Paradoja Democratica

El espíritu de nuestro tiempo se caracteriza por el empeño de negar el conflicto como lo esencial de toda política democ

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El espíritu de nuestro tiempo se caracteriza por el empeño de negar el conflicto como lo esencial de toda política democrática. Lejos de ser un signo de progreso, buscar el consenso y promover una unanimidad social suave es un grave error que pone en peligro las instituciones democráticas. En muchos países este «consenso centrista» está propiciando el auge de partidos de la derecha populista, que se presentan como las únicas fuerzas «contrarias al sistema» aspirando así a ocupar el espacio de la crítica abandonado por la izquierda. Discutiendo las tesis de John Rawls y Jürgen Habermas, así como los dogmas de la tercera vía de Anthony Giddens, practicados por Tony Blair, Chantal Mouffe argumenta que pese a la supuesta desaparición de la distinción entre izquierda y derecha, la categoría del adversario sigue teniendo un papel central en la dinámica de la democracia de las sociedades post-industriales del presente. Con recurso a las ideas de Wittgenstein y Derrida y en confrontación con las provocadoras tesis de Carl Schmitt, la autora propone una nueva concepción del sistema democrático al que define como «pluralismo agonista» y que implica la imposibilidad de erradicar el antagonismo y de llegar a resoluciones definitivas de los conflictos.

La Paradoja democrática no solo el consenso no constituye un ideal político, sino que encubre y reprime al "antagonismo" político, ese antagonismo que se presenta como una negatividad radical ineliminable y sin posibilidad de ser cancelada dialécticamente. De ahí el peligro del consenso, al que alude el subtítulo del libro, como maniobra final de la política. Lo que el consenso reprime y evita es el antagonismo constitutivo de lo social que entonces retorna de una manera feroz y ciega y a expensas de ser recogido por la ultraderecha que se nutre siempre de la amenaza que supone un enemigo nombrado y delimitado. En la época del capitalismo posfordista, el neoliberalismo ha capturado a la izquierda democrática y es entonces la ultraderecha la que se apropia de un modo perverso de las tradiciones referidas a la soberanía popular, la constitución de un Pueblo y el carácter antagónico de lo político. Pero, en ultima instancia, la ultraderecha despliega esta operación con el único fin de darle consistencia a una supuesta unidad nacional que necesita expulsar al exterior todo aquello que la cuestiona en su ser presentado siempre como un fundamento identitario. muestra las ventajas que este principio supone tanto para la acción como para el pensamiento políticos. Su teoría política plantea que no existe democracia sin conflicto. ¿Cómo explica esa paradoja? La mayoría de las teorías políticas dicen que el objetivo de la democracia es ver cómo se puede poner de acuerdo a todo el mundo. Que una sociedad realmente democrática se logra al hacer un acuerdo entre todos. Para mí, en cambio, la democracia debe reconocer que siempre habrá disenso. Y que el objetivo de establecer un consenso total no es posible sin que, automáticamente, se repriman otras opciones. Siempre habrá un pluralismo de posiciones, y esto va a suponer un antagonismo irreconciliable. La tarea

de la democracia es organizar ese disenso, encontrar la manera de que la gente pueda vivir junta y las diferencias sean reconocidas. Es lo que llamo consenso conflictual. Porque evidentemente, para vivir juntos, hay que estar de acuerdo en principios y valores básicos. es problemático porque una de las grandes fuerzas que lleva a la gente a interesarse en la política es el afecto común, que lleva a la creación de un ‘nosotros’. Ahora, un ‘nosotros’ siempre supone un ‘ellos’. El modelo de democracia agonista reconoce la existencia del antagonismo y le da espacio. Esos antagonismos pueden llevar a la violencia, sí. Sobre todo cuando ves al oponente como un enemigo al que no vas a reconocerle legitimidad, sino a tratar de erradicar. La cuestión es cómo reconocerlos. La forma agonista no plantea un modelo de amigo-enemigo, sino que entiende la confrontación como una relación de adversarios: está bien, no nos vamos a poner de acuerdo, pero no voy a buscar eliminarlo, sino a reconocer su derecho a tener un punto de vista distinto.