Yaya y la Sra. Proust, ya que ambas eran tan orgullosas como un gato lleno de monedas de seis peniques. Pero parecía que se llevaban lo suficientemente bien en una forma charla-sobre-el-clima, lascostumbres-de-los-jóvenes-en-estos-días y el-escandaloso-precio-de-los-quesos. Pero Tata Ogg parecía inusualmente preocupada. Ver a Tata Ogg preocupada era preocupante. Era pasada la medianoche… técnicamente hablando, la hora de las brujas. En la vida real cada hora era una hora de las brujas, pero sin embargo la forma en que las dos manecillas en el reloj de pie señalaban hacia arriba era un poco espeluznante.

—Escuché que los muchachos volvieron de su despedida de soltero —dijo Tata —, pero me parece que han olvidado dónde dejaron al novio. No creo que él vaya a ir a ninguna parte, sin embargo. Están bastante seguros de que bajaron sus pantalones y lo ataron a algo. —Ella tosió—. Eso es por lo general el procedimiento habitual. Técnicamente, el testigo de la boda se supone que recuerde dónde, pero lo encontraron y él no puede recordar su propio nombre. El reloj de la sala dio la medianoche; nunca estaba en hora. Cada golpe podía también haber dado en la espina dorsal de Tiffany. Y allí, marchando hacia ella, estaba Preston. Y le parecía a Tiffany que, desde hacía bastante tiempo, dondequiera que miraba, estaba Preston, viéndose inteligente y limpio y —de alguna manera— esperanzador. —Mira, Preston —dijo—. No tengo tiempo para explicar las cosas, y no estoy segura de que puedas creerme… no, es probable que lo creyeras si te lo dijera. Tengo que ir ahí afuera a matar a ese monstruo antes de que me mate. —Entonces le protegeré —dijo Preston—. ¡De todos modos, mi comandante en jefe podría estar por ahí en algún lugar de la pocilga con una cerda oliendo sus innombrables! ¡Y represento el poder temporal aquí! —¿Tú? —le espetó Tiffany. Preston sacó pecho, aunque no fue muy lejos. —Como cuestión de hecho, sí: los muchachos me hicieron oficial de guardia para que todos pudieran tomar una copa, y en este momento el sargento se encuentra en la cocina, vomitando en el lavabo. ¡Él pensó que podía beber más que la Sra. Ogg! Saludó. —Yo voy ahí afuera con usted, señorita. Y usted no puede detenerme. Sin ofender, por supuesto. Sin embargo, en virtud de la facultad que me confiere el sargento, con él vomitando en el lavabo, me gustaría ordenarle a usted y su escoba que me ayuden en mi búsqueda, ¿si eso está bien con usted? Era un asunto terrible para pedirle a una bruja. Por otro lado, lo estaba pidiendo Preston. —Muy bien, entonces —dijo ella—, pero intenta no rayarla. Y hay una cosa que tengo que hacer primero. Discúlpame. —Ella caminó un poco más a la puerta abierta de la sala y se apoyó contra la piedra fría—. Sé que hay unos Feegle escuchándome —dijo. —Oh sí —dijo una voz cerca de una pulgada de su oído. —Bueno, no quiero que ustedes me ayuden esta noche. Esto es una cosa de hag, ¿entienden? —Oh sí, hemos visto la gran pandilla de hags. Es una gran noche de hags ahora. —Debo… —empezó Tiffany. Y entonces le ocurrió una idea—. Tengo que luchar contra el hombre sin ojos. Y están aquí para ver qué buena soy como una luchadora. Por lo que no debo engañar usando Feegle. Ésa es una regla hag importante. Por supuesto, yo respeto el hecho de que hacer trampas es una honrosa tradición Feegle, pero las hags no hacen trampas, —continuó, consciente de que eso era una gran mentira—. Si ustedes me ayudan, ellas lo sabrán, y todas las hag me van a despreciar. Y Tiffany pensó, y si pierdo, serán los Feegle contra las hags, y eso es una batalla que el mundo va a recordar. No hay presión, ¿eh?

En voz alta, dijo: —Entienden, ¿verdad? Esta vez, sólo por esta vez, van a hacer lo que les digo y no me ayudarán. —Sí, os entendemos. Pero vos sabéis que Jeannie dice que tenemos que mirar por vos en todo momento, porque sois nuestra hag de las colinas —dijo Roba. —Lamento decir que la Kelda no está aquí —dijo Tiffany—, pero yo estoy aquí y tengo que decirte que si me ayudas esta vez ya no voy a ser tu hag de las colinas. Estoy bajo un geas, vos sabéis. Es un geas hag, y eso es un gran geas en verdad. — Oyó un gemido grupal, y añadió—: Lo digo en serio. La bruja principal es Yaya Ceravieja y la conocen. —Hubo otro gemido—. Allí están entonces —dijoTiffany—. Esta vez, por favor, déjenme hacer las cosas a mi manera. ¿Entendido? Hubo una pausa, y luego la voz de Roba A Cualquiera dijo: —Och sí. —Muy bien —dijo Tiffany, y respiró hondo y se fue a buscar su escoba. Llevar a Preston con ella no parecía tan buena idea cuando se elevó por encima de los tejados del castillo. —¿Por qué no me dijiste que tenías miedo a volar? —dijo. —Eso difícilmente es justo —dijo Preston—. Ésta es la primera vez que he volado. Cuando estuvieron a una altura decente, Tiffany miró el clima. Había nubes sobre las montañas, y el destello ocasional de un rayo de verano. Podía oír el estruendo de un trueno en la distancia. Nunca estabas muy lejos de una tormenta en las montañas. La niebla se había levantado, y la luna subía; era una noche perfecta. Y había brisa. Ella había esperado esto. Y Preston tenía sus brazos alrededor de su cintura; ella no estaba segura de si lo había esperado o no. Estaban muy abajo en la llanura al pie de la Creta ahora, e incluso a la luz de la luna Tiffany podía ver rectángulos oscuros donde más temprano los campos habían sido apagados. Los hombres siempre eran meticulosos acerca de no dejar que las llamas se salieran de control; nadie quería incendios forestales… no se sabía lo que se quemaría. El campo que alcanzaron era el último. Ellos siempre lo llamaron el Rey. Por lo general, cuando el Rey era quemado, la mitad del pueblo estaba esperando para atrapar los conejos que huían de las llamas. Esto debería haber ocurrido hoy, pero todo el mundo había estado... ocupado en otra cosa. Los gallineros y pocilgas estaban en un campo justo encima de él, en la parte superior de un banco, y se decía que en el Rey crecían abundantes cosechas porque los hombres encontraban mucho más fácil dejar el abono en el Rey en lugar de llevarlo a todos los campos más bajos. Aterrizaron junto a los chiqueros, ante los feroces gritos habituales de los lechones, que creían que sin importar lo que realmente estaba sucediendo, el mundo estaba tratando de aserrarlos por la mitad. Ella olfateó. El aire olía a cerdo; ella estaba segura, absolutamente segura, que no obstante olería al fantasma, siempre y cuando estuviera aquí. Por mugrientos que fueran los cerdos, no obstante tenían un olor natural; el olor del fantasma, por el contrario, haría que los cerdos oliesen como violetas en comparación. Ella se estremeció. El viento se levantaba. —¿Está segura de que puede acabar con él? —susurró Preston.

—Creo que puedo hacer que se mate a sí mismo. Y Preston, te prohíbo absolutamente que me ayudes. —Lo siento —dijo Preston—. Poder temporal, usted entiende. Usted no puede darme órdenes, Srta. Doliente, si eso está bien para usted. —¿Quieres decir que tu sentido del deber y la obediencia a tu comandante significa que tienes que ayudarme? —dijo. —Bueno, sí, señorita —dijo Preston—, y algunas otras consideraciones. —Entonces, realmente te necesito, Preston, de verdad. Creo que podría hacerlo yo misma, pero será mucho más fácil si me ayudas. Lo que quiero hacer es… Ella estaba casi segura de que el fantasma no sería capaz de escuchar, pero bajó la voz de todos modos, y Preston absorbió sus palabras sin pestañear y simplemente dijo: —Eso suena muy sencillo, señorita. Usted puede confiar en el poder temporal. —¡Qué asco! ¿Cómo llegué aquí? Algo gris y pegajoso, y oliendo mucho a cerdo y a cerveza trató de pasar por encima del muro de la pocilga. Tiffany sabía que era Roland, pero sólo porque era muy poco probable que dos novios hubieran sido arrojados al chiquero esta noche. Y él se levantó como algo desagradable del pantano, goteando... bueno, sólo goteando, no había casi ninguna necesidad de entrar en detalles. Pedacitos de él salpicaron fuera. El hipó. —Parece que hay un cerdo enorme en mi habitación, y parece que he perdido mi pantalón —dijo, su voz desconcertada por el alcohol. El joven Barón miró a su alrededor, la comprensión no tanto alboreando como irrumpiendo—. No creo que éste sea mi cuarto, ¿verdad? —dijo, y poco a poco volvió a sumergirse en la pocilga. Olía al fantasma. Más allá de la mezcla de olores procedentes de la porqueriza se destacaba como un zorro entre los pollos. Y ahora el fantasma habló, con voz de horror y decadencia. Puedo sentirte aquí, bruja, y a las otras también. No me preocupo por ellas, pero este nuevo cuerpo, aunque no muy robusto tiene... una agenda permanente por su cuenta. Yo soy fuerte. Yo vengo. No puedes salvar a todo el mundo. Dudo que tu diabólico palo volador pueda llevar a cuatro personas. ¿A quién vas a dejar atrás? ¿Por qué no dejar a todos? ¿Por qué no dejar a la rival molesta, al niño que te rechazó, y al joven persistente? ¡Oh, sé lo que piensas, bruja! Pero no pienso de esa manera, pensó Tiffany para sí misma. Oh, me podía haber gustado ver a Roland en la pocilga, pero las personas no son sólo personas, son personas rodeadas de circunstancias. Pero no lo eres. Ni siquiera eres más una persona. A su lado, con un ruido de succión horrible, Preston sacó a Roland fuera de la pocilga, en contra de la protesta de la cerda. Qué suerte para los dos que no podían oír la voz. Hizo una pausa. ¿Cuatro personas? ¿La rival molesta? Pero estaban sólo ella misma, Roland y Preston, ¿no era así? Miró hacia el otro extremo del campo, a la sombra lunar del castillo. Una figura blanca estaba corriendo hacia ellos a gran velocidad. Tenía que ser Leticia. Nadie por aquí llevaba tanto blanco ondulante todo el tiempo. La mente de Tiffany giró con el álgebra de las tácticas.

—Preston, vamos. Toma la escoba. Preston asintió y saludó con una sonrisa. —A su servicio, señorita. Leticia llegó agitada, en costosas zapatillas blancas. Se detuvo en seco cuando vio a Roland, que estaba suficientemente sobrio como para tratar de cubrir, con las manos, lo que Tiffany sabía que siempre consideraba como sus partes apasionadas. Esto simplemente hizo un ruido de chapoteo, ya que estaba incrustado en el estiércol de cerdo. —¡Uno de sus compinches me dijo que lo tiraron en la pocilga para reírse! —dijo Leticia indignada—. ¡Y se llaman sus amigos! —Creo que piensan que para eso están los amigos —dijo Tiffany distraídamente. Para sí misma pensó, ¿Esto va a funcionar? ¿Me he pasado algo por alto? ¿He entendido lo que debo hacer? ¿A quién creo que estoy hablando? Supongo que estoy buscando una señal, sólo una señal. Hubo un crujido. Ella miró hacia abajo. Una liebre la miró y luego, sin entrar en pánico, se perdió en los rastrojos. —Voy a tomar eso como un sí, entonces —dijo Tiffany, y se sintió presa del pánico. Después de todo, eso era un presagio, ¿o era sólo una liebre que tenía la edad suficiente para no correr de inmediato al ver gente? Y no eran buenos modales, estaba segura, pedir una segunda señal para saber si el primer signo no era una simple coincidencia, ¿verdad? En este punto, este preciso punto, Roland se puso a cantar, posiblemente debido a la bebida, pero también quizá porque Leticia diligentemente le estaba limpiando, manteniendo los ojos cerrados para no ver, como mujer soltera, nada indecoroso o sorprendente. Y la canción que Roland cantó fue: —Es agradable y encantadora en la mañana del verano brillante, ver los campos y las praderas todos cubiertos de maíz, y los pequeños pájaros cantaban en cada ramita verde, y las alondras cantaban melodiosas, en el amanecer del día... —Hizo una pausa—. Mi padre solía cantar esto mucho cuando entrábamos en estos campos... — dijo. Estaba en esa etapa en que los borrachos empezaban a llorar y las lágrimas dejaban detrás de ellas pequeños senderos de color rosa mientras lavaban la suciedad de sus mejillas. Pero Tiffany pensó, Gracias. Un presagio era un presagio. Has elegido los que funcionan. Y éste era el gran campo, el campo donde quemaron el último de los rastrojos. Y la liebre corre en el fuego. Oh, sí, los presagios. Siempre eran tan importantes. —Escúchenme, ustedes dos. No voy a discutir con ustedes, porque tú, Roland, eres un bribón borracho y tú, Leticia, eres una bruja —Leticia sonrió en ese momento —, que es menor que yo, por lo que ambos harán lo que les digo. Y de esa manera, todos podremos volver al castillo con vida. Ambos se detuvieron y escucharon, Roland balanceándose suavemente. —Cuando yo grite —continuó Tiffany—, quiero que cada uno agarre una de mis manos ¡y corra! Giren si yo giro, deténganse si me detengo, aunque dudo mucho que quiera detenerme. Por encima de todo, no tengan miedo, y confíen en mí. Estoy casi segura de que sé lo que estoy haciendo. —Tiffany comprendía que no era la mejor garantía, pero no parecieron darse cuenta. Y añadió—: Y cuando diga salten, salten, como si un demonio estuviera detrás de ustedes, porque va a estar.

El hedor de repente era insoportable. El puro odio en él parecía redoblar en el cerebro de Tiffany. Por el pinchazo de mis pulgares, algo malo viene por ese lado, pensó mientras miraba la oscuridad de la noche. Por lo apestoso de mi nariz, algo malvado va por este camino, agregó, para detenerse a sí misma de seguir farfullando mientras escudriñaba el seto distante buscando el movimiento. Y allí había una figura. Allí, corpulento, caminando hacia ellos a lo largo del campo. Se movía lentamente, pero fue ganando velocidad. Había una torpeza en él. "Cuando se hace cargo de un organismo, el propietario del cuerpo se convierte en una parte de él también. No hay escape, no hay libertad". Eso es lo que Eskarina le había dicho. Nada bueno, nada capaz de redención, podría tener pensamientos que olieran así. Agarró las manos de la pareja que discutía, y los arrastró a correr. La... criatura estaba entre ellos y el castillo. E iba más despacio que lo que había esperado. Ella arriesgó otra mirada y vio el brillo del metal en sus manos. Cuchillos. —¡Vamos! —Estos zapatos no son muy buenos para correr —señaló Leticia. —Me duele la cabeza —suministró Roland cuando Tiffany les arrastró hacia el fondo del campo, ignorando todas las quejas cuando los tallos secos del maíz los agarraban, tiraban de su pelo, les raspaban las piernas y les picaban los pies. Apenas era correr. La criatura les seguía obstinadamente. Tan pronto como echaran a correr hacia el castillo y la seguridad, les ganaría... Pero la criatura estaba teniendo dificultades también, y Tiffany se preguntaba hasta dónde podría empujar a un cuerpo si no sentías su dolor, si no podías sentir la agonía de los pulmones, los latidos del corazón, el crujir de los huesos, el dolor terrible que te empujaba hasta el último suspiro y más allá. La Sra. Proust le había susurrado a ella, eventualmente, las cosas que el hombre Macintosh había hecho, como si decir las palabras en voz alta contaminara el aire. Contra eso, ¿cómo calificaría el aplastamiento del pequeño canario? Y de alguna manera eso se alojaba en la mente como un delito más allá de la misericordia. No habrá misericordia para una canción ahora silenciada. No habrá redención por matar la esperanza en la oscuridad. Te conozco. Tú eres lo que le susurró al oído a Petty antes de golpear a su hija. Tú eres la primera explosión de la cencerrada. Tú miras sobre el hombro del hombre cuando recoge la primera piedra, y aunque creo que eres parte de todos nosotros y nunca nos libraremos de ti, sin duda podemos hacer de tu vida un infierno. No hay piedad. No hay redención. Mirando hacia atrás, vio su cara acercándose, más grande ahora y redobló sus esfuerzos para arrastrar a la pareja cansada y reacia sobre el áspero suelo. Logró un aliento para decir: —¡Mírenlo! ¡Mírenlo! ¿Ustedes quieren que nos atrape? —Oyó un grito breve de Leticia y un gemido de sobriedad repentina de su futuro marido. Los ojos del infortunado Macintosh estaban inyectados en sangre y muy abiertos, los labios fijos en una sonrisa frenética. Eso trató de aprovechar la brecha de repente reducida, pero los otros dos habían encontrado nuevas fuerzas en el miedo y estaban casi tirando de Tiffany.

Y ahora hubo una carrera hasta el campo. Todo dependía de Preston. Sorprendentemente, Tiffany tenía confianza. Él es digno de confianza, pensó, pero había un gorgoteo horrible detrás de ellos. El fantasma estaba conduciendo a su anfitrión más duramente, y ella podía imaginar el silbido de un largo cuchillo. El tiempo tenía que ser todo. Preston era digno de confianza. Él había entendido, ¿no es así? Por supuesto que sí. Ella podía confiar en Preston. Más tarde, lo que más recordó fue el silencio, sólo roto por el crepitar de los tallos y la respiración pesada de Leticia y Roland y el horrible silbido de su perseguidor. En su cabeza el silencio fue roto por la voz del Hombre Astuto. Estás tendiendo una trampa. ¡Suciedad! ¿Crees que puedo ser capturado fácilmente de nuevo? Las niñas pequeñas que juegan con fuego se queman, y te quemarás, te lo prometo, oh, te quemarás. ¡Dónde estará entonces el orgullo de las brujas! ¡Naves de iniquidad! ¡Siervas de la inmundicia! ¡Corruptoras de todo lo que es santo! Tiffany mantuvo los ojos fijos en el extremo del campo mientras las lágrimas salían. No podía evitarlo. Era imposible mantener fuera la vileza; como rociada con veneno, se filtraba por las orejas y fluía bajo la piel. Otro rumor en el aire detrás de ellos hizo a los tres corredores redoblar la fuerza, pero ella sabía que no podría continuar. ¿Era Preston a quien ella vio en la penumbra por delante? Entonces, ¿quién era la figura oscura a su lado, con el aspecto de una vieja bruja con un sombrero puntiagudo? Aún mientras la miraba, se desvaneció. Pero de pronto estalló el fuego y Tiffany oía el crepitar mientras se extendía como un amanecer a través del campo hacia ellos, las chispas llenando el cielo con estrellas adicionales. Y el viento sopló con fuerza y oyó la voz apestosa de nuevo: Te quemarás. ¡Te quemarás! Y el viento soplaba y las llamas estallaron, y ahora un muro de fuego corría a través de los rastrojos tan rápido como el viento mismo. Tiffany miró hacia abajo y la liebre estaba de vuelta, corriendo junto a ellos sin ningún esfuerzo aparente; miró a Tiffany, movió sus piernas y corrió, corrió directamente hacia el fuego ahora, echó a correr en serio. —¡Corran! —ordenó Tiffany—. El fuego no los quemará si hacen lo que yo digo! ¡Corran rápido! ¡Corran rápido! Roland, corre para salvar a Leticia. Leticia, corre para salvar a Roland. El fuego estaba casi sobre ellos. Necesito la fuerza, pensó. Necesito el poder. Y se acordó de Tata Ogg diciendo: “El mundo cambia. El mundo fluye. Hay un poder ahí, mi chica”. Bodas y funerales son un tiempo de poder... sí, bodas. Tiffany agarró sus dos manos aún más apretadas. Y aquí venía. Una crujiente, una rugiente pared de llamas... —¡Salten! Y mientras saltaban, ella gritaba: —Salta, bribón. Salta, puta. —Ella se sintió levantar cuando el fuego los alcanzó. El tiempo titubeó. Un conejo aceleró pasando por debajo de ellos, huyendo del terror de las llamas. Huirá, pensó. Él correrá desde el fuego, pero el fuego correrá hacia a él. Y el fuego corre mucho más rápido que un cuerpo moribundo. Tiffany flotaba en una bola de fuego amarillo. La liebre derivaba más allá de ella, una criatura feliz en su elemento. “No somos tan rápidos como tú”, pensó. Nos

chamuscaremos. Ella miró a derecha e izquierda a la novia y el novio, que estaban mirando al frente como si estuvieran hipnotizados, y tiró de ellos hacia ella. Ella entendió. Voy a casarme contigo, Roland. Te dije que lo haría. Ella haría algo hermoso de este fuego. —Vuelve a los infiernos de donde vienes, Hombre Astuto —gritó por encima de las llamas—. ¡Salta, bribón! ¡Salta, puta! —gritó de nuevo. —¡Estar casados ahora y para siempre! —Y esto es una boda, se dijo. Un nuevo comienzo. Y durante unos segundos en el mundo, éste es un lugar de poder. Oh, sí, un lugar de poder. Aterrizaron, rodando, detrás de la pared de fuego. Tiffany estaba preparada, pisando las brasas y pateando las llamas pequeñas que quedaban. Preston de repente estaba allí, alzando a Leticia y sacándola de la ceniza. Tiffany puso el brazo alrededor de Roland, que había tenido un aterrizaje suave (posiblemente sobre la cabeza, pensó una parte de Tiffany), y lo siguió. —Parece que las quemaduras son muy leves y hay un poco de pelo rizado —dijo Preston—, y en cuanto a su antiguo novio, creo que su barro se está cocinando ahora. ¿Cómo se las arregló? Tiffany respiró hondo. —La liebre salta a través de las llamas tan rápido que apenas las siente —dijo—, y cuando aterriza, lo hace en ceniza caliente en su mayoría. Un incendio de pasto arde rápidamente bajo un fuerte viento. Hubo un grito detrás de ellos, y se imaginó una figura torpe tratando de escapar de las llamas impulsadas por el viento cayendo sobre ella, y fallando. Sintió el dolor de una criatura que se había retorcido por el mundo durante cientos de años. —Ustedes tres, quédense aquí. ¡No me sigan! ¡Preston, cuida de ellos! Tiffany caminó a través de las cenizas que se enfriaban. Tengo que ver, pensó. Tengo que atestiguar. ¡Tengo que saber qué es lo que he hecho! La ropa del hombre muerto humeaba. No había pulso. Él hizo cosas terribles a la gente, pensó: cosas que ponían enfermos incluso a los guardias de la cárcel. ¿Pero lo que se hizo primero a él? ¿Era sólo una versión mucho peor del Sr. Petty? ¿Podría alguna vez haber sido bueno? ¿Cómo se puede cambiar el pasado? ¿Dónde comienza el mal? Sintió las palabras deslizándose por su mente como un gusano: ¡Homicida, suciedad, asesino! Y sintió que debería pedir disculpas a sus oídos por lo que tenían que escuchar. Pero la voz del fantasma era débil y delgada y quejumbrosa, deslizándose hacia atrás en la historia. No puedes alcanzarme, pensó. Estás agotado. Estás muy débil ahora. ¿Qué tan difícil fue, obligar a un hombre a correr hacia la muerte? No puedes entrar. Puedo sentirte intentándolo. Ella se agachó en la ceniza y cogió un trozo de pedernal, todavía caliente por el fuego; el suelo estaba lleno de ellas, la más afilada de las piedras. Nacida en la creta, y así de alguna manera era Tiffany. Su suavidad era el toque de un amigo. —Nunca aprendes, ¿verdad? —dijo—. No entiendes que otras personas también piensan. Por supuesto que no irías al fuego; pero en tu arrogancia no te diste cuenta de que el fuego iría hacia ti.

Tu poder es sólo rumor y mentiras, pensó. Excavas tu camino en las personas cuando son inseguras y débiles, cuando están preocupadas y asustadas, y piensan que sus enemigos son los otros cuando su enemigo es, y siempre lo será, tú… el maestro de las mentiras. En el exterior, eres temible; por dentro, no eres más que debilidad. En el interior, yo soy de pedernal. Sintió el calor de todo el campo, se estabilizó y agarró la piedra. ¡Cómo te atreves a venir aquí, gusano! ¡Cómo te atreves a invadir lo que es mío! Sintió el pedernal calentarse en su mano y luego fundirse y fluir entre los dedos y gotear sobre el suelo mientras se concentraba. Nunca había intentado esto antes y tomó una bocanada de aire que de alguna manera las llamas habían limpiado. Y si vuelves, Hombre Astuto, habrá otra bruja como yo. Siempre habrá otra bruja como yo, porque siempre va a haber cosas como tú, porque les dejamos lugar. Pero ahora, en este sangrante pedazo de tierra, Yo soy la bruja y tú no eres nada. En un abrir y cerrar de ojos, algo malo muere de esta manera. Un siseo en su mente se desvaneció y la dejó sola entre sus pensamientos. —Sin piedad —dijo en voz alta—, no hay redención. Obligaste a un hombre a matar a su inofensivo pájaro, y de alguna manera creo que fue el mayor crimen de todos. Para cuando hubo regresado caminando sobre el terreno, había logrado convertirse, una vez más, en la Tiffany Doliente que sabe cómo hacer queso y tratar con las tareas diarias y no exprime una roca fundida entre los dedos. La feliz, pero un poco chamuscada, pareja estaba empezando a tener alguna noticia de las cosas. Leticia se sentó. —Me siento cocida —dijo—. ¿Qué es ese olor? —Lo siento, eres tú —dijo Tiffany—, y me temo que ese maravilloso camisón de encaje podría ser útil para limpiar las ventanas de ahora en adelante. Me temo que no saltamos tan rápido como la liebre. Leticia miró a su alrededor. —Es Roland... ¿Está bien? —Derecho como la lluvia —dijo Preston alegremente—. El lodo de cerdo húmedo ayudó mucho. Leticia se detuvo por un momento. —¿Y esa... cosa? —Se ha ido —dijo Tiffany. —¿Está seguro que Roland está bien? —insistió Leticia. Preston sonrió. —Absolutamente como debe ser, señorita. Nada importante ha sido quemado, aunque podría ser un poco doloroso cuando saquemos las cortezas. Está un poco al horno, si me entiende. —Leticia asintió y luego se volvió, lentamente, a Tiffany—. ¿Qué fue lo que dijiste cuando saltamos? Tiffany respiró hondo. —Me casé contigo.

—Usted, es decir que tú, casada, es decir, casados... ¿nosotros? —dijo Leticia. —Sí —dijo Tiffany—. Es decir, sin duda. Saltar juntos sobre el fuego es una forma muy antigua de matrimonio. No necesita de ningún sacerdote tampoco, lo que es un gran ahorro en el servicio de comida. La posible novia pesó esto. —¿Estás segura? —Bueno, eso es lo que la Sra. Ogg me contó —dijo Tiffany—, y yo siempre he querido intentarlo. Esto parecía contar con la aprobación de Leticia, porque dijo: —La Sra. Ogg es una dama muy informada, debo admitirlo. Ella conoce un número sorprendente de cosas. Tiffany, manteniendo su cara lo más seria posible, dijo: —Un número sorprendente de cosas sorprendentes. —Oh, sí... Er. —Leticia se aclaró la garganta con vacilación y siguió al “er” con un “um”. —¿Pasa algo malo? —dijo Tiffany. —Esa palabra que utilizaste sobre mí mientras saltábamos. Creo que fue una mala palabra. Tiffany había estado esperando esto. —Bueno, al parecer, es tradicional. —Su voz, casi tan vacilante como la de Leticia, añadió—, y no creo que Roland sea un bribón, tampoco. Y, por supuesto, las palabras y su uso cambian a lo largo de los años. —¡No creo que ésa lo haya hecho! —dijo Leticia. —Bueno, depende de las circunstancias y el contexto —dijo Tiffany—. Pero, francamente, Leticia, una bruja utilizará cualquier herramienta a mano en caso de emergencia, como puedes aprender un día. Además, la manera en que pensamos acerca de algunas palabras no cambia. Por ejemplo, ¿conoces el significado de la palabra "pechugona"? —Pensó: ¿Por qué estoy teniendo esta charla? Lo sé: porque es un ancla, y me asegura que soy un ser humano entre humanos, y ayuda a eliminar el terror de mi alma... —Sí —dijo la futura novia—. Me temo que no soy, muy, bueno, grande en ese departamento. —Eso habría sido un poco desafortunado hace un par de cientos de años, porque el servicio de bodas en esos días requería que una novia fuera pechugona hacia su marido. —¡Hubiera tenido que meterme un cojín abajo de mi blusa! —En realidad no; significaba amable, comprensiva y obediente —dijo Tiffany. —Oh, yo puedo hacer eso —dijo Leticia—. Por lo menos, las dos primeras — añadió con una sonrisa. Se aclaró la garganta—. ¿Qué es, además de casarnos, por supuesto —y estoy muy divertida con eso— lo que acabamos de hacer? —Bueno —dijo Tiffany—. Ustedes me han ayudado a atrapar a uno de los peores monstruos que han ensuciado el mundo. La nueva novia se iluminó.

—¿Lo hicimos? Bien, eso es bueno —dijo—. Estoy muy contenta de haberlo hecho. No sé cómo podemos pagar por toda tu ayuda, sin embargo. —Bueno, ropa usada limpia y botas viejas siempre son bienvenidas —dijo Tiffany seriamente—. Pero no tienes que darme las gracias por ser una bruja. Me gustaría mucho más que agradezcas a mi amigo Preston. Se puso en peligro real por ustedes. Por lo menos, nosotros estábamos juntos. Él estaba allí afuera solo. —Eso no es, en realidad —dijo Preston—, del todo exacto. Aparte de cualquier otra cosa, todos mis fósforos estaban húmedos, pero casualmente el Sr. Wullie Tonto y sus amigos fueron tan amables de prestarme algunos. Y me han dicho que os diga que eso estaba bien, porque me estaban ayudando a mí, ¡no a vos! Y aunque hay damas presentes, tengo que decir que ellos ayudaron a que las cosas fueran rápidamente agitando las llamas con sus kilts. Una visión, puedo decir, que una vez vista nunca es olvidada. —Me gustaría mucho haberlo visto —dijo Leticia cortésmente. —De todos modos —dijo Tiffany, tratando de sacar el cuadro mental de su mente —, sería mejor concentrarse en el hecho de que estarás algo más aceptablemente casada mañana por el Pastor Huevo. ¿Y sabes algo muy importante acerca de mañana? ¡Es hoy! Roland, que estaba sosteniendo su cabeza y gimiendo, parpadeó y dijo: —¿Qué es?

Capítulo 15 UNA SOMBRA Y UN SUSURRO FUE, EN GENERAL, una boda bastante buena en la opinión de Tiffany, una boda bastante buena. Pastor Huevo, consciente de la cantidad inusual de brujas en la audiencia, mantuvo la religión a un mínimo. La novia caminó por el pasillo, y Tiffany la vio ruborizarse un poco más cuando captó la mirada de Tata Ogg, que levantó un alegre pulgar a su paso. Y luego estuvo el lanzamiento del arroz, seguido por supuesto por el cuidadoso barrido del arroz, porque era malo desperdiciar la buena comida. Luego hubo aplausos y felicitaciones en general y, para sorpresa de algunos, una feliz, radiante Duquesa, que charlaba alegremente, incluso con las criadas, y parecía tener una amable y tranquilizadora palabra para cada uno. Y sólo Tiffany sabía por qué la mujer disparaba ocasionales miradas nerviosas hacia la Sra. Proust. Tiffany salió entonces, a escondidas y ayudó a Preston en el campo de Rey, donde él estaba excavando un agujero lo bastante profundo para que el arado nunca encontrase los restos carbonizados que fueron recogidos y lanzados en él. Se lavaron las manos con jabón de lejía agresivo, porque nunca se puede ser demasiado cuidadoso. No era, en rigor, una ocasión muy romántica. —¿Cree que alguna vez volverá? —dijo Preston, cuando se apoyaron en sus palas. Tiffany asintió con la cabeza. —El Hombre Astuto lo hará, por lo menos. El veneno es siempre bienvenido en alguna parte. —¿Qué va a hacer ahora que se ha ido? —Oh, tú sabes, todas esas cosas excitantes; en algún lugar siempre hay una pierna que necesita vendaje o una nariz para limpiar. Es ocupado, ocupado todo el día. —No suena muy emocionante. —Bueno, supongo que no —dijo Tiffany—, pero en comparación con ayer ese tipo de día de repente parece ser un muy buen día. —Se dirigieron hacia la sala, donde el desayuno de bodas ahora se servía como almuerzo—. Eres un joven de considerables recursos —dijo Tiffany a Preston—, y te agradezco mucho por tu ayuda. Preston asintió alegremente.

—Muchas gracias por eso, señorita, muchas gracias por cierto, pero con sólo una pequeña —¿cómo puedo decirlo?— corrección. Usted tiene, después de todo, dieciséis años, más o menos, y yo tengo diecisiete años, así que creo que concluirá que llamarme joven... voy a confesar una disposición alegre y juvenil, pero yo soy mayor que tú, mi niña. Hubo una pausa. Luego Tiffany dijo con cuidado —¿Cómo sabes cuántos años tengo? —Pregunté por ahí —dijo Preston, su sonrisa expectante nunca dejando su cara. —¿Por qué? Tiffany no obtuvo una respuesta, porque el sargento salió por la puerta principal con confeti cayendo de su casco. —Oh, ahí está, señorita. El Barón ha estado preguntando por usted, y también la Baronesa. —Hizo una pausa para sonreír y dijo—: Es bueno tener una de ellas de nuevo. —Su mirada se posó en Preston y el sargento frunció el ceño—. ¿Perdiendo el tiempo de nuevo, como siempre, Soldado Preston? Preston saludó con elegancia. —Tiene usted razón en sus suposiciones, sargento, ha expresado una verdad absoluta. —Esto obtuvo la mirada perpleja que Preston siempre recibía del sargento, y también hubo un gruñido de desaprobación, que significaba: “Un día voy a averiguar qué es lo que estás diciendo, muchacho, y luego vas a estar en problemas”. Las bodas pueden ser muy similares a los funerales en que, además de los actores principales, cuando todo ha terminado, la gente nunca está muy segura de lo que debería hacer después, por eso van a ver si ha quedado algo de vino. Pero Leticia estaba radiante, lo cual es obligatorio para las novias, y las partes ligeramente rizadas de su cabello habían sido cuidadosamente ocultadas por su tiara brillante y centelleante. Roland se había frotado también bastante bien, y tenías que estar bastante cerca de él para oler a cerdo. —Acerca de anoche... —comenzó con nerviosismo—. Eh, eso ocurrió, ¿verdad? Quiero decir, me acuerdo de la pocilga, y todos estábamos corriendo, pero... —Su voz se desvaneció. Tiffany miró a Leticia, quien formó silenciosamente las palabras “¡Me acuerdo de todo!”. Sí, realmente es una bruja, pensó Tiffany. Esto va a ser interesante. Roland tosió. Tiffany sonrió. —Querida Srta. Doliente —dijo, y por una vez Tiffany le perdonó la voz de "reunión pública"—. Soy muy consciente de que he sido parte de un error involuntario de la justicia natural vis-à-vis su propio bien. —Él se detuvo para aclararse la garganta de nuevo y Tiffany pensó, realmente espero que Leticia pueda lavar algo del almidón de él—. Con esto en mente, he hablado con el joven Preston aquí, que habló con las chicas de la cocina a su manera alegre y descubrió que la enfermera se había ido. Había gastado parte del dinero, pero la mayor parte está aquí y es, estoy feliz de decirlo, suya. En ese momento alguien dio un codazo a Tiffany. Era Preston, que siseó: —Hemos encontrado esto también.

Ella miró hacia abajo y él apretó una carpeta de cuero desgastado en su mano. Ella asintió con agradecimiento y miró a Roland. —Tu padre quería que tuvieras esto —dijo—. Puede ser de más valor para ti que todo ese dinero. Yo esperaría hasta que estés solo antes de mirarlo. Él lo dio vuelta en sus manos. —¿Qué es? —Sólo un recuerdo —dijo Tiffany—. Sólo un recuerdo. El sargento se acercó entonces y vació una bolsa de cuero grueso sobre la mesa, entre las copas y las flores. Hubo un grito de asombro de los invitados. Mis hermanas brujas me están observando como halcones, pensó Tiffany, y también estoy siendo observada por prácticamente todos los que conozco y que me conocen. Tengo que hacer esto bien. Y tengo que hacer esto para que todo el mundo lo recuerde. —Creo que usted debe conservar esto, señor —dijo ella. Roland pareció aliviado, pero Tiffany continuó—. Sin embargo, tengo algunas peticiones sencillas en nombre de otras personas. Leticia le dio un codazo a su marido en las costillas y él extendió las manos. —¡Éste es mi día de boda! ¿Cómo puedo rechazar cualquier solicitud? —La muchacha Ámbar Petty necesita una dote que, por cierto, permitiría a su joven pagar su contrato de aprendizaje de un maestro artesano, y usted puede no saber que cosió el vestido que actualmente adorna a su bella y joven esposa. ¿Alguna vez ha visto nada más fino? Esto obtuvo una ronda de aplausos inmediata, junto con silbidos de los compinches de Roland, que caprichosamente gritaron cosas como: —¿Cuál? ¿La chica o el vestido? Cuando eso se acabó, Tiffany dijo: —Y además, señor, y con su indulgencia, me gustaría su promesa de que cualquier niño o niña de la Creta con una petición similar encuentre su favor. ¿Creo que estará de acuerdo en que estoy pidiendo mucho menos que lo que estoy regresándole? —Tiffany, creo que eres correcta —dijo Roland—, pero, ¿sospecho que tienes más en la manga? —¡Qué bien me conoce, señor! —dijo Tiffany, y Roland, sólo por un momento, se puso de color rosa. —Quiero una escuela, señor. Quiero una escuela aquí en la Creta. He estado pensando en esto durante mucho tiempo —de hecho desde antes de saber el nombre de lo que yo quería. Hay un viejo granero en Granja Doliente que no se está utilizando en este momento y creo que podríamos ponerlo bastante aceptable en una semana o algo así. —Bueno, los profesores que viajan llegan cada pocos meses —dijo el Barón —Sí señor, lo sé, señor, y son inútiles, señor. Enseñan los hechos, no la comprensión. Es como enseñar a la gente acerca de los bosques, mostrándoles una sierra. Quiero una escuela adecuada, señor, para enseñar a leer y a escribir, y sobre todo a pensar, señor, así la gente puede encontrar en qué es buena, porque alguien

haciendo lo que realmente le gusta es siempre un elemento valioso para cualquier país, y también demasiado a menudo la gente no lo sabe hasta que es demasiado tarde. —Deliberadamente apartó la mirada del sargento, pero sus palabras habían causado un susurro por la habitación, que Tiffany se alegró de oír. Ella lo ahogó diciendo—: Hubo momentos, últimamente, cuando ardientemente deseé poder cambiar el pasado. Bueno, no puedo, pero puedo cambiar el presente, de modo que cuando se convierta en el pasado, a su vez, sea un pasado que valga la pena. Y me gustaría que los muchachos aprendan sobre las chicas y me gustaría que las chicas aprendan acerca de los muchachos. El aprendizaje se trata de averiguar quién eres, qué eres, de dónde eres y dónde estás parado, y en qué eres bueno, y qué hay más allá del horizonte y, bueno, todo. Se trata de encontrar el lugar donde encajas. He encontrado el lugar donde encajo yo, y me gustaría que todos los demás encuentren el suyo. Y, ¿puedo proponer que Preston sea el primer maestro de la escuela? Él sabe bastante bien todo lo que hay que saber. Preston hizo una reverencia quitándose el casco, lo que obtuvo una risa. Tiffany continuó. —Y su recompensa por el trabajo docente de un año para ti será, sí, el dinero suficiente para que él pague las letras que sigan a su nombre para que pueda convertirse en un médico. Las brujas no pueden hacerlo todo y podríamos hacerlo con un médico en estos lugares. —Todo esto obtuvo una gran ovación, que es lo que generalmente ocurre cuando las personas han comprendido que es probable que consigan algo que no tendrán que pagar. Cuando eso se hubo calmado, Roland miró al sargento a los ojos y dijo: —¿Crees que puedes arreglarte sin las superiores habilidades militares de Preston, Sargento? Esto precipitó otra carcajada. Eso es bueno, pensó Tiffany, la risa ayuda a pasar las cosas al pensamiento. El sargento Brian trató de parecer solemne, pero estaba ocultando una sonrisa. —Sería un poco como un golpe, señor, pero creo que casi podría gestionarlo, señor. Sí, creo que puedo decir que la partida del Soldado Preston mejorará la eficiencia general del equipo, señor. Esto provocó más aplausos generales de la gente que no lo habían entendido y la risa de los que sí lo hicieron. El Barón dio una palmada. —Pues bien, Srta. Doliente, parece que tiene todo lo que usted pidió, ¿no? —En realidad, señor, no he terminado de pedir todavía. Hay una cosa más y no le costará nada, así que no se preocupe por eso. —Tiffany hizo una inspiración profunda, y trató de parecer más alta—. Necesito que les dé a las personas conocidas como los Nac Mac Feegle todas las colinas por encima de la Granja Doliente, que deberían ser suyas para siempre en la ley, así como en la justicia. Una escritura correcta, puede establecerse, y no se preocupe por el costo... conozco a un sapo que lo hará por un puñado de escarabajos... y dirá que por su parte, los Feegle permitirán a todos los pastores y las ovejas el acceso sin trabas a las colinas, pero no habrá —y esto es importante— metales afilados más allá de un cuchillo. Todo esto no le costará nada, mi señor Barón, pero lo que usted y su descendencia, y espero que tengan intención de tener descendencia… —Tiffany tuvo que detenerse allí a causa de la tormenta de risas,

en la que Tata Ogg tomó una gran parte, y luego continuó—: Mi señor Barón, creo que usted se asegura una amistad que nunca morirá. Gana todo, no pierde nada. Para su crédito, Roland apenas dudó, y dijo: —Me gustaría tener el honor de presentar a los Nac Mac Feegle las escrituras de sus tierras y lamento, no, pido disculpas por cualquier malentendido entre nosotros. Como usted dice, se merecen sus tierras por derecho y por justicia. Tiffany quedó impresionada por el breve discurso. El lenguaje fue un poco pomposo, pero su corazón estaba en el lugar correcto, y el lenguaje un poco pomposo se adecuaba a los Feegle muy bien. Para su alegría hubo otro susurro en las vigas altas en el salón del castillo. Y el Barón, pareciéndose mucho más a un barón real ahora, continuó: —Ojalá que yo pudiera decirles algo personal en este momento. Y desde la oscuridad por encima salió un poderoso grito de:

El viento era plateado y frío. Tiffany abrió los ojos, con la alegría de los Feegle todavía resonando en sus oídos. Fue reemplazada por el ruido de la hierba seca en el viento. Trató de incorporarse, pero no llegó a nada, y una voz detrás de ella, dijo: —Por favor, no se mueva, esto es muy difícil. Tiffany trató de volver la cabeza. —¿Eskarina? —Sí. Hay alguien aquí que quiere hablar con usted. Puede levantarse ahora, he equilibrado los nodos. No haga preguntas, porque no entenderá las respuestas. Usted está en el viaje ahora, de nuevo. Ahora y de nuevo, se podría decir. La dejo con su amiga... y me temo que no pueden tener mucho tiempo, para un valor dado de tiempo. Pero tengo que proteger a mi hijo... Tiffany dijo: —¿Quiere decir que tiene…? —Se detuvo, porque se estaba formando una figura delante de Tiffany y se convirtió en una bruja, una bruja con el clásico vestido negro, botas negras —bastante lindas, notó Tiffany— y, por supuesto, el puntiagudo sombrero. Tenía un collar también. En la cadena de oro había una liebre. La mujer misma era vieja, pero era difícil decir cuántos años tenía. Se paraba orgullosamente, al igual que Yaya Ceravieja, pero al igual que Tata Ogg parecía sugerir que la vejez, o algo así, no era en realidad tomada en serio. Pero Tiffany se concentró en el collar. La gente usaba joyas para mostrarte algo. Siempre tenía un significado, si te concentrabas.

—Está bien, está bien —dijo—, sólo tengo una pregunta: yo no estoy aquí para enterrarte, ¿verdad? —Palabra, que eres rápida —dijo la mujer—. Inmediatamente ideaste una notablemente interesante narrativa y de inmediato adivinaste quién soy. —Ella se echó a reír. La voz era más joven que su cara—. No, Tiffany. Aunque curiosamente macabra es tu propuesta, la respuesta es no. Recuerdo a Yaya Ceravieja diciéndome que cuando llegas al fin de todo, el mundo es todo acerca de historias, y Tiffany Doliente es muy buena en los finales. —¿Lo soy? —Oh, sí. Los finales clásicos de una historia romántica son una boda o un legado, y tú has sido la organizadora de cada uno. Bien hecho. —Tú eres yo, ¿no? —dijo Tiffany—. Ese asunto de “tienes que ayudarte a ti misma” era acerca de esto, ¿no? La Tiffany mayor sonrió, y Tiffany no pudo dejar de notar que era una sonrisa muy agradable. —Como cuestión de hecho, sólo intervine de alguna pequeña manera. Como, por ejemplo, asegurándome de que el viento realmente soplara muy fuerte para ti... aunque, según recuerdo, una cierta colonia de hombres pequeños añadió su propia emoción especial a la empresa. Nunca estoy muy segura de si mi memoria es buena o mala. Eso es el viaje en el tiempo para ti. —¿Se puede viajar en el tiempo? —Con la ayuda de nuestra amiga Eskarina. Y sólo como una sombra y un susurro. Es un poco como la cosa no-me-mires que yo... que nosotras… Hay que persuadir al tiempo para que no haga caso —Pero ¿por qué quieres hablar conmigo? —dijo Tiffany. —Bueno, la respuesta indignante es que me acordé de que yo lo hice —dijo la Tiffany vieja—. Lo siento, eso es el viaje en el tiempo de nuevo. Pero creo que quería decirte que todo funciona, más o menos. Todo cae en su lugar. Has dado el primer paso. —¿Hay un segundo paso? —dijo Tiffany. —No, hay otro primer paso. Cada paso es un primer paso si se trata de un paso en la dirección correcta. —Pero espera —dijo Tiffany—. ¿No seré tú un día? ¿Y entonces voy a hablar conmigo ahora, por así decirlo? —Sí, pero la tú de que hablas no será exactamente tú. Lo siento mucho por esto, pero me veo obligada a hablar sobre viajes en el tiempo en un idioma que no puede realmente dar cuenta de ello. Pero en fin, Tiffany, de acuerdo con la teoría de cuerdas elásticas, a través del resto del tiempo, en alguna parte una Tiffany vieja estará hablando con una Tiffany joven, y lo fascinante es que cada vez que lo hagan, será un poco diferente. Cuando te encuentres con tu yo más joven, le dirás lo que piensas que necesita saber. —Pero tengo una pregunta —dijo Tiffany—. Y es una de la que quiero saber la respuesta. —Bueno, debe ser rápido —dijo la Tiffany vieja—. La cosita cadena elástica, o lo que sea que Eskarina utiliza, no nos permite mucho tiempo.

—Bueno —dijo Tiffany—, puede que al menos puedas decirme. ¿Alguna vez…? La Tiffany vieja se desvaneció con una sonrisa en la nada, pero Tiffany oyó una sola palabra. Sonaba como “Escucha”. Y entonces ella estaba en el salón de nuevo, como si nunca lo hubiera dejado, y había vítores y parecía haber Feegle en todas partes. Y Preston estaba a su lado. Era como si el hielo se hubiera derretido de repente. Pero cuando llegó el equilibrio de nuevo, y se detuvo preguntándose si lo que había sucedido, había realmente sucedido, Tiffany buscó a las otras brujas, y vio que estaban hablando entre ellas, como jueces sumando la puntuación. El pelotón se rompió, y vinieron hacia ella resueltamente, lideradas por Yaya. Cuando llegaron a ella se inclinaron y levantaron el sombrero, que es una señal de respeto en el arte. Yaya la miró con severidad. —Veo que te has quemado la mano, Tiffany. Tiffany miró hacia abajo. —No me di cuenta —dijo—. ¿Puedo preguntarle ahora, Yaya? ¿Me habrían matado? —Vio cambiar las expresiones de las otras brujas. Yaya miró a su alrededor y se detuvo por un momento. —Digamos, joven mujer, que habríamos hecho lo mejor de nuestra parte para no hacerlo. Pero en general, Tiffany, nos parece que has hecho el trabajo de una mujer hoy. El lugar donde buscamos las brujas está en el centro de las cosas. Bueno, miramos alrededor aquí y vemos que eres tan fundamental que esta Granja gira sobre ti. Tú eres tu propia dueña, sin embargo, y si no empiezas a formar a alguien, será un desperdicio. Dejamos esta Granja en las mejores manos. Las brujas aplaudieron, y algunos de los otros invitados se unieron, a pesar de que no entendían lo que esas pocas frases habían querido decir. Lo que reconocieron, sin embargo, era que éstas eran en su mayoría ancianas, experimentadas, importantes y asustadoras brujas. Y ellas estaban presentando sus respetos a Tiffany Doliente, una de ellas, su bruja. Y ella era una bruja muy importante, por lo cual la Creta tenía que ser un lugar muy importante. Por supuesto, habían sabido eso todo el tiempo, pero era bueno que lo reconocieran. Se pararon un poco más derechos y se sentían orgullosos. La Sra. Proust se quitó el sombrero de nuevo, y dijo: —Por favor, no tenga miedo de volver a la ciudad de nuevo, Srta. Doliente. Creo que puedo prometer un treinta por ciento de descuento en todos los productos Boffo, a excepción de productos perecederos o consumibles, una oferta para no despreciar. El grupo de brujas levantó sus sombreros al unísono otra vez y volvieron a la multitud. —Sabes que todo eso fue organizar la vida de las personas por ellas —dijo Preston detrás de ella, pero cuando ella giró él se alejó riendo y agregó—: Pero en el buen sentido. Tú eres la bruja, Tiffany. ¡Tú eres la bruja! Y la gente hizo un brindis y hubo más comida y más baile, y risas y amistad y cansancio, y a la medianoche Tiffany Doliente estaba sola en su escoba por encima de las colinas de creta y levantó la mirada hacia el universo, y luego hacia abajo al trozo de lo que le pertenecía. Ella era la bruja, flotando alta por encima de todo, pero, todo hay que decirlo, con la correa de cuero cuidadosamente abrochada.

El palo se levantó y cayó suavemente cuando la brisa cálida lo tomó, y cuando el cansancio y la oscuridad la tomaron, ella extendió sus brazos a la oscuridad y, sólo por un momento, mientras el mundo giraba, Tiffany Doliente vistió de medianoche. Ella no bajó hasta que el sol bañó el horizonte con luz. Y se despertó al canto de los pájaros. En toda la Creta las alondras se elevaban como lo hacían todas las mañanas en una sinfonía de sonidos líquidos. Ellas, efectivamente, cantaban melodiosamente. Fluyeron detrás de la escoba, sin prestar atención, y Tiffany escuchó, extasiada, hasta que el último pájaro se perdió en el cielo brillante. Ella aterrizó, preparó el desayuno para una anciana que estaba confinada en su cama, alimentó a su gato, y se fue a ver cómo estaba la pierna rota de Trivial Boxer 36. Fue detenida a mitad de camino por el vecino de la vieja Srta. Swivel, que al parecer había quedado de repente imposibilitada de caminar durante la noche, pero, afortunadamente, Tiffany fue capaz de señalar que lamentablemente había pasado los dos pies a través de una pierna del calzón. Luego se fue abajo al castillo para ver qué más había que hacer. Después de todo, ella era la bruja.

36

El Sr. y la Sra. Boxer habían sido un poco más educados que lo que era bueno para ellos, y pensaron que "trivial" era un buen nombre para su tercer hijo.

Epílogo MEDIANOCHE DE DÍA ERA LA FERIA fregada de nuevo, el mismo ruido de organillo, el bamboleo de las ranas, la adivinación del futuro, las risas, los carteristas (aunque nunca del bolsillo de una bruja), pero este año, de común acuerdo, sin queso rodante. Tiffany caminó a través de todo, saludando con la cabeza a la gente que conocía, que era todo el mundo, y en general disfrutando del sol. ¿Había pasado un año? Habían pasado tantas cosas, todas enjambradas juntas, como los sonidos de la feria. —Buenas tardes, señorita. Y estaba Ámbar, con su nov… con su marido... —Casi no la reconocí, señorita —dijo Ámbar con alegría—, porque usted no tiene su sombrero puntiagudo puesto, si ve lo que quiero decir. —Pensé en ser sólo Tiffany Doliente hoy —dijo Tiffany—. Es una fiesta después de todo. —¿Pero usted sigue siendo la bruja? —Sí, sigo siendo la bruja, pero no soy necesariamente el sombrero. El marido de Ámbar se echó a reír. —¡Sé lo que quiere decir, señorita! ¡A veces juro que la gente piensa soy un par de manos! —Tiffany le miró de arriba abajo. Habían sido presentados cuando lo casó con Ámbar, por supuesto, y había quedado impresionada; era lo que llamaban un muchacho estable y tan agudo como sus agujas. Llegaría lejos, y llevaría a Ámbar con él. Y después de que Ámbar terminara su formación con la Kelda, ¿quién sabe adónde lo llevaría ella a él? Ámbar colgaba de su brazo como si fuera un roble. —Mi Guillermo ha hecho un pequeño regalo para usted, señorita —dijo—. ¡Vamos, Guillermo, muéstraselo! El joven le ofreció el paquete que llevaba, y se aclaró la garganta. —No sé si sigue el ritmo de la moda, señorita, pero están haciendo telas maravillosas ahora en la gran ciudad, así que cuando Ámbar me propuso esto yo pensé en ellas. Pero también tiene que ser lavable, para empezar, tal vez con una

falda-pantalón para la escoba y las mangas pata-de-carnero, que se usan esta temporada, y con botones ajustados en los puños para mantenerlos fuera del camino, y bolsillos en el interior y estilizados para que apenas se note. Espero que le vaya, señorita. Soy bueno en la medición sin cinta. Es un don. Ámbar rebotaba hacia arriba y hacia abajo a su lado. —¡Póngaselo, señorita! ¡Vamos, señorita! ¡Póngaselo! —¿Qué? ¿Frente a toda esta gente? —dijo Tiffany, avergonzada e intrigada al mismo tiempo. Ámbar no iba a aceptar una negativa. —¡Ahí está la tienda de la madre y el bebé, señorita! ¡No hay hombres allí, señorita, no tema! ¡Ellos tendrían miedo de tener que hacer eructar a alguien, señorita! Tiffany lo aceptó. El paquete tenía una sensación rica; se sentía suave, como un guante. Las madres y los bebés la miraban mientras ella se deslizaba en el vestido y escuchó los suspiros envidiosos intercalados con eructos. Ámbar, encendida de entusiasmo, se abrió paso a través de la solapa, y jadeó. —¡Oh, señorita, oh, señorita, se adapta tanto a usted! ¡Oh, señorita! ¡Si tan sólo pudiera verse, señorita! Venga y muestre el resultado a Guillermo, señorita, que va a estar tan orgulloso como un rey! ¡Oh, señorita! No podía decepcionar a Ámbar. Simplemente no podía. Sería como, bien, dar patadas a un cachorro. Tiffany se sentía diferente sin el sombrero. Más liviana, tal vez. Y Guillermo abrió la boca y dijo: —Me gustaría que mi maestro estuviera aquí, señorita Doliente, porque usted es una obra maestra. Sólo desearía que se pudiera ver a usted misma... ¿señorita? Y sólo por un momento, porque la gente no debía sospechar demasiado, Tiffany estuvo fuera de sí misma y se vio a sí misma girar el hermoso vestido negro, como un gato lleno de monedas de seis peniques, y pensó: Voy a vestir de medianoche, y voy a ser buena en eso... Se apresuró a regresar a su cuerpo y agradeció tímidamente al joven sastre. —Es maravilloso, Guillermo, y yo estaré feliz de sobrevolar para mostrar el resultado a tu maestro. ¡Los puños son maravillosos! Ámbar estaba saltando arriba y abajo otra vez. —Será mejor que nos demos prisa si vamos a ver la cinchada, señorita… ¡es los Feegle contra humanos! Va a ser divertido! Y de hecho, se podía oír el rugido del calentamiento Feegle, a pesar de que había una ligera alteración de su canto tradicional: —¡Nada de rey, nada de reina, nada de terrateniente! ¡Un barón… y bajo un arreglo mutuo, vos sabéis! —Vayan por delante —dijo Tiffany—. Estoy esperando a alguien. Ámbar se detuvo un momento. —¡No espere demasiado tiempo, señorita, no espere demasiado tiempo!

Tiffany caminó lentamente en el maravilloso vestido, preguntándose si se atrevería a usarlo todos los días y... unas manos pasaron junto a sus orejas y le cubrieron los ojos. Una voz detrás de ella dijo: —¿Un ramo de flores para la hermosa dama? Nunca se sabe, podría ayudarla a encontrar novio. Se dio vuelta. —¡Preston! Hablaron mientras paseaban, lejos del ruido, y Tiffany escuchó las noticias sobre el muchacho joven y brillante que Preston había entrenado para asumir como nuevo profesor de la escuela, y sobre los exámenes y los médicos y el Hospital Gratuito Lady Sybil que había —y ésta era la parte realmente importante— tomado un nuevo aprendiz, que era Preston, posiblemente porque, ya que él podía hablar a la pata trasera de un burro, podría tener un talento para la cirugía. —No creas que voy a tener muchos días de fiesta —dijo—. Uno no consigue muchos cuando es un aprendiz y tendré que dormir bajo el autoclave todas las noches y cuidar de todas las sierras y bisturís, ¡pero sé todos los huesos de memoria! —Bueno, no es demasiado lejos por escoba, después de todo —dijo Tiffany. La expresión de Preston cambió cuando buscó en el bolsillo y sacó algo envuelto en fino tejido, que le entregó a ella sin decir una palabra. Tiffany lo abrió, sabiendo —sabiendo absolutamente— que sería la liebre de oro. No había ninguna posibilidad en el mundo de que no lo hubiera sido. Trató de encontrar las palabras, pero Preston siempre tenía un suministro adecuado. Él dijo: —Srta. Tiffany, la bruja... sería tan amable de decirme: ¿cuál es el sonido del amor? Tiffany lo miró a la cara. El ruido de la cinchada se apagó. Las aves dejaron de cantar. En el césped, los saltamontes dejaron de frotarse las piernas una contra la otra y miraron hacia arriba. La tierra se movió ligeramente, ya que incluso el gigante de creta (tal vez) se esforzaba por escuchar, y el silencio cayó sobre el mundo hasta que todo lo que había era Preston, que siempre estuvo ahí. Y Tiffany dijo: —Escucha.

Un glosario Feegle, ajustado para aquellos de constitución delicada. (Trabajo en realización por la Srta. Perspicacia Tick) Bigjobs: Seres humanos. Big Man: Jefe del clan (Usualmente el marido de la kelda) Blethers: Basura, tontería. Boggin: Estar desesperado, como “Estoy boggin por una taza de té”. Bunty: persona débil. Cack vuestros kecks: Eh, pongámoslo delicadamente… estar muy, muy asustado. Carlin: Mujer vieja. Clugie: el baño. ¡Crivens!: Una exclamación general, que puede significar cualquier cosa, desde “Oh, mis dioses” a “Estoy a punto de perder la calma y eso significa problemas”. Dree tu/mi/su destino: Enfrentar el destino que te/me/le está reservado. Een: Ojos. Eldritch: Raro, extraño. Algunas veces significa oblongo, por alguna razón. Fash: Lamentar, disgustar. Es adjetivo: preocupado, molesto. Geas: Una obligación muy importante, respaldada por la tradición y la magia. No es un ave. Gonnagle: El bardo de un clan, experto en instrumentos musicales, poemas, historias y canciones. Hag: Una bruja de cualquier edad. Hag de hags: Una bruja muy importante. Bruja de brujas. Hagging/Hagling: Cualquier cosa hecha por una bruja. Hiddlins: Secretos. Kelda: La hembra cabeza de clan, y eventualmente la madre de la mayor parte de éste. Los bebés Feegle son pequeños, y una kelda tendrá cientos de ellos en su vida.

Lang syne: Hace mucho tiempo. Mundo Último: Los Feegles creen que están muertos. Este mundo es tan bello, según argumentan, que ellos deben haber sido realmente buenos en una vida pasada y al morir finalizaron aquí. Parecer que mueren aquí significa meramente volver al Mundo Último, el cual creen que es bastante aburrido. Mudlin: Persona inútil. Pished: Me han asegurado que significa “cansado”. Schemie: Una persona desagradable. Scuggan: Una persona realmente desagradable. Scunner: Una persona generalmente desagradable. Ships: Cosas lanudas que comen pasto y dicen beee. Fácilmente confundibles con barcos. Spavie: Vease Mudlin. Linimento Especial de Ovejas: Probablemente whisky Brillodeluna, lamento profundamente decirlo. Nadie sabe qué le hace a una oveja, pero se dice que una gota es buena para los ovejeros en las frías noches de invierno, y para los Feegle todo el tiempo. No intente hacerlo en su casa. Spog: Una petaca de cuero, usada en el frente del cinturón, donde un Feegle guarda sus valiosas y aun no comidas provisiones, insectos interesantes, trozos útiles de ramitas, mugre de la suerte, y cosas por el estilo. No es una buena idea hurgar en un spog. Steamie: Encontrada sólo en los montículos Feegle grandes en las montañas, donde hay suficiente agua para permitir baños regulares; es una clase de sauna. Los Feegle en la Creta tienden a confiar en el hecho de que sólo puedes llevar una determinada cantidad de mugre sobre ti antes de que comience a caer por sí sola. Waily: Un grito general de desesperación.

NOTA DEL AUTOR Mi trabajo es hacer las cosas, y la mejor manera de hacer las cosas es que sean de cosas reales... Cuando yo era pequeño, justo después de la última Edad de Hielo, vivíamos en una casita que Tiffany Doliente reconocería: teníamos agua fría, sin electricidad, y tomábamos un baño una vez a la semana, porque la bañera de estaño tenía que ser llevada de su clavo, que se encontraba fuera en la parte de atrás de la pared de la cocina y tomaba un largo tiempo llenarla, cuando mi mamá tenía que calentar el agua con una tetera. Entonces yo, como el más joven, tenía el primer baño, seguido de mamá y a continuación papá, y finalmente el perro si papá pensaba que se estaba poniendo un poco hediondo. Había ancianos en el pueblo que habían nacido en el período Jurásico y se veían, para mí, todos iguales, con gorras de plato y pantalones serios sostenidos con cinturones de cuero muy grueso. Uno de ellos se llamaba el señor Allen, que no bebía agua del grifo porque, decía que no tiene ni sabor ni olor. Bebía agua del techo de su casa, que alimentaba un barril de lluvia. Es de suponer que bebía más que agua de lluvia, porque tenía una nariz que parecía un par de fresas que se había estrellado una contra otra37. El Sr. Allen se sentaba al sol frente a su cabaña en una antigua silla de cocina, mirando el mundo pasar, y los niños acostumbraban a vigilar la nariz, en caso de que explotara. Un día yo estaba hablando con él, y de repente me dijo: —¿Has visto quemar rastrojos, muchacho? Sin duda los había visto: no cerca de nuestro hogar, si no cuando bajamos a la costa de vacaciones, aunque a veces el humo de los rastrojos de la quema era tan espesa que parecía una niebla. Los rastrojos eran lo que quedaba en el suelo después de que la mayoría de los tallos de maíz habían sido cortados. Se decía que la quema era buena para deshacerse de las plagas y enfermedades, pero el proceso significaba que un montón de pequeñas aves y animales eran quemados. La práctica hace mucho tiempo que ha sido prohibida, por esa misma razón. Un día, cuando el carro de la cosecha pasaba por nuestro callejón, el señor Allen me dijo: —¿Alguna vez has visto una liebre, muchacho? Le dije: —Sí, por supuesto. —(Si usted no ha visto una liebre, entonces se puede imaginar un conejo cruzado con un galgo, uno que puede saltar magníficamente.) El Sr. Allen dijo: —La liebre no tiene miedo del fuego. Ella lo mira fijamente, y salta sobre él, a las tierras seguras en el otro lado. Yo tendría unos seis o siete años, pero lo recuerdo, porque el señor Allen murió poco después. Entonces, cuando yo era mucho mayor, me encontré en una librería de 37 Mi papa me contó que se llamaba “Nariz de Bebedor”, pero estaba probablemente equivocado, ya que la condición, me dijeron, es un tipo de acné adulto (llamado Rhinophyma, pero sospecho que es demasiada información).

segunda mano un libro llamado El Salto de la Liebre escrita por George Ewart Evans y David Thomson, y aprendí cosas que no me hubiera atrevido a inventar. El Sr. Evans, quien murió en 1988, habló —durante su larga vida— con los hombres que trabajaban en la tierra: no desde la cabina de un tractor, si no con los caballos, y veían la fauna que les rodeaba. Sospecho que tal vez había puesto un poco de brillo a las cosas que le dijeron, pero todo es mucho mejor con un poco de brillo, y no he dudado en pulir la leyenda de la liebre para usted. Si no es la verdad, entonces es lo que la verdad debería ser. Dedico este libro al señor Evans, un hombre maravilloso que ayudó a muchos de nosotros a conocer las profundidades de la historia sobre la que flotamos. Es importante que sepamos de dónde venimos, porque si no sabes de dónde vienes, entonces no sé de dónde eres, y si no sabes dónde te encuentras, entonces no sabes adónde vas. Y si no sabes adónde vas, es probable que vayas mal. Terry Pratchett Wiltshire 27 May 2010