Pessoa - Fragmento Quaresma Descifrador (Novela Policiaca)

E L C A S O VA R G A S capítulo i muerte en un callejón Empieza con la aparición de Custódio Borges en Benfica y acaba

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E L C A S O VA R G A S

capítulo i muerte en un callejón Empieza con la aparición de Custódio Borges en Benfica y acaba con su llegada y la de Pavia Mendes junto al cuerpo de Vargas, y la declaración, por parte del policía presente, de que se trata de un suicidio. [27(15) V2-14] La mañana del 12 de febrero de 1907, muy temprano todavía—no para el día, sino para las costumbres de Lisboa—, apareció por la Estrada de Benfica, con aspecto claramente preocupado, un individuo joven, aunque no demasiado, de estatura mediana y tez tostada, y más bien delgado; entró en la comisaría de policía para preguntar si por allí vivía el oficial de marina Pavia Mendes. En la comisaría no lo sabían de seguro, pero uno de los guardias recordaba, no sabía muy bien cómo, que un tal comandante Pavia Mendes, o algo parecido, vivía un poco más arriba, en la acera derecha, en la misma Estrada de Benfica. El interrogador dio las gracias al momento y siguió adelante, con paso apresurado, calle arriba. Más adelante, en un colmado que estaba abriendo—pasaban un poco de las siete y media—repitió la pregunta. El tendero no lo conocía. Un lechero que pasaba por allí, a quien el muchacho volvió a formular la pregunta, se detuvo, pensó un momento y aseguró que, aunque no sabía el número del portal, sabía que el capitán-teniente Pavia Mendes vivía, subiendo un poco 

  Var. sup. a a: para.

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más arriba a la derecha, en una casa blanca de una sola planta, delante de un jardín público pequeño, con una verja lateral, que daba a ese jardín. No había pérdida [27(15) V2-19] posible. Era la única casa de ese color, por lo menos en ese trecho, con esas características: la primera casa a la derecha, de una sola planta, con una verja lateral, etc. El desconocido le dio las gracias efusivamente y se apresuró a seguir su camino. Unos cien metros más arriba encontró la casa que le habían descrito. Miró a través de la verja y no vio a nadie en el jardín. Se dirigió a la puerta principal, que daba a la calle. Allí se detuvo, como si dudara; sacó el reloj del bolsillo y vio que eran las ocho menos cuarto. Aún dudó, acaso porque era muy temprano. Al fin, se decidió y llamó a la puerta. Apareció una criada de edad avanzada, que miró con cierta extrañeza al recién llegado. Vio a un hombre joven todavía, más bien delgado, de estatura media y tez tostada; y también vio que parecía estar en un estado de †, de preocupación. —¿Vive aquí el señor comandante Pavia Mendes?—preguntó el hombre apresuradamente. —Sí, señor, vive aquí. —¿Po… podría hablar con él…? Disculpe… Dígale al señor comandante que me disculpe. Sé que estas [27(15) V220] no son horas de presentarse en casa de nadie, y menos en la de alguien a quien no se conoce. Pero me urge…, me urge mucho hablar con él… No sé si ya estará levantado… La mujer murmuró, vacilante: —Resulta que levantado sí que está, porque ha estado trabajando toda la noche en su despacho… Pero… Él añadió: —Hágame un favor, dígame una cosa: ¿cenó aquí anoche un amigo nuestro llamado Carlos Vargas? La mujer levantó la voz y, con cierto asombro, aseguró: 

  Var. sup. a da: na.

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—Sí, señor, cenó aquí… Un hombre alto, fuerte… —Sí, sí…, ése mismo. Y, dígame, por favor: ¿no se quedó a dormir, no pasó aquí la noche? —¡¿Que si pasó la noche aquí?!—exclamó la mujer—. No… Se fue muy tarde, ¿sabe…? Como yo ya estaba acostada, el señor comandante lo acompañó a la puerta; recuerdo oírla cómo se abría. Debía de ser más de la una. —¡Santo Dios!—exclamó a su vez el recién llegado—. ¿Qué habrá sucedido? Y, sobresaltada, la criada anunció: —Voy a buscar al señor comandante. [27(15) V2-8] En ese momento, procedente del interior de la casa, los interrumpió con cierta aspereza una voz masculina, seguida de cerca por el dueño de ésta. —¿Qué pasa, Teresa? La criada se volvió hacia atrás en el momento en que, de una sala del fondo, aparecía un hombre alto, delgado pero fuerte, con una bata gastada sobre unos pantalones gastados y unas pantuflas, con un gesto algo desconcertado. —Es un señor que pregunta por el caballero que estuvo aquí ayer, señor comandante. —¿Cómo, cómo…?—se extrañó el dueño de la casa, acercándose rápidamente. Después, al recordar cómo iba vestido, sugirió—: Entre, haga el favor. Disculpe que vaya vestido así; he estado toda la noche trabajando. —Y añadió con inquietud—: ¿De qué se trata? —Se lo explicaré enseguida—dijo el recién llegado, avanzando unos pasos hacia el comandante—. Soy un viejo amigo de Carlos Vargas que, según tengo entendido, cenó aquí ayer. —Cenó aquí, sí—dijeron simultáneamente el dueño de la casa y la criada. —Me prometió, por un asunto grave que me afecta, que 

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estaría en casa, en la suya o en la mía (vivo muy cerca de él), entre las doce y media y la una de la noche. Me explicaré mejor… —Pase—dijo el comandante, e hizo apartar a la criada, que seguía allí por curiosidad, hizo entrar al visitante a una salita y cerró la puerta. —Se lo explicaré, antes le pido disculpas por molestarle. No se trata solamente del trastorno que me causa esta situación, sino también de la preocupación, de mi preocupación por Vargas… Él quedó en darme un dinerillo… —Sé perfectamente de qué me habla—interrumpió el comandante—. Casualmente, al despedirse de mí anoche me dijo: «Me gustaría seguir charlando, pero tengo a un amigo esperándome en casa, y tengo que entregarle un dinero para que pueda ir a Oporto mañana por la mañana…». —Eso mismo. Yo era quien le esperaba. —Así que por eso Vargas se marchó… Pero no es posible que llegara allí a medianoche ni a la una, porque cuando salió de aquí ya era más de la una y media. —Sí, sí, a esa hora iba bien, yo le estaba esperando…, le esperaba paseando por la calle. Pero lo grave es que hasta ahora, es decir, hasta el momento en que me he marchado de Campo de Ourique, que eran las seis y media, aún no había vuelto a casa… Él tiene la manía de ir por caminos dejados de la mano de Dios, y por eso temo que pueda haberle pasado algo…, qué sé yo. [27(15) V2-8v.] El comandante Pavia Mendes de pronto mostró preocupación. —Sí, y lo que me inquieta, y lo digo con toda sinceridad, es él. Puede que Carlos Vargas tenga todos los defectos del mundo, pero nunca dejaría a un amigo en un aprieto. No me 

  Var. sup. a com toda a sinceridade: francamente.

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habría dejado plantado si no le hubiera ocurrido algo. Si hubiera sido que no tenía el dinero…, pero entonces se habría presentado para decírmelo… Pero sí que lo tenía, ¿sabe? Debía de tenerlo, porque me dijo: «Te llevaré un dinero». Hablaba como alguien que lo tiene… Pues eso, eso… Pensé que a lo mejor se había quedado aquí, que había dormido en su casa, porque la conversación se había alargado… No me parecía probable, pero en fin… El oficial de marina lo interrumpió. —No, aquí no durmió—dijo y, de repente, le cambió el gesto †—. Además, ¡llevaba mis planos con él! —¿Cómo? ¿Sus planos? Pavia Mendes se llevó la mano a la cabeza, turbado: —Sí. Los planos de mi submarino. El visitante lo miró atónito. —¿Los planos de un submarino? De modo que llevaba con él, a esas horas de la noche, documentos importantes de ese tipo. Y supongo que al tratarse de un invento es diferente, ¿no? —Exactamente, exactamente, y de un invento importantísimo…—dijo el otro con aturdimiento. —Ay, señor, pero ¿qué camino debió de seguir de aquí a Campo de Ourique? —Me dijo que iría por la Azinhaga Da Bruxa, que era el camino más rápido, que no había nada que temer, porque iba armado; y hasta me enseñó la pistola que llevaba. —¿La Azinhaga da Bruxa? Ay, señor, eso es un mal presagio… ¿Dónde está la Azinhaga da Bruxa?, ¿y qué funesto camino es ése, que va de aquí a Estrela? —Queda ahí abajo, a poca distancia, antes de llegar a la comisaría de policía. Como camino es rápido, pero… Oiga, ¿puede esperarme un momento? Voy a arreglarme, no tardaré nada, y vamos a ver si averiguamos algo. Diría que me huelo un accidente, una desgracia… Un momento… Ya ni sé lo que sospecho… 

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[27(14) V(2)-29] —¿… quién sería el canalla que…? —No insulte…—dijo el policía—. No ha sido un canalla. —¿Entonces?—exclamó Borges con expresión de asombro. —Él mismo se mató—dijo el guardia, señalando el cuerpo. —¿Él mismo? ¿Él?… ¡Caray!—exclamó el otro con rabia e impaciencia. El guardia se volvió hacia el ingeniero naval. —Es un suicidio, sin duda alguna… —¿Un suicidio?—El asombro de Pavia Mendes era [el] mismo que el de Borges. —Pero esto es imposible—dijo Borges en un tono más incierto—. ¿Qué motivos tenía para suicidarse? No tenía ninguno… —¿Está usted seguro de eso?—replicó el policía con cierta aspereza. —Que yo sepa…—atenuó el otro, confuso, y luego su voz se animó—. ¿Y quién se mete en un callejón para suicidarse? —¿Y mis planos?—preguntó Pavia Mendes. El guardia se encogió de hombros. —Yo sólo sé que se suicidó. Eso se lo puedo garantizar absolutamente. Está justo en la misma posición, ⌷ la misma postura del teniente Vieira, de mi regimiento, que se suicidó en el Kianza. Los motivos los desconozco, y de los [27(14) V(2)-29v.] planos tampoco sé nada, pero mire—dijo, volviéndose hacia Borges—, no sólo faltan los planos… No lleva nada en los bolsillos. —¿Qué quiere decir con eso?—preguntó Borges. —Quiero decir que el caso es más simple, mucho más simple, que si faltaran sólo los planos. Se ha suicidado. Alguien pasó por aquí y lo encontró muerto. No avisó a nadie para no comprometerse, pero le vació los bolsillos. —Eso no es improbable—reflexionó Pavia Mendes en voz alta—. Y, en cierta manera, es más que halagüeño para mí. 

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—¿Por qué?—preguntó Borges. —Porque, en manos de un vulgar caco o un individuo similar, los planos son simples papeles. Si hubieran ido a parar a manos de alguien que quisiera desarrollarlos, ya sería otra cosa. —Eso es verdad—dijo el policía, y Borges mostró su conformidad moviendo la cabeza. —Pero ¡un suicidio!—exclamó Borges—, ¡un suicidio!… Eso es mil veces más misterioso que un asesinato. El policía se encogió de hombros. [27(14) V(2)-30] —¿Sabe, Borges?—dijo el inspector—. Ahora sí que no hay ninguna duda. —¿De qué? —Del suicidio. Ya se ha comprobado el número de la pistola en la licencia de armas del administrador del barrio. Coincide con el número de ésa—dijo señalando la pistola. —Eso es extraordinario… —Es lo que esperaba… ¿No me dirá que el muerto se sacó la pistola del bolsillo y se la dio a otro para que lo matara? —No, eso no—interrumpió Pavia Mendes—. En ese caso, quería morir, y se mató, sin más. A no ser que no tuviera valor para hacerlo… Hay veces que… —No, valor sí que tenía… —Ah—dijo después de un momento—, alguien oyó tiros de noche. —No, tiros no, tiro: fue sólo uno. El guardia municipal que estaba de servicio en el puesto fue uno de quienes lo oyeron; otro fue un individuo que estaba entrando en su casa, un poco más para acá de la Estrada de Benfica, pero más adelante; y el otro, el que suscita mayor interés, es un hombre que vive en una casa justo al lado del callejón.   Var. sup. a aquém da Estrada de Benfica: aquém da Entrada da Azinhaga. 

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—¿Y realmente fue un solo tiro? —Absolutamente. Ah, ¿creía usted que…? —Sí, que pudiera haber una especie de duelo, ¿comprende?… —No, no hay ninguna duda. Fue un solo tiro. El inspector puso la mano sobre el hombro de Borges. —No tengo la menor duda, estimado señor. Fue un suicidio. —Pero ¿por qué, Santo Dios, por qué?—murmuró el amigo del muerto. [27(15) V2-21] —No, no era imposible—dijo Borges, pensativo—. No comprendo que lo hiciera ahora, cuando estaba, al parecer, a punto de cerrar un negocio relacionado con el submarino. —Ah, ¿era cuestión de dinero?—dijo Guedes, haciendo señas a los camilleros para que siguieran callejón abajo. —Sí—dijo Borges con discreción, y prosiguió, dirigiéndose a Pavia Mendes—. No acabo de entender por qué iba a hacerlo ahora, y mucho menos aquí… En fin, vaya usted a saber…—añadió y suspiró, y en el suspiro parecía haber un ansia leve, egoísta y humana del dinero prometido que no recibió. El grupo se dirigió a la Estrada de Benfica en silencio. Giraron a la derecha y, a los pocos pasos, llegaron a la comisaría. Ya había muchas personas en la puerta. El inspector, que había aparecido por la parte baja de la calle y se encaminaba hacia el callejón, les mandó que se apartaran. El grupo del callejón, los dos confrères que habían acudido deprisa, entraron en la comisaría con discreción.

capítulo ii La investigación preliminar, incluidas las declaraciones de Borges, de Pavia Mendes, del guardia municipal que estaba de 

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