Pero Sin Azucar-Nimphie Knox

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Pero sin Azúcar

Nimphie Knox

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Para todos los que me leen. En especial para Yess, por su amistad. Y para Takumi, que hoy cumplió diecinueve.

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PERO SIN AZÚCAR Nimphie Knox

Yo estoy enamorado de Marco, pero él no me cree. Si lo que siento no es amor, entonces no sé qué es. Me llamo Daniel. Dani. Tengo diecisiete años, aunque cuando Marco me conoció tenía once. Yo limpiaba zapatos en la terminal de Retiro y vivía en la calle. Marco es alto y gordo, grandote. Es doctor. Tiene los ojos muy claros, re celestes, y el pelo rubio, aunque lo lleva cortito-cortito. A mí no me gusta que se rape la cabeza. Cuando se lo digo, él se ríe y se la rapa igual. El día en que lo conocí, llovía. Yo estaba sentado en el suelo, medio muerto de frío. Era invierno, moría julio. Nadie se acercaba para que le lustrara los zapatos. Tenía hambre. No había comido nada desde la mañana y ya eran las cinco de la tarde. La terminal de Retiro es un caos. Siempre van y vienen montones de gente. Gente de todas las edades, de todos los colores. Gente apurada porque llega tarde al trabajo, gente cansada con ganas de llegar a su casa. Mujeres con cochecitos de bebé, estudiantes con cara de sueño… y chicos como yo. Chicos de la calle. Chicos fumando paco, inhalando pegamento, metiéndose droga. Robando. Yo probé la droga, pero la dejé cuando unos pibes más grandes se aprovecharon de mi estado y me robaron toda la plata que había hecho en el día. Me dejaron tirado en la Plaza San Martín y casi me agarró la policía. Por suerte, me escapé. Nunca más fumé droga. Los días de lluvia me gustaban, porque era cuando más trabajo tenía. Me ocupaba de hacer brillar los zapatos, de quitarles el barro y la mugre. Quedaban lindos y el cliente (siempre eran hombres) me sonreía y me daba un billete de dos pesos. Cuando juntaba cinco billetes, yo miraba al señor del puesto de diarios, éste me hacía un gesto con la cabeza y yo corría al quiosquito a comprarme un pancho y una latita de gaseosa.

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Pero aquel día no había suerte. Yo era un bulto negro que tiritaba contra una pared, esperando que alguna persona se me acercara con sus zapatos sucios y un billete de dos pesos. Oía el bullicio del tránsito, los gemidos de los trenes, los tacos apurados de las secretarias. Y la lluvia. Y los truenos. Y mi panza vacía. Creo que me quedé dormido, aunque no del todo. Me quedé suspendido entre el sueño y la vigilia, en ese espacio intermedio que no es ni uno ni otro. Entonces llegaron los zapatos de Marco. No estaban sucios. Brillaban, sí, como reflejando las luces de la terminal. Yo levanté la mirada y el cuello me hizo crac. Marco era enorme. Casi daba miedo de lo grande que era. Pero me estaba sonriendo. Vestía un traje negro y llevaba un maletín. Levantó las cejas y puso el zapato derecho arriba del banquito, para que se lo limpiara. Yo agarré el cepillo. Me temblaban las manos del frío y el hambre. Cuando terminé, me dio un billete de cincuenta pesos. Lo miré extrañado y le dije que no tenía cambio para darle. —Quedátelo —me dijo, con su sonrisa. Y se alejó.

Volvió al otro día. Y al día que le siguió, también. Siempre se acercaba a mí, con sus zapatos brillantes, con sus billetes de cincuenta pesos. Y yo, que era muy chico, no me daba cuenta de lo que pasaba en realidad. No me daba cuenta de que yo le gustaba. Yo soy bajito y morocho, de pelo negro medio enrulado y ojos cafés. Como nunca me había alimentado bien, no crecí lo suficiente. Nunca conocí a mis papás. Me crió una señora que tenía muchos chicos; algunos más grandes, otros más chiquitos. Ahora que soy grande, me imagino que esa señora tal vez sí era mi madre. Pero no puedo saberlo. Ni siquiera recuerdo su nombre, si es que alguna vez lo supe. Cuando los policías se la llevaron, tan sólo le llamaron “puta”. Yo intentaba alejarme de los chicos mayores. Les tenía miedo. Fumaban droga y querían convencerme para que yo fumara también. Y si lo hacía, me iban a volver a robar la plata. A la noche, a veces, yo dormía en el baño de la terminal. Otras veces, el viejito del puesto de diarios dejaba que

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durmiera ahí adentro, entre las revistas y los libros viejos. Pero un día el viejito se murió y tuve que volver a dormir en los baños. O en la plaza. Una tarde Marco no llegó. Yo tenía plata para comer, la plata del día anterior, pero la comida no era lo que me preocupaba. Quería verlo a él, quería que me sonriera y ver su mano enorme al lado de la mía. Ese día fue cuando me desmayé. Y Marco sí llegó. Tarde. Se acercó a mí y, me imagino, puso su zapato en el banquito para que yo se lo lustrara. Como yo siempre estaba acurrucado contra la pared, con frío, todo tapado, se habrá imaginado que no lo veía. Supongo que me habrá chistado, que habrá dicho “¡pibe!”. Y entonces, se habrá dado cuenta de que yo estaba desmayado. A mí me gusta Marco, pero él no me cree. “Gustar” es una palabra extraña y un poco mezquina. Nunca le conté a nadie lo que siento. Sólo a él. Y cuando lo hago, suspira y cambia el tema. Pero mi “me gusta Marco” está dentro del “estoy enamorado de Marco”. ¿Qué me gusta de él? Todo. Me gusta porque es enorme y grandote, porque cuando me abraza, me aprieta y me hace doler. Me gusta porque cuando dormimos juntos, siempre me aplasta y me despierto todo retorcido. Porque cuando hace frío puedo acurrucarme al lado suyo, y sé que el frío se me va ir. Sus ojos celestes me gustan. Su panza me gusta. Sus brazos grandes y fuertes me gustan. Marco puede levantarme en el aire con una sola mano.

Aquel día, me llevó a su casa y me dijo que tenía neumonía. Su auto estaba estacionado a una cuadra de la estación de tren. Ahora que me acuerdo, y que se lo recuerdo a él, me causa risa y mucha nostalgia. En ese momento no me di cuenta de lo que eso significaba. ¿Y qué podía significar que un hombre fuese todas las tardes a la terminal de trenes para que un chico de la calle le limpiara los zapatos? Me dijo que tenía neumonía, pero que no sabía bien el motivo del desmayo. Me hizo algunas preguntas que no recuerdo y que no supe responder. Al otro día me llevó a la clínica, me hicieron unos análisis y me dijeron que tengo diabetes. http://nimphie.blogspot.com

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Al principio no lo entendí. Yo no sentía nada, ningún dolor. Si había una enfermedad que no te hacía sentir nada, me parecía genial. Pero con el tiempo fui entendiendo que no es así. La diabetes no me deja comer golosinas, pastas, pan. La diabetes puede dejarme ciego cuando sea grande. Me dejaron internado en el hospital y un día me dijeron que ya estaba curado. Una enfermera me dio una pulserita que dice “soy diabético” y me dijo que todos los enfermos como yo deben llevar una por si les pasa algo en la calle. Yo me puse a llorar y cuando ella me preguntó qué me pasaba, le dije que no quería volver a vivir en la calle.

Yo quiero hacer el amor con Marco, pero él no me cree. Al principio pensé que no quería estar conmigo por la diabetes. Hasta que me enteré de que la diabetes no se contagia, sino que se hereda. Sólo hicimos el amor una vez. Hace quince días. Fue muy raro y difícil. —Te prometo que voy a adelgazar —dijo él, cuando yo estaba a punto de quedarme dormido. Me despertó. Lo noté triste, porque las cosas no habían salido muy bien que digamos. Y yo también me sentí triste, porque fui yo quien le había provocado. Culpable, me sentí. Marco siempre dice que va a adelgazar, que va a empezar la dieta. Nunca la empieza. O la voluntad le dura dos días. —Si adelgazás, no me vas a gustar más —le dije al oído, mordiéndole la oreja. Él me dijo que me callara la boca. Yo lo abracé, como pude, le pasé el brazo alrededor de la panza y apoyé la cabeza sobre su brazo estirado. Entonces nos dormimos.

Y como ésta podría contar montones de cosas que nos pasaron. Dije que esa fue la primera vez que hicimos el amor y sería verdad, pero nuestra relación siempre tuvo ese componente sexual tácito. El culpable fui yo, de algún modo. Siempre me gustó dormir con él. Cuando yo era más chico, esperaba a que él se durmiera y me escabullía por entre las sábanas hasta encontrar un huequito donde acomodarme. Él no se daba cuenta. O sí. No sé. Nunca me retó por hacerlo. Cuando yo me despertaba, él ya se había ido a la clínica. http://nimphie.blogspot.com

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Una noche se despertó. Y me preguntó por qué hacía eso, ¿no me molestaba que me aplastara? ¿No me molestaba dormir con un gordo como él? A Marco no le gusta ser gordo. Se siente acomplejado. Y es que él es gordo en serio, no es que tiene un par de quilitos de más. Una noche se pasó de copas y me contó que él siempre había sido así. De chiquito. En el colegio se burlaban de él. Le decían bola de grasa, cementerio de ravioles. Se reían cuando intentaba jugar al fútbol, porque se cansaba rápido de correr. En una noche así sucedió. Cuando Marco toma, se pone melancólico. Yo quería que dejara de estar triste, que me sonriera, me abrazara y me dijera “mi pendejo”. —Te quiero, Marco —le susurré. —Ay, mi pendejo… —suspiró él. Estábamos en su dormitorio, el único del departamento—. ¿Qué voy a hacer con vos, eh? Decime… Yo sabía por dónde iba la pregunta. Marco quería saber qué éramos nosotros dos. No éramos padre e hijo. ¿Éramos amigos, tal vez? Quizás, cuando Marco me trajo al departamento, pensó en llevarme a algún orfanato. Nunca se lo pregunté. No quiero hacerlo. No sé si en realidad siempre quiso tenerme acá, con él. No sé qué tenía pensado hacer conmigo. Durante los primeros dos años me sentí como una mascota. Un gato, un perro, un canario. Marco me cuidaba mucho y yo le hacía compañía. Para eso sirven las mascotas, ¿no? Para no sentirse tan solo. Pero cuando comencé a dormir con él, todo cambió. —¿Hacer? ¿Qué querés hacer? Lo vi fruncir las cejas y su cabeza se desplomó sobre la almohada. En el aire flotaba el olor del whisky, que es lo que Marco toma cuando se le muere un paciente en una operación. O cuando el paciente se muere antes, porque no llegó el corazón o el hígado o el pulmón que necesitaba para seguir viviendo. Y a mí me gustaría consolarlo. Trato de hacerlo, pero la muerte es algo que no se puede evadir así tan fácilmente, con una palabra o un abrazo. Porque yo sé que Marco tiene que ir y decirle a la familia que la persona murió, que ya no va a volver más… y que Marco ve cómo esa gente llora y llora… y que esa gente lo culpa por la muerte de su ser querido. Y eso no se puede superar en una noche. http://nimphie.blogspot.com

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—Vení acá. Marco estiró el brazo, su brazo enorme, y yo me saqué las zapatillas, me subí a la cama y me acosté al lado suyo. Le abracé la panza y me puse de costado. Apoyé la cabeza en su hombro. Él me acarició el pelo y me besó la frente. —¿Qué querés para Navidad? ¿Una Playstation? En realidad, no sé si el veintiuno de septiembre es mi cumpleaños. Cuando Marco me lo preguntó, la fecha me salió así, como si nada. Hasta yo me sorprendí. Veintiuno de septiembre, el día la primavera. —Quiero que compres una cama más grande —le dije, en broma. Él no respondió, estaba medio dormido. Entonces yo agarré el vasito de whisky y me tomé lo que quedaba. Me quemó la garganta y en seguida me mareé. —¿Me querés? —le pregunté. Él abrió los ojos. Tenía la cara toda roja por culpa de la borrachera. —¿Cómo no te voy a querer… —dijo, con la voz ahogada—… si sos lo único que tengo? Es mentira, yo lo sé. Marco estuvo casado y tiene una hija. Una hija grande, muy linda. Un día me mostró una foto suya. Es alta, grandota, rubia como él, con sus mismos ojos claros. Está en Europa, con su mamá. Yo no quiero preguntarle a Marco por qué lo dejaron solo, porque sé que se va a poner triste. Y además, me lo puedo imaginar. —Quiero acostarme con vos —le dije. Él chasqueó la lengua y se tapó la cara con las manos. —Callate, haceme el favor… —¡Es verdad! —grité. —¡Callate, nene! ¿Pero qué tenés en la cabeza? ¿Mierda? Yo no iba a darme por vencido. Me acerqué más a él, a su cara. Tenía los ojos enrojecidos, porque había llorado mucho. Se le había muerto un bebé recién nacido. Yo sabía que no estaba haciendo las cosas bien, que no era el momento adecuado. Que cometía un error. Pero no me importó. —¿No querés? —le reclamé. Él se quedó en silencio y yo me puse histérico—. Sí que querés, no seas hipócrita. Siempre quisiste. Desde el día en que me trajiste acá, ¿te creés que soy pelotudo?

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Quise insultarlo, quise decirle “gordo de mierda”, pero me mordí la lengua. No pensaba con claridad. Yo le provoqué y él cedió. No sé si eso era lo que se proponía. Que yo insistiera y que de esa forma él pudiera mitigar un poco su culpa. No lo creo. A veces yo lo veo a Marco y no puedo imaginarme cómo alguien puede ser tan bueno. Y no es que yo sea chico, inocente, que sea joven. Yo vi mucha maldad en mi vida, acordate de que viví casi diez años en la calle. Marco cedió e hicimos el amor. Los detalles son vergonzosos y un poco tristes, ya lo expliqué. Y además, siendo diabético, no me gusta que la gente coma golosinas frente a mí.

Cuando era más chico, mis compañeros de colegio se burlaban de que yo no podía comer caramelos. En la esquina del colegio había una heladería. Los pibes se paraban al lado mío con un cucurucho de helado enorme y chorreante y la lamían y la chupaban, riéndose. Una vez me calenté y le clavé a uno el cucurucho en el ojo. Estuvo un mes seguido con el ojo tapado, como un pirata. Los pibes se reían y le decían que le faltaba el loro. Nunca más me volvió a molestar. Ni él ni ningún otro. Cuando entré en el secundario Marco me cambió de colegio a uno más caro y más lindo. Dijo que quería que yo tuviera una buena educación. Ahí los pibes parecían un poco más buenas personas y no se burlaban de mi diabetes. Bueno, éramos todos más grandes. Cuando una de las chicas me ofreció galletitas dulces, tuve que decirle que no podía comerlas. Como algunos no sabían lo que era la diabetes, tuve que explicarles. Se quedaron callados, con la cabeza baja, incómodos. Pero como les dije que mi enfermedad no se contagiaba (fue lo primero que resalté), no me discriminaron. Hice buenos amigos y siempre me llamaban para ir a jugar al fútbol. Claro, siempre uno se lleva mejor con uno que con otro. Y siempre hay alguien que te desagrada. A mí me caía mal el gracioso del grupo, Federico. Me caía mal porque se burlaba de Antonella. Anto es gorda y alta, como Marco. Federico le decía cosas hirientes como “¿ya te marcaron?”, refiriéndose a esos sellos violetas que les ponen a las http://nimphie.blogspot.com

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vacas. Pero ella no es fea, al contrario. Es muy linda de cara y si fuera flaca sería la chica más atractiva del curso. Pero no lo es. —Me llamaron del colegio —me dijo Marco una tarde. Estaba en la sala, sentado en el sofá, esperándome—. ¿De casualidad no tenés algo para contarme? Yo escondí la mano derecha en el bolsillo de los pantalones. Todavía me dolía el puño. —Que te quieeeero —le respondí, haciéndome la loca. Marco se mata de risa cuando yo me hago la loca, porque me sale bien. Le tembló el labio y se esforzó para no reírse. Apretó los dientes y se puso serio. —Me dijeron que le rompiste la nariz a un pibe. ¿Es verdad, Daniel? —Sí. Él se agarró la cabeza con las manos, como si le pesara. —¿Por qué? —Porque ese chabón es un forro —repliqué—. Se lo pasa insultando a Antonella y la pobre piba se lo pasa llorando. Se lo merecía. —¿Quién es Antonella? Yo me senté a su lado. —Es una piba del curso. La pelirroja. Bajé la cabeza. Me había puesto colorado. Cada vez que yo veía a Antonella me acordaba de Marco. Ayudándola a ella, me sentía como si estuviese ayudando al Marco de hacía cuarenta años. —La molestan porque es… gorda —susurré bajito. Cuando me animé a levantar la vista, Marco me miraba. Estaba serio, pero no parecía enojado. No parecía estar de ninguna forma. Se levantó, me besó la cabeza, sacó la billetera y me dio un billete de cincuenta pesos. —Comprate algo —dijo, tratando de disimular la sonrisa. Agarró su maletín y salió del departamento. Yo salí al balconcito y lo miré mientras caminaba hasta el auto. —¡Marco! —lo llamé, antes de que abriera la puerta. Él se giró, sorprendido. Se tapó la frente con la mano, para que el sol no le molestara, y me miró. Me hizo un gesto con la cabeza, como diciendo “¿qué pasa?”. —¡TE QUIERO! —le grité. http://nimphie.blogspot.com

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Él se quedó ahí parado, mirándome. Después negó con la cabeza, con una sonrisita. Yo sé lo que estaba pensando, porque yo opinaba lo mismo: “este pibe no tiene remedio”.

Marco nunca pasa conmigo las Navidades. Las pasa en el hospital, curando a los quemados, a las víctimas de la pirotecnia o de las balas perdidas. Y yo me quedo acá en el departamento. Solo, triste, pensando en él. Mañana va a ser igual. Yo le pedí que se quedara conmigo, pero él, como es tan bueno, se siente responsable de todos esos tarados que por culpa de las cañitas voladoras se quedan sin un ojo. A veces me molesta que Marco sea tan bueno, me irrita, me pone nervioso, me dan ganas de gritarle, de mandarlo al carajo. La gente no es buena, le gritaría. La gente es una mierda, Marco, date cuenta. No seas tonto. Hacé lo que puedas por la gente, pero no te sacrifiques a vos mismo. Nadie se va a sacrificar por vos. Yo sí me sacrificaría por él. Porque lo amo. Y me da bronca quedarme solo en Navidad. *** Marco se está cepillando los dientes. Viene a la habitación y me mira. Estira los brazos y se masajea el cuello. Yo estoy tirado en la cama. Es verano y tengo mucho calor. Él dice que no es bueno dormir con el aire acondicionado, por eso en el dormitorio tenemos un ventilador de pie, de esos que giran y largan una mierdita de aire caliente que no sirve para nada. —¿Por qué estás en pelotas? Vestite, nene, ponete el pijama —me dice. No estoy en pelotas. Estoy en ropa interior. Y tengo calor, pero él sabe que estoy así para provocarle. —¿Sos boludo? ¿Con este calor querés que duerma en pijama? —Me levanto—. Si no querés que duerma acá, me voy al sofá. Él me agarra del brazo. —Está bien, dale. Acostate. Y suspira. Yo le sonrío y me tiro de nuevo a la cama, de espaldas. Él también sonríe, pero su sonrisa tiene algo que no me gusta. Un rictus de tristeza, de http://nimphie.blogspot.com

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resignación, de culpa quizás. Se acuesta, y la cama chilla bajo su peso, ahogada. La parte en la que duerme él está un poco hundida. Tiene puesta una remera blanca, enorme, y unos pantalones cortos. Yo bostezo y me acurruco a su lado. Quiero que me abrace. Alargo la mano hacia su cuello, y mis dedos rozan la cadenita de oro con la cruz que reposa sobre su pecho. Está ahí, sumergida entre una espumosa mata de vellos, algunos amarillos dorado, algunos blancos ya, blancos como la nieve. Quiero que me bese. Enrosco los dedos entre los vellos y tironeo suavemente. Lo miro. Tiene los ojos cerrados. En silencio, despacio, me inclino hacia él. Lo beso en la mejilla. Está tibia, áspera por la barba de hoy, ya crecida. Quiero que me haga el amor. Siento que su mano se apoya en mi cintura. —Estás tan flaco —dice, encajándome los dedos entre las costillas—. ¿Cuánto tenés de diabetes? —Ayer tenía ciento diez, más o menos. —¿Y hoy? Me quedo en silencio. —No sé. Abre los ojos. Está enojado. Me muerdo el labio, bajo la cabeza. —Daniel, sabés que tenés que tomártela todos los días. ¿Y si tenés cuarenta y te inyectás la insulina igual? ¿Sabés que podría pasar, no? No digo nada. —¡Respondeme, Daniel! ¿Sabés qué pasaría? —Me puedo morir. —Ya estás bastante grandecito para que yo tenga que andar atrás tuyo para ver si te tomás la diabetes, ¿no te parece? Me callo. Sé que tiene razón. Apoyo la cabeza en su pecho y él suspira, irritado. Después me acaricia la espalda, con delicadeza. Me recorre la espina dorsal con los dedos y yo me estremezco. —No te vas a quedar mañana conmigo, ¿no? —le pregunto. —Marcelo se va a Corrientes a pasarlo con su familia. Gabriela no puede, tiene toda su familia esperándola en Merlo. Sebastián tuvo el hijo hace poco… —¿Y vos qué? —le replico—. ¿Vos no tenés familia? ¿Qué soy yo, entonces? http://nimphie.blogspot.com

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Me enderezo. Él me mira. Espera que le responda, porque en verdad no sabe qué somos. Y yo tampoco. Vistos así, en esta cama, cualquiera que se asomara tal vez vería un padre y un hijo. Diferente piel, diferentes ojos. Por ahí el hijo es adoptado. Quizás la madre está planchando la ropa en la habitación de al lado, quizás murió en un terrible accidente. Pero si Cualquiera se acercara más, me vería a mí echándome sobre la panza de Marco, jugando con su vello, intentando robarle un beso. Y esas cosas no son de hijo. Cualquiera frunciría el ceño y se alejaría horrorizado al verme ahora, inclinándome sobre él, seduciéndolo, buscando sus labios. Los encuentro, y Marco responde con timidez, con culpa. Pero no me rechaza y eso es lo importante. —Te amo —le digo. Sus ojos me atraviesan. Celestes, puros, se humedecen

y

brillan,

reflejándome,

reflejando

tal

vez

mis

propios

sentimientos. En esos ojos puedo verme a mí mismo nueve años atrás. Él niega con la cabeza. —Vos no me amás, Daniel —dice, y me agarra de la cintura con fuerza, apretándome, como si por hacerlo sus palabras me resultaran menos dolorosas—. Vos sentís por mí una especie de agradecimiento ciego, un agradecimiento desesperado. No sabés cómo pagarme que te haya sacado de la calle y como me ves solo… —quiere decir algo más, pero se retracta—, como me ves solo, querés llenar vos mismo ese vacío que yo tengo. No te das cuenta y pensás que es amor. Pero no es amor. Tiemblo. Cuando un sollozo me atraviesa la garganta, me doy cuenta de que estoy llorando a más no poder. De odio, ¡de bronca! Me levanto de la cama de un salto. —Daniel —exclama él. Dificultosamente, se pone de pie. Me agarra del hombro. Yo me suelto, forcejeo, pero él tiene demasiada fuerza—. Daniel, por favor… —¡Daniel las pelotas! —grito—. ¿Por qué no puedo estar enamorado de vos? ¿Por qué insistís siempre con esa mierda? ¿Porque sos gordo? ¿Por qué sos más grande que yo? ¡Yo te quiero, carajo…! —seguimos forcejeando y la voz se me pierde en medio del llanto—. ¡Te quiero, Marco! ¿No lo entendés? Me voy de la habitación y lo dejo solo.

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Son las siete de la tarde, todavía no se fue el sol. Marco se está bañando y yo estoy en la habitación, mirando la tele y comiendo crema de chocolate. Es crema dietética, sin azúcar. Cuando me desperté, hoy al mediodía, Marco estaba en la cocina haciendo un quilombo tremendo. Cuando hay mucho ruido en la cocina es porque Marco está cocinando. Me levanté y al asomarme por la puerta vi que él estaba preparando un postre, de esos que vienen en sobrecito. Era su forma de pedirme perdón. Lo abracé por detrás; mis brazos apenas alcanzaron a rodearle la panza, mis dedos se tocaron por encima de su ombligo. Marco estaba transpirado, mojado, pero no me importó. —Busqué por todos lados —le dije al oído—, pero no encontré la cama ni la playstation. En la tele están pasando El Grinch, esa película del duende horrible que odia la Navidad. Creo que yo también soy un poco como el Grinch, porque también odio la Navidad. Quiero que Marco se quede conmigo. —En dos horas me voy, Dani —dice, saliendo del baño con una toalla a la cintura. Agarra su reloj de la mesita de luz y se lo pone en la muñeca derecha. Marco es zurdo. —Llevame —le pido. —¿Qué? No, Daniel… todos los años con lo mismo, no te puedo llevar. No voy a una fiesta navideña, voy a atender a los quemados, a… —A los que sí tuvieron su fiesta navideña y se quemaron por pelotudos. Marco se sienta en la cama y se agarra la cabeza. —Dame mi regalo entonces —le digo. Se da vuelta, me mira. —No te compré nada. Me olvidé. Yo levantó las cejas, dejo el plato de la crema en la mesita de luz y apoyó los brazos en sus hombros. —¿Me vas a dejar acá tirado solo como un perro, y más encima no me vas a dar nada para Navidad…? —le digo al oído. Me pego a su espalda fresca, recién lavada. Me siento atrás de él, con las piernas separadas, y apoyo la entrepierna contra su columna. —Dani… —suspira. —Haceme el amor —le suplico, descargando todo mi peso sobre él. http://nimphie.blogspot.com

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—Dani… —repite. —Dale, Marco. Hoy es Navidad. Se ríe y se da la vuelta. Los ojos celestes le brillan. —¿Qué querés hacer? —pregunta, rendido. —Todo. Suelta una carcajada y niega con la cabeza. Me mira. Me mira con ternura, tal vez recordando. Recordando al Dani de once años que vivía ahí, en la estación de Retiro. Al Dani que le lustraba sus zapatos ya lustrados. Me mira. Y yo sé que me está diciendo que sí, que está bien, que acepta. Con sus ojos me lo dice. Con su sonrisa. Me agarra del cuello y me besa en los labios. Yo abro la boca y lo obligo hacer lo mismo, empujando con la lengua. Yo estuve con un par de chicos y con una chica. Con la chica estuve porque quería probar qué tal era, y si bien me gustó un poco, la experiencia no logró convencerme. Ni siquiera había empezado y ya quería terminar. No me gustó tener todo el control de la situación, me sentí como un actor que se ha equivocado de obra. Con los chicos sí que lo disfruté. Con ellos me acosté porque me desesperaba tener a Marco tan cerca y a la vez, tan pero tan lejos. Traté de imaginarme que eran las manos de Marco las que me acariciaban, la boca que me besaba, el sexo duro que se enterraba en mí y me sacudía las entrañas. Pero los chicos tenían más o menos mi edad (diecisiete y diecinueve) y yo no quería acostarme con alguien de mi edad. Mientras me cogían y los sentía bufar en mi cuello, recordé a aquellos pibes drogados que me perseguían para robarme la plata. Yo quería estar con Marco, con alguien capaz de cuidarme y protegerme. Cuidarme no se de qué. Quizás de las enfermedades que flotan sobre la ciudad. Quizás de los fantasmas de mi niñez. Quizás de esa sensación asfixiante que me embarga cuando intento imaginarme dónde estaría ahora si él no me hubiese rescatado de la calle… Marco se acuesta boca arriba y yo me le subo encima. Él sabe que yo me acosté con otros chicos, pero nunca me preguntó nada. Yo quisiera que lo hiciera. Para poder decirle que sólo con él me siento así. Así… así como me siento ahora, con ganas de llorar y reír a la vez. Quedo encajado sobre su panza, en una posición un poco incómoda. Me aparto y me bajo de la cama. —Ey… —dice. http://nimphie.blogspot.com

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Yo me acerco, le doy un pico y le digo: —Voy a poner música. Es para que los vecinos no me escuchen gritar. Gritar, gemir, jadear, pedir más, pedir que me la meta toda, que la quiero toda toda que me de todo papito que no aguanto más. Voy hasta el escritorio de Marco, a su laptop, y aprieto un botón. La canción empieza a sonar y él me mira, sonriendo. Se da cuenta de que lo tenía todo planeado. Si la música no estuviera tan fuerte, sé lo que me diría. Qué pendejo de mierda, si sos un diablo, un diablo sos, eh, pendejo. Riendo lo diría. —Sos un diablo —veo que me dicen sus labios. Yo me paro al lado de la cama y le digo que sí con la cabeza. Soy un diablo, un diablito le digo. Un diablito chiquito que como recién salió de los infiernos, está re caliente, calentito. Me pongo a bailar, como en un stripptease. La canción es un reggaeton, una

música

que

Marco

detesta.

Le

parece

una

agresión

acústica

insoportable, pero ahora, que me ve desnudándome para él al ritmo del perreo, en lo último que pensaría es en quejarse. —I know you want me, you know I want cha! —grito, tirándole la camiseta por la cabeza. Él se la saca de un manotazo, sonriendo, y sigue mirando. Veo que se relame los labios y yo siento que un escalofrío caliente me recorre todo el cuerpo, como una lengua gigante. Quiero hacer gozar a Marco. Y que quede tan cansado que decida quedarse conmigo esta noche. Quiero que se olvide de esa primera vez que lo hicimos, esa primera vez fallida, y que esta sea como una primera vez, como una fiesta de inauguración. Quedo de espaldas a él y me voy bajando los pantalones lentamente, al ritmo de la música. Por el espejo del ropero, veo que me mira el culo. Es todo tuyo, quisiera decirle; mis pensamientos se disparan todos al mismo tiempo, como misiles, como fuegos artificiales… Es todo tuyo, pienso, todo tuyo para vos para que me cojas te amo Marco haceme el amor te amo no aguanto más… Me subo a la cama y agarró el plato de la crema de chocolate. De una, se lo tiro todo en la panza. Él me grita que estoy loco, carajo, que qué

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tengo en la cabeza ¿mierda? ¿No veo que se acaba de bañar? ¿No veo que las sábanas estaban recién cambiadas? ¿No veo que…? Y se calla. Se calla porque empecé a lamerle el pecho, a chuparle suavemente las tetillas, a morderlas, a tironearle los pelitos. Y le gusta. Me agarra del culo y me acaricia las nalgas, las aprieta, las pellizca. Me levanta la cabeza con las manos y me mete un dedo en la boca y yo sé para qué es y por eso lo chupo como chuparía un caramelo y lo miro a los ojos y lo chupo y le guiño un ojo y lo chupo y le sonrió mientras y lo chupo. Deslizo la mano por su cintura inexistente y llego hasta los calzoncillos. Le toco el pene por encima de la ropa. Lo masajeo, está despierto, vibra. Meto la mano por debajo del elástico. Lo agarro, acaricio la punta, bajo… bajo hasta sus testículos, los manoseo, los froto, subo… Me arrastro por su cuerpo meneándome al ritmo de Pitbull y quedo sentado sobre sus hombros. Él me acaricia las piernas, inclina la cabeza y me besa la panza, me lame el ombligo, hunde la nariz en mi vello púbico, agarra mi pene y chupa el glande apenas… Yo me estremezco y me agarro del cabecero de la cama. Siento que estoy hecho sólo de electricidad estática, que todo mi cuerpo tiembla y vibra y transpira. Apoyo la frente en la pared, desesperado y suelto un jadeo fuerte, profundo, ronco. Menos mal que puse la música, pienso, riéndome. Con mis gritos, los vecinos pensarían que me están acuchillando o acribillando o apuñalando o exorcizando o ¡aaah! ¿Quién pensaría que Marco ¡aaah! me la está chupando? Le rodeo el cuello con los brazos y pego la boca a su oído: —Si es verdad que tu ere’ guapa, yo te voy a poner gozar, tú tiene’ la boca grande dale ponte a jugar! Y le embisto en la boca y su nariz se entierra en mi pubis. Jugamos, como dice la canción, y la panza de Marco es como un almohadón inflable sobre el que reboto una y otra vez y otra y otra y otra. Qué aah divertido. Él me tiene agarrado de la cola y yo estiro de nuevo la mano para agarrarle la pija.

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El dedo mojado se cuela entre mis nalgas y empieza a empujar y yo me quedo quieto, quietito, para que el dedo entre, se hunda. Siento el corazón que me late por todos lados, como si tuviera taquicardia. El aire, el aire no me alcanza, el aire se me pierde… respiro con la boca abierta buscando aire, pero el aire se me escapa… sin querer, jadeo de nuevo, un ¡aaah! cavernoso, prolongado, animal. El dedo de Marco va entrando, abriéndose paso, y yo suelto gemiditos como maullidos de gato con hambre. Abro los ojos y me doy cuenta de que ya está oscuro, de que ya el sol se fue a dormir porque es menor de edad y la noche es una puta. Me doy vuelta. El dedo de Marco sale. Me recuesto sobre él y quedamos al revés. Los pelos de su panza me hacen cosquillas. Siento que otra vez empieza a jugar ahí atrás con sus dedos, noto que se inclina, que se mueve, y me mareo al sentir el lengüetazo caliente que me recorre, lo siento como si me estuviera lamiendo el cerebro, chupándolo, succionándole todas las neuronas. Quedo como borracho, tendido encima de la panza de Marco. Por entre las pestañas veo su pene, a menos de treinta centímetros de mí. Quisiera abrir la boca y tragármelo, o que mi lengua pudiera extenderse hasta él y lamerlo todo. Pero estoy tan cómodo así, sintiéndome ¡aaah! penetrado con esa lengua calentita y sedosa que me gustaría congelar este momento para siempre, meterlo en la licuadora y comérmelo con una cucharita. Pero sin azúcar. Sólo con edulcorante.

Marco se acaba de ir y yo estoy en la terracita. Ya es casi medianoche, Navidad. La verdad, la verdad… no sé si Marco me quiere como yo lo quiero a él. Y ahora que lo pienso, puede que sea cierto lo que él dice. A pesar de que acabamos de hacer el amor, no fue como la primera vez. Esa fallida y triste primera vez. Ahora que ya lo hicimos de nuevo, creo que es una falta de respeto seguir llamándola así. Fue hermosa, me doy cuenta. Y perfecta a su manera. —Yo estoy enamorado de Marco —le digo a la noche, a los primeros fuegos artificiales que estallan ahí en el cielo, que rebotan contra las nubes y llenan el aire de ese olor a pólvora que hace picar la nariz. http://nimphie.blogspot.com

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¿Por qué será que ahora lo dudo? ¿Será porque lo que él dijo tiene sentido? ¿Yo sólo quiero estar con él para calmar su soledad? Yo lo necesito, sé que sin él me moriría. De pena, y de esa pena me suicidaría. Pero lo tengo, está conmigo y se acaba de ir para curar a los enfermos. Que los enfermos se lo queden hoy, pienso, que yo lo tengo todos los días y todas las noches y lo voy a tener siempre. Levanto la cabeza hacia el cielo y me llevo el vaso de sidra a la boca. El cielo parece una pecera llena de pececitos de colores. Pececitos que nadan y mueren en dos segundos y caen sobre la ciudad, bañándola. Son lindos, tengo que admitirlo. Aunque les guardo cierto rencor porque por su culpa Marco no está conmigo. ¿Acaso esto no es amor? ¿No se siente así? ¿Soy muy joven para amar de esta forma? ¿Entonces esto qué es? Necesitar a una persona hasta el extremo más vergonzoso, querer estar con ella todo el tiempo, pelearse por boludeces, perdonarla a la media hora. Querer hacer el amor y anteponer al otro a los propios deseos, a las propias necesidades. —¡Te amo, Marco! —grito, pero mi voz se pierde en el cielo, entre la lluvia de pirotecnia multicolor—. ¡Fuegos artificiales de mierdaaa! —Y se me quiebra la voz. Y empiezo a llorar. Me acuesto en el piso de la terracita y sigo con la mirada la trayectoria de un proyectil verde esmeralda. Explota y se transforma en cientos de chispas incandescentes. Estoy un poco mareado. Por ahí fueron las dos botellas de sidra o por ahí fue que tenía el estómago medio vacío o por ahí es que estoy solo y no me gusta, y menos me gusta estar solo cuando toda la gente del barrio festeja la Navidad en familia y con sus seres queridos. —¡Te amo, Marcooo! —grito de nuevo. —Ya, pendejo, ya te escuché la primera vez. Levanto la cabeza. Marco esta ahí, en la puerta, tapándola toda de lo grandote que es. —¡Marco! —chillo, y cierro los ojos y los vuelvo a abrir, para estar seguro de que es él y no es una alucinación de la borrachera. —Estás medio en pedo me parece —dice, acercándose. Tiene un paquete en la mano. Un paquete envuelto en papel de regalo. http://nimphie.blogspot.com

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Corro hasta él y me le cuelgo del cuello. Él me agarra de la cintura y me levanta dos metros del suelo. —Volviste —le susurro al oído. Él se ríe, me aprieta la cadera y dice: —No, Dani… Jamás me fui. Me subo a su espalda, a caballito. Riéndonos, intentando yo abrir el regalo así, en el aire, volvemos al departamento. Te amo, Marco, pienso. Y estoy agradecido por todo lo que me diste, lo que me das y todo lo que me vas a dar. Pero no quiero que insistamos en esto, porque ahora yo también estoy un poco confundido. ¿Por qué me taladro la cabeza? ¿Acaso el amor tiene algún tipo de receta, como la crema de chocolate dietética? Yo estoy feliz, vos estás feliz. Estamos felices juntos. Y eso es lo que importa.

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OBRAS EN DESCARGA GRATUITA EMILIENNE Y OTROS CUENTOS

Emilienne... es una pequeña antología de cinco relatos fantásticos y de terror, que tienen en común la presencia de relaciones homosexuales.

Doce menos cuarto (fantasía) Cóctel de bodas (terror) Emilienne (fantasía) El circo nocturno (terror) Hoy no hay eclipse (fantasía/vampiros)

Descarga gratis: http://www.lulu.com/content/e—book/emilienne—y— otros—cuentos/7581048 Ilustración de la portada: Sam

MÁS QUE A NADA EN EL MUNDO

Erik, de diecisiete años, vive con su madre depresiva y alcohólica. Cuando ésta contrae matrimonio, el joven se da cuenta de que tendrá que abandonar su casa: no soporta las palizas de su padrastro, quien lo maltrata por ser http://nimphie.blogspot.com

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homosexual. Desahuciado, Erik encuentra cobijo en Gustav, un hombre de treinta y dos años que lo ama desde su juventud.

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Sul—li Un hombre adopta un niño de doce años que guarda un terrible secreto.

"En vano, me asomé hacia el vacío, hacia la nada, hacia la miseria humana, hacia la infamia de Dios. Babilonia parpadeaba, mojada, fría, incandescente. Y me dije a mí mismo lo que ya todo el mundo sabía, lo que todo el mundo callaba: —Estás agonizando."

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En El gran arcano

Trish Dufoure tiene dieciocho años y es estudiante de Ciencias Económicas. Es gay y se va a la cama con cualquier hombre que se le insinúe.

Steven Müller tiene veintisiete años y es Ingeniero en Robótica e Inteligencia Artificial. Cuando le ofrecen un puesto de trabajo en la UTH, no duda en abandonar su ciudad y trasladarse hacia Hades. Trish conoce a Steven en una disco de la Arkham Avenue y allí mismo lo seduce... Todo parece afirmar que luego de esa noche jamás volverán a verse, pero una lista de hechos desafortunados hará que sus caminos se tuerzan, se encuentren y finalmente, se hagan uno.

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OBRAS A LA VENTA EN EDITORA DIGITAL

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ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

Novela gótico homoerótica Cuando su hermana se fuga con el padre de su futuro hijo, Emmanuel Malory ni siquiera se preocupa. ¿Qué mejor que tener el apartamento sólo para él y el hombre que acaba de conocer frente a un cementerio de París? Pero este hombre no es como todos los que suele llevarse a la cama: ni siquiera es humano. Centelleantes ojos verdes, cabello negro y una sonrisa perversa siempre en el rostro. Así es Alexieu, un demonio de más de seis mil años… Aunque este magnífico ser guarda también muchos secretos: ¿quién es el padre del hijo de Valerie? ¿Cómo murió la madre de Emmanuel? ¿Dónde está Charles Malory, el padre de ambos hermanos, desaparecido hace más de diez años? Alexieu tiene bien en claro su misión: alejar a Emmanuel de los seguidores de Lucifer, protegerlo y… amarlo. Pero el joven está lleno de preguntas. Y mientras París duerme, las respuestas deambularán por las calles. A la venta AQUÍ: http://editoradigital.com.ar/es/component/virtuemart/?page=sho p.product_details&category_id=7&flypage=flypage.tpl&product_id =71&vmcchk=1 — Precio: 5 U$S Descarga las primeras 90 págs: http://www.4shared.com/file/152643393/67001587/Entre_el_ciel o_y_el_infierno_—_extracto_de_la_novela.html

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CUENTOS HOMOERÓTICOS El presente libro consta de trece cuentos de amor entre hombres de variados géneros. Desde relatos fantásticos: elfos, vampiros y hechiceros; hasta historias costumbristas que te harán reír, llorar y emocionar. Amor entre jóvenes, entre profesores y alumnos, duendes silvestres, bailarines, griegos treintañeros y videntes que tiran la fortuna. A la venta aquí: http://editoradigital.com.ar/es/component/virtuemart/?page=sho p.product_details&category_id=7&flypage=flypage.tpl&product_id =74&vmcchk=1

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NOCHES DE LUNA ROJA Cuando sale de su último examen, Alexis se da cuenta de que su celular no funciona. Buscando gastar lo menos posible, viaja en el tren hasta Retiro, donde se encuentra con un desconocido que le vende un teléfono al precio de un paquete de cigarrillos. Con el paso de los días, Alexis descubrirá la verdadera naturaleza de su nuevo celular... y la verdadera identidad de Seth, el desconocido que lo arrancará de su vida monótona y aburrida. "¿Creés en fantasmas? ¿Creés en el diablo? ¿Creés en que cada uno de nosotros posee un alma inmortal? Yo no creía. O mejor dicho, me daba igual que esas cosas existieran o no. Estamos entrando en cuestiones metafísicas, la oveja negra de las ciencias. Pero no voy a dar discursitos filosóficos. Cada uno es libre de creer lo que quiera. ¿Me creerías si te digo que ese hombre que me vendió el celular es un ser sobrenatural? Se llama Seth. Y me gusta mucho."

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http://editoradigital.com.ar/es/shop/7—novelas— espa%C3%B1ol/108—nimphie—knox———noches—de—luna— roja.html Precio: 6 U$S Descarga los primeros 5 capítulos: http://www.4shared.com/file/145242299/ac378dcd/Noches_de_luna _roja_—_extracto_de_la_novela.html Información acerca de los métodos de pago: http://nimphie.blogspot.com/2009/11/como—comprar—ndlr.html

CENIZAS DE SODOMA Una ola de extraños asesinatos asola el país de Moados. Debido a la obsolencia de la policía, la Orden de Garibaldi, estudiosos religiosos apodados "coleccionistas", deciden contratar a dos expertos para darle caza al despiadado asesino.

desde

hace

Belluse Sabik tiene diecinueve años y acaba de terminar su entrenamiento como verdugo, el primer rango de los Vasallos de Caín, asesinos profesionales que arrastran siglos la fama de ser crueles y sanguinarios.

Mathias Malkasten pertenece a la Orden Judas Iscariote, una orden semi religiosa que entrena a sus estudiantes en el campo de los fenómenos paranormales. Belluse y Mathias se verán frente a frente con el Asesino de Vierne, como han llamado a su presa en secreto. Pero en medio de tan peligrosa misión, el cainita no perderá la oportunidad de echarle el ojo a su compañero iscariote, lo que complicará más aún la tarea de acabar con los homicidios de Moados. Juntos, ambos hombres recorrerán el país en busca de información y descubrirán el terrible secreto que la Orden de Garibaldi esconde detrás de sus muros. http://nimphie.blogspot.com

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Nimphie Knox — Cenizas de Gomorra — Capítulo 1 (303,55 KB) Nimphie Knox — Cenizas de Gomorra — Portada y Resumen (271,52 KB) Precio: 6U$D Comprar

LA SOMBRA DEL OTRO RELATO HOMOERÓTICO DE TERROR Mathieu vive con su madre en Mount Laroche, un pueblo perdido en el tiempo ubicado en las afueras de París. Solitario, sin amigos y con un terrible secreto sobre sus hombros, Mathieu conoce a Christopher, un hombre misterioso que llega al pueblo sin ningún motivo aparente. Ambos compartirán una relación sentimental que ocultarán a Mount Laroche, pero que saldrá a la luz cuando el pueblo comience a experimentar las muertes que atormentan a Mathieu en sus pesadillas.

Nimphie Knox — La sombra del otro — Capítulo 1 (390,80 KB) Nimphie Knox — La sombra del otro — Resumen (348,28 KB) Precio: 4U$D Comprar

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