Por el renacimiento del arte, William Morris

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 1 de 44 William Morris Por el renacimiento del arte

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William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos.

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Por el renacimiento del arte Seis textos contra la civilización industrial

Indice: 1. La arquitectura y la historia (1884) …………………………………………..……….. 2 2. Las metas del arte (1886) ………………………………………………………….………… 12 3. El renacimiento de la artesanía (1888) ……………………………………..……… 19 4. Como vivimos y como podríamos vivir (1885) …………………………..……. 24 5. La sociedad del futuro (1887) ………………………………………………….…….…… 36 6. El arte y el futuro: “El sentido mas hondo de la lucha” (1893) ….… 44

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1. La arquitectura y la historia Conferencia de 1884 en la Society of Arts ante la reunión anual de la Society for the Protection of Ancient Buildings.

Nosotros, al menos los de esta Sociedad, conocemos la belleza de la superficie gastada y erosionada de una construcción antigua y todos nosotros hemos sentido el dolor de ver desaparecer esta superficie a manos de un “restaurador” pero, aunque todos sentimos esto profundamente, puede que a algunos nos cueste explicarle al mundo exterior el valor real de esta superficie antigua. No es sólo que sea pintoresca y hermosa en sí misma, aunque eso ya es mucho. Tampoco es sólo que haya una emoción adherida al aspecto que los constructores originales le dieron a su trabajo, apenas conscientes mientras tanto de que muchas generaciones iban a observarlo con atención. Es sólo parte de su valor el que las piedras sean consideradas, según las hermosas palabras del Sr. Ruskin refiriéndose a alguna construcción histórica francesa ahora probablemente convertida en un modelo académico de sí misma, el que sean consideradas “las mismas piedras que los ojos de San Luis vieron elevarse de su sitio.” Dicha emoción es mucho, mas no lo es todo. Mejor dicho, no es sino parte del valor especial sobre el que hoy deseo llamar su atención, un valor que en pocas palabras consiste en que la superficie intacta de la arquitectura antigua es testigo del desarrollo de las ideas del hombre, de la continuidad de la historia y, de este modo, proporciona instrucción incesante, mejor dicho, educación, a generaciones sucesivas, no sólo diciéndonos cuáles eran las aspiraciones de hombres que desaparecieron, sino también qué podemos esperar del futuro. Todos ustedes saben que en estos últimos días la historia se rige por un espíritu diferente del que solía creerse bastaba para que le interesara a los hombres inteligentes. Hubo un tiempo -y no hace mucho- en que el ensayista astuto (en vez del historiador) creaba su historia rodeado de libros cuyo valor sopesaba más por hasta qué punto se ajustaban a un nivel arbitrario de excelencia literaria que por indicios de que pudieran llegar a proporcionar algún destello del pasado. De esta forma, al aplicárseles el método histórico, dichos libros no podían aportar las cantidades ingentes de conocimiento sobre historia que de verdad poseían. Es cierto que en la mayoría de los casos estos libros se escribían por lo general con propósitos que no eran los de proporcionar mera información a quienes vinieran después. En su vertiente más honesta, estos escritores se veían obligados a mirar la vida con las lentes que les había impuesto la moral convencional de su propia época. En su vertiente más deshonesta, eran serviles aduladores a sueldo del poder de entonces. No obstante, aunque el arte de mentir ha sido siempre asiduamente cultivado en el mundo -y en especial por quienes viven del trabajo de otros-, es un arte en el que poca gente roza la perfección y el hombre honesto, haciendo uso de la suficiente diligencia, puede por lo general lograr ver a través del velo de la sofistería la vida auténtica que existe en esos documentos escritos del pasado. Mejor dicho, las propias mentiras, que en su mayor parte son de condición áspera y simple, a menudo se pueden disolver y derivar -por así decirlo- en fundamento histórico, en testimonio negativo de acontecimientos. Pero los historiadores académicos de los que he hablado no eran los adecuados para la tarea, eran víctimas de una maldición de falta de honradez total, aunque inconsciente. El panorama de la historia que presentaban era irreal, según ellos no había más que dos períodos de orden continuo, de vida organizada: uno era el período de la historia clásica griega y romana, la época desde el desarrollo de la retrospección a ese período hasta sus propios días era el otro. Según ellos todo lo demás era pura confusión accidental, tribus y clanes extraños con los que no tenían relación y que se empujaban los unos a los otros con igual propósito que una manada de bisontes. Todos esos miles de años desprovistos de creación, cargados sólo de meras dificultades y al margen de eso, como he dicho, dos períodos de perfección que sobresalen perfectamente dotados cual Palas del cerebro de Zeus. Un concepto extraño, en verdad, de la historia de los “hombres famosos y los padres que nos engendraron”, mas uno que no podía resistir mucho tiempo ante el desarrollo natural del conocimiento y la sociedad. Las brumas de la pedantería se esfumaron lentamente y mostraron un panorama diferente: un orden rudimentario en las épocas más remotas que variaba mucho en diferentes razas y países, mas siempre dominado por las mismas leyes, avanzando siempre adelante hacia algo que parece justo lo contrario del punto de partida y, aun así, el orden anterior no ha muerto del todo, sino que vive en el nuevo y lo moldea lentamente en una recreación de su antiguo ser. No resulta difícil apreciar cuán distinto ha de ser el espíritu que ha de crear una Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 3 de 44 concepción tal de la historia. No más burlas superficiales de los fracasos y las insensateces del pasado desde la perspectiva de la supuesta civilización, sino una profunda simpatía por sus objetivos semiconscientes desde las dificultades y los defectos de los que hoy sólo somos tristemente conscientes, ese es el nuevo espíritu de la historia; me gustaría creer de buen grado que el conocimiento nos ha proporcionado humildad y la humildad esperanza en esa perfección de la que hasta ahora obviamente andamos tan escasos. Pues bien, en lo que respecta a los instrumentos de este conocimiento de la Historia, ¿acaso no eran dos fundamentalmente: el estudio del lenguaje y el estudio de la arqueología? Es decir, de la expresión de las ideas humanas por medio del habla y por medio de la artesanía, en otras palabras, el historial de los actos creativos del hombre. Del primero de estos instrumentos, aunque me interesa mucho, sobre todo cuando al inclinarse por la mitología comparada proclama con tanta claridad la unidad del género humano, de este carezco de conocimiento para hablar aunque tuviera tiempo; del segundo, la arqueología, pienso hablar ya que, por encima de todo, la función de nuestra Sociedad es preservar ante los ojos de la gente su importancia como instrumento para el estudio de la historia, la cual, en verdad, nos lleva a solucionar todos los problemas sociales y políticos que preocupan a los hombres. Me inclino aún más a hablar de este tema porque, a pesar del ascendiente que el nuevo espíritu de la historia posee en las mentes cultas, no debemos olvidar que muchas mentes son incultas y que sobre ellas el espíritu pedante todavía ejerce gran influencia; y entiendan ustedes que cuando hablo de mentes incultas no estoy pensando en la clase baja, como de forma cortés pero demasiado directa la llamamos, sino en muchos de quienes ocupan puestos de responsabilidad y son especialmente responsables de la custodia de nuestras construcciones antiguas. De hecho, puedo entender que alguien me plantee la objeción de que el enfoque medio ignorante, el medio pedante y el completamente pedante de ocuparse de una construcción antigua también son históricos y admito cierta lógica en esta objeción, ¡ay, la destrucción es una de las formas de crecimiento! En efecto, esos historiadores pedantes de los que he hablado también forman parte de la historia y es una pregunta interesante -en la que no puedo detenerme ahora- saber hasta qué punto su pedantería destructiva fue un indicio de fuerza, comparada con nuestra investigación razonable y nuestra timidez; digo que no puedo detenerme en esta pregunta, aunque creo que llevaría a conclusiones que sorprenderían a alguna gente y, por tanto, me doy por satisfecho diciendo que si la estrechez, la vulgaridad mental (no conozco otra palabra) que se encarga de nuestras construcciones antiguas como si el arte no tuviera pasado y no fuera a tener futuro fuera un desarrollo histórico (y yo no lo niego), también lo es entonces el espíritu que nos conmina a resistir esa vulgaridad -”para esto fui entre los demás encomendado.” Ahora bien, estoy seguro de que, como miembros de nuestra Sociedad, ustedes me siguen hasta ahora; no pueden dudar que de una u otra forma la superficie de una construcción antigua, es decir, el tratamiento de la artesanía antigua, resulta de lo más valioso y digno de conservar y estoy seguro también de que todos sentimos de forma instintiva que no se puede reproducir en la actualidad, que intentar reproducirlo no sólo nos priva de un monumento histórico, sino también de una obra de arte. En la siguiente parte voy a intentar mostrarles que la imposibilidad de esta reproducción no es accidental, sino inherente a las condiciones de vida en la actualidad, que es resultado de toda la historia del pasado y no del gusto o la moda pasajeros de una época y que, por consiguiente, ningún hombre y ningún grupo de hombres por mucho que sepan sobre arte antiguo, por mucha habilidad para el diseño o amor al arte que posean- pueden persuadir, sobornar u obligar a los trabajadores de hoy día a hacer su trabajo igual que los trabajadores del rey Eduardo I1 hacían el suyo. Despierten a Teodorico el Godo de su sueño de siglos y pónganlo en el trono de Italia, conviertan nuestra moderna Cámara de los Comunes en el Witenagemote (o sala de los hombres sabios) del rey Alfredo el Grande; no es una hazaña menor la restauración de una construcción antigua. Ahora bien, para mostrarles que lo anterior es necesario e inevitable me veo obligado a considerar brevemente las condiciones en las que se ha desarrollado la artesanía a partir de la época clásica; al hacerlo, no puedo evitar abordar ciertos problemas sociales sobre cuya solución puede que algunos de ustedes discrepen de mí. En ese caso, les pido que recuerden

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Eduardo I, rey de Inglaterra de 1272 a 1307 (n. del t.). Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 4 de 44 que, aunque el comité me ha pedido que les lea esta conferencia, no se le puede responsabilizar de ninguna opinión ajena a los principios que se propugnan en sus documentos escritos. La Sociedad no debería ser considerada peligrosa salvo, quizás, para la diversión de algunos terratenientes y pastores rurales y de sus hijas y esposas. Bien, hay que admitir que toda obra de arquitectura es una obra de cooperación. El propio diseñador, por muy original que sea, tiene una deuda que pagar a la necesidad de estar influido de una u otra forma por la tradición; hombres muertos guían su mano aunque él olvide que una vez existieron. Pero, además, sus ideas las deben llevar a cabo otros hombres. Ningún hombre puede hacer una construcción con sus propias manos. Sólo para considerar la posibilidad de empezar su trabajo, cada uno de esos hombres depende de alguien. Cada uno no es más que parte de una máquina. Puede que las partes sean máquinas a su vez o que sean inteligentes, pero, en cualquier caso, deben trabajar subordinados a todo el grupo. Está claro que hombres que así trabajan deben estar influidos en el trabajo por sus condiciones de vida y el hombre que organiza su trabajo debe convencerse de que sólo obtendrá el tipo de trabajo que esas condiciones hayan engendrado. Esperar entusiasmo por el trabajo bien hecho de hombres a los que durante dos generaciones la presión de las circunstancias ha acostumbrado a trabajar de forma descuidada sería absurdo; esperar conciencia de la belleza de hombres a los que durante diez generaciones no se les ha permitido crear arte sería más absurdo todavía. La fabricación de cada pieza de trabajo en cooperación debe enmarcarse en su época y ser característica de ella. Entiendan claramente esto que ahora planteo de otra forma: todo trabajo arquitectónico debe estar basado en la cooperación; en todo trabajo de cooperación los productos acabados no pueden ser de mejor calidad de lo que la categoría más baja, más simple y más amplia (que también es la más esencial) les permita. La clase y la calidad de ese trabajo -el trabajo del artesano común- las determinan las condiciones sociales en las que él vive, que cambian mucho de una época a otra. Intentemos ver entonces cómo han cambiado y apreciar cómo ha afectado ese cambio al arte, estudio durante el cual nos centraremos más en el desarrollo de la Edad Media (cuyo trabajo es el eje principal de nuestra Sociedad) que en cualquier otra época. En el período clásico, la producción industrial la llevaban a cabo mayormente esclavos, cuyas personas y cuyo trabajo pertenecían por igual a sus jefes y a los que se mantenía justo en el nivel de vida que convenía a los intereses de dichos patronos. Era natural que con estas circunstancias se despreciara el industrialismo, mas en la civilización griega al menos, la vida común de los ciudadanos libres, la aristocracia de hecho, era sencilla, el ambiente no exigía un trabajo elaborado en lo relativo a ropa y alojamiento, la raza todavía era joven, vigorosa y físicamente bella. Por consiguiente la aristocracia, libre de la necesidad de trabajo duro y agotador gracias a la posesión de esclavos que se lo hacían todo y sin preocupaciones por el sustento, disponía -a pesar de las trifulcas y la piratería constantes que conforman su historia externa- tanto de inclinación como de ocio para cultivar las artes intelectuales mayores dentro de los límites que su amor natural por los hechos y su odio al romanticismo les dictaba. Las artes menores, mientras tanto, estaban sujetas a una subordinación rígida y ciertamente servil, que resultaba sumamente natural. ¿Me permiten ustedes que haga una interrupción aquí para pedirles que consideren, en caso de que algún caballero ateniense hubiera intentado construir una catedral gótica en tiempos de Pericles, qué clase de ayuda habría recibido por parte de los trabajadores esclavos de la época y qué tipo de gótico le habrían procurado? Bien, el ideal de arte establecido por el intelecto de los griegos con un éxito tan espléndido y abrumador perduró también a lo largo de todo el período romano, a pesar de la invención y el uso del arco en la arquitectura o más bien en la construcción. Al mismo tiempo, la esclavitud, en unas condiciones algo distintas, producía las mercancías de uso común; el desdén absoluto por los resultados de la producción industrial que expresó el pedante Plinio, ya fuera auténtico o deducido artificialmente de los convencionalismos de la filosofía, bien ilustran el estado en que se encontraban las artes menores hechas por esclavos en el período clásico tardío. Entretanto, y en vida de Plinio, hacía ya tiempo que las artes intelectuales de la época clásica habían vivido su apogeo y ahora debían sortear aburridos siglos de academicismo de los que se vieron finalmente redimidos, no por la vuelta al genio individual de tiempos pasados, sino por el desmoronamiento de la propia sociedad clásica, lo que supuso el cambio de la esclavitud -el fundamento de la sociedad clásica- a la servidumbre o al villanaje sobre los Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 5 de 44 que se cimentaba el sistema feudal. El período de barbarie o desorden entre los dos períodos de orden fue sin duda extenso, mas al final el nuevo orden surgió de él radiante y claro y, en vez del sistema del ciudadano aristocrático y del esclavo sin derechos dominado por el culto a la ciudad (que era el ideal, la religión de la sociedad clásica), se formó un sistema de deberes y derechos personales, de servicio personal y de protección subordinado a ideas a priori sobre los deberes y los derechos de la humanidad para con las fuerzas invisibles del universo. No cabe duda de que, como era natural en este sistema jerárquico, los monasterios, cuya misión concreta era mantener el ideal jerárquico como un estandarte entre hombres imperfectos, desempeñaron respecto a las artes en la temprana Edad Media -entre los siervos del campo y sus señores- la función que en la época clásica cumplía el griego libre y culto entre su multitud de criados esclavizados. Mas la condición de siervo era muy distinta a la de esclavo ya que, aunque realizaba algunas tareas específicas para su señor, tenía -al menos en teoría- libertad para ganarse la vida como mejor pudiera dentro de los límites del señorío. El esclavo, como persona, tenía la esperanza de la manumisión, pero, colectivamente, no había esperanza alguna para él salvo en el derrumbamiento total y mecánico de la sociedad que se cimentaba en su sometimiento. Al siervo, por otra parte, se le forzaba -a causa de su trabajo- a esforzarse por mejorar como persona y colectivamente pronto empezó a adquirir derechos entre los derechos encontrados del rey, del señor y del burgués. Asimismo, muy al inicio de la Edad Media una fuerza nueva y poderosa empezó a germinar para ayudar en el trabajo: las primeras señales de una alianza secular entre hombres libres, productores y distribuidores. Los gremios, cuyos primeros inicios en Inglaterra se remontan a antes de la conquista normanda, aunque reconocían por completo la condición jerárquica de la sociedad y en su época inicial en realidad tenían a menudo objetivos principalmente religiosos, no surgieron del orden eclesiástico; más aún, con toda probabilidad arraigaron en aquella parte de la raza europea que no había conocido ni a Roma ni a sus instituciones en la época de su dominio temporal. Inglaterra y Dinamarca fueron los primeros países en el desarrollo de los gremios, que arraigaron más tarde y con menos fuerza en los países latinizados. El espíritu de la alianza se expandió; los gremios, que al principio habían sido sociedades de provecho o clubes más que otra cosa, pronto se convirtieron en órganos para la protección y la libertad del comercio y rápidamente se volvieron poderosos con el nombre de gremios de mercaderes; en la cúspide de su poder se formaron a su sombra otro tipo de gremios cuyo objetivo era la regulación y la práctica de una artesanía libre de exacciones feudales. Los gremios mercantiles más antiguos se opusieron a estas nuevas instituciones hasta el punto de que en Alemania ambos libraron una guerra sangrienta y atroz. La gran revuelta de Gante, que ustedes recordarán como ejemplo de esta hostilidad, la promovieron las artes menores, como Froissart2 las denomina. Recuerden asimismo que Gante, la ciudad productora, era revolucionaria y Brujas, la comercial, reaccionaria. En Inglaterra los gremios mercantiles cambiaron de forma más pacífica y se convirtieron en las principales corporaciones de las ciudades y los gremios artesanales ocuparon su lugar definitivo como reguladores y protectores de toda la artesanía. A comienzos del siglo XIV la supremacía de los gremios artesanales era total y al menos en esa época su constitución era absolutamente democrática; meros oficiales no había ninguno y los aprendices tenían la certeza, por costumbre, de ocupar el lugar de maestros de su arte una vez que lo hubieran aprendido. Antes de pasar a considerar el declive y la caída de los gremios, examinemos cómo trabajaba el artesano en aquella época: primero una palabra respecto a sus condiciones de vida, pues debo decirles brevemente que vivía, si bien de forma tosca, al menos de forma más fácil de lo que su sucesor lo hace ahora. No trabajaba para ningún amo sino para el público, él mismo hacía sus mercancías de principio a fin y las vendía al hombre que iba a usarlas. Esto era lo que ocurría al menos con casi todos -si no todos- los productos hechos en Inglaterra; algunos de los productos menos comunes -como la tela de seda- sí que iban al mercado del regateo, algo inevitable dado que fundamentalmente los materiales de cualquier lugar eran convertidos en productos cerca de su lugar de nacimiento. Pero hasta estos productos menos frecuentes se hacían primordialmente para el consumo doméstico y sólo los excedentes llegaban a manos del mercader, del cual deben ustedes recordar que no era un mero participante en el vaivén de la oferta y la demanda como lo es hoy día, sino un distribuidor de 2 Jean Froissart (c.1337-1410?), cronista francés que describió la sociedad de Europa occidental del siglo XIV y visitó las cortes de Inglaterra y Escocia (n. del t.).

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William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 6 de 44 productos indispensable; se le pagaba por la molestia de llevar productos de un lugar en donde había más de los que hacían falta a otro donde no había suficientes y eso era todo. Las leyes contra los acumuladores y los acaparadores nos dan una idea de cómo se concebía este asunto del comercio en la Edad Media: como comercio, a saber, no como tráfico de beneficios. Un acumulador era un hombre que adquiría productos agrícolas para aumentar su precio y un acaparador un hombre que compraba y vendía en el mismo mercado o en un radio de cinco millas. En las ventajas del acumulador para la comunidad apenas es necesario detenerse, creo. En lo que respecta al acaparador, era la opinión de la gente ignorante de la Edad Media que un hombre que compraba, digamos, cien medidas de queso a dos peniques de libra a las nueve de la mañana y las vendía a las once por tres peniques no era un ciudadano especialmente útil. Confieso que soy lo bastante anticuado y conservador como para estar de acuerdo con ellos en este punto, aunque no puedo evitar observar que todos los “negocios” (así llamados adecuadamente) ahora se dedican a acumular y acaparar y que todos somos esclavos de esas deliciosas y sencillas profesiones, de modo que los criminales de una época se han convertido en los benévolos amos de la siguiente. Bien, de todos modos, de este trato directo entre productor y consumidor derivó que el público en general fuera un buen juez de los productos manufacturados y, como resultado, que el arte -o más bien la religión- de la adulteración apenas se conociera; al menos, era fácil adquirir fama de confesor -si no de mártir- de ese noble credo. Ahora bien, en lo que respecta a la forma de trabajar, la división del trabajo era mínima o inexistente en cada oficio. Creo que esto mitiga en parte el mal -pues así lo considero- de que un hombre tuviese que estar atado a un oficio de por vida (como también lo está ahora); lo mitiga en parte porque, después de todo, había gran variedad en el trabajo de un hombre que hacía él mismo un producto por entero, en vez de hacer siempre una pequeña parte de una pieza. Asimismo, deben ustedes advertir que los hombres libres de los gremios poseían parte de los prados del campo, como al menos poseía todo hombre libre. Port Meadow en Oxford, por ejemplo, era el prado comunitario de los hombres libres de esa ciudad. Estas eran las condiciones de vida y de trabajo del artesano inglés del siglo XIV. Supongo que la mayor parte de nosotros nos hemos negado a aceptar la imagen que de él nos han ofrecido los pedantes medio ignorantes y completamente equivocados a los que antes me he referido. Quienes hemos estudiado los restos de su artesanía hace ya tiempo que estamos instintivamente seguros -sin que haga falta investigar más- de que no era un salvaje tiranizado por el clero y pisoteado, sino un hombre serio y vigoroso y, al menos en cierto sentido, libre. Ese instinto se ha visto sobradamente confirmado por meticulosos coleccionistas de datos como el señor Thorold Rogers3 y ahora sabemos que el artesano gremial tuvo la clase de vida en el trabajo y en el ocio que cabía esperar de su arte. Si trabajaba no era en beneficio del patrón, sino por su propio sustento, que -vuelvo a repetir- no le costaba conseguir, por lo que tenía mucho tiempo libre y, al ser dueño de su tiempo, de sus herramientas y de su material, no iba a hacer su trabajo de una forma desaliñada, pues podía darse el lujo de recrearse dándole un acabado artístico. ¡Cuán diferente es esto del acabado mecánico o comercial que al menos algunos hemos aprendido, quizás como penitencia! Bien, ese acabado u ornamento artístico no era venal, se le dio gratis al público que -tiendo a creer- pagó por él con interés y simpatía por dicho trabajo, lo cual, de hecho, me parece un buen pago desde una época en la que un hombre puede vivir con un pago más burdo y material. Pues debo confesar aquí que lo que en la jerga moderna se denominan “los salarios del genio” estuvieron bastante desatendidos por parte de quienes erigieron nuestras edificaciones antiguas, ya que el arte como el señor Thorold Rogers afirma con razón- estaba extendido: el poseer alguna destreza artística era la norma y no la excepción. Por lo general, quienes podían permitirse costear una construcción podían llevar a cabo el diseño y la planificación necesarios, obviamente porque contarían de forma natural con la ayuda y la inteligencia armoniosa de los hombres a los que tenían que dar empleo. Por ejemplo, la torre de la capilla de Merton College de Oxford la hicieron albañiles comunes bajo la supervisión de los miembros de la Junta de Gobierno de Merton College. Bien, a juzgar por el estropicio lamentable que la actual junta de gobierno ha 3 J.E. Thorold Rogers (1823-1890), economista inglés autor de obras como trabajo y salarios (1884) o La interpretación económica de la historia (1888) (n. del t.).

Seis

siglos

de

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William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 7 de 44 permitido que se perpetúe en su hermoso anexo, el Hall de S. Alban, no me atrevería a confiarle ahora un trabajo tal a la muy respetable Junta de Gobierno actual de esa antigua institución. De esta destreza extendida de las artes resultó que aquellos pobres desgraciados que tenían un talento y un gusto por encima del de sus compañeros (y que por tanto tenían un trabajo más agradable) tenían que conformarse con un salario extra muy moderado o a veces sin ningún extra. Parece que no podían hacer valer la reivindicación que ahora defiende ese grupo contra el que tanto se peca (y que tanto peca), los genios: que la forma de sus estómagos y el rasgo de su piel son diferentes a las de los demás hombres y que, por consiguiente, quieren comer y beber más y vestimentas diferentes a las de sus compañeros. Cuando con la mayor seriedad y sobriedad oigamos decir -como a menudo se dice- que en todo momento es necesaria una paga adicional para crear grandes obras de arte y que los hombres con un talento especial no harán uso de ese talento a menos que se les soborne de manera flagrante con bienes materiales entonces, afirmo yo, sabremos qué responder. Podemos apelar al testimonio de esas obras preciosas que aún nos quedan cuyos autores, anónimos y desconocidos, se contentaron con ofrecerlas al mundo sin más paga extra que la que su placer en el trabajo y su sentido de la utilidad pudiera proporcionarles. Bien, ahora debo afirmar que me parece que un grupo de artesanos, que vivían como hemos visto y que trabajaban con máquinas simples o instrumentos que dominaban por completo, tenía grandes ventajas para producir arte arquitectónico en el sentido más amplio del término, y que con un razonamiento a priori cabría esperar hallar en su trabajo esa consideración y esa fertilidad de recursos que combinaban la libertad y la cooperación armoniosa y que, de hecho, sí hallamos. No obstante, a pesar de la inteligencia libre del trabajador medieval -o incluso a causa de ella-, todavía se sentía obligado a trabajar sólo como la tradición le permitía hacerlo. De habérsele ocurrido a la mente de cualquier hombre erigir un Partenón o un Erecteo a la orilla del Támesis, del Warfe o del Wensum en el siglo XIV, ¿cuánto creen ustedes que la habilidad de su compañero de trabajo habría podido secundar su locura? Mas debemos dejar el siglo XIV un rato y apresurarnos en nuestro relato sobre la suerte del trabajador. He dicho que la constitución del gremio de artesanos fue al principio completamente democrática o fraternal, mas no siguió así mucho tiempo. A medida que las ciudades crecieron y la población aumentó a raudales con siervos de la gleba con derecho a voto y otros grupos, los viejos artesanos empezaron a formar una clase separada y privilegiada en los gremios con aprendices privilegiados y el oficial hizo al fin su aparición. Después de un tiempo, los oficiales intentaron formar gremios al amparo de las artes maestras, como otros habían hecho al amparo de los gremios mercantiles, mas las condiciones económicas de la época tendían ahora cada vez más a fabricar por dinero, por lo que perdieron esta batalla y fracasaron. Sin embargo, las condiciones laborales no cambiaron mucho: a los maestros los controlaban leyes a favor de los oficiales, los salarios subieron en vez de bajar a lo largo del siglo XV y la división del trabajo no comenzó hasta mucho después -en todas partes el artesano todavía era un artista. El inicio del gran cambio llegó con la dinastía Tudor en el primer cuarto del siglo XVI, época durante la cual Inglaterra, de ser un país agrícola donde se cultivaba por sustento pasó a ser un país de pastos donde se labraba por dinero. Quien disponga de algo de tiempo puede leer el relato de este cambio y sus miserias en los escritos de Moro y Latimer4. Todo lo que necesito decir aquí al respecto es que tuvo una influencia muy directa en las condiciones de vida y el modo de trabajar de los artesanos, pues las artes se veían ahora inundadas de multitud de hombres sin tierra que para vivir no tenían más que la fuerza de sus cuerpos y que se veían obligados a vender esa fuerza día a día a cambio de lo que le dieran quienes ciertamente no comprarían un producto a menos que pudieran sacarle beneficio. La rapiña brutal con la que se operó el cambio de religión en Inglaterra y la destrucción gratuita de nuestros edificios públicos que acompañó al robo de nuestras tierras públicas indudablemente contribuyeron a degradar el arte que aún era posible con las nuevas condiciones de trabajo.

4

Al igual que Santo Tomás Moro, el obispo inglés y mártir protestante Hugh Latimer (1485?-1555) fue ejecutado por defender sus ideales, en su caso, durante el reinado de la católica María Tudor (n. del t.). Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

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Mas la propia Reforma no fue sino uno de los aspectos del nuevo espíritu de la época creado por los grandes cambios económicos y se ocupó del arte y de su creador (el trabajo) más a fondo de lo que cualquier serie de casualidades lo habría hecho, por muy memorables que hubieran sido. El cambio en las condiciones de trabajo continuó con rapidez, aunque todavía había gran cantidad de lo que puede denominarse producción doméstica: los trabajadores en las ciudades llegaron a depender más de sus patrones (cada vez más meros oficiales) y un gran cambio se cernía sobre su forma de trabajar; sólo reunirlos en talleres grandes bajo un maestro ya supuso de hecho un ahorro de espacio, alquiler, fuego, luz y demás, pero fue el preludio de un cambio mucho mayor; la división del trabajo comenzó ahora y rápidamente tomó cuerpo. Según las viejas normas medievales, la unidad de trabajo era el maestro artesano que conocía el negocio de principio a fin; tenía la ayuda de principiantes que estaban aprendiendo el negocio y no estaban condenados a esa tarea de por vida. Mas con el nuevo sistema de maestros y peones tuvo lugar el cambio en virtud del cual la unidad de producción era un grupo, cada uno de cuyos miembros dependía de todos los demás, sin los cuales se veía desvalido. Con este sistema, llamado sistema de división del trabajo, se puede condenar a un hombre -y a menudo se hace- a que pase toda su vida haciendo una parte insignificante de un artículo insignificante en el mercado. Uso el verbo en presente porque este sistema de división del trabajo todavía continúa a la par que el último desarrollo de la manufactura por dinero, que abordaré en breve. Ahora bien, es necesario que ustedes entiendan que el nacimiento y el desarrollo de esta división del trabajo no fueron un mero accidente; quiero decir que no fueron el resultado de una moda pasajera e inexplicable que hiciera que los hombres desearan la clase de trabajo que podía hacerse de esa manera; los causaron los cambios económicos que obligaron a los hombres a producir ya no por sustento, como solían hacer, sino por beneficios. Casi todos los bienes, todos excepto los hechos de una forma más doméstica, tenían ahora que pasar por el mercado antes de llegar a manos de los usuarios. Se hacían para ser vendidos, no principalmente para ser usados, y me refiero a la práctica totalidad de ellos; su arte -al igual que su utilidad obviase había convertido ahora en un artículo vendible, distribuido según las necesidades del capitalista que daba trabajo tanto al operario de la máquina como al diseñador, encadenados a la necesidad de beneficios. Entiendan ustedes que, a estas alturas, la división del trabajo operaba de tal forma que, en vez de que todos los trabajadores fueran artistas como una vez lo habían sido, se les dividía en trabajadores que no eran artistas y en artistas que no eran trabajadores. El cambio era total, o casi, a mediados del siglo XVIII: no necesito rastrear la degradación gradual de las artes desde el siglo XV hasta este momento. Baste decir que ha sido continuo y seguro. Sólo donde los hombres estaban más o menos aislados de la gran corriente de la civilización, donde la vida era ruda y la producción completamente doméstica, el arte que se produjo sí mantuvo algunas muestras de placer humano; en los demás sitios la pedantería reinaba con esplendor. Los pintores de cuadros que solían mostrarnos -como a través de una ventana que hubieran abierto- las añoranzas y las vidas de los santos y los héroes; más aún, los propios cielos y la ciudad de Dios colgando sobre la ciudad terrenal de sus amores, se convirtieron -¡cuán pocos de ellos no eran sino pretenciosos pintores de brocha gorda!- en elegantes aduladores de refinadas damas poco agraciadas y de señores estúpidos y altaneros. En lo que respecta a las artes arquitectónicas, ¿qué se puede esperar lograr de un grupo de máquinas humanas que, si cooperan, es sólo por rapidez y precisión en la producción y que, en el mejor de los casos, fueron diseñadas por pedantes que despreciaban la vida humana y, en el peor, por esclavos mecánicos, no mucho mejor en cualquier caso que los desdichados trabajadores? Se esperase lo que se esperase, nada se obtuvo salvo esa masa de juguetes ridículos y costosos al servicio del lujo y la ostentación a la que, desde entonces, se ha condenado muy merecidamente con el apelativo de tapicería. ¿Es este el final de la historia de la degradación de las artes? No, este drama tiene otro acto, que será mejor o peor en función de si a ustedes les satisface aceptarlo como final o si les estimula la insatisfacción, es decir, esperar algo mejor. Ya les he contado cómo al trabajador se le rebajó a máquina, aún tengo que contarles cómo hasta se le ha privado de esa extraña clase de dignidad.

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Al finalizar el siglo XVIII, Inglaterra todavía era un país que producía junto a otros países que producían; su producción todavía era secundaria en relación a su vida eminentemente rural y se mezclaba con ella. En cincuenta años todo eso cambió e Inglaterra era el país productor del mundo por excelencia -el taller del mundo, así llamada a menudo con gran orgullo por sus patrióticos hijos. Pues bien, esta revolución tan extraña y trascendental la ocasionó la maquinaria que las casualidades y los cambios del mundo (una historia demasiado extensa como para siquiera esbozarla aquí) impusieron a nuestra población. Deben ustedes concebir esta gran industria de la maquinaria, por un lado, como sólo el desarrollo completo del efecto de producir por beneficios en vez de por sustento (que empezó en tiempos de Sir Tomás Moro) mas, por otro, como un cambio revolucionario en lo que respecta a la simple división del trabajo. Las exigencias de mi propio trabajo me han llevado a escarbar muy a fondo en los estratos del sistema de talleres del siglo XVIII y he podido apreciar claramente cuán diferente es del sistema de fábricas de hoy día con el que a menudo se le suele confundir. Por ello, leí con gran entusiasmo la explicación completa del cambio y sus tendencias en los escritos de un hombre, más bien diría yo de un gran hombre, al que supongo- no debería nombrar en la presente compañía, el cual me despejó la mente en varios puntos (que tampoco debo mencionar aquí) relativos a este tema del trabajo y sus productos. Pero al menos debo decir esto: que mientras en el sistema de división del trabajo del siglo XVIII a un hombre se le obligaba a trabajar para siempre haciendo algo insignificante de una forma vil y mecánica que también él concebía de forma vil, en el sistema de fábricas y máquinas casi automáticas en el que ahora vivimos puede que cambie de trabajo bastante a menudo, que se le cambie de una máquina a otra y que apenas sepa que está produciendo algo; en otras palabras, en el sistema del siglo XVIII quedaba reducido a máquina, en el actual él es el esclavo de la máquina. Es la máquina la que le dicta qué tiene que hacer si no quiere morirse de hambre. Sí, y además no de una forma metafórica; por ejemplo, la máquina puede, si así lo desea, si decide acelerar el ritmo, hacerle caminar treinta millas al día en vez de veinte y mandarlo a un albergue para pobres si se niega a hacerlo. Ahora bien, si ustedes me preguntan (y no es mala pregunta) quién está peor, el trabajador de la máquina del siglo XVIII o el esclavo de la máquina del XIX, me inclino a decirles que creo que este último. Si les diera mis razones, pocos de ustedes estarían de acuerdo conmigo y no estoy seguro de que me dejaran acabar este discurso; de todos modos, son algo complicadas. Mas la pregunta de qué grupo de trabajadores produjo mejor trabajo puede responderse sin demasiadas complicaciones. Por lo menos, el trabajador de la máquina tenía que estar bien cualificado en su despreciable tarea, el esclavo de la máquina precisa de poca cualificación y, de hecho, su lugar ha sido ocupado por mujeres y niños; vigilar el trabajo de estos es la única cualificación que necesita. En resumen, el actual sistema de fábricas y del predominio de la máquina tiende a eliminar por completo el trabajo cualificado. Aquí, por tanto, se da un extraño contraste entre el artesano de la Edad Media y el de hoy día que les invito a considerar con seriedad. El hombre medieval se pone a trabajar según su propio horario, en su propia casa, probablemente él mismo hace sus herramientas, sus instrumentos o su sencilla máquina antes incluso de dedicarse a su tejido, su masa de arcilla o lo que sea. Él mismo decide qué ornamento llevará su trabajo cuando esté acabado y su mente y su mano lo diseñan y llevan a cabo; la tradición, es decir, las mentes y los pensamientos de todos los trabajadores que le precedieron, en lo que respecta al carácter específico de su arte, sí que efectivamente le guía y le ayuda; por lo demás es libre. Tampoco debemos olvidar que, aunque viva en una ciudad, los prados y el dulce campo llegan hasta cerca de su casa y a ratos él trabaja en ellos y más de una o dos veces en su vida ha tenido que coger de la pared el arco y otras armas y arriesgarse a encontrarse con el gran secreto cara a cara en el campo de batalla. Casi siempre, en realidad, en disputas de otros, aunque alguna vez en las propias y en estas no salió mal parado. ¿Mas cómo trabaja y vive quien ha ocupado su lugar? De esto todos sabemos algo. Tiene que estar en la puerta de la fábrica cuando suena la campana o se le multa o “se le envía al césped.” Mejor dicho, no siempre estará abierta la puerta de la fábrica para él. A menos que el patrón -a merced de un mercado del que el sabe poco y su mano nada- le ceda un sitio y una máquina para trabajar, debe darse la vuelta y vagar por las calles como muchos miles hacen hoy día en Inglaterra. Mas imaginémoslo allí, feliz delante de su máquina; debe seguirla arriba y abajo, día sí y día también, sus pensamientos no deben ir encaminados a otra cosa que no Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 10 de 44 sea su trabajo. Repito, lo más que puede hacer es saber qué es lo que la máquina (y no él) está haciendo. Diseño y adornos, ¿qué tiene él que ver con eso? Bueno, puede que esté a cargo de una máquina que haga un producto digno o que, por otro lado, sea cómplice (muy menor) en la obtención de una flagrante muestra de impostura y bellaquería; recibirá el mismo salario por uno que por otro y ni uno ni otro estarán en absoluto bajo su control. Toda la religión, la moralidad, la filantropía y la libertad del siglo XIX no le ayudarán a escapar de esta ignominia. ¿Acaso hace falta que diga cómo y dónde vive? Alojado en una perrera sofocante, millas y millas de perreras similares le separan de los hermosos campos de un país que merced a una burla macabra- se denomina “suyo”. A veces, los días de fiesta lo meten a empellones en un tren para que vaya a verlo y por la tarde se le lleva de vuelta a su mugriento infierno. ¡Pobre desgraciado! Díganme, pues, ¿en qué momento de la vida laboral de este hombre lo pondrán ustedes a imitar el trabajo de los artesanos libres del siglo XIV con la esperanza de que obtenga un trabajo de igual calidad? Bueno, para no debilitar mi argumentación con exageraciones reconozco que, aunque este esclavo de la máquina realiza mucho trabajo con aspiraciones artísticas en función del precio de uno u otro mercado ridículo, la artesanía de la construcción aún no ha llegado a este extremo en la revolución industrial; constituye un ejemplo de mi afirmación de que el sistema de división del trabajo del siglo XVIII aún existe y opera a la par que el gran sistema de fábricas y máquinas. Mas también aquí el avance de la degradación resulta bastante obvio, ya que entre los artesanos similares del siglo XVIII aún quedaban restos de la tradición de épocas del arte ahora perdidas, mientras que ahora en dichas artes el sistema de división del trabajo ha devorado desde al arquitecto al albañil y además los niveles de excelencia, en vez de guardar alguna relación con los del trabajador libre de los gremios, han caído muy por debajo de los del hombre esclavizado por la división del trabajo del siglo XVIII y no son ni un ápice mejor que los de quien hace chapuzas en las grandes industrias. En resumen, el trabajador de la gran industria maquinaria ilustra el tipo de trabajo de hoy día. Sin duda, resulta curioso que, mientras estamos dispuestos a reírnos ante la mera posibilidad de que un trabajador griego hiciera una construcción gótica o que un trabajador gótico hiciera una griega, no vemos nada absurdo en que un trabajador victoriano cree una gótica; y ello, aunque poseemos un buen número de muestras del trabajo de la época del Renacimiento, cuyos trabajadores -según las pedantes y retrospectivas directrices de dicha época- se suponía que en teoría podían imitar obras clásicas antiguas, una imitación que, de hecho, resultó obstinadamente característica de su época y que derivó todo el valor que tenía de dichas características -algo curioso y quizás, de todos los indicios de la debilidad del arte actual, uno de los más desalentadores. Se me puede decir, tal vez, que el mismo conocimiento histórico al que antes he aludido y del que la pedantería del Renacimiento y del siglo XVIII carecían nos ha permitido obrar el milagro de devolverle la vida a siglos muertos; pero en mi opinión, resulta extraño adoptar una perspectiva del conocimiento y la intuición históricos que nos conduzca a la aventura de intentar desandar el pasado en vez de proporcionarnos un atisbo de intuición sobre el futuro; resulta extraño adoptar una perspectiva de la continuidad de la historia que nos haga ignorar los cambios que constituyen la esencia misma de dicha continuidad. En verdad, el arte del ciclo pasado, el del Renacimiento que brilló por última vez en las débiles tonterías del diletantismo de los últimos reyes Jorge5, estaba imbuido -como antes insinué- de una confianza altanera en sí mismo que le prohibía expresamente tomar como modelo cualquier estilo que no considerara parte de sí mismo. No pudo escoger entre más estilos de lo que pudieron el arte griego o el gótico. Asumió la evolución de la historia y aceptó por completo al trabajador de la división del trabajo (si bien de forma tácita). Y, de esta forma, dicho arte hizo cuanto pudo y disfrutó de cierta vida, aunque fuera una vida monótona y bastante representativa de la dominación estúpida pero audaz de la clase media que constituyó la clave de su época. Mas nosotros, afirmo, nosotros nos negamos a admitir la evolución de la historia. A nuestro esclavo lo unimos a la máquina para que indistintamente haga el trabajo del trabajador medieval libre o el del hombre del período de transición. Sólo en nuestra época -y no en

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Jorge III ocupó el trono de Inglaterra de 1760 a 1820 y su hijo Jorge IV de 1820 a 1830 (n. del t.). Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 11 de 44 ninguna otra- hemos aprendido el ardid de disfrazarnos con las ropas que otros han desechado y montamos una representación teatral extraña e hipócrita, más con una imperturbabilidad tímida que con una confianza altiva, resueltos a cerrar los ojos ante todo lo que sea seriamente desagradable y haciendo caso omiso al movimiento silencioso de la historia real que aún continúa bajo nuestro espectáculo circense. Seguramente tal estado de cosas es un síntoma de cambio, de un cambio quizás apresurado, sin duda definitivo. Pues, por extraño que parezca, he aquí una sociedad que en su superficie culta no posee características distintivas propias, sino que flota de uno a otro lado; un grupo de mentes va a la deriva hacia la belleza del pasado, el otro hacia la lógica del futuro; cada uno cree al menos tácitamente que basta con hacer recuento de sus apoyos para establecer una norma general que deba regir el mundo a pesar de la lógica y de la historia, ignorando la necesidad que incluso ha hecho a su debilidad ciega lo que es. Y mientras tanto, por debajo de esta superficie culta opera el gran sistema comercial que los cultos ven como su sirviente y lo que une a la sociedad, pero que en realidad es su amo y lo que separa a la sociedad; pues no se trata más que de una guerra y su naturaleza sólo puede cambiar con su muerte: hombre contra hombre, clase contra clase; bajo el lema “lo que yo gano, tú lo pierdes” esta guerra debe continuar hasta que llegue el gran cambio cuyo fin es la paz y no la guerra. ¿Y quiénes somos los que estamos aquí reunidos tras luchar siete años tímidamente por la vida, por poder hacer algo? ¿Simples migajas en ese océano de hipocresía medio consciente que llamamos sociedad culta? No, espero que no. Al menos no le damos la espalda a la historia y decimos “eso es malo y esto es bueno”, “me gusta esto y no me gusta aquello”, sino que más bien decimos “esto era la vida y estos, los trabajos de nuestros padres, son signos materiales de ello.” Esa vida vive en ustedes, aunque la hayan olvidado. Esos signos materiales, aunque ustedes los ignoren, serán buscados un día; y esa necesidad, que incluso ahora está dando forma a la sociedad del futuro y un día lo pondrá de manifiesto, nos ha obligado, entre otras cosas, a hacer lo posible por atesorar esos signos de la vida pasada y la futura. La sociedad de hoy día, anárquica como es, está no obstante formando un nuevo orden del que nosotros, junto a todos aquellos que -lo diré- tienen el valor de aceptar la realidad y rechazar la impostura, formamos y debemos formar parte, de modo que a la larga nuestro trabajo, aunque a veces pueda parecernos inútil, no llegue a perderse por completo. Ya que, después de todo, ¿por qué es por lo que estamos luchando? Por la realidad del arte, es decir, por el placer de la raza humana. La tendencia de la sociedad comercial o competitiva que se ha estado desarrollando a lo largo de más de trescientos años ha sido a la destrucción del placer de vivir. Mas al final esa sociedad competitiva se ha desarrollado tanto que, como he dicho, se aproximan su propio cambio y su muerte y, como signo del cambio, la destrucción del placer de vivir ya empieza a parecernos a muchos no una necesidad, sino algo contra lo que luchar. De la autenticidad y la realidad de dicha esperanza depende la existencia, la razón de la existencia de nuestra Sociedad. Créanme, no será posible que un puñado de gente culta mantenga vivo el interés por el arte y los documentos del pasado en las actuales condiciones de lucha sórdida y desgarradora por existir de la mayoría y de lánguido deambular por la vida de la minoría. Mas cuando la sociedad se reconstituya de forma tal que todos los ciudadanos tengan la oportunidad de llevar una vida compuesta del tiempo libre adecuado y del trabajo razonable, entonces toda la sociedad -y no sólo nuestra Sociedad- optará por proteger las edificaciones antiguas de cualquier daño, sea gratuito o accidental, pues entonces empezarán por fin a comprender que dichas edificaciones forman parte de su vida actual y de ellos mismos. Esto ocurrirá cuando llegue el momento preciso porque, en la actualidad, aunque los hombres fueran conscientes de su pérdida no podrían impedirla, dado que viven en un estado de guerra, es decir, de derroche ciego. Ciertamente quienes formamos esta Sociedad nos hemos topado de bruces con la verdad bastante a menudo, hemos tenido que reconocer a menudo que, si la destrucción o el embrutecimiento de un antiguo monumento de arte e historia era “cuestión de dinero”, era inútil luchar en su contra. No seamos ni tan débiles ni tan cobardes como para negarnos a afrontar este hecho pues nosotros, aunque nuestra función de formar el futuro de la sociedad pueda resultar modesta, tampoco podemos transigir. Admitamos que vivimos un momento de barbarie entre dos épocas de orden, el orden del pasado y el orden del futuro y, luego, aunque algunos de nosotros pensemos (como yo) que el final de esta barbarie se acerca y otros que está lejos, aun así ambos podemos -yo con esperanza y otros sin ella- trabajar juntos para Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 12 de 44 preservar las reliquias del viejo orden que aún nos quedan como enseñanza, placer y esperanza del nuevo. Haciendo esto, ¡ojalá que la época de guerra actual resulte menos desastrosa, aunque sólo sea un poco, y la época de paz venidera más provechosa!

2. Las metas del arte Conferencia dictada el 14 de marzo de 1886. En 1888, Morris la incluyó en la antología de textos socialistas titulada Signs of Change.

Al considerar las metas del arte, esto es, por qué los hombres aprecian el arte y se dedican laboriosamente al arte, me veo obligado a generalizar acerca del único espécimen de la humanidad del que sé algo, a saber, yo mismo. Bien, cuando pienso en lo que deseo compruebo que no puedo sino llamarlo felicidad. Quiero ser feliz mientras viva pues, en lo que respecta a la muerte, descubro que, al no haberla experimentado nunca, no tengo una noción de lo que significa y por tanto no puedo hacer que mi mente se ocupe de ella. Sé lo que es vivir, ni siquiera puedo imaginarme lo que es estar muerto. Pues bien, quiero ser feliz e incluso algunas veces -digamos la mayoría- estar alegre y me resulta difícil creer que este no sea un deseo universal, por lo que mimo con el mejor de mis empeños cualquier cosa que sirva a ese fin. Ahora bien, cuando reflexiono algo más sobre mi vida descubro, o así parece, que está bajo la influencia de dos estados dominantes que (a falta de un término mejor) debo llamar el estado del vigor y el estado de la ociosidad: estos dos estados están siempre, ora uno, ora otro, instándome a que los satisfaga. Cuando me domina el estado del vigor he de hacer algo o me siento abatido e infeliz; cuando me domina el estado de la ociosidad, me resulta ciertamente difícil no descansar y dejar que mi mente vague por las imágenes -agradables o terribles- que mi propia experiencia o mi conversación con los pensamientos de otros hombres -vivos o muertos- han forjado en ella. Si las circunstancias no me permiten cultivar este estado de la ociosidad, compruebo que en el mejor de los casos debo pasar un período de dolor hasta que consiga estimular mi estado del vigor para que ocupe su lugar y me haga de nuevo feliz. Y si no dispongo de medios con que despertar al estado del vigor para que cumpla su misión de hacerme feliz y tengo que trabajar mientras me domina el estado de la ociosidad, entonces soy verdaderamente infeliz y casi deseo estar muerto, pese a que no sé lo que significa. Además, compruebo que en el estado de la ociosidad la memoria me distrae, en el estado del vigor la esperanza me anima, una esperanza que una veces es grande y grave y otras trivial, mas una sin la cual no hay vigor feliz. Además compruebo que, mientras que a veces puedo satisfacer este estado con solo ejercitarlo en una tarea que no tenga mayor relevancia (en una diversión, en resumen), aunque luego se canse y se vuelva lánguido, la esperanza a este respecto es muy trivial y a veces apenas real; asimismo, compruebo que por lo general para satisfacer a mi amo el estado debo hacer algo o fingir que lo estoy haciendo. Bien, creo que la vida de todos los hombres se compone de estos dos ánimos en diversas proporciones y que esto explica por qué siempre, con mayor o menor esfuerzo, han apreciado el arte y se han dedicado a él. ¿Por qué se habrán acercado a él, incrementando así el trabajo que no pudieron escoger sino para vivir? Deben haberlo hecho por placer, ya que sólo en las civilizaciones muy desarrolladas el hombre ha podido lograr que otros hombres lo mantengan con vida sólo para crear obras de arte, mientras que todos los hombres que han dejado huella de su existencia se han dedicado al arte. Supongo, en verdad, que nadie está dispuesto a negar que el fin de una obra de arte es siempre complacer a la persona cuyos sentidos van a percibirla. Fue hecha para que alguien fuera más feliz gracias a ella; su estado ocioso o sosegado tendría que alegrarse gracias a ella, de forma que al vacío que constituye el principal mal de dicho estado lo sustituya la contemplación grata, el sueño o lo que se quiera y, de este modo, no le dominaría tan pronto el estado del trabajo o del vigor: disfrutaría más y mejor.

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Por consiguiente, controlar el desasosiego es claramente una de las metas esenciales del arte y pocas cosas puedan contribuir al placer de vivir más que ello. Que yo sepa, ahora vive gente dotada que no tiene más vicio que este del desasosiego y aparentemente ninguna otra maldición en su vida que la haga infeliz, mas con eso basta: es “la pequeña grieta dentro del laúd”. El desasosiego les hace hombres desventurados y malos ciudadanos. Mas admitiendo -como supongo que todos ustedes hacen- que esta es una función harto importante que el arte debe cumplir, a continuación surge la pregunta: ¿a qué precio lo obtenemos? He reconocido que dedicarse al arte ha incrementado el trabajo de la humanidad, aunque creo que a la postre no será así, ¿mas al incrementar el trabajo del hombre ha incrementado hasta ahora su dolor? Siempre ha habido gente que respondería sí a esta pregunta al instante, por lo que ha habido y hay dos tipos de personas a las que les disgusta el arte y lo condenan como un disparate embarazoso. Además de los píos ascéticos, que lo consideran un embrollo mundano que les impide a los hombres centrar la mente en sus opciones de felicidad o de miseria individual en el mundo venidero; en resumen, odian el arte porque creen que incrementa la felicidad terrenal del hombre. Además de estos, hay gente que, al considerar la lucha por la vida desde el prisma más razonable que conocen, condenan las artes porque creen que incrementan la esclavitud del hombre al aumentar el montante de su dura tarea. Si este fuera el caso, aún habría que plantearse -en mi opinión- si no merecería la pena soportar el sufrimiento del trabajo extra a cambio del placer extra que aumenta en el descanso, dando por sentada, por ahora, la igualdad de condición de los hombres. Mas no me parece que sea cierto que el dedicarse al arte incremente la dura tarea; es más, creo que de haber sido así nunca habría surgido el arte, no sería apreciable (como lo es) entre pueblos en los que sólo existe un germen de civilización. En otras palabras, creo que el arte no puede ser resultado de una coacción externa; el trabajo que se emplea para crearlo es voluntario y se acomete en parte por el trabajo en sí mismo, en parte por la esperanza de crear algo que, cuando esté hecho, proporcionará placer a quien lo use. Por otro lado este trabajo extra, cuando es extra, se emprende con el objetivo de satisfacer el estado del vigor no sólo empleándolo en crear algo que merezca la pena hacerse y que, por tanto, le proporcione al trabajador una esperanza viva mientras trabaja, sino también dándole trabajo en el que haya un placer absoluto e inmediato. Quizás sea difícil explicarle a una mentalidad ajena al arte que este placer sensual concreto está siempre presente en la obra del trabajador hábil cuando trabaja con acierto y que aumenta en proporción a la libertad y la individualidad del trabajo. También deben ustedes entender que esta producción del arte -y el consiguiente placer en el trabajo- no se limita a la producción de objetos que sólo sean obras de arte como cuadros, estatuas y demás, sino que ha sido y debería ser parte de todo trabajo de una u otra clase; sólo entonces se satisfarán las pretensiones del estado del vigor. Por tanto, la meta del arte es aumentar la felicidad de los hombres, proporcionándoles belleza e inquietud para ocupar su tiempo libre e impedir que se aburran incluso del descanso y proporcionándoles esperanza y placer corporal en su trabajo; en resumen, hacer feliz el trabajo del hombre y provechoso su descanso. Por consiguiente, el arte verdadero es un beneficio absoluto para la raza humana. Mas como la palabra “verdadero” es un calificativo amplio, debo pedirles permiso para intentar sacar algunas conclusiones prácticas de esta afirmación sobre las metas del arte que, supongo o en realidad espero, nos suscitarán algo de controversia al respecto, porque en verdad es fútil esperar que nadie hable de arte -salvo de forma muy superficial- sin toparse con esos problemas sociales que tienen en mente todos los hombres serios, dado que el arte es y debe ser, sea abundante o estéril, sincero o falso, la expresión de la sociedad en la cual existe. En primer lugar, pues, me resulta claro que quienes en la actualidad poseen una perspectiva más amplia de la realidad y más profunda de sí mismos están bastante descontentos con el estado actual de las artes, igual que lo están con la condición actual de la sociedad. Esto lo digo en contra de la supuesta revivificación del arte que ha ocurrido en los últimos años; de hecho, ese mismo entusiasmo por las artes de parte de la gente culta de hoy día no hace sino demostrar cuán sólida es la base del descontento antes mencionado. Hace cuarenta años se hablaba mucho menos de arte y se practicaba menos de lo que se hace ahora, algo especialmente cierto en las artes arquitectónicas, de las que mayormente voy a tener que Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 14 de 44 hablar ahora. Desde aquella época la gente se ha esforzado a conciencia por resucitar el arte muerto con algún éxito superficial. Sin embargo, a pesar de este esfuerzo consciente, debo decirles que Inglaterra -para una persona que pueda sentir y entender la belleza- era entonces un lugar menos penoso para vivir de lo que lo es ahora y quienes sabemos qué significa el arte sabemos bien -aunque a menudo no nos atrevamos a decirlo- que dentro de cuarenta años nos resultará un lugar aún más penoso que ahora si seguimos por el camino que llevamos. Hace menos de cuarenta años (digamos treinta) vi por vez primera la ciudad de Rouen, entonces todavía un fragmento de la Edad Media por su apariencia externa: no hay palabras para expresarles cómo su mezcla de belleza, historia y romanticismo me poseyeron; sólo puedo decir que, al repasar mi vida, descubro que fue el mayor placer que jamás haya tenido y ahora es un placer que ya nunca nadie podrá volver a tener: el mundo lo ha perdido para siempre. En aquella época yo era un estudiante de Oxford. Aunque no tan sorprendente, tan romántica o tan medieval a primera vista como la ciudad normanda, Oxford en aquellos días aún mantenía gran parte de su viejo encanto y el recuerdo de sus calles grises como entonces eran ha sido una influencia y un placer permanentes en mi vida y aún serían mayores si pudiera olvidar lo que son ahora; en cualquier caso era algo que podía haberme resultado de mayor importancia que la presunta erudición de aquel lugar, pero que -de hecho- nadie intentó enseñarme y yo no intenté aprender. Desde entonces, los guardianes de esta belleza y este romanticismo tan rebosantes de educación, aunque supuestamente dedicados a la “enseñanza superior” (tal es el apelativo del fútil sistema de compromisos que siguen), la han ignorado por entero, han hecho que su conservación ceda a la presión de las exigencias comerciales y parece que están decididos a destruirla por completo. El viento se ha llevado otro placer del mundo; aquí, de nuevo, la belleza y el romanticismo se han desperdiciado inútil, irrazonable y neciamente. Si menciono estos dos casos es simplemente porque están anclados en mi mente, no son sino modelos de lo que está ocurriendo a lo largo y ancho del mundo civilizado: en todas partes el mundo se está volviendo más vulgar y más feo, pese a los esfuerzos conscientes y muy vigorosos por el renacer del arte de un pequeño grupo de personas que van tan obviamente a contrapié de la tendencia de la época que, mientras los incultos ni siquiera han oído hablar de ellas, el grupo de los cultos las consideran una broma e incluso están empezando a hastiarles. Ahora bien, si es cierto, tal como he afirmado, que el arte verdadero es un beneficio absoluto para el mundo, esta es una cuestión seria, pues a primera vista parece indicar que pronto no habrá arte alguno en el mundo, el cual perderá así un beneficio absoluto. Mal puede permitirse eso, creo. Pues el arte, si ha de morir, se habrá malgastado y su meta caerá en el olvido; su meta era hacer feliz el trabajo y provechoso el descanso. ¿Va a ser entonces desdichado todo trabajo e infructuoso todo descanso? En realidad, si el arte ha morir ese será el caso, a menos que algo ocupe su lugar: algo innombrado e inimaginado en la actualidad. No creo que nada vaya a ocupar el lugar del arte, no porque dude del ingenio del hombre, que parece no tener límites a la hora de hacerse desdichado, sino porque creo que los manantiales del arte de la mente humana son inmortales y también porque me parece fácil ver las causas de la destrucción actual de las artes. Puesto que nosotros, la gente civilizada, no hemos renunciado a ellas conscientemente o por voluntad propia, se nos ha obligado a renunciar a ellas. Quizás pueda ilustrar esto con el detalle de la aplicación de maquinaria a la producción de cosas en las que es posible algún tipo de forma artística. ¿Por qué usa una máquina un hombre sensato? Seguramente para ahorrarse trabajo. Hay algunas cosas que una máquina puede hacer igual de bien que la mano del hombre con una herramienta. No necesita, por ejemplo, moler su maíz a mano en un molinillo; un pequeño chorro de agua, una rueda y unos pocos artilugios simples lo harán perfectamente bien y le dejarán libre para fumar en pipa y pensar o para tallar el mango de su cuchillo. Eso, hasta ahora, es una ventaja absoluta de emplear una máquina, siempre -por supuesto- que se dé por sentada la igualdad de condición entre los hombres; no se pierde ni arte, ni ocio ni tiempo, dado que se gana más trabajo placentero. Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

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Quizás un hombre perfectamente sensato y libre se detendría ahí en su relación con las máquinas, mas es mucho esperar tal sensatez y libertad, así que sigamos a nuestro inventor de máquinas un paso más. Tiene que tejer telas lisas y por un lado piensa que hacerlo resulta muy pesado y por otro que un telar mecánico tejerá la tela casi tan bien como un telar manual así que, para conseguir más ocio o tiempo para un trabajo más agradable, usa un telar mecánico y renuncia a la pequeña ventaja de un poco de arte extra en la tela. Mas al actuar así, en lo que a arte se refiere no obtiene beneficio alguno; ha hecho un trato con el arte y el trabajo y como resultado ha conseguido un arreglo provisional. No digo que no tenga razón al actuar así, pero ha perdido a la vez que ganado. Ahora bien, hasta aquí es hasta donde un hombre que aprecie el arte y sea sensato llegaría en lo que a máquinas se refiere en tanto en cuanto sea libre, es decir, que no se le obligue a trabajar en beneficio de otro hombre, mientras viva en una sociedad que haya aceptado la igualdad de condición. Al avanzar un paso más en el uso de máquinas en el arte se vuelve un hombre insensato si aprecia el arte y es libre. Para evitar malentendidos, debo decir que estoy pensando en una máquina moderna (que es como si estuviera viva y para la cual el hombre es accesorio) y no en la máquina antigua, la herramienta perfeccionada, que es accesoria para el hombre y sólo opera en tanto en cuanto la mano de este piense, aunque sostengo que hasta a esta forma elemental de máquina hay que renunciar cuando se trata de las formas más elevadas e intrincadas de arte. Bien, en cuanto a la maquinaria usada en el arte, cuando llega a la fase superior de una producción necesaria que accidentalmente posee algo de belleza, un hombre sensato que sienta el arte sólo la usará cuando se le obligue. Si cree que le gustarían los adornos, por ejemplo, y sabe que la máquina no puede hacerlos correctamente y no se preocupa de dedicarles tiempo para hacerlos correctamente, ¿por qué los hace entonces? No iba a reducir su ocio por hacer algo que no quiere, a menos que un hombre o un grupo de hombres le obliguen a ello, por lo que o se apañará sin los adornos o sacrificará parte de su ocio para hacerlos de verdad. Ello será un indicio de que sí los quiere y de que su esfuerzo merecerá la pena, en cuyo caso, una vez más, su trabajo no será una mera molestia, sino que le interesará y le agradará al satisfacer las necesidades de su estado del vigor. Así, afirmo, se comportaría un hombre sensato si se viera libre de la coacción humana; al no ser libre, se comporta de forma muy diferente. Hace ya mucho que él superó la fase en que las máquinas sólo se usaban para hacer trabajo repulsivo para el hombre común o para hacer lo que bien podrían hacer tanto la máquina como el hombre, e instintivamente espera que se invente una máquina cada vez que se requiere un producto industrial. Es esclavo de la maquinaria; la nueva máquina debe inventarse y cuando se invente él debe, no diré usarla, sino ser usado por ella, tanto si le gusta como si no. ¿Mas por qué es esclavo de la maquinaria? Porque es esclavo del sistema para cuya existencia fue necesaria la invención de la maquinaria. Y ahora debo renunciar (o más bien haber renunciado) al supuesto de la igualdad de condición y recordarles que, aunque en un sentido todos seamos esclavos de la maquinaria, algunos hombres lo son directamente sin metáfora alguna y que es precisamente de estos de quienes depende la mayoría del arte: los trabajadores. Para el sistema que los mantiene en su posición de clase inferior es necesario que o bien sean máquinas a su vez, o bien siervos de las máquinas, sin sentir en ningún caso interés alguno por el trabajo que realizan. Para sus patrones ellos son, como trabajadores, parte de la maquinaria del taller o de la fábrica; para ellos mismos son proletarios, seres humanos que trabajan para vivir de modo que puedan vivir para trabajar; su faceta de artesanos, de hacedores de cosas por voluntad propia, se ha extinguido. Aun a riesgo de ser acusado de sentimentalismo, diré que al ser esto así, dado que el trabajo que crea cosas que debieran ser propias del arte no es más que una carga y una esclavitud, al menos de algo me congratulo: de que no pueda crear arte y de que todo lo que puede hacer quede a medio camino entre el utilitarismo puro y el fraude estúpido. ¿O acaso es eso puramente sentimental? Estimo, más bien, que quienes hemos aprendido a ver la conexión entre la esclavitud de la industria y la degradación de las artes también hemos aprendido a esperar un futuro para esas artes. Dado que ciertamente llegará el día en que los hombres se sacudan el yugo y se nieguen a aceptar la mera coacción artificial de un mercado Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 16 de 44 arbitrario para que malgasten su vida en una faena incesante y desesperante. Cuando ese día llegue, su instinto para la belleza y la imaginación (liberados a la par que ellos) creará justo el arte que necesitan; ¿y quién puede afirmar que no superará al arte de épocas pasadas, igual que este último supera a los míseros vestigios que nos ha deparado la era del comercio? Una palabra o dos sobre una objeción que a menudo se me ha hecho cuando he hablado de este tema. Puede decirse y a menudo se dice: “usted añora el arte de la Edad Media (lo cual es cierto), pero quienes lo crearon no eran libres, eran siervos o artesanos gremiales rodeados de flagrantes muros de restricciones comerciales; no tenían derechos políticos y eran impunemente explotados por la casta noble, sus señores.” Bien, reconozco abiertamente que la opresión y la violencia de la Edad Media tuvieron su efecto en el arte de aquellos días, cuyas limitaciones pueden vincularse a ambas. Se reprimió el arte en varios sentidos, no lo dudo, y por esta razón sostengo que, cuando nos libremos de la opresión actual como nos libramos de la vieja, podremos confiar que el arte de los días de la verdadera libertad se alce por encima del de los viejos días violentos. Mas sí afirmo que entonces era posible tener un arte progresista social, orgánico y esperanzado, mientras que ahora los pobres jirones que de él quedan son resultado del esfuerzo individual y desperdiciado, son retrospectivos y pesimistas. Y este arte esperanzado era posible en medio de la opresión de aquellos días porque los instrumentos de opresión eran sumamente obvios y quedaban al margen del trabajo del artesano. Eran leyes y costumbres obviamente diseñadas para robarle y violencia flagrante como la de salteadores de caminos. En resumen, la producción industrial no era el instrumento que se usaba para robarle a la “clase baja”; ahora es el principal instrumento que se usa en esa honrada profesión. El artesano medieval era libre en su trabajo, por ello lo hacía tan entretenido como podía y era su placer y no su dolor lo que hacía hermosas todas las cosas que se hacían y lujosos tesoros de la esperanza y el pensamiento humanos todo lo que hacía el hombre, desde una catedral a un cuenco de porridge6. Venga, digámoslo de la forma menos respetuosa con el artesano medieval y más cortés con la “mano” moderna: ¡pobre diablo del siglo XIV!, su trabajo tenía tan poco valor que se le permitía que malgastara horas en complacerse a sí mismo (y a otros), pero en el caso de nuestro desquiciado mecánico, sus minutos son demasiado valiosos por la carga del beneficio incesante como para que se le permita que malgaste uno sólo de ellos en arte; el sistema actual no le permitirá -no puede permitirlecrear obras de arte. Así que ha surgido un extraño fenómeno, que ahora existe una clase de señoras y de caballeros, muy refinados en verdad, aunque quizás no tan informados como generalmente se supone, y hay muchos de esta clase refinada que de verdad aman la belleza y lo novedoso -es decir, el arte- y se sacrificarían por alcanzarlo. A estos los guían artistas de gran habilidad manual y elevado intelecto, conformando todos un grupo numeroso que demanda el producto. A pesar de todo, la oferta no llega. Sí, y además, este numeroso grupo de entusiastas compradores no es sólo gente pobre y desvalida, pescadores y agricultores ignorantes, monjes medio locos, atolondrados sans-culottes; en resumen, no son quienes con la expresión de sus necesidades tanto han perturbado el mundo antes y seguirán haciéndolo. No, son de las clases dominantes, los amos de hombres, que pueden vivir sin trabajar y poseen abundante tiempo libre para planificar el cumplimiento de sus deseos y, aún así, aseguro que no pueden tener el arte que tanto ansían, aunque lo busquen con ahínco por todo el mundo, sentimentalizando las vidas sórdidas de los desdichados campesinos de Italia y los hambrientos proletarios de sus ciudades, ahora que los pobres diablos de nuestros campos y de nuestras barriadas han perdido todo pintoresquismo. En efecto, poco arte real queda en ningún lado y ese poco se está evaporando con rapidez ante las necesidades del fabricante y su harapiento regimiento de trabajadores y ante el entusiasmo del restaurador arqueológico del pasado muerto. Pronto no quedará nada salvo los falsos sueños de la historia, los míseros restos de nuestros museos y galerías de arte y los interiores cuidadosamente guardados de nuestros estéticos salones, irreales y ridículos, testigos idóneos de la vida de corrupción que continúa ahí, tan escasa,

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Gachas de avena, plato típicamente británico (n. del t.). Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 17 de 44 exigua y cobarde que encubre e ignora los deseos naturales en vez de controlarlos, y cuya codiciosa satisfacción no prohibe si puede ocultarla debidamente. Entonces el arte desaparece y ya no puede “restaurarse” a sus viejas formas como tampoco puede serlo una construcción medieval. Los ricos y refinados no pueden tenerlo aunque quieran y aunque nosotros creamos que muchos lo querrían. ¿Y por qué? Porque quienes podrían dárselo a los ricos no tienen permiso de los ricos para hacerlo. En una palabra, la esclavitud nos separa del arte. He llegado a afirmar que la meta del arte era destruir la maldición del trabajo haciendo de él la satisfacción placentera de nuestro impulso hacia el vigor, proporcionándole a dicho vigor la esperanza de crear algo que haga que el esfuerzo merezca la pena. Así pues, por tanto, afirmo que, dado que no podemos tener arte esforzándonos por conseguir su mera manifestación externa, dado que al hacer eso no podemos tener más que una imitación, aún nos queda por ver qué pasaría si dejáramos la apariencia al margen e intentáramos -si podemos- aferrarnos a la esencia. Por mi parte, creo que, si intentamos que se cumplan las metas del arte sin preocuparnos demasiado por cuál sea el aspecto del arte, descubriremos que al fin tenemos lo que queremos: se le llame arte o no, al menos estará vivo y, después de todo, esto es lo que queremos. Puede que nos lleve a un nuevo esplendor y belleza del arte visible: a una arquitectura de majestuosidad múltiple que no sea ni tan defectuosa ni tan incompleta como la de épocas anteriores; a una pintura que a la belleza que alcanzó el arte medieval incorpore el realismo al que aspira el arte moderno; a una escultura que, a la belleza de los griegos y la expresión del Renacimiento, incorpore una tercera cualidad aún por descubrir, de forma que nos proporcione imágenes de hombres y mujeres espléndidamente vivos, aunque no le impida ser -como debería toda verdadera esculturaadorno arquitectónico. Todo esto debería lograr el arte ya que, de no ser así, nos veríamos perdidos en un desierto y, entonces, parecería que el arte alrededor nuestro ha muerto o está luchando débil e inciertamente en un mundo que ha olvidado por completo sus viejas glorias. Por mi parte, tal como el arte está ahora, no puedo hacerme a la idea de que importe mucho cuál de estas maldiciones le aguarda siempre que cada cual contenga una esperanza de lo que está por venir, pues en esta cuestión (como en otras) no hay esperanza salvo en la revolución. El arte antiguo ya no es fértil, ya no nos ofrece nada salvo lamentos elegantemente poéticos; al ser estéril, no tiene sino que morir y la cuestión candente ahora es -en lo relativo a cómo ha de morir- si con esperanza o sin ella. ¿Qué es, por ejemplo, lo que ha destruido la Rouen, el Oxford de mi elegante lamento poético? ¿Han perecido en beneficio de la gente, cediendo lentamente el paso al crecimiento de un cambio inteligente y una felicidad nueva o se han quedado (como quien dice) atónitos ante la tragedia que normalmente acompaña a un gran renacer? No ha sido así. Ni el falansterio ni la dinamita han eliminado su belleza, sus destructores no han sido ni el filántropo, ni el socialista, el cooperador o el anarquista. Se han vendido y a un precio ciertamente barato: aturdidos ante la avaricia e incompetencia de los lerdos que no saben lo que significan la vida y el placer, que ni los sentirán ni dejarán que otros los disfruten. Por eso nos hiere tanto la muerte de esa belleza: ningún hombre con sentido o sentimiento se atrevería a lamentar pérdidas tales si se hubieran visto compensadas con una vida y una felicidad nuevas para la gente. Mas aún existe gente como la de antes, que todavía se enfrenta a solas al monstruo que destruyó toda esa belleza y cuyo nombre es la ganancia económica. Repito que cualquier brizna de arte verdadero sucumbirá igual si las cosas continúan así mucho tiempo, aunque puede que su lugar lo ocupe un arte falso que bien podrían desarrollar damas y refinados caballeros diletantes sin ninguna ayuda de los de abajo. Hablando con franqueza, me temo que este caótico espectro de lo auténtico satisfaría a no pocos de quienes ahora se consideran amantes del arte, aunque no resulta difícil vislumbrar una panorámica amplia de la degradación del arte hasta que finalmente se convierta en un puro hazmerreír, esto es, si las cosas continuasen así, me explico: si el arte fuera para siempre la distracción de aquellos a los que ahora llamamos damas y caballeros. Mas por mi parte no creo que vayan a continuar mucho tiempo como para caer tan bajo. Aun así, yo sería un hipócrita si dijera que creo que el cambio básico de la sociedad -que le Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 18 de 44 daría el voto a los obreros y haría a los hombres prácticamente iguales de condición- nos guía por un atajo hacia el espléndido renacer del arte al que me he referido. No obstante, estoy casi seguro de que no dejaría intacto lo que llamamos arte, pues las metas de dicha revolución sí incluyen las metas del arte, verbigracia, abolir la maldición sobre los obreros. Supongo que esto es lo que probablemente ocurra, que continuará el desarrollo de la maquinaria con el fin de ahorrarles trabajo a los hombres hasta que las masas del pueblo consigan el suficiente ocio de verdad para poder apreciar el placer de vivir, hasta que, de hecho, hayan conseguido un dominio tal sobre la naturaleza que no teman morirse de hambre como castigo por no trabajar más que lo suficiente. Cuando lleguen a ese punto, sin duda cambiarán y empezarán a descubrir qué es lo que realmente quieren hacer. Pronto descubrirían que cuanto menos trabajo realicen (cuanto menos trabajo aislado del arte, me refiero), más deseable resultará la tierra como lugar para vivir; por consiguiente, trabajarían cada vez menos hasta que el estado del vigor -del que empecé hablando- los animara a seguir adelante de nuevo. Mas para aquel entonces la naturaleza, aliviada por la relajación del trabajo del hombre, estaría recobrando su antigua belleza y enseñando a los hombres la vieja historia del arte. Y como el hambre artificial -causada por hombres que trabajan en beneficio del patrón y a la que todos consideramos normal- hace tiempo que habría desaparecido, los hombres serían libres para hacer lo que quisieran y dejarían sus máquinas a un lado en todos los casos en que les pareciera agradable o deseable hacer el trabajo a mano, hasta que en todos los oficios en que se requiriera crear belleza se buscara la comunicación más directa entre la mano del hombre y su cerebro. Igualmente, habría también tantas ocupaciones en el ejercicio de la agricultura (en la que el uso voluntario del vigor se consideraría tan delicioso) que la gente ni se plantearía ceder ese placer a las mandíbulas de una máquina. En resumen, los hombres descubrirán que los hombres de nuestros días se equivocaban al multiplicar primero sus necesidades e intentar luego que cada hombre eluda toda implicación en los medios y procesos mediante los cuales se satisfacen esas necesidades. Este tipo de división del trabajo en realidad es una forma nueva y deliberada de ignorancia arrogante y perezosa, mucho más dañina para la felicidad y el gozo vital que la ignorancia de los procesos de la naturaleza -de lo que a veces llamamos ciencia-, con la que sin saberlo convivían los hombres del pasado. Ellos descubrirán (o más bien redescubrirán) que el verdadero secreto de la felicidad reside en sentir un interés genuino por todos los detalles de la vida diaria, en ensalzarlos por medio del arte y en evitar que esclavos desatentos se hagan cargo de ellos y los ignoren. En los casos en que sea imposible ensalzarlos y hacerlos interesantes o aligerarlos mediante el uso de maquinaria para que hacerlos resulte insignificante, debería tomarse eso como indicio de que las supuestas ventajas conseguidas no compensarían el esfuerzo y de que más valdría renunciar a ellas. En mi opinión, todo esto sería el resultado de que los hombres se quitaran de encima la losa del hambre artificial suponiendo -como no puedo evitar suponer- que los impulsos que, desde los primeros albores de la historia, han animado a los hombres a dedicarse al arte aún les afectan. Así y solamente así puede sobrevenir el renacer del arte y creo que sí sobrevendrá de esta forma. Quizás ustedes digan que es un proceso largo y lo es, pero se me ocurre uno más largo. Les he mostrado la visión socialista u optimista de la cuestión. Ahora la visión pesimista. Se me ocurre que la revuelta contra el hambre artificial o el capitalismo, que ahora está en marcha, puede ser derrotada. El resultado será que la clase trabajadora (los esclavos de la sociedad) estará cada vez más degradada, que no luchará contra la fuerza abrumadora sino que, estimulada por el amor a la vida que la naturaleza (siempre ansiosa por la perpetuación de la raza) nos ha inculcado, aprenderá a soportarlo todo: la hambruna, el exceso de trabajo, la suciedad, la ignorancia, la brutalidad. Todo esto lo soportará igual que, ¡ay!, incluso ahora lo soporta con entereza, todo ello por no poner en peligro una vida dulce y un sustento amargo, así perderá todo atisbo de esperanza y de humanidad. Tampoco saldrán mejor parados sus patrones: la superficie de la tierra será espantosa en todas partes, salvo en el inhabitable desierto; el arte perecerá por completo, tanto las artes manuales como la literatura, que se convertirá -como de hecho ya se está convirtiendo con rapidez- en una mera ristra de ineptitudes ordenadas y calculadas y de ingeniosidades Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 19 de 44 carentes de pasión; la ciencia será cada vez más unilateral, más incompleta, más farragosa e inútil hasta que al fin se convierta en un montón tal de supersticiones que, a su lado, las teologías de antaño parezcan pura razón e ilustración. Todo caerá en picado hasta que los heroicos esfuerzos del pasado por cumplir las esperanzas de año en año, de siglo en siglo, se olviden por completo y el hombre sea un ser incalificable: sin esperanza, sin deseos, sin vida. ¿Y será posible librarse de esto? Quizás, puede que el hombre, después de algún terrible cataclismo, aprenda a esforzarse por alcanzar un animalismo saludable, puede que pase de ser un animal tolerable a un salvaje, de un salvaje a un bárbaro y así; y dentro de varios miles de años puede que una vez más inicie aquellas artes que ahora hemos perdido y que talle entrelazados como los neozelandeses o raye siluetas de animales en limpios huesos de clavícula como los seres prehistóricos de nuestra evolución. Mas en cualquier caso según la visión pesimista, en virtud de la cual la revuelta contra el hambre artificial no puede triunfar, caminaremos a pie en círculo penosamente hasta que algún accidente, alguna consecuencia imprevista del plan, nos ponga fin a todos. No creo yo en dicho pesimismo ni, por otra parte, tampoco supongo que sea una mera cuestión de voluntad si vamos a promover el progreso humano o la degradación humana; con todo, puesto que hay quienes tienden a la visión socialista u optimista de las cosas, debo concluir que hay algo de esperanza en que prevalezca, que los esfuerzos agotadores de muchas personas implican que una fuerza les impele. Así que creo que las “metas del arte” se cumplirán, aunque sé que no será posible mientras nos lamentemos de la tiranía del hambre artificial. Una vez más les advierto (especialmente a quienes aman el arte) contra la suposición de que les resultará provechoso intentar revivificar el arte preocupándose de su aspecto externo, que está muerto. Sostengo que lo que ustedes deben buscar son las metas del arte y no el arte mismo y en dicha búsqueda puede que nos encontremos ante un mundo vacío y desnudo como resultado de preocuparnos tanto del arte que no soportemos sus imitaciones. De todos modos, les pido que piensen conmigo que lo peor que nos puede ocurrir es que soportemos mansamente los males que vemos, que no haya ni problema ni desorden demasiado malo. Que la necesaria destrucción que la reconstrucción conlleva se haga con calma, que en todas partes -en el Estado, en la Iglesia, en el hogar- nos neguemos con firmeza a aguantar tiranía alguna, a aceptar mentira alguna, a acobardarnos ante miedo alguno, aunque puedan aparecérsenos disfrazados de piedad, obligación o afecto, de ocasión y afabilidad útiles, de prudencia o bondad. La dureza, la falsedad y la injusticia del mundo tendrán sus consecuencias naturales y nosotros y nuestras vidas formamos parte de esas consecuencias mas, dado que también heredamos las consecuencias de la resistencia antigua a esas maldiciones, ocupémonos todos de recibir la parte de esa herencia que también nos corresponde, la cual -si no otra cosa- al menos nos proporcionará valor y esperanza, es decir, una vida ilusionada mientras vivamos, que es por encima de todas las cosas la meta del arte.

3. El renacimiento de la artesanía Escrito en 1888 para la Forthnigthly Review.

Desde hace ya algún tiempo ha surgido bastante interés por lo que en nuestra jerga moderna se denomina “artesanía artística” y, más recientemente, ha habido un sentimiento creciente de que, para que esta artesanía artística posea algún valor, debe reflejar la personalidad del artesano, aparte de lo que se derive del artista que la ha diseñado, pero no la ha creado. Tanto se ha incrementado este sentimiento que se está poniendo de moda pedir productos hechos a mano, aunque no estén nada decorados como, por ejemplo, telas de lana y lino hiladas a mano y tejidas sin maquinaria, calcetería tricotada a mano y similares. Más aún, no resulta infrecuente oír que se echa de menos el trabajo manual en el campo, ahora que está desapareciendo con rapidez hasta en los más recónditos distritos de los países civilizados. Se echan de menos la guadaña, la hoz e incluso el mayal y son muchos quienes ven con desánimo un futuro en el que arar a mano esté tan extinguido como el molinillo y cuando el traqueteo del motor a vapor reemplace a lo largo y ancho del terreno al silbido del joven labrador de pelo rizado. La gente que está interesada (o cree estarlo) en los detalles de Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 20 de 44 las artes de la vida por lo general siente el deseo de volver a los métodos de la producción artesanal. Quizás merezca la pena tener en cuenta hasta qué punto este no es más que un sentimiento reaccionario que no se puede cumplir y hasta qué punto podría presagiar un futuro cambio real en nuestra forma de vida tan irresistible como el cambio anterior que originó el sistema de producción mecánica, sistema contra el que ahora se intenta la sublevación. En este artículo propongo limitar mi argumentación previa tanto como me sea posible en lo que respecta a la dicotomía maquinaria-artesanía en las artes, término este que uso de forma lo más amplia posible para que englobe todos los productos del trabajo que tengan derecho alguno a ser considerados bellos. Digo tanto como me sea posible, pues todos los caminos conducen a Roma, así que la vida, los hábitos y las aspiraciones de todos los grupos y clases de la comunidad se basan en las condiciones económicas bajo las que viven las masas y resulta imposible excluir cuestiones sociopolíticas de cualquier consideración sobre estética. Asimismo, aunque debo admitir que comparto las añoranzas reaccionarias a las que antes aludía, debo desde un principio rechazar el punto de vista meramente estético que centra su atención en el labrador, sus bueyes y su arado, el segador, su trabajo, su esposa, su cena y tantos elementos que conforman un hermoso tapiz colgante, idóneo para decorar el estudio de una persona culta y meditativa, pero que no se digna a diferenciar a uno de otro sino en lo relativo a la belleza e interés del cuadro. Por el contrario, lo que deseo es que el segador y su esposa participen ambos de la vida en pleno y puedo -sin demasiado esfuerzo- sentir la justicia de que me obliguen a soportar parte de la carga de sus deficiencias, de modo que nos veamos obligados a remediarlas juntos y no tengamos que llevar juntos una carga muy pesada. Volvamos a nuestra estética: pese a que cierta parte de la clase culta de hoy día echa de menos la desaparición de la artesanía de la producción, no precisa cómo y por qué está desapareciendo o cómo y por qué debería o podría reaparecer. Para empezar, en su conjunto la gente ignora por completo todos los métodos y procesos de la manufactura. Por supuesto, esto es resultado del sistema de máquinas que estamos analizando. Casi todos los bienes se fabrican sin vínculo alguno con la vida de quienes los usan, no somos responsables de ellos, nuestra voluntad no ha tenido nada que ver en su producción, salvo en la medida en que formamos parte del mercado al que se les lleva para que se beneficie el capitalista cuyo dinero costea su producción. El mercado asume que se necesitan ciertas mercancías, produce dichas mercancías, en efecto, mas su género y su calidad sólo se adaptan a las necesidades de la gente de forma muy tosca, porque se subordinan las necesidades de la gente a los intereses de los patrones capitalistas del mercado quienes, si quieren, pueden obligar a la gente a quedarse con el artículo que menos desea y, de hecho, suelen hacerlo. El resultado es que, en este sentido, la personalidad propia de la que presumimos es un fraude y las personas que desean algo que se desvía lo más mínimo del camino marcado tienen que o bien malgastar su vida en una lucha agotadora y del todo inútil contra un ente gigantesco que ignora sus deseos, o bien dejar que sus deseos se hagan añicos a cambio de una vida tranquila. Veamos unos pocos ejemplos triviales, mas innegables. Digamos que usted quiere un sombrero como el que llevaba el año pasado, va al sombrerero y no puede conseguirlo allí, por lo que no le queda otra opción que rendirse; el dinero por sí solo no le comprará el sombrero que usted quiere. Que le añadan una pulgada al ala de su sombrero le costará tres meses de duro trabajo y veinte libras; tendrá usted que buscarse a un pequeño capitalista (de los que quedan pocos) y, por medio de una serie de intrigas y acciones firmes que proporcionarían material para una novela de tres tomos, lograr que le permita a usted hacer de él un artesano en parte para la ocasión, aunque seguro que será uno bastante malo. Del mismo modo, yo uso bastón y, como a toda la gente sensata, me gusta que tenga una punta bien pesada para que se balancee delante de mí. Hace uno o dos años se puso de moda reducir todos los bastones a la forma de diminutas zanahorias y creo que lo que yo reduje fue mi vida intentando encontrar uno del tipo al que estaba acostumbrado, tal era la dificultad de la empresa. Del mismo modo, usted quiere un mueble que la industria (¡fíjense en la palabra: industria y no artesanía!) fabrica manchado de adornos absurdos y falsos, usted desea librarse de esta humillación y se lo propone a su tapicero, quien de mala gana asiente y usted descubre que tiene que pagar el precio de dos muebles por el privilegio de ver cumplido su deseo de eliminar el acabado industrial (me niego a llamarlo adorno) en el que usted ha encargado, y eso porque tal cambio se ha hecho a mano y no a máquina. A la mayoría de la gente, por tanto, se le ha fijado un precio prohibitivo para la adquisición o el conocimiento de los métodos y los procesos. No sabemos cómo se hace un objeto, cuáles son los obstáculos que dificultan su manufactura, qué Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 21 de 44 aspecto, tacto y olor debería tener o cuál debería ser su costo al margen del beneficio del intermediario. Hemos perdido el arte de comerciar y a su vez la solidaridad propia de la vida del taller que, de seguir existiendo, supondría un freno saludable a los disparates de la política de partidos. Es consecuencia natural de este desconocimiento de los métodos para fabricar mercancías que incluso quienes están en contra de la tiranía del exceso de la división del trabajo en las ocupaciones de la vida y que, más o menos, desean volver a la artesanía también desconozcan cómo era la artesanía cuando las mercancías se hacían todas de forma artesanal. Si su rebelión ha de tener algún viso de esperanza es necesario que sepan algo acerca de esto. Doy por sentado que muchos o quizás la mayoría de mis lectores no estarán familiarizados con los textos del socialismo y que pocos de ellos habrán leído la descripción admirable de las diferentes épocas de producción que se dan en la magna obra de Karl Marx titulada El capital. Por tanto, debo pedir que se me disculpe por afirmar muy brevemente las que -debido principalmente a Marx- se han convertido en ideas clave del socialismo, aunque apenas se conozcan fuera de él. Ha habido tres grandes épocas de producción desde el comienzo de la Edad Media. Durante el período primero o medieval toda la producción era de índole individual dado que, aunque los trabajadores se agrupaban en grandes asociaciones para la producción y la organización del trabajo, lo hacían como ciudadanos y no como trabajadores. La división del trabajo o no existía o era mínima y la maquinaria que se usaba era sencillamente como una herramienta múltiple para ayudar a la labor manual del trabajador y no para suplantarla. El trabajador trabajaba para sí mismo y no para ningún patrón capitalista y, por ello, era amo de su trabajo y de su tiempo; este era el período de la artesanía auténtica. Cuando en la segunda mitad del siglo XVI el patrón capitalista y el llamado “trabajador libre” hicieron su aparición, se reunió a los trabajadores en talleres, se mejoraron las viejas herramientas y por fin una nueva invención la división del trabajo- hizo su aparición en los talleres. La división del trabajo siguió creciendo a lo largo del siglo XVII y se perfeccionó en el XVIII, cuando un grupo y no un hombre solo se convirtió en la unidad de trabajo; en otras palabras, el trabajador se convirtió en una parte más de una máquina unas veces sólo compuesta de personas y otras veces de personas y de máquinas para ahorrar trabajo que al final de este período fueron inventadas en abundancia: como ejemplo de ellas puede ponerse la hilandera volante. La segunda mitad del siglo XVIII presenció el comienzo de la última época de producción que el mundo ha conocido, la de la máquina automática que reemplaza el trabajo manual y convierte al trabajador -que una vez fue un artesano que se ayudaba de herramientas y luego parte de una máquina- en un operario de máquinas. Por lo que puede apreciarse, en este sentido la revolución ha terminado en lo que respecta a calidad, aunque en lo que respecta a cantidad, como el señor David A. Wells7 señaló el año pasado (1887), la tendencia es hacia una sustitución cada vez mayor del trabajo “muscular”, tal como lo denomina el señor Wells. Esta es brevemente la historia de la evolución de la industria durante los últimos quinientos años y ahora surge la pregunta: ¿está justificado el que deseemos que la artesanía reemplace a su vez a la maquinaria? Quizás sería mejor formular la pregunta de otra manera: ¿derivará el período de la maquinaria en un período novedoso de maquinaria más independiente del trabajo humano de lo que podamos concebirlo ahora o, por el contrario, adoptará la forma de un período de producción artesanal nuevo y mejorado? La segunda parte de la pregunta es preferible porque nos ayuda a dar una respuesta razonable a lo que la gente con algún interés por la belleza externa sin duda se preguntará: ¿es el cambio de la artesanía a la maquinaria bueno o malo? Según mi parecer, la respuesta a esa pregunta es que -como mi amigo Belfort Bax8 ha dicho- estáticamente es malo y dinámicamente es bueno. Como condición de vida, la producción a máquina es mala en su conjunto, como instrumento para imponernos mejores condiciones de vida, ha sido y seguirá siendo durante un tiempo indispensable. Una vez que he intentado librarme de cierto pesimismo reaccionario, déjenme intentar mostrar por qué estáticamente la artesanía me parece deseable y su destrucción una

7

David Ames Wells (1828-1898), economista estadounidense (n. del t.).

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Periodista amigo de Morris que le apoyó en sus disputas con Hyndman en la Democratic Federation y después perteneció a la Socialist League. Juntos escribieron un libro sobre el pensamiento de Marx (n. del t.). Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 22 de 44 degradación de la vida. Bien, en primer lugar no eludiré afirmar con franqueza que la producción a máquina necesariamente origina una fealdad utilitaria en todo lo que tiene que ver con el trabajo del hombre y que este supone un mal grave y una degradación de la vida humana. Tan claro resulta este hecho que, aunque poca gente se atreva a negar la segunda parte de la proposición, en sus corazones la mayor parte de las personas cultas y civilizadas no lo considera un mal, porque su degradación es tal que son incapaces -en lo que respecta al sentido de la vista- de diferenciar entre la belleza y la fealdad: su aprobación lánguida de lo deseable que resulta la belleza no es más que una convención, un vestigio supersticioso de cuando la belleza era una necesidad para todos los hombres. Sobre la primera parte de la proposición (que la industria de las máquinas produce fealdad) no puedo discutir con estas personas, porque ni conocen la diferencia entre la belleza y la fealdad ni les preocupa. Con aquellos que sí entienden lo que significa la belleza no necesito discutir, dado que son harto conscientes del hecho de que el producto de todo el industrialismo moderno es feo y que, cada vez que algo antiguo desaparece, su lugar lo ocupa algo de inferior belleza, hasta en los prados y en el campo abierto. El arte de hacer hermosamente todo tipo de cosas corrientes (carretillas, verjas, vallas, botes, cuencos y demás, así como casas y edificios públicos) ha desaparecido de forma inconsciente y con suma facilidad. Cuando hay que renovar cualquiera de estas cosas sencillas sólo se pregunta qué es lo mínimo que se puede pagar por ello, eludiendo así nuestra responsabilidad y postergando su arreglo hasta la próxima generación. Puede decirse -y en verdad yo lo he oído- que, dado que aún queda belleza en el mundo y gente que la admira, hay un cierto beneficio en el eclecticismo confeso de hoy día, ya que la fealdad tan común proporciona un contraste mediante el cual la belleza, que resulta tan infrecuente, puede ser apreciada. Esto me temo que no es sino otra manera de formular la máxima que es el clavo al que se aferra el grupo más perezoso y cobarde de nuestras clases cultas: que es bueno que muchos sufran por unos pocos. Pero, si alguien plantea de buena fe el temor de que lleguemos a ser tan felices teniendo un entorno agradable que podamos disfrutar, he de contestar que me parece este un terror muy remoto. Incluso cuando la marea al fin cambie para barrer la suciedad y la vulgaridad modernas, se hará necesario el esfuerzo de muchas generaciones para llevar a cabo la transformación y, cuando al fin sea definitiva, surgirá primero nuestro éxito triunfal para animarnos y, luego, la historia de la larga travesía surcando el putrefacto mar de la fealdad de la que al fin habremos escapado. Pero además, la respuesta adecuada a esta objeción es mucho más profunda aún. Estimo que lo que queremos evitar es la conciencia misma de crear la belleza por la belleza; esto es precisamente lo que puede crear afectación y afeminamiento entre los artistas y sus seguidores. En grandes épocas artísticas se recurrió a un esfuerzo consciente para crear grandes obras para mayor gloria de la ciudad, triunfo de la iglesia, exaltación de los ciudadanos o para alentar la fe de los devotos. Incluso en las artes mayores, la constancia de la historia, la instrucción de los hombres presentes y futuros eran el objetivo y no tanto la belleza; las artes menores eran inconscientes y espontáneas y no interfirieron en modo alguno en las cuestiones más problemáticas de la vida, al tiempo que capacitaban a los hombres en su conjunto para entender y apreciar las formas más nobles del arte. Mas por muy inconscientes que puedan ser estos creadores de belleza, ni pueden ni deben dejar de obtener placer al realizar su trabajo en estas condiciones y esto (por encima de todo) es lo que más me influye al esperar la recuperación de la artesanía. Lo he dicho bastantes veces, mas lo diré una más, ya que es parte esencial de mi defensa de la artesanía: mientras el hombre permita que su trabajo diario no sea más que una faena monótona, su búsqueda de la felicidad será en vano. Asimismo, afirmo que los peores tiranos de épocas violentas no eran sino débiles torturadores comparados con esos capitanes de la industria que le han arrebatado a los trabajadores el placer del trabajo. Además, tengo la certeza absoluta de que de la unión de la artesanía y otros elementos -en los que enseguida me detendré- resultará la belleza y el placer en el trabajo antes mencionados. Si así fuera y este placer doble del entorno agradable y el trabajo feliz pudiera ocupar el lugar del tormento doble de un entorno miserable y una faena despreciable, ¿acaso no tendríamos una buena razón para desear, si fuera posible, que la artesanía volviera a ocupar de nuevo el lugar de la producción a máquina? No estoy ciego ante el tremendo cambio que esta revolución conllevaría. La máxima de la civilización moderna para un hombre de bien es: “¡evite meterse en problemas! ¡Consiga que los demás se hagan cargo del mayor número de sus asuntos!” La esencia de nuestra civilización es delegar la vida y que, mientras dure, la gente culta y de bien la vivamos tranquilamente. Mas en primer lugar, ¿qué pasaría con los párrocos, que nos cantan la misa a Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 23 de 44 cambio de un modesto estipendio? ¿Seguirán así para siempre? Pues en verdad el pasarse el uno al otro las responsabilidades ha de terminar por fin y, a la postre, alguien ha de soportar su carga. Mas dejemos esto, dado que no estoy escribiendo de política y centrémonos en otro aspecto de la cuestión. ¡Qué desgraciadas y falsas criaturas nos estamos volviendo a causa del exceso de la división del trabajo en las ocupaciones de la vida! ¿Qué diantre vamos a hacer con nuestro tiempo cuando rocemos la perfección en el arte de delegar nuestras vidas, tras haber complicado el asunto primero al crear de forma incesante necesidades artificiales que no podemos rechazar? ¿Acaso vamos todos (quienes formamos la gran clase media) a convertirnos en filósofos, poetas, ensayistas -hombres geniales, en una palabra- cuando lleguemos a despreciar las funciones corrientes de la vida con igual desdén con el que las personas de buena educación desprecian una buena cena, aunque la coman asiduamente? Me estremezco al pensar cómo nos aburriremos unos a otros cuando alcancemos esa perfección. Mejor dicho, creo que ya tenemos en todas las ramas de la cultura más genios de los que podemos soportar con comodidad y que nos faltan públicos y no predicadores, por así decirlo. Debo pedirle perdón a mis lectores, mas nuestro caso es tan lamentable y tan absurdo a la vez que uno apenas puede evitar reír de amargura. Justo en medio de nuestro pesimismo nos jactamos de nuestra sabiduría, aunque estamos desvalidos ante las necesidades que nos hemos creado y que (a pesar de nuestra ansiedad por el arte) en la actualidad nos conducen, de un lado, a un lujo al que no redime la belleza y, de otro, a una miseria que no mitigan ni evento ni emoción algunos y que un día nos conducirán a la pura ruina. Sí, sí que necesitamos con urgencia un sistema de producción que nos proporcione un entorno bello y una ocupación agradable y que tienda a hacer de nosotros buenos animales humanos, capaces de hacer algo por nosotros mismos, de modo que, por lo general, seamos inteligentes en vez de dividirnos en esclavos lerdos o en buscadores de placer aún más lerdos en función de nuestra clase por un lado o en personajes intelectuales desventurados y pesimistas que aspiran a esa dignidad por otro. Ciertamente nosotros sí que necesitamos felicidad en nuestro trabajo diario, satisfacción en nuestro descanso diario y todo esto no es posible si cedemos toda la responsabilidad de los detalles de nuestra vida diaria a las máquinas y a quienes las manejan. Tenemos razón al anhelar que una artesanía sensata vuelva a este mundo que una vez hizo tolerable en medio de la guerra, la confusión y la incertidumbre vital y que debería -a uno le gustaría creer- hacernos felices ahora que nos hemos vuelto tan pacíficos, tan atentos al bienestar temporal del prójimo. Entonces surge la pregunta: ¿cómo puede llevarse a cabo este cambio? Y aquí nos topamos enseguida con la dificultad de que la enfermedad y muerte de la artesanía es, parece, una expresión natural de la tendencia de la época. Hemos dispuesto el fin y por, consiguiente, también los medios. Desde finales de la Edad Media la creación de una aristocracia intelectual ha sido, por así decirlo, el propósito espiritual de la civilización, junto a su propósito material de sustituir la aristocracia de cuna por la aristocracia de la riqueza. Parte del precio que ha tenido que pagar por su éxito en este objetivo (y algunos dirían que comparativamente es una parte insignificante) es que a esta nueva aristocracia del intelecto se le ha obligado, primero, a renunciar a su gran interés por lo bello y lo romántico de la vida (que en su momento al menos fue parte de todo artesano, si no de todo trabajador) y, segundo, a vivir rodeada de una fea vulgaridad que un mundo siempre cambiante nunca antes había conocido hasta los tiempos modernos. No resulta extraño que hasta hace poco no haya sido consciente de esta degradación, mas puede extrañar a muchos que ahora sea consciente de ello en parte. Ahora resulta común oír decir a la gente de tal o cual parte del campo o de un barrio: “¡ah, era tan hermoso hace un año o así, pero el edificio lo ha estropeado bastante!” Hace cuarenta años el edificio habría sido considerado una gran mejora, ahora somos conscientes de la fealdad que estamos creando y seguimos creándola. Observamos el precio que hemos pagado por nuestra aristocracia del intelecto e incluso más de la mitad de esa aristocracia se lamenta del pacto y se alegraría si pudiera quedarse con las ganancias sin tener que pagar el precio íntegro. De ahí no sólo las quejas vacuas ante el imparable avance de la maquinaria sobre la moribunda artesanía, sino también los diversos planes diminutos para intentar que algunos no asumamos las consecuencias de ser personas notables; ninguna de estas cosas puede tener más que un éxito temporal y muy limitado. La gran ola de la necesidad comercial barrerá todos estos intentos bienintencionados de ponerle freno y de pensar un poco en qué ha hecho o adónde va. Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

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Mas después de todo, incluso estas exiguas expresiones de descontento con la tiranía del comercio son síntomas de una época revolucionaria y a mí me resulta inconcebible que la producción a máquina derive en una mera maquinaria infinita o que, al transcurrir, la vida vuelva a caer en una total indiferencia por sí misma. En verdad es cierto que, aunque la clase media culta sea poderosa, no tiene el poder de recrear ni lo bello ni lo romántico de la vida, mas esa será la labor de la nueva sociedad que el progreso ciego del comercialismo creará, mejor dicho, está creando. La clase media culta es una clase de esclavistas y su poder para vivir a su antojo se ve limitado por la necesidad de encontrar sustento y empleo constantes para los esclavos que la mantienen con vida. Sólo una sociedad de iguales puede escoger la vida que vivirá, puede escoger renunciar al lujo intolerable y al utilitarismo vil a cambio del placer incansable de saborear la vida con plenitud. Creo firmemente que, a la postre, haremos realidad esta sociedad de iguales; también que, cuando sea realidad, no soportará una vida que dependa de las máquinas y que, en breve, esta sociedad será ama de la maquinaria y no su esclava, como lo es en nuestra época. Entretanto, dado que tenemos que experimentar una larga serie de acontecimientos sociales y políticos antes de que seamos libres para escoger cómo vamos a vivir, deberíamos dar la bienvenida hasta a la más débil de las protestas que ahora se estén llevando a cabo contra la vulgarización de toda la vida: primero porque es uno de los síntomas de la enfermedad de la civilización moderna y, luego, porque puede que ayude a mantener vivos recuerdos del pasado que son elementos necesarios para la vida futura y métodos de trabajo que ninguna sociedad se puede permitir perder. En resumen, puede decirse que, aunque el movimiento por el renacimiento de la artesanía sea en apariencia despreciable ante la estructura gigantesca del comercialismo, a pesar de todo, si se lo considera como parte del movimiento general por la libertad para todos en el que ahora estamos sin duda inmersos, como protesta contra la tiranía intelectual y como síntoma del cambio que está transformando la civilización al socialismo resulta algo a la vez digno y alentador.

4. Como vivimos y como podríamos vivir Publicado en abril de 1885 en el periódico Commonweal, órgano de la Liga Socialista.

La palabra revolución, que tan a menudo nos vemos obligados a usar los socialistas, tiene un sonido terrible para la mayoría de la gente, aun después de haberles explicado que no significa necesariamente un cambio acompañado por toda clase de tumultos y de violencias y que menos aun puede significar un cambio efectuado mecánicamente y en contra de la opinión por un grupo de hombres que se las hayan arreglado de un modo u otro para hacerse con el poder ejecutivo por el momento. Incluso al explicar que usamos la palabra revolución en su sentido etimológico y que este implica un cambio en la base de la sociedad, la gente se asusta ante la idea de un cambio tan vasto e implora que se le hable de reformas y no de revolución. Como a pesar de todo nosotros, los socialistas, no entendemos lo mismo con nuestra palabra revolución que esa buena gente con su palabra reformas, no puedo dejar de pensar que seria un error usarla, cualesquiera que fuesen los proyectos que pudiéramos ocultar bajo envoltorio tan inofensivo. Así que nos quedaremos con nuestra palabra, que significa un cambio en la base de la sociedad; puede espantar a la gente, pero les anunciara al menos que hay algo de lo que espantarse y que no será menos peligroso si se desconoce; además, puede dar ánimos a otras gentes, y, para ellas al menos, no significara terror, sino esperanza Temor y esperanza, he aquí los hombres de las dos grandes pasiones que gobiernan a la raza humana y con las que los revolucionarios tienen que tratar: dar esperanza a los muchos oprimidos y temor a los pocos opresores, este es nuestro asunto. Si hacemos lo primero y damos esperanza a los muchos, los pocos tendrán que asustarse debido a tal esperanza; de otro modo no queremos asustarlos: no es venganza lo que queremos para los pobres, sino felicidad; porque, ¿que venganza podría tomarse por tantos miles de años de sufrimientos de los pobres? Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

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Sin embargo, muchos de los opresores del pueblo, la mayoría diríamos, no son conscientes de la opresión que causan (y ahora mismo veremos por que). Viven de un modo ordenado y tranquilo, muy lejos de sentir lo que sentía el propietario de esclavos romano o fenicio. Saben que el pobre existe, pero sus sufrimientos no se les presentan de un modo agudo y dramático. Ellos mismos tienen preocupaciones que soportar, y sin duda piensan que soportar preocupaciones es el destino común de la humanidad; tampoco tienen medios de comparar las preocupaciones de sus vidas con las de aquellos que están por debajo de ellos en la escala social; y si acaso alguna vez se les cuela el pensamiento de esas cargas mas pesadas, se consuelan con el refrán de que la gente se acostumbra a los problemas que le toca soportar, sea cuales fueren. Y ciertamente, al menos en lo que a los individuos se refiere, es esa una gran verdad, y por ello tenemos, apoyando al actual estado de cosas por malo que este sea, en primer lugar a esos opresores cómodos e inconscientes que piensan que tienen todas las de perder en cualquier cambio que implique algo mas que la mas suave y gradual de las reformas; y en segundo lugar, la gente pobre que, viviendo tan precaria y angustiosamente como viven, apenas pueden imaginar que pueda ocurrir algún cambio en su beneficio y que no osa arriesgar nada de sus miserables pertenencias emprendiendo ninguna acción que se dirija a una posible mejora de su condición; así que, si podemos lograr poco con los ricos, salvo inspirarles miedo, es también muy difícil dar al pobre alguna esperanza. Por lo tanto, pues, es razonable que aquellos a los queremos comprometer en la gran lucha por una forma de vida mejor que la que ahora llevamos, nos exijan al menos algunas ideas sobre como será esa vida. Es una petición razonable, pero difícil de cumplir, puesto que vivimos bajo un sistema que convierte en casi imposible todo esfuerzo consciente por la reconstrucción; no es irracional, por nuestra parte, contestar: “Hay ciertos obstáculos claras para un autentico progreso del hombre; podemos deciros cuales son; eliminadlos y entonces ya veréis”. Sin embargo, propongo ofrecerme como victima para la satisfacción de aquellos que consideran que, tal como van ahora las cosas, al menos algo se ha obtenido y se sienten aterrorizados con la idea de perderlo, por temor a encontrarse peor que ahora y no tener nada. Pero, a lo largo de este empeño mío por demostrar como podríamos vivir, tendré que utilizar, en mayor o en menor grado, negaciones. Quiero decir que tendré que indicar en que nos quedamos cortos en nuestro esfuerzo actual por una vida decente. Tendré que preguntar a los ricos y a las personas acomodadas que clase de bienestar es este que se desviven por mantener a toda costa y si, después de todo, sería una perdida tan terrible para ellos desprenderse de él; y tendré que indicar a los pobres que ellos, con la posibilidad de vivir una vida digna y generosa, se encuentran en una situación que no pueden prolongar sin degradarse cada vez mas. ¿Como vivimos entonces bajo el sistema actual? Detengámonos un poco en ello. Y, en primer lugar, intentad comprender que nuestro actual sistema se basa en un estado de guerra perpetuo. ¿Piensa alguno de vosotros que debiera ser así? Se que muchas veces se os ha dicho que la competencia, actualmente norma de toda producción, es buena y que estimula el progreso de la raza. Pero los que así opinan, para ser honrados debieran llamar a la competencia por su nombre abreviado, guerra y entonces podríais considerar libremente si la guerra estimula o no el progreso de un modo distinto al de un toro rabioso que os persiguiera en vuestro propio jardín. La guerra o la competencia, como queráis llamarla, significa como máximo la búsqueda de la propia ventaja a costa del perjuicio de otros, y en este proceso nadie puede estar seguro de no destruir ni siquiera sus propias pertenencias, si no quiere perder la batalla. Entendéis perfectamente que esta situación es la de las guerras en que la gente sale a matar y a ser matada; esa clase de guerra en que los buques tienen la misión, por ejemplo, de hundir y destruir. Pero creo que no sois muy conscientes de ese despilfarro de bienes cuando estáis ocupados en la otra guerra llamada comercio. Observad, sin embargo, que el desperdicio es exactamente el mismo. Y ahora veamos más de cerca este tipo de guerra, recorramos algunas de sus formas y comprobemos como aquí también se cumple el lema “hundir, incendiar y destruir”.

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En primer lugar, tenemos ese aspecto particular llamado rivalidad nacional, que en buena moneda es la causa de todas las guerras a sangre y fuego que sostienen las naciones civilizadas. Durante los últimos años nosotros, los ingleses, nos hemos mantenido bastante apartados de ellas, excepto en aquellas felices ocasiones en que podamos llevarlas a cabo sin ninguna clase de riesgo por nuestra parte: cuando la matanza se daba en un solo bando o, en todo caso, cuando así esperábamos que ocurriera. Nos hemos mantenido apartados de toda guerra con las armas contra enemigos respetables durante mucho tiempo. Y yo os diré por qué: porque hemos tenido la parte del león en el mercado mundial; no quisimos luchar por ella, como nación, porque ya la teníamos. Pero ahora esa situación esta cambiando del modo más significativo, y para un socialista, del modo más animoso. Estamos perdiendo, o hemos perdido ya, esa parte del león. Existe ahora una desesperada competencia entre las grandes naciones de la civilización por el control del mercado mundial, y mañana esto puede convertirse en una guerra desesperada con ese fin. Como consecuencia, la propaganda bélica (con tal de que no lo sea a gran escala) no esta ya restringida al espíritu de honor y gloria de los viejos “tories” que, si con ello querían decir algo, querían decir que una guerra “tory” seria una buena ocasión para sofocar la democracia. Pero todo esto ha cambiado y ahora es un tipo completamente distintos de políticos el que acostumbra a exigirnos patriotismo, como se ha dado en llamar a eso. Los lideres del liberalismo progresista (así les gustaría llamarse), gentes de espíritu avispado que saben muy bien que los movimientos sociales progresan, que no ignoran el hecho de que el mundo avanzara con su ayuda o sin ella, estos, digo, han sido los jingoistas de los últimos tiempos. No quiero decir que saben lo que están haciendo: los políticos, como bien sabéis, se cuidan mucho de cerrar los ojos a lo que pueda ocurrir seis meses mas tarde; pero lo que ocurre es esto: que el sistema actual, que siempre deberá traer consigo una rivalidad entre las naciones, nos esta empujando a una contienda desesperada por los mercados en (mayor o menor) igualdad de condiciones con las demás naciones, porque, repito, hemos perdido ese dominio sobre ellas que en otro tiempo tuvimos. Desesperada no es una palabra lo bastante fuerte. Dejaremos que este impulso nos lleve a arrebatar mercados donde quiera y donde tenga que llevarnos. Y lo que hoy es rapiña triunfante e ignonimia, mañana podrá ser ignonimia, y, además derrota. Ahora bien, esto no es ninguna divagación, aunque diciéndolo me acerco a lo que comunmente se llama política más de lo que nunca podría hacerlo. Yo solo quiero mostraros a lo que conduce la guerra comercial cuando se hace con otras naciones y que aun el más obtuso puede darse cuenta del enorme desperdicio que debe traer consigo. Así es como vivimos hoy en nuestra relación con las naciones extranjeras: preparados a arruinarlas, si es posible, sin guerras, y si es necesario, con guerras. Esto sin considerar mientras tanto la lamentable explotación de las tribus salvajes y de los pueblos bárbaros, a los que encajamos a la vez nuestras falsas mercancías y nuestra hipocresía a fuerza de cañón. Bien, pues, con toda seguridad el socialismo puede ofreceros algo en lugar de todo eso: puede ofreceros paz y amistad en vez de guerra. Podríamos vivir perfectamente, sin rivalidades nacionales, reconociendo que, aunque sea mejor que aquellos que sienten que forman una comunidad nacional del mismo nombre se gobiernen a sí mismos, al menos ninguna comunidad civilizada debiera sentir que tiene intereses, opuestos a los de ninguna otra, siendo en todo caso sus condiciones económicas semejantes. De modo que todo ciudadano de cualquier comunidad pudiera trabajar y vivir y adaptarse con perfecta naturalidad a su puesto en cualquier país extranjero, sin ninguna molestia para su forma de vida; de modo que todas las naciones civilizadas formaran una gran comunidad, acordando en común todo lo referente a la calidad y cantidad de producción y de distribución necesitadas; ocupándose de producir los bienes allí donde mejor pudieran ser producidos; impidiendo el despilfarro por todos los medios. ¡Pensad, por favor, en la cantidad de despilfarro que así se evitaría y en que medida una tal revolución acrecentaría la prosperidad del mundo! ¿Que criatura sobre la tierra se sentiría perjudicada por esa revolución? ¿No estarían todos mejor a causa de ella? ¿Y que es lo que la impide? Os lo diré ahora mismo. Mientras tanto pasemos de esa competencia entre las naciones a la competencia entre los organizadores del trabajo: grandes firmas, sociedades anónimas, capitalistas en suma, y veamos como la competencia estimula la producción entre ellos: porque esta claro que la Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 27 de 44 estimula, pero ¿que clase de producción? Bien, la producción de algo que pueda ser vendido con beneficio o, mejor, la producción de beneficios. Y observad como es estimulada por la guerra comercial: Cierto mercado solicita productos; hay, por ejemplo, un centenar de industriales que fabrican esa clase de productos y cada uno de ellos querría, si pudiese, tener ese mercado para el solo y lucha desesperadamente para conseguir lo máximo posible, con el resultado evidente de que las cosas se salen de madre, el mercado queda saturado y toda esa fiebre de producción viene a sofocarse en rescoldos fríos. ¿No se asemeja esto a una guerra? ¿Es que no veis el desperdicio que implica? ¿Desperdicio de trabajo, de pericia, de destreza, de vida misma en suma? Podéis decir: si, es cierto, pero abarata los productos. Y es verdad, en un cierto sentido. En cierto sentido lo hace, pero solo en apariencia, puesto que los salarios de un trabajador corriente tienden a hundirse en la misma proporción que los precios. ¡Y a que precio logramos esa apariencia de baratura! Hablando llanamente, al precio de estafar al consumidor y matar de hambre al verdadero productor en beneficio del tahur, que utiliza tanto al consumidor como al productor como si fueran sus vacas lecheras. No necesito insistir en el asunto de la adulteración, pues cada uno sabe el papel que le toca representar en esa clase de comercio; pero recordad que es un factor absolutamente necesario para la obtención de beneficios a partir de los productos, y este es el negocio de los industriales; y debéis comprender esto: que, tomado así, a bulto, el consumidor se halla totalmente indefenso frente al tahur: los productos le son encajados por su baratura, y junto con ellos, un cierto estilo de vida que esta baratura enérgica y agresiva determina. Y tan largo alcance tiene esta maldición de la guerra comercial que ningún país esta libre de su azote. Tradiciones de milenios se derrumban ante ella en menos de un mes; invade un país débil o semisalvaje y todo cuanto allí existe que sea idílico, placentero o artístico es pisoteado y hundido en un lodazal de sordidez y fealdad; el artesano javanés o hindú no puede ya ejercer su oficio tranquilamente, trabajando unas pocas horas al día y creando un laberinto de exótica belleza en una tela: en Manchester se ha instalado una maquina de vapor y esta victoria sobre la naturaleza y sobre mil tercas dificultades es utilizada para el mezquina trabajo de producir una especie de estuco, de mala porcelana, con lo que el obrero asiático, si no muere de hambre, como tan a menudo sucede, se ve arrojado a una fábrica para rebajar aún más el salario de su hermano, el obrero de Manchester, y nada de su antigua personalidad se mantiene, a no ser posiblemente una acumulación de aborrecimiento y miedo hacia su mayor mal, su amo ingles. El isleño de los mares del Sur tiene que abandonar la talla de sus canos, su dulce descanso y sus graciosas danzas, para convertirse en el esclavo de un esclavo: pantalones, lana barata, misioneros y enfermedades mortales. Tiene que tragarse toda esa civilización en bloque y ni el ni nosotros podemos ayudarle hasta que el orden haya derribado la monstruosa tiranía de la especulación que lo ha derribado. Esos son los diversos tipos de consumidores; pasemos al productor, quiero decir al verdadero productor, al trabajador. ¿Como le afecta a el esa pelea desaforada por el saqueo del mercado? El industrial, debido a la avidez de su guerra, ha tenido que reunir y amontonar un vasto ejercito de trabajadores, los ha adiestrado hasta conseguir que sean lo mas aptos posibles, para su ramo especial de producción, esto es, para extraer un beneficio de ella, con el resultado de que no son aptos para ninguna otra cosa. Bueno, pues, cuando la saturación comienza a manifestarse en el mercado que esta abasteciendo, ¿que sucede con este ejercito, en el que cada soldado ha dependido de la demanda continua del mercado y actuando, pues no podía elegir otra cosa, como si esta fuera a continuar siempre? Sabéis muy bien lo que les sucede a esos hombres: las puertas de las fabricas se cierran sobre ellos, casi siempre sobre una gran parte de ellos, y en el mejor de los casos solo para el ejército de reserva laboral, tan activamente empleado en época de inflación. ¿Que es de ellos entonces? También los sabemos muy bien. Lo que no sabemos, o preferimos no saber, es que el ejército de reserva laboral es una necesidad imprescindible para la guerra comercial. Si nuestros industriales no contasen con esos pobres diablos que reclutan para sus maquinas cuando la demanda se hincha, otros industriales en Francia, en Alemania o en América, se meterían y les robarían el mercado. Como veis, tal como vivimos hoy es necesario que una gran parte de la población industrial sea expuesta al peligro de una semimuerte por hambre periódica, y ello no para mejorar a otro pueblo en algún lugar del mundo, sino para su propia degradación y esclavitud. Dejad vagar vuestras mentes por un instante sobre la clase de despilfarro que esto implica y sobre esta apertura de mercados nuevos en países salvajes y primitivos, que es el caso limite Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 28 de 44 del poder del mercado de beneficios en el mundo, y seguramente veréis que monstruosa pesadilla representa un tal mercado de beneficios. Nos hace vivir explotados y temerosos por nuestro sustento, incapaces de leer un libro o contemplar un cuadro, de pasear por campos agradables o tumbarnos al sol, de participar de la cultura de nuestro tiempo o de tener en una palabra, algún placer intelectual o animal. ¿Y todo esto para que? Para que podamos seguir viviendo la misma vida de esclavos hasta que muramos, para suministrar al rico lo que se llama una vida fácil y lujosa; es decir, una vida tan vacía, malsana y degradada que tal vez, en conjunto, este peor que la de los trabajadores, y en cuanto al resultado de todo este sufrimiento, lo mejor que pudiera ocurrir es que no tuviera ninguno, que se pudiera decir que los productos manufacturados no han hecho ningún bien a nadie, pues lo que ocurre muchísimo mas a menudo es que sí hacen daño a muchos y que nos hemos fatigado, gemido y reventado fabricando veneno y destrucción para nuestros hermanos. Bien, pues yo digo que esto es la guerra, y es el resultado de una guerra, no entre las diversas naciones competidoras, sino entre firmas y organizaciones capitalistas rivales; y es esta guerra de empresas la que impide la paz entre las naciones que, estaréis de acuerdo conmigo, resulta tan innecesaria; porque también debéis saber que la guerra es el mismo aliento de estas firmas beligerantes y que, en nuestros días, han reunido en sus manos prácticamente todo el poder político, y que todas militan juntas, en los respectivos países, a la hora de hacer cumplir a sus gobiernos tan solo dos funciones: la primera, en el interior, es la de actuar como poderosa fuerza policiaca, proteger el tablado en que los fuertes apalean a los débiles; la segunda, actuar en el extranjero como piratas guardaespaldas, como un petardo para hacer saltar las puertas que abren los mercados del mundo: mercados en el extranjero a cualquier precio, no entorpecidos por privilegios, falsamente llamados “laissez-faire”9; mercados en el país a cualquier precio; garantizar esto es lo único que debe hacer el gobierno, según lo que han sido capaces de concebir nuestros capitanes de industria. Y ahora debo intentar mostraros la razón de todo esto y en que se asienta, buscando responder a esta pregunta: ¿Por que han logrado acaparar todo ese poder los creadores de beneficios? , o por lo menos, ¿por que logran mantenerlo? Y esto nos lleva al tercer aspecto de la guerra comercial, el último y aquel sobre el que se asienta todo lo demás. Hemos hablado primero de la guerra entre naciones rivales; luego de la que enfrente a las firmas rivales; debemos hablar ahora de la rivalidad de los hombres. Al igual que las naciones se ven empujadas, bajo el sistema actual, a competir entre si y al igual que las empresas o los capitanes de industria tienen que pelear por su capacitación en los beneficios de los mercados, así también tienen que competir entre si los trabajadores por el sustento; y es esta lucha o competencia constante entre ellos la que permite a los cazadores de beneficios el lograrlos, y, por medio de la riqueza así adquirida, acaparar todo el poder ejecutivo de un país en sus manos. Pero aquí esta la diferencia de posición entre los trabajadores y los beneficiarios: para los últimos, para los beneficiarios, la guerra es necesaria; no puede haber beneficio sin competición individual, corporativa y nacional; pero si se puede trabajar por el sustento sin competir: se puede cooperar en vez de competir. Ya he dicho antes que la guerra era el aliento vital de los que obtienen beneficios: de una forma parecida, la cooperación es la vida para los trabajadores. Las clases trabajadoras o proletariado no pueden existir como clase sin algún tipo de cooperación. La necesidad que impulso a los extractores de beneficios a reunir los hombres primero en talleres, trabajando según el principio de la división del trabajo, y luego en grandes fabricas que funcionan con maquinas, y arrastrándolos así gradualmente hacia las grandes ciudades y centros de la civilización, dio nacimiento a una clase trabajadora distintiva, el proletariado: esto fue lo que le dio su existencia mecánica, por decirlo así. Pero observad que, si bien colaboran formando grupos sociales para la producción, lo hacen tan solo de un modo mecánico; no saben en que trabajan para producir mercancías cuyo beneficio forma una parte esencial para el patrón, en lugar de producir bienes para su propio uso; en la medida en que hacen esto, y compiten entre si por dejar de hacerlo, serán y sentirán que son, simplemente, parte de esas firmas rivales de las que antes he hablado; serán, de hecho, tan solo una parte de la maquinaria para la producción de beneficios; y mientras esto dure, será meta de los amos o fabricantes de 9

Falsamente, puesto que las clases privilegiadas tienen a su espalda la fuerza del poder ejecutivo, por medio del cual obligan a los no privilegiados a aceptar sus condiciones. Si esto es “libre competencia”, las palabras no tienen sentido. Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 29 de 44 beneficios reducir el valor de mercado de esta parte humana de la maquinaria; es decir, puesto que ya tienen en sus manos el trabajo de los hombres muertos, en forma de maquinaria y de capital, es su interés, o mejor dicho, su necesidad, pagar lo mínimo posible por el trabajo de los hombres vivos, que tiene que ser comprado día a día; y puesto que los trabajadores que emplean no posean nada salvo su capacidad de trabajo, se ven impulsados a competir entre si pidiendo menos para lograr empleo y salario, y así permiten que el capitalismo juegue su juego. He dicho que, tal como están las cosas, los trabajadores son una parte de las empresas competidoras, un anexo del capital. Sin embargo, lo son solo a la fuerza; y aun sin ser conscientes de ello, luchan contra tal coacción y contra sus resultados inmediatos, la disminución de sus salarios y de su nivel de vida, y esto lo hacen, y deben hacerlo, tanto como clase como individualmente: al igual que el esclavo romano que, aun sintiéndose claramente parte de los bienes inmuebles, era colectivamente una fuerza en reserva para su destrucción e individualmente robaba a su amo siempre que podía hacerlo sin peligro. Aquí, pues, tenéis otro aspecto de la guerra tan necesaria para nuestra forma de vivir: la lucha de una clase contra otra, que, cuando alcance su verdadero nivel, y parece que en la actualidad lo esta alcanzando, destruirá esas otras formas de guerra de las que hemos estado hablando; hará insostenible la actitud de los multiplicadores de beneficios, de la guerra comercial perpetua, y destruirá el actual sistema de privilegios competitivos o de guerra comercial. Y ahora observad: dije que, para la existencia de los trabajadores, la colaboración, y no la competencia, era lo necesario, mientras que para los productores de beneficios la colaboración era imposible y la guerra necesaria. La actual situación de los trabajadores es la del engranaje del comercio, o en más llanas palabras, la de sus esclavos. Cuando esta situación cambie y se hagan libres, la clase de los productores de beneficios debe dejar de existir, ¿y cual será entonces la situación de los trabajadores? Incluso ahora ellos forman la única parte necesaria de la sociedad, la parte que le da vida; las otras clases son meros parásitos que viven sobre ella. Pero, ¿Que seria de ellos, que serán ellos cuando se den cuenta, de una vez por todas, de su poder autentico, cuando cesen de competir entre si por el sustento? Yo os lo diré: serán sociedad, serán la comunidad. Y siendo sociedad, serán la comunidad. Y siendo sociedad -es decir, no habiendo clase alguna fuera de ellos con la cual competir- podrán regular su trabajo de acuerdo con sus propias y reales necesidades. Se ha hablado mucho sobre la oferta y la demanda, pero la oferta y la demanda de que se habla es, por lo general, algo artificial: esta sometida a las leyes del mercado de tahures; la demanda esta condicionada, como sugerí, antes de que sea abastecida, y como cada productor trabaja en contra de todos los demás, los productores no pueden unir sus esfuerzos hasta que el mercado llega a saciarse y ellos son arrojados a la calle, donde les dicen que ha habido una superproducción y que hay un exceso de productos invendibles, en medio del cual los trabajadores se encuentran mal abastecidos incluso de los bienes mas necesarios. La causa es sencilla: la riqueza que ellos mismos han creado esta mal distribuida, como solemos decir. Es decir, les es injustamente arrebatada. Cuando los trabajadores sean sociedad, regularan su trabajo, de modo que la oferta y la demanda serán autenticas y no un mero juego; ambas estarán proporcionadas, porque es la misma sociedad la que pide y la que abastece; no habrá más carestías artificiales ni mas miserias en medio de la superproducción, en medio de esos enormes stocks de los mismos bienes que transformarían lo que hoy es pobreza en prosperidad. No habrá, en una palabra, despilfarro, y por tanto, no habrá tiranía. Lo que el socialismo os ofrece en lugar de esas carestías artificiales, con sus llamadas superproducciones, es, una vez mas, regulación de los mercados; oferta y demanda proporcionadas; eliminación del juego, y consecuentemente, del despilfarro. No mas sobrecarga de trabajo y agotamiento del obrero durante un mes para no tener trabajo y si terror a la inanición al mes siguiente, sino trabajo constante y abundancia de ocio todos los meses; no mas productos de saldo, o sea mercancías adulteradas, sin apenas nada bueno en ellas, puros andamios para la edificación de beneficios; no se invertirá ya ningún trabajo en tales productos, porque cuando la gente haya cesado de ser esclava, habrá dejarlo de desearlos. No en estos, sino en los que mejor puedan colmar las necesidades reales del consumidor, se invertirá el trabajo, porque, abolido el beneficio, la gente tendrá lo que desee y Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 30 de 44 no lo que los multiplicadores de beneficios le obliguen a tomar, tanto en el propio país como en el extranjero. Pues lo que quiero que entendáis es esto: que en todo país civilizado, por lo menos, hay abundancia para todos; lo hay o la debería haber. Pues aun con un trabajo tan mal dirigido como el de hoy, una equitativa distribución de la riqueza que tenemos haría relativamente confortable la situación de todos. Pero esto no es nada comparado con la riqueza que podríamos tener si el trabajo no estuviera tan mal dirigido. Fijaos que en los primeros tiempos de su historia el hombre era esclavo de sus necesidades más inmediatas. La naturaleza era poderosa y el débil, por lo que tenia que estar en constante guerra con ella para poder arrancarle sustento y cobijo. Su vida estaba atada y limitada por esta continua batalla; todas sus leyes, su moral, su religión, eran de hecho el resultado y el reflejo de esta inacabable fatiga por ganarse el sustento. Pero pasó el tiempo y, poco a poco, paso a paso, se fue haciendo más fuerte, hasta hoy día en que, después de tantos siglos, parece haber conquistado casi por completo la naturaleza. Y uno pudiera pensar: ¡ha llegado la hora de que el ocio le haga pensar en preocupaciones mas elevadas que la de procurarse la comida de mañana! Pero he aquí que el progreso ha sido interrumpido y deshecho y, aunque el hombre haya conquistado la naturaleza y disponga del control de sus fuerzas para hacer con ellas lo que guste, aún tiene que conquistarse a sí mismo, aun debe pensar cual será el mejor uso de estas fuerzas de las que se ha adueñado. Porque actualmente sigue usándolas a ciegas, locamente, como si aún estuviera regido por el destino. Casi parecería que el fantasma de la incansable persecución del sustento, que fue en otro tiempo dueño del salvaje, estuviera aún acuciando al hombre civilizado, quien se esfuerza en un sueño, obsesionado por confusas e irreales esperanzas, cargado con las vagas reminiscencias de tiempos ya pasados. Debe despertar de este sueño y enfrentarse con las cosas tal como son. La conquista de la naturaleza es completa, ¿no podemos ya decirlo?, y nuestro asunto consiste ahora, y ha consistido durante largo tiempo, en la organización de la vida del hombre, que gobierna las fuerzas de la naturaleza. Y hasta que esto al menos no se intente, jamás nos veremos libres de ese terrible fantasma del miedo al hambre que, junto con su diabólico hermano, el deseo de dominio, nos conduce a la injusticia, a la crueldad, a la cobardía de todo tipo; acabar con el miedo a nuestros camaradas y aprender a depender de ellos, derribar la competencia y edificar la cooperación, he aquí nuestra gran necesidad. Ahora entremos en detalles. Probablemente os dais cuenta de que el hombre, en la civilización, y para decirlo de algún modo, vale mas que su simple pellejo; trabajando como debe, es decir, socialmente, puede producir mucho mas de lo que necesita para mantenerse vivo y en buena posición; y esto ha sido durante muchos siglos, desde los tiempos en que las tribus guerreras comenzaron a convertir en los enemigos vencidos en esclavos, en vez de matarlos. Como es natural, la capacidad de producir estos sobrantes ha ido creciendo de forma cada vez más rápida, hasta llegar a nuestros días en que, por ejemplo, un hombre teje en una semana toda la ropa que un pueblo viste durante años; y el auténtico dilema de la civilización ha sido siempre el empleo de ese producto extra del trabajo: una cuestión que el fantasma del miedo al hambre y su compañero, el deseo de dominio, han llevado a los hombres a solucionar siempre de forma bastante deplorable, aunque probablemente bastante peor en nuestros días en que este producto sobrante ha crecido a velocidad tan prodigiosa. La respuesta practica del hombre ha sido siempre luchar con sus semejantes por la posesión privada de la mayor parte posible de la participación indebida de tal sobrante, y han usado todo tipo de estratagemas los que se encontraron con el poder de arrebatárselo a otros para mantener a aquellos quienes habían robado en sumisión perpetua; y estos últimos, como ya he sugerido, no tuvieron oportunidad alguna de resistirse a ese saqueo mientras fueron pocos y mal repartidos, y por ello poca conciencia podían tener de su opresión común. Pero ahora que los hombres, debido al mismo hecho de la persecución indebida de beneficios o ganancias extras, se han hecho mas dependientes en la producción los unos de los otros y se han dejado llevar, como ya dije antes, a una colaboración conjunta y mas completa para este fin, el poder de los trabajadores -es decir, de la clase saqueada y robada- ha aumentado prodigiosamente y solo les queda comprender el poder que tienen. Cuando lo consigan, serán capaces de dar la adecuada respuesta al dilema de que hacer con el producto sobrante del trabajo, una vez descontado lo necesario para mantener vivo al trabajador para el trabajo; y la respuesta es: que el trabajador tenga todo cuanto produce y nada le sea robado; y recordad que produce Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 31 de 44 colectivamente y que, por lo tanto, hará tan solo el trabajo que le sea asignado según su capacidad y que del producto de este trabajo tendrá cuanto necesite; pues, comprendedlo, no puede usar mas de lo que necesita; puede tan solo derrocharlo. Si esta solución os parece absurdamente utópica, como bien pudiera suceder, considerando nuestra actual situación, me es posible rebatiros con solo deciros que, cuando los hombres estén organizados de forma que su trabajo no sea malgastado, serán liberados del miedo al hambre y del deseo de dominio y se sentirán libres y con tiempo de descanso para mirar alrededor y descubrir que es lo que realmente necesitan. Algo de esto puedo imaginar yo mismo, y quiero exponer mis ideas para que podáis compararlas con las vuestras, pidiéndoos que recordéis siempre que, una vez superada la común necesidad del sustento y la morada, las diferencias mismas de capacidad y deseos entre los hombres harán más fácil satisfacer a todos en un estado de cosas comunitario. ¿Que es, pues, lo que yo necesito y que mis circunstancias vitales pueden proporcionarme, dejando a un lado, claro esta, los accidentes inevitables que la cooperación y la previsión no puedan controlar, en caso de que los haya? Bueno, pues mi primera exigencia es la de una buena salud; y digo que una gran cantidad de gente, en la civilización, apenas si tiene idea de lo que esto significa. Sentir la misma vida como un placer; disfrutar del movimiento de los propios miembros y del ejercicio de las facultades físicas; jugar, como si dijéramos, con el sol, la lluvia y el viento; regocijarse en la satisfacción de los apetitos naturales propios del animal humano, sin temor por ello a la degradación, sin la conciencia de estar haciendo algo malo; si, y además estar bien formado, con miembros rectos, constitución recia, semblante expresivo: ser hermoso, en una palabra, esto también lo exijo. Si no podemos satisfacer esta exigencia, no seremos más que pobres criaturas, después de todo; y lo reivindico en las mismas narices de esas horribles doctrinas ascéticas que, nacidas de la desesperación de los oprimidos y humillados, han sido usadas durante siglos como instrumentos para la perpetuación de esta opresión y degradación. Y esto seguro de que esta reivindicación para todos nosotros de disfrutar de un cuerpo sano implica otras exigencias: pues, ¿Quien sabe de donde surgió la primera se milla de la enfermedad, que aun la gente rica padece? ¿Del lujo de algún antepasado? Tal vez, aunque es más probable, sospecho, que surgiera de su pobreza. Y en cuanto al pobre, un medico distinguido ha dicho que hay una enfermedad que todos los pobres padecen: el hambre; y, por mi parte, indicare algo cierto: si un hombre se halla de algún modo sobrecargado de trabajo, no puede gozar en absoluto de esa salud de la que hablo; ni tampoco puede si se encuentra encadenado indefinidamente a una rutina aburrida de trabajo mecánico, sin esperanza alguna de librarse de ella; ni tampoco si vive en una continuada y sórdida angustia por su sustento; ni si vive en una casa ruinosa; ni si se le priva de la facultad de deleitarse en la belleza natural del mundo; ni si no goza de alguna diversión para reavivar su espíritu de vez en cuando; todas estas cosas, que se relacionan mas o menos directamente con su condición física, nacen de la exigencia que he planteado de vivir una vida sana. Claro que me temo que todas estas condiciones deban estar en vigor durante varias generaciones, antes de que la población en general, como ya sugerí, sea realmente sana. Pero tampoco dudo de que en el transcurso del tiempo y junto con otras condiciones de las que hablaremos en lo sucesivo, irán engendrando gradualmente una población así: una población que viva disfrutando, al menos, de su vida animal, feliz por ello, y bella de acuerdo con la belleza de su raza. Llegados a este punto quiero indicar que las variaciones de las razas humanas obedecen a las condiciones bajo las que viven, y aunque en estas latitudes del mundo, mas desapacibles, carecemos de algunas de las ventajas del clima y del medio, seria posible, si trabajásemos por el sustento y no por el beneficio, neutralizar fácilmente muchas de las desventajas de nuestro clima, las suficientes para dar rienda suelta al pleno desarrollo de nuestra raza. Mi segunda exigencia es la educación. Y no debéis decir que actualmente todo niño ingles recibe una educación; esa clase de educación no responde a mi exigencia, aunque admito de buen grado que ya es algo; algo, pero, pese a todo, una educación solamente clasista; lo que exijo es una educación liberal, es decir, participar de los conocimientos del mundo, según mi capacidad, inclinación o inteligencia, bien sean históricos o científicos; pero también participar de la habilidad manual que existe en el mundo, ya sea mediante un arte industrial o mediante Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 32 de 44 las bellas artes: pintura, escultura, música, teatro, etc.... Exijo que se me enseñe, si puedo aprenderlo, más de un solo oficio que ejercer en beneficio de la comunidad. Podréis pensar que es una exigencia demasiado amplia, pero estoy convencido de que no es demasiado amplia si la comunidad debe obtener algo de mis capacidades especificas, y si no vamos a ser todos reducidos al mismo rasero de mediocridad, tal como ocurre ahora, exceptuando a los mas fuertes y resistentes de entre nosotros. Pero se también que esta exigencia de educación implica otra de servicios públicos, tales como bibliotecas generales, escuelas y cosas por el estilo, que ningún particular, ni siquiera los mas ricos, podría dirigir; pido estas cosas con mucha confianza, pues estoy seguro de que ninguna comunidad razonable podría soportar la existencia sin una ayuda de ese tipo para una vida decente. Y la exigencia de una educación también presupone la exigencia de ocio abundante, y esto, una vez mas, lo exijo confiadamente, puesto que, una vez que nos hayamos sacudido la esclavitud del beneficio, el trabajo será organizado con tan poco despilfarro que no recaerá sobre el individuo ninguna carga excesiva; cada uno de nosotros tendrá que pagar tributo, como lo mas natural del mundo, mediante algún trabajo que sea realmente útil. Actualmente debéis advertir que toda la asombrosa maquinaria que hemos inventado ha servido solo para incrementar la cantidad de los beneficios embolsados por ciertos individuos para su propia ventaja, parte de los cuales se utilizan como capital para la multiplicación del beneficio, siempre con el mismo derroche que lo acompaña y otra parte como riquezas privadas o medios para una vida de lujo que es de nuevo un puro despilfarro y debe considerarse como una hoguera en la que los ricos queman todo el producto del trabajo robado a los trabajadores que estos no pueden gastar. Por eso digo que, pese a todos nuestros inventos, bajo el actual sistema ningún obrero trabaja una hora menos debido al ahorro de una de esas maquinas ahorradoras de trabajo, según se llaman. Pero en un estado de cosas mas afortunado, las maquinas serian utilizadas tan solo para ahorrar trabajo, y el resultado seria que la comunidad ganaría una gran reserva de ocio, que podría añadir al logrado mediante la eliminación del despilfarro del lujo estéril y la abolición de la servidumbre de la guerra comercial. Respecto a ese ocio tengo que decir que, al no perjudicar en ningún caso con el a nadie, si podría muchas veces beneficiar a la comunidad participando del arte o bien desenvolviéndome en una ocupación manual o intelectual que pudiera proporcionar placer a muchos de mis ciudadanos; en otras palabras, una buena proporción del mejor trabajo realizado seria hecho durante el tiempo libre de los hombres, aliviados ya de la angustia por el sustento y deseosos de poner en practica sus talentos específicos, como todo hombre y como todo animal sienten. Por otra parte, el ocio me permitiría divertirme y ampliar mi mente viajando, si tuviera interés en ello; pues, pongamos por ejemplo que fuera zapatero; si un orden social correcto estuviera ya establecido, nada implica que estuviera obligado a hacer zapatos siempre o en un mismo lugar; algún acomodo fácil de imaginar me permitiría, por ejemplo, ir tres meses a Roma a hacer zapatos y regresar con nuevas ideas sobre la construcción -producto de la contemplación de las obras de otras épocas- que, junto con otras cosas, pudieran muy bien ser de utilidad en Londres. Ahora bien, para que mi ocio no fuera a parar en la mera inactividad y futilidad, es preciso que indique una demanda sobre el trabajo a realizar. Nada es tan importante para mi como esta exigencia, y os ruego que me permitáis decir unas palabras sobre ella. He dicho ya que probablemente emplearía mi tiempo libre en hacer una buena cantidad de lo que hoy llamamos trabajo; pero es evidente que, si soy miembro de una comunidad socialista, tengo que colaborar en algunos trabajos mas duros que ese: la parte proporcional de acuerdo con lo que soy capaz de hacer, claro esta; no tumbándome en un lecho de Procusto; pero incluso esta parte de trabajo necesaria para la existencia de la vida social mas simple debe, en primer lugar y aunque sea otra cosa, ser un trabajo razonable; es decir, debe ser un trabajo tal que cualquier buen ciudadano pueda comprender su necesidad; y como miembro de la comunidad deberé entonces aceptar hacerlo. Para dar dos ejemplos claros del caso contrario: podéis asegurar que no me resignare a ser disfrazado de rojo y enviado a batirme con mis hermanos franceses, alemanes o árabes en una pelea que no entiendo; antes de aceptarlo me rebelaría. Y tampoco me resignaría a perder mi Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 33 de 44 tiempo y mis energías haciendo cualquier chuchería que se que solo un loco puede desear; me rebelaría antes que hacerlo. Sin embargo, podéis estar seguros de que en un estado de orden social no necesitaría rebelarme contra ninguna de esas muestras de sinrazón; pero ahora tengo que hablar de cómo vivimos y cómo podríamos vivir. Además, si el trabajo necesario e imprescindible fuera de tipo mecánico, tendría derecho a ser ayudado por una máquina, no para abaratar mi tarea, sino para que en el se invirtiera el mínimo tiempo posible y para que pudiera pensar en otras cosas mientras me ocupara de la maquina. Y si el trabajo es especialmente duro o agotador, estoy seguro de que convendréis conmigo en que debería realizarse por turnos: quiero decir que, por ejemplo, no se debe esperar que ocupe siempre mis horas de trabajo en el fondo de una mina de carbón. Creo que un trabajo como ese debe ser en gran parte trabajo voluntario y realizado, como ya he dicho, por turnos. Y lo que he dicho acerca de los trabajos muy duros, lo digo también de los que son desagradables. Por otra parte, me merecería una opinión muy pobre el hombre que, siendo de constitución fuerte y saludable, no sintiera cierto placer al realizar un trabajo duro, suponiendo claro esta, que trabajara bajo las condiciones ya citadas, es decir, sintiéndose útil (Y, por consiguiente, teniéndolo a honra), no siendo su tarea interminable ni desesperada y habiéndola emprendido por propia voluntad. La última exigencia que planteare en cuanto a mi trabajo, es que el lugar en que este se realice, fábricas o talleres, debe ser agradable, así como son agradables los campos en los que se realiza el más necesario de todos los trabajos. Creedme: no hay nada en el mundo que lo impida, salvo la necesidad de extraer beneficios de todos los productos; en otras palabras, los productos son abaratados a expensas del pueblo, que esta obligado a trabajar hacinado en antros malsanos, escuálidos y ruinosos, o sea son abaratados a expensas de la vida del trabajador. Y con esto he acabado mis exigencias referidas al trabajo necesario, mi tributo a la comunidad. Estoy seguro de que la gente encontrara, a medida que avance en su posibilidad de lograr un orden social, que una vida así vivida es mucho menos costosa de lo que hoy podemos imaginar, y de que, tras un cierto tiempo, se sentirá bastante más interesada en buscar trabajo que en evitarlo, que nuestras horas de trabajo serán así alegres reuniones en las que hombres y mujeres, jóvenes y viejos, disfrutarán de su trabajo, y no como ahora en que todo se reduce a malhumor y aburrimiento. Llegara entonces el momento adecuado para el nacimiento del nuevo arte, tan discutido y por tanto tiempo diferido. La gente no podrá evitar el deseo de expresar el regocijo y placer de su trabajo de un modo tangible y mas o menos permanente, y el taller será de nuevo una escuela de arte, a cuya influencia nadie podrá escapar. Y de nuevo la palabra arte me lleva a plantear mi ultima exigencia, y es que el ambiente material que nos rodee sea agradable, generoso y bello; se que es una exigencia amplia, pero os diré que, si no puede ser satisfecha, si toda comunidad civilizada no puede proporcionar ese ambiente a todos sus miembros, prefiero que el mundo no siga; la existencia del hombre habrá sido pura miseria. No creo que, bajo las actuales circunstancias, sea posible hablar demasiado sobre este asunto. Pero estoy seguro de que llegara el día en que la gente encuentre difícil de creer que una comunidad rica como la nuestra y con tal dominio sobre la naturaleza exterior, haya podido resignarse a vivir una vida tan mezquina, andrajosa y sucia como la nuestra. Y, de una vez por todas, no hay nada en nuestras circunstancias, salvo la persecución del beneficio, que nos arrastre a ello. Es el beneficio el que amontona a los hombres en enormes e imposibles aglomeraciones llamadas ciudades, por ejemplo; es el beneficio el que allí los hacina en barrios cerrados, sin jardines ni espacios abiertos; es el beneficio el que no toma la mas mínima precaución contra la inmersión de distritos enteros en nubes de humos sulfurosos; el que transforma hermosos ríos en inmundas cloacas; el que condena a vivir a todos, salvo a los ricos, en casas difícilmente sujetas y apretujadas en el mejor de los casos, porque en el peor no hay ni siquiera palabras para designar tal ruindad.

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Me parece imposible que podamos soportar tan crasa estupidez; pero no se que no lo haríamos si pudiéramos evitarlo. No la soportaremos cuando los obreros se quiten de la cabeza que son un mero apéndice del proceso de creación de beneficios, que cuanto mas beneficio se obtenga, mayores empleos y salarios mas altos tendrán y que, por lo tanto, toda la inmundicia increíble, el desorden y la degradación de la civilización moderna no son mas que signos evidentes de su esclavitud. Cuando hayan dejado de ser esclavos exigirá, como lo mas natural del mundo, que cada hombre y que cada familia puedan tener una morada generosa; que cada niño pueda jugar en un jardín cercano a la casa de sus padres; que las casas, por su evidente decencia y orden, puedan ser ornamentos de la naturaleza y no desfiguraciones de ella, porque es casi seguro que la decencia y el orden mencionados, cuando lleguen a ser habituales, llevaran a la belleza en la construcción. Todo esto será posible con unas gentes -es decir, con una sociedad- debidamente organizadas, en posesión plena de los medios de producción, no como propiedades individuales, sino para uso de todos en el momento en que la ocasión lo exija; y solo en esos términos es posible; en cualesquiera otros la gente será arrastrada a acumular riquezas privadas para si misma, y la consecuencia será una vez mas el derroche de los bienes de la comunidad y la perpetuación de la división de clases, lo que significa guerra y despilfarro continuos. Si nos referimos al grado en que sea deseable o necesario que, bajo un orden social, la gente viva en común, hay una gran divergencia de opiniones, según nuestras respectivas tendencias en la vida social. Por mi parte no veo por que deba considerarse molesto el tener que comer con aquellos con quienes trabajamos. Estoy seguro de que respecto a muchas cosas, como libros valiosos, cuadros, belleza del medio ambiente, veremos que lo mejor es aunar nuestros esfuerzos; y debo decir que, a menudo, cuando enfermo de asco al contemplar la estupidez de esas mezquinas madrigueras que los ricos se construyen para si mismos en Bayswater y en otros lugares, me consuelo imaginando la noble residencia comunal del futuro, de materiales ricos, generosa en ornamentación, valiosa, vivificada por los mas nobles pensamientos de nuestra época y del pasado, plasmado con el mejor arte que un pueblo libre y viril pueda producir; una morada de un tipo tal para el hombre que ni en belleza ni en conveniencia podría lograr jamás ninguna empresa privada, porque solo el pensamiento y la vida colectivos podrían fomentar las aspiraciones que darían nacimiento a esta belleza, al tener la destreza y el tiempo libre necesarios para realizarla. Por mi parte, no me parecería en absoluto una molestia el tener que leer mis libros y reunirme con mis amigos en un lugar así; y no creo que pudiera estar mejor viviendo en una casa vulgarmente estucada y cubierta de tapices que desprecio, donde la vida resulta degradante para el espíritu en todos los aspectos y enervante para el cuerpo, simplemente porque pueda llamarla mía, mi casa. No es una observación muy original, pero de todas formas la haré: mi casa es el lugar donde me encuentro con las personas que me son simpáticas y a quienes amo. Bueno, al menos esta es mi opinión como miembro de la clase media. Si un miembro de la clase obrera pensara que la posesión familiar de su pequeña y destartalada habitación era preferible a participar del palacio de que he estado hablando, lo dejo a su opinión, y a la imaginación de la clase media, que a veces concibe el hecho de que ese trabajador esta apretujado, sin espacio ni comodidades, por ejemplo, el día de hacer la colada. Antes de dejar este tema del medio que rodea la vida, me gustaría enfrentarme con una posible objeción. He hablado de que la maquinaria podría usarse libremente para evitar a los hombres el aspecto mas mecánico y necesario del trabajo; y se que para cierta gente culta, gente de mentalidad artística, la maquinaria les resulta particularmente desagradable y no dudaran en decir que no se podrá lograr un medio vital agradable mientras estemos rodeados de máquinas. Por mi parte, esto me parece absurdo; lo que tanto perjudica a la belleza de la vida hoy día es el hecho de permitir que las maquinas nos dominen, en lugar de servirnos. En otras palabras, es la muestra del terrible crimen en que hemos caído, al utilizar el control de las fuerzas de la naturaleza para esclavizar a la gente, preocupándonos poco, mientras tanto, toda la felicidad que robamos a sus vidas. Sin embargo, y para consuelo de los artistas, diré que tengo la creencia cierta de que lo primero a que el estado de orden social nos conducirá será a un gran desarrollo de la maquinaria para fines realmente útiles, porque la gente estará todavía ansiosa de acometer el Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 35 de 44 trabajo necesario para mantener a toda la sociedad unida; pero tras un cierto lapso de tiempo se darán cuenta de que, en realidad, no hay tanto trabajo que hacer como imaginaban, y entonces tendrán tiempo suficiente para estudiar de nuevo toda la cuestión; y si les parece que una determinada industria pudiera funcionar de forma mas agradable para sus obreros y mas efectiva para los productos utilizando la mano de obra en vez de la maquinaria, no dudaran en desembarazarse de su maquinaria, porque entonces podrán hacerlo. Ahora no es posible; no tenemos la libertad de hacerlo; somos esclavos de los monstruos que hemos creado. Tengo también una cierta esperanza de que la misma elaboración de la maquinaria en una sociedad cuyo propósito no sea la multiplicación del trabajo, como lo es ahora, sino la realización de una vida agradable como ocurriría bajo el orden social, que la elaboración de la maquinaria, digo, nos conduzca a una simplificación de la vida y, por tanto, de nuevo a la limitación de la maquinaria. Y con esto dejo ya, tal como las he planteado, mis exigencias por una vida decente. Para resumirlas brevemente son; primero, un cuerpo saludable; segundo, una mente activa, compenetrada con el pasado, el presente y el futuro; tercero, una ocupación apta para un cuerpo sano y una mente activa y cuarto, un mundo hermoso en que vivir. Esas son las condiciones de vida que el hombre refinado de todas las épocas se ha propuesto conseguir por encima de todo. Pero tan a menudo ha sido frustrado en su empeño que ha vuelto hacia atrás sus ojos con nostalgia, a los días anteriores a toda civilización, cuando la única ocupación del hombre era conseguirse alimentos día a día y cuando la esperanza estaba aun latente o, al menos, no podía ser expresada. Si es que en verdad la civilización (como muchos piensan) niega la realización de la esperanza de lograr unas tales condiciones de vida, la civilización niega entonces al genero humano la posibilidad de ser feliz; y si este es el caso, abandonemos toda aspiración de progreso -mas aun: todo sentimiento de buena voluntad y afecto entre los hombres- y arrebatémonos los unos a los otros todo lo que podamos del montón de riquezas que los tontos crean para que los bribones se críen gordos; o mejor aún, encontremos, tan pronto como nos sea posible, alguna forma de morir como hombres, ya que se nos impide vivir como hombres. Mas vale, sin embargo, cobrar valor y creer que nosotros, los hombres de esta época, hemos recibido a pesar de todo su desorden y complicación, una maravillosa herencia amasada con el trabajo de los que nos han precedido, y que el día de la organización del hombre esta amaneciendo. No somos nosotros los que construiremos el nuevo orden social; la mayor parte de ese trabajo ya lo han hecho las épocas pasadas; pero si que podemos abrir nuestros ojos a los signos de los tiempos: veremos entonces que el logro de una buena condición vital esta siendo posible para nosotros, y que es cosa nuestra alargar los brazos y tomarlo. ¿Pero como? Sobre todo, creo, educando al pueblo para que cobre conciencia de sus capacidades como hombres, de forma que puedan usar en beneficio propio todo el poder político que les esta siendo rápidamente conferido; conseguir que se den cuenta de que el trabajo organizado para el beneficio industrial se esta haciendo inviable y que actualmente todos tendrán que elegir entre la confusión resultante de la ruptura de ese sistema y la determinación de tomar el trabajo entre las manos, organizado hoy para el beneficio, y utilizar su organización para el sustento de la comunidad; conseguir que el pueblo se de cuenta de que los individuos que obtienen beneficios no son ya una necesidad del trabajo, sino un obstáculo, y no solo o principalmente porque ellos sean los eternos rentistas del trabajo -lo cual es cierto-, sino, y esto es mas importante, por el derroche que su existencia como clase exige. Todo esto es lo que tenemos que enseñar a la gente, cuando nosotros mismos lo hayamos aprendido; y admito que es una labor dura y larga; y empiezo por decir que los hombres se han vuelto tan timoratos a todo cambio por temor al hambre, que incluso el mas desgraciado de ellos se muestra reacio y difícil de convencer. Pero, por dura que sea la tarea, la recompensa no admite dudas. El mero hecho de que un grupo de hombres, aunque pequeño, se haya unido para emprender su misión socialista, muestra que el cambio esta ya en marcha. Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 36 de 44 Cuando la clase trabajadora, la parte auténticamente orgánica de la sociedad, tome para si estas ideas, la esperanza surgirá en ella y entonces exigirá cambios en la sociedad, muchos de los cuales no tenderán directamente a su emancipación, porque serán exigidos sin el conocimiento debido de lo único que es esencial reivindicar: la igualdad de condiciones, pero ello ayudara indirectamente a terminar con nuestra falsa y corrompida sociedad, mientras que la exigencia de una igualdad de condiciones será planteada constantemente y de forma cada vez mas fuerte, de modo que tendrá que ser escuchada y entonces, por fin, estaremos solo a un paso del cambio y el mundo civilizado será socializado; y cuando volvamos la vista atrás para contemplar lo que ha ocurrido, nos asombraremos al darnos cuenta del tiempo tan largo que soportamos viviendo como ahora vivimos.

5. La sociedad del futuro Conferencia pronunciada en la Asociación de la Liga Socialista en Hammersmith, el 13 de noviembre de 1887.

Al plantear nuestras exigencias de que la sociedad experimente los cambios que creemos liberaran al trabajo y así lograran una nueva sociedad, a nosotros, los socialistas, nos basta con exigir lo que creemos necesario para que esa sociedad se forme, y estamos seguros de que esos cambios ya se están preparando; creemos que es mucho mejor que presentar esquemas utópicos detallados sobre el futuro. Afirmamos que el monopolio debe concluir y que los que pueden utilizar los medios de producción de riqueza deben tener todas las oportunidades de hacerlo sin que deban estar obligados a entregar una gran parte de la riqueza que ellos han creado a un propietario irresponsable de todo lo necesario para la producción; tenemos fe en las cualidades de regeneración que esta muestra elemental de honradez presenta, y creed que el mundo, así liberado, comenzara un nuevo ciclo de progreso. Estamos preparados a enfrentarnos con ecuanimidad a cualquier obstáculo que pueda acompañar a este nuevo desarrollo, puesto que estamos convencidos de que, en todo caso, será una gran adquisición el liberarnos de un sistema que, últimamente, se ha convertido todo el en obstáculo. La extinción de las incapacidades de un sistema de producción estéril no destruirá, estamos convencidos, los logros que el mundo ya ha obtenido, sino que, por el contrario, hará que esos logros estén a la disposición de toda la población, en vez de limitar su disfrute a unos pocos. En pocas palabras, considerando la situación actual del mundo, hemos llegado a la conclusión de que la función de los reformadores sociales en estos momentos no es la profecía, sino la acción. Es asunto nuestro utilizar los medios que tengamos a nuestro alcance para remediar los males inmediatos que nos oprimen; a las generaciones venideras debemos dejar la tarea de salvaguardar y utilizar la libertad que nuestros esfuerzos les habrán ganado. Sin embargo, sabemos parcialmente la dirección que tomara el desarrollo del mundo en un futuro próximo; el curso de la historia del pasado nos lo enseña. Sabemos que el mundo no puede retroceder sobre sus pasos y que los hombres se desarrollaran rápidamente, tanto corporal como espiritualmente, en la nueva sociedad, sabemos que los hombres serán mucho mas responsables para con la sociedad que las generaciones pasadas; que la necesidad de cooperación en la producción y en la vida en general será sentida de modo mas consciente que lo haya sido nunca; que al ser la vida, en comparación, mucho mas fácil, gracias a la liberación del trabajo, todos los hombres tendrán más tiempo libre y más tiempo para pensar; que el crimen no será frecuente porque no existirán las mismas tentaciones que ahora existen; que la mayor tranquilidad de la vida y el aumento de la educación, unidos, contribuirán a liberarnos de las enfermedades del cuerpo y del alma. En resumen, el mundo no puede dar un paso adelante en defensa de la justicia, la honradez y la bondad, sin que vaya acompañado de un progreso análogo en todas las condiciones materiales de la vida. Al margen de estas certezas, sin las que conocimiento no nos molestaríamos en agitar la opinión pública en favor de un cambio en la base de la sociedad, no podemos evitar el hacer muchas conjeturas sobre lo que no podemos conocer; y repito que estas conjeturas, estas esperanzas o, si preferís, estos sueños del futuro, hacen socialistas a muchos hombres a quienes los razonamientos sobrios de la ciencia y de la economía política, y de la selección de los mas aptos, no convencen nada. Ellas colocan al hombre en el esquema mental apropiado para estudiar las razones de su esperanza; y le dan ánimo para avanzar a través de unos Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 37 de 44 estudios que, como dijo aquel rey árabe, refiriéndose a la aritmética, serían, de otro modo, demasiado aburridos para que el hombre pensara en ellos. Existen, en realidad, dos tipos de mentalidades de los cuales debe ocuparse la revolución social, como otros lo hacen: la mentalidad analítica y la constructiva. Como yo pertenezco al ultimo tipo, me doy perfecta cuenta de los peligros en que incurrimos, y aun mas, tal vez de los placeres que perdemos y creo que agradezco sinceramente -espero- a las mentes mas analíticas su labor de aclararnos las cosas cuando nuestro entusiasmo por la acción nos desvía del camino; también, lo confieso, envidio la beatitud de su soñadora contemplación de la perfección de sus teorías favoritas; la felicidad que nosotros, que utilizamos nuestros ojos mas que nuestro poder de raciocinio para darnos cuenta de lo que ocurre en el mundo, no disfrutamos mas que en contadas ocasiones. Sin embargo, como ellos llamarían sueños a nuestras percepciones instintivas y como casi siempre, al menos en su propia opinión, ponen en aprietos a los mejores de nosotros cuando nos reunimos para discutir con ellos en batallas amistosas, debo ser precavido al hablar sobre ellos, y así, al menos por el momento, solo hablare de los visionarios u hombres prácticos. Y algo que debo confesar desde el comienzo es que los atisbos que tenemos nosotros, los visionarios o gente practica, varían en gran manera entre nosotros, y que no estamos muy interesados en las concepciones de cada uno; en cambio, las teorías de los analistas difieren muy poco las unas de las otras, y ellos muestran un gran interés en las teorías de los demás, del mismo modo que un carnicero se interesa en un buey; es decir, para poder descuartizarlo. Así, pues, no intentare comparar mis visiones con las de otros socialistas, sino que simplemente os hablare de algunas mías y os dejare que hagáis la comparación por vuestra cuenta, si sois visionarios, o bien que, sin ninguna ayuda mía, las critiquéis, si sois de temperamento analítico. En pocas palabras, voy a ofreceros un fragmento de mis confesiones. Quiero contaros como deseo que sea la sociedad del futuro, como si fuera yo a renacer en ella. Me atrevería a decir que algunas de mis visiones os parecerán bastante extrañas. Una de las razones por las que algunos de vosotros podréis pensar que son extrañas es triste y vergonzosa. Siempre he pertenecido a la clase acomodada y nací en el lujo, de modo que necesariamente exijo del futuro mucho mas que una gran parte de vosotros; y la primera de mis visiones, la que ilumina todas las demás, es la visión de un día en que ya no será posible la desvanecencía, en que las palabras pobre y rico, aunque se encuentren aún en los diccionarios, habrán perdido su viejo significado y tendrán que ser explicadas con detenimiento por grandes hombres del tipo analítico, empleando en ello mucho tiempo y muchas palabras y consiguiendo tan solo, al final, que la gente aparente comprenderlas. Ahora bien, para empezar estoy obligado a suponer que la realización del socialismo contribuirá a hacer a los hombres felices. ¿Que es, pues, lo que hace feliz al hombre? Una vida libre y plena, y la conciencia de la vida. O, si preferís, el ejercicio agradable de nuestras energías y el disfrute del descanso que el ejercicio o el consumo de energía hace necesario. Creo que es esa la felicidad para todos y que salva toda diferencia de capacidad y de temperamento entre el más activo y el más perezoso. En ese caso, todo lo que atente contra esa libertad y contra esa plenitud de vida, aunque venga disfrazado para engañarnos, es un mal; es algo de que deberemos librarnos lo más rápidamente posible. No debiera ser tolerado por hombres juiciosos que, naturalmente, deseen ser felices. En ello podéis ver un reconocimiento por mi parte que, me temo, os muestra mi mentalidad no científica. Propone el ejercicio de la libre voluntad de los hombres y me parece que los científicos más avanzados niegan esa posibilidad; pero no os asustéis, no voy a entrar en la polémica del libre albedrío y de la predestinación; sólo quiero afirmar que, si bien los hombres, como individuos, son criaturas de las condiciones ambientales -y, en efecto, creo que así es-, debe ser asunto del hombre, considerado como animal social, o de la sociedad, si preferís, crear ese ambiente que hace que el hombre, como individuo, sea lo que es. El hombre debe crear, y crea, las condiciones bajo las que vive: hagamos que sea consciente de ello y que las cree juiciosamente. Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

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¿Lo ha hecho así hasta ahora? Lo ha intentado, me parece, pero su éxito ha sido más bien modesto, por lo menos en algunas ocasiones. Sin embargo, los resultados de ese éxito modesto le hacen estar muy orgulloso y los llama civilización. A propósito, ha habido entre gentes de diferentes mentalidades muchas discusiones sobre si la civilización es un bien o un mal. Nuestro amigo Bax, en un articulo muy inteligente sobre el tema, puso la cuestión, me parece, en sus justos términos, al indicar que, considerada como paso algo mejor, la civilización es un bien; pero considerada como resultado, es un mal. Siguiendo esa opinión, me declaro enemigo de la civilización; mas aún, puesto que este va a ser un capitulo de mis confesiones, debo deciros que el motivo especial, el de mayor importancia, que me ha llevado a ser socialista, es el odio a la civilización; el ideal que tengo de una nueva sociedad no será cumplido si esa sociedad no destruye la civilización. Porque, si la felicidad es el ejercicio placentero de nuestras energías y el disfrute del descanso necesario, me parece que la civilización, considerada desde un punto de vista estático, en frase de Bax, tiende que negarnos estos dos bienes, y por ello tiende a convertir al hombre en una maquina sin voluntad, a privarlo gradualmente de todas sus funciones animales -excepto las mas elementales- y del placer de realizarlas. El ideal científico del hombre del futuro parecería, así, ser el de una panza intelectual, alimentada por circunstancias sobre las que el hombre no tiene ningún control y sin la facultad de comunicar a sus panzas hermanas los resultados de su inteligencia. Por lo tanto, mi ideal de una sociedad futura es, en primer lugar, la libertad y el cultivo de la voluntad individual, que la civilización ignora o cuya existencia incluso niego; la liberación de nuestra sumisión de esclavos, no de otros hombres, sino de sistemas artificiales que existen para ahorrar al hombre preocupaciones y responsabilidades viriles; para que esta voluntad nuestra sea enérgica exijo para el hombre, ante todo, una vida animal libre y sin trabas; exijo la extinción completa de todo ascetismo. Si sentimos que existe alguna degradación en estar sentimentales, alegres, hambrientos o somnolientos, somos malos animales y, por lo tanto, hombres miserables. Y sabéis bien que la civilización nos pide (si, nos pide) que nos avergoncemos de todos esos sentimientos y obras, hace todo lo posible para rogarnos que los ocultemos y, cuando es posible, para que otros hagan esas cosas en nuestro lugar. En realidad me parece que la civilización casi podría definirse como un sistema organizado para asegurar el ejercicio vicario de las energías humanas en provecho de una minoría de privilegiados. De acuerdo. Sin embargo, esta demanda de que todo ascetismo se extinga lleva consigo otra demanda: la extinción del lujo. ¿Os parece una paradoja? No debiera parecerlo. ¿Que acarrea el lujo, sino el descontento enfermizo ante las alegrías sencillas de esta hermosa tierra? ¿Que es sino la deformación de la belleza natural de las cosas en fealdad perversa para satisfacer el apetito embotado de hombres que dejan de ser hombres, de hombres que no trabajan y que no pueden descansar? ¿Deberé deciros lo que el lujo ha hecho en la Europa moderna? Ha cubierto los campos verdes y risueños con chozas de esclavos, ha marchitado flores y árboles con gases venenosos, ha convertido los ríos en cloacas; hasta tal punto que, en muchos lugares de Gran Bretaña, el hombre de la calle ha olvidado lo que es un campo o una flor, y su ideal de belleza es la taberna envenenada por el gas o un teatro de mal gusto. Y la civilización opina que así van bien las cosas y no se fija en ellas; y los ricos piensan, pues les conviene: Todo va bien; la gente ya se ha acostumbrado a ello, mientras puedan llenar sus barrigas con las cáscaras que los cerdos desprecian, bastante hay”. Y todo eso, ¿para que? ¿Para que se pinten cuadros hermosos, para que se construyan bellos edificios, para que se escriban buenos poemas? ¡Oh, no! Esas son obras de épocas anteriores al lujo, anteriores a la civilización. El lujo, por el contrario, se dedica a construir clubs en Pall Mall10 y a tapizarlos, como si fueran clubs de damas delicadas e invalidas, para que los usen varones de grandes bigotes: para que allí puedan holgazanear rodeados de un afeminamiento tan ridículo que los lacayos engalanados que esperan a quienes allí se recrean son más hombres que ellos. No necesito decir más que esto: un gran club es la misma identificación del lujo.

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Calle de Londres famosa por sus clubs elegantes. (N. del T.)

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Podéis bien ver que me entretengo en este asunto del lujo, que es en realidad enemigo jurado del placer, porque no quiero que los trabajadores consideren a un club elegante como algo deseable, ni siquiera temporalmente. Se cuan difícil es para ellos, desde su pobreza y su miseria, dirigir la mirada hacia una vida de placeres reales y varoniles; y, sin embargo, les pido que piensen que la buena vida del futuro tendrá el menor parecido posible a la vida de los ricos actuales: esa vida de rico es solamente el lado opuesto de su propia miseria: y con toda certeza, puesto que es causa de miserias, no puede haber en ella nada envidiable ni deseable. Cuando nuestros adversarios digan, como a veces ocurre: “¿Como podremos obtener una vida placentera en una sociedad socialista?”, contestadles con altanería: “No podremos, y no nos importa, porque no la queremos y no la aceptaremos”; en realidad estoy seguro de que no podremos si todos somos hombres libres y unidos. Los hombres libres deben vivir vidas sencillas y tener placeres sencillos; y si nos cruzamos de brazos apartándonos de esa necesidad en la actualidad, es porque no somos hombres libres y porque, consecuentemente, hemos envuelto nuestras vidas en tan complejas dependencias que nos hemos vuelto débiles e indefensos. Pero, de nuevo, ¿Que es la sencillez? ¿Creéis, por casualidad, que me refiero a una serie de casas de ladrillo amarillo y pizarra azul o a un falansterio que equivalga a una pensión de Peabody11 mejorada, en que un toque de campana llame a la comida, una fila de tazones blancos llenos de caldo, un trozo de pan bien cortado para cada uno, te de olla y pudding de arroz mal cocido de postre? No. Ese es el ideal de los filántropos, no el mío; y si lo indico aquí es solo para repudiarlo y para decir: “Esa es, de nuevo, una vida degradada, y, por lo tanto, carente de placer”. No, os digo, descubrid que es lo que vosotros consideráis placentero y hacedlo. No os veréis solos para cumplir vuestros deseos; obtendréis muchísima ayuda para llevarlos a cabo y desarrollaréis la vida social al desarrollar vuestras propias tendencias particulares. Así, pues, mi ideal es, en primer lugar, una vida espontánea, y luego, una vida sencilla, y natural. En primer lugar deberéis ser libres, y luego debéis aprender a obtener placer de todos los pequeños detalles de la vida: lo cual, es efecto, será necesario, porque, como los demás serán libres, tendréis que hacer vosotros vuestro propio trabajo. Esto se halla en contradicción directa con la civilización, que nos dice: “Evitad problemas”, lo cual solo se puede obtener haciendo que otras personas vivan vuestra vida por vosotros. Yo proclamo, y los socialistas debieran proclamar: “Buscad los problemas y convertid vuestros problemas en placeres. Eso siempre lo mantendré- es la llave de una vida feliz. Intentemos ahora utilizar esa llave para abrir varias puertas cerradas del futuro: y deberéis recordar, naturalmente, que al hablar de la sociedad del futuro me tomo la libertad de pasar por alto el período de transición -sea cual fuere- que dividirá la sociedad actual de la ideal; y, sin ninguna duda, esto todos nosotros debemos mas o menos crear en nuestra mente cuando hayamos determinado definitivamente nuestra creencia en la regeneración del mundo. Veamos, en primer lugar, que forma tendrá la organización de los hombres en la nueva sociedad; es decir, su posición política. La sociedad política tal como la conocemos tendrá que llegar a su fin; las relaciones entre hombre y hombre ya no estarán determinadas por el status o por la propiedad. Ya no será la posición jerárquica, el cargo de cada hombre, lo que se tenga en consideración, como ocurría en la Edad Media, ni tampoco su propiedad, como ahora, sino su persona. El contrato, impuesto por el Estado, se habrá desvanecido en el olvido, al igual que la santidad de la nobleza hereditaria. Así, de un solo golpe, nos liberaremos de todos esos aspectos artificiales que nos exigen sacrificar nuestra propia vida a la supuesta necesidad de una institución que debe ocuparse de unos problemas humanos que tal vez nunca se den; si en algún momento existen derechos y deseos contradictorios, serán tratados según sus propios méritos, es decir, según la realidad y no según la legalidad. La propiedad privada, naturalmente, no existirá como derecho: habrá tal abundancia de todo lo que normalmente nos es necesario, que entre personas privados no habrá necesidad de ningún intercambio evidente o inmediato, aunque nadie querrá entrometerse en los asuntos que parezca que han arraigado en estas o en aquellas personas de tal modo que hayan llegado a ser parte e sus costumbres, por decirlo así.

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Se refiere a Georges Peabody (1795-1869), comerciante y banquero norteamericano afincado en Londres desde 1838 y ejemplo de filantropismo. (N. del T.) Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

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Ahora bien, respecto a la ocupación laboral, con toda claridad no podremos mantener la misma división del trabajo que ahora existe; los sirvientes domésticos, los empleados de alcantarillas, matarifes, recaderos, limpiabotas, peluqueros y todo lo demás llegarán a su fin; o bien haremos que todas estas ocupaciones nos sean agradables de algún modo, o lo sean para algunas personas que se ocupen de ellas voluntariamente, o tendremos que dejarlas caer en un desuso total. Una gran cantidad de oficios fastidiosos llegaran a su fin: si se estampa un diseño en un tejido o se pone un adorno en el asa de una jarra no será para venderlo mejor, sino para hacerlo mas hermoso y para satisfacernos a nosotros mismos y a los demás. Aunque se fabriquen utensilios vulgares o inferiores se deberá a la función de uso que desempeñen y no a su precio. Como no habrá esclavos, no tendrán ninguna utilidad objetos que solo necesitan esclavos. La maquinaria, probablemente, en gran medida habrá cumplido su papel de permitir que los trabajadores se libren de las cadenas del privilegio, que será, me parece, muy cercenado. Posiblemente unas cuantas maquinas, las mas importantes, serán muy mejoradas, y esa multitud de maquinas no importantes caerá en desuso y podremos utilizarlas o no según nos apetezca, y así, por ejemplo, si queremos ir de viaje no estaremos obligados a ir en ferrocarril, como ahora ocurre, en interés de la propiedad, sino que podremos gozar de nuestro antojo personal y viajar en carro, a lomos de burro o como queramos. Además, como la aglomeración de la población ya habrá servido su propósito de facilitar a la gente oportunidades de intercomunicación y de hacer que los trabajadores se sientan solidarios, también llegará a su fin, y los enormes distritos industriales serán divididos, y la naturaleza curara las cicatrices horribles que la avaricia sin limites y el terror estúpido de los hombres han causado: porque ya no existirá esa necesidad imperiosa de que el tejido de algodón salga ni una milésima de un céntimo mas barato este año que el año anterior. Podremos elegir libremente trabajar media hora más al día para conseguir un hogar limpio y unos campos verdes, y no dependerá la falta de alimentos o la miseria de miles de personas de algún ligero e insignificante capricho de los mercados hacia mercancías que no vale la pena elaborar. Naturalmente (como debiera haber dicho con anterioridad) muchos objetos ornamentales serán hechos en privado, en las horas libres que la gente tenga; y muy fácilmente podrían hacerlo, puesto que no exige tanta inventiva la creación de una autentica obra de arte como la fabricación de una maquina para la producción de malos sucedáneos. Y, naturalmente, los centros de mera estafa y de servilismo, como este horrible estercolero en el que habitamos (es decir, Londres), podrán ser eliminados aun con mayor facilidad, y unos cuantos pueblos agradables a orillas del Támesis indicarán el lugar que ocupó esa muestra de locura servil que se llamara Londres. Utilicemos ahora la llave que abre la puerta de la educación del futuro. Nuestra educación actual es solamente comercial y política: ninguno de nosotros es adecuado para ser un hombre, sino que unos son educados para propietarios y otros para siervos de la propiedad. Exijo de nuevo que los resultados lógicos de la revolución se basen en una sencillez no ascética de la vida. Creo que también aquí debemos librarnos de ese fatal sistema de la división del trabajo. Todos debieran aprender a nadar, a ir a caballo, a remar en una barca por mar y por río, todo lo cual no es arte, sino meramente ejercicio corporal que debiera convertirse en algo habitual en la raza; y también una o dos artes elementales de la vida, como la carpintería o la herrería; la mayoría debiera saber herrar un caballo, esquilar ovejas, segar y arar el campo (creo que cuando seamos libres deberemos abandonar la maquinaria agrícola). Luego, además, existen cosas, como cocinar, hornear, coser y otras semejantes, que pueden ser enseñadas a cualquier persona cuerda en un par de horas y que todos debieran saber al dedillo. Todas estas artes elementales serian de nuevo habituales, como también ocurriría imagino- con las artes de leer y de escribir, como también sospecho que ocurriría con el arte de pensar, que actualmente no es enseñado en ninguna escuela ni universidad que yo conozca. Bien, pues; armados de estos hábitos y de estas artes la vida se ofrecería a los ciudadanos como algo que se puede disfrutar, porque, en cualquier ocupación en que ejercitaran sus energías, encontrarían a una comunidad dispuesta a ayudarles con enseñanzas, oportunidades y materiales. Yo, por mi parte, no indicaría a cada uno lo que debiera hacer, pues estoy persuadido de que los hábitos que le hayan dado sus capacidades de hombre les estimularían Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 41 de 44 a usarlas y que ese proceso de disfrute de la vida se desarrollaría, no a expensas de sus conciudadanos, sino para beneficiarles. En la actualidad, sabéis, la ganancia la obtienen como estimulo a la ejecución todos aquellos que no han sido estimulados por el látigo del temor a la muerte por inanición. Es escasa y abriga ante todo la esperanza de que un hombre enérgico, con éxito, llegara a ocupar una posición en la que no tendrá que ejercitar sus energías: el aburrimiento de la sociedad, en resumen, es la corona que premia un ejercicio valeroso en nuestra civilización. Pero dentro de un orden social las ganancias que se ofrecerían al ejercicio de las energías propias de cada persona serian variadas y muy amplias; y seria la última persona en creer que la posibilidad de mero uso personal limitara, ni tampoco pudiera limitar, el esfuerzo humano ante ellas; puesto que los hombres tendrían que reconocer, al fin, que la vida es asunto suyo, y, de una vez por todas, llegarían a la conclusión de que una vida sin esfuerzo es aburrida. Ahora bien, que dirección tomara ese esfuerzo es, naturalmente, algo que no puedo decir; lo único que puedo decir es que nos veremos libres de la sórdida necesidad de tener que trabajar en lo que no nos gusta, que es la maldición dominante de la civilización. Puedo ofrecer una sugerencia y una esperanza, claro que desde un punto de vista naturalmente personal, y es que tal vez la humanidad vuelva a ganar su sentido de la observación, que en la actualidad ha perdido en gran manera. No me refiero aquí a algo que también considero como un hecho, la cantidad de personas de dotes de observación mecánica imperfecta que esta creciendo, si no a lo que supongo se relaciona con ese hecho, y es que la gente, en su casi totalidad, ha dejado de recibir impresiones mentales a través de la vista; mientras que en el pasado los ojos eran los grandes proveedores de la fantasía y de la imaginación. Naturalmente, la gente utiliza los ojos para no caerse cuando baja por una escalera, para no meterse el tenedor en las narices en lugar de meterlo en la boca...., pero como regla general ahí termina la utilidad que la gente obtiene de ellos. Cuando visito una exposición o una galería de arte tengo la costumbre de observar la conducta de las personas que allí se encuentran, y como regla general, me doy cuenta de que parecen estar muy aburridas y que sus ojos se pasean, ausentes, sobre los diversos objetos que se le exhiben y, por raro que parezca, nunca le llaman la atención los objetos extraños o poco corrientes, sin ninguna duda porque apelan a sus mentes principalmente a través del ojo; mientras que, si se encontraran con algo que llevara una etiqueta impresa informándoles de que es algo corriente, se interesarían entonces en ello y se darían golpecitos con el codo. Si, por ejemplo, un hombre de la calle visita nuestra Galería Nacional, lo que quiere ver es el Rafael “Blehnheim”, que aunque sea de buena factura, es un cuadro muy insulso, menos para quien no es artista; pero lo quieren ver porque han oído que el -¡ejem!-, el, el,...digámoslo ya, el ladrón que lo poseía se las arregló para exprimir a la nación de una exorbitante cantidad de dinero a cambio de él. Mientras que, cuando Holbein le muestra a una princesa danesa del siglo XVI, que aun vive en el lienzo, cuya leve y recatada sonrisa aun no se ha apagado en sus ojos; cuando Van Dyck, cuando Botticelli les muestra el cielo tal como vivía en los corazones de los hombres antes de la muerte de la teología, todas estas cosas no les causan ninguna impresión, ni siquiera estimulan su curiosidad para preguntar de que se trata; porque estas cosas se hicieron para ser miradas y para que los ojos transmitan a la mente historias del pasado, del presente y del futuro. Os citare otro caso: Hace ya tiempo, cuando lo que se llama (supongo que en plan de broma) Departamento de Educación de South Kensington tenia cierta relación con el Departamento de Arte, perseguí infatigablemente a cierto grupo a través de las maravillas del arte pasado y me di cuenta de que sus ojos nunca se fijaban, ni una sola vez, en ninguna de esas cosas, pero que se iluminaban de súbito al llegar a una vitrina en que todos los componentes de un filete de vaca, bien analizados, están primorosamente ordenados y etiquetados, y que sus ojos devoraban los pequeños pellizcos de nada en particular, con una fe firme en el analista que yo, lo confieso, no podría compartir, pues me parece que requiere una honradez bastante sobrehumana el no agarrar unos cuantos pellizcos de polvo del camino o de cenizas y hacer que desempeñen el papel de esas sustancias recónditas que su esfuerzo ha sacado a la superficie en ese objeto familiar. En la literatura se encontrara que ocurre lo mismo y que los autores que apelan a nuestros ojos para que estos recojan impresiones mentales son relegados por nuestros críticos mas intelectuales a un segundo plano cuanto menos; pasando de largo a Homero, a Beowulf y a Chaucer, encontrareis que el hombre auténticamente intelectual, levanta a meros juegos de palabras grandilocuentes y a sabuesos de la introversión por encima de maestros de la vida, tales como Scott o Dickens, quienes Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

William Morris - Por el renacimiento del arte. Seis textos. Pág. 42 de 44 narraban sus historias a nuestros sentidos, dejándoles solos para reflexionar sobre la historia que acababan de oir. La verdad es que me he extendido en este tema de la comprensión visual, porque, en mi opinión, es el signo mas evidente de la marcha de la civilización hacia el estadio de existencia de barrigas-intelectuales que ya he criticado; y también porque tengo la seguridad de que no hay necesidad de ninguna exigencia especial para el arte y para la literatura del futuro: las saludables condiciones corporales, el desarrollo perfecto y completo de los sentidos, unido a la ética social justa que nos trajera la destrucción de toda esclavitud, dará como resultado, estoy convencido, en buena lógica, el arte y la literatura debidos, salga lo que salga. Pese a todo, y si me es posible hacer una pequeña profecía, diré que tanto el arte como la literatura y especialmente el arte, apelaran directamente a los sentidos, al igual que lo hizo el arte del pasado. Os dais cuenta de que ya no seréis capaces de soportar novelas que narren los problemas de un matrimonio de clase media, en su lucha socialmente inútil, porque el material de base para tales tesoros literarios habrá desaparecido. Por otra parte, las narraciones genuinas de la historia permanecerán aun con nosotros, y cabe esperar que sean narradas con una vena mas jovial que lo que ahora es posible. Además, por mi parte, tampoco puedo dudar que el arte apelara a los sentidos de los hombres que ahora habrán crecido en buena salud, lo que significa que la arquitectura y las artes emparentadas con ella volverán a florecer entre nosotros como en los días anteriores a la civilización. La civilización imposibilita esas artes porque su política y su ética nos obligan a vivir en un mundo horrible, desordenado e incomodo, un mundo que ofende a nuestros sentidos en todo momento; esa necesidad reacciona, a su vez, en los sentidos y nos fuerza a embotar inconscientemente su agudeza. Un hombre que se de cuenta de las formas externas de las cosas con bastante frecuencia, debe sufrir hoy en día mucho en Lancashire o en Londres, debe vivir en un estado de combate y de ira perpetuos; y en realidad, debe tratar de embotar su sensibilidad, pues de lo contrario puede volverse loco, matar a alguna persona que le irrite y ser ahorcado por ello; lo cual, naturalmente, significa que la gente, gradualmente, llegara a nacer sin esta inoportuna sensibilidad. Por otra parte, consigamos arrancar de nosotros esa coacción irracional y los sentidos crecerán de nuevo hasta llegar a su plenitud debida y normal y exigirán una expresión del placer que su ejercicio nos causa, lo cual, en pocas palabras, equivale al arte y a la literatura, sensibles y humanos a un tiempo. De acuerdo. Ahora intentare llevar estas disgresiones a su final y os daré una idea mas concisa y completa de la sociedad en la que me gustaría volver a nacer. Es una sociedad que no conoce el significado de las palabras propiedad, ley, legalidad ni nacionalidad: una sociedad que gobernada, en la cual la igualdad de condiciones es un hecho recompensado por haber dañado a la comunidad gracias a otorgado.

ni rico ni pobre, ni derechos de no tiene la conciencia de ser aceptado y en la que nadie es unos poderes que se le han

Es una sociedad consciente del deseo de mantener la vida sencilla, de renunciar a algunos de los poderes sobre la naturaleza obtenidos en épocas pasadas, para así ser más humana y menos mecánica, y deseosa de sacrificar algo a ese objetivo. Estará dividida en pequeñas comunidades muy variadas, dentro de los límites permitidos por la ética social apropiada, pero sin rivalidad entre ellas, considerando con horror la idea de una guerra santa. Estando determinados a ser libres, y, por lo tanto, satisfechos de una vida no solo mas sencilla, sino tal vez mas dura que la vida de propietarios de esclavos, la división del trabajo estaría habitualmente limitada: los hombres (Y naturalmente, también las mujeres) se ocuparían de su trabajo y obtendrían su placer de si mismos, no por medio de sustitutos: el vinculo social lo sentirían habitual e instintivamente, de modo que no habría necesidad de estar siempre expresándolo mediante formulas establecidas; la familia basada en la consanguinidad se fusionaría en la de la comunidad y la de la humanidad. Los placeres de ese tipo de sociedad estarían basados en el ejercicio libre de los sentidos y de las pasiones de animales humanos sanos, con tal de que ello no perjudicara a otros individuos de la comunidad y fuese por ello una ofensa contra la unidad social; nadie se avergonzaría de su humanidad ni pediría nada mejor en su pleno desarrollo. Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web

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Sin embargo, de esta libertad saludable surgirían los placeres del desarrollo intelectual, que los hombres de la civilización tan vanamente intentan separar de la vida sensible y glorificar a su costa. Los hombres se interesarían en el conocimiento y en la creación de la belleza por sus propios motivos y no para lograr la esclavitud de sus semejantes, y serian recompensados con el descubrimiento de que sus trabajos mas necesarios se harían interesantes y bellos bajo sus manos, sin ser conscientes de ello. El hombre que sintiera mas intensamente el placer de tumbarse al pie de una colina bajo un tejadillo de juncos, entre el rebaño, en una noche de verano, no seria por ello menos capaz de gozar en la gran sala comunal, con todo su esplendor de arcos y columnas, bóvedas y tracerías. Y aquel que se tomara a pecho el rumor del viento y el romper de las olas mientras estaba al timón de un bote de vela, no seria por ello insensible a la belleza de la música elaborada por el arte. Solo los trabajadores, no los pedantes, pueden producir un arte real y vigoroso. Y en medio de ese trabajo placentero, y todo lo que lo acompañara, desaparecería de la faz de la tierra todo recuerdo de la esclavitud pasada. No estando ya conducidos a la muerte por ansiedad o por temor, deberíamos tener tiempo para evitar deshonrar la tierra con suciedad y miseria, y la fealdad accidental desaparecería junto con la que fue mero resultado de una perversidad fantástica. La teoría extremadamente ruin, como dice Carlyle, de que este mundo es una pesadilla barriobajera, ya no seria conocida. Pero tal vez podáis pensar que si la sociedad fuera de ese modo feliz y pacifica, su mismo éxito podría llevarla de nuevo a la corrupción. Si, bien pudiera ocurrir si los hombres no se mantuvieran valientes y vigilantes: pero he comenzado diciendo que en tal situación serian libres, y los hombres libres estarían llamados a ser responsables, lo cual quiere decir que serán vigilantes y que serán valientes. El mundo aún será mundo, no lo niego; pero hombres como los que he estado pensando serán seguramente más capaces de solucionar los problemas que los habitantes de nuestra actual confusión de autoridad e inconsciente revuelta. Como segunda objeción podrán algunos decir que tal estado de cosas podrá sin duda llevar a la felicidad, pero también al estancamiento. Bien; en mi opinión eso seria una contradicción de términos, si es que estamos de acuerdo en que la felicidad es la causa del ejercicio placentero de nuestras facultades. Y, sin embargo, supongamos lo peor, que el mundo descanse después de pasar por tantos apuros. ¿Que mal habría en ello? Recuerdo que en cierta ocasión, después de haber estado enfermo, me era muy agradable quedarme tumbado en la cama sin dolor y sin fiebre, sin hacer nada más que observar los rayos del sol y escuchar los sonidos de la vida en el exterior. ¿Y no pudiera ser que el gran mundo de los hombres, si de una vez se librara de la lucha delirante por la vida en la falsedad, descansara un rato después de la larga fiebre y no se echara a perder por ello? De cualquier modo, estoy seguro de que seria mejor, con tal de librarnos de su fiebre, pasara lo que pasara; y también estoy seguro de que la sencillez de la vida de que he hablado, que algunos llamaran estancamiento, otorgaría vida plena a una gran masa de la humanidad, y para ellos, al menos, seria un manantial de felicidad. Los elevaría de golpe a un nivel de vida mas alto, hasta que el mundo comenzara a estar poblado, no por gente corriente, sino por hombres honrados, sin esa aguda conciencia de su superioridad que actualmente tienen las personas intelectuales, sino con respeto propio y con respeto hacia la personalidad de los demás, porque se sentirían útiles y felices, es decir, vivos. Y respecto a las personas superiores, si ese mundo no fuera para ello lo bastante bueno, lo siento mucho, pero me veo obligado a preguntarles como se las arreglan para medrar en el mundo actual, que es peor. Tengo la sensación de que tendrían que contestar: “Queremos que sea mejor porque es peor, y por lo tanto, nosotros estamos relativamente mejor”. ¡Hay, amigos míos! Estos son los necios que son ahora nuestros dueños. ¿Que, dueños de locos dice usted? Si, así es; dejemos de una vez de estar locos y dejaran de ser nuestros dueños. Creedme, por eso valdrá la pena luchar, venga después lo que venga. Considerad estas como las ultimas palabras de mi sueño del futuro: la prueba de que habremos dejado de estar locos será que ya no tendremos mas dueños.

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6. El arte y el futuro: “El sentido mas hondo de la lucha” Carta al Daily Chronicle, 10 de noviembre de 1893.

Señor, ¿Me permite añadir unas líneas a su gacetilla sobre mis opiniones acerca del futuro de las bellas artes? Usted mas bien intuye que soy un pesimista en ese tema. No es este el caso; pero me angustia que puedan existir ilusiones respecto al futuro del arte. No creo en la posibilidad de mantener al arte vigorosamente vivo gracias a la actividad, por enérgica que sea, de unos pocos grupos de hombres especialmente dotados y de su reducido circulo de admiradores, en medio de un público incapaz de entender y de gozar de su trabajo. Mantengo firmemente la opinión de que todas las escuelas de arte valiosas deberán ser en el futuro, como lo fueron en el pasado, resultado de las aspiraciones del pueblo hacia la belleza y del gozo auténtico de la vida. Y aun más: ahora que la democracia construye un nuevo orden que emerge lentamente de la confusión del período comercial, estas aspiraciones del pueblo hacia la belleza pueden nacer tan solo de una situación de igualdad práctica de condiciones económicas entre todos los hombres. Finalmente, tengo tanta confianza en que esta igualdad será lograda que estoy dispuesto a aceptar, como consecuencia del proceso de esa adquisición, la aparente desaparición del poco arte que ahora nos queda; porque estoy seguro que de que simplemente una perdida temporal, que será seguida de un nuevo y genuino nacimiento del arte, que será la expresión espontánea del placer de la vida en todo el pueblo. Este, mantengo, es el arte que ansío con placer, no como un vago sueño, sino como auténtica certeza, basada en el bienestar general del pueblo. Es cierto que no veré su florecimiento; por eso me deben perdonar si, junto con otros artistas, intento expresarme por medio del arte actual, que consideramos tan solo como una reminiscencia del arte orgánico del pasado en el que el pueblo participaba, cualesquiera que fuesen las otras desventajas de su situación. Porque el sentimiento del arte en nosotros, los artistas, es genuino, aunque tengamos que trabajar en medio de la ignorancia de aquellos cuya vida entera debiera dedicarse a la producción de obras de arte (a saber: los que hoy fabrican mercancías) y de la fatua pretensión de los que, no haciendo nada útil, se encierran en sus fantasías. Aunque nosotros (los que tienen la misma edad que yo) no veremos el arte nuevo, la expresión del gozo general de vivir, estamos viendo ya ahora su semilla, que comienza a germinar. Pues si el arte genuino es imposible sin la colaboración de las clases útiles, ¿Como pueden estas dirigir su atención a él si viven rodeadas de preocupaciones sórdidas que les agobian día a día? El primer paso, pues, hacia el nuevo nacimiento del arte debe ser una clara elevación de la condición de los trabajadores; su nivel de vida debe ser (al menos) no tan miserable y precario, y su horario de trabajo más breve; y esta mejora debe ser general y estar garantizada por la ley contra las oscilaciones del mercado. Insisto, sin embargo, en que esta mejora solo puede ser realizada gracias a los esfuerzos de los mismos trabajadores. “Por nosotros y no para nosotros”, ese debe ser su lema. El que ellos lo estén descubriendo por si mismos y empiecen a avanzar por ese camino es o que convierte a este año, sin duda, en un año memorable, por pequeña que sea la ganancia real que soliciten. De modo que, señor mío, no solo “acepto”, sino que insisto gozosamente en el hecho de que los mineros están poniendo los cimientos de algo mejor. La lucha contra el terrible poder del beneficio ha sido, en realidad, proclamada por ellos como cuestión de principios, ya no como mero incidente o disputa comercial, y aunque la importancia de este hecho es aceptada por todas partes, creo que aun es subestimada. Por mi parte considero que el rápido proceso hacia la igualdad es ahora cierto, que lo que esos mineros decididos han estado haciendo, frente a tan tremendas contrariedades, otros trabajadores pueden hacerlo y lo harán; y cuando la vida sea mas fácil y mas plena de satisfacciones, la gente tendrá tiempo de mirar alrededor y averiguar lo que desea en materia de arte, y también tendrá la posibilidad de colmar sus deseos. Nadie puede predecir ahora la forma que tomara ese arte. Pero tan cierto es que no dependerá del capricho de unas pocas personas, sino de la voluntad de todos, que cabe esperar que no quedara rezagado con respecto al arte del pasado, sino que superara al arte del pasado en el sentido de que la vida será mas agradable por la ausencia de la violencia y de la tiranía del pasado, a pesar de las cuales y no gracias a ellas, nuestros antepasados produjeron las maravillas del arte popular, alguna de las cuales nos ha transmitido el tiempo. Quedo suyo afectísimo. Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques - [email protected] - http://www.geocities.com/cica_web