PÉREZ GARCÍA, Juan Manuel - Olor a tierra

JUAN MANUEL PÉREZ GARCÍA OLOR A TIERRA LD Lemnos Drawing Primera edición: 2015 Diseño editorial y forros: Juan Manu

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JUAN MANUEL PÉREZ GARCÍA

OLOR A TIERRA

LD

Lemnos Drawing

Primera edición: 2015 Diseño editorial y forros: Juan Manuel Pérez García Ilustración de cubierta: «Valle Pihuamo, Jalisco» de Gerardo Murillo «Dr. Atl» Ilustración de portadilla: Tomada del libro Lucha obrebra, editado por René Marques y publicado por la División de Educación a la Comunidad y el Departamento de Insturcción Pública de Puerto Rico. © Juan Manuel Pérez García © Lemnos Drawing lemnosdrawing.blogspot.com Comentarios: [email protected] CC BY-ND 2.0 Usted es libre de compartir, copiar, distribuir, ejecutar y comunicar públicamente la obra, bajo las siguientes condiciones. Debe reconocer los créditos de la obra de la manera especificada por el autor o el licenciante (pero no de una manera que sugiera que tiene su apoyo o que apoyan el uso que hace de su obra). No puede utilizar esta obra para fines comerciales. No se puede alterar, transformar o generar una obra derivada a partir de esta obra.

ROSALÍA ...dice, cuando tiene ganas de estar con migo, que ella le contará al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto a platicar con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Juan Rulfo. El llano en llamas

Roberto y Mauricio jugaban a un lado de los extensos campos de cultivo. Ahí trabajaban sus padres, sus hermanos, su prima Rosalía y otras muchas gentes del pueblo. Ellos eran aún muy pequeños y no participaban en la cosecha; formaban parte del grupo de niños que se encontraba al lado de las plantaciones. Concentrados en sus juegos infantiles, transcurrieron largas horas en las que sus padres recolectaron y podaron las flores con las que se elaboraban cigarros. Nunca se les permitió acercarse a las bodegas donde se secaban y curaban, para no molestar al señor, pues este se enfurecía. Además, en el pueblo se contaban muchas historias sobre él. Unos decían que les sacaba los ojos a quienes miraban algo que no debían mirar. Otros, que

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les cortaba las manos a los que hurtaban o escondían cosas que no eran suyas. También que les arrancaba la lengua cuando decían malas palabras y un sin fin de atrocidades más, sino cumplían lo que les ordenaba u ocultaban la verdad. El peor castigo que podía sucederles, era que se los llevara como a ciertas muchachas, a quienes nunca más las vieron. Mauricio le tenía mucho miedo y nunca intentó acercarse para ver cómo era. Él solo se conformó con verlo de lejos, porque si lo observaba a los ojos, perdería la voluntad y confesaría todas sus maldades; ya que tenía, según contaban, una mirada terrible, que nadie podía soportar. Roberto, aquel día, se acercó a donde se encontraba, movido por la curiosidad, pero volvió corriendo, pues creyó que lo había descubierto y venía tras él. En ese momento ambos, junto con los demás niños, corrieron a esconderse en la camioneta que los había conducido hasta a aquellos campos, ocultos en las montañas. Completamente asustados, esperaron que apareciera para castigarlos a todos por la impertinencia de los dos. Inquietos por la incertidumbre, hablaban entre ellos de lo que seguramente les haría; pero lo hacían muy bajo para que no los oyera, porque creían que estaba muy cerca y podía oír todo lo que decían. Mauricio era quien más terror sentía e imaginó con espanto aquellos ojos mirándolo y 7

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leyendo toda la verdad en los suyos. Entonces sabría las malas acciones que cometía. Sin embargo pasaba el tiempo y no sucedía nada. Ninguno se atrevía a salir de la camioneta para averiguar dónde se encontraba, porque temían que solamente los estuviera esperando para tenderles una trampa y desaparecerlos para siempre. Ellos preferían quedarse ahí dentro hablando en susurros los motivos por los cuales podía castigarlos, que nunca pasaban de simples travesuras o pequeños hurtos de niños. Mauricio se quedaba callado, por temor de que él estuviera oyéndolos desde cualquier sombra, en cualquier resquicio oscuro donde ellos no podían verlo. Fue entonces cuando odió a Rosalía por todas las cosas que hacían juntos. Temblaba al pensar los diversos castigos que el señor le infligiría: le sacaría seguramente los ojos con un atizador ardiente, por todas las veces que se sentaba frente a ella y sus amigas, para ver las prendas íntimas cuando cruzaban o abrían las piernas. También por aquel día, cuando por espiarla, la encontró detrás de los sincolotes, a un lado de la letrina y el huerto de la casa, completamente desnuda y revolcándose sobre la tierra, con el papá de él trepado encima diciéndole obscenidades. Además se acordaba de las muchas veces que la había visto desnuda o solo con 8

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las bragas puestas, porque le gustaba que él la viera cuando se cambiaba de ropa o se bañaba. A veces Rosalía dejaba que se acostaran juntos. Ya entrada la noche lo comenzaba a desvestir y ella misma se quitaba la ropa. Luego le ofrecía sus pechos a mamar y Mauricio como un bebé se colgaba de los apenas formados senos de su prima. Después le pedía que metiera la cara entre sus piernas y le besara los morenos labios que tenía ahí. Enseguida de esta petición, él se metía y comenzaba a besar, porque le gustaba mucho el sabor y el olor de aquella boca, que desde hacía muy poco se había comenzado a cubrir por un muy delicado bello negro. Ella siempre sujetaba la cabeza de su primo con las manos, apretando o restregando el rostro contra su sexo. Ambos lo disfrutaban mucho. Después decía que metiera sus dedos entre los labios y él comenzaba a meter primero uno y luego otro y luego los otro dos y solo el dedo pulgar quedaba fuera. Metía y sacaba los dedos según ella le decía. Mauricio solo la observaba acariciarse con las manos los senos, los muslos, las nalgas, el cuerpo entero, arquear la espalda y retorcerse en la cama, no sabía si porque le dolía o por otra razón que no alcanzaba a entender. Rosalía gemía muy bajo y casi al ritmo de su respiración agitada. Fruncía el ceño o encorvaba las cejas en un gesto de satisfacción. Mojaba los labios con la lengua como si se saboreara 9

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un invisible postre y con los ojos cerrados, seguramente imaginaba estar con la persona del retrato que siempre ocultaba y cuya mirada a él le daba miedo. Era en aquellos momentos cuando la sentía tan lejos, como si ella no estuviera más allí, sino en otra parte y con aquel hombre, en un mundo fuera de este mundo, pero necesitando de este para existir. Él solo metía y sacaba los dedos en los morenos labios que había entre las piernas de su prima, dentro de los cuales todo estaba lleno de un extraño y tibio fluido que olía y gustaba muy bien. Todo esto terminaba siempre con un largo suspiro y unos fuertes latidos en el sexo de ella, que él podía sentir en los dedos, porque aún se encontraban dentro de esa insaciable boca. Mauricio se acordaba de todo esto y lo inundaban insoportables remordimientos, junto con un terrible miedo que lo hacía temblar. Sabía, aunque no comprendía por qué, que lo que hacía con Rosalía era algo malo y por lo mismo él lo era también. Por ello, el señor le sacaría los ojos y le cortaría la mano y la lengua. Además se lo llevaría muy lejos de su casa y sus padres no podrían defenderlo, porque nadie estaba por encima de él y todos tenían que obedecerlo, hasta ellos. El miedo que sentía no pudo contenerlo más y comenzó a llorar frente a todos, porque no tardaría en descubrir donde se escondían. 10

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Lloraba al imaginarse ante los horribles ojos del señor juzgándolo. Lloraba sin consuelo y los demás niños solo lo miraban, primero con miedo, contagiados por Mauricio, y luego con burla. Roberto lo ofendió diciéndole cobarde. Las niñas se rieron creyéndose más valientes que él; pero nadie entendió lo que estaba sufriendo. Mauricio continuaba llorando, porque sabía a donde el señor se lo iba a llevar. Al único lugar en donde podía estar: el infierno. Lloraba entre risas y burlas, hasta que llegaron todos los jornaleros. Sus padres y sus hermanos no hacían mucho caso al verlo. Se sentaron a descansar del duro día de trabajo y a tomar un poco de pulque para revitalizar el cuerpo. Él finalmente se calmó y bajó de la camioneta junto con los demás. Su padre lo tomó por el brazo, le dijo que se limpiara las lágrimas y se comportara como un hombre; porque si no le pediría al patrón que se lo llevara, pues él no quería un hijo maricón. Mauricio se quedó callado y buscó con la mirada por todos lados a Rosalía sin encontrarla. Después escuchó a don Rogelio, su tío, decir que estaba en la Hacienda de los Cielos. Él se estremeció al oír esto. Seguramente le revelaría toda la verdad al señor. La tarde transcurrió y la noche llegó sin que ella volviera. Tendido en la cama, deliró la madrugada entera, cubierto de sudor por culpa de una fiebre nerviosa. Temía que en cualquier momento tocaran a la puerta y 11

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vinieran por él. Pasaron los días sin saber nada. Después, en el pueblo se escucharon nuevas historias. Entonces supo que nunca más la volvería a ver.

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AL MEDIODÍA ¿A dónde llevas a pastar tu rebaño, dónde lo llevas a descansar a mediodía, para que yo no ande como vagabunda detrás de los rebaños de tus compañeros? Cantar 1,7.

Mario se encontraba cómodamente sentado y protegido de los intensos rayos del sol de mediodía, por la copa basta de un viejo árbol. En un largo instante ausente de preocupaciones, acariciaba el suelo con las puntas de los dedos y miraba a sus pequeños hermanos jugar a arrojarse polvorones de tierra y cuidar del rebaño de don Félix, su padrino. Mientras observaba atento a los borregos, se imaginó de otro modo. Pensaba que, tras años de extenuado trabajo, él sería dueño de un rebaño mucho más grande que el que miraba y poseería tierras que se extenderían desde donde termina el pueblo hasta el cementerio, más o menos un kilómetro, todo eso en metros cuadrados. En el centro de estas bastas tierras levantaría una finca estupenda, de dos pisos, con piezas lujosamente decoradas, con un amplio establo, donde no solo tendría un gran rebaño,

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sino piara y ganado. Construiría también una pequeña capilla, la cual luciría una hermosa cúpula que ayudaría a embellecer su propiedad; pero insistía mucho en una idea: todo lo conseguiría tras el enorme trabajo de muchos años. Entonces sus amigos lo envidiarían y buscarían ser como él, pero nunca podrían igualar el trabajo que realizó; y se veía orgulloso y altivo en medio de todos ellos, porque acudirían a él contentos de tener la fortuna de conocerlo. Después se imaginó con una esposa. Ella sería una mujer de una gran belleza, que estaría siempre allí compensando sus acciones y sus arrebatos; por supuesto no sería de ahí ni tampoco de un pueblo cercano, sino de la capital y rubia. Pensaba en el rostro de sus allegados, cuando lo vieran pasear por las polvorientas y soleadas calles de su pueblo, rodeado su brazo por el de ella. Parecía ya que escuchaba todos los rumores maledicentes de las mujeres de sus amigos, buscando minimizar la belleza de su pareja, que tanta envidia les produciría. Toda vía no pensaba en cómo la conocería, pero de algo estaba seguro: ella se enamoraría al ver su cuerpo robusto y curtido por el trabajo sobrehumano que le procuraría gran riqueza. Con el tiempo él se convertiría en uno de los principales productores de maíz del estado; pero a pesar de la vida de lujos que tendría, no dejaría de ser el hombre fuerte del campo; y trabajaría con más ahínco para así ahorrar 14

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y poder extender sus tierras; y producir más maíz para ampliar sus posesiones; y producir más y ampliar; y producir y ampliar, para que finalmente, cuando él llegara a la edad madura, pudiera disfrutar de su gran fortuna, porque al fin habría alcanzado una vida tranquila; y miraría, ausente ya de toda preocupación, a todos los peones y gentes, que tendría a su servicio, trabajar afanosamente, como él lo había hecho en algún tiempo; así como a sus propios hijos jugar a arrojarse polvorones de tierra; y estaría cómodamente sentado bajo la sombra de un viejo árbol, que lo cubriría de los intensos rayos del sol de mediodía.

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EL LABRADOR Fue la última vez que te vi. Pasaste rozando con tu cuerpo las ramas del paraíso que está en la vereda y te llevaste con tu aire sus últimas hojas. Luego desapareciste. Juan Rulfo. Pedro Páramo

Toda la noche oyó el borbotar del agua en el tejado. Frente a la ventana, José Altamirano observó las gotas resbalar como lágrimas por el vidrió empañado y murmuró en voz baja lo que a Pilar Armenta, su esposa, le pareció un rezo; mismo que se confundió con el siseo de la lluvia. Pensaba en ti Mariana, todo lo hice pensando en ti, yo solo quería que se alejara. José ya acuéstate. ¡Déjeme en paz! No es hora de rezar. Rezar… como si eso pudiera salvarme. Antes de dormir recordó la advertencia que a él hiciera: Tenemos un pacto y te has quedado ya mucho tiempo, perdiste y esta ya no es tu tierra; mas no hizo caso. ¡Escúchame! ¡Oye mis palabras! Si Caín será vengado siete veces, en verdad siete veces siete siete veces lo seré. Repetía por la mañana, de pie, en los escalones del corredor, con el índice en alto y la mirada en los cielos.

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Las praderas y las lomas revestían el verde intenso de la vegetación exuberante; la tierra despedía el olor menstruoso de su fertilidad; los maizales se esforzaban por alcanzar el cielo y las nueces se sujetaban desesperadas a las seguras ramas del nogal, para no caer en el sexo voraz de la tierra. Los niños se reunían en pandillas y se organizaban para saquear los capulines; los adolescentes emprendían con temor sus paseos acompañados de pequeños rebaños; las jóvenes muchachas se apresuraban en sus faenas para tener la tarde libre y coquetear en la plaza; los hombres cuidaban de los cultivos; mientras sus mujeres preparaban el almuerzo. Aún hoy te recuerdo Mariana, vivías en la ladera de la colina, a orillas de un maizal. Te miraba pasear por las tardes siempre acompañada de tus amigas por la plaza; reías a carcajadas como si ninguna pena te embargara. En los días de feria, más luminosa que todas las alegrías de la multitud era tu brillante sonrisa de muchacha, sorprendida al mirar los altos castillos pirotécnicos. Bailabas contenta con tu padre hasta dejarlo agotado y rehusabas tímida las propuestas de los jóvenes ansiosos, que deseábamos bailar contigo. ¡Don José! ¡Don José! Rentería ya no quiere vender sus tierras. El olor de tu cuerpo, de tu cabello; lo suave y delicadas que se sentían tus manos entre las mías; la inquietud que sentía mi palma en tu cintura, mientras bailábamos, 17

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los tengo presentes todo el tiempo. Dice que no quiere menos del doble de lo que usted le ofreció. Dile que no sea tonto, porque se va a morir, junto con su familia cuando llegue el hambre. Además debería pensar en el que viene. Pues que piensa en él y por eso anda altanero. Que con lo que usted le pague va a poner una tiende de abarrotes. ¡No pienso pagar más! Esa tierra no vale más de lo que le ofrecí. Este año ya ni sembró, porque está seca, estéril. ¡Todo este pueblo murió desde que ella no está! Entonces que le digo. No le digas nada. Él va a venir a pedirme caridad cuando su mujer tenga que parir a otro infeliz. Corrías con todas las fuerzas que tenían tus piernas. Eran hermosas. Con el codiciable color del durazno cuando está maduro, con el suave y delicado terciopelo que lo cubre, con la dureza que hace al fruto apetecible y en el centro de ellas el soñado corazón encarnado. Pretendías ocultarte tras el chabacano para que no te viera. Jugábamos a corretearnos y te me escabullías como lo hacen los peces, en las manos inexpertas que pretenden apresarlos. Te reías porque yo no podía sujetarte. ¡Mariana! Prometo que te voy a alcanzar. ¡Claro que no! ¡Nunca podrás atraparme!

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MENGUANTE Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera y el grito de la estatua desdoblando la esquina. Xavier Villaurrutia. Nostalgia de la muerte

Antes de que el cansancio lo venciera, él la miró dormir plácidamente. Después cerró los ojos y, una vez más, comenzó el mismo sueño que lo atormentaba desde que intimara con ella. Ahí, en el universo onírico, su padre los perseguía para asesinarlos. Ellos, desnudos, lograban evadir su iracunda presencia y salir a la calle, bajo la torrencial lluvia de agosto. Desesperados por el miedo, corrieron con la mayor rapidez posible; pero ella tropezó a causa del empedrado irregular del suelo, cayó y se anegó en el charco lodoso. Tras ellos escucharon los cascos del caballo galopar y el silbido del fuete al agitarse en el aire y estrellarse contra la piel empapada del animal. Esto los atemorizó aún más e intentaron acelerar su loca carrera; sin embargo llegaron a una parte del camino donde les fue imposible avanzar, porque sus pies se sumergían en el espeso barrizal y quedaban temporalmente apresados.

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No pudiendo correr, caminaron siempre con gran esfuerzo; mas en él surgió el deseo de volver atrás, porque lo impresionaba el agua pantanosa, en la que miraba la arrugada piel de una gran bestia. Con los pies aún dentro de aquella superficie, deseaban llegar a las faldas de la colina, que se encontraba a las afueras del pueblo, para así escapar de su terrible perseguidor. Con frecuencia miraban hacia atrás, para saber qué tan distante estaba, cuando un relámpago desgarró el cielo nocturno y calló a espaldas de él e hizo todavía más temible su figura ensombrecida. Con la mirada fija en el extremo de aquella ciénaga, cada paso que daban era aún más difícil y ambos se encontraban agotados. Ella lloraba y temblaba de miedo. El frío había entumecido sus miembros. Exhausta cayó de rodillas y él trató de incorporarla, pero solo la arrastraba por el lodo. Tras el estallido del primer disparo, ellos se quedaron paralizados; pero al escuchar la estridencia del segundo y observar como el agua se agitaba con la penetración violenta de la bala, ella, llena de horror, logró ponerse de pie e iniciar la desesperada huida. A la distancia distinguieron la silueta de la ascienda de don Ezequiel, apenas perceptible en la oscuridad. Pronto, frente a ellos, encontraron la empalizada que servía de cerca. A izquierda y derecha de la misma se erguían dos grandes sincolotes que semejaban arrogantes torres. De 20

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repente, de forma inesperada, salieron dos feroces perros con la intención de impedirles el paso. Al salir de las escamadas aguas y cuando se disponían a atravesar por la valla, ellos, rabiosos, se lanzaron a cerrarles el camino; pero una rápida carrera los libró de aquellos fieros guardianes. A pesar de seguir corriendo casi sin descanso, el sonido del galope lo escuchaban cada vez más cerca. Cuando por fin llegaron al pie de la colina, él miró con anhelo la cúspide; pero su agotamiento le hacía ver que esta se había hecho inaccesible y parecía que no lograrían alcanzar la cumbre. Desesperados comenzaron a subir la pendiente; sin embargo sus cuerpos ya no respondían de la mejor manera. La tormenta no les daba tregua y con frecuencia sus pies resbalaban. Por un instante él la pudo contemplar y le dolió mirarla con el cabello enmarañado y el cuerpo cubierto por la inmundicia del barrizal. Los relámpagos cortaban el firmamento como flamígeras espadas y caían en la fronda de los árboles, los destrozaba e incendiaba; cerrando con ello el paso a la cresta de la colina. Ante la imposibilidad de ascender, bordearon las faldas del altozano y se alejaron del pueblo que había sido su mundo hasta ahora. En llano abierto, enfrentaron el flagelo de la lluvia. Apenas podían resistir el embate de la borrasca que rugía como mar embravecido, 21

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combatido por vientos contrarios. Tromba infernal que parecía nunca detenerse y los castigaba con el embate de torbellinos. Cegados por el agua, que se estrellaba de manera violenta contra sus ojos, apenas distinguían el camino y no podían avanzar en su escapatoria como deseaban. A pesar de ello el sonido de los cascos del caballo se había dejado de escuchar. En medio de la oscuridad, ambos se sentaron en el fango y se abrazaron. La luz de los relámpagos los alumbraba por breves instantes. Él miró el rostro de ella, desencajado y sollozante, apenas podía creer que minutos antes la había vista dormir de forma apacible y con un gesto de plenitud y satisfacción. Ahora se encontraban desnudos a la intemperie, tratando de salvar la vida a causa del amor que los dos sentían, el amor que ocultaban desde meses antes, porque el mundo jamás lo toleraría. Entre sus brazos él la sentía temblar. Quería darle abrigo con su cuerpo, resguardarla del dolor. Ella quería fundirse, adentrarse en él, para que ninguna fuerza extraña los separara. Ninguno de los dos recordaba cuando comenzó a gestarse aquel amor tan funesto, tan aciago. Solo tenían presente la noche en la cual él entró a la habitación de ella, dominado por la pasión, y ella ni si quiera intentó resistirse. La tormenta no menguaba. Los relámpagos estallaban en lo alto con violencia, como reprimenda del cielo. Los dos se sabían pecadores, 22

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pero no albergaban arrepentimiento. Fue entonces cuando lo vieron aparecer, cabalgando despacio, con el fusil al hombro. Los contornos de su figura montada en el caballo los dibujaba la luz de las centellas. Ya no intentaron ponerse de pie y escapar. Todo era inútil. Él los perseguiría siempre. Entonces se abrazaron con fuerza. Solo la muerte los separaría. Él la besó frente a su padre para despedirse. Ya no había nada que ocultar. Escucharon como preparó con paciencia la escopeta. Luego imaginaron como los colocaba en la mira del arma, mientras ellos continuaban besándose. La percusión del gatillo y el estruendo del disparo se confundieron con el sonido del trueno... Sudoroso, trémulo, él se incorporó de la cama. Desorientado, volteó a todo lados, tratando de ubicarse en el espacio y el tiempo. Ella le habló, quiso calmarlo. Con dulzura le pidió que se recostara. Él obedeció. Sabía perfectamente lo que estaba sucediendo. Otra vez el sueño que lo atormentaba. Con palabras y caricias suaves, amorosas, lo tranquilizó. Nadie tendría por qué descubrir su secreto. Ellos se amarían toda la vida, no habría poder humano o divino que se los impidiera. Él la miró, la besó con ardor y sintió renacer en su interior la flama del deseo. Una vez más ella accedió, se dejó acariciar por esas manos licenciosas. La barrera de lo prohibido se había fran23

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queado desde hace tiempo y no tenían la intención de volver atrás. Encubiertos por el manto de la noche, la luna menguante era su único testigo y los acariciaba apacible con su resplandor tenue. Así, los dos hermanos, volvieron a consumar su pasión nefanda.

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Lemnos Drawing es un proyecto y marca personal bajo el cual se edita y publica el trabajo creativo y académico realizado por Juan Manuel Pérez García, escritor, editor y docente, con estudios en Lengua y Literaturas Hispánicas, en la Universidad Nacional Autónoma de México. Si deseas conocer más sobre su labor literaria y leer diversas publicaciones de su autoría, como son microcuentos, cuentos breves, cuentos, poesías, ensayos y crónicas, accede al siguiente enlace: https://lemnosdrawing.blogspot.com

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Olor a tierra, de Juan Manuel Pérez García, se terminó el mes de octubre de 2015 en los estudios de Lemnos Drawing. Primera edición. Su composición se realizó en tipo Georgia en 12:00, 14:00 y 16:00 puntos. La edición es exclusivamente digital.