Nuestra Fe y Nuestro Tiempo

José Miguez Bonino NUESTRA FE Y NUESTRO TIEMPO La Iglesia Evangélica Metodista Argentina y su responsabilidad en la hor

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José Miguez Bonino

NUESTRA FE Y NUESTRO TIEMPO La Iglesia Evangélica Metodista Argentina y su responsabilidad en la hora actual

La Iglesia Evangélica Metodista Argentina y su responsabilidad en la hora actual Al realizar una reunión pública en este lugar, la Iglesia Evangélica Metodista Argentina asume, sin duda, una grave responsabilidad (que, lamentablemente para m í . . . y tal vez para ustedes, se me trasmite a mí en alguna medida). No podemos pretender que éste es un lugar neutro. En realidad, no existen tales lugares. ¡No es lo mismo tener una reunión en el local de Luz y Fuerza de Córdoba que en el de la Sociedad Rural Argentina! Haciendo abstracción de distinciones importantes — p e r o secundarias para nosotros en este moment o — debemos tomar conciencia de que nuestra Iglesia ha considerado conveniente tener esta reunión pública en este lugar que representa (con otros, sin duda) la voluntad del pueblo obrero argentino de asumir su responsabilidad en la historia del país, de transformar esta sociedad, de crear una nueva forma de trabajo, de relación humana, una nueva forma de vida en que la explotación y la injusticia sean eliminadas. Inevitablemente, al reunimos aquí estamos diciendo "Sí" a esa lucha. Pero al mismo tiempo es necesario que tengamos todos clara conciencia que es una Iglesia la que ocupa esta noche este escenario. Nos presentamos como lo que somos: ni un partido político, ni un frente, ni un grupo de presión. Somos una comunidad religiosa, cuya unidad y mensaje tienen su centro en la persona y enseñanza de Jesucristo. Y es en tai carácter que realizamos este acto. ¿Cómo se ubica, por lo tanto, esta Iglesia Evangélica Metodista Argentina en la realidad de nuestra sociedad? ¿Qué piensa de lo que ocurre en nuestro mundo y en nuestro país? ¿Qué tiene que decir acerca de 3

la lucha y del propósito que este local representa? ¿En qué dirección se propone dirigir sus esfuerzos y hacer pesar su influencia? No podemos engañarnos: la Iglesia Evangélica Metodista Argentina es un grupo pequeño, de recursos limitados, sin mayor acceso al poder. Pero eso no la exime de la responsabilidad de tomar posición. Pues nadie puede pretender ser neutral. Y nuestro pueblo tiene derecho de saber dónde estamos, qué queremos, en qué platillo nos proponemos pesar... aunque sea el peso de una pluma. I.

La tradición de la Iglesia Metodista

¿Cuál es la posición de la Iglesia Metodista frente a la problemática de la sociedad en general y de la nuestra en particular? Para ser honestos, tendríamos que preguntarnos, ¿la posición de quiénes en la Iglesia Metodista? Pues no podemos ignorar las graves divergencias de opinión que sobre este punto existen en nuestra Iglesia — q u e también en este sentido forma parte de la sociedad y participa de sus incertidumbres y sus polarizaciones. De todos modos, tenemos que responder a la pregunta. Y yo me propongo en esta noche hacerlo "en dos tiempos". Primeramente, voy a presentar algunas líneas de la tradición de nuestra Iglesia en este tema, tanto en su origen como en nuestro continente. Y luego, voy a presentar una interpretación personal de las opciones que creo que nuestra Iglesia debe tomar en el día de hoy. Por supuesto, no puedo pretender separar totalmente ambos "tiempos", pues mi interpretación no podrá menos que colorear la presentación de nuestra tradición y. . . lo espero al menos...

mi propia posición no es arbitraria o caprichosa sino relacionada con esa tradición. De todos modos, prefiero tratar de mantener una distinción. Al hablar de la tradición de nuestra Iglesia Metodista no me propongo cantar las glorias de la Iglesia, ni mostrar que es una "Iglesia revolucionaria". La Iglesia, cuando es auténtica, no tiene por qué tratar de justificarse a sí misma. No tiene prestigio que defender ni "status" que preservar. Si hay una sociedad sobre esta Tierra que debería tener absoluta libertad para autocriticarse y corregirse, debería ser la Iglesia, pues no tiene otro prestigio que el de su mensaje, ni necesita otro poder o protección que los de su Señor. Y ni uno ni otro son creación nuestra. Se trata, simplemente, pues, de mirar un poco nuestra historia para tratar de entender nuestra herencia y asomarnos al futuro que se nos presenta. En el comienzo La Iglesia Metodista nació en Inglaterra a mediados del siglo XVIII, en medio de las convulsiones de la revolución industrial. Y nació como una Iglesia de obreros. Wesley (el fundador) y sus predicadores levantaban sus tarimas a la madrugada, en las bocas de las minas de carbón de Cardiff, a la puerta de las acerías de Birmingham o de las tejedurías de Liverpool. El auditorio era el naciente proletariado industrial, que sabía muy bien lo que era el infierno de una jornada sin límites, el hacinamiento, la mortalidad temprana, la desnutrición y el raquitismo. .. y que no conocía otro cielo que el boliche donde por dos peniques le proveían el opio del rhum para el fin de semana. Esa es la gente que recibe el mensaje y lo acepta por millares. Los escritos anti5

f metodistas de la época abundan en caracterizaciones como éstas — c u y o s paralelos suenan extrañamente familiares— "turba de desarrapados", "miserables gusanos", "chusma con pretensiones". "Es monstruoso que le digan a uno", comenta la duquesa de Buckingham de la predicación metodista, "que tiene un corazón tan pecador como esos desperdicios humanos que se arrastran por la tierra." Los predicadores de Wesley son albañiles, serenos, tejedores, carpinteros, panaderos. Esa es la matriz humana del metodismo. Políticamente, Wesley fue conservador. Nunca dejó de ser monárquico. Repudió la revolución norteamericana de emancipación. Miró con sumas sospechas la Revolución Francesa, y predicó una moral de sumisión a la autoridad. En ese sentido no podemos ni debemos engañarnos. Su mensaje es un llamado a la conversión personal, a abandonar el vicio, a disciplinar la vida y a dedicarse a hacer el bien a los demás. Al mismo tiempo, la predicación metodista muestra desprecio por la superficialidad, el "dilettantismo", la falta de compasión y la despreocupación de la aristocracia. El mensaje y la ética de Wesley y el metodismo naciente constituyen, desde este punto de vista, una disciplina moral para la clase trabajadora naciente. Pero, precisamente por su inserción en el mundo obrero, no es de extrañarnos que, pese a la predicación de Wesley, surgiera dentro de muchos sectores metodistas un liderazgo obrero combativo. El movimiento evangélico inglés — d e l cual el metodismo es una parte fundamental— provee en los siglos XVIII y XIX una buena parte de los líderes del movimiento obrero y del futuro laborismo socialista. Tal vez esa es una de las razones por las cuales el movimiento no tuvo en Inglaterra la virulencia antirreligiosa de otras regiones. 6

Aparece en el metodismo primitivo, por consiguiente, un triple fenómeno. Por una parte, el aburguesamiento (Wesley comentaba disgustado en una oportunidad que los metodistas se sentían ya "superiores" y habían sustituido por el aristocrático "té" la proletaria "cerveza" de la tarde). Por otra parte, hay un ethos reformista, un afán de hacer el bien en medio de las circunstancias miserables del mundo obrero de la época. Los metodistas luchan contra la esclavitud, se preocupan por la educación y la salud, fundan orfanatorios y emprenden todo tipo de iniciativas de beneficencia. Pero, con el surgimiento de los movimientos obreros combativos, no pocos líderes metodistas se radicalizan y toman liderazgo en las luchas obreras. En las huelgas de los mineros de Durham, por ejemplo, se dice que más de la mitad de los oradores que recorrían las minas incitando a la huelga eran predicadores evangélicos. "El Nuevo Testamento —comenta un cronista— los alimentaba con ei maná de la esperanza." Una frase del predicador metodista J. R. Stephens caracteriza esta línea: "Intercederé por los pobres... y cuando la solicitud y el pedido no tengan resultado. .. entonces pelearé con los pobres." Estas son las líneas de nuestra primera herencia. Y en nuestro país Nuestra historia metodista en este continente y en este país no son menos ambiguas. Se inicia en el país hace más o menos un siglo. Viene de los Estados Unidos de Norteamérica y de Inglaterra y trae las características del ambiente liberal capitalista de donde proviene. También aquí hace su primer impacto en el naciente mundo obrero, en las industrias que se iniciaban. 7

en el puerto, en las ciudades que crecían, entre las oleadas de inmigrantes europeos que llegaban a nuestras playas en las primeras décadas de este siglo. Basta ver nuestros apellidos para darse cuenta. O la distribución geográfica de nuestras congregaciones más antiguas. También aquí se produce el ascenso social del que hablaba Wesley. El convertido trabaja, se disciplina, ahorra, se instruye. Sus hijos y nietos se sumarán a la clase media. Y esa es hoy la constitución de nuestra Iglesia: una Iglesia de clase media con las características de timidez, introversión, inseguridad, temor. .. y por consiguiente conservatismo que marcan a ese grupo en nuestra sociedad. Por otra parte, también nuestra Iglesia Metodista transitó desde el comienzo el camino del reformismo, la preocupación por una educación que proveyera un liderazgo "ilustrado y liberal" para la modernización de la sociedad (de allí nuestros colegios). Se crearon instituciones benéficas y nuestras entidades femeninas hicieron del servicio a los necesitados una de sus tareas principales y más fielmente cumplidas. En otros países del continente, con urgencias más dramáticas, se han multiplicado hospitales, escuelas, servicios de toda índole. Pero también nuestra herencia incluye una conciencia del carácter global de los males de nuestra sociedad, y una denuncia profética del sistema económico-social que nos rige. Para ahorrar tiempo, me voy a limitar a leer algunas afirmaciones "oficiales" de asambleas de nuestra Iglesia, algunas de las cuales datan de más de treinta años. La Constitución de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina — s u instrumento jurídico fundamental— declara: 8

Artículo 10. Relaciones con el Estado y la sociedad La Iglesia Evangélica Metodista Argentina reconoce que tiene obligaciones y responsabilidad con respecto a la sociedad de la que forma parte y a las instituciones de gobierno de la misma. Sus relaciones con ellas están regidas fundamentalmente por su lealtad suprema a la voluntad del Señor y por su vocación de promover la justicia, la dignidad y la libertad de todos los hombres, no sólo en el ámbito religioso sino en todo lo que concierne a la vida de la persona y de la comunidad. Reconoce en el Estado una institución llamada por Dios al servicio de la justicia, la libertad y la paz de la comunidad humana, a la vez que advierte que, cuando descuida o rechaza tal vocación, incurre en grave desobediencia que puede llegar a invalidar su autoridad. Esta Constitución proviene de 1968, cuando nuestra Iglesia se constituye como autónoma. Pero muchos años antes, ha habido manifestaciones muy concretas que nos conviene recordar. Una Asamblea latinoamericana (Conferencia Central de 1936), luego de describir la situación de injusticia de nuestra sociedad, diagnostica: Que esta situación es el fruto lógico de nuestro arbitrario e injusto sistema económico, en el cual el capital ocupa lugar tan preponderante que en vez de estar al servicio del trabajo toma a éste a su servicio, minando las bases de la vida humana y precipitando crisis económicas que repercuten fatalmente en la vida moral y espiritual, tanto del individuo como de la sociedad... 9

Que habiendo cumplido nuestro actual sistema económico, una labor innegablemente civilizadora en la sociedad moderna, sin embargo, no justifica la injusticia en la que se sustenta y por la que se dirige: que, por lo tanto, no tiene más derecho a subsistir que los anteriores sistemas de esclavitud y de servilismo, y que, como éstos, debe ser transformado llegándose a un sistema más de acuerdo con el principio básico del Cristianismo: el amor, que siendo aprecio mutuo se traduce en cooperación libre en la relación económica s o c i a l . . . Ya en el año anterior, 1935, la Conferencia Anual de Argentina, se había pronunciado sobre temas políticos y económicos, básicamente en defensa de la democracia y en condenación del sistema capitalista: . . . La Conferencia Anual Este de Sud América de la Iglesia Metodista Episcopal, reafirma su fe en el sistema de gobierno democrático y protesta contra todo gobierno que coarte los derechos del hombre... ...manifiesta su repudio ante los errores y la injusticia existentes en el actual sistema social económico que permite la miseria en medio de la abundancia y la explotación del hombre por el hombre, y expresa su propósito firme de bregar por todo medio noble a su alcance por la obtención de un nuevo estado de cosas informado por el espíritu de justicia, cooperación y fraternidad que sustenta el Evangelio de Cristo. Un grupo, en esta misma Conferencia, no se conforma con esta afirmación y pide una más radical condenación del sistema capitalista como "anticristiano" y a 10

ser remplazado por otro que "socialice todas las fuentes de la riqueza, los medios de producción y los medios de cambio". Una Declaración de 1956 se concentra más en el ámbito político, pero insiste en que los sacrificios que sean necesarios para un crecimiento económico "sean compartidos por todos en proporción a su potencialidad económica y no recaigan inequitativamente sobre los más modestos". Al mismo tiempo insiste —recuérdese la f e c h a — en que "los adelantos en materia de legislación del trabajo y previsión social. .. no podrán disminuirse ni detenerse sino que deberán perfeccionarse y reajustarse..." Se destaca "la necesidad de encarar de firme la realización de una reforma agraria. .. superando los intereses creados que hasta ahora la hayan detenido". Finalmente, en la Asamblea General de 1971, se destaca una serie de denuncias y demandas concretas que hacen a la situación entonces vigente: Observamos que, en nuestro país, las condiciones para que esa vida plena (de la que habla anteriormente) se realice se ven seriamente limitadas. Por una parte, la dependencia económica, política y cultural con respecto a algunos países de alto grado de desarrollo impide a nuestro pueblo ser gestor de su propio destino. Internamente, además, esa dependencia es mantenida y reforzada por la actitud de minorías privilegiadas que se benefician con esa relación. Por otra parte, el poder político, alejado de las decisiones del pueblo, se ha tornado autocrático y arbitrario... La exagerada legislación represiva... atenta contra la convivencia de la comunidad entera y hace imposi11

ble alcanzar el proclamado acuerdo nacional. La paz, que es fruto de la justicia, no existe entre nosotros. Esta es, al menos como yo la veo, nuestra herencia y nuestra situación. Nos debatimos entre lo que sabemos que nos corresponde y nuestro temor, entre una herencia de prescindencia y reformismo y la consciencia de la radicalidad de las opciones, a la búsqueda de una consciencia y de una acción que nos permitan vencer nuestra ambigüedad. ¿Es posible tomar hoy una posición más decidida y clara? II.

La búsqueda de una opción

Es en este punto donde propongo mi propia interpretación, mi manera de entender el camino que se abre para nuestra Iglesia, las opciones y líneas que yo desearía que mi Iglesia siguiera. No puedo pretender que sea otra cosa que mi propia posición — n o ciertamente aislada, ni única, ni original— pero la creo arraigada en el Evangelio mismo y en lo mejor de nuestra tradición. En todo caso, creo que debemos arriesgar este debate, porque no hay hoy para nadie posibilidad de neutralidad. La Iglesia y el pueblo "La Iglesia es una sociedad religiosa y no tiene que meterse en política." Esta frase es para muchos una especie de dogma incontrovertible... sin advertir que, mientras la pronuncian, suelen estar metidos en política hasta las orejas... y normalmente en política reaccionaria e inhumana. Pero es el dogma mismo el que tiene que ser desafiado: es, por supuesto, exacto. 12

que el centro del mensaje y de la acción de la Iglesia no es una doctrina política, sino la persona de Jesucristo. Como lo dice la Constitución de nuestra Iglesia: "Todo miembro.debe considerarse siervo de Jesucristo en su comunidad local y en el mundo." ¿Pero quién es Jesucristo? No un fantasma, ni una sombra, ni el resultado de una especulación, sino un hombre que vivió sobre esta Tierra, que enseñó determinadas cosas, que cumplió una misión, que fue muerto en una cruz. El centro y medida de nuestra fe es alguien que definió su mensaje así: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para dar buenas noticias a los pobres; me ha mandado para sanar a los afligidos de corazón, para anunciar libertad a los presos y dar vista a los ciegos; para poner en libertad a los maltratados; para anunciar el tiempo de la liberación del Señor (Luc. 4:18-19). El centro y medida de nuestra fe es el que dijo: Felices los pobres, pues el reino de Dios pertenece a ustedes; felices los que ahora tienen hambre, pues van a ser satisfechos; felices ustedes los que ahora lloran, pues después van a reír. Pero pobres de ustedes los ricos, porque ya han tenido su alegría; pobres de ustedes los que ahora están satisfechos, pues van a tener hambre. (Luc. 6:20-26). 13

El centro y la medida de nuestra fe es Aquél cuyo advenimiento fue saludado con un himno: Mi alma alaba al Señor y mi corazón se alegra en Dios mi Salvador. Porque ha hecho obras poderosas: venció a los de corazón orgulloso, a los poderosos arrojó de su trono y levantó a los pobres; a los que tenían hambre los colmó de bienes y a los ricos los despidió con las manos vacías. (Luc. 1:46-56). El centro y la medida de nuestra fe hizo claro de qué lado se encuentra en las divisiones entre los hombres — c o n los que tienen hambre, sed, con los despojados, los huérfanos, los enfermos, los presos. Y añade: "el que no sirve a estos mis hermanos pequeños, ni a mí me sirve" (Mat. 25:31 ss.). Los pasajes podrían multiplicarse. La conclusión ha sido expresada inequívocamente por Carlos Barth: Dios se ubica siempre, incondicionada y apasionadamente, de un lado y de uno solo: contra los poderosos y a favor de los humildes, contra los que usufructúan de derechos y poder y a favor de aquellos a quienes se despoja de ellos y se les niegan. La consecuencia es clara: Quien no está con aquellos con quienes Cristo está, mal puede estar con Cristo, aunque sea el más "religioso" de los hombres. La Iglesia que no está con aquellos con quienes Cristo está, no está con Cristo... por más templos que levante y ceremonias que realice y palabras piadosas que pronuncie. Sobre este mundo y en esta historia hay 14

una sola manera de estar con Jesucristo —^y es estar junto a aquéllos con quienes él se ha colocado para siempre: al lado de los pobres, de los que tienen hambre, de los encarcelados. No se necesita gran lucidez ni profundos estudios para saber dónde están los pobres, los hambrientos, los encarcelados en un continente con un 60% de desnutridos, donde el 80% de lo que se produce queda en manos de un 10 a 15% de la población y la inmensa mayoría tiene que pelear por las migajas que sobran. En un continente de enfermedad y explotación. En un país como el nuestro donde los últimos veinte años presenciaron el crecimiento de la mortalidad infantil, del analfabetismo, del hacinamiento, donde el valor del jornal se deteriora cada año. Es evidente que ya estamos metidos en el mundo político. En realidad, nos metió en él nuestro Señor al pedirnos que estuviéramos junto a E l . . . y a "sus hermanos pequeños". O más bien, siempre estuvimos en el mundo político. Porque, cualquier cosa que hagamos sobre esta Tierra, resulta a favor o en contra de los hermanos de Jesús, y por lo tanto por o contra El mismo. Una Iglesia tiene que decidirse al respecto: o está con Jesús en sus hermanos, o está contra El y por sus enemigos. ¡Ojalá que decidamos bien! Pero sin duda alguien preguntará: ¿No vino Jesucristo para todos? ¿No ama Dios "a buenos y malos, justos e injustos"? ¿No es el evangelio para todos? Sin duda. Pero de distinta manera para unos y otros. Jesús amó a los fariseos y por eso los denunció como hipócritas, "sepulcros blanqueados", "que devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones" y les anunció el castigo divino. Jesús amó a Heredes y por eso se refirió despectivamente a él como 15

esa miserable "zorra". Jesús amó al joven rico (lo dice específicamente el evangelio) y por eso le ordenó vender todo lo que tenía y darlo a los pobres... y no pudo sino dejarlo irse triste cuando no estuvo dispuesto a hacer su decisión. Jesús vino para todos. Al rico y al poderoso los salva despojándolos de su poder, denunciando su explotación; al pobre y al humillado lo salva levantándolo de su postración y asegurándole su dignidad de hombre, de hermano suyo. Al opresor se lo libera combatiéndolo; al oprimido, defendiéndolo. Dios está con todos, pero no de cualquier manera sino en la justicia de su Reino. ¿Puede una Iglesia hacer una opción política? ¿Significa lo que hemos dicho que la Iglesia se identifica con los partidos políticos que defienden a los pobres y oprimidos? Nuevamente, hemos de volver "al centro y medida de nuestra fe", Jesucristo. Es claro que Jesús murió ajusticiado como subversivo. La acusación es evidente: "agitador popular". En un sentido se trata de un error judicial, o más grave aún, de una acusación falsa y fraguada. Jesús había rehusado al comienzo mismo de su carrera la posibilidad de transformarse en un líder revolucionario. Y continuó rechazando esa "tentación" hasta el último momento. Y sin embargo, en un sentido más profundo, la acusación es exacta: su mensaje es una inversión de los valores de su sociedad, un desafío a la autoridad constituida, una denuncia de la opresión civil y religiosa, una invitación a la dignidad de los oprimidos. Y no podía conducir más que a la muerte. En un mundo de injusticia, el amor de Dios por los oprimidos es inevitablemente subversivo. 16

Lo que Jesús rehúsa es un "cortocircuito" religioso: a él le corresponde despertar la conciencia, anunciar la buena noticia de la liberación, decir de qué lado está Dios, asegurar que toda justicia y todo amor serán recuperados y manifestados victoriosos en el fin. A los hombres les corresponde hacer la historia, buscar los instrumentos de la lucha, transformar el mundo. El Dios verdadero no sustituye al hombre; su tarea es indicarnos la dirección de la historia, la nuestra es hacer esa historia. Ese es el difícil camino que le corresponde a la Iglesia. Tiene que estar con aquéllos con quienes Jesús está, pero tiene que respetar el límite que Jesús mismo le ha fijado en cuanto continuadora de su mensaje y de su misión. La Iglesia no dirige la historia, no se pone al frente de la revolución, no crea un partido ni se pronuncia por una línea partidaria. En las palabras de un pastor cubano que nos visitara hace poco, ¡tal vez es sólo el "furgón de cola" de la historia! ¿Por qué habría de pretender una función que no le ha sido asignada? La tragedia de la Iglesia ha sido despreciar su lugar y pretender conducir: desde las Cruzadas hasta el papel de la Democracia Cristiana en Chile, la historia está enferma de los intentos cristianos de dirigirla. Lo único que ha logrado ha sido legitimar los poderes de opresión y disfrazar religiosamente las ideologías del opresor. Eso no significa, sin embargo, que la Iglesia no pueda tomar posiciones claras. Si en verdad está con Jesús, y por lo tanto con aquéllos con quienes él está, no puede menos que tomar posiciones, hacer ciertas opciones ineludibles. ¿Cuáles son esas opciones para nuestra Iglesia hoy, en este mundo y en este continente? Nuevamente, ofrezco aquí mi interpretación: 17

¿Qué opciones? Estar con Jesús hoy, y por lo tanto con aquéllos con quienes Jesús está, significa tomar una posición clara contra el imperialismo económico y político del capital monopóíico y sus instrumentos políticos y militares. Nadie tiene derecho de pretender ignorar en el mundo de hoy que el suelo arrasado y el pueblo asesinado de Vietnam, los fusilados de Chile, las aldeas y poblaciones destruidas a sangre y fuego en Angola y Mozambique y la vida infrahumana de los millones de esclavos negros de Africa del Sur, la miseria y la desocupación de nuestro propio pueblo, nuestras villas miserias y los torturados de Brasil y Uruguay son víctimas de un mismo monstruo destructor. Y nadie puede decir honestamente que está con las víctimas si se niega a llamar al monstruo por su nombre y a combatirlo dondequiera se manifieste. "No se puede servir a Dios y a Mammón", dijo Jesús. Y Mammón, el dios del poder económico, tiene hoy un nombre preciso: se llama imperialismo capitalista. Estar con Jesús hoy, y por lo tanto con aquellos con quienes Jesús está, significa ir un paso más allá, a la raíz del imperialismo y hacer una clara opción contra el sistema capitalista en su totalidad. Porque es evidente que la situación de explotación e injusticia internacional no es resultado de circunstancias fortuitas ni de simple maldad personal sino la consecuencia normal e inevitable del sistema económico. En este punto, me basta citar lo que ya señaló la Asamblea General de nuestra Iglesia hace dos años, luego de la denuncia de la situación que citábamos más arriba: Estos no son sino síntomas de un mal mayor: el sistema de vida que nos rige. El capitalismo. 18

como sistema económico, se basa en un conjunto de premisas y prácticas que contradicen el espíritu cristiano, y se ha mostrado incapaz de promover la armonía social y el desarrollo armónico y pleno de todos los sectores del país. Las mayorías, marginadas... toman conciencia cada vez más clara de esta situación... Como Iglesia, reconocemos que se hace imprescindible e impostergable un cambio profundo de las estructuras sociales, políticas y económicas. ¿Es necesario dar un paso más? La cuestión de "Iglesia y socialismo" viene debatiéndose en el pensamiento cristiano por más de medio siglo. Creo que hemos llegado al punto en que la decisión de estar con Jesús, y por consiguiente con los que él está, exige responder claramente a esta cuestión. Creo que una opción responsable contra el imperialismo y el capitalismo sólo puede hacerse concreta si nos atrevemos a decir que buscamos un orden socialista. Es evidente que, al decir esto, se plantean una serie de problemas que exigen un análisis cuidadoso y detenido que no podemos intentar en esta ocasión. Pero, al menos, se hace necesario mencionar algunas cosas: La opción por un orden socialista no significa que la Iglesia deba o pueda adoptar una ideología particular del socialismo. En este punto sería necesario hablar de la compleja relación entre la fe cristiana y el marxismo. Pero, al menos, es indispensable señalar que la Iglesia cristiana no puede caer nuevamente en la sacralización de una ideología, y menos de una filosofía de la historia. Su opción por el socialismo es la opción por una alternativa a nivel humano y transitorio, no la adopción de una ideolqgía absolutizadora. 19

Concretamente, esta opción significa la subordinación de lo económico a lo social — e n contraposición con el economismo materialista del capitalismo— la eliminación del lucro como factor económico decisivo, la decisión del trabajador sobre el producto de su creación (y por lo tanto, en una economía compleja como la actual, la eliminación de la apropiación personal privada de los medios de producción), la creación de una administración solidaria de las cosas, la instauración de una relación humana de cooperación en la creación de riqueza y bienestar común en lugar de la competencia individualista. Todo esto, evidentemente, constituye aún un conjunto de metas generales. Dentro de estos diversos "socialismos" entran divergencias teóricas, estratégicas y tácticas de importancia en las que cristianos, individualmente o grupos de cristianos, adoptarán posiciones diversas. El contenido común, sin embargo, es bastante definido para constituir una alternativa por la que la comunidad cristiana puede pronunciarse sin hacer una decisión partidaria. El socialismo no es "el Reino de Dios" sino una estación en el camino de la historia del hombre. La justicia, la paz, el orden, la calidad de vida humana que el socialismo hace posible son relativos, imperfectos y perecederos. Lo importante es que es una estación por la cual pasa hoy la búsqueda de la justicia, de la paz, de la solidaridad humanas. Es imperfecto; deberá ser superado. Pero eso no es excusa para eximirnos de su construcción en el momento en que corresponde. ¡No todos los gatos son pardos en la penumbra de la historia! Al proponer una opción por el socialismo en el mundo de hoy, no podemos cerrar los ojos a los ries-

gos que esta transición supone. Por eso me parece decisivo decir que estar con Jesús hoy, y por lo tanto con aquéllos con quienes El está significa reclamar irrevocablemente una participación activa del pueblo en la conducción de su propio destino. Sabemos que algunas formas de democracia parlamentaria liberal, que el capitalismo utilizó muy bien para camuflar su monopolio real del poder, han dejado ya de tener significado. Pero eso no significa admitir su sustitución por la dictadura de una nueva clase burocrática que se arroga la representación del pueblo. Varios de los regímenes socialistas tienen en ese sentido una pesada carga de responsabilidad por las promesas de liberación no cumplidas, por un retorno a la primacía de una visión economicista, por la traición a la participación del pueblo en la conducción de su historia. Dios rechaza la posibilidad de sustituir con su poder la conciencia de los hombres. La Iglesia no puede admitir que "otro dios" — s e a una minoría de poseedores capitalistas o de administradores tecnócratas o burocrát i c o s — se arrogue ese derecho. Una verdadera socialización significa la socialización del poder. ¿Y la fe? Estas son opciones concretas que me gustaría que mi Iglesia hiciera. La tarjeta con la que quisiera que se presentara en este día en nuestro país y continente. Pero es necesario añadir una palabra más, aunque algunos de los compañeros que tal vez me acompañaron hasta aquí puedan considerarla extraña, incongruente o un retroceso. La Iglesia de Jesucristo, desde la lucha del pueblo por un orden nuevo, dentro de esa lucha y a partir de elia, tiene como meta, no solamente una nueva estructura social sino una calidad nueva 21

de vida humana, un hombre nuevo, el verdadero hombre, que nace, se nutre y se perfecciona en el amor y la fe. Es necesario ser más precisos aún. Jesucristo no es para nosotros sólo el maestro, el líder, el que nos señala el puesto de combate sino nuestra esperanza, nuestra confianza en una transformación del hombre a la medida de la humanidad de El, del hombre libre, el hombre entregado por amor a sus semejantes, el hombre sin temor que no quiere adueñarse de ias cosas sino utilizarlas libremente, el hombre identificado con su obra que encuentra gozo en cumplir su tarea, el hombre que no conoce el prejuicio. Ese hombre es el que tiene su centro y su raíz en el amor de Dios y lo prolonga y hace concreto en el mundo. Nuestra alienación es más profunda que ia del sistema económico: la raíz más honda de nuestra negación del prójimo —¿y qué otra cosa es en el fondo el capitalismo en lo económico que la negación del prójimo para hacerlo c o s a ? — es ese egoísmo en que nos constituimos nosotros en totalidad, en absoluto. Y ese egoísmo sólo puede ser vencido por una transformación más profunda que la de las estructuras. Se requiere una transformación del hombre, de la propia conciencia humana, del centro de nuestro ser. Y eso es lo que los cristianos llamamos una conversión ai amor de Dios. Una Iglesia cristiana no puede cumplir su vocación sin ese llamado constante a la conversión al amor de Dios. Es claro que nuestro llamado resulta hoy sumamente sospechoso a aquéllos precisamente con quienes debemos estar. Por demasiado tiempo hemos llamado a la conversión, instalados en nuestro egoísmo 22

de clase, defendiendo todos los privilegios y apoyando —consciente o inconscientemente— un orden de injusticia. Por demasiado tiempo hemos "tomado en vano el nombre de Dios" para legitimar estructuras de opresión. Nuestra credibilidad es poca. Sólo en la solidaridad de la lucha por una liberación total ganaremos el derecho de insistir en este llamado último y decisivo. Pero no podernos callarlo, porque si io hiciéramos traicionaríamos precisamente a ese hermano a cuyo lado Jesucristo se ha colocado para siempre, y que sólo alcanzará la plenitud de su vida cuando sepa Quién está junto a él y experimente el gozo de su compañía. Como Iglesia, lo primero que nos corresponde es la confesión de nuestra infidelidad. Y la conversión al Señor que nos llama desde la lucha de los oprimidos. Si nos convertimos a El, tendremos que decir a aquéllos en cuya búsqueda y lucha participamos que no reclamamos privilegios. Sabemos que como cristianos no dirijimos ni tenemos poder o sabiduría especiales. Pero, en cuanto seamos fieles, seremos molestos compañeros de camino que no podemos callar el constante llamado a la fe.