Pensamientos de Santa Isabel de La Trinidad

SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD Maestra de vida interior PE N S AM I E N T O S ELEVACION A LA SANTISIMA TRINIDAD “¡Oh, Di

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SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD Maestra de vida interior

PE N S AM I E N T O S

ELEVACION A LA SANTISIMA TRINIDAD “¡Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí para establecerme en Vos, inmóvil y apacible, como si mi alma estuviera ya en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de vuestro Misterio! Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión preferida y el lugar de vuestro reposo. Que nunca os deje solo; antes bien, permanezca enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin reservas a vuestra acción creadora. ¡Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros hasta morir de amor...! Pero siento mi impotencia, y os pido que me revistáis de Vos mismo, identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis, me invadáis, os sustituyáis en mí, para que mi vida no sea más que una irradiación de vuestra Vida. ¡Venid a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador! ¡Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos, quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo de Vos! Luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en Vos y permanecer bajo vuestra gran luz. ¡Oh amado Astro mío, fascinadme para que no pueda ya salir de vuestro resplandor! ¡Oh fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí para que en mi alma se realice una como encarnación del Verbo; que sea yo para Él una humanidad suplementaria, en la que Él renueve todo su misterio! Y Vos, oh Padre, inclinaos hacia vuestra pobrecita criatura; cubridla con vuestra sombra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias. ¡Oh mis ‘Tres’, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo, me entrego a Vos como una presa, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el abismo de vuestras grandezas!”. (21.Noviembre.1904)

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I. VIDA Y ESCRITOS La Santa Sor Isabel de la Trinidad nació en Bourges-Francia el día 18 de Julio de 1880. Ingresó en el Carmelo de Dijon-Francia el día 2 de Agosto de 1901... Falleció el día 9 de Noviembre de 1906, a sus 26 años de edad y sólo 5 de Vida Religiosa... Fue beatificada por el Papa Juan-Pablo II el día 25 de Noviembre de 1984 en la Basílica de San Pedro de Roma... En el año 2007 culminó la celebración del primer centenario de su muerte. Todos los Santos han vivido todo el Evangelio, pero cada uno de ellos, por su historia personal y por los carismas recibidos de Dios, ha acentuado y dado testimonio especial de una página del mismo... Así, por ejemplo, San Pablo, “el Apóstol”, vivió intensamente aquellas palabras de Jesús: “Vayan por el mundo entero y prediquen mi Evangelio a todos los hombres...”(Mt 28,19); San Juan de la Cruz, aquellas otras: “Si alguno quiere venir en pos de Mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame...”(Mt 16, 24); Santa Teresita del Niño Jesús, aquellas: “Si no se hicieren como niños, no entrarán en el Reino de los cielos...” (Mt 18, 3)... Santa Isabel de la Trinidad asimiló con gran profundidad y vivió con heroica fidelidad aquella promesa salida de los labios de Jesús: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y haremos nuestra morada en Él...” (Jn 14, 23); por esto se ha dicho que fue “la Santa de la intimidad con Dios”, “allá adentro”..., y también “la Santa del silencio y del recogimiento”, “maestra de la vida interior”: “El silencio y la contemplación son necesarios para encontrar, en medio de la dispersión de cada día, una profunda y continua unión con Dios” (Benedicto XVI, 6.X.2006). ¡Qué bien encarnó en su vida Sor Isabel las palabras del Cardenal Ratzinger: “Creer en Dios es considerarlo como la realidad más real de toda nuestra vida” (Mirar a Cristo, pp. 120s)! Por ese camino de “vivir dentro”, “en diálogo continuo con Dios”, “siempre en su Presencia y bajo su divina mirada”, considerándolo como “la realidad más real de la propia vida”..., Sor Isabel llegó a la realización del ideal de “configurarse con Cristo” (cf. Rom 8, 28), “el Crucificado por amor”, de “reproducirlo ante el Padre y ante los hombres” (C 231). Con razón se ha llamado a Sor Isabel de la Trinidad “profeta de la Presencia de Dios”. Además de estos dos aspectos, sin duda los más característicos de Sor Isabel, el del “silencio y recogimiento” “como atmósfera espiritual indispensable para percibir la Presencia de Dios y dejarse conquistar por ella” (Juan-Pablo II, PDV, 47), que predominó más en la primera etapa de la vida de la Santa, y el de la “configuración con Cristo Crucificado”, que predominó más en los últimos años de su vida, llenos de enfermedades dolorosas..., la Santa en sus Escritos toca también otros puntos fascinantes de la espiritualidad cristiana y sacerdotal, como “el valor salvífico del sufrimiento humano”, la grandeza del sacerdocio ministerial, la Virgen María, etc.

Los Escritos principales que nos ha dejado en herencia la Santa Sor Isabel de la Trinidad son los siguientes: Diario Espiritual, Cartas, Poesías, Notas íntimas, El Cielo en la tierra, Últimos Ejercicios Espirituales... De ellos transcribiremos aquí sólo algunos pensamientos para la reflexión y oración. Las citas se identificarán con estas siglas: D-Diario Espiritual, CCartas, CT-“El Cielo en la tierra”, UE-“Últimos Ejercicios”... La numeración y fechas de las Cartas están tomadas del libro “Las páginas más bellas de Sor Isabel de la Trinidad”, “Monte Carmelo” -Burgos. España- Mayo, 2004, el cual, a su vez, las toma de la edición francesa; esta numeración y fechas no coinciden exactamente con las de las últimas ediciones españolas de las “Obras completas” de la misma Santa, “Monte Carmelo”. Los pensamientos se transcriben en orden cronológico, porque así se puede percibir mejor la evolución espiritual de la Santa, desde sus “luchas interiores” de joven en el mundo (ficha 1) hasta sus últimas palabras antes de morir (ficha 75). La “Elevación a la Santísima Trinidad”, por su significado especial, se ha colocado al principio de este folleto. El Papa Juan-Pablo II, con ocasión de la beatificación de Sor Isabel, dijo estas palabras: “Hoy el mensaje de la Santa Isabel de la Trinidad se difunde con fuerza profética”... La única finalidad de estos pensamientos es precisamente colaborar modestamente a que se cumplan estas palabras del gran Papa Juan-Pablo II: ¡que “el mensaje de la Santa Isabel de la Trinidad se difunda con fuerza profética”! Barquisimeto-VENEZUELA Año del Señor 2008

PD: Sor Isabel de la Trinidad ha sido recientemente canonizada —16 de octubre de 2016— por el papa Francisco, junto con otros grandes santos…

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II. PENSAMIENTOS 1. Luchas interiores “He tenido hoy la gran alegría de ofrecer a mi Jesús varios sacrificios en mi defecto dominante, ¡pero cómo me ha costado! En eso reconozco mi debilidad. Cuando me hacen una reprensión injusta, me parece que siento hervir la sangre en mis venas, ¡todo mi ser se rebela...¡ Pero Jesús estaba hoy conmigo, yo escuchaba su voz en el fondo de mi corazón, y por eso estaba dispuesta a soportarlo todo por su amor. En todas las fiestas de María renuevo mi consagración... Con la mayor confianza le he encomendado a Ella mi futuro, mi vocación...” (D 30-I y 24-II .1899). 2. Oración y mortificación “Estoy leyendo en estos días el ‘Camino de perfección’ de Santa Teresa. Me provoca un enorme interés y me está haciendo mucho bien. La Madre Teresa dice cosas estupendas sobre la oración y la mortificación interior, esa mortificación a la que quiero llegar a toda costa con la ayuda de Dios. Ya que de momento no puedo imponerme grandes sacrificios, por lo menos sí que puedo inmolar mi voluntad a cada momento del día...” (D III .1899). 3. “Pronto seré totalmente tuya” “¡Jesús, pronto seré totalmente tuya! Viviré entonces en soledad, a solas contigo; me ocuparé solamente de Ti; viviré únicamente para Ti y tan sólo contigo conversaré... Sé que suspiras por ese día anhelado en que seré al fin toda tuya. Yo también espero impacientemente ese momento. Tendré que hacer un gran sacrificio al separarme de mis seres queridos, pero siento una dulzura infinita en ese sacrificio, porque lo realizo por Ti; por Ti, a Quien amo sobre todas las cosas...” (D 27-III-1899). 4. Desprendimiento total “Desprende mi corazón de todo; que esté totalmente libre para que nada le impida verte. Doblega mi voluntad, abate mi orgullo, Tú que eres tan humilde de corazón; en una palabra, modela el mío para que pueda ser tu querida morada, para que vengas a descansar en él y a conversar conmigo en sublime unión. Que mi pobre corazón sea una sola cosa con tu Corazón divino. Y, para ello, rompe, arranca, consume todo lo que te desagrade...” (D 29.III.1899). 5. Ansias apostólicas “Durante esta misión siento redoblarse la llama. Mi corazón arde en deseos de convertir almas; esta idea me persigue durante el sueño, y ya no tengo ni un momento de descanso...Dios mío, Tú sabes que, si deseo sufrir, es sólo por consolarte a Ti, por atraerte almas, por demostrarte que te amo, pues te he dado mi corazón, un corazón que sólo piensa en Ti y que sólo vive por Ti...¡Mi buen Jesús!..., que aspire a atraerte almas...; mi corazón se abrasa ante esta obra de Redención...” (D III. 1899).

6. La voluntad de Dios por encima de todo “¡Jesús, Amado mío, cuán dulce es amarte, pertenecer a Ti, tenerte por mi único Todo!...Haz que nuestra unión sea aún más íntima. Que mi vida sea una continua oración, un prolongado acto de amor. Que nada pueda alejarme de Ti, ni los ruidos, ni las distracciones, nada... ¡Cómo me gustaría vivir contigo en el silencio! Pero lo que me gusta por encima de todo es hacer tu voluntad; y ya que quieres que siga todavía en el mundo, me someto de todo corazón por amor a Ti. Te ofrezco la celda de mi corazón para que sea tu pequeña Betania: ven a descansar en ella, ¡te quiero tanto!...Sólo te pido una cosa: ser generosa y fiel siempre, siempre... Quiero cumplir con perfección tu voluntad...; deseo ser santa..; cada latido de mi corazón es un acto de amor, Jesús mío, Dios mío; ¡qué bueno es amarte, ser toda tuya!...” (D I.1900). 7. Nada puede distraer de Dios cuando no se obra más que para Él “Durante estos días hemos estado muy ocupadas, y ahora vuelven a empezar las reuniones… Pero me parece que nada puede distraer de Dios cuando no se obra más que para Él, viviendo siempre en su presencia y bajo su divina mirada; incluso en medio del mundo se le puede escuchar en el silencio de un corazón que únicamente quiere ser suyo (C. 38, al sacerdote Angles, su director espiritual: 1-XII-1900). 8. Presencia de Dios dentro de nosotros “Perdámonos en esta Trinidad Santa, en ese Dios todo Amor. Dejémonos arrebatar a esas regiones en donde no hay otra cosa que Él, Él solo… ‘Dios en mí, yo en Él’, sea ésta nuestra divisa. ¡Qué buena es esta presencia de Dios dentro de nosotros…!; allí es donde me gusta buscarlo; procuremos no dejarlo nunca solo. ¡Que nuestras vidas sean una oración continua!...” (C. a Germana de Gemau). 9. “¡Amo tanto el misterio de la Santísima Trinidad!” “¡Es algo tan sublime esta presencia de Dios!. Allí, en lo hondo, en el cielo de mi alma, es donde me gusta encontrarle…’Dios en mí y yo en Él’. ¡Sí, esto es mi vida…!. Hace tanto bien pensar que, salvo por la visión, nosotros le poseemos lo mismo que lo poseen los bienaventurados en el cielo… Pídale mucho que me deje poseer por entero… ¿Le he dicho ya cómo me llamaré en el Carmelo? -¡María Isabel de la Trinidad!. Me parece que este nombre denota una vocación especial… ¡Amo tanto ese misterio de la Santísima Trinidad!” (C. 62, al sacerdote Angles: 14-VI-1901). 10. “¡Aquí Él lo es todo!” “Aquí no hay nada, absolutamente nada más que Él. ¡Él lo es todo! Él solo basta y sólo de Él vivimos. Lo encontramos en todas partes, lo mismo 6

en el trabajo que en la oración…” (C. 91, al mismo sacerdote, ya desde el Carmelo: 11-IX.1901). 11. ¡El cielo en la tierra! “Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, puesto que el cielo es Dios y Dios está en mi alma. El día en que comprendí esto, todo se iluminó para mí y quisiera decir este secreto en voz muy baja a los que amo, a fin de que también ellos se unan a Dios a través de todas las cosas…” (C. 122, a una señora amiga de la familia: VI-1002). 12. Vivir unidos a Dios de la mañana a la noche “Éste es un secreto de la vida en el Carmelo: la vida de una carmelita consiste en vivir unida a Dios de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Si Él no llenase nuestras celdas y nuestros claustros, ¡qué vacío estaría todo!. Pero nosotras le descubrimos en todas las cosas, pues le llevamos dentro, y nuestra vida es un cielo anticipado. Le pido a Dios que le enseñe todos estos secretos...” (C. 123, a la misma señora: 19-VI-1902). 13. Identificarse con el Amado “Una carmelita es un alma que ha mirado al Crucificado, que le ha visto ofrecerse como Víctima a su Padre por las almas, y, ensimismándose en esta gran visión del amor de Cristo…, ha querido ofrecerse como Él. Y en el silencio, y en una oración que nunca acaba…, la carmelita vive ya como en el cielo: ‘sólo de Dios’…; por esto está hambrienta de silencio, para poder escuchar siempre…; está identificada con su Amado y lo encuentra en todas partes y lo ve brillar en todas las cosas...”(C.133, a una joven amiga: 7-VIII-1902). 14. “Todo mi ejercicio es entrar ‘adentro’ y perderme en Dios” “Yo he encontrado el cielo en la tierra en mi querida soledad del Carmelo, donde vivo a solas con Dios solo. Todo lo hago con Él. Por eso lo hago todo con una alegría de cielo: ya barra, ya trabaje, o ya esté en la oración, todo lo encuentro bien y delicioso, pues en todas partes veo a mi Maestro… Todo mi ejercicio es entrar ‘adentro’ y perderme en Los que están allí…” (C. 139, a unas tías: X-1902). 15. En el verdadero apostolado “Marta y María andan juntas” “¿No le parece que el alma, mientras desempeña el oficio de Marta ocupada en otras cosas, puede estar siempre en adoración, sumida como María en contemplación…?. Así es como yo entiendo el apostolado, tanto para la carmelita como para el sacerdote. Entonces uno y otra pueden irradiar a Dios, darlo a las almas, si permanecen sin cesar junto a ese manantial divino…” (C. 158, al seminarista Andrés Chevignard: 24-II1903).

16. Gastarse por Él, y sólo por Él, en la ocupación que sea “Me parece que en el Carmelo es muy sencillo vivir de amor. De la mañana a la noche tenemos ahí la Regla para manifestarnos momento a momento la voluntad de Dios., ¡Si Usted supiese cómo amo a esta Regla, que es la manera en que Dios quiere que me haga santa!. Yo no sé si tendré la dicha de ofrecer a mi Esposo el testimonio de la sangre, pero al menos, si vivo en plenitud mi vida de carmelita, tengo el consuelo de estar gastándome por Él, y sólo por Él. Y entonces, ¿qué importa la ocupación que Él quiera encomendarme? Si Él está siempre conmigo, la oración, el diálogo cordial, no debe acabarse nunca. Le siento tan vivo dentro de mi alma, que no tengo más que recogerme para encontrarle en mi interior. Y esto me hace totalmente feliz…” (C. 169, al sacerdote Angles 15-VI-1903). 17. El consagrado tiene la parte mejor “Mi hermana, a su regreso, ha venido a verme con su marido… Parecían muy felices… Di gracias a Dios por ellos, y luego le di gracias por mí. A los ojos humanos parece que yo no tengo más que sacrificio, pero, sin embargo, soy la que tiene la mejor parte… La madre debe alegrarse de haber dado a Dios una carmelita, pues, fuera del sacerdote, yo no veo nada más divino en la tierra. ¡Una carmelita quiere decir un ser tan divinizado!...” (C. 178, a su madre: 6.IX-1903). 18. ¡El Señor sigue vivo! “Cuando nuestro Señor estaba en la tierra, ‘salía de Él una fuerza secreta’; al contacto con Él, los enfermos recobraban la salud y los muertos volvían a la vida. Pues bien, ¡Él sigue vivo!: vivo en el Sagrario…, vivo en nuestras almas... Él mismo lo ha dicho: ‘Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada en él’…” (C. 184, a la Sra. Angles: 24-XI-1903). 19. El “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi”: ¡el sueño de la carmelita y del sacerdote! “Pido a Dios que lo colme con esa medida sin medida, es decir, ‘conforme a la riqueza de su gloria’, y que el peso de su amor le arrastre hasta aquella feliz pérdida de la que hablaba el Apóstol cuando exclamaba: ’ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi’. Ese es el sueño de mi alma de carmelita, y creo que ése es también el de su alma de sacerdote; y, sobre todo, ése es el sueño de Cristo. Y a Él le pido que lo haga plena realidad en nuestras almas. Seamos para Él una humanidad complementaria en la que Él pueda renovar todo su Misterio. Le he pedido que se instale en mí como Adorador, como Reparador y como Salvador. Y no acierto a decirle qué paz produce en mi alma el pensar que Él suple mi impotencia y que, si caigo a cada instante que pasa, Él está allí para levantarme y para introducirme más en Él..., en lo hondo de esa esencia divina, donde quisiera sumergirme...; ahí es donde mi alma se encuentra con la suya y, al 8

unísono con ella, hago silencio para adorar a este Dios que nos ha amado de manera tan divina...” (C 214, al mismo seminarista: 2.-XI-1904). 20. El sacerdote debe ser “una copia de Jesucristo” “San Pablo, en su carta a los Romanos, dice que ‘a los que conoció de antemano, Dios los destinó también a reproducir la Imagen de su Hijo’. Y me parece que aquí se habla precisamente de Usted. ¿No es Usted ese predestinado a quien el Eterno ha elegido para ser su sacerdote?. Creo que, en su acción amorosa, el Padre se inclina sobre su alma, y con su mano divina la trabaja con un toque delicado, para que la semejanza con el Ideal divino vaya creciendo hasta el gran día en que la Iglesia le diga: ‘Tú eres sacerdote para siempre’. Entonces todo será en Usted, por así decirlo, una copia de Jesucristo, y Usted podrá reproducirle ante el Padre y ante las almas. ¡Qué grandeza…! ¡Qué recogimiento, qué atención a Dios exige esta sublime obra!...” (C. 231, al mismo seminarista Andrés Chevignard, en las vigilias de su Ordenación Sacerdotal: principios VI-1905 ) 21. Grandeza del sacerdocio “Al acercarme a Usted, ante el gran misterio que se prepara, sólo sé callar... y adorar el inmenso amor de nuestro Dios. Bien puede Usted cantar con la Virgen su ´Magnificat´ y saltar de gozo con Dios su Salvador, porque el Poderoso hace en Usted cosas grandes y su misericordia es eterna... Después, como María, ‘conserve todo eso en su corazón’ y acérquelo al de ella, porque esta Virgen sacerdotal es también la ‘Madre de la divina gracia’ y en su amor quiere prepararle a Usted para que sea ´el sacerdote fiel que hará lo que Dios quiera y cumplirá sus deseos’, de que habla la Sagrada Escritura. Como aquel pontífice ‘sin padre, sin madre, ni antepasados, del que no se conoce el comienzo ni el fin de su vida, a semejanza del Hijo de Dios’, del que habla la carta a los Hebreos, así Usted se convertirá también, por la unción sagrada, en un ser que ya no pertenece a esta tierra, en mediador entre Dios y las almas, llamado a hacer ‘brillar la gloria de su gracia’ participando de ‘la excelsa grandeza de su poder’. Jesús, el Sacerdote eterno, decía al Padre al entrar en el mundo: ‘Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad’´. Creo que, en esta hora solemne de su entrada en el sacerdocio, ésa ha de ser también su oración. Y me gusta rezarla con Usted... El viernes, cuando Jesús, el Santo de Dios, venga a encarnarse por primera vez en la humilde hostia en el altar sagrado entre sus manos consagradas, no se olvide de esta monjita a quien Él ha traído al Carmelo para que sea en Él ‘alabanza de su gloria’ . Pídale que la sumerja en la profundidad de su misterio y que la consuma con el fuego de su amor. Y luego ofrézcala al Padre con el divino Cordero...” (C 232, al mismo seminarista ordenando: 25-VI-1905).

22. El secreto de la felicidad está en olvidarse “Creo que el secreto de la paz y de la felicidad está en olvidarse, en despreocuparse de sí mismo. Esto no consiste en no sentir ya sus miserias físicas o morales; también los Santos han pasado por esos estados tan angustiosos, pero no se quedaban ahí, sino que a cada momento abandonaban esas cosas. Cuando se sentían afectados por ellas, no se extrañaban, pues sabían ‘de qué barro estaban hechos’, como canta el salmista (salmo 102), pero éste agrega también: ‘con el auxilio divino le fui enteramente fiel, guardándome de toda culpa’... Pienso que Dios le pide una confianza sin límites en esas horas dolorosas en las que siente esos vacíos horribles. Piense que Dios está abriendo en su alma capacidades más grandes para recibirlo… Por eso esfuércese con toda el alma para estar alegre bajo la Mano que la crucifica. Más aún, mire cada sufrimiento, cada prueba ‘como una prueba de amor’ (cf. Heb 12, 6) que le viene directamente de Dios para unirla a Él. Olvidarse de sí misma, por lo que se refiere a la salud, no significa dejar de cuidarse, pues es su obligación y la mejor penitencia; pero hágalo con gran confianza, dándole gracias a Dios, pase lo que pase… En lo que atañe a lo moral, nunca se deje abatir por el pensamiento de sus miserias; el gran S. Pablo dice: ‘en donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia’(Rom 5, 20); paréceme que el alma más débil, incluso la más culpable, es la que tiene más motivos para esperar, y este acto que hace para olvidarse de sí y arrojarse a los brazos de Dios lo glorifica y le da más alegría que todas las miradas sobre sí misma…, mientras que posee dentro de sí misma un Salvador que viene en todo momento a purificarla… Él quiere que en todo momento salga de sí misma, que deje de lado cualquier preocupación, para llevarla a esa soledad que Él se ha preparado en el fondo de su corazón; Él está siempre allí, aunque Usted no lo sienta… Él quiere librarla de sus debilidades, de sus faltas y de todo eso que la turba, por ese contacto continuo…” (C. 249 a la señora Angles, que estaba enferma: 26-XI-1905). 23. No somos purificados mirando nuestra miseria, sino mirando al Señor “Tal vez le parezca difícil eso de olvidarse de sí misma. No se preocupe. Si viera lo fácil que es… Voy a confiarle mi secreto: piense en ese Dios que habita en Usted y del cual es templo (cf. 1 Cor 3, 16)…; poco a poco el alma se habitúa a vivir en su dulce compañía…; entonces hay como una atmósfera divina en la que ella respira… No seremos purificados mirando nuestra miseria, sino mirando a Aquél que es todo Él pureza y santidad… Animo, pues, señora y hermana querida. La encomiendo especialmente a una humilde carmelita que murió a los 24 años en olor de santidad y que se llamaba Teresa del Niño Jesús…; ella decía que había hallado la felicidad cuando había comenzado a olvidarse de sí misma. ¿Quiere invocarla cada día conmigo para que le obtenga esa ciencia que hace a los santos y que da al alma tanta paz y felicidad?” (Ibid.). 10

24. La vida del sacerdote es un Adviento que prepara la “Encarnación” en las almas “Se acerca ya el santo tiempo del Adviento. Y pienso que es muy especialmente el tiempo de las almas interiores, el tiempo de las almas que viven constantemente y en todas las cosas ‘escondidas con Cristo en Dios’ en el centro de sí mismas... Hagamos en nuestra alma un vacío interior que le permita a Él venir a ella para comunicarle su vida eterna... Y, luego, escuchémosle en el silencio de la oración...Pidámosle que nos haga veraces en nuestro amor, es decir, que haga de nosotros almas sacrificadas, pues yo creo que el sacrificio no es más que el amor en acción: ‘Me amó y se entregó a sí mismo por mi’ (Gal 2,20)... Me gusta mucho este pensamiento: que la vida del sacerdote, y la de la carmelita, es un Adviento que prepara la Encarnación en las almas... Nuestra misión ¿no consiste en preparar caminos al Señor por medio de nuestra unión a Aquél a quien el Apóstol llama ‘fuego devorador’?. Al contacto con él nuestra alma se convertirá en llama de amor que se propagará por todos los miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Así consolaremos el Corazón de nuestro Maestro, que, presentándose al Padre, podrá decir: ‘en ellos he sido glorificado’...” (C 250, al ya sacerdote Andrés Chevignard: 29-XI-1905). 25. “Me amó y se entregó a Sí mismo por mí” “Decía S. Pablo: ‘Me amó y se entregó a Sí mismo por mí’. Creo que toda la doctrina del amor verdadero y fuerte se encierra en estas pocas palabras…Por nosotras mismas sólo somos nada y pecado, pero Él es el único Santo y habita dentro de nosotras para salvarnos, purificarnos y transformarnos en Él… Ama siempre la oración…, que es esa elevación del alma a Dios, en medio de todas las cosas, que nos pone en una especie de comunión continua con la Santísima Trinidad, haciéndolo todo a la luz de su mirada…” (C. 252, a Germana de Gemeaux: finales XII. 1905). 26. Ser para Cristo como una humanidad complementaria en la que Él pueda continuar su Pasión “Ya veo que el Maestro la sigue teniendo clavada en la cruz con esas neuralgias. San Pablo decía: ‘Completo en mi cuerpo lo que aún le falta a la Pasión de Cristo’. También Usted es para él, en cierto modo, una humanidad complementaria en la que le permite sufrir como una prolongación de su Pasión, pues sus dolores son verdaderamente sobrenaturales. ¡Y cuántas almas puede salvar de esa manera...!. Usted ejerce el apostolado del sufrimiento, además del de la acción, y creo que el primero debe atraer muchas almas sobre el segundo” (C 259, a una señora amiga: principios I. 1906).

27. Creer en el amor “Entréguese al Amor, querida señora. Me dice que tiene mucho que expiar. Pero a nuestro Dios se le llama ‘fuego devorador’, y también ‘rico en misericordia y de inmenso amor’. ¡Qué gran motivo de confianza para el alma que dice con San Juan: ‘Yo creo en el amor’. Le pido a Él que infunda en su corazón la paz y la confianza de los hijos de Dios. Me parece que, si yo viese la muerte cara a cara, a pesar de todas mis infidelidades, me echaría en brazos de mi Dios como un niño que duerme sobre el pecho de su madre. La muerte no es más que eso. Y Quien va a ser nuestro Juez habita dentro de nosotros. Se ha hecho compañero de nuestra peregrinación para ayudarnos a dar ese doloroso paso”. (C 262, a otra señora amiga: 26I-1906). 28. La oración es un trato íntimo con Dios que nos va transformando en Él “Vive siempre con Él en tu interior. Esto exige una gran mortificación, pues, para unirse constantemente a Él de esa manera, hay que saber entregárselo todo... Yo le pido que Jesús sea siempre el Maestro que te instruya en lo secreto de tu alma… ¿No es cierto que nuestra alma necesita ir a sacar fuerzas en la oración, en ese trato íntimo donde el alma se vuelca en Dios y Dios se vuelca en ella para transformarla en Él?. Esta es mi única ocupación en mi celda, que es un verdadero paraíso…” (C. 278, a Germana de Gemeaux: 10-VI-1906). 29. Hacernos “semejantes a Él en su muerte” (cf. Flp 3,10) “Su cariñosa carta me ha gustado muchísimo. ¡Cómo me gusta ese pensamiento de S. Pablo que me ha enviado! Me parece que se hace realidad en mí en esta cama que es el altar sobre el que me inmolo al Amor. Rece para que, a semejanza con la Imagen adorada, sea cada día más perfecta: ‘configurado a su muerte’. Es otra idea que me persigue y que da fuerzas a mi alma en el sufrimiento. Si viera la obra de destrucción que siento en todo mi ser... Se ha abierto el camino del Calvario y soy feliz de caminar por él como una esposa al lado del divino Crucificado. El 18 cumpliré veintiséis años. No sé si este año se terminará en el tiempo o en la eternidad. Le pido como una hija a su padre que, en la Santa Misa, me consagre como hostia de alabanza a la gloria de Dios. Sí, conságreme tan perfectamente que yo ya no siga siendo yo, sino Él, y que el Padre, al mirarme, lo vea a Él; que yo sea ‘semejante a Él en su muerte’; que sufra en mi cuerpo lo que le falta a su Pasión por su Cuerpo, que es la Iglesia. Y luego, báñeme en la Sangre de Cristo para que sea fuerte con su fortaleza. Me siento tan pequeña y tan débil...” (C 294, al sacerdote Angles: 8-VII-1906).

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30. Lo mejor que podemos ofrecerle a Dios son nuestros sufrimientos “Vive con Dios dentro de tu alma, recógete en su presencia, ofrécele los sufrimientos que soportas debido a tu falta de salud. Es lo mejor que podemos darle. Si supiéramos apreciar la dicha del sufrimiento, estaríamos hambrientos de él. Piensa que, gracias a él, podemos dar algo a Dios. No desperdiciemos ninguno. Cifra en él toda tu alegría” (C 295, a su madre: 11-VII-1906). 31. Hay que eliminar del diccionario la palabra ‘desaliento’ “Hermana querida, tienes que eliminar de tu diccionario de amor la palabra ‘desaliento’. Cuanto más sientas tu debilidad y tu incapacidad para recogerte, cuando más escondido parezca el Maestro, más debes alegrarte.... El Señor decía a San Pablo: ‘Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad’. Y ese gran Santo lo entendió tan bien que exclamaba: ‘Gustosamente, pues, seguiré presumiendo de mis debilidades, para que habite en mí la fuerza de Cristo’. ¿Qué importa lo que sintamos? El es el Inmutable, el que nunca cambia. Él te ama hoy como te amaba ayer y como te amará mañana...Recuerda que un abismo llama a otro abismo, y que el abismo de tu miseria atrae al abismo de su misericordia...” (C 298, a su hermana: 16-VII-1906). 32. Compartir los sufrimientos de Cristo para ser co-redentores con Él “La Santísima Virgen no ha hecho el milagro que querías. Como me dices en tu cariñosa carta, temes que yo sea una víctima elegida para sufrir. Por favor, no te entristezcas por eso, ¡sería tan hermoso...! Pero no me siento digna. ¡Imagínate!: compartir los sufrimientos de mi Esposo crucificado e ir con Él a mi pasión para ser redentora con Él...” (C 300, a su madre: 18-VII-1906). 33. Vivir en la intimidad con el Señor “Mamá querida, vive con Él. Quisiera poder decir a todas las almas qué manantiales de fortaleza, de paz y de felicidad encontrarían si aceptasen vivir en esta intimidad con el Señor. Pero no saben esperar. Si Dios no se les ofrece de manera sensible, abandonan su sagrada presencia, y, cuando se les acerca con las manos llenas de dones, no encuentra a nadie. El alma está afuera, en las cosas exteriores, y no mora en lo hondo de sí misma…” (C 302, a su misma madre: 2-VIII-1906). 34. Nuestra morada debe ser la Trinidad “Padre, quiero que aquellos que Tú me diste estén conmigo en donde Yo estoy, para que vean la gloria que me diste, porque me has amado antes del establecimiento del mundo’ (Jn 17, 24). Tal es la última voluntad de Cristo, su plegaria suprema antes de volverse al Padre. Quiere que allí donde Él

está estemos también nosotros, no ya sólo durante toda la eternidad, sino también desde el presente, que es la eternidad comenzada, aunque en vía de progreso continuo... La Trinidad, he ahí nuestra mansión, nuestra casa solariega, el hogar paterno de donde jamás debemos salir; así lo ha asegurado el divino Maestro: ‘El esclavo no queda en casa para siempre, mas el hijo queda para siempre’ (Jn 8, 35)” (CT, 1ª contemplación: Agosto.1906). 35. Permaneciendo en Jesús “hallaremos la fortaleza para morir a nosotros mismos” “Es el Verbo de Dios quien nos ordena, quien nos expresa esa voluntad: ‘Permanezcan en Mí’ (Jn 15, 4), no ya sólo unos momentos, algunas horas pasajeras, sino permanezcan en Mí de un modo permanente, habitual. Permanezcan en Mí, oren en Mí, adoren en Mí, amen en Mí, padezcan en Mí, trabajen en Mí, obren en Mí. Permanezcan en Mí para presentarse a cualquier persona o a cualquier cosa; adéntrense más y más en esa profundidad. Tal es, en verdad, ‘la soledad a la que quiere Dios atraer el alma para hablarle al corazón’ (Os 2, 14). Mas, para escuchar esta palabra henchida de misterio, no hay que quedarse en la superficie, sino que es preciso adentrarse cada vez más en el Ser divino por medio del recogimiento... S. Pablo escribía: ‘Voy siguiendo mi carrera’ (Flp 3, 12). Así también debemos nosotros descender cada día por esa senda abismal que es Dios... ‘Un abismo llama a otro abismo’ (Sal 41, 8). Es ahí, en lo más profundo de nuestro ser, donde se efectuará ese divino encuentro, donde el abismo de nuestra nada, de nuestra miseria, se encontrará frente a frente con el abismo de la misericordia, de la inmensidad, del todo de Dios. Es ahí donde hallaremos la fortaleza para morir a nosotros mismos, y donde, perdiendo nuestra manera personal de ser, quedaremos transformados en amor. ‘Bienaventurados los que mueren en el Señor’ (Apoc 14, 13) (CT, 2ª c.: Ibid.). 36. “El Reino de Dios está dentro de Ustedes” “Para encontrar a Dios no tenemos necesidad de salir de nosotros mismos, ya que el Reino de Dios está dentro de nosotros (cf. Lc 17, 21). S .Juan de la Cruz dice que en la sustancia del alma, a donde no puede llegar el demonio ni el mundo, es donde Dios se comunica con ella; y, cuando esto se logra, todos los movimientos del alma son divinos, y, aun cuando sean de Dios, lo son también de ella, porque los hace Dios en ella y con ella Como el amor es el medio por el cual el alma se une con Dios, cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra en Él. Cuando sólo posee un sola grado de amor el ama está ya en su centro, mas cuando ese amor haya alcanzado su perfección, habrá logrado el alma penetrar hasta ‘el más profundo centro, transformada de tal 14

suerte y hasta tal punto ‘que parezca Dios’ (cf. Llama, c.1, nn. 9.12.13)” (CT, 3ª c.: Ibid.). 37. El que ama hace siempre lo que agrada al Amado “El amor, he ahí lo que le atrae, lo que le impulsa a descender hasta su criatura; mas no un amor sentimental, sino ese ‘amor fuerte como la muerte...’ (Cant 8, 6.7). ‘Porque amo a mi Padre, hago siempre lo que le agrada’ (Jn 8, 29). Así hablaba el divino Maestro; y toda alma que quiera vivir en su contacto ha de vivir como Él la realidad de esa máxima divina. El beneplácito del Padre ha de ser su alimento, su pan cotidiano; debe consentir en dejarse inmolar por todas las voluntades del Padre, a ejemplo de su Maestro adorado: cada incidente de la vida, cada acontecimiento, cada sufrimiento o cada alegría es una especie de sacramento que le comunica a Dios. Por eso ella no hace distinción entre unas cosas y otras, prósperas o adversas, sino que pasa por encima de todas, las supera, para establecer su descanso por encima de todo en el mismo Dios... Lo peculiar del amor es no buscarse a sí mismo, no reservarse nada, sino entregarlo todo sin medida a Aquél a quien ama. ¡Dichosa el alma que ama de verdad¡ ¡el Señor se ha convertido en cautivo de su amor!” (CT, 4ª c.:Ibid.). 38. “Muero cada día un poco” “’Están muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios’ (Col3, 3). Ahora viene S. Pablo a ilustrarnos en lo que toca al sendero que lleva al abismo: ‘Están muertos’. ¿Qué quiere decir esto sino que el alma que aspira al contacto de Dios en el alcázar inexpugnable del santo recogimiento debe quedar separada, alejada, despojada de todas las cosas en cuanto al espíritu?. ‘Cada día muero un poco’ (l Cor 15, 31): cifro el gozo de mi alma (esto en cuanto a la voluntad, no en cuanto a la sensibilidad) en todo lo que pueda inmolarme, destruirme, rebajarme, porque quiero dar lugar a mi divino Maestro. ‘Ya no soy yo quien vivo, sino que Cristo vive en mí’ (Gal 2, 20); no quiero ya vivir mi propia vida, sino ser más divina que humana, y que, inclinándose hacia mí el Padre, pueda reconocer la imagen de su Hijo muy amado en quien tiene puestas sus complacencias” (CT, 5ª c.: Ibid.). 39. Lo que nos purifica es abandonarnos a la acción amorosa del Espíritu Santo dentro de nosotros ’Nuestro Dios es fuego devorador’ (Hebr 12, 29), es decir, un fuego de amor que destruye y transforma en sí todo cuanto toca. La muerte mística, de que nos habla S. Pablo (cf. Col 3, 3; 1 Cor 15, 31), viene a ser algo muy suave y muy sencillo para las almas entregadas a la acción de Dios dentro de sí mismas. Ellas piensan mucho menos en la obra de destrucción y de desprendimiento que queda por realizar que en sumergirse en el horno de amor que arde dentro de sí mismas, y que no es otro que el Espíritu Santo, el mismo amor que en la Trinidad es el lazo de unión del Padre con el

Verbo. Ellas entran en Él por la fe viva, y allí, en sencillez y sosegadas, se ven arrebatadas por Él por encima de todas las cosas y gustos sensibles en ‘la tiniebla sagrada’, y transformadas en la imagen divina. Viven ‘en comunión’ (cf. l Jn 1, 3) con las Tres adorables Personas de la Trinidad...” (CT, 6ª c.: Ibid.). 40. Hacerlo y sufrirlo todo con amor “’Fuego vine a traer a la tierra, y ¿qué quiero sino que arda?’ (Lc 12, 49). Nada podemos darle al divino Maestro, nada puede satisfacer su único deseo, que consiste en volver a realzar la dignidad de nuestra alma. Nada le agrada tanto como verla crecer; ahora bien, nada puede elevarla tanto como llegar a ser, en cierto sentido, igual a Dios; por eso le exige el tributo de su amor, dado que es propiedad del amor igualar, en cuanto cabe, al que ama con el ser amado... Mas, para llegar a este amor, es necesario que el alma esté ya entregada del todo: tiene que hallarse su voluntad suavemente perdida en la de Dios, de suerte que sus inclinaciones, sus facultades no se muevan más que dentro de este amor y por este amor. Todo lo hago con amor, todo lo sufro con amor... En este estado el amor la llena tan completamente, la absorbe y la protege de un modo tan perfecto, que en todas las cosas halla el secreto de crecer en el amor. Aun en medio de las relaciones que tiene que sostener con el mundo, aun en medio de las preocupaciones de la vida, podrá exclamar con todo derecho: ‘Ya sólo en amar es mi ejercicio’, mi única ocupación es amar” (CT, 7ª c.: Ibid.). 41. “La fe es la posesión del mismo Dios a oscuras” “’Es preciso que el que se llega a Dios crea’ (Hebr 11, 6). ‘La fe es la firme seguridad de lo que esperamos, la convicción de lo que no vemos’ (Hebr 11, 1). Es decir, que la fe nos da una certidumbre tal de los bienes futuros y nos hace presentes hasta tal punto que, mediante ella, adquieren ser en nuestra alma y subsisten aun antes de que comencemos a gustarlos. S. Juan de la Cruz nos dice que nos sirve de pies para ir hasta Dios; más aún, que es la posesión del mismo Dios a oscuras; sólo ella puede proporcionarnos verdaderas luces sobre Aquél a quien amamos... Así, pues, la fe nos da a Dios aun en esta vida, encubierto, es verdad, en el velo en que se oculta, pero que, a pesar de todo, es el mismo Dios...” (CT, 8ª c: Ibid.). 42. El acto más grande de nuestra fe consiste en creer en el amor que Dios nos tiene “’Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene’ (1 Jn 4, 16). En esto consiste el acto más grande de nuestra fe; ése es el medio de pagar a Dios amor por amor... Cuando el alma llega a creer en ese ‘inmenso amor’ que Dios le tiene, se puede decir de ella lo mismo que se dijo de Moisés: ‘Por la fe se mantuvo tan firme como si estuviera viendo al 16

Invisible’ (Hebr 11, 27). Ya no se queda en los gustos ni en los sentimientos, ni le importa sentir a Dios o no sentirlo, o que le dé alegrías o sufrimientos. ¡Cree en su amor!. Cuando más la prueba el Señor, más crece su fe... Por eso, a esa alma de fe vigilante la voz del Maestro puede decirle en secreto y en la intimidad aquellas palabras que un día dirigió a María Magdalena: ‘Vete en paz, tu fe te ha salvado’ (Lc 7, 50)” (CT, 8ª c.: Ibid.). 43. Contemplar la Imagen del Hijo para que se imprima en nosotros “A los que de antes conoció, a éstos los predestinó a ser conformes con la Imagen de su Hijo. Y a los que ha predestinado los ha llamado; y a quienes ha llamado, los ha justificado: y a los que ha justificado, los ha glorificado...’ (Rom 8, 29)... ‘Los que conoció...’. ¿No hemos formado parte de ese número? ¿No puede decir Dios a nuestra alma lo que antaño decía por la boca del profeta: ‘Pasé junto a ti y te miré’..., y juré protegerte, e hice contigo una alianza, y desde entonces fuiste mía’ (Ez 16, 8)?. Somos suyos por el bautismo...’Los he llamado...’; al mismo tiempo hemos sido hechos ‘partícipes de la naturaleza divina’ (2 Pe 1, 4)... Luego nos ha justificado con los Sacramentos, mediante sus toques divinos recibidos en el fondo de nuestra alma en medio del recogimiento; ‘nos ha justificado también por la fe’ (Rom 5, 1)...Quiere, finalmente, glorificarnos..., pero seremos glorificados en la medida en que nos hayamos hecho conformes a la Imagen de su divino Hijo. Contemplemos, pues, esa Imagen adorada; y, para que se imprima en nosotros, mantengámonos constantes bajo su resplandor...” (CT, c. 9ª.: Ibid.). 44. Cumplir siempre con amor la voluntad de Dios, sobre todo cuando nos resulta más dolorosa “¿Qué ha dicho Cristo al entrar en el mundo?: ’...¡heme aquí, oh Dios, para cumplir tu voluntad!’ (Hebr 10, 5). Durante los 33 años de su vida de tal modo fue esa voluntad su pan cotidiano (cf. Jn 4, 32-34) que en el momento de entrega su alma en las manos del Padre podía decirle: ‘Todo está consumado’ (Jn 19, 30); sí, ha sido enteramente cumplida su voluntad; por eso ‘Te he glorificado en la tierra’ (Jn 17, 4)... ‘Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado’ (Jn 4, 34)... ‘Yo hago siempre lo que es del agrado de mi Padre’ (Jn 8, 29). Comamos con amor este pan de la voluntad de Dios. Y, si en ocasiones esa divina voluntad nos crucifica más dolorosamente, podemos decir con nuestro adorable Maestro: ‘Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú’ (Mt 26, 39). Y así también nosotros, con serenidad y fortaleza, subiremos a nuestro calvario en compañía del divino Crucificado..., ya que los que siguen la vía dolorosa son aquellos que ‘Él predestinó a ser conformes con la Imagen de su divino Hijo’ (Rom 8, 29), el Crucificado por amor...” (CT, c. 10ª.: Ibid.).

45. Adorar a Dios “en espíritu y verdad” “’Padre nuestro que estás en el cielo’ (Mt 6, 9). En ese cielo pequeñito que Él se ha formado en lo más íntimo de nuestra alma es donde nosotros debemos buscarle y, sobre todo, donde debemos morar. Jesús decía un día a la Samaritana que ‘el Padre busca adoradores en espíritu y en verdad’ (Jn 4,23). Seamos, pues, nosotros esos profundos adoradores para colmar de gozo su corazón. Adorémosle ‘en espíritu’, es decir, manteniendo el corazón y el pensamiento fijos en Él por la luz de la fe... Adorémosle ‘en verdad’, es decir, por medio de nuestras obras, porque son las obras las que nos hacen veraces...” (CT, c.11ª: Ibid.). 46. La Virgen vivió siempre recogida y “absorta ante la faz de Dios “Si conocieras el don de Dios...’ (Jn 4, 10). Hubo una criatura que supo conocer este don de Dios, una criatura tan pura, tan luminosa, que parecía la misma luz: ‘espejo de justicia’; una criatura cuya vida fue tan sencilla, tan absorta en Dios, que casi nada puede decirse de ella: ‘Virgen fiel’, la que ‘guardaba todas aquellas cosas en su corazón’ (Lc 2, 51). Teníase a sí misma en tan poco, supo mantenerse tan recogida ante la faz de Dios, que atrajo las complacencias de la Trinidad Santísima: ‘porque miró la humildad de su sierva...’ (Lc 1, 48)... Al descender el Verbo en su seno, María quedó convertida para siempre en la presa de Dios. Me parece que la actitud de la Virgen durante los meses que transcurrieron entre la Anunciación y Navidad constituye el modelo de las almas interiores, de esos seres privilegiados a los que Dios ha escogido para que vivan dentro de sí, ‘allá adentro’…¡Con qué paz, con qué recogimiento se rendía y se entregaba a todas las cosas…!. Hasta las cosas más vulgares quedaban divinizadas por Ella, puesto que a través de todo la Virgen era la adoradora del don de Dios, lo cual no le impedía darse a las obras exteriores, cuando se trataba de ejercitar la caridad; como nos dice el Evangelio, ‘María fue con diligencia, a una ciudad de Judá, a casa de su prima Isabel (Lc 1, 39)” (CT, c. 12ª: Ibid.). 47. “¡Una alabanza de gloria!” “Fuimos predestinados para que seamos alabanza de su gloria gloria (Ef 1, 11-12)… ¿Cómo responder a nuestra vocación y llegar a ser perfecta alabanza de gloria de la Santísima Trinidad?... ‘Alabanza de gloria’ es un alma que mora en Dios, que le ama con amor puro y desinteresado, sin buscarse a sí misma en las dulzuras de este mismo amor…; que busca el bien del Amado con el mayor desinterés… Ahora bien, ¿cómo se ha de desear y querer eficazmente algún bien para Dios sino cumpliendo su santísima voluntad?… Esta alma debe entregarse plenamente, ciegamente, a cumplir esa voluntad hasta llegar al extremo de no querer otra cosa sino lo que Dios quiere. ‘Alabanza de gloria’ es un alma amante del silencio... ‘Alabanza de gloria’ es un alma 18

que contempla a Dios en la fe sencilla, un alma que es un reflejo vivo de lo que es Él... ‘Alabanza de gloria´ es, en fin, un alma que vive de continuo en una perenne acción de gracias, cuyos actos y movimientos, pensamientos y aspiraciones son como un eco del ‘Sanctus’ eterno. En el cielo de la gloria, allá arriba, no se cansan los bienaventurados de repetir día y noche: ‘Santo, Santo, Santo…’, y, ´postrándose, adoran al que vive por los siglos de los siglos’ (Apoc 4, 8)… En el cielo del alma, acá abajo, la ´alabanza de gloria’ comienza a ejercer el oficio que habrá de proseguir para siempre en la eternidad…, se mantiene de continuo en una perfecta adoración…” (CT c.13ª:Ibid.). 48. Destinados a “reproducir la Imagen de Cristo”, “el Crucificado por amor” “’Nescivi’, ‘ya nada sé’, ‘ya no quiero saber nada, sino conocerle a Él, tener parte en sus sufrimientos, conformándome a Él en la muerte…’ (Flp 3, 10). ‘A los que Dios conoció los predestinó a ser conformes con la Imagen de su Hijo…’ (Rom 8, 29), el Crucificado por amor. Cuando yo me haya identificado totalmente con este Ejemplar divino…, comenzaré a cumplir mi eterna vocación…, aquella para la cual Dios me eligió desde el principio, y proseguiré eternamente, cuando, sumergida en el seno de la Trinidad, sea incesantemente la alabanza de su gloria…” (Últimos Ejercicios, día 1º: segunda mitad del mes de Agosto de 1906). 49. Silencio interior y abnegación total, condiciones para la unión con Dios “’Para Ti guardaré mi fortaleza’ (Salmo 58, 10). La Regla me dice: ‘En el silencio está su fortaleza’. Guardar nuestra fuerza para Dios es hacer que reine la unidad en todo nuestro ser por medio del silencio interior; es recoger todas nuestras potencias para ocuparlas únicamente en el ejercicio del amor… Un alma que contemporiza con su ‘yo’, que se deja arrastrar de sus susceptibilidades, que se ocupa en pensamientos inútiles, que se deja llevar de toda suerte de deseos, es un alma que derrama sus fuerzas y deja de estar totalmente orientada hacia Dios; su lira no vibra al unísono con Él, y, cuando el divino. Maestro quiere pulsarla, no puede hacer brotar de ella armonías divinas, porque en ella queda aún mucho de humano, aún hay allí disonancias. El alma que reserva en su reino interior algo para sí, cuyas potencias todas no se hallan recogidas en Dios no puede ser una perfecta alabanza de gloria…, porque la unidad no reina en ella, y, en vez de proseguir con sencillez su alabanza en medio de todas las cosas, se ve forzada a andar buscando por todas partes las esparcidas cuerdas de su instrumento. ¡Oh, cuán necesaria le es al alma esta hermosa unidad interior!... ‘Nescivi’, sí, ella no sabía ya nada sino a Él; podían haber en derredor suyo ruidos o agitación: ‘nescivi’, no lo advierte; podían acusarla:

‘nescivi’, ni su honra ni las cosas exteriores eran capaces de sacarla de su sagrado silencio… ‘Por su amor todo lo sacrifiqué’ (Flp 3, 8), exclama… En adelante el Señor se ve libre, libre de derramarse, de comunicarse ‘según su propia medida’…” (UE, día 2º: Ibid.) 50. Vivir en presencia de Dios le permite a Él reflejarse en nosotros “Dios nos eligió en Él antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados en su presencia por el amor…’ (Ef 1, 4). Para desempeñar dignamente mi oficio de ‘alabanza de gloria’, tengo que mantenerme, en medio de todo, ‘en presencia de Dios’. Aún más, el Apóstol dice: ‘por el amor’…‘Dios es Amor’, y el contacto con el Ser divino es el que ha de hacerme santo e inmaculado a sus ojos… `A su imagen y semejanza`(Gen 1, 26). Tal fue el anhelo del Creador: poder contemplarse en su criatura, ver reflejadas en ella sus perfecciones, su inefable belleza, como a través de un cristal limpio y sin mancha… Mediante su mirada sencilla, fija siempre en su divino Objeto, el alma se halla separada de todo lo que la rodea y, sobre todo, de sí misma, resplandeciendo entonces con el esplendor de ´la ciencia y claridad de Dios ´ (2 Cor 4, 6), porque da lugar al Ser divino para que se refleje en ella...” (UE, día 3º: Ibid.). 51. La fe en el amor de Dios hace al alma desprendida y pacífica “Se ha dicho de Moisés que ‘perseveró firme en su fe, como si estuviera viendo al Invisible´ (Hebr 11, 27). Tal ha de ser la actitud de una ‘alabanza de gloria`: firme en su adhesión al ´grandísimo amor que Dios le tiene´. ´Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él ´ (1 Jn 4, 16)… Al alma que se ha puesto al amparo de las claridades de la fe, ¿qué le importa sentir o no sentir, vivir envuelta en luz o en tinieblas, gozar o no gozar?. Una especie de vergüenza la invade cuando hace diferencia entre estas cosas, cuando se siente impresionada por ellas, despreciándose profundamente a sí misma por la mezquindad de su amor, y volviendo sus ojos con presteza a su divino Maestro para que Él la ponga a salvo de todas esas miserias. A esta alma, que tiene una fe tan inquebrantable en el amor de Dios, se le pueden dirigir estas palabras del Príncipe de los Apóstoles: ´Porque creen, se regocijarán con un gozo inefable y glorioso´ (1 Pe 1, 8)” (UE, día 4º: Ibid.). 52. El que quiera transformarse en Cristo ha de estar resuelto a participar en su Pasión “Vi una muchedumbre grande que nadie podía contar… Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas en la sangre del Cordero…’ (Apoc 7, 9ss). Todos esos elegidos…, antes de contemplar ‘a cara descubierta la gloria del Señor’, participaron en las humillaciones de Cristo; antes de ‘transformarse de gloria en gloria en la Imagen del ser 20

divino’(2Cor 3, 18), se hicieron conformes con la imagen del Verbo Encarnado, el Crucificado por amor. El alma que desea servir a Dios día y noche…, debe estar resuelta a participar efectivamente de la Pasión de su divino Maestro: es una redimida que, a su vez, debe redimir a otras almas…‘Estoy crucificada con Cristo’ (Gal 2, 19)…’Completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia’ (Col 1, 24). ‘A tu diestra está la Reina’ (Salmo 44, 10). Tal ha de ser la actitud de esta alma: camina por la vía del Calvario a la diestra de su Rey crucificado, anonadado, humillado y, no obstante, siempre firme, tranquilo, lleno de majestad, dirigiéndose a su Pasión para hacer resplandecer ‘la gloria de su gracia’ (Ef 1, 6). Jesús quiere asociar a su esposa a su obra de redención, y ser acompañado por ella en la vía dolorosa, la cual aparece a la esposa como una ruta de felicidad… ‘El Cordero puede llevarla a las fuentes de la vida’, donde Él quiera y según su agrado, pues no hace caso de los senderos por donde va caminando, porque tiene clavados los ojos en el Pastor que la conduce…” (UE, día 5º: Ibid.). 53. Para poder unirse perfectamente a Dios hay que estar totalmente muertos a sí “Éstos siguen al Cordero dondequiera que vaya’ (Apoc 14, 4), no sólo por los amplias sendas, fáciles de recorrer, sino por los senderos estrechos, sembrados de espinas a uno y otro lado. La razón es que ‘son vírgenes’, es decir, gozan de libertad de espíritu, están desprendidos de todo…; sólo son presas del amor; desprendidos de todo, lo están sobre todo de sí mismos… ¡Qué éxodo fuera del ‘yo’ supone esto, y qué muerte!. Repitamos el dicho de San Pablo: ‘Muero cada día’ (1 Cor 15, 31)…’Están muertos, y su vida está escondida con Cristo en Dios’ (Col 3, 3). Ésta es la condición: ¡hay que estar muertos!. Sin esto podría uno esconderse en Dios en ciertos momentos, pero imposible vivir habitualmente escondido en el Ser divino, porque las propias susceptibilidades, el buscarse uno a sí mismo y todo lo demás le obligan a salir de Él. El alma que contempla a su Maestro con ‘el ojo sencillo que vuelve todo el cuerpo luminoso’ (Mt 6, 22), es preservada del ‘fondo de iniquidad’ (Salmo 17, 24) que lleva en sí. El Señor la hace entrar en aquel ‘lugar espacioso’ (Salmo 18, 20), que es Él mismo, donde todo es pureza y santidad. ¡Oh, dichosa la muerte de sí en Dios! ¡Oh, suave y dulce pérdida de sí mismo en el Ser amado que permite exclamar: ‘ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí’ (Gal 2, 20)…” (UE, día 6º: Ibid.). 54. El “matrimonio espiritual” exige un alma vacía de todo lo que no sea el amor y la gloria de Dios “En el alma que ‘pregona su gloria’ ‘colocó Él una tienda para el sol’ (Salmo 18, 5). Este sol es el Verbo, el Esposo del alma. Si la encuentra vacía de todo, fuera de lo que en estas dos palabras se condensa: su amor,

su gloria, Él la escogerá para hacer en ella ‘su tálamo nupcial, lanzándose a recorrer cual gigante su camino’ (Salmo 18, 6), ‘sin que yo pueda sustraerme a su calor’ (Salmo 18, 7). Este es ‘el fuego devorador’ (Hebr 12, 29), que obra la dichosa transformación de que nos habla San Juan de la Cruz, cuando dice que ‘cada uno es el otro, y que entrambos son uno’(C.E., c.12,n.7), para alabanza de la gloria del Padre” (UE, día 7º: Ibid.). 55. La adoración es “un éxtasis de amor” ante la grandeza y la belleza de Dios “‘Y, postrándose, le adoran…’ (Apoc 4, 8ss). ¿Cómo imitar en el cielo de mi alma aquella incesante ocupación de los bienaventurados en el cielo de la gloria?... En primer lugar, debe el alma postrarse, abismarse en su nada, hundirse en ella de tal manera que, según la hermosa expresión de un místico, ‘encuentre en ella la paz verdadera, invencible y perfecta que nada puede turbar, pues se arrojó en abismo tan profundo que allí nadie irá a buscarla’. Entonces es cuando podrá adorar. La adoración es palabra del cielo. Yo creo que se la podría definir: éxtasis de amor; el amor anonadado por la belleza, la fortaleza, la inmensa grandeza del objeto amado; el amor que desfallece en un silencio completo, profundo, aquel silencio de que hablaba David al exclamar: ‘el silencio es tu alabanza’ (Salmo 65, 2)… El alma que, dominada de estos pensamientos, se recoge y los ahonda con el ‘sentido de Dios’ (Rom 11, 34), vive en un cielo anticipado, elevada por encima de todo lo que pasa, por encima de sí misma. Persuadida de que Aquél a quien adora posee en Sí mismo toda felicidad y toda gloria…, se anonada, se pierde de vista a sí misma y encuentra su felicidad en la del Ser adorado, aun en medio de los dolores y sufrimientos, porque ha salido totalmente de sí misma y se ha trocado en otro ser distinto…” (UE, día 8º: Ibid.). 56. “Camina en mi presencia y serás perfecto” (Gn 17, 1) “‘Sean santos porque Yo soy santo’ (Lev 19, 3)…’Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza’ (Gn 1, 26)…El anhelo del Creador es siempre unir e identificar consigo a su criatura… Ser santos como Dios es santo, tal es la norma de los hijos de su amor: ‘Sean perfectos como su Padre del cielo es perfecto’ (Mt 5, 48). ‘Camina en mi presencia y serás perfecto’ (Gn 17, 1): he ahí el medio para alcanzar aquella perfección que de nosotros exige nuestro Padre del cielo... ‘Despójense del hombre viejo y revístanse del hombre nuevo…’ (Ef 4, 22). He ahí el camino: no se trata más que de despojarse, para poderlo recorrer como Dios quiere. Despojarse, morir a sí mismo, perderse de vista. Tal me parece que es el pensamiento del divino Maestro cuando nos dice: ‘Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame’ (Mt 16, 24). 22

‘Oh, muerte, seré tu muerte’ (Os 13, 14). Es decir: ¡Oh, alma, clava tus ojos en Mí y podrás olvidarte de ti, vuélcate plenamente en mi Ser y, muriendo en Mí, Yo viviré en ti…!” (UE, día 9º: Ibid.). 57. Para “permanecer siempre en adoración de Dios”, hay que ejercitarse en el desprendimiento “‘Todo lo sacrifiqué por su amor’ (Flp 3, 8), es decir: por Él, para permanecer siempre en su adoración, me he aislado de todo, lo he abandonado todo, me he despojado de todo, así en el orden natural como en el orden sobrenatural, me he desprendido hasta de sus mismos dones y de mí misma. Un alma que no haya llegado a ese anonadamiento, a ese desprendimiento de sí misma, no es posible que, en determinados momentos al menos, deje de obrar de un modo vulgar, siguiendo a menudo sus inclinaciones naturales; y obrar de ese modo no es digno de una hija de Dios, de una esposa de Jesucristo, de un templo del Espíritu Santo. Para estar precavida contra esa vida natural es preciso que el alma esté enteramente despierta en su fe, con la mirada clavada en su divino Maestro… ‘Dios -ha dicho S. Dionisio- es un gran Solitario’. El divino Maestro me exige que imite esa perfección y que le rinda un tributo de imitación siendo una gran solitaria. El Ser divino vive en una eterna e inmensa soledad; jamás sale de ella, a pesar de la solicitud que tiene por las necesidades de sus criaturas, porque jamás sale de Sí mismo, y esa soledad no es otra cosa que su divinidad. Para que nada me haga salir a mí tampoco de ese hermoso silencio de adentro, es necesario mantener siempre la misma actitud, el mismo aislamiento, la misma separación de todo, el mismo desprendimiento… 58. Sólo el que hace silencio interior a todo y a sí mismo puede escuchar a Dios “‘Oye, hija, mira, aplica tu oído: olvida tu pueblo y la casa de tu padre, que el Rey está prendado de tu hermosura’ (Salmo 44, 11). Una invitación al silencio es este llamamiento: ‘escucha’, ‘presta oído atento’…, pero, para oír, es preciso ‘olvidar la casa de su padre’, es decir, todo cuanto pertenece a la vida natural, esa vida de que habla el Apóstol: ‘si viven según la carne, morirán’ (Rom 8, 13). ‘Olvidar a su pueblo’ es aún más difícil, según creo. Porque ese pueblo es todo este mundo que forma parte, por así decirlo, de nosotros mismos: es la sensibilidad, son los recuerdos, son las impresiones, etc.; es el ‘yo’, en una palabra. Hay que olvidarlo, hay que abandonarlo. Y en el momento en que quede libre de todo eso, el Rey quedará ‘prendado de su hermosura’…” (UE, dia 10º : Ibid.) 59. “La llevaré a la soledad, y allí hablaré a su corazón” (Os 2, 16) “He aquí a esta alma en la inmensa soledad, donde el Señor dejará oír su voz. ‘La Palabra de Dios es viva, eficaz y tajante, más que una espada

de dos filos…’ (Hebr 4, 12). Esta Palabra será la que de un modo directo lleve a feliz término la labor de desprendimiento del corazón, con tal que el alma consienta en dejarse hacer; es propio y peculiar suyo obrar y producir aquello que de antemano hace comprender. Pero no basta escuchar esa Palabra. Hay que guardarla, y, guardándola, es como el alma se ‘santifica en la verdad…’ (Jn 17, 17). ¿Acaso no fue esto mismo lo que Él prometió a aquel que guarde su Palabra: ‘Mi Padre le amará, y vendremos a Él, y haremos nuestra morada en Él?’ (Jn 14, 23). Toda la Sma.Trinidad mora en el alma que la ama ‘de verdad’, es decir, en el alma que guarda su Palabra” (Último Retiro, undécimo día: Ib.). 60. En el “pequeño cielo íntimo del alma” Dios va transformando a sus elegidos “’El Verbo se hizo Carne y habitó entre nosotros’ (Jn 1, 14). Dios había dicho: ‘Sean santos, porque Yo soy Santo’ (Lev 11, 44). Pero permanecía oculto e inaccesible. La criatura necesitaba que descendiera hasta ella, que Él viviera la misma vida, y de este modo, siguiendo ella sus huellas, pudiera remontarse hasta Él y hacerse santa con su santidad… ‘Yo por ellos me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad’ (Jn 17, 19)… En primer lugar, me dice el Santo que ‘Él es mi paz´ y que por Él ‘tengo cabida con el Padre’ (Ef 3, 18-19)… Él quiere ser mi paz, a fin de que nada pueda distraerme o hacerme salir de la fortaleza inexpugnable del santo recogimiento; allí es donde Él me dará ‘cabida con el Padre’, guardándome sosegada y apacible en su presencia. ‘Él pacificará por la Sangre de su cruz todas las cosas’ (Col 1,20) en este pequeño cielo íntimo de mi alma, para que pueda ser verdaderamente el lugar de reposo de la Santísima Trinidad. Él me llenará de Sí, me abismará en Sí, me hará vivir su propia vida: ‘Para mí vivir es Cristo´ (Flp 1, 21). Si caigo a cada instante, con fe y confianza haré que Él me levante; y estoy segura de que me perdonará, de que todo lo borrará con celoso cuidado; y, más aún, de que me despojará de todo, me redimirá de mis miserias, me librará de todo aquello que se opone a su acción divina; y, adueñándose de mis potencias y haciéndolas sus cautivas, triunfará de ellas en Sí mismo. De esta suerte habré conseguido transformarme totalmente en Él, hasta poder exclamar con S. Pablo: ‘Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí’ (Gal 2, 20). Y llegaré a ser ‘santa’ a los ojos del Padre…” (UE, día 12º: Ibid.). 61. “Seguir los pasos de Jesucristo” “‘Seguir los pasos de Jesucristo, arraigados en Él, edificados sobre Él…” (Col 2, 6)… ‘Seguir los pasos de Jesucristo paréceme que consiste en salir de sí mismo, anonadarse, dejarse a sí propio, para adentrarse a cada instante más hondamente en Él, tan hondamente que esté ‘arraigado en Él…’. Cuando ha llegado el alma a unirse a Él tan íntimamente, y ha logrado ‘echar raíces’ tan hondas en Él, la savia divina se derrama a 24

raudales en ella, destruyendo todo lo que su vida tiene de imperfecto, superficial y natural… Despojada el alma de sí misma y revestida de Jesucristo, el alma no tiene por qué temer las relaciones de fuera ni las dificultades de dentro; todo esto, lejos de ser un obstáculo, no le servirá más que para enraizarla más profundamente en el amor de su divino Maestro… ¿Qué quiere decir ‘edificados sobre Él’?...Él es ‘la roca’ sobre la cual está el alma levantada por encima de sí misma, de los sentidos y de la naturaleza, por encima de los consuelos o de los dolores, por encima de todo lo que no sea Él”. (Último Retiro, décimotercer día: Ib.) 62. Estudiar siempre el divino Modelo para identificarse con Él “’Ya no vivo yo, es Cristo el que vive en mí’ (Gal 2, 20). Es necesario transformarse en Jesucristo y, por lo tanto, importa mucho estudiar aquel divino Modelo, a fin de identificarse tan perfectamente con Él que llegue a reproducirle incesantemente a los ojos del Padre: Primeramente, ¿qué dijo Él al entrar en el mundo?: ‘¡He aquí que vengo, Dios mío, para hacer tu voluntad!’ (Hebr 10, 9). Yo pienso que esta plegaria debería ser como el latido del corazón de la esposa. ¡Y qué sincera fue, en efecto, esa primera oblación de Jesús; su vida no fue otra cosa que una consecuencia de esa primera actitud: ‘Mi alimento es hacer la voluntad de Aquél que me ha enviado’ (Jn 4, 34). El cumplimiento de esta voluntad santa debe ser también el alimento de la esposa y, a la vez, el cuchillo que la inmola. ‘Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres Tú’ (Mc 14, 36). De esta suerte la esposa, llena de paz y de alegría, se entrega a todo sacrificio en compañía de su divino Maestro, gozándose de ser reconocida por el Padre, puesto que la crucifica con su Hijo… Sin apartarse de Él un solo instante y en un contacto intensísimo con Él, el alma logrará irradiar esa virtud misteriosa que redime y salva a las almas. Despojada, liberada de sí misma y de todo, podrá seguir al divino Maestro al monte, dirigir con Él desde el fondo de su alma ‘una oración a Dios’ (Lc 6, 12)… En la hora de la humillación, del anonadamiento, recordará aquella frase del Evangelio: ‘Jesús callaba…’ (Mc 15, 5)… Sí, Cristo ha quedado glorificado en esta alma, porque ha obrado en ella una total aniquilación para revestirla de Sí mismo, y porque ella habrá conformado su vida al dicho del Precursor: ‘Conviene que Él crezca y yo mengüe’ (Jn 3, 30)”(Último Retiro, décimocuarto día: Ib.). 63. María es, después de Jesús, la gran ‘alabanza de gloria’ de la Trinidad “Después de Jesucristo, pero teniendo en cuenta la distancia que media entre lo infinito y lo finito, hay una criatura que fue también la gran

alabanza de gloria de la Trinidad…Ella fue, en efecto pura e inmaculada a los ojos de Dios… ‘María conservaba todas estas cosas en su corazón’ (Lc 2, 19). Toda su historia puede resumirse en estas pocas palabras; Ella vivió siempre recogida en su corazón… Cuando leo en el Evangelio que ‘María fue presurosa hacia las montañas de Judá…’ para cumplir allí sus deberes de caridad para con su prima Isabel, ¡cuán bella la veo caminar! ¡cuán serena, majestuosa y recogida dentro de sí con el Verbo de Dios!. Su oración, como también la de Él, fue siempre ésta: ‘Ecce’, ‘¡heme aquí la esclava del Señor!’, ¡Ella, la Madre de Dios!. ¡Oh, qué sincera fue su humildad! ¡cómo vivió siempre en un olvido total de sí misma, en un desprendimiento pleno de sí misma! Por eso pudo cantar: ‘Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí…’ (Lc 1, 48)… Allí está, de pie junto a la cruz, en actitud de valor y fortaleza. Y he aquí que el divino Maestro me dice: ‘¡He ahí a tu Madre!’ (Jn 19, 27). ¡Me la da por Madre!...” (UE, día 15º: Ibid.). 64. Bajar a lo profundo de sí, sin el propio ‘yo’, para vivir en intimidad con Dios “‘Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a Ti, mi Dios. Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo…’ (Salmo 41, 1-2). ‘La alabanza de gloria’, en espera de su tránsito a la Jerusalén santa, ha encontrado su retiro, su facilidad, su cielo anticipado, en el que ha comenzado a vivir su vida de eternidad… Mi Maestro me ha dicho a mí como a Zaqueo: ‘Baja pronto, porque conviene que hoy me hospede en tu casa’ (Lc 19, 5). ¡Baja pronto!. Pero, ¿a dónde?. A lo más profundo de mí misma, después de haberme dejado a mí misma, en una palabra, sin mi ‘yo’. ‘Conviene que me hospede en tu casa’. Mi Maestro es quien me manifiesta este deseo; mi Señor, el Verbo encarnado, es quien quiere morar en mí, con el Padre y el Espíritu de amor, para que viva ‘en comunión’ con Ellos (cf. 2 Jn 1, 3)…’Ustedes son familiares de Dios’ (Ef 2, 19)…” (UE, día 16º: Ibid.). 65. Ser para el Señor como una humanidad complementaria en la que Él pueda seguir sufriendo para la gloria de su Padre y por las necesidades de su Iglesia “‘Me alegro de sufrir por Ustedes, porque así completo en mi carne los sufrimientos de Cristo por su Cuerpo que es la Iglesia’ (Col 1, 24). Tu corazón de madre debería estremecerse de amor divino al pensar que el Maestro se ha dignado elegir a tu hija, al fruto de tus entrañas, para asociarla a su gran obra de la redención, y sigue sufriendo en ella como una prolongación de su Pasión. La esposa pertenece al esposo, y mi Esposo se ha adueñado de mí y quiere que sea para Él una humanidad 26

complementaria en la que Él pueda seguir sufriendo para la gloria de su Padre y por las necesidades de su Iglesia. ¡Cuánto bien me hace este pensamiento!... Todo depende de la intención con que se hace. Hasta las cosas más pequeñas podemos santificarlas, y convertir las acciones más comunes de la vida en acciones divinas. Un alma que vive unida a Dios sólo actúa sobrenaturalmente, y las actividades más corrientes, en vez de separarla de Él, no hacen más que acercarla a Él cada vez más…” (Carta 309, a su madre: 9.IX.1906). 66. Un método eficaz para vencer el orgullo: ¡matarlo de hambre! “Pienso que el alma más libre es la que más se olvida de sí misma. Si me preguntasen por el secreto de la felicidad, yo diría que consiste en no tomarse en cuenta a uno mismo, en negarse de continuo. He aquí un método eficaz para vencer el orgullo: ¡matarlo de hambre!. Mira, el orgullo es amor propio. Pues bien, el amor de Dios debe ser tan fuerte que anule por completo nuestro amor propio…Un alma que viva de fe bajo la mirada de Dios, que posea aquel ‘ojo puro’ de que habla el Evangelio (Mt 6, 22), es decir, esa pureza de intención que sólo se fija en Dios, esa alma, creo yo, vivirá también en humildad y reconocerá los dones que ha recibido, porque ‘la humildad es la verdad’. Pero no se apropiará nada, sino que lo atribuirá todo a Dios, como hacía la Santísima Virgen…” (Carta 310, a su amiga “Frambuesa”: 9.IX.1906). 67. Si se sufre con Cristo, se sufre con alegría “‘Me alegro de sufrir por Ustedes, porque así completo en mi carne los sufrimientos de Cristo…’ (Col 1, 24). En esto cifraba su felicidad el Apóstol. Y esa idea me persigue a mí. Y te confieso que siento una íntima y profunda alegría cuando pienso que Dios me ha elegido para asociarme a la Pasión de su Hijo Jesucristo, y ese camino del Calvario que voy subiendo día a día me parece más bien la ruta de la felicidad. ¿No has visto nunca esas estampas en las que se representa a la muerte segando con una guadaña?. Pues, bien ésa es mi situación: me parece que siento cómo me va destruyendo a mí así… Para la naturaleza esto resulta a veces doloroso, y te aseguro que, si me quedase ahí, sólo sentiría mi flaqueza ante el sufrimiento… Pero eso es sólo la visión humana, e inmediatamente abro los ojos del alma a la luz de la fe y esa fe me dice que es el amor quien me está destruyendo, quien me está consumiendo lentamente, y entonces mi alegría es inmensa y me entrego a él como víctima,,,” (Ib.). 68. Si estamos unidos a Dios, “nunca seremos triviales” “Para alcanzar la vida ideal del alma, creo que hay que vivir en el ámbito sobrenatural, o sea,. no obrar nunca ‘naturalmente’. Hay que tomar conciencia de que Dios está en lo más íntimo de nosotros e ir a todas partes en su compañía. Entonces nunca seremos triviales, ni siquiera cuando

hacemos las cosas más ordinarias, pues no vivimos en esas cosas, sino que estamos por encima de ellas. Un alma sobrenatural no trata nunca con las causas segundas, sino solamente con Dios, y entonces ¡cómo se simplifica su vida…, qué libre se siente de sí misma y de todas las cosas! En ella todo se reduce a la unidad, a ese ‘único necesario’ de que le hablaba el Maestro a la Magdalena. Y entonces el alma es verdaderamente grande, verdaderamente libre, porque ‘ha encerrado su voluntad en la de Dios’… Alimenta tu alma con los grandes pensamientos de la fe, que te revelan tu inmensa grandeza y el fin para el que Dios te ha creado. Si vives esas realidades, tu piedad será auténtica. ¡Qué hermosa es la verdad, la verdad del amor!: ‘Me amó y se entregó por mí’. ¡En esto consiste la verdad!...” (Ib.). 69. La contemplación de un Dios crucificado por amor nos hace amar el sufrimiento “Cada vez me atrae más el sufrimiento. Este deseo supera casi al del cielo, con ser tan fuerte. Nunca Dios me habría hecho comprender tan claramente que el dolor es la mayor prueba de amor que Él puede dar a sus criaturas. ¿Sabes una cosa?. A cada nuevo sufrimiento beso la Cruz de mi Maestro y le digo: ‘Gracias, no soy digna’, porque el sufrimiento fue el compañero de su vida y yo no merezco que el Padre me trate como a Él. ‘¿Dónde vivió Él sino en el dolor?’, escribe una Santa… Toda alma triturada por el dolor, bajo cualquier forma que ese dolor se presente, puede decirse a sí misma: Vivo con Jesucristo, vivimos en la intimidad, una misma morada nos alberga a los dos…La señal por la que podemos reconocer que Dios está dentro de nosotros y que su amor nos invade es aceptar, no sólo con paciencia, sino con gratitud, lo que nos hiere. Para llegar a eso, es necesario contemplar a Dios crucificado por amor. Y esa contemplación, si es auténtica, desemboca infaliblemente en el amor al sufrimiento…” (Carta 314, a su madre: 14-IX-1906). 70. Amar el sufrimiento porque nos asemeja al Señor “Le estoy sacando gusto a mi Calvario… Estoy meditando la Pasión, y, cuando vemos todo lo que sufrió por nosotros en su corazón, en su alma y en su cuerpo, una siente algo así como la necesidad de devolverle todo eso. Es como si una quisiera sufrir todo lo que Él sufrió. No puedo decir que ame el sufrimiento por el sufrimiento. Lo amo porque me hace parecerme a Quien es mi Esposo y mi amor. Y, ¿sabes?, esto deja en el alma una paz tan dulce y una alegría tan profunda, que una acaba por cifrar la felicidad en todo lo que nos molesta. Procura cifrar tu alegría –no la sensible, sino la alegría de tu voluntaden las contrariedades, en el sacrificio, y dile al Maestro: ‘No soy digan de sufrir eso por Ti, no merezco parecerme tanto a Ti’. Y ya verás que mi 28

receta es estupenda: deja una paz deliciosa en el fondo del corazón y nos acerca a Dios” (Carta 317, a su madre: finales de Septiembre.1906). 71. Creer que un Ser, que se llama Amor, habita en mí ha convertido mi vida en un cielo anticipado “Puede estar segura de que allá arriba, en la Casa del amor, me acordaré activamente de usted. Si quiere, pediré por usted –y ésa será la señal de mi entrada en el cielo- la gracia de la unión, de la intimidad con el Maestro. Le confieso que eso es lo que ha convertido mi vida en un cielo anticipado: creer que un Ser que se llama Amor habita en nosotros en cada momento del día y de la noche, y que nos pide que vivamos en comunión con Él; recibir por igual, como procedentes de su amor, toda clase de alegrías y toda clase de dolores. Eso eleva el alma por encima de lo que es transitorio y quebradizo y la hace descansar en la paz y en el amor de los hijos de Dios” (Carta 330, a la Sra. De Gout de Bize: 23-X-1906). 72. Todo lo que no se hace con Dios y por Dios está vacío “Se acerca la hora en que voy a pasar de este mundo al Padre. Y antes de partir quiero enviarte unas palabras que me brotan del corazón, el testamento de mi alma. Nunca el Corazón del Maestro estuvo tan desbordante de amor como en el momento supremo en que iba a dejar a los suyos. Me parece que algo así ocurre en su pequeña esposa al atardecer de su vida… A la luz de la eternidad el alma ve las cosas en todo su realismo. Y descubre, ¡ay!, que todo lo que no ha sido hecho por Dios y con Dios está vacío. Te pido que lo marques todo con el sello del amor. Eso es lo único que queda. La vida es algo muy serio: cada minuto se nos da para que nos vayamos ‘arraigando’ más en Dios, a fin de que nuestra semejanza con nuestro divino Modelo sea más patente y nuestra unión con Él más íntima. Y, para realizar este plan, que es el plan de Dios, el secreto es éste: olvidarse de sí mismo, renunciar a uno mismo, no tomarse uno en cuenta, mirar al Maestro y a nadie más que a Él, recibir por igual, como procedente directamente de su amor la alegría o el dolor. Esto sitúa al alma en unas alturas de gran serenidad. Te lego mi fe en la presencia de ese Dios todo Amor que habita en nuestras almas. Te hago una confidencia: esta intimidad con Él ‘en lo interior’ ha sido el hermoso sol que ha iluminado mi vida convirtiéndola en un cielo anticipado. Y eso es lo que me sostiene hoy en medio de los sufrimientos. No tengo miedo a mi debilidad; al contrario, me da confianza, porque el Dios fuerte está en mí y su poder es omnipotente. Y ese poder, dice S. Pablo, es capaz de hacer mucho más de lo que nosotros podemos imaginar. Cuando esté en el cielo, ¿me permitirás ayudarte, e incluso corregirte si veo que no se lo das todo al Maestro?. Y esto porque te quiero…” (Carta 333, a su amiga Antonieta, finales de Octubre.1906).

73. Mi misión en el cielo consistirá en atraer a las almas ayudándolas a salir de sí mismas para unirse a Dios “Creo que en el cielo mi misión consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas para unirse a Dios mediante un ejercicio sumamente simple y amoroso, y en mantenerse en ese gran silencio interior que le permite a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en Él.. Creo que ahora veo todas las cosas a la luz de Dios, y, si tuviera que comenzar a vivir, no quisiera perder ni un solo instante. Rece por mí y ayúdeme a prepararme para el banquete de bodas del Cordero. Hay que sufrir mucho para morir…Quisiera vivir cada minuto en plenitud… Vivamos de amor para morir de amor y para glorificar a Dios, que es todo Amor” (Carta 335, a Sor Maria Odila: 28.X.1906), 74. ¡Dejarse amar por el Señor! “’El Señor la ama enormemente’. La ama con ese amor de predilección que el Maestro tuvo aquí en la tierra a algunas personas y que las llevó tan alto. Él no le dice como a Pedro: ‘¿Me amas más que éstos?’. Madre, escuche lo que a usted le dice: ‘¡Déjate amar más que éstos!’. Su Maestro quiere que usted sea de esa manera alabanza de gloria. Él se alegra de poder construir en usted, mediante el amor, para su gloria. Y quiere hacerlo Él solo, aunque usted no haga nada para merecer esa gracia, a no ser lo que sabe hacer la criatura: obras de pecado y de miseria… Él la ama así. Él la ama ‘más que éstos’. Él lo hará todo en usted y llegará hasta el final. Pues, cuando Él ama a un alma hasta ese punto y de esa manera, cuando la ama con un amor libre que todo lo transforma según su beneplácito, ¡esa alma volará muy alto!. Madre, la fidelidad que el Maestro le pide consiste en vivir en comunión con el Amor, en arraigarse en ese Amor que quiere sellar su alma con el sello de su poder… Usted nunca será una del montón, si vive alerta al Amor… ¡Viva en lo más hondo de su alma!... El Maestro quiere hacer ahí maravillas…” (Carta a la Madre Germana de Jesús, Priora de la Comunidad: Noviembre.1906). 75. En la tarde de la vida sólo queda el amor “’¡Cómo nos hemos amado!’… (besando su crucifijo de profesión: 30.X.1906) ‘¡Todo pasa! En la tarde de la vida sólo queda el amor. Hay que hacerlo todo por amor. Hay que olvidarse continuamente de uno mismo. A Dios le gusta tanto que nos olvidemos de nosotras mismas…¡Ay, si yo no hubiera hecho siempre…!’ (a las Hermanas que la invitan a decirles unas palabras de despedida: 1-XI-1906) ‘Yo lo encuentro en la cruz, allí me da vida…’ (en los primeros días de Noviembre.1906) 30

‘¡Oh Amor, Amor! Tú sabes cuánto te amo, cuánto deseo verte. Tú sabes también que sufro. Sin embargo, treinta, cuarenta años más, si quieres, estoy dispuesta. Apura toda mi sustancia para gloria tuya, que se destile gota a gota por tu Iglesia…’ (Ib.) ‘¡VOY A LA LUZ, AL AMOR, A LA VIDA…!’ (sus últimas palabras antes de morir el 9-XI.1906)

MÁS FRASES… «Creer que un Ser que se llama Amor vive en nosotros en todo momento, día y noche, y que nos pide que vivamos asociados con Él; esto es, os lo digo en confianza, lo que ha hecho de mi vida un cielo anticipado» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 8). «Me parece que en el cielo, mi misión será la de atraer a las almas ayudándolas a salir de sí mismas para adherirse a Dios por medio de un movimiento s sencillo y amoroso; guardándolas en el gran silencio que permite a Dios imprimirse en ellas y transformarse en Él» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 8; cf. p. 36). «Todo mi esfuerzo consiste en entrar ahí dentro, y perderme entre Los que están ahí» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 15; cf. p. 117). «Sueño ser pura como un ángel y morir transformada en Jesús Crucificado, Aquél que fue la perfecta alabanza del Padre» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 18). «He hallado mi cielo en la tierra, pues el cielo es Dios y Dios está en mi alma» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 23; cf. p. 39). «“Dios en mí, yo en Él”. ¡Oh, es mi vida!... ¡Es tan bueno, No es cierto?, pensar que, salvo la visión, lo poseemos ya como los bienaventurados lo poseen allá en lo alto, que no podemos dejarle jamás, ni dejar que nada nos distraiga nunca de Él!» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 24). «Vive por dentro con Ellos en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su sombra como unas nubes entre ti y las cosas de la tierra, ara tenerte toda suya. Te comunicará su Potestad para que le ames con amor fuerte como la muerte. El Verbo imprimirá en tu alma, como en un cristal, la imagen de su propia belleza, para que seas pura de su Pureza, luminosa de su Luz. El Espíritu Santo te transformará en una lira mística que, en el silencio, bajo su toque divino, producirá un magnífico canto al Amor. Entonces serás “alabanza de gloria”, lo que yo soñaba ser en la tierra» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 32). «¡Todo pasa…! Al final de la vida sólo subiste el amor… Es menester hacerlo todo por amor. Es preciso olvidarse sin cesar; ¡ama tanto el Buen 32

Dios que uno se olvide...! ¡Ah, si yo lo hubiera hecho siempre!» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 34; cf. p. 84). «Os lego esta vocación que fue la mía en el seno de la Iglesia militante y que yo ejerceré sin descanso en la Iglesia triunfante: ALABANZA DE GLORIA DE LA TRINIDAD» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 38; cf. p. 131; 214). «La Trinidad; he aquí nuestra morada, nuestra “propia casa”, la mansión paterna de la que no debemos salir nunca» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 48; cf. p. 133; 135). «Es ahí, muy en el fondo, donde se hará el choque divino, donde el abismo de nuesrta nada, de nuestra miseria, se encontrará cara a cara con el abismo de la Misericordia, de la inmensidad del Todo de Dios» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 51). «Hay un Ser que es el Amor y que quiere que vivamos en sociedad con Él» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 55). «La propiedad del amor es de no buscarse nunca, no reservarse nada sino darlo todo a Aquél que amamos. Dichosa el alma que ama de veras» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 56). «El alma no se detiene ya en los gustos, en los sentimientos; poco le importa sentir a Dios a no sentirlo; por le importa si Él le da alegría o sufrimiento: cree en su Amor» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 67). «Dios en su eterna soledad nos llevaba ya en su pensamiento» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 69). «Estarse recogida por dentro de sí misma, en silencio, en presencia de Dios» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 71). «Me parece que la actitud de la Virgen durante los meses que pasaron entre la Anunciación y la Natividad, es el modelo de las almas interiores, de los seres que Dios ha escogido para vivir “por dentro”. ¡Con qué paz, con qué recogimiento se entregaba y se prestaba María a todas las cosas! ¡Cómo, incluso las más triviales, era divinizadas por ella,

porque en medio de todo, la Virgen seguía siendo la adoradora del don de Dios! Esto no le impidió emplearse exteriormente cuando se trataba de ejercer la caridad… La visión inefable que contemplaba en ella misma nunca disminuyó su caridad exterior» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 82). «En el cielo de nuestra alma: seamos alabanzas de gloria de la Santísima Trinidad, alabanzas de amor de nuestra Madre Inmaculada. Un día caerá el velo, seremos introducidos en los atrios eternos, y allí, cantaremos en el seno del Amor infinito, y Dios nos dará el nuevo nombre prometido al vencedor. ¿Cuál será? “Laudem gloriae”» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 86). «Mi regla me dice: “Vuestra fuerza será el silencio”. Me parece, pues, que conservar mi fuerza en el Señor es hacer la unidad en todo su ser por el silencio interior, es reunir todas mis fuerzas para ocuparlas sólo en el ejercicio del amor, es tener ese ojo sencillo que permite a la luz de Dios irradiarnos» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 93; cf. p. 126). «He aquí la condición: es preciso estar muerto. Sin esto, se puede estar escondido en Dios a ciertas horas pero no se vive habitualmente en este Ser divino, porque todas las sensibilidades, pesquisas personales y lo demás acaban por hacerle salir de Él» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 105). «La adoración: ¡ah! Es una palabra del cielo. Me aprece que se la puede definir: el éxtasis del amor. Es el amor aplastado por la Belleza, la Fuerza y la Grandeza inmensa del Objeto amado. Cae en una especie de desfallecimiento, en un silencio pleno, profundo» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 109; cf. p. 170). «Renunciarse, morir en sí, perderse de vista… Dice el Señor…: ¡Oh alma, hija mía adoptiva, mírame a mí y tú te perderás de vista! ¡Derrámate enteramente en mi ser; ven a morir en mí para que yo viva en ti!» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 113; cf. p. 122; 172; 177). «Es toda la Trinidad la que mora en el alma que de verdad la ama, es decir, guardando su Palabra. Y cuando esta alma ha comprendido su riqueza, todas las alegrías naturales o sobrenaturales que pueden venirle de 34

parte de las criaturas o asimismo de parte de Dios, no hacen más que invitarla a entrar en ella misma para gozar del Bien sustancial que ella posee y que no es otro que Dios mismo. Así tiene, dice san Juan de la Cruz, cierta semejanza con el Ser divino» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 117). «No dejarme nunca gobernar por las impresiones, por los primeros movimientos de la naturaleza, sino poseerme yo misma por la voluntad» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 118). «“Quotidie morior, muero cada día” (1Co 15,31). Yo menguo, me renuncio cada día para que Cristo crezca y sea exaltado en mí; resido pequeñita en el fondo de mi pobreza; veo mi nada, mi miseria, mi impotencia, me advierto incapaz de progreso, de perseverancia, veo la multitud de mis negligencias; aparezco en mi indigencia, lo ostento delante de la misericordia de mi Maestro…» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 139). «Estar arraigado y cimentado en el amor, tal es, me parece, la condición para cumplir dignamente el oficio de “Laudem gloriae”» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 169). «Y si caigo a cada momento, confiando en la fe, haré que Él me levante. Y sé que me perdonará, que lo borrará todo con celoso cuidado; más aún, que me despojará, me librará de todas las miserias, de todo lo que sea obstáculo a la acción divina, que arrastrará todas mis potencias y las hará sus cautivas, triunfando de ellas en Él mismo. Entonteces estaré del todo librada de Él. Podré decir: “Y ya no vivo yo, más bien Cristo en mí” (Gal 2,20), y seré santa, pura e irreprensible a los ojos del Padre» (Sor Isabel de la Trinidad; en M. Philipon, En presencia de Dios: Isabel de la Trinidad, Balmes: Barcelona, 1967, p. 176).

ÍNDICE ELEVACION A LA SANTISIMA TRINIDAD............................................2 I. VIDA Y ESCRITOS..................................................................................3 II. PENSAMIENTOS...................................................................................5 1. Luchas interiores..................................................................................5 2. Oración y mortificación.......................................................................5 3. “Pronto seré totalmente tuya”..............................................................5 4. Desprendimiento total..........................................................................5 5. Ansias apostólicas................................................................................5 6. La voluntad de Dios por encima de todo.............................................6 7. Nada puede distraer de Dios cuando no se obra más que para Él........6 8. Presencia de Dios dentro de nosotros..................................................6 9. “¡Amo tanto el misterio de la Santísima Trinidad!”............................6 10. “¡Aquí Él lo es todo!”........................................................................6 11. ¡El cielo en la tierra!...........................................................................7 12. Vivir unidos a Dios de la mañana a la noche.....................................7 13. Identificarse con el Amado................................................................7 14. “Todo mi ejercicio es entrar ‘adentro’ y perderme en Dios”.............7 15. En el verdadero apostolado “Marta y María andan juntas”...............7 16. Gastarse por Él, y sólo por Él, en la ocupación que sea....................8 17. El consagrado tiene la parte mejor.....................................................8 18. ¡El Señor sigue vivo!.........................................................................8 19. El “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mi”: ¡el sueño de la carmelita y del sacerdote!........................................................................8 20. El sacerdote debe ser “una copia de Jesucristo”................................9 21. Grandeza del sacerdocio....................................................................9 22. El secreto de la felicidad está en olvidarse......................................10 23. No somos purificados mirando nuestra miseria, sino mirando al Señor......................................................................................................10 24. La vida del sacerdote es un Adviento que prepara la “Encarnación” en las almas............................................................................................11 25. “Me amó y se entregó a Sí mismo por mí”......................................11 26. Ser para Cristo como una humanidad complementaria en la que Él pueda continuar su Pasión......................................................................11 27. Creer en el amor...............................................................................12 28. La oración es un trato íntimo con Dios que nos va transformando en Él............................................................................................................12 29. Hacernos “semejantes a Él en su muerte” (cf. Flp 3,10).................12 30. Lo mejor que podemos ofrecerle a Dios son nuestros sufrimientos 13 31. Hay que eliminar del diccionario la palabra ‘desaliento’................13 32. Compartir los sufrimientos de Cristo para ser co-redentores con Él ...............................................................................................................13 33. Vivir en la intimidad con el Señor...................................................13 34. Nuestra morada debe ser la Trinidad...............................................13 36

35. Permaneciendo en Jesús “hallaremos la fortaleza para morir a nosotros mismos”...................................................................................14 36. “El Reino de Dios está dentro de Ustedes”......................................14 37. El que ama hace siempre lo que agrada al Amado...........................15 38. “Muero cada día un poco”...............................................................15 39. Lo que nos purifica es abandonarnos a la acción amorosa del Espíritu Santo dentro de nosotros..........................................................15 40. Hacerlo y sufrirlo todo con amor.....................................................16 41. “La fe es la posesión del mismo Dios a oscuras”............................16 42. El acto más grande de nuestra fe consiste en creer en el amor que Dios nos tiene.........................................................................................16 43. Contemplar la Imagen del Hijo para que se imprima en nosotros...17 44. Cumplir siempre con amor la voluntad de Dios, sobre todo cuando nos resulta más dolorosa........................................................................17 45. Adorar a Dios “en espíritu y verdad”...............................................18 46. La Virgen vivió siempre recogida y “absorta ante la faz de Dios....18 47. “¡Una alabanza de gloria!”..............................................................18 48. Destinados a “reproducir la Imagen de Cristo”, “el Crucificado por amor”.....................................................................................................19 49. Silencio interior y abnegación total, condiciones para la unión con Dios........................................................................................................19 50. Vivir en presencia de Dios le permite a Él reflejarse en nosotros. . .20 51. La fe en el amor de Dios hace al alma desprendida y pacífica........20 52. El que quiera transformarse en Cristo ha de estar resuelto a participar en su Pasión...........................................................................20 53. Para poder unirse perfectamente a Dios hay que estar totalmente muertos a sí............................................................................................21 54. El “matrimonio espiritual” exige un alma vacía de todo lo que no sea el amor y la gloria de Dios...............................................................21 55. La adoración es “un éxtasis de amor” ante la grandeza y la belleza de Dios...................................................................................................22 56. “Camina en mi presencia y serás perfecto” (Gn 17, 1)....................22 57. Para “permanecer siempre en adoración de Dios”, hay que ejercitarse en el desprendimiento...........................................................23 58. Sólo el que hace silencio interior a todo y a sí mismo puede escuchar a Dios......................................................................................23 59. “La llevaré a la soledad, y allí hablaré a su corazón” (Os 2, 16).....23 60. En el “pequeño cielo íntimo del alma” Dios va transformando a sus elegidos..................................................................................................24 61. “Seguir los pasos de Jesucristo”......................................................24 62. Estudiar siempre el divino Modelo para identificarse con Él..........25 63. María es, después de Jesús, la gran ‘alabanza de gloria’ de la Trinidad..................................................................................................25 64. Bajar a lo profundo de sí, sin el propio ‘yo’, para vivir en intimidad con Dios.................................................................................................26

65. Ser para el Señor como una humanidad complementaria en la que Él pueda seguir sufriendo para la gloria de su Padre y por las necesidades de su Iglesia...........................................................................................26 66. Un método eficaz para vencer el orgullo: ¡matarlo de hambre!.....27 67. Si se sufre con Cristo, se sufre con alegría......................................27 68. Si estamos unidos a Dios, “nunca seremos triviales”......................27 69. La contemplación de un Dios crucificado por amor nos hace amar el sufrimiento.............................................................................................28 70. Amar el sufrimiento porque nos asemeja al Señor..........................28 71. Creer que un Ser, que se llama Amor, habita en mí ha convertido mi vida en un cielo anticipado...............................................................29 72. Todo lo que no se hace con Dios y por Dios está vacío...................29 73. Mi misión en el cielo consistirá en atraer a las almas ayudándolas a salir de sí mismas para unirse a Dios.....................................................30 74. ¡Dejarse amar por el Señor!.............................................................30 75. En la tarde de la vida sólo queda el amor........................................30 MÁS FRASES…........................................................................................32

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