Pijama para seis

PIJAMA PARA SEIS MARC CAMOLETTI 05/02/2020 ACTO I Un salón en una casa de campo confortable. A la izquierda, en pri

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PIJAMA PARA SEIS

MARC CAMOLETTI

05/02/2020

ACTO I

Un salón en una casa de campo confortable. A la izquierda, en primer término una puerta de habitación y a continuación un arranque que va la cocina, baño y demás dependencias. A la derecha, dos puertas que dan a sendas habitaciones. Al fondo, un poco a la izquierda, la puerta de entrada de la casa y, a la derecha, una puerta de cristaleras, que da paso al jardín de la casa. Sofá, sillones, sillas, una consola con vasos y botellas y un teléfono, situada entre la puerta de la calle y la del jardín. Una mesa-comedor a la izquierda de la escena. Cuando se levanta el telón, Lydia está colocando la mesa para cenar. Pone el mantel y los platos sobre la mesa, y va a salir cuando suena el teléfono. Descuelga. LYDIA.- ¿Diga?… ¡Sí, soy yo!… ¡Ah, de la agencia! ¿Dígame: me han encontrado por fin una asistenta?…¡Interina…sí, sí, muy bien!… ¿Cuánto?… ¡60 euros por día!... Sí, sí, entiendo. ¿Cómo ha dicho que se llama? ¡Ah, Elena, muy bien! Bueno, pues muchas gracias; adiós señora. ¡Oh, perdón señor!… (Cuelga y se dispone a salir, cuando suena el timbre de la entrada. Va rápidamente a la puerta y abre. Aparece Pablo con una maleta pequeña en la mano) PABLO.- ¡Buenos días! (Lydia le tira hacia dentro, cierra la puerta detrás de él y le salta al cuello para besarlo) LYDIA.- ¡Oh, Pablo, por fin! PABLO.- (Rechazándola y mirando alrededor) ¿No está? LYDIA.- ¡Sí, abajo, en el garaje! PABLO.- ¡Pues ten cuidado, podría subir! LYDIA.- ¡Si acaba de bajar! Estoy encantada de que estés aquí, ¿sabes?. (Le coge la maleta, la posa y va a abrazarse a él) ¿Y tú, estás feliz? PABLO.- Si no fuera así, ¿estaría aquí? (La mira durante un tiempo minúsculo que permanecen unidos). Estamos locos, ¿no? LYDIA.- ¡Claro que sí! ¡Pero es maravilloso! Cuando me ha dicho Armando que te había invitado el fin de semana, he estado apunto de besarle, ¡fíjate! PABLO.- Y el caso es que parecía muy interesado en que viniera. 2

LYDIA.- ¡Pues yo también! (Muy cerca de él.) Espero que, en algún momento, lleguemos a encontrarnos los dos solos: ¡tú y yo! PABLO.- ¡Sí, sí, ya veremos! Pero es preciso tener mucho cuidado. LYDIA.- ¡Por supuesto! PABLO.- ¡Y sobre todo, nada de imprudencias! LYDIA.- ¡Que no, no te inquietes! Mira, te he preparado la habitación de ahí. (Señala la puerta primera derecha. Se oye una puerta en el exterior que se cierra) PABLO.- ¡Ya! (Armando entra por el jardín.) ARMANDO.- ¡Ah, ya estás aquí! (Va hacia él muy efusivamente) PABLO.- ¡Acabo de llegar! ARMANDO.- Bueno, y ¿qué tal? ¡Estoy encantado de verte! PABLO.- ¡Sí, yo también! ARMANDO.- ¡Tienes un aspecto estupendo! PABLO.- ¡Y tú, tú también! ¡Os tengo que dar las gracias por vuestra invitación! ARMANDO.- ¡Pero, qué dices! ¡Un amigo como tú! Vamos, es lo normal. PABLO.- Pero es que… no sé, no querría molestaros. ARMANDO.- ¿Molestarnos? ¡Nosotros estamos encantados de que estés aquí! (A Lydia) ¿no es verdad, cariño? LYDIA.- ¡Claro que sí! PABLO.- Yo también, yo también. LYDIA.- ¡Bueno, Armando, recuerda que tenemos que ir a comprar, que mañana estará todo cerrado!… PABLO.- Por mí no os molestéis; no hace falta nada extraordinario. LYDIA.- ¡Por supuesto que sí! (A Armando) ¿Verdad, cariño? ARMANDO.- ¡Naturalmente! Es la primera vez que vienes aquí, ¿no? PABLO.- ¡Sí, si! Es muy bonita la casa, está puesta con mucho gusto. ARMANDO.- Lydia es quien ha hecho todo. Tiene un gusto exquisito. PABLO.- Sí, eso ya lo sé; quiero decir que lo veo… en fin… que se nota. LYDIA.- Encantada de que te guste, pero no tengo tanto mérito: solo elegir entre el stock que tengo en la tienda. PABLO.- ¡Pues, bravo por la elección! LYDIA.- Gracias. ARMANDO.- Por cierto, ¿le has dicho cuál es su habitación? LYDIA.- Lo iba a hacer justo cuando has llegado. ARMANDO.- Bien, pues es esa. (Señalando hacia una puerta. A Lydia) Es esa la que querías que tuviera, ¿no? 3

LYDIA.- ¡Sí, sí, es la más grande! (A Pablo). Si quieres ir a dejar la maleta… PABLO.- ¡Es una buena idea!. ARMANDO.- Muy bien, adelante, estás en tu casa. PABLO.- Gracias. (Sale, cogiendo su maleta, y cierra la puerta detrás de él) LYDIA.- ¡Ah, Armando! A propósito, la agencia me ha telefonado. Nos envían una asistenta. Espero que sea buena. ¡Se llama Elena! ARMANDO.- ¿Elena? LYDIA.- Sí, ¿qué pasa? ARMANDO.- ¡Eh, nada! Elena, ¿verdad? Muy bien. (Pablo entra.) PABLO.- ¡Formidable, la habitación! LYDIA.- ¿Te gusta? PABLO.- ¡Mucho! ¡Es verdaderamente estupenda esta casa! LYDIA.- ¡Desgraciadamente, no la disfrutamos lo suficiente! Bueno, voy a la cocina a terminar la lista de lo que necesitamos comprar. ARMANDO.- ¡Muy bien, anda! LYDIA.- ¡Hasta ahora! (Sale hacia la cocina). PABLO.- Sí, sí, hasta ahora. ARMANDO.- ¡Siéntate! ¿Quieres beber algo? PABLO.- Bueno, gracias. ARMANDO.- ¿Wisky? PABLO.- Si, muy bien, sin hielo. (Armando va preparando las copas mientras siguen hablando) ARMANDO.- ¡Pablo, amigo, es estupendo que hayas venido, porque tenía absoluta necesidad de hablar contigo. PABLO.- ¿Ah sí? ¿Y eso? ARMANDO.- ¡Toma! (Le da su vaso) ¿Hace cuánto? quince años que nos conocemos, ¿no? PABLO.- ¡Por lo menos! ARMANDO.- Ya sabes que tengo plena confianza en ti. PABLO.- ¡Puedes tenerla! ARMANDO.- ¿Me juras por nuestra amistad que lo que te voy a decir quedará entre nosotros? PABLO.- ¡Sí, sí, está bien! ¡Lo… lo juro! ARMANDO.- Verás: Hace un mes que yo me encontré por azar… una modelo… PABLO.- ¿Ah sí? ARMANDO.- Sí... en fin, ¡algo despampanante! 4

PABLO.- ¿Despampanante? ARMANDO.- Sí. ¿Te sorprende? PABLO.- No, no, pero… ARMANDO.- Resumiendo, que yo… me he encariñado de esta chica… PABLO.- ¿Ah, sí? ARMANDO.- Sí. Y ahora no te molestes, eh… además del placer que me da verte, esa mujer es la razón principal por la que te he pedido que vinieras. PABLO.- ¿Ah, sí? ARMANDO.- Pero no me repitas todo el rato lo mismo ¿Ah, sí? PABLO.- ¡Vale! Es que no sé yo… o sea que no entiendo a qué viene todo esto. ARMANDO.- ¡Es muy simple! Verás: como yo no podía dar a Lydia un pretexto válido para quedarme este fin de semana en Madrid, te he invitado para no verme obligado a dejar a Helena sola el día de su cumpleaños. PABLO.- ¿Helena? ARMANDO.- ¡Si! Es el nombre de mi… en fin… es su nombre. PABLO.- ¡Ah…bien! Sí, sí, de acuerdo, se llama Helena. Pero, francamente, no veo qué tiene que ver todo eso conmigo. ARMANDO.- ¡Está muy claro: te he invitado para que ella pueda venir aquí!. PABLO.- ¿Que ella va a venir? ARMANDO.- ¡Naturalmente! PABLO.- Desde luego, a ti no te falta morro: ¡hacer venir a tu amante a tu casa! ARMANDO.- ¡Ah, no, no! No es eso. ¡No soy yo el que la hace venir aquí, eres tú! PABLO.- ¿Yo? ¡No entiendo! ARMANDO.- ¡Veamos! Como no podía invitarla yo mismo, serás tú el que la tenga que presentar, evidentemente. PABLO.- ¿A título de qué? ARMANDO.- ¡Pues dirás que es tu amante! PABLO.- ¡¿Quéee?! ARMANDO.- ¡Sí! PABLO.- ¡Ah, no! ARMANDO.- ¿Por qué no? PABLO.- Pues, porque… ¡porque no! ARMANDO.- Pero, ¿por qué no? PABLO.- ¿Cómo que por qué no?... ¡Porque eso no va a funcionar! ARMANDO.- ¡Claro que sí! Va a ir todo muy bien; ya lo verás. PABLO.- No, no. ¡Eso no puede funcionar! 5

ARMANDO.- ¿Por qué no? PABLO.- ¿Por qué no? ¿Por qué no? ¡Reflexiona, hombre! Delante de Lydia, no puede ser. En fin, quiero decir que… ¿qué va a pensar? ARMANDO.- Pues nada absolutamente. ¿Es que tú no puedes tener una amiga y venir con ella? PABLO.- ¡Sí! Pero, no. ¡Precisamente, yo no tengo novia! ARMANDO.- ¿Y eso quién lo sabe? Tú tienes una vida privada, ¿no? PABLO.- ¡Naturalmente, eso es sólo cosa mía! ARMANDO.- ¡Pues eso es lo que a mí me viene muy bien! PABLO.- ¿Cómo? ARMANDO.- Nadie conoce tus novias…y cuando digo nadie, pienso tanto en mi como en Lydia…. ella no podrá entonces suponer jamás que Helena no es realmente tu amante. ¡Es de cajón! PABLO.- ¡Sí, muy bien, cajón o no, yo no quiero! ARMANDO.- Tú no quieres, tú no quieres… ¡demasiado tarde! PABLO.- ¿Cómo demasiado tarde? ARMANDO.- ¡Sí, ya está todo arreglado con Helena! Cuando llegue, hará como si ella fuera tu amante. PABLO.- ¿Ah, si? ¡Muy bien! No cuentes conmigo para hacerle creer eso a tu mujer. ARMANDO.- ¿Pero, por qué? PABLO.- ¿Por qué? Deja de repetirme todo el rato que por qué. ¡Es que me aburres! ARMANDO.- Te lo repito porque no entiendo por qué no quieres hacerme este favor. PABLO.- ¡Porque es imposible! ARMANDO.- ¿Por qué? PABLO.- ¡Para ya con tantos porqués! ¡Reflexiona un segundo! Eso no se mantiene en pie. ¡Porque si yo tuviese una novia, hubiéramos llegado juntos! ARMANDO.- ¡Claro que no! La he hecho coger el tren para que tú llegaras antes que ella y así pudiera ponerte al corriente. ¡Está todo muy bien organizado! PABLO.- ¡Sí, bueno, puede ser! Pero acabo de caer que no puedo quedarme, porque tengo… un vendedor… un vendedor que… que… ARMANDO.- ¿Que qué? PABLO.- ¡Que qué, que qué! Como estás en el mundo de las aseguradoras no conoces nada de los ascensores. No merece la pena que te explique… 6

ARMANDO.- ¡Si! ¡Es una buena ocasión para que me instruyas! así que, tu vendedor, ¿que es lo que ha hecho? PABLO.- ¡Muy bien! El me ha vendido tres cabinas. Y me las ha vendido sin… sin los lados. ¡Sólo el suelo! ARMANDO.- ¿Y…? PABLO.- ¡Pues que si no tiene los lados, no podemos pulsar los botones! Resumiendo, el ascensor no funciona. ¿Comprendes? ARMANDO.- ¡Sí, sí, comprendo muy bien! PABLO.- Estaba tan contento con tu invitación que este tema se me había ido de la cabeza. Pero necesito regresar urgentemente a Madrid. ARMANDO.- ¡Vaya, eso sí que es una pena! PABLO.- ¡Pues si! En fin, qué quieres… en esta vida siempre hay altos y bajos. ¡Sobre todo en los ascensores! (Ríe, aliviado de pensar que va a poder irse.) ¡Bueno, voy a buscar la maleta! ARMANDO.- ¡Un momento! Digo que es una pena porque, aunque te vayas, yo igualmente voy a estar obligado a decirle a Lydia que Helena es tu amante. PABLO.- ¡Dile lo que tú quieras! ¡Arréglatelas! Pero te prohíbo que me hagas pasar por el amante de esa chica. ¡Y mucho menos en mi ausencia! ARMANDO.- Pues no te marches, porque de todas formas, estés aquí o no, es lo que yo diré. ¡Ya no puedo decir otra cosa! PABLO.- ¡Pues yo no acepto! (Entra Lydia) LYDIA.- ¡Chicos, no tenemos de nada! Son terribles estas casas en las que no se vive todo el tiempo, porque, cuando llegas, te das cuenta de que faltan un montón de cosas. PABLO.- No te preocupes por mí porque me voy. LYDIA.- ¿Cómo? ARMANDO.- ¡Sí, figúrate que quiere irse! LYDIA.- Pero ¿por qué? PABLO.- Se lo acabo de explicar a Armando, he recordado que tengo un asunto muy delicado con un vendedor y es necesario que me marche. LYDIA.- ¡Pero eso es ridículo! ARMANDO.- ¡Es lo mismo que yo le he dicho! LYDIA.- ¡Estábamos tan contentos de que estuvieras aquí! (A Armando) ¿Tú le has dicho algo que le haya molestado? ARMANDO.- ¿Yo? ¡Para nada! LYDIA.- ¡Bueno, pues olvídate de tu vendedor y quédate! PABLO.- ¡Absolutamente imposible! 7

LYDIA.- ¡Pero vamos! ¡No me puedes hacer eso! En fin, quiero decir, ya he previsto una maravillosa cena para tres…. ARMANDO.- ¡No para cuatro! LYDIA.- Sí, vale, es para tres, pero podéis comer como si fuéramos cuatro, si queréis. ARMANDO.- ¡Que no! (A Pablo) No te preocupes que nosotros compraremos todo lo que haga falta y habrá suficiente. LYDIA.- (A Pablo) ¿Tienes miedo de que no haya suficiente? PABLO.- ¡No es eso! ARMANDO.- Es que realmente vamos a tener el apetito de cuatro. LYDIA.- ¿Cómo lo sabes? ARMANDO.- Porque Pablo… PABLO.- (Cortante) Es inútil hablar de todo esto, ya que me voy. ARMANDO.- Que estés aquí o no, ya te he dicho que no cambiará nada. LYDIA.- ¿Pero se puede saber de qué estáis hablando? ARMANDO.- ¡Pablo, que, de repente, ha tenido escrúpulos! LYDIA.- ¿Escrúpulos? PABLO.- ¡Que no! ARMANDO.- Claro que sí, digamos que él está molesto y es por eso que se quiere ir. (A Lydia) ¿Comprendes? LYDIA.- ¡En absoluto! ¡Apenas ha llegado, quiere irse y está molesto! Pero molesto ¿de qué? PABLO.- ¡De nada! ARMANDO.- ¡Molesto de haberme dicho la verdad sobre su vida íntima! LYDIA.- ¡¿Cómo?! PABLO.- ¡No le hagas caso! ARMANDO.- ¡Sí, señor, él me ha confesado su relación! LYDIA.- ¡¿Quéee?! PABLO.- ¡No escuches lo que te dice, Lydia! ARMANDO.- ¿Te das cuenta? ¡Delante de ti, no se atreve a decirlo! PABLO.- ¡Yo no he dicho nada! ARMANDO.- Pero, ¿porqué insistes en negarlo después de habérmelo dicho? ¡Ya sé que es tu amante! PABLO.- ¡Que no! LYDIA.- ¡¿Quéeee?! ARMANDO.- (A Lydia) ¡Ves, delante de ti, no se atreve a repetir lo que antes me ha dicho! 8

PABLO.- Yo no he dicho nada... ARMANDO.- Mira que eres gracioso, ¿eh? ¿Acaso te he hecho un drama? ¡No! ¿Entonces? ¡Que no hemos nacido ayer, hombre! ¡Que ya sabemos cómo va el mundo! (A Lydia) ¿No te parece? LYDIA.- Bueno, sí… digamos que…. ARMANDO.- (A Pablo) ¡Ves! Venga, repite delante de ella lo que me acabas de decir. PABLO.- ¡Yo no te he dicho nada! ARMANDO.- (A Lydia) Aburre, ¿no?. No querer reconocer delante tuyo lo que me ha dicho. En fin, ¿que piensas tú de esto? LYDIA.- ¡Pues… nada! ¿Qué quieres que piense? ARMANDO.- (A Pablo) Pero ya que me lo has dicho (Se gira hacía Lydia) es muy simple reconocerlo, ¿no? LYDIA.- ¡Bueno! digamos que… si tú me dices lo que él te ha contado... PABLO.- ¡Claro que no! ARMANDO.- ¡Claro que sí! Así que, ¡¡admítelo!! LYDIA.- ¡Está bien! Si..., lo admito. ARMANDO.- (La mira sorprendido) ¡Tú lo admites!... ¿el qué? PABLO.- ¡Nada, nada! Lydia quiere decir que… que ya que yo te lo he dicho, será muy fácil admitirlo también delante de ella. ARMANDO.- ¡Pues claro! ¡Súper fácil! LYDIA.- ¡Estoy que no puedo dar crédito! ARMANDO.- ¿De qué? LYDIA.- Pues que te haya dicho que él que... PABLO.- (Cortando precipitadamente) ¡Helena! ¡Se llama Helena! ARMANDO.- ¡Por fin! LYDIA.- ¿Por fin, qué? ARMANDO.- ¡Helena! ¡Que se ha decidido por fin a decirte que se llama Helena! LYDIA.- ¿Quién? ARMANDO.- ¡Su amante! LYDIA.- ¡¿Cómo?! (A Pablo). ¡Pero eso no puede ser verdad! ARMANDO.- ¡Sí, si! Todo lo que ha dicho es cierto. LYDIA.- ¡Vamos, esto es inimaginable! ARMANDO.- ¿El qué, que me lo haya dicho? LYDIA.- ¡Sí! ¡No! En fin no sé, no sé nada. Que tú sepas que él tiene una… en fin, que tú estés al corriente… y que yo, en fin, es… ¡es una grosería! 9

ARMANDO.- Tampoco hace falta exagerar. PABLO.- (Saliendo al paso) ¡Lydia tiene razón: es muy molesto para ella! LYDIA.- Bien dicho. Muy molesto para una amante… PABLO.- Para una amante de la casa… LYDIA.- Eso es, para una amante de la casa…. ARMANDO.- ¿Por esperar una sola persona y que lleguen dos? PABLO.- ¡Exacto! ARMANDO.- (A Lydia) ¡Cualquiera diría que estás celosa! LYDIA.- ¿Celosa yo, de quién? ARMANDO.- ¡De él! PABLO.- Pero, ¿qué dices? LYDIA.- Eso, ¿qué dices? ARMANDO.- ¡Nada! Estabas encantada de que estuviera aquí..., y cuando te enteras de que viene su novia, te enfadas. LYDIA.- ¿Yo, yo estoy enfadada? ARMANDO.- ¡Pues claro! Hasta tal punto que, si no os conociera como os conozco, me preguntaría si no hay alguna cosa entre vosotros. LYDIA.- ¡Tú estás loco! PABLO.- Desde luego, estás fatal, ¡completamente loco! ARMANDO.- ¡Bueno, dije eso así… por decir! LYDIA.- ¡Ah, bueno, en ese caso! (A Pablo) Y bien, ¿dónde está? PABLO.- ¿Quién? LYDIA.- Pues tu… ARMANDO.- ¿Quieres decir su…? PABLO.- ¿Ah, Helena? Pues… ARMANDO.- Precisamente, me acababa de decir que ella no había podido venir de Madrid al mismo tiempo que él. Eso es lo que me has explicado, ¿verdad? PABLO.- Sí, si… entonces… ARMANDO.- ¡Entonces, ella llegará en tren! ¿No es eso? PABLO.- ¡Sí, sí, eso es, en tren! LYDIA.- ¿A qué hora? PABLO.- ¡Ah, eso…! ARMANDO.- ¡No lo sabe! ¡Se lo he preguntado y no lo sabe! PABLO.- ¡No! no tengo ni la menor idea. ARMANDO.- Y como no lo sabe, le ha dicho que cogiese un taxi directamente desde la estación hasta aquí. Eso es lo que me has dicho, ¿no? PABLO.- ¡Exactamente eso! 10

ARMANDO.- Bueno, una vez aclarado todo, tú te vas a instalar tranquilamente mientras nosotros vamos a terminar las compras. PABLO.- ¡Me gustaría acompañaros! ARMANDO.- ¡No, no! Quédate aquí, no vaya a ser que, por casualidad, tu novia se presente. Será mejor que te quedes para abrirla. (A Lydia). ¿Estás dispuesta? LYDIA.- Sí, sí, voy a buscar la lista. (Sale por la puerta cocina) ARMANDO.- ¡Ves como todo ha sido muy fácil! PABLO.- ¿Tú crees? ARMANDO.- Lo que no entiendo es por qué antes se ha puesto así de nerviosa. PABLO.- ¡Hombre, es una contrariedad para la señora de la casa! ARMANDO.- ¿Saber que seremos cuatro en lugar de tres? Bueno, ¡cuento contigo para que sigas la farsa con Helena, eh! PABLO.- ¡Si crees que es sencillo… ARMANDO.- ¡No veo dónde está la dificultad! Mientras que estemos de compras, tú aprovecha para conocerla. PABLO.- Hubiera preferido que estuvieras aquí. ARMANDO.- Sí, pero así puedo retener a Lydia un poco más tiempo fuera; porque Helena ha cogido el tren de las seis y cuarto. (Lydia entra) LYDIA.- ¡Ya estoy lista! ARMANDO.- Entonces, hasta luego, voy sacando el coche. (Mutis) LYDIA.- ¡Ahora mismo voy! (A Pablo, entre dientes) ¿Sabes? ¡Tengo un par de cosas que decirte! PABLO.- ¿A mí? LYDIA.- ¡Sí, a ti! ¡Pero no se pierde nada por esperar! PABLO.- No, pero Lydia… Lydia!... LYDIA.- ¡Nada! (Sale dando un portazo) PABLO.- ¡Ay ay ay ay ay! (Se va hacia la ventana. Sucesión de onomatopeyas de disgusto. Después, de repente, parece haber tomado una decisión y va rápido hacia la habitación y sale. Vuelve rápidamente con la maleta. En ese momento, suena el timbre. Mira la puerta de entrada, su maleta, va corriendo a dejarla en la habitación de nuevo y se decide lentamente a ir a abrir la puerta de entrada. Elena está en el marco de la puerta con una bolsa de mano) ELENA.- ¿Es la casa de los señores Aranda? PABLO.- ¡Sí! ELENA.- ¡Ah, bien, en ese caso buenas tardes! PABLO.- ¡Buenas tardes! 11

ELENA.- Soy Elena. PABLO.- ¡¡Elena!! ELENA.- Sí, parece que le sorprende. PABLO.- ¡No, no, en absoluto! Pero entre, por favor. ELENA.- Gracias. PABLO.- No pensé que llegaría tan pronto. ELENA.- En eso tiene usted razón, no debería de estar aquí todavía, y menos habiendo perdido el autobús en la plaza de la estación. PABLO.- ¿Ah, sí? ELENA.- Sí; entonces, hice un poco a pie y después encontré un tipo que me cogió haciendo autostop. PABLO.- ¡Ah, bueno! ELENA.- Menos mal, ¿eh?, porque cargar con una bolsa como ésta, ¡no vea! ¿La puedo dejar en algún sitio? PABLO.- ¡Sí! ¡No! En fin, quiero decir… déjela ahí. ELENA.- Gracias. Resumiendo, que me monté en el coche y como el coche va más rápido que el autobús… por eso he llegado antes. PABLO.- Sí, sí… comprendo… ELENA.- ¡Bueno! ¿Dónde esta la señora? PABLO.- ¿La señora? ¿Quiere usted decir, su mujer? ELENA.- ¿Su mujer? Sí, bueno, en fin, la señora. PABLO.- Es que ella ha salido con el señor, quiero decir, con su marido; o sea, con Armando, han ido a hacer unas compras. ELENA.- ¡Ah, bueno! ¿Y usted es? PABLO.- Pablo. El amigo del señor, es decir, de Armando. ELENA.- ¡Ah, vale! PABLO.- Pero, antes de nada me gustaría precisar que me parece una idea descabellada. ELENA.- ¿Qué idea? PABLO.- Pues la de hacerla venir aquí. ELENA.- ¡Pero eso se acordó por teléfono! PABLO.- ¡Sí, ya sé!, pero eso no me impide pensar que la actitud de Armando es un disparate. ELENA.- ¿Ah, sí? PABLO.- ¡Usted no parece darse cuenta de lo que tiene que hacer! ELENA.- ¿Ah, no? PABLO.- Esto va a ser un lío enorme. 12

ELENA.- Bueno, pues dígame dónde está. PABLO.- ¿El qué? ELENA.- Pues qué va a ser: ¡la cocina! PABLO.- ¿Y por qué quiere ir a la cocina? ELENA.- Si usted me dice que va a haber mucho lío, me gustaría echar un vistazo para ver cómo voy a hacer… PABLO.- ¿Cómo va a hacer…? ELENA.- Claro, si hay pollo que rellenar, o si hay que hacer el picado para un redondo… yo no sé. PABLO.- ¡No, no! es muy amable de su parte querer ayudar, pero... ELENA.- ¡Es lo normal! PABLO.- ¡Pero no estamos en nuestra casa! Así que será mejor no tocar nada antes de que vuelvan. ELENA.- ¡Como usted quiera! Mientras esperamos, podría yo aprovechar para prepararme… PABLO.- ¿Prepararse? ELENA.- ¡Si, prepararme para la faena! ¿Dónde puedo desvestirme? PABLO.- ¿Desvestirse? ELENA.- ¡Claro! No he traído mis cosas para nada. PABLO.- ¿Ah, no? ELENA.- ¡Claro que no, usted no habrá imaginado que iba a hacerlo con esta ropa! PABLO.- ¡Ah, claro, pero antes de desvestirse, es necesario que primero usted sepa quien soy yo. ELENA.- Ya lo sé: usted es el amigo del señor. PABLO.- Ya, pero queda todo el resto… ELENA.- ¿Qué resto? PABLO.- Pues dónde vivo, qué hago, cómo vivo…. ELENA.- ¿Y para qué hace falta que yo sepa todo eso? PABLO.- ¡Porque es lo mínimo! Pero, ¿qué es lo que le ha dicho Armando? ELENA.- ¿El señor? PABLO.- ¡Sí, sí, el señor, si usted quiere! ELENA.- No es que yo quiera. Yo le llamo así porque es el que ordena. PABLO.- Bueno, resumiendo, ¿qué es lo que le ha dicho de mi? ELENA.- ¿De usted? ¡Nada! PABLO.- ¡Eso no puede ser! ¡Ay madre! Reconocerá que es un poco torpe de su parte no haberle dado ningún detalle. 13

ELENA.- Es que todo esto se decidió muy rápido. Yo, justo, tenía el fin de semana… PABLO.- ¡Sí, sí, ya sé! yo mismo no he sido advertido de su llegada hasta hace un cuarto de hora, por tanto, necesitamos aparentar que nos conocemos. Por cierto, deberíamos empezar a tutearnos. ELENA.- ¿Usted cree? PABLO.- ¡Es indispensable! Bueno, mira: yo trabajo en un negocio de ascensores, vivo en la calle Cronos, tengo un BMW y 50 años; he sido operado de apendicitis… ELENA.- ¿Pero usted que… PABLO.- ¡Tú, tú! ¡Tutéame! ELENA.- ¡Vale! Entonces, ¿qué quieres que haga con que hayas sido operado y toda la historia? PABLO.- ¡Mujer, esos detalles se conocen cuando te acuestas con alguien! ELENA.- ¿Cuando te acuestas con alguien? PABLO.- ¡Sí! ELENA.- ¿Cuándo? Pero ¿quién se acuesta con quién? PABLO.- ¡Quién va a ser: nosotros dos! ELENA.- ¿Estás de broma? PABLO.- ¡Yo no quería! ¡Pero estamos obligados a dormir en la misma cama! ELENA.- ¿Tú estas soñando o qué? PABLO.- ¡Claro que no! Pero tranquilízate, me acostaré sobre un sillón. A menos que… ELENA.- ¿A menos que qué? PABLO.- Sí, bueno, hay otra habitación… entonces, podría decir que te molesta dormir en la misma habitación que yo, porque ronco… En fin, lo esencial es que parezca creíble que no estemos en la misma habitación siendo amantes. ELENA.- ¿Amantes? PABLO.- ¡Claro! ¿Es que no lo sabes? ELENA.- ¡No, no, eso nadie me lo ha dicho! PABLO.- ¿Cómo puede ser? Si comprendo bien, tú no estas al corriente de nada. ELENA.- ¡Ah, sí, si! Yo sé que me alojo y como aquí, y son 60 euros al día. PABLO.- ¿Que tú… que a ti… , o sea, que a ti hay que pagarte? ELENA.- ¡Toma, claro! Eso ha sido lo acordado. PABLO.- Sí, sí, entendido, no volveremos más sobre el tema. ELENA.- ¡Vale! ¿Pero, entonces, qué es lo que debo hacer? PABLO.- Aparentar que eres mi amante. 14

ELENA.- ¿Sólo aparentarlo? PABLO.- ¡Con eso es más que suficiente! ELENA.- ¡Ah!, si sólo es fingirlo, parece bastante divertida tu historia. PABLO.- ¿Divertida? yo estoy agobiado. ELENA.- ¿Por qué? PABLO.- Porque yo soy… ¡no, no puedo decírtelo! No tengo ni idea de como voy a salir de esto… ELENA.- ¿Pero qué es necesario que diga? PABLO.- ¡Nada, sobre todo no digas nada! ¡Tú, callada! ¡Y si alguien te pregunta, repites lo que yo diga, y punto! ELENA.- ¡Vale, de acuerdo! Pero serán 100 euros más por seguirte el chanchullo. PABLO.- ¡Vaya, tú eres una chica verdaderamente desinteresada! ELENA.- ¿Necesitamos vivir, no? PABLO.- ¡Entendido, no te preocupes, los tendrás! ELENA.- ¿Seguro, eh? PABLO.- ¡Claro! ¡Nunca he visto nada igual! (Va hacia la ventana) PABLO.- ¡Ahí están, son ellos! Siéntate y que parezca que nos conocemos muy bien. ELENA.- ¡Sí, ya sé, parecer que tenemos una vida sexual! PABLO.- ¡Sí!, ¿eh?, no, bueno sí. En fin, que parezca natural, aunque no demasiado. (La puerta del fondo se abre y Lydia entra con unas bolsas. Pablo va hacia ella) PABLO.- ¡Déjame echarte una mano, Lydia! LYDIA.- ¡No, gracias, yo puedo! (Mirando a Elena) ¡Ah, la persona que esperabas, ya ha llegado! PABLO.- ¡Sí, sí! Precisamente ella acaba de llegar. (A Elena) ¿Verdad? ELENA.- Sí, sí, yo, en fin, he llegado. LYDIA.- ¡Pues bien, preséntanos! PABLO.- ¡Ah, sí, por supuesto! ¡Elena! (Armando entra con los otros paquetes. Pablo pone el brazo alrededor de la cintura de Elena, mientras que Armando, a espaldas de Lydia, le hace señas de negación) ¡Una… amiga! En fin, es mi… (Armando sigue con el mismo juego a espaldas de Lydia, que se vuelve hacia Armando y se ve obligado a parar de hacer señales) PABLO.- ¡Sí…bueno. En fin, es ella. (Lydia se vuelve de nuevo hacia Pablo y Armando empieza de nuevo a hacer señales negativas) 15

ELENA.- (Jugando su papel concienzudamente y divertida) ¡Sí, yo soy su chica! (Gesto de Armando) LYDIA.- Sí, ya sabemos... ELENA.- ¡Ah, muy bien, eso es lo principal! (A Pablo) ¿eh? PABLO.- ¡Naturalmente! (Presentando a los otros dos) ¡Lydia… y Armando! ELENA.- (Saluda a Lydia) ¡Encantada! LYDIA.- ¡Lo mismo digo! ELENA.- (A Armando) ¡Encantada! ARMANDO.- ¿Qué tal? ELENA.- (A Lydia y Armando, señalando a Pablo) Es simpático mi chico, ¿eh? PABLO.- ¡Bueno, bueno! No merece la pena hablar de eso. ELENA.- Pero cariño… PABLO.- (Secamente) ¡No! ELENA.- (Pasando su brazo al rededor del cuello de Pablo) ¡Está bien que sepan que nos queremos! PABLO.- (Zafándose) ¡Bien, pero ahora no! ELENA.- (Mismo juego) Pero yo creía… PABLO.- (Volviéndose a zafar) ¡Es suficiente! ELENA.- (Acercándose a Pablo) ¡Cuando le siento cerca de mi, querría besarle todo el tiempo! LYDIA.- ¡Mis felicitaciones! (Pablo la vuelve a rechazar) PABLO.- ¡He dicho que ya es suficiente! ELENA.- Pero a tus 50 años, te gusta que te abrace, cuando me llevas por la calle Cronos, en tu BMW, antes de ir a roncar. LYDIA.- ¡Menudo programa! PABLO.- ¡Ya vale! ELENA.- Si no podemos contar nuestra vida, entonces… PABLO.- (A Lydia) Te ruego que la excuses. LYDIA.- ¡Se ve que es muy… abierta! ELENA.- Sí, es mi naturaleza, ¿eh, cariño? (Durante todo esto, Armando va agitado por la sala, exasperado, sujetándose la cabeza a espaldas de Lydia) ARMANDO.- (Cortante) ¡Bueno, quitemos las bolsas de aquí! PABLO.- ¡Bien, dámelas! LYDIA.- ¡No, déjalo! PABLO.- ¡Pero puedo ayudarte! ELENA.- ¡Yo también! 16

LYDIA.- ¡No, no! (Sale con los paquetes hacia la puerta, que cierra detrás de ella) ARMANDO.- (A Elena) ¿Quién es usted? ELENA.- ¿Yo? ARMANDO.- ¡Sí, usted! PABLO.- ¿Cómo? ¿Tú no la conoces? ARMANDO.- ¡Pues claro que no! ¿Pero no has visto mis señales? PABLO.- He visto que te movías... ARMANDO.- ¡Te estaba diciendo que no es ella! PABLO.- Entonces, ¿quién es? ARMANDO.- ¡Justamente es lo que me gustaría saber! (A Elena) ¿quién es usted? ELENA.- ¡Pues, su novia! (Señala a Pablo) ARMANDO.- Le prohíbo que se ría de mí. ¿Qué es lo que hace usted aquí? ELENA.- (A Pablo) ¿Se lo puedo decir? PABLO.- ¡Sí, sí, responde! ELENA.- ¡De la agencia! PABLO.- ¿Qué agencia? ELENA.- Yo creía que tú lo sabias. PABLO.- ¡Yo qué voy a saber! ARMANDO.- ¿Que quién es usted? ELENA.- ¡Pues la asistenta! ARMANDO.- ¿Quéee? (Lydia entra) LYDIA.- A propósito, la asistenta no ha llegado todavía. ELENA.- ¡Ah, pues sí! ARMANDO.- (Cortante) Si... si ella hubiera llegado, estaría aquí… ELENA.- ¡Pero la asistenta…! PABLO.- (Igual) ¡No ha venido! ELENA.- ¡Claro que sí! ARMANDO.- (Mismo juego) Claro que si ella hubiera venido…. PABLO.- ¡Yo hubiera oído la puerta! ELENA.- Os digo que la asistenta… ARMANDO.- (Ídem) ¡Se ha retrasado… si no ha llegado! PABLO.- Es normal, las asistentas siempre llegan tarde… ELENA.- Las otras pueden ser, pero…. ARMANDO.- (Mismo juego) ésta todavía se retrasa más que las otras… PABLO.- La prueba es que ella debería estar aquí y no está. 17

ELENA.- ¡Pero oye... PABLO.- ¡No ella no está! ARMANDO.- Por otro lado, si hubiera una asistenta aquí…. PABLO.- …la hubiéramos oído. ARMANDO.- Y la hubiéramos visto. PABLO.- Y hubiéramos sabido que es la asistenta. ARMANDO.- Pero como no hemos oído nada… PABLO.- Ni hemos visto nada… ARMANDO.- ¡Es que NO hay asistenta! PABLO.- ¡No, no la hay! ELENA.- ¿No la hay? ARMANDO.- ¡Nunca la ha habido! PABLO.- ¡No, nunca la ha habido! ELENA.- ¡Ah, sí, nunca la ha habido! LYDIA.- ¡Vale ya! ¡No merece la pena hacer tanta historia porque la asistenta no haya llegado todavía! ARMANDO.- Sí, sí, tienes razón, estoy seguro que terminará por llegar. LYDIA.- ¡Pues claro! Es una agencia muy buena. ELENA.- Eso si es verdad. LYDIA.- ¿El qué? ARMANDO.- (Empezando a hablar por encima de Elena que ya había abierto la boca) ¡Pues qué va a ser!: que es verdad que cuando te diriges a una buena agencia, tienen buen personal. (A Pablo, cambiando el tercio) Entonces, ¿estáis instalados? PABLO.- ¡Todavía no! ELENA.- ¡No, todavía no! PABLO.- (Por Elena) ¡Si es que ha llegado unos minutos antes que vosotros! ELENA.- Sí, unos minutos… PABLO.- También le he dicho que vosotros teníais otra habitación… ELENA.- Otra habitación. PABLO.- Y ella me ha dicho si no os molestaría… ELENA.- (Siguiendo a Pablo al pie) Sí, si no os molestaría… PABLO.- Ella preferiría…. ELENA.- Sí, yo preferiría… PABLO.- Dormir en la otra… ELENA.- Sí, dormir en la otra… PABLO.- No en la MIA, porque durante la noche... 18

ELENA.- ¡Él ronca! LYDIA.- ¡Ya sé, ya sé! ¿No tienes equipaje? ELENA.- ¡Sí, claro, es esto! LYDIA.- ¡Ah, eso! PABLO.- ¡Sí, ella es muy sencilla! ELENA.- ¡Sí, soy muy sencilla! ARMANDO.- Le ha dicho de traer cosas muy simples. ELENA.- Sí, son cosas muy simples. LYDIA.- ¡Bien! Ven por aquí. (A Pablo) Si fueras tan amable de llevarle la bolsa... PABLO.- ¡Pues claro! ELENA.- ¡No hace falta, cariño, déjalo! Tengo mucha fuerza. LYDIA.- ¿De verdad? ELENA.- Sí, sí, acostumbrada a trabajos duros en… ARMANDO.- (Cortante) ¡En el teatro! ¡En el teatro! (A Pablo) Ella es artista, es lo que me has dicho, ¿no? PABLO.- Sí, si… ella es una artista... ¡en su género! ELENA.- ¡Sí, en mi género! LYDIA.- ¿Y cuál es su género? ELENA.- Pues… ARMANDO.- (A Pablo) Ella debuta, ¿no? PABLO.- ¡Sí, si, ella debuta! ELENA.- ¡Yo debuto, sí! LYDIA.- ¿Y tienes un empleo? ELENA.- ¡Sí, asistenta! PABLO.- Sí, bueno, eso es… ella debuta como asistenta. ¡En el teatro, naturalmente! LYDIA.- ¿Y estás fija en ese empleo? PABLO.- ¡No, no, ella actúa como asistenta sin estar fija! ELENA.- ¡No, yo no soy fija! PABLO.- ¡Ella es muy buena, de todas maneras! ¿Verdad Elena? ELENA.- ¿Eh? sí, sí, eso… en fin, una asistenta muy buena. PABLO.- ¡Si, a ella le dan todos los papeles de asistenta! ELENA.- ¡Exacto, todos los empleos de asistenta! LYDIA.- ¡Muy bien! Entonces, ¿nos puedes recitar alguna cosa?. ELENA.- ¿Recitar? PABLO.- ¡Ella no sabe! 19

ELENA.- ¡No, no me sé nada! PABLO.- Como ella debuta, verdad, sólo dice algunas frases. ARMANDO.- Sí, tipo: señora la cena esta lista. ELENA.- ¡Eso mismo!: „¿dónde puedo encontrar la batidora?” “He terminado de pelar los pimientos”, “acabo de encerar la escalera” ¡En fin, para mi todo eso es lo habitual! LYDIA.- ¿Y no sabe nada más? PABLO.- No ha tenido, realmente, suficiente tiempo… ELENA.- ¡Y por el momento, me las apaño con eso! LYDIA.- ¡Bueno, venga, te voy a instalar en otra segunda habitación! ELENA.- (Cogiendo su bolsa) Sí, yo lo prefiero porque… LYDIA.- ¡Sí, ya sé, ronca! ELENA.- ¡Y da golpes con el codo toda la noche! ¡Y eso me impide dormir! (Sale detrás de Lydia) ARMANDO.- Muy bien, Pablo, eres lo más inútil que ha dado la tierra. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? PABLO.- Sí, lo que estaba previsto. Han llamado a la puerta, he abierto y he visto a una chica que me ha dicho: soy Elena. ARMANDO.- ¿Y no te ha extrañado que no estuviera al corriente de nada? PABLO.- He pensado que no habrías tenido tiempo de darle los detalles. ARMANDO.- ¡Y tú te has encargado de eso! PABLO.- Me dijiste que nos fuéramos conociendo; he hecho lo que he podido. ARMANDO.- ¡Eso ya lo he visto! PABLO.- ¡Pues ha exigido 100 euros más por hacer el papel! ARMANDO.- ¿Y eso tampoco te ha chocado? ¡Que te pidiera dinero! PABLO.- Hoy en día, todo el mundo lo pide. ¡Es normal pagar a tu edad! ARMANDO.- Hombre, muchas gracias. Lo estás arreglando. PABLO.- ¡Total, ahora tu mujer piensa que me acuesto con la asistenta! ARMANDO.- ¿Y eso a ti qué te importa? PABLO.- ¡Me molesta! ¿Y si le decimos que ha sido todo una broma? ARMANDO.- ¡Hemos ido demasiado lejos! (Lydia entra, seguida de Elena) LYDIA.- ¡Ya está instalada tu amiga! ELENA.- Sí, sí, prefiero estar sola porque por la noche… LYDIA.- ¡Ya sé, ya lo has dicho! (A Armando) ¿Todavía nada de la asistenta? ARMANDO.- ¡Todavia nada! PABLO.- ¡Todavía nada! ELENA.- ¡Todavía nada! 20

LYDIA.- (A Elena) ¡Tú no lo puedes saber porque estabas conmigo! ELENA.- ¡Ah, sí! (Por Pablo) Pero como él ha dicho todavía nada... LYDIA.- Tú dices todavía nada. PABLO.- Sí, ella lo dice así como para enfatizar. ELENA.- ¡Justo, eso es! LYDIA.- Sí, ya veo. Entonces, voy a comenzar a preparar la cena. ELENA.- Voy contigo, porque allí estaré verdaderamente a mis anchas. LYDIA.- ¿Cómo? PABLO.- Ella quiere decir que estará encantada de ayudarte. ELENA.- Sí, eso, encantada de ayudarte. ARMANDO.- ¡Como no tienes todavía asistenta! ELENA.- Así, yo haré de vuestra asistenta. LYDIA.- ¡Entonces, vamos! ELENA.- Quizá es necesario que me prepare. LYDIA.- ¿Que se prepare? PABLO.- Sí, quiere decir si puedes prestarle un delantal. LYDIA.- ¿Un delantal? ARMANDO.- ¡Sí, un delantal! ELENA.- (Señalando su puerta) ¡Bueno, yo tengo uno ahí! PABLO.- Pero, sin duda será un delantal de teatro, ¿verdad? ELENA.- ¡Sí, justo, eso! ARMANDO.- No vayas a mancharlo. (A Lydia) Será mejor que tú le des otro. LYDIA.- Si es eso, le voy a dar uno. Ven por aquí. (La hace pasar) ELENA.- (Delante de la puerta de la cocina) ¡Oh, qué preciosidad de cocina! (Sale) LYDIA.- (A Pablo, antes de salir detrás de Elena) ¡Qué clase! ¡Te felicito por tu buen gusto! (Sale, cerrando la puerta) PABLO.- ¡Ya está, soy el amante de la asistenta! (Suena el timbre de la puerta) PABLO.- ¡Ha sonado el timbre! ARMANDO.- ¡Sí, ya lo oído! PABLO.- ¿Quién será? ARMANDO.- (Yendo a abrir la puerta) ¡Quién quieres que sea! (Armando ha abierto la puerta. Helena entra, llevando un chaquetón de piel y una pequeña maleta. Está perfectamente vestida.) HELENA.- ¡Hola! (Viendo a Pablo, deja la maleta y se precipita a sus brazos) ¡Oh, cariño, estás aquí! 21

(Armando vuelve después de haber cerrado la puerta) ARMANDO.- ¡No te molestes! HELENA.- ¿No es Pablo? ARMANDO.- Sí, sí, es él, pero como mi mujer no está... HELENA.- ¡Ah, bueno! (A Pablo) Perdóneme… PABLO.- ¡No tiene importancia! HELENA.- (Va hacia Armando para abrazarle) ¡Mi amor, qué contenta estoy! ARMANDO.- (Rechazándola) No, mi mujer no está aquí, pero está ahí al lado. HELENA.- ¡Ah, vale! ARMANDO.- (Presentándola a Pablo) Helena. ¡La buena! PABLO.- ¡Ya veo! (Armando le quita su abrigo) ARMANDO.- ¿Cómo es que llegas ahora? HELENA.- ¡He perdido el tren! ARMANDO.- Tienes que saber que todo ha cambiado. HELENA.- ¿Cómo que todo ha cambiado? ARMANDO.- Ahora no tengo tiempo de explicarte, pero tú ya no eres su “amante”. HELENA.- ¿Ah, no? ARMANDO.- ¡No! HELENA.- Entonces, ¿quién soy ahora? ARMANDO.- ¡Eh! Tú lo quieres saber, claro… Pues bien, tú eres la… LYDIA.- (Entra y ve a Helena) ¡Ah, usted... por fin llega usted! ¿Usted ha visto la hora? HELENA.- ¡Pero señora!... ARMANDO.- Justamente, me estaba explicando que había perdido el… vamos el autobús. PABLO.- Sí, ella ha perdido el autobús. LYDIA.- (A Helena) Pero usted debería haber llegado antes, según la agencia. HELENA.- ¿La agencia? LYDIA.- ¡Sí, bueno qué más da! ARMANDO.- (A Lydia) Bueno, bueno, ha llegado algo tarde, pero no pasa nada. HELENA.- ¡Lo siento…! ARMANDO.- ¡Estamos muy contentos de que esté aquí! (A Lydia para conciliar las cosas) ¿verdad? LYDIA.- Sí, sí, bueno… (Viendo el abrigo de pieles de Helena) ¿Este abrigo es suyo? ARMANDO.- (Cortante) ¡No, no, es de Elena! ¿No, Pablo? 22

PABLO.- ¡Sí, sí, de Elena! ARMANDO.- (A Helena) Sí, porque la amiga del señor… (Señalando a Pablo) se llama también Elena. PABLO.- Sí, se llama también Elena. LYDIA.- Pero no había visto este abrigo hasta ahora. ARMANDO.- Es que estaba tirado allí detrás. PABLO.- Sí, lo había dejado allí cuando llegó…. LYDIA.- ¡Es muy bonito! Es de piel de visón y está comprado en Herrero y Rodero. ARMANDO.- ¡Sí, 3500 euros! LYDIA.- ¿Cómo? ARMANDO.- Pablo ha pagado 3500 euros. Es lo que me dijiste, ¿no? PABLO.- Digamos que… sí. LYDIA.- Ya veo que, cuando haces regalos, tiras la casa por la ventana. (A Helena) He creído por un momento que era suyo. HELENA.- ¡Eh! ¡No! Desgraciadamente no. (Elena entra, vestida con un gran delantal) ELENA.- ¿Qué hay que hacer con las alcachofas? LYDIA.- ¡Nada, la asistenta acaba de llegar! ELENA.- ¿La asistenta? LYDIA.- ¡Sí, dale el delantal! ELENA.- ¿Que le dé el delantal? LYDIA.- ¡Pues claro! (Le quita el delantal a Elena y se lo da a Helena) LYDIA.- (A Helena) ¡Tenga, póngaselo! HELENA.- ¡Pero yo…! LYDIA.- No charle más y a la cocina. (Helena mira a Armando que afirma con la cabeza) HELENA.- ¿A la cocina? LYDIA.- Naturalmente; no es el momento de pasar el aspirador. Vaya a rellenar las alcachofas y luego póngalas a gratinar. HELENA.- ¿A gratinar? LYDIA.- Sí, y en cuanto estén listas, habrá que ocuparse del suflé. HELENA.- ¿El suflé? ELENA.- Si no le importa, yo puedo perfectamente quedarme con usted en la cocina. LYDIA.- ¡Claro que no! No nos vamos a manejar las tres metidas en la cocina. Guarda mejor tu abrigo en el armario de la habitación. 23

ELENA.- ¿Mi abrigo? PABLO.- ¡Sí, tu visón, que estaba tirado en el suelo! ELENA.- ¿Mi visón… en el suelo? PABLO.- (Cogiéndola) Sí, vamos, porque estás que no razonas… ¡un abrigo de 3500 euros! ELENA.- Pero yo… PABLO.- ¡Haz lo que te digo! (Ha cogido el abrigo y se lo pone en los brazos) ELENA.- ¡Sí, cariño! (Sale, llevando el abrigo) LYDIA.- (A Helena) En cuento a usted, su habitación está allí, al lado de la cocina. HELENA.- ¡Pero oiga...! ARMANDO.- Verá usted lo cómoda que es. (Elena vuelve) ELENA.- ¡Ya está! Lo he puesto en una percha para que no se estropee. PABLO.- ¡Muy bien! LYDIA.- ¿Cómo se llama usted? HELENA.- ¡Helena! LYDIA.- ¡Ah, sí, Helena! ELENA.- ¡Se llama como yo, qué gracia! LYDIA.- Sí que es coincidencia… (A Helena) entonces, Helena… ELENA.- ¿Sí? LYDIA.- ¡No, usted no! (A Helena) ¡Usted! HELENA.- ¿Sí? LYDIA.- Para que usted sepa quien es quien. (Señalando a Elena y Pablo) El señor y esta… persona son los invitados. HELENA.- ¡Sí, sí, eso es; y yo la asistenta! LYDIA.- ¡Eso ya lo sabemos! Así que, coja su maleta y llévela a la habitación. ARMANDO.- ¡Venga, le acompaño! HELENA.- (Cortante) ¡No, gracias, señor! No hace falta que se moleste y menos por mí. ¡Ya me las arreglaré yo sola! (Coge su maleta de las manos de Armando y sale vestida con el mandil) ELENA.- Mientras que se instala, voy a mirar lo del gratinado (Sale detrás de Helena) LYDIA.- Te felicito por el abrigo, Pablo. PABLO.- ¡Eh!… LYDIA.- ¡Sí, sí, es magnifico! ARMANDO.- ¿Verdad que sí? ¿Soberbio! 24

LYDIA.- ¡Soberbio es la palabra! Bueno, voy a ver que hacen las Elenas! ¡Y sírveme algo porque necesito un vaso! (Sale y cierra la puerta) PABLO.- ¡No he visto en mi vida un lío semejante! ARMANDO.- ¡Ni yo tampoco! PABLO.- ¡Y esto no es más que el comienzo! (Lydia entra con Elena) LYDIA.- ¿Me has puesto la copa? ARMANDO.- ¡Sí, aquí está! (Le da el vaso) LYDIA.- ¡Gracias! ARMANDO.- De nada. (A Elena1) ¿Y tú? ELENA.- ¿Yo? Bueno, un chupito de ron. LYDIA.- ¿Un chupito? ELENA.- Sí, pero si es de Jamaica, ¡eh! ARMANDO.- (Buscando entre las botellas del bar) ¿Ron de Jamaica…? ¡Creo que tengo eso! ELENA.- ¡Estupendo! LYDIA.- (A Elena, mirándola) Fíjate, cuanto más te miro, más pienso que tu mejor papel sería el de asistenta. ELENA.- ¿Ah, sí? ARMANDO & PABLO.- ¿Ah, sí? LYDIA.- ¡Sí, sí, es totalmente su papel! ARMANDO.- (Dándole el vaso a Elena) ¡Toma! ELENA.- ¡Gracias! (Helena entra sin el mandil) HELENA.- Perdonen, me gustaría saber si… ARMANDO.- ¡Llega usted a tiempo, tome el aperitivo con nosotros! HELENA.- No se si debo… ARMANDO.- Claro que sí. HELENA.- ¿De verdad? LYDIA.- Ya que mi marido se lo ofrece… HELENA.- Bueno, si insisten… ARMANDO.- (Alentado) ¡Claro que insistimos! ¿Qué quiere tomar? HELENA.- ¡Un martini, pero muy poco! Porque luego tengo la cabeza que me da vueltas y ya no sé lo que hago. LYDIA.- (Mirándola al pasar igualmente) No me había fijado antes, es muy bonito el vestido que lleva. HELENA.- ¿Si? Bueno, no es gran cosa… ARMANDO.- (Dándole el vaso a Helena) ¿Que no es gran cosa? ¡Por lo menos eso ha debido costar un ojo de la cara! 25

HELENA.- No tengo ni idea, señor, es un regalo. ELENA.- Y un regalo cuesta menos que si lo compramos nosotros mismos. LYDIA.- Sí, sobre todo cuando es un abrigo de 3500 euros. ELENA.- ¿Verdad? LYDIA.- ¡Y que haya un loco para pagarlo! ELENA.- ¡Justo lo que yo pienso! ¡Sería una locura rechazarlo! (Chocando el vaso con el de Helena) ¡A su salud! ARMANDO.- (A Pablo) ¿Y tú, qué tomas? PABLO.- ¡Lo mismo que tú! ¡Algo que reanime! (Armando va hacia él para servirle) LYDIA.- ¡Quedándonos aquí, la cena no se va a hacer sola! ELENA.- ¡Justo, me voy a ocupar de la cocina! LYDIA.- ¿Tú? PABLO.- ¡Si ella quiere hacerlo! ELENA.- Es sobre todo para meterme mejor en el papel de asistenta. (Sale) LYDIA.- No me fío mucho, así que iré a vigilar el soufflé. (Sale) HELENA.- ¡Estarás contento, ¿no?! ARMANDO.- Cariño, déjame que te explique… HELENA.- ¡Te prevengo que no voy a soportar mucho más tiempo esta situación! ARMANDO.- (A Pablo) ¡Por tu culpa, estamos metidos en este lió! PABLO.- ¿Por mi culpa? HELENA.- ¡Claro, si no me hubieras confundido con la otra!.. PABLO.- Porque Armando no me previno que iba a venir. HELENA.- Pero el que me hayas confundido con ésa, me ofende. ¡No debería haber venido! ARMANDO.- Entonces, ¿no estás contenta de estar aquí conmigo? HELENA.- Sí, sí… pero así, delante de tu mujer… en fin, ya estoy aquí… pero si no nos podemos ver… ARMANDO.- ¡Eso lo vamos a arreglar! HELENA.- ¿Arreglar, cómo? ARMANDO.- No sé, pero ya encontraremos el modo… (Los dos están sobre el sofá, al lado el uno del otro, dispuestos a besarse en el momento que Lydia entra. Pablo coge la cabeza de Armando y le da la vuelta) LYDIA.- ¿Qué hacéis? PABLO.- Nada, que le picaba una cosa a Armando. ARMANDO.- ¡Sí, tenía algo que me picaba! 26

HELENA.- El señor me ha preguntado si podía mirarle el ojo. ARMANDO.- Sí, para ver que me molestaba… HELENA.- Pero no he visto nada… ARMANDO.- Debe ser que, lo que fuera, ha salido. LYDIA.- ¿Y cómo lo sabes? PABLO.- ¡Porque ya no le pica! LYDIA.- Bueno, faltan las servilletas. (A Helena) ¡Están en la cocina, en el armario de la derecha! HELENA.- ¡Bien, señora! LYDIA.- No recuerdo si están arriba o abajo. ¡En fin, búsquelas! HELENA.- Sí, señora, voy a buscarlas. (Mirando a Armando con insistencia, Helena sale hacia la cocina) LYDIA.- ¿Y tú, a qué esperas? ARMANDO.- ¿Para qué? LYDIA.- ¡Para irte a cambiar! ARMANDO.- ¿Pero aún sigues con esa idea? LYDIA.- ¡Pues claro! Habíamos decidido arreglarnos para la cena, ¿no? (A Pablo) ¿No te has traído algún traje? PABLO.- Sí, Armando me lo había dicho, pero… LYDIA.- ¿Pero qué? PABLO.- Pues que se me ha olvidado decirle a mi… bueno a Elena que nos íbamos a arreglar para la cena. ELENA.- (Entrando) ¡Una pregunta...! LYDIA.- ¿Qué pasa? ELENA.- ¿Voy cortando el rollo? LYDIA.- ¡No, no espera a que se enfríe! Por cierto, ¿has pensado en cambiarte? ELENA.- ¡Ah, sí, eso siempre! Cada vez que me desplazo, meto el vestido en mi mochila. (Gesto hacia la habitación) ¡Voy a apagar el horno! LYDIA.- Sí, muy amable, y mira a ver si encuentras los cubiertos que están en primer cajón. ELENA.- ¡O.K.! (Sale) LYDIA.- (A Armando) ¡Venga, ve a vestirte! ARMANDO.- ¡Bueno, bueno, ya voy! (Sale a disgusto) LYDIA.- Yo, en tu lugar, estaría muerta de la vergüenza… PABLO.- ¡Por favor, Lydia, cálmate! LYDIA.- (Subiendo el tono) ¿Calmarme? ¡Ah, no; al contrario! PABLO.- ¡Te lo suplico, no te enfades! 27

(Está muy cerca de ella, le coge las manos para intentar calmarla cuando Elena entra bruscamente) ELENA.- (Mirándoles) ¡Ya! (Lydia sobresaltada se aparta de Pablo) LYDIA.- ¿Ya qué? ELENA.- (Observándoles todavía) ¡Que ya tengo los cubiertos! LYDIA.- ¡Déjalos ahí! Yo los pondré en la mesa. ELENA.- Así que los dejo simplemente aquí. LYDIA.- ¡Sí, sí! ELENA.- ¿Entonces? (Acercándose a Pablo) PABLO.- ¿Entonces qué? ELENA.- ¿Estás contento de estar aquí, cariño? PABLO.- (Tosiendo) ¡Sí, claro! ELENA.-. ¡Entonces, bésame! PABLO.- ¡No! ¡Ahora no, vamos! ELENA.- (A Lydia) ¿A ti no te molesta, verdad? LYDIA.- ¿A mí, por qué iba a molestarme? ELENA.- (Acercándose a Pablo) ¿Ves? A ella no le molesta, así que, no tenemos por qué cortarnos. PABLO.- ¡Sí, sí tenemos! LYDIA.- ¡Uy! me huele… (Respira fuerte) ELENA.- ¡Ah, sí, las alcachofas que están a gratinar! ¡Se van a quemar! (Sale hacia la cocina) LYDIA.- ¡¡Me engañas con esa!! (Va a poner los cubiertos en la mesa) Realmente tienes que estar orgulloso… PABLO.- De verdad, Lydia… LYDIA.- Me pregunto dónde la has podido conocer… PABLO.- Déjame explicarte… LYDIA.- ¿Explicar qué? ¡Te desprecio! PABLO.- Eso sí que no; yo mismo ya me desprecio lo suficiente. Porque nunca hubiera debido aceptar… LYDIA.- ¿Qué? PABLO.- ¡Venir aquí! La presencia de Armando; no es nada elegante; no está nada bien… LYDIA.- ¡Vaya, tienes bastantes menos escrúpulos cuando nos vemos en Madrid! PABLO.- ¡En Madrid, no es lo mismo! Aquí yo estoy en tu casa, bueno, en vuestra casa… 28

LYDIA.- ¡Ahora no intentes darle la vuelta a la tortilla! La cuestión es que me has metido a tu amante en mi casa. PABLO.- ¡Que no, que no es mi amante! (Teniendo una idea) No lo vas a creer, pero ¡¡es mi sobrina!! LYDIA.- Eso sí que no. No me tomes ahora por tonta. PABLO.- ¡Te lo aseguro! LYDIA.- Para ya con el cuento, ¿quieres? PABLO.- ¿Qué, que pare? ¿Acaso ha querido ella dormir en la misma habitación que yo? ¡No! ¿Por qué? LYDIA.- Porque roncas y no la dejas dormir. PABLO.- Te repito que es mi sobrina. LYDIA.- ¿Y cómo sabe que roncas? PABLO.- ¡Porque soy su tío! ¡Dentro de las familias, esas cosas se saben! LYDIA.- ¡Lo siento, pero ese cuento no cuela! PABLO.- Piensa lo que somos tú y yo. Si fuera mi amante, no hubiera venido nunca aquí con ella para mostrártela. LYDIA.- Sí, visto así… PABLO.- Nada de visto así… ¡Es algo lógico! LYDIA.- Bueno, admitido, pero ¿me quieres explicar que hace tu sobrina diciéndote todo el rato, cariño, bésame, y esto y lo otro? PABLO.- ¡Eso es precisamente para que parezca que es mi novia! LYDIA.- ¿Que parezca? pero ¿por qué? PABLO.- Porque, a la larga, tu marido podría encontrar raro que siga estando solo. No me conoce ninguna novia, ya que, evidentemente, la suya es la “mía”. LYDIA.- ¿Y…? PABLO.- Que por eso, cuando me ha invitado a venir, he traído a mi sobrina. Así, dejándole creer que es mi novia, descarto completamente las suposiciones que podría tener de ti y de mí. LYDIA.- ¡Nunca hubiera pensado en eso! PABLO.- Sé que es un poco fuerte, pero hay que pensar en todo. LYDIA.- El caso es que parece un poco chalada, tu sobrina. PABLO.- ¿Chalada? No, depende de para quién; ella normalmente no es así; es actriz y se mete fácilmente en los personajes. LYDIA.- Desde luego, viéndola en la cocina, yo diría que está haciendo estupendamente el papel de criada. Bueno, vamos a cambiarnos. (Salen) HELENA.- (Entrando en escena) ¡Mire, yo no voy a seguir haciendo su trabajo! ELENA.- ¡Pero si es usted quien me lo ha quitado! 29

HELENA.- ¿Perdón? ELENA.- ¡Claro! Usted es la asistenta y no puede haber dos… HELENA.- ¡Pero usted es la de verdad! ELENA.- ¡De verdad, de verdad… eso es lo que usted dice! HELENA.- Pero ¿a qué viene eso de no querer asumir el puesto de asistenta? ELENA.- Eso se debe a que una quiere ganarse bien la vida y usted no me lo va a impedir. (Armando entra en camisa de vestir y pantalón oscuro) ARMANDO.- ¿Qué es lo que pasa? ¿Todo va bien? ELENA.- ¡Sí, sí, estupendamente! HELENA.- ¡Ah, no! ¡Esta señorita no quiere desempeñar su puesto de asistenta! ARMANDO.- (A Helena) Pero ella no puede ahora. ¡Vamos, a qué vendría eso! ELENA.- Si ya se ha hecho así… HELENA.- ¡Pues muy mal hecho! ARMANDO.- (A Helena) No te preocupes que esto se va a ir arreglando enseguida. (A Elena) Escuche, le voy a hacer una pregunta y usted responde sí o no. ELENA.- ¿Es una pregunta tonta como las que hacen en la tele? ARMANDO.- ¡Más o menos! ELENA.- Y si acierto, ¿qué es lo que gano? Nada de un paquete de detergente, porque ya tengo muchos… ARMANDO.- ¡100 euros! ELENA.- ¿Además? ARMANDO.- Sí. Bueno, ahí va la pregunta: ¿está usted de acuerdo en ir a dormir a la habitación que esta al lado de la cocina? ELENA.- Hombre, por 100 euros, todo el mundo iría. ARMANDO.- ¡Pues ya está! Se cambiarán la habitación más tarde. (A Elena) ¡Pero que la señora no sepa nada! ELENA.- ¿Por qué? ARMANDO.- Porque no es normal que la asistenta (Señalando a Helena) duerma en la habitación de invitados y usted que es… bueno, resumiendo, es muy complicado para usted. ¿Ha terminado usted aquí? ELENA.- ¡No, faltan los vasos! Entonces, ¿es ella la que los va a buscar o yo? ARMANDO.- ¡Usted! ELENA.- Entonces, ¿yo soy de nuevo la asistenta? ARMANDO.- No, no, usted es la invitada que ayuda en la casa. HELENA.- ¡Porque la asistenta soy yo! 30

ELENA.- ¡Pues claro, es lo que yo te he dicho antes, pero no me has querido entender! (A Armando) Al final se ha enterado ¿eh?. Bueno, iré a buscar los vasos. ARMANDO.- Vas a ver como todo se va a arreglar. HELENA.- (Soltándose) Sí, pero ¿vas a poder hacer algo para que me quede con vosotros durante la cena? ARMANDO.- ¡Claro que lo voy a hacer! HELENA.- Tengo la impresión de que ya no te gusto. ARMANDO.- (La coge en sus brazos) ¿Cómo puedes decir eso? ¡Ponte en mi lugar! (Se van a besar en el momento que entra Lydia con un vestido de noche) LYDIA.- ¡Armando! ARMANDO.- (Sobresaltándose y saltando sobre un pie) ¡Ay ay ay ay! LYDIA.- ¿Qué te pasa? ARMANDO.- ¿Cómo que qué me pasa? Me acaba de pisar el pie. LYDIA.- (A Helena) ¿Podría poner más atención? No se quede ahí plantada, vaya a la cocina. HELENA.- Bueno, bueno, ya voy. (Sale) LYDIA.- (Mirando el pie de Armando) ¿Estás mejor? ARMANDO.- ¡Sí, sí, ya está! ¿Y tú, todo bien? LYDIA.- ¡Sí, todo bien! (Pablo entra vestido de smoking) PABLO.- ¡Ya estoy listo! LYDIA.- ¡Oh! Estás… ¿cómo podría decir? ARMANDO.- Magnifico es la palabra. Date una vuelta que te veamos… PABLO.- ¡Vosotros también estáis muy bien! LYDIA.- Voy a ver que tal va la cocina. (Mutis) ARMANDO.- Pablo, necesitamos que persuadas a Lydia para que invite a Helena a cenar con nosotros. PABLO.- ¿Por qué? ARMANDO.- No quiero dejarla sola en la cocina, mientras que la asistenta se atiborra con nosotros. PABLO.- ¿Y qué quieres que le diga? ARMANDO.- ¡No sé! Pero yo no puedo; si lo haces tú… le parecerá normal. PABLO.- Reconocerás que la cosa es un poco fuerte… (Entra Lydia) LYDIA.- Dime Armando: ¿has elegido el vino? ARMANDO.- ¡El vino, es verdad! Voy ahora mismo. (Sale) LYDIA.- (Yendo hacia Pablo) Entonces, ¿de verdad te gusto así? 31

PABLO.- ¡Mucho! ¡Estás muy..., muy guapa! LYDIA.- ¿En serio? PABLO.- ¡Estás resplandeciente! elegante, pero sensual. LYDIA.- ¿De verdad? PABLO.- ¡Claro! Ese vestido te sienta… LYDIA.- ¿Me sienta bien? PABLO.- ¡Perfecto! LYDIA.- ¿Es verdad todo lo que me cuentas? PABLO.- Pero, bueno, ¿qué quieres decir? LYDIA.- ¡Que eres el mayor mentiroso que conozco! PABLO.- (Reculando) Pero, ¿a qué viene eso? LYDIA.- (Sacando de su corsé un papel plegado y enseñándoselo) ¿Y esto? PABLO.- ¿Qué es eso? (Le tiende la mano) LYDIA.- (Retirando la mano con el papel) No, no, se mira pero no se toca. PABLO.- ¡Pero no veo lo que es! LYDIA.- ¡Es un cheque! Acabo de encontrarlo en la cartera de Armando que estaba tirada en el sillón de la habitación, y gracias a que estaba allí, acabo de de hacer un descubrimiento extraordinario. PABLO.- (Inquieto, sin comprender) ¿Un descubrimiento? LYDIA.- ¡Sí! Figúrate que este cheque es por 3500 euros a nombre de Herrero y Rodero. Lo que corresponde por un lado al precio del abrigo de tu sobrina y, por otro, al comercio donde se ha comprado. PABLO.- ¿El mismo comercio? LYDIA.- ¿Qué te parece? PABLO.- ¿Y el mismo precio? LYDIA.- Sí, ¿puedes creerlo? PABLO.- ¡Vaya coincidencia! LYDIA.- ¿Verdad? PABLO.- Desde luego, es muy sorprendente. Casi increíble. LYDIA.- Yo no lo hubiera dicho mejor. Entonces, como no creo que haya sido el azar, es forzosamente la realidad. (Armando entra con dos botellas de vino) ARMANDO.- ¡Ya está! Un vino estupendo, con un color, un aroma… (Lydia mete el papel precipitadamente en el corsé) LYDIA.- ¡Ah, pues muy bien! PABLO.- ¡Eh, sí, si, muy bien, muy bien! ARMANDO.- (Les observa) Vaya cara que tenéis los dos… LYDIA.- ¿Nosotros? ¡No! 32

PABLO.- ¡No, no, ninguna cara, tengo la mía! LYDIA.- ¡Exacto, y yo la mía! ARMANDO.- ¡Y yo la mía! LYDIA.- ¡Pues eso! PABLO.- ¡En fin, que cada uno tiene su cara! ARMANDO.- ¡Ya! ¿Le has comentado lo de la asistenta? PABLO.- ¿Lo de la asistenta? ARMANDO.- ¡Lo que antes has dicho! PABLO.- ¡Ah, sí! (A Lydia) que nos va a estar escuchando… en la cena… Pues eso, reír… ARMANDO.- Y beber… LYDIA.- ¿Y…? PABLO.- Pues que para ella puede ser un poco triste. ARMANDO.- Sí, dejarla cenar… PABLO.- En una esquina… ARMANDO.- De la cocina. PABLO.- ¡Sola! ARMANDO.- Exacto, sobre todo para una chica. LYDIA.- ¿Sois vosotros los que habéis tenido esa idea? PABLO Y ARMANDO.- (A la vez) ¡No, no, ha sido él! LYDIA.- Desde luego, sois los reyes de la delicadeza. ARMANDO.- Es solo cosa de… PABLO.- De crear buen ambiente. ARMANDO.- Sobre todo para esa pobre chica… PABLO.- Sí, porque a nosotros… ARMANDO.- A nosotros nos da igual. PABLO.- Eso, totalmente. LYDIA.- Bueno, la verdad es que por qué no, si ella quiere. (Helena entra con algo en un plato) HELENA.- He pensado que faltaba traer esto. LYDIA.- ¡Ah, sí, sí, déjelo ahí! ARMANDO.- ¡No, hombre no! ¡Démelo! (Lo coge y lo va a poner encima de la mesa) LYDIA.- A propósito, ¿le gustaría cenar con nosotros? HELENA.- ¡Oh, señora! No sé si mi condición me permite… ARMANDO.- ¡Por supuesto que si! PABLO.- (Diciendo lo mismo en plan eco) Por supuesto que sí. 33

HELENA.- ¡Si ustedes insisten! ARMANDO.- Claro que insistimos, (A Pablo) ¿verdad? PABLO.- Naturalmente: ¡insistimos! HELENA.- No quisiera molestarles. ARMANDO.- ¡No nos molesta en absoluto! PABLO.- ¡Poner otra silla en la mesa! ARMANDO.- ¡Ya está! (Coge una silla y la pone en la mesa) LYDIA.- Entonces, ¿qué dice? HELENA.- La verdad es que debo decirles que no me hacía mucha gracia quedarme sola en la cocina un día como hoy. LYDIA.- ¿Un día como hoy? HELENA.- Sí, hoy es mi cumpleaños. ARMANDO.- (A Pablo) ¡Anda, es su cumpleaños! LYDIA.- (A los dos hombres) ¡Ni que lo hubierais sabido! ARMANDO.- ¿Verdad? HELENA.- Pero, a lo mejor, necesitaría cambiarme, ¿no? ARMANDO.- Sí, si usted tiene alguna cosa… LYDIA.- ¡Sí, algo para salir de noche! HELENA.- ¡Es un vestido de noche! LYDIA.- Entonces, vaya a ponérselo. HELENA.- ¡Gracias, encantada! ¡Voy enseguida! (Mutis) LYDIA.- ¡En mi vida he visto una asistenta como ésta! PABLO.- (A Armando) ¡Nosotros tampoco! (Elena entra con los vasos) ELENA.- ¡Los vasos! (Dejando los vasos en la mesa) He tenido que lavarles y frotarles, porque estaban asquerosos. LYDIA.- Vale, vale, muy bien. ELENA.- Son difíciles de lavar estos vasos, ¿eh? LYDIA.- ¿Sí? Bueno ya está. (La mira bruscamente) ¿Pero todavía no te has cambiado? ELENA.- ¿Cambiarme? LYDIA.- Claro, tendrás un vestido para la cena, ¿no? ELENA.- ¡Ah, sí, sí, tengo mí vestido para las cenas! Es mucho más elegante que esto. PABLO.- ¡Eso es lo que hace falta! LYDIA.- ¡Pues ve a ponértelo! ELENA.- No quiero contrariarla, pero… PABLO.- ¡Pero nada, si te decimos de cambiarte, cámbiate! 34

ELENA.- ¡Vale, en cinco segundos me cambio! (Mutis) ARMANDO.- Yo no tengo más que ponerme la chaqueta. (Sale) LYDIA.- Lo que me faltaba por ver: ¡hacerle regalos a tu sobrina! PABLO.- Pero, me quieres decir ¿por qué habría de comprarle un abrigo? LYDIA.- Muy sencillo: porque son amantes. Y seguro que te ha pedido que me hicieras creer que tu sobrina era tu amante para que yo no dudara que, realmente, es la suya. PABLO.- ¡Pero, mujer, qué cosas dices! LYDIA.- Entonces, si no es eso ¿por qué tu sobrina ha querido venir contigo? PABLO.- Pensó que le vendría bien tomar un poco de aire del campo. LYDIA.- Y para que no pasara frío, Armando le ha comprado un abrigo. PABLO.- Seguro que no es lo que parece. (Armando entra con su chaqueta de smoking) ARMANDO.- ¡Bueno, ya estoy listo! LYDIA.- (Secamente) ¡Pues entonces vayamos a la mesa! ARMANDO.- ¿No crees que deberíamos esperar a las otras? (En ese momento entra Elena. Lleva un uniforme completo de « criada » para servir la mesa) ELENA.- ¡Ya está! Espero no haberme pasado. LYDIA.- (Mirándola, estupefacta) ¿Pero que es eso? (Armando y Pablo están igualmente alucinados; finalmente, Pablo reacciona) PABLO.- Ya veo. Muy gracioso esto! ARMANDO.- ¡Sí, sí, muy gracioso! LYDIA.- ¿Vosotros creéis? PABLO.- ¡Sí, mujer, es su disfraz! ARMANDO.- ¡Claro, se ha puesto su vestido de teatro! LYDIA.- ¿Para la cena? ELENA.- ¡Ah, sí, siempre me lo pongo para las cenas! ARMANDO.- ¡Es una excelente idea! PABLO.- ¡Sí, sí, muy divertida! ELENA.- ¡Estoy contenta que os haya gustado! LYDIA.- (Mirando a Pablo) ¿Realmente, piensas que esto es gracioso? PABLO.- Bueno, es que… espera…, porque es que ella tiene cada cosa… ELENA.- ¿Yo? ¡Yo no tengo nada! PABLO.- ¿Cómo que no? ¡Tienes unas cosas! ARMANDO.- ¡Increíbles! ELENA.- ¡Que no, que no tengo nada! 35

PABLO.- ¡Ay de verdad! yo te conozco y sé que siempre tienes cada cosa… ¿Y esto qué? ¿No es una cosa, no es una cosa? ¡Claro que si! no me dirás que esta no es una de tus cosas… ELENA.- Bueno eso sí, este vestido, mirado por ahí sí. PABLO.- ¡Ya está! (Durante este tiempo han estado transformando el vestido de asistenta en vestido de noche; le hacen darse la vuelta sobre sí misma como para una presentación de moda) (En ese momento entra Helena con un vestido de noche impresionante, con un escote en la espalda vertiginoso; ella trae un plato con una enorme langosta que presenta a los hombres haciéndoles seguirla hacia la mesa) HELENA.- Si los señores quieren pasar a la mesa... (Avanza hasta la mesa, deja el plato y se sienta descubriendo un escote vertiginoso en la espalda. Los cuatro la miran flipados) PABLO.- ¡¡Madre mía, el rollo, cómo está la el rollo!! TELÓN

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ACTO II

Es el final de la cena. Están los cinco sentados alrededor de la mesa. Se levantan sucesivamente Pablo y Armando; comienzan a apilar los platos en una bandeja. Pablo quita las botellas vacías de champán que han reemplazado a las de vino que había al principio de la cena. Elena recoge los vasos, Helena los cubiertos y Lydia comienza a plegar el mantel. PABLO.- ¡Estaba todo buenísimo! LYDIA.- Entonces, ¿os ha gustado? HELENA.- ¡Ah, sí, delicioso!. ARMANDO.- Magnífico. Quizás he comido demasiado. Vamos a quitar esto de enmedio para pasar a las copas. PABLO.- Un licorcito no estaría mal. HELENA.- Antes hay que recoger todo esto. (Lleva los platos a la cocina) ELENA.- Pero si sólo hay que meterlo en el lavavajillas. (La ayuda; va hacia la cocina) LYDIA.- Que para eso está. ELENA.- Pues eso digo yo (Sale) ARMANDO.- Creo que este smoking se me está quedando pequeño. PABLO.- Sí, a mi también el mío me está oprimiendo. ARMANDO.- ¡Exacto! No solo he engordado dentro del smoking sino que además me estoy muriendo de calor. ¿Tú no? PABLO.- Sí, sí, Hemos perdido la costumbre de llevar estas cosas. ARMANDO.- Pues me voy a poner cómodo si no te molesta. LYDIA.- No, para nada. (A Pablo) Podéis hacer lo que queráis. PABLO.- No se si debo… LYDIA.- Claro. ¡Así estarás listo! ARMANDO.- Listo, ¿para qué? LYDIA.- No sé. Listo para la noche. ARMANDO.- Justo es lo que yo pienso. Voy a ello. (Sale) PABLO.- Si te puedo ayudar a algo… (A Lydia) LYDIA.- No, no, ve a ponerte cómodo. PABLO.- Vale, si tú lo dices… 37

LYDIA.- (Tajante) ¡Sí, yo lo digo!. PABLO.- Pues, entonces, obedezco. (Sale) ELENA.- (Viniendo de la cocina) Bueno, los platos ya están. Sólo faltan los vasos y los cubiertos. HELENA.- Yo los llevaré. ELENA: No, no. Yo ya estoy acostumbrada a hacerlo. HELENA.- Eso seguro. LYDIA.- Pues ve. Yo terminaré de arreglar esto con ella. ELENA.- Pues, entonces cada una a lo suyo. (Va a la cocina) HELENA.- ¿No quiere que vaya a ayudarla? LYDIA.- No, déjela. Ya he tenido suficiente durante la cena para no explotar. HELENA.- ¿Para no explotar? Pero, ¿por qué? LYDIA.- ¿Que por qué? ¿No ha visto usted nunca una tonta? HELENA.- ¿Una tonta? LYDIA.- Sí, además yo diría que una de las mayores. ¿No se ha dado cuenta?. HELENA.- Pues no sé que decirle… LYDIA.- Se lo voy a explicar: La tonta se encuentra aquí, frente a frente, cenando con la amante de su marido. HELENA.- Verá, se lo puedo explicar… LYDIA.- Eso, explíqueme la actitud que yo debería tener. HELENA.- Bueno, la verdad es que… en fin, resulta muy embarazoso…, no esperaba que usted me hablase con esa franqueza. LYDIA.- Para que andarse con rodeos, ¿no? HELENA.- No, no, claro. LYDIA.- Entonces, según usted, ¿cómo debería yo reaccionar? HELENA.- Digamos que es un poco delicado… ¡Póngase en mi lugar! LYDIA.- Al contrario, póngase usted en el mío. HELENA.- Sí, está claro que no debería haber venido. LYDIA.- Y eso, ¿qué cambiaría? HELENA.- En ese caso no me encontraría aquí delante de usted… LYDIA.- ¡Pues, intente imaginarse que no es usted! HELENA.- ¿Que no soy yo? LYDIA.- Si. Usted no estaría aquí, si la agencia me hubiese enviado otra asistenta. HELENA.- ¿Otra asistenta? LYDIA.- Sí, porque entonces sería a la otra a la que le hubiese planteado la cuestión. 38

HELENA.- ¿Qué cuestión? LYDIA.- Que si usted fuera yo, ¿qué es lo que haría con la sobrina de Pablo? HELENA.- ¿Con la sobrina de Pablo? LYDIA.- ¡Ah, claro, es que usted no está al corriente! Elena, la que está en la cocina, es su sobrina. HELENA.- ¿De Pablo? LYDIA.- ¡Sí!. HELENA.- Pero no puede ser su sobrina, porque ella es la… LYDIA.- ¡Ah, sí, si. Usted ha creído, como yo, que era su amante. HELENA.- ¿Su amante? LYDIA.- En realidad es su sobrina. HELENA.- ¿La asistenta? LYDIA.- En eso estoy de acuerdo con usted. Parece talmente una asistenta. Pues, ahí dónde la ve, es la amante de mi marido. HELENA.- ¿Quéee? LYDIA.- Sí, sí. HELENA.- ¡Pero eso no es posible! LYDIA.- ¿Que no es posible? ¡Duerme con ella! HELENA.- ¿Armando? Quiero decir, ¿su marido? LYDIA.- ¡Tengo la prueba! HELENA.- ¿La prueba? LYDIA.- ¡Indiscutible y definitiva! HELENA.- ¡Será mamón! LYDIA.- ¡Justo es la respuesta que esperaba! HELENA.- Desde luego, ¡hacerme eso a mí! LYDIA.- ¿A usted? HELENA.- ¡Sí, bueno, a usted!… pero como me he puesto en su lugar he dicho eso como si de usted se tratara, ¡que cabrón! LYDIA.- Es muy amable al involucrarse hasta ese punto… pero ¡cálmese usted! HELENA.- ¿Calmarme? Sí, sí, de acuerdo. Si me altero es por usted. Porque el nos… en fin, el la engaña, y eso no se puede olvidar. LYDIA.- Como que no se me va de la cabeza. Entonces, ¿qué haría en mi lugar? HELENA.- En mi opinión… La hablo como si se tratase de mi, ¡eh! LYDIA.- Sí, sí, continúe… HELENA.- ¡Hágale a su marido lo que el le ha hecho a usted! LYDIA.- ¿Quiere decir que…? HELENA.- ¡Sí! 39

LYDIA.- Bueno… entre nosotras… ¡ya está hecho! HELENA.- ¡¡No!! LYDIA.- ¡Sí, ya me he vengado… con anticipación! HELENA.- ¿Ah, sí? Bueno, en ese caso, aunque lo haya hecho con antelación, su marido debe sufrir las consecuencias de lo que ha hecho. LYDIA.- ¡Sí, eso es verdad! Porque yo le haya engañado, no le da el derecho de engañarme a mí. HELENA.- ¡No faltaba más que eso! (Armando entra en pijama, encontrando a Lydia y Helena muy sonrientes) ARMANDO.- Veo que todo va muy bien. LYDIA.- ¡Ah, sí, sí, muy, muy bien! (A Helena) ¿verdad? HELENA.- ¡Mejor imposible! LYDIA.- (Se da cuenta que está en pijama) Veo que tú también vas bien. ARMANDO.- La verdad es que estoy mucho mejor así. ¡Me siento liberado! LYDIA.- ¡Liberado, mira qué suerte! ARMANDO.- Después de una cena de etiqueta, viene bien relajarse un poco. LYDIA.- Tienes razón; no veo por qué no habría de ponerme yo así también. ARMANDO.- Pues, sí, total es una velada entre amigos. LYDIA.- (Con ironía) ¡Casi íntima! ARMANDO.- ¡Justo, casi! Así que no hay razón para seguir con los formalismos. LYDIA.- ¡No, ninguna! ARMANDO.- (A Helena) ¡Al menos que a usted la moleste! HELENA.- ¿A mí? ¡en absoluto! ARMANDO.- Bueno, entonces (Señalando la mesa) ¿habéis terminado de recoger? LYDIA.- Sí, aparte de las flores y las sillas… ARMANDO.- ¡Esto lo arreglo yo enseguida! LYDIA.- ¡Ah, sí, ya deberías! ARMANDO.- ¿Cómo? LYDIA.- No, que digo que poner un poco de orden no estaría mal… HELENA.- ¡Yo puedo hacerlo sola! ARMANDO.- ¡No, no, ni hablar, yo la ayudo! LYDIA.- ¡Eso, ayúdale! (Sale y Armando la mira al salir) ARMANDO.- ¿No te parece que está un poco rara? HELENA.- ¡No, no! 40

ARMANDO.- ¿Tú crees? (La coge por la cintura y la estrecha contra él) ¿Sabes que eres muy muy guapa? HELENA.- (Quitándose) ¡Ah, no, ahora no me vengas con esas! ARMANDO.- Pero no te enfades, ya hemos arreglado el tema con la asistenta; dormiremos en esa habitación. (Señalando) HELENA.- ¡Pierdes el tiempo! ARMANDO.- (Señalándose el pijama) Pero mira, no puedo hacerlo mejor, estoy ya casi desnudo. ¡Vamos a pasar una noche inolvidable! HELENA.- (Rechazándole) ¡Que no, de verdad que no! Ni una noche ni nada. ¡Voy a llamar a un taxi! ARMANDO.- (Intentando retenerla) ¿No me vas a hacer ahora una escena porque mi mujer cree que eres la asistenta? HELENA.- ¡Si sólo fuera eso! ARMANDO.- ¡Es que no hay más! (Intenta arrimarse, pero ella le rechaza) HELENA.- ¡Caro que sí: tu mujer está al corriente! ARMANDO.- ¿Al corriente de qué? HELENA.- ¡Ella lo sabe todo! ARMANDO.- ¿Todo? HELENA.- ¡Todo! Me ha preguntado que ¿qué haría yo si me enterase que mi marido tiene una amante? ARMANDO.- ¿Te ha dicho eso? HELENA.- ¡No hace ni cinco minutos! ARMANDO.- ¡Pero, eso es horrible! HELENA.- ¡Sobre todo para ti! ARMANDO.- ¡Hay que negarlo! HELENA.- ¿Negar qué? ARMANDO.- ¡Todo, absolutamente todo! HELENA.- Dice que tiene pruebas. ARMANDO.- ¿Y cómo ha reaccionado cuando lo has reconocido? HELENA.- ¿Reconocer qué? ARMANDO.- ¡Pues que va a ser! Que tú y yo… HELENA.- ¡No te enteras! ¡Es que no es a mi a la que le concierne! ARMANDO.- ¿Cómo que no te concierne? HELENA.- Yo también lo ignoraba hasta que tu mujer me lo ha dicho. ARMANDO.- ¿Decirte qué? HELENA.- Que eres un verdadero cerdo. 41

ARMANDO.- Pero, Helena, mi vida, es que, realmente, no entiendo nada. HELENA.- ¿Cómo puedes tener tanta cara? Ahora, yo también sé que te acuestas con su sobrina. ARMANDO.- ¿Con su sobrina? HELENA.- ¡Sí! ARMANDO.- ¿Pero de qué sobrina hablas? HELENA.- ¿De qué sobrina hablo? ¡De la única, la de tu amigo Pablo! Desde luego, tanto uno como otro sois un par de mentirosos. ARMANDO.- Pero, créeme, mi cielo: No tenía ni idea de que Pablo tuviera una sobrina; vamos, que ni siquiera la conozco. (Se acerca y trata de abrazarla, ella le sigue rechazando) HELENA.- ¿Ah, no? ¿Acaso no conoces a la Elena que está en la cocina? ARMANDO.- ¿Hablas de la asistenta? HELENA.- ¡No, de tu amante! ARMANDO.- ¡No sabes lo que dices! ¿Cómo voy a ser yo el amante de la asistenta? HELENA.- ¡Ya es suficiente! ¡Ella debe de ser tan asistenta como yo! ¡Aquí no hay asistenta, nunca ha habido asistenta! Sólo su sobrina que es tu amante… ARMANDO.- ¿La Elena que está ahí? (Señalando la puerta de la cocina) HELENA.- ¡La misma! ARMANDO.- ¡Espera, espera! Entonces, si he comprendido bien, mi mujer no sabe que tú y yo… HELENA.- ¡No, no, para nada! ARMANDO.- ¡Uf, menos mal, qué suerte! HELENA.- Ten cuidado, no vaya a cambiar tu suerte y lo cuente yo todo. Es una cuestión de amor propio. Encima, insistes en negar que esa chica sea tu amante… ARMANDO.- ¡Es que es grotesco! HELENA.- ¿Grotesco, eh? ¡Tu mujer va saber en cinco minutos que estoy aquí porque estamos juntos! ARMANDO.- ¡Vale, vale, la asistenta es mi amante! HELENA.- ¡Te acuestas con la sobrina de Pablo! ARMANDO.- Es lo que quieres que diga, ¿no? ¡Pues, sí, vale, es verdad, lo reconozco! ¡Pero no es más que algo pasajero! HELENA.- ¡Sí, sí, muy fácil! Hacemos cualquier cosa y luego “Ay, perdón, perdóname, ha sido un error”. 42

ARMANDO.- Pero, vamos, piensa un poco: ¡si fuera verdad, no te hubiera dicho que vinieses! HELENA.- Verdadero o falso, tu mujer esta segura de que es verdad, y yo, ya ves, me he encontrado con un premio de consolación. ARMANDO.- ¿Un premio de qué? HELENA.- ¡Sí magnífico: tu mujer tiene un amante! ARMANDO.- ¿Quéee? HELENA.- ¡Lydia tiene un amante! ARMANDO.- ¿Te estás riendo de mi o qué? HELENA.- ¡En absoluto! ARMANDO.- ¿Y tú cómo lo sabes? HELENA.- ¡Ella me lo ha dicho! Pero no sé quién es el feliz afortunado. ARMANDO.- ¡Pero, bueno, no es posible! Es una broma, ¿no? ¡Dime que no es verdad! HELENA.- ¡No entiendo por qué te pones así! ARMANDO.- ¡Ah, claro, que debería de estar dando saltos de alegría! HELENA.- Pero qué puede importarte si tú la estas engañando conmigo… ARMANDO.- ¡No es lo mismo! HELENA.- ¡Claro que no! A los hombres todo les esta permitido, y a las mujeres, nada. ARMANDO.- De verdad… acabo de enterarme de que mi mujer me engaña… podrías ser un poco más amable... (Lydia entra pijama) LYDIA.- ¿Qué tal? ARMANDO.- ¡Ah, ya estás aquí! LYDIA.- Sí, ves, he hecho como tú, me he puesto cómoda. ARMANDO.- ¡Sí, sí, ya veo, muy cómoda! LYDIA.- Tenías razón, me siento mucho mejor ahora. ARMANDO.- ¡No lo dudo! HELENA.- ¡Es muy bonito! LYDIA.- ¿Verdad que sí? a mí también me lo parece, es un regalo de mi marido. (Elena entra) ELENA.- ¡Es una maravilla! LYDIA.- ¿Sí? ELENA.- Vuestro lavavajillas… LYDIA.- ¡Me alegro que te haya gustado! ¡Eres una auténtica ama de casa! Bueno, vamos a terminar de hacer las camas. ELENA.- ¡Ahora mismo voy a hacerla! (Sale) 43

LYDIA.- (A Armando) ¡Y tú deberías sacar los licores! ARMANDO.- ¿Te ha sentado mal la cena? LYDIA.- ¡No, la cena ha sido estupenda! HELENA.- Bueno, yo voy a hacer mi cama. LYDIA.- Sí, eso, yo voy a buscar las almohadas. (Sale. (Armando va a la puerta donde está Pablo y llama) ARMANDO.- ¡Pablo! PABLO.- (Voz de Pablo) ¿Sí? ARMANDO.- ¡Sal, necesito hablarte! (Pablo entra en pijama) PABLO.- ¿Qué pasa? ARMANDO.- ¡Ya veo que tú también te has puesto cómodo! PABLO.- ¡Me siento mucho mejor así! ARMANDO.- ¿Quieres beber algo? PABLO.- ¿Por qué no? ARMANDO.- ¿Whisky? PABLO.- ¡Sí, gracias! Bueno, en líneas generales, todo marcha según los planes, ¿no? ARMANDO.- Salvando algunos detalles…. PABLO.- ¿Y eso? ¿Hay detalles que no…? ARMANDO.- Sí, hay detalles que van… menos bien, vamos, mucho menos bien, en fin, que no van nada bien. PABLO.- Ya sabes que para lo que sea… si te puedo ser útil… ARMANDO.- ¡Seguro que puedes! Vamos a ver, si tú estuvieras casado, ¿cómo reaccionarías si descubrieras que tu mujer tiene un amante? PABLO.- ¿Eeeh… quieres decir… que Lydia? ARMANDO.- ¡Sí, sí, Lydia! ¡Pero te advierto que esto no va a quedar así! PABLO.- ¡No, no, claro que no! ¡De verdad, estoy consternado! ARMANDO.- ¡No tanto como yo! ¡Pero lo que está hecho, está hecho! PABLO.- ¡Entiendo que estés en un estado espantoso! ARMANDO.- Tengo motivos, ¿no? PABLO.- ¡Sí, sí, claro que sí! En fin, quiero decir que no te enfades… sobre todo no hace falta enfadarse… ARMANDO.- Pero entiende que estoy dolido… ¡muy dolido! PABLO.- ¡Ya, pero continúa controlándote!

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ARMANDO.- ¡Es que es demasiado! Me sube por aquí una cosa… (Le coge por el cuello de la chaqueta del pijama, después lo deja; le vuelve a coger a lo largo de la escena) PABLO.- Si piensas en otra cosa, lo mismo… ARMANDO.- ¿Que piense en otra cosa? ¡Después de lo que me acabo de enterar! PABLO.- Sí, sí, he dicho eso para que te controles un poco y no te suba nada… ARMANDO.- ¿Que no me suba..? Al contrario, ¡quiero que me suba todo! Pero, calla, pensando un poco... acabo de leer un libro japonés… con unas recetas para ir por la vida… PABLO.- ¡Ah, si, los japoneses siempre cocinan al vapor! ARMANDO.- No, no, recetas para los maridos o mujeres que quieren vengarse de los impostores… no se si me sigues… PABLO.- ¡No, no, no he leído el libro! ARMANDO.- Mira, por ejemplo. ¡TAKAMUCHE! PABLO.- ¿Cómo? ARMANDO.- ¡He dicho TAKAMUCHE! PABLO.- ¡Ah, bueno! ARMANDO.- Es el nombre de esas agujas tan largas que se ponen las japonesas en el moño. PABLO.- ¡Ah, sí! ARMANDO.- Cuando ellas quieren vengarse de una infidelidad, las sacan y se las clavan al marido. PABLO.- ¿Dónde? ARMANDO.- ¡Adivínalo! PABLO.- ¡No! ARMANDO.- Y después de eso se quedan totalmente inútiles. PABLO.- ¿Las agujas? ARMANDO.- ¡No, la traducción literal de TAKAMUCHE es “tú no serás nunca más un hombre, hijo mío! PABLO.- ¡No me digas! ARMANDO.- ¡Textual! Así que, con TAKAMUCHE, todo está terminado, chaval. PABLO.- ¿Todo terminado? ARMANDO.- ¡Pues sí! Y además está SULAKEKE, nombre de otra receta japonesa. El marido engaña, y cuando la mujer japonesa se entera, según la cultura japonesa, siente como si recibiera un golpe en la espalda. Pues bien, 45

sulakeke es eso, te clavan las agujas en la espalda: ¡golpe de espalda por golpe de espalda! PABLO.- ¡Vale, perdona, perdona! ARMANDO.- ¿Pero estás sordo o qué? PABLO.- ¡No, te estoy pidiendo perdón! ARMANDO.- ¡Escucha lo que te digo! PABLO.- ¡Sí, sí, te he entendido perfectamente! ARMANDO.- Entonces que es lo que piensas del sulakeke? PABLO.- ¡Que debe hacer bastante daño! ARMANDO.- Sí, un poco. Sulakeke significa lágrimas de sangre. PABLO.- Me lo imagino muy bien: qué delicados son en el extremo oriente. ARMANDO.- Entonces, entre los dos, ¿qué preferirías? PABLO.- Es que responder así, de repente… ARMANDO.- ¡No, no, tómate tu tiempo! Pero me gustaría que eligieras: ¿sulakeke o takamuche? PABLO.- Mira, como no tienes prisa, me lo voy a pensar, y creo que mejor será que me marche. ARMANDO.- ¿Por qué? PABLO.- Preferiría no volver a verla. ARMANDO.- ¿A quién? PABLO.- ¡Pues a tu mujer! ARMANDO.- Te prohíbo que le digas que estoy enterado de esta historia. PABLO.- Tú ya sabes que yo soy una tumba. ARMANDO.- ¡Tengo que cogerle por sorpresa! PABLO.- ¿A quién? ARMANDO.- ¡Al amante! PABLO.- ¡Aaah! ARMANDO.- Y cuando le tenga a mano… PABLO.- Porque tú no sabes… quién es… ARMANDO.- ¡Claro que no, si no ya estaría hecho migas! PABLO.- ¿Y no tienes ninguna pista? ARMANDO.- ¡Ninguna! PABLO.- Pero si no sabes quién es, no tienes prueba de que exista. ARMANDO.- ¿Cómo que no tengo pruebas? La propia Lydia se lo ha contado a Helena, que es quien me lo ha dicho. PABLO.- Bueno, si eso es así… 46

ARMANDO.- ¿Qué te pasa? Me entero que mi mujer tiene un amante y a ti sólo se te ocurre decir “si eso es así…” PABLO.- Es que estoy tan alucinado que empiezo ahora realmente a digerirlo… En ese caso ¡takamuche y sulakeke: el completo para ese mamón! ARMANDO.- Bueno, menos mal que por fin empiezas a despertarte. PABLO.- ¡Sin piedad! ARMANDO.- ¡Hay otra cosa! Lydia cree que la asistenta es tu sobrina. PABLO.- ¿Mi sobrina? ARMANDO.- ¡Sí, y que yo me acuesto con ella! PABLO.- ¿Tú? ¿Con mi sobrina? ARMANDO.- ¡No! Con la asistenta. PABLO.- ¿Y…? (Entra Lydia) LYDIA.- He estado reflexionando… ARMANDO.- ¿Sobre qué? LYDIA.- Sí, y he llegado a la conclusión de que no hay razón para que guarde por más tiempo lo que se sobre ti. ARMANDO.- ¿Sobre mi? LYDIA.- ¡Sí! (Va a la puerta, abre y llama a Helena) ¡Helena! (Helena entra) HELENA.- ¿Sí? LYDIA.- He estado hablando con ella y me ha aconsejado decir la verdad, ¿no es cierto? HELENA.- Bueno, la verdad es que nada es verdad… LYDIA.- ¡Exacto! Así que quería decir que sé que tú eres su amante. (A Armando) ARMANDO.- (A Pablo) ¿Eres tú el que se lo ha dicho? PABLO.- ¿Yo, estás soñando? ARMANDO.- (A Helena) Entonces, ¿has sido tú? LYDIA.- ¿Tuteas a la asistenta? ARMANDO.- ¿La asistenta? HELENA.- ¡Sí, yo! ARMANDO.- ¡Ah, si!... tú eres la… usted es la… LYDIA.- ¡La asistenta! ARMANDO.- Sí, sí, claro, ella es la asistenta, por supuesto, ¡mucho mejor así! LYDIA.- ¿Cómo? ARMANDO.- No, nada, que he pensado que creías que era el amante de la asistenta. LYDIA.- ¡Hablaba de la otra! 47

ARMANDO.- ¿La otra? HELENA.- (A Armando) Sí. Usted bien sabe que yo no tengo nada que ver con su vida. (Hace mutis al tiempo que Elena entra en pijama) ELENA.- Me he puesto en pijama, igual que vosotros, para estar… LYDIA.- ¡Para estar lista! ELENA.- Eso es, lista para acostarme. LYDIA.- ¡Yo no lo hubiera dicho mejor! ELENA.- El edredón que tienes es muy bueno: caliente y ligero. LYDIA.- Un poco como tú, vaya. ELRNA. ¿Cómo dices? LYDIA.- Es inútil seguir con la farsa, sé que eres su amante. ELENA. ¿Yo? Si es así…, desde luego, estamos en el adulterio total… LYDIA.- (A Armando) Como sé la verdad sobre ti, encuentro lógico que tú la sepas también de mí. PABLO.- ¡Lydia! LYDIA.- ¿Qué? PABLO.- ¡No, nada! LYDIA.- (A Armando) Y si tú tienes una amante, es normal que yo tenga un amante también. ARMANDO.- Ya he tenido el placer de enterarme de esa buena noticia por el rumor público. ¡Sólo me queda saber quién es! PABLO.- ¡Él no tiene ni idea de quién puede ser! LYDIA.- ¿No?, pues yo te lo voy a decir. ARMANDO.- ¿Ah, sí? LYDIA.- ¡Sí! PABLO.- ¡Lydia! ARMANDO.- Entonces, dime, ¿quién es? LYDIA.- (Señalando a Pablo) ¡Es él! ARMANDO.- ¿Él? Tú estas soñando… LYDIA.- ¡No, no, en absoluto! ARMANDO.- (A Pablo) ¿Tú? PABLO.- ¡Tu mujer está de broma, por supuesto! ARMANDO.- ¡Por supuesto! LYDIA.- Estoy segura que delante de mí, no osará sostener lo contrario. PABLO.- Pero, bueno, ¿tú te das cuenta de lo que estás diciendo?

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ARMANDO.- Si confirmas lo que ella dice, tú eres, verdaderamente, el tío más falso y asqueroso que he visto en mi vida. Así que takamuche o, si prefieres, sulakeke; puedes elegir. (Suena el timbre de la puerta) LYDIA.- ¿Quién puede venir a molestarnos a estas horas? ARMANDO.- Será otra vez el vecino ese que tiene fugas y que viene a buscar la llave inglesa. LYDIA.- ¡Bueno, voy a librarme de el! ARMANDO.- ¡Puff, sí mejor porque es un plasta; ¡seguro que le tienes ahí un buen rato! ELENA.- Entonces me voy, no aguanto a los pesados. (Sale) ARMANDO.- (A Pablo) ¡Y tú, aprovecha ahora para elegir! PABLO.- ¿Elegir? ARMANDO.- ¡Sí, entre sulakeke y takamuche! PABLO.- ¡Por favor, Armando! ARMANDO.- ¡Ah, si, un chupito de sake para darte coraje! (Coge una botella de la mesa y los vasos) ARMANDO.- ¡Anda, vamos! (Pablo y Armando salen; Lydia ha ido a la puerta de entrada y abre. Entra Adrián con una gorra y una chaqueta cubriendo el pijama) ADRIÁN.- ¡Buenas noches, señora! LYDIA.- ¡Buenas noches! ADRIÁN.- Perdone que la moleste a estas horas. LYDIA.- No se preocupe, creo que usted quiere una llave inglesa, ¿no? ADRIÁN.- ¿Una llave inglesa? LYDIA.- Sí, usted ha venido por la fuga, ¿no? ADRIÁN.- ¡Ah, sí, pero ya esta reparada! Precisamente, acabo de salir de su casa. LYDIA.- ¿De casa de quién? ADRIÁN.- De los Robles. LYDIA.- ¿Los Robles? ADRIÁN.- ¡Sí, sus vecinos! LYDIA.- ¡Ah, ya! Los... ADRIÁN.- ¡Sí, el lavabo del primero! LYDIA.- ¿Del primero? ADRIÁN.- Sí, como no vienen muy a menudo, las juntas se secan y terminan por romperse; y como siempre, las fugas aparecen por la noche… 49

LYDIA.- ¡No sabia nada! ADRIÁN.- ¡Pues así es! Como ya tenían el agua por los tobillos, me han llamado completamente asustados. ¿Usted se da cuenta?: asustados de tener el agua por los tobillos. ¡Gente de ciudad! LYDIA.- ¡Me hago cargo! ADRIÁN.- En resumidas, estaba en la cama y sin pensarlo me he puesto en pie, he cogido mi camioneta y es por eso que le pido mis disculpas por presentarme así delante de usted. (Se quita la gorra y la pone encima de la mesa) LYDIA.- ¡No se preocupe! ADRIÁN.- He hecho eso por echarles una mano, porque yo no soy fontanero. LYDIA.- ¿Ah, no? ADRIÁN.- ¡No! en realidad soy el que me ocupo del jardín de los Robles. LYDIA.- ¡Ah, es usted! ADRIÁN.- Sí, yo les planto los tulipanes en la primavera y después, en octubre, les pongo pensamientos. Así, vengan cuando vengan, siempre tienen flores, ¿usted comprende? LYDIA.- ¡Sí, muy bien! ADRIÁN.- Como son buena gente, les ayudo en todo lo que puedo. Sobre todo que no son mirados para el dinero. Siempre tienen algún billete para arreglarles algo. ¿Comprende usted? LYDIA.- Comprendo muy bien, pero entonces ¿a qué ha venido usted? ADRIÁN.- Pasaba por delante de su casa y he visto que había luz. LYDIA.- Sí. ¿Y…? ADRIÁN.- Entonces, me he dicho que si había luz es que no estaban durmiendo, a no ser, claro, que durmieran ustedes con la luz encendida. LYDIA.- Es natural. ADRIÁN.- Son cosas que pueden pasar ¿no? LYDIA.- Sí, claro. ADRIÁN.- Y es que estando tan cerca de ella, no he podido aguantarme las ganas de llamar. Sólo para darle un beso. LYDIA.- ¿Un beso? ADRIÁN.- Sí. Sin que usted se moleste, claro. Como no la veré hasta mañana por la noche. LYDIA.- ¿Ah, no? ADRIÁN.- No, puesto que ella va a pasar la noche en su casa. Así que, sin molestar, le doy un beso y me voy. LYDIA.- Pero un beso ¿a quién? 50

ADRIÁN.- Pues a Elena. LYDIA.- ¿A Elena? ADRIÁN.- Sí. Usted ha cogido una asistenta ¿no? LYDIA.- ¡Ah, usted se refiere a la asistenta! ADRIÁN.- Sí, claro. Está ella aquí, ¿no? LYDIA.- ¡Ah, es a ella a quién quiere dar un beso! ADRIÁN.- Naturalmente. ¿A quién querría yo besar sino a mi mujercita? LYDIA.- ¡Entonces, usted es…! ADRIÁN.- Su marido, sí. Es por lo que me gustaría mucho darle un beso. LYDIA.- Bueno, pues voy a llamarla. ADRIÁN.- No quisiera molestar… LYDIA.- No, hombre, no. (Va hacia, la abre y llama) ¡Helena! HELENA.- ¿Sí? LYDIA.- Venga un momento. Tengo una sorpresa para usted. ADRIÁN.- Debe perdonarme por las molestias. LYDIA.- Nada. No se preocupe. ADRIÁN.- Gracias. Estoy seguro que a ella le gustará verme. HELENA.- (Entrando) ¿Sí, qué pasa? LYDIA.- ¡Mire quién está aquí! HELENA.- ¿Sí, quién? LYDIA.- ¡Aquí lo tiene! HELENA.- ¿Lo tengo? LYDIA.- (A Adrián) ¡Aquí la tiene! ADRIÁN.- (Mirando a Helena) ¿La tengo? (Mira a Lydia) ¿A quién? LYDIA.- ¿Pero a qué esperan? ADRIÁN.- ¿Yo? LYDIA.- ¡Sí! ADRIÁN.- ¿Para qué? LYDIA.- (A Helena) ¡Y usted también, vaya! HELENA.- ¿A dónde? LYDIA.- (A Adrián) ¡Vamos, déle un beso! ADRIÁN.- ¿Un beso? LYDIA.- ¡Claro! ADRIÁN.- Pero, ¿a quién? LYDIA.- ¡Pues a ella! ADRIÁN.- ¿Un beso a ella? LYDIA.- ¡Venga, bese a su mujer! 51

ADRIÁN.- Pero, para eso necesitaría que estuviese. LYDIA.- ¿Cómo que estuviese? (A Helena) ¡Ah, claro, delante de mí no se atreve! ¡Vaya usted a besar a su marido! HELENA.- ¿Mi marido? LYDIA.- ¡Sí, él! ADRIÁN.- ¡Pero ella no es mi mujer! LYDIA.- ¿No es su marido? HELENA.- ¡Jamás he visto a este señor! LYDIA.- ¡Pero usted acaba de decirme que era el marido de la asistenta! ADRIÁN.- ¡Sí, claro, pero no de ésta! LYDIA.- ¿Cómo que no de ésta? ¡No tengo otra! ADRIÁN.- ¿No es ésta la casa de los señores Aranda? LYDIA.- Eso sí. ADRIÁN.- Entonces… Elena me ha dicho que venía aquí. HELENA.- Bueno, aquí hay otra Elena, pero… LYDIA.- Sí, pero ella no puede ser la que es señor busca. HELENA.- En todo caso, como yo no soy, no puedo serle más útil. LYDIA.- Pues no. ADRIÁN.- Discúlpeme por la molestia. HELENA.- No fue nada. (Sale) LYDIA.- Entonces, si he entendido bien… ¡ella no es asistenta! ADRIÁN.- Eso yo no lo sé, yo no he dicho eso. En todo caso no es la mía. Pero ella ha hablado de otra Elena… LYDIA.- ¡Ah, sí! Pero tampoco puede ser su mujer. ADRIÁN.- ¿Y eso usted cómo lo sabe? LYDIA.- Porque la que está ahí es la… (Entra Pablo, empujado por Armando) ARMANDO.- ¡Anda entra! PABLO.- Armando, que siempre hemos sido amigos. ARMANDO.- Pues ahora no es así. (A Adrián) Pero usted ¿todavía está aquí? ADRIÁN.- Bueno, sí, digamos que… ARMANDO.- (A Lydia) ¿No le has dado la llave inglesa? LYDIA.- ¡No le sirve para nada! ARMANDO.- Entonces, habrá que llamar al fontanero. LYDIA.- ¡Pero, él es el fontanero! ADRIÁN.- Sí, y arreglo el jardín. ARMANDO.- ¿Usted arregla la fontanería del jardín? 52

ADRIÁN.- No, soy jardinero y hago de fontanero. (A Lydia) ¿Quién son los señores? LYDIA.- Mi marido y mi amante. ADRIÁN.- ¡Ah, veo que aquí todo queda en familia! ARMANDO.- ¿En familia? ADRIÁN.- Sí: el marido, la amante. Esto también pasa en mi pueblo. ARMANDO.- ¿Y en su pueblo, qué hace un marido al amante? ADRIÁN.- Yo lo destrozo. ARMANDO.- ¿Cómo? ADRIÁN.- Sí, ya sé que no aparento tanta fuerza, pero yo un árbol lo parto en dos ¿eh? ARMANDO.- Tiene usted razón, es exactamente lo que yo pienso. (A Pablo) ¿Ves? Pero, disculpe ¿quién es usted? LYDIA.- Es el jardinero de nuestros vecinos. PABLO.- Hace usted un magnífico trabajo, señor. ADRIÁN.- Sí, siempre con la naturaleza. La única que no engaña. LYDIA.- Totalmente cierto. El señor ha venido a darle un beso a Elena. ARMANDO.- ¿Elena? ADRIÁN.- Sí, pero no a la que está ahí. Esa no es mi mujer. (Señala la puerta por donde salió Helena) LYDIA.- No. Esa no es su mujer. El señor busca a otra. ARMANDO.- ¿Otra? LYDIA.- Sí, otra que también se llama Elena. PABLO.- Claro, eso puede prestarse a confusión. ADRIÁN.- Exacto. Y como ustedes tienen a otra que está ahí… (Señalando hacia el patio) LYDIA.- Pero ya le he dicho que esa no puede ser su mujer, porque es la amante de mi marido. Así que no puede ser su “asistenta”. Porque la mujer de este señor es asistenta. ARMANDO.- ¡Ah, ella es… PABLO.- ¿Asistenta? LYDIA.- Sí. ARMANDO.- ¡Ah, claro! PABLO.- Muy bien, pero como aquí no está, será mejor que se vaya usted enseguida. ARMANDO.- Eso es. Inmediatamente. ADRIÁN.- ¿Por qué? 53

PABLO.- Para ir a buscar a su asistenta en otra parte. ADRIÁN.- ¿En otra parte? ARMANDO.- Sí, en otra casa. (Le hacen dar la vuelta para llevarle hacia la puerta) PABLO.- Eso es. Seguro que está en otra casa. ADRIÁN.- Pero, ¿en cuál? ARMANDO.- ¡Ah, eso es un misterio! PABLO.- Estará en cualquiera. ¿Cómo podemos saberlo nosotros? Llame, llame en cualquier casa y le abrirán. ADRIÁN.- Vale, ya lo he entendido: en cualquier parte. Esperemos. PABLO.- Eso es. Pero no hay que esperar para ponerse en marcha. ADRIÁN.- Bien. Entonces, señores, encantado de conocerles. ARMANDO.- Y nosotros. Siempre viene bien conocer a un fontanero. (Va a cerrar la puerta, pero Adrián lo impide con su brazo y vuelve a entrar) ADRIÁN.- Perdonen que le vuelva a molestar, pero he olvidado la gorra. (Entra hasta la mesa, coge la gorra y vuelve a salir) ARMANDO.- Nada, no se preocupe. (Adrián sale y Armando y Pablo se miran y respiran aliviados, cuando la puerta se vuelve a abrir) ADRIÁN.- Perdonen, pero… no sé, tengo la sensación de que la otra Elena que tienen ustedes puede ser mi mujer. PABLO.- Eso es completamente imposible. ELENA.- (Entrando) Pero bueno, ¡qué jaleo!… ¡Anda mi churri! ADRIÁN.- ¡Tenía razón: estás aquí! LYDIA.- ¿Se conocen? ELENA.- ¡Un poco! ADRIÁN.- No digas nada. Lo sé todo. ELENA.- ¿Todo? ADRIÁN.- Sí, es tu amante. (Señalando a Armando) ELENA.- Pero, churri, ¿qué estas diciendo? ADRIÁN.- Entonces ¿Mi Elenita y su marido…? LYDIA.- ¡Claro que no, hombre! Todo ha sido una broma. ADRIÁN.- ¿Una broma? ARMANDO.- ¿Usted cree que si fuera verdad, ella no os la habría dicho? ELENA.- Claro, mi churri; vamos, piensa: no hace nada que estoy en esta casa. ADRIÁN.- ¡Es verdad, estoy tonto! PABLO.- No se preocupe, no es para tanto. ADRIÁN.- (Señalando a Pablo) ¡Usted es el amante, eso es! 54

ELENA.- Pero si es mi tío. LYDIA.- ¡Claro! (Por Pablo) A propósito, usted no ha reconocido a su tío. ADRIÁN.- ¿Mi tío? LYDIA.- (A Pablo, por Elena) ¿No es tu sobrina? PABLO.- No estoy seguro, después de que se haya casado. LYDIA.- Pero, tú deberías saberlo, puesto que eres su tío. PABLO.- ¡Claro que lo sé! LYDIA.- Entonces ¿por qué te sorprendes? PABLO.- Yo no estoy sorprendido del todo. ADRIÁN.- (A Elena) ¿Es tu tío? ELENA.- Sí, hombre. Tú no te acuerdas porque vive en un pueblo lejano que se llama “La Pasta”. ADRIÁN.- ¡Ah, es el tío de “la pasta”! Sí, claro. En tal caso voy a darle un abrazo. PABLO.- Bueno, no es necesario que usted me abrace. ADRIÁN.- Naturalmente que sí. Un fuerte abrazo. No nos vemos casi nunca. LYDIA.- Lo entiendo perfectamente. PABLO.- Ya se sabe, las comuniones, los bautizos. ADRIÁN.- Sí, la última vez fue en la boda de Paloma. PABLO.- De Paloma. Eso es, la boda de Paloma. ADRIÁN.- En fin, que se ve uno cada 30 años. Es que la familia de “la pasta” no se deja ver a menudo. ARMANDO.- Lo importante es reconocerla cuando se la encuentra uno. ADRIÁN.- Eso es lo que yo pienso. PABLO.- Me alegro mucho de volver a verte. ADRIÁN.- No tanto como yo. Verdaderamente no has cambiado nada. PABLO.- Tú, tampoco. ADRIÁN.- Bien, señores, no quiero molestarles más, porque tengo la impresión de que ustedes se iban a acostar. LYDIA.- No se le escapa a usted nada. Así es. Simplemente, aún no habíamos decidido con quién. ADRIÁN.- Ya veo, señora, que a usted le gustan las bromas, ¿eh?. LYDIA.- ¡Me encantan!. ADRIÁN.- Bien. Entonces les dejo. ELENA.- Pero, ¿querías algo de mí? LYDIA.- Por la noche, seguramente. ELENA.- Verdaderamente, una noche sin el otro es difícil de pasar. 55

ADRIÁN.- Sobre todo para ella. ELENA.- Entonces puedes llevarme contigo. ADRIÁN.- Desde luego que sí. LYDIA.- Es una buena idea. ELENA.- No tardo nada. (Sale) ADRIÁN.- Me voy yendo, porque tengo que levantarme a las seis de la mañana para ir a sembrar. PABLO.- Sí, tú siempre sembrando. ADRIÁN.- ¡Siempre! La siembra es delicada; es preciso ver el terreno que se pisa porque la naturaleza es caprichosa, igual que las personas. Insisto: perdonen las molestias. (Saliendo) LYDIA.- No se preocupe; ha sido un placer conocerle. (Cierra la puerta) ELENA.- (Entrando) Ya estoy. Como no puedo entretenerme en hacer las cuentas, envíenmelo a la Agencia. LYDIA.- Sí, sí. De acuerdo. ELENA.- (A Pablo) ¡Con todo!. PABLO.- Por supuesto, con todo. ELENA.- Y gracias por la langosta, estaba estupenda. (Vase) LYDIA.- A propósito, no habrás creído una palabra de lo que te he contado antes sobre Pablo y yo… ARMANDO.- Claro que no; tengo demasiada confianza en él. PABLO.- Tienes razón. Se tienen demasiadas desilusiones en la vida, cuando no se confía en nadie. ARMANDO.- Un amigo como tú, nunca podría hacerme eso. Simplemente, me querías tomar el pelo, ¿no? PABLO.- ¡Eh! Sí, eso es. ARMANDO.- (A Lydia) Ahora caigo: tú pensabas vengarte porque creías que yo era el amante de la asistenta. LYDIA.- Veo que lo has entendido. Lo que me gustaría es que me explicases por qué le has regalado un chaquetón de piel a la mujer del jardinero. ARMANDO.- Estoy encantado de que me hagas esa pregunta. LYDIA.- Me alegro oírte decir eso. Te escucho. ARMANDO.- Como iba un poco justo. El chaquetón, no: él… Pues me pidió que le hiciese un anticipo. ¿No es así? PABLO.- Sí, sí. LYDIA.- ¡Tú! ARMANDO.- Pero tengo que decir que ya me lo ha devuelto. 56

PABLO.- ¡Eh! Sí, eso sí. ARMANDO.- (A Lydia) ¡Lo ves!. LYDIA.- Lo que no veo es por qué se lo has regalado a la mujer del jardinero. PABLO.- ¡De eso nada! LYDIA.- ¿Cómo que no? (Pablo ha salido y vuelve de inmediato con el chaquetón) PABLO.- ¡Mira! LYDIA.- ¿Qué? ARMANDO.- ¡Sí! Ella se fue sin él. Y como es él quien lo ha pagado… LYDIA.-. Pero, entonces, ¿para quién es? PABLO.- Pues, ¿para quién va a ser? Para… (Va a señalar hacia dónde se encuentra Helena) ARMANDO.- (Anticipándose) ¡Para él! LYDIA.- ¿Para ti? ARMANDO.- Naturalmente. Te va a enseñar cómo le queda. ¡Ya verás! PABLO.- No hace falta: me queda bien. Lo vi en el escaparate, me gustó y decidí comprarme esta “fantasía”. LYDIA.- En efecto, es una “fantasía”. PABLO.- Encuentro que está muy de moda. LYDIA.- ¡Pero cuando has llegado no lo traías! PABLO.- Como no se arruga, lo traía en la maleta. LYDIA.- Así que, finalmente, la mujer del jardinero y la asistenta eran la misma persona. PABLO.- Sin ninguna duda. LYDIA.- Entonces, ¿quién es la otra? (Armando y Pablo se miran) ARMANDO.- ¿La otra? LYDIA.- Sí, la que está ahí. (Señalando la puerta correspondiente) (Armando y Pablo se miran) Tengo la impresión de que os habéis olvidado de ella. ARMANDO Y PABLO.- ¿Nosotros? LYDIA.- ¡Sí! PABLO.- En absoluto. ARMANDO.- ¿Cómo nos vamos a olvidar? LYDIA.- Pues ya me diréis… HELENA.- (Entra en pijama) Perdonen que les moleste pero, como me tengo que ir, venía a coger mi chaquetón. LYDIA.- ¿Su chaquetón? ARMANDO.- Naturalmente, es suyo. 57

LYDIA.- (A Pablo) Pero yo creía que era tuyo. PABLO.- Sí, sí. Pero como le gustaba, se lo he regalado para su cumpleaños. (Se lo pone a Helena sobre los hombros) LYDIA.- ¿Se lo has regalado? ARMANDO.- ¡Es su amante! LYDIA.- ¿Qué? ARMANDO.- (A Pablo) ¿No es así? PABLO.- Sí, sí, claro. HELENA.- (A Lydia) Parece que te sorprende… LYDIA.- ¿A mí? No, no. HELENA.- Bueno, el tiempo que tarde en vestirme y me voy. PABLO.- Sí, se marcha. LYDIA.- ¿A estas horas? ARMANDO.- Naturalmente. No te vas a ir ahora. LYDIA.- Después de todo, tú viniste a pasar el fin de semana. ARMANDO.- Entonces, quédate en la habitación. (Señalando) LYDIA.- Creo que estarías mejor en aquella. (Señalando) ARMANDO.- (A Pablo) ¿Vale? PABLO.- Bueno, si os empeñáis. ARMANDO.- Naturalmente, sólo falta abrir una botella de champán bien fría. Voy a buscarla. HELENA.- No, iré yo: como os habéis quedado sin asistenta. PABLO.- No. Déjame a mí. Tú ve a guardar el chaquetón. HELENA.- ¿Es una orden? PABLO.- ¡Por supuesto! (Vase Helena) ¿Dónde está esa botella? ARMANDO.- En el frigorífico. PABLO.- ¡No hay más que hablar! (Vase) LYDIA.- Me gustaría decirte algo, Armando. ARMANDO.- ¿Qué? LYDIA.- Prométeme que no le volverás a invitar. ARMANDO.- ¿A mi amigo? LYDIA.- Sí. Ni a esa chica. Tengo la impresión de que acabaría gustándote. ARMANDO.- ¿A mí? ¡Pero si está con Pablo! LYDIA.- Sí, pero no les veo yo muy compenetrados, la verdad… No, definitivamente, no invites más tu amigo. ARMANDO.- ¿Por qué? ¿Tú crees que te podría llegar a atraer? LYDIA.- ¡Nunca se sabe! 58

ARMANDO.- En ese caso, lo prometo. No volverás a verlos. (Se abrazan en el momento en que sale Pablo, con una botella de champán, y también Helena) PABLO.- Bueno, amigos, quiero deciros una cosa… veladas como ésta, donde hay de todo: comida extra, buena bebida y la… (guiño a Helena) En fin, resumiendo… todo magnífico… fines de semana así no hace falta que me llaméis para confirmar… ¡vendremos la semana que viene! TELÓN

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R E PA R T O

Lydia Pablo Armando Elena Helena Adrián

Remedios González Manolo Martínez Manolo Pastor Pilar Castillejo Merche Sedano Paco Guadix

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