Nietzsche y Foucault

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Re exiones Marginales - ISSN 2007-8501 Otorgado por el Centro Nacional del ISSN

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Nietzsche en la Obra de Michel Foucault  RAMÓN CHAVERRY  

Es plausible que desde los albores del siglo pasado Nietzsche haya sido uno de los lósofos más leídos y citados. Muchas son las lecturas que se han realizado en torno a su obra, éstas, variopintas y paradójicas han marcado la modernidad pues aportaron intuiciones poderosas que aún siguen siendo discutidas. Nietzsche ha tenido sin duda muchos “hijos bastados” ¿cómo olvidar el halo terrible que marcó su obra desde que el nazismo tomara La voluntad de poder como texto de cabecera? Sin embargo, más allá de esa sombra, más allá de esas bastardías, existe una recuperación de Nietzsche que vale la pena estudiar pues ha llevado a derroteros inesperados que han transformado el pensamiento contemporáneo. Nos es imposible soslayar, entre estas lecturas, la que elaborara Michel Foucault cuando, inspirado en La genealogía de la moral, desarrolló su propia perspectiva bautizándola también como genealogía.

Aunque la apropiación de Foucault tardará algunos años en consolidares no deja de ser constante, desde sus primeros trabajos, una preocupación sincera por algunos problemas planteados por el losofo alemán. Es en “Nietzsche, la genealogía, la historia”, texto de 1971, que nos encontramos con un desarrollo muy particular que será determinante en el trabajo de Foucault pues descubrimos en este texto un antes y un después en su obra. Es a partir de este breve trabajo que su perspectiva dejará de ser nombrada por él como arqueológica, esto es, centrada únicamente en el análisis del discurso, para pensarse como un acercamiento de corte genealógico.

En el texto mencionado encontraremos una síntesis del pensamiento nietzscheano que tendrá por eje el in uyente libro La genealogía de la moral. Es a partir de ese texto que podemos rastrear en la obra posterior de Foucault una serie de guiños al trabajo de Nietzsche. La primera impronta es la que apunta a una investigación alrededor del presente desde una mirada histórica. Esa investigación inspirada por un espíritu histórico, dice Nietzsche, dará paso a lo que Foucault llama una ontología del presente. Nietzsche expresaba así la necesidad de una genealogía de la moral: […] Necesariamente permanecemos extraños a nosotros mismos, no nos entendemos…en nosotros se cumple por siempre la frase que dice “cada uno es para sí mismo el más lejano” en lo que a nosotros se re ere no somos “los que conocemos.[1] El trabajo del lósofo de Poitiers quedará de nido por esta necesidad   nietzscheana de conocer lo que somos, es por ello que encontraremos como objeto principal de sus trabajos la elaboración de una ontología del presente o, como también la llegó a nombrar, una ontología crítica de nosotros mismos.[2] En consonancia con Nietzsche, Foucault pretende reconocer lo que somos en el presente para dilucidar el horizonte de posibilidades. Pero más allá de esta intuición que podría quedar solo como un propósito común, la metodología foucaultiana, permítaseme llamarla así para efectos prácticos, retoma una mirada genealógica nietzscheana para el acercamiento de este presente. La genealogía foucaultiana, como antes la nietzscheana, no se pierde en el Azul del cielo,[3] esto es, no busca el origen de la moral humana en los valores cristianos de la compasión. En contraposición al azul Nietzsche propone la metáfora del gris, grises son los documentos, gris lo que encontraremos después de esa tarea que busca desentrañar la emergencia de la moral después de esa “larga y difícilmente descifrable escritura

jeroglí ca del pasado de la moral humana“.[4] Gris, porque en el análisis histórico de nuestros sentimientos morales solo podemos encontrar claroscuros, emergencias y no orígenes metafísicos.

Para Nietzsche era fundamental hacer problema (problematizar, en palabras de Foucault) el valor de la compasión y la moral de la compasión. Es así que rechazará las hipótesis de la utilidad que Paul Rée había propuesto como el origen de la moral.  La utilidad, el olvido, el hábito para Nietzsche solo representan el error.[5] Se cuidará entonces la genealogía de cualquier dejo darwiniano de la utilidad, “como si las palabras hubiesen guardado un sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica…”.[6] omitiendo que este mundo “…de cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, trampas”. [7]

Foucault inicia su labor genealógica con la obra de Nietzsche pues, así como el segundo nos descubrió la distinción entre malo (schlecht) y malvado (böse) para dar cuenta de la transvaloración elaborada por la casta sacerdotal,[8] el primero retomará los conceptos “origen” (Ursprung), “procedencia” (Herkunft) y “emergencia” (Entstehung) de la obra nietzscheana para reconocer las bases de la genealogía. El trabajo de Foucault genealogista consiste en encontrar dentro de la obra del mismo Nietzsche un antes y un después para estos términos. Es evidente para Foucault la necesidad nietzscheana de diferenciar las palabras pues cada una de ellas tiene un contenido distinto que hace la diferencia cuando de abordar con un espíritu histórico se trata.

El origen (Ursprung) como la raíz metafísica de las ideas será desdeñada por Nietzsche frente a la emergencia (Entstehung), nos explica Foucault. El origen es, en la tradición, el lugar de la verdad, de lo originario. Para Foucault, seguidor del espíritu histórico nietzscheano, no hay un lugar para lo originario. Las verdades, tiene su historia, aparecen en el contexto histórico “¿Todo esto no es una historia, la historia de un error que lleva por nombre verdad?”.[9] La idea del origen implica que detrás de todas las cosas podríamos encontrar la esencia de las mismas. El origen es el lugar previo a la corrupción, lugar esencial, previo a la caída, al cuerpo, al mundo, y, nos dice Foucault, al tiempo.

Un espíritu histórico, como el del Nietzsche y Foucault, rechazará todos los comienzos, incluso el del hombre pues éste también tiene un comienzo irrisorio “…pues a la puerta a la puerta del hombre está el mono”[10] y no un origen divino. Foucault, radicalizando a Nietzsche, apuntará al espíritu histórico para dar argumentos que permitan rechazar todo sueño antropológico, todo sujeto trascendental en el que están basadas nuestras certezas para plantear una muerte del hombre.[11] La genealogía nos revela que detrás de nuestra fe metafísica se encuentra el azar. Desde el postulado de una historia efectiva Nietzsche rechaza los movimientos teleológicos y los encadenamientos naturales para hacer surgir el acontecimiento en su calidad de único. No es acontecimiento eso que, desde una historia que apuesta por un sentido oculto, es lo sonoro o lo vistoso. Las grandes batallas, los reinos caídos, no son acontecimiento en términos de estos dos

lósofo. Para ambos la mirada genealógica entraña reconocer

relaciones de fuerza que se invierten, lenguajes que son apropiados por facciones. Es eso lo que debe estudiarse  como acontecimiento.

La moral para Nietzsche, como la sexualidad moderna analizada por Foucault, se encuentran marcadas por acontecimientos que pasan desapercibidos pues carecen de una historia, en los términos en que nosotros la entendemos. Una mirada genealógica, como la de estos dos lósofos, no describe la curva lenta de una evolución, sino apunta a las diferentes escenas, a su emergencia como concepto, no en un punto indeterminado de la historia, sino apuntando al corazón del presente para modi carlo. Las nalidades y las “utilidades”, que antes veía Paul Rée, son solo indicios, efecto de super cie, de una voluntad de poder enseñoreada sobre otra más débil que ha logrado imponer estas

nalidades y funciones. [12] Podría ocurrir, a rma Nietzsche que la

historia completa de estas utilidades y funciones no sean sino una cadena de interpretaciones y reinterpretaciones, casualidades hechas causalidades por una voluntad de poder que las anuda y las hace depender una de otra. Esta intuición nietzscheana cruzará la obra de Foucault, será retomada para dar paso a lo que años después sería la analítica del poder. Para el

lósofo francés la perspectiva

nietzscheana aporta una forma diferente de acercarse a la historia. En ella encontrará estas relaciones y apropiaciones discursivas del poder, las grandes edi caciones discursivas como la psiquiátrica serán analizadas por Foucault desde esa óptica que permite revelar sus causalidades ausentes, los lenguajes retomados por los dispositivos, etc.

Siguiendo a Nietzsche, Foucault nos habla del cuerpo, no es por ello casual que encontremos este tema como una constante a partir de textos como Vigilar y castigar. Para la tradición losó ca (que la había tomado del dualismo de ór cos y pitagóricos) el alma había sido colocada en un lugar superior al cuerpo. Baste con recordar el diálogo Fedón para reconocer el lugar originario y principal del alma frente al cuerpo. Es, desde entonces, el alma un elemento que guardaba una relación con la trascendencia y con la verdad, mientras que el cuerpo pasaría a la re exión posterior como lo temporal, lo no fundamental, como repositorio de los sentidos, que, según el escepticismo, son falaces e inadecuados para aprehender la verdad. Foucault, retomando a Nietzsche, busca la restitución del cuerpo (Leib) como base no originaria de re exión. Dice Nietzsche: “Pero el despierto, el sapiente, dice: cuerpo soy yo íntegramente, y ninguna otra cosa; y el alma es sólo una palabra para designar algo en el cuerpo”.[13] Es así que podemos observar la impronta de Nietzsche en el pensamiento foucaultiano, pero aún podemos encontrar una raíz más antigua para esta apropiación. Es sabido que la empresa foucaultiana se levanta contra la losofía hegeliana reinante de su tiempo. De este enfrentamiento da cuenta Foucault en El orden del discurso.[14] Podemos decir, analizando la distancia que busca establecer Foucault de Hegel, que la inspiración nietzscheana ayudó a Foucault a liberarse del autor de La fenomenología del espíritu pues

logró plantear la idea de un antagonismo sin contradicción, un análisis del antagonismo fuera de la dialéctica, así, un análisis de las relaciones de poder, de las luchas sin subsumirse en un proceso dialéctico de contradicciones, donde la lucha y el combate serían factores reales de la sociedad, no procesos dialécticos. En este sentido Foucault se encuentra más cercano a un razonamiento nietzscheano de la lucha continua que a una contradicción hegeliana. Desde el punto de vista de Foucault la dialéctica (entendida como lógica de la contradicción) no dan cuenta de la inteligibilidad de los enfrentamientos. [15] Es así que encontramos la impronta de Nietzsche en Foucault, es aún necesario reconocer las semejanzas y diferencias que estás dos genealogías guardan entre sí, conformémonos por el momento con señalar que más allá de Nietzsche podemos descubrir una lectura de Foucault que lleva a Nietzsche hasta la imposibilidad del superhombre. Dejemos estos meandros para nuevos encuentros.

Bibliografía Foucault M., El orden del discurso, TusQuets, Barcelona, 2005. —————-, Estética, ética y hermenéutica, Paidós, Barcelona,1999. —————-, Microfísica del poder, La piqueta, Madrid, 1992. —————-, Sobre la Ilustración, Tecnos, Madrid, 2003. Nietzsche F.,  Aurora, Edimat, Madrid, 1998. —————-, La genealogía de la moral, Alianza, Madrid, 2000. —————-, Así habló Zaratustra. Alianza, Madrid, 2004.   Citas bibliográ cas

[1] Nietzsche, Friedrich, La genealogía de la moral, p. 22. [2] Foucault, Michel, Sobre la Ilustración, p. 93. [3] Nietzsche, F. Op. Cit., p. 29. [4] Ídem. [5] Ibídem, p. 37. [6] Foucault, M., Nietzsche, la genealogía, la historia, p. 7. [7] Ídem. [8] Nietzsche, F., Op. Cit., pp. 53-57. [9] Foucault, M., Op. Cit., p. 11. [10] Nietzsche,F.,  Aurora, parágrafo 49. [11] Foucault, M., Las palabras y las cosas, passim. [12] Nietzsche, F., La genealogía de la moral, p. 100. [13] Nietzsche, F., “De los despreciadores del cuerpo” en Así habló Zaratustra. [14] Foucault, M., El orden del discurso, pp. 68-75. [15] Respecto a estos antagonismos ver: Foucault, M., “Diálogos sobre el poder” en Estética, ética y hermenéutica, pp. 65 y 66, “Verdad y poder” en Microfísica del poder, p. 190.

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